Mitos (Orfeo, Caronte, Perseo, Medusa, Teseo) $250

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Mito de Medusa

Cuenta la mitología griega que Medusa, la única gorgona mortal de las tres que existían, era una hermosa muchacha hasta que el
arrogante Poseidón osó poseerla en el sagrado templo de Atenea. Esta profanación provocó la ira de la diosa guerrera, la cual castigó a
Medusa convirtiéndola en un ser horrible de cabello de serpientes, al igual que lo eran sus hermanas mayores.
Las tres Gorgonas, llamadas Esteno, Euríale y Medusa, eran hijas de Forcis y Ceto, dos de las distintas divinidades del mar, que además
eran hermanos. La apariencia de estas tres criaturas provocaba miedo y espanto pues no sólo tenían serpientes en vez de cabel los, sino
que también tenían su cuerpo cubierto de escamas de dragón, colmillos de jabalí en sus bocas, manos de bronce y alas de oro, las cuales
pesaban tanto que con ellas no podían volar. Aunque lo peor de todo, lo más temible, era que si alguien las miraba directamente a los ojos
se convertía en piedra.
Medusa, diferente a sus hermanas al nacer y la más joven de ellas, terminó convirtiéndose también en una criatura monstruosa pero no
adquirió la inmortalidad. Así terminó muriendo decapitada a manos de Perseo, héroe mortal, hijo de la bella Danae y nieto del Rey de
Acrisio, no sin que antes naciera de la sangre de su cuello Pegaso, el caballo alado, y el gigante Criasor. Perseo, una vez cumplida su
misión, entregó la cabeza de Medusa a Atenea, la cual la incorporó a su escudo de batalla, conocido como Égida. Ahora bien, la sangre de
Medusa, sin embargo, podía resucitar a los muertos.
Hablemos ahora de las otras hermanas Gorgonas, Esteno y Euríale. Esteno, que era considerada la más agresiva de las tres Gorgonas,
poseía una extraordinaria fuerza psíquica y física con la que fácilmente manipulaba a aquellos que se acercaban. Por su parte, Euríale, la
mayor de las tres, tenía el don de la sanación en su sangre. Su torrente sanguíneo sólo curaba cuando brotaba de su lado derecho; si lo
hacía del izquierdo se convertía en el más letal y rápido de los venenos. Las Gorgonas a su vez eran hermanas de las Greas, seres
espantosos que ya parecían viejas desde el momento de su nacimiento.

Mito de Caronte
Según la mitología griega Caronte es el barquero encargado de transportar las almas de los muertos a través de la laguna Estigia (río
Aqueronte) hasta el reino del inframundo gobernado por Hades. Entra dentro de sus atribuciones rechazar a aquellos difuntos que no
puedan pagar el pasaje al no haber sido enterrados con una moneda en la boca (el famoso óbolo). En las obras clásicas se le describe
como un anciano alto, delgado, de barba y pelo canoso, y con llamas en los ojos. Viste unas pieles y empuña una larga vara con la que
golpea a los espíritus de los muertos cuando no reman con la suficiente rapidez, o cuando protestan demasiado.
La figura de Caronte se menciona por primera vez en la Grecia antigua hacia el 500 a.C. en la Miníada, poema épico de Pausanias. Su
aparición tardía se puede explicar desde un punto de vista sociológico: si la aristocracia tenía sus propios guías al otro mundo, como eran
Hypnos y Thanatos, Caronte lo era de los grupos populares, y al ganar éstos importancia con la consolidación de la democracia, su
psicopompo comienza a aparecer en las representaciones iconográficas y literarias.
Pese a resultar un personaje carismático, Caronte no tiene demasiada historia más allá de su monótona función. Algunos autores lo creen
hijo de Érebo y Nix, y por tanto casi un dios, pero no aclaran, por ejemplo, si el propio Caronte tuvo alguna vez hijos, o por qué realiza su
labor; nadie sabe si está castigado a viajar eternamente de una ribera a otra de la Estigia o si lo escogió por voluntad propia.
En cuanto a la Literatura Clásica, Caronte es apenas un extra en las historias de algunos héroes necesitados de descender al mundo
infernal para sus aventuras. Constituía un interesante obstáculo a superar, ya que en teoría ningún humano vivo tenía permitido subir a su
barca. Algunos de los héroes vivos que lograron pasar son Hércules usando su fuerza, Orfeo gracias al hechizo de su canto, y Eneas
mostrando una rama de oro, salvoconducto divino proporcionado por la sibila de Cumas.
Dante recuperó al personaje para el principio de la Divina Comedia, cambiando su destino habitual, el Hades, por el infierno cristiano. Tal
vez gracias esta pequeña adaptación cristianizadora, Caronte ha sobrevivido en el imaginario colectivo hasta llegar nuestros días, aunque
ahora lo imaginemos como una figura vestida con una túnica oscura cuya capucha le tapa la cabeza y que conduce su barca sin d irigir
palabra a los pasajeros.

Mito de Orfeo y Eurídice


Orfeo estaba casado con la Ninfa Eurídice, de la que estaba profundamente enamorado. Un día que ella estaba paseando por la orilla de
un río, se encontró con el pastor Aristeo. Cautivado por su belleza, Aristeo se enamoró de ella y la persiguió por el campo.
Eurídice trató de escapar, pero mientras corría tropezó con una serpiente, que la mordió con su letal veneno. Abatido por su pérdida, Orfeo
decidió viajar a los infiernos (de los que ningún mortal habría retornado jamás), para lograr que le fuera devuelta su esposa.
A Perséfone, reina del mundo subterráneo, le conmovió tanto su pena, que accedió a su petición a cambio de que no mirarse a Eurídice en
el camino de vuelta a la luz. Pero a medida que se acercaba el final de su viaje, Orfeo, no pudo evitar mirar hacia atrás para comprobar que
su amada seguía junto a él. Al mirar se desvaneció ante sus ojos y la perdió para siempre. Orfeo nunca se recuperó y vivió con ese
sufrimiento el resto de sus días.
Mito de Poseidón
Poseidón era el primer hijo nacido de la unión entre Cronos y Rea. Tras él llegaron Zeus, Hades, Hestia y Deméter. Poseidón nació con un
poder fabuloso, podía dominar a su voluntad las caprichosas fuerzas de la Naturaleza. Así, controlaba los terremotos y las tormentas,
(podía provocarlas con su rayo), y, además, era el Rey absoluto del mundo marino, ya que gobernaba mares, océanos, lagos y ríos con su
tridente, cetro de tres puntas que se ha convertido ya en todo un símbolo de su divina presencia.
Según narra la mitología griega, al nacer, su madre lo salvó de ser devorado por su propio padre escondiéndolo entre unos corderos y
entregando a Cronos un pequeño potro para que saciara su ansia devoradora. Claro que, según otras versiones, sí que fue engullido por
su progenitor y rescatado más tarde por su hermano Zeus.
Este dios poderoso estableció su morada en el mar, en donde levantó un fabuloso palacio dorado engalanado de corales y piedras de
colores. Allí se hacía acompañar de otros dioses como Ponto, los Titanes, Tetis y el mismísimo Océano. Pero lo que más le gustaba a
Poseidón era recorrer sus vastos territorios en un carro tirado por caballos de blanca espuma.
También se enfrentó a otros dioses como, por ejemplo, a Atenea, diosa de la guerra, ya que ambos ansiaban hacerse con el control de la
ciudad de Atenas. Para ganarse el favor de los habitantes de la ciudad, Poseidón hizo nacer un pozo al golpear el suelo con su tridente,
pero resultó ser de agua salada. Atenea por su parte hizo crecer un olivo fuerte e indestructible que fue el regalo que, al final, prefirieron los
atenienses.
De todas formas, Zeus terminó por verse obligado a terminar con el conflicto y declaró como vencedora a Atenea, lo que enfadó
terriblemente al dios del mar. Entonces una terrible inundación arrasó la costa de la provincia de Ática.
También tuvo su protagonismo en el levantamiento de las gigantescas murallas que protegían la ciudad de Troya. Pero los troyanos se
negaron a entregarle, tanto a él como a Apolo, la parte de la recompensa que les habían prometido, así que Poseidón les envió un
devastador monstruo marino como castigo, monstruo que tan sólo cayó bajo la fuerza de Hércules.
Encontró su lugar en la mítica Atlántida, en donde se unió a Clito y tuvo diez hijos, (cinco pares de gemelos). Pero su esposa oficial fue
Anfítrite, ninfa del mar con la que engendró a Tritón, (el cual era pez sólo de cintura hacia abajo), y que soportó las innumerables aventuras
amorosas, y el nacimiento de no menos cantidad de hijos, de Poseidón hasta que cayó enferma de celos.
Para la mitología romana, Poseidón tenía por nombre Neptuno.

Mito de Teseo y el minotauro


Se cuenta que, en una ocasión, Pasifae, esposa del rey de Creta, Minos, incurrió en la ira de Poseidón, y, este, como castigo, la condenó a
dar a luz a un hijo deforme: el Minotauro, el cual tenía un enorme cuerpo de hombre y cabeza de toro. Para esconder al “monstruo”, Minos
había mandado a construir por el famoso arquitecto Dédalo un laberinto, una construcción tremendamente complicada de la que muy
pocos conseguían salir, escondiéndolo en el lugar más apartado.
A cada luna nueva, era imprescindible sacrificar un hombre, para que el Minotauro pudiera alimentarse, pues subsistía gracias a la carne
humana. Sin embargo, y cuando este deseo no le era concedido, sembraba el terror y la muerte entre los distintos habitantes de la región.
El rey Minos tenía otro hijo, Androgeo, el cual, estando en Atenas para participar en diversos juegos deportivos, al resultar vencedor fue
asesinado por los atenienses, obcecados en los celos que sentían tanto por su fuerza como habilidad. Minos, al enterarse de la trágica
noticia, juró vengarse, reuniendo a su ejército y dirigiéndose luego a Atenas, la cual, al no estar preparada para semejante ataque sin
previo aviso, tuvo pronto que capitular y negociar la paz.
El rey cretense recibió a los embajadores atenienses, indicándoles que habían asesinado cruelmente a su hijo, e indicando posteriormente
que, las condiciones para la paz, eran las siguientes: Atenas enviará cada nueve años siete jóvenes y siete doncellas a Creta, para que,
con su vida, pagaran la de su hijo fallecido. Los embajadores se sintieron presos por el terror cuando el rey añadió que los jóvenes serían
ofrecidos al Minotauro, pero empero no les quedaba otra alternativa más que la de aceptar tal difícil condición. Tan sólo tuvieron una única
concesión: si uno de los jóvenes conseguía el triunfo, la ciudad se libraría del atroz atributo.
Dos veces había pagado ya el terrible precio, pues dos veces una nave de origen ateniense e impulsada por velas había conducido, como
se indicaba, a siete doncellas y siete jóvenes para que se dirigieran así a ese fatal destino que les esperaba. Pero, sin embargo, cuando
llegó el día en que, por vez tercera, se sorteó el nombre de las víctimas a acudir a tal suerte, Teseo, único hijo del rey de Atenas, Egeo, se
arriesgó inclusive a perder su propia vida con tal de librar a la ciudad de aquel horrible futuro. Por tanto, al día siguiente, él y sus
compañeros se embarcaron y, el rey, al despedir a su hijo, le comentó entre lágrimas y sollozos que pusieran, en este caso, velas blancas
cuando regresase. Partieron, y, a los pocos días después, llegaron a la isla de Creta.
El temido y salvaje Minotauro, recluido en el laberinto, esperaba su comida hambriento. Hasta el día y la hora previamente establecidos, los
jóvenes y las doncellas debían permanecer custodiados en una vivienda, situada a las afueras de la ciudad.
Esta prisión, en la cual los jóvenes eran tratados con la magnanimidad únicamente reservada a las víctimas de los sacrificios, estaba
rodeada en sí por un parque que confinaba con el jardín en que las dos hijas de Minos solían pasearse (Fedra y Ariadna).
La fama del valor y de la belleza de Teseo había llegado incluso a oídos de las dos preciosas doncellas, y, sobre todo Ariadna -la mayor de
ellas- deseaba fervientemente conocer y ayudar al joven ateniense.
Cuando, finalmente y tras pasar algunas jornadas, consiguió verlo un día paseando en el parque, lo llam ó y le ofreció un ovillo de hilo,
indicándole expresamente que representaba su salvación y la de sus compañeros, en tanto en cuanto entraran en el laberinto, deberían
atar un cabo a la entrada, y a medida que penetraban en él lo irían devanando regularmente. De tal forma que, una vez muerto el
Minotauro, podrían enrollarlo y encontrar así el camino hacia la salida.
Comentándole ésto, sacó de los pliegues de su vestido un puñal y se lo entregó a Teseo, indicándole que estaba arriesgando su vida por
él, pues si su padre se enterara de aquello que estaba haciendo, entraría en una cólera y furia inmensas, y le dijo luego que, en caso de
que triunfara, la salvara y la llevara con él.
Al día siguiente, el joven ateniense fue conducido junto a sus demás compañeros al laberinto, y, cuando se halló lo suficiente dentro para
no ser visto, ató el ovillo al muro y dejó que el hilo se fuera devanando poco a poco, mientras que, la salvaje bestia, mugía terriblemente
presa de la inmensa hambre que tenía.
Teseo, sin embargo, avanzaba sin temor alguno, y finalmente, al entrar en la caverna, se halló frente al terrible Minotauro. Con un
espantoso bramido, la bestia se abalanzó sobre el héroe, que hundió su puñal sobre el cuerpo algo débil del Minotauro. Después de darle
unas cuantas apuñaladas más, el monstruo lanzó un último gemido.
A Teseo, únicamente le quedaba enrollar de nuevo el hilo para recorrer el camino a seguir para poder salir de allí. A partir de este
momento, no sólo habría salvado incluso a sus compañeros de su terrible destino, sino que incluso habría salvado a su propia ciudad.
Pero cuando la nave estuvo lista para marchar, Teseo, a escondidas, condujo a bordo a Ariadna y también a su bella hermana. Durante el
viaje la nave ancló en la isla de Nassos para refugiarse de una furiosa tempestad, y, cuando los vientos se calmaron, no pudieron encontrar
a Ariadna, buscándola por todas partes… pero sin encontrarla: se había perdido y se había quedado dormida en un bosque en el que, poco
después, fue encontrada por el dios Dioniso, quien la hizo su esposa y la convirtió en inmortal.

Mito de Perseo
Perseo era hijo de una mujer mortal, Dánae, y del gran dios Zeus, el rey de cielo. El padre de Dánae, el rey Acrisio, había sabido por un
oráculo que algún día su nieto lo mataría y, aterrorizado, apresó a su hija y expulsó a todos sus pretendientes. Pero Zeus era un dios y
quería a su hija Dánae. Entró en la prisión disfrazado de aguacero de lluvia de oro, y el resultado de su unión fue Perseo. Al descubrir
Acrisio que, a pesar de sus precauciones, tenía un nieto, metió a Dánae y a su hijo en un arcón de madera y lo arrojó al mar, esperando
que se ahogaran.
Pero Zeus envió vientos suaves para que empujaran a madre e hijo a través del mar hasta la orilla. El arcón llegó a tierra en una isla donde
lo encontró un pescador. El rey que gobernaba en la isla recibió a Dánae y a Perseo y les ofreció refugio. Perseo creció allí fuerte y
valiente, y cuando su madre se sintió incómoda por las insinuaciones que no deseaba del rey, el joven aceptó el desafío que lanzó este
molesto pretendiente. El desafío consistía en traerle la cabeza de la Medusa Gorgona.
Perseo no aceptó esta peligrosa misión porque deseara adquirir gloria personal, sino porque amaba a su madre y estaba dispuesto a
arriesgar su vida para protegerla.
La Medusa Gorgona era tan horrorosa que sólo con mirarle a la cara convertía en piedra al observador. Perseo necesitaba la ayuda de los
dioses para vencerla; y Zeus, su padre, se aseguró de que le ofrecieran esa asistencia. Hades, el rey del inframundo, le prestó un casco
que hacía invisible al portador; Hermes, el Mensajero divino, lo proveyó de sandalias aladas, y Atenea le dio la espada y un escudo
especial pulido con tanto brillo que servía como espejo. Con este escudo, Perseo pudo ver el reflejo de Medusa, y de ese modo le cortó la
cabeza sin mirar directamente a su horrible rostro.
Con esta cabeza monstruosa, convenientemente oculta en una bolsa, volvió para casa. Durante el viaje vio a una doncella hermosa
encadenada a una roca que había en la playa, esperando la muerte a manos de un terrible monstruo marino. Supo que se llamaba
Andrómeda y que la estaban sacrificando al monstruo porque su madre había ofendido a los dioses. Conmovido por su situación y por su
hermosura, Perseo se enamoró de ella y la liberó, convirtiendo al monstruo en piedra con la cabeza de la Medusa Gorgona. Después,
regresó con Andrómeda para presentársela a su madre que, en su ausencia, se había sentido muy atormentada por las insinuaciones del
malvado rey, hasta el punto que, desesperada, tuvo que buscar refugio en el templo de Atenea.
Una vez más, Perseo sostuvo en el aire la cabeza de la Medusa, convirtiendo en piedras a todos los enemigos de su madre. Después le
entregó la cabeza a Atenea, que la montó en su escudo, con lo que en adelante se convirtió en su emblema. También devolvió los otros
dones a los dioses que se los habían dado.
Andrómeda y él vivieron en paz y armonía desde entonces y tuvieron muchos hijos. Su único pesar fue que, cierto día, mientras tomaban
parte en unos juegos atléticos, lanzó un disco que llegó demasiado lejos impulsado por una ráfaga de viento, y accidentalmente golpeó y
mató a un anciano. Este hombre era Acrisio, el abuelo de Perseo. Al final, de esta forma se cumplió el oráculo que el difunto anciano tanto
se había esforzado por evitar. Pero en Perseo no había ningún espíritu de rencor ni de venganza y, debido a esta muerte accidental, no
quiso seguir gobernando su legítimo reino. En consecuencia, intercambió los reinos con su vecino, el rey Argos, y construyó para sí una
ciudad poderosa, Micenas, en la que vivió largo tiempo con su familia en amor y honor.

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