Neiberg. La Gran Guerra. Una Historia Global

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037

LA GRAN
GUERRA
Una historia global (1914-1918)

Viichael S. Neiberg

UBLIC LIBRARY

Paidós
Contemporánea
Historia i i i
R01308 OL782
F
La Gran Guerra
PAIDÓS HISTORIA CONTEMPORÁNEA

Títulos publicados

5. U. Goñi - La auténtica Odessa. La fuga nazi a la Argentina de Perón


6. A. Nivat - El laberinto checheno. Diario de una corresponsal de guerra
7. M. Hertsgaard - La sombra del águila. Por qué Estados Unidos suscita odios y pasiones
en todo el mundo
8. J. L. Esposito - Guerras profanas. Terror en nombre del islam
9. M. Ignatieff - Guerra virtual. Más allá de Kosovo
10. G. Kolko - ¿Otro siglo de guerras?
11. G. Campbell - Diamantes sangrientos. Las piedras de la guerra
12. M. Ignatieff - El nuevo imperio americano. La reconstrucción nacional en Bosnia,
Kosovo y Afgamistán
13. L Kershaw - El mito de Hitler. Imagen y realidad en el Tercer Reich
14. R. Gellately - La Gestapo y la sociedad alemana. La política racial nazi (1933-1945)
15. M. Huband - África después de la Guerra Ería. La promesa rota de un continente
16. R. Jeffreys-Jones - Historia de los servicios secretos norteamericanos
17. P. Burrin - Francia bajo la ocupación nazi
18. D. Sibony - Oriente Próximo. Psicoanálisis de un conflicto
19. S. Mackey - Los saudies. Crónicas de una periodista desde el reino oculto del desierto:
la realidad social y política de Arabia Saudí
20. M. Mamn - El imperio incoherente. Estados Unidosy el nuevo orden internacional
21. A. Gresh y D. Vidal - 100 claves para comprender Oriente Próximo
22. R. Medvedev - La Rusia post-soviética
23. G. Chaliand - Atlas del nuevo orden mundial
24. G. Kepel - Fitna. Guerra en el corazón del islam
25. W. J. Rorabaugh - Kennedy y el sueño de los sesenta
26. A. Schom - La guerra del Pacífico. De Pearl Harbor a Guadalcanal (1941-1943)
27. Comisión Nacional de Investigación - 11-S. El informe
28. J. Cornwell - Los científicos de Hitler. Ciencia, guerra y el pacto con el diablo
29. G. Kolko - El siglo de las guerras. Política, conflictos y sociedad desde 1914
30. C. Jian - La China de Mao y la Guerra Fría
31. M. Gilbert - El desembarco de Normandía. El día D
32. C. Koonz - La conciencia nazi. Laformación del fundamentalismo étnico del Tercer Reich
33. R. Kirk - Más terrible que la muerte. Masacres, drogas y la guerra de Estados Unidos
en Colombia
34. J.-L. Domenach - ¿Adónde va China?
35. G. Di Febo y $. Juliá - El franquismo
36. A. Frachon y D. Vernet - La América mesiánica. Los orígenes del neoconservadurismo
y las guerras del presente
37. M.S. Neiberg - La Gran Guerra. Una historia global (1914-1915)
Michael S. Neiberg

La Gran Guerra
Una historia global (1914-1918)

a PAIDOS xp)
Título original: Fighting the Great War
Publicado en inglés, en 2005, por Har var d Uni ver sit y Pre ss, Cam bri dge , Ma. , EE .U U.

Traducción de Martín Rodríguez-Courel Ginzo

Cubierta de Joan Batallé

Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del copyright,
bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por
cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático,
y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo públicos.

O 2005 by the President and Fellows of Harvard College


O 2006 de la traducción, Martín Rodríguez-Courel Ginzo
O 2006 de todas las ediciones en castellano,
Ediciones Paidós Ibérica, S. A.,
Mariano Cubí, 92 - 08021 Barcelona
http://www.paidos.com

ISBN: 84-493-1890-4
Depósito legal: B. 6.753/2006

Impreso en A £ M Grafic, S. L.
08130 Santa Perpetua de Mogoda (Barcelona)

Impreso en España - Printed in Spain


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Sumario

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Listas are turas A a da Es a au iba E silos 13
15

. Una desilusión cruel: la invasión alemana y el milagro del Marne 25


. Sueltos como fieras salvajes: la guerra en Europa oriental ...... 49
. El territorio de la muerte: el estancamiento del frente occidental (3
. Enviados a la muerte: Gallípoli y los frentes orientales ........ 101
QU
na . Los nudos gordianos: la neutralidad norteamericana y las guerras
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POP e E lo ia 127
Siranda desaneradasia agonia del ecdun a tea Da a 158
. Una guerra contra la civilización: las ofensivas de Chantilly
A O e o 175
. La expulsión del demonio: el desmoronamiento del Este ...... 199
. Salvación y sacrificio: la entrada de los norteamericanos,
lerestario Y my el bento des Danes a eo lcd 223
10. Unos pocos kilómetros de barro líquido: la batalla de Passendale 24
11. Una guerra como no conocíamos: la amenaza de los U-booten
cea es qdo 3 269
1 El turno de Jerry: las ofensivas de Ludendorff ............... 293
13. A cien días de la victoria: de Amiens al Meuse-Argonne ....... SL

Conclusion: un armisticio a cualqier precio... tea les 4)


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Cronología delos principales acontecimientos +... +25 353
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Agradecimientos

Empecé la etapa de escritura de este libro poco después de dos estimulantes


experiencias intelectuales. En junio de 2003 asistí a la IT Conferencia Europea
de Estudios sobre la Primera Guerra Mundial, celebrada en la Maison Fran-
caise de Oxford. Pierre Purseigle organizó y dio cobijo a la conferencia más
estimulante, intelectualmente hablando, de cuantas haya asistido jamás. Como
él y Jenny Macleod habían hecho en Lyon en 2001, Pierre reunió a un increí-
ble elenco de eruditos de todas las disciplinas y nacionalidades. Tengo que
agradecer a Pierre y a Jenny, y a todos los asistentes a esa conferencia —inclui-
dos Nicolas Ginsburger, Adrian Gregory, Keith Grieves, Heather Jones, Jen-
nifer Keen, Gary Sheffield, Dennis Showalter, Len Smith, Hew Strachan,
Jeffrey Verhey y Vanda Wilcox—, que compartieran sus ideas conmigo.
Poco tiempo después de la conferencia, Dennis Showalter y yo recorrimos
en coche el frente occidental, empezando en Ypres y terminando en el cemen-
terio norteamericano de Bony, en la Línea Hindenburg. Desde que lo conocí
en 1998, Dennis ha sido para mí un maestro, un estudioso, un colega y un
amigo ejemplar. Aceptó con generosidad leer este manuscrito y poner a mi
disposición su erudición inigualable. Por todo lo que ha hecho por mí y por
toda una generación de estudiantes de la Universidad de Colorado, de la Aca-
demia del Aire de Estados Unidos y de la Academia Militar de Estados Uni-
dos, le dedico este libro con el mayor de los respetos.
Hubo varios otros estudiosos de la Primera Guerra Mundial que me ayu-
daron a elaborar este libro, y, entre ellos, mis colegas John Abbatiello, Bill
Astore y Mark Grotelueschen, con quienes he compartido el placer de ense-
ñar y trabajar. Robert Bruce y yo hace mucho tiempo que mantenemos corres-
pondencia a través del correo electrónico, gracias a lo cual he llegado a com-
prender mejor algunos matices sutiles de la guerra. William Philpott y Martin
Alexander actuaron como magníficas cajas de resonancia mías durante nuestra
estancia conjunta en París. También he de hacer extensivo mi agradecimiento
a Emman uel Auzais, Virgini e Peccav y y Hugues y Joélle de Sacy, del Ejércit o
del Aire francés; a Bobby O. Bell de la American Battle Monuments Commis-
sion; y a Lauren t Hennin ger y a André Rakoto , por su amista d y genero sa
12 La Gran Guerra

hospitalidad durante mis estancias en Francia. Entre otros amigos que me


ayudaron a lo largo del camino están Jeremy Black, Lisa Budreau, Jeannie
Heidler, John Jennings, Michelle Moyd, Betsy Muenger y John Shy. Gracias
también a Debbie Oliner, por su trabajo cartográfico, y a la familia Rolfe por
compartir una casa y un perro en Gran Bretaña y por proporcionarme algunas
de las fotos.
El personal del Liddell Hart Centre for Military Archives, del Imperial
War Museum y del Service Historique de l'Armée de Terre de Vincennes fue-
ron de una ayuda sin tacha, y agradezco profundamente el permiso de estas
instituciones para citar su material. Me siento especialmente agradecido a
Sabine Ebbols, del LHCMA, y a Stephen Walton y a Tony Richard, del IWM.
Elwood White, John Beardsley y Marie Nelson me proporcionaron la misma
ayuda maravillosa que siempre he recibido de la Biblioteca McDermott de la
Academia del Aire. Este libro no habría sido posible sin el apoyo de Kathleen
McDermott, de la Harvard University Press, y de mis colegas de la Academia
del Aire de Estados Unidos, incluido el director de mi departamento, el coro-
nel Mark Wells, y el subdirector, el teniente coronel Vance Skarstedt. Holger
Herwig y Edward M. Coffman son autores de eficaces informes que mejora-
ron el libro; si subsiste algún error, la responsabilidad es mía.
Y como siempre, el mayor agradecimiento va para mi familia. A mi esposa,
Barbara, y a mis dos hijas, Claire y Maya, que soportaron con alegría las visi-
tas a los campos de batalla y a los archivos, aunque me parece que París fue
sólo un sacrificio menor. Mi familia, Larry, Phyllis y Elyssa Neiberg, y mi fa-
milia política, John, Sue, Brian Michele y Justin Lockley me han dado su apo-
yo incondicional en todos mis empeños. Gracias a todos.
Lista de abreviaturas

Abreviaturas utilizadas en las notas:

IWM Imperial War Museum, Londres.

LHCMA Liddell Hart Center for Military Archives, Kings College, Londres.

SHAT Service Historique de l'Armée de Terre, Cháteau de Vincennes.


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Introducción
Un intercambio de telegramas

El 29 de julio de 1914 el zar Nicolás II de Rusia envió un telegrama a su pri-


mo, el káiser Guillermo H de Alemania, pidiéndole ayuda:

En este momento tan grave, apelo a ti para que me ayudes. Se ha declara-


do una guerra innoble a un país débil. La indignación en Rusia, que compar-
to por completo, es inmensa. Preveo que muy pronto la presión a la que me
veo sometido acabará abrumándome y me veré obligado a tomar medidas
extremas que conducirán a la guerra. Con la única intención de evitar una
calamidad de tal magnitud como sería una guerra europea, te suplico que, en
nombre de nuestra antigua amistad, hagas cuanto esté en tus manos para im-
pedir que tus aliados vayan demasiado lejos.

Este telegrama fue el primero de una serie de diez que los dos monarcas
europeos se intercambiaron durante los tensos días entre el 29 de julio y el
1 de agosto. La crisis de la que hablaban los dos hombres no era consecuencia
del asesinato en Sarajevo, el 28 de julio, del archiduque austrohúngaro Francis-
co Fernando, sino del ultimátum lanzado por Austria-Hungría a Serbia el 23 de
julio. En Europa fueron pocos los que pensaron en ese momento que el asesi-
nato conduciría a la guerra. Las ideas políticas del archiduque no eran bien
vistas en la corte vienesa, y las monarquías europeas habían desairado con fre-
cuencia a Francisco Fernando a causa de su matrimonio con una mujer de
condición social inferior. Aunque ella murió también a manos del mismo ase-
sino y dejaba tres hijos de corta edad, la monarquía austríaca se negó a colocar
su cuerpo al lado del de su marido en la cripta de la familia real.
Ninguno de los principales militares ni de las figuras políticas europeas
consideraron que el asesinato fuera un acontecimiento lo bastante relevante
para asistir al funeral o cancelar sus vacaciones estivales. Al principio, el Impe-
rio austrohúngaro minimizó su significado; el propio emperador ni siquiera
asistió al funeral de su sobrino. El clima de indiferencia pareció hacerse pa-
tente en todo el conti nente . El gene ral ruso Alexe i Brusi lov, a la sazón de va-
caciones en Alemania, observó que la gente del balneario donde veraneaba
16 La Gran Guerra

«se había mostrado indife ren te» a los ac on te ci mi en to s de Sar aje vo. ' Du ra nt e
un tiempo, pareci ó qu e Eu ro pa po dr ía sob rev ivi r a otr a cri sis má s; O que , sl
tenía que estallar la guerra, ésta podría constreñirse a los Balcanes.
Sin embargo, el ultimátum cambió la situación en Europa de manera es-
pect acul ar. La reso luci ón esta blec ía unas con dic ion es de gran seve rida d con-
tra Serbia, un país que, según creía la mayoría de los austrohúngaros, había
precipitado el asesinato. Entre ellas, se incluía la exigencia de que se permi-
tiera participar a los oficiales austrohúngaros en la investigación serbia del
asesinato. Las condiciones eran una bofetada en pleno rostro tanto para Ser-
bia como para Rusia, la autoerigida protectora de aquélla. Con la esperanza
de que Serbia rechazaría las condiciones y, por tanto, les daría la excusa para la
guerra, los austrohúngaros habían empezado a movilizarse aun antes de que
hubiera vencido el plazo fijado para que los serbios respondieran. Brusilov con-
sideró que el ultimátum había cambiado lo suficiente la situación para obligar-
le a poner fin a sus vacaciones antes de lo previsto y volver a su unidad. Al pa-
sar por Berlín, se encontró con manifestaciones multitudinarias que pedían la
guerra contra Rusia.
La tensión siguió en aumento cuando las multitudes serbias y bosnias que-
maron banderas austrohúngaras, y en Viena la muchedumbre hizo otro tanto
con las serbias. En esta última ciudad, una turba cifrada en unas mil personas
intentó asaltar la legación serbia. Como medida precautoria, la Royal Navy
(Armada Británica), que por casualidad realizaba unas prácticas programadas
de movilización, se hizo a la mar el 29 de julio. La crisis internacional reper-
cutió incluso en Nueva York. El 30 de julio la Bolsa registró su primer cierre
no programado en cuarenta años. El mismo día, Gran Bretaña interrumpió
sus conexiones telegráficas con Alemania, y el gobierno alemán exigió a Rusia
que expusiera sus intenciones antes de veinticuatro horas. La situación ya ha-
bía alcanzado un punto de suficiente tensión para que los estadistas y militares
de toda Europa cambiaran sus planes y volvieran al trabajo a toda prisa. Las
tropas fueron acuarteladas, se cancelaron los permisos, y se advirtió a los re-
servistas que no se alejaran de sus hogares. Podía ocurrir cualquier cosa.
El asesinato del archiduque Francisco Fernando y el subsiguiente ultimá-
tum austrohúngaro no tenían por qué haber provocado la guerra. La sereni-
dad había prevalecido durante dos incidentes acaecidos en Marruecos (1905
y 1911), en la anexión de Bosnia por Austria-Hungría en 1908, y en las dos
guerras de los Balcanes (1912-1913). Cualquiera de estas crisis podía haber
conducido a una guerra generalizada, pero todo había discurrido pacíficamen-
te. En 1914, sin embargo, tanto alemanes como austrohúngaros habían deci-

1. Alexei Brusilov, 4 Soldiers Notebook, 1914-1918 (1930), Westport, Connecticut, Green-


wood Press, 1971, pág. 4.
Introducción 17

dido que la guerra convenía más a sus intereses que la paz. El año anterior, el
embajador francés en Alemania, Jules Cambon, había advertido de un cambio
en la actitud alemana. El diplomático informó a su gobierno de que «a Gui-
llermo Il se le ha convencido de que la guerra con Francia es inevitable, y que
ésta habrá de llegar un día u otro... [El jefe del Estado Mayor] el general [Hel-
muth von] Moltke se ha expresado en idénticos términos que su soberano.
También ha declarado que la guerra es necesaria e inevitable»?
En 1914 Alemania y Austria-Hungría tenían decidido que el momento de
aquella guerra que consideraban inevitable ya había llegado. Ambos países te-
mían la modernización en marcha del ejército ruso, cuya culminación estaba
prevista para 1917. Si se garantizaba el apoyo de Alemania, Austria-Hungría
pensaba que la guerra podía incrementar su influencia en los Balcanes y termi-
nar con la amenaza paneslava representada por Serbia. Por su parte, Alemania
confiaba en reducir a uno de sus principales rivales continentales, con toda
probabilidad Francia, a una condición de mediocridad; pero esta última había
realizado también reformas militares recientes. La más destacable, aproba-
da en 1913 en respuesta a la segunda crisis marroquí, ampliaba el período de
prestación del servicio militar obligatorio de dos a tres años. Una vez aplicada
en su totalidad, la ley de los tres años prometía aumentar el número de solda-
dos franceses en activo en casi un tercio.
Por consiguiente, los oficiales alemanes ya habían dado todo su apoyo a sus
aliados austrohúngaros el 5 de julio, aun cuando semejante actitud implicaba
la amenaza de guerra con Rusia. Incluso mientras los soberanos de Rusia y
Alemania buscaban una forma de evitar la guerra a través de su corresponden-
cia telegráfica, los militares de sus países se estaban preparando para el con-
flicto armado. El káiser Guillermo se reunió con su general de mayor rango,
Helmuth von Moltke, sobrino del legendario general que había conducido los
ejércitos prusianos a brillantes victorias sobre Dinamarca, Austria y Francia
entre 1864 y 1871. El káiser pidió a Moltke que se preparara ante la contin-
gencia de una guerra con Rusia. Moltke informó al káiser de que no era posi-
ble una contienda sólo con Rusia, toda vez que los planes de guerra alemanes
exigían primero enfrentarse con Francia, a fin de eliminar al principal aliado
de aquélla. El plan requería también un ataque a través de Bélgica para ame-
nazar los flancos de las defensas francesas, lo que supondría una amenaza de
guerra con Gran Bretaña, a la que preocupaba mantener limpio de barcos ale-
manes el litoral británico del canal de la Mancha.
Las aspira cio nes glo bal es de Ale man ia y la tor pe dip lom aci a del kái ser ha-
bían colocado a Moltke y a sus pre dec eso res en la difí cil pos ici ón de ten er que

2. Cambon, citado en Franci s Hal sey , The Lit era ry Dig est His tor y of the Wor ld War , vol. 1,
Nueva York, Funk and Wagnalls, 1919, pág. 101.
18 La Gran Guerra

Los reservistas alemanes se dirigen al frente en 1914 entre las aclamaciones de la multi-
tud. Los planes de guerra alemanes se apoyaban en la utilización de las reservas en las
operaciones ofensivas, a fin de colocar el mayor número posible de hombres en Bélgica y
Francia durante las primeras semanas del conflicto. (National Archives)

encarar una guerra de múltiples frentes en inferioridad numérica, tanto por


tierra como por mar. Los enfrentamientos bélicos previos de prusianos y ale-
manes se habían visto favorecidos por los objetivos limitados de sus generales
y las rápidas victorias. Bajo el reinado de Guillermo II, Alemania se había he-
cho poderosa, pero sus ambiciones habían sobrepasado su poder. La firma en
1907 de la Triple Entente (Rusia, Francia y Gran Bretaña) había unido a los
tres rivales más poderosos de Alemania. Por tanto, Moltke daba por sentado
que la guerra con uno significaba la guerra con todos. Por consiguiente, le dijo
al káiser que él no podía preparar una guerra sólo con Rusia, ni siquiera podía
desviar el grueso de las tropas germanas hacia el este para combatir con los ru-
sos primero. Si Alemania iba a ir a la guerra, tendría que empezar por comba-
tir en Bélgica y en Francia. El káiser le respondió, diciéndole: «Tu tío me ha-
bría dado una respuesta diferente». La reprimenda llevó a Moltke a confiar a
su esposa que se había sentido «un hombre deshecho y he vertido lágrimas de
desesperación... Mi confianza e independencia han sido destruidos».? Con

3. Moltke, citado en Robert Asprey, The First Battle of the Marne, Filadelfia, Lippincourt,
1962, pág. 34.
Introducción 19

La situación de París —objetivo de las operaciones alemanas en 1914— la hacía en buena


medida indefendible. Los estrategas franceses, confiando en asumir la ofensiva, habían
preparado la defensa de la capital de manera inadecuada. (United States Air Force Academy
MeDermott Library. Colecciones especiales)

semejante estado de ánimo, Moltke partió hacia el campo de batalla al mando


de los ejércitos alemanes.
En Rusia, el primo del káiser se enfrentaba a un dilema parecido. El zar ha-
bía ordenado a sus generales que preparasen sólo la movilización de los cuatro
distritos militares que tenían frontera con el Imperio austrohúngaro. Nicolás Il
confiaba en que el optimismo que se desprendía de los telegramas del káiser
pudiera conducir a las negociaciones o, en el peor de los casos, a una guerra
sólo entre Austria-Hungría y Rusia. El ministro de la Guerra ruso, Alexander
Sazonov, no tardó en hacer añicos esas ilusiones. Advirtió al zar de que una
movilización parcial crearía un peligroso estado de confusión. Rusia necesita-
ba tiempo para organizarse a lo largo y ancho de su enorme territorio y, en
comparación con Alemania, sus activos ferroviarios eran limitados. Si Rusia
no ordenaba una acción total, no tardaría en encontrar indefendibles sus fron-
teras con Alemania. El zar se avino a regañadientes, y el 30 de julio ordenó una
movilización general.
Aunque ninguno de los dos comprendió del todo las consecuencias de sus
acciones, el zar y el káiser habían dado los primeros pasos hacia su propia de-
saparición. En contraste directo con su triunfal historia militar, Alemania es-
20 La Gran Guerra

taba a punto de embarcar se en una gue rra gen era l con tra la fue rza co nj un ta de
tres enemigos poderoso s. Sus úni cos ali ado s era n el ta mb al ea nt e Im pe ri o
austrohúngaro, qu e se ab oc ab a a su ext inc ión , y una na da fia ble Ita lia , qu e no
tardó en ca mb ia r de ba nd o. El alt o ma nd o al em án sab ía qu e cu an to má s du-
rase la contienda, má s se inc lin arí an las pos ibi lid ade s de vic tor ia del ba nd o
enemigo. Tendrían que ganar la guerra en Bélgica y Francia con rapidez o se
arriesgarían a no ganar nada.
En noviembre de 1918 tanto Nicolás como Guillermo habían pagado cara
la guerra que iniciaron. En marzo de 1917 la revolución y la derrota militar
condujeron a Nicolás a abdicar del trono; los bolcheviques lo asesinarían, jun-
to con su familia, en julio del 1918. El reinado de Guillermo se prolongó sólo
algunos meses más. El 10 de noviembre de 1918, pocas horas antes de que el
nuevo gobierno alemán firmara el armisticio que ponía fin a la guerra que
él había comenzado, Guillermo abdicó del trono y partió al exilio en Holan-
da. Los monarcas de Austria-Hungría y del Imperio otomano correrían suer-
tes parecidas.
Los vencedores de la Primera Guerra Mundial fueron los estados demo-
cráticos de Gran Bretaña, Francia y Estados Unidos. Estos países, aunque
aquejados de sus propias deficiencias estructurales, dependían menos de la
autoridad de anticuados regímenes monárquicos. Fueron, por tanto, capaces
de modificar o cambiar de gobierno cuando las situaciones lo exigieron, sin te-
ner, al mismo tiempo, que desembarazarse de sistemas enteros. En consecuen-
cia, no sufrieron revoluciones y pudieron formar gobiernos capaces de trabajar
con los generales en aras de la victoria. Cuando falló un sistema de organiza-
ción, crearon otro, hasta que terminaron por encontrar la fórmula del éxito.
Por irónico que parezca, ninguno de los tres vencedores más poderosos de
la Primera Guerra Mundial había buscado el conflicto en 1914. El gobierno
francés, deseoso de evitar la guerra a menos que su territorio fuera amenaza-
do, ordenó a sus unidades que se retiraran casi diez kilómetros de la frontera
germana y que se quedaran allí salvo que Alemania invadiera realmente Fran-
cia. Aunque algunos nacionalistas franceses creían que la guerra con Alemania
podía vengar la derrota en la guerra franco-prusiana de 1870-1871 y recupe-
rar las provincias que se le habían arrebatado a su país tras aquel conflicto, lo
cierto es que Francia había descartado hacía tiempo una guerra ofensiva para
conseguir tales objetivos. Francia defendería sus fronteras, pero no iniciaría
ningún conflicto bélico por su cuenta.
Si la guerra iba a ser tan corta como predecían la mayoría de los expertos,
el activo militar más importante de Gran Bretaña, su poderosa armada, ten-
dría una participación escasa. Su pequeño ejército profesional no estaba dise-
ñado para librar una gran guerra en el continente, y eso a pesar de la creación
en 1907 de una Fuerza Expedicionaria Británica (BEE) para facilitar su rápido
Introducción 21

En agosto de 1914 los oficiales británicos condujeron a su pequeño ejército contra el


grueso del avance alemán en Francia y Bélgica; en la acción sufrieron un gran número de
bajas. En 1916 un periodista comentó que el Ejército británico de antes de la guerra no
era más que un «recuerdo heroico». (O Corbis)

despliegue. Los alemanes desdeñaban al Ejército británico y no hicieron nin-


gún intento por hundir los transportes que trasladaron las tropas británicas a
Francia y a Bélgica. Mejor era, creían Moltke y sus colegas, destruir la armada
británica una vez llegara al continente, si es que el gobierno británico se atre-
vía en realidad a enviarla.
Ni Gran Bretaña ni Francia acabaron de comprender en 1914 cuáles eran
sus objetivos bélicos ni la forma de ejecutarlos. En ese mismo año, Brusilov
creía que Francia estaba «muy lejos de estar preparada» para la guerra.* La
descripción que hace Douglas Porch del Ejército francés como «incapaz de

4. Brusilov, op. cit., pág. 1.


22 La Gran Guerra

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ARA

El teniente Benjamín Foulois (izquierda) y un instructor de Wright Aviation guían el úni-


co avión que poseía el Ejército norteamericano en 1910. Al cabo de una década, estos mo-
destos inicios habían dado paso a una nueva forma de hacer la guerra, y Foulois se había
convertido en el jefe del Servicio Aéreo de la Fuerza Expedicionaria Norteamericana.
(United States Air Force Academy McDermott Library. Colecciones especiales)

decidir en qué época histórica vivía», podría aplicarse también a Gran Breta-
ña. Las unidades de élite del Ejército francés fueron a la guerra en 1914 lu-
ciendo uniformes de llamativos colores, más propios de sus colonias africanas
que de la moderna guerra de acero. Los británicos, por su parte, seguían co-
mandados por héroes coloniales con una escasa comprensión de las compleji-
dades de la política del continente, como era el caso del secretario de Estado
para la Guerra, Horatio Kitchener, y de sir William Robertson, que hablaba
seis dialectos hindis, pero ni francés ni alemán. El Ejército británico no había
combatido en el continente desde la guerra de Crimea de 1854-1856. Tanto
británicos como franceses pagaron un precio muy alto por las elevadas curvas
de aprendizaje que sufrieron desde 1914 a 1917.
Hacia finales de 1917, sin embargo, aquella curva de aprendizaje casi se ha-
bía completado. Francia, Gran Bretaña y Estados Unidos habían desarrollado
unas estructuras industriales, políticas y militares que les ayudaron a sobrelle-
var la crisis de 1918. La victoria fue fruto de la combinación del perfecciona-

5. Douglas Porch, March to the Marne: The French Army, 1871-1914, Cambridge, Cambridge
University Press, 1981, pág. VIL
Introducción 23

miento en la destreza militar y de la evolución de un sistema de apoyo admi-


nistrativo, económico y social que condujo al éxito en el campo de batalla.
Se había avanzado mucho desde agosto de 1914, cuando el general Henry
Wilson hizo su comentario acerca de la reunión en la que la máxima autoridad
británica se había decidido por la guerra. La describió como «una reunión his-
tórica de unos hombres que, en su mayoría, ignoraban por completo lo que es-
taban tratando».* En 1917-1918 su descripción ya no encajaba con los máxi-
mos dirigentes civiles y militares de las potencias aliadas.” Unos dirigentes que
supervisaban unos enormes aparatos militares, con la infraestructura para man-
tenerlos. Como consecuencia de la creación aliada de un sistema conjunto ci-
vil y militar, en noviembre de 1918 el mariscal francés Ferdinand Foch condu-
Jo a los representantes del nuevo gobierno alemán hasta un claro en el bosque
cerca de Compiegne. Allí, en un vagón de ferrocarril, el gobierno alemán se
rindió, poniendo fin así a la guerra en cuyo desencadenamiento había desem-
peñado un papel tan significativo.

6. Wils on , ci ta do en As pr ey , op . cit ., pá g. 40 . :
7. La Triple Entente hace referencia al acue rd o di pl om át ic o ent re Gr an Br et añ a, Fr an ci a y
Rusia. En septiembre de 1914 estos países firmaron el Pa ct o de Lo nd re s, en vir tud del cua l se cre a-
ba la Alianza de la Entente. A partir de ento nc es , est as na ci on es y las qu e lu ch ar on a su lad o fue -
ron conocidas como los aliados.
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Capítulo 1
Una desilusión cruel
La invasión alemana y el milagro del Marne

El soldado francés no ha perdido ninguna de las cualidades mili-


tares de su estirpe; conserva todo su valor y ardor atacante, pero
estas mismas cualidades han de ser dirigidas con prudencia sobre
el moderno campo de batalla o conducirán a un rápido desgaste
de fuerzas.

Boletín de operaciones francés del cuartel general del


general Joffre a los jefes de las unidades, 21 de septiembre de 1914*

Dado que los planes de guerra alemanes asumían que el enfrentamiento con
uno de los miembros de la Triple Entente implicaba la guerra con todos ellos,
las primeras operaciones de importancia que realizaron los alemanes se diri-
gieron hacia el oeste, contra Bélgica y Francia, dos países involucrados sólo de
manera indirecta en la crisis precipitada por el ultimátum austrohúngaro. Para
Alemania, el único delito de Bélgica era su desafortunada posición geográfica,
y las condiciones de la Triple Entente obligaban a Francia a movilizarse sólo
en el caso de una movilización alemana, y a atacar si Alemania atacaba a Rusia.
Francia no tenía que haberse visto involucrada en absoluto en la crisis de julio.
Aunque resulte irónico, el inicio de la guerra por parte de Rusia —el principal
problema diplomático de los alemanes durante dicha crisis— supuso única-
mente una preocupación secundaria para Alemania; mientras siete ejércitos
alemanes se dirigieron hacia el oeste, sólo el octavo se encaminó hacia el este.

Combatir según lo previsto

Los planes de guerra alemanes siguen siendo objeto de una intensa controver-
sia histórica, aun que los estu dios os han alc anz ado un con sen so gene ral sobr e
tres puntos. Pri mer o, que los ale man es asu mie ron la nec esi dad de derr otar a

* El epígrafe está extraído del Boletín de Operaciones de 21 de septiembre de 1914 «Opéra-


tions du 2 au 25 aoút 1914 », SHA T fond os BUA T 6N09, caja 8, exp. 5.
26 La Gran Guerra

Francia ant es que a Rus ia por que sup oní an que aqu éll a se mov ili zar ía con más
rapidez que ésta. Seg und o, que Ale man ia asu mió que ten ía que fla nqu ear las
for tif ica cio nes fra nce sas vio lan do la neu tra lid ad de Bél gic a sie mpr e que fue ra
para derrotar a Francia con la suficiente rapidez para volver al este y enfren-
tar se a los rus os. Ter cer o, que Ale man ia sup uso o que Gra n Bre tañ a no luc ha-
ría por la neu tra lid ad bel ga (co n la mem ora ble alu sió n del kái ser al tra tad o de
1839 como «un pedazo de papel»), o que, si lo hiciera, los alemanes derrota-
rían a la pequeña Fuerza Expedicionaria Británica (BEF) en cualquier parte
del continente. Para los estrategas alemanes, la posible intervención del Ejér-
cito británico no suponía, por tanto, un desafío de importancia.
Para conseguir este ataque relámpago sobre Bélgica y Francia, el 2 de
agosto los alemanes empezaron a desplegar siete de sus ocho ejércitos hacia el
oeste. Las unidades responsables del principal avance a través de Bélgica fue-
ron el I y II Ejército, con 320.000 y 260.000 hombres, respectivamente. Dos
ejércitos más, el HI y el IV, prestaban su apoyo atravesando Luxemburgo y el
sur de Bélgica, mientras que al V, VI y VII se les encomendó la defensa de
Alsacia y Lorena. Moltke estableció su cuartel general en Luxemburgo, que
resultó hallarse demasiado lejos de sus ejércitos para ejercer un control real
sobre ellos, y demasiado lejos de Berlín para conservar una comprensión cabal
de la situación general.
Aunque la acción violaba un tratado firmado por Alemania, un ataque a
través de la neutral Bélgica ofrecía diversas ventajas de importancia. La línea
más poderosa de fortificaciones de Francia discurría a lo largo de la frontera
alemana, desde Verdún a Toul y desde Epinal a Belfort. A excepción de Mau-
beuge, los fuertes existentes en el noroeste de Francia se hallaban en un esta-
do de deterioro general, puesto que los franceses habían concentrado su gasto
militar en armas ofensivas. Además, las fuerzas francesas se concentraban a lo
largo de la frontera con Alsacia y Lorena. Si los alemanes eran capaces de mo-
verse con rapidez, los ejércitos franceses podrían estar demasiado lejos de
París para evitar que los alemanes tomaran o rodearan la capital.
Bélgica parecía propicia para la ocupación. Tenía una fuerza militar pe-
queña, que ascendía a 117.000 hombres, una cifra que no era ni la mitad de
la del II Ejército alemán. Carecía, además, de muchas de las armas de gue-
rra modernas, y la preparación de su Estado Mayor y de sus servicios auxi-
liares se situaba muy por debajo de los niveles de sus vecinos más poderosos.
Celosa de su neutralidad, Bélgica no había mantenido negociaciones de im-
portancia antes de la guerra ni con Francia ni con Gran Bretaña. Algunos
alemanes habían esperado, incluso, que los belgas tal vez permitieran a los
ejércitos alemanes atravesar libremente su país, en lugar de intentar resistirse.
En contra de tales expectativas, y pese a la abrumadora desigualdad a la que
se enfrentaban, los belgas se prepararon para resistir. Sus esperanzas resulta-
Una desilusión cruel 27

ron ser una serie de ciudades fortificadas que protegían los principales ríos, ca-
rreteras y líneas ferroviarias del país. Entre las más fuertes se encontraba Lie-
ja, con doce fuertes independientes, 400 piezas de artillería y capacidad para
mantener a una guarnición de 20.000 hombres. Namur, al sudoeste de Lieja,
tenía nueve fuertes que, según creían los comandantes belgas, podrían resistir
durante nueve meses sin refuerzos. Tanto Lieja como Namur se levantaban en
la línea de avance del II Ejército alemán. La más impresionante de todas las
fortificaciones belgas se erigía más al norte y protegía a la ciudad portuaria de
Amberes. Sus defensas estaban integradas por más de 43 km de líneas exterio-
res, 17 fuertes independientes y casi 13 km de murallas interiores.
Los alemanes no pretendían asediar las fortificaciones belgas; lo que pla-
neaban era arrasarlas con artillería moderna fabricada con ese propósito. Los
obuses de 280 mm alemanes podían disparar sus proyectiles hasta una distan-
cia de casi 10 km, un alcance que sobrepasaba con creces la capacidad de res-
puesta de los cañones de las fortalezas belgas. Los proyectiles de estos obuses
pesaban 336 kg y viajaban a una velocidad de 345 m/s, produciendo una ener-
gía de choque de más de seis mil toneladas. Una batería alemana experta po-
día disparar hasta veinte proyectiles por minuto.

osER
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Soldados alemanes en su avance a tr av és de Bé lg ic a. La s pr is as ex ce si va s y el mi ed o pr o-


vocado por las acciones de los partisanos pusier on ne rv io so s a los jó ve ne s so ld ad os ale -
manes, lo que llevó a cometer atrocidades y re pr es al ia s co nt ra la po bl ac ió n civ il be lg a.
(Library of Congress)
28 La Gran Guerra

Lieja defendía los acceso s qu e cr uz ab an el río Mo sa y era el pr im er gr an


obstáculo par a el ava nce al em án a tra vés de Bél gic a; est aba sit uad a ta mb ié n
junto a la principal lín ea fer rov iar ia qu e uní a Co lo ni a con Bru sel as y, en con -
secuencia, era crucia l par a las rut as de su mi ni st ro al em an as hac ia Fra nci a. Su
posición tenía una significación estratégica de tal calado, que el jefe del Esta-
do Ma yo r de la mo vi li za ci ón al em an a hab ía vis ita do la re gi ón en 190 9, hac ién -
dose pasar por turista. Cinco años después, el general Erich Ludendorff hizo
buen uso de la información adquirida durante aquel recorrido turístico como
jefe de la XIV Brigada, a la que se le había encargado la toma de la fortifica-
ción. Ludendorff se vanagloriaba de que su artillería podía obligar a Lieja a
rendirse en cuarenta y ocho horas. Además de los obuses de 280 mm, disponía
de cinco cañones de 420 mm, fabricados específicamente para destruir las for-
tificaciones de Lieja, y de cuatro baterías de morteros de gran ángulo de tiro
de 305 mm. A esta potencia de fuego se sumaron los zepelines, que convirtie-
ron a Lieja en la primera ciudad de Europa en ser bombardeada desde el aire.'
Lundendorff estuvo a punto de cumplir su promesa cuando sus hombres,
tras una sucesión de ataques audaces, se infiltraron en Lieja. Él mismo condu-
jo varias de las cargas, y el 7 de agosto golpeaba las puertas principales de la
ciudadela de Lieja con la empuñadura de su espada, exigiendo su rendición. El
éxito en Lieja convirtió de la noche a la mañana a Ludendorff en héroe de
Alemania, y lo catapultó a un meteórico ascenso que no tardaría en conducir-
lo a responsabilidades mucho mayores. Pero el problema inmediato de Ale-
mania subsistía. Pese a la pérdida de la ciudadela, los fuertes a ambos lados del
río Mosa seguían estando en manos belgas, aunque el intenso fuego de arti-
llería alemán estaba ocasionando enormes daños en las fortificaciones y tre-
mendas bajas entre las guarniciones belgas. Las últimas fortalezas de los alre-
dedores de Lieja no se rindieron hasta el 16 de agosto. Namur apenas supuso
un problema y se rindió apenas dos días después.
Pero el problema mayor para los alemanes, tan preocupados por la rapidez,
lo constituyeron el Ejército y las fuerzas irregulares belgas, los franc tireurs
[francotiradores], con su negativa a someterse al mayor poderío y contingente
del Ejército alemán. Las acciones de los franc tireurs enfurecieron de manera
especial a los jefes de las unidades alemanes, que se acordaban de los tremen-
dos problemas que los irregulares franceses les habían ocasionado en la guerra
franco-prusiana de 1870-1871. Los jóvenes reclutas alemanes, aterrorizados
por aquel fuego de fusiles, que llegaba desde cualquier ángulo y en el momen-
to más inesperado, estaban cada vez más asustados y nerviosos. Temeroso del
impacto que producía entre sus hombres y de los trastornos ocasionados a su

1. Hew Strachan, The First Wold War, vol. 1, To Arms, Oxford, Oxford University Press, 2001,
pág. 211 (trad. cast.: La Primera Guerra Mundial, Barcelona, Crítica, 2004).
Una desilusión cruel 29

preciado calendario bélico, el Ejército alemán reaccionó con una campaña


premeditada de Schrecklichkeít, o terror, contra la población civil belga, políti-
ca que había sido aprobada por los máximos responsables tanto del ejército
como del gobierno.?
La ciudad de Lovaina padeció todo el peso del Schrecklichkeit. Los alema-
nes fusilaron al burgomaestre, al rector de la universidad y a todos los oficiales
de policía de la ciudad. Luego, prendieron fuego a la biblioteca de la universi-
dad, y destruyeron los preciosos edificios y los irreemplazables manuscritos
góticos y renacentistas que contenían. Los alemanes deportaron a miles de
ciudadanos belgas a campos de trabajo y fusilaron a otros tantos miles, la ma-
yoría por motivos intrascendentes. A finales de agosto, detuvieron a una en-
fermera británica, Edith Cavell, y la acusaron de espionaje, una acusación a
todas luces injusta, incluso para muchos alemanes. Los oficiales germanos se
negaron a revelar las pruebas en las que se habían basado para detenerla y no
permitieron la presencia de abogados u observadores británicos durante el jui-
cio. Fusilaron a Edith Cavell en octubre de 1915, provocando la indignación
de la Entente y de las naciones neutrales, así como el mayor número de alista-
mientos en Gran Bretaña desde el estallido de la guerra. Los intentos alema-
nes de justificar sus acciones como actos de legítima defensa sonaron falsos.
«Estamos en un estado de necesidad —proclamó el canciller alemán Theobald
von Bethmann Hollweg—, y la necesidad no sabe de leyes.»*
El gobierno británico declaró la guerra a Alemania en cuanto las tropas
de ésta entraron en Bélgica. La crueldad con que había violado la neutrali-
dad de un país que no representaba ninguna amenaza razonable para ella con-
mocionó a los británicos, aunque en un plano más práctico; lo que llevó a
Gran Bretaña a actuar fue el temor de que Alemania se hiciera con el control
de la costa meridional del canal de la Mancha. Cuando las historias (tanto rea-
les como exageradas) de las acciones de los alemanes en Bélgica se difundie-
ron, la causa de los belgas no tardó en convertirse, según un escritor de la épo-
ca, «en una manera conveniente de referirse a los problemas morales de la
guerra».* La defensa de los derechos de Bélgica se identificó enseguida con el
honor de Gran Bretaña y, al menos durante los primeros meses de la guerra,
llevó a miles de jóvenes británicos a alistarse como voluntarios en el servicio
militar.

2. John Horne y Ala n Kra mer , Ger man Atro citi es, 191 4: A His tor y ofDen tal , New Hav en, Yal e
University Press, 2001, pág. 53.
3. Bethmann Hollwe g, cit ado en Fra nci s Hal sey , The Lit era ry Dig est His tor y of the Wor ld War ,
vol. 1, Nue va Yor k, Fun k and Wag nal ls, 191 9, pág . 255 .
4. Sophie de Schaepdrijver, «The Ide a of Bel giu m», en Avi el Ro sh wa ld y Ric har d Sui tes
(comps.), European Culture in the Great War : The Art s, Ent ert ain men t, and Pro pag and a, 191 4-1 918 ,
Cambridge, Camb ri dg e Uni ver sit y Pre ss, 199 9, pág s. 267 -29 4, cit a en pág . 268 .
30 La Gran Guerra

REMEMBER!

La ejecución de la enfermera británica Edith Cavell en octubre de 1915 a manos de los


alemanes originó un repentino aumento del reclutamiento en Gran Bretaña y proporcio-
nó a los aliados un importante instrumento en la guerra de propaganda. (Imperial War
Museum, propiedad de la Corona, 86/28/2)

Mientras se procedía al alistamiento de jóvenes por toda Gran Bretaña,


100.000 soldados profesionales y reservistas de la Fuerza Expedicionaria Britá-
nica desembarcaron en el continente entre el 11 y el 17 de agosto, aunque los
alemanes no fueron conscientes por completo de su presencia hasta el 22 de
ese mes. El soldado Reeve, de la Real Artillería de Campaña británica, recorda-
ba más tarde que, mientras avanzaban por las carreteras del norte de Francia, los
soldados británicos «recibimos en todo momento una bienvenida frenética [,] la
gente se volvía loca de alegría. En todas las estaciones nos recibían con bande-
ras, cigarrillos, tabaco, fruta y vino».? No obstante este entusiasmo, la integra-
ción de los Ejércitos francés y británico se reveló como un proceso de extrema
dificultad. Antes de la guerra apenas había existido una planificación conjunta,
y sí muchas suspicacias mutuas entre los altos mandos de los respectivos ejérci-
tos. El jefe del Ejército francés destacado más al norte (el V), Charles Lanrezac,
desconfiaba de los británicos tanto como el comandante de la BEE, sir John
French, desconfiaba de los franceses. Nada más llegar la BEE, el jefe del Esta-
do Mayor de Lanrezac recibió a su homólogo inglés con frialdad, diciéndole:
«Por fin han llegado... Si nos derrotan, todo se lo deberemos a ustedes».ó

5. Diario de A. Reeve, IWM 90/21/71, pág. 1.


6. Citado en Robert Asprey, The First Battle of the Marne, Filadelfia, Lippincourt, 1962, pág. 42.
Una desilusión cruel 31

A pesar de tales problemas, la BEF avanzó hacia Bélgica desde una línea
que se extendía entre la fortaleza francesa de Maubeuge y la ciudad de Le
Cateau. Los hombres de la BEF eran duros, tiradores expertos y estaban
bien entrenados. Todos se habían presentado voluntarios para el servicio
militar; y venían de una tradición de los regimientos británicos que exalta-
ba la lealtad a la unidad, lo que garantizaba que los hombres lucharían, y
que lo harían con denuedo. En todos los sentidos, se trataba de algunos de los
mejores soldados de Europa, y el káiser no tardó en lamentar su despreocu-
pado y desdeñoso comentario de que la BEF era un «pequeño ejército des-
preciable».
La principal debilidad de la BEF provenía de lo más alto. El mariscal de
campo sir John French debía más su nombramiento como comandante de la
fuerza expedicionaria a su renuncia por cuestiones de conciencia durante un
conato de amotinamiento militar en el Ulster, que a su aptitud para encargar-
se de una misión tan seria. La mayoría de sus colegas de alto rango creían que
era de una lamentable ineptitud para semejante puesto. Uno de ellos, el gene-
ral Douglas Haig, se había quejado infructuosamene del nombramiento direc-
tamente al rey. Apuesto oficial de caballería en las colonias durante su juventud,
sir John contaba 64 años en 1914 y había permanecido en el servicio activo
desde su alistamiento como guardiamarina en la Royal Navy en 1866. En ese
momento, llegaba a Francia con un ejército cuyos jefes de divisiones y cuerpos
no acababan de creer en él para combatir junto a un aliado que tampoco lo te-
nía en alta estima.
El 22 de agosto el V Ejército francés tomó las ciudades belgas de Dinant
y Charleroi; lo que quedaba del Ejército belga se estableció al sur de Namur, y
la BEF avanzó hasta la ciudad de Mons. Al día siguiente, el ll Cuerpo de la
BEÉ, integr ado por 30.000 hombre s, se encont ró direct amente en la línea de
avance de todo el I Ejércit o alemán en un área abando nada por un genera l
de brigad a que no se sintió «favor ableme nte impres ionado por sus posibil i-
dades de defensa ».” El comand ante del Il Cuerpo al mando de este sector,
Horace Smith- Dorrie n, había sido uno de los cinco únicos oficiale s que so-
brevivieron en 1879 a la masacr e de 1.750 europe os en la batalla de Isandh lwa-
na, durante la guerra Zulú. Había ido ascend iendo hasta convert irse en uno
de los más respetados comand antes de campañ a del Ejércit o británi co, y en
Mons no fue presa del pánico. Como tampoc o sus soldado s. A pesar de las es-
casas posibil idades que tenían, los profesi onales británi cos del HI Cuerpo uti-
lizaron sus fusiles con pericia , y sufrier on 1.500 bajas, aunque mantuv ieron el
frente.

7. General sir Henry de Beauvoir de Lis le, «M y Nar rat ive of the Gre at Ge rm an Wa r» , 191 9,
LHCMA, Colección de Lisle, Parte l, pág. $.
32 La Gran Guerra

Pese a estos act os her oic os, la BE F se en co nt ra ba en una po si ci ón pel i-


grosa. A primeras hor as de la ma ña na sig uie nte , sir Jo hn se ent eró de qu e el
V Ejército de La nr ez ac , sit uad o a su der ech a, em pe za ba a ret ira rse . La ret ira -
da dejaba el fla nco de re ch o del II Cu er po pe li gr os am en te al des cub ier to. Fu -
rio so con La nr ez ac y cad a vez má s de sc or az on ad o ace rca del fut uro de su ejé r-
cito, sir John ordenó al II Cuerpo que se retirara. Al mismo tiempo, el jefe del
I Ejé rci to al em án , Al ex an de r von Kl uc k, int ent ó ro de ar a las fue rza s bri tán i-
cas y ais lar a Sm it h- Do rr ie n del ce rc an o 1 Cu er po de Do ug la s Ha ig . El mo -
vimiento estuvo a punto de tener éxito. Al ver la amenaza que se cernía sobre
el II Cuerpo, sir John ordenó a Smith-Dorrien que se retirara. Sin embargo,
cuando llegó la orden, el IT Cuerpo se encontraba combatiendo de manera de-
sesperada por sobrevivir. Los hombres de Smith-Dorrien, ya agotados desde
Mons, ocupaban un área cuyo terreno ofrecía muchas dificultades de defensa
y no podían contar con fuerzas de reserva que acudieran en su auxilio. Incapaz
de dejar de combatir a los alemanes que tenía enfrente, Smith-Dorrien deso-
bedeció la orden de French y siguió combatiendo.
La subsiguiente batalla de Le Cateau, librada el 26 de agosto, se convirtió
en la de mayor envergadura en la que hubiera intervenido el Ejército británi-
co desde la de Waterloo, acaecida cien años antes. Bajo una lluvia torrencial,
los hombres del ll Cuerpo combatieron en una dura acción de retirada contra
140.000 alemanes. Los británicos perdieron 8.000 hombres; pocos para los
parámetros posteriores de la Primera Guerra Mundial, pero un número enor-
me para un ejército con un contigente inferior a 100.000 hombres y que ya ha-
bía derramado abundante sangre en Mons. El duro combate de Le Cateau
permitió que los demás elementos de la BEF se retirasen al interior de Fran-
cia y se reorganizaran. La decisión de Smith-Dorrien de permanecer y luchar
salvó con toda probabilidad a la BEF, aunque su comandante nunca le perdo-
nó del todo que desobedeciera una orden.
Los británicos iniciaron entonces una larga retirada hacia París. El solda-
do Reeve, el artillero de campaña que había constatado la euforia con que ha-
bía reaccionado la población civil francesa ante la llegada de los británicos,
escribía una semana después que «casi todos los lugares en los que nos habían
dado la bienvenida al llegar, están ahora desiertos».* Otro soldado británico,
un irlandés veterano de las guerras de la India y Sudáfrica, dejaba constancia
de la trágica visión de un ejército que se retiraba hasta 37 km cada día sin víve-
res, subsistiendo con las patatas que encontraban por el camino. La mayoría
de los soldados seguían vistiendo las mismas ropas que llevaban al salir de
Gran Bretaña. La singularidad de la escena se vio agudizada cuando muchos
de los más veteranos de su unidad se deshicieron de sus abrigos y gorras y sus-

8. Diario de A. Reeve, pág. 2.


Una desilusión cruel 33

El avance alemán desplazó a miles de familias que tuvieron la desgracia de verse atrapa-
das en el camino de los ejércitos alemanes. Estos niños franceses se contaron entre los re-
fugiados. (National Archives)

tituyeron éstas por pamelas, a fin de protegerse del insólito calor de aquel tó-
rrido agosto. Sin embargo, escribió el soldado, «en las ocasiones señaladas en
las que esos mismos hombres agotados tuvieron que darse la vuelta y comba-
tir, no se abandonaron y lo hicieron bien».” El Ejército británico estaba heri-
do, pero no derrotado.
El hecho de que Lanrezac no informara a los británicos de su retirada pro-
vocó que las relaciones entre los aliados se tensaran durante meses, por más
que la retirada en sí fuera perfectamente recomendable desde el punto de vis-
ta militar a la luz de los fracasos franceses en el sudeste. Los planes de guerra
franceses han recibido todo tipo de condenas por parte de los historiadores, y
con razón. Sin embargo, los estrategas galos se enfrentaron a obstáculos po-
líticos y sociales de mucha más envergadura que aquellos que tuvieron que
encarar sus homólogos alemanes. Los políticos franceses prohibieron al ejér-
cito que violara la neutralidad de Bélgica hasta que los alemanes lo hubieran
hecho. A mayor abundamiento, Francia carecía de la ambición continental de
Alemania y, por consiguiente, no tenía más objetivo bélico evidente que el
de la legítima defensa y el de la reconquista de Alsacia y Lorena, las dos pro-
vincias en poder de Alemania desde 1871.

9. Diario de John Mcllwain, IWM 96/29/1, anotación del 2 de septiembre, pág. 12.
34 La Gran Guerra

Aunque los objeti vos bél ico s de Fra nci a fue ran es en ci al me nt e def ens ivo s,
los gen era les fra nce ses no ten ían int enc ión de lle var a ca bo un pl an de gue rra
defensivo . Su aná lis is de la de ba cl e de 18 70 -1 87 1 hab ía lle vad o a la co nc lu -
sión de que la pos tur a def ens iva de Fra nci a en las pr im er as se ma na s de la gue -
rra hab ía ced ido la ini cia tiv a al en em ig o y qu e est o, por end e, hab ía sid o la
causa principal de la derrota. En consecuencia, el Plan XVI de Francia exigía
una co nc en tr ac ió n de fue rza s al sur de la fro nte ra bel ga, a lo lar go de un fre n-
te que dis cur ría des de Se dá n a Bel for t. Au nq ue dic ho pl an dej aba exp ues tas las
regiones de Picardia y Artois, ofrecía al oficial al mando francés, Joseph Joffre,
la posibilidad de escoger entre adentrarse en Alsacia-Lorena o, si los alemanes
violaban de hecho la neutralidad belga, entrar en Bélgica por el noreste para
aislar a los alemanes desde la retaguardia.!
Las motivaciones políticas, culturales y económicas convertían el avance
sobre Alsacia-Lorena en la opción más evidente para los franceses. La devolu-
ción de estas dos «provincias perdidas» era el único objetivo bélico, aparte del
evidente de la legítima defensa, que aglutinaba a la ciudadanía. Además, más
de un tercio del mineral de hierro de los alemanes procedía de Alsacia y Lo-
rena, por lo que la toma de las minas de hierro podía paralizar la producción
bélica alemana. Desde un punto de vista militar, el control de Alsacia-Lorena
llevaría a las fuerzas francesas hasta el Rin, afectando así a la capacidad alema-
na para reforzar y reabastecer a sus ejércitos. Asimismo, la acción coincidía
con los acuerdos alcanzados con Rusia antes de la guerra, conducentes a pre-
sionar a Alemania lanzando ofensivas simultáneas desde el este y el oeste.
Entre el 7 y el 14 de agosto, mientras las fuerzas alemanas cruzaban Bélgi-
ca, los franceses culminaban sus concentraciones. El 14 de agosto Joffre y su
Estado Mayor seguían pensando que carecían de la información suficiente
para juzgar las intenciones alemanas en Bélgica de manera precisa y creyeron
que la situación parecía inclinarse a favor de Francia. No podían —o no que-
rían— descartar la posibilidad de que el avance alemán en Bélgica fuera sólo
un amago, y al mismo tiempo creían que los alemanes no tenían la fuerza su-
ficiente para atravesar Bélgica, defenderse contra un ataque en toda regla en
Alsacia-Lorena y rechazar a los rusos en el este, todo al mismo tiempo. Ade-
más, en ese momento algunas de las fortalezas de Lieja seguían resistiendo, y
los alemanes no habían intentado todavía atacar Namur. Así pues, Joffre su-
bestimó la importancia de las operaciones en Bélgica y ordenó a sus fuerzas
que entraran en Alsacia-Lorena.
Con la esperanza de liberar Alsacia-Lorena, los soldados más selectos de
Francia se concentraron en cuatro ejércitos frente al VI y el VII Ejército de los

10. Para una excelente perspectiva general del plan, véase Robert Doughty, «French Strategy
en 1914: Joffre's Own», Journal ofMilitary History, n* 67, abril de 2003, págs. 427-454.
Una desilusión cruel 35

alemanes. Los cadetes de la academia militar francesa de St. Cyr se presenta-


ron para la batalla vestidos con sus uniformes de gala, dispuestos a sacrificar
sus vidas por Francia. A medida que avanzaban por Alsacia, los lugareños lan-
zaban vino y flores a su paso. Joffre publicó una proclama dirigida a la pobla-
ción de Alsacia que rezaba así:

Después de cuarenta y cuatro años de penosa espera, los soldados france-


ses pisan de nuevo el suelo de esta tierra noble. Ellos son los pioneros de la
gran tarea de la venganza... La nación francesa los ha alentado de manera
unánime, y en los pliegues de sus banderas están escritas las palabras mágicas:
«Ley y Libertad. ¡Larga vida a Alsacia! ¡Larga vida a Francia».!!

Los cuatro combates independientes que siguieron entre el 14 y el 27 de


agosto, conocidos en conjunto como la batalla de las Fronteras, empezaron de
forma esperanzadora para Francia, pero acabaron en un desastre lamentable.
El VI y el VII Ejército alemanes habían esperado defenderse en este sector y
habían preparado el terreno en consecuencia. Las colinas, montañas y bosques
de Alsacia proporcionaban unas posiciones excelentes a los defensores alema-
nes, pese a lo cual los franceses avanzaron con arrojo. El Ejército de Alsacia
del manco general Paul-Marie Pau avanzó hasta Mulhouse. Al norte de él, las
formaciones francesas más poderosas, el I y el II Ejército, que sumaban un ter-
cio de la fuerza total francesa, avanzaron hacia el nordeste desde posiciones
situadas a ambos lados del río Mosela. El III y el IV Ejército, por su parte, se
prepararon para atacar el que se suponía débil centro de los alemanes, situado
en los bosques de las Árdenas.
Durante la primera semana los galos creyeron que su ofensiva estaba dan-
do muestras de éxito. Gran parte de éste, sin embargo, era ilusorio, ya que las
fuerzas francesas no habían alcanzado todavía las posiciones principales de
los alemanes. Lo hicieron el 20 de agosto en dos sitios. El II Ejército francés
atacó los cerros de Morhange, al nordeste de Nancy, mientras que el I Ejército
se encontró con las fuertes posiciones alemanas de las cercanías de Sarre-
bourg, entre Nancy y Estrasburgo. Ningún soldado luchó jamás con tanto de-
nuedo; pero, como ocurriría en tantas batallas posteriores en esta guerra, el en-
tusiasmo de los combatientes no podía compensar las dificultades a las que se
enfrent aron. En las colinas y valles de Alsacia , las unidad es acabar on separán -
dose, y las comuni cacion es se interr umpier on ensegui da. Los inexper tos solda-
dos, muchos vestido s con relucie ntes unifor mes nada adecua dos para la guerra
moderna, cargar on contra nidos de ametra llador as camufl ados con los resul-
tados predecibles.

11. Joffre, citado en Halsey, op. cit., vol. L, pág. 279.


36 La Gran Guerra

Tras ser obligados a ret roc ede r en Mo rh an ge y Sa rr eb ou rg , los fra nce ses
tuvieron que hac er fre nte a los dec idi dos co nt ra at aq ue s del VI y el VI I Ejé rci -
to alemanes. Lo que ést os bu sc ab an era ap ro ve ch ar se de las baj as fra nce sas , to-
mar la trascendental ciudad de Nancy, y atravesar lo más deprisa posible el
Trouée de Charmes, una región apenas fortificada al sudoeste de Nancy, entre
To ul y Epi nal . Jof fre ten ía que ma ne ja r est a cri sis ad em ás de la qu e ten ía lug ar
en Bélgica, donde los alemanes se disponían a cruzar el río Mosa y a avanzar
sobre Mons. La situación se había vuelto desesperada.
El 24 de agosto, el mismo día en que la BEF mantuvo sus líneas en Mons,
los alemanes atacaron Trouée de Charmes, cuya posición Joffre ordenó que se
defendiera a toda costa. El jefe del ll Ejército, Edouard Noél de Castelnau,
encomendó la defensa de Nancy al inteligente y agresivo comandante de su
XX Cuerpo, Ferdinand Foch. Éste había abandonado el colegio en 1870 para
alistarse voluntario como soldado raso en la guerra franco-prusiana, aunque
no llegó a entrar en combate. Después de la guerra volvió al colegio en Nancy,
donde se preparó para los exámenes de acceso al cuerpo de oficiales francés,
mientras las bandas de la ocupación alemana se burlaban a diario de la pobla-
ción interpretando el toque de «retirada». Foch conocía bien el terreno de los
alrededores de Nancy y ardía en deseos de venganza.!? Pero también se veía
favorecido por sus excelentes relaciones con Joffre, que disculpaba de buen
grado muchos de sus defectos. A principios de agosto de 1914, Foch había ig-
norado la orden del gobierno de alejar 10 km de las fronteras a sus unidades, y
en Morhange insistió en avanzar cuando Castelnau le había ordenado que se
retirara. Por consiguiente, Castelnau le culpaba en buena medida de la pésima
situación que ocupaba en ese momento su II Ejército.
Foch reorganizó la retirada de las unidades francesas haciéndoles rodear
una cadena de colinas boscosas de 300 a 400 metros de altura situadas al nor-
deste de Nany, conocidas en conjunto como la Grand Couronné. El I y el
Ejército restablecieron entonces el contacto y se prepararon para recibir el
ataque de los alemanes. El 25 de agosto éstos estuvieron a punto de romper las
líneas francesas, pero Foch reaccionó. Ordenó a su XX Cuerpo que contraa-
tacara, con la esperanza de que la confusión generada por su ataque desbara-
tara los planes alemanes. Su maniobra funcionó: los franceses consiguieron
conservar Nancy y Trouée de Charmes tras una sucesión de sangrientos en-
frentamientos que se prolongaron hasta el 12 de septiembre.
A pesar de este éxito, los franceses no consiguieron retomar Alsacia-Lore-
na y pagaron un descomunal precio en vidas humanas en la batalla de las Fron-
teras. Los oficiales franceses, imbuidos en la creencia de que el mando signifi-

12. Para más información sobre Foch, véase Michael Neiberg, Foch: Supreme Allied Comman-
der in the Great War, Dulles, Virginia, Brassey's, 2003.
Una desilusión cruel 37

El ingente número de heridos de las primeras semanas desbordó por completo a un siste-
ma sanitario carente de toda preparación para la guerra. Esta iglesia francesa sirvió de im-
provisado hospital de campaña. (National Archives)

caba estar dispuesto a atacar y a morir con las botas puestas, dirigieron un ata-
que sangriento tras otro. La doctrina ofensiva francesa se desmoronó ante la
artillería de campaña y las ametralladoras alemanas. Se estima que las bajas
francesas fueron de 200.000 hombres y de 4.700 de los 44.500 oficiales que
había antes de la guerra. Los mejores hombres del Ejército francés habían sa-
crificado sus vidas en un intento de recuperar Alsacia y Lorena, sólo para des-
cubrir que la verdadera amenaza estaba en otra parte.

El milagro del Marne

Joffre reaccionó ante la sucesión de emergencias coincidentes a las que se en-


frentaba sin perder la calma. Aquel hombre de físico imponente, presencia
militar y una calma casi inhumana, hizo balance de las crisis simultáneas que
se habían desarrollado en Bélgica y Alsacia sin perderse ni sus descomunales
almuerzos ni sus siestas diarias. Al darse cuenta tardíamente de que la princi-
38 La Gran Guerra
1

pal amenaza proced ía del ala der ech a ale man a, que ava nza ba hac ia Par ís des -
de el nordeste, ord enó a sus fue rza s que per man eci era n a la def ens iva des de
Verdún a Bel for t. Ree mpl azó a tod a pri sa a una doc ena de ofi cia les , inc lui dos
Lan rez ac y Pau , por con sid era r que no hab ían sab ido hac er fre nte al des afí o de
las primeras semanas de la guerra. Por otro lado, disolvió el ejército de Alsacia
de Pau y env ió a la may orí a de sus hom bre s a Par ís, don de con tri bui ría n a la
for mac ión de un nue vo VI Ejé rci to que pro teg erí a los acc eso s nor ori ent ale s a
la capital. Asimismo, asignó a Foch al mando de otra nueva unidad, el IX Ejér-
cito, que se estaba formando en el este de París, entre el IV y el V Ejército.
De acuerdo con el calendario previsto, los alemanes estaban cerca de una
tentadora victoria en el oeste. El 31 de agosto un piloto alemán se atrevió a
lanzar sobre el mercado de Les Halles de París una bandera con la inscripción:
«Los alemanes estarán en París dentro de tres días».!* Aun así, la capital fran-
cesa empezaba a figurar cada vez menos en los planes alemanes. Al creer que
había aplastado a la BEF, Kluck decidió cambiar de estrategia y optó por no
dirigirse hacia el norte y el oeste de París, como estaba planeado; en su lugar,
cambió el eje del ataque hacia el sur y el este de la capital, con la intención de
aplastar al V Ejército francés, al que, erróneamente, consideraba el Ejército
aliado menos capacitado de los establecidos en las cercanías de París. El reco-
nocimiento aéreo y las patrullas de caballería franceses no tardaron en infor-
mar del cambio en los movimientos de Kluck.
El cambio de rumbo alemán fue una grata noticia para el gobernador mili-
tar de París, el general Joseph Gallieni, un héroe de las guerras coloniales
francesas al que se había devuelto al servicio activo a pesar del rápido deterio-
ro de su salud. El 1 de septiembre Gallieni había informado a Joffre que París
no podía defenderse con los recursos de que disponía. Pero la noticia del mo-
vimiento alemán hacia el sudeste, que Gallieni recibió el 3 de septiembre, sig-
nificaba que la batalla principal podría librarse en las afueras de París y que la
capital no tendría que sufrir un sitio para el que estaba lamentablemente prepa-
rada. Tanto Joffre como Gallieni vieron la oportunidad de aplastar la, a esas al-
turas, desprotegida ala derecha alemana, aunque Joffre siguió recomendando
que se evacuara al gobierno francés a la ciudad de Burdeos, situada casi 600 km
al sudoeste.
Al mismo tiempo, sir John, cada vez más desanimado, estaba considerando
la posibilidad de mover a la Fuerza Expedicionaria Británica en dirección al
puerto de Le Havre, en el canal de la Mancha, de donde podría ser evacuada
por la Royal Navy. El 31 de agosto telegrafió al secretario de Estado de la
Guerra británico, lord Kitchener, admitiendo que «mi confianza en la capaci-

13. Ministere de la Guerre, Les Armées Prangaises dans la Grande Guerre, serie L, vol. 2, París,
Imprimerie Nationale, 1925, pág. 587.
Una desilusión cruel 39

dad de los mandos del Ejército francés para conducir al éxito esta campaña
disminuye a marchas forzadas».!* Kitchener, un militar de proporciones le-
gendarias, comprendió de inmediato que si la BEF procedía a la retirada pro-
puesta por sir John, se abriría una peligrosa brecha entre el V y el VI Ejércitos
franceses, dejando a París en una arriesgada situación de desprotección. Por lo
tanto, dio el insólito paso de dirigirse a toda prisa a Francia para convencer per-
sonalmente a sir John de que se quedara. Aunque, a la sazón, Kitchener for-
maba parte del gobierno en calidad de civil, se presentó en Francia ataviado
con su uniforme de mariscal de campo, a fin de dejar bien claro ante sir John
cuál era su idea de la cadena de mando. Kitchener consiguió que sir John cam-
biara de opinión, y la BEF asumió las posiciones defensivas del este de París.
El 4 de septiembre los dos ejércitos enemigos estaban desplegados, como
unas tensas cintas elásticas, a un lado y a otro de un frente de 320 km que dis-
curría desde París a Verdún. El modificado plan alemán preveía replegar sobre
sí mismos los dos flancos de la línea aliada, comprimiendo así uno contra otro
a los ejércitos aliados. La maniobra prometía destruir a las fuerzas aliadas fren-
te a París, pero exigía un gran esfuerzo de los soldados alemanes, que llevaban
caminando y combatiendo desde hacía un mes. El I, el II y el III Ejércitos es-
taban integrados por miles de hombres que ya no tenían las fuerzas con las que
habían empezado la guerra; muchas unidades habían agotado sus provisiones
y estaban viviendo de lo que les daba la tierra, y los soldados estaban cansados,
hambrientos y escasos de munición.
Por su parte, los hombres de Joffre estaban tan cansados como sus enemi-
gos alemanes, pero tenían más cerca sus líneas de abastecimiento, y los refuer-
zos provenientes de las provincias francesas iban camino de París. Con la ca-
pital fuera ya del punto de mira del I Ejército alemán, Joffre y Gallieni se la
jugaron: el 4 de septiembre ordenan a los hombres de la guarnición de París
que «mante ngan el contact o con el Ejércit o alemán y se prepar en para inter-
venir en la batalla que se avecina».!* Gallieni se reunió entonces con el jefe del
Estado Mayor de sir John y acordaron un plan para actuar de manera conjun-
ta cuyos detalle s Joffre y sir John ratific aron de inmedia to. El cambio de orien-
tación revitalizó a los hombre s de la BEE, que se alegra ron de seguir adelant e
en lugar de retroce der. «Sólo aquello s que habían interve nido de verdad en la
retirada [de Mons] —recor daba un oficial britán ico—, pudier on experi mentar
en toda su intensidad la sensaci ón cuando se nos dijo que íbamos a suplir nues-
tras carencias y a prepararnos para 4vanzar .»!? A pesar de la fatiga, los hom-
bres de la BEF no habían perdido su ardor guerrero.

14. French, citado en Asprey, op. cit., págs. 80-81.


15. Les Ar mé es Pra nca ise s, op. cit ., ser ie L, vol , 2, pág . 627 .
16. Frank Pusey, «A Long an d Ha pp y Lif e», 197 8, IW M 79 /5 /1 , pág . 12. La cur siv a es del
original.
40 La Gran Guerra

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París O

Ejércitos alemanes numerados y sus posiciones oso, - BelfortÁ


aproximadas el 4 de agosto de 1914 e
Estrasburgo
_ Territorio recuperado por los aliados durante
y después de la primera batalla del Marne
FRANETAS
A Ciudades o pueblos fortificados

+ Batallas libradas por la BEF

El frente occidental, 1914.

La subsiguiente batalla del Marne se extendió a ambos lados de todo el


frente, desde el río Ourcq hasta Verdún, y, en su momento, constituyó la
mayor batalla jamás librada, con un millón de hombres combatiendo en cada
bando. Lo que estaba en juego era descomunal. Si los alemanes tenían éxito en
envolver a los ejércitos aliados, el hecho podía conducir a un desastre de una
magnitud sin precedentes; si fracasaban, los alemanes se verían obligados a
retirarse más allá del río Marne, y París estaría a salvo. La orden general del
V Ejército el día 5 de septiembre transmitía una sensación apremiante: «An-
tes de esta batalla, cada soldado ha de saber que el honor de Francia y la salud
de la Patria descansan en el vigor con que mañana afronte la batalla. El país
confía en que todos los hombres cumplan con su deber».!” El futuro de Fran-
cia pendía de un hilo.
La mañana del domingo 6 de septiembre, los ejércitos aliados avanzaron a
lo largo de todo el frente. El mismo káiser se había personado en el flanco
izquierdo alemán con la esperanza de encabezar una marcha triunfal sobre
Nancy, pero los franceses, sin dejar de combatir sobre el Grand Couromné, le

17. Les Armées Frangaises, op. cit., tomo L, vol. 2, pág. 681.
Una desilusión cruel 41

negaron la posibilidad. Tras haber aprendido la lección de Bélgica, las fuerzas


francesas abandonaron sus fortificaciones y lucharon desde trincheras y terra-
plenes de hasta casi siete metros de profundidad. Los enérgicos ataques de las
fuerzas alemanas llevaron a éstas a menos de 10 km de Nancy, pero los france-
ses resistieron a pesar de la abrumadora superioridad alemana tanto en hom-
bres como en piezas de artillería. El contratiempo sufrido cerca de Nancy no
sólo fue una humillación para el káiser, sino que implicó que la pinza orien-
tal del doble envolvimiento alemán no había conseguido su propósito.
La clave de la batalla se produjo más al oeste, cerca de París. El I Ejército
de Kluck había perdido contacto con el II Ejército del general Biilow, de re-
sultas de lo cual entre ambos se abrió una brecha desguarnecida de 19 km.
Moltke, a la sazón aislado en Luxemburgo, no podía recibir la información lo
bastante deprisa para manejar la situación, pero Joffre, que estaba más cerca
del frente, sí. En consecuencia, éste asignó el IX Ejército de Foch para inmo-
vilizar al II Ejército alemán en su posición, mientras el V Ejército francés y la
BEF se metían en la brecha entre los dos ejércitos alemanes. El destino de Pa-
rís, y quizá el de la misma guerra, se decidiría a la mañana siguiente, el lunes 7
de septiembre.
Al amanecer, los ejércitos aliados avanzaron. Kluck vio el peligro y con-
traatacó hacia el oeste, infligiendo enormes bajas a los franceses. El jefe del
VI Ejército galo, Michel Joseph Manoury, se planteó la retirada, pero la pla-
nificación de Gallieni lo salvó. El 1 de septiembre, el gobernador militar ha-
bía ordenado que todos los taxis y chóferes de París estuvieran preparados
para un eventual servicio, y el 6 de septiembre ordenó que 1.200 taxis y sus
conductores se congregaran en las estaciones de ferrocarril de la capital. En lo
que acabó conociéndose como el «Milagro del Marne», Gallieni utilizó aque-
llos taxis para llevar a toda prisa hasta Manoury a 5.000 hombres de refuerzo
recién llegados, a tiempo de frenar el contraataque de Kluck, ganándose para
siempre el título de «Salvador de París».
Al mismo tiempo que los refuerzos de Gallieni estaban salvando París, la
BEF amenazaba el flanco izquierdo de Kluck. El comandante del I Cuerpo,
Douglas Haig, hizo pene trar a la BEF casi 13 km en la brec ha abie rta entr e el
I y el IT Ejér cito s ale man es. Aun que los aco nte cim ien tos del 7 de sep tie mbr e
no habían ganado todavía la bata lla, sí que hab ían cam bia do la situ ació n de
manera espectacular. Los alia dos ame naz aba n con cerc ar al I Ejér cito ale mán ;
el mujeriego hijo del káiser, el prín cipe her ede ro Gui lle rmo , jefe del V Ejér ci-
to, se vio obligado a aparcar su pro yec to de una mar cha triu nfal por los Cam -
pos Elíseos, trasunto de otra que habí a real izad o el Ejér cito pru sia no en 1871 .
París estaba salvado.
Al igual que el prín ci pe he re de ro , en la re ta gu ar di a, en Lu xe mb ur go ,
Moltke comprendió que la batalla no se es ta ba in cl in an do de su lad o. Al ej ad o
42 La Gran Guerra

de las líneas del frente, ten ía una im ag en de los ac on te ci mi en to s mu ch o me -


nos clara que la de Joffre o sir John. El gen era l al em án Eri ch vo n Fa lk en ha yn ,
que no tardaría en re em pl az ar a Mo lt ke , co me nt ó con mo rd ac id ad qu e «n ue s-
tro Estado Ma yo r Ge ne ra l ha pe rd id o de fi ni ti va me nt e la cab eza . Las not as de
Schlieffen ya no son de ni ng un a ayu da, así que el in ge ni o de Mo lt ke ha lle ga-
do a su fin».!* Para lograr una mejor comprensión de la situación, Moltke en-
vió al fre nte a un o de los ofi cia les má s cap ace s de su Es ta do Ma yo r, el ten ien te
cor one l Ri ch ar d He nt sc h. Al rec orr er el fre nte el 8 y 9 de se pt ie mb re , He nt sc h
encontró a Billow y a Kluck enzarzados en culparse mutuamente por la bre-
cha que se había abierto entre ellos. Los alemanes carecían de reservas para
cerrarla y admitieron su incapacidad para echar a los franceses de sus posicio-
nes en el este. El 9 de septiembre fracasó un decidido ataque contra el centro
de los aliados, al conseguir mantener su posición el IX Ejército de Foch; en-
tonces, éste sorprendió a los alemanes contraatacando. Búlow decidió reti-
rarse detrás del río Marne y, al hacerlo, ensanchó la brecha entre él y Kluck.
Hentsch, en nombre de Moltke, ordenó entonces a Kluck que se retirase
también.
Durante los dos días siguientes los ejércitos aliados avanzaron con lentitud
y prudencia después de cruzar el Marne. Joffre y sir John no estaban prepara-
dos todavía para creer que los alemanes habían admitido su derrota y que, de
hecho, se estaban retirando y no reorganizándose para otra ofensiva. Más tar-
de, sus detractores culparon a Joffre por no perseguir a los alemanes en su
retirada, pero los que así obraron no tuvieron en cuenta las enormes pérdidas
sufridas por los aliados. En sólo unas tres semanas de combate activo, los alia-
dos y los alemanes habían perdido más de medio millón de hombres cada uno.
Los dos ejércitos estaban agotados, escasos de suministros y sin saber muy
bien qué debían hacer a continuación. Joffre y los ejércitos aliados había dete-
nido a los alemanes y salvado a París. Haberles pedido más hubiera excedido
las capacidades de unos hombres que ya habían sufrido demasiado.
Moltke comprendió de inmediato el significado de la retirada alemana. De
manera profética, escribió a su esposa: «La guerra que había empezado con
tan buenas expectativas, al final se volverá en contra nuestra... Seremos aplas-
tados en nuestra lucha contra Oriente y Occidente... Nuestra campaña es una
desilusión cruel. Y tendremos que pagar por toda la destrucción que hemos
causado».!” La derrota en el Marne significó también el final del mando de

18. Falkenhayn, citado en Asprey, op. cit., pág. 126. El conde Alfred von Schlieffen había sido
el predecesor de Moltke como jefe del Estado Mayor General alemán. Sus detalladas notas y pla-
nificaciones siguieron influyendo en el pensamiento alemán, como el propio Schlieffen, a quien
Moltke consultaba de manera regular hasta la muerte de aquél en 1913.
19. Moltke, citado en Asprey, op. cit., pág. 153.
Una desilusión cruel 43

E. R. Heaton en una fotografía tomada poco después de alistarse voluntario para servir en
los Nuevos Ejércitos. El y casi otros veinte mil británicos más murieron el primer día de la
batalla del Somme, el 1 de julio de 1916. (Imperial War Museum, propiedad de la Corona,
E. R. Heaton)
44 La Gran Guerra

Moltke, que, tras sufrir una crisis ne rv io sa , fu e su st it ui do po r Fa lk en ha yn el


.
13 de septiembre La gu er ra pl an ea da po r los ge ne ra le s ha bí a ac ab ad o; la gu e-
rra de la improvisación estaba a punto de comenzar.

La carrera hacia el mar

Como sucedió tan a menudo en la Primera Guerra Mundial, en los días pos-
teriores a la batalla del Marne las ventajas se pusieron del lado de los defenso-
res. Los ríos Aisne y Oise, al norte del Marne, bajaban aquel septiembre con
un inus itad o caud al, con sec uen cia de las copi osas lluv ias caíd as dur ant e el ve-
rano, creando así una sólida línea natural de defensa para los alemanes. Mien-
tras se retiraban, éstos pusieron en práctica una política de tierra quemada, de-
jando tras de sí un territorio desprovisto de pozos de agua, alimentos y líneas
de comunicación. Los germanos se permitieron el lujo de atrincherarse en
un terreno de su propia elección y escogieron unas excelentes posiciones de-
fensivas.
A mediados de septiembre, Joffre intentó rodear por la derecha la línea
alemana, la cual se encontraba desprotegida en las cercanías de la ciudad de
Noyon. La idea de una maniobra como ésta para amenazar los flancos, consis-
te en mover las fuerzas alrededor de las líneas enemigas y cortarle las comuni-
caciones. Una vez conseguido, las fuerzas enemigas no se pueden reforzar
ni reabastecer. Los cansados soldados franceses respondieron, una vez más,
a la llamada de su comandante y atacaron. En la primera batalla del Aisne (del
14 al 18 de septiembre) los franceses tuvieron una prueba de las dificultades a
las que se enfrentaban unos atacantes que intentaban avanzar contra una línea
de trincheras asentada. El ataque fracasó y se saldó con numerosas bajas, que
obligaron a Joffre a improvisar otro enfoque.
Durante el resto de septiembre y octubre, ambos bandos desplegaron sus
fuerzas hacia el norte, tratando de encontrar los puntos débiles de los flancos
enemigos, mientras se esforzaban en defender al mismo tiempo los propios.
Hacia el 8 de octubre los dos bandos habían extendido sus líneas hasta Lille y
la frontera franco-belga. Esta serie de maniobras, conocidas con cierta impre-
cisión como «la carrera hacia el mar [del Norte)», crearon en el frente un gi-
gantesco abultamiento, lo que en términos militares recibe el nombre de sa-
liente. Más o menos al mismo tiempo, los enfrentamientos en el norte de
Bélgica terminaron en la práctica. Las formidables defensas de Amberes ha-
bían resistido los sitios a los que la habían sometido los alemanes a lo largo de
las primeras semanas de la guerra. Sin embargo, el 1 de octubre la línea exte-
rior de las defensas de la ciudad cayó. Dos días después, 12.000 infantes de
Marina británicos llegaron en ayuda de la guarnición. El cerebro de la opera-
Una desilusión cruel 45

ción, el joven y desenvuelto primer lord del Almirantazgo [ministro de Mari-


nal, Winston Churchill, se personó en Amberes decidido a que la ciudad resis-
tiera. Esta no lo consiguió; Amberes acabó rindiéndose el 9 de octubre, y la ma-
yor parte de los infantes de Marina británicos abandonaron la ciudad por mar,
tal y como habían llegado. Lo que quedaba del Ejército belga se retiró hacia
el oeste, seguido de cerca por cinco divisiones de infantería alemanas y los te-
rroríficos cañones de asedio que habían utilizado para destruir las defensas
del puerto.
El centro de las operaciones no tardó en trasladarse a una pequeña franja
de territorio belga en el mar del Norte, en los alrededores de la ciudad de
Ypres, por detrás del río Yser. Allí, un saliente aliado se introducía en las líneas
alemanas. Falkenhayn planeó atacar frontalmente el saliente y penetrar hasta
los puertos del canal de la Mancha de Dunkerque, Calais y Boulogne, este
último el principal puerto de abastecimiento de la BEF. Una vez más, el káiser
apareció en las líneas del frente, en esta ocasión esperando conducir a sus
hombres dentro de Ypres. Y de nuevo, se llevaría una decepción.
Para defender el área comprendida entre Ypres e Yser, Joffre envió a Foch
al norte para que se hiciera cargo de lo que llegó a conocerse como el Grupo
de Ejércitos del Norte, que estaba compuesto por los restos desorganizados del
Ejército belga, la BEF y el X Ejército francés. De hecho, Foch tenía menos
rango que sir John, que era mariscal de campo, y que el comandante del Ejér-
cito belga, el rey Alberto 1. Sin embargo, Francia tenía a sus mejores hombres
en aquel sector, y Foch conocía bien el terreno. Éste se dio cuenta enseguida
de que la posición aliada exigía la conservación de las ciudades francesas de
Lille y Dunkerque y la belga de Dixmunde, situada al norte de Ypres. En con-
secuencia, envió rápidamente refuerzos a las tres con la orden de que resistie-
ran a toda costa.
Conseguir que tres ejércitos funcionaran conjuntamente suponía un reto
de consideración. Las posturas británica y belga diferían de manera sustancial.
Como cabía esperar, a sir John le preocupaba la seguridad de los puertos del
Canal y quería evacuar el sector de Ypres para concentrarse a lo largo de la
costa. Sin embargo, el rey Alberto estaba decidido a aferrarse a cualquier pre-
cio a la última franja de territorio de su país fuera del control alemán. El 17
de octubre, mientras Foch reor gani zaba las fuerz as aliad as en Ypre s y de sus
alred edore s, las fuerz as de Falk enha yn ataca ron. La opor tuni dad de destr uir
a los agot ados britá nicos , a quie n el prínc ipe Rupp rech t de Bavar ia deno mi-
nó «nuestros más odia dos enem igos », fue un estím ulo añad ido para la ofens i-
va alemana. 20

20. Rupprecht , cita do en CQ G de Arm ées de Est , «La Bata ille des Flan dres », 19 de no-
viembre de 1914, SHAT Fondos BUAT, 6N9, pág. 4.
46 La Gran Guerra

La campaña resultante con sis tió en dos bat all as coi nci den tes , la pr im er a de
Ypres y la batalla de Yse r (de l 17 de oc tu br e al 12 de no vi em br e) . El ter ren o
relativamente llano y mo nó to no del sec tor de Yp re s fav ore cía a los ata can tes
alemanes , po rq ue la pre sen cia de cap as fre áti cas a mu y esc asa dis tan cia de la
sup erf ici e hac ía inú til el at ri nc he ra mi en to . Fo ch co mp re nd ió qu e sus tro pas
car ecí an de fue rza par a con tra ata car , así que ten drí an qu e res ist ir, co mb at ir y
sobrevivir como fuera. El combate más desesperado se produjo entre el 21 y el
29 de octubre. La situación parecía tan mala que, en un momento dado, sir
John se volvió hacia Foch y le dijo: «No puedo hacer nada más excepto acer-
carme y que me maten con el ]Cuerpo».?! El mismo Foch, por lo general un
dechado de optimismo, era también cada vez más pesimista a causa de la lle-
gada inminente de las fuerzas alemanes del sector de Amberes, de la baja mo-
ral de muchas unidades belgas y de lo que los franceses consideraban una con-
centración escasa de fuerzas británicas en la región.
La posición aliada resistió en buena medida gracias al valor de un grupo de
zapadores belgas. El 29 de octubre este grupo se dirigió hacia los mecanismos
de accionamiento hidráulico de Nieuport, en la costa del mar del Norte. En su
avance pasaron tan cerca de las líneas alemanas que podían oír los movimien-
tos del enemigo. A las 19.30 horas de aquella tarde abrieron las compuertas
que evitaban que el mar del Norte anegara la región de Flandes. En cuestión
de pocas horas, más de 700.000 m? de agua inundaron toda la región, cubrien-
do un área de 35 km de longitud. Los zapadores se quedaron el tiempo sufi-
ciente para cerrar las compuertas antes de que los reflujos volvieran a sacar
el agua. Su acto de audacia creó la línea de defensa temporal que los aliados
necesitaban para reagruparse y mantener su línea.”?
El clima invernal llegó a mediados de noviembre, y con él el agotamiento
para todos. Los dos bandos tuvieron la oportunidad de valorar cuál era su po-
sición. Sus planes de guerra, que habían sido preparados con tanto cuidado
por las mejores mentes militares a lo largo de muchos años, no habían conse-
guido producir las rápidas victorias prometidas por sus autores. Las enormes
bajas del primer año de guerra destruyeron, de hecho, los núcleos de los ejér-
citos europeos de antes de la guerra. Sería necesario formar, entrenar y enviar
a combatir a nuevos ejércitos de voluntarios y de recluta obligatoria. Llegar a
esta conclusión resultó especialmente doloroso para Gran Bretaña, que du-
rante tanto tiempo se había resistido a la tendencia general de grandes ejérci-

21. French, citado en Martin Gilbert, The First Wold War: A Complete Flistory, Nueva York,
Henry Holt, 1994, pág. 97 (trad. cast.: La Primera Guerra Mundial, Madrid, La Esfera de los Li-
bros, 2004).
22. Robert Cowley, «Albert and the Yser», Military History Quarterly, vol. 1, n* 4, verano de
1989, págs. 106-117.
Una desilusión cruel 47

Soldados franceses atrincherados cerca de Reims, en Champaña. Adviértanse los daños en


el edificio del fondo, víctima del fuego artillero. (Library of Congress)

tos de reclutamiento obligatorio, en lugar de una fuerza pequeña y profesio-


nal. Esa fuerza ya no existía. Su lugar lo ocuparon nuevos ejércitos de volun-
tarios que vincularon de forma tan íntima a las fuerzas armadas de la nación y
a su sociedad.
Para Francia el año acabó con la ocupación alemana de la mayor parte de
la zona industrial del noroeste del país. La región incluía a la décima parte de la
población de Francia, al 70 % de sus yacimientos carboníferos y al 90 % de sus
minas de hierro. Para acabar con la ocupación, Francia tendría que asumir la
ofensiva en 1915, una posibilidad que los últimos meses habían demostrado su
dificultad. El daño para Francia, tanto moral como material, ya era elevado.
La ciudad de Reims, en el corazón de Champaña, había sufrido ya la destruc-
ción de 300 edificios y la muerte de 700 ciudadanos a causa de la artillería ale-
mana. Hacia finales de 1914 la urbe, que había tenido 110.000 habitantes antes
de la guerra, era, en la práctica, una ciudad fantasma. Su magnífica catedral,
lugar de coronación de 27 reyes franceses, había resultado gravemente daña-
da por los proyectiles, en buena medida de forma intencionada. Entre 1914 y
1918 los alemanes lanzaron más de cien mil proyectiles sobre Reims.
Pese al éxito de sus operaciones, Alemania se encontraba en una posición
igual de incómoda. Toda su estrategia había dependido de la rapidez de su
48 La Gran Guerra

victoria en el oeste. Como el propio Moltke comprendió, el no conseguirlo les


exigía combatir contra las potencias industriales de Gran Bretaña y Francia
por un lado, mientras tenían que rechazar los masivos ataques de los rusos en
el este. Por otra parte, una guerra larga permitiría a los británicos establecer
un bloqueo y atacar así a la economía germana. En consecuencia, los tres paí-
ses se comprometieron a seguir luchando en 1915, aun cuando poca gente era
capaz de recordar con exactitud cómo el asesinato de un impopular archidu-
que austríaco les había puesto en semejante apuro.
Capítulo 2
Sueltos como fieras salvajes
La guerra en Europa oriental

No hay pueblo que no muestre la marca de la destrucción gratui-


ta de la vida y de la propiedad: casas quemadas, otras saqueadas;
sus muebles sacados a la calle y destrozados una vez allí. Los in-
teriores de las iglesias han sido arrasados y profanados de forma
invariable.

Artículo escrito desde Polonia en octubre de 1914 por el


corresponsal del Dazly Chronicle londinense, PERCIVAL GIBBON*

En 1914 el movimiento de las grandes potencias en la Europa oriental de-


pendía en gran medida de la rapidez con que el Ejército ruso concluyera la mo-
vilización. Dicho de manera sucinta, la movilización es el tiempo que transcu-
rre entre la decisión de un país de preparar sus fuerzas armadas para la guerra
y la finalización de esos preparativos. Rusia tenía un ejército inmenso de más
de seis millones de hombres, pero estaba desplegado a lo largo y ancho de la
masa continental del Estado más grande del mundo. Las inversiones anterio-
res a la guerra (muchas de ellas de empresas francesas) para mejorar la red de
ferrocarriles rusos habían ayudado a incrementar su rapidez y eficacia, pero la
infraestructura de transporte rusa seguía siendo lamentablemente inadecuada
para la tarea de la movilización.
Una vez organizado, el Ejército ruso siguió afrontando un sinfín de pro-
blemas. Sus mandos estaban divididos por diferencias ideológicas, sociales y
personales; varios de sus oficiales de mayor rango casi ni se hablaban. Además,
las mismas dificultades de transporte que retrasaban la movilización garanti-
zaban que, aun cuando los rusos tuvieran el material que necesitaban, las ar-
mas adecua das rara vez llegara n a las unidad es correct as y en el momen to de-
bido. La mayorí a de las fortifi cacione s rusas estaban obsolet as, y el país seguía
teniendo semejante fe en la caballería (una fe que pronto se revelaría anacró-
nica), que en los primer os días de la guerra un histori ador escribi ó: <...los

* El epígrafe está extraído de una cita en Francis Halsey, The Literary Digest History of the World
War, vol. 7, Nueva York, Funk and Wagnalls, 1919, pág. 40.
50 La Gran Guerra

ferrocarriles que po dr ía n ha be r en vi ad o rá pi da me nt e al fre nte a la inf ant erí a,


en su lugar fueron cargados con los caballos y su forraje».'
Rusia tenía muchos militares dignos de admiración, pero tenía muchos
más que debían sus puestos a las intrigas palatinas o a los contactos personales.
Alexei Brusilov, uno de los oficiales rusos más competentes, advirtió en los
años previos a la guerra que el sistema de promoción no valoraba «ni la inde-
pen den cia , ni la inic iati va, ni la firm eza de idea s, ni [la fuer za de] la pers onal i-
dad» . La visi ón del mun do del sol dad o de infa nter ía ruso med io no le habí a
preparado para comprender la guerra o el lugar que ocupaba en ella. Brusilov
advirtió que los reclutas del interior del país no tenían ni idea de por qué esta-
ban luchando. «Casi ninguno de ellos sabía quiénes eran esos serbios [en cuyo
nombre Rusia había entrado de manera ostensible en la guerra]; de igual ma-
nera, tenían serias dudas acerca de lo que era un eslavo.»? A pesar de ciertos
sentimientos antigermanos en el seno del gobierno, eran pocos los soldados ru-
sos que se dedicaban a pensar en exceso en los alemanes, y menos aún los
que los odiaban. Los miembros de los estratos más elevados de la sociedad
sentían escasa animadversión hacia los alemanes, tal y como se reflejó en el
amistoso intercambio de telegramas del zar con su primo el káiser, y varios
miembros de la corte rusa, incluida la zarina, eran demostrablemente ger-
manófilos.
Los alemanes, por su parte, lo único que temían del Ejército ruso era su ta-
maño. La metáfora de Dennis Showalter sobre el Ejército ruso, como la de un
boxeador de los pesos pesados sin ningún juego de piernas elaborado ni sin-
cronización, es acertada. Los alemanes se veían a sí mismos como un habilido-
so peso medio, capaz de aprovecharse de un contrincante que, pese a su mayor
tamaño, era más lento.* Incluso sus aliados cuestionaban la capacidad de los
rusos para proporcionar una ayuda militar significativa en caso de guerra. La
mayoría de los observadores franceses y británicos de antes de la guerra con-
sideraban primitiva la operatividad de los rusos, así como insuficiente su es-
tructura de apoyo, para las exigencias de la guerra moderna.
El Ejército ruso estaba aquejado también de inmensos problemas en el
frente interior. La guerra ruso-japonesa de 1904-1905 había originado la crea-
ción de un Parlamento electo, pero apenas había contribuido a compensar la
fragilidad del Estado. Mientras que en 1914 eran pocos los que predecían
la magnitud de la revolución que invadiría el país en 1917, muchos creían que

1. Norman Stone, The Eastern Front, 1914-1917, Londres, Penguin, 1975, pág. 36.
2. Alexei Brusilov, 4 Soldier's Notebook, 1914-1918 (1930), Westport, Connecticut, Green-
wood Press, 1971, págs. 22 y 37.
3. Véase Dennis Showalter, Tanneberg: Clash of Empires, edición corregida, Dulles, Virginia,
Brassey's, 2003, págs. 63-65.
Sueltos como fieras salvajes 51

la estructura del Estado ruso estaba demasiado debilitada para sobrevivir a


una guerra prolongada. Irónicamente, esta debilidad fue la que llevó a muchos
miembros de la aristocracia rusa a sufragar la guerra, con la esperanza de que
una emergencia nacional pudiera congregar al pueblo ruso alrededor del zar y
de la clase dirigente.
No obstante todos estos problemas, Rusia se sorprendió incluso a sí mis-
ma con un vigoroso esfuerzo en los días y semanas que siguieron a la orden de
movilización del zar del 30 de julio. Cientos de miles de rusos, procedentes en
un número desproporcionado de las ciudades, se alistaron voluntarios al servi-
cio militar, y el número de reservistas que no se presentó a sus unidades según
lo ordenado fue sustancialmente más bajo que lo que se había esperado. Una
semana después de la promulgación de la orden de movilización, el zar recibió
a los líderes de los principales partidos parlamentarios, muchos de los cuales le
habían sido hostiles sin ambages. Todos acordaron aparcar las diferencias po-
líticas y unirse para apoyar la guerra. Incluso los antisemitas más furibundos se
refirieron elogiosamente a los judíos del país como súbditos compatriotas con
un interés común en ganar la guerra.
Desde un punto de vista geográfico, Rusia ocupaba una posición que ofre-
cía ventajas e inconvenientes por igual. La frontera occidental incluía el sa-
liente polaco, una protuberancia de unos 160 km que penetraba en la frontera
de Alemania con Austria-Hungría. Por lo tanto, se exponía a un ataque con-
junto del enemigo, aunque daba también a los estrategas rusos la opción de
atacar por el norte, adentrándose en la provincia alemana de Prusia oriental,
el hogar tradicional de la aristocracia alemana, o por el sur, a través de los Cár-
patos, y penetrar en el centro agrícola de Hungría. Los estrategas rusos esta-
ban divididos acerca de cuál de las dos opciones ofrecía las mejores posibilida-
des de éxito. Casi todos los rusos pensaban que los austrohúngaros serían más
fáciles de derrotar, pero el terreno montañoso de los Cárpatos era un inconve-
niente. Un ataque contra Alemania, sin embargo, se revelaría como la mejor
ayuda para Francia; si Alemania fuera derrotada, lo más probable es que Aus-
tria-Hungría no tuviera otra alternativa que rendirse.
Incapaces de decidirse ent re las dos op ci on es , los rus os se de ca nt ar on por
un plan bélico flexible, el ll am ad o Pl an 19. Est e co nt en ía dos var ian tes : una
variante «A» contra Austria, y una var ian te <G », que im pl ic ab a un at aq ue
contra Prusia oriental. La cla ve del Pla n 19 rad ica ba en una mo vi li za ci ón
por etapas. Al contrario que los al em an es , los rus os pre fir ier on no esp era r a
que todas sus unidades se hubieran mo vi li za do ant es de em pe za r las ope ra-
ciones ofensivas. Veintisiete div isi one s rus as est uvi ero n lis tas par a el co mb at e
antes de quince días; otras 25 se prepararon par a uni rse a ell a oc ho día s des -
pués. Menos de dos meses después de la dec isi ón de mov ili zac ión , el Ejé rci to
ruso tenía 90 divisiones en la saliente pol aca , y 20 má s en la Tr an sc au ca si a,
52 La Gran Guerra

para protegerse de la co nt in ge nc ia de qu e el Im pe ri o ot om an o ent rar a en la


guerra.
No obstante el éxito de la mov ili zac ión , la ca mp añ a con tra Pru sia ori ent al
tuvo problemas aun ant es de em pe za r. El zar hab ía co nv en ci do a su tío , el gra n
duque Nikolai, para que asumiera el mando de los ejércitos rusos. Nikolai te-
nía una im pr es io na nt e car rer a mil ita r que se re mo nt ab a a la gue rra rus o-t urc a
de 18 77 -1 87 8. Ha bí a sid o el re sp on sa bl e de mu ch as de las im po rt an te s re-
formas militares que los rusos habían llevado a cabo tras el desastre de 1904 y
1905. Sin embargo, en 1909, como consecuencia de otra de las innumerables
rivalidades internas, el nuevo ministro de la Guerra, V. A. Sukhomlinov, había
relegado a Nikolai al desempeño de un papel secundario. Su marginación ha-
bía sido tan absoluta, que cuando Nikolai aceptó el puesto de comandante en
jefe el 2 de agosto, tuvo que ser informado sobre el Plan 19, puesto que no
estaba familiarizado con sus detalles. Aunque se vio incapaz de declinar la pe-
tición de su sobrino, se sintió completamente abrumado por sus nuevas res-
ponsabilidades.
Nikolai ordenó que los ejércitos rusos entraran en combate antes de que se
hubiera completado la movilización, presionando de inmediato tanto a Ale-
mania como a Austria-Hungría. Al I y al Il Ejércitos rusos se les había encar-
gado que invadieran Prusia oriental. El jefe del I Ejército, Pavel Rennen-
kampf, era oriundo del Báltico alemán; más tarde, esta ascendencia conduciría
a que fuera acusado sin fundamento de sentir simpatías por los alemanes y de
que sus errores habían sido producto de una traición y no de un mal ejercicio
del mando. Rennenkampf había ido ascendiendo por el sistema del Estado
Mayor General ruso y estaba vinculado tanto al zar como a Nikolai. Por el
contrario, el jefe del II Ejército, Alexander Samsonov, era un protegido del ad-
versario de Nikolai, Sukhomlinov. La rivalidad entre estos dos últimos se ha-
bía ido filtrando entre sus protegidos, y se había hecho tan profunda, que se
había convertido en una práctica habitual el que a un jefe de ejército nombra-
do por el Ministerio de la Guerra se le asignara un segundo al mando proce-
dente del Estado Mayor, y viceversa, a fin de minimizar las consecuencias ne-
gativas de la rivalidad entre las facciones. La muy difundida anécdota de que
Rennenkampfy Samsonov se habían peleado a puñetazos en el andén de una
estación de ferrocarril durante la guerra ruso-japonesa era falsa, pero la aver-
sión mutua que se profesaban era lo bastante intensa para que las personas que
conocían a los dos hombres se la creyeran sin dificultad.
El hombre sobre el que recayó la responsabilidad directa de superar estos
problemas, el comandante del frente noroccidental, Yakov Zhilinski, apenas
podía haber sido menos idóneo para el cometido. Feroz defensor de la opción
G del Plan 19, tenía más ambición que aptitudes, y debía en buena medida su
puesto al conocimiento que tenía de los planes y necesidades de los franceses.
Sueltos como fieras salvajes 53

Los soldados alemanes establecen una línea de fuego en Prusia oriental en 1914. Las
aplastantes victorias alemanas en el este compensaron en parte los fracasos en el oeste,
aunque no tuvieron fuerza suficiente para obligar a Rusia a abandonar la guerra. (O Colec-
ción Hulton-Deutsch/Corbis)

Sin embargo, era un hombre con quien resultaba difícil trabajar y que tenía
el mérito notable de haberse granjeado la antipatía tanto de la camarilla de
Sukhomlinov como de la de Nikolai. A lo largo de toda la campaña de Prusia
oriental no consiguió coordinar los movimientos del I y del II Ejércitos, con
unos resultados desastrosos.
Si los alemanes hubieran enviado a siete de sus ocho ejércitos al este, en
lugar de al oeste, como hicieron, lo más probable es que estos desastres se hu-
bieran producido antes. Enfrentado a una inferioridad numérica de cuatro a
uno, el comandante del VIII Ejército alemán, Max von Prittwitz, decidió
atraer a Rennenkampfal interior de Prusia oriental e intentar destruir allí su
I Ejército. Combatir en Prusia oriental situaba a los alemanes en un territo-
rio familiar y les permitía ser abastecidos por sus propios trenes; algo que
quedaba vedado a los rusos, cuyas líneas ferroviarias tenían un ancho de vía
diferente. La existencia de una cadena de lagos de más de 96 km, conocidos
como los Lagos de Masuria, limitaba las vías de acceso de los rusos, lo que
obligó a Rennenkampfa rodear los lagos hacia el norte, mientras Samsonov se
dirigía hacia el sur, neutralizándose así la superioridad numérica de los rusos.
Los alemanes habían planeado y ensayado una defensa activa de Prusia orien-
54 La Gran Guerra

tal durante años; el Estado Mayor de Pr it tw it z co no cí a a la pe rf ec ci ón lo qu e


se suponía tenían que hacer.
El plan era bas tan te sen sat o, per o al com and ant e del I Cue rpo ale mán ,
Hermann von Fra nco is, cuy o no mb ra mi en to se hac e difí cil de com pre nde r,
eso le traía sin cuidad o. Su odi o hac ia los esl avo s anu ló su sen tid o de la obe -
diencia y el 17 de agosto de 1914, desoyendo las órdenes de su superior, avan-
zÓó hac ia la fro nte ra rus a. A esa s alt ura s, Re nn en ka mp f se hab ía ade ntr ado en
Pru sia ori ent al, per o, ant e la esc ase z de sum ini str os y el ago tam ien to de sus
hombres tras una semana de marcha, el 20 de agosto ordenó detenerse. El Es-
tado Mayor de Francois interceptó una transmisión de radio comunicando la
orden de detención, que los rusos no se habían molestado en codificar; sobre
la base de ésta, Frangois convenció a Prittwitz de que le permitiera atacar a los
rusos que descansaban en la ciudad de Gumbinnen, a unos 40 km al oeste de
la frontera ruso-alemana.
Las catorce horas de combate que siguieron proporcionaron a los rusos
una madrugadora, aunque efímera, inyección de confianza. Pese al rudimen-
tario apoyo de la artillería rusa y a las tácticas de infantería aun más rudimenta-
rias, la superioridad numérica de Rennenkampf se impuso, y Francois tuvo
que admitir que carecía de la fuerza necesaria para empujar a los rusos al
otro lado de la frontera. Mientras tanto, el II Ejército de Samsonov continuó
su avance por el sur de los Lagos de Masuria, amenazando con envolver al
VIII Ejército alemán. Prittwitz, considerando que la situación era lo bastante
grave, se puso en contacto con Moltke, que en ese momento se concentraba en
el avance alemán en Bélgica, y le informó de que, para evitar el envolvimien-
to, había ordenado una retirada general del VIII Ejército de más de 100 km,
hasta posiciones seguras por detrás del río Vístula.
En retrospectiva, muchas de las decisiones que Moltke tomó en agosto de
1914 parecen erróneas, aunque no así su reacción ante la llamada de Prittwitz.
Tras relevar a éste de sus funciones de inmediato, llamó al casi septuagenario
Paul von Hindenburg, en aquel tiempo retirado del servicio después de una
impresionante carrera militar de cincuenta y un años. Hindenburg había pa-
sado gran parte de su jubilación en una finca que tenía en Prusia oriental, en-
tretenido en los detalles de las diferentes posibilidades de invasión de su tierra
natal por los rusos. Entusiasta, inteligente y con una presencia física imponen-
te, había estado esperando con impaciencia un nombramiento desde el estalli-
do de la guerra. Era la elección perfecta para asumir el mando del VIH Ejérci-
to. En otra decisión inspirada, Moltke ordenó a Erich Ludendorff, el héroe de
Lieja, que se uniera a Hindenburg en calidad de jefe de su Estado Mayor. Los
dos hombres se encontraron por primera vez el 23 de agosto, en el tren que los
transportaba de Hannover al este.
Sueltos como fieras salvajes 55

Victoria en Tannenberg

Hindenburg y Ludendorff coincidieron en todo lo concerniente a la situación


a la que se enfrentaba el VIII Ejército. Aun antes de encontrarse con Hinden-
burg, Ludendorff había asumido la responsabilidad de ordenar que dicha uni-
dad empezara a concentrarse frente al II Ejército de Samsonov. Nada más que
una solitaria división de caballería se estableció frente al I Ejército de Rennen-
kampf, el cual, en opinión de Ludendorff, había sufrido un número considera-
ble de bajas en la batalla de Gumbinen para impedir que se moviera con rapi-
dez en un futuro inmediato. Hindenburg aprobó las nuevas disposiciones
enseguida, y nada más llegar al cuartel general del VII Ejército, los dos gene-
rales descubrieron que el jefe de operaciones, el teniente coronel Max Hoff-
mann, había llegado por su cuenta a la misma estrategia general y había empe-
zado los preparativos para una concentración frente a Samsonov.
Moltke tomó otra decisión que nunca ha perdido su carácter controverti-
do. En la creencia de que disponía de efectivos más que suficientes para tomar
París, retiró dos cuerpos del ala derecha del avance alemán en Francia y los
envió al este. Ambos cuerpos servirían de protección a Prusia oriental en el
caso de que las audaces operaciones ofensivas del VIII Ejército contra los ru-
sos fracasaran. Sin embargo, los dos cuerpos invirtieron todo el final de
agosto en trasladarse del oeste al este y, en consecuencia, no se pudo contar
con ellos ni para la batalla del Marne ni para la que se estaba fraguando contra
Samsonov.
Samsonov, por su parte, se encontraba casi a oscuras sobre los aconteci-
mientos que se desarrollaban delante de él. Las comunicaciones rusas eran tan
primitivas, que Zhilinski tenía que enviar muchos de sus mensajes por vía te-
legráfica hasta Varsovia, donde eran descodificados y enviados al norte en
automóvil, por carreteras mal pavimentadas, hasta el cuartel general de Sam-
sonov. El 24 de agosto, mientras los británicos resistían en Mons, Bélgica,
Zhilins ki inform ó a Samson ov de que en su sector sólo había un «númer o in-
signifi cante de fuerzas ».* Por lo tanto, Samson ov adelant ó el centro de su línea,
exponi endo peligr osamen te sus flancos a un peligro cuya existen cia ignorab a.
El alto mando alemán se dio cuenta de que las fisuras geográficas y perso-
nales entre los ejé rci tos rus os ofr ecí a una opo rtu nid ad de oro . “Tra s un mo-
mento ini cia l de dud a, el 27 de ago sto , el agr esi vo Fra nco is con duj o el ata que
que cortó las líneas de ret ira da al fla nco izq uie rdo y al cen tro del 11 Ejé rci to.
Al día siguiente, y des obe dec ien do de nue vo una ord en, esta vez de Lun den -
dorff, de que ayudara a una uni dad de res erv a ale man a ame naz ada , con tin uó el
ataque contra la retaguardia de los rus os. Con ape nas inf orm aci ón fia ble sob re

4. Stone, op. cit., pág. 63.


56 La Gran Guerra

su situación, Sams on ov se mo vi ó con len tit ud y no co ns ig ui ó fre nar la al ar ma


creciente ent re las fil as rus as. El 29 de ago sto el II Ejé rci to est aba co mp le ta -
mente rod ead o. Al dar se cue nta del des ast re al qu e se enf ren tab a, Sa ms on ov se
desmoronó. Despué s de dec irl e a su jef e del Es ta do Ma yo r: «E l em pe ra do r
confió en mí. ¿Cómo puedo mirarle a la cara después de semejante desastre?»,
desapareció en el bosque y se suicidó.
Sin jefe, rodeados y sin ninguna esperanza de recibir refuerzos, los rusos
fuer on pres as del páni co. En muc hos punt os, el cerc o ale mán era dem asi ado
débil para resistir un ataque decidido de los rusos, pero no se produjo ningu-
no. De los 135.000 rusos atrapados en la bolsa, sólo escaparon 10.000 solda-
dos; más de 100.000 hombres se rindideron, junto a 500 piezas de su preciada
artillería. A pesar de su superioridad numérica, el II Ejército ruso había actua-
do de una manera lamentable, sufriendo una derrota aplastante. El tamaño del
inmenso Ejército ruso implicaba que la derrota sólo afectaba a cuatro de los
treinta y siete cuerpos del país, pero las repercusiones psicológicas de la pérdi-
da sobrepasaron con creces las materiales. El pesimismo se apoderó de los ru-
sos, que empezaron a creer que no podrían contra la mayor destreza militar de
los alemanes, una conclusión que compartían muchos en Francia y en Gran
Bretaña.
El alto mando del VIII Ejército alemán propuso el nombre de la batalla de
Tannenberg en recuerdo de otra librada en las cercanías quinientos años an-
tes, y en la que los caballeros polacos y lituanos habían derrotado a los caballe-
ros teutones. Hindenburg, Ludendorff yHoffmann creían que los alemanes
habían devuelto la humillación que los eslavos habían inferido a sus antepasa-
dos. Ninguno de los tres estaba aquejado de falta de confianza en sí mismo, así
que se jactaron por igual de haber planeado y llevado a cabo una de las mayo-
res victorias de la historia militar, y no tardaron en convencerse de la superio-
ridad de la organización y métodos alemanes sobre los de un enemigo hacia
quien no sentían ningún respeto profesional ni sentimiento humanitario. Áca-
so, lo más importante de todo fue que el tamaño de Rusia ya no los intimida-
ba. «Tenemos una sensación de absoluta superioridad sobre los rusos», pro-
clamó Hoffmann aquel otoño. «Debemos ganar y ganaremos.»
Exultantes con su magnífica victoria, los alemanes decidieron girar hacia el
norte y realizar de nuevo el mismo truco, esta vez contra el I Ejército de Ren-
nenkampf. Sin saber muy bien qué era lo que estaba ocurriendo en el sur, y
con sus líneas de suministros amenazadas por la guarnición alemana de la for-
taleza de Kónigsberg, situada al norte, Rennenkampf se movió con lentitud y
cautela. El 30 de agosto Zhilinski le informó de la magnitud de la derrota de

5. Hoffmann, citado en Francis Halsey, The Literary Digest History of the World War, vol. 7,
Nueva York, Funk and Wagnalls, 1919, pág. 89.
Sueltos como fieras salvajes 57

Mar Báltico

Gumbinnen +
Koónigsberg

— PRUSIA
ORIENTAL a Augustow
ALEMANIA

e Berlín + 0 sE.

Varsovia
Brest-Litovsk

e|Lublin
e Breslau

Cracovia

3] Territorio austríaco perdid AUSTRIA-


ante ON á Ñ +
HUNGRIA
Territorio ruso perdido ante
Alemania, 1914
=n Conquistas rusas antes de
la batalla de Tannenberg

+ Batallas

El frente oriental, 1914.


58 La Gran Guerra

Samsonov, aunque el cua rte l gen era l rus o su pu so de ma ne ra eq ui vo ca da qu e el


siguiente movimi en to de los al em an es ser ía dir igi rse al sur en dir ecc ión a Var -
sovia. A fin de anu lar la ma ni ob ra , Zhi lin ski ind icó a Re nn en ka mp f qu e se
adentrara en Prusia oriental.
Una disposición ofensiva que desguarneció temporalmente los flancos de
Rennenkam pf. Por ter cer a vez en men os de un mes , el com por tam ien to agr e-
sivo y casi tem era rio de Fra nco is le vol vió a col oca r en el cen tro de los aco nte -
cim ien tos . Des pué s de hac er rec orr er a sus hom bre s más de 100 km en cua tro
día s, sor pre ndi ó al fla nco izq uie rdo rus o y lo hiz o ret roc ede r. Sin emb arg o,
Rennenkampf, al contrario que Samsonov, no fue presa del pánico. Como ve-
terano de la rebelión Bóxer que se había ganado el favor del zar en 1905 al arre-
batar brutalmente parte del ferrocarril transiberiano a los revolucionarios,
Rennenkampf había sobrevivido a varias quiebras personales y a cuatro fraca-
sos matrimoniales. Las crisis no le eran ajenas, así que mantuvo la cabeza en su
sitio a pesar del deterioro creciente de sus posiciones estratégicas.
Deseoso de evitar la suerte de Samsonov, ordenó a dos divisiones que li-
braran una acción de retaguardia, a fin de permitir que el resto de sus tropas
escaparan sanas y salvas. Del 10 al 12 de septiembre, su ejército se retiró más
de 80 km hacia el interior de Rusia. En lo que llegaría a conocerse como la
batalla de los Lagos de Masuria, el I Ejército perdió a casi 150.000 hombres
y 150 cañones. Los alemanes persiguieron al I Ejército en retirada hasta el in-
terior de Rusia, lo que les hizo perder la ventaja del ferrocarril con el ancho de
vía alemán. La abundante lluvia no tardó en darle cierto respiro a los rusos, y
permitió que Rennenkampf reagrupara sus tropas y contraatacara el 1 de oc-
tubre en el bosque de Augustowo, consiguiendo expulsar a las fuerzas alema-
nas de Rusia. La mala suerte del káiser continuaba. Se había unido al VII Ejér-
cito demasiado tarde para presenciar las victorias de Tannenberg y de los Lagos
de Masuria, pero llegó a Augustowo a tiempo de escapar de una carga de la ca-
ballería rusa.
Los primeros movimientos en el este habían desangrado a los rusos, pero
éstos seguían conservando sus enormes reservas humanas. Los alemanes les
habían infligido dos grandes derrotas, pero cuando llegó el invierno, los ru-
sos habían conseguido redimirse limpiando su patria de tropas alemanas. Esta
hazaña supuso un pobre consuelo para sus aliados británicos y franceses, que
cada vez estaban más convencidos de la incompetencia incurable de los rusos.
Si los aliados querían mantener el frente ruso activo, tendrían que proporcio-
nar al Ejército ruso ayuda material directa y tanto asesoramiento como los
rusos estuvieran dispuestos a aceptar. Según un viejo proverbio ruso, Rusia
nunca es tan fuerte como parece, pero tampoco tan débil como deja entrever.
A finales de 1914 la máxima era un fiel reflejo tanto de la nefasta situación de
Rusia en el norte como de su capacidad para soportar más castigo.
Sueltos como fieras salvajes 59

La campaña de Serbia

Los rusos confiaban en obtener más éxitos contra el Ejército austrohúngaro


que contra el alemán. El Imperio austrohúngaro estaba aquejado de tantos
problemas, que incluso su emperador, Francisco José, de 84 años, albergaba
serias dudas acerca de su supervivencia. Hermano del infortunado emperador
Maximiliano de México, Francisco José ocupaba el trono desde 1848, lo que le
convertía en el monarca europeo con más años de reinado. El emperador era
la cabeza visible de un imperio multiétnico, con tres ineficientes administra-
ciones que utilizaban tres idiomas distintos: el alemán, el húngaro y el croata.
A su vez, el ejército tenía que utilizar once idiomas si quería dar cabida en su
seno a las principales minorías étnicas del imperio, muchos de cuyos miem-
bros esperaban de forma activa su desmembración. El antihéroe creado por
el escritor y veterano soldado chequio Jaroslav Hasek en su obra El soldado
Schweik (escrita en la década de 1920) reaccionaba ante la noticia del asesinato
de Fernando diciéndole a su asistenta que él conocía a dos Fernandos, uno que
se había bebido por equivocación una botella de tinte para el pelo, y otro
que recogía estiércol. «Ninguno de los dos sería una gran pérdida», añadía.
La sátira de Hasek captaba los sentimientos contrapuestos de tantos austro-
húngaros hacia la guerra y el propio imperio.*
La economía del Imperio austrohúngaro, en su mayor parte agrícola, obli-
gaba a éste a mantener los gastos militares al mínimo. Su dispendio per cápita
en defensa era el más bajo de todas las grandes potencias. Esta falta de re-
cursos, junto con la necesidad de trabajadores agrícolas, significaba que tenía
también el porcentaje más bajo de hombres en el ejército de todas las poten-
cias continentales. El imperio entrenaba anualmente sólo al 22 % de los hom-
bres aptos para el servicio militar, en comparación con el 40 % de Alemania y
el 86 % de Francia.” La famosa pulla de Napoleón acerca de que los austríacos
eran siempre un ejército, una cosecha y un concepto demasiado tardíos, seguía
siendo aplicable al imperio en 1914.
A pesar de estas deficiencias, los miembros de la élite gobernante austro-
húngara ambicionaban aumentar su poder, en especial en los Balcanes. En
1908 el imperio se había anexionado la provincia de Bosnia-Herzegovina tras
arrebatársela al declinante Imperio otomano. La incorporación de cerca de
500 km de costa en el mar Adriático daba al Imperio austrohúngaro bases na-
vales adicionales y una lengua de tierra que era una amenaza para Serbia; no

6. Jaroslav Hañek, The Good Soldier Sclraweik (1930), Nueva York, Doubleday, 1963, pág. 21
(trad. cast.: Las aventuras del valeroso soldado Schrwvejk, Barcelona, Destino, 1980).
7. Holger Herwig, The First World War: Germany and Austria-Hungary, 1914-1918, Londres,
Edward Arnold, 1977, pág. 12.
60 La Gran Guerra

El conde Franz Conrad von Hótzendorf, jefe del Estado Mayor General austrohúngaro,
había instado durante años a su gobierno a librar una guerra preventiva contra Serbia. El
fracaso de su plan de guerra en alcanzar alguno de los objetivos del Estado austríaco con-
dujo a su destitución a finales de 1916. (O Corbis)

por casualidad, dejaba también a esta última sin salida al mar. El jefe del Esta-
do Mayor General del Ejército austro-húngaro, el general Franz Conrad von
Hoótzendorf, era de la creencia de que el imperio debería haber seguido ade-
lante hasta conquistar Serbia en su integridad. A partir de entonces, presen-
taba cada año al emperador unos planes para una guerra preventiva contra
Serbia «con la regularidad de un almanaque».*

8. C.R. M. E Cruttwell, A History ofthe Great War, 1914-1918, Oxford, Clarendon Press,
1934, pág. 4.
Sueltos como fieras salvajes 61

La guerra de los Balcanes de 1912-1913 tuvo como resultado la conquista


por parte de Serbia de dos antiguas provincias otomanas, Novibazar y Mace-
donia. De este modo, Serbia duplicó su tamaño y aumentó su confianza. Sus
llamamientos a la unificación de todos los eslavos en un Estado de predominio
serbio se fueron haciendo cada vez más estridentes. Tal retórica amenazaba la
viabilidad interna de Austria-Hungría, donde los eslavos representaban una de
las minorías étnicas más numerosas. El ejército dependía, en buena medida,
de los eslavos para la clase de tropa, aunque los alemanes y los magiares domi-
naban el cuerpo de oficiales. Por consiguiente, los austríacos creyeron que el
asesinato del archiduque por un grupo de eslavos, que suponían relacionados
con oficiales serbios, no podía quedar sin respuesta.
Conrad y otros austrohúngaros partidarios de la línea dura vieron en el
asesinato una oportunidad de arreglar cuentas con Serbia. Conrad era un ofi-
cial de Estado Mayor inteligente y capaz, pero no había conseguido nunca
meterse en la cabeza la famosa sentencia de Clausewitz de que la guerra es una
prolongación de la política por otros medios; para él, la guerra era, o debería
haber sido, la fuerza rectora de la política de Estado. Sólo el ejército, había
argumentado de manera reiterada, podía unificar las muchas nacionalidades
recíprocamente antagónicas del imperio en un todo leal. Mediante la guerra
contra cualquier alianza de Serbia, Rusia e Italia, confiaba en repetir el gran
éxito de Otto von Bismarck durante las guerras de la unificación alemana y
crear un imperio poderoso que devolviera a Austria a la categoría de las poten-
cias de primer orden.
En julio de 1914 Conrad consideró que sus oportunidades se estaban des-
vaneciendo, mientras que el relativo poder de Austria en Europa sólo iría a
menos en los años venideros. Muchos alemanes estaban de acuerdo con él.
Cuanto más tiempo dieran a los rusos para modernizar su ejército y construir
líneas ferroviarias, más difícil se haría la labor de Austria. Fueron muchos los
que creyeron que era mejor combatir en 1914 que en 1917, cuando el progra-
ma de modernización de los rusos preveía obtener sus frutos. La última crisis
de los Balcanes provocada por el asesinato daba a los líderes austrohúngar os la
oportunidad de establecer las condiciones para la guerra. El rechazo de Serbia
al duro ultimátum les proporcionó la apariencia de justificación que necesita-
ban para dar los últimos pasos. Así pues, Conrad tuvo una oportunidad para
promulgar su último plan para aquella guerra que deseaba más que casi cual-
quier otro en Europa.
Al menos sobre el papel, el pla n era bas tan te ref ina do y res olv ía una con -
tradicción del pe ns am ie nt o au st ro hú ng ar o. Co nr ad ans iab a en cu er po y al ma
enviar a su ejército al sur par a co nq ui st ar y so me te r a los det est ado s ser bio s.
Sin embargo, era consci ent e de que ten ía que pre cav ers e con tra la pos ibi lid ad
de un movimiento ma si vo de los rus os a tra vés de los Cá rp at os . Ha bí a con fía -
62 La Gran Guerra

La aversión mutua entre Austria-Hungría y Serbia proporcionó la causa inmediata para


la guerra y alimentó la enconada campaña de los Balcanes. Los soldados austrohúngaros,
como los que se muestran en la foto, rara vez hacían prisioneros serbios. (National Archives)

do en que Alemania pudiera aceptar la responsabilidad primordial de contro-


lar esa posibilidad, mientras él actuaba contra Serbia. Pero durante los años
previos a la guerra las conversaciones entre los Estados Mayores de los dos
aliados habían sido limitadas; entre 1897 y 1907 no se habían reunido ni una
sola vez. Y, a partir de entonces, las conversaciones siguieron siendo limitadas,
porque los alemanes sospechaban que los espías rusos se habían infiltrado en
el Estado Mayor de los austríacos. De resultas de todo ello, tanto Alemania
como Austria-Hungría dieron por sentado que el otro se enfrentaría al gigan-
te ruso mientras que el ejército propio iba a la caza de su presa fundamental.
La mera existencia de tan gran malentendido pone de relieve la naturaleza
problemática de la alianza germano-austríaca.
Dada su incapacidad para predecir tanto los movimientos de los rusos
como la ayuda alemana, Conrad desarrolló un plan que le permitía atacar Ser-
bia, amenazara Rusia a Austria-Hungría o no. El plan dividía al ejército en tres
grupos. El Minimalgruppe Balkan, compuesto por nueve divisiones, avanzaría
sobre la capital serbia, Belgrado, y la tomaría, neutralizando así a los serbios.
El A-Staffel, con veintisiete divisiones, avanzaría hacia el sur de Polonia, pre-
sumiblemente con una significativa ayuda alemana, para impedir las operacio-
Sueltos como fieras salvajes 63

nes rusas allí. El último grupo, el B-Staffel, integraba a diez divisiones. Si los
rusos se desplegaban con rapidez, esta última unidad se uniría al A-Staffel para
defender los Cárpatos; de lo contrario, se uniría a la guerra contra Serbia o se
desplegaría contra Italia, en el esperado supuesto de que ese país incumpliera
los compromisos de la Triple Alianza firmada con Alemania y Austria.
Con este plan, el tambaleante Imperio austrohúngaro entró en la guerra.
El Minimalgruppe Balkan marchó amenazadoramente hacia Serbia bajo el
mando del general Oskar von Potiorek, el hombre responsable del destaca-
mento de seguridad del archiduque Francisco Fernando en Sarajevo. Daba la
casualidad de que la vanguardia de las fuerzas austrohúngaras estaba integra-
da en su mayor parte por el VIII Cuerpo checo, de cuyos soldados el alto man-
do austríaco barruntaba su «inclinación a la traición».” Hacía mucho tiempo
que los checos reclamaban mayor autonomía dentro del imperio, y su lealtad
no dejó de cuestionarse a lo largo de toda la guerra. Sin embargo, desempeña-
ron el papel principal cuando la fuerza de 200.000 hombres de Potiorek entró
en Serbia desde el oeste y el noroeste al mismo tiempo. Su objetivo final, Bel-
grado, se levantaba cerca de la frontera austrohúngara y su deficiente fortifi-
cación condujo a Potiorek a predecir una victoria fácil.
Enfrente del Ejército austrohúngaro estaban los 250.000 correosos sol-
dados del Ejército serbio y 50.000 hombres más procedentes de su pequeño
aliado balcánico, Montenegro. Al contrario que los soldados austrohúngaros,
los serbios habían tenido éxitos bélicos recientes en las guerras de los Balcanes
y, por consiguiente, estaban más al tanto de la naturaleza de la guerra moder-
na. Su comandante, Radomir Putnik, había sido en buena medida el respon-
sable de las grandes victorias de las guerras de los Balcanes desde su puesto
como ministro de la Guerra. No obstante, después de la segunda guerra de los
Balcanes su salud había sufrido un rápido deterioro; cuando empezó la crisis
de julio, estaba recibiendo tratamiento en un balneario austríaco. Las autori-
dades austrohúngaras lo habían detenido temporalmen te, pero tanto Francis-
co José como Conrad autorizaron su liberación, al parecer, por suponer que a
su edad (67 años), y en su estado de debilidad, no suponía ninguna amenaza.
Supusieron mal. A Pu tn ik le qu ed ab a tod aví a ab un da nt e ard or gue rre ro, y
organizó a sus fue rza s en una suc esi ón im pr es io na nt e de def ens as de ca mp añ a.
Luego, permitió qu e los aus trí aco s ava nza ran , ex te nd ie ra n sus lín eas de aba s-
tecimiento y desguarnec ie ra n sus fla nco s. Au nq ue la art ill erí a y los ata que s
aéreos austríacos destru ye ro n 70 0 edi fic ios en Be lg ra do , Pu tn ik co ns ig ui ó
hacer retroceder a los invaso res en un en fr en ta mi en to co no ci do co mo la bat a-
lla del Jadar, que tuv o lug ar del 16 al 23 de ago sto . Pu tn ik hab ía co ns eg ui do

9. John R. Schindler, «Disaster on the Dri na: The Aus tro -Hu nga ria n Arm y in Ser bia , 191 4»,
War in History, 0? 9, 2002, pág. 159.
64 La Gran Guerra

Radomir Putnik, jefe del Estado Mayor General serbio, modernizó el ejército durante los
años anteriores a la contienda y lo condujo a la victoria en las guerras de los Balcanes.
También lo dirigió con habilidad en los meses iniciales de la Primera Guerra Mundial,
pero fue relevado del mando cuando las fuerzas serbias tuvieron que huir a Corfú. (Library
of Congress)

defender el territorio serbio a pesar de la inferioridad numérica y de la caren-


cia casi total de piezas de artillería pesada modernas. “Tomó, entonces, la im-
prudente decisión de adentrarse en la Bosnia controlada por los austríacos,
con la esperanza de hacer realidad la retórica serbia de librar una guerra de li-
beración eslava y confiando en provocar una revuelta local.
Potiorek aprovechó el avance de las fuerzas serbias para volver a atacar.
Durante diez días (del 10 al 17 de septiembre) de lucha implacable, los dos
ejércitos combatieron por controlar las cabezas de puente austríacas a ambos
lados de los ríos Save y Drina. Si las municiones de los serbios no hubieran
empezado a escasear, lo más probable es que éstos hubieran repetido el éxito
de las operaciones de los meses anteriores. Por el contrario, Putnik tuvo que
admitir que carecía de la fuerza necesaria para hacer retroceder a los austría-
Sueltos como fieras salvajes 65

cos. Así que optó por la prudencia y se retiró a posiciones defensivas en las
montañas, confiando en obligar al enemigo a desgastarse en un terreno difícil.
En cuanto se presentara la ocasión, Putnik tenía planeado contraatacar y vol-
ver a perseguir a las fuerzas austrohúngaras hasta echarlas de Serbia.
En el ínterin, el plan de Conrad se había desmoronado ante la realidad de
la guerra moderna. A fin de proporcionar la máxima flexibilidad y la mayor ra-
pidez de maniobra posibles, su Estado Mayor decidió organizar a los hombres
asignados al B-Staffel en Galitzia. La región contaba con una red ferroviaria
lo bastante extensa para permitir el despliegue de grandes formaciones hasta
casi cualquier punto del imperio. Esa decisión obligó a las formaciones subor-
dinadas del B-Staffel a trasladarse al extremo norte del imperio, sólo para or-
ganizarse y ser transportadas al sur cuando los fracasos de Potiorek hicieron
necesaria su presencia en Serbia; a finales de agosto, seguían intentando orga-
nizarse en Galitzia. La niebla y los condicionamientos de la guerra impidieron
que se cumplieran los complicados calendarios de los que había dependido
Conrad. En consecuencia, el B-Staffel, que se había creado para que luchara
tanto en el norte como en el sur, se pasó el tiempo en tránsito y no llegó a
combatir ni una sola de las veces que se le necesitó en uno u otro sitio.
A pesar de todos sus esfuerzos, Putnik no pudo conservar Belgrado, y los
austríacos entraron finalmente en la ciudad el 2 de diciembre. Éstos habían
conseguido un objetivo que podría haber puesto fin a la guerra, si Alemania y
Rusia hubieran mantenido la neutralidad; a esas alturas, la toma de Belgrado
tuvo escasa trascendencia en un panorama bélico mayor que se expandía con
rapidez. No obstante, para los mandos austrohúngaros la toma de la capital de
Serbia representaba una oportunidad de catarsis. Belgrado era el hogar de los
enemigos más implacables del imperio y, en consecuencia, los militares aus-
trohúngaros la eligieron para dar un escarmiento ejemplar. Un corresponsal
de guerra norteamericano que viajaba para escribir un famoso artículo sobre
la revolución bolchevique, y que se encontraba en Serbia aquel diciembre,
escribió:

Los soldados [austríacos] andaban sueltos por la ciudad como fieras salvajes,
quemando y saq ueá ndo lo tod o, vio lan do. .. Vim os el Hot el d'E uro pe des pué s
de su saqueo, y tam bié n la enn egr eci da y mut ila da igle sia don de tres mil per -
son as, ent re hom bre s, muj ere s y niñ os, fue ron enc err ada s dur ant e cua tro días
sin comida ni beb ida , ant es de ser div ida s en dos gru pos : uno s fue ron env iad os
a Austria como pri sio ner os de gue rra ; a los otr os se le hiz o cam ina r por del an-
te del ejé rci to mie ntr as éste se dir igí a hac ia sur a luc har con tra los ser bio s.' %

10. John Reed, citado en Mar tin Gil ber t, The Firs t Wor ld War : A Com ple te His tor y, Nue va
York, Henry Holt, 1994, pág. II (tra d. cast .: La Pri mer a Gue rra Mun dia l, Mad rid , La Esf era de los
Libros, 2004).
66 La Gran Guerra >

io que
cosillas
SEND. C O N T R I B U T I O N S LO
SERBIAN RELIEF COMMITTEE OF AMERICA,
7O FIFTH AVENUE, NEW YORK

El sufrimiento de los serbios despertó una tremenda compasión entre los aliados y los
países neutrales. Como demuestra este cartel, la solidaridad por su difícil situación se ex-
tendió desde Francia a Estados Unidos, a pesar de la neutralidad de este último. (Library
of Congress)
Sueltos como fieras salvajes 67

Aquello fue el principio de un terrible suplicio para Serbia. En 1914 el país


sólo disponía de 350 médicos debidamente cualificados, y más de cien habían
servido y muerto en el ejército. Los medicamentos y los hospitales bien equi-
pados escaseaban en igual medida. La sanidad y la salud públicas, ya precarias
de por sí, se hundieron por completo. El tifus, el cólera y otras enfermedades
no tardaron en estar fuera de control. Según un cálculo aproximado de la épo-
ca, Sólo el tifus aquejaba al 65 % de la población.!!
Pero si los austríacos pensaron que habían eliminado a los serbios, pronto
se dieron cuenta de su error. Francia y Gran Bretaña se apresuraron a enviar a
Serbia munición y a cientos de enfermeras y médicos para contener las derro-
tas militares y aliviar el sufrimiento de la población. Putnik esperó a que el río
Kolubra, en la retaguardia de los austríacos, empezara a desbordarse; enton-
ces, el 3 de diciembre lanzó un ataque feroz contra las líneas enemigas. Con el
río crecido detrás de ellos, impidiéndoles una retirada ordenada, y un clima
invernal que complicaba el reabastecimiento, los austríacos combatieron de
manera desesperada durante seis días, sufriendo un número de bajas espanto-
so. El 15 de diciembre las fuerzas serbias volvieron a entrar en Belgrado mien-
tras los austríacos lograban por fin encontrar la manera de vadear los ríos con
relativa seguridad. El plan de Conrad para aniquilar a su enemigo más odiado
había fracasado.
La campaña de Serbia sirvió como intenso ejemplo de la desmoderniza-
ción de la guerra. Lejos del frente occidental, el combate en la Primera Gue-
rra Mundial se parecía más al de los siglos XVII y XIX que a la guerra mecani-
zada de aquél. La enfermedad, las largas marchas y el salvaje combate cuerpo
a cuerpo domina ban esta campañ a, como lo harían en muchas otras del frente
orienta l. La movili dad de las líneas del frente implic aba mayore s penuria s para
la población civil, que no podía huir ni escond erse de la guerra. Los pueblo s
cambiaban de manos con frecuen cia, y los mal aprovi sionad os soldado s cogían
lo que necesit aban, incluso arreba tándos elo a la gente que se suponí a estaban
defendiendo.
Las pérdidas austríacas, en lo que se pr es um ía iba a ser la má s fác il de sus
dos opciones de gue rra , fu er on atr oce s. Se gú n es ti ma ci on es rec ien tes , las ba-
jas austríacas du ra nt e la ca mp añ a ser bia de 19 14 fu er on de 22 7. 00 0 ho mb re s
o, lo que es lo mismo, cinco veces las suf rid as a lo lar go de tod a la gue rra con
Prusia en 1886. Conrad sustituyó a Po ti or ek por el ar ch id uq ue Eu ge n, que se
estableció en los cuarteles de inv ier no e int ent ó re or ga ni za r su nu ev o ejé rci to.
Conrad decidió a regañadien te s que sus fue rza s ten drí an que pe rm an ec er a la
defensiva contra Serbia y buscar un des enl ace con tra Rus ia, do nd e su A-S taf fel
había salido poco mejor pa ra da que el Mi ni ma lg ru pp e Bal kan .

11 Halsey, op. cit., vol. L, pág. 93.


68 La Gran Guerra

Las campañas de los Cárpatos y de Polonia

A mediados de ago sto los rus os ha bí an re un id o en el sur a má s de 40 0. 00 0


hombres en cua tro ejé rci tos dis tin tos , tod os baj o el ma nd o abs olu to del jef e
del frente su do cc id en ta l, Ni ko la i Iva nov . És te deb ía su pu es to al éxi to obt e-
nido en la represió n de un am ot in am ie nt o nav al en la bas e del ma r Bál tic o
de Kronst ad t, en 190 6. A pes ar de su me di oc re hoj a de ser vic ios en la gue rra
ruso-jap on es a y de su evi den te car enc ia de ide as y en tu si as mo , co ns er vó el
ma nd o. De los cua tro jef es de los ejé rci tos baj o su ma nd o, tre s era n, sie ndo ge-
nerosos, de una capacidad desigual. Por suerte para Ivanov y los primeros éxi-
tos de Rusia, el frente sudoccidental también incluía al mejor general ruso de
la guerra, Alexei Brusilov, a la sazón al mando de la unidad más meridional, el
VII Ejército.
Los planes de los rusos preveían avanzar contra la línea de fortificaciones
que los austríacos tenían en el norte de los Cárpatos, en Galitzia. Las defensas
de esta región se levantaban en torno a cuatro puestos de avanzada principa-
les. De este a oeste, éstos eran Lemberg, Przemysl, Tarnów y Cracovia. Si los
rusos eran capaces de llegar a Cracovia con un nutrido número de efectivos,
se les abrirían dos opciones tentadoras. Por un lado, podrían desplazarse hacia
el sudoeste, siguiendo las estribaciones occidentales de los Cárpatos, hasta en-
trar en el valle del río Óder, situado entre Austria y Hungría. Hacer esto su-
pondría amenazar la cosecha del granero de Austria-Hungría e imponer a su
enemigo unas privaciones enormes. La otra alternativa era desplazarse hacia el
noroeste, adentrarse en las tierras bajas de Silesia, región histórica de gran ri-
queza mineral, y dirigirse a Breslau. Semejante maniobra pondría en peligro
el buen funcionamiento de la industria alemana y presionaría a Alemania para
que defendiera Berlín desde una dirección donde había pocos fuertes y menos
defensas naturales.
Para conseguir este objetivo, los rusos tenían que tomar primero Lemberg,
la capital de Galitzia y una de las ciudades más grandes del Imperio austro-
húngaro. Lemberg estaba protegida por una sucesión impresionante de for-
tificaciones bien provistas de artillería y conectadas con Austria por cuatro
líneas de ferrocarril diferentes, la más importante de las cuales, en orden al
abastecimiento de la guarnición, era la que discurría hacia el oeste, en dirección
a Przemysl. Lemberg había sido también uno de los puntos en los que se había
congregado el IV Ejército austrohúngaro. La presencia de tropas rusas en la
zona obligó a efectuar otro cambio más en el plan de guerra austrohúngaro.
Para anticiparse a un avance ruso sobre los Cárpatos, Conrad ordenó una
ofensiva contra la Polonia rusa. Entre el 23 de agosto y el 1 de septiembre, el
[y el IV Ejército austríacos lograron hacer retroceder a los rusos casi 160 km
en distintos lugares. Más al sur, sin embargo, el avance no fue tan bien, obli-
Sueltos como fieras salvajes 69

gando a los austríacos a retirarse hacia la supuesta seguridad de Lemberg.


Dejando una guarnición detrás para defender la fortaleza, el II y IM Ejércitos
austríacos retrocedieron a su vez casi 160 km, lo que les dejó literalmente con
las espaldas contra los Cárpatos.
Rodeada y en una inferioridad numérica abrumadora, la guarnición de
Lemberg conmocionó a los mandos del Ejército austrohúngaro al rendirse sin
disparar un solo tiro en su defensa. Los cálculos aproximados sobre la mag-
nitud de las bajas austríacas varían sobremanera: según fuentes de la época,
600.000 soldados austrohúngaros fueron hechos prisioneros de guerra, y los
rusos se apoderaron de 637 piezas pesadas de artillería. Para éstos, Lemberg
era una base ideal desde la que ejecutar las operaciones hacia el oeste, toda vez
que sus líneas ferroviarias la conectaban con los centros de abastecimiento ru-
sos de Kiev y Varsovia. Przemysl, la siguiente fortaleza en el eje del avance
ruso, se erigía a sólo 112 km al oeste.
La victoria de los rusos en Lemberg constituyó uno de los primeros éxitos
de importancia de los aliados en la guerra, lo que proporcionó a Rusia un
mínimo de confianza en sí misma tras el desastre de Tannenberg. Los rusos
restituyeron a la ciudad su antiguo nombre eslavo de Lvov, eliminando así, de
manera simbólica, cualquier vestigio de sus lazos con los germanos. En un
movimiento parecido, los rusos rebautizaron San Petersburgo, poniéndole el
nombre ruso de Petrogrado. La mayoría de los habitantes de Lvov recibieron
a los rusos como liberadores, ya que la Galitzia oriental tenía una gran pobla-
ción de rutenos [habitantes ucranianos de Polonia], que, en su mayoría, ali-
mentaban sentimientos prorrusos.
La campaña de los Cárpatos se cobró numerosas víctimas civiles. Los
numerosos judíos de la región apoyaban a Austria-Hungría, la cual permitía
—caso único entre las grandes potencias— que éstos sirvieran en el ejército
como oficiales de alto rango. Los judíos de Galitzia temieron ser víctimas del
virulento antisemitismo del régimen zarista, que, sólo en los últimos tiempos,
acababa de cometer terribles atrocidades durante los bien conocidos pogro-
mos. El grupo étnico más numeroso de Galitzia, el polaco, carecía de Estado,
despué s de que las tres grande s potenci as del frente orienta l se hubier an re-
partido Poloni a a finales del siglo XVIII. En consec uencia , los polacos servían
en los tres ejércit os, a menud o a regañad ientes. La declara ción del zar en agos-
to de 1914, en virtud de la cual se conced ía la autono mía a Poloni a dentro del
Imperio ruso a cambio de la lealtad de sus habitan tes, influyó en alguno s de los
polacos menos cínicos. Los más cínicos entre sus dirigen tes se afanar on en
encontrar el medio por el cual la victori a de un lado pudier a conduc ir de nue-
vo a la indepe ndenci a de Polonia . Así las cosas, colabo raron con y en contra de
ambos bandos, sufrien do a menud o terribl es represa lias cuando los pueblo s y
ciudades cambiaban de manos.
70 La Gran Guerra

Cosacos rusos en la ciudad-fortaleza austríaca de Lemberg en 1915, tras la primera victo-


ria clara de los aliados en la guerra. La presión rusa sobre los austríacos obligó a Alema-
nia a acudir en ayuda de sus atribulados aliados. (O Colección Hulton-Deutsch/Corbis)

Tras la caída de Lemberg/Lvov, los dos bandos centraron su atención


en Przemysl. El VII Ejército de Brusilov avanzó hasta la mitad del camino
a Przemysl y se apoderó de la ciudad de Grodek el 12 de septiembre. Los ale-
manes se apresuraron a enviar refuerzos a Przemysl y a Cracovia para levantar
a los desmoronados austríacos y evitar un gran avance ruso. Las fuerzas aus-
tríacas y alemanas siguieron retirándose hasta casi 160 km más. Abandonaron
la fortaleza de Przemysl con 120.000 hombres y suficiente comida hasta la
primavera. Aunque rodeada y con pocas esperanzas de llegar a ser liberada,
Przemysl resistió todo el invierno, amenazando las líneas de suministros rusas
e inmovilizando a decenas de miles de soldados rusos. En marzo de 1915 un
observador británico escribió de los defensores de la fortaleza: «No he visto
nunca una gente más abatida y desesperada».!? Przemysl acabó rindiéndose a
los rusos el 22 de marzo de 1915.
El avance hacia el oeste de la ofensiva rusa no tardó en ralentizarse. Los
trenes rusos y austríacos utilizaban un ancho de vías diferente (los austríacos,
como era lógico, compartían el alemán), lo que ocasionaba enormes proble-
mas de abastecimiento a los rusos. A la mayoría de las unidades se les estaban
acabando los proyectiles de artillería, así como la munición de bajo calibre.

12. Citado en Stone, op. cit., pág. 114.


Sueltos como fieras salvajes 71

La falta de ropa de invierno hizo imposible una maniobra a través de los puer-
tos de montaña de los Cárpatos para adentrarse en Hungría; además, los sol-
dados magiares defendieron su patria con un ardor cada vez mayor. Las en-
fermedades, las congelaciones y las privaciones se convirtieron pronto en el
destino de ambos ejércitos. La ofensiva rusa se detuvo en octubre, cuando las
patrullas de su caballería llegaron a poco más de 30 km de los alrededores de
Cracovia.
La campaña de los Cárpatos destruyó los ejércitos profesionales de antes
de la guerra tanto de Rusia como de Austria-Hungría. Murieron miles de ofi-
ciales y, lo que fue aún más importante, de suboficiales bien entrenados, a los
que no se pudo reemplazar. En lo referente a 1914, las bajas austríacas se esti-
maron en 250.000 muertos (muchos por enfermedad) y heridos y en casi
100.000 prisioneros de guerra. Aunque no hay acuerdo con respecto al núme-
ro de bajas rusas, hay que considerar que cuando menos fueron equivalentes.
Brusilov se refería a los dos ejércitos cuando describió a los hombres que
habían sustituido a los soldados de antes de la guerra de la siguiente manera:
«Cada vez se parecían más a una especie de milicia mal adiestrada... Muchos
soldados ni siquiera sabían cargar sus rifles; en cuanto a dispararlos, cuanto
menos se diga al respecto, mejor».!*
Los enfrentamientos también hicieron estragos en el corazón del saliente
polaco. A mediados de septiembre, Hindenburg trasladó parte del VIII Ejér-
cito al sur de Varsovia y lo convirtió en el IX Ejército alemán; el 28 del mismo
mes, la unidad se encontraba lista para avanzar, pese a la superioridad numéri-
ca de las fuerzas rusas que tenía enfrente. Hindenburg había albergado la es-
peranza de conseguir alejar a los rusos de Varsovia, ciudad que deseaba ocupar
para establecer en ella el cuartel de invierno del IX Ejército. A mediados de
octubre su avance se topó con unas fuerzas rusas más numerosas, y ordenó
prudentemente la retirada hacia el noroeste. Al marcharse, los alemanes de-
vastaron Polonia, quemando la tierra tras ellos tal y como habían hecho en
Francia después del contratiempo sufrido en el Marne.
El contraste evidente entre el comportamiento militar alemán, diestro in-
cluso en la retirada, y los caóticos movimientos iniciales de los austríacos, de-
sembocó el 1 de noviembre en la creación de un mando conjunto. Hindenburg
asumió el papel de com and ant e en jefe de las fuer zas ger man o-a ust ría cas en el
fren te orie ntal . La med ida llev ó a un ofic ial ruso a inf orm ar a un hom ólo go
británico que el Ejér cito aus tro hún gar o <ha dej ado de exis tir com o fuer za in-
dependiente» .!* La fusi ón de los dos ejér cito s hiri ó el orgu llo aus tro hún gar o,
pero mejoró el trab ajo y pre par aci ón de su Est ado May or de for ma inco n-

13. Brusilov, op. cit., págs. 93-94.


14. Citado en Halsey, op. cit., vol. 7, pág. 93.
72 La Gran Guerra

mensurable. Hindenburg en tr eg ó el ma nd o del IX Ejé rci to a Au gu st vo n


Mackensen, profesional co ns um ad o y fav ori to del kái ser , qu e hab ía ser vid o de
manera distinguida en Tannenberg y en los Lagos de Masuria.
Con esta nueva organizac ión , Hi nd en bu rg pla nif icó una últ ima ofe nsi va en
el este para 1914. El 11 de no vi em br e or de nó qu e el IX Ejé rci to rea liz ara un
ataque entre el I y el II Ejé rci tos rus os, en ese mo me nt o re ac on di ci on án do se
tra s las der rot as apl ast ant es suf rid as en ago sto y se pt ie mb re . Par a en to nc es los
rus os est aba n pl an ea nd o re an ud ar la ofe nsi va y ha bí an de ja do de sg ua rn ec id os
los flancos. El infortunado Pavel Rennenkampf vio en peligro una vez más a
su ejército, cuando los alemanes envolvieron al II Ejército al sur de donde él
se encontraba; de nuevo, sus unidades estaban situadas demasiado al norte
para servir de alguna ayuda significativa.
El 15 de noviembre los rusos se replegaron hacia el centro de suministros
de Lódz, situado a unos doscientos kilómetros al sudoeste de Varsovia. El mo-
verse a marchas forzadas y cierta rapidez de ideas permitieron a los rusos con-
gregar a siete cuerpos en torno a la ciudad antes de que los alemanes pudieran
llegar allí con un número considerable de efectivos. Ludendorff creyó por
error que los rusos se estaban retirando de manera precipitada hacia Varsovia
y ordenó a sus unidades que se metieran por detrás de ellos y les cortaran las
vías de retirada. Esta decisión dejó a las fuerzas alemanas diseminadas, agota-
das y lejos de las líneas de suministro. Por un momento dio la sensación de que
los rusos podrían obtener una gran victoria.
Pero la rapidez mental del comandante de un cuerpo de reserva alemán,
Reinhard von Scheffer-Boyadel, cambió la situación. Al darse cuenta de que
los rusos se estaban moviendo con la intención de rodearlo, y no de retirarse
hacia Varsovia, atacó allí donde la línea rusa estaba defendida únicamente por
dos unidades cansadas y mediocres. Su unidad combatió durante nueve días
en medio de una fuerte ventisca, evitando no sólo que los rodearan, sino ha-
ciendo prisioneros a 16.000 rusos y apoderándose de 64 piezas de artillería
mientras se abría paso hasta posiciones más seguras. El 1 y el 1 Ejército rusos
habían vuelto a sufrir unas derrotas monumentales, perdiendo entre los dos
100.000 hombres. Los rusos abandonaron Lódz el 18 de noviembre y se reti-
raron hacia Varsovia. Los alemanes vieron frustrado su esfuerzo de tomar Var-
sovia, pero alejaron lo suficiente de la frontera a los rusos para proteger su pa-
tria. Aunque en ese momento no lo sabía nadie, las fuerzas rusas no volverían
a acercarse tanto a Alemania. Las dos derrotas aplastantes significaron tam-
bién el fin de Rennenkampf. Procesado por ciertas incorrecciones relaciona-
das con algunos contratos de guerra, utilizó sus influencias para evitar la cár-
cel, y llegó incluso a ser gobernador de Petrogrado, aunque no volvió a tener
tropas a su mando nunca más. Tiempo después, los bolcheviques le ofrecieron
el mando de la Armada Roja; al no aceptarlo, lo ejecutaron por traidor.
Sueltos como fieras salvajes 73

Los acontecimientos de 1914 devastaron Polonia, cuyo sufrimiento se vio


incrementado por un invierno glacial y por los enfrentamientos permanentes
en diez de los once distritos del país. Los cálculos aproximados de la época es-
timaron en doscientas las ciudades destruidas, mientras que el número de pue-
blos que corrieron igual suerte se cifró en 9.000 poblaciones. Más de doscien-
tos mil polacos se quedaron sin hogar, y la pérdida de más de dos millones de
cabezas de ganado eliminó en la práctica la leche y la carne de la dieta de los
campesinos.!'* Las grandes distancias de Polonia determinaron que los siste-
mas de trincheras no fueran tan compactos como los de Francia, aunque la
mayor fluidez de las líneas acarreó un tremendo sufrimiento a la población ci-
vil. Al igual que en el oeste, 1914 acabó sin que los elaborados y cuidadosos
planes de los generales produjeran victoria alguna.

15. Estas cifras son de ibid, págs. 94-97.


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E .
Capítulo 3
El territorio de la muerte
El estancamiento del frente occidental

El resultado de los combates que se libran aquí [en Artois] es de-


mostrar que se puede obligar a los alemanes a retirarse a costa
de un esfuerzo tremendo, pero que la cosa es posible... En Gran
Bretaña la gente debe prepararse para una guerra larga, y me
temo que no hay que esperar ninguna victoria brillante ni repen-
tina; al final, ganarán los más perseverantes.

Carta del general británico sir Charles Grant a su suegro,


fechada el 15 de abril de 1915*

Al finalizar 1914 el problema al que se enfrentaban los ejércitos aliados era,


al mismo tiempo, sencillo en apariencia e inmensamente complicado. La sen-
cillez radicaba en la necesidad evidente de expulsar a los alemanes de todos
aquellos lugares de Francia y Bélgica que ocupaban. Británicos, franceses y
belgas coincidían en este objetivo bélico, lo que les unía al menos en este úni-
co nivel. La complicación provenía de los inmensos desafíos operacionales y
tácticos que planteaba el nuevo estilo de guerra. Al finalizar el año, una sólida
línea de defensas alemana se extendía desde el mar del Norte hasta el infran-
queable terreno de los Alpes. Ya no había flancos que rodear; en consecuencia,
las maniobras envolventes estratégicas, como aquella que los alemanes habían
realizado con tanta audacia en Tannenberg, eran virtualmente imposibles.
Para complicar aún más el problema, en 1914 y 1915 los aliados no pudieron
contar con ninguna superioridad en cuanto a número de efectivos ni tuvieron
acceso a ningún arma que los alemanes no tuvieran también.
Éstos habían decidido que su ofensiva principal para 1915 la acometerían
en el este y, por ende, dispusieron la fortificación de sus posiciones defensi-
vas en el oeste. Conectaron y mejoraron el irregular sistema de trincheras de
campaña que habían desarrollado durante la Carrera hacia el Mar y las prote-
gieron con densas marañas de alambradas de espino. Asimismo, reforzaron al-
gunas posiciones con hormigón y enterraron las líneas telegráficas y telefóni-

* El epígrafe está extraído de LHCMA 2/1/1-41. El suegro de Grant era lord Rosebery.
76 La Gran Guerra

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Aunque las trincheras empezaron como una obra irregular para proteger a los hombres
de los elementos y del fuego enemigo, no tardaron en hacerse sofisticadas, tal y como de-
muestra este diagrama de un sistema de trincheras ideal. (Imperial War Museum, propiedad
de la Corona, E. R. Heaton)

cas para protegerlas del fuego de artillería enemigo. El sistema de trincheras


típico adoptaba una disposición en zigzag, tanto para evitar los ataques con
fuego directo desde los flancos como para crear zonas de fuego entrelazadas
mediante las cuales se pudiera cubrir cualquier punto dado por más de una
ametralladora, rifle o pieza de artillería. De esta manera, el terreno entre dos
sistemas de trincheras, conocido como «tierra de nadie», podía ser observado
de manera permanente, y se podía batir cualquier punto por múltiples armas
al mismo tiempo. Las defensas de primera línea incluían a menudo hasta tres
líneas paralelas de trincheras diferentes, conectadas por trincheras de comuni-
caciones que discurrían, por lo general, en perpendicular al frente.
La guerra de trincheras no fue una innovación del frente occidental, ni la
mayoría de los europeos desconocían por completo de qué se trataba. Tanto
la guerra civil norteamericana, en sus últimas etapas, como la guerra ruso-
japonesa habían sido testigos de extensos sistemas estáticos de trincheras de
El territorio de la muerte 77

campaña. Este último conflicto en especial hizo presa en las mentes de los ofi-
ciales más clarividentes de la Gran Guerra, algunos de los cuales habían sido
observadores de su desarrollo. La mayoría de los mandos de alto rango, sin
embargo, creían que la guerra de trincheras era una aberración pasajera, y no
la condición normal del combate. Para los hombres, las trincheras a principios
de 1915 no eran todavía los lugares miserables, embarrados y llenos de ratas
y piojos que llegarían a convertirse, con el tiempo, en símbolo de la guerra.
En 1914 y a principios de 1915, las trincheras ofrecían una protección vital
contra las ametralladoras, la artillería y los elementos. Un soldado alemán
observaba en las primeras semanas de la guerra que la vida en las trincheras
era «más agradable que una larga marcha; uno se acostumbra a esa existen-
cia, siempre y cuando los cuerpos de los hombres y de los caballos no huelan
demasiado mal».! A comienzos de 1915 las trincheras no se asociaban aún a la
paralización indefinida. Incluso en la guerra ruso-japonesa, donde se imponía
a menudo la potencia de fuego defensiva, determinaron que la infantería to-
mara con frecuencia las trincheras y obras de campaña del enemigo, si bien es
cierto que con grandes pérdidas.
Por lo tanto, en los primeros días de la guerra de trincheras en el frente
occidental, muchos oficiales vieron éstas como un problema por superar, aun-
que, sin duda, no como una dificultad insalvable. Una vez se hubieran neutra-
lizado o evitado las trincheras del enemigo, esperaban volver de lleno a la gue-
rra de maniobra. Durante todo el conflicto, los planes operacionales exigieron
una y otra vez la concentración de la caballería para explotar cualquier brecha
que la artillería y la infantería abrieran en el sistema de trincheras del enemi-
go. Pero la realidad fue que en el frente occidental la caballería desempeñó
sólo un papel de persecución significativo en muy contadas ocasiones, aunque
la exigencia permanente de su preparación da fe de la perseverancia en la cre-
encia de que podían romperse los sistemas de trincheras.
Así pues, uno no debería criticar a los generales del frente occidental sin
valorar primero en toda su extensión los problemas a los que se enfrentaban.
Pocos generales aliados podían confiar en conservar sus puestos por mucho
tie mpo , si se emp eña ban en segu ir com o abo gad os inex orab les de la guer ra
defensiva. Los ciudad ano s y gob ern ant es de las naci ones alia das esp era ban de
sus mentes mili tare s, a la may orí a de las cual es segu ían ten ien do en gran esti -
ma, que enc ont rar an una solu ción a la para liza ción y libe rara n las regi ones
ocu pad as. La guer ra de trin cher as col ocó a aque llos hom bre s en un terr eno
intelectual que cada vez les era men os fami liar . Muc hos no con sig uie ron efec -

1. Fragmentos del diario de un sol dad o ale mán , CL X Reg imi ent o de Inf ant erí a, VII Cue rpo ,
encontrado en una trinchera cerca de Souain, SHAT 19N159, caja 1, exp. 6, anotación del 9 de
septiembre de 1914.
78 La Gran Guerra

tuar los cambios necesarios, y fueron numerosos los generales ineptos que
mantuvieron sus pue sto s dur ant e mu ch o más tie mpo del que deb erí an. Qu e
siguieran al ma nd o a pes ar de sus def ect os fue , a men udo , cue sti ón de que no
hub ier a nad ie con mej ore s sol uci one s evi den tes que ocu par a sus pue sto s.
En los últimos tiempos, los historiadores se han esforzado en demoler el
estereotipo tradicional del general insensible, a salvo detrás de las líneas, que
ign ora ba ale gre men te las cifr as de baja s que se le pre sen tab an. * Com o en cual -
quier conflicto bélico, la Primera Guerra Mundial tuvo su cuota de generales
eficaces y de generales ineptos. Aquellos que triunfaron tuvieron a menudo
que volver a aprender todo lo que creían que sabían sobre la guerra moder-
na. Los pocos cuyas experiencias formativas habían sido adquiridas en las
guerras de la unificación alemana (1864-1871) se encontraron tratando con
tecnologías, doctrinas y escalas operacionales completamente nuevas. En
cuanto a los que eran demasiado jóvenes para haber combatido en aquellas
guerras, muchos se habían hecho famosos en operaciones coloniales en Áfri-
ca O Asia, una preparación apenas adecuada para el frente occidental. Varios
habían alcanzado el rango de general sin haber oído siquiera un disparo en
combate.
El comandante francés Joseph Joffre era uno de aquellos generales cuyas
experiencias en Madagascar e Indochina habían configurado su punto de vis-
ta. Su plan de librar una guerra de estratagemas en 1914 había conducido a su
ejército al callejón sin salida en el que se encontraba al finalizar el año. Nada
proclive a quedarse sentado ociosamente mientras el enemigo ocupaba una
buena franja del territorio de su país, Joffre buscó un lugar en el frente en el
que una ofensiva tuviera todas las posibilidades de cambiar la situación a favor
de Francia. El mayor peligro para su patria, creía Joffre, residía en el saliente
gigante que, extendiéndose desde Arras a Craonne, sobresalía hacia Com-
piegne y llegaba, en su extremo más septentrional, a 10 km escasos de París. El
frente de este saliente se situaba entre las ciudades de Noyon, en el lado ale-
mán de la línea, y Soisson, en el lado aliado.

La ofensiva de Champaña y Neuve Chapelle

El 20 de diciembre de 1914 Joffre ordenó una serie de ataques contra el sa-


liente con la esperanza de lograr una penetración. Los ataques por el norte se
dirigieron contra Noyon, mientras que los del sur presionaron la línea entre

2. Véase especialmente Gary Sheffield, Forgotten Victory: The First Wold War, Myth and Reali-
ties, Londres, Headline, 2001, y Brian Bond, The Unquiet Western Front, Cambridge, Cambridge
University Press, 2002.
El territorio de la muerte 79

Un avión Spad II francés patrulla el frente occidental. Adviértase que el artillero apunta su
ametralladora por detrás del avión. En 1916 los alemanes presentaron una ametralladora
provista de un mecanismo que evitaba el disparo cuando la pala de la hélice estaba en la lí-
nea de mira. Tal dispositivo permitía a los pilotos disparar a través del círculo descrito por
la hélice, dando origen así al verdadero caza. (United States Air Force Academy McDermott
Library. Colecciones especiales)

Reims y Verdún. Estos ataques, que no pasaron de ser unos avances mal coor-
dinados contra unas posiciones fuertemente defendidas, recordaron más a las
frustraciones de la batalla de las Fronteras que a la fluidez de la del Marne. Su
fracaso demostró que los asaltos frontales no sólo ocasionaban unas bajas tre-
mendas a las desprotegidas unidades de infantería, sino también que no tenían
muchas posibilidades de abrir brecha alguna en las líneas enemigas.
El 8 de enero los alemanes aprendieron una lección parecida al intentar
lograr su propia ruptura en una ofensiva lanzada contra Soissons. Aunque
consiguieron hacerse con algunas pequeñas cabezas de puente al sur del río
Aisne y conservar Soissons hasta septiembre, no lograron penetrar más de lo
que lo habían logrado los franceses. Una vez más, el desventurado káiser ha-
bía sido invitado por su Estado Mayor para que se acercara al frente y fuera
testigo de la toma de un objetivo importante, esta vez la ciudad de Reims, en
Champaña. De nuevo, tuvo que asistir al fracaso de las tropas alemanes para
culminar su misión. Tanto en el ataque francés como el contraataque alemán
80 La Gran Guerra

la defensa había mantenid o la su pr em ac ía , su br ay an do la des ven taj a tác tic a en


que las armas modernas colocaban a los atacantes.
En la carta que un sol dad o fra ncé s esc rib ió a un ami go en feb rer o de 191 5,
se pone de rel iev e el imp act o que est aba ten ien do la gue rra sob re la nat ura le-
za y los combatientes:

Cuando llegamos aquí en el mes de noviembre, esta llanura era magnífi-


ca, sus campos rebosaban de remolacha hasta donde la vista alcanzaba, había
granjas prósperas diseminadas por doquier y abundaba el trigo. Ahora, es la
tierra de la muerte. Todos sus campos están reventados, pisoteados, las gran-
jas han sido quemadas y arruinadas y es otro el cultivo que crece: pequeños
montículos coronados por una cruz o tan sólo por una botella puesta del re-
vés, en la que alguien ha colocado los papeles del hombre que yace allí. La
muerte me ha rozado muchas veces con sus alas cuando me arrastro a toda
prisa por las trincheras o los senderos para evitar la metralla de las granadas o
las ráfagas de las ametralladoras.*

Quien escribió esto fue uno de los afortunados. Sobrevivió a la guerra.


La ofensiva de Champaña demostró sin ningún género de duda las dificul-
tades que planteaban los ataques. «La existencia del frente sigue impidiendo
realizar cualquier maniobra», concluía un estudio interno francés sobre la
campaña. «Sólo siguen siendo posibles los ataques frontales. Prepararlos y lle-
varlos a cabo requiere un trabajo rudimentario.» La potencia de fuego, sobre
todo de las ametralladoras, convertía casi cualquier avance en un suicidio.
«Mientras siga en acción una sola ametralladora [después de la fase de artille-
ría)», finalizaba el mismo estudio, «las bajas pueden ser considerables.»* Las
grandes cargas napoleónicas que los generales habían estudiado en clase, y que
emulaban en los simulacros de combate, sencillamente no funcionaban en la
era de las armas automáticas. De ahí en adelante, la guerra asistiría a los enér-
gicos esfuerzos por todos los lados, en especial por el de los aliados, para neu-
tralizar o eludir aquella potencia de fuego.
Mientras este proceso de cambio doctrinal daba comienzo, otros reforma-
ban los ejércitos, que se convirtieron en instrumentos de experimentación de
los generales. En agosto de 1914 el secretario de Estado de la Guerra británi-
co, Horatio Kitchener, había hecho un llamamiento en petición de volunta-
rios para los Nuevos Ejércitos, los hombres que sustituirían a los soldados
profesionales de la BEF. Kitchener y el gobierno británico confiaban en alis-

3. Jean-Pierre Guéno e Yves Laplume (comps.), Paroles de Poilus: Lettres et Carnets du Pront,
1914-1918, París, Librio y Radio France, 1998, pág. 90.
4. Grand Quartier Général [Cuartel General] Army of the East, «The war of February to
August, 1915», SHAT Fondos BUAT 6N9, págs. 2 y 10.
El territorio de la muerte 81

tar a 100.000 hombres, pero, en su lugar, y en menos de cinco meses, en


Gran Bretaña se incorporaron a filas 1.186.000 hombres. Al finalizar 1915,
2.466.719 británicos se habían alistado en el servicio militar como voluntarios,
a los cuales se unieron 458.000 más procedentes de Canadá y 332.000 austra-
lianos.* Dado que Gran Bretaña no tenía un servicio militar generalizado an-
tes de la guerra, pocos de aquellos hombres conocían siquiera los detalles más
elementales de la vida militar; muchos no sabían ni disparar un rifle.
Lo que a estos hombres les faltaba de experiencia, les sobraba de fría deter-
minación. El periodista Philip Gibbs describió la actitud de aquellos soldados
como de menos militar que resignada. Pocos de los hombres a los que entre-
vistó Gibbs afirmaron comprender la concatenación de acontecimientos diplo-
máticos que había conducido a Gran Bretaña a la guerra, y algunos mostraron
casi tanta desconfianza hacia Francia como hacia los alemanes. Sin embargo, a
un profundo nivel personal comprendían que su país estaba en peligro y que
los había llamado a filas. La idea de que el Imperio británico estaba en peligro
fue, advirtió Gibbs, el «verdadero llamamiento» que llevó a aquellos hombres
a alistarse. Gibbs resumía la actitud de éstos con la frase: «Detesto la idea,
pero hay que hacerlo».*
Aun cuando no combatieron mucho hasta el otoño, la mera creación de los
Nuevos Ejércitos cambió de manera radical el sistema militar británico. Las
guerras de Gran Bretaña habían sido, por tradición, responsabilidad de los pro-
fesionales voluntarios, que siempre se habían mantenido distanciados de la
sociedad británica. En ese momento, el ejército era una fuerza enorme de ciu-
dadanos con íntimas conexiones con la sociedad en general. Como tal, la
ciudadanía exigía cambios en la naturaleza de las operaciones del ejército. En
1914 Kitchener había conseguido mantener alejados del ejército a los perio-
distas, pero casi no había un británico que no tuviera un amigo o un parien-
te en los Nuevos Ejércitos, y querían estar informados de las actividades de
aquellos a los que amaban. En consecuencia, en marzo de 1915 el Ejército bri-
tánico acreditó a regañadientes a sus primeros cinco corresponsales de guerra.
Aunque Gibbs señaló que en la consideración del cuartel general británico los
periodistas «apenas estaban por encima de los espías», los generales no tuvie-
ron más remedio que aceptar este vínculo entre el ejército y la sociedad que lo
sustentaba.”
Mientras los Nue vos Ejé rci tos se ent ren aba n y pre par aba n, los pro fes io-
nales lo intentaron una vez más . Los bri tán ico s cub rie ron las baj as suf rid as
por la BEF en 1914 tra sla dan do sol dad os des de la Ind ia, lo que pro por cio nó

5. Sheffield, op.cit., pág. 43.


6. Philip Gibb s, Now lt Can Be Told, Nuev a York , Harp er, 1920, pág. 69.
7. Ibid., pág. 13.
82 La Gran Guerra

por un tiempo los refuerzos necesa ri os mi en tr as los nu ev os re cl ut as te rm in a-


ban su entrenamiento. Con estos re fu er zo s, el I Ej ér ci to de Do ug la s Ha ig ela -
boró un plan me ti cu lo so pa ra ap od er ar se de los al re de do re s de la ci ud ad de
Neuve Ch ap el le . El Es ta do Ma yo r de Ha ig le va nt ó un a de ta ll ad a ca rt og ra fí a
de la zona pa ra qu e fu er a es tu di ad a po r los ofi cia les y la co mp le me nt ar on co n
precisas fotografía s aé re as de la to po gr af ía y de las de fe ns as al em an as . Lo s pr e-
parativo s br it án ic os im pr es io na ro n ta nt o a Jo ff re , qu e ést e or de nó qu e el pl an
se trasladara y distribuyera entre los integrantes de su propio Estado Mayor
co mo mo de lo pa ra se gu ir . De he ch o, la ca li da d de los pr ep ar at iv os br it án ic os
debería arrumbar el repetido estereotipo de que los oficiales de la Primera
Guerra Mundial eran de una incompetencia manifiesta.
El plan de Haig preveía realizar una penetración no por la fuerza bruta,
como había hecho Joffre en Champaña, sino mediante toda la astucia que per-
mitían las operaciones militares en 1915. Haig planeaba hacer de la virtud ne-
cesidad, limitando su descarga de artillería previa al ataque a sólo treinta y cin-
co minutos. Un bombardeo breve daría a los alemanes un tiempo limitado
para reforzar el sector; en cualquier caso, la escasez de munición de artillería
de alta potencia impedía que la descarga fuera mucho más larga. A fin de ocul-
tar sus verdaderas intenciones, Haig proyectó varios ataques de diversión al
norte y al sur de Neuve Chapelle. Por su parte, la aviación británica limpiaría
el cielo de pilotos enemigos, garantizando que los alemanes no pudieran ob-
servar los movimientos británicos. El ataque principal se iba a producir en un
estrecho frente de unos dos kilómetros y sería llevado a cabo por un gran con-
tingente de 45.000 hombres con caballería de reserva. Al ocultar la verdadera
intención de su plan, Haig confiaba en concentrar sus fuerzas en una parte pe-
queña del frente, algo que le permitiría conseguir una superioridad numérica
local en el punto de ataque. Una vez atravesaran Neuve Chapelle, sus hom-
bres se dirigirían hacia el sudoeste, cruzando por la pared meridional de una
elevación del terreno conocida como la colina de Aubert.
La fuerza de la operación de Neuve Chapelle residía en sus objetivos. Haig
no pretendía aplastar el frente del saliente con la intención de matar todos los
alemanes que pudiera, antes confiaba en que su penetración amenazara y aca-
bara cortando la línea ferroviaria que discurría de norte a sur al este de Neuve
Chapelle. Toda la posición alemana en ese sector dependía de los suministros
que llegaban por aquella línea ferroviaria. Al cortar las comunicaciones alema-
nas con los centros de abastecimiento de Lille y Douai, Haig esperaba obligar
a una retirada general de su enemigo sin sufrir grandes bajas.
El plan funcionó casi por completo, gracias, en buena medida, a que el
I Ejército británico seguía teniendo una dotación bastante nutrida de profe-
sionales, los cuales podían entender semejante serie de preparativos cuidado-
samente elaborados y, por tanto, complejos. Aunque limitada a sólo treinta y
El territorio de la muerte 83

Los globos de reconocimiento como éste podían controlar los movimientos de las unida-
des enemigas y al mismo tiempo corregir la precisión del fuego artillero. Pronto se con-
virtieron en objetivos de los cazas enemigos. (Vational Archives)

cinco minutos, la descarga de la artillería británica fue intensa. En esa algo más
de media hora, los británicos dispararon más proyectiles de artillería que los
que utilizaron en toda la guerra Bóer, en una demostración de hasta qué pun-
to la guerra moderna había llegado a depender de la industria. A las 7.30 de la
mañana del 10 de marzo de 1915, la infantería británica empezó a avanzar en
la confianza de que la artillería hubiera destruido las alambradas de espino que
los alemanes habían desplegado delante de ellos, e impedido los intentos de
éstos de reforzar el sector de Neuve Chapelle.
Al principio todas las señales indicaban que Haig y su Estado Mayor habían
elaborado una obra maestra. Tal y como Haig había esperado, sus preparativos
pillaron completamente por sorpresa a los defensores alemanes, obligándolos
a una retirada precipitada. La ciudad de Neuve Chapelle cayó en manos britá-
nicas en sólo treinta minutos, un logro notable para esta guerra desde cual-
quier punto de vista. En la parte oriental de la ciudad, las unidades alemanas,
cogidas por sorpresa y en inferioridad numérica, se retiraron más aprisa de lo
que los británicos podían perseguirlas.
Sin embargo, a pesar de este éxito madrugador, la batalla degeneró ense-
guida. El refinamiento del plan para Neuve Chapelle no tardó en volverse en
su contra. La relativa escasez de proyectiles de artillería había conducido a
Baig y a su Estado Mayor a centralizar su utilización en el cuartel general del
[ Ejérc ito, de mane ra que los coma ndan tes local es no podí an redir igir el fueg o
84 La Gran Guerra

hacia donde lo nec esi tab an. Po r otr o lad o, la car enc ia de rad ios de ca mp añ a
obligó a diseñar un pla n de ma si ad o ríg ido , qu e fij aba uno s obj eti vos par a cad a
jefe de uni dad , per o que no les dej aba ir má s all á sin las ins tru cci one s de los su-
periores del cuartel gen era l. En mu ch os lug are s las un id ad es bri tán ica s ava nza -
ron tan deprisa, que tuv ier on que esp era r a qu e ces ara n sus des car gas de art ill e-
ría preest abl eci das ant es de seg uir av an za nd o. En otr as zon as no en co nt ra ro n
ni ng un a opo sic ión , per o no pu di er on rec ibi r la aut ori zac ión de ava nza r con la
suficiente rapidez para explotar las oportunidades que se abrían ante ellos.
La demora británica dio tiempo a los alemanes a reaccionar, y a las 17.30
de la tarde, después de trasladar hombres, artillería y ametralladoras al sec-
tor de Neuve Chapelle, consiguieron detener el avance británico a mitad de
camino entre Neuve Chapelle y la colina de Aubert. En ese momento, las
fuerzas británicas quedaron expuestas en un área sin trincheras, lo que las dejó
sin posibilidad de defensa contra los contraataques alemanes del 11 y el 12 de
marzo. Tales ataques obligaron a los británicos a retirarse hasta casi la línea
inicial de partida. A cambio de 13.000 bajas (de las cuales, aproximadamente
4.000 fueron hindúes), los británicos habían estado a punto de conseguir sus
objetivos, pero, en lugar de ello, todas sus ganancias se redujeron a una franja
insignificante de terreno de apenas 1 km de fondo y 3 km de largo. Las bajas
de los alemanes, alrededor de 15.000, fueron ligeramente más elevadas.
Para los británicos, Neuve Chapelle fue, por igual, una «victoria gloriosa»
y un «fiasco sangriento».* La ofensiva había demostrado lo que se podía lo-
grar con unos preparativos cuidadosos, aunque también la rapidez con que un
éxito podía degenerar en fracaso. Neuve Chapelle ayudó a acabar con la ilu-
sión de que la guerra podría concluir tras una gran batalla como Sadowa,
Sedán o Waterloo; la guerra, empezaron a creer muchos, no acabaría pronto.
Después de la batalla, uno de los generales del Estado Mayor de Haig conclu-
yó que «me temo que Gran Bretaña tendrá que acostumbrarse a pérdidas mu-
cho mayores que las de Neuve Chapelle, antes de que consigamos aplastar al
Ejército alemán».? Por sutil que fuera el plan de Neuve Chapelle, no se había
traducido en la victoria que había buscado Haig.
No obstante, éste y su Estado Mayor llegaron a la conclusión, no sin justi-
ficación, de que su plan no había fracasado. «Valoramos la operación como un
éxito», recordaba uno de sus artífices, «y estábamos convencidos de que ha-
bríamos logrado nuestro objetivo de no haber sido por la mala suerte y unos

8. Francis Halsey, The Literary Digest History ofthe World War, vol. 2, Nueva York, Funk and
Wagnalls, 1919, pág. 283.
9. El general John Charteris citado en Martin Gilbert, The First World War: A Complete His-
tory, Nueva York, Henry Holt, 1994, pág. 133 (trad. cast.: La Primera Guerra Mundial, Madrid, La
Esfera de los Libros, 2004).
El territorio de la muerte 85

o
Bruselas Lieja e
So. M
o Douat z

e
ES
y
Cambrai +...
ALEMANIA
> on
Amiens Ed LUXEMBURGO

Oise ,
ó Soissons
Chantilly O Metz
Epernay e Verdún e
St. Mihiel
París O CHAMPAÑA
Estrasburgo
o

ERRANCIA

El frente occidental, 1915.

pocos errores.»!% La culpa de no haber conseguido más en Neuve Chapelle,


adujeron muchos oficiales del Estado Mayor, se había debido al suministro
inadecuado de proyectiles de artillería. Semejante análisis ignoraba la centra-
lización de su artillería por parte de Haig una vez iniciada la fase de infantería,
pero hacía hincapié en un problema de abastecimiento. En sólo tres días, los
británicos habían disparado a lo largo de un frente estrecho una sexta parte
de sus reservas totales de munición artillera. A principios de mayo, la industria
británica había suministrado únicamente dos millones de proyectiles de los
seis millones prometidos para reemplazar a los utilizados en los primeros me-
ses de la guerra. Sir John French manifestó a Charles Repington, el influyen-
te corresponsal de guerra del londinense Times, su frustración hacia los políti-
cos británicos, a quienes culpaba de la escasez y baja calidad de los proyectiles
que había recibido la BEF. Repington publicó las acusaciones, acuñando la ex-
presión «crisis de proyectiles», la cual contribuyó a generar una crisis de con-
fianza en el gobierno británico.

10. General sir Henry de Beauvoir de Lisle, «My Narrative of the Great German War»,
1919, LHCMA, Colección de Lisle, Parte 1, pág. 59.
86 La Gran Guerra

El estanc am ie nt o y el co mi en zo de la gu er ra qu ím ic a

Más al norte, en Flandes, los br it án ic os es ta ba n co nv en ci do s de qu e te ní an


la situación bien domina da . Lo ac on te ci do en 19 15 ha st a ese mo me nt o pa re -
cía demostrar que los al em an es se gu ir ía n a la de fe ns iv a en to do el fr en te oc -
cidental. Los brit án ic os ap ro ve ch ar on est a ap ar en te in ac ti vi da d pa ra me jo -
rar su posi ci ón y, a tal fin , tr ip li ca ro n el nú me ro de so ld ad os qu e te ní an en el
ár ea de Yp re s y to ma ro n el ce rc an o Ce rr o 60 (l la ma do así po rq ue se el ev ab a
hasta sesenta metr os de alt ura ), un a de las es ca sa s el ev ac io ne s de l te rr en o de
Flandes.
Estos preparativos fortalecieron el saliente de Ypres, aunque Horace
Smith-Dorrien siguió considerando una imprudencia basar allí las defensas
británicas. El saliente se proyectaba hacia el interior de las líneas alemanes
formando una <C» invertida especialmente bien definida, lo que, en conse-
cuencia, la exponía a los ataques desde el norte, el este y el sur. Smith-Dorrien
propuso retirarse hasta detrás del canal de Ypres, que discurría por la retaguar-
dia del II Ejército británico, y enderezar así la línea para dar a los alemanes
menos opciones de ataque. Sir John, que seguía enfadado con Smith-Dorrien
por su desobediencia en Le Cateau el verano anterior, se negó a considerar
la idea.
En la creencia de que los alemanes seguirían a la defensiva en Flandes,
Foch invirtió buena parte de marzo y principios de abril en planificar un
ataque contra la cresta de Vimy, una cadena de colinas situada en el norte de
Arras, desde la que los alemanes podían observar todos los movimientos de los
aliados en la zona. Las fuerzas alemanas habían utilizado también esas monta-
ñas para bombardear Arras, lo que se saldó con la práctica destrucción de las
dos magníficas plazas de la población. Si los aliados eran capaces de aliviar la
presión sobre la ciudad, podrían utilizarla como una base fiable de comunica-
ciones y abastecimiento para las operaciones contra el este. Foch llegó a obse-
sionarse con tomar la cresta de Vimy y la cercana cadena montañosa de Notre
Dame de Lorette; esta pretensión hizo que ignorara las amenazas existentes
en otros sectores.
La concentración de los aliados en Arras se reveló costosa. Pronto empe-
zaron a recibirse pruebas de que quizá los alemanes no fueran a quedarse de
brazos cruzados en Flandes. Durante una incursión a pequeña escala a las trin-
cheras alemanas, los soldados franceses habían capturado a un soldado enemi-
go que llevaba una máscara antigás rudimentaria. Otros prisioneros habían in-
formado a los interrogadores franceses que las máscaras estaban pensadas para
proteger a las fuerzas alemanas de los gases venenosos que éstas habían estado
concentrando en la zona de Ypres. En un asalto a las trincheras realizado por
los británicos se descubrieron incluso unos cilindros que los alemanes planea-
El territorio de la muerte 87

ban utilizar para lanzar el gas. Pese a todo, los cuarteles generales británico y
francés emitieron sólo vagas advertencias de la posibilidad de que se utilizaran
armas químicas en el sector de Ypres.
Es probable que los mandos aliados interpretaran la información conside-
rando que lo del gas era una añagaza. Las armas químicas contravenían las le-
yes internacionales sobre la guerra, y aunque todas las grandes potencias tenían
algunos arsenales químicos, los británicos y los franceses no habían planeado
utilizarlas y es probable que dieran por sentado que los alemanes no utilizarían
las suyas por humanidad. Desde un punto de vista operacional, el único siste-
ma de liberar el gas implicaba soltarlo de los cilindros dentro de sus propias
líneas y confiar en un viento favorable que lo transportara. Los alemanes te-
nían la desventaja de estar en el este, lo que les situaba de cara a los vientos,
generalmente predominantes, del oeste.!! Por la razón que fuera, los aliados
se equivocaron de manera estrepitosa al juzgar las intenciones de los alemanes
respecto a las nuevas armas. Su error les costó miles de bajas y a punto estuvo
de costarles también todo el sector de Ypres.
El comandante alemán Erich von Falkenhayn tenía tres objetivos en su
ofensiva. En primer lugar, esperaba reducir la penetración del saliente de
Ypres en sus líneas, que representaba un obstáculo para sus vías de comunica-
ción. Además, pretendía alejar la atención del traslado al este de cuatro de sus
cuerpos para unirse a la gran ofensiva oriental alemana en Gorlice-Tarnów.
Y, por último, quería infligir un gran número de bajas al Ejército británico que
defendía Ypres. Falkenhayn, al igual que muchos miembros de la élite alema-
na, consideraba a los británicos como el enemigo más implacable de Alemania
en la lid imperialista y del comercio internacional. En palabras del canciller
Bernhard von Búlow, Falkenhayn acusaba a los británicos de negarle a Alema-
nia una posición destacada en el mundo.
Al igual que el plan de Haig para Neuve Chapelle, los preparativos de Fal-
kenhayn para lo que acabaría conociéndose como la segunda batalla de Ypres
pusieron de relieve cierta destreza, pero también tuvieron algunos defectos.
Falkenhayn decidió alcanzar el decisivo elemento sorpresa no acumulando
grandes reservas en el sector de Ypres. En consecuencia, los aviones de reco-
nocimiento británicos y franceses que sobrevolaban las líneas enemigas no
advirtieron ninguna actividad inusitada. El general alemán esperaba utilizar
el gas de manera coordi nada con un intenso bombar deo de artiller ía, a fin de
abrir brechas en las líneas enemig as. Cuanta mayor conmoc ión y pánico pro-
vocara la noveda d de la guerra químic a, más posibil idades tendría n los alema-
nes de desgua rnecer y explota r la posició n del enemig o.

11. Por lo general, la sit uac ión de los ale man es en el lev ant e se rev eló com o una gra n ven taj a:
los ataques aliados al ama nec er ava nza ban en lín ea rect a hac ia el res pla ndo r de la sali da del sol.
88 La Gran Guerra

El ataque se inició con una des car ga co nv en ci on al de fu eg o art ill ero el 22 de


abr il de 191 5. Má s tar de ese mi sm o día , cu an do los vie nto s em pe za ro n a so-
plar del est e, los sol dad os al em an es abr ier on 5.0 00 bot es de gas clo ro. La nu be
verde prov oc ó que una un id ad ter rit ori al afr ica na fra nce sa se dej ara lle var po r
el pá ni co y abr ier a una bre cha de má s de 6 km en la s lín eas ali ada s al nor te de
Ypres. Los alemanes avanzaron con prudencia, ya que no querían meterse en
la nu be de gas y po rq ue te mí an qu e un ca mb io en la dir ecc ión del vie nto hic ie-
ra re tr oc ed er el gas sob re ell os. Au n así , al ca bo de vei nti cua tro hor as ha bí an
tomado el tercio septentrional del saliente y se establecían sólo a unos 5 km de
la propia Ypres.
El plan de Falkenhayn, al igual que el de Haig, albergaba la simiente de su
propio fracaso. La decisión alemana de no acumular reservas en el sector de
Ypres había conseguido la sorpresa buscada; la falta de ellas, sin embargo, li-
mitó la fuerza de Falkenhayn para aprovecharse de la brecha provocada por el
gas. Los soldados británicos aprendieron enseguida a improvisar máscaras
antigás provisionales, empapando trozos de tela en cualquier líquido que tu-
vieran a mano. La I División canadiense, que contaba entre sus generales de
brigada con el vendedor de pisos fracasado Arthur Currie, se desplegó por el
norte de Ypres y retrasó el avance alemán. Currie fue nombrado jefe del Cuer-
po canadienses en junio de 1917 y logró conducirlo a victorias espectaculares.
Bajo su mando, el Cuerpo de canadienses se convirtió, a juicio de Dennis Sho-
walter, en «la gran unidad de combate más perfecta de la historia moderna, en
relación a sus circunstancias».!?
Foch y sir John ordenaron contraataques que se saldaron con un gran nú-
mero de bajas, si bien consiguieron disminuir el ímpetu de los ataques alema-
nes. Nuevos ataques en mayo permitieron a los alemanes apoderarse del ter-
cio oriental del saliente, aunque la ciudad permaneció en manos aliadas. La
segunda batalla de Ypres fue una victoria para los aliados sólo en la medida
en que lograron mantener su posición, pero había sido un combate cruento
(aproximadamente 15.000 bajas por cada bando), y el lamentable fracaso de
los aliados en prepararse para la nube de gas requería una cabeza de turco.
Como era lógico, sir John ofreció la de Smith-Dorrien, al que se le informó de
su destitución por telegrama.
Para ocupar su puesto, sir John, cuyos propios días estaban contados, as-
cendió a Herbert Plumer. A pesar de su corpulencia y un aspecto a todas luces
nada militar, Plumer tenía una mente astuta y era un estratega. Desde enton-
ces, casi todos los observadores del Ejército británico se han deshecho en elo-

12. Dennis Showalter, «Mastering the Western Front: German, British and French Approa-
ches», comunicación presentada en la II Conferencia Europea sobre los estudios de la Primera
Guerra Mundial, Universidad de Oxford, Inglaterra, 23 de junio de 2003.
El territorio de la muerte 89

Los ataques con gas, como éste observado desde el aire, dependían de que las condiciones
climatológicas fueran favorables. La imprevisibilidad de los vientos limitaba la utilidad y le-
talidad del gas, pese a lo cual siguió provocando tremendos sufrimientos. (National Archives)

gios hacia él y Tim Harrington, su talentoso jefe del Estado Mayor. Incluso
Philip Gibbs, que se pasó gran parte de la guerra como periodista observando
y criticando el funcionamiento interno del generalato británico, consideraba
que formaban un equipo magnífico. El ascenso de Plumer compensó en parte
la injusticia cometida con Smith-Dorrien.
Ni Plumer ni la mayoría de los oficiales británicos percibieron la trágica
ironía implícita en el casi éxito de Neuve Chapelle: la de que la acción había
sido lo bastante satisfactoria para conducir a más ataques frontales contra
posiciones enemigas preparadas. Esta lección planteaba el menor de los retos
para el pensamiento militar tradicional y, por lo tanto, se convirtió en la inter-
pretación habitual entre los generales aliados de mayor rango. Los más agre-
sivos entre ellos querían repetir el plan operacional de Neuve Chapelle, con
algunas modificaciones en cuanto a la envergadura de la preparación artillera,
en otro punto de la línea. Terminada la segunda batalla de Ypres, Foch volvió
a centrar su punto de mira sobre la cresta de Vimy.
Como en Neuve Chapelle, los Estados Mayores aliados pretendían inte-
rrumpir las líneas laterales de abastecimiento alemanas que discurrían parale-
90 La Gran Guerra

las al frente occ ide nta l. Sin esa s lín eas de sum ini str os, con fia ban los ali ado s, tal
vez los alemanes se vie ran obl iga dos a ret ira rse a cam po abi ert o, don de la ca-
ballería podía perseg uir los . En est a oca sió n, bri tán ico s y fra nce ses pla nif ica -
ron coordi nar dos ofe nsi vas más o men os sim ult áne as y apr oxi mad ame nte en
la misma área general, con la intención de impedir la capacidad de los alema-
nes par a con cen tra r los ref uer zos . Mie ntr as Foc h y los fra nce ses ata cab an las
colinas de Vimy, los británicos atacarían de nuevo en las cercanías de Neuve
Chapelle, esta vez frente a la ciudad de Festubert.
Los británicos introdujeron otra modificación en su doctrina. Después de
haber comprobado la dificultad que entrañaban las acciones ofensivas, desa-
rrollaron el concepto de los ataques de «morder y resistir». La idea implicaba
apoderarse de un trozo de terreno de fácil defensa e incitar entonces al enemi-
go al contraataque; si éste mordía el anzuelo, tan ingeniosa táctica le traspasa-
ba la carga del ataque. Aunque fueron muchos los oficiales que trabajaron en
la idea, es al general Henry Rawlinson a quien hay que reconocerle su pater-
nidad. Rawlinson, otro de los generales a los que despreciaba sir John, había
mandado uno de los cuerpos que intervinieron en Neuve Chapelle. De esta
manera, Festubert supuso una oportunidad para que los británicos empezaran
a cambiar su doctrina militar.
En Festubert, Rawlinson comandó un cuerpo bajo el mando global de
Haig. Aunque los dos hombres mantenían desacuerdos, ambos compartían
hasta ese momento el mismo desdén por las dotes de mando de sir John, lo
que les había acercado profesionalmente. “Tras concluir que el revés de Neuve
Chapelle había sido consecuencia de la deficiente artillería, Haig y Rawlinson
no estaban dispuestos a cometer dos veces el mismo error. Sin embargo, si-
guleron enfrentados al mismo problema de la escasez de proyectiles, sobre
todo de los de alto explosivo, necesarios para dañar las trincheras y alambra-
das alemanas. En su lugar, los británicos disponían de una cantidad despro-
porcionada de granadas de metralla, efectivas para matar a los hombres a la
intemperie, pero inútiles para hacerlo en las trincheras y en los refugios sub-
terráneos. Para el ataque de Festubert, los británicos contaron nada más que
con 71 cañones de más de 120 mm de calibre; y el 92 % de los proyectiles
que dispararon fueron granadas de metralla.!* La escasez de munición limitó
la preparación artillera del ataque a sólo cuarenta minutos, apenas una mejo-
ría respecto al que habían utilizado en Neuve Chapelle.
El 9 de mayo de 1915 asistió al avance de los ejércitos francés y británi-
co contra sus respectivos objetivos. (Casualmente fue también el día en que

13. C.R. M. E Truttwell, 4 History ofthe Great War, 1914-1918, Oxford, Clarendon Press,
1934, pág. 158. Otras fuentes sitúan el porcentaje de proyectiles con metralla en el 75 %, pero la
idea general de la excesiva dependencia de los británicos en la metralla sigue siendo cierta.
El territorio de la muerte 91

los primeros hombres de los Nuevos Ejércitos embarcaron hacia Francia.)


Los británicos no tardaron demasiado en descubrir que sus escasas reservas de
proyectiles eran nada más que una parte del problema. Muchas de las piezas
de artillería habían disparado más proyectiles en los primeros meses de la gue-
rra que lo que estaban diseñadas para disparar a lo largo de su vida útil; en
consecuencia, los tubos de muchas de ellas estaban combados y disparaban los
proyectiles sin ninguna precisión. A esto vino a sumarse que mucha munición
no estalló porque era defectuosa. Un informe de la época aseguró que los sol-
dados habían visto muchos proyectiles llenos de serrín, y no de explosivos,
aunque es posible que esta historia fuera sólo un rumor de campo de batalla,
alentado para desviar las culpas por las derrotas de 1915 hacia los saboteado-
res o los que especulaban con la guerra.
Como consecuencia de la mala calidad del apoyo artillero, el avance de la
infantería fue incapaz de repetir el éxito inicial de Neuve Chapelle. Además,
los alemanes, que habían aprendido de su experiencia, se habían atrincherado
a más profundidad para protegerse de la artillería enemiga. Los británicos y
los soldados hindúes avanzaron en una formación tan apretada, que los man-
dos alemanes dieron la orden de «disparar hasta que los cañones [de las ame-
tralladoras] revienten». Durante la batalla, Rawlinson preguntó al jefe de una
brigada la razón de que sus hombres no avanzaran. El general contestó: «Por-
que yacen fuera de combate en tierra de nadie, señor, y la mayoría no volverá
a levantarse». Los informes del reconocimiento aéreo, que informaron de que
los alemanes estaban reforzando el sector, indujeron a Haig a suspender la ba-
talla. El Ejército británico sufrió casi 12.000 bajas en un día. Y los beneficios
que compensaran aquel sacrificio eran nulos.'*
Más al sur, cerca de Arras, a los franceses les había ido aún peor, a pesar de
disponer de unas reservas más abundantes de munición artillera. Tras renun-
ciar al elemento sorpresa, Foch ordenó un bombardeo artillero de seis días,
durante los cuales los artilleros franceses dispararon más de 300.000 proyec-
tiles contra las posiciones alemanas. Foch predijo con seguridad que la arti-
llería cortaría las alambradas alemanas, permitiendo así que la infantería
rom pie ra las líne as ene mig as. Tam bié n le dijo a Joff re que el éxit o de su ope-
ración de la cresta de Vim y acab aría con la guer ra en el fren te occi dent al en
tres meses.
Los franceses hicieron al gu no s ava nce s, to ma nd o te mp or al me nt e una de
las tres col ina s pri nci pal es de la ca de na de Vi my y co ns ig ui en do as ce nd er
por la ladera de otr a cer can a. El 15 de ma yo las fue rza s de Fo ch hab ían mo vi -
do la línea casi 5 km , per o el cos te hu ma no fue tr em en do . El fra cas o bri tán ico
en Festubert permitió a los al em an es tra sla dar ref uer zos has ta las col ina s de

14. El general de brigada Oxley, citado en Gilbert, op. cít., pág. 160.
92 La Gran Guerra

Al contrario que sus homólogos de la metrópoli, que lucían brillantes colores, los soldados
africanos del Ejército francés fueron a la guerra ataviados con uniformes caqui. Concebida
para la guerra de África, esta indumentaria demostró ser muy adecuada para el frente
occidental. (O Bettmann/Corbis)

Vimy, lo que fortaleció enormemente la línea. De todos modos, Foch creyó


que la línea alemana estaba a punto de romperse y ordenó otro ataque. El ge-
neral francés siguió con la ofensiva hasta junio, aunque cada vez con menos
ganas. En total, Francia sufrió unas espantosas 102.000 bajas, mientras que
las que infligió a su enemigo no llegaron ni a la mitad de esa cifra.
Con todas las partes escasas de munición y de reservas humanas, el vera-
no transcurrió en una tranquilidad relativa. Ambos bandos necesitaban rea-
provisionarse de munición y de repuestos ferroviarios, aunque también de
ideas. Aunque los planes para 1915 representaron avances significativos res-
pecto a los enfoques más que rudimentarios de 1914, no habían conseguido
los resultados prometidos. Los generales aliados, que hasta ese momento
habían conseguido librarse de que se los cuestionara en serio por la manera
de dirigir la guerra, empezaron a ser objeto de un examen cada vez más mi-
nucioso. Tanto sir John como Joffre y Foch perdieron el halo de competen-
cia que los había acompañado durante los primeros desastres. Por su parte, los
generales culpaban de todo a la insuficiente artillería. En otoño de 1915 la
producción diaria de proyectiles en Gran Bretaña era únicamente de 22.000
unidades; los alemanes estaban produciendo más de diez veces esa canti-
El territorio de la muerte 93

dad.'* La «crisis de los proyectiles» se convirtió con rapidez en el tema de


conversación más importante de los Estados Mayores de los cuarteles genera-
les aliados y de sus capitales.
Los problemas de los proyectiles y de la artillería afectaron también a
Francia. El puntal del Ejército francés había sido su pieza de artillería de cam-
paña de 75 mm, un arma ágil y precisa de tiro rápido, que se ajustaba a la per-
fección a la doctrina ofensiva francesa previa a la guerra. Sus proyectiles de
trayectoria rasante de 75 mm, sin embargo, no podían dañar las defensas pro-
fundas de las líneas alemanas. En enero de 1915 Francia tenía sólo diecisiete
cañones que disparasen proyectiles de más de 155 mm. Joffre y sus generales
echaron las culpas de sus primeros fracasos en 1915 a la falta de cañones de
gran calibre, aunque los políticos señalaron con acierto que el mismo Joffre
había apoyado la dependencia de Francia del cañón de 75 mm en los años
anteriores a la contienda. El reiterado argumento de Joffre de que la falta de
municiones le había impedido ganar la guerra con rapidez se tornó poco con-
vincente. El primer ministro francés, René Viviani, comentó al presidente
Raymond Poincaré que Joffre «quiere hacernos creer que el fracaso de su
ofensiva es culpa nuestra. Cuando empezó la ofensiva [de Champaña] conocía
a la perfección las municiones de las que disponíamos. Lo que quiere es cul-
par al gobierno de los errores que él mismo ha cometido».'*
El estado de tensión que se suscitó a raíz de la crisis de los proyectiles con-
tribuyó a la remodelación de los gobiernos de Francia y Gran Bretaña. El
9 de mayo los británicos formaron un gobierno de coalición, y un mes más
tarde se creó un Ministerio de Municiones. Al frente de éste se colocó al mi-
nistro de Economía, David Lloyd George, antiguo opositor a la guerra Bóer.
Como medida provisional, el dinámico Lloyd George aumentó de manera
espectacular los encargos de proyectiles a las fábricas de Estados Unidos, y
empezó a reorganizar la industria del país, para lo cual se apoyó en la mano
de obra femenina a fin de sustituir a los hombres que habían partido para el
frente.
Al iniciarse la guerra, prácticamente todos los órganos legislativos electos
dier on mue str as públ icas de soli dari dad para ayu dar a sus gob ier nos a actu ar
con más din ami smo . Las treg uas no sólo eli min aro n los deba tes part idis tas,
sino que reti raro n de hec ho a los par lam ent os de los pro ces os deci sori os du-
rant e los pri mer os años de la guer ra. La aut ori dad de los ejec utiv os emp ezó
también a disminuir, en bue na med ida a caus a de que eran poc os los res pon -

15. Albert Palazzo, See kin g Vic tor y on the Wes ter n Fro nt: The Brit ish Army and Che mic al War far e
in World War 1, Lincol n, Uni ver sit y of Neb ras ka Pre ss, 200 0, pág . 55. Los fra nce ses est aba n pro -
duciendo 100.000 por día.
16. Citado en Pierre Miquel, Les Poil us: La Fra nce Sacr ifié e, Parí s, Plo n, 200 0, pág s. 209 -21 0.
94 La Gran Guerra

La marcha al frente de los trabajadores fabriles, junto con la cada vez mayor necesidad de
municiones, provocó profundos cambios en la población activa durante la guerra. Todos
los bandos pasaron a confiar en la mano de obra femenina para la fabricación de muni-
ción, como muestra esta factoría británica. (National Archives)

sables políticos que entendieran el intrincado funcionamiento del ejército.


Ni el primer ministro británico, Herbert Asquith (primer ministro de 1908
a 1916), ni el presidente francés, Raymond Poincaré, llegaron a comprender a
fondo los cambios económicos, sociales y políticos que se estaban producien-
do a su alrededor. El primer ministro, René Viviani, apenas si desempeñó al-
gún papel en la toma de decisiones de alto nivel y acabó dimitiendo a favor del
ministro de Asuntos Exteriores, Aristide Briand, en octubre de 1915.
Los estados monárquicos sufrieron aun con mayor intensidad el creciente
vacío de autoridad. El káiser Guillermo Il creía que sabía mucho más sobre el
ejército de lo que en realidad alcanzaban sus conocimientos. La costumbre del
Estado Mayor General en los años anteriores a la guerra de amañar los simu-
lacros de combate, de manera que ganara siempre el bando del káiser, no ayu-
dó a que el monarca entendiera el ejército tal cual era, que en nada se parecía
a lo que él deseaba que fuera. Ya desde el proceso de movilización, los limita-
dos conocimientos del káiser condujeron a su creciente marginación. Una vez
que el propio Reichstag [cámara baja del Parlamento] dejó patente su propia
irrelevancia, el ejército tomó cartas en el asunto. En consecuencia, a medida
que la guerra se fue alargando, el ejército empezó, por fuerza, a asumir más y
más responsabilidades en la dirección política y económica de la guerra.
El territorio de la muerte 95

Las batallas de Artois y Loos

En los primeros días de otoño los aliados creyeron que estaban listos para
volver a atacar. Su plan requería llevar a cabo la mayor operación realizada
hasta el momento. El ataque principal se lanzaría contra el saliente de Noyon,
en Champaña, e intervendrían 35 divisiones de infantería francesas, que su-
maban un total de 500.000 hombres. A modo de maniobra de diversión, Foch
reanudaría sus ataques en las cercanías de la cresta de Vimy, mientras que los
británicos atacarían justo al norte, cerca de la trascendental ciudad minera de
Lens. Los aliados confiaban en que sus ataques contra este sector hicieran
creer a los alemanes que el área de la cresta de Vimy-Lens volvía a ser el obje-
tivo principal y, de esta manera, tal vez podrían dejar la región de Champaña
con una defensa menos sólida.
Haig y varios generales más de la Fuerza Expedicionaria Británica se opu-
sieron al plan, arguyendo que, si los ataques de esa naturaleza habían fracasa-
do en la misma región durante la primavera, sólo podían volver a fracasar, y
que esto redundaría en el fortalecimiento de las posiciones alemanas y en la
disminución de las reservas artilleras de los aliados. Muchas de sus baterías ar-
tilleras contaban sólo con la mitad de las asignaciones de proyectiles autoriza-
das, y los británicos seguían dependiendo en exceso de las granadas de metra-
lla. No obstante, Joffre insistió en que los británicos lanzaran su ofensiva para
apoyar la suya en Champaña y, de paso, aliviar un tanto a los rusos, que se en-
contraban entonces en una situación desesperada. No sería la última vez en la
guerra que un ejército lanzaba una ofensiva que no había escogido con el fin
de ayudar a un aliado en apuros.
Pese a sus reservas, sir John y sus generales decidieron que no les quedaba
más remedio que atacar. Lanzar la ofensiva con la artillería que disponían, sin
embargo, sería dejar a la infantería sin el adecuado apoyo de fuegos, lo que
condenaría a su ejército a una carnicería segura. Asimismo, la ofensiva vería la
primera aparición a gran escala en combate de los Nuevos Ejércitos. Los bri-
tánicos no esperaban demasiada sofisticación táctica de estos hombres, razón
de más para que un apoyo adecua do adquiri ese una trasce ndenci a mayor. A fin
de hacer lo imposi ble y de vengar se de la segund a batalla de Ypres, los británi -
cos recurr ieron a un gas asfixia nte; la sorpres a del gas, confiab an, propor cio-
naría a la infante ría la cobert ura que la deficie nte artiller ía no podía darle.
Las ofensi vas coo rdi nad as de los ali ado s emp eza ron el 25 de sep tie mbr e.
En la batalla de Loos, los británicos utilizaron por primera vez gas venenoso.
“Ll y com o hab ían hec ho los ale man es en Ypr es, la may or par te del gas que
lanzaron los bri tán ico s iba con ten ido en bot ell as de gas a pre sió n. All í don de
las condicion es fue ron fav ora ble s, el gas obl igó a los ale man es a aba ndo nar sus
posiciones; los cam bio s del vie nto y las dif icu lta des téc nic as, sin emb arg o,
96 La Gran Guerra

Este soldado, en una fotografía a todas luces preparada, posa con una máscara antigás
mientras pela patatas. En un letal juego del ratón y el gato, los ejércitos compitieron en el
desarrollo de mejores máscaras antigás, al tiempo que sacaban nuevos gases capaces de
penetrar las máscaras del enemigo. (National Archives)
El territorio de la muerte 97

condujeron a un considerable número de bajas propias. La consecuencia de


que los británicos hubieran utilizado el gas en lugar de los ataques artilleros a
gran escala, fue que los sistemas de alambradas y trincheras de los alemanes
apenas resultaron dañados. Los británicos sufrieron más de 60.000 bajas en
Loos, más del doble de las que infligieron.
Los británicos no volvieron a utilizar botellas de gas a presión. Los dos
bandos se dieron cuenta del efecto devastador que el gas venenoso producía
en aquellos que se exponían a él; además, los hombres que no morían por el
gas, se dejaban llevar a menudo por el pánico y salían huyendo. Así que ambos
lados empezaron a investigar en la guerra química, desarrollando lanzagases
capaces de enviar el gas a largas distancias que redujeran el riesgo de exponer
a las propias tropas a sus efectos. También empezaron un mortífero juego del
ratón y el gato, en una carrera por producir gases que fueran capaces de pe-
netrar las máscaras antigás existentes. Cuando un bando mejoraba sus másca-
ras antigás para hacer frente al desafío, el juego volvía a empezar.
La ofensiva de Joffre en Champaña no dependió tanto del gas embotella-
do a presión como la de Loos, pero también fracasó. El Ejército francés ha-
bía preparado el terreno con lo que, en ese momento, constituyó la mayor
concentración de fuego artillero de la historia. Al eximir del servicio militar a
los trabajadores fabriles, la industria francesa había aumentado la producción
de cañones pesados e incrementado la de proyectiles, pasando de las 3.000
unidades diarias de munición pesada en diciembre de 1914 a 52.000 unidades
diarias un año después. En consecuencia, Joffre dispuso de abundantes reser-
vas para las más de 900 piezas de artillería pesada y los 1.600 cañones de cam-
paña que batieron las líneas del frente alemán. En un alarde de confianza, Jof-
fre congregó a sus divisiones de caballería para aprovechar las brechas que
esperaba abriría la artillería. Los alemanes reaccionaron retrocediend o hasta
su segunda y tercera línea de trincheras, unos 10 km hacia su retaguardia. De
hecho, entregaron su primera línea, pero, al retirarse, convirtieron gran parte
del bombardeo francés en algo verdaderame nte inútil. Cuando las tropas fran-
cesas avanzaron, vieron un cartel en la abandonada primera línea de trinche-
ras alemanas que rezaba así (en francés): «"lerreno en venta, pero a un alto
precio».?”
Los france ses con sig uie ron abr ir bre cha s en alg uno s pun tos de las lín eas
alemanas, pero la abu nda nte llu via dif icu ltó que tan to la inf ant erí a com o la ar-
tillería se movieran con rap ide z. De est e mod o, las fue rza s fra nce sas tuv ier on
que avanzar sobre un ter ren o que su pro pio bom bar deo hab ía con tri bui do a
embarrar y a accidentar. En con clu sió n, las ofe nsi vas de sep tie mbr e, ent re
ellas el segundo int ent o fal lid o de Foc h en la cre sta de Vim y, hab ían res ult ado

17. Cruttwell, op. cit., pág. 167.


98 La Gran Guerra

un desastre. El número tot al de baj as asc end ió a 100 .00 0 fra nce ses , 60. 000 bri -
tánicos y 65.000 alemanes.
Las reperc usi one s de est as baj as fue ron de gra n cal ado , y la de may or ran -
go acabó sie ndo la de sir Joh n Fre nch . Un o de sus sub ord ina dos , Hai g, hab ía
est ado int rig and o des de hac ía tie mpo par a que des tit uye ran al que otr ora fue -
ra su amigo. Lady Haig tenía una estrecha amistad con la familia real, y el pro-
pio Hai g hab ía man ten ido , por inv ita ció n reg ia, una cor res pon den cia per so-
nal con el rey Jor ge V. En div ers as car tas dir igi das a ést e, al pri mer min ist ro
Asquith y a Kitchener, Haig se había quejado de la manera de French de diri-
gir la guerra. Por otro lado, las críticas públicas de sir John sobre la incapaci-
dad del gobierno para proporcionarle la cantidad y calidad adecuadas de pro-
yectiles no contribuyeron a afianzarle en su posición, y tampoco le ayudó el
que Joffre y el gobierno francés ya no confiaran en él. En consecuencia, el 17 de
diciembre el gobierno le quitó el mando de la Fuerza Expedicionaria Británi-
ca y lo nombró comandante en jefe de las fuerzas del Reino Unido. En mayo
de 1918, después de que estallara la guerra civil que asolaba la isla, recibió el
nada envidiable nombramiento de virrey de Irlanda.
Para sustituirlo, el gobierno nombró a Haig, la misma persona cuyas intri-
gas habían provocado en parte la destitución de sir John. Graduado con las
máximas calificaciones en Sandhurst [Real Academia Militar] e hijo de un rico
destilador escocés, Haig era un militar en el sentido más amplio de la palabra.
Figura controvertida entonces, sigue siéndolo todavía en la actualidad. Pocos
generales han inspirado alguna vez tanta lealtad de los que los rodeaban y tan-
ta repulsa de periodistas, políticos y muchos historiadores. Haig se cohibía
tanto en presencia de los políticos británicos, que Lloyd George llegó a pensar
que era un burro. Atento y creativo en ocasiones, Haig podía ser también frío,
distante y arrogante. Sus virtudes más destacadas en diciembre de 1915 fueron
su mayor capacidad (comparado con sir John) para trabajar con Joffre y su fe
absoluta en la eventualidad de una victoria británica.
Joffre sobrevivió a 1915, pero no sin ciertas dificultades. Pese a las enormes
bajas y a los mínimos beneficios del año, seguía gozando de la aceptación de
los hombres del Ejército francés. Por supuesto, y como sucedía en todos los
ejércitos, pocos eran los soldados que veían alguna vez a su comandante. Joffre
pasaba la mayor parte del tiempo en el suntuoso castillo de Chantilly, disfru-
tando de los manjares y de las artistas del cercano París. De todas maneras, sus
hombres seguían refiriéndose a él como «papá» y, en la medida en que pensa-
ran en él, en líneas generales creían que era un comandante todo lo bueno que
podían esperar.
El mayor problema de Joffre tenía que ver con sus malas relaciones con los
políticos franceses. El creía que la guerra era una competencia exclusiva de
los militares y reaccionaba con enojo ante la mera sugerencia de que el minis-
El territorio de la muerte 99

tro de la Guerra, el primer ministro, la Asamblea Legislativa o, incluso, el


presidente, tuvieran autoridad para cuestionar sus criterios. Durante el exi-
lio de cuatro meses del gobierno francés en Burdeos, Joffre había creado una
«Zona de los ejércitos» en el nordeste de Francia, que dirigía de forma dicta-
torial. Prohibió la entrada en la zona a muchos políticos influyentes y, en una
ocasión, amenazó al presidente Poincaré con encarcelarlo si se apartaba del
orden del día que Joffre y su Estado Mayor habían fijado para él. Y también
intentó destituir al general Maurice Sarrail, favorito de la mayor parte de los
políticos izquierdistas de Francia. En venganza, en octubre de 1915, el Parla-
mento obligó a dimitir a Alexandre Millerand, un firme partidario deJoffre,
como ministro de la Guerra, sustituyéndolo por el ancestral enemigo de éste,
Joseph Gallieni, el héroe del Marne. Las derrotas en el campo de batalla de
Joffre y sus intentos de situarse por encima del gobierno francés debilitaron su
posición, pero su popularidad entre los soldados y en el frente interior le libró
del destino de sir John durante otro año.
No obstante, los días de Joffre también estaban contados. Durante el in-
vierno de 1915 a 1916 se amontonaron las pruebas de que se estaba produ-
ciendo una importante concentración de fuerzas alemanas cerca de Verdún.
Joffre desechó la posibilidad de un ataque alemán allí y reaccionó con furia
ante las acusaciones de que no estaba prestando la suficiente atención a la
zona. Su especial susceptibilidad a estas acusaciones provenía del hecho de ha-
ber despojado de su artillería pesada al anillo de poderosas fortalezas de Ver-
dún, a fin de proporcionar una mayor potencia de fuego a su fracasada ofen-
siva de Champaña. Sin embargo, los detractores de Joffre tenían razón: los
alemanes estaban planeando una ofensiva en Verdún para 1916. Y ésta se con-
vertiría en la más larga, sangrienta e importante de la guerra.
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o
Capítulo 4
Enviados a la muerte
Gallípoli y los frentes orientales

¿Qué diablos hemos venido a hacer aquí?

Un soldado francés en Salónica, 1915*

Las frustraciones del frente oriental obligaron a los generales y a los políticos
a buscar otros lugares para forzar un desenlace. Los acontecimientos de 1915
habían convertido el frente de más de 700 km de Francia y Bélgica en una línea
de fortalezas subterráneas prácticamente inexpugnable. Incluso los planes más
cuidadosos, como los elaborados para Neuve Chapelle, no habían producido
más que éxitos efímeros. Sin embargo, la mayoría de los generales del frente
occidental seguían insistiendo en que la guerra se ganaría o perdería sólo en
Francia. Los políticos aliados, muchos de los cuales se sentían cada vez más
frustrados con lo que consideraban fracasos de sus oficiales de mayor gradua-
ción, no estaban de acuerdo y empezaron a mirar a otros lugares.
Como era lógico, la mayoría de los políticos y generales franceses insistie-
ron en que el frente occidental siguiera siendo el principal centro de atención
aliado. De todos modos, incluso muchos franceses llegaron a reconocer el va-
lor de buscar una acción decisiva en otro emplazamiento. Por su parte, cuanta
menor era la amenaza directa sobre los británicos, más impacientes se mostra-
ban éstos por experimentar. Su ejército se iba haciendo cada vez más fuerte, a
medida que los Nuevos Ejércitos se entrenaban y aprendían a combatir, mien-
tras que su activo militar más importante, la dominante Royal Navy, esperaba
más o menos inactivo. Aunque la marina británica tenía encomendado el blo-
queo a Alemania y la protección de las rutas de navegación, muchos de sus je-
fes de mayor rango se mostraban anhelantes por hacer mucho más.
En consecuencia, el gran plan británico para una operación en el este en
1915 provino del Almirantazgo, y no del ejército. El primer lord del Almiran-
tazgo, Winston Churchill, creía que la Royal Navy podía lograr un gran éxito

* El epígrafe está extraído de una cita en Dennis Showalter, «Salónika», en Robert Cowley
(comp.), The Great War: Perspectivas on the First World War, Nueva York, Random House, 2003,
pág. 235.
102 La Gran Guerra

contra el Imperio otoman o a un cos te lim ita do. El pla n, en el qu e ten ía de po -


sitadas grandes esp era nza s, con sis tía en hac er cru zar a tod a pri sa el es tr ec ho
de los Dard an el os a un es cu ad ró n de la Ma ri na y am en az ar Co ns ta nt in op la .
Churchill con fia ba en qu e la pre sen cia de la Ro ya l Na vy pu di er a dar pie a un
gra n nú me ro de tr an sf or ma ci on es : el im in an do las am en az as ot om an as con tra
el canal de Suez; abriendo una ruta directa de navegación en aguas calientes
hac ia Rus ia; inc ita ndo a Bul gar ia, Ru ma ní a y/ o Gr ec ia a uni rse a los ali ado s;
pr ov oc an do una rev uel ta ent re las mi no rí as gri ega , kur da, ar me ni a y ára be del
Imperio otomano y, presionando, en fin, a un gobierno turco que Churchill
consideraba lo bastante débil para rendirse.
Al igual que muchos dirigentes con puestos de responsabilidad aliados,
Churchill subestimaba en exceso la resolución del Imperio otomano. En ho-
nor a la verdad, desde la perspectiva de 1914, el Imperio otomano, conocido
como el «enfermo de Europa», parecía no poder competir con el Imperio bri-
tánico. Durante los últimos cincuenta años había experimentado un declive en
picado. Una derrota militar ante Rusia en 1878 le obligó a reconocer la inde-
pendencia de Montenegro, Serbia, Rumanía y Bulgaria; a su vez, Rusia se ha-
bía quedado también con las estratégicas regiones caucásicas de Ardahan,
Kars, Batum y Bayazidn. La debilidad del Estado otomano le había impedido
evitar la anexión de Bosnia por Austria-Hungría en 1908, la anexión italiana
de Libia y de las islas del Dodecaneso y la influencia cada vez mayor de Gran
Bretaña en Egipto y Persia, estos dos últimos todavía protectorados otomanos
sólo nominalmente.
Las derrotas militares de los otomanos condujeron a la ascensión de los
Jóvenes Turcos, un grupo de reformadores nacionalistas que aspiraban a res-
taurar la gloria perdida de “Turquía. Este grupo tomó el poder en 1908, pero
sus reformas no contuvieron la oleada de frustración de los turcos. En 1912 y
1913 el Imperio otomano luchó contra Bulgaria, Serbia, Grecia y Montene-
gro, unidas sin mucha rigidez en lo que se llamó la «Liga de los Balcanes».
Los turcos perdieron la primera Guerra de los Balcanes y tuvieron que ceder
todos sus territorios europeos, excepto la península de Gallípoli y el área que
rodeaba justo la capital, Constantinopla. Las luchas intestinas entre los miem-
bros de la Liga de los Balcanes condujeron a la segunda Guerra de los Balca-
nes en 1913, en la que las fuerzas turcas recuperaron la importante ciudad de
Adrianópolis.!
Las guerras de los Balcanes supusieron un altísimo coste para todas las par-
tes beligerantes, pero el que más sufrió fue el Imperio otomano. Se calcula que

L. The Balkan Wars, 1912-1913: Prelude to the First World War, de Richard Hall (Londres,
Routledge, 2000), es una introducción excelente a estas trascendentales guerras, a menudo poco
estudiadas.
Enviados a la muerte 103

éste perdió 100.000 hombres entre las dos guerras, muchos por enfermedad, y
el Ejército otomano perdió también enormes reservas de equipamiento militar.
En consecuencia, en 1914, los turcos apenas llegaban a las 280 piezas de arti-
llería pesada, 200 ametralladoras y 200.000 rifles. Los cuerpos de administra-
ción e intendencia otomanos estaban muy por debajo de los niveles occidenta-
les y sus líneas de comunicación internas eran tan primitivas, que el transporte
rápido de hombres y suministros a lo ancho del vasto imperio se convirtió en
algo casi imposible.? Además, el desguarnecido Imperio otomano tenía que
proteger varias zonas estratégicas, que incluían su frontera europea contra una
invasión búlgara o griega; la costa del mar Negro y las regiones del Cáucaso
contra los rusos; la península de Gallípoli, que protegía los accesos a Constan-
tinopla; y las regiones de Persia-Mesopotamia y de Arabia-Suez contra los bri-
tánicos.
Así las cosas, cabría perdonar a Churchill por creer que el Imperio otoma-
no no podría resistir un ataque decidido de los británicos. Sin embargo, a
pesar de sus deficiencias evidentes, aquél seguía teniendo una fuerza consi-
derable. Tras el final de la segunda Guerra de los Balcanes, los Jóvenes Turcos
iniciaron un agresivo plan de reformas, entre las que se contó la sustitución de
1.300 oficiales. Varios hombres de talento, entre los que destacaba por su im-
portancia Mustafá Kemal, ascendieron a puestos de alta responsabilidad. Y lo
más importante de todo fue que en ese momento el ejército tenía un núcleo de
hombres endurecidos por el combate, muchos de los cuales habían combatido
con eficacia en las guerras de los Balcanes cuando se les había dado la oportu-
nidad de hacerlo, sobre todo cuando luchaban cerca de su país.
Los otomanos respondieron a sus deficiencias militares acercándose cada
vez más a Alemania. Los dos países compartían la misma desconfianza hacia
los rusos y el deseo de incrementar su influencia en los Balcanes. En verano de
1914 una misión militar alemana de setenta oficiales, soldados rasos y técnicos
expertos llegaron a Turquía para ayudar a la modernización del Ejército oto-
mano. Los oficiales elaboraron para éste el plan de movilización de 1914, y
tres coroneles germanos asumieron el mando de sendas divisiones de infante-
ría otom anas . El gener al Otto Lima n von Sand ers estab a el mand o de la mi-
sión y no tardó en asum ir un papel decis ivo en el desar rollo de la estra tegia ,
operaciones y tácticas otomanas.
Las relaciones entre los otomanos y Alemania condujeron a la firma de un
tratado sec ret o el 2 de ago sto de 191 4, cua ndo las tro pas ale man as ent rar on
en Bélgica. El tra tad o (es cri to en el idi oma dip lom áti co eur ope o, el fra ncé s)
garantizaba que amb os fir man tes acu dir ían en ayu da rec ípr oca si Rus ia ata cab a

2. Edward Erickson, Ord ere d to Die : A His tor y of the Ott oma n Arm y in the Firs t Wor ld War ,
Westport, Connecticut, Greenwood Press, 2001, pág. 8.
104 La Gran Guerra

En los Balcanes, la Primera Guerra Mundial se convirtió a menudo en una prolongación


de los odios tradicionales de la región y de las situaciones que las guerras de los Balcanes
dejaron sin resolver. Estos búlgaros combatieron del lado de los Imperios centrales como
irregulares. (O Colección Hulton-Deutsch/Corbis)

a alguno de los dos. Turquía aceptaba también mantener la neutralidad en


la guerra entre Austria-Hungría y Serbia. Al mismo tiempo, se produjo un
aumento en la tensión con los británicos a consecuencia de la decisión de
Churchill de incautarse dos modernos acorazados que se estaban terminando
de construir en astilleros británicos por encargo de los otomanos. Éstos ha-
bían contado con ambos barcos para mejorar la posición de su marina con res-
pecto a la de los griegos y los rusos. A mayor abundamiento, los navíos se
habían financiado en parte por suscripción pública, lo que hizo que la decisión
de Churchill pareciera una bofetada en pleno rostro al pueblo otomano.
Por su parte, los alemanes sacaron un considerable provecho político de la
situación al enviar dos de sus propios acorazados a Constantinopla y ponerlos
bajo el mando otomano. Tras esquivar a los barcos de la Royal Navy encarga-
dos de seguirlos, el Goeben y el Breslau atravesaron el estrecho de Messina des-
pués de bombardear posiciones francesas en Argelia. Los dos barcos llegaron
a Turquía el 10 de agosto de 1914 e influyeron poderosamente en el deseo de
los Jóvenes Turcos de alejarse de la Entente y acercarse a Alemania. El paso
Enviados a la muerte 105

más directo hacia la guerra entre los aliados y el Imperio otomano se produjo
el 1 de octubre, cuando este último cerró los Dardanelos a la navegación in-
ternacional, una medida que cortaba la única conexión por aguas calientes
entre Rusia y sus aliados occidentales. El bombardeo naval otomano sobre po-
siciones rusas en el mar Negro incrementó la tensión. El 5 de noviembre el
Imperio otomano ya estaba en guerra con Gran Bretaña, Francia y Rusia.
El plan de Churchill de 1915 de cruzar a toda prisa el estrecho concitó la
mayor concentración de poderío naval que se hubiera producido jamás en el
mar Mediterráneo. La armada británica y francesa contaba con el flamante
acorazado de la clase Dreadnought, además de un crucero de combate, 16 aco-
razados anteriores a la clase Dreadnought, 20 destructores y 35 dragaminas.
Para la defensa del estrecho, el Ejército turco disponía de 11 fuertes, 72 piezas
de artillería, 10 campos de minas compuestos de 373 minas y una gruesa red
subacuática para detener a los submarinos. Los viejos fuertes exteriores apenas
suponían un desafío, si se comparaban con los fuertes del estrecho, un paso de
apenas un kilómetro y medio de ancho. Para complementar estos fuertes, los
alemanes enviaron unas baterías de obuses de 150 mm —cuyo fuego de gran
ángulo se reveló mortífero para los barcos y cuya movilidad dificultó a los bri-
tánicos su localización y destrucción—, además de 500 especialistas en defen-
sa costera. Los turcos habían colocado a su veterano III Cuerpo en la región
de Gallípoli. Esta unidad era la única del Ejército turco que había sobrevivido
intacta a las guerras de los Balcanes y la única, también, que en agosto de 1914
había cumplido a tiempo con todos sus objetivos de movilización.*
La flota aliada se proponía destruir los fuertes y atravesar a toda máquina
el estrecho para evitar así un combate prolongado con los veteranos soldados
del III Cuerpo. Mediante sus modernos cañones navales, los almirantes alia-
dos tenían planeado destruir primero los fuertes turcos y, luego, proteger la
mayo r vuln erab ilid ad de los drag amin as cuan do éstos cruza ran por la angos -
tura. La flota se aproximó a la península de Gallípoli el 19 de febrero de 1915.
Al cabo de una semana, los británicos habían neutralizado los fuertes que
protegían la entra da a los Dard anel os, lo que llevó a un conf iado mari nero
británico a escribir a sus padres que «si quisierais venir a verme, me encantará
reun irme con vosot ros en Cons tant inop la». * Quie n escri bió todo esto no po-
día saber que se enco ntra ba en el mejo r mome nto de la camp aña britá nica en
los Dardanelos. Sólo dos sema nas desp ués de envia r esta carta , el mari nero vio
cómo tres viejo s acor azad os aliad os choc aban con senda s minas , y lo peor era
que los aliad os no podí an desca rtar la posib ilida d, much o más pelig rosa (y que
resultó ser falsa), de que los subm arin os alem anes estuv ieran en la zona. No

3. Ibid., págs. 76-77.


4. W. L. Be rr id ge a sus pa dr es , 4 de ma rz o de 19 15 , IW M P7 3.
106 La Gran Guerra

queriendo arriesgarse a suf rir una s pé rd id as nav ale s ma yo re s, la flo ta ali ada
dio marcha atrás.
Los aliados se en co nt ra ro n, por lo tan to, en un apr iet o na da env idi abl e.
Los acoraz ad os no po dí an seg uir ade lan te a cau sa del pel igr o qu e en tr añ ab an
las minas, per o no ha bí an inf eri do suf ici ent e da ño a los fue rte s y a los ma ne ja -
bles obuses para per mit ir que los dr ag am in as av an za ra n con seg uri dad . Est a-
ban convencidos, además, de que habían invertido demasiado capital moral
par a ab an do na r la op er ac ió n en una fas e tan te mp ra na . El al mi ra nt e ma yo r
de la mar, sir John Jackie Fisher, que solía decir que la moderación en la gue-
rra era una imbecilidad, abogó por el despliegue del ejército en la península
de Gallípoli, a fin de eliminar los fuertes mediante un ataque terrestre. En
un principio, Kitchener se opuso a enviar al ejército, aunque acabó por ceder.
Como jefe de la operación se nombró a lan Hamilton, un viejo protegido de
Kitchener, que conocía bien el Mediterráneo oriental (había nacido en la isla
de Corfú) y era veterano de guerras en zonas tan diferentes como Afganistán,
Sudáfrica y Burma. Inteligente, encantador y elocuente, Hamilton se antojó la
elección perfecta.
Mientras los británicos y los franceses reunían un ejército de 75.000 hom-
bres para enviar a Gallípoli, los turcos no permanecieron ociosos. El Imperio
otomano había planeado la defensa de la península contra Grecia durante las
guerras de los Balcanes, y en 1914 la había designado como una de las cuatro
zonas de fortificación fundamentales (junto con Adrianópolis, el Bósforo y
Erzurum). Liman von Sanders asumió el control de un reorganizado V Ejér-
cito, con tres comandantes de cuerpo alemanes bajo su mando, cada uno con
base en sendas zonas probables de desembarco aliado: Bulair, en el cuello de
la península; Kum Kale, en la parte asiática de la entrada; y Seddel Bahir, en la
otra orilla del estrecho, en el lado europeo. Junto con los refuerzos, los otoma-
nos recibieron equipos de trabajo para construir carreteras, plantar minas y
mejorar las defensas marítimas de la península; por su parte, los soldados oto-
manos cavaron trincheras en todas las elevaciones de terreno importantes. El
alto mando otomano-germano planeaba una defensa superficial de la costa a
fin de evitar el fuego de desgaste de los acorazados británicos, para contraata-
car luego con fuerzas situadas de tres a cinco kilómetros por detrás de las lí-
neas. Tras obligar a retirarse a la poderosa Royal Navy y con la responsabilidad
de estar defendiendo a su patria, la moral de los turcos era alta.
La moral de los británicos, también. No queriendo debilitar el frente occi-
dental, Kitchener confió en los voluntarios del Cuerpo de Ejército australia-
no y neozelandés (Anzac) para que pecharan con la responsabilidad. Como se
estaban entrenando en ese momento en Egipto, donde los agentes otomanos
vigilaban de cerca todos sus movimientos, la elección parecía natural. Kitche-
ner escogió a William Birdwood, otro protegido suyo, para que comandara al
Enviados a la muerte 107

Xx]
Cala del Anzac

e
PAN
o e
SN
Estrecho de los
A 777 Extensión máxima de las
Dardanelos conquistas británicas
Cabo Helles Seddel Bahir — Campos de minas
O Principales fuertes turcos

Kum Kale, x Principales desembarcos


aliados, abril 1915

e Principales desembarcos
aliados, agosto 1915

La campaña de Gallípoli, 1915.

Anzac. Birdwood, un sedicente «general de soldados», no puso gran empeño


en aplicar la disciplina británica al pie de la letra a los individualistas integran-
tes del Anzac; en consecuencia, Birdie se hizo muy popular entre sus hombres,
la mayoría de los cuales se enorgullecía de no ser profesionales. Al igual que
sus enemigos turcos, los hombres del Anzac eran duros, resueltos y estaban
ansiosos por entrar en combate.
108 La Gran Guerra

Gallípoli y Salónica

El tan esperado de se mb ar co ali ado se pr od uj o el 25 de abr il de 19 15 en sei s


lugares dis tin tos par a co nf un di r a los ot om an os y ral ent iza r el env ío de re-
fue rzo s. Las tro pas fra nce sas de se mb ar ca ro n en el lad o asi áti co con la int en-
ción de dis tra er la at en ci ón de los tur cos . El alt o ma nd o ot om an o- ge rm an o
había supu es to que el ata que pri nci pal se pr od uc ir ía en Bul air , sin em ba rg o,
el gr ue so de las fue rza s lo hiz o en la pu nt a de la pen íns ula , en el ca bo Hel les ,
y en mitad de su costa occidental, en un lugar que no tardaría en ser rebau-
tiz ado co mo la cal a del An za c. La op er ac ió n em pe zó de fo rm a po co pr op i-
cia ; en lug ar de de se mb ar ca r en un ter ren o lla no en Ga ba Te pe , los An za c lo
hicieron, por error, más al norte, frente a la importante elevación de terreno
de Chunuk Bair. Pese a todo, las turcos opusieron sólo una ligera resistencia;
las fuerzas allí establecidas, que no esperaban un desembarco de importan-
cia en su sector, disponían de pocos suministros y se quedaron enseguida sin
municiones.
Cabe pensar que los Anzac hubieran tomado la loma de Chunuk Bair de
no mediar la intervención de uno de los hombres más notables de la guerra, el
teniente coronel Mustafá Kemal, que estaba al mando de la XIX División de
Infantería turca. Kemal llegó a Chunuk Bair en el momento preciso en que sus
hombres empezaban a huir. Kemal se hizo con la situación, diciéndoles que, si
no tenían balas, lucharían con las bayonetas. Pero antes de comunicarles que
se iban a quedar y luchar, envió un correo al cuartel general del V Ejército
informando de la situación. Cuando uno de los soldados se quejó de que no te-
nían fuerzas para atacar, Kemal le replicó: «No os ordeno que ataquéis, os or-
deno que muráis. Para cuando nos hayan matado a todos, ya estarán aquí otras
unidades y mandos que ocuparán nuestro lugar».? Los otomanos defendieron
sus líneas en Chunuk Bair, al igual que en los demás frentes. El V Ejército tur-
co había conservado el control de todo el terreno elevado y había acorralado a
los aliados en cinco pequeñas cabezas de playa.
Dos ofensivas británicas, el 28 de abril y el 6 de mayo, fracasaron por igual,
dejando a la península de Gallípoli bloqueada en el mismo punto muerto de
trincheras que se suponían tenían que haber paliado. Los problemas de abas-
tecimiento se multiplicaron, y el agua potable tuvo que ser transportada, in-
cluso, desde lugares tan alejados como Egipto. El Ejército otomano intentó
sus propias ofensivas en mayo, junio y julio, pero se encontró con que carecía
de la fuerza suficiente para expulsar a los británicos de sus cabezas de playa.
Ambos bandos siguieron combatiendo durante el verano bajo un sol abrasa-
dor, cada vez más castigados por las enfermedades y las privaciones.

5. Kemal, citado en Andrew Mango, Atatiúrk, Londres, John Murray, 1999, pág. 146.
Enviados a la muerte 109

Judío, entrenado en las milicias civiles e ingeniero de profesión, John Monash era un in-
truso en el mundo militar que estuvo al mando de la IV Brigada de Infantería australiana
en Gallípoli. Tras diversos ascensos, en 1918 asumió el mando del Cuerpo de Ejército
australiano, desde el cual, y gracias a sus ideas innovadoras sobre la guerra, contribuyó a
la victoria aliada. (Australian War Memorial, negativo n* A01241)

El 6 de agosto los británicos emprendieron un intento de romper el estan-


camiento. Tras concentrar un desembarco en la bahía de Suvla, justo al norte
de la cala de los Anzac, dirigieron dos importantes operaciones de diversión
en otros emplazamientos. Pero, cuando las lanchas de desembarco volvieron a
dejar a las tropas en las playas equivocadas, cundió el desconcierto. Hasta que
recibieron refuerzos, menos de 1.500 turcos consiguieron resistir ante 20.000
soldados británicos desorientados. Otra carga heroica de los hombres de
Kemal la tarde del 10 de agosto hizo retroceder a la ofensiva y los otomanos
volvieron a tomar todo el terreno elevado que habían perdido por la mañana.
110 La Gran Guerra

El heroísmo de Mustafá Kemal (el cuarto por la izquierda) en Gallípoli lo catapultó a un


ascenso meteórico. Después de la guerra se convirtió en el primer presidente del Estado
moderno de Turquía y ordenó la construcción de un monumento en la península de Ga-
llípoli en memoria del heroísmo de los australianos, sus antiguos enemigos. (Australian
War Memorial, negativo n” P01141.001)

El fracaso de los desembarcos en la bahía de Suvla acabó definitivamente con


cualquier esperanza de los aliados de vencer en Gallípoli, a pesar de los nuevos
ataques que lanzaron durante todo el mes.%
En septiembre Bulgaria se unió a los Imperios centrales, lo que permitió
a los otomanos trasladar las fuerzas que tenían en Tracia a Gallípoli, consoli-
dando aún más su posición en la península y abriendo líneas de comunicación
más directas con Alemania. Los generales aliados se sentían defraudados ante
la falta de éxito, lo que condujo al general Alexander Godley a comentar que
todo lo que habían reportado los esfuerzos aliados eran dos hectáreas de pas-
tizales. Los británicos no habían previsto tener que abastecer a ocho divisiones
en Gallípoli durante todo el invierno, así que cuando, en noviembre, una tor-
menta de nieve azotó la península, más de 10.000 hombres sufrieron síntomas
de congelación. A raíz de esto, un corresponsal de guerra australiano, Keith
Murdoch, envió una dura crítica a la prensa británica, además de a los prime-
ros ministros de Gran Bretaña y Australia, H. H. Asquith y William Hughes,
respectivamente, sobre la forma en que los británicos estaban llevando la
campaña.

6. Tim Travers, «Gallipoli», en Robert Cowley (comp.), The Great War: Perspectives on the
First Wold War, Nueva York, Random House, 2003, pág. 191.
Enviados a la muerte 111

La campaña de Gallípoli se había terminado para estos soldados turcos capturados por las
fuerzas británicas en 1915, aunque los problemas de estrategia tácticos y de intendencia
se sumaron para condenar al fracaso los esfuerzos británicos de obligar a rendirse al «en-
fermo» de Europa. (National Archives)

Para resolver la controversia, el gobierno británico envió al general Charles


Monro a Gallípoli con la orden de que le proporcionara una valoración de la
situación. Monro fue el primer general en visitar la bahía de Suvla, la cala del
Anzac y el cabo Helle en el mismo día, y eso a pesar de los escasos 24 km que
separaban las posiciones, claro indicio de los problemas existentes entre los
mandos británicos. Lo que vio Monro fue a unos hombres cansados y desmo-
ralizados, escasos de munición y sin el equipamiento necesario para combatir
en invierno. Escuchó una vez más un plan del almirante Roger Keyes para
atravesar el estrecho rápidamente, pero su consejo a Kitchener fue que se can-
celara toda la operación de Gallípoli antes de final de año. Más tarde, Chur-
chill denigraría a Monro con la famosa imputación de que el general «llegó,
vio y capituló», pero éste no había tenido muchas alternativas.
En diciembre de 1915 los británicos evacuaron a casi 83.000 hombres sin
una sola baja, aunque los turcos tardaron casi dos años en retirar todo el equi-
pamiento pesado que los británicos habían dejado tras ellos. Los 259 días de
campaña habían costado 250.000 bajas a los británicos, 47.000 bajas a los
franceses y alrededor de unas 251.000 bajas a los turcos. Ante la insistencia del
112 La Gran Guerra

Partido Con ser vad or, Chu rch ill hab ía ten ido que dej ar el car go de min ist ro de
Marina en may o y ace pta r un pue sto sec und ari o; en nov iem bre aba ndo nó el
gob ier no tot alm ent e en pro tes ta por la dec isi ón de eva cua r Gal líp oli . Más tar-
de, Churchill prestó servicio como comandante del VI Batallón de los Reales
Fusileros Escoceses en el frente occidental. Su aventura de Gallípoli le costó
muc hos ali ado s pol íti cos y su pue sto al fre nte del Alm ira nta zgo , aun que se re-
cuperó de la adversidad y, en 1917, era nombrado ministro de Municiones. Su
carrera en el gobierno distaba mucho de haber llegado a su fin.
La desafección de Francia con la operación de Churchill en los Dardane-
los condujo a la decisión del gobierno de retirar sus tropas del escenario de
operaciones en octubre. Al mismo tiempo, Serbia se enfrentaba a un nuevo
ataque triple de los Imperios centrales desde Bulgaria, Alemania y Austria-
Hungría. Bulgaria encaraba una escasez casi insuperable de toda clase de per-
trechos para la guerra moderna, pero tenía un ejército numeroso y experl-
mentado y que estaba deseoso de vengar lo que sus mandos consideraban el
pérfido comportamiento de Serbia durante la segunda Guerra de los Balcanes.
Si sus aliados no encontraban una manera de ayudarlos, los serbios se enfren-
taban a la aniquilación de su ejército. Los gobiernos aliados decidieron enton-
ces trasladar una división de infantería británica y otra francesa a la ciudad
portuaria griega de Salónica. Desde allí, esperaban poder abastecer a los ser-
bios a través de una única vía ferroviaria.

Los soldados australianos de Gallípoli no habían previsto la tormenta de nieve que azotó
la península al final de la campaña; sus oficiales de intendencia, tampoco. Las noticias so-
bre los padecimientos de la campaña difundidas por los periodistas australianos contribu-
yeron a la decisión británica de abandonar la operación. (Australian War memorial, nega-
tivo n* P00046.040)
Enviados a la muerte 113

El primer problema de este plan radicaba en la reacción del gobierno grie-


go. El primer ministro, Eleutherios Venizelos, consideraba que los aliados
eran la mejor opción para favorecer los intereses expansionistas griegos a ex-
pensas de Bulgaria y Turquía. Por lo tanto, invitó a los aliados a desembarcar en
Salónica con la esperanza de que, a cambio, Gran Bretaña y Francia pudieran
ayudarlo a apoderarse de las islas del Egeo, Macedonia y Esmirna. Con poste-
rioridad, estas ambiciones complicarían las relaciones de los aliados con Grecia
y conducirían a una guerra entre ésta y Turquía, aunque en 1915 Venizelos
ofrecía a los aliados una manera de resolver la neutralidad técnica de Grecia.
Venizelos, sin embargo, no consiguió que el rey Constantino de Grecia
autorizara su decisión. El rey, que se había graduado en la Academia de la
Guerra prusiana y estaba casado con la hermana del káiser, compartía las an-
sias expansionistas de Venizelos, pero no los medios que había escogido el pri-
mer ministro para satisfacerlas, dada la evidente influencia conyugal en su
acusada germanofilia. Constantino confiaba en mantener neutral a Grecia y
consideraba los desembarcos aliados como una invasión que violaba tal neu-
tralidad. Los aliados, por lo tanto, estarían operando en un país cuyo jefe de
Gobierno estaba de su lado, pero no así el jefe de Estado. Constantino obligó
a dimitir a Venizelos como primer ministro, con lo cual éste se marchó a Saló-
nica y formó un gobierno griego disidente que no tardó en ser reconocido por
británicos y franceses.
El segundo problema estribaba en el jefe de la expedición a Salónica, el ge-
neral francés Maurice Sarrail. Éste había tenido un buen comportamiento du-
rante los primeros días de la guerra, cuando, como jefe del III Ejército, había
mantenido sus posiciones en el bosque de Argonne y Verdún. Sarrail era tan
competente como la mayoría de los generales de la guerra y bastante mejor
que muchos; sin embargo, sus intrigas políticas le habían hecho impopular en-
tre sus compañeros del generalato. Republicano vociferante y francmasón, sus
íntimas relaciones con los políticos socialistas le habían llevado a ascender con
mucha más rapidez que buena parte de sus iguales. La mayoría de los genera-
les franceses lo consideraban poco más que un político con uniforme; la ma-
yor parte de sus soldados pensaban que se sentía más atraído por las batallas de
alcoba que por las otras.
Las intrigas de Sarrail determinaron que Joffre lo cesara como jefe del
III Ejército en el ver ano de 1915 . Los alia dos polí tico s de Sarr ail val ora ron la
destitución como una med ida nef and a que tan sólo bus cab a elim inar a unos de
los crít icos y riva les de Joff re. El pri mer min ist ro fran cés, Aris tide Bria nd,
decidió devo lver el man do de una uni dad a Sarr ail, al que con sid era ba más fia-
ble políticam ent e que Joff re. Así que, en octu bre, lo envi ó a Saló nica al man -
do del denominado, no sin gra ndi loc uen cia , Ejér cito de Orie nte, una fuer za
que, a finales de año, ascendía a 150 .00 0 hom bre s. Bri and com pli có aún más
114 La Gran Guerra

la situación al nom bra r a Jof fre com and ant e en jef e de tod as las fue rza s fra n-
cesas (y no sól o de las del fre nte occ ide nta l), res pon sab ili zan do así a ést e del
éxi to de Sar rai l. Por con sig uie nte , Jof fre ten ía a sus órd ene s a un ho mb re
del que des con fia ba tan to, que lo hab ía ces ado , y Sar rai l, a un sup eri or con tra
el que había intrigado para que fuera destituido del cargo. Antes, incluso, de
que las fue rza s de Sal óni ca ent rar an en com bat e, tod os los aug uri os apu nta ban
en la dirección equivocada.
Y el primer invierno demostró que los augurios no estaban equivocados.
La fuerza llegó a Salónica con demasiada lentitud para completar su misión
inicial de proporcionar ayuda a los serbios. Acosado por tres ejércitos y los
guerrilleros albaneses, el Ejército serbio recorrió 320 km hasta la costa adriá-
tica con apenas comida y medicamentos. Desde allí, los barcos aliados trasla-
daron a seis divisiones serbias hasta la isla de Corfú, para, en abril de 1916, lle-
varlas hasta Salónica, donde se unieron a cuatro (que pronto aumentarían a
nueve) divisiones francesas, cinco británicas, una italiana y una brigada rusa.
Todas aquellas fuerzas se establecieron allí, sin ninguna misión evidente, y ro-
deadas de soldados griegos, muchos de los cuales apoyaban a su rey y mostra-
ban una evidente simpatía por los Imperios centrales.
Al principio, la fuerza de Salónica sólo entró en combate en contadas oca-
siones, limitadas sus posibilidades como estaban por la insuficiencia de los su-
ministros de Sarrail y los problemas de la alianza. La fuerza multinacional a la
que se enfrentaba prefirió no atacar, contentándose, en cambio, con permitir
que la guarnición aliada se convirtiera en lo que los alemanes denominaron el
«mayor campo de internamiento de la guerra». La inactividad no tardó en
abocar a los soldados al alcohol y a las prostitutas, lo que provocó que las en-
fermedades venéreas se sumaran al tifus, el cólera y la malaria como causas de
la sobresaturación de los hospitales de Salónica. Tampoco tardaron mucho los
hombres en empezar a hablar con nostalgia del frente occidental, que, aunque
mucho más peligroso, tenía el propósito más elevado de defender a Francia, y,
al menos, permitía la regularidad en el correo y las ocasionales visitas al ho-
gar.” Las divisiones aliadas entraron por fin en combate en agosto de 1916,
cuando las fuerzas búlgaras atacaron sus posiciones para cubrir la invasión ale-
mana de Rumanía. Pese a mantener las posiciones, un contraataque de Sarrail
acabó en fracaso.
En 1917 el aspecto militar seguía estancado, aunque el político asistió a
unos acontecimientos espectaculares. Los aliados amenazaron con marchar
sobre Atenas si Constantino no cesaba en sus actividades pro germanas. En ju-
nio, se obligó a abdicar al rey, que se exilió a Suiza, donde permaneció hasta el

7. Dennis Showalter, «Salonika», en Rober Cowley (comp.), The Great War: Perspectivas on
the First World War, Nueva York, Random House, 2003, pág. 235.
Enviados a la muerte 115

final de la guerra. Su marcha allanó el camino para que Grecia entrara en la


guerra del lado aliado. Venizelos volvió a Atenas y ordenó la movilización ge-
neral del Ejército griego. En el ínterin, la situación militar no hizo sino dete-
riorarse, lo que provocó que el primer ministro francés, George Clemenceau,
se refiriese con sorna a la guarnición aliada como <los jardineros de Salónica».
En diciembre de 1917 Clemenceau sustituyó a Sarrail, y para ocupar su
puesto se decidió al final por el general más próximo al polo opuesto del des-
tituido que tenía el ejército francés, Louis Felix Marie Francois Franchet
d'Esperey, apodado Frankie el desesperado. Católico, realista y enérgico, Fran-
chet d'Esperey había revitalizado al V Ejército francés después de reemplazar
al general Charles Lanrezac en 1914. A pesar de todas las evidencias a lo largo
de la guerra, se mantuvo como firme defensor de la ofensiva y llevaba tiempo
apoyando la reanudación de los ataques en Salónica. En ese momento, tenía su
oportunidad, si bien es cierto que con una fuerza que hasta el momento no co-
nocía otra cosa que el fracaso.
Sin inmutarse ante las condiciones que se encontró en Salónica, Franchet
d'Esperey les dijo a sus hombres que esperaba de ellos una «energía feroz» y
adoptó la insólita medida de poner a dos divisiones de infantería francesa bajo
mando serbio.* Valiéndose de los lanzallamas y de la caballería, las fuerzas
aliadas se centraron en los atribulados búlgaros, cuya situación era tan deses-
perada que muchos de ellos carecían de ropa y calzado. El 18 de septiembre de
1918 el ataque aliado abrió una brecha en el frente y obligó a los búlgaros a
una retirada precipitada. Al cabo de dos semanas, se firmaba un armisticio que
ponía fin a la lucha en Salónica. Aunque la campaña terminó con una nota alta,
la experiencia de Salónica les había costado a los aliados mucho más de lo que
habían ganado. Es posible que Sarrail no hubiera podido resumir mejor las
frustraciones de Salónica que cuando comentó a Clemenceau: «Desde que he
comprobado cómo funcionan las alianzas, he perdido algo de mi admiración
por Napoleón».

Gorlice-Tarnów y la gran retirada de Polonia

Al mismo tiempo que tenía lugar la aventura británica y francesa en Gallípoli,


el Ejército alemán planeó su propia ofensiva oriental. Los máximos dirigentes
alemanes se habían vuelto tan pesimistas en cuanto a las perspectivas de con-
seguir un desenlace en el frente occidental como muchos de sus homólogos
franceses y británicos. Por el cont rari o, ello s ya habí an con seg uid o tres gran -
des victorias en el este, en Tan nen ber g, en los Lag os de Mas uri a y en Lód z; y

8. 1bid., pág. 242.


116 La Gran Guerra

tenían un mando sól ido y seg uro de sí mi sm o, en ca be za do por el di ná mi co


equipo formado por Hi nd en bu rg y Lu de nd or ff . Ad em ás , los esp aci os rel ati va-
mente abi ert os del est e se ac om od ab an mu ch o me jo r a la doc tri na y pr ep ar a-
ció n del Ejé rci to al em án qu e el es ta nc am ie nt o occ ide nta l.
A mayor abu nda mie nto , la ofe nsi va ori ent al pro met ía pro por cio nar el
socorro nec esa rio al tam bal ean te ali ado aus tro hún gar o de Ale man ia. Hol ger
Herwig calcula que las batallas de 1914 habían costado al Ejército austrobhún-
garo 190.000 muertos, 50.000 heridos y 278.000 prisioneros de guerra. Estas
cif ras inc luy en el 75 % de los cap ita nes y ten ien tes de ant es de la gue rra .” Los
fracasos del Ejército austrohúngaro llevaron a un aumento de las tensiones
con Alemania, lo que dio lugar a que el káiser comentara que la cordillera de
los Cárpatos no valía los huesos de un simple granadero pomerano.
La inminencia de la entrada de Italia en la guerra del lado aliado hizo que
la situación de los austrohúngaros se agravara aún más. Los intentos germanos
de convencer a Austria-Hungría para que aplacara a los italianos con algunas
concesiones territoriales no hicieron sino tensar las relaciones. Alemania ofre-
ció entonces a Italia territorio austríaco en Trentino y Gradisca, la ribera
occidental del río Izonso, mano libre en Albania y la conversión de Trieste en
puerto franco. La indignación de los austríacos ante las ofertas de territorio
austríaco a una nación que en 1914 había incumplido los compromisos adqui-
ridos en su alianza, aumentó cuando Italia aceptó unas condiciones incluso
más generosas de Gran Bretaña y Francia. Italia no tardó en convertirse en el
enemigo capaz de concitar el odio de todas las minorías del imperio.
Pese a la despectiva valoración que el káiser había hecho de los Cárpatos y
de las crecientes tensiones entre Alemania y Austria-Hungría, los alemanes no
podían permitirse perder a su aliado más importante. A fin de proporcionar
una ayuda inmediata, decidieron continuar con un ataque en el este de Craco-
via, entre las ciudades de Gorlice y “Tarnów. En caso de tener éxito, el ataque
salvaría la posición austrohúngara en los Cárpatos y terminaría con la amena-
za rusa a Hungría y Silesia. Una ofensiva llevada a cabo en enero por los ale-
manes en dirección a Varsovia atrajo la atención de los rusos hacia el norte, al
igual que una segunda batalla en los Lagos de Masuria en febrero.
Falkenhayn llegó al este para supervisar los preparativos de la nueva ofen-
siva. Ordenó que el VII Ejército de Hindenburg mantuviera la presión sobre
los rusos en el norte de Varsovia y creó un nuevo XI Ejército, a cuyo frente de-
signó a Mackensen. El XI Ejército estaba integrado por una gran cantidad
de tropas trasladadas desde el oeste, un movimiento que la segunda batalla de
Ypres había logrado ocultar con éxito. Sin la menor confianza en los austría-

9. Holger Herwig, The First World War: Germany and Austria-Hungary, 1914-1918, Londres,
Edward Arnold, 1997, págs. 119 y 137.
Enviados a la muerte 117

cos, Falkenhayn traspasó también el control del IV Ejército austrohúngaro,


situado a la izquierda de Mackensen, al cuartel general del XI Ejército. A Con-
rad no le quedó más opción que consentirlo.
Enfrente de esta acumulación de tropas estaban los rusos, ajenos en buena
medida al ataque que se avecinaba y en un estado lastimoso. Uno de cada tres
soldados rusos carecía de un rifle en condiciones, y aquellos de los que dispo-
nían procedían de fuentes diferentes y utilizaban varios calibres distintos, lo
que complicaba sobremanera la manufactura y suministro de munición. El si-
tio de Przemysl continuó hasta el 22 de marzo, ocupando la atención de los ru-
sos y proporcionando una engañosa inyección de moral cuando la ciudad cayó
finalmente. Poco después, el zar efectuó una visita de Estado a Galitzia, lo que
no hizo sino distraer aun más la atención de los oficiales del Estado Mayor.
El 2 de mayo de 1915 los alemanes empezaron la ofensiva de Gorlice-Tar-
nów con una descarga de artillería que duró cuatro horas. Por primera vez en
la guerra, complementaron el fuego artillero con bombardeos de la aviación
contra las líneas de comunicación rusas. El XI Ejército concentró sus ataques
en una zona de 45 km de longitud situada entre las dos ciudades y consiguió
abrir una brecha en el mediocre X Cuerpo ruso. La rápida caída de esta uni-
dad creó los flancos que los comandantes de la Primera Guerra Mundial bus-
caban con tanta impaciencia. Rodeados por los alemanes y sin reservas dispo-
nibles para taponar las brechas, la unidad matriz del X Cuerpo, el III Ejército,
optó por una retirada en masa.
La derrota que se cernía sobre los rusos condujo enseguida al caos, a la con-
fusión y a las malas decisiones. La retirada ordenada en algunas zonas devino
en desbandada en otras. Al cabo de dos semanas, los alemanes habían dispara-
do más de dos millones de proyectiles de artillería, avanzado más de 150 km y
capturado a 153.000 rusos y 128 cañones de campaña. El gran número de pri-
sioneros daba fe del creciente hastío por la guerra entre los soldados rusos y su
cada vez mayor alejamiento del régimen y de sus propios oficiales. En general,
el cuerpo de oficiales rusos reaccionó mal a la crisis y no tardaron en perder el
control de la situación dentro de sus propias unidades.
Como consecuencia de la caída del HI Ejército, toda la cara meridional del
saliente polaco cayó en manos de los alemanes. Los sistemas de abastecimien-
to y refuerzos rusos se vinieron abajo por completo, dejando sin comida, mu-
niciones y suministros médicos a muchas unidades. Las fuerzas alemanas y
austrohúngaras retomaron Przemysl el 3 de junio y Lvov (de nuevo rebauti-
zada Lemberg) el 22 de junio , y un día desp ués cruz aron el río Dniés ter. De-
trás de estas líneas se levantaba una sucesión de fortalezas rusas obsoletas que
no pudi eron resis tir la olead a alem ana. Para comp lica r aún más la situa ción,
los alemanes inici aron una ofens iva gener al con ocho ejérc itos a lo largo de los
más de 1.100 km del frente oriental.
118 La Gran Guerra

Mar Báltico

e Kónigsberg
Cimbimnea 2
PRUSIA
ORIENTAL
Tannenberg
e
ALE MANTA
e Berlín

Lódz e 9
Breslau e Piotrkowe

" Przemysl
ae TamnóW. yy, 1
Ejército de los Gorlicde y. GALITZIA!
Imperios centrales AUSTRIA- PR l
Ejército ruso HUNGRÍA
e Che Si
Línea del frente
Montes o E
y *Chernovtsi
1 mayo 1915 , Cárpatos $
Línea del frente
| junio 1915
Línea del frente
15 agosto 1915

Línea del frente


30 septiembre 1915

El frente oriental, 1915.

Las fuerzas alemanas habían alcanzado los suburbios occidentales de


Varsovia hacia finales de julio. Cuando otro contingente alemán se desvió
hacia el norte para cortar la retirada a los defensores rusos de la ciudad, más
de 350.000 habitantes salieron huyendo hacia el este. Las líneas rusas conte-
nían múltiples brechas de fácil aprovechamiento por las fuerzas enemigas que
avanzaban, así como una crítica escasez de munición de artillería que hacía im-
posible una defensa activa de la ciudad. El 5 de agosto los rusos se retiraron a
la orilla oriental del río Vístula y destruyeron los puentes de toda la ciudad
para cubrir su retirada. Dos días después, los últimos soldados rusos abando-
naban de forma voluntaria Varsovia. Al hacerlo, renunciaron a un importante
símbolo de Rusia en Europa oriental, pero habían salvado al Ejército ruso de
ser rodeado.
Enviados a la muerte 119

En respuesta a la deteriorada situación existente a lo largo de todas sus


líneas, el Estado Mayor ruso ordenó a regañadientes la evacuación de todo
el saliente polaco. La retirada desplazó las líneas casi 800 km hacia el este en
beneficio de Alemania. Brest-Litovsk cayó el 25 de agosto, y Vilna, el 19 de
septiembre. Por fin, el oportunismo del káiser le sirvió de algo cuando presen-
ció la caída de la fortaleza rusa de Novogeorgievsk, en el noroeste de Varsovia,
Junto con sus 700 piezas de artillería. Los ejércitos rusos, sin embargo, habían
sobrevivido, y eso a pesar de que las bajas se estimaron en más de dos millones
de hombres, la mitad de los cuales fueron hechos prisioneros. Las unidades
rusas establecieron una línea recta (sin salientes expuestos) que discurría
desde Riga, en el norte, hasta Chernovtsi, al sur. Al final, los resultados del
ataque de Gorlice-Tarnów habían sobrepasado las fantasías más desbocadas
de Falkenhayn.
Sin embargo, y a pesar de su gran éxito, Falkenhayn no se dejó llevar en
absoluto por el entusiasmo. Entre sus aspiraciones no se encontraba repetir el
error de Napoleón de perseguir a los rusos hasta el interior de su país. En ese
momento, la extensión de las líneas de suministro y la proximidad del invier-
no hacían que el dilema de la guerra en dos frentes se hiciera más acusado.
Falkenhayn se dio cuenta de que los rusos lucharían con más valor en suelo
ruso que del que habían hecho gala en Polonia, y que el frágil sistema de su-
ministros rusos saldría beneficiado por las distancias más cortas que tenía que
cubrir en ese momento. Falkenhayn había infligido un golpe terrible a los ru-
sos, pero éstos habían sobrevivido, lo que significaba que Alemania sería in-
capaz de dedicar en 1916 tantos recursos al frente occidental como él tenía
previsto.
De hecho, a finales de septiembre los rusos habían reaccionado con una
agresiva sucesión de acciones que se tradujeron en la construcción de un cin-
turón defensivo de cuatro escalones alrededor de Riga, la reorganización de
las reservas de hombres que les quedaban, la realización de nuevas levas obli-
gatorias y el fortalecimiento del puerto libre de hielos de Murmansk, al que
dotaron incluso de nuevas conexiones ferroviarias y por trineo para conectar-
lo con los centros de suminis tros rusos. De esta manera , conser vaban una ven-
tana abierta a los convoy es de suminis tros proced entes del oeste. A los mandos
militar es inefica ces, como el jefe del frente sudocci dental, Nikolai Ivanov, se
les asignaron nuevos destino s o fueron destitu idos, y los compet entes, como
Alexei Brusilov, fueron ascendidos.
El 1 de sep tie mbr e, el zar anu nci ó, par a el aso mbr o de muc hos , que hab ía
asignado a su tío, el gra n duq ue Nic olá s, al esc ena rio del Cáu cas o;' % a par tir de

10. Norman Sto ne, The Eas ter n Fro nt, 191 4-1 917 , Lon dre s, Pen gui n, 197 5, pág . 187.
120 La Gran Guerra

ese momento, el zar en persona mandaría a los ejércitos rusos. Brusilov consi-
deró la noticia como «de lo más dolorosa e incluso deprimente». El gran du-
que , a pes ar de tod os sus def ect os, era mu y que rid o en el ejé rci to; y, no obs -
tante el desastre de Gorlice-Tarnów, le correspondía gran parte del mérito de
haber evitado que el Ejército ruso fuera víctima de una maniobra envolvente.
El zar, según Brusilov, «no sabía literalmente nada de cuestiones militares».'”
Por lo tanto, tendría que confiar en buena medida en su competente, aunque
fiscalizador, jefe del Estado Mayor, Mijail Alekseev. La asunción del mando
por parte del zar estableció una relación directa entre el éxito de la guerra y el
prestigio del régimen; no habría nadie más a quien culpar si el destino bélico
ruso no mejoraba con rapidez.
Los Imperios centrales reformaron también su sistema de Estado Mayor.
El gran éxito de Gorlice-Tarnów había sido consecuencia del sistema de Esta-
do Mayor alemán, un hecho que los alemanes recalcaban con insistencia a sus
aliados austrohúngaros. Falkenhayn consideraba que el triunfo de Gorlice-
Tarnów se había producido a pesar de, y no gracias a, la ayuda de los austro-
húngaros. En su opinión, el Estado Mayor general austrohúngaro no era más
que un grupo de «pueriles soñadores militares» y los austríacos, un pueblo
«endemoniado»,!? así las cosas, se las ingenió para incrementar el dominio de
Alemania sobre los austríacos. En junio, Mackensen y el Estado Mayor gene-
ral alemán asumieron el control del II Ejército austríaco.
En septiembre ya no existía en la práctica un Ejército austrohúngaro inde-
pendiente. Los oficiales del Estado Mayor alemanes tomaban la mayor parte
de las decisiones fundamentales y reorganizaron el sistema austríaco a lo lar-
go de sus propias líneas. Conrad permanecía a oscuras sobre las decisiones de
sus homólogos alemanes (Falkenhayn ni siquiera se molestó en informarle
de la gran ofensiva que estaba planeando entonces para Verdún), pero él tenía
que coordinar todos sus planes con los oficiales alemanes. Aunque Gorlice-
Tarnów había sido un éxito tremendo, significó también el fin de Austria-
Hungría como gran potencia. Pocos austríacos se percataron entonces de la
ironía de que se hubiera producido la brusca decadencia de su imperio a pesar
de la consecución de dos de sus más importantes objetivos desde 1914: el fin
de una Serbia independiente y la humillación de Rusia.

11. Alexei Brusilov, 4 Soldiers Notebook, 1914-1918 (1930), Westport, Connecticut, Green-
wood Press, 1971, págs. 170-171.
12. Falkenhayn, citado en Herwig, op. cit., pág. 148.
Enviados a la muerte 121

BULGARIA
be
Mar Negro

Mediterráneo
Éu ates
Damasco gr
o

e Alejandría PALESTINA . a
E Oo pS
A z ÉS

e Jerusalén MESOPOTA TIA e|Kut-AlAm


: 0 Gaza
El Cairo e Canal % Beersheva
de Suez ARABIA
EGIPTO HEDJAZ

El frente turco, 1915-1918.

La campaña del Cáucaso

Turquía tuvo también su frente oriental. La cordillera del Cáucaso represen-


taba un antiguo punto de convergencia de cristianos y musulmanes, que, como
tales, habían estado combatiendo a lo largo de los siglos. En 1701 los turcos
otomanos consiguieron una victoria crucial en la zona sobre los bizantinos, en
la ciudad de Manzikert. En 1878 el Imperio otomano había perdido algunas
partes importantes del Cáucaso en beneficio de Rusia. Su rápida reconquista
se convirtió enseguida en un objetivo primordial para las fuerzas otomanas,
sobre todo para su ministro de la Guerra, Enver Bajá, un ambicioso líder del
movimiento de los Jóvenes Turcos y el político más influyente del país. Enver
aspiraba a crear un gran Imperio panturco en el este que compensara las pér-
didas otomanas en los Balcanes.
Sin embargo, el Cáucaso no se presta a victoriosas campañas militares. Las
temperaturas pueden caer hasta los 50 grados bajo cero, y las nieves inverna-
les suelen alcanzar el metro de altura o incluso superarlo. Las comunicaciones
122 La Gran Guerra

ferroviarias y por carret era hac ia el Cá uc as o de sd e la Tu rq uí a cen tra l y occ i-


dental eran escasas, adem ás de pri mit iva s. A pes ar de tod o, En ve r pl an eó una
gran ofensiva para des tru ir las un id ad es rus as en la zon a y re cu pe ra r la cor di-
llera para el Im pe ri o ot om an o, per o los rus os le ga na ro n po r la ma no , al lan -
zar una efi caz ofe nsi va con tra la for tal eza ot om an a de Er zu ru m. En ve r, qu e
hab ía de se mp eñ ad o un pap el tra sce nde nta l en la re cu pe ra ci ón de Ad ri an óp o-
lis durante la segunda Guerra de los Balcanes, se trasladó al este para dirigir
personalmente a las fuerzas otomanas. Una vez allí, planeó un ataque contra
la ci ud ad de Sa ri ka mi sh qu e gu ar da ba evi den tes re mi ni sc en ci as con el de
Tannenberg: mientras un cuerpo inmovilizaba a los rusos, otros dos los rodea-
rían y les cortarían la retirada.
La batalla subsiguiente estableció la pauta para el resto de la guerra en el
Cáucaso. Cuando los otomanos iniciaron el avance el 22 de diciembre de
1914, las temperaturas habían caído hasta los 26 grados bajo cero, y los más
de treinta centímetros de nieve ralentizaron su ataque. Los rusos contraataca-
ron e hicieron retroceder a los otomanos, cuyas fuerzas perdieron a casi un
tercio de sus hombres, muchos por congelación. Un brote de tifus vino a su-
marse a las penurias de los contendientes. La inquietud creciente entre las
fuerzas otomanas, al temer tanto un contraataque masivo de los rusos como
una rebelión entre la población local armenia, hizo que no tardaran en utilizar
el pretexto del descubrimiento de armamento de fabricación rusa en los hoga-
res armenios para implantar una brutal política de represión.
En abril de 1915 Enver anunció la detención de importantes líderes arme-
nios y el traslado forzoso de toda la población armenia del Cáucaso hasta Siria
y Mesopotamia. Se suponía que los jefes locales tenían que asumir la respon-
sabilidad del bienestar de los armenios durante el éxodo, pero fueron pocos
los que se molestaron en procurárselo; el resultado inevitable fue el extermi-
nio de la comunidad armenia de Turquía. Privados de comida, agua, medici-
nas y ropa apropiada, cientos de miles de hombres, mujeres y niños encontra-
ron la muerte. Los periodistas y observadores extranjeros documentaron todo
el trágico proceso, como los malos tratos intencionados infligidos a los arme-
nios por los mismos oficiales locales encargados de cuidarlos. Los gobiernos
aliados, a la sazón en guerra contra los otomanos en Gallípoli, no pudieron
hacer mucho; y los alemanes, por su parte, optaron por no presionar a sus alia-
dos. Hasta qué punto los turcos habían planeado exterminar (y no trasladar) a
los armenios sigue siendo hoy día objeto de un acalorado debate; aunque, ya
fuera por dolo, ya por indiferencia, el resultado final fue el mismo.
Los combates en el Cáucaso se prolongaron a lo largo de 1915, y duran-
te ese año los rusos dominaron la situación. Cuando cesó la amenaza britá-
nica sobre Gallípoli, los turcos pudieron reubicar sus fuerzas y suministros,
por lo que a mediados de 1916 casi la mitad de todas sus fuerzas estaban en el
Enviados a la muerte 123

Unos huérfanos armenios abandonaban Turquía en barcazas rumbo a Grecia. Cientos de


miles de armenios murieron al ser obligados a abandonar sus hogares, sin que los oficia-
les otomanos encargados de su cuidado se preocuparan lo más mínimo por su bienestar.
(Library of Congress)

Cáucaso.!? A consecuencia de la victoria de Gallípoli, los otomanos tenían la


moral bastante alta, aunque estaban combatiendo al mismo tiempo en Meso-
potamia, el Sinaí, Galitzia, Rumanía, Macedonia, Persia y Arabia. Sólo el Im-
perio británico enviaba a sus hombres a combatir a tantos lugares y tan apar-
tados.!* Pero a Turquía se le siguieron acumulando los problemas, sobre todo
cuando la frágil red de transportes del imperio empezó a desmoronarse bajo el
peso de tantos despliegues a lo largo y ancho de un territorio tan vasto.
Incluso con la mitad del ejército estacionado allí, la región del Cáucaso
seguía siendo demasiado grande para llevar a cabo una defensa minuciosa. En
consecuencia, el ejército otomano se limitó a controlar las principales carrete-
ras y estableció sus posiciones alrededor de la antigua fortaleza de Erzurum.
El complejo defensivo albergaba a más de 40.000 hombres y 235 piezas de ar-
tillería pesada y estaba integrado por veinte fuertes y puestos de avanzadas in-
dependientes. Con la confianza de que Erzurum resistiría de manera indefini-
da, Enver no se dio prisa en enviar refuerzos hasta allí. En febrero de 1916 los
rusos dejaron anonadados a los turcos al efectuar un ataque de cinco ejes con-

13. Ulrico Trumpener, «Turkey's War», en Hew Strachan (comp.), 7he Oxford Illustrated His-
tory ofthe First World War, Oxford, Oxford University Press, 1998, pág. 85.
14. Erickson, op. cif., pág. 119.
124 La Gran Guerra

tra la fortaleza, que tar dó sól o cin co día s en cae r. Lo s ot om an os pe rd ie ro n


15.000 hombres y prácti ca me nt e tod a la art ill erí a qu e ten ían en la re gi ón del
Cáucaso. La pérdid a de Er zu ru m su mi ó en el de sc on ci er to a los jef es mil ita res
otomanos , cuy a in ca pa ci da d par a tra sla dar con rap ide z ho mb re s a la re gi ón
condujo a la pé rd id a de má s pos ici one s est rat égi cas . Al lle gar el ver ano , las ba-
jas ac um ul ad as po r los ot om an os du ra nt e 19 16 su pe ra ba n los 10 0. 00 0 ho m-
bres. Enver reaccionó nombrando a Mustafá Kemal comandante del Il Ejér-
cito con la responsabilidad de invertir la marcha de los acontecimientos en el
Cáucaso.
La buena estrella de Kemal continuó cuando un invierno de una insólita
crudeza detuvo la actividad de los rusos hasta 1917. Para cuando mejoró el
tiempo, la situación política rusa había sufrido tal deterioro, que sus tropas ya
no representaron ninguna amenaza para las turcas. En el ínterin, los otomanos
siguieron con sus reformas y reorganización, y, en enero de 1918 Enver con-
sideró que las condiciones eran favorables para lanzar una nueva ofensiva en la
región. La desintegración de la Marina rusa a raíz de la revolución bolchevi-
que permitió a los otomanos trasladar hombres y suministros por el mar Ne-
gro, superando así las deficiencias de sus sistemas de comunicaciones por tren
y carretera. Con la única oposición de un pequeño ejército de armenios rusos,
los otomanos se movieron con rapidez; en marzo ya habían retomado Erzu-
rum y en abril penetraron en Persia por el nordeste del país.
Aunque resulte irónico, los'alemanes contemplaron el éxito de sus alia-
dos turcos con inquietud, ya que temían que el avance turco hacia el interior
de Rusia pudiera conducir a esta última a invalidar el recién firmado tratado de
Brest-Litovsk y a entrar en la guerra de nuevo. En consecuencia, hicieron
de intermediarios en un insólito acuerdo para crear un estado independien-
te de Georgia bajo protección alemana. Los otomanos se enfurecieron, pero
decidieron no desafiar el nuevo arreglo y, en su lugar, marcharon sobre el cen-
tro petrolero de Bakú, en el mar Caspio. Los británicos enviaron una pequeña
fuerza desde Mesopotamia para defender la ciudad, aunque la evacuaron sa-
biamente en septiembre.
De esta manera, y aun cuando la guerra estaba teniendo un desenlace ne-
gativo para Turquía en Palestina, acabó con un férreo control del Ejército oto-
mano sobre el Cáucaso. Como en el caso de Austria, los otomanos habían per-
dido la guerra a pesar de lograr los objetivos fundamentales que se habían
fijado con anterioridad al conflicto. En la Conferencia de Paz de París, el pre-
sidente norteamericano Woodrow Wilson rechazó un plan británico para que
Estados Unidos asumiera el control del mandato para la creación de un es-
tado armenio ampliado, que habría incluido a Erzuarum como su centro y aun
tercio de la costa meridional del mar Negro. Sin un patrocinador internacio-
nal, el estado armenio tenía pocas posibilidades de sobrevivir. El nuevo estado
Enviados a la muerte 125

de Turquía, con su presidente a la cabeza, el héroe de Gallípoli, Mustafá


Kemal, firmó un acuerdo con la Unión Soviética en 1922, en virtud del cual
se reconocía la incorporación a esta última de la mayor parte de Transcauca-
sia, así como la división de Armenia entre ambos firmantes.
La falta de certidumbre sobre cómo resolver los antiguos odios de la re-
gión, llevó al diplomático británico lord Curzon a sugerir humorísticamente
en la Conferencia de Paz de París que la mejor solución era «dejarlos que se
degollaran unos a otros». La seca respuesta del ministro de Asuntos Exterio-
res, Arthur Balfour, le dejó sin habla: «Estoy completamente de acuerdo con
eso».!* Armenia y el Cáucaso estaban demasiado lejos y demasiado empobre-
cidos para merecer la atención permanente de las potencias victoriosas.

15. Citado en Margaret Macmillan, Peacem ak er s, Lo nd re s, Jo hn Mu rr ay , 20 01 , pá g. 45 4.


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Capítulo 5
Los nudos gordianos
La neutralidad norteamericana
y las guerras por el imperio

Exigimos que los alemanes no sigan haciendo la guerra como sal-


vajes sedientos de sangre; que cesen de perseguir el logro de sus
fines mediante el asesinato de los no combatientes y los neutrales.

Editorial del New York Times después del hundimiento


del Lusitania por los alemanes*

Entre el año 1900 y el estallido de la Primera Guerra Mundial, la Royal


Navy británica llevó a cabo una revolución espectacular en materia naval. Ya
soberanos incuestionables de los mares, en 1906 los británicos botaron el
HMS Dreadnought. Rápido, ágil, con un gran blindaje y grandes cañones
montados en torretas giratorias, el nuevo acorazado podía destruir cualquier
barco de la época sin necesidad de situarse dentro del alcance de los cañones
enemigos. El Dreadnought dejaba obsoletos a todos los acorazados existentes.
La Royal Navy, a la que le gustaba afirmar que las costas enemigas eran las
fronteras británicas, disponía en ese momento de un arma sin parangón en el
mundo.
Como era de esperar, el Dreadnought inspiró a los imitadores. Alemania
aprobó un enorme programa de construcción naval que, pese a su elevadísimo
coste, no le permitió equipararse, ni siquiera de lejos, a la Marina británica. El
káiser sentía una envidia infantil por el poderío naval de su primo el rey Jor-
ge V, y destinó imprudentemente unos fondos desproporcionados para conse-
guir una «flota de lujo», cuya fuerza fue siempre más disuasoria que ofensiva
y más simbólica que efectiva. El Parlamento británico contrarrestó con creces
la amenaza alemana al subvencionar un «modelo de doble potencia», que ga-
rantizaba a Gran Bretaña mantener más tonelaje de guerra que las dos siguien-
tes potencias navales juntas. El primer lord del Almirantazgo, Winston Chur-
chill, resaltó la importancia de los acorazados de la clase Dreadnought en el

* El epígrafe está extraído de una cita en Francis Halsey, The Literary Digest History ofthe World
War, vol. 9, Nueva York, Funk and Wagnalls, 1919, pág. 257.
128 La Gran Guerra

La «flota de lujo» alemana, a la que vemos en Kiel, en 1914, exigió unos recursos enor-
mes para su construcción y mantenimiento, aunque nunca consiguió igualarse a la Royal
Navy británica. Las dos marinas sólo mantuvieron un gran enfrentamiento, la inconclusa
batalla de Jutlandia de 1916. (National Archives)

planteamiento británico con su inimitable estilo: «El Almirantazgo pidió seis,


el gobierno propuso cuatro y nosotros aceptamos ocho».!
La geografía ha servido siempre a los intereses de la Royal Navy, y en su rl-
validad naval con Alemania lo hizo de una manera excepcionalmente favora-
ble. Alemania tenía una costa estrecha con sólo dos salidas hacia Gran Breta-
ña: el acceso oriental, que implicaba un largo recorrido entre Dinamarca y
Suecia para penetrar en el mar del Norte por el sur de Noruega; y el acceso
occidental, que incluía unas pocas rutas estrechas a través de los bajíos areno-
sos de la bahía de Helgoland. En consecuencia, la Royal Navy podía controlar
cualquier actividad a gran escala de la Marina alemana. Para conectar los dos
accesos, los germanos habían construido el canal Káiser Guillermo en Kiel. La
obra, terminada poco antes del inicio de la guerra para permitir el paso de los
descomunales Dreadnought alemanes, no resolvió, sin embargo, el dilema es-
tratégico esencial de Alemania.

1. Churchill, citado en Geoffrey Parker, The Cambridge IMustrated History of Warfare, Cam-
bridge, Cambridge University Press, 1995, pág. 258.
Los nudos gordianos 129

La guerra en el mar y los derechos de los neutrales

Los británicos tenían suficientes barcos de guerra para dividir la Royal Navy
en dos flotas. La Flota de Aguas Jurisdiccionales, como su nombre implica, te-
nía la responsabilidad de la vigilancia de la costa británica. A la Gran Flota se
le encomendó la tarea de contener a los alemanes y de asegurar las rutas na-
vales que alimentaban y suministraban a las islas nacionales. En total, en 1914
los británicos sobrepasaban en potencia de fuego a los alemanes en 11 Dread-
nought, 18 acorazados de clases anteriores a ésta, 61 cruceros, 157 destructo-
res y 48 submarinos. La superioridad en la construcción naval de los británi-
cos significaba que seguirían dejando atrás a sus rivales durante la guerra. Los
británicos tenían, además, la ventaja de su alianza con las Marinas francesa,
rusa e (después de 1915) italiana.
Pero la oportunidad y las circunstancias ayudaron también a los británicos.
Al estallar la crisis de julio, la Royal Navy llevaba a cabo unas prácticas de mo-
vilización. Éstas tenían como objetivo comprobar cuánto tardaban los reser-
vistas en presentarse a sus puestos de servicio y el nivel en el desempeño de sus
funciones. En consecuencia, la Royal Navy estaba movilizada aun antes de que
se requiriesen sus servicios. Los reservistas estaban en sus puestos, y muchos
de los problemas derivados de preparar a la Marina para la guerra ya se habían
resuelto. Churchill decidió con prudencia no adelantar el fin del ejercicio, que
estaba programado para finales de julio, y, en su lugar, mantuvo a los reservis-
tas en sus barcos e hizo que se desplegaron por el mar del Norte coincidiendo
con la declaración de hostilidades, lo que dio a Gran Bretaña una ventaja ini-
cial fundamental.
No obstante este dominio, la Royal Navy fue prudente y permaneció a la
defensiva. Casi las dos terceras partes de los alimentos necesarios para el man-
tenimiento de los británicos procedía de ultramar, y la responsabilidad del im-
perio alcanzaba a todos los rincones del globo. La Royal Navy tenía también
que desplegar y suministrar tropas a cuatros continentes. En otro orden de co-
sas, las costas orientales de Inglaterra y Escocia no contaban con unas defen-
sas sólid as, y las bases allí estab lecid as no estab an debi dame nte equi pada s para
la guerr a anti subm arin a; por lo tanto , una gran derro ta naval dejar ía a las islas
nacionales en una situación de vulnerabilidad peligrosa. En diciembre de 1917
los estrategas británicos aún seguían sin estar dispuestos a eliminar la posibi-
lidad de un desembarco anfibio alemán en las islas.? Por esta razón, Churchill
descr ibió al almi rant e jefe de la Gran Flota , sir John Jelli coe, como el único
hombre capaz de perd er la guerr a en una sola tarde . Jelli coe tenía la respo nsa-

2. C.R. M. E. Crutwell, 4 History ofthe Great War, 1914-1918, Oxford, Clarendon Press,
1934, pág. 68.
130 La Gran Guerra

bilidad de utiliz ar la po de ro sa Ro ya l Na vy par a des tru ir la Flo ta de Al ta ma r


alemana sin suf rir pé rd id as que co lo ca se n a Gr an Br et añ a en pel igr o. La suy a
no era una posición envidiable.
De resultas de todas estas limitaciones, Jellicoe y los almirantes de la Royal
Navy se decidieron por una estrategia de ataque mediante defensa. Las prin-
cipales prioridades de la Marina siguieron siendo la defensa de las islas nacio-
nal es y el con tro l per man ent e de las rut as de nav ega ció n. Al mis mo tie mpo , la
Royal Navy impuso un bloqueo de superficie a Alemania para privarla de los
productos alimenticios y bienes de equipo del exterior; el Almirantazgo des-
plegaría a la Gran Flota de manera que obligara a permanecer en puerto a la
flota alemana. Los británicos no picarían el anzuelo de atacar a los alemanes
en sus puertos o cerca de sus defensas exteriores. En su lugar, la Royal Navy,
tal y como escribió un historiador, «buscaría combatir sólo cuando dispusiera
de una fuerza abrumadoramente superior y las circunstancias fueran exacta-
mente las adecuadas».* Una flota alemana confinada a perpetuidad en sus puer-
tos nacionales, razonaba el Almirantazgo, era casi tan buena como una flota
alemana destruida en combate.
Una de las ventajas fundamentales de Alemania radicaba en sus submari-
nos; sólo éstos podían escapar de manera regular de los puertos alemanes sin
ser observados por la Armada británica. Aunque los británicos tenían más, los
consideraban más apropiados para la defensa costera y, en consecuencia, 65 de
los 78 submarinos de que disponían fueron asignados a la Flota de Aguas
Jurisdiccionales. Además, la Royal Navy buscaba hacer la guerra mediante el
bloqueo de superficie, que estaba reconocido por las leyes internacionales y
era un elemento tradicional en la manera de luchar de los británicos. Para ser
legal, un bloqueo tenía que ser efectivo, declarado, visible y respetuoso con los
derechos de los barcos neutrales. Los submarinos, claro estaba, no podían se-
guir estas leyes, por lo que su utilización para realizar el bloqueo era técni-
camente ilegal. Al poseer una flota de superficie enorme y ejercer un control
férreo sobre el mar del Norte, los británicos se podían permitir el lujo de res-
petar las leyes del bloqueo y seguir siendo efectivos. Sólo en 1915, la Royal
Navy interceptó 3.098 barcos que se dirigían a puertos alemanes, y sus res-
ponsables aseguraron, es probable que con exactitud, que ni un solo barco de
superficie había atravesado el estrecho de Dover sin permiso británico.*
Alemania no se encontraba en una situación tan ventajosa. Por lo tanto, los
submarinos se convirtieron en la manera más lógica de atacar las líneas de su-
ministro británicas. Los submarinos se podían acercar en silencio, atacar con

3. Hew Strachan, The First World War, vol. 1, To Arms, Oxford, Oxford University Press,
2001, pág. 393 (trad. cast.: La Primera Guerra Mundial, Barcelona, Crítica, 2004).
4. Crutwell, op. cit., pág. 188.
Los nudos gordianos 131

El almirante John Jellicoe se convirtió en jefe de la Gran Flota al estallar la guerra. Aunque
tildado por algunos de demasiado prudente, se le adjudicó gran parte del mérito por la
victoria menor de Jutlandia; sin embargo fue destituido más tarde por su incapacidad para
neutralizar la amenaza de los U-booten alemanes. (Imperial War Museum, Q67791)

rapidez y huir sin peligro. Sin embargo, eran vulnerables al fuego enemigo si
se les detectaba y no podían respetar las leyes de la guerra en lo relacionado
con los hundimientos, apresamientos y trato a las tripulaciones. Además, los
capitanes de los submarinos disponían de mucho menos tiempo para decidir si
el barco que tenían a la vista pertenecía a un enemigo beligerante o a un país
neutral. Las apariencias solían ser engañosas. La práctica británica de hacer
ondear una bandera norteamericana en sus mercantes para engañar a los sub-
marinos alemanes, se convirtió en algo tan corriente que el presidente Woo-
drow Wilson presentó una queja formal. El tardío despliegue de mercantes
británicos con cañones ocultos y personal militar en ropa de paisano (los lla-
mados barcos Q) contribuyó a aumentar la confusión de los capitanes de los
submarinos. Cuanto más tiempo permanecía un submarino en la superficie,
mayor era su período de desventaja.
Al principio, los alemanes autorizaron a sus submarinos para que atacaran
únicamente a los barcos de guerra. Durante los primeros meses de la guerra,
hundieron cuatro cruceros y un acorazado anterior a la clase Dreadnought, y
dieron así amplias muestras del potencial de la guerra submarina contra los
buques mercantes desarmados. Otros acontecimientos madrugadores sugirie-
132 La Gran Guerra

ron que, no obstan te las des ven taj as, los al em an es tal vez pu di er an ob te ne r im-
portantes ven taj as mar íti mas . La ráp ida y au da z tra ves ía del Go eb en y el Bre s-
lau hasta aguas turcas hab ía sid o una im po rt an tí si ma in ye cc ió n de mo ra l par a
los alemanes y una humillación para la Armada británica. Los cruceros alema-
nes empezaron a acosar a los navíos británicos en Sumatra, Zanzíbar, Madrás
y Bra sil . En no vi em br e los al em an es co ns ig ui er on hu nd ir dos cru cer os bri tá-
nicos más en las costas de Chile durante la batalla de Coronel.
El almirante mayor de la mar John Jackie Fisher y la Royal Navy respon-
dieron con la clase de acción agresiva que Gran Bretaña esperaba de ellos.
Fisher envió rápidamente a Sudamérica una escuadra, que llegó a las islas
Malvinas sólo tres semanas después de haber partido de Portsmouth. Una vez
allí, dieron caza a los cruceros alemanes, hundieron a cuatro de ellos y termi-
naron de hecho con la amenaza germana a las líneas de convoyes británicos en
Sudamérica y el Pacífico oriental. Sin que lo supieran los alemanes, los rusos
habían proporcionado a Gran Bretaña un juego de códigos del enemigo co-
mún, después de obtenerlos de un barco alemán que había naufragado en el
mar Báltico. A raíz de esto, los británicos crearon un departamento secreto,
denominado la Habitación 40, encargado de descifrar los códigos alemanes
y de adivinar las actividades de su Marina.
En enero de 1915 la Habitación 40 produjo su primera victoria importan-
te. Una escuadra de cruceros alemana se adentró en el mar del Norte para
limpiar la zona de patrullas británicas y sembrar de minas sus rutas de acceso.
Gracias a la Habitación 40, los británicos siguieron los movimientos de la es-
cuadra desde Whitehall y, mediante comunicaciones de radio, pudieron diri-
gir los barcos de guerra británicos hacia los navíos alemanes que navegaban
hacia ellos. Gracias a sus Dreadnought, los británicos ganaron el enfrenta-
miento subsiguiente, conocido como la batalla de Dogger Bank. Los Dread-
nought británicos resultaron tan devastadores, que los alemanes apodaron a
sus acorazados de clases anteriores como «barcos de cinco minutos», en refe-
rencia a su previsible período de supervivencia en combate. Los alemanes per-
dieron el crucero Bliicher (al que, irónicamente, habían bautizado así en honor
del mariscal de campo prusiano que combatió en Waterloo al lado de los bri-
tánicos contra Napoleón) y a 950 marineros de su tripulación. Los británicos
no perdieron ningún barco y sólo a 15 marineros. A raíz de esto, la flota de
superficie germana se recluyó tras sus defensas durante el resto del año.
En la otra punta del mundo, en el Pacífico occidental, la Marina alemana
sufrió repetidas derrotas. Japón, a la sazón aliado de Gran Bretaña en virtud
de un tratado naval firmado en 1902, declaró la guerra a Alemania en agos-
to de 1914. Antes de que terminara el año, los japoneses recibieron la pro-
mesa de Gran Bretaña de que podrían anexionarse cualquier colonia alemana
al norte del ecuador que conquistaran. Japón derrotó enseguida a las fuerzas
Los nudos gordianos 133

Los británicos dependían de su preponderancia en el mar para ganar la guerra económi-


ca. Un equipo de rodaje británico filmó el hundimiento del crucero Bliicher en 1915, en
donde murieron ahogados 950 alemanes. Este fotograma de aquella película se grabó en
las cajetillas de cigarrillos de muchos oficiales de la Armada británica. (National Archives)

navales alemanas y desembarcó tropas en la península china de Shandong y en


las islas Marshall, Carolinas y Marianas, además de en las Palau. Las fuerzas
australianas y neozelandesas tomaron la Nueva Guinea alemana, el archipiéla-
go Bismark, las islas Salomón y la Samoa alemana. Sin esas bases del Pacífico,
a los alemanes no les quedaba ninguna esperanza de poder inhabilitar las rutas
marítimas de los británicos en aquellas aguas ni sus trascendentales enlaces
con la India y Australia.
Por lo tanto, si Alemania iba a utilizar su Marina para obstaculizar el co-
mercio británico, tendría que confiar más en sus submarinos. El 4 de febrero
de 1915 Alemania anunció una guerra submarina ilimitada (GSI) al declarar
las aguas que rodeaban Gran Bretaña como zona de guerra. Los alemanes
señalaron que la GSI habría de ser «de una atrocidad máxima» y que tendría
como objetivo todo tipo de embarcaciones, incluidas las de los países neutra-
134 La Gran Guerra

les;? en consecuencia, la Marina informó a los capitanes de sus submarinos que


no se les pediría res pon sab ili dad es por el hun dim ien to de nin gún bar co neu -
tral. La pro tes ta de Est ado s Uni dos no se hiz o esp era r, man ife sta ndo que te-
nía der ech o a com erc iar con cua lqu ier paí s que qui sie ra y que sus ciu dad ano s
ten ían der ech o a via jar en cua lqu ier bar co, fue ra cua l fue se su nac ion ali dad . El
presidente Wilson advirtió a Alemania que la haría responsable por cualquier
pérdida de propiedades o vidas norteamericanas.
La GSI y el bloqueo de superficie británico, por tanto, plantearon una se-
rie de delicadas cuestiones de neutralidad y legalidad. La neutralidad admitía
más de una definición, e igual podía significar un impacto similar sobre la gue-
rra para todos los contendientes, que ningún impacto en absoluto, que la li-
bertad de comerciar con todos y con cada uno de los contendientes. Los nor-
teamericanos insistieron con firmeza en esta última definición. En la práctica,
las empresas norteamericanas comerciaban con mucha más frecuencia con
Gran Bretaña y Francia que con los Imperios centrales, lo que llevó a argu-
mentar a los alemanes que en realidad Estados Unidos no era neutral, puesto
que sus políticas beneficiaban financieramente a los aliados.
Gran Bretaña respondió a los intentos alemanes de comerciar con Estados
Unidos obligando a los barcos norteamericanos a fondear en los puertos bri-
tánicos para inspeccionarlos. Si descubrían cualquier artículo de contrabando
con destino a Alemania, se incautaban de los bienes y cancelaba cualquier
futuro contrato gubernamental con el fabricante de los artículos. Semejante
política irritó a los empresarios norteamericanos, aunque, de acuerdo con las
leyes internacionales, la actuación era legal. Británicos y norteamericanos di-
sentían también en la definición de lo que eran bienes de contrabando. Los se-
gundos insistían en que el algodón y los alimentos no podían ser calificados
de tales, aunque los primeros tenían un punto de vista más restrictivo e in-
cluían ambos productos. Los británicos apresaban también los barcos que se
dirigían a Holanda, un país neutral a través del cual Alemania esperaba recibir
gran parte de sus mercancías. Así las cosas, Estados Unidos tenía motivos de
quejas con ambos bandos por la guerra económica que se estaba librando en
alta mar.
Tal y como los alemanes veían la situación, la «neutralidad» norteamerica-
na beneficiaba en semejante medida a los aliados, que convertía a los nortea-
mericanos prácticamente en beligerantes. A pesar del aislacionismo, a muchos
alemanes les irritaba lo que consideraban una política exterior permisiva hacia
Gran Bretaña por parte de Estados Unidos. Una tira cómica de propaganda

5. El subsecretario de Asuntos Navales alemán, Alfred Ballin, citado en B. J. C. McKercher,


«Economic Warfare», en Hew Strachan (comp.), The Oxford lllustrated History ofthe First World
War, Oxford, Oxford University Press, 1998, pág. 381.
Los nudos gordianos 135

alemana de la época satirizaba el comportamiento norteamericano mostrando


a dos matones británicos robando al Tío Sam en la esquina de una calle. Los
delincuentes decían: «¡Alto, Tío Sam! Llevas encima artículos de contraban-
do. Así que no tenemos más remedio que quitarte todo lo que necesitamos».
Una vez que los ladrones se habían marchado, el Tío Sam decía: «Por suerte,
me han dejado la pluma. ¡Así podré escribir una enérgica protesta!».ó
Dada la insistencia de los norteamericanos en interpretar su neutralidad
con la máxima flexibilidad, la escalada en la conflictividad con Alemania era
absolutamente inevitable. Las distinciones entre submarinos y barcos de su-
perficie también se revelaron trascendentales. Los primeros no admitían es-
coltas y carecían de espacio para almacenar artículos de contrabando o res-
guardar a la tripulación de un barco; sólo podían hundir un barco o dejarlo
pasar. El 7 de mayo de 1915 los alemanes hundieron el barco de pasaje Lusita-
nia cerca de la costa irlandesa, en el que murieron 1.198 personas, entre ellas
128 norteamericanos. Wilson sabía que el navío transportaba artículos de con-
trabando, pero la pérdida de vidas humanas le obligó a pasar por alto el carga-
mento. La insensible reacción de Alemania, que acuñó una medalla conme-
morativa y continuó con la GSI aun cuando el mar seguía arrojando cadáveres
a la costa irlandesa, sirvió sólo para avivar la ira de los norteamericanos, que
tampoco aceptaron el argumento alemán de que no eran responsables del des-
tino fatal de los pasajeros del Lusitania, toda vez que su gobierno había in-
sertado anuncios en los periódicos advirtiendo del peligro de navegar por el
Atlántico.
Pero, aunque Estados Unidos no intervino en la guerra a causa del Lusita-
nia, el incidente provocó suficiente presión diplomática y económica sobre
Alemania para obligarla a reconsiderar la utilización de la GSI. El 19 de agos-
to los submarinos alemanes torpedearon el barco de pasaje británico Arabic,
en cuyo hundimiento perdieron la vida otros tres norteamericanos. La retóri-
ca de Estados Unidos se volvió ya más belicosa. El crítico más acérrimo y rival
del presidente Wilson, el ex presidente Theodore Roosevelt, empezó a apoyar
con contundencia la preparación de Norteamérica. «Es casi seguro que lo que
les ocurrió a Amberes y a Bruselas —escribió— le ocurrirá algún día a Nueva
York, a San Francisco y puede que también a muchas otras ciudades del in-
terior.»” Roosevelt no tardó en convertirse en uno de los líderes de un mo-
vimiento favorable a la preparación que no encontró muchos valedores en la
Administración Wilson, pero que contó con un considerable apoyo económi-

6. «America and Britain», Archive de la Grande Guerre, serie 1, París, E. Chrion, 1919, pág. 381.
7. Roosevelt, cita do en Mar tin Gilb ert, The Firs t Worl d War: A comp lete Hist ory, Nue va York ,
Henry Holt, 1994, pág. 158 (tra d. cast. : La Prim era Gue rra Mun dia l, Mad rid , La Esfe ra de los Li-
bros, 2004).
136 La Gran Guerra

OUR MUTUAL FRIEND

e
E

«Nuestro amigo mutuo»: esta caricatura describe la frustración norteamericana respecto


a las políticas navales tanto de británicos como de alemanes. Sin embargo, el hundimiento
del Lusitania provocó que muchos estadounidenses criticaran la política germánica porque
parecía tener como objetivo a las personas y no sólo al comercio. (Library ofCongress)

co de la élite nacional. Añorante de su etapa de los Rough Rider [regimiento


de voluntarios de caballería en la guerra de Cuba] en 1898, Roosevelt exigió la
creación de al menos una división de voluntarios estadounidenses dispuestos a
combatir en Europa en cuanto se hiciera necesario.
Sin embargo, Wilson, aunque seguía sosteniendo que Estados Unidos era
«demasiado orgulloso para combatir», protestó por los hundimientos ante el
Los nudos gordianos 137

embajador alemán con la suficiente contundencia para convencer al diplomá-


tico de que su país podría, en efecto, llegar a declarar la guerra si la GS] con-
tinuaba. El embajador, el conde Johann von Bernstorff, llevaba en el puesto
desde 1908, estaba casado con una estadounidense y sabía por experiencia di-
recta que Estados Unidos tenía sentimientos aislacionistas, pero también un
potencial económico y militar tremendo si se decidía a utilizarlos. Como polí-
tico moderado y contrario a la utilización de la GSI, Bernstorff advirtió al
gobierno alemán que diera un nuevo giro a su política. El 1 de septiembre de
1915 los alemanes hicieron pública la promesa de cumplir las leyes de la gue-
ra, lo que significaba que un barco recibiría un aviso antes de ser hundido y
que se permitiría al pasaje subir a los botes salvavidas. En la práctica, los ale-
manes pusieron fin por completo a la GSI e incluso ofrecieron una indemni-
zación por los fallecidos. Al menos por el momento, la GSI había terminado.
El incidente del Lusitania no había predispuesto a los estadounidenses a
buscar la guerra para apoyar la causa de los aliados, aunque hizo imposible las
simpatías de Estados Unidos hacia Alemania. Los norteamericanos seguían
protestando por la política británica; pero como el mismo Wilson apuntó, las
políticas británicas sólo causaban inconvenientes a las personas; las alemanas,
las mataban. Wilson siguió insistiendo en la neutralidad de Estados Unidos,
hasta el punto de impedir incluso al Estado Mayor general del ejército que
elaborase planes de guerra. Wilson contendió con orgullo en la campaña para
la reelección en 1916 bajo el eslogan: «El nos ha mantenido al margen de la
guerra». Su apretada victoria sobre el republicano Charles Evans Hughes
aquel otoño, lo devolvió a la Casa Blanca después de una campaña en la que
los demócratas habían acusado con insistencia a los republicanos de estar
vinculados a «extremistas militaristas» como Roosevelt.* Lo apretado del re-
sultado puso de manifiesto las crecientes diferencias de opinión entre los nor-
teamericanos en relación a la guerra europea.

Jutlandia y la reanudación de la GSI

Las frustraciones nav ale s de los ale man es obl iga ron a ést os a rec ons ide rar la
sit uac ión y a efe ctu ar cam bio s en la cúp ula de la Mar ina . En ene ro de 191 6 el
almirante Rei nha rd Sch eer sus tit uyó al des ahu cia do Hu go von Poh l com o jef e
de la Flota de Alt a Mar . Sch eer pro pus o una ren ova da gue rra de sup erf ici e
contra la Royal Na vy y abo gó de inm edi ato por la rea nud aci ón de la GSL .
El comandante en jefe del Ejé rci to ale mán , Eri ch von Fal ken hay n, est uvo de

8. Robert Zieger, Ame ric as Gre at War : Wor ld War Lan d the Ame ric an Exp eri enc e, Nue va Yor k,
Rowan and Littlefield, 2001, pág. 44.
138 La Gran Guerra

acuerdo. Sin embargo, en marzo, el ká is er se op us o a di ch a re an ud ac ió n tra s el


hundimiento ac ci de nt al de l Su ss ex , un tr an sb or da do r qu e el ca pi tá n de un su b-
marino había confundi do co n un tr an sp or te mil ita r. En tr e las ci nc ue nt a pe r-
sonas fallecidas habí a tre s es ta do un id en se s, lo qu e pr ov oc ó qu e el pr es id en te
Wilson vo lv ie ra a ex ig ir a los al em an es qu e re nu nc ia ra n a los su bm ar in os ; el
Re ic hs ta g re sp on di ó co n la ex ig en ci a de qu e se re an ud ar a de in me di at o la GS I.
Sólo dos días más tarde, un submarino alemán hundía un barco hospital, con
el resultado de 115 muertos entre pacientes, enfermeras y tripulación. La in-
dignación internacional fue esta vez suficiente para obligar al gobierno ger-
mano a hacer pública en mayo una nueva promesa de que respetarían las leyes
de la guerra.
Scheer y los almirantes alemanes no estuvieron de acuerdo con la decisión
y consideraron que los políticos habían constreñido el mejor activo naval de
Alemania, sus submarinos. Scheer era consciente de que la inferioridad, tanto
en número como en calidad, de la flota de superficie alemana colocaba a ésta
en una situación de enorme desventaja. Pese a todo, no quería que la Flota de
Alta Mar permaneciera ociosa. Cuanto más tiempo esperase Alemania para
entrar en acción, argumentó, mayor sería el hueco que se abriría entre el po-
derío naval británico y el alemán. En consecuencia, urdió un agresivo y ambi-
cioso plan para derrotar a la Royal Navy mediante la disgregación de los ele-
mentos que la constituían. Scheer no creía que pudiera destruir a la Armada
británica, pero sí infligirle el daño suficiente para empezar a invertir la ten-
dencia de la superioridad naval del lado de Alemania.
El 3 de mayo de 1916 los elementos de la flota alemana abandonaron sus
bases en dos grupos. Al primero, comandado por el almirante Franz von
Hipper, se le había asignado la función de actuar de cebo. Hipper se dirigi-
ría a toda máquina hacia el norte a fin de atraer tras él a los cruceros de com-
bate británicos del mar del Norte, tras lo cual viraría hacia al sur y conduciría
directamente a sus perseguidores de lleno contra el segundo grupo alemán,
comandados por el propio Scheer. El grupo de Hipper estaba integrado por
40 barcos rápidos de superficie y 16 submarinos. Estos últimos se desplegarían
por delante de la escuadra de superficie e impedirían cualquier intento de los
barcos principales de la Gran Flota de acudir al rescate de los cruceros de
combate. Scheer confiaba en que el daño físico y psicológico infligido así a la
Royal Navy daría la oportunidad a Alemania de lograr otra victoria en el mo-
mento y lugar de su elección.
Los criptógrafos de la Habitación 40 avisaron por adelantado de los planes
de Scheer. El 16 de mayo descubrieron la partida de los submarinos alemanes e
identificaron sus localizaciones aproximadas. En consecuencia, los cruceros de
combate británicos simularon caer en la trampa, pero eludieron con pericia la
red de submarinos e hicieron otro tanto con los acorazados que los seguían.
Los nudos gordianos 139

Los submarinos alemanes se ahorraron los horrores del frente occidental, aunque, tal y
como muestra la imagen, tampoco tuvieron una guerra cómoda. Perdieron 178 U-booten
y sus tripulaciones durante la guerra. (National Archives)

Por lo tanto, un elemento clave del plan de Scheer había fallado desde el prin-
cipio. Los británicos sabían también que Hipper iba al mando de la escuadra
cebo. El bombardeo que el almirante alemán había dirigido contra la costa
británica en 1914 ocasionó las que, en el momento, fueron consideradas cuan-
tiosas víctimas civiles y que le hicieron ganarse el apodo del «asesino de ni-
ños» en la prensa británica. En ese momento, la Royal Navy tenía la oportu-
nidad de vengarse.
Al mando de los cruceros de combate británicos estaba el almirante David
Beatty, el auténtico prototipo del oficial de la Marina británica. Apuesto, ele-
gante y atrevido, Beatty contaba con la absoluta confianza deJellicoe, Fisher y
Churchill. Gracias a la rápida reacción a la inteligencia de la Habitación 40,
los británicos conservaron una ventaja numérica considerable. La fuerza de
exploración de Beatty contaba con 52 barcos, entre ellos cuatro flamantes
Dreadnougth. Jellicoe le seguía con la principal fuerza de choque de 99 bar-
cos, entre ellos 24 Dreadnought. La escuadra trampa de Hipper condujo a los
británicos hasta la fuerza principal de Scheer, compuesta de 59 barcos, inclui-
dos 16 Dreadnought alemanes. De esta manera, Gran Bretaña conservaba una
ventaja de 12 Dreadnought y de 15 cruceros. Gracias a la Habitación 40, los
45 submarinos germanos nunca llegaron a entrar en combate.
140 La Gran Guerra

Los planes de combate de cada ba nd o er an , po r lo ta nt o, es pe ct ac ul ar es . El


plan de Hipper consistía en te nd er un a em bo sc ad a a lo s br it án ic os , lo s cu al es ,
tras enterarse de sus intenciones, le ha bí an te nd id o un a tr am pa . Lo má s pr o-
bable es que los británicos hu bi er an co ns eg ui do un a vi ct or ia ap la st an te de no
ser por un fallo de diseño qu e se re ve ló mo rt al . Lo s cr uc er os br it án ic os en tr a-
ban en combate si n ni ng un a pr ot ec ci ón co nt ra el fu eg o qu e de sc en dí a de sd e
las torret as de lo s ca ño ne s a la s sa nt ab ár ba ra s si tu ad as de ba jo ; la s zo na s de al -
macena je de mu ni ci ón de al to ex pl os iv o qu ed ab an as í pe li gr os am en te ex pu es -
tas. El preciso fuego alemán se inició a las 15.30 horas de la tarde del 31 de
ma yo , de st ru ye nd o tr es cr uc er os br it án ic os y hu nd ie nd o ca si el bu qu e in si g-
nia del propio Beatty. «Parece que hoy hay algo que no funciona en nuestros
condenados barcos», comentó memorablemente el almirante británico.
Al darse cuenta de su desventaja, Beatty viró hacia el norte para atraer a los
alemanes hacia la poderosa fuerza de Dreadnought de Jellicoe. Hipper, y
Scheer tras él, lo siguieron, ajenos a la presencia de Jellicoe en el norte. Una
vez dentro de su alcance, los barcos de éste realizaron por dos veces la elegan-
te maniobra naval de «cruzar la T' del enemigo», lo que en términos navales
significaba que sus barcos podían desatar toda su furia. Los Dreadnought bri-
tánicos, además, no estaban aquejados del defecto que había inutilizado los
cruceros de Beatty. Durante el segundo cruce de la T, Jellicoe consiguió vein-
tisiete impactos por dos de Scheer. La flota británica empezó, entonces, a si-
tuarse entre Scheer y sus puertos nacionales, con la esperanza de aislar los bar-
cos alemanes y destruirlos. La caída de la noche permitió a Scheer escapar de
la soga que tenía alrededor del cuello y regresar a sus bases.
Desde un punto de vista táctico, Jutlandia podría considerarse una victo-
ria alemana. Gran Bretaña perdió tres cruceros de combate, tres cruceros li-
geros, ocho destructores y 6.784 marineros. Por su parte, las pérdidas de Ale-
mania ascendieron a un acorazado de clase anterior a los Dreadnought, un
crucero de combate, cuatro cruceros ligeros, cinco destructores y 3.039 marl-
neros. El káiser, que consideró Jutlandia como un éxito alemán, repartió con-
decoraciones y declaró que se había roto «la magia de Trafalgar».? La flota
alemana, con la esperanza de que el káiser tuviera razón, volvió a salir en agos-
to, pero los criptógrafos británicos detectaron una vez más el movimiento. En
esta ocasión, sin embargo, los zepelines alemanes observaron el movimiento
hacia el sur de los acorazados deJellicoe, y Scheer desistió del plan.
El encontronazo de agosto demostró que, cifras aparte, la batalla de Jutlan-
dia fue de hecho un triunfo británico, si bien es cierto que no al estilo de Tra-
falgar. Después de Jutlandia, la Flota de Alta Mar alemana rara vez volvió a

9. Guillermo Il, citado en John Keegan, «Jutland», en Robert Cowley (comp.), The Great
War: Persepectives on the First World War, Nueva York, Random House, 2003, pág. 167.
Los nudos gordianos 141

abandonar la seguridad de sus bases, dejando la superficie del mar del Norte a
la Royal Navy. Además, los británicos pudieron asimilar con más facilidad las
bajas, tanto de hombres como de barcos, lo que significó que Jutlandia no
consiguió reducir en absoluto la ventaja relativa de Gran Bretaña. Al final, el
principal combate naval de la guerra no tuvo sobre ésta un gran impacto estra-
tégico; sin duda, no cambió la suerte de los ejércitos en el frente occidental ni
permitió romper a Alemania el bloqueo de superficie británico, el cual estaba
empezando a tener un impacto cada vez más profundo sobre la vida de la po-
blación civil alemana.
A raíz de Jutlandia, el káiser ascendió a Scheer y le concedió la más alta
condecoración alemana, la Orden del Mérito, de inspiración francesa. Sin em-
bargo, Scheer era consciente de que una victoria de superficie contra Gran
Bretaña era cada vez más improbable; de ahí que reanudara sus argumentacio-
nes a favor de la reintroducción de la GSI. Scheer desestimaba la posibilidad
de que ésta condujera a Estados Unidos a entrar en la guerra, aunque no así el
canciller Theobald von Bethmann Hollweg, quien, a finales de agosto, había
conseguido evitar que el káiser diera la orden de reanudación. Sin embargo,
los argumentos a favor de la GSI contaban cada vez con más adeptos. Con la
guerra terrestre en punto muerto, y la naval de superficie aparentemente im-
posible de ganar, el atractivo de la GSI aumentaba por momentos.
En diciembre de 1916 la Marina alemana preparó y presentó el memorán-
dum Holtzendorff. Su principal artífice, el almirante Henning von Holtzen-
dorff, había vuelto al servicio activo en 1915 para dirigir la Marina alemana.
El káiser sentía mucho más respeto por él que el resto de sus compañeros del
Almirantazgo, aunque Holtzendorff compartía la opinión general en la Mari-
na de que tenía que reanudarse la GSI. El 9 de enero de 1917 le dijo al kái-
ser que la GSI podía obligar a Gran Bretaña a salirse de la guerra en seis me-
ses o menos, mucho antes de que los norteamericanos pudieran tener alguna
repercusión en el desarrollo del conflicto, aun cuando declarasen la guerra.
Bethamnn Hollweg reiteró sus preocupaciones acerca del impacto de la GSI
sobre la opinión pública norteamericana y advirtió al káiser de que la reanuda-
ción podría conducir a Estados Unidos a entrar en la guerra, lo que tendría
unas consecuencia s trágicas para Alemania. Holtzendorff , por su parte, argu-
yó que la beligerancia norteamericana no haría otra cosa que proporcionar
más objetivos a los submarinos alemanes, entre ellos los transportes de tropas.
En uno de los errores de cálculo más clamorosos de la guerra, le dijo al káiser:
«Le doy a su majestad mi palabra de oficial de que ni un solo norteamericano
desembarcará en el continente».!”

10. Holtzendorff, citado en Gilbert, op. cit., pág. 306.


142 La Gran Guerra

El 1 de febrero de 19 17 Al em an ia an un ci ó la re an ud ac ió n de la GS I. En
abril los alemanes hundieron 881. 00 0 to ne la da s de em ba rc ac io ne s, fr en te a
las 386.000 tone la da s de en er o. Ho lt ze nd or ff ha bí a ac er ta do al so st en er qu e
unas pérdidas cuantiosas de ba rc os af ec ta rí an a Gr an Br et añ a; pe ro Be th ma nn
Hollweg, que para en to nc es se ha bí a un id o al kái ser , Hi nd en bu rg y Lu de n-
dorff en el ap oy o a la GS L, ta mb ié n ha bí a te ni do ra zó n: el 6 de abr il Es ta do s
Un id os de cl ar ab a la gu er ra a Al em an ia . La ca rr er a ya ha bí a em pe za do . Al em a-
nia tendría que ganar la guerra antes de que los norteamericanos pudieran tra-
ducir sus enormes recursos en activos militares.

La guerra en Oriente Medio y la revuelta árabe

La protección de las aguas que rodeaban a las islas nacionales seguía siendo la
preocupación más acuciante de la Royal Navy, pero la seguridad del canal de
Suez era prácticamente igual de importante, y eso por varias razones. Como
era evidente, la pérdida del canal haría más largas las comunicaciones británi-
cas por mar con Persia, la India, Australia y otros puntos de Oriente. Los bri-
tánicos temían también que perder el canal pudiera desembocar en la pérdida
de todo Egipto. Aunque este último país era bastante menos importante para
el Imperio británico que la India, los dirigentes británicos eran conscientes de
que la reconquista de Egipto por los otomanos les serviría a éstos como una
importante victoria de propaganda para sus intenciones de definir la guerra
como una lucha panislámica contra los aliados cristianos. La posibilidad de
una revuelta islamista en la India obsesionaba a los estrategas británicos y daba
al káiser otra razón para apoyar al Imperio otomano. En una de sus invectivas
menos coherentes, el káiser manifestó con virulencia: «Nuestros cónsules en
Turquía y en la India, nuestros agentes, etcétera, han de incitar a todo el mun-
do musulmán a que se rebele (...); si vamos a derramar nuestra sangre, al me-
nos que Gran Bretaña pierda la India».''
La conexión entre la India y Egipto se hizo aún más intensa cuando los bri-
tánicos decidieron utilizar a los soldados hindúes para proteger la región del
canal de Suez. Aunque ocupado por Gran Bretaña, Egipto seguía siendo legal-
mente una provincia otomana bajo la orientación religiosa del sultán turco. El
Jedive [virrey] egipcio, Abbas Himli Il, era abiertamente pro otomano y se en-
contraba en Constantinopla al empezar la guerra. Los británicos forzaron
entonces su destitución a favor de su tío —un personaje más maleable—, y de-
clararon la ley marcial en noviembre de 1914. Henry McMahon, que sustitu-
yó a Kitchener como alto comisionado para Egipto cuando este último fue

11. Guillermo H,. citado en Strachan, op. cít., vol. 1. pág. 696.
Los nudos gordianos 143

nombrado secretario de Estado para la Guerra, se decidió en contra de utilizar


a los egipcios para defender Suez debido a las supuestas inclinaciones pro oto-
manas de éstos. Consiguientemente, dos divisiones de infantería indias pasa-
ron a constituir la columna vertebral de la estrategia británica en Egipto, la
cual establecía al propio canal como línea principal de defensa y renunciaba a
la península del Sinaí en favor de los otomanos.
Con la esperanza de tomar Suez e incitar a una revuelta contra Gran Bre-
taña entre los egipcios, los otomanos atacaron el canal en febrero de 1915.
Para evitar el fuego artillero de los barcos de guerra británicos, dirigieron el
ataque contra el centro del canal. Pero ninguna de las dos compañías otoma-
nas que lo cruzaron pudo defender su posición, y, además, no se produjo nin-
gún levantamiento en Egipto, lo cual resultó ser significativo. La ofensiva, que
los británicos interpretaron como poco más que una simple incursión, había
fracasado. A pesar de la facilidad con que se había defendido el canal, Gran
Bretaña aumentó rápidamente las fuerzas que lo defendían hasta los 150.000
hombres, los cuales estaban espléndidamente abastecidos, al contrario que sus
enemigos otomanos.
A lo largo de 1915 las frustraciones de Gallípoli obligaron a los británicos
a sentir un renovado respeto por sus enemigos y a tomar la decisión de no li-
mitarse a defender Suez sin más, sino también de protegerlo penetrando en la
península del Sinaí. A tal fin, mejoraron las líneas ferroviarias de la región y
abrieron más pozos de agua para apoyar una ofensiva; además, trasladaron va-
rias lanchas cañoneras al interior del propio canal. Para organizar esta fuerza,
que en enero de 1916 ya estaba integrada por doce divisiones, Kitchener envió
al general sir Archibal Murray, un veterano de las operaciones coloniales bri-
tánicas en todo el mundo y antiguo jefe del Estado Mayor de sir John French.
Murray se puso a trabajar de inmediato para organizar el escenario egipcio
tanto para la defensa del canal como para iniciar una ofensiva incluso hasta
Palestina y Gaza.
Al mismo tiempo, los éxitos otomanos en Gallípoli convencieron a los tur-
cos de que sus soldados podían tomar el canal con una nueva campaña, y, en
esa idea, dedicaron todo el año a mejorar las comunicaciones por tren y carre-
tera entre la línea del frente y el cuartel general del IV Ejército otomano, es-
tablecido en Beersheva. En abril de 1916 los otomanos repelieron el avance
británico sobre el oasis de Qatiya, en el este del canal, y, en agosto, se acerca-
ron lo basta nte al canal para casti garlo con fueg o de artill ería, aunq ue Murr ay
los hizo retr oced er y les causó 16.00 0 bajas . Los britá nicos , que sólo había n
sufrido 1.500 bajas , deci dier on no perse guirl os a causa de la falta de agua po-
table, un factor de gran impo rtan cia en el tórri do veran o del Sinaí .
Hacia el este, los otomanos formaron un nuevo VI Ejército a fin de recha-
zar un ava nce bri tán ico des de Bas ra, en Mes opo tam ia. Su com and ant e era un
144 La Gran Guerra

Soldados australianos a camello durante su adiestramiento en Libia para participar en la


campaña de Palestina. Los regimientos de caballería ligera australianos desempeñaron un
pape l cruci al en los enfr enta mien tos de Orie nte Medi o. (Aus tral ian War Memo rial , nega -
tivo n” H12853)

mariscal de campo prusiano de 72 años, Colmar von der Goltz. Antiguo go-
bernador militar de la Bélgica ocupada, Von der Goltz había sido asignado a
Constantinopla después de haber caído en desgracia ante los dirigentes polít1-
cos alemanes, cada vez más descontentos por lo que consideraban un trato con-
descendiente del militar hacia los belgas. Como jefe del VI Ejército, soñaba
con dirigir, desde Mesopotamia, una invasión otomana de Persia y, quizá, in-
cluso, de la joya de la corona del Imperio británico: la India.
Sin embargo, Von der Goltz tenía primero que enfrentarse a una fuerza
conjunta británica e india, al mando de sir Charles Townshend, que en julio de
1915 había entrado en las ciudades mesopotámicas de Nasiriya, a orillas del
Eufrates, y de Amara, junto al Tigris. Desde Amara, Townshend se dirigió
hacia Kut, a 240 km al norte, localidad que tenía previsto utilizar como base
principal para una ofensiva contra Bagdad, situada sólo a 128 km río Tigris
arriba. El general otomano Nurettin Bajá estableció su defensa 32 km al sur de
Bagdad, en Ctesiphon. Al proteger su flanco derecho asegurándolo contra el
río, Nurettin estableció dos sólidas líneas defensivas con 20.000 soldados, mu-
chos de ellos pertenecientes a las unidades más avezadas de los otomanos.!?

12. Edward Erickson, Ordered to Die: A History ofthe Ottoman Army in the First World War,
Westport, Connecticut, Greenwood Press, 2001, pág. 112.
Los nudos gordianos 145

Pese a estar en inferioridad numérica, encontrarse en un territorio hostil y no


tener esperanzas de poder recibir refuerzos, Townshend atacó con la confian-
za de que la moral otomana se resquebrajaría, tal y como había ocurrido en
Nasiriya. A finales de noviembre la fuerza indobritánica había conseguido
tomar la primera línea otomana, aunque fue incapaz de abrir brecha en la se-
gunda. La moral otomana había resistido a pesar de sufrir el doble de bajas
que los británicos.
Incapaz de tomar Bagdad, Townshend decidió retirarse a su base en Kut,
a la que había llegado el 3 de diciembre. Con el río Tigris a su espalda, Town-
shend tenía a su cuidado una guarnición de 11.600 soldados británicos e in-
dios, 3.300 no combatientes y 7.000 vecinos, y según sus cálculos tenía muni-
ción y comida para sesenta días. El día de Nochebuena, sus fuerzas rechazaron
sin esfuerzo un ataque de las fuerzas de Nurettin, lo que hizo que Townshend
confiara en su capacidad para resistir a los otomanos hasta que se recibiera
ayuda. Sin embargo, las fuerzas enemigas rodearon rápidamente la ciudad y
sitiaron a la guarnición, mientras fuerzas adicionales desbarataban tres inten-
tos británicos de auxiliarla. En uno de los casos, los otomanos interceptaron
un barco que transportaba 270.000 toneladas de alimentos extendiendo una
cadena a lo ancho del río Tigris. Por su parte, dos divisiones otomanas se de-
dicaron a desgastar a los defensores de Kut obligándolos a responder de ma-
nera permanente a ataques simulados.
Las reservas de comida para dos meses de Townshend disminuyeron con
rapidez. Sus hombres consiguieron llegar a abril comiéndose a sus caballos y a
cualesquiera otros desafortunados animales que vivieran en Kut. Las enfer-
medades no tardaron en asolar el campamento, y el cólera (que también afec-
tó a los sitiadores, y acabó con la vida de Von der Golz en abril) contribuyó
aún más al debili tamien to de los hombre s. El gobier no británi co, en un inten-
to desesp erado por evitar la humill ación de una rendici ón en masa, ofreció a
los otoman os dos millone s de libras esterli nas en oro a cambio de que dejaran
salir indemn e de la ciudad a la guarnic ión. Los británi cos promet ieron tam-
bién que, de ser liberad os, ningun o de los hombre s de Kut volverí a al servici o
para combatir contra Turquí a. Los otoman os rechaz aron la oferta.
Al final, Townshend, junto con 2.591 soldados británicos y otros 6.988 in-
dios, se rin dió el 29 de abr il de 191 6. De ese gru po, más de la mit ad mur ió,
tanto durante el tra yec to a los cam pos de pri sio ner os de gue rra com o est an-
do ya en cautivida d. To wn sh en d fue uno de los sup erv ivi ent es. En lug ar de en-
viarlo a un campo de pri sio ner os, los oto man os lo ins tal aro n en una vill a de la
isla de Prinkipo, cerca de Con sta nti nop la, don de le pro dig aro n un tra tam ien -
to excelente, permitiéndole inc lus o sali r de caz a. El sen tim ien to de cul pa por
el contraste entre su cómoda exi ste nci a y la exp eri enc ia ter rib le de aqu ell os
que habían estado a sus órd ene s nun ca aba ndo nar ía a Tow nsh end , el hom bre
146 La Gran Guerra

que había firmado la que, ha st a ese mo me nt o, fu e la ca pi tu la ci ón má s nu me -


rosa de la historia británica.
Incapaces de conseguir una sol uci ón mil ita r ráp ida , y en fr en ta do s a una de-
terminación ines pe ra da por par te de los ot om an os , los bri tán ico s re cu rr ie ro n
a la diplom ac ia y a la int rig a. En co ns ec ue nc ia , mi en tr as los al em an es int ent a-
ban provoc ar una rev uel ta isl ámi ca en la Ind ia y en Eg ip to , los bri tán ico s hi-
cieron lo propio para desencadenar otra revuelta islámica en Arabia. Aunque
ninguna produjo resultados que satisficieran demasiado las expectativas de sus
aut ore s, la var ian te bri tán ica se rev eló no ta bl em en te má s efe cti va. De sd e la
óptica de Gran Bretaña, una revuelta árabe en la tierra de las ciudades santas
islámicas debilitaría las llamadas del califa otomano al yihad y, por ende, escin-
diría al mundo islámico. Podía ofrecer también la posibilidad de crear un im-
perio árabe de influencia británica, que complementara el que Gran Bretaña
tenía ya en la India. Para Kitchener, el plan de un Egipto antiguo y un Sudán
veterano tenía un atractivo particular.
Aun antes de la guerra, Kitchener había estado en conversaciones con el
emir Abdullah ibn-Hussein, segundo hijo del sharif de La Meca, que ostenta-
ba el título de rey de la Hejaz (una región que se correspondía más o menos
con la parte occidental de Arabia). La familia de Hussein se enorgullecía de
descender del profeta Mahoma y, por consiguiente, tenía el poder simbólico
para oponer una voz islámica rival a los otomanos.!* La familia estaba resenti-
da también con los intentos de los Jóvenes “Turcos de suprimir la cultura árabe
y de aumentar el control turco sobre sus territorios, este último simbolizado
por la construcción del ferrocarril de la Hejaz (financiado en buena medida
con dinero alemán), que permitía a los otomanos desplazar soldados a las tie-
rras de los árabes con más rapidez. Por lo tanto, los Hussein no apoyaron la
llamada al y¿had de los otomanos en noviembre de 1914, aunque les faltó muy
poco para declarar su apoyo a los aliados.
Durante los primeros meses de la guerra, el sharif Hussein se enteró de los
sentimientos independentistas de muchos oficiales árabes del Ejército otoma-
no. En julio de 1915 envió una carta a McMahon en la que le manifestaba su
disposición a iniciar una revuelta árabe, siempre y cuando los británicos estu-
vieran de acuerdo en apoyar, al finalizar la guerra, la independencia de un Es-
tado árabe bajo la autoridad de su familia. McMahon aceptó la propuesta, aun-
que se guardó muy mucho de precisar las fronteras exactas de la futura nación
árabe. Aunque suficiente para garantizarse el apoyo de Hussein, más tarde la
carta de McMahon ocasionaría una gran confusión cuando las interpretacio-
nes que tenían árabes y británicos acerca de las fronteras entraron en conflic-
to. El acuerdo de Hussein y McMahon contravenía también la Declaración de

13. Esta familia Hussein no tienen ningún parentesco con el iraquí Saddam Hussein.
Los nudos gordianos 147

Balfour de 1917, en virtud de la cual el gobierno británico prometía apoyar un


estado judío en Palestina. Para terminar de complicar las cosas, los británicos
reconocieron al rival de Hussein, Ibn Saud, un soberano de Arabia oriental, y
firmaron el acuerdo de Sykes-Picot, un pacto secreto con Francia por el que la
mayor parte del territorio árabe del Imperio otomano acabaría dividiéndose
entre Francia y Gran Bretaña.
Como no acababa de confiar en la honradez de Gran Bretaña, Hussein es-
tuvo dudando en llamar a la revuelta árabe hasta el envío de tropas otomanas
a la guarnición de la ciudad árabe de Medina en junio de 1916. Hussein y su
hijo mayor, el emir Faisal, reaccionaron encabezando un ataque al ferrocarril
de la Hejaz y aislando Medina. Había empezado la revuelta árabe. Un perspi-
caz oficial británico que hablaba el árabe con fluidez y que, según sus colegas
del ejército, «había adoptado las costumbres de los nativos», llegó a la zona
en octubre de 1916 como oficial de enlace con los árabes. T. E. Lawrence
(Lawrence de Arabia) no tardó en señalar a Faisal como el más prometedor de
los dirigentes árabes. Ése fue el inicio de una relación que terminó llevando
a Lawrence a la Conferencia de Paz de París como consejero de Faisal.
A pesar de la revuelta, la guarnición de Medina resistió, pero las fuerzas
árabes, integradas por 50.000 hombres, tomaron la ciudad santa de La Meca y
tres puertos del mar Rojo antes de un mes. Los británicos proporcionaron ar-
mas y transportes de la Armada para atravesar el mar Rojo a fin de facilitar la
campaña de los árabes. Faisal, con Lawrence a su lado, proporcionó un lidera-
to acertado y demostró tener una gran aptitud para la guerra de guerrillas. Los
árabes cortaron las líneas ferroviarias, distrajeron a miles de soldados oto-
manos e hicieron posible una ofensiva británica en la península del Sinaí. En
agosto de 1914 dos mil árabes entraron en Aqaba, un puerto clave del mar
Rojo, lo que supuso un espectacular punto de inflexión en la revuelta árabe.
Acto seguido, Lawrence atravesó el Sinaí a caballo y llegó a El Cairo para
informar de la toma de Aqaba y del éxito más importante de la revuelta árabe.
Allí se enteró del acuerdo secreto de Sykes-Picot, que amenazaba con negar la
independencia árabe después de la guerra. Al encontrarse de nuevo con Faisal,
Lawrence instó a las fuerzas árabes a avanzar más y con más decisión, confian-
do en que Gran Bretaña y Francia no podrían negar a los árabes la indepen-
dencia de los territorios que ya estuvieran en su poder. Damasco, que de
acuerdo con Sykes-Picot quedaba en la zona de dominio francés, se convirtió
rápidamente en el objet ivo de los árabe s. En octu bre de 1918 justo antes de
que terminara la guerr a, las fuerz as árabe s entra ron en la ciuda d, lo que aña-
dió más conf usió n a un ya comp lica do pano rama de posg uerr a en Orie nte
Medio.
Los británicos hic ier on mu ch as pr om es as con tra dic tor ias y con fus as par a
ganar la guerra, pr om es as que , des pué s, de mo st ra ro n ten er mu ch as co mp li ca -
148 La Gran Guerra

ciones imprevistas; pero en el mome nt o en qu e di o co mi en zo la re vu el ta ár a-


be, las medidas británicas pareci er on re po rt ar un os be ne fi ci os tr em en do s.
Gran Bretaña se había esta do pr ep ar an do pa ra un a of en si va ge ne ra l co nt ra el
Sinaí, a un ritmo mensua l de ob ra s de 22 5 km de ví a fé rr ea y 24 km de re de s
de distribución de agua.! * En ma rz o de 19 17 , cu an do la re no va da of en si va br i-
tánica en Mesopo ta mi a to mó po r fi n Ba gd ad , lo s br it án ic os at ac ar on Ga za ,
donde di sf ru ta ro n de un éx it o in ic ia l qu e no co ns ig ui er on cu lm in ar . Un se -
gundo ataque en ab ri l, és te co n ca rr os de co mb at e, ga se s y ap oy o de fu eg o
naval, también fracasó, y los británicos sufrieron 6.400 bajas.
La primera y segunda batalla de Gaza obligó a importantes cambios en
ambos bandos. Los británicos sustituyeron a Murray por el general Edmund
Allenby, cuyos fracasos en el frente occidental habían conducido a lo que él
consideró una degradación por el destino remoto al que era enviado. El pri-
mer ministro británico, David Lloyd George, cada vez más frustrado por el
estancamiento del frente occidental, le dijo al temperamental Allenby que no
considerase a Palestina como un escenario menor. El primer ministro informó
al general de que él apoyaría una ofensiva a gran escala en la zona, pero que es-
peraba que Jerusalén estuviera en manos británicas para Navidades. Lloyd
George cumplió su promesa y envió carros de combate, aviones y refuerzos.
Los objetivos británicos en Palestina iban más allá de limitarse a asestar
una derrota militar al Imperio otomano. Las negociaciones secretas entre
Gran Bretaña y Francia habían situado ya a Palestina dentro de la zona «inter-
nacional» que sería administrada por los británicos. En realidad, el plan pro-
metía añadir Palestina, Transjordania e Irak al Imperio británico a todos los
efectos excepto en el nominal. Antes de abandonar Inglaterra, Allenby le dijo
a un colega en que se aseguraría de que «los 1.335 años de la ley de Mahoma
[en Palestina] acaben en 1917».!* Sólo unas semanas después de su llegada a
Oriente Medio, Allenby se enteró de la muerte de su único hijo, fallecido en
combate en el frente occidental. “Tras doblar el telegrama que le comunicaba
la fatal noticia y metérselo en el bolsillo sin decir palabra, se entregó en cuer-
po y alma a la toma deJerusalén. Allenby trasladó su cuartel general, que Mu-
rray había establecido en la habitación de un hotel de El Cairo, a las líneas del
frente y se hizo tan visible como cualquier otro mando británico durante toda
la guerra.
Mientras tanto, los Imperios centrales no permanecieron pasivos. En mayo
de 1917 los otomanos aceptaron la llegada del general alemán Erich von

14. Anthony Bruce, The Last Crusade: The Palestine Campaign in the First World War, Londres,
Jonh Murray, 2002, pág. 80.
15. Teniente general sir Henry de Beauvoir de Lisle, «My Narrative of the Great German
War», 1919, LHCMA, documentos de Lisle, vol. 2, pág. 36.
Los nudos gordianos 149

Falkenhayn, que creó el Grupo de Ejércitos Yildrim (relámpago). Falkenhayn


colocó a 65 oficiales alemanes (frente a sólo nueve oficiales otomanos) en los
puestos del Estado Mayor. Este dominio alemán provocó que Mustafá Kemal
renunciara a su puesto de comandante de uno de los ejércitos del Yildrim y
que volviera a Constantinopla, quejándose de que Falkenhayn había converti-
do a Turquía en una «colonia alemana».!'* Falkenhayn situó al Grupo de Ejér-
citos a lo largo de una línea entre Gaza y Beersheva, donde se enfrentaba a una
fuerza británica que en infantería lo doblaba, y en caballería lo superaba en
una proporción de ocho a uno.
La noche del 13 de octubre, con una luna llena que iluminaba el camino,
Allenby lanzó un audaz ataque contra Beersheva. La temeraria carga de la ca-
ballería ligera australiana permitió que los británicos tomaran la ciudad y, con
ella, sus vitales pozos de agua intactos. Al día siguiente, la artillería británica
preparó un ataque sobre Gaza con 15.000 proyectiles. Falkenhayn no tuvo
más remedio que llevar a cabor una retirada de combate, lo que permitió que
las fuerzas británicas entraran en Palestina y tomaran Jaffa, el principal puerto
de Jerusalén, el 16 de noviembre.
Allenby planeaba tomar la propia Jerusalén por medio de un cerco rápido,
tanto para ahorrarle daños a la ciudad como para cumplir la promesa hecha a
Lloyd George. El primer intento británico, el 25 de noviembre, fracasó, pero
se hizo patente que la moral otomana se estaba resquebrajando. El 8 de di-
ciembre las fuerzas otomanas empezaron a retirarse de la ciudad santa, lo que
permitió que Allenby entrara tres días después con dos semanas de adelanto
sobre lo previsto. Se ponía fin así a cuatro siglos de dominio otomano en La
Meca, Bagdad y Jerusalén.
En previsión de un ataque alemán en Francia durante 1918, los británi-
cos hicieron regresar al frente occidental a muchos elementos de la fuerza de
Allenby. Aun así, éste reanudó la ofensiva durante la primavera, tomó Jericó
en febrero y asaltó Amman en marzo, ocasionando con ello que Falkenhayn
fuera degradado y enviado a Lituania. Al final del verano, las fuerzas árabes y
británicas estaban actuando en equipo; mientras las primeras hostigaban a las
líneas de comunicación otomanas, las últimas aportaban la artillería y aviación
necesaria para resistir. En septiembre, en la batalla de Meggido, los británicos
aniq uila ron al VII Ejérc ito turco y abrie ron las carre teras a Naza ret, Haifa ,
Acre y Dama sco. Dura nte las últim as sema nas de la guerr a, los otom anos per-
dieron también Beirut, Aleppo y Mosul.
Las campañas de Palestina y Ara bia re pr es en ta ro n, por tan to, im po rt an te s
victorias en lo milita r par a Gr an Bre tañ a. Sin em ba rg o, sus mu ch as pr om es as ,
realizadas a muchos gru pos , no ta rd ar on en cre ar una sit uac ión ins ost eni ble .

16. Allenby, citado en Erickson, op. cit., pág. 171.


150 La Gran Guerra

Los británicos incumplieron las garantías implícitas en la correspondencia en-


tre Hussein y McMahon, así como la promesa realizada a los 5.000 voluntarios
de la Legión Judía de que podrían asentarse en Palestina después de la guerra.
También retrasaron la ejecución de la Declaración de Balfour. En cambio,
Gran Bretaña sí que permaneció fiel al acuerdo Sykes-Picot, que le otorgaba
el control de Palestina, Transjordania y Mesopotamia, y a Francia, el del Líba-
no y Siria. El resultado fue una sucesión de rebeliones árabes contra los judíos
en 1920 y 1921 y un nudo gordiano que los británicos, sin duda, no podían
deshacer. Se había dado a luz al atormentado siglo XX de Oriente Medio.
Capítulo 6
Francia desangrada
La agonía de Verdún

Amigos míos, debemos tomar Verdún. Antes de que termine fe-


brero, ha de estar culminada la conquista. Entonces, vendrá el
emperador y pasará una gran revista en la plaza de armas de Ver-
dún, y allí firmaremos el tratado de paz.

El príncipe heredero Guillermo


a Sus tropas, febrero de 1916*

«Hemos hecho Italia —dijo Giuseppe Garibaldi poco después de la unifi-


cación italiana en la década de 1860—; ahora, tenemos que hacer italianos.»
Medio siglo después, el proceso seguía lamentablemente inconcluso. Los lo-
calismos no habían perdido su fuerza, y las diferencias regionales anulaban a
menudo los impulsos nacionalistas. El concepto de una nación italiana estaba
todavía en estado embrionario en 1914, y los esfuerzos para formar un estado
unificado seguían encontrando en su camino obstáculos de importancia. Al
igual que en otros estados europeos multiétnicos, las clases dirigentes italianas
previeron utilizar al ejército como fuerza unificadora, que enseñara a los hom-
bres y mujeres lo que significaba ser italiano y, de manera más pragmática,
cómo había que hablar y leer la lengua nacional en lugar del dialecto local. En
algunos regimientos, este objetivo sustituyó ampliamente al de la eficiencia, lo
que condujo a un gran desequilibrio en la calidad de las unidades italianas. En
1914 la unificación social y cultural de Italia a través de una experiencia mili-
tar común no había cristalizado todavía. La mayor parte de los italianos, en es-
pecial los del sur, seguían mirando al nuevo estado con más desconfianza que
afecto.
Estas divisiones internas se combinaron con los problemas presupuestarios
para perjudicar la modernización del Ejército italiano. Oficiales y tropa reci-
bían un salario exiguo, y las más de las veces se les utilizaba para romper huel-
gas y sofocar revueltas internas, una función que apenas contribuyó a aumen-

* El epígrafe está extraído de una cita en Pierre Miguel, Les Poilus: La France Sacrifiée, París,
Plon, 2000, pág. 262.
152 La Gran Guerra

tar tanto la moral de las unidades co mo el se nt im ie nt o na ci on al . De sd e un


punto de vista material, el ejército an da ba fal to de cas i to do , y en 19 14 só lo
poseía 595 vehículos a motor y 8 es cu ad ro ne s de av ia ci ón . Y la in du st ri a ita lia -
na no estaba en situació n de co rr eg ir tal es de fi ci en ci as . En ma yo de 19 15 las
fábricas italianas se gu ía n pr od uc ie nd o 27 .0 00 pr oy ec ti le s me no s po r me s qu e
la cantid ad mí ni ma qu e el ej ér ci to co ns id er ab a ne ce sa ri a. La s re la ci on es en tr e
civiles y mi li ta re s se co nt ab an en tr e las pe or es de Eu ro pa , y el 1 de ju li o de
19 14 , ju st o cu an do la cri sis co nt in en ta l em pe za ba a fr ag ua rs e, el ej ér ci to su fr ió
el go lp e in es pe ra do de la mu er te de l je fe de su Es ta do Ma yo r.
Con la crisis europea en pleno desarrollo, el gobierno italiano decidió lle-
nar el vací o dej ado en la cúp ula mili tar nom bra ndo com and ant e de sus ejér ci-
tos a Luigi Cadorna, hijo del legendario Raffaele Cadorna, el general que ha-
bía tomado los Estados Vaticanos en 1870. Luigi estaba a punto de retirarse al
producirse la inesperada vacante. El apellido de su padre, sus conexiones con
la realeza y su linaje piamontés parecían ofrecer estabilidad y previsibilidad;
sin embargo, fue una mala elección. Cadorna no sabía lo que era disparar un
tiro en combate, y, en las maniobras de guerra italianas de 1911 había recibi-
do críticas muy duras por la simpleza de sus tácticas. Sus escritos eran fiel re-
flejo de un concepto mediocre y desfasado de la estrategia, que ponía el énfa-
sis en las cargas frontales y minimizaba el papel de la potencia de fuego. Y lo
que era aún peor, creía que sólo la disciplina más cruel podía conseguir hacer
soldados de los italianos meridionales, en cuya valoración ocupaban un lugar
apenas por encima de las mulas. Arrogante y paranoico, Cadorna se reveló
como uno de los peores jefes supremos militares del siglo XX.

Italia y el Isonzo

Al producirse la crisis de julio, Italia apenas tenía intereses de Estado imperio-


sos y no estaba amenazada de manera directa por ninguna de las grandes po-
tencias. Como firmante de la Triple Alianza, estaba obligada por tratado hacia
Alemania y Austria-Hungría, aunque pocos diplomáticos europeos creían que
Italia fuera a cumplir con esas obligaciones. Desde la firma de la alianza en
1882, la cual se había concebido como protección contra Francia, las ten-
siones entre Italia y Austria-Hungría habían ido en constante aumento, entre
otras razones, porque los nacionalistas italianos se dedicaron a provocar la ira
popular contra la ocupación austríaca en zonas con poblaciones italianas
significativas, en especial la de la estratégica región del Tirol, el valle del río
Isonzo y las ciudades portuarias de Fiume y Trieste. Como era de prever,
cuando la crisis de julio se agravó, Italia arguyó que, puesto que Austria-Hun-
gría era la que había agredido a Serbia y que la Triple Alianza era un acuerdo
Francia desangrada 153

defensivo, Italia no estaba obligada a entrar en la guerra. Los oficiales austría-


cos y alemanes expresaron en público su indignación ante lo que denomina-
ron la deslealtad italiana, aunque en privado fueron pocos los que manifestaron
sorpresa o tan siquiera una gran decepción.
La neutralidad les habría resultado más útil a los italianos, pero Cadorna y
otros vieron la guerra como una oportunidad para anexionarse territorio «ita-
liano» y aumentar su influencia en Albania. Una victoria de armas, confiaban,
impulsaría a su joven país a la categoría de las grandes potencias de Europa y
uniría al pueblo italiano. Dado que la mayor parte del territorio que ansiaban
pertenecía al Imperio austrohúngaro, aliarse con Gran Bretaña y Francia re-
sultaba de lo más razonable, eso sin contar con que la extensa y desprotegida
costa italiana convertía la opción de una guerra con Gran Bretaña en algo
especialmente desagradable. Los éxitos iniciales de los rusos en los Cárpatos
debilitaron a los austríacos, que, con varios frentes abiertos, se antojaban un
objetivo fácil.
En marzo de 1915, los italianos se dirigieron a Gran Bretaña con una pro-
puesta para entrar en la guerra con la condición de que los aliados recono-
cieran la anexión por Italia del Tirol meridional, el Trentino, Gorizia, Gradis-
ca, Triestre, Istria, Dalmacia y el puerto albanés de Valona. Tales condiciones
tenían un alcance considerable y socavaban la propia lógica nacionalista de
Italia, aunque a los aliados no les suponía ningún coste. Gran Bretaña, deseo-
sa de contar con la Marina italiana como aliada y no como una amenaza a las
líneas de comunicación del Mediterráneo, convenció a Rusia y Francia para
que aceptaran las condiciones italianas. En el consiguiente tratado de Lon-
dres, firmado en abril, los aliados también se comprometieron a proteger la
costa y las rutas de navegación italianas, a seguir con las ofensivas rusas contra
Austria-Hungría para evitar que la última amenazara a Italia, a aumentar el
Imperio italiano en África mediante la incorporación de Eritrea y Etiopía, y a
prestar a Italia 50 millones de libras esterlinas con destino a la modernización
militar. Al menos en el terreno de la diplomacia, Italia había salido muy bien
parada.
Sin embargo, y par a po de r rei vin dic ar tod as esa s pr om es as , Ita lia ten drí a
que ganar en el ca mp o de bat all a. So br e el pap el, co nt ab a con mu ch as ven ta-
jas. Los italianos podían concentrar su ejé rci to de 90 0. 00 0 ho mb re s con tra un
solo enemigo, Austria-Hu ng rí a, mi en tr as ést a luc hab a ya con tra Ser bia y Ru -
sia. A la inversa, el frente ita lia no ten drí a qu e ser , por fue rza , se cu nd ar io par a
Austria, lo que daba a Italia la su pe ri or id ad nu mé ri ca . A ma yo r ab un da mi en -
to, las enormes pérdidas sufridas por los aus trí aco s en los Cá rp at os du ra nt e
1914 habían destruido gran parte del nú cl eo pro fes ion al de su ejé rci to. Ca do r-
na predijo confiadamente una vic tor ia fác il y af ir mó que él y sus ho mb re s se
darían un paseo hasta Viena.
154 La Gran Guerra

No todos los soldados se pasaron la guerra en las trincheras. Estos esquiadores de élite
italianos del frente del Isonzo estaban entrenados para infiltrarse en las líneas enemigas y
destruir las vías de comunicaciones y abastecimiento. (United States Air Force Academy
McDermott Library. Colecciones especiales)

Sin embargo, el camino hasta Viena pasaba por el valle del río Isonzo y las
cumbres de los Alpes Julianos, un terreno ideal para el defensor, pero cual-
quier cosa para los atacantes excepto apto para darse un paseo. Las tropas aus-
trohúngaras, además, estaban indignadas por la entrada de Italia en la guerra,
y no olvidaban que ésta se había aprovechado de la obsesión de Austria con
Prusia en la guerra de 1866 para apoderarse de Venecia y de las regiones cir-
cundantes. Italia no tardó en convertirse en el enemigo contra el que todos los
numerosos grupos étnicos del imperio se unirían para combatir. Por consi-
guiente, el conflicto bélico contra Italia devino en una parte de la guerra que
los austrohúngaros consideraron «justa y necesaria», unidad de intereses que no
existió nunca en los frentes contra los serbios y los rusos.'
Los austríacos otorgaron el mando de la defensa del Isonzo a Svetozar Bo-
roevié, un capacitado general croata, uno de los pocos generales austrohún-
garos que había ejercido el mando de manera competente en los Cárpatos en
1914, donde evitó que una fuerza rusa mucho más numerosa cruzara la cordi-
llera e hizo retroceder después a los rusos hacia Cracovia. Conrad, para quien
el croata había caído en desgracia, creyó que la citada experiencia de Boroevié

1. John Schindler, Isonzo: The Forgotten Sacrifice of the Great War, Westport, Connecticut,
Praeger, 2001, pág. 14.
Francia desangrada 155

/ %
/.0 á
q Gorízia/
Tagliamentoy /
:
; S LL e Trieste
, Traviso WN... Golfo de TriA
esteS
e Vicenza No

: Venecia
Frontera entre Italia y Austria- Padua o a
o GOLFO
Hungría antes de la guerra
DE
ISTRIA
Extensión máxima de las :
conquistas austro-germanas > VENECIA
en la ofensiva de Caporetto, I A A L 1 A :
octubre-noviembre 1917 e S mo

Máximas conquistas italianas,


1915-1918

El frente italiano, 1915-1918.

en los Cárpatos le sería útil contra los italianos en el Isonzo. En consecuencia,


decidió darle otra oportunidad al croata como jefe de un nuevo V Ejército.
Escaso de fuerzas y de munición, Boroevié se propuso sacarle la máxima
utilidad al terreno. Por su parte, Cadorna decidió atacar antes de que las fuer-
zas italianas estuvieran totalmente movilizadas, pues confiaba en lanzarse a
través de las posiciones austrohúngaras antes de que Boroevié pudiera estable-
cerlas. Aun así, hacia finales de mayo los austríacos tenían dispuestos más de
114.000 hombres y 230 piezas de artillería pesada a lo largo del frente italia-
no. El inexperto y mal equipado ejército de Cadorna contaba con una gran
superioridad numérica (en junio había ya 400.000 italianos en la región),
pero carecía de cortaalambradas, artillería pesada, munición, aviones de reco-
nocimiento e incluso de cascos de acero. La primera batalla del Isonzo se pro-
longó desde el 23 de junio hasta el 7 de julio. Los 1talianos alcanzaron algunas
posiciones estratégicas, pero perdieron 15.000 hombres y no consiguieron
romper las líneas enemigas. El fácil paseo de Cadorna hacia Viena había teni-
do un mal comienzo.
156 La Gran Guerra

El terreno del Isonzo planteaba graves problemas. Este remoto puesto de avanzada de los
Alpes Julianos ofrecía escasa protección contra el rigor de los inviernos en las montañas.
(United States Air Force Academy McDermott Library. Colecciones especiales)

Pese a todo, Cadorna lo volvió a intentar casi de inmediato. El acuerdo de


Italia con los aliados había estipulado que Rusia la ayudaría mediante una pre-
sión continua sobre los austríacos, mas los reveses sufridos en Gorlice-Tarnów
obligaron a los italianos a atacar antes de lo que querían a fin de aliviar las tr1-
bulaciones de los rusos. En la segunda batalla del Isonzo, los italianos consi-
guieron obligar a Austria a trasladar ocho divisiones más a la región a finales
de año, pero la batalla no proporcionó más que beneficios temporales. Cador-
na lanzó su tercera ofensiva en el Isonzo en octubre, en esta ocasión también
sin la artillería precisa. De nuevo, la acción fue un fracaso.
Cadorna intentó un nuevo ataque antes de finalizar el año. En noviembre,
en medio de la nieve, de la escasez de alimentos y de un brote de cólera, los
italianos hicieron retroceder a los austríacos, pero no consiguieron tomar la
ciudad clave de Goritzia. Las primeras cuatro batallas del Isonzo le habían cos-
tado a Italia casi 230.000 bajas, entre muertos y heridos. Cadorna no había sido
el único general en sufrir grandes pérdidas en 1915, aunque sí el único que
se empeñó en combatir sobre el mismo terreno, utilizando en esencia las mis-
mas tácticas cuatro veces. Sus ofensivas habían desangrado a Italia, privándola
de sus mejores oficiales y soldados de antes de la guerra, además de los entu-
siastas voluntarios del primer momento. A cambio, no había conseguido ha-
Francia desangrada 157

cerse con ningún trozo de terreno importante y había quedado como un idio-
ta por sus promesas iniciales de una guerra fácil.
La reacción de Cadorna consistió en culpar a todos los que le rodeaban,
desde los periodistas y oficiales subalternos hasta los «holgazanes» italianos
meridionales que constituían el grueso del ejército. En consecuencia, estable-
ció un brutal sistema disciplinario que condenó a 170.000 hombres por diver-
sos delitos, pronunció 4.028 sentencias de muerte y ejecutó a más hombres
que los ajusticiados en cualquier otro ejército. En algunos casos, los italianos
recurrieron a la antigua práctica del Imperio Romano del «diezmo», intro-
ducida en el ejército por Cadorna en enero de 1916, y en virtud de la cual los
hombres eran ejecutados de forma aleatoria, escogiendo a uno de cada diez
soldados, como un medio de castigar tanto el comportamiento deficiente de
toda una unidad como un delito individual cuando no se podía descubrir al
autor. Como la guerra avanzaba a duras penas y el descontento de los hombres
con la actuación de sus generales iba en aumento, los actos de indisciplina em-
pezaron a ser más frecuentes, lo que condujo a las autoridades militares a in-
crementar el número y dureza de los castigos.
La propia aleatoriedad del sistema disciplinario italiano se volvió contra él.
En teoría, los castigos aleatorios estaban pensados para amedrentar a los hom-
bres, a fin de que éstos se comportaran como deseaba Cadorna. En cambio,
los hombres empezaron a odiar con tanta intensidad a sus propios oficiales,
que se perdió por completo la efectividad en el combate. Cadorna se negó a
considerar cualquier otro método de subir la moral, tales como aumentar los
permisos o mejorar el rancho. Aun cuando se aceptara la necesidad estraté-
gica de que continuara con su ofensiva, la nula disposición de Cadorna a es-
cuchar las quejas legítimas de sus soldados revela a un hombre que no estaba
dispuesto a aprender. La severidad y la imprevisibilidad en el castigo siguió
siendo la forma de tratar con sus soldados.”
Cadorna se sentía menos propenso a diezmar a sus oficiales, pero éstos
tampoco escaparon a su cólera. Los hombres que se atrevieron a desafiar su
opinión fueron degradados y trasladados a otros escenarios y, en algunos casos
ext rem os, se les enca rcel ó por ins ubo rdi nac ión El cuar tel gene ral de Cad orn a
siguió siendo un luga r don de nadi e cue sti ona ba su pun to de vist a ni su estr a-
tegia. Él y su Est ado May or cita ban a men udo el viej o refr án pia mon tés de
que «el sup eri or tien e sie mpr e razó n, sobr e tod o cua ndo está equ ivo cad o». *
Cad orn a sust ituy ó a tant os ofic iale s, que las uni dad es per die ron la con tin uid ad

2. Mi agradecimien to a Van da Wil cox por per mit irm e util izar su com uni cac ión «Di sci pli ne
in the Italian Army, 1915-1918 », pre sen tad a en la II Con fer enc ia Eur ope a sob re los est udi os de la
Primera Guerra Mun dia l, Uni ver sid ad de Oxf ord , Ing lat err a, 23 de jun io de 200 3.
3. Schindler, op. cit., pág. 109.
158 La Gran Guerra

en el mando. Los progra ma s par a as ce nd er a la ofi cia lid ad tuv ier on qu e ser
abreviados, a fin de po de r sus tit uir tan to a los ho mb re s qu e ha bí an mu er to
como a aqu ell os otr os a los que Ca do rn a hab ía re mo vi do del ma nd o. De res ul-
tas de todo est o, el Ejé rci to ita lia no se en co nt ró con una esc ase z ter rib le de
mandos cualificados.
A principios de 1916, por tanto, Italia no estaba más cerca de realizar cual-
quiera de sus sueños de lo que lo había estado cuando se unió a los aliados. Sus
prop ias ofen siva s se hab ían est anc ado y aca bad o en frac aso, con un ele vad o
coste humano; sus aliados británicos habían fallado en los Dardanelos y en el
frente occidental; Rusia, de quien los italianos habían esperado que los ayuda-
ran ocupando Austria, se había retirado de Polonia y no estaba en disposición
de prestar ninguna ayuda valiosa; y por lo que respecta a Francia, había sobre-
vivido a la sangría de 1915, pero en 1916 estaba a punto de pasar por una
prueba de fuego que nadie podía haber imaginado.

El lugar de ejecución: Verdún

El general Erich von Falkenhayn pasó los últimos días de 1915 evaluando de
nuevo la posición estratégica de Alemania. El día de Navidad, elaboró un in-
forme dirigido al káiser en el que aseguraba que la entrada de Italia en la gue-
rra y el fracaso alemán en obligar a Rusia a abandonarla habían proporciona-
do a los aliados unos recursos mayores, algo que, tarde o temprano, ellos, los
alemanes, tendrían que afrontar. En enero de 1916 los aliados tendrían 139 di-
visiones en Francia y Bélgica (incluidas las divisiones de los Nuevos Ejércitos
británicos) en contraposición a las 117 divisiones alemanas. Sin embargo, Fal-
kenhayn conservaba el optimismo, toda vez que creía que uno de aquellos alia-
dos, concretamente Francia, se encontraba al «límite de sus fuerzas». Según
creía él, Francia podía ser derrotada en 1916 y, una vez ocurriera esto, a Gran
Bretaña no le quedaría más alternativa que pedir la paz. «Para conseguir este
objetivo —escribió— el incierto método de un avance en masa, por lo demás
fuera de nuestro alcance, es innecesario.»* Falkenhayn tenía otras ideas.
Su plan consistía en un «morder y resistir» a un nivel espectacular. Su idea
se basaba en atacar al Ejército francés en un lugar tan crítico para Francia que
a Joffre no le quedase más remedio que combatir hasta el límite para recupe-
rarlo. Los alemanes, entonces, estarían en situación de aprovecharse de su po-
sición defensiva, tácticamente más poderosa, y destruir a los franceses cuando
atacaran. De esta manera, escribió Falkenhayn, los alemanes podrían «desan-

4. Erich von Falkenhayn, General Headquarters, 1914-1916, and Its Critical Decisions, Nueva
York, Dodd, Mead, 1920, págs. 209-211.
Francia desangrada 159

grar a Francia» y, en el proceso, quitarle de las manos a Gran Bretaña «su me-
jor espada». En consecuencia, Falkenhayn propuso introducir la guerra de
desgaste a una escala descomunal en el frente occidental. Lo que le preocupa-
ba no era romper las líneas enemigas ni ganar terreno ni avanzar hacia los nu-
dos de comunicaciones; en su lugar, lo que buscaba era matar a los franceses
con más rapidez y eficacia de las que éstos pudieran emplear en eliminar a los
alemanes.?
Falkenhayn tenía fama de hombre inmisericorde. Había introducido el gas
venenoso en Ypres, abogado de manera vehemente por la guerra submarina
ilimitada y había patrocinado un plan para el bombardeo aéreo aleatorio de las
ciudades aliadas. Las bajas, incluso las alemanas, le preocupaban aún menos
que a la mayoría de sus colegas. Despreciaba a la mayor parte de los generales
alemanes y apenas confiaba en alguno; más tarde, esas suspicacias tendrían
consecuencias importantes. Pero Falkenhayn halagó al káiser (mejorando así
las posibilidades de que su plan fuera aprobado) al proponer que el ataque
principal se pusiera bajo las órdenes del hijo de éste, el príncipe heredero
Guillermo. Como no quería decirle al príncipe heredero que el plan de com-
bate incluía la guerra de desgaste a una escala nunca vista hasta entonces, lo
indujo a creer en su lugar que su tarea consistiría, nada menos, que en el
honor de conquistar el objetivo principal. Por consiguiente, el príncipe he-
redero se hizo una idea peligrosamente errónea del plan de Falkenhayn.
«Rara vez en la historia de la guerra —escribió el historiador más famoso
de la batalla—, puede que se haya engañado de manera tan cínica al coman-
dante de un gran ejército, como el príncipe heredero alemán lo fue por Fal-
kenhayn.»?
El objetivo principal, creía el príncipe heredero, consistía en tomar la ciu-
dad de Verdún. Fortificada desde tiempos de los romanos, el mismo nombre
de la región, Verdún, significa, en dialecto galo prerromano, «fortaleza pode-
rosa». La ciudad estaba bisecada por el río Mosa y controlaba todas las comu-
nicaciones desde Metz hasta Reims y París, esta última situada a 257 km al
oeste. Las primeras defensas modernas de la ciudad, construidas durante el
reinado de Luis XIV, se debían al gran ingeniero y arquitecto Vauban. Des-
pués de la guerra franco-prusiana, Francia había vuelto a invertir en Verdún,
construyendo o mejorando 60 fortines y puestos de avanzada independientes,
junto con miles de corredores y refugios subterráneos. La mayor de las forti-
ficaciones individuales, Fort Douaumont, cubría más de tres hectáreas de te-
rreno y podía dar protección a una guarnición de entre 500 y 800 soldados.

5. Falkenhayn, citado en Alista ir Hor ne, The Pric e of Glo ry: Ver dun , 191 6, Lon dre s, Pen gui n,
1962, pág. 36.
6. Ibid., pág. 40.
160 La Gran Guerra

El verdadero significado de Ve rd ún pa ra lo s pr op ós it os de Fa lk en ha yn no
radicaba en su valor estratég ic o, si no en el si mb ól ic o. Ha bí a si do all í do nd e, en
el año 843, Carlomag no ha bí a di vi di do su im pe ri o en tr es pa rt es : do s de aq ue -
llas partes cons ti tu ye ro n el nú cl eo de lo s fu tu ro s es ta do s de Fr an ci a y Al em a-
nia, mientras que la te rc er a se co nv ir ti ó en el ca mp o de ba ta ll a in te rm ed io qu e
incluía a Alsacia y Lo re na . En 17 92 y 18 70 Ve rd ún ha bí a re si st id o co n he ro ís -
mo los asedios alem an es an te s de ac ab ar ca ye nd o. De ac ue rd o co n la le ye nd a
nacional fr an ce sa , el co ma nd an te de l fu er te en 17 92 ha bí a pr ef er id o su ic id ar -
se que rendir Verdún al enemigo hereditario de Francia. En la entrada princi-
pal del fort ín es ta ba in sc ri to el si gu ie nt e le ma : «V al e má s qu ed ar en te rr ad o
bajo las ruinas del fuerte que rendirlo».
En los primeros días de la guerra, convertida a la sazón en la posición más
oriental de Francia durante la batalla del Marne, Verdún había vuelto a resis-
tir una vez más. De no haber sido por la defensa tenaz que Maurice Sarrail ha-
bía llevado a cabo en la ciudad, el resto de la campaña del Ejército francés en
el Marne podría no haber servido para nada. La eficaz defensa de Sarrail dejó
a Verdún en el centro de un saliente que se adentraba considerablemente en
las líneas alemanas. Durante la primera mitad de 1915 se produjeron enérgi-
cos enfrentamientos en las cercanías de Verdún, al intentar ambos bandos, sin
ningún éxito, mover las líneas en su favor. Sin embargo, al terminar el año,
Verdún carecía de la solidez que aparentaba. De hecho, era más vulnerable a
los ataques enemigos de lo que los alemanes podían imaginar. Si de verdad
Falkenhayn la hubiera querido y hubiera planeado su conquista, Verdún esta-
ba a su disposición.
La vulnerabilidad de Verdún se debía al abandono intencionado de las for-
talezas por parte de las personas encargadas de su defensa. La rápida destruc-
ción de los fortines de Bélgica por los alemanes en 1914 había convencido a
muchos generales franceses de que las fortificaciones carecían de utilidad en la
guerra moderna. Otros generales, después de ver lo bien que había resistido
Verdún en 1914 y 1915, concluyeron que el orgullo de las fortalezas francesas
era inexpugnable. Ambos argumentos supusieron que Verdún no mereciera
ninguna atención primordial del Cuartel General francés. Según parecía, los
alemanes habían aprendido la lección, y en 1915 habían desplazado su centro
de gravedad hacia el norte, a Flandes. Verdún, concluyó el Cuartel General
francés, ya no figuraba en los planes alemanes.
Tras decidir que Verdún seguiría siendo un sector tranquilo durante un fu-
turo inmediato, Joffre retiró muchas de las piezas de artillería pesada de la for-
taleza. La razón de que lo hiciera fue que pensó que así podría compensar la
carencia general de artillería pesada de Francia y dar, por ende, mayores posi-
bilidades de éxito a su ofensiva de Champaña de 1915. Pero también había
despojado de hombres a la guarnición, dejando sólo el número suficiente de
Francia desangrada 161

ellos para que formaran una única y delgada línea de trincheras al norte y al
este de las fortificaciones principales. No había una auténtica segunda línea,
tan sólo una serie de puestos de avanzada y puntos fortificados aislados mal
conectados. Además, los franceses tenían escasos hombres para ocupar los
densos bosques que había delante de su posición, lo que permitió que los ale-
manes se movieran y se reforzaran sin ser prácticamente detectados.
La vulnerabilidad del sector de Verdún preocupaba a muchos de los oficia-
les encargados de defenderlo, sobre todo cuando se empezó a hacer evidente
la concentración alemana en la zona a finales de 1915. El comandante de la
Región Fortificada de Verdún, un anciano general de artillería con un apelli-
do a todas luces nada francés, Herr, advirtió al Estado Mayor de Joffre sobre la
debilidad de su posición. Fort Douaumont, otrora uno de los fortines más po-
derosos del mundo, había quedado reducido a un único gran cañón de 75 mm.
De los 500 hombres de la guarnición, 60 eran reservistas, la mayoría con una
edad que se consideraba demasiado avanzada para que prestaran servicio en las
trincheras.” Cuando el Estado Mayor de Joffre le reprendió por sus críticas,
Herr informó al ministro de la Guerra, Joseph Gallieni, de la nula predisposi-
ción de Joffre a considerar lo apremiante de la situación de Verdún. «Cada vez
que les pido [al Estado Mayor deJoffre] que refuercen la artillería, me contes-
tan retirando dos baterías [de artillería] o dos baterías y media; “A usted no lo
atacarán. Verdún no es el punto de ataque. Los alemanes no saben que Verdún
ha sido desarmado”.»*
Que Joffre y su Estado Mayor ignoraran el creciente peligro que amenaza-
ba Verdún se debió en parte a la obsesión por los planes para su propia ofensi-
va en 1916 a lo largo del río Somme. Joffre pareció dar por sentado que los
alemanes permanecerían inactivos durante la primera mitad del año y, por lo
tanto, cometió el error fundamental de suponer que sus enemigos harían lo que
él quería que hicieran. Joffre y su Estado Mayor desoyeron las preocupaciones
de Herr en la confianza de que el frente occidental permaneciera en una rela-
tiva calma hasta el momento en que pudieran llevar a cabo la ofensiva, planea-
da para mitad del verano.
Pero Herr no fue la única voz en alertar del desastre inminente. Otro en
poner en ent red ich o la dec isi ón de Jof fre fue el ten ien te cor one l Emi l Dri ant ,
comandant e del bat all ón des tin ado en los bos que s de las afu era s de Ver dún y
miembro de la Cám ara de Dip uta dos fra nce sa. Dri ant esc rib ió a sus col ega s
para advertirles del pel igr o al que se enf ren tab a Fra nci a si, com o él pre dec ía,
los alemanes atacaban Ver dún . En con cre to, cri tic ó a Jof fre por no est abl ece r

7. Anthony Clayton, Pat hs of Glo ry: The Fre nch Ar my , 191 4-1 918 , Lon dre s, Cas sel l, 200 3,
págs. 100 y 104.
8. Herr, citado en Horne, op. cit., pág. 51.
162 La Gran Guerra

una segunda línea de def ens a sól ida , y ex pu so con tod a fr an qu ez a a los dip uta -
dos que Francia car ecí a de la fue rza par a rec haz ar un dec idi do ata que al em án
contra aqu el sa gr ad o san tua rio nac ion al. Jof fre no sól o mo nt ó en cól era ant e
lo que consideró un act o de in su bo rd in ac ió n de un ofi cia l baj o su ma nd o, sin o
que también se negó a aceptar el consejo de Gallieni, al que respondió que el
min ist ro de la Gu er ra no ten ía de re ch o a cue sti ona r las dec isi one s op er ac io na -
les del comandante en jefe del ejército.
«Sólo pido una cosa —dijo con aire risueño a un comité de preocupados
parlamentarios—, que ojalá atacaran los alemanes, y que ojalá atacaran Ver-
dún. Díganselo así al gobierno.»”? Ataque que los alemanes realizaron en la
fase inicial de lo que Falkenhayn denominó Operación Gericht (Castigo de
Dios). El ataque se inició el 21 de febrero de 1916 con la mayor concentra-
ción artillera vista hasta la fecha, alrededor de 1.600 piezas de artillería. En un
cálculo aproximado, los cañones alemanes dispararon 100.000 proyectiles por
hora a lo largo de un estrecho frente de casi 13 km. La artillería pesada alema-
na disparó proyectiles y gas contra las posiciones artilleras francesas, que se re-
velaron ineficaces en la acción conocida como tiro de contrabatería. Los mor-
teros de trinchera de gran ángulo de tiro castigaron la primera línea francesa,
mientras que los obuses bombardearon los escasos puestos de avanzada de la
segunda. La casi absoluta sorpresa táctica del ataque dejó desprotegidas las
posiciones francesas ante aquella descarga ingente de proyectiles.
Sin embargo, la artillería era sólo una parte del plan. Los soldados del Des-
tacamento Especial de Asalto alemán, vulgarmente conocidos como tropas de
asalto, fueron también un elemento esencial. Todos los ejércitos habían esta-
do trabajando en la idea de formar pequeños grupos de tropas de élite de gran
movilidad que pudieran operar de forma independiente sin esperar las órde-
nes de la unidad superior. En octubre de 1915 los alemanes habían experimen-
tado con satisfacción con estas formaciones en acciones limitadas llevadas a
cabo en los Vosgos. En Verdún, el Destacamento Especial de Asalto actuó con
unidades de zapadores para infiltrarse en las líneas francesas. Su misión con-
sistió en cortar las alambradas y en eliminar cualquier resistencia de las ame-
tralladoras en bases de avanzada de hormigón utilizando un nuevo invento, el
lanzallamas.'% Tras los zapadores y las tropas de asalto penetraron la infantería
más convencional para ocupar el terreno así ganado, mientras que las tropas
de refuerzo avanzaron con los suministros y el material de atrincheramiento.
El plan funcionó demasiado bien. Al segundo día del ataque, los alemanes

9. Joffre, citado en C. R. M. E. Crutwell, A History ofthe Great War, 1914-1918, Oxford,


Clarendon Press, 1934, pág. 243.
10. Bruce Gudmundsson, Stormtroop Tactics: Innovation in the German Army, 1914-1918,
Westport, Connecticut, Praeger, 1989, págs. 50-60.
Francia desangrada 163

Una de las innovaciones más terroríficas de la guerra, los lanzallamas, a menudo resulta-
ba tan peligrosa para el que la utilizaba como para el que se enfrentaba a ella. La mayoría
de las unidades de lanzallamas estaban formadas, irónicamente, por hombres que habían
sido bomberos en la vida civil. (Vational Archives)

habían tomado en la práctica todos sus objetivos. La posición francesa se ha-


bía desmoronado tan deprisa, que el general Herr ordenó a los fortines que se-
guían en manos francesas que estuvieran preparados para destruirlos. Este éxi-
to colocó a Falkenhayn en una posición inesperada. Si los alemanes tomaban
realmente Verdún, los franceses quizá decidieran que no podía ser reconquis-
tada y, por lo tanto, no morderían el anzuelo de dejarse arrastrar a una lucha
de desgaste. Por paradójico que pudiera parecer, los alemanes podrían perfec-
tamente marchar victoriosos a través de Verdún, pero dejarían a Falkenhayn
sin el cruento triunfo que buscaba.
Por suerte para Falkenhayn, y para tragedia de cientos de miles de hom-
bres de ambos bandos, Joffre aceptó el desafío. Verdún ya se había convertido
en el símbolo de otra guerra más. En el primer día del ataque, Driant y sus dos
batallones se encontraban en el Bois de Caures, justo en el camino del ataque
164 La Gran Guerra

alemán que avan za ba hac ia ell os. Lo s fra nce ses co mb at ie ro n en una cla ra inf e-
rioridad numérica, y cuan do se ac ab ó la mu ni ci ón , se de fe nd ie ro n con las ba-
yonetas. Driant cons er vó la pos ici ón, se oc up ó de los ho mb re s her ido s y que -
mó sus papeles antes de ser al ca nz ad o por un pro yec til qu e le cau só la mu er te .
Su heroís mo hab ía ral ent iza do el asa lto al em án y est abl eci do el mo de lo par a el
comporta mi en to mil ita r en Ve rd ún . En pal abr as del his tor iad or fra ncé s Pie rre
Miquel, «la infantería supo entonces que sólo tenía una responsabilidad: mo-
rir como lo habían hecho Driant y sus hombres... El mecanismo del sacrificio
estaba en marcha».!'
El 25 de febrero el orgullo y el prestigio de los franceses sufrieron otro
duro revés cuando un pequeño aunque audaz grupo de soldados alemanes se
introdujo en Fort Douaumont por un corredor desguarnecido. La aturdida
guarnición de 57 reservistas voluntarios rindió el fuerte sin disparar ni un tiro
en su defensa. Famoso por ser el fuerte más poderoso del mundo, Douaumont
había caído en manos alemanas con una facilidad asombrosa, y su pérdida
puso en peligro de inmediato a toda la línea francesa. Asimismo, el fortín se
convirtió en un importante símbolo en Alemania, donde las iglesias lanzaron
las campanas al vuelo y se concedieron vacaciones escolares a los niños para
celebrar una victoria que podía dejar expedito el camino hacia París y acabar
con la guerra en cuestión de semanas.
Joffre, que había sido tan lento para ver el peligro en Verdún, reaccionó
entonces con rapidez. El 25 de febrero envió allí a su asistente, Edouard Noél
de Castelnau, a fin de que evaluara la situación y recomendara las medidas
pertinentes. El general Herr propuso abandonar la orilla derecha (oriental)
del Mosa y concentrar las defensas en la izquierda. Castelnau no aceptó la su-
gerencia y ordenó que se defendiera cada palmo de las dos orillas del Mosa al
precio que fuera. Consciente de la urgencia del momento, promulgó las ór-
denes pertinentes sin el visto bueno de Joffre, y optó también por destituir a
Herr como comandante de la plaza.
En sustitución de Herr, Castelnau entregó el mando de ambas orillas del
río a un inteligente aunque pesimista general llamado Henri Philippe Pétain.
Este había empezado la guerra con el grado de coronel y en mala disposición
con la jerarquía militar a causa de su decidido apoyo a la guerra defensiva. «La
potencia de fuego mata» era su máxima preferida. En los días previos a la gue-
rra, su opinión contradecía la ortodoxia aceptada en Francia, de ahí que su
carrera hubiera sufrido un estancamiento. Sin embargo, su manera de pensar
defensiva se acomodaba mucho mejor a la guerra de 1914 y 1915 que la doc-
trina de la offensive 4 outrance (ofensiva a ultranza) de Joffre. Por lo tanto, Cas-
telnau consideró que Pétain era el general perfecto para estar al frente de la

11. Pierre Miquel, Les Poilus: La France Sacrifiée, París, 2000, pág. 270.
Francia desangrada 165

Prisioneros franceses saliendo escoltados de Verdún. La enorme sangría de los diez me-
ses de combate afectó a todos los acontecimientos posteriores a la guerra y dejó cicatrices
que trascendieron más allá de 1918. (Library of Congress)

defensa de Verdún. Mientras Castelnau llegaba a esta conclusión, Pétain esta-


ba en un hotel de París con la mujer cuyo padre le había prohibido casarse con
él, porque no quería a un oficial del ejército en la familia. Uno de los oficiales
del Estado Mayor de Pétain lo encontró allí a las tres de la madrugada y le in-
formó de su ascenso a comandante del II Ejército.
Pétain se dio cuenta de la funesta situación de Verdún tan bien como cual-
quiera, y vio enseguida la necesidad de enviar refuerzos, alimentos y munición
a la región lo antes posible. Por el momento, su pesimismo remitió, y su fa-
mosa advertencia «¡No pasarán!» se convirtió en la consigna de Verdún. No
obstante, y debido a su situación en el saliente, la región sólo podía ser reabas-
tecida desde una dirección, el sudoeste. La única vía ferroviaria segura del sec-
tor se interrumpía en Bar-le-Duc, a casi 80 km de distancia, y, desde allí, una
carretera de apenas siete metros de ancho conducía a Verdún. Si la ciudad 1ba
a resistir, aquella carretera, que no tardó en ser bautizada como la Voie Sacrée
(la Vía Sagrada), tendría que abastecer al sector con suficiencia.
Para asegurar el flujo constante de hombres y material a lo largo de la Voie
Sacrée, Pétain movilizó al mismo Service Automobile que había llevado en
taxi a los hombres hasta la batalla del Marne. Casi 9.000 hombres trabajaron
en la carretera día y noche para añadir piedras que permitieran el transporte
sobre el barro de la primavera y el invierno, levantar puestos mecánicos y ma-
166 . La Gran Guerra

Los franceses dejaron de confiar en su pieza de artillería ligera de 75 mm. Su lugar fue
ocupado por cañones más grandes, como este Schneider de 155 mm, que hizo su apari-
ción mediada la contienda. (United States Air Force Academy MeDermott Library. Coleccio-
nes especiales)

nejar prensas hidráulicas por todo el recorrido para reparar los neumáticos.
En dos semanas, la Voie Sacrée transportó a 190.000 hombres, 22.500 tonela-
das de munición y 2.500 toneladas de alimentos y otros suministros. Hacia el
1 de mayo, la carretera había permitido a Pétain hacer entrar y salir del sec-
tor de Verdún a 40 divisiones de infantería. Aquélla fue una asombrosa proeza
logística, que permitió a los franceses disparar más de cinco millones de pro-
yectiles de artillería en las primeras siete semanas de la batalla.!?
Esta imponente cantidad de proyectiles y el traslado de tantos soldados
franceses convirtieron la región en un sangriento combate de boxeo entre dos
ejércitos casi parejos. En mayo los franceses iniciaron el cruento proceso de
recuperar todo el terreno que habían perdido. Sin embargo, en lugar de atacar
con rifles y bayonetas, como ocurriera en 1914, lo hicieron con unas cantida-
des ingentes de artillería. Aunque no siempre consiguieron sus objetivos in-
mediatos, los millones de proyectiles disparados por los franceses causaron
unas bajas a los alemanes que Falkenhayn no hubiera imaginado jamás. El co-
mandante en jefe alemán había contado con matar a los franceses en una pro-
porción de cinco a dos, y, de hecho, a finales de junio, había infligido unas

12. Véase Robert Bruce, «To the Limits of Their Strength: The French Army and the Logis-
tics of Attrition at the Battle of Verdun, 21 February-18 December 1916», Army History, n2 45,
verano de 1998, págs. 9-21.
Francia desangrada 167

terroríficas 275.000 bajas al enemigo; pero las 240.000 bajas de los alemanes
indicaban que éstos no lo habían pasado mejor.
La «picadora de carne» en que se convirtió Verdún desgastó a los dos ejér-
citos. El intenso combate continuó día tras día, sin apenas respiro, y las unida-
des de refuerzos de ambos bandos podían ver, oír y oler la batalla a kilómetros
de distancia mientras se acercaban al frente. La política de Pétain de hacer ro-
tar a los hombres mantuvo la cordura de la tropa, aunque la conciencia del in-
minente retorno al combate contribuyó a la aparición de un síndrome mental
que los médicos enseguida denominaron «neurosis de guerra». Los hombres
sin heridas físicas se volvían insensibles, aturdidos por la fatiga y la presencia
constante de la muerte. «A menudo, era más exacto referirse a aquellos hom-
bres como condenados a muerte —recordaba un oficial francés— pues eran
muchos los que tenían la inteligencia embotada y la cara amarillenta. Devora-
dos por la sed, ya no tenían ni fuerzas para hablar. Les dije que con toda segu-
ridad seríamos relevados aquella noche. La noticia los dejó indiferentes, lo
único que deseaban era un litro de agua.»!?
En un intento de retomar Fort Douaumont, los franceses dispararon en
una semana 6,3 millones de kilos de proyectiles sobre un área de apenas 60
hectáreas, lo que vino a representar no menos de 120.000 proyectiles de arti-
llería. Aun así, el fuerte resistió, pues los corredores subterráneos servían de
refugio a sus defensores. Robert Bruce señala la «trágica ironía» de que las po-
derosas defensas de Douaumont, diseñadas para proteger a los franceses, sir-
vieran entonces al Ejército alemán para refugiarse de los cañones franceses.!*
Douaumont siguió en manos de los alemanes todo el verano; la fortaleza ad-
quirió el mismo significado simbólico para la resistencia alemana que había te-
nido una vez para el poderío francés.
No obstante el dominio de Douaumont, el gran plan de Falkenhayn había
fracasado sin paliativos. El Ejército alemán no tomó Verdún ni infligió la cla-
se de bajas fáciles a los franceses que aquél había previsto. Ya en marzo, el
príncipe heredero había informado a su padre de su creciente pesimismo acer-
ca de la campaña de Verdún, movido, sin duda, por la conciencia de que iba a
tratarse de una sangrienta batalla de desgaste, y no de una conquista gloriosa.
La frustración del príncipe heredero fue en aumento, al igual que su distancia-
miento, y la mayor parte del tiempo se la pasó persiguiendo a las francesas de
detrás de las líneas, mientras sus hombres morían a miles.
Descontento por el desarrollo de la campaña, el káiser relevó a Falkenhayn
en agosto y lo envi ó al este a luch ar cont ra los rum ano s. Para sust itui rlo recu -
rrió al equipo de Hin den bur g y Lud end orf f, que de esta man era pas aro n a es-

13. Citado en Miquel, op. cit., pág. 287.


14. Bruce, op. cit., pág. 18.
168 La Gran Guerra

tar ya al mando de todas las operac io ne s de l Ej ér ci to al em án . A Hi nd en bu rg


la cabeza le dict ab a qu e la me jo r me di da era ab an do na r las po si ci on es al em a-
nas en Verdún y poner fin a la ca mp añ a; su co ra zó n, no ob st an te , le de cí a qu e
allí habían muerto de ma si ad os al em an es pa ra re ti ra rs e de ma ne ra vo lu nt ar ia .
Sentimentalmen te , pa ra Hi nd en bu rg el ho no r de Al em an ia es ta ba en ju eg o,
aun cuan do la ca mp añ a hu bi er a pe rd id o to do va lo r es tr at ég ic o. De est e mo do ,
la matanza de Verdún continuó.
La habilidad de Pétain para salvar a Verdún en febrero le reportó el ascen-
so, en mayo, a comandante del Grupo de Ejércitos del Centro. Su puesto como
jefe del II Ejér cito (que for mab a part e del Gru po de Ejér cito s del Cen tro ) lo
ocupó el agresivo Robert Nivelle. Al igual que Pétain, Nivelle había empeza-
do la guerra como coronel. Su hábil utilización de la artillería había contribui-
do a la victoria aliada en el Marne, lo que le llevó a ascender con rapidez. En
Verdún, Nivelle perfeccionó dos complejas tácticas de artillería que le hicie-
ron muy popular entre sus superiores y el primer ministro, Aristide Briand. La
primera, llamada bombardeo de «engaño», interrumpía el fuego artillero el
tiempo suficiente para permitir a los alemanes devolver el fuego y revelar así
sus posiciones, a las que los cañones pesados de Neville silenciaban acto segui-
do. La segunda, conocida como «barrera móvil», consistía en establecer una
cortina de fuego que precedía a la infanteríademanera acompasada. Si se ha-
cía de manera correcta, una barrera móvil silenciaba las ametralladoras ene-
migas, permitiendo que la infantería avanzara hasta sus objetivos.
Nivelle colaboró estrechamente durante todo el verano con Charles Man-
gin, alias el Carnicero, en el desarrollo de un plan para reconquistar Douau-
mont. Este último se había ganado a pulso el sobrenombre. Herido tres veces
antes de la guerra durante el servicio colonial en África, era bien conocida la
temeridad con que arriesgaba la vida de sus hombres. De algún modo, el tiem-
po pasado en África le había convencido de que los africanos tenían un umbral
de resistencia al dolor mayor que el de los europeos, y, allí donde era posible,
utilizaba a los soldados africanos para la primera oleada de un ataque. Se decía
que, después de la guerra, era el único general francés que podía pararse en la
esquina de una calle de París con su uniforme de gala sin que se le acercara un
solo veterano a estrecharle la mano. Cabe decir en su descargo, que Mangin
no pedía a sus hombres nada que no hiciera él mismo. Con 50 años, dirigía las
cargas personalmente y rara vez atacaba hasta no haber preparado cada deta-
lle con meticulosidad.
En octubre Mangin tuvo el gran apoyo artillero que necesitaba para reali-
zar otra carga contra Douaumont. Entonces Francia contaba con 300 piezas
de artillería de más de 155 mm y había introducido los nuevos y gigantescos
cañones de 400 mm. El 24 de octubre Nivelle realizó su mejor bombardeo
de engaño hasta ese momento, destruyendo las piezas de artillería alemanas
Francia desangrada 169

El apacible pueblo de Vaux estaba situado en las líneas del frente de varias de las princi-
pales ofensivas, incluida la de Verdún. La II División americana tomó finalmente la ciu-
dad para los aliados en julio de 1918. (United States Air Force Academy MeDermott Library.
Colecciones especiales)

situadas frente a la división de Mangin; luego, su barrera móvil protegió el


avance de las tropas de Mangin hacia Douaumont. Los meses de bombardeo
artillero habían transmutado las obras exteriores del fuerte de uno de los edi-
ficios más sólidos del mundo en un montón de hormigón destrozado y arran-
cado de la tierra. Aun así, seguía siendo un efectivo refugio subterráneo y un
grandísimo símbolo para ambos bandos.
Alrededor de las 16.30 horas de aquella tarde, los soldados franceses que se
encontraban cerca del fuerte de Souville observaron cómo tres soldados vesti-
dos con uniformes franceses ascendían a lo alto del montón de escombros
que una vez había sido Douaumont y agitaban los brazos al aire. El fuerte
volvía a ser francés. Las tropas de apoyo movieron la línea algo más de 3 km a
favor de Francia. Una semana después, retomaron Fort Vaux, y con él se aca-
bó de recuperar en realidad todo lo ganado por Alemania desde el verano.'”

15. Horne, op. cit., pág. 316.


170 La Gran Guerra

Cuando los dos ejé rci tos se ago tar on por fin en dic iem bre , las lín eas est aba n
situadas casi en el mis mo siti o que en feb rer o. Un cál cul o apr oxi mad o cif ró el
número de muertos y desaparecidos en 162.000 franceses y 142.000 alema-
nes. La may or par te de los des apa rec ido s fue ron víc tim as de una art ill erí a tan
pod ero sa, que res ult ó imp osi ble ide nti fic arl os con suf ici ent e pre cis ión par a en-
terrarlos en sus propias tumbas. Los restos anónimos de alrededor de 130.000
víctimas de Verdún yacen en la actualidad en un enorme osario cerca de
Douaumont.
Verdún se convirtió así en la batalla de desgaste prevista por Falkenhayn;
sin embargo, contrariamente a lo que él había planeado, la batalla desgastó a
ambos lados por igual. El colosal combate decidió los destinos de los Ejércitos
alemán y francés a lo largo de 1917 y 1918 y mucho más allá. Provocó también
la destitución de Joffre, a quien se le reprochó su falta de atención a Verdún en
1915 y se le hizo responsable de las enormes bajas de 1916. Para suavizar la
transición, el gobierno resucitó el grado de mariscal, que estaba en desuso des-
de 1871, y convirtió a Joffre en el primer hombre de la Tercera República en
ostentar el rango. Su lugar fue ocupado por Robert Nivelle, que prometió a
los políticos franceses y británicos que podía repetir su fructífera fórmula de
Verdún en todo el frente occidental.
Las repercusiones de la sangría de Verdún fueron más allá de los dos ejér-
citos directamente implicados y tuvo también un importante efecto sobre los
Ejércitos británico, ruso, italiano, austrohúngaro y rumano. Verdún se convir-
tió en sinónimo de sacrificio, de muerte y de batallas que desafiaban las defi-
niciones tradicionales de victoria y derrota. El recuerdo de la batalla de un ve-
terano francés resume con precisión el estado de los Ejércitos francés y alemán
a principios de 1917: «Esperábamos la llegada del momento fatal sumidos en
una especie de estupor... en medio de un tumulto enloquecido. Todo el Ejér-
cito francés pasó por esta experiencia». 16 En la mente de muchos, tanto en el
bando alemán como en el francés, permaneció la incógnita de si aquel ejército
podría sobrevivir a 1917.

La guerra en la tercera dimensión

Entre otras características destacables de Verdún, se cuenta la de haber señala-


do el nacimiento del concepto moderno de la guerra aérea. Al iniciarse la con-
tienda, fueron varios los generales que manifestaron su desprecio hacia la avia-
ción, a la que consideraban poco más que un entretenimiento de las clases
altas, impresión a la que habían contribuido las abundantes y lucrativas com-

16. Citado en Miquel, op. cit., pág. 292.


Francia desangrada 171

peticiones de velocidad y autonomía [tiempo de vuelo] de antes de la guerra.


Sin embargo, cuando la caballería perdió su tradicional papel de reconoci-
miento en el campo de batalla, los aviones se convirtieron en el recambio ló-
gico. La participación de los aviones en el descubrimiento del desvío hacia el
sur de Kluck antes de la batalla del Marne, fortaleció los argumentos de sus
partidarios de que los aviones podrían revelarse como un factor decisivo en la
guerra. En los espacios abiertos del frente oriental no tardaron en erigirse en
unos instrumentos trascendentales, y tanto Ludendorff como Joffre se conta-
ron entre los más importantes conversos iniciales.
La importancia de la aviación condujo a un incremento enorme del gasto
que buscaba aumentar tanto la cantidad como la calidad de los aparatos. En
1914 los beligerantes apenas tenían más de 800 aviones entre todos. Sin em-
bargo, a lo largo de la guerra se construyeron casi 150.000 aparatos. Los mo-
tores aumentaron su potencia y el fuselaje se hizo más largo y resistente. Para
ocuparse de estos aviones, las grandes potencias adiestraron a miles de pilotos,
mecánicos, observadores y demás personal de apoyo, y se produjo un aumen-
to descomunal de la aviación en todos los países beligerantes. El Real Cuerpo
de Aviación británico pasó de 2.000 personas en 1914 a 291.000 en 1918, mo-
mento en el cual se había convertido en la primera fuerza aérea independiente
del mundo.
Pero la aviación adquirió enseguida una complejidad que hizo necesaria la
especialización en tres áreas: la observación, la persecución y el bombardeo.
Los observadores no sólo localizaban e informaban de los movimientos del
enemigo, sino que también ayudaban a dirigir el fuego de la artillería; al de-
sarrollarse los sistemas de comunicación con los artilleros, los pilotos pudie-
ron ayudar a corregir las imprecisiones de tiro. En consecuencia, permitieron
una utilización más sistemática del «fuego indirecto», un procedimiento en el
que el artillero no ve en realidad sus objetivos. Al utilizar a los observadores
aerotransportados como sus ojos, la artillería podía ocultarse y proteger, por
ende, sus baterías del fuego enemigo.
Pero semejante sistema dependía del dominio del aire. Los aviones de per-
secución (o cazas) tuv ier on un des arr oll o pre coz , con la mis ión esp eci ali zad a
de eliminar del cie lo a los avi one s de obs erv aci ón ene mig os y de des pej ar el ca-
mino a los obs erv ado res pro pio s. El inv ent o del dis eña dor aer oná uti co hol an-
dés Anthon y Fok ker de un mec ani smo que evi tab a el dis par o de la ame tra lla -
dora cuando la pal a de la hél ice est aba en la lín ea de mir a, per mit ió a los
alemanes sincroniz ar el mot or del avi ón y el arm a. Por pri mer a vez , el pil oto
podía disparar «a través» de las pal as de la hél ice , lo que le per mit ía vol ar y
mantener apuntado el cañ ón al mis mo tie mpo . Has ta que los ali ado s per fec -
cionaron un sistema parecido, el «az ote de los Fok ker » con ced ió a los ale ma-
nes una ventaja decisiva en el aire.
172 La Gran Guerra

Al principio de la contienda, la misión de la aviación consistía en localizar a la artillería y


en observar los movimientos del enemigo. En 1916 las tácticas modernas para los aviones
de combate ya se habían perfeccionado, y en 1918 los aviadores habían previsto o practi-
cado todos los papeles de las fuerzas aéreas modernas a excepción del repostaje en vuelo.
(Cortesía de Andrew y Herbert William Rolfe)

Ya en 1915 los aviones habían adquirido la suficiente fortaleza como para


permitir una tercera misión: el bombardeo aéreo. En mayo aviones británicos
dirigieron su ataque contra una fábrica alemana de gas venenoso, sobre la que
lanzaron 87 bombas con resultados diversos. Hacia el final de la guerra, los
bombardeos aéreos de objetivos tanto militares como civiles se habían conver-
tido en algo habitual. Los bombarderos alemanes Gotha tenían el alcance
(distancia de vuelo) para llegar a Londres y capacidad para transportar 450 kg
de bombas. Las incursiones aéreas llevadas a cabo por los bombarderos y los
dirigibles (zepelines) mataron a 1.400 civiles británicos. Aunque de apari-
ción demasiado tardía para entrar en combate, el Handley Pager V/1500 bri-
tánico tenía un alcance de 965 km y capacidad para transportar casi 3.375 kg
de bombas. Si la guerra hubiera continuado durante 1919, los británicos ha-
brían tenido 36 V/1500 listos para entrar en combate y otros en camino.
Verdún asistió a los primeros esfuerzos coordinados de conectar la eficacia
de las fuerzas aéreas a la suerte de las tropas terrestres. Los aviones de recono-
cimiento alemanes, protegidos por los aviones de persecución, fotografiaron
cada centímetro del saliente de Verdún antes de atacar. Una vez iniciada la
batalla, los bombarderos alemanes complementaron a la artillería atacando
Francia desangrada 173

puentes, zonas de concentración y baterías enemigas. Cabe reseñar que no


atacaron nunca la Voie Sacrée, dado que Falkenhayn no quería destruir los
medios que permitían a Francia continuar alimentando a los hombres dentro
del matadero que él había diseñado. Los franceses respondieron a la amena-
za aérea alemana creando escuadrones de cazas que actuaban en equipo, lo
que les permitía concentrar la potencia de fuego para obligar a los aviones
enemigos a alejarse del frente. Entre estos escuadrones había una unidad de
voluntarios norteamericanos, la escuadrilla Lafayette, cuya impresionante
hoja de servicios en combate contribuyó a la fama de los estadounidenses que
combatieron del lado francés.!”
En marzo de 1916 Francia había ganado la guerra aérea sobre Verdún.
La aparición del Nieuport Il, un aparato ágil con una velocidad punta de
casi 160 km/h, dio a los pilotos franceses una ventaja tecnológica hasta la apa-
rición del Albatross II alemán a principios de 1917. Pese a los avances tecno-
lógicos, la aviación siguió siendo un cuerpo apto sólo para los más audaces,
puesto que la esperanza de vida de un piloto era aún más corta que la del en-
cargado de una ametralladora. Solamente en accidentes de entrenamiento,
Francia perdió a 2.000 pilotos. Aquellos que fueron capaces de dominar la
nueva tecnología se convirtieron en héroes populares. Hombres como el fran-
cés Georges Guymener (54 derribos), los alemanes Oswald Boelcke (40 derri-
bos) y el barón Von Richthofen (16 derribos) y el británico Albert Ball (44 de-
rribos) innovaron, todos, el arte de la guerra aérea; los cuatro murieron en
combate antes de finalizar la guerra.
La potencia aérea se había convertido ya en 1917 en algo fundamental para
el triunfo de cualquier operación. A principios de aquel año, Pétain le había
dicho al nuevo ministro de la Guerra, Paul Painlevé: «La aviación ha adqui-
rido una importancia trascendental; se ha convertido en uno de los factores
indisp ensabl es del éxito... Se hace necesar io domina r el aire».!* El general no
tenía que convencer a Painlevé. Matemático y científico de gran talento, Pain-
levé ya era uno de los más grandes expertos en aviación del mundo, y en su
condición de primer pasajero europeo de Wilbur Wright, había establecido
un récord de autono mía de vuelo de una hora y diez minutos . Despué s de eso,
pasó a impartir el primer curso de ingenie ría aeronáu tica de Francia . Bajo su
dirección, Francia se situó a la cabeza de la aviación militar, un componente
que resultó fundamental para el triunfo final aliado.

17. Véase Paul Fergus on y Mic hae l Nei ber g, «Am eri ca' s Exp atr iat e Avi ato rs» , Mil ita ry His -
tory Quarterly, vol. 14, n* 4, verano de 2002, págs. 58-63.
18. Pétain, citado en Joh n Mor row , The Gre at War in the Air , Was hin gto n, DC, Smi ths oni an
Press, 1993, pág. 199.
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Capítulo 7
Una guerra contra la civilización
Las ofensivas de Chantilly y el Somme

Iban cantando, alegres, una melodía del music-hall, mientras se


dirigían hacia el resplandor de todos aquellos proyectiles allá en
la lontananza, en donde habitaba la muerte. Los observé pasar...
a todos aquellos chicarrones de un regimiento del norte de In-
glaterra, y algo de su espíritu pareció desprenderse de la oscura
masa de sus cuerpos en movimiento y estremecer el aire. Se acer-
caban a aquellos lugares sin titubear, sin mirar atrás y cantando.
Qué hombres tan buenos y maravillosos.

PHILIP GIBBS, The Historic First ofJuly*

Al igual que Falkenhayn, Joffre y los demás generales aliados reflexionaron


sobre el significado de los acontecimientos de 1915. Joffre llegó a la conclu-
sión de que el éxito de Alemania se había debido en buena parte a dos factores.
Primero, que Alemania le había sacado partido a las líneas interiores, lo que
implicaba que podían mover las fuerzas entre los frentes por medio de la exce-
lente red ferroviaria de que disponían de una manera a todas luces vedada a los
aliados. De esta forma, los alemanes habían podido concentrar las fuerzas para
ofensivas como la de Gorlice-Tarnów. Segundo, que los Imperios centrales
no se habían enfrentado nunca a una campaña conjunta de todos los ejércitos
aliados al mismo tiempo; se habían dado el lujo de enfrentarse a un solo ene-
migo cada vez.

La reunión de Chantilly

Joffre no podía hacer mucho para cambiar la geografía de Europa, aunque sí


para intentar coo rdi nar las ofen siva s alia das. En con sec uen cia , en dic iem bre
de 1915 su cuartel general de Chantilly acogió una reunión de alto nivel a la

* El epígrafe está extraído de Philip Gibbs, The Battles ofthe Somme, Nueva York, George H.
Doran, 1917, pág. 26.
176 La Gran Guerra

que asistieron los máximos re sp on sa bl es de los ej ér ci to s y go bi er no s de Gr an


Bretaña, Rusia, Italia y Se rb ia . Jo ff re pr op us o qu e a me di ad os de l ve ra no de
1916 los aliados estuvier an pr ep ar ad os pa ra di ri gi r un as of en si va s si mu lt án ea s
contra múltiple s fr en te s, lo qu e im pe di rí a la ca pa ci da d al em an a de tr as la da r
fuerzas y ej er ce rí a pr es ió n so br e los Im pe ri os ce nt ra le s de sd e to do s los fr en -
tes. Según él, al lleg ar el ve ra no se da rí an tre s co nd ic io ne s qu e no só lo ha rí an
posible tal es tr at eg ia , si no qu e ta mb ié n ga ra nt iz ar ía n el éxi to. Pr im er o, lo s
Nuevos Ejércitos británicos estarían por fin listos para un combate a gran es-
cal a; se gu nd o, la in du st ri a fr an ce sa ha br ía en tr eg ad o ya su fi ci en te s pi ez as de
artillería pesada, las cuales él consideraba vitales para el éxito; tercero, Rusia se
habría recuperado lo suficiente de los desastres de 1915 para reanudar la ofen-
siva. En un segundo plano, el abandono de campañas secundarias como la de
Gallípoli y Salónica podría proporcionar más hombres para las ofensivas pre-
vistas por Joffre.
En teoría, Chantilly representó un paso fundamental para que los aliados
afrontaran la guerra como una sola entidad; sin embargo, se quedó corta en lo
tocante a crear una estructura de mando unificado o incluso un mecanismo
permanente de discusión estratégica. Al igual que todos los intentos aliados, el
acuerdo de Chantilly supuso una serie de compromisos. Rusia aceptaba llevar
a cabo una ofensiva conjunta en 1916 con todos sus aliados, sólo si Joffre se
avenía a mantener abierto el frente de Salónica. Éste aceptó a regañadientes,
lo que suponía que las fuerzas establecidas en Grecia permanecerían allí en
lugar de trasladarse a los escenarios previstos por Joffre como zonas de com-
bate prioritarias para 1916. Los británicos también lo obligaron a aceptar que
algunas de las tropas evacuadas de Gallípoli fueran enviadas a Egipto y no a
Francia.
Joftre y los generales presentes en Chantilly confiaban en poder esperar
hasta mitad del verano para lanzar sus grandes ofensivas, lo que implicaba que
los alemanes tendrían que obligarlos a permanecer a la defensiva. Como he-
mos visto, no lo hicieron, y Verdún puso en entredicho todas las conclusiones
alcanzadas en Chantilly. El Ejército francés, a la sazón en una posición deses-
perada, no estaba para encabezar las ofensivas del verano. A partir de enton-
ces, las ofensivas de Chantilly tenían que alejar los recursos alemanes de Ver-
dún, dando así a los franceses la oportunidad de sobrevivir.
Falkenhayn había contado con que los británicos lanzaran una ofensiva
para ayudar a los franceses en Verdún, y confió en que atacando Verdún a
principios de 1916 forzaría a los primeros a atacar de manera prematura, an-
tes de que sus Nuevos Ejércitos y el apoyo artillero estuvieran a punto. Enton-
ces, sus fuerzas podrían destruir a los inexpertos británicos mientras avanza-
ban. Los alemanes tendrían la ventaja del terreno elevado y de las posiciones
defensivas bien preparadas en cualquier frente donde atacaran los británicos.
Una guerra contra la civilización 177

Haig no mordió el anzuelo e insistió ante un Joffre cada vez más fogoso que él
tenía que esperar hasta mitad del verano para lanzar su ofensiva. Cuando final-
mente lo hizo el 1 de julio, durante los primeros días la predicción de Falken-
hayn se cumplió en términos generales.
La primera ofensiva de Chantilly llegó en marzo de 1916 y provino de Lui-
gi Cadorna y los italianos. A fin de ayudar a su aliado francés, Cadorna inició
la quinta batalla del Isonzo con varias semanas de antelación sobre lo previsto,
antes de que el deshielo primaveral hubiera derretido las nieves alpinas. A Ca-
dorna le preocupaba bastante menos la suerte de los franceses que la que co-
rrerían los italianos si los alemanes alcanzaban la victoria en el frente occi-
dental y podían, por consiguiente, concentrar fuerzas adicionales contra Italia.
A pesar de las terribles condiciones climatológicas y de la decreciente moral
de su ejército, Cadorna se sintió insólitamente confiado. Conservaba una
ventaja de 250 batallones de infantería, ventaja que en piezas de artillería era
de 933 unidades.' Por lo tanto, no le preocupó ni la altura de la nieve ni las
complicaciones implícitas en el adelantamiento de una ofensiva unas cuantas
semanas.
Cadorna siguió mostrando también una alegre despreocupación acerca de
la solidez de las posiciones austrohúngaras en todo el terreno elevado. Desde
esas posiciones, Boroevié y su Estado Mayor habían podido controlar la con-
centración de hombres y material para la ofensiva de los italianos, así que,
cuando éstos empezaron el bombardeo preparatorio, los austrohúngaros ale-
jaron a sus hombres de las posiciones del frente. Los proyectiles italianos ca-
yeron durante cuarenta y ocho horas sobre la primera línea, dañando las trin-
cheras y las posiciones; la mayoría de los soldados, sin embargo, se habían
alejado de allí. Envuelto por la niebla y la nieve, y sin unos objetivos reales más
allá de dirigirse a la ciudad de Gorizia, el Ejército italiano avanzó con lentitud
e incertidumbr e. Al cabo de cinco días, Cadorna decidió que ya había hecho
suficiente para cumplir con el espíritu del acuerdo de Chantilly y suspendió el
combate. La batalla le costó a cada bando miles de bajas sin sentido y no tuvo
ninguna repercusión sobre la lucha en Verdún.
El 19 de marzo Boroevié co nt ra at ac ó y re cu pe ró par te del ter ren o ele vad o
ganado po r los ita lia nos . Lo s au st ro hú ng ar os tuv ier on bu en cu id ad o de lim i-
tar sus objetivos y los recursos que asi gna ban , y la op er ac ió n fue un éxi to co m-
pleto. Con sólo 259 bajas, los aust ro hú ng ar os hic ier on pri sio ner os a 600 ita lia -
nos e infligieron un número igual de mu er to s y her ido s. Lo s últ imo s fra cas os
del Isonzo disminuyeron el prestigio de Ca do rn a a ojo s de los pol íti cos ita lia -
nos, aunque el general siguió ins ist ien do en que él re sp on dí a ex cl us iv am en te

1. John Schindler, Isonzo: The For got ten Sac rif ice ofthe Gre at War , Wes tpo rt, Con nec tic ut,
Praeger, 2001, pág. 139.
178 La Gran Guerra

Unos soldados heridos del frente del Isonzo esperan a que se les traslade a un hospital de
campaña. Millares de soldados de todos los ejércitos murieron sin necesidad por heridas
de escasa consideración a causa de la ausencia de condiciones higiénicas y de la atención
sanitaria adecuadas. (United States Air Force Academy MeDermott Library. Colecciones es-
peciales)

ante el comandante en jefe nominal de los italianos, el rey Victor Manuel III.
El rey era un hombre triste, aunque de personalidad valerosa, que visitaba el
frente a menudo y, en ocasiones, bajo el fuego enemigo. Aunque se dio cuenta
de los problemas existentes en el cuartel general de Cadorna, mantuvo una fe
injustificada en que el general aprendería de sus errores y solucionaría los pro-
blemas.
Contrariamente a lo que pudiera esperarse, Conrad y el Estado Mayor
austríaco habían llegado a sentirse tan decepcionados por el estancamiento del
Isonzo como el propio Cadorna. Presionado para que demostrara a los alema-
nes su valía como aliado, Conrad llevaba preparando su propia ofensiva desde
hacía tiempo. Su planteamiento confiaba en aprovecharse de la concentración
italiana en el valle del Isonzo para atacar la llanura de Asiago desde el Tirol
meridional. De tener éxito, el Ejército austrohúngaro podría amenazar Ve-
rona, Padua y Vicenza y, tal vez, incluso dividir la Italia septentrional en dos
zonas indefendibles. Conrad argumentaba que, creándoles un segundo frente
a los italianos, podría reducir al mínimo la presión desde el Isonzo y hacerle
estirar tanto sus líneas a Italia, que se haría factible conseguir una penetración
Una guerra contra la civilización 179

decisiva en uno de los frentes. Falkenhayn mostró su desacuerdo con el plan,


pero permitió que Conrad siguiera adelante mientras utilizara sólo a soldados
austrohúngaros; los alemanes, ocupados con Verdún, no participarían.
La gran ofensiva austríaca contra la llanura de Asiago empezó el 15 de
mayo de 1916 y pilló a Cadorna completamente desprevenido. Dos ejércitos
austrohúngaros arrollaron al I Ejército italiano, haciendo miles de prisioneros
y tomando importantes zonas de terreno elevado. En un principio, Cadorna
pensó que la ofensiva era un cebo. Una ventisca de primavera a final de mes
hizo que la ofensiva se estancara y dio un respiro al Estado Mayor general ita-
liano, dando tiempo a Cadorna para darse cuenta de la gravedad de la situa-
ción y reforzar el sector con ocho divisiones, constituidas en un nuevo V Ejér-
cito. Los italianos habían sufrido 148.000 bajas y perdido varias posiciones
estratégicas clave, aunque habían conservado sus posiciones secundarias y ha-
bían causado 100.000 bajas a los austríacos, que estaban al límite de sus reser-
vas humanas. Por suerte para Italia, la situación estratégica volvió a cambiar a
principios de junio, cuando los rusos lanzaron su ofensiva de Chantilly bajo el
mando de su general más imponente, Alexei Brusilov.

Las ofensivas de Brusilov

La atención de los austrohúngaros en la ofensiva de Asiago los llevó a malin-


terpretar diversos indicios de importancia que avisaban de un inminente ata-
que desde el frente sudoccidental de los rusos, comandados desde marzo de
1916 por Alexei Brusilov. Aristócrata y oficial de caballería de familia de mili-
tares, Brusilov poseyó el raro don de comprender que las tácticas del siglo XIX
eran inadecuadas para el siglo XX. Al igual que Ferdinand Foch, Brusilov se
dispuso enseguida a olvidar todo en lo que había creído una vez. Antes de que
la mayoría de los rusos hicieran la transición, Brusilov ya había decidido que las
ametralladoras, la artillería y un cuidadoso trabajo de Estado Mayor habían
sustituido al heroísmo individual, al caballo y a la bayoneta. Como jefe del
VIH Ejército había disfrutado de algún éxito moderado y tenía fama de ser
el jefe militar más brillante del Ejército ruso.
A partir de los informes de inteligencia, que incluían los del reconocimien-
to aéreo, Brusilov se hizo una imagen razonablemente precisa de las intencio-
nes de los austríacos. Y así, adivinó de manera acertada que Italia se había con-
vertido en una obsesión para Conrad y su Estado Mayor, una idea que se vio
reforzada por la ofen siva de Asia go. Se habí an tras lada do seis divi sion es de in-
fantería aus tro hún gar as hast a el fren te de Asia go, dej and o el de Gali tzia con
unas fuerzas insu fici ente s. Brus ilov sabí a tam bié n que en su fren te sudo cci-
dent al las fuer zas aust ríac as se com pon ían de una sóli da y rígi da líne a de van-
180 La Gran Guerra

guardia, con apenas ela sti cid ad def ens iva en la ret agu ard ia. Si era cap az de
romper el frente, tal vez pu di er a inf lig ir una der rot a a los aus trí aco s, pa re ci da
a la que los alem an es hab ían inf eri do a los rus os en Go rl ic e- Ta rn ów .
Brusilov pos eía tam bié n el rar o don ent re los mil ita res rus os de la sut ile za.
No tenía nin gun a int enc ión de lib rar la bat all a sub sig uie nte ava nza ndo a bas e
de grandes cargas de arti ller ía y de hom bre s; de tod as las man era s, la esc ase z de
municiones de los rusos impedía semejante planteamiento. En su lugar, Bru-
sil ov adi est ró con esm ero a sus hom bre s par a que se inf ilt rar an en las lín eas
enemigas y rodearan a los defensores austríacos, a los que capturarían vivos,
con la esperanza, además, de reducir las propias bajas. Hizo construir centros
de instrucción cuidadosamente proyectados detrás de las líneas y, lo que era
más importante, ocultó los elementos claves de su plan a los parásitos de la
corte del zar, entre los que, sospechaba Brusilov, se contaban muchos simpati-
zantes de los alemanes.
En un principio, Mijail Alekseev y el zar se opusieron al plan de Brusilov,
argumentando que Rusia carecía de la fuerza para llevar a cabo una gran ofen-
siva además de los señuelos a gran escala que tenía planeados Brusilov. Am-
bos eran partidarios de concentrar al máximo todos los esfuerzos rusos en un
área pequeña. Brusilov insistió, llegando incluso a amenazar con la dimisión si
Alekseev introducía alguna modificación de importancia en su plan. La ame-
naza que suponía para Italia la ofensiva de Asiago, y para los franceses, la de
Verdún, obligaba a tomar una decisión: el zar, finalmente, aprobó la ofensiva
de Brusilov. Los rusos creían que no tenían tiempo que perder y, por consi-
guiente, la ofensiva fue programada para el 4 de junio.
Brusilov planeó que el principal ataque se llevara a cabo cerca de las ciuda-
des de Lutsk y Kowel; el control de esta última cortaría la línea ferroviaria que
discurría de norte a sur y que abastecía Lemberg. En caso de tener éxito, la
ofensiva tal vez permitiera incluso un renovado ataque contra Cracovia y Var-
sovia. La antigua unidad de Brusilov, el VII Ejército, encabezaría el ataque
bajo el mando de un protegido suyo, Alexei Kaledin. Enfrente de éste se si-
tuaba el IV Ejército austrohúngaro, al mando del archiduque José Fernando,
ahijado del káiser Guillermo. Al igual que muchos aristócratas, éste debía el
puesto exclusivamente a su condición de noble, pero, al contrario que muchos
aristócratas, se negó a compensar su ignorancia escuchando los consejos de los
profesionales que lo rodeaban. Su inclinación por la caza y la presencia feme-
nina en el cuartel general, antes que por las operaciones diarias de su ejército,
dejaba incluso a sus hombres sin un jefe nominal. El absoluto desprecio del ar-
chiduque por los rusos hizo que los juzgara incapaces de romper sus defensas.
El archiduque recibió el cruel regalo el 4 de junio, el día que cumplía
4H años. Los artilleros rusos hicieron de su necesidad de munición virtud, me-
diante un intenso, preciso y breve bombardeo «huracanado». El fuego de las
Una guerra contra la civilización 181

piezas pesadas se dirigió contra las baterías artilleras austrohúngaras, que los
aviones rusos habían localizado y señalado, mientras que los cañones más lige-
ros atacaron las alambradas enemigas. Como Brusilov había predicho, los sol-
dados austrohúngaros de la línea del frente buscaron protección contra el fue-
go artillero en sus profundos refugios subterráneos, lo que les incapacitó para
hacer frente al avance de los rusos; cuando éstos rebasaron sus posiciones y los
rodearon, fueron hechos prisioneros a miles. Checos, rutenios y serbios, des-
contentos con la guerra y hartos del mando austrohúngaro, fueron los prime-
ros en rendirse, aunque todos los grupos étnicos padecieron por igual el peso
de la apisonadora rusa.
Al terminar el día, Brusilov había conseguido la penetración con la que la
mayor parte de los mandos de la Primera Guerra Mundial sólo habían soñado;
la brecha abierta en las líneas austríacas tenía una anchura de 32 km y una pro-
fundidad de 8 km. Conrad se negó a creer los informes que llegaban a su cuar-
tel general, porque no creía capaces de semejante éxito a los rusos. Aunque se
hubieran producido pérdidas, afirmó, los contraataques no tardarían en recu-
perar lo perdido. «A lo sumo —le dijo a un oficial del Estado Mayor—, perde-
remos unos cuantos cientos de metros de tierra.» Ni él ni José Fernando con-
sideraron que la crisis fuera tan grave como para justificar que abandonaran la
comida de cumpleaños organizada en honor del archiduque.?
A los pocos días, sin embargo, Conrad se dio cuenta de su error. Sin ningu-
na defensa sólida detrás de la primera línea de trincheras, los hombres de Bru-
silov avanzaron con rapidez y, en sólo tres días, habían hecho prisioneros a
más de 200.000 desmoralizados austríacos. El IV Ejército austríaco casi había
dejado de existir en la práctica, después de que sus 110.000 hombres hubieran
quedado reducidos a sólo 18.000 combatientes. El 8 de junio Conrad viajó a
Berlín en busca de ayuda. No sin torpeza, pidió a Falkenhayn que trasladara
algunas fuerzas alemanas a Asiago y las pusiera bajo mando austríaco, porque,
argumentó, la ofensiva de Asiago estaba teniendo éxito, mientras que la de
Verdún, no. Falkenhayn le amonestó con tanta dureza por su incompetencia
para prevenir el ataque ruso, que, más tarde, Conrad le dijo a su Estado Ma-
yor que preferiría que le dieran «diez bofetadas en pleno rostro», antes que
volver a pedirle ayuda a los alemanes.*
A pesar de su en fa do con Co nr ad , Fa lk en ha yn se dio cue nta de la rea lid ad
de la situac ión en los Cá rp at os y, co ns ig ui en te me nt e, tra sla dó cua tro div isi o-
nes de inf ant erí a de sd e Fra nci a y cin co má s de la res erv a gen era l. Pe ro tam -
bién le dij o a Co nr ad qu e des ist ier a de su ofe nsi va en As ia go y tra sla dar a cua -

2. Conrad, citado en Hol ger Her wig , The Firs t Wor ld War : Ger man y and Aus tri a-H ung ary ,
1914-1915, Lon dre s, Edw ard Arn old , 199 7, pág . 209 .
3. Conrad, citado en lbid., pág. 211.
182 La Gran Guerra

tro divisiones desde aqu el sec tor a los Cá rp at os . Las nu ev as fue rza s al em an as
y austríacas fueron pue sta s al ma nd o del ge ne ra l al em án Ha ns vo n See ckt ,
enviado por Fa lk en ha yn par a as um ir el con tro l de tod as las fue rza s de los Im -
per ios cen tra les en el est e. Co nr ad se sin tió pr of un da me nt e hu mi ll ad o po r la
re pr im en da de Fa lk en ha yn , au nq ue los ref uer zos al em an es im pi di er on a Bru -
silov cruzar los Cárpatos y, casi con toda seguridad, salvaron al Imperio aus-
trohúngaro del desmoronamiento total.
La primera fase de la ofensiva de Brusilov había producido unos resultados
espectaculares, aun cuando fueran a costa de unos desmoralizados austríacos
sin ninguna preparación. La segunda fase dependía de las acciones del coman-
dante del frente del Ejército occidental ruso, Alexei Evert. El avance de Brusi-
lov había sido tan espectacular, que sus fuerzas habían sobrepasado a sus líneas
de abastecimiento y originado un saliente sin protección. Pese a haber infligi-
do un elevado número de bajas, también las habían sufrido y estaban cansados,
así que Brusilov ordenó a su ejército que se detuviera y descansara hasta el 9 de
junio. Evert iba a entretener a las fuerzas austríacas y a cubrir el flanco sep-
tentrional de Brusilov avanzando con tropas de refresco y Suministros. Él
también estaba bien aprovisionado para el ataque, ya que poseía las dos terce-
ras partes de las piezas de artillería del Ejército ruso y más de un millón de
hombres.
Lo previsto era que Evert tenía que iniciar su ataque el mismo día que Bru-
siloy se detuvo. En algunas variantes del plan de Brusilov, el Estado Mayor
ruso había previsto que el ataque de Evert fuera el principal, y el de Brusilov,
una maniobra de diversión previa; aquél tenía que atacar en el supuesto de que
la ofensiva tuviera que contener su ímpetu. Pero Evert aseguró que sus fuer-
zas no estaban preparadas, quejándose de que su ejército no estaba bien abas-
tecido de proyectiles, algo que no era cierto. La natural cautela de Evert había
aumentado después de la derrota sufrida por sus soldados en Gorlice-Tarnów,
donde, separados de los demás ejércitos rusos, habían tenido que combatir en
una acción de retirada durante casi 500 km. Evert no deseaba participar en otra
ofensiva en 1916 y siguió inventando excusas para su inactividad.
Brusilov se quejó airadamente de él, y le dijo a Alkeseev que, si Evert no se-
guía el plan, «convertiría en derrota lo que había sido una victoria». Los hom-
bres de Brusilov empezaron a referirse a Evert como traidor, recalcando con
desprecio las resonancias germánicas de su apellido.* Sin un ataque de apoyo
en el norte y escaso de suministros y refuerzos como estaba, Brusilov no podía
avanzar, y su unidad más septentrional, el VIII Ejército, no podía reanudar la
ofensiva ante el riesgo de exponer un flanco. En consecuencia, Kaledin orde-

4. Brusilov, citado en Norman Stone, The Eastern Front, 1914-1917, Londres, Penguin, 1975,
Una guerra contra la civilización 183

nó que se detuviera y empezara a prepararse para un contraataque enemigo.


A Brusilov le enfureció la decisión, pero tuvo que consentirla.?
El 20 de junio los alemanes habían culminado una impresionante proeza
logística al aumentar en diez divisiones de infantería las fuerzas que se enfren-
taban a Brusilov. Bajo supervisión alemana, los austríacos habían levantado
unas líneas defensivas sólidas, además de restablecer la disciplina y prepararse
para el siguiente movimiento de los rusos. Alekseev ordenó imprudentemente
a Brusilov que reanudara la ofensiva contra esas nuevas fuerzas el 28 de julio.
Las nuevas divisiones de los Imperios centrales, a menudo al mando de los ale-
manes hasta el nivel de compañía, repelieron el ataque y causaron bajas nota-
bles a los rusos. Brusilov lo volvió a intentar en una sangrienta ofensiva que se
prolongó del 7 de agosto al 20 de septiembre. Las fuerzas rusas se acercaron a
los Cárpatos, pero estaban agotadas. La ofensiva decayó en octubre, cuando
al grupo de ejércitos de Brusilov se le acabaron los suministros y los refuerzos.
El grupo de ejércitos occidentales de Evert no atacaron nunca con el ímpetu
suficiente para alejar a las fuerzas alemanas y austríacas.
La ofensiva de Brusilov asestó un golpe tremendo a un Estado Mayor ge-
neral austrohúngaro incompetente que comandaba a un ejército desmorali-
zado. Sin embargo, no había conseguido su objetivo principal, la eliminación
de la guerra del Imperio austrohúngaro. Los traslados de tropas alemanas
ocasionaron que Rusia no pudiera confiar en tener una superioridad numé-
rica suficiente en el frente oriental para reanudar la ofensiva en un futuro
próximo. Incluso Brusilov comprendió que «avanzar unos pocos kilómetros
más o menos no tendría una importancia especial para la causa común».
Alekseev y el zar consideraron que la ofensiva de Brusilov había sido un fra-
caso, aunque si hubieran responsabilizado a Evert, tal vez habrían estado más
acertados.
Austria-H ung ría sig uió en la gue rra , per o la ofe nsi va la hab ía des tru ido
como ins tru men to con cap aci dad de ata que . Los cál cul os apr oxi mad os var ían ,
per o es pos ibl e que en el tra nsc urs o de la cam pañ a mur ier an, res ult ara n he-
ridos o fueran hec hos pri sio ner os un mil lón y med io de los dos mil lon es
doscientos mil hom bre s que com pon ían el Ejé rci to aus tro hún gar o. Rus ta su-
frió también enorme s pér did as, que asc end ier on a casi un mil lón de hom bre s.
Y estas bajas tan abrumador as pro voc aro n un imp ort ant e inc rem ent o en los
niveles de deserción e ind isc ipl ina en amb os ban dos . Bru sil ov, al igu al que tan -
tos otros, culpó al atraso irr eme dia ble del rég ime n zar ist a de la inc apa cid ad
para explotar las ganancias iniciales de la cam pañ a, y emp ezó a cre er que sól o

5. Alexei Brusilov, 4 Soldiers Notebo ok, 19 14 -1 91 8 (19 30) , Wes tpo rt, Con nec tic ut, Gr ee nw oo d
Press, 1971, pág. 243.
OUT DAS IZ
184 La Gran Guerra

una revolución podría de po ne r al zar y dar le a Rus ia una op or tu ni da d par a


moderniz ar su ca mp añ a mil ita r ant es de que fue ra de ma si ad o tar de.
El desastre de 19 16 sig nif icó ta mb ié n el fin del ma nd o par a Co nr ad . El
emperado r Fra nci sco Jos é seg uía pr of es án do le un gra n apr eci o, per o ést e mu -
rió en di ci em br e de 191 6, a los 86 año s de eda d; y cu an do su suc eso r, el em pe -
rador Carlos, ocup ó el tro no, un o de sus pr im er os act os mil ita res fue des tit uir
a Conrad, al que envió a comandar los debilitados ejércitos del Tirol meri-
dio nal , do nd e de se mp eñ ó un pap el me no r en los últ imo s año s de la gue rra . En
cuanto a los alemanes, la ofensiva de Brusilov los había obligado a asumir aún
más responsabilidad en el frente oriental, aunque tal hecho no tuvo una gran
repercusión en su campaña en Verdún.
El esfuerzo al que Alemania se estaba viendo sometida era cada vez mayor.
El bloqueo seguía menguando tanto la salud económica del Estado como —y
esto era lo más importante— el suministro de alimentos del pueblo alemán.
Un estudio terminado en 1928 calculó que el valor calórico de la ración diaria
de los alemanes había caído de las 3.000 calorías en la primavera de 1915 a
sólo 800 calorías en febrero de 1917. El hambre y las privaciones «se convir-
tieron en el factor insoportable de la vida en el frente interior», tanto en Ale-
mania como en Austria-Hungría.” El terrible invierno de 1916-1917 fue tan
frío y difícil, que lo acabaron apodando el «invierno de los nabos», por ser esta
hortaliza la única fuente alimenticia entre los suministros disponibles.
El káiser y su familia se fueron desconectando cada vez más, lo que expli-
caría el comportamiento juerguista del príncipe heredero en Verdún. El mis-
mo káiser apenas comprendía la nueva manera de hacer la guerra, y en una vi-
sita al frente oriental en 1916, se pasó buena parte del tiempo sermoneando
sobre un irritante proyecto para suministrar armas al Japón, si este país decla-
raba la guerra a Estados Unidos.” Sus declaraciones nada realista sobre la gue-
rra fueron avergonzando de manera progresiva a aquellos que más preparados
estaban de su entorno. El sistema alemán se estaba deshaciendo.

Dos años de preparación, diez minutos para su destrucción:


los Nuevos Ejércitos en el Somme

Al mismo tiempo que contenían las ofensivas de Brusilov, los alemanes tuvie-
ron que enfrentarse a una nueva crisis. El 1 de julio los británicos iniciaron,
junto con los franceses, su mayor campaña bélica hasta el momento desde am-

7. Roger Chickering, Imperial Germany and the Great War, 1914-1918, Cambridge, Cambridge
University Press, 1998, págs. 142-143.
8. Herw1g, 0p. cit., pág. 215.
Una guerra contra la civilización 185

Dunkerque BELGICA >


2
Calais e 2 Passendale É
o ES
Bruselas hoae
Ñ
> ALEMANIA

Bapaume e
.9
Amiens
Cantigny e

Batallas en el frente occidental, 1916-1917


+ Verdún, febrero-diciembre 1916
El Somme, julio-octubre 1916
Chemin des Dames, abril 1917
Tercera de Ypres (Passendale), e Epinal
junio-diciembre 1917 FRANCIA
Cambrai, noviembre-diciembre 1917

— El frente occidental, diciembre 1917


O Conquistas aliadas, 1916-1917

El frente occidental, 1916-1917.

bas orillas del río Somme, al sur, hasta el río Ancre, al norte. En un principio,
Joffre había concebido el ataque contra el Somme como el más importante del
frente occidental desde la conferencia de Chantilly. Dado que el río representa-
ba el punto de encuentro aproximado del Ejército francés y del británico, par-
ticiparían las dos fuerzas. Desde su primera concepción, los generales aliados
diseñaron la del Somme como la «batalla de la coalición par excellence>.” En un
principio, Joffre había previsto utilizar 40 divisiones de veteranos franceses
para asumir el peso principal del ataque, mientras que los inexpertos Nuevos
Ejércitos avanzarían hacia el norte.
La gravedad de la situación en Verdún cambió las previsiones de manera
espectacular. Joffre encaró el desafío de Verdún trasladando a un número cre-
ciente de unidades francesas al sector y, aunque seguía deseando que Francia
desempeñara un papel en el Somme, Verdún obligó a que la parte de la ofen-
siva que recaía sobre los franceses disminuyera de 40 a 16 divisiones. En con-

9. William Philpott, «Why the British Were Really on the Somme: A Reply to Elizabeth
Greenhalgh», War in History, n* 9, 2002, pág. 446-471, cita en pág. 447.
186 La Gran Guerra

secuencia, la parte de frente qu e qu ed ab a es ta bl ec id a en el se ct or fr an cé s se re-


dujo también de casi 34 km a só lo un os 13 km . Po r lo ta nt o, los en tu si as ta s
pero inéditos Nuev os Ej ér ci to s br it án ic os se ad ue ña ro n pr og re si va me nt e de la
campaña. Sir Doug la s Ha ig as um ió el nu ev o pa pe l al co mp re nd er a la pe rf ec -
ción que Gr an Br et añ a te ní a qu e ali via r pa rt e de la pr es ió n qu e su po ní a Ve r-
dú n, si se qu er ía qu e el Ej ér ci to fr an cé s si gu ie ra si en do un a fu er za de co mb a-
te viable.
El comandante del II Ejército alemán, Fritz von Below, esperaba que se
produjera un ataque en su sector y, como la mayoría de los generales alema-
nes, suponía que británicos y franceses intentarían llevar a cabo una operación
en algún lugar del frente occidental para aliviar a Verdún. Su instinto le decía
que los británicos tenían a su sector en mente, y el reconocimiento aéreo no
tardó en confirmar sus sospechas. Falkenhayn, sin embargo, pensaba en una
operación cerca de Arras o, más probablemente, en Alsacia. En consecuencia,
no envió al II Ejército los refuerzos ni suministros solicitados por Below, y
complicó aún más la posición de este último al decirle que el HI Ejército de-
bía conservar su terreno en caso de ser atacado y que cualquier territorio per-
dido tendría que reconquistarse a la mayor rapidez posible.
El terreno del Somme no invitaba a un ataque fácil por parte de los aliados.
Los alemanes ocupaban el terreno elevado desde el Ancre al Somme desde
1914. Habían convertido los pueblos y granjas de la región en sólidos reduc-
tos, y colocado numerosas ametralladoras en la mayor parte de las espesas zo-
nas boscosas. El suelo calcáreo de la región permitía la construcción de refu-
gios subterráneos profundos y el emplazamiento bajo tierra de potentes nidos
de ametralladoras. Algunos de aquellos refugios estaban excavados a más de
9 m de profundidad y solían estar reforzados con sólidas vigas de maderas y
hormigón. Un periodista británico que presenció la campaña vio refugios
alemanes con los muros revestidos de madera, electricidad, bodegas, muebles
y, en un caso, hasta un piano.'” Los alemanes habían ocupado esas posiciones
durante dos años y se consideraban sus dueños. No tenían intención de ren-
dirlas sin luchar.
Below reforzó su posición creando hasta siete líneas defensivas superpues-
tas. Los refugios subterráneos y los reductos independientes se comunicaban
entre sí por corredores subterráneos, y algunos estaban conectados al cuartel
general por líneas telefónicas enterradas. Nuevos rollos de alambre de espino,
en algunos lugares de casi un metro de grosor, protegían muchos puntos for-
tificados. Las defensas se extendían desde el frente unos 8 km hacia la reta-
guardia. Below situó seis divisiones de infantería en las defensas de vanguardia
para evitar una penetración de los aliados y mantuvo cinco más en reserva,

10. Philip Gibbs, The Battles of the Somme, Nueva York, George H. Doran, 1917, pág. 43.
Una guerra contra la civilización 187

Durante la guerra, los ejércitos beligerantes consumían los de artillería a una velocidad
asombrosa. En esta fábrica de munición se almacenan los destinados a satisfacer el apetito
insaciable de las piezas de artillería británicas. (Vational Archives)

las cuales podían o bien tapar brechas en el frente, o bien contraatacar, en el


caso de que los aliados tomaran algunas posiciones.
Los británicos y los franceses se dieron perfecta cuenta de la solidez de la
posición alemana. Más tarde, Winston Churchill diría de la región del Som-
me que era «sin duda, la posición más sólida y mejor defendida del mundo».''
Haig tendría que atacar aquellas formidables posiciones con unos soldados bi-
soños, sin ninguna experiencia en la guerra moderna y sin mandos suficientes.
Sólo quedaban 150 oficiales de la antigua BEE, que en julio de 1916 no era más
que un «recuerdo heroico».!? También los franceses comprendieron el reto que
tenían delante. Ferdinand Foch, jefe absoluto de las fuerzas de la batalla, cali-
ficó su tarea de «imposible»; pero, al considerar la crisis de Verdún, creyó que
sus hombres debían intentar lo imposible al precio que fuera. «Hemos hecho
todo para conseguir evitar el desastre [en Verdún] —dijo en mayo—, pero no
hemos hecho nada para conseguir la victoria.»!*

11. Winston Churchill, 7he World Crisis, vol. 3, Nueva York, Scribner's, 1931, pág. 171.
12. Gibbs, op. cit., pág. XL.
13. Foch, citado en Jean Autin, Foch, París, Perrin, 1987, pág. 179.
188 La Gran Guerra

La solución, creía Ha ig , ra di ca ba en la ut il iz ac ió n de las en or me s ba te rí as


de artillería que los franceses y brit án ic os ha bí an es ta do co ns tr uy en do y mo n-
tando desde hací a má s de un añ o. Al pa re ce r, ha bí a re se rv as il im it ad as de mu -
nición art ill era am on to na da s po r do qu ie r; la cri sis de los pr oy ec ti le s pa re cí a
haber toca do a su fin . En ese mo me nt o, el fu eg o de la art ill erí a po dr ía pr ep a-
rar el terreno de ma ne ra ad ec ua da pa ra la in fa nt er ía . Lo s br it án ic os pl an ea ba n
despejar el ca mi no de la su ya an iq ui la nd o las po si ci on es al em an as co n sie te
día s de fu eg o art ill ero . En to nc es , los in ex pe rt os ho mb re s de los Nu ev os Ej ér -
citos deberían ser capaces de atravesar prácticamente paseando la tierra de
nadie y ocupar las posiciones alemanas.
A partir de ahí, los soldados mantendrían las posiciones alemanas que que-
daran en pie o cavarían unas nuevas y repelerían los inevitables contraataques
del enemigo. Para hacerlo, iban pertrechados con un pesado equipo de sumi-
nistros, que incluía abundante munición, comida, herramientas para el atrin-
cheramiento, alambre de espino y granadas. El pesado equipo, que superaba
con creces los 27 kg de peso, ralentizaría la marcha de los soldados en el mo-
mento del asalto, pero los generales británicos creyeron que enviar al frente
a sus inexpertos hombres sin los suministros adecuados los haría vulnerables a
los ataques subsiguientes de los alemanes.
El bombardeo de la artillería, que empezó el 24 de junio, impresionó (o
aterrorizó) a los que lo presenciaron. Más de 1.500 cañones pesados efectua-
ron 1.627.824 disparos sobre un frente de apenas 16 km de longitud. En la
mañana del 1 de julio, la descarga aumentó de intensidad, lo que llevó a un tes-
tigo presencial a comentar: «Se estaba haciendo volar por los aires al enemigo
con un huracán de fuego. En lo más hondo de mi corazón sentía compasión
por los pobres diablos que estaban allí, pese a lo cual me embargó una extraña
y espantosa euforia porque aquello era obra de nuestros cañones y porque era
el día de Inglaterra».'* Las fuerzas británicas atacaron a los alemanes también
desde abajo, al detonar siete minas que habían colocado bajo las posiciones
enemigas a través de unos túneles excavados en el suelo calcáreo del Somme.
Las dos más grandes contenían 24 toneladas de explosivos cada una y, al ex-
plotar, provocaron sendos cráteres de casi 100 m de ancho.
Después de la detonación de las minas, los cañones británicos cambiaron a
objetivos de la segunda línea alemana, y la infantería inició su avance. Muchos
soldados británicos dedujeron con bastante lógica que nada podía haber so-
brevivido a una semana de bombardeo artillero de aquella magnitud. Setenta
mil soldados saltaron fuera de sus trincheras e iniciaron un lento avance hacia
las líneas alemanas presumiblemente vacías. En un punto del frente, el capitán
Wilfred Nevill dio a cada una de sus cuatro secciones sendos balones de fút-

14. Gibbs, op. cit., pág. 30.


Una guerra contra la civilización 189

bol, en los que había escrito las siguientes palabras: «Gran copa de Europa. Fi-
nal. Los de Surrey Oriental contra los bávaros. El partido empieza a cero». Y
ofreció un premio en metálico para la sección que llevara su balón más lejos.!*
Nevill y sus hombres no imaginaron jamás el horror que les aguardaba. Lo
que no sabía la infantería es que una cuarta parte de los proyectiles aliados
eran defectuosos y no habían estallado, y que dos tercios de los mismos toda-
vía contenían metralla.** Si los alemanes hubieran estado en las trincheras, la
metralla podría haber sido más efectiva; sin embargo, sus profundos refugios
y reductos sólo podían ser destruidos por un impacto directo de los proyecti-
les detonantes, de los que los británicos seguían estando mal abastecidos. La
atención de los aliados en los cañones pesados también condujo a una produc-
ción insuficiente de proyectiles de gas, que, de haber estado disponibles en el
Somme, podrían haber liberado gas venenoso en el interior de los refugios, y
causado numerosas bajas.'” Haig agravó el problema al ordenar que el bom-
bardeo tuviera una profundidad de unos 2,5 km, la extensión de la posición
alemana que confiaba tomar el primer día. En consecuencia, y tal y como es-
cribió Gary Sheffield, «el apoyo de la artillería resultó fatalmente poco pro-
fundo».!'* Los proyectiles de metralla impidieron que los alemanes suminis-
traran agua y comida a muchos de sus hombres, algunos de los cuales se vieron
privados de ambos durante una semana. Un buen número de éstos, algunos
aturdidos por el ruido y medio enloquecidos por vivir durante una semana bajo
tierra, se rindieron a los primeros soldados británicos que los encontraron.
Sin embargo, al bombardeo sobrevivieron suficientes alemanes como para
convertir el avance británico en cualquier cosa menos en un paseo. Los super-
vivientes volvieron a apuntar sus ametralladoras y empezaron a disparar a las
lentas hileras de soldados que tenían delante. En la mayor parte de los sitios,
los sobrecargados soldados británicos tuvieron que avanzar sobre una tierra de
nadie perforada por los proyectiles que, en muchos sectores, ascendía en pen-
diente durante 200 o 400 m. Las bajas británicas fueron espeluznantes. Philip
Gibbs, qu e fu e te st ig o de lo oc ur ri do , eq ui pa ra de ma ne ra re it er ad a el ef ecto
de la s am et ralladoras al de la s gu ad añ as . El in te ns o bo mb ar de o br it án ic o de -
molió mu ch os de lo s pu eb lo s y gr an ja s fo rt if ic ad os , pe ro ha bí a de ja do mo nt o-
nes de escombros, lo s cu al es fu er on ap ro ve ch ad os po r lo s al em an es pa ra oc ul -
tar más ametralladoras. Al gu na s un id ad es br it án ic as qu e co ns ig ui er on av an zar

15. Uno de los balones, no se sab e cóm o, ha lle gad o has ta nue str os día s y se pue de ver en el
National Army Museum, en los cuarteles de Chelsea, Londres.
16. Gary Sheffield, Forgotten Vict ory: The Firs t Wor ld War , Myth s and Real itie s, Lon dre s, Hea d-
line, 2001, pág. 137.
17. Véase Albert Pal azz o, See kin g Vic tor y on the Wes ter n Fro nt: The Brit ish Arm y and Che mic al
Warfare in Wor ld War 1, Lin col n, Uni ver sit y of Neb ras ka Pre ss, 200 0, pág . 93.
18. Gary Sheffield, The Somme, Londres, Cassell, 2003, pág. 40.
190 La Gran Guerra

dejaron sus flancos desg ua rn ec id os con tra el fu eg o de enf ila da, a de re ch a e 1z-
quierda, de los al em an es ; otr as fue ron aba tid as de sd e la ret agu ard ia, de sp ué s
de haber sobrepas ad o red uct os de los qu e sal ier on los al em an es es co nd id os .
Pese a tod o, el pri mer día se pro duj ero n alg uno s éxi tos , y así una div isi ón
del Ulster tom ó un imp ort ant e red uct o, mie ntr as otr os sol dad os se apo der a-
ban de la lla mad a, con pro pie dad , Tri nch era Cru cif ijo . Una vez allí , las tro pas
británicas lanzaron un cohete rojo para indicar que la trinchera estaba ya en
manos británicas y que los artilleros debían hacer avanzar su fuego de apoyo.
Por des gra cia , una bat erí a ale man a vio tam bié n la señ al e, int uye ndo su sig ni-
ficado, disparó sin piedad contra la posición. Como en tantos otros sitios aquel
1 de julio, los éxitos británicos se revelaron efímeros.
Sólo en la primera hora, los británicos habían sufrido unas asombrosas
30.000 bajas; o lo que es lo mismo, 500 hombres muertos, heridos o hechos
prisioneros por segundo. El comandante del IV Ejército, sir Henry Rawlin-
son, que había sido jefe de un cuerpo en Neuve Chapelle y Loos, no acababa
de comprender lo que estaba sucediendo a todo lo ancho del amplio frente.
Defensor como era de que se limitaran los objetivos, había mostrado desde el
principio su desacuerdo con el plan de Haig para la ofensiva, pues no creía que
las fuerzas británicas pudieran confiar en lograr la penetración que este último
sí veía posible. En ese momento, en las primeras horas de la batalla, continua-
ba enviando hombres al frente, y la guadaña seguía con su mortífera labor. Los
británicos tomaron algunas partes de la primera línea alemana, pero sus logros
palidecieron a la luz del coste humano.
El 1 de julio de 1916 sigue siendo el día más sangriento de la historia del
Ejército británico. De los más de 100.000 hombres enviados a luchar ese día,
57.470 engrosaron la lista de bajas; de éstos, 19.240, entre ellos el capitán
Nevill, resultaron muertos. El combate continuó durante los días siguientes,
mientras los británicos iban tomando lenta conciencia de la magnitud de las
pérdidas del primer día. Tras el contraataque alemán el 5 de julio, en el que su-
frieron unas pérdidas enormes, sobrevino una pausa relativa que permitió que
ambos bandos se volvieran a atrincherar y se reorganizaran.
Mientras, hacia el sur, los ataques franceses tuvieron mejores resultados, lo
que dejó a Joffre «con una sonrisa radiante».!? El Grupo de Ejércitos del Nor-
te, al mando de Foch, formado con veteranos del frente occidental, combatió
con unas tácticas diferentes a las de sus homólogos británicos. Desde Verdún,
los franceses habían aprendido el valor de avanzar en grupos pequeños en lu-
gar de en línea, hombro con hombro; también se beneficiaron de unas posi-
ciones alemanas más débiles y de un fuego artillero galo más poderoso, intenso
y preciso. Los franceses alcanzaron todos sus objetivos el primer día, hicieron

19. Ibid., pág. 65.


Una guerra contra la civilización 191

Joseph Joffre (izquierda), Douglas Haig (centro) y Ferdinand Foch (derecha) en una reu-
nión durante la campaña del Somme. Haig y Foch eran veteranos de algunas de las bata-
llas más importantes del frente occidental. El primero apoyó en 1918 el nombramiento
del segundo como generalísimo de las fuerzas aliadas. Aunque ambos aprendieron a tra-
bajar juntos, su relación personal nunca fue cordial. (Australian War Memorial. Negativo
n” 1 HO08416)

prisioneros a 4.000 alemanes y ni siquiera tuvieron que llamar a las reservas.“


Por desgracia, el ataque francés era sólo un movimiento secundario de la ofen-
siva mayor de los británicos en el norte.
“Tanto los británicos como los franceses emplearon todo el mes de julio
para reforzar el sector del Somme. Ante las limitadas reservas de la infantería
y las existencias cada vez más reducidas de munición artillera, Haig redujo la
zona de ofensiva del Somme de 27 km a los 10 km más meridionales del fren-
te; los 17 km más septentrionales pasaron a formar parte de la reserva, con una
misión puramente defensiva. Esta interrupción en el ataque británico dio
tiempo a los alemanes para reforzar y crear nuevas líneas de defensa; el 9 de
julio las nuevas baterías artilleras ofrecían ya una resistencia mayor contra
los ataques tanto de británicos como de franceses. El 10 de julio estos últimos
llegaron a la conclusión de que el frente alemán era más sólido que al princi-
pio de la campaña.

20. Ministére de la Guerre, Les Armées Prancaises dans la Grande Guerre, serie 4, vol. 2, París,
Imprimerie Nationale, 1933, pág. 233.
192 La Gran Guerra

A fin de salir de aqu el es ta nc am ie nt o, los bri tán ico s sig uie ron ap el an do al
esfuerzo de todo el imp eri o. Las na ci on al id ad es y re gi on es qu e lo in te gr ab an
no tardar on en co no ce r aqu ell os lug are s del ca mp o de bat all a del So mm e do n-
de sus hombres est aba n co mb at ie nd o y mu ri en do . En la act ual ida d, mu ch as de
esas zonas est án oc up ad as a pe rp et ui da d por esa s nac ion ali dad es; all í ha n eri -
gi do mo nu me nt os , y ha n co ns tr ui do ce me nt er io s pr ác ti ca me nt e en cad a rin -
cón de esa parte de Fra nci a. Así , Del vil le Wo od qu ed ar á un id a par a si em pr e
a Sudáfrica; Thiépval, al Ulster; Beaumont Hamel, a Terranova y Escocia, y
Poz iér es, a Aus tra lia . Au nq ue se sue le aso cia r a las fue rza s aus tra lia nas con
Gallípoli, éstas perdieron en el Somme más hombres en seis semanas, que en
ocho meses en los Dardanelos.?'
El 14 de julio, el día de la fiesta nacional de Francia, los hombres del Impe-
rio británico volvieron a atacar. Rawlinson preparó y supervisó un audaz e
imaginativo ataque nocturno. En lugar de efectuar la ofensiva a lo largo de
todo el frente, los británicos se concentraron en un sector de unos 6 km. Cada
posición de esta parte de la segunda línea alemana recibió el quíntuplo de pro-
yectiles que el 1 de julio. El apoyo artillero ascendió a 297 kg de proyectiles
por cada metro de frente alemán, y las tropas británicas consiguieron tomar
grandes porciones de la segunda línea alemana con un coste relativamente
bajo. Un prisionero de guerra alemán explicó a Gibbs que, aunque los alema-
nes habían evitado la penetración de las fuerzas británicas, el «ejército de afi-
cionados» de estas últimas les habían asestado un golpe terrible. «Los británi-
cos —le dijo a Gibbs—, son más fuertes de lo que crefamos.»** Sin embargo,
los británicos habían tomado sólo unos cuantos cientos de metros de las dos
primeras líneas alemanas; detrás había por lo menos dos líneas más, a las que
los germanos fortalecían a diario con tropas de refuerzo.
El calor del verano ralentizó, aunque no detuvo, las operaciones, sobre
todo a causa de la dificultad de conseguir abastecer con suficiente agua pota-
ble a los hombres de vanguardia. Esta calma relativa dio a Haig la oportunidad
de volver a evaluar el combate. Tras resistirse a las peticiones francesas de rea-
nudar la batalla como una ofensiva conjunta franco-británica, prefirió seguir
con los ataques locales, donde las fuerzas británicas contaban con ventajas
temporales. A mitad de agosto, informó a Joffre por escrito de que «las fuer-
zas de las que dispongo no me permiten lanzar un ataque a lo largo de un gran
frente».? Consiguientemente, los franceses cancelaron los planes para una
ofensiva conjunta y se limitaron a las operaciones de apoyo a los británicos.

1. Sheffield, op. cit., pág. 101.


2. Gibbs, op. cit., pág. 148.
Nn 3. Haig a Joftre, 6 de agosto de 1916, Ministére de la Guerre,
NN Les Armées Frangaises, serie 4,
vol. 2, apéndice 2.942.
Una guerra contra la civilización 193

A esas alturas, Haig había inventado una nueva lógica para combatir. Si no
podía conseguir una ruptura espectacular de las líneas alemanas, al menos po-
dría desgastar al enemigo lo suficiente para hacer posible una penetración en
el futuro; en cualquier caso, los problemas logísticos de la batalla hasta ese
momento habían demostrado la imposibilidad de apoyar una penetración. Su
nueva estrategia de desgaste podría tardar en dar resultados, pero los fracasos
aliados en conseguir una penetración le habían dejado pocas opciones. Un ofi-
cial británico llegó a la misma conclusión en un comentario que le hizo a
Gibbs en septiembre: «Lo que hacía insostenible nuestra posición era el fue-
go de la artillería [alemana]. Pero, en cualquier caso, hemos puesto fuera de
circulación a una buena cantidad de boches, lo cual siempre está bien y acerca
un poco más el fin de la guerra».?*
Para que el desgaste surta efecto, sin embargo, o bien las bajas enemigas
tienen que ser significativamente mayores que las propias, o bien el enemigo
ha de ver reducida de manera notable su capacidad para reemplazarlas. Si no,
tal y como dejó escrito de manera memorable Dennis Showalter, el desgaste
se convierte en poco más que «en la asignación recíproca y mecánica de fuer-
zas, hasta que, en algún momento no precisado, los tres últimos soldados fran-
ceses y británicos supervivientes se tambalearían sobre sus piernas vetustas a
través de la tierra de nadie y atravesarían con sus bayonetas a los dos alemanes
que quedasen, tras lo cual brindarían por su triunfo con zumo de ciruelas
pasas».** A mediados del verano de 1916 tanto Verdún como el Somme se ha-
bían convertido sin duda alguna en batallas de desgaste, pero seguía sin estar
nada claro qué lado se hundiría primero. “Todos los ejércitos implicados habían
sufrido unas bajas tremendas y tenían pocas reservas a las que recurrir. En
Gran Bretaña la situación se hizo lo bastante grave como para provocar que se
adoptara la medida sin precedentes de instaurar el servicio militar obligatorio.
En resumen, que la guerra de desgaste que estaban llevando a cabo Falken-
hayn, Haig y, en menor medida, Joffre, daba escasas muestras de estar benefi-
ciando nada más que a un lado.
Las políticas de los generales de recuperar el terreno perdido desgastaron
a sus pro pio s ejér cito s con tant a efec tivi dad com o las ofen siva s ene mig as. Los
330 con tra ata que s ind epe ndi ent es lanz ados por los ale man es en el Som me
fueron los responsables de la may orí a de las baja s des pué s del 1 de juli o. El
deseo francés de recuperar cada cen tím etr o de su suel o en Ver dún se reve ló

24. Gibbs, op. cit., pág . 253 , «Bo che » era una for ma hab itu al de ref eri rse con des pre cio a los
alemanes entre franceses y británicos.
25. Dennis Showalter , «Ma ste rin g the Wes ter nFr ont : Ger man , Bri tis h, and Fre nch App roa -
ches», comunicación presentada en la Il Con fer enc ia Eur ope a de Est udi os sob re la Pri mer a Gue -
rra Mun dia l, Uni ver sid ad de Oxf ord , Ing lat err a, 23 jun io 200 3.
194 La Gran Guerra

igual de tre men dam ent e cos tos o, aun que es más com pre nsi ble que la obs e-
sión de Fal ken hay n por con ser var cad a cen tím etr o de ter ren o «al emá n» en el
So mm e. Est e últ imo adv irt ió a Bel ow de que «el pri mer pri nci pio de la gue -
rra de trincheras ha de ser el de no rendir ni un palmo de terreno y, si no obs-
tante se perdiera ese palmo, asignar hasta el último hombre a un contraata-
que inm edi ato ».? % Los ale man es, al igu al que los fra nce ses y los bri tán ico s,
dudaban a menudo entre la importancia de conservar terreno o la de eliminar
al enemigo.
En un esfuerzo por ganar esa guerra matando hombres, los británicos re-
currieron a una máquina nueva. En septiembre, y como parte de un tercer
intento de importancia en el Somme, los británicos utilizaron sus primeros
carros de combate. Un año antes, el corresponsal de guerra Ernest Swinton
había desarrollado la idea de construir un vehículo blindado con orugas, que
fuera capaz de subir por repechos de más de metro y medio y de salvar una trin-
chera. El ejército acogió la idea con prudencia, pero Churchill se dio cuenta
de cuán prometedora era y desvió en secreto, y de manera ilegal, 75.000 libras
esterlinas de los fondos del Almirantazgo para financiar los trabajos iniciales.”
Las máquinas fueron enviadas por barco a Francia en embalajes rotulados con
la palabra «tanque» a fin de engañar a los curiosos en cuanto a su contenido;
este nombre bastante insólito no tardó en ganar aceptación en el mundo an-
elosajón sobre el de «buque terrestre», cuyas resonancias navales no era una
casualidad.
El 15 de septiembre, el primer día que se utilizaron los nuevos vehículos,
éstos mostraron todavía notables defectos de diseño, con problemas que in-
cluían la vulnerabilidad del depósito de combustible, un deficiente sistema de
dirección y una visibilidad limitada. Aun así, los británicos se apresuraron a
ponerlos en servicio en un intento de invertir la marcha de los acontecimien-
tos en el Somme. El carro de combate Mark 1, presentado en el Somme, llegó
en dos variantes, ambas con casi 30 toneladas de peso y una dotación de ocho
hombres. La versión «masculina» iba provista de dos fusiles de seis tiros y
cuatro ametralladoras; la versión «femenina» llevaba seis ametralladoras. Los
dos se desplazaban a unos 3,2 km/h y si se caían en una zanja, tenían que ser
abandonados. La primera visión de aquellos carros movía con frecuencia a la
hilaridad, observaba Gibbs, «porque eran monstruosamente cómicos, como
sapos de un tamaño descomunal salidos del limo primigenio en la penumbra
de los albores del mundo».?*

6. Fal kenhayn, citado en Herwig, op. cit., pág. 202.


NS R. M. E. Cruttwell, 4 History oftbe Great War, 1914-1918, Oxford, Clarendon Press,
1934, pág. 271.
28. Gibbs, op. cit., pág. 287.
Una guerra contra la civilización 195

Presentados por primera vez durante la campaña del Somme, los carros de combate acaba-
ron convirtiéndose en instrumentos de gran importancia para acabar con el estancamiento
de la guerra de trincheras. En la fotografía, un carro de combate británico aplasta una
alambrada para facilitar el avance de la infantería. (Imperial War Museum, propiedad de la
Corona, p. 396)

De los 49 carros de combate que se llevaron al frente el 15 de septiembre,


únicamente 18 entraron en acción. El resto fueron víctimas o de los proble-
mas mecánicos o de la precisión del fuego artillero de los cañones alemanes.
Aquellos que participaron en la refriega y sobrevivieron causaron un gran im-
pacto en la moral de los hombres que los vieron. Los soldados alemanes salían
corriendo aterrorizados, y los británicos corrían detrás riendo y gritando. Un
piloto británico comunicó por señales al cuartel general lo siguiente: «Un ca-
rro de combate avanza por la calle mayor de Flers con el Ejército británico vi-
toreando detrás». El piloto colgó entonces un cartel en su avión que recorda-
ba a los quioscos de periódicos de Londres, en el que se podía leer: «EDICIÓN
ESPECIAL. GRAN DERROTA DE LOS ALEMANES».”? Los carros de combate
ayudaron a los británicos a romper la tercera línea alemana, pero su impacto
global estribaba más en el potencial advertido por Haig y otros. El coman-
dante inglés no tardó en presentar un informe a Londres, pidiendo 1.000
unidades más.

29. Ibid., pág. 297.


196 La Gran Guerra

Director of Graves Registration « Enquiries.


Begs to forward as requested a Photograph ol
dE t h e G r a v e ol : —

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che aumber ( / FEA ns be addressed to;
Director o bd Registration and Enquiries,
War Ofice,
Winchester House,
St. James's Syuare,
London, S.W., 1
Owing 10 te circuustances in which the ahotographic work js carried
on, (he Director regreis tar in some cases owly sough Photogixphs can
be olxajned.
¡ UCOPYRIGNT PULLY RESURVED.”

Los padres de E. R. Heaton, el voluntario de 1914 cuya foto aparece en la página 43, tar-
daron nueve meses en saber dónde estaba enterrado. Los certificados del registro de se-
pulturas como éste proporcionaban información acerca de la localización de la tumba y
de la estación de ferrocarril más cercana. (Imperial War Museum, propiedad de la Coro-
na, E. R. Heaton)

Poco después de la presentación de los carros de combate, los alemanes


respondieron con sus propias máquinas, una nueva generación de aviones. El
nuevo Halberstadt DII y el Albatross modelos DI y DU consiguieron arreba-
tarles los cielos a los pilotos británicos. El dominio del aire de estos últimos
se había revelado decisivo en la localización de la artillería y en la observación
de los movimientos alemanes. Los nuevos aviones alemanes acabaron con ese
dominio, dejando a ciegas en la práctica a los oficiales del cuartel general de
Haig. Estos aparatos fueron los primeros en ser diseñados a partir de las expe-
riencias del combate real en la guerra; además, los alemanes habían organiza-
do para entonces a sus aviones en «escuadrones de caza» dirigidos por pilotos
veteranos. Manfred von Richthofen, el Barón Rojo, se anotó sus primeros de-
rribos formando parte del escuadrón del legendario as Oswald Boelcke.
Un fructífero ataque a finales de septiembre demostró que el Ejército bri-
tánico había empezado a aprender de sus errores. El objetivo era una podero-
Una guerra contra la civilización 197

sa posición alemana en las colinas Thiépval, emplazamiento, en la actualidad,


de un enorme monumento en el que están grabados los nombres de los 73.367
británicos muertos en el Somme sin sepultura conocida. En lugar de atacar la
cadena con un asalto frontal, los británicos se acercaron desde el este, tomando
primero las ruinas de la granja Bouquet. Las fuerzas británicas se apoderaron
de las colinas gracias a una cuidadosa preparación artillera y a unos hombres
entrenados de manera específica para apoderarse de ese objetivo concreto,
que había estado en su punto de mira desde el primer día de la campaña del
Somme.
Haig había confiado en que la toma de Thiépval (en el aniversario de
Trafalgar, nada menos) señalara una nueva fase en la batalla. De nuevo vol-
vía a buscar un lugar para infiltrarse, aunque pronto se hizo evidente que no
había por dónde hacer una incursión. Los alemanes habían construido varias
líneas más de defensa delante de la ciudad de Bapaume, lo que significaba
que cualquier «penetración» sólo implicaría una nueva serie de ataques con-
tra una nueva serie de defensas. Las copiosas lluvias de octubre convirtieron
los campos levantados que rodeaban al Somme en un cenagal y complicaron
más cualquier intento de movimiento. En noviembre otro ataque sangrien-
to, éste llevado a cabo por los escoceses en Beaumont Hamel, acabó con la
toma de una parte de la línea que había resistido las ofensivas británicas
desde el 1 de julio. Su toma, sin embargo, no cambió el hecho de que no que-
dara ningún objetivo estratégico que valiera el presumible coste en vidas
humanas.
De las 56 divisiones de infantería británicas, 53 combatieron en el Somme;
más de 459.000 hombres de aquellas divisiones resultaron muertos, heridos o
hechos prisioneros a causa de la batalla. Las bajas francesas ascendieron a más
de 200.000 hombres, mientras que las de los alemanes se estima que llegaron
hasta las 600.000 bajas, a las que hay que sumar los 370.000 alemanes de Ver-
dún. En total, las líneas no se movieron más de 11 km. Y en cuanto a la única
gran hazaña estratégica de la que podían alardear los aliados, el corte de la ca-
rretera que unía Bapaume con Péronne, ambas ciudades podían ser abastecidas
desde las carreteras que se dirigían al este, así que ni siquiera este logro supuso
gran cosa. Los alemanes retiraron varias divisiones de Verdún, pero su ausen-
cia no afectó de manera sensible a los destinos de ninguno de los dos bandos
que allí combatían.
Afirmar que el Somme valió el sacrificio porque los aliados desgastaron a
los alemanes tiene cierto sentido, pero si se tiene en cuenta que los propios
aliados sufrieron casi las mismas bajas, se hace difícil encontrar algún consue-
lo en la idea. Al llegar 1917 no había más certeza que la de que la guerra pro-
seguía sin ningún venc edor claro a la vista; el asom bros o derr amam ient o de
sangre de 1916 no había acer cado a ning ún band o a la victo ria. Un prisi onero
198 La Gran Guerra

alemán del Somme hablaba por miles de soldados cuando le dijo a Philip
Gibbs: «Europa está siendo desangrada hasta la muerte y quedará empobreci-
da durante años. Esta es una guerra contra la religión y contra la civilización,
y no le veo fin».*

30. Ibid., pág. 55.


Capítulo 3
La expulsión del demonio
El desmoronamiento del Este

La desintegración de nuestros ejércitos sigue su curso. Se me ha


asegurado que en algunas unidades los oficiales han sido asesina-
dos salvajemente por sus propios hombres. Hoy mismo se me ha
informado de que en una división el jefe del Estado Mayor ha sido
asesinado de esta manera.

Diario del jefe del Estado Mayor del Ejército ruso,


MIJAIL ALEKSEEV, 10 de junio de 1917*

Las tremendas pérdidas de efectivos con las que se encontraron todos los
lados implicados provocó la búsqueda de nuevos aliados. Rumanía se contaba
entre las naciones neutrales codiciadas por ambos bandos, aunque se mantuvo
fuera de la guerra hasta 1916. Limítrofe con Rusia, Bulgaria, Austria-Hungría
y Serbia, su posición geográfica ofrecía muchas posibilidades tentadoras. Si se
unía a los Imperios centrales, una nueva ofensiva contra Rusia por el sur —tal
vez con el apoyo búlgaro— se convertía en una posibilidad viable. De unirse a
los aliados, una invasión por los extremos orientales de Austria-Hungría po-
dría suponer una presión aún mayor sobre el debilitado imperio, sobre todo
porque Austria-Hungría ya tenía un buen número de sus tropas combatien-
do en Italia y en Galitzia.
Al igual que había hecho Italia, Rumanía jugaba a esperar. En un conflicto
tan empantanado como el que había llegado a ser la guerra en 1915, los países
neutrales como Rumanía, Bulgaria e Italia parecían ofrecer la oportunidad de
cambiar las vicisitudes de la contienda mediante la posibilidad de abrir nuevos
frentes. En consecuencia, los neutrales adoptaron unas posturas de negocia-
ción harto desproporcionadas con sus poderíos militares, pues de las naciones
neutrales en 1915, sólo Estados Unidos contaba con un potencial económico
y militar capaz de decidir el curso de la guerra. Los países neutrales de Euro-
pa se convirtieron en centro de atención de la actividad diplomática, con cada

* El epígrafe se ha extraído de una cita en W. Bruce Lincoln, Passage through Armageddon: The
Russians in War and Revolution, 1914-1918, Nueva York, Simon and Schuster, 1986, pág. 410.
200 La Gran Guerra

una de las partes implicadas co nf ia nd o en qu e el es ta nc am ie nt o mi li ta r se pu -


diera romper por medios políticos.
Puesto que Rumanía no se en fr en ta ba a ni ng un a am en az a in me di at a a sus
intereses, el gobi er no ru ma no se po dí a pe rm it ir el lu jo de es pe ra r a qu e sus pr e-
tendient es re un ie ra n la do te má s lu cr at iv a an te s de to ma r un a de ci si ón . De sd e
el punto de vista di pl om át ic o, Ru ma ní a es ta ba vi nc ul ad a a los Im pe ri os ce n-
trales mediante un tr at ad o de fe ns iv o fi rm ad o co n Au st ri a- Hu ng rí a qu e da ta ba
de 1883. Di ch o tr at ad o era tan se cr et o, qu e só lo un os po co s mi em br os de la
cla se di ri ge nt e de l pa ís co no cí an sus co nd ic io ne s co nc re ta s. El go bi er no ru-
mano, temeroso del expansionismo ruso y otomano, había tenido buen cuida-
do de renovar el pacto en 1913. Al estallar la guerra en 1914 los otomanos se
habían convertido en una amenaza menor a causa de sus derrotas en las gue-
rras de los Balcanes; sin embargo, los ancestrales recelos entre rumanos y ru-
sos seguían vivos y habían conducido a una intensificación de los lazos diplo-
máticos, militares y económicos entre Rumanía y Alemania.
La familia reinante en Rumanía estaba emparentada con la dinastía ale-
mana de los Hohenzollern, lo que proporcionaba unos vínculos poderosos
en los días en que tales conexiones todavía podían importar. El káiser hablaba
con frecuencia de la confianza que tenía en que sus primos rumanos acabaran
uniéndose a los Imperios centrales. El primer ministro rumano, lon Bratianu,
debía en parte el puesto a sus declarados sentimientos pro germanos, aunque
al igual que la mayoría de los rumanos seguía sin mostrar ningún entusiasmo
por ayudar a los austrohúngaros. Sin embargo, todos los indicios apuntaban a
que Rumanía acabaría entrando en la guerra del lado de los Imperios centrales.
No obstante todos esos vínculos con los Imperios centrales, Rumanía, al
igual que Italia, alimentaba expectativas territoriales que sólo podían satisfa-
cerse a costa de Austria-Hungría, pues aspiraba a los territorios austrohúnga-
ros de Transilvania, Bucovina y el Banato. Transilvania, que acogía a un buen
número de habitantes de etnia rumana, seguía siendo el premio más impor-
tante. En 1914, antes del inicio de la guerra, Rumanía había solucionado al-
gunos de sus viejos desacuerdos con Rusia intercambiando ciertas visitas de
Estado y convenciendo al ministro de Asuntos Exteriores ruso, Sergei Sazo-
nov, de que se encontrara con los descontentos rumanos que vivían bajo la fé-
rula austrohúngara. Este movimiento enfureció a los austríacos y los conven-
ció de las intenciones rusas de encender las pasiones nacionalistas en el seno
del imperio.
Cuando la guerra estalló, el gobierno rumano no pudo encontrar ninguna
razón para cumplir con sus obligaciones del tratado y unirse a los beligerantes.
Aunque muchos miembros de la minoría dirigente rumana seguían profesan-
do sentimientos pro germanos, la idea de combatir junto a los austrohúngaros
y sus antiguos enemigos, los otomanos, seguía resultándoles desagradable. Las
La expulsión del demonio 201

promesas alemanas de dar a Rumanía la Besarabia rusa a cambio de que se


uniera a los Imperios centrales se quedó corta para las pretensiones territoria-
les de Rumanía. Transilvania seguía siendo la clave. En consecuencia, Ruma-
nía se mantuvo al margen durante 1914 y 1915, y Alemania y Austria-Hungría
se contentaron con su neutralidad. Parece que nunca se les ocurrió que un día
los rumanos pudieran recurrir a los aliados, así que dejaron la frontera austro-
húngara con Rumanía casi desprotegida por completo.
Los primeros pasos de Rumanía hacia su entrada en la guerra se produje-
ron a finales de 1914, a raíz de la muerte del rey Carol. Su sobrino y sucesor,
el rey Fernando, mostraba unas simpatías más acusadas por los aliados, aunque
tenía un espíritu más débil y poca disposición a tomar medidas importantes.
Aunque se mostró incapaz de disuadir a Bratianu de sus sentimientos pro ger-
manos, el rey estaba cada vez más influenciado por las inclinaciones pro alia-
das de su esposa, nieta por igual de la reina Victoria de Gran Bretaña y de Ale-
jando Il de Rusia. Mientras tanto, la situación familiar del monarca contribuía
poco a que éste se decidiera: dos de sus hermanos estaban sirviendo en el Ejér-
cito alemán bajo el mando de su primo, el káiser Guillermo HH.
A principios de 1915 los británicos llegaron a un compromiso secreto para
entregar Transilvania a Rumanía si esta última entraba en la guerra. La oferta
impresionó tanto al rey como a Bratianu, que vieron por fin la oportunidad de
anexionarse la codiciada región. Sin embargo, los rumanos siguieron mostrán-
dose dubitativos, pues por una parte querían aún más y por otra no estaban
muy seguros de que fueran a combatir del lado de los ganadores. La insisten-
cia de Bratianu de añadir Bucovina y el Banato paralizó las negociaciones has-
ta bien entrado el año. Por entonces, los rusos habían sido expulsados de Po-
lonia, y los británicos estaban estancados en Gallípoli. Bratianu decidió que no
había llegado todavía el momento de que Rumanía declarara sus intenciones e
intensificó las relaciones comerciales con los Imperios centrales a la espera de
unas circunstancias más favorables.

La campaña de Rumanía

Los aconte cim ien tos de 191 6 cam bia ron la sit uac ión de Rum aní a de man era
espectacular . Por un lad o, los éxi tos rus os en las ofe nsi vas de Bru sil ov des gas -
taron el Ejé rci to aus tro hún gar o y, por otr o, col oca ron a Rus ia en una pos i-
ción privilegiada par a rec lam ar las tie rra s que Rum aní a anh ela ba, en esp eci al,
Transilvania y Bucovina. La neu tra lid ad no par ecí a ya la mej or opc ión . En
consecuencia, los rumano s fir mar on un tra tad o con los ali ado s en ago sto de
1916 mediante el cual estos últ imo s pro met ían a Rum aní a las tres pro vin cia s
que más pretendían y se com pro met ían a seg uir pre sio nan do a Aus tri a-H un-
202 La Gran Guerra

gría desde los fre nte s de Rus ia y de Sal óni ca. Ru ma ní a dec lar ó la gue rra a Au s-
tria- Hungría —pero no a Alemania— el 27 de agosto.
El Ejército ruma no , co mp ue st o de 70 0. 00 0 ho mb re s, hab ía co mb at id o de
manera irr egu lar en la gue rra de los Bal can es. La ine xis ten cia de una am en az a
in me di at a y la fal ta de din ero ha bí an de te rm in ad o qu e el Es ta do ape nas inv ir-
tiera en la moderniz ac ió n de su ejé rci to en los me se s pre vio s al est all ido de la
Primera Guerra Mundial. Por lo tanto, carecía de la artillería adecuada y tenía
un cu er po de ofi cia les que se en co nt ra ba en un est ado de pr ep ar ac ió n la me n-
table para combatir en 1916; por si esto fuera poco, las rudimentarias redes
viaria y ferroviaria de Rumanía dificultaban los movimientos y los suministros.
En el ínterin, Rusia estaba cada vez más molesta con los rumanos, a los que
criticaba por haber entrado en la guerra sólo después de que hubieran hecho
el trabajo sucio. Para éstos, los rumanos eran poco mejores que los buitres, an-
siosos por conseguir un territorio a costa de la sangre derramada por los sol-
dados rusos. «Si su majestad me ordenara enviar a quince soldados heridos a
Rumanía —dijo Alekseev—, no consideraría enviar a un decimosexto.»! Su
sentir reflejaba con precisión el de la clase dirigente rusa, que, en su mayoría,
seguía considerando a Rumanía un pobre aliado y, por si fuera poco, uno con
fuertes sentimientos pro germanos.
A pesar de todos estos problemas, el Ejército rumano avanzó con rapidez
hacia la mal defendida frontera austrohúngara. A mediados de septiembre, ha-
bían conseguido adentrarse 80 km en territorio enemigo y controlaban gran-
des porciones de Transilvania. Alemania, Bulgaria y Turquía respondieron de-
clarando la guerra a Rumanía. Los alemanes enviaron entonces a Erich von
Falkenhayn, que acababa de ser destituido como jefe del Estado Mayor, para
que aplastara a los rumanos con un nuevo IX Ejército. El implacable Falken-
hayn echó mano de las lecciones aprendidas en lugares infernales como Ypres
y Verdún y lanzó a sus veteranas fuerzas contra los rumanos, a los que supera-
ban en número de forma aterradora. Un segundo ejército de los Imperios cen-
trales, guiados por el veterano de Gorlice-Tarnów August von Mackensen, y
que estaba integrado por alemanes, búlgaros y otomanos, entró en Rumanía
por el sur.
Invadida por dos sitios por unas tropas experimentadas y bien dirigidas,
Rumanía no tardó en desmoronarse. Al cabo de sólo seis semanas de declarar
la guerra, el movimiento de tenaza de los Imperios centrales había invalidado
todas las ganancias rumanas. Rusia optó por no reforzar a los rumanos, deján-
dolos indefensos ante la fuerza abrumadora del avance de los Imperios centra-
les. El 23 de octubre los hombres de Mackensen tomaron el trascendental

l. Alekseev, citado en C. R. M. E. Cruttwell, 4 History ofthe Great War, 1914-1918, Oxford,


Clarendon Press, 1934, pág. 295.
La expulsión del demonio 203

puerto de Constanza, en el mar Negro, y apenas dos semanas después, Falken-


hayn rompió las últimas defensas rumanas en Transilvania. El 6 de diciembre,
cuando no habían transcurrido ni cuatro meses de su entrada en la guerra, los
rumanos perdieron su capital, Bucarest. Sus ejércitos no habían sido derrota-
dos, habían sido destruidos y humillados. Rumanía perdió a más de 300.000
hombres entre muertos, heridos y prisioneros, y la única ayuda de los aliados
consistió en unos equipos de sabotaje enviados para destruir los pozos petrolí-
feros de Ploesti, no fuera a ser que cayeran en manos alemanas.
La facilidad con la que los Imperios centrales devastaron a los ejércitos ru-
manos determinó que la campaña de Rumanía no tuviera un impacto signifi-
cativo en la guerra general. No obstante, el trato dado por los alemanes al país
vencido sí tuvo unas secuelas importantes. Tras aceptar firmar un armisticio,
los rumanos no tardaron en descubrir que se habían convertido, en la prácti-
ca, en una colonia de los Imperios centrales. Furioso por la traición de sus pa-
rientes, el káiser se volvió vengativo, y Hindenburg y Ludendorff abogaron
por la total anexión de Rumanía al Reich alemán, aunque los diplomáticos los
convencieron para que permitieran mantener un ligero barniz de independen-
cia a Rumanía y dividieran el botín con Austria-Hungría y Bulgaria para pro-
porcionar a los aliados alemanes el necesario socorro.
Los Imperios centrales empezaron de inmediato el proceso de sacar cien-
tos de miles de toneladas de grano de Rumanía, dejando a la población civil al
borde de la hambruna. También repararon los pozos petrolíferos dañados y se
adueñaron del petróleo que producían, lo que privaba a Rumanía de su única
fuente de ingresos. El tratado de Bucarest, firmado en abril de 1918, estable-
ció las rigurosas condiciones de la ocupación, en virtud de las cuales Alemania
adquiría el usufructo de los pozos petrolíferos, los minerales y otros recursos
naturales de Rumanía durante noventa años. En el lapso de dieciocho meses,
los alemanes habían conseguido apoderarse de un millón de toneladas de pe-
tróleo y de dos millones de toneladas de grano. Estos recursos ayudaron al
mantenimiento de la economía de guerra alemana ante el bloqueo británico;
en realidad, los alemanes confiaban en utilizar a la Europa oriental para com-
pensar las pérdidas ocasionadas por el bloqueo.
Los ajustes territoriales impuestos a Rumanía no fueron menos rigurosos.
En virt ud de ello s, ésta cedí a a Aus tri a-H ung ría cier tos puer tos de mon tañ a de
los montes Cárpatos, además de gran parte de su costa del mar Negro a Bul-
garia, de manera que las fronteras de Rumanía quedaron prácticamente inde-
fendibles. La mitad de la región de Dobruja, al norte de la ciudad de Cons-
tanz a, serí a gob ern ada com o un pro tec tor ado con jun to por Ale man ia, Aust ria
y Bulgaria; en con sec uen cia , Rum aní a perd ía tod o el delt a del Dan ubi o. Bul-
garia se ane xio nab a por com ple to la mit ad mer idi ona l de la regi ón de Dob ruj a
(perdida ante Rumaní a des pué s de la seg und a guer ra de los Balc anes ). Dur ant e
204 La Gran Guerra

Un soldado alemán, uno turco y otro búlgaro patrullan juntos en Rumanía. La entrada de
varios ejércitos por tres frentes condenó a las mal preparadas y mal equipadas tropas ru-
manas a su destrucción. (O Colección Hulton-Deutsch/Corbis) (HU040549)

las últimas semanas de la guerra, con los Imperios centrales desmoronándose


por doquier, Rumanía volvió a entrar en la guerra del lado aliado, lo que le
proporcionó ciertas influencias después de la guerra en la Conferencia de Paz
de París, donde se resarció de las pérdidas de 1916 e, incluso, consiguió ane-
xionarse Transilvania a costa del ya extinto Imperio austrohúngaro.
El trato brutal prodigado por Alemania a Rumanía envió una grave señal
de alarma a los aliados. Rumanía era una nación relativamente pequeña y po-
bre, y aunque había incumplido las obligaciones del tratado con Austria, en
1917 no representaba ninguna amenaza evidente para ninguno de los Impe-
rios centrales. Los alemanes la habían tratado con una crueldad inusitada,
convirtiéndola en la práctica en un estado vasallo. El trato a Rumanía, sin
embargo, se ajustaba en general a la forma de actuar en la guerra de Alemania.
Los germanos habían colocado a la fuerza a 120.000 franceses y a 100.000 bel-
gas en sus fábricas y habían empezado el proceso de expulsar a los eslavos y
a los judíos de Polonia para conseguir tierras donde reasentar a población
alemana.”

2. Gary Sheffield, Forgotten Victory: The First World War, Myths and Realitities, Londres, Head-
line, 2001, págs. 50-60.
La expulsión del demonio 205

El trato inferido por los alemanes a Rumanía ponía de relieve la posibilidad


de que el que prodigasen a los aliados, si los Imperios centrales ganaban la
guerra, fuera con toda probabilidad aún más cruel. No era necesario recordar-
le a ningún francés los inmensos sacrificios y las humillaciones premeditadas
que habían acompañado a la victoria de Alemania en 1871. Gran Bretaña,
Francia y Rusia no tardaron en enterarse de las pretensiones de los alemanes
de anexionarse Bélgica, Luxemburgo, Lituania, Courland y Polonia, de impo-
ner «la más despiadada de las humillaciones a Inglaterra» y de hacerse con el
control de los ricos yacimientos de hierro de Longwy-Briey de Francia.* Sólo
los optimistas más alejados de la realidad podían seguir albergando la esperan-
za de una paz de compromiso; a esas alturas, era una guerra de supervivencia.
Y por malo que fuera para los aliados combatir en ella, peor sería aún que la
perdieran.

La primera revolución rusa

Para los rusos la posibilidad de perder la guerra estaba más cerca. Las conquis-
tas territoriales de la ofensiva de Brusilov habían servido de poco para conven-
cer al pueblo ruso del valor del sacrificio continuado. Incluso una victoria, era
la conclusión de muchos, sólo serviría para que la odiada familia Romanov se
mantuviera en el poder. En noviembre de 1916 Brusilov había alardeado pú-
blicamente de que «si se pudiera hacer votar a toda la población, noventa y
nueve de cada cien rusos exigirían hoy que se continuara la guerra hasta con-
seguir una victoria final y definitiva sin considerar el precio».* En privado, sin
embargo, había decidido ya que sus hombres no lucharían por el zar a menos
que el régimen pudiera explicar sus objetivos y qué relación tenían éstos con
el ruso medio. Brusilov no creía que tal cosa pudiera suceder. La zarina y dos
antiguos primeros ministros eran de ascendencia alemana, y no tardó en ex-
tenderse el rumor de que el misterioso consejero de la zarina, Rasputín, es-
taba en la nómina de los agentes alemanes. Su muerte a manos de los con-
servadores rusos en diciembre de 1916 no contribuyó en exceso a disipar las
sospechas de las actividades pro germánicas dentro de la corte.
De la mis ma man era que la dir ecc ión mil ita r del zar tam poc o ayu dó a disi -
par tales rumores. Inc lus o los obs erv ado res oca sio nal es pod ían dar se cue nta de
su incompetencia en mat eri a mil ita r. Un chi ste que cir cul aba por Rus ia sob re

3. Colin Nicolson, The Lon gma n Com pan ion to the Firs t Wor ld War : Eur ope , 191 4-1 918 , Lon -
dres, Longman, 2001, pág. 211.
4. Brusilov, citado en Fra nci s Hal sey , The Lit era ry Dig est His tor y of the Wor ld War , vol. 7, Nue -
va York, Funk and Wagnalls, 1919, pág. 247.
206 La Gran Guerra

Alexei Brusilov dirigió la última gran ofensiva de Rusia en la guerra. Aristócrata y oficial
de caballería, desarrolló innovadoras tácticas de infantería y artillería, pero con el tiem-
po acabó decepcionado por la mala dirección de la contienda por parte del zar. (Library
of Congress)

dos judíos que vivían en la zona de guerra en Polonia refleja la actitud de la


época hacia el zar y su perspicacia militar. Uno de los judíos, que es pro ale-
mán, se enorgullece del káiser, diciéndole a su amigo ruso (sin ninguna exactl-
tud) que el dirigente alemán va de un ejército a otro, dirigiendo la contienda
siempre desde el frente. El judío ruso se vuelve hacia su amigo y exclama: «Tu
káiser no tiene dignidad; no para de correr de aquí para allá como un pollo.
En cambio, nuestro zar se sienta en el cuartel general ¡y es el frente el que va
hasta él!».*
En palabras del miembro de la Duma Pavel Miliukov durante un discurso
que pronunció en noviembre, la cuestión era si los fracasos del gobierno ruso
se debían a «la estupidez o la traición». En cualquier caso, en Rusia se estaba
llegando al consenso sobre la necesidad del cambio. La incapacidad del go-
bierno para reaccionar ante los sufrimientos causados por el insólito frío del

5. Richard Stites, «Days and Nights in Wartime Russia: Cultural Life, 1914-1917», en Aviel
Roshwald y Richard Suites (comps.), European Culture in the Great War: The Arts, Entertainment,
and Propaganda, 1914-1918, Cambridge, Cambridge University Press, 1999, págs. 8-31, cita en
págs. 28-29.
La expulsión del demonio 207

invierno de 1916-1917 hizo que se empezara a hablar abiertamente de la revo-


lución en todos los niveles de la sociedad. La cosecha de 1916 había propor-
cionado comida suficiente, pero el sistema de transportes, acuciado por una
fiscalidad excesiva, no fue capaz de llevar aquella comida desde el campo a las
ciudades. Por otro lado, la inflación provocada por las políticas económicas
eliminó del plato del ruso medio los alimentos que sí llegaban a las ciudades.
Huevos, carne, azúcar, leche y fruta desaparecieron de la dieta de los trabaja-
dores. «De producirse una revolución —profetizó un oficial ruso clarividen-
te—, será espontánea, lo más probable es que sea una revuelta provocada por
el hambre.»*
Las condiciones de vida del ruso medio, nunca lujosas, degeneraron en la
indigencia absoluta. En respuesta a este deterioro, las huelgas se convirtieron
en algo normal, lo que condujo a un descenso de casi el 50 % de la producción
industrial en un momento en que el ejército necesitaba de manera desespera-
da proyectiles de artillería y munición para las armas de bajo calibre.” En ene-
ro de 1917, 150.000 trabajadores se sumaron a una huelga en Petrogrado. En
las ciudades, el descontento iba en aumento, y la elusión de la recluta obligato-
ria en el campo se convirtió en un problema cada vez más grave. Dentro del
ejército, la deserción y la desobediencia experimentaron un brusco ascenso.
Entre los soldados que permanecieron leales, la malnutrición condujo a un
elevado porcentaje de enfermedades, lo que privó al Ejército ruso de más
hombres.
Petrogrado se vio azotada por más huelgas en enero, programadas para
que coincidieran con la nueva convocatoria de la Duma. Finalmente, el dique
se rompió en marzo. Del 8 al 10 de marzo una oleada de huelgas paralizó
Petrogrado, y en una importante y ominosa advertencia para el zar, las fuerzas
de seguridad rusas se mostraron reacias a disparar contra los manifestantes.
Las peticio nes de abdica ción del zar partier on de todos los lados, desde el de
los revolu cionar ios que quería n destrui r el antiguo orden por comple to, hasta
el de los conser vadore s que buscab an una manera más efectiv a de continu ar la
guerra. El 9 de marzo la Duma formó un gobier no provisi onal y detuvo a va-
rios de los ministros del zar.
Nicolás hab ía sal ido hac ia el cua rte l gen era l mil ita r la vís per a de que
empezaran las hue lga s de mar zo. Mal inf orm ado sob re la rea lid ad de la vid a en
Pet rog rad o, rea cci onó con len tit ud. El día 11 rec ibi ó la not ici a de la for ma-
ción de un gobierno pro vis ion al y res pon dió ord ena ndo la dis olu ció n de la
Duma; cuando ésta desobe dec ió la ord en, Nic olá s reg res ó a Pet rog rad o. En

6. Citado en W. Bru ce Lin col n, Pas sag e thr oug h Arm age ddo n: The Rus sia ns in War and Rev olu -
tion, 1914-1918, Nueva York, Simon and Schuster, 1986, pág. 315.
7. Norman Stone, The Eas ter n Fro nt, 191 4-1 917 , Lon dre s, Pen gui n, 197 5, pág . 291 .
208 La Gran Guerra

la ciudad de Pskov, los obre ro s pa ra ro n su tr en y lo de tu vi er on . Al ek se ev y el


comandante del frente se pt en tr io na l, Ni ko la i Ru zs ky , lo co nv en ci er on de qu e
no tenía más altern at iv a qu e ab di ca r, al go qu e hi zo , en su no mb re y en el de su
enfermiz o hij o, al día si gu ie nt e. Ni co lá s in st ó en to nc es a su he rm an o pe qu e-
ño, el gran du qu e Mi gu el , pa ra qu e as um ie ra el tr on o. Si n ni ng ún in te ré s po r
el po de r ni su bo at o, Mi gu el te mí a po r su se gu ri da d, co nv en ci do de qu e el
pueblo ya no aceptaría por mucho tiempo a los miembros de la familia Roma-
nov como sus gobernantes elegidos por la divinidad. El vínculo mítico que ha-
bí a un id o a go be rn an te s y go be rn ad os , re so lv ió Mi gu el , se ha bí a ro to pa ra
siempre. En consecuencia, el gran duque, a quien Nicolás había desterrado de
Rusia durante varios años por casarse con una plebeya divorciada dos veces,
rechazó la petición de su hermano. El poder recayó a partir de ese momento
en el gobierno provisional.
El príncipe Georgi Lvov, que había criticado abiertamente al zar por su
manera de dirigir la guerra, se convirtió en el primer ministro del nuevo go-
bierno. Alexander Kerensky, que entonces contaba 36 años, y que era miem-
bro de la Duma desde 1912, se convirtió enseguida en uno de los funcionarios
más enérgicos del gobierno. Político centrista y orador brillante, Kerensky
había pasado parte de la guerra en Finlandia, convaleciendo de una enferme-
dad. Al volver, se encontró con un sistema que se había descompuesto por
completo a consecuencia de las presiones de la guerra, lo que le llevó a exigir
el fin de lo que denominó el sistema «medieval» zarista. “Tras aceptar el cargo
de ministro de la Guerra en mayo, aseguró a los aliados que Rusia continuaría
combatiendo y que cumpliría con todos sus compromisos. Después, se dirigió
al frente y pidió a los hombres que demostraran al mundo que «en la libertad
hay fuerza y no debilidad». Bueno, lo que les vino a decir a los soldados rusos
fue que ya no lucharían por el zar, sino por su libertad y el futuro de su patria.
Sus palabras condujeron a miles de soldados a un «patriotismo histérico» y
pareció abrirse una nueva era para Rusia.* Kerensky también persuadió a im-
portantes personajes civiles y militares para que permanecieran al lado del go-
bierno y convenció a Brusilov, que había estado pensando en retirarse, de que
aceptara el mando supremo de las fuerzas rusas.
La decisión de los rusos de seguir combatiendo obedeció en parte a la nula
disposición de Alemania a negociar una paz indulgente. En su lugar, los Impe-
rios centrales adoptaron lo que llegó a conocerse como el programa Kreuz-
nach. Desarrollado en abril durante una reunión celebrada en dicha ciudad de
Alemania, presidida por el káiser y a la que asistieron personajes clave como el
canciller Bethmann Hollweg y los jefes militares Hindenburg y Ludendorff,
el programa perfilaba los objetivos de Alemania a la luz de los acontecimien-

8. Lincoln, op. cit., pág. 404.


La expulsión del demonio 209

La escasa preparación militar del zar Nicolás Il colocó a su gobierno en una posición de-
licada después de que asumiera el papel de comandante en jefe en 1915. Su incapacidad
para cambiar el destino de los rusos le costó el trono y la vida. (O Betrmann/Corbis)

tos de Rusia. En Kreuznach, los alemanes decidieron culminar la anexión de


Lituania, Courland y gran parte de Polonia; el resto de ésta formaría un Es-
tado satélite vinculado política y económicamente a Alemania. Los participan-
tes esbozaron también sus objetivos de controlar parte de Bélgica, Francia,
África y los Balcanes. En un principio, Bethmann Hollweg puso objeciones,
señalando que sólo una victoria militar absoluta podría conducir a tales resul-
tados. Lo que preocupaba al canciller era que Alemania tuviera que luchar
durante mucho tiempo y de manera innecesaria para lograr los ambiciosos
objetivos trazados en Kreuznach. Sin embargo, los asistentes firmaron el pro-
tocolo y lo convirtieron en la política oficial de Alemania, obligando a los
dirigentes alemanes a seguir combatiendo en el este en un momento en que
Kerensky podría haber negociado.
210 La Gran Guerra

Los alemanes pusieron en ma rc ha ta mb ié n un ac ti vo pr og ra ma pa ra de s-


truir el sistema ruso desde de nt ro . En abr il de 19 17 tr as la da ro n ha st a Pe tr o-
grado en un tren precin ta do a tre s do ce na s de re vo lu ci on ar io s ru so s ex il ia do s.
Entre aquellos homb re s es ta ba Vl ad im ir Il yc h Ul ia no v, má s co no ci do co mo
Lenin. Au nq ue Le ni n pr ov en ía de un a fa mi li a ad in er ad a, ya te ní a an te ce de n-
tes fa mi li ar es de ag it ac ió n re vo lu ci on ar ia : su he rm an o ma yo r ha bí a si do ej ec u-
ta do en la ho rc a po r in te nt ar as es in ar al zar Al ej an dr o II! en 18 87 . Cu an do se
enteró de la abdicación del zar, Lenin estaba viviendo en Zurich, y los alema-
nes se en ca rg ar on de tr as la da rl o a Ru si a co n la es pe ra nz a de qu e su «B el ce bú »
pudiera ayudarlos a expulsar al «diablo» Nicolás 11.? La apasionada discrepan-
cia de Lenin con los llamamientos de Kerensky a continuar la guerra le pro-
porcionó un importante punto de encuentro con los alemanes, que lo situaron
entonces en posición de hacerse con la jefatura del partido bolchevique.
Lenin abogaba por el fin inmediato de la guerra y prometía llevar «pan,
tierra y paz» al pueblo ruso. Al día siguiente de su llegada a Rusia publicó un
editorial en el periódico bolchevique Pravda, en el que proclamaba la inten-
ción de su partido de no cooperar con el gobierno provisional y de hacerse con
el poder, si fuera necesario, por la fuerza. Desde las líneas del frente, Brusilov
advirtió de la creciente influencia entre sus soldados de las ideas y la retórica
de Lenin. Los llamamientos a continuar la guerra de Kerensky habían cohe-
sionado momentáneamente a los soldados de Brusilov, pero aquello «no era
en absoluto lo que los soldados tenían en mente» para el largo plazo. Antes
bien, empezaron a apreciar cada vez más el valor de la revolución propugnada
por los bolcheviques, cuyo programa hasta el aristócrata Brusilov podía ver
como de «una sencillez y franqueza maravillosas».!%
Con los bolcheviques aumentando su poder e influencia a diario, Kerensky
se decidió por lanzar una ofensiva, convencido de que había unido ya a los sol-
dados rusos y les había dado un nuevo motivo para combatir. Una victoria en
el campo de batalla sobre los Imperios centrales, razonó, restablecería la po-
sición de Rusia y le daría a él —lo cual era igual de importante— alguna in-
fluencia contra los elementos internos más radicales del país. De tener éxito,
la ofensiva también legitimaría al gobierno provisional a los ojos de británicos
y franceses e incluso podría conducir a éstos a suministrar más armas a Rusia.
Pero conseguir una victoria no sería fácil. En el frente oriental los Impe-
rios centrales acumulaban 80 divisiones, frente a sólo 45 debilitadas divisiones
rusas. El gobierno de Kerensky no podía identificar con exactitud cuáles eran

9. Holger Herwig, The First World War: Germany and Austria-Hungary, 1914-1918, Lon-
dres, Edward Arnold, 1997, pág. 334.
10. Alexei Brusilov, 4 Soldiers Notebook, 1914-1918 (1930), Westport, Connecticut, Green-
wood Press, 1971, págs. 304-305.
La expulsión del demonio 211

La promesa de «paz, pan y tierra» de los Guardias Rojos bolcheviques contribuyó pode-
rosamente a la abdicación del zar. Su promesa de sacar a Rusia de la guerra resultó tre-
mendamente sugerente tanto para los obreros como para los campesinos. (O Corbis)

sus objetivos operacionales, aunque conocían al hombre a quien deseaban


confiar el destino de Rusia. Kerensky le pidió a Alexei Brusilov que preparase
la ofensiva, confiando en que pudiera repetir alguno de sus éxitos del año ante-
rior. El propio Brusilovse mostró muy poco optimista: «A decir verdad —ob-
servó—, el propio gobierno no sabía con certeza lo que quería».''
Consciente de su abrumadora inferioridad en hombres y armamento, Bru-
silov se decidió por concentrar su intento frente a los agotados austríacos. Tal
y como había hecho en 1916, Brusilov confiaba en ganar una batalla contra
unas tropas mediocres, en este caso las del II y el III Ejército austríaco. Atacar
a esas unidades también le permitía albergar la esperanza de tomar los campos
petrolíferos de Drohobycz y, tras ellos, la ciudad de Lemberg, pletórica de sig-
nificado simbólico. Brusilov ya había derrotado de forma aplastante en 1916 al
comandante de ese sector, el mariscal de campo austríaco, nacido en Italia,
Eduard Bóhm-Ermolli. Una vez que el héroe de 1915 volvió a tomar Lem-
berg, la carrera de Bóhm-Ermolli había caído en picado al año siguiente. Des-
pués de que las ofensivas de Brusilov aquel año hubieran aplastado las defi-

11. Brusilov, citado en Lincoln, of. cit., pág. 408.


212 La Gran Guerra

cientes líneas de Bóhm-Ermol li , ést e ha bí a si do re le va do de l ma nd o an te la in-


sistencia de los alemanes. Su pe ra da la cri sis in me di at a, la fa mi li a re al au st ro -
húngara convenció a los al em an es pa ra qu e re co ns id er as en su po st ur a, y no
sólo se permitió a Bó hm -E rm ol li qu e re gr es ar a al II Ej ér ci to , si no qu e su
cuartel ge ne ra l fu e un o de los po co s de l Ej ér ci to au st ro hú ng ar o qu e pe rm an e-
ció relativamente a salvo de la supervisión alemana.
Más le hubiera valido al desafortunado mariscal de campo que alguien le
hubiese aconsejado seguir en la reserva, por cuanto iba a ser el objetivo de
Brus ilov una vez más. El 1 de juli o de 191 7 dos ejér cito s ruso s atac aron a las
fuerzas austrohúngaras establecidas en Galitzia. Las tropas rusas estaban can-
sadas y andaban tan escasas de equipamiento que muchos hombres avanzaron
sin rifles; sus mandos dudaron incluso de que llegaran a combatir. Los agita-
dores políticos bolcheviques se habían infiltrado entre la tropa, predicando la
revolución y el amotinamiento, así que los oficiales recibieron la visión del
avance de sus hombres hacia el enemigo con un suspiro de alivio.
Pero los rusos no sólo avanzaron, sino que tuvieron un gran éxito. “Tras
romper las líneas enemigas en un frente de 72 km, en algunos lugares hicieron
retroceder al enemigo 32 km. En parte, su victoria se produjo por la concen-
tración que hizo Brusilov de hombres y piezas de artillería a lo largo del eje
principal del ataque. Al despojar de recursos a otros frentes, los rusos disfru-
taron de una ventaja numérica tanto en hombres como en proyectiles que
podían disparar contra la zona inmediata del ataque. Los rusos introdujeron
también a la llamada Legión Husita, una unidad integrada por hombres reclu-
tados entre los prisioneros de guerra austrohúngaros de ascendencia checa y
eslovaca. Estos hombres, que creían estar luchando por la creación de un esta-
do checoeslovaco independiente después de la guerra, gozaban de una moral
alta. Los rusos los colocaron justo enfrente de la XIX División de Infantería
austrohúngara, que también estaba integrada por un elevado número de che-
cos. En lugar de combatir contra sus compatriotas, un buen número de hom-
bres de la XIX División salieron huyendo o se rindieron.!?
Sin embargo, y como había ocurrido con tanta frecuencia en esa guerra,
una penetración temporal no condujo a ninguna otra ganancia mayor. De
nuevo, las dificultades para el suministro y la ausencia de algún objetivo deci-
sivo limitaron el éxito de los atacantes. El avance de los rusos los situó en zo-
nas sin defensas terrestres, lejos de sus suministros y expuestos a la dureza de
los contraataques del enemigo. Estos ataques se produjeron el 19 de julio bajo
el mando del general Max Hoffmann, el mismo que había desempeñado un
papel tan decisivo en la derrota aplastante de los rusos en Tannenberg en 1914.
Su fuerza de contraataque contaba con un gran apoyo artillero y estaba com-

12, Herwig, op. cit., págs. 334-335.


La expulsión del demonio 213

puesta de nueve divisiones alemanas y dos austrohúngaras. A Brusilov no le


quedó más remedio que empezar a retroceder hasta sus líneas iniciales.
El fracaso de esta ofensiva acabó con el mando de Brusilov. Agotado tanto
física como emocionalmente, dimitió como jefe de las fuerzas rusas en favor
del general monárquico Lavr Kornilov. Como comandante en jefe del ejérci-
to, Kornilov hizo un uso excesivo de la pena de muerte con los soldados sos-
pechosos de haber desertado o desobedecido las órdenes. Sus grandilocuentes
discursos políticos exigiendo el regreso del zar lo hicieron parecer una ame-
naza para el mismo gobierno al que se suponía estaba sirviendo. Bajo el man-
do de Kornilov, la capacidad de combate del Ejército ruso disminuyó aún
más, mientras la situación política en Petrogrado se debilitaba por momentos.
Kerensky comprendió que su frágil gobierno de compromiso tal vez no tuvie-
ra la fuerza para sobrevivir a otra crisis.
La crisis que Kerensky temía se produjo en septiembre, en la ciudad por-
tuaria de Riga, en el mar Báltico, situada a unos 320 km al sur de Petrogrado.
Los alemanes encabezaron su ataque a Riga con un destacamento de asalto re-
cién organizado. El éxito obtenido por las tropas de asalto en Verdún indujo la
creación de quince batallones de asalto en febrero de 1917. Todos los hombres
eran voluntarios, y, a cambio de la mayor peligrosidad de su cometido, reci-
bían doble ración y permisos extras, además de estar exentos de los trabajos de
fajina y de las guardias. La aparición de las ametralladoras ligeras, los lanzalla-
mas y los morteros ligeros dio a esas tropas la potencia de fuego móvil necesa-
ria para atravesar la tierra de nadie y penetrar por la retaguardia de las líneas
enemigas.!* Estas tácticas fueron desarrolladas por varios ejércitos, aunque re-
sultaron especialmente efectivas en los espacios más abiertos del frente orien-
tal. Dada la baja moral de las tropas rusas y del lamentable estado material en
el que se encontraban, un ataque coordinado, llevado a cabo por soldados de
élite, podía producir unos resultados descomunales.
Los dos hombres asociados con más frecuencia a estas tácticas novedosas
fue ron el gene ral Osk ar von Hut ier y el coro nel Goe rg Bruc hmii ller . Aqu él
perfeccionó el concepto de la preparación de pequeños grupos de soldados de
élite que se infiltrarían en las líneas enemigas y destruirían sus sistemas de co-
municaciones y sumi nist ros. Par tie ndo de inn ova cio nes fran cesa s, brit ánic as e
ital iana s, con ven ció al Est ado May or ale mán para que dest inar a imp ort ant es
recu rsos al proy ecto . Bruc hmii ller , que ya esta ba reti rado al esta llar la guer ra,
se reveló com o un imp ort ant e inn ova dor en la util izac ión de la arti ller ía, y
perfeccionó el uso del hum o, el gas y los proy ecti les con ven cio nal es para neu-
tralizar los puesto s de man do del ene mig o, las zona s de con cen tra ció n, los

13. Bruce Gudmundsson, Stormtroop Tactics: Innovation in the German Army, 1914-1918,
Westport, Connecticut, Praeger, 1989, págs. 84-87.
214 La Gran Guerra

Alexader Kerensky (derecha) intentó encontrar un espacio intermedio entre la autocracia


zarista y el bolchevismo. Su entusiasmo levantó durante un tiempo la moral de los rusos,
pero el fracaso de su ofensiva de 1917 acabó con su gobierno. (O Colección Hulton-Deustch/
Corbis)

nudos de comunicación y los cruces de carretera. Los perfeccionamientos de


los que ambos hombres fueron pioneros iban dirigidos a ganar las batallas
aislando y rodeando al enemigo, en lugar de hacerlo mediante el combate in-
dividual. De esta manera creían que los alemanes podrían ganar una guerra en
múltiples frentes contra una asociación de enemigos que, juntos, contaban
con cantidades superiores de hombres y material.
En consecuencia, el 1 de septiembre de 1917 la artillería de Bruchmiiller
utilizó en Riga una diversidad de métodos para apoyar el XIII Ejército de
Hutier. La artillería empezó disparando 20.000 proyectiles de gas a fin de ate-
rrorizar o eliminar la oposición rusa. El gas presentaba la ventaja adicional de
dejar el terreno intacto para el avance de las tropas de asalto. Los hombres es-
pecialmente entrenados de la vanguardia de Hutier cruzaron entonces el río
Dvina en botes y tomaron la orilla norte. Una vez allí, dispararon varios cohe-
tes para indicar el éxito de su misión y empezaron a construir un puente de
pontones para permitir que la infantería regular cruzara el río tras ellos. Al ver
los cohetes, los artilleros de Bruchmúiller iniciaron una barrera móvil para cu-
brir el avance alemán.
La expulsión del demonio 215

Tal y como Hutier y Brúchmuller habían predicho, el plan tuvo un éxito


asombroso con un coste reducido. Seis divisiones de infantería cruzaron el río
en un día, a las que siguieron otras tres la segunda jornada. Al tercer día de la
operación, las fuerzas alemanas habían entrado en Riga. Con sólo 4.200 bajas,
el XIII Ejército había infligido 25.000 bajas a los rusos y se había apoderado de
más de 250 piezas de artillería, el equivalente a cinco divisiones enteras. Aun-
que el éxito se había logrado contra un ejército cansado y desmoralizado, la
victoria de Riga representó una de las más decisivas y espectaculares de toda
la guerra. Para celebrarlo, el gobierno alemán declaró la primera fiesta nacio-
nal desde la derrota de Rumanía.
Hutier y Bruchmiúller parecían haber perfeccionado una nueva manera de
hacer la guerra. Aunque ninguno de los elementos utilizados en Riga era, por
separado, especialmente novedoso, la integración del sistema supuso un cam-
bio sustancial en las tácticas del campo de batalla. Por primera vez y a gran
escala, la artillería, las tropas de asalto y la infantería convencional habían
combatido juntas en un sistema integrado; si la fórmula se podía repetir, Riga
auguraba un gran éxito. Después de Riga, Hindenburg ordenó que Hutier y
Bruchmiiller fueran asignados al frente occidental, donde empezaron a prepa-
rar a los ejércitos establecidos en Francia para que repitieran la magia de aque-
lla victoria. Cuatro divisiones del XIII Ejército los siguieron, además de otras
tres que se dirigían a Italia.!*
Sin embargo, ni siquiera la toma de Riga prometía una rápida victoria ale-
mana. El pavoroso invierno ruso se acercaba con rapidez, y pocos generales
alemanes estaban lo bastante seguros como para predecir una toma fácil de
Petrogrado o Moscú. El recuerdo de la campaña rusa de Napoleón un siglo
antes todavía rondaba en la mente de los oficiales alemanes, así que el dilema
de los dos frentes continuó. Para lo que sí se sintieron lo bastante seguros los
alemanes fue para revocar su poca entusiasta oferta de crear un reino indepen-
diente de Polonia; el hecho de que los polacos no hubieran respondido a la
oferta uniénd ose al Ejércit o alemán decidió su destino . Aleman ia dividió Po-
lonia entre ella (que ocupó el 90 % del territorio polaco) y Austria-Hungría
(que se quedó con el 10 % restant e) y transfi rió la corona del rey de Polonia a
la familia real austrohúngara.

La segunda revolución rusa

Lo que significa ba Ri ga par a los rus os est aba cla ro. La caí da de la ciu dad , a la
que se consideraba desde hacía ti em po un sem ill ero de agi tac ión al em an a, te-

14. Ibid., págs. 114-125.


216 La Gran Guerra

nía sólo una impo rt an ci a mil ita r me no r; sin em ba rg o, las co ns ec ue nc ia s par a


Kerensky y su go bi er no fue ron dra mát ica s. El fra cas o de la ofe nsi va de 19 17 y
la pérdid a de Ri ga de mo st ra ro n que su pl an de inv ert ir la po si ci ón de Rus ia
permaneciendo en la gue rra hab ía sid o un fia sco . «Si la ine sta bil ida d de nue s-
tro ejército nos hac e im po si bl e ma nt en er nue str as def ens as en el gol fo de Ri ga
—exclamó Ko rn il ov —, en to nc es el ca mi no a Pe tr og ra do est ará exp edi to. No
po de mo s pe rm it ir no s pe rd er ti em po . No se pu ed e des per dic iar ni un ins tan -
te.»!5 Pero los rusos no se ponían de acuerdo sobre la manera de resolver la
cri sis pr ov oc ad a por la caí da de Rig a. Mu ch os sol dad os, sob re to do de las mi -
norías finesa, polaca y ucraniana, se rindieron en bloque y desertaron.
Kornilov se contaba entre aquellos rusos que creían que el mejor rumbo
que se debía seguir implicaba el retorno de la monarquía. Su envío de la caba-
llería a Petrogrado en septiembre, en apariencia para protegerla de una incur-
sión alemana, asustó a los líderes revolucionarios, que creyeron que el verda-
dero objetivo de Kornilov era la destrucción de la revolución propiamente
dicha. El líder bolchevique León Trotsky reaccionó organizando a soldados,
marineros y obreros urbanos simpatizantes en una fuerza de defensa de la
Guardia Roja. Acto seguido, Kornilov envió más hombres a Petrogrado; aun-
que la mayoría, cansada, hambrienta y desmoralizada, se fue a casa sin más.
La «rebelión» de Kornilov condujo a la caída del gobierno provisional y a
la creación del vacío de poder que necesitaban los bolcheviques. A mediados
de octubre, la jefatura bolchevique decidió hacerse con el poder en Petrogra-
do por la fuerza. «El tiempo de las palabras ha pasado —dijo Trotsky a una
enorme audiencia en Petrogrado—. Ha llegado la hora de un duelo a muerte
entre la revolución y la contrarrevolución.»!* El 7 de noviembre la Guardia
Roja tomó posiciones en la ciudad y detuvo a los miembros clave del gobierno
provisional, si bien Kerensky logró escapar bajo la protección de la bandera
que ondeaba en el coche de un diplomático estadounidense. Al terminar el
día, los bolcheviques tenían el control del gobierno.
El nuevo gobierno de Lenin no se demoró en proclamar sus intenciones de
acabar con la participación rusa en la guerra y dar por canceladas sus deudas
de guerra con los aliados. Acto seguido, publicó las condiciones de muchos
tratados secretos encontrados en el Ministerio de Asuntos Exteriores, inclui-
dos aquellos que prometían el apoyo aliado para que Rusia consiguiera el con-
trol sobre Constantinopla. Los bolcheviques no tardaron en convertirse en un
problema político de primer orden para los aliados. Los tratados secretos de-
mostraron ser un verdadero engorro para los diplomáticos británicos y fran-
ceses, que intentaron mantener la posición de superioridad moral, sobre todo

15. Kornilov, citado en Lincoln, op. cit., pág. 417.


16. Trotsky, citado en Lincoln, of. cit., pág. 433.
La expulsión del demonio 217

con su nuevo socio, Estados Unidos. En consecuencia, los aliados se apresura-


ron a iniciar un activo programa de apoyo de los enemigos más poderosos de
Lenin, las fuerzas antirrevolucionarias «blancas», comandadas por muchos
antiguos oficiales zaristas, entre ellos Kornilov.
La toma del poder por los bolcheviques planteó a Alemania tantas oportu-
nidades como desafíos. El haber introducido a Lenin en la vorágine rusa había
conducido, tal y como habían esperado los alemanes, al derrumbamiento del
gobierno provisional pro aliado. Sin embargo, el llamamiento de los bolchevi-
ques a la revolución mundial, prometía tener una grave reacción violenta en
Alemania, donde ya existían los espartaquistas, un movimiento pequeño, aun-
que resuelto, de tendencia bolchevique. Este movimiento se había opuesto a la
participación continuada de Alemania en la guerra y empezó a reclutar adep-
tos entre las clases urbanas trabajadoras. Muchos alemanes encontraron ense-
guida motivos para lamentar su conexión con el Belcebú ruso.
La oportunidad radicaba en la evidente disposición de Lenin a terminar la
guerra. En diciembre, los dos bandos iniciaron las negociaciones conducentes
a un armisticio en el frente oriental, reuniéndose en la ciudad de Brest-Li-
tovsk, a la sazón en manos alemanas. Si los alemanes hubieran estado dispues-
tos a ofrecer a Lenin unas condiciones razonables, es posible que éste hubiera
aceptado rápidamente. Sin embargo, los alemanes vieron entonces la opor-
tunidad no sólo de lograr sus objetivos de Kreuznach, sino, tal vez, de obte-
ner incluso algo más. El ministro de Asuntos Exteriores alemán, Richard von
Kiúhlmann, comunicó a Trotsky que Rusia, como nación derrotada, no podía
esperar negociar en igualdad de condiciones. El káiser vino a decir lo mismo,
aunque con menos elegancia, cuando afirmó con un bramido que Alemania
«aporreará con puño de hierro y espada brillante las puertas de aquellos que
no tendrán paz».!” Los ejércitos alemanes siguieron avanzando y, en febrero
de 1918 llegaron a 112 km de Petrogrado, tomando la ciudad portuaria de
Odessa, en el mar Negro, como paso previo a la ofensiva contra las fuerzas
británicas en Persia.
En una reu nió n cel ebr ada en feb rer o en Bad Hom bur ger , los ale man es ya
estaban planeando alg o más . Hi nd en bu rg exi gió la ane xió n y ocu pac ión de
los Estados Bálticos «pa ra fac ili tar la man iob rab ili dad de mi ala izq uie rda en
la siguiente guerra». Lud end orf f anu nci ó que ten ía las pro mes as de ric os in-
dustriales alemanes para fin anc iar una exp ans ión ale man a aún may or. Aqu e-
llos hombres, proclamó, pro por cio nar ían dos mil mil lon es de mar cos par a la
conquista y explotación de Arm eni a, Geo rgi a y el pet ról eo de la reg ión del
mar Caspio. Puesto que ya habían ser vid o a los pro pós ito s de Ale man ia, y ayu -
dado a expulsar al zar, el kái ser pro pus o lib rar una gue rra con tra los bol che vi-

17. Guillermo IL, ci ta do en Ha ls ey , op. cit ., vol . 7, pá g. 33 2.


218 La Gran Guerra

ques, para perseg uir los y ma ta rl os co mo «en una cac erí a de tig res »;! * los éxi -
tos en el est e no hab ían he ch o má s qu e avi var las ans ias de la mi no rí a dir ige n-
te alemana.
Lenin era partidario de detener el avance alemán concediendo a Alemania
todo lo que pidiera en Brest-Litovsk. Trostky, aunque consciente de la inuti-
lida d de inte ntar segu ir luc han do, pro pus o, no obst ante , per der tie mpo a fin
de aum ent ar las opo rtu nid ade s de una revu elta pro bol che viq ue entr e los sol-
dados del Ejército alemán o en la misma Alemania. Sin embargo, la revolución
alemana de Trostky sólo existía en sus pensamientos; por lo tanto, los argu-
mentos de Lenin a favor de la capitulación acabaron prevaleciendo. El 3 de
marzo Rusia expuso a la delegación alemana su intención de firmar el tratado
de paz en los términos propuestos por Alemania. El delegado ruso, Gregori
Sokolnikov, se puso en contacto con el general Hoffmann y le pidió que de-
tuviera las hostilidades de inmediato, en lugar de esperar a la firma formal
del tratado. Hoffmann se negó, así que Sokolnikov llegó a Brest-Litovsk e
informó a los alemanes de que firmaría «una paz que Rusia se ve forzada a
aceptar con los dientes apretados».!” La participación de Rusia en la guerra
había acabado; su guerra civil entre los Blancos y los Rojos estaba a punto de
empezar.
Junto con el tratado de Bucarest, firmado poco después, el de Brest-Li-
tovsk demostró a los aliados el elevadísimo coste de perder la guerra. En vir-
tud de las condiciones del tratado, Rusia entregaba sus antiguos territorios de
Finlandia, Ucrania, Besarabia, los estados bálticos, Galitzia y toda la penínsu-
la de Crimea. En total, Rusia perdía casi dos millones seiscientos mil kiló-
metros cuadrados y 62 millones de habitantes. Por cierto, gran parte de esta
población no era rusa desde el punto de vista étnico, aunque tampoco eran
muchos los alemanes que englobaba. Rusia también entregó a Alemania enor-
mes reservas de petróleo, grano, locomotoras, cañones pesados y munición,
suministros que los alemanes preveían utilizar para compensar el bloqueo bri-
tánico y preparar una ofensiva en 1918 contra el frente occidental.
Los alemanes esperaban que Brest-Litovsk mejorase su posición en el oes-
te, al permitir el traslado de gran cantidad de hombres y material al frente oc-
cidental. Sin embargo, la crueldad del trato prodigado a los territorios recién
ocupados impidió la asignación en masa de tropas. Los hambrientos campesi-
nos se negaron a cooperar con los alemanes comerciando con el grano, y mu-
cha gente no aceptaba sin más la sustitución de sus antiguos amos, los Roma-
nov, por los nuevos, los Hohenzollern. A raíz del descontento en el este, los
planes alemanes de trasladar a 45 divisiones desde Rusia a Francia entre no-

18. Guillermo Il, citado en Herwig, op. cit., pág. 383.


19. Sokolnilov, citado en Lincoln, op. cit., pág. 502.
La expulsión del demonio 219

León Trotsky (en el centro, con bufanda) llegó a Brest-Litovsk para negociar con Alema-
nia. Sabedores de que Rusia estaba al borde del desmoronamiento, los alemanes pudieron
imponer unas tremendas condiciones que “Trotsky no tuvo más remedio que aceptar.
(O Corbis)

viembre de 1917 y marzo de 1918 tuvieron que revisarse a la baja, quedando


reducidas a 33 divisiones. Una política de ocupación más indulgente en el
este habría liberado a muchas más tropas, pero semejante política no habría
sido consecuente con los objetivos expansionistas alemanes. El resultado fue
que los alemanes siguieron sin ser capaces de resolver su dilema de los dos
frentes.?
La situación en Ucrania mostró más claramente la realidad de esos proble-
mas. El hecho de que los bolcheviques no estuvieran dispuestos a apoyar los
deseos independentistas de los ucranianos condujo a una guerra civil en la re-
gión y al establecimientos de varios gobiernos rivales al mismo tiempo. En fe-
brero de 1918 los alemanes reconocieron a uno de ellos a cambio de que les
proporcionara grano y minerales durante casi seis meses, así como de liberar a
los ucranianos que se encontraban en los campos de prisioneros de los Impe-
rios centrales. La reacción de los bolcheviques consistió en invadir Ucrania,

20. Tim Travers, «Reply to John Hussey: The Movement of German Divisions to the Wes-
tern Front, Winter 1917-1918», War in History, vol. 5, n* 3, 1998, pág. 368. El debate en War in
History entre Travers, Hussey y Giordon Fong demuestra que el tema sigue siendo controvertido.
Las estimaciones de Travers parecen las más razonables de las tres.
220 La Gran Guerra

ocupando Kiev y persiguiendo al go bi er no pa tr oc in ad o po r los al em an es . En


marzo Alemania y Au st ri a re sp on di er on co n su pr op ia in va si ón , no ta nt o po r
su preocu pa ci ón ha ci a los uc ra ni an os co mo po r su de se o de ga ra nt iz ar el fl uj o
de los suministros prometidos.
La ofensiva funcionó, pero los campesinos ucranianos, temiendo que otro
ejército atr ave sar a sus cam pos en un fut uro pró xim o, se mos tra ron rea cio s a
vol ver a sus gra nja s. Los ale man es dec idi ero n ent onc es eli min ar al int erm e-
diario y disolvieron al mismo gobierno en cuya formación había desempeña-
do un papel tan decisivo. El mariscal de campo Hermann von Eichhorn y su
asistente, Wilhelm Groener, declararon la ley marcial y colocaron un nuevo
gobierno marioneta presidido por un antiguo general de los cosacos zaristas,
Pavlo Skoropadsky. Los alemanes y sus aliados ucranianos intentaron restau-
rar el orden, pero el conservadurismo social de Skoropadsky, el antirrepubli-
canismo del gobierno y la evidente dependencia de los alemanes socavaron ta-
les esfuerzos y condujeron a más violencia.
Los agitadores bolcheviques se aprovecharon del descontento de los ucra-
nianos con Skoropadsky, argumentando que el futuro de Ucrania radicaba en
una relación renovada con el nuevo régimen de Rusia. Tal opción no era del
agrado de la mayoría de los ucranianos, pero los fracasos manifiestos del go-
bierno de Skoropadsky seguían acumulándose. El descontento con los ocu-
pantes alemanes también fue en aumento y culminó el 30 de julio con el asesi-
nato de Eichhorn a manos de un nacionalista ucraniano.
La agitación en Ucrania obligó a los alemanes a dedicar más recursos de
los que les habría gustado. Los Imperios centrales tenían destacados allí un to-
tal de 650.000 soldados, que consumían más comida que la que Ucrania ex-
portaba a Alemania. Por lo tanto, los trastornos en Ucrania impidieron a los
alemanes, tanto directa como indirectamente, recoger la tremenda cosecha
que habían esperado; de manera aproximada, se podría cifrar que sólo llegaron
a ver una décima parte del grano que habían previsto.?! Pero los sufrimientos
de Ucrania tampoco habían acabado. La república se convirtió en un campo de
batalla de importancia entre las fuerzas Rojas y Blancas en el transcurso de la
guerra civil rusa y fue escenario de una hambruna terrible en los años de en-
treguerras.
No obstante la duradera agitación en el este, los alemanes habían disfruta-
do allí de una sucesión notable de victorias; también habían probado un siste-
ma táctico nuevo que había producido unos resultados devastadores. Su tarea
en aquel momento consistía en ajustar tal sistema a las condiciones de los fren-
tes restantes, en especial en Italia y en el frente occidental. Además, supieron
que tendrían que ganar la guerra con rapidez, puesto que unas cantidades enor-

21. Hewig, op. cit., pág. 386.


La expulsión del demonio 221

mes de descansados y entusiastas soldados norteamericanos estaban empezan-


do a llegar a Francia. Por suerte para Alemania, 1917 había sido un año terri-
ble para los aliados en el frente occidental, lo que daba a los alemanes el respi-
ro que necesitaban para volver a adaptarse y prepararse para lo que sabían
sería el año decisivo.
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Capítulo 9
Salvación y sacrificio
La entrada de los norteamericanos,
la cresta de Vimy y el Chemin des Dames

El general Nivelle está convencido de que puede, y que obten-


drá, un resultado decisivo. ¿Debería uno preguntarle en qué basa
su confianza? Yo lo hice, no porque no lo creyera capaz del éxito
que todos deseábamos, sino porque ya habíamos oído el mismo
lenguaje con anterioridad a otras ofensivas que no obtuvieron
ningún éxito particular. [Me respondió que] ya es posible em-
plear otros métodos.

Informe del diplomático británico lord George Curzon sobre


una reunión celebrada en Londres el 15 de enero de 1917*

El general francés Robert Nivelle, un raro protestante francés, de padre me-


dio italiano y madre inglesa, había seguido una carrera militar aceptable, aun-
que nada espectacular, antes de la guerra. Ascendido a coronel en 1914, había
obtenido el mando de un regimiento de artillería, pero se encaminaba hacia el
retiro cuando la guerra provocó la prolongación de su carrera. A lo largo de
sus treinta y nueve años de servicio, Nivelle no había gozado de demasiadas
simpatías entre sus iguales a causa de su supuesto prejuicio anticatólico, un
rasgo conflictivo cuando tantos oficiales de alto rango franceses, como Foch y
Castelnau, eran católicos devotos. Su fama como uno de los mejores jinetes
del ejército le fue de notable utilidad en la plaza de armas, aunque no tardó en
hacerse evidente que sus habilidades ecuestres no eran necesarias en el campo
de batalla moderno.
Sin embargo, sus buenas dotes de mando en combate durante los primeros
meses de la guerra lo llevaron a una rápida promoción en el escalafón. Sus ba-
terías de artillería en el VI Ejército habían desempeñado un papel trascenden-
tal en la batalla del Marne durante 1914; sus superiores, impresionados por la
creativa utilización táctica de las piezas de artillería de campaña de la que hizo
gala, lo ascendieron a general de división en 1915. En Verdún, Nivelle se con-

* Citado en Pierre Miquel, Le Chemin des Dames: Enquéte sur la Plus Effroyable Hecatombe de la
Grande Guerre, París, Perrin, 1997, pág. 95.
224 La Gran Guerra

virtió en un apelli do fam ili ar, al co ns eg ui r re cu pe ra r po si ci on es fu nd am en ta -


les como los fue rte s de Do ua um on t y Va ux con un cos te re la ti va me nt e baj o.
El talento, la hab ili dad y el in no va do r co nc ep to con que hab ía de se mp eñ ad o
cada uno de sus nu ev os co me ti do s re sp al da ro n su af ir ma ci ón de qu e hab ía
descubierto una fó rm ul a nu ev a par a co mb at ir en la gue rra mo de rn a. Tal cua -
lidad le pe rm it ió sob res ali r jun to a co ma nd an te s de ma yo r ra ng o co mo Fo ch ,
Fr an ch et d' Es pe re y y Cas tel au, qu e car ecí an de ide as nue vas . A ma yo r ab un -
damiento, la confianza de Nivelle presentaba un acusado contraste con la pru-
den cia ex tr em a de gen era les co mo Fay oll e y Pét ain . Niv ell e era el ún ic o qu e
af ir ma ba po de r gan ar la gue rra con rap ide z y a un cos te re la ti va me nt e baj o.
Nivelle prometía también mejorar las relaciones del Ejército francés con
sus aliados británicos. El hecho de tener una madre británica, permitía a Ni-
velle comprender las costumbres sociales de las islas y hablar un inglés fluido
y castizo; que su abuelo materno hubiera combatido como oficial bajo el man-
do del legendario duque de Wellington, no hizo sino granjearle aún más el
aprecio de los oficiales y políticos británicos. (En aras de la armonía aliada, era
mejor no pensar demasiado en la ironía de que Wellington hubiera sido el res-
ponsable de la derrota de la Francia napoleónica en Waterloo en 1815.) El ofi-
cial de enlace del Ejército británico con el cuartel general francés pensaba que
Nivelle era «inteligente, convincente y tranquilo». David Lloyd George, a la
sazón primer ministro británico, lo consideraba el militar más brillante del
Ejército francés: «¡He aquí, por fin —exclamó en una ocasión—, un general
cuyos planteamientos puedo comprender!».!
Lloyd George veía también en Nivelle una oportunidad de menoscabar la
autoridad de su propio comandante, Douglas Haig. El primer ministro no ha-
bía apoyado nunca a Haig, pero tenía la sensación de que los lazos del maris-
cal de campo con la familia real y con los políticos conservadores, de quienes
dependía el gobierno de coalición que presidía, hacían imposible su destitu-
ción. La sangría del Somme convenció a Lloyd George de que Haig era un
«burro», cuya falta de imaginación a la hora de planificar provocaba la pérdi-
da innecesaria de soldados británicos.* El mandatario británico había humi-
llado públicamente a Haig al viajar hasta Francia y reunirse con Foch para
preguntarle las razones de que las fuerzas francesas hubieran avanzado en el
Somme más que las británicas (Foch se había negado a responder). Si a Lloyd
George no le quedaba más remedio que mantener a Haig como comandante
de las fuerzas británicas, al menos podía subordinarle colocándolo por debajo

l. Lloyd George, citado en C. R. M. E. Crutwell, 4 History of the Great War, 1914-1918,


Oxtord, Clarendon Press, 1934, pág. 398.
2. James Marshall Cornwall, Haig as Military Commander, Nueva York, Crane, Russell and
Co., 1973, pág. 84.
Salvación y sacrificio 225

de un mando conjunto aliado a las órdenes de Nivelle. «Nivelle ha demostrado


en Verdún ser un hombre con mayúsculas —le dijo Lloyd George a su secre-
tario particular—, y cuando uno tiene a todo un hombre frente a otro que no
ha demostrado su valía, pues bien, apoya al hombre con mayúsculas.»*
Aunque dispuesto a coordinar sus acciones con los aliados franceses e, in-
cluso, a aceptar que éstos marcaran la estrategia general, Haig insistió en man-
tener el control absoluto sobre las operaciones británicos. Lloyd George ten-
dió una trampa a Haig en la conferencia de Calais, celebrada el 26 de febrero
de 1917. Lloyd George planeó utilizar la conferencia —concebida, en un
principio, para la prosaica aunque importante función de coordinar la logísti-
ca ferroviaria— para darle a Nivelle el control sobre todas las operaciones
aliadas en el frente occidental. El primer ministro británico había preparado
ya un informe en el que le otorgaba a Nivelle el control sobre las operaciones,
suministros y administración de los británicos desde el 1 de marzo. Antes de
partir para Calais, había conseguido en secreto la aprobación del plan por el
consejo de ministros, aunque, a ese respecto, había mantenido al jefe del Esta-
do Mayor general del imperio, el general William Robertson, completamente
a oscuras. Nada más comenzar la conferencia, Lloyd George se deshizo a toda
prisa de los expertos ferroviarios; entonces, él y Nivelle presentaron el plan
conjunto al unísono, dejando a Haig sin más autoridad que la de ejecutar las
órdenes de Nivelle.
Haig, al que nunca le había fascinado Nivelle, reaccionó con horror; él y
Robertson, que detestaban por igual a Lloyd George, se quedaron atónitos.
Después de concluir la reunión, Haig se quejó del plan de Lloyd George de
subordinarlo a Nivelle en una carta personal al rey Jorge V. Éste prometió
apoyarlo, pero le dijo que bajo ningún concepto podía crear una crisis de auto-
ridad dimitiendo como había amenazado hacer. Robertson intervino, y obtu-
vo el consentimiento de Lloyd George de mantener en vigor las condiciones
sólo mientras durase la ofensiva prevista para la primavera. En la práctica, Ni-
velle rara vez insistió en supervisar las operaciones británicas, siempre y cuan-
do éstas se ajustaran a su visión estratégica general.
A Nivelle, su comportamiento político le fue más útil con los políticos
franceses que con los generales británicos. En agradecimiento por la confian-
za inicial depositada en él, creó una atmósfera de transparencia en el cuartel
general francés, que, a tal fin, trasladó desde el palaciego castillo de Chantilly
de Joffre a unas dependencias más pequeñas y menos majestuosas cerca del
frente de Beauvais. Al contrario que aquél, que en una ocasión había amena-
zado con detener a los políticos que aparecieran por sus instalaciones sin pre-

3. Lloyd Geo rge , cita do en A. J. P. Tay lor (com p.), Lloy d Geor ge: A Dia ry by Fran ces Stev enso n,
Nueva York, Harper and Row, 1971, pág. 139.
226 La Gran Guerra

vio aviso, Nivelle les daba la bienve ni da y les ac om pa ña ba pe rs on al me nt e en


una visita guiada po r el cu ar te l ge ne ra l, mo st ra nd o un a sa ga ci da d po lí ti ca y un
carisma del que Joffre, a to da s lu ce s, ca re cí a. Ni ve ll e te ní a ta mb ié n un do n
especial para los sí mb ol os y el le ng ua je , y en un a de sus re fo rm as li ng úí st i-
cas más espectac ul ar es , ca mb ió el no mb re de l GA R, ac ró ni mo de l Gr ou pe
d'Armées de Ré se rv e [G ru po de Ej ér ci to s de Re se rv a] , po r el de l má s ag re si vo
y sonoro de Grou pe d' Ar mé es de Ru pt ur e [G ru po de Ej ér ci to s de Ru pt ur a] .
Nivelle aspiraba a destruir todo el saliente de 112 km de longitud que, so-
bresaliendo hacia el oeste, se introducía en las líneas aliadas desde Arras a
Craonne. Con esa idea, pidió a los británicos que atacaran la curva septentrio-
nal del saliente poco antes de que las fuerzas francesas atacaran la meridional,
de manera que el doble ataque impidiera que los alemanes se concentraran en
uno de los dos. Mediante los métodos que aseguraba haber perfeccionado
en Verdún, conseguiría «una ruptura [de las líneas alemanas] en un plazo de
veinticuatro a cuarenta y ocho horas con el impactó de un ataque rápido». De
esta manera, Nivelle esperaba forzar al enemigo a retirarse de todo el saliente.
Su Estado Mayor se pasó los primeros meses de 1917 entrenando a los hom-
bres en los nuevos métodos, reuniendo los suministros necesarios, constru-
yendo carreteras e inculcando en las fuerzas francesas un espíritu de «violen-
cia, brutalidad y rapidez».*
Como muestra de su confianza, el gobierno asignó nuevos destinos a di-
versos generales en los que Nivelle no confiaba mucho. Así, a Foch, el antiguo
comandante del Grupo de Ejércitos del Norte, le encomendó la ímproba ta-
rea de preparar un plan de guerra para el supuesto, harto improbable, de una
violación de la neutralidad suiza por parte de los alemanes. Marie-Emille Fa-
yolle, que contaba con las simpatías de la tropa porque no ordenaba ataques
innecesarios, fue ascendido y se le dio el mando del Grupo de Ejércitos del
Centro, la antigua unidad de Nivelle en Verdún. En realidad, Nivelle quería a
Fayolle en el sector de Verdún porque no preveía que se produjera ningún ata-
que allí; por lo tanto, Fayolle empezó 1917 en una relativa inactividad. Por una
feliz coincidencia, el gobierno francés decidió enviar a Joffre a una gira de con-
ferencias por Estados Unidos; por lo tanto, el antiguo comandante en jefe no
estaría por allí en medio, husmeando por encima del hombro de su sustituto.
Nivelle creía que la clave para romper el frente occidental radicaba en una
sierra que se levantaba entre los ríos Aisne y Ailette. Por allí discurría un ca-
mino rural panorámico conocido como Chemin des Dames (el Camino de las
damas), llamado así en honor de las hijas de Luis XV, para quienes la zona ha-

4. Nivelle, citado en Allain Bernede, «Les Francais a 'Assaut du Chemin des Dames, 16 avril
1917», 14-18: Le Magazine de la Grande Guerre, n* 3, agosto-septiembre de 2001, págs. 6-15, cita
en pág. 9.
Salvación y sacrificio 227

bía sido un lugar predilecto para pasear a caballo y organizar comidas campes-
tres. Allí, la línea del frente discurría de oeste a este, siguiendo el río, y no de
norte a sur, como en la mayor parte del frente occidental. Nivelle confiaba en
que, debido a que la región había permanecido en calma durante gran parte de
la guerra, las defensas alemanas en la zona fueran insuficientes para oponer re-
sistencia a los hombres entrenados para ejecutar sus nuevos métodos. Pero,
igual que el magnífico paisaje que se veía desde el camino había ofrecido a las
hijas de Luis XV un agradable paseo a caballo, también proporcionaba a los
defensores alemanes una cofa perfecta —a 600 m de altura sobre las llanuras
de abajo— desde la que observar los movimientos franceses. Los alemanes,
además, habían defendido la región desde 1914 y conocían cada grieta y lade-
ra a la perfección.
Los alemanes habían empezado ya a socavar los principios del plan de
Nivelle al retirarse a un poderoso y equipado conjunto de defensas al que
conocían como Línea Sigfrido, y los aliados, como Línea Hindenburg. En
algunos lugares, la retirada hacia la Línea Hindenburg obligó a los alemanes
a ceder hasta 64 km, pero al fortalecer la línea y retirarse a unas defensas más
sólidas, liberaron hasta 13 divisiones de infantería de sus obligaciones de de-
fensa estática. A medida que se iban retirando, los alemanes destruyeron todo
cuanto encontraron a su paso, envenenando los pozos de agua, arrasando los
edificios, poniendo bombas trampas y dinamitando los puentes. En febrero de
1917 las fuerzas australianas entraron en la ciudad de Bapaume, importante
objetivo de la ofensiva del Somme, sin disparar un solo tiro; la ciudad era una
completa ruina.
La construcción de la Línea Hindenburg, en su mayor parte realizada por
prisioneros de guerra obligados a trabajos forzados, supuso que, al evacuar
gran parte del saliente de forma voluntaria, los alemanes habían eliminado las
justificaciones estratégicas de la ofensiva de Nivelle. Éste anunció que su ofen-
siva seguiría adelante a pesar de todo de acuerdo con lo previsto, aun cuando
eso significaba que entonces las fuerzas aliadas tendrían que atacar unas posi-
ciones mucho más fuertes. Nivelle creía que sus 49 divisio nes de infante ría y las
5.300 piezas de artillería, en combinación con sus nuevas tácticas, se revelarían
suficientes para superar las defensas tanto de las mismas colinas del Chemin
des Dames como las de la Línea Hindenburg que se levantaban detrás.
Huber Lyautey, un héroe de las operaciones coloniales francesas nombra-
do mini stro de la Gue rra en dic iem bre de 1916 , con sid eró que el plan era te-
merario e imp rud ent e. Lya ute y no habí a part icip ado en la deci sión de otor -
garle el man do a Nive lle y no se sent ía tan atra ído por la per son ali dad del
militar como el rest o de los polí tico s fran cese s. Des pué s de hab er sido info r-
mado acerca del pla n de Nive lle, se refi rió a él de man era desp ecti va den omi -
nándolo «un plan para el ejér cito de la duq ues a de Ger ols tei n», en refe renc ia,
228 La Gran Guerra

nada halagiieña, a una óper a có mi ca de 18 67 de Ja cq ue s Of fe nb ac h. * Ly au te y


consideró sustit uir a Ni ve ll e, pe ro se di o de br uc es co nt ra un a du ra op os ic ió n
por parte de los podero so s mi em br os de l Pa rl am en to fr an cé s. En pa rt e pa ra
protestar por la ofensiva sin ha ce r pú bl ic as sus ob je ci on es , Ly au te y di mi ti ó
como ministro de la Gu er ra en ma rz o de 19 17 y re gr es ó a su pu es to de go be r-
nador general de Marruecos.
La dimisión de Lyautey contribuyó a la caída del gobierno de Briand. El
nuevo gobierno contaba entre sus miembros con el matemático y experto en
aeronáutica Paul Painlevé como ministro de la Guerra. Éste era el séptimo
ministro de la Guerra desde 1914 y el primer civil en ocupar el cargo en ese
tiempo. Painlevé transmitió a Nivelle sus preocupaciones acerca de la ope-
ración e informó al general de la ineficacia de su Estado Mayor a la hora de
mantener el secreto. Varios elementos del plan, incluida la fecha de inicio,
eran ya del dominio público en círculos parisinos en los que normalmente no
se tenía acceso a esa clase de información; además, en Londres habían apare-
cido al menos diez copias del plan.? Y eso que Painlevé ignoraba que los deta-
lles del plan eran también del dominio alemán. En dos incursiones separadas
contra las trincheras francesas, los alemanes habían conseguido apoderarse de
varias copias íntegras del mismo; copias que, de manera inexplicable, se habían
entregado a los oficiales de los refugios del frente. Nivelle siguió expresando
su optimismo, y Painlevé, no queriendo provocar una crisis política de impor-
tancia apenas ocupado el cargo, cedió.
Painlevé no tardó en enterarse de que muchos generales franceses, entre
ellos algunos de los que tenían la responsabilidad de dirigir los ataques, no
compartían la confianza de Nivelle. Podría decirse que la oposición de Pétain
formaba parte del acostumbrado pesimismo del general y de la desconfianza
que sentía hacia cualquier cosa que contara con el apoyo de los políticos, pero
no así de la del agresivo Franchet d'Esperey y la del muy respetado Joseph Mi-
cheler. El 4 de abril Painlevé se reunió con Nivelle para hacerlo partícipe de
estas dudas y pedirle al general que recortara la ofensiva y sus objetivos. A sólo
cinco días de iniciarse la fase artillera preliminar de la ofensiva británica, Ni-
velle protestó furiosamente y amenazó con dimitir si el gobierno imponía
cambios a su plan. «Mi único temor —le dijo a Painlevé—, es el desalojo del
enemigo. Cuantos más alemanes haya, mayor será la victoria.» El ministro
volvió a transigir, pero le pidió a Nivelle que aceptara detener la ofensiva si no

5. Lyautey, citado en Anthony Clayton, Paths of Glory: The French Army, 1914-1918, Londres,
Cassell, 2003, pág. 125. En La grande Duchesse de Gerolstein, la protagonista asciende al soldado
Fritz, su último amante, a mariscal de campo. La opereta es una sátira del ejército y de su mecanis-
mo de toma de decisiones.
6. Cruttwell, op. cit., pág. 409.
Salvación y sacrificio 229

se producía la incursión en el Chemin des Dames antes de las cuarenta y ocho


horas. Nivelle le dio su palabra de que así lo haría. «No tengo intención de
reanudar la batalla del Somme», dijo Nivelle.”
Dos días después de la reunión, el 6 de abril de 1917, el Congreso de Es-
tados Unidos aprobaba por abrumadora mayoría la petición del presidente
Wilson de declarar la guerra a Alemania en respuesta a la reanudación de la
guerra submarina ilimitada. Aunque a los estadounidenses les llevaría tiempo
hacer sentir su presencia, la noticia recorrió Francia como una oleada de emo-
ciones. Para celebrar el acontecimiento, el primer ministro Alexandre Ribot
pidió la convocatoria de una sesión especial de la Cámara de Diputados. Cuan-
do se celebró, varios de los escaños aparecieron vacíos, porque los hombres
que los ocupaban normalmente habían partido para servir en el ejército; en
otros había coronas de flores que conmemoraban las muertes en combate de
aquellos (como Emil Driant) que los habían ocupado antaño. Cuando Ribot
pronunció por primera vez la palabra «Norteamérica», los diputados «se le-
vantaron al unísono» y se volvieron hacia el embajador de aquel país, William
Graves Sharp, haciéndole reverencias con la cabeza y aclamándolo.
En el ejército, los sentimientos no fueron menos intensos. Nivelle envió
una carta al jefe del Estado Mayor norteamericano, el general Hugh Scott,
que decía así:

El Ejército francés ha oído con la emoción más profunda las nobles y con-
movedoras palabras dirigidas por el presidente Wilson al Congreso. Su ale-
gría es inmensa al enterarse de que el Congreso ha declarado la guerra a
Alemania. Nuestro ejército mantiene fresco el recuerdo de la fraternidad
militar sellada hace más de un siglo por Lafayette y Rochambeau en suelo
estadounidense, y que se hará aún más firme sobre los campos de batalla de
Europa.*

Según Robert Bruce, Estados Unidos «significaba para Francia algo más
que un mero aliado nuevo; simbolizaba la salvación».?” A muchos franceses, la
entrada de Est ado s Uni dos les pare ció un bue n pres agio para la ofen siva que
estaban a punto de comenzar.
El plan de Nivell e req uer ía qu e los bri tán ico s ini cia ran la ofe nsi va de pri -
mavera con un ata que cer ca de la ciu dad de Arr as. La cla ve par a Arr as y la lla -

7. Nivelle, citado en Bernede, op. cit., págs. 11-12.


8. Nivelle, citado en Robert Bru ce, 4 Fra ter nit y of Arm s: Ame ric a y Fra nce in the Gre at War ,
Lawrence, Uni ver sit y Pre ss of Kan sas , 200 3, pág s. 32- 34. Los ofi cia les fra nce ses mar qué s de La-
fayette y conde Jean Bap tis te de Roc ham beu a hab ían ayu dad o a los nor tea mer ica nos a gan ar la
guerra de la independencia contra Gran Bretaña.
9. Ibid.
230 La Gran Guerra

Unos soldados de la Real Artillería de Campaña británica mueven a mano una pieza du-
rant e la prep arac ión del asal to a la cres ta de Vim y de abril de 1917 . La artil lería de cam-
paña tenía encomendada la destrucción de las alambradas enemigas y el apoyo artillero
directo durante la ofensiva. (Imperial War Museum, propiedad de la Corona, p. 396)

nura de Douai, situada al este, radicaba en la cresta de Vimy, una elevación de


terreno con una cima de 100 hectáreas, y que en la actualidad posee a perpe-
tuidad el Estado canadiense. El evidente valor estratégico de la cresta de Vimy
la convirtió en un importante premio para los alemanes durante la carrera
hacia el mar. Más tarde, llegó a ser el escenario de tres batallas entre 1915 y
1916. En 1915 los franceses perdieron a casi 150.000 hombres en un intento
inútil de retomarla; en 1916 el sector de Arras cayó en manos británicas como
consecuencia de un acortamiento del frente francés, pensado para liberar más
unidades que combatieran en Verdún y en el Somme. Una ofensiva de los ale-
manes en mayo de aquel año recuperó Vimy para vergúenza de los generales
británicos, que habían prometido conservarla.
Aunque Haig seguía descontento por el acuerdo sobre el ejercicio del man-
do durante la primavera, se dio cuenta del valor de retomar tanto Arras como
la cresta de Vimy, y asignó la tarea de apoderarse de esta última a uno de sus
protegidos, el general Henry S. Horne, que estaba al mando del I Ejército bri-
tánico. Para tomar un objetivo tan poderoso como la cresta de Vimy, Horne
recurrió a su mejor unidad, el Cuerpo de canadienses, que estaba combatien-
do casi como una fuerza independiente a las órdenes de Ottawa, aunque co-
Salvación y sacrificio 231

mandada por un británico, el general Julian Byng. Veterano de la guerra Bóer,


de la primera batalla de Ypres y de Gallípoli, Byng tenía cuatro divisiones de
unos soldados canadienses que se habían ganado la fama de una eficacia y
cohesión en el combate insuperables.
El ataque contra la cresta de Vimy demostró la creciente complejidad de
las operaciones militares británicas. El Real Cuerpo de Aviación británico
consiguió primero la superioridad en el aire, lo que permitió a la artillería una
meticulosa localización de los objetivos y una considerable mejora en la preci-
sión de la descarga. Los artilleros británicos concentraron un cañón pesado
por cada 21 m de frente enemigo, en contraposición al cañón por cada 57 m
del Somme.'” En la preparación artillera de una semana hubo menos proyec-
tiles defectuosos y más de alto explosivo, lo que permitió que la artillería neu-
tralizase un porcentaje mucho mayor de baterías enemigas que en cualquier
otro momento de la guerra hasta entonces; también cortó las alambradas ale-
manas con mucha más efectividad que en el Somme. Asimismo, el trabajo del
Estado Mayor experimentó una mejoría notable, en clara demostración de lo
bien que los británicos habían asimilado las lecciones del Somme y de lo mu-
cho que habían aprendido en los meses transcurridos.
La preocupación alemana por el esperado ataque francés en las cercanías
del Chemin des Dames abrió posibilidades de éxito para los británicos. Al
redirigir sus fuerzas hacia el sector del río Aisne, los alemanes dejaron el de
Arras débilmente protegido; en consecuencia, los británicos disfrutaron de la
ventaja de disponer de cuatro divisiones de infantería más que los alemanes,
aparte de su ya considerable superioridad en piezas de artillería. Por otro lado,
el bombardeo artillero británico obligó a los mandos del VI Ejército alemán a
retrasar tanto sus reservas que, en la práctica, no podían contraatacar.
El ataque de la infantería empezó el domingo de Pascua 9 de abril, tras una
cuidadosa preparación por parte de Byng y su Estado Mayor. El bombardeo
con proyectiles de gas clavó a los alemanes en sus posiciones y mató a muchos
de sus desprotegidos caballos, impidiendo así el reabastecimiento de munición
y de otros suministros a los hombres del frente. Una barrera móvil de artille-
ría protegió el avance de la infantería, cobertura que se vio reforzada por la in-
tervención de 48 carros de combate, pese a que muchas de estas máquinas se-
guían aquejadas de diferentes problemas mecánicos. Los canadienses atacaron
la crest a y cons igui eron unos resul tados notab les para una Oper ació n previ sta
en un principio como de diver sión. Desp ués de la prim era hora, toma ron la lí-
nea alemana prec eden te, que estab a situa da poco s metr os más allá de la tierr a
de nadie.

10. Gary Sheffield, For got ten Vict ory: The Firs t Wor ld War , Myt hs and Real itie s, Lon dre s, Hea d-
line, 2001, págs. 162-163.
232 La Gran Guerra

Los canadienses, tras log rar so br ep as ar en su ava nce tre s lín eas al em an as
situadas en la cumbre de Vi my , hic ier on pr is io ne ro s a 9.0 00 al em an es y re-
cuperaron toda la cre sta , do nd e ho y se lev ant a un o de los mo nu me nt os má s
gr an de s del fre nte occ ide nta l. El III Ejé rci to bri tán ico lle vó a ca bo su ata que
má s cer ca de Arr as e hiz o pri sio ner os a otr os 4.0 00 al em an es . En tot al, ent re
las dos unidades se apoderaron de 200 piezas pesadas de artillería y consiguie-
ron mo ve r la lín ea cas i 5 km . Sin em ba rg o, no se log ró ni ng un a pe ne tr ac ió n.
Aunque las líneas alemanas se mostraron vulnerables a los ataques iniciales,
conservaron no obstante la fuerza suficiente para repeler una carga de caballe-
ría y evitar una incursión completa de los británicos. El mal tiempo del 2 de
abril lentificó a estos últimos y dio a Ludendorff la oportunidad de encarar
una situación que consideraba crítica.
La toma de la cresta de Vimy supuso para los británicos la mayor ganancia
territorial en un día hasta esa fecha. Había sido un ataque heroico y bien pla-
neado, pero no condujo a mayores conquistas. Los alemanes fueron capaces
de estabilizar sus líneas sin retirar hombres del sector del Chemin des Dames,
y el impulso de las ofensivas británicas decreció enseguida. Los intentos alia-
dos de apoderarse de los centros de comunicaciones de Douai y Cambrai fra-
casaron. Sin embargo, las fuerzas británicas voluntarias habían demostrado
una destreza que impresionó a los alemanes. El príncipe heredero de Baviera,
Rupprecht, al mando de todas las operaciones alemanas al norte del río Oise,
confesó en su diario: «¿Tiene alguna utilidad proseguir con la guerra en tales
circunstancias?».!!
Para que el éxito británico en Arras tuviera una repercusión mayor sobre
la guerra, Nivelle tendría que conseguir una victoria similar. A medida que se
acercaba el 16 de abril, día escogido para el inicio de la ofensiva, la moral de
los franceses aumentaba. Los norteamericanos se habían unido a la guerra,
y los canadienses habían logrado una de las victorias más espectaculares del
frente occidental al retomar la cresta de Vimy. Tal vez la inercia hubiera cam-
biado, y el ataque francés contra el Chemin des Dames se convirtiera, de he-
cho, en la última ofensiva de la guerra. «Una fiebre épica se ha apoderado de
todos nosotro señalaba un soldado francés—. Oficiales y soldados se niegan
a marcharse para no perderse la gran ofensiva.»!? Un general de división fran-
cés, llevado de su fe en el triunfo, había contratado a una banda de música para
que interpretara La Marsellesa cuando su unidad entrara triunfante en la ciu-
dad que tenían señalada como objetivo principal para el primer día. Nivelle y
sus partidarios creían que las circunstancias rara vez habían favorecido tanto a
un general en toda la historia de la guerra.

11. Rupprecht, citado en Cruttwell, op. cít., pág. 405.


12. Citado en Bernede, op. cit., pág. 12.
Salvación y sacrificio 233

Al igual que su homólogo australiano John Monash, el canadiense Arthur Currie fue as-
cendiendo de rango a pesar de no ajustarse al ideal británico del militar. En un premedita-
do intento por potenciar este distanciamiento, se negó a dejarse crecer el bigote que lucían
sus iguales británicos. (Australian War memorial, negativo n* H06979)

El Chemin des Dames

Pero no todos los indicios eran positivos. Un avión alemán había sobrevolado
las líneas alemanas, dejando caer una nota que decía: «¿Cuándo van a empezar
su ataque?».!? Una mezcla de nieve, lluvia y niebla convirtió el terreno en una
ciénaga de barro frío. El mal tiempo puso fuera de servicio a los 500 aviones y
40 globos de observación de la flota francesa, la mayor que habían conseguido
reunir hasta la fecha. Por si fuera poco, la maniobra de diversión de la cresta
de Vimy no había conseguido —como era la esperanza de Nivelle— que los
alemanes retiraran fuerzas del Chemin des Dames. Y como golpe final, un
sargento de uno de los ejércitos franceses que llevaba una copia completa del
último plan a su regimiento, fue hecho prisionero de guerra a consecuencia
de una incursión de trincheras alemana. Por lo tanto, no había ni que hablar de
factor sorpresa.
Al enterarse del plan aliado por adelantado, los alemanes no sólo supieron
cuándo atacarían los franceses, sino también cómo detenerlos. Los pilotos ale-

13. Citado en 1bid., pág. 12.


234 La Gran Guerra

manes habían visto lo suficiente an te s de qu e ce rr ar a la ni eb la pa ra pr op or -


cionar a su Estado Mayor una imag en pr ec is a de la di sp os ic ió n de las fu er za s
francesas. Las tr op as al em an as pr oc ed ie ro n en to nc es a re fo rz ar los em pl az a-
mientos de hormigón en los qu e te ní an in st al ad as las am et ra ll ad or as co n ca m-
pos de fuego cerrad o, af ia nz ar on ta mb ié n las cu ev as de cal iza na tu ra le s en las
que tenían pr ev is to pr ot eg er se de la art ill erí a fr an ce sa y, as im is mo , tr as la da ro n
más hombres al se ct or de sd e la re se rv a ge ne ra l, mu lt ip li ca nd o po r ci nc o el
número de fuerzas en el Aisne. Mientras que en febrero los alemanes habían
tenido sólo 9 divisiones en el sector para enfrentarse a 44 divisiones francesas,
en abril disponían de 43. Muchas de estas divisiones estaban especialmente
entrenadas para realizar contraofensivas, una muestra de la confianza de los
alemanes en su capacidad para repeler el ataque.
Aun así, Nivelle no perdía el optimismo, y modificó su famoso grito de
Verdún: «On les aura» («Los atraparemos») por <On les a» («Ya los tene-
mos»). Él y el agresivo general Charles Mangin confiaron la primera oleada
del ataque a los veteranos de las unidades que habían demostrado su valía en
Verdún y, entre ellas, incluyeron a las tropas coloniales preferidas de Mangin.
Para mantenerse a la par de la barrera móvil de la artillería, aquellos hombres
tendrían que avanzar cuesta arriba, en un terreno enlodado y a un paso de cien
metros cada tres minutos para cruzar un frente completo de unos 24 km. El VI
Ejército de Mangin formaba la parte más occidental del ataque y era el res-
ponsable de la toma de la posición individual más poderosa de la línea, el
fuerte de Malmaison. En el centro se situaba el X Ejército del general Denis
Duchéne. Graduado en la Academia Militar de St. Cyr, Duchéne pertenecía a
la vieja escuela para la que la ofensiva era el único medio de conducirse en la
guerra. La parte más oriental del frente pertenecía al V Ejército, que estaba
bajo el mando de un general de caballería cuya falta de familiaridad con la in-
fantería y la artillería había hecho que sus subordinados no confiaran en él.
El día del ataque amaneció con unas condiciones climatológicas aún peo-
res. El tiempo nublado y nevoso volvió a dejar a la aviación francesa fuera de
servicio, lo que significaba que los artilleros tenían que disparar contra las úl-
timas posiciones conocidas de sus objetivos, circunstancia que los alemanes
aprovecharon trasladando muchos de sus cañones. De este modo, el fuego de
la artillería francesa ni podía hacer impacto en sus objetivos ni corregir su fue-
go a partir de la información proporcionada por los pilotos. La lluvia helada
hizo sufrir de manera especial a los soldados franceses; la mayoría llevaba va-
rios días sin dormir. Aun así, abandonaron las trincheras con una moral bas-
tante alta; una batalla más, y el frente occidental tal vez acabaría rompiéndose
de una vez.
El gran optimismo que había arrastrado a tantos soldados franceses ayuda
a explicar la desilusión subsiguiente. Su ataque no tardó en desvanecerse ante
Salvación y sacrificio 235

En contra de las optimistas proclamaciones de Nivelle, los ataques franceses de 1917 en


Champaña acabaron en unos cruentos desastres, que condujeron al amotinamiento gene-
ralizado y a la sustitución de Nivelle por Henri Philippe Pétain. (Vational Archives)

el intenso fuego de ametralladora alemán. «Los regimientos se vieron atrapa-


dos, casi de inmediato, bajo el fuego de innumerables ametralladoras, protegi-
das de los bombardeos por casamatas de hormigón y cuevas naturales», infor-
mó un general.!*
Bajo semejante fuego, la infantería no podía esperar avanzar al paso que se
le había fijado, lo que ocasionó que la barrera móvil de la artillería se moviera
demasiado deprisa hacia delante y no pudiera ofrecer una protección signifi-
cativa. Los alemanes tuvieron tiempo más que de sobra para apuntar sus armas
y seleccionar el blanco entre los grupos de soldados franceses que avanzaban
lentamente hacia ellos. El servicio médico francés, al recibir un número de
heridos varias veces superior a aquel para el que se le había dicho que se pre-
parase, se vio desbordado enseguida, lo que se vino a sumar al sufrimiento.
Hacia el mediodía, muchas unidades francesas se encontraron con la dificul-
tad adicional de rechazar los contraataques que formaban parte del plan de los
alemanes. El único logro francés de la primera jornada provino de las bajas
sufridas por los alemanes a consecuencia de aquellos contraataques, y de los
prisioneros que, como en el Somme, se habían refugiado de la artillería en sus

14. Citado en Pierre Miguel, Le Chemin des Dames: Enquéte Sur la Plus Effroyable Hecatombe de
la Grande Guerre, París, Perrin, 1997, pág. 162.
236 La Gran Guerra

profundos refugios y rend id o a los pr im er os sol dad os qu e in va di er on sus pos i-


ciones. Al anochecer, ni ng un a un id ad fra nce sa est aba sit uad a en los obj eti vos
fijados para el prim er día o ni siq uie ra se hab ía ap ro xi ma do a ell os; has ta las
fuerzas col oni ale s de Ma ng in ha bí an fra cas ado . Niv ell e dec idi ó re an ud ar los
ataques el se gu nd o día . Inc lus o si hub ier a pr et en di do ma nt en er se fie l a la pro -
mesa hecha a Painle vé, seg uía te ni en do vei nti cua tro ho ra s par a ro mp er el
frente ale mán . Lo s fra nce ses vol vie ron a ata car al se gu nd o día , est a vez en uni -
dad es fo rm ad as a tod a pri sa con los res tos de las que ha bí an sid o de st ro za da s
la víspera; faltaban oficiales y las baterías de artillería carecían de las reservas
de proyectiles necesarias para apoyar el ataque. Nivelle rompió su promesa y
volvió a repetir el ataque el 18 de abril, lo que condujo a Painlevé a intentar en
vano detener el ataque el 20 de abril. Finalmente, el día 23 el presidente Ray-
mond Poincaré, en una medida absolutamente insólita, ordenó que se parase
la ofensiva.
En siete días de ataques contra el Chemin des Dames, los franceses sufrie-
ron 30.000 muertos, 100.000 heridos (al cuerpo médico se le había dicho que
se preparase para 15.000 heridos) y 4.000 prisioneros. Como el plan de Nive-
lle había situado a los mejores soldados de Francia en la primera oleada, las
pérdidas afectaron a las unidades de élite de manera desproporcionada. Ante
el asombro de su Estado Mayor y del gobierno, Nivelle anunció que reanuda-
ría los ataques de mayo y desvió todas las culpas hacia los jefes de sus ejércitos,
acusando a Mangin de haberse equivocado en la conducción de las tropas y
relevándolo del mando.
Para proteger al Ejército francés de una concentración inmediata de fuer-
zas alemanas, los británicos atacaron de nuevo Arras, y continuaron con sus
ofensivas hasta bien entrado mayo, lo que les llevó a sufrir algunas de las bajas
más numerosas de la campaña, fruto de aquellos ataques ad hoc. El fracaso de
Nivelle había confirmado las suspicacias de Haig, pero las bajas sufridas por
proteger a los franceses le dieron pocos motivos para regodearse; tal circuns-
tancia, sin embargo, unida al éxito de la cresta de Vimy, consolidó su posi-
ción frente a Lloyd George y le garantizó que este último —y salvo que tuvie-
ra un fracaso tan espectacular como el de Nivelle— no pudiera hacer nada
para sustituirlo.
Los fracasos obtenidos contra el Chemin des Dames provocaron una crisis
en el Ejército francés. Las bajas revelaron que el encanto de Nivelle no era
más que mera ingenuidad, que su carisma no pasaba de ser una pose cínica e
insustancial y que su sagacidad militar se adecuaba mejor al período napoleó-
nico. Nivelle desoyó todas las voces que pedían su dimisión e insistió en que
todavía podía conseguir una penetración estratégica; pero el hombre con la
fórmula para la victoria había sido desenmascarado, resultando ser un simple
charlatán. Había llegado el momento de un cambio en el mando, y Nivelle fue
Salvación y sacrificio 237

enviado a Argelia. El gobierno francés tenía que encontrar ya a un hombre que


gozara de la confianza de la tropa y que no propugnara ninguna ofensiva más.
Francia se volvió entonces hacia Pétain, que fue nombrado comandante en
jefe del Ejército francés el 15 de mayo. El éxito obtenido en la defensa de Ver-
dún hacía de él una elección popular, tanto entre los soldados como para la po-
blación en general. Pétain no había creído nunca que en 1917 existiera la
posibilidad de penetrar las líneas alemanas en el Chemin des Dames ni en nin-
guna otra parte. Los políticos que apoyaron su nombramiento podían, en con-
secuencia, contar con que no reanudaría la ofensiva de manera prematura. Sin
embargo, Pétain llegaba al cargo con algunos inconvenientes de los que no se
sabía absolutamente nada fuera del círculo de dirigentes políticos y militares
que mejor lo conocían. Por lo pronto, sentía una profunda desconfianza ha-
cia la República Francesa como forma de gobierno y despreciaba a casi todos
los principales dirigentes políticos, características ambas que le costarían
muy caras a Francia en 1940. Por si esto fuera poco, sentía por los británicos
un recelo igual de profundo, lo que originó que a lo largo de 1917 y buena
parte de 1918 los dos ejércitos libraran sendas guerras con apenas conexión
entre ellas.
Los ejércitos franceses que comandaba Pétain se enfrentaban entonces a
una enorme crisis de moral como consecuencia del fracaso en el Chemin des
Dames. Poco antes de que Pétain asumiera el mando, varias unidades del
Ejército francés habían iniciado lo que los oficiales denominaron «actos de
indisciplina colectiva». Los soldados no desertaban ni rehusaban abandonar
las posiciones desprotegidas, pero sí que se negaban a reanudar la ofensiva o,
en muchos casos, a avanzar hasta las líneas del frente.
En su excelente estudio sobre la V División de Infantería francesa, Leo-
nard Smith sostiene que los amotinamientos fueron consecuencia de la creen-
cia extendida entre los soldados de que se había roto la proporcionalidad. Los
soldados, argumenta Smith, habían arriesgado sus vidas en el pasado, y segui-
rían haciéndolo para expulsar a los alemanes de suelo francés, pero se negaban
a hacerlo en las circunstancias que habían visto en el Chemin des Dames. Los
hombres comprendían que en la guerra los soldados morían; mas lo que no
entendían era de qué manera sus muertes en operaciones insensatas, como la
del Chemin des Dames, acer caba n a Franc ia a la victor ia.!'? Lo cual qued ó de
manifiesto en las palab ras de un sold ado franc és: «Des pués de lo que he visto ,
ya no puedo creer en una victoria de las armas».!*

15. Véase Leonard Smi th, Bet wee n Mut iny and Obe die nce : The Cas e of the Fre nch Fif th Inf ant ry
Division during Wold War 1, Pri nce ton , Pri nce ton Uni ver sit y Pre ss, 194 4, pág s. 156 -16 8. Véa se
también Guy Pédroncin i, Les Mut imi eri es de 191 7, Par ís, Pre sse s Uni ver sit air es de Fra nce , 197 4.
16. Citado en Pierre Miguel, Les Poilus: La France Sacrifiée, París, Plon, 2000, pág. 339.
238 La Gran Guerra

Entre los soldados france ses em pe zó a est ar cad a vez má s arr aig ada la con -
vicción de que su des tin o con sis tía en ele gir ent re un ap ar en te y ete rno «en -
carcelamiento en las tri nch era s» o una suc esi ón de fra cas os sa ng ri en to s co mo
el del Ch em in des Da me s. Lo s am ot in am ie nt os fu er on un int ent o de en co n-
tra r una ter cer a vía , una ex pr es ió n de la neg ati va de los sol dad os a seg uir co m-
batiendo en la guerra a la manera de los generales.!” A sus ojos, el Estado y el
Ejército franceses habían dejado de considerarlos individuos y ciudadanos
de la República; teniendo en cuenta lo miserable de su paga, alimentación y
alojamiento, los soldados concluyeron que sus oficiales habían acabado por
considerarlos apenas algo más que animales. Como decía una canción de los
amotinados:

Adieu la vie, adieu amour


Adieu, toutes les femmes
C'en est fini et pour toujours
Dans cette guerre infáme
C'est a Craomne sur le plateau
Qu'on va laissez le peau
Car nous sommes tout condamnés
C'est nous les sacrifiés

Adiós a la vida, adiós al amor


Adiós, ob, mujeres, adiós
En esta guerra infame
Ya todo se acabó
En la meseta de Craonne
Quedará nuestra piel
Como estamos todos condenados
Somos los sacrificados. **

En un principio, el cuartel general francés culpó a los agitadores pacifistas


de estar en el origen de los amotinamientos. Sin embargo, Pétain y otros se
dieron cuenta enseguida de que los amotinados pertenecían a algunas de las
mejores unidades francesas. Muchos eran veteranos de Verdún y el Somme
que habían recibido las más altas condecoraciones, así que tratarlos de cobar-
des o descontentos no sería aceptable. En un momento dado, durante los me-
ses de mayo y junio, hasta 68 divisiones quedaron inservibles para el servicio,

17. Smith, op. cit., págs. 162-168.


18. Citado en Miquel, op. cif., pág. 340. Craonne es una de las mayores poblaciones del Che-
min des Dames.
Salvación y sacrificio 239

lo que hizo de los amotinamientos algo demasiado corriente para despreciar-


los como una serie de incidentes aislados. Estudios posteriores sobre el Ejér-
cito francés identificaron los rasgos más comunes entre los amotinados: des-
tinados en unidades de infantería (la artillería y la caballería no se vieron
afectadas); destinados en unidades que habían servido en el Chemin des Da-
mes o en uno de los ataques de apoyo; y destinados en unidades cuyos oficia-
les habían desempeñado el mando deficientemente en las ofensivas recientes.
Los hombres casados eran más proclives al amotinamiento que los solteros,
reflejo de la ausencia de permisos, que ocasionaba que los hombres pasaran
meses, e incluso años, sin ver a sus familias. Los estudios no encontraron co-
rrelación entre los amotinamientos y aquellas unidades que, según el cuartel
general, contenían elementos pacifistas.
Los amotinados franceses habían tenido mucho cuidado de no revelar su
actividad a los alemanes ni de dar al enemigo la oportunidad de explotar la si-
tuación militarmente. «Los soldados están resentidos —dijo uno—, pero los
boches siguen ahí, y no podemos dejarlos pasar.» Más tarde, Ludendorff re-
cordaría que hasta él habían llegado «débiles ecos» de los disturbios que acae-
cían a escasos kilómetros de las posiciones alemanas. Por consiguiente, los
amotinamientos tuvieron un impacto mínimo sobre la situación estratégica
general.!”
A menudo, las quejas de los soldados tenían también cierto trasfondo polí-
tico. Así, había pequeños grupos que cantaban La internacional o mostraban su
apoyo a los bolcheviques haciendo ondear banderas rojas, pero seguían siendo
una clara minoría; y muchos amotinados apoyaban sin ambages el final de la
guerra, aunque no la paz a cualquier precio. En general, pedían una paz sin
anexiones, aunque, de forma reveladora, muchos exigían que Francia recupe-
rara Alsacia y Lorena como condición para terminar la guerra. Tales deman-
das demostraban que los soldados franceses mantenían un prudente vínculo
con los objetivos políticos del Estado francés, y que no consideraban que la in-
corporación de Alsacia y Lorena a Francia fuera una «anexión». En cualquier
caso, las reivindicaciones más frecuentes eran la devolución de la independen-
cia a Bélgica y la evacuación por los alemanes de todo el territorio ocupado
desde 1914.
Lo que sí tuvieron los amotinamientos fue un impacto espectacular sobre
el propio Ejér cito fran cés. Péta in con sig uió dest erra rlos con una mez cla de
tosquedad y pre ocu pac ión por las quej as legí tima s de los hom bre s. Aut ori zó la
ejecución de 27 hom bre s (de 499 con den ado s a mue rte por trib unal es mili ta-
res) que habían com eti do deli tos grav es, tale s com o ame naz ar a los ofic iale s o
alentar a la deserción en masa ; a casi 3.00 0 más, a los que se les enc ont ró cul-

19. Citado en ¿bid., págs. 342 y 347.


240 La Gran Guerra

pables de delitos menos graves, se les im pu so pe na s de pr is ió n o fu er on co n-


denados a trabajos forzados.
Pétain cambió también las co nd ic io ne s en el fre nte . Au to ri zó una ma yo r
frecuenci a en los pe rm is os y au me nt ó su du ra ci ón par a los ho mb re s qu e viv ían
lejos del frente, de ma ne ra que no inv irt ier an la ma yo r par te del pe rm is o en
esperar en las est aci one s de tre n o en el tra yec to a cas a. As im is mo , or de nó qu e
se me jo ra se n las co mi da s y que se in cl uy er an má s veg eta les fre sco s en la die ta
de los sol dad os. A par tir de un in fo rm e que cu lp ab a de mu ch os de los dis tur -
bios a la embriaguez, tomó medidas para controlar el acceso de los soldados a
su amado pinard, un vino barato rebajado con agua. Además de todo esto, des-
tituyó a docenas de oficiales, entre ellos dos generales, y a los restantes les dijo
que tenían que tomarse mayor interés en el bienestar de sus hombres y que se
les habría de ver en el frente con más regularidad. Y, al cancelar una ofensiva
prevista para mediados de junio, proporcionó al ejército un descanso más que
necesario.
Es bien sabido que Pétain les dijo a sus hombres que Francia esperaría a re-
cibir carros de combate y a la llegada de los norteamericanos antes de volver a
atacar. Sin embargo, ordenó tres ofensivas limitadas, planificadas con meticu-
losidad. La primera utilizó a hombres del norte que no se habían visto afecta-
dos por los amotinamientos para apoyar las operaciones de verano de Haig en
Ypres. La segunda retomó dos importantes posiciones en Verdún que seguían
en manos de los alemanes, la Colina 304 y la cresta
delMort Homme. En oc-
tubre, y a sabiendas de que los alemanes habían despojado notablemente sus
defensas del Chemin des Dames a fin de reforzar Ypres, Pétain se atrevió in-
cluso a intentarlo de nuevo en tan infausto sector. El ataque tuvo éxito, y Pé-
tain tomó toda la cresta en una semana, con un coste de 2.240 soldados fran-
ceses muertos. En las unidades encargadas del avance no se produjo ningún
indicio de amotinamiento. Los ataques, en especial el dirigido contra el Che-
min des Dames, proporcionó al Ejército francés una inyección de moral de la
que andaba muy necesitado.
Pétain empezó también el tardío proceso de modernizar el Ejército fran-
cés. Su primera medida consistió en entrenar a los soldados en operaciones
combinadas de las diferentes armas, en las que se integraban la infantería con
la artillería, la aviación y las unidades blindadas. Las piezas de artillería más
grandes y los carros de combate proporcionaban el apoyo de fuego pesado,
mientras que los morteros de trincheras y las ametralladoras prestaban a la
infantería un armamento con movilidad para el ataque. Pétain ordenó la crea-
ción de defensas elásticas escalonadas como las utilizadas por los alemanes en
el Somme. Las primeras líneas se encargarían de parar el ataque del enemigo,
mientras que las segundas presentarían la resistencia principal y las terceras
contraatacarían allí donde fuera viable. Las ofensivas francesas, limitadas y
Salvación y sacrificio 241

La aviación provocó la aparición de los artilleros antiaéreos, como estos soldados britá-
nicos del frente occidental. Adquirieron mayor relevancia cuando los pilotos aprendie-
ron a bombardear las posiciones terrestres desde el aire. (United States Air Force Academy
MecDermott Library. Colecciones especiales)

localizadas, actuarían sólo con la inteligencia y el apoyo logístico propios.


Fueran cuales fuesen sus defectos y, pese a sus delitos en la siguiente guerra
mundial, Pétain había apartado al Ejército francés del precipicio del amotina-
miento. La moral mejoró, y Pétain restableció «la dignidad del soldado indi-
vidual, cuando no su sensación de aislamiento respecto de la sociedad». El
Ejército francés había sobrevivido.

De la sexta a la undécima batalla del Isonzo

El italiano Cadorna hizo todo lo que pudo para rivalizar con el francés Nive-
lle en tozudez e insensibilidad hacia el bienestar de sus hombres. Entre agosto
de 1916 y agosto de 1917 lanzó seis ataques más en el valle del río Isonzo.
Aunque ninguna de esas batallas produjo el resultado necesario para permitir
a Cadorna realizar su prometido paseo hasta Viena, cada una de ellas tuvo el
éxito suficiente para justificar la sucesión. Por lo tanto, Cadorna consideró
cada uno de aquellos enfrentamientos cruentos no como un contratiempo,

20. Clayton, op. cit., pág. 143.


242 La Gran Guerra

sino como una victoria y una pr ue ba de la ca pa ci da d de co mb at e en des arr oll o


del Ejército italiano. Cada nu ev a ofe nsi va qu e pl an ea ba par ecí a ofr ece r la po-
sibilidad de ser la última.
El ataque de ago sto de 191 6, el que sup uso la sex ta bat all a del Iso nzo , pro -
dujo las pri mer as gan anc ias sus tan cia les de Ita lia en la gue rra . Las ofe nsi vas
de Bru sil ov hab ían dis tra ído la ate nci ón de los aus trí aco s, y la cap aci dad de los
italianos para mantener sus posiciones en la llanura de Asiago había conduci-
do a un perceptible aumento de la moral. Los soldados italianos, además, es-
tab an «an sio sos por ven gar » a los 6.9 00 cam ara das víc tim as, a fin ale s de jun io,
de un ataque sorpresa con gas de los austrohúngaros. Los fuertes vientos de las
montañas originaron unas condiciones climatológicas que habían impedido
prever un ataque con gas, y su utilización por los austríacos supuso el primer
ataque de este tipo en el Isonzo. Los soldados italianos, que tenían pocas más-
caras antigás, tuvieron una muerte «lenta y horrible»; según cuenta un histo-
riador militar, el gas les quemó los ojos y los pulmones.?'
Con esta motivación, los soldados italianos combatieron bien y tomaron
los montes San Michele y Sabatino, además de la ciudad más importante de la
región, Gorizia. Aunque la población estaba casi desierta y para entonces ya
había sufrido muchos daños, su toma, al tratarse de la primera ciudad austro-
húngara que caía en manos italianas, representó, pese a todo, una victoria im-
portante. Los italianos lograron así el control de la orilla oriental del río Ison-
zo, lo que obligó a los austrohúngaros a montar una nueva línea defensiva.
Cadorna volvió a atacar en septiembre (la séptima batalla del Isonzo), con-
fiando en sorprender a los austríacos antes de que pudieran establecer sus nue-
vas defensas; los italianos lograron algunos éxitos, pero no pudieron penetrar.
Dos ofensivas más en el otoño les permitieron ganar casi 5 km más, aunque con
un coste elevado de bajas. El hastío por la guerra de los italianos se convirtió
en un problema serio, aunque no surgió ninguna señal de amotinamiento.
Desde su observatorio londinense, Lloyd George quedó bastante impresiona-
do por los logros italianos como para apoyar el envío de soldados británicos y
piezas de artillería para reforzar a Cadorna y darle a los italianos la oportuni-
dad de conseguir una penetración de importancia.
El clima invernal aminoró el ritmo de las operaciones y dio tiempo sufi-
ciente a Haig y a Robertson para detener las previsiones del primer ministro.
Cadorna volvió a atacar en la primavera de 1917, en lo que constituyó la ma-
yor campaña italiana hasta la fecha. En mayo, después de que la ofensiva de
Nivelle y la de los británicos en Arras hubieran acabado, Italia dio comienzo a
la décima batalla del Isonzo. Las fuerzas italianas consiguieron adentrarse en

21. John Schindler, Isonzo: The Forgotten Sacrifice of the Great War, Westport, Connecticut,
Praeger, 2001, pág. 153.
Salvación y sacrificio 243

Soldados italianos del frente del Isonzo escudriñan las líneas austríacas, visibles al fondo,
desde detrás de unas pantallas antibalas. Adviértase la escasa profundidad de las trinche-
ras excavadas en la roca. (United States Air Force Academy McDermott Library. Colecciones
especiales)

la meseta de Bainsizza, al nordeste de Gorizia, aunque con un coste muy ele-


vado; los italianos sufrieron 157.000 bajas frente a 75.000 de los austrohúnga-
ros. Pero, convencido de que éstos se encontraban al límite de sus posibilida-
des, Cadorna decidió intentarlo una vez más.
En la undécima batalla del Isonzo, librada en agosto, Cadorna estuvo a
punto de lograr sus objetivos. Con unos efectivos superiores a los que habían
integrado todo el Ejército italiano en 1915, más de 530.000 hombres atacaron
a lo largo de un frente de 48 km. El agresivo general Luigi Capello, otrora
desterrado por Cadorna, había vuelto para ponerse al mando del Il Ejército.
Sus hombres tenían la responsabilidad de tomar las posiciones que les queda-
ban a los austrohúngaros en la meseta de Bainsizza. El duque de Aosta, a quien
Capello le había robado el mérito de la toma de Gorizia, atacaría por el sur
con su TI Ejército, sirviendo de apoyo a Capello y moviéndose entre Gorizia
y Monfalcone.
En medio de unas bajas tremendas, las fuerzas de Boroevié consiguieron
detener al III Ejército; sin embargo, Capello tomó toda la meseta de Bainsiz-
za, y sólo se detuvo cuando a sus hombres se les acabaron los suministros. El
momento culminante de la batalla para los italianos se produjo cuando los sol-
dados establecidos en el valle situado debajo del Monte Santo oyeron, prove-
244 La Gran Guerra

niente de la cima, la música marcial de los italianos que, a pesar del bombar-
deo austrohúngaro, siguió sonando. Las aclamaciones procedentes del valle
animaron a seguir al director de la banda, el famoso Arturo Toscanini, que,
con 50 años, había subido la montaña de 700 m para enardecer a los soldados
italianos y llevarlos hasta la victoria.?? Aquello marcó el punto álgido del es-
fuerzo bélico italiano.
Los austríacos, incapaces de mantener ya sus líneas sin apoyo, recurrieron,
y no por primera vez en la guerra, a los alemanes. Si los británicos y los fran-
ceses reforzaban el sector italiano, la posición austrohúngara no tardaría en
encontrarse en una situación desesperada. Después de once intentos y unas
bajas aproximadas de 460.000 italianos muertos y otros 960.000 heridos,
Cadorna había conseguido agotar por fin al Ejército austrohúngaro. Seguía
estando bastante lejos de Viena, aunque parecía haber conseguido una gran
victoria de desgaste. Los alemanes, sin embargo, tenían otros planes. Habían
formado un nuevo XIV Ejército bajo las órdenes del general Otto von Below.
Las nuevas fuerzas alemanas, entre las que se contaba un elevado número de
tropas de asalto, empezaron enseguida a planear su propia ofensiva de Isonzo,
la cual iba a provocar una de las victorias más desiguales de la guerra.

22. Ibid., pág. 237.


Capítulo 10
Unos pocos kilómetros
de barro líquido
La batalla de Passendale

¿E irás a Flandes, mi querida Mally?


¿Para ver a los grandes generales, mi preciosa Mally?
Lo que verás serán las balas volar,
y a las mujeres oirás llorar,
y a los soldados morir verás,
mi querida Molly.

Canción de los soldados del duque de Marlborough,


principios del siglo XVII*

P or el lado de los aliados, el desastre de la ofensiva de Nivelle y el subsiguien-


te hundimiento de la moral francesa que culminó con los amotinamientos
arrojó el peso de ganar la guerra en 1917 sobre el Ejército británico. Haig y su
Estado Mayor recurrieron a un plan que habían estado desarrollando desde
los últimos estertores de la campaña del Somme, en el otoño anterior. Así que
volvieron su atención hacia el norte, hacia Flandes y el saliente de Ypres, esce-
nario de dos sangrientas batallas. Flandes, que estaba más cerca de los centros
de suministros británicos y defendía los trascendentales puertos del canal de la
Mancha, nunca estaba demasiado lejos del pensamiento estratégico de Haig.
Los alemanes habían permanecido en relativa inactividad en ese sector desde
la segunda batalla de Ypres, acaecida en abril de 1915. Ésa era la razón de que
Haig creyera que los alemanes serían vulnerables a una gran operación en la
zona durante 1917.
La reanudación por los alemanes de la guerra submarina ilimitada propor-
cionó un motivo más para llevar a cabo una ofensiva en Flandes. Sólo en 1917,
el tonelaje de barcos aliados hundidos por los alemanes ascendió a 250.000 to-
neladas, y desde mayo a diciembre, la GSI se cobró otros 500 mercantes bri-
tánicos, muchos de los cuales navegaban cerca de su país, por el canal de la

* Citado en Eye-Witness Accounts of the Great War: Guide to Quotations, Ypres: en Flanders Field
Museum, Cloth Hall, Market Square, sin fecha, pág. 2.
246 La Gran Guerra

Mancha o a escasa distan cia de la cos ta me ri di on al de Irl and a. Lo s hu nd im ie n-


tos pusieron en pel igr o el ab as te ci mi en to de al im en to s de Gr an Br et añ a, lo
que llevó al almira nte no rt ea me ri ca no Wi ll ia m Si m a co me nt ar : «Y o est aba
atónito, po rq ue no me hab ía im ag in ad o ja má s alg o tan ter rib le» .' Si ms hab ía
seguido con atenci ón la gue rra su bm ar in a, y est abl eci do una s est rec has rel a-
ciones con los almirantes de la Royal Navy, de los que aprovechó su experien-
cia . Má s tar de, se con ver tir ía en un exp ert o en cre ar las téc nic as nec esa ria s
par a lib rar la gue rra an ti su bm ar in a con efe cti vid ad, téc nic as de las qu e los ali a-
dos andaban necesitados, porque el éxito de la GSI hizo que muchos británi-
cos y norteamericanos se preguntaran si los aliados podrían sobrevivir más allá
del otoño. l
Haig prometió que su ofensiva ayudaría a solucionar la amenaza de la gue-
rra submarina. Con esta idea, planeó una operación en tres etapas que obliga-
ría a retroceder a los alemanes en Bélgica hasta Courtrai y Zeebrugge. En caso
de tener éxito, la operación daría a los británicos el control de una importante
franja de la costa belga, privando así a la flota alemana de las bases submarinas
de Ostende y Zeebrugge. En la primera fase, las fuerzas británicas abrirían una
gran brecha en Ypres; en la segunda, la Royal Navy desembarcaría al IV Ejér-
cito por detrás de las líneas alemanas en las cercanías de Ostende; y en la últi-
ma, las dos fuerzas explotarían su éxito dirigiéndose a Gante y moviendo el
frente más de 64 km, lo que permitiría a los británicos el control de las tras-
cendentales bases navales alemanas en Bélgica.
Como la mayor parte de la gente que estaba familiarizada con estos por-
menores comprendió, el plan era demasiado ambicioso para la realidad de la
guerra en 1917. Lloyd George no tardó en poner objeciones, y el jefe del Es-
tado Mayor Imperial, sir William Robertson, ayudó a convencer a Haig para
cancelar la fase anfibia, lo que, por fuerza, imponía la cancelación de la mar-
cha conjunta hacia Gante. Robertson, hijo de un sastre que había ido ascen-
diendo en el escalafón hasta alcanzar los más altos entorchados, era un hombre
autoritario. Como Haig, detestaba a Lloyd George, al que en una carta dirigi-
da al jefe del Estado Mayor de aquél denominó «cabrón malcriado».? Sin em-
bargo, y a pesar de su común animadversión hacia el primer ministro, Robert-
son contuvo a Haig en sus ilusorias pretensiones, convencido de que el plan de
este último no tenía ninguna posibilidad de conseguir todos sus ambiciosos
objetivos.
Lloyd George, comprendiendo la necesidad de obstaculizar a la flota sub-
marina alemana por cualquier medio, prestó su apoyo a la operación a regaña-

l. Sims, citado en C. M. R. E. Cruttwell, 4 History of the Great War, 1917-1918, Oxford, Cla-
rendon Press, 1934, pág. 384.
2. Robertson a Launcelot Kiggell, 9 agosto 1917, LACMA, documentos Kiggell, 3/1-11.
Unos pocos kilómetros de barro líquido 247

William Robertson (izquierda) y Ferdinand Foch (derecha) compartían una profunda


desconfianza hacia los políticos, así como el deseo de alcanzar una resolución satisfacto-
ria de la guerra. Ambos hombres habían iniciado sus carreras militares como soldados ra-
sos y ascendido hasta llegar a mariscales. Robertson fue el primero en la historia de Gran
Bretaña en conseguirlo. (Australian War memorial, negativo n* H09473)

dientes, aunque dejó bien sentado que, si la ofensiva no tenía éxito, se reserva-
ba la opción de trasladar las fuerzas británicas desde el frente occidental a Ita-
lia, Salónica o Palestina. Deseoso de que el Ejército francés tomara parte en
una operación exitosa, Pétain envió al fiable y efectivo V Ejército para que
operara en el flanco izquierdo británico.
248 La Gran Guerra

La alte ra ci ón de la ge og ra fí a: Pl um er en Me ss in es

La geografía del saliente de Yp re s di fi cu lt ab a cu al qu ie r of en si va . Co mo oc u-


rriera en la última batall a de Yp re s de 191 5, el sa li en te br it án ic o so br es al ía ha -
cia el interior de las lín eas al em an as , fo rm an do un a C in ve rt id a de cas i ci nc o
kilómetr os de la rg o, de sd e Bo es in gh e ha st a St. El oi . Al sur de l sa li en te br it á-
nico había otro al em án de si mi la re s ca ra ct er ís ti ca s, co n ba se en los al re de do -
res de las ciudades de Wy ts ch ae te y Me ss in es . El sa li en te al em án era un a am e-
naza para cualquier operación de los británicos hacia el este y afectaba a todas
las comunicaciones con el sur; suponía, por tanto, un obstáculo enorme para
los es tr at eg as de la of en si va . Lo s al em an es co ns er va ba n la ma yo r pa rt e de l
suelo elevado que existía alrededor de Ypres, y tenían establecidas sus posi-
ciones a lo largo de las colinas que discurrían hacia el nordeste, desde Messi-
nes hasta el pueblo de Passendale. El terreno del sector rara vez se elevaba
por encima de los 60 m, lo que implicaba que incluso esas pequeñas eleva-
ciones tenían una importancia estratégica trascendental. Y lo más importan-
te era que la posesión alemana de las colinas permitía a éstos observar los mo-
vimientos británicos.
Antes de que cualquier operación pudiera ser puesta en marcha, los britá-
nicos tenían que neutralizar la amenaza que representaba para la parte meri-
dional de sus posiciones el saliente de Messines. La responsabilidad recayó
sobre un corpulento general de aspecto a todas luces nada militar, pero que
era tan querido por sus hombres que terminó siendo conocido como «Papaí-
to». Herbert Plumer llevaba desde 1915 en el sector de Ypres, donde había
ascendido a comandante del II Ejército. Metódico e inteligente, Plumer y su
brillante jefe del Estado Mayor, Charles Tim Harrington, habían convertido
al II Ejército en una de las grandes unidades más brillantes de todo el frente
occidental en 1917. Philip Gibbs, que criticó con dureza a la mayor parte de
los mandos de la cúpula militar británica, destacó al l Ejército por «una
meticulosidad en el método, una minuciosidad en la atención al detalle, [y]
una preocupación por la comodidad y el ánimo de los hombres» del que ca-
recían por lo general, creía el periodista, la mayoría de las unidades britá-
nicas.?
Plumer y su meticuloso Estado Mayor habían concebido un plan novedo-
so para eliminar las defensas alemanas en las colinas de Messines. Si las dos
primeras batallas de Ypres habían demostrado la dificultad de destruir las po-
siciones enemigas desde la superficie, entonces los británicos las destruirían
desde abajo. En 1915 los hombres de Plumer habían empezado una inmensa
labor de tunelización debajo de las posiciones alemanas; en 1916 ya tenían

3. Philip Gibbs, Now It Can Be Told, Nueva York, Harpers, 1920, pág. 477.
Unos pocos kilómetros de barro líquido 249

construidos 8 km de túneles, capaces de albergar más 450.000 kg de explosi-


vos. El concienzudo trabajo de perforación proseguía a un ritmo de tres a cua-
tro metros y medio por día. El éxito obtenido por las operaciones de minado
en el Somme proporcionó más incentivos a Plumer para continuar con el pro-
yecto. Sin embargo, después del Somme, los mineros británicos ya no podían
contar conel factor sorpresa, así que tuvieron buen cuidado de no revelar su
plan a las fuerzas alemanas, las cuales se situaban a menudo a sólo 9 m por en-
cima de ellos. Las contramedidas alemanas descubrieron uno de los túneles y
lo bloquearon, pero el hallazgo no les llevó a sospechar la enorme escala del
proyecto de Plumer.
El 21 de mayo de 1917 los británicos empezaron la ofensiva en Messines.
Más de 300 aviones del Real Cuerpo de Aviación despejaron los cielos e ini-
ciaron el proceso de corregir la precisión de la artillería. Plumer había con-
centrado 756 cañones pesados y 1.510 cañones de campaña en el sector para
enfrentarse a 400 cañones pesados y 344 de campaña de los alemanes.* Tal
concentración venía a ser lo mismo que una pieza por cada 20 m de terreno,
en un frente de casi 15 km. En total, la imponente artillería británica disparó
144.000 toneladas de proyectiles. Sin embargo, esta potencia de fuego era un
mero complemento de la operación subterránea principal. En la noche del 6 de
junio, Harrington supervisó la preparación definitiva de las minas. «No sé si
mañana cambiaremos la historia, pero lo que sí es seguro es que alteraremos la
geografía.»
A la mañana siguiente, los habitantes de Lille, ciudad situada a más de
24 km de distancia, informaron a los ocupantes alemanes de que se había pro-
ducido un terremoto. En el oriente de Inglaterra, Vera Brittain advirtió «un
impacto extraño por la mañana temprano»; hubo gente en Londres que oyó
también el insólito ruido. Lo que unos y otros habían oído y sentido no era un
terremoto (aunque el temblor de tierra se percibió hasta en los alrededores de
Londre s) sino la detona ción simult ánea de diecin ueve minas colocad as bajo
las colinas de Messin es que contení an, en total, más de 500 tonelad as de amo-
nal de alta concen tració n. Inmedi atamen te despué s de las detona ciones , los
británicos iniciaron un bombardeo con sus 2.266 cañones.
Los efectos fueron devastadores. Uno de los cráteres ocasionados por las
explosiones de las min as mid ió más de 130 m de diám etro . Las dim ens ion es
med ias de los crát eres fuer on de unos 76 m de anc ho por 26 m de pro fun di-
dad; según observó un com ent ari sta , alg uno s eran lo bast ante gra nde s «par a

4. Robin Prior y Tre vor Wil son , Pas sch end ael e: The Unt old Sto ry, New Hav en, Yal e Uni ver sit y
Press, 1996, pág. 59.
5. Harrington, citado en Gar y She ffi eld , For got ten Vict ory: The Firs t Wor ld War , Myt hs and Re-
alities, Londres, Headline, 2001, pág. 169.
250 La Gran Guerra

contener un edificio de cinco planta s» .* Ca si 10 .0 00 al em an es mu ri er on a ca u-


sa de la explosió n o fu er on se pu lt ad os vi vo s po r la tie rra le va nt ad a; ” má s de
7.500 alemanes, de ma si ad o at ur di do s pa ra co mb at ir , se ri nd ie ro n, y el pr im er
kilómetr o y me di o de las lí ne as de de fe ns a al em an a en Me ss in es se de sm o-
ronó. Los enfren ta mi en to s en las la de ra s or ie nt al es de la ca de na y má s all á se
prolongaron dura nt e ot ro s di ez día s, au nq ue los re su lt ad os ob te ni do s po r los
británicos fueron disminuyendo a medida que avanzaban. De nuevo, se hizo
ev id en te la di fi cu lt ad de al ca nz ar un a pe ne tr ac ió n, y los br it án ic os fu er on ac u-
mu la nd o ba ja s al ti em po qu e los al em an es en du re cí an la re si st en ci a. En tot al,
los británicos tuvieron 17.000 bajas, mientras que los alemanes perdieron más
de 25.000 hombres. El II Ejército había conseguido un fenomenal éxito local
y, sin duda, cumplió con la promesa de Harrington de alterar la geografía de
las colinas de Messines, pero, a aquel ritmo, las fuerzas aliadas llegarían a Bru-
selas —por no hablar de Berlín— al cabo de décadas, no de semanas.
El éxito de Messines significaba que Haig tenía ya su flanco meridional
asegurado para la gran penetración desde el saliente de Ypres, pero se movió
con una lentitud glacial: esperó casi siete semanas para explotar el éxito de
Messines. Y, al hacerlo así, desperdició un tiempo valiosísimo y renunció a
cualquier esperanza de lograr el factor sorpresa en el sector de Ypres. Éste fue
el primero de los muchos errores cometidos por Haig en esa campaña, la cual
se reveló como una de las peor dirigidas de toda la guerra. A partir de ese mo-
mento, la penetración en las líneas enemigas, tan difícil de conseguir en cual-
quier circunstancia, se convirtió en algo casi imposible. Messines, un único
éxito con más de dos años de preparación, no se podría repetir. Por lo tanto, la
tercera batalla de Ypres empezó en unas condiciones que no eran, ni mucho
menos, las ideales, y los problemas no tardaron en verse agravados por las de-
cisiones desastrosas adoptadas por los mandos de más alto rango del Ejército
británico.
Parte del retraso se debió a la imprudente decisión de Haig de cambiar a
los jefes de las unidades. La prudencia y minuciosidad de Plumer habían sido
fundamentales para el éxito de Messines; sin embargo, Haig creía que esas
mismas virtudes podrían impedir que Plumer atacara y aprovechara la oportu-
nidad con la clase de ardor que él esperaba. Por lo tanto, y a pesar de la fami-
liaridad sin parangón de Plumer con el saliente de Ypres, de la superioridad

6. Holger Herwig, The First World War: Germany and Austria-Hungary, 1914-1918, Londres,
Edward Arnold, 1997, pág. 330.
7. Martin Gilbert, The First World War: A Complete History, Nueva York, Henry Holt, 1994,
pág. 336 (trad. cast.: La Primera Guerra Mundial, Madrid, La Esfera de los Libros, 2004). Dos mi-
nas no llegaron a explotar. Una fue localizada y detonada de manera controlada en 1955. La locali-
zación exacta de la otra continúa siendo un misterio. En la actualidad sigue sin explotar en alguna
parte del subsuelo de Flandes, cerca del bosque de Ploegsteert.
Unos pocos kilómetros de barro líquido 251

Ae

El aeródromo aliado que se muestra aquí estaba todavía en fase de construcción cuando
se tomó esta fotografía en 1918. Los hangares no se habían terminado de construir, pero
a izquierda y derecha de la parte inferior de la imagen se pueden distinguir los fosos de
protección para las ametralladoras antiaéreas. (United States Air Force Academy McDermott
Library. Colecciones especiales)

del trabajo de su Estado Mayor y de la confianza que sus hombres tenían en él,
Haig decidió cambiar al jefe de la operación. Así que ordenó que el II Ejército
de Plumer se dirigiera al sur, fuera del sector de Ypres que tan bien conocía.
En lugar del II Ejército, Haig asignó al V Ejército de Hubert Gough para
ocupar el saliente de Ypres. Gough pertenecía a una notable familia de milita-
res. Uno de sus antepasados había dirigido la conquista del Punjab, y tanto su
padre como su hermano, su tío y su primo habían ganado la Cruz Victoria, la
más alta condecoración del Imperio británico. Alumno de Eton y graduado
en Sandhurst, Gough consiguió sobrevivir a las graves heridas recibidas en la
guerra Bóer, donde había combatido de manera distinguida. Más tarde, había
enseñado en la prestigiosa Escuela del Estado Mayor británica de Camberley.
En teoría, era el militar ideal.
Sin embargo, el que Gough tuviera un empleo en 1917 se debía sólo a la
intervención de Haig. En marzo de 1914 Gough estaba al mando de la II Bri-
gada de Caballería, destacada en el cuartel de Curragh, Irlanda. Cuando a
Gough y a otros oficiales de la brigada les pareció que el gobierno estaba a pun-
to de hacer pública una declaración de apoyo al Home Rule irlandés [Ley de
252 La Gran Guerra

Autogobierno para Irlanda], él y ot ro s 65 ofi cia les am en az ar on co n de so be de -


cer la orden y dim iti r. Cu an do el go bi er no se di sp on ía a re sp on de r a la br av a-
ta de los mi li ta re s, Ha ig pr ot es tó y ad vi rt ió al en to nc es je fe de l Es ta do Ma yo r
imperial, sir John Fr en ch , qu e si el ej ér ci to ca st ig ab a a Go ug h y a los ot ro s
amotinados, provoc ar ía un a av al an ch a de di mi si on es en la of ic ia li da d de l ej ér -
cito. El escándalo resultante, que el rey Jorge V tildó de «catástrofe desas-
tr os a e ir re pa ra bl e» , co nd uj o a las di mi si on es ta nt o de sir Jo hn co mo de l se-
cr et ar io de Es ta do pa ra la Gu er ra , J. E. B. Se el y. * (L a en or me ad mi ra ci ón
despertada por la dimisión por motivos de conciencia de sir John contribuyó
a que fuera nombrado comandante de la Fuerza Expedicionaria Británica en
agosto de ese año.)
Sin embargo, Gough consiguió sobrevivir gracias, en buena medida, al
apoyo de Haig; de hecho, en lugar de ser expulsado del ejército, que tan me-
recido se lo tenía por su comportamiento en Curragh, ascendió con rapidez en
el escalafón. Los sucesivos y rápidos ascensos le llevaron de comandar una di-
visión en Festubert a un cuerpo de ejército en Loos y, de ahí, al V Ejército du-
rante la campaña del Somme. Gough era el comandante más joven del Ejér-
cito británico, con seis años menos que Rawlinson, nueve menos que Allenby,
y trece menos que Plumer. Con todo, albergaba sus propias dudas acerca de
los ambiciosos objetivos de Haig para la ofensiva, y creía que Plumer, que co-
nocía Ypres y acababa de tener un éxito en Messines, debería haber conserva-
do el mando de la operación.”
Los problemas con el mando se vieron agravados por la tardanza con que
Haig había tomado la decisión. Gough ni siquiera estableció un cuartel gene-
ral en Flandes hasta el 1 de junio, sólo seis días antes del inicio del ataque en
Messines. Además de carecer de experiencia en el saliente de Ypres, su im-
popularidad entre los soldados rasos, subordinados y colegas sólo era com-
parable con el desafecto del jefe de su Estado Mayor, el sarcástico e indómito
Nelly Malcolm. Gibbs describió a los oficiales del Estado Mayor de Gough
como «un grupo de arrogantes y altaneros sin ningún atisbo de inteligencia.
De tener alguna sabiduría, ésta quedaba totalmente camuflada por un halo de
incompetencia; si poseían algún conocimiento, lo escondían como si se trata-
ra de un secreto íntimo».!” Nuevo en la región y nada dispuesto a pedir con-
sejo a Plumer, Gough tenía mucho que hacer y poco tiempo para hacerlo.
Los alemanes se aprovecharon del retraso del bando británico para fortale-
cer lo que era ya una de las mejores posiciones defensivas del mundo. Dado

8. Jorge V, citado en Richard Holmes, The Little Field Marshall: Sir Jobn French, Londres,
Jonathan Cape, 1981, pág. 182.
9. Philip Warner, Passchendaele, Hertfordshire, Wordsworth, 1987, pág. 39.
10. Gibbs, op. cit., págs. 476-477.
Unos pocos kilómetros de barro líquido 253

que las capas freáticas de Flandes dificultaban el atrincheramiento, los alema-


nes habían establecido un sistema elástico de defensas basado en granjas forti-
ficadas, fortines de hormigón y refugios reforzados. Su idea consistía en absor-
ber el peso de los ataques enemigos con tres cinturones principales, separados
unos de otros alrededor de dos kilómetros. Hasta cuatro líneas más de defen-
sa protegían los lugares clave. Comprendiendo que el Ejército francés se man-
tendría inactivo durante el verano a consecuencia del desastre del Chemin
des Dames, los alemanes trasladaron fuerzas adicionales al sector. Más de se-
tenta divisiones alemanas acabarían combatiendo en la tercera batalla de Ypres,
conocida también como la batalla de Passendale.
Dos trabajos actuales sobre la campaña han concluido que «la distancia en-
tre las aspiraciones del alto mando y su capacidad para lograrlas casi no podía
haber sido más evidente».!! La sorpresa era imposible por completo, tal y
como se desprende de la carta enviada por Robertson al jefe del Estado Mayor
de Haig desde el famoso hotel Crillon de París: «Aquí todo el mundo parece
saber la fecha [de inicio], incluido el ascensorista».!? Sin embargo, los británi-
cos siguieron adelante con la ofensiva, que empezó el 22 de julio con un bom-
bardeo previo de la artillería durante diez días. El V Ejército de Gough conta-
ba con una batería de artillería impresionante que ascendía a 3.000 piezas, de
las que casi un tercio eran cañones pesados. Los pilotos británicos, sin embar-
go, no lograron la superioridad aérea, y el mal tiempo dejó fuera de servicio a
muchos aviones. En consecuencia, las posiciones alemanas permanecieron in-
tactas, y la mayoría seguían operativas cuando la fase de preparación artillera
concluyó el 31 de julio.
El bombardeo no había conseguido neutralizar a los alemanes, aunque a
todas luces sí que había logrado machacar el terreno sobre el que tenían que
avanzar los soldados. Al destruir el sistema de drenaje de Flandes, la artillería
británica dejó el terreno sin protección frente a las fuertes lluvias. Éstas, que
enseguida quedarían asociadas estrechamente a la ofensiva de Passendale, ca-
yeron con fuerza durante la primera jornada de la fase de infantería, que se
inició el 31 de julio, y siguieron durante todo el mes de agosto a excepción de
tres días. El sector de Passendale, que tenía un índice pluviométrico medio
de 70 mm dura nte ese mes, recib ió 127 mm aquel agost o. El terre no se con-
virti ó pron to en un cena gal en el que homb res, cabal los y vehíc ulos luch aron
(a menudo en vano) por no morir ahogados.
El mal tiempo limitó el apoyo artillero disponible para el avance de la in-
fantería. El barro imp idi ó que 136 carr os de com bat e de Gou gh se unie ran a
la bata lla; sólo 19 carr os, de los 52 asi gna dos a la pri mer a olea da, con sig uie ron

11. Prior y Wilson, op. cit., pág. 85.


12. Robertson a Kiggell, 27 de julio de 1917, LACMA, documentos Kiggell, 3/1-11.
254 La Gran Guerra

Las lluvias torrenciales y la destrucción de los sistemas de drenaje provocaron la inunda-


ción del saliente de Ypres durante la campaña de Passendale de 1917, provocando que
algunos hombres afirmaran con sarcasmo que habían visto submarinos alemanes en las
trincheras. (Imperial War Museum, propiedad de la Corona, p. 396)

avanzar. El lodo tendía también a absorber el impacto de los proyectiles de ar-


tillería, y la lluvia permanente impidió el reconocimiento aéreo. El primer día,
en la mayor parte de los sitios los británicos adelantaron sus líneas sólo unos
pocos cientos de metros, aunque por su izquierda consiguieron avanzar casi
cinco kilómetros, y tomaron la ciudad de Pilckem. Sin embargo, ese día su-
frieron 27.000 bajas y no fueron capaces de perforar, o ni siquiera de amena-
zar de manera significativa, la segunda línea alemana; y la incapacidad del flan-
co derecho para penetrar en la llanura de Gheluvelt dejó el centro británico
peligrosamente expuesto.
Debería haber resultado evidente desde el primer día que no se produciría
ninguna ruptura de las líneas alemanas. El propio Gough dudó de que la bata-
lla tuviera alguna posibilidad de cumplir con las elevadas expectativas que Haig
tenía depositadas en ella. Sin embargo, éste no consideró los recelos de sus ofi-
ciales, y tampoco recibió una gran ayuda de su Estado Mayor. Su jefe de inte-
ligencia, John Charteris, insistió durante toda la campaña en que la moral de los
alemanes era débil, y que tanto las reservas como la efectividad en combate del
enemigo estaban a punto de agotarse. O Haig quiso creer lo que se le decía
—pese a todas las evidencias de lo contrario— o fue engañado por un mal Es-
tado Mayor cuyas aseveraciones no se molestó en comprobar personalmente.
Unos pocos kilómetros de barro líquido 255

La campaña de Passendale pone de relieve las dificultades inherentes a las


estructuras del mando en la guerra moderna. Un siglo antes, en otro rincón
de la pequeña nación belga, Wellington había podido observar a Napoleón a
través de un catalejo mientras éste cabalgaba por el campo de batalla, al tiem-
po que comentaba las tácticas con sus principales oficiales en la campaña. En
la guerra civil norteamericana, medio siglo antes, semejante disposición de
mando siguió siendo el estilo preferido de Robert E. Lee y sus generales con-
federados. En 1917, sin embargo, los campos de batalla se habían hecho tan
grandes, y el flujo de información tan desmesurado, que el estilo de mando
personal practicado en el siglo XIX se había hecho imposible. Al igual que la
mayoría de los jefes de alto rango, Haig vio poco del campo de batalla real, no
por cobardía, sino porque no podía dirigir una batalla tan descomunal desde
el frente.
Ésta fue la razón de que los jefes supremos pasaran a depender más que
nunca de las aptitudes de los oficiales de su Estado Mayor. Cuando éstos lo
hacían mal, de hecho dejaban a ciegas a sus jefes o los obligaban a actuar sin
la suficiente información. No por casualidad, la mayor parte de los grandes
comandantes de la guerra contaron con unos excelentes jefes en sus Estados
Mayores. La confianza de Hindenburg en Ludendorff, la de Foch en Maxime
Weygand y la de Plumer en Harrington, mejoró notablemente la capacidad de
los tres para tomar decisiones basándose en la mejor información disponible.
Ninguno de esos jefes del Estado Mayor asumieron el mando de ejército algu-
no, en parte por lo valiosos que eran para sus jefes. Sin embargo, Haig depen-
dió en Passendale de un optimista contumaz como Charteris y de un jefe del
Estado Mayor inexperto, Launcelot Kiggell. Este último no había oído jamás
un tiro en combate a lo largo de toda su carrera militar de 35 años y no paró
de aconsejar mal a Haig de manera sistemática durante toda la campaña.'*
La manifiesta falta de carácter de los oficiales del Estado Mayor condujo a
lo que Gibbs describió como «una sensación de enorme depresión entre los
muchos oficiales y hombres con los que he tenido contacto».!* La desconfian-
za entre el frente y el Estado Mayor, siempre presente en cualquier ejército, se
convirtió en un problema grave. Al final, se acabó por extender entre los hom-
bres el rumor de que los dos bandos habían acordado en secreto no bombar-
dearse los respectivos cuarteles generales. «El alemán se lleva el duro y las
cinco pesetas», proseguía el chiste. «Su Estado Mayor está a salvo, lo cual lo
beneficia. Y nuestro Estado Mayor está a salvo, lo cual también lo beneficia.»!?

13. Véanse los recuerdos de otro oficial del Estado Mayor de Haig, James Marshall-Corn-
wall, Haig as Military Commander, Nueva York, Crane, Russell and Co., 1973.
14. Gibbs, op. cit., pág. 485.
15. Warner, op. cit., pág. 173.
256 La Gran Guerra

En esta fotografía de propaganda, el káiser Guillermo [I (centro) intenta adoptar un aire


competente, mientras esconde su brazo atrofiado. Paul von Hindenburg (izquierda) y
Erich Ludendorff (derecha) estaban dirigiendo la guerra en 1918 sin informar de manera
regular al káiser de sus acciones. (National Archives)

Corría también el rumor de que Kiggell había abandonado la seguridad del


cuartel general en mitad de la campaña para comprobar por sí mismo la razón
de que los hombres no estuvieran avanzando. Al llegar al borde de la zona de
combate, su coche se quedó atascado en un lodazal. Entonces, se volvió a un
oficial y gritó: «¡Huy, Dios! ¿De verdad hemos enviado a los hombres a luchar
en esto?». Sin esperar un segundo, un veterano de la campaña le contestó:
«Peor es avanzar contra los superiores».!% El incidente no ocurrió jamás,
pero la asunción de la incompetencia del Estado Mayor prestó credibilidad a
la historia.
Un segundo gran intento de las fuerzas británicas a mediados de agosto
tomó el montón de escombros que en otros tiempos había sido la ciudad de
Langemark y ganó casi kilómetro y medio de terreno a cambio de 15.000 ba-
jas. La frustración de Gough hizo que resurgiera su inquina hacia los irlande-
ses y culpó a las tropas irlandesas de la incapacidad para romper las líneas ale-
manas. Tiempo después, el propio Haig mostró su inclinación anticatólica al
culpar del pesimismo de la Oficina de la Guerra sobre la ofensiva de Passen-

16. Hay muchas versiones de esta anécdota. Esta aparece en Paul Fussell, The Great War and
Modern Memory, Oxford, Oxford University Press, 1975, pág. 84.
Unos pocos kilómetros de barro líquido 257

dale al católico director de Información militar, el prudente pero competente


George Macdonough.'” Haig acusó a Macdonough de obtener su informa-
ción de sospechosas fuentes «católicas». Sin duda, los juicios que llegaban a la
oficina de Macdonough contrastaban sobremanera con las optimistas afirma-
ciones de Charteris.
Para salir del punto muerto al que se había llegado en Passendale, Haig de-
cidió a regañadientes reducir la zona de operaciones del V Ejército y ampliar
la del II Ejército de Plumer, dando a éste una tardía autoridad sobre la parte
meridional del saliente de Ypres. Plumer se dispuso a trabajar con su meticu-
losidad característica, y, en lugar de romper las líneas alemanas, planeó cruzar
la llanura de Gheluvelt de manera escalonada en tres medidos saltos de apenas
kilómetro y medio cada uno. Una vez estuviera la llanura en manos británi-
cas, Gough tendría protegido su flanco derecho para acometer un nuevo in-
tento contra el obstáculo principal, la cresta de Passendale. Plumer organizó
una concentración de artillería tres veces mayor que la utilizada el 31 de julio
y disparó más de 1,6 millones de proyectiles para apoyar al primer escalón.
Los británicos emplearon también un proyector Livens, un aparato eléctrico,
parecido a un tirachinas, que disparaba proyectiles de gas. Potente pero im-
preciso, podía lanzar proyectiles de 90 kg hasta casi 2.000 m, una distancia su-
ficiente para evitar que el gas se volviera contra los soldados propios, un pro-
blema crónico con los botes de humo.
Plumer dirigió dos ataques en septiembre y octubre de 1917, el primero
para controlar el camino de Menin, y el segundo para apoderarse del bosque
de Polygon. Los combates subsiguientes se convirtieron en unos de los más
enconados de la campaña. Los alemanes introdujeron el gas mostaza en gran-
des cantidades, y el parón de las lluvias permitió un fuego de artillería más
preciso. Plumer consiguió tomar los dos objetivos hacia el 4 de octubre, pero
las bajas habían sido tremendas. Las primeras siete semanas de campaña ya les
habían costado a los británicos 86.000 bajas, y el ataque de Plumer contra el
bosque de Polygon añadió otras 15.000. En total, la campaña se había saldado
con 1.699 bajas británicas por kilómetro cuadrado de territorio belga arrasado
y anegado por las aguas.'*
El tremendo coste pagado por unas ganancias tan exiguas hizo que Lloyd
George y el Min ist eri o de la Gue rra se pla nte ara n hace r cam bio s. El pri mer
ministro comparó el avan ce poc o favo rabl e de Hai g con el de Nive lle de aque -
lla pri mav era . Sin pre ten der cues tion ar el plan ope rac ion al de Hai g —lo cual
se con sid era ba de dom ini o excl usiv o de los mil ita res —, Llo yd Geo rge con-
templó cóm o se reti ró gran part e de la arti ller ía pes ada del V Ejér cito y se

17 Prior y Wilson, op. cit., pág. 166.


18. Ibid., pág. 131.
258 La Gran Guerra

Los aliados atacaron el frente occidental en 1917 con unos resultados catastróficos, pero los
alemanes padecieron también sufrimientos terribles. Alemania confiaba en poder trasla-
dar tropas desde el frente oriental para compensar las bajas. Los aliados contaban con los
norteamericanos. (O Bettmann/Corbis)

envió a Italia. Al hacerlo, confiaba el primer ministro, impediría que Haig


reanudara la ofensiva, salvo que colocara a los soldados británicos en una po-
sición vulnerable frente a un posible contraataque de los alemanes. Sin embar-
go, Haig seguía manteniendo el optimismo e incluso había advertido a la Ro-
yal Navy para que se preparase para un desembarco en la costa belga, a fin de
apoyar la incursión que él creía inminente.
El retorno de las lluvias en octubre condenó al fracaso un rápido avance
sobre el tercer escalón de Plumer, la ciudad de Broodseinde, justo al sur de
Passendale. Durante todo el mes siguieron unos aguaceros torrenciales que
parecían no tener fin, lo que no hizo sino aumentar los sufrimientos de la cam-
paña. La batalla había perdido todo significado estratégico, aunque el objeti-
vo simbólico del pueblo de Passendale, que, supuestamente, tenía que haber
sido tomado al cuarto día, siguió en manos alemanas. El 30 de octubre las
fuerzas británicas y canadienses sufrieron 2.000 bajas para mover la línea ape-
nas 500 m. Plumer prosiguió con su lento y cruento avance hacia Passendale,
al que por fin tomó el 4 de noviembre. Para entonces, la población se había
convertido en un premio insignificante que no presagiaba más ganancias para
Unos pocos kilómetros de barro líquido 259

los británicos. En palabras de un general británico, se había convertido en


<«“una posición de verdad indefendible», en un saliente peligrosamente despro-
tegido.!”
La batalla de Passendale permanece como un símbolo de la inutilidad. En
palabras del militar e historiador Basil Henry Liddell Hart, la batalla se con-
virtió en «sinónimo del fracaso militar».?% Las pérdidas aproximadas de los
británicos se calculan en 275.000 hombres, entre muertos, heridos y prisione-
ros, a cambio de unas conquistas insignificantes. Como resumió con acierto
un veterano, Passendale representó un desperdicio aparentemente inútil de
vidas humanas: «El campo de batalla de Ypres era como un inmenso cenagal
de desaliento, en el que un sinfín de batallones, brigadas y divisiones de infan-
tería luchaban por no hundirse, para terminar saltando por los aires hechos
pedazos o morir ahogados; hasta que, al final, después de una matanza incon-
mensurable, habíamos ganado unos pocos kilómetros de barro líquido».?!
Passendale supuso también un coste terrible para los alemanes, cuyas bajas
ascendieron a 200.000 hombres. Habían alternado 73 divisiones, pero no ha-
bían entregado ningún territorio de relevancia estratégica.?? Y lo que era más
importante aún: los abrigos de hormigón armado para los submarinos seguían
seguros.

«Una pasajera ilusión de triunfo»: la penetración en Caporetto

Las etapas finales del sangriento revés sufrido por los británicos en Passenda-
le transcurrieron casi al mismo tiempo que otro contratiempo aliado: el de una
importante penetración de los Imperios centrales en Italia. Éstos habían llega-
do a la conclusión de que las ofensivas de Cadorna en el Isonzo estaban lo-
grando desgastar al Ejército austrohúngaro. La undécima batalla del Isonzo
había obligado a Boroevié y sus hombres a abandonar sus principales posicio-
nes defensivas, mientras que los italianos estaban listos para volver a atacar,
con una ventaja numérica de 608 batallones y 3.700 piezas de artillería frente
a 249 batallones y 1.500 piezas de artillería.** La mayoría de los alemanes y de
los austrohúngaros creían que otro ataque italiano rompería sus líneas y con-
duciría a la pérdida del trascendental puerto de Trieste. Para los últimos, la

19. El general Henry Rawlinson, citado en Prior y Wilson, op. cit., pág. 181.
20. Basil Henry Liddell Hart, The Real War: 1914-1918, Boston, Little, Brown and Co., 1930,
pág. 337.
21. Charles Miller, cita del monumento en el Irish Peace Park, Messines, Bélgica.
22. Herwig, op. cit., pág. 332.
23. Mario Morselli, Caporetto, 1917: Victory or Defeat?, Londres, Frank Cass, 2001, pág. 8. La
cita en el encabezamiento de esta sección es de la pág. XIL
260 La Gran Guerra

La artillería dominó los campos de batalla de la Gran Guerra. Las grandes piezas como
ésta eran demasiado pesadas para moverlas por otro procedimiento que no fuera el de los
raíles. (National Archives)
Unos pocos kilómetros de barro líquido 261

reanudación de la ofensiva parecía el único medio de detener el impulso ita-


liano, pero en semejante inferioridad numérica, tendrían que volver a recurrir
a su dominante aliado alemán; por su parte, los alemanes consideraban una
ofensiva contra Italia de una importancia, a todas luces, de tercer orden. En
consecuencia, se avinieron a ofrecer sólo un apoyo pasajero, a fin de aliviar
la crisis inmediata, pero no dedicarían recursos de importancia al escenario
italiano.
Los Imperios centrales crearon un XIV Ejército conjunto, compuesto de
siete divisiones de infantería alemanas y otras ocho austrohúngaras, bajo man-
do alemán. Como comandante de la unidad eligieron a Otto von Below, her-
mano del comandante alemán en el Somme y respetado veterano de guerra de
Rusia, Francia y Salónica. Las unidades alemanas contaban entre sus filas con
hombres familiarizados con las tácticas de asalto utilizadas con tanto éxito en
Riga; tres de las divisiones alemanas habían participado en aquella victoria. El
XIV Ejército contaba con un apoyo artillero tres veces mayor del que habían
disfrutado los alemanes en aquella batalla y tenían también más de mil unida-
des de un proyector de gas que imitaba el sistema Livens de los británicos.?*
Las fuerzas aéreas germanas proporcionaron un escuadrón por cada kilómetro
de frente, una concentración de potencia aérea desconocida hasta entonces
por los alemanes y una valiosa baza de reconocimiento para el terreno monta-
ñoso en el que combatirían.
La concentración de fuerzas de los Imperios centrales pilló a los italianos
en una insólita situación de desprotección. Aunque la inteligencia italiana ha-
bía adivinado la envergadura de las fuerzas trasladadas frente a ellos, los italia-
nos no preveían una gran ofensiva enemiga. Cadorna esperaba que, después
de la derrota sufrida por los austrohúngaros en el verano, éstos se retirarían a
los cuarteles de invierno a finales de 1917; su ceguera prosiguió aun después
de que algunos desertores hubieran proporcionado detalles fundamentales del
plan de los Imperios centrales.?? Cadorna suponía que, si el enemigo atacaba,
el golpe se produciría en el Trentino. Para complicar aún más los problemas,
Luigi Capello, el comandante de la unidad ante la que se habían concentrado
los Imperios centrales, se pasó los días previos al ataque en Padua, recibiendo
tratamiento por una dolorosa afección renal.
El 24 de octubre los Imperios centrales iniciaron una poderosa descarga
de artillería que pilló a los italianos completamente desprevenidos. Dos cuer-
pos austrogermanos avanzaron con rapidez hacia la ciudad de Caporetto,
mientras otros dos se trasladaban hacia el sur para tomar el terreno elevado.

24. Bruce Gudmunsson, Stormtroop Tactics: Innovation in the German Army, 1914-1918, West-
port, Connecticut, Praeger, 1989, págs. 131-132.
25. Morselli, op. cit., pág. 23.
262 La Gran Guerra

Algunas unidades italianas lu ch ar on mu ch o me jo r de lo qu e su ge ri rí a su re pu -


tación por esta batalla, pero ot ra s se de sm or on ar on sin má s. El pá ni co se ex-
tendió con rapidez, y la or de na da re ti ra da di ri gi da po r Ca pe ll o y Ca do rn a
pronto se convirti ó en un a «s al va je ba ca na l» de em br ia gu ez , am ot in am ie nt os
y saqueo s. ? Al ca bo de cu at ro día s, las fu er za s au st ro hú ng ar as ha bí an av an za -
do hasta el cu ar te l ge ne ra l de Ca do rn a en Ud in e, ab an do na do po r el ge ne ra l
italiano pocas horas antes.
La asombrosa rapidez con que se desmoronó el Ejército italiano tras la pe-
netr ació n inic ial aus tro hún gar a ha emp aña do para sie mpr e el hon or de las
fuerzas armadas de ese país. En sólo cuatro días, tal y como observó Holger
Herwig, Cadorna «abandonó todo el territorio que había tomado en los últi-
mos treinta meses» y mucho más.” Alrededor de 275.000 italianos fueron he-
chos prisioneros de guerra, y otros 350.000 desertaron; además, entregaron
3.152 piezas de artillería (casi la mitad de las que tenían), 3.000 ametrallado-
ras, 1.700 morteros y 22 aeródromos. El II Ejército al completo, el mayor de
Italia, dejó de existir como formación militar, y la moral, tanto en otras unida-
des como en el frente interior, amenazó con quebrarse también.
Pero los italianos se recuperaron. Cadorna ordenó el reagrupamiento de
las fuerzas italianas por detrás del río Tagliamento, que aquel otoño bajaba
con un caudal insólito a causa de la elevada pluviosidad. Si las unidades italia-
nas eran capaces de cruzar el río y destruir los puentes, tenían una oportuni-
dad excelente para recuperarse y reagruparse. Los Imperios centrales, además,
no habían previsto el abastecimiento de sus hombres hasta unas posiciones tan
avanzadas y carecían de la caballería con la que llegar hasta los puentes, des-
truirlos antes de que los italianos pudieran atravesar el río y, de este modo,
atraparlos; de haberlo hecho así, la derrota habría sido absoluta. Los italianos
cruzaron el Tagliamento el 3 de noviembre y destruyeron los puentes. Sin em-
bargo, la persecución continuó cuando los exploradores de los Imperios cen-
trales encontraron por dónde vadear el río. Con las fuerzas enemigas sin dejar
de perseguirlos, los italianos decidieron reagruparse más al sur, por detrás del
río Plave.
La crisis de Caporetto obligó a los aliados a ejecutar un plan desarrollado
por Foch aquella primavera para el supuesto de que surgiera una emergencia
semejante. A los tres días de la penetración de los Imperios centrales, los alia-
dos enviaron a toda prisa a Italia seis divisiones de infantería francesas y cin-
co británicas, además de 44 baterías de artillería. El propio Foch asumió el
mando de las unidades francesas, y los británicos enviaron a Plumer. Cador-
na confiaba en utilizar aquellas tropas para llevar a cabo un contraataque a lo

26. John Gooch, citado en Morselli, op. cit., pág. IX.


27. Herwig, op. cit., pág. 342.
Unos pocos kilómetros de barro líquido 263

Soldados italianos cruzan un río durante la retirada de Caporetto en 1917. El desmoro-


namiento del II Ejército italiano obligó a una retirada precipitada de las fuerzas italianas,
aunque éstas consiguieron recuperarse y reorganizarse bajo el mando de Armando Diaz.
(United States Air Force Academy MeDermott Library. Colecciones especiales)

largo del Piave, pero Foch y Plumer le dijeron que aquéllas permanecerían
fuera de la cadena de mando italiana y que, ante todo, servirían para asegurar
la trascendental ciudad de Venecia y evitar una supuesta ofensiva de los Impe-
rios centrales en el Trentino. Así las cosas, no atacarían hasta que los italianos
hubieran demostrado que podían asegurar el Piave y restablecer el orden.
Los italianos llegaron al Piave el 9 de noviembre, el mismo día en que el
gobierno italiano sustituyó por fin a Cadorna. Para ocupar su puesto se desig-
nó a Armando Diaz, un hombre poco conocido fuera del cuerpo que manda-
ba, pero muy querido por los hombres de dicha unidad. Diaz manejó la situa-
ción con firmeza y estableció una sólida línea defensiva con base en el Piave y
el estratégico terreno elevado del monte Grappa. Las nuevas posiciones italia-
nas rechazaron los ataques de los Imperios centrales en diciembre y la batalla
finalizó el día de Navidad. Se había detenido al enemigo, y las importantes
ciudades de Venecia y Padua permanecían en manos italianas.
264 La Gran Guerra

Superada la crisis in me di at a, Di az se de di có a re cu pe ra r a su ma lt re ch o
ejército. Por lo pronto, ofreció un a am ni st ía a los so ld ad os qu e «s e hu bi er an
separado de sus unidades», un a ma ne ra ef ic az de co ns eg ui r qu e los ho mb re s
volvieran a ellas con hono r, en lu ga r de te ne r qu e en fr en ta rs e al ca st ig o po r su
deserción. La medi da co ns ig ui ó qu e mi le s de so ld ad os re to rn ar an al se rv ic io .
A contin ua ci ón , Di az me jo ró el ra nc ho , los es pe ct ác ul os y el es pa rc im ie nt o y
la paga de los sold ad os . Co nd ec or ó a los ho mb re s qu e ha bí an lu ch ad o co n
br av ur a, ap oy ó la co nc es ió n a la tr op a del de re ch o al vo to , y pa tr oc in ó el est a-
blecimiento de programas gubernamentales que proporcionaran seguridad y
tie rra s a los ve te ra no s de sp ué s de la gu er ra . Un o de los ofi cia les de l Es ta do
Mayor de Cadorna, que siguió en el de Diaz, señaló que «Diaz está tomando
decisiones con tranquilidad y frialdad... Se está recuperando la confianza».?*
El Ejército italiano había sufrido una derrota terrible, pero había sobrevivido
y todavía habría de desempeñar un papel decisivo en la victoria final.

Cambrai y el nacimiento de la guerra mecanizada

Pese a las inmensas bajas sufridas en Passendale, Haig seguía creyendo que
las posibilidades de ganar la guerra en 1917 seguían estando del lado de Gran
Bretaña. Hacia la primavera de 1918 los alemanes habrían trasladado desde el
este fuerzas suficientes para hacer posible una gran ofensiva en Francia. Los
franceses seguían necesitando tiempo para recuperar la confianza e incorporar
nuevas armas en su entrenamiento; los italianos no podrían, de ninguna de las
maneras, reanudar la ofensiva antes de varios meses, y eso si finalmente lo
conseguían; y los norteamericanos no habían llegado todavía en cantidad sufi-
ciente para influir de manera real en el frente occidental. Si la guerra se iba a
ganar en 1917, sostenía Haig, tendría que ser el Ejército británico quien la ga-
nara. Sin embargo, la sangría de Passendale impedía otro asalto a gran escala
de la infantería, así que Haig se enfrentaba al dilema provocado por su deseo
de reanudar la ofensiva y la falta de hombres para llevarla a cabo.
Dos hombres creyeron haber encontrado la solución al problema de Haig.
El de mayor rango de los dos era un protegido de Robertson de 36 años, un
hombre con mucho desparpajo y categórico. Hugh Elles había formado parte
de un grupo creado por Robertson en 1915 para recorrer el frente occidental
e informarle de las condiciones que vieran allí. Los hombres eran tan jóvenes
en relación con la responsabilidad que se les asignaba, que el grupo terminó
siendo conocido como La Creche, «guardería» en francés. Elles regresó a In-
glaterra en 1916 para convertirse en el oficial de enlace de Haig con el grupo

28. Angelo Gatti, citado en Morselli, 0p. cit., pág. 23.


Unos pocos kilómetros de barro líquido 265

encargado de perfeccionar los carros de combate. En septiembre de 1916


fue ascendido a general de brigada y nombrado jefe del Cuerpo de Carros de
Combate.
El segundo hombre era un excéntrico ratón de biblioteca, graduado de
Sandhurst y fascinado por las ciencias ocultas, al que le disgustaban la mayo-
ría de los aspectos de la vida militar. Descontento por el coste humano de la
guerra, J. F. C. Fuller se dedicó a desarrollar ideas para ganar el conflicto béli-
co mediante la unión de más de 3.000 carros de combate y el apoyo de gran-
des cantidades de aviones, ideas que codificó en un estudio denominado Plan
1919, Nombrado jefe del Estado Mayor de Elles, Fuller siguió trabajando en
las formas de ganar la guerra combatiendo con máquinas, y no con hombres.
Ultimó planes para incursiones con carros de combate, no en grupos peque-
ños y separados como en el Somme, sino todos como un arma de guerra en
sí misma, con un jefe del Cuerpo de Carros de Combate y un Estado Mayor
adiestrado en la doctrina de la guerra blindada.
El comandante del III Ejército, Julian Byng, tomó la idea inicial de Fuller
y la perfeccionó en una ofensiva a gran escala. Muy respetado ya por haber
sido el máximo responsable de la toma de la cresta de Vimy aquella primave-
ra, Byng previó entonces utilizar los carros de combate para abrir una brecha
de más de 9 km en las líneas alemanas en el terreno firme y seco cercano a la
ciudad de Cambrai. Aunque esta última había permanecido en calma durante
gran parte de la guerra, los alemanes tenían seis divisiones de infantería en el
sector. Byng concentró 19 divisiones de infantería y cinco de caballería, ade-
más de 400 carros de combate. Éstos se concentraron en los bosques cercanos
con el mayor disimulo posible, al cual contribuyeron los aviones británicos,
que sobrevolaron la zona a fin de disimular el ruido de los motores de los ca-
rros y aumentar así el sigilo de la operación.
El plan para Cambrai implicaba lograr el factor sorpresa utilizando los
carros de combate, en lugar de la artillería, para abrir una brecha que poder
explotar. Los británicos seguían planeando concentrar una enorme batería ar-
tillera de 1.000 cañones que se opusiera a las 34 piezas Alemania, pero debido
a que los carr os de com bat e serí an qui ene s pro por cio nar an el imp act o, los ca-
ñon es pod ría n diri gir una brev e aun que inte nsa des car ga cont ra las líne as del
fren te ale mán , ante s de cam bia r a obje tivo s situ ados más haci a la reta guar dia.
Una vez que los carr os de com bat e hub ier an abie rto las brec has, la infa nter ía
iría detrás para redu cir a cual quie r uni dad ene mig a que que dar a. Por últi mo,
la caballería lanzaría una carg a, atac aría a las uni dad es ale man as en reti rada y
convertiría la victoria en una derrota aplastante.
El 20 de noviembre los car ros de co mb at e ab an do na ro n su tap ade ra y co m-
batieron como una un id ad in de pe nd ie nt e por pr im er a vez en la his tor ia. Áv an -
zaron en 120 equipos de tre s car ros de co mb at e cad a uno . El pr im er car ro de
266 La Gran Guerra

cada equipo se ace rca ba a la pr im er a lín ea del en em ig o y dej aba cae r una faj i-
na —un gran haz de le ña — en la tri nch era , a fin de rel len arl a par a el sig uie nte
carro de co mb at e; lue go, gir aba a la izq uie rda y av an za ba en par ale lo al lad o
más próximo de la lín ea al em an a, ap la st an do las al am br ad as a su pas o. El se-
gundo car ro de co mb at e dej aba cae r su pr op ia faj ina , atr ave sab a la tri nch era
en em ig a, gir aba a la izq uie rda y av an za ba a lo lar go del lad o má s ale jad o. El
tercer carro iba detrás para prestar fuego de apoyo o asumir la función de un
carro que sufriera alguna avería mecánica.
La sorpresa fue casi absoluta, y la infantería alemana de las trincheras no
tenía ninguna arma lo bastante poderosa para inutilizar el grueso blindaje de
los Mark IV. Por otro lado, las bajas de carros a causa de averías en el motor
fueron mucho menores que en el Somme. La infantería alemana se desmoro-
nó y salió corriendo, dejando a menudo a la británica en el insólito aprieto de
carecer de blancos; el primer día muchos soldados británicos ni siquiera dispa-
raron sus armas. Se abrió una brecha de ocho kilómetros en la línea enemiga,
pero los británicos carecían de las reservas de infantería suficientes para explo-
tar el éxito con la rapidez necesaria, porque Passendale había agotado los efec-
tivos del ejército. Byng lanzó a la caballería hacia delante, pero incluso bajo
aquellas circunstancias relativamente favorables, la fe de los británicos en el
valor táctico de los caballos seguía estando equivocada. Obligada a abandonar
sus caballos y a combatir a pie, la caballería sólo consiguió tomar una batería
de artillería alemana y a un puñado de prisioneros.
Como el propio Fuller reconocería más tarde, había cometido un error de-
cisivo al no dejar ningún carro de combate en la reserva. Por consiguiente, los
británicos no tuvieron medios con los que continuar la batalla en condiciones
favorables. Aun cuando no tenía ningún objetivo claro ante él, Haig ordenó
continuar la batalla, en buena medida porque no podía renunciar a una venta-
ja tan impresionante. También necesitaba ganar en Cambrai para recuperar el
ímpetu después de Passendale y reafirmar su posición política frente a Lloyd
George. Haig sabía que el primer ministro no sólo quería destituirlo, sino que
también deseaba permanecer a la defensiva en el frente occidental y volver a
concentrar las ofensivas británicas en otros sitios.
Byng no había contado con que los alemanes tuvieran suficiente fuerza
para contraatacar y, por lo tanto, sus fuerzas se encontraron desprotegidas
ante un fiero ataque de veinte divisiones lanzado el 26 de noviembre por un
Il Ejército alemán que se había reforzado con rapidez. Las unidades alemanas
se apresuraron a improvisar defensas contra los carros de combate, incluyen-
do la excavación de trincheras más anchas y profundas y la utilización de los
cañones de campaña contra los propios carros de combate. También introdu-
jeron un gran número de aviones que atacaran los objetivos terrestres en vue-
lo rasante. Al final, los alemanes recuperaron tres cuartas partes del territorio
Unos pocos kilómetros de barro líquido 267

perdido en la batalla y, en algunos lugares, incluso tomaron terreno que ha-


bía sido británico el primer día. Cuando terminó la batalla el 5 de diciembre,
los británicos tenían poco que mostrar pese a sus innovadoras e imaginativas
tácticas.
Algunos observadores de la batalla de Cambrai, entre ellos muchos alema-
nes que desempeñaron papeles clave en el perfeccionamiento de las tácticas de
la guerra relámpago en la década de 1930, comprendieron enseguida el signi-
ficado del nuevo estilo de hacer la guerra. Winston Churchill se convirtió de
inmediato a la nueva doctrina. Cuando después de la guerra se le preguntó
cómo se hubiera podido evitar el derramamiento de sangre del frente occiden-
tal, contestó: «Señalando la batalla de Cambrai, [digo]: “Se podría haber he-
cho esto.” Esto con muchas variantes; se debería haber hecho esto mejorándo-
lo y a mayor escala, si los generales no se hubieran contentado con combatir
las balas de las ametralladoras con los pechos de unos hombres aguerridos y
con pensar que eso era hacer la guerra.»?”
Haig, a quien Fuller tildaba de «estúpido», apreciaba la importancia de los
carros de combate en tanto que complemento de la infantería, pero no fue ca-
paz de percibir lo ocurrido en Cambrai como un hito trascendental en las ope-
raciones militares. «No habrá ningún cambio a mejor en el Ejército británico
—concluyó Fulle—, hasta que no reciba un nuevo cerebro en la figura de un
nuevo comandante en jefe.»?
Las consecuencias de Passenadale y Cambrai desembocaron en una inten-
sificación de la desconfianza de Lloyd George hacia los dos hombres que él
consideraba los máximos responsables de la debacle, Haig y Robertson. Una
investigación ordenada por el consejo de ministros sobre los problemas de
Cambrai puso de relieve errores de mando y, sobre todo, de inteligencia.
Todavía sin el respaldo político suficiente para sustituir a Haig, en enero de
1918 Lloyd George forzó, en su lugar, la destitución de Charteris y Kiggell
como miembros del Estado Mayor de aquél; al mes siguiente, el primer minis-
tró orquestó también la sustitución de Robertson como jefe del Estado Mayor
general del imperio.
Haig y sus partidarios defendieron las acciones del primero en 1917 argu-
mentando que, a modo de prolongación del Somme, las batallas de ese año
habían desgastado al Ejército alemán, ayudando así a crear el marco para la
victoria de 1918. Pero los británicos habían sufrido más bajas en el frente oc-
cidental en aquel año que las que habían infligido a sus enemigos, lo que sig-

29. Churchill, citado en Martin Gilbert, 7he Routledge Atlas of the First World War, Londres,
Routledge, 2002, pág. 93 (trad . cast.: La Prim era Guer ra Mund ial, Madr id, La Esfer a de los Libro s,
2004). La cursiva es del original.
30. Fuller, citado en Tim Travers, How the War Was Won: Command and Technology in the Bri-
tish Army on the Western Front, 1917-1918, Londres, Routledge, 1992, pág. 45.
268 La Gran Guerra

nificaba que la macabra lógica del desgaste podía funcionar sólo si Gran Bre-
taña era capaz de reemplazar sus muertes más deprisa que Alemania. Como
bien sabía Haig, los británicos habían explotado sus últimas reservas de efec-
tivos introduciendo el servicio militar obligatorio en 1916. Sin embargo, los
alemanes tenían una fuente de efectivos en las decenas de miles de soldados
que estaban en camino hacia el oeste procedentes del frente ruso. Los argu-
mentos sobre el desgaste de Haig sonaron, por tanto, hueros, en parte porque
el desgaste no figuraba en sus planes iniciales ni para el Somme ni para Pas-
sendale, y porque, además, sus sangrientos cálculos habían matado a sus pro-
pios hombres en un porcentaje demasiado elevado para hacer del desgaste una
estrategia viable a largo plazo. Sólo la llegada de los norteamericanos prome-
tía compensar las bajas sufridas por los aliados en 1917. Sin embargo, estaba
por ver si llegarían a tiempo.
Capítulo 11
Una guerra como no conocíamos
La amenaza de los U-booten
y la guerra en África

D. [David Lloyd George] también vio al general Haig y mantu-


vo una conversación muy seria con él. Dejó muy claro que había
llegado el momento en que iba a hacerse valer, y que, si era nece-
sario, dejaría que el público supiera la verdad sobre los militares
y sus estrategias.

Diario de Frances Stevenson, 5 de noviembre de 1917*

Las frustraciones en el campo de batalla de los aliados durante 1917 condu-


jeron a la creación de nuevas formas de control civil sobre la gestión de la gue-
rra. Antes de ese año, los generales aliados habían podido alegar en buena me-
dida que, dados sus conocimientos especializados, ellos, y sólo ellos, podían
tomar las decisiones militares necesarias para conseguir la victoria. Sin embar-
go, después de la sangría de 1915 y 1916 y de las tremendas derrotas de 1917,
los generales perdieron el monopolio de la toma de decisiones en lo militar
que habían poseído hasta ese momento. En Gran Bretaña y en Francia, y en
menor medida también en Italia, los civiles pasaron a compartir importantes
funciones con el ejército y empezaron a influir, incluso, en terrenos opera-
cionales y estratégicas anteriormente exclusivos de los militares. Aunque el
aumento de la autoridad civil provocó roces entre los «levitas» (políticos) y los
«mandamases» (generales), permitió que la pericia de los civiles complemen-
tara la de los militares. El resultado fue una relación, aunque polémica en oca-
siones, dinámica, que permitió a los aliados ganar la guerra.
En Alemania no se implantó semejante sistema; antes bien, los militares
llegaron a asumir cada vez más poder sobre todos los elementos de la sociedad
alemana. A finales de 1917 Hindenburg y Ludendorff se habían convertido en
la práctica en dictadores de Alemania y de las tierras ocupadas por ésta. Los ci-
viles inteligentes y diligentes como Walter Rathenau, jefe del Departamento
de Mate rial es de Guer ra, viero n cómo su influ encia se desva necía . El káise r

* El epígrafe está extraído de Frances Lloyd George, Lloyd George: A Diary by Frances Steven-
son (comp.), A. J. P. Taylor, Nueva York, Harper and Row, 1971, pág. 163.
270 La Gran Guerra

apenas si tenía una participación real en el gobierno del país y, con el transcur-
so de la guerra, se con vir tió en una mer a fig ura dec ora tiv a. En jul io de 191 7
Hindenbur g y Lud end orf f anu lar on tam bié n la fig ura del pri mer min ist ro,
cua ndo obl iga ron a dim iti r al inf luy ent e can cil ler The oba ld von Be th ma nn
Hollweg. En su lugar, colocaron al acomodaticio Georg Michaelis, un plebe-
yo a qui en el kái ser ni siq uie ra con ocí a. Mic hae lis asu mió de est e mo do la can -
cillería, «un puesto», señaló un estudioso, «para el que su única cualificación
era la sumisión ciega a Ludendorff».! Alemania se había convertido en una
dictadura militar en todo excepto en el nombre.
A mayor abundamiento, el sistema alemán descansaba en unos principios
que demostraron su inadecuación a los rigores de la guerra moderna. Las pri-
meras grietas en la organización política alemana empezaron a hacerse evi-
dentes ya en el período de la movilización. El káiser había sufrido errores de
comprensión fundamentales en cuanto a las necesidades de movilización y la
naturaleza de la guerra moderna. A medida que avanzó la contienda, a la cla-
se dirigente alemana se le hizo cada vez más evidente que sólo los militares
comprendían de verdad los problemas que planteaba a Alemania el conflicto
bélico. El Parlamento, el Reichstag, era una institución débil; ya antes de la
guerra había tenido bastante menos poder que sus homólogos de la Europa
occidental, y durante el conflicto, su participación en la dirección de la cam-
paña militar fue mínima. Sin ninguna otra institución capaz de asumir las
riendas del poder, los militares alemanes, en especial el ejército, asumieron
el mando.
Los sistemas francés y británico, por el contrario, gozaban de una flexibili-
dad y adaptabilidad que les permitió amoldarse a las circunstancias. Al princi-
pio de la contienda, ambos gobiernos cedieron gran parte de su autoridad a los
generales; sin embargo, hacia 1916 los Parlamentos de ambas naciones habían
empezado a reafirmar su control, formando comités para supervisar los diver-
sos aspectos de la guerra y creando nuevos organismos gubernamentales para
resolver problemas concretos. La creación por los británicos de un Ministerio
de Municiones demostró ser de especial importancia, al mejorar los graves
problemas ocasionados por la crisis de los proyectiles y proporcionar a los sol-
dados las armas que necesitaban. Civiles como sir Eric Geddes en Gran Bre-
taña, y Albert “Thomas en Francia, tuvieron una participación trascendental en
la reorganización del ejecutivo y de las estructuras económicas para que sirvie-
ran mejor a las necesidades de la guerra.

1. J. M. Bourne, Who's Who in World War One, Londres, Routledge, 2001, pág. 204.
Una guerra como no conocíamos 271

La cabra y el tigre

Los cambios más importantes se produjeron en los niveles más elevados del
ejecutivo. El británico David Lloyd George (nombrado primer ministro en
diciembre de 1916) y el francés Georges Clemenceau (que accedió a idéntico
cargo en su país en noviembre de 1917) aportaron un liderazgo civil ausente
prácticamente en Alemania. Ambos retuvieron también para sí la cartera de la
Guerra de sus respectivos países, lo que les confirió la autoridad legal sobre los
militares; al contrario que la mayoría de sus predecesores, ninguno de los dos
dudó en utilizar ese poder. Decididos a ver el final de la contienda, reorgani-
zaron sus países para la guerra total que había surgido hacia 1917. Su lideraz-
go, a veces controvertido, resultó ser un factor decisivo para el triunfo final de
los aliados.
“Tanto Lloyd George como Clemenceau mantenían viejas controversias
con la cúpula militar de sus respectivos países. La oposición de aquél a la gue-
rra Bóer, su defensa del Home Rule irlandés y el decidido apoyo al incremen-
to del gasto en programas sociales le habían enfrentado a los militares en los
años previos a la guerra; sus orígenes políticos en las comunidades mineras de
Gales le granjearon la rotunda desconfianza de las clases dirigentes británicas.
Conocido como «la cabra» por sus detractores, Lloyd George popularizó el
uso peyorativo del término establishment o sistema establecido. Inclusión he-
cha de Haig, veía a los generales británicos como a unos representantes del
sistema que desperdiciaban las vidas de los obreros que tenían a su cargo.
De modo parecido, Clemenceau, apodado «el tigre» por su estilo político
tenaz y combativo, había sido un enérgico adversario de la cúpula militar fran-
cesa durante el infausto proceso Dreyfus. Clemenceau tuvo un papel desta-
cado en el punto álgido del escándalo, al sacar a la luz la maniobra del Ejérci-
to francés para encubrir las pruebas que habrían absuelto al capitán alsaciano
de origen judío, Alfred Dreyfus, de la acusación de espionaje que lo había en-
viado a la infausta prisión de la isla del Diablo. Clemenceau consideraba a
los generales demasiado conservadores, demasiado católicos (él era el líder del
movimiento anticlerical francés) y demasiado carentes de imaginación. Fue
partidario de que se hiciera el máximo esfuerzo para ganar la guerra, pero cri-
ticó con ferocidad a la cúpula militar, en especial de Joffre. Al contrario que
muchos políticos franceses, a Clemenceau no le intimidaban los militares y no
tenía ningún temor en leerles la cartilla en público si lo consideraba necesario
para la defensa nacional.
No obstante los recelos que sentían hacia sus respectivos ejércitos, los dos
primeros min ist ros era n pat rio tas fer vie nte s y fir mes par tid ari os de la def ens a
nacional. Co mo min ist ro de Hac ien da en 190 9, Llo yd Geo rge enc ont ró de
man era sis tem áti ca el din ero par a igu ala r y sup era r las par tid as pre sup ues ta-
272 La Gran Guerra

rias de Alemania durante la carrer a ar ma me nt ís ti ca na va l en los añ os pr ev io s


a la guerra. Asimismo, fue un o de los pr im er os fu nc io na ri os de l go bi er no en
comprender que la guerra du ra rí a añ os , y no me se s, y qu e ex ig ir ía un ca mb io
radical en la filosofía de l «a qu í no pa sa na da » de l go bi er no de As qu it h. Cl e-
menceau, por su parte, era un o de los úl ti mo s mi em br os su pe rv iv ie nt es de la
Asamblea Nacion al de 18 71 qu e ha bí a vo ta do la ce si ón de Al sa ci a y Lo re na a
Alemania como precio por la finalización de la guerra franco-prusiana. Cle-
menceau formaba parte de la minoría que había votado en contra de la medi-
da y que era partidaria de seguir luchando a toda costa. También había desem-
peñado un papel destacado en 1911 en la unión de la opinión pública contra
los in te nt os de l ká is er de au me nt ar la in fl ue nc ia al em an a en Ma rr ue co s, y do s
años más tarde se mantuvo al lado del ejército para apoyar la ampliación del
servicio militar obligatorio de dos a tres años.
Quizá lo más importante fue que ninguno de los dos mandatarios dejaron
incólumes ni a los funcionarios militares ni a las operaciones de éstos. «La
guerra —solía decir Clemenceau—, es un asunto demasiado importante para
dejarlo en manos de los generales.» Ambos hombres tenían sus propias ideas
acerca de cómo debía llevarse la guerra y no perdían la ocasión de hacer saber
sus puntos de vista. Clemenceau había sido periodista en la guerra civil nor-
teamericana y alcalde del sector de Montmartre durante la guerra franco-
prusiana y la Comuna de París. En consecuencia, creía haber visto más de la
guerra que la mayoría de los generales. Solía recordarles a éstos que a él le
cabía la responsabilidad constitucional de la defensa nacional e, incluso a sus
76 años, insistía en ir al frente casi una vez por semana, donde hablaba tanto
con los soldados británicos como con los franceses a fin de escuchar sus pun-
tos de vista sin que pasaran por el filtro de la cadena de mando militar, ganán-
dose el respecto de la tropa por acceder a posiciones tan adelantadas, que en
ocasiones llegaba a entrar en la línea de fuego.
A pesar de las controvertidas posiciones políticas y las decisiones a menu-
do impopulares de ambos dirigentes, Lloyd George y Clemenceau eran los
hombres idóneos para el momento. El general británico Charles Grant pensa-
ba que Lloyd George tenía cierto aire de «intrigante desagradable», aunque
hizo notar que era un rasgo que se podía perdonar «si los fines justifican los
medios». Grant sabía que Lloyd George disfrutaba de una gran popularidad
entre la tropa. «Los soldados que no hicieron más que insultar a Lloyd Geor-
ge en 1912 0 1913 —escribió Grant a su suegro—, lo miran ahora como al sal-
vador de su patria, un papel que, me imagino, a él no le desagrada interpre-
tar.» Otro general británico observó que después «del follón del gobierno de
Asquith, era el momento de que un hombre fuerte gobernara el país, y todos

2. Granta Lord Rosebery, 13 de noviembre de 1916, LHCMA, documentos Grant, 2/1/1-41.


Una guerra como no conocíamos 273

sentimos que en Lloyd George teníamos al hombre adecuado».* Es probable


que ninguno de esos generales hubiera apoyado a Lloyd George antes de
1914; sin embargo, la emergencia nacional de la guerra los llevó a pasar por
alto las preferencias personales y partidistas en nombre de las necesidades de
la nación.
Tal vez Clemenceau tuviera más enemigos políticos internos que ningún
otro dirigente de Europa. A lo largo de los años había sido el responsable de la
caída de un gobierno francés tras otro; sin embargo, al igual que Lloyd Geor-
ge, tenía el carisma y las dotes de mando para hacer que la gente olvidara sus
agravios ante una crisis nacional. En palabras que recuerdan sorprendentemen-
te a aquellas otras de Winston Churchill veintidós años después, Clemenceau
le dijo a los franceses durante la crisis de la primavera de 1918 que incluso la
pérdida de París no sacaría a Francia de la guerra. «Después de París, luchare-
mos en el Loire; después del Loire, en el Garona, y, después del Garona, en
los Pirineos; al final, si no queda más tierra, lucharemos en el agua.»* Su dis-
curso más famoso lo pronunció en el Parlamento francés en marzo de 1918,
en respuesta a una proposición pacifista de acabar la guerra:

Lo más importante es la libertad. En segundo lugar, la guerra. Por tanto,


debemos sacrificarlo todo a la guerra para garantizar el triunfo de Francia...
¿Ustedes quieren la paz? Yo, también. Sería criminal tener otro deseo. Pero
no es diciendo entre gemidos la palabra «Paz» como puede uno silenciar el
militarismo prusiano... Mi fórmula es la misma en todas partes. ¿Políticas in-
ternas? Yo hago la guerra. ¿Asuntos exteriores? Yo hago la guerra. Siempre
hago la guerra.?

Aunque tanto Lloyd George como Clemenceau cometieron errores, sus


criterios estratégicos demostraron no ser peores que los de la mayoría de los
generales. Los dos eran nacionalistas fervientes y veían la alianza, ante todo,
como un medi o de servi r a los inter eses naci onal es y estat ales. Entr e ellos
mant uvie ron una relac ión profe siona l cordi al, pese a que en much os asunt os
no estab an de acuer do, sobre todo en aquel los relac ionad os con sus punt os de
vista sobre la paz en la posgu erra. Sin emba rgo, junto s infu ndie ron vigor a los
gobiernos francés y británico, mantuvieron la moral demostrando su determi-
naci ón de cond ucir la guerr a a un final satis facto rio y estab lecie ron víncu los

3. Henry de Bea uvo ir de Lisl e, «My Narr ativ e of the Gre at Ger man War », LHC MA, docu -
mentos de Lisle, vol. 2, 1919, pág. 19.
4. Clemenceau, citado en el gen era l Mor dac q a Cle men cea u, 9 de oct ubr e de 191 8, SHA T,
6N55, Fondos Clemenceau, exp. Instancias.
5. General Mordacq, Le Min ist ere Cle men cea u: Jou rna l d'u n Tém oin , Parí s, Plo n, 193 6, pág s.
203-205.
274 La Gran Guerra

importantes ent re las na ci on es ali ada s. La cab ra y el tig re as eg ur ar on así la


viabilidad de sus paí ses y tuv ier on una par tic ipa ció n tr as ce nd en ta l en la vic -
toria final.
Movidos por el recelo común hacia los generales aliados, Lloyd George y
Clemenceau trabajaron en equipo para crear un organismo de gobierno su-
premo que dirigiera la guerra. El desastre italiano en Caporetto y el envío de
sol dad os bri tán ico s y fra nce ses par a det ene r el sub sig uie nte des mor ona mie nto
italiano puso de relieve la necesidad de alguna especie de organismo de con-
certación interaliado. Lloyd George tomó la iniciativa al convocar una reu-
nión en la ciudad italiana de Rapallo en noviembre de 1917 para discutir la
formación de dicho organismo. Dicha reunión tuvo como resultado la crea-
ción de un Consejo Supremo de la Guerra, integrado por diferentes comités
interaliados encargados de regular los recursos económicos, los alimentos, las
municiones, el transporte y la guerra naval (en especial la antisubmarina).
La misión oficial de este consejo era la de «velar por la dirección general de la
guerra» y elaborar «sugerencias para las decisiones de los gobiernos».* En
otras palabras, el Consejo Supremo de la Guerra serviría como alternativa a
los Estados Mayores francés y británico, en los que ni Lloyd George ni Cle-
menceau confiaban.
El verdadero objetivo del Consejo Supremo de la Guerra, por consi-
guiente, era el de restablecer el control civil sobre los militares creando un
organismo que estuviera por encima de los Estados Mayores tradicionales.
El Consejo estaba integrado por el jefe de Gobierno, otro político y un re-
presentante militar permanente de Gran Bretaña, Francia, Estados Unidos
e Italia. Los políticos, por tanto, superaban a los generales en dos a uno.
Como era natural, Lloyd George y Clemenceau seleccionaron al represen-
tante político de sus países de entre sus aliados más leales. Los generales esta-
ban en el Consejo Supremo de la Guerra sólo para aconsejar en «cuestiones
técnicas».
Haig y Pétain, ocupados en las necesidades diarias de dirigir sus ejércitos,
no tuvieron voz directa en el Consejo Supremo de la Guerra, el cual se reunía
en Versalles, lejos de las líneas del frente. Como representante militar perma-
nente por Francia, Clemenceau escogió al jefe del Estado Mayor del Ejército,
Ferdinand Foch, un hombre cuya personalidad y temperamento lo habían lle-
vado a enfrentarse a menudo con Pétain; de todas formas, Clemenceau actuó
con rapidez para asegurarse de que Foch no tuviera un papel importante en
el consejo. Nada más producirse la primera intervención de Foch en las de-
liberaciones del Consejo, Clemenceau se inclinó hacia él y le dijo: «Estese

6. Citado en John Terraine, To Win a War: 19158, the Year ofVictory (1978), Londres, Cassell,
2003, pág. 46.
Una guerra como no conocíamos 275

callado. El representante de Francia soy yo».” Lloyd George se movió en una


dirección parecida. Como representante militar permanente de Gran Bretaña
escogió al mariscal de campo Henry Wilson, un hombre que había criticado
con dureza tanto a Haig como al Estado Mayor británico. Haig había espera-
do que Lloyd George nombrara a un íntimo aliado suyo, William Robertson;
el nombramiento de Wilson, por lo tanto, dejaba a Haig al margen de las de-
liberaciones del Consejo... tal y como, claro estaba, había pretendido Lloyd
George.
Sin embargo, los generales del Consejo Supremo de la Guerra no tenían
ninguna intención de cruzarse de brazos mientras los políticos decidían sus
destinos. Wilson y Foch eran viejos amigos, y habían estado debatiendo la po-
sibilidad de una cooperación franco-británica en tiempos de guerra desde ha-
cía más de una década. Los dos hombres coincidían en la necesidad de una
mayor coordinación entres ambos ejércitos; también estaban de acuerdo en la
importancia de crear una reserva general de hombres procedentes de todos los
países aliados para ser enviada a cualquier punto donde fuera necesaria su pre-
sencia, tanto para rechazar un ataque alemán como para reforzar el de un alia-
do. La idea mereció la aprobación del Consejo, aunque tanto Haig como
Pétain se opusieron enérgicamente a ella. Haig llegó a amenazar incluso con
dimitir si los soldados a sus órdenes eran puestos bajo la tutela de la reserva
general a las órdenes de otro que no fuera él. La consecuencia fue que la re-
serva general llegó a existir sólo sobre el papel.
Wilson y Lloyd George utilizaron también el Consejo Supremo de la
Guerra para sugerir una reorientación de las campañas aliadas lejos del frente
occidental. Ambos creían que se podrían obtener mejores resultados forzando
un desenlace contra Turquía o presionando al moribundo Imperio austrohún-
garo a través de los Balcanes. Wilson había llegado a la conclusión de que en
1918 los alemanes atacarían en el este, hacia el mar Negro, antes de atacar en
Francia, una idea que Haig había tildado de «ridícula de no ser por lo seria
que es».* Foch, a quienes los informes de su propia inteligencia le sugerían
que los alemanes estaban preparando una gran operación en el frente occiden-
tal para 1918, estaba de acuerdo con Haig y se opuso con tenacidad a llevar a
cabo cualquier operación fuera de Francia. Los estadouniden ses, que no esta-
ban oficialmente en guerra con el Imperio otomano, se opusieron también a
cualquier operación en el este.
Aunque el Consejo Supremo de la Guerra provocó mucha acritud y puso
de relieve la falta de sintonía entre los países y entre los levitas y los mandama-

7. Clemencea u, cita do en Basi l Hen ry Lidd ell Hart , Foch : The Man ofOrle ans, Bost on, Litt le,
Brown and Co., 1932, pág. 261.
8. Haig, citado en Terraine, 0p. cit., pág. 47.
276 La Gran Guerra

ses, cumplió diversas fu nc io ne s de im po rt an ci a. Au n cu an do la ma yo rí a de


las veces estaban en de sa cu er do , los dif ere nte s re pr es en ta nt es na ci on al es
tuvieron la oportu ni da d de lim ar sus di sc re pa nc ia s y av an za r hac ia un co m-
promiso. El Co ns ej o Su pr em o de la Gu er ra ay ud ó ta mb ié n a ini cia r a los
norteame ri ca no s en los co mp le jo s pr ob le ma s de dir igi r una gu er ra mu lt in a-
cional a gran escala . La de le ga ci ón no rt ea me ri ca na est aba en ca be za da po r
el asesor de más confianza del presidente Wilson, Edward House, y el inte-
lig ent e y co mp et en te jef e del Es ta do Ma yo r del Ejé rci to de Es ta do s Un id os ,
el general Tasker Howard Bliss. De esta manera, el Consejo Supremo de la
Guerra dio a los europeos y a los estadounidenses la ocasión de llegar a co-
nocerse unos a otros y de trabajar en soluciones conjuntas a los problemas
comunes.
El Consejo Supremo de la Guerra supuso un paso adelante hacia la crea-
ción de un único esfuerzo bélico aliado, aunque Haig y otros sostuvieran que
ese paso en concreto tal vez había sido peor que no dar ninguno en absoluto.
El verdadero valor del Consejo Supremo de la Guerra se hizo evidente en la
primavera de 1918, cuando empezó la ofensiva alemana que Foch y otros ha-
bían previsto. Las relaciones personales que se crearon y los debates profesio-
nales que habían tenido lugar en las reuniones del consejo pusieron las bases
que permitieron a los aliados hacer frente a la ofensiva alemana como una sola
entidad. Permitió también que Estados Unidos se integrara con rapidez en el
empeño bélico aliado, a pesar de los desacuerdos continuos acerca del papel
exacto que deberían desempeñar los norteamericanos.

La eliminación de la amenaza submarina

Antes de que los norteamericanos pudieran confiar en tener un papel decisivo


en el campo de batalla, las marinas aliadas tuvieron que encontrar una manera
de neutralizar la amenaza submarina alemana. En el tercer trimestre de 1916,
los alemanes habían hundido 600.000 toneladas de embarcaciones aliadas; en
el mismo período, los aliados y los norteamericanos juntos habían construido
sólo 450.000 toneladas de buques mercantes. Los hundimientos de los buques
aliados aumentaron de manera espectacular cuando los oficiales de los subma-
rinos alemanes se hicieron más agresivos a finales de 1916. Las pérdidas nava-
les de los aliados durante el primer trimestre de 1917 ascendieron a 1.650.000
toneladas, mientras que la construcción nueva sólo llegó a las 600.000 tonela-
das. El 1 de febrero de 1917 los alemanes reanudaron de forma oficial la guerra
submarina ilimitada, lo que condujo a que las pérdidas navales aliadas alcanza-
ran un récord en tiempos de guerra de 2.200.000 toneladas en el segundo tri-
mestre de 1917.
Una guerra como no conocíamos 277

La continuación por parte de Alemania de la guerra submarina ilimitada ocasionó proble-


mas de abastecimiento a los aliados, pero condujo también a la beligerancia de Estados
Unidos. A pesar de las afirmaciones de sus máximos responsables, la flota de U=booten no
consiguió impedir que los estadounidenses llegaran a Francia a un ritmo de hasta 20.000
hombres por día. (National Archives)

Tal vez los almirantes hubieran exagerado la gravedad de la amenaza que


representaban los U-booten [submarinos alemanes] para los esfuerzos de gue-
rra aliados, pero dada la necesidad de transportar a los soldados norteamerica-
nos a través del Atlántico sanos y salvos, su preocupación era comprensible. La
misión naval norteamericana enviada a Gran Bretaña había estado siguiendo
el problema durante meses antes de que se declarase la beligerancia de Esta-
dos Unidos. En cuanto los norteamericanos entraron en la guerra, el almiran-
te William Sims preguntó al almirante británico John Jellicoe cuál era la solu-
ción para resolver el problema de los U-booten. «Que seamos capaces de ver en
este momento, ninguna en absoluto», contestó Jellicoe.? El almirante británi-
co se sentía cada vez más desanimado acerca de las posibilidades de Gran Bre-
taña para sobrevivir más allá de noviembre de 1917 si no se acababa con rapi-

9. Cifras extraídas de Girad McEntee, Military History ofthe World War, Nueva York, Scrib-
ner's, 1943, pág. 375. La cita de Jellicoe está en la pág. 377. Para una versión que sugiere que los
temores británicos eran en buena medida infundados, véase Avner Offer, The First World War: An
Agrarian Interpretation, Oxford, Clarendon Press, 1989.
278 La Gran Guerra

dez con la amenaza submarina. La cas i tot al de pe nd en ci a br it án ic a de la se gu -


ridad de las rutas ma rí ti ma s pa ra ab as te ce rs e de al im en to s, co mb us ti bl e y ma -
terias primas lo preocu pa ba aú n má s qu e la ne ce si da d de ga ra nt iz ar la se gu ri -
da d de l tr an sp or te de las tr op as no rt ea me ri ca na s a tr av és de l At lá nt ic o.
Por suerte par a Jel lic oe y el esf uer zo de gue rra de los ali ado s, Sim s ten ía la
sol uci ón. Ést e ins tó a los bri tán ico s par a que ado pta ran el sis tem a de con vo-
yes, por medio del cual los navíos mercantes serían —como el mismo nombre
del sistema implicaba— escoltados a través del océano por buques de guerra,
que los protegerían de los submarinos. Los británicos habían estado conside-
rando recurrir a los convoyes durante años, pero el sistema planteaba varios
problemas. Los buques que navegaban en convoy se tenían que desplazar,
como era evidente, a la misma velocidad, lo que limitaba la velocidad de todo
el convoy a la del barco más lento. Por otro lado, una vez que llegaban a puer-
to en masa, saturaban las instalaciones de atraque y descarga, lo que implicaba
que algunos navíos se vieran obligados a permanecer parados con su necesita-
do, y a veces perecedero, cargamento a bordo, mientras descargaban otros
barcos. Y lo más importante era que el orgullo y fortaleza de la Royal Navy
estribaba en sus acorazados, y la mayoría de ellos eran demasiado lentos para
las labores de escolta.
Sims se puso a trabajar con el Consejo Naval aliado —una sección del
Consejo Supremo de la Guerra— para resolver todos estos problemas. Como
primera medida, destinó la flota de destructores norteamericana a las misiones
de escolta. Rápidos y lo bastante potentes para enfrentarse a los submarinos,
los destructores demostraron ser unos buques de escolta fiables. Sims y las
marinas aliadas formaron entonces convoyes de tres velocidades para integrar
diferentes tipos de navíos y aliviar la congestión portuaria. En mayo de 1918
los aliados confiaban lo suficiente en el canadiense de nacimiento Sims como
para nombrarlo comandante de todos los buques antisubmarinos y de escolta
aliados en aguas europeas. El sistema produjo resultados inmediatos. Durante
el viaje, en las dos últimas semanas de mayo, de un convoy experimental, las
pérdidas de barcos mercantes en la ruta Gibraltar-Gran Bretaña (por lo gene-
ral de un 33 % cuando iban sin escolta) cayó a sólo el 1,5 % yendo escoltados.
El experimento convenció a los que seguían teniendo dudas y condujo a la uti-
lización de convoyes a gran escala.
El sistema de convoyes se hizo paulatinamente más complejo a medida que
el éxito en su experimentación obligó a los jefes de la Marina a dedicarle más
recursos. Los grandes convoyes incluían hasta cincuenta barcos mercantes
y de transporte de tropas, escoltados por un crucero, seis destructores, once
barcos rastreadores, dos lanchas torpederas y varios globos aerostáticos encar-
gados de detectar las delatoras estelas ocasionadas por los periscopios de los
submarinos. Al final, se construyeron ocho centros de escolta en lugares tan
Una guerra como no conocíamos 279

Pese a haber tenido una actuación desigual en Jutlandia, el almirante David Beatty susti-
tuyó a John Jellicoe como comandante de la Gran Flota. funto con el almirante nortea-
mericano William Sims, aprobó el sistema de convoyes que protegió a los barcos aliados
y ayudó a acabar con la amenaza submarina. (Imperial War Museum, Q19570)
280 La Gran Guerra

alejados entre sí como Ha mp to n Ro ad s, Vir gin ia, Hal ifa x, Nu ev a Esc oci a, Pa-
namá, Río de Janeiro; Mu rm an sk , Por t Sai d; Gib ral tar , y Da ka r. ' Má s qu e
casi ningún otro el em en to , el sis tem a de co nv oy es pu so de rel iev e la ve rd ad e-
ra naturaleza global de la Primera Guerra Mundial.
En un trabajo de estrecha co la bo ra ci ón co Je
n ll ic oe , el al mi ra nt e jef e de la
Gran Flota, David Bea tty , y el Es ta do Ma yo r de la Ma ri na fra nce sa, Si ms uti -
lizó esas bases para extender el sistema de convoyes por todo el océano Atlán-
tico. Del récord de las 2.200.000 toneladas del segundo trimestre de 1917, las
pér did as nav ale s del ter cer tri mes tre ca ye ro n por pr im er a vez en un añ o has -
ta 1.500.000 toneladas. En el cuarto trimestre volvieron a caer, esta vez hasta
1.240.000 toneladas, y lo mismo sucedió al siguiente, en el que sólo se regis-
traron 1.100.000 toneladas perdidas. En la primavera de 1918 la construcción
naval superó a las pérdidas por primera vez desde principios de 1915. Entre el
momento en que se hizo a la mar el primer convoy y la firma del armisticio,
los buques aliados escoltaron a 88.000 barcos a través del Atlántico, perdien-
do sólo 436 navíos; de 1.100.000 soldados norteamericanos enviados al otro
lado del océano, sólo se perdieron 637 a causa de los submarinos alemanes.
La guerra ofensiva contra los submarinos también maduró. En 1916 los
británicos ya habían desarrollado y puesto en servicio la primera carga de pro-
fundidad efectiva. Destructores equipados con eyectores de cargas de profun-
didad podían sembrar un anillo de cargas preparadas para explotar a diferentes
profundidades. Si una de las cargas explotaba a 12 m de un submarino, daña-
ría la embarcación; si lo hacía a cinco metros del submarino, destruiría su ob-
jetivo. Las cargas de profundidad consiguieron hundir 28 U-booten, más que
los hundidos por cualquier otra causa entre 1916 y 1918. La simple presencia
de los destructores provistos con cargas de profundidad era suficiente a menu-
do para mantener sumergido a un submarino sin que hiciera ningún daño. Los
británicos trabajaron también en un sistema (conocido como asdic por los bri-
tánicos y sónar por los norteamericanos) para mejorar la precisión de las car-
gas de profundidad mediante la determinación de la profundidad y demora de
una embarcación enemiga. El sistema, que no estuvo operacional hasta 1919,
no tuvo consecuencias significativas en la campaña antisubmarina de la Prime-
ra Guerra Mundial, aunque tuvo un efecto trascendental durante la Segunda
Guerra Mundial.
Los esfuerzos aliados no acabaron con el problema de los U-booten alema-
nes, pero lograron mantener las pérdidas en un nivel razonable. El dominio
aliado de la guerra en el mar significó que el bloqueo submarino alemán había
sido roto, mientras que el bloqueo de superficie aliado a Alemania continuaba,

10. Martin Gilbert, The First World War: A Complete History, Nueva York, Henry Holt, 1994,
pág. 329 (trad. cast.: La Primera Guerra Mundial, Madrid, La Esfera de los Libros, 2004).
Una guerra como no conocíamos 281

La declaración de guerra de Estados Unidos supuso una inyección de moral para france-
ses y británicos, aunque los norteamericanos tenían todavía que convertir su deseo de lu-
char en capacidad para hacerlo. En la fotografía, soldados estadounidenses se mantienen
alerta ante la aparición de los U-booten alemanes durante su travesía del Atlántico. (United
States Air Force Academy MeDermott Library. Colecciones especiales)

cortando de manera efectiva todas las importaciones exteriores y aumentando


el sufrimiento del pueblo alemán. Los temores de Jellicoe de que Gran Breta-
ña se muriese de hambre antes de acabar noviembre se desvanecieron con la
misma rapidez que la promesa del almirante alemán Henning von Holtzen-
dorff al káiser en enero de 1917 de que los U-booten podían garantizar que «en
el continente no desembarcará ni un solo norteamericano».!! De esta forma,
dos puntales de la estrategia alemana, matar de hambre a Gran Bretaña e im-
pedir que desembarcara un gran contingente de norteamericanos en el conti-
nente, habían fracasado.
Como lo hizo un tercer puntal, el de incitar a una rebelión en Irlanda. La
Primera Guerra Mundial empezó en un momento crítico de las relaciones bri-
tánico-irlandesas. En las semanas previas al asesinato del archiduque Francis-
co Fernando, la controversia sobre el Home Rule irlandés había ocupado el
primer plano de la política británica. El Home Rule significaba el traspaso

11. Von Holtzendorff, citado en ¿bid., pág. 306.


282 La Gran Guerra

del gobierno nacional de Irlanda al Pa rl am en to ir la nd és , co n se de en Du bl ín .


En cuanto el Ho me Ru le se hi ci er a ef ec ti vo , el Pa rl am en to de Du bl ín te n-
dría también el co nt ro l so br e el Ul st er , do nd e la ma yo rí a de la po bl ac ió n era
protestante. Por consig ui en te , el Ho me Ru le ot or ga rí a el co nt ro l ef ec ti vo de
toda Irlanda a los ca tó li co s ir la nd es es , au nq ue las re la ci on es in te rn ac io na le s y
la políti ca mi li ta r se gu ir ía n de pe nd ie nd o de l go bi er no de Lo nd re s. Co mo so-
lu ci ón de co mp ro mi so era má s qu e re co me nd ab le , so br e to do po rq ue of re cí a
unas inmejorables perspectivas para evitar otro estallido de violencia.
Muchos nacionalistas irlandeses consideraban el Home Rule como el pri-
mer paso lógi co y pací fico haci a la ind epe nde nci a tota l de Ingl ater ra. Por esta
razón, los unionistas del Ulster, entre los que se contaban muchos de los ge-
nerales de mayor rango del ejército, temían que el Home Rule condujera al
inicio de sangrientas represalias contra la población protestante de Irlanda, y,
finalmente, a la eliminación de la presencia protestante en la isla. A fin de re-
sistirse a lo que, con frecuencia, tildaban sarcásticamente de Rome Rule, los
grupos protestantes, muchos de los cuales mantenían estrechos lazos con el
ejército, empezaron a armarse. Estos grupos, conocidos como los Voluntarios
del Ulster, eran ilegales, pero contaban con enormes simpatías entre la pobla-
ción protestante en su conjunto y entre muchos de los que ocupaban cargos
clave en el gobierno.
John French, Hubert Gough y Henry Wilson se contaban entre los gene-
rales de estirpe anglo-irlandesa que veían el Home Rule como un peligro.
Otros generales de alto rango, aun no siendo anglo-irlandeses, lo conside-
raban un mal augurio para el futuro del Imperio británico. Gough y Wilson
dejaron claro al gobierno que el Home Rule podía convertirse en un barril de
pólvora potencial, si el gobierno pedía a sus oficiales anglo-irlandeses que de-
sarmaran a sus amigos protestantes para darles el poder a los católicos.
El proyecto de ley del Home Rule ya había pasado el trámite parlamenta-
rio en 1913 y estaba previsto que entrara en vigor en junio de 1914. Tres me-
ses antes, Gough, a la sazón comandante de la brigada de caballería destacada
en el cuartel de Curragh, en el condado de Kildare, anunció a los oficiales de
la unidad su intención de dimitir si el gobierno le ordenaba dirigirse al norte
para desarmar a los Voluntarios del Ulster. Cincuenta y ocho de los setenta
oficiales de la brigada acordaron apoyarlo. El hermano pequeño de Gough es-
taba sirviendo entonces como jefe del Estado Mayor de Haig, y le dijo a éste
que, si su hermano dimitía, él también. El «amotinamiento de Curragh» sacu-
dió a todo el Ejército británico. Haig advirtió al gobierno que cualquier inten-
to de castigar a Gough por su acción podía ser respondido con una dimisión
masiva en la oficialidad británica. El rey, enfurecido por el incidente, instó no
obstante al Parlamento para que suspendiera la entrada en vigor del Home
Rule hasta que se terminaran las investigaciones.
Una guerra como no conocíamos 283

La crisis de julio y el inicio de la Primera Guerra Mundial aparcaron por el


momento los asuntos irlandeses. La guerra congregó de manera temporal a la
opinión irlandesa en torno a la bandera británica cuando los irlandeses, tanto
católicos como protestantes, se presentaron voluntarios al Ejército británico.
En un principio, el movimiento nacionalista irlandés Sinn Féin apoyó la par-
ticipación de los católicos en la guerra, en la confianza de que el gobierno
británico viera a Irlanda como un aliado y, por tanto, se mostrara más pre-
dispuesta a promulgar el Home Rule una vez terminada la contienda. Sin em-
bargo, un grupo de irlandeses vio la guerra no como una oportunidad para que
un gobierno de Londres, reacio a hacerlo, concediera el Home Rule, sino para
agarrar la independencia con sus propias manos. Encabezados por Roger
Casement, los separatistas irlandeses recolectaron dinero en la comunidad ir-
landesa de Estados Unidos, se armaron y abrieron canales de comunicación
con Alemania.
Al igual que con la introducción de Lenin en Rusia en 1917, Alemania con-
fiaba en introducir a Casement en Irlanda a su debido tiempo, cuando tal me-
dida pudiera producir resultados importantes. Incitar a la rebelión en Irlanda
prometía reportar pingúes beneficios, entre ellos el de apresar a miles de sol-
dados británicos y privar a Gran Bretaña del servicio militar de varios miles
más de voluntarios irlandeses. Asimismo, podría servir de fuente de inspira-
ción a otros nacionalismos por todo el Imperio británico, muy especialmente
en la India. Dadas las tensiones provocadas por el amotinamiento de Curragh,
una rebelión en Irlanda podría también enfrentar a los jefes militares de más
alto rango del Ejército británico con su propio gobierno. En consecuencia,
los alemanes prometieron apoyo y armas a los nacionalistas irlandeses. En
abril de 1916, unos buques de guerra británicos capturaron un barco alemán
cargado de armas destinadas a Irlanda, lo que no hizo sino aumentar la preo-
cupación en Gran Bretaña por la rebelión.
Otros dos acontecimientos de 1916 echaron leña a la ya tensa situación de
Irlanda. A principios de año, el gobierno británico reconoció una versión más
limitada del Home Rule al Parlamento de Dublín, pero no lo hizo extensivo al
Ulster. Al sentirse traicionados, los nacionalistas irlandeses consideraron la
medida como el principio de una división permanente de su isla y reacciona-
ron con furia. Poco después, Gran Bretaña introdujo el servicio militar obli-
gatorio para cubrir las enormes necesidades de efectivos de la estrategia de
desga ste de Haig . Aunq ue los nacio nalis tas irlan deses cons entí an el servi cio
milit ar volun tario de irlan deses en el Ejérc ito britá nico, se sinti eron horro ri-
zados ante la perspectiva de que el gobierno inglés obligara a la prestación de
dicho servicio. Gran Bret aña no inten tó la reclu ta oblig atori a en el sur de Ir-
landa hasta 1918, pero su intr oduc ción en otros lugar es aume ntó igua lmen te
la tensión de manera espectacular.
284 La Gran Guerra

Los problemas llegaron a un pu nt o crí tic o en abr il de 19 16 , cu an do la po -


licía detuvo a Casement y a otros do s in de pe nd en ti st as de sp ué s de ser sor -
prendidos desembarcando en Irla nd a co n la ay ud a de un U= b0 0t al em án . Ca -
sement as eg ur ó qu e los al em an es le ha bí an de ce pc io na do y qu e ll eg ab a pa ra
advertir a las au to ri da de s de l pl an al em án pa ra in ci ta r a un a re vu el ta . Lo s bri -
tánicos, por supues to , lo ac us ar on de tr ai ci ón y so sp ec ha ro n qu e la re be li ón
inducida por los alemanes era inminente.
El Ejército británico inició los preparativos para enfrentarse a la subleva-
ción con un gran número de efectivos. Tres días después, el 24 de abril, los
nacionalistas irlandeses tomaron la oficina central de Correos en Dublín y de-
clararon a Irlanda independiente del Imperio británico. Ya en estado de aler-
ta, las unidades británicas respondieron con un gran despliegue de fuerzas,
evacuaron Dublín casa por casa y destruyeron las posiciones fortificadas de los
nacionalistas con fuego de artillería disparado desde embarcaciones fluviales.
Sin perder tiempo procedieron a ejecutar a los líderes de la rebelión pasándo-
los por las armas, y, en agosto, también juzgaron, condenaron y ahorcaron a
Casement.
La brutal represión de lo que acabó conociéndose como el Levantamiento
de Pascua marcó a una nueva generación de nacionalistas irlandeses. Encabe-
zados por Eamon de Valera y Michael Collins, emprendieron una guerra de
guerrillas contra Gran Bretaña, que reaccionó con la revocación del Home
Rule limitado y el envío de miles de soldados a Irlanda. En 1918 los británicos
ampliaron el servicio militar obligatorio a Irlanda, lo que desencadenó otro
nuevo estallido de violencia. De resultas de todo esto, el final de la Primera
Guerra Mundial no llevó la paz a Irlanda, sino una guerra civil que se tradu-
jo, en 1922, en la división de Irlanda en el Estado Libre de Irlanda, con capi-
tal en Dublín, y la República de Irlanda del Norte, cuya capital se estableció
en Belfast y que siguió formando parte del Reino Unido. Los acontecimientos
de Irlanda pusieron de relieve la expansión de una serie de conmociones a
consecuencia de la guerra.

«Una guerra como no conocíamos»: la guerra en Africa

Conmociones que también sacudieron a África, donde la Primera Guerra


Mundial fue, en realidad, varias guerras traslapadas. La guerra declarada en-
frentó los intereses coloniales aliados a los mismos intereses de los alemanes.
Las fuerzas británicas combatieron también contra los separatistas bóers, que,
como escribió J. J. Collyer, vieron en la contienda «una oportunidad enviada
por el cielo para intentar recuperar la independencia absoluta que considera-
ban haber perdido» en el transcurso de la guerra Bóer, acaecida durante el
Una guerra como no conocíamos 285

cambio de siglo.'” Pero ambos bandos combatieron también contra la natura-


leza, porque los europeos sucumbieron en bastante mayor número a las enfer-
medades que a las acciones del enemigo. Y, por último, cada una de las poten-
cias blancas tuvo que luchar contra las aspiraciones de una autonomía mayor
o de independencia de los africanos. Los colonos blancos, en minoría en todo
el continente, no tenían ninguna intención de derrotar a su enemigo europeo
sólo para acabar viendo que la consecuencia era que los nativos africanos con-
seguían mayores cotas de poder.
Hacía mucho que África se había convertido en una zona de interés para el
expansionismo alemán. A mediados del siglo XIX, los barcos de vapor, las nue-
vas armas y la producción industrial de medicinas como la quinina habían per-
mitido a los europeos adentrarse en el corazón del continente africano y ex-
tender su poder hasta allí. Las tensiones originadas por la «pelea por África»
condujeron a que las grandes potencias europeas decidieran el futuro del con-
tinente mediante la diplomacia. Eran muchos los alemanes que creían que en
la Conferencia sobre África de 1884-1885 (celebrada en Berlín, nada menos)
los diplomáticos franceses e ingleses se habían quedado con los mejores terri-
torios. Las cuatro colonias alemanas (Togolandia, el África sudoccidental ale-
mana, el África oriental alemana y Camerún) lindaban todas con colonias
británicas más grandes y poderosas. El káiser Guillermo II recriminó a los bri-
tánicos que le negaran a Alemania «una posición destacada», pero no pudo
hacer gran cosa para cambiar la situación hasta que el estallido de la Primera
Guerra Mundial le brindó la oportunidad.
Para desgracia de Alemania, en África la mayor parte de las ventajas esta-
ban del lado de Gran Bretaña. Unas rutas marítimas relativamente seguras le
permitían transportar hombres y materiales por toda la costa africana; las
alianzas con Bélgica y Portugal le aseguraban las fronteras comunes, y las ma-
yores reservas de efectivos en grandes colonias como Kenia, Sudáfrica y Ro-
desia le garantizaban la primacía en el continente. Los británicos contaban
también con bastantes más colonos blancos que los alemanes. La mayor parte
de éstos temían que, si Gran Bretaña perdía la guerra, pudieran ser puestos
bajo control alemán como parte de un acuerdo de paz; por lo tanto, un gran
número de ellos se presentó voluntario para luchar (con la notable excepción
de los bóers) e hicieron generosas aportaciones económicas. 3
La inmensidad y el relativo escaso desarrollo de los territorios de Africa
hacían abs urd o cual quie r pen sam ien to de con qui sta y ocu pac ión . Las oper a-
ciones militares, por lo tanto, giraron en torno a objetivos estratégicos concre-
tos, tale s com o esta cion es de radi o, puer tos y líne as ferr ovia rias . Los prob le-

12. J. J. Collyer, The Campaign in German Southwest Africa: 1914-1915, Londres, Imperial
War Museum, 1937, pág. $.
286 La Gran Guerra

Soldados británicos se parapetan tras una barricada durante el Levantamiento de Pascua.


Las tensiones en Irlanda distrajeron la atención de los británicos en los últimos años de la
guerra, pero no condujeron a la rotación masiva de soldados del frente occidental, tal y
como esperaban los alemanes. (O Bettmann/Corbis)

mas derivados de las distancias, las enfermedades, el abastecimiento y el reco-


nocimiento limitaban por igual la capacidad de los europeos para actuar en el
escenario africano. En África no existía ningún Estado Mayor en el sentido
europeo del término, y la mayoría de los soldados blancos allí destacados es-
taban entrenados para reprimir a los africanos, no para combatir contra otros
europeos. El África sudoccidental alemana, por ejemplo, tenía sólo 140 oficia-
les alemanes y 2.000 soldados entrenados, suficiente para mantener el control
sobre la colonia, pero no para amenazar la Sudáfrica británica.!?
La ausencia relativa de europeos implicó que la mayor parte del combate
recayera sobre los africanos, reclutados con prodigalidad por ambos bandos
como soldados y porteadores. Los europeos asumían que al alistar africanos
corrían el riesgo de estar adiestrando para el combate a los mismos pueblos a
los que sojuzgaban. Sin embargo, y dada las limitaciones de efectivos en otros
frentes más importantes, no tuvieron elección. A un oficial británico recién

13. Ibid., pág. 20.


Una guerra como no conocíamos 287

En 1914 los comandos bóers confiaban en aprovecharse de la guerra a fin de conseguir la


independencia para la Unión Sudafricana. El inicio de las hostilidades en Europa desem-
bocó en una guerra civil entre comandos como éste y aquellos sudafricanos blancos com-
placientes que permanecieron leales a los británicos. (O Colección Hulton-Deutsch/Corbis)

llegado se le dio el mando de una sección de sesenta hombres que habían sido
reclutados en treinta tribus distintas. Los problemas idiomáticos inherentes a
semejante mando convirtieron a sus fuerzas en lo que él denominó una «ópe-
ra cómica». Además, la mayor parte de los mandos europeos eran veteranos de
la guerra Bóer demasiado mayores ya para marchar a través del difícil terreno
de África oriental, así que dirigían los movimientos de sus unidades mediante
radio desde Dar es Salaam. La situación, recordaba el oficial, estaba lejos de
ser la ideal, porque «el combate a campo abierto de la guerra Bóer era tan di-
ferente del de África oriental como lo era del de Francia». La escasez de siste-
mas de suministro significó que las fuerzas tipo guerrilla y las expedicionarias
al estilo bóer combatieran mucho mejor que las fuerzas convencionales. Tal y
como recordaba aquel veterano del Somme, no era «una guerra como la que
conocimos en Francia, sino una lucha permanente contra las enfermedades».'*
Allí donde los británicos podían trasladar sus ventajas convencionales para
resistir con facilidad, conseguían un rápido éxito. Debido a que las relaciones

14. Autobiografía de J. Elliott, IWM, documentos Elliott, 67/25681, págs. 22-28.


288 La Gran Guerra

Soldados británicos escoltan a unos alemanes fuera de Togolandia en 1915. Antes de la


guerra, las relaciones entre los colonos británicos, franceses y alemanes en Africa apenas
eran conflictivas. (O Colección Hulton-Deutsch/Corbis)

entre las colonias blancas habían sido bastante amistosas en los años previos a
la guerra (a menudo, las colonias vecinas dependían unas de otras para el co-
mercio), los alemanes mantenían sólo una pequeña presencia militar en Togo-
landia y Camerún. Ambas colonias eran fronterizas de colonias británicas más
grandes y pobladas y carecían de defensas a lo largo de sus fronteras. En con-
secuencia, los británicos se hicieron con el control efectivo de “Togolandia y de
casi toda la costa camerunense en cuestión de semanas. Al finalizar el primer
verano de la guerra, los transmisores de radio de ambas colonias estaban en
manos británicas. Con esos objetivos asegurados y habiéndose rendido por
completo las pequeñas fuerzas alemanas de Togolandia, Gran Bretaña y Fran-
cia se repartieron las posesiones coloniales germanas y centraron sus esfuerzos
en las otras dos colonias de Alemania.
La guerra en el África sudoccidental alemana fue más compleja, toda vez
que los británicos creían que la colonia, en palabras de Hew Strachan, había
proporcionado «refugio a los intransigentes rebeldes bóers».!* La entrada de
Gran Bretaña en la guerra indujo al primer ministro sudafricano, Louis Botha,

15. Hew Strachan, The First World War, vol. 1, To Arms, Oxford, Oxford University Press,
2001, pág. 545 (trad. cast.: La Primera Guerra Mundial, Barcelona, Crítica, 2004).
Una guerra como no conocíamos 289

que otrora había combatido contra los británicos, a enviar soldados sudafrica-
nos al frente occidental como parte del contingente británico. La petición de
Gran Bretaña para que las fuerzas sudafricanas invadieran el África sudocci-
dental alemana era una invitación potencial a la guerra civil entre los bóer que,
como Botha, habían hecho las paces con los británicos de Sudáfrica y aquellos
otros que habían huido a la colonia alemana. La historia oficial británica de la
campaña en el África sudoccidental calcula que unos 11.000 bóers se levanta-
ron en armas contra Gran Bretaña durante la guerra.!'
La existencia de un enemigo común condujo a la comunidad bóer antibri-
tánica a unirse a los alemanes. El South West Messenger, un periódico bóer, de-
finió la guerra como «una oportunidad para ajustar las cuentas» con el Im-
perio británico, el cual, confiaba el periódico, «ojalá reciba ahora el golpe de
muerte, la puñalada que le atraviese el corazón». Más tarde, estos sentimien-
tos encontraron su réplica en el comandante de los bóers, Andries de Wet, que
exhortó a sus hombres «a aceptar la mano del gobierno alemán para libera-
ros».!” Los alemanes tenían en los bóers una población bastante notable con
experiencia de combatir a los británicos. Los espacios abiertos del África
sudoccidental, además, eran ideales para el tipo de tácticas de guerrilla y expe-
dicionarias por las que habían adquirido tanta fama los bóers.
No obstante la amenaza de un levantamiento bóer, Botha y el general Jan
Smuts estaban decididos a que Sudáfrica apoyara al Imperio británico. Ambos
hombres justificaron su posición alegando que los sudafricanos descendientes
tanto de los bóers como de los ingleses tenían que unirse para evitar que los
alemanes se apoderaran de sus tierras. Botha confiaba en que la guerra pudie-
ra servir para unir a los colonos blancos de Sudáfrica y asegurar así su objeti-
vo principal, la subyugación de la mayoritaria población negra de la región.
Botha preveía una derrota rápida de los alemanes, seguida de la cooperación
mutua entre los blancos para reprimir a la aplastante mayoría negra. Gracias a
la utilización de caballos y mulas para moverse y a que los bóers tenían mucha
más experiencia de combate que los alemanes, las fuerzas de Botha tomaron
sin ninguna complicación la parte meridional de la colonia alemana; la ausen-
cia de un gran levantamiento bóer dentro de Sudáfrica permitió disponer de
tropas adicionales para adentrarse en el África sudoccidental alemana. En ju-
nio de 1915, Botha ganó una importante batalla que obligó a Alemania a ad-
mitir la derrota. El primer ministro sudafricano ofreció unas generosas con-
diciones de rendición, que los alemanes aceptaron en julio. A partir de ese
momento, Botha inició una serie de políticas encaminadas a sustituir a los ale-

16. Collyer, op. cit., pág. 5. 3


17. Informe de la reunión celebrada en Windhoek, Africa sudoccidental alemana, 1 de di-
ciembre de 1915, documentos R. B. Turner, P252.
290 La Gran Guerra á

manes del África su do cc id en ta l al em an a por bóe rs. La vic tor ia mil ita r fue par a
Botha un pas o ade lan te en el pr og ra ma má s am bi ci os o de cre ar un Im pe ri o
sudafricano dominado por los blancos.
El último esc ena rio de la gue rra en Áfr ica , el Áfr ica ori ent al ale man a, fue
el que más dur ó. Allí , un háb il esp eci ali sta en la gue rra de gue rri lla s, Pau l von
Let tow -Vo rbe ck, se ade ntr ó en Ken ia al ma nd o de una fue rza de sol dad os as-
kari africanos, inmovilizó a las fuerzas británicas, y atravesó el Africa oriental
«prácticamente sin ser molestado» por unas tropas británicas muy inferiores y
car ent es de pre par aci ón. !* Los sol dad os afr ica nos de Let tow era n uno s com -
batientes experimentados y fuertes, que habían sofocado de manera brutal las
rebeliones de las naciones nativas de los herero y de los maji-maji. La forma de
combatir de los askari le resultó muy útil a Alemania, pues al retirarse a su
propio territorio, obligaban a los británicos a extender sus líneas de suminis-
tros y a exponer sus flancos cuando los perseguían.
Aunque relatos posteriores escritos por europeos dejan caer una lluvia de
alabanzas sobre Lettow y los oficiales alemanes de la unidad africana de los
Schutztruppe, los askari demostraron estar idealmente indicados para la gue-
rra de guerrillas. Veteranos experimentados de numerosas campañas africanas
sabían moverse con rapidez y seguridad por el difícil terreno del África orien-
tal. Tal y como ha señalado Michelle Moyd, los soldados alemanes, muchos de
los cuales fueron educados en las teorías europeas de las diferencias raciales, se
encontraron teniendo que demostrar una «flexibilidad y receptividad a ideas
ajenas a la corriente dominante en la preparación de los oficiales prusianos, así
como una disposición a cooperar con sus soldados negros» si querían tener
éxito en aquel entorno extraño.!”
En 1916, frustrados por su incapacidad para localizar y destruir a los aska-
ri, los británicos nombraron a Smuts, él también un veterano guerrillero,
para que mandara las tropas británicas en África oriental. Con la experiencia
bélica adquirida en el África sudoccidental alemana, Smuts persiguió a los as-
kari dentro del territorio del Mozambique portugués. No obstante sus limita-
ciones de abastecimiento y a estar diezmadas por las enfermedades, las fuerzas
de Smuts consiguieron poner a la defensiva a Lettow, aunque las tropas de éste
siguieron infligiendo daños a los intereses británicos a lo largo de 1917 y
1918. Para perseguir —primero hasta el interior de Tanganika y, más tar-
de, de Rodesia— y contener a las fuerzas de Lettow, que nunca sobrepasa-
ron la cifra de 3.000 alemanes y 11.000 askari, los aliados utilizaron a 130.000

18. Autobiografía de J. Elliott, pág. 28.


19. Michelle Moyd, «A Uniform of Whiteness: Racisms in the German Officer Corps, 1900-
1908», en Jenny Macleod y Pierre Purseigle (comps.), Uncovered Fields: Perspectives in First World
War Studies, Amsterdam, Brill Academia Publishers, 2004, págs. 25-42, cita en la pág. 28.
Una guerra como no conocíamos 291

Unos oficiales alemanes entrenan a la milicia local en Nueva Guinea. Las fuerzas austra-
lianas tomaron las colonias alemanas al sur del ecuador; los japoneses hicieron otro tanto
con aquellas situadas al norte. (Australian War Memorial, negativo n* A02544)

soldados. Lettow no se rindió hasta el 25 de noviembre de 1918, cuando se en-


teró por fin de la firma del armisticio en el frente occidental.
En 1918 la guerra en África oriental estaba bastante lejos del pensamiento
de la mayoría de los europeos. Esa primavera los alemanes intentaron un últi-
mo esfuerzo para ganar la guerra. Desde la rendición de los rusos en 1917, los
germanos habían trasladado 48 divisiones de infantería a Francia, lo que ele-
vaba su fuerza total de esta arma en el frente occidental a 191 divisiones. Sin
embargo, estos refuerzos enmascararon un problema más profundo en el sis-
tema alemán, puesto que, sólo en noviembre de 1917, un 10 % de los soldados
alemanes utilizaron el ferrocarril para acercarse a casa y desertar. El problema
de la deserción se agravó durante el invierno, y los mandos militares se vieron
impotentes para detenerlo. No obstante, los soldados alemanes que se que-
daron mantuvieron la moral alta, ya que confiaban en acabar la guerra —<la
causa de todo el dolor»— en pocas semanas.”
Mientras las fuerzas alemanas en Francia se reforzaban, los escenarios se-
cundarios de la guerra se desvanecieron hasta desaparecer. “Todos los involu-

20. Wilhelm Deist, <The Military Collapse of the German Empire: The Reality behind the
Stab-in-the-Back Myth», War in History, vol. 3, n” 2, 1996, págs. 187-207, cita en la pág. 195.
292 La Gran Guerra

crados en la guerra comprendieron el significado de los traslados alemanes


desde el frente oriental. El resultado de la contienda, como sabían por igual
soldados y generales, no descansaba ni en África ni en Salónica ni en Italia;
dependía de la capacidad de los aliados para rechazar un decidido esfuerzo de
los alemanes para ganar la guerra en los primeros meses de 1918 o no ganarla
nunca.
Capítulo 12
El turno de Jerry
Las ofensivas de Ludendorff

Llegó un mensaje instándonos a prepararnos para movernos en-


seguida; por dónde, no lo decía... En cuanto salí [de mi trinche-
ra] descubrí que estábamos bajo un fuego de ametralladora muy
concentrado que parecía proceder de todas las direcciones. Los
hombres caían por doquier, pero no cabía esperar más ayuda de
la que cada uno pudiera prestarse a sí mismo.

Carta del soldado M. E. Gower,


IV División de Infantería británica, a su hermana, abril de 1918*

El teniente Pat Campbell, artillero del V Ejército británico, había pasado la


primera parte de 1918 respondiendo a una serie de falsas alarmas. Los ocasio-
nales bombardeos e incursiones a trincheras de los alemanes le habían puesto
un poco nervioso, pero del cuartel general no había partido ninguna indica-
ción de que se estuviera gestando algo más grande. Habían corrido rumores
de que a finales de febrero —o en torno al segundo aniversario del comienzo de
la gran ofensiva alemana en Verdún— se produciría un gran ataque de los ale-
manes. Pero febrero terminó sin ningún incidente, y marzo comenzó de la
misma manera. Campbell, al igual que casi todos los soldados del frente occi-
dental, sabía que para que los alemanes ganaran la guerra con los refuerzos
traídos desde el frente de Rusia, tendrían que atacar antes de que los esta-
dounidenses desembarcaran en Francia en un gran contingente. De hecho,
casi deseaba que se produjera una ofensiva alemana. «Podría ser un cambio
agradable si lo hicieran [atacar] —escribió más tarde—; nosotros hemos ini-
ciado todos los ataques desde 1917. Un fracaso tras otro. Ahora, bien podía
tocarles a los alemanes.>»'
Sin embargo, ni siquiera a mediados de marzo se había materializado el
ataque alemán, y Campbell empezó a creer que sus superiores dudaban de que

* El epígrafe es de M. E. Gower a Ada Gillett, principios de abril de 1918, IWM 88/2572.


1. Pat Campbell, The Ebb and Flow of Battle, Devon, publicación propia, sin fecha, vol. 2,
IWM P91, pág. 1.
294 La Gran Guerra

el enemigo fuera a avanzar en al gú n mo me nt o. «S i nu es tr os ge ne ra le s pe ns a-


ran en realidad que fuer an a ata car , en to nc es las zo na s de re ta gu ar di a ha br ía n
estado a rebosar de nu es tr as re se rv as . Pe ro no ve o ni ng un a. » Un rá pi do vi aj e
a la retagu ar di a de mo st ró a Ca mp be ll qu e las lí ne as de de fe ns a es ca lo na da s in-
dicadas en el mapa ex is tí an só lo so br e el pa pe l; all í no ha bí a ni ng un a fu er za
que se encargara de ellas. La primera línea de trincheras era la única resisten-
cia qu e po dí a of re ce r el V Ej ér ci to . A Ca mp be ll le pa re ci ó qu e, a co ns ec ue n-
cia de ta nt as al ar ma s y ru mo re s fal sos , el ej ér ci to es ta ba me no s pr ep ar ad o pa ra
resistir un ataque de lo que lo había estado en las semanas anteriores. Que en
marzo hubiera más hombres de permiso que en febrero, explicaba en parte la
retaguardia vacía que había visto; por otro lado, el frente estaba tan tranquilo,
que el teniente se puso la cómoda gorra de tela. «En una guerra como ésta no
es necesario llevar un casco de acero.»
La mañana del 21 de marzo se inició con un bombardeo alemán, algo que,
en sí mismo, no era un suceso insólito. Sin embargo, el fuego de aquella ma-
ñana era más intenso que el de las semanas anteriores y, por primera vez en el
sector de Campbell, muchos de los proyectiles estaban cayendo por detrás de
las líneas británicas, dirigidos, como no tardó en descubrir el teniente, contra
los enlaces ferroviarios y los puestos de mando británicos. Campbell se dio
cuenta enseguida de que el bombardeo había cortado las líneas telefónicas que
conectaban su puesto de observación avanzado con el cuartel general. No po-
día ver qué estaba ocurriendo delante de él a causa de una espesa niebla mati-
nal y del caos general del día. De igual manera, no podía hacerse una idea de
conjunto precisa ni recibir siquiera nuevas órdenes del cuartel general de su
división. «Me sentía solo y perdido», recordaría más tarde.
En el transcurso de la mañana los soldados británicos se fueron retirando
por detrás de él cada vez en mayor número, aunque el teniente seguía sin te-
ner una idea clara del panorama general. Campbell y su batería no podían
ayudar a los soldados británicos que se retiraban porque no conocían las posi-
ciones ni de las unidades alemanas ni de las británicas. Dirigir el fuego de ar-
tillería hacia coordenadas preestablecidas podía dar como resultado que se ba-
tiera nada más que un espacio vacío, y disparar de manera aleatoria hacia el
frente podía ocasionar la muerte de los soldados británicos en lugar de la de
los alemanes. «Sin duda, algo estaba ocurriendo allí delante —escribió más
tarde , y yo no sabía qué era.»
Esa noche, la unidad de Campbell consiguió mantener su posición a pesar
de la falta de reservas y de cualquier información acerca de la situación gene-
ral del V Ejército. El artillero sabía que si el enemigo atacaba por la mañana
con un gran despliegue de fuerzas «no seríamos capaces de rechazarlo». Por
fin, había caído en la cuenta de la verdadera magnitud de la situación; al 1gual
que un compañero oficial, que le dijo: «¡Dios mío! Esto va a ser otro Sedán»,
El turno de Jerry 295

ta IP COS iS a

La ciudad de Arras, batida por el fuego artillero del frente durante la mayor parte de la
guerra, sufrió un castigo tremendo. Los alemanes no consiguieron tomarla durante sus
ofensivas de la primavera de 1918. (Imperial War Museum, propiedad de la Corona, p. 396)

en referencia al desastre francés durante la guerra franco-prusiana.? Incapaz


de dirigir el fuego por carecer de comunicación telefónica con el cuartel gene-
ral de su división, y decidido a no retirarse porque no quería dejar a los solda-
dos británicos sin el apoyo vital de la artillería, Campbell y sus hombres si-
guieron resistiendo con la esperanza de que ocurriera un milagro.
En la tarde del segundo día de la ofensiva, su equipo de transmisiones lo-
eró restablecer el contacto con el cuartel general, y Campbell pudo ver a las
unidades alemanas avanzando por el valle que tenía delante. Sin perder tiem-
po, dirigió el fuego contra las nuevas coordenadas, sólo para que se le comu-
nicara que la división ya había recogido todos sus cañones y munición para
una retirada inmediata. Campbell consiguió convencer finalmente a sus supe-
riores de que le asignaran dos cañones, aunque su comandante le conminó a
que fuera prudente con la munición. «;¡Prudente con la munición!», escribió
más tarde. «Durante las últimas semanas habíamos estado disparando cientos
de proyectiles cada noche, sin saber si causábamos una sola baja. Y, entonces,
a plena luz del día, cuando tenía a todo el Ejército alemán a tiro, va y me dice

2. Ibíd., págs. 11, 12 y 17.


296 La Gran Guerra

que sea prudente con la muni ci ón .» Ca mp be ll re gl ó sus ca ño ne s y se di sp us o


a disparar los limitados proyectiles de qu e di sp on ía , pe ro , an te s de qu e pu di e-
ra hacerlo, recibió la orden de ret ira rse : su un id ad se en co nt ra ba en pe li gr o in-
minente de ser rodeada y ais lad a. Ca mp be ll di sp on ía de l ti em po ju st o pa ra
destruir sus cañone s, au nq ue tu vo qu e ab an do na r má s de 2. 00 0 pr oy ec ti le s.
«Hoy es el turno de Je rr y» , le di jo un o de sus ho mb re s. «A no so tr os no s vo l-
verá a tocar mañana.»
Ese «mañana» tardaría bastante en llegar. La confusión reinante en la uni-
dad de Campbell se reprodujo por toda la línea del V Ejército. Ludendorff se
hab ía dir igi do con tra ést e com o par te de una gra n ope rac ión , baj o el nom bre
clave de Michael, que tenía como objetivo dividir en dos al III y V Ejércitos y,
tras cortar sus comunicaciones y vías de retirada y destruirlos, seguir avanzan-
do para atacar al 1 y II Ejércitos británicos por la retaguardia. Los alemanes
habían reunido 42 divisiones para llevar a cabo el ataque, encabezadas por los
hombres del XVII Ejército, integrado en su mayor parte por veteranos de Ca-
poretto. Los planes preveían utilizar las mismas tácticas de tropas de asalto
ejecutadas en Italia y en Rusia un año antes. La artillería, por su parte, dirigi-
ría su fuego contra los centros de suministros y los nudos de comunicaciones,
mientras las tropas de élite rodearían los puntos fortificados del enemigo para
aislar sus unidades desde la retaguardia. Sólo entonces avanzarían las unidades
de infantería convencionales y atacarían a la aislada línea del frente del enemi-
go. La rapidez, la pericia y la sorpresa se impondrían.
La concentración demostró ser otro aspecto clave. Ludendorff tenía sus
buenas razones para haber escogido al V Ejército. El comandante de éste, Hu-
bert Gough, el hombre que había encabezado el amotinamiento de Curragh y
que tan mal había dirigido la ofensiva de Passendale, no había conseguido im-
plantar un sistema elástico de defensa escalonada. Su ejército tenía sólo 11 di-
visiones para cubrir un frente de 67 km. Gough consideró que carecía de las
reservas para desarrollar una defensa escalonada, por lo que, ante la penetra-
ción alemana, al V Ejército no le quedó más opción que retirar aquellas uni-
dades que seguían siendo capaces de moverse. Opción que no alcanzó a miles
de soldados británicos, que no tuvieron más salida que la rendición cuando sus
unidades fueron aisladas y rodeadas.
Los alemanes se encontraron con que el vecino del V Ejército, el HI Ejér-
cito del general Julian Byng, que se había hecho famoso por su actuación en la
cresta de Vimy, 1ba a ser un enemigo más correoso. Con un área más reducida
para cubrir, Byng implantó un sistema de defensa mucho más sofisticado. Aun
así, su ejército sufrió enormes bajas, pero cedió menos terreno. Ludendorff
decidió reforzar su éxito y recondujo algunas unidades destinadas a realizar

3. Ibid., págs. 21, 22 y 35.


El turno de Jerry 297

operaciones contra el III Ejército, enviándolas en su lugar a infligir tanto daño


como pudieran al tambaleante V Ejército. Si los alemanes eran capaces de des-
truir a este último, Ludendorff calculó que podrían obligar al desprotegido
IT Ejército a retirarse, aun cuando éste sufriera menos bajas que las que él ha-
bía previsto.
Haig había confiado en que el comandante en jefe del Ejército francés,
Henri Philippe Pétain, hiciera frente a la emergencia enviando al norte las
tropas francesas bajo su mando. En vez de eso, Pétain, temiendo un ataque en
su propio frente, mantuvo a las unidades en sus puestos, lo que significó que el
flanco meridional (o derecho) del V Ejército no recibió ningún apoyo de sus
vecinos aliados franceses. En consecuencia, las enormes bajas del V Ejército y
su inevitable retirada tuvieron el obligado correlato de la retirada ordenada
del III Ejército. Los alemanes se adentraron con rapidez en la zona evacua-
da por los británicos y se aprovecharon de las oportunidades que se abrían
ante ellos. A principios de abril, la ofensiva alemana había llegado hasta Mont-
didier, y retomado toda el área del río Somme, con un coste para los británicos
de 170.000 bajas (entre ellos los 21.000 prisioneros de guerra del primer día),
1.000 cañones pesados y unos dos millones de botellas de whisky, una pérdida
que, más tarde, proporcionaría a los británicos un inesperado beneficio de una
importancia fundamental.*
El ataque alemán había cogido inexplicablemente por sorpresa a Haig y a
su cuartel general. Menos de una semana antes del ataque, este último había
comunicado al V Ejército que no esperaba un ataque «en serio» en el sector
del Somme, y el Estado Mayor de aquél había autorizado la concesión de per-
misos a más de 88.000 hombres, causa de algunas de las ausencias percibidas
por Campbell.* Las tremendas bajas de 1917 habían obligado a Haig a reducir
el tamaño de sus divisiones de infantería de doce a nueve batallones. El des-
gaste a partir del cual Haig había elaborado su estrategia había recortado en
las dos direcciones, dejando al Ejército británico demasiado debilitado para
defender el frente con la fuerza necesaria para rechazar una ofensiva alemana.
La falta de preparación de los británicos tuvo unas consecuencias tremen-
das cuando el V y II Ejército británicos se trasladaron hacia el oeste y aban-
donaron todas sus defensas de vanguardia y la mayor parte del armamento. La
retirada a través del terreno de las batallas del Somme que habían ganado a un
precio tan alto dos años antes , resul tó espe cial ment e desm oral izad ora. El pe-
riodista Philip Gibbs, que viaja ba ento nces con el V Ejérc ito, reco rdab a que la

4. Tim Travers, How the War Was Won : Com man d and Tec hno log y in the Brit ish Army on the Wes -
tern Pront, 191 7-1 918 , Lon dre s, Rou tle dge , 199 2, pág . 89; y C. M. R. E Cru ttw ell , 4 His tor y ofthe
Gre at War , 191 4-1 918 , Oxf ord , Cla ren don Pre ss, 193 4, pág . 152.
5. Cruttwell, op. cit., pág. 502; y Travers, 0p. cit., pág. 89.
298 La Gran Guerra

pérdida de las posicione s del So mm e «le hel aba a un o el co ra zó n» , au nq ue


también dejó con sta nci a de qu e no cu nd ió el pán ico .* La sit uac ión era una de
las peores a las que se ha bí an en fr en ta do los ali ado s de sd e 191 4. «P ar ec ía
—recordaba Campbe ll —, co mo si tu vi ér am os que seg uir re ti rá nd on os ete rna -
mente; no conseguía verle un final.»”
Los alemanes habían logrado una enorme victoria local con una rapidez de
movimientos que no se veía en el oeste desde 1914. Todo parecía indicar que
Ludendorff había diseñado otra obra maestra, al exportar a Francia las tácticas
que tan bien habían funcionado en Rusia e Italia. Los británicos habían sido su
objetivo principal y, en ese momento, dos de sus ejércitos se retiraban de ma-
nera precipitada. De acuerdo con las previsiones alemanas, una vez que los
británicos hubieran sido derrotados, los franceses no tendrían más opción
que seguirlos fuera de la guerra. Los norteamericanos, que entonces tenían
únicamente tres divisiones de infantería en el frente, en la zona relativamente
tranquila del sur de Verdún, deberían retirarse a través del Atlántico, dejando
a Alemania como dueña de Europa. Pletórico de confianza, el káiser predijo
una victoria total y absoluta y comunicó a su séquito que, cuando la delegación
inglesa fuera a pedir la paz, «habrán de arrodillarse ante la superioridad ale-
mana, porque de lo que se trata aquí es de una victoria de la monarquía sobre
la democracia». Para celebrarlo, Guillermo II decretó que se cerraran los cole-
gios e impuso a Hindenburg la Cruz de Hierro con rayos de oro, condecora-
ción otorgada por última vez un siglo antes al mariscal de campo Bliicher por,
ironías del destino, ayudar a los ingleses a librar al continente de Napoleón.*
Aunque maltrechos, los británicos estaban muy lejos de considerar el po-
nerse de rodillas ante el káiser. Siguieron retirándose, pero, tanto en los nive-
les más altos como en los más bajos del ejército, los mandos se hicieron con el
control de la situación y evitaron que la retirada se convirtiera en una desban-
dada. Los hombres que habían perdido el contacto consiguieron llegar a las
unidades más cercanas y se reagruparon. En algunos casos, las unidades bri-
tánicas lograron llevar a cabo contraataques locales que desequilibraron a los
alemanes. Algunos puntos clave, como la cresta de Vimy, situada en el extre-
mo más septentrional de la ofensiva alemana, permanecieron en manos britá-
nicas, proporcionando unos lugares razonablemente seguros para el reagru-
pamiento y reacondicionamiento. En consecuencia, el ataque alemán hizo
retroceder a los ejércitos británicos casi 64 km, aunque no consiguió inutili-
zarlos como unidades ofensivas.

6. Philip Gibbs, Now It Can Be Told, Nueva York, Harpers, 1920, pág. 498.
7. Campbell, op. cit., pág. 41.
8. Guillermo Il, citado en Holger Herwig, The First World War: Germany and Austria-Hun-
gary, 1914-1918, Londres, Edward Arnold, 1997, pág. 406. Ñ
El turno de Jerry 299

Este descomunal carro de combate alemán de 1918 da una impresión falsa acerca del po-
derío del arma acorazada de Alemania. La eficacia de los aliados en la construcción de
carros de combate y en el desarrollo de una doctrina para su utilización les proporcionó
una ventaja formidable durante los últimos meses de la guerra. (Imperial War Museun,
propiedad de la Corona, 83/23/1)

Gough perdió su puesto como comandante del V Ejército el 28 de marzo,


víctima por igual de unas malas circunstancias y de unas decisiones aún peo-
res. Pese a todo, culpó de su derrota al hecho de que las unidades francesas si-
tuadas al sur no hubieran extendido sus posiciones hacia el norte, lo cual le ha-
bría permitido acortar el frente que debía cubrir su V Ejército. Pétain había
visto el peligro que amenazaba a Gough, pero, temiendo que sus propias po-
siciones sufrieran un ataque, había decidido la prioridad de proteger los acce-
sos a París sobre la petición de Haig de mantener el contacto entre las líneas
francesas y británicas. Esta situación puso de relieve un problema cada vez
más relevante. La ausencia de un único comandante en el frente occidental
generó la aparición de líneas de dislocación que los alemanes explotaron a su
conveniencia, y creó además la contingencia de la retirada de las unidades bri-
tánicas en dirección norte, hacia el canal de la Mancha, y la de las francesas ha-
cia el sur, a fin de proteger París. De retirarse los dos ejércitos en direcciones
opuestas, se abriría una brecha enorme, y los flancos de ambos quedarían des-
protegidos frente a los ataques de los alemanes.
Todos los generales del frente occidental eran conscientes del peligro, pero
sólo los franceses habían propuesto un remedio. Su solución, la de nombrar
un único jefe para el frente occidental, había encontrado la tenaz oposición
de británicos e italianos. Dado que el Ejército francés era el que controlaba la
300 La Gran Guerra

mayor porción de frente y el que te ní a un ej ér ci to má s nu me ro so , un co ma n-


dante único tendría que ser, po r fu er za , fr an cé s. Ha ig y sus co le ga s te ní an bi en
presente el recuerdo del ex pe ri me nt o de Ni ve ll e el añ o an te ri or , al go qu e el
propio Clemenceau admitió como un «a rg um en to mu y po de ro so » pa ra op o-
nerse al mando conj un to .” El di re ct or de Op er ac io ne s Mi li ta re s de l De pa rt a-
mento de Gu er ra br it án ic o, el ge ne ra l Fr ed er ic k Ma ur ic e, am ig o ín ti mo ta nt o
de Haig como de Ro be rt so n, re fl ej ó el se nt im ie nt o ge ne ra l de sus co mp at ri o-
tas cuando se refirió a la idea llamándola «basura» y escribió que el mando
co nj un to no era «m ás qu e un in te nt o po r pa rt e de los fr an ce se s de ha ce rs e co n
el control, el cual ven ahora que se les escapa de las manos».!% Lloyd George
se había opuesto también a la idea en un discurso pronunciado en la Cámara
de los Comunes en diciembre, y el influyente político italiano Giorgio Sonni-
no describió el mando conjunto como «la herida más profunda jamás inferida
al honor y el orgullo italiano».''
La espeluznante penetración alemana en el Somme cambió de manera es-
pectacular la oposición británica al mando conjunto. El peligro de la inexis-
tencia de una cooperación franco-británica pesó más que los problemas de
organización y de orgullo nacional derivados del mando único. El 26 de mar-
zo, el Consejo Supremo de la Guerra celebró una reunión de emergencia en la
ciudad de Doullens, una localidad situada lo bastante cerca del combate como
para que los participantes oyeran el ruido del fuego de la artillería. La situa-
ción apenas podía haber sido más grave. La víspera, el gobierno francés había
iniciado los preparativos para evacuar Burdeos por segunda vez durante la
guerra. Esa semana también, los alemanes habían acercado lo suficiente sus lí-
neas a París como para empezar bombardeos aleatorios de intimidación sobre
la capital con el «cañón de París». Esta gigantesca pieza de artillería de 210 mm
y un tubo de más de 39 m, podía disparar un proyectil hasta casi 120 km. De-
masiado impreciso para dirigir su fuego contra puntos concretos del interior
de París, su única misión consistía en amedrentar e infundir el pánico entre la
población. Aunque no lo consiguió, al final mató a 256 civiles e hirió a otros
620 habitantes. Un solo proyectil del cañón de París mató a 70 parisinos que
se encontraban en una iglesia celebrando la liturgia del Viernes Santo, lo que
provocó nuevas acusaciones de «brutalidad alemana».!?
Doullens había albergado otrora el cuartel general de Foch, cuando éste
había intentado fusionar las operaciones de británicos, belgas y franceses du-

9. Clemenceau, citado en general Mordacq, Le Ministére Clemenceau: Journal d'un temoin,


París, Plon, 1936, pág. 126.
10. Frederick Maurice a Sydney Clive, 18 de agosto de 1917, LACMA, documentos Cli-
ve, 1/1/1.
11. Sonnino, citado en Mordacq, Le Ministere Clemencean, parle
12. Herw1g, op. cit., pág. 145.
El turno de Jerry 301

rante las campañas de Ypres e Yser en 1914. Él y Clemenceau habían supues-


to que los británicos cambiarían de forma de pensar acerca de un mando con-
junto, si los franceses prometían el traslado de tropas de reserva al norte para
detener la crisis inmediata provocada por el desmoronamiento del V Ejército.
En un principio, Clemenceau se mostró partidario de encomendarle la tarea a
Pétain, pero el general francés llegó a Doullens mostrando su pesimismo acer-
ca de la capacidad de los aliados para ganar la guerra. En lugar de concentrar-
se en la forma de reorganizar las defensas aliadas, Pétain instó a Clemenceau a
que considerase la evacuación de París. Haig, que ya había llegado a la conclu-
sión de que el éxito inicial de los alemanes había convertido a Pétain en al-
guien «en quien no se podía confiar», daba a Amiens, el lugar de confluencia
de los ejércitos francés y británico, mucha más importancia que a París.'?
Haig ya tenía decidido apoyar al combativo Foch para el puesto de coman-
dante en jefe, porque sabía por experiencia que el francés lucharía. Foch tenía
muchos partidarios dentro del Ejército británico, entre ellos su íntimo amigo
Henry Wilson, jefe del Estado Mayor General imperial en el momento de ce-
lebrarse la reunión de Doullens. Puede que la reputación de Foch en el seno
del Ejército británico hubiera sido entonces aún mayor que la que tenía den-
tro de su propio ejército. El general británico Beauvoir de Lisle recordaba ha-
berse reunido con Foch en 1916, cuando éste se encontraba «en malas relacio-
nes [con el actual gobierno francés], pero aún en esa época, lo veíamos como
al mejor militar del Ejército francés».'* A la mayoría de los generales británi-
cos en el momento de celebrarse la reunión de Doullens les parecía que Foch
era la mejor elección para dirigir los ejércitos aliados.
Por su parte, Foch prometió repetir su actuación de 1914 y unificar las di-
ferentes operaciones aliadas en un todo coherente. Sus promesas de luchar
por Amiens («Yo lucharía delante de Amiens; lucharía dentro de Amiens; lu-
charía detrás de Amiens», les dijo a los asistentes a la conferencia) y de no re-
tirar a los ejércitos franceses hacia París condujeron a que Haig y Lloyd Geor-
ge cejaran en su oposición al mando conjunto y apoyaran a Foch para el cargo.
Haig ayudó a elaborar el borrador del memorándum definitivo, el cual enco-
mendaba a Foch «la coordinación de la acción de los ejércitos aliados en el
frente occidental».!* Haig permaneció como comandante en jefe de las fuer-
zas británicas, y Pétain como el de las francesas, pero a partir de ese momento
Foch estaba en posición de dirigir las operaciones de ambos. Sin perder tiem-

13. Haig, citado en Philip Warner, Field Marshal Earl Haig, Londres, Cassell, 1991, pág. 254.
14. Teniente general sir Henry de Beauvoir de Lisle, «My Narrrative of the Great German
War», vol. 2, 1919, LHACMA, documentos de Lisle, pág. 5.
15. Memorándum de 26 de marzo de 1918, citado en Michael Neiberg, Foch: Supreme Allied
Commander in the Grea t War, Dull es, Virg inia , Bras sey' s, 2003 , pág. 63.
302 La Gran Guerra

INGLATERRA Punkerque BÉUGICA


Calais e Ñ Í
e pres
Bolonia e Bruselas
Estrecho |
de Dover
ALEMANIA

divisoria de
los Ejércitos
británico y [Amiens
francés E
o
Ayv: U-LUXEMBURGO
o,
Cantigmy Bgetonneux' E
dd

Río
e E

¿e Verdún
St. Mihiel
París 6
o
Cháteau- >
Thierry
Operación Michael, :
21 marzo-4 abril 1918 RÍO
Operación Georgette, Marne Línea del
9-29 abril 1918
frente,
: Operación Blicher,
27 mayo-4 junio 1918 FRANCIA 29 de marzo
: Ofensiva de Noyon,
8-12 junio 1918
Ofensiva del Marne,
15-18 julio 1918

Las ofensivas de Ludendorff, 1918.

po, asumió el control de las fuerzas que Pétain había reservado para defender
París y las trasladó al norte para ayudar a cerrar las brechas en las líneas britá-
nicas. Foch dejaba claro así que los ejércitos aliados no escogerían entre de-
fender París o los puertos del canal de la Mancha, sino que lucharían por am-
bos objetivos. «Luché por ellos [los puertos del canal de la Mancha] en 1914
—le dijo al oficial de enlace británico con su cuartel general—, y lo volveré a
hacer.»!*
El nombramiento de Foch no resolvió de inmediato los problemas y mu-
tuos recelos que habían ido surgiendo entre los franceses y los británicos. Sólo
cuatro días después de Doullens, Haig le dijo a un colega que creía que «es
una puñeta tener que combatir al lado de los franceses, y ahora ocurrirá lo
mismo que en 1914, que salieron corriendo».!” Pétain, por su parte, seguía
mostrándose renuente a trasladar las tropas francesas fuera de su sector para ir

16. Foch, citado en general sir Charles Grant, «Notes from a Diary, March 29th to August,
1918», anotación del 9 de abril, LACMA, documentos Grant, 3/1.
17. Haig, citado en /b7d., anotación del 31 de marzo.
El turno de Jerry 303

a ayudar a los tambaleantes británicos. Sin embargo, la creación de un mando


conjunto y su concreción en la persona del imperturbable Foch había produ-
cido unos beneficios tan evidentes que, el 3 de abril, los aliados, en esta oca-
sión con la incorporación de los norteamericanos, ampliaron los poderes de
Foch, otorgándole «la dirección estratégica de las operaciones militares» o, lo
que era lo mismo, confiriéndole la potestad de efectuar contraataques cuando
él juzgara oportuno.!'*
Dos días después, Ludendorff dio por concluida la primera fase de su ope-
ración. Dado el estancamiento general del frente occidental durante cuatro
años, la capacidad de Alemania para adelantar sus líneas más de 80 km en dos
semanas aturdió a los mandos militares aliados. Los británicos habían sufrido
alrededor de 178.000 bajas, y los franceses, 70.000 bajas, eso por no hablar de
la cantidad incalculable de piezas de artillería, carros de combate y munición
caídas en manos alemanas. Pero los aliados no fueron presas del pánico ni se
desmoronaron, gracias, en parte, a la tranquilidad mostrada por Foch en el
manejo de la situación general.
De hecho, el plan de la gran ofensiva de Ludendorffya había fracasado. Lo
cierto es que había carecido de una estrategia global desde el principio, sabido
como es que Ludenforff anunció que su única intención había sido la de «abrir
un agujero [en el frente aliado]. En cuanto al resto, ya veremos».!” Tras haber
conseguido abrir una brecha considerable, Ludendorff se encontró ante una
encrucijada. Había infligido un número enorme de bajas, peros las propias as-
cendieron a más de 239.000 soldados, muchos de los cuales eran integrantes
de las fuerzas de élite; a ese respecto, el 21 de marzo de 1918 había resultado
el día más caro para los alemanes desde el principio de la guerra. Incluso con
todas las posibilidades a su favor, los alemanes se encontraron con que el ata-
que había sido muy oneroso. Y, lo que era aún peor para ellos, no habían con-
seguido doblegar la voluntad de franceses y británicos y la ofensiva había pro-
vocado que los norteamericanos prometieran trasladar más hombres a Europa
y con más rapidez.
Además, los soldados alemanes, rompiendo la disciplina, saquearon las ciu-
dades francesas, y se comieron y bebieron las provisiones abandonadas por
británicos y franceses. En comparación con las raciones propias, por lo gene-
ral más exiguas, los aliados parecían contar con unos suministros ilimitados, lo
que llevó a muchos alemanes a dudar de las afirmaciones de sus comandantes
relat ivas a que la camp aña de los U-boo ten estab a asfix iando a Gran Breta ña.
Los dos millones de botel las de whis ky aban dona dos por los britá nicos se re-
velaron como unas valio sas arma s cuan do los sedie ntos sold ados alem anes se

18. Neiberg, op. cit., pág. 65.


19. Ludendorff, citado en Herwig, op. cit., pág. +00.
304 La Gran Guerra

detuvieron para beber hasta sa ci ar se , da nd o pi e a lo qu e el co ma nd an te de un


grupo de ejércitos alemanes de no mi nó un as «r ep ul si va s es ce na s de em br ia -
guez».? Un oficial médico británic o ob se rv ó qu e el po de ro so Ej ér ci to al em án
había sido derrotado por «algo qu e Lu de nd or ff y los of ic ia le s de su Es ta do
Mayor no ha bí an pr ev is to », a sa be r, «l a ab un da nc ia de be bi da s es pi ri to sa s es-
cocesas».?!

Otra guerra de los cien años

El propio Ludendorff comprendió que, pese a sus conquistas territoriales, su


fabuloso plan global tal vez no pudiera producir los resultados deseados.
Había subordinado la estrategia global a la superioridad táctica perfeccionada
por el Ejército alemán con las unidades de infantería de élite y de artillería.
Ludendorff se dio cuenta de que la unidad más elitista del Ejército alemán, el
XVII Ejército de Oskar von Hutier, «había sufrido demasiadas bajas» durante
los dos primeros días de la ofensiva para que siguiera como formación princi-
pal en futuros ataques. También comprendió que su éxito táctico no había
arrojado unos resultados acordes con ganar la guerra. «Desde el punto de vis-
ta estratégico —observó—, no habíamos conseguido lo que los acontecimien-
tos del 23, 24 y 25 [de marzo] nos habían animado a esperar.»??
A pesar de las decepciones de los primeros días, en esa coyuntura Luden-
dorff no podía ponerse a la defensiva. Su misión global, la de ganar la guerra
antes de que pudiera aparecer un gran contingente de tropas norteamericanas,
no había cambiado. Por tanto, el 9 de abril lanzó su segunda gran ofensiva,
esta vez en Flandes. Una vez más se centró en los británicos, en la que llegó a
conocerse como la batalla de Lys para éstos, y como Operación Georgette
para los alemanes. Ludendorffiba en pos de un área defendida por dos divisio-
nes enviadas al frente occidental por el «aliado más antiguo» de Gran Breta-
ña, Portugal. El ataque alemán sorprendió a los infortunados portugueses
mientras estaban siendo relevados; la línea de su sector se desmoronó y desa-
pareció en pocas horas.
El empeño británico entonces de responsabilizar del contratiempo a la in-
ferioridad numérica de los portugueses, aporta sólo una explicación parcial.
Los alemanes se infiltraron también en la línea británica cerca de Ypres y se

20. Príncipe heredero Rupprecht, citado en Herwig, op. cit., pág. 410.
21. Oficial médico Stephen Westman, citado en Malcolm Brown, The Imperial War Museum
Book 0f1918: Year ofVictory, Londres, Pan Books, 1998, pág. 101.
22. Ludendorff, citado en Everad Wyrall, «The History ofde 62nd (West Riding) División,
1914-1919», vol. 1, sin fecha, págs. 148-149, LHCMA, documentos Leonard Humphreys.
El turno de Jerry 305

apoderaron de la mayor parte del terreno al sur de la ciudad, entre otros la co-
lina Kemmel, de gran importancia estratégica, y de la sierra de Messines, que
la tenía también, aunque simbólica. Esta penetración amenazó al puerto prin-
cipal más cercano del canal de la Mancha, Dunkerque, situado a sólo 35 km
de aquel frente de movilidad recién adquirida. La Operación Georgette, por
tanto, planteó una seria amenaza a las líneas de suministros de la Fuerza Ex-
pedicionaria Británica. Aunque los mandos británicos reorganizaron a sus
hombres y establecieron nuevas líneas de defensa, la estructura del mando
conjunto proporcionó una ayuda inmediata. Foch envió diez divisiones de las
tropas francesas al frente de Flandes que tan bien conocía y ordenó a Pétain
que se hiciera cargo de 120 km más de frente occidental, a fin de permitir que
los británicos concentraran sus operaciones.
Haig y su Estado Mayor habían sido pillados por sorpresa una vez más.
Habían esperado una nueva ofensiva alemana más al sur, en el sector de Arras
y de la cresta de Vimy, subestimando así el peligro que corría el sector de Lys,
en parte por haber supuesto que el valle de Lys no se secaría hasta mayo,
como había sido el caso en los años anteriores. Sin embargo, el invierno rela-
tivamente seco de 1917-1918 había ocasionado que en marzo el suelo de la
región estuviera firme, un hecho al que era del todo ajeno el Estado Mayor
de Haig. Por ende, su cuartel general no había ordenado la creación de una
defensa elástica escalonada en la zona. Algunos mandos militares locales
habían tomado por su cuenta y riesgo la iniciativa de ordenar tales defensas
y, donde existían, ofrecieron por lo general una mayor resistencia a los ale-
manes.??
Haig intentó unir a los hombres con su bando del 11 de abril «Con el agua
al cuello» y que, en parte, decía así: «No tenemos más alternativa que comba-
tir. Cada posición deber ser defendida hasta el último hombre: no puede ha-
ber retirada. Con el agua al cuello como estamos y con el convencimiento de
la justicia de nuestra causa, debemos luchar hasta el fin. La seguridad de nues-
tros hogare s y la liberta d de la humani dad depend en por igual de la conduc ta
de todos nosotros en este crítico momento».** El bando era una declaración
excepcional de un hombre nada dado por lo general a la elocuencia pública; y
reflejaba la urgencia de la situación.
Sin embargo, para muchos de sus hombres, el bando de Haig sugería de-
sesperación e incluso páni co, y abu nda ba en los mie dos de que la situ ació n
pudiera ser aún peor de lo que muc hos se atre vían a teme r. La may orí a de los
soldados, obs erv ó el com and ant e de un cuer po, habí an esta do «co n el agua al
cuello desd e mar zo, y no nec esi tab an que se lo dije ran» , sobr e todo por un ge-

23. Véase Travers, op. cit., págs. 93-99.


24. Haig, citado en Warner, 0p. cit., pág. e
306 La Gran Guerra

neral instalado con relativa co mo di da d de tr ás de las lín eas .?* La ma yo rí a de los


hombres, que lu ch ab an po r sus vi da s y las de sus ca ma ra da s, ta rd ar on va ri os
días incluso en enterars e de l ba nd o. Pa t Ca mp be ll ob se rv ó la có ni ca me nt e qu e
«nunca se lo vi lee r a ni ng un o de nu es tr os ho mb re s» .? % In sp ir ad os o no po r
Haig, los so ld ad os co mb at ie ro n co n cr ec ie nt e de ci si ón , co nt uv ie ro n la of en si -
va de Ly s y co ns er va ro n ta nt o el mi sm o Yp re s co mo el de ci si vo en la ce fe rr o-
viario de Hazebrouck, situado al sudoeste.
Más al sur, los alemanes intensificaron sus esfuerzos para apoderarse de
Amiens. La ciudad se levantaba a orillas del río Somme y controlaba una co-
nexión ferroviaria trascendental. También era el punto de confluencia de los
Ejércitos francés y británico y, por ende, estuvo siempre en el centro del pen-
samiento alemán. El 24 de abril los germanos concentraron sus magros acti-
vos mecanizados (sobre todo, modelos capturados a los británicos) y tomaron
la ciudad de Viller-Bretonneux, una población situada sólo 16 km al este de
Amiens. Hindenburg dijo que la ciudad tenía que conservarse «a toda costa,
ya que desde sus cerros podemos controlar Amiens».” Sin embargo, las tro-
pas australianas retomaron la ciudad al día siguiente gracias a un decidido ata-
que sorpresa sin apoyo artillero. Este hecho representó uno de los grandes lo-
gros de la guerra, e hizo que un oficial británico que presenció el ataque lleno
de admiración dijera, refiriéndose a los australianos, que «estoy encantado de
que estén de nuestro lado.»*? Para los alemanes, la pérdida de Villers-Breton-
neux acabó con el ímpetu de la Operación Georgette. El 29 de abril Luden-
dorff suspendió la segunda parte de su gran ofensiva sin que, una vez más, hu-
biera conseguido abrir una brecha entre los Ejércitos de Francia y de Gran
Bretaña.
No obstante la pérdida de terreno, los británicos habían mantenido sus
líneas. Gracias a los refuerzos de Foch, podrían asegurar los puertos del canal
de la Mancha, y algunos oficiales empezaron a hablar con optimismo inclu-
so de reanudar la ofensiva en un futuro cercano. El cuartel general de Haig ar-
chivó los planes de emergencia para demoler Calais e inundar la región situa-
da al oeste de Dunkerque. Los dos primeros ataques alemanes de 1918 habían
sido tremendamente costosos, pero no habían alterado de manera apreciable
la estrategia de la guerra. Muchos soldados británicos tuvieron la impresión
de que los alemanes tenían la fuerza para infligir grandes daños, pero no tanto
como para forzar el desenlace de la guerra. Por su parte, los británicos podían
seguir resistiendo, aunque estaban incapacitados para lanzar un golpe decisivo

25. General Alexander Godley, citado en Brown, op. cit., pág. 97.
26. Campbell, op. cit., pág. 65.
27. Hindenburg, citado en John Terraine, 70 Win a War, Londres, Cassell, 1978, pág. 65.
28. Citado en Brown, op. cit., pág. 105.
El turno de Jerry 307

Esta foto aérea muestra Queant, un punto fortificado de la Línea Hindenburg. Adviér-
tanse los tres cinturones de alambradas entrelazados (de izquierda a derecha en primer
plano) pensados para proteger a las fuerzas alemanas destacadas en la ciudad. (Cortesía de
Andrew y Herbert William Rolfe)

por sí solos. «Supongo —le dijo un oficial a Campbell—, que esto acabará
siendo otra Guerra de los Cien Años.»?”
El coste humano de los dos primeros ataques de Ludendorff fue espanto-
so. El Ejército alemán sufrió 257.176 bajas en abril, además de las 235.544 pa-
decidas en marzo. Alemania era, lisa y llanamente, incapaz de sustituir una
pérdida de efectivos a esa escala. El Ejército alemán empezó a experimentar
unos índices de deserción más elevados, y algunas unidades informaron de que
no podían asegurar que sus hombres obedecieran las órdenes en el futuro. El
cuartel general del VI Ejército advirtió sin ambages a Ludendorff que «los
hombres no atacarán».*% Aun así, Ludendorff siguió adelante y desvió su aten-
ción hacia el sur, a Champaña, donde confiaba en infligir una gran derrota a
los franceses que impeliera a los británicos a estirar sus líneas para acudir en
ayuda de aquéllos. Después de ocuparse de Francia, Ludendorff planeaba ata-
car una vez más al extendido Ejército británico en Flandes.

29. Campbell, op. cit., pág. 67.


30. Citado en Herwig, op. cit., pág. 414.
308 La Gran Guerra

Ludendorff lanzó su tercera of en si va , co n el no mb re cl av e de Bl ii ch er , a fi-


nales de mayo. Su objetivo era el se ct or , de in fa us ta me mo ri a, de l Ch em in de s
Dames, donde las fuerzas francesa s se en co nt ra ba n en ca jo na da s en tr e la si er ra
y el río Aisne. El comandan te fr an cé s, De ni s Au sg us te Du ch én e, ha bí a es ta do
al mando de un cuerpo en aq ue l se ct or du ra nt e lo s fa ll id os in te nt os de lo s
franceses de toma r la si er ra en ab ri l de 19 17 . En es e mo me nt o, en su ca li da d
de coma nd an te de l VI Ej ér ci to , Pé ta in le ha bí a in st ad o a es ta bl ec er un a de fe n-
sa escalonada. Duch én e se ha bí a re si st id o, ar gu ye nd o qu e el te rr en o de l se ct or
del Chem in de s Da me s no pe rm it ía un a de fe ns a de ta le s ca ra ct er ís ti ca s. Tres
di vi si on es br it án ic as , te rr ib le me nt e ma lt ra ta da s en la s do s pr im er as of en si va s
alemanas, habían bajado hasta aquel sector para lo que sus hombres confiaban
sería un pe rí od o de de sc an so . Lo s je fe s de la s tr es di vi si on es ha bí an co mp ro -
bado en sus propias carnes los peligros de una defensa adelantada como la que
tenía Duchéne. Cuando plantearon sus preocupaciones y le pidieron a éste
que considerase la creación de una defensa elástica, Duchéne los despachó con
un nada elástico: <P'ai dit». («No tengo más que decir.»)
La densa formación de las defensas del VI Ejército de Duchéne proporcio-
nó un cúmulo de objetivos a la experimentada artillería alemana, que abrió su
fuego más mortífero de toda la guerra la mañana del domingo 26 de mayo.
Ludendorff había concentrado en el sector la asombrosa cantidad de 1.100 ba-
terías artilleras y dos millones de proyectiles de artillería. Y lo que fue aún
más increíble, es que los alemanes dispararon casi toda la dotación de pro-
yectiles en menos de cinco horas, aniquilando las defensas de los franceses y
sumiendo a sus fuerzas en el estupor. Treinta y seis divisiones de infantería ale-
manas, de las que 27 eran veteranas de las operaciones de primavera, avanza-
ron contra 24 divisiones aliadas diezmadas y aturdidas que estaban cubriendo
el sector entre La Fére y Reims. En los días siguientes, los alemanes avanza-
ron hasta 64 km, cortaron las líneas ferroviarias francesas y llegaron a menos
de 100 km de París.
Los alemanes se habían anotado otro éxito táctico monumental, aunque
éste no los había acercado más a la victoria final. Los franceses habían conser-
vado las ciudades clave de Reims, Cháteau- Thierry y Epernay, y contenido así
el daño. Además, el terreno sobre el que habían avanzado los alemanes ofrecía
pocos recursos, ya que ese mismo territorio lo habían arrasado en su retirada
hacia la Línea Hindenburg. Por consiguiente, las fuerzas alemanas, en ese mo-
mento a 144 km de sus cabezas de línea ferroviarias, operaban sin un suminis-
tro regular de comida, agua y municiones. El único objetivo estratégico de esa
región, París, se situaba a todas luces fuera de la capacidad del Ejército alemán
para tomarla o, cuando menos, amenazarla con gravedad. Sin embargo, Lu-
dendorff estaban tan entusiasmado con su éxito, que lo reforzó y retiró recur-
sos de los objetivos estratégicos originales de sus ofensivas, a saber, Flandes y
El turno de Jerry 309

Amiens. Esta decisión debilitó al Ejército alemán en la zona de mayor impor-


tancia estratégica, lo que motivó que Foch le dijera al oficial de enlace británi-
co con su cuartel general: «Me pregunto si Ludendorff conoce su oficio».*!
“Todo lo que reportaron los esfuerzos en el sur del Ejército alemán fueron dos
salientes peligrosamente expuestos y un ejército agotado para defenderlos. El
4 de junio Ludendorff tuvo que interrumpir la ofensiva para reorganizar y
decidir su siguiente movimiento.

«¡Y un cuerno retirada! Si acabamos de llegar»

Foch podía permitirse ser un caballero ante su adversario a pesar del rosario
de éxitos tácticos de este último, porque sabía que él tenía un arma que Lu-
dendorff no podía confiar en igualar. El Ejército norteamericano, bajo el man-
do de su extraordinario comandante, el general John Pershing, estaba por fin
listo para entrar en combate. Profesional consumado, con fama de trabajador
incansable y de mantenerse tozudamente fiel a sus creencias, Pershing había
sido muy madrugador ya desde su nombramiento como primer capitán duran-
te sus días de cadete en West Point. Su matrimonio con la hija del inveterado
jefe del Comité de Asuntos Militares del Senado y el patrocinio del presiden-
te Theodore Roosevelt proporcionaron a Pershing los contactos políticos ne-
cesarios en el Partido Republicano, aunque siempre tuvo cuidado de mante-
nerse por encima de las políticas partidistas. A pesar de su fracaso en encontrar
y detener a Pancho Villa, su sagacidad política durante la operación había he-
cho que se ganara también la admiración de la Administración demócrata de
Wilson, lo que le convirtió en la elección evidente para mandar las fuerzas
norteamericanas destacadas a Europa. Pershing era también un excelente juez
del talento militar. Entre sus primeros nombramientos para ocupar puestos en
Francia estuvo el del futuro general de cinco estrellas George Marshall y el del
brillante y enigmático George Patton.
Casi un año después de entrar en la guerra, Estados Unidos había resuelto
por fin la infinidad de problemas que implicaba el despertarse de su sueño ais-
lacionista para entrar en la refriega. Uno de los más serios entre esos proble-
mas consistió en la determinación de la relación exacta entre Estados Unidos
y sus aliad os. Nort eamé rica se había nega do a firma r el trata do de Lond res,
que const ituía la base legal de la alian za, prefi riend o auto deno mina rse «po-
tencia asoci ada». El pres iden te Wils on había deja do bien claro que no veía
que los objet ivos bélic os de su país fuera n del todo anál ogos a los de Franc ia,

31. Foch, citado en gen era l sir Cha rle s Gra nt, «So me Not es Mad e at Mar sha l Foc h's Head-
quarters, Aug ust to Nov emb er 191 8», LH CM A, doc ume nto s Gra nt, 3/2 , pág . 5.
310 La Gran Guerra

El jefe de las Fuerzas Expedicionarias Norteamericanas (AEE), John J. Pershing (dere-


cha) se resistió obstinadamente a ver a su ejército bajo el mando de los comandantes euro-
peos. Con él aparece Benjamín Foulois, que llegó a ser general de brigada y jefe de las
fuerzas aéreas de la AEF. (United States Air Force Academy McDermott Library. Coleccio-
nes especiales)
El turno de Jerry 311

Bretaña e Italia. Él y Pershing habían aclarado también que los norteamerica-


nos lucharían sólo como una entidad independiente y claramente diferencia-
da en cuanto a su nacionalidad. Ambos hombres se resistieron con firmeza a
los planes europeos de «fusionar» el Ejército norteamericano, a nivel de bata-
llón o compañía, en las divisiones británicas y francesas. La inexperiencia nor-
teamericana, la ausencia de una doctrina adecuada y la escasez de material de
guerra moderno ofrecían un tremendo contraste con su resistencia por princi-
pio a la fusión, aunque Pershing se mantuvo firme.*?
Al final, la controversia de la fusión produjo más ruido que nueces. Los
norteamericanos habían acordado desde un principio que, si surgía la necesi-
dad de afrontar una emergencia, aceptarían una fusión temporal y limitada.
«No deseamos perder la identidad de nuestras fuerzas —escribía el secretario
de la Guerra, Newton Baker, a Pershing en diciembre de 1917—, aunque con-
sideramos que es de una importancia menor que el hecho de que las fuerzas a
su mando se enfrenten a cualquier situación crítica con la mayor eficacia posi-
ble.»?** En el punto álgido de la crisis, a finales de marzo de 1918, Pershing ha-
bía ido a visitar a Foch para hacerle una oferta extraordinaria que contrastaba
sobremanera con la resistencia norteamericana a la fusión. Pershing, en su va-
cilante francés, le dijo al nuevo comandante en jefe que «el pueblo norteame-
ricano consideraría un gran honor que nuestras tropas combatieran en la pre-
sente batalla... Infantería, artillería, aviación, todo lo que tenemos es suyo;
utilícelo como desee».?*
Por su parte, los europeos accedieron a la creación de un ejército nortea-
mericano independiente a las órdenes de mandos norteamericanos, aunque
no, como Clemenceau le dijo a Pershing, «mientras el destino de mi patria es-
tuviera en juego a cada momento en los campos de batalla, los cuales ya se han
bebido la mejor sangre de Francia».** Foch y Pétain habían sugerido que un
ejército norteamericano independiente tenía sentido desde el punto de vista
operacional, ya que cabía esperar que los soldados norteamericanos comba-
tieran mejor si lo hacían a las órdenes de oficiales de su país. Sin embargo, la
emergencia provocada por la ofensiva alemana tenía que ser detenida por to-
dos los medios necesarios antes de que se pudiera crear un ejército norteame-
ricano independiente. Así las cosas, las dos partes convinieron en la inclusión
temporal de las divisiones norteamerica nas (bajo el mando de oficiales nor-

32. Sobre la doctrina, véase Mark Grotelueschen, Doctrine Under Trial: American Artillery
Employment in World War [, Westport, Connecticut, Greenwood Press, 2001.
33. Baker, citado en Robert Bruce, A Praternity ofArms: America and France in the Great War,
Lawrence, University Press of Kansas, 2003, pág. 151.
34. Pershing, citado en John S. D. Eisenhower y Joanne Thompson Eisenhower, Yanks: The
Epic Story of the American Army in World War 1, Nueva York, Free Press, 2001, pág. 114.
35. Clemenceau, citado en Bruce, op. cit., pág. 150.
312 La Gran Guerra

Unos carros ligeros norteamericanos en pleno avance. Compárense estos carros de com-
bate con el mamotreto alemán de la página 299. (National Archives)

teamericanos) en los cuerpos y ejércitos franceses hasta que hubiera pasado la


crisis inmediata.
Norteamericanos, británicos y franceses se pusieron de acuerdo también
en lo concerniente a un sistema para transportar y equipar a los primeros lo
más deprisa posible. El 2 de mayo Foch negoció un acuerdo con Pershing en
virtud del cual los norteamericanos aceptaban enviar a Europa sólo tropas de
infantería y así potenciar al máximo el número de infantes disponibles para
enfrentarse a las ofensivas alemanas. Los británicos aceptaron proporcionar
los barcos necesarios para transportar a la mitad de los norteamericanos, garan-
tizando que casi 500.000 de ellos estarían en Europa en julio, y que otro medio
millón más cruzaría el Atlántico al terminar el año. Al final, los norteamerica-
nos sobrepasaron esas expectativas y desembarcaron a 300.000 hombres por
mes. En virtud de las condiciones de un acuerdo anterior, los franceses pro-
porcionarían las municiones necesarias a cambio del acero y las materias pri-
mas de los estadounidenses. Francia se convirtió en el proveedor de armas más
importante del Ejército norteamericano, al que terminó entregando 3.532
piezas de artillería de campaña, 40.884 armas automáticas, 227 carros de com-
bate y 4.847 aviones.** Sin estas armas, a los norteamericanos les habría resul-
tado harto difícil realizar alguna ofensiva.

36. Ibid., pág. 105.


El turno de Jerry 313

La íntima amistad personal que se estableció entre Pershing y Pétain for-


taleció la conexión entre las Fuerzas Expedicionarias Norteamericanas (AEF)
y el Ejército francés. A finales de mayo, los dos ejércitos cooperaron en la pri-
mera gran operación de combate en la que intervino la AEF, cuyo escenario
fue la ciudad de Cantigny. Una fuerza conjunta franco-norteamericana tomó
la ciudad, tras lo cual la defendió contra seis intentonas diferentes de los ale-
manes. Los norteamericanos cometieron errores tácticos, pero demostraron
la clase de ímpetu que pronto les haría famosos tanto entre los aliados como
entre los alemanes. Tal vez hubieran sido patosos y dependientes de los fran-
ceses en muchas operaciones de apoyo, pero su inmadurez en el campo de ba-
talla se resolvería con la práctica. Cuando franceses, británicos y alemanes los
vieron en directo, fueron pocos los que dudaron de que estuvieran hechos «de
la pasta» que exigía combatir en el frente occidental. Su número (por término
medio, llegaba una división a Europa cada día) y su aspecto saludable y bien
alimentado llevaron a sus aliados a verlos como a unos hombres «espléndi-
dos», poseedores de la moral y el espíritu más elevados.*” Es casi imposible su-
bestimar el efecto psicológico que tuvo la mera aparición de tantos refuerzos
vigorosos.
Los norteamericanos demostraron enseguida ser un arma de combate for-
midable en la guerra contra Alemania. Así, tuvieron una intervención decisi-
va al cortar dos aproximaciones de los alemanes a París. Los norteamericanos
habían cubierto una brecha cerca de un coto de caza llamado el bosque de
Belleau, que los alemanes conservaban con un gran número de fuerzas. Según
cuenta la leyenda del Cuerpo de Infantería de Marina, un ataque perpretado
por los alemanes el 2 de junio obligó a retirarse a las unidades francesas, cuyos
oficiales instaron a los norteamericanos a que lo hicieran también a posiciones
más sólidas. Según parece, un oficial del Cuerpo de Marines, el capital Lloyd
Williams, respondió: «¡Y un cuerno retirada! Si acabamos de llegar». Al igual
que todos los dichos ingeniosos de la historia, puede que éste sea apócrifo,
pero su persistencia a lo largo del tiempo refleja el ardor y el espíritu con que
los norteamericanos combatieron en el bosque de Belleau y en todas partes.
El 5 de junio los norteamericanos lanzaron un ataque contra el bosque
como parte de un avance general del XXI Cuerpo francés. Siguieron casi tres
semanas de sangriento combate antes de que el jefe de los marines pudiera co-
municar por señal es que «el bosq ue ya es por comp leto del Cuer po de Mari -
nes de Esta dos Unid os». El inme nso ceme nter io cont iguo al bosq ue, ahora
rebautizado ofici almen te como el Bosq ue de la Brig ada de Mari nes, se levan ta
como prue ba de las enor mes pérdi das sufri das por las fuerz as esta doun iden ses

37. Informe de la misión britán ica a las AEF , cit ado en Gra nt, «No tes fro m a Dia ry» , ano ta-
ción del 24 de junio.
314 La Gran Guerra

Los soldados norteamericanos, como estos que utilizan una ametralladora ligera, sorpren-
dieron por igual a aliados y enemigos por su entusiasmo, temeridad e idealismo. La reali-
dad de la guerra fue determinante para que los mandos norteamericanos abandonaran sus
ideas preconcebidas y aprendieran de los franceses y los británicos. (National Archives)

para detener el avance alemán. Los marines perdieron a 4.600 hombres, casi la
mitad de los soldados que intervinieron en combate. La victoria en el bosque
de Belleau, sin embargo, detuvo a los alemanes en lo que fue su máximo acer-
camiento a París, a sólo 56 km de distancia; no volverían a acercarse tanto en
lo que quedaba de guerra.
A pocos kilómetros del bosque de Belleau, los norteamericanos tuvie-
ron la destacada actuación de detener un nuevo ataque alemán, esta vez en la
ciudad de Cháteau- Thierry, a orillas del Marne. Mientras sus camaradas re-
pelían los ataques en el bosque de Belleau, los hombres de la II y la TIT Divi-
sión norteamericanas privaban a los alemanes de la posibilidad de cruzar el
Marne en Cháteau- Thierry. Otras unidades norteamericanas participaron
también en la batalla. Su insignia se puede ver en la actualidad en el gran
monumento erigido en la ciudad, dedicado a «la amistad y cooperación entre
los Ejércitos francés y norteamericano». Un regimiento estadounidense
defendió un meandro del río con tanta fiereza, que se ganó el sobrenombre de
la «Roca del Marne». La enérgica presencia de las AEF en el campo de bata-
lla sirvió como prueba concluyente de que la estrategia de Ludendorff había
sido un vil fracaso. «Vosotros, los norteamericanos —decía un oficial fran-
cés a mediados de junio—, sois nuestra esperanza, nuestra fuerza, nuestra
El turno de Jerry 315

vida.»** Incluso la derrota de los británicos que con tanto ahínco había perse-
guido Ludendorff, no impediría a los norteamericanos llegar en masa y com-
batir con más pericia a cada mes que pasaban en Francia.
A pesar de que las bajas de junio sobrepasaron los 200.000 hombres, Lu-
dendorff se decidió por lanzar una cuarta ofensiva. Tenía la esperanza de to-
mar Reims y luego avanzar contra París. El Ejército alemán, sacudido por el
derrotismo, las deserciones y la misteriosa enfermedad que pronto se conoce-
ría como gripe española, no podría repetir sus éxitos anteriores. El desastre de
Duchéne en el Chemin des Dames condujo a los aliados a redoblar sus es-
fuerzos para crear unas defensas elásticas; éstos, por fin, habían visto lo sufi-
ciente de los alemanes para saber ya cómo contrarrestar sus tácticas. Los de-
sertores germanos (muchos de ellos alsacianos) proporcionaron a los franceses
el momento y el lugar exactos del ataque. En consecuencia, los avances alema-
nes fueron insignificantes, y el káiser observó con frustración cómo sus hom-
bres volvían a fracasar en la toma de Reims. Ludendorff reaccionó culpando a
los oficiales de su Estado Mayor y proclamando su esperanza de derrotar a los
franceses en un futuro cercano y continuar luego con su persecución de los bri-
tánicos, hasta la India si se hacía preciso.?”
La quinta ofensiva de Ludendorff, esta vez sobre el Marne al este de
Reims, no sorprendió a nadie. Los desertores alemanes, los informes de la in-
teligencia francesa y la propia intuición de Foch habían permitido a los aliados
adivinar el plan de Ludendorff. Foch había dispuesto un recibimiento nada
amable a los alemanes para el que reunió infantería, aviación y blindados de
los cuatro países, incluidas seis divisiones norteamericanas bajo el mando del
VI Ejército francés. En la segunda batalla del Marne (del 15 al 18 de julio), las
bajas alemanas incluyeron a 30.000 desmoralizados prisioneros. La victoria
aliada acabó de una vez por todas con cualquier esperanza germana de tomar
París y obligó a Ludendorff acancelar su sexta ofensiva, prevista para ser lan-
zada contra los británicos en Flandes. El 24 de julio Foch anunció a los gene-
rales aliados que había llegado el momento de «abandonar nuestra actitud ge-
neralmente defensiva, impuesta por nuestra inferioridad numérica global
hasta el momento, y de pasar a la ofensiva», a fin de presionar a los alemanes
diariamente a lo largo de todo el frente y «no darles tiempo para que recom-
pongan sus unidades». La última apuesta de Alemania había fracasado, y los
ejércitos aliados estaban preparados para reanudar la ofensiva. La fase final de
la guerra había empezado.

38. Citado en Robert Zieger, Americas Great War, Lanham, Maryland, Rowan and Little-
field, 2000, pág. 97.
39. Herwig, op. cit., pág. 417.
40. Ministere de la Guerre, Les Arm ées Fra nca cis es dan s la Gra nde Gue rre , seri e 7, vol. 1, Parí s,
Imprimerie Nationale, 1928, pág. 266.
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Capítulo 13
A cien días de la victoria
De Amiens al Meuse-Argonne

En particular, los oficiales [alemanes capturados] nos informan


de la debilidad de sus fuerzas, de la juventud de los reclutas y de
la influencia de la entrada de los norteamericanos. Se sienten
deprimidos por sus enormes bajas, la mala calidad de la comida y
la crisis interna de Alemania. Están preocupados y empiezan a
dudar del poder alemán... El alemán está empezando a com-
prender que no puede ganar, pero no está preparado para renun-
ciar y puede que siga resistiendo.

Informe del cuartel general francés sobre la moral


del Ejército alemán, 4 de septiembre de 1918*

“Tras la victoria en la segunda batalla del Marne, los ejércitos aliados empeza-
ron su propia ofensiva general, en la que el avance de los soldados fue mejor
de lo que habían esperado los generales al mando. El Ejército alemán opuso
poca resistencia más allá de una retaguardia decidida, prefiriendo, en su lugar,
trasladarse hacia el este a posiciones más defendibles. El impedimento más
serio a los movimientos aliados fueron las políticas de tierra quemada de los
alemanes, conforme a las cuales hundían los puentes, arrasaban los pueblos y
minaban las carreteras. La mera visión del territorio francés destruido con
tanto descaro por su enemigo revitalizó el deseo del Ejército francés de hacer
que Alemania pagara por sus crímenes. Los hombres del LXXVII Regimien-
to de Infantería francés recordaban sus sentimientos al atravesar los pueblos
damnificados en agosto de 1918:

Los pueblos destruidos y saqueados mostraban el vandalismo de los ale-


manes, en su furia por haber sido obligados a retirarse, hasta con la última si-
lla, la última ventana rota, [y] el último suelo levantado. Había depósitos de
bombas de gas (con las espoletas reguladas para que liberasen el gas después

* El epígrafe está extraído del Grand Quartier General, Second Bureau, «Le morale de Par-
mée allemande», 4 de septiembre de 1918, en el Ministere de la Guerre, Les Armées Frangaises dans
la Grande Guerre, serie 7, vol. 1, París, Imprimerie Nationale, 1928, apéndice 960.
318 La Gran Guerra

de que los alemanes se la rg ar an ) es co nd id os en los bo sq ue s, ca dá ve re s de ca-


ballos muertos por los aleman es en su ret ira da ha ci a el Ma rn e, fru tal es arr an-
cados de cuajo, [y] tri gal es co rt ad os ant es de ma du ra r. Aq ue l es pe ct ác ul o tan
bien planeado no hi zo má s qu e au me nt ar nu es tr o od io ha ci a los bo ch es .'

En la consideración de los hombres del LXXVIT Regimiento, aquellas ac-


cion es deli bera das de los ale man es caía n fuer a de los lími tes de la guer ra. La
dest rucc ión del gan ado y de las cose chas en el ver ano de 1918 sup oní a la ame -
naza de un invierno muy difícil para los granjeros y aldeanos del este de Fran-
cia. En opi nió n de los fran cese s, los ale man es debí an ser cast igad os por lo que
habían hecho.
En su persecución de los alemanes, el LXXVII Regimiento contó con la
ayuda de una bien saludada novedad, el transporte motorizado. Allí donde los
ingenieros franceses podían reconstruir los puentes y garantizar la seguridad
de las carreteras frente a las minas, el regimiento viajaba en camiones, un cam-
bio positivo para cualquier infante. Esta innovación puso de relieve la impor-
tancia de la mecanización en el empeño bélico de los aliados. La utilización
de los carros de combate en la segunda batalla del Marne se había mostrado
como un factor decisivo trascendental, al permitir avanzar a los aliados con
una potencia de fuego móvil a fin de abrir brechas para su explotación por la
infantería. La aviación desempeñó también un papel importante.
Estos logros fueron, en parte, producto de las reformas económicas su-
pervisadas por civiles en los primeros años de la guerra. El británico sir Eric
Geedes, entre otros, reformó el sistema burocrático británico a fin de permi-
tir que en Gran Bretaña se produjeran los suministros adecuados, se enviaran
a los diferentes escenarios de la guerra y fueran utilizados por las unidades que
los necesitaran. Geedes aportó su experiencia en la gestión ferroviaria a la reso-
lución de los problemas de la dedicación temporal de la red ferroviaria britá-
nica, esencialmente civil, a fines militares. Finalmente, llegó a ser ministro de
Marina, donde utilizó sus habilidades para resolver también los problemas
de la Armada británica. Las reformas económicas y políticas de los aliados en
1915 y 1916, junto con la cooperación, ya sin trabas, de la industria norteame-
ricana a partir de abril de 1917, empezaron a cambiar la cara de la guerra mo-
derna, en gran medida a favor de los aliados.
A pesar de estos logros, ninguno de los principales líderes aliados pensó
que la victoria a mediados de julio en la segunda batalla del Marne ni la rápi-
da persecución a que se sometió a los alemanes a final del mes, conducirían a
la derrota de Alemania en 1918. Los más optimistas entre ellos preveían que

l. Historique du 77 Régiment
Te “3 Verid DOTA
d'Infanterie,
» > TY)
Nancy,
y 7
Berger-Levrault,
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fecha,
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SHAT,
26N 1734, n* 72, caja 16, pág. 66.
A cien días de la victoria 319

La modernización de la guerra no alcanzó a todas las partes del campo de batalla. Todos
los ejércitos siguieron confiando en la fuerza humana y animal para trasladar los suminis-
tros. (National Archives)

la victoria se produciría tras una descomunal campaña en la primavera de 1919


dirigida por nuevas divisiones norteamericanas y encabezada por miles de
carros de combate, camiones y aviones. Los líderes más pesimistas, incluido
Lloyd George, empezaron a prever la continuación de la guerra en 1920. El
premier británico ya había escuchado en el pasado demasiadas predicciones
optimistas de una victoria fácil, así que en el verano de 1918 no estaba dis-
puesto a seguir contando con ellas; llegado el caso, quería estar preparado para
dirigir a Gran Bretaña en una prolongación de la contienda.
Quizá fuera mucho más probable, por el contrario, que los líderes alema-
nes pensaran que la guerra podría terminar, de manera desfavorable para ellos,
hacia final de año. Desde un punto de vista operacional, creían que podían
superar el contratiempo sufrido en el Marne, pero la derrota sólo puso de re-
lieve la quiebra de la estrategia alemana. Después de la segunda batalla del
Marne, y el fracaso de sus ofensivas de la primavera, Alemania no tenía ningu-
na alternativa estratégica evidente y ningún plan de repuesto. Los aliados de
Alemania, además, requerían una ayuda descomunal sólo para no derrumbar-
se. Austria-Hungría, Bulgaria y el Imperio otomano se encontraban todos al
límite de sus capacidades operacionales. Eran pocos los alemanes que espera-
ban recibir la suficiente ayuda de ellos en las semanas y meses que se avecina-
320 La Gran Guerra

ban. Cuando sus aliados empezara n a de rr um ba rs e, los al em an es sa bí an qu e


las potencias en em ig as te nd rí an las ma no s lib res pa ra de sv ia r aú n má s ac ti vo s
hacia el fr en te oc ci de nt al o a op er ac io ne s pe ns ad as pa ra at ac ar lo s de sd e ot ra s
direcciones. Estas úl ti ma s in cl uí an pl an es el ab or ad os po r Ll oy d Ge or ge y
Henry Wi ls on di ri gi do s a ini cia r op er ac io ne s a gr an es ca la en los Ba lc an es . El
triunfo de los al ia do s en tal es es ce na ri os po dr ía te ne r im po rt an te s co ns ec ue n-
cia s. In cl us o era po si bl e qu e, si pe rc ib ía n la de bi li da d al em an a, Ru si a y Ru ma -
nía vo lv ie ra n a en tr ar en la gu er ra , po ni en do así en pe li gr o las co nq ui st as en el
este, que los alemanes confiaban en conservar después de la guerra aun cuan-
do perdieran ésta en el frente occidental.
Desde el punto de vista material, la posición de los alemanes no daba pie a
albergar ninguna esperanza. La aparición de los norteamericanos, junto con la
fuerza económica de Gran Bretaña y Francia, inclinó la balanza en el frente
occidental del lado de los aliados por primera vez en la guerra. En el verano de
1918 Alemania se enfrentaba a una diferencia de efectivos en el frente occi-
dental de 3.576.900 soldados alemanes frente a 4.002.104 de los aliados, in-
clusión hecha de los 786.489 norteamericanos establecidos en Europa el 1 de
agosto; a lo largo del verano, éstos aumentaron su número en casi 30.000 hom-
bres por día. En consecuencia, el contingente aliado seguiría creciendo mien-
tras el alemán descendería. Las divisiones norteamericanas, además, eran el
doble de grandes que las alemanas, lo que proporcionaba una garra y resisten-
cia mayores en el campo de batalla.
Por si fuera poco, numerosas unidades alemanas no estaban en condiciones
de combatir. Agotadas por los enfrentamientos de la primavera, necesitaban
varias semanas o meses para reponerse antes de poder reanudar las operacio-
nes ofensivas. El reabastecimiento de estas unidades no sería una tarea fácil, ya
que Alemania se enfrentaba a unas diferencias insuperables en carros de com-
bate (5.646 aliados frente a 10 alemanes), ametralladoras (37.541 de los alia-
dos por 20.000 de los alemanes) y reservas de gasolina.? Además, los aliados
tenían la capacidad de añadir una gran cantidad de modelos recientes de toda
clase de armas de la guerra moderna a lo largo de 1918 y, si fuera preciso, de
1919. Por el contrario, los alemanes tendrían que confiar en las menguadas
reservas de su cada vez más obsoleto armamento, en especial en lo tocante a
carros de combate y aviones.
A pesar de las tremendas bajas sufridas por los aliados en la primera mitad
de 1918, Foch quería aprovechar sus ventajas con la mayor rapidez posible. En
consecuencia, tras haber rechazado las últimas ofensivas alemanas de la prima-
vera, ordenó a las tropas aliadas que asumieran la ofensiva. El sector del Mar-

2. Ministere de la Guerre, Les Armées Prangaises dans la Grande Guerre, París, Imprimerie
Nationale, 1928, serie 7, vol. 1, apéndice 897, tabla 1.
A cien días de la victoria 321

La crisis de 1918 obligó a los norteamericanos a enviar tropas lo más rápidamente posi-
ble, a menudo sin suministros. Muchas unidades estadounidenses dependieron de los su-
ministros franceses y británicos, como es el caso de la pieza de artillería de 75 mm france-
sa que aparece en la foto. (National Archives)

ne ofrecía una oportunidad tentadora, debido a que el avance de los alemanes


allí había dejado a éstos con un saliente que se introducía de manera notable
en las líneas aliadas, lo que les dejaba desprotegidos por tres lados. La punta
occidental del saliente, que representaba el máximo avance alemán, estaba si-
tuada en la ciudad de Cháteau- Thierry, junto al río Marne; el centro del salien-
te, en la llanura de Tardenois, unos 16 km al este. Pétain confiaba en atacar el
saliente mediante una doble ofensiva, contra la entrada septentrional, una, y
contra la meridional, la otra, de manera que las dos se encontraran en Tarde-
nois. El objetivo final, de acuerdo con las órdenes de Pétain, no era sólo «per-
seguir [a los alemanes] desde la bolsa de Cháteau- Thierry, sino cortarles la re-
tirada hacia el norte y capturar al grueso de sus fuerzas».*
Para la operación, Pétain tenía a su disposición 18 divisiones de infantería
francesas, tres norteamericanas y dos británicas. Los alemanes, percatándose
del peligro, abandonaron todo el saliente de Cháteau- Thierry entre el 20 y el
21 de julio. La necesidad de reacondicionarse y de sustituir las bajas había re-
ducido las reservas disponibles, que pasaron de 62 divisiones el 17 de julio a

3. Pétain a los comandantes del ejército, 20 de julio de 1918, ¿bid., pág. 91.
322 La Gran Guerra

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Meuse-Argomne,
26 septiembre-
11 noviembre

Línea del frente, 15 julio PS


Estrasburgo
Línea del frente,
25 septiembre
Línea Hindenburg
(rota el 8 octubre)

Línea del frente, 30 octubre

Línea del frente, 11 noviembre

Avances aliados, 15 julio-11 noviembre 1918.

42 divisiones sólo una semana después. El cuartel general alemán había redu-
cido también el tamaño de los batallones en cien hombres, un indicio más de
la grave disminución de los efectivos alemanes. Asimismo, sabía que no po-
día resistir un ataque aliado contra el saliente de Cháteau-Thierry ni permi-
tirse las catastróficas bajas que habrían sufrido en caso de aislar el saliente los
aliados.
La reocupación aliada del saliente de Cháteau-Thierry tuvo diversas re-
percusiones de importancia. Eliminada la amenaza contra París, las dos divi-
siones británicas eran libres ya de volver bajo el mando británico en las cerca-
nías de Amiens, a fin de apoyar las ofensivas en aquel sector. Así que fueron
sustituidas por tres divisiones norteamericanas descansadas, lo que elevó el
número total de estadounidenses en el sector a seis divisiones con el doble de
efectivos, suficiente para desembocar en el hito de la creación del I Ejército
norteamericano, aprobado por el Consejo Supremo de la Guerra el 25 de ju-
lio y ejecutado el 10 de agosto. Juntos, norteamericanos y franceses, persiguie-
ron a los alemanes que se retiraban del sector del Marne desde el 15 de julio
hasta el 5 de agosto, con el saldo final de 29.000 alemanes hechos prisioneros
A cien días de la victoria 323

y la captura de 612 piezas de artillería y 3.330 ametralladoras. De paso, recu-


peraron 177 cañones y 393 ametralladoras francesas perdidas durante la pri-
mavera. En total, la fuerza conjunta se apoderó de más de seis millones de
balas para armas de bajo calibre y de casi un millón de proyectiles de artille-
ría.* Alemania no se podía permitir esas pérdidas.
Tras el fracaso alemán en tomar Cháteau- Thierry y en avanzar contra Pa-
rís, Ludendorff se fue alejando cada vez más de la realidad de la guerra y de su
propio Estado Mayor, y se negó a interpretar las señales de un ejército que ha-
bía llegado a la extenuación más absoluta, en particular, y sobre todo, los altos
índices de deserción, la propensión de los alemanes a rendirse y los crecientes
casos de hombres que se negaban a obedecer a sus oficiales. Negó que la gripe
española estuviera afectando a los soldados y tampoco aceptó la realidad de
que sus ofensivas hubieran acabado con la mayoría de los soldados de élite ale-
manes, dejando al ejército con cientos de miles de reservistas mal adiestrados
para enfrentarse a los decididos ataques aliados que él sabía eran inminentes.
Sin una estrategia ni medios para cambiar la suerte de Alemania, anhelaba una
victoria alemana que no era capaz de lograr.* La tensión alcanzó a toda la es-
tructura del mando alemán. El asistente de Hindenburg sufrió una crisis ner-
viosa y varios otros oficiales perdieron la fe en Ludendorffy en sus grandio-
sos planes.
En el lado aliado, la fe en los mandos y la confianza en la posibilidad de la
victoria iban en aumento. Foch, Haig y Pétain comprendieron, sin excepción,
la necesidad de presionar a los alemanes antes de que éstos pudieran recupe-
rarse y reorganizarse. Sabían lo cansadas que estaban sus propias fuerzas, pero
creían que el tiempo que se perdiera en julio y agosto podía tener repercusio-
nes de gran trascendencia. Pétain siguió siendo el más prudente de los tres y
argumentó que sus hombres necesitaban más descanso antes de dirigirse al
este. Foch lo empujó a seguir adelante, diciéndole el 23 de julio que «es im-
portante retomar el control de las operaciones con energía y sin dilación».”
Haig no tardó en instar a sus tropas a realizar un esfuerzo parecido y les dijo
que «los riesgos que hace un mes habría sido un crimen correr, deberían con-
traerse ahora como responsabilidad».” Si se movían con rapidez y presionaban
en todos los frentes, los aliados podían darle la vuelta a la guerra y, tal vez, in-
cluso ganarla antes de que llegara el invierno.

4. Ibid., pág. 370.


S. Holger Herwig, The First World War: Germany and Austria-Hungary, 1914-1918, Londres,
Edward Arnold, 1997, pág. 419.
6. Ferdinand Foch , The Mem oir s ofMar sha l Foch , Gar den City , NY, Dou ble day , 1931 , pág. 366.
7. Haig, citado en Malcolm Brown, The Imperial War Museum Book 0f1918: Year of Victory,
Londres, Pan Books, 1998, pág. 205.
324 La Gran Guerra

El día aciago y el avance hacia la Línea Hindenburg

Los alemanes habían suf rid o a pr im er os de jul io un rev és bél ico ap ar en te me n-


te menor al perder fre nte a las fue rza s aus tra lia nas y no rt ea me ri ca na s un pue -
blo sin ni ng un a im po rt an ci a ll am ad o Le Ha me l. La bat all a de est e no mb re , de
la que apenas tuvier on not ici a la ma yo rí a de los ho mb re s del fre nte occ ide nta l,
tuvo dos repercusiones de importancia para el combate en el futuro. La pri-
me ra fue su ori gin ali dad e im pr ov is ac ió n. El ge ni o ocu lto det rás de la bat all a,
un gen era l jud ío del Ejé rci to aus tra lia no de no mb re Jo hn Mo na sh , uti liz ó su
acostumbrado esmero en los preparativos para trazar una victoria «de libro».*
Monash combinó las operaciones de infantería, blindadas y aéreas con una
fluidez de la que nadie había sido capaz hasta ese momento. En Le Hamel, los
carros apoyaron los avances de la infantería con mucha más eficiencia de la que
habían hecho gala en Cambrai o en la segunda batalla del Marne, lo que per-
mitió que se superaran los importantes problemas de comunicaciones que ha-
bían limitado con anterioridad la cooperación entre los carros y la infantería.
Monash y los jefes de su aviación dispusieron incluso que los pilotos de las
Reales Fuerzas Aéreas [RAF] británicas lanzaran municiones a los hombres que
estaban luchando en la batalla, ofreciendo el reabastecimiento desde el aire.
La segunda innovación supuso la incorporación de los norteamericanos.
Monash integró a dos regimientos estadounidenses en la batalla bajo el con-
trol global de la veterana IV División de Infantería australiana. Pershing había
pedido que sus fuerzas no fueran incluidas en la batalla porque no estaban bajo
el mando global norteamericano, pero después de una intensa discusión, Haig
y Foch rechazaron sus objeciones en aras de asegurar que los australianos tu-
vieran la fuerza suficiente para ganar la batalla. Los entusiastas norteamerica-
nos combatieron extremadamente bien (el 4 de julio, nada menos) e impresio-
naron a sus aliados australianos. Sin embargo, Pershing siguió irritado por su
falta de control sobre las unidades norteamericanas y juró que se aseguraría de
que «no volviera a ocurrir nada semejante».” La furiosa reacción del coman-
dante norteamericano aguó lo que, por lo demás, fue una eficaz utilización de
las unidades norteamericanas en el campo de batalla. Pese a todo, la indigna-
ción de Pershing no evitó que se desarrollara una sólida relación de comuni-
cación entre los australianos y los norteamericanos, la cual proporcionaría
grandes beneficios en el transcurso del año.
Con la ayuda de los norteamericanos, la obra maestra de Monash funcionó
como él había previsto. La parte más importante del enfrentamiento acabó en
poco más de hora y media, y los soldados aliados tomaron todos sus objetivos

8. John Terrain, To Win a War: 1918, the Year ofVictory, Londres, Cassell, 1978, pág. 89.
9. Pershing, citado en 2bid.
A cien días de la victoria 325

Los soldados norteamericanos combatieron en Le Hamel al lado de sus camaradas austra-


lianos. A pesar de la exigencia de Pershing de que sus unidades tuvieran independencia
absoluta, los norteamericanos dependieron en gran medida de las dotes de mando de los
experimentados diggers [excavadores] australianos. (Australian War Memorial, negativo
n” E02690)

con unas bajas asombrosamente leves. También hicieron prisioneros a más de


1.500 soldados alemanes, muchos de ellos ilesos, lo que indicaba la creciente
predisposición de los alemanes a rendirse a la primera oportunidad. Los aus-
tralianos que lucharon en Le Hamel percibieron la diferencia en la capacidad
ofensiva germana, y llegaron a la conclusión de que el Ejército alemán «no era
ya el formidable enemigo en defensa que había sido en 1916 y 1917».'* Por lo
tanto, Monash sugirió que la unidad matriz del Cuerpo australiano, el IV Ejér-
cito británico, debería aprovechar el impulso conseguido por la victoria en Le
Hamel. Monash defendió que se probara su nuevo plan de operaciones com-
binadas a una escala mucho mayor y que se dirigiera contra un objetivo mucho
más importante estratégicamente.
Monash desempeñó un papel clave en el desarrollo de la batalla subsi-
guiente, encaminada a asegurar las líneas laterales de comunicación que discu-
rrían por el este de Amiens. Tales líneas eran las vías de suministro de la ma-

10. General de división sir Archibald Montgomery, The Story ofthe Fourth Army in the Battles
ofthe Hundred Days, sin fecha, LACMA, Documentos Archibald Leslie, pág. 6-7.
326 La Gran Guerra

yor parte de las unidades al em an as es ta bl ec id as en las re gi on es de Pi ca rd ía y


Artois. El plan confiaba en pil lar a los al em an es po r so rp re sa , po r lo qu e no
habría ningún bombardeo preparat or io de un a gr an ba te rí a art ill era qu e de la -
tara el ataque; en su lu ga r, los br it án ic os pl an ea ba n re al iz ar un a gr an co nc en -
tración de ca rr os de co mb at e qu e pr op or ci on ar a un a po te nc ia de fu eg o loc al.
Foch ordenó que se oc ul ta ra n to do s los de ta ll es de l pl an a qu ie n no ne ce si ta ra
conocerlos, entre ellos varios miembros clave de los ministerios de la Guerra
ali ado s. Lo s co ma nd an te s al ia do s ca mb ia ba n de ma ne ra pe rm an en te el lu ga r
de las conferencias y de las reuniones, de manera que nunca se les viera juntos
dos veces en el cuartel general del mismo ejército o cuerpo.
Para garantizar el secreto acerca del lugar del ataque, los británicos restrin-
gieron sus movimientos a las horas nocturnas e hicieron que los aviones los
sobrevolaran para ocultar el ruido de los motores de los carros. Los soldados
encontraron un papelito en sus registros de salarios que rezaba: «Mantén la
boca cerrada», para recordarles que no hablaran de la operación cuando estu-
vieran en las zonas de descanso; los postes indicadores de las carreteras que
iban y venían de las zonas avanzadas contenían el mismo mensaje. Los radio-
telegrafistas británicos realizaron también transmisiones falsas que sugerían la
inminencia de un ataque británico en Flandes; supieron que el señuelo había
funcionado cuando los alemanes enviaron refuerzos a Flandes en lugar de al
sector de Amiens.
El esmero en los preparativos tuvo su compensación; el ataque británico
del 8 de agosto cogió casi completamente por sorpresa a los alemanes. La ac-
ción fue encabezada por el IV Ejército británico, bajo el mando de su muy res-
petado comandante, el general Henry Rawlinson. Éste se había hecho cargo
del destrozado V Ejército de Gough a finales de marzo, le cambió la denomi-
nación, lo reorganizó y le devolvió la confianza en sí mismo. Su papel como
ejército principal en la ofensiva de Amiens demostró que se había recuperado
de las bajas sufridas en la primavera. Los fiables cuerpos de canadienses y aus-
tralianos, también bajo el mando del V Ejército, añadieron la autoridad de la
veteranía y a algunos de los mejores soldados de los ejércitos aliados. Los ca-
nadienses, además, llevaban sin intervenir en la sangrienta lucha desde marzo
y abril, así que estaban frescos. Por su parte, los australianos aportaron la expe-
riencia adquirida en Le Hamel y desempeñaron un papel decisivo en Amiens,
donde ocuparon la parte central del frente.
Rawlinson contaba con un total de 14 divisiones de infantería, 2.000 piezas
de artillería y 450 carros de combate, la mayor concentración acorazada hasta
el momento para una batalla. Entre los carros se contaban 342 unidades de los
nuevos modelos pesados Mark V, que, en palabras del historiador del IV Ejér-
cito, eran «fáciles de manejar y capaces de girar y de darse la vuelta con una ra-
pidez que un año antes habría sido impensable». Los nuevos carros eran tam-
A cien días de la victoria 327

bién menos vulnerables al fuego rasante, lo que permitía hacerlos avanzar


más. A este arsenal, los británicos sumaron 800 aviones, algunos de los cuales
se destinaron a apoyar el avance de los carros. En las semanas previas a la ba-
talla, las fotografías aéreas habían localizado y señalado todas las defensas ale-
manas, haciendo «fácilmente perceptibles» para los carros de combate y la
aviación de apoyo los puntos fortificados de los alemanes. La planificación
se había hecho con tanta meticulosidad, y el secreto en el que se llevó a cabo
la concentración de las fuerzas había sido tan eficiente, que más tarde se de-
cía que «en realidad, la batalla de Amiens se ganó antes de que empezara el
ataque».!!
Para los hombres de los ejércitos aliados que encabezaron la ofensiva fue
«maravilloso encontrarse una vez más en la confusión de un avance», después
de meses de retiradas.'* La sorpresa casi absoluta y los cuidadosos preparati-
vos del IV Ejército, que apenas dejaron algo al azar, convirtieron el avance en
el más exitoso de la guerra en el frente occidental. A la 1.30 de la mañana del
8 de agosto, los canadienses se habían apoderado de las dos primeras líneas
de defensa alemanas; al terminar el día, habían avanzado unos extraordinarios
13 km en algunos lugares, abriendo brechas que permitieron el uso de la caba-
llería para atacar las líneas de comunicación de las unidades alemanas que se
retiraban. El I Ejército francés, operando bajo control británico para garanti-
zar la unidad del mando, también tuvo éxito e hizo prisioneros a hombres de
once divisiones alemanas diferentes.
El balance final de Amiens demostró dos cuestiones. Primero, que los
alemanes habían sufrido lo que su propia monografía oficial sobre la batalla
denominó «la mayor derrota del Ejército alemán desde el comienzo de la
guerra».!* En un solo día, los alemanes habían perdido una media de más de
9 km a lo largo de toda la línea de ataque y a 28.000 hombres, la inmensa ma-
yoría de los cuales prefirió rendirse antes que luchar. Ludendorff se refirió a
aquel 8 de agosto como «el día aciago» del Ejército alemán y concluyó que
Alemania ya no podía confiar en ganar la guerra. Una semana después, el kái-
ser autorizó al ministro de Asuntos Exteriores para que se dirigiera a la fami-
lia real de Holanda con la esperanza de que el gobierno holandés pudiera ser-
vir de compasivo intermediari o en las negociacione s de un armisticio con los
aliados.
En segund o lug ar, Ami ens dem ost ró que los ali ado s hab ían con seg uid o do-
minar el arte de la bat all a de lab ora tor io. La act uac ión com bin ada de la avi a-
ción y las unidades aco raz ada s con la inf ant erí a pro por cio nó el cúm ulo de po-

11. Ibid., págs. 15,23 y 30.


12. Gordon Hassell, citado en Brown, op. cit., pág. 204.
13. Citado en Terraine, 0p. c1t., pág. 114.
328 La Gran Guerra

Esta foto muestra el momento en que un bombardero suelta su carga sobre las posiciones
de unos objetivos que aparecen numeradas sobre la fotografía. Los bombardeos estraté-
gicos planteaban problemas de precisión e identificación de los verdaderos objetivos,
aunque hacia el final de la guerra se convirtieron en una parte fundamental de los planes
aliados. (United States Air Force Academy MceDermott Library. Colecciones especiales)

tencia de fuego necesario para superar las defensas enemigas. Las sofisticadas
técnicas de artillería, tales como la localización por los fogonazos o la localiza-
ción acústica, permitieron a los artilleros ubicar las baterías alemanas con pre-
cisión considerable. Mediante la utilización de estas nuevas tácticas, el fuego
de contrabatería aliado pudo destruir con eficacia la artillería enemiga y elimi-
nar así unas de las principales amenazas para el avance de la infantería. En
Amiens, las tácticas burdas de 1916 y 1917 habían dado paso a un estilo mecá-
nico de la guerra que permitió a los aliados mover a los hombres con más ra-
pidez, apoyar sus avances con un fuego artillero preciso y aplastante y conti-
nuar las operaciones detrás de las líneas enemigas. Los alemanes no tenían
respuesta para esta nueva forma de guerra. Incapaces de conservar las cerca-
nías de Amiens, se retiraron al terreno elevado que rodeaba San Quintín y Pé-
ronne, lo que les llevó de nuevo a la línea de las batallas del Somme en 1916.
Esta retirada colocó a los alemanes a lo largo de parte del mismo terreno
que habían defendido tan bien en una ocasión. Puede que el terreno hubiera
A cien días de la victoria 329

sido el mismo de dos años antes, pero los ejércitos ya no lo eran. Los inexper-
tos y mal pertrechados Nuevos Ejércitos Británicos que combatieron en 1916
con un material insuficiente habían sido sustituidos ya por unidades veteranas
bien provistas de armamento moderno e integradas por hombres instruidos
debidamente en las técnicas que necesitaban aplicar. Por el contrario, los ale-
manes se encontraban cansados, y algunas de sus divisiones contaban nada
más que con la cuarta parte de los efectivos que habían tenido en la primave-
ra. En 1918 no podían confiar en rechazar a los británicos en los terrenos ele-
vados que rodeaban el río Somme con el mismo tesón que habían empleado
dos años antes.
Los alemanes conservaban sólo una cabeza de puente al oeste del Somme,
en la ciudad de Péronne. Ludendorff preveía mantener la ciudad temporal-
mente, mientras sus fuerzas establecían nuevas líneas defensivas al este del
Somme, pero al oeste de la línea de defensas conocida como Línea Hinden-
burg, que discurría de manera intermitente en dirección sur-sudeste desde
Lille hasta Metz. Dos factores complicaban su plan. El primero era que de las
44 divisiones de reserva alemanas, sólo 19 estaban clasificadas como «frescas».
Quince de las divisiones de reserva estaban en plena reconstitución, lo que
significaba que estaban volviendo a ser formadas con los supervivientes de
otras unidades; y once estaban «cansadas» o, lo que era lo mismo, no eran ca-
paces de realizar ninguna operación ofensiva, y sólo, y eso en caso de emer-
gencia, podrían llevar a cabo operaciones de defensa.!*
El segundo problema de los alemanes estribaba en que los aliados no te-
nían intención de concederles ningún tiempo para descansar y reacondicio-
narse. Foch le había dicho ya a los comandantes aliados que «no den respiro
al enemigo» después de una ofensiva y «respondan a la situación del momen-
to» dirigiendo ataques locales.!* Para cumplir estos objetivos, Foch sacó al
VI Ejército francés de la reserva y lo añadió al cúmulo de unidades disponibles
para atacar; sacó también a otras seis divisiones de infantería francesas y las
asignó al Grupo de Ejércitos del Centro. A las unidades francesas se les comu-
nicó que no debían esperar refuerzos antes de «un lapso imposible de deter-
minar», pero las actuaciones de Foch dieron a los franceses la máxima capa-
cidad para presionar a los alemanes a lo largo de todo el frente occidental.'*
A fin de añadir contundencia al ataque británico, Foch trasladó también seis
brigadas de artillería pesada del I Ejército francés a Flandes para ayudar a los
británicos.

14. «Repartition des div isi ons all ema nde s sur le fro nt occ ide nta l a la dat e du 31 aoú t 191 8»,
1 de septie mbr e de 191 8, en Les Arm ées Pra nga ise s, seri e 7, vol. 1, apé ndi ce 922 .
15. Foch a los ejé rci tos ali ado s, 31 de ago sto de 191 8, 7bid ., ane xo n* 898 .
16. Ibid., pág. 277.
330 La Gran Guerra

Una vez más, los aust ra li an os en ca be za ro n la ej ec uc ió n de las ór de ne s de


Foch. En la noche del 30 de agosto , an te s de qu e los al em an es pu di er an ase -
gurar sus defens as al re de do r de Pé ro nn e, los au st ra li an os co rt ar on las lí ne as
ferroviarias al sur de la ci ud ad ; sin un en la ce fe rr ov ia ri o, los al em an es no po -
drían reabastecer a una gu ar ni ci ón su fi ci en te de nt ro de Pé ro nn e. A la no ch e
siguient e, las tr op as br it án ic as pr oc ed ie ro n a un ac er ca mi en to a lo s ce rr os de
San Quintín, «un au té nt ic o ba st ió n» , co mo es cr ib ió el hi st or ia do r de l IV Ej ér -
cito, «cuya toma nos permitiría enfilar las posiciones del enemigo [...] y ame-
nazar la seguridad de toda su línea».!” Las tropas australianas dirigieron el ata-
qu e un a ve z má s y to ma ro n los ce rr os a pe sa r de la di ve rs id ad de ob st ác ul os ,
tanto naturales como artificiales. En lugar de librar otra batalla que él sabía
no podía ganar, Ludendorff ordenó a las fuerzas alemanas que abandonaron
las posiciones del Somme, que se retiraran hasta la Línea Hindenburg y se
preparasen para resistir allí. En ese momento, las divisiones alemanas capaces
de efectuar operaciones ofensivas ascendían sólo a nueve.
Más al sur, los aliados emprendieron la tarea de eliminar otro saliente, éste
situado justo al sur de Verdún y con base en los alrededores de la ciudad de
Saint-Mihiel. Ya desde el principio de la guerra, este saliente había controlado
los accesos a los importantísimos yacimientos de hierro de Briey y al decisivo
centro ferroviario de Metz. La responsabilidad del ataque para tomar Saint-
Mihiel recayó sobre los norteamericanos, a quienes Pétain había prestado cua-
tro divisiones de infantería francesas en una demostración de «la inmensa fe
que tenía en las aptitudes militares de la AEF y en las dotes de mando de Pers-
hing y los comandantes de su cuerpo». La decisión de Pétain, consecuencia de
la íntima amistad que había entablado con Pershing, fue un ejemplo de fusión
a la inversa: las unidades francesas se pusieron a las órdenes del mando global
norteamericano. El I Ejército de éstos que atacó Saint-Mihiel contó entre sus
fuerzas y pertrechos con 110.000 soldados, 3.100 piezas de artillería y la dota-
ción de 113 carros de combate de los franceses.!* Los norteamericanos tam-
bién tuvieron bajo su mando a toda la flota aérea aliada, la mayor de toda la
guerra, que integraba a 1.400 aviones de las cuatro fuerzas aéreas.
Con este arsenal, el 12 de septiembre de 1918 los norteamericanos ataca-
ron al mismo tiempo las caras meridional y occidental del saliente de Saint-
Mihiel. Los alemanes se habían dado cuenta del peligro que amenazaba el sa-
liente y, tal y como habían hecho en Cháteau- Thierry, decidieron evacuarlo
en lugar de luchar. El ataque aliado sorprendió a los alemanes en las primeras
etapas de la retirada, pese a lo cual perdieron 16.000 hombres, que fueron he-

17. Montgomery, op. cit., pág. 107.


18. Robert Bruce, A fraternity ofArms: America and France in tbe Great War, Lawrence, Uni-
versity Press of Kansas, 2003, págs. 258 y 262.
A cien días de la victoria 331

En 1918 la ciudad de San Quintín constituyó un centro de resistencia fundamental con-


tra la Línea Hindenburg. Estas ruinas testifican la intensidad de los enfrentamientos que
tuvieron lugar allí. (National Archives)

chos prisioneros, y más de 460 cañones pesados. Al anochecer del 13 de sep-


tiembre, el I Ejército norteamericano había recuperado más de 518 km? de te-
rritorio francés, de resultas de lo cual se abrieron las carreteras que conducían
a Sedán y Metz, se acabó con la amenaza meridional contra Verdún y los nor-
teamericanos adquirieron una inmensa confianza en sí mismos. Sin pérdida de
tiempo, empezaron el difícil proceso de planear una operación de continua-
ción hacia el norte de Saint-Mihiel, en el sector del Meuse-Argonne. Pocos
generales de ambos bandos se atrevían ya a cuestionar el valor de los nortea-
mericanos en el esfuerzo bélico global de los aliados.
El ataque contra el saliente de Saint-Mihiel era el último de una serie de
ofensivas limitadas previstas por Foch en su memorándum del 24 de julio.
Después de la victoria lograda allí, Foch ordenó un ataque con todo, encami-
nado a presionar a los alemanes con la máxima fuerza; a esas alturas, ya estaba
seguro de que los aliados podían ganar la guerra en 1918. Para conseguirlo, el
general francés creía que había que cortar la línea férrea lateral que unía Am-
beres con Metz y que abastecía a las fuerzas alemanas en Francia, situar a las
fuerzas aliadas a ambos lados del río Rin y desgastar a los alemanes hasta que
no pudieran ofrecer una resistencia significativa. El obstáculo más importante
332 La Gran Guerra

para todos estos objetivos era la Lí ne a Hi nd en bu rg . Fo ch er a co ns ci en te de


que, a menos que los aliados rompiera n aq ue ll a lí ne a an te s de la ll eg ad a de l in -
vierno, su esperanza de ga na r la gu er ra en 19 18 se ha rí a tr iz as .

«Inicien inmediatamente las negociaciones de paz»

El 11 de sep tie mbr e de 191 8 las fue rza s ali ada s ya hab ían eli min ado la may o-
ría de los obstáculos que protegían los accesos a la Línea Hindenburg, inclu-
sió n hec ha de los val les de los río s So mm e, Ois e, Ais ne y Ves le. Las uni dad es
fra nce sas y bri tán ica s hab ían est abl eci do con tac to en los cer ros sit uad os jus to
al oeste de la línea. Un clima excelente permitió el rápido movimiento de tro-
pas y suministros, además de frecuentes vuelos de reconocimiento. Dichos
vuelos, en combinación con ciertos documentos capturados a los alemanes,
proporcionaron a los aliados información fiable acerca de los puntos fuertes y
débiles de las defensas de la línea. El 18 de septiembre los australianos toma-
ron un importante terreno elevado situado enfrente de la Línea Hindenburg
y al este de la ciudad de San Quintín. En la acción, consiguieron adelantar la
línea unos 5 km a lo largo de 6 km de frente, capturando a 4.243 soldados ale-
manes, 87 piezas de artillería y 300 ametralladoras.
Sin embargo, la línea en sí permaneció intacta. De acuerdo con los alema-
nes que la idearon —y que la construyeron a costa del trabajode prisioneros
de guerra rusos—, había sido diseñada para permitir «las condiciones más fa-
vorables para una defensa tenaz llevada a cabo por una guarnición mínima».!”
Estaba compuesta por unos densos cinturones de alambre de espino, sólidos
nidos de ametralladora de hormigón armado y una sofisticada red de trinche-
ras que, en algunos lugares, llegaba a alcanzar un fondo de casi 1.900 m. En el
sector australiano-norteamericano, este conjunto de defensas se veía incre-
mentado por la presencia del túnel-canal de San Quintín, de casi 6,5 km de
longitud, que se extendía por detrás de las defensas principales de la Línea
Hindenburg. Una vez vaciado de agua, se convirtió en un espacioso búnker
subterráneo que proporcionaba refugio incluso contra los bombardeos más
violentos de la artillería. El túnel era un lugar ideal para que los alemanes si-
tuaran sus almacenes. En cuanto se mejoró, dotándolo de ventilación, calefac-
ción, electricidad y corredores que lo conectaban con las trincheras, el túnel
también proporcionó una ubicación perfecta para los barracones. La acusada
pendiente del canal y las zanjas contracarro de los alemanes convirtieron el
suelo en un terreno difícil para los carros aliados, lo que dejó a muchas unida-
des sin el apoyo blindando al que ya se habían acostumbrado. Los carros de

19. Citado en Montgomery, op. cit., pág. 148.


A cien días de la victoria 333

combate, por lo tanto, sólo se utilizaron para aplastar las alambradas del lado
derecho del canal.
La tarea de romper la línea en San Quintín volvió a recaer sobre Monash y
sus australianos. El HI Cuerpo norteamericano, compuesto de la XXVII Divi-
sión de Nueva York y la XXX de Tennesse y las dos Carolinas, fue puesto bajo
mando australiano durante la operación. Dada la inexperiencia de muchos de
los oficiales norteamericanos, Monash asignó a un oficial o suboficial a cada
una de las compañías norteamericanas. Puesto que la artillería británica no
podía atravesar el túnel, Monash planeó atacar las entradas de éste con gas y
granadas de alto explosivo a fin de inmovilizar a los soldados alemanes en su
interior. Entonces, los norteamericanos avanzarían y tomarían los objetivos
iniciales, y una vez que los tuvieran en sus manos, los australianos los segui-
rían hasta la segunda línea en una especie de «juego de pídola».
La poderosa artillería británica empezó su trabajo el 26 de septiembre. Los
británicos habían concentrado una pieza de artillería por cada tres metros
de frente, el doble de lo que habían dispuesto en el Somme el 1 de julio de
1916. Desde el 26 de septiembre hasta el 4 de octubre, los británicos dispa-
raron 1.300.000 proyectiles, entre los de alto explosivo y los de gas. La fuerza
salvaje del bombardeo obligó a muchos alemanes a buscar sitios cada vez más
profundos donde esconderse, lo que neutralizó su efectividad para resistirse al
asalto subsiguiente. En la noche del 28 de septiembre los hombres de las dos
divisiones norteamericanas ocuparon sus posiciones, recibieron los víveres y
escribieron a sus casas, algunos por última vez.
Como hicieron en campañas anteriores, los norteamericanos combatieron
con un entusiasmo que compensó su inexperiencia. Durante el primer día de
la fase terrestre, el 29 de septiembre, la XXVII División abrió una brecha
de 6 km de profundidad por diez de largo en las defensas alemanas y cruzaron
al lado izquierdo del canal. En algunas partes del sector del ataque, la poca
experiencia de los norteamericanos se reveló costosa. Algunas unidades no
consiguieron acabar con todos los puestos de ametralladoras alemanes antes
de sobrepasarlos; esta incapacidad para «limpiarlos» provocó que una unidad,
el CVII Regimiento de la XXVII División, presentara el mayor porcentaje de
bajas de un regimiento norteamericano durante la guerra. Sin embargo, a la
mañana del segundo día, la entrada meridional al túnel de San Quintín y el
punto fortificado septentrional conocido como el «Montículo» estaban en
manos aliadas. La V División australiana saltó entonces por encima de los
norteamericanos y prosiguió el ataque.
El combat e ter res tre en est e sec tor con tin uó dur ant e var ios día s más , has ta
que, el 4 de octubr e, los ale man es ord ena ron una ret ira da gen era l. La lín ea
Hindenburg, que Ludend orf f hab ía esp era do ret ras ara a los ali ado s dur ant e
todo el invierno, hab ía caí do en sól o uno s días . La dec isi ón de ret ira rse del
334 La Gran Guerra

sector de la Línea Hindenbu rg de jó a los al ia do s, co mo ob se rv a un hi st or ia -


dor, en un área «sin líne as de de fe ns a pr ep ar ad as » po r de la nt e de ell os. El te-
rreno, «muy apro pi ad o pa ra el em pl eo de la ca ba ll er ía y los ca rr os de co mb a-
te», ofrecí a la cla se de po si bi li da de s pa ra la pe rs ec uc ió n qu e los ge ne ra le s de l
frente occidental habían estado buscando durante cuatro años.”
Más al sur, los norteamericanos habían lanzado una ofensiva simultánea
en el sect or del Meu se- Arg onn e, al noro este de Ver dún . De tene r éxit o, una
ofen siva en este sect or cort aría lo que que dab a de las líne as férr eas que se ocu-
paban de las fuerzas alemanas en el frente occidental y podría partir a éstas en
dos. Dad a la imp ort anc ia del sect or, los ale man es no tení an nin gun a inte nció n
de rendirse de manera voluntaria, como habían hecho en los sectores de Chá-
teau- Thierry y Saint-Mihiel. Además, sus defensas se afianzaban en el oeste
en los densos bosques de Argonne, en el centro, en los cerros de Montfaucon,
y al este, en el río Mosa. Para reforzar estas defensas naturales los alemanes
habían construido tres sólidos cinturones de trincheras, defendidas por nidos
de ametralladoras y posiciones de artillería que se apoyaban unas a otras; en
conjunto, constituían una de las más formidables disposiciones defensivas del
frente occidental.
El I Ejército norteamericano atacó el sector de Meuse-Argonne el 26 de
septiembre con 2.700 piezas de artillería y 19 divisiones, 6 de las cuales eran
francesas. Su nada envidiable tarea en el Mease-Argonne se vio entorpecida
por una deficiente red de carreteras, que complicó sobremanera el abasteci-
miento y los movimientos. La batalla por el sector de Meuse-Argonne devino
en una tremenda campaña de desgaste que los norteamericanos se podían per-
mitir, pero no así los alemanes. Al final, el combate, que continuó hasta la fir-
ma del armisticio, vio la intervención de 22 divisiones norteamericanas, 4 mi-
llones de proyectiles de artillería, 324 carros de combate y 840 aviones. En la
primera semana de ofensiva, los norteamericanos consiguieron penetrar casi
13 km y tomaron los prominentes cerros de Montfaucon. Tras acercarse a la
tercera línea defensiva alemana —que, en realidad, era una prolongación de
la Línea Hindenburg—, se estancaron allí temporalmente hasta el 4 de oc-
tubre, pero, a pesar de sus deficiencias logísticas y tácticas, la ofensiva de
Meuse-Argonne ya había servido a sus propósitos. El avance norteamericano
había demostrado que los alemanes, ante la superioridad numérica y material
de los aliados, ni siquiera eran capaces de conservar un territorio que, como
el del Meuse-Argonne, era ideal para la defensa.
Al darse cuenta de la desesperada situación militar en la que se encontra-
ban, los alemanes empezaron a buscar una solución diplomática. El 1 de octu-
bre, la orden que Ludendorff remitió al Ministerio de Asuntos Exteriores fue

20. Ibid., pág. 192.


A cien días de la victoria 335

Esta vista aérea de las trincheras del frente del Meuse-Argonne en 1918 muestra el carac-
terístico dibujo en zigzag de las redes de trincheras. Los norteamericanos confiaban en
atravesar con rapidez este sector para evitar que el atrincheramiento alemán adquiriese
una gran profundidad, pero los problemas de abastecimiento frustraron sus planes. (Uni-
ted States Air Force Academy MeDermott Library. Colecciones especiales)

la de que «inicien inmediatamente las negociaciones de paz». Ludendorff co-


municó a los diplomáticos que «las tropas siguen resistiendo, pero nadie pue-
de predecir qué ocurrirá mañana [...] El frente se puede romper en cualquier
momento».?! Como la mayoría de los integrantes de la cúpula militar alema-
na, Ludendorff confiaba en negociar con los menos vengativos norteameri-
canos. Los Catorce puntos de Woodrow Wilson parecían dar pie a albergar la
esperanza de conseguir una paz con cierto honor. Aunque Ludendorff no se
había molestado en leer por sí mismo el texto real de los Catorce puntos, con-
fiaba en que el llamamiento del presidente a las autodeterminaciones nacio-
nales podría permitir que Alemania conservara las partes germanoparlantes de
Alsacia-Lorena y los territorios del este que estaban entonces bajo el control
militar alemán.
Los Catorce puntos, que Wilson había hecho públicos por primera vez en
un discurso presidencial pronunciado el 8 de enero de 1918, en realidad no

21. Ludendorff, citado en Mathias Erzberger, «La Débácle Militaire de l'Allemagne», Archi-
ves de la Grande Guerre, n* 12, 1922, págs. 385-416, cita en la pág. 394.
336 La Gran Guerra

daban pie a albergar tales esperanzas . El pu nt o 8 es pe ci fi ca ba qu e «e l ag ra vi o


inferido a Francia por parte de Prus ia en 18 71 en el as un to de Al sa ci a- Lo re na
[...] debería corregirse», y el pu nt o 6 ex ig ía a lo s al em an es qu e ev ac ua ra n to do
el territorio ruso. El ve rd ad er o va lo r di pl om át ic o de lo s Ca to rc e pu nt os ra di -
caba para Alemania en el de sa cu er do qu e pr ov oc ó en tr e lo s no rt ea me ri ca no s
y sus aliados euro pe os . Lo s br it án ic os es ta ba n mo le st os po r el to no an ti co -
lonialis ta de l pu nt o 5, la el im in ac ió n de la s ba rr er as ec on óm ic as qu e pe dí a
el punto 3 y la «lib er ta d de na ve ga ci ón » ex ig id a po r el pu nt o 2. En co nc re -
to, estos dos últi mo s pu nt os su po ní an un a am en az a pa ra la s mi sm ís im as pi e-
dras angulares del Imperio británico. Clemenceau, que desconfiaba del idea-
li sm o de Wi ls on y al qu e le mo le st ab a la ar ro ga nc ia de es te úl ti mo , ha bí a si do
más rotundo. Nada más leer el texto, declaró: «El propio Dios se contentó
con diez».??
El 6 de octubre el nuevo canciller alemán, el príncipe Max de Baden, soli-
citó a Wilson que se encargara de conseguir un armisticio y de organizar las
negociaciones de paz sobre la base de los principios del documento. Wilson
contestó diciendo que necesitaba garantías por parte de los alemanes de que
estaban realmente dispuestos a aceptar los Catorce puntos como punto de
partida para las negociaciones. La respuesta norteamericana enfureció por
igual a Clemenceau y a Lloyd George, que se quedaron estupefactos ante el
hecho de que Wilson entrara en conversaciones bilaterales con los alemanes;
ambos dirigentes temían también que Wilson pudiera pactar un armisticio
que fuera en contra de sus intereses. Dada la dependencia económica, huma-
na y de recursos de Francia y Gran Bretaña respecto a Estados Unidos, ambas
naciones podrían llegar a encontrarse en la tesitura de que no les quedara más
remedio que aceptar un armisticio que Wilson negociara sin su participación.
El tono político de la respuesta de Wilson, sin embargo, fue recibido con
agrado en Berlín, donde el gobierno se aferró a ella como «una persona que se
ahoga se agarraría a un cabo de salvamento».?*
El 12 de octubre el príncipe Max envió a Wilson un mensaje cuidadosa-
mente redactado para no comprometerse a nada, pero que exponía bien a las
claras el deseo de Alemania de alcanzar la paz sobre la base de los Catorce
puntos. En el mismo se expresaba la voluntad de los alemanes de abandonar
indeterminados territorios ocupados y ponía de relieve que el canciller, y no el
káiser (con quien Wilson se había negado a tratar), era el jefe del Gobierno
alemán. El cuartel general del Ejército alemán había aprobado el texto del
mensaje, lo que da una idea de lo grave que consideraban era la situación. Casi

22. Clemenceau, citado en Margaret MacMillan, Peacemarks: The Paris Conference of 1919 and
Is Attempt to End War, Londres, John Murray, 2001, pág. 41.
23. Herwig, op. cit., pág. 426.
A cien días de la victoria 337

Durante la mayor parte de la guerra, el nordeste de Francia permaneció bajo el riguroso


gobierno de los militares alemanes. Estos campesinos franceses dan la bienvenida a sus
liberadores después de cuatro años de ocupación. (National Archives)

al mismo tiempo que Wilson recibía la segunda nota alemana, le llegó la noti-
cia de que un U-boot alemán había hundido al buque de pasajeros Leinster, ac-
ción en la que murieron 200 personas.
El hundimiento, además de la presión ejercida sobre él por Lloyd George
y Clemenceau, llevó a Wilson a adoptar un talante menos conciliador. En su
respuesta a la segunda nota exigió el fin inmediato de la guerra submarina y la
inmediata evacuación de todos los territorios ocupados por Alemania desde
1914. El texto daba a entender también que, a menos que el káiser abdicara,
Alemania no podía albergar esperanzas de que se iniciaran las negociaciones.
El contraste del tono entre la primera y la segunda nota de Wilson provocó
el pánico en Berlín, donde los oficiales alemanes supieron que ya no podrían
valerse de la moderación de Wilson para evitar la severidad de franceses y bri-
tánicos.
El desmoronamiento, largamente previsto, de los aliados alemanes tam-
bién había empezado. El 24 de octubre un revitalizado Ejército italiano atacó
a los austrohúngaros en Vittorio Veneto. El 3 de noviembre habían hecho pri-
sioneros a 80.000 soldados austrohúngaros, y se habían apoderado de 1.600
piezas de artillería de las dos mil que le quedaban a Austria-Hungría. El 26 de
338 La Gran Guerra

octubre el conde Mihály Ká ro ly i pr oc la mó la in de pe nd en ci a de Hu ng rí a;


Checoeslovaquía, Eslovenia, Bo sn ia y Cr oa ci a si gu ie ro n su ej em pl o. Po r su
parte, Bulgaria se rindió a los al ia do s el 29 de oc tu br e, y el Im pe ri o ot om an o
lo hizo un día después.
El mismo Est ado ale mán emp ezó a des int egr ars e cua ndo las con dic ion es
del frente interior emp eza ron a hac ers e des esp era das y el Ejé rci to fue inc apa z
ya de seguir ocultando la gravedad de la situación militar. El motín de 600 ma-
rineros en Kiel el 29 de octubre fue seguido por un amotinamiento general el
4 de nov iem bre , en el que par tic ipa ron 100 .00 0 mar ine ros de die z pue rto s.
Los amotinados se hicieron con el mando de los barcos, asumieron el gobier-
no de las ciudades y exigieron el fin de la guerra. El inconfundible cariz pro
bolchevique de los motines —como lo demostró la creación el 7 de noviembre
de un «Estado libre de Baviera» bajo el mando del socialista Kart Eisner—
provocó que varios miembros de la nobleza alemana huyeran del país, al temer
el estallido de un bolchevismo de corte soviético que el ejército no estaba en
posición de sofocar.
Como tampoco podía detener a la apisonadora aliada. El único factor que
lentificaba a los ejércitos aliados era la incapacidad de éstos para proporcionar
alimentos y munición a las unidades, que se movían tan deprisa que habían de-
jado atrás los centros ferroviarios designados para su reabastecimiento. Las
unidades alemanas, por el contrario, se veían cada vez más acosadas por la en-
fermedad, la malnutrición, la falta de munición y una crisis de desmoraliza-
ción que no dejaba lugar a dudas acerca del desenlace de la guerra. En la carta
encontrada en el cuerpo de un oficial alemán en la última semana de la guerra,
éste describía a su unidad:

Los hombres, que han llevado las mismas ropas sucias, rotas y llenas de
piojos durante cuatro semanas, ven ahora sus cuerpos llenos de roña, y se en-
cuentran sumidos en un estado de depresión a causa de la permanente ame-
naza de los cañones enemigos y de la diaria expectativa de que se produzca un
ataque. De llegar el caso, los soldados apenas se encuentran en condiciones
de cumplir con las tareas asignadas.?*

Los alemanes tenían ante sí una elección descarnada: o aceptaban un ar-


misticio en las condiciones que los aliados quisieran ofrecerles y evitaban así
la invasión de la propia Alemania, a la que estaban instando Pershing y otros,
o seguían luchando. La inutilidad absoluta de sostener un conflicto armado,
junto con la perspectiva angustiosa de una marcha triunfal de los aliados a
través de Berlín, determinó que los alemanes enviaran el 7 de noviembre una

24. Citado en Montgomery, op. cit., pág. 261, n* 3.


A cien días de la victoria 339

radioseñal a París indicando su predisposición a discutir las condiciones del


armisticio.
Foch había sostenido con energía que los aliados debían firmar un armisti-
cio tan pronto como los alemanes aceptaran las condiciones que él les plantea-
ra. Seguir luchando para lograr el gesto simbólico de invadir Alemania se le
antojaba innecesario. «Yo no estoy haciendo la guerra por la guerra», le dijo a
Edward House. «Si consigo, por medio del armisticio, las condiciones que de-
seamos imponer a Alemania, me doy por satisfecho. Una vez conseguido este
objetivo, nadie tiene derecho a derramar una gota de sangre más.»?* Nada más
recibir la señal alemana, Foch reiteró a Clemenceau su convicción de que un
armisticio era un asunto puramente militar y que, por tanto, caía en el ámbito
de sus competencias, y no en el de las del primer ministro francés. Éste aceptó
a regañadientes y dejó que Foch se encargara de los preparativos para el ar-
misticio. El comandante en jefe aliado reunió a su Estado Mayor, les dio ins-
trucciones precisas para que se las entregaran a los alemanes a través de las
líneas aliadas y advirtió a los comandantes de su ejército que tuvieran cuidado
con los trucos de aquéllos. Con la victoria tan cerca de la mano, Foch no dejó
nada al azar.

25. Foch, op. cit., pág. 463.


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Conclusión
Un armisticio a cualquier precio

A las 8.10 de la noche del 7 de noviembre de 1918, cinco automóviles que


circulaban por la Route Nationale 2 se acercaron a la línea vigilada por la
HT Compañía del XVII Regimiento de Infantería francés. En el primer coche
ondeaba una gran bandera blanca y, procedente de alguna parte de la carava-
na, los soldados franceses oyeron el estridente toque de «alto el fuego» lanza-
do por una corneta. La llegada de los cinco grandes coches alemanes se había
convenido para las 8.30 de esa mañana, casi doce horas antes, pero el mal es-
tado de las carreteras del sector y las enormes cantidades de soldados alema-
nes en retirada habían provocado unos retrasos inevitables. Gran parte de és-
tos eran resultado de la actividad de los equipos de demolición alemanes, que
había derribado árboles y minado encrucijadas con la esperanza de entorpecer
la persecución de los aliados. En cada barricada, los conductores alemanes
habían tenido que convencer a los comandantes locales de que limpiaran las
carreteras y les indicaran un camino libre de minas.
La llegada de la legación alemana indujo a pensar a los hombres de la
III Compañía que tal vez fueran ciertos los rumores de un armisticio inminen-
te. Los soldados observaron cómo un hombre grande, ataviado con el unifor-
me de general alemán, salía del segundo coche y se disculpaba por su tardanza
ante el capitán al mando de la compañía. El general procedió entonces a hacer
las presentaciones, pero el oficial, sin dejarlo terminar, le dijo: «General, no
tengo autoridad para recibirlo oficialmente. Por favor, súbase a ese coche y sí-
game». El general, pues, se subió a un coche conducido por un cabo francés
y el convoy desapareció.'
El general era Detlef von Winterfeldt, el oficial de enlace entre el cuartel
general del Ejército alemán y la cancillería. Antes de la guerra, había formado
parte, como agregado militar, de la misión militar alemana enviada a Francia;
en consecuencia, parecía una elección lógica para que asumiera la imponente
responsabilidad de ser el militar de alto rango del equipo alemán enviado a fir-
mar el armis ticio . Desd e medi ados de sept iemb re, y siend o cono cedo r del pe-

1. Diario de marchas del CLXXI Regimiento de Infantería, SHAT, 26N708, caja 708, exp. 11.
342 La Gran Guerra

simismo reinante en los cuarteles ge ne ra le s al em an es má s im po rt an te s, ha bí a


abogado por la firma de un armistic io . Vo n Wi nt er fe ld t ha bí a co nf ia do en qu e
una postrera victoria en el ca mp o de ba ta ll a pu di er a cr ea r las co nd ic io ne s pa ra
conseguir un armisticio fa vo ra bl e pa ra Al em an ia ; él y ot ro s mu ch os of ic ia le s
confiaban en que tal ar mi st ic io tal ve z pe rm it ie ra a Al em an ia ma nt en er el co n-
trol de sus co nq ui st as en el est e, y qu e de ja ra el de st in o de Al sa ci a- Lo re na al
albur de un plebis ci to . El es ta do de pl or ab le de l Ej ér ci to al em án , co n al gu na s
divisiones reducida s ya a me no s de 50 0 ho mb re s sa no s, ha bí a da do al tra ste co n
tales expectativas. En ese momento, Winterfeldt, sentado en un coche condu-
ci do po r un so ld ad o fr an cé s, sin sa be r a ci en ci a cie rta dó nd e se en co nt ra ba , se
dirigía al encuentro del mariscal Foch para negociar un armisticio.
Tras él, en otro coche, iba el jefe de la misión alemana, Mathias Erzberger,
una figura clave del Centro Católico Alemán, formación que se había hecho
cargo del nuevo gobierno alemán. Ni el káiser, que estaba preparando la abdi-
cación, ni Ludendorff, que había huido a Suecia después de dimitir, estaban
presentes para asumir la responsabilidad de poner fin a la guerra que con tan-
ta ferocidad habían llevado a cabo. La tarea recayó, en su lugar, sobre Erzber-
ger, que el 5 de noviembre había sido nombrado jefe de la misión del armis-
ticio por el consejo de ministros; más tarde, Erzberger recordaría que el
gobierno no le había dado ni documentos oficiales ni órdenes. «A pesar de
mis deseos —escribió poco después de la guerra—, no me dieron más instruc-
ciones que la general de firmar un armisticio a cualquier precio.»* Sentado en
un coche, en algún lugar de Francia, se dirigía también hacia un destino des-
conocido.
Erzberger y su legación llegaron por fin al claro de un bosque cerca de
Compiégne, donde Foch y la legación aliada los estaban esperando en un va-
gón de ferrocarril de la época del Segundo Imperio. Foch, que esperaba una
embajada alemana de más alto nivel, exigió a aquellas caras desconocidas que
tenía delante que se presentaran; también les pidió que le mostraran las cre-
denciales que los facultaban para hablar en nombre del gobierno alemán. Nada
más ver a Winterfeldt, Foch exigió al oficial alemán que se quitara la Cruz de
Oficial de la Legión de Honor francesa, con la que había sido condecorado
antes de la guerra. A continuación, Foch les dijo a los legados alemanes que él
no había acudido a negociar, sino a entregarles las condiciones mediante las
cuales podrían conseguir un armisticio. Acto seguido, el jefe de su Estado
Mayor, Maxime Weygand, les leyó en voz alta las condiciones.
Las condiciones incluían la total evacuación por los alemanes de Bélgica,
Francia (con la inclusión de Alsacia y Lorena) y Luxemburgo en el plazo de

2. Mathias Erzberger, «La Débacle Militaire de VAllemagne», Archives de la Grande Guerre,


n” 12, 1922, págs. 385-416, cita en la pág. 399.
Conclusión 343

Los londinenses celebran la noticia del armisticio en noviembre de 1918. Los perspicaces
líderes de ambos bandos sabían que el armisticio sólo detendría las hostilidades, y que la
creación de una paz duradera exigiría un hercúleo esfuerzo diplomático que igualase el
efectuado en materia militar por los aliados en 1918. (Vational Archives)

quince días a partir de la firma del armisticio; la creación de tres cabezas de


puente militares aliadas a ambos lados del Rin en Coblenza, Maguncia y Co-
lonia; la entrega e internamiento de la flota de guerra alemana; la entrega de
5.000 cañones pesados, 30.000 ametralladoras, 5.000 locomotoras, 150.000
vagones de ferrocarril y 150 submarinos como garantía de que los alemanes
no utilizaran el armisticio como un respiro antes de reanudar la ofensiva. Foch
les dijo entonces a los alemanes que las condiciones eran inalterables, que los
combates y el bloqueo británico continuarían hasta que Alemania las aceptara
y que el plazo de vigencia de tales condiciones expiraba a las setenta y dos ho-
ras. Luego les hizo retirarse.
Erzberger envió las condiciones del armisticio al gobierno alemán por me-
dio de un radiotelegrama. Después de la guerra, los oficiales alemanes expre-
saron con total insinceridad que se habían sorprendido por la, a su juicio, du-
reza de las condiciones presentadas por Foch. Sin embargo, en noviembre de
1918 sabían que no tenían elección. Aquel invierno sólo auguraba más sufri-
mien to a causa del bloq ueo aliad o y más agita ción polít ica, inclu so la posib ili-
dad de una revolución. Los norteamericanos continuarían llegando en gran-
344 La Gran Guerra

Los hombres encargados de lograr la paz se reúnen en París. De izquierda a derecha:


David Lloyd George, de Gran Bretaña; Vittorio Orlando, de Italia; Georges Clemenceau,
de Francia, y Woodrow Wilson, de Estados Unidos. (Nat1onal Archives)

des contingentes, y si iba a haber una campaña militar en 1919, los aliados la
llevarían a cabo con unas cantidades de carros de combate y aviones que, con
toda probabilidad, los alemanes no podían confiar en igualar. El 10 de no-
viembre, Hindenburg contestó a Erzberger en un telegrama cifrado, en el que
le pedía que mejorase las condiciones de Foch, sobre todo en lo tocante a per-
mitir que Alemania siguiera conservando más ametralladoras, a fin de sofocar
la rebelión bolchevique que estaba teniendo lugar en algunas ciudades alema-
nas. «Si no puede conseguir estos objetivos —concluía Hindenburg—, debe
firmar en cualquier caso.»*
Poco después, llegó otro telegrama, éste sin codificar. En él se informaba a
Erzberger de la abdicación del káiser y de su posterior exilio a Holanda. A pe-
sar de este acontecimiento, el telegrama comunicaba a Erzberger que seguía
conservando la potestad para negociar y firmar un armisticio. Aunque Hin-
denburg era el autor del texto, el telegrama iba firmado por el Reichskanzler
Schluss. El oficial francés que recibió el telegrama exigió saber quién era el
canciller Schluss (los aliados no conocían a ningún político llamado así) y en

3. Ibid., pág. 410.


Conclusión 345

El emir Faisal intervino en la Conferencia de Paz de París con su asesor personal y aliado
en tiempos de guerra, el coronel británico T. E. Lawrence, en la foto, a la izquierda de
Faisal. A pesar de los deseos de ambos hombres, Arabia no consiguió la plena indepen-
dencia después de la guerra. (O Corbis)

virtud de qué legitimidad autorizaba a Erzberger a continuar con las negocia-


ciones. Erzberger explicó al oficial francés que schluss significaba «conclusión»
en alemán y que sólo indicaba el final del telegrama.
A las 2.15 de la mañana del 11 de noviembre, Erzberger tomó asiento fren-
te a Foch y le pidió que se modificara la cantidad de ametralladoras y de avio-
nes de las condiciones. Foch aceptó modificar sólo detalles insignificantes, y a
las 5.12 horas Erzberger se avino a firmar. El armisticio entraría en efecto casi
seis horas después, a las once horas del día once del mes once. La guerra había
terminado. Foch telegrafió a Clemenceau para informarle de que los alemanes
habían firmado y que él emprendía viaje a París para presentar el armisticio al
gobierno francés. A las 8 de la mañana, Clemenceau telegrafiaba a los jefes de
los otros gobiernos aliados para informarles de la firma. «Todavía no conoz-
co los detalles de las deliberaciones con los representantes plenipotenciarios
alemanes», les decía. «Tan pronto haya sido informado, los pondré en su co-
nocimiento.»?

4. Clemenceau a David Lloyd George, Vittorio Orlando, Edward House y «Bélgica», 11 de


noviembre de 1918, 0800, SHAT, Fondos Clemenceau, 6N70, exp. 1.
346 La Gran Guerra

Unos alemanes destruyen hélices de avión en cumplimiento de la prohibición establecida


por el tratado de Versalles de que Alemania poseyera una fuerza aérea propia. La cantidad
de hélices da testimonio de la importancia alcanzada por la aviación durante el último
año de la guerra. (O Colección Hulton-Deutsch/Corbis)

Habían transcurrido 1.597 días desde que el archiduque Francisco Fernan-


do llegó a Sarajevo en visita de Estado oficial. Los acontecimientos de aque-
llos días habían transformado Europa para siempre y, con ella, el mundo. Las
dinastías de los Hohenzollern, Romanov, Habsburgo y Vahdeddin (otomana)
habían desaparecido. Su lugar fue ocupado por el bolchevismo, el autoritaris-
mo, el inicio de los fascismos y las democracias frágiles. La infraestructura de
Europa estaba sumida en el caos, y la economía del continente se encontraba
en un estado precario. Lo peor de todo, tal vez, es que las cicatrices emocio-
nales causadas por tanta muerte y destrucción podrían no curarse, porque los
europeos estaban poco preparados para comprender y asimilar semejante
trauma.
El armisticio no implicaba nada más que el fin de las hostilidades, no una
paz definitiva. Muchos observadores inteligentes comprendieron que el fin de
la matanza no había contribuido en absoluto a llevar una paz definitiva al con-
tinente europeo. Pocos eran los que esperaban que el armisticio o un tratado
definitivo de paz restableciera el orden durante un lapso de tiempo significati-
vo; antes siquiera de que se convocara la Conferencia de Paz, ya se había acu-
Conclusión 347

ñado el término «Primera Guerra Mundial», señal inequívoca de las expecta-


tivas de muchos de que no podía estar muy lejos una Segunda Guerra Mun-
dial. Ludendorff y otros derechistas alemanes habían empezado ya a propagar
el mito de que la derrota alemana no se había producido en el campo de bata-
lla, sino que era obra de los enemigos internos, en especial de los socialistas y
los judíos.
La firma del armisticio, por tanto, contribuyó poco a mitigar los odios de
Europa; tan sólo supuso un respiro relativo en la volátil historia del continen-
te entre 1914 y 1945. La siguiente generación de jóvenes varones de Rusia,
Gran Bretaña, Estados Unidos y Francia tendría que volver a luchar para con-
tener la agresión alemana. Los líderes de aquellos hombres serían, casi sin ex-
cepción, veteranos de la Primera Guerra Mundial. Cabe concluir que no ha-
bría sido necesaria la Segunda Guerra Mundial de no ser por las frustraciones
derivadas de aquélla; sin embargo, es un error considerar a la Primera Guerra
Mundial como un conflicto bélico inútil y sin sentido, preludio de la lucha
aún más titánica que tuvo lugar veinte años después. Con mayor motivo, es
importante también no permitir que los heroicos logros aliados de la Segun-
da Guerra Mundial se difuminen al compararlos con los de la Primera Gue-
rra Mundial.
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Lista de ilustraciones

MAPAS

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IMÁGENES

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Soldados franceses atrincherados cerca de Reims ................. 47
Soldados alemanes en Prusia oriental, 1914 ...................... 53
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Soldados austrohúngaros ejecutando a unos serbi0S ............... 62
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350 La Gran Guerra

Diagrama de un sistema ideal de trincheras ..¿oooomomaras o... 76


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Ataque con gases visto desde el AA E A 89
Soldados africanos del Ejército ancés ia o da es 92
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Ifregulares DÚÍgarOS: csi. O OA O OS O CORE OO AO ER ORO 104
TobaiMonash a nobis E AC PO OREA CS AO NC AO OS 109
NMiustafáa Kemal ¿...io..... OE COTO O ORO ROCA O OO OO OD OO O CACIORO 110
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BEstoneros turcos Gallipoll dao e 111
Soldados australianos en la meve: Gallipol o 112
Huérfanos armenios abandonando Turquía uo a 123
Laflota delujo» alemana, 1914 5 aaAN CI 128
Ton Tellicosa vio AS ASA 131
El hundimiento del Bliicher, 19 AS. esoo ra In DR 133
Caricatura: «Nuestro amigo m ULSAAAA 136
Tripulación de:un U-=boote- alemán. ni AOS E 139
Soldados australianos a camello, Libia: cr A e 144
Tropas de alta montaña italianas en el frente del Isonzo ............ 154
Un remoto puesto de avanzada en-los Alpes Jultanos an REO 156
E AM 163
165
Una pieza de artillería Schneid era E 100 AA 166
El tranquilo pueblo de Vaux . 169
Avión en patrulla aérea ..... 172
Soldados heridos en el frente d El OA ARO 178
Fábrica de munición ....... 187
Joffre, Haig y Foch en el Somme 191
Carro de combate británico aplasta una alambrada 195
Certificado de registro de sepu Ur nit ia AR SON 196
Soldados alemán, búlgaro y turco en Rumanía 204
Alexer Brusilor «trad 206
209
Guardias Rojos bolcheviques 74d
Alexander Ketensky tna 214
León Trotsky en Brest-Litovsk 219
Soldados moviendo la artillería, cresta de Vimy, 1917 230
REDEE RN 233
Ataque francés, Champaña, 19 MR dt A a MIES, RE 283
Artilleros antiaéreos británicos ROO MOR MONO TOROS OE CACA ASAS 24]
Lista de ilustraciones 351

Soldados italianos en el frente del Isonzo ....................o..o.. 2493


Willlam Rotbertson y Ferdinand Boch co... soocnocoucca
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Aeródromo aliado en-consiicción: tasa Le Ls AAA 254
AA A A O O 254
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Soldados alemanes heridos, frente occidental, 1917 ........0....... 258
Arola mondo des ios das 260
Retirada de tropas italianas, Caporetto, 1917 ..0..0oomiceon.noo
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UN USO a O A o E a a 2H
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Soldados norteamericanos vigilando la aparición de submarinos
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Soldados británicos durante el Levantamiento de Pascua ........... 286
Comandos boers: 1914 ¿Samsara ad ase 287
Soldados británicos conducen fuera de Togolandia a los alemanes,
Ii os Eo de do rte a iaa o 288
Oficiales alemanes adiestrando a la milicia local, Nueva Guinea ..... 291
Inseuitasde Atras co Miro idovas a str 295
Canmie combate alemánlolS. o Tniseterd. cicronicscs at 299
Cueintsenda Linea Hindenbure- prrduda arariar cc a 307
JobnaJ¿Pershing:con Benjamin Eoulolst.esardadderos ces areas 310
Avance de carros de combate ligeros norteamericanos .........o.o... Le
Soldados norteamericanos con ametralladoras ligeras ............. 314
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Soldados norteamericanos con una pieza de artillería francesa ...... 321
Norteamericanos y australianos en Le Hamel ..... 0... ptccss 323
Un bombardero suelta Su CIA do daa 328
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Vista aérea de las trincheras, frente del Meuse-Argonne, 1918 ...... 333
Campesinos franceses dan la bienvenida a sus liberadores .......... 33)
Los londinenses celebran el armisticio, noviembre de 1918 ......... 343
Lloyd George, Orlando, Clemenceau y Wilson en Versalles ........ 344
El emir Faisal y T. E. Lawrence en la Conferencia de Paz de París ... 345
Alemanes destruyendo hélices de aviones después de la guerra ...... 346
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Cronología de los principales
acontecimientos

1914

28 de junio Asesinato del archiduque Francisco Fernando


23 de julio Austria entrega el ultimátum a Serbia
4 de agosto Invasión alemana de Bélgica
6 a 24 de agosto Las batallas de las Fronteras
8 de agosto Invasión británica de Togolandia y África Oriental
20 de agosto Batalla de Gumbinnen
26 a 30 de agosto Batalla de Tannenberg
4 a 10 de septiembre Primera batalla del Marne
7 a 14 de septiembre Batalla de los Lagos de Masuria
17 de sept. a 18 de oct. La carrera hacia el mar
17 de oct. a 24 de nov. Primera batalla de Ypres/Batalla del Yser
10 de dic. a 25 de mayo Ofensiva francesa en Champaña

1915

19 de feb. a 20 de dic. Campaña de los Dardanelos/Gallípoli


8 a 15 de marzo Batalla de Neuve Chapelle
22 de abril a 25 de mayo Segunda batalla de Ypres
2 a 13 de mayo Ofensiva de Gorlice-Tarnów
7 de mayo Hundimiento del Lusitania por los alemanes
23 de mayo Entrada de Italia en la guerra
29 de junio a 7 de julio Primera batalla del Isonzo
9 de julio Conquista británica del África sudoccidental ale-
mana
5 de agosto Los alemanes toman Varsovia
21 de sept. a 6 de nov. Batallas de Artois y Loos
3 a 5 de octubre Desembarco de las tropas aliadas en Salónica
354 La Gran Guerra

1916

18 de enero Los aliados toman Camerún


21 de feb. a 15 de dic. Batalla de Verdún
29 de abril Rendición de la guarnición británica en Kut
31 de mayo a 1 de junio Batalla de Jutlandia
4 de junio a 11 de agosto Ofensiva de Brusilov
6 de junio Comienzo de la revuelta árabe
1 de julio a 18 de nov. Batalla del Somme
27 de agosto Entrada de Rumanía en la guerra
4 de septiembre Los aliados toman Dar es Salaam
15 de septiembre Aparición de los primeros carros de combate
(Somme)
28 de noviembre Primer ataque aéreo sobre Londres

1917

1 de febrero Los alemanes reanudan el GSI


11 de marzo Los británicos toman Bagdad
15 de marzo Abdicación del zar Nicolás II
6 de abril Estados Unidos entra en la guerra
9 de abril Los canadienses toman la cresta de Vimy
16 de abril Inicio de la ofensiva de Nivelle
l a 18 de julio Ofensiva de Kerenski
31 de julio a 10 de nov. Tercera batalla de Ypres (Passendale)
l a 5 de septiembre Los alemanes toman Riga
24 de oct. a 10 de nov. Batalla de Caporetto
16 de noviembre Formación del gobierno bolchevique en Rusia
20 de nov. a 4 de dic. Batalla de Cambrai
9 de diciembre Los británicos toman Jerusalén

1918

8 de enero Anuncio de los Catorce puntos de Wilson


3 de marzo Firma del tratado de Brest-Litovsk
21 de marzo Inicio de las ofensivas alemanas de primavera
26 de marzo Foch es nombrado comandante en jefe aliado
2 a 24 de junio Batallas de Cháteau-Thierry y del bosque de
Belleau
15 de julio a 4 de agosto Segunda batalla del Marne
8 a 12 de agosto Batalla de Amiens
Cronología de los principales acontecimientos 355

12 a 16 de septiembre Toma de St. Mihiel por los norteamericanos


26 de sept. a 11 de nov. Batalla de Meuse-Argonne
3 de octubre Ruptura de la Línea Hindenburg
30 de octubre Rendición del Imperio otomano y de Austria-
Hungría
11 de noviembre Se firma el armisticio con Alemania
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Personalidades

Alberto l Rey de Bélgica


Alekseev, Mijail General ruso
Allenby, Edmund Mariscal de campo británico
Asquith, Herbert H. Primer ministro británico
Baker, Newton Político norteamericano
Beatty, David Almirante británico
Bernstorff, Johann Diplomático alemán
Bethmann Hollweg,
Theobald von Canciller alemán
Birdwood, William General británico
Bóhm-Ermolli, Eduard General austrohúngaro
Boroevic, Svetozar Mariscal de campo austrohúngaro
Botha, Louis General sudafricano
Bruchmiiller, Georg Coronel alemán
Brusilov, Alexei General ruso
Byng, Julian General británico
Cadorna, Luigi General italiano
Capello, Luigi General italiano
Casement, Roger Nacionalista irlandés
Castelnau, Edouard
Notél de General francés
Cavell, Edith Enfermera británica
Churchill, Winston Político británico
Clemenceau, Georges Primer ministro francés
Conrad von Hótzendorf,
Franz General austríaco
Currie, Arthur General canadiense
Diaz, Armando General italiano
Driant, Emile Soldado y diputado francés
Duchéne, Denis Auguste General francés
Enver Bajá General y estadista otomano
A
358 La Gran Guerra

Erzberger, Matthias Político alemán


Faisal, Emir Príncipe árabe
Falkenhayn, Erich von General alemán
Foch, Ferdinand Mariscal francés
Fokker, Anthony Diseñador aeronáutico holandés
Franchet d'Esperey, Louis General francés
Francois, Hermann von General alemán
Franciso Fernando Archiduque austríaco asesinado
Francisco José 1 Emperador austrohúngaro
French, John Mariscal de campo británico
Gallieni, Joseph General francés
Gibbs, Philip Periodista británico
Goltz, Colmar von der Mariscal de campo alemán/otomano
Gough, Hubert General británico
Grey, Edward Estadista británico
Guillermo II Káiser alemán
Guillermo,
príncipe heredero General alemán
Haig, Douglas Mariscal de campo británico
Hamilton, lan General británico
Harrington, Charles General británico
Hindenburg, Paul von Mariscal de campo alemán
Hipper, Franz von Almirante alemán
Hoffmann, Max General alemán
Holtzendorff,
Henning von Almirante alemán
Hughes, William Primer ministro australiano
Hutier, Oskar von General alemán
Jellicoe, John Almirante británico
Joffre, Joseph Mariscal francés
Kemal, Mustafá General y estadista otomano
Kerensky, Alexander Político ruso
Kitchener, Horatio Mariscal de campo británico
Kluck, Alexander von General alemán
Kornilov, Lavr General ruso
Lanrezac, Charles General francés
Lawrence, T. E. Militar británico
Lenin, Vladimir Revolucionario ruso
Lettow-Vorbeck, Paul von General alemán
Liman von Sanders, Otto General alemán
Lloyd George, David Primer ministro británico
Personalidades 359

Ludendorff, Erich General alemán


Mackensen, August von Mariscal de campo alemán
Mangin, Charles General francés
Max de Baden, príncipe Estadista alemán
Mitchell, William Billy General norteamericano
Moltke, Helmuth von General alemán
Monash, John General australiano
Nicolás II Zar de Rusia
Nikolai Nilolaevich Duque ruso, jefe del ejército
Nivelle, Robert General francés
Painlevé, Paul Político francés
Pershing, John General norteamericano
Pétain, Henri Philippe Mariscal francés
Plumer, Herbert General británico
Poincaré, Raymond Presidente francés
Princip, Gavrilo Asesino serbio
Putnik, Radomir Mariscal de campo serbio
Rawlinson, Henry General británico
Rennenkampf, Pavel General ruso
Robertson, William Mariscal de campo británico
Samsonov, Alexander General ruso
Sarrail, Maurice General francés
Scheer, Reinhard Almirante alemán
Sims, William Almirante norteamericano
Skoropadsky, Pavlo Estadista ucraniano
Smith-Dorrien, Horace General británico
Smuts, Jan General sudafricano
Swinton, Ernest Creador del carro de combate británico
Townshend, Charles General británico
Trotsky, León Revolucionario ruso
Venizelos, Eleutherios Primer ministro griego
Wilson, Henry Mariscal de campo británico
Wilson, Woodrow Presidente norteamericano
Zhilinski, Yakov General ruso
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Ds
Fuentes principales

ImpreErIaL War Museum, LONDRES

Bullock, A. V. (02/43/1)
Campbell, Pat (P91)
Christie-Miller, Geoffrey (8/4/03 y 80/32/1)
Churchill, E. E. (83/23/1)
Cooke, Frederic Stuart (87/13/1)
Crowsley, S. W. (02/6/1)
Elliott,J. (67/256/1)
Ennor, FE. H. (86/2872)
Gameson, L. (P396)
Gower, M. F. (88/25/1 y 88/25/2)
Mcllwain, John (96/29/1)
Reynolds, L. L. C. (74/136/1)
Turner, R.b,(P252)

LippeLL HarT CENTRE FOR MILITARY ARCHIVES, KinGSs COLLEGE, LONDRES

Clive, Sydney
De Lisle, Henry de Beauvoir
Gracie, Archibald
Grant, Charles
Humphreys, Leonard
Jacobs-Larkcom, Eric
Jones, John Francis
Kiggell, Laucenlot
Maze, Paul
Phillips, C. G.
362 La Gran Guerra

SERVICE HISTORIQUE DE L'ARMÉE DE TERRE, CHATEAU DE VINCENNES

Fonds 2* D. I. (24N 102)


Fonds 11” D. I. (4N210)
Fonds BUAT (6N9)
Fonds Cabinet du Ministere (5N66)
Fonds Clemenceau (6N55)
Fonds Clemenceau (6N70)
Fonds Gouvernement Militaire de Paris (23N20)
Fonds IV” Armée (19N731)
Fonds IX” Armée (19N1539)
Histoire du 171” R. I. (6N1736)
Historique du 65" R. I. (6N 1734)
Historique du 77” R. 1. (6N 1734)
Historique Sommaire du 64” R. I. ((6N 1734)
Journal des Marches, 171” R. L (6N708)
Le 1” Régiment de Marche de Zouaves dans la Grande Guerre (26N 1742)
Índice analítico y de nombres

AEF (véase Fuerza Expedicionaria Arabia, 103, 145-148


Americana) armenios, 102, 122-125
África, guerra en, 284-292 Asquith, Herbert, 94, 98, 110, 272
aire, guerra en el, 170-173, 195-196, 231, Australia, 81, 132-134, 149, 192, 227, 306,
240-241, 249, 253, 261, 266-267, 324-327, 333-334; y Gallípoli, 106-113
324-325, 327, 330-331
Alberto l, rey de Bélgica, 45 Baker, Newton, 311
Alemania, 15-19, 33, 50-52, 68; y la crisis Balcanes, guerras de los, 16-17, 59, 62-65,
de julio, 15-20; y los planes de 102-103, 105-106, 122, 201-203
guerra, 23-26; invasión de Bélgica, Balfour, Arthur, 125
25-31; relaciones con Austria y Balfour, Declaración de, 146-147
Hungría, 62-63, 116-117, 120, 181- Beatty, David, 139-140, 279-280
182, 244, 259-261; relaciones con el BEF (véase Fuerza Expedicionaria
Imperio otomano, 102-106, 108, 110, Británica)
123-125; y la masacre armenia, 122- Bélgica, 18-21, 25, 33, 204, 239, 342;
123; marina de, 127-142, 276-281; invasión alemana de, 25-30, 34, 41
e Italia, 152; y Verdún, 158-170; Below, Fritz von, 186, 194
y Rumanía, 200-204, y sus objetivos Below, Otto von, 244, 261
en la guerra, 205, 208-210, 217-218; Belleau, batalla del bosque de, 313-314
y la Revolución rusa, 208-210, 216- Berlín, 16, 26, 68, 181, 250, 285, 336-338;
221; gobierno de, 269-271; e Irlanda, conferencia de (sobre África), 285
283-284, 292-294; y África, 284-292; Bernstorff, Johann von, 137
y los Catorce Puntos, 335-337; Bethmann Hollweg, Theobald von, 29,
colapso de, 338-339, 343-345; 141-142, 208-209, 270
el armisticio, 341-347 Birdwood, William, 107
Alexseev, Mijail, 120, 180, 182-184, 199, Bliss, Tasker Howard, 276
202 Bóhm-Ermolli, Eduard, 211-212
Alsacia y Lorena, 26, 33-36, 239, 272, 315, bolcheviques, 124, 209-210, 212, 216-220,
336, 342 239, 338, 344-346
Allenby, Edmund, 148-149, 252 Boroevié, Svetozar, 154-156, 177, 259
Amberes, 27, 44-45 bosniana, crisis, 16-17, 59-61, 102
Amiens, batalla de, 322, 325-329 Botha, Louis, 288-290
Anzac (Ejércitos australiano y neozelandés), Bratianu, lon, 200-202
106-108, 112-113 Brest-Litovsk, tratado de, 124, 217-218
364 La Gran Guerra

Briand, Aristide, 94, 113, 168, 228 «Con el agua al cuello», bando, 305
Brittain, Vera, 249 Consejo Supremo de la Guerra, 274-276,
Bruchmiller, Georg, 213-215 ASIS 22
Brusilov, Alexei, 15, 50, 68, 70-71, 120, Constantino, rey de Grecia, 113-114
179-184, 205-206, 208, 211-213 Cracovia, 68, 70, 154, 180
Brusilov, ofensiva, 179-184, 201 crisis marroquíes, 16-17, 272
Bucarest, tratado de, 203-204, 218 Curragh, incidente, 251, 282, 296
Bulgaria, 102-103, 111-115, 199, 202-203 Currie, Arthur, 88, 233
Búlow, Karl von, 41-42 Curzon, George, 125, 223
Byng, Julian, 231, 265-266, 296
Diaz, Armando, 263-264
Cambrai, batalla de, 264-267, 324 Dogger Bank, batalla de, 132-133
Campbell, Pat, 293-296, 297, 306-307 Dreadnought, HMS, 127
Canadá, 81, 88, 230-232, 326-327 Driant, Emil, 161, 163, 229
Capello, Luigi, 243, 261-262 Duchéne, Denis, 234, 308, 315
Caporetto, batalla de, 259, 261-264, 274,
296 Egipto, 102-103, 142-143
Cadorna, Luigi, 152-153, 155-157, 177- Elles, Hugh, 264-265
179, 241-244, 259, 261-262 Enver Pasha, 121-123
Carlos, emperador, 184 Erzberger, Mathias, 342-345
Carrera hacia el mar, la, 44-45, 75 Erzurum, 122, 124
Casement, Roger, 283-284 Estados Unidos de América (véase también
Castelnau, Edouard Notél de, 36, 164-165, Fuerza Expedicionaria Americana
223-224 [AEF]), 20, 22, 93, 124, 184, 199,
Catorce puntos, los (de Woodrow Wilson), 217, 275-276, 360; y la neutralidad,
335-336 131-137; y su entrada en la guerra,
Cáucaso, 102, 121-125 228-230, 232, 267-268
Cavell, Edith, 29 Eugen, archiduque, 67
Champagne, ofensiva de,78-81, 82, 93, Evert, Alexei, 182-183
99, 160-161 Faisal, emir, 147-148, 345
Chantilly, conferencia de,175-177 Falkenhayn, Erich von, 42, 44-45, 87,
Charteris, John, 254-255, 267-268 A SS Se
Cháteau- Thierry, batalla de, 308-309, 179, 181-182, 186, 194, 203; y
314, 321-323, 330-331, 334 Verdún, 158-165, 167-168, 170
Chemin des Dames, 226-229, 231-241, Ferdinand, rey de Rumanía, 201
245, 252-253, 307-308, 315 Festubert, batalla de, 90-91, 252
China, 133 Fish Joher
n Jack
,ie, 106, 132, 139
Churchill, Winston, 45, 101, 103-104, Foch, Ferdinand, 23, 36-38, 41, 45, 86,
111-112, 127-129, 139, 187, 194, 88-90, 92, 95, 97, 179, 223-224, 226,
267,273 247, 255, 262-263, 274-276, 305-
Clemenceau, Georges, 115, 271-274, 300- 206,209, 511, 315,3200 323324.
301, 311, 336-337, 339, 345-346, 326, 329, 331-332; y la campaña de
Conrad von Hoótzendorf, Franz, 60-65, Somme, 187, 190-191; como
67,117, 154, 178-179, 181-182, 184 comandante general de los aliados,
Índice analítico y de nombres 365

300-303; y las negociaciones del Gallípoli, 101-112, 115; y Salónica,


armisticio, 339, 341-345 111-115; y el Oriente Medio, 142-
Fokker, Anthony, 171 150; e Italia, 152-153, 242-243; y
franc tireurs, 28 Verdún, 158; y la conferencia de
Francia, 26, 30, 47-48; y la crisis de julio, Chantilly, 175-177; y Rumanía, 201-
16-22; y la planificación de la guerra, 204; y la Revolución rusa, 210-211,
34; y Gallípoli, 106-108, 111-112, 216-217; gobierno de, 269-275; y el
115; y Salónica, 111-115; e Italia, servicio militar obligatorio, 283-284;
152-153; y la Revolución rusa, y África, 284-292; y los Catorce
210-217; gobierno de, 270-275; Puntos, 335 (véase también Fuerza
y los Catorce Puntos, 335-336 Expedicionaria Británica)
Francisco Fernando, archiduque, 15-16, Grecia, 102-103, 106, 113-115
48, 59-60, 63, 281, 346 guerra submarina abierta (USW)
Francisco José, emperador, 59, 63, 184 (véase submarinos)
franco-prusiana, guerra, 20, 28, 36, 159, Guillermo, príncipe heredero de
DUDIDOS Alemania, 41, 151, 159, 167, 184
Francois, Hermann von, 54-56, 58 Guillermo II, emperador de Alemania
Franchet d'Esperey, Louis, 115, 224, 228 (también káiser), 15, 17-20, 31, 40-41,
French, John, 30-32, 38-39, 42, 45, 85, 88- 50, 58, 79, 94-95, 116, 119, 127, 138,
90, 92,95, 143, 252, 282; destitución 140-143, 158-159, 180, 184, 200-
de, 98-99 201, 203, 206, 217, 256, 269-270,
Frontier, batallas de, 34-36, 78-79 272,285,315,337, 342, 344
Fuerza Expedicionaria Americana (AEP), Gumbinnen, batalla de, 54-55
308-315, 319-323, 324-325, 330-331,
333-336 Habitación 40, 132, 138
Fuerza Expedicionaria Británica (BEF), Haig, Douglas, 31-32, 41, 81-85, 87, 90-
20-22, 26, 30-33, 38-39, 41, 45-46, 91, 94-95, 177, 229-230, 239, 242,
81, 187 264-268, 274-275, 282-283, 297-299,
Fuller,J. E C., 265-267 305-306, 323, 324; y su promoción a
comandante de la BEF, 98-99; y
Gallieni, Joseph, 38-39, 41, 99, 161-162 Somme, 186-188, 189-194, 195-197;
Gallípoli, 102-112, 115, 122-123, 201 y la ofensiva de Nivelle, 224-225, 236-
Gibbs, Philip, 81, 89, 175, 189, 192-194, 237; y la tercera batalla de Ypres, 245-
198, 248, 252, 255, 297 259; y el mando conjunto, 299-303
Goltz, Colmar von der, 144-145 Hamilton, lan, 106
Gorlice-Tarnów, batalla de, 87, 115-120, Harlington, Charles, 89, 248-250, 255
155-156, 175, 180, 182, 202 Hasek, Jaroslav, 59
Gough, Hubert, 251-254, 256, 282, 296, Hentsch, Richard, 42
299,326 Hindenburg, línea de, 227-228, 307-309,
Gran Bretaña, 26, 29-30, 124-125; y la 323, 328-330, 332-336
crisis de julio, 16, 18-20; marina de Hindenburg, Paul von, 54-56, 71-72, 116,
(Royal Navy), 16, 101-102, 104-106, 167-168, 203, 208, 215, 217, 255-256,
127-134, 135-141, 246, 258-259, 269-270, 298, 321, 323, 344
277-281; reclutamiento en, 80-81; y Hipper, Franz von, 138-140
366 La Gran Guerra

Hoffman, Max, 55-56, 212-213, 218 judíos, 51, 69, 146-147, 149-150, 204,
Holanda, 134, 327, 344 206, 347
Holtzendorff, Henning von, 141, 281 Jutlandia, batalla de, 137-140
House, Edward, 276
Hussein, emir Abdullah, 146-147, 150 káiser (véase Gullermo II, emperador de
Hutier, Oskar von, 213-215, 304 Alemania)
Kaledin, Alexei, 180, 182
Imperio austrohúngaro, 25, 51, 58-73, Kemal, Mustafá, 103, 108-109, 124-125,
102, 103-104, 111-112, 210-215, 241- 149
242; y la crisis de julio, 15-17, 20-21; Kerensky, Alexander, 208-211, 213-214,
y sus relaciones con Alemania, 62-63, 216
115-117, 181-182, 244, 259-261; e Kiggell, Lancelot, 255-256, 267
Ttalia, 152-158, 176-180; y Rumanía, Kitchener, Horacio, 22, 38-39, 80-81, 98,
179-184; y la ofensiva de Brusilov, 106-107, 111, 142-143, 146
199-204; colapso del, 337-338 Kluck, Alexander von, 32, 38, 41-42
Imperio otomano, 20, 52, 59, 113, 142, Kornilov, Lavr, 213, 216-217
202-203; entrada en la guerra, 101-
104; y Gallípoli, 102-112; relaciones Lafayette, escuadrilla, 173
con Alemania, 103-106, 108, 123- Lanrezac, Charles, 30-33, 38, 115
125; y el Cáucaso, 120-125; y Lawrence, T. E., 147, 362
Oriente Medio, 142-150; colapso del, Le Cateau, 31-32, 86
337-338 Lemberg/Lvov, 68-70, 117, 180, 211
India, 81, 84, 91, 142, 144, 283 Lenin, Vladimir, 210, 217-219, 283
influencia, 315, 323 Lettow-Vorbeck, Paul von, 290-291
Irlanda, 97-98, 256-257, 271, 281-282 Lieja, 27-28, 34, 54
Isonzo, batalla de, 154-158, 176-180, 241- Liman von Sanders, Otto, 103, 106
244, 259, 261-264 Lloyd George, David, 93, 98, 148-149, 242,
Talla 201637 102116 51-158 177179 266-269, 271-275, 300-301, 319-320,
199, 241-244 336; y la ofensiva de Nivelle, 224-225,
Ivanov, Nikolai, 68, 119 236; y la tercera batalla de Ypres, 246,
248
Jadar, batalla del, 63 LodalLS
Japón, 132, 184 Londres, 172, 195, 228, 242-243, 249,
Jellicoe, John, 129-131, 139-140, 277, 282-283
279-281 Loos, batalla de, 97, 190
Joffre, Joseph, 34-36, 37-39, 41-45, 78, Lorette, Notre Dame de, 86
82, 91-93, 95-97, 97-99, 113, 171, Lovaina, 29
175-176, 225-226, 271; y Verdún, Ludendorff, Erich, 28, 54-56, 72, 116,
158, 160-165; sustitución de, 170; y 167, 171,203, 208, 21082299:
la campaña de Somme, 185, 190, 255-256, 269-270, 296-298, 303-304 ,

192-194 306-309, 314-315, 323, 327-330,


Jorge Wiréy 31; 98,127,225, 282 333,335, 342, 347
José Fernando, archiduque, 180-181 Ludendorff, ofensivas de, 293-309, 319-320
Jóvenes Turcos, 102-104, 146 Lusitania, 127, 135-137
Índice analítico y de nombres 367

Mackensen, August von, 72, 116-117, 299, 300-302, 308, 314, 315, 320-
120, 202 327,339, 360-362
Mangin, Charles, 168, 234, 236 París, conferencia de paz, 124-125, 345-
Manoury, Michel, 41 346
Marne, primera batalla de, 25, 38-42, 55, París, el cañón de, 300
71-72, 78-79, 160, 165-166, 168, Passendale (véase Ypres, tercera batalla de)
170-171, 223 Pau, Paul-Marie, 35, 38
Marne, segunda batalla de, 314-320, 324 Pershing, John, 309-315, 324, 330-331,
Masurian, Lagos de, 58, 71, 125 338
Max de Baden, príncipe, 336 Pétain, Henri-Philippe, 165-168, 173,
McMahon, Henry, 142, 146, 250 224, 228, 248, 274-275, 297, 299,
Mesopotamia, 143-146, 148 301-302, 305, 308, 311-313, 321,
Messines, cresta de, 248-252, 305 323, 330-331; como comandante en
Meuse-Argonne, 331, 334 jefe del Ejército francés, 236-237; y
Moltke, Helmuth von, 17-19, 26, 41-44, los motines del Ejército francés, 236-
48, 54-55 241, 323, 330-331
Monash, John, 109, 233, 324-325, 333 Plan 19, 51-52
Monro, Charles, 111 Plan XVII, 34
Mons, batalla de, 31-32, 36, 55 Plumer, Herbert, 88-89, 248-252, 255,
Montenegro, 63, 102 257-258, 262-263
Morhange, batalla de, 35-36 Poincaré, Raymond, 93-94, 99, 236
Murray, Archibald, 143, 148 Polonia, 62, 69-73, 117-119, 201, 204-205,
209-210, 215
Namur, 27-28, 34 Portugal, 304
Neuve Chapelle, batalla de, 82-85, 87, Potiorek, Oskar von, 63, 65, 67
89-91, 101, 190 Prittwitz, Max von, 53-54
Nevill, Wilfred, 188-190 Przemysl, 68, 70, 117
Nicolás IL, zar de Rusia, 15, 18-20, 50, Putnik, Radomir, 63-65, 67
119-120, 180, 183-184, 205-209, 217
Nikolai, gran duque, 52-53, 119-120 Rawlinson, Henry, 90-91, 190, 192, 252,
Nivelle, ofensiva de (véase Chemin des 326
Dames) Rennenkampf, Pavel, 52-58, 72-73
Nivelle, Robert, 168, 170, 223-229, 232- Repington, Charles, 85
234, 236, 241, 257, 300 Riga, batalla de, 213-216, 261
Notre Dame de Lorette (véase Lorette, Robertson, William, 22, 225, 242, 246,
Notre Dame de) 253,264, 267, 275, 300
Nueva Zelanda, 133 Roosevelt, Theodore, 135, 309
Nuevos Ejércitos, 80-81, 91, 95, 158, 176, Royal Navy (véase Gran Bretaña,
184-186, 188, 329 marina de)
Rumanía, 102, 114, 199-205, 215
Painlevé, Paul, 173, 228, 236 Rupprecht, príncipe de Baviera, 45, 232
Palestina, 143, 147-150 Rusia, 25, 34, 49-58, 61-62, 67-73, 199;
París, 19, 26, 32, 38-42, 55, 78, 98, 159, y Gallípoli, 102-103; y el Cáucaso,
164-165, 168, 227-228, 253, 272, 122-125; e Italia, 152-153, 155-156;
368 La Gran Guerra

y la conferencia de Chantilly, 175- Triple Entente, 18, 25


176; y Rumanía, 199-200, 201-203; Trotsky, León, 216-218
la revolución en, 205-221
ruso-japonesa, guerra, 50, 52-53, 68, Ucrania, 218-220
76-77
Varsovia, 58, 69, 71-72, 116-119, 180
Saint-Mihiel, 330-331, 334 Venizelos, Eleutherios, 113-115
Salónica, 112-115, 176, 202, 261 Verdún, 26, 79, 99, 120, 151, 158-173, 176-
Samsonov, Alexander, 53, 54-56, 58 177,179, 181, 184-186, 187, 190, 193,
Sarikamish, 122 197, 202, 223-224, 226, 230, 237-238,
Sarrail, Maurice, 99, 113-115, 160 240, 293, 330-331
Sazonov, Alexander, 19, 200 Vimy, cresta de, 86, 89, 91, 95, 97, 230-
Scheer, Reinhard, 137-141 233,236, 265, 296, 298, 305
Seeckt, Hans von, 182 Vittorio Veneto, batalla de, 337
Serbia, 15, 59-67, 104, 112, 114-115, 152 Viviani, René, 93-94
Sims, William, 246, 277-280
Smith-Dorrien, Horace, 31-32, 86, 88-89 Wilhelm, príncipe heredero de Alemania
Smuts, Jan, 289-290 (véase Guillermo, príncipe heredero
Somme, batalla de, 161, 184-198, 224, 227, de Alemania)
229-231, 238, 245, 249, 265-268, 287, Wilhelm Il, emperador de Alemania (véase
329,333 Guillermo IL, emperador de Alemania)
submarinos, 130-138, 140-142, 228-229, Wilson, Henry, 23, 275-276, 282, 301, 320
245-246, 258-259, 276-281, 336-337 Wilson, Woodrow, 124, 131, 135-138, 229,
Sudáfrica, 192, 284-289 275,309, 335-337
Sukhomlinov, V. A., 52-53 Winterfeldt, Hans von, 341-342
Swinton, Ernest, 194
Sykes-Picot, acuerdo secreto de, 147, 150 Ypres, primera batalla de, 45-46
Ypres, segunda batalla de, 86-89, 202, 245
Tannenberg, batalla de, 55-59, 72, 122, Ypres, tercera batalla de, 245-261, 264,
212 265-268
tanques, 194-197, 264-267 Yser, batalla de, 45-46
Tarnów, 68 (véase también Gorlice-Tarnów)
Townshend, Charles, 144-145 Zhilinsky, Yakov, 52, 56-58
sp
940.4 N397
Neiberg, Michael $.
La Gran Guerra : una
historia global (1914-1918)
Stella Link ADU CIRC
Ares Friends of the
Houston P u b l i c L i b r a r y
«Un relato excelente, conciso y equilibrado sobre la
Primera Guerra Mundial. La habilidad de Neiberg
para presentar los complejos acontecimientos de la
guerra mediante una prosa de fácil lectura es
excepcional. La Gran Guerra es una valiosa contribución
a la literatura sobre el conflicto.»
EDWARD M. COFFMAN, autor de The Regulars:
The American Army, 1898-1941

«La soberbia organización de este libro proporciona


una historia general amena y fiable de una guerra
que sigue centrando nuestra atención.»
HOLGER HERWIG, autor de The First World War:
Germany and Austria-Hungary, 1914-1918

Michael S. Neiberg es profesor de Historia en la


United States Air Force Academy.
hstew La Primera Guerra Mundial, heraldo mortífero de una nueva
ara, sigue cautivando a los lectores. En este libro intenso,
Michael Neiberg ofrece una historia concisa, basada en las últimas
nvestigaciones y deteniéndose en los soldados, los mandos, las
atallas y la actividad diplomática durante la Gran Guerra.
Neiberg analiza la guerra paso a paso, desde Verdún a Salónica,
desde Bagdad al África Oriental Alemana, para explicar la
naturaleza global del conflicto. Fueron cuatro años de una
carnicería sin sentido en las trincheras del frente occidental,
pero la Primera Guerra Mundial también es el primer conflicto
bélico en tres dimensiones: por aire, en el mar y mediante la
guerra terrestre mecanizada. Nuevos sistemas de armamento
conformaron el entorno bélico. Con el afán de superar la imagen
habitual de los generales de la guerra como «carniceros e
ineptos», Neiberg nos ofrece una exposición matizada sobre
unos oficiales presionados por la enorme envergadura de tan
complejos acontecimientos. Los diarios y las cartas de soldados
que lucharon en el frente reproducen las historias personales y
las brutales condiciones —desde las nieves alpinas a las arenas
de Mesopotamia— en las que aquellos hombres vivieron,
lucharon y murieron.
Ampliamente ilustrado y con muchas fotografías inéditas, este
libro es una combinación impresionante de análisis y narración.
Una delicia para todo lector interesado en la historia militar de
la guerra que todo el mundo deseó que fuera la última.

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ISBN 84-493-1890-4
60137

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