La Curacion Por El Ayuno Alexi Suvorin

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PRÓLOGO DE MARC AMS.

El Sistema Higienista se basa en el principio de que CURARSE ES UNA


FUNCIÓN INTERNA NATURAL E INGÉNITA
DEL ORGANISMO HUMANO. Es decir, que el cuerpo sabe curarse a sí mismo,
y lo mejor que podemos hacer es “dejarlo hacer”, procurando ser lo menos
intervencionistas posible. De esto trata este maravilloso libro.

Pero también es un libro de aventuras. La aventura de unos pioneros en


busca de la salud. Este libro tiene olor. El olor de lo vivo, porque los
principios que el lector encontrará en sus páginas son hoy igual de válidos
que cuando se escribieron hace ya muchos años. Claro que, debido a los
escasos y deficientes conocimientos que en aquella época se tenían sobre la
fisiología del ayuno, podemos encontrar algunos errores justificables. Pero
los principios básicos en los que se inspiró Alexi Suvorin son eternos, porque
en el ayuno no es el hombre-médico el que actúa, sino la naturaleza.

Por supuesto, existen muchísimos libros modernos sobre el ayuno, llenos de


“métodos”, estadísticas y explicaciones sobre las reacciones fisiológicas que
tienen lugar durante el mismo. Sin embargo, aunque deben ser leídos para
una mejor comprensión y práctica, carecen del carisma que despierta la
obra de Suvorin. No motivan, no despiertan las ganas de ayunar como lo
hace el presente libro y esto es lo que lo convierte en una obra singular.

Con ello participaremos de muchas experiencias vividas y sobre todo de


muchas sensaciones. Las mismas sensaciones que sentirás tú cuando
ayunes.

Muchas generaciones han ayunado guiadas por este libro. Yo mismo,


aunque ya había realizado ayunos breves y leído otros libros sobre el tema,
encontré en sus páginas el espíritu y la esencia del ayuno cuando de muy
joven quedé hechizado por su lectura.

Espero y deseo que tú, querido lector, también quedes hechizado con su
lectura, no sólo para recuperar la salud, sino, sobre todo, como experiencia
espiritual, la cual puede ser lo más maravilloso y apasionante que nos
ofrezca el ayuno, una de las mejores formas de encontrarse a sí mismo.

Marc Ams.
Fundador de:

Bioams International Foundation for Biológical Medicine Research.

ADVERTENCIA CLAVE A LOS QUE AYUNARÁN POR EL PROFESOR NICOLÁS


CAPO.

“Más cura Ia Dieta que la “lanceta” (Avicena)

Mi convencimiento es que no hay recuperación de salud posible sin un


“corto o largo” ayuno. La renovación celular de la materia biológica es
imprescindible. Cortos ayunos de 3 ó 4 días puede practicarlos todo el
mundo sin ningún riesgo, al contrario, el beneficio es indiscutible, todo el
mundo debe ayunar ante tanto culto a la Diosa Gastronomía sea en
cantidad o en calidad, sobre todo en esta última, porque a veces “el
alimento” es poco abultado, y hace mucho más daño que el voluminoso.

Los que lean este libro de Suvorin, el más brillante y el más clave de todos
los Libros sobre el ayuno, deben penetrar su Filosofía Biológica de lo que es
la técnica de la "Autofagia” (el depurarse a sí mismo) y como actúa la fuerza
Vital y Medicatriz de nuestro interno ente subconsciente físico.

Amamos tanto a nuestra “carcasa” que tememos tremendamente


desprendernos de un gramo de nuestro tejido adiposo y caemos en la
enfermedad y en la plaga. ¡El ayuno limpia la boca, el estómago, los
intestinos, el hígado, la bilis, los riñones, la sangre, el corazón, los
pulmones, el sistema nervioso, el cerebro, la voluntad a tal extremo que nos
hace nuevos, es decir, con un ayuno renacemos, cambiamos cobre por oro!

No hay enfermedad que se resista, todas marchan. Todo depende de


nuestra hereditaria constitución celular de cuando pasamos por nuestro
Claustro Materno y de cómo administramos nuestra Vida de pecado
nutritivo, y de cómo hacemos el ayuno.
Y como, según dijo Hipócrates: “Vita brevis ars longa”, mi consejo es que se
apruebe el ayuno mentalmente primero, que se “mastique” bien, que se
comprenda antes bien, y luego que se vaya ensayando poco a poco de
saltar una comida, un desayuno, otra comida, una cena, luego un día, luego
dos, luego tres… y los beneficios son netos y claros. Tener hambre no
quiere decir perjudicar la salud. Tener hambre es sublime, es como mejor se
come… cuando se vuelve a comer, es el hambre, la mejor salsa, porque
afina y sensibiliza la “Fisiología del Gusto”. Los que no ayunan, en realidad,
no saben comer. El ayuno fortifica el cuerpo, agudiza la voluntad, despeja el
espíritu, el morbo huye, es una nueva dimensión, dentro de la civilización es
el “Arte de Vivir”.

Leer este libro, ya famoso, con doble sentido: enterarse de la importancia


del ayuno de Suvorin, leer el libro con la conciencia libre y… practicar el
“primer ayunito” con indiferencia, como quien obliga al cuerpo a obedecer.
Para hacer ayunos largos y de gran envergadura terapéutica es mejor que
se esté asesorado por un experto en Dietética y que sepa bien lo que tiene
entre manos. Sobre todo no temer al ayuno, nada se pierde.

No obstante: Mi afán de cada día es curar por la Citroterapia que hasta


cierto punto hace innecesario el ayuno.

Mi ayuno es de zumos de frutas jugosas.

PROFESOR NICOLÁS CAPO.

PROLOGO DEL TRADUCTOR MONSEÑOR MIGUEL JALUF.

Dicen que la lucha por la existencia es una de las leyes más importantes de
la vida. Algunos van aún más lejos, afirmando que la vida misma no es más
que una lucha continua y encarnizada entre los hombres, porque desde que
existe la humanidad, los hombres no hacen más que arrebatarse
mutuamente los medios de vivir.

Yo, por mi parte, reconozco que la lucha por la vida era y es el objeto final
de la mayoría de los actos de los hombres, originando innumerables males y
miserias inclusive las guerras que lo arruinan todo, pero hay también otro
factor que obra paralelamente con la lucha por la existencia, no cediéndole
en nada, en cuanto a los males que trae, y a veces, superándola en ese
sentido. Ese factor es el triste hecho de que cada hombre se “arrebata” a sí
mismo la existencia, entregándose a toda clase de excesos en forma de
placeres desordenados, alimentación superabundante y otros abusos, todo
lo cual equivale a un suicidio lento.

El hombre arranca las raíces de su salud, al igual que un agricultor extirpa


las malas hierbas de su campo. El hombre sacude los cimientos de su
organismo, como hace un labriego con un árbol malo que quiere echar
abajo. El hombre atrae sobre sí todos esos males de resultas de su
ignorancia o la debilidad de su voluntad, buscando en todas las
manifestaciones de la vida nada más que goces en todos sus aspectos.
Sobre todo la tendencia de buscar placeres en las comidas y bebidas se
acentuó mucho en nuestro siglo, y como consecuencia lógica de ella
aumentaron también las enfermedades que “quitan” al hombre poco a poco
su existencia. A raíz de eso creció la necesidad imperiosa de recurrir al arte
médico, y de ahí, fueron multiplicándose toda clase de tratados y obras de
profesionales y aficionados de la medicina, llenando los escaparates de las
librerías y las bibliotecas. A pesar de su multitud, vemos que las
enfermedades no se dejan amedrentar y van continuamente en aumento de
un modo de veras alarmante. Sobre todo las enfermedades nerviosas y
mentales. Hasta el punto que los médicos a menudo experimentan
dificultad en darles nombres. Las causas de ese fenómeno son numerosas,
figurando en primer término las exigencias de la vida moderna, el
alejamiento del hombre de la naturaleza hasta su contradicción más
completa, y no en último término también la escasez de obras médicas de
verdadero mérito, en comparación con su total existente: antes de dar con
una obra buena, el lector encuentra decenas y decenas de obras de utilidad
nula, sea por lo complicado de sus expresiones o por su método equivocado
o, finalmente, porque no tratan más que de teorías, teorías y teorías, que se
alternan infinitamente, de manera que el lector siempre vacila entre ellas,
sin saber cuál elegir. Tan es así, que muchos tienen la convicción de que
pueden sacar provecho de cualquier obra, menos las médicas.

Siendo yo uno de los aficionados a la medicina y leyendo numerosas obras


de los métodos y estilos más variados, di con un libro magnífico que puede
considerarse como algo raro entre los de su índole. Me refiero a la obra del
sabio ruso Alexi Suvorin, uno de los propietarios del famoso diario “Novoye
Vremia”, que no necesita presentación para las personas que conozcan los
grandes diarios del mundo. Esta obra trata sobre la cura mediante el ayuno.
Yo no me contenté con sólo leerla, sino que empecé a cambiar
correspondencia con el autor, pidiéndole explicaciones en muchas
cuestiones y haciéndole numerosas preguntas referentes al tema, a todas
las cuales me contestó gustosamente. Cuando me convencí de la excelencia
del método, lo sometí al examen en mi propia persona, ayunando dos
veces: la primera, del 10 de setiembre al 20 del mismo mes de 1928, o sea
10 días, y la segunda del 11 de marzo de 1929 hasta el 27 de Abril del
mismo año, o sea 47 días. Muchos, siguiendo mi ejemplo, ayunaron durante
plazos más o menos prolongados, que oscilan entre 3 y 30 días. Entre ellos
hubo dos cordobeses, uno de los cuales tenía diabetes en un grado muy
avanzado y se curó por completo, a pesar de haber sido abandonado ya por
la medicina. El otro, que tenía cálculos en los riñones, quedó igualmente
restablecido, no obstante haber asegurado los médicos que le hacía falta
una intervención quirúrgica.

Tras de haber comprobado todos esos hechos, así como muchos otros, que
no tengo tiempo ni lugar para comentar aquí, concebí la idea de editar este
libro, cosa que hago ahora con la autorización del autor. Los provechos que
sacarán los lectores de la obra en cuestión los inducirán, sin duda alguna, a
darle las gracias a Alexi Suvorin, su autor, uniéndolas a las mías.

No dudo de que el lector instruido no despreciará esta obra por ser su autor
persona “no diplomada”; sabiendo que las ciencias positivas más
importantes, como la física, la mecánica, etc., contaron entre sus mejores
guías con personas no diplomadas en las ciencias correspondientes, como
por ejemplo, Franklin, Galvani, Edison y Zeppelin. Es cierto que esas
ciencias se burlaron primero de las figuras eminentes arriba mencionadas
por faltarles los diplomas correspondientes, pero, con todo eso, se vieron
luego obligadas a reconocer sus méritos y tomarlos por guías.

Lo mismo sucedió en la medicina escolástica oficial, que se burló


desmesuradamente de Vicente Priessnitz por “no estar diplomado en la
medicina”; pero nadie ignora ahora que Priessnitz, ese aldeano austriaco, ya
ha revolucionado al mundo con sus notables curaciones, gozando de fama
mundial en el seno de las academias de medicina de los países más
civilizados. Otro tanto ocurrió con Kneipp, Kuhne y tantos otros, que fueron
perseguidos por la medicina por “no estar diplomados” y sin embargo
poseen actualmente un renombre mundial indiscutible, teniendo alumnos y
sucesores entre los mismos médicos diplomados. Cuántos establecimientos
curativos hay hoy día en Europa que llevan el nombre de esa gente “no
diplomada”, lo sabrá el lector instruido. Así, la verdad no necesita de
diplomas, puesto que se los substituyen sus virtudes fructíferas. Lejos de
fomentar la aparición y actividades de los curanderos ignorantes, sólo
quiero decir que la medicina no debe despreciar las ideas abonadas por
hechos verdaderamente maravillosos, únicamente por traer su origen de
hombres no diplomados en medicina, pero sí estudiosos.
Creo firmemente que la medicina está basada, y debe estarlo, en la
experiencia, conforme al refrán árabe que dice: “Pregunte a un experto, y
no a un médico”. Esto no quiere decir, naturalmente, que los árabes
despreciaban la medicina, sino que significa que a la faz práctica de la
medicina le atribuían mayor importancia que a su faz puramente teórica. Y
como esta obra está llena de experimentos, y cada una y todas las
afirmaciones contenidas en ella han pasado por el severo examen de la
práctica, no pueden caber dudas en cuanto a la eficacia del método que
preconiza. Por eso, si el lector sabe aprovecharlo debidamente y saca de él
lo que es bueno y útil para su bienestar en general, ello será la mayor
satisfacción para mí en la publicación de esta obra.

Buenos Aires, Enero 1931.

Monseñor MIGUEL JALUF.

INTRODUCCION POR EL MÉDICO DIETÓLOGO Dr. CARLOS ALCALÁ


HERNÁNDEZ.

LA SALUD POR EL AYUNO.

La ayunoterapia es un procedimiento terapéutico que, como recurso de


excepción, la mayoría de los médicos del país no conoce ni aplica.

En 1948 fueron cambiados los planes de estudio de la Facultad de Medicina


de Buenos Aires. Se procedió a la supresión lisa y llana de algo
importantísimo para la futura práctica del joven galeno: todos los capítulos
correspondientes a TERAPÉUTICA. De esta materia sólo quedaron acápites
referidos a Farmacología, tratamientos medicamentosos. En pocas palabras:
el alumno médico no conoce nada de balneoterapia, gimnasia, masajes,
compresas, baños parciales, relajación, helioterapia, diversos tipos de
dietas, régimen crudo, macrobiótica, etc. Y en 1941, el profesor Jorge,
destacada figura de nuestra Facultad de Medicina insistía en un trabajo
publicado en “Semana Médica”, que ningún médico argentino debía salir de
la Facultad sin conocer los fundamentos de otras disciplinas médico
terapéuticas no enseñadas oficialmente.

Las nociones a que se refería el maestro Jorge, eran, precisamente, dietas


crudívoras de Bircher Benne, Ayunoterapia, Homeopatía, Acupuntura —tan
de moda hoy en 1972—, Psicoanálisis, que en ese entonces no se
consideraba oficialmente, y Naturismo médico.

Es realmente deplorable que eso no se haya conseguido, y el alumno


flamante médico deja la Facultad ignorando todas esas posibilidades
terapéuticas y, por ser médico, suele opinar con aire doctoral sobre
materias que no conoce ni tiene la mínima experiencia.

En el Ayuno se tiene la misma orfandad de conocimientos que en las otras


disciplinas citadas.

Es por eso que trataremos de resumir las indicaciones y contraindicaciones


de esta soberbia terapéutica, pues en este magnífico libro sobre el ayuno de
un empírico, Alexi Suvorin trata especialmente de las experiencias
personales del autor y las personas que han realizado el ayuno bajo su
dirección.

Pero falta la sistematización del valioso procedimiento, y cómo y cuándo


realizarlo, es decir las indicaciones precisas, los cuidados que hay que tener
durante la realización de este recurso curativo de primer orden, que puede
convertirse en un procedimiento muy peligroso, si no se realiza bajo la
dirección médica competente.

El fundamento de este notable publicista ruso que ha estudiado en


profundidad los efectos y beneficios del ayuno, en la prevención y
tratamiento de muchos padecimientos del género humano, se basa en la
capacidad del organismo para eliminar los residuos tóxicos del
metabolismo, durante la privación total de alimentos.
Se atribuye el descubrimiento de las funciones de eliminación que poseen
muchos tejidos y órganos, entre los que cita la lengua, el estómago, el
hígado y el páncreas. Destaca la enorme importancia que tienen estas
funciones en la depuración del organismo.

La aparición rápida durante el ayuno de la saburra lingual, sería producida


por sustancias nocivas, residuos y desechos que se expelen por la lengua y
la saliva, del mismo modo que lo hacen los órganos linfáticos de la faringe,
incluyendo las amígdalas. Así es como la saliva se hace espesa, amarga y
maloliente, hasta el punto de volver desagradable todo alimento.

De acuerdo a este concepto, Suvorin excluye totalmente el alimento y aun


las bebidas. El agua necesaria es fácilmente absorbida del abundante
enema cotidiano que impone la observación exacta de su método. La
ingestión de alimento demanda y provoca varias veces al día procesos
digestivos y de absorción que estorban o interrumpen la corriente
eliminatoria de sustancias tóxicas, de residuos y desechos de células y
tejidos alterados que el organismo selecciona con maravillosa certeza para
la “autofagia”.

Es esta la gran diferencia, del empírico autor de este libro, observador sagaz
y culto, que no utiliza en absoluto ningún alimento en ingestión, ni agua
siquiera, para no perturbar la corriente eliminatoria, a nivel de los
emuntorios. Los demás autores, preconizan y recomiendan insistentemente,
la ingestión de abundantes líquidos, laxantes, que con el método de ayuno
de Alexi Suvorin no sólo no son necesarios sino perturbadores del proceso
de depuración orgánica.

Recomiendo al lector leer atentamente Ios testimonios de los ayunadores


que dirigió este autor. Son experiencias y relatos espontáneos que tienen
toda la riqueza y frescura de observaciones personales, desprovistas de
tecnicismos, que suelen empañar a veces los hechos en el rigor lacónico de
las historias clínicas. Ya Hipócrates, el Padre de la Medicina científica, que
vivió en el siglo v, antes de la era Cristiana, decía en sus aforismos: “En los
acrecentamientos mórbidos, debe suprimirse la alimentación; se provoca un
gran mal si se sigue comiendo. Cuanto más se nutra un cuerpo cargado de
humores, más aumenta el mal”. El ayuno debe su acción favorable sobre la
salud, a que la privación de alimentos provoca el reposo de las vísceras
recargadas de toxinas, la economía de fuerzas disponibles y, sobre todo, la
combustión y eliminación de una enorme cantidad de substancias
perturbadoras acumuladas en los depósitos grasos que dañan la salud. El
ayuno actúa como una crisis de limpieza, como una enfermedad aguda que
es también una crisis de eliminación de toxinas. Los efectos clínicos del
ayuno son notables. Al disminuir la violencia de los trastornos de
eliminación, favorece las funciones de la circulación y respiratorias. El
enfermo descongestionado se siente más liviano, respira y camina con
mucha facilidad. Sus fuerzas, en lugar de estar acaparadas por el trabajo
digestivo, permanecen intactas en las tareas de neutralización tóxicas. El
sistema nervioso se encuentra liberado y descansado; el individuo, menos
angustiado, menos sofocado, se siente más íntegro y activo. Y esta mejoría
tan sensible sobre el estado físico, se extiende al carácter, a la inteligencia y
al aspecto moral del individuo. Al cesar de estar irritado su sistema nervioso
por venenos y toxinas, el hombre que ayuna de tiempo en tiempo gana en
lucidez de espíritu, en dulzura del carácter y en fuerza moral. No es sin
razón que el ayuno ha sido prescripto en la mayoría de las religiones como
medio de santificación, de elevación del espíritu y del sentido moral como
consecuencia de la sensación de bienestar general. Algunos preceptos como
los del Corán, entre otros, nos llevan aún en nuestros días a meditar ante la
sabia máxima que dice: “La dieta --y aquí se entiende dieta por privación
total de alimentos— es el remedio de primer orden; el estómago es el
receptáculo de las enfermedades; no se poseerá jamás la salud rellenando
excesivamente su estómago; no hay que agotarse por la alimentación y las
bebidas; comer demasiado es el padre de los males; el régimen es el padre
de los remedios”.

En los estados en que se hace inminente, una enfermedad aguda,


verdadera crisis de eliminación tóxica, se la puede prevenir y neutralizar
ayunando, pues lejos de abatir las fuerzas o disminuir las resistencias, el
ayuno aumenta considerablemente la pujanza de las neutralizaciones
tóxicas o infecciosas. Esta exaltación de las fuerzas de resistencia se puede
observar en la práctica terapéutica; también se ha provocado
experimentalmente. Sometiendo a un ayuno completo durante 7 días a un
lote de conejos, dándoles a continuación una alimentación normal, se
comprobó con asombro que esos animales habían adquirido una inmunidad
extraordinaria, inespecífica, que resistían victoriosamente inoculaciones
masivas de colibacilos, que mataban a los animales testigos en una o dos
semanas. Este simple hecho experimental prueba una vez más que todas
las enfermedades, incluso las infecciosas, provienen más del deterioro
gradual del terreno orgánico y de las causas generales de una vida
malsana, que del simple contacto o contagio de los microbios virulentos. Los
microbios no viven sino en el organismo ya predispuesto por impureza
humoral, con el terreno orgánico deteriorado por las faltas de vida higiénica
y de régimen.
En general, un ayuno prolongado no debe jamás hacerse sin la dirección del
médico experimentado para poder determinar exactamente cuáles son las
indicaciones, contraindicaciones o limitaciones en cada caso en particular.
En general, bien dirigidos los ayunos, todos pueden hacerlo. Hay dos
contraindicaciones absolutas que deben saber todos los que pretendan
ayunar. Es la tuberculosis progresiva, y el diabético magro, delgado o
juvenil. Pero aun en esos casos de contraindicación casi absoluta, pequeños
ayunos bien dirigidos pueden ser muy beneficiosos. Y precisamente es en el
diabético obeso donde se han registrado casos de curación de la diabetes,
luego de ayunos, repetimos, bien controlados.

Si este libro despierta interés en los lectores de habla castellana


propondremos a la Editorial Kier que un tratado completo sobre este
apasionante recurso terapéutico sea publicado, puesto al día de acuerdo a
los modernos conocimientos de la medicina de nuestro tiempo.

Dr. CARLOS ALCALÁ HERNÁNDEZ.

Médico dietólogo

Buenos Aires, mayo 1972.

LA CURACIÓN POR EL AYUNO.

ALEXI SUVORIN.

CAPÍTULO 1. MI DESCUBRIMIENTO.

El célebre fisiólogo ruso, profesor Iván


Petróvich Pávlov, en quien el mundo venera
ahora al sucesor indiscutible del gran Pasteur
al frente del progreso de la fisiología, al oír
en una reunión pública ponderar sus obras
y descubrimientos, declaró: “Pero, queridos
compatriotas, yo significo aquí menos de lo
que ustedes afirman. Ha llegado a mis manos
un pequeño hecho de la existencia del
organismo viviente; un pequeño hecho, nada
más. ¡Todo el resto se hizo solo!”

A mis manos también vino a parar “un


pequeño hecho” de la vida del organismo
humano, hecho completamente nuevo,
inadvertido hasta ahora por el hombre, pero
que lleva a un camino completamente
nuevo a toda la inmensa ciencia de la
medicina práctica, dándole al mismo tiempo
un nuevo recurso en la lucha con las
enfermedades, recurso de ilimitado poder e
infinitamente variado en su aplicación.

A continuación, no ofrezco mis propias nuevas


explicaciones de los hechos generalmente
conocidos. Doy --y lo subrayo-- hechos
completamente nuevos, así como nuevas
generalizaciones, y ruego a los especialistas
que determinen su exacta significación, por el
bien de muchos centenares de millones de
seres humanos enfermos.

El hecho principal de mi descubrimiento es


el siguiente: durante el ayuno --cuando éste
es completo y voluntario-- el estómago, de un
órgano que recibe la alimentación, se
convierte en otro que elimina del organismo
toda clase de residuos; juntamente con éstos
es arrojado también el 95% de las
enfermedades actualmente conocidas; el
papel de los intestinos durante el ayuno es
más bien pasivo.

CAPÍTULO 2. MIS TRES AYUNOS


PROLONGADOS.

Ayuné por primera vez en mi vida hace


catorce años al escribir el libro “El nuevo
hombre”, en el que trataba sobre los diversos
sistemas de alimentación. Había leído
entonces en el libro de Metchnikoff que
ayunando voluntariamente, el hambre se
siente sólo durante las primeras veinte horas.
A fin de averiguarlo, me puse a ayunar. Para
sorpresa mía, las palabras de Metchnikoff
quedaron, en mi caso, comprobadas.
Después prolongué el ayuno diez días
seguidos y a continuación repetí el
experimento varias veces, aunque nunca
durante más de tres a cinco días. Reuní todo
lo que se publicó en idiomas europeos
acerca del ayuno, de manera que me
familiaricé bien con los datos generales de la
ciencia sobre esta cuestión, lo cual me ha
resultado ahora, naturalmente, de gran
utilidad.
Ayunos prolongados realicé tres: de 39, 21 y
37 días,respectivamente. Todos ellos tuvieron
lugar en el transcurso de nueve meses, aquí,
en Belgrado. Muchos me preguntaron sobre la
causa que me había inducido a repetir mis
ayunos a intervalos tan breves. Una pregunta
muy acertada, porque el ayuno voluntario
difiere en todo del forzoso.

Mi primer ayuno lo llevé a efecto (39 días) en


un ambiente, tanto moral como físicamente,
muy difícil, pero fue del todo voluntario por mi
parte. El segundo (21 días) lo interrumpí sólo
porque con una gran caminata
en tiempo malo (marzo húmedo, frío, ventoso)
excité imprudentemente mis nervios y
provoqué manifestaciones de neurastenia
(desdoblamiento de la vista), las cuales me
indujeron a interrumpir el ayuno en su mitad.
El tercero (37 días) lo empecé de entrada bajo
control clínico, para ofrecer a los hombres de
ciencia la posibilidad de contemplar con sus
propios ojos los fenómenos del ayuno
prolongado y, una vez verificados, aplicarlos a
la cura de sus pacientes, a efectos de su
restablecimiento y, para muchos, hasta de su
salvación. La sensación más dolorosa de mi
primer ayuno fue la provocada por el hecho de
que en la sala separada de la mía por una
pieza, se iba muriendo lentamente un enfermo
atacado de hidropesía. Le llevaban todos los
días de su casa muchos alimentos para
“restablecer sus fuerzas”, y yo, que no había
terminado entonces ni el primer ayuno, no
me atreví a decirle que todo lo contrario: el
único camino seguro de salvación era para él
justamente el ayuno, que en casos de
hidropesía da resultados singularmente
rápidos y positivos. Cuando me enteré de que
ese enfermo, a pesar de todos los cuidados,
había fallecido, ofrecí a los médicos empezar
bajo su control el tercer ayuno, cometiéndome
de antemano a todos los experimentos que
ellos deseasen practicar conmigo.

CAPÍTULO 3. ESENCIA Y CURSO GENERAL DEL


PROCESO DESCUBIERTO POR MÍ EN EL
ORGANISMO HUMANO.

Por los hechos que he observado durante esos


ayunos he comprobado que el organismo
humano no tiene un solo camino general para
su saneamiento, a través de los intestinos,
sino dos, a saber: el primero para cuando la
alimentación del organismo se efectúa por el
estómago, y este camino (a través de los
intestinos) conduce de arriba abajo, y el
segundo para el tiempo de ayuno, durante el
cual el organismo no recibe nada del lado del
estómago y se alimenta de sus propias
provisiones, y este camino conduce de abajo
arriba, terminando en la boca con la lengua,
por la superficie de la cual se arrojan al final
del ayuno cenizas singularmente pesadas,
últimos residuos de la formidable combustión
de la materia que se provoca en el organismo
por un ayuno prolongado, sistemáticamente
realizado según el principio: «no comer nada,
beber sólo agua».

El primer camino está sujeto a muchas


influencias exteriores, que con frecuencia
anulan por completo el resultado deseado, de
suerte que no es absoluto. El segundo, en
cambio, de haber sido realizado el ayuno en
una forma mecánicamente exacta, dará al
cabo de cuarenta días un resultado también
mecánicamente exacto, o sea, la completa y
profunda purificación del organismo de los
múltiples y perniciosos residuos que llenan
actualmente la sangre de casi todos los
hombres. Esa limpieza radical refresca todo el
organismo y le trae la curación que parecía
completamente imposible de muchas
dolencias consideradas ahora incurables.

El curso del proceso, en rasgos generales, es


el siguiente: por lo común, el apetito se siente
sólo durante el primer día. A continuación
desaparece hasta el final del ayuno, si no se
hacen grandes esfuerzos físicos. La lengua
pronto se pone blanca, después, a partir del
trigésimo día, amarilla, y, por último, se cubre
de manchas pardas. Al finalizar la cuarta
década la lengua queda limpia, tornándose
roja. Aparece un fuerte apetito; el proceso ha
terminado; ¡hay que empezar a comer! Por lo
general, un hombre de peso mediano pierde
durante el ayuno unos 15 kg, los que puede
recobrar luego, si quiere, al cabo de dos a tres
semanas, renovando así su carne y su
sangre. Se produce un profundo
rejuvenecimiento del organismo, hablando
literalmente, una
nueva salud.

CAPÍTULO 4. MI PRIMER AYUNO DE 39 DÍAS. EL


HECHO MISMO DEL DESCUBRIMIENTO.

Durante ese ayuno comprobé que un ayuno


prolongado y completo es, en efecto, un
proceso determinado, con fases determinadas
que se suceden en un orden determinado. En
este proceso, transcurridos los primeros
treinta días, a mediados de la quinta
semana, aparecen indefectiblemente, en
forma concéntrica, sobre la lengua hasta
entonces blanca, manchas amarillas y luego
pardas, y unos cinco a nueve días más
tarde la lengua queda completamente limpia,
tornándose en toda su extensión roja. Acto
seguido se hace sentir un
apetito “indomable”. El proceso ha terminado.
Indicios generales duraderos de que el
proceso de la profunda purificación del
organismo aún continúa es la lengua
manchada y la falta de apetito. ¡Este último
indicio parece especialmente extraño, si se
toma en consideración que el hombre
permanece sin comer 20, 25 ó 30 días, pero
es tan elocuente como extraño!

Otro fenómeno completamente nuevo para la


moderna fisiología y medicina, fenómeno que
observé durante mi primer ayuno, es la
función de la lengua como salida para el
saneamiento del organismo «de abajo
arriba», cuando éste, no recibiendo
alimentación por el estómago, sigue
manteniéndose naturalmente con sus
provisiones internas. Según estudios exactos
de laboratorios científicos, durante el ayuno
completo acompañado de completa
inactividad del ayunador, el organismo de
éste gasta, sin embargo, para el
mantenimiento de la temperatura, el
funcionamiento del corazón, los pulmones y la
circulación de la sangre, no menos de 1.600
calorías de energía térmica, o sea, dos
tercios de las 2.500 calorías por día
necesarias para un hombre que se alimenta
normalmente y trabaja sin esforzarse
demasiado.

He aquí lo que me convenció de que la lengua


desempeña este papel durante el ayuno:

Los treinta primeros días de mi ayuno


coincidieron para mí con un período de
intenso trabajo nervioso que tuve que realizar
en medio de debates acalorados. Lo llevé a
cabo, pero durante ese tiempo me vi en la
necesidad de beber mucha agua caliente con
vino y azúcar a fin de excitar los nervios, y
como el azúcar es un producto alimenticio,
temí que eso trastornaría el curso del
proceso del ayuno, a saber, lo prolongaría.
Aunque ya había terminado la quinta
semana de mi ayuno, no podía comer. La
lengua era blanca y en la parte media
amarilla, con una mancha parda en el centro,
más cerca de la base. Todo en la boca, a
través de la cual ya hacía cinco semanas que
pasaban los residuos de la combustión
interna de la materia, olía a
descomposición y podredumbre; la saliva era
viscosa y hedionda. Comer con semejante
boca era imposible: toda idea de comida era
repugnante.

Los médicos me persuadían a comer; yo me


negaba. La noche de la víspera del trigésimo
noveno día fue singularmente difícil. Faltaba
un solo día para los cuarenta y, sin embargo,
sentía fiebre («falsa», por la combustión
interna de la materia, mientras que la
temperatura era siempre igual: 36,5 grados).
Esa fiebre me daba a entender que el proceso,
en efecto, se había prolongado, todavía
continuaba y su terminación podía hacerse
esperar durante mucho tiempo.
Por la mañana, el médico de la sección
comenzó a persuadirme con singular
insistencia y seriedad para que comiera.

-- En la prueba de su sangre han encontrado


acetona...

-- ¿Qué significa eso?

-- Que ha empezado la descomposición de la


sangre. Hermana, se dirigió el médico a la
enfermera, prepare para el enfermo té con
azúcar y ron.

-- Bueno, té con ron tomaré, pero sin azúcar.


¡El azúcar no deja de ser alimento!

-- ¡No, más azúcar, hermana! dijo el médico


con singular severidad, y se fue.

Al parecer, efectivamente, consideraba el


momento serio.

Tras haber meditado un rato, tomé té con ron


y azúcar.

Trajeron un plato de sopa. Absolutamente


ninguna gana de comer. La lengua seguía
tapada. Pero en el transcurso de cuarenta
días me cansé, al fin, de resistir a las
persuasiones de comer y de mala gana tragué
varias cucharadas de sopa. ¡Ni pizca de
gusto ni de placer! La saliva viscosa y
espesa que se segregaba abundantemente
del interior de las mejillas se agregaba a la
sopa que tragaba sin mezclarse con ella. Era
un líquido peculiar que parecía impermeable
y como hecho de goma. Tomé un pedazo de
pan y me puse a mascarlo. La saliva cubría
el pan con una envoltura pegajosa, sin
empaparlo, y era necesario hacer un
esfuerzo especial para que los dientes
pasaran a través de esa envoltura y
penetraran en el pan. Con dificultad, como si
se tratase de un corcho grande, tragué el pan,
no masticado, sino sólo ablandado por los
dientes. Cometía un error, me daba cuenta de
ello, pero había que terminar: ¡la
responsabilidad por mí en el hospital recaía
sobre otros!

Con otro pedazo de pan, que elegí a propósito


con corteza dura, froté durante la masticación
la lengua, el paladar y las encías, a fin de
quitar de la lengua el «sedimento» y despertar
en la boca las glándulas de jugos
digestivos, y luego de haberlos tragado, tomé
un espejo para examinar la lengua. La
observé.

¡Dios mío, qué había hecho! Pero ya era tarde.

La lengua estaba completamente limpia del


sedimento y era roja. En ninguna parte se
notaba ni el color blanco ni el amarillo. Sólo
cerca de su base, justamente en medio (allí
donde se encuentran los montículos papillae
circumvallate), se destacaba nítidamente una
pequeña mancha circular de color marrón
oscuro y contornos bien marcados con una
corta prominencia hacia fuera.

Oprimiendo con un dedo junto al círculo, tiré


de la lengua por la superficie. Se movió con su
lado delantero, extendiéndose, juntamente
con el cuerpo de la lengua, también el círculo.
Aparté el dedo. El círculo volvió a su forma
regular. ¡Era evidente que no se hallaba sólo
en la superficie de la lengua, sino que
penetraba en su cuerpo! Era la cola, la
extremidad ulterior del chorro de residuos
para el cual, en todo ese tiempo, sirvió de
salida la boca, ¡el término mismo! Al cabo de
doce horas la lengua habría quedado
completamente limpia. ¡Sólo doce horas me
quedaban por esperar!

Pero ya era tarde. Lo sentía claramente con


todo el organismo. Con el segundo pedazo de
pan cuidadosamente masticado y tragado,
noté como si en el organismo algo se hubiese
arrancado y me di cuenta
de que ya no había vuelta que dar. ¿Reanudar
el ayuno? Inútil: lo arrancado no se dejaría
recuperar pronto, y con mi extenuación,
¿encontraría vigor para nuevos esfuerzos?
¡Hacían falta nuevas décadas de ayuno!
Froté con el dedo la mancha marrón sobre la
lengua. Dura como el cuerpo rojo de la lengua
al lado, no se dejaba borrar. La olí... ¡Despedía
olor a materia fecal humana! ¡He aquí la
cocina de ese proceso! ¡He aquí los residuos
que se habían segregado en el organismo y
pasaban ahora por la lengua! ¡Y semejante
porquería se me hallaba hincada en la boca,
permanecía allí y se extendía al interior, a la
garganta, al pecho, como un largo clavo
venenoso! El círculo sobre la lengua no era
más que el corte transversal de esa cola de
residuos. Al cabo de doce horas esa cola
habría salido fuera sola. Mientras que ahora se
había detenido en la garganta, en el pecho, y
se quedaba allí... Me puse a esperar. En el
pecho, a mitad de su altura, desde el
estómago hacia arriba por el esófago, una
sensación repugnante. ¡Como si desde abajo,
encima de la boca del estómago, algo se
hubiese apoyado contra algo repugnante y
tratase de empujarlo hacia arriba, sin poder
conseguirlo! Se podía señalar sobre el pecho
con exactitud dónde empezaba ese algo
repugnante, «la cola», y dónde había otra
sensación...

A la mañana siguiente, el círculo oscuro sobre


la lengua desapareció, pero, en cambio, por
toda la lengua se extendió un color marrón
amarillento. Claro está: por haber empezado a
comer, «la cola» se detuvo en su movimiento
hacia fuera y, naturalmente, se puso a
disgregarse en todas direcciones. Las
sustancias que la integraban se propagaron
por la lengua, y ésta empezó a oler como un
foso de residuos.

¿Cómo explicar todo el horror de esto? Y todos


en torno aconsejan:

-- Ahora tome usted leche...

¿Tomar leche con semejante lengua? ¿Cómo


explicárselo? ¡Y los médicos afirman que
saben lo que pasa en el organismo humano
durante el ayuno!

No podía comer nada. La lengua se hallaba en


la boca como un objeto que me fuese ajeno,
envenenándolo todo en torno suyo, inclusive
la saliva, que quitaba de ella ese terrible
trasudor.

Antes, todo eso no se notaba tanto, porque la


lengua estaba bajo el “sedimento” blanco
como en un estuche, y sus secreciones corrían
por debajo de esa tapa, derramándose en la
saliva sólo de sus bordes y siendo escupidas
inmediatamente.

En esto consiste una función importante del


“sedimento” en cuestión: éste sirve para la
desinfección y protección del resto de la
boca contra las secreciones putrefactas de
la lengua, y quitarlo, como hacen a menudo
en los hospitales, es un procedimiento que
debe estudiarse antes de ser aplicado.

Por la noche hice una mezcla: en una taza de


café caliente como el fuego, puse una
cucharadita de miel y una copa grande de
coñac y con este líquido ígneo me enjuagué la
boca. En el transcurso de la noche lo repetí
varias veces. A la mañana siguiente la lengua
estaba completamente roja, el olor había
desaparecido, pero el apetito faltaba.

Naturalmente, hice un descubrimiento muy


importante: vi un proceso del cuerpo humano
aún desconocido pero, en cambio, perdí por
mucho tiempo el apetito, o sea me vi privado
del restablecimiento de las fuerzas
gastadas durante el largo experimento.

De esperar unas doce horas más, la lengua


habría quedado limpia en su totalidad, se
habría despertado un apetito «irrefrenable»,
con el cual el estómago al cabo de una
semana y media me habría dado la integridad
de la energía de la «nueva salud» y un nuevo
cuerpo, en lugar del perdido durante el ayuno.
Después de mi segundo ayuno completo (37
días) había perdido 16 kg de peso; al cabo de
los primeros cinco días y medio de haber
empezado a comer, recobré 9 kg.

En cambio, después del primer ayuno, tuve


durante bastantes días un apetito flojo, un
estómago flojo, me sentí falto de energías, y
sólo al cabo de tres semanas se restableció el
apetito, probablemente debido a la
circunstancia de que el organismo había
tenido tiempo para arrojar los últimos restos
de la «cola» que había vuelto.

He aquí cómo se modificaba el aspecto y el


color de mi lengua en los últimos diez días de
mi ayuno:

30° -31° día:

Los bordes de la lengua blancos; en el medio


empieza a ponerse amarilla.

32° - 33° día:

En medio de la lengua, sobre el color amarillo,


aparece una mancha parda que tira a marrón.

34° - 35° día:

La mancha parda va creciendo. Los bordes


de la lengua empiezan a despejarse del
trasudor blanco, tornándose rojos. La mancha
amarilla se reduce.

36° - 37° día:

La mancha amarilla desaparece casi por


completo. Empieza a achicarse también la
mancha parda-marrón. Son arrojados los
últimos restos de la combustión de la
materia en el organismo. Sólo queda por salir
la «cola» del torrente de esos residuos.

38° - 39° día:

Casi toda la lengua roja. En el tercio superior


de la misma se nota una pequeña mancha
circular, muy nítidamente contorneada, de
color amarillo-pardo con una punta en la parte
delantera parecida al pico de un jarro.

Uno se da cuenta de que no se trata de una


mancha, sino de la salida a la superficie de la
lengua de todo un haz de chorros que llevan
desde las profundidades del organismo afuera
los residuos de la combustión. Es la
desembocadura de ese torrente y su corte
transversal. ¡Es un trasudor, y no un
sedimento!

40° día:

La mancha parda desaparece. La cola del


torrente ha sido arrojada fuera. La lengua
está completamente limpia. Por primera vez
después de treinta y nueve días aparece el
apetito. (Conmigo no ocurrió eso, porque no
esperé algunas horas más hasta la
purificación completa de la lengua).

Ése es el curso normal de los fenómenos en la


lengua; a veces se producen algunos desvíos.
Sin embargo, siempre se observa lo principal:
la disposición concéntrica de las manchas
amarillas y pardas, ocupando estas últimas el
centro en la parte profunda de la lengua, en la
zona de los montículos papillae circumvallate.
Esa concentricidad sólo halla su explicación
en que la superficie de la lengua en ese
momento representa, en efecto, el corte
transversal del chorro redondo de los
excrementos que salen del organismo. Si se
supone que esos sedimentos blanco, amarillo
y pardo se segregan, en alguna forma, de la
saliva, surge la pregunta: ¿por qué, entonces,
esa misma saliva no es, a la sazón, ni
parda ni amarilla? y, lo que es aún más
importante, ¿quién es y con qué varita mágica
distribuye sobre la lengua los excrementos en
un orden tan geométrico: los pardos en el
centro, en torno suyo los amarillos (y en
ningún caso los blancos), y luego los blancos?

Que todo eso no es casual, sino que forma


parte de algún gran proceso que abarca todo
el organismo humano, lo prueba el hecho de
que los coloridos pardo y amarillo del trasudor
en la lengua aparecen generalmente sólo
después de treinta días de ayuno, muy
raras veces antes, siendo testimonios en este
caso de que el organismo estaba
extraordinariamente sucio. En cambio, la
ausencia del colorido pardo en la última
década pone de manifiesto una purificación
incompleta del organismo, y ocurre cuando
el ayuno se realiza de un modo incompleto,
por ejemplo, cuando simultáneamente, “para
sostener las fuerzas” (en realidad sólo para
excitar el apetito), se toman dos o tres vasos
de leche por día, zumos de frutas, etcétera.

Que, al mismo tiempo, se trata de un proceso


natural, es decir, que no se halla en
contradicción alguna con la naturaleza del
hombre y no es doloroso, lo pone en
evidencia la constancia de la temperatura
durante el ayuno. Comúnmente, ésta baja
medio grado de la normal y luego se mantiene
continuamente en el mismo nivel, como
clavada.

CAPÍTULO 5. CONCLUSIONES.

Voy a sacar conclusiones de lo que llamo mi


“descubrimiento”.

Que el hambre alivia muchas enfermedades,


que el apetito desaparece generalmente al
final del primer día, que se puede ayunar sin
peligro alguno muchos días seguidos, que al
principio del ayuno aparece sobre la lengua,
no se sabe por qué, un «sedimento», que al
final ese sedimento desaparece, y, por
causas desconocidas, vuelve a aparecer el
apetito, todo eso se sabía ya antes, pero se
ignoraba por qué ocurría, se
ignoraba el mecanismo del proceso del ayuno
en sí, no estaban determinados con precisión
y claridad su esencia, sus fases, su duración y
el sitio donde se produce en el organismo.

Yo soy el primero en señalar para la ciencia


médica que:

1. Durante el ayuno sistemático según el


principio: «no comer nada, tomar sólo agua»,
el hombre en seguida empieza a alimentarse
de sus provisiones internas, y se establece un
proceso que yo llamo el proceso normal y
automático de la profunda purificación del
organismo desde dentro.

Lo llamo normal, porque durante el mismo la


temperatura del ayunador baja comúnmente
medio grado de la normal, sin exceder de los
límites de 36° - 37°, lo cual constituye un
indicio claro de que el organismo se
encuentra en estado completamente normal.

Lo llamo automático, porque lo realiza la


naturaleza misma según un esquema
preestablecido, sin ninguna participación del
hombre ni de su arte, que se equivoca con
demasiada frecuencia.
Lo llamo profundo, porque en los cuarenta
días de su duración íntegra abarca todo el
organismo y todos los tejidos del hombre.

Lo llamo proceso que se desarrolla desde


dentro porque no cura la enfermedad
superficialmente, sino que la arroja del
organismo junto con sus raíces.

2. Para el saneamiento general del


organismo humano funcionan en él
constantemente no uno, sino dos
mecanismos, y existen no uno, sino dos
caminos: uno para el tiempo en que el
organismo se alimenta
normalmente, por el estómago, y ese camino
conduce a través de los intestinos de arriba
abajo, y otro para el tiempo en que el
organismo ayuna, es decir, se alimenta con
sus provisiones internas, y ese camino
conduce el organismo de abajo arriba y
termina en la boca, en la superficie de la
lengua. El centro del chorro de los residuos
resultantes de la combustión interna de las
sustancias se encuentra cerca de la base de la
lengua en la zona de los montículos papillae
circunvallate.

3. La expulsión por la saliva y la boca de los


residuos de la combustión de la materia
empieza ya a partir del primer día de ayuno, lo
que causa el fenómeno hasta la fecha no
explicado, de que el apetito desaparezca al
final del primer día; esos residuos envenenan
los nervios gustativos, matando así el apetito
para todo el resto del ayuno, es decir,
mientras dure la expulsión de esas «cenizas»
por la boca.

4. El organismo necesita generalmente de


cinco a seis días para organizar
completamente la evacuación de esos
residuos de la combustión por la boca. En ese
período le hace falta, naturalmente, mucha
agua, la cual, sin embargo, no logra llegar a
tiempo desde la boca; parte de las cenizas de
la combustión se detiene por lo tanto, en los
sitios profundos de los intestinos,
envenenando temporalmente el organismo y
provocando a menudo dolores de cabeza,
debilidad y vértigos. Clisteres que se
administran en ese período eliminan del
todo estos fenómenos dolorosos, con lo cual
queda probado en forma inequívoca su origen.
Por regla general, al sexto día el organismo
consigue eliminar ese cúmulo de cenizas, y se
establece en él un equilibrio firme.

5. Las primeras dos semanas de ayuno dan


resultados especialmente perceptibles para
enfermedades nerviosas, esclerosis, reuma,
gota, hidropesía, inflamaciones recientes y
heridas, en conexión con la
liquidación en el organismo de hinchazones,
pus y sales heterogéneas.
6. Si el ayunador deja el ayuno antes de 30
días, comúnmente logra hacerlo con todo
éxito, aunque el apetito es muy flojo en los
primeros días que siguen al ayuno, porque el
organismo se ve en la necesidad de
absorber nuevamente las cenizas ya
preparadas y llevadas al lugar de su
expulsión. Por el contrario, si la tentativa de
interrumpir el ayuno se hace después del 30°
día, el organismo directamente protesta
contra eso y devuelve la comida con vómitos,
porque en esos días ya empieza la evacuación
de las cenizas más pesadas acumuladas en el
sitio de su expulsión, cuya reabsorción resulta
para el organismo especialmente difícil.

7. En efecto, justamente al principio de la


cuarta década de ayuno empieza la
evacuación por la boca de cenizas de aspecto
peculiar, y el «trasudor» sobre la lengua, en el
primer ayunó completo (40 días), se torna
amarillo y luego amarillo con manchas pardas.
Al repetirse los ayunos, tanto el color como las
características del trasudor, cambian. Hacia
el último día del plazo (generalmente el 39°
la lengua queda totalmente despejada,
excepto los montículos papillae circumvallate,
en los cuales se presenta el círculo pardo con
el pico hacia afuera. Luego se limpian
también éstos y aparece un «apetito
indomable», que trae un rápido
restablecimiento de los tejidos perdidos del
cuerpo.
8. El organismo nervioso, empero, recupera
sus pérdidas no tan rápidamente, y si con el
comienzo de la alimentación normal, se
sobrecarga el corazón con la distribución de
una cantidad elevada de jugos alimenticios,
o sea, si uno come en ese período con
exceso, tomando en cuenta sólo el apetito
físico, y desgasta imprudentemente las
energías nerviosas, ya al cabo de una y
media o dos semanas después del ayuno
resultan posibles la hinchazón temporal de
miembros, fenómenos de anemia del cerebro,
etcétera, que desaparecen con la regulación
de la alimentación, por ejemplo, con su
reducción hasta una comida por día.

9. El plazo completo en que el organismo


consigue, bajo la imposición del ayuno,
liquidar en sí todo lo ajeno, nocivo y
secundario para su vida, y empleando parte
de esos materiales para su alimentación,
arrojar el resto, las «cenizas», es,
comúnmente, igual a cuarenta días, como el
plazo completo del desarrollo del embrión en
el organismo de la mujer es de nueve
meses. Después de eso, la continuación del
ayuno dará principio a la consumición por el
organismo de partes y tejidos del cuerpo
sumamente importantes para su vida y salud.

10. Por lo tanto no puede haber ningún


deporte del ayuno, así como no depende de la
voluntad de la mujer llevar la criatura en sus
entrañas no nueve, sino nueve meses y
medio. Aquellos que siguen ayunando
después que se haya despejado su lengua al
final de cuarenta días son suicidas
inconscientes, y a la medicina le incumbe la
tarea de explicárselo a la gente y combatir
ese mal.

11. Durante este proceso, todo el material no


indispensable, secundario para el
mantenimiento de la vida del cuerpo, se
elimina del organismo humano. El hombre, se
puede decir, se derrite por dentro y se
convierte al final del ayuno en un esqueleto
viviente cubierto de nervios y de músculos
y envuelto en una piel seca y arrugada.

12. Su aspecto general pone de manifiesto a


menudo, pero no siempre una extenuación y
fatiga extremas, pero al mismo tiempo su
fuerza vital no queda comprometida en lo más
mínimo y, generalmente, está lleno
de energías y confianza en sí y en sus fuerzas.
Eso es natural, porque su adelgazamiento no
es el producto de una enfermedad y de la
temperatura alta que la acompañó, sino el de
un proceso normal transcurrido en toda su
extensión dentro de una temperatura normal.
Esa energía vital se pone inmediatamente de
manifiesto en que, por regla general, ya al
cabo de una y media o dos semanas después
del ayuno, el esqueleto viviente se viste de un
cuerpo nuevo; pero aquí el hombre ya puede
decidir por sí mismo qué es lo que hay que
aceptar
de ese nuevo cuerpo, y lo que debe ser
eliminado para siempre.

Todo eso es muy importante de por sí y


completamente nuevo para la ciencia médica
moderna. Así que me considero con derecho
de pretender que, en efecto, he hecho un
«descubrimiento» en la fisiología del hombre.

Hasta la fecha la medicina nunca ha tenido en


sus manos un remedio tan prodigioso.

Por primera vez después de muchos años,


tal vez milenios, adquiere el hombre la
posibilidad de limpiar conscientemente y
hasta el fondo la máquina de su organismo, y
darle así una marcha del todo nueva.

¡Resulta clara la enorme importancia de ello


para su vida y la revelación de sus fuerzas!

CAPÍTULO 6. MI SEGUNDO AYUNO DE


DURACIÓN COMPLETA (37 DÍAS).

Durante mi segundo ayuno completo


esperaba, en general, la repetición de los
fenómenos del primero, aunque quizás sólo en
una forma un tanto atenuada.

Esperaba, así, una especie de «rutina» de


parte de la naturaleza y, naturalmente, me
equivoqué.

El mecanismo en sí fue, en efecto, idéntico,


pero los fenómenos resultaron diferentes.

Secreciones de aspecto peculiar sobre la


lengua aparecieron también al tercer día de
ayuno, pero esas cenizas eran
completamente diferentes: de un negro
espeso y sin ningún olor desagradable, con
una secreción reducida de saliva, teniendo
incluso la boca seca; es decir, algo bien
distinto o directamente contrario a lo ocurrido
la primera vez, pero en el mismo plazo.

Simultáneamente, a partir del vigesimoctavo


día hasta la terminación del ayuno, de la
garganta y las cuerdas vocales empezó a
segregarse abundantemente una mucosidad
de color verdoso claro, también sin ningún
olor. Entonces, al parecer, empezó la
evacuación de los elementos morbosos,
también sin la más mínima inflamación ni
dolor. La mucosidad fluía de las cuerdas, y
apenas tenía tiempo para escupirla. El
fenómeno desapareció en seguida después de
mi primera comida al terminar el ayuno, lo
cual demostró su relación directa con el
proceso. Nunca he sentido mi voz tan sonora y
fuerte como en los días que siguieron. Cómo
influye en general el ayuno sobre la voz, lo
escribe J. Knote, cantor de la capilla de la
corte, a A. Ehret:

«Durante el año que seguí el régimen perdí


cuarenta y dos libras de peso. Me siento
inenarrablemente bien. Usted es realmente un
benefactor de la humanidad. Mi voz ha
aumentado en potencia y sonoridad, como lo
atestiguan todos mis conocidos y las críticas
de la prensa... Durante todo el año no tuve
nada de "nervios"».
(Kranke Menschen, A . Ehret, pág. 88).

No observé procesos peculiares en la nariz, en


oposición a lo ocurrido durante el primer
ayuno.

Sin embargo, el día de la aparición del


trasudor final sobre la lengua (negro) fue el
mismo que en el primer ayuno, el trigésimo
primero. Es evidente que el proceso de la
profunda purificación del organismo por medio
del ayuno tiene sus constantes plazos, formas
y fases. Pero durante el segundo ayuno, mi
organismo ya era mucho más puro que
durante el primero. Las «cenizas» más
gruesas ya habían sido eliminadas de él, y
ahora esperaban su expulsión otras de una
clase distinta.
CAPÍTULO 7. MI AYUNO INCOMPLETO DE 21
DÍAS.

Durante estos experimentos me encontré dos


veces con la doctrina del ocultismo acerca de
la estructura del cuerpo humano y con la
comprobación real de esa doctrina.

Dicha doctrina sostiene que el hombre


consta de varios organismos encerrados
uno en otro. Los dos más materiales son el
físico y el fluídico. El primero es nuestro
cuerpo exterior, el segundo, nuestro
organismo espiritual, donde se encuentran los
centros y raíces de nuestras sensaciones.

Ese segundo organismo fluídico se llama, en


el ocultismo, astral, y en la medicina,
nervioso-magnético, no reconociendo,
empero, oficialmente su existencia la
medicina académica.

Sin embargo, este organismo fluídico existe y


se pone de manifiesto en los fenómenos del
hipnotismo, magnetismo animal, etcétera.

Dos veces durante los ayunos sentí en mí


separadamente estos dos organismos, que
experimentaban sensaciones diferentes: uno
se hallaba lleno de energías y fresco; el otro
se quejaba y hacía saber que aún no había
descansado y que había que cuidarlo.

Durante el segundo y el tercer ayuno, todas


mis sensaciones dolorosas fueron mucho más
leves y suaves que durante el primero, a
excepción de una, a saber, la fatiga. La
notaba al subir a una altura siquiera
insignificante.

Durante la marcha, por más veloz que fuera,


y hasta en la carrera en un plano horizontal o
ejercicios gimnásticos aun pesados, la fatiga
se sentía generalmente en los músculos, la
respiración, la espalda. En
cambio, cualquier subida por la escalera de
cinco a ocho peldaños o una elevación de
dos pies de altura, provocaba en seguida una
sensación prolongada de dolor torturante en
todas las articulaciones. « ¿Otra vez vuelves a
subir? ¡Pero si eres débil, débil, débil!»
parecía gritarme alguien en mi interior. Así
ocurría todos los días en todas las subidas, y
finalmente encontré para el fenómeno una
explicación que resultaba satisfactoria en
todos los casos.

La subida a una altura aunque sea reducida,


exige la superación de la fuerza de atracción
terrestre, o sea, del magnetismo terrestre, al
cual en el cuerpo humano le corresponde el
magnetismo animal, es decir, el
organismo astral. Resultaba que yo poseía
provisiones fisiológicas suficientes tanto para
el segundo como para el tercer ayuno,
mientras que las provisiones del magnetismo
animal, que durante el ayuno se consumen
simultáneamente con las de grasa, azúcar,
etcétera, al parecer, no se reintegran tan
pronto como las fisiológicas, y he aquí:
¡sobre la falta de las provisiones del
magnetismo animal, sobre la necesidad de
gastarlas con suma economía, me avisa
prudentemente mi organismo nervioso-
magnético cada vez que es afectada su
esfera, es decir, durante las subidas!

El aislamiento y la individualidad de esa


sensación peculiar de cansancio en medio de
las manifestaciones del organismo físico
quedaron comprobados en mi caso por la
forma completamente extraordinaria de su
cesación. En la mañana del fin de mi ayuno,
un cuarto de hora escaso después de haber
comido mi primer alimento duro, es decir,
cuando ni aun una parte del mismo hubiera
podido ser asimilada por el organismo y
aumentar así sus fuerzas, tuve que subir por
una escalera de escasa altura y, de antemano,
me preparé para experimentar el malestar
doloroso bien conocido en las articulaciones y
tendones del cuerpo. ¡Para sorpresa mía,
nada! Los dolores cesaron, como si la
subconsciencia, una vez enterada de que
el ayuno había terminado, hubiese resuelto
que ya no le hacía falta preocuparse del
asunto. Entonces recordé la enorme
importancia de la psique en el curso de los
procesos fisiológicos, comprobada por
nuestro célebre I. P.
Pavloff, o mejor dicho: la presencia en los
procesos fisiológicos del cuerpo de una
peculiar psique independiente que no
advertimos generalmente.

Otra vez el estado del organismo físico


divergió del astral cuando, una vez terminado
el ayuno y ya pasadas dos o tres semanas, es
decir, cuando físicamente ya había olvidado
por completo el ayuno y la debilidad
provocada por el mismo, aparecieron en mis
tobillos pequeñas hinchazones (otros
observaron en iguales condiciones
perturbaciones de la vista y demás ataques
de neurastenia). Todo eso pasa pronto con la
aplicación de remedios muy sencillos de los
cuales hablaré a continuación en forma
detallada , pero sólo se puede explicar
admitiendo que el organismo astral restablece
sus provisiones consumidas más lentamente
que el físico, de modo que después del ayuno
conviene ahorrar durante algún tiempo la
energía volitiva y
psíquica, aunque el cuerpo físico ya esté lleno
de fuerzas rebeldes y llame a gozar de ellas.

Ruego que se tenga presente que mis


ayunos se sucedieron con singular prontitud:
octubre-noviembre, marzo-julio. El organismo
tuvo muy poco tiempo para reponer sus
provisiones. Con la prudencia más
mínima, se habrían podido evitar las
sensaciones que me hablaban del cansancio
excesivo, justamente del organismo nervioso.

CAPÍTULO 8. ¿QUÉ HE OBTENIDO DE MIS


AYUNOS?

Con respecto a mí puedo decir que no


padezco ni padecí de ninguna enfermedad
especial, de modo que no sé qué es lo que me
habría podido regalar el ayuno. Sin embargo,
he ahí lo que obtuve en forma completamente
inesperada.

Tenía 63 años de edad. Mi cabello era ralo e


iba encaneciendo. Después del primer ayuno
empezó a crecer en abundancia y de color
normal. Y no fui yo quien lo vio, me lo
señalaron otros que me rodeaban. Hace dos
años aparecieron en mis manos manchas de
hígado. El doctor Verbitzky me dijo que debía
tomar yodo. No lo hice, pero después del
segundo ayuno las manchas desaparecieron, y
el mismo médico me declaró que ya no me
hacía falta yodo. Naturalmente, él tuvo razón
tanto en uno como en otro caso, dentro de los
límites de los remedios de la medicina
moderna, uno de cuyos dignos representantes
es.

Mis nervios se han fortalecido como nunca


hubiera podido esperar. Antes de mis ayunos
sabía de antemano que hacia el final de una
conferencia de una hora la sangre me afluiría
a la cabeza, el pensamiento se tornaría
pesado y aparecerían indicios de un próximo
dolor de cabeza, el cual se haría sentir, si la
conferencia se
prolongaba. Ahora doy conferencias de una
hora y cuarenta y cinco minutos a dos horas,
luego, durante una hora más doy toda clase
de explicaciones y me voy con la cabeza
completamente fresca. Repito, yo mismo no
habría podido imaginarme en posesión de
semejantes facultades. ¡Y éstas vinieron solas!

Con los años, y debido al nerviosismo, mi


escritura perdió parte de su firmeza, se tornó
irregular, quebrada, «nerviosa». Conversando
con el profesor Passek sobre mis ayunos, le
consulté si había en la medicina algún
remedio contra el temblor en la escritura. Me
respondió: «Remedio directo no hay».
Entonces le pregunté: « ¿Y hay un remedio
para eliminar esta nerviosidad en forma
terminante en diez días?». Me respondió:
«Naturalmente que no». Y sin embargo, en
los tres ayunos, al décimo día justo, mi mano
empezaba a funcionar durante la escritura
como la de un joven, las letras eran firmes y
regulares, y lo que merece especial atención:
la mano lo sentía muy bien y mi cerebro
mismo, o sea sus más profundos centros
nerviosos, tenían ahora la tendencia de
escribir con letra muy chica, mientras que
antes de los ayunos, en toda mi vida de
adulto, mi escritura había sido muy grande y
suelta. Cualquier neuro-patólogo dirá que eso
es un indicio de un profundo y orgánico
saneamiento de todo el sistema nervioso. En
estos primeros diez días de ayuno transcurre
una fase de purificación justamente de la
esfera nerviosa del organismo, y he aquí el
resultado que la acompaña y que se repite sin
falta. Después del primer ayuno, ese efecto
sobre mi escritura se mantuvo durante varias
semanas; después del segundo, unos dos
meses; mientras que ahora, según parece, se
ha hecho permanente para el resto de mi
vida, así lo espero por lo menos...

Pues bien, al final del primer ayuno fueron


arrojadas del organismo las cenizas más
gruesas de color pardo-amarillo y olor muy
pesado, y rejuveneció mi cabellera. Después
del segundo ayuno se expulsaron las
cenizas negras sin olor alguno, y se tornó
joven mi hígado, desapareciendo de las
manos las manchas características. Los
resultados directos que me dio el ayuno para
mi estado habitual son cuatro:
Se han fortalecido en forma sorprendente los
nervios, ha aumentado la aptitud de trabajo y
la capacidad de soportar la fatiga.

Se curó y empezó a funcionar perfectamente


el hígado.

Desapareció el catarro de la garganta y de la


nariz que me había quedado de un resfrío
crónico. Mediante respiraciones profundas
reprimí esta enfermedad que me molestó
durante veinticinco años, pero logré eliminarla
por completo sólo con mi segundo ayuno.

Desaparecieron manifestaciones generales de


la esclerosis.

¡Cuántos años de vida se me agregarán en


esta forma, me lo enseñará mi propia
experiencia!

CAPÍTULO 9. ¿QUÉ ENFERMEDADES SE CURAN


CON EL HAMBRE?

La cura por el hambre surte especial efecto


en los casos de anemia, desarreglos
intestinales, procesos inflamatorios y
pustulosos, catarros, llagas externas e
internas, tuberculosis, esclerosis, reuma, gota,
hidropesía, neurastenia, neurosis, eczema,
enfermedad de la vista, de la piel, diabetes,
enfermedad de los riñones, del hígado,
etcétera.

Por medio del ayuno se combaten, no sólo


enfermedades «periódicas», sino también
enfermedades tan constitucionales como el
cáncer, la sífilis, la tisis y el muermo.

El doctor Kellog, una de las primeras


autoridades de la medicina norteamericana,
en su excelente enciclopedia sobre
cuestiones de la alimentación, cuenta que al
visitar al célebre profesor Erlich en
Alemania, éste le expuso los amplios trabajos
de su laboratorio para elaborar una dieta
para los enfermos atacados del cáncer. Esos
trabajos demuestran que aun las
formaciones cancerosas de desarrollo
intenso ceden ante la acción de una
alimentación especial. En esa oportunidad, el
profesor Erlich observó: «El desarrollo del
cáncer puede ser limitado en grado
considerable mediante la selección de
alimentos, pero para asegurar un resultado
determinado, ocurría a veces que con el
ayuno llevábamos a nuestros animales poco
menos que a la muerte». ¡Así que sólo el
ayuno aseguraba el resultado, la victoria
sobre el poder de la enfermedad!

El nombre, las obras y los méritos del doctor


Kellog deberían ser conocidos por los hombres
instruidos de Europa un poco más. Su nombre
tiene notoriedad entre los círculos superiores
de la ciencia mundial, pero es casi
completamente ignorado por el público en
general. Y mientras tanto, justamente para las
grandes masas de la humanidad ha hecho
muchísimo bien el doctor Kellog. Ya desde
hace casi medio siglo dirige una gran
institución norteamericana de índole científica
con más de un millar de empleados.

En esa institución, a un laboratorio


espléndidamente bien organizado, están
agregados amplias clínicas y comedores,
donde comen diariamente hasta 3.000
hombres. Así, el laboratorio está en
condiciones de verificar sus conclusiones
inmediatamente en los enfermos y los
estómagos de una gran masa humana. Una
compañía especial “Food Company” fabrica y
difunde productos alimenticios inventados por
el laboratorio. Los trabajos de ese grupo de
hombres de ciencia y establecimientos
científicos bajo la dirección del doctor Kellog
son realmente admirables, por la franqueza y
seguridad de las contestaciones a toda clase
de preguntas referentes a la alimentación del
hombre y el practicismo vital.

A las palabras del profesor Erlich sobre el


cáncer el doctor Kellog agrega la observación
de su experimento sobre la relación íntima del
cáncer con la alimentación: «Durante 45 años
tuve extraordinarias comodidades para la
observación de la influencia de la alimentación
libre de carne sobre el cáncer. Entre varios
millares de enfermos cancerosos sólo había
cuatro vegetarianos, todos los demás eran
carnívoros, y en uno de ellos el
restablecimiento se produjo sin la eliminación
de la formación cancerosa». Ésta es la
enorme ventaja que
ofrece el régimen vegetariano contra el
cáncer. ¡Sólo cuatro casos entre varios miles!
Que el cáncer se produce debido a un
contacto duradero con bacilos de putrefacción
y los venenos originados por ellos (y ésta es la
consecuencia de la alimentación con carne),
en opinión del doctor Kellog, encuentra su
comprobación en el hecho de que el cáncer
se produce con más frecuencia justamente
en el apéndice y en el intestino grueso,
donde por más tiempo se mantienen los
residuos de los alimentos. Su período inicial es
a menudo la «úlcera benigna» en los
intestinos o el estómago, y estas úlceras dice
el doctor Kellog ya hace más de cuarenta
años que las curo con el ayuno durante una o
dos semanas. En un caso que ocurrió hace
treinta años, la enferma se hallaba
completamente anémica por la pérdida de
sangre. Sin embargo, se restableció y estuvo
bien durante diez años, cuando la úlcera
volvió a aparecer y fue nuevamente curada
mediante el mismo
procedimiento; la repetición de la enfermedad
no se produjo más en todo el tiempo que la
enferma estuvo bajo el control de nuestra
clínica.

Cabe observar que eso lo dice un hombre que


no es partidario absoluto del ayuno como
medio curativo. La opinión del doctor Kellog
en esta cuestión es la siguiente: ¿Para qué
recurrir a un remedio muy difícil para el
enfermo, cuando puedo curarlo con otros
remedios?

Naturalmente, cualquier hombre sensato


estará de acuerdo con esa opinión. ¿Pero
tendrán todos y en todas partes esos «otros
remedios»? Sólo quiero señalar que el ayuno
voluntario y sistemático provoca en el
organismo un proceso especial que tiene un
curso determinado, proceso durante el cual
se curan enfermedades declaradas como
incurables al aplicarse otros remedios.

Lo que se puede conseguir así lo demuestra el


hecho citado por el doctor Roux (Les appétits
et le jeune, pág. 34): «En el año 1811, el
sueco Osbeck curaba casos graves de sífilis
por medio del hambre. Sus éxitos llamaron
grandemente la atención en Suecia y
Dinamarca, y le fue concedida la recompensa
en nombre de la nación».

En las obras de la medicina moderna figura


este procedimiento; ¿por qué no recurren a él
en la práctica?
¿Hay para ello una explicación determinada?

Desgraciadamente, hay demasiadas razones


para suponer que el método de Osbeck fue
abandonado y olvidado por la ciencia médica
«sin explicaciones». He aquí un testimonio
más que merece la mayor atención y
averiguación: el general Eck me contó que en
la primavera de 1915 revisaba los caballos del
7° Grupo de Morteros en Galitzia. Tuvo que
pasar revista a varios centenares de caballos.
El trabajo fue muy pesado, y le sorprendió que
durante la comida que siguió, al veterinario de
la división le fuera servido sólo un vaso de té,
a pesar de que había trabajado con él toda la
mañana. « ¿Por qué semejante falta de
apetito?». «Hoy es el último día de mi ayuno
de doce días». « ¿Qué ayuno?». El
veterinario contó que varios años atrás,
durante una operación, se había contagiado
de muermo. Un médico local lo curó por
medio del ayuno y, para que la enfermedad
no se repitiera, le prescribió ayunar tres días
cada mes y dos veces por año doce días cada
una. El enfermo salvado observaba
naturalmente ese régimen y gozaba de
excelente salud. Desgraciadamente, el
general Eck no pudo comunicarme el nombre
de ese veterinario ni pormenores sobre la
cura, sus
procedimientos y el plazo del ayuno curativo,
y ruego mucho a todos los que pudieran
completar ese relato que me escriban a la
dirección: Belgrado, Serbia, redacción de
“Novoie Vremia”, Alexis Suvorin. Sería lástima
si también este “secreto” y método se
perdiesen, como se perdió y se olvidó el de
Osbeck.

Lo mismo ruego a todos los que sepan algo


sobre la curación de la tisis mediante el ayuno
que se practica entre los calmucas de la
región de Semiretchie y del cual me contó el
general Kasanovitch. El ayuno es riguroso. el
hombre llega a la extenuación más completa:
piel y huesos es lo que queda. Beber se le
permite solo agua, unas veces fría, otras
caliente, según las indicaciones del médico-
curandero. Cuando el hombre llega finalmente
al estado de “esqueleto envuelto en la piel”,
empiezan a alimentarlo con kumis, y la tisis en
él desaparece.

En ambos casos no se indica el método de la


cura. Es necesario determinarla por medio de
experimentos.

Pero mi descubrimiento hace público el


máximo que se puede conseguir mediante el
hambre: es un ayuno completo de cuarenta
días hasta la purificación de la lengua. Este
método no es tan terrible, si se toma en
consideración que cura hasta las
enfermedades como el muermo, contra el cual
no existen procedimientos más suaves. Un
dicho de la medicina antigua rezaba: “si no
cura la piedra infernal (nitrato de plata), cura
el hierro; si no cura el hierro, cura el fuego; si
no cura el fuego, cura la palabra”. En este
caso “palabra” puede significar “sugestión”,
“hipnotismo”. Pues bien, al tratarse de la cura
mediante el hambre, hay que admitir que su
efecto depende considerablemente de la
psiquis y la autosugestión del enfermo. El
setenta y cinco por cierto del resultado lo dará
el ayuno para la cura del enfermo de todos
modos, aunque este no tuviese ninguna
confianza en el éxito, pero, al mismo tiempo,
este método curativo es tal, que puede ser
fortalecido apreciablemente y mejorado en
sus resultados por el efecto psíquico, y eso
hasta el grado --- ¿y por qué no?--- de resultar
capaz de matar al bacilo del muermo. La
técnica del ayuno nos indica a cada paso la
presencia en el hombre no solo de la “física”
sino también de la “psiquis”.

En la cura mediante el ayuno su rasgo


benéfico es el de no limitarse en su efecto
nunca a una sola enfermedad determinada.
Siempre da también una refrigeración y
robustecimiento generales del organismo. En
el hombre no sólo desaparece el catarro del
estómago, sino que cesan también los
dolores de cabeza, la tos en las horas de
dormir, las turbaciones de la vista, y aumenta
la capacidad del trabajo.
He aquí ejemplos terminantes: a “J. I...of”, al
cabo de 14 días de ayuno, se le disuelve el
cúmulo de sales formado junto al hueso sacro,
que era la causa de una ciática incurable, y al
mismo tiempo, después de una
semana de ayuno, expulsa tres cálculos
grandes y cincuenta menudos, su estómago
mejora, se torna completamente sano y
pierde 11 kilos de peso superfluo. ¡Todo eso al
cabo de 14 días de ayuno!

“V. E...y” enumera los resultados de su


ayuno de 24 días en la forma siguiente:

1) Pesadez en las piernas y cansancio


general en las mismas aun después de una
caminata corta, han desaparecido por
completo. Las piernas se han vuelto ligeras
como las de un joven de 20 años de edad. La
marcha es firme y segura.

2) La ciática reaparecida durante el ayuno ha


cesado [al cabo de dos semanas de ayuno].

3) El lagrimeo ha desaparecido.

4) «Las moscas negras» en los ojos casi no


aparecen más.

5) La córnea de los ojos, de amarilla ha


pasado a ser limpia y blanca.
6) Las venas azules en las sienes y las
mejillas han desaparecido.

7) El romadizo crónico de que padecía durante


muchos años se ha curado.

8) He dejado de rechinar con los dientes


mientras duermo: sufrí este mal durante
decenas de años.

9) Ya no ronco.

10) Puedo dormir un rato bastante prolongado


sobre el costado izquierdo, cosa que no podía
hacer antes.

11) La disposición general excelente, el


apetito también en el transcurso de 14 días
he recobrado 11 kilos de peso.

Después de tres ayunos (10, 10 y 40 días), “V.


D... n” escribe:

A pesar de mi paciencia para el baño en agua


fría, de noche siempre sentía frío y, al
acostarme, no podía calentarme durante
mucho tiempo, ni bajo dos mantas y con
tiempo templado. Pero de un modo singular
sentí el frío durante los tres ayunos. Ahora,
después del tercer ayuno, el fenómeno ya no
se repite, ni al acostarme ni de noche. Ahora
tengo calor hasta al dormir bajo una sola
manta; me la quito y duermo
cubriéndome con una sola sábana; estoy muy
sorprendido y me alegro del cambio que se
ha producido, recordándole a usted con
gratitud.

Claro está que para cambios tan «sutiles»


hace falta una purificación singularmente
profunda y el robustecimiento de todo el
sistema nervioso.

CAPÍTULO 10. HECHOS Y CASOS

Los que quieren recurrir al ayuno para librarse


de sus dolencias, naturalmente, tienen deseos
de saber antes: ¿qué efecto ha producido
sobre otros?

Para ofrecer de una vez en un cuadro general


el transcurso y los resultados del proceso,
inserto a continuación varios relatos
completos de personas que han realizado
últimamente el ayuno ante mis ojos.

CAPÍTULO 11. OBESIDAD. DILATACIÓN DE LA


AORTA.
“MOSCAS NEGRAS ANTE LOS OJOS”. LA CURA
POR MEDIO DEL AYUNO
EN CUARENTA DÍAS.

El verano pasado, en julio, en Bulgaria,


efectuó un ayuno de cuarenta días el
ingeniero ruso I. Berladin, a quien la
adiposidad del corazón y la dilatación de la
aorta ya habían empezado a dificultar
seriamente su trabajo en una mina, con sus
difíciles caminatas y a veces hasta la
necesidad de arrastrarse por las galerías
subterráneas, en un ambiente envenenado
por toda clase de gases.

Sigue a continuación su propio relato sobre


ese ayuno. Su valor especial reside en que el
principio del ayuno fue muy difícil, sin
prometer éxito, y además, en la circunstancia
de que desde entonces ya ha pasado un año,
y hay datos sobre el estado de salud del
enfermo. El mismo es “excelente”.

19 de mayo de 1925

… Yo sufro la dilatación de la aorta, la gordura


del corazón, debido a la alimentación irregular
y el alcohol, que tomé en cantidad
considerable durante la guerra contra
Alemania (estuve en el frente los tres años
como oficial del Regimiento de Cosacos de la
Guardia). Inadvertidamente llegó el momento
de la recompensa. La cuenta me fue
presentada bajo el aspecto de la muerte (en
forma de amenaza) aquí, a causa de subidas
cotidianas por cuestas muy pronunciadas. A
partir de enero no como carne y no bebo ni
una gota de vino. He empezado a sentirme
mejor y rebajado 6 kg. Pero siento y sé que
mis tejidos están empapados aún en ácido
úrico. Por lo tanto quiero, a efectos de una
reacción más brusca y la limpieza de los
rincones más apartados del organismo,
aplicar el experimento de usted (o sea, el
ayuno).

Entre mis amigos conozco a dos que han


realizado experimentos idénticos.

El ingeniero M. I. M…kin (en el original figuran


el nombre y apellido completos) había
engordado y empezó a sufrir del hígado y de
los riñones debido a la alimentación irregular
(consumo desmedido de cerveza). Ayunó
totalmente durante 25 días (tomando té sin
pan ni azúcar), y después del ayuno, reducido
su peso de 112 kg a 88 kg, se ha puesto
sumamente bienhumorado, enérgico y
completamente sano.

Otro: V. S. S…loff (en el original nombre y


apellido completos), propietario de minas de
carbón y estanciero, era gordo y padecía de
catarro. Ayunó en medio de un coro de
burlas y lamentos durante treinta días y ha
recobrado su salud. Desgraciadamente no
gozó mucho de su bienestar físico: lo fusilaron
los comunistas.

7 de junio de 1925

A partir del 1 de junio empecé el ayuno de


acuerdo con las instrucciones de usted y
algunos datos recogidos del libro del profesor
S. Meller sobre la cura mediante el hambre.
Previamente tomé un purgante.

1º día: Hambre intensa. Tomé sólo agua. A la


noche un clister (enema): un litro de agua
tibia.

Tengo que decirle que, a causa de la


arterioesclerosis, padezco de dilatación de la
aorta, la cual me oprime el esófago (es la
opinión de algunos médicos; otros, en
cambio, dicen que esta opresión es causada
por los nervios y hasta por la neurastenia).
La opresión en cuestión se pone de
manifiesto por un espasmo en la garganta y la
sensación de como si yo me hubiese
atragantado con un carozo (hueso) de ciruela.
La sensación esta no me molesta, pero me
inquieta sobremanera y siempre va
acompañada de un fuerte dolor de cabeza.
Antes del
ayuno tomé durante un mes yodo y algunas
píldoras, y la opresión casi desapareció.

Así que el primer día no advertí cambio alguno


en mi estado físico. Mi peso sin ropa era de
82,7 kg.

2° día: Tomé sólo agua. Apareció el cansancio,


la debilidad y un sabor desagradable en la
boca. La lengua está limpia con una leve capa
blanca. Por la noche tomé un purgante y no
apliqué el clister (enema).

3º día: Me levanté con un fuerte dolor de


cabeza. Estaba soñoliento, pero cuando me
dirigí al trabajo, esta sensación desapareció y
empecé a sentirme bien. Debido a que el agua
aquí es muy mala, la sustituí por el té sin
azúcar, tomando cuatro vasos por día. Los
excrementos seguían siendo líquidos, en
atención a lo cual no recurrí al clister. La
opresión en la garganta aumentó, no se sabe
por qué, y me molestaba mucho. El sueño es
profundo; me despierto con dificultad.

4° día: Me he despertado con un fuerte dolor


de cabeza. Los ojos se han hinchado tanto,
que los abrí con dificultad; la sensación es
como si alguien les hubiese echado arena
dentro. La garganta está fuertemente
oprimida. Una gran debilidad en las piernas.
Fui al trabajo con dificultad. Las condiciones
de mi trabajo son las siguientes: la mina
donde trabajo dista de mi casa dos kilómetros.
En la mina, moviéndose por unos corredores
angostos y a veces de fuerte declive, hay
que examinar cada uno de los 32 pozos; en
ocasiones, uno tiene que
arrastrarse o subir por las escaleras. El aire
está impregnado de humo de materias
explosivas, y allí donde hay incendio
subterráneo, de óxido de carbono. El camino a
recorrer para visitar todos los pozos asciende
por lo menos a cuatro kilómetros (he medido
sobre el plano con precisión). Para regresar a
casa hay que recorrer dos kilómetros.
Después de la comida voy a la administración
de la mina: un kilómetro; y otro kilómetro de
regreso. De modo que mi viaje diario
obligatorio, la mitad del mismo en un
ambiente muy pesado, llega a diez kilómetros.
En la mina me sentí tan mal que me caí, y
faltó poco para que me aplastara un motor a
nafta que arrastraba varias vagonetas con
carbón. Me sacaron de debajo de las ruedas
los operarios.

Por la mañana tomé dos vasos de agua, a la


hora de la comida, un vaso de té sin azúcar.
Luego dormí la siesta durante una hora. La
garganta se halla fuertemente oprimida. Por la
noche, durante el banquete en el casino, tomé
un vaso de agua teñida de vino tinto. Siento
un fuerte dolor de cabeza. Durante la hora
del té en el casino, sentí que me
desmayaba. Con mucha dificultad recogí
todas las fuerzas y salí. La garganta está
oprimida en forma insoportable. Pensé que
había aumentado considerablemente la
presión de la sangre, a raíz de lo cual
se había hinchado la aorta. Me tomé el pulso.
¡Resultó 80! De modo que el funcionamiento
del corazón es normal, la aorta no puede estar
sobrecargada, y es evidente que el aumento
del espasmo en la garganta no depende del
trabajo del corazón. Me desnudé y eché un
clister (un litro de agua). Después del clister el
dolor de cabeza disminuyó, y me dormí
tranquilamente.

5° día: A la mañana otra vez dolor de cabeza;


los ojos están hinchados, pero para sorpresa
mía, me siento bien. Por el efecto del clister
de la víspera, los excrementos son líquidos.
Sin embargo, el caso del día
anterior en la mina me asustó y me obligó a
tomar por la mañana un vaso de té con una
cucharadita de azúcar y dos cucharaditas de
leche sin crema. Me sentí en seguida muy
bien. En la mina recorrí los pozos sin
dificultad, aunque al pasar por el humo, sentí
que se me oprimía el corazón. A la hora de la
comida tomé un vaso de té con limón sin
azúcar y por la noche otro vaso de té con dos
cucharaditas de jarabe de dulce de guindas.
Siento opresión en la garganta, pero mucho
menos que antes. El pulso por la mañana es
60, por la noche también 60. Por la noche
eché un clister de un litro de agua.

6° día: Me levanté con una sensación de


admirable bienestar y ligereza. Es cierto que
me desperté con dolor de cabeza y los ojos
un tanto hinchados, pero apenas había
terminado de lavarme, cuando todo eso
desapareció por completo. Establecí un nuevo
régimen alimenticio: a la mañana un vaso de
té con una cucharadita de azúcar y dos de
leche; a la hora de la comida otro vaso de té
con limón y una cucharadita de azúcar; a
continuación la siesta de una hora,
inmediatamente después de un vaso de té con
limón y una cucharadita de jarabe de guindas;
a las 6 horas de la tarde un vaso de té con una
cucharadita de azúcar y dos de leche; a las 9
horas de la noche, antes de acostarme, un
vaso de té con una cucharadita de azúcar. No
tomo agua. En total por día: cinco vasos de té
liviano, cuatro cucharaditas de leche sin
crema y cinco de azúcar o de jarabe.

Sólo en esas condiciones tengo fuerzas para


trabajar. Me pesé (sin ropa), 79 kg, o sea que
en seis días perdí 3,7 kg.

A la noche evacué el vientre; salió una


mucosidad de color rojo oscuro, en atención a
lo cual no me apliqué el clister. Casi no hay
opresión en la garganta. Sobre la lengua se
nota un sedimento blanco con una franja
parda. El pulso es de 60 y 75. Siento
escalofríos.
7° día: Hacía mucho tiempo que no me
sentía tan lleno de bríos, ligero y bien. La
cabeza se halla completamente clara. En la
garganta casi no se nota opresión. El pulso es
75. Pienso tomar el té con azúcar
(una cucharadita) sólo antes de salir para el
trabajo, o sea dos veces por día; mientras que
los otros tres vasos, o tal vez dos, los tomaré
con limón, pero sin azúcar.

17 de junio

Hoy ya ha pasado el decimoséptimo día de mi


ayuno. A partir del séptimo día, se produjo una
crisis en mi estado físico. Todo este tiempo me
siento excelentemente. Duermo
profundamente, me levanto sin dolor de
cabeza, tengo la sensación de ligereza y de
bienestar. Estoy lleno de energías; me vienen
ganas de correr y de saltar, y sin embargo hoy
es el decimoséptimo día de ayuno. El espasmo
en la garganta se hace sentir en forma muy
débil y lejana. La lengua está blanca con una
franja amarilla en medio. El pulso es por la
mañana y durante el día 76-80; de noche,
cuando me hallo acostado, es 60. ¡Pero es
fuerte y regular! Me aplico los clisteres en días
alternos, de un litro y medio cada uno. Lo
único desagradable es el olor repugnante que
sale de la boca. A juzgar por las notas de
usted, eso es normal, porque confirma su
teoría sobre la expulsión de los residuos “de
abajo arriba”, por la lengua; de ahí el olor a
letrina en la boca. Es realmente malo esto.
Los nervios no pueden estar tranquilos. El
hambre, desgraciadamente, no ha pasado.
Cuando siento el olor a comida, tengo muchas
ganas de comer. Hasta en sueños veo
comidas sabrosas. Mi régimen alimenticio se
ha reducido aún más. A partir del séptimo día
tomo por día tres vasos de té con una
cucharadita de jarabe cada uno y dos vasos
de agua. Menos no puedo tomar, porque, de lo
contrario, me
pongo muy débil.

Mi estatura es de 1,75 m.

Antes del ayuno tenía el talle de 102 cm; el


pecho de 110 cm y el cuello de 42 cm.

Mi peso antes del ayuno era de 82,7 kg,


ahora es de 75,4 kg. Así que en el
transcurso de 17 días he rebajado 7,3 kg. Me
parece que es poco, con el esfuerzo físico
(movimientos) que tengo que realizar.
El profesor S. Meller, en general, escribe sobre
el ayuno casi lo mismo que usted (excepto la
teoría sobre la expulsión de los residuos por
la boca), pero aconseja no ayunar más de 21
días. En su opinión es mejor realizar en un
año dos o tres ayunos de 21 días, que uno
solo de 30 a 40 días. Sostiene que al cabo de
21 días, la energía vital del organismo se
debilita, y el intercambio de sustancias que
se observaba antes, cesa bruscamente, y
empieza el agotamiento y el decaimiento de
la vitalidad. Me quedan hasta veintiún días
cuatro días más, pero yo seguiré ayunando
hasta cuando pueda. Me parece que seré
capaz de prolongar el ayuno durante
muchísimo tiempo, con tal que no me impida
trabajar.

He terminado mi ayuno.

Resolví obedecerle a usted en todo y


continuar mi ayuno hasta el 40° día, de ser
ello posible.

Desde el 20° hasta el 30° día de ayuno mi


estado físico, en general, siguió siendo
excelente. A veces, cuando me esforzaba
mucho durante el trabajo, se apoderaba de mí
una debilidad extraordinaria, y tomaba varios
tragos de vino blanco. Hacia el 22° día había
rebajé desde el inicio del ayuno 10,3 kg.
Continué aplicándome
clisteres. Al 25° día, la lengua empezó a
despejarse en la parte delantera; fue
poniéndose rosada, pero en medio, sobre la
capa blanca, se notaron chorros de color
pardo-amarillo. Entre el 27° y el 30° días
siento un hambre intensa y “vivísima”. No sé
por qué, pero tengo ganas de comer cebolla y
pescado salado. La carne me deja indiferente.

Al 30° día noto una disminución del peso a


partir del comienzo del ayuno de 13,2 kg. Me
examinó el médico búlgaro que antes me
había encontrado la hinchazón del corazón.
¡Ahora, para su sorpresa, el
corazón es completamente normal! Espero la
purificación de la lengua, pero sufro un
desengaño, pues pasa el 32° día, y el
sedimento en la lengua no desaparece. A
partir del 30° día empezó a segregarse una
saliva repugnante, espesa, pegajosa, parecida
a espuma. La escupo a cada instante. Mi
esposa está triunfando: en su opinión, me voy
convirtiendo irremediablemente en un
“camello rabioso”. Empecé a tomar agua de
soda y enjuagar la boca con permanganato.
Aumentó el hedor en la boca, y empezó a
empeorar el estado físico general. A la
mañana me levanté lleno de bríos, pero hacia
la comida ya me sentí mal y por la noche
expiré completamente, como esos cochinos de
goma hinchables que se venden durante el
carnaval. Literalmente, no me sostienen las
piernas. A partir del 36° día me comienzan a
doler el pecho, la garganta y las vías
respiratorias. Tengo el aspecto de un
cadáver. Los amigos afirman, que en vista
de la carestía del entierro, conviene dejar el
experimento. La muerte es una aventura
demasiado costosa para un refugiado.
¡Pero... aguanto! La lengua no se despeja. Las
manchas pardas palidecen, se ponen
amarillas, pero no desaparecen.

Así llega el 39° día. Las fuerzas me han


abandonado por completo. Yendo a la mina,
me caigo dos veces por el camino. Pero la
cabeza está despejada, no hay vértigos; lo
único que ocurre es que se doblan las piernas.

Al 40° día la lengua tiene todavía el sedimento


blanco en su parte trasera, y, en éste, chorros
amarillos. A partir del 36° día el hambre ha
desaparecido; todo lo contrario: la comida me
causa repugnancia. Al 40° día volví a
experimentar un ligero ataque de hambre. En
vista de la extenuación extraordinaria, resolví
empezar a comer. A las 7 horas de la noche
me apliqué un clister y comí (o bebí) medio
plato de jarabe de una compota de manzanas,
pero éstas no las comí. Al 40° día me pesé.
Son interesantes los resultados:

Al principio del ayuno yo tenía, con una


estatura de 1,75 cm, un talle de 102 cm, un
pecho de 110 cm, un cuello de 42 cm y un
peso de 82,7 kg.

Al cabo de 40 días de ayuno:

El talle, 83 cm; el pecho, 101 cm; el cuello, 38


cm; el peso, 66,3 kg.

El total de la disminución:

El talle, 19 cm; el pecho, 9 cm; el cuello, 4 cm;


el peso, 16,3 kg.

De un modo particular han adelgazado las


piernas, las caderas, el pecho, los brazos;
sobre el vientre todavía quedaba la grasa
subcutánea, de modo que habría podido
continuar el ayuno, pero durante el
trabajo ya no me sostenían las piernas, y era
necesario terminar.
Al 2° día tomé té con leche y dos veces por
día sopa de legumbres (vegetariana) con
municiones y una yema de huevo cruda.
Galletas no comí. A la noche evacué el
vientre con resultados escasos:
evidentemente, los intestinos se hallan
dormidos. Debilidad.

Al 3er día el estado físico excelente. Hambre.


La lengua ha quedado limpia. Tomé dos
vasos de café con leche, dos galletas, un
pequeño pedazo de jamón sin tocino y un
plato de caldo de gallina.

Al 4° día el
estómago digiere excelentemente, pero los
intestinos no funcionan. Me veo obligado a
echar un clister. Comí caldo con huevo,
galletas, compota y jamón, pero todo en
pequeñas cantidades.

Al 5° día me puse a comerlo todo (pero no


carne). A partir de entonces empezó a
desarrollarse rápidamente el apetito y se
inició el restablecimiento de las fuerzas. Los
intestinos continúan funcionando flojamente
(anemia). Me dirigí a un médico local ruso que
también conocía la hinchazón de mi corazón
y de mi aorta y no simpatizaba con mi
proyecto de ayunar. Me sometió a un
cuidadoso examen y al final reconoció que
mi corazón había adquirido sus dimensiones
normales y ya no padecía de gordura. Me
comentó: “Pero el éxito se explica por su
fuerte organismo, cualquier otro correría el
riesgo de morir”.

Sin embargo… a mí me parece que no es así.


El hambre no puede traerle a nadie más que
beneficios.

Ésta es ahora mi convicción profunda. El


médico me dio no sé qué gotas para los
intestinos; las tomé durante varios días, y
ahora todo va bien.

Ya han transcurrido tres semanas desde que


terminé el ayuno. Me siento hombre joven,
capaz de correr y de saltar. Desapareció mi
somnolencia y flojedad. Estoy lleno de bríos,
fresco y apto para el trabajo. No como
carne. Como legumbres, leche, arroz y frutas.

En los primeros 11 días aumenté mucho: ocho


kilos. Me asusté y me refrené. Ahora
mantengo el peso de 70 kilos.
Así que se lo agradezco a usted de todo
corazón, querido Alexey Alexéievich.

En este caso, el organismo del enfermo se


hallaba muy sucio, y por lo tanto, en los
primeros días de ayuno, se libró de golpe una
cantidad excesiva de residuos que no
pudieron ser eliminados por el organismo y lo
estuvieron envenenando temporalmente.
Hacia el sexto día, el organismo logró
despacharlos, y se estableció un “excelente
estado físico”.

La misma suciedad del organismo fue la


causa evidente de que el proceso de la
purificación no quedara terminado al 40° día,
y se necesitaron para ello dos días más: la
lengua se despejó al 43° día. Ese mismo día
apareció un intenso apetito y otra vez un
excelente estado físico que resultó ser firme.

Por más sorprendente que parezca para los


recursos y éxitos comunes de la moderna
medicina la curación de un defecto tan
orgánico como lo es la dilatación de la aorta,
especialmente tomándose en consideración
que el enfermo no dejó su pesado trabajo
cotidiano, agotador justamente para el
corazón, este caso no permite formular la
suposición de que la dilatación de la aorta
del paciente fuera sólo imaginaria, sólo un
fenómeno de neurosis, y que los médicos se
engañaran. El hecho es que el ayuno puede,
en el transcurso de su proceso, corregir
también lesiones orgánicas. He aquí lo que el
doctor Roux expone en su concienzuda obra
“Les appetits et le jeune devant l’hygiene”,
pág. 43, sobre los resultados de su práctica
con el método del doctor Guelpa, el cual
consiste en la aplicación del ayuno en
pequeños “paquetes” de 3 a 5 días en serie,
acompañado del consumo diario de una
botella de agua mineral purgativa calentada, y
para acelerar los resultados, de
autointoxicación adicional por medio de carne:

“La enfermedad de Hodgson, dilatación de la


aorta. Aneurisma... El desarrollo de la
enfermedad se detiene inmediatamente. Se
produce una rápida y firme disminución de la
presión arterial. Al practicarse el
examen radiológico, se comprueba que las
paredes de la aorta se van encogiendo poco a
poco hasta su ancho primitivo. En
correspondencia con eso, también se aclaran
las intransparencias patológicas. El autor no
ha encontrado casos de cura fracasada al
practicarse ésta en forma seria”.
Así que el ayuno cura los tejidos no sólo en su
superficie, sino también en su interior. De las
paredes de las arterias extrae todas las
células morbosamente formadas y superfluas,
y la arteria vuelve a sus dimensiones
primitivas (al tratarse de la dilatación de la
aorta) o recupera su elasticidad anterior (en
casos de arteritis).

¡Con un recurso tan extraordinario entre las


manos, cuántos milagros puede hacer con sus
enfermos un instruido y talentoso médico-
práctico!

CAPÍTULO 12. LA PÉRDIDA DEL OCHENTA


POR CIENTO DE LA CAPACIDAD DE
TRABAJO GENERAL. EL PULMÓN
PARALIZADO POR UNA CONCRECIÓN
VOLVIÓ A FUNCIONAR. DILATACIÓN DE LA
AORTA. CURA EN 35 DÍAS.

Carta de S. N. Durnovo (Belgrado), del 3 de


junio de 1926:
Las causas que me indujeron a empezar
el ayuno.__Inicié el ayuno por dos causas: 1)
me interesaba saber cómo podía ayunar sin
morirme de hambre, y 2) mi esposa ya
hacía tiempo que se proponía realizar un
ayuno, pero no se decidía, y un día resolví
darle un ejemplo.

Mi edad y estado de salud.__Tengo 60 años


de edad, padezco de esclerosis y he sido
herido en dos sitios: una bala me perforó el
pulmón izquierdo y destrozó la extremidad de
la novena vértebra de la espina dorsal, y la
otra, tras haber pasado por la parte inferior
del corazón, quedó incrustada entre la 7ª y la
8ª vértebras de la columna vertebral.

De resultas de estas heridas, se me produjo la


concreción en el pulmón izquierdo, éste dejó
de funcionar y se alteró la circulación de la
sangre en la parte inferior del cuerpo, a raíz
de lo cual sufro de las piernas y camino con
dificultad. Además, a nueve centímetros de la
columna vertebral tengo rota la séptima
costilla izquierda, que al hacer algunos
movimientos sobresale y me causa fuertes
dolores. Debido a estas heridas, la Comisión
Médica oficial serbia reconoció que he perdido
el ochenta por ciento de la capacidad de
trabajo.

La iniciación del ayuno y el estado físico


durante el mismo.__Empecé el ayuno a
partir de la noche del 14 de marzo y lo
terminé el 18 de abril por la mañana,
habiendo ayunado, por tanto, 34 días y medio.

Durante la primera semana el ayuno resultó


muy difícil, principalmente debido a que tuve
que dejar de fumar y tomar un té muy
fuerte; no podía darme cuenta de si tenía
más ganas de fumar o de comer, pero me
inclinaba a favor de la primera suposición. A
partir de la segunda semana empezaron a
doler las cicatrices formadas en el interior por
efecto de las heridas, y a partir de la cuarta, la
costilla rota. Estos dolores sordos persistentes
me trastornaban los nervios poniéndome
sumamente irritable, de modo que para fines
del ayuno
fui poco menos que insoportable en la vida
familiar. Para calmar los dolores empecé a
vendarme fuertemente el tronco y el vientre, y
esto me daba alivio. No sentía vértigos, y
aunque quedé debilitado, seguí yendo a pie al
trabajo, recorriendo diariamente tres
kilómetros. Terminada la primera semana
de ayuno, casi no sufría de hambre y
tampoco tenía muchas ganas de fumar.
Durante todo el ayuno me persiguió la
sensación del frío, y me abrigaba
continuamente sin resultado positivo.
Luego dejé completamente de sudar,
cuando antes sudaba muchísimo, sobre
todo en la mitad izquierda de la cabeza y
la cara. Finalmente, suspendí la siesta y
empecé a dormir mal de noche; sentía
continuamente una especie de excitación y
algo me atraía no sé dónde. Un detalle de
interés: durante el ayuno dejaron de crecerme
el pelo y las uñas, lo cual me sorprendió
muchísimo porque las uñas crecen aun a los
cadáveres en los primeros días que siguen a la
muerte.

El régimen durante el ayuno.___Bebía


cuatro veces por día: a las 6 horas de la
mañana, a la una, a las 5 de la tarde y a las 8
de la noche, cada vez una taza de agua
hirviendo con un trocito de limón y medio
terrón de azúcar (que comía aparte mientras
bebía el agua). Al principio del ayuno
agregaba a veces al agua una cucharadita de
coñac, pero luego dejé de hacerlo y
durante la segunda mitad del ayuno,
cuando después del trabajo me sentía
singularmente cansado, tomaba el zumo de
media naranja. Día sí día no me aplicaba
clisteres de un litro de agua tibia cada uno y
durante la 3ª y la 4ª semanas de ayuno
tomaba yodo, a razón de dos gotas por día (un
desacierto: el trabajo que se desarrolla en el
organismo es sin esto muy intenso y se
ajusta a un esquema determinado bien
conocido del organismo y no hace falta
trastornarlo).

Disminución del peso y temperatura.___Al


iniciar el ayuno, pesaba 71 kg y medio; al
cabo de una semana, 66 kg; al cabo de dos,
64 kg y medio; al cabo de tres, 62 y medio; al
cabo de cuatro, 59 y medio; y al cabo de
cinco, 59 kg; es decir: durante la primera
semana perdí 6 kg y medio; durante la
segunda, 1 kg y medio; durante la tercera, 2
kg; durante la cuarta, 3 kg; y durante la
quinta, medio kg; en total, 12 kg y medio. La
gran pérdida de peso durante la primera
semana se explica por el hecho de que en
esa época principalmente se limpió el
estómago. Del mismo modo, en la cuarta
semana al 25° día, después del clister salió
una gran cantidad de excrementos viejos
de un color completamente negro:
probablemente el sedimento del
intestino ciego.

Mi temperatura normal es de 36,6°.


Cuando empecé a ayunar, la temperatura
fue bajando y para fines de la primera
semana llegó a 34,8°, nivel en el que se
mantuvo durante todo el ayuno sin
oscilaciones.

El estado de la lengua.___La lengua no la


sometí a observaciones regulares: no tuve
paciencia. Sólo puedo decir, que estuvo
tapada de un modo particular durante la 4ª y
parte de la 5ª semana, período durante el cual
la saliva fue muy pegajosa y espesa. Además,
en el curso de la 3ª, la 4ª y la 5ª semanas, se
me segregaba abundantemente una flema
pegajosa y espesa. El olor que salía de la boca
era repugnante, pero lo eliminaba por medio
de yodo, de manera que yo mismo no lo
percibía mucho. En cuanto al color del
sedimento sobre la lengua, no lo tuve ni
marrón ni amarillo oscuro. La capa que cubría
la lengua fue blanca, y durante la 5ªsemana
de ayuno, los bordes de la lengua eran rojos y
el medio de color amarillo claro.

El fin del ayuno.___El domingo 18 de abril


resolví recibir la Santa Eucaristía. La noche de
la víspera me sentía muy mal y en la mañana
del 18 aún peor. Sin embargo, me decidí a ir a
la iglesia. Al salir a la calle me sentí mal: todo
se puso oscuro ante los ojos, y me vi obligado
a entrar en el comercio más próximo. Tras
haber recobrado algo los sentidos, quise
regresar a casa, porque era evidente que en el
estado en que me encontraba, no sería capaz
de llegar hasta la iglesia. Al mismo tiempo, en
vista del malestar experimentado, resolví
poner fin al ayuno. Cuando le expliqué a mi
esposa mi intención, ella me pidió que le
enseñara la lengua y, al verla, me dijo
que estaba del todo limpia. En ese
momento no le di fe y no me miré al espejo,
pero al cabo de dos o tres horas, ya después
de haber tomado leche y comido una galleta,
lo hice y comprobé que mi lengua estaba
completamente despejada y ostentaba toda
un color rojo. Durante los primeros dos días
después de haber empezado a comer,
sentía una intensa debilidad, especialmente
el primer día: fui poco menos que incapaz de
caminar. Al tercer día, en cambio, me
restablecí por completo y empecé a sentirme
aún mejor y más fuerte que antes del ayuno.
Los dolores en el costado izquierdo que antes
me molestaban tanto, desaparecieron el
primer día en que empecé a comer
nuevamente, pero la irritabilidad se prolongó
aún por varios días.

Después del ayuno, el apetito reapareció en


seguida, y la comida me pareció sumamente
sabrosa.

El régimen después del ayuno y las


consecuencias de la alimentación
equivocada.___Empecé a comer en
pequeñas dosis y bastantes veces al día:
tomaba sólo leche y quéfir con galletas, comía
polenta de tapioca y de grano sarraceno,
ricota, leche cuajada y, a partir del segundo
día, un huevo semiblando por día. Pero ese
régimen lo observé sólo durante tres días, y a
partir del cuarto volví a mi régimen
acostumbrado, es decir: empecé a tomar café
con leche y pan a las 5 horas y media de la
mañana, comía a la una y media de la tarde,
cenaba ligeramente y tomaba té a las 8 horas
de la noche, dejando de observar dieta
alguna. De resultas de todo eso, a partir del
sexto día se me empezaron a hinchar los pies
en las plantas y los tobillos, y los tobillos se
hincharon hasta tal punto, que se agrietó la
piel. A mi esposa, que ayunó conmigo y se
alimentó luego en la misma forma que yo, se
le hincharon los pies ya al quinto día, y de
entrada en grado considerable. Ella se dirigió
al médico Bentzelevitch, quien, al enterarse
de que ella después del ayuno ya al cuarto día
había vuelto a la alimentación común, declaró
que la hinchazón de los pies era la
consecuencia de la no observancia de una
dieta, y le recetó comer seis veces por día y
tomar gotas etero-valeriánicas, a razón de
quince cada vez. Mi esposa observó esa
prescripción, y la hinchazón de los pies se le
pasó al cabo de tres días. Para mí, en
cambio, esa forma de alimentación era
incómoda y continué mi régimen
acostumbrado, a consecuencia de lo cual la
hinchazón de los pies me duró mucho, y aún
ahora, pasadas seis semanas después del
ayuno, los tengo aún un tanto hinchados.

Los resultados del ayuno.___Según he


dicho más arriba, en mi pulmón izquierdo
había, de resultas de una herida, una
concreción, y este pulmón no funcionaba
desde hacía once años. Después del ayuno, en
cambio, volvió a funcionar. Ya en la quinta
semana empecé a notar que se ponía a
resonar la parte izquierda del pecho. Una
semana después del ayuno me dirigí al
médico, quien me sometió a un examen y dejó
constancia de que mi pulmón izquierdo
funcionaba. Además, el médico me manifestó
que a la sazón se me notaban sólo débiles
indicios de esclerosis, mientras que antes del
ayuno esta enfermedad se hallaba bastante
desarrollada en mí.

Estado físico después del ayuno.___Mi


estado físico ha mejorado mucho después del
ayuno; ahora ya no me canso tanto durante la
marcha, y después de la comida ya no siento
la debilidad general y la incapacidad total para
el trabajo, que eran antes consecuencias de la
esclerosis. Luego, se me alteró el gusto:
empezó a gustarme la leche, que antes no
podía soportar, y ahora ya no me gusta tanto
la carne, sin la cual no podía pasar antes, pues
constituía mi principal y único alimento. En los
primeros diez días que siguieron al ayuno, a
pesar del buen apetito, tenía en la boca una
aguda sensación de acidez; para hacerla
desaparecer me puse a fumar nuevamente,
aunque esto me repugnaba más bien.

El ayuno de mi esposa: su edad, estado


de salud y causas que la indujeron a
realizar el ayuno.___Mi esposa tiene 45 años
de edad. Ya hace veinte años que padece de
una esclerosis local de tímpanos, a raíz de lo
cual oye muy mal, de una digestión deficiente
y de la dilatación de la aorta, dolencias que la
hacían sufrir mucho del calor, la privaban de
sueño y le causaban dolores de cabeza, de
suerte que se veía en la necesidad de
aplicarse continuamente fomentos fríos en la
cabeza. Después de haber leído en “Novoie
Vremia” los artículos de usted, resolvió
ayunar, tratando así de aliviar la enfermedad
del corazón y mejorar el oído.

La iniciación del ayuno, estado físico


durante el mismo, régimen, temperatura
y pérdida de peso.___Empezó mi esposa
a ayunar
juntamente conmigo y puso fin al ayuno al
mismo tiempo que yo, o sea, ayunó durante
34 días y medio.

Soportó el hambre con dificultad en la primera


semana, y aún con mayor, en la última. Pero,
en general, se sintió ligera y con bríos, y
durante todo el ayuno siguió trabajando
(ahora es costurera). Mantuvo el mismo
régimen que yo. La temperatura la tuvo
siempre normal, de 36,6°. Todos los procesos
fisiológicos femeninos transcurrieron en forma
normal, sin dolores y a tiempo.
Pesaba mi esposa antes del ayuno 61 kg.
Rebajó: en la primera semana, 5 kg; en la
segunda, 1 kilo y medio; en la tercera, 2 kilos
y medio; en la cuarta, 2 kilos y medio y, en la
quinta, medio kg. En total: 12 kg.

Fin del ayuno.___Mi esposa dejó de ayunar


cuando su lengua no se había purificado aún
del todo (ella tampoco tuvo colores amarillo
oscuro y pardo en la lengua), a consecuencia
de lo cual sintió en los primeros
días después del ayuno una ligera
indisposición, aunque el apetito era bueno.

Como después del ayuno ella tampoco había


observado debidamente la dieta, se le
hincharon los pies al igual que a mí, pero una
vez que volvió a la dieta, la hinchazón se le
fue.

Estado físico después del ayuno y sus


resultados.___Después del ayuno, el estado
físico de mi esposa es bueno. El estómago
se le repuso completamente; empezó a oír un
tanto mejor, y la enfermedad del corazón se le
curó del todo.

El médico Bentzelevitch, que la asistió


después del ayuno, la examinó y comprobó
que su corazón está completamente sano y
funciona en forma normal. Ahora soporta
bien el calor y la presión atmosférica
pesada, duerme bien y ya no recurre a
fomentos fríos.

Al final tengo que manifestar que la cura por


medio del ayuno ha mejorado
apreciablemente nuestra salud. Ambos le
expresamos, estimado Alexi Alexeievich,
nuestra sincera y profunda gratitud por
habernos inducido con sus artículos a
experimentar ese método curativo.

En este interesante caso queda sin aclarar:


¿por qué no tuvo el señor D. en los últimos
diez días el trasudor pardo?; ¿por haber
tomado yodo, abreviando así el proceso y no
dejándolo llegar hasta el final?; ¿o,
simplemente, por no haber esperado el
momento en que ese trasudor hubiese
aparecido? Las circunstancias que
acompañaron el fin del ayuno del señor D.
admiten varias suposiciones. Yo,
personalmente, no tuve la oportunidad de
verlo ese día. La hinchazón de los pies
después del ayuno fue provocada por una
alimentación equivocada y la falta
de economía racional en el gasto de las
nuevas energías psíquicas adquiridas a raíz
del ayuno, economía necesaria en las
primeras semanas después del ayuno.

La transición del ayuno completo a la


alimentación normal se efectúa
tranquilamente en dos días si: 1) se mastica
bien y 2) se come en pequeñas dosis. No hay
que demorar esa transición. Después de la
primera semana conviene abstenerse de la
comida excesiva.

CAPÍTULO 13. EL FORTALECIMIENTO


GENERAL DEL ORGANISMO
MEDIANTE UN AYUNO PROLONGADO. CADA
CUAL PUEDE SER MÉDICO DE SÍ MISMO.

Mi ayuno de cuarenta y un días lo terminé con


toda felicidad el 13 de este mes.

Ya hace tiempo que estoy familiarizado con la


utilidad de reducir la alimentación,
habiéndome curado así veinte años atrás del
catarro del estómago y la enfermedad del
corazón. Aquí en Serbia, después de tres años
y medio de trabajos muy pesados,
acompañados de noches sin dormir, se me
enfermó nuevamente el corazón. Con mucha
inquietud por mi corazón me dirigí a mi nuevo
trabajo en el centro de Montenegro, donde
tendría que caminar mucho por las montañas.
A pesar de eso, la reducción de la
alimentación también allí, restableció el
funcionamiento normal de mi corazón.
Permanecí allí más de un año y medio, con el
corazón y todo el resto del organismo sanos.
Tras regresar de allá y tener condiciones más
tranquilas de trabajo, sin las difíciles marchas
por las montañas, empecé a engordar en
forma tal, que resolví curarme mediante la
reducción de la alimentación y una vida más
movida. En la primavera del año pasado
reduje mi comida acostumbrada seis veces;
me levantaba antes del amanecer, a las dos y
media o tres de la madrugada, y luego corría
descalzo dos kilómetros para bañarme.
Después del baño volvía a casa también
corriendo. En todo ese trecho descansaba al
principio con mucha frecuencia, pero luego
no más de tres o cuatro veces. Me bañaba
tan temprano, porque no tenía más tiempo y
también por la ausencia de público, a quien
habría parecido extraño semejante
pasatiempo en un hombre de edad avanzada.
Me bañaba y corría sin interrupciones, todos
los días, aun con lluvia y viento, de no ser
excesivos. El resultado fue espléndido. La
gordura y la propensión a ella desaparecieron;
me torné ágil, ligero y lleno de energías.
Empecé a dar fácilmente vuelcos sobre el
trapecio instalado en mi casa (hasta diez
veces seguidas), lo cual no podía hacer antes
desde ya hacía quince años, de manera que
ya había llegado a la conclusión de haber
perdido para siempre esta aptitud. Habiendo
conseguido más de lo que deseaba, aumenté
la comida hasta la mitad de mi porción
acostumbrada, pero continué las corridas a
pies descalzos, la gimnasia y los baños diarios
hasta el mes de noviembre inclusive,
sintiéndome
espléndidamente y provocando la admiración
del sereno y de los pescadores por la
facilidad con que aguantaba el frío matutino y
el agua fresca. De día no descansaba nunca ni
lo hice en esa época, pero me
acostaba temprano, a más tardar a las ocho
y, a menudo, a las siete. Mi comida era el
“kachamak”, que conocí y aprendí a gustar y
apreciar en Montenegro.

El “kachamak” montenegrino se prepara así:


en agua hirviendo salada se echa una
porción igual por su volumen de harina de
maíz (indiferentemente, blanca o amarilla).
Se baja el fuego. Se deja hervir el agua
durante bastante tiempo, cuanto más tanto
mejor, de 20 a 30 minutos, según sea el caso.
En ese tiempo, la harina (que se echa en el
agua sin mezclar) se calienta hasta alcanzar la
temperatura del agua. Luego se quita la olla
del fuego, y se revuelve su contenido
rápidamente con un cucharón. La harina
calentada se cuece en seguida al mezclarse
con agua hirviendo, y se obtiene un
sabroso pan cocido, el “kachamak”. Toda la
dificultad consiste en el acto de mezclar.

Tanto en Montenegro como después en otros


países, me alimentaba y sigo haciéndolo
con ese pan, comiéndolo a veces con tocino
o leche, pero, por lo general, simplemente con
té o con agua. La porción de kachamak que
acostumbraba comer de una vez era de medio
litro de agua con medio litro de harina. Pero
luego tomaba un poco más de agua y me
preparaba una comida líquida, la “mamaliga”,
no tan difícil de revolver.

Cocía la comida sobre un “primus”; echaba la


harina sobre el agua hirviendo y la dejaba
hervir unos diez minutos, luego sacaba la olla.
Si se quiere obtener una comida aún más
líquida, se puede echar la harina en el agua
hirviendo y revolverla en seguida. Resulta
barato, rápido, nutritivo y sabroso, sobre
todo, cuando se come con el apetito de un
hombre que acaba de sentir hambre. Como ya
he dicho, más tarde disminuí esa porción 6
veces, y a continuación y hasta ahora, la volví
a aumentar hasta la mitad.

Alimentándome con “kachamak” ya hace


tiempo (casi tres años) que he olvidado el
camino a las panaderías y las carnicerías; pero
tocino sí como, resulta muy bien con el
“kachamak”.

Ahora bien, los hombres parecen no querer


saber nada de una cosa tan exquisita,
aunque a veces se vean forzados a pasar
hambre.

De las propiedades curativas y la utilidad del


ayuno completo no sabía ni había leído ni oído
hablar nada, hasta que leí sus artículos
«Sobre la cura mediante el hambre».
Naturalmente, me sentí profundamente
interesado, tanto más cuanto que el
funcionamiento de mis intestinos dejaba algo
que desear. Además, hacía falta mejorar la
vista y el oído y, en general, rejuvenecerme:
tengo 58 años de edad.

Tomando en consideración la reducción de


alimentación que había practicado antes y que
se aproximaba al ayuno completo, pensé que
me encontraba bien preparado, “entrenado”,
para soportar hambre, y no dudé ni un
instante. Habiendo resuelto ayunar, me puse a
elegir el momento apropiado, lo cual, en las
condiciones en que me encontraba, no era tan
sencillo.

El primer ayuno, en enero de este año, tuve


que suspenderlo a los diez días de iniciado,
debido al aumento del trabajo físico.

El segundo, en febrero, por la misma razón, a


los nueve días.

Suspendido este último ayuno, no suspendí


los clisteres y proseguí su aplicación diaria
a modo de experimento durante un mes
y medio más, atribuyéndoles enorme
importancia como procedimiento para aliviar,
si no eliminar por completo, la lucha del
organismo con los venenosos residuos
perjudiciales para él que quedan detenidos en
los intestinos y no salen de allí sin ayuda
del clister; así, el organismo se ve en la
necesidad de soportar esta cloaca,
asimilándola. Cabe decir aquí que hasta ese
momento nunca había recurrido a clisteres,
tratándolos con repugnancia. Pero las
consideraciones expresadas por usted en sus
artículos me indujeron a cambiar de opinión y
hacer una enérgica aplicación de los mismos.
El procedimiento es el siguiente: el recipiente
está colgado en la pared a una altura un tanto
superior a la del hombre; el tubo es largo. Me
acerco, me inclino, y ya está todo listo.
Luego me acuesto en el lecho de espaldas,
levanto las piernas, sostengo la espalda con
las manos, doblo las piernas más allá de la
cabeza, alcanzando con las puntas de los pies
las tablas de la cabecera de la cama; a
continuación enderezo las piernas y cuento
despacio hasta 150.

Después me levanto; esto es todo. El agua del


clister sale en 7 a 10 tiempos en el transcurso
de 45 minutos a una hora. Al principio
aparece pura agua, y más tarde, al parecer
desde muy adentro, la “cloaca”. En ese
tiempo, hasta la terminación del clister, hago
gimnasia con el tronco: me doblo en todas
direcciones, me enderezo en forma violenta,
estiro con fuerza los brazos hacia arriba, y
por fin, doy un vuelco sobre el trapecio, me
apoyo sobre las manos, me estiro hacia arriba
con los brazos extendidos y en seguida me
dejo caer, también con los brazos
extendidos, agarrándome fuertemente al palo
del trapecio. El resultado de la constante
aplicación diaria de clisteres fue magnífico. El
intestino empezó a funcionar como en los
tiempos
de mi juventud, o sea, en forma perfecta.
Además me puse aún más sano, según todos
lo notaron, adquirí un aspecto más joven, y
engordé. Pero esta gordura, que un año atrás
me molestaba y me hacía buscar medios para
librarme de ella, ahora no me causaba
trastorno alguno: caminaba ligeramente,
corría, hacía ejercicios gimnásticos sobre el
trapecio, estaba lleno de bríos y de agilidad.
Era una gordura uniforme, y no sólo una
panza, la cual casi no aumentó.

Sintiéndome muy bien y con un peso de


79 kilos, normal para mí, empecé el tercer
ayuno a partir del segundo día de Pascua, o
sea, el pasado 3 de mayo. La víspera y (por
segunda vez) al día siguiente tomé un
purgante: una cucharada de sal de Carlsbad
en agua tibia. Ese día 3 de mayo, no comí ni
bebí nada, para en seguida acostumbrar el
organismo a la abstención completa de la
comida y hasta de toda idea relativa a ella.
Durante los siete días que siguieron tomé
agua sin hervir con limón, medio litro, y aún
menos, por día. Tenía poco apetito y quise
seguir así durante 15 o 20 días, continuando
mis ocupaciones y mis largas caminatas; pero
al 9° día sentí fiebre comprobada con el
termómetro (la tomé tres veces por día) y, por
lo tanto, dejé el agua y empecé a tomar té, a
razón de tres tazas por día, con tres terrones
de azúcar y tres cucharaditas de vino. Apenas
me había librado sin recurrir a remedio
alguno de la fiebre, cuando al 20° día
aumentó inesperadamente mi trabajo todo el
día caminando y de pie (desde las 6 horas de
la mañana hasta las 6 de la tarde), y, además,
debido a condiciones especiales, hacía falta
poner de manifiesto bríos singulares, mientras
que en realidad tenía vértigos y tambaleaba.
Había que abandonar el ayuno o aumentar la
alimentación. Me daba lástima hacer lo
primero, ya que había transcurrido la mitad
del plazo.

Además, ¿quién sabía si se iba a presentar


otro momento oportuno? Aumenté la porción
de azúcar hasta 7 terrones por día, el vino
hasta 10 cucharadas y el limón hasta tres
cuartos por día. Sólo en esas condiciones
podía hacer mi trabajo, sin correr el riesgo
de comprometer mi situación material y
convertirme en un ayunador por obligación, y
ello durante un tiempo indeterminado.

En todo el transcurso del ayuno, la lengua


permaneció limpia, de no contar una pequeña
capa pardusca en la base de la lengua. El
apetito también se hacía sentir durante todo
el tiempo, especialmente si me movía mucho.
Tuve menos ganas de comer durante los
primeros ocho días, cuando tomaba sólo agua
sin hervir. A continuación, empero, cuando
empecé a tomar té con azúcar, la comida casi
no se me quitaba de la cabeza. Considero que
mi suposición sobre el efecto de los clisteres
cotidianos en el sentido de la purificación del
organismo, quedó comprobada. La lengua
limpia y el apetito los atribuyo a esos
clisteres cotidianos y profundos de dos litros
de agua.

En la última década, la cuarta, me aplicaba


dos clisteres diarios uno a la mañana, otro a la
noche, de dos litros cada uno. Hay que tomar
en consideración también los clisteres diarios
del segundo ayuno (el anterior). Este lo
suspendí al 9° día, mientras que los clisteres
los proseguí durante un mes y medio más
después de terminado el ayuno. Ahora estoy
plenamente convencido de que los clisteres
son inocuos y de gran efecto curativo; el
organismo y los intestinos no se
acostumbran en lo más mínimo a los mismos,
y una vez suspendidos, el funcionamiento del
aparato digestivo se desarrolla en forma más
perfecta que antes.

En general, este tercer ayuno tuve que


llevarlo a efecto en condiciones difíciles:
desde las 6 horas de la mañana hasta las 6
de la tarde de pie. En el último período del
ayuno, los pies no caminaban solos, sino que a
cada paso hacía falta mandarles que
marcharan. La tenacidad fue muy escasa,
pero para un esfuerzo breve las fuerzas físicas
bastaban durante todo el ayuno. Cada
mañana daba dos o tres vuelcos en el
trapecio. Los domingos pasaba el tiempo en la
orilla del río, bañándome y luego
permaneciendo acostado al sol a la espera de
que se secara la ropa interior, que lavaba con
bastante cansancio, de paso sea dicho.

En la mañana del 3 de mayo, pesaba 79 kg;


ese día inicié el ayuno. En la mañana del 13
de junio, domingo, mi peso era de 60 kg y
cuarto. Ese día empecé a comer nuevamente.

Ayuné durante 41 días, perdiendo 18,750 kg.


o sea poco menos de 19 kg. Semejante
pérdida de peso demuestra cuán difíciles eran
las condiciones en que transcurrió el ayuno, a
pesar del empleo del azúcar, vino y limón.
Sería interesante saber en qué condiciones
ayunan los ayunadores profesionales:
¿emplean azúcar y algún alimento más?, ¿y
cuánto pierden de peso?

Me considero en general sano y bien


endurecido. No tengo miedo de mojarme ni de
resfriarme por efectos de una corriente de
aire. No me asusta el agua fría: tuve a veces
que bañarme rompiendo el hielo delgado con
las manos y el cuerpo. Camino y corro
descalzo fácilmente en tierra pedregosa y por
la nieve. Tuve siempre un apetito enorme,
tardaba mucho en saciarme, y por lo tanto,
podía fácilmente comer dos veces seguidas.
Ahora, después de este ayuno completo, el
estómago da la impresión de haber quedado
encogido; con una porción de comida igual a
la mitad de la anterior se llena el estómago
por completo, mientras que antes nunca
experimentaba tal sensación.
Me parece que en los dos primeros días que
siguieron al ayuno comí en exceso (contra lo
cual usted ha prevenido); el pie derecho se
hinchó junto a la planta a pesar de que el
corazón funciona, al parecer,
normalmente. Ya he engordado mucho. Hoy,
al 11° día después del fin del ayuno, mi peso
alcanza 70 kilos y medio. En cuanto a la
comida, soy bastante indiferente. El
“kachamak” me satisface plenamente.

Para mí, fuera del “kachamak”, la sal y el


agua, todo lo demás es superfluo. Hasta el té
y el azúcar me parecen un tributo al
golosismo, o sea, una cosa innecesaria. En
Montenegro, durante un período de más de
ocho meses, me alimenté sólo con
“kachamak” con sal y agua, sin tocino, ni
azúcar, etcétera, y no estuve más flaco ni
débil de salud que los demás. Pero comía
mucho, hasta medio litro de harina y medio
litro de agua a la vez, cuatro veces por día, sin
contar el agua tomada aparte.

El hambre no me causó mayores


sufrimientos. En la vida cotidiana, a veces, el
hambre se hace sentir en forma más
molesta a la espera de la comida, que durante
el ayuno completo. Si las sandías no son
demasiado caras acá (en su temporada,
naturalmente), ensayaré ayunar
alimentándome sólo con ellas. Ya lo he
experimentado en parte, y considero que las
sandías son muy útiles para el estómago.

Al terminar esta carta, le agradezco a usted


muchísimo por sus comunicaciones sobre el
bien que hace el ayuno.

V. Dokukin. 23 de junio de1926

Naturalmente, el endurecimiento del


organismo del señor Dokukin es una
excepción. Su relato acerca de la forma cómo
se entrenaba es muy instructivo. ¡Todo
depende del hombre y de su deseo, deseo
efectivo!

Las desviaciones en los síntomas exteriores de


su proceso sólo confirman mis ideas y
suposiciones acerca del mismo. Los clisteres
reforzados de dos litros abrieron una nueva
salida para las “cenizas” del organismo, que
ya antes se encontraba insólitamente
purificado por todo el régimen anterior del
señor Dokukin (¡harina, sal y agua!), lo cual,
como es natural, redujo el trasudor en la
lengua; así y todo, la mancha parda apareció
en ella junto a la base, es decir, sobre los
montículos “papillae circumvallate”. El
apetito, debido a esfuerzos continuos, no
pudo, naturalmente, desaparecer por
completo, pero el señor Dokukin ensayó
agregar un poco de azúcar y procedió con
acierto: pudo continuar el trabajo y llevar a
cabo el ayuno. El “kachamak” (lo he probado)
es sabroso (se parece, si es de harina blanca,
a polenta de mijo seca), nutritivo y de fácil
digestión.

CAPÍTULO 14. ADIPOSIS GENERAL (111’5


KILOGRAMOS DE PESO).
GRAN DEBILIDAD GENERAL. DILATACIÓN DE
LA AORTA. ENFISEMA DE PULMONES.
CONTUSIÓN. DILATACIÓN DE TENDONES.
VICIO DE FUMAR MUCHO.

Por medio del ayuno se puede curar, como


queda comprobado, no sólo la dilatación de la
aorta, sino también el enfisema de los
pulmones, o sea, la pérdida de elasticidad de
los tejidos, debido a la cual los pulmones
pierden la capacidad de expulsar
completamente el aire absorbido, y el enfermo
siente que se ahoga.

Miguel Antonovitch Mirgordsky (Burgas,


Bulgaria). De cuarenta y siete años de edad.
Inválido en un 70%.

En un examen médico practicado a este


enfermo en 1923 se comprobó lo siguiente:

1) Defecto compensado del corazón.


2) Adiposis del corazón.
3) Dilatación de la aorta.
4) Enfisema de los pulmones.
5) Hígado enfermo.
6) Esclerosis general liviana.
7) Hernia de ingle.
8) Contusión en la cabeza y en la pierna.
9) Hemorroide.
10) Espasmos intestinales.

El 17 de junio de 1926, a mitad de Cuaresma,


el señor M...y escribe a sus parientes a
Belgrado:

“Hoy es el 24° día de mi ayuno. Me siento


bien, mi estado de ánimo es excelente y mi
aspecto completamente satisfactorio. Algunos
encuentran que, de no saber que estoy
ayunando, habrían atribuido el
cambio producido en mi exterior a alguna
enfermedad muy liviana de dos o tres días de
duración. Si todo va tan bien como hasta la
fecha, aguantaré el plazo completo del
ayuno”.

Una semana más tarde su esposa escribe:

“Hoy se ha cumplido el 30° día desde que mi


esposo está ayunando. Se siente bien
físicamente, pero está nervioso e irritable. En
los últimos días empezó a sentir alguna
debilidad. La única esperanza que me sostiene
es que luego estará mejor. Se nota un cambio
enorme en la respiración. Ya no se ahoga,
marcha rápidamente y puede caminar mucho,
lo cual antes le era imposible”.

Los resultados, según el diario del mismo


señor M... y:

Ayuno durante 40 días.

He perdido 24 kg de los 111 y medio que


pesaba antes del ayuno. Antes del ayuno
estaba tan débil, que sólo podía hacer
trabajos livianos en casa. Con los primeros
días de ayuno, las fuerzas fueron en aumento.
Al quinto día me dirigí al correo; comúnmente
recorría esa distancia en 24 o 25 minutos,
ahora lo hice en 14.

Una sensación peculiar de debilidad a partir


del 19° día: “el estado físico es muy bueno,
pero durante el trabajo empiezo a cansarme
mucho más pronto que hace una semana”.
Día 20º: “camino y trabajo con mucha
facilidad, pero con todo, experimento cierta
debilidad”. Día 23º: “corto leña, camino, la
parto, la llevo, todo esto con facilidad, pero
me canso relativamente pronto”. Esta
debilidad peculiar por falta de alimentación,
tenue, extendida por todo el organismo, pero
que no impide trabajar y tampoco quita las
ganas de hacerlo, se siente constantemente
en la segunda mitad del ayuno. Repito, no
impide continuar las ocupaciones
acostumbradas.

El enfisema de los pulmones desapareció por


completo. Ya al 2° día escribe: “me pareció
respirar con más facilidad”. Antes, durante el
sueño, roncaba mucho, molestando a otros.
Ahora ya no ronco más. Es evidente que el
estado general de la caja torácica ha
mejorado muchísimo, desapareciendo en ella
todas las hinchazones e inflamaciones. La
ausencia temporal del médico que atendía al
señor M. no permitió, para la salida del libro,
aclarar con precisión el estado del corazón del
enfermo al finalizar el ayuno, pero, como
escribe el mismo señor M.: “A mí me parece
que el corazón ha mejorado; por lo menos,
no lo siento tanto como antes”. Después
explica: “Los dolores en la planta del pie
derecho originados por una contusión,
dilatación y un golpe, han desaparecido del
todo. Idénticos dolores en el pie izquierdo se
han reducido a la mitad. Estos dolores
disminuyeron considerablemente ya a partir
del 10° día de ayuno. Los había tenido desde
el año 1902”.

Preparándose para el ayuno, el señor M. dejó


de fumar tres semanas antes. Fue muy difícil
aguantar la privación, pero con la iniciación
del ayuno, nació una repugnancia hacia el
humo de tabaco, y el señor M. abandonó el
vicio por completo.

El apetito se hacía sentir durante los primeros


días, especialmente a las horas habituales de
comer. Al 40° día, el ayuno fue interrumpido
por motivos personales, aunque el proceso, al
parecer, aún no había terminado: la lengua
estaba roja, pero el apetito faltaba.
Probablemente, el proceso fue detenido
por el estado de abandono en que se
hallaban los intestinos. Los clisteres no
pudieron limpiarlos completamente hasta el
mismo fin del ayuno. En general, el estado
verdadero de sus intestinos resulta para
muchos un secreto absoluto hasta que
emprenden un ayuno que lo revela. Conozco
el caso del señor R. F. E.: su lengua no se
despejó hasta el 46° día de ayuno, cuando se
le aplicó un clister (después de una serie de
otros aplicados anteriormente) que,
inesperadamente, dio toda una “cloaca”. Al
día siguiente, el 47°, la lengua se despejó, y
se hizo sentir el apetito. Un caso parecido es
también, evidentemente, el del señor M. Que
el proceso de purificación no llegó a su
término, lo prueba la ausencia de manchas
amarillas y pardas sobre la lengua en los
últimos diez días de ayuno.

CAPÍTULO 15. ENFISEMA DE PULMONES.


ASMA. AFICIÓN INVENCIBLE AL TABACO.
El ingeniero I. de Bondi (Varsovia).

Carta del 24 de abril de 1926:

“A causa de los trabajos submarinos en Port


Arthur empecé a padecer del enfisema de
pulmones, el cual se agravó por la afición al
tabaco que hasta la fecha no he podido dejar.
Tengo la respiración dificultosa y una tos
persistente con abundante secreción de
flema; por lo demás estoy bien de salud, pero
la tos y la respiración deficiente me matan
toda la energía y capacidad de trabajo”.

Carta del 4 de junio de 1926:

“Hoy es el 30° día de mi ayuno. Transcurre en


forma excelente, en contraste con lo que
esperaba. En la primera semana me resfrié y
durante cuatro días permanecí en cama con
anginas y una fiebre de 40°, pero no suspendí
el ayuno”.

“El asma empezó a ceder ya en las primeras


semanas. Ahora puedo caminar fácilmente sin
trastornos de respiración y subo al cuarto piso
corriendo, cosa que no podía ni siquiera soñar
desde hacía muchos años”.
“El estado de ánimo es magnífico. No siento
ninguna nerviosidad; tampoco me la notan los
que me rodean. Al vigésimo día resolví dejar
de fumar, y esta operación que antes me
resultaba completamente imposible, pasó
ahora sin ningún tropiezo, y ya no siento más
deseos de fumar”.

“En la cuarta semana, la lengua empezó, al


parecer, a despejarse, pero luego se tapó de
nuevo fuertemente; el gusto en la boca es
repugnante, es la única faz desagradable del
ayuno”.

“Perdí 15 kg; el talle disminuyó 15 cm”.

Fecha 4 de junio: Peso 72,250 kg. Estatura


1,68 m. Talle 98 cm. Cuello 38,5 cm.

Fecha 5 de julio: Peso 59 kg. Estatura (no se


menciona). Talle 83 cm. Cuello 36,5 cm.

“Parece que todo marcha normalmente y en


forma excelente, pero el ayuno empieza a
aburrirme” [Una observación muy acertada y
común para muchos: al iniciarse el ayuno, hay
que ocupar de antemano todo el
tiempo que queda libre por la suspensión de
los almuerzos, comidas y cenas. Recomiendo
dos libros: “The New Dietetics” del doctor I. H.
Kellog, U.S.A., Michigan; y “Le traite de
medicine d'alimentation”, por el doctor P.
Carton. Ambos proporcionarán un mes de
asidua y muy provechosa lectura; dado su
enorme interés pueden leerse varias veces sin
cansar.].

“La lengua está más tapada en medio, y,


sobre todo, junto a la base; en los costados,
no hasta la punta. Al aplicarme clisteres,
continúa hasta ahora la eliminación de
residuos, porque dudo que su cantidad tan
elevada pueda ser el producto de la
combustión del organismo sin alimentación”.

“Lo que me sorprende particularmente es que


no se produce ningún decaimiento de las
fuerzas; al contrario, la debilidad originada por
las anginas, el empleo de aspirina y por las
transpiraciones, ya hace tiempo que ha
desaparecido, de modo que el estado físico es
excelente”.

Carta del 8 de junio de 1926:

“Ha terminado el ayuno en forma bastante


vergonzosa: una semana antes de tiempo, o
sea, al 33° día. Me asustó mi pulso: 42 en
lugar de las habituales 62 pulsaciones;
además, estaba muy débil, aunque no se
notaba ningún decaimiento de fuerzas. La
lengua no se ha despejado, y el olor en la
boca no apareció”.

“A fines de la primera semana de haber


empezado a comer observé que se me
hinchaban las piernas, de las rodillas para
abajo. Me puse a comer en forma más
moderada y con mayor cuidado, y al cabo de
una semana la hinchazón desapareció, pero
empezó a salir sangre del intestino recto.
Este último fenómeno duró con bastante
intensidad una semana, pero luego
desapareció también. Ahora el organismo
parece volver a su estado normal”.

“Todavía no he probado la carne; tampoco lo


quiero, hasta tanto sea posible”.

“La tos no se ha hecho presente y ha


desaparecido, al parecer, por completo,
aunque a veces se segrega la flema en forma
fácil”.

“He conseguido dejar de fumar con ayuda


del ayuno, y ahora, transcurrido un mes
después de su terminación, sólo por
momentos viene el deseo de fumar,
fácilmente vencible (mediante una
aspiración profunda). Ahora mi peso es de 66
kilos, o sea he aumentado en un mes 8 kg; me
propongo mantenerme a este nivel”.

“El estado físico es tan bueno, que mañana


me pongo en marcha para hacer un
peregrinaje a Tchenstajovo;
son 230 km. Le agradezco una vez más sus
indicaciones”.

Que en la quinta semana de ayuno el pulso


pierda su intensidad es, naturalmente, una
cosa bien lógica. Pero la importancia de sus
alteraciones debe determinarse de acuerdo
con otros datos: la temperatura, el estado
físico, etcétera. En ese tiempo, el régimen
interior del hombre y su tono son
completamente distintos que durante el
tiempo de la alimentación normal por el
estómago. El gasto de combustible para todos
los procesos interiores del organismo, como
son: respiración, funcionamiento del corazón,
digestión, se reduce en un tercio. En lugar de
las 2.500 calorías habituales, el hombre gasta
para su mantenimiento durante el ayuno sólo
1.600 calorías. Si hubiera tomado medio vaso
de té caliente y permanecido acostado
ligeramente cubierto, el señor
de-Bondi hubiera quedado sorprendido al
notar que su pulso había vuelto a ser normal.
Pero, por otro lado, mientras el proceso no
esté estudiado de manera definitiva, el único
procedimiento acertado es no arriesgarse en
nada.

Llamo la atención del lector sobre el hecho de


que en estos dos casos de enfisema pulmonar,
el efecto del ayuno se hizo sentir
negativamente en la afición al tabaco. El
tabaco hasta provoca repugnancia, y un vicio
inveterado desaparece fácilmente. Formas
singularmente difíciles de enfisema son
provocadas por el
envenenamiento con gases asfixiantes.
Generalmente, los envenenados no pueden
soportar el humo del tabaco. Es evidente
que el ayuno sana los mismos centros
nerviosos profundos cuya lesión por los gases
provoca el enfisema de los pulmones. Sería de
sumo interés realizar experimentos sobre el
efecto del ayuno en casos de lesiones
originadas por gases asfixiantes.
CAPÍTULO 16. CATARRO (INFLAMACIÓN) DE
ESTÓMAGO DE DOCE AÑOS DE DURACIÓN.
NEUROSIS. CURA EN 38 DÍAS.

Alejandro Yukoff, de 35 años de edad,


oriundo de Moscú, médico dentista.
Temperamento nervioso e irritable. Él mismo
me dijo: “Sufría intensamente de catarro de
estómago ya hacía veinte años y martirizaba a
mi familia”. Continuó: “Envidiaba a mis
propios hijos. Yo trabajaba, y ellos comían y
se saciaban, mientras que yo no podía comer
lo mismo y siempre sentía hambre”. Bajo la
influencia de mis relatos, se puso a ayunar
hasta la completa purificación de la lengua y
la aparición del apetito. Su ayuno duró 38
días. Una vez terminado este, el señor en
cuestión vino a verme corriendo lleno de
entusiasmo: “Estoy completamente sano. Mi
comida predilecta es ahora la polenta de
grano sarraceno con tocino. En mi familia
reinan paz y felicidad. Es una vida
completamente nueva”.
CAPÍTULO 17. LESIÓN GRAVE DE LA VISTA.
DEBILIDAD ORGÁNICA GENERAL.

E. P. Pleteneva (Vraniatchka Bania).

Enferma desde hace 12 años. La dolencia


empezó con dolores agudos en las piernas.
Luego en los ojos apareció el «agua verde»
(glaucoma) y empezó a debilitarse la vista.
Una operación detuvo el proceso
temporalmente, pero luego este se reagravó,
y hace dos años la enferma ya no veía nada
con un ojo, y con el otro sólo podía distinguir
la luz de la oscuridad (“manchas rojas”). Los
ojos se salieron casi íntegramente de las
órbitas. En la nuca se formaba
constantemente algo como un estancamiento
de la sangre, y del pecho hacia la garganta
corría un espasmo nervioso. Debilidad
general. Las encías se debilitaron tanto, que la
enferma no podía masticar con las muelas
nada: estas se movían y estaban por caer
solas.

El ayuno duró 16 días. El apetito apareció ya


al 15° día (provocado, probablemente, por
alguna causa excepcional). Una enorme
mejoría del estado físico. Los ojos volvieron
a su sitio normal. La vista misma
quedó sin alteración apreciable, pero la
duración del ayuno no fue ni con mucho
completa. Las muelas y las encías se
robustecieron y sanaron por completo. La
enferma puede masticar con ellas
normalmente. Se siente tranquila y llena de
aliento. Tomó la firme decisión de repetir el
ayuno por un plazo mayor.

CAPÍTULO 18. CATARRO (INFLAMACIÓN)


AGUDO DE ESTÓMAGO.
PROFUNDA NEURASTENIA, CON PARÁLISIS
DE LA MITAD DEL CUERPO.
PRINCIPIOS DE HIDROPESÍA (EDEMA).
PSICOSIS CON LA IDEA FIJA DEL SUICIDIO.
PRIMER ALIVO EN LOS DÍAS INICIALES.
CURACIÓN COMPLETA EN 45 DÍAS.

Estela Küntzel, de Filadelfia. Una muchacha


joven, de constitución frágil, y afectada de un
grave catarro de estómago y neurastenia.
Durante algún tiempo, el costado derecho de
su cuerpo estuvo paralizado. La
melancolía y la idea del suicidio la perseguían
continuamente. Sus parientes la ingresaron
finalmente en un sanatorio para alienados,
donde le declararon que sus dolores eran
imaginarios y que para combatir el estado
morboso, le hacía falta un descanso completo
y abundante alimentación: tres veces por día
comida bien nutritiva y en los intervalos dos
litros de leche. En caso de falta de apetito,
se proyectaba efectuar la alimentación por
la nariz o mediante sonda estomacal. La
enferma se sometió, sin ocultar la esperanza
de que
tal régimen la iba a librar de la vida misma.

De resultas de ese régimen, a todos los males


ya existentes se les agregó un principio de
hidropesía. La enferma apenas se movía.
Siguiendo el consejo de un médico en quien
tenía confianza, resolvió recurrir a la cura
mediante el ayuno.

Ocultándose de sus conocidos y sus consejos


“benevolentes en otra localidad”, inició el
ayuno. La primera semana la pasó en cama; la
segunda, de día, en un sillón. Cada día sus
fuerzas iban creciendo; el espíritu se
esclarecía. Los dolores en las distintas partes
del cuerpo cesaron una vez que inició el
ayuno, tras haber abandonado la
alimentación forzosa.
Al 11° día dio un paseo de un kilómetro y
medio. Al 20° día, otro de tres kilómetros, al
24° día uno más de 10 kilómetros, y el 32° día
lo pasó todo en una exposición, caminando sin
cesar de la una y media de la tarde a las once
y media de la noche. Ese día, de resultas de
un esfuerzo físico tan considerable, la
enferma sintió un ataque de apetito, el cual,
sin embargo, pasó al cabo de tres horas.

Dice ella refiriéndose a esa época: “No


experimentaba ninguna depresión ni
debilidad. Al contrario, con cada nuevo día de
ayuno, me sentía más feliz y más alegre.
Sentía que una vida diferente, aún ignorada,
se iba propagando por todo mi ser. Mi razón
se iba despejando, las torturas psíquicas
desaparecieron. La vida, en lugar de pesada,
empezó a parecerme un goce. El sol, los
árboles, las flores adquirieron a mis ojos su
anterior encanto, y mis parientes se alegraban
de que retornase a mi estado de ánimo
normal y a la salud”.

Para fines del 44° día, la lengua de la señorita


Küntzel empezó a despejarse en forma visible
(después de la primera semana de ayuno, la
lengua, generalmente se halla cubierta con
un sedimento blanco), y simultáneamente
reapareció el apetito, que no desapareció al
día siguiente, y, por lo tanto, a mediodía del
45° día de ayuno, la señorita Küntzel puso fin
a la cura, comiendo un huevo pasado por agua
y dos galletas con queso. Al día siguiente, su
almuerzo fue idéntico, pero la comida de
noche más abundante.

Durante el ayuno perdió unos 9 kilos de los 63


que pesaba.

Varios meses más tarde, esa muchacha


melancólica escribió a su médico que la
víspera había regresado de un paseo a caballo
por las montañas tras haber cubierto unos
cuarenta kilómetros, y que su alma “era tan
libre y alegre como los pájaros que la
saludaron desde las cumbres de los árboles
durante ese paseo”. Agregaba que a partir del
ayuno había aumentado 11 kilos, es decir,
había engordado dos kilos respecto a lo que
pesaba antes del ayuno, y que ya no le hacían
falta las gafas que antes tuvo que llevar
durante más de trece años. Llamo la atención
del lector sobre ese fenómeno “paralelo”,
naturalmente del todo inesperado para él,
producido por el ayuno, a saber: la mejora
de la vista. Tales ejemplos son, en general,
frecuentes.

(De “Le jeune qui guérit”, por el Dr. E. Dewey).

CAPÍTULO 19. HIDROPESÍA (EDEMA) DE


FORMA GRAVÍSIMA.
PRIMER ALIVIO AL DÍA SIGUIENTE. TODOS
LOS INDICIOS DE LA HIDROPESÍA
DESAPARECIERON AL FINAL DE LA TERCERA
SEMANA.
CURACIÓN COMPLETA EN 50 DÍAS.

Leonardo Tress, rico comerciante de Filadelfia,


se ahogaba de hidropesía, que contrajo a
consecuencia de una grave bronquitis. El agua
le llegaba ya hasta la parte superior del
pecho. Tress ya no podía acostarse y pasaba
todo el día en un sillón, sin permitirse recostar
la cabeza en el respaldo. Cruzar una
habitación significaba para él un agotamiento
completo. Los médicos abandonaron toda
esperanza de curarlo. En ese tiempo, Tress se
enteró de la maravillosa cura de la señorita
Küntzel y en seguida inició el ayuno. El apetito
desapareció ya
después del primer día. Al tercer día, Tress
subió solo al otro piso, se acostó en la cama y
durmió allí tranquilamente hasta la mañana
siguiente. A partir del 11° día empezó a salir
de paseo, recorriendo de 3 a 8 kilómetros.

Todas las manifestaciones de la hidropesía


desaparecieron para fines de la tercera
semana, pero el apetito no reaparecía. Todos
los días, Tress bebía el zumo de dos naranjas
y de noche limonada caliente.
Probablemente, esa violación del principio del
ayuno absoluto fue la causa de la
prolongación del proceso general de la
purificación de la sangre por un plazo superior
a los habituales 35 a 45 días. Sólo al 50° día
sintió Tress ganas de comer y comió dos
pedazos de gelatina de patas de cerdo y un
trozo de pan con manteca. Quiso comer
justamente eso, y se le dejó elegir a su gusto,
lo cual fue todo un acierto. A mediodía del día
siguiente comió un plato de puré de patatas
con repollo colorado, gelatina, compota de
manzanas y una empanada dulce. A
continuación pasó pronto a la alimentación
normal.
De su peso normal de 94 kg, Tress perdió
durante el ayuno 31 kg. ¡Una cantidad
considerable! Su salud se restableció
sólidamente.

(De “Le jeune qui guérit”, por el Dr. E. Dewey).

CAPÍTULO 20. ASMA TRANSFORMADA EN


HIDROPESÍA.

El doctor Dewey relata un caso más:

La señora X.B. de 76 años de edad. Asma que


se transformó en hidropesía. Los párpados se
hincharon tanto que la viejita tenía dificultad
en mantener los ojos abiertos. La hinchazón
de la garganta molestaba al tragar. Debajo de
los ojos y de las mandíbulas, bolsas con agua.
Además, una sensación torturante de frío
glacial en todo el cuerpo.

¿Cómo atreverse a ofrecer a semejante


enferma que se someta al ayuno completo,
cuando ya sin eso parecía muerta? Nadie
quería tomar la responsabilidad. Se resolvió
ella misma. El agua empezó a desaparecer,
las hinchazones a disminuir. ¡Al cabo de dos
semanas la señora B estaba sana!

CAPÍTULO 21. MI AYUNO DE 40 DÍAS.

Al iniciar el ayuno, no tenía el propósito de


curarme de ninguna enfermedad especial,
porque siempre he sido hombre bastante
sano, sobre todo en comparación con la gente
de la ciudad que me rodeaba. Pero, mediante
este experimento, esperaba poder
asegurarme para el futuro, en la medida de lo
posible, contra los pequeños malestares que
acostumbramos a considerar como
fenómenos poco menos que normales,
demasiado insignificantes para llamar
nuestra atención, pero que, sin embargo,
apareciendo de tiempo en tiempo, distraen el
espíritu y el cuerpo del trabajo tranquilo y
causan en la vida mucho desagrado. Tales son
toda clase de dolores de cabeza, romadizos,
resfriados, indigestiones, y finalmente, esa
incomprensible flojedad que nos ataca a
veces, el mal humor sin causa aparente,
etcétera. Además, quería comprobar en mí
mismo la relativa facilidad con que el
organismo soporta durante un plazo bastante
prolongado el estado de ayuno, no sólo sin
ningún daño, sino, al contrario, con una
enorme utilidad en el sentido de la renovación
ulterior y el aumento de las fuerzas y
facultades.

Personalmente, estaba plenamente


convencido de los efectos beneficiosos del
ayuno y tenía fe en que la razón del
organismo, a condición de saber uno percibir
su voz, señalará ella misma los caminos a
tomar para no causarle daño, y por lo tanto,
fácilmente hice frente a todas las
persuasiones por parte de mis amigos, tanto
mortales comunes como, de un modo
especial, médicos, que se maravillaban ante
mi locura y me aconsejaban con insistencia
dejar sin realizar mi peligroso proyecto.

Empecé mi ayuno el 26 de enero de este año


a las 12 del mediodía y lo terminé el 7 de
marzo a las 8 horas de la noche, habiendo
ayunado 40 días y unas horas.
Durante todo ese tiempo no tomé ninguna
comida sólida. De líquidos bebí sólo agua
hervida, con excepción del período
comprendido entre el 17° y el 27° día de
ayuno, cuando ensayé agregar al agua miel,
azúcar, bicarbonato de soda, zumo de limón o
de naranja. La cosa es que, con el tiempo, el
agua se tornó desagradable, adquiriendo un
sabor un tanto amargo, y para facilitarme su
consumo en la mayor cantidad posible con
fines de procesos de purificación, intenté
mejorar su sabor, agregándole pequeñas
cantidades de las sustancias arriba
mencionadas. Sin embargo, los resultados
fueron nulos, porque el agua, aunque perdía
su gusto un tanto amargo, no se tornaba por
eso más agradable, haciéndose empalagosa, y
poco tiempo después de beberla, aparecía en
la boca un gusto tan desagradable, que tuve
pronto que renunciar a ese experimento.
Durante las últimas dos semanas de ayuno
volví a beber sólo agua pura, pero en una
cantidad un poco más reducida que al
principio. A saber, al iniciar el ayuno, tomaba
por día unos 7 vasos de agua, y al finalizarlo,
solo 3 ó 4.
De ese modo, en el transcurso de 40 días
tomé 3 cucharaditas de miel, un cuarto de
libra de azúcar, 2 cucharaditas de bicarbonato
de soda, el zumo de 2 naranjas y 2 limones y
3 baldes y medio de agua.

Cabe observar aquí que al 29º día tomé


además el zumo de 8 naranjas, en el deseo de
interrumpir el ayuno, aunque no sentía aún
ni el despertar del apetito desaparecido
desde los primeros días de ayuno, ni otros
indicios que señalan el fin del proceso de auto-
purificación del organismo. Resolví poner fin al
ayuno porque de un día para otro esperaba
la invitación de emprender un viaje lejano y
prolongado, durante el cual consideraba
inconveniente continuar el experimento. Pero
mi tentativa de terminarlo en forma
violenta resultó todo un fracaso. A medida que
tomaba alimentos, me iba sintiendo cada vez
peor, empezó a dolerme la cabeza y,
finalmente, ese mismo día, todo lo recibido
fue arrojado por el mismo camino por el cual
entró, no sólo sin haber servido para la
alimentación del organismo, sino, al contrario,
después de haberlo debilitado aún más. El
organismo todavía no había terminado la
auto-purificación y se resistió enérgicamente
a la tentativa desde fuera de entorpecer su
labor. Este caso me convenció aún más de
que el mejor consejero en un asunto como el
que nos ocupa es la voz del organismo
mismo, y después de eso resolví proseguir el
ayuno, sin reflexionar demasiado, hasta su fin
natural, o sea, el momento de volver el
apetito.

Durante los primeros veinte días del


experimento, no suspendí ni disminuí mi
habitual trabajo mental, bastante intenso,
mientras que en la segunda mitad del ayuno
fui reduciéndolo poco a poco y al final del
mismo llegué al extremo límite admisible. Mi
trabajo físico consistía, principalmente, en
caminatas de dos a seis kilómetros, a
excepción de los domingos, cuando salía a
pasear por las afueras durante dos horas y
media a tres horas seguidas, recorriendo de
10 a 12 kilómetros. Por lo que hace a
ejercicios puramente gimnásticos, del sistema
Muller que sigo habitualmente, practicaba sólo
los masajes, y eso a partir del 5° hasta el 37°
día de ayuno.
El cuadro general de sensaciones y cambios
en mi organismo observados durante el
experimento fue el siguiente:

Durante el primer día sentí un hambre fuerte


y torturante, especialmente en los momentos
de las comidas habituales. Esta sensación se
hizo sentir también al día siguiente, pero ya
en grado mucho menos considerable; al
tercer día no quedaron de ella más que
huellas, mientras que a partir del cuarto y
hasta el cuadragésimo día de ayuno no tuve
ganas de comer. Es cierto que la sensación
molesta en el estómago originada por el
efecto del jugo gástrico sobre las paredes del
mismo, que, en condiciones normales, es el
indicio de la necesidad de tomar alimento,
apareció, por momentos, también más tarde,
a saber, más o menos hasta el 30° día, pero
dicha sensación no iba acompañada de un
deseo bien manifiesto de comer, como ocurre
durante el régimen normal, al comer el
hombre con atraso. Del mismo modo,
tampoco desapareció en mí hasta el final del
experimento la imaginación del placer que
causa la comida. A la vista de platos sabrosos,
sentía muy bien todo su agrado. Mi
imaginación me pintaba continuamente,
sobre todo hacia el final del ayuno, cuadros
de comidas sabrosas, pero en parte merced
al esfuerzo de la voluntad, en parte,
evidentemente, debido a la influencia de la
razón instintiva del organismo, poco conocida
por nosotros, todas esas cosas agradables no
provocaban deseo de comerlas justamente a
la sazón, sino que invariablemente se referían
a la época de la conclusión natural del ayuno;
momento en que la perspectiva de satisfacer
el hambre parecía muy atrayente. Por lo
tanto, yo podía muy bien pasar por el
mercado de comestibles contemplando toda la
variedad de los manjares expuestos y
respirando sus aromas, sin experimentar
ninguna sensación torturante. Al contrario, la
idea de que una vez terminado el ayuno,
todas esas comidas proporcionarían al
organismo sensaciones aún no
experimentadas, me causaba placer y me
afirmaba en el deseo de llevar la empresa a
feliz término, para que el organismo pasara un
buen período de hambre.

Al segundo día ocurrió una evacuación


bastante enérgica de los intestinos, los cuales
arrojaron los últimos restos de la comida y
parte de la mucosidad de sus paredes. Así
pues, la purificación de las paredes de los
intestinos empezó en seguida de quedar
interrumpida la alimentación. Las
evacuaciones posteriores tuvieron lugar al
cabo de intervalos de 8 a 10 días y
consistieron, principalmente, en mucosidad,
hiel y jugo gástrico.

En contraste con el primer día de ayuno, en


que excepto la sensación angustiosa de
hambre, el estado general era bueno, durante
el 2°, el 3° y el 4° día en todo el cuerpo se
sentía una intensa debilidad, la respiración era
dificultosa, los músculos incapaces de realizar
esfuerzos intensos y en el interior del
organismo se notaba una no sé qué actividad
oculta, una especie de combustión. Aunque
despachaba en esos días todo el trabajo
indispensable, lo hacía sin energía,
esforzándome un tanto, sin ninguna sensación
de la satisfacción habitual. Por la mañana, al
levantarme de la cama, sentía durante unos
cinco o diez minutos un dolor apagado en la
parte trasera de la cabeza, el cual disminuía
poco a poco. Se repitió hasta el 20° día del
experimento, en que cesó por completo para
no aparecer más.
Al 5° día me sentí mucho mejor, tanto, que
consideré posible reanudar los ejercicios
gimnásticos según el sistema Muller que había
suspendido al iniciar el ayuno. Resolví, sin
embargo, limitarme sólo a la segunda parte
del sistema: los masajes. Renuncié a lavarme
con agua fría, porque no quería gastar
porciones grandes de calor interno para el
calentamiento posterior del cuerpo. Ese calor
me hacía falta para sostener la vida de mi
organismo, y para el caso de un ayuno
prolongado, convenía gastarlo con el máximo
de moderación. Los primeros ejercicios del
sistema, que sirven para entrar en calor por
medio de movimientos violentos y vueltas
bruscas del cuerpo, habrían afectado el
corazón, el cual, en general, se puso a la
sazón muy sensible a todos los movimientos
fuertes y bruscos. Los masajes, que
habitualmente duran 15 minutos, a fin de no
trastornar el corazón, los realizaba a lo largo
de unos cincuenta minutos, separando no sólo
un ejercicio del otro, sino incluso
subdividiendo cada ejercicio aislado en 3 a 5
movimientos, con pausas o ejercicios
respiratorios entre ellos. Con los días, estos
ejercicios empezaron a reclamar menos
tiempo para su realización, de suerte que a
fines del experimento los efectuaba en unos
35 minutos escasos, esforzándose el pecho y
el corazón menos que en los primeros días a
pesar de la reducción del plazo. Después de
los ejercicios, el estado físico era excelente, lo
cual me hace pensar que, de no haber
renunciado a ellos en los primeros cuatro
días, habría disminuido considerablemente la
sensación de flojedad y angustia que
experimenté en esos días. Continué mis
ejercicios con masajes hasta el 37° día de
ayuno, momento en que los suspendí porque
empecé a sentir después de ellos, en lugar de
la sensación de animación, una especie de
frialdad, que no podía paralizar ni aumentando
la temperatura en mi habitación ni
poniéndome ropa más abrigada. Me expliqué
la aparición de la frialdad por el hecho de que,
con la disminución, en esa época, de la
cantidad general de sangre y con su tendencia
más acentuada hacia las regiones internas del
organismo (tendencia originada por la
intensificación de los procesos purificadores),
la sangre empezó a no bastar para bañar
simultáneamente en forma suficiente los
tejidos interiores y la piel; al ser atraída
temporalmente por medio de los masajes a la
periferia, con tanta más fuerza se precipitaba
luego hacia los órganos internos, refluyendo
bruscamente de los tejidos cutáneos una vez
terminada su excitación exterior, y
provocando la sensación del frío. En efecto,
cuando suspendí los masajes, la frialdad
desapareció en seguida, a pesar de que la
temperatura de mi cuarto estaba reducida a la
normal y la cantidad general de sangre
seguía, evidentemente, disminuyendo.

En medio del ayuno practiqué también, por la


noche, el sistema de Anojín, pero al cabo de
cinco días lo dejé porque el mismo, cansando
inútilmente el organismo, no estimulaba la
circulación de la sangre tanto como los
masajes según el sistema Muller.

A partir del quinto y hasta el trigésimo quinto


día, en el estado general del organismo no
ocurrió cambio brusco alguno. Me sentía bien
y seguía ocupándome de mis asuntos
habituales. La duración y tranquilidad del
sueño no diferían de las del régimen común;
tampoco acusaban desviación de mi norma
habitual el pulso y la temperatura de la
sangre. Y sólo los procesos secretorios
acentuados y la flaqueza continuamente
creciente ponían en evidencia la gran
actividad que transcurría dentro del
organismo. Los excrementos a través de los
riñones, al principio casi completamente
incoloros, más o menos a partir del 15° día
adquirieron un color amarillo-rojizo espeso, el
cual conservaron hasta la terminación del
ayuno. Al mismo tiempo aumentó fuertemente
la secreción de la mucosidad por la nariz y la
boca; hacia el 30° día, las secreciones nasales
cesaron, mientras que las mucosas de la
boca, que adquirieron un color pálido,
anémico, como causado por una inflamación,
y la lengua, fuertemente tapada durante
todo el ayuno, prosiguieron su actividad hasta
el penúltimo día del experimento y al final
hasta la intensificaron. Estas últimas
secreciones tenían un sabor muy
desagradable, y tuve que escupirlas
continuamente con la saliva. Su presencia
contribuía mucho a sostener la decisión de
abstenerse de la comida, porque la sola idea
de que juntamente con la misma habría que
tragar también dichas secreciones,
envenenaba el placer que la imaginación
podía asociar con el acto de comer. A fin de
evitar tragar esos excrementos al beber agua,
antes de beber me enjuagaba la boca. En los
últimos cinco o seis días de ayuno, en las
secreciones que salían de las mucosas de la
boca se notaba la presencia de una pequeña
cantidad de sangre de las encías.

En cuanto a una secreción, más intensa que


de costumbre, a través de los poros de la piel,
cabe decir que no la he observado. Por lo
menos, no he sudado ni una sola vez y ni
siquiera observado una simple humedad de la
piel. Tal vez se explica esto por el hecho de
que cada semana sometía mi cuerpo a un
lavado enérgico en un baño caliente, con una
sudación subsiguiente durante 10 a 15
minutos.

Una desviación más perceptible de la norma la


constituían los productos de la combustión de
los residuos innecesarios de la sangre en los
pulmones. La respiración adquiría, por
momentos, un olor desagradable, y,
habiéndolo observado, traté de consumir,
valiéndome de ese camino, la mayor parte de
las sustancias dañinas de la sangre. Me
esforzaba en respirar lo más profunda e
intensamente posible, pasando todo el tiempo
que podía fuera y llevando la pureza del aire
en mi habitación hasta el límite alcanzable;
además, dormía con la ventana abierta.

Durante los primeros 21 días de ayuno perdí


29 libras de peso (me refiero al peso puro de
los tejidos) y en los 19 días siguientes, 15
libras más; en los 40 días, un total de 44
libras.

En la última semana del ayuno empecé a


sentir una debilidad cada vez más intensa y
me vi en la necesidad de reducir mis
caminatas, limitándolas a 2 ó 3 kilómetros
diarios, porque ya resultaba difícil realizar
esfuerzos mayores. Me hacía falta acostarme
unos 15 ó 20 minutos por día, para no
sentirme demasiado cansado; por la mañana,
y en general, al levantarme de la cama,
debido al cambio brusco de la posición del
cuerpo, sentía vértigos durante varios
segundos. Los últimos dos días los pasé en su
mayor parte en cama, porque, si bien podía
caminar, no quería cansar demasiado el
organismo; además, noté al final que en un
estado más tranquilo los procesos
purificadores más importantes para mí
transcurrían en forma más intensa.
Durante el 39° y el 40° día de ayuno, por
los ataques más frecuentes de vahídos, por
la debilidad continuamente creciente y por
otras sensaciones difíciles de explicar, me
resultó claro que las reservas que el
organismo podía gastar sin perjuicio para sí
iban llegando a su fin. Al mismo tiempo se
hizo sentir un fuerte deseo de comer con una
disminución simultánea de las secreciones
por las mucosas de la boca y la
desaparición del gusto desagradable en la
misma. Guiándome por todos esos indicios,
llegué a la conclusión de que era tiempo de
terminar el ayuno, y el 7 de marzo a las 8
horas de la noche lo suspendí tomando un
vaso de leche con agua mitad y mitad.
Previamente me hice practicar un análisis de
la orina y de la sangre y me sometí a un
examen médico, a fin de averiguar mis
conclusiones con ayuda de la ciencia. Los
análisis demostraron que no había contraído
ni diabetes ni anemia ni otros horrores
pronosticados. En los excrementos no fueron
descubiertos ni azúcar de uva ni hiel ni
sangre; albúmina serosa fue detectada en
cantidad muy insignificante. Sólo los riñones,
por el aumento de cilindros hialinos y
leucocitos, se podía concluir que se
hallaban en un estado próximo al morboso.
Así que resultó que había terminado el ayuno
justamente a tiempo, y como en la
determinación del momento de su conclusión
me había guiado por los indicios del mismo
organismo, esa circunstancia me sirvió de
nueva confirmación de mi idea primitiva de
que en los momentos difíciles de la vida del
organismo conviene escuchar con toda
atención la voz de la Eterna Razón presente
en cada célula.

El análisis de la sangre demostró que en un


milímetro cúbico de ésta había 4.520.000
glóbulos rojos y 6.500 glóbulos blancos; la
relación entre éstos y aquéllos era igual a
1:695, y la cantidad de hemoglobina
alcanzaba al 71%; o sea, que todo se
encontraba en su estado más o menos
normal. Los glóbulos rojos eran del todo
normales, y entre los blancos no habían sido
comprobadas formas patológicas.

Los resultados del análisis habían confirmado


lo que esperaba de antemano, mientras que
las conclusiones del médico que me examinó
eran desfavorables para mí. Manifestó su
desaprobación con respecto a mi
experimento y reconoció casi con lástima
que, según el análisis, no había contraído
nada que se pareciera a anemia, cosa que
él, probablemente, había esperado. Luego, al
cabo de un minucioso examen, llegó a la
conclusión de que: 1) se notaban en mí
principios de escorbuto, lo que, por lo demás,
no me asustó en lo más mínimo, por cuanto
no sentía los síntomas; 2) mis músculos en los
brazos, las piernas y otras partes del cuerpo
se habían debilitado muchísimo, lo cual ya
hacía tiempo que yo sospechaba; 3) para
restablecer las fuerzas, debía observar una
dieta prescrita por él, receta que no cumplí
porque no quise condenarme a una
existencia semi-hambrienta durante por lo
menos dos semanas más, y 4) como «ultima
ratio», me ofreció tomar estricnina y alguna
otra cosa por el estilo, a lo cual renuncié
magnánimamente, no viendo en ello ninguna
necesidad. Notando que el médico no podía
comunicarme ningún otro dato más útil y
menos conocido, me despedí de él y... salí
para comprar comida, aunque en mi calidad
de “gravemente enfermo y extremadamente
agotado”, parece que no había de estar en
condiciones para hacerlo.
El día mismo del fin del ayuno me limité, como
lo he dicho ya, a tomar medio vaso de leche
con agua.

Al día siguiente tomé a las 10 horas de la


mañana un vaso de café de cebada y otro
de leche con varias galletas, a las 12 horas
del mediodía un vaso de leche con 4
bizcochos, a las 4 horas de la tarde comí
medio plato de polenta de municiones con
leche y varios gramos de caviar salado con
cervecinas (pretzel), a las 6 horas de la tarde
tomé un vaso de leche con un cuarto de libra
de ricota y a las 8 horas de la noche comí un
huevo pasado por agua con cervecinas.

Al segundo día, observando más o menos el


mismo horario para la recepción de alimentos
que el primer día, tomé, en conjunto: 2 huevos
con pan sueco, 4 vasos de café de cebada con
un 75% de leche dentro, 300 g de bizcochos,
una docena y media de higos, 4 rebanadas
del llamado “pan médico” con caviar, un
plato de polenta de municiones con leche, un
par de naranjas, un poco de queso y medio
vaso de leche.
Al tercer día tomé: 7 vasos de café de cebada
con un 75% de leche dentro, un cuarto de
libra de bizcochos, medio pan médico con
caviar, un poco de pan sueco, 2 vasos y medio
de leche, un cuarto de libra de ricota con miel,
un cuarto de libra de almendras, 2 naranjas y
2 platos de polenta con leche. A continuación
observé más o menos la misma dieta,
alterándola poco a poco mediante la
introducción en ella de nuevos productos,
como nueces, manzanas, peras, bananas,
higos secos, uvas, ciruelas, jalvá (turrón ruso),
rahat halcum (dulce turco), avena, leche
cuajada, patatas, repollo, etcétera; la
exclusión de otros como huevos y caviar, y
algún aumento de su porción, llevando, por
ejemplo, la cantidad total de leche empleada
bajo varios aspectos (leche pura, café,
polenta, leche cuajada) hasta 13 vasos por
día.

Desde el primer día empecé a sentirme mucho


mejor, y luego, cada día siguiente, vi cómo
mis fuerzas iban en aumento sin cesar. El
apetito era descomunal, y apenas tenía
tiempo para satisfacerlo. En los primeros tres
días aumenté de peso 3 libras, y en los 7
días siguientes 15 libras más; en total, en 10
días, 18 libras, y continúo a ese paso.

Con unos análisis de la orina y de la sangre


practicados 11 días después de finalizado el
ayuno, se comprobó la completa vuelta del
organismo a la normalidad, y, finalmente, los
conocidos que me vieron en los últimos días
del experimento, ahora no me reconocen.
Cuando escribo estas líneas (dos semanas
después de haber terminado el ayuno), todos
los órganos de mi cuerpo funcionan en forma
magnífica, me siento lleno de bríos y de
alegría, rebosante de fuerzas y del deseo de
vivir.

N. Milichnikoff. 23 de marzo de 1914.

CAPÍTULO 22. ESCLEROSIS. CIÁTICA.


INDIGESTIONES A LA EDAD DE 72 AÑOS.
El teniente general N. Brzosovsky, famoso por
la resistencia heroicamente tenaz de la
fortaleza de Ossovets durante la gran guerra,
me escribe desde Risani (Boca Catorscaya,
Yugoslavia):

“La naturaleza es un libro abierto: el que


quiere y sabe leerlo es capaz de hacer
milagros”.

X.U.

Muy señor mío: tengo 72 años de edad. La


vida, pasada en forma tormentosa, hizo
cuanto pudo, y mi vejez estaba agravada por
la esclerosis cerebral acompañada de ruidos
permanentes en la cabeza. La más mínima
humedad provocaba ataques de ciática,
penosos, prolongados y agudamente
dolorosos. Las vías respiratorias y digestivas,
así como la cavidad faríngea se hallaban
obstruidas, el intestino en completa
inmovilidad; el talle acusaba 106,5 cm de
circunferencia, con el peso total del cuerpo de
82 kg. Sólo merced a un fundamento bien
asentado aparentaba yo cierto vigor; pero
ese vigor era ficticio, en realidad yo era una
ruina con ronquidos en los pulmones, latidos
irregulares del corazón adiposo y nerviosismo
general.

Habiendo intervenido durante mi largo


servicio en cinco campañas, con heridas,
contusiones y el envenenamiento con gases
ponzoñosos durante el ataque contra la
fortaleza de Ossovetz en el año 1915, no
temía mayormente a la muerte, sin embargo
me deprimía siempre la idea de la
posibilidad de una parcial hemorragia en el
cerebro y la probabilidad de una larga
existencia semiconsciente. En mi vida tomé
tanto yodo, que de acumularlo todo, podría
ahogarme en él. La totalidad de las
preparaciones de yodo tomadas sumaba
libras, y sin embargo la esclerosis iba
continuamente en aumento y la cabeza se
ponía cada vez más pesada.

¿Confiaba en la cura alopática? No, como


tampoco en la homeopática, a la cual había
recurrido también.
Según he dicho más arriba, estaba
aguardando el fin trágico, y, finalmente, me
cansé de esperar. Por un lado me aburría, y
por otro, ¿qué riesgo correría? Pues bien,
dejando a un lado las recetas, me volví hacia
su método, o sea, el ayuno.

Me decía para mis adentros: en invierno, la


época fría del año, se duerme el mundo
vegetal, después de haber entregado a la
tierra las savias elaboradas, se duerme en
parte el mundo de los anfibios y los reptiles,
se retiran a sus cuevas muchos mamíferos y
se esconden en sus nidos algunos insectos;
durante todo ese período de sueño realizan,
en una u otra forma, el ciclo del ayuno
purificador para, a través de él, renacer en
primavera y volver a la nueva vida. Todo eso
prueba en forma categórica que el ayuno está
autorizado por la madre naturaleza, la cual
sabe que somos unos despreocupados y, en
la abundancia, ensuciamos mortalmente
nuestro organismo, comiendo en demasía.

Para espiritualizarse ayunan los faquires, los


ermitaños, y no hay religión que no prescriba
ayunos; por lo tanto, habiéndome incluido en
el número de seres que obedecen a la voz de
la naturaleza, me prescribí un ayuno de
veintiún días.

Elegí ese plazo porque, según su instrucción


es más largo que el mínimo de una semana
fijado por usted y más corto que el máximo de
cuarenta días, o sea, es el término medio más
conveniente a mis 72 años y, por lo tanto,
menos peligroso en el caso de que mi
organismo se ponga a protestar y se resista a
la “violencia”.

Habiéndome enterado por medio de su libro


del proceso teórico del ayuno curativo, inicié
el ayuno el 10 de octubre, después de haber
tomado la víspera tres tabletas purgantes de
“Cáscara Sagrada” y aplicado por la mañana
un enema de un litro y medio de agua tibia.
Esa misma mañana me pesé y tomé todas las
medidas necesarias. Obtuve los datos
siguientes: peso, 82 kg; cintura por el hueso
sacro, 106,5 cm; pecho por la línea de los
pezones, 103,5 cm; cuello por la línea de la
garganta, 38,5 cm; temperatura 36,3°; y
pulso, 80, con el corazón bastante tranquilo.
Un fuerte ruido en la cabeza, ronquidos en
los pulmones con una respiración breve,
indigestión completa, atonía total del
intestino, moscas con centellas en los ojos, la
sensación de la ciática temporalmente
calmada, flojedad de todos los músculos,
sobre todo en las piernas, insomnio y
depresión general, he aquí los indicios reales
de la vejez.

Ni en el primer día de ayuno ni en los veinte


restantes tuve ningún apetito o sed. La
comida y el tabaco me eran indiferentes,
aunque de ambas cosas había abusado
durante muchos años. El medio litro de agua
con limón prescrito por usted lo tomaba con
cierta desgana, y lo hacía pensando más en la
necesidad de lavar los órganos internos que
siguiendo el impulso del organismo.

Ya en la primera mañana, como siguiendo una


orden especial, empezó una secreción
abundante de la saliva en la lengua y las
mucosas de la boca. Esa secreción prosiguió
durante los veintiún días, tanto de día como
de noche, cosa que me impedía dormir,
aunque ello no provocaba un debilitamiento
particular del organismo, de modo que el
estado de ánimo siguió siendo bueno, con
tendencia manifiesta hacia el optimismo.
Todos los días por la mañana me aplicaba un
enema y a días alternos tomaba antes de
acostarme tres tabletas purgantes. Durante
los veintiún días no hubo defecación por deseo
natural, mientras que los excrementos que
salían por efectos del enema estaban teñidos
de color ocre y presentaban “tapones”.

En vista de que los primeros nueve días fueron


completamente iguales, no diferenciándose un
día de otro en lo más mínimo, no cito el diario
completo del ayuno; la temperatura no subió a
más de 36,5°, el pulso marcaba 80
pulsaciones y el corazón latía en forma casi
regular, mientras que la saliva corría de día
y de noche como si la estuviesen bombeando
desde dentro con aparatos especiales. No
sintiendo, a pesar del insomnio, un
cansancio particularmente deprimente,
efectué al 10° día la comprobación de los
resultados y supe lo siguiente: peso, 74 kg;
cintura, 100 cm; pecho, 97 cm; cuello, 36 cm;
aumentó la debilidad en las piernas, en
especial durante las ascensiones; se siente un
olor agudo de acidez y de combustión, el
corazón se agita, la presión dé la sangre ha
aumentado.

Para calmar el corazón tomé una copita de la


infusión “Adonis vernalis”, y para disminuir la
presión de la sangre 30 gotas de extracto de
ajo.

[La infusión “Adonis vernalis” se prepara en la


forma siguiente: 4 gramos de hierba se ponen
una jarra con un litro de agua hervida muy
caliente, se dejan por espacio de 20 minutos y
se pasan por un filtro; la medicina está lista.
Se toma tres veces al día una cucharada por
vez. Este remedio, al parecer, regula la
actividad del corazón y siempre me ayuda.
Después del ayuno no recurrí a él, mientras
que durante el ayuno tomé sólo 2 cucharadas
al 9° día, cuando el corazón empezó a
agitarse.

El extracto de ajo se prepara así: 200 gr de ajo


menudamente picado se ponen en 300 gr de
alcohol y se dejan durante dos semanas en un
lugar tibio. Luego se pasan a través de
algodón hidrófilo, y el extracto está listo. Si
siento una presión alta de la sangre o aflujos a
la cabeza, tomo durante las comidas (para
eliminar el olor) 30 gotas de extracto en una
copita de agua durante el desayuno, el
almuerzo y la cena. El resultado es siempre
bueno. Ésa es la dosificación de la Academia
Francesa; además de rebajar la presión de la
sangre, la toma del extracto durante 2 ó 3
semanas infunde vigor y aumenta el tono
vital].

La aplicación de esos remedios dos veces por


día calmaron el corazón y disminuyeron los
aflujos a la cabeza.

El 11° día de ayuno: no siento ningún


apetito ni sed ni deseos de fumar; sólo
experimento una debilidad general que no
afecta el espíritu; me siento lleno de aliento
y, especialmente por la mañana, noto cierto
entusiasmo. Mi “yo” espiritual, que antes
estaba trabado y como oprimido por la
musculatura envenenada, empieza, al
parecer, a liberarse, se torna para mí real e
imperativamente activo. Mi cara ha
enflaquecido, el volumen de mi vientre ha
disminuido; los que me rodean me expresan
sus condolencias y me aconsejan dejar de
torturarme, diciendo que a la edad de 72
años ya es tarde para dirigirse a Mefistófeles
en búsqueda de la juventud; pero soy tenaz,
y lo soy porque me alienta la esperanza y, ya
que todo está bien, declaro a los que se
afligen por mí: “Voy a ayunar no 21, sino 28
días”.

Los días 11° a 20° pasan bien; todas las


mañanas enema, en días alternos purgante
antes de acostarme. No hay apetito, no hay
sed, no hay deseos de fumar; tomo medio litro
de agua por día con cierto esfuerzo, y ello más
bien debido a que por momentos se sienten
mareos. Para hacer los tragos de agua más
aceptables, me cubro la lengua con un poco
de jarabe de guindas.

A partir del 11° día aumenta la debilidad


general; se sienten vahídos; al subir la
escalera la respiración se torna dificultosa, el
corazón se agita, tengo ganas de acostarme;
estando en cama me siento perfectamente
bien, pero, como me obligo a llevar la vida
habitual, sin dejar las ocupaciones
acostumbradas, no me doy el lujo de pasar en
la cama mucho tiempo y todos los días salgo
dos veces de paseo, recorriendo cada vez
3.000 pasos; descanso al aire libre sentado,
haciendo profundas respiraciones con la nariz
y expirando el aire viciado por la boca.

En forma sumamente fácil me aproximo al 21°


día del ayuno; la decisión de prolongar el
ayuno hasta el 28° día se torna más firme,
pero... en la mañana del 21° día, al
levantarme de la cama, sufrí una sacudida tal
y la vista se me oscureció hasta tal punto, que
enseguida me dije: “¡Basta de experimentos,
ya es tiempo de pasar a la alimentación!”
Después de haberme preparado té con agua,
leche y miel y haber tomado un vaso de esa
bebida, empecé a sentirme perfectamente
bien: ¡resucité! El corazón se puso a funcionar
tranquilamente, las vías respiratorias y la
cavidad faríngea han quedado limpias, el
zumbido en la cabeza se nota en la parte
superior izquierda; no noto la esclerosis, se
han despejado las córneas de los ojos, la
mirada es viva, el cerebro funciona como en
los tiempos de la juventud; me he
rejuvenecido todo. Bajo el impulso del espíritu
vigorizado me preparé para el almuerzo una
polenta; la comí con apetito; durante la cena
tomé también polenta. Por primera vez en los
21 días dormí la siesta, aunque es cierto que
durante breve tiempo.

La mañana del 22° día la acogí lleno de


aliento. Tomé con apetito el té de agua, leche
y miel con un trozo de pan; almorcé con
polenta de arroz, lo mismo comí para la cena,
con pan y té, y sintiéndome alegre, volví a
dormirme. El sueño fue breve, pero me
refrescó: siento alegría y una simpatía singular
hacia las personas que me rodean.

Al 23° día comí con más abundancia y empecé


a tomar antes de acostarme “Planinka”
(hierba parecida al té que crece en las
montañas, purifica la sangre y tonifica el
organismo) y el zumo de una naranja.

Al 4° día de mi alimentación vegetariana mis


intestinos volvieron a la vida y empezaron a
desempeñar sus funciones directas sin
aplicación de ninguna clase de estimulantes
por mi parte. Ese fenómeno lo atribuyo al
resultado del ayuno, al efecto del “Planinka”
y, de un modo especial, a la alimentación
que he adoptado actualmente.

Una vez comprobados los resultados del


ayuno, resolví hacerme examinar por un
médico experimentado, que sabe ver lo que
dice.

Un examen previo arrojó los datos siguientes:


peso, 70 kg, o sea, disminuyó 12 kg; el talle
97 cm, o sea, disminuyó 9,5 cm; el pecho, 94
cm, o sea, disminuyó 9,5 cm; y el cuello, 35
cm, o sea, disminuyó 3.5 cm. Esos datos, así
como el cambio en mi estado físico, los relaté
minuciosamente al médico. Éste me auscultó
con mucho cuidado y dijo textualmente lo
siguiente: “Usted ha mejorado de un modo
realmente sorprendente, se puede decir que
ha rejuvenecido y que tiene ahora, no 72, sino
45 ó 50 años, por el estado de sus órganos
interiores. ¡Haciéndole una pequeña
operación, le aseguro a usted que por mucho
tiempo se olvidará de sus 72 años y se
sentirá joven!” Esas palabras de un médico
experto me infundieron aún más ánimo, y
ahora siento, y los demás lo ven, cómo de
un día para otro me pongo más vigoroso, a
pesar de trabajar intensamente en mi cargo
de superintendente de la Casa de los Inválidos
Rusos. El 5 de noviembre di a los señores
inválidos una conferencia detallada sobre el
transcurso del ayuno curativo, y muchos, a la
vista de los resultados, resolvieron seguir mi
ejemplo.

Dándome cuenta de que mi nueva salud la


debo a su descubrimiento, Alexey Alexeievich,
le expreso a usted mi más profundo
agradecimiento.

N. BRZOSOVSKY. Teniente
general de artillería, ex gobernador de la
fortaleza Ossovetz, comandante del XDIV
Cuerpo del Ejército, ahora comandante de la
Casa de Inválidos Rusos.

A 15 de noviembre de 1929, Risan


(Boca Cotorsca)
La Casa de Inválidos.

Una atención especial merecen en esta carta


las líneas sobre la influencia vivificadora y
alentadora del ayuno sobre el estado de
ánimo general del hombre. En los años tardíos
de la vida, ¿a quién le será superfluo
encontrar tal apoyo dentro de sí mismo?

Pasado un mes después del ayuno, el general


N. Brzosovsky completó su carta con las
noticias siguientes: “Me siento
considerablemente mejor que antes. La
mejora se evidenció de un modo
particularmente perceptible en el aumento del
vigor general y la desaparición completa de
la ciática. El corazón se ha fortalecido en
grado apreciable y me permite ahora efectuar
subidas sin dificultades de respiración.
Apareció un sueño refrescante, tanto después
de la comida como durante la noche; de noche
resulta tan profundo, que no me despierta ni
aun un temporal fuerte. Los intestinos
funcionan bien, no menos de dos veces por
día, así como aumentó también la expulsión
de la orina. En forma menos brusca se nota la
mejora de la esclerosis de los vasos
cerebrales, ello, probablemente, debido a que
padezco de esa enfermedad desde el año
1911, o sea desde hace 18 años, de manera
que, al parecer, tengo fuertemente afectados
los vasos profundos del cerebro. Creo que el
segundo ayuno “llegará también hasta ellos”.
CAPÍTULO 23. EL AYUNO CURA HERIDAS
TAMBIÉN EN LOS ORGANISMOS AFECTADOS
POR LA DIABETES.

Casos:

1. Esclerosis, cansancio del músculo del


corazón, dilatación de la aorta, glaucoma.

2. Herida gangrenosa con diabetes. Pierna


amputada. Forunculosis.

3. Cáncer de hígado, de la vesícula biliar, de


duodeno.

He aquí los casos ocurridos en tres personas


de una misma familia, los que demuestran lo
que hace el ayuno cuando se recurre a él a
tiempo, y lo que pasa cuando se aplica con
atraso:
“Yo, Sinaida Iovanovich, esposa del cura
Bosha Iovanovich (Belgrado), padecía, según
el diagnóstico de nuestros mejores médicos
especialistas, de arterioesclerosis en una
forma más fuerte de lo que permite mi edad
(57 años), hinchazón del músculo del corazón,
una considerable dilatación de la aorta, y
además, (a raíz de la arterioesclerosis)
glaucoma de los ojos. Me recetaban toda
clase de medicamentos caros y,
naturalmente, dieta. Sin embargo, a pesar de
todos esos remedios, dietas y excursiones a
balnearios de aguas medicinales, me sentía
muy mal, las piernas me fallaban, al menor
cansancio se me cortaba la respiración, y en lo
demás ocurría lo que pasa con todos los
viejos.

Hace tres años me decidí a curarme por


medio del ayuno. Ayuné durante unos 20
días. Al cabo de una semana empecé a
sentirme muy bien, me volví ágil e incansable
y dejé de sufrir de la respiración dificultosa.
Desde ese entonces no sé, en general, lo que
es cansancio. ¡Trabajo durante todo el día y no
estoy cansada en lo más mínimo! El ayuno
produjo sobre mí un efecto muy bueno. Así y
todo no me repuse por completo: no tuve
tiempo para ayunar durante un plazo más
prolongado. El glaucoma de los ojos no
desapareció, pero el curso de la enfermedad,
al parecer, se detuvo. Para los ojos hacía falta
ayunar las seis semanas, lo cual no pude
llevar a efecto.

Mi marido, el cura Bosha Iovanovich, el


invierno pasado dejó congelar sus pies al
acompañar a un cortejo fúnebre, que duró
dos horas y media, marcando el termómetro
30° bajo cero. En los pies congelados se
abrieron heridas que empezaron a segregar
pus. En uno de los pies las heridas se curaron,
pero en el otro se mantenían obstinadamente,
a pesar de un viaje al balneario Vraniachca
Bania. Hay que agregar a ello que mi marido
padece de diabetes, que no dejaba cicatrizar
la herida, de por sí no grande. El enfermo
permanecía por regla general acostado y,
sufriendo mucho, podía con nuestra ayuda
bajar por una escalera corta. Le era
imposible atender los servicios religiosos de la
parroquia. Los dolores que le causaba la
herida eran fuertes, especialmente cuando la
tocaban.
A mis instancias, ya a principios de octubre
(las piernas se le habían congelado en enero)
resolvió ayunar. Al cabo del sexto día del
ayuno se le cicatrizó la herida y desapareció
el pus. Empezó a caminar sin ayuda nuestra,
sintiéndose más fuerte y más fresco; perdió el
color enfermizo de la cara, su orina se tornó
más clara, y desaparecieron los dolores en el
dedo meñique, donde se hallaba la herida.
Antes se le encogía un tanto un hombro. Se le
pasó también eso. Mi marido se restableció.
Empezó a salir para atender los asuntos de la
parroquia. Y todo ello ocurrió tan pronto y en
forma tan evidente... ¡ayunó sólo 12 días!
Durante todo el invierno estuvo muy bien de
salud, sólo que se volvió demasiado valiente y
dejó de observar la dieta siquiera más
indispensable para la diabetes. Hacia la
cuaresma (en marzo) empezó a quejarse de
cansancio, cosa que ocurre generalmente con
los enfermos de diabetes. Le aconsejé
ayunar siquiera unos diez días. No quiso.
Comenzó a dolerle el dedo medio del pie
izquierdo. No prestó atención, porque tenía
mucho que hacer en la parroquia. El dedo se
volvió negro. Llamamos al médico. Dice que
se trata de gangrena, y hay que operar sin
demora. Ese mismo día, el cuarto de la
semana de Pascua, mi marido fue al hospital.
Pero no lo operaron en seguida, sino cinco
semanas más tarde. Le cortaron el dedo y,
tres semanas después, la pierna casi hasta la
rodilla. Ahora hace 100 días que está en el
hospital y ha recibido 250 inyecciones de
insulina y adecolina. Cuando la pierna operada
se le curó, empezaron a darle masajes en la
pierna derecha para avivarla después de la
larga permanencia en la cama. Entonces fue
atacado de forunculosis, de manera que
sigue aún en el hospital. ¿Hasta cuándo? Los
médicos dicen que han hecho todo cuanto
era posible: cortaron el dedo, la pierna, lavan
con mucho empeño los forúnculos y dicen que
todo depende de la voluntad de Dios. ¡Ah, si
hubiera escuchado mis consejos y ayunado
siquiera 12 días durante la Cuaresma!, habría
conservado tanto el dedo como la pierna y no
tendría forúnculos, todo eso no le habría
costado diez mil dinares y habría ahorrado
penas y molestias tanto a sí mismo y los
suyos, como a sus colegas que ya hace cuatro
meses lo sustituyen en la parroquia.

Vuelvo un poco atrás.


La hermana de mi marido, Daniza L.
Jankovich, maestra jubilada, ya hace tres
años que, según han reconocido nuestros
mejores profesores (de enfermedades internas
y cirujanos), estaba enferma de un cáncer que
le afectaba el hígado, la vesícula biliar y el
duodeno. Dijeron que no era posible someterla
a intervención quirúrgica. Lo reconocieron el
invierno pasado, manifestándole: «Viva hasta
que pueda vivir». El verano pasado
declararon que no se podía ni aun llevarla al
balneario de aguas medicinales. Permaneció
durante algún tiempo en el hospital y luego se
trasladó a una clínica a efectos de realizar un
diagnóstico y toda clase de exámenes. ¡Así
que no había medicina! Estaba casi
continuamente acostada con un calentador
sobre el hígado... Una enferma grave. Pero,
cuando se enteró de que a su hermano Bosha
le habían ayudado en forma tan evidente sólo
12 días de ayuno, decidió ayunar también. En
noviembre inició el ayuno. Lo soportaba con
facilidad. Ya al cabo de 6 ó 7 días caminaba
ligera, llena de bríos, se puso más alegre, sus
dolores empezaron a declinar, paseaba por la
calle sin sentirse cansada. Después de 20 días
empezaron a salir con el agua del enema
cálculos del tamaño de una avellana, lisos,
como expresamente pulidos, luego gran
cantidad de cálculos más pequeños, parecidos
a los que se encuentran en el estómago de
una gallina, sin pulir [cálculos del tamaño de
una avellana salieron en total 12: nota de A.
Suvorin], y, al final, arena, igual a la del río.
Esa eliminación de cálculos duró un mes. Los
dolores cesaron. Ayunó 28 días y no pudo
más. Cuando empezó a comer, sintió en el
estómago un ardor y se puso mal. Al cabo de
10 días después de haber iniciado a comer, de
repente empezó a vomitar sangre. Llamaron a
un médico. Dijo que la enferma había tenido
un absceso en el estómago que acababa de
reventar. La sangre salió en forma de vómitos
durante todo aquel día. El médico prescribió
tomar durante seis semanas sólo leche, pero
ella decidió realizar un nuevo ayuno de dos
semanas.

Ahora es una mujer sana; todo lo sana que


pueda ser una mujer de 62 años de edad
predispuesta a tener cálculos en el hígado.

Así que, según los diagnósticos de los


médicos, padecía de cáncer, mientras que en
realidad tenía cálculos en el hígado y la
vesícula biliar y un absceso en el estómago. Ni
esto ni aquello había señalado ninguno de los
diagnósticos de los médicos.

Esta primavera los médicos le dijeron que le


haría bien una cura en el balneario Vraniachca
Bania. Se fue allá en el mes de mayo. Me
parece, sin embargo, que su permanencia allí
no fue de ninguna utilidad para ella.
Ahora no es una mujer condenada por los
médicos a morir, sino una mujer entrada en
años, pero bien “conservada”, con un buen y
sano color de cara y movimientos rápidos y
seguros. Ella me autorizó a escribirle a usted
todo esto, y yo consentí porque los tres
estamos ligados por un vínculo común: cada
uno de nosotros experimentó la cura en su
propio cuerpo.

Sinaida Jovanovich, esposa del arcipreste.

1 de agosto de 1930,
Belgrado, Mraovicheva Uliza, 10.
¡El cuadro de una grave tragedia familiar
provocada por los errores del diagnóstico y
de la cura de los médicos! Póngase atención
en con qué prontitud llega la cura al aplicarse
el ayuno. Los médicos hicieron el diagnóstico:
“cáncer”. El diagnóstico era equivocado, y
durante tres años la enferma se sentía cada
vez peor, mientras que yo pude decirle
cuando vino a verme que sólo tenía cálculos
en el hígado y, probablemente, una hinchazón
más en el intestino, pero no cáncer, porque
hallándose atacada de cáncer, no habría
conservado las fuerzas como las había
conservado en realidad. El ayuno debía aclarar
en forma más precisa la naturaleza de la
enfermedad. Fue aplicado y empezó a surtir
sus efectos desde el principio,
independientemente de si mi diagnóstico era
completo o incompleto, acertado o
desacertado. Y al cabo de 28 días le pasaron
los dolores, expulsó los cálculos, la hinchazón
se convirtió en absceso, éste se purificó y... la
enferma se restableció. ¡Y todo terminó
después de 42 días de ayuno, al cabo de tres
años de toda clase de curas de otra
naturaleza!
Durante el ayuno el organismo no espera ni al
médico ni a la botica, sino que empieza solo a
buscar el origen de la enfermedad, nunca se
equivoca, se pone a roerla, y pronto no queda
de ella más que un recuerdo.

¿No es una enorme ventaja del ayuno la


garantía de que durante la cura no se perderá
tiempo? Si la salvación es posible, llegará de
seguro, y si no llega, la traerán las fuerzas
celestes de la naturaleza.

Y si ello sucede de acuerdo con la “ciencia” o


no, para el enfermo resulta lo mismo, ¿no es
así?

CAPÍTULO 24. ARTERIOESCLEROSIS. PRESIÓN


ALTA EN LA SANGRE.

B. Rall padecía de arterioesclerosis


desarrollada y presión alta en la sangre,
contra lo cual la medicina académica, para
vergüenza suya, conoce un único remedio que
es antediluviano: ¡la sangría! Ya el primer
ayuno trajo un considerable alivio, de manera
que al cabo de seis meses el enfermo lo
repitió, hallándose ambas veces bajo la
vigilancia constante de un médico. Su cura y
los resultados de la misma los describe en la
forma siguiente:

Muy señor mío: considero un deber agradable


comunicarle, para el archivo de sus
observaciones, y también, de creerlo usted
útil, para la popularización de la cura
mediante el ayuno, el resultado de mi ayuno
de 21 días, emprendido de acuerdo con su
consejo y bajo el control permanente de un
médico.

Tengo 50 años de edad, soy de estatura


mediana, de alimentación normal. Exámenes
repetidos por «War» y «Liquor» negativos.

Datos subjetivos: dolor en la zona de la nuca


que en momentos de emoción crece en
intensidad, dolores en las piernas y el sacro,
respiración entrecortada durante la marcha,
vahídos, sueño deficiente y breve,
irascibilidad, excitabilidad nerviosa alta, y
depresión mental.

Datos objetivos: presión de sangre 150 mm,


pulso esforzado, 82; los reflejos de las pupilas
normales; los pulmones normales; el
estómago y los intestinos normales. El
corazón un tanto adiposo; una pequeña
dilatación de la aorta; los tonos del corazón
un tanto sordos. Los dolores en las piernas y
el sacro de constitución podágrica.
Arterioesclerosis desarrollada.

Se inició una cura mediante el ayuno de 21


días.

Resultados: al 3° y 4° día desaparecieron los


dolores en la nuca, y al 12° día cesaron los
vahídos, los dolores en las piernas y el sacro,
y el sueño es ligero y tranquilo. Al final de la
cura la presión de la sangre es 115 mm, hay
tranquilidad mental y disposición de ánimo
equilibrada y buena; la depresión mental
cedió su lugar al interés por la vida y el deseo
de obrar; la respiración entrecortada
desapareció, los tonos del corazón son claros
y fuertes.

Un mes y medio después de terminado el


ayuno, la presión de la sangre es 120 mm, el
pulso normal, el estado de ánimo equilibrado
y tranquilo.

El resultado de la cura, su carácter estable,


me alentó y puso satisfecho, especialmente si
se lo compara con el efecto de la terapia
médica.

Además de todo lo que acabo de exponer, he


vuelto a adquirir la posibilidad, según la
expresión plástica de usted, “de meditar un
segundo antes de dejarme arrebatar por la
ira”, lo cual, en combinación con una
disposición de ánimo equilibrada y tranquila,
es de gran importancia en nuestros días. Por
lo tanto, siguiendo su consejo, me propongo
efectuar en verano de este año un ayuno de
seis semanas, en la esperanza de fortalecer y
purificar aún más el organismo.
Boris Vasilievich Rall, antiguamente Capitán
de Hidalgos de Staritzk y Juez de Paz
honorario.

Belgrado, 23 de enero de 1930.

Al cabo de seis meses, el señor Rall repitió la


cura, ayunando durante 20 días. He aquí los
resultados:

Datos subjetivos: un estado físico excelente.


Desaparecieron: el dolor en el dedo gordo de
un pie; el zumbido en los oídos; la presión en
la zona de la nuca. El eczema del cuero
cabelludo de la nuca, considerablemente
curado con los cursos anteriores, quedó
curado por completo. Puedo leer durante
algún tiempo sin anteojos. El cabello carece
de depósito de grasa; tiene un brillo vivo.

Datos objetivos: presión de sangre 118 mm.


Mejora considerable de los fenómenos de la
arterioesclerosis. Mejora considerable de los
fenómenos podágricos (la articulación del
dedo tiene un aspecto normal); al ser
apretado, no se siente dolor. Una considerable
mejora de la nutrición de la piel (en lugar del
antiguo eczema, una piel pareja y fuerte).
Mejora de la nutrición del nervio del ojo (al
leer puedo no recurrir a los anteojos durante
cierto tiempo).

En contraste con los ayunos anteriores, el


presente no provocó impulsos más frecuentes
de orinar. La expulsión de la orina es
normal, como son normales también su
concentración y color. Lo explico por el
hecho de que, después del ayuno a fines de
1929, la consistencia química de la sangre
se aproximó a la normal.

Debo observar aquí que este curso de ayuno


fue acompañado de una sensación constante
de hambre intensa, mientras que antes ese
fenómeno desagradable se notaba sólo en los
primeros días del tratamiento.

La disminución de la presión de la sangre


transcurrió en forma paulatina: al 5° día, 145
mm; entre el 10° y el 12°, 136 mm; al final,
120 mm; y el día siguiente al de la conclusión
del ayuno, 118 mm.

Creo inútil agregar lo que sigue: en diciembre


del año pasado terminé la primera serie de
ayuno, y entonces, al terminar la cura, tenía la
presión de la sangre a 115 mm, presión que
en el transcurso de seis meses, sólo poco a
poco, llegó hasta 155 mm, cuando inicié el
segundo ayuno. Así que el efecto del ayuno
debe ser considerado bastante estable en
cuanto a la presión de la sangre, en contraste
con el de la terapia médica (si tal resultado,
en general, se hubiese producido).

De todo corazón le deseo a usted éxito en el


noble camino de la ayuda a los que sufren,
que ha elegido usted.
Con sincero afecto, Bor. Rall.
Padey,
9 de agosto de 1930,
Banat
CAPÍTULO 25. GRAVE DOLENCIA DEL HÍGADO.
CÁLCULOS. CONCRECIONES. DERRAME DE LA
BILIS. “HA LLEGADO EL TIEMPO DE MORIR”.

Una grave dolencia del hígado con el


derrame de la bilis ha llevado al enfermo al
diagnóstico brusco del médico: “¡Ha llegado
el momento de morir!”. Mediante el ayuno,
los ataques fueron eliminados por completo:
“el hombre se olvidó de la existencia de la
muerte”.

Muy señor mío: tengo 62 años de edad.


Hace treinta años enfermé de exceso de
ácidos a raíz del estado morboso de los
nervios. Cada tres años realizaba un viaje a
Carlsbad, sosteniéndome así en grado
suficiente.

Hace veinte años, en Odessa, el cirujano


profesor Sapieschko me ofreció con insistencia
someterme a una intervención quirúrgica
para eliminarme la vesícula biliar, porque,
de lo contrario, en un futuro no lejano tendría
que sufrir muchísimo, pudiendo todo terminar
con una catástrofe.
Renuncié a la operación.

Hace cinco años estuve por última vez en


Carlsbad, pero sin resultado alguno: no
experimenté alivio.

Últimamente los dolores del hígado y de la


vesícula biliar se agravaron hasta tal punto,
que ya no podía comer nada: empezaron
ataques prolongados con el derrame de la
bilis. Los sufrimientos eran terribles.
Me dirigí a los médicos en procura de alivio.
Uno me dijo que tenía cálculos en el hígado;
otro llegó a la conclusión de que me hacía
falta una intervención quirúrgica inmediata; el
tercero declaró cínicamente que ya era tiempo
de morir.

El examen por medio de rayos X demostró que


tenía una concreción en el hígado y la vesícula
biliar. Y muchos otros diagnósticos vacilantes
tuve que escuchar de los médicos.

Sintiendo y dándome instintivamente cuenta


de que todos esos diagnósticos se hallaban
lejos de la realidad, resolví recurrir, como al
remedio extremo, a la cura mediante el
ayuno y la alimentación “según el método de
Suvorin”, ello bajo la dirección por
correspondencia del mismo señor Alexi
Suvorin. El primer ayuno que hice duró cinco
días, luego realicé otro de diez días y,
finalmente, aguanté un tercero de 29 días de
duración y adopté el método de alimentación
vegetariano recomendado por el señor
Suvorin.

Actualmente todos los dolores han


desaparecido; mi estado físico es admirable,
mi estado moral es excelente; estoy
completamente sano y me he olvidado de la
muerte.

Tengo el agrado de expresar mi más profundo


y cordial agradecimiento al estimado A. A.
Suvorin.

Afectuosamente: el ingeniero K. Sokolov. 20


de enero de 1930, Dubrovnik, Kunitscheva,
256.
CAPÍTULO 26. ENFISEMA DE PULMONES.
FUERTE DILATACIÓN DE LA AORTA Y
MEDIANA DILATACIÓN DEL CORAZÓN.

A las enfermedades de la vejez se refieren


los asmas de diversas clases y orígenes, la
dilatación del corazón y de la aorta, el
enfisema de pulmones y las enfermedades del
hígado y de los riñones. Todas son dolencias
graves y penosas.

El general de infantería V. E. Flug, antiguo


miembro del gobierno del general Chorvat en
el Lejano Oriente, me comunica cómo por
medio del ayuno se libró del enfisema
pulmonar. El enfisema de pulmones consiste
en la pérdida de elasticidad de los tejidos
de los pulmones, debido a lo cual éstos
pierden la facultad de expeler en su totalidad
el aire absorbido, y el enfermo experimenta
una especie de asfixia.
En 1920 me fue comprobada, mediante rayos
X, una fuerte dilatación del arco de la aorta y
una dilatación mediana del corazón: Hasta el
año 1924 no me curé de esas dolencias, pero
en seguida, en ese mismo año se
desarrollaron hasta tal punto, que perdí toda
capacidad para el trabajo: no podía pasar ni
un cuarto de hora sentado en mi escritorio sin
sentir fuertes dolores en el lado izquierdo del
pecho. Esos dolores se repetían también en
muchos otros casos, privándome con
frecuencia del descanso nocturno, de la
posibilidad de realizar movimientos
prolongados, etcétera. La cura por medio de
medicamentos surtía poco efecto; la
capacidad para trabajar en la mesa de
escribir no volvía. A partir del verano de 1926
ensayé a curarme mediante el ayuno.
Realicé en total cuatro ayunos de 12 días cada
uno (sin contar el entrenamiento previo), con
intervalos de 4 a 5 meses entre dos ayunos
consecutivos. Ya después del primer ayuno
empecé a sentirme mucho mejor, y después
del cuarto desaparecieron por completo todos
los síntomas subjetivos. Los dolores en el
pecho cesaron casi del todo. Actualmente
trabajo en la mesa de escribir sin cansarme de
seis a ocho horas seguidas. Si ha ocurrido una
reducción efectiva de la aorta y del corazón lo
ignoro, porque no me he sometido a un
examen por medio de rayos X, pero, en
general, me siento completamente sano, a
pesar de mi edad avanzada (67 años).

Considero mi deber atestiguarle mi profundo


agradecimiento.

El general aplicó el ayuno en forma muy


acertada, en primer término por su duración:
su asma era de origen nervioso, y justamente
en los primeros 10 días de ayuno concluye el
organismo la purificación general de la esfera
de los nervios. Acertada fue también la
duración de los intervalos entre los ayunos. Si
el enfermo se hubiese apresurado y los
hubiese hecho más cortos, habría gastado
más energías nerviosas de lo que era normal
para su organismo. Es cierto que, al hacerlo,
habría obtenido más pronto la purificación
total del organismo, pero, en cambio, no
habría recibido tan pronto la sensación de la
plenitud de las energías nerviosas: sensación
de un hombre completamente sano, que
siente que le bastan fuerzas para todo lo que
le es necesario. Lo máximo obtiene del ayuno
el que sabe descansar después del mismo, no
sólo con el cuerpo, sino también con los
nervios.

CAPÍTULO 27. DOS AYUNOS DE 40 DÍAS CADA


UNO REALIZADOS ENTRE LOS 72 Y 74 AÑOS.

He tenido enfermos entre 7 y 77 años de


edad. El señor Duschan Velkovich (Belgrado),
soportó en el transcurso de un año y medio,
entre los 72 y 74 años de edad, dos ayunos de
40 días cada uno, curándose de asma.

Y en cuanto a los niños y la juventud, debo


decir, a raíz de todos los experimentos que
tuve que realizar en mi práctica, que el
ayuno, en general, no sólo no deprime ni
perturba el desarrollo normal del joven
organismo, sino que es soportado por éste
con suma facilidad, infundiéndole energía y
aumentando su resistencia y fuerza física
mediante la regeneración de la musculatura.
Mientras tanto, recuérdese sólo cuántas
operaciones e ingresos en los hospitales
soportan ahora los niños debido a la
apendicitis y las “glándulas”, cuántas
semanas de un año permanecen en casa sin
salir al aire libre debido a resfriados, anginas y
toses, cuan penosamente insoportable y
desamparada es la vida del pequeño al ser
atacado por la tuberculosis de los huesos.
Recuérdense las máquinas de tortura que
emplea la medicina moderna para enderezar
el esqueleto de los niños, en las cuales éstos
permanecen acostados, o mejor dicho
suspendidos, durante meses y años... y el
lector mismo apreciará la importancia del
ayuno en la educación y crianza de los niños,
porque de todas esas operaciones,
enfermedades y torturas libra en forma
estable el ayuno aplicado oportuna y
acertadamente, ya que purifica de una
manera enérgica y en breve tiempo la
sangre y le da nueva fuerza.

¡Sí, es así! Para organismos jóvenes,


especialmente los flojos, anémicos y
escrofulosos, resultan sumamente útiles
ayunos de corta duración, no más de 21
días, y los niños los soportan en forma
excelente. La sangre se purifica y aviva, la
propensión a los resfriados desaparece, se
disuelven sin intervención quirúrgica los
ganglios hinchados, cesan los catarros, las
inflamaciones, se fortalecen los pulmones y se
purifica y sana la piel.

El ayuno ventila profundamente el joven


organismo, aviva con nueva energía todos sus
tejidos, los huesos inclusive, cerrando así el
paso a la tuberculosis.

Los laboratorios médicos americanos


comprobaron un hecho sorprendente: durante
el ayuno, los huesos de los animales de
sangre caliente se enriquecen en fósforo; los
huesos entran durante el ayuno en el giro
general de la sustancia en el organismo y a
ellos traspasa el fósforo que se libra de la
parte débil y superflua de los músculos, que
se disuelve en ese período para la nutrición
del organismo.

Muy pronto, naturalmente, entrará el ayuno,


como parte indispensable, en el
entrenamiento de todos los deportistas y
atletas.

CAPÍTULO 28. AYUNO DE UN NIÑO DE 7 AÑOS.


INFLAMACIÓN PULMONAR CRÓNICA. AYUNO
DE UNA NIÑA DE 15 AÑOS. APENDICITIS.

Los padres me trajeron desde la provincia a su


hijo Dragomir Nikolich, de siete años de edad.
El muchacho padecía de inflamación
pulmonar crónica que le dificultaba la
respiración y no le permitía jugar con sus
amigos. Le prescribí ayunar durante cinco
días, pero ya en la mañana del quinto día
aparecieron de nuevo los padres con su hijo:
“el chico malo no quería ayunar más”.

--¿Cómo te sientes? --le pregunté.

--¡Desde aquí hasta aquí todo limpio! --


contestó alegremente el muchacho,
señalándome a partir de la parte inferior del
pecho hasta la garganta. Sólo ha quedado
aquí, y el muchacho me señaló la
garganta.

--¡Brevemente y todo dicho! ¡Qué muchacho


más inteligente!

--¿Vas a ayunar más?

--¡No! --cortó bruscamente el muchacho.

--Lo obligaremos --intervino la madre.

--¡No se puede! ¡No lo haga usted! El ayuno


debe ser voluntario, si no, no surtiría efecto.

Le expliqué al muchacho que hasta que no


se reponga no podrá jugar con otros chicos.
Según me enteré luego, el muchacho ayunó
más tarde dos veces, cada vez durante cinco
días, por su propia voluntad.

El señor Jankovich (Belgrado, 10, Jilendarska)


me llamó para que atendiera a su hija Milena,
de 15 años de edad. Después de cada
Navidad, probablemente debido a las
golosinas y dulces comidos en abundancia,
que en esa época del año constituyen
también una tentación para los adultos, la
muchacha sufría un ataque de apendicitis. La
Navidad se aproximaba, los padres
conversaron con un médico, y éste señaló el
único remedio seguro: la operación. Pero entre
las amigas de Milena había ocurrido un caso
grave: a una muchacha de la misma edad que
Milena la operaron de apendicitis, y con tan
poca suerte, que al despertar después de la
narcosis, allí mismo, en la mesa de
operaciones, se desmayó. Le dieron varias
inyecciones de alcanfor para que recobrara
los sentidos. Durante cuatro meses y medio
permaneció la muchacha en cama y, aunque
se levantaba de vez en cuando, se le hinchó la
pierna izquierda hasta tal punto que la
circunferencia de la rodilla izquierda superaba
en 3 cm la de la rodilla derecha. El sabio
médico que la atendía tuvo el acierto de dar
masajes a la pierna enferma, lo cual,
naturalmente, contribuyó muy poco a su
curación.
Ese caso asustó a los padres de Milena, y
éstos resolvieron ensayar, en lugar de la
operación, el ayuno.

He aquí el relato de ese ayuno de Milena


misma, tal como fue publicado en la “Semana
Ilustrada” (8-IV-1928):

“Una muchacha alta y esbelta estaba


sentada bajo la pantalla azulada de la
lámpara. En la sala se oía una alegre
conversación. De repente cayó la frase:

--¿Usted ha ayunado?

--Sí, he ayunado durante 21 días.

En torno se pusieron a reír. No querían creer


que esa esbelta muchacha con mejillas
coloradas hubiese ayunado. Ella, en cambio,
relata lo ocurrido en forma atrayente,
entusiasmándose a favor del método de
Suvorin.
--Yo tenía una inflamación crónica del
apéndice. Cada año en la misma época, entre
la Navidad y el Año Nuevo, tenía terribles
ataques.

--¿Y por qué no la operaron?--preguntó


alguien.

--Tenía miedo, y nadie se atrevía a hablarme


de ello. Me asustaba lo que sucede con
frecuencia después de la operación. Es por
eso que resolví ayunar.

Durante tres días observé una dieta para


prepararme, y luego, durante 21 días, tomé
sólo agua endulzada con miel o té.

--¡Ah, qué agradable es ayunar! --se


entusiasmó la muchacha--. ¡Uno se olvida por
completo de la comida, de la cena! ¡Si el
estómago da aviso de su existencia, se
toman dos o tres tragos de agua o de té, y
todo ha pasado!
¡Y cuánto trabajo y tiempo requiere la comida!
¡Y los platos cansan tanto, que el hombre no
puede ni verlos, y aún menos sentir su olor!

¡Qué bueno sería si el organismo se


alimentase automáticamente, y el hombre
no necesitase comer!

Yo, durante el ayuno, tenía tanta energía para


el estudio... Estudié mucho mejor que antes, y
si hubiera continuado el ayuno, sin duda
habría tenido las mayores calificaciones en
todas las materias. A los alumnos que
estudian mal les aconsejaría ayunar.

Durante el ayuno sentí en mí todo lo que


estaba enfermo. Así ocurre cuando uno toma
baños minerales calientes; en el cuerpo se
produce una reacción, y el agua encuentra
todos los puntos enfermos.

¡Y las cosas que son arrojadas durante el


ayuno por la boca! ¡Todos los bacilos que se
ocultan en el hombre! Estoy convencida de
que si un hombre completamente sano
hubiese empezado a ayunar, también en él se
habrían descubierto sitios enfermos.

Dormía durante todo el ayuno en forma


excelente y me costaba trabajo levantarme a
la mañana para ir al colegio.

Inicié el ayuno en la segunda mitad de


septiembre. Cuando pasó el 21° día, lo
primero que tomé fue un café blanco. Luego,
durante 13 días observé una dieta.

Con miedo esperé la llegada de mi época


fatal: entre la Navidad y el Año Nuevo. Esa
vez, después del ayuno, estuve
completamente sana durante todo el tiempo.

Ahora me siento en forma excelente, y si


empieza a dolerme algo, volveré a ayunar.

Mi mamá ayunó también y ayer fue el primer


día que empezó a comer. Durante todo el
ayuno cumplía con los quehaceres domésticos
y preparaba la comida. No hubo ninguna
consecuencia mala ni para ella ni para mí.
Aumenté en estos tres meses unos ocho
kilos”.

La valiente muchacha soportó tenazmente el


experimento, el primero en este país para su
edad. Durante todo el tiempo estuvo alegre,
ágil, y cuando se bañaba en el Sava, nadaba
tan lejos, que asustaba a su madre. Desde
ese entonces han pasado ya casi tres años, y
su salud no deja nada que desear. Su amiga,
operada con tan poca suerte, siguió su
ejemplo y también se puso a ayunar. Para
el 18° día la hinchazón de la pierna izquierda
disminuyó en 2/3, pero, por desgracia, la
enferma dio un traspié en la calle y volvió a
lesionarse la misma pierna. El ayuno fue
interrumpido, pero la disolución de la
hinchazón continuó y pronto desapareció por
completo.

Las glándulas, de las cuales padecen en las


ciudades tantos niños, se curan con el ayuno
en dos semanas y media en forma estable, por
lo menos para varios años, siguiendo mi
método. Este no puede, naturalmente, hablar
de plazos más largos, ya que no tiene más
que cinco años de existencia.
Conozco muchos casos en que gente joven
que en invierno siempre se enfermaba de
resfriados y anginas se ha olvidado de esas
enfermedades después del ayuno. Una joven
de 20 años de edad, que sufría en invierno
cinco ataques de anginas, en el que siguió al
ayuno no se enfermó ni una sola vez.

CAPÍTULO 29. HOMBRES DE UNA NUEVA


FUERZA.

Los hombres viejos y los niños enfermizos se


restablecen con el ayuno. ¿Significa eso que la
gente joven y, en general, los hombres sanos
no tienen necesidad de ayunar? ¿Para qué, si
están sanos sin hacerlo?

Pero, en primer lugar, cabe recordar que hoy


día no hay hombres sanos en el mundo. Todos
tienen detrás suyo a una larga serie de
antepasados que se alimentaron en forma
terriblemente antihumana y llevan en su
sangre su herencia, que ha reducido la vida
del hombre moderno a unos setenta años.
¡Para remediar todo eso hacen falta, no
semanas, sino siglos de ayuno!

Y, en segundo lugar, lo principal reside en que


el ayuno tiene la propiedad no sólo de
purificar y curar el organismo, sino también la
de regenerar sus tejidos, y lo hace más
profundamente, cuanto mayor es la reserva
de energías del hombre, o sea, cuanto más
sano esté.

A un hombre sano le dará el ayuno,


olvidándonos de la cura, músculos y piel
completamente nuevos, le dará un rubor en
las mejillas, un vivo brillo en los ojos, el vigor
general, la ligereza, la capacidad para el
trabajo, y hasta lo asegurará contra
enfermedades; le dará una prole también
capaz de luchar contra enfermedades y la
herencia de los antepasados.

Y ese don del ayuno tiene su valor especial.


Todo deportista sabe que el tejido de los
músculos tiene un límite en cuanto a su
saturación con la fuerza. El hombre llegará a
levantar con una mano 100 kilos y no
levantará ni medio kilo más, por más
prolongados que sean sus ejercicios.

El ayuno resulta en ese caso un auxiliar


inapreciable. Rápidamente, en el transcurso
de pocas semanas, le quita el 30% del
volumen de sus músculos, saca de ellos toda
la grasa, todo lo flojo, lo enfermo y lo viejo que
contienen, y todo ese peso perdido lo
recupera el hombre al cabo de pocas
semanas en forma de carne y músculos
nuevos, fuertes y jóvenes. El cuerpo nuevo es
siempre más duro, seco y pesado que la
carne eliminada. Usted volverá a su peso
anterior, pero su talle ya no alcanzará las
dimensiones de antes: el nuevo cuerpo tendrá
un volumen inferior al del viejo.

¡Pues bien, si uno se pone a ayunar cada mes


de 3 a 5 días (seguidos), verá el gran
resultado al finalizar el año!...
En cada ayuno el hombre suprimirá de 3 a 5
kilos de carne vieja y enferma y en su lugar
adquirirá otro tanto de carne nueva y joven,
así que en el transcurso de un año se quitará
48 kilos de carne y músculos flojos y los
sustituirá por igual cantidad de carne y
músculos vigorosos y frescos.

¡Se trata de un rejuvenecimiento completo: 50


kilos por año!

Y todos esos músculos nuevos tienen un


nuevo límite de saturación con la fuerza. Por
lo tanto, después de cada ayuno prolongado
los músculos crecen y se fortalecen
automáticamente; en el transcurso de 40 días
de ayuno crecen y se fortalecen en un 10 a un
15%, cualquiera que fuese su fuerza antes.

¿Hasta qué límite se puede llegar en la fuerza


si anualmente la misma aumenta de por sí
sólo un 15%? ¡Al cabo de 5 años constituirá
ello, no el 75%, sino mucho más! ¡Calcule el
lector!
Para los deportistas y atletas el ayuno abre
posibilidades completamente nuevas y,
naturalmente, pasará a ser muy pronto la
base de todos los métodos de entrenamiento
y sistemas gimnásticos.

CAPÍTULO 30. ÚLCERA EN EL ESTÓMAGO. SIN


COMIDA NI BEBIDA DURANTE 14 DÍAS. AYUNO
DURANTE 47 DÍAS.

El ayuno devuelve ánimo y frescura a los


hombres cansados de la vida y de los años,
vigoriza los organismos más tiernos y cura las
enfermedades tan persistentes y agotadoras,
que atacan a personas de todas las edades,
como la úlcera de estómago (intestinos).

Primero citaré casos graves en que los


médicos consideraban indispensable la
intervención quirúrgica inmediata.

El general Leontovich me escribe desde


Kischeneff:
“En agosto del año pasado vino a verme a
Kischeneff desde Soroki el general Pedro
Abramovich Ovchinnikoff, a quien conozco
bien desde hace tiempo. Llegó en un estado
tal, que creía que no le quedaban más que
unos pocos días de vida. Viajó hasta
Kischeneff para someterse a una operación,
porque hacía dos meses que sufría
terriblemente; no comía, no dormía y había
enflaquecido de un modo increíble: en una
palabra, ¡era un cadáver ambulante!

Fue a consultar a los médicos. Estos llegaron a


una conclusión: úlcera en el estómago;
operación. Con esa nueva vino al día siguiente
a verme.

“Su aspecto es malo” --le dije--, “y sus cosas


van mal. Pero, ¿sabe lo que haría yo en su
lugar? Me pondría a ayunar, como lo
recomienda Suvorin”.

Al decir eso, le entregué sus artículos.


Después de haber concluido su lectura, unas
dos horas más tarde, Ovchinnikoff resolvió
ayunar, renunció a la operación e inició el
ayuno. Durante 14 días no comió ni bebió
absolutamente nada. Luego empezó a
alimentarse poquito a poco con leche. A fines
de la segunda semana empezó a sentirse
mejor, los dolores disminuyeron, luego
pasaron del todo y, finalmente, el enfermo
quedó restablecido por completo. Hace poco
estuvo aquí nuevamente. Ha engordado, se ha
puesto más sano, tiene un excelente apetito y
un magnífico estado de ánimo, que nunca
antes había conocido”.

He aquí un enfermo grave más, condenado


por los médicos a una operación que evitó
perfectamente:

“Muy señor mío: considero mi deber


comunicarle a usted los resultados de mi
ayuno de 47 días y, al mismo tiempo,
expresarle mi sincera gratitud por los consejos
que leí en su libro.

Yo estaba enfermo del estómago. Tenía


vómitos con sangre. No podía comer nada. Los
diagnósticos de los médicos eran diferentes:
úlcera en el estómago, en los pulmones.
Habiendo leído su libro, resolví ensayar la cura
mediante el ayuno. Durante el mismo me guié
exclusivamente por el mencionado libro.

Antes del ayuno pesaba 80 kilos. Para el 20°


día se me paralizó un brazo; no interrumpí el
ayuno ni me dirigí al médico. Al 25° día el
brazo se curó. Al 30° día empezaron a
dolerme las glándulas de la garganta, me
vendé el cuello. Al 35° día el dolor de las
glándulas cesó, la hinchazón desapareció. La
lengua se despejó completamente al 47° día
de ayuno. Durante todo ese período tomaba
diariamente medio litro de agua hervida,
observando el resto del régimen de acuerdo
con el libro. También siguiéndole a usted inicié
la vuelta paulatina a la alimentación normal.
Para el 47° día mi peso quedó reducido a
60 kilos. El período de alimentación con
sémola por poco termina trágicamente: la
polenta fue preparada, por equivocación, no
de sémola, sino de galletas pisadas; la comí;
los dolores fueron terribles, hasta la pérdida
del conocimiento. Ayudó un enema. Hasta la
fecha (han pasado tres meses) tengo un
apetito colosal, pero trato de comer en forma
moderada. Mi peso actual es de 100 kilos. No
tengo dolores en el estómago. Disfruto de una
salud perfecta y energía constante. Tengo 42
años de edad.

Lo saluda respetuosamente con sincero


agradecimiento el teniente Polupanoff”.

Llama la atención cómo se renueva el


organismo en sus fuerzas y energías después
del ayuno. El peso del teniente Polupanoff
antes del ayuno era de 80 kilos; después del
mismo 60 kilos, y tres meses más tarde, 100
kilos. Y mientras tanto los médicos asustan a
los enfermos continuamente: “Ayunando
adquirirá usted una anemia incurable, los
intestinos se encogerán, el estómago perderá
la costumbre de funcionar. ¡Créanos,
estamos perfectamente enterados de todo lo
que se refiere al ayuno!”. Si es así, ¿por qué
no curan con él, sino que dejan a los
enfermos sufrir enfermedades “incurables” y
los mutilan y matan con operaciones de las
cuales libra el ayuno?

La señora Gaschich (Belgrado, calle Drinchich,


21), de 60 años de edad, me llamó porque se
le produjo una úlcera en el estómago. Vómitos
con sangre y pus. Los médicos exigieron una
operación inmediata. La señora Gaschich
prefirió el ayuno, sintió inmediatamente alivio
y al cabo de sólo 17 días partió para
Kraguevatz: la úlcera se le cerró. Después se
trataba sólo de dejarla cicatrizar por
completo, mediante una alimentación
cuidadosa. Se consiguió también eso.

El siguiente caso de úlcera en el estómago


es corriente, tanto por el curso de la cura
como por todos sus detalles:

“Muy señor mío: hoy ya es el sexto día que


como. El apetito es excelente. Ya hace tres
días que no me aplico enemas. El estómago y
los intestinos funcionan perfectamente. Las
evacuaciones intestinales son regulares.

He ayunado en total 25 días. Tengo 40 años


de edad. Inicié el ayuno el 15 de agosto de
1929, teniendo 174 cm de estatura, 60 kg de
peso, 72 cm de cintura, 87 cm de pecho y 36
cm de cuello.
Lo terminé con la estatura de 174 cm, el peso
de 52 kg, la cintura de 63 cm, el pecho de 80
cm y el cuello de 33 cm.

Debo decir que antes del ayuno tuve durante


tres semanas hemorragia provocada por una
úlcera en el estómago y en todo ese tiempo
o no comí nada o sólo muy poco,
observando en este caso un régimen
puramente lácteo. Debido a ello ya antes del
ayuno perdí 2 kilos de mi peso normal.
Agregando la pérdida de peso durante el
ayuno 8 kilos llegamos a la pérdida total de
diez kilos.

Inicié el ayuno con una temperatura de 36,4°


y lo terminé con 36,2°.

Al 11° día ya no sentía dolor en el estómago,


aun oprimiendo con los dedos en el sitio de la
úlcera. Al 14° día desapareció el dolor que se
sentía antes al ser oprimidos los intestinos. El
sueño fue en los primeros dos días intranquilo
y luego, hasta el día 17°, breve, pero bueno y
profundo (4 ó 5 horas).
El estado físico durante todo el tiempo:
frescura y energía. El estado de ánimo, bueno.
La lengua durante el ayuno se despejó varias
veces casi por completo, en general, empero,
tuvo una capa blanca y amarillenta.

Tanto el estómago como los intestinos


funcionaron durante todo el ayuno. El hambre
lo sentí en mayor o menor grado durante
todo el tiempo, especialmente, en la noche del
17° y el 23° día. [Por regla general, el apetito
desaparece a partir de la noche del primer día;
nota de A. Suvorin.]

El pulso por la mañana marcaba en los


primeros 10 días de 60 a 68 latidos; en los 10
días siguientes, de 50 a 72; y en los últimos
10, de 46 a 50.

En los primeros 10 días sentía vahídos al


levantarme por la mañana. Tuve uno
singularmente fuerte al 19° día, que fue, en mi
opinión, consecuencia del cambio del
purgante: en lugar del agua de Francisco José,
tomé ese día la sal de Carlsbad.
Durante todo el ayuno sentí firmeza en las
piernas. Estuve continuamente en
movimiento.

Así transcurrió mi ayuno. En general, pasó en


forma muy fácil, sin ningún esfuerzo especial,
y sus resultados me han dejado plenamente
satisfecho. Ayer me pesé por primera vez
después del ayuno y quedé sorprendido: en
cinco días he aumentado 8 kilos. En atención a
ello, hoy tomé sólo café blanco. Es cierto que
al segundo día ya comí puré de patatas con
grasa, y hasta carne y jamón. El estómago lo
digirió todo bien. Digiere ahora
excelentemente tanto la cebolla, como
manzanas y peras crudas. Al tercer día comí
pollo frito con patatas y tomé dos vasos de
vino tinto con agua de soda. Sé que resultaría
mejor comida vegetal, pero soy carnívoro, y
además quise aumentar un poco el peso: me
cansé de tener sólo piel y huesos. Saludos
cordiales.

Milutin Petrovich, cura”.


Sretan Krstich, talabartero (calle de Gartvig
10, Belgrado). Ulcera en el estómago:

“Ayuné durante 34 días. Ya van tres años que


estoy completamente sano. Durante los 34
días de ayuno perdí 13 kilos y en otros tantos
días de comer aumenté más de 22 kilos”.

Beliy Monastyr. Barania 14 de agosto de 1929.

A todo eso voy a agregar lo siguiente: durante


cinco años de práctica tuve que tratar cerca
de 1.000 casos de úlcera en el estómago o
los intestinos, por regla general graves y que
habían ya pasado la cura de otros médicos.
Entre todos esos casos no hubo ni uno solo en
que el enfermo no se curara de su cruel
enfermedad.

CAPÍTULO 31. AYUNO EN GRUPOS.


El alto porcentaje de éxitos de la cura
mediante el ayuno se pone de manifiesto en
forma bien clara cuando el ayuno es
efectuado simultáneamente por un grupo de
personas.

En verano de 1928, juntamente con el


teniente Polupanoff, en la brigada de cosacos
alojada en Belischa, cerca de Osek, se
curaron mediante el ayuno varios oficiales y
soldados. Ocho de ellos (incluido el teniente
Polupanoff) me han enviado comunicaciones
sobre su ayuno.

A continuación cito breves extractos de las


mismas:

1). Teniente primero Schramko: durante dos


años sufrió agudos dolores en la región del
hígado. La fotografía con rayos X descubrió la
inflamación de la vesícula biliar. Quiso ayunar
durante 29 días. A partir del 18° día empezó a
sentir una fuerte debilidad, debido a la cual
suspendió el ayuno. Después del ayuno siente
sólo un dolor sordo en el hígado, los dolores
agudos han desaparecido.
(En casos de inflamación del hígado o de la
vesícula biliar, en general, no se recomienda
ayunar más de dos semanas y media de una
sola vez, pero conviene repetir el ayuno varias
veces. Entonces la inflamación pasa sin
complicaciones.)

2). Subteniente Primak: ayuno de 20 días. Los


primeros días no se sentía bien. Pasados los 6
días empezó a sentirse mejor. “Mi enfermedad
era el catarro de la garganta y dolores en los
hombros; no sé si se trataba de reumatismo o
de otra cosa, pero lo principal es que después
de 20 días de ayuno todo eso desapareció.
Ahora me siento completamente sano. En los
primeros días el enema me debilitaba mucho,
mientras que después de 6 días empezó a
mejorar mi estado físico”.

3). Subteniente José Vasilenko: “Durante un


año sufrí mucho del estómago. Ayuné 14 días.
Perdí, de mis 60 kilos, 6 kilos. Ahora me siento
completamente sano "en cuanto al
estómago", y ya peso más de 62 kilos y
medio”.
4). Cabo primero Sem. Gunko: estaba enfermo
de úlcera en el estómago desde el año 1925.
Ninguna cura daba resultado. Ayunó durante
14 días. Soportó el ayuno sin mucha
dificultad. Le dolía la cabeza, pero después
del enema el dolor cesaba. Trabajó durante
todo el tiempo, pero el trabajo no era pesado.
“Ahora como toda clase de comida que
antes no podía comer: carne y lo demás.
Puedo tomar también bebidas alcohólicas,
cosa que antes me era imposible. Me siento
excelentemente”.

5). Sargento Bulgakoff: 14 días de ayuno.


Causa: estómago. Todo el ayuno pasó bien.
“Ahora el apetito es bueno y me siento bien”.

6). Pedro Kasian: Ayuno de 21 días; durante


todo ese tiempo perdió 13 kilos de peso.
Después de haber empezado a comer, los
recobró en 4 semanas. Recurrió al ayuno para
curarse del catarro del estómago y la
garganta, que lo aquejaban desde hacía 10
años. Ahora la garganta está bien; en cuanto
al estómago, continúan los eructos; es posible
que haya ayunado demasiado poco. “Si
estoy vivo, me decidiré en primavera a
ayunar durante 40 días”.

7). J. T. Rasumichin: veinte días de ayuno.


“Ayuné para librarme de la enfermedad del
estómago y la ciática, de las cuales padecí
durante siete años. A partir del noveno día me
sentí muy enérgico y ligero. En 20 días perdí 9
kilos, habiendo empezado con 59 kilos de
peso. Al cabo de los 10 días que siguieron al
ayuno, recuperé el peso, y cuatro días más
tarde pesaba 63 kilos y medio. El estómago,
antes del ayuno, funcionaba mal, después del
ayuno funciona admirablemente. Pero lo más
importante es que me he librado de mi
enfermedad principal, la ciática. Antes no
podía trabajar más de dos semanas sin tener
que dirigirme a los médicos, los cuales no me
curaban, sino que me libraban temporalmente
de los dolores. Este año, en cambio, he
trabajado muy duro durante más de seis
meses, y ni una sola vez he ido al médico, a
pesar de lo cual me siento excelentemente. En
primavera proyecto ayunar durante el plazo
completo.
Según se ve, todos los componentes del grupo
que efectuaron el ayuno se curaron de la
enfermedad, a veces de años de duración, o
experimentaron un gran alivio y recuperaron
su capacidad usual para el trabajo.

CAPÍTULO 32. AYUNOS LARGOS Y BREVES.

¿Cómo ayunar?: ¿durante plazos largos o


breves? Es una cuestión muy seria de la cual
trato detalladamente en el libro “Práctica del
método”. Pero para los casos sencillos, sin
grandes complicaciones, los resultados se
determinan no tanto por la duración del
ayuno, como por el cuidado y prudencia con
que el paciente lo realiza. El ayuno de por
sí no trae consigo catástrofe alguna, todos
los errores del ayunador pueden ser
corregidos, pero, naturalmente, conviene no
cometerlos. Si el que ayuna ha sabido apreciar
debidamente sus fuerzas, siempre se dará
cuenta a tiempo de que el ayuno empieza a
arrebatárselas en exceso, y lo suspenderá. Si,
por el contrario, toma un plazo demasiado
corto, también se dará cuenta de ello y
repetirá la cura. Los tres casos relatados a
continuación ponen de manifiesto que se
puede ayunar durante mucho tiempo sin
grandes dificultades, así como durante poco
tiempo con resultados suficientes. ¿Cómo
elegir? Eso depende ante todo de la
naturaleza de la enfermedad del ayunador y
de su resistencia.

Conviene saber lo siguiente: para curarse


mediante el ayuno, cualquier persona, por
más que esté agotada por la enfermedad,
tiene fuerzas físicas suficientes; todo depende
de la fuerza psíquica, o sea, del ayunador
mismo; eso es todo. En la revista de los
bautistas “Glasnik” encontré
inesperadamente la comunicación del señor
Pedro Kacharevih (Surduliza):

CAPÍTULO 33. CÓMO ME HE CURADO DE CIEN


ENFERMEDADES:
“Estuve enfermo durante dos años y gasté
20.000 dinares en médicos, remedios y viajes
a balnearios, pero sin éxito. En el Evangelio
según San Marcos (V, 25,26) se lee: "Una
mujer que sufría de hemorragias durante 12
años tuvo mucho que sufrir de numerosos
médicos, agotó todo lo que tenía, no recibió
ayuda alguna, sino que llegó a un estado aún
peor". Entonces me enteré del ayuno según el
método de un tal Suvorin, médico ruso
popular en Belgrado. Pero primero fui a ver al
jefe del hospital del distrito de Nisch. Me
examinó y me dijo que fuera a casa porque
todos tendríamos que morir. Eso me pareció
poco. Me dirigí a I. St., boticario famoso en
Skoplia. Me dijo que para mí no había
remedios. Desalentado, regresé a casa y
resolví ayunar durante 20 días. Habiendo
soportado ese ayuno, me sentí muy bien y
bastante mejorado. Eso fue a fines del año
1928. Pero, poco a poco, todas las
enfermedades que mencionaré más adelante
empezaron a volver, en atención a lo cual
realicé un segundo ayuno de 20 días en 1929.
Después de éste aumenté de peso unos 12
kilos, pero, no obstante, no me sentía del todo
sano. Finalmente, resolví ayunar durante 41
días, y lo hice ciñéndome estrictamente a
las reglas. Ahora noto que me he separado
de todas mis enfermedades y recuperado
completamente la salud.

Las enfermedades que yo tenía eran las


siguientes: fuerte neurosis, dolores de cabeza,
terrible irascibilidad, caída del cabello, dolores
de muelas, asma, catarro e hinchazón del
estómago, dilatación de la aorta, triquinosis,
reuma en los brazos y las piernas, celos
exagerados, meticulosidad y todas las demás
enfermedades que hay en el mundo.

Gracias a Dios, ahora estoy sano, y todas


las enfermedades me han abandonado. Le
doy las gracias por haberme dado las fuerzas
y la paciencia necesarias para aguantar todo
eso y aconsejo a todos los hermanos y
hermanas que sufren de tales enfermedades
internas soportar un ayuno de 41 días,
estrictamente, según las reglas del señor
Alexey Suvorin, con amor y esperanza en
Dios, y quedarán salvados. Yo, por mi parte,
destino para una obra de piedad mi ganancia
de un mes y doy gracias a Dios por haberme
dado fuerzas y energía para soportar con
paciencia la resolución adoptada”.
El señor Pedro Kacharevich obró muy
acertadamente: cuando después del primer
ayuno breve empezaron a volver las
enfermedades, no llegó a la conclusión de
que el ayuno no servía contra las mismas,
sino que repitió dos veces la cura, que una vez
ya le había ayudado, y no se equivocó. Obró
aún con mayor acierto cuando, después de
haber recibido inesperadamente tal alivio de
Dios, no se olvidó de demostrar su gratitud y
alivio a otros hombres por la vida, y la lucha
por la misma, según pudo.

El general V. Vlasenko (Valievo) me escribe:

“Han pasado 3 meses desde leí fin de mi


ayuno de 40 días, y me siento
completamente bien y lleno de energía
como nunca. Inicié este segundo ayuno
para arrancar la enfermedad de raíz, aunque
dos médicos (uno ruso y otro serbio), que
me atendían antes de mi primer ayuno,
encontraron que de mi catarro de
estómago de más de 25 años de duración no
había quedado ni rastro. Se lo agradezco a
usted infinitamente: ya han pasado 5 meses
desde la iniciación del primer ayuno, y no sé
lo que son dolores en el estómago, cuando
esos dolores continuos y cotidianos me
torturaron durante muchos años. Mis
conocidos no se cansan de maravillarse ante
los resultados de la cura y muchos han
seguido mi ejemplo. De todo corazón le deseo
éxito en la lucha”.

Tal es el efecto de ayunos prolongados. Pero


he aquí el resultado de algunos más cortos.
Escribe el señor A. Kudriakoff desde Indgia:

“Durante unos 10 años sufrí de dolores en el


hígado y el estómago y, siguiendo el consejo
de los médicos, recurrí a todo tipo de remedio;
en 1924 experimenté la cura en el balneario
de Vraniachek, pero sin resultado alguno.

Habiéndome enterado por los diarios de su


método de purificar y curar el organismo por
medio del ayuno, el año pasado [1926]
experimenté el ayuno durante 15 días, y ya va
un año que no siento ningún dolor ni en el
hígado ni en el estómago; este año soporté un
ayuno de 28 días de duración y me siento
completamente sano. Ya tengo 60 años y
creía que esas enfermedades me llevarían a
la tumba, mientras que ahora, habiéndome
librado de ellas, le expreso a usted mi sincera
y profunda gratitud por su sabio remedio”.

Cada cual puede elegir lo que más cuadra


para su naturaleza, sus circunstancias
personales y su enfermedad. Cada hombre
debe ser ante todo su propio médico.

[Todos estos ejemplos son recientes, pero si el


lector quiere uno más antiguo, le damos a
continuación el del doctor norteamericano
Tanner, que desahuciado a los 47 años de
edad, se curó y curó luego a muchos de sus
clientes por la práctica del ayuno, viviendo
luego en perfecta salud hasta cerca de los 90
años.

Este doctor, queriendo hacer una


demostración, comenzó un ayuno de 40 días,
bajo la vigilancia de los colegas incrédulos que
le combatían sin piedad. La vigilancia fue no
sólo estrechísima, sino inhumana, ya que
durante los primeros catorce días no le
permitieron beber agua (cosa, como es
natural, que no entraba en el programa del
doctor Tanner) ni tampoco salir del salón cuyo
aire se había hecho hediondo e irrespirable;
no le dejaban dormir tranquilo, pues toda la
noche le vigilaban bajo una luz intensa por
temor a cualquier fraude. Después de estos
catorce días, le permitieron salir dos veces al
día, estrechamente vigilado, a dar un pequeño
paseo, durante el cual bebía agua en una
fuente pública.

El ayuno comenzó el 28 de junio de 1880 y


terminó el 7 de agosto, es decir, a los
cuarenta días exactos. Terminado felizmente
el experimento, el doctor Tanner comió un
melocotón y, después, se alimentó
exclusivamente con melones, recuperando de
esta forma las cuarenta y cinco libras de peso
que había perdido.]

CAPÍTULO 34. EL MECANISMO DE LA CURA


MEDIANTE EL AYUNO.
Podría continuar citando aún muchos ejemplos
de curas maravillosas por medio del ayuno.
Cada día trae decenas de nuevos casos que
prueban en forma convincente la
extraordinaria fuerza de la influencia ejercida
por el ayuno sistemático, y prolongado, sobre
lo que suele llamarse hoy “enfermedades”
(por lo menos, sobre el 95% de las mismas).
Pero mi tarea no consiste ahora en
probarlo, sino sólo en exponerle al lector por
medio de hechos el mecanismo mismo de la
liberación del hombre de la enfermedad,
porque entonces en seguida estará claro que
el resultado de ello debe ser enorme para la
medicina práctica.

Una de las personas que realizaron un ayuno


de 40 días, un tal señor N. Milichnikoff, tuvo la
feliz idea de reunir en un recipiente todas las
secreciones que le salieron por la boca y la
nariz en los últimos diez días de ayuno. Me lo
mostró. Si el lector hubiera visto toda esa
porquería y podredumbre y se hubiera
imaginado siquiera por un segundo que todo
eso se encontraba en el hombre y lo estaba
envenenando, inmediatamente se daría
cuenta de que, sin la eliminación de esas
materias, el hombre sencillamente no puede
estar sano y tiene que sentir dolor y
podredumbre en todo su cuerpo, es decir,
experimentar la sensación de su
descomposición física general, que con tanta
facilidad se llama entre nosotros
“neurastenia”.

En el efecto que el ayuno produce sobre las


enfermedades, se notan siempre tres
particularidades:

1) El mecanismo de ese efecto es, ante todo,


la liberación mecánica del organismo del
germen morboso, la extirpación de las raíces
mismas de la enfermedad, su eliminación
completa.

2) Ese efecto abarca siempre todo el


organismo, y no sólo su parte afectada por la
dolencia, un órgano suyo.

3) Se guía ese proceso por una superior


consciencia psíquica del hombre, la cual, al
chocar con el mundo inferior de las bacterias,
tiene la fuerza de matarlas en el acto. En
efecto, si el hombre no se debilita a sí
mismo, si concentra de veras su voluntad para
librarse de cualquier enfermedad, por más
“invencible” que sea, al encontrarse con la
invisible pero poderosa reina de la medicina
moderna, la bacteria, tendrá la fuerza para
matarla; ¡él a ella, y no ella a él!

¿Quién es más fuerte en esta última lucha?:


¿el hombre o esa terrible enfermedad? He
aquí una contestación satisfactoria.

Todavía hace poco se consideraba en la


ciencia que la digestión en los intestinos del
hombre se efectuaba por la acción de las
bacterias, sin las cuales el proceso digestivo
resultaría imposible: la bacteria en algo era
más fuerte que el hombre. Y he aquí que hace
15 años el doctor Kellog realizó interesantes
experimentos para resolver cuáles bacterias
en el intestino del hombre eran normales y
útiles para éste, y cuáles heterogéneas y
perjudiciales.

Esos experimentos dieron, inesperadamente,


la contestación a la siguiente pregunta:
¿Quién es más fuerte en la lucha sobre el
terreno de las “enfermedades”, el hombre o la
bacteria?

A una serie de personas de salud normal se


les daba una comida minuciosamente
esterilizada, y con sus excrementos se
preparaban cultivos de bacterias. Se esperaba
encontrar colonias abundantes de bacterias;
en realidad, empero, se comprobó al principio
la presencia de una cantidad reducida de las
mismas, y al cabo de 10 días se llegó a un
resultado completamente inesperado: ¡en los
cultivos no fue encontrada ni una sola
bacteria! Más aún: cuando a esas mismas
personas, en lugar de la comida esterilizada,
se les empezó a dar otra común sin esterilizar,
en los excrementos de algunas de ellas fueron
comprobadas bacterias, pero en la mayoría de
los casos, los excrementos resultaron
asépticos (¡libres de bacterias!).

Eso constituye una prueba de que,


primeramente, la presencia de bacterias en
los intestinos no es más que el resultado del
descuido del hombre y tiene su origen en los
alimentos que toma, y luego, que los jugos
gástricos o intestinales hasta tienen la fuerza
de matar a las bacterias. ¡Esto sucede así
siempre y cuando no se perjudique él mismo,
dado que puede gozar de una salud ideal y
cada “hoy” ser aún más sano de lo que era
“ayer”!

Así que, de entre dos seres en lucha: el


hombre y la bacteria, mata el hombre si no se
debilita a sí mismo y es capaz de librarse a
tiempo de ese debilitamiento.

CAPÍTULO 35. ¿PUEDEN CURARSE MEDIANTE


EL AYUNO PERSONAS DÉBILES, ANÉMICAS O
ENFERMAS DE TUBERCULOSIS?

Al tratarse del ayuno como procedimiento


curativo, la situación de las personas
anémicas y atacadas de tuberculosis, así
como de las débiles en general, es la más
desafortunada. Experimentando a cada
instante, en cada movimiento, los efectos de
la debilidad y la salud quebrada, se agarran
nerviosamente al delantal de la medicina que
procede según la ciencia que merecía tal
nombre hace veinticinco años , y que trata
de curarlas a ojos cerrados por medio de una
alimentación “reforzada”, llevándolas, a
menudo, a la tumba.

En efecto, en el atacado de las enfermedades


mencionadas ya de por sí se están pudriendo
los pulmones y los huesos y, sin embargo, se
le agrega más podredumbre: manteca,
huevos, leche, y carne, carne, carne. Mientras
tanto, todas esas sustancias son material para
la putrefacción y dejan detrás de sí residuos
que se depositan en la sangre, envenenándola
y agotando los riñones y el hígado con
trabajo excesivo. “¿Cómo, también se
prohiben los huevos y la leche?”, exclamarán
muchos. ¡Ciertamente, si constituyen la parte
principal de la comida! La leche absorbe una
parte excesiva del apetito y los jugos
digestivos del enfermo, casi no dándole hierro.
En cuanto a los huevos... la clara carece casi
de todo efecto nutritivo, al paso que la yema,
con su azufre y grasa, al encontrarse con el
jugo de carne, produce gases sumamente
perjudiciales y ensucia el hígado. Sin
embargo, el veneno principal de esta
alimentación es la carne, que se pone en
venta sólo después de haber pasado del
estado rígido en que se encuentra
inmediatamente después de la matanza, al
blando, o sea, a la fase siguiente de la
descomposición. Y lo que es la carne como
alimento lo demuestran las cifras siguientes.
En los mercados de las ciudades más cultas,
los inspectores sanitarios echan al suelo la
leche en que se descubren más de 10.000
bacilos por cada gramo de volumen. Mientras
tanto, he aquí la cantidad de bacterias que se
encuentran en cada gramo de las diferentes
clases de carne y... en el estiércol de animales
domésticos… ¡sí, en el estiércol!, según el
análisis del doctor Roderik, especialista del
Battle-Krick-Sanitarium.

Bife (1.500.000)
Bife hamburgués (75.000.000)
Hígado de cerdo (95.000.000)
Estiércol fresco de ternero (15.000.000)
Estiércol fresco de cabra (20.000.000)
Estiércol fresco de caballo (30.000.000)
Las muestras de carne fueron tomadas en
siete mercados directamente de los puestos
de venta. Las bacterias de la carne
resultaron las mismas o parecidas a las
encontradas en el estiércol, y entre ellas
siempre se encuentran las clases habituales
en el intestino humano enfermo. Para la
destrucción de muchas de estas bacterias no
basta la temperatura habitual de la cocción;
hace falta someterlas al efecto de 115°
durante al menos dos horas. Rogué dice que si
se puede dar a veces caldo a las personas
sanas, no se le puede dar de ninguna manera
a las enfermas porque la mitad de materias
duras en él son toxinas, o sea, venenos
intestinales. ¡Y con semejante comida se va
llenando el enfermo siguiendo las indicaciones
de la “ciencia”!

¿Cómo puede un hombre debilitado tanto por


la tuberculosis como por la ciencia atreverse a
emprender el ayuno para curarse? Y sin
embargo, justamente esto es lo que le hace
falta. Además, es necesario también que en
cada caso dado el ayuno esté bien ajustado a
las condiciones especiales del organismo en
cuestión. Si, por ejemplo, el enfermo padece
de una anemia efectiva (es decir, de una
deficiencia real en la producción de la sangre,
y no sólo del debilitamiento de ésta por toda
clase de residuos) su ayuno reclama
procedimientos especiales y posee sus
peculiaridades.

El enfermo de tuberculosis es un hombre


infectado por las bacterias, el anémico sólo
está expuesto a esa infección. Las bacterias,
de por sí, no son más que hongos, moho. Se
desarrollan allí donde hay terreno propicio
para ello, donde hay suciedad y abundancia
de albúmina y sus derivados. Y la lucha
directa contra ellas es, en primer término, la
limpieza, porque el organismo puro está
protegido contra las bacterias y las mata
cuando ellas penetran en él. ¡Y el ayuno es,
ante todo, la purificación (la limpieza)! ¡Él es
lo que hace falta aquí! Pero... naturalmente,
es muy temible para los anémicos y los
tuberculosos dar el primer paso:

“¿De dónde voy a sacar fuerzas durante el


ayuno, cuando ahora carezco de ellas? ¿De
qué formará mi organismo la sangre, si dejo
de comer?”, son las preguntas que se hace el
enfermo.
Pero la cosa es que en el organismo de ese
hombre, justamente por estar tuberculoso,
no sólo existe esta sensación de debilidad,
sino también, y esto sin lugar a dudas, la
abundancia en la sangre de toda clase de
basura que la ensucia, y para que el hombre
llegue a sentir en sí fuerzas, lo primero que
debe hacer por ser lo más sencillo es expulsar
de sí toda esa basura superflua.

Ya por efecto de esto solo le aumentarán las


fuerzas, y en seguida adquirirá energías para
la formación de una nueva, fresca, fuerte y
vigorosa sangre, para la cual su organismo
encontrará material en sí mismo. ¡Sí, tal como
suena, en sí mismo! No solo le permita… sino
que ayúdele directamente a recurrir a esas
provisiones interiores que son inaccesibles
para él durante la alimentación común por el
estómago, pero se abren ante él durante el
ayuno ¡y sólo durante éste! . Ayúdele en
forma muy sencilla: mediante la abstención de
toda alimentación. Entonces él mismo se
echará ávidamente sobre esta basura de su
interior, tomará de ella todo lo que encontrará
precioso para sí, y el resto... lo arrojará por la
boca.

¡Él lo tiene todo listo! ¡Tanto el mecanismo,


como el método y el material! Por el momento
lo detiene sólo usted, imponiéndole por medio
del estómago la comida y el trabajo de los
cuales no puede librarse, a pesar de que lo
ahogan, así como también lo ahogan a usted.
¡Así que dele el permiso correspondiente! ¡No
entorpezca su acción... y usted se salvará!

CAPÍTULO 36. LA MÁQUINA HUMANA ESTÁ


CONSTRUIDA PARA LA VIDA, Y NO PARA LA
MUERTE.

Dos palabras acerca de cómo funciona la


fábrica de sangre.

La fabricación de sangre transcurre en el


hombre con una energía realmente
asombrosa. ¡Por ella sola se puede juzgar
para qué gigantesca misión en los siglos
futuros se va forjando el ser humano!

En la sangre de un hombre medio (65 kg) hay,


como promedio, treinta trillones de glóbulos
rojos. Cada uno de ellos vive seis semanas. De
ahí se desprende que cada segundo, en el
hombre mueren 7.000.000 de glóbulos rojos,
y, naturalmente, otros tantos deben nacer,
para que se conserve en el organismo el
equilibrio. ¡He aquí las proporciones del
funcionamiento de la máquina que fabrica
la sangre! Glóbulos blancos hay
aproximadamente mil veces menos (con la
norma de glóbulos rojos de cinco a seis
millones sobre cada milímetro cubico, la de los
blancos se calcula de seis mil a siete mil por
igual unidad de volumen). La misión de los
glóbulos rojos es, al pasar por los pulmones,
absorber con su superficie el oxígeno del aire,
distribuirlo por todo el organismo y,
acumulando en todas partes por el camino el
óxido de carbono, expulsarlo a la vuelta
también por los pulmones. Los glóbulos
blancos, en cambio, desempeñan en nuestra
sangre el papel de policía benéfica, luchando
contra las bacterias y los bacilos, matando y
descomponiéndolos. La superficie general de
los glóbulos rojos en un hombre medio es
aproximadamente igual al quinto de una
desatina (unidad de medida rusa obsoleta). Su
disminución, digamos, en un décimo
significaría que el hombre iba a recibir el
oxígeno disminuido en igual proporción, lo
cual le causaría dificultades en la respiración.
En esos datos se basa, por lo general, la
moderna medicina práctica, la cual,
pronunciándose en contra del ayuno, asombra
a sus pacientes diciendo:

¡Ayunar!... ¿Está usted loco? Ya sin esto tiene


poca sangre: ¿quiere perder el resto que le
queda aún? ¿De dónde sacará usted sangre, si
no come? ¡Menos sangre, menos vida!
¡Olvídese de esos cuentos de mujeres! ¡La
ciencia se ha pronunciado en contra de ellos!
¡Me niego a curarlo a usted, si ha llegado
hasta la locura de querer matarse con sus
propias manos! Puede permitirse esas bromas
consigo mismo, pero en mi ausencia. No voy a
asistirle a usted en eso. ¡Justamente tiene que
comer más: es la única salvación para usted!
Y todos los parientes miran con dolor al
enfermo: “¿Es posible que sea capaz de
convertirse en suicida? ¿No comprende que no
comiendo nada, no tendrá de dónde sacar
sangre?”

En efecto, la vida de un glóbulo rojo es de seis


semanas; el ayuno dura 40 días, o sea,
también seis semanas. Así que para fines del
ayuno de 40 días quedarán muertos los
últimos glóbulos rojos nacidos en el primer día
del ayuno. ¡El hombre perderá toda su sangre!
¡Qué horror! Pero el caso es que, en realidad,
ese horror no ocurre. Además de lo descrito,
hay en el hombre otro agente que ejerce
influencia sobre la vida y la muerte de los
glóbulos, tanto rojos como blancos. Es el
fenómeno del “tono”, aún no del todo
conocido por la ciencia, del cual todos los
enfermos oyen hablar a su médico, pero
nunca en forma lo suficientemente
comprensible. La cosa es que cada segundo
--¡segundo!-- , por toda la red de los nervios y
tejidos del hombre, por toda la sangre, pasan,
saliendo de los centros más hondos de su
ser, veinte sacudidas, veinte ondas de
energía nerviosa. De dónde fluye esa energía,
no se sabe. Con qué fuente primitiva de la
vida del universo nos une, tampoco se sabe,
pero el rumor de su torrente y el pálpito de su
vibración los podemos percibir materialmente,
tapándonos con las puntas de los dedos, en
forma ligera, los oídos. Entonces oiremos un
profundo y constante rumor en la sangre;
justamente ése es el “tono”, el rumor del
Niágara de la sangre, el Niágara de la vida,
que se precipita a través de cada hombre no
se sabe dónde, pero con una fuerza colosal y
una velocidad realmente asombrosa: ¡20
ondas por segundo! Para el sostenimiento de
ese “tono” solo que nos da la circulación de
la sangre y la temperatura del cuerpo se
emplea del 30 al 50% de toda la
alimentación. Cuando durante el ayuno la
cantidad de las unidades alimenticias que se
consumen en el organismo baja en un tercio
(de 2.500 calorías a 1.600), es muy natural
que cambie también la tensión del “tono”; en
el organismo se establece un nuevo “tono”
con unas peculiaridades que merecen un
estudio detallado.

Ese Niágara de energía que pasa por el


hombre es lo que sostiene en él la vida,
cubriendo con su fuerza --su fuerza psíquica--
todos los defectos y fallas de los procesos
fisiológicos. En ella funciona su razón especial,
que lleva sus decisiones a efecto con una
precisión astronómica y con una velocidad y
potencia enormes. Durante los ataques de
apendicitis, ya en las primeras horas, la
cantidad de los glóbulos blancos salvadores
aumenta de 6,000 a 7.000 hasta 20.000 por
miligramo, y en los casos de pulmonía, hasta
100.000 (“New Diet” por el doctor Kellog).
Digan, ¿de dónde aparecen, si el hombre es
presa de una aguda enfermedad y además no
come? ¡Y sin embargo, es así! Lo mismo
ocurre con los glóbulos rojos. Es cierto que el
glóbulo rojo vive sólo seis semanas, y a pesar
de ello, al terminar el ayuno, los vasos
sanguíneos del hombre no quedan vacíos, sino
que sólo disminuye un tanto el número de los
glóbulos rojos (del 17 al 25%) en la sangre
que los llena. De ahí se desprende que aun
faltando alimentación, el organismo sigue
produciendo, no se sabe cómo, el 80% de la
cantidad habitual de sangre. Al cesar la
alimentación a través del estómago, sólo por
haber dejado el hombre de ponerse en la boca
milanesas, pasteles, polentas, etcétera, no
ocurre todavía la estupidez de que se
interrumpa de repente la producción de la
sangre necesaria para la conservación de la
vida de un ser humano en la tierra. Al
contrario, ocurre algo singularmente
razonable: el organismo recibe el impulso de
aumentar la producción de la sangre, porque
ha quedado trastornado el curso habitual
de la vida en el hombre, de manera que
pueden presentarse peligros, y hace falta,
para prevenir cualquier eventualidad, preparar
reservas de fuerzas que estén a mano en el
momento necesario. Y el material para todo
eso lo toma el organismo de su propio peculio.
Ante todo, echa mano de las células débiles y
enfermas de la sangre y de sus agregados en
forma de toda clase de sales innecesarias y
perjudiciales de la alimentación carnívora.
Luego sigue el turno de la cal de mala calidad
proveniente de la carne, con la cual, durante
la alimentación normal, el organismo no tiene
tiempo que perder, de manera que la arroja a
la reserva, a las paredes de las arterias y otros
tejidos, provocando así la esclerosis. A
continuación le toca el turno al hierro de mala
calidad, también originado por la carne, que
no fue aprovechado para la fabricación de
la sangre, sino que quedaba depositado en
el hígado y otros rincones del organismo.
Después, la grasa de mala calidad, también
proveniente de la carne de vaca, de cerdo, de
gallina, que no fue invertida en la formación
de los músculos y se depositaba en forma de
capas ajenas al resto del organismo,
dondequiera: [La grasa de la carne que se
deposita en el hombre conserva la
temperatura de derretimiento igual a la de la
grasa del animal correspondiente. Así, la grasa
de carnero se derrite a la temperatura de 55°.
La de vaca a la de 40°. La de cerdo a la de 30°
y la de ganso a la de 23°. La grasa de hombre
se derrite a la temperatura de 27° y se forma
exclusivamente de alimentos vegetales. La
grasa vegetal siempre está lista para el
aprovechamiento, mientras que las demás
requieren previa transformación, para lo cual
el organismo ocupado con la digestión no
tiene ni tiempo ni fuerzas]: en la región del
vientre, sobre el corazón, bajo el cuero
cabelludo, entorpeciendo la digestión, la
respiración, el funcionamiento del corazón,
matando las raíces del cabello. Luego, el
azúcar superfluo en la sangre, el cual,
transcurrido un poco más de tiempo, habría
provocado la diabetes. Todo eso, ahora, en el
período de la completa libertad del enorme
trabajo habitual inherente a la digestión y el
funcionamiento de los intestinos, es
transformado por el organismo, y de ese
material, primero, se obtienen fuerzas para el
mantenimiento de la vida en el organismo
bajo la respiración de su “tono”; luego, se
producen, en lugar de los débiles glóbulos
rojos gastados, glóbulos nuevos en cantidad
más reducida, pero de calidad superior, y
por último, los residuos se arrojan
principalmente por la boca.

Que la fábrica de la sangre trabaja en nosotros


durante el ayuno justamente así, o sea,
inteligentemente, en el sentido de la vida, y
no de otro modo opuesto, lo prueba una serie
de hechos y observaciones variadísimos. Así
se explica ante todo el hecho, inexplicable de
otra manera, de que en los hombres
anémicos, con la iniciación del ayuno,
aumentan en grado tan apreciable las fuerzas.
¿Y cómo no han de aumentar las fuerzas,
cuando la sangre, aunque ha perdido en
cantidad, ha mejorado su calidad? En los
escleróticos, la cal que penetra los tejidos se
invierte en la fabricación de la sangre nueva.
¿No se trata aquí de una especie de
rejuvenecimiento? Según el testimonio del
doctor M. Roux: “Ya al tercer o cuarto día
aparece la sensación de ligereza, energía y
bienestar general. Se sienten “rejuvenecidos”,
es la expresión propia de los pacientes”.
Sobre los diabéticos y el efecto que les
produce el ayuno, nos habla el doctor Guelpa,
que estudió especialmente esta cuestión:

“El ayuno durante la diabetes da primero


la disminución del azúcar en la sangre,
luego su desaparición y, finalmente, la
resurrección del enfermo. El cutis de la cara,
de opaco y pálido se torna rosado; la mirada
dolorosa se vuelve viva y risueña, la
respiración normal, los movimientos sueltos.
Sólo hace falta aplicar el método con
insistencia y duración suficiente,
completándolo luego con un régimen
vegetariano de alimentación.” (“La méthode
de Guelpa”).

La basura de la sangre se elimina, y el hombre


revive.

El corazón débil se robustece por la misma


causa ya en los primeros días de ayuno. Es
uno de los depósitos del organismo para la
grasa de reserva. El ayuno le quita esa grasa,
sus músculos envejecidos se tornan más
elásticos, y el corazón adquiere nuevas
fuerzas. Que en el organismo se hallan gran
cantidad de sales superfluas, lo demuestra la
rápida curación de la hidropesía por medio del
ayuno. Cada grano de sal mantiene por sí en
la sangre 96 gramos de agua. El hambre,
arrojando del organismo las sales, elimina
también el agua y, con ella, la hidropesía. Las
heridas, tanto externas como internas,
empiezan a purificarse y a secarse ya en los
primeros días de ayuno, por cuanto eran
sostenidas por las basuras que se acumulaban
en el organismo y salían a través de ellas. El
ayuno comienza a interceptar esa basura en lo
más hondo del organismo para la fabricación
de la sangre, y el pus desaparece en las
heridas, cerrándose éstas.

Así se mantiene el organismo durante el


ayuno y encuentra en sí mismo materiales
para la fabricación de la nueva sangre, bajo la
respiración del poderoso “tono”, respiración
de la vida. Después de esto resulta fácil
comprender por qué se elimina del hombre
una cantidad tan elevada de enfermedades
junto con esa basura. ¡No tiene más que
limpiarse usted! ¡No tiene más que agarrar
bien el cepillo, y toda una nube de
enfermedades saldrá de usted como los
demonios expulsados por la palabra de Cristo!

Que la eliminación de una parte de la sangre


causada por el ayuno resulta útil para el
organismo debilitado, sirviéndole de estímulo
para iniciar la fabricación de la nueva sangre,
lo observó la medicina ya hace tiempo. ¿Qué
no sabe que la medicina antigua tenía gran
predilección por la sangría? Es evidente que
ese procedimiento surtía algún efecto útil.

En los últimos tiempos, en Norteamérica, se


ha creado una profesión especial: el
vendedor de su propia sangre para la
transfusión. En algunos hospitales se llevan
registros permanentes de los que desean
vender su sangre para ese fin.

Los médicos Gifin y Hains han publicado sus


observaciones sobre 84 de esos profesionales.
Su edad oscila entre 20 y 40 años. Con
intervalos de 4 a 6 semanas, a cada uno de
ellos le fueron aplicadas de 1 a 24
sangraduras, de 400 a 500 gramos cada
una. Resultado: la mayoría de ellos (49
hombres) ha notado una mejora en su estado
físico, y 19 registraron un aumento de peso de
4 kg y medio. ¡En ninguno se desarrolló
anemia!

Nuestro conocido bacteriólogo, profesor E. P.


Djunkowsky, me contó que en Rusia, donde
tuvo a su cargo un laboratorio para la
fabricación del suero antifebril, estaban
siempre a su disposición miles y miles de
caballos y bueyes: en un año, el laboratorio
enviaba por toda Rusia hasta 28.000 litros
de suero. Los animales vacunados
enfermaban a menudo con toda clase de
complicaciones propias del clima meridional,
lo cual los agotaba muchísimo hasta el
momento de la toma de su sangre.
Generalmente se sacaban cuatro litros por vez
cada 10 días, y se notó que después de varias
sangraduras, el animal flojo y débil se
restablecía pronto y se tornaba mucho más
enérgico y apto para el trabajo.

Durante mi último ayuno prolongado, los


doctores que me tenían bajo observación
quedaron horrorizados al 25° día ante la
disminución de glóbulos rojos comprobada en
mi sangre (cuyo número descendió de 5 a 6
millones en un milímetro cúbico a 3.500.000)
y la aparición en la sangre de la acetona y la
albúmina, por lo que me expidieron un
certificado oficial de que, si continuaba mi
ayuno, “pronto ya nada me podría salvar”.
Psíquicamente, empero, me sentía bien y
fuerte, y me negaba a reconocerme tan
próximo a la muerte. La acetona demuestra
la desintegración de la sangre, pero no todas
las desintegraciones de la sangre conducen a
la muerte. Mi temperatura no me decía que
estuviera enfermo, que me amenazara algo,
¿por qué, entonces, sentirme atemorizado
ante la aparición de la acetona durante mi
ayuno? Es que yo sabía de antemano que la
cantidad de sangre iba a disminuir un tanto,
pero que su fuerza aumentaría. Ocurría lo que
había esperado. ¿Por qué, pues, sentirme
alarmado? ¡Estaba más cerca de la vida que
de la muerte! Durante seis días discutí con los
médicos, negándome a conformarme con que
estaba muriendo, y en efecto, no moría, y
finalmente probé en forma real y terminante
lo acertado de mi afirmación: interrumpí el
ayuno por el término de tres días. Al día
siguiente, la cantidad de acetona en la
sangre disminuyó, al tercer día sólo quedaron
algunas huellas de la misma. Luego continué
el ayuno durante 12 días más, hasta su
terminación normal, y en el curso de los
primeros cinco días y medio después de haber
empezado a comer nuevamente, aumenté
nueve kilos.

Tal fue el fin de esas preocupaciones.

G. E., ruso, radicado en Belgrado, en el


transcurso de dos años, realizó tres ayunos de
35 a 40 días y teniendo 50 años de edad, no
aparenta tener más de 40. Este ruso contó sus
experiencias a un conocido suyo, hombre
entrado en años y anémico, quien, tras haber
escuchado el relato, replicó con un suspiro:

--Pero para mí resulta imposible eso.

--¿Por qué?

--¡No podría ayunar ni tres días seguidos! ¡No


lo aguantaría: me falta sangre!...
G. E. lo miró y no trató de convencerlo.
Luego se fue de Belgrado. Un año más tarde
regresó y volvió a encontrarse con su amigo.
Le costó reconocerlo a primera vista: había
engordado y hasta tenía el cutis rosado.
Resulta que un día se animó, inició el ayuno,
aguantó los primeros días, vio que también él
“lo podía”, poco a poco, “sin advertirlo él
mismo”, pasó el período completo y
finalmente se convirtió en un hombre sano y
robusto.

El profesor F. V. Verbitzky me comunicó un


caso que ocurrió ante sus ojos en Finlandia en
que, debido a una fiebre maligna con
complicaciones, la cantidad de glóbulos rojos
en la sangre del paciente disminuyó en forma
colosal: hasta 400.000 por cada milímetro
cúbico, y sin embargo, el enfermo se curó.

Si se hallan sanos los centros nerviosos de la


médula, restablecen bajo la influencia del
“tono”, rápida y fácilmente, cualquier merma
en la sangre. ¡Y en cuanto a los nervios, no los
afecta el ayuno, aunque durase hasta la
muerte! El doctor Dewey da el siguiente
detalle de lo que pierden los diferentes tejidos
del cuerpo humano en peso, al durar el ayuno
hasta el extremo posible (muerte por el
hambre):

Grasas (97%)
Músculos (30%)
Hígado (66%)
Bazo (63%)
Sangre (17%)
Centros nerviosos (0%)

Los nervios no se afectan nada por el proceso


del ayuno, y es justamente por eso que
durante éste la cabeza del ayunador está
siempre fresca, y el cerebro funciona con
singular seguridad y facilidad.

¿La sangre es vida? ¡No! La sangre en sí no es


vida. La vida se da por la voluntad de vivir, y
si en el hombre existe esa voluntad, ella
volverá a llenarle con una sangre caliente y
enérgica las venas que, al parecer, ya han
perdido el pálpito de la vida. Pero,
naturalmente, hay que desear volver a la vida.
Es menester que ese deseo se propague por
todo el cuerpo junto con las ondas del “tono”,
ese asombroso torrente de fuerzas ignoradas
oculto a nosotros, y los glóbulos rojos
empezarán a crecer y multiplicarse solos en
todos los rincones y recovecos de nuestro
organismo.

Con una precisión y fuerza geniales


determinó Hipócrates las fases del ayuno
curativo cuando dijo: “El hambre cura,
debilita, mata”. En efecto: las primeras
semanas de ayuno hacen a veces verdaderos
milagros de cura. En la 5ª y la 6ª semanas se
siente la reducción de las fuerzas. Después de
40 días y la purificación de la lengua, es
suicidio continuar el ayuno: el organismo
empieza a roer para su alimentación no sólo
elementos que le son perjudiciales y
superfluos, sino también los tejidos sanos
propios.

Sin llegar a tanto, el hombre debe saber dirigir


esa fuerza aniquiladora encerrada en él contra
los enemigos ocultos en sus adentros, contra
ese moho y herrumbre de bacterias y bacilos,
y... conquistará una victoria.
Para ello disponemos de todo lo necesario.
Sólo hace falta nuestra voluntad, y en seguida
daremos el primer paso hacia el fin. Vishnú,
dios hindú, contemplaba las danzas de una
hermosa bailarina. Al bailar, ésta se le puso a
un costado, en seguida le creció un ojo encima
de la oreja y siguió mirándola Ella se colocó a
sus espaldas, le creció un ojo más en la nuca...

Ese es el deseo verdadero, el deseo creador.

Naturalmente, no es nada extraño y no debe


alarmar en lo más mínimo el hecho de que,
durante el ayuno, el “tono” del cuerpo se
torne completamente distinto y que ocurra
lo mismo con todas sus manifestaciones
comunes, como son la temperatura, el pulso,
la tensión y la sensación de la fuerza interior,
pero, así y todo, el hombre no da ni un solo
paso hacia la muerte. Es que durante el
ayuno, para el funcionamiento del organismo,
sólo se invierten dos tercios de la norma
habitual de la alimentación (1.600 calorías en
vez de 2.500). Todo eso, que es nuevo, hay
que saber contemplarlo también desde un
punto de vista nuevo, para no cometer graves
errores. Mientras tanto, hasta ahora hay
muchos médicos que son capaces de curar al
hombre que ayuna durante 30 días contra la
temperatura de 36º y el pulso incompleto.
¡Tan sólo imagínese el lector a un médico que
trate de curar a un enfermo contra la
temperatura de 36º y medio! Y sin embargo,
no exageramos al decirlo: ya hace dos años
que se aplica para la cura de las
enfermedades el proceso de la purificación
profunda, de modo que la medicina ha tenido
tiempo para estudiar sus fenómenos.

Todo eso se referirá precisamente a los


mártires de la tuberculosis y anemia del
género humano. Precisamente a ellos les hace
falta el ayuno, porque sólo éste sana
poderosamente y a gran profundidad el
terreno en que se mantiene en ellos la
infección.

Todo el problema reside en la cuestión de


cómo ajustar el ayuno a las fuerzas y
posibilidades de cada enfermo. Pero eso ya es
asunto de los médicos, de modo que son ellos
quienes deben resolverlo. Claro que la
preparación debe ser más minuciosa que al
tratarse de hombres de salud buena, pero
ésta es la única salvedad. Prácticamente,
surgen aquí en primer término dos cuestiones:
la primera, ¿cómo reavivar en el enfermo el
torrente del “tono”?, y la segunda, ¿y si la
anemia del enfermo es la verdadera anemia,
es decir, no aquella simple suciedad de la
sangre que con tanta facilidad es calificada
por los médicos como anemia, sino la
verdadera disminución en la fabricación dé la
sangre?

Tal anemia da sus desviaciones del curso


normal del proceso ya en los primeros diez
días de ayuno, lo cual permite adoptar a
tiempo medidas del caso, mientras que la
anemia de la segunda clase será identificada
por los enfermos mismos por la sensación del
benéfico alivio, refresco y robustecimiento que
en este caso le traen las primeras semanas de
ayuno.

Para estimular el “tono” puede servir de


recurso poderoso, en primer lugar, el ayuno
mismo, que libra a las fuerzas del organismo
del trabajo inherente a la digestión, y luego,
los elementos de la naturaleza: el sol, el aire,
el agua (los médicos deben aprender a
aplicar acertadamente aguas curativas, y no
sólo para las enfermedades de los intestinos),
la tierra, etcétera.

El cuidado principal debe consistir en la


limpieza y el saneamiento de los intestinos,
para acumular en el enfermo algunas
reservas de fuerzas al principio del ayuno. A
continuación, el ayuno mismo los va a
mantener.

Del método de curarse por medio de la


comida, hablaré en la segunda parte de este
libro: “Cura mediante la alimentación”. Aquí
sólo citaré algunas opiniones y
observaciones de varios especialistas
autorizados de la ciencia sobre el hombre,
agregándoles breves notas mías:

El doctor Carton basa toda su extensa y


magnífica obra “Traité de médecine
d'alimentation” sobre la siguiente idea:
“La enfermedad, para el organismo, no es más
que un ataque de purificación”.

“No hay muchas enfermedades --dice--;


existe sólo el ensuciamiento del organismo
con el moho de bacterias, jugos innecesarios y
depósitos superfluos de músculos flojos y
grasas asfixiantes.

“Durante la cura no hay que dar caza a los


bacilos, sino limpiar en el organismo el terreno
de las basuras en que se desarrollan las
bacterias.

“Las enfermedades no son más que


diferentes máscaras de un mismo ser: el
hombre, máscaras contra las cuales no hay
que luchar como contra dragones, sino,
simplemente, arrojarlas de sí”.

El doctor Carton cita con complacencia la


observación de Hipócrates: “Cuanto más
alimenta usted a un enfermo, tanto más
daño le causa”, y señala la comunicación del
doctor A. Sternberg sobre el hambre en
Petrogrado en los años 1917-1920: “La
tuberculosis pulmonar no acusó en esos años
ninguna tendencia a tornarse más precipitada
y aguda. Y no se trata aquí de datos de
estadística ajustados a las exigencias del
momento político, sino de las observaciones
hechas con un grupo de 300 enfermos de
tuberculosis, que habían contraído la
enfermedad antes del hambre y a partir de
entonces estuvieron bajo observación. La
alimentación inferior a la normal resultó sin
ningún efecto pernicioso sobre las diferentes
formas clínicas de tuberculosis, a pesar de los
pasados trabajos forzados y del
enflaquecimiento del paciente, que en algunos
casos llegó hasta el 20 a 30% del peso
habitual del mismo. La autopsia practicada
a los cadáveres de los enfermos de
tuberculosis muertos de hambre no demostró
la existencia del crecimiento anormal de las
llagas tuberculosas ni granulaciones nuevas
en los casos de enfermos antiguos”. (Presse
Med. 13-IX-1922).

Los curanderos calmucos, que, según el


testimonio del general Kasanovitch, curan la
tisis por medio del hambre, caminan, pues, al
compás de los especialistas europeos que no
se dejan atemorizar por el terrible dragón del
bacilo de Koch.

El doctor Mouissé dice: “Un porcentaje


relativamente pequeño de tuberculosos
entre nuestros prisioneros regresados de
Alemania antes y después del armisticio,
constituye una de las raras sorpresas
agradables de la guerra. En dos grupos de
prisioneros de guerra, de 15.000 hombres
cada uno, los enfermos tuberculosos
sumaban el 14%, con un 3 a 5% de casos
graves. (Presse Med., 19-XI-1919). El doctor
Carton agrega a eso: “Conozco más de un
caso de hombres que, tras haber regresado
del cautiverio en buena salud, empezaban,
aquí en casa, a alimentarse abundantemente
con carne, se ponían gordos, se llenaban de
toxinas y, después de haber gozado de
algunos meses de bienestar físico,
enfermaban de los intestinos y del estómago,
luego de anemia general y se morían de
tuberculosis. (“La tubérculose par
arthritisme”, página 19).

El doctor Lofer, en 1905, expuso ante el


congreso médico de tuberculosis sus
observaciones de tres enfermos, que
alimentándose durante dos meses con carne
abundante, aumentaron de peso (un kilo por
semana), pero no experimentaron ninguna
mejora en el curso de la enfermedad; más
bien lo contrario: sus fuerzas disminuían.
Entonces redujo a la mitad la porción de la
carne. Los enfermos bajaron de peso, pero se
notó una mejora inmediata en los síntomas de
la enfermedad.

El mismo profesor Carton exclama con terror:


“Yo conocía a frágiles muchachas que,
siguiendo un régimen, comían hasta 18 ó 20
huevos por día. Comiendo 18 huevos, las
enfermas debían digerir por día 258 gramos
de materias nitratadas, cuando el máximo
admisible para ellas era de 50 gr por día.
¡Cuánto debían en ese caso agotarse los
órganos digestivos! Vi a un joven carnicero
que comía diariamente un kilo de carne cruda
y se sorprendía de que no le cesaran sus
hemorragias nasales y que le siguiera saliendo
sangre por la boca. ¡Y es sorprendente con
qué facilidad se someten los enfermos a
semejante alimentación “fortificante”!”
El doctor Pidu expresa: “La tuberculosis no es
una enfermedad independiente. Es una zanja
de derrame para muchas dolencias
constitucionales de numerosas generaciones.
No es su principio, sino su terminación”.

Y, de nuevo, el doctor Carton: “La lucha con la


tuberculosis conducida como una batalla
contra bacilos es una afición de laboratorio.
Los medios aplicados en esta lucha son más
peligrosos para el enfermo que para el bacilo
de Koch”.

Rojer (“Digestion et nutrition”) sometía


conejos a un ayuno de 5 a 7 días, y éstos
adquirían inmunidad para los bacilos de colitis
que les eran inyectados y a causa de los
cuales los otros animales de control morían al
cabo de 2 a 20 días.

“La cadena común de las enfermedades


sucesivas es: alimentación desacertada y
superabundante que afecta la digestión,
esclerosis y tuberculosis” (Doctor Carton).
No se trata de tres enfermedades, sino de la
infancia, juventud y madurez de una misma.
Continúa explicando el doctor Carton: “El
enfermo que está atacado de tuberculosis y
de indigestión debe curarse como un
enfermo de indigestión y no de tuberculosis”.

“Después de atender al enfermo durante


algunos meses en el sanatorio, los médicos
notan que padece más bien del trastorno
intestinal o la enfermedad del hígado, que de
la tuberculosis”.

He aquí la conclusión del doctor Kellog sobre


la anemia y la tuberculosis:

“En los casos de anemia común o


secundaria, o sea, malaria, sífilis,
tuberculosis, tumores malignos,
envenenamientos con el plomo, etcétera,
queda excluida la carne, y se permite la yema
de huevo, verduras y otras sustancias ricas en
hierro: resultan más útiles sin la carne que con
ésta. La anemia maligna empeora si el
enfermo come carne. El hierro de la carne es
el peor para ser asimilado por el hombre”
“La tuberculosis se agrava con la alimentación
a base de carne. La leche y las legumbres
resultan de gran valor en casos de esta
enfermedad, y cuando hay posibilidad de
conseguirlas, no hace falta recurrir a la carne.
Ésta es perjudicial porque carga los riñones y
el hígado, ya sin esto agobiados por el trabajo,
y no aporta cal de buena calidad, tan
importante para el restablecimiento de tejidos
en el organismo. La cantidad necesaria de
albúminas puede siempre conseguirse de la
leche y las yemas de huevo, pero como está
comprobado que una alimentación rica en
albúminas en general resulta dañina en los
casos de tuberculosis pulmonar, la leche y los
huevos se admiten, pero no en abundancia.
Esto se refiere de un modo especial a los
huevos”.

Singularmente ricas en hierro de buena


calidad son la espinaca y la patata, que por su
apariencia parecen no tener nada que ver
con el mismo. La espinaca debe cocerse en
la forma siguiente: al hervir el agua, la
espinaca se saca y se pone en otra agua, en la
cual se sigue cociendo hasta quedar lista. Así
se elimina con la primera agua el ácido
oxálico, que es nocivo para el estómago, pero
quedan el hierro y la valiosa cal de la
espinaca.

La mejor albúmina está contenida en la ricota


y las nueces.

El doctor Carton da la siguiente “historia


común” de la aparición de la tuberculosis en
una familia:

“La primera generación llegada a la ciudad


desde la aldea come mucho, tomando
comidas grasosas, ácidas y dulces, vive en
medio de excesos, los cuales pasan todos
impunemente.

“La segunda generación vive en la misma


forma, pero ya sufre de la superabundancia en
su organismo de jugos nutritivos y obesidad,
traba conocimiento con las enfermedades del
hígado, jaquecas, eczemas, cálculos en los
riñones y hemorroides; aparece la esclerosis.
En la tercera generación ya se reconoce la
necesidad de la prudencia en la alimentación,
y los hombres empiezan a luchar
generalmente sin éxito contra la diabetes,
albúmina en la sangre y otros fenómenos de la
degeneración ya iniciada de la raza. En las
familias nacen más hembras que varones. Los
matrimonios se tornan estériles. Aparece el
cáncer y la tuberculosis. (“La tuberculose par
arthritisme”, P. Carton.)

Este vínculo entre las enfermedades escapa


a la atención general debido a que la
medicina llama a cada enfermedad por un
nombre especial, mientras que todas ellas no
son más que diferentes fases de una dolencia
general de la burguesía urbana moderna: el
no saber alimentarse en forma acertada y
sana en las condiciones y en medio de las
tentaciones de la vida urbana.

Un cuadro desolador justamente para los


artríticos y tuberculosos, pero no hay motivo
para que se dejen vencer por la
desesperación. Por más debilitado, por más
destruido que esté su organismo, contiene
en sí fuerzas que son capaces de dominarlo
todo: lo único que hace falta es limpiar bien su
organismo.

Dice el profesor R. Roseman en su “Fisiología


del hombre”: “Todos los tejidos y órganos del
cuerpo humano son aptos, aunque en grado
diferente, para la regeneración; y más que
todos, la sangre. Después de la pérdida de
una parte de la sangre, el organismo rehace
primeramente el plasma, luego los glóbulos
blancos y, finalmente, los rojos. Renace el
tejido de las fibras de los músculos, y el
mismo hueso, si queda ileso el periostio que
lo reviste. Crecen los dientes arrancados e
hincados nuevamente en sus alvéolos. Ponfik
cortó dos tercios de un hígado; la
regeneración de su tejido empezó al cabo de
varios días y al cabo de varias semanas ya
quedó terminada”.

Ahora depende de la voluntad de cada uno


detener su enfermedad y la tortura originada
por la debilidad. La enfermedad aparece
cuando en el organismo se crea la necesidad
de purificación. Pero el organismo también
lleva en sí --ya lo sabe usted-- el recurso que
le facilita su purificación total “hasta el fondo”;
es el proceso del ayuno prolongado.

Mediante ese proceso usted se sacará de la


difícil situación en que, por ejemplo, se
encontraba E. I. Kovalevskaya en otoño de
1925, en Vraniatchka Bania, Serbia, donde
vivía y sigue viviendo en calidad de refugiada.

Ahora, es una mujer fresca, bien conservada,


con el pelo que ya se va poniendo canoso.
Hace un año, se encontraba en un estado de
completo agotamiento. Todavía en Rusia, se
sentía continuamente enferma y visitaba
balnearios rusos y extranjeros. Padecía de
una forma grave de asma, de neurosis del
corazón y dilatación de la aorta; tenía,
además, inflamación del hígado y de la
vesícula biliar. Una vez sufrió un derrame
de la bilis. La debilidad era tal, que la
enferma pasaba todo el invierno en cama y
salía de su habitación sólo en verano. En
otoño del año pasado llegó al estado de
completa desesperación, que la hizo
levantarse una noche, despertar al marido y
exigirle que mandara al hijo un telegrama que
rezaba: “Estoy muriendo”.
Habiendo leído en los diarios acerca de los
milagros del ayuno, se puso a ayunar. Surge la
pregunta: ¿cómo podía aguantarlo, cómo se
atrevió a pensar que ella, débil, agotada por
los sufrimientos, estaría en condiciones de
pasar cuarenta días sin alimento alguno? Y sin
embargo, ocurrió lo imposible. Ya al tercer día
sintió un alivio. Al cuarto día se levantó por la
mañana llena de energía, empezó a preparar
sola la comida y sorprendió a todos los
vecinos enterados de su estado poniéndose,
de repente, a cantar. ¡Eso después de un
período de abatimiento y desesperación tan
prolongado! Al decimoquinto día sintió fuertes
dolores en la zona del hígado, y expulsó
cálculos biliares. Al décimo-octavo día se hizo
sentir el apetito, pero aplazó la terminación
del ayuno para el vigesimoprimer día, a fin de
pasar la mitad del plazo completo. Así
procedió, aunque justamente al
vigesimoprimer día la abandonó nuevamente
el apetito. Su aparición tan temprana fue,
evidentemente, casual, y el proceso de
purificación no tardó en restablecerse
nuevamente. No obstante, terminó entonces
el ayuno. Ahora es una mujer normal por su
estado físico, mujer que puede trabajar y lo
hace, activa y llena de energías. Los dolores
del hígado y la vesícula biliar han cesado.
Disminuyó considerablemente la dilatación de
la aorta --el ayuno fue prolongado hasta la
mitad del plazo íntegro--. La enferma ha
resuelto efectuar cuanto antes otro ayuno,
pero más largo.

La forma en la que se puede modificar el


estado físico y transformar la sangre por
medio del ayuno, nos la enseña el ejemplo de
A. Ehret, de quien ya hemos hablado. A la
edad de 31 años, los médicos declararon su
caso desesperado, a consecuencia de una
grave inflamación de riñones. Mediante el
ayuno y la dieta, el enfermo se curó hasta tal
punto, que ocho años más tarde podía
aguantar, sin ningún daño para su salud, dos
horas y quince minutos de paso acelerado y
una jornada de marcha de 58 horas seguidas.
He aquí cómo la sangre respondía al ayuno:
“Después del ayuno y un régimen
exclusivamente a base de frutas crudas, hice
con el cuchillo un corte en la parte inferior del
brazo. La sangre no fluyó, porque se cuajaba
inmediatamente. La herida se curó sin
inflamación, sin dolor, sin mucosidad ni pus. El
proceso terminó en tres días. Más tarde,
cuando observaba un régimen vegetariano
con comidas que forman mucosidad (materias
de almidón), pero sin huevos ni leche, la
sangre ya fluía un poco de la herida, la cual
dolía y segregaba una pequeña cantidad de
pus. A continuación seguía una pequeña
inflamación y sólo entonces se producía la
cura completa. Más tarde durante un régimen
a base de carne con un poco de alcohol, la
misma herida provocaba una hemorragia más
prolongada; la sangre era de color claro y muy
fluida; se producía una inflamación y se sentía
dolor. La secreción del pus duraba varios días,
y la herida sanaba ya al cabo de un ayuno de
dos semanas”.

De todo lo anterior se desprende que la


debilidad, la anemia y la tuberculosis no
constituyen un obstáculo, sino, al contrario, un
motivo directo para recurrir a un ayuno
purificador. Hay una sola reserva (aunque
tampoco ésta es terminante): es mejor que tal
enfermo se prepare con especial cuidado para
las sensaciones no siempre gratas del ayuno y
trate, en la medida de lo posible, de refrigerar
y acumular de antemano sus fuerzas. Pero, de
ser ello imposible o demasiado difícil o
provocar una demora excesiva, conviene
mejor realizar el ayuno, observando con toda
atención, naturalmente, sus efectos sobre el
organismo y eliminando a tiempo todos los
extremos. Ello es preferible a desistir,
perdiendo así, tal vez para siempre, la
posibilidad de salir a un camino nuevo y
salvador. Para muchos aplazado significa
olvidado. Lo digo con plena conciencia de mi
responsabilidad por estas palabras, lo digo por
la salud de los hombres que se pierden a
menudo en los callejones de la vida y de toda
clase de dudas, adonde los lleva a veces la
suerte, porque con todas las fibras de mi ser
siento y sé que al hombre le ha sido dada
mucha más fuerza de lo que es necesario para
la vida de lombriz que lleva en la capa
superior de la tierra, y sólo hace falta que se
encienda en su corazón la verdadera voluntad
en este caso la voluntad de vivir , y en
seguida se revelarán en él nuevas fuerzas, con
las cuales no contaba, pero que existían y
siguen existiendo en su interior. ¡Ellas
aparecerán y lo conducirán por los trechos
difíciles de su camino! Hay que decirlo en
forma terminante: el ayuno prolongado es un
proceso fisiológico, pero es conducido por las
fuerzas psíquicas del organismo por cuenta de
lo que les sobra. Por tanto, como ya he
señalado, el organismo psíquico se restablece
después del ayuno con más lentitud que el
físico. ¡Pero también por ello, en los
momentos de las decisiones supremas el
hombre no quedará sin ayuda!

¿Es posible recurrir al ayuno como método


curativo en caso de niños, organismos
jóvenes que aún están creciendo?

Habiendo visto entre mis familiares a qué


torturas se permite recurrir la medicina
moderna en la curación de los niños, inclusive
la aplicación de hierro candente para la
eliminación de los tumores tuberculosos y la
rotura de los huesos según el “método del
doctor Kallau”, tanto lo uno como lo otro sin
anestesia alguna, contestaré sin vacilar:
“¡naturalmente que sí!”.

Pero se entiende que no se puede dejar esta


cuestión sin estudio especial, estudio
singularmente cuidadoso y de suma
responsabilidad.
Al parecer, el organismo joven en estado de
crecimiento responde al ayuno lo mismo que
el de un adulto. Naturalmente, es más fácil
causarle daño que a un organismo ya
completamente formado, pero, en cambio, es
más rico en fuerzas frescas y puede dar un
milagro allí donde el otro dará sólo un
restablecimiento común.

He aquí un caso del doctor Guelpa con un


joven de 16 años de edad. Ya hacía cinco
meses que el enfermo se encontraba en el
hospital atacado de diabetes, enfermedad
que a esa edad se considera
completamente incurable y de rápidas
consecuencias fatales. Lo atormentaba una
terrible sed; diariamente tomaba más de 14
litros de diferentes líquidos, segregando con la
orina hasta 1.200 gramos de azúcar. La cara
la tenía cubierta de una hinchazón dura de
color morado. Ninguno de los métodos
curativos aplicados dio resultado, y el
enfermo fue entregado al doctor Guelpa para
experimentos. El doctor le aplicó su sistema
de purgantes y pequeños ayunos en paquetes
de 3 a 6 días cada uno. Al final de la segunda
semana, el azúcar “en la orina” desapareció,
como desapareció también la sed; el
enfermo expulsaba sólo un litro de orina por
día. La hinchazón de la cara desapareció casi
por completo. El enfermo no tuvo paciencia
para completar la cura hasta lograr
resultados terminantes, y volvió a la
alimentación desordenada; el azúcar
reapareció, pero nunca en cantidad superior a
50 gramos, en lugar de los 1.200 de antes, y
desaparecía cada vez que se reanudaba la
cura. Al tratarse de formas de diabetes más
comunes, el azúcar desaparecía ya al segundo
o tercer día.

Otro caso ocurrido con el mismo doctor


Guelpa: una niña de 7 años; diabetes con seis
litros diarios de orina y 400 gramos de azúcar.
Por casualidad, dos días antes de empezar la
cura, la enferma fue quemada con agua
hirviendo. La quemadura, en algunos puntos
de segunda categoría, abarcaba ambos
pies. Cinco días de ayuno. La quemadura,
sobre la cual se aplicaba sólo una pomada
de cal, casi desapareció a fines de la
primera semana; la cantidad de azúcar en la
orina bajó a 23 gramos, expulsando un litro
diario de orina. El estado general era
excelente, pero los caprichos de la niña no
permitieron continuar la cura.
CAPÍTULO 37. OBSERVACIONES REFERENTES
AL TRANSCURSO DEL AYUNO COMO MÉTODO
DE PURIFICACIÓN.

Las fases del proceso

Para la cura de las enfermedades son


importantes las fases que se pueden señalar
en el proceso del ayuno, y que son las
siguientes:

Los primeros 2 ó 3 días: la temperatura del


cuerpo baja de medio a un grado y medio y
luego se establece a un nivel por todo el resto
del ayuno. Se fortalece perceptiblemente el
corazón. Se debilitan las manifestaciones de la
hidropesía y la neurosis.

Los primeros 6 días: los más difíciles en sus


sensaciones. Se siente la acumulación en la
sangre de los residuos amontonados, debido a
la insuficiente evacuación de los mismos en
los primeros días. Hacia el 6° ó 7° día, esa
acumulación se despeja, la evacuación se
establece completamente, y se produce una
crisis favorable en el estado físico. Queda
aliviada la esclerosis.

Los primeros 6, 10 ó 12 días: la purificación


del organismo de cal y de pus. Continúa la
mejora de la esclerosis, se curan úlceras de
estómago recientes e inflamaciones.

Los primeros 10 a 14 días: se purifica la esfera


de los nervios. Se fortifican grupos aislados de
nervios (nervio de escritura). Se debilitan y
desaparecen los fenómenos de la ciática.

Los primeros 14 a 21 días: se purifica la esfera


cardíaca. Cesa la hidropesía.

La tercera década: la más tranquila de todas


las cuatro. Se preparan para la expulsión los
residuos y cenizas más pesados.
La cuarta década: salen las últimas
cenizas. Se produce una repugnancia
directa hacia la comida. Si el ayuno
termina en ese período antes de ponerse roja
la lengua, tarda mucho en volver el apetito
“vivo”. Se liquidan las enfermedades de la
garganta. Se curan catarros de estómago
antiguos, la dilatación de la aorta, el
enfisema de pulmones, etcétera.

Las fases se dividen, a veces, en forma muy


nítida por la aparición de amargor en la saliva
y el emblanquecimiento más intenso de la
lengua, debido a la salida por la boca de los
residuos más gruesos (últimos) de esa región.
A continuación sigue, en ocasiones, una
purificación temporal de la lengua, que queda
despejada de la capa que la cubría, y hasta
una breve aparición del apetito (con singular
frecuencia, a fines de la segunda década).

La significación práctica de esas fases es la


siguiente: si, por ejemplo, el enfermo sufre de
una ciática reciente y realiza un ayuno de
ocho días, experimentará un alivio, pero no
logrará una cura completa. En cambio, si
ayuna de 12 a 14 días, o sea, no sólo el
tiempo necesario para la purificación de la
región dada, sino también un período que
hace falta para la expulsión de las cenizas (los
productos de esa purificación), muy pronto
empezará a hablar de un “milagro”, de su
curación completa y definitiva.

Lo mismo se puede decir de las otras fases.


Por lo tanto, un ayuno abreviado sólo en dos o
tres días da a menudo resultados
completamente distintos que otro de duración
normal. La experiencia debe establecer la
duración exacta de las fases, lo cual
tendrá una importancia enorme para los
enfermos.

CAPÍTULO 38. EL NUEVO “TONO”.

Esta cuestión requiere un estudio prolijo. En


los primeros días de ayuno, el organismo da la
impresión de buscar la temperatura que
estará en condiciones de mantener a un nivel
estable durante todo el ayuno, hasta la
expulsión de las últimas cenizas. La
temperatura baja de medio a un grado y
medio y luego se establece firmemente a un
nivel determinado durante todo el tiempo. El
pulso experimenta un cambio aún más
considerable. Son características sus caídas,
por momentos apreciables, durante la última
década, las cuales, empero, no deben
considerarse “graves”, por cuanto ceden
fácilmente a los estimulantes más livianos
(una taza de té caliente con una cucharadita
de vino y un descanso de media hora en un
ambiente tranquilo y de temperatura
templada).

Cuestiones especiales son: el tono, la


temperatura y el pulso durante ayunos
repetidos, así como los fenómenos que indican
la presencia en el hombre de un sosia astral, o
sea, de otro centro no físico de la actividad
psíquica.

CAPÍTULO 39. LA ACETONA.


La aparición de la acetona en la sangre,
en oposición a la opinión difundida en el
mundo médico moderno, significa que en la
sangre se verifica una especie de
desintegración, pero no hay indicios de que
ésta sea peligrosa. El profesor B. Slowtzoff
(“Manual del estudio clínico de la orina para
médicos y estudiantes”, 1913) confirma que
tanto la acetona como la albúmina, en
unos casos evidencian la existencia de un
proceso patológico agudo (acetonuria
patológica), mientras que en otros sólo
acompañan algunos fenómenos fisiológicos
(acetonuria fisiológica). “Durante el ayuno –
dice--, en general, ya al tercer día aparece
la acetonuria”. El doctor Moban
(“Contribution a l'étude de l'acétonurie”,
1904), habiendo estudiado especialmente la
cuestión, afirma: “La acetonuria no indica
necesariamente la iniciación de la acetonemia.
Sólo es un indicio seguro de la “autofagia” del
organismo con la destrucción de sus
reservas de carbonatos, grasas y
albúminas, autofagia provocada por el
hambre, breve o prolongada, y el
agotamiento, relativo o absoluto”.
La acetona aparece ya con el agotamiento
provocado por un simple purgante. El
doctor Moban la encontró en ochenta
casos de cien, después de haber tomado
los enfermos un purgante. Se la puede
descubrir ya al cabo de doce horas después de
la interrupción de la alimentación, y
desaparece de la sangre inmediatamente
después de reanudarse la alimentación...

Todo eso coincide exactamente con mis


observaciones.

CAPÍTULO 40. LA FUNCIÓN DE LA LENGUA EN


EL PROCESO.

El profesor vienés doctor I. Wiesel publicó en


“Wien. Klin. Wochensch” (XXXVIII, 12), un
artículo rico en hechos sobre el diagnóstico
por la “capa” y otros fenómenos de la lengua,
y sobre la vinculación “interna” de la lengua
con los diferentes órganos humanos.
Esos hechos, o no se hallan en contradicción
con mis observaciones sobre la vinculación
interna y constante de la esfera del estómago
con la superficie de la lengua, o directamente
confirman esta afirmación mía.

En efecto, si la existencia de la capa sobre la


lengua se explica como un depósito de pus
segregado de la saliva, quedará sin
explicación el hecho de que esta capa aparece
cuando hay catarro de estómago, y no en los
casos de úlcera. Con la úlcera en el estómago,
naturalmente tendría que haber más pus en la
saliva, y sin embargo, la lengua queda roja. En
cambio, si se acepta mi afirmación, el
fenómeno resultará completamente aclarado:
¿qué falta le hace al pus buscar una salida
distante en la lengua, si la úlcera se la ofrece
en el estómago mismo?

Durante la cirrosis del hígado, la lengua


también se halla tapada, mientras que en el
caso del cáncer es roja; evidentemente, por la
misma causa.
La interna vinculación mecánica entre la
lengua y los diferentes órganos del cuerpo se
pone en evidencia constantemente y en
forma terminante: a principios del cáncer en el
estómago, los montículos papillae
circumvallate en la base de la lengua se hacen
más prominentes. Lo mismo ocurre durante el
cáncer de la vesícula biliar. Esta vinculación es
muy significativa, por cuanto nos habla
justamente de la existencia de una conexión
mecánica de esos órganos con la lengua.

Bajo la dirección del doctor Kellog, en los


laboratorios del “Battle-Crick-Sanatorium”,
fueron realizados numerosos análisis de la
saliva de enfermos que tenían tapada la
lengua. Siempre se comprobaba la presencia
de bacilos intestinales en su boca. La saliva
de esos enfermos, dejada durante varios días
en botellas herméticamente cerradas, adquiría
un olor bien pronunciado de materias fecales.
(“New Diet”, 551).

El doctor Carton describe cómo se alimenta


y se desarrolla la célula, base del
organismo viviente: las sustancias nutritivas
penetran a través de su envoltura por
endósmosis, y sus residuos salen afuera por
exósmosis.

“Esa dualidad del funcionamiento, en los


animales superiores, es propia de muchos
órganos que simultáneamente sirven para la
recepción y la expulsión, como la piel, los
intestinos, el estómago, el hígado, los
ganglios”. Después de mis observaciones, a
ese conjunto de órganos hay que agregar
también la lengua. Ella transmite la comida al
estómago durante la alimentación desde
fuera; a través de ella se expulsan los
residuos de aquélla durante la alimentación
desde dentro, o sea, el ayuno.

CAPÍTULO 41. CURSO ABREVIADO DEL AYUNO


PURIFICADOR.

Usted soportará el ayuno físicamente, pero ¿lo


soportará con los nervios y aguantará el
enflaquecimiento provocado por el mismo?

Es una cuestión de gran importancia práctica,


especialmente si se trata de personas que
tienen los nervios o el corazón en gran
desorden.

Sostengo que cualquier hombre que come y


camina puede encontrar en su organismo, en
todo momento, suficientes reservas interiores
para realizar hasta el fin un ayuno completo
de 40 días de duración; naturalmente, si no
ha ayunado durante un plazo prolongado poco
tiempo antes. Pero esto no quiere decir que
todos puedan iniciar y llevarlo a cabo
inmediatamente.

Los obstáculos principales que surgen aquí


son tres.

Primeramente, los nervios. En muchos, la


obstrucción del organismo resulta tan
profunda y antigua, que también se hallan
sumamente excitados los nervios. Tales
personas soportarán con muchísima dificultad
las últimas semanas de ayuno, cuando en lo
más hondo del organismo empieza a quitarse,
como con un cepillo de hierro, toda clase de
“herrumbre” endurecida sobre los huesos y
en los tejidos, Se sentirán ataques repentinos
de debilidad, de insomnio; surgirán dudas
sobre la posibilidad de aguantar el ayuno
hasta el fin. Los familiares, naturalmente, se
declararán en contra del “riesgo terrible”, y
el ayunador, en resumidas cuentas, desistirá
de su propósito, y una vez hecho esto, llegará
a la conclusión de que “eso” no es para él. Sin
embargo, “eso” era también para él, sólo que
el enfermo puso manos a la obra sin la debida
prudencia y no calculó previamente sus
posibilidades.

Otro obstáculo es el efecto del


adelgazamiento. Éste en cada hombre es
diferente, pero, de todos modos, en el curso
de las primeras dos semanas, cuando se
pierden de 10 a 12 kilos de peso, se producen
en la región de los intestinos, que enflaquecen
especialmente ya en los primeros días,
espacios vacíos, donde se hunden los órganos
ubicados más alto, como son el estómago, los
riñones y el hígado. Este fenómeno origina
dolores tirantes y punzantes. Los riñones
duelen como si se hallasen enfermos,
mientras que en realidad duelen los tendones
que los sostienen, al paso que los riñones en sí
están descansando. La boca del estómago se
hunde hasta el punto de que casi se adhiere a
la columna vertebral; en el foso que se forma
en el lugar del estómago se pueden esconder
dos puños y aun sobra sitio para un tercero.
La columna vertebral adquiere el aspecto de
un serrucho, y las caderas se convierten en
estacas delgadas y ridículas. La cintura se
seca, como si alguien hubiese tomado al
ayunador y. lo hubiese retorcido en ese sitio
como lo hace la lavandera con una toalla. A
cada movimiento de la cintura, uno espera
que va a crujir. Y todos esos cambios y
defectos son observados atentamente por los
familiares del ayunador, quien no oye de ellos
más que las palabras: ¡Déjelo, hombre; basta
de tonterías! ¡Mañana voy a llamar al médico!
Y el médico se convierte en esos días, no se
sabe por qué, en su primer enemigo. A su
aparición, usted será capaz de esconderse
entre las almohadas. No podrá convencerse a
sí mismo de que a continuación el organismo
se habituará y los dolores no aumentarán, sino
que desaparecerán por completo. La decisión
empieza a flaquear... “Si eso empieza así,
¿qué será más tarde?” El ayuno se
interrumpe.
NOTA ESPECIAL

Durante todo el ayuno mantenga usted


firmemente dos resoluciones:

1) ¡Hasta el fin del ayuno la comida no existe


para mí!

2) ¡La salud ya se me acerca; hace falta sólo


recibirla!

Y además:

-- Durante el ayuno no se considere usted


enfermo, continúe todas sus actividades y
ocupaciones habituales, sólo tratando de
evitar esfuerzos excesivos.

-- En cambio, después del ayuno, durante tres


semanas, no se considere sano, sino sólo en
estado de restablecimiento; ahorre las nuevas
fuerzas conseguidas y deje a la nueva salud
fundirse sólidamente con su organismo.

Sobre los resultados del ayuno, así como


casos especiales o que estén en contradicción
con lo expuesto aquí, ruego que se me
comunique a la siguiente dirección: Alexi
Suvorin, Belgrado, Serbia. (La misma dirección
para la correspondencia referente a los
detalles del método y consultas.)

Ayunar es cosa fácil, y poniendo un poco de


atención, puede usted estar seguro de que no
le ocurrirá ninguna catástrofe. Sin embargo,
enderezar la salud del hombre resulta con
frecuencia no del todo sencillo, en atención a
lo cual no acepto ninguna responsabilidad por
la aplicación del “método de Suvorin” sino se
me consultó previamente.

CAPÍTULO 42. LA CUESTIÓN DE LA ANEMIA.


El tercer obstáculo es la anemia verdadera. No
la anemia habitual que es la consecuencia de
la obstrucción de la sangre con sustancias
heterogéneas y células débiles y mutiladas, y
que sería más acertado llamar “debilidad de
la sangre”, sino la anemia verdadera, cuando
en el organismo está entorpecida la
fabricación de la sangre. La sola purificación
de ésta no hará el organismo normal, o sea,
sanguíneo, pero una dosificación del ayuno
sabiamente combinada con las circunstancias
puede poner nuevamente en movimiento la
fábrica de sangre detenida. En cambio, sin
eso, pasará la primera semana de ayuno, y el
enfermo, habiéndose librado de unos
síntomas, adquirirá otros, dejará la cura
benéfica para él y dirá como muchos otros:
“eso no es para mí”. Sin embargo, lo que en
realidad ha ocurrido es que el enfermo no ha
iniciado el ayuno en la forma como debía.

Todo eso hay que comprenderlo y efectuar


los cálculos correspondientes, antes de
resolver emprender un ayuno completo por el
plazo íntegro; sin embargo, alguna vez habrá
que emprenderlo de todos modos, porque
ahora ya ha sido comprobado en decenas y
decenas de experimentos que únicamente el
ayuno completo de cuarenta días es capaz de
limpiar todo el organismo “hasta el fondo” y
arrancar de él de raíz enfermedades como un
catarro de estómago de veinte años de
duración.

CAPÍTULO 43. EL COMPÁS DE LA ESTABILIDAD


INTERNA.

En tales condiciones, ofrezco como solución


general un régimen en que el sentimiento de
la estabilidad interna servirá al ayunador de
compás. Usted no quiere perder durante el
ayuno esa estabilidad interna, es decir, la
confianza en sus fuerzas y la aptitud para el
trabajo. Tome este principio como guía, haga
de él su compás, y su ayuno transcurrirá en la
forma siguiente:

Usted ayuna cuanto pueda, sin llegar al


extremo y continuando sus ocupaciones
habituales. En esas condiciones, para una
persona de constitución común y tenacidad
mediana, resulta posible lo siguiente:

El ayuno se realiza durante 5 ó 12 días


seguidos, es decir, durante las dos o las tres
primeras fases actualmente determinadas. Si
usted no puede más, si las sensaciones que
experimenta son demasiado agudas y
entorpecen sus actividades, interrumpe el
ayuno al 5°,4° ó 3º día. El principio es:
conservar una sólida estabilidad interna y
aptitud para el trabajo.

Después de un descanso por un plazo igual al


del ayuno, inicia usted el segundo “paquete”
del ayuno. Transcurre éste en forma más fácil
que el primero, porque el organismo ya se
halla un tanto purificado. Lo aprovecha y
ayuna una vez y media o dos veces más
que la primera vez, hasta encontrar
nuevamente un obstáculo difícil de superar
de todos modos, puede estar tranquilo y
seguro de que no ocurrirán catástrofes
repentinas de efectos graves . Se detiene una
vez más y toma un descanso tres veces más
prolongado que el segundo ayuno. A
continuación sigue el tercer “paquete”, que
inicia ya con la decisión firme de llevar esta
vez a cabo el ayuno, o sea, hasta el momento
en que quede despejada la lengua y aparezca
el apetito. En el transcurso de los “paquetes”
anteriores habrá tenido usted tiempo para
conocer las consecuencias saludables del
ayuno y --lo que es muy importante-- se
habrán convencido de ello sus familiares.

Generalmente, los resultados son buenos. El


ayuno en forma de “paquetes” termina
automáticamente con un ayuno completo.

Por medio de “paquetes” en combinación


con un régimen en los intervalos, se puede
lograr resultados maravillosos, por ejemplo
--cosa de gran interés para las mujeres-- , que
adelgace sólo la cintura, mientras que se
ponga aún más fresco el semblante. Todavía
más; recurriendo a este método, un hombre
acostumbrado a comer mucho seguirá
haciéndolo, y sin embargo, irá adelgazando y
librándose de la grasa en los intestinos. De
esto hablaremos en la segunda parte del libro:
“Cura mediante la alimentación”. De todos
modos, de cada “paquete” obtendrá usted la
utilidad completa, aunque el mismo durase
sólo tres días, sólo medio día, sólo tres horas.
Ya un ayuno de media hora se hace
perceptible: aumenta su apetito. ¡Tal es ese
maravilloso proceso!

CAPÍTULO 44. REGLA GENERAL.

Como regla general, salvo pocas excepciones,


aconsejo a todos, antes de un ayuno
completo, realizar una “semana de ensayo” --
7 días--, durante la cual se conocerán las
sensaciones predominantes del proceso, y
juzgando por los fenómenos de esa semana,
se podrá determinar cómo transcurrirán para
el ayunador la 5ª y 6ª semanas de ayuno.

De un modo especial recomiendo a los que


quieran iniciar su primer ayuno hacerlo no a
solas, sino en grupos de 3 ó 4 hombres. Eso
ofrecerá a cada uno la posibilidad de
estudiar los fenómenos y peculiaridades del
proceso en forma rápida y prácticamente
útil para sí, por cuanto los observará no sólo
en sí mismo, sino también en otros; verá
cuáles de ellos son comunes a todos, y cuáles
sólo propios de personas aisladas, cuáles son
las medidas a adaptar, sus efectos, etcétera.
Además, esa circunstancia contribuirá a
disminuir el efecto de los consejos,
convencimientos y burlas por parte de los
demás: la muchedumbre se inclina ante todo
lo que se pone de manifiesto en forma
palpable.

CAPÍTULO 45. LAS REGLAS DEL AYUNO


PURIFICADOR.

En el primer día de ayuno se debe tomar un


purgante, limpiando así toda la vía digestiva,
de arriba abajo. En este caso, el purgante no
puede ser sustituido por un clister, porque
éste surte su efecto sólo en una parte de esa
vía.

A partir del primer día de ayuno:


1) Pésese y siga haciéndolo, en la medida de
lo posible, diariamente --es un dato
importante para muchas cosas en lo futuro--;
tome la medida del talle, el pecho y el cuello.

2) Anote diariamente la temperatura.

3) En el transcurso de la primera semana


aplíquese diariamente un clister de un litro o
de un litro y medio de agua pura a 32 ó 35° C,
manteniendo ésta en el intestino durante 15 a
20 minutos, para que pueda empaparse bien.
El clister se recibe estando el paciente de
rodillas y apoyado sobre los codos, a fin de
facilitar una profunda penetración del agua.
Durante la operación se hace un ligero
masaje en torno al ombligo en la dirección de
la aguja de reloj.

Los clisteres no pueden sustituirse por el


purgante, porque, además de la limpieza de
los intestinos, tienen en esos días la misión de
llevar el agua a las partes más profundas de
éstos, adonde el agua no puede, a la sazón,
llegar a tiempo a través del estómago. A raíz
de ello, allí se detienen los residuos de la
combustión que se verifica entonces en el
organismo, se produce una especie de
envenenamiento temporal del organismo y
empiezan a sentirse dolores de cabeza,
debilidad y vértigos. Naturalmente, al
hombre le parece que esos fenómenos son
producto del ayuno, pero aplicándose
clisteres, el ayunador se dará cuenta de la
verdadera naturaleza de los mismos. El
purgante, en cambio, absorbe de por sí mucha
agua del organismo y trastorna los intestinos
durante más de un día. Después de la primera
semana, se puede recurrir al clister con menos
frecuencia según la necesidad, pero éste
producirá siempre un efecto vivificador
sobre el organismo, previniendo dolores
originados por el secamiento excesivo del
mismo.

Sin embargo, si a pesar de los clisteres,


usted siente dolores de cabeza durante la
primera semana y transcurrida ésta, repetirá
los purgantes cada 1, 2 ó 3 días. Con más
frecuencia se sienten dolores debido a la
formación de tapones en los intestinos: los
intestinos que se van secando ciñen esos
tapones fuertemente, originando así dolores
nerviosos.
Durante el ayuno no se debe comer nada, sino
tomar sólo agua y té con una cucharadita de
azúcar y limón. Un refresco agradable resulta
el agua tras haber permanecido en ella
durante una noche trozos de cascara de
naranja. Se debe beber según la necesidad,
tomando en consideración, sin embargo, que
el organismo recibe en ese tiempo agua
también de la carne que le va menguando a
razón de medio a tres cuartos de kilo por día,
porque nuestro cuerpo consta de un 75% de
agua, y luego que, de todos modos, el agua no
tendrá tiempo para llegar a través del
estómago a los sitios recónditos del
organismo. Por lo tanto, hay que beber
según la necesidad verdadera, sin forzarse a sí
mismo, y no olvidar aplicarse clisteres.

El apetito se hace sentir, generalmente, sólo


hasta la noche del primer día; luego
desaparece hasta el fin de la última (cuarta)
década, cuando la lengua se despeja de la
“capa” (trasudor) y aparece la verdadera
sensación de hambre.
Entonces hay que empezar a comer: el
proceso de purificación ha terminado. Antes
pueden producirse ataques casuales de
apetito, por ejemplo, originados por esfuerzos
físicos, cansancios, etcétera, pero esos
ataques desaparecen en seguida después de
dos o tres tragos de agua fresca.

Entre el 30° al 31° día, la lengua se torna,


de blanca, amarilla, y luego se cubre de
manchas pardas. Se verifica el “trasudor” del
organismo de las últimas y más pesadas
cenizas de la enorme combustión de la
materia que transcurre en él entonces.

De ahí una regla indispensable: no hay que


tragar nada de las secreciones que salen de la
nariz o de la boca durante el ayuno; hay que
escupirlas todas, porque están envenenadas.
Conviene enjuagar la boca con una infusión de
corteza de limón o de naranja.

Durante el ayuno continúe usted sus trabajos


y ocupaciones habituales, no se acueste sin
una necesidad imperiosa, haciéndolo sólo a
fin de evitar esfuerzos físicos excesivos que
puedan fácilmente provocar un ataque de
apetito (de corta duración, al cual no se debe
ceder). La cama calienta toda la región de las
caderas y debilita los intestinos, y es
justamente a éstos a los que les tocará, una
vez terminado el ayuno, soportar el intenso
trabajo inherente al restablecimiento del
organismo debilitado.

La transición a la alimentación normal,


después de terminado el ayuno, se efectúa en
dos días: no conviene para el organismo
fuertemente agotado por el hambre sustituir
el ayuno por una alimentación escasa; hay
que ofrecerle la posibilidad de reanudar
cuanto antes su funcionamiento normal y
volver a su estado físico habitual.

Empiece usted la alimentación con toda clase


de líquidos, continúe con polenta y termine
con comidas asadas y fritas.

En la primera mañana: leche, café, té, jugo de


naranja. A mediodía polenta, compota, puré
de patatas. De noche: sopa de patatas y
verduras, polenta de verduras, manzanas
ralladas, un poco de ricota.

En la mañana siguiente: polenta. Para el


almuerzo: macarrones, vinagreta, albóndigas
de patata, queso blando, frutas, nueces
molidas (estas últimas son admisibles en
pequeña cantidad ya a partir del primer día). A
la noche todas las demás comidas asadas y
fritas. Por último, se puede comer carne,
pero ésta ensucia mucho con sus residuos el
organismo, de modo que a todos les
conviene renunciar a ella. La forma más
cómoda y menos costosa de efectuar la
transición a la alimentación vegetal,
protegiendo así el organismo contra un
nuevo ensuciamiento, se describe en la
segunda parte de este libro, mientras que
explicaciones generales e instrucciones
pueden solicitarse ya ahora del autor.

Al comer durante ese período, es


indispensable observar las dos siguientes
reglas:

1) Masticar bien y largamente la comida, y


2) No comer con exceso, deteniéndose en
seguida de percibirse la voz del estómago
“¡basta!”.

Es mejor comer con más frecuencia, pero


cada vez en pequeña cantidad; de todos
modos, dependerá únicamente de usted
protegerse en ese período contra trastornos
gástricos, porque evitar toda clase de
excesos sólo lo podrá hacer usted.

A partir del tercer día empiece a llevar su


apetito a la norma. Una comida excesiva en
los primeros días puede cansar el corazón
por el gran trabajo que provocará la
propagación de la masa de jugos por el
organismo. Éste se debilitará, y aparecerán
hinchazones en las piernas, aunque breves,
pero así y todo desagradables e
innecesarias. En general, después del ayuno
no hace falta apresurarse a recuperar el
peso perdido. Eso se hace sólo y con mucha
facilidad y rapidez, pero se forma una carne
joven y blanda. No se permita recuperar más
de la mitad del peso perdido. (Este consejo es
sólo aplicable para las personas gruesas).
Terminado el ayuno, pésese usted y tome
medida de su pecho, talle y cuello.

ÍNDICE
CAPÍTULO 1. MI DESCUBRIMIENTO.
CAPÍTULO 2. MIS TRES AYUNOS
PROLONGADOS.
CAPÍTULO 3. ESENCIA Y CURSO GENERAL DEL
PROCESO DESCUBIERTO POR MÍ EN EL
ORGANISMO HUMANO.
CAPÍTULO 4. MI PRIMER AYUNO DE 39 DÍAS. EL
HECHO MISMO DEL DESCUBRIMIENTO.
CAPÍTULO 5. CONCLUSIONES.
CAPÍTULO 6. MI SEGUNDO AYUNO DE
DURACIÓN COMPLETA (37 DÍAS).
CAPÍTULO 7. MI AYUNO INCOMPLETO DE 21
DÍAS.
CAPÍTULO 8. ¿QUÉ HE OBTENIDO DE MIS
AYUNOS?
CAPÍTULO 9. ¿QUÉ ENFERMEDADES SE CURAN
CON EL HAMBRE?
CAPÍTULO 10. HECHOS Y CASOS.
CAPÍTULO 11. OBESIDAD, DILATACIÓN DE LA
AORTA. “MOSCAS NEGRAS ANTE LOS OJOS”.
LA CURA POR MEDIO DEL AYUNO EN 40 DÍAS.
CAPÍTULO 12. LA PÉRDIDA DEL OCHENTA
POR CIENTO DE LA CAPACIDAD DE TRABAJO
GENERAL. EL PULMÓN PARALIZADO POR UNA
CONCRECIÓN VOLVIÓ A FUNCIONAR.
DILATACIÓN DE LA AORTA. CURA EN 35 DÍAS.
CAPÍTULO 13. EL FORTALECIMIENTO
GENERAL DEL ORGANISMO MEDIANTE UN
AYUNO PROLONGADO. CADA CUAL PUEDE SER
MÉDICO DE SÍ MISMO.
CAPÍTULO 14. ADIPOSIS GENERAL (111’5
KILOGRAMOS DE PESO).
GRAN DEBILIDAD GENERAL. DILATACIÓN DE
LA AORTA. ENFISEMA DE PULMONES.
CONTUSIÓN. DILATACIÓN DE TENDONES.
VICIO DE FUMAR MUCHO.
CAPÍTULO 15. EFISEMA DE PULMONES. ASMA.
AFICIÓN INVENCIBLE AL TABACO.
CAPÍTULO 16. CATARRO (INFLAMACIÓN) DE
ESTÓMAGO
DE DOCE AÑOS DE DURACIÓN.
NEUROSIS. CURA EN 38 DÍAS.

CAPÍTULO 17. LESIÓN GRAVE DE LA VISTA.


DEBILIDAD ORGÁNICA GENERAL.

CAPÍTULO 18. CATARRO (INFLAMACIÓN)


AGUDO DE ESTÓMAGO.
PROFUNDA NEURASTENIA,
CON PARÁLISIS DE LA MITAD DEL CUERPO.
PRINCIPIOS DE HIDROPESÍA (EDEMA).
PSICOSIS CON LA IDEA FIJA DEL SUICIDIO.
PRIMER ALIVO EN LOS DÍAS INICIALES.
CURACIÓN COMPLETA EN 45 DÍAS.

CAPÍTULO 19. HIDROPESÍA (EDEMA) DE


FORMA GRAVÍSIMA.
PRIMER ALIVIO AL DÍA SIGUIENTE.
TODOS LOS INDICIOS DE LA HIDROPESÍA
DESAPARECIERON AL FINAL DE LA TERCERA
SEMANA.
CURACIÓN COMPLETA EN 50 DÍAS.

CAPÍTULO 20. ASMA TRANSFORMADA EN


HIDROPESÍA.

CAPÍTULO 21. MI AYUNO DE 40 DÍAS.


CAPÍTULO 22. ESCLEROSIS. CIÁTICA.
INDIGESTIONES A LA EDAD DE 72 AÑOS.
CAPÍTULO 23. EL AYUNO CURA HERIDAS
TAMBIÉN EN LOS ORGANISMOS AFECTADOS
POR LA DIABETES.
CAPÍTULO 24. ARTERIOESCLEROSIS. PRESIÓN
ALTA EN LA SANGRE.
CAPÍTULO 25. GRAVE DOLENCIA DEL HÍGADO.
CÁLCULOS. CONCRECIONES. DERRAME DE LA
BILIS. “HA LLEGADO EL TIEMPO DE MORIR”.

CAPÍTULO 26. ENFISEMA DE PULMONES.


FUERTE DILATACIÓN DE LA AORTA Y
MEDIANA DILATACIÓN DEL CORAZÓN.

CAPÍTULO 27. DOS AYUNOS DE 40 DÍAS CADA


UNO REALIZADOS ENTRE LOS 72 Y 74 AÑOS.

CAPÍTULO 28. AYUNO DE UN NIÑO DE 7 AÑOS.


INFLAMACIÓN PULMONAR CRÓNICA.
AYUNO DE UNA NIÑA DE 15 AÑOS.
APENDICITIS.
CAPÍTULO 29. HOMBRES DE UNA NUEVA
FUERZA.
CAPÍTULO 30. ÚLCERA EN EL ESTÓMAGO. SIN
COMIDA NI BEBIDA DURANTE 14 DÍAS. AYUNO
DURANTE 47 DÍAS.

CAPÍTULO 31. AYUNO EN GRUPOS.


CAPÍTULO 32. AYUNOS LARGOS Y BREVES.
CAPÍTULO 33. CÓMO ME HE CURADO DE CIEN
ENFERMEDADES:
CAPÍTULO 34. EL MECANISMO DE LA CURA
MEDIANTE EL AYUNO.
CAPÍTULO 35. ¿PUEDEN CURARSE MEDIANTE
EL AYUNO PERSONAS DÉBILES, ANÉMICAS O
ENFERMAS DE TUBERCULOSIS?
CAPÍTULO 36. LA MÁQUINA HUMANA ESTÁ
CONSTRUIDA PARA LA VIDA, Y NO PARA LA
MUERTE.
CAPÍTULO 37. OBSERVACIONES REFERENTES
AL TRANSCURSO DEL AYUNO COMO MÉTODO
DE PURIFICACIÓN.
CAPÍTULO 38. EL NUEVO “TONO”.
CAPÍTULO 39. LA ACETONA.
CAPÍTULO 40. LA FUNCIÓN DE LA LENGUA EN
EL PROCESO.
CAPÍTULO 41. CURSO ABREVIADO DEL AYUNO
PURIFICADOR.
CAPÍTULO 42. LA CUESTIÓN DE LA ANEMIA.
CAPÍTULO 43. EL COMPÁS DE LA ESTABILIDAD
INTERNA.
CAPÍTULO 44. REGLA GENERAL.
CAPÍTULO 45. LAS REGLAS DEL AYUNO
PURIFICADOR.

FIN

EPÍLOGO DEL TRADUCTOR MONSEÑOR MIGUEL JALUF.

Nunca surgió idea alguna, sea religiosa, científica o política, sin que
hubiesen aparecido simultáneamente partidarios fanáticos de la misma. En
efecto, tanto las religiones como las doctrinas, filosóficas, sociales, político-
sociales o médicas, tuvieron en su tiempo todas prosélitos entusiastas que
les causaron más daño que sus enemigos. En otras palabras, en cada
religión hay feligreses que se imaginan que todos los que no participen de
sus ideas son hombres destinados para el infierno, aunque realicen
muchísimas obras buenas. En la política también hay individuos que creen
permitido torturar y hasta matar a todos los que no comparten sus ideas,
aunque hayan prestado a la patria servicios superiores a los suyos. Entre las
naciones hay muchas convencidas de que su país es el primero del mundo.
No está libre de ese defecto tampoco la medicina, puesto que muchos
alópatas, por ejemplo, sostienen que no siendo alópata, uno no merece
llamarse médico. Muchos naturistas, por su parte, están convencidos de que
no siendo naturista, uno merece ser calificado de embustero.

Por lo que hace a mí, creo que lo absoluto no existe en este Mundo: no he
visto ningún jardín que contuviera todas las rosas hermosas del mundo,
como tampoco he encontrado un campo en que se hallasen reunidas todas
las zarzas del mundo. Por consiguiente, según mi modo de ver, los que
creen que lo que poseen ellos está dotado de todas las buenas calidades del
mundo y lo que es de propiedad ajena es el foco de todas las malas
calidades del mundo, son los fanáticos que hacen más mal a la doctrina
defendida por ellos que los enemigos de la misma, porque, debido a su
fanatismo, siempre se ven impulsados a defender lo suyo sin lógica
meditación.

Parece que al método del ayuno no le faltó gente de esa índole. Esta gente,
teniendo la convicción de las ventajas del ayuno, ayuna y hace ayunar a los
demás de una sola vez el período completo o sea 40 días sin haber hecho
ayunos cortos
como preparación necesaria y sin tener instrucciones precisas que la guíen
en esos casos.

Pues bien, Suvorin evidentemente pone en guardia contra tales extremistas


que ayunan un período completo (40 días) sin consultarlo, careciendo de la
inteligencia y preparación científica necesarias que hagan superflua la
intervención de un experto. En otras palabras: previene contra el ayuno
largo sin previa consulta con él, pero no contra los ayunos breves. Todo el
libro confirma la veracidad de mis palabras, ofreciendo numerosos
testimonios de que muchos y muchas han ayunado con buen resultado diez,
quince y veinte días, sin haberlo consultado previamente. Yo me declaro
también francamente en contra de una aplicación fanática de este método.
Para aclarar mi punto de vista, digo que creo sinceramente que el método
en cuestión es el mejor método curativo, pero no el único. El ayuno cura un
número de enfermedades mucho más elevado que cualquier otro método.
Además si hubiese alguna enfermedad que se curase tanto por el ayuno,
como por otro método, siempre sería preferible el ayuno, porque éste cura
radicalmente, abarcando todo el organismo, y no sólo la parte afectada por
la enfermedad, mientras que cualquier otro método cura parcialmente, y no
rara vez superficialmente.

El ayuno posee todavía otra ventaja que consiste en darle al organismo


sano profilaxis contra las enfermedades. Pero en lo que supera a todos los
demás métodos curativos, sin duda ni exageración alguna, es que se trae el
rejuvenecimiento total del organismo.

A pesar de mi creencia firme que acabo de expresar, no me canso de decir


a los fanáticos e inconsiderados; “Dejen su fanatismo y no ayunen de una
sola vez cuarenta días, aunque estuviesen en condiciones para ello, porque
si sufre daño uno sólo de ustedes, será suficiente para sacudir los cimientos
del método del ayuno en la opinión de muchos débiles de voluntad que
temen hasta la palabra “ayuno”. Esta gente cree que, absteniéndose de la
comida durante dos o tres días, uno muere sin falta. ¡Y cuántas personas
por el estilo he visto y he oído hablar! A esa gente le doy un argumento muy
sencillo y palpable a favor del ayuno: todos sabemos que la operación de la
apendicitis se considera en nuestros días como una operación “de moda”,
pero al mismo tiempo nos consta que la persona operada debe soportar la
molestia de la temperatura elevada, la inflamación y el dolor de la
operación, y además de todo eso el ayuno de 3 a 5 días. Muchos de los que
hacen la operación de la hemorroide se ven obligados, por orden del
médico, a abstenerse de la comida, o sea ayunar, cerca de 10 días, vale
decir, que esas personas ayunan durante 10 días y “de yapa” soportan el
dolor de la enfermedad y de la operación. Así que el ayuno de 5 a 7 días no
hace morir a nadie, y todos los que prueban el ayuno se convencen de la
veracidad de lo que digo, o sea que el ayunador aumenta en energías,
aunque pierda de peso. De ese modo el que ayune 7 días por ejemplo se
atreverá a aumentar la duración de su ayuno la segunda vez.

Aconsejo a los que quieran ayunar no realizar un ayuno prolongado, la


primera vez. Es preferible que ayunen de 5 a 7 días, pasados 20 días, otros
7 días, pasados otros 20 días, 10 días, y así varias veces, después de lo cual
puede realizarse el ayuno completo de 40 días. Al emprender éste, hace
falta asegurarse las instrucciones de un hombre experto, porque la 5ª
semana del ayuno es pesada, pudiendo traer complicaciones dolorosas,
pero no peligrosas. (Las complicaciones más importantes son las náuseas
que aparecen en esa semana con los dolores inherentes. La mejor manera
para salvarse de esas molestias es tomar de una sola vez cerca de medio
litro de agua tibia que, llenando el estómago, facilita mucho los vómitos,
con los cuales salen del organismo toda clase de inmundicias, causando
alivio al ayunador). Si el ayunador no dispone de instrucciones de un
hombre experto, temerá sin duda los efectos de esas complicaciones y acto
seguido cortará el ayuno, privándose así del resto de las ventajas que le
aportaría el ayuno completo.

Considero oportuno dar aquí algunos consejos a los lectores de esta obra:

1º No ayune antes de leer este libro atentamente por lo menos dos veces.

2º No se ponga de pie ni cambie de posición bruscamente durante el ayuno,


si no podría sentir mareo.

3º No deje de aplicarse muy a menudo los enemas durante el ayuno. En


cuanto a los purgantes, pueden tomarlos muy a menudo (cada 2 ó 3 días),
sólo personas robustas, las personas débiles los tomarán, con menos
frecuencia (cada 5 ó 6 días), y eso durante el ayuno que no pase de 21 días.

4º Los lavados de agua tibia son útiles para el ayunador, abriendo los poros
y facilitando las eliminaciones de materias morbosas.

5º No haga trabajos pesados durante el ayuno, aunque ha encontrado en


este libro muchos ejemplos de personas que lo hacían, porque el ayunador
necesita de sus fuerzas durante el ayuno; pero esto no quiere decir que
deba usted abstenerse de trabajos livianos ni de paseos; tampoco debe
usted guardar cama, salvo casos de urgencia.
6º En los ejemplos de este libro encuentra usted casos de personas que
comían cosas pesadas desde el primer día después de terminar el ayuno. No
se debe imitarlos. Siempre es preferible empezar a comer cosas livianas.

7º La moderación en la comida después del ayuno es tan difícil como


necesaria, por eso se la recomiendo especialmente al lector.

¿Tendrá este método éxito o no?, no lo sé: no soy profeta para predecirlo en
forma terminante; pero tengo motivos para afirmar que, tanto su éxito
como su divulgación, dependerán de un modo particular de la acogida que
encuentre entre los médicos sinceros.

Para aclarar aún más mi punto de vista digo: la condición más importante y
necesaria para ayunar es la fuerza de voluntad, y ésta, según es notorio,
hace falta a la mayoría de los hombres en sus actividades cotidianas, de
manera que constituirá un requisito aún más indispensable en una empresa
tan rara y extraña como la abstención completa de la comida durante no
pocos días, empresa que le parece al público rodeada de toda clase de
peligros inclusive el de muerte. En vista de ello, todos los débiles de
voluntad necesitarán de aliento por parte del médico, además de sus
instrucciones; pero si el médico asusta a esa gente, diciéndole que el ayuno
daña y pone en peligro la vida misma, la práctica del ayuno resultará cosa
imposible, quedando el provecho milagroso del ayuno reservado
únicamente para hombres dotados de una fuerza de voluntad excepcional,
porque estos una vez persuadidos de la utilidad de una cosa, no se dejan
impresionar por la prohibición de los médicos ni de cualesquier otras
personas del mundo. Pero, según ya queda dicho más arriba, la mayoría de
los hombres pertenece a la primera categoría, o sea los débiles de voluntad,
que necesitan del apoyo de los médicos, así como de las instrucciones
correspondientes.

En virtud de eso, el mejor deseo mío para la difusión de este método y, de


ahí, la curación de la humanidad de sus innumerables males, es qué los
médicos le presten su atención ya que a un médico experto no le será difícil
hacer milagros con este método cosa que ha afirmado antes el autor
mismo. En los Estados Unidos de América, el ayuno ya está bien di-fundido
entre los médicos, hasta el punto, que muchos de ellos poseen
establecimientos curativos que ostentan el letrero: “Aquí curamos sólo
mediante el ayuno”. Pero el campeón mundial del ayuno es, sin duda
alguna, el señor A. Suvorin, que ayunó en los últimos cuatro años más de
200 días (término medio: 50 por año) y que curó por medio del ayuno a más
de diez mil personas de las enfermedades más variadas, muchas de ellas
consideradas “incurables”. Su método, en comparación con otros
semejantes, es el más perfecto. Eso me ha inducido a emprender la
traducción de su obra dedicada al método en cuestión, para ofrecerlo así a
los médicos argentinos y, por intermedio de éstos, a los de los demás
países. De esta manera he querido realizar —y no he encontrado mejor
forma de hacerlo— la idea acariciada desde hace tiempo de prestar un
servicio útil a esta República generosa y noble que me ha recibido como
huésped hace muchos años. Con la publicación de este libro en castellano
se llevará a cabo ese propósito mío. Si los médicos argentinos aceptan y
practican el método ofrecido a su consideración, haciendo el bien a su
pueblo, salvándolo de la pesadilla de muchas enfermedades “antiguas y
modernas”, ello será la mejor recompensa y la mayor satisfacción para mí
en la publicación de esta obra.

MONSEÑOR MIGUEL JALUF.

CONTRAPORTADA DEL LIBRO.

Cuando el cuerpo enfrenta esa alteración mórbida que es debilidad,


desequilibrio y decadencia física, la alarma resulta inevitable. Centurias de
investigación permitieron ir elaborando sistemas preventivos y curativos
tendientes a poner barreras al mal, erradicándolo o mitigándolo. En este
aspecto puede decirse que, con mayor liberalidad que en otros, la mente
humana se preocupó de eliminar o pasar las causas del dolor, y si esto no es
posible, al menos de hacer lo propio con sus síntomas. Alexi Suvorin tuvo
también su parte positiva en esa lucha implacable de los estudiosos contra
los embates del sufrimiento, singularizados en una palabra muy triste:
enfermedad. El ayuno, incorporado desde la antigüedad a las prácticas
higiénicas y religiosas, cobra aquí una nueva perspectiva, ya que abre
cauce hacia la depuración y rejuvenecimiento del organismo, sin
desconocer otras medidas sanitarias de innegable valor. Suvorin es práctico
en la exposición de su tema, concienzudo en el análisis de los síntomas,
métodos y resultados. Su obra es de repercusión mundial y está avalada por
hechos ciertos, fehacientemente comprobados. La Cura por el Ayuno da
una nueva respuesta al grave problema de la salud quebrantada y, por
fortuna, no se trata de una promesa más, sino de una realidad fácilmente
certificable, que ya aplican en sus vidas millares de personas convencidas
de que el ayuno racional es fórmula precisa de salud pujante y plena.

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