Literatura 4to 8va
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Curso: 4to
Profesora: Constanza Battista
Propuesta de trabajo N°6
En esta oportunidad les propongo trabajar con las sirenas, unas de las criaturas
mitológicas más enigmáticas.
Llegarás primero a las sirenas que encantan a cuantos hombres van a su encuentro.
Aquel que imprudentemente se acerca a ellas y oye su voz, ya no vuelve a ver a su
esposa ni a sus hijos pequeñuelos rodeándole, llenos de júbilo, cuando torna a su hogar,
sino que le hechizan las sirenas con el sonoro canto sentadas en una pradera y teniendo
a su alrededor enorme montón de hombres putrefactos cuya piel se va consumiendo.
Pasa de largo y tapa las orejas de tus compañeros con cera blanda previamente
adelgazada, a fin de que ninguno las oiga; mas si tú desearas oírlas, haz que te aten en la
velera embarcación de pies y manos, derecho y arrimado a la parte inferior del mástil, y
que las sogas se liguen al mismo, y así podrás deleitarte escuchando las sirenas.
1) Luego de leer el fragmento de La Odisea sobre las sirenas realizar las siguientes
actividades de análisis:
LA SIRENA (1541)1
CORREN A LO largo de los grandes ríos, desde las empalizadas de Buenos Aires
hasta la casa fuerte de Nuestra Señora de la Asunción, las noticias sobre los
hombres blancos, sobre sus victorias y sus desalientos, sus locos viajes y la traidora
pasión con que se matan unos a otros. Las conducen los indios en sus canoas y
pasan de tribu en tribu, internándose en los bosques, derramándose por las
llanuras, desfigurándose, complicándose, abultándose. Las llevan las bestias
feroces o curiosas: los jaguares, los pumas, las vizcachas, los quirquinchos, las
serpientes pintarrajeadas, los monos, papagayos y picaflores infinitos. Y las
transmiten también en su torbellino los vientos contrarios: el del sudeste, que sopla
con olor a agua; el polvoriento pampero; el del norte, que empuja las nubes de
langostas; el del sur, que tiene la boca dura de escarcha.
La Sirena oyó hablar de ellos hace años, desde que aparecieron asombrando al
paisaje fluvial las expediciones de Juan Díaz de Solís y Sebastián Caboto. Por
verles abandonó su refugio de la laguna de Itapuá. A todos les ha visto, como vio
más tarde a quienes vinieron en la flota magnífica de don Pedro de Mendoza, el
fundador. Y ha crecido su inquietud. Sus compañeros la interrogaban, burlones:
—¿Has encontrado? ¿Has encontrado?
Y la Sirena se limitaba a mover la cabeza tristemente.
No, no había encontrado. Se lo dijo al Anta de orejas de mula y hocico de
ternera que cría en su seno la misteriosa piedra bezoar; se lo dijo al Carbunclo que
ostenta en la frente una brasa; se lo dijo al Gigante que habita cerca de las
cataratas estruendosas y que acude a pescar en la Peña Pobre, desnudo. No había
encontrado. No había encontrado.
1 Misteriosa Buenos Aires (Buenos Aires: Editorial Sudamericana, 1950 [1951], 371 págs.)
Ya no regresó a la laguna de Itapuá. Nadaba perezosamente, semiescondida
por el fleco de los sauces, y los pájaros acallaban el bullicio para oírla cantar.
Va de un extremo al otro de los ríos patriarcales. No teme ni a los remolinos ni a
los saltos que levantan cortinas de lluvia transparente; ni al rigor del invierno ni a la
llama del estío. El agua juega con sus pechos y con su cabellera; con sus brazos
ágiles; con la cola de escamas azules prolongada en tenues aletas caudales color
del arco iris. A veces se sumerge durante horas y a veces se tiende en la corriente
tranquila y un rayo de sol se acuesta sobre la frescura de su torso. Los yacarés la
acompañan un trecho; revolotean en torno suyo los patos y las palomas llamadas
apicazú, pero presto se fatigan, y la Sirena continúa su viaje, río abajo, río arriba,
enarcada como un cisne, flojos los brazos como trenzas, y hace pensar en ciertas
alhajas del Renacimiento, con perlas barrocas, esmaltes y rubíes.
—¿Has encontrado? ¿Has encontrado?
La mofa: ¿Has encontrado?
Suspira porque presiente que nunca hallará. Los hombres blancos son como
los aborígenes: sólo hombres. Tienen la piel más fina y más clara, pero son eso:
sólo hombres. Y ella no puede amar a un hombre. No puede amar a un hombre que
sólo sea hombre, ni a un pez que sea sólo pez.
Ahora nada por el Río de la Plata, rumbo a la aldea de Mendoza. El Gigante le
ha referido que unos bergantines descendieron de Asunción, y por los faisanes ha
sabido que sus jefes se aprestan a despoblar a Buenos Aires. Precaria fue la vida
de la ciudad. Y triste. Apenas han transcurrido cinco años desde que el Adelantado
alzó allí las chozas. Y la destruirán.
En la vaguedad del crepúsculo, la Sirena distingue los tres navíos que
cabecean en el Riachuelo. Más allá, en la meseta, arden los fuegos del villorrio
destinado a morir.
Se aproxima cautelosamente. No ha quedado casi nadie en los bergantines.
Eso le permite acercarse. Nunca ha rozado como hoy con el pecho grácil las proas;
nunca ha mirado tan vecinas las velas cuadradas que tiemblan al paso de la brisa.
Son unos barcos viejos, mal calafateados. La noche de junio se derrumba sobre
ellos. Y la Sirena bracea silenciosamente alrededor de los cascos. En el más
grande, en lo alto de la roda, bajo el bauprés, advierte una armada figura, y de
inmediato se esconde, temerosa de ser descubierta. Luego reaparece, mojado el
cabello negro, goteantes las negras pestañas.
¿Es un hombre? ¿Es un hombre armado de un cuchillo? O no… o no es un
hombre… El corazón le brinca. Vuelve a zambullirse. La noche lo cubre todo.
Únicamente fulgen en el cielo las estrellas frías y en la aldea las fogaradas de
quienes preparan el viaje. Han incendiado la nao que hacía de fortaleza, la capilla,
las casas. Hay hombres y mujeres que lloran y se resisten a embarcar, y los
vacunos lanzan unos mugidos sonoros, desesperados, que suenan como bocinas
melancólicas en la desierta oscuridad.
Al amanecer prosigue la carga de los bergantines. Partirán hoy. En lo que fue
Buenos Aires, sólo queda una carta con instrucciones para quienes arriben al
puerto, aconsejándoles cómo precaverse de los indios y prometiéndoles el Paraíso
en Asunción, donde los cristianos cuentan con setecientas esclavas para servirles.
Las naos remontan el río, entre las islas del delta. La Sirena las sigue a la
distancia, columpiándose en el vaivén de las estelas espumosas.
¿Es un hombre? ¿Es un hombre armado de un cuchillo?
Tuvo que aguardar a la luz indecisa de la tarde para verle. No había
abandonado su puesto de vigía. Con un tridente en la derecha y una rodela
embrazada, custodiaba el bauprés del cual tironeaban los foques al menor
balanceo. No, no era un hombre. Era un ser como ella, de su casta ambigua,
hombre hasta la mitad del cuerpo, pues el resto, de la cintura a los pies, se
transformaba en una ménsula adherida al barco. Una barba rígida, triangular, le
dividía el pecho. Le rodeaba la frente una pequeña corona. Y así, medio hombre y
medio capitel, todo él moreno, soleado, estriado por las tormentas, parecía arrastrar
el navío al impulso de su torso recio.
La Sirena ahogó un grito. Surgieron en la borda las cabezas de los soldados. Y
ella se ocultó. Se sumergió tan hondo que sus manos se enredaron en plantas
extrañas, incoloras, y el olear se llenó de burbujas.
La noche arma de nuevo sus tenebrosas tiendas, y la hija del Mar se arriesga a
arrimarse a la popa y a deslizarse hasta el bauprés, eludiendo las manchas
amarillas de los faroles encendidos. A su claridad el Mascarón es más hermoso. Se
le sube la luz por las barbas de dios del Océano hacia los ojos que acechan el
horizonte.
La Sirena le llama por lo bajo. Le llama y es tan suave su voz que los animales
nocturnos que rugen y ríen en la cercana espesura callan a un tiempo.
Pero el Mascarón de afilado tridente no contesta y sólo se escucha el chapotear
del agua contra los flancos del bergantín y la salmodia del paje que anuncia la hora
junto al reloj de arena.
Entonces la Sirena comienza a cantar para seducir al impasible, y las bordas de
los tres navíos se pueblan de cabezas maravilladas. Hasta irrumpe en el puente
Domingo Martínez de Irala, el jefe violento. Y todos imaginan que un pájaro está
cantando en la floresta y escudriñan la negrura de los árboles. Canta la Sirena y los
hombres recuerdan sus caseríos españoles, los ríos familiares que murmuran en las
huertas, los cigarrales, las torres de piedra erguidas hacia el vuelo de las
golondrinas. Y recuerdan sus amores distantes, sus lejanas juventudes, las mujeres
que acariciaron a la sombra de las anchas encinas, cuando sonaban los tamboriles
y las flautas y el zumbido de las abejas amodorraba los campos. Huelen el perfume
del heno y del vino que se mezcla al rumor de las ruecas veloces. Es como si una
gran vaharada del aire de Castilla, de Andalucía, de Extremadura, meciera las velas
y los pendones del Rey.
El Mascarón es el único en quien no hace mella esa voz peregrina.
Y los hombres se alejan uno a uno cuando cesa la canción. Se arrojan en sus
cujas o sobre los rollos de cuerdas, a soñar. Dijérase que los tres bergantines han
florecido de repente, que hay guirnaldas tendidas en los velámenes, de tantos
sueños.
La Sirena se estira en el agua quieta. Lentamente, angustiosamente, se enlaza
a la vieja proa. Su cola golpea contra las tablas carcomidas. Ayudándose con las
uñas y las aletas empieza a ascender hacia el Mascarón que, allá arriba, señala el
camino de los tesoros. Ya se ciñe a la ménsula rota. Ya rodea con los brazos la
cintura de madera. Ya aprieta su desesperación contra el tronco insensible.
Le besa los labios esculpidos, los ojos pintados.
Le abraza, le abraza y por sus mejillas ruedan las lágrimas que nunca lloró.
Siente un dolor dulcísimo y terrible, porque el corto tridente se le ha clavado en el
seno y su sangre pálida mana de la herida sobre el cuerpo esbelto del Mascarón.
Entonces se oye un grito lastimero y la estatua se desgaja del bauprés. Caen al
río, estrechados en una sola forma, y se hunden, inseparables, entre la fuga
plateada de los pejerreyes, de los sábalos, de los surubíes.
2) Luego de leer el cuento “La sirena” de Manuel Mujica Láinez realizar las siguientes
actividades de análisis:
a) Extraer los fragmentos del texto en los que se describe a la sirena.
4) ¿Qué creen que explicaría el mito de las sirenas para las personas de la antigua
Grecia? Para responder tené en cuenta el fragmento de la Odisea que leíste.