El Fantasma de Canterville - Oscar Wilde
El Fantasma de Canterville - Oscar Wilde
El Fantasma de Canterville - Oscar Wilde
CANTERVILLE
Autor: Wilde, Oscar
ISBN: 9788467828887
Generado con: QualityEbook v0.44
Generado por: Faku, 08/10/2012
Oscar Wilde El fantasma de Canterville
escandalizándolo, que se llevan los mejores actores de ustedes, y sus mejores
prima donnas, estoy seguro de que si queda todavía un verdadero fantasma
en Europa, vendrán a buscarlo en seguida para colocarle en uno de nuestros
museos públicos o para pasearle por los caminos como un fenómeno.
—El fantasma existe; me lo temo —dijo lord Canterville, sonriendo—,
aunque quizá se resista a las ofertas de sus intrépidos empresarios. Hace más
I de tres siglos que se le conoce. Data, con precisión, de 1574, y nunca deja de
mostrarse cuando está a punto de ocurrir alguna defunción en la familia.
Capítulo —¡Bah! Los médicos de cabecera hacen lo mismo, lord Canterville.
Amigo mío, un fantasma no puede existir y no creo que las leyes de la
Naturaleza admitan excepciones en favor de la aristocracia inglesa.
—Realmente —dijo lord Canterville, que no acababa de comprender la
CUANDO míster Hiram B. Otis, ministro de los Estados Unidos de última observación de míster Otis—, ustedes son muy sencillos en América.
Ahora bien, si le gusta a usted tener un fantasma en casa, mejor que mejor.
América, compró Canterville Chase, todo el mundo le dijo que cometía una Acuérdese únicamente que yo le previne.
gran locura, porque la finca estaba embrujada. Algunas semanas después se cerró el trato, y a fines de la estación el
Hasta el mismo lord Canterville, como hombre de la más escrupulosa ministro y su familia emprendieron el viaje hacia Canterville Chase.
honradez, se creyó en el deber de participárselo a míster Otis, cuando La señora Otis, que con el nombre de miss Lucrecía R. Táppan, de la
llegaron a discutir las condiciones. calle West 53, había sido una célebre beldad de Nueva York, era todavía una
—Nosotros mismos —dijo lord Canterville— nos hemos resistido en mujer muy bella, de edad regular, con unos ojos hermosos y un perfil
absoluto a vivir en ese sitio desde la época en que mi tía abuela, la duquesa magnífico.
de Bolton, tuvo un ataque de nervios, del que nunca se repuso por completo, Muchas damas americanas, cuando abandonan su país natal, adoptan aires
motivado por el espanto que experimentó al sentir que las manos de un de persona atacada de una enfermedad crónica y se figuran que eso es uno de
esqueleto se posaban sobre sus hombros, estando vistiéndose para cenar. Me los sellos de distinción europea; pero la señora Otis no cayó nunca en ese
creo en el deber de decirle, míster Otis, que el fantasma ha sido visto por error.
varios miembros de mi familia, que viven actualmente; así como por el rector
Tenía una naturaleza espléndida y una abundancia extraordinaria de
de la parroquia, el reverendo Augusto Dampier, agregado del King’s College
vitalidad.
de Oxford. Después del trágico accidente ocurrido a la duquesa, ninguna de
A decir verdad, era completamente inglesa en muchos aspectos y era un
las doncellas quiso quedarse en casa, y lady Canterville no pudo ya conciliar
ejemplo excelente para sostener la tesis de que lo tenemos todo en común con
el sueño a causa de los ruidos misteriosos que llegaban del corredor y de la
América hoy día excepto la lengua, como es de suponer. Su hijo mayor,
biblioteca.
bautizado con el nombre de Washington por sus padres, en un momento de
—Milord —respondió el ministro—, también me quedaré con los
patriotismo que él no cesaba de lamentar, era un muchacho rubio, de bastante
muebles y el fantasma bajo inventario. Llego de un país moderno, en el que
buena figura, que había logrado que se le considerase candidato a la
podemos tener todo cuanto el dinero es capaz de proporcionar, y esos mozos
diplomacia, dirigiendo al grupo alemán en los festivales del casino de
nuestros, jóvenes y turbulentos, que recorren el Viejo Continente
Newport durante tres temporadas seguidas, y aun en Londres pasaba por ser
un bailarín excepcional. La siguieron, atravesando un hermoso hall, de estilo Tudor, hasta la
Sus únicas debilidades eran las gardenias y la nobleza; aparte de eso, era biblioteca, largo salón espacioso con las paredes cubiertas por madera de
perfectamente sensato. roble oscuro que terminaba en un ancho ventanal de cristales. Estaba
Miss Virgina E. Otis era una muchachita de quince años, esbelta y preparado el té.
graciosa como un cervatillo, con mirada francamente encantadora en sus Luego, una vez que se quitaron los abrigos, ya sentados se pusieron a
grandes ojos azules. Amazona maravillosa, sobre su poney derrotó una vez en curiosear en torno suyo, mientras la señora Umney iba de un lado para otro.
carreras al viejo lord Bilton, dando dos veces la vuelta al parque, ganándole De pronto, la mirada de la señora Otis cayó sobre una mancha de un rojo
por caballo y medio, precisamente frente a la estatua de Aquiles, lo cual oscuro que había sobre el pavimento, precisamente al lado de la chimenea, y,
provocó un entusiasmo tan grande en el joven duque de Cheshire, que le sin darse cuenta de sus palabras, dijo a la señora Umney:
propuso matrimonio allí mismo, y sus tutores tuvieron que mandarle aquella —Creo que han vertido algo en ese sitio.
misma noche a Eton, bañado en lágrimas. Después de Virginia venían dos —Sí, señora —contestó la señora Umney en voz baja—. En ese lugar se
gemelos, a quienes llamaban Estrellas y Rayas1 porque se les encontraba ha vertido sangre.
siempre juntos. Eran unos niños encantadores y, con el ministro, los únicos —¡Qué horror! —exclamó la señora Otis—. No quiero manchas de
verdaderos republicanos de la familia. sangre en un salón. Es preciso quitar eso inmediatamente.
Como Canterville Chase está a siete millas de Ascot, la estación más La vieja sonrió y con voz misteriosa repuso:
próxima, míster Otis telegrafió que fueran a buscarle en coche descubierto, y —Es sangre de lady Leonor de Canterville, que fue muerta en ese mismo
emprendieron la marcha en medio de la mayor alegría. Era una noche sitio por su propio marido, sir Simon de Canterville, en 1565. Sir Simon la
encantadora de julio, y el aire estaba impregnado por el aroma de los pinos. sobrevivió nueve años, desapareciendo de repente en circunstancias
De vez en cuando se oía una paloma arrullándose dulcemente, o se misteriosísimas. Su cuerpo no se encontró nunca, pero su alma culpable sigue
vislumbraba entre los helechos, la pechuga de oro bruñido de algún faisán. embrujando la casa. La mancha de sangre ha sido muy admirada por los
Ligeras ardillas les espiaban desde lo alto de las hayas a su paso; unos turistas y otras personas y no puede quitarse.
conejos corrían como exhalaciones a través de los matorrales o sobre los —Todo eso son tonterías —exclamó Washington Otis—. El producto
collados cubiertos de musgo, levantando su rabo blanco. quitamanchas, el limpiador incomparable Campeón, marca Pinkerton, y el
Sin embargo, no bien entraron en la avenida de Canterville Chase, el cielo detergente Paragon harán desaparecer eso en un instante.
se cubrió repentinamente de nubes. Un extraño silencio pareció invadir toda
Y sin dar tiempo a que el ama de gobierno, aterrada, pudiese intervenir,
la atmósfera, una gran bandada de cornejas cruzó calladamente por encima de
ya se había arrodillado y frotaba rápidamente el entarimado con una barrita
sus cabezas, y antes de que llegasen a la casa ya habían caído algunas gotas
de una sustancia parecida al cosmético negro. A los pocos instantes la
de lluvia.
mancha había desaparecido sin dejar rastro.
En los escalones se hallaba para recibirles una anciana, pulcramente —Ya sabía yo que el Pinkerton la borraría —exclamó en tono triunfal,
vestida de seda negra, con cofia y delantal blancos. Era la señora Umney, el paseando la mirada sobre su familia llena de admiración.
ama de gobierno que la señora Otis, por vehementes requerimientos de lady
Pero apenas había pronunciado aquellas palabras cuando un relámpago
Canterville, accedió a conservar en su puesto.
iluminó la estancia sombría y el retumbar del trueno levantó a todos, menos a
Hizo una profunda reverencia a cada uno de la familia cuando echaron pie la señora Umney, que se desmayó.
a tierra y dijo, con la singular cortesía de los buenos tiempos antiguos:
—¡Qué clima más atroz! —dijo tranquilamente el ministro, encendiendo
—Les doy la bienvenida a Canterville Chase.
un largo veguero—. Creo que el país de los abuelos está tan lleno de gente,
que no hay buen tiempo bastante para todos. Siempre opiné que lo mejor que
pueden hacer los ingleses es emigrar.
—Querido Hiram —replicó la señora Otis—, ¿qué podemos hacer con
una mujer que se desmaya?
—Descontaremos eso de su salario. Así no se volverá a desmayar. En
efecto, la señora Umney no tardó en volver en sí. Sin embargo, veíase que
estaba conmovida hondamente, y con voz solemne advirtió a la señora Otis
que algún contratiempo iba a ocurrir en la casa.
II
—Señores, he visto con mis propios ojos unas cosas… que pondrían los Capítulo
pelos de punta a un cristiano. Y durante noches y noches no he podido pegar
los ojos a causa de las cosas terribles que pasaban aquí.
A pesar de lo cual, míster Otis y su esposa aseguraron a la buena mujer
que no tenían miedo ninguno de los fantasmas.
La vieja ama de llaves, después de haber impetrado la bendición de la
LA tempestad se desencadenó durante toda la noche, pero no produjo nada
extraordinario.
Providencia sobre sus nuevos amos y de discutir la posibilidad de un aumento
de salario, se retiró a su habitación renqueando. Al día siguiente, por la mañana, cuando bajaron a almorzar, encontraron
de nuevo la terrible mancha sobre el entarimado.
—No creo —dijo Washington—, que tenga la culpa el limpiador
Paragon; lo he ensayado sobre toda clase de manchas. Debe ser cosa del
fantasma.
En consecuencia, borró la mancha, después de frotar un poco, pero al otro
día, por la mañana, había reaparecido. A la tercera mañana volvió a estar allí,
y, sin embargo, la biblioteca permaneció cerrada la noche anterior, llevándose
arriba la llave la señora Otis.
Desde entonces la familia empezó a interesarse por aquello. Míster Otis
se hallaba a punto de creer que había estado demasiado dogmático negando la
existencia de los fantasmas.
La señora Otis expresó su intención de afiliarse a la Sociedad Psíquica, y
Washington preparó una larga carta a Myers y Podmore2 basado en la
persistencia de las manchas de sangre cuando provienen de un crimen.
Aquella noche disipó todas las dudas sobre la existencia objetiva de los
fantasmas.
La familia había aprovechado la frescura de la tarde para dar un paseo en
coche. Regresaron a las nueve, tomando una ligera cena. La conversación no
recayó ni un momento sobre los fantasmas, de manera que faltaban hasta las
condiciones más elementales de espera y de receptibilidad que preceden tan a una mesa de mármol, cerró la puerta y se volvió a meter en la cama.
menudo a los fenómenos psíquicos. El fantasma de Canterville permaneció algunos minutos inmóvil de
Los asuntos que discutieron, por lo que luego he sabido por la señora indignación.
Otis, fueron simplemente los habituales en la conversación de los americanos Después tiró, lleno de rabia, la aceitera contra el suelo encerado y huyó
cultos que pertenecen a las clases elevadas, como, por ejemplo, la inmensa por el corredor, lanzando gruñidos cavernosos y despidiendo una extraña luz
superioridad de miss Fanny Davenport sobre Sarah Bernhardt, como actriz; la verde.
dificultad para encontrar maíz verde, galletas de trigo sarraceno y el hominy3 Sin embargo, cuando llegaba a la gran escalera de roble, se abrió de
aun en las mejores casas inglesas, la importancia de Boston en el repente una puerta. Aparecieron dos siluetas infantiles, vestidas de blanco, y
desenvolvimiento del alma universal; las ventajas del sistema que consiste en una voluminosa almohada le rozó la cabeza. Evidentemente, no había tiempo
anotar los equipajes de los viajeros y la dulzura del acento neoyorquino, que perder, así es que, utilizando como medio de fuga la cuarta dimensión del
comparado con el dejo de Londres. No se trató para nada de lo sobrenatural, espacio, se desvaneció a través del estuco, y la casa, de nuevo, recobró su
no se hizo ni la menor alusión indirecta a sir Simon de Canterville. tranquilidad.
A las once la familia se retiró, y a las once y media estaban apagadas Llegado a un cuartito secreto del ala izquierda, se adosó a un rayo de luna
todas las luces. para tomar aliento y se puso a reflexionar para darse cuenta de su situación.
Poco después, míster Otis se despertó con un ruido singular en el Jamás en toda su brillante carrera, que duraba ya trescientos años, fue
corredor, fuera de su habitación. Parecía un ruido de hierros viejos, y se injuriado tan groseramente.
acercaba cada vez más. Se acordó de la duquesa viuda, en quien provocó una crisis de terror,
Se levantó en el acto, encendió una luz y miró la hora. Era la una en cuando estaba mirándose en el espejo, cubierta de brillantes y de encajes; de
punto. Míster Otis estaba perfectamente tranquilo. Se tomó el pulso y no lo las cuatro doncellas a quienes había enloquecido, produciéndoles
encontró nada alterado. convulsiones histéricas sólo con hacerles visajes entre las cortinas de una de
El ruido extraño continuaba, al mismo tiempo que se oía claramente el las habitaciones destinadas a invitados; del rector de la parroquia, cuya vela
sonar de unos pasos. Míster Otis se puso las zapatillas, cogió una aceitera apagó de un soplo cuando volvía el buen señor de la biblioteca a una hora
alargada de su tocador y abrió la puerta, y vio frente a él, en el pálido claro de avanzada, y que desde entonces tuvo que estar bajo el cuidado de sir William
luna, a un viejo de aspecto terrible. Gull convertido en mártir de toda clase de alteraciones nerviosas; de la vieja
Sus ojos parecían carbones encendidos. Una larga cabellera gris caía en señora de Tremouillac, que, al despertarse al amanecer y descubrir un
mechones revueltos sobre sus hombros. Sus ropas, de corte anticuado, esqueleto sentado en un sillón, al lado de la lumbre, entretenido en leer su
estaban manchadas y en jirones. De sus muñecas y de sus tobillos colgaban diario, tuvo que guardar cama durante seis meses, víctima de un ataque
unas pesadas cadenas y unos grilletes herrumbrosos. cerebral. Una vez curada se reconcilió con la Iglesia y rompió sus relaciones
—Mi distinguido señor —dijo míster Otis—, permítame que le ruegue con el señalado escéptico Voltaire. Recordó también la noche terrible en que
vivamente que engrase esas cadenas. Le he traído para ello el engrasador el bribón de lord Canterville fue hallado ahogándose en su vestidor, con una
Tammany Sol Naciente. Dicen que es eficacísimo, y que basta una sola sota de espadas hundida en la garganta, viéndose obligado a confesar antes de
aplicación. En la etiqueta hay varios certificados de nuestros adivinos más morir que por medio de aquella carta había timado la suma de cincuenta mil
ilustres que dan fe de ello. Voy a dejársela aquí, al lado de las velas, y tendré libras a Jaime Fox, en casa de Grookford. Y juró que aquella carta se la hizo
un verdadero placer en proporcionarle más, si así lo desea. tragar el fantasma.
Dicho lo cual, el ministro de los Estados Unidos dejó la aceitera sobre Todas sus grandes hazañas le volvían a la memoria.
Vio desfilar al mayordomo que se levantó la tapa de los sesos por haber
visto una mano verde tamborilear sobre los cristales; y a la bella lady
Steelfield, condenada a llevar alrededor del cuello un collar de terciopelo
negro para tapar la señal de cinco dedos, impresos como con un hierro
candente sobre su blanca piel, y que terminó por ahogarse en el vivero que
había al extremo de la Avenida Real.
Y, lleno del entusiasmo ególatra del verdadero artista, pasó revista a sus
creaciones más célebres. Se dedicó una amarga sonrisa al evocar su última
III
aparición en el papel de «Rubén el Rojo, o el niño estrangulado», su debut Capítulo
como «Gibeón el Flaco, o el vampiro del páramo de Bexley» y el furor que
causó una noche solitaria de junio jugando a los bolos con sus propios huesos
sobre el campo de tenis.
¡Y después de todo para que unos miserables americanos le ofreciesen el
engrasador marca Sol Naciente y le tirasen almohadas a la cabeza! Era
CUANDO a la mañana siguiente la familia Otis se reunió para el desayuno,
realmente intolerable. Además, la historia nos enseña que jamás fue tratado la conversación sobre el fantasma fue extensa.
ningún fantasma de manera semejante. Llegó a la conclusión de que era El ministro de los Estados Unidos estaba, como era natural, un poco
preciso tomarse la revancha y permaneció hasta el amanecer en actitud de ofendido al ver que su ofrecimiento no había sido aceptado.
profunda meditación. —No quisiera en modo alguno injuriar personalmente al fantasma —dijo
—, y reconozco que, dada la larga duración de su estancia en la casa, era
correcto tirarle una almohada a la cabeza…
Siento tener que decir que esta observación tan justa provocó una
explosión de risa en los gemelos.
—Pero, por otro lado —prosiguió míster Otis—, si se empeña, sin más ni
más, en no hacer uso del engrasador marca Sol Naciente, nos veremos
precisados a quitarle las cadenas. No podremos dormir con todo ese ruido a la
puerta de las alcobas.
Pero, sin embargo, en el resto de la semana no fueron molestados. Lo
único que les llamó la atención fue la reaparición continua de la mancha de
sangre sobre el piso de la biblioteca. Era realmente muy extraño, ya que la
señora Otis cerraba la puerta con llave por la noche, y las ventanas
permanecían con las rejas cerradas. Los cambios de color que sufría la
mancha, comparables a los de un camaleón, produjeron también frecuentes
comentarios en la familia. Una mañana era de un rojo índigo oscuro, otras
veces era bermellón, luego de un púrpura intenso y un día, cuando bajaron a
rezar, según los ritos sencillos de la libre Iglesia episcopal reformada de
América, la encontraron de un hermoso verde esmeralda. Como es natural, atribuía el médico de la familia la idiotez incurable del tío de lord Canterville,
estos cambios caleidoscópicos divirtieron grandemente a la reunión y el honorable4 Tomás Horton. Pero un ruido de pasos que se acercaba le hizo
hacíanse apuestas todas las noches con entera tranquilidad. vacilar en su cruel determinación y se contentó con volverse un poco
La única persona que no tomó parte en la broma fue la joven Virginia. fosforescente. En seguida se desvaneció, después de lanzar un gemido
Por razones ignoradas, sentíase siempre impresionada ante la mancha de sepulcral, porque los gemelos iban a darle alcance.
sangre y estuvo a punto de llorar la mañana que apareció verde esmeralda. Una vez en su habitación sintióse destrozado, presa de la agitación más
La segunda aparición del fantasma fue un domingo por la noche. Al poco violenta.
tiempo de estar todos acostados, les alarmó un enorme estrépito que se oyó La ordinariez de los gemelos, el grosero materialismo de la señora Otis,
en el hall. Bajaron, apresuradamente y se encontraron con que una armadura todo aquello resultaba realmente vejatorio; pero lo que más le humillaba era
completa se había desprendido de su soporte, cayendo sobre las losas, no tener ya fuerzas para llevar una armadura. Contaba con hacer impresión
mientras, sentado en un sillón de alto respaldo, el fantasma de Canterville se aun en unos americanos modernos, hacerles estremecer a la vista de un
restregaba las rodillas, con una expresión de agudo dolor sobre su rostro. espectro acorazado, si no ya, por motivos razonables al menos por deferencia
Los gemelos, que se habían provisto de sus cerbatanas, le lanzaron hacia su poeta nacional Longfellow5, cuyas poesías, delicadas y atrayentes, le
inmediatamente dos proyectiles, con esa seguridad de puntería que sólo se habían ayudado con frecuencia a matar el tiempo mientras los Canterville
adquiere a fuerza de una larga y cuidadosa práctica sobre un profesor de estaban en Londres. Además, era su propia armadura. La llevó con éxito en el
caligrafía. Mientras tanto, el ministro de los Estados Unidos mantenía al torneo de Kenilworth, siendo felicitado calurosamente por la Reina Virgen en
fantasma bajo la amenaza de su revólver y, conforme a la etiqueta persona. Pero cuando quiso ponérsela quedó aplastado por completo con el
californiana, le intimaba a levantar los brazos. peso de la enorme coraza y del yelmo de acero. Y se desplomó pesadamente
El fantasma se alzó bruscamente, lanzando un grito de furor salvaje, y sobre las losas de piedra, despellejándose las rodillas y contusionándose la
pasó en medio de ellos, como una nube, apagando de paso la vela de muñeca derecha.
Washington Otis y dejándoles a todos en la mayor oscuridad. Durante varios días estuvo malísimo y no pudo salir de su morada más
Cuando llegó a lo alto de la escalera, una vez dueño de sí, se decidió a que lo necesario para mantener en buen estado la mancha de sangre.
lanzar su célebre repique de carcajadas satánicas. No obstante, a fuerza de cuidados acabó por restablecerse y decidió hacer
Contaba la gente que aquello hizo encanecer en una sola noche el una tercera tentativa para aterrorizar al ministro de los Estados Unidos y a su
peluquín de lord Raker. Y que tres sucesivas amas de llaves, francesas, familia.
dejaron su empleo antes de terminar el primer mes. Por consiguiente, lanzó Eligió para su reaparición en escena el viernes 17 de agosto, consagrando
su carcajada más horrible, despertando paulatinamente los ecos en las gran parte del día a pasar revista a sus trajes.
antiguas bóvedas, pero al extinguirse, se abrió una puerta y apareció, vestida Su elección recayó al fin en un sombrero de ala levantada por un lado y
de azul claro, la señora Otis. caída del otro, con una pluma roja; en un sudario deshilachado en las mangas
—Me temo —dijo la dama— que esté usted indispuesto y aquí le traigo y el cuello y, por último, en un puñal mohoso.
un frasco de la tintura del doctor Dobell. Si se trata de una indigestión, podrá Al atardecer estalló una gran tormenta. El viento era tan fuerte que
comprobar que éste es un remedio excelente. sacudía y cerraba violentamente las puertas y ventanas de la vetusta casa.
El fantasma la miró con ojos llameantes de furor y se creyó en el deber de Realmente aquél era el tiempo que le convenía. He aquí lo que pensaba hacer:
metamorfosearse en un gran perro negro. iría sigilosamente a la habitación de Washington Otis, le musitaría unas frases
Era un truco que le había dado una reputación merecidísima, y al cual ininteligibles, quedándose al pie de la cama, y le hundiría tres veces seguidas
el puñal en la garganta, a los sones de una música apagada. ministro de los Estados Unidos, que dominaban el ruido de la lluvia y de la
Odiaba sobre todo a Washington, porque sabía perfectamente que era él tormenta.
quien acostumbraba quitar la famosa mancha de sangre de Canterville, Se deslizó furtivamente a través del estuco. Una sonrisa perversa se
empleando el detergente Paragon de Pinkerton. Después de reducir al dibujaba sobre su boca cruel y arrugada, y la luna escondió su rostro tras una
temerario y despreocupado joven a una condición de terror abyecto, entraría nube cuando pasó delante de la gran ventana ojival, sobre la que estaban
en la habitación que ocupaban el ministro de los Estados Unidos y su mujer. representadas, en azul y oro, sus propias armas y las de su esposa asesinada.
Una vez allí, colocaría una mano viscosa sobre la frente de la señora Otis y al Seguía andando siempre, deslizándose como una sombra funesta, que
mismo tiempo murmuraría, con voz sorda, al oído del ministro tembloroso, hacía que hasta las tinieblas le maldijesen a su paso.
los secretos terribles del osario. Hubo un momento en que le pareció oír que alguien le llamaba; se
En cuanto a la pequeña Virginia aún no tenía decidido nada. No le había detuvo, pero era tan sólo un perro, que ladraba en la Granja Roja. Prosiguió
insultado nunca. Era bonita y cariñosa. Unos cuantos gruñidos sordos, que su marcha, mascullando extraños juramentos del siglo XVI, y blandiendo de
saliesen del armario, le parecían más que suficientes, y si no bastaban para vez en cuando el puñal enmohecido en el aire de medianoche. Por fin llegó a
despertarla, llegaría hasta tirarle de la puntita de la nariz con sus dedos la esquina del pasillo que conducía a la habitación del infortunado
rígidos por la parálisis. Washington.
A los gemelos estaba resuelto a darles una lección: lo primero que haría Allí hizo una breve parada.
sería sentarse sobre sus pechos, con objeto de producirles la sensación de la El viento agitaba en torno de su cabeza sus largos mechones grises y
pesadilla. Luego, aprovechando que sus camas estaban muy juntas, se alzaría ceñía en pliegues grotescos y fantásticos el horror indecible del fúnebre
en el espacio libre entre ellas, con el aspecto de un cadáver verde y frío como sudario. Sonó entonces el cuarto en el reloj. Comprendió que había llegado el
el hielo, hasta que se quedasen paralizados de terror. En seguida, tirando momento.
bruscamente su sudario, daría la vuelta al dormitorio en cuatro patas, como Con una risa maligna dio la vuelta al ángulo del corredor. Pero apenas lo
un esqueleto blanqueado por el tiempo, moviendo el globo de un solo ojo en hizo, retrocedió lanzando un gemido lastimero de terror y escondiendo su
su órbita, como el personaje de «Daniel el mudo, o el esqueleto del suicida», cara lívida entre sus largas manos huesudas.
papel en el cual hizo un gran efecto en varias ocasiones. Creía estar tan bien Frente a él había un horrible espectro, inmóvil como una estatua,
en éste, como en su otro papel de «Martín el demente, o el misterio monstruoso como la pesadilla de un demente. Tenía la cabeza pelada y
enmascarado». reluciente; faz redonda, carnosa y blanca; una risa horrorosa parecía retorcer
A las diez y media oyó subir a la familia a acostarse. sus rasgos en una mueca eterna; por los ojos brotaba a oleadas una luz
Durante algunos instantes le inquietaron las estrepitosas carcajadas de los escarlata; la boca semejaba un ancho pozo de fuego, y una vestidura horrible,
gemelos, que se divertían indudablemente, con su loca alegría de colegiales, como la de él, como la del mismo Simon, envolvía con su nieve silenciosa
antes de meterse en la cama. aquella forma gigantesca.
Pero a las once y cuarto todo quedó nuevamente en silencio, y cuando Sobre el pecho llevaba colgado un cartel con una inscripción en extraños
sonaron las doce se puso en camino. caracteres antiguos. Quizá era un rótulo infamante, donde estaban escritos
La lechuza chocaba contra los cristales de la ventana. El cuervo graznaba delitos espantosos, una terrible lista de crímenes. Tenía, por último, en su
en el hueco de un tejo centenario y el viento gemía vagando alrededor de la mano derecha una cimitarra de acero resplandeciente.
casa, como un alma en pena; pero la familia Otis dormía, sin sospechar la Como no había visto nunca fantasmas hasta aquel día, sintió un pánico
suerte que le esperaba. Oía con toda claridad los ronquidos regulares del terrible, y después de lanzar rápidamente una segunda mirada sobre el
espantoso fantasma, regresó a su habitación, enredándose los pies en el perpetrarían crímenes sangrientos y que el asesinato, de callado paso, saldría
sudario que le envolvía. Cruzó la galería corriendo y acabó por dejar caer el entonces de su retiro».
puñal enmohecido en las botas de montar del ministro, donde lo encontró el No había terminado de formular este juramento terrible cuando de una
mayordomo al día siguiente. alquería lejana, de tejado de ladrillo rojo, salió el canto de un gallo. Lanzó
Una vez refugiado en su retiro, se desplomó sobre un reducido catre de una larga risotada, lenta y amarga, y esperó. Esperó una hora y después otra;
tijera, tapándose la cabeza con las sábanas. Pero al cabo de un momento el pero por alguna razón misteriosa no volvió a cantar el gallo.
valor indomable de los antiguos Canterville se despertó en él y tomó la Por fin, a eso de las siete y media, la llegada de las criadas le obligó a
resolución de hablar al otro fantasma en cuanto amaneciese. Por consiguiente, abandonar su terrible guardia y regresó a su morada, con altivo paso,
no bien el alba plateó las colinas con su luz, volvió al sitio en que había visto pensando en su vana esperanza y proyecto fracasado.
por primera vez al horroroso fantasma. Pensaba que, después de todo, dos Una vez allí consultó varios libros de caballería, cuya lectura le interesaba
fantasmas valían más que uno solo y que con ayuda de su nuevo amigo extraordinariamente, y pudo comprobar que el gallo cantó siempre dos veces
podría contender victoriosamente con los gemelos. Pero cuando llegó al sitio en cuantas ocasiones se tuvo que recurrir a aquel juramento.
fue para encontrarse en presencia de un espectáculo terrible. —¡Que el diablo se lleve a ese infame volátil! —murmuró—. En otro
Algo le sucedía indudablemente al espectro, porque la luz había tiempo hubiese caído sobre él con mi gran lanza, atravesándole el gañote y
desaparecido por completo de sus órbitas. La cimitarra centelleante obligándole a cantar otra vez para mí aunque reventara.
deslizándose de su mano, estaba recostada sobre la pared en una actitud Y dicho esto se retiró a su confortable ataúd de plomo y allí permaneció
forzada e incómoda. hasta la noche.
Simon se precipitó hacia adelante y le cogió en sus brazos; pero cuál no
sería su terror viendo desprenderse la cabeza y rodar por el suelo, mientras el
cuerpo tomaba la posición supina, y notó que abrazaba una cortina blanca de
algodón grueso y que yacían a sus pies una escoba, un machete de cocina y
una calabaza vacía. Sin poder comprender aquella curiosa transformación,
cogió con mano febril el cartel, leyendo a la claridad grisácea de la mañana
estas palabras terribles: