Capitulo 8 - Kohan
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Capítulo 8
Contenido
Capítulo 8 ................................................................................................................................. 1
6. Generar condiciones para afirmar otros valores diferentes de los dominantes ............ 10
Consideraciones finales........................................................................................................... 12
Tal vez es el momento de preguntarnos cómo llevar a las aulas algunas de las ideas
presentadas en los capítulos anteriores.
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KOHAN, Walter Omar (2000) “La ética como práctica de la libertad: cuestiones para pensar la
formación ética en la escuela.” en Gentili, Pablo (comp.). Códigos para la ciudadanía. La
formación ética como práctica de la libertad. Buenos Aires: Santillana
La ética también ha aparecido como uno de los pilares de las reformas educativas actualmente
en curso. La Formación ética y ciudadana se considera un contrafuerte que atraviesa
longitudinalmente el currículo. Esta situación se ha visto reforzada por las perspectivas
psicogenéticas y constructivistas que sustentan las reformas: la formación en valores debe
acompañar el desarrollo cognitivo de niños y niñas. Desde este punto de vista se presupone
que en los años de la educación básica (y más específicamente, entre los 7 y los 12 años)
tienen lugar en los niños de ambos sexos la formación y consolidación de la conciencia moral.
La formación ética en la escuela subsidiaría ese proceso tanto como el aprendizaje de los
contenidos curriculares de las otras disciplinas. Al mismo tiempo, sería la preparación para la
formación de personas “democráticas”, “responsables”, “tolerantes”. Así, se la presenta como
un medio para la formación política.
Sin embargo, de ética se habla mucho, pero se dice poco. Su omnipotencia discursiva acabó
por trivializarla como problema. En una sociedad en la que todo es ética, nada lo es
específicamente. Se pretende que la ética esté presente en todos los espacios, con lo cual
acaba por no estar en ninguno. No nos referimos simplemente a que la ética deba tener un
espacio diferenciado. Se trata, más bien, de pensar de qué ética estamos hablando; sobre qué
bases político-culturales se establece; qué valores, normas y derechos consagra; cuáles somete
a crítica y cuestionamiento.
Desde el punto de vista educativo, ésta es una cuestión central, ya que de ella depende el
contenido que atribuimos a la ética en el discurso, el currículo y las prácticas pedagógicas. En
efecto, si por formación ética entendemos la transmisión a nuestros alumnos de aquellos
valores presuntamente universales alcanzados por la humanidad (“democracia”,
“responsabilidad”, “tolerancia”, etc.), poco espacio nos quedará para la reflexión moral
autónoma. Si ya sabemos lo que está bien y lo que está mal y simplemente se trata de
transmitir este contenido a nuestros alumnos, la formación ética desaparece como desafío
pedagógico y político para tornarse una mera instrucción moralizante.
Reflexionar sobre una forma diferente de entender y practicar la formación ética será el
objetivo de este capítulo. Entretanto, no vamos a presentar aquí los contenidos de una ética
universal que debe ser transmitida ni los recursos que propicien su traducción en principios
didácticos. Desde nuestro punto de vista, no podemos proponer ningún “cómo” si antes no
personas en el significado de esta práctica pedagógica, en “por qué” y “para qué”
enseñamos ética.
Nuestra propuesta es, en primer lugar, una apuesta al pensamiento. Nos interesa,
fundamentalmente, poder pensar la ética. Como docentes, necesitamos reflexionar sobre
nuestras prácticas, sobre el fundamento y el sentido de lo que enseñamos. También sobre las
relaciones entre lo que hacemos en el aula y lo que sucede fuera de ella. De tal manera, y a
partir de lo expuesto, vamos a pensar sobre cómo y para qué enseñar ética en la escuela.
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¿Qué ética enseñar? Por lo común se considera que enseñar ética significa
transmitir una serie de principios morales que, una vez aprendidos, deben normativizar la vida
de los individuos. Desde esta perspectiva, ética se enseña mediante la transmisión de los
componentes que la constituyen. Siendo así, sólo se aprende una ética cuando ésta es
internalizada por el sujeto del aprendizaje. El docente transmite a los alumnos un conjunto de
contenido morales que deben ser aprendidos, saberes mediante los cuales se definen el bien y
el mal, lo justo y lo injusto, la felicidad y la infelicidad. Esos contenidos pueden variar entre
opciones contradictorias (pensemos, por ejemplo, en enseñar una ética materialista,
humanista, fascista, aristotélica o existencialista). Sin embargo, en este enfoque, la enseñanza
de la ética se reduce siempre a la transmisión de un conjunto de “verdades” inmutables a
partir de las cuales se establece la frontera entre lo necesario y lo prescindible, entre lo
deseable y lo indeseable. La diferencia entre éticas contrapuestas se define a nivel de su
contenido, no de la naturaleza de las verdades que las constituyen, verdades que, una vez
definidas, deben ser aprendidas (o sea, internalizadas) por el alumno.
Podría afirmarse que los riesgos derivados de este tipo de interpretación sólo se presentan
cuando la ética transmitida se fundamenta en principios conservadores y autoritarios. Sin
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embargo, tales implicancias también están presentes cuando se trata de transmitir una ética
con pretensiones transformadoras y revolucionarias. En este caso, y más allá de sus contenidos
o aspiraciones, se enseñará, curiosamente, la desobediencia a través de la práctica de la
obediencia, la rebeldía a través de la docilidad, la actividad a través de la pasividad. En todos
los casos en los que se transita esta alternativa – no importa el color de la ética transmitida-,
una experiencia ética en los valores antedichos atraviesa la vida del aula: se los dice, se los
calla, se los practica, se los respira. Dentro del aula, los alumnos no tienen muchos otros aires
disponibles. En rigor, esta perspectiva reduce la formación ética a un tipo de instrucción
moralizante de dudosa efectividad en la promoción de la autonomía y la libertad de los sujetos
de la educación.
Desde un punto de vista diferente, podemos entender la enseñanza como una contribución a
la elaboración reflexiva, por parte de los alumnos, de una postura crítica frente a cuestiones
morales significativa de su realidad. En este caso, se busca que se posicionen éticamente
frente a los diversos acontecimientos del mundo, sin que ello implique la aceptación de una
ética determinada. No se afirma un contenido que debe aprenderse, sino que se contribuye a
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consolidar algunos principios para que los alumnos puedan decidir reflexivamente qué hacer
con la ética.
Nos definimos a favor de esta alternativa y vamos a proponer una forma de entenderla. Se
trata de explicitar, entonces, algunos principios que hay que considerar a la hora de
embarcarse en una investigación ética. Trabajaremos para ello la categoría de disposición,
como un complejo que implica lo emocional y lo intelectual. Presuponemos que, para tomar
posición en ética, es conveniente disponerse emocionalmente e intelectualmente de cierta
manera. Así, consideramos importante promover al menos siete disposiciones a la hora de
enseñar ética. Las explicitaremos y, a continuación brindaremos una forma de entender cada
una de ellas. Una vez más, se trata simplemente de una propuesta para pensar. Proponemos
trabajar las siete disposiciones siguientes en el aula: problematizar la ética imperante; pensar
críticamente las cuestiones de la ética; debatir en forma colectiva las preguntas de la ética;
situarse en perspectiva: con una historia de éticas y contra ella; resistir las imposiciones de
valores; generar condiciones para afirmar otros valores distintos de los dominantes; superar
dicotomías como teoría y práctica, pensamiento y acción.
No hay valores evidentes, naturales, obvios en ningún orden social. Aquello que una
sociedad valora es un determinado momento depende de complejas luchas y
circunstancias históricas; se trata de estados siempre provisionales e inestables. Más
aun, no hay sociedad humana en la que todos sus miembros estén de acuerdo en lo
que valoran. Los valores son siempre diversos, contrastados, inestables. Hoy domina,
entre otros, el valor del mercado. Todo tiene que pasar por su clivaje. La educación,
la salud, la vivienda, la felicidad, la vida y la muerte. ¿Por qué? ¿Por qué esta
valorización obsecuente del mercado? La puesta en cuestión de los valores
comúnmente aceptados es la piedra angular de la reflexión ética.
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Por ende, podemos ayudar a los alumnos a reflexionar sobre cuestiones éticas
estimulándolos a pensar sus por qué, creando las condiciones para que estos
cuestionamientos den lugar a nuevas preguntas, para que pongan en cuestión aquella
dimensión ética de la realidad que acaso no ha llamado su atención, para que no se
conformen con la primera respuesta sino que siempre se re-pregunten por aquello que
aparentemente resuelve un problema.
Así, la formación ética tiene mucho más que ver con plantear problemas que con
solucionarlos, no en el sentido vulgar de complicar las cosas, sino en el de
complejizarlos. La ética no resuelve las cuestiones. Mucho menos puede disolverlas.
Los abre. Muestra el carácter excepcional, anómalo y peculiar de lo que se presenta
como natural, obvio o evidente.
Para pensar críticamente los valores dominantes necesitamos una lógica. Esto es, una
forma de dirigir el pensamiento que pueda justificarse y fundamentarse a sí misma. Es
preciso que nos las veamos con categorías lógicas como la consistencia y la
contradicción, la claridad y la ambigüedad, la verdad y la falsedad, la certeza y la
incertidumbre, la necesidad y la contingencia, lo válido y lo inválido, lo relativo y lo
absoluto, lo total y lo parcial, lo universal y lo particular, lo hipotético y lo condicional,
lo relevante y lo pertinente, lo relacional y lo analógico, la deducción y la inducción, la
inclusión y la exclusión, la cualidad y la cantidad, la identidad y la diferencia, la unidad
y la multiplicidad, Necesitamos poner en juego una forma fundamentada de concebir
estas y otras categorías del pensamiento.
Claro que los valores no siempre están expuestos. Muchas veces es preciso
descubrirlos entre los saberes, prácticas, creencias, ideas, discursos imperantes. En
este sentido, enseñar ética es también contribuir a tornar visibles esos valores no
visibles. Ayudar a ver lo que no se ve. Éste parece ser un buen modo de retratar la
tarea de enseñar: ayudar a ampliar el campo de lo perceptible. Una vez percibidos
esos valores, es preciso reconocer, comprender y evaluar sus implicancias y
presupuestos. Los por qué de los por qué.
Así como reconocíamos anteriormente que formar en ética es, en cierto modo,
enseñar que también es ayudar a hacer visible, resolver, revisar, re-configurar y re-
categorizar de cierta manera el orden de valores dominante. Ayudar a pensar los
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En este aspecto, circula una versión devaluada del diálogo, que remite a procesos y
condiciones posibilidad formales y que suele estar dirigida a la búsqueda de consenso.
No estamos proponiendo un diálogo como ése. Sugerimos abrir una reflexión ética a
un espacio colectivo que no atropelle a los individuos que lo componen, pero que al
mismo tiempo les ofrezca un marco de significación y sentido que les permita
participar activamente de proyectos colectivos. Este diálogo no está tan preocupado
por llegar a un punto único común sino por propiciar una puesta en común respetuosa
de las diferencias, a través de un espacio abierto e igualitario, confiado en la
investigación participativa y deliberativa sobre las cuestiones éticamente relevantes
para ese colectivo.
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¿Para qué, entonces, apelar a la historia de la ética? Sencillamente, para ampliar los
sentidos. Para percibir más y mejor. Para considerar otras preguntas, otros órdenes,
otras posiciones. Para alimentar el pensamiento sobre cuestiones éticas. Para
complejizarlas, en el sentido de darles más matices, más elementos, más posibilidades.
La reflexión ética que no mira a su historia se empobrece, se estrecha, se limita.
Esta mirada reflexiva sobre la historia de las cuestiones éticas entraña algunos
peligros. En un extremo, se corre el riesgo de ser cautivados por la seducción de una
mirada contemplativa de la historia. En este caso, la historicidad adquiere tal peso que
inhibe su problematización en función del presente. La historia de la ética se valoriza
de tal manera que se cierra en sí mismo. Las éticas pasadas se aprenden como algo
acabado, completo, sin comunicación con las cuestiones de nuestro tiempo. En el otro
extremo, se encuentra el riesgo de devaluar la dimensión histórica de las cuestiones.
Las propuestas éticas más ilustres son extirpadas de contexto para responder
preguntas que no podían formularse en su tiempo, para ser partícipes, como sparrings,
de una conversación que, en verdad, es un monólogo del presente. Entre una y otra
alternativa, procuramos situarnos en perspectivas frente a una historia de las éticas.
Miramos a la historia para pensar el presente.
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En efecto, si hay algo que distingue a nuestro tiempo es la guía de los valores
dominantes, su voracidad por abarcar todos los espacios: “esta política económica es
la única posible”, “no podemos vacilar, tenemos que sumarnos al único mundo
posible”, “el mercado está nervioso”. Se afirma que el rumbo es único en lo político,
en lo económico, en lo cultural. El omnipotente mercado adquiere características
humanas: está sensible, tranquilo, ansioso. Esta pretensión de abarcarlo todo desafía
las diversidades culturales, económicas, políticas, tal vez como nunca antes en la
historia de la humanidad. Lo que verdaderamente amenaza a los valores dominantes,
lo realmente diferente, no se tolera; se lo coopta o se lo embiste brutalmente. La línea
de pensamiento imperante parece querer decir que hemos llegado a un momento de
la civilización en que ya no es necesario discutir algunos valores; se trata simplemente
de adoptarlos. Aquellos que todavía no están maduros para aceptarlos pueden
necesitar algunos misiles para crecer de golpe. Siempre en nombre de la humanidad y
los nobles valores que ha alcanzado.
Así situados, enseñar ética conlleva disponer el aula como un espacio de resistencia
frente a los valores dominantes y a la lógica totalizadora y excluyente del
pensamiento que los sostiene. Se trata de oponerse a la clausura del pensamiento, a
cualquier forma de fatalismo o necesidad en el ámbito del pensar los valores; de
resistir la lógica avasalladora vigente como forma de enseñar ética; de resistir la
negación y los embates contra la diferencia en términos de valores.
Resistir los valores dominantes aparece así como un requisito para pensar cuestiones
éticas en este mundo contemporáneo. En este sentido, en contra de lo que afirman los
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No definiremos esos valores. No vamos a ocupar el mismo espacio con otros nombres.
Como docentes, procuramos repensar los espacios, permitir que emerjan relaciones
cada vez más amplias de sentido y significación, posibilitar que niñas y niños perciban
la dimensión ética de su existencia como un universo abierto al pensamiento. Se trata
de estimular la creación, el surgimiento de lo realmente nuevo, lo que es impensable
en el estado de cosas actual.
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Es preciso disponer el aula para superar esta dualidad. Para ello, proponemos
considerar nuestro trabajo en la escuela como una práctica teórica, es decir, no como
una vana lucubración sobre cuestiones abstractas y lejanas ni como un espacio de
activismo irreflexivo a caballo de los movimientos de nuestro tiempo. Disponer la
enseñanza de la ética como práctica teórica significa afirmarla como una práctica de
pensamiento (con las notas específicas con las cuales la estamos caracterizando) en la
que se ponen en juego y se recrean permanentemente los propios principios del
pensamiento y de la investigación ética. No enseñamos ética con el fin de estar
preparados para aplicar en un futuro esos aprendizajes. Lo hacemos en indisoluble
conexión con una práctica que comienza dentro de la propia escuela y que tiene como
motor la reflexión.
Esta forma de enseñar ética tampoco constituye una preparación para una eventual
transformación social. Es en sí misma transformadora, en tanto permite revolucionar
el pensamiento. En efecto, en la medida en que conseguimos desnaturalizar el orden
social, resistir sus imposiciones, pensarlo críticamente, generar condiciones para la
emergencia de lo nuevo, ya no podemos seguir pensando como pensábamos, ya no
somos como éramos; entonces, ha tenido lugar una profunda transformación.
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Entonces, será preciso resignificar los actuales relaciones de poder-saber entre docentes y
alumnos en términos de relaciones más abiertas e igualitarias, discutir colectivamente los
procedimientos y reglas a través de los cuales se producen, transmiten y legitiman los saberes
en la escuela, propiciando la investigación participativa por encima de la transmisión lineal de
conocimientos. También será necesario establecer formas de comunicación menos
condicionantes y verticales, resituar la organización del trabajo pedagógico en función de su
contribución a la investigación ética y no como instrumento de control disciplinario; en suma,
consolidar prácticas que promuevan la autodeterminación de los sujetos de los diversas
experiencias escolares, que amplíen el horizonte de la que alumnos y docentes deciden en
relación con lo que pueden percibir, decir, pensar, juzgar y hacer consigo mismos y con los
otros en la escuela.
El modo en que hemos planteado la alternativa inicial al enseñar ética, transmisión de una
ética frente a reflexión sobre cuestiones éticas, podría llevar a pensar, en forma equívoca, que
la fundamentación para la formación ética que estamos proponiendo está exenta de valores,
que es éticamente neutral. No lo es. No podría serlo, ya que ninguna propuesta lo es.
Afirmamos valores. Los hemos explicitado en distintos momentos de este texto. Se trata de
valores abiertos, controvertidos, polémicos, parciales, provisionales, sin pretensión de
universalidad, que pueden dar lugar a lo impensado, a lo inesperado, a lo incierto, aun a su
propia negación. Al mismo tiempo, estamos proponiendo subjetivamente menos obedientes,
sumisas, dóciles, conformistas y pasivas que las que las escuelas promueven actualmente.
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Tal vez por eso no hemos propuesto una bajada didáctica con contenidos preestablecidos de
Formación ética y ciudadana. Quizá por esa misma razón, preferimos proponer elementos para
pensar las condiciones de posibilidad y los sentidos de enseñar ética en nuestras escuelas.
Porque concebimos la práctica docente como un espacio de libertad y de pensamiento. Si en
alguna de estas líneas, algún colega ha encontrado alguna idea para repensar su práctica en
libertad, entonces este libro habrá tenido sentido.
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