El Descubrimiento de América

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El descubrimiento de América

En tanto que «encuentro entre dos mundos», el descubrimiento de América es


probablemente el más espectacular de los acontecimientos historiográficos.
Hasta ese momento, y desde los orígenes de la humanidad, el devenir histórico
de las civilizaciones americanas y euroasiáticas se había desarrollado de forma
totalmente independiente; con la llegada a las Antillas de Cristóbal Colón,
entraron en contacto dos universos paralelos que se hallaban en puntos
evolutivos muy distintos.

Cristóbal Colón (retrato de Ridolfo Ghirlandaio, c. 1520)

El impacto sería enorme. España, Portugal y otras potencias europeas se


lanzaron a la colonización del nuevo continente; el gran impulso económico
llevaría a la larga a la ascensión de la burguesía y al desarrollo del capitalismo.
Para América, en cambio, las consecuencias inmediatas fueron devastadoras:
extinción de las culturas precolombinas, exterminio o explotación de los nativos
y saqueo de sus recursos naturales.

Desde la perspectiva de las circunstancias que condujeron al mismo, el


descubrimiento de América ha de entenderse como la culminación del
expansionismo que caracterizó a la Europa de la Baja Edad Media y que tuvo
entre sus puntos de partida las exploraciones atlánticas protagonizadas por los
navegantes portugueses. A principios del siglo XV, los Estados europeos
medievales habían alcanzado su máximo desarrollo y se abrían a nuevas y
complejas fórmulas de organización y gobierno. La acción expansionista de la
industria y el comercio y el nacimiento de la burguesía en el seno del
feudalismo suscitaron un afán por descubrir nuevas rutas comerciales.

Europa y Asia habían mantenido contactos comerciales desde tiempos


remotos; los principales productos asiáticos (especias, piedras preciosas,
tejidos de seda y algodón) eran transportados por caravanas a través de
desiertos hasta las costas del Mediterráneo y, desde allí, las flotas venecianas
y genovesas los distribuían por el resto de Europa. Las especias eran un
producto fundamental para la conservación y condimentación de los alimentos,
especialmente la carne de los animales que era necesario sacrificar ante la
carencia de pastos invernales. Otros productos suntuarios orientales, como
sedas, ungüentos, tintes y drogas, eran demandados por una sociedad que
aspiraba a una vida más cómoda y lujosa.

Cuando Constantinopla (en 1453) y otros puertos del Mediterráneo cayeron en


poder de los turcos otomanos, los mercaderes cristianos hubieron de buscar
otras rutas para continuar su extremadamente lucrativo comercio con Oriente.
Portugueses y españoles eran los mejor situados para intentarlo por la vía
marítima. En Portugal se había creado una escuela náutica bajo el patrocinio
del infante Enrique el Navegante, y en la ciudad española de Cádiz, en la costa
atlántica, un colegio de pilotos. Ambos organismos presentaban las mismas
características: se daban enseñanzas prácticas de navegación y se formaba a
los pilotos, adiestrándolos en el manejo de la cartografía y los instrumentos de
navegación, que en los últimos tiempos habían conocido un notable
refinamiento. La brújula fue usada ya por los navegantes italianos en el siglo
XIII y montada en la rosa de los vientos en el siglo XIV. La latitud se averiguaba
por medio del astrolabio, instrumento destinado a medir la altura de la estrella
Polar sobre el horizonte del hemisferio norte.

Los avances portugueses

Los navegantes debían también aprender a regir los nuevos tipos de barcos
que sustituían a la antigua galera mediterránea: la carabela castellana y el
barinel portugués. Estas embarcaciones, mucho más ligeras y equipadas con
los modernos instrumentos de navegación, podían aprovechar cualquier viento
y resistían mejor los embates de las mareas y los vendavales, siendo
especialmente aptos para largos trayectos. Con todo ello, los marinos podían
alejarse considerablemente de la costa, hasta perderla de vista, sin desconocer
su situación; sin embargo, se precisaba una dosis adicional de arrojo y de
intuición para alejarse de las inexploradas costas africanas, y más aún para
aventurarse por el ignoto Atlántico.
Enrique el Navegante

Los portugueses, más adelantados que los españoles, fueron los primeros y
principales impulsores de la expansión europea. Enrique el Navegante
estableció un centro de estudios náuticos en el cabo San Vicente, donde reunió
a los más destacados geógrafos, cosmógrafos y marinos. Allí se examinaron
todas las teorías geográficas en boga, con la esperanza de alcanzar, por mar,
territorios lejanos para difundir la religión católica, ensanchar los territorios del
reino y aumentar sus recursos. Sus esfuerzos se vieron recompensados con
numerosos descubrimientos y con el establecimiento de prósperas colonias en
los archipiélagos atlánticos y en las costas de África, y culminarían, casi
cuarenta años después de su muerte, con la expedición de Vasco da Gama
(1497-1499), quien, al alcanzar la India bordeando el continente africano, abrió
para los portugueses una nueva ruta comercial entre Europa y Asia.

Los éxitos de Portugal debieron mucho a la aplicación de las últimas


innovaciones en materia de cartografía, instrumentos de navegación y diseño
de naves, y también a la reintroducción en Europa de las antiguas
concepciones geográficas de Ptolomeo sobre la esfericidad de la Tierra.
Ciertamente, la viabilidad del proyecto colombino es históricamente
incomprensible si se olvida que hay todo un ciclo de navegaciones previas y de
mejoras técnicas que crearon las condiciones para que el logro fuera posible.
De la llamada Media Luna Fértil de los descubrimientos geográficos (la región
comprendida entre el Algarve portugués y la costa de Huelva), habían partido
desde comienzos del siglo XV innumerables embarcaciones que recorrían la
costa africana, adentrándose cada vez más hacia el sur y hacia el oeste, ya
que en su camino de regreso debían practicar la llamada "Vuelta de Guinea",
es decir, navegar hacia el oeste en busca de los vientos alisios para poder
tomar entonces el rumbo a la península.
El proyecto colombino
La idea de alcanzar la India a través del océano Atlántico no era en modo
alguno novedosa; había sido formulada por geógrafos y cartógrafos desde el
siglo XIV, y también era conocida (aunque habitualmente rechazada por su
temeridad) entre los navegantes. Ciertamente, los nuevos medios técnicos y el
ánimo lucrativo hubiesen tarde o temprano empujado a alguien a emprender la
travesía. Experto marinero, influido por el ambiente de Portugal y por las
lecturas de Ptolomeo, Estrabón, Marco Polo y otros, Cristóbal Colón reunía ya
en aquel momento las virtudes necesarias para el triunfo de la empresa: la
determinación, la audacia y la experiencia. Un famoso humanista, Toscanelli,
influyó decisivamente en él y le indujo a cometer importantes errores de
cálculo, que le llevaron a pensar que la Tierra era más pequeña y Asia mayor;
eso suponía que las distancias se acortaban considerablemente, por lo que
estaba convencido de que podía realizar el viaje en carabelas sin necesidad de
hacer escalas. Su objetivo era el mismo que el de los portugueses: abrir una
«ruta de las especias» que, por no tener que bordear toda África, había de
resultar mucho más rápida, fácil y rentable.

Toscanelli situó Catay y Cipango (China y Japón) a una distancia asequible en carabela

En 1484 Colón presentó su proyecto a Juan II de Portugal y le pidió apoyo


económico para llevarlo a la práctica. Pero una junta de expertos consideró que
el plan era descabellado, y el rey, más preocupado por las exploraciones
africanas, no quiso prestarle su ayuda. Decepcionado, se trasladó a Castilla
para exponer sus ideas a los Reyes Católicos, puesto que necesitaba el apoyo
de un monarca o un noble poderoso que corriera con los gastos.

Acompañado de su hijo Diego, se instaló en Palos de la Frontera (Huelva),


donde entró en contacto con algunas personas que le ayudaron y que más
tarde tuvieron un papel destacado en la realización de la empresa. Estas
personas eran los frailes franciscanos de La Rábida, que le pusieron en
contacto con los reyes; los hermanos Pinzón, que llegado el momento
ofrecerían a Colón sus pertrechos, conocimientos e influencias; y los marineros
andaluces que, acostumbrados a navegar por el Atlántico, formarían la
tripulación del viaje colombino. Los monarcas castellanos tardaron un tiempo
en aceptar los proyectos de Colón; durante siete años se hicieron frecuentes
contactos con personas influyentes de la corte, pero los reyes demostraban
estar más interesados en la conquista de Granada.

Las capitulaciones de Santa Fe


Eran varios los motivos por los que los Reyes Católicos no se decidían a
prestar su apoyo al proyecto colombino. Aparte de la guerra de Granada, las
contrapartidas exigidas por Colón resultaban exageradas, y los expertos que
analizaron el proyecto determinaron que era muy arriesgado. Algunos
cortesanos, como Luis de Santángel y Francisco de Pinelo, convencieron a los
reyes de la necesidad de transigir. Cuando la guerra de Granada tocaba a su
fin, Colón fue recibido en Santa Fe (Granada) por los monarcas, quienes le
manifestaron su intención de autorizar la empresa.

Las carabelas de Colón

El resultado de la negociación fue recogido en las capitulaciones de Santa Fe,


firmadas en abril de 1492. En ellas se hacían una serie de concesiones a
Colón, pero todas condicionadas al hecho del descubrimiento. Los puntos
fundamentales de este contrato otorgaban a Cristóbal Colón considerables
privilegios, como el título de Almirante y Gobernador General de las tierras por
descubrir. También se le concedía el diez por ciento de los beneficios
comerciales, aparte de otras ventajas económicas.

Con unas cartas para el Gran Kan y las instrucciones para organizar la armada,
Colón se marchó al puerto de Palos de la Frontera, enclave que fue elegido
como punto de partida por contar con una buena flota y con marineros
experimentados en navegaciones atlánticas.

El primer viaje de Colón


Cuando terminaron los preparativos, unos noventa hombres se embarcaron en
tres naves. Dos carabelas, la Pinta y la Niña, eran capitaneadas
respectivamente por los hermanos Martín Alonso Pinzón y Vicente Yáñez
Pinzón; Cristóbal Colón comandaba la nao Santa María. La mayoría de la
tripulación era de Palos; sólo quince expedicionarios no eran andaluces: diez
vascos y cinco extranjeros. No se embarcaron mujeres, frailes ni soldados,
pero sí oficiales reales para velar por los intereses económicos de los
monarcas, y un intérprete de lenguas orientales.

Colón se despide de los Reyes Católicos

El 3 de agosto de 1492 la flota zarpó con rumbo a las Canarias y con un


objetivo claro: alcanzar la costa asiática atravesando el Atlántico. Todos los
pormenores del viaje se encuentran recogidos en un documento excepcional, el
diario de a bordo que escribió el propio Cristóbal Colón, conocido por la copia
que hizo fray Bartolomé de Las Casas.
En la travesía se presentaron algunos problemas. El más importante fue el
descontento de la tripulación por el alejamiento de las costas y la presencia
continua de vientos alisios que los llevaban directamente hacia el oeste, lo cual
alimentaba el temor de no encontrar vientos favorables para volver a la
península. Pero antes de acabar el mes de agosto aparecieron vientos
contrarios, gracias a lo cual se sosegaron los ánimos.

Los problemas reaparecieron al entrar en la zona de calmas, hecho que, unido


a la ausencia de señales de tierra, desencadenó de nuevo la inquietud de los
marineros. Colón llegó a pensar que había sobrepasado el Japón, y sus
problemas se acrecentaron cuando estalló un motín general, que sólo pudo
contener tras lograr convencer a sus hombres de que en unos pocos días más
encontrarían tierra. Pronto los vientos arreciaron, se avivó la velocidad de
navegación y comenzaron a aparecer indicios de hallarse cerca de la costa:
algunas bandadas de pájaros y maderas que flotaban en el mar.

El descubrimiento de América

Cuando, por fin, el 12 de octubre se divisó tierra, la alegría de los


expedicionarios fue inmensa. Habían llegado a una isla de las Bahamas, a la
que Colón dio el nombre de San Salvador y que los indígenas llamaban
Guanahaní. Siglos después, cuando los ingleses colonizaron las Bahamas,
pasó a llamarse isla Watling.

Cristóbal Colón divisa el Nuevo Mundo (óleo de Christian Ruben)


Colón desembarcó y tomó posesión de ella en nombre de los Reyes Católicos.
Todos quedaron maravillados de las tierras y de los hombres, que Colón
comenzó a llamar indios (por creer que había llegado a las costas asiáticas) y
que le recordaban a los guanches de las Canarias. Tales hombres eran
pacíficos, pero carecían de las riquezas que los descubridores esperaban
encontrar.

Pronto pasaron a reconocer la costa de la isla y, creyéndose en Extremo


Oriente, zarparon de nuevo en busca de Cipango (Japón). Recorrieron las
costas de varias islas del archipiélago de las Bahamas, de Cuba y de la isla de
Haití o de Santo Domingo, que recibió el nombre de La Española. Al mismo
tiempo que seguían manteniendo relaciones con los indígenas, los españoles
buscaban vanamente especias; en lugar de ello, vieron por primera vez plantas
y objetos desconocidos, como el maíz, las canoas, las hamacas y el tabaco.

En la Nochebuena de 1492 naufragó la nao Santa María en la costa norte de


La Española. El cargamento se pudo salvar gracias a la ayuda de los
indígenas, y con los restos de la nao Colón resolvió construir un fuerte, llamado
La Navidad, que fue el primer establecimiento español en América. Allí
quedaron treinta y nueve hombres con el fin de mantener las relaciones
amistosas con los isleños y buscar minas de oro. A mediados de enero, el
Almirante dio la orden de volver. Junto a los españoles se embarcaron algunos
indígenas, así como una variada carga de papagayos, pavos, productos de la
tierra y objetos exóticos. En los primeros días de navegación, Colón escribió
una famosa carta que, tras ser impresa poco después de su llegada a España,
difundió rápidamente por toda Europa la noticia de su fabuloso descubrimiento.

Construcción del fuerte La Navidad


Las dificultades del viaje de regreso fueron enormes, pero en todo momento
Colón demostró sus magníficas cualidades marineras. Los vientos y las
tormentas separaron las dos embarcaciones, y Colón, al mando de la Niña, se
vio obligado a poner rumbo hacia Lisboa, siendo recibido por Juan II, que fue el
primero en escuchar el relato de su aventura. El rey portugués reclamó sus
derechos sobre las tierras descubiertas, en base al pacto de Alcaçovas, pero
Colón le demostró que no había ido a Guinea, sino a las Indias. Ante el temor
de represalias de los Reyes Católicos, el monarca le dejó partir rumbo a Palos.

Martín Alonso Pinzón, al mando de la Pinta, se había perdido en una tormenta


y arribó a las costas de Galicia, y de allí tomó rumbo a Palos, donde llegó al
mismo tiempo que Colón, a mediados de marzo. El Almirante se puso en
camino para ver a los reyes, que se encontraban en Barcelona. Atravesó la
península despertando la curiosidad de todos con el sorprendente espectáculo
del exótico cargamento que llevaba a los monarcas, dejando a los españoles
impresionados y admirados.

La nueva división del mundo

El recibimiento que tuvo Colón en Barcelona fue grandioso, y los reyes le


confirmaron todos los privilegios pactados en Santa Fe. Enseguida se iniciaron
contactos diplomáticos con el Papa para conseguir la concesión sobre las
tierras descubiertas y por descubrir, y con Portugal para establecer una frontera
en los descubrimientos, tema que provocó tensión entre ambos reinos.
Cristóbal Colón ante los Reyes Católicos (óleo de Emanuel Leutze, 1843)

El punto de partida fueron dos bulas otorgadas por Alejandro VI. La


primera anexionaba las nuevas tierras a la Corona de Castilla, y la
segunda delimitaba las zonas de expansión de portugueses y
castellanos a partir de un meridiano situado a cien leguas al oeste de
las Azores. Las negociaciones fueron muy duras y los portugueses no
quedaron conformes con la sanción papal, pues, aunque estaban de
acuerdo en que debían repartirse el mundo, preferían que la línea
divisoria fuera un paralelo, ya que así se adueñaban del hemisferio
sur.

Finalmente, en junio de 1494, el problema se consideró zanjado con


el tratado de Tordesillas, según el cual ambas partes aceptaron que la
línea de demarcación fuera el meridiano situado a 370 leguas al oeste
de Cabo Verde. De ello derivaría la posterior y desigual configuración
de los imperios coloniales: a Portugal solamente le correspondía el
área de Brasil. Pero las imprecisiones del acuerdo y las dificultades
para determinar la longitud (sólo se pudo establecer con precisión en
el siglo XVIII) hicieron que no acabaran los problemas
jurisdiccionales; la expansión de los portugueses en Brasil y de los
españoles en el Sudeste Asiático, con la conquista de las islas
Filipinas, suscitarían problemas diplomáticos entre los monarcas de la
Península Ibérica, que se resolverían con políticas de fuerza y de
hechos consumados.
Segundo viaje

En septiembre de 1493 se hacía a la mar una Armada formada por diecisiete


barcos y una formidable contingente, cercano a los mil quinientos hombres.
Sus objetivos eran socorrer a los españoles que habían quedado en América
durante el primer viaje (en el fuerte La Navidad), continuar los descubrimientos
tratando de alcanzar las tierras del Gran Kan y colonizar las islas halladas
anteriormente. Tras una escala en Canarias, que con el tiempo se convertiría
en algo habitual en la Carrera de Indias, Cristóbal Colón ordenó poner rumbo
más al sur que en el primer viaje, pensando que de esta manera llegaría a
Cipango (Japón) más fácilmente.

Lo que Colón halló en este segundo viaje fue, en realidad, la ruta más rápida y
segura para navegar a América. En sólo veintiún días consiguieron llegar a las
islas Deseada y Dominica, y descubrir a continuación Guadalupe, Monserrat y
Puerto Rico. En la costa norte de Haití, donde se hallaba el fuerte La Navidad,
Colón supo que los treinta y nueve hombres que había dejado en el primer
viaje habían sido asesinados, según le dijeron, por el cacique Caonabó y sus
compañeros. El 6 de enero de 1494 Colón fundó en ese lugar La Isabela,
primera población española en América. Desde ella mandó algunas
expediciones en busca de oro, del que remitió algunas muestras a España, y
propuso a la corona que autorizara el intercambio de ganado y vituallas por
esclavos indios caribes. En abril se trasladó a Cuba y poco después a Jamaica.

Los viajes de Colón

A su regreso a La Isabela, Colón encontró que muchos descontentos se habían


marchado, mientras las enfermedades hacían presa en los pobladores que
quedaban y los indígenas se rebelaban. Tras una corta lucha, Colón impuso a
los vencidos la esclavitud y el pago de un tributo en oro y algodón. Sabedores
de la situación problemática de sus nuevos dominios, los Reyes Católicos
tomaron la decisión de enviar a Juan de Aguado para que les informase de lo
que estaba sucediendo. En marzo de 1496 regresaba Aguado a España,
acompañado por Colón, que no quería perder el favor de la corte para su
empresa descubridora. Dejaba construidas seis fortalezas, y el mando de los
territorios en manos de su hermano, Bartolomé Colón. En la entrevista
mantenida con los reyes el otoño siguiente, Colón hubo de encajar las críticas
por la conflictividad y la falta de rentabilidad de sus empresas, que justificó con
el fin evangelizador.

Tercer viaje

Tres años tardó Colón en conseguir organizar su siguiente viaje, mientras su


prestigio y el de la propia empresa americana, que parecía ya un negocio
ruinoso, decaía por momentos. De las ocho naves que componían esta vez la
flotilla colombina, que partió de la península en enero de 1498, cinco pasaron a
reforzar los establecimientos de La Española, y tres se dedicaron a nuevos
descubrimientos. A finales de julio desembarcaba Colón en la isla de Trinidad,
y poco después exploraba la costa venezolana de Paria y la desembocadura
del gran río Orinoco, región que, por su belleza, juzgó como la ubicación del
antiguo paraíso terrenal. En agosto de 1498 estaba de vuelta en La Española.

En adelante, los conflictos políticos y administrativos absorberían por completo


a Colón, impidiéndole continuar con las exploraciones. Primero tuvo que hacer
frente a una sublevación indígena y, más tarde, se rebelaron los propios
españoles, acaudillados por Francisco Roldán. Sólo la autorización del reparto
de las tierras de los indígenas y la concesión del servicio personal de los
mismos a los españoles, junto a algunas medidas de fuerza, consiguió detener
la revuelta.

En 1500 llegó a La Española un enviado real, Francisco de Bobadilla, en


calidad de juez pesquisidor con plenos poderes para poner orden en la colonia.
Bobadilla halló culpable a Colón de todos los males, se apoderó de su casa,
papeles y bienes, le abrió un proceso y lo remitió a España cargado de grilletes
junto a sus hermanos Diego y Bartolomé. A continuación dio libertad para coger
oro, vendió tierras y repartió indios. Acababa así la etapa de gobierno
personalista del Nuevo Mundo y empezaba un nuevo orden. Colón llegó a
España en noviembre de 1500. Aunque los reyes mandaron ponerlo en libertad
de inmediato, sus enormes privilegios se habían esfumado. Colón había
triunfado como marino y descubridor, pero había fracasado como gobernante.

Cuarto viaje

A pesar de todo, en marzo de 1502 fue autorizado para emprender un cuarto y


último viaje, cuyo objetivo debía ser hallar el estrecho que se creía que
separaba las tierras firmes del norte y del sur para lograr paso franco al
continente asiático. Colón tenía prohibido el desembarco en La Española para
evitar conflictos, así como el prendimiento de esclavos. Se prepararon cuatro
carabelas con ciento cuarenta hombres, entre los cuales figuró el hijo del
descubridor, Hernando Colón, que nos legó un relato del viaje.

En mayo de 1502 partieron de la península; el periplo los llevó a las islas de


Martinica, Dominica, La Española (pese a la prohibición), Jamaica y Cuba. De
allí navegó Colón hacia la costa de Honduras, Nicaragua, Costa Rica y
Panamá, donde logró rescatar (comerciar) cierta cantidad de oro. En noviembre
fundaron Portobelo y poco después, también en la costa panameña, Nombre
de Dios. Tras sufrir un ataque indígena hubieron de poner rumbo a Cuba, pero
naufragaron a la altura de Jamaica. Hasta ese momento, el cuarto viaje
colombino había servido para probar que desde Brasil a Honduras no existía
paso alguno hacia el oriente. Desde Jamaica, Colón despachó a siete de sus
hombres para que pidiesen socorro en La Española (Santo Domingo). Por fin,
en julio de 1504, los náufragos fueron rescatados. En noviembre de aquel año
Colón llegaba, ya muy enfermo, a España; falleció en mayo de 1506,
convencido de que su logro era haber abierto una nueva ruta hacia las indias.
Correspondería a Américo Vespucio señalar que un nuevo continente había
sido descubierto.

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