Domingo 5º de Cuaresma

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Domingo 5º de Cuaresma - Ciclo B

17 de marzo de 2024

1. Perder la Vida para Encontrarla


2. Como un Grano de Trigo

Saludo (Ver Segunda Lectura)

Cristo, el Hijo de Dios,


aprendió a obedecer a través del sufrimiento;
y así se hizo, para todos los que le obedecen,
fuente de salvación eterna.
Que este Señor, Jesús, esté siempre con ustedes.

Introducción por el Celebrante (Dos Opciones)

Perder la Vida para Encontrarla

Todos los que cultivan plantas, incluso gente de la ciudad que


aman las flores, saben que las semillas tienen que morir en la
tierra para que los retoños puedan brotar de ellas y darnos
flores llenas de color, La semilla tiene que morir para dar vida.
– De la misma manera, Jesús murió para darnos vida. Y
nosotros, sus discípulos hoy, tenemos que seguir sus huellas.
Tenemos que entregarnos a nosotros mismos para que los otros
sean felices y vivan. San Pablo dice con Jesús: "Nadie vive
para sí mismo". ¿Podemos decir eso de nosotros mismos?

Como un Grano de Trigo

No es de ningún modo razonable buscar dolor y sufrimiento,


sin embargo, sabemos que en la vida hay ciertos sufrimientos
que tenemos que aceptar en línea con nuestras tareas -una
mujer tiene que pasar por los dolores de parto para traer un
1
niño al mundo, los padres tienen que sacrificarse por sus hijos,
las enfermeras tienen que dedicarse a aliviar las penas de los
enfermos. Sí, la semilla tiene que morir en el surco para dar
vida a una nueva planta. --- Hoy Jesús nos invita a a seguirle
aceptando el dolor y los esfuerzos necesarios para llevar a cabo
nuestra misión en la vida.

Acto Penitencial

Pedimos ahora perdón al Señor por haber vivido demasiado


centrados en nosotros mismos.
(Pausa)

 Señor Jesús, tú nos recuerdas: "Quien ama su vida la


perderá, pero quien entrega su vida logrará vida
eterna":
R/. Señor, ten piedad de nosotros.
 Cristo Jesús, tú nos invitas: "Los que quieran servirme
tienen que seguir mis huellas":
R/. Cristo, te n piedad de nosotros.
 Señor Jesús, tú nos das a la vez el ejemplo y la fuerza
para vivir no sólo para nosotros, sino para los demás:
R/. Señor, ten piedad de nosotros.

Restaura nuestra vida con tu perdón, Señor, y que sea una vida
al servicio de Dios y de los hermanos que n os rodean,
de modo que tú puedas otorgarnos la vida eterna.

Oración Colecta
Oremos pidiendo un amor que se dé a sí mismo a los demás.
(Pausa)
Oh Dios, Padre nuestro;
Tú plantaste a tu propio Hijo, Jesús,
como un grano de trigo
en los surcos de nuestra tierra,
y de su muerte brotó y creció
2
la abundante cosecha de una nueva humanidad.
Danos valor para seguirle,
para que nuestro amor también
traiga vida y alegría a muchos.
Te lo pedimos por medio de Jesucristo, nuestro Señor.

LITURGIA DE LA PALABRA

Primera Lectura (Jer


31,31-34): Una Nueva Alianza

En tiempo de mucha infidelidad, Dios promete una nueva


Alianza, una nueva unión de vida y amor de Dios con su
pueblo. Se guiarán por la ley interior de amor en sus
corazones.

Segunda Lectura (Hb 5,7-9): La Muerte de Jesús es Nuestra


Fuente de Vida
Jesús tenía miedo al sufrimiento y a la muerte; sin embargo,
los aceptó por lealtad al Padre y por amor a nosotros. Con su
muerte nos trajo vida.

Evangelio (Jn 12,20-30): Morir para Dar Vida a Otros


Muriendo en tierra, el grano de trigo produce una rica cosecha.
Muriendo en la cruz, Jesús nos da vida eterna. También los
discípulos de Jesús deben arriesgar sus vidas por los demás.

Lectura del profeta Jeremías (31,31-34):

Mirad que llegan días –oráculo del Señor– en que haré con la
casa de Israel y la casa de Judá una alianza nueva. No como la
alianza que hice con sus padres, cuando los tomé de la mano
para sacarlos de Egipto: ellos quebrantaron mi alianza, aunque
yo era su Señor –oráculo del Señor–. Sino que así será la
alianza que haré con ellos, después de aquellos días –oráculo
del Señor–: Meteré mi ley en su pecho, la escribiré en sus
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corazones; yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo. Y no
tendrá que enseñar uno a su prójimo, el otro a su hermano,
diciendo: "Reconoce al Señor." Porque todos me conocerán,
desde el pequeño al grande –oráculo del Señor–, cuando
perdone sus crímenes y no recuerde sus pecados.

Palabra de Dios

Salmo

Sal 50

R/. Oh Dios, crea en mí un corazón puro

Misericordia, Dios mío, por tu bondad,


por tu inmensa compasión borra mi culpa;
lava del todo mi delito,
limpia mi pecado. R/.

Oh Dios, crea en mí un corazón puro,


renuévame por dentro con espíritu firme;
no me arrojes lejos de tu rostro,
no me quites tu santo espíritu. R/.

Devuélveme la alegría de tu salvación,


afiánzame con espíritu generoso:
enseñaré a los malvados tus caminos,
los pecadores volverán a ti. R/.

Segunda lectura

Lectura de la carta a los Hebreos (5,7-9):

Cristo, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas,


presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la
muerte, cuando es su angustia fue escuchado. Él, a pesar de ser
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Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer. Y, llevado a la
consumación, se ha convertido para todos los que le obedecen
en autor de salvación eterna.

Palabra de Dios

Evangelio

Lectura del santo evangelio según san Juan (12,20-33):

En aquel tiempo, entre los que habían venido a celebrar la


fiesta había algunos griegos; éstos, acercándose a Felipe, el de
Betsaida de Galilea, le rogaban: «Señor, quisiéramos ver a
Jesús.»
Felipe fue a decírselo a Andrés; y Andrés y Felipe fueron a
decírselo a Jesús.

Jesús les contestó: «Ha llegado la hora de que sea glorificado


el Hijo del hombre. Os aseguro que si el grano de trigo no cae
en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho
fruto. El que se ama a sí mismo se pierde, y el que se aborrece
a sí mismo en este. mundo se guardará para la vida eterna. El
que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también
estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre lo premiará.
Ahora mi alma está agitada, y ¿qué diré?: Padre, líbrame de
esta hora. Pero si por esto he venido, para esta hora. Padre,
glorifica tu nombre.»
Entonces vino una voz del cielo: «Lo he glorificado y volveré
a glorificarlo.»
La gente que estaba allí y lo oyó decía que había sido un
trueno; otros decían que le había hablado un ángel.

Jesús tomó la palabra y dijo: «Esta voz no ha venido por mí,


sino por vosotros. Ahora va a ser juzgado el mundo; ahora el
Príncipe de este mundo va a ser echado fuera. Y cuando yo sea
elevado sobre la tierra atraeré a todos hacia mí.»
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Esto lo decía dando a entender la muerte de que iba a morir.
Palabra del Señor

HA LLEGADO LA HORA.

Entram
os en la quinta semana de la Cuaresma. A siete días del
domingo de Ramos, y a catorce de la Pascua. Cada vez más
cerca. No ha llegado la hora, pero está llegando. Seguimos en
camino, acompañados por la Liturgia.

Esta semana, otra vez, podemos meditar sobre las relaciones de


Israel con su Dios, o mejor, de cómo Dios no abandona a su
pueblo. En esta ocasión, versión Jeremías. Como todos los
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profetas, recuerda la alianza que existía desde antiguo, a la que
Israel prometía ser fiel, pero siempre acababa traicionándola.
Como cada vez, las consecuencias fueron terribles para ellos.
Y cada vez, en vez de mostrarse como un Dios resentido o
vengativo, procede a dar otra oportunidad, porque Él no actúa
como los hombres. Promete una Nueva Alianza, que no será
frágil y temporal, sino fuerte y definitiva.

La historia del pueblo de Israel puede ser nuestra propia


historia. Prometer mucho y no conseguir hacer nada,
confesarse una y otra vez de los mismos pecados, puede llevar
al pesimismo. Pero, a pesar de todo, lo prometido por Dios ha
comenzado a realizarse. Y en lo profundo de nuestro corazón
está escrita la Ley del Señor y, desde allí, va creciendo
lentamente, sin que sepamos muy bien cómo. Esa semilla es
débil, necesita muchos cuidados y ayuda, pero puede dar
mucho fruto.

Vivir, para nosotros, los creyentes, no es fácil. Lo sabe bien


Jesús, que pasó por esta vida como uno más. No se quedó allá
arriba, a contemplar nuestros problemas. No nos salva desde
las alturas, a distancia, sino que se encarnó, para recorrer el
camino de la vida junto a nosotros, sus hermanos. A pesar de
ser Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer. Compartió el pan, se
hizo “compañero” de camino. Por eso sabe lo que nos cuesta
ser fieles, por eso podemos confiar en Él, porque nos ayuda en
ese camino, su carga es llevadera y su yugo es suave (cfr. Mt
11, 28-30). No pide cosas imposibles, cuando invita a seguirlo.
Él mismo se sintió tentado de

Seguir a Jesús o, por lo menos conocerlo, querían los griegos


de los que habla el Evangelio. No era una curiosidad «teórica».
Después de haber oído mucho sobre Él, seguramente querían
saber cómo pensaba y, quizá, de qué manera podían seguirlo.
Nosotros, ¿pensamos que ya lo sabemos todo, o seguimos

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interesándonos por Jesús? ¿Le buscamos, o estamos sentados,
sin más?

Esos griegos no se acercan directamente a Cristo. Comprenden


que no es fácil acercarse al Maestro, sin pasar por la
comunidad. Por eso, entran en contacto con los apóstoles, para
que éstos los lleven a Jesús. La comunidad cristiana como
medio para llegar a Él. ¿Cómo es mi comunidad? ¿Abierta,
expansiva, misionera? ¿O cerrada, sin ganas de acoger a nadie?
¿Testigos de la Luz o “guardianes del calabozo”?

¿Qué descubrieron los griegos, estando cerca de Jesús?


Probablemente vieran a un hombre entregado a una causa, la
causa del Reino de Dios. Una causa por la que estaba dispuesto
a morir. Porque muriendo se vive plenamente, conforme a los
planes de Dios. Es lo que debe hacer la semilla, para dar fruto.
Por eso, toda la vida la vida de Jesús fue un ir muriendo poco a
poco, entregándose a la voluntad del Padre, para acabar
ofreciendo su existencia en la cruz. Eso fue lo que vieron y
aprendieron los griegos, viviendo con Jesús.

Todo proceso de siembra, todo crecimiento implica trabajo,


sufrimiento, sudor, dolor. A veces, lágrimas. Nuestra propia
formación, como personas, como profesionales, como
cristianos, incluso. Pero siempre con esperanza: porque
queremos ser mejores, porque deseamos ser cada vez más
parecido a lo que deberíamos ser. El ejemplo de Dios Hijo y su
Palabra son la fuente de esa esperanza.

El Hijo de Dios muere para dar vida. No sé si lo podemos


entender del todo. Sólo podemos contemplar ese misterio y
asistir sobrecogidos a ese sacrificio de amor. Es el momento de
preguntarnos si queremos seguir y servir a Jesús. Responder
con amor a ese amor. Estar cerca de Él, como los griegos, y
que vaya creciendo la atracción hacia Él cada día más. Sobre
todo, para saber a qué debemos morir. El mundo en que
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vivimos no favorece mucho la entrega a los demás. Parece que
cada uno mira por lo suyo. Y, sin embargo, cuando hay una
catástrofe – tsunamis, terremotos, incendios, accidentes… – la
solidaridad se dispara. Contra la “ley de la selva” está la “ley
del amor”. A pesar de todo, otro mundo es posible.

Conocer de verdad a Jesús significa renunciar a nosotros


mismos, a nuestros prejuicios, Dejar que sea Dios el que
marque el camino, según su voluntad. Pedirle a menudo, para
que nos dé lo que estamos necesitando. Después de querer
conocerlo y de aprender a renunciar a uno mismo, seguir
avanzando, reconociendo el gran amor que el Padre nos ha
tenido, para hacer una sociedad mejor. Muriendo un poquito
cada día.

EL ATRACTIVO DE JESÚS

Unos peregrinos griegos que han venido a celebrar la


Pascua de los judíos se acercan a Felipe con una petición:
«Queremos ver a Jesús». No es curiosidad. Es un deseo
profundo de conocer el misterio que se encierra en aquel
hombre de Dios. También a ellos les puede hacer bien.

A Jesús se le ve preocupado. Dentro de unos días será


crucificado. Cuando le comunican el deseo de los
peregrinos griegos, pronuncia unas palabras
desconcertantes: «Llega la hora de que sea glorificado el
Hijo del Hombre». Cuando sea crucificado, todos podrán
ver con claridad dónde está su verdadera grandeza y su
gloria.

Probablemente nadie le ha entendido nada. Pero Jesús,


pensando en la forma de muerte que le espera, insiste:
«Cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos
hacia mí». ¿Qué es lo que se esconde en el crucificado
para que tenga ese poder de atracción? Sólo una cosa: su
amor increíble a todos.

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El amor es invisible. Sólo lo podemos ver en los gestos, los
signos y la entrega de quien nos quiere bien. Por eso, en
Jesús crucificado, en su vida entregada hasta la muerte,
podemos percibir el amor insondable de Dios. En realidad,
sólo empezamos a ser cristianos cuando nos sentimos
atraídos por Jesús. Sólo empezamos a entender algo de la
fe cuando nos sentimos amados por Dios.

Para explicar la fuerza que se encierra en su muerte en la


cruz, Jesús emplea una imagen sencilla que todos
podemos entender: «Si el grano de trigo no cae en tierra y
muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto».
Si el grano muere, germina y hace brotar la vida, pero si se
encierra en su pequeña envoltura y guarda para sí su
energía vital, permanece estéril.

Esta bella imagen nos descubre una ley que atraviesa


misteriosamente la vida entera. No es una norma moral.
No es una ley impuesta por la religión. Es la dinámica que
hace fecunda la vida de quien sufre movido por el amor. Es
una idea repetida por Jesús en diversas ocasiones: Quien
se agarra egoístamente a su vida, la echa a perder; quien
sabe entregarla con generosidad genera más vida.

No es difícil comprobarlo. Quien vive exclusivamente para


su bienestar, su dinero, su éxito o seguridad, termina
viviendo una vida mediocre y estéril: su paso por este
mundo no hace la vida más humana. Quien se arriesga a
vivir en actitud abierta y generosa, difunde vida, irradia
alegría, ayuda a vivir. No hay una manera más
apasionante de vivir que hacer la vida de los demás más
humana y llevadera. ¿Cómo podremos seguir a Jesús si no
nos sentimos atraídos por su estilo de vida?

ATRAÍDOS POR EL CRUCIFICADO

Atraeré a todos hacia mí.

Un grupo de «griegos», probablemente paganos, se


acercan a los discípulos con una petición admirable:
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«Queremos ver a Jesús». Cuando se lo comunican, Jesús
responde con un discurso vibrante en el que resume el
sentido profundo de su vida. Ha llegado la hora. Todos,
judíos y griegos, podrán captar muy pronto el misterio que
se encierra en su vida y en su muerte: «Cuando yo sea
elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí».

Cuando Jesús sea alzado a una cruz y aparezca


crucificado sobre el Gólgota, todos podrán conocer el amor
insondable de Dios, se darán cuenta de que Dios es amor
y sólo amor para todo ser humano. Se sentirán atraídos
por el Crucificado. En él descubrirán la manifestación
suprema del Misterio de Dios.

Para ello se necesita, desde luego, algo más que haber


oído hablar de la doctrina de la redención. Algo más que
asistir a algún acto religioso de la semana santa. Hemos
de centrar nuestra mirada interior en Jesús y dejarnos
conmover, al descubrir en esa crucifixión el gesto final de
una vida entregada día a día por un mundo más humano
para todos. Un mundo que encuentre su salvación en Dios.

Pero, probablemente a Jesús empezamos a conocerlo de


verdad cuando, atraídos por su entrega total al Padre y su
pasión por una vida más feliz para todos sus hijos,
escuchamos aunque sea débilmente su llamada: «El que
quiera servirme que me siga, y dónde esté yo, allí estará
también mi servidor».

Todo arranca de un deseo de «servir» a Jesús, de


colaborar en su tarea, de vivir sólo para su proyecto, de
seguir sus pasos para manifestar, de múltiples maneras y
con gestos casi siempre pobres, cómo nos ama Dios a
todos. Entonces empezamos a convertirnos en sus
seguidores.

Esto significa compartir su vida y su destino: «donde esté


yo, allí estará mi servidor». Esto es ser cristiano: estar
donde estaba Jesús, ocuparnos de lo que se ocupaba él,

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tener las metas que él tenía, estar en la cruz como estuvo
él, estar un día a la derecha del Padre donde está él.

¿Cómo sería una Iglesia «atraída» por el Crucificado,


impulsada por el deseo de «servirle» sólo a él y ocupada
en las cosas en que se ocupaba él? ¿Cómo sería una
Iglesia que atrajera a la gente hacia Jesús?

UNA LEY PARADÓJICA

Si el grano de trigo no cae en tierra.

Pocas frases encontramos en el evangelio tan desafiantes


como estas palabras que recogen una convicción muy de
Jesús: «Os aseguro, que si el grano de trigo no cae en
tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da
mucho fruto».

La idea de Jesús es clara. Con la vida sucede lo mismo


que con el grano de trigo, que tiene que morir para liberar
toda su energía y producir un día fruto. Si «no muere», se
queda solo encima del terreno. Por el contrario, si «muere»
vuelve a levantarse trayendo consigo nuevos granos y
nueva vida.

Con este lenguaje tan gráfico y lleno de fuerza, Jesús deja


entrever que su muerte, lejos de ser un fracaso, será
precisamente lo que dará fecundidad a su vida. Pero, al
mismo tiempo, invita a sus seguidores a vivir según esta
misma ley paradójica: para dar vida es necesario «morir».

No se puede engendrar vida sin dar la propia. No es


posible ayudar a vivir si uno no está dispuesto a
«desvivirse» por los demás. Nadie contribuye a un mundo
más justo y humano viviendo apegado a su propio
bienestar. Nadie trabaja seriamente por el reino de Dios y
su justicia, si no está dispuesto a asumir los riesgos y
rechazos, la conflictividad y persecución que sufrió Jesús.

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Nos pasamos la vida tratando de evitar sufrimientos y
problemas. La cultura del bienestar nos empuja a
organizarnos de la manera más cómoda y placentera
posible. Es el ideal supremo. Sin embargo, hay
sufrimientos y renuncias que es necesario asumir si
queremos que nuestra vida sea fecunda y creativa. El
hedonismo no es una fuerza movilizadora; la obsesión por
el propio bienestar empequeñece a las personas.

Nos estamos acostumbrando a vivirlo todo cerrando los


ojos al sufrimiento de los demás. Parece lo más inteligente
y sensato para ser felices. Es un error. Seguramente,
lograremos evitamos algunos problemas y sinsabores,
pero nuestro bienestar será cada vez más vacío, aburrido y
estéril, nuestra religión cada vez más triste y egoísta.
Mientras tanto, los oprimidos y afligidos quieren saber si le
importa a alguien su dolor.

ANTE LA ENFERMEDAD

Si el grano de trigo no cae en tierra...

No están habituados nuestros oídos a escuchar palabras


como éstas de Jesús: «Si el grano de trigo no cae en
tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da
mucho fruto». Nosotros pensamos que lo único realmente
positivo que puede construir nuestra vida es la salud, el
éxito, lo agradable, lo que nos sale bien. ¿Qué pueden
aportar de bueno y positivo a nuestra existencia la
enfermedad, el sufrimiento, la desgracia o el fracaso?

Pensemos, por ejemplo, en esa experiencia dolorosa de la


enfermedad que todos podemos sufrir, tarde o temprano,
en nuestra propia carne. La enfermedad se nos presenta
como algo totalmente malo y negativo. Una fatalidad
absurda e injusta que nos ataca de pronto echando por
tierra todos nuestros proyectos.

Sin embargo, los mismos científicos nos advierten que la


enfermedad no es siempre algo dañoso. Puede ser
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también la reacción sabia del organismo que emite una
señal de alarma para que la persona se cure de heridas y
conflictos profundos, y reoriente su vida de manera más
sana.

En cualquier caso, la enfermedad puede ser una


experiencia de crecimiento y renovación si el enfermo
acierta a vivirla de manera positiva. He aquí algunas
sugerencias.

La enfermedad grave rompe nuestra seguridad. Vivíamos


tranquilos y sin problemas, y de pronto nos vemos
obligados a dejar el trabajo, detener nuestra vida y
permanecer en el lecho. Entonces llegan las preguntas:
¿Por qué me sucede esto a mí? ¿Me curaré? ¿Podré
hacer de nuevo mi vida de siempre? Al enfermar,
comprobamos que nuestra vida es frágil y está siempre
amenazada. Si estamos atentos, escucharemos cómo la
enfermedad nos invita a apoyarnos en algo o alguien más
fuerte y seguro que nosotros.

Al mismo tiempo, en esas largas horas de silencio y dolor,


el enfermo comienza a revivir recuerdos gozosos y
experiencias negativas, deseos insatisfechos, errores y
pecados. Y surgen de nuevo las preguntas: ¿Y esto ha
sido todo? ¿Para qué he vivido hasta ahora? ¿Qué sentido
tiene vivir así? Es el momento de reconciliarse con uno
mismo y con Dios, confesar los errores del pasado y
acoger en nosotros la paz y el perdón.

Pero la enfermedad nos ayuda, además, a abrir los ojos y


ver con más lucidez el futuro. Al caer muchas falsas
ilusiones, el enfermo empieza a descubrir lo que de verdad
es importante en la vida, lo que no quisiera perder nunca:
el amor de las personas, la libertad, la paz del corazón, la
esperanza. Es el momento de reorientar nuestra vida de
manera más humana. Intuimos que nos irá mejor.

Pasarán los días y las noches. El organismo se curará o,


tal vez, caerá en un proceso incurable. Pero siguiendo a
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Cristo, más de uno podrá descubrir que el grano que
muere da fruto, el sufrimiento purifica y la enfermedad
puede conducir a una vida más sana.

EVANGELIOS

Señor, quisiéramos ver a Jesús.

Me encuentro más de una vez con personas cansadas de


discursos eclesiásticos, sermones rutinarios y palabras
vacías. Quisieran encontrar algo más vivo y auténtico. Me
lo decía hace unos días una joven: «Callaos, dejaos de
rollos y ayudadme a encontrar a Dios». Sus palabras me
recordaban las de San Juan de la Cruz. Cito de memoria:
«No quieras enviarme ya más mensajero, que no
saben decirme lo que quiero».

He pensado de nuevo en ello al leer en el texto evangélico


el deseo de aquellos gentiles que se acercan a Felipe con
este deseo: «Quisiéramos ver a Jesús». A quienes están
cansados de «oír a los curas» les invito a hacer una
experiencia diferente. Consiste en leer despacio el
Evangelio fijándose bien en qué dice y qué hace Jesús. De
esta manera podrán descubrir por sí mismos a Jesucristo,
la persona que ha despertado más esperanza y ha
generado más amor y solidaridad que nadie en toda la
historia de la humanidad.

Mucha gente no tiene claro quién fue Jesús y por qué ha


tenido tanta influencia en la historia. Se preguntan por qué
es tan diferente de otros personajes y qué puede
aportamos en nuestros días. A mi juicio, el mejor camino
para sintonizar con él es acercarse personalmente a los
evangelios y conocer directamente el relato de los
evangelistas.

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Jesús no deja a nadie indiferente. Sus palabras
penetrantes, sus gestos imprevisibles, su vitalidad y amor a
la vida, su confianza total en el Padre, su manera de
defender a los desgraciados, su libertad frente a todo
poder, su lucha contra la mentira y los abusos, su
comprensión hacia los pecadores, su cercanía al
sufrimiento humano, su acogida a los despreciados, su
interés por hacer más digna y dichosa la vida de todos...
nos ponen ante la persona más excepcional que jamás
haya existido y suscitan un interrogante: ¿qué misterio se
encierra en este hombre?

Quien se acerca directamente a Jesucristo y sintoniza con


él descubre todo lo que él puede aportarnos para encontrar
un sentido acertado a nuestra vida, para vivir con dignidad
y sensatez, y para caminar día a día movidos por una
esperanza indestructible.

Oración de los Fieles

Con sus brazos extendidos en la cruz Jesús quiso atraer a todos


los hombres a sí mismo. Acerquémonos a él con las
necesidades y esperanzas de todos y digamos:
R/. Salva a tu pueblo, Señor.

 Por los que están buscando una fe en que creer, para


que la encuentren en la Iglesia, y vean allí presente a
Jesús, en su amor y preocupación por los pobres y por
los que sufren, roguemos al Señor.
 Por los que se preparan para el bautismo para que
logren ver a Jesús en la comunidad, que les va a apoyar
en su fe, roguemos al Señor.
 Por las personas que se comprometen a llevar alegría,
felicidad y esperanza a otros, para que sigan viendo a
Jesús en aquellos a quienes sirven, roguemos al Señor.
 Por las muchas víctimas de las guerras y de la
violencia, para que no caigan en desesperación, sino

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que logren ver a Jesús sufriente y saquen de él fuerza
y esperanza, roguemos al Señor.
 También por nosotros mismos, para que en días
difíciles veamos a Jesús, el Señor, como nuestra
inspiración y nuestra fuente de confianza y valor, y que
nos dé la gracia de crecer en madurez a través de
nuestras atenciones y cuidados,roguemos al Señor.

Señor Jesús, seguimos buscándote. Sálvanos en la hora del


desaliento. Consérvanos unidos íntimamente a ti, ahora y por
los siglos de los siglos.

Oración de Ofertorio

Señor, Dios nuestro:


En esos signos de pan y vino
recordamos a Jesús, tu Hijo,
como pan que tiene que partirse y compartirse,
y como vino que tiene que escanciarse
para alegría de todos.
Danos el Espíritu de Jesús,
para que también nosotros nos comprometamos:
a hacer felices a los que nos rodean.
Otórganos disponibilidad para aceptar el sufrimiento
si ése es el precio que hay que pagar
para ser fieles a ti y a los hermanos.
Te lo pedimos en el nombre de Jesús, el Señor.

Introducción a la Plegaria Eucarística

Jesús entregó su vida por nosotros para traernos todas las


riquezas de la vida de Dios. Él vino a ser la semilla que muere
en el surco para que nosotros tengamos vida, crezcamos y
florezcamos. Nos un imos a Jesús para dar gracias al Padre.

Introducción al Padre nuestro


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Con toda honestidad Jesús podía llamar a Dios "Padre", porque
cumplió la voluntad del Padre hasta el fin.
Pidamos, con Jesús, la misma apertura a la voluntad de Dios.
R/. Padre nuestro…

Líbranos, Señor

Líbranos, Señor, de todos los males,


y del miedo a comprometernos
en entrega a nuestras hermanos.
Por tu misericordia, guárdanos libres
de nuestro egoísmo y falsos apegos
y protégenos de toda ansiedad frente al sufrimiento.
En nuestras pruebas, danos la fuerza de tu Hijo,
mientras trabajamos con alegría y esperanza
para la venida gloriosa
de nuestro Señor y Salvador, Jesucristo.
R/. Tuyo es el reino…

Invitación a la Comunión

Éste es Jesús, el Cordero de Dios,


que se hizo para nosotros
como grano de trigo que muere en tierra
para que vivamos y seamos capaces de amar.
Dichos nosotros de recibirle ahora en comunión.
R/. Señor, no soy digno…

Oración después de la Comunión

Dios y Señor nuestro, Padre amoroso:


A causa de su amor hacia ti y hacia nosotros,
para tu Hijo Jesús ningún sufrimiento fue demasiado doloroso,
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ninguna muerte demasiado costosa,
con tal de conseguirnos vida y felicidad eterna.
Por medio de esta eucaristía, ayúdanos a aceptar las
invitaciones y los riesgos del amor.
Danos la gracia de seguir a tu Hijo,
viviendo no para nosotros mismos sino para los demás,
y danos la certeza de que el dolor o la muerte no es el fin,
sino la semilla de un nuevo comienzo
en Jesucristo nuestro Señor.

Bendición

Hermanos: Cristo no impuso ni exigió forzosamente a los


otros, ya que el amor no impone ni exige; sólo invita.
Lo que hizo Cristo fue entregar. Se entregó a sí mismo.
A donde va el maestro, debe seguir el discípulo.
Que aprendamos también nosotros, sus discípulos, a darnos a
los demás, aun a costa de sufrimiento, para que crezcamos
como hijos de Dios.
Para ello, que la bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo
y Espíritu Santo descienda sobre nosotros y nos acompañe
siempre.

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