Asignatura 1 B - Compressed
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Máster en Psiconeuroinmunología
Clínica Regenera
ÍNDICE
Sin embargo, una vez estudiados los sistemas corporales de forma aislada, es importante unificar-
los, puesto que la unión de esta variedad de sistemas conforma un mismo cuerpo. A partir de esta
idea nace la psico-neuro-endocrino-socio-inmunología clínica. Esta ciencia es fundamental para
comprender la siguiente paradoja: actualmente, nuestra calidad de vida se está deteriorando y
debemos enfrentarnos a nuevas patologías en un momento en el que vivimos más que nunca.
En esta asignatura se analizarán conceptos que aparecerán de forma reiterada en otras materias y
se observará el mismo mecanismo de acción, aunque desde múltiples perspectivas. El objetivo de
esta primera asignatura es ofrecer una visión panorámica de todo el recorrido.
1
Se trata de una cuestión de salud que se extrapola a lo socioeconómico, teniendo en cuenta los
recursos que gastamos en estas patologías. Por un lado, en Estados Unidos se destinan 322 mil
millones de dólares cada año al tratamiento de la diabetes tipo 2, una patología que se podría
prevenir mejorando el estilo de vida de la población. De hecho, se calcula que en Estados Unidos
habrá un colapso absoluto de la sanidad dentro de 20 años causado por la escasez de recursos
suficientes para tratar a las personas con el enfoque actual. Por otro lado, según la OMS, solo nece-
sitaríamos 200 mil millones de dólares para erradicar el hambre en el mundo. Por lo tanto, solucio-
nando una patología que claramente tiene que ver con los hábitos de vida (la diabetes tipo 2),
tendríamos también los recursos necesarios para solucionar otra patología (el hambre en el
mundo).
Nos encontramos en una situación en la que es imprescindible actuar, por lo que hay 2 maneras de
abordar un problema de salud: 1) aliviando los síntomas; o 2) atacando las causas. Durante mucho
tiempo, la medicina se enfrentó a los factores de riesgo clásicos tratando las causas que provoca-
ban la enfermedad (a lo largo de la historia, el ser humano se moría fundamentalmente por infec-
ciones). El aumento de la higiene, la potabilización de las aguas y, en casos necesarios, el descubri-
miento de los antibióticos permitió abordar los síntomas que tenía una persona a través del trata-
miento de las causas.
Con la aparición de nuevas patologías como la obesidad, la diabetes, las patologías autoinmunes,
los trastornos digestivos, el estrés… Las causas dejan de ser el objetivo y se eliminan los tratamien-
tos directos —como un antibiótico para una infección meningocócica— por un fuerte interés en
controlar los síntomas. Así, hemos perdido interés en curar y en las causas de determinadas patolo-
gías para que el intento por minimizar los síntomas al máximo cobre importancia hasta el punto de
que hemos olvidado el significado etimológico de la palabra medicina (curar). Esto no contribuye a
la erradicación de las patologías, sino a convertir a los enfermos en crónicos puesto que alargamos
las patologías en el tiempo.
En los últimos años se ha estado produciendo una revolución en las ciencias médicas cuya idea
central es generar un concepto más amplio y alejado del tradicional significado de estar sano. Este
nuevo concepto plantea que el entorno influye en nuestra salud y que todas las patologías que
podamos estar sufriendo tienen relación con cómo nos expresamos en el entorno en el que
vivimos. Este nuevo concepto de salud se conoce como exposoma. Es decir, exposoma es la rela-
ción entre mi genoma, las bacterias con las que convivo o microbioma, y el entorno que nos rodea y
que facilita la expresión de unos genes u otros: que yo viva en una casa rural o en una ciudad; que
esté en contacto estrecho con contaminantes o no; que tenga un alto nivel de estrés o no… Estos
factores influyen en nuestra salud, así que es preciso abordar el concepto de salud teniendo en
cuenta el exposoma.
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Por ejemplo, en un contexto en el que dos gemelos idénticos con la misma genética, pero que
viven entornos distintos, se hace patente que el entorno en el que vivimos impacta sobre nuestra
salud. La salud de los gemelos no será igual si uno vive junto a una chimenea industrial que no cesa
de expulsar humo y el otro vive en medio de la montaña. Por tanto, ¿cuál es el entorno óptimo para
la salud del ser humano? Es aquí donde aparece la medicina evolutiva.
La medicina evolutiva plantea que, si los seres humanos llevamos en este planeta unos 2 millones
de años, de los cuales el 95% de las generaciones han vivido en un entorno determinado, es proba-
ble que nuestra fisiología esté mucho más adaptada a ese entorno determinado que a aquel en el
que vivimos actualmente. En muy poco tiempo, desde el punto de vista evolutivo, el ser humano ha
experimentado dos grandes transiciones epidemiológicas que han cambiado extraordinariamen-
te su entorno: 1) la revolución agrícola; y 2) la revolución industrial.
1)La revolución agrícola: Hace unos 10.000 años se produjo la transición del Paleolítico al Neolítico,
es decir, el paso de un modo de vida seminómada al sedentarismo. En ese cambio se introdujeron
en la dieta del Homo Sapiens unos alimentos nuevos que jamás antes había consumido, como son
los cereales, las legumbres y los lácteos. Se trata de un cambio importante puesto que el acceso a
los alimentos mediante la agricultura acabó con la incesante búsqueda de sustento o la incerti-
dumbre de si el cazador-recolector iba a comer ese día, si iba a conseguir una presa, encontrar
raíces, semillas, frutos, etc. Con la aparición de la agricultura, fue posible para el hombre anticipar el
número de calorías —es decir, de energía— que iba a conseguir con cada cosecha.
Sin embargo, la novedad de estos nuevos alimentos, en cierta medida, tienen un efecto negativo
en nuestra salud.
2)La revolución industrial: Es la segunda gran transición humana y la más nociva. El ser humano
comienza a aglomerarse en grandes ciudades y aparecen sustancias creadas por él mismo que
afectan a su fisiología, como los denominados disruptores endocrinos tales como plásticos, conta-
minantes, pesticidas, etc. Así, a partir de la revolución industrial comenzamos a vivir en un ambien-
te lleno de toxinas y, con el tiempo, fueron apareciendo productos comestibles que no eran alimen-
tos, sino productos diseñados por la industria alimentaria para que consumamos más y más y no
para que estemos mejor nutridos. Al fin y al cabo, el objetivo de la industria es ganar dinero y no
hacernos más sanos. Lidiar con estos productos comestibles es uno de los grandes retos para
nuestra fisiología.
Por último, también se empezó a dar un exceso de higiene, que, con la aparición de antibióticos,
permitió erradicar enfermedades infecciosas propias de las aglomeraciones (que eran en ese
momento la principal causa de muerte), también supuso una disminución de la diversidad micro-
biana en nuestro intestino, y, por lo tanto, menor salud.
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Recapitulemos. El ser humano lleva unos dos millones de años sobre la Tierra, y estas dos grandes
transiciones son sumamente recientes: hace 10.000 años ocurrió la revolución agrícola y tan solo
han transcurrido 200 o 300 años desde que se produjo la revolución industrial. Se trata, por tanto,
de cambios demasiado rápidos para que nuestra biología se haya adaptado completamente.
Esta es una situación en pleno desajuste evolutivo entre el tiempo que la biología de un cuerpo
necesita para adaptarse a un entorno y el cambio radical que ha sufrido este entorno en los últimos
10.000 años. De acuerdo con estudios comparativos de DNA mitocondrial y el screening genómico
de distintos grupos étnicos, nuestro genoma ha cambiado alrededor de un 0,1-0,5% respecto de
nuestros antepasados. Desde un punto de vista genético, no nos hemos adaptado puesto que
tenemos el mismo o muy parecido DNA que hace 10.000 años.
Por lo tanto, la genética no es la principal causa de las patologías actuales. Lo que sí ha cambiado
es la forma en la que expresamos estos genes, es decir, la epigenética. Nuestro fenotipo tenderá a
cambiar si, por ejemplo, teniendo un genoma determinado, comemos productos alimentarios que
no han estado nunca en contacto con nosotros, si tenemos estímulos externos estresantes, a
diferencia del contacto con la naturaleza.
Esta idea es el marco de referencia del máster en PNI. Abordaremos campos distintos como la
filosofía o la contextualiza ción evolutiva, y los iremos traduciendo en diferentes mecanismos de
acción fisiológicos que permitirán entender las patologías de los pacientes. En cuanto a la contex-
tualización evolutiva, es importante entender cómo aparece el ser humano y cuál era el entorno en
que vivía.
El ser humano aparece en el planeta aproximadamente hace dos millones de años. Nuestro ances-
tro común, el australopiteco, convivía con el resto de los primates en junglas situadas en la actual
África y tenía acceso a alimentos, como las frutas. No obstante, en un momento dado, se produjo
un descenso de la temperatura en todo el planeta que hizo que se evaporara menos agua del mar
y, por tanto, que apenas lloviera. Fueron desapareciendo esas junglas y aparecieron las sabanas,
grandes extensiones de terreno sin un acceso fácil a la comida. Así, empieza a haber una escasez de
alimentos.
Es decir, primero cambia el entorno y, en segundo lugar, la vida se tiene que adaptar progresiva-
mente al entorno, con una presión selectiva suficiente como para que aparezcan nuevas estrate-
gias evolutivas. Una presión selectiva suficiente se genera a partir de un entorno y desencadena
estrategias evolutivas para sobrevivir y evolucionar. Se trata de conseguir comida o no, por lo que
hace referencia a un individuo que se adaptó y se murió.
Hay dos grandes estrategias evolutivas: 1) toda la línea del género homo; y 2) toda la línea del resto
de primates. La táctica que siguen ambos linajes para conseguir comida se puede comprobar
mediante el examen de sus respectivos cráneos. Obsérvese la siguiente imagen:
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eso, encontramos esos colmillos, que tienen un efecto tijera, junto con esas paletas tan grandes, y,
como son braquiadores, se cuelgan de los árboles gracias a unos lugares de inserción muy impor-
tantes de la musculatura para generar mucha más fuerza, tiran las frutas y pelarlas con sus paletas.
En la comparación de los tres cráneos, vemos claramente cómo uno se “empequeñece” ya que
pierde la necesidad de generar tanta fuerza, y cómo el otro se especializa en estrategias que ya
tenía el australopiteco.
En cambio, el cráneo del ser humano disminuye su mandíbula (tiene que hacer mucha menos
fuerza): los dientes son más pequeños y no tienen esos colmillos para trocear hojas. Estos cambios
en el ser humano, orientados a conseguir comida, suponen una transición hacia el consumo de
alimentos de origen animal, de manera que tienen acceso a alimentos con una densidad calórica
mucho mayor y más fáciles de digerir. El inicial consumo de este tipo de alimentos permitió que
nos desarrolláramos como seres humanos. Al fin y al cabo, lo que nos distingue del resto de los
animales es, ante todo, nuestro coeficiente de encefalización, es decir, nuestro gran cerebro.
Referente a esto, existe la hipótesis del tejido caro, perfilada por la bióloga Leslie Aiello en 1995, y
posteriormente mejorada por otros autores. Esta hipótesis consiste en que conseguir el consumo
de alimentos que prescindían de tanto esfuerzo en el proceso digestivo permitió disminuir nuestro
intestino grueso. Con ello, pudimos reservar la energía que antes empleábamos en mantener las
funciones de este órgano y destinarla a hacer crecer nuestro cerebro. Por tanto, a un mismo gasto
calórico diario, más energía destinada al funcionamiento cerebral y menos energía destinada al
mantenimiento del aparato digestivo. Obsérvese la siguiente imagen:
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No obstante, no sucede lo mismo con los primates, que deben utilizar mucha energía para extraer
calorías de las hojas. Tienen que fermentar mucho las raíces, por lo que tienen un intestino grueso
mucho mayor. En consecuencia, su cerebro es menor que el nuestro. Si miramos a un primate,
observamos que, incluso cuando tiene musculatura, tiene también barriga, pero esta barriga típica
de los primates es un intestino grueso mucho mayor que el nuestro.
La hipótesis del tejido caro ha sido mejorada a lo largo de los años. Por ejemplo, la disminución del
aparato digestivo ya no se consi dera el único factor que propició el desarrollo del cerebro (órgano
principal que nos define como especie), sino que ahora se tiene también en cuenta otros factores
como o estrategias de locación y redistribución energética hacia el cerebro:
En relación con las estrategias de cooperación, los antropólogos consideran que el ser humano no
es solo un animal sociable, sino ultra sociable, es decir, no entiende su existencia sin la relación con
los otros. De hecho, las conductas de aislamiento social activan los mismos núcleos cerebrales que
se activan cuando sufrimos dolor.
(Reflexión del profesor: las actitudes egoístas enferman a los seres humanos desde la antigüedad.
Ser generoso era lo más importante para la supervivencia de la tribu, te confería estatus social,
puesto que, si un cazador de la tribu encontraba un lugar donde estaban todas las setas, por ejem-
plo, habría de compartir esa información con la tribu para que todos sobrevivieran.
Con la llegada de la agricultura, este modelo cambia. Por ejemplo, en un monocultivo sobrevive aquel
que no comparte y ahorra para sí. Así, comienza una adaptación cultural al entorno mediante la cual
empieza a premiar el egoísmo por encima del altruismo, aunque nuestra fisiología siga enfermando
ante actos egoístas. Es uno de los trafe-off que pagamos por estos cambios tan radicales).
Por tanto: el cerebro humano empieza a establecer relaciones sociales y comparte como una
estrategia para tener siempre comida y evitar momentos largos de hambrunas. En este momento
de la evolución también hay una redistribución de la energía: menos energía para el aparato diges-
tivo, menos costes en la locomoción.
En conclusión, los aspectos claves para la evolución del Homo Sapiens fueron:
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Además del cambio en el tipo de alimento, la evolución de la dentición también permite el desarro-
llo del cerebro humano a medida que se producía este cambio en la dieta. Existe una correlación
entre la disminución de la superficie de los dientes molares que tienen que ver con el rumiar más
característico de los animales herbívoros, con el crecimiento del cerebro; a menor superficie de los
morales, mayor crecimiento del cerebro, puesto que se asocia a alimentos más ricos en materia
prima necesaria para la encefalización (ácidos grasos…)
En este sentido, Leonard W, uno de los paleoantropólogos más reconocidos del mundo, resume así
la evolución del Homo Sapiens:
Conclusiones:
1. El cerebro es caro de mantener. Por tanto, la disminución del intestino y el consumo de alimentos
concretos, de alta densidad calórica y de fácil digestión, permitieron una re-distribución energética
necesaria para el crecimiento cerebral.
2. Por un lado, disminución del coste calórico a partir de la disminución del músculo. Por otro lado,
incremento del porcentaje de grasa. Esto nos permite almacenar sustrato energético para el cerebro.
3. La economía se basa en intentar impedir la falta de alimento; es la economía del compartir, la
economía del cazador recolector.
4. Se prefieren aquellos alimentos ricos en la materia prima que necesita el cerebro para desarro-
llarse: los ácidos grasos poliinsaturados.
A modo de recapitulación, el encuadre evolutivo nos sirve para entender que el ser humano lleva
unos 2 millones de años en el planeta Tierra; de ellos, la humanidad ha vivido el 95% del tiempo en
este entorno cazador-recolector. Hay dos grandes transiciones humanas: la revolución agrícola que
solo han vivido un 5% de las generaciones humanas (el paso de Paleolítico al Neolítico), y la revolu-
ción industrial, que solo han vivido ocho generaciones.
A modo de reflexión: solo hace 10.000 años que consumimos cereales o que domesticamos vacas y
ovejas, lo que es muy poco tiempo en términos evolutivos. La sacarosa o el azúcar aparecieron en el
año 1800, por lo que los refrescos azucarados, los cereales del desayuno o las galletas Oreo llevan
aproximadamente un siglo entre nosotros.
La nutrición es uno de los principales estímulos que recibe el ser humano y consiste en observar
cómo nuestra especie se ha alimentado la mayor parte del tiempo. Es decir, qué comíamos antes y
cómo lo podemos adaptar a la sociedad actual. La respuesta a estas preguntas solo se puede
suponer a partir de datos paleoantropológicos, como datos del carbono-14, las marcas que dejan
los alimentos en los dientes de aquella época o por el tipo de animales o fósiles que encontramos
en aquellos lugares.
Para empezar, la idea de que éramos casi exclusivamente carnívoros es errónea puesto que se cree
que las sociedades cazadoras recolectoras repartían aproximadamente su consumo calórico en un
50% de origen vegetal y un 50% de origen animal. En términos calóricos, un 50% en consumo de
frutas, verduras y tubérculos implica realmente mucha cantidad para aquella época.
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En cuanto a ese porcentaje de origen animal, los animales que consumíamos tenían una gran
cantidad de ácidos grasos poliinsaturados, lo que confirma la hipótesis de que este tipo de alimen-
tos permitió desarrollar nuestro cerebro, especialmente, el ácido araquidónico (AA) y el ácido
decosahexaenoico (DHA).
Nuestra dieta estaba compuesta a base de pescado y productos del mar, además de frutas, verdu-
ras y tubérculos, así como carne de caza y carroña (órganos, vísceras de alta densidad nutricional)
proveniente de mamíferos terrestres...En un primer momento el ser humano fue un verdadero
carroñero (a pesar de no ser un hábil cazador por la falta de grandes garras y poca fuerza), a dife-
rencia de hoy en día.
También nos puede ayudar a inferir qué tipo de dieta consumían los cazadores-recolectores la
observación de las poblaciones que conservan todavía hoy este modo de vida. Esta observación nos
lleva a entender la trampa del nutricionismo: observar lo que consume una persona exclusiva-
mente por sus porcentajes en macronutrientes (centrarnos en cantidades de grasas, proteínas y
carbohidratos probablemente no tiene mucho sentido porque nuestro cuerpo es excelente en la
gestión de carbohidratos, de grasas y de proteínas. Es mucho más importante la calidad, origen y
tipo de macronutrientes, que su proporción). De hecho, durante la evolución siempre hemos
alternado períodos de comer más carbohidratos (en verano, con una mayor presencia de fruta), con
períodos de comer más animales y proteína, y grasa (en invierno), y en ambos casos el ser humano
es perfectamente capaz de gestionar estos alimentos. Esto es lo que nos caracteriza como huma-
nos y nos lleva a tener una alta flexibilidad metabólica (concepto esencial), capacidad que define a
los animales omnívoros para producir energía a partir de cualquiera de los macronutrientes.
La clave está en consumir alimentos con los que mi fisiología ha convivido durante mucho tiempo
y, por tanto, los sabe gestionar con facilidad. Por ejemplo:
En Kitava, una población actual de cazadores-recolectores presente en Papúa Nueva Guinea, son
casi estrictamente vegetarianos: solo consumen un 9% de calorías de origen animal. En cuanto a
macronutrientes, predominan los carbohidratos en un 66%, principalmente provenientes de frutas
como coco y plátano. Esta población no tiene hipercolesterolemia, ni hipertensión arterial, ni sufre
ninguna de las patologías denominadas del primer mundo que nos están matando en Occidente.
De hecho, durante una observación de 10 años de esta población, no hubo ni un solo evento cardio-
vascular (excepto un susto ante un depredador).
Otras poblaciones también cazadoras-recolectoras son los Inuit, casi estrictamente carnívoras y
tampoco sufren diabetes ni eventos cardiovasculares. Su alimentación es muy diferente a la de los
Kitava, pero se trata de alimentos que el ser humano reconoce como propios, y ha convivido con
ellos durante tantos años que no tiene problemas para gestionarlos. El único problema que suelen
tener los Inuit está relacionado con el desgaste óseo u osteoporosis, probablemente debido al
escaso contacto con el sol.
También existen otras poblaciones que comen diferentes alimentos y tampoco tienen ningún tipo
de enfermedad como los Chukotka del norte de Rusia, que comen ciervos, animales marinos y
pescado; los Masai-Samburu de Kenia, carne y leche; los Sioux del sur de Dakota, carne de búfalo;
los Gauchos de Brasil, que comen cordero…
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No se trata tanto de la proporción de los macronutrientes, sino de consumir alimentos que
sean reconocidos por la fisiología. Si son reconocidos, la fisiología los gestionará bien y no
tendrá una reacción de alarma, es decir, de inflamación (el mecanismo de acción que compar-
ten las patologías que hoy nos atenazan).
Actualmente comemos:
Son unos cambios extremadamente radicales que suponen una diferencia en cómo mi fisiología
reconoce o no reconoce este tipo de alimentos, pero que también nos aportan calorías mucho más
vacías y con una densidad mucho menor en micronutrientes. Además, cuando consumimos frutas
y verduras, estas suelen provenir de una agricultura extensiva, cultivadas en suelos pobres en
minerales y con uso de fertilizantes, lo que supone una pérdida del valor nutricional.
Siguiendo con los micronutrientes, no es lo mismo consumir fruta y verdura que ha crecido “en
libertad”, silvestre o en una agricultura extensiva, que consumir fruta y verdura que se ha cultivado
en invernaderos, o en tierras que han sido altamente explotadas. Una tierra que está tan agotada
en minerales que, si no la fertilizáramos, la planta no crecería. En general, las plantas salvajes son
más pequeñas, tienen más fibra, menos azúcar y mayor densidad de nutrientes (principalmente
minerales), con un contenido de vitaminas más o menos similar a los de la agricultura extensiva.
En cuanto a la comparación de la proporción entre proteínas y grasa que tiene un animal estabula-
do frente a otro que ha vivido en libertad, la proporción de macronutrientes es muy parecida, pero,
si nos fijamos en el tipo de macronutriente, la proporción de ácidos grasos no tiene nada que ver.
Así, el animal estabulado que ha comido pienso desarrollará una alta cantidad de omega-6, mien-
tras que el animal que ha comido pasto, es decir, lo que le corresponde comer como especie, y se
ha movido con libertad, tendrá unos niveles de omega-3 más importantes.
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Una de las temeridades en el campo de la nutrición que se sigue llevando a cabo es no diferenciar
en el tipo de grasa, o proteína, y hablar de grasas saturadas como un único ente, como si fuera una
sola cosa. Por ejemplo, la AHA (Asociación Americana del Corazón) nos recomienda la mitad de la
receta de la muerte: cambiar #grasassaturadas por grasas #poliinsaturadas. Las Dietary Guidelines
instan a limitar las “grasas saturadas”. Existen muchos tipos de ácidos grasos saturados con
distintas propiedades químicas. Unos pueden ser antivirales, muchos forman parte estructural de la
membrana celular confiriendo distintas propiedades; otros nos sirven para sintetizar neurotransmi-
sores; casi todos se pueden metabolizar para obtener energía; otros expresan o desactivan proteí-
nas y genes, limitan la función de ciertas hormonas, señalizan la biogénesis de nuevos órganos
celulares...; y todos tienen tamaños y estructuras diferentes.
No hay que decir “evita las grasas saturadas” porque son necesarias y porque debería especificarse
exactamente qué ácido graso en concreto deberíamos evitar y por qué. De la misma manera, los
ácidos grasos poliinsaturados (#omega6 y #omega3 fundamentalmente) tienen otras labores
completamente diferentes en el organismo. Dan a las membranas celulares otras propiedades
diferentes y pueden comenzar procesos inflamatorios necesarios o, todo lo contrario, ayudan a
desinflamar.
A partir de aquí, se recomienda en el consumo de proteína animal vigilar que la carne que come-
mos proceda de un animal que haya consumido pasto; esto puede ser incluso más importante que
el hecho de que lleve el sello ecológico, ya que, aun cuando el sello ecológico nos protege de que la
carne haya sido medicada, no nos certifica que el animal no se haya alimentado con pienso ecoló-
gico. Es decir, con cereales que no nos aportarán la grasa más saludable.
En el tema 3 se desarrollará esto con más detalles, pero es importante consumir alimentos con
unos niveles adecuados de omega-3, ya que es uno de los principales ácidos grasos que necesita
nuestro cerebro para desarrollarse. Por eso es importante que reproduzcamos un modelo de
alimentación lo más similar posible al que siguieron nuestros ancestros durante la mayor parte de
la historia de la humanidad: frutas, verduras y tubérculos, pescado salvaje, carne de pasto, huevos
procedentes de gallinas criadas en libertad y frutos secos.
La importancia de los ritmos circadianos es cada vez más patente —de hecho, en 2017 le dieron el
Premio Nobel al primer científico que comenzó a relacionar estos ritmos con la salud de las perso-
nas—, y ya se considera que no solo era importante lo que comíamos, sino cuándo lo comíamos. En
términos evolutivos, hace muy poco que el ser humano ha podido combatir la falta de luz solar con
la luz artificial (antes, cuando el sol se ponía, tocaba dormir).
Así, el ser humano está diseñado para hacer la digestión durante el día y no comer nada durante la
noche. Es decir, consumir alimentos más allá de las 12 horas de luz puede generar una desorganiza-
ción metabólica que hoy en día estamos viendo que juega un papel clave en el desarrollo de estas
patologías inflamatorias, puesto que nuestro organismo está preparado para tener momentos en
que consumimos alimentos y momentos en que descansamos y hacemos la digestión. No tiene
ningún sentido que la primera comida sea a las 6 de la mañana, cuando nos levantamos para ir a
trabajar, y la última comida sea a las 10 de la noche, a punto de dormir, ya que son demasiadas
horas destinando recursos al sistema digestivo, y dejando de lado otras funciones vitales como las
regenerativas o de potenciación del sistema inmunitario, entre otras.
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1.10 En definitiva, ¿cómo nos repercute esta nueva manera de comer?
El hecho de que hayamos eliminado los alimentos en favor de productos alimenticios, el que haya-
mos hecho la transición a alimentos nuevos (como cereales, legumbres o lácteos) hace que, en
general:
En conclusión, estamos mal adaptados al entorno en que vivimos, ya que, aunque nuestro cuerpo
sea capaz de adaptarse a distintos entornos, nuestro cerebro sigue reconociendo su hábitat natural
y ancestral: la naturaleza. En este sentido, existe una terapia en Japón llamada Shinrin Yoku (“Respi-
rar el Bosque”), que es la intervención nº1 en personas que están sufriendo estrés. Antes de recurrir
a fármacos antidepresivos o ansiolíticos, se “prescribe” una visita al bosque y que el paciente conec-
te de nuevo con su esencia, con aquello que su fisiología sabe que le sienta bien. Se ha demostrado
que este tipo de intervenciones de contacto con la naturaleza son capaces de generar cambios
positivos mesurables en nuestra fisiología, como la secreción de neurotransmisores de la felicidad,
sustancias inmunorreguladoras, normalizar la tensión arterial y frecuencia cardíaca, y mejorar el
estado de ánimo.
Para tener futuro, es interesante recordar de dónde venimos y reconciliarnos con nuestro pasado.
Por lo tanto, el reto es ver cómo afrontamos este desajuste evolutivo, que podría quedar plasmado
en la cita de Ortega y Gasset: Yo soy yo (mi genética) y mi circunstancia (mi entorno), y si no la
salvo a ella, no me salvo yo.
Sufrimos un desajuste evolutivo, una mala relación con nuestro entorno, que nos hace enfermar:
- Comemos comida que no nos pertenece, comida demasiado nueva como para que nos haya-
mos adaptado.
- Somos animales ultrasociables en una sociedad altamente individualista. Esto también nos enfer-
ma, y deberemos establecer estrategias de recuperación de la cooperación y del altruismo entre
nosotros. Aunque sea un altruismo egoísta o para sobrevivir, necesitamos reconstruir nuestras
relaciones sociales.
- Vivimos en un entorno con mucha más polución y tóxicos.
- Hemos perdido músculo y ganado grasa. Tenemos menos músculo del que necesitamos y más
grasa de la que nos hace falta.
- Vivimos llenos de recompensas que nuestro cerebro no termina de entender (dinero, materialis-
mo, etc.), en contraposición a recompensas naturales y fisiológicas (comer con hambre real, beber
con sed, practicar sexo cuando hay libido...)
- Tenemos un ritmo de vida que nos estresa, en el que destinamos demasiadas horas de nuestra
vida al trabajo. Es algo que tampoco reconoce nuestra fisiología. Se estima que los cazadores-reco-
lectores destinaban entre 2 y 4 horas al día a buscar comida, el resto descansaban. Hemos perdido
aquellos microbios que convivían con nosotros de una manera simbiótica, a causa del entorno.
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- No nos exponemos como antes a la luz solar, lo que genera afectaciones tanto en nuestros biorrit-
mos como en la síntesis de vitamina D.
- No podemos expresar cierto tipo de emociones porque lo consideramos un signo negativo de
debilidad.
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TEMA 2: OBESIDAD, INFLAMACIÓN Y RESISTENCIAS
A LA INSULINA Y LA LEPTINA
Introducción
El objetivo de la primera unidad era profundizar desde un enfoque evolutivo y poner hincapié en el
impacto del entorno sobre la salud del ser humano. En esta segunda unidad el objetivo es traducir
este marco de referencia en mecanismos de acción más concretos.
La población del primer mundo sufre desajustes metabólicos evidentes que se explican a partir del
concepto de la paradoja o crisis del sabor. Antiguamente, el ser humano sabía que tenía que comer
aquellos alimentos que tuvieran buen sabor (indicaba que se podían consumir), y evitaba los
alimentos amargos o con gusto podrido porque los relacionaba con un posible veneno. Es decir,
durante la mayor parte de nuestra historia, nos hemos guiado por el gusto de las cosas. No obstan-
te, actualmente nos encontramos con dos problemas:
1) Por un lado, ya no sentimos tanto placer ante alimentos sanos que deberían satisfacernos, como
la fruta o la verdura, por culpa de agricultura extensiva a la que se someten los vegetales y que han
perdido su sabor.
2) Por otro lado, la aparición de una industria alimentaria cuyo objetivo es estimular al máximo
nuestro gusto y propiciar un consumo en excesivo de unos productos que, en realidad, son innece-
sarios. Por lo tanto, la industria está aprove chando ese mecanismo de supervivencia del ser
humano para engañarnos.
En relación con el segundo problema, una industria experimenta con un producto antes de comer-
cializarlo y alcanzar, tras distintas variaciones, lo denominado como índice de éxtasis máximo, es
decir, aquello que más estimula a nuestro cerebro para un consumo excesivo de estos productos.
Para llegar a este objetivo, se siguen diferentes reglas como, por ejemplo:
-Los productos infantiles tienen más sabor dulce, puesto que los niños tienen una mayor tolerancia
al dulce.
-Hay un estudio de las redes neuronales para combinar lo crujiente, dulce y salado y crearnos una
adicción a sus productos.
Para explicar la pandemia de obesidad en la que vivimos, se alude a las industrias que estimulan en
nuestro cerebro el circuito de la recompensa y la región del hedonismo, zonas que, estimuladas,
nos provocan el deseo de consumir comida, aunque no la necesitemos.
Se puede pensar que el cuerpo no tiene sus propios mecanismos para dejar de comer cuando
percibe que está acumulando demasiada energía, pero sí existen estos mecanismos, entre otras
señales que se envían a nuestro cerebro que tienen que ver con la saciedad: el hambre y la sacie-
dad homeostática. Ahora bien, la evolución también nos preparó para que, cuando nos encon
trábamos un alimento muy rico, con una densidad calórica muy importante, no lo dejásemos pasar.
13
Por ejemplo, si dos cazadores recolectores se topan con un panal de miel sin abejas no perderá la
oportunidad de comer cuanto puedan hasta satisfacerse, porque se trata de una ocasión única. Sin
embargo, el entorno actual en que vivimos nos permite encontrarnos, por ejemplo, con una pana-
dería en cada esquina y el correspondiente olor de la comida. El cerebro no puede ignorar esos
estímulos y el ser humano va a por ello.
Al ingerir comida sana, también se estimula nuestro circuito de recompensa, pero el cuerpo envía
señales de saciedad al cerebro que frenan el hambre. En cambio, con la comida demasiado palata-
ble o sabrosa se frenan esas señales de saciedad y se sigue comiendo. La industria alimentaria se
está aprovechando de eso.
En este estudio publicado en 2016 en PLoS ONE se nos muestran los 10 alimentos con mayor capa-
cidad de generar una adicción en los seres humanos. El circuito de recompensa y el circuito hedó-
nico generan sustancias similares a las generadas con el consumo de ciertos tipos de drogas, por
eso hablamos de «adicción».
Obsérvese las siguientes imágenes. Mediante una resonancia magnética funcional, muestra cómo
se activa el cerebro según el tipo de alimento que visualice. En la imagen de la izquierda, solo se
enciende un pequeño punto ante la presencia de una ensalada. En cambio, con un alimento con
una densidad calórica muy importante, las mismas áreas del cerebro se encienden de forma más
llamativa.
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Nuestra nutrición está cada vez más llena de sustancias que estimulan nuestro circuito hedónico y
nuestro sistema de recompensa. Actualmente, se considera que el alto grado de palatabilidad al
que hemos llegado es la principal causa de obesidad en los seres humanos.
Añadir azúcar a todo tipo de alimentos (no solo el del café) es uno de los recursos principales de la
industria para conseguir que consumamos más de lo que necesitamos. Por tanto, si en 1800 cada
persona consumía unos 27 gramos de azúcar al día, actualmente cada persona está consumiendo
unos 200 gramos de azúcar al día, así que estamos ante un incremento en el consumo de calorías
procedentes del azúcar. Además, ha trascendido que la industria azucarera escondió durante
décadas lo nocivo que era este producto para nuestra salud. Para ocultar esto, se financiaron
trabajos para que se culpara a las grasas de la epidemia de obesidad en vez de al azúcar.
Asimismo, se han puesto en marcha numerosas iniciativas para explicar con detalle los peligros del
azúcar. Por ejemplo, este editorial de Nature, una de las revistas científicas más prestigiosas e
importantes del mundo, titulado La verdadera toxicidad del azúcar:
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Este paper sugiere que es posible equiparar los efectos perniciosos que tiene el azúcar sobre la
salud del ser humano con los que tiene el alcohol, y sugiere que se traten de igual forma el
azúcar y el alcohol. Esto implica que, dado que tiene un coste tan alto para la sociedad, se debe
gravar con impuestos. No es aceptable que te salga más barato comerte un Twix que una manza-
na: para la sociedad, el coste no es ni muchísimo menos el mismo. Si tu mala alimentación te lleva
al hospital, tu coste sanitario lo tendremos que pagar entre todos. En este sentido, la propuesta es
la de que los alimentos sanos desgraven, mientras que los productos alimenticios se graven con
más impuestos.
¿Cómo? En condiciones normales, cuando la insulina se une a su receptor, se produce una señal
celular concreta que hará que los receptores de azúcar (receptor GLUT4) que están en el citoplas-
ma, viajen a la membrana de la célula permitiendo que la glucosa entre en su interior. A partir de
ahí, esa glucosa o bien se utiliza para producir energía, o bien se almacena en forma de grasa
dentro de la célula.
Sin embargo, con la combinación de un consumo de azúcar excesivo y una falta de actividad física
se puede producir la lipotoxicidad. Es decir, si no se utiliza todo ese azúcar excesivo, este se trans-
formará en grasa intracelular para almacenarse. Si la grasa intracelular aumenta demasiado, la
célula entiende que puede haber riesgo de una carga oxidativa excesiva.
Es la propia acumulación de grasa la que va a frenar la capacidad de estímulo que tiene la insulina
en la movilización del receptor GLUT. Esa grasa es tóxica para nuestras células y, por lo tanto, no
permite que entre más azúcar. Así, la primera defensa de nuestro cuerpo es bloquear la entrada
de glucosa en músculo e hígado (los dos grandes reservorios de glucosa corporal).
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En este momento se inicia la resistencia a la insulina definida como: “La resistencia a la insulina
ocurre cuando las células de los músculos, la grasa y el hígado no responden bien a la insulina y no
pueden absorber fácilmente la glucosa de la sangre. Como resultado, el páncreas produce más
insulina para ayudar a que la glucosa ingrese a las células.”. Actualmente, cada vez está más claro
que este proceso avanza desde la resistencia a la insulina muscular; seguidamente, hepática y, por
último, resistencia a la insulina del tejido adiposo.
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La respuesta corporal es liberar más insulina en la búsqueda de que el resto de tejidos insulino-de-
pendientes incorporen esa glucosa, y, de hecho, así lo hacen. El hígado y el tejido adiposo incorporan
parte de la glucosa que ahora ya no puede incorporarse al músculo. No obstante, esto tiene una
repercusión que se plasma en unos niveles de insulina más elevados.
Esa glucosa no puede entrar en el hígado ni en el músculo, ya que solemos ser bastante sedenta-
rios y no gastamos las reservas de glucosa, por lo que esa glucosa entra en el tejido adiposo y así
aquello que consumimos se convierte en grasa y engordamos.
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Si fuéramos osos polares, esto no sería un problema, puesto que estas criaturas necesitan almace-
nar mucha grasa para que les proporcione suficiente energía durante la hibernación. A diferencia
de ellos, nosotros no estamos diseñados para acumular tanto tejido adiposo, y esa proporción tan
alta de tejido graso termina perjudicando nuestra salud porque el tejido graso, más allá de ser un
almacén de energía, también es un verdadero órgano endocrino. Las células encargadas de
almacenar grasa, los adipocitos, tienen la capacidad de producir una multitud de sustancias que
afectan al resto de sistemas corporales de las que se destacan dos: 1) tumor necrosis, un inmundo
mensajero con capacidades proinflamatorias; y 2) leptina adipocitoquina, conocida principalmen-
te por su efecto anorexigénico.
En condiciones normales, cuando el tejido adiposo se va llenando en exceso, produce una sustancia
que frena el consumo de alimentos. El problema es que los productos diseñados por la industria
para estimular el sistema hedónico hacen que el cerebro obvie ese estímulo de saciedad que está
llegando desde mi tejido adiposo a través de la leptina. Así, estamos ante una situación en la que el
tejido adiposo se va rellenando de glucosa, que se va transformando en grasa y, en consecuencia,
produciendo cada vez más sustancias proinflamatorias que influirán de forma perjudicial a nivel
sistémico.
Por tanto, nos encontramos ante el siguiente proceso: Hedonismo más sedentarismo, saturación
celular en músculo e hígado, resistencia insulina local, acumulación de tejido adiposo, contexto
inflamatorio, resistencia a la insulina sistémica.
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Un resfriado también produce resistencia a la insulina, y lo mismo sucede con un problema del
aparato digestivo. Siendo esto así, en la actualidad, nos encontramos con mayor frecuencia que esa
resistencia a la insulina se debe a la liberación de sustancias inflamatorias por parte del tejido
adiposo.
Cómo se produce la inflamación del tejido adiposo (que viene dada por la acumulación de energía
en el tejido adiposo, puesto que el consumo de productos hipercalóricos nos genera más energía
de la que realmente necesitamos).
Cuando es así, no retornamos a un estado basal, sino que vamos acumulando cada vez un poco
más de inflamación y entrando en un estado pre-inflamatorio en el que el sistema inmune innato
tiene que estar trabajando casi de continuo. A diferencia de la inflamación clásica (como la de
cuando nos damos un golpe, que es brusca, intensa, resolutiva y corta), este estado de pre-inflama-
ción es un proceso paulatino y suave, en el que no se activan los clásicos sistemas de defensa
necesarios para minimizar la inflamación.
De forma, en principio imperceptible, vamos propiciando un estado inflamatorio cada vez mayor.
En un primer momento se puede manifestar con pequeños dolores en diferentes partes del
cuerpo; poco a poco, se van produciendo unas respuestas inmunitarias cada vez más alteradas,
hasta que llega un momento en el que la acumulación de citoquinas pro-inflamatorias son capaces
de movilizar, de activar, el sistema inmunitario. Es a partir de ahí cuando, dependiendo de mi
predisposición genética, se produce una u otra patología.
Así, poco a poco, ya no solo estoy cansado por el alto consumo que hace mi sistema inmunitario al
estar más activo de lo normal; ya no solo voy acumulando diferentes dolores; ya no solo me voy
recuperando peor porque destino más energía a mantener activo mi sistema inmunitario y no
tanto a regenerarme…, también empiezo a manifestar síntomas propiamente inmunitarios.
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2.1.4 Macrófagos: de mal en peor
Los macrófagos son células inmunorreguladoras y que dependen de su actividad metabólica para
generar una respuesta u otra: 1) una potenciación de la inflamación, o 2) una modulación de esta.
Así, cuando ante una amenaza necesitemos a) una respuesta aguda, intensa, propia de la fagocito-
sis, se generarán macrófagos del tipo M1 que, para ser exitosos, en ese sprint recurrirán a la glucosa
y serán inflamatorios. Si, en cambio, lo que precisamos es b) una respuesta de inmunorregulación, o
de reparación de la barrera, será una carrera de fondo en la que los macrófagos se expresarán
como M2, es decir, quemarán grasa y serán antiinflamatorios.
Los macrófagos residentes en el tejido adiposo son todos M2 y, por tanto, están controlando que no
produzcamos demasiada inflamación. Ahora bien, si el estímulo inflamatorio es constante y reitera-
tivo durante mucho tiempo, llega un momento en el que el macrófago ya no da más de sí. Este
cambia su respuesta y también amplifica la inflamación.
Los M1 y M2 están muy presentes en todos los papers sobre obesidad y resistencia a la insulina. Son
macrófagos que se expresan fenotípicamente hacia la amplificación de la inflamación, cuando en
condiciones normales lo que tendrían que hacer es controlar dicha inflamación. Pero, con inter-
venciones metabólicas, tenemos la capacidad de convertir esta respuesta inflamatoria en una
antiinflamatoria.
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Repaso del proceso:
Con el tiempo, vemos cómo vamos ganando peso, generando una disminución de la sensibilidad a
la insulina, una hipoxia, un aumento del tejido adiposo y muchas otras alteraciones que van a
provocar una respuesta lo suficientemente potente como para generar no solo un tejido adiposo
inflamado, sino, con el tiempo, un cuerpo inflamado.
Además, la relación entre metabolismo e inmunidad es íntima: Una nutrición pobre va a generar un
sistema inmunitario pobre por desnutrición. Una pobre nutrición va a generar un sistema inmune
sobrealterado por el estímulo que tiene el tejido adiposo sobre el sistema inmunitario.
La clave es que todas las patologías asociadas a estilos de vida como la obesidad, las patologías
autoinmunes o la depresión comparten un mecanismo común: la inflamación. Por tanto, conocer
uno de los principales factores que nos lleva a un estado inflamatorio y saber cómo revertirlo, nos
permite tratar una amplia gama de patologías y disfunciones que no han llegado a un diagnóstico
claro pero que tienen que ver con procesos inflamatorios de larga duración. La aparición de citoqui-
nas es gradual y se mantiene sin resolver a lo largo del tiempo, puesto que el estado inflamatorio
no es lo suficientemente brusco para inducir resolución.
La resistencia a la insulina está en el punto de mira de infinidad de investigaciones. Por tanto, cada
año se descubren funciones diferentes y se siguen publicando nuevas explicaciones sobre sus
causas y su impacto sobre nuestra salud.
Siguiendo el ejemplo de un tejido adiposo que está produciendo citoquinas proinflamatorias, ese
estado impide una regulación normal de la glucemia en sangre por la poca sensibilidad a la insuli-
na de los tejidos insulinodependientes. Por lo tanto, el cuerpo va a responder intentando producir
más insulina de lo habitual.
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Una persona con resistencia a la insulina tiene unos niveles de insulina más altos de lo normal, pero
Ni todos los tejidos producen resistencia, ni todas las funciones relacionadas con la insulina
están afectadas por este estado inflamatorio. Tener unos niveles de insulina más altos de lo
normal hace que, en aquellos tejidos que aún no hayan desarrollado resistencia, las funciones de la
insulina estén sobreestimuladas. Así, por ejemplo, la insulina es capaz de bloquear la beta oxida-
ción, la capacidad de quemar grasa. La insulina es una señal de que están llegando carbohidratos
desde el entorno; por tanto, el cuerpo entiende que es mucho mejor quemar azúcar que quemar
grasa, porque lo que está llegando es mucho carbohidrato. En una situación normal, si tú haces
una dieta muy pobre en carbohidratos te bajará la insulina y se facilita la quema de grasas (betaoxi-
dación) en vez de la de carbohidratos. Pero, en una situación con los niveles de insulina altos, el
cuerpo entenderá que están llegando carbohidratos y querrá quemarlos.
Es decir, si tienes la insulina muy alta y quieres perder peso, te va a costar muchísimo quemar
grasa, ya que es la misma insulina la que está bloqueando la beta oxidación.
Mientras que el músculo, el hígado y el tejido adiposo pierden sensibilidad sobre la insulina, otros
tejidos, ante unos niveles de insulina elevados, van a “hiperfuncionar”.
Por ejemplo, esto se puede ver en el desarrollo de los ovarios poliquísticos. La siguiente es una
imagen de una publicación de New England Journal of Medicine, en la que se explica el funciona-
miento del eje HPG. Desde el cerebro producimos hormona liberadora de gonadotropina, a partir
de la cual se producirá hormona luteinizante y que estimulará que, en unas células de los ovarios
(las células teca) se produzca testosterona, y que, en las células de la granulosa, se produzcan
estrógenos.
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Las células teca, que producen testosterona, también son altamente sensibles a la insulina, de
manera que, si la mujer tiene unos niveles altos de insulina, está sobreestimulando la producción
de testosterona. Esta sobreestimulación de las células teca explica, en muchas mujeres, el desarro-
llo de esos pequeños micro quistes en los ovarios, por qué algunas mujeres sufren ovarios poliquís-
ticos y, por lo tanto, también problemas de dismenorrea y de fertilidad.
El desarrollo del acné también tiene que ver con una resistencia a la insulina. Con unos niveles de
insulina demasiado elevados se produce un estímulo de sobrecrecimiento del tejido de la epider-
mis de manera desorganizada; por eso el sebo no puede salir al exterior, se infecta y produce el
acné.
En el caso del acné, también hay que tener en cuenta los niveles de hormonas sexuales, ya que el
estimulador de la secreción de sebo es la testosterona. Por esta causa, con esa explosión hormonal
que ocurre durante la adolescencia, aparecen estos síntomas; es también más habitual en los
chicos que en las chicas, aunque aquellas chicas que tienen resistencia a la insulina y producen
más testosterona de lo normal pueden tener también propensión a padecer acné.
-Obesidad central
-Fatiga
-Alopecia
-Hirsutismo en mujeres
-Problemas de regulación de la glucemia
-Acumulación de grasa visceral
-Acné
-AGEs- Products (Advanced Glycation End Products). Se trata de proteínas que, como resultado de
la exposición a azúcares se “caramelizan”, quedan inservibles y el cuerpo las distribuye en lugares
poco importantes. Así, por ejemplo, las manchas en la piel y en la cara o las verrugas que salen
alrededor del cuello o las axilas, que muchas personas piensan que se deben a la edad.
-Acantosis Nigricans El extremo de un AGE- Product es la acantosis nigricans, una mancha oscura
aún mayor, asociada a problemas más graves de regulación de la glucemia.
El impacto que tiene sobre la salud esta sobreexposición al azúcar. Así, el desarrollo de una resisten-
cia a la insulina puede estar detrás de situaciones muy dispares:
- Un paciente que hace deporte, pero no adelgaza debido a que siempre tiene unos niveles de
insulina muy altos y no puede betaoxidar (quemar grasas)
- Un paciente que engorda con nada que coma porque tiene un proceso inflamatorio que hace que
únicamente pueda meter los sustratos energéticos en el tejido adiposo
- Un paciente que tiene microlesiones o molestias itinerantes por esta situación de inflamación
- Una paciente con síndrome de ovarios poliquísticos
Por tanto, se trata de un desorden metabólico con múltiples manifestaciones que hay que tener
siempre en mente ante un paciente en consulta.
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Conclusiones. Resistencia a la insulina:
Tratamiento:
¿Es bueno o es malo este proceso por el que se produce resistencia a la insulina y una acumulación
de grasas en el tejido adiposo en lugar de en los órganos viscerales?
Es lo menos malo. Afortunadamente, tenemos un tejido adiposo capaz de taponar esos surplus
energéticos constantes para que no dañen nuestros órganos viscerales. El tejido adiposo recibirá el
exceso de calorías y, además, producirá otra sustancia que va a tener mucha importancia: la lepti-
na. La leptina se libera en los adipocitos que almacenan la cantidad de grasas de nuestras comi-
das. Esta liberación actúa como una señal que indica al cerebro que tenemos suficientes reservas y
que, por tanto, debe inhibir el apetito. Asimismo, además de protegernos para que no nos exceda-
mos comiendo, también evita que los órganos viscerales desarrollen un exceso de grasa.
- Activa el eje tiroideo: La leptina informa al cerebro de los niveles de reservas de grasa y le permi-
te calibrar el grado de activación del principal catalizador de las reacciones corporales, el eje tiroi-
deo. En situaciones donde existe poca sensibilidad a la leptina o leptinas muy bajas, el cerebro
interpreta que no es buen momento para una actividad metabólica alta. Es lo que sucede con las
dietas muy restrictivas en calorías: el metabolismo basal baja porque el tiroides está a ralentí.
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- Está relacionada con la reproducción y con el eje HPG. La prueba la tenemos en que muchas
deportistas de élite, o chicas que tienen anorexia, tienen unos niveles de grasa corporal inferiores al
10% y unos niveles de leptina muy bajos. En esta situación, pierden la menstruación, ya que la
reproducción es energéticamente muy cara para las mujeres: para que se puedan reproducir, su
cuerpo tiene que saber que se lo puede permitir, que tiene suficientes reservas para una exigencia
tan brutal como es el embarazo y la lactancia. Si tengo leptina, tengo capacidad de producir ener-
gía; si no la tengo, mi cuerpo frena toda su actividad a la espera de que llegue un momento más
adecuado.
- Estimula el sistema simpático para que produzca adrenalina y mande señales a nuestro cere-
bro de que tenemos energía y podemos usarla (el tejido adiposo informa de esto), lo que no solo
significa que no necesitamos comer, sino también que podemos estar activos. Es la hormona
periférica que da permiso para activarnos, y esto está íntimamente relacionado con la actividad de
mi sistema dopaminérgico (la dopamina es una hormona clave para la motivación y lo que
emprendemos nos cueste menos esfuerzo).
Ahora bien, el contexto metabotóxico que hemos desarrollado en el apartado anterior puede
acabar afectando a la sensibilidad a la leptina. Entramos así en una espiral de locura: mi cerebro
interpreta que no tengo suficientes reservas ni energía y, en consecuencia, dispara la señal de
hambre. Lo mismo que sucedía, siglos atrás, en épocas de hambruna, pero con la diferencia de que,
hoy, cuanto más comemos, más hambre tenemos.
Si la leptina es una hormona anorexígena, es decir, que quita el hambre, ¿por qué seguimos engor-
dando? A mayor obesidad, mayor tejido adiposo y mayores niveles de leptina en sangre…
Como con la insulina, con la leptina llega un momento en el que el cerebro pierde la capacidad de
traducir la señal de la leptina. Es decir, se produce una resistencia a la leptina. Y, aunque los niveles
de esta hormona estén altos (reservas para cinco meses, por ejemplo), para el cerebro es como si
estuvieran bajos (como si nos estamos muriendo de hambre).
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El cerebro de un paciente con resistencia a la leptina está sufriendo un déficit energético grave que
le impide actuar y entra en lo que se conoce como un “non permissive brain disorder”:
Estas personas, cuando van a terapia, a menudo se les pide que hagan enormes esfuerzos: deben
comer mejor, hacer deporte, fomentar su vida social… ¡y realmente no se lo pueden permitir! La
mejor manera de ayudarles es hacer que se sientan comprendidos: cuando les explicas cómo su
cerebro les está animando a que no hagan nada, cuando les dices que entiendes lo mucho que les
cuesta tirar para adelante cada día, cuando les aseguras que les vas a acompañar en el proceso de
cambio… eso genera un enorme impacto en ellos y les da espe ranzas de que van a volver a recupe-
rar su energía.
Este tipo de pacientes deben hacer pequeños cambios, acompañados, y deben saber que, aunque
es difícil, el malestar será momentáneo y tras tres semanas volverá a sentir otra vez esa sensación
de energía.
Recapitulemos: la leptina se relaciona con la motivación, con la activación de los ejes HPT (hipotála-
mo-pituitaria-tiroides) y HP, y con señales anorexígenas; asimismo, que si el cuerpo pierde la sensi-
bilidad, puede terminar generando lo que llamamos una resistencia a la leptina.
Causas de la resistencia a la leptina (todavía hoy se sigue debatiendo). Tres causas (que no son
excluyentes):
1) Una dificultad del transporte de la leptina por la barrera hematoencefálica. Se debe a que, ante
una acumulación cada vez mayor de leptina, se van agotando los transportadores.
2) Una atrofia de los circuitos relacionados con la leptina. Este proceso se agrava porque, al ir
acumulando una mayor pérdida de sensibilidad, vamos utilizando menos estos circuitos.
3) La inflamación cerebral (la más importante) podría tener que ver con la pérdida a la sensibilidad
a la leptina. Podría deberse a la liberación de una sustancia llamada SOCs3, que significa supresor
de la señal citoquínica número 3.
Por tanto, la resistencia a la leptina ocurre cuando la inflamación (provenga de donde provenga) se
propaga o acontece en el propio sistema nervioso central.
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Por tanto, la resistencia a la leptina aparece cuando un proceso inflamatorio, ocurrido en cualquier
parte del cuerpo (bien por dufusión pasiva, bien por transportadores de la BHE, bien por la intro-
ducción vía nervio vago) llega al cerebro y condiciona su funcionalidad. Cabe destacar que un
proceso de inflamación cerebral directo también provoca esta clínica, por ejemplo, la llegada de un
tóxico al cerebro (una resaca es una neuroinflamación transitoria) o un traumatismo cerebral.
-Consumo de productos que estimulan mi sistema hedónico. Acumulación de grasa que produce
inflamación.
-La inflamación moviliza mi sistema inmunitario.
-La inflamación con el tiempo traspasa la barrera hematoencefálica.
-Ante un contexto inflamatorio, el cuerpo se defiende produciendo una señal supresora de las
Citoquinas.
-Como la leptina es también una adipocitoquina, cuando se frena la señal de las citoquinas se está
frenando también la señal de la leptina.
Las neuronas son las células cerebrales más conocidas, pero no son ni mucho menos las únicas o
más abundantes. Se estima que el cerebro humano contiene más de 80.000 millones de neuronas
y por cada neurona hay diez células gliales. Esta enormidad supone el 90% de las células cerebrales
y conforma una sustancia llamada glía o neuroglia, cuyo estudio está hoy en pleno apogeo.
Las células gliales fueron identificadas en 1858 por el médico alemán Rudolf Virchow, aunque
durante más de un siglo se pensó que simplemente estaban ocupando espacio entre las neuronas
(la raíz latina de glía es pegamento), pero hoy se sabe, según diferentes estudios, que su actividad
es determinante para la buena función cerebral.
Las células de Schwann son las únicas que se encuentran en el sistema nervioso periférico (SNP), es
decir, en los nervios que recorren todo el cuerpo). En el sistema nervioso central (SNC) encontramos
tres variedades de células gliales: 1)microglía, 2)oligodendrocitos y 3)astrocitos (especialmente
involucradas en la neuroinflamación).
No solo desempeñan funciones de soporte y asistencia a las neuronas, sino que tienen un papel
determinante en la neuroinflamación. Ante diversos estímulos que son percibidos como una
agresión, estas células cambian completamente su patrón de actividad y se transforman en células
inmunitarias, produciendo inflamación cerebral.
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1) Hacia un fenotipo proinflamatorio o M1, con el objetivo de eliminar un patógeno o reparar el daño
de un tejido.
2) Hacia un fenotipo antiinflamatorio o M2, cuya finalidad es resolver una inflamación y así volver a
la homeostasis.
Cinco factores de riesgo en los que poner el foco: 1)consumo de alcohol, 2)actividad física, 3)estrés,
4)sueño y 5)alimentación. (Si tienes estos signos, examina estos aspectos de tu vida. Si eres terapeu-
ta y los identificas en un paciente, siéntate con él, repasa estos factores y explícale cómo le afectan).
1) Alcohol
2)Actividad física
El ejercicio también puede favorecer la inflamación. El problema es que la dosis óptima de ejercicio
es individual, y muy fina la línea entre pro y antiinflamatorio. Así, es probable que dos pacientes con
síntomas parecidos sigan el mismo protocolo de alta intensidad y, mientras uno se sentirá genial el
resto del día, el otro podría empeorar. Hay que encontrar, por tanto, un equilibrio entre la intensi-
dad y la duración para que la actividad física sea neuroprotectora.
También hay que tener en cuenta que, algunas veces, la actividad física causa reacciones adversas
en un área del cerebro afectada por la neuroinflamación que no puede manejar el aumento de la
exigencia (esto no es lo mismo que neuroinflamación causada por la intensidad del ejercicio). Así,
por ejemplo, la realización de ejercicios de equilibrio puede afectar al cerebelo, y la de aquellos que
requieren mucho foco y concentración puede afectar a la corteza central.
3)Estrés
Es poco frecuente asociar el exceso de estrés, que es intangible y variable, a aquello que nos sucede
como, por ejemplo, perder la capacidad de caminar, de hablar, de mantenerte en equilibrio, de
practicar deportes, de conducir… Todo esto debido a que el cerebro está inflamado y no funciona
como debería.
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4)Sueño
Dormir mal nos perjudica. Tras una mala noche, es difícil alcanzar la concentración, se reduce la
velocidad de pensamiento, se minimiza la motivación y la fluidez verbal… Durante la privación
crónica del sueño, los mediadores inflamatorios aumentan y desencadenan la activación de células
gliales y microgliales, con la consecuente neuroinflamación. Una neuroinflamación de bajo grado
debida a la falta crónica de sueño produce ansiedad y problemas de aprendizaje y memoria.
5)Alimentación
Igual que nuestra alimentación puede llevarnos a un estado de inflamación de bajo grado, también
hay diferentes factores nutricionales que nos conducen a la neuroinflamación como el consumo de
grasas saturadas, fritas u oxidadas en un contexto de altos niveles de carbohidratos.
-La temible combinación high fats-high carbs es claramente obesogénica e induce la producción
de sustancias proinflamatorias desde las células adiposas. Este contexto metabólico produce
neuroinflamación. Es importante remarcar esto porque la dieta cetogénica, rica en grasas de
calidad y muy pobre en carbohidratos, es quizás una de las intervenciones más realizadas como
tratamiento de la neuroinflamación. Pero, además, los niveles de insulina altos implican que las
grasas no puedan ser usadas como combustible por el cuerpo ni tampoco ser transformadas en
cuerpos cetónicos para “alimentar” a nuestras neuronas. La insulina es capaz, por sí misma, de
activar las células glía.
-Consumo de proteínas de alto potencial inflamatorio (como el trigo o los lácteos): Este estudio,
publicado en 2014 en Journal of Nutrients, enseña cómo de una muestra poblacional de 400 perso-
nas, entre un 15 y un 17% dio positivo a algún anticuerpo contra una proteína del trigo o de la leche.
Aún más: de las personas que dieron positivo, el 50% tiene marcadores de inflamación cerebral. Por
tanto, el contexto inflamatorio que se genera por elevado consumo de estos alimentos conlleva un
potencial inflamatorio enorme.
-El exceso de frecuencias de ingesta: Cada vez que ingerimos comida, se produce un aumento de la
permeabilidad intestinal, una mayor traslocación de productos bacterianos al torrente sanguíneo y
una respuesta inflamatoria postpandrial. No es de extrañar que existan múltiples evidencias del
efecto positivo del espaciado de las comidas, o ayuno intermitente, sobre la neuroinflamación.
-El consumo de nutrientes con capacidad de modular la neuroinflamación y/o traspasar la barrera
hematoencefálica, entre ellos, tenemos algunos de nuestros viejos amigos, esos compañeros de
viaje que siempre están para equilibrar nuestra dieta:
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Conclusiones:
El tipo de paciente que va a tener una resistencia a la leptina es muy parecido a aquél que tiene
resistencia a la insulina (en muchos casos la primera es consecuencia de la segunda). Este paciente
se corresponde con:
Obesidad central
Poca energía. Presenta signos de hipotiroidismo subclínico o clínico
Nebulosa mental
Problemas en la menstruación o de fertilidad
Adicción a los alimentos, porque lo único que en ciertos momentos le puede dar algo de placer
es el consumo de alimentos
A lo largo de este tema, hemos puesto como ejemplo de inflamación la acumulación de grasa en el
tejido adiposo. Cualquier foco inflamatorio de larga duración que llegue al cerebro puede generar
una resistencia a la leptina. El tratamiento dependerá mucho de cuál es la causa (disbiosis, acumu-
lación de grasa en el tejido adiposo…) que está produciendo la inflamación. En el ejemplo que
estamos siguiendo, el tratamiento básicamente será el siguiente:
- Prescripción de movimiento.
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- Espaciar comidas (cada comida produce una pequeña inflamación y para disminuir la inflama-
ción, habrá que evitar comer tantas veces al día).
- En caso de resistencia a la leptina, los cambios deben ser progresivos y adaptados a su situación
de sensación de ausencia de energía.
- Suplementación (varía mucho según el origen del proceso inflamatorio). Suele ser habitual:
2 gramos de Ácidos omega 3 día
5 mil UI internacionales de vitamina D.
Complemento multivitamínico y mineral
Si es necesario entre 150 y 300 mg de resveratrol día.
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TEMA 3: MOVIMIENTO EN COHERENCIA
CON NUESTRA FISIOLOGÍA
En las unidades pasadas se ha puesto el foco en qué nutrientes debemos consumir para estar en
coherencia con nuestra fisiología. En cambio, en esta unidad se hará hincapié en cómo y cuándo
consumir dichos nutrientes. A lo largo de la mayor parte de la historia de la humanidad, no siem-
pre había acceso a los nutrientes. De modo que, para sobrevivir, había que alternar los momentos
de búsqueda de alimentos con los momentos en los que, habiendo encontrado alimento, se consu-
mía el máximo posible de nutrientes y después se descansaba.
Un buen marco de referencia es la evolución del ser humano. De acuerdo con los impulsores de las
necesidades energéticas y nutricionales humanas, el ser humano necesitaba esa actividad física
para sobrevivir, ya que consumía una dieta de alta calidad energética y nutricional. Esta dieta
requería cazar animales y el desarrollo de regímenes de caza-recolección que precisaban de movi-
miento en áreas extensas para obtener dietas nutricionalmente densas. Esta perspectiva nos
enseña cómo nos hemos seleccionado para el movimiento:
Somos así porque durante cientos de miles de años nuestra subsistencia dependió de la caza y la
recolección. El ser humano no tiene garras ni presume de ser el más fuerte o más veloz en la caza,
pero lograba cazar porque termorregulábamos mejor (corríamos durante horas) que la presa, que
entraba en estado de shock térmico y permitía su captura.
En la recolección, nuestro ancestro se movía por un área de unos 13 kilómetros (el primate que más
se mueve lo hace en un área de unos 2 kilómetros). De esa manera podía compensar el elevado
consumo energético que conlleva la encefalización.
Todo esto supone que el movimiento o actividad física era una herramienta básica e indispensable
para obtener alimento. Los paleoantropólogos han mostrado que en la composición corporal de
nuestros ancestros el músculo representaba un 50% (45% en el caso de las mujeres), y la grasa solo
un 10% (un 15% en la mujer). De esta manera, nuestro cerebro recurría a la musculatura para
solventar los peligros del día a día y contaba con que tendría recursos para escapar y sobrevivir. Y
utilizaba tres estrategias básicas para conseguir alimento:
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- 1)Alocación energética; explotar nuestras propias reservas, es decir, transportar energía del cuerpo
hacia el músculo y el cerebro.
- 2)Inducir el movimiento para ir a buscar comida a través de la dopamina, que nos proporcionará
motivación para movernos.
- 3)Generación de hambre: una vez hemos encontrado comida, el cuerpo se prepara para digerir y
almacenar energía.
Hace 10.000 años que se produjo la transición a la agricultura, un tiempo breve para que nos haya-
mos podido adaptar a los alimentos nuevos, pero ese desajuste es aún mucho mayor en el caso del
movimiento: solo hace cuatro generaciones que hemos dejado de movernos y de depender de la
actividad física para conseguir el sustento.
Antes nos movíamos por necesidad; ahora tenemos una nevera llena a cinco metros.
Antes nos movíamos por sed (teníamos que ir a buscar agua); ahora tenemos un grifo o una botella
al lado.
Antes nos movíamos por miedo a peligros reales; ahora nuestros miedos son a fantasmas.
Antes nos movíamos por frío, para entrar en calor; ahora tenemos la calefacción.
Antes nos movíamos para protegernos del calor; ahora tenemos el aire acondicionado.
Antes nos movíamos porque la curiosidad nos empujaba a descubrir el mundo; ahora satisfacemos
nuestra curiosidad a través del ordenador.
Antes nos movíamos para aparearnos…
“Cada hombre debe ser capaz de salvar su propia vida” (Earle Liederman) nos recuerda que, si
ahora nos persiguiera un león, no podríamos trepar a un árbol para salvarnos. Debemos recuperar
esas habilidades, ese esquema ayuno-actividad fiesta-descanso, porque puede salvarnos la vida.
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Antiguamente, la principal causa de mortalidad era la falta de higiene (que propiciaba las infeccio-
nes), por exceso de contaminación de las aguas y por una elevadísima mortalidad infantil. Del
mismo modo que hubo diferentes estrategias para resolver estos problemas, también deberíamos
encontrar estrategias para solucionar los nuevos riesgos.
Para entenderlo:
La grasa (tejido propio) produce inflamación, cuyo mecanismo de control es, precisamente, la
actividad física. Al movernos, se generan mioquinas, un ambiente altamente antiinflamatorio.
Siempre, cuando comemos, generamos un pequeño pico de inflamación fisiológica. Pues bien, si
como después de haberme movido, encontraré un ambiente antiinflamatorio generado por el
propio movimiento que permitirá gestionar sin problemas la inflamación.
Así, por tanto, la ruta es: La inactividad física > pérdida de masa muscular > aumento de adipocitos
> inflamación crónica > resistencia a la insulina y a la leptina > típicas patologías inflamatorias.
Por tanto, es cierto que la inactividad, el sedentarismo, mata o enferma.
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Pero la grasa es necesaria… ¿o no?
La grasa es el gran reservorio energético. Tenemos entre 10.000 y 15.000 gramos de energía almace-
nada en nuestra grasa que nos permite aguantar 35 días; muy por encima del glucógeno muscular,
que solo da para 15 horas. Pero lo cierto es que, en la actualidad, tenemos más grasa que músculo
(lejos han quedado esas proporciones de un 45 o un 50% de músculo frente a un 10 o un 15 % de
grasa que tenían nuestros antepasados). El ser humano ha experimentado una pérdida de muscula-
ción, ya que el músculo influye en los sistemas endocrino, inmunitario y nervioso central. Estos datos
son alarmantes, ya que una pérdida del 10% de masa magra se asocia a un aumento del 10% en el
riesgo de mortalidad. Una pérdida del 20% de masa magra va acompañada de un 20% de aumento
del riesgo. Y un 40% de pérdida de masa muscular aumenta un 100% el riesgo de mortalidad.
El músculo produce unas sustancias antiinflamatorias para contrarrestar las sustancias proinflama-
torias producidas cuando el tejido adiposo se llena por la ingesta de comida. Pero si cada vez
tenemos más grasa y menos músculo, la ecuación se desequilibra y la producción de mioquinas es
insuficiente para resolver las agresiones inflamatorias.
Cuando el cerebro necesitaba energía, generaba una sensación de hambre que inducía al movi-
miento. Sin embargo, actualmente nuestro cerebro ha aprendido que cada vez que genera hambre
puede acercarse a la nevera o entrar en la primera pastelería. Por tanto, el cerebro ha atrofiado la
necesidad de movimiento como estrategia de supervivencia.
La lógica por la que se rige la idea de “necesito comida, mi cerebro estimula el movimiento” tuvo
sentido durante tanto tiempo a lo largo de nuestra evolución que, al final, el propio movimiento se
seleccionó para producir sustancias que ayuden al cuerpo para, una vez coma, gestionar perfecta-
mente el alimento. Entre todas las situaciones metabólicas de preparación a la ingesta, destacamos
una: el movimiento es capaz de regular parte de nuestro metabolismo; la actividad física activa la
proteína AMPK, que permite al músculo captar glucosa independiente de la insulina.
Con la ruta AMPK, el músculo se vuelve prioritario a la hora de captar nutrientes. Solo el cerebro, el
sistema inmune y las gónadas sexuales son tejidos independientes de insulina, pero este hecho
resulta clave también para poder disminuir la actividad del sistema inmune y, por lo tanto, desórde-
nes inmunitarios e inflamatorios, ya que toda la energía que antes se distribuía entre cerebro,
sistema inmune, y gónadas, ahora también se ha de dirigir una parte hacia el músculo, de manera
que el sistema inmune reduce su cantidad de energía disponible para inflamar. Por ello, la activi-
dad física en ayunas es clave para desinflamar. Además, aparte de movilizar receptores indepen-
dientes de insulina, AMPK también incrementará la expresión de receptores GLUT4 en las mem-
branas, haciéndonos más receptivos a la hora de comer carbohidratos después.
Además, AMPK induce la proliferación de mitocondrias (la parte de la célula donde producimos
energía). A mayor número de mitocondrias, mayor capacidad de producir energía. Las mitocon-
drias participan en múltiples procesos claves para la supervivencia celular.
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Qué, cómo y cuándo
Es importante movernos con el estómago vacío, que al menos hayan transcurrido tres o cuatro
horas desde la última comida. “Cuando espaciamos las ingestas, activamos la ruta AMPK, respon-
sable de la limpieza celular, de la autofa gia y del antiaging”. Este movimiento en ayunas favorece
la producción de mitocondrias y, por tanto, una mayor capacidad de producir energía. Y, a mayor
densidad mitocondrial, mayor capacidad de gestionar los factores estresantes sin perjudicar nues-
tra salud. Es lo que conocemos como resiliencia.
Por ejemplo, las mitocondrias nos protegen de la oxidación celular, ya que permiten almacenar
calcio que en exceso en el citoplasma puede activar vías inflamatorias, y además es oxidativo. Si no
realizamos actividad física, habrá menos mitocondrias, lo que significará mitocondrias más carga-
das de calcio. Tener mitocondrias muy sobrecargadas de calcio supone un problema, ya que la
mitocondria no tolera una carga oxidativa muy grande y abre canales para sacar ese calcio. El
problema es que por estos canales también salen moléculas inductoras de la apoptosis (la muerte
celular programada), como el citocromo C.
Ante una situación en que la célula percibe que no tiene energía por pocas mitocondrias, prefiere
morir que permanecer viva y producir errores. De hecho, evolutivamente, el incremento de mito-
condrias, al realizar actividad física, parecía ser un mecanismo de protección para almacenar los
radicales libres y el aumento de metabolismo de calcio generado por el ejercicio. En conclusión, el
aumento de la densidad mitocondrial aumenta nuestra capacidad de tolerar patologías o estrés, y,
por tanto, dispondrá de una mayor resiliencia.
Una persona sedentaria tendrá menos mitocondrias y menos resiliencia que una persona que
realiza actividad física, la cual tendrá más mitocondrias y más capacidad energética para afrontar
los diferentes factores estresantes.
- Los antibióticos pueden aumentar el riesgo de pérdida de mitocondrias, debido a que evolutiva-
mente las mitocondrias son un orgánulo que tiene un origen o linaje bacteriano, y los antibióticos
se cargan de bacterias. Así, podríamos explicar que cuando tomamos antibióticos estemos más
cansados, ya que perdemos gran número de mitocondrias.
¿Cómo generar mitocondrias? Depende del tejido: en el hígado, ayunando; en el tejido adiposo
marrón, pasando frío; en la musculatura, moviéndonos.
Por tanto, el ejercicio físico actúa a tantos niveles (cerebral, muscular, metabólico, inmunitario...),
que es el verdadero regulador de los sistemas corporales.
Diferencia entre:
- Actividad física: es cualquier movimiento que genere contracción muscular.
- Fitness: es actividad realizada con vigor y sin sensación de fatiga, que genere rápida capacidad de
respuesta y una sensación de placer.
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Tu cuerpo entiende el movimiento como lo entendían los cazadores-recolectores. En nuestros
genes, seguimos teniendo ese sistema de ahorro energético como mecanismo de protección por si
llega alguna hambruna. Por ello, es lógico pensar que el cerebro buscará siempre evitar cualquier
malgasto calórico sin percibir ninguna necesidad, ya que esto habría disminuido nuestra supervi-
vencia como especie. Necesitamos alguna finalidad para inducir el movimiento, para que este sea
facilitado por el cerebro. Necesitamos movimientos que simulen una función, un objetivo (trepar a
un árbol, agacharse para coger raíces, saltar una zanja, correr tras un objetivo…) y que respondan a
patrones motores. De esta forma, el movimiento será facilitado por la dopamina y tendremos
mayor sensación de agradabilidad y menor percepción de esfuerzo.
Para muchos entrenar es una autotortura, un infierno, y por tanto, lo abandonan, pero, durante la
mayor parte de la historia de la humanidad, el movimiento era una herramienta esencial para la
supervivencia. Para ello, en estas condiciones de peligro, el cuerpo en movimiento induce una
sensación placentera e inhibe la sensación de fatiga. Nuestra supervivencia depende del movi-
miento y por tanto, es algo que no deberíamos odiar. Por supuesto, también tenemos un mecanis-
mo para avisarnos cuando malgastamos calorías e intentar evitarlo.
Por ello, los elementos clave son la agradabilidad y la utilidad (necesitamos una finalidad).
Es decir, si nos movemos sin sentido, nuestro cuerpo no responderá o evitará moverse. Al mismo
tiempo que el movimiento debe segregar sustancias que nos hagan sentir bien, para nuestro
cerebro debe existir una razón para hacerlo. La necesidad de movimiento que genera sensaciones
agradables, sumado a la anticipación del “botín” que vamos a obtener, son los dos factores determi-
nantes para que tu cuerpo te empuje a realizar el movimiento y te recompense por ello.
La literatura científica ha englobado estos dos factores en los siguientes conceptos: AGRADABILI-
DAD, PERCEPCIÓN DE UTILIDAD y ESTADO DEL PACIENTE, así que para prescribir actividad física,
sobre todo en personas que no tienen el hábito, se deben contemplar estos conceptos.
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Factor extra que influye mucho en nuestras sensaciones:
Muchas personas, además de ser sedentarias, también están expuestas a un entorno que alerta el
sistema inmune. Como ya hemos desarrollado en los Temas 1 y 2, se consumen alimentos con
potencial inflamatorio, se está expuesto a productos tóxicos o no se descansa lo suficiente. Este
contexto genera un sistema inmunitario alarmado.
Ante esta situación, el sistema inmune activo, mediante la liberación de citoquinas proinflamato-
rias, es capaz de “robar” energía a otros sistemas corporales para usarla en sus funciones inmunita-
rias e influye sobre el cerebro para generar un tipo de comportamiento que nos frena las ganas de
movernos. Es lo que se conoce como conducta de enfermedad (sentirse cansado, sin ganas de
hacer nada e incluso con una conducta triste).
Cuando estamos enfermos o bajo el efecto de inflamación o infecciones, el cuerpo pide reposo,
todo lo contrario al movimiento. Si además de ser sedentario, estás inflamado, tu cuerpo no genera-
rá buenas sensaciones para entrenar.
El cuerpo necesita saber que destina energía con un propósito claro. Por ejemplo, correr detrás del
autobús a punto de perderlo (objetivo claro: coger el autobús). Conseguirlo es gratificante, por más
que te haya robado el aliento, ya que para el cerebro es muy importante ver los resultados de tu
entrenamiento. Por ejemplo, haber mejorado tus marcas en una carrera; haber conseguido levan-
tar un peso que antes no podías; ver una mejor composición corporal, etc. De hecho, una de las
principales funciones de la dopamina es asociar el esfuerzo que se realiza a la recompensa que se
obtendrá.
Sin embargo, esto en una persona sedentaria puede generar un problema por la siguiente
razón:
Si un entrenamiento es muy duro, le traerá resultados más rápidamente, pero le generará malas
sensaciones, y abandonará. Si el entrenamiento es muy suave, tendrá buenas sensaciones, pero los
resultados tardarán tanto en llegar que abandonará.
Por tanto, el objetivo es encontrar el balance justo para tener buenas sensaciones. Además, obtener
resultados es FUNDAMENTAL para que las personas puedan generar el hábito de entrenar. Tras
unas semanas, las malas sensaciones desaparecen, porque el sistema atrofiado que no generaba
dopamina se reactivará y entrenar traerá un nivel de energía y bienestar increíble, e incluso una
introducción del papel determinante de la actividad física en la salud del ser humano.
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TEMA 4: ANATOMO-FISIOLOGÍA BÁSICA
DEL APARATO DIGESTIVO
El aparato digestivo:
2. Actúa como barrera defensiva: es una frontera entre el mundo exterior y el mundo interior. Tiene
la enorme responsabilidad de mantener las sustancias dañinas fuera del cuerpo.
Su función principal es la degradación de partículas para que sean absorbidas, cuyo proceso se
lleva a cabo en cuatro fases.
Al comer, tiene lugar una pre-digestión en la boca; cuando los alimentos llegan al estómago, ocurre
el proceso de digestión neto, con liberación de ácido clorhídrico; en el intestino delgado se liberan
bilis y enzimas pancreáticas, y el duodeno lleva los nutrientes para que sean absorbidos, y sus
desechos hacia su eliminación.
Desde la boca al ano, el aparato digestivo mide entre 7 y 10 metros. Obsérvese el viaje desde el
principio para ver sus principales estructuras:
1.Boca
El proceso digestivo comienza en la boca. Al masticar, no solo se degradan los alimentos, sino que
se da la señal de inicio de la digestión.
- Mediante la saliva, se humedece y fluidifica el bolo alimenticio para que lo podamos tragar.
- Además, la saliva permite iniciar la digestión de los hidratos de carbono gracias a algunas de sus
enzimas, como la amilasa.
Es importante masticar bien. Si masticamos poco, aumentamos el trabajo del estómago, lo que se
puede traducir en distintas molestias, como indigestión, acidez, reflujo, gases y eructos. Es típico en
personas a las que les sientan mal los crudos.
Pero la boca juega otro papel esencial: en ella encontramos 700 especies diferentes de bacterias, y
en cada milímetro de saliva, puede haber entre 100 y 100 millones de microorganismos. Al igual que
sucede con el intestino, es un auténtico ecosistema, y de su equilibrio depende nuestra salud.
Normalmente la salivación y la fluidificación de los alimentos dentro de la boca suceden a un pH de
entre 6,2 y 7,4. Sin embargo, como resultado de nuestra nueva forma de alimentarnos, la boca
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puede sufrir alteraciones de pH y dar lugar a patologías, como por ejemplo las caries. El exceso de
carbohidratos de nuestra dieta alimenta un tipo de bacterias que cambia el pH salival generando
un entorno ácido, el cual favorece la formación de caries.
A diferencia de nuestros antepasados, nosotros tenemos a nuestro alcance todo tipo de estrategias
de higiene dental y contamos con odontólogos para tratar las posibles infecciones. Deberíamos,
por tanto, tener una salud dental excelente, pero no es así. Los hábitos modernos que han cambia-
do nuestra salud dental han sido:
2. Estómago
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¿Cómo se produce el ácido clorhídrico?
Los protectores gástricos no tienen ningún sentido desde el punto de vista de nuestra fisiolo-
gía: su uso prolongado genera debilidad ósea y fracturas espontánea porque, cuando se libera
ácido clorhídrico desde la célula parietal, paralelamente también se libera bicarbonato en la sangre,
ejerciendo una cierta capacidad tampón. Si tenemos dificultad para sintetizar ácido o inhibimos su
síntesis mediante fármacos, tendremos menos bicarbonato en sangre, por lo tanto, menos capaci-
dad tampón. El cuerpo deberá utilizar minerales como el calcio, el fósforo o el magnesio de los
huesos para hacer esta función. He aquí el vínculo entre consumo de antiácidos y osteoporosis.
Antes de dar un protector para inhibir su función, hay que preguntarse por qué la persona tiene
síntomas de acidez.
3. Páncreas
El páncreas libera litro y medio de secreciones al día y es el encargado de secretar bicarbonato para
tamponar las secreciones ácidas del quimo que provienen del estómago. La alcaliniza-ción del ph
en este punto es necesaria para que puedan actuar las enzimas digestivas. La secreción de bicarbo-
nato es estimulada por una hormona liberada a nivel intestinal (secretina), y el propio quimo.
Aparte del bicarbonato, la función exocrina del páncreas también incluye la síntesis de una impor-
tante cantidad de enzimas digestivas, tales como:
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Lipasas: Un déficit en la secreción o un mal funcionamiento puede generar mala absorción de
vitaminas liposolubles (A, D, E, K) y ácidos grasos. Se producen como moléculas inactivas y se
activan cuando entran en contacto con el bicarbonato en el lumen intestinal.
4. Intestino delgado
Una vez el quimo abandona el estómago, estimula unas células del epitelio intestinal (células
Enteroendocrinas) que producen:
Colecistoquinina: Aumentan la secreción de bilis a nivel hepático. Por eso, para quienes no les
sienta muy bien las grasas (incluso le cuesta tolerar algo de grasa como salmón o aguacate), uno de
los estímulos es promover la producción de bilis y CCK con aceite de oliva. A nivel pancreático, la
CCK produce enzimas digestivas.
Secretina: Aumentan la secreción de bilis a nivel hepático. A nivel pancreático, la secretina produce
bicarbonato para tamponar el quimo ácido y que las enzimas pancreáticas puedan actuar, ya que
necesitan un ph alcalino. La propia bilis también tiene un ph más alcalino que ayuda, junto con el
bicarbonato, a tamponar ph, y que las enzimas digestivas puedan funcionar mejor.
- El duodeno absorbe minerales y degrada la mayor parte de los alimentos gracias a la acción de las
enzimas pancreáticas y de la bilis.
- El yeyuno absorbe proteínas, carbohidratos y vitaminas hidrosolubles.
- El íleon absorbe grasas, colesterol y vitaminas liposolubles.
6. Intestino grueso
En el intestino grueso se forman los desechos sólidos, las heces que se van a excretar. Es también
donde se termina de absorber el agua, los electrolitos y nutrientes que pudieran haber quedado, y
de generar el contexto adecuado para albergar la flora intestinal.
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A su vez, el colon se divide en tres partes:
-1)Colon ascendente.
-2)Colon transverso, (estos dos) absorben líquidos y sales.
-3)Colon descendente, que almacena los desechos generados.
Las heces son, principalmente, agua, fibra no digerida y bacterias. Algunas de las funciones de
estas bacterias intestinales:
Cuando el alimento entra por la boca, tarda entre diez horas y algunos días en ser eliminado por las
heces (lo óptimo sería entre 12 y 24 horas).
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TEMA 5: DIGESTIÓN Y ABSORCIÓN
La absorción es una de las principales funciones del aparato digestivo. Permite que nuestro orga-
nismo reciba y aproveche los nutrientes necesarios. Es un proceso complejo en el que son cuatro
los órganos que integran lo denominado como la unidad funcional duodenal.
1. Estómago
2. Hígado / Vesícula biliar
3. Páncreas
4. Intestino delgado
Tres situaciones más comunes que pueden afectar a la absorción y que son frecuentemente
motivo de consulta:
1. Hipoclorhidria
2. Disfunción pancreática exocrina
3. Afectaciones biliares
1.Hipoclorhidria
- Dificultad para digerir grandes cantidades de carne y alimentos crudos (ensaladas, por ejem-
plo).
- Digestiones pesadas y largas.
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- Sensación de acidez después de las comidas: Debido a que la válvula que separa estómago y
esófago (cardias) se mantiene abierta por la igualdad de phs entre estómago y esófago. La situa-
ción fisiológica normal es que el estómago tenga un ph más bajo (ácido) que el esófago, lo que
permitiría que el cardias tuviera un tono muscular fuerte y adecuado y se mantuviera cerrado.
- Eructos, flatulencias o hinchazón después de comer: Ya que la comida no se digiere bien y
fermenta.
- Acidez sistémica: A nivel sanguíneo, tenemos una reserva alcalina circulante formada por mine-
rales y bicarbonato, que se sintetiza por las células del estómago hacia la sangre como respuesta a
la síntesis de HCL (en la célula parietal). Si no tenemos suficiente HCL, no hay esta síntesis de bicar-
bonato hacia la sangre y, por lo tanto, se tiende a una acidez sistémica.
- Síntomas histamínicos postpandriales en barreras: Diarreas, rojeces en la piel, respuestas
exageradas a alimentos (más susceptibilidad a alergias alimentarias). Esto se debe a que existe
dificultad para sintetizar HCL, la histamina (que induce la estimulación de HCL) se va acumulando
y, por lo tanto, hay un exceso de histamina que se debe colocar en algún lugar, por lo que va a otras
partes y colabora en acciones alérgicas.
- Disbiosis / Parasitosis intestinal: Se tiende a un exceso de bacterias proteolíticas, ya que les
llegan cadenas polipeptídicas más largas al no digerirse bien las proteínas y, por lo tanto, son más
accesibles y tienen más tiempo para comer, por lo que tienden a proliferar.
Causas habituales:
Ante esta situación, el cuerpo genera una respuesta defensiva en la que, en primer lugar, intenta
matar a la bacteria mediante el ácido clorhídrico (se produce, así, una hiperclorhidria). Cuando la
bacteria resiste a ese mecanismo y se adhiere al epitelio, la combinación de la liberación de toxinas
bacterianas y el proceso inflamatorio debilitan la mucosa impidiendo que tolere la suficiente
producción de ácido. Es por ello que, aunque el Helicobacter disminuya o se erradique, la patología
estomacal puede continuar debido a que el daño en el epitelio impide que se tolere la liberación de
ácido por el daño causado en la mucosa. Es la situación típica de pacientes que, tras el tratamiento
antibiótico por Helicobacter, siguen manifestando síntomas. Si el daño en la mucosa gástrica se
mantiene en el tiempo, se puede producir una patología inmunitaria o autoinmune.
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-Procesos de inmunidad/autoinmunidad que debilitan o atrofian la mucosa gástrica: Otros
factores como falta de vitamina A, consumo de antinutrientes, exceso de comidas al día, o anticuer-
pos anti células parietales pueden generar una inflamación mantenida en el tiempo que termine
alterando el trofismo de la mucosa. Dentro de este apartado entrarían las gastritis atróficas autoin-
munes, que se caracterizan por la generación de anticuerpos contra alguna célula del epitelio
intestinal como, por ejemplo, anticuerpos anti-células parietales o anticuerpos anti-factor intrínse-
co. Pueden llegar a ocasionar una severa deficiencia de vitamina B12 que se considera anemia
perniciosa. El diagnóstico de gastritis autoinmune radica en la demostración de las características
histopatológicas correspondientes y de la presencia de anticuerpos anti-factor intrínseco y anti-cé-
lulas parietales y niveles de gastrina elevados (ya que se intenta compensar la falta de producción
de ácido). Las intervenciones en las fases iniciales de estas gastritis atróficas autoinmunes se basan
en la prevención del déficit de vitamina B12, de folato y de hierro.
Se trata de una bacteria que convive en armonía con nosotros desde hace 58.000 años y, de hecho,
en muchos casos las personas infectadas por ella no llegan a desarrollar ningún síntoma. El proble-
ma surge cuando hay una proliferación descontrolada, bien por falta de ácido clorhídrico, por
dificultades en la inmunidad o porque en nuestros primeros años de vida no estuvimos en contac-
to con esa bacteria y no sabemos defendernos.
-Heidelberg test: Consiste en una cápsula que registra el ph del estómago después de tomar
bicarbonato.
-Test del bicarbonato: En contacto con el bicarbonato, el ácido clorhídrico produce CO2. Por tanto,
si se consume un poco de bicarbonato (un vaso de agua con media cucharadita de postre en
ayunas), y hay niveles adecuadas de HCL en el estómago, al poco tiempo se debería formar CO2 y
deberíamos eructar. En cambio, si a los cinco minutos de consumido el bicarbonato, no ha habido
un eructo, quiere decir que hay hipoclorhidria.
-Test de la HCL Betaína: El más sencillo y funcional. Consiste en tomar cápsulas de betaína-HCL
con pepsina de aproximadamente 650 mg y ver cómo se reacciona. Se pueden dar dos escenarios
posibles:
- Ningún efecto: Significa que el extra de HCL dado sienta bien, lo que indicaría que hay falta de
ácido o hipoclorhidria y, por tanto, el test es positivo. Por consiguiente, estaría indicada la suple-
mentación con betaína-HCL.
- Acidez/Disconfort: En principio, esto significaría que el test es negativo, puesto que ya tenemos la
suficiente cantidad de ácido en el estómago y el extra que estamos aportando nos genera un
exceso que manifestamos en forma de calor o ardor. Sin embargo, en muchos de los casos esta
situación no significa que no haya hipoclorhidria, sino que la mucosa está dañada y no tolera el
ácido, dando lugar, por tanto, a falsos negativos. En estos casos, la clínica es la que determinará la
acción que se deberá seguir. Si la mucosa está dañada, comenzaríamos por un abordaje de la
mucosa.
-Serología y biopsia: Si sospechamos que es muy grave, se puede efectuar una serología para
valorar autoinmunidad y/o infección por Helicobacter. Para valorar Helicobacter, se puede realizar
biopsia del tejido en caso de que al paciente se le realice una gastroscopia, o bien hacer el test de la
ureasa (se da de beber al paciente urea marcada con carbono 14, por lo que la bacteria la degradará
gracias a sus enzimas ureasas y se liberará CO2 también marcado debido al metabolismo del
Helicobacter. Este CO2 es detectable por la respiración). En cuanto a las analíticas, valoraremos
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principalmente gastrina 17, pepsinógenos en plasma y anticuerpo anti-helicobacter. Gastrinas y
pepsinógenos altos o bajos, nos indicarán la afectación de la mucosa. Normalmente salen altos en
gastritis autoinmunes y bajos en Helicobacter.
En resumen:
- Gastritis autoinmunes: Anticuerpos positivos + menor HCL + menos mucosa + más gastrina.
- Gastritis por Helicobacter: Menor HCL + mucosa + gastrina.
Por la mañana, lo normal sería tener niveles de gastrina medios-bajos (alrededor de 20), ya que no
estamos solicitando ácido para digerir. Pero:
- Si nos encontramos niveles de gastrina elevados (medios-elevados pero dentro del rango correc-
to), podríamos pensar directamente en hipoclorhidria, ya que es el propio ácido quien frena la
producción de gastrina gracias a la célula D. En cambio, si está por debajo del rango, habrá que
pensar en que ha habido un proceso largo que ha acabado dañando la mucosa y su capacidad de
sintetizar gastrina (serían los casos de gastritis atróficas). Si, por el contrario, tenemos gastrina por
encima de rango, podemos pensar en un momento agudo de gastritis por Helicobacter, que el
cuerpo intenta eliminar generando una hiperclorhidria.
- Otra situación en la que podríamos encontrar elevada la gastrina sería por el daño provocado por
la aparición de anticuerpos de células parietales.
Obsérvese la imagen siguiente con una comparativa entre afectación por Helicobacter y patología
inmunitaria.
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El tratamiento de la hipoclorhidria:
- Espaciar comidas. es importante que la persona coma con hambre, ya que es la señal de que el
estómago está preparado para digerir; además, espaciando comidas dejamos tiempo para que la
mucosa se recupere).
- Ajustar macronutrientes en caso de deficiencias proteicas a medida que la persona vaya mejorando.
- Suplementación:
Hipoclorhidria funcional: Betaína HCL con pepsina, ir subiendo dosis progresivamente según
tolerancia y hasta generar un mínimo síntoma, momento en que indicará que debemos bajar dosis
hasta llegar a 0.
- Trabajo de la mucosa:
Espino amarillo,
Grupos sulfatos/molibdeno: Esto incluiría si el paciente tiene intolerancia a sulfitos (ajo, cebolla,
pimiento, etc.). La dosis sería 400 microgramos durante 6 semanas. La mucosa está formada por
mucinas que se unen a través de los grupos sulfato, los cuales se obtienen a partir del aminoácido
cisteína, que a través de la cisteína deshidrogenasa da lugar a los sulfitos. La enzima sulfito oxidasa
requiere de molibdeno como cofactor para convertir los sulfitos en sulfatos que formarán y entrela-
zarán las mucinas de la capa mucosa. Existen personas que tienen poca actividad de la sulfito
oxidasa, y se diagnostican por la intolerancia a aquellos alimentos ricos en aminoácidos azufrados y
en sulfitos (el ajo o la cebolla ya que tienen poca conversión a sulfatos). Por ello, la suplementación
con molibdeno puede ayudar a estimular esta conversión y la regeneración de la mucosa.
- L-Glutamina
- Vitamina A
- Zinc-Carnosina
- Infección por Helicobacter + hipoclorhidria funcional: Betaína HCL con pepsina (dosis según test),
acompañado de algún tratamiento específico para Helicobacter. Habría varias opciones, como por
ejemplo:
- Probiótico específico para Helicobacter: Lactibiane H-Py. Contiene cepas que comparten espacio
con Helicobacter, además de sustancias que ayudan a la digestión, como manzanilla y regaliz. La
dosis es de 2 cápsulas marrones y 1 blanca al día, durante 14 días.
- Gastrodenol + Ozolife: El gastrodenol es bismuto, que es antibacteriano, y la dosis sería 2-0-2,
durante 1 mes.
- El ozolife es un producto compuesto de aceites que modulan el crecimiento de Helicobacter. La
dosis sería 1-1-1, durante 1 mes.
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Vitamina A 50.000 UI / día 15 días
Vitamina D 5000 UI / día 2-3 meses
Omega 3 DHA 2 gr/día
Inmunometabolismo: Inducir polarización hacia macrófagos M2 comiendo alto en grasas y bajo en
carbohidratos.
1)Funciones endocrinas: Los islotes de Langerhans del páncreas son la fábrica de la insulina, soma-
tostatina y glucagón, hormonas que sirven para controlar los niveles de azúcar en sangre y que, por
tanto, son fundamentales en el desarrollo de la diabetes.
2)Función exocrina: Sus células acinares producen enzimas digestivas indispensables para hacer la
digestión de proteínas, azúcares y grasas. También existen células ductales que se encargan de
sintetizar bicarbonato para tamponar la comida del estómago y para permitir a las enzimas digesti-
vas activarse y actuar.
La llegada de comida al duodeno es el principal estímulo de la CCK, junto con el aumento de HCL
en el estómago. Cuando comemos, especialmente si se trata de glucosa, hay un primer momento
de respuesta inflamatoria. Por el contrario, la grasa es el macronutriente que más estimula la
liberación de CCK y que mejor es capaz de modular esta inflamación postpandrial, a través de la
cual se inhibe la producción de citoquinas proinflamatorias. Por eso, si evitamos completamente
el consumo de grasas, tendremos dificultades para contrarrestar la inflamación propia de las
ingestas.
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La función de las enzimas pancreáticas es digerir. Mientras están en el páncreas, deben estar
inactivas, ya que de lo contrario el páncreas se digeriría a sí mismo. Al llegar al duodeno, en condi-
ciones normales, se liberan, se activan y digieren los alimentos. Pero ese sistema de seguridad en
ocasiones falla y las enzimas se activan antes de tiempo, dañando las células acinares y generando
una disfunción pancreática exocrina.
Por lo tanto, la disfunción pancreática se produce cuando hay un desorden en la liberación de las
enzimas digestivas por ser liberadas antes de tiempo, generalmente por una sobrecarga digestiva
importante. Como resultado, las enzimas digestivas terminarán dañando las células acinares. Las
lipasas son los principales o primeros enzimas que se ven afectados en una disfunción pancreática
exocrina clásica.
1)Consumo de antinutrientes que dificultan la acción enzimática y exigen mayor producción pan-
creática. Cereales y legumbres principalmente.
2)Exceso de comidas que estimulan constantemente al páncreas, por lo que aumenta la probabili-
dad de daño. Además, podemos encontrar otro tipo de causas no tan habituales en consulta:
- Patología sistémica
- Trauma severo
- Sobrecarga física / alostasis
- Edad
- Sobrecarga tóxica
- Alcohol
- Tabaco
- Trauma psicoemocional
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Síntomas de disfunción exocrina:
- Heces grasas que manchan (esteatorrea): Más de 7 gramos de grasa por cada 100 gramos. Es el
principal síntoma de una IPE (Insuficiencia Pancreática Exocrina). Las heces grasas son un símbolo
que indica que las lipasas no funcionan.
- Diarrea: Igualmente puede haber IPE habiendo heces muy pastosas y deshechas sin haber
grasa.
- Heces malolientes: Significa que ha habido mucha putrefacción porque no ha habido suficien-
te digestión.
- Gases, inflamación y distensión abdominal: Como los gases, en este caso, se forman en el intestino
delgado porque no se puede terminar de digerir la comida que llega allí debido al mal funciona-
miento de las enzimas digestivas, entonces no se acaban expulsando porque están muy lejos del
recto.
- Mal aliento: A causa de la fermentación de nutrientes no digeridos. Suele ser postpandrial.
- Dolor retroesternal: Es el dolor referido visceral de la zona que irradia el páncreas.
- Fatiga.
- Disrupción endocrina: A partir de un problema en el páncreas exocrino, también se puede acabar
dañando la función endocrina. Una inflamación de las células acinares puede afectar a las células
beta y a la liberación de insulina, llevando a problemas metabólicos.
- Síndrome de mala absorción: De vitaminas D, A y E, y ácidos grasos omega 3 (DHA, EPA).
Proceso de propagación de un daño exocrino hacia una afectación endocrina y una inflama-
ción sistémica:
Existe también la posibilidad de que el daño se propague de manera inversa: un exceso de glucosa
se compensa aumentando la producción de insulina. Si esto dura años, a la larga nos podemos
encontrar con una fatiga pancreática endocrina, diabetes 2, y baja capacidad de producir insulina.
Es decir, con una disminución de la capacidad de recuperación de las células acinares, cuya muerte
nuevamente provocará fibrosis pancreática. Es el claro ejemplo de coexistencia habitual entre
patologías metabólicas y digestivas.
En cualquier caso, ante esta situación alarmante de inflamación en el páncreas, el cuerpo reacciona
llevando a cabo una amplificación de la respuesta inmunitaria que acabará llevando a una afecta-
ción multiorgánica. El resultado es que estas citoquinas llegan al hígado y estimulan a las células de
Kupffer (macrófagos). En esta situación, el hígado solo realiza la función inmunitaria y deja de
trabajar en la desintoxicación. El resultado es que desde el hígado se inicia una reacción inmunita-
ria sistémica que acabará afectando a otros órganos como el pulmón o el riñón. En estos casos,
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sería un ejemplo de cómo personas con problemas respiratorios de inflamación o del pulmón en
general pueden tener su origen debido a un mal funcionamiento pancreático o de una fibrosis
pancreática.
Otro problema vinculado a esta situación alarmante es la redistribución de la insulina a lo largo del
cuerpo. En condiciones normales, a través de la vena porta, la insulina llega al hígado, donde el 50%
reside allí y el otro 50% va a circulación sistémica. En cambio, en una situación de daño pancreático
el páncreas necesita mucha más insulina. El mecanismo para evitar que el hígado se quede la mitad
de la insulina que se produce es inducir una resistencia a la insulina en el hígado, que evidentemen-
te ocasionará problemas energéticos y hará que el hígado desintoxique peor. Esto resulta en que el
hígado se quedará solo el 10% de la insulina y el 90% será enviada a circulación sistémica para inten-
tar disponer de más insulina para recuperar las células acinares. El problema es que la elevada
cantidad de insulina circulante puede generar problemas en otros órganos, como por ejemplo la
acumulación de grasa en el corazón o en el tejido adiposo, generando más inflamación.
Afectaciones biliares
Es la dificultad en la producción y liberación de suficiente bilis en el duodeno. Dado que el consu-
mo de grasas es el principal estímulo de contracción de la vesícula biliar, si nuestra dieta carece de
gasas, no existirá este estímulo, ocurrirá una precipitación de sales biliares en la vesícula que acaba-
rá generando piedras. Un exceso de carbohidratos en la dieta también puede producir este efecto.
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Síntomas clásicos
- Eructos o gases (sin olor, más estreñimiento)
- Náuseas y vómitos
- Falta de apetito (sobre todo a las grasas)
- Dolor poco intenso en la zona hepática o del estómago tras comidas y que a veces irradia hacia
hombro derecho
- Engrosamiento hepático a la palpación o con ecografía
- Reagudización a la palpación en punto colecístico
- Ictericia
- Signos de toxemia
- Tendencia al estreñimiento
La bilis es una reguladora del crecimiento de microorganismos que producen metano. La falta de
bilis genera un ambiente favorable para la propagación de estos microorganismos. Esta situación
genera un exceso de metano, un tipo de gas que inhibe el peristaltismo. De ahí que en general la
falta de bilis lleve hacia el estreñimiento.
Tratamiento
- Estímulos coleréticos: Aceite de oliva en ayunas más unas gotas de limón.
- Hierbas amargas. Ejemplo: Jarabe de hierbas amargas Gallexier (laboratorio Salus) Suplementa-
ción con bilis de buey (ox-bile), sobre todo en personas con extirpación de la vesícula.
- Tratamientos combinados: En personas con una afectación general de la unidad funcional duode-
nal, les pueden ser útiles suplementos que combinan bilis sintética, betaína, clorhidrato y algunas
enzimas digestivas. El problema de estos suplementos es que dificultan la capacidad de hacer un
buen diagnóstico diferencial durante el tratamiento. Por ejemplo: Enzimas digestivas de diversos
laboratorios (naturbite; solgar, Npro).
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TEMA 6: SOBRECRECIMIENTO BACTERIANO
EN INTESTINO DELGADO
El sobrecrecimiento bacteriano del intestino delgado (SBID o SIBO por sus siglas en inglés) se
define tradicionalmente como:
-Un síndrome ocasionado por un crecimiento excesivo del número de bacterias presentes en el
intestino delgado.
-Se trata de una disbiosis, y su aparición provoca síntomas gastrointestinales inespecíficos como
distensión, flatulencia, dolor abdominal, diarrea, dispepsia o pérdida de peso.
-No siempre se trata de bacterias, a veces pueden ser otros microorganismos los que generan la
clínica y en algunos casos es más una disbiosis que un sobrecrecimiento.
-El SIBO afecta negativamente tanto a la estructura como a la función del intestino delgado de
diferentes maneras.
-Puede provocar un intestino permeable. El daño del epitelio y la respuesta inmunitaria que conlle-
va el sobrecrecimiento aumentan la posibilidad de sufrir un intestino permeable.
-El sobrecrecimiento bacteriano conlleva deficiencias nutricionales, dado que las propias bacterias
alteran la digestión y consumen vitaminas y aminoácidos antes de que nuestras propias células
tengan la oportunidad de absorber estos nutrientes. Además, los residuos propios de la actividad
bacteriana condicionan la fisiología corporal.
Además de estas causas más clásicas, diversos estudios asocian el consumo de alcohol moderado (1
bebida por día para las mujeres y 2 bebidas por día para los hombres) al desarrollo de SIBO. El
alcohol parece tener efectos sobre varios de los mecanismos de protección del intestino como
lesiones en las células de la mucosa del intestino delgado, aumentando la permeabilidad y dismi-
nuyendo las contracciones musculares.
Para controlar esta situación, el cuerpo cuenta con un sistema de defensa, como hemos ido
viendo a lo largo de la asignatura:
- Ácido gástrico
- Motilidad intestinal
- Secreciones pancreática y biliar
- Válvula ileocecal intacta
- Células inmunitarias y péptidos antibióticos
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Las dos grandes causas que provocan ese excesivo crecimiento de bacterias:
- Síndrome del intestino irritable (como muestran estudios recientes del doctor Pimentel pueden
ser causa y efecto).
- Enfermedad celiaca (de larga duración).
- Enfermedad de Crohn.
- Cirugía previa del intestino.
- Diabetes mellitus (tipo I y tipo II).
- Disfunción de sistemas orgánico, como cirrosis hepática, pancreatitis crónica o insuficiencia renal.
Diagnóstico de SIBO
2 métodos diagnósticos (no puede diagnosticarse por una prueba de heces o una prueba de orina):
El cultivo bacteriano es el método más directo. Se realiza mediante endoscopia, donde se toma una
muestra del lumen intestinal y se realiza un cultivo y recuento de bacterias.
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2) Muchas especies que habitan en el intestino delgado no pueden cultivarse de manera efectiva,
por lo que cualquier tipo de cultivo cuantitativo subestimará la población bacteriana en el intestino
delgado como resultado.
4) Se sabe que SIBO tiene una distribución irregular, por lo que digamos que puede existir el riesgo
de tomar una muestra de un área del intestino delgado donde no haya un sobrecrecimiento bacte-
riano, y se obtenga un falso resultado negativo.
Debido a estas deficiencias, la endoscopia rara vez se usa en la práctica clínica como prueba diag-
nóstica.
La premisa de realización de este test es que las bacterias metabolizan con facilidad carbohidratos
como la lactulosa, la glucosa, la sacarosa o la xilosa, y producen gases como el hidrógeno y el
metano, que pueden medirse en el aliento. Si la subida de gases se presenta antes de los 90-120
minutos (tiempo medio estimado de llegada del sustrato al ciego), es porque hay una sobrepresen-
cia de microorganismos fermentando en el intestino delgado y se asume el diagnóstico de SIBO.
1) No hay consenso sobre qué sustrato es mejor usar durante las pruebas (si la glucosa o lactulosa
es mejor o no).
2) No hay consenso acerca de cómo deben interpretarse los resultados de la prueba.
3) Las diferencias en la flora bacteriana de los pacientes pueden afectar los resultados de las prue-
bas. Por ejemplo, el 10% de los adultos y el 15% de los niños no producen hidrógeno en absoluto,
solo producen metano, por lo que si no se mide la presencia de metano obtendremos un falso
negativo. Otras personas no producen ni hidrógeno ni metano, sino que generan sobre todo sulfu-
ro de hidrógeno, y este gas directamente no se mide en pruebas de aliento actuales, por lo que es
un problema.
4) El protocolo óptimo para el tiempo, la recolección y el método de administración de las pruebas
de aliento no se conoce ni se acuerda.
5) En quinto lugar, el uso reciente de antimicrobianos puede afectar a los resultados, pero no se
conoce el intervalo óptimo sin antimicrobianos antes de realizar la prueba.
a. Sustrato para utilizar: la glucosa y la lactulosa (los más utilizados, con pros y contras). Hay pocos
estudios que comparen estos sustratos, pero, cuando se comparan las tres pruebas (aspirado,
glucosa, lactulosa), 1) la prueba de glucosa en el aliento favorece la especificidad sobre la sensibili-
dad, por lo que, con esta prueba, se está aceptando una mayor posibilidad de falsos negativos en el
caso de SIBO y, por lo tanto, “infra-trates”. 2) Por otro lado, la prueba de aliento con lactulosa favore-
ce la sensibilidad sobre la especificidad. En este caso, hay una mayor posibilidad de un falso positi-
vo, especialmente si el paciente tiene un tiempo de tránsito más rápido de lo normal. Por lo tanto,
tienes un riesgo mayor de sobretratamiento.
No existe una respuesta clara, pero estos son los criterios establecidos en la clínica.
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De acuerdo con los criterios, se prefiere la prueba de aliento con lactulosa. Se prioriza evitar los
casos de SIBO de falso negativo, porque con la anamnesis ya se definirá el tratamiento óptimo, a
obtener un falso negativo y que aparezca una distorsión diagnóstica en el terapeuta (la clínica no
cuadra con el test) y confusión en el paciente. Además, se considera que el riesgo de un tratamien-
to insuficiente de SIBO es mayor que el tratamiento excesivo, y los beneficios potenciales del
tratamiento superan con creces las posibles consecuencias de nuestro abordaje de tratamiento
para SIBO.
b. Criterios de interpretación: Uno de los mayores problemas con las pruebas de aliento SIBO es
que la interpretación varía. No hay consenso sobre lo que constituye un resultado positivo. Actual-
mente, el criterio que se impone es el que considera como positivo el aumento de hidrógeno por
encima de 20 partes por millón en cualquier punto durante la prueba dentro de los 120 minutos de
haber consumido lactulosa; y/o un aumento de metano por encima de 12 partes por millón en
cualquier punto durante la prueba; y/o un aumento del total de gases, hidrógeno más metano, de
más de 15 partes por millón en cualquier punto de la prueba de los 120 minutos de consumir la
lactulosa, para ser positivo.
Hay un factor que afecta mucho a la interpretación de la prueba: la velocidad de tránsito intestinal
del paciente. Si el sustrato de prueba, por ejemplo, la lactulosa, viaja rápido por los intestinos del
paciente, puede llegar al colon y fermentar (que es completamente normal), pero al hacerlo antes
de los 120 minutos estipulados nos dará un falso positivo. En cambio, en un tránsito enlentecido
puedes observar elevaciones de gases a los 140 minutos y que el sustrato se encuentre aún en el
intestino delgado ofreciendo un falso negativo.
Una buena anamnesis es el antídoto a tanta confusión; pero obsérvese a continuación los riesgos
comunes para tener un tránsito elevado o enlentecido.
Tránsito acelerado ( riesgo falso positivo) Tránsito disminuido (riesgo falso negativo)
- Diarrea - Estreñimiento
- Niños pequeños - Vejez
- Patología de Crohn - Gastroparesis (por ejemplo por
- Laxantes opiáceos intestinales)
- Procinéticos - Inhibidores de la bomba de protones,
medicamentos opiáceos
c. Diferencias en la flora de los pacientes pueden afectar los resultados de las pruebas.
Puesto que hay bacterias que liberarán más hidrógeno, otras, más metano, y otras, sulfuro de
hidrógeno, hay que pedir pruebas que midan tanto metano como hidrógeno y tener presente que
si la clínica es muy coincidente con un SIBO, nos podemos encontrar delante de un paciente con
una flora liberadora de sulfuro de hidrógeno.
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- 2 semanas antes: No realizar la prueba si has sufrido una diarrea atípica, evitar antibióticos (tanto
medicamentos, como herbales).
- 4 días antes: Evitar cualquier tipo de laxante.
- 1-2 días antes: Evitar alimentos con fibra, lactosa, condimentos o especias.
- 24 horas antes: Evitar cualquier medicamento que no sea esencial.
- 12 horas antes: Ayunar (realizar la prueba sin desayunar).
- Día del test: Levántate al menos una hora antes de realizar el test, no realices ejercicio intenso
antes del test.
Por lo tanto: A día de hoy, el test recomendable es el test de la lactulosa, de una duración de 120
minutos, y que mida tanto hidrógeno como metano.
Se deben tener muy en cuenta las limitaciones de esta prueba, tanto para su realización como para
su interpretación.
Un factor muy interesante es que no producen este gas mediante la fermentación de carbohidra-
tos. La producción de metano funciona de manera diferente. Las arqueas consumen el hidrógeno
producido por las bacterias productoras de hidrógeno, y luego producen metano como un subpro-
ducto de ese proceso. Nosotros alimentamos a las bacterias y las bacterias alimentan a las arqueas.
En realidad, esta es una de las formas fisiológicas por las que el intestino metaboliza el exceso de
hidrógeno y es un gran ejemplo de las interacciones simbióticas que ocurren en nuestro intestino.
Hidrógeno: Metano:
- Diarrea -Estreñimiento
- Hinchazón abdominal postpandrial inmediato -Hinchazón más tardía
- PH normal -PH ácido
- Tendencia a la delgadez: Delgadez -Tendencia a la obesidad.
Una de las grandes problemáticas que tiene el abordaje de las arqueas es que no tenemos un trata-
miento altamente efectivo o al menos hasta hace poco no lo teníamos. Es decir, si el tratamiento
principal y clásico que se ha llevado a cabo casi siempre para el SIBO ha sido un antibiótico —por lo
tanto, no antiarqueas— que se absorbe muy poco, que tiene muy pocos efectos secundarios que es
la rifaximina, para las arqueas no suele ser suficiente.
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La efectividad del tratamiento requiere de combinaciones entre diferentes antibióticos que parece
que tienen un efecto mayor sobre las arqueas. En realidad, intentan eliminar el máximo de bacte-
rias productoras de hidrógeno en el intestino delgado para matar de hambre a las arqueas. Es un
tratamiento indirecto.
El problema es que estos tratamientos son mucho más agresivos y normalmente no son lo
suficientemente potentes para eliminar del todo esas arqueas, y poco a poco se van recuperando.
Habitualmente se recomienda una combinación de rifaximina con neomicina o a veces con metro-
nidazol (ver tratamientos).
Es evidente que no va a haber una recidiva en un IMO si hiciéramos un postest y disminuimos las
tres partes por millón. Si no hay un aumento de metano de tres partes por millón, consideramos
que realmente hemos erradicado esas arqueas y va a ser muy difícil que haya una recidiva, eso ya
está bastante estudiado.
Pero es muy difícil que lleguemos a esto porque no teníamos tratamientos directos contra las
arqueas hasta que, recientemente, se descubrió que hay un tipo de estatina que sí que efectiva-
mente tiene la capacidad de impedir que la arquea incorpore ese hidrógeno para fabricar metano.
Ahora sí es un tratamiento directo, y este ha sido un descubrimiento bastante potente, que esta
lovastatina lactone tiene esta capacidad de impedir la incorporación del hidrógeno para la fabrica-
ción de metano.
Necesitamos la forma de la lovastatina poco absorbida por el intestino. Normalmente las estatinas
que se presentan en los medicamentos justamente buscan todo lo contrario. Es decir, buscan una
gran absorción porque quieren boicotear la fabricación de colesterol en el hígado; por lo tanto,
tiene que absorberse. En cambio, en este caso necesitamos la forma lipofílica, que es la que se va a
absorber poco en el intestino delgado.
Ya hay comparativas de las formas lactonas y ácidas en cuanto a la absorción y el efecto sobre las
arqueas. Este ha sido un gran descubrimiento y de hecho hay varios medicamentos o varios labora-
torios que han intentado generar un tipo de lovastatina con esa capacidad de quedarse en el
intestino y eliminar a las bacterias, pero en los estudios de fase 2 ha habido más efectos secunda-
rios de lo que se esperaba y de momento están parados. No tenemos medicamentos específicos
para las arqueas.
Pero tenemos suplementos altamente testados y eficaces, y sin efectos secundarios con este tipo
de estatinas. Por ejemplo, la levadura de arroz rojo que se da en muchos casos como una alternati-
va o una estatina vamos a llamarle natural, sí que se ha visto que en general la mitad de la lovastati-
na que tienen es lovastatina lactona. Por lo tanto, la levadura de arroz rojo que se ha utilizado y se
sabe de su seguridad, puede ser una intervención en concreto efectiva para el tratamiento de las
arqueas. Y también una seta, conocida como Pleurotus, tiene lovastatina lactone y por lo tanto
puede ser otro de los tratamientos que vayamos a utilizar para una intervención más directa.
Por lo tanto, la definición de SIBO queda obsoleta, pues no siempre se trata de un sobrecrecimien-
to bacteriano, a veces es por arqueas. La presentación clínica hidrógeno, metano y el abordaje del
paciente tiene sus particularidades (la clínica por hidrógeno y por metano no es la misma). Y el uso
de lovastatin lactone que proviene de suplementos ya testados podría ser incorporado en los
nuevos tratamientos.
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pero muchas personas tienen elevación de hidrógeno y eso no tiene por qué ser malo, en muchos
casos no genera clínica. Parece ser que el hidrógeno en sí mismo no está indicando nada en con-
creto.
Hay bacterias productoras de hidrógeno, y estas, en general, no acaban generando ningún tipo de
desorden, sino que lo que acaba generando sintomatología es bien que el hidrógeno sea trasfor-
mado en metano por arqueas, o que bacterias reductoras de sulfato transformen ese hidrógeno en
sulfuro de hidrógeno. Entonces la fermentación de hidrógeno no correlaciona con síntomas, sino
que ese hidrógeno es utilizado por otros microorganismos.
En realidad, el hidrógeno:
Por tanto, el cuadro de SIBO es la presencia de organismos que utilizan el hidrógeno liberado por
bacterias simbiontes —que sí que nos interesa que estén— de una manera excesiva, para producir un
boicot en el peristaltismo intestinal por exceso de metano, o un irritante por el sulfuro de hidrógeno.
Una vez comprendido esto, la clave está en eliminar el azufre y no la fibra fermentable. Sin azufre, no
es posible fabrica sulfuro de hidrógeno. Actualmente se recomiendan dietas pobres en azufre. Al
evaluar los parámetros concretos, según papers recientes, es que es probable que haya que disminuir
el pan, la soja, la fruta seca, todas las brassicas, las salchichas, la cerveza, la sidra y ciertos tipos de vino
como factores desencadenantes de un SIBO que tiende a la diarrea.
Por lo tanto: la cantidad de hidrógeno espirado no correlaciona con los síntomas —de hecho, el
hidrógeno es un protector de la mucosa—; los síntomas típicos y clásicos de SIBO —diarrea, disten-
sión abdominal, síndrome de mala absorción— son producidos por el sulfuro de hidrógeno liberado
por las bacterias reductoras de azufre.
61
Existe una competencia en el uso de hidrógeno entre arqueas y bacterias reductoras de azufre, por
lo tanto, tener un poco de cada es protector —como siempre en la microbiota y como veremos en
los temas posteriores, la mayor diversidad hace que los propios microorganismos de la microbiota
se autorregulen entre ellos.
Infección previa como mecanismo causal del SIBO por sulfuro de hidrógeno:
Aproximadamente un 11% de las personas con una infección bacteriana genera una respuesta
inmunitaria que justamente daña al complejo migratorio motor y es la causa de que a los 3-4-5-6
meses de esa infección, se produzca ese sobrecrecimiento bacteria- no en el intestino delgado.
Estas bacterias de aquí tienen la capacidad no solo de infectarnos... Cuando tenemos una gastroen-
teritis, en el 90% de las personas se eliminan estas bacterias o se mantienen al margen y mejoran,
pero algunas personas tienen una reacción a una toxina liberada por estas bacterias, conocida
como “cytolethal distending toxin B” —típico de las personas que, por ejemplo, viajan a la India,
tienen una gastroenteritis y ya nunca vuelven a tener el estómago como lo tenían antes— que es
un tipo de toxina con una capacidad inflamatoria muy eleva- da —10 veces mayor, por ejemplo, que
un lipopolisacárido.
Esta toxina es incorporada en los enterocitos y tiene la capacidad de dañar las uniones entre célu-
las, principalmente afectando a una proteína denominada vinculina.
62
Comúnmente, se observa que es fácil que se generen unos anticuerpos antivincula cuando nos
intoxicamos por el CdtB. Los anticuerpos anti esta toxina, en un contexto donde la vinculina tam-
bién es degradada, acaban generando lo que se conoce como un mimetismo molecular y acaba-
mos produciendo anticuerpos contra una proteína propia que es la viculina —asociada a la permea-
bilidad intestinal—, pensando que estamos protegiéndonos de esa toxina.
Estos anticuerpos tienden a atacar unas células denominadas células intersticiales de cajal o célu-
las ganglionares, que es lo que acaba afectando al complejo migratorio motor generando ese
contexto que ya veíamos que era importante para el desarrollo del SIBO: la alteración del complejo
migratorio motor, no limpiamos la basura.
A modo de resumen, obsérvese la siguiente imagen. Un paciente tiene un intestino sano, pero
incorpora un patógeno y hace una gastroenteritis. El 90% se va a recuperar, pero hay un 10% de las
personas que, incluso por otros factores como el estrés o la ansiedad asociados en ese momento,
por una pérdida de tolerancia oral, por una falta de inmunorregulación, por falta de vitamina A...,
van a reaccionar de una manera exagerada a estos factores bacterianos, van a generar una activi-
dad inmunitaria que ataca a mi intestino haciendo cambios en la motilidad, generando disbiosis y
generando un SIBO asociado que se suma a todo este desorden inmunitario. Por lo tanto, será
determinante explorar si ha habido una gastroenteritis previa aunque no le hayamos dado impor-
tancia hasta el momento.
En cuanto al diagnóstico de este tipo de desorden, varios laboratorios presentan test que valoran la
presencia de IgG contra vinculina o contra la toxina bacteriana.
Otro factor relevante son los estudios presentados (aún en animales) del potencial de estos anti-
cuerpos en generar reacciones cruzadas con otros alimentos. Es decir, ante la presencia de ciertos
antígenos alimentarios, el cuerpo responde generando mayor número de anticuerpos antivinculi-
na, es decir, ocurre mimetismo molecular entre estos anticuerpos y muchas proteínas de la alimen-
tación. Por lo tanto, en estos casos habrá que fijarse mucho más en el tipo de alimentación que
generamos. A su vez, estos anticuerpos son capaces de dañar diferentes tejidos corporales como la
tiroides o el páncreas…
Principalmente, los antígenos con mayor potencial de reactivar la respuesta inmunitaria mediada
por anticuerpos antiCdt o antivinculina son los que tienen ciertas legumbres, sobre todo el caca-
huete, y las proteínas del gluten y de la leche.
Por tanto, si estamos identificando que esta clínica intestinal tiene que ver con esta infección
previa que ha generado este desorden inmunitario, claramente estas proteínas presentes en los
alimentos como el gluten o la leche tienen que ser eliminadas.
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¿Qué nos encontramos en estos casos en donde hay una infección previa y este desorden inmunitario?
-Disbiosis con o sin sobrecrecimiento, una afectación del sistema nervioso porque hemos generado
autoanticuerpos que le atacan y boicotean el complejo migratorio motor, una pérdida de inmuno-
rregulación y estos autoanticuerpos.
Si ha habido daño del sistema nervioso, hay que tratarlo e intentar recuperar este complejo migra-
torio motor. Para ello, se eliminan aquellos alimentos que generan reacciones cruzadas, se induce
la producción de inmunorregulación, y nos aseguramos de que hemos solucionado esta gastroen-
teritis.
El último aspecto, antes de empezar a desarrollar los diferentes tipos de tratamiento, es que mien-
tras el complejo migratorio motor no esté recuperado —tarda tres, cuatro meses— necesitaremos
un procinético para suplir esta función de limpieza del complejo migratorio motor y evitar la recaí-
da del sobrecrecimiento bacteriano secundario a la disfunción del MMC.
Por tanto, recogiendo todo lo desarrollado hasta el momento, ¿cómo va a ser un proceso diagnósti-
co ahora con todo lo que sabemos?
1) Comprobar si hay una clínica por sulfuro de hidrógeno por metano, si hay una anamnesis que
justifique esta clínica
2) Preguntar si ha habido gastroen teritis previa; si ha habido una pérdida de mecanismos de
regulación del intestino delgado... (afectación del complejo migratorio motor, no se pueden produ-
cir IgAs, hay una hipoclorhidria, hay una IPE, hay una ausencia de bilis).
3) A su vez tenemos a nuestra disposición diferentes pruebas complementa- rias, test de gases para
hidrógeno y para metano —y en breve por sulfuro de hidrógeno— y test de anticuerpos antiCdt o
antivinculina.
Esto es, actualmente todo lo que tenemos para diagnosticar los diferentes desórdenes asociados al
SIBO.
- Abordaje del mecanismo de acción principal. (Desórdenes de la unidad funcional duodenal donde
suele ser clave la liberación de bilis)
- Espaciar comidas. Máximo 12-12
- Dieta Fodmaps inicial de una semana, luego dieta evolutiva.
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Tratamiento para SIBO Funcional:
- Abordaje del mecanismo de acción principal: Desórdenes de la unidad funcional duodenal, altera-
ción funcionales del complejo migratorio motor
- Espaciar comidas. Mínimo 12-12
- Dieta: Fodmaps inicial. No más de una semana.
- Dieta sin azufre: Principalmente cereales, fruta deshidratada, brásicas, salchichas, cerveza, sidra y
vino.
Primeras 3 semanas:
- Abordaje del mecanismo de acción principal: Desórdenes de la unidad funcional duodenal, altera-
ción funcionales del complejo migratorio motor
- Espaciar comidas. Máximo 12-12
- Dieta: Fodmaps inicial. No más de una semana. Dieta sin azufre: Principalmente cereales, fruta
deshidratada, brásicas, salchichas, cerveza, sidra y vino.
Ejemplos:
- Tomillo orégano ajedrea: 5 gotas con cada comida (laboratorios Forza Vitale)
- Clean Intest: 2 con cada comida (laboratorios Npro)
- Candiclean: 2 con cada comida (laboratorios Soria Natural)
- ATB alopático (en caso de que no se tolere ATB natural): Rifaximina: 1200mg dia 14 días
- Peróxido de magnesio 1 semana al mes. (dosis según tolerancia). La dosis debe provocar una
estimulación defecatoria pero no una urgencia ni una actividad explosiva.
- Suplementación coadyuvante:
- Zinc: 25 mg comida y cena (4 semanas)
- Bismuto: 500 mg hasta 2000 mg día (7 días)
- Molibdeno: 400 microgramos al día (6 semanas)
Durante mucho tiempo se pensó que la pared intestinal era una barrera infranqueable, revestida
por millones y millones de enterocitos, que actuaba como sistema defensivo para impedir el paso al
torrente sanguíneo de antígenos, toxinas y productos bacterianos.
Pero, en realidad, los enterocitos no están fijados unos a otros como los ladrillos de un muro, sino
que están unidos gracias a las uniones intercelulares, unas proteínas dinámicas. Así pues, la pared
intestinal es una membrana permeable, que puede tanto abrirse para dejar que pasen los nutrien-
tes a la sangre, como cerrarse para evitar el paso de patógenos. Esta apertura o cierre está regulada
en parte por una proteína, la zonulina, descubierta en el año 2000 por Alessio Fasano.
Partimos, pues, de una barrera intestinal que tiene una permeabilidad selectiva:
La permeabilidad del intestino puede convertirse en una trampa si se terminan haciendo “aguje-
ros” por los que se puedan colar sustancias tóxicas o patógenas. Al fin y al cabo, el intestino es la
máxima comunicación con el exterior y por tanto encontramos una gran presencia de células
inmunitarias y del sistema nervioso. Aunque el aparato digestivo se ha seleccionado para reaccio-
nar en condiciones normales a las agresiones del exterior de manera tolerogénica (poco alarman-
te), si termina habiendo una ‘hiperpermeabilidad’ intestinal, el sistema inmune se puede ver
desbordado ante la elevada y continua exposición y se pueden desencadenar enfermedades
inflamatorias digestivas, autoinmunes, alergias e intolerancias alimentarias.
66
A - Causas de destrucción de la barrera intestinal
67
C - Síntomas de hiperpermeabilidad intestinal:
El intestino está diseñado para tolerar antígenos exógenos dañinos. Ha evolucionado hacia un
ambiente antiinflamatorio para dar cabida a la exposición antigénica de los alimentos y a los
comensales inofensivos.
El objetivo no es tanto romper la comida en fracciones microscópicas, sino ser capaz de presentar-
las al CMIS (Sistema Inmune Común de Mucosas) de manera tolerogénica.
En este contexto tienen gran importancia las células dendríticas, un tipo especial de célula inmuni-
taria que juegan un papel fundamental en la regulación de la respuesta inmune. En el intestino,
estas células controlan los mecanismos de la tolerancia inmunológica ante los antígenos de la dieta
y/o la flora comensal. Al mismo tiempo, tienen la capacidad de inducir una respuesta inmunológica
activa en presencia de un patógeno invasor.
Para presentar los antígenos de una manera tolerogénica, requieren de vitamina A en la médula
ósea. Las células presentadoras de antígenos maduradas de manera correcta (en presencia de
vitamina A) intervienen en:
7.3 Inmunorregulación
A su vez, si el epitelio intestinal funciona bien, una parte de los linfocitos inmaduros se diferenciarán
en linfocitos T reguladores, que impiden que la respuesta inmunitaria sea excesiva. Una buena
homeostasis intestinal, con suficiente producción de T reguladores, permitirá regular las inflama-
ciones en el intestino y también inflamaciones y alergias en otras partes del cuerpo. El problema es
que la destrucción de la barrera intestinal disminuye la capacidad de producir Tregs. Cuando la
barrera está dañada, el sistema inmune innato tiene un exceso de trabajo; esta sobrecarga provoca
una respuesta inflamatoria más potente, lo que, a su vez, hace que el sistema inmune adaptativo
pierda eficacia y especificidad.
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- La consecuencia es que el sistema inmune se equivoca, y ataca a cuanto le recuerda a una ame-
naza.
- Surgen así alergias, enfermedades autoinmunes…
Los factores más importantes para mantener la capacidad de inmunorregulación intestinal son:
- Dieta
- Microbiota intestinal adecuada
- Vitaminas A y D
El cambio hacia una nutrición adecuada y la suplementación irán en función de las causas de la
infección (si es por virus o bacterias, o bien si es por parásitos u hongos).
- Una alimentación basada en la evolución, en la que quitaremos gluten, lácteos y fibra de cereales.
Función de la glutamina:
- Aminoácido clave.
- Aportar energía al aparato intestinal genera cambios suficientes para reparar epitelio dañado.
- Repara la mayor parte de los epitelios (40 por ciento de las proteínas musculares es glutamina).
Evita acidosis en riñones.
- Ayuda al correcto funcionamiento de los fibroblastos (útil en pacientes con quemadas).
- Sustrato de la gluconeogénesis.
- Proliferación células del sistema inmunitario.
- Forma parte de la estructura de las células epitélicas y las ayuda a producir energía.
- Materia prima para producir dos neurotransmisores (Glutamato y Gaba), que tienen efecto en el
intestino.
En caso de que el paciente sufra molestias intestinales al recibir glutamina, probablemente tenga
déficit de vitamina B. La glutamina puede pasar a glutamato, y este a GABA mediante la glutamato
descarboxilasa. Esta enzima necesita B6, B12 y folato para funcionar. Por lo tanto, si al dar glutamina
hay diarrea, significa que estamos acumulando glutamato y no se está pasando a GABA. En estos
casos, la intervención sería parar de tomarla y dar algún complejo de vitaminas B antes de volver a
probarla.
Dieta personalizada
L-glutamina en polvo: 10-15 gramos día
Pre-pro-bioticos (según fenotipo microbiano)
Inmunoreguladores si respuesta inmune:
Probiotico: 1-2 tomas por día
Vitamina D: 100 microgramos
Vitamina A: 30 mil UI 2 meses.
Conclusiones
El aparato intestinal se ha seleccionado para una gran inmunorregulación. Para ello necesita tres
condiciones:
- Integridad de la barrera intestinal.
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- Presencia de nutrientes que siempre han estado (Vit. D y A).
- Convivencia con los microorganismos que siempre han estado.
La desregulación del epitelio intestinal es considerada por la literatura actual como la puerta princi-
pal a la mayor parte de las patologías inmunitarias, autoinmunitarias y ciertos cánceres.
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TEMA 8: EL MICROBIOMA
La mucosa está formada por unas glicoproteínas conocidas como mucinas que forman un entra-
mado de proteínas que generan un hábitat adecuado para las bacterias simbiontes (capa externa),
puesto que las bacterias usan estas mucinas como soporte de adhesión y también como alimento.
Además, también existe una capa interna que confiere protección para los enterocitos, ya que es
una capa bastante estéril y rica en péptidos antimicrobianos y defensas, como las IgA's.
-En el estómago tenemos capas internas y externas para protegernos de Helicobacter, pero
-En el intestino delgado casi no tenemos capa interna, ya que en este lugar necesitamos que haya
espacio para que se den los procesos de absorción. En estos lugares tenemos muchos más produc-
tos antimicrobianos (mucha más IgA) para protegernos.
-En cambio, en el intestino grueso es donde más capa externa hay para que vivan más microorga-
nismos.
Para la buena formación de esta capa se necesitan glicanos presentes en diversos alimentos natu-
rales y su estructuración por grupos sulfatos. Es decir, las mucinas están formadas por glicanos que
a su vez se entrela-zan gracias a los grupos sulfatos.
Al mismo tiempo, existen ciertas cepas bacterianas que están involucradas en la producción y
mantenimiento de la integridad de la capa mucosa, ya que estimulan la secreción de mucinas.
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Sospecharemos de problemas propios de la mucosa cuando:
- Signos de permeabilidad intestinal.
- Mocos en las heces.
- Signos de deficiencia de sulfato (intolerancia a los sulfitos, síntomas estomacales, problemas de
tejido conjuntivo).
- Test de disbiosis con dismunición de bacterias mucoproductoras.
La microbiota
Dependemos de los microorganismos para vivir en salud. Unos datos para contextuaizar:
Tenemos más de un trillón (no se sabe si son trillones americanos o españoles) de células microbia-
nas y un cuatrillón de virus. Otros microorganismos son arqueas y eucariotas.
Los genes que codifican este universo conforman el microbioma.
Se considera el gran órgano olvidado; tiene la actividad metabólica de un hígado y funciones
protectoras (tapizar epitelio), estructurales (producen sustancias que dan energía a enterocitos) y
metabólicas (producen vitaminas).
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Las bacterias intestinales cumplen numerosas e importantes funciones:
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Los microorganismos han coexistido siempre con nosotros y dependemos de ellos para un funcio-
namiento fisiológico normal. De hecho, hasta un patógeno altamente infeccioso como el Clostri-
dium, a dosis adecuadas es capaz de inducir linfocitos T reguladores.
Ahora bien, el paso a la agricultura en el Neolítico y la revolución industrial a partir del siglo XVIII
modificaron los nutrientes y la microbiota. Asimismo, el descubrimiento de los antibióticos a princi-
pios del siglo XX y el exceso de higiene modificó también la diversidad de los mismos, lo que afecta
a la capacidad de inmunorregular.
Los cambios en nuestros hábitos de vida (dieta no evolutiva, pérdida de bacterias, menor exposi-
ción al sol, ritmo de vida demasiado acelerado, alta carga tóxica, entre otros), provocan cambios en
nuestra microbiota, lo que puede generar patologías inmunitarias. Se produce una desregulación
inmunitaria que conduce a las inflamaciones crónicas, la base de todas las patologías que sufren
actualmente las sociedades occidentales.
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Otro factor determinante es la inmunosupresión activa que permite una buena instalación y diver-
sidad en el intestino del bebé. Esta inmunosupresión es catalizada por los erotrocitos cd 71. Una vez
adquirida la diversidad suficiente, esta inmunosupresión desaparece.
d) ¿Y cómo se destruye?
Muchos de nuestros hábitos de vida son capaces de alterar la composición de la microbiota, pero
también pueden destruirla:
- Consumo de antibióticos.
- Carne industrial.
- Cremas antiacné.
- E234, E235, Natanicina.
- Cloro (piscinas, agua del grifo).
- Flúor (pasta de dientes, pesticidas).
- Metales pesados (Pb, Cr, Hg, Cd).
- Ozono.
De entre estos factores, los antibióticos son una de las causas principales de la disminución de la
diversidad, lo que, paradójicamente, puede conducir a infecciones. Mientras hay personas que son
capaces de recuperarse de un antibiótico en una semana, otras, en cambio, al cabo de un año
siguen sin recuperar la microbiota previa (estas son las que desarrollarán una disbiosis y acabarán
generando una patología inmunitaria).
Síntomas que pueden indicarnos que tenemos una disbiosis intestinal, es decir, un desequilibrio en
la microbiota de nuestro intestino:
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Algunos signos clínicos de alteración de Bacteroidetes:
En general mucha clínica de afectación del BGA. Neuroinflamación, cansancio, síntomas centrales…
TÓXICOS:
Infección (parásitos, hongos, proteolíticas)
MICROBIOTA INTESTINAL
Enterotipo
Índices
Tipo de Disbiosis ( Proteolíticas, Archeas,...
Este tipo de test es necesario principalmente para identificar la presencia de diferentes infecciones
y confirmar el tipo de disbiosis que mejorara la elección del probiótico de elección.
Regulación de Firmicutes:
Elevados:
Bajos:
Probiótico
Dieta rica en Fodmaps
Regulación de Bacteroidetes:
Bajos:
Omega 3.
Ayuno intermitente.
Vitamina D.
Láurico mirístico esteárico: coco y aceite de coco, manteca de cacao… nueces de macadamia,
nuez de Brasil, almendras y huevos ghee.
Hmo (oligosacáridos de la leche humana) Almidón.
Testosterona.
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Altos:
Regulación de Proteobacterias:
Todas los filos degradan almidón resistente, pero estos son especialmente efectivas.
Tto de mucosa (glucosacaridos, akkermansia F. Praunitzi)
Bifidus en probiótico
La biotina se sintetiza desde dos moléculas de pimeloil-CoA, por cinco rutas diferentes, según la
especie bacteriana. La mayoría de las especies de los Bacteroidetes poseen esta biosíntesis, al igual
que la Fusobacteria, y el 80 por ciento de las Proteobacterias. En Firmicutes, en cambio, se parte de
pimelato como precursor. Las Actinobacteria necesitan tomar esta vitamina del medio y
poseen, por tanto, transportador para ella.
La salud del aparato digestivo también está condicionada por su gran número de neuronas. El
intestino tiene una gran influencia sobre el sistema nervioso central. Al ser la máxima comunica-
ción que tenemos con el exterior, el intestino está muy relacionado con el cerebro y se comunican a
través de neuro-transmisores, liberando citoquinas proinflamatorias y a través del nervio vago.
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Por ejemplo, el toxoplasma gondii. El toxoplasma es un patógeno que solo puede reproducirse en
el intestino de los gatos, pero vive en el intestino de los ratones. Es capaz de inducir en un ratón una
pérdida de miedo ante un gato: cuando un ratón infectado por toxoplasma ve a un gato, no se
escapará y el gato se lo comerá. Así, el toxoplasma puede reproducirse en el intestino del gato.
Ciertos autores dicen que el ser humano no es más que un vehículo de sus bacterias.
La alarma de las células del intestino que generan la producción de citoquinas básicamente induce
una conducta de enfermo, depresiva: el sistema inmune está activo, consume mucha energía y es
preferible no hacer mucha actividad. Evidente influencia del intestino sobre nuestra conducta. El
eje intestino-cerebro es bidireccional: el cerebro puede inducir cambios en el aparato digestivo.
En definitiva, nuestra visión del mundo está condicionada por nuestra salud intestinal. Mejorar la
información que se envía desde el intestino al cerebro influirá en múltiples ámbitos de la vida.
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