La Isla de Los Milagros

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La primera vez que Nau vio al Águila, descubrió

asombrado, que los relatos que escuchó de boca


de los ancianos, eran ciertos.
El brillo de las plumas de acero lo deslumbraron,
las inmensidades de sus alas abiertas nublaban
el sol y sintió un deseo deseperante de llegar a
su casa para contarle lo que había visto a su
abuela Alué, la vieja Chamana de la tribu.

LA ISLA DE LOS MILAGROS

La Isla de los Milagros era una enorme


área con zonas boscosas, selvas, tundras,
montañas y el único e intercontinental “Desierto
del Oro”, su nombre atribuido a sus raras arenas
amarillas.
La denominación de “isla” es errónea, debido a
que la mayoría de sus biomas principales tienen
tamaños continentales en comparación con los
del Planeta Tierra. Pero el nombre perduró
debido a tradiciones comunes de todas las
civilizaciones, las cuales pensaron que estaban
en una única isla, desproporcionadamente
grande.
En la zona central del territorio se hallaba el Valle
Sagrado. Todas las generaciones que habitaron
ese lugar, desde los originarios (no se sabe si
fueron seres provenientes de otra galaxia),
sabían que, en el centro del Valle sagrado, en
medio del tupido bosque de araucarias, existía un
árbol especial: “el árbol padre”, que escondía
bajo sus enormes raíces la entrada al centro de
esa tierra, donde existía el Núcleo Sagrado, la
pequeña esfera de luz violeta, programada miles
de siglos antes, para que todo lo viviente perdure
y se desarrolle en equilibrio.

Al Oeste se encontraba la Santa Selva, una


jungla con gran diversidad biológica. Los distintos
estratos de vegetación albergaban árboles
gigantescos, musgo, hongos y plantas con
propiedades medicinales que podían curar todas
las enfermedades conocidas. Existían las plantas
de hojas tubulares que formaban canales de
agua dulce proveniente de las lluvias y de
manera natural formaban arroyos y hasta
lagunas donde bebían todos los seres vivientes.
Hacia el Norte, el Desierto de Oro tenía una
arena amarilla brillante semejante al polvo de
pirita. Los nativos usaban esa arena para hacer
una argamasa con material arcilloso y un musgo
gelatinoso y con ella fabricaban utensilios y
herramientas tan fuertes y resistentes que
soportaban el fuego y los golpes.
Cercano al Valle Sagrado estaba el Médano de
Oro: una zona especial para el cultivo de todos
los alimentos, la cría de algún ganado doméstico
semejante a las cabras, pero de mayor tamaño.
LOS HABITANTES

Esta tribu llamada “Cochoira” se cree que


apareció después de los deshielos, en tiempos
en que las deidades gobernaban a los humanos
y dominaban todo el planeta mediante su
conocimiento divino. Kaltrun fue quien les explicó
a los primeros nativos que existía un núcleo de la
tierra, de donde nace la vida de todo lo creado y
por crearse.
El respeto a ese núcleo sagrado se fue
transmitiendo de generación en generación y
estos hombres y mujeres de frente muy amplia y
cuerpo musculoso practicaron la sencillez desde
tiempos inmemoriales.
A la salida del sol hombres mujeres y niños
acostumbraban sentarse con la cara hacia el
Este y meditaban durante varios minutos.
Agradecían por la luz, el agua y la sangre que los
unía.
Después de ese rito cotidiano, partían a trabajar
en los cultivos, a veces sembrando
desmalezando o cosechando lo plantado.
Más tarde compartían los alimentos y solo
hablaban para contar alguna anécdota graciosa o
hacer una broma, ya que tenían la particularidad
de usar la telepatía para comunicarse. El poder
telepático fue un don que les dejaron las
deidades ancestrales y para ellos era muy común
el silencio interior.
Este don de la telepatía era muy encantador
cuando alguna mujer embarazada se
comunicaba con el niño dentro de su vientre y le
preguntaba sobre su experiencia dentro de su
cuerpo, asegurándole que no debía sentir ningún
miedo.
El padre ponía su mano en el vientre de la mujer
y también la transmitía su mensaje al niño por
nacer.
Le explicaban cómo prepararse para el momento
en que su destino le indique nacer y ver la luz.
Tal vez por esto es que los recién nacidos venían
al mundo con sus ojos abiertos y saludando a
sus padres con una sonrisa.
LAS ESPECIES

La especie más admirada eran las águilas: Aves


del tamaño de un caballo, cuyas plumas de acero
tenían el poder de cien sables. Vivían en una
zona rocosa denominada “Nido de las Águilas”
donde nadie se atrevió jamás a pisar.
Era raro ver sobrevolar un águila, ya que sólo
aparecían cuando algo malo amenazaba a la
tribu. Hacía décadas las águilas sobrevolaron las
aldeas durante tres días y gracias a poder
intuitivo de los viejos, dedujeron que se
avecinaba una tremenda tormenta del desierto de
oro que amenazaba con destruir las
plantaciones. Gracias a eso, prontamente todos
se dedicaron a proteger sembrados y animales
domésticos y la tormenta fue una experiencia
molesta pero inocua.

Los simios eran inteligentes y extravagantes, con


su pelambre larga de dos colores. Su velocidad
para moverse y saltar resultaba asombrosa.
Los llamaban “macuicos” y su talento consistía
en que eran capaces de hipnotizar a cualquiera
que amenace sus vidas o a su comunidad.
Los enormes ojos de los macuicos se abrían,
despidiendo luces blancas que giraban de tal
modo, que la persona o ser viviente que los
mirase, quedaban profundamente paralizados.
Nunca los macuicos llegaron a hipnotizar a
ningún poblador, porque las reglas que la Isla del
Milagro le imponía el exilio a quien lo hiciera.
En la Santa Selva existían toda clase de aves
coloridas y bochincheras que parloteaban todo el
día, ya que eran capaces de hablar el idioma de
los habitantes. Ellas conocían mejor que nadie
las propiedades de cada una de las plantas y
hongos de esa jungla misteriosa.
La vieja Alué visitaba la selva periódicamente y
eran las aves parlanchinas la que le explicaban
las características curativas de las diferentes
especies.
Había una planta en especial que la vieja
chamana utilizaba mucho para todo tipo de
curaciones: picaduras de insectos, quemaduras,
inflamaciones y otras tantas. Sus hojas eran
carnosas y, al partirlas por el medio, derramaban
un líquido gelatinoso y cristalino que ella usaba
para distintos tratamientos. Con el pasar del
tiempo, las mujeres usaron mucho esa planta y
como desconocían el nombre le llamaron Alué o
Aloé (conocida hasta nuestros días)
LA AMENAZA

La primera vez que Nau vio al Águila y le contó a


su abuela, se armó un revuelo en el caserío.
De inmediato, los ancianos se reunieron en la
Cueva de los Misterios, una extensa caverna con
cincuenta bancos de piedra para los integrantes
de la asamblea.
La abuela de Nau, dijo que el águila sólo venía a
anunciar algo muy peligroso para toda la isla.
Y los cincuenta ancianos coincidieron que el
único peligro que corrían era que algún invasor
intentara llegar al núcleo sagrado, ese secreto
heredado de los dioses que gobernaron alguna
vez esas tierras, estaba resguardado por un
enorme bosque.
Cada árbol, junto a otro árbol de dicho bosque
disimulaba la presencia del árbol padre, ubicado
en el centro del Valle sagrado y que escondía en
el interior de sus raíces, la entrada infinita al
núcleo sagrado, esencial para preservar la vida.
Uno de los ancianos dijo que era imposible llegar
al árbol sagrado, ya que solamente talando todos
los árboles del bosque se podría llegar a
descubrirlo. Eso los dejó tranquilos, sin embargo,
prometieron estar atentos ante cualquier hecho
extraño que sucediese.
Pasaron solamente cinco días cuando unos
muchachos que jugaban en la costa vieron llegar
tres enormes navíos entrando por el Mar de
Pándamo. Los cochoiras que sólo utilizaban
pequeñas barcas para la pesca, quedaron
impresionados ante el tamaño de esos navíos
metálicos y mucho más atemorizados cuando
vieron desembarcar a los “chacales”,
denominados así por sus orejas puntiagudas
ubicadas a la altura de las sienes y sus trajes de
piel de perro.
En menos de tres horas, los jefes chacales y sus
siniestros reclutas se habían apoderado del
poblado, apresado a algunos jóvenes que
opusieron resistencia y explicaron su misión en
ese lugar: Tenían órdenes de talar todo el
bosque del Valle sagrado y cada habitante
estaba obligado a trabajar en ello. Les entregaron
enormes sierras y anunciaron que al día
siguiente comenzaban las tareas.

LA ESCLAVITUD
En cuanto amaneció los pobladores se formaron
en hileras y se les ordenó caminar hasta el Valle
sagrado, cargando las enormes sierras para dos
hombres, hachas y serruchos. Los cochoiras iban
en silencio, pero comunicándose mentalmente a
cada paso y debatiendo entre ellos de qué modo
podrían evitar la tragedia de dar muerte a los
árboles.
Ese primer día no pudieron evitar aserrar varios
árboles y los chacales les reclamaron más
rapidez en el trabajo. Esa noche llegaron
cansados y llorando de angustia al imaginar cada
día subsiguiente y el tremendo daño de esa tala
criminal.
Sin embargo, las aves de la Santa Selva, que
conocían el idioma, habían comunicado a otros
animales lo que estaba ocurriendo.
En pocos días se corrió la voz y las serpientes
del desierto de Oro, los monos, topos y zorros del
Médano de Oro se organizaron y quedaron
esperando alertas al llamado de las águilas.
Mientras los pobres esclavos eran obligados a
cortar los árboles y revisar las raíces para
comprobar si se trataba de la entrada al núcleo
sagrado, la abuela chamana de Nau, caminó
hasta la Cueva de los Misterios junto al Jefe de la
comunidad. Allí elevaron un canto extraño,
convocando a los animales.
Ese atardecer llegó el águila líder, los monos,
zorros y todas las aves de la selva se colocaron a
su alrededor. El Águila les explicó el plan para
liberarse de los canallas.

LA LIBERACIÓN

Esa mañana los chacales usaron los látigos para


apurar a los trabajadores. En silencio
comenzaron a aserrar un tronco, cuando
aparecieron decenas de macuicos saltando
velozmente se encaramaron sobre los chacales y
abrazándolos de frente, los miraron fijamente a
sus ojos desconcertados. Las lucecitas de los
ojos hipnóticos irradiaban como una espiral y a
medida que penetraba en los chacales, estos
iban cayendo paralizados. Los zorros cargaron a
los chacales en unas angarillas que rápidamente
fabricaron los leñadores y los trasladaron por el
valle hasta la costa. Los chacales parecían
estatuas, así que fue fácil atarlos.
En ese momento llegaron las águilas volando
sobre los navíos y con una habilidad increíble
tajeaban los cascos delos barcos, penetrando el
duro acero con sus alas, de tal modo que el agua
entrara sin prisa, pero que inundara totalmente
las embarcaciones.
Los hombres subieron a los chacales al barco,
dejándolos dormidos en la cubierta. Luego,
levaron las anclas para que los barcos se
adentraran en el mar empujados por el viento.
Volviendo a tierra los vieron partir. A medida que
se alejaban los barcos se iban hundiendo en el
mar hasta que en el horizonte sólo se vio el sol.

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