Sanos Por La Palabra - Arrepentimiento

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CAUSAS DE ENFERMEDADES ESPIRITUALES

PRIMERA CAUSA DE ENFERMEDADES ESPIRITUALES:


EL PECADO
Jesús es un verdadero médico. Él sana extrayendo la raíz del problema e implantando en nuestros
corazones el reino de Dios.
Hoy en día, muchos quieren sanarse superficialmente atacando los efectos, modificando el
ambiente, cambiando las situaciones externas, y hasta a veces tomando píldoras que solo consiguen
controlar los efectos, sin embargo Jesús va a las causas. Existen disDntas causas específicas para las
enfermedades del alma.
La primera y principal causa de las enfermedades del alma (y no voy a buscar una palabra
sofisDcada y complicada para nombrarla) es el pecado. Simplemente el pecado. La Biblia declara que
no hay paz para el impío (Isaías 57:21). Resulta imposible pecar y no sufrir las consecuencias del
pecado.
Todo pecado hiere al hombre en su interior. Produce autodestrucción y autodegradación. Atenta
contra la imagen de Dios en nosotros.
El pecado transgrede la conciencia moral y viola los propios principios. Provoca senDmientos de
culpa que aumentan con el conocimiento y comprensión de la ley de Dios; estos son mayores cuando
se comete contra un semejante.

¿QUÉ ES EL PECADO?
Para comprender con claridad lo que es el pecado y entender su naturaleza, vamos a considerar el
primer pecado del ser humano.
Génesis 2:7–8
«Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la 9erra, y sopló en su nariz aliento de
vida, y fue el hombre un ser viviente. Y Jehová Dios plantó un huerto en Edén, al oriente; y puso
allí al hombre que había formado».
Génesis 2:16–17
«Y mandó Jehová Dios al hombre, diciendo: De todo árbol del huerto podrás comer; más
del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres,
ciertamente morirás».
Génesis 3:1–13
«Pero la serpiente era astuta, más que todos los animales del campo que Jehová Dios había
hecho; la cual dijo a la mujer: ¿Conque Dios os ha dicho: No comáis de todo árbol del huerto? Y
la mujer respondió a la serpiente: Del fruto de los árboles del huerto podemos comer; pero del
fruto del árbol que está en medio del huerto dijo Dios: No comeréis de él, ni le tocaréis, para
que no muráis. Entonces la serpiente dijo a la mujer: No moriréis; sino que sabe Dios que el día
que comáis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal. Y
vio la mujer que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos, y árbol codiciable
para alcanzar la sabiduría; y tomó de su fruto, y comió; y dio también a su marido, el cual comió
así como ella. Entonces fueron abiertos los ojos de ambos, y conocieron que estaban desnudos;
entonces cosieron hojas de higuera, y se hicieron delantales.
Y oyeron la voz de Jehová Dios que se paseaba en el huerto, al aire del día; y el hombre y su
mujer se escondieron de la presencia de Jehová Dios entre los árboles del huerto. Mas Jehová
Dios llamó al hombre, y le dijo: ¿Dónde estás tú? Y él respondió: Oí tu voz en el huerto, y tuve
miedo, porque estaba desnudo; y me escondí. Y Dios le dijo: ¿Quién te enseñó que estabas
desnudo? ¿Has comido del árbol del que yo te mandé no comieses? Y el hombre respondió: La
mujer que me diste por compañera me dio del árbol, y yo comí. Entonces Jehová Dios dijo a la
mujer: ¿Qué es lo que has hecho? Y dijo la mujer: La serpiente me engañó, y comí».
Este relato del primer pecado es suficientemente claro como para que toda la humanidad
comprenda lo que es el pecado. Si alguien me pregunta: ¿Qué es el árbol del conocimiento del bien y
del mal?, tengo que responder que no sé. Existen muchas interpretaciones que no vienen al caso. Pero
enDendo muy bien lo que es el pecado. Pecado, dicho simplemente, es desobedecer a Dios. No hace
falta ser muy sabio ni muy culto para comprenderlo. Pecado es desobedecer la voluntad manifiesta
de Dios.
Dios le comunicó con toda claridad su voluntad a Adán. Él entendió perfectamente lo que Dios le
dijo, al punto que se lo transmiDó con precisión a su esposa. Y tanto Adán como Eva comprendieron
cuál era esa voluntad de Dios. El pecado es rebelión contra la máxima autoridad que existe en el
universo, contra Dios.
Pecar es simplemente hacer la voluntad propia, decidir ir en contra de la voluntad de Dios.
Pecar es comer cuando Dios dice: ¡No comas!
Pecar es hacer algo cuando Dios dice: ¡No lo hagas!
Cuando Dios dice no, es no.
Cuando Dios dice ve, Denes que ir.
No se requiere mucha teología, filoso`a, psicología ni ciencia para entender una cosa tan simple
como el pecado. Si Dios dice: «No tengas relaciones sexuales antes del matrimonio», ¡no las tengas
antes del matrimonio! Es muy simple.
No necesitamos razonarlo. No hace falta discuDr. No tenemos que entablar una conversación con
el diablo. Él se mete fácilmente en los caminos de nuestros pensamientos. No precisamos pensar,
razonar, deducir, y concluir. Solo es necesario obedecer.
¡Muy simple!
Cuando Dios dice: «No mientas», y uno miente, está pecando. No le busquemos explicaciones ni
jusDficaDvos, y no intentemos quitarle gravedad.
Si Dios dice: «No hurtes» y uno hurta, llevándose a su casa un lápiz de la empresa, se convierte en
un pecador, en un ladrón.
¡Es muy simple!
Dios dice: «No hurtarás». Entonces no hurtemos ni un centavo. Significa que no nos llevemos a
nuestra casa ni siquiera una hoja de papel del trabajo si no es nuestra. Porque se comienza por un
papel y luego vienen otras cosas.
Cuando el Espíritu claramente nos dice: «No entres a aquel siDo de pornogra`a en Internet», y
nosotros, conociendo la voluntad de Dios, entramos, estamos pecando.
Cuando Dios dice no, y uno, de todos modos, lo hace, peca. Viene una palabra: «No veas ese
programa de televisión porque no es digno de un hijo de Dios; apaga el televisor». Pero uno se queda
mirando: eso es pecar.
El mandato es: «No desees la mujer de tu prójimo». No la desees, entonces. Si te viene algún
pensamiento a la mente o al corazón, eso aún no consDtuye pecado. Pero se vuelve pecado cuando
dices «yo quiero», «yo deseo». Si descubres en D algún pensamiento, puedes discernirlo: «Este

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pensamiento no es de Dios; proviene del diablo y yo lo rechazo, lo reprendo. No me permito desear la
mujer ajena».
Dios ha dicho: «Hijos, obedezcan a sus padres», debemos obedecerlos. ¡Es simple!
«¡Pero no es justo lo que me piden!», podría decir alguno. No importa, ¡obedece! De ese modo
serás feliz y llegará la paz a tu hogar, si es que lo haces en amor, en fe y en obediencia a Dios.
Dios le dijo a Jonás: «Ve a Nínive», y Jonás se encaminó en la dirección contraria. Eso es pecado.
¿Cómo podía Jonás permanecer tranquilo? Su viaje azaroso hasta Tarsis representaba la tormenta que
se estaba produciendo en su interior.
Dios le dijo a Saúl a través del profeta Samuel: «No des comienzo a la guerra hasta que yo vaya y
haga el sacrificio». Saúl esperó y esperó. Pero ya estaba impaciente, así que dio inicio a la guerra.
Enseguida llegó Samuel y le dijo: «Actuaste locamente; desobedeciste la palabra de Dios». Uno podría
razonar: «¡Pero si no fue tan grave…! » Sí, fue muy grave. Cuando Dios dice «No inicies», ¡entonces no
se debe iniciar, aun cuando venga el enemigo y nos ataque! La obediencia es un asunto muy
importante.
El pecado representa una ofensa grave contra Dios.
El pecado produce consecuencias muy serias en la vida de las personas. Dios le advirDó a Adán:
«Del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente
morirás». Y aquel día, primero Eva y después Adán, comieron y murieron. La muerte entró al mundo
a través de un hombre, a causa del pecado. Ellos no murieron `sica o psicológicamente. La vida
biológica, psicológica, mental y emocional conDnuó, pero experimentaron la muerte espiritual.
Muerte significa separación. Comenzaron a vivir separados de Dios, desconectados de la Fuente de
vida. Se produjo una alteración total en la existencia del hombre. Y esa transformación trajo aparejada
consecuencias biológicas, psicológicas, mentales, sociales, emocionales, familiares, y de todo Dpo. Se
originó un tremendo trastorno.
El pecado abre la puerta de nuestra vida a Satanás y a los demonios. Porque pecar es hacer la
voluntad del diablo. El pecado arruina la imagen de Dios en nosotros y causa heridas en nuestro
interior.
Veamos lo que ocurrió con Adán y Eva. Ellos experimentaron un cambio tremendo. Hasta ese
momento su vida era de una manera. Pero apenas comieron, se produjo una transformación. Sus ojos
fueron abiertos y percibieron que estaban desnudos. Nunca antes lo habían notado. Estaban desnudos
y no había nadie más. El marido y la mujer pueden estar desnudos uno frente al otro en su habitación.
¡Es algo natural! Pero ahora empezaban a senDr vergüenza.
Tenían emociones negaDvas y se produjeron cambios extraños, así que decidieron hacerse
delantales con hojas de higuera. Se escondieron.
El pecado trae trastornos, un desequilibrio interior.
Imagino lo terrible que debió haber sido lo que ellos experimentaron. Porque antes de eso Adán y
Eva se encontraban en un estado de pureza y sanDdad, sin pecado.
¡Qué linda es la sanDdad! ¡Qué bueno es vivir en pureza de pensamientos y de deseos! ¡Qué
hermoso es llevar una vida santa! No hay nada mejor que ser santo. No podemos imaginar la belleza
de vivir en la total voluntad de Dios. ¡Eso sí que es plenitud!

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SIETE CAMINOS ERRÓNEOS
1 - No querer abandonar el pecado
El pecado produce temor, miedo, cobardía, senDmientos de culpa. Nos lleva a culpar a otros.
Todos hemos pecado. Sin embargo, mucha gente, una vez que peca, elige tomar el camino
equivocado. El peor camino es pecar y luego no querer abandonar el pecado.
Si uno conDnúa pecando, no existe solución posible. No hay paz, ni salvación, ni perdón. No hay
cura cuando no se desea abandonar el pecado.
Recuerdo que en cierta ocasión un psiquiatra de uno de los principales hospitales psiquiátricos de
ArgenDna envió a mi casa a una de sus pacientes. Anteriormente ya me había mandado otra mujer a
la que había podido ayudar. También era su paciente y había encontrado una mejora extraordinaria
en Jesús. Entonces ese psiquiatra me derivó a esta otra paciente, que era viuda de un médico. Siendo
una mujer joven, su marido había muerto. Vino en varias ocasiones a mi casa para que yo le diera la
Palabra y orara. Sin embargo, no mejoraba. Yo oraba, pero no sucedía nada. Le enseñaba, le predicaba,
le reprendía demonios, y ella conDnuaba igual. Finalmente, la cuarta vez que se presentó, abrió su
corazón. Estaba saliendo con un hombre casado. La mujer era viuda, pero el hombre estaba casado y
tenía hijos. Ella no lograba dormir de noche, y tomaba pasDllas para poder conciliar el sueño.
Finalmente habíamos llegado a la causa que producía su insomnio. La mujer y el hombre planeaban
que él dejara a su esposa para irse con ella. «¿Qué puedo decirte?», le respondí. «Esto es pecado.
Estás equivocada. Van a hacer algo contrario a la voluntad de Dios». La mujer me dijo entonces: «Yo
amo a ese hombre y no lo voy a dejar».
Entonces le contesté: «Desgraciadamente no puedo hacer nada. No te puedo ayudar. No soy
psiquiatra, ni psicólogo, ni médico: soy un siervo de Dios. Solo puedo transmiDrte la palabra de Dios.
Si decides dejar a ese hombre, arrepenDrte de tus pecados, y entregarle tu vida a Jesús, eres
bienvenida. Si no, por favor no pierdas tu Dempo. No podemos hacer nada por aquel que no quiere
abandonar el pecado».
Dios no Dene una solución para el que elige no abandonar el pecado. Es necesario arrepenDrse y
renunciar al pecado.

2 - Esconder el pecado
Se trata de una reacción natural del hombre, causada por su orgullo. Brota casi insDnDvamente.
La podemos observar en los casos de Adán y Eva, Caín, Acán, David, y Ananías y Safira.
Cuando Adán y Eva se dieron cuenta de que Dios se aproximaba, se escondieron de él. Y de ahí en
más, todos los que pecamos nos escondemos. No queremos mostrar nuestra miseria. Tratamos de
aparentar ante los demás. Pretendemos ser mejores de lo que en realidad somos. La humanidad vive
disfrazada. ¡Sin Dios es así!
Dios le preguntó al hombre: «¿Dónde estás?». Adán respondió: «Oí tu voz y me escondí porque
estaba desnudo». Antes de eso se encontraba desnudo y no se escondía. «¿Has comido del árbol del
que yo te mandé que no comieses?».
Del mismo modo en que actuó Adán, obramos todos. Él no le respondió al Señor: «Dios,
perdóname. ¡Qué locura he comeDdo! Te desobedecí».
Las Escrituras declaran:
El que encubre sus pecados no prosperará; Mas el que los confiesa y se aparta alcanzará
misericordia. (Proverbios 28:13)

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Hay crisDanos que guardan cosas ocultas en ciertos ámbitos de su vida. Eso les causa muchos
trastornos. Trastornos espirituales, mentales y hasta `sicos.
El rey David es un ejemplo de los que estamos diciendo. Él reconoció:
Mientras callé, se envejecieron mis huesos En mi gemir todo el día. Porque de día y de noche
se agravó sobre mí tu mano; Se volvió mi verdor en sequedades de verano. (Salmo 32:3–4)
David había pecado. Dios conocía su pecado. Pero los que lo rodeaban no. Por eso hizo esa
declaración. En tanto permaneció en silencio ocultando su pecado, esquivando confesarlo, gimió en
su interior. Aunque había caído, David tenía la conciencia sensible. Y esa conciencia lo molestaba, lo
redargüía. Se senqa muy mal por dentro. Su gemido interior era indicio del gran conflicto por el que
atravesaba. Esa angusDa le acarreó problemas `sicos: «Mientras callé, se envejecieron mis huesos». El
mal aun entró en sus huesos.
Tan profundamente sufría su silencio y falta de confesión que hasta su salud se quebrantó.
Cuando David por fin confesó su pecado, expresó confiadamente: Hazme oír gozo y alegría, y se
recrearán los huesos que has aba9do. (Salmo 51:8)
SanDago señala en su epístola el procedimiento a seguir cuando un hermano enferma:
¿Está alguno enfermo entre vosotros? Llame a los ancianos de la iglesia, y oren por él,
ungiéndole con aceite en el nombre del Señor. Y la oración de fe salvará al enfermo, y el Señor
lo levantará; y si hubiere come9do pecados, le serán perdonados. Confesaos vuestras ofensas
unos a otros, y orad unos por otros, para que seáis sanados. (SanDago 5:14–16)
Dios conoce nuestra vida, nuestros pensamientos, nuestras acDtudes. No hay rincón del mundo
donde podamos pecar sin ser vistos. Todo está desnudo ante el Señor. ¿De quién nos esconderemos?
¿A dónde huir? Dios ve todas nuestras acciones.
¿Hay pecados ocultos en la vida? El remedio es sencillo: Confesión. Confesar es expresar
claramente en palabras la falta comeDda. No es pedir perdón; eso viene después. Primero es necesario
confesar, reconocer a través de una manifestación verbal que se pecó y señalar en qué consiste ese
pecado. Es preciso confesar a Dios y a los hermanos. Abrir el corazón al pastor o a quien sea el guía
espiritual y pedir oración para que haya liberación y victoria. Nunca cerrarse y ocultar. Porque todo
aspecto de la vida que permanece en Dnieblas es territorio de Satanás, desde donde él puede operar
destrucDvamente sobre la vida.
En cierta oportunidad, durante un reDro espiritual, una joven crisDana se acercó a pedir oración.
Desde mucho Dempo atrás tenía una opresión en el pecho. Se senqa turbada y deseaba que orara por
ella para que fuera liberada, pues pensaba que podría haber ataduras satánicas. Por diez minutos
reprendí al demonio sin que nada sucediera. Me detuve y le pregunté a la muchacha: «¿Hay algún
pecado oculto en tu vida?». Me respondió que no. Pero los temblores aumentaron. Pocos instantes
después, mientras conDnuábamos orando, cayó quebrantada y dijo que tenía un pecado que confesar.
Había comeDdo fornicación siendo crisDana y acDva en la obra. Y no solo una vez, sino muchas. Cuando
abrió su corazón y confesó, oramos por ella e inmediatamente fue liberada de su opresión interior.
Recuerdo mi propia experiencia. A los veinte o veinDún años el Señor me mostró que debía
confesar mis pecados. De niño, en reiteradas oportunidades había robado dinero a mis padres. El
Espíritu de Dios me impulsaba a confesarlo. Luché interiormente por hacerlo durante dieciocho meses.
Pero no me atrevía. Me daba mucha vergüenza. Mis padres habían depositado en mí su confianza.
Siendo niño yo tenía acceso a la caja del negocio que tenía mi padre en sociedad con dos qos. ¡Cuántos
trastornos interiores experimenté durante ese período! «Mientras callé, se envejecieron mis huesos»,
había dicho David. En mi caso no fueron los huesos sino el sistema respiratorio. Mis pulmones se

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cargaban de flemas durante la mayor parte del invierno y también en otras épocas del año. Y aquella
bronquiDs se transformó en asma. Cuando finalmente confesé y pedí que oraran por mi sanidad. Luego
de tres días, no quedaba una sola flema en mi pecho. Dejé las inyecciones que me estaba aplicando y
Dré todos los remedios. ¡Nunca más los precisé! El Señor me había sanado.
Cuando el conflicto interno se saca a la luz, viene el alivio a todo el cuerpo. El organismo humano
no fue diseñado para vivir en tensión o bajo presión. Está hecho para exisDr en paz.

3 - No asumir la responsabilidad de nuestros actos


Dios le preguntó a Adán: «¿Has comido del árbol de que yo te mandé no comieses?» Él no le
respondió diciendo: «Dios perdóname, comeq una locura, te desobedecí. Señor, soy responsable de
mi pecado». ¡No!
¿Cuál fue su respuesta? «La mujer que me diste por compañera me dio del árbol y yo comí». ¡El
viejo y equivocado camino! No asumir nuestra responsabilidad.
Yo pequé, pero fue culpa de mi esposa y un poco de Dios, pues ella es «la mujer que me diste».
«Ella tomó el fruto y lo acercó a mi boca y yo no sé qué sucedió, mi boca se abrió sin querer, y mis
dientes se cerraron solitos y comenzaron a masDcar. Yo no sé qué pasó con mi garganta». Eso es
trasladar la responsabilidad a otros, es culpar a los demás de nuestros pecados.
Un marido dice: «Yo comeq una falta, pero fue por culpa de mi esposa, ella me provocó. La culpa
es de ella porque me insultó».
Una mujer señala: «Yo adulteré porque mi marido es un hombre muy duro, no me trata con cariño,
siempre actúa groseramente. Entonces, yo senq la necesidad de que un hombre me abrazara, me
amara. Sí, pequé, comeq adulterio, pero la culpa es de mi marido».
Dios le preguntó a la mujer: «¿Qué es lo que has hecho?» Y la mujer le respondió: «La serpiente
me engañó, y comí». Ella culpó a la serpiente. ¡Nadie asume su responsabilidad! ¡La culpa es toda del
diablo! «Yo pequé por culpa del diablo, él me tentó y yo comí, me engañó».
Aunque hayamos sido engañados, de todos modos somos responsables. ¿Por qué fue engañada
Eva? Por mantener una conversación con el diablo. Fue engañada por no creer que lo que Dios le había
dicho era verdad. Por oír otra voz, otro criterio, otro razonamiento, otra palabra. Por dudar de Dios.
Existe un solo camino para llegar al arrepenDmiento: asumir nuestra responsabilidad. Si el otro
también peca, eso no me jusDfica de ningún modo. Cada uno debe asumir su propia responsabilidad.
Pensemos en José, el hijo de Jacob. Él fue hasta donde estaban sus hermanos a llevarles comida
de parte de su padre. Ellos primero lo quisieron matar, después lo Draron a un pozo y luego lo
vendieron a los ismaelitas. José fue llevado a Egipto y vendido a PoDfar. Comenzó a trabajar como
esclavo pero progresó rápidamente y se convirDó en el administrador de la casa de PoDfar. Sucedió
que la esposa de su amo se enamoró de José y todos los días le insisqa: «Ven, acuéstate conmigo». Él
le respondía: «No, tú eres una mujer casada y yo sé cuál es la voluntad de Dios para mí. No me voy a
acostar conDgo». Eso ocurrió un día, dos, tres… ¡Todos los días lo acosaba! José era joven. A parDr de
los diecisiete años se encontró lejos de la casa de sus padres. No había un pastor cerca. Ni su padre,
ni su familia. Solo una mujer que todos los días lo tentaba a acostase con ella. ¿Quién puede soportar
algo así? Cualquiera que desea hacer la voluntad de Dios y afirma su corazón en él.
Cierto día la esposa de PoDfar, después de mucho acoso sexual, intentó violarlo. Lo tomó de su
capa y lo forzó a acostarse con ella. José se quitó la capa que tenía puesta ¡y huyó sin pecar!
Este ejemplo me ha bendecido desde que era un muchacho hasta el día de hoy. Yo escribí en mi
Biblia: ¡Bravo José!
Uno Dene que admirar a los santos. ¡Bravo José! Él no pecó porque sabía que Dios estaba con él.
Si José hubiera pecado, en esas circunstancias podría encontrar todo Dpo de excusas que jusDficaran

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su conducta: que era joven, que se encontraba lejos de su hogar, que sufría la soledad, que la mujer
había sido muy insistente, que ella lo forzó… José no era de plásDco, era de carne. Cuando una mujer
abraza, o fuerza a un hombre, sabemos lo que sucede. José podría haber suavizado su responsabilidad
diciendo: «Intenté no pecar, pero una vez excitado no puedo resisDr y caí». Sin embargo no lo hizo,
huyó y no pecó.
Es importante asumir nuestra responsabilidad y no jusDficar ninguna acción. Puede haber
tentaciones; algunas de ellas muy grandes. Pero la Biblia dice que Dios no nos da más de lo que
podemos soportar. Juntamente con la tentación, él da la salida. Nosotros también podemos huir.
Tomás de Aquino era un hombre que tenía una conducta santa. Él vivió en el siglo XI. Un día sus
amigos (o enemigos) para tentarlo contrataron una prosDtuta y la colocaron desnuda en el cuarto de
Santo Tomás. Cuando más tarde él entró a su cuarto y encendió la lámpara, al ver a la mujer desnuda
ofreciéndose, Tomás inmediatamente se quitó el cinturón, abrió la puerta y la echó a los cinturonazos.
La mujer huyó desnuda y despavorido. ¡Perfecto! Así se debe hacer. A la tentación se la debe vencer
de entrada y enérgicamente.

4 - Justificar el pecado
A través de largas explicaciones acerca de las circunstancias que rodearon un hecho, o sobre los
factores que influyeron, se busca en definiDva que el pecado comeDdo aparezca como inevitable o
por causas ajenas a la propia voluntad. Un claro ejemplo es el caso de Saúl cuando ofrece el sacrificio
en desobediencia a la palabra del profeta (véase 1 Samuel 13:8–13) y luego pretende jusDficarse.
Otros intentan demostrar que en realidad aquello que han hecho (o desean hacer) no es
pecaminoso sino lícito. Argumentan e ilustran con diferentes ejemplos (que muchas veces no vienen
al caso). O explican que ciertos pasajes de las Escrituras Denen que ver con la cultura de su época y no
manDenen vigencia hoy. A la luz de las leyes del país o de las costumbres de determinada sociedad,
defienden ciertas conductas como aceptables.
Es preciso admiDr como pecado todo lo que Dios llama pecado. La evolución de la humanidad y el
transcurrir de los siglos no modifican la Palabra ni los principios de Dios. JusDficar el pecado solo trae
confusión a la mente y deterioro de la vida espiritual.

5 - Racionalizar el pecado
Freud, padre del psicoanálisis, sosDene que el senDmiento de culpa está condicionado por la
religión. Al eliminar la religión se suprime el senDmiento de culpa. No considera al pecado como algo
real y existente en sí, sino como causado por la religión cuando condena ciertas conductas.
Lo cierto es que muchos ven aumentar sus perturbaciones y conflictos psicológicos al eliminar la
religión de su vida.
Como crisDanos, es muy peligroso adherir a corrientes de pensamiento como esta, que muchas
veces logran cauterizar la conciencia. Aunque la conciencia no moleste, los efectos devastadores del
pecado se dejan ver a corto plazo. Hay quienes se sienten crisDanos de avanzada y sonríen
burlonamente ante la mención de la palabra pecado. Poco a poco pierden el temor de Dios, y no tardan
en caer en los lazos del diablo. Antes de que se den cuenta han naufragado en la fe (véase 1 Timoteo
1:19). Es preciso rechazar esta filoso`a de vida.

6 – Evadirse de la realidad
Muchos se llenan de acDvidades, programas diversos y entretenimientos para escapar de su
conflicDva realidad interior. Procuran no dejar «huecos» en su Dempo. Se aturden para no pensar. No

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quieren enfrentarse consigo mismos en la reflexión y la pausa porque temen encontrar lo que saben
que está allí, en lo más recóndito de su ser.
Algunos hasta huyen a través de las drogas y el alcohol.
De nada sirve ignorar el pecado, hacer como si no exisDera. Uno puede esquivarlo por años, pero
cuando haga una mirada introspecDva, lo encontrará esperando ser solucionado. Entre tanto, la vida
interior se habrá deteriorado, o cuando menos, estancado. Es preciso enfrentar la realidad y solucionar
el pecado a través de la confesión y el arrepenDmiento.

7 - Atacar los efectos sin solucionar las causas


Hoy vemos que muchas personas recurren a los psicofármacos para aplacar su angusDa interior.
No hay tranquilizante que devuelva la paz y el equilibrio perdidos. Puede actuar sobre nuestro sistema
nervioso y «entontecernos» un poco, lo que trae un pequeño alivio. Pero pasado el efecto, vuelve la
depresión, la tristeza, a veces la desesperación. Y el estado de intranquilidad interior se agudiza más.
En lugar de atacar los efectos, se deben buscar las causas internas. Y si se trata de pecado, seguir el
procedimiento indicado, porque mientras no se solucione, los efectos persisDrán.

EL CAMINO INDICADO POR DIOS

Asumir nuestra responsabilidad, abandonar el pecado y confesarlo


Bienaventurado aquel cuya transgresión ha sido perdonada, y cubierto su pecado.
Bienaventurado el hombre a quien Jehová no culpa de iniquidad, y en cuyo espíritu no hay
engaño. (Salmo 32:1–2)
Mi pecado te declaré, y no encubrí mi iniquidad. Dije: Confesaré mis transgresiones a
Jehová; Y tú perdonaste la maldad de mi pecado. (Salmo 32:5)
Porque primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por nuestros
pecados, conforme a las Escrituras. (1 CorinDos 15:3)
En resumen, lo indicado por el Señor es confesar y apartarse del pecado.
Confesar es lo opuesto de ocultar, transferir a otros, jusDficar o racionalizar el pecado. Es ponerse
en luz, decir la verdad, asumir la responsabilidad de los propios actos.
Se debe confesar a Dios, a quienes se haya ofendido y también los unos a los otros (véase SanDago
5:14–16).
Hay algunos que abandonan el pecado pero nunca lo confiesan. La Biblia dice en Proverbios 28:13:
«El que encubre sus pecados no prosperará; mas el que los confiesa y se aparta alcanzará
misericordia».
En este texto se mencionan dos posibilidades: Una es encubrir los pecados; la otra, confesarlos y
apartarse de ellos. Cuando ocultamos el pecado el problema subsiste. Necesitamos abrir el corazón y
confesar con arrepenDmiento lo que hemos hecho. ¿A quién podemos ocultarle nuestros pecados?
¡Es imposible ocultárselos a Dios! Él lo ve todo. Ocultamos nuestro pecado de las demás personas, de
nuestros padres, de nuestro marido, de nuestra esposa, de los hijos, del pastor, de los hermanos.
Caín mató a su hermano imaginando que nadie se enteraría. Los padres no lo sabían; pero Dios
había visto todo. Y le preguntó: «Caín, dónde está tu hermano?». Él respondió: «No sé. ¿Soy yo acaso
guarda de mi hermano?». Y Dios le dijo: «La voz de la sangre de tu hermano clama a mí desde la
Derra». No podemos ocultarle nuestro pecado a Dios, es una tontería pretender hacerlo.
David comeDó un pecado muy grave. Adulteró con Betsabé y, cuando supo que ella estaba
embarazada, ordenó que enviasen a su marido al frente de la batalla para que muriera en la guerra.
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David se puso sus vesDduras reales y su corona, y siguió gobernando como si nada hubiera ocurrido.
¿De quién encubrió sus pecados? No de Dios sino de los hombres. Externamente todo parecía igual,
pero en el Salmo 32:3 declara: «Mientras callé, se envejecieron mis huesos en mi gemir todo el día».
Eso es lo que produce el ocultar el pecado: perdemos la paz; solo quedan el dolor, el sufrimiento, los
gemidos. Y hasta nos enfermamos `sicamente.
Muchos creyentes Denen una acDtud demasiado liviana ante el pecado. No toman en serio la vida
crisDana y su sumisión al Señorío de Cristo. Pecan y nunca se arrepienten ni confiesan sus pecados.
Dios perdona nuestros pecados por la muerte de Jesús a nuestro favor. Pero para ser perdonados
tenemos que arrepenDrnos y confesar nuestras faltas.
Apartarse del pecado significa tomar la firme determinación de no seguir andando por el camino
del mal. Una cosa es caer en una ocasión y otra es vivir en estado de pecado. Debemos renunciar
definiDvamente a un esDlo de vida pecaminoso.
Pecado no es solo adulterar, fornicar, robar, matar. Pecar es hacer nuestra propia voluntad cuando
contraría la voluntad del Padre. Esa es la naturaleza del pecado.
El Señor quiere que examinemos nuestro corazón. O mejor aún, que le digamos como el salmista:
«Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón … y ve si hay en mí camino de perversidad» (Salmo 139:23–
24). Ve si hay en mí una acDtud desobediente, de rebeldía. Quiero dejar de hacer mi propia
voluntad.¡Examíname, oh Dios y ve si hay pecados ocultos, no confesados!
Si necesitas el perdón de Dios por algún pecado específico, si necesitas ser lavado por la sangre de
Jesús, él está cerca de D. Su Palabra dice en 1 Juan 1:9: «Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y
justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad».
Confesémosle a él todo pecado. Oremos como David (Salmo 51): «Ten piedad de mí, oh Dios,
conforme a tu misericordia; conforme a la mul9tud de tus piedades borra mis rebeliones. Lávame más
y más de mi maldad y límpiame de mi pecado. Porque yo reconozco mis rebeliones, y mi pecado está
siempre delante de mí. Contra 9, contra 9 solo he pecado, y he hecho lo malo delante de tus ojos …
Puri\came con hisopo, y seré limpio; lávame, y seré más blanco que la nieve … Crea en mí, oh Dios, un
corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí … Vuélveme el gozo de tu salvación».
«Si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo
su Hijo nos limpia de todo pecado. Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros
mismos, y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para
perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad» (1 Juan 1:7–9).
Gracias Jesús por tu Palabra, gracias por tu Espíritu Santo, por tu muerte, por tu sangre derramada
para el perdón de mis pecados. Puri`canos Señor. Límpianos. Lávanos. Quita de mi toda maldad.
Amén.1

1
Virginia HimiDan de Griffioen, «PRÓLOGO A LA VERSIÓN AMPLIADA», en Sanos por la Palabra
(Buenos Aires, ArgenDna: Editorial Logos, 2010), 33–54.
9

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