Neiberg. La Gran Guerra. Una Historia Global
Neiberg. La Gran Guerra. Una Historia Global
Neiberg. La Gran Guerra. Una Historia Global
LA GRAN
GUERRA
Una historia global (1914-1918)
Viichael S. Neiberg
UBLIC LIBRARY
Paidós
Contemporánea
Historia i i i
R01308 OL782
F
La Gran Guerra
PAIDÓS HISTORIA CONTEMPORÁNEA
Títulos publicados
La Gran Guerra
Una historia global (1914-1918)
a PAIDOS xp)
Título original: Fighting the Great War
Publicado en inglés, en 2005, por Har var d Uni ver sit y Pre ss, Cam bri dge , Ma. , EE .U U.
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Sumario
E A A O O IL
Listas are turas A a da Es a au iba E silos 13
15
POP e E lo ia 127
Siranda desaneradasia agonia del ecdun a tea Da a 158
. Una guerra contra la civilización: las ofensivas de Chantilly
A O e o 175
. La expulsión del demonio: el desmoronamiento del Este ...... 199
. Salvación y sacrificio: la entrada de los norteamericanos,
lerestario Y my el bento des Danes a eo lcd 223
10. Unos pocos kilómetros de barro líquido: la batalla de Passendale 24
11. Una guerra como no conocíamos: la amenaza de los U-booten
cea es qdo 3 269
1 El turno de Jerry: las ofensivas de Ludendorff ............... 293
13. A cien días de la victoria: de Amiens al Meuse-Argonne ....... SL
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Agradecimientos
LHCMA Liddell Hart Center for Military Archives, Kings College, Londres.
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A a E f
Introducción
Un intercambio de telegramas
Este telegrama fue el primero de una serie de diez que los dos monarcas
europeos se intercambiaron durante los tensos días entre el 29 de julio y el
1 de agosto. La crisis de la que hablaban los dos hombres no era consecuencia
del asesinato en Sarajevo, el 28 de julio, del archiduque austrohúngaro Francis-
co Fernando, sino del ultimátum lanzado por Austria-Hungría a Serbia el 23 de
julio. En Europa fueron pocos los que pensaron en ese momento que el asesi-
nato conduciría a la guerra. Las ideas políticas del archiduque no eran bien
vistas en la corte vienesa, y las monarquías europeas habían desairado con fre-
cuencia a Francisco Fernando a causa de su matrimonio con una mujer de
condición social inferior. Aunque ella murió también a manos del mismo ase-
sino y dejaba tres hijos de corta edad, la monarquía austríaca se negó a colocar
su cuerpo al lado del de su marido en la cripta de la familia real.
Ninguno de los principales militares ni de las figuras políticas europeas
consideraron que el asesinato fuera un acontecimiento lo bastante relevante
para asistir al funeral o cancelar sus vacaciones estivales. Al principio, el Impe-
rio austrohúngaro minimizó su significado; el propio emperador ni siquiera
asistió al funeral de su sobrino. El clima de indiferencia pareció hacerse pa-
tente en todo el conti nente . El gene ral ruso Alexe i Brusi lov, a la sazón de va-
caciones en Alemania, observó que la gente del balneario donde veraneaba
16 La Gran Guerra
«se había mostrado indife ren te» a los ac on te ci mi en to s de Sar aje vo. ' Du ra nt e
un tiempo, pareci ó qu e Eu ro pa po dr ía sob rev ivi r a otr a cri sis má s; O que , sl
tenía que estallar la guerra, ésta podría constreñirse a los Balcanes.
Sin embargo, el ultimátum cambió la situación en Europa de manera es-
pect acul ar. La reso luci ón esta blec ía unas con dic ion es de gran seve rida d con-
tra Serbia, un país que, según creía la mayoría de los austrohúngaros, había
precipitado el asesinato. Entre ellas, se incluía la exigencia de que se permi-
tiera participar a los oficiales austrohúngaros en la investigación serbia del
asesinato. Las condiciones eran una bofetada en pleno rostro tanto para Ser-
bia como para Rusia, la autoerigida protectora de aquélla. Con la esperanza
de que Serbia rechazaría las condiciones y, por tanto, les daría la excusa para la
guerra, los austrohúngaros habían empezado a movilizarse aun antes de que
hubiera vencido el plazo fijado para que los serbios respondieran. Brusilov con-
sideró que el ultimátum había cambiado lo suficiente la situación para obligar-
le a poner fin a sus vacaciones antes de lo previsto y volver a su unidad. Al pa-
sar por Berlín, se encontró con manifestaciones multitudinarias que pedían la
guerra contra Rusia.
La tensión siguió en aumento cuando las multitudes serbias y bosnias que-
maron banderas austrohúngaras, y en Viena la muchedumbre hizo otro tanto
con las serbias. En esta última ciudad, una turba cifrada en unas mil personas
intentó asaltar la legación serbia. Como medida precautoria, la Royal Navy
(Armada Británica), que por casualidad realizaba unas prácticas programadas
de movilización, se hizo a la mar el 29 de julio. La crisis internacional reper-
cutió incluso en Nueva York. El 30 de julio la Bolsa registró su primer cierre
no programado en cuarenta años. El mismo día, Gran Bretaña interrumpió
sus conexiones telegráficas con Alemania, y el gobierno alemán exigió a Rusia
que expusiera sus intenciones antes de veinticuatro horas. La situación ya ha-
bía alcanzado un punto de suficiente tensión para que los estadistas y militares
de toda Europa cambiaran sus planes y volvieran al trabajo a toda prisa. Las
tropas fueron acuarteladas, se cancelaron los permisos, y se advirtió a los re-
servistas que no se alejaran de sus hogares. Podía ocurrir cualquier cosa.
El asesinato del archiduque Francisco Fernando y el subsiguiente ultimá-
tum austrohúngaro no tenían por qué haber provocado la guerra. La sereni-
dad había prevalecido durante dos incidentes acaecidos en Marruecos (1905
y 1911), en la anexión de Bosnia por Austria-Hungría en 1908, y en las dos
guerras de los Balcanes (1912-1913). Cualquiera de estas crisis podía haber
conducido a una guerra generalizada, pero todo había discurrido pacíficamen-
te. En 1914, sin embargo, tanto alemanes como austrohúngaros habían deci-
dido que la guerra convenía más a sus intereses que la paz. El año anterior, el
embajador francés en Alemania, Jules Cambon, había advertido de un cambio
en la actitud alemana. El diplomático informó a su gobierno de que «a Gui-
llermo Il se le ha convencido de que la guerra con Francia es inevitable, y que
ésta habrá de llegar un día u otro... [El jefe del Estado Mayor] el general [Hel-
muth von] Moltke se ha expresado en idénticos términos que su soberano.
También ha declarado que la guerra es necesaria e inevitable»?
En 1914 Alemania y Austria-Hungría tenían decidido que el momento de
aquella guerra que consideraban inevitable ya había llegado. Ambos países te-
mían la modernización en marcha del ejército ruso, cuya culminación estaba
prevista para 1917. Si se garantizaba el apoyo de Alemania, Austria-Hungría
pensaba que la guerra podía incrementar su influencia en los Balcanes y termi-
nar con la amenaza paneslava representada por Serbia. Por su parte, Alemania
confiaba en reducir a uno de sus principales rivales continentales, con toda
probabilidad Francia, a una condición de mediocridad; pero esta última había
realizado también reformas militares recientes. La más destacable, aproba-
da en 1913 en respuesta a la segunda crisis marroquí, ampliaba el período de
prestación del servicio militar obligatorio de dos a tres años. Una vez aplicada
en su totalidad, la ley de los tres años prometía aumentar el número de solda-
dos franceses en activo en casi un tercio.
Por consiguiente, los oficiales alemanes ya habían dado todo su apoyo a sus
aliados austrohúngaros el 5 de julio, aun cuando semejante actitud implicaba
la amenaza de guerra con Rusia. Incluso mientras los soberanos de Rusia y
Alemania buscaban una forma de evitar la guerra a través de su corresponden-
cia telegráfica, los militares de sus países se estaban preparando para el con-
flicto armado. El káiser Guillermo se reunió con su general de mayor rango,
Helmuth von Moltke, sobrino del legendario general que había conducido los
ejércitos prusianos a brillantes victorias sobre Dinamarca, Austria y Francia
entre 1864 y 1871. El káiser pidió a Moltke que se preparara ante la contin-
gencia de una guerra con Rusia. Moltke informó al káiser de que no era posi-
ble una contienda sólo con Rusia, toda vez que los planes de guerra alemanes
exigían primero enfrentarse con Francia, a fin de eliminar al principal aliado
de aquélla. El plan requería también un ataque a través de Bélgica para ame-
nazar los flancos de las defensas francesas, lo que supondría una amenaza de
guerra con Gran Bretaña, a la que preocupaba mantener limpio de barcos ale-
manes el litoral británico del canal de la Mancha.
Las aspira cio nes glo bal es de Ale man ia y la tor pe dip lom aci a del kái ser ha-
bían colocado a Moltke y a sus pre dec eso res en la difí cil pos ici ón de ten er que
2. Cambon, citado en Franci s Hal sey , The Lit era ry Dig est His tor y of the Wor ld War , vol. 1,
Nueva York, Funk and Wagnalls, 1919, pág. 101.
18 La Gran Guerra
Los reservistas alemanes se dirigen al frente en 1914 entre las aclamaciones de la multi-
tud. Los planes de guerra alemanes se apoyaban en la utilización de las reservas en las
operaciones ofensivas, a fin de colocar el mayor número posible de hombres en Bélgica y
Francia durante las primeras semanas del conflicto. (National Archives)
3. Moltke, citado en Robert Asprey, The First Battle of the Marne, Filadelfia, Lippincourt,
1962, pág. 34.
Introducción 19
taba a punto de embarcar se en una gue rra gen era l con tra la fue rza co nj un ta de
tres enemigos poderoso s. Sus úni cos ali ado s era n el ta mb al ea nt e Im pe ri o
austrohúngaro, qu e se ab oc ab a a su ext inc ión , y una na da fia ble Ita lia , qu e no
tardó en ca mb ia r de ba nd o. El alt o ma nd o al em án sab ía qu e cu an to má s du-
rase la contienda, má s se inc lin arí an las pos ibi lid ade s de vic tor ia del ba nd o
enemigo. Tendrían que ganar la guerra en Bélgica y Francia con rapidez o se
arriesgarían a no ganar nada.
En noviembre de 1918 tanto Nicolás como Guillermo habían pagado cara
la guerra que iniciaron. En marzo de 1917 la revolución y la derrota militar
condujeron a Nicolás a abdicar del trono; los bolcheviques lo asesinarían, jun-
to con su familia, en julio del 1918. El reinado de Guillermo se prolongó sólo
algunos meses más. El 10 de noviembre de 1918, pocas horas antes de que el
nuevo gobierno alemán firmara el armisticio que ponía fin a la guerra que
él había comenzado, Guillermo abdicó del trono y partió al exilio en Holan-
da. Los monarcas de Austria-Hungría y del Imperio otomano correrían suer-
tes parecidas.
Los vencedores de la Primera Guerra Mundial fueron los estados demo-
cráticos de Gran Bretaña, Francia y Estados Unidos. Estos países, aunque
aquejados de sus propias deficiencias estructurales, dependían menos de la
autoridad de anticuados regímenes monárquicos. Fueron, por tanto, capaces
de modificar o cambiar de gobierno cuando las situaciones lo exigieron, sin te-
ner, al mismo tiempo, que desembarazarse de sistemas enteros. En consecuen-
cia, no sufrieron revoluciones y pudieron formar gobiernos capaces de trabajar
con los generales en aras de la victoria. Cuando falló un sistema de organiza-
ción, crearon otro, hasta que terminaron por encontrar la fórmula del éxito.
Por irónico que parezca, ninguno de los tres vencedores más poderosos de
la Primera Guerra Mundial había buscado el conflicto en 1914. El gobierno
francés, deseoso de evitar la guerra a menos que su territorio fuera amenaza-
do, ordenó a sus unidades que se retiraran casi diez kilómetros de la frontera
germana y que se quedaran allí salvo que Alemania invadiera realmente Fran-
cia. Aunque algunos nacionalistas franceses creían que la guerra con Alemania
podía vengar la derrota en la guerra franco-prusiana de 1870-1871 y recupe-
rar las provincias que se le habían arrebatado a su país tras aquel conflicto, lo
cierto es que Francia había descartado hacía tiempo una guerra ofensiva para
conseguir tales objetivos. Francia defendería sus fronteras, pero no iniciaría
ningún conflicto bélico por su cuenta.
Si la guerra iba a ser tan corta como predecían la mayoría de los expertos,
el activo militar más importante de Gran Bretaña, su poderosa armada, ten-
dría una participación escasa. Su pequeño ejército profesional no estaba dise-
ñado para librar una gran guerra en el continente, y eso a pesar de la creación
en 1907 de una Fuerza Expedicionaria Británica (BEE) para facilitar su rápido
Introducción 21
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decidir en qué época histórica vivía», podría aplicarse también a Gran Breta-
ña. Las unidades de élite del Ejército francés fueron a la guerra en 1914 lu-
ciendo uniformes de llamativos colores, más propios de sus colonias africanas
que de la moderna guerra de acero. Los británicos, por su parte, seguían co-
mandados por héroes coloniales con una escasa comprensión de las compleji-
dades de la política del continente, como era el caso del secretario de Estado
para la Guerra, Horatio Kitchener, y de sir William Robertson, que hablaba
seis dialectos hindis, pero ni francés ni alemán. El Ejército británico no había
combatido en el continente desde la guerra de Crimea de 1854-1856. Tanto
británicos como franceses pagaron un precio muy alto por las elevadas curvas
de aprendizaje que sufrieron desde 1914 a 1917.
Hacia finales de 1917, sin embargo, aquella curva de aprendizaje casi se ha-
bía completado. Francia, Gran Bretaña y Estados Unidos habían desarrollado
unas estructuras industriales, políticas y militares que les ayudaron a sobrelle-
var la crisis de 1918. La victoria fue fruto de la combinación del perfecciona-
5. Douglas Porch, March to the Marne: The French Army, 1871-1914, Cambridge, Cambridge
University Press, 1981, pág. VIL
Introducción 23
6. Wils on , ci ta do en As pr ey , op . cit ., pá g. 40 . :
7. La Triple Entente hace referencia al acue rd o di pl om át ic o ent re Gr an Br et añ a, Fr an ci a y
Rusia. En septiembre de 1914 estos países firmaron el Pa ct o de Lo nd re s, en vir tud del cua l se cre a-
ba la Alianza de la Entente. A partir de ento nc es , est as na ci on es y las qu e lu ch ar on a su lad o fue -
ron conocidas como los aliados.
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a 1
Capítulo 1
Una desilusión cruel
La invasión alemana y el milagro del Marne
Dado que los planes de guerra alemanes asumían que el enfrentamiento con
uno de los miembros de la Triple Entente implicaba la guerra con todos ellos,
las primeras operaciones de importancia que realizaron los alemanes se diri-
gieron hacia el oeste, contra Bélgica y Francia, dos países involucrados sólo de
manera indirecta en la crisis precipitada por el ultimátum austrohúngaro. Para
Alemania, el único delito de Bélgica era su desafortunada posición geográfica,
y las condiciones de la Triple Entente obligaban a Francia a movilizarse sólo
en el caso de una movilización alemana, y a atacar si Alemania atacaba a Rusia.
Francia no tenía que haberse visto involucrada en absoluto en la crisis de julio.
Aunque resulte irónico, el inicio de la guerra por parte de Rusia —el principal
problema diplomático de los alemanes durante dicha crisis— supuso única-
mente una preocupación secundaria para Alemania; mientras siete ejércitos
alemanes se dirigieron hacia el oeste, sólo el octavo se encaminó hacia el este.
Los planes de guerra alemanes siguen siendo objeto de una intensa controver-
sia histórica, aun que los estu dios os han alc anz ado un con sen so gene ral sobr e
tres puntos. Pri mer o, que los ale man es asu mie ron la nec esi dad de derr otar a
Francia ant es que a Rus ia por que sup oní an que aqu éll a se mov ili zar ía con más
rapidez que ésta. Seg und o, que Ale man ia asu mió que ten ía que fla nqu ear las
for tif ica cio nes fra nce sas vio lan do la neu tra lid ad de Bél gic a sie mpr e que fue ra
para derrotar a Francia con la suficiente rapidez para volver al este y enfren-
tar se a los rus os. Ter cer o, que Ale man ia sup uso o que Gra n Bre tañ a no luc ha-
ría por la neu tra lid ad bel ga (co n la mem ora ble alu sió n del kái ser al tra tad o de
1839 como «un pedazo de papel»), o que, si lo hiciera, los alemanes derrota-
rían a la pequeña Fuerza Expedicionaria Británica (BEF) en cualquier parte
del continente. Para los estrategas alemanes, la posible intervención del Ejér-
cito británico no suponía, por tanto, un desafío de importancia.
Para conseguir este ataque relámpago sobre Bélgica y Francia, el 2 de
agosto los alemanes empezaron a desplegar siete de sus ocho ejércitos hacia el
oeste. Las unidades responsables del principal avance a través de Bélgica fue-
ron el I y II Ejército, con 320.000 y 260.000 hombres, respectivamente. Dos
ejércitos más, el HI y el IV, prestaban su apoyo atravesando Luxemburgo y el
sur de Bélgica, mientras que al V, VI y VII se les encomendó la defensa de
Alsacia y Lorena. Moltke estableció su cuartel general en Luxemburgo, que
resultó hallarse demasiado lejos de sus ejércitos para ejercer un control real
sobre ellos, y demasiado lejos de Berlín para conservar una comprensión cabal
de la situación general.
Aunque la acción violaba un tratado firmado por Alemania, un ataque a
través de la neutral Bélgica ofrecía diversas ventajas de importancia. La línea
más poderosa de fortificaciones de Francia discurría a lo largo de la frontera
alemana, desde Verdún a Toul y desde Epinal a Belfort. A excepción de Mau-
beuge, los fuertes existentes en el noroeste de Francia se hallaban en un esta-
do de deterioro general, puesto que los franceses habían concentrado su gasto
militar en armas ofensivas. Además, las fuerzas francesas se concentraban a lo
largo de la frontera con Alsacia y Lorena. Si los alemanes eran capaces de mo-
verse con rapidez, los ejércitos franceses podrían estar demasiado lejos de
París para evitar que los alemanes tomaran o rodearan la capital.
Bélgica parecía propicia para la ocupación. Tenía una fuerza militar pe-
queña, que ascendía a 117.000 hombres, una cifra que no era ni la mitad de
la del II Ejército alemán. Carecía, además, de muchas de las armas de gue-
rra modernas, y la preparación de su Estado Mayor y de sus servicios auxi-
liares se situaba muy por debajo de los niveles de sus vecinos más poderosos.
Celosa de su neutralidad, Bélgica no había mantenido negociaciones de im-
portancia antes de la guerra ni con Francia ni con Gran Bretaña. Algunos
alemanes habían esperado, incluso, que los belgas tal vez permitieran a los
ejércitos alemanes atravesar libremente su país, en lugar de intentar resistirse.
En contra de tales expectativas, y pese a la abrumadora desigualdad a la que
se enfrentaban, los belgas se prepararon para resistir. Sus esperanzas resulta-
Una desilusión cruel 27
ron ser una serie de ciudades fortificadas que protegían los principales ríos, ca-
rreteras y líneas ferroviarias del país. Entre las más fuertes se encontraba Lie-
ja, con doce fuertes independientes, 400 piezas de artillería y capacidad para
mantener a una guarnición de 20.000 hombres. Namur, al sudoeste de Lieja,
tenía nueve fuertes que, según creían los comandantes belgas, podrían resistir
durante nueve meses sin refuerzos. Tanto Lieja como Namur se levantaban en
la línea de avance del II Ejército alemán. La más impresionante de todas las
fortificaciones belgas se erigía más al norte y protegía a la ciudad portuaria de
Amberes. Sus defensas estaban integradas por más de 43 km de líneas exterio-
res, 17 fuertes independientes y casi 13 km de murallas interiores.
Los alemanes no pretendían asediar las fortificaciones belgas; lo que pla-
neaban era arrasarlas con artillería moderna fabricada con ese propósito. Los
obuses de 280 mm alemanes podían disparar sus proyectiles hasta una distan-
cia de casi 10 km, un alcance que sobrepasaba con creces la capacidad de res-
puesta de los cañones de las fortalezas belgas. Los proyectiles de estos obuses
pesaban 336 kg y viajaban a una velocidad de 345 m/s, produciendo una ener-
gía de choque de más de seis mil toneladas. Una batería alemana experta po-
día disparar hasta veinte proyectiles por minuto.
osER
ao os
TIA,
e E
EN
1. Hew Strachan, The First Wold War, vol. 1, To Arms, Oxford, Oxford University Press, 2001,
pág. 211 (trad. cast.: La Primera Guerra Mundial, Barcelona, Crítica, 2004).
Una desilusión cruel 29
2. John Horne y Ala n Kra mer , Ger man Atro citi es, 191 4: A His tor y ofDen tal , New Hav en, Yal e
University Press, 2001, pág. 53.
3. Bethmann Hollwe g, cit ado en Fra nci s Hal sey , The Lit era ry Dig est His tor y of the Wor ld War ,
vol. 1, Nue va Yor k, Fun k and Wag nal ls, 191 9, pág . 255 .
4. Sophie de Schaepdrijver, «The Ide a of Bel giu m», en Avi el Ro sh wa ld y Ric har d Sui tes
(comps.), European Culture in the Great War : The Art s, Ent ert ain men t, and Pro pag and a, 191 4-1 918 ,
Cambridge, Camb ri dg e Uni ver sit y Pre ss, 199 9, pág s. 267 -29 4, cit a en pág . 268 .
30 La Gran Guerra
REMEMBER!
A pesar de tales problemas, la BEF avanzó hacia Bélgica desde una línea
que se extendía entre la fortaleza francesa de Maubeuge y la ciudad de Le
Cateau. Los hombres de la BEF eran duros, tiradores expertos y estaban
bien entrenados. Todos se habían presentado voluntarios para el servicio
militar; y venían de una tradición de los regimientos británicos que exalta-
ba la lealtad a la unidad, lo que garantizaba que los hombres lucharían, y
que lo harían con denuedo. En todos los sentidos, se trataba de algunos de los
mejores soldados de Europa, y el káiser no tardó en lamentar su despreocu-
pado y desdeñoso comentario de que la BEF era un «pequeño ejército des-
preciable».
La principal debilidad de la BEF provenía de lo más alto. El mariscal de
campo sir John French debía más su nombramiento como comandante de la
fuerza expedicionaria a su renuncia por cuestiones de conciencia durante un
conato de amotinamiento militar en el Ulster, que a su aptitud para encargar-
se de una misión tan seria. La mayoría de sus colegas de alto rango creían que
era de una lamentable ineptitud para semejante puesto. Uno de ellos, el gene-
ral Douglas Haig, se había quejado infructuosamene del nombramiento direc-
tamente al rey. Apuesto oficial de caballería en las colonias durante su juventud,
sir John contaba 64 años en 1914 y había permanecido en el servicio activo
desde su alistamiento como guardiamarina en la Royal Navy en 1866. En ese
momento, llegaba a Francia con un ejército cuyos jefes de divisiones y cuerpos
no acababan de creer en él para combatir junto a un aliado que tampoco lo te-
nía en alta estima.
El 22 de agosto el V Ejército francés tomó las ciudades belgas de Dinant
y Charleroi; lo que quedaba del Ejército belga se estableció al sur de Namur, y
la BEF avanzó hasta la ciudad de Mons. Al día siguiente, el ll Cuerpo de la
BEÉ, integr ado por 30.000 hombre s, se encont ró direct amente en la línea de
avance de todo el I Ejércit o alemán en un área abando nada por un genera l
de brigad a que no se sintió «favor ableme nte impres ionado por sus posibil i-
dades de defensa ».” El comand ante del Il Cuerpo al mando de este sector,
Horace Smith- Dorrie n, había sido uno de los cinco únicos oficiale s que so-
brevivieron en 1879 a la masacr e de 1.750 europe os en la batalla de Isandh lwa-
na, durante la guerra Zulú. Había ido ascend iendo hasta convert irse en uno
de los más respetados comand antes de campañ a del Ejércit o británi co, y en
Mons no fue presa del pánico. Como tampoc o sus soldado s. A pesar de las es-
casas posibil idades que tenían, los profesi onales británi cos del HI Cuerpo uti-
lizaron sus fusiles con pericia , y sufrier on 1.500 bajas, aunque mantuv ieron el
frente.
7. General sir Henry de Beauvoir de Lis le, «M y Nar rat ive of the Gre at Ge rm an Wa r» , 191 9,
LHCMA, Colección de Lisle, Parte l, pág. $.
32 La Gran Guerra
El avance alemán desplazó a miles de familias que tuvieron la desgracia de verse atrapa-
das en el camino de los ejércitos alemanes. Estos niños franceses se contaron entre los re-
fugiados. (National Archives)
tituyeron éstas por pamelas, a fin de protegerse del insólito calor de aquel tó-
rrido agosto. Sin embargo, escribió el soldado, «en las ocasiones señaladas en
las que esos mismos hombres agotados tuvieron que darse la vuelta y comba-
tir, no se abandonaron y lo hicieron bien».” El Ejército británico estaba heri-
do, pero no derrotado.
El hecho de que Lanrezac no informara a los británicos de su retirada pro-
vocó que las relaciones entre los aliados se tensaran durante meses, por más
que la retirada en sí fuera perfectamente recomendable desde el punto de vis-
ta militar a la luz de los fracasos franceses en el sudeste. Los planes de guerra
franceses han recibido todo tipo de condenas por parte de los historiadores, y
con razón. Sin embargo, los estrategas galos se enfrentaron a obstáculos po-
líticos y sociales de mucha más envergadura que aquellos que tuvieron que
encarar sus homólogos alemanes. Los políticos franceses prohibieron al ejér-
cito que violara la neutralidad de Bélgica hasta que los alemanes lo hubieran
hecho. A mayor abundamiento, Francia carecía de la ambición continental de
Alemania y, por consiguiente, no tenía más objetivo bélico evidente que el
de la legítima defensa y el de la reconquista de Alsacia y Lorena, las dos pro-
vincias en poder de Alemania desde 1871.
9. Diario de John Mcllwain, IWM 96/29/1, anotación del 2 de septiembre, pág. 12.
34 La Gran Guerra
Aunque los objeti vos bél ico s de Fra nci a fue ran es en ci al me nt e def ens ivo s,
los gen era les fra nce ses no ten ían int enc ión de lle var a ca bo un pl an de gue rra
defensivo . Su aná lis is de la de ba cl e de 18 70 -1 87 1 hab ía lle vad o a la co nc lu -
sión de que la pos tur a def ens iva de Fra nci a en las pr im er as se ma na s de la gue -
rra hab ía ced ido la ini cia tiv a al en em ig o y qu e est o, por end e, hab ía sid o la
causa principal de la derrota. En consecuencia, el Plan XVI de Francia exigía
una co nc en tr ac ió n de fue rza s al sur de la fro nte ra bel ga, a lo lar go de un fre n-
te que dis cur ría des de Se dá n a Bel for t. Au nq ue dic ho pl an dej aba exp ues tas las
regiones de Picardia y Artois, ofrecía al oficial al mando francés, Joseph Joffre,
la posibilidad de escoger entre adentrarse en Alsacia-Lorena o, si los alemanes
violaban de hecho la neutralidad belga, entrar en Bélgica por el noreste para
aislar a los alemanes desde la retaguardia.!
Las motivaciones políticas, culturales y económicas convertían el avance
sobre Alsacia-Lorena en la opción más evidente para los franceses. La devolu-
ción de estas dos «provincias perdidas» era el único objetivo bélico, aparte del
evidente de la legítima defensa, que aglutinaba a la ciudadanía. Además, más
de un tercio del mineral de hierro de los alemanes procedía de Alsacia y Lo-
rena, por lo que la toma de las minas de hierro podía paralizar la producción
bélica alemana. Desde un punto de vista militar, el control de Alsacia-Lorena
llevaría a las fuerzas francesas hasta el Rin, afectando así a la capacidad alema-
na para reforzar y reabastecer a sus ejércitos. Asimismo, la acción coincidía
con los acuerdos alcanzados con Rusia antes de la guerra, conducentes a pre-
sionar a Alemania lanzando ofensivas simultáneas desde el este y el oeste.
Entre el 7 y el 14 de agosto, mientras las fuerzas alemanas cruzaban Bélgi-
ca, los franceses culminaban sus concentraciones. El 14 de agosto Joffre y su
Estado Mayor seguían pensando que carecían de la información suficiente
para juzgar las intenciones alemanas en Bélgica de manera precisa y creyeron
que la situación parecía inclinarse a favor de Francia. No podían —o no que-
rían— descartar la posibilidad de que el avance alemán en Bélgica fuera sólo
un amago, y al mismo tiempo creían que los alemanes no tenían la fuerza su-
ficiente para atravesar Bélgica, defenderse contra un ataque en toda regla en
Alsacia-Lorena y rechazar a los rusos en el este, todo al mismo tiempo. Ade-
más, en ese momento algunas de las fortalezas de Lieja seguían resistiendo, y
los alemanes no habían intentado todavía atacar Namur. Así pues, Joffre su-
bestimó la importancia de las operaciones en Bélgica y ordenó a sus fuerzas
que entraran en Alsacia-Lorena.
Con la esperanza de liberar Alsacia-Lorena, los soldados más selectos de
Francia se concentraron en cuatro ejércitos frente al VI y el VII Ejército de los
10. Para una excelente perspectiva general del plan, véase Robert Doughty, «French Strategy
en 1914: Joffre's Own», Journal ofMilitary History, n* 67, abril de 2003, págs. 427-454.
Una desilusión cruel 35
Tras ser obligados a ret roc ede r en Mo rh an ge y Sa rr eb ou rg , los fra nce ses
tuvieron que hac er fre nte a los dec idi dos co nt ra at aq ue s del VI y el VI I Ejé rci -
to alemanes. Lo que ést os bu sc ab an era ap ro ve ch ar se de las baj as fra nce sas , to-
mar la trascendental ciudad de Nancy, y atravesar lo más deprisa posible el
Trouée de Charmes, una región apenas fortificada al sudoeste de Nancy, entre
To ul y Epi nal . Jof fre ten ía que ma ne ja r est a cri sis ad em ás de la qu e ten ía lug ar
en Bélgica, donde los alemanes se disponían a cruzar el río Mosa y a avanzar
sobre Mons. La situación se había vuelto desesperada.
El 24 de agosto, el mismo día en que la BEF mantuvo sus líneas en Mons,
los alemanes atacaron Trouée de Charmes, cuya posición Joffre ordenó que se
defendiera a toda costa. El jefe del ll Ejército, Edouard Noél de Castelnau,
encomendó la defensa de Nancy al inteligente y agresivo comandante de su
XX Cuerpo, Ferdinand Foch. Éste había abandonado el colegio en 1870 para
alistarse voluntario como soldado raso en la guerra franco-prusiana, aunque
no llegó a entrar en combate. Después de la guerra volvió al colegio en Nancy,
donde se preparó para los exámenes de acceso al cuerpo de oficiales francés,
mientras las bandas de la ocupación alemana se burlaban a diario de la pobla-
ción interpretando el toque de «retirada». Foch conocía bien el terreno de los
alrededores de Nancy y ardía en deseos de venganza.!? Pero también se veía
favorecido por sus excelentes relaciones con Joffre, que disculpaba de buen
grado muchos de sus defectos. A principios de agosto de 1914, Foch había ig-
norado la orden del gobierno de alejar 10 km de las fronteras a sus unidades, y
en Morhange insistió en avanzar cuando Castelnau le había ordenado que se
retirara. Por consiguiente, Castelnau le culpaba en buena medida de la pésima
situación que ocupaba en ese momento su II Ejército.
Foch reorganizó la retirada de las unidades francesas haciéndoles rodear
una cadena de colinas boscosas de 300 a 400 metros de altura situadas al nor-
deste de Nany, conocidas en conjunto como la Grand Couronné. El I y el
Ejército restablecieron entonces el contacto y se prepararon para recibir el
ataque de los alemanes. El 25 de agosto éstos estuvieron a punto de romper las
líneas francesas, pero Foch reaccionó. Ordenó a su XX Cuerpo que contraa-
tacara, con la esperanza de que la confusión generada por su ataque desbara-
tara los planes alemanes. Su maniobra funcionó: los franceses consiguieron
conservar Nancy y Trouée de Charmes tras una sucesión de sangrientos en-
frentamientos que se prolongaron hasta el 12 de septiembre.
A pesar de este éxito, los franceses no consiguieron retomar Alsacia-Lore-
na y pagaron un descomunal precio en vidas humanas en la batalla de las Fron-
teras. Los oficiales franceses, imbuidos en la creencia de que el mando signifi-
12. Para más información sobre Foch, véase Michael Neiberg, Foch: Supreme Allied Comman-
der in the Great War, Dulles, Virginia, Brassey's, 2003.
Una desilusión cruel 37
El ingente número de heridos de las primeras semanas desbordó por completo a un siste-
ma sanitario carente de toda preparación para la guerra. Esta iglesia francesa sirvió de im-
provisado hospital de campaña. (National Archives)
caba estar dispuesto a atacar y a morir con las botas puestas, dirigieron un ata-
que sangriento tras otro. La doctrina ofensiva francesa se desmoronó ante la
artillería de campaña y las ametralladoras alemanas. Se estima que las bajas
francesas fueron de 200.000 hombres y de 4.700 de los 44.500 oficiales que
había antes de la guerra. Los mejores hombres del Ejército francés habían sa-
crificado sus vidas en un intento de recuperar Alsacia y Lorena, sólo para des-
cubrir que la verdadera amenaza estaba en otra parte.
pal amenaza proced ía del ala der ech a ale man a, que ava nza ba hac ia Par ís des -
de el nordeste, ord enó a sus fue rza s que per man eci era n a la def ens iva des de
Verdún a Bel for t. Ree mpl azó a tod a pri sa a una doc ena de ofi cia les , inc lui dos
Lan rez ac y Pau , por con sid era r que no hab ían sab ido hac er fre nte al des afí o de
las primeras semanas de la guerra. Por otro lado, disolvió el ejército de Alsacia
de Pau y env ió a la may orí a de sus hom bre s a Par ís, don de con tri bui ría n a la
for mac ión de un nue vo VI Ejé rci to que pro teg erí a los acc eso s nor ori ent ale s a
la capital. Asimismo, asignó a Foch al mando de otra nueva unidad, el IX Ejér-
cito, que se estaba formando en el este de París, entre el IV y el V Ejército.
De acuerdo con el calendario previsto, los alemanes estaban cerca de una
tentadora victoria en el oeste. El 31 de agosto un piloto alemán se atrevió a
lanzar sobre el mercado de Les Halles de París una bandera con la inscripción:
«Los alemanes estarán en París dentro de tres días».!* Aun así, la capital fran-
cesa empezaba a figurar cada vez menos en los planes alemanes. Al creer que
había aplastado a la BEF, Kluck decidió cambiar de estrategia y optó por no
dirigirse hacia el norte y el oeste de París, como estaba planeado; en su lugar,
cambió el eje del ataque hacia el sur y el este de la capital, con la intención de
aplastar al V Ejército francés, al que, erróneamente, consideraba el Ejército
aliado menos capacitado de los establecidos en las cercanías de París. El reco-
nocimiento aéreo y las patrullas de caballería franceses no tardaron en infor-
mar del cambio en los movimientos de Kluck.
El cambio de rumbo alemán fue una grata noticia para el gobernador mili-
tar de París, el general Joseph Gallieni, un héroe de las guerras coloniales
francesas al que se había devuelto al servicio activo a pesar del rápido deterio-
ro de su salud. El 1 de septiembre Gallieni había informado a Joffre que París
no podía defenderse con los recursos de que disponía. Pero la noticia del mo-
vimiento alemán hacia el sudeste, que Gallieni recibió el 3 de septiembre, sig-
nificaba que la batalla principal podría librarse en las afueras de París y que la
capital no tendría que sufrir un sitio para el que estaba lamentablemente prepa-
rada. Tanto Joffre como Gallieni vieron la oportunidad de aplastar la, a esas al-
turas, desprotegida ala derecha alemana, aunque Joffre siguió recomendando
que se evacuara al gobierno francés a la ciudad de Burdeos, situada casi 600 km
al sudoeste.
Al mismo tiempo, sir John, cada vez más desanimado, estaba considerando
la posibilidad de mover a la Fuerza Expedicionaria Británica en dirección al
puerto de Le Havre, en el canal de la Mancha, de donde podría ser evacuada
por la Royal Navy. El 31 de agosto telegrafió al secretario de Estado de la
Guerra británico, lord Kitchener, admitiendo que «mi confianza en la capaci-
13. Ministere de la Guerre, Les Armées Prangaises dans la Grande Guerre, serie L, vol. 2, París,
Imprimerie Nationale, 1925, pág. 587.
Una desilusión cruel 39
dad de los mandos del Ejército francés para conducir al éxito esta campaña
disminuye a marchas forzadas».!* Kitchener, un militar de proporciones le-
gendarias, comprendió de inmediato que si la BEF procedía a la retirada pro-
puesta por sir John, se abriría una peligrosa brecha entre el V y el VI Ejércitos
franceses, dejando a París en una arriesgada situación de desprotección. Por lo
tanto, dio el insólito paso de dirigirse a toda prisa a Francia para convencer per-
sonalmente a sir John de que se quedara. Aunque, a la sazón, Kitchener for-
maba parte del gobierno en calidad de civil, se presentó en Francia ataviado
con su uniforme de mariscal de campo, a fin de dejar bien claro ante sir John
cuál era su idea de la cadena de mando. Kitchener consiguió que sir John cam-
biara de opinión, y la BEF asumió las posiciones defensivas del este de París.
El 4 de septiembre los dos ejércitos enemigos estaban desplegados, como
unas tensas cintas elásticas, a un lado y a otro de un frente de 320 km que dis-
curría desde París a Verdún. El modificado plan alemán preveía replegar sobre
sí mismos los dos flancos de la línea aliada, comprimiendo así uno contra otro
a los ejércitos aliados. La maniobra prometía destruir a las fuerzas aliadas fren-
te a París, pero exigía un gran esfuerzo de los soldados alemanes, que llevaban
caminando y combatiendo desde hacía un mes. El I, el II y el III Ejércitos es-
taban integrados por miles de hombres que ya no tenían las fuerzas con las que
habían empezado la guerra; muchas unidades habían agotado sus provisiones
y estaban viviendo de lo que les daba la tierra, y los soldados estaban cansados,
hambrientos y escasos de munición.
Por su parte, los hombres de Joffre estaban tan cansados como sus enemi-
gos alemanes, pero tenían más cerca sus líneas de abastecimiento, y los refuer-
zos provenientes de las provincias francesas iban camino de París. Con la ca-
pital fuera ya del punto de mira del I Ejército alemán, Joffre y Gallieni se la
jugaron: el 4 de septiembre ordenan a los hombres de la guarnición de París
que «mante ngan el contact o con el Ejércit o alemán y se prepar en para inter-
venir en la batalla que se avecina».!* Gallieni se reunió entonces con el jefe del
Estado Mayor de sir John y acordaron un plan para actuar de manera conjun-
ta cuyos detalle s Joffre y sir John ratific aron de inmedia to. El cambio de orien-
tación revitalizó a los hombre s de la BEE, que se alegra ron de seguir adelant e
en lugar de retroce der. «Sólo aquello s que habían interve nido de verdad en la
retirada [de Mons] —recor daba un oficial britán ico—, pudier on experi mentar
en toda su intensidad la sensaci ón cuando se nos dijo que íbamos a suplir nues-
tras carencias y a prepararnos para 4vanzar .»!? A pesar de la fatiga, los hom-
bres de la BEF no habían perdido su ardor guerrero.
mz — X=
Duke “A Amberes ”
RA s de
INGLATERu
BÉLGICA
ETT or1050
eCalais e“ Bruselas
e
Ss a % a el
, . on 2) ALEMANIA
a Estr echo e NN Arras
de Dover z > E,
o ES Ss. LUXEMBURGO /
París O
17. Les Armées Frangaises, op. cit., tomo L, vol. 2, pág. 681.
Una desilusión cruel 41
18. Falkenhayn, citado en Asprey, op. cit., pág. 126. El conde Alfred von Schlieffen había sido
el predecesor de Moltke como jefe del Estado Mayor General alemán. Sus detalladas notas y pla-
nificaciones siguieron influyendo en el pensamiento alemán, como el propio Schlieffen, a quien
Moltke consultaba de manera regular hasta la muerte de aquél en 1913.
19. Moltke, citado en Asprey, op. cit., pág. 153.
Una desilusión cruel 43
E. R. Heaton en una fotografía tomada poco después de alistarse voluntario para servir en
los Nuevos Ejércitos. El y casi otros veinte mil británicos más murieron el primer día de la
batalla del Somme, el 1 de julio de 1916. (Imperial War Museum, propiedad de la Corona,
E. R. Heaton)
44 La Gran Guerra
Como sucedió tan a menudo en la Primera Guerra Mundial, en los días pos-
teriores a la batalla del Marne las ventajas se pusieron del lado de los defenso-
res. Los ríos Aisne y Oise, al norte del Marne, bajaban aquel septiembre con
un inus itad o caud al, con sec uen cia de las copi osas lluv ias caíd as dur ant e el ve-
rano, creando así una sólida línea natural de defensa para los alemanes. Mien-
tras se retiraban, éstos pusieron en práctica una política de tierra quemada, de-
jando tras de sí un territorio desprovisto de pozos de agua, alimentos y líneas
de comunicación. Los germanos se permitieron el lujo de atrincherarse en
un terreno de su propia elección y escogieron unas excelentes posiciones de-
fensivas.
A mediados de septiembre, Joffre intentó rodear por la derecha la línea
alemana, la cual se encontraba desprotegida en las cercanías de la ciudad de
Noyon. La idea de una maniobra como ésta para amenazar los flancos, consis-
te en mover las fuerzas alrededor de las líneas enemigas y cortarle las comuni-
caciones. Una vez conseguido, las fuerzas enemigas no se pueden reforzar
ni reabastecer. Los cansados soldados franceses respondieron, una vez más,
a la llamada de su comandante y atacaron. En la primera batalla del Aisne (del
14 al 18 de septiembre) los franceses tuvieron una prueba de las dificultades a
las que se enfrentaban unos atacantes que intentaban avanzar contra una línea
de trincheras asentada. El ataque fracasó y se saldó con numerosas bajas, que
obligaron a Joffre a improvisar otro enfoque.
Durante el resto de septiembre y octubre, ambos bandos desplegaron sus
fuerzas hacia el norte, tratando de encontrar los puntos débiles de los flancos
enemigos, mientras se esforzaban en defender al mismo tiempo los propios.
Hacia el 8 de octubre los dos bandos habían extendido sus líneas hasta Lille y
la frontera franco-belga. Esta serie de maniobras, conocidas con cierta impre-
cisión como «la carrera hacia el mar [del Norte)», crearon en el frente un gi-
gantesco abultamiento, lo que en términos militares recibe el nombre de sa-
liente. Más o menos al mismo tiempo, los enfrentamientos en el norte de
Bélgica terminaron en la práctica. Las formidables defensas de Amberes ha-
bían resistido los sitios a los que la habían sometido los alemanes a lo largo de
las primeras semanas de la guerra. Sin embargo, el 1 de octubre la línea exte-
rior de las defensas de la ciudad cayó. Dos días después, 12.000 infantes de
Marina británicos llegaron en ayuda de la guarnición. El cerebro de la opera-
Una desilusión cruel 45
20. Rupprecht , cita do en CQ G de Arm ées de Est , «La Bata ille des Flan dres », 19 de no-
viembre de 1914, SHAT Fondos BUAT, 6N9, pág. 4.
46 La Gran Guerra
La campaña resultante con sis tió en dos bat all as coi nci den tes , la pr im er a de
Ypres y la batalla de Yse r (de l 17 de oc tu br e al 12 de no vi em br e) . El ter ren o
relativamente llano y mo nó to no del sec tor de Yp re s fav ore cía a los ata can tes
alemanes , po rq ue la pre sen cia de cap as fre áti cas a mu y esc asa dis tan cia de la
sup erf ici e hac ía inú til el at ri nc he ra mi en to . Fo ch co mp re nd ió qu e sus tro pas
car ecí an de fue rza par a con tra ata car , así que ten drí an qu e res ist ir, co mb at ir y
sobrevivir como fuera. El combate más desesperado se produjo entre el 21 y el
29 de octubre. La situación parecía tan mala que, en un momento dado, sir
John se volvió hacia Foch y le dijo: «No puedo hacer nada más excepto acer-
carme y que me maten con el ]Cuerpo».?! El mismo Foch, por lo general un
dechado de optimismo, era también cada vez más pesimista a causa de la lle-
gada inminente de las fuerzas alemanes del sector de Amberes, de la baja mo-
ral de muchas unidades belgas y de lo que los franceses consideraban una con-
centración escasa de fuerzas británicas en la región.
La posición aliada resistió en buena medida gracias al valor de un grupo de
zapadores belgas. El 29 de octubre este grupo se dirigió hacia los mecanismos
de accionamiento hidráulico de Nieuport, en la costa del mar del Norte. En su
avance pasaron tan cerca de las líneas alemanas que podían oír los movimien-
tos del enemigo. A las 19.30 horas de aquella tarde abrieron las compuertas
que evitaban que el mar del Norte anegara la región de Flandes. En cuestión
de pocas horas, más de 700.000 m? de agua inundaron toda la región, cubrien-
do un área de 35 km de longitud. Los zapadores se quedaron el tiempo sufi-
ciente para cerrar las compuertas antes de que los reflujos volvieran a sacar
el agua. Su acto de audacia creó la línea de defensa temporal que los aliados
necesitaban para reagruparse y mantener su línea.”?
El clima invernal llegó a mediados de noviembre, y con él el agotamiento
para todos. Los dos bandos tuvieron la oportunidad de valorar cuál era su po-
sición. Sus planes de guerra, que habían sido preparados con tanto cuidado
por las mejores mentes militares a lo largo de muchos años, no habían conse-
guido producir las rápidas victorias prometidas por sus autores. Las enormes
bajas del primer año de guerra destruyeron, de hecho, los núcleos de los ejér-
citos europeos de antes de la guerra. Sería necesario formar, entrenar y enviar
a combatir a nuevos ejércitos de voluntarios y de recluta obligatoria. Llegar a
esta conclusión resultó especialmente doloroso para Gran Bretaña, que du-
rante tanto tiempo se había resistido a la tendencia general de grandes ejérci-
21. French, citado en Martin Gilbert, The First Wold War: A Complete Flistory, Nueva York,
Henry Holt, 1994, pág. 97 (trad. cast.: La Primera Guerra Mundial, Madrid, La Esfera de los Li-
bros, 2004).
22. Robert Cowley, «Albert and the Yser», Military History Quarterly, vol. 1, n* 4, verano de
1989, págs. 106-117.
Una desilusión cruel 47
* El epígrafe está extraído de una cita en Francis Halsey, The Literary Digest History of the World
War, vol. 7, Nueva York, Funk and Wagnalls, 1919, pág. 40.
50 La Gran Guerra
1. Norman Stone, The Eastern Front, 1914-1917, Londres, Penguin, 1975, pág. 36.
2. Alexei Brusilov, 4 Soldier's Notebook, 1914-1918 (1930), Westport, Connecticut, Green-
wood Press, 1971, págs. 22 y 37.
3. Véase Dennis Showalter, Tanneberg: Clash of Empires, edición corregida, Dulles, Virginia,
Brassey's, 2003, págs. 63-65.
Sueltos como fieras salvajes 51
Los soldados alemanes establecen una línea de fuego en Prusia oriental en 1914. Las
aplastantes victorias alemanas en el este compensaron en parte los fracasos en el oeste,
aunque no tuvieron fuerza suficiente para obligar a Rusia a abandonar la guerra. (O Colec-
ción Hulton-Deutsch/Corbis)
Sin embargo, era un hombre con quien resultaba difícil trabajar y que tenía
el mérito notable de haberse granjeado la antipatía tanto de la camarilla de
Sukhomlinov como de la de Nikolai. A lo largo de toda la campaña de Prusia
oriental no consiguió coordinar los movimientos del I y del II Ejércitos, con
unos resultados desastrosos.
Si los alemanes hubieran enviado a siete de sus ocho ejércitos al este, en
lugar de al oeste, como hicieron, lo más probable es que estos desastres se hu-
bieran producido antes. Enfrentado a una inferioridad numérica de cuatro a
uno, el comandante del VIII Ejército alemán, Max von Prittwitz, decidió
atraer a Rennenkampfal interior de Prusia oriental e intentar destruir allí su
I Ejército. Combatir en Prusia oriental situaba a los alemanes en un territo-
rio familiar y les permitía ser abastecidos por sus propios trenes; algo que
quedaba vedado a los rusos, cuyas líneas ferroviarias tenían un ancho de vía
diferente. La existencia de una cadena de lagos de más de 96 km, conocidos
como los Lagos de Masuria, limitaba las vías de acceso de los rusos, lo que
obligó a Rennenkampfa rodear los lagos hacia el norte, mientras Samsonov se
dirigía hacia el sur, neutralizándose así la superioridad numérica de los rusos.
Los alemanes habían planeado y ensayado una defensa activa de Prusia orien-
54 La Gran Guerra
Victoria en Tannenberg
5. Hoffmann, citado en Francis Halsey, The Literary Digest History of the World War, vol. 7,
Nueva York, Funk and Wagnalls, 1919, pág. 89.
Sueltos como fieras salvajes 57
Mar Báltico
Gumbinnen +
Koónigsberg
— PRUSIA
ORIENTAL a Augustow
ALEMANIA
e Berlín + 0 sE.
Varsovia
Brest-Litovsk
e|Lublin
e Breslau
Cracovia
+ Batallas
La campaña de Serbia
6. Jaroslav Hañek, The Good Soldier Sclraweik (1930), Nueva York, Doubleday, 1963, pág. 21
(trad. cast.: Las aventuras del valeroso soldado Schrwvejk, Barcelona, Destino, 1980).
7. Holger Herwig, The First World War: Germany and Austria-Hungary, 1914-1918, Londres,
Edward Arnold, 1977, pág. 12.
60 La Gran Guerra
El conde Franz Conrad von Hótzendorf, jefe del Estado Mayor General austrohúngaro,
había instado durante años a su gobierno a librar una guerra preventiva contra Serbia. El
fracaso de su plan de guerra en alcanzar alguno de los objetivos del Estado austríaco con-
dujo a su destitución a finales de 1916. (O Corbis)
por casualidad, dejaba también a esta última sin salida al mar. El jefe del Esta-
do Mayor General del Ejército austro-húngaro, el general Franz Conrad von
Hoótzendorf, era de la creencia de que el imperio debería haber seguido ade-
lante hasta conquistar Serbia en su integridad. A partir de entonces, presen-
taba cada año al emperador unos planes para una guerra preventiva contra
Serbia «con la regularidad de un almanaque».*
8. C.R. M. E Cruttwell, A History ofthe Great War, 1914-1918, Oxford, Clarendon Press,
1934, pág. 4.
Sueltos como fieras salvajes 61
nes rusas allí. El último grupo, el B-Staffel, integraba a diez divisiones. Si los
rusos se desplegaban con rapidez, esta última unidad se uniría al A-Staffel para
defender los Cárpatos; de lo contrario, se uniría a la guerra contra Serbia o se
desplegaría contra Italia, en el esperado supuesto de que ese país incumpliera
los compromisos de la Triple Alianza firmada con Alemania y Austria.
Con este plan, el tambaleante Imperio austrohúngaro entró en la guerra.
El Minimalgruppe Balkan marchó amenazadoramente hacia Serbia bajo el
mando del general Oskar von Potiorek, el hombre responsable del destaca-
mento de seguridad del archiduque Francisco Fernando en Sarajevo. Daba la
casualidad de que la vanguardia de las fuerzas austrohúngaras estaba integra-
da en su mayor parte por el VIII Cuerpo checo, de cuyos soldados el alto man-
do austríaco barruntaba su «inclinación a la traición».” Hacía mucho tiempo
que los checos reclamaban mayor autonomía dentro del imperio, y su lealtad
no dejó de cuestionarse a lo largo de toda la guerra. Sin embargo, desempeña-
ron el papel principal cuando la fuerza de 200.000 hombres de Potiorek entró
en Serbia desde el oeste y el noroeste al mismo tiempo. Su objetivo final, Bel-
grado, se levantaba cerca de la frontera austrohúngara y su deficiente fortifi-
cación condujo a Potiorek a predecir una victoria fácil.
Enfrente del Ejército austrohúngaro estaban los 250.000 correosos sol-
dados del Ejército serbio y 50.000 hombres más procedentes de su pequeño
aliado balcánico, Montenegro. Al contrario que los soldados austrohúngaros,
los serbios habían tenido éxitos bélicos recientes en las guerras de los Balcanes
y, por consiguiente, estaban más al tanto de la naturaleza de la guerra moder-
na. Su comandante, Radomir Putnik, había sido en buena medida el respon-
sable de las grandes victorias de las guerras de los Balcanes desde su puesto
como ministro de la Guerra. No obstante, después de la segunda guerra de los
Balcanes su salud había sufrido un rápido deterioro; cuando empezó la crisis
de julio, estaba recibiendo tratamiento en un balneario austríaco. Las autori-
dades austrohúngaras lo habían detenido temporalmen te, pero tanto Francis-
co José como Conrad autorizaron su liberación, al parecer, por suponer que a
su edad (67 años), y en su estado de debilidad, no suponía ninguna amenaza.
Supusieron mal. A Pu tn ik le qu ed ab a tod aví a ab un da nt e ard or gue rre ro, y
organizó a sus fue rza s en una suc esi ón im pr es io na nt e de def ens as de ca mp añ a.
Luego, permitió qu e los aus trí aco s ava nza ran , ex te nd ie ra n sus lín eas de aba s-
tecimiento y desguarnec ie ra n sus fla nco s. Au nq ue la art ill erí a y los ata que s
aéreos austríacos destru ye ro n 70 0 edi fic ios en Be lg ra do , Pu tn ik co ns ig ui ó
hacer retroceder a los invaso res en un en fr en ta mi en to co no ci do co mo la bat a-
lla del Jadar, que tuv o lug ar del 16 al 23 de ago sto . Pu tn ik hab ía co ns eg ui do
9. John R. Schindler, «Disaster on the Dri na: The Aus tro -Hu nga ria n Arm y in Ser bia , 191 4»,
War in History, 0? 9, 2002, pág. 159.
64 La Gran Guerra
Radomir Putnik, jefe del Estado Mayor General serbio, modernizó el ejército durante los
años anteriores a la contienda y lo condujo a la victoria en las guerras de los Balcanes.
También lo dirigió con habilidad en los meses iniciales de la Primera Guerra Mundial,
pero fue relevado del mando cuando las fuerzas serbias tuvieron que huir a Corfú. (Library
of Congress)
cos. Así que optó por la prudencia y se retiró a posiciones defensivas en las
montañas, confiando en obligar al enemigo a desgastarse en un terreno difícil.
En cuanto se presentara la ocasión, Putnik tenía planeado contraatacar y vol-
ver a perseguir a las fuerzas austrohúngaras hasta echarlas de Serbia.
En el ínterin, el plan de Conrad se había desmoronado ante la realidad de
la guerra moderna. A fin de proporcionar la máxima flexibilidad y la mayor ra-
pidez de maniobra posibles, su Estado Mayor decidió organizar a los hombres
asignados al B-Staffel en Galitzia. La región contaba con una red ferroviaria
lo bastante extensa para permitir el despliegue de grandes formaciones hasta
casi cualquier punto del imperio. Esa decisión obligó a las formaciones subor-
dinadas del B-Staffel a trasladarse al extremo norte del imperio, sólo para or-
ganizarse y ser transportadas al sur cuando los fracasos de Potiorek hicieron
necesaria su presencia en Serbia; a finales de agosto, seguían intentando orga-
nizarse en Galitzia. La niebla y los condicionamientos de la guerra impidieron
que se cumplieran los complicados calendarios de los que había dependido
Conrad. En consecuencia, el B-Staffel, que se había creado para que luchara
tanto en el norte como en el sur, se pasó el tiempo en tránsito y no llegó a
combatir ni una sola de las veces que se le necesitó en uno u otro sitio.
A pesar de todos sus esfuerzos, Putnik no pudo conservar Belgrado, y los
austríacos entraron finalmente en la ciudad el 2 de diciembre. Éstos habían
conseguido un objetivo que podría haber puesto fin a la guerra, si Alemania y
Rusia hubieran mantenido la neutralidad; a esas alturas, la toma de Belgrado
tuvo escasa trascendencia en un panorama bélico mayor que se expandía con
rapidez. No obstante, para los mandos austrohúngaros la toma de la capital de
Serbia representaba una oportunidad de catarsis. Belgrado era el hogar de los
enemigos más implacables del imperio y, en consecuencia, los militares aus-
trohúngaros la eligieron para dar un escarmiento ejemplar. Un corresponsal
de guerra norteamericano que viajaba para escribir un famoso artículo sobre
la revolución bolchevique, y que se encontraba en Serbia aquel diciembre,
escribió:
Los soldados [austríacos] andaban sueltos por la ciudad como fieras salvajes,
quemando y saq ueá ndo lo tod o, vio lan do. .. Vim os el Hot el d'E uro pe des pué s
de su saqueo, y tam bié n la enn egr eci da y mut ila da igle sia don de tres mil per -
son as, ent re hom bre s, muj ere s y niñ os, fue ron enc err ada s dur ant e cua tro días
sin comida ni beb ida , ant es de ser div ida s en dos gru pos : uno s fue ron env iad os
a Austria como pri sio ner os de gue rra ; a los otr os se le hiz o cam ina r por del an-
te del ejé rci to mie ntr as éste se dir igí a hac ia sur a luc har con tra los ser bio s.' %
10. John Reed, citado en Mar tin Gil ber t, The Firs t Wor ld War : A Com ple te His tor y, Nue va
York, Henry Holt, 1994, pág. II (tra d. cast .: La Pri mer a Gue rra Mun dia l, Mad rid , La Esf era de los
Libros, 2004).
66 La Gran Guerra >
io que
cosillas
SEND. C O N T R I B U T I O N S LO
SERBIAN RELIEF COMMITTEE OF AMERICA,
7O FIFTH AVENUE, NEW YORK
El sufrimiento de los serbios despertó una tremenda compasión entre los aliados y los
países neutrales. Como demuestra este cartel, la solidaridad por su difícil situación se ex-
tendió desde Francia a Estados Unidos, a pesar de la neutralidad de este último. (Library
of Congress)
Sueltos como fieras salvajes 67
La falta de ropa de invierno hizo imposible una maniobra a través de los puer-
tos de montaña de los Cárpatos para adentrarse en Hungría; además, los sol-
dados magiares defendieron su patria con un ardor cada vez mayor. Las en-
fermedades, las congelaciones y las privaciones se convirtieron pronto en el
destino de ambos ejércitos. La ofensiva rusa se detuvo en octubre, cuando las
patrullas de su caballería llegaron a poco más de 30 km de los alrededores de
Cracovia.
La campaña de los Cárpatos destruyó los ejércitos profesionales de antes
de la guerra tanto de Rusia como de Austria-Hungría. Murieron miles de ofi-
ciales y, lo que fue aún más importante, de suboficiales bien entrenados, a los
que no se pudo reemplazar. En lo referente a 1914, las bajas austríacas se esti-
maron en 250.000 muertos (muchos por enfermedad) y heridos y en casi
100.000 prisioneros de guerra. Aunque no hay acuerdo con respecto al núme-
ro de bajas rusas, hay que considerar que cuando menos fueron equivalentes.
Brusilov se refería a los dos ejércitos cuando describió a los hombres que
habían sustituido a los soldados de antes de la guerra de la siguiente manera:
«Cada vez se parecían más a una especie de milicia mal adiestrada... Muchos
soldados ni siquiera sabían cargar sus rifles; en cuanto a dispararlos, cuanto
menos se diga al respecto, mejor».!*
Los enfrentamientos también hicieron estragos en el corazón del saliente
polaco. A mediados de septiembre, Hindenburg trasladó parte del VIII Ejér-
cito al sur de Varsovia y lo convirtió en el IX Ejército alemán; el 28 del mismo
mes, la unidad se encontraba lista para avanzar, pese a la superioridad numéri-
ca de las fuerzas rusas que tenía enfrente. Hindenburg había albergado la es-
peranza de conseguir alejar a los rusos de Varsovia, ciudad que deseaba ocupar
para establecer en ella el cuartel de invierno del IX Ejército. A mediados de
octubre su avance se topó con unas fuerzas rusas más numerosas, y ordenó
prudentemente la retirada hacia el noroeste. Al marcharse, los alemanes de-
vastaron Polonia, quemando la tierra tras ellos tal y como habían hecho en
Francia después del contratiempo sufrido en el Marne.
El contraste evidente entre el comportamiento militar alemán, diestro in-
cluso en la retirada, y los caóticos movimientos iniciales de los austríacos, de-
sembocó el 1 de noviembre en la creación de un mando conjunto. Hindenburg
asumió el papel de com and ant e en jefe de las fuer zas ger man o-a ust ría cas en el
fren te orie ntal . La med ida llev ó a un ofic ial ruso a inf orm ar a un hom ólo go
británico que el Ejér cito aus tro hún gar o <ha dej ado de exis tir com o fuer za in-
dependiente» .!* La fusi ón de los dos ejér cito s hiri ó el orgu llo aus tro hún gar o,
pero mejoró el trab ajo y pre par aci ón de su Est ado May or de for ma inco n-
o *PATETPA S
2 wo 0
E .
Capítulo 3
El territorio de la muerte
El estancamiento del frente occidental
* El epígrafe está extraído de LHCMA 2/1/1-41. El suegro de Grant era lord Rosebery.
76 La Gran Guerra
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Aunque las trincheras empezaron como una obra irregular para proteger a los hombres
de los elementos y del fuego enemigo, no tardaron en hacerse sofisticadas, tal y como de-
muestra este diagrama de un sistema de trincheras ideal. (Imperial War Museum, propiedad
de la Corona, E. R. Heaton)
campaña. Este último conflicto en especial hizo presa en las mentes de los ofi-
ciales más clarividentes de la Gran Guerra, algunos de los cuales habían sido
observadores de su desarrollo. La mayoría de los mandos de alto rango, sin
embargo, creían que la guerra de trincheras era una aberración pasajera, y no
la condición normal del combate. Para los hombres, las trincheras a principios
de 1915 no eran todavía los lugares miserables, embarrados y llenos de ratas
y piojos que llegarían a convertirse, con el tiempo, en símbolo de la guerra.
En 1914 y a principios de 1915, las trincheras ofrecían una protección vital
contra las ametralladoras, la artillería y los elementos. Un soldado alemán
observaba en las primeras semanas de la guerra que la vida en las trincheras
era «más agradable que una larga marcha; uno se acostumbra a esa existen-
cia, siempre y cuando los cuerpos de los hombres y de los caballos no huelan
demasiado mal».! A comienzos de 1915 las trincheras no se asociaban aún a la
paralización indefinida. Incluso en la guerra ruso-japonesa, donde se imponía
a menudo la potencia de fuego defensiva, determinaron que la infantería to-
mara con frecuencia las trincheras y obras de campaña del enemigo, si bien es
cierto que con grandes pérdidas.
Por lo tanto, en los primeros días de la guerra de trincheras en el frente
occidental, muchos oficiales vieron éstas como un problema por superar, aun-
que, sin duda, no como una dificultad insalvable. Una vez se hubieran neutra-
lizado o evitado las trincheras del enemigo, esperaban volver de lleno a la gue-
rra de maniobra. Durante todo el conflicto, los planes operacionales exigieron
una y otra vez la concentración de la caballería para explotar cualquier brecha
que la artillería y la infantería abrieran en el sistema de trincheras del enemi-
go. Pero la realidad fue que en el frente occidental la caballería desempeñó
sólo un papel de persecución significativo en muy contadas ocasiones, aunque
la exigencia permanente de su preparación da fe de la perseverancia en la cre-
encia de que podían romperse los sistemas de trincheras.
Así pues, uno no debería criticar a los generales del frente occidental sin
valorar primero en toda su extensión los problemas a los que se enfrentaban.
Pocos generales aliados podían confiar en conservar sus puestos por mucho
tie mpo , si se emp eña ban en segu ir com o abo gad os inex orab les de la guer ra
defensiva. Los ciudad ano s y gob ern ant es de las naci ones alia das esp era ban de
sus mentes mili tare s, a la may orí a de las cual es segu ían ten ien do en gran esti -
ma, que enc ont rar an una solu ción a la para liza ción y libe rara n las regi ones
ocu pad as. La guer ra de trin cher as col ocó a aque llos hom bre s en un terr eno
intelectual que cada vez les era men os fami liar . Muc hos no con sig uie ron efec -
1. Fragmentos del diario de un sol dad o ale mán , CL X Reg imi ent o de Inf ant erí a, VII Cue rpo ,
encontrado en una trinchera cerca de Souain, SHAT 19N159, caja 1, exp. 6, anotación del 9 de
septiembre de 1914.
78 La Gran Guerra
tuar los cambios necesarios, y fueron numerosos los generales ineptos que
mantuvieron sus pue sto s dur ant e mu ch o más tie mpo del que deb erí an. Qu e
siguieran al ma nd o a pes ar de sus def ect os fue , a men udo , cue sti ón de que no
hub ier a nad ie con mej ore s sol uci one s evi den tes que ocu par a sus pue sto s.
En los últimos tiempos, los historiadores se han esforzado en demoler el
estereotipo tradicional del general insensible, a salvo detrás de las líneas, que
ign ora ba ale gre men te las cifr as de baja s que se le pre sen tab an. * Com o en cual -
quier conflicto bélico, la Primera Guerra Mundial tuvo su cuota de generales
eficaces y de generales ineptos. Aquellos que triunfaron tuvieron a menudo
que volver a aprender todo lo que creían que sabían sobre la guerra moder-
na. Los pocos cuyas experiencias formativas habían sido adquiridas en las
guerras de la unificación alemana (1864-1871) se encontraron tratando con
tecnologías, doctrinas y escalas operacionales completamente nuevas. En
cuanto a los que eran demasiado jóvenes para haber combatido en aquellas
guerras, muchos se habían hecho famosos en operaciones coloniales en Áfri-
ca O Asia, una preparación apenas adecuada para el frente occidental. Varios
habían alcanzado el rango de general sin haber oído siquiera un disparo en
combate.
El comandante francés Joseph Joffre era uno de aquellos generales cuyas
experiencias en Madagascar e Indochina habían configurado su punto de vis-
ta. Su plan de librar una guerra de estratagemas en 1914 había conducido a su
ejército al callejón sin salida en el que se encontraba al finalizar el año. Nada
proclive a quedarse sentado ociosamente mientras el enemigo ocupaba una
buena franja del territorio de su país, Joffre buscó un lugar en el frente en el
que una ofensiva tuviera todas las posibilidades de cambiar la situación a favor
de Francia. El mayor peligro para su patria, creía Joffre, residía en el saliente
gigante que, extendiéndose desde Arras a Craonne, sobresalía hacia Com-
piegne y llegaba, en su extremo más septentrional, a 10 km escasos de París. El
frente de este saliente se situaba entre las ciudades de Noyon, en el lado ale-
mán de la línea, y Soisson, en el lado aliado.
2. Véase especialmente Gary Sheffield, Forgotten Victory: The First Wold War, Myth and Reali-
ties, Londres, Headline, 2001, y Brian Bond, The Unquiet Western Front, Cambridge, Cambridge
University Press, 2002.
El territorio de la muerte 79
Un avión Spad II francés patrulla el frente occidental. Adviértase que el artillero apunta su
ametralladora por detrás del avión. En 1916 los alemanes presentaron una ametralladora
provista de un mecanismo que evitaba el disparo cuando la pala de la hélice estaba en la lí-
nea de mira. Tal dispositivo permitía a los pilotos disparar a través del círculo descrito por
la hélice, dando origen así al verdadero caza. (United States Air Force Academy McDermott
Library. Colecciones especiales)
Reims y Verdún. Estos ataques, que no pasaron de ser unos avances mal coor-
dinados contra unas posiciones fuertemente defendidas, recordaron más a las
frustraciones de la batalla de las Fronteras que a la fluidez de la del Marne. Su
fracaso demostró que los asaltos frontales no sólo ocasionaban unas bajas tre-
mendas a las desprotegidas unidades de infantería, sino también que no tenían
muchas posibilidades de abrir brecha alguna en las líneas enemigas.
El 8 de enero los alemanes aprendieron una lección parecida al intentar
lograr su propia ruptura en una ofensiva lanzada contra Soissons. Aunque
consiguieron hacerse con algunas pequeñas cabezas de puente al sur del río
Aisne y conservar Soissons hasta septiembre, no lograron penetrar más de lo
que lo habían logrado los franceses. Una vez más, el desventurado káiser ha-
bía sido invitado por su Estado Mayor para que se acercara al frente y fuera
testigo de la toma de un objetivo importante, esta vez la ciudad de Reims, en
Champaña. De nuevo, tuvo que asistir al fracaso de las tropas alemanes para
culminar su misión. Tanto en el ataque francés como el contraataque alemán
80 La Gran Guerra
3. Jean-Pierre Guéno e Yves Laplume (comps.), Paroles de Poilus: Lettres et Carnets du Pront,
1914-1918, París, Librio y Radio France, 1998, pág. 90.
4. Grand Quartier Général [Cuartel General] Army of the East, «The war of February to
August, 1915», SHAT Fondos BUAT 6N9, págs. 2 y 10.
El territorio de la muerte 81
Los globos de reconocimiento como éste podían controlar los movimientos de las unida-
des enemigas y al mismo tiempo corregir la precisión del fuego artillero. Pronto se con-
virtieron en objetivos de los cazas enemigos. (Vational Archives)
cinco minutos, la descarga de la artillería británica fue intensa. En esa algo más
de media hora, los británicos dispararon más proyectiles de artillería que los
que utilizaron en toda la guerra Bóer, en una demostración de hasta qué pun-
to la guerra moderna había llegado a depender de la industria. A las 7.30 de la
mañana del 10 de marzo de 1915, la infantería británica empezó a avanzar en
la confianza de que la artillería hubiera destruido las alambradas de espino que
los alemanes habían desplegado delante de ellos, e impedido los intentos de
éstos de reforzar el sector de Neuve Chapelle.
Al principio todas las señales indicaban que Haig y su Estado Mayor habían
elaborado una obra maestra. Tal y como Haig había esperado, sus preparativos
pillaron completamente por sorpresa a los defensores alemanes, obligándolos
a una retirada precipitada. La ciudad de Neuve Chapelle cayó en manos britá-
nicas en sólo treinta minutos, un logro notable para esta guerra desde cual-
quier punto de vista. En la parte oriental de la ciudad, las unidades alemanas,
cogidas por sorpresa y en inferioridad numérica, se retiraron más aprisa de lo
que los británicos podían perseguirlas.
Sin embargo, a pesar de este éxito madrugador, la batalla degeneró ense-
guida. El refinamiento del plan para Neuve Chapelle no tardó en volverse en
su contra. La relativa escasez de proyectiles de artillería había conducido a
Baig y a su Estado Mayor a centralizar su utilización en el cuartel general del
[ Ejérc ito, de mane ra que los coma ndan tes local es no podí an redir igir el fueg o
84 La Gran Guerra
hacia donde lo nec esi tab an. Po r otr o lad o, la car enc ia de rad ios de ca mp añ a
obligó a diseñar un pla n de ma si ad o ríg ido , qu e fij aba uno s obj eti vos par a cad a
jefe de uni dad , per o que no les dej aba ir má s all á sin las ins tru cci one s de los su-
periores del cuartel gen era l. En mu ch os lug are s las un id ad es bri tán ica s ava nza -
ron tan deprisa, que tuv ier on que esp era r a qu e ces ara n sus des car gas de art ill e-
ría preest abl eci das ant es de seg uir av an za nd o. En otr as zon as no en co nt ra ro n
ni ng un a opo sic ión , per o no pu di er on rec ibi r la aut ori zac ión de ava nza r con la
suficiente rapidez para explotar las oportunidades que se abrían ante ellos.
La demora británica dio tiempo a los alemanes a reaccionar, y a las 17.30
de la tarde, después de trasladar hombres, artillería y ametralladoras al sec-
tor de Neuve Chapelle, consiguieron detener el avance británico a mitad de
camino entre Neuve Chapelle y la colina de Aubert. En ese momento, las
fuerzas británicas quedaron expuestas en un área sin trincheras, lo que las dejó
sin posibilidad de defensa contra los contraataques alemanes del 11 y el 12 de
marzo. Tales ataques obligaron a los británicos a retirarse hasta casi la línea
inicial de partida. A cambio de 13.000 bajas (de las cuales, aproximadamente
4.000 fueron hindúes), los británicos habían estado a punto de conseguir sus
objetivos, pero, en lugar de ello, todas sus ganancias se redujeron a una franja
insignificante de terreno de apenas 1 km de fondo y 3 km de largo. Las bajas
de los alemanes, alrededor de 15.000, fueron ligeramente más elevadas.
Para los británicos, Neuve Chapelle fue, por igual, una «victoria gloriosa»
y un «fiasco sangriento».* La ofensiva había demostrado lo que se podía lo-
grar con unos preparativos cuidadosos, aunque también la rapidez con que un
éxito podía degenerar en fracaso. Neuve Chapelle ayudó a acabar con la ilu-
sión de que la guerra podría concluir tras una gran batalla como Sadowa,
Sedán o Waterloo; la guerra, empezaron a creer muchos, no acabaría pronto.
Después de la batalla, uno de los generales del Estado Mayor de Haig conclu-
yó que «me temo que Gran Bretaña tendrá que acostumbrarse a pérdidas mu-
cho mayores que las de Neuve Chapelle, antes de que consigamos aplastar al
Ejército alemán».? Por sutil que fuera el plan de Neuve Chapelle, no se había
traducido en la victoria que había buscado Haig.
No obstante, éste y su Estado Mayor llegaron a la conclusión, no sin justi-
ficación, de que su plan no había fracasado. «Valoramos la operación como un
éxito», recordaba uno de sus artífices, «y estábamos convencidos de que ha-
bríamos logrado nuestro objetivo de no haber sido por la mala suerte y unos
8. Francis Halsey, The Literary Digest History ofthe World War, vol. 2, Nueva York, Funk and
Wagnalls, 1919, pág. 283.
9. El general John Charteris citado en Martin Gilbert, The First World War: A Complete His-
tory, Nueva York, Henry Holt, 1994, pág. 133 (trad. cast.: La Primera Guerra Mundial, Madrid, La
Esfera de los Libros, 2004).
El territorio de la muerte 85
o
Bruselas Lieja e
So. M
o Douat z
e
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y
Cambrai +...
ALEMANIA
> on
Amiens Ed LUXEMBURGO
Oise ,
ó Soissons
Chantilly O Metz
Epernay e Verdún e
St. Mihiel
París O CHAMPAÑA
Estrasburgo
o
ERRANCIA
10. General sir Henry de Beauvoir de Lisle, «My Narrative of the Great German War»,
1919, LHCMA, Colección de Lisle, Parte 1, pág. 59.
86 La Gran Guerra
El estanc am ie nt o y el co mi en zo de la gu er ra qu ím ic a
ban utilizar para lanzar el gas. Pese a todo, los cuarteles generales británico y
francés emitieron sólo vagas advertencias de la posibilidad de que se utilizaran
armas químicas en el sector de Ypres.
Es probable que los mandos aliados interpretaran la información conside-
rando que lo del gas era una añagaza. Las armas químicas contravenían las le-
yes internacionales sobre la guerra, y aunque todas las grandes potencias tenían
algunos arsenales químicos, los británicos y los franceses no habían planeado
utilizarlas y es probable que dieran por sentado que los alemanes no utilizarían
las suyas por humanidad. Desde un punto de vista operacional, el único siste-
ma de liberar el gas implicaba soltarlo de los cilindros dentro de sus propias
líneas y confiar en un viento favorable que lo transportara. Los alemanes te-
nían la desventaja de estar en el este, lo que les situaba de cara a los vientos,
generalmente predominantes, del oeste.!! Por la razón que fuera, los aliados
se equivocaron de manera estrepitosa al juzgar las intenciones de los alemanes
respecto a las nuevas armas. Su error les costó miles de bajas y a punto estuvo
de costarles también todo el sector de Ypres.
El comandante alemán Erich von Falkenhayn tenía tres objetivos en su
ofensiva. En primer lugar, esperaba reducir la penetración del saliente de
Ypres en sus líneas, que representaba un obstáculo para sus vías de comunica-
ción. Además, pretendía alejar la atención del traslado al este de cuatro de sus
cuerpos para unirse a la gran ofensiva oriental alemana en Gorlice-Tarnów.
Y, por último, quería infligir un gran número de bajas al Ejército británico que
defendía Ypres. Falkenhayn, al igual que muchos miembros de la élite alema-
na, consideraba a los británicos como el enemigo más implacable de Alemania
en la lid imperialista y del comercio internacional. En palabras del canciller
Bernhard von Búlow, Falkenhayn acusaba a los británicos de negarle a Alema-
nia una posición destacada en el mundo.
Al igual que el plan de Haig para Neuve Chapelle, los preparativos de Fal-
kenhayn para lo que acabaría conociéndose como la segunda batalla de Ypres
pusieron de relieve cierta destreza, pero también tuvieron algunos defectos.
Falkenhayn decidió alcanzar el decisivo elemento sorpresa no acumulando
grandes reservas en el sector de Ypres. En consecuencia, los aviones de reco-
nocimiento británicos y franceses que sobrevolaban las líneas enemigas no
advirtieron ninguna actividad inusitada. El general alemán esperaba utilizar
el gas de manera coordi nada con un intenso bombar deo de artiller ía, a fin de
abrir brechas en las líneas enemig as. Cuanta mayor conmoc ión y pánico pro-
vocara la noveda d de la guerra químic a, más posibil idades tendría n los alema-
nes de desgua rnecer y explota r la posició n del enemig o.
11. Por lo general, la sit uac ión de los ale man es en el lev ant e se rev eló com o una gra n ven taj a:
los ataques aliados al ama nec er ava nza ban en lín ea rect a hac ia el res pla ndo r de la sali da del sol.
88 La Gran Guerra
12. Dennis Showalter, «Mastering the Western Front: German, British and French Approa-
ches», comunicación presentada en la II Conferencia Europea sobre los estudios de la Primera
Guerra Mundial, Universidad de Oxford, Inglaterra, 23 de junio de 2003.
El territorio de la muerte 89
Los ataques con gas, como éste observado desde el aire, dependían de que las condiciones
climatológicas fueran favorables. La imprevisibilidad de los vientos limitaba la utilidad y le-
talidad del gas, pese a lo cual siguió provocando tremendos sufrimientos. (National Archives)
gios hacia él y Tim Harrington, su talentoso jefe del Estado Mayor. Incluso
Philip Gibbs, que se pasó gran parte de la guerra como periodista observando
y criticando el funcionamiento interno del generalato británico, consideraba
que formaban un equipo magnífico. El ascenso de Plumer compensó en parte
la injusticia cometida con Smith-Dorrien.
Ni Plumer ni la mayoría de los oficiales británicos percibieron la trágica
ironía implícita en el casi éxito de Neuve Chapelle: la de que la acción había
sido lo bastante satisfactoria para conducir a más ataques frontales contra
posiciones enemigas preparadas. Esta lección planteaba el menor de los retos
para el pensamiento militar tradicional y, por lo tanto, se convirtió en la inter-
pretación habitual entre los generales aliados de mayor rango. Los más agre-
sivos entre ellos querían repetir el plan operacional de Neuve Chapelle, con
algunas modificaciones en cuanto a la envergadura de la preparación artillera,
en otro punto de la línea. Terminada la segunda batalla de Ypres, Foch volvió
a centrar su punto de mira sobre la cresta de Vimy.
Como en Neuve Chapelle, los Estados Mayores aliados pretendían inte-
rrumpir las líneas laterales de abastecimiento alemanas que discurrían parale-
90 La Gran Guerra
las al frente occ ide nta l. Sin esa s lín eas de sum ini str os, con fia ban los ali ado s, tal
vez los alemanes se vie ran obl iga dos a ret ira rse a cam po abi ert o, don de la ca-
ballería podía perseg uir los . En est a oca sió n, bri tán ico s y fra nce ses pla nif ica -
ron coordi nar dos ofe nsi vas más o men os sim ult áne as y apr oxi mad ame nte en
la misma área general, con la intención de impedir la capacidad de los alema-
nes par a con cen tra r los ref uer zos . Mie ntr as Foc h y los fra nce ses ata cab an las
colinas de Vimy, los británicos atacarían de nuevo en las cercanías de Neuve
Chapelle, esta vez frente a la ciudad de Festubert.
Los británicos introdujeron otra modificación en su doctrina. Después de
haber comprobado la dificultad que entrañaban las acciones ofensivas, desa-
rrollaron el concepto de los ataques de «morder y resistir». La idea implicaba
apoderarse de un trozo de terreno de fácil defensa e incitar entonces al enemi-
go al contraataque; si éste mordía el anzuelo, tan ingeniosa táctica le traspasa-
ba la carga del ataque. Aunque fueron muchos los oficiales que trabajaron en
la idea, es al general Henry Rawlinson a quien hay que reconocerle su pater-
nidad. Rawlinson, otro de los generales a los que despreciaba sir John, había
mandado uno de los cuerpos que intervinieron en Neuve Chapelle. De esta
manera, Festubert supuso una oportunidad para que los británicos empezaran
a cambiar su doctrina militar.
En Festubert, Rawlinson comandó un cuerpo bajo el mando global de
Haig. Aunque los dos hombres mantenían desacuerdos, ambos compartían
hasta ese momento el mismo desdén por las dotes de mando de sir John, lo
que les había acercado profesionalmente. “Tras concluir que el revés de Neuve
Chapelle había sido consecuencia de la deficiente artillería, Haig y Rawlinson
no estaban dispuestos a cometer dos veces el mismo error. Sin embargo, si-
guleron enfrentados al mismo problema de la escasez de proyectiles, sobre
todo de los de alto explosivo, necesarios para dañar las trincheras y alambra-
das alemanas. En su lugar, los británicos disponían de una cantidad despro-
porcionada de granadas de metralla, efectivas para matar a los hombres a la
intemperie, pero inútiles para hacerlo en las trincheras y en los refugios sub-
terráneos. Para el ataque de Festubert, los británicos contaron nada más que
con 71 cañones de más de 120 mm de calibre; y el 92 % de los proyectiles
que dispararon fueron granadas de metralla.!* La escasez de munición limitó
la preparación artillera del ataque a sólo cuarenta minutos, apenas una mejo-
ría respecto al que habían utilizado en Neuve Chapelle.
El 9 de mayo de 1915 asistió al avance de los ejércitos francés y británi-
co contra sus respectivos objetivos. (Casualmente fue también el día en que
13. C.R. M. E Truttwell, 4 History ofthe Great War, 1914-1918, Oxford, Clarendon Press,
1934, pág. 158. Otras fuentes sitúan el porcentaje de proyectiles con metralla en el 75 %, pero la
idea general de la excesiva dependencia de los británicos en la metralla sigue siendo cierta.
El territorio de la muerte 91
14. El general de brigada Oxley, citado en Gilbert, op. cít., pág. 160.
92 La Gran Guerra
Al contrario que sus homólogos de la metrópoli, que lucían brillantes colores, los soldados
africanos del Ejército francés fueron a la guerra ataviados con uniformes caqui. Concebida
para la guerra de África, esta indumentaria demostró ser muy adecuada para el frente
occidental. (O Bettmann/Corbis)
15. Albert Palazzo, See kin g Vic tor y on the Wes ter n Fro nt: The Brit ish Army and Che mic al War far e
in World War 1, Lincol n, Uni ver sit y of Neb ras ka Pre ss, 200 0, pág . 55. Los fra nce ses est aba n pro -
duciendo 100.000 por día.
16. Citado en Pierre Miquel, Les Poil us: La Fra nce Sacr ifié e, Parí s, Plo n, 200 0, pág s. 209 -21 0.
94 La Gran Guerra
La marcha al frente de los trabajadores fabriles, junto con la cada vez mayor necesidad de
municiones, provocó profundos cambios en la población activa durante la guerra. Todos
los bandos pasaron a confiar en la mano de obra femenina para la fabricación de muni-
ción, como muestra esta factoría británica. (National Archives)
En los primeros días de otoño los aliados creyeron que estaban listos para
volver a atacar. Su plan requería llevar a cabo la mayor operación realizada
hasta el momento. El ataque principal se lanzaría contra el saliente de Noyon,
en Champaña, e intervendrían 35 divisiones de infantería francesas, que su-
maban un total de 500.000 hombres. A modo de maniobra de diversión, Foch
reanudaría sus ataques en las cercanías de la cresta de Vimy, mientras que los
británicos atacarían justo al norte, cerca de la trascendental ciudad minera de
Lens. Los aliados confiaban en que sus ataques contra este sector hicieran
creer a los alemanes que el área de la cresta de Vimy-Lens volvía a ser el obje-
tivo principal y, de esta manera, tal vez podrían dejar la región de Champaña
con una defensa menos sólida.
Haig y varios generales más de la Fuerza Expedicionaria Británica se opu-
sieron al plan, arguyendo que, si los ataques de esa naturaleza habían fracasa-
do en la misma región durante la primavera, sólo podían volver a fracasar, y
que esto redundaría en el fortalecimiento de las posiciones alemanas y en la
disminución de las reservas artilleras de los aliados. Muchas de sus baterías ar-
tilleras contaban sólo con la mitad de las asignaciones de proyectiles autoriza-
das, y los británicos seguían dependiendo en exceso de las granadas de metra-
lla. No obstante, Joffre insistió en que los británicos lanzaran su ofensiva para
apoyar la suya en Champaña y, de paso, aliviar un tanto a los rusos, que se en-
contraban entonces en una situación desesperada. No sería la última vez en la
guerra que un ejército lanzaba una ofensiva que no había escogido con el fin
de ayudar a un aliado en apuros.
Pese a sus reservas, sir John y sus generales decidieron que no les quedaba
más remedio que atacar. Lanzar la ofensiva con la artillería que disponían, sin
embargo, sería dejar a la infantería sin el adecuado apoyo de fuegos, lo que
condenaría a su ejército a una carnicería segura. Asimismo, la ofensiva vería la
primera aparición a gran escala en combate de los Nuevos Ejércitos. Los bri-
tánicos no esperaban demasiada sofisticación táctica de estos hombres, razón
de más para que un apoyo adecua do adquiri ese una trasce ndenci a mayor. A fin
de hacer lo imposi ble y de vengar se de la segund a batalla de Ypres, los británi -
cos recurr ieron a un gas asfixia nte; la sorpres a del gas, confiab an, propor cio-
naría a la infante ría la cobert ura que la deficie nte artiller ía no podía darle.
Las ofensi vas coo rdi nad as de los ali ado s emp eza ron el 25 de sep tie mbr e.
En la batalla de Loos, los británicos utilizaron por primera vez gas venenoso.
“Ll y com o hab ían hec ho los ale man es en Ypr es, la may or par te del gas que
lanzaron los bri tán ico s iba con ten ido en bot ell as de gas a pre sió n. All í don de
las condicion es fue ron fav ora ble s, el gas obl igó a los ale man es a aba ndo nar sus
posiciones; los cam bio s del vie nto y las dif icu lta des téc nic as, sin emb arg o,
96 La Gran Guerra
Este soldado, en una fotografía a todas luces preparada, posa con una máscara antigás
mientras pela patatas. En un letal juego del ratón y el gato, los ejércitos compitieron en el
desarrollo de mejores máscaras antigás, al tiempo que sacaban nuevos gases capaces de
penetrar las máscaras del enemigo. (National Archives)
El territorio de la muerte 97
un desastre. El número tot al de baj as asc end ió a 100 .00 0 fra nce ses , 60. 000 bri -
tánicos y 65.000 alemanes.
Las reperc usi one s de est as baj as fue ron de gra n cal ado , y la de may or ran -
go acabó sie ndo la de sir Joh n Fre nch . Un o de sus sub ord ina dos , Hai g, hab ía
est ado int rig and o des de hac ía tie mpo par a que des tit uye ran al que otr ora fue -
ra su amigo. Lady Haig tenía una estrecha amistad con la familia real, y el pro-
pio Hai g hab ía man ten ido , por inv ita ció n reg ia, una cor res pon den cia per so-
nal con el rey Jor ge V. En div ers as car tas dir igi das a ést e, al pri mer min ist ro
Asquith y a Kitchener, Haig se había quejado de la manera de French de diri-
gir la guerra. Por otro lado, las críticas públicas de sir John sobre la incapaci-
dad del gobierno para proporcionarle la cantidad y calidad adecuadas de pro-
yectiles no contribuyeron a afianzarle en su posición, y tampoco le ayudó el
que Joffre y el gobierno francés ya no confiaran en él. En consecuencia, el 17 de
diciembre el gobierno le quitó el mando de la Fuerza Expedicionaria Británi-
ca y lo nombró comandante en jefe de las fuerzas del Reino Unido. En mayo
de 1918, después de que estallara la guerra civil que asolaba la isla, recibió el
nada envidiable nombramiento de virrey de Irlanda.
Para sustituirlo, el gobierno nombró a Haig, la misma persona cuyas intri-
gas habían provocado en parte la destitución de sir John. Graduado con las
máximas calificaciones en Sandhurst [Real Academia Militar] e hijo de un rico
destilador escocés, Haig era un militar en el sentido más amplio de la palabra.
Figura controvertida entonces, sigue siéndolo todavía en la actualidad. Pocos
generales han inspirado alguna vez tanta lealtad de los que los rodeaban y tan-
ta repulsa de periodistas, políticos y muchos historiadores. Haig se cohibía
tanto en presencia de los políticos británicos, que Lloyd George llegó a pensar
que era un burro. Atento y creativo en ocasiones, Haig podía ser también frío,
distante y arrogante. Sus virtudes más destacadas en diciembre de 1915 fueron
su mayor capacidad (comparado con sir John) para trabajar con Joffre y su fe
absoluta en la eventualidad de una victoria británica.
Joffre sobrevivió a 1915, pero no sin ciertas dificultades. Pese a las enormes
bajas y a los mínimos beneficios del año, seguía gozando de la aceptación de
los hombres del Ejército francés. Por supuesto, y como sucedía en todos los
ejércitos, pocos eran los soldados que veían alguna vez a su comandante. Joffre
pasaba la mayor parte del tiempo en el suntuoso castillo de Chantilly, disfru-
tando de los manjares y de las artistas del cercano París. De todas maneras, sus
hombres seguían refiriéndose a él como «papá» y, en la medida en que pensa-
ran en él, en líneas generales creían que era un comandante todo lo bueno que
podían esperar.
El mayor problema de Joffre tenía que ver con sus malas relaciones con los
políticos franceses. El creía que la guerra era una competencia exclusiva de
los militares y reaccionaba con enojo ante la mera sugerencia de que el minis-
El territorio de la muerte 99
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Capítulo 4
Enviados a la muerte
Gallípoli y los frentes orientales
Las frustraciones del frente oriental obligaron a los generales y a los políticos
a buscar otros lugares para forzar un desenlace. Los acontecimientos de 1915
habían convertido el frente de más de 700 km de Francia y Bélgica en una línea
de fortalezas subterráneas prácticamente inexpugnable. Incluso los planes más
cuidadosos, como los elaborados para Neuve Chapelle, no habían producido
más que éxitos efímeros. Sin embargo, la mayoría de los generales del frente
occidental seguían insistiendo en que la guerra se ganaría o perdería sólo en
Francia. Los políticos aliados, muchos de los cuales se sentían cada vez más
frustrados con lo que consideraban fracasos de sus oficiales de mayor gradua-
ción, no estaban de acuerdo y empezaron a mirar a otros lugares.
Como era lógico, la mayoría de los políticos y generales franceses insistie-
ron en que el frente occidental siguiera siendo el principal centro de atención
aliado. De todos modos, incluso muchos franceses llegaron a reconocer el va-
lor de buscar una acción decisiva en otro emplazamiento. Por su parte, cuanta
menor era la amenaza directa sobre los británicos, más impacientes se mostra-
ban éstos por experimentar. Su ejército se iba haciendo cada vez más fuerte, a
medida que los Nuevos Ejércitos se entrenaban y aprendían a combatir, mien-
tras que su activo militar más importante, la dominante Royal Navy, esperaba
más o menos inactivo. Aunque la marina británica tenía encomendado el blo-
queo a Alemania y la protección de las rutas de navegación, muchos de sus je-
fes de mayor rango se mostraban anhelantes por hacer mucho más.
En consecuencia, el gran plan británico para una operación en el este en
1915 provino del Almirantazgo, y no del ejército. El primer lord del Almiran-
tazgo, Winston Churchill, creía que la Royal Navy podía lograr un gran éxito
* El epígrafe está extraído de una cita en Dennis Showalter, «Salónika», en Robert Cowley
(comp.), The Great War: Perspectivas on the First World War, Nueva York, Random House, 2003,
pág. 235.
102 La Gran Guerra
L. The Balkan Wars, 1912-1913: Prelude to the First World War, de Richard Hall (Londres,
Routledge, 2000), es una introducción excelente a estas trascendentales guerras, a menudo poco
estudiadas.
Enviados a la muerte 103
éste perdió 100.000 hombres entre las dos guerras, muchos por enfermedad, y
el Ejército otomano perdió también enormes reservas de equipamiento militar.
En consecuencia, en 1914, los turcos apenas llegaban a las 280 piezas de arti-
llería pesada, 200 ametralladoras y 200.000 rifles. Los cuerpos de administra-
ción e intendencia otomanos estaban muy por debajo de los niveles occidenta-
les y sus líneas de comunicación internas eran tan primitivas, que el transporte
rápido de hombres y suministros a lo ancho del vasto imperio se convirtió en
algo casi imposible.? Además, el desguarnecido Imperio otomano tenía que
proteger varias zonas estratégicas, que incluían su frontera europea contra una
invasión búlgara o griega; la costa del mar Negro y las regiones del Cáucaso
contra los rusos; la península de Gallípoli, que protegía los accesos a Constan-
tinopla; y las regiones de Persia-Mesopotamia y de Arabia-Suez contra los bri-
tánicos.
Así las cosas, cabría perdonar a Churchill por creer que el Imperio otoma-
no no podría resistir un ataque decidido de los británicos. Sin embargo, a
pesar de sus deficiencias evidentes, aquél seguía teniendo una fuerza consi-
derable. Tras el final de la segunda Guerra de los Balcanes, los Jóvenes Turcos
iniciaron un agresivo plan de reformas, entre las que se contó la sustitución de
1.300 oficiales. Varios hombres de talento, entre los que destacaba por su im-
portancia Mustafá Kemal, ascendieron a puestos de alta responsabilidad. Y lo
más importante de todo fue que en ese momento el ejército tenía un núcleo de
hombres endurecidos por el combate, muchos de los cuales habían combatido
con eficacia en las guerras de los Balcanes cuando se les había dado la oportu-
nidad de hacerlo, sobre todo cuando luchaban cerca de su país.
Los otomanos respondieron a sus deficiencias militares acercándose cada
vez más a Alemania. Los dos países compartían la misma desconfianza hacia
los rusos y el deseo de incrementar su influencia en los Balcanes. En verano de
1914 una misión militar alemana de setenta oficiales, soldados rasos y técnicos
expertos llegaron a Turquía para ayudar a la modernización del Ejército oto-
mano. Los oficiales elaboraron para éste el plan de movilización de 1914, y
tres coroneles germanos asumieron el mando de sendas divisiones de infante-
ría otom anas . El gener al Otto Lima n von Sand ers estab a el mand o de la mi-
sión y no tardó en asum ir un papel decis ivo en el desar rollo de la estra tegia ,
operaciones y tácticas otomanas.
Las relaciones entre los otomanos y Alemania condujeron a la firma de un
tratado sec ret o el 2 de ago sto de 191 4, cua ndo las tro pas ale man as ent rar on
en Bélgica. El tra tad o (es cri to en el idi oma dip lom áti co eur ope o, el fra ncé s)
garantizaba que amb os fir man tes acu dir ían en ayu da rec ípr oca si Rus ia ata cab a
2. Edward Erickson, Ord ere d to Die : A His tor y of the Ott oma n Arm y in the Firs t Wor ld War ,
Westport, Connecticut, Greenwood Press, 2001, pág. 8.
104 La Gran Guerra
más directo hacia la guerra entre los aliados y el Imperio otomano se produjo
el 1 de octubre, cuando este último cerró los Dardanelos a la navegación in-
ternacional, una medida que cortaba la única conexión por aguas calientes
entre Rusia y sus aliados occidentales. El bombardeo naval otomano sobre po-
siciones rusas en el mar Negro incrementó la tensión. El 5 de noviembre el
Imperio otomano ya estaba en guerra con Gran Bretaña, Francia y Rusia.
El plan de Churchill de 1915 de cruzar a toda prisa el estrecho concitó la
mayor concentración de poderío naval que se hubiera producido jamás en el
mar Mediterráneo. La armada británica y francesa contaba con el flamante
acorazado de la clase Dreadnought, además de un crucero de combate, 16 aco-
razados anteriores a la clase Dreadnought, 20 destructores y 35 dragaminas.
Para la defensa del estrecho, el Ejército turco disponía de 11 fuertes, 72 piezas
de artillería, 10 campos de minas compuestos de 373 minas y una gruesa red
subacuática para detener a los submarinos. Los viejos fuertes exteriores apenas
suponían un desafío, si se comparaban con los fuertes del estrecho, un paso de
apenas un kilómetro y medio de ancho. Para complementar estos fuertes, los
alemanes enviaron unas baterías de obuses de 150 mm —cuyo fuego de gran
ángulo se reveló mortífero para los barcos y cuya movilidad dificultó a los bri-
tánicos su localización y destrucción—, además de 500 especialistas en defen-
sa costera. Los turcos habían colocado a su veterano III Cuerpo en la región
de Gallípoli. Esta unidad era la única del Ejército turco que había sobrevivido
intacta a las guerras de los Balcanes y la única, también, que en agosto de 1914
había cumplido a tiempo con todos sus objetivos de movilización.*
La flota aliada se proponía destruir los fuertes y atravesar a toda máquina
el estrecho para evitar así un combate prolongado con los veteranos soldados
del III Cuerpo. Mediante sus modernos cañones navales, los almirantes alia-
dos tenían planeado destruir primero los fuertes turcos y, luego, proteger la
mayo r vuln erab ilid ad de los drag amin as cuan do éstos cruza ran por la angos -
tura. La flota se aproximó a la península de Gallípoli el 19 de febrero de 1915.
Al cabo de una semana, los británicos habían neutralizado los fuertes que
protegían la entra da a los Dard anel os, lo que llevó a un conf iado mari nero
británico a escribir a sus padres que «si quisierais venir a verme, me encantará
reun irme con vosot ros en Cons tant inop la». * Quie n escri bió todo esto no po-
día saber que se enco ntra ba en el mejo r mome nto de la camp aña britá nica en
los Dardanelos. Sólo dos sema nas desp ués de envia r esta carta , el mari nero vio
cómo tres viejo s acor azad os aliad os choc aban con senda s minas , y lo peor era
que los aliad os no podí an desca rtar la posib ilida d, much o más pelig rosa (y que
resultó ser falsa), de que los subm arin os alem anes estuv ieran en la zona. No
queriendo arriesgarse a suf rir una s pé rd id as nav ale s ma yo re s, la flo ta ali ada
dio marcha atrás.
Los aliados se en co nt ra ro n, por lo tan to, en un apr iet o na da env idi abl e.
Los acoraz ad os no po dí an seg uir ade lan te a cau sa del pel igr o qu e en tr añ ab an
las minas, per o no ha bí an inf eri do suf ici ent e da ño a los fue rte s y a los ma ne ja -
bles obuses para per mit ir que los dr ag am in as av an za ra n con seg uri dad . Est a-
ban convencidos, además, de que habían invertido demasiado capital moral
par a ab an do na r la op er ac ió n en una fas e tan te mp ra na . El al mi ra nt e ma yo r
de la mar, sir John Jackie Fisher, que solía decir que la moderación en la gue-
rra era una imbecilidad, abogó por el despliegue del ejército en la península
de Gallípoli, a fin de eliminar los fuertes mediante un ataque terrestre. En
un principio, Kitchener se opuso a enviar al ejército, aunque acabó por ceder.
Como jefe de la operación se nombró a lan Hamilton, un viejo protegido de
Kitchener, que conocía bien el Mediterráneo oriental (había nacido en la isla
de Corfú) y era veterano de guerras en zonas tan diferentes como Afganistán,
Sudáfrica y Burma. Inteligente, encantador y elocuente, Hamilton se antojó la
elección perfecta.
Mientras los británicos y los franceses reunían un ejército de 75.000 hom-
bres para enviar a Gallípoli, los turcos no permanecieron ociosos. El Imperio
otomano había planeado la defensa de la península contra Grecia durante las
guerras de los Balcanes, y en 1914 la había designado como una de las cuatro
zonas de fortificación fundamentales (junto con Adrianópolis, el Bósforo y
Erzurum). Liman von Sanders asumió el control de un reorganizado V Ejér-
cito, con tres comandantes de cuerpo alemanes bajo su mando, cada uno con
base en sendas zonas probables de desembarco aliado: Bulair, en el cuello de
la península; Kum Kale, en la parte asiática de la entrada; y Seddel Bahir, en la
otra orilla del estrecho, en el lado europeo. Junto con los refuerzos, los otoma-
nos recibieron equipos de trabajo para construir carreteras, plantar minas y
mejorar las defensas marítimas de la península; por su parte, los soldados oto-
manos cavaron trincheras en todas las elevaciones de terreno importantes. El
alto mando otomano-germano planeaba una defensa superficial de la costa a
fin de evitar el fuego de desgaste de los acorazados británicos, para contraata-
car luego con fuerzas situadas de tres a cinco kilómetros por detrás de las lí-
neas. Tras obligar a retirarse a la poderosa Royal Navy y con la responsabilidad
de estar defendiendo a su patria, la moral de los turcos era alta.
La moral de los británicos, también. No queriendo debilitar el frente occi-
dental, Kitchener confió en los voluntarios del Cuerpo de Ejército australia-
no y neozelandés (Anzac) para que pecharan con la responsabilidad. Como se
estaban entrenando en ese momento en Egipto, donde los agentes otomanos
vigilaban de cerca todos sus movimientos, la elección parecía natural. Kitche-
ner escogió a William Birdwood, otro protegido suyo, para que comandara al
Enviados a la muerte 107
Xx]
Cala del Anzac
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PAN
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Estrecho de los
A 777 Extensión máxima de las
Dardanelos conquistas británicas
Cabo Helles Seddel Bahir — Campos de minas
O Principales fuertes turcos
e Principales desembarcos
aliados, agosto 1915
Gallípoli y Salónica
5. Kemal, citado en Andrew Mango, Atatiúrk, Londres, John Murray, 1999, pág. 146.
Enviados a la muerte 109
Judío, entrenado en las milicias civiles e ingeniero de profesión, John Monash era un in-
truso en el mundo militar que estuvo al mando de la IV Brigada de Infantería australiana
en Gallípoli. Tras diversos ascensos, en 1918 asumió el mando del Cuerpo de Ejército
australiano, desde el cual, y gracias a sus ideas innovadoras sobre la guerra, contribuyó a
la victoria aliada. (Australian War Memorial, negativo n* A01241)
6. Tim Travers, «Gallipoli», en Robert Cowley (comp.), The Great War: Perspectives on the
First Wold War, Nueva York, Random House, 2003, pág. 191.
Enviados a la muerte 111
La campaña de Gallípoli se había terminado para estos soldados turcos capturados por las
fuerzas británicas en 1915, aunque los problemas de estrategia tácticos y de intendencia
se sumaron para condenar al fracaso los esfuerzos británicos de obligar a rendirse al «en-
fermo» de Europa. (National Archives)
Partido Con ser vad or, Chu rch ill hab ía ten ido que dej ar el car go de min ist ro de
Marina en may o y ace pta r un pue sto sec und ari o; en nov iem bre aba ndo nó el
gob ier no tot alm ent e en pro tes ta por la dec isi ón de eva cua r Gal líp oli . Más tar-
de, Churchill prestó servicio como comandante del VI Batallón de los Reales
Fusileros Escoceses en el frente occidental. Su aventura de Gallípoli le costó
muc hos ali ado s pol íti cos y su pue sto al fre nte del Alm ira nta zgo , aun que se re-
cuperó de la adversidad y, en 1917, era nombrado ministro de Municiones. Su
carrera en el gobierno distaba mucho de haber llegado a su fin.
La desafección de Francia con la operación de Churchill en los Dardane-
los condujo a la decisión del gobierno de retirar sus tropas del escenario de
operaciones en octubre. Al mismo tiempo, Serbia se enfrentaba a un nuevo
ataque triple de los Imperios centrales desde Bulgaria, Alemania y Austria-
Hungría. Bulgaria encaraba una escasez casi insuperable de toda clase de per-
trechos para la guerra moderna, pero tenía un ejército numeroso y experl-
mentado y que estaba deseoso de vengar lo que sus mandos consideraban el
pérfido comportamiento de Serbia durante la segunda Guerra de los Balcanes.
Si sus aliados no encontraban una manera de ayudarlos, los serbios se enfren-
taban a la aniquilación de su ejército. Los gobiernos aliados decidieron enton-
ces trasladar una división de infantería británica y otra francesa a la ciudad
portuaria griega de Salónica. Desde allí, esperaban poder abastecer a los ser-
bios a través de una única vía ferroviaria.
Los soldados australianos de Gallípoli no habían previsto la tormenta de nieve que azotó
la península al final de la campaña; sus oficiales de intendencia, tampoco. Las noticias so-
bre los padecimientos de la campaña difundidas por los periodistas australianos contribu-
yeron a la decisión británica de abandonar la operación. (Australian War memorial, nega-
tivo n* P00046.040)
Enviados a la muerte 113
la situación al nom bra r a Jof fre com and ant e en jef e de tod as las fue rza s fra n-
cesas (y no sól o de las del fre nte occ ide nta l), res pon sab ili zan do así a ést e del
éxi to de Sar rai l. Por con sig uie nte , Jof fre ten ía a sus órd ene s a un ho mb re
del que des con fia ba tan to, que lo hab ía ces ado , y Sar rai l, a un sup eri or con tra
el que había intrigado para que fuera destituido del cargo. Antes, incluso, de
que las fue rza s de Sal óni ca ent rar an en com bat e, tod os los aug uri os apu nta ban
en la dirección equivocada.
Y el primer invierno demostró que los augurios no estaban equivocados.
La fuerza llegó a Salónica con demasiada lentitud para completar su misión
inicial de proporcionar ayuda a los serbios. Acosado por tres ejércitos y los
guerrilleros albaneses, el Ejército serbio recorrió 320 km hasta la costa adriá-
tica con apenas comida y medicamentos. Desde allí, los barcos aliados trasla-
daron a seis divisiones serbias hasta la isla de Corfú, para, en abril de 1916, lle-
varlas hasta Salónica, donde se unieron a cuatro (que pronto aumentarían a
nueve) divisiones francesas, cinco británicas, una italiana y una brigada rusa.
Todas aquellas fuerzas se establecieron allí, sin ninguna misión evidente, y ro-
deadas de soldados griegos, muchos de los cuales apoyaban a su rey y mostra-
ban una evidente simpatía por los Imperios centrales.
Al principio, la fuerza de Salónica sólo entró en combate en contadas oca-
siones, limitadas sus posibilidades como estaban por la insuficiencia de los su-
ministros de Sarrail y los problemas de la alianza. La fuerza multinacional a la
que se enfrentaba prefirió no atacar, contentándose, en cambio, con permitir
que la guarnición aliada se convirtiera en lo que los alemanes denominaron el
«mayor campo de internamiento de la guerra». La inactividad no tardó en
abocar a los soldados al alcohol y a las prostitutas, lo que provocó que las en-
fermedades venéreas se sumaran al tifus, el cólera y la malaria como causas de
la sobresaturación de los hospitales de Salónica. Tampoco tardaron mucho los
hombres en empezar a hablar con nostalgia del frente occidental, que, aunque
mucho más peligroso, tenía el propósito más elevado de defender a Francia, y,
al menos, permitía la regularidad en el correo y las ocasionales visitas al ho-
gar.” Las divisiones aliadas entraron por fin en combate en agosto de 1916,
cuando las fuerzas búlgaras atacaron sus posiciones para cubrir la invasión ale-
mana de Rumanía. Pese a mantener las posiciones, un contraataque de Sarrail
acabó en fracaso.
En 1917 el aspecto militar seguía estancado, aunque el político asistió a
unos acontecimientos espectaculares. Los aliados amenazaron con marchar
sobre Atenas si Constantino no cesaba en sus actividades pro germanas. En ju-
nio, se obligó a abdicar al rey, que se exilió a Suiza, donde permaneció hasta el
7. Dennis Showalter, «Salonika», en Rober Cowley (comp.), The Great War: Perspectivas on
the First World War, Nueva York, Random House, 2003, pág. 235.
Enviados a la muerte 115
9. Holger Herwig, The First World War: Germany and Austria-Hungary, 1914-1918, Londres,
Edward Arnold, 1997, págs. 119 y 137.
Enviados a la muerte 117
Mar Báltico
e Kónigsberg
Cimbimnea 2
PRUSIA
ORIENTAL
Tannenberg
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ALE MANTA
e Berlín
Lódz e 9
Breslau e Piotrkowe
" Przemysl
ae TamnóW. yy, 1
Ejército de los Gorlicde y. GALITZIA!
Imperios centrales AUSTRIA- PR l
Ejército ruso HUNGRÍA
e Che Si
Línea del frente
Montes o E
y *Chernovtsi
1 mayo 1915 , Cárpatos $
Línea del frente
| junio 1915
Línea del frente
15 agosto 1915
10. Norman Sto ne, The Eas ter n Fro nt, 191 4-1 917 , Lon dre s, Pen gui n, 197 5, pág . 187.
120 La Gran Guerra
ese momento, el zar en persona mandaría a los ejércitos rusos. Brusilov consi-
deró la noticia como «de lo más dolorosa e incluso deprimente». El gran du-
que , a pes ar de tod os sus def ect os, era mu y que rid o en el ejé rci to; y, no obs -
tante el desastre de Gorlice-Tarnów, le correspondía gran parte del mérito de
haber evitado que el Ejército ruso fuera víctima de una maniobra envolvente.
El zar, según Brusilov, «no sabía literalmente nada de cuestiones militares».'”
Por lo tanto, tendría que confiar en buena medida en su competente, aunque
fiscalizador, jefe del Estado Mayor, Mijail Alekseev. La asunción del mando
por parte del zar estableció una relación directa entre el éxito de la guerra y el
prestigio del régimen; no habría nadie más a quien culpar si el destino bélico
ruso no mejoraba con rapidez.
Los Imperios centrales reformaron también su sistema de Estado Mayor.
El gran éxito de Gorlice-Tarnów había sido consecuencia del sistema de Esta-
do Mayor alemán, un hecho que los alemanes recalcaban con insistencia a sus
aliados austrohúngaros. Falkenhayn consideraba que el triunfo de Gorlice-
Tarnów se había producido a pesar de, y no gracias a, la ayuda de los austro-
húngaros. En su opinión, el Estado Mayor general austrohúngaro no era más
que un grupo de «pueriles soñadores militares» y los austríacos, un pueblo
«endemoniado»,!? así las cosas, se las ingenió para incrementar el dominio de
Alemania sobre los austríacos. En junio, Mackensen y el Estado Mayor gene-
ral alemán asumieron el control del II Ejército austríaco.
En septiembre ya no existía en la práctica un Ejército austrohúngaro inde-
pendiente. Los oficiales del Estado Mayor alemanes tomaban la mayor parte
de las decisiones fundamentales y reorganizaron el sistema austríaco a lo lar-
go de sus propias líneas. Conrad permanecía a oscuras sobre las decisiones de
sus homólogos alemanes (Falkenhayn ni siquiera se molestó en informarle
de la gran ofensiva que estaba planeando entonces para Verdún), pero él tenía
que coordinar todos sus planes con los oficiales alemanes. Aunque Gorlice-
Tarnów había sido un éxito tremendo, significó también el fin de Austria-
Hungría como gran potencia. Pocos austríacos se percataron entonces de la
ironía de que se hubiera producido la brusca decadencia de su imperio a pesar
de la consecución de dos de sus más importantes objetivos desde 1914: el fin
de una Serbia independiente y la humillación de Rusia.
11. Alexei Brusilov, 4 Soldiers Notebook, 1914-1918 (1930), Westport, Connecticut, Green-
wood Press, 1971, págs. 170-171.
12. Falkenhayn, citado en Herwig, op. cit., pág. 148.
Enviados a la muerte 121
BULGARIA
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Mar Negro
Mediterráneo
Éu ates
Damasco gr
o
e Alejandría PALESTINA . a
E Oo pS
A z ÉS
13. Ulrico Trumpener, «Turkey's War», en Hew Strachan (comp.), 7he Oxford Illustrated His-
tory ofthe First World War, Oxford, Oxford University Press, 1998, pág. 85.
14. Erickson, op. cif., pág. 119.
124 La Gran Guerra
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Capítulo 5
Los nudos gordianos
La neutralidad norteamericana
y las guerras por el imperio
* El epígrafe está extraído de una cita en Francis Halsey, The Literary Digest History ofthe World
War, vol. 9, Nueva York, Funk and Wagnalls, 1919, pág. 257.
128 La Gran Guerra
La «flota de lujo» alemana, a la que vemos en Kiel, en 1914, exigió unos recursos enor-
mes para su construcción y mantenimiento, aunque nunca consiguió igualarse a la Royal
Navy británica. Las dos marinas sólo mantuvieron un gran enfrentamiento, la inconclusa
batalla de Jutlandia de 1916. (National Archives)
1. Churchill, citado en Geoffrey Parker, The Cambridge IMustrated History of Warfare, Cam-
bridge, Cambridge University Press, 1995, pág. 258.
Los nudos gordianos 129
Los británicos tenían suficientes barcos de guerra para dividir la Royal Navy
en dos flotas. La Flota de Aguas Jurisdiccionales, como su nombre implica, te-
nía la responsabilidad de la vigilancia de la costa británica. A la Gran Flota se
le encomendó la tarea de contener a los alemanes y de asegurar las rutas na-
vales que alimentaban y suministraban a las islas nacionales. En total, en 1914
los británicos sobrepasaban en potencia de fuego a los alemanes en 11 Dread-
nought, 18 acorazados de clases anteriores a ésta, 61 cruceros, 157 destructo-
res y 48 submarinos. La superioridad en la construcción naval de los británi-
cos significaba que seguirían dejando atrás a sus rivales durante la guerra. Los
británicos tenían, además, la ventaja de su alianza con las Marinas francesa,
rusa e (después de 1915) italiana.
Pero la oportunidad y las circunstancias ayudaron también a los británicos.
Al estallar la crisis de julio, la Royal Navy llevaba a cabo unas prácticas de mo-
vilización. Éstas tenían como objetivo comprobar cuánto tardaban los reser-
vistas en presentarse a sus puestos de servicio y el nivel en el desempeño de sus
funciones. En consecuencia, la Royal Navy estaba movilizada aun antes de que
se requiriesen sus servicios. Los reservistas estaban en sus puestos, y muchos
de los problemas derivados de preparar a la Marina para la guerra ya se habían
resuelto. Churchill decidió con prudencia no adelantar el fin del ejercicio, que
estaba programado para finales de julio, y, en su lugar, mantuvo a los reservis-
tas en sus barcos e hizo que se desplegaron por el mar del Norte coincidiendo
con la declaración de hostilidades, lo que dio a Gran Bretaña una ventaja ini-
cial fundamental.
No obstante este dominio, la Royal Navy fue prudente y permaneció a la
defensiva. Casi las dos terceras partes de los alimentos necesarios para el man-
tenimiento de los británicos procedía de ultramar, y la responsabilidad del im-
perio alcanzaba a todos los rincones del globo. La Royal Navy tenía también
que desplegar y suministrar tropas a cuatros continentes. En otro orden de co-
sas, las costas orientales de Inglaterra y Escocia no contaban con unas defen-
sas sólid as, y las bases allí estab lecid as no estab an debi dame nte equi pada s para
la guerr a anti subm arin a; por lo tanto , una gran derro ta naval dejar ía a las islas
nacionales en una situación de vulnerabilidad peligrosa. En diciembre de 1917
los estrategas británicos aún seguían sin estar dispuestos a eliminar la posibi-
lidad de un desembarco anfibio alemán en las islas.? Por esta razón, Churchill
descr ibió al almi rant e jefe de la Gran Flota , sir John Jelli coe, como el único
hombre capaz de perd er la guerr a en una sola tarde . Jelli coe tenía la respo nsa-
2. C.R. M. E. Crutwell, 4 History ofthe Great War, 1914-1918, Oxford, Clarendon Press,
1934, pág. 68.
130 La Gran Guerra
3. Hew Strachan, The First World War, vol. 1, To Arms, Oxford, Oxford University Press,
2001, pág. 393 (trad. cast.: La Primera Guerra Mundial, Barcelona, Crítica, 2004).
4. Crutwell, op. cit., pág. 188.
Los nudos gordianos 131
El almirante John Jellicoe se convirtió en jefe de la Gran Flota al estallar la guerra. Aunque
tildado por algunos de demasiado prudente, se le adjudicó gran parte del mérito por la
victoria menor de Jutlandia; sin embargo fue destituido más tarde por su incapacidad para
neutralizar la amenaza de los U-booten alemanes. (Imperial War Museum, Q67791)
rapidez y huir sin peligro. Sin embargo, eran vulnerables al fuego enemigo si
se les detectaba y no podían respetar las leyes de la guerra en lo relacionado
con los hundimientos, apresamientos y trato a las tripulaciones. Además, los
capitanes de los submarinos disponían de mucho menos tiempo para decidir si
el barco que tenían a la vista pertenecía a un enemigo beligerante o a un país
neutral. Las apariencias solían ser engañosas. La práctica británica de hacer
ondear una bandera norteamericana en sus mercantes para engañar a los sub-
marinos alemanes, se convirtió en algo tan corriente que el presidente Woo-
drow Wilson presentó una queja formal. El tardío despliegue de mercantes
británicos con cañones ocultos y personal militar en ropa de paisano (los lla-
mados barcos Q) contribuyó a aumentar la confusión de los capitanes de los
submarinos. Cuanto más tiempo permanecía un submarino en la superficie,
mayor era su período de desventaja.
Al principio, los alemanes autorizaron a sus submarinos para que atacaran
únicamente a los barcos de guerra. Durante los primeros meses de la guerra,
hundieron cuatro cruceros y un acorazado anterior a la clase Dreadnought, y
dieron así amplias muestras del potencial de la guerra submarina contra los
buques mercantes desarmados. Otros acontecimientos madrugadores sugirie-
132 La Gran Guerra
ron que, no obstan te las des ven taj as, los al em an es tal vez pu di er an ob te ne r im-
portantes ven taj as mar íti mas . La ráp ida y au da z tra ves ía del Go eb en y el Bre s-
lau hasta aguas turcas hab ía sid o una im po rt an tí si ma in ye cc ió n de mo ra l par a
los alemanes y una humillación para la Armada británica. Los cruceros alema-
nes empezaron a acosar a los navíos británicos en Sumatra, Zanzíbar, Madrás
y Bra sil . En no vi em br e los al em an es co ns ig ui er on hu nd ir dos cru cer os bri tá-
nicos más en las costas de Chile durante la batalla de Coronel.
El almirante mayor de la mar John Jackie Fisher y la Royal Navy respon-
dieron con la clase de acción agresiva que Gran Bretaña esperaba de ellos.
Fisher envió rápidamente a Sudamérica una escuadra, que llegó a las islas
Malvinas sólo tres semanas después de haber partido de Portsmouth. Una vez
allí, dieron caza a los cruceros alemanes, hundieron a cuatro de ellos y termi-
naron de hecho con la amenaza germana a las líneas de convoyes británicos en
Sudamérica y el Pacífico oriental. Sin que lo supieran los alemanes, los rusos
habían proporcionado a Gran Bretaña un juego de códigos del enemigo co-
mún, después de obtenerlos de un barco alemán que había naufragado en el
mar Báltico. A raíz de esto, los británicos crearon un departamento secreto,
denominado la Habitación 40, encargado de descifrar los códigos alemanes
y de adivinar las actividades de su Marina.
En enero de 1915 la Habitación 40 produjo su primera victoria importan-
te. Una escuadra de cruceros alemana se adentró en el mar del Norte para
limpiar la zona de patrullas británicas y sembrar de minas sus rutas de acceso.
Gracias a la Habitación 40, los británicos siguieron los movimientos de la es-
cuadra desde Whitehall y, mediante comunicaciones de radio, pudieron diri-
gir los barcos de guerra británicos hacia los navíos alemanes que navegaban
hacia ellos. Gracias a sus Dreadnought, los británicos ganaron el enfrenta-
miento subsiguiente, conocido como la batalla de Dogger Bank. Los Dread-
nought británicos resultaron tan devastadores, que los alemanes apodaron a
sus acorazados de clases anteriores como «barcos de cinco minutos», en refe-
rencia a su previsible período de supervivencia en combate. Los alemanes per-
dieron el crucero Bliicher (al que, irónicamente, habían bautizado así en honor
del mariscal de campo prusiano que combatió en Waterloo al lado de los bri-
tánicos contra Napoleón) y a 950 marineros de su tripulación. Los británicos
no perdieron ningún barco y sólo a 15 marineros. A raíz de esto, la flota de
superficie germana se recluyó tras sus defensas durante el resto del año.
En la otra punta del mundo, en el Pacífico occidental, la Marina alemana
sufrió repetidas derrotas. Japón, a la sazón aliado de Gran Bretaña en virtud
de un tratado naval firmado en 1902, declaró la guerra a Alemania en agos-
to de 1914. Antes de que terminara el año, los japoneses recibieron la pro-
mesa de Gran Bretaña de que podrían anexionarse cualquier colonia alemana
al norte del ecuador que conquistaran. Japón derrotó enseguida a las fuerzas
Los nudos gordianos 133
6. «America and Britain», Archive de la Grande Guerre, serie 1, París, E. Chrion, 1919, pág. 381.
7. Roosevelt, cita do en Mar tin Gilb ert, The Firs t Worl d War: A comp lete Hist ory, Nue va York ,
Henry Holt, 1994, pág. 158 (tra d. cast. : La Prim era Gue rra Mun dia l, Mad rid , La Esfe ra de los Li-
bros, 2004).
136 La Gran Guerra
e
E
Las frustraciones nav ale s de los ale man es obl iga ron a ést os a rec ons ide rar la
sit uac ión y a efe ctu ar cam bio s en la cúp ula de la Mar ina . En ene ro de 191 6 el
almirante Rei nha rd Sch eer sus tit uyó al des ahu cia do Hu go von Poh l com o jef e
de la Flota de Alt a Mar . Sch eer pro pus o una ren ova da gue rra de sup erf ici e
contra la Royal Na vy y abo gó de inm edi ato por la rea nud aci ón de la GSL .
El comandante en jefe del Ejé rci to ale mán , Eri ch von Fal ken hay n, est uvo de
8. Robert Zieger, Ame ric as Gre at War : Wor ld War Lan d the Ame ric an Exp eri enc e, Nue va Yor k,
Rowan and Littlefield, 2001, pág. 44.
138 La Gran Guerra
Los submarinos alemanes se ahorraron los horrores del frente occidental, aunque, tal y
como muestra la imagen, tampoco tuvieron una guerra cómoda. Perdieron 178 U-booten
y sus tripulaciones durante la guerra. (National Archives)
Por lo tanto, un elemento clave del plan de Scheer había fallado desde el prin-
cipio. Los británicos sabían también que Hipper iba al mando de la escuadra
cebo. El bombardeo que el almirante alemán había dirigido contra la costa
británica en 1914 ocasionó las que, en el momento, fueron consideradas cuan-
tiosas víctimas civiles y que le hicieron ganarse el apodo del «asesino de ni-
ños» en la prensa británica. En ese momento, la Royal Navy tenía la oportu-
nidad de vengarse.
Al mando de los cruceros de combate británicos estaba el almirante David
Beatty, el auténtico prototipo del oficial de la Marina británica. Apuesto, ele-
gante y atrevido, Beatty contaba con la absoluta confianza deJellicoe, Fisher y
Churchill. Gracias a la rápida reacción a la inteligencia de la Habitación 40,
los británicos conservaron una ventaja numérica considerable. La fuerza de
exploración de Beatty contaba con 52 barcos, entre ellos cuatro flamantes
Dreadnougth. Jellicoe le seguía con la principal fuerza de choque de 99 bar-
cos, entre ellos 24 Dreadnought. La escuadra trampa de Hipper condujo a los
británicos hasta la fuerza principal de Scheer, compuesta de 59 barcos, inclui-
dos 16 Dreadnought alemanes. De esta manera, Gran Bretaña conservaba una
ventaja de 12 Dreadnought y de 15 cruceros. Gracias a la Habitación 40, los
45 submarinos germanos nunca llegaron a entrar en combate.
140 La Gran Guerra
9. Guillermo Il, citado en John Keegan, «Jutland», en Robert Cowley (comp.), The Great
War: Persepectives on the First World War, Nueva York, Random House, 2003, pág. 167.
Los nudos gordianos 141
abandonar la seguridad de sus bases, dejando la superficie del mar del Norte a
la Royal Navy. Además, los británicos pudieron asimilar con más facilidad las
bajas, tanto de hombres como de barcos, lo que significó que Jutlandia no
consiguió reducir en absoluto la ventaja relativa de Gran Bretaña. Al final, el
principal combate naval de la guerra no tuvo sobre ésta un gran impacto estra-
tégico; sin duda, no cambió la suerte de los ejércitos en el frente occidental ni
permitió romper a Alemania el bloqueo de superficie británico, el cual estaba
empezando a tener un impacto cada vez más profundo sobre la vida de la po-
blación civil alemana.
A raíz de Jutlandia, el káiser ascendió a Scheer y le concedió la más alta
condecoración alemana, la Orden del Mérito, de inspiración francesa. Sin em-
bargo, Scheer era consciente de que una victoria de superficie contra Gran
Bretaña era cada vez más improbable; de ahí que reanudara sus argumentacio-
nes a favor de la reintroducción de la GSI. Scheer desestimaba la posibilidad
de que ésta condujera a Estados Unidos a entrar en la guerra, aunque no así el
canciller Theobald von Bethmann Hollweg, quien, a finales de agosto, había
conseguido evitar que el káiser diera la orden de reanudación. Sin embargo,
los argumentos a favor de la GSI contaban cada vez con más adeptos. Con la
guerra terrestre en punto muerto, y la naval de superficie aparentemente im-
posible de ganar, el atractivo de la GSI aumentaba por momentos.
En diciembre de 1916 la Marina alemana preparó y presentó el memorán-
dum Holtzendorff. Su principal artífice, el almirante Henning von Holtzen-
dorff, había vuelto al servicio activo en 1915 para dirigir la Marina alemana.
El káiser sentía mucho más respeto por él que el resto de sus compañeros del
Almirantazgo, aunque Holtzendorff compartía la opinión general en la Mari-
na de que tenía que reanudarse la GSI. El 9 de enero de 1917 le dijo al kái-
ser que la GSI podía obligar a Gran Bretaña a salirse de la guerra en seis me-
ses o menos, mucho antes de que los norteamericanos pudieran tener alguna
repercusión en el desarrollo del conflicto, aun cuando declarasen la guerra.
Bethamnn Hollweg reiteró sus preocupaciones acerca del impacto de la GSI
sobre la opinión pública norteamericana y advirtió al káiser de que la reanuda-
ción podría conducir a Estados Unidos a entrar en la guerra, lo que tendría
unas consecuencia s trágicas para Alemania. Holtzendorff , por su parte, argu-
yó que la beligerancia norteamericana no haría otra cosa que proporcionar
más objetivos a los submarinos alemanes, entre ellos los transportes de tropas.
En uno de los errores de cálculo más clamorosos de la guerra, le dijo al káiser:
«Le doy a su majestad mi palabra de oficial de que ni un solo norteamericano
desembarcará en el continente».!”
El 1 de febrero de 19 17 Al em an ia an un ci ó la re an ud ac ió n de la GS I. En
abril los alemanes hundieron 881. 00 0 to ne la da s de em ba rc ac io ne s, fr en te a
las 386.000 tone la da s de en er o. Ho lt ze nd or ff ha bí a ac er ta do al so st en er qu e
unas pérdidas cuantiosas de ba rc os af ec ta rí an a Gr an Br et añ a; pe ro Be th ma nn
Hollweg, que para en to nc es se ha bí a un id o al kái ser , Hi nd en bu rg y Lu de n-
dorff en el ap oy o a la GS L, ta mb ié n ha bí a te ni do ra zó n: el 6 de abr il Es ta do s
Un id os de cl ar ab a la gu er ra a Al em an ia . La ca rr er a ya ha bí a em pe za do . Al em a-
nia tendría que ganar la guerra antes de que los norteamericanos pudieran tra-
ducir sus enormes recursos en activos militares.
La protección de las aguas que rodeaban a las islas nacionales seguía siendo la
preocupación más acuciante de la Royal Navy, pero la seguridad del canal de
Suez era prácticamente igual de importante, y eso por varias razones. Como
era evidente, la pérdida del canal haría más largas las comunicaciones británi-
cas por mar con Persia, la India, Australia y otros puntos de Oriente. Los bri-
tánicos temían también que perder el canal pudiera desembocar en la pérdida
de todo Egipto. Aunque este último país era bastante menos importante para
el Imperio británico que la India, los dirigentes británicos eran conscientes de
que la reconquista de Egipto por los otomanos les serviría a éstos como una
importante victoria de propaganda para sus intenciones de definir la guerra
como una lucha panislámica contra los aliados cristianos. La posibilidad de
una revuelta islamista en la India obsesionaba a los estrategas británicos y daba
al káiser otra razón para apoyar al Imperio otomano. En una de sus invectivas
menos coherentes, el káiser manifestó con virulencia: «Nuestros cónsules en
Turquía y en la India, nuestros agentes, etcétera, han de incitar a todo el mun-
do musulmán a que se rebele (...); si vamos a derramar nuestra sangre, al me-
nos que Gran Bretaña pierda la India».''
La conexión entre la India y Egipto se hizo aún más intensa cuando los bri-
tánicos decidieron utilizar a los soldados hindúes para proteger la región del
canal de Suez. Aunque ocupado por Gran Bretaña, Egipto seguía siendo legal-
mente una provincia otomana bajo la orientación religiosa del sultán turco. El
Jedive [virrey] egipcio, Abbas Himli Il, era abiertamente pro otomano y se en-
contraba en Constantinopla al empezar la guerra. Los británicos forzaron
entonces su destitución a favor de su tío —un personaje más maleable—, y de-
clararon la ley marcial en noviembre de 1914. Henry McMahon, que sustitu-
yó a Kitchener como alto comisionado para Egipto cuando este último fue
11. Guillermo H,. citado en Strachan, op. cít., vol. 1. pág. 696.
Los nudos gordianos 143
mariscal de campo prusiano de 72 años, Colmar von der Goltz. Antiguo go-
bernador militar de la Bélgica ocupada, Von der Goltz había sido asignado a
Constantinopla después de haber caído en desgracia ante los dirigentes polít1-
cos alemanes, cada vez más descontentos por lo que consideraban un trato con-
descendiente del militar hacia los belgas. Como jefe del VI Ejército, soñaba
con dirigir, desde Mesopotamia, una invasión otomana de Persia y, quizá, in-
cluso, de la joya de la corona del Imperio británico: la India.
Sin embargo, Von der Goltz tenía primero que enfrentarse a una fuerza
conjunta británica e india, al mando de sir Charles Townshend, que en julio de
1915 había entrado en las ciudades mesopotámicas de Nasiriya, a orillas del
Eufrates, y de Amara, junto al Tigris. Desde Amara, Townshend se dirigió
hacia Kut, a 240 km al norte, localidad que tenía previsto utilizar como base
principal para una ofensiva contra Bagdad, situada sólo a 128 km río Tigris
arriba. El general otomano Nurettin Bajá estableció su defensa 32 km al sur de
Bagdad, en Ctesiphon. Al proteger su flanco derecho asegurándolo contra el
río, Nurettin estableció dos sólidas líneas defensivas con 20.000 soldados, mu-
chos de ellos pertenecientes a las unidades más avezadas de los otomanos.!?
12. Edward Erickson, Ordered to Die: A History ofthe Ottoman Army in the First World War,
Westport, Connecticut, Greenwood Press, 2001, pág. 112.
Los nudos gordianos 145
13. Esta familia Hussein no tienen ningún parentesco con el iraquí Saddam Hussein.
Los nudos gordianos 147
14. Anthony Bruce, The Last Crusade: The Palestine Campaign in the First World War, Londres,
Jonh Murray, 2002, pág. 80.
15. Teniente general sir Henry de Beauvoir de Lisle, «My Narrative of the Great German
War», 1919, LHCMA, documentos de Lisle, vol. 2, pág. 36.
Los nudos gordianos 149
* El epígrafe está extraído de una cita en Pierre Miguel, Les Poilus: La France Sacrifiée, París,
Plon, 2000, pág. 262.
152 La Gran Guerra
Italia y el Isonzo
No todos los soldados se pasaron la guerra en las trincheras. Estos esquiadores de élite
italianos del frente del Isonzo estaban entrenados para infiltrarse en las líneas enemigas y
destruir las vías de comunicaciones y abastecimiento. (United States Air Force Academy
McDermott Library. Colecciones especiales)
Sin embargo, el camino hasta Viena pasaba por el valle del río Isonzo y las
cumbres de los Alpes Julianos, un terreno ideal para el defensor, pero cual-
quier cosa para los atacantes excepto apto para darse un paseo. Las tropas aus-
trohúngaras, además, estaban indignadas por la entrada de Italia en la guerra,
y no olvidaban que ésta se había aprovechado de la obsesión de Austria con
Prusia en la guerra de 1866 para apoderarse de Venecia y de las regiones cir-
cundantes. Italia no tardó en convertirse en el enemigo contra el que todos los
numerosos grupos étnicos del imperio se unirían para combatir. Por consi-
guiente, el conflicto bélico contra Italia devino en una parte de la guerra que
los austrohúngaros consideraron «justa y necesaria», unidad de intereses que no
existió nunca en los frentes contra los serbios y los rusos.'
Los austríacos otorgaron el mando de la defensa del Isonzo a Svetozar Bo-
roevié, un capacitado general croata, uno de los pocos generales austrohún-
garos que había ejercido el mando de manera competente en los Cárpatos en
1914, donde evitó que una fuerza rusa mucho más numerosa cruzara la cordi-
llera e hizo retroceder después a los rusos hacia Cracovia. Conrad, para quien
el croata había caído en desgracia, creyó que la citada experiencia de Boroevié
1. John Schindler, Isonzo: The Forgotten Sacrifice of the Great War, Westport, Connecticut,
Praeger, 2001, pág. 14.
Francia desangrada 155
/ %
/.0 á
q Gorízia/
Tagliamentoy /
:
; S LL e Trieste
, Traviso WN... Golfo de TriA
esteS
e Vicenza No
: Venecia
Frontera entre Italia y Austria- Padua o a
o GOLFO
Hungría antes de la guerra
DE
ISTRIA
Extensión máxima de las :
conquistas austro-germanas > VENECIA
en la ofensiva de Caporetto, I A A L 1 A :
octubre-noviembre 1917 e S mo
El terreno del Isonzo planteaba graves problemas. Este remoto puesto de avanzada de los
Alpes Julianos ofrecía escasa protección contra el rigor de los inviernos en las montañas.
(United States Air Force Academy McDermott Library. Colecciones especiales)
cerse con ningún trozo de terreno importante y había quedado como un idio-
ta por sus promesas iniciales de una guerra fácil.
La reacción de Cadorna consistió en culpar a todos los que le rodeaban,
desde los periodistas y oficiales subalternos hasta los «holgazanes» italianos
meridionales que constituían el grueso del ejército. En consecuencia, estable-
ció un brutal sistema disciplinario que condenó a 170.000 hombres por diver-
sos delitos, pronunció 4.028 sentencias de muerte y ejecutó a más hombres
que los ajusticiados en cualquier otro ejército. En algunos casos, los italianos
recurrieron a la antigua práctica del Imperio Romano del «diezmo», intro-
ducida en el ejército por Cadorna en enero de 1916, y en virtud de la cual los
hombres eran ejecutados de forma aleatoria, escogiendo a uno de cada diez
soldados, como un medio de castigar tanto el comportamiento deficiente de
toda una unidad como un delito individual cuando no se podía descubrir al
autor. Como la guerra avanzaba a duras penas y el descontento de los hombres
con la actuación de sus generales iba en aumento, los actos de indisciplina em-
pezaron a ser más frecuentes, lo que condujo a las autoridades militares a in-
crementar el número y dureza de los castigos.
La propia aleatoriedad del sistema disciplinario italiano se volvió contra él.
En teoría, los castigos aleatorios estaban pensados para amedrentar a los hom-
bres, a fin de que éstos se comportaran como deseaba Cadorna. En cambio,
los hombres empezaron a odiar con tanta intensidad a sus propios oficiales,
que se perdió por completo la efectividad en el combate. Cadorna se negó a
considerar cualquier otro método de subir la moral, tales como aumentar los
permisos o mejorar el rancho. Aun cuando se aceptara la necesidad estraté-
gica de que continuara con su ofensiva, la nula disposición de Cadorna a es-
cuchar las quejas legítimas de sus soldados revela a un hombre que no estaba
dispuesto a aprender. La severidad y la imprevisibilidad en el castigo siguió
siendo la forma de tratar con sus soldados.”
Cadorna se sentía menos propenso a diezmar a sus oficiales, pero éstos
tampoco escaparon a su cólera. Los hombres que se atrevieron a desafiar su
opinión fueron degradados y trasladados a otros escenarios y, en algunos casos
ext rem os, se les enca rcel ó por ins ubo rdi nac ión El cuar tel gene ral de Cad orn a
siguió siendo un luga r don de nadi e cue sti ona ba su pun to de vist a ni su estr a-
tegia. Él y su Est ado May or cita ban a men udo el viej o refr án pia mon tés de
que «el sup eri or tien e sie mpr e razó n, sobr e tod o cua ndo está equ ivo cad o». *
Cad orn a sust ituy ó a tant os ofic iale s, que las uni dad es per die ron la con tin uid ad
2. Mi agradecimien to a Van da Wil cox por per mit irm e util izar su com uni cac ión «Di sci pli ne
in the Italian Army, 1915-1918 », pre sen tad a en la II Con fer enc ia Eur ope a sob re los est udi os de la
Primera Guerra Mun dia l, Uni ver sid ad de Oxf ord , Ing lat err a, 23 de jun io de 200 3.
3. Schindler, op. cit., pág. 109.
158 La Gran Guerra
en el mando. Los progra ma s par a as ce nd er a la ofi cia lid ad tuv ier on qu e ser
abreviados, a fin de po de r sus tit uir tan to a los ho mb re s qu e ha bí an mu er to
como a aqu ell os otr os a los que Ca do rn a hab ía re mo vi do del ma nd o. De res ul-
tas de todo est o, el Ejé rci to ita lia no se en co nt ró con una esc ase z ter rib le de
mandos cualificados.
A principios de 1916, por tanto, Italia no estaba más cerca de realizar cual-
quiera de sus sueños de lo que lo había estado cuando se unió a los aliados. Sus
prop ias ofen siva s se hab ían est anc ado y aca bad o en frac aso, con un ele vad o
coste humano; sus aliados británicos habían fallado en los Dardanelos y en el
frente occidental; Rusia, de quien los italianos habían esperado que los ayuda-
ran ocupando Austria, se había retirado de Polonia y no estaba en disposición
de prestar ninguna ayuda valiosa; y por lo que respecta a Francia, había sobre-
vivido a la sangría de 1915, pero en 1916 estaba a punto de pasar por una
prueba de fuego que nadie podía haber imaginado.
El general Erich von Falkenhayn pasó los últimos días de 1915 evaluando de
nuevo la posición estratégica de Alemania. El día de Navidad, elaboró un in-
forme dirigido al káiser en el que aseguraba que la entrada de Italia en la gue-
rra y el fracaso alemán en obligar a Rusia a abandonarla habían proporciona-
do a los aliados unos recursos mayores, algo que, tarde o temprano, ellos, los
alemanes, tendrían que afrontar. En enero de 1916 los aliados tendrían 139 di-
visiones en Francia y Bélgica (incluidas las divisiones de los Nuevos Ejércitos
británicos) en contraposición a las 117 divisiones alemanas. Sin embargo, Fal-
kenhayn conservaba el optimismo, toda vez que creía que uno de aquellos alia-
dos, concretamente Francia, se encontraba al «límite de sus fuerzas». Según
creía él, Francia podía ser derrotada en 1916 y, una vez ocurriera esto, a Gran
Bretaña no le quedaría más alternativa que pedir la paz. «Para conseguir este
objetivo —escribió— el incierto método de un avance en masa, por lo demás
fuera de nuestro alcance, es innecesario.»* Falkenhayn tenía otras ideas.
Su plan consistía en un «morder y resistir» a un nivel espectacular. Su idea
se basaba en atacar al Ejército francés en un lugar tan crítico para Francia que
a Joffre no le quedase más remedio que combatir hasta el límite para recupe-
rarlo. Los alemanes, entonces, estarían en situación de aprovecharse de su po-
sición defensiva, tácticamente más poderosa, y destruir a los franceses cuando
atacaran. De esta manera, escribió Falkenhayn, los alemanes podrían «desan-
4. Erich von Falkenhayn, General Headquarters, 1914-1916, and Its Critical Decisions, Nueva
York, Dodd, Mead, 1920, págs. 209-211.
Francia desangrada 159
grar a Francia» y, en el proceso, quitarle de las manos a Gran Bretaña «su me-
jor espada». En consecuencia, Falkenhayn propuso introducir la guerra de
desgaste a una escala descomunal en el frente occidental. Lo que le preocupa-
ba no era romper las líneas enemigas ni ganar terreno ni avanzar hacia los nu-
dos de comunicaciones; en su lugar, lo que buscaba era matar a los franceses
con más rapidez y eficacia de las que éstos pudieran emplear en eliminar a los
alemanes.?
Falkenhayn tenía fama de hombre inmisericorde. Había introducido el gas
venenoso en Ypres, abogado de manera vehemente por la guerra submarina
ilimitada y había patrocinado un plan para el bombardeo aéreo aleatorio de las
ciudades aliadas. Las bajas, incluso las alemanas, le preocupaban aún menos
que a la mayoría de sus colegas. Despreciaba a la mayor parte de los generales
alemanes y apenas confiaba en alguno; más tarde, esas suspicacias tendrían
consecuencias importantes. Pero Falkenhayn halagó al káiser (mejorando así
las posibilidades de que su plan fuera aprobado) al proponer que el ataque
principal se pusiera bajo las órdenes del hijo de éste, el príncipe heredero
Guillermo. Como no quería decirle al príncipe heredero que el plan de com-
bate incluía la guerra de desgaste a una escala nunca vista hasta entonces, lo
indujo a creer en su lugar que su tarea consistiría, nada menos, que en el
honor de conquistar el objetivo principal. Por consiguiente, el príncipe he-
redero se hizo una idea peligrosamente errónea del plan de Falkenhayn.
«Rara vez en la historia de la guerra —escribió el historiador más famoso
de la batalla—, puede que se haya engañado de manera tan cínica al coman-
dante de un gran ejército, como el príncipe heredero alemán lo fue por Fal-
kenhayn.»?
El objetivo principal, creía el príncipe heredero, consistía en tomar la ciu-
dad de Verdún. Fortificada desde tiempos de los romanos, el mismo nombre
de la región, Verdún, significa, en dialecto galo prerromano, «fortaleza pode-
rosa». La ciudad estaba bisecada por el río Mosa y controlaba todas las comu-
nicaciones desde Metz hasta Reims y París, esta última situada a 257 km al
oeste. Las primeras defensas modernas de la ciudad, construidas durante el
reinado de Luis XIV, se debían al gran ingeniero y arquitecto Vauban. Des-
pués de la guerra franco-prusiana, Francia había vuelto a invertir en Verdún,
construyendo o mejorando 60 fortines y puestos de avanzada independientes,
junto con miles de corredores y refugios subterráneos. La mayor de las forti-
ficaciones individuales, Fort Douaumont, cubría más de tres hectáreas de te-
rreno y podía dar protección a una guarnición de entre 500 y 800 soldados.
5. Falkenhayn, citado en Alista ir Hor ne, The Pric e of Glo ry: Ver dun , 191 6, Lon dre s, Pen gui n,
1962, pág. 36.
6. Ibid., pág. 40.
160 La Gran Guerra
El verdadero significado de Ve rd ún pa ra lo s pr op ós it os de Fa lk en ha yn no
radicaba en su valor estratég ic o, si no en el si mb ól ic o. Ha bí a si do all í do nd e, en
el año 843, Carlomag no ha bí a di vi di do su im pe ri o en tr es pa rt es : do s de aq ue -
llas partes cons ti tu ye ro n el nú cl eo de lo s fu tu ro s es ta do s de Fr an ci a y Al em a-
nia, mientras que la te rc er a se co nv ir ti ó en el ca mp o de ba ta ll a in te rm ed io qu e
incluía a Alsacia y Lo re na . En 17 92 y 18 70 Ve rd ún ha bí a re si st id o co n he ro ís -
mo los asedios alem an es an te s de ac ab ar ca ye nd o. De ac ue rd o co n la le ye nd a
nacional fr an ce sa , el co ma nd an te de l fu er te en 17 92 ha bí a pr ef er id o su ic id ar -
se que rendir Verdún al enemigo hereditario de Francia. En la entrada princi-
pal del fort ín es ta ba in sc ri to el si gu ie nt e le ma : «V al e má s qu ed ar en te rr ad o
bajo las ruinas del fuerte que rendirlo».
En los primeros días de la guerra, convertida a la sazón en la posición más
oriental de Francia durante la batalla del Marne, Verdún había vuelto a resis-
tir una vez más. De no haber sido por la defensa tenaz que Maurice Sarrail ha-
bía llevado a cabo en la ciudad, el resto de la campaña del Ejército francés en
el Marne podría no haber servido para nada. La eficaz defensa de Sarrail dejó
a Verdún en el centro de un saliente que se adentraba considerablemente en
las líneas alemanas. Durante la primera mitad de 1915 se produjeron enérgi-
cos enfrentamientos en las cercanías de Verdún, al intentar ambos bandos, sin
ningún éxito, mover las líneas en su favor. Sin embargo, al terminar el año,
Verdún carecía de la solidez que aparentaba. De hecho, era más vulnerable a
los ataques enemigos de lo que los alemanes podían imaginar. Si de verdad
Falkenhayn la hubiera querido y hubiera planeado su conquista, Verdún esta-
ba a su disposición.
La vulnerabilidad de Verdún se debía al abandono intencionado de las for-
talezas por parte de las personas encargadas de su defensa. La rápida destruc-
ción de los fortines de Bélgica por los alemanes en 1914 había convencido a
muchos generales franceses de que las fortificaciones carecían de utilidad en la
guerra moderna. Otros generales, después de ver lo bien que había resistido
Verdún en 1914 y 1915, concluyeron que el orgullo de las fortalezas francesas
era inexpugnable. Ambos argumentos supusieron que Verdún no mereciera
ninguna atención primordial del Cuartel General francés. Según parecía, los
alemanes habían aprendido la lección, y en 1915 habían desplazado su centro
de gravedad hacia el norte, a Flandes. Verdún, concluyó el Cuartel General
francés, ya no figuraba en los planes alemanes.
Tras decidir que Verdún seguiría siendo un sector tranquilo durante un fu-
turo inmediato, Joffre retiró muchas de las piezas de artillería pesada de la for-
taleza. La razón de que lo hiciera fue que pensó que así podría compensar la
carencia general de artillería pesada de Francia y dar, por ende, mayores posi-
bilidades de éxito a su ofensiva de Champaña de 1915. Pero también había
despojado de hombres a la guarnición, dejando sólo el número suficiente de
Francia desangrada 161
ellos para que formaran una única y delgada línea de trincheras al norte y al
este de las fortificaciones principales. No había una auténtica segunda línea,
tan sólo una serie de puestos de avanzada y puntos fortificados aislados mal
conectados. Además, los franceses tenían escasos hombres para ocupar los
densos bosques que había delante de su posición, lo que permitió que los ale-
manes se movieran y se reforzaran sin ser prácticamente detectados.
La vulnerabilidad del sector de Verdún preocupaba a muchos de los oficia-
les encargados de defenderlo, sobre todo cuando se empezó a hacer evidente
la concentración alemana en la zona a finales de 1915. El comandante de la
Región Fortificada de Verdún, un anciano general de artillería con un apelli-
do a todas luces nada francés, Herr, advirtió al Estado Mayor de Joffre sobre la
debilidad de su posición. Fort Douaumont, otrora uno de los fortines más po-
derosos del mundo, había quedado reducido a un único gran cañón de 75 mm.
De los 500 hombres de la guarnición, 60 eran reservistas, la mayoría con una
edad que se consideraba demasiado avanzada para que prestaran servicio en las
trincheras.” Cuando el Estado Mayor de Joffre le reprendió por sus críticas,
Herr informó al ministro de la Guerra, Joseph Gallieni, de la nula predisposi-
ción de Joffre a considerar lo apremiante de la situación de Verdún. «Cada vez
que les pido [al Estado Mayor deJoffre] que refuercen la artillería, me contes-
tan retirando dos baterías [de artillería] o dos baterías y media; “A usted no lo
atacarán. Verdún no es el punto de ataque. Los alemanes no saben que Verdún
ha sido desarmado”.»*
Que Joffre y su Estado Mayor ignoraran el creciente peligro que amenaza-
ba Verdún se debió en parte a la obsesión por los planes para su propia ofensi-
va en 1916 a lo largo del río Somme. Joffre pareció dar por sentado que los
alemanes permanecerían inactivos durante la primera mitad del año y, por lo
tanto, cometió el error fundamental de suponer que sus enemigos harían lo que
él quería que hicieran. Joffre y su Estado Mayor desoyeron las preocupaciones
de Herr en la confianza de que el frente occidental permaneciera en una rela-
tiva calma hasta el momento en que pudieran llevar a cabo la ofensiva, planea-
da para mitad del verano.
Pero Herr no fue la única voz en alertar del desastre inminente. Otro en
poner en ent red ich o la dec isi ón de Jof fre fue el ten ien te cor one l Emi l Dri ant ,
comandant e del bat all ón des tin ado en los bos que s de las afu era s de Ver dún y
miembro de la Cám ara de Dip uta dos fra nce sa. Dri ant esc rib ió a sus col ega s
para advertirles del pel igr o al que se enf ren tab a Fra nci a si, com o él pre dec ía,
los alemanes atacaban Ver dún . En con cre to, cri tic ó a Jof fre por no est abl ece r
7. Anthony Clayton, Pat hs of Glo ry: The Fre nch Ar my , 191 4-1 918 , Lon dre s, Cas sel l, 200 3,
págs. 100 y 104.
8. Herr, citado en Horne, op. cit., pág. 51.
162 La Gran Guerra
una segunda línea de def ens a sól ida , y ex pu so con tod a fr an qu ez a a los dip uta -
dos que Francia car ecí a de la fue rza par a rec haz ar un dec idi do ata que al em án
contra aqu el sa gr ad o san tua rio nac ion al. Jof fre no sól o mo nt ó en cól era ant e
lo que consideró un act o de in su bo rd in ac ió n de un ofi cia l baj o su ma nd o, sin o
que también se negó a aceptar el consejo de Gallieni, al que respondió que el
min ist ro de la Gu er ra no ten ía de re ch o a cue sti ona r las dec isi one s op er ac io na -
les del comandante en jefe del ejército.
«Sólo pido una cosa —dijo con aire risueño a un comité de preocupados
parlamentarios—, que ojalá atacaran los alemanes, y que ojalá atacaran Ver-
dún. Díganselo así al gobierno.»”? Ataque que los alemanes realizaron en la
fase inicial de lo que Falkenhayn denominó Operación Gericht (Castigo de
Dios). El ataque se inició el 21 de febrero de 1916 con la mayor concentra-
ción artillera vista hasta la fecha, alrededor de 1.600 piezas de artillería. En un
cálculo aproximado, los cañones alemanes dispararon 100.000 proyectiles por
hora a lo largo de un estrecho frente de casi 13 km. La artillería pesada alema-
na disparó proyectiles y gas contra las posiciones artilleras francesas, que se re-
velaron ineficaces en la acción conocida como tiro de contrabatería. Los mor-
teros de trinchera de gran ángulo de tiro castigaron la primera línea francesa,
mientras que los obuses bombardearon los escasos puestos de avanzada de la
segunda. La casi absoluta sorpresa táctica del ataque dejó desprotegidas las
posiciones francesas ante aquella descarga ingente de proyectiles.
Sin embargo, la artillería era sólo una parte del plan. Los soldados del Des-
tacamento Especial de Asalto alemán, vulgarmente conocidos como tropas de
asalto, fueron también un elemento esencial. Todos los ejércitos habían esta-
do trabajando en la idea de formar pequeños grupos de tropas de élite de gran
movilidad que pudieran operar de forma independiente sin esperar las órde-
nes de la unidad superior. En octubre de 1915 los alemanes habían experimen-
tado con satisfacción con estas formaciones en acciones limitadas llevadas a
cabo en los Vosgos. En Verdún, el Destacamento Especial de Asalto actuó con
unidades de zapadores para infiltrarse en las líneas francesas. Su misión con-
sistió en cortar las alambradas y en eliminar cualquier resistencia de las ame-
tralladoras en bases de avanzada de hormigón utilizando un nuevo invento, el
lanzallamas.'% Tras los zapadores y las tropas de asalto penetraron la infantería
más convencional para ocupar el terreno así ganado, mientras que las tropas
de refuerzo avanzaron con los suministros y el material de atrincheramiento.
El plan funcionó demasiado bien. Al segundo día del ataque, los alemanes
Una de las innovaciones más terroríficas de la guerra, los lanzallamas, a menudo resulta-
ba tan peligrosa para el que la utilizaba como para el que se enfrentaba a ella. La mayoría
de las unidades de lanzallamas estaban formadas, irónicamente, por hombres que habían
sido bomberos en la vida civil. (Vational Archives)
alemán que avan za ba hac ia ell os. Lo s fra nce ses co mb at ie ro n en una cla ra inf e-
rioridad numérica, y cuan do se ac ab ó la mu ni ci ón , se de fe nd ie ro n con las ba-
yonetas. Driant cons er vó la pos ici ón, se oc up ó de los ho mb re s her ido s y que -
mó sus papeles antes de ser al ca nz ad o por un pro yec til qu e le cau só la mu er te .
Su heroís mo hab ía ral ent iza do el asa lto al em án y est abl eci do el mo de lo par a el
comporta mi en to mil ita r en Ve rd ún . En pal abr as del his tor iad or fra ncé s Pie rre
Miquel, «la infantería supo entonces que sólo tenía una responsabilidad: mo-
rir como lo habían hecho Driant y sus hombres... El mecanismo del sacrificio
estaba en marcha».!'
El 25 de febrero el orgullo y el prestigio de los franceses sufrieron otro
duro revés cuando un pequeño aunque audaz grupo de soldados alemanes se
introdujo en Fort Douaumont por un corredor desguarnecido. La aturdida
guarnición de 57 reservistas voluntarios rindió el fuerte sin disparar ni un tiro
en su defensa. Famoso por ser el fuerte más poderoso del mundo, Douaumont
había caído en manos alemanas con una facilidad asombrosa, y su pérdida
puso en peligro de inmediato a toda la línea francesa. Asimismo, el fortín se
convirtió en un importante símbolo en Alemania, donde las iglesias lanzaron
las campanas al vuelo y se concedieron vacaciones escolares a los niños para
celebrar una victoria que podía dejar expedito el camino hacia París y acabar
con la guerra en cuestión de semanas.
Joffre, que había sido tan lento para ver el peligro en Verdún, reaccionó
entonces con rapidez. El 25 de febrero envió allí a su asistente, Edouard Noél
de Castelnau, a fin de que evaluara la situación y recomendara las medidas
pertinentes. El general Herr propuso abandonar la orilla derecha (oriental)
del Mosa y concentrar las defensas en la izquierda. Castelnau no aceptó la su-
gerencia y ordenó que se defendiera cada palmo de las dos orillas del Mosa al
precio que fuera. Consciente de la urgencia del momento, promulgó las ór-
denes pertinentes sin el visto bueno de Joffre, y optó también por destituir a
Herr como comandante de la plaza.
En sustitución de Herr, Castelnau entregó el mando de ambas orillas del
río a un inteligente aunque pesimista general llamado Henri Philippe Pétain.
Este había empezado la guerra con el grado de coronel y en mala disposición
con la jerarquía militar a causa de su decidido apoyo a la guerra defensiva. «La
potencia de fuego mata» era su máxima preferida. En los días previos a la gue-
rra, su opinión contradecía la ortodoxia aceptada en Francia, de ahí que su
carrera hubiera sufrido un estancamiento. Sin embargo, su manera de pensar
defensiva se acomodaba mucho mejor a la guerra de 1914 y 1915 que la doc-
trina de la offensive 4 outrance (ofensiva a ultranza) de Joffre. Por lo tanto, Cas-
telnau consideró que Pétain era el general perfecto para estar al frente de la
11. Pierre Miquel, Les Poilus: La France Sacrifiée, París, 2000, pág. 270.
Francia desangrada 165
Prisioneros franceses saliendo escoltados de Verdún. La enorme sangría de los diez me-
ses de combate afectó a todos los acontecimientos posteriores a la guerra y dejó cicatrices
que trascendieron más allá de 1918. (Library of Congress)
Los franceses dejaron de confiar en su pieza de artillería ligera de 75 mm. Su lugar fue
ocupado por cañones más grandes, como este Schneider de 155 mm, que hizo su apari-
ción mediada la contienda. (United States Air Force Academy MeDermott Library. Coleccio-
nes especiales)
nejar prensas hidráulicas por todo el recorrido para reparar los neumáticos.
En dos semanas, la Voie Sacrée transportó a 190.000 hombres, 22.500 tonela-
das de munición y 2.500 toneladas de alimentos y otros suministros. Hacia el
1 de mayo, la carretera había permitido a Pétain hacer entrar y salir del sec-
tor de Verdún a 40 divisiones de infantería. Aquélla fue una asombrosa proeza
logística, que permitió a los franceses disparar más de cinco millones de pro-
yectiles de artillería en las primeras siete semanas de la batalla.!?
Esta imponente cantidad de proyectiles y el traslado de tantos soldados
franceses convirtieron la región en un sangriento combate de boxeo entre dos
ejércitos casi parejos. En mayo los franceses iniciaron el cruento proceso de
recuperar todo el terreno que habían perdido. Sin embargo, en lugar de atacar
con rifles y bayonetas, como ocurriera en 1914, lo hicieron con unas cantida-
des ingentes de artillería. Aunque no siempre consiguieron sus objetivos in-
mediatos, los millones de proyectiles disparados por los franceses causaron
unas bajas a los alemanes que Falkenhayn no hubiera imaginado jamás. El co-
mandante en jefe alemán había contado con matar a los franceses en una pro-
porción de cinco a dos, y, de hecho, a finales de junio, había infligido unas
12. Véase Robert Bruce, «To the Limits of Their Strength: The French Army and the Logis-
tics of Attrition at the Battle of Verdun, 21 February-18 December 1916», Army History, n2 45,
verano de 1998, págs. 9-21.
Francia desangrada 167
terroríficas 275.000 bajas al enemigo; pero las 240.000 bajas de los alemanes
indicaban que éstos no lo habían pasado mejor.
La «picadora de carne» en que se convirtió Verdún desgastó a los dos ejér-
citos. El intenso combate continuó día tras día, sin apenas respiro, y las unida-
des de refuerzos de ambos bandos podían ver, oír y oler la batalla a kilómetros
de distancia mientras se acercaban al frente. La política de Pétain de hacer ro-
tar a los hombres mantuvo la cordura de la tropa, aunque la conciencia del in-
minente retorno al combate contribuyó a la aparición de un síndrome mental
que los médicos enseguida denominaron «neurosis de guerra». Los hombres
sin heridas físicas se volvían insensibles, aturdidos por la fatiga y la presencia
constante de la muerte. «A menudo, era más exacto referirse a aquellos hom-
bres como condenados a muerte —recordaba un oficial francés— pues eran
muchos los que tenían la inteligencia embotada y la cara amarillenta. Devora-
dos por la sed, ya no tenían ni fuerzas para hablar. Les dije que con toda segu-
ridad seríamos relevados aquella noche. La noticia los dejó indiferentes, lo
único que deseaban era un litro de agua.»!?
En un intento de retomar Fort Douaumont, los franceses dispararon en
una semana 6,3 millones de kilos de proyectiles sobre un área de apenas 60
hectáreas, lo que vino a representar no menos de 120.000 proyectiles de arti-
llería. Aun así, el fuerte resistió, pues los corredores subterráneos servían de
refugio a sus defensores. Robert Bruce señala la «trágica ironía» de que las po-
derosas defensas de Douaumont, diseñadas para proteger a los franceses, sir-
vieran entonces al Ejército alemán para refugiarse de los cañones franceses.!*
Douaumont siguió en manos de los alemanes todo el verano; la fortaleza ad-
quirió el mismo significado simbólico para la resistencia alemana que había te-
nido una vez para el poderío francés.
No obstante el dominio de Douaumont, el gran plan de Falkenhayn había
fracasado sin paliativos. El Ejército alemán no tomó Verdún ni infligió la cla-
se de bajas fáciles a los franceses que aquél había previsto. Ya en marzo, el
príncipe heredero había informado a su padre de su creciente pesimismo acer-
ca de la campaña de Verdún, movido, sin duda, por la conciencia de que iba a
tratarse de una sangrienta batalla de desgaste, y no de una conquista gloriosa.
La frustración del príncipe heredero fue en aumento, al igual que su distancia-
miento, y la mayor parte del tiempo se la pasó persiguiendo a las francesas de
detrás de las líneas, mientras sus hombres morían a miles.
Descontento por el desarrollo de la campaña, el káiser relevó a Falkenhayn
en agosto y lo envi ó al este a luch ar cont ra los rum ano s. Para sust itui rlo recu -
rrió al equipo de Hin den bur g y Lud end orf f, que de esta man era pas aro n a es-
El apacible pueblo de Vaux estaba situado en las líneas del frente de varias de las princi-
pales ofensivas, incluida la de Verdún. La II División americana tomó finalmente la ciu-
dad para los aliados en julio de 1918. (United States Air Force Academy MeDermott Library.
Colecciones especiales)
Cuando los dos ejé rci tos se ago tar on por fin en dic iem bre , las lín eas est aba n
situadas casi en el mis mo siti o que en feb rer o. Un cál cul o apr oxi mad o cif ró el
número de muertos y desaparecidos en 162.000 franceses y 142.000 alema-
nes. La may or par te de los des apa rec ido s fue ron víc tim as de una art ill erí a tan
pod ero sa, que res ult ó imp osi ble ide nti fic arl os con suf ici ent e pre cis ión par a en-
terrarlos en sus propias tumbas. Los restos anónimos de alrededor de 130.000
víctimas de Verdún yacen en la actualidad en un enorme osario cerca de
Douaumont.
Verdún se convirtió así en la batalla de desgaste prevista por Falkenhayn;
sin embargo, contrariamente a lo que él había planeado, la batalla desgastó a
ambos lados por igual. El colosal combate decidió los destinos de los Ejércitos
alemán y francés a lo largo de 1917 y 1918 y mucho más allá. Provocó también
la destitución de Joffre, a quien se le reprochó su falta de atención a Verdún en
1915 y se le hizo responsable de las enormes bajas de 1916. Para suavizar la
transición, el gobierno resucitó el grado de mariscal, que estaba en desuso des-
de 1871, y convirtió a Joffre en el primer hombre de la Tercera República en
ostentar el rango. Su lugar fue ocupado por Robert Nivelle, que prometió a
los políticos franceses y británicos que podía repetir su fructífera fórmula de
Verdún en todo el frente occidental.
Las repercusiones de la sangría de Verdún fueron más allá de los dos ejér-
citos directamente implicados y tuvo también un importante efecto sobre los
Ejércitos británico, ruso, italiano, austrohúngaro y rumano. Verdún se convir-
tió en sinónimo de sacrificio, de muerte y de batallas que desafiaban las defi-
niciones tradicionales de victoria y derrota. El recuerdo de la batalla de un ve-
terano francés resume con precisión el estado de los Ejércitos francés y alemán
a principios de 1917: «Esperábamos la llegada del momento fatal sumidos en
una especie de estupor... en medio de un tumulto enloquecido. Todo el Ejér-
cito francés pasó por esta experiencia». 16 En la mente de muchos, tanto en el
bando alemán como en el francés, permaneció la incógnita de si aquel ejército
podría sobrevivir a 1917.
17. Véase Paul Fergus on y Mic hae l Nei ber g, «Am eri ca' s Exp atr iat e Avi ato rs» , Mil ita ry His -
tory Quarterly, vol. 14, n* 4, verano de 2002, págs. 58-63.
18. Pétain, citado en Joh n Mor row , The Gre at War in the Air , Was hin gto n, DC, Smi ths oni an
Press, 1993, pág. 199.
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La reunión de Chantilly
* El epígrafe está extraído de Philip Gibbs, The Battles ofthe Somme, Nueva York, George H.
Doran, 1917, pág. 26.
176 La Gran Guerra
Haig no mordió el anzuelo e insistió ante un Joffre cada vez más fogoso que él
tenía que esperar hasta mitad del verano para lanzar su ofensiva. Cuando final-
mente lo hizo el 1 de julio, durante los primeros días la predicción de Falken-
hayn se cumplió en términos generales.
La primera ofensiva de Chantilly llegó en marzo de 1916 y provino de Lui-
gi Cadorna y los italianos. A fin de ayudar a su aliado francés, Cadorna inició
la quinta batalla del Isonzo con varias semanas de antelación sobre lo previsto,
antes de que el deshielo primaveral hubiera derretido las nieves alpinas. A Ca-
dorna le preocupaba bastante menos la suerte de los franceses que la que co-
rrerían los italianos si los alemanes alcanzaban la victoria en el frente occi-
dental y podían, por consiguiente, concentrar fuerzas adicionales contra Italia.
A pesar de las terribles condiciones climatológicas y de la decreciente moral
de su ejército, Cadorna se sintió insólitamente confiado. Conservaba una
ventaja de 250 batallones de infantería, ventaja que en piezas de artillería era
de 933 unidades.' Por lo tanto, no le preocupó ni la altura de la nieve ni las
complicaciones implícitas en el adelantamiento de una ofensiva unas cuantas
semanas.
Cadorna siguió mostrando también una alegre despreocupación acerca de
la solidez de las posiciones austrohúngaras en todo el terreno elevado. Desde
esas posiciones, Boroevié y su Estado Mayor habían podido controlar la con-
centración de hombres y material para la ofensiva de los italianos, así que,
cuando éstos empezaron el bombardeo preparatorio, los austrohúngaros ale-
jaron a sus hombres de las posiciones del frente. Los proyectiles italianos ca-
yeron durante cuarenta y ocho horas sobre la primera línea, dañando las trin-
cheras y las posiciones; la mayoría de los soldados, sin embargo, se habían
alejado de allí. Envuelto por la niebla y la nieve, y sin unos objetivos reales más
allá de dirigirse a la ciudad de Gorizia, el Ejército italiano avanzó con lentitud
e incertidumbr e. Al cabo de cinco días, Cadorna decidió que ya había hecho
suficiente para cumplir con el espíritu del acuerdo de Chantilly y suspendió el
combate. La batalla le costó a cada bando miles de bajas sin sentido y no tuvo
ninguna repercusión sobre la lucha en Verdún.
El 19 de marzo Boroevié co nt ra at ac ó y re cu pe ró par te del ter ren o ele vad o
ganado po r los ita lia nos . Lo s au st ro hú ng ar os tuv ier on bu en cu id ad o de lim i-
tar sus objetivos y los recursos que asi gna ban , y la op er ac ió n fue un éxi to co m-
pleto. Con sólo 259 bajas, los aust ro hú ng ar os hic ier on pri sio ner os a 600 ita lia -
nos e infligieron un número igual de mu er to s y her ido s. Lo s últ imo s fra cas os
del Isonzo disminuyeron el prestigio de Ca do rn a a ojo s de los pol íti cos ita lia -
nos, aunque el general siguió ins ist ien do en que él re sp on dí a ex cl us iv am en te
1. John Schindler, Isonzo: The For got ten Sac rif ice ofthe Gre at War , Wes tpo rt, Con nec tic ut,
Praeger, 2001, pág. 139.
178 La Gran Guerra
Unos soldados heridos del frente del Isonzo esperan a que se les traslade a un hospital de
campaña. Millares de soldados de todos los ejércitos murieron sin necesidad por heridas
de escasa consideración a causa de la ausencia de condiciones higiénicas y de la atención
sanitaria adecuadas. (United States Air Force Academy MeDermott Library. Colecciones es-
peciales)
ante el comandante en jefe nominal de los italianos, el rey Victor Manuel III.
El rey era un hombre triste, aunque de personalidad valerosa, que visitaba el
frente a menudo y, en ocasiones, bajo el fuego enemigo. Aunque se dio cuenta
de los problemas existentes en el cuartel general de Cadorna, mantuvo una fe
injustificada en que el general aprendería de sus errores y solucionaría los pro-
blemas.
Contrariamente a lo que pudiera esperarse, Conrad y el Estado Mayor
austríaco habían llegado a sentirse tan decepcionados por el estancamiento del
Isonzo como el propio Cadorna. Presionado para que demostrara a los alema-
nes su valía como aliado, Conrad llevaba preparando su propia ofensiva desde
hacía tiempo. Su planteamiento confiaba en aprovecharse de la concentración
italiana en el valle del Isonzo para atacar la llanura de Asiago desde el Tirol
meridional. De tener éxito, el Ejército austrohúngaro podría amenazar Ve-
rona, Padua y Vicenza y, tal vez, incluso dividir la Italia septentrional en dos
zonas indefendibles. Conrad argumentaba que, creándoles un segundo frente
a los italianos, podría reducir al mínimo la presión desde el Isonzo y hacerle
estirar tanto sus líneas a Italia, que se haría factible conseguir una penetración
Una guerra contra la civilización 179
guardia, con apenas ela sti cid ad def ens iva en la ret agu ard ia. Si era cap az de
romper el frente, tal vez pu di er a inf lig ir una der rot a a los aus trí aco s, pa re ci da
a la que los alem an es hab ían inf eri do a los rus os en Go rl ic e- Ta rn ów .
Brusilov pos eía tam bié n el rar o don ent re los mil ita res rus os de la sut ile za.
No tenía nin gun a int enc ión de lib rar la bat all a sub sig uie nte ava nza ndo a bas e
de grandes cargas de arti ller ía y de hom bre s; de tod as las man era s, la esc ase z de
municiones de los rusos impedía semejante planteamiento. En su lugar, Bru-
sil ov adi est ró con esm ero a sus hom bre s par a que se inf ilt rar an en las lín eas
enemigas y rodearan a los defensores austríacos, a los que capturarían vivos,
con la esperanza, además, de reducir las propias bajas. Hizo construir centros
de instrucción cuidadosamente proyectados detrás de las líneas y, lo que era
más importante, ocultó los elementos claves de su plan a los parásitos de la
corte del zar, entre los que, sospechaba Brusilov, se contaban muchos simpati-
zantes de los alemanes.
En un principio, Mijail Alekseev y el zar se opusieron al plan de Brusilov,
argumentando que Rusia carecía de la fuerza para llevar a cabo una gran ofen-
siva además de los señuelos a gran escala que tenía planeados Brusilov. Am-
bos eran partidarios de concentrar al máximo todos los esfuerzos rusos en un
área pequeña. Brusilov insistió, llegando incluso a amenazar con la dimisión si
Alekseev introducía alguna modificación de importancia en su plan. La ame-
naza que suponía para Italia la ofensiva de Asiago, y para los franceses, la de
Verdún, obligaba a tomar una decisión: el zar, finalmente, aprobó la ofensiva
de Brusilov. Los rusos creían que no tenían tiempo que perder y, por consi-
guiente, la ofensiva fue programada para el 4 de junio.
Brusilov planeó que el principal ataque se llevara a cabo cerca de las ciuda-
des de Lutsk y Kowel; el control de esta última cortaría la línea ferroviaria que
discurría de norte a sur y que abastecía Lemberg. En caso de tener éxito, la
ofensiva tal vez permitiera incluso un renovado ataque contra Cracovia y Var-
sovia. La antigua unidad de Brusilov, el VII Ejército, encabezaría el ataque
bajo el mando de un protegido suyo, Alexei Kaledin. Enfrente de éste se si-
tuaba el IV Ejército austrohúngaro, al mando del archiduque José Fernando,
ahijado del káiser Guillermo. Al igual que muchos aristócratas, éste debía el
puesto exclusivamente a su condición de noble, pero, al contrario que muchos
aristócratas, se negó a compensar su ignorancia escuchando los consejos de los
profesionales que lo rodeaban. Su inclinación por la caza y la presencia feme-
nina en el cuartel general, antes que por las operaciones diarias de su ejército,
dejaba incluso a sus hombres sin un jefe nominal. El absoluto desprecio del ar-
chiduque por los rusos hizo que los juzgara incapaces de romper sus defensas.
El archiduque recibió el cruel regalo el 4 de junio, el día que cumplía
4H años. Los artilleros rusos hicieron de su necesidad de munición virtud, me-
diante un intenso, preciso y breve bombardeo «huracanado». El fuego de las
Una guerra contra la civilización 181
piezas pesadas se dirigió contra las baterías artilleras austrohúngaras, que los
aviones rusos habían localizado y señalado, mientras que los cañones más lige-
ros atacaron las alambradas enemigas. Como Brusilov había predicho, los sol-
dados austrohúngaros de la línea del frente buscaron protección contra el fue-
go artillero en sus profundos refugios subterráneos, lo que les incapacitó para
hacer frente al avance de los rusos; cuando éstos rebasaron sus posiciones y los
rodearon, fueron hechos prisioneros a miles. Checos, rutenios y serbios, des-
contentos con la guerra y hartos del mando austrohúngaro, fueron los prime-
ros en rendirse, aunque todos los grupos étnicos padecieron por igual el peso
de la apisonadora rusa.
Al terminar el día, Brusilov había conseguido la penetración con la que la
mayor parte de los mandos de la Primera Guerra Mundial sólo habían soñado;
la brecha abierta en las líneas austríacas tenía una anchura de 32 km y una pro-
fundidad de 8 km. Conrad se negó a creer los informes que llegaban a su cuar-
tel general, porque no creía capaces de semejante éxito a los rusos. Aunque se
hubieran producido pérdidas, afirmó, los contraataques no tardarían en recu-
perar lo perdido. «A lo sumo —le dijo a un oficial del Estado Mayor—, perde-
remos unos cuantos cientos de metros de tierra.» Ni él ni José Fernando con-
sideraron que la crisis fuera tan grave como para justificar que abandonaran la
comida de cumpleaños organizada en honor del archiduque.?
A los pocos días, sin embargo, Conrad se dio cuenta de su error. Sin ningu-
na defensa sólida detrás de la primera línea de trincheras, los hombres de Bru-
silov avanzaron con rapidez y, en sólo tres días, habían hecho prisioneros a
más de 200.000 desmoralizados austríacos. El IV Ejército austríaco casi había
dejado de existir en la práctica, después de que sus 110.000 hombres hubieran
quedado reducidos a sólo 18.000 combatientes. El 8 de junio Conrad viajó a
Berlín en busca de ayuda. No sin torpeza, pidió a Falkenhayn que trasladara
algunas fuerzas alemanas a Asiago y las pusiera bajo mando austríaco, porque,
argumentó, la ofensiva de Asiago estaba teniendo éxito, mientras que la de
Verdún, no. Falkenhayn le amonestó con tanta dureza por su incompetencia
para prevenir el ataque ruso, que, más tarde, Conrad le dijo a su Estado Ma-
yor que preferiría que le dieran «diez bofetadas en pleno rostro», antes que
volver a pedirle ayuda a los alemanes.*
A pesar de su en fa do con Co nr ad , Fa lk en ha yn se dio cue nta de la rea lid ad
de la situac ión en los Cá rp at os y, co ns ig ui en te me nt e, tra sla dó cua tro div isi o-
nes de inf ant erí a de sd e Fra nci a y cin co má s de la res erv a gen era l. Pe ro tam -
bién le dij o a Co nr ad qu e des ist ier a de su ofe nsi va en As ia go y tra sla dar a cua -
2. Conrad, citado en Hol ger Her wig , The Firs t Wor ld War : Ger man y and Aus tri a-H ung ary ,
1914-1915, Lon dre s, Edw ard Arn old , 199 7, pág . 209 .
3. Conrad, citado en lbid., pág. 211.
182 La Gran Guerra
tro divisiones desde aqu el sec tor a los Cá rp at os . Las nu ev as fue rza s al em an as
y austríacas fueron pue sta s al ma nd o del ge ne ra l al em án Ha ns vo n See ckt ,
enviado por Fa lk en ha yn par a as um ir el con tro l de tod as las fue rza s de los Im -
per ios cen tra les en el est e. Co nr ad se sin tió pr of un da me nt e hu mi ll ad o po r la
re pr im en da de Fa lk en ha yn , au nq ue los ref uer zos al em an es im pi di er on a Bru -
silov cruzar los Cárpatos y, casi con toda seguridad, salvaron al Imperio aus-
trohúngaro del desmoronamiento total.
La primera fase de la ofensiva de Brusilov había producido unos resultados
espectaculares, aun cuando fueran a costa de unos desmoralizados austríacos
sin ninguna preparación. La segunda fase dependía de las acciones del coman-
dante del frente del Ejército occidental ruso, Alexei Evert. El avance de Brusi-
lov había sido tan espectacular, que sus fuerzas habían sobrepasado a sus líneas
de abastecimiento y originado un saliente sin protección. Pese a haber infligi-
do un elevado número de bajas, también las habían sufrido y estaban cansados,
así que Brusilov ordenó a su ejército que se detuviera y descansara hasta el 9 de
junio. Evert iba a entretener a las fuerzas austríacas y a cubrir el flanco sep-
tentrional de Brusilov avanzando con tropas de refresco y Suministros. Él
también estaba bien aprovisionado para el ataque, ya que poseía las dos terce-
ras partes de las piezas de artillería del Ejército ruso y más de un millón de
hombres.
Lo previsto era que Evert tenía que iniciar su ataque el mismo día que Bru-
siloy se detuvo. En algunas variantes del plan de Brusilov, el Estado Mayor
ruso había previsto que el ataque de Evert fuera el principal, y el de Brusilov,
una maniobra de diversión previa; aquél tenía que atacar en el supuesto de que
la ofensiva tuviera que contener su ímpetu. Pero Evert aseguró que sus fuer-
zas no estaban preparadas, quejándose de que su ejército no estaba bien abas-
tecido de proyectiles, algo que no era cierto. La natural cautela de Evert había
aumentado después de la derrota sufrida por sus soldados en Gorlice-Tarnów,
donde, separados de los demás ejércitos rusos, habían tenido que combatir en
una acción de retirada durante casi 500 km. Evert no deseaba participar en otra
ofensiva en 1916 y siguió inventando excusas para su inactividad.
Brusilov se quejó airadamente de él, y le dijo a Alkeseev que, si Evert no se-
guía el plan, «convertiría en derrota lo que había sido una victoria». Los hom-
bres de Brusilov empezaron a referirse a Evert como traidor, recalcando con
desprecio las resonancias germánicas de su apellido.* Sin un ataque de apoyo
en el norte y escaso de suministros y refuerzos como estaba, Brusilov no podía
avanzar, y su unidad más septentrional, el VIII Ejército, no podía reanudar la
ofensiva ante el riesgo de exponer un flanco. En consecuencia, Kaledin orde-
4. Brusilov, citado en Norman Stone, The Eastern Front, 1914-1917, Londres, Penguin, 1975,
Una guerra contra la civilización 183
5. Alexei Brusilov, 4 Soldiers Notebo ok, 19 14 -1 91 8 (19 30) , Wes tpo rt, Con nec tic ut, Gr ee nw oo d
Press, 1971, pág. 243.
OUT DAS IZ
184 La Gran Guerra
Al mismo tiempo que contenían las ofensivas de Brusilov, los alemanes tuvie-
ron que enfrentarse a una nueva crisis. El 1 de julio los británicos iniciaron,
junto con los franceses, su mayor campaña bélica hasta el momento desde am-
7. Roger Chickering, Imperial Germany and the Great War, 1914-1918, Cambridge, Cambridge
University Press, 1998, págs. 142-143.
8. Herw1g, 0p. cit., pág. 215.
Una guerra contra la civilización 185
Bapaume e
.9
Amiens
Cantigny e
bas orillas del río Somme, al sur, hasta el río Ancre, al norte. En un principio,
Joffre había concebido el ataque contra el Somme como el más importante del
frente occidental desde la conferencia de Chantilly. Dado que el río representa-
ba el punto de encuentro aproximado del Ejército francés y del británico, par-
ticiparían las dos fuerzas. Desde su primera concepción, los generales aliados
diseñaron la del Somme como la «batalla de la coalición par excellence>.” En un
principio, Joffre había previsto utilizar 40 divisiones de veteranos franceses
para asumir el peso principal del ataque, mientras que los inexpertos Nuevos
Ejércitos avanzarían hacia el norte.
La gravedad de la situación en Verdún cambió las previsiones de manera
espectacular. Joffre encaró el desafío de Verdún trasladando a un número cre-
ciente de unidades francesas al sector y, aunque seguía deseando que Francia
desempeñara un papel en el Somme, Verdún obligó a que la parte de la ofen-
siva que recaía sobre los franceses disminuyera de 40 a 16 divisiones. En con-
9. William Philpott, «Why the British Were Really on the Somme: A Reply to Elizabeth
Greenhalgh», War in History, n* 9, 2002, pág. 446-471, cita en pág. 447.
186 La Gran Guerra
10. Philip Gibbs, The Battles of the Somme, Nueva York, George H. Doran, 1917, pág. 43.
Una guerra contra la civilización 187
Durante la guerra, los ejércitos beligerantes consumían los de artillería a una velocidad
asombrosa. En esta fábrica de munición se almacenan los destinados a satisfacer el apetito
insaciable de las piezas de artillería británicas. (Vational Archives)
11. Winston Churchill, 7he World Crisis, vol. 3, Nueva York, Scribner's, 1931, pág. 171.
12. Gibbs, op. cit., pág. XL.
13. Foch, citado en Jean Autin, Foch, París, Perrin, 1987, pág. 179.
188 La Gran Guerra
bol, en los que había escrito las siguientes palabras: «Gran copa de Europa. Fi-
nal. Los de Surrey Oriental contra los bávaros. El partido empieza a cero». Y
ofreció un premio en metálico para la sección que llevara su balón más lejos.!*
Nevill y sus hombres no imaginaron jamás el horror que les aguardaba. Lo
que no sabía la infantería es que una cuarta parte de los proyectiles aliados
eran defectuosos y no habían estallado, y que dos tercios de los mismos toda-
vía contenían metralla.** Si los alemanes hubieran estado en las trincheras, la
metralla podría haber sido más efectiva; sin embargo, sus profundos refugios
y reductos sólo podían ser destruidos por un impacto directo de los proyecti-
les detonantes, de los que los británicos seguían estando mal abastecidos. La
atención de los aliados en los cañones pesados también condujo a una produc-
ción insuficiente de proyectiles de gas, que, de haber estado disponibles en el
Somme, podrían haber liberado gas venenoso en el interior de los refugios, y
causado numerosas bajas.'” Haig agravó el problema al ordenar que el bom-
bardeo tuviera una profundidad de unos 2,5 km, la extensión de la posición
alemana que confiaba tomar el primer día. En consecuencia, y tal y como es-
cribió Gary Sheffield, «el apoyo de la artillería resultó fatalmente poco pro-
fundo».!'* Los proyectiles de metralla impidieron que los alemanes suminis-
traran agua y comida a muchos de sus hombres, algunos de los cuales se vieron
privados de ambos durante una semana. Un buen número de éstos, algunos
aturdidos por el ruido y medio enloquecidos por vivir durante una semana bajo
tierra, se rindieron a los primeros soldados británicos que los encontraron.
Sin embargo, al bombardeo sobrevivieron suficientes alemanes como para
convertir el avance británico en cualquier cosa menos en un paseo. Los super-
vivientes volvieron a apuntar sus ametralladoras y empezaron a disparar a las
lentas hileras de soldados que tenían delante. En la mayor parte de los sitios,
los sobrecargados soldados británicos tuvieron que avanzar sobre una tierra de
nadie perforada por los proyectiles que, en muchos sectores, ascendía en pen-
diente durante 200 o 400 m. Las bajas británicas fueron espeluznantes. Philip
Gibbs, qu e fu e te st ig o de lo oc ur ri do , eq ui pa ra de ma ne ra re it er ad a el ef ecto
de la s am et ralladoras al de la s gu ad añ as . El in te ns o bo mb ar de o br it án ic o de -
molió mu ch os de lo s pu eb lo s y gr an ja s fo rt if ic ad os , pe ro ha bí a de ja do mo nt o-
nes de escombros, lo s cu al es fu er on ap ro ve ch ad os po r lo s al em an es pa ra oc ul -
tar más ametralladoras. Al gu na s un id ad es br it án ic as qu e co ns ig ui er on av an zar
15. Uno de los balones, no se sab e cóm o, ha lle gad o has ta nue str os día s y se pue de ver en el
National Army Museum, en los cuarteles de Chelsea, Londres.
16. Gary Sheffield, Forgotten Vict ory: The Firs t Wor ld War , Myth s and Real itie s, Lon dre s, Hea d-
line, 2001, pág. 137.
17. Véase Albert Pal azz o, See kin g Vic tor y on the Wes ter n Fro nt: The Brit ish Arm y and Che mic al
Warfare in Wor ld War 1, Lin col n, Uni ver sit y of Neb ras ka Pre ss, 200 0, pág . 93.
18. Gary Sheffield, The Somme, Londres, Cassell, 2003, pág. 40.
190 La Gran Guerra
dejaron sus flancos desg ua rn ec id os con tra el fu eg o de enf ila da, a de re ch a e 1z-
quierda, de los al em an es ; otr as fue ron aba tid as de sd e la ret agu ard ia, de sp ué s
de haber sobrepas ad o red uct os de los qu e sal ier on los al em an es es co nd id os .
Pese a tod o, el pri mer día se pro duj ero n alg uno s éxi tos , y así una div isi ón
del Ulster tom ó un imp ort ant e red uct o, mie ntr as otr os sol dad os se apo der a-
ban de la lla mad a, con pro pie dad , Tri nch era Cru cif ijo . Una vez allí , las tro pas
británicas lanzaron un cohete rojo para indicar que la trinchera estaba ya en
manos británicas y que los artilleros debían hacer avanzar su fuego de apoyo.
Por des gra cia , una bat erí a ale man a vio tam bié n la señ al e, int uye ndo su sig ni-
ficado, disparó sin piedad contra la posición. Como en tantos otros sitios aquel
1 de julio, los éxitos británicos se revelaron efímeros.
Sólo en la primera hora, los británicos habían sufrido unas asombrosas
30.000 bajas; o lo que es lo mismo, 500 hombres muertos, heridos o hechos
prisioneros por segundo. El comandante del IV Ejército, sir Henry Rawlin-
son, que había sido jefe de un cuerpo en Neuve Chapelle y Loos, no acababa
de comprender lo que estaba sucediendo a todo lo ancho del amplio frente.
Defensor como era de que se limitaran los objetivos, había mostrado desde el
principio su desacuerdo con el plan de Haig para la ofensiva, pues no creía que
las fuerzas británicas pudieran confiar en lograr la penetración que este último
sí veía posible. En ese momento, en las primeras horas de la batalla, continua-
ba enviando hombres al frente, y la guadaña seguía con su mortífera labor. Los
británicos tomaron algunas partes de la primera línea alemana, pero sus logros
palidecieron a la luz del coste humano.
El 1 de julio de 1916 sigue siendo el día más sangriento de la historia del
Ejército británico. De los más de 100.000 hombres enviados a luchar ese día,
57.470 engrosaron la lista de bajas; de éstos, 19.240, entre ellos el capitán
Nevill, resultaron muertos. El combate continuó durante los días siguientes,
mientras los británicos iban tomando lenta conciencia de la magnitud de las
pérdidas del primer día. Tras el contraataque alemán el 5 de julio, en el que su-
frieron unas pérdidas enormes, sobrevino una pausa relativa que permitió que
ambos bandos se volvieran a atrincherar y se reorganizaran.
Mientras, hacia el sur, los ataques franceses tuvieron mejores resultados, lo
que dejó a Joffre «con una sonrisa radiante».!? El Grupo de Ejércitos del Nor-
te, al mando de Foch, formado con veteranos del frente occidental, combatió
con unas tácticas diferentes a las de sus homólogos británicos. Desde Verdún,
los franceses habían aprendido el valor de avanzar en grupos pequeños en lu-
gar de en línea, hombro con hombro; también se beneficiaron de unas posi-
ciones alemanas más débiles y de un fuego artillero galo más poderoso, intenso
y preciso. Los franceses alcanzaron todos sus objetivos el primer día, hicieron
Joseph Joffre (izquierda), Douglas Haig (centro) y Ferdinand Foch (derecha) en una reu-
nión durante la campaña del Somme. Haig y Foch eran veteranos de algunas de las bata-
llas más importantes del frente occidental. El primero apoyó en 1918 el nombramiento
del segundo como generalísimo de las fuerzas aliadas. Aunque ambos aprendieron a tra-
bajar juntos, su relación personal nunca fue cordial. (Australian War Memorial. Negativo
n” 1 HO08416)
20. Ministére de la Guerre, Les Armées Prancaises dans la Grande Guerre, serie 4, vol. 2, París,
Imprimerie Nationale, 1933, pág. 233.
192 La Gran Guerra
A fin de salir de aqu el es ta nc am ie nt o, los bri tán ico s sig uie ron ap el an do al
esfuerzo de todo el imp eri o. Las na ci on al id ad es y re gi on es qu e lo in te gr ab an
no tardar on en co no ce r aqu ell os lug are s del ca mp o de bat all a del So mm e do n-
de sus hombres est aba n co mb at ie nd o y mu ri en do . En la act ual ida d, mu ch as de
esas zonas est án oc up ad as a pe rp et ui da d por esa s nac ion ali dad es; all í ha n eri -
gi do mo nu me nt os , y ha n co ns tr ui do ce me nt er io s pr ác ti ca me nt e en cad a rin -
cón de esa parte de Fra nci a. Así , Del vil le Wo od qu ed ar á un id a par a si em pr e
a Sudáfrica; Thiépval, al Ulster; Beaumont Hamel, a Terranova y Escocia, y
Poz iér es, a Aus tra lia . Au nq ue se sue le aso cia r a las fue rza s aus tra lia nas con
Gallípoli, éstas perdieron en el Somme más hombres en seis semanas, que en
ocho meses en los Dardanelos.?'
El 14 de julio, el día de la fiesta nacional de Francia, los hombres del Impe-
rio británico volvieron a atacar. Rawlinson preparó y supervisó un audaz e
imaginativo ataque nocturno. En lugar de efectuar la ofensiva a lo largo de
todo el frente, los británicos se concentraron en un sector de unos 6 km. Cada
posición de esta parte de la segunda línea alemana recibió el quíntuplo de pro-
yectiles que el 1 de julio. El apoyo artillero ascendió a 297 kg de proyectiles
por cada metro de frente alemán, y las tropas británicas consiguieron tomar
grandes porciones de la segunda línea alemana con un coste relativamente
bajo. Un prisionero de guerra alemán explicó a Gibbs que, aunque los alema-
nes habían evitado la penetración de las fuerzas británicas, el «ejército de afi-
cionados» de estas últimas les habían asestado un golpe terrible. «Los británi-
cos —le dijo a Gibbs—, son más fuertes de lo que crefamos.»** Sin embargo,
los británicos habían tomado sólo unos cuantos cientos de metros de las dos
primeras líneas alemanas; detrás había por lo menos dos líneas más, a las que
los germanos fortalecían a diario con tropas de refuerzo.
El calor del verano ralentizó, aunque no detuvo, las operaciones, sobre
todo a causa de la dificultad de conseguir abastecer con suficiente agua pota-
ble a los hombres de vanguardia. Esta calma relativa dio a Haig la oportunidad
de volver a evaluar el combate. Tras resistirse a las peticiones francesas de rea-
nudar la batalla como una ofensiva conjunta franco-británica, prefirió seguir
con los ataques locales, donde las fuerzas británicas contaban con ventajas
temporales. A mitad de agosto, informó a Joffre por escrito de que «las fuer-
zas de las que dispongo no me permiten lanzar un ataque a lo largo de un gran
frente».? Consiguientemente, los franceses cancelaron los planes para una
ofensiva conjunta y se limitaron a las operaciones de apoyo a los británicos.
A esas alturas, Haig había inventado una nueva lógica para combatir. Si no
podía conseguir una ruptura espectacular de las líneas alemanas, al menos po-
dría desgastar al enemigo lo suficiente para hacer posible una penetración en
el futuro; en cualquier caso, los problemas logísticos de la batalla hasta ese
momento habían demostrado la imposibilidad de apoyar una penetración. Su
nueva estrategia de desgaste podría tardar en dar resultados, pero los fracasos
aliados en conseguir una penetración le habían dejado pocas opciones. Un ofi-
cial británico llegó a la misma conclusión en un comentario que le hizo a
Gibbs en septiembre: «Lo que hacía insostenible nuestra posición era el fue-
go de la artillería [alemana]. Pero, en cualquier caso, hemos puesto fuera de
circulación a una buena cantidad de boches, lo cual siempre está bien y acerca
un poco más el fin de la guerra».?*
Para que el desgaste surta efecto, sin embargo, o bien las bajas enemigas
tienen que ser significativamente mayores que las propias, o bien el enemigo
ha de ver reducida de manera notable su capacidad para reemplazarlas. Si no,
tal y como dejó escrito de manera memorable Dennis Showalter, el desgaste
se convierte en poco más que «en la asignación recíproca y mecánica de fuer-
zas, hasta que, en algún momento no precisado, los tres últimos soldados fran-
ceses y británicos supervivientes se tambalearían sobre sus piernas vetustas a
través de la tierra de nadie y atravesarían con sus bayonetas a los dos alemanes
que quedasen, tras lo cual brindarían por su triunfo con zumo de ciruelas
pasas».** A mediados del verano de 1916 tanto Verdún como el Somme se ha-
bían convertido sin duda alguna en batallas de desgaste, pero seguía sin estar
nada claro qué lado se hundiría primero. “Todos los ejércitos implicados habían
sufrido unas bajas tremendas y tenían pocas reservas a las que recurrir. En
Gran Bretaña la situación se hizo lo bastante grave como para provocar que se
adoptara la medida sin precedentes de instaurar el servicio militar obligatorio.
En resumen, que la guerra de desgaste que estaban llevando a cabo Falken-
hayn, Haig y, en menor medida, Joffre, daba escasas muestras de estar benefi-
ciando nada más que a un lado.
Las políticas de los generales de recuperar el terreno perdido desgastaron
a sus pro pio s ejér cito s con tant a efec tivi dad com o las ofen siva s ene mig as. Los
330 con tra ata que s ind epe ndi ent es lanz ados por los ale man es en el Som me
fueron los responsables de la may orí a de las baja s des pué s del 1 de juli o. El
deseo francés de recuperar cada cen tím etr o de su suel o en Ver dún se reve ló
24. Gibbs, op. cit., pág . 253 , «Bo che » era una for ma hab itu al de ref eri rse con des pre cio a los
alemanes entre franceses y británicos.
25. Dennis Showalter , «Ma ste rin g the Wes ter nFr ont : Ger man , Bri tis h, and Fre nch App roa -
ches», comunicación presentada en la Il Con fer enc ia Eur ope a de Est udi os sob re la Pri mer a Gue -
rra Mun dia l, Uni ver sid ad de Oxf ord , Ing lat err a, 23 jun io 200 3.
194 La Gran Guerra
igual de tre men dam ent e cos tos o, aun que es más com pre nsi ble que la obs e-
sión de Fal ken hay n por con ser var cad a cen tím etr o de ter ren o «al emá n» en el
So mm e. Est e últ imo adv irt ió a Bel ow de que «el pri mer pri nci pio de la gue -
rra de trincheras ha de ser el de no rendir ni un palmo de terreno y, si no obs-
tante se perdiera ese palmo, asignar hasta el último hombre a un contraata-
que inm edi ato ».? % Los ale man es, al igu al que los fra nce ses y los bri tán ico s,
dudaban a menudo entre la importancia de conservar terreno o la de eliminar
al enemigo.
En un esfuerzo por ganar esa guerra matando hombres, los británicos re-
currieron a una máquina nueva. En septiembre, y como parte de un tercer
intento de importancia en el Somme, los británicos utilizaron sus primeros
carros de combate. Un año antes, el corresponsal de guerra Ernest Swinton
había desarrollado la idea de construir un vehículo blindado con orugas, que
fuera capaz de subir por repechos de más de metro y medio y de salvar una trin-
chera. El ejército acogió la idea con prudencia, pero Churchill se dio cuenta
de cuán prometedora era y desvió en secreto, y de manera ilegal, 75.000 libras
esterlinas de los fondos del Almirantazgo para financiar los trabajos iniciales.”
Las máquinas fueron enviadas por barco a Francia en embalajes rotulados con
la palabra «tanque» a fin de engañar a los curiosos en cuanto a su contenido;
este nombre bastante insólito no tardó en ganar aceptación en el mundo an-
elosajón sobre el de «buque terrestre», cuyas resonancias navales no era una
casualidad.
El 15 de septiembre, el primer día que se utilizaron los nuevos vehículos,
éstos mostraron todavía notables defectos de diseño, con problemas que in-
cluían la vulnerabilidad del depósito de combustible, un deficiente sistema de
dirección y una visibilidad limitada. Aun así, los británicos se apresuraron a
ponerlos en servicio en un intento de invertir la marcha de los acontecimien-
tos en el Somme. El carro de combate Mark 1, presentado en el Somme, llegó
en dos variantes, ambas con casi 30 toneladas de peso y una dotación de ocho
hombres. La versión «masculina» iba provista de dos fusiles de seis tiros y
cuatro ametralladoras; la versión «femenina» llevaba seis ametralladoras. Los
dos se desplazaban a unos 3,2 km/h y si se caían en una zanja, tenían que ser
abandonados. La primera visión de aquellos carros movía con frecuencia a la
hilaridad, observaba Gibbs, «porque eran monstruosamente cómicos, como
sapos de un tamaño descomunal salidos del limo primigenio en la penumbra
de los albores del mundo».?*
Presentados por primera vez durante la campaña del Somme, los carros de combate acaba-
ron convirtiéndose en instrumentos de gran importancia para acabar con el estancamiento
de la guerra de trincheras. En la fotografía, un carro de combate británico aplasta una
alambrada para facilitar el avance de la infantería. (Imperial War Museum, propiedad de la
Corona, p. 396)
Name : SR
3e ay En
Rank and Inilials Butt ee se
a ES Ne
Regiment /a] AAA A :
Los padres de E. R. Heaton, el voluntario de 1914 cuya foto aparece en la página 43, tar-
daron nueve meses en saber dónde estaba enterrado. Los certificados del registro de se-
pulturas como éste proporcionaban información acerca de la localización de la tumba y
de la estación de ferrocarril más cercana. (Imperial War Museum, propiedad de la Coro-
na, E. R. Heaton)
alemán del Somme hablaba por miles de soldados cuando le dijo a Philip
Gibbs: «Europa está siendo desangrada hasta la muerte y quedará empobreci-
da durante años. Esta es una guerra contra la religión y contra la civilización,
y no le veo fin».*
Las tremendas pérdidas de efectivos con las que se encontraron todos los
lados implicados provocó la búsqueda de nuevos aliados. Rumanía se contaba
entre las naciones neutrales codiciadas por ambos bandos, aunque se mantuvo
fuera de la guerra hasta 1916. Limítrofe con Rusia, Bulgaria, Austria-Hungría
y Serbia, su posición geográfica ofrecía muchas posibilidades tentadoras. Si se
unía a los Imperios centrales, una nueva ofensiva contra Rusia por el sur —tal
vez con el apoyo búlgaro— se convertía en una posibilidad viable. De unirse a
los aliados, una invasión por los extremos orientales de Austria-Hungría po-
dría suponer una presión aún mayor sobre el debilitado imperio, sobre todo
porque Austria-Hungría ya tenía un buen número de sus tropas combatien-
do en Italia y en Galitzia.
Al igual que había hecho Italia, Rumanía jugaba a esperar. En un conflicto
tan empantanado como el que había llegado a ser la guerra en 1915, los países
neutrales como Rumanía, Bulgaria e Italia parecían ofrecer la oportunidad de
cambiar las vicisitudes de la contienda mediante la posibilidad de abrir nuevos
frentes. En consecuencia, los neutrales adoptaron unas posturas de negocia-
ción harto desproporcionadas con sus poderíos militares, pues de las naciones
neutrales en 1915, sólo Estados Unidos contaba con un potencial económico
y militar capaz de decidir el curso de la guerra. Los países neutrales de Euro-
pa se convirtieron en centro de atención de la actividad diplomática, con cada
* El epígrafe se ha extraído de una cita en W. Bruce Lincoln, Passage through Armageddon: The
Russians in War and Revolution, 1914-1918, Nueva York, Simon and Schuster, 1986, pág. 410.
200 La Gran Guerra
La campaña de Rumanía
Los aconte cim ien tos de 191 6 cam bia ron la sit uac ión de Rum aní a de man era
espectacular . Por un lad o, los éxi tos rus os en las ofe nsi vas de Bru sil ov des gas -
taron el Ejé rci to aus tro hún gar o y, por otr o, col oca ron a Rus ia en una pos i-
ción privilegiada par a rec lam ar las tie rra s que Rum aní a anh ela ba, en esp eci al,
Transilvania y Bucovina. La neu tra lid ad no par ecí a ya la mej or opc ión . En
consecuencia, los rumano s fir mar on un tra tad o con los ali ado s en ago sto de
1916 mediante el cual estos últ imo s pro met ían a Rum aní a las tres pro vin cia s
que más pretendían y se com pro met ían a seg uir pre sio nan do a Aus tri a-H un-
202 La Gran Guerra
gría desde los fre nte s de Rus ia y de Sal óni ca. Ru ma ní a dec lar ó la gue rra a Au s-
tria- Hungría —pero no a Alemania— el 27 de agosto.
El Ejército ruma no , co mp ue st o de 70 0. 00 0 ho mb re s, hab ía co mb at id o de
manera irr egu lar en la gue rra de los Bal can es. La ine xis ten cia de una am en az a
in me di at a y la fal ta de din ero ha bí an de te rm in ad o qu e el Es ta do ape nas inv ir-
tiera en la moderniz ac ió n de su ejé rci to en los me se s pre vio s al est all ido de la
Primera Guerra Mundial. Por lo tanto, carecía de la artillería adecuada y tenía
un cu er po de ofi cia les que se en co nt ra ba en un est ado de pr ep ar ac ió n la me n-
table para combatir en 1916; por si esto fuera poco, las rudimentarias redes
viaria y ferroviaria de Rumanía dificultaban los movimientos y los suministros.
En el ínterin, Rusia estaba cada vez más molesta con los rumanos, a los que
criticaba por haber entrado en la guerra sólo después de que hubieran hecho
el trabajo sucio. Para éstos, los rumanos eran poco mejores que los buitres, an-
siosos por conseguir un territorio a costa de la sangre derramada por los sol-
dados rusos. «Si su majestad me ordenara enviar a quince soldados heridos a
Rumanía —dijo Alekseev—, no consideraría enviar a un decimosexto.»! Su
sentir reflejaba con precisión el de la clase dirigente rusa, que, en su mayoría,
seguía considerando a Rumanía un pobre aliado y, por si fuera poco, uno con
fuertes sentimientos pro germanos.
A pesar de todos estos problemas, el Ejército rumano avanzó con rapidez
hacia la mal defendida frontera austrohúngara. A mediados de septiembre, ha-
bían conseguido adentrarse 80 km en territorio enemigo y controlaban gran-
des porciones de Transilvania. Alemania, Bulgaria y Turquía respondieron de-
clarando la guerra a Rumanía. Los alemanes enviaron entonces a Erich von
Falkenhayn, que acababa de ser destituido como jefe del Estado Mayor, para
que aplastara a los rumanos con un nuevo IX Ejército. El implacable Falken-
hayn echó mano de las lecciones aprendidas en lugares infernales como Ypres
y Verdún y lanzó a sus veteranas fuerzas contra los rumanos, a los que supera-
ban en número de forma aterradora. Un segundo ejército de los Imperios cen-
trales, guiados por el veterano de Gorlice-Tarnów August von Mackensen, y
que estaba integrado por alemanes, búlgaros y otomanos, entró en Rumanía
por el sur.
Invadida por dos sitios por unas tropas experimentadas y bien dirigidas,
Rumanía no tardó en desmoronarse. Al cabo de sólo seis semanas de declarar
la guerra, el movimiento de tenaza de los Imperios centrales había invalidado
todas las ganancias rumanas. Rusia optó por no reforzar a los rumanos, deján-
dolos indefensos ante la fuerza abrumadora del avance de los Imperios centra-
les. El 23 de octubre los hombres de Mackensen tomaron el trascendental
Un soldado alemán, uno turco y otro búlgaro patrullan juntos en Rumanía. La entrada de
varios ejércitos por tres frentes condenó a las mal preparadas y mal equipadas tropas ru-
manas a su destrucción. (O Colección Hulton-Deutsch/Corbis) (HU040549)
2. Gary Sheffield, Forgotten Victory: The First World War, Myths and Realitities, Londres, Head-
line, 2001, págs. 50-60.
La expulsión del demonio 205
Para los rusos la posibilidad de perder la guerra estaba más cerca. Las conquis-
tas territoriales de la ofensiva de Brusilov habían servido de poco para conven-
cer al pueblo ruso del valor del sacrificio continuado. Incluso una victoria, era
la conclusión de muchos, sólo serviría para que la odiada familia Romanov se
mantuviera en el poder. En noviembre de 1916 Brusilov había alardeado pú-
blicamente de que «si se pudiera hacer votar a toda la población, noventa y
nueve de cada cien rusos exigirían hoy que se continuara la guerra hasta con-
seguir una victoria final y definitiva sin considerar el precio».* En privado, sin
embargo, había decidido ya que sus hombres no lucharían por el zar a menos
que el régimen pudiera explicar sus objetivos y qué relación tenían éstos con
el ruso medio. Brusilov no creía que tal cosa pudiera suceder. La zarina y dos
antiguos primeros ministros eran de ascendencia alemana, y no tardó en ex-
tenderse el rumor de que el misterioso consejero de la zarina, Rasputín, es-
taba en la nómina de los agentes alemanes. Su muerte a manos de los con-
servadores rusos en diciembre de 1916 no contribuyó en exceso a disipar las
sospechas de las actividades pro germánicas dentro de la corte.
De la mis ma man era que la dir ecc ión mil ita r del zar tam poc o ayu dó a disi -
par tales rumores. Inc lus o los obs erv ado res oca sio nal es pod ían dar se cue nta de
su incompetencia en mat eri a mil ita r. Un chi ste que cir cul aba por Rus ia sob re
3. Colin Nicolson, The Lon gma n Com pan ion to the Firs t Wor ld War : Eur ope , 191 4-1 918 , Lon -
dres, Longman, 2001, pág. 211.
4. Brusilov, citado en Fra nci s Hal sey , The Lit era ry Dig est His tor y of the Wor ld War , vol. 7, Nue -
va York, Funk and Wagnalls, 1919, pág. 247.
206 La Gran Guerra
Alexei Brusilov dirigió la última gran ofensiva de Rusia en la guerra. Aristócrata y oficial
de caballería, desarrolló innovadoras tácticas de infantería y artillería, pero con el tiem-
po acabó decepcionado por la mala dirección de la contienda por parte del zar. (Library
of Congress)
5. Richard Stites, «Days and Nights in Wartime Russia: Cultural Life, 1914-1917», en Aviel
Roshwald y Richard Suites (comps.), European Culture in the Great War: The Arts, Entertainment,
and Propaganda, 1914-1918, Cambridge, Cambridge University Press, 1999, págs. 8-31, cita en
págs. 28-29.
La expulsión del demonio 207
6. Citado en W. Bru ce Lin col n, Pas sag e thr oug h Arm age ddo n: The Rus sia ns in War and Rev olu -
tion, 1914-1918, Nueva York, Simon and Schuster, 1986, pág. 315.
7. Norman Stone, The Eas ter n Fro nt, 191 4-1 917 , Lon dre s, Pen gui n, 197 5, pág . 291 .
208 La Gran Guerra
La escasa preparación militar del zar Nicolás Il colocó a su gobierno en una posición de-
licada después de que asumiera el papel de comandante en jefe en 1915. Su incapacidad
para cambiar el destino de los rusos le costó el trono y la vida. (O Betrmann/Corbis)
9. Holger Herwig, The First World War: Germany and Austria-Hungary, 1914-1918, Lon-
dres, Edward Arnold, 1997, pág. 334.
10. Alexei Brusilov, 4 Soldiers Notebook, 1914-1918 (1930), Westport, Connecticut, Green-
wood Press, 1971, págs. 304-305.
La expulsión del demonio 211
La promesa de «paz, pan y tierra» de los Guardias Rojos bolcheviques contribuyó pode-
rosamente a la abdicación del zar. Su promesa de sacar a Rusia de la guerra resultó tre-
mendamente sugerente tanto para los obreros como para los campesinos. (O Corbis)
13. Bruce Gudmundsson, Stormtroop Tactics: Innovation in the German Army, 1914-1918,
Westport, Connecticut, Praeger, 1989, págs. 84-87.
214 La Gran Guerra
Lo que significa ba Ri ga par a los rus os est aba cla ro. La caí da de la ciu dad , a la
que se consideraba desde hacía ti em po un sem ill ero de agi tac ión al em an a, te-
ques, para perseg uir los y ma ta rl os co mo «en una cac erí a de tig res »;! * los éxi -
tos en el est e no hab ían he ch o má s qu e avi var las ans ias de la mi no rí a dir ige n-
te alemana.
Lenin era partidario de detener el avance alemán concediendo a Alemania
todo lo que pidiera en Brest-Litovsk. Trostky, aunque consciente de la inuti-
lida d de inte ntar segu ir luc han do, pro pus o, no obst ante , per der tie mpo a fin
de aum ent ar las opo rtu nid ade s de una revu elta pro bol che viq ue entr e los sol-
dados del Ejército alemán o en la misma Alemania. Sin embargo, la revolución
alemana de Trostky sólo existía en sus pensamientos; por lo tanto, los argu-
mentos de Lenin a favor de la capitulación acabaron prevaleciendo. El 3 de
marzo Rusia expuso a la delegación alemana su intención de firmar el tratado
de paz en los términos propuestos por Alemania. El delegado ruso, Gregori
Sokolnikov, se puso en contacto con el general Hoffmann y le pidió que de-
tuviera las hostilidades de inmediato, en lugar de esperar a la firma formal
del tratado. Hoffmann se negó, así que Sokolnikov llegó a Brest-Litovsk e
informó a los alemanes de que firmaría «una paz que Rusia se ve forzada a
aceptar con los dientes apretados».!” La participación de Rusia en la guerra
había acabado; su guerra civil entre los Blancos y los Rojos estaba a punto de
empezar.
Junto con el tratado de Bucarest, firmado poco después, el de Brest-Li-
tovsk demostró a los aliados el elevadísimo coste de perder la guerra. En vir-
tud de las condiciones del tratado, Rusia entregaba sus antiguos territorios de
Finlandia, Ucrania, Besarabia, los estados bálticos, Galitzia y toda la penínsu-
la de Crimea. En total, Rusia perdía casi dos millones seiscientos mil kiló-
metros cuadrados y 62 millones de habitantes. Por cierto, gran parte de esta
población no era rusa desde el punto de vista étnico, aunque tampoco eran
muchos los alemanes que englobaba. Rusia también entregó a Alemania enor-
mes reservas de petróleo, grano, locomotoras, cañones pesados y munición,
suministros que los alemanes preveían utilizar para compensar el bloqueo bri-
tánico y preparar una ofensiva en 1918 contra el frente occidental.
Los alemanes esperaban que Brest-Litovsk mejorase su posición en el oes-
te, al permitir el traslado de gran cantidad de hombres y material al frente oc-
cidental. Sin embargo, la crueldad del trato prodigado a los territorios recién
ocupados impidió la asignación en masa de tropas. Los hambrientos campesi-
nos se negaron a cooperar con los alemanes comerciando con el grano, y mu-
cha gente no aceptaba sin más la sustitución de sus antiguos amos, los Roma-
nov, por los nuevos, los Hohenzollern. A raíz del descontento en el este, los
planes alemanes de trasladar a 45 divisiones desde Rusia a Francia entre no-
León Trotsky (en el centro, con bufanda) llegó a Brest-Litovsk para negociar con Alema-
nia. Sabedores de que Rusia estaba al borde del desmoronamiento, los alemanes pudieron
imponer unas tremendas condiciones que “Trotsky no tuvo más remedio que aceptar.
(O Corbis)
20. Tim Travers, «Reply to John Hussey: The Movement of German Divisions to the Wes-
tern Front, Winter 1917-1918», War in History, vol. 5, n* 3, 1998, pág. 368. El debate en War in
History entre Travers, Hussey y Giordon Fong demuestra que el tema sigue siendo controvertido.
Las estimaciones de Travers parecen las más razonables de las tres.
220 La Gran Guerra
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o
Capítulo 9
Salvación y sacrificio
La entrada de los norteamericanos,
la cresta de Vimy y el Chemin des Dames
* Citado en Pierre Miquel, Le Chemin des Dames: Enquéte sur la Plus Effroyable Hecatombe de la
Grande Guerre, París, Perrin, 1997, pág. 95.
224 La Gran Guerra
3. Lloyd Geo rge , cita do en A. J. P. Tay lor (com p.), Lloy d Geor ge: A Dia ry by Fran ces Stev enso n,
Nueva York, Harper and Row, 1971, pág. 139.
226 La Gran Guerra
4. Nivelle, citado en Allain Bernede, «Les Francais a 'Assaut du Chemin des Dames, 16 avril
1917», 14-18: Le Magazine de la Grande Guerre, n* 3, agosto-septiembre de 2001, págs. 6-15, cita
en pág. 9.
Salvación y sacrificio 227
bía sido un lugar predilecto para pasear a caballo y organizar comidas campes-
tres. Allí, la línea del frente discurría de oeste a este, siguiendo el río, y no de
norte a sur, como en la mayor parte del frente occidental. Nivelle confiaba en
que, debido a que la región había permanecido en calma durante gran parte de
la guerra, las defensas alemanas en la zona fueran insuficientes para oponer re-
sistencia a los hombres entrenados para ejecutar sus nuevos métodos. Pero,
igual que el magnífico paisaje que se veía desde el camino había ofrecido a las
hijas de Luis XV un agradable paseo a caballo, también proporcionaba a los
defensores alemanes una cofa perfecta —a 600 m de altura sobre las llanuras
de abajo— desde la que observar los movimientos franceses. Los alemanes,
además, habían defendido la región desde 1914 y conocían cada grieta y lade-
ra a la perfección.
Los alemanes habían empezado ya a socavar los principios del plan de
Nivelle al retirarse a un poderoso y equipado conjunto de defensas al que
conocían como Línea Sigfrido, y los aliados, como Línea Hindenburg. En
algunos lugares, la retirada hacia la Línea Hindenburg obligó a los alemanes
a ceder hasta 64 km, pero al fortalecer la línea y retirarse a unas defensas más
sólidas, liberaron hasta 13 divisiones de infantería de sus obligaciones de de-
fensa estática. A medida que se iban retirando, los alemanes destruyeron todo
cuanto encontraron a su paso, envenenando los pozos de agua, arrasando los
edificios, poniendo bombas trampas y dinamitando los puentes. En febrero de
1917 las fuerzas australianas entraron en la ciudad de Bapaume, importante
objetivo de la ofensiva del Somme, sin disparar un solo tiro; la ciudad era una
completa ruina.
La construcción de la Línea Hindenburg, en su mayor parte realizada por
prisioneros de guerra obligados a trabajos forzados, supuso que, al evacuar
gran parte del saliente de forma voluntaria, los alemanes habían eliminado las
justificaciones estratégicas de la ofensiva de Nivelle. Éste anunció que su ofen-
siva seguiría adelante a pesar de todo de acuerdo con lo previsto, aun cuando
eso significaba que entonces las fuerzas aliadas tendrían que atacar unas posi-
ciones mucho más fuertes. Nivelle creía que sus 49 divisio nes de infante ría y las
5.300 piezas de artillería, en combinación con sus nuevas tácticas, se revelarían
suficientes para superar las defensas tanto de las mismas colinas del Chemin
des Dames como las de la Línea Hindenburg que se levantaban detrás.
Huber Lyautey, un héroe de las operaciones coloniales francesas nombra-
do mini stro de la Gue rra en dic iem bre de 1916 , con sid eró que el plan era te-
merario e imp rud ent e. Lya ute y no habí a part icip ado en la deci sión de otor -
garle el man do a Nive lle y no se sent ía tan atra ído por la per son ali dad del
militar como el rest o de los polí tico s fran cese s. Des pué s de hab er sido info r-
mado acerca del pla n de Nive lle, se refi rió a él de man era desp ecti va den omi -
nándolo «un plan para el ejér cito de la duq ues a de Ger ols tei n», en refe renc ia,
228 La Gran Guerra
5. Lyautey, citado en Anthony Clayton, Paths of Glory: The French Army, 1914-1918, Londres,
Cassell, 2003, pág. 125. En La grande Duchesse de Gerolstein, la protagonista asciende al soldado
Fritz, su último amante, a mariscal de campo. La opereta es una sátira del ejército y de su mecanis-
mo de toma de decisiones.
6. Cruttwell, op. cit., pág. 409.
Salvación y sacrificio 229
El Ejército francés ha oído con la emoción más profunda las nobles y con-
movedoras palabras dirigidas por el presidente Wilson al Congreso. Su ale-
gría es inmensa al enterarse de que el Congreso ha declarado la guerra a
Alemania. Nuestro ejército mantiene fresco el recuerdo de la fraternidad
militar sellada hace más de un siglo por Lafayette y Rochambeau en suelo
estadounidense, y que se hará aún más firme sobre los campos de batalla de
Europa.*
Según Robert Bruce, Estados Unidos «significaba para Francia algo más
que un mero aliado nuevo; simbolizaba la salvación».?” A muchos franceses, la
entrada de Est ado s Uni dos les pare ció un bue n pres agio para la ofen siva que
estaban a punto de comenzar.
El plan de Nivell e req uer ía qu e los bri tán ico s ini cia ran la ofe nsi va de pri -
mavera con un ata que cer ca de la ciu dad de Arr as. La cla ve par a Arr as y la lla -
Unos soldados de la Real Artillería de Campaña británica mueven a mano una pieza du-
rant e la prep arac ión del asal to a la cres ta de Vim y de abril de 1917 . La artil lería de cam-
paña tenía encomendada la destrucción de las alambradas enemigas y el apoyo artillero
directo durante la ofensiva. (Imperial War Museum, propiedad de la Corona, p. 396)
10. Gary Sheffield, For got ten Vict ory: The Firs t Wor ld War , Myt hs and Real itie s, Lon dre s, Hea d-
line, 2001, págs. 162-163.
232 La Gran Guerra
Los canadienses, tras log rar so br ep as ar en su ava nce tre s lín eas al em an as
situadas en la cumbre de Vi my , hic ier on pr is io ne ro s a 9.0 00 al em an es y re-
cuperaron toda la cre sta , do nd e ho y se lev ant a un o de los mo nu me nt os má s
gr an de s del fre nte occ ide nta l. El III Ejé rci to bri tán ico lle vó a ca bo su ata que
má s cer ca de Arr as e hiz o pri sio ner os a otr os 4.0 00 al em an es . En tot al, ent re
las dos unidades se apoderaron de 200 piezas pesadas de artillería y consiguie-
ron mo ve r la lín ea cas i 5 km . Sin em ba rg o, no se log ró ni ng un a pe ne tr ac ió n.
Aunque las líneas alemanas se mostraron vulnerables a los ataques iniciales,
conservaron no obstante la fuerza suficiente para repeler una carga de caballe-
ría y evitar una incursión completa de los británicos. El mal tiempo del 2 de
abril lentificó a estos últimos y dio a Ludendorff la oportunidad de encarar
una situación que consideraba crítica.
La toma de la cresta de Vimy supuso para los británicos la mayor ganancia
territorial en un día hasta esa fecha. Había sido un ataque heroico y bien pla-
neado, pero no condujo a mayores conquistas. Los alemanes fueron capaces
de estabilizar sus líneas sin retirar hombres del sector del Chemin des Dames,
y el impulso de las ofensivas británicas decreció enseguida. Los intentos alia-
dos de apoderarse de los centros de comunicaciones de Douai y Cambrai fra-
casaron. Sin embargo, las fuerzas británicas voluntarias habían demostrado
una destreza que impresionó a los alemanes. El príncipe heredero de Baviera,
Rupprecht, al mando de todas las operaciones alemanas al norte del río Oise,
confesó en su diario: «¿Tiene alguna utilidad proseguir con la guerra en tales
circunstancias?».!!
Para que el éxito británico en Arras tuviera una repercusión mayor sobre
la guerra, Nivelle tendría que conseguir una victoria similar. A medida que se
acercaba el 16 de abril, día escogido para el inicio de la ofensiva, la moral de
los franceses aumentaba. Los norteamericanos se habían unido a la guerra,
y los canadienses habían logrado una de las victorias más espectaculares del
frente occidental al retomar la cresta de Vimy. Tal vez la inercia hubiera cam-
biado, y el ataque francés contra el Chemin des Dames se convirtiera, de he-
cho, en la última ofensiva de la guerra. «Una fiebre épica se ha apoderado de
todos nosotro señalaba un soldado francés—. Oficiales y soldados se niegan
a marcharse para no perderse la gran ofensiva.»!? Un general de división fran-
cés, llevado de su fe en el triunfo, había contratado a una banda de música para
que interpretara La Marsellesa cuando su unidad entrara triunfante en la ciu-
dad que tenían señalada como objetivo principal para el primer día. Nivelle y
sus partidarios creían que las circunstancias rara vez habían favorecido tanto a
un general en toda la historia de la guerra.
Al igual que su homólogo australiano John Monash, el canadiense Arthur Currie fue as-
cendiendo de rango a pesar de no ajustarse al ideal británico del militar. En un premedita-
do intento por potenciar este distanciamiento, se negó a dejarse crecer el bigote que lucían
sus iguales británicos. (Australian War memorial, negativo n* H06979)
Pero no todos los indicios eran positivos. Un avión alemán había sobrevolado
las líneas alemanas, dejando caer una nota que decía: «¿Cuándo van a empezar
su ataque?».!? Una mezcla de nieve, lluvia y niebla convirtió el terreno en una
ciénaga de barro frío. El mal tiempo puso fuera de servicio a los 500 aviones y
40 globos de observación de la flota francesa, la mayor que habían conseguido
reunir hasta la fecha. Por si fuera poco, la maniobra de diversión de la cresta
de Vimy no había conseguido —como era la esperanza de Nivelle— que los
alemanes retiraran fuerzas del Chemin des Dames. Y como golpe final, un
sargento de uno de los ejércitos franceses que llevaba una copia completa del
último plan a su regimiento, fue hecho prisionero de guerra a consecuencia
de una incursión de trincheras alemana. Por lo tanto, no había ni que hablar de
factor sorpresa.
Al enterarse del plan aliado por adelantado, los alemanes no sólo supieron
cuándo atacarían los franceses, sino también cómo detenerlos. Los pilotos ale-
14. Citado en Pierre Miguel, Le Chemin des Dames: Enquéte Sur la Plus Effroyable Hecatombe de
la Grande Guerre, París, Perrin, 1997, pág. 162.
236 La Gran Guerra
15. Véase Leonard Smi th, Bet wee n Mut iny and Obe die nce : The Cas e of the Fre nch Fif th Inf ant ry
Division during Wold War 1, Pri nce ton , Pri nce ton Uni ver sit y Pre ss, 194 4, pág s. 156 -16 8. Véa se
también Guy Pédroncin i, Les Mut imi eri es de 191 7, Par ís, Pre sse s Uni ver sit air es de Fra nce , 197 4.
16. Citado en Pierre Miguel, Les Poilus: La France Sacrifiée, París, Plon, 2000, pág. 339.
238 La Gran Guerra
Entre los soldados france ses em pe zó a est ar cad a vez má s arr aig ada la con -
vicción de que su des tin o con sis tía en ele gir ent re un ap ar en te y ete rno «en -
carcelamiento en las tri nch era s» o una suc esi ón de fra cas os sa ng ri en to s co mo
el del Ch em in des Da me s. Lo s am ot in am ie nt os fu er on un int ent o de en co n-
tra r una ter cer a vía , una ex pr es ió n de la neg ati va de los sol dad os a seg uir co m-
batiendo en la guerra a la manera de los generales.!” A sus ojos, el Estado y el
Ejército franceses habían dejado de considerarlos individuos y ciudadanos
de la República; teniendo en cuenta lo miserable de su paga, alimentación y
alojamiento, los soldados concluyeron que sus oficiales habían acabado por
considerarlos apenas algo más que animales. Como decía una canción de los
amotinados:
La aviación provocó la aparición de los artilleros antiaéreos, como estos soldados britá-
nicos del frente occidental. Adquirieron mayor relevancia cuando los pilotos aprendie-
ron a bombardear las posiciones terrestres desde el aire. (United States Air Force Academy
MecDermott Library. Colecciones especiales)
El italiano Cadorna hizo todo lo que pudo para rivalizar con el francés Nive-
lle en tozudez e insensibilidad hacia el bienestar de sus hombres. Entre agosto
de 1916 y agosto de 1917 lanzó seis ataques más en el valle del río Isonzo.
Aunque ninguna de esas batallas produjo el resultado necesario para permitir
a Cadorna realizar su prometido paseo hasta Viena, cada una de ellas tuvo el
éxito suficiente para justificar la sucesión. Por lo tanto, Cadorna consideró
cada uno de aquellos enfrentamientos cruentos no como un contratiempo,
21. John Schindler, Isonzo: The Forgotten Sacrifice of the Great War, Westport, Connecticut,
Praeger, 2001, pág. 153.
Salvación y sacrificio 243
Soldados italianos del frente del Isonzo escudriñan las líneas austríacas, visibles al fondo,
desde detrás de unas pantallas antibalas. Adviértase la escasa profundidad de las trinche-
ras excavadas en la roca. (United States Air Force Academy McDermott Library. Colecciones
especiales)
niente de la cima, la música marcial de los italianos que, a pesar del bombar-
deo austrohúngaro, siguió sonando. Las aclamaciones procedentes del valle
animaron a seguir al director de la banda, el famoso Arturo Toscanini, que,
con 50 años, había subido la montaña de 700 m para enardecer a los soldados
italianos y llevarlos hasta la victoria.?? Aquello marcó el punto álgido del es-
fuerzo bélico italiano.
Los austríacos, incapaces de mantener ya sus líneas sin apoyo, recurrieron,
y no por primera vez en la guerra, a los alemanes. Si los británicos y los fran-
ceses reforzaban el sector italiano, la posición austrohúngara no tardaría en
encontrarse en una situación desesperada. Después de once intentos y unas
bajas aproximadas de 460.000 italianos muertos y otros 960.000 heridos,
Cadorna había conseguido agotar por fin al Ejército austrohúngaro. Seguía
estando bastante lejos de Viena, aunque parecía haber conseguido una gran
victoria de desgaste. Los alemanes, sin embargo, tenían otros planes. Habían
formado un nuevo XIV Ejército bajo las órdenes del general Otto von Below.
Las nuevas fuerzas alemanas, entre las que se contaba un elevado número de
tropas de asalto, empezaron enseguida a planear su propia ofensiva de Isonzo,
la cual iba a provocar una de las victorias más desiguales de la guerra.
* Citado en Eye-Witness Accounts of the Great War: Guide to Quotations, Ypres: en Flanders Field
Museum, Cloth Hall, Market Square, sin fecha, pág. 2.
246 La Gran Guerra
l. Sims, citado en C. M. R. E. Cruttwell, 4 History of the Great War, 1917-1918, Oxford, Cla-
rendon Press, 1934, pág. 384.
2. Robertson a Launcelot Kiggell, 9 agosto 1917, LACMA, documentos Kiggell, 3/1-11.
Unos pocos kilómetros de barro líquido 247
dientes, aunque dejó bien sentado que, si la ofensiva no tenía éxito, se reserva-
ba la opción de trasladar las fuerzas británicas desde el frente occidental a Ita-
lia, Salónica o Palestina. Deseoso de que el Ejército francés tomara parte en
una operación exitosa, Pétain envió al fiable y efectivo V Ejército para que
operara en el flanco izquierdo británico.
248 La Gran Guerra
La alte ra ci ón de la ge og ra fí a: Pl um er en Me ss in es
3. Philip Gibbs, Now It Can Be Told, Nueva York, Harpers, 1920, pág. 477.
Unos pocos kilómetros de barro líquido 249
4. Robin Prior y Tre vor Wil son , Pas sch end ael e: The Unt old Sto ry, New Hav en, Yal e Uni ver sit y
Press, 1996, pág. 59.
5. Harrington, citado en Gar y She ffi eld , For got ten Vict ory: The Firs t Wor ld War , Myt hs and Re-
alities, Londres, Headline, 2001, pág. 169.
250 La Gran Guerra
6. Holger Herwig, The First World War: Germany and Austria-Hungary, 1914-1918, Londres,
Edward Arnold, 1997, pág. 330.
7. Martin Gilbert, The First World War: A Complete History, Nueva York, Henry Holt, 1994,
pág. 336 (trad. cast.: La Primera Guerra Mundial, Madrid, La Esfera de los Libros, 2004). Dos mi-
nas no llegaron a explotar. Una fue localizada y detonada de manera controlada en 1955. La locali-
zación exacta de la otra continúa siendo un misterio. En la actualidad sigue sin explotar en alguna
parte del subsuelo de Flandes, cerca del bosque de Ploegsteert.
Unos pocos kilómetros de barro líquido 251
Ae
El aeródromo aliado que se muestra aquí estaba todavía en fase de construcción cuando
se tomó esta fotografía en 1918. Los hangares no se habían terminado de construir, pero
a izquierda y derecha de la parte inferior de la imagen se pueden distinguir los fosos de
protección para las ametralladoras antiaéreas. (United States Air Force Academy McDermott
Library. Colecciones especiales)
del trabajo de su Estado Mayor y de la confianza que sus hombres tenían en él,
Haig decidió cambiar al jefe de la operación. Así que ordenó que el II Ejército
de Plumer se dirigiera al sur, fuera del sector de Ypres que tan bien conocía.
En lugar del II Ejército, Haig asignó al V Ejército de Hubert Gough para
ocupar el saliente de Ypres. Gough pertenecía a una notable familia de milita-
res. Uno de sus antepasados había dirigido la conquista del Punjab, y tanto su
padre como su hermano, su tío y su primo habían ganado la Cruz Victoria, la
más alta condecoración del Imperio británico. Alumno de Eton y graduado
en Sandhurst, Gough consiguió sobrevivir a las graves heridas recibidas en la
guerra Bóer, donde había combatido de manera distinguida. Más tarde, había
enseñado en la prestigiosa Escuela del Estado Mayor británica de Camberley.
En teoría, era el militar ideal.
Sin embargo, el que Gough tuviera un empleo en 1917 se debía sólo a la
intervención de Haig. En marzo de 1914 Gough estaba al mando de la II Bri-
gada de Caballería, destacada en el cuartel de Curragh, Irlanda. Cuando a
Gough y a otros oficiales de la brigada les pareció que el gobierno estaba a pun-
to de hacer pública una declaración de apoyo al Home Rule irlandés [Ley de
252 La Gran Guerra
8. Jorge V, citado en Richard Holmes, The Little Field Marshall: Sir Jobn French, Londres,
Jonathan Cape, 1981, pág. 182.
9. Philip Warner, Passchendaele, Hertfordshire, Wordsworth, 1987, pág. 39.
10. Gibbs, op. cit., págs. 476-477.
Unos pocos kilómetros de barro líquido 253
13. Véanse los recuerdos de otro oficial del Estado Mayor de Haig, James Marshall-Corn-
wall, Haig as Military Commander, Nueva York, Crane, Russell and Co., 1973.
14. Gibbs, op. cit., pág. 485.
15. Warner, op. cit., pág. 173.
256 La Gran Guerra
16. Hay muchas versiones de esta anécdota. Esta aparece en Paul Fussell, The Great War and
Modern Memory, Oxford, Oxford University Press, 1975, pág. 84.
Unos pocos kilómetros de barro líquido 257
Los aliados atacaron el frente occidental en 1917 con unos resultados catastróficos, pero los
alemanes padecieron también sufrimientos terribles. Alemania confiaba en poder trasla-
dar tropas desde el frente oriental para compensar las bajas. Los aliados contaban con los
norteamericanos. (O Bettmann/Corbis)
Las etapas finales del sangriento revés sufrido por los británicos en Passenda-
le transcurrieron casi al mismo tiempo que otro contratiempo aliado: el de una
importante penetración de los Imperios centrales en Italia. Éstos habían llega-
do a la conclusión de que las ofensivas de Cadorna en el Isonzo estaban lo-
grando desgastar al Ejército austrohúngaro. La undécima batalla del Isonzo
había obligado a Boroevié y sus hombres a abandonar sus principales posicio-
nes defensivas, mientras que los italianos estaban listos para volver a atacar,
con una ventaja numérica de 608 batallones y 3.700 piezas de artillería frente
a 249 batallones y 1.500 piezas de artillería.** La mayoría de los alemanes y de
los austrohúngaros creían que otro ataque italiano rompería sus líneas y con-
duciría a la pérdida del trascendental puerto de Trieste. Para los últimos, la
19. El general Henry Rawlinson, citado en Prior y Wilson, op. cit., pág. 181.
20. Basil Henry Liddell Hart, The Real War: 1914-1918, Boston, Little, Brown and Co., 1930,
pág. 337.
21. Charles Miller, cita del monumento en el Irish Peace Park, Messines, Bélgica.
22. Herwig, op. cit., pág. 332.
23. Mario Morselli, Caporetto, 1917: Victory or Defeat?, Londres, Frank Cass, 2001, pág. 8. La
cita en el encabezamiento de esta sección es de la pág. XIL
260 La Gran Guerra
La artillería dominó los campos de batalla de la Gran Guerra. Las grandes piezas como
ésta eran demasiado pesadas para moverlas por otro procedimiento que no fuera el de los
raíles. (National Archives)
Unos pocos kilómetros de barro líquido 261
24. Bruce Gudmunsson, Stormtroop Tactics: Innovation in the German Army, 1914-1918, West-
port, Connecticut, Praeger, 1989, págs. 131-132.
25. Morselli, op. cit., pág. 23.
262 La Gran Guerra
largo del Piave, pero Foch y Plumer le dijeron que aquéllas permanecerían
fuera de la cadena de mando italiana y que, ante todo, servirían para asegurar
la trascendental ciudad de Venecia y evitar una supuesta ofensiva de los Impe-
rios centrales en el Trentino. Así las cosas, no atacarían hasta que los italianos
hubieran demostrado que podían asegurar el Piave y restablecer el orden.
Los italianos llegaron al Piave el 9 de noviembre, el mismo día en que el
gobierno italiano sustituyó por fin a Cadorna. Para ocupar su puesto se desig-
nó a Armando Diaz, un hombre poco conocido fuera del cuerpo que manda-
ba, pero muy querido por los hombres de dicha unidad. Diaz manejó la situa-
ción con firmeza y estableció una sólida línea defensiva con base en el Piave y
el estratégico terreno elevado del monte Grappa. Las nuevas posiciones italia-
nas rechazaron los ataques de los Imperios centrales en diciembre y la batalla
finalizó el día de Navidad. Se había detenido al enemigo, y las importantes
ciudades de Venecia y Padua permanecían en manos italianas.
264 La Gran Guerra
Superada la crisis in me di at a, Di az se de di có a re cu pe ra r a su ma lt re ch o
ejército. Por lo pronto, ofreció un a am ni st ía a los so ld ad os qu e «s e hu bi er an
separado de sus unidades», un a ma ne ra ef ic az de co ns eg ui r qu e los ho mb re s
volvieran a ellas con hono r, en lu ga r de te ne r qu e en fr en ta rs e al ca st ig o po r su
deserción. La medi da co ns ig ui ó qu e mi le s de so ld ad os re to rn ar an al se rv ic io .
A contin ua ci ón , Di az me jo ró el ra nc ho , los es pe ct ác ul os y el es pa rc im ie nt o y
la paga de los sold ad os . Co nd ec or ó a los ho mb re s qu e ha bí an lu ch ad o co n
br av ur a, ap oy ó la co nc es ió n a la tr op a del de re ch o al vo to , y pa tr oc in ó el est a-
blecimiento de programas gubernamentales que proporcionaran seguridad y
tie rra s a los ve te ra no s de sp ué s de la gu er ra . Un o de los ofi cia les de l Es ta do
Mayor de Cadorna, que siguió en el de Diaz, señaló que «Diaz está tomando
decisiones con tranquilidad y frialdad... Se está recuperando la confianza».?*
El Ejército italiano había sufrido una derrota terrible, pero había sobrevivido
y todavía habría de desempeñar un papel decisivo en la victoria final.
Pese a las inmensas bajas sufridas en Passendale, Haig seguía creyendo que
las posibilidades de ganar la guerra en 1917 seguían estando del lado de Gran
Bretaña. Hacia la primavera de 1918 los alemanes habrían trasladado desde el
este fuerzas suficientes para hacer posible una gran ofensiva en Francia. Los
franceses seguían necesitando tiempo para recuperar la confianza e incorporar
nuevas armas en su entrenamiento; los italianos no podrían, de ninguna de las
maneras, reanudar la ofensiva antes de varios meses, y eso si finalmente lo
conseguían; y los norteamericanos no habían llegado todavía en cantidad sufi-
ciente para influir de manera real en el frente occidental. Si la guerra se iba a
ganar en 1917, sostenía Haig, tendría que ser el Ejército británico quien la ga-
nara. Sin embargo, la sangría de Passendale impedía otro asalto a gran escala
de la infantería, así que Haig se enfrentaba al dilema provocado por su deseo
de reanudar la ofensiva y la falta de hombres para llevarla a cabo.
Dos hombres creyeron haber encontrado la solución al problema de Haig.
El de mayor rango de los dos era un protegido de Robertson de 36 años, un
hombre con mucho desparpajo y categórico. Hugh Elles había formado parte
de un grupo creado por Robertson en 1915 para recorrer el frente occidental
e informarle de las condiciones que vieran allí. Los hombres eran tan jóvenes
en relación con la responsabilidad que se les asignaba, que el grupo terminó
siendo conocido como La Creche, «guardería» en francés. Elles regresó a In-
glaterra en 1916 para convertirse en el oficial de enlace de Haig con el grupo
cada equipo se ace rca ba a la pr im er a lín ea del en em ig o y dej aba cae r una faj i-
na —un gran haz de le ña — en la tri nch era , a fin de rel len arl a par a el sig uie nte
carro de co mb at e; lue go, gir aba a la izq uie rda y av an za ba en par ale lo al lad o
más próximo de la lín ea al em an a, ap la st an do las al am br ad as a su pas o. El se-
gundo car ro de co mb at e dej aba cae r su pr op ia faj ina , atr ave sab a la tri nch era
en em ig a, gir aba a la izq uie rda y av an za ba a lo lar go del lad o má s ale jad o. El
tercer carro iba detrás para prestar fuego de apoyo o asumir la función de un
carro que sufriera alguna avería mecánica.
La sorpresa fue casi absoluta, y la infantería alemana de las trincheras no
tenía ninguna arma lo bastante poderosa para inutilizar el grueso blindaje de
los Mark IV. Por otro lado, las bajas de carros a causa de averías en el motor
fueron mucho menores que en el Somme. La infantería alemana se desmoro-
nó y salió corriendo, dejando a menudo a la británica en el insólito aprieto de
carecer de blancos; el primer día muchos soldados británicos ni siquiera dispa-
raron sus armas. Se abrió una brecha de ocho kilómetros en la línea enemiga,
pero los británicos carecían de las reservas de infantería suficientes para explo-
tar el éxito con la rapidez necesaria, porque Passendale había agotado los efec-
tivos del ejército. Byng lanzó a la caballería hacia delante, pero incluso bajo
aquellas circunstancias relativamente favorables, la fe de los británicos en el
valor táctico de los caballos seguía estando equivocada. Obligada a abandonar
sus caballos y a combatir a pie, la caballería sólo consiguió tomar una batería
de artillería alemana y a un puñado de prisioneros.
Como el propio Fuller reconocería más tarde, había cometido un error de-
cisivo al no dejar ningún carro de combate en la reserva. Por consiguiente, los
británicos no tuvieron medios con los que continuar la batalla en condiciones
favorables. Aun cuando no tenía ningún objetivo claro ante él, Haig ordenó
continuar la batalla, en buena medida porque no podía renunciar a una venta-
ja tan impresionante. También necesitaba ganar en Cambrai para recuperar el
ímpetu después de Passendale y reafirmar su posición política frente a Lloyd
George. Haig sabía que el primer ministro no sólo quería destituirlo, sino que
también deseaba permanecer a la defensiva en el frente occidental y volver a
concentrar las ofensivas británicas en otros sitios.
Byng no había contado con que los alemanes tuvieran suficiente fuerza
para contraatacar y, por lo tanto, sus fuerzas se encontraron desprotegidas
ante un fiero ataque de veinte divisiones lanzado el 26 de noviembre por un
Il Ejército alemán que se había reforzado con rapidez. Las unidades alemanas
se apresuraron a improvisar defensas contra los carros de combate, incluyen-
do la excavación de trincheras más anchas y profundas y la utilización de los
cañones de campaña contra los propios carros de combate. También introdu-
jeron un gran número de aviones que atacaran los objetivos terrestres en vue-
lo rasante. Al final, los alemanes recuperaron tres cuartas partes del territorio
Unos pocos kilómetros de barro líquido 267
29. Churchill, citado en Martin Gilbert, 7he Routledge Atlas of the First World War, Londres,
Routledge, 2002, pág. 93 (trad . cast.: La Prim era Guer ra Mund ial, Madr id, La Esfer a de los Libro s,
2004). La cursiva es del original.
30. Fuller, citado en Tim Travers, How the War Was Won: Command and Technology in the Bri-
tish Army on the Western Front, 1917-1918, Londres, Routledge, 1992, pág. 45.
268 La Gran Guerra
nificaba que la macabra lógica del desgaste podía funcionar sólo si Gran Bre-
taña era capaz de reemplazar sus muertes más deprisa que Alemania. Como
bien sabía Haig, los británicos habían explotado sus últimas reservas de efec-
tivos introduciendo el servicio militar obligatorio en 1916. Sin embargo, los
alemanes tenían una fuente de efectivos en las decenas de miles de soldados
que estaban en camino hacia el oeste procedentes del frente ruso. Los argu-
mentos sobre el desgaste de Haig sonaron, por tanto, hueros, en parte porque
el desgaste no figuraba en sus planes iniciales ni para el Somme ni para Pas-
sendale, y porque, además, sus sangrientos cálculos habían matado a sus pro-
pios hombres en un porcentaje demasiado elevado para hacer del desgaste una
estrategia viable a largo plazo. Sólo la llegada de los norteamericanos prome-
tía compensar las bajas sufridas por los aliados en 1917. Sin embargo, estaba
por ver si llegarían a tiempo.
Capítulo 11
Una guerra como no conocíamos
La amenaza de los U-booten
y la guerra en África
* El epígrafe está extraído de Frances Lloyd George, Lloyd George: A Diary by Frances Steven-
son (comp.), A. J. P. Taylor, Nueva York, Harper and Row, 1971, pág. 163.
270 La Gran Guerra
apenas si tenía una participación real en el gobierno del país y, con el transcur-
so de la guerra, se con vir tió en una mer a fig ura dec ora tiv a. En jul io de 191 7
Hindenbur g y Lud end orf f anu lar on tam bié n la fig ura del pri mer min ist ro,
cua ndo obl iga ron a dim iti r al inf luy ent e can cil ler The oba ld von Be th ma nn
Hollweg. En su lugar, colocaron al acomodaticio Georg Michaelis, un plebe-
yo a qui en el kái ser ni siq uie ra con ocí a. Mic hae lis asu mió de est e mo do la can -
cillería, «un puesto», señaló un estudioso, «para el que su única cualificación
era la sumisión ciega a Ludendorff».! Alemania se había convertido en una
dictadura militar en todo excepto en el nombre.
A mayor abundamiento, el sistema alemán descansaba en unos principios
que demostraron su inadecuación a los rigores de la guerra moderna. Las pri-
meras grietas en la organización política alemana empezaron a hacerse evi-
dentes ya en el período de la movilización. El káiser había sufrido errores de
comprensión fundamentales en cuanto a las necesidades de movilización y la
naturaleza de la guerra moderna. A medida que avanzó la contienda, a la cla-
se dirigente alemana se le hizo cada vez más evidente que sólo los militares
comprendían de verdad los problemas que planteaba a Alemania el conflicto
bélico. El Parlamento, el Reichstag, era una institución débil; ya antes de la
guerra había tenido bastante menos poder que sus homólogos de la Europa
occidental, y durante el conflicto, su participación en la dirección de la cam-
paña militar fue mínima. Sin ninguna otra institución capaz de asumir las
riendas del poder, los militares alemanes, en especial el ejército, asumieron
el mando.
Los sistemas francés y británico, por el contrario, gozaban de una flexibili-
dad y adaptabilidad que les permitió amoldarse a las circunstancias. Al princi-
pio de la contienda, ambos gobiernos cedieron gran parte de su autoridad a los
generales; sin embargo, hacia 1916 los Parlamentos de ambas naciones habían
empezado a reafirmar su control, formando comités para supervisar los diver-
sos aspectos de la guerra y creando nuevos organismos gubernamentales para
resolver problemas concretos. La creación por los británicos de un Ministerio
de Municiones demostró ser de especial importancia, al mejorar los graves
problemas ocasionados por la crisis de los proyectiles y proporcionar a los sol-
dados las armas que necesitaban. Civiles como sir Eric Geddes en Gran Bre-
taña, y Albert “Thomas en Francia, tuvieron una participación trascendental en
la reorganización del ejecutivo y de las estructuras económicas para que sirvie-
ran mejor a las necesidades de la guerra.
1. J. M. Bourne, Who's Who in World War One, Londres, Routledge, 2001, pág. 204.
Una guerra como no conocíamos 271
La cabra y el tigre
Los cambios más importantes se produjeron en los niveles más elevados del
ejecutivo. El británico David Lloyd George (nombrado primer ministro en
diciembre de 1916) y el francés Georges Clemenceau (que accedió a idéntico
cargo en su país en noviembre de 1917) aportaron un liderazgo civil ausente
prácticamente en Alemania. Ambos retuvieron también para sí la cartera de la
Guerra de sus respectivos países, lo que les confirió la autoridad legal sobre los
militares; al contrario que la mayoría de sus predecesores, ninguno de los dos
dudó en utilizar ese poder. Decididos a ver el final de la contienda, reorgani-
zaron sus países para la guerra total que había surgido hacia 1917. Su lideraz-
go, a veces controvertido, resultó ser un factor decisivo para el triunfo final de
los aliados.
“Tanto Lloyd George como Clemenceau mantenían viejas controversias
con la cúpula militar de sus respectivos países. La oposición de aquél a la gue-
rra Bóer, su defensa del Home Rule irlandés y el decidido apoyo al incremen-
to del gasto en programas sociales le habían enfrentado a los militares en los
años previos a la guerra; sus orígenes políticos en las comunidades mineras de
Gales le granjearon la rotunda desconfianza de las clases dirigentes británicas.
Conocido como «la cabra» por sus detractores, Lloyd George popularizó el
uso peyorativo del término establishment o sistema establecido. Inclusión he-
cha de Haig, veía a los generales británicos como a unos representantes del
sistema que desperdiciaban las vidas de los obreros que tenían a su cargo.
De modo parecido, Clemenceau, apodado «el tigre» por su estilo político
tenaz y combativo, había sido un enérgico adversario de la cúpula militar fran-
cesa durante el infausto proceso Dreyfus. Clemenceau tuvo un papel desta-
cado en el punto álgido del escándalo, al sacar a la luz la maniobra del Ejérci-
to francés para encubrir las pruebas que habrían absuelto al capitán alsaciano
de origen judío, Alfred Dreyfus, de la acusación de espionaje que lo había en-
viado a la infausta prisión de la isla del Diablo. Clemenceau consideraba a
los generales demasiado conservadores, demasiado católicos (él era el líder del
movimiento anticlerical francés) y demasiado carentes de imaginación. Fue
partidario de que se hiciera el máximo esfuerzo para ganar la guerra, pero cri-
ticó con ferocidad a la cúpula militar, en especial de Joffre. Al contrario que
muchos políticos franceses, a Clemenceau no le intimidaban los militares y no
tenía ningún temor en leerles la cartilla en público si lo consideraba necesario
para la defensa nacional.
No obstante los recelos que sentían hacia sus respectivos ejércitos, los dos
primeros min ist ros era n pat rio tas fer vie nte s y fir mes par tid ari os de la def ens a
nacional. Co mo min ist ro de Hac ien da en 190 9, Llo yd Geo rge enc ont ró de
man era sis tem áti ca el din ero par a igu ala r y sup era r las par tid as pre sup ues ta-
272 La Gran Guerra
3. Henry de Bea uvo ir de Lisl e, «My Narr ativ e of the Gre at Ger man War », LHC MA, docu -
mentos de Lisle, vol. 2, 1919, pág. 19.
4. Clemenceau, citado en el gen era l Mor dac q a Cle men cea u, 9 de oct ubr e de 191 8, SHA T,
6N55, Fondos Clemenceau, exp. Instancias.
5. General Mordacq, Le Min ist ere Cle men cea u: Jou rna l d'u n Tém oin , Parí s, Plo n, 193 6, pág s.
203-205.
274 La Gran Guerra
6. Citado en John Terraine, To Win a War: 19158, the Year ofVictory (1978), Londres, Cassell,
2003, pág. 46.
Una guerra como no conocíamos 275
7. Clemencea u, cita do en Basi l Hen ry Lidd ell Hart , Foch : The Man ofOrle ans, Bost on, Litt le,
Brown and Co., 1932, pág. 261.
8. Haig, citado en Terraine, 0p. cit., pág. 47.
276 La Gran Guerra
9. Cifras extraídas de Girad McEntee, Military History ofthe World War, Nueva York, Scrib-
ner's, 1943, pág. 375. La cita de Jellicoe está en la pág. 377. Para una versión que sugiere que los
temores británicos eran en buena medida infundados, véase Avner Offer, The First World War: An
Agrarian Interpretation, Oxford, Clarendon Press, 1989.
278 La Gran Guerra
Pese a haber tenido una actuación desigual en Jutlandia, el almirante David Beatty susti-
tuyó a John Jellicoe como comandante de la Gran Flota. funto con el almirante nortea-
mericano William Sims, aprobó el sistema de convoyes que protegió a los barcos aliados
y ayudó a acabar con la amenaza submarina. (Imperial War Museum, Q19570)
280 La Gran Guerra
alejados entre sí como Ha mp to n Ro ad s, Vir gin ia, Hal ifa x, Nu ev a Esc oci a, Pa-
namá, Río de Janeiro; Mu rm an sk , Por t Sai d; Gib ral tar , y Da ka r. ' Má s qu e
casi ningún otro el em en to , el sis tem a de co nv oy es pu so de rel iev e la ve rd ad e-
ra naturaleza global de la Primera Guerra Mundial.
En un trabajo de estrecha co la bo ra ci ón co Je
n ll ic oe , el al mi ra nt e jef e de la
Gran Flota, David Bea tty , y el Es ta do Ma yo r de la Ma ri na fra nce sa, Si ms uti -
lizó esas bases para extender el sistema de convoyes por todo el océano Atlán-
tico. Del récord de las 2.200.000 toneladas del segundo trimestre de 1917, las
pér did as nav ale s del ter cer tri mes tre ca ye ro n por pr im er a vez en un añ o has -
ta 1.500.000 toneladas. En el cuarto trimestre volvieron a caer, esta vez hasta
1.240.000 toneladas, y lo mismo sucedió al siguiente, en el que sólo se regis-
traron 1.100.000 toneladas perdidas. En la primavera de 1918 la construcción
naval superó a las pérdidas por primera vez desde principios de 1915. Entre el
momento en que se hizo a la mar el primer convoy y la firma del armisticio,
los buques aliados escoltaron a 88.000 barcos a través del Atlántico, perdien-
do sólo 436 navíos; de 1.100.000 soldados norteamericanos enviados al otro
lado del océano, sólo se perdieron 637 a causa de los submarinos alemanes.
La guerra ofensiva contra los submarinos también maduró. En 1916 los
británicos ya habían desarrollado y puesto en servicio la primera carga de pro-
fundidad efectiva. Destructores equipados con eyectores de cargas de profun-
didad podían sembrar un anillo de cargas preparadas para explotar a diferentes
profundidades. Si una de las cargas explotaba a 12 m de un submarino, daña-
ría la embarcación; si lo hacía a cinco metros del submarino, destruiría su ob-
jetivo. Las cargas de profundidad consiguieron hundir 28 U-booten, más que
los hundidos por cualquier otra causa entre 1916 y 1918. La simple presencia
de los destructores provistos con cargas de profundidad era suficiente a menu-
do para mantener sumergido a un submarino sin que hiciera ningún daño. Los
británicos trabajaron también en un sistema (conocido como asdic por los bri-
tánicos y sónar por los norteamericanos) para mejorar la precisión de las car-
gas de profundidad mediante la determinación de la profundidad y demora de
una embarcación enemiga. El sistema, que no estuvo operacional hasta 1919,
no tuvo consecuencias significativas en la campaña antisubmarina de la Prime-
ra Guerra Mundial, aunque tuvo un efecto trascendental durante la Segunda
Guerra Mundial.
Los esfuerzos aliados no acabaron con el problema de los U-booten alema-
nes, pero lograron mantener las pérdidas en un nivel razonable. El dominio
aliado de la guerra en el mar significó que el bloqueo submarino alemán había
sido roto, mientras que el bloqueo de superficie aliado a Alemania continuaba,
10. Martin Gilbert, The First World War: A Complete History, Nueva York, Henry Holt, 1994,
pág. 329 (trad. cast.: La Primera Guerra Mundial, Madrid, La Esfera de los Libros, 2004).
Una guerra como no conocíamos 281
La declaración de guerra de Estados Unidos supuso una inyección de moral para france-
ses y británicos, aunque los norteamericanos tenían todavía que convertir su deseo de lu-
char en capacidad para hacerlo. En la fotografía, soldados estadounidenses se mantienen
alerta ante la aparición de los U-booten alemanes durante su travesía del Atlántico. (United
States Air Force Academy MeDermott Library. Colecciones especiales)
12. J. J. Collyer, The Campaign in German Southwest Africa: 1914-1915, Londres, Imperial
War Museum, 1937, pág. $.
286 La Gran Guerra
llegado se le dio el mando de una sección de sesenta hombres que habían sido
reclutados en treinta tribus distintas. Los problemas idiomáticos inherentes a
semejante mando convirtieron a sus fuerzas en lo que él denominó una «ópe-
ra cómica». Además, la mayor parte de los mandos europeos eran veteranos de
la guerra Bóer demasiado mayores ya para marchar a través del difícil terreno
de África oriental, así que dirigían los movimientos de sus unidades mediante
radio desde Dar es Salaam. La situación, recordaba el oficial, estaba lejos de
ser la ideal, porque «el combate a campo abierto de la guerra Bóer era tan di-
ferente del de África oriental como lo era del de Francia». La escasez de siste-
mas de suministro significó que las fuerzas tipo guerrilla y las expedicionarias
al estilo bóer combatieran mucho mejor que las fuerzas convencionales. Tal y
como recordaba aquel veterano del Somme, no era «una guerra como la que
conocimos en Francia, sino una lucha permanente contra las enfermedades».'*
Allí donde los británicos podían trasladar sus ventajas convencionales para
resistir con facilidad, conseguían un rápido éxito. Debido a que las relaciones
entre las colonias blancas habían sido bastante amistosas en los años previos a
la guerra (a menudo, las colonias vecinas dependían unas de otras para el co-
mercio), los alemanes mantenían sólo una pequeña presencia militar en Togo-
landia y Camerún. Ambas colonias eran fronterizas de colonias británicas más
grandes y pobladas y carecían de defensas a lo largo de sus fronteras. En con-
secuencia, los británicos se hicieron con el control efectivo de “Togolandia y de
casi toda la costa camerunense en cuestión de semanas. Al finalizar el primer
verano de la guerra, los transmisores de radio de ambas colonias estaban en
manos británicas. Con esos objetivos asegurados y habiéndose rendido por
completo las pequeñas fuerzas alemanas de Togolandia, Gran Bretaña y Fran-
cia se repartieron las posesiones coloniales germanas y centraron sus esfuerzos
en las otras dos colonias de Alemania.
La guerra en el África sudoccidental alemana fue más compleja, toda vez
que los británicos creían que la colonia, en palabras de Hew Strachan, había
proporcionado «refugio a los intransigentes rebeldes bóers».!* La entrada de
Gran Bretaña en la guerra indujo al primer ministro sudafricano, Louis Botha,
15. Hew Strachan, The First World War, vol. 1, To Arms, Oxford, Oxford University Press,
2001, pág. 545 (trad. cast.: La Primera Guerra Mundial, Barcelona, Crítica, 2004).
Una guerra como no conocíamos 289
que otrora había combatido contra los británicos, a enviar soldados sudafrica-
nos al frente occidental como parte del contingente británico. La petición de
Gran Bretaña para que las fuerzas sudafricanas invadieran el África sudocci-
dental alemana era una invitación potencial a la guerra civil entre los bóer que,
como Botha, habían hecho las paces con los británicos de Sudáfrica y aquellos
otros que habían huido a la colonia alemana. La historia oficial británica de la
campaña en el África sudoccidental calcula que unos 11.000 bóers se levanta-
ron en armas contra Gran Bretaña durante la guerra.!'
La existencia de un enemigo común condujo a la comunidad bóer antibri-
tánica a unirse a los alemanes. El South West Messenger, un periódico bóer, de-
finió la guerra como «una oportunidad para ajustar las cuentas» con el Im-
perio británico, el cual, confiaba el periódico, «ojalá reciba ahora el golpe de
muerte, la puñalada que le atraviese el corazón». Más tarde, estos sentimien-
tos encontraron su réplica en el comandante de los bóers, Andries de Wet, que
exhortó a sus hombres «a aceptar la mano del gobierno alemán para libera-
ros».!” Los alemanes tenían en los bóers una población bastante notable con
experiencia de combatir a los británicos. Los espacios abiertos del África
sudoccidental, además, eran ideales para el tipo de tácticas de guerrilla y expe-
dicionarias por las que habían adquirido tanta fama los bóers.
No obstante la amenaza de un levantamiento bóer, Botha y el general Jan
Smuts estaban decididos a que Sudáfrica apoyara al Imperio británico. Ambos
hombres justificaron su posición alegando que los sudafricanos descendientes
tanto de los bóers como de los ingleses tenían que unirse para evitar que los
alemanes se apoderaran de sus tierras. Botha confiaba en que la guerra pudie-
ra servir para unir a los colonos blancos de Sudáfrica y asegurar así su objeti-
vo principal, la subyugación de la mayoritaria población negra de la región.
Botha preveía una derrota rápida de los alemanes, seguida de la cooperación
mutua entre los blancos para reprimir a la aplastante mayoría negra. Gracias a
la utilización de caballos y mulas para moverse y a que los bóers tenían mucha
más experiencia de combate que los alemanes, las fuerzas de Botha tomaron
sin ninguna complicación la parte meridional de la colonia alemana; la ausen-
cia de un gran levantamiento bóer dentro de Sudáfrica permitió disponer de
tropas adicionales para adentrarse en el África sudoccidental alemana. En ju-
nio de 1915, Botha ganó una importante batalla que obligó a Alemania a ad-
mitir la derrota. El primer ministro sudafricano ofreció unas generosas con-
diciones de rendición, que los alemanes aceptaron en julio. A partir de ese
momento, Botha inició una serie de políticas encaminadas a sustituir a los ale-
manes del África su do cc id en ta l al em an a por bóe rs. La vic tor ia mil ita r fue par a
Botha un pas o ade lan te en el pr og ra ma má s am bi ci os o de cre ar un Im pe ri o
sudafricano dominado por los blancos.
El último esc ena rio de la gue rra en Áfr ica , el Áfr ica ori ent al ale man a, fue
el que más dur ó. Allí , un háb il esp eci ali sta en la gue rra de gue rri lla s, Pau l von
Let tow -Vo rbe ck, se ade ntr ó en Ken ia al ma nd o de una fue rza de sol dad os as-
kari africanos, inmovilizó a las fuerzas británicas, y atravesó el Africa oriental
«prácticamente sin ser molestado» por unas tropas británicas muy inferiores y
car ent es de pre par aci ón. !* Los sol dad os afr ica nos de Let tow era n uno s com -
batientes experimentados y fuertes, que habían sofocado de manera brutal las
rebeliones de las naciones nativas de los herero y de los maji-maji. La forma de
combatir de los askari le resultó muy útil a Alemania, pues al retirarse a su
propio territorio, obligaban a los británicos a extender sus líneas de suminis-
tros y a exponer sus flancos cuando los perseguían.
Aunque relatos posteriores escritos por europeos dejan caer una lluvia de
alabanzas sobre Lettow y los oficiales alemanes de la unidad africana de los
Schutztruppe, los askari demostraron estar idealmente indicados para la gue-
rra de guerrillas. Veteranos experimentados de numerosas campañas africanas
sabían moverse con rapidez y seguridad por el difícil terreno del África orien-
tal. Tal y como ha señalado Michelle Moyd, los soldados alemanes, muchos de
los cuales fueron educados en las teorías europeas de las diferencias raciales, se
encontraron teniendo que demostrar una «flexibilidad y receptividad a ideas
ajenas a la corriente dominante en la preparación de los oficiales prusianos, así
como una disposición a cooperar con sus soldados negros» si querían tener
éxito en aquel entorno extraño.!”
En 1916, frustrados por su incapacidad para localizar y destruir a los aska-
ri, los británicos nombraron a Smuts, él también un veterano guerrillero,
para que mandara las tropas británicas en África oriental. Con la experiencia
bélica adquirida en el África sudoccidental alemana, Smuts persiguió a los as-
kari dentro del territorio del Mozambique portugués. No obstante sus limita-
ciones de abastecimiento y a estar diezmadas por las enfermedades, las fuerzas
de Smuts consiguieron poner a la defensiva a Lettow, aunque las tropas de éste
siguieron infligiendo daños a los intereses británicos a lo largo de 1917 y
1918. Para perseguir —primero hasta el interior de Tanganika y, más tar-
de, de Rodesia— y contener a las fuerzas de Lettow, que nunca sobrepasa-
ron la cifra de 3.000 alemanes y 11.000 askari, los aliados utilizaron a 130.000
Unos oficiales alemanes entrenan a la milicia local en Nueva Guinea. Las fuerzas austra-
lianas tomaron las colonias alemanas al sur del ecuador; los japoneses hicieron otro tanto
con aquellas situadas al norte. (Australian War Memorial, negativo n* A02544)
20. Wilhelm Deist, <The Military Collapse of the German Empire: The Reality behind the
Stab-in-the-Back Myth», War in History, vol. 3, n” 2, 1996, págs. 187-207, cita en la pág. 195.
292 La Gran Guerra
ta IP COS iS a
La ciudad de Arras, batida por el fuego artillero del frente durante la mayor parte de la
guerra, sufrió un castigo tremendo. Los alemanes no consiguieron tomarla durante sus
ofensivas de la primavera de 1918. (Imperial War Museum, propiedad de la Corona, p. 396)
4. Tim Travers, How the War Was Won : Com man d and Tec hno log y in the Brit ish Army on the Wes -
tern Pront, 191 7-1 918 , Lon dre s, Rou tle dge , 199 2, pág . 89; y C. M. R. E Cru ttw ell , 4 His tor y ofthe
Gre at War , 191 4-1 918 , Oxf ord , Cla ren don Pre ss, 193 4, pág . 152.
5. Cruttwell, op. cit., pág. 502; y Travers, 0p. cit., pág. 89.
298 La Gran Guerra
6. Philip Gibbs, Now It Can Be Told, Nueva York, Harpers, 1920, pág. 498.
7. Campbell, op. cit., pág. 41.
8. Guillermo Il, citado en Holger Herwig, The First World War: Germany and Austria-Hun-
gary, 1914-1918, Londres, Edward Arnold, 1997, pág. 406. Ñ
El turno de Jerry 299
Este descomunal carro de combate alemán de 1918 da una impresión falsa acerca del po-
derío del arma acorazada de Alemania. La eficacia de los aliados en la construcción de
carros de combate y en el desarrollo de una doctrina para su utilización les proporcionó
una ventaja formidable durante los últimos meses de la guerra. (Imperial War Museun,
propiedad de la Corona, 83/23/1)
13. Haig, citado en Philip Warner, Field Marshal Earl Haig, Londres, Cassell, 1991, pág. 254.
14. Teniente general sir Henry de Beauvoir de Lisle, «My Narrrative of the Great German
War», vol. 2, 1919, LHACMA, documentos de Lisle, pág. 5.
15. Memorándum de 26 de marzo de 1918, citado en Michael Neiberg, Foch: Supreme Allied
Commander in the Grea t War, Dull es, Virg inia , Bras sey' s, 2003 , pág. 63.
302 La Gran Guerra
divisoria de
los Ejércitos
británico y [Amiens
francés E
o
Ayv: U-LUXEMBURGO
o,
Cantigmy Bgetonneux' E
dd
Río
e E
¿e Verdún
St. Mihiel
París 6
o
Cháteau- >
Thierry
Operación Michael, :
21 marzo-4 abril 1918 RÍO
Operación Georgette, Marne Línea del
9-29 abril 1918
frente,
: Operación Blicher,
27 mayo-4 junio 1918 FRANCIA 29 de marzo
: Ofensiva de Noyon,
8-12 junio 1918
Ofensiva del Marne,
15-18 julio 1918
po, asumió el control de las fuerzas que Pétain había reservado para defender
París y las trasladó al norte para ayudar a cerrar las brechas en las líneas britá-
nicas. Foch dejaba claro así que los ejércitos aliados no escogerían entre de-
fender París o los puertos del canal de la Mancha, sino que lucharían por am-
bos objetivos. «Luché por ellos [los puertos del canal de la Mancha] en 1914
—le dijo al oficial de enlace británico con su cuartel general—, y lo volveré a
hacer.»!*
El nombramiento de Foch no resolvió de inmediato los problemas y mu-
tuos recelos que habían ido surgiendo entre los franceses y los británicos. Sólo
cuatro días después de Doullens, Haig le dijo a un colega que creía que «es
una puñeta tener que combatir al lado de los franceses, y ahora ocurrirá lo
mismo que en 1914, que salieron corriendo».!” Pétain, por su parte, seguía
mostrándose renuente a trasladar las tropas francesas fuera de su sector para ir
16. Foch, citado en general sir Charles Grant, «Notes from a Diary, March 29th to August,
1918», anotación del 9 de abril, LACMA, documentos Grant, 3/1.
17. Haig, citado en /b7d., anotación del 31 de marzo.
El turno de Jerry 303
20. Príncipe heredero Rupprecht, citado en Herwig, op. cit., pág. 410.
21. Oficial médico Stephen Westman, citado en Malcolm Brown, The Imperial War Museum
Book 0f1918: Year ofVictory, Londres, Pan Books, 1998, pág. 101.
22. Ludendorff, citado en Everad Wyrall, «The History ofde 62nd (West Riding) División,
1914-1919», vol. 1, sin fecha, págs. 148-149, LHCMA, documentos Leonard Humphreys.
El turno de Jerry 305
apoderaron de la mayor parte del terreno al sur de la ciudad, entre otros la co-
lina Kemmel, de gran importancia estratégica, y de la sierra de Messines, que
la tenía también, aunque simbólica. Esta penetración amenazó al puerto prin-
cipal más cercano del canal de la Mancha, Dunkerque, situado a sólo 35 km
de aquel frente de movilidad recién adquirida. La Operación Georgette, por
tanto, planteó una seria amenaza a las líneas de suministros de la Fuerza Ex-
pedicionaria Británica. Aunque los mandos británicos reorganizaron a sus
hombres y establecieron nuevas líneas de defensa, la estructura del mando
conjunto proporcionó una ayuda inmediata. Foch envió diez divisiones de las
tropas francesas al frente de Flandes que tan bien conocía y ordenó a Pétain
que se hiciera cargo de 120 km más de frente occidental, a fin de permitir que
los británicos concentraran sus operaciones.
Haig y su Estado Mayor habían sido pillados por sorpresa una vez más.
Habían esperado una nueva ofensiva alemana más al sur, en el sector de Arras
y de la cresta de Vimy, subestimando así el peligro que corría el sector de Lys,
en parte por haber supuesto que el valle de Lys no se secaría hasta mayo,
como había sido el caso en los años anteriores. Sin embargo, el invierno rela-
tivamente seco de 1917-1918 había ocasionado que en marzo el suelo de la
región estuviera firme, un hecho al que era del todo ajeno el Estado Mayor
de Haig. Por ende, su cuartel general no había ordenado la creación de una
defensa elástica escalonada en la zona. Algunos mandos militares locales
habían tomado por su cuenta y riesgo la iniciativa de ordenar tales defensas
y, donde existían, ofrecieron por lo general una mayor resistencia a los ale-
manes.??
Haig intentó unir a los hombres con su bando del 11 de abril «Con el agua
al cuello» y que, en parte, decía así: «No tenemos más alternativa que comba-
tir. Cada posición deber ser defendida hasta el último hombre: no puede ha-
ber retirada. Con el agua al cuello como estamos y con el convencimiento de
la justicia de nuestra causa, debemos luchar hasta el fin. La seguridad de nues-
tros hogare s y la liberta d de la humani dad depend en por igual de la conduc ta
de todos nosotros en este crítico momento».** El bando era una declaración
excepcional de un hombre nada dado por lo general a la elocuencia pública; y
reflejaba la urgencia de la situación.
Sin embargo, para muchos de sus hombres, el bando de Haig sugería de-
sesperación e incluso páni co, y abu nda ba en los mie dos de que la situ ació n
pudiera ser aún peor de lo que muc hos se atre vían a teme r. La may orí a de los
soldados, obs erv ó el com and ant e de un cuer po, habí an esta do «co n el agua al
cuello desd e mar zo, y no nec esi tab an que se lo dije ran» , sobr e todo por un ge-
25. General Alexander Godley, citado en Brown, op. cit., pág. 97.
26. Campbell, op. cit., pág. 65.
27. Hindenburg, citado en John Terraine, 70 Win a War, Londres, Cassell, 1978, pág. 65.
28. Citado en Brown, op. cit., pág. 105.
El turno de Jerry 307
Esta foto aérea muestra Queant, un punto fortificado de la Línea Hindenburg. Adviér-
tanse los tres cinturones de alambradas entrelazados (de izquierda a derecha en primer
plano) pensados para proteger a las fuerzas alemanas destacadas en la ciudad. (Cortesía de
Andrew y Herbert William Rolfe)
por sí solos. «Supongo —le dijo un oficial a Campbell—, que esto acabará
siendo otra Guerra de los Cien Años.»?”
El coste humano de los dos primeros ataques de Ludendorff fue espanto-
so. El Ejército alemán sufrió 257.176 bajas en abril, además de las 235.544 pa-
decidas en marzo. Alemania era, lisa y llanamente, incapaz de sustituir una
pérdida de efectivos a esa escala. El Ejército alemán empezó a experimentar
unos índices de deserción más elevados, y algunas unidades informaron de que
no podían asegurar que sus hombres obedecieran las órdenes en el futuro. El
cuartel general del VI Ejército advirtió sin ambages a Ludendorff que «los
hombres no atacarán».*% Aun así, Ludendorff siguió adelante y desvió su aten-
ción hacia el sur, a Champaña, donde confiaba en infligir una gran derrota a
los franceses que impeliera a los británicos a estirar sus líneas para acudir en
ayuda de aquéllos. Después de ocuparse de Francia, Ludendorff planeaba ata-
car una vez más al extendido Ejército británico en Flandes.
Foch podía permitirse ser un caballero ante su adversario a pesar del rosario
de éxitos tácticos de este último, porque sabía que él tenía un arma que Lu-
dendorff no podía confiar en igualar. El Ejército norteamericano, bajo el man-
do de su extraordinario comandante, el general John Pershing, estaba por fin
listo para entrar en combate. Profesional consumado, con fama de trabajador
incansable y de mantenerse tozudamente fiel a sus creencias, Pershing había
sido muy madrugador ya desde su nombramiento como primer capitán duran-
te sus días de cadete en West Point. Su matrimonio con la hija del inveterado
jefe del Comité de Asuntos Militares del Senado y el patrocinio del presiden-
te Theodore Roosevelt proporcionaron a Pershing los contactos políticos ne-
cesarios en el Partido Republicano, aunque siempre tuvo cuidado de mante-
nerse por encima de las políticas partidistas. A pesar de su fracaso en encontrar
y detener a Pancho Villa, su sagacidad política durante la operación había he-
cho que se ganara también la admiración de la Administración demócrata de
Wilson, lo que le convirtió en la elección evidente para mandar las fuerzas
norteamericanas destacadas a Europa. Pershing era también un excelente juez
del talento militar. Entre sus primeros nombramientos para ocupar puestos en
Francia estuvo el del futuro general de cinco estrellas George Marshall y el del
brillante y enigmático George Patton.
Casi un año después de entrar en la guerra, Estados Unidos había resuelto
por fin la infinidad de problemas que implicaba el despertarse de su sueño ais-
lacionista para entrar en la refriega. Uno de los más serios entre esos proble-
mas consistió en la determinación de la relación exacta entre Estados Unidos
y sus aliad os. Nort eamé rica se había nega do a firma r el trata do de Lond res,
que const ituía la base legal de la alian za, prefi riend o auto deno mina rse «po-
tencia asoci ada». El pres iden te Wils on había deja do bien claro que no veía
que los objet ivos bélic os de su país fuera n del todo anál ogos a los de Franc ia,
31. Foch, citado en gen era l sir Cha rle s Gra nt, «So me Not es Mad e at Mar sha l Foc h's Head-
quarters, Aug ust to Nov emb er 191 8», LH CM A, doc ume nto s Gra nt, 3/2 , pág . 5.
310 La Gran Guerra
32. Sobre la doctrina, véase Mark Grotelueschen, Doctrine Under Trial: American Artillery
Employment in World War [, Westport, Connecticut, Greenwood Press, 2001.
33. Baker, citado en Robert Bruce, A Praternity ofArms: America and France in the Great War,
Lawrence, University Press of Kansas, 2003, pág. 151.
34. Pershing, citado en John S. D. Eisenhower y Joanne Thompson Eisenhower, Yanks: The
Epic Story of the American Army in World War 1, Nueva York, Free Press, 2001, pág. 114.
35. Clemenceau, citado en Bruce, op. cit., pág. 150.
312 La Gran Guerra
Unos carros ligeros norteamericanos en pleno avance. Compárense estos carros de com-
bate con el mamotreto alemán de la página 299. (National Archives)
37. Informe de la misión britán ica a las AEF , cit ado en Gra nt, «No tes fro m a Dia ry» , ano ta-
ción del 24 de junio.
314 La Gran Guerra
Los soldados norteamericanos, como estos que utilizan una ametralladora ligera, sorpren-
dieron por igual a aliados y enemigos por su entusiasmo, temeridad e idealismo. La reali-
dad de la guerra fue determinante para que los mandos norteamericanos abandonaran sus
ideas preconcebidas y aprendieran de los franceses y los británicos. (National Archives)
para detener el avance alemán. Los marines perdieron a 4.600 hombres, casi la
mitad de los soldados que intervinieron en combate. La victoria en el bosque
de Belleau, sin embargo, detuvo a los alemanes en lo que fue su máximo acer-
camiento a París, a sólo 56 km de distancia; no volverían a acercarse tanto en
lo que quedaba de guerra.
A pocos kilómetros del bosque de Belleau, los norteamericanos tuvie-
ron la destacada actuación de detener un nuevo ataque alemán, esta vez en la
ciudad de Cháteau- Thierry, a orillas del Marne. Mientras sus camaradas re-
pelían los ataques en el bosque de Belleau, los hombres de la II y la TIT Divi-
sión norteamericanas privaban a los alemanes de la posibilidad de cruzar el
Marne en Cháteau- Thierry. Otras unidades norteamericanas participaron
también en la batalla. Su insignia se puede ver en la actualidad en el gran
monumento erigido en la ciudad, dedicado a «la amistad y cooperación entre
los Ejércitos francés y norteamericano». Un regimiento estadounidense
defendió un meandro del río con tanta fiereza, que se ganó el sobrenombre de
la «Roca del Marne». La enérgica presencia de las AEF en el campo de bata-
lla sirvió como prueba concluyente de que la estrategia de Ludendorff había
sido un vil fracaso. «Vosotros, los norteamericanos —decía un oficial fran-
cés a mediados de junio—, sois nuestra esperanza, nuestra fuerza, nuestra
El turno de Jerry 315
vida.»** Incluso la derrota de los británicos que con tanto ahínco había perse-
guido Ludendorff, no impediría a los norteamericanos llegar en masa y com-
batir con más pericia a cada mes que pasaban en Francia.
A pesar de que las bajas de junio sobrepasaron los 200.000 hombres, Lu-
dendorff se decidió por lanzar una cuarta ofensiva. Tenía la esperanza de to-
mar Reims y luego avanzar contra París. El Ejército alemán, sacudido por el
derrotismo, las deserciones y la misteriosa enfermedad que pronto se conoce-
ría como gripe española, no podría repetir sus éxitos anteriores. El desastre de
Duchéne en el Chemin des Dames condujo a los aliados a redoblar sus es-
fuerzos para crear unas defensas elásticas; éstos, por fin, habían visto lo sufi-
ciente de los alemanes para saber ya cómo contrarrestar sus tácticas. Los de-
sertores germanos (muchos de ellos alsacianos) proporcionaron a los franceses
el momento y el lugar exactos del ataque. En consecuencia, los avances alema-
nes fueron insignificantes, y el káiser observó con frustración cómo sus hom-
bres volvían a fracasar en la toma de Reims. Ludendorff reaccionó culpando a
los oficiales de su Estado Mayor y proclamando su esperanza de derrotar a los
franceses en un futuro cercano y continuar luego con su persecución de los bri-
tánicos, hasta la India si se hacía preciso.?”
La quinta ofensiva de Ludendorff, esta vez sobre el Marne al este de
Reims, no sorprendió a nadie. Los desertores alemanes, los informes de la in-
teligencia francesa y la propia intuición de Foch habían permitido a los aliados
adivinar el plan de Ludendorff. Foch había dispuesto un recibimiento nada
amable a los alemanes para el que reunió infantería, aviación y blindados de
los cuatro países, incluidas seis divisiones norteamericanas bajo el mando del
VI Ejército francés. En la segunda batalla del Marne (del 15 al 18 de julio), las
bajas alemanas incluyeron a 30.000 desmoralizados prisioneros. La victoria
aliada acabó de una vez por todas con cualquier esperanza germana de tomar
París y obligó a Ludendorff acancelar su sexta ofensiva, prevista para ser lan-
zada contra los británicos en Flandes. El 24 de julio Foch anunció a los gene-
rales aliados que había llegado el momento de «abandonar nuestra actitud ge-
neralmente defensiva, impuesta por nuestra inferioridad numérica global
hasta el momento, y de pasar a la ofensiva», a fin de presionar a los alemanes
diariamente a lo largo de todo el frente y «no darles tiempo para que recom-
pongan sus unidades». La última apuesta de Alemania había fracasado, y los
ejércitos aliados estaban preparados para reanudar la ofensiva. La fase final de
la guerra había empezado.
38. Citado en Robert Zieger, Americas Great War, Lanham, Maryland, Rowan and Little-
field, 2000, pág. 97.
39. Herwig, op. cit., pág. 417.
40. Ministere de la Guerre, Les Arm ées Fra nca cis es dan s la Gra nde Gue rre , seri e 7, vol. 1, Parí s,
Imprimerie Nationale, 1928, pág. 266.
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Capítulo 13
A cien días de la victoria
De Amiens al Meuse-Argonne
“Tras la victoria en la segunda batalla del Marne, los ejércitos aliados empeza-
ron su propia ofensiva general, en la que el avance de los soldados fue mejor
de lo que habían esperado los generales al mando. El Ejército alemán opuso
poca resistencia más allá de una retaguardia decidida, prefiriendo, en su lugar,
trasladarse hacia el este a posiciones más defendibles. El impedimento más
serio a los movimientos aliados fueron las políticas de tierra quemada de los
alemanes, conforme a las cuales hundían los puentes, arrasaban los pueblos y
minaban las carreteras. La mera visión del territorio francés destruido con
tanto descaro por su enemigo revitalizó el deseo del Ejército francés de hacer
que Alemania pagara por sus crímenes. Los hombres del LXXVII Regimien-
to de Infantería francés recordaban sus sentimientos al atravesar los pueblos
damnificados en agosto de 1918:
* El epígrafe está extraído del Grand Quartier General, Second Bureau, «Le morale de Par-
mée allemande», 4 de septiembre de 1918, en el Ministere de la Guerre, Les Armées Frangaises dans
la Grande Guerre, serie 7, vol. 1, París, Imprimerie Nationale, 1928, apéndice 960.
318 La Gran Guerra
l. Historique du 77 Régiment
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26N 1734, n* 72, caja 16, pág. 66.
A cien días de la victoria 319
La modernización de la guerra no alcanzó a todas las partes del campo de batalla. Todos
los ejércitos siguieron confiando en la fuerza humana y animal para trasladar los suminis-
tros. (National Archives)
2. Ministere de la Guerre, Les Armées Prangaises dans la Grande Guerre, París, Imprimerie
Nationale, 1928, serie 7, vol. 1, apéndice 897, tabla 1.
A cien días de la victoria 321
La crisis de 1918 obligó a los norteamericanos a enviar tropas lo más rápidamente posi-
ble, a menudo sin suministros. Muchas unidades estadounidenses dependieron de los su-
ministros franceses y británicos, como es el caso de la pieza de artillería de 75 mm france-
sa que aparece en la foto. (National Archives)
3. Pétain a los comandantes del ejército, 20 de julio de 1918, ¿bid., pág. 91.
322 La Gran Guerra
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Soissonsye Reims Ofensiva de
Meuse-Argomne,
26 septiembre-
11 noviembre
42 divisiones sólo una semana después. El cuartel general alemán había redu-
cido también el tamaño de los batallones en cien hombres, un indicio más de
la grave disminución de los efectivos alemanes. Asimismo, sabía que no po-
día resistir un ataque aliado contra el saliente de Cháteau-Thierry ni permi-
tirse las catastróficas bajas que habrían sufrido en caso de aislar el saliente los
aliados.
La reocupación aliada del saliente de Cháteau-Thierry tuvo diversas re-
percusiones de importancia. Eliminada la amenaza contra París, las dos divi-
siones británicas eran libres ya de volver bajo el mando británico en las cerca-
nías de Amiens, a fin de apoyar las ofensivas en aquel sector. Así que fueron
sustituidas por tres divisiones norteamericanas descansadas, lo que elevó el
número total de estadounidenses en el sector a seis divisiones con el doble de
efectivos, suficiente para desembocar en el hito de la creación del I Ejército
norteamericano, aprobado por el Consejo Supremo de la Guerra el 25 de ju-
lio y ejecutado el 10 de agosto. Juntos, norteamericanos y franceses, persiguie-
ron a los alemanes que se retiraban del sector del Marne desde el 15 de julio
hasta el 5 de agosto, con el saldo final de 29.000 alemanes hechos prisioneros
A cien días de la victoria 323
8. John Terrain, To Win a War: 1918, the Year ofVictory, Londres, Cassell, 1978, pág. 89.
9. Pershing, citado en 2bid.
A cien días de la victoria 325
10. General de división sir Archibald Montgomery, The Story ofthe Fourth Army in the Battles
ofthe Hundred Days, sin fecha, LACMA, Documentos Archibald Leslie, pág. 6-7.
326 La Gran Guerra
Esta foto muestra el momento en que un bombardero suelta su carga sobre las posiciones
de unos objetivos que aparecen numeradas sobre la fotografía. Los bombardeos estraté-
gicos planteaban problemas de precisión e identificación de los verdaderos objetivos,
aunque hacia el final de la guerra se convirtieron en una parte fundamental de los planes
aliados. (United States Air Force Academy MceDermott Library. Colecciones especiales)
tencia de fuego necesario para superar las defensas enemigas. Las sofisticadas
técnicas de artillería, tales como la localización por los fogonazos o la localiza-
ción acústica, permitieron a los artilleros ubicar las baterías alemanas con pre-
cisión considerable. Mediante la utilización de estas nuevas tácticas, el fuego
de contrabatería aliado pudo destruir con eficacia la artillería enemiga y elimi-
nar así unas de las principales amenazas para el avance de la infantería. En
Amiens, las tácticas burdas de 1916 y 1917 habían dado paso a un estilo mecá-
nico de la guerra que permitió a los aliados mover a los hombres con más ra-
pidez, apoyar sus avances con un fuego artillero preciso y aplastante y conti-
nuar las operaciones detrás de las líneas enemigas. Los alemanes no tenían
respuesta para esta nueva forma de guerra. Incapaces de conservar las cerca-
nías de Amiens, se retiraron al terreno elevado que rodeaba San Quintín y Pé-
ronne, lo que les llevó de nuevo a la línea de las batallas del Somme en 1916.
Esta retirada colocó a los alemanes a lo largo de parte del mismo terreno
que habían defendido tan bien en una ocasión. Puede que el terreno hubiera
A cien días de la victoria 329
sido el mismo de dos años antes, pero los ejércitos ya no lo eran. Los inexper-
tos y mal pertrechados Nuevos Ejércitos Británicos que combatieron en 1916
con un material insuficiente habían sido sustituidos ya por unidades veteranas
bien provistas de armamento moderno e integradas por hombres instruidos
debidamente en las técnicas que necesitaban aplicar. Por el contrario, los ale-
manes se encontraban cansados, y algunas de sus divisiones contaban nada
más que con la cuarta parte de los efectivos que habían tenido en la primave-
ra. En 1918 no podían confiar en rechazar a los británicos en los terrenos ele-
vados que rodeaban el río Somme con el mismo tesón que habían empleado
dos años antes.
Los alemanes conservaban sólo una cabeza de puente al oeste del Somme,
en la ciudad de Péronne. Ludendorff preveía mantener la ciudad temporal-
mente, mientras sus fuerzas establecían nuevas líneas defensivas al este del
Somme, pero al oeste de la línea de defensas conocida como Línea Hinden-
burg, que discurría de manera intermitente en dirección sur-sudeste desde
Lille hasta Metz. Dos factores complicaban su plan. El primero era que de las
44 divisiones de reserva alemanas, sólo 19 estaban clasificadas como «frescas».
Quince de las divisiones de reserva estaban en plena reconstitución, lo que
significaba que estaban volviendo a ser formadas con los supervivientes de
otras unidades; y once estaban «cansadas» o, lo que era lo mismo, no eran ca-
paces de realizar ninguna operación ofensiva, y sólo, y eso en caso de emer-
gencia, podrían llevar a cabo operaciones de defensa.!*
El segundo problema de los alemanes estribaba en que los aliados no te-
nían intención de concederles ningún tiempo para descansar y reacondicio-
narse. Foch le había dicho ya a los comandantes aliados que «no den respiro
al enemigo» después de una ofensiva y «respondan a la situación del momen-
to» dirigiendo ataques locales.!* Para cumplir estos objetivos, Foch sacó al
VI Ejército francés de la reserva y lo añadió al cúmulo de unidades disponibles
para atacar; sacó también a otras seis divisiones de infantería francesas y las
asignó al Grupo de Ejércitos del Centro. A las unidades francesas se les comu-
nicó que no debían esperar refuerzos antes de «un lapso imposible de deter-
minar», pero las actuaciones de Foch dieron a los franceses la máxima capa-
cidad para presionar a los alemanes a lo largo de todo el frente occidental.'*
A fin de añadir contundencia al ataque británico, Foch trasladó también seis
brigadas de artillería pesada del I Ejército francés a Flandes para ayudar a los
británicos.
14. «Repartition des div isi ons all ema nde s sur le fro nt occ ide nta l a la dat e du 31 aoú t 191 8»,
1 de septie mbr e de 191 8, en Les Arm ées Pra nga ise s, seri e 7, vol. 1, apé ndi ce 922 .
15. Foch a los ejé rci tos ali ado s, 31 de ago sto de 191 8, 7bid ., ane xo n* 898 .
16. Ibid., pág. 277.
330 La Gran Guerra
El 11 de sep tie mbr e de 191 8 las fue rza s ali ada s ya hab ían eli min ado la may o-
ría de los obstáculos que protegían los accesos a la Línea Hindenburg, inclu-
sió n hec ha de los val les de los río s So mm e, Ois e, Ais ne y Ves le. Las uni dad es
fra nce sas y bri tán ica s hab ían est abl eci do con tac to en los cer ros sit uad os jus to
al oeste de la línea. Un clima excelente permitió el rápido movimiento de tro-
pas y suministros, además de frecuentes vuelos de reconocimiento. Dichos
vuelos, en combinación con ciertos documentos capturados a los alemanes,
proporcionaron a los aliados información fiable acerca de los puntos fuertes y
débiles de las defensas de la línea. El 18 de septiembre los australianos toma-
ron un importante terreno elevado situado enfrente de la Línea Hindenburg
y al este de la ciudad de San Quintín. En la acción, consiguieron adelantar la
línea unos 5 km a lo largo de 6 km de frente, capturando a 4.243 soldados ale-
manes, 87 piezas de artillería y 300 ametralladoras.
Sin embargo, la línea en sí permaneció intacta. De acuerdo con los alema-
nes que la idearon —y que la construyeron a costa del trabajode prisioneros
de guerra rusos—, había sido diseñada para permitir «las condiciones más fa-
vorables para una defensa tenaz llevada a cabo por una guarnición mínima».!”
Estaba compuesta por unos densos cinturones de alambre de espino, sólidos
nidos de ametralladora de hormigón armado y una sofisticada red de trinche-
ras que, en algunos lugares, llegaba a alcanzar un fondo de casi 1.900 m. En el
sector australiano-norteamericano, este conjunto de defensas se veía incre-
mentado por la presencia del túnel-canal de San Quintín, de casi 6,5 km de
longitud, que se extendía por detrás de las defensas principales de la Línea
Hindenburg. Una vez vaciado de agua, se convirtió en un espacioso búnker
subterráneo que proporcionaba refugio incluso contra los bombardeos más
violentos de la artillería. El túnel era un lugar ideal para que los alemanes si-
tuaran sus almacenes. En cuanto se mejoró, dotándolo de ventilación, calefac-
ción, electricidad y corredores que lo conectaban con las trincheras, el túnel
también proporcionó una ubicación perfecta para los barracones. La acusada
pendiente del canal y las zanjas contracarro de los alemanes convirtieron el
suelo en un terreno difícil para los carros aliados, lo que dejó a muchas unida-
des sin el apoyo blindando al que ya se habían acostumbrado. Los carros de
combate, por lo tanto, sólo se utilizaron para aplastar las alambradas del lado
derecho del canal.
La tarea de romper la línea en San Quintín volvió a recaer sobre Monash y
sus australianos. El HI Cuerpo norteamericano, compuesto de la XXVII Divi-
sión de Nueva York y la XXX de Tennesse y las dos Carolinas, fue puesto bajo
mando australiano durante la operación. Dada la inexperiencia de muchos de
los oficiales norteamericanos, Monash asignó a un oficial o suboficial a cada
una de las compañías norteamericanas. Puesto que la artillería británica no
podía atravesar el túnel, Monash planeó atacar las entradas de éste con gas y
granadas de alto explosivo a fin de inmovilizar a los soldados alemanes en su
interior. Entonces, los norteamericanos avanzarían y tomarían los objetivos
iniciales, y una vez que los tuvieran en sus manos, los australianos los segui-
rían hasta la segunda línea en una especie de «juego de pídola».
La poderosa artillería británica empezó su trabajo el 26 de septiembre. Los
británicos habían concentrado una pieza de artillería por cada tres metros
de frente, el doble de lo que habían dispuesto en el Somme el 1 de julio de
1916. Desde el 26 de septiembre hasta el 4 de octubre, los británicos dispa-
raron 1.300.000 proyectiles, entre los de alto explosivo y los de gas. La fuerza
salvaje del bombardeo obligó a muchos alemanes a buscar sitios cada vez más
profundos donde esconderse, lo que neutralizó su efectividad para resistirse al
asalto subsiguiente. En la noche del 28 de septiembre los hombres de las dos
divisiones norteamericanas ocuparon sus posiciones, recibieron los víveres y
escribieron a sus casas, algunos por última vez.
Como hicieron en campañas anteriores, los norteamericanos combatieron
con un entusiasmo que compensó su inexperiencia. Durante el primer día de
la fase terrestre, el 29 de septiembre, la XXVII División abrió una brecha
de 6 km de profundidad por diez de largo en las defensas alemanas y cruzaron
al lado izquierdo del canal. En algunas partes del sector del ataque, la poca
experiencia de los norteamericanos se reveló costosa. Algunas unidades no
consiguieron acabar con todos los puestos de ametralladoras alemanes antes
de sobrepasarlos; esta incapacidad para «limpiarlos» provocó que una unidad,
el CVII Regimiento de la XXVII División, presentara el mayor porcentaje de
bajas de un regimiento norteamericano durante la guerra. Sin embargo, a la
mañana del segundo día, la entrada meridional al túnel de San Quintín y el
punto fortificado septentrional conocido como el «Montículo» estaban en
manos aliadas. La V División australiana saltó entonces por encima de los
norteamericanos y prosiguió el ataque.
El combat e ter res tre en est e sec tor con tin uó dur ant e var ios día s más , has ta
que, el 4 de octubr e, los ale man es ord ena ron una ret ira da gen era l. La lín ea
Hindenburg, que Ludend orf f hab ía esp era do ret ras ara a los ali ado s dur ant e
todo el invierno, hab ía caí do en sól o uno s días . La dec isi ón de ret ira rse del
334 La Gran Guerra
Esta vista aérea de las trincheras del frente del Meuse-Argonne en 1918 muestra el carac-
terístico dibujo en zigzag de las redes de trincheras. Los norteamericanos confiaban en
atravesar con rapidez este sector para evitar que el atrincheramiento alemán adquiriese
una gran profundidad, pero los problemas de abastecimiento frustraron sus planes. (Uni-
ted States Air Force Academy MeDermott Library. Colecciones especiales)
21. Ludendorff, citado en Mathias Erzberger, «La Débácle Militaire de l'Allemagne», Archi-
ves de la Grande Guerre, n* 12, 1922, págs. 385-416, cita en la pág. 394.
336 La Gran Guerra
22. Clemenceau, citado en Margaret MacMillan, Peacemarks: The Paris Conference of 1919 and
Is Attempt to End War, Londres, John Murray, 2001, pág. 41.
23. Herwig, op. cit., pág. 426.
A cien días de la victoria 337
al mismo tiempo que Wilson recibía la segunda nota alemana, le llegó la noti-
cia de que un U-boot alemán había hundido al buque de pasajeros Leinster, ac-
ción en la que murieron 200 personas.
El hundimiento, además de la presión ejercida sobre él por Lloyd George
y Clemenceau, llevó a Wilson a adoptar un talante menos conciliador. En su
respuesta a la segunda nota exigió el fin inmediato de la guerra submarina y la
inmediata evacuación de todos los territorios ocupados por Alemania desde
1914. El texto daba a entender también que, a menos que el káiser abdicara,
Alemania no podía albergar esperanzas de que se iniciaran las negociaciones.
El contraste del tono entre la primera y la segunda nota de Wilson provocó
el pánico en Berlín, donde los oficiales alemanes supieron que ya no podrían
valerse de la moderación de Wilson para evitar la severidad de franceses y bri-
tánicos.
El desmoronamiento, largamente previsto, de los aliados alemanes tam-
bién había empezado. El 24 de octubre un revitalizado Ejército italiano atacó
a los austrohúngaros en Vittorio Veneto. El 3 de noviembre habían hecho pri-
sioneros a 80.000 soldados austrohúngaros, y se habían apoderado de 1.600
piezas de artillería de las dos mil que le quedaban a Austria-Hungría. El 26 de
338 La Gran Guerra
Los hombres, que han llevado las mismas ropas sucias, rotas y llenas de
piojos durante cuatro semanas, ven ahora sus cuerpos llenos de roña, y se en-
cuentran sumidos en un estado de depresión a causa de la permanente ame-
naza de los cañones enemigos y de la diaria expectativa de que se produzca un
ataque. De llegar el caso, los soldados apenas se encuentran en condiciones
de cumplir con las tareas asignadas.?*
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Conclusión
Un armisticio a cualquier precio
1. Diario de marchas del CLXXI Regimiento de Infantería, SHAT, 26N708, caja 708, exp. 11.
342 La Gran Guerra
Los londinenses celebran la noticia del armisticio en noviembre de 1918. Los perspicaces
líderes de ambos bandos sabían que el armisticio sólo detendría las hostilidades, y que la
creación de una paz duradera exigiría un hercúleo esfuerzo diplomático que igualase el
efectuado en materia militar por los aliados en 1918. (Vational Archives)
des contingentes, y si iba a haber una campaña militar en 1919, los aliados la
llevarían a cabo con unas cantidades de carros de combate y aviones que, con
toda probabilidad, los alemanes no podían confiar en igualar. El 10 de no-
viembre, Hindenburg contestó a Erzberger en un telegrama cifrado, en el que
le pedía que mejorase las condiciones de Foch, sobre todo en lo tocante a per-
mitir que Alemania siguiera conservando más ametralladoras, a fin de sofocar
la rebelión bolchevique que estaba teniendo lugar en algunas ciudades alema-
nas. «Si no puede conseguir estos objetivos —concluía Hindenburg—, debe
firmar en cualquier caso.»*
Poco después, llegó otro telegrama, éste sin codificar. En él se informaba a
Erzberger de la abdicación del káiser y de su posterior exilio a Holanda. A pe-
sar de este acontecimiento, el telegrama comunicaba a Erzberger que seguía
conservando la potestad para negociar y firmar un armisticio. Aunque Hin-
denburg era el autor del texto, el telegrama iba firmado por el Reichskanzler
Schluss. El oficial francés que recibió el telegrama exigió saber quién era el
canciller Schluss (los aliados no conocían a ningún político llamado así) y en
El emir Faisal intervino en la Conferencia de Paz de París con su asesor personal y aliado
en tiempos de guerra, el coronel británico T. E. Lawrence, en la foto, a la izquierda de
Faisal. A pesar de los deseos de ambos hombres, Arabia no consiguió la plena indepen-
dencia después de la guerra. (O Corbis)
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Cronología de los principales
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1914
1915
1916
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1918
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Fuentes principales
Bullock, A. V. (02/43/1)
Campbell, Pat (P91)
Christie-Miller, Geoffrey (8/4/03 y 80/32/1)
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Mcllwain, John (96/29/1)
Reynolds, L. L. C. (74/136/1)
Turner, R.b,(P252)
Clive, Sydney
De Lisle, Henry de Beauvoir
Gracie, Archibald
Grant, Charles
Humphreys, Leonard
Jacobs-Larkcom, Eric
Jones, John Francis
Kiggell, Laucenlot
Maze, Paul
Phillips, C. G.
362 La Gran Guerra
Briand, Aristide, 94, 113, 168, 228 «Con el agua al cuello», bando, 305
Brittain, Vera, 249 Consejo Supremo de la Guerra, 274-276,
Bruchmiller, Georg, 213-215 ASIS 22
Brusilov, Alexei, 15, 50, 68, 70-71, 120, Constantino, rey de Grecia, 113-114
179-184, 205-206, 208, 211-213 Cracovia, 68, 70, 154, 180
Brusilov, ofensiva, 179-184, 201 crisis marroquíes, 16-17, 272
Bucarest, tratado de, 203-204, 218 Curragh, incidente, 251, 282, 296
Bulgaria, 102-103, 111-115, 199, 202-203 Currie, Arthur, 88, 233
Búlow, Karl von, 41-42 Curzon, George, 125, 223
Byng, Julian, 231, 265-266, 296
Diaz, Armando, 263-264
Cambrai, batalla de, 264-267, 324 Dogger Bank, batalla de, 132-133
Campbell, Pat, 293-296, 297, 306-307 Dreadnought, HMS, 127
Canadá, 81, 88, 230-232, 326-327 Driant, Emil, 161, 163, 229
Capello, Luigi, 243, 261-262 Duchéne, Denis, 234, 308, 315
Caporetto, batalla de, 259, 261-264, 274,
296 Egipto, 102-103, 142-143
Cadorna, Luigi, 152-153, 155-157, 177- Elles, Hugh, 264-265
179, 241-244, 259, 261-262 Enver Pasha, 121-123
Carlos, emperador, 184 Erzberger, Mathias, 342-345
Carrera hacia el mar, la, 44-45, 75 Erzurum, 122, 124
Casement, Roger, 283-284 Estados Unidos de América (véase también
Castelnau, Edouard Notél de, 36, 164-165, Fuerza Expedicionaria Americana
223-224 [AEF]), 20, 22, 93, 124, 184, 199,
Catorce puntos, los (de Woodrow Wilson), 217, 275-276, 360; y la neutralidad,
335-336 131-137; y su entrada en la guerra,
Cáucaso, 102, 121-125 228-230, 232, 267-268
Cavell, Edith, 29 Eugen, archiduque, 67
Champagne, ofensiva de,78-81, 82, 93, Evert, Alexei, 182-183
99, 160-161 Faisal, emir, 147-148, 345
Chantilly, conferencia de,175-177 Falkenhayn, Erich von, 42, 44-45, 87,
Charteris, John, 254-255, 267-268 A SS Se
Cháteau- Thierry, batalla de, 308-309, 179, 181-182, 186, 194, 203; y
314, 321-323, 330-331, 334 Verdún, 158-165, 167-168, 170
Chemin des Dames, 226-229, 231-241, Ferdinand, rey de Rumanía, 201
245, 252-253, 307-308, 315 Festubert, batalla de, 90-91, 252
China, 133 Fish Joher
n Jack
,ie, 106, 132, 139
Churchill, Winston, 45, 101, 103-104, Foch, Ferdinand, 23, 36-38, 41, 45, 86,
111-112, 127-129, 139, 187, 194, 88-90, 92, 95, 97, 179, 223-224, 226,
267,273 247, 255, 262-263, 274-276, 305-
Clemenceau, Georges, 115, 271-274, 300- 206,209, 511, 315,3200 323324.
301, 311, 336-337, 339, 345-346, 326, 329, 331-332; y la campaña de
Conrad von Hoótzendorf, Franz, 60-65, Somme, 187, 190-191; como
67,117, 154, 178-179, 181-182, 184 comandante general de los aliados,
Índice analítico y de nombres 365
Hoffman, Max, 55-56, 212-213, 218 judíos, 51, 69, 146-147, 149-150, 204,
Holanda, 134, 327, 344 206, 347
Holtzendorff, Henning von, 141, 281 Jutlandia, batalla de, 137-140
House, Edward, 276
Hussein, emir Abdullah, 146-147, 150 káiser (véase Gullermo II, emperador de
Hutier, Oskar von, 213-215, 304 Alemania)
Kaledin, Alexei, 180, 182
Imperio austrohúngaro, 25, 51, 58-73, Kemal, Mustafá, 103, 108-109, 124-125,
102, 103-104, 111-112, 210-215, 241- 149
242; y la crisis de julio, 15-17, 20-21; Kerensky, Alexander, 208-211, 213-214,
y sus relaciones con Alemania, 62-63, 216
115-117, 181-182, 244, 259-261; e Kiggell, Lancelot, 255-256, 267
Ttalia, 152-158, 176-180; y Rumanía, Kitchener, Horacio, 22, 38-39, 80-81, 98,
179-184; y la ofensiva de Brusilov, 106-107, 111, 142-143, 146
199-204; colapso del, 337-338 Kluck, Alexander von, 32, 38, 41-42
Imperio otomano, 20, 52, 59, 113, 142, Kornilov, Lavr, 213, 216-217
202-203; entrada en la guerra, 101-
104; y Gallípoli, 102-112; relaciones Lafayette, escuadrilla, 173
con Alemania, 103-106, 108, 123- Lanrezac, Charles, 30-33, 38, 115
125; y el Cáucaso, 120-125; y Lawrence, T. E., 147, 362
Oriente Medio, 142-150; colapso del, Le Cateau, 31-32, 86
337-338 Lemberg/Lvov, 68-70, 117, 180, 211
India, 81, 84, 91, 142, 144, 283 Lenin, Vladimir, 210, 217-219, 283
influencia, 315, 323 Lettow-Vorbeck, Paul von, 290-291
Irlanda, 97-98, 256-257, 271, 281-282 Lieja, 27-28, 34, 54
Isonzo, batalla de, 154-158, 176-180, 241- Liman von Sanders, Otto, 103, 106
244, 259, 261-264 Lloyd George, David, 93, 98, 148-149, 242,
Talla 201637 102116 51-158 177179 266-269, 271-275, 300-301, 319-320,
199, 241-244 336; y la ofensiva de Nivelle, 224-225,
Ivanov, Nikolai, 68, 119 236; y la tercera batalla de Ypres, 246,
248
Jadar, batalla del, 63 LodalLS
Japón, 132, 184 Londres, 172, 195, 228, 242-243, 249,
Jellicoe, John, 129-131, 139-140, 277, 282-283
279-281 Loos, batalla de, 97, 190
Joffre, Joseph, 34-36, 37-39, 41-45, 78, Lorette, Notre Dame de, 86
82, 91-93, 95-97, 97-99, 113, 171, Lovaina, 29
175-176, 225-226, 271; y Verdún, Ludendorff, Erich, 28, 54-56, 72, 116,
158, 160-165; sustitución de, 170; y 167, 171,203, 208, 21082299:
la campaña de Somme, 185, 190, 255-256, 269-270, 296-298, 303-304 ,
Mackensen, August von, 72, 116-117, 299, 300-302, 308, 314, 315, 320-
120, 202 327,339, 360-362
Mangin, Charles, 168, 234, 236 París, conferencia de paz, 124-125, 345-
Manoury, Michel, 41 346
Marne, primera batalla de, 25, 38-42, 55, París, el cañón de, 300
71-72, 78-79, 160, 165-166, 168, Passendale (véase Ypres, tercera batalla de)
170-171, 223 Pau, Paul-Marie, 35, 38
Marne, segunda batalla de, 314-320, 324 Pershing, John, 309-315, 324, 330-331,
Masurian, Lagos de, 58, 71, 125 338
Max de Baden, príncipe, 336 Pétain, Henri-Philippe, 165-168, 173,
McMahon, Henry, 142, 146, 250 224, 228, 248, 274-275, 297, 299,
Mesopotamia, 143-146, 148 301-302, 305, 308, 311-313, 321,
Messines, cresta de, 248-252, 305 323, 330-331; como comandante en
Meuse-Argonne, 331, 334 jefe del Ejército francés, 236-237; y
Moltke, Helmuth von, 17-19, 26, 41-44, los motines del Ejército francés, 236-
48, 54-55 241, 323, 330-331
Monash, John, 109, 233, 324-325, 333 Plan 19, 51-52
Monro, Charles, 111 Plan XVII, 34
Mons, batalla de, 31-32, 36, 55 Plumer, Herbert, 88-89, 248-252, 255,
Montenegro, 63, 102 257-258, 262-263
Morhange, batalla de, 35-36 Poincaré, Raymond, 93-94, 99, 236
Murray, Archibald, 143, 148 Polonia, 62, 69-73, 117-119, 201, 204-205,
209-210, 215
Namur, 27-28, 34 Portugal, 304
Neuve Chapelle, batalla de, 82-85, 87, Potiorek, Oskar von, 63, 65, 67
89-91, 101, 190 Prittwitz, Max von, 53-54
Nevill, Wilfred, 188-190 Przemysl, 68, 70, 117
Nicolás IL, zar de Rusia, 15, 18-20, 50, Putnik, Radomir, 63-65, 67
119-120, 180, 183-184, 205-209, 217
Nikolai, gran duque, 52-53, 119-120 Rawlinson, Henry, 90-91, 190, 192, 252,
Nivelle, ofensiva de (véase Chemin des 326
Dames) Rennenkampf, Pavel, 52-58, 72-73
Nivelle, Robert, 168, 170, 223-229, 232- Repington, Charles, 85
234, 236, 241, 257, 300 Riga, batalla de, 213-216, 261
Notre Dame de Lorette (véase Lorette, Robertson, William, 22, 225, 242, 246,
Notre Dame de) 253,264, 267, 275, 300
Nueva Zelanda, 133 Roosevelt, Theodore, 135, 309
Nuevos Ejércitos, 80-81, 91, 95, 158, 176, Royal Navy (véase Gran Bretaña,
184-186, 188, 329 marina de)
Rumanía, 102, 114, 199-205, 215
Painlevé, Paul, 173, 228, 236 Rupprecht, príncipe de Baviera, 45, 232
Palestina, 143, 147-150 Rusia, 25, 34, 49-58, 61-62, 67-73, 199;
París, 19, 26, 32, 38-42, 55, 78, 98, 159, y Gallípoli, 102-103; y el Cáucaso,
164-165, 168, 227-228, 253, 272, 122-125; e Italia, 152-153, 155-156;
368 La Gran Guerra
www.paidos.com
ISBN 84-493-1890-4
60137
9”788449"318900 ||