Después Del Océano - Belen Martínez
Después Del Océano - Belen Martínez
Después Del Océano - Belen Martínez
ISBN: 978-84-19413-16-1
Yosa Buson.
ANTES DE LAS OLAS
11 de marzo de 2011
LA CHICA QUE
NO SE AHOGÓ
NANAMI TENDO
7 de abril de 2016
—Ten. Un regalo.
Dejo caer la revista sobre el pupitre de Arashi Koga. Él,
que está colocando su mochila en el respaldo de su silla, se
sobresalta y pasea la mirada de mis brazos cruzados a lo
que ahora reposa sobre su mesa.
Por su rostro cruza toda la gama de colores que la piel
humana puede mostrar.
—¿Qué… qué haces? —farfulla, antes de cubrir la portada
de la revista con sus manos abiertas. No se da cuenta, pero
entre sus dedos asoman un pecho desnudo y una larga
pierna—. No puedes traer esto aquí.
—Bueno —le contesto, mientras me siento con
tranquilidad en mi silla y me vuelvo hacia él—. Parecías
interesado ayer con la lectura.
Frunce el ceño y enrolla la publicación con torpeza. Me
da la espalda para meterla a toda prisa en su mochila.
—Yo no… —Aprieta los dientes y empuja con fuerza la
revista hacia el interior.
Pero hay tantos libros, tantos cuadernos y tiene tanta
prisa por ocultarla que, de pronto, la cremallera cede, la
mochila se abre por completo, y todo su contenido queda
esparcido en el suelo. El sonido se superpone a todo lo
demás y llama la atención de una decena de caras, que se
vuelven hacia nosotros.
Arashi parece estar a punto de desmayarse o de entrar en
combustión espontánea, su cara no parece ponerse de
acuerdo, porque manchas blancas y carmesíes le cubren
todo el rostro. Mientras farfulla entrecortadamente un
Gomenasai sin mirar a nadie, apila todo y deja la revista la
última en el montón, que se afana en meter de nuevo en la
mochila.
Estoy a punto de darle la espalda y girarme en mi asiento,
satisfecha, cuando veo que dos figuras se acercan. Son dos
chicos de la clase que se sientan justo en el extremo
opuesto. Ellos fueron los que recibieron varias advertencias
del profesor Nagano después de mí, porque no dejaron de
cuchichear y reírse durante gran parte de la mañana.
Ahora, de nuevo, se miran y dejan escapar un par de
risitas mientras se acercan a Arashi. De soslayo, puedo ver
cómo todo el cuerpo del chico se tensa. Desde sus grandes
manos, que se crispan apoyadas en los libros, hasta su
largo cuello, que se encoge y se hunde entre los hombros.
Arashi es altísimo, pero se pliega como una hoja de papel
hasta convertirse en una décima parte de sí.
—Koga-kun, ¿qué te pasa? Pareces nervioso —dice uno de
los chicos mientras se acuclilla a su lado.
—Déjanos ayudarte.
La boca se me seca cuando veo cómo le quitan solo unos
pocos libros a propósito y lo dejan con la revista entre las
manos.
La boca se me seca y, de pronto, me siento flotar.
Parpadeo mientras Arashi masculla algo que no logro oír y
su cara se transforma. Su expresión es idéntica a la de
Amane cada vez que Kaito se acercaba. Hombros hundidos,
piernas muy juntas, mirada esquiva.
Clavo la vista en la maldita revista.
Qué he hecho.
—Vaya, no sabía que te gustaba este tipo de cosas.
—N-no… no es así, Daigo —contesta Arashi a toda prisa.
Le da la vuelta a la publicación, pero las imágenes que
muestra la contraportada son todavía más explícitas.
—Ah, ¿no? —El otro chico ladea la cabeza y se cruza de
brazos, pensativo—. Entonces, ¿qué es lo que te gusta?
—Sí, ¿qué te gusta? —Daigo se inclina tanto hacia él que
Arashi clava la espalda en la pared y veo cómo su nuez se
mueve de arriba abajo. Abre la boca, veo cómo desliza la
lengua entre los labios, pero ninguna palabra brota de su
garganta—. A Nakamura y a mí nos gustaría saberlo. Es un
misterio que queremos descubrir.
La piel se me eriza. Llevo años sin recordar a Amane, y no
es justo que la resucite de nuevo, que la recuerde en
Arashi, pequeña y asustada, sintiéndose desprotegida,
cuando ella estaba llena de naturaleza y energía, cuando
parecía un sol de verano, aunque estuviéramos en un frío y
gris día de invierno. Casi puedo imaginármela a mi lado,
observándome con el ceño fruncido.
Parpadeo.
No sé si me la imagino o si realmente la figura que veo a
mi lado es ella. Parece tan real que estoy segura de que
podría sentir el tacto de su piel si alargase un poco la
mano.
Me pongo en pie con brusquedad y mis ojos caen hacia
Daigo y Nakamura. La silla traquetea detrás de mí y eso
atrae su atención. La garganta me quema, tengo ganas de
gritar, pero en el momento en que separo los labios, una
voz me interrumpe y la figura que veo a mi lado desaparece
de golpe.
—Perdonad, pero esto es mío.
Los cuatro nos volvemos hacia la chica rubia con acento
extraño que conocí ayer, la que tiene un nombre que no
recuerdo y que no me esforcé por aprender. Al fin y al cabo,
desde que la puse en evidencia a primera hora ante el
profesor Nagano por el color de su pelo, no había dejado de
observarme a hurtadillas, con los labios apretados. No la
culpo, yo también lo habría hecho.
Sin añadir ni una palabra más, aparta a Daigo y a
Nakamura y le arrebata la revista a Arashi. Él se queda
paralizado, con la boca abierta y las manos todavía
extendidas.
—Oh, jièkǒu* —musita, como para sí misma.
Hurga en el bolsillo de la chaqueta del uniforme y extrae
cinco monedas de cien yenes que deja sobre las manos
todavía abiertas de Arashi. Sonríe, pero como nadie se
mueve, aprieta la revista contra su pecho y pregunta:
—¿Hay algún problema?
Daigo y Nakamura resoplan, pero se marchan hacia su
asiento tras lanzarle una mirada a Arashi que parece
contener una advertencia. La chica rubia permanece
quieta, observándolos con las cejas arqueadas, confundida.
Sin embargo, cuando los ve ocupar su asiento, suspira y
baja la revista.
—Deberías tener cuidado con las cosas que traes, Arashi
—musita.
Él tendría que decir que la revista no es suya, que la he
traído yo con el simple objetivo de incomodarlo, pero lo
único que hace es lanzarme una mirada rápida.
—Gracias, Li Yan —murmura.
El estómago me ruge, pero no porque no haya
desayunado.
Antes de que la chica pueda contestar, llega un chico
bajito que prácticamente se abalanza sobre Arashi. El
mismo que ayer hablaba a voces y reía sin control. En este
caso sí recuerdo su nombre, era mucho más común:
Kentaro Harada.
—¿Qué querían esos idiotas? —pregunta, con el ceño
fruncido y los puños apretados.
—Si llegases temprano por una vez, te enterarías y no
tendríamos que contarte todo después, como siempre —
dice Li Yan, sacudiendo la revista como la regla que agita el
profesor Nagano al hablar—. ¿Sabes que estas dos semanas
nos toca limpiar la clase juntos? Tendrías que haber estado
aquí hace media hora. He tenido que encargarme de todo.
Pero él no la escucha, sus ojos se han clavado en la
revista, y en el momento en que Li Yan deja de sacudirla,
aprovecha para arrebatársela. Mira con los ojos muy
abiertos la portada.
—Guau, ¿es tuya? ¿Me la dejas?
Ella pone los ojos en blanco y se sacude la chaqueta como
si un nido de insectos se le hubiera posado encima.
—Tyhmä** —dice, antes de darle la espalda. Su melena
rubia ondea tras ella, majestuosa—. Quédatela, si quieres.
Es denigrante.
Pasa a mi lado y solo me dedica un vistazo antes de
dirigirse a su sitio, un par de filas por delante del mío.
Harada solo tiene ojos para las mujeres exuberantes,
aunque no tiene más remedio que esconder la revista bajo
la chaqueta del uniforme cuando el profesor Nagano cruza
la puerta y nos ordena con una mirada que nos sentemos.
Yo me quedo de pie, con el estómago todavía retorcido.
Casi me duele. Siento una presencia a mi espalda, pero no
se trata de Arashi. Un perfume conocido, que creía haber
olvidado, flota hacia mí.
«Tú no eres así, Nami», susurra una voz.
La reconozco.
Yoko-san.
Vuelvo la cabeza, con el aire atascado en los pulmones,
pero solo veo a Arashi cabizbajo. Tiene las mejillas todavía
rojas.
—Tendo.
Vuelvo a la realidad de golpe al escuchar mi apellido, y
veo al profesor de pie frente a su mesa, con una mirada
interrogativa. Pero no está solo. A su lado, de menor
estatura, con unos pantalones alegres y una blusa blanca,
una mujer me observa con cierta decepción. Sus brazos
están cruzados. Es mi antigua profesora de Miako, la
profesora Hanon.
Parpadeo y ella desaparece.
—¿Quiere decir algo?
Debería.
Pero, sin embargo, sacudo la cabeza y me siento con
rapidez, arrancando un par de miradas y alguna que otra
sonrisilla. A hurtadillas, observo a mi alrededor, pero no
vuelvo a ver a nadie que no deba estar aquí.
Que no puede estar aquí.
Porque las tres murieron en Miako, hace más de cinco
años.
* Jièkǒu: Disculpa (traducido del chino simplificado).
** Tyhmä: Imbécil (traducido del finés).
PRIMERA OLA
7 de abril de 2010
FANTASMAS
LO QUE
REALMENTE
OCURRIÓ
1 de agosto de 2016
SOMOS AGUA
Y RECUERDOS
AMANE Y KAITO
9 de septiembre de 2016
EL CAMÍNO DE REGRESO
CONEXIÓN
5 de diciembre de 2016
Yo me apresuro a contestar.
–¿L oAjusto
llevas todo?
las asas de la mochila a mi espalda e intento
esbozar una sonrisa luminosa. Es difícil por culpa de las
náuseas del almuerzo que me he obligado a tragarme para
aparentar normalidad.
—Sí, solo van a ser dos días —contesto. Me obligo a no
vacilar ante la mirada de mi padre, que me observa
dubitativo desde la entrada de casa, recién llegado del
trabajo. Taiga está cerca del sofá, con los brazos cruzados y
el ceño un poco fruncido. Yemon se encuentra entre los
dos, sentado, con su cola barriendo el suelo. Casi parecen
un muro que debo sortear.
—Todavía no sé si es buena idea que te marches a Niigata
—masculla mi padre, mientras se lleva una mano a la nuca.
—Pero le prometí a Mizu que iría. Además, hablaste con
ella, ¿no? Allí no han sufrido daños; el plan de esquí sigue
en pie —replico, con prisa.
Después de lo que ha hecho Mizu por mí, de cómo mintió
para cubrirme cuando mi padre, tras el terremoto, exigió
hablar con ella, debo comprarle un regalo con todo el
dinero ahorrado del 7Eleven, y aun así no sería suficiente.
—Está bien, está bien. Pero avísame cuando llegues, ¿de
acuerdo? Y no te olvides de entregarle el regalo a sus
padres —dice, con un suspiro que suena a derrota. Yo
asiento con energía y levanto la bolsa de papel de la que
asoma una caja envuelta con un papel dorado—. Disfruta
mucho. Yo cuidaré de Yemon.
Como si lo hubiera oído, el gato deja escapar un largo
maullido y se levanta para alejarse de nosotros con pasos
elegantes y calculados.
Le doy un abrazo rápido y me acerco a mi hermano para
darle otro. Cuando mis brazos lo envuelven, lo siento
delgado, frágil, pero no tengo la sensación de que lo vaya a
romper, como sí sentía poco antes de que él decidiera
encerrarse en su habitación.
—Espero que sepas lo que estás haciendo —me murmura
al oído.
Un escalofrío me sobresalta, pero no dejo que mis brazos
lo suelten.
—No sé de qué me estás hablando. Solo voy a…
—Te conozco, Nami, aunque hayamos estado más de tres
años separados por una pared —me interrumpe él, serio,
pero sin hostilidad. Sus brazos se apartan de los míos poco
a poco—. Ten cuidado, ¿vale? Ten mucho cuidado.
—Claro que sí. No sé esquiar, así que no pisaré las pistas
peligrosas —le contesto con ligereza, aunque mis ojos
vuelan lejos de los suyos.
Taiga aprieta un poco los labios, pero alza una mano para
revolverme el pelo, como cuando era pequeña.
—Recuerda que yo también estuve en Miako ese día —
murmura, antes de separarse de golpe de mí.
—¿Qué? —musito.
Me quedo paralizada, sin fuerzas. Casi parece que no
puedo sostener el regalo para los padres de Mizu.
—¿Nami? ¿No vas un poco justa de tiempo? El autobús…
La voz de mi padre me hace reaccionar. Me doy la vuelta
en redondo y me dirijo a toda prisa hacia la puerta sin
mirar atrás, porque siento terror de que Taiga pueda decir
algo más. Me pongo las zapatillas de deporte a toda prisa,
el abrigo y la bufanda.
—Mata ne, Nami —se despide mi padre.
Con un pie fuera de casa y la mano quieta sobre el
picaporte, vacilo durante un instante, antes de musitar:
—Sayonara.
Cierro la puerta de golpe y en vez de esperar el ascensor,
bajo las escaleras corriendo. Cuando llego a la calle no me
detengo y sigo con paso acelerado varios minutos más,
hasta arribar al punto acordado, en un pequeño
aparcamiento donde ya hay algunas figuras apelotonadas,
cargadas con mochilas, que se giran al escuchar mis pasos.
—¡Llegas tarde! —exclama Harada.
Empiezo a farfullar una disculpa, pero las palabras se
extinguen de mis labios cuando todos se apartan y puedo
ver el vehículo tras ellos. Es una furgoneta, sí, pero no es
exactamente como me había imaginado. Es cuadrada y
blanca, o al menos en parte, si ignorara los arañazos y las
abolladuras. En el interior hay sitio solo para cinco, porque
la parte de atrás está repleta de útiles de la construcción.
Las ruedas son delgadas, parecen demasiado frágiles para
soportar esa estructura tan enorme y destartalada. Estoy
segura de que este vehículo es mucho más viejo que yo.
—¿De qué año es ese cacharro? —Ese es mi saludo.
Masaru, con una sonrisa divertida dibujada en sus labios,
me guiña un ojo.
—De principios de los noventa.
—¿Hay algún problema? —añade Kaito, mientras se
acerca a mí con un par de zancadas.
Estoy a punto de replicar con su misma brusquedad, pero
una figura más alta que nosotros se coloca entre los dos,
con los brazos algo alzados.
—Los noventa fueron una época estupenda —dice Arashi,
con una sonrisa nerviosa tirando de sus rasgos. Sus ojos se
deslizan hasta la furgoneta y su mueca se tensa un poco—.
Estoy seguro de que en esos años se construían coches
muy… robustos.
Masaru suelta una pequeña carcajada y se acerca a
nosotros. Coloca una mano en el hombro de Kaito y tira de
él para apartarlo.
—No te preocupes, aguantará todo el viaje —dice, sin una
sombra de duda en sus ojos.
Soporto su mirada un instante más antes de soltar un
pequeño suspiro. No sé qué le habrá contado Kaito sobre el
viaje, pero él está aquí, no va a pasar el fin de año con su
familia y es mi última oportunidad para llegar a Miako.
—Tienes razón, lo siento mucho. —Me afianzo las tiras de
la mochila sobre la espalda y me dirijo a la furgoneta—. No
sabes cuánto te agradezco que estés aquí. Sé que no son
buenas fechas.
—Para Kaito eres muy importante, así que también lo eres
para mí —contesta él, antes de encogerse de hombros.
Dirijo una mirada sorprendida hacia el aludido, que
sacude la cabeza y se aleja con rapidez de nosotros,
farfullando como un viejo malhumorado. Sin añadir
palabra, se apresura a tirar, más que a colocar, las mochilas
de mis amigos que están en el suelo. Harada y Li Yan se
quejan, pero él los ignora y abre con brusquedad la puerta
de atrás. Con un solo gesto de la cabeza, les indica (más
bien, ordena bajo amenaza) que entren.
Yo me acerco para ver cómo Li Yan se aprieta contra la
ventana sucia y Harada se repantinga en el asiento. Arashi
se sube con agilidad y se pega todo lo posible a su amigo
para dejarme un espacio que de todas formas sigue siendo
demasiado pequeño. Yo me subo de un salto a la furgoneta
y me coloco de lado para poder cerrar la puerta a mi
espalda. Estoy tan pegada a Arashi, que mi pecho se hunde
en su brazo y noto cómo él se envara, pero por mucho que
quiera apartarse, es físicamente imposible.
—Si nos ve la policía, nos detendrá —comenta Li Yan, a la
vez que intenta quitarse el chaquetón en el ínfimo espacio
que tiene.
—Uno de vosotros puede agacharse en el suelo de la
furgoneta y lo cubriremos con abrigos —comenta Masaru.
Se sienta en el asiento del conductor y lo adelanta todo lo
que le permiten sus largas piernas, aunque el espacio
continua siendo insuficiente para nosotros.
—Tendrás que ser tú, Harada —dice Arashi.
—¿Qué? ¿Por qué?
—Porque eres el más bajito de todos.
—¡Se supone que eres mi mejor amigo! ¿Cómo puedes…?
La voz de Harada desaparece cuando Masaru hace girar
la llave de contacto y el motor se pone en marcha. No es un
arranque suave, la furgoneta da un salto hacia delante y el
ruido recuerda al de una bomba al explotar. Todos soltamos
un grito.
—No pasa nada. Es el motor, que todavía está frío —se
apresura a explicar Masaru.
Está a punto de meter primera, cuando de pronto veo una
sombra gris a través de la ventana sucia.
—¡Un momento! —exclamo, y abro la puerta de golpe.
Salto al aparcamiento y veo cómo se acerca a toda prisa
Yemon, con el rabo en alto.
—¿Y ahora qué pasa? —pregunta Kaito, con la cabeza
asomada por la ventanilla.
—Es Yemon, mi gato —explico, sin mirarlo. Él maúlla y
frota su cabeza contra mis piernas antes de plantarse
frente a la puerta abierta de la furgoneta—. Creo que tiene
que venir con nosotros.
—¿Estás de broma? —gime Harada—. Aquí dentro no
cabe ni una maldita mosca. Además, ¿dónde va a hacer sus
necesidades? Es un viaje que va a durar muchas horas.
—No habrá problemas con eso —me apresuro a contestar
—. Es un gato… especial.
—Pues que entre de una maldita vez, entonces —suelta
Kaito, mientras sube la ventanilla.
—¿Os habéis vuelto locos? —exclama Harada, pero todos
lo ignoran.
Como si lo hubiera entendido, Yemon salta al interior del
vehículo y se sienta sobre las piernas apretadas de Arashi.
Olisquea a Li Yan y le suelta un bufido de advertencia a
Harada, que intenta alejarse de él en vano.
Yo vuelvo a subir a la furgoneta y me aprieto contra
Arashi. Levanta un brazo, dubitativo, y me coloco bajo él. El
olor dulce de su vieja sudadera y de su piel me tranquiliza.
Y, durante un instante, olvido lo que puede pasar en menos
de veinticuatro horas.
ROAD TRIP
30 de diciembre de 2016
TSUNAMI
EL DIOS DRAGÓN
11 de marzo de 2011
Baka: idiota.
Calpis: bebida de origen japonés no carbonatada, de color
blanquecino y sabor ligeramente ácido.
Chihaya: pieza básica de la vestimenta tradicional
japonesa. Es una blusa de color blanco y mangas
holgadas, y la suelen utilizar los sacerdotes y sacerdotisas
que trabajan en los templos.
Erikae: significa literalmente «cambio de cuello». Es una
ceremonia donde la maiko, pasa a convertirse
oficialmente en geisha.
Gaijin: extranjero. Tiene una connotación negativa.
Geiko: geisha en dialecto de Kioto.
Geta: sandalias de madera lacadas en negro, con cintas de
color rojo generalmente. Solían medir hasta unos 30 cm
de altura.
Gomen: lo siento.
Gomenasai: lo siento (más formal que gomen).
Gyozas: empanadilla japonesa que puede estar rellena de
distintos ingredientes, desde carne hasta verdura.
Hakama: pantalón largo con pliegues que puede tener
distintos colores. El de las sacerdotisas suele ser rojo.
Ittekimasu: es una forma de decir: «Me voy, hasta luego».
Kami: entidades que son adoradas en el sintoísmo.
Kampai!: palabra que suele utilizarse para brindar.
Konbini: pequeños supermercados que, generalmente,
suelen estar abiertos las veinticuatro horas.
Korokke: tipo de fritura japonesa, parecida a una
croqueta, pero de mayor tamaño.
Kotatsu: similar a una mesa camilla, pero de menor altura.
Kuso!: ¡mierda!
Maikos: aprendiza de geisha.
Mata ne: es una forma de decir: «¡Hasta luego!».
Meronpan: pan dulce característico de la confitería
japonesa.
Nikuman: bollo al vapor relleno de diversos ingredientes,
aunque suele ser de carne.
Obento: fiambrera japonesa generalmente subdividida en
secciones donde se colocan distintos alimentos para
llevar.
Obi: franja ancha de tela recia que se utiliza sobre el
kimono o yukata y se ata a la espalda de diversas formas.
Ochaya: casa de té.
Ofuro: bañera japonesa que se llena de agua muy caliente.
Es más profunda que la occidental y su finalidad es más
relajante que higiénica.
Ohayô: buenos días.
Okaeri: bienvenido.
Okāsan: significa literalmente «madre». Se les llama así a
las encargadas de las okiyas que gestionan las carreras
de las maiko y de las geiko que se encuentran a su cargo.
Okiya: es una residencia donde conviven las geishas desde
que son aprendizas.
Okonomiyaki: tortilla japonesa que se cocina junto a una
gran variedad de ingredientes.
Onigiris: plato japonés que consiste en una bola de arroz
rellena o mezclada con otros ingredientes.
Sayonara: adiós. Es más definitivo que mata ne.
Shimizu Corporation: enorme compañía que existe
actualmente, y engloba arquitectos e ingenieros civiles,
entre otros.
Shinkansen: tren bala japonés. Alcanza una velocidad de
320 km/h.
Sufijo-chan: sufijo honorífico de tono afectivo elevado. Se
usa para chicas o mujeres de cualquier edad para
referirse a ellas con cariño.
Sufijo-kun: sufijo honorífico que se utiliza solo para
referirse a personas del sexo masculino, con un carácter
amistoso.
Sufijo-san: sufijo honorífico que se utiliza con personas de
mayor edad o con las que no se tiene mucha confianza. Es
un signo de respeto.
Tadaima: es una forma de decir: «Ya estoy en casa».
Takoyaki: buñuelos de pulpo.
Tayuus: nombre con el que se designaba a la más alta
clase de cortesana de Kioto. Es una figura que se
extinguió a finales del siglo XIX.
Temizuya: fuente de abluciones que se encuentra a la
entrada de los templos sintoístas.
Tōdai: es la universidad más prestigiosa de todo Japón.
Torii: estructura en forma de arco que se coloca a la
entrada de los santuarios o templos sintoístas de Japón.
Simbolizan la puerta principal al mundo espiritual.
Yakisoba: plato japonés sencillo de fideos fritos.
Yōkai: es un ser mitológico que pertenece al imaginario
cultural japonés. Abarca espíritus, fantasmas, monstruos
que cambian de forma, personas que sufren
transformaciones y animales que toman características
humanas y poderes sobrenaturales.
Yokatta na: ¡qué bien!
Yukata: prenda tradicional japonesa, parecida al kimono,
pero elaborada con telas más ligeras. Suele usarse en
verano.