Alimentaria
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MÓDULO
Producción de Alimentos
y Soberanía Alimentaria
Agroecología - Introducción
En el modelo agroalimentario vigente en Argentina, se observa una dependencia creciente de insumos
externos y una fuerte tendencia a la uniformización del agro argentino, mientras que en las mesas de las y
los ciudadanas/os sucede algo parecido: encontramos dietas uniformes, pobres en nutrientes y con gran
presencia de alimentos ultraprocesados. Esto determina una serie de conflictos socio-ambientales
relacionados a la contaminación de las matrices ambientales (agua, aire, suelo) que genera problemas de
salud en la población, a la pérdida de sistemas de producción y al consumo de alimentos poco diversos, de
bajo perfil nutricional y contaminados con residuos de agroquímicos.
El presente módulo propone analizar algunos factores vinculados a la crisis que atraviesa el sistema
agroalimentario y reflexionar sobre la agroecología como un nuevo paradigma que tiene el potencial de
aportar criterios y herramientas para solucionar estos conflictos socio-ambientales.
El Sistema Agroalimentario Globalizado (SAG) ha configurado las relaciones sociales y económicas en torno
a los procesos de producción, transformación, distribución y consumo de alimentos, generando una profunda
separación entre seres humanos, otros seres vivos y naturaleza, entre derechos humanos y derechos
ambientales, que ocasiona crisis múltiples e interconectadas, enmarcadas en una gran crisis civilizatoria.
Según Nicholls (2021), nuestro planeta enfrenta 4 crisis interrelacionadas: Crisis económica-financiera, Crisis
energética, Crisis alimentaria, Crisis ecológica (en la cual el cambio climático constituye una manifestación).
Estos modelos, basados en el monocultivo, la alta dependencia de insumos externos y energía fósil, generan
múltiples consecuencias negativas:
consecuencias sobre los bienes naturales (degradación de suelos, contaminación de fuentes de agua,
pérdida de biodiversidad);
Las políticas agropecuarias influyen en el régimen alimentario y los riesgos para la salud relacionados con la
alimentación. Las decisiones que se toman determinan qué alimentos se producen, así como su cantidad y
calidad, lo cual influye en la disponibilidad, los precios y la calidad nutricional de estos alimentos. Esto, a su
vez, condiciona las decisiones que toman los/as consumidores/as en cuanto a los alimentos que compran y,
por consiguiente, en sus regímenes alimentarios (OPS, 2008. pág. 6). En este sentido, el monocultivo agrícola
y forestal, así como el de otras industrias (tales como la minera, alimentaria, comunicación, otras) generan la
monoalimentación industrializada.
Esta situación nos advierte de desórdenes sanitarios, sociales y ecológicos a partir de una
agroindustria que ha hecho de la alimentación un profundo caos sociocultural o una “sindemia
global”, como lo definió un trabajo de más de cuarenta científicos publicado en 2019 por The
Lancet. Vulnerando de este modo, derechos humanos –a la alimentación, a la salud, a la
información- en interrelación con los derechos ambientales.
En este sentido, la pandemia de COVID-19 es una de las manifestaciones de la crisis civilizatoria que
amenaza a la humanidad y al planeta, que ha visibilizado y profundizado la rápida degradación de los
ecosistemas locales, la concentración de recursos naturales y económicos, las desigualdades en el acceso a
derechos, la destrucción de los tejidos sociales que emergían en los últimos años, poniendo de manifiesto
que el SAG (basado en el uso de agroquímicos, la industrialización de los alimentos y el traslado de los
mismos a grandes distancias) es altamente insostenible y vulnerable a factores externos como desastres
naturales o pandemias, poniendo en riesgo la soberanía y seguridad alimentaria nutricional de las personas.
(Altieri y Nicholls, 2020). Abordar esta compleja situación que enfrenta la humanidad, significa adoptar un
paradigma que dé un mejor uso del sistema alimentario en el sentido de mejorar la nutrición y la salud,
considerando el impacto social y ambiental en la producción de alimentos. Es decir, que promueva dietas
sanas, sustentables, culturalmente apropiadas, basadas en la biodiversidad alimentaria y que sean
respetuosas del ambiente y accesibles para toda la población.
Los sistemas agroalimentarios convencionales son insostenibles. Son responsables de un tercio de las
emisiones globales de gases con efecto de invernadero (GEI), de la alarmante pérdida de biodiversidad, la
contaminación ambiental, la degradación del suelo y los recursos hídricos y el aumento de las desigualdades
sociales, sin brindar seguridad alimentaria y una nutrición adecuada para toda la población. Como indican
informes recientes del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), la
Plataforma Intergubernamental sobre Biodiversidad y Servicios de Ecosistemas (IPBES, por su sigla en
inglés), el Grupo de alto nivel de expertos en seguridad alimentaria y nutrición (HLPE) y otros, se reconoce
ampliamente que existe una necesidad urgente de una profunda transformación de los sistemas agrícolas y
alimentarios para cumplir simultáneamente los objetivos económicos, ambientales, sanitarios, sociales y
culturales. Las acciones incrementales enfocadas a mejorar la eficiencia del modelo dominante de la
revolución verde, aunque necesarios, no son suficientes para abordar los desafíos climáticos, ambientales,
de salud humana y sociales que enfrentamos hoy.
Cultivar en armonía con la naturaleza y las culturas es un imperativo necesario para cumplir con el Acuerdo
Climático de París, las metas del Convenio sobre la Diversidad Biológica (CDB) y la Convención de las
Naciones Unidas de Lucha contra la Desertificación (CNULD) posteriores a 2020 y los Objetivos de Desarrollo
Sostenible (ODS).
Se promueve la participación plena de todos los actores de los sistemas alimentarios, incluidas las y los
trabajadores/as, productores/as y consumidores/as que tienen arbitrio para decidir qué alimentos producir, los
modos de producción y elaboración, de almacenamiento, comercialización, transporte y consumo de los
mismos.
Por la creciente caída en la efectividad de los biocidas (debido a la aparición de especies tolerantes y
resistentes a estos), cada año se recomienda un aumento de las dosis y frecuencia, combinando dos o más
productos químicos. Los 38 millones de litros de biocidas que se aplicaban en 1990, hoy son
aproximadamente 500 millones, un aumento de más del 1300%. Sin embargo, el área cultivable aumentó
poco más del 50% en ese mismo periodo (de 20 a 37 millones de hectáreas) mientras que el rendimiento por
hectárea lo hizo en un 30% (Cabaleiro, 2019).
Estas sustancias rompen los equilibrios ecológicos y llevan al productor/a a gastar más dinero en insumos
para mantener los rendimientos, viendo su margen bruto (diferencia entre los ingresos y los costos) reducirse
cada año. En 20 años desaparecieron más de 100.000 productores/as (Censo Agropecuario 2018), quienes
han tenido que retirarse de la agricultura y vender sus campos, profundizando el proceso de concentración
de la propiedad de la tierra.
Esta crisis global es también una oportunidad para gestar profundos cambios.
A este respecto, Llamazares (2011) trae un abono para nutrir la reflexión sobre estos procesos críticos y
facilitar la comprensión del momento histórico que transitamos: la figura emblemática de Pachacútec, el
noveno inca. “El mismo nombre de este gran líder y sabio indígena (pácha: espacio-tiempo, aquí y ahora, la
tierra; cutec: cataclismo, giro completo, retorno) se convirtió en sinónimo de la llegada de una gran
transformación: un pachacuti”. Según la autora, este término designa un episodio de cambio radical que
implicaría, junto a la destrucción por los elementos naturales, el regreso a la energía de los orígenes y a la
sabiduría de la tierra. También puede indicar un renacimiento del mundo y, a través de su acepción más
poética, significa el resplandor de la aurora.
¿Qué es la Agroecología?
Por lo expuesto, ha quedado de manifiesto que impera la necesidad de fortalecer y potenciar la transición
hacia sistemas agroalimentarios de base agroecológica, focalizados en el cuidado del ambiente, la salud y
todas las formas de vida.
A partir de las diversas definiciones de agroecología, se reconoce la naturaleza transdisciplinaria del enfoque
agroecológico que abarca la ciencia, un conjunto de prácticas y un movimiento social (Agroecology Europe
2017; Méndez et al. 2013; Wezel et al. 2009), y la aplicación del concepto a sistemas agroalimentarios
completos, desde la producción de alimentos hasta el consumo, (Francis et al. 2003), e incluyendo la
producción no alimentaria (forrajes, fibras y combustible).
Como práctica, la agroecología se constituye en: técnicas, procesos y herramientas que integran
el conocimiento de los procesos naturales y socioeconómicos, para recuperar y aprovechar las
interacciones biológicas beneficiosas y potenciar sinergias entre los componentes de los
agroecosistemas. De este modo, se minimiza el uso de insumos externos que incrementan los costos
de producción, y se ponen en valor los procesos ecológicos y servicios ecosistémicos, para el
desarrollo e implementación de prácticas agrícolas (Wezel et al. 2014).
Las tres manifestaciones constitutivas de la agroecología (ciencia, práctica y movimiento social) presentan
interrelaciones entre sí y una coevolución entre ellas que constituye un enfoque holístico (Agroecología
Europa 2017; Gliessman 2018). Esto coincide con que la agroecología se describe cada vez más como un
enfoque transdisciplinario, participativo y orientado a la acción (Méndez et al. 2013; Gliessman 2018) en las
ciencias ecológicas, agrícolas, alimentarias, nutricionales y sociales.
Por ello, es importante reconocer que el enfoque agroecológico, además de contribuir con la seguridad
alimentaria, fundamentalmente tributa al concepto de soberanía alimentaria introducido por la organización
Vía Campesina en el año 1996, el cual la define como “la facultad de cada pueblo para definir sus propias
políticas agrarias y alimentarias de acuerdo a objetivos de desarrollo sostenible”. Esto implica fomentar el
mercado local y protegerlo frente a los productos excedentarios, muchas veces subsidiados, que se venden
a precios más bajos en el mercado internacional. La incorporación de un enfoque territorial del desarrollo y
de la seguridad y soberanía alimentarias permite apreciar la integralidad entre lo urbano y lo rural a través de
mercados, redes sociales e instituciones en un continuo espacial. Este enfoque implica:
“Incorporar la dimensión espacial y geográfica como una forma de superar o complementar las
estrategias sectoriales focalizadas en los actores sociales o los sectores económicos. Esto implica, por
lo tanto, el reconocimiento de la integralidad del desarrollo, los vínculos urbano-rural y la articulación
de las diferentes estrategias o políticas públicas que concurren simultáneamente en los espacios
territoriales” (FAO, 2010. Pág. 10).
Por otro lado, se considera que “aunque la soberanía como concepto está referida al Estado nación y, por
tanto, a la vinculación del país y sus reglas con el entorno internacional, este no solamente es un problema
de manejo nacional, ya que en la discusión sobre la soberanía se deben tener en cuenta, los gobiernos
subnacionales” (Betancourt García, 2006). De este modo, las políticas de Seguridad Alimentaria
Nutricional (SAN) deben tener criterios de seguridad y soberanía que tengan en cuenta las
características de la situación local, municipal, distrital o departamental, en relación a las condiciones
de la región y la nación. Esto constituye un gran desafío ya que implica la articulación entre las políticas
públicas de los diferentes niveles de gobierno. En este sentido, se debe construir una política de Estado que
retome los elementos generales de la soberanía y se construyan los instrumentos estratégicos aplicados a la
misma como parte de una política de seguridad nacional.
Los sistemas productivos convencionales requieren un cambio sistémico para volverse sostenibles, es decir,
la simple implementación de algunas prácticas y el cambio de algunas tecnologías no son suficientes, más
bien se requiere la aplicación de principios agroecológicos y un rediseño de los sistemas agrícolas (IPES-
Food 2016; Nicholls et al. 2016).
La FAO en 2018 describió por primera vez los 10 elementos de la agroecología (para más detalles ver Barrios
et al. 2020), y en 2019 el informe del Panel de Expertos de Alto Nivel en Seguridad Alimentaria y Nutrición de
la FAO, sintetizó la amplia gama de publicaciones diferentes que articulan un número creciente de principios,
declaraciones de principios y elementos existentes, y los consolidó en una lista de 13 principios.
Presentamos los 13 principios de la agroecología, establecidos de ese modo por la FAO, a continuación:
3. Salud del suelo Asegurar y mejorar la salud y el funcionamiento del suelo para mejorar
el crecimiento de las plantas, particularmente mediante el manejo de la
materia orgánica y la mejora de la actividad biológica del suelo.
10. Justicia Apoyar medios de vida dignos y sólidos para todos los actores
involucrados en los sistemas alimentarios, especialmente los
productores de alimentos a pequeña escala, basados en el comercio
justo, el empleo justo y el trato justo de los derechos de propiedad
intelectual.
Una característica clave de los principios consolidados es que, si bien están formulados de manera genérica,
en la práctica se aplican localmente, generando una diversidad de prácticas agroecológicas adecuadas a las
circunstancias locales (Sinclair et al. 2019). En este sentido, la creación conjunta de conocimientos, que
abarca la participación equitativa de una variedad de partes interesadas y especialmente el conocimiento local
de los agricultores es clave en el desarrollo de prácticas adaptadas localmente.
En este sentido, aporta una serie de beneficios a nivel nacional entre los que se pueden nombrar:
Por lo tanto:
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La FAO manifestó a través de su Director General en 2017 que "el futuro de la agricultura no es intensivo en
insumos, sino en conocimientos. Necesitamos el enfoque integrado que nos ofrece la agroecología".
Del mismo modo, la Relatora de Naciones Unidas, en su informe de enero de 2019 sobre la visita a la
Argentina, planteó que el impulso de programas locales de promoción agroecológica y el fortalecimiento de
los ya existentes en estos territorios, se presenta como una oportunidad para el impulso de un modelo
productivo donde se privilegie el abastecimiento local de alimentos para la población, la creación de empleo,
y el cuidado del ambiente.
Por su parte, la Comisión Europea hizo públicas en mayo de 2020 una serie de objetivos a nivel regional para
2030:
1. que el 25% de la superficie agraria total sea agroecológica,
2. que el uso de fertilizantes se reduzca al menos en un 20% y el de biocidas en un 50%, y
3. recortar en un 50% las ventas de antibióticos utilizados en la ganadería y la agricultura.
En este marco, la creación de la primera Dirección Nacional de Agroecología (DNAg) es una innovación
institucional de gran importancia para visibilizar, fomentar y consolidar, desde las políticas públicas, el actual
proceso de transición agroecológica que tiene lugar en el territorio argentino. Considerando un contexto
mundial que evidencia la profunda interdependencia y conexión entre agricultura, alimentos, salud y ambiente,
es fundamental reflexionar sobre el hecho de que los ecosistemas sostienen las economías.
“aportar en la definición de marcos conceptuales, políticos y normativos para que los planes y proyectos
del estado tengan incorporados los principios que permitan el desarrollo de la agroecología en el
territorio”.
Enfoque sistémico y la perspectiva participativa, son fundamentales para el abordaje de los territorios y la
determinación de problemáticas y potencialidades, para luego definir objetivos estratégicos que estén
realmente vinculados con las necesidades de las personas y sus prioridades.
Uno de los puntos fundamentales por los que nace y se desarrolla la agroecología a mediados de los años
70’ es a los efectos de solucionar las graves fallas sistémicas que posee el modelo de agricultura basado en
el uso intensivo de plaguicidas, cuyas externalidades negativas para las ciencias económicas y para el
Derecho Ambiental, se traducen en violaciones de derechos humanos sociales y ambientales que año a año
se van profundizando. Por ello, en los múltiples puntos de encuentro entre sistemas de producción
convencionales y cualquier tipo de población (escuela rural, zona periurbana, viviendas rurales) o
producciones orgánicas o agroecológicas, se manifiestan conflictos socio-ambientales.
En este sentido, la agroecología se presenta como un instrumento de protección de derechos, en virtud del
respeto que aquella promueve de los mismos, por ser un enfoque que integra las cuatro dimensiones del
desarrollo sustentable: social (equidad), económica (productividad), ambiental (sostenibilidad) y política
(empoderamiento), y fortalece la soberanía alimentaria del país. De este modo, se amplía el acceso al derecho
a la alimentación, al derecho a un ambiente sano, al derecho a un trabajo digno, etc.
En la medida que se trasciende el mito de que no se puede producir sin agroquímicos, muchos funcionarios
públicos han encontrado en la agroecología los ejes fundamentales para generar diversas estrategias
orientadas al diseño y planificación de un proceso de ordenamiento territorial que ha permitido superar los
conflictos socio-ambientales y generar externalidades positivas tales como: producción de alimentos frescos
de proximidad y de calidad nutricional superior, generación de condiciones de trabajo dignas y fortalecimiento
del arraigo, creación de fuentes de trabajo atractivas para jóvenes (agregado de valor, comercialización, etc)
y recuperación de la calidad del agua y de la fertilidad de los suelos, entre otras.
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La agroecología contribuye sustancialmente con el cumplimiento de los compromisos asumidos por Argentina
con la Agenda 2030 y de Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de las Naciones Unidas, dado que
colabora fuertemente en el cumplimiento de diversas metas:
Se reconocen múltiples procesos dentro de organizaciones sociales, centros de estudios y grupos campesinos
que permitieron el surgimiento de la agroecología en la Argentina desde fines de los años ochenta.
Impulsada por una creciente demanda ciudadana de alimentos sin biocidas, se consolidó una vasta red
formada por miles de productores, técnicos, investigadores, emprendedores y consumidores, que se
encuentra transformando el sistema agroalimentario desde los territorios, con organizaciones como MAELA,
RENAMA (Red Nacional de Municipios y Comunidades que fomentan la Agroecología), INTA, SAFCI, Foro
Agrario, UTEP (Unión de Trabajadores por la Economía Popular), CALISA (Cátedras Libres de Soberanía
Alimentaria), SAAE (Sociedad Argentina de Agroecología) y la UTT (Unión de Trabajadores de la Tierra) como
referentes de este proceso.
La falta de información relevada y consolidada de los diversos actores vinculados a la agroecología, es una
de las principales limitaciones para poder implementar políticas públicas que impacten en el fomento de la
misma.
Según el Censo Nacional Agropecuario de 2018, uno de cada 50 establecimientos producen alimentos de
base agroecológica, orgánica, biodinámica o permacultural. Se trata de un universo de 5277 establecimientos
que adoptaron prácticas agrícolas compatibles con las metas socioambientales suscriptas por el país.
En efecto, se detectaron 2.324 unidades productivas que practican agroecología, 2.544 que realizan
agricultura orgánica, y 409 unidades productivas que se dedican a la agricultura biodinámica.
En cuatro años, la RENAMA logró reunir a 29 municipios (12 de la provincia de Buenos Aires, 7 de Santa Fe,
7 de Córdoba, 1 de San Luis, 1 de Entre Ríos y 1 en Uruguay) y a 33 grupos de aprendizaje que nuclean a
85 técnicos y 170 productores/as (pequeños, medianos y grandes) que manejan en forma agroecológica casi
100.000 hectáreas. Se trata de un movimiento que abarca agricultores/as, profesionales de las ciencias
agrarias y de las ciencias sociales, municipios, entes gubernamentales, instituciones académicas y científicas,
y organizaciones de base, que se integran en una red de intercambio para compartir experiencias productivas
y conocimientos con el objetivo de favorecer la transición hacia la Agroecología.
Desde la perspectiva de un gremio de productores y productoras, la UTT impulsa desde 2014 un modelo de
producción de alimentos agroecológicos con el fin de transformar los sistemas de producción de los alimentos,
granos y forraje. La organización cuenta con 14800 familias productoras, de las cuales 250 ya realizaron la
transición hacia la agroecología. En la actualidad, la UTT nuclea 200 hectáreas en todo el país de producción
agroecológica tanto a campo como en invernadero, en frutales tropicales, de pepita y de carozo. Además
cuentan con un sistema de asistencia técnica de campesina a campesina, y con un sistema de
comercialización propio. Por su parte, el Movimiento de Trabajadores Excluidos cuenta entre sus miembros a
más de 400 familias, cultivando de manera agroecológica aproximadamente 300 hectáreas.
La agricultura biodinámica y la permacultura, que aplican los principios agroecológicos en el diseño de los
establecimientos productivos, vienen creciendo considerablemente en los últimos años. Según la AABDA
(Asociación Argentina de Agricultura Biodinámica) más de 1.150 hectáreas en el país cuentan con certificación
DEMETER, cuya producción está destinada en su mayoría a exportación, abarcando unos 45
establecimientos, de los cuales unos 30 son producciones agrícolas y el resto emprendimientos de
procesamiento y comercialización. Adicionalmente, existen cuatro grupos que incluyen 35 productores y 500
hectáreas que se encuentran implementando Sistemas Participativos de Garantía Biodinámicos, destinando
su producción exclusivamente al mercado interno. Por su lado, el Movimiento Autoconvocado de Permacultura
Argentina, informa que actualmente hay 20 establecimientos en 500 hectáreas produciendo alimentos para el
mercado interno siguiendo los principios permaculturales, acompañados por el asesoramiento de más de 15
técnicos/as.
El Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA), viene promoviendo la Agroecología desde hace
varios años a través de distintos programas. Por un lado, el programa Pro Huerta el cual desde hace más de
20 años llega a miles de escuelas y vecinos del territorio argentino. A su vez, desde 2019 el INTA coordina el
curso MOOC Agroecología orientado al público en general, en el cual más de 100.000 personas han
participado desde su primera edición. Además, el INTA cuenta con varias estaciones experimentales que
vienen trabajando lotes desde la visión agroecológica, pudiendo nombrar a las estaciones de Barrow,
Arrecifes, Bariloche, Valle Inferior, Pergamino, Bordenave, Reconquista. Por último, se ha conformado la Red
de Agroecología (REDAE) en la institución, desde la cual se trabaja “para brindarle al productor/a una
estrategia tecnológica donde se puedan minimizar los riesgos, estabilizar los rendimientos a largo plazo y
diversificar y maximizar los entornos”.
El programa Cambio Rural (CR), por su parte, muestra una tendencia creciente de grupos de productores/as
que incluyen el enfoque agroecológico. Un informe elaborado por la coordinación de CR revela que en el país
existen 14 grupos Agroecológicos, 20 grupos en Transición Agroecológica, 13 grupos que aplican Prácticas
Agroecológicas, 4 grupos Orgánicos y 4 grupos Mixtos (incluyen productores/as convencionales y en
agroecología). Éstos suman un total de 55 grupos distribuidos en 6 provincias, que involucran a casi 500
productores/as.
Del mismo modo, la Secretaría de Agricultura Familiar Campesina e Indígena viene desarrollando desde hace
15 años líneas de trabajo específicas de agroecología, con resultados muy significativos, especialmente en
los sectores más vulnerables, en relación al aumento del ingreso, el mejoramiento de las condiciones de
trabajo y de la calidad de vida de las familias productoras. Desde esta institución se viene promoviendo la
transición a la agroecología a través de asistencia técnica, capacitación y facilitación de procesos
organizativos de productores/as y consumidores/as para la obtención, distribución y acceso a alimentos
agroecológicos por parte de las poblaciones. Se ha facilitado la generación de ferias agroecológicas y de
grupos organizados de consumidores/as para compras comunitarias. Además, en articulación con otras
instituciones, se acompañó el desarrollo de diversas experiencias de Sistemas Participativos de Garantía
(SPG) en distintas provincias, los cuales constituyen sistemas de garantía de calidad adecuados al enfoque
agroecológico, permiten dar respuesta a la demanda institucional y social sobre cómo identificar/diferenciar a
las producciones agroecológicas. Operan fundamentalmente a nivel local y evalúan los sistemas de
producción desde una perspectiva integral y holística. Promoviendo el diálogo de saberes, los SPG
constituyen sistemas de gestión dinámicos y progresivos que conllevan a una mejora continua de la calidad.
A nivel científico, se registran permanentes avances desde las principales universidades del país para formar
a profesionales especializados en agroecología desde múltiples disciplinas científicas. En 2014, se creó la
primera licenciatura en Agroecología y la maestría en Agroecología en la Universidad Nacional de Rio Negro
con el objeto de “promover modelos de agricultura sustentable, de bajo impacto ambiental, respetando la
biodiversidad y la cultura de los habitantes”. Se incorporó una cátedra obligatoria de Agroecología en la
carrera de Ingeniería Agronómica de la Universidad de La Plata. A su vez, la Facultad de Agronomía de la
Universidad de Buenos Aires cuenta con una asignatura optativa dedicada a la Agroecología. La Universidad
Nacional de La Matanza y la Universidad Tecnológica Nacional en Trenque Lauquen, dictan una
especialización y una diplomatura respectivamente en Agroecología. Además, se cuenta con una Tecnicatura
Universitaria en Producción Agroecológica Periurbana de la Universidad de Hurlingham. En 2018 se crea la
Sociedad Argentina de Agroecología, y en 2019 se hace el primer Congreso Nacional de Agroecología. Estas
propuestas curriculares y pedagógicas que posicionan a la agroecología como ciencia desde las
universidades públicas, son reflejo de una demanda social en relación a las consecuencias sociales y
ambientales del sistema agroalimentario dominante, y de una demanda académica creciente de estudiantes
que no se ven contemplados en la formación actual orientada a la agricultura a base de insumos.
Los avances aquí presentados, logrados por la voluntad y la cooperación de una vasta red
de actores, se encuentran en una etapa de grandes desafíos para poder consolidar a la
agroecología como una propuesta que sea adoptada por el sistema agroalimentario en su
totalidad.
Diversos estados nacionales y organismos internacionales, así como una ciudadanía global
concientizada, exigen y demandan la agroecología como respuesta concreta y urgente a la
crisis alimentaria, climática, ecológica, sanitaria y de desigualdad, que está atravesando
nuestra civilización.
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