Fukelman - El Niño y El Psicoanalisis

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El niño y el psicoanálisis

Jorge Fukelman.
Publicado en Vertex nro 5, Revista Argentina de Psiquiatría. Vol. II, Nro 5. Sep/Oct/Nov. 1991. (pag. 190 y
191)

Alrededor de 200 millones de chicos en el mundo, entre 5 y 12 años, trabajan hasta 12


horas por día, se prostituyen o son vendidos.
EE.UU: Un millón de chicos trabajan, 600.000 niños prostituídos.
Brasil: 45 millones de niños trabajan. Más de 500.000 prostituídos, (escuadrones de la
muerte anti-niños)
Pakistán: Esclavitud infantil. Dos millones de niños trabajan.
India: Casi 100 millones de niños trabajan. Cinco millones esclavos, prostitución y tráfico
de niños.
Tailandia: Cerca de 3 millones de niños trabajan. Más de 500.000 prostituídos.

Una antigua pregunta: ¿por qué tratar chicos? Pregunta sobre una elección y sobre una
relación: psicoanálisis y niñez.
Comentando la elección describiré cómo sitúo la relación.
Como siempre empezar es algo retroactivo, me encontré tratando chicos, me encontré
tratando adultos y…¿qué hago acá? ¿qué es esto? En un sentido un comienzo de análisis.
Queriendo pensar qué es la niñez para el psicoanálisis, pero además qué es la niñez.
Recordando que, cuando yo era chico casi no había pediatras, y que incluso la llamada
psiquiatría infantil, prácticamente es un invento de este siglo: la demencia precocísima de
S. de Sanctus está descripta alrededor de 1900.
Esto me llevó a buscar qué era la niñez en la historia, o qué tipo de relaciones
sustentaron el surgimiento del estamento de niñez.
El libro de P. Ariés (“L’ enfant e la vie familial sosu l’Ancien Régime”), fue una
apertura: enterarme de que no es que haya colegios porque hay chicos, sino que hay chicos
porque hay colegios.
Fue así, con los prejuicios ubicando la niñez como dato de entrada, bastante
descalabrados, que me acerqué a pensar qué era la niñez para el psicoanálisis.
Hace cerca de veinte años contribuí fuertemente, a la constitución de un lugar de
atención para chicos y adolescentes que se denominó: “El lugar”. Escribo esto, porque allí
ocurrió algo cuyo valor, para mí, sigue vigente.
Llevaron a un chiquito que, en esa época, tendría alrededor de 10 años. Nunca había
hablado. Su actividad era, al llegar, sacarse la ropa y recorrer las paredes golpeando. Por
supuesto ni hablar de control de esfínteres. No existía aparentemente relación con el espejo.
Si se paraba frente a un espejo, y si alguien atrás hacía señas: nada, y eso descripto, que
algo se cae y desaparece.
Teníamos un sillón con rueditas, de esos tipo oficina. Cuando el chico se encontró con
este sillón solía agarrar la mano de alguien, la llevaba, la ponía en el respaldo, se sentaba y
hacía movimientos que eran tomados como que el quería ser llevado y parecía que le
gustaba.
Un día agarró mi mano y yo, que por aquella época estaba imbuido de M. Mannoni, lo
llevé y le dije que a él le gustaba que lo llevaran, pero no podía llevarse solo, por que no
sabía hablar… Lo que hizo fue sacar mi mano y mover las piernas, tratando de llevarse –
estos chicos- con pies y aparente incoordinación, por supuesto, no pudo. Entonces se
levantó, pateó el silloncito y se fue ante mis ojos sorprendidos. Pero, lo que me sorprendió
totalmente fue que el pibe volvió, levantó la silla, se sentó, logró movilizarse y me miró con
cara de: “te gané”.
Yo le di bastantes vueltas a esta anécdota, una vez que salí de mi silloncito.
Quizás le dije: yo tengo un cochecito mejor que el tuyo –era M. Mannoni- y él me dijo:
“te gané!”. O le dije: “vamos a jugar una carrera” o… “estamos jugando una carrera”. Hoy
en día, quizás le hubiera hablado al silloncito… pero, de todos modos en ese momento toda
la nosología psiquiátrica y buena parte de la psicoanalítica, no admitían que este chico
volviera, que reencontrara algo, que hubiera algo de deseo de comunicar.
Puedo subrayar que las preguntas que iba encadenando, concernían “a qué” o “de qué”
la estaban jugando.
Surgieron algunas historias obvias, por qué no consultaban las nenitas por frigidez, que,
yo había aprendido eran síntomas importantes –por lo menos en la época de Freud-. O por
qué los libros describían a los latentes en tratamiento como aburridos e inhibidos, si, en
cualquier reunión los familiares no tenían, precisamente, la misma opinión. O por qué si la
alucinación caracterizaba la psicosis, salvo fenómenos tóxicos, eran tan pocas las
alucinaciones en los chicos.
A propósito de esto, traté de pensar, no tanto qué caracteriza la niñez, sino qué permite
que haya chicos para el psicoanálisis.
De este modo se fue construyendo otra relación: juego y niñez. Para decirlo
rápidamente, parafraseando a Ariés: porque hay juegos hay niños.
El encuentro con la afirmación de Lacan considerando al juego como una fantasía
inofensiva, me permitió ciertas precisiones.
En principio colaboró en descartar la idea del juego como expresión de fantasías
inconscientes. Idea que, en la línea de la palabra como expresión de pensamiento, en la
particularidad del tratamiento de chicos, facilita un corrimiento hacia la supuesta fantasía;
del interrogante, a veces acuciante, sobre el lugar que en el juego se ocupa.
Luego se fue asentando que no se trata de si un chico juega o no juega, -esto es, del
orden de si se tiene o no acceso al lenguaje-, sino de qué juego se trata.
Así pasamos a cómo se sostiene el juego en el cual la niñez se construye, y qué sucede si
quien o quienes representan en la ocasión al Otro, no reconocen el juego.
Por fin entonces, ¿qué es un juego?
Comenzando por el final digamos, con cualquier chico, el juego no es de verdad.
Entendiendo que la barrera frente a esta verdad, implica un orden interno y una defensa
frente a esa falta. Defensa necesaria hasta tanto no se produzca el movimiento lógico que
conocemos como pubertad.
Si el juego no se reconoce como juego, el niño es ubicado en un lugar de omnipotencia
en relación al deseo de los padres. Esto es decir, que el juego es sostenido desde la relación
de los padres con su propia prehistoria.
Un modo de plantearlo sería decir: donde los padres faltan a su palabra (y su palabra
implica esta relación con la historia), los chicos se ponen en cuerpo.
A partir de esto, ¿qué hacer cuando somos consultados? Colaborar en la reconstrucción
de ese espacio de juego.
Tratar que aquello que parecía no ser de juego –ser objeto para los padres- , reubicarlo
como juego, que sea mediado por la pantalla del juego.
Tratar de ayudar al movimiento que lleva de ciertos juegos aparentemente a solas a
ciertos juegos con pares. Este movimiento es el movimiento de la castración.
El encuentro con pares implica que ya hay una relación que no es de par, por lo tanto,
hay relación de distancia, de heterogeneidad entre el sujeto y el objeto.
Mi intento es poner sobre la escena, hacer ver, mostrar, dejando de lado que hay algo
que no se ve. Poner sobre la escena plantea personajes. Cuando el juego no es reconocido
como tal, el personaje toma forma de máscara pegada a la piel.
Ahora bien, ¿esto es psicoanálisis?
Pregunta bastante frecuente que parece dar por sentado que sabemos, y acordamos
respecto a qué es el psicoanálisis (opinión de la cual, lo menos que podemos decir, es que
parece algo aventurada).
De todos modos tratemos de considerar algunas obviedades:
En lo que sí todos acordamos (por lo menos de la boca para afuera), es en la
necesariedad del análisis del analista. Podríamos imaginar que se dijera: Sí, yo me analicé
(o me analizaba) entre los dos y los cuatro años, o dejemos que se diga, en los términos de
una cierta tradición: Yo, hice mi didáctico entre los 7 y los 9 años.
De hecho esta extraña comunidad que es la psicoanalítica está de acuerdo que no es
análisis.
Por otra parte si podemos concordar que, del análisis de la neurosis de transferencia
(conservemos por ahora la denominación en tanto nos es útil), resulta una ubicación distinta
respecto a la transferencia. ¿Podemos imaginar a un niño o a una niña post tratamiento que
se ubicara, por ejemplo, en relación a un adulto significativo, no en términos de amor, sino
de deseo? Si lo imaginamos estamos requiriendo la presencia de un adulto, es decir,
estamos planteando la post-pubertad.
Con esto volvemos sobre la operación lógica de la pubertad, en términos de amor
básicamente hacia los padres sostenido desde el deseo y la posibilidad entonces, de tener (o
no) hijos.
Recordando a Lacan, y a Platón, si el amor es dar lo que no se tiene, en la niñez, por
amor a los padres se les da… la posibilidad de tener… hijos.
Así llegamos a la afirmación freudiana: el deseo en la niñez es de ser… grandes.
Por esto, podemos agregar, los niños pueden ser grandes “en jugando”. En jugando
existirán personajes, máscaras de la relación con el linaje y la mirada, personajes que, en
su variación demarcarán un vacío, vacío a la vez que permite la variación.
Pero si no se trata de análisis, ¿qué hace allí un psicoanalista?
Se entiende que esta pregunta atañe a cada psicoanalista que allí se encuentre, y es muy
probable que este interrogante forme parte de los enunciados tan comunes y tan inauditos,
de tantos psicoanalistas no sólo reconocidos, sino realmente estudiosos, del tipo de: “de
chicos yo no sé nada”.
Agreguemos: si bien ya nos resulta fácil decir que los analistas nos hacemos la mirada
y/o la voz de quienes con nosotros se analizan, cuando estos objetos son una tiza, o un
cochecito, o una mancha de tinta, podría, a veces, ser más plácido ocuparnos en estas cosas
a propósito de otros.
No es tan sencillo caracterizar estos objetos. Más aún cuando se trata a un chico, que
cuanto más ha sido utilizado, más requiere esta ubicación de objeto. Pienso que, este es un
punto de dificultad para cualquiera. Un poco más y diría es un punto de dificultad
insalvable, si no se está o no se estuvo en fin de análisis.
Puede decirse que en todo análisis hay un retome en activo de los puntos, los lugares en
que fuimos objeto de goce parental.
Cuando se trata a un chico esta ubicación objetal del analista permite que de ser un
objeto utilizado para la satisfacción parental, pase a ser un objeto que juega, y , en tanto
objeto que juega hay posibilidad de encadenamiento simbólico.
Agreguemos más: si todas estas historias nos importan no es sino por que las cosas entre
hombres y mujeres no son ni demasiado sencillas, ni demasiado fáciles. Ni hadas
maravillosas, ni príncipes azules. EE.UU, Brasil, Pakistan, India, Tailandia, podrían ser
nombres de algunas de estas dificultades, es decir, estrictamente, en un análisis algunos
nombres de objetos que éramos, que queríamos ser, en nuestros juegos infantiles…una vez
que logramos apropiárnoslos.

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