Viajes de Andagoya y Balboa
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Prólogo
Introducción
Colón descubre las costas del istmo de
Panamá...
Descubrimiento de las costas de la Nueva Granada desde el cabo Chichibacoa hasta el
golfo de Urabá, por Ojeda y
Bastidas.
Bajo la dirección de Vasco Nunez de Balboa, adquiere la Antigua del Darién mucha
importancia.
Desbaratan los Indios á
Balboa...
Comiénzase el descubrimiento de las Costas del Chocó al sur...
sur...(parte2)
siete
DUQUE DE FRÍAS.
Siendo Pascual Andagoya, en 1522, regidor de Panamá y visitador general de los indios,
obtuvo licencia del Gobernador Pedrarias para salir á descubrir por la costa al sur, desde la
punta de Piñas, que era lo último que se conocía por esta parte. Quejábanse los indios
Chochamas ó Chicamas, habitantes de esta costa, de las invasiones periódicas que les
hacían por mar los súbditos de Birú que habitaban más al sur y que venían en canoas á
robarlos. Estos no hablaban ya la lengua Cueba, la más común en el resto del istmo, y eran
feroces y temibles. Asegura Andagoya que los derrotó y sometió, que llegó hasta el río San
Juan y que allí adquirió las noticias que después sirvieron para animar á Pizarro en su
descubrimiento, mas el conocimiento que tenemos de esta jornada, de la que volvió
Andagoya enfermo, se funda solamente en su relación, que Herrera tomó por texto y que se
halla inserta por entero en la colección de Navarrete. Como ella, en otros sucesos que
conocemos bien, adolece de errores voluntarios y de inexactitudes, no es posible admitirla
sin mucha reserva.
Por Noviembre de 1525 salió Pizarro en un buque con poco más de cien hombres, y
desembarcó en la costa vecina de la punta de Piñas, tierra despoblada en las márgenes del
mar, áspera, lluviosa y cubierta de selvas impenetrables hacia lo interior. Allí sufrieron los
españoles mil necesidades, por la inclemencia del cielo y la escasez de mantenimientos, sin
faltarles hostilidades de parte de los indígenas, que usaban de las tremendas flechas
envenenadas, cuyas heridas no se curaban sino quemándolas oportunamente con aceite
hirviendo. Fué preciso enviar el buque á buscar bastimento á la isla de las Perlas, y con este
auxilio salieron del puerto del Hambre y llegaron a puerto
Quemado á sufrir las mismas necesidades y la misma resistencia de parte de los indios. Esta
exploración duró una parte del año 1526. Cada vez que reunían algún oro de lo que tomaba
á los indios, enviaban á Panamá á reclutar gente para reemplazar la que moría y para
proveerse de pertrechos de guerra y boca, de manera que puede decirse que sin él oro del
Chocó, el descubrimiento del Perú se habría retardado de muchos años. Cuando Almagro
andaba buscando la huella de Pizarro en aquélla costa, tuvo una refriega con los indios de
puerto Quemado, que lo hirieron gravemente privándolo de un ojo. Es digno de notarse que
las tribus indígenas que habitaban las costas de Nueva Granada en ambos mares, opusieron
una resistencia más eficaz á los castellanos, que las poblaciones numerosas y medio
civilizadas que ocupaban las vastas planicies de Anahuac, el Cuzco y Bogotá.
La tribu belicosa que escarmentó á Pizarro en un combate en que perdió algunos soldados y
quedó con muchas heridas, y después á Almagro, habitaba y tenía un palenque en lugar
fuerte por naturaleza no lejos de la bahía de Cupica. Desde aquí siguió Almagro registrando
la costa abajo, reconoció el valle de Baeza, muy poblado y rico de oro, al cual se dió este
nombre por el de un soldado que allí falleció. Es probable que sea el que hoy se conoce con
el de Baudó; luego vió el rió del Melón, nombrado así por uno que cogieron en sus aguas;
el de las Fortalezas, por la apariencia que tenían las casas de los indios que descubrieron, y
últimamente un río caudaloso que llamaron de San Juan, por ser aquel, el día en que
llegaron á él. Regresaron de allí á Chicama, en donde se juntaron con Pizarro, y luego
volvieron reunidos al río San Juan con nuevos auxilios.
De allí partió en uno de los buques el piloto Bartolomé Ruiz, el cual llegó hasta la línea
equinoccial. Fué en este viaje cuando avistaron una vela en alta mar por la primera vez, y
dándole caza, resultó ser una balsa de las que venían de Túmbez á la costa del bajo Chocó á
cambiar telas y lana hilada de las ovejas del Perú por oro en polvo, para lo cual traían un
peso en forma de romana. Con las noticias circunstanciadas del Inca y de las riquezas del
Perú que dieron los indígenas cautivados en la balsa, volvió Ruiz á San Juan, y llegó casi al
mismo tiempo que Almagro regresaba de Panamá con refuerzos. Salieron todos juntos por
la costa en los buques que remontaban con dificultad, descansaron quince días en la isla del
Gallo, y luego siguieron hasta la bahía de San Mateo, pero aunque la tierra parecía más
fértil y menos pantanosa, los naturales permanecían tan hostiles, que habiéndose resuelto
que Almagro volviera á Panamá por mayores fuerzas para emprender el viaje del Perú, se
determinó Pizarro á no esperarlo en tierra firme, sino á pasarse á la isla del Gallo.
No sin murmuraciones se alejaron las naves, pues los que quedaban sufriendo continuo
tormento de los mosquitos, obligados á enterrarse en la arena para hallar algún reposo,
hambrientos y enfermos, pasaban una vida insoportable. Quejáronse pública y
secretamente, y habiendo recibido el nuevo Gobernador Pedro de los Ríos, (recientemente
llegado á Panamá como sucesor de Pedrarias), un billete que pintaba la lamentable
situación de los compañeros de Pizarro, papel que escapó al registro escrupuloso practicado
por Almagro antes de desembarcar los efectos, por estar en el centro de un ovillo de hilo de
algodón, ordenó que saliese al instante un buque que trajese á los cautivos de isla del Gallo.
El comisionado tiró una raya sobre la cubierta de la nave, invitando á pasarla á los que
quisiesen volver á Panamá. Sólo trece se resolvieron á correr la suerte de Pizarro; con ellos
se quedó en la isla de la Gorgona por evitar los ataques de los indios. La historia nos ha
trasmitido los nombres de estos castellanos, ennoblecidos todos ellos después por real
decreto, y que no dejándose vencer por los trabajos, lograron ver por fin las maravillas del
Imperio de los Incas. Los demás regresaron á Panamá, de donde salió Bartolomé Ruiz con
algunos marinos en una nave, que tomando á su bordo los peregrinos de !a Gorgona los
condujo directamente á las costas del Perú, adonde no entra en nuestro plan seguirlos, por
dramática é interesante que sea la serie de acontecimientos que se sucedieron rápidamente,
y que fueron el término feliz de las desgracias que los acompañaron en las costas del
Chocó, pues ya es sobradamente tiempo de que entremos á referir lo que pasaba en Santa
Marta y en Cartagena por aquellos años.
Un intervalo muy largo transcurrió desde el abandono de la colonia de San Sebastián de
Urabá, hasta que Rodrigo Bastidas capituló en Diciembre de 1521 la fundación de una
ciudad y fortaleza en la Costa Firme, siendo de su elección el lugar, en toda la extensión
que se comprende desde el cabo de la Vela hasta las bocas del Magdalena. Se le impuso la
condición de llevar cincuenta vecinos, entre ellos algunos casados, pues ya se trataba
seriamente de colonizar y de tomar posesión real de aquellos países, temiendo las tentativas
de otras naciones. No pudo Bastidas, sin embargo, llevar á efecto su expedición hasta
mediados de 1525, en que se hizo á la vela de Santo Domingo, en donde tenía sus
posesiones, en cuatro bajeles, y aportó á una ensenada cerca de Gaira el día 29 de Julio del
mismo año, por cuyo motivo recibió la bahía el nombre de Santa Marta que hoy conserva la
ciudad, la cual sirvió de punto de escala para las primeras exploraciones á lo interior.
Fiel Bastidas á su antiguo plan de ganar las voluntades de los indígenas tratándoles con
humanidad y consideraciones, logró sentar paces con los Gairas, Tagangas y Dorsinos,
tribus que rodeaban el lugar, y acopió considerable cantidad de oro en una entrada que hizo
á Bonda y Bondigua, la que se negó á distribuir entre los compañeros antes de haber
pagado los gastos del armamento. Ocupaba además á los españoles en cortar la madera y
sacarla de la montaña para fabricar las casas, y no consentía en que se tomase nada por
fuerza á los naturales. Qué mucho, pues, que éstos, que habían recibido siempre de guerra á
los castellanos, se manejaran ahora como aliados y amigos fieles, y que aquellos
anduvieran descontentos y disgustados, acostumbrados como estaban en todas ocasiones á
servirse de los indígenas cual esclavos? Las enfermedades habían cundido por otra parte en
la colonia, carecían de buenos alimentos, y no tenían otro en verdad que carne salada y casi
corrompida. El Gobernador mismo se hallaba en cama, cuando se tramó una conspiración
para matarlo, acaudillada por su mismo Teniente Juan de Villafuerte, el cual, con algunos
más, se introdujo en su habitación y le dió de puñaladas dejándole por muerto. Mas luego
que los asesinos salieron, dió voces Bastidas llamando auxilio, á las que acudió
oportunamente para defenderlo el Capitán Rodrigo Palomino á tiempo que los conjurados
volvían á acabarlo. Tan negra acción excitó la indignación de los habitantes, entre los
cuales no hallando simpatías los asesinos, desampararon el lugar y se internaron en las
selvas. Eran éstos nueve, número bien corto para defenderse de los indios acostumbrados á
batir cuadrillas más crecidas como la de Colmenares, pero las buenas relaciones que
Bastidas había establecido con aquellos habitantes, los protegieron hasta que su mala
conducta los hizo perseguir.
Algunos volvieron con Villafuerte á Santa Marta; presos allí y enviados á Santo Domingo,
pagaron su crimen con la vida. Otros tuvieron el arrojo de pasarse en una canoa desde la
Costa Firme á Santo Domingo, en donde hallaron la misma suerte. El desventurado
Gobernador, animado de gratitud, nombró á Palomino por su Teniente General, más así éste
como los demás colonos, á quienes pesaba tener un jefe que defendiera á los indígenas, le
instaron para que fuese á Santo Domingo á curarse de las heridas. Estas se empeoraron con
el viaje de mar, y el primer descubridor de nuestras costas pereció miserablemente al llegar
á Cuba. Fué Rodrigo de Bastidas vecino de Triana en Sevilla, hombre de buena fama,
sangre, calidad y estima, según F. Pedro Simón. Quintana, en una nota á la vida de Vasco
Nuñez de Balboa, dice que su memoria debe ser grata á todos los amantes de la justicia y de
la humanidad, por haber sido uno de los pocos que trataron á los indios con equidad y
mansedumbre. Y el Obispo F. Bartolomé de las Casas, que en esta materia no dispensaba ni
los pecados veniales, hablando de Bastidas, dice: Siempre le conocí ser para con los indios
piadoso, y que de los que les hacían agravios blasfemaba. Esta es también la opinión de
Herrera y de nuestro cronista versificador Juan de Castellanos, escritor de aquélla época:
Esta será una de las pocas ocasiones en que me separará del propósito de no introducir en
el texto de esta obra las citas de las autoridades que me han servido para fundar mis
opiniones. Y lo hago ahora por dejar la memoria de este buen español sin la tacha que muy
de paso le impone el señor Piedrahita en su Historia de la conquista de la Nueva Granada.
«Ernbarcándose (Bastidas) para Santo Domingo por dar gusto á tantos como le aborrecían
por su áspera condición, arribó á Cuba por el año de 1526, donde murió de las heridas
desengañado de que no es lo mismo regir leños dejándose gobernar de los vientos, que
mandar hombres sin dejarse gobernar del Consejo. Tal es el juicio demasiado severo con
que el venerable Obispo de Santa Marta, que tanto se ilustró por sus virtudes y por sus
letras, se despide del fundador de aquélla ciudad y primer descubridor de su territorio,
juicio que es tan ajeno de la caridad como de la verdad histórica.
Quedó Palomiño de jefe de la colonia desde el día de la ausencia del Gobernador Bastidas,
y logró persuadir á sus compañeros que les convenía mantener la paz con las tribus de
Gaira, Dorsino, Concha, Chengua y demás vecinas, para no carecer de los víveres que éstas
les proporcionarían, dándoles mano larga para saltear las más lejanas de Zaca, Chairama,
Guachaca, Origua y otras. Era Palomino excelente jinete, hombre arrojado, tenaz y sufrido,
le secundaban dos castellanos que desnudándose y pintándose se disfrazaban de indios y
hacían el oficio de espías, penetrando por las poblaciones sin ser sentidos. Estos preparaban
las sorpresas de modo que los desgraciados indios eran atacados de repente y despojados de
cuanto tenían, llevando á muchos cautivos como esclavos para vender en Santo Domingo
con el pretexto de que eran caribes. Con esto la colonia comenzó á ser frecuentada de naves
de Santo Domingo, y surtida de armas,. pólvora y toda especie de artículos de necesidad y
aun de lujo. Palomino era temido como el azote de la comarca, y en su escuela se formaron
aquellos famosos prácticos ó baquianos que tanto contribuyeron después al descubrimiento
y conquista de todo el país.
Entre tanto llegó á Santa Marta el nuevo Gobernador Pedro Vadillo, provisto por la
audiencia de Santo Domingo, luego que se supo el fallecimiento de Bastidas. Negóse
Palomino á entregar el mando, fundado aparentemente en que tocaba al Consejo proveer el
gobierno de Santa Marta, y en que él era el legítimo Lugarteniente de Bastidas, pero la
realidad era que disponía de buen número de gente armada enteramente á su devoción,
mientras que Vadillo no traía sino doscientos hombres, con los cuales hubo de abandonar el
puerto luego que Palomino mandó ahorcar á un Capitán portugués Báez, con quien se había
concertado Pedro de Heredia, Teniente de Vadillo, para hacerse dueño de la ciudad. No
pudiendo sin embargo resolverse á volver á Santo Domingo, desembarcaron y se hicieron
fuertes en la ensenada de Concha, adonde se dirigió Palomino resuelto á combatirlos. Este
escándalo se evitó por fortuna, gracias á la mediación de los capellanes, y se convino en
que se reunirían las dios tropas y que los dos jefes tendrían mando igual mientras llegaban
los despachos de la Corte, adonde Palomino había enviado un comisionado solicitando ser
confirmado en su destino. Creía él que toda aquella gente que pensaba ganarse, correría
entonces su suerte, y podría emprender más lucrativas expediciones. Entre tanto se decidió
la entrada á Pocigueyca, una de las poblaciones más considerables de los Taironas en la
cabecera de la Ciénaga hacia las montañas.(1) Segunda vez fué rechazado Palomino; las
ciénagas y pantanos no permitían maniobrar á los jinetes, y los indios flechaban á mansalva
á los castellanos, que muy abatidos se retiraron á Santa Marta con seis heridos y el caballo
de su caudillo muerto. Viendo, pues, que eran inútiles las tentativas para sujetar las tribus
de los Taironas, convinieron en salir todos, la costa arriba hacia la Ramada, que era muy
poblada entonces, con lugares considerables; esperaban pues recorrerla y hacer un buen
botín.(2).
Entre las diversas tribus que habitaban aquélla costa, distinguíanse los Guanebucanes,
valientes y hospitalarios, y que daban espontáneamente sus alhajas de oro y cuanto poseían.
Las mujeres eran bien parecidas, andaban desnudas y se adornaban con planchas de oro (3).
Partióse Vadillo delante con 300 infantes y 70 de á caballo, y llego sin estorbo á la
Ramada. Seguía Palomino con una escolta de caballería, y en el paso de uno de aquellos
ríos, tomando la delantera para esguazarlo, perdió el pié el caballo y desapareció con el
jinete; salió luego aquél, pero Rodrigo Palomino no pareció más ni vivo ni muerto. Tal fué
el fin trágico del segundo Gobernador de Santa Marta. Por su muerte se hicieron grandes
duelos en aquélla ciudad, pues él había logrado hacer prosperar la colonia, aunque con
considerable detrimento de los indígenas. El único monumento erigirlo á la memoria de
este valiente Capitán, es el nombre que le ha quedado al río en que se ahogó y á ciertos
pasos estrechos de la montaña en que se distinguió sobremanera.
Al punto que Vadillo se vió libre de su rival, cesó de domar su carácter duro é imperioso.
Los indígenas fueron víctimas de su rapacidad, y luego que devastó los pueblos de la
Ramada, encaminó su gente al valle de Upar, situado del lado opuesto de la Sierra Nevada.
Una ocupación militar de muchos meses convirtió la dicha de que disfrutaban estas fértiles
comarcas en escenas de desolación y de miseria. Era el valle de Upar uno de los más ricos y
más poblados de estas tierras, sus habitantes vivían dichosos con los productos abundantes
de la tierra, pesquerías y caza. Halláronse tambores revestidos de láminas de oro, y gran
cantidad de joyas de este metal, con que Vadillo volvió á Santa Marta después de un año de
ausencia cargado de riquezas y seguido de cuantos esclavos podían custodiar sus soldados,
destinados aquellos infelices á morir en las islas, en los trabajos de agricultura y minería.
Entendió Vadillo que pronto sería relevarlo del cargo que obtenía, y se apresuró á vengarse
de los partidarios de Palomino, dando tormento y azotes á algunos, garrote á otros, entre
ellos al Capitán Fernán Bermejo, á quien pretendía despojar de lo que había ganado en la
entrada al valle de Upar, en la cual fué de los que más se distinguieron, y sirvió á Vadillo
descubriendo los indígenas y sus bienes en lo más oculto de las selvas.
Ya para entonces había sido nombrado Gobernador de Santa Marta, García de Lerma, el
cual se anticipó á enviar al factor Grajeda á fin de que tomase residencia á Pedro Vadillo de
cuyas crueldades y robos había cundido la fama. El comisionado fué obedecido al instante,
y procedió á prender á Vadillo y á darle tormento á fin de averiguar y recobrar las sumas
del real erario que éste había defraudado; siguióse la causa con tanto rigor, que sin la
llegada de Lerma, habría perecido Vadillo en el cadalso. Remitióse á España para ser
juzgado, pero como tuvo la precaución de salvar una parte del oro que había robarlo, es
probable que hubiera quedado impune, si con el buque que lo llevaba no se hubiera perdido
en las costas de la Península él mismo y el fruto de sus rapiñas. De esta manera acabó su
vida el tercer Gobernador de Santa Marta.
Escaseando ya los alimentos á pocas semanas después del arribo de Lerma, determinó éste
salir á reconocer el país con 500 hombres de á pié y de á caballo, comenzando por la sierra
de Bonda, cuyos naturales estaban de paz y aún traían algún oro á la ciudad según lo había
exigido Palomino; de allí por Buritaca bajó á la Ramada, haciendo que se buscasen minas
de oro en todo el tránsito, y dio la vuelta á Santa Marta después de haber visitado dos
grandes pueblos, Bosingua y Alaringua, que los habitantes abandonaron. Recorrió luego el
valle ameno de Coto, á dos leguas de la marina y tierras de Pocigueyca. Durante estas
expediciones, los indígenas no solo no hostilizaron á los castellanos, sino que les facilitaron
mantenimientos y algún oro. No podían, pues, ser más favorables las circunstancias para
que Lerma, valiéndose de los religiosos que lievaba consigo, y apoyado en la voluntad del
Rey, emprendiese la obra de la civilización y de la colonización agrícola. Lejos de esto,
comenzó por hacer los repartimientos de los indios entre los pobladores, nombrando para
ello una comisión compuesta de tres de los más antiguos capitanes que podían juzgar del
mérito que había cada uno contraído, para tener derecho á servirse de mayor número de
indios que debían rendir cierto tributo. En el repartimiento hubo muchos quejosos; los
agraciados salieron en cuadrillas á tomar posesión de sus respectivos territorios, los unos
hacia la Ramada, los otros al valle de Tairona, seis á siete leguas de Santa Marta, tierra rica
de donde trajeron de manifiesto setenta mil castellanos de oro. Los indígenas de Mongay,
menos sufridos, rechazaron con pérdida á los que venían á tomar posesión de la tierra.
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