Papa Francisco Teresa Lisieux Confianza

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Exhortación Apostólica
«C'est la confiance»
Libro electrónico y texto de la
Exhortación Apostólica «C'est la
confiance» del Papa Francisco,
sobre la confianza en el Amor
Misericordioso de Dios y Santa
Teresa de Lisieux.

17/10/2023

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Sumario de la Exhortación
Apostólica C'est la confiance

Introducción

1.Jesús para los demás

2. El caminito de la confianza y del


amor

3. Seré el amor

4. En el corazón del Evangelio

Introducción

1. « C’est la confiance et rien que la


confiance qui doit nous conduire à
l'Amour»: «La confianza, y nada más
que la confianza, puede conducirnos
al Amor». [1]

2. Estas palabras tan contundentes de


santa Teresa del Niño Jesús y de la
Santa Faz lo dicen todo, resumen la
genialidad de su espiritualidad y
bastarían para justificar que se la
haya declarado doctora de la Iglesia.
Sólo la confianza, “nada más”, no hay
otro camino por donde podamos ser
conducidos al Amor que todo lo da.
Con la confianza, el manantial de la
gracia desborda en nuestras vidas, el
Evangelio se hace carne en nosotros y
nos convierte en canales de
misericordia para los hermanos.

3. Es la confianza la que nos sostiene


cada día y la que nos mantendrá de
pie ante la mirada del Señor cuando
nos llame junto a Él: «En la tarde de
esta vida, compareceré delante de ti
con las manos vacías, pues no te pido,
Señor, que lleves cuenta de mis
obras. Todas nuestras justicias tienen
manchas a tus ojos. Por eso, yo quiero
revestirme de tu propia Justicia y
recibir de tu Amor la posesión eterna
de Ti mismo». [2]
4. Teresita es una de las santas más
conocidas y queridas en todo el
mundo. Como sucede con san
Francisco de Asís, es amada incluso
por no cristianos y no creyentes.
También ha sido reconocida por la
UNESCO entre las figuras más
significativas para la humanidad
contemporánea. [3] Nos hará bien
profundizar su mensaje al
conmemorar el 150.º aniversario de
su nacimiento, que tuvo lugar en
Alençon el 2 de enero de 1873, y el
centenario de su beatificación. [4]
Pero no he querido hacer pública esta
Exhortación en alguna de esas fechas,
o el día de su memoria, para que este
mensaje vaya más allá de esa
celebración y sea asumido como
parte del tesoro espiritual de la
Iglesia. La fecha de esta publicación,
memoria de santa Teresa de Ávila,
quiere presentar a santa Teresa del
Niño Jesús y de la Santa Faz como
fruto maduro de la reforma del
Carmelo y de la espiritualidad de la
gran santa española.

5. Su vida terrena fue breve, apenas


veinticuatro años, y sencilla como
una más, transcurrida primero en su
familia y luego en el Carmelo de
Lisieux. La extraordinaria carga de
luz y de amor que irradiaba su
persona se manifestó
inmediatamente después de su
muerte con la publicación de sus
escritos y con las innumerables
gracias obtenidas por los fieles que la
invocaban.

6. La Iglesia reconoció rápidamente


el valor extraordinario de su figura y
la originalidad de su espiritualidad
evangélica. Teresita conoció al Papa
León XIII con motivo de la
peregrinación a Roma en 1887 y le
pidió permiso para entrar en el
Carmelo a la edad de quince años.
Poco después de su muerte, san Pío X
percibió su enorme estatura
espiritual, tanto que afirmó que se
convertiría en la santa más grande de
los tiempos modernos. Declarada
venerable en 1921 por Benedicto XV,
que elogió sus virtudes centrándolas
en el “caminito” de la infancia
espiritual, [5] fue beatificada hace
cien años y luego canonizada el 17 de
mayo de 1925 por Pío XI, quien
agradeció al Señor por permitirle que
Teresa del Niño Jesús y de la Santa
Faz fuera “la primera beata que elevó
a los honores de los altares y la
primera santa canonizada por él”. [6]
El mismo Papa la declaró patrona de
las Misiones en 1927. [7]Fue
proclamada una de las patronas de
Francia en 1944 por el venerable Pío
XII, [8] que en varias ocasiones
profundizó el tema de la infancia
espiritual. [9] A san Pablo VI le
gustaba recordar su bautismo,
recibido el 30 de septiembre de 1897,
día de la muerte de santa Teresita, y
en el centenario de su nacimiento
dirigió al obispo de Bayeux y Lisieux
un escrito sobre su doctrina. [10]
Durante su primer viaje apostólico a
Francia, en junio de 1980, san Juan
Pablo II fue a la basílica dedicada a
ella y en 1997 la declaró doctora de la
Iglesia, [11] considerándola además
«como experta en la scientia amoris».
[12] Benedicto XVI retomó el tema de
su “ ciencia del amor”, proponiéndola
como «guía para todos, sobre todo
para quienes, en el pueblo de Dios,
desempeñan el ministerio de
teólogos». [13] Finalmente, tuve la
alegría de canonizar a sus padres
Luis y Celia en el año 2015, durante el
Sínodo sobre la familia, y
recientemente le dediqué una
catequesis en el ciclo sobre el celo
apostólico. [14]

1. Jesús para los demás

7. En el nombre que ella eligió como


religiosa se destaca Jesús: el “Niño”
que manifiesta el misterio de la
Encarnación y la “Santa Faz”, es
decir, el rostro de Cristo que se
entrega hasta el fin en la Cruz. Ella es
“santa Teresa del Niño Jesús y de la
Santa Faz”.

8. El Nombre de Jesús es
continuamente “respirado” por
Teresa como acto de amor, hasta el
último aliento. También había
grabado estas palabras en su celda:
“Jesús es mi único amor”. Fue su
interpretación de la afirmación
culminante del Nuevo Testamento:
«Dios es amor» (1 Jn 4,8.16).
Alma misionera

9. Como sucede en todo encuentro


auténtico con Cristo, esta experiencia
de fe la convocaba a la misión.
Teresita pudo definir su misión con
estas palabras: «En el cielo desearé lo
mismo que deseo ahora en la tierra:
amar a Jesús y hacerle amar». [15]
Escribió que había entrado al
Carmelo «para salvar almas». [16] Es
decir, no entendía su consagración a
Dios sin la búsqueda del bien de los
hermanos. Ella compartía el amor
misericordioso del Padre por el hijo
pecador y el del Buen Pastor por las
ovejas perdidas, lejanas, heridas. Por
eso es patrona de las misiones,
maestra de evangelización.

10. Las últimas páginas de Historia de


un alma [17] son un testamento
misionero, expresan su modo de
entender la evangelización por
atracción, [18] no por presión o
proselitismo. Vale la pena leer cómo
lo sintetiza ella misma: «“ Atráeme, y
correremos tras el olor de tus
perfumes”. ¡Oh, Jesús!, ni siquiera es,
pues, necesario decir: Al atraerme a
mí, atrae también a las almas que
amo. Esta simple palabra, “Atráeme”,
basta. Lo entiendo, Señor. Cuando un
alma se ha dejado fascinar por el
perfume embriagador de tus
perfumes, ya no puede correr sola,
todas las almas que ama se ven
arrastradas tras de ella. Y eso se hace
sin tensiones, sin esfuerzos, como una
consecuencia natural de su propia
atracción hacia ti. Como un torrente
que se lanza impetuosamente hacia
el océano arrastrando tras de sí todo
lo que encuentra a su paso, así, Jesús
mío, el alma que se hunde en el
océano sin riberas de tu amor atrae
tras de sí todos los tesoros que
posee... Señor, tú sabes que yo no
tengo más tesoros que las almas que
tú has querido unir a la mía». [19]

11. Aquí ella cita las palabras que la


novia dirige al novio en el Cantar de
los Cantares (1,3-4), según la
interpretación profundizada por los
dos doctores del Carmelo, santa
Teresa de Jesús y san Juan de la Cruz.
El Esposo es Jesús, el Hijo de Dios que
se unió a nuestra humanidad en la
Encarnación y la redimió en la Cruz.
Allí, desde su costado abierto, dio a
luz a la Iglesia, su amada Esposa, por
la que entregó su vida (cf. Ef 5,25). Lo
que llama la atención es cómo
Teresita, consciente de que está cerca
de la muerte, no vive este misterio
encerrada en sí misma, sólo en un
sentido consolador, sino con un
ferviente espíritu apostólico.

La gracia que nos libera de la


autorreferencialidad

12. Algo semejante ocurre cuando se


refiere a la acción del Espíritu Santo,
que adquiere de inmediato un
sentido misionero: «Esa es mi
oración. Yo pido a Jesús que me
atraiga a las llamas de su amor, que
me una tan íntimamente a Él que sea
Él quien viva y quien actúe en mí.
Siento que cuanto más abrase mi
corazón el fuego del amor, con mayor
fuerza diré: “Atráeme”; y que cuanto
más se acerquen las almas a mí
(pobre trocito de hierro, si me alejase
de la hoguera divina), más ligeras
correrán tras los perfumes de su
Amado. Porque un alma abrasada de
amor no puede estarse inactiva». [20]

13. En el corazón de Teresita, la


gracia del bautismo se convierte en
un torrente impetuoso que
desemboca en el océano del amor de
Cristo, arrastrando consigo una
multitud de hermanas y hermanos, lo
que ocurrió especialmente después
de su muerte. Fue su prometida
«lluvia de rosas». [21]

2. El caminito de la confianza y del


amor

14. Uno de los descubrimientos más


importantes de Teresita, para el bien
de todo el Pueblo de Dios, es su
“caminito”, el camino de la confianza
y del amor, también conocido como el
camino de la infancia espiritual.
Todos pueden seguirlo, en cualquier
estado de vida, en cada momento de
la existencia. Es el camino que el
Padre celestial revela a los pequeños
(cf. Mt 11,25).

15. Teresita relató el descubrimiento


del caminito en la Historia de un
alma: [22] «A pesar de mi pequeñez,
puedo aspirar a la santidad.
Agrandarme es imposible; tendré que
soportarme tal cual soy, con todas
mis imperfecciones. Pero quiero
buscar la forma de ir al cielo por un
caminito muy recto y muy corto, por
un caminito totalmente nuevo». [23]

16. Para describirlo, usa la imagen


del ascensor: «¡El ascensor que ha de
elevarme hasta el cielo son tus
brazos, Jesús! Y para eso, no necesito
crecer; al contrario, tengo que seguir
siendo pequeña, tengo que
empequeñecerme más y más». [24]
Pequeña, incapaz de confiar en sí
misma, aunque firmemente segura
en la potencia amorosa de los brazos
del Señor.

17. Es el “dulce camino del amor”,


[25] abierto por Jesús a los pequeños
y a los pobres, a todos. Es el camino
de la verdadera alegría. Frente a una
idea pelagiana de santidad, [26]
individualista y elitista, más ascética
que mística, que pone el énfasis
principal en el esfuerzo humano,
Teresita subraya siempre la primacía
de la acción de Dios, de su gracia. Así
llega a decir: «Sigo teniendo la misma
confianza audaz de llegar a ser una
gran santa, pues no me apoyo en mis
méritos —que no tengo ninguno—,
sino en Aquel que es la Virtud y la
Santidad mismas. Sólo Él,
conformándose con mis débiles
esfuerzos, me elevará hasta Él y,
cubriéndome con sus méritos
infinitos, me hará santa». [27]

Más allá de todo mérito

18. Este modo de pensar no contrasta


con la tradicional enseñanza católica
sobre el crecimiento de la gracia; es
decir que, justificados gratuitamente
por la gracia santificante, somos
transformados y capacitados para
cooperar con nuestras buenas
acciones en un camino de
crecimiento en la santidad. De este
modo somos elevados de tal manera
que podemos tener reales méritos
para el desarrollo de la gracia
recibida.
19. Teresita, sin embargo, prefiere
destacar el primado de la acción
divina e invitar a la confianza plena
mirando el amor de Cristo que se nos
ha dado hasta el fin. En el fondo, su
enseñanza es que, dado que no
podemos tener certeza alguna
mirándonos a nosotros mismos, [28]
tampoco podemos tener certeza de
poseer méritos propios. Entonces no
es posible confiar en estos esfuerzos
o cumplimientos. El Catecismo ha
querido citar las palabras de santa
Teresita cuando dice al Señor:
«Compareceré delante de ti con las
manos vacías», [29] para expresar
que «los santos han tenido siempre
una conciencia viva de que sus
méritos eran pura gracia». [30] Esta
convicción despierta una gozosa y
tierna gratitud.

20. Por consiguiente, la actitud más


adecuada es depositar la confianza
del corazón fuera de nosotros
mismos: en la infinita misericordia
de un Dios que ama sin límites y que
lo ha dado todo en la Cruz de
Jesucristo. [31] Por esta razón
Teresita nunca usa la expresión,
frecuente en su tiempo, “me haré
santa”.

21. Sin embargo, su confianza sin


límites alienta a quienes se sienten
frágiles, limitados, pecadores, a
dejarse llevar y transformar para
llegar alto: «Si todas las almas débiles
e imperfectas sintieran lo que siente
la más pequeña de todas las almas, el
alma de tu Teresita, ni una sola
perdería la esperanza de llegar a la
cima de la montaña del amor, pues
Jesús no pide grandes hazañas, sino
únicamente abandono y gratitud».
[32]

22. Esta misma insistencia de Teresita


en la iniciativa divina hace que,
cuando habla de la Eucaristía, no
ponga en primer lugar su deseo de
recibir a Jesús en la sagrada
comunión, sino el deseo de Jesús que
quiere unirse a nosotros y habitar en
nuestros corazones. [33] En la
Ofrenda al amor misericordioso,
sufriendo por no poder recibir la
comunión todos los días, dice a Jesús:
«Quédate en mí como en el sagrario».
[34] El centro y el objeto de su mirada
no es ella misma con sus necesidades,
sino Cristo que ama, que busca, que
desea, que habita en el alma.

El abandono cotidiano

23. La confianza que Teresita


promueve no debe entenderse sólo
en referencia a la propia
santificación y salvación. Tiene un
sentido integral, que abraza la
totalidad de la existencia concreta y
se aplica a nuestra vida entera, donde
muchas veces nos abruman los
temores, el deseo de seguridades
humanas, la necesidad de tener todo
bajo nuestro control. Aquí es donde
aparece la invitación al santo
“abandono”.

24. La confianza plena, que se vuelve


abandono en el Amor, nos libera de
los cálculos obsesivos, de la constante
preocupación por el futuro, de los
temores que quitan la paz. En sus
últimos días Teresita insistía en esto:
«Los que corremos por el camino del
amor creo que no debemos pensar en
lo que pueda ocurrirnos de doloroso
en el futuro, porque eso es faltar a la
confianza». [35] Si estamos en las
manos de un Padre que nos ama sin
límites, eso será verdad pase lo que
pase, saldremos adelante más allá de
lo que ocurra y, de un modo u otro, se
cumplirá en nuestras vidas su
proyecto de amor y plenitud.

Un fuego en medio de la noche

25. Teresita vivía la fe más fuerte y


segura en la oscuridad de la noche e
incluso en la oscuridad del Calvario.
Su testimonio alcanzó el punto
culminante en el último período de
su vida, en la gran «prueba contra la
fe», [36] que comenzó en la Pascua de
1896. En su relato, [37] ella pone esta
prueba en relación directa con la
dolorosa realidad del ateísmo de su
tiempo. Vivió de hecho a finales del
siglo XIX, que fue la “edad de oro” del
ateísmo moderno, como sistema
filosófico e ideológico. Cuando
escribió que Jesús había permitido
que su alma «se viese invadida por
las más densas tinieblas», [38] estaba
indicando la oscuridad del ateísmo y
el rechazo de la fe cristiana. En unión
con Jesús, que recibió en sí toda la
oscuridad del pecado del mundo
cuando aceptó beber el cáliz de la
Pasión, Teresita percibe en esa noche
tenebrosa la desesperación, el vacío
de la nada. [39]

26. Pero la oscuridad no puede


extinguir la luz: ella ha sido
conquistada por Aquel que ha venido
al mundo como luz (cf. Jn 12,46). [40]
El relato de Teresita manifiesta el
carácter heroico de su fe, su victoria
en el combate espiritual, frente a las
tentaciones más fuertes. Se siente
hermana de los ateos y sentada, como
Jesús, a la mesa con los pecadores (cf.
Mt 9,10-13). Intercede por ellos,
mientras renueva continuamente su
acto de fe, siempre en comunión
amorosa con el Señor: «Corro hacia
mi Jesús y le digo que estoy dispuesta
a derramar hasta la última gota de mi
sangre por confesar que existe un
cielo; le digo que me alegro de no
gozar de ese hermoso cielo aquí en la
tierra para que Él lo abra a los pobres
incrédulos por toda la eternidad».
[41]

27. Junto con la fe, Teresa vive


intensamente una confianza
ilimitada en la infinita misericordia
de Dios: «la confianza puede
conducirnos al Amor». [42] Vive, aun
en la oscuridad, la confianza total del
niño que se abandona sin miedo en
los brazos de su padre y de su madre.
Para Teresita, de hecho, Dios brilla
ante todo a través de su misericordia,
clave de comprensión de cualquier
otra cosa que se diga de Él: «A mí me
ha dado su misericordia infinita, ¡y a
través de ella contemplo y adoro las
demás perfecciones divinas…!
Entonces todas se me presentan
radiantes de amor; incluso la justicia
(y quizás ésta más aún que todas las
demás) me parece revestida de
amor». [43] Este es uno de los
descubrimientos más importantes de
Teresita, una de las mayores
contribuciones que ha ofrecido a todo
el Pueblo de Dios. De modo
extraordinario penetró en las
profundidades de la misericordia
divina y de allí sacó la luz de su
esperanza ilimitada.

Una firmísima esperanza

28. Antes de su entrada en el


Carmelo, Teresita había
experimentado una singular cercanía
espiritual con una de las personas
más desventuradas, el criminal Henri
Pranzini, condenado a muerte por
triple asesinato y no arrepentido. [44]
Al ofrecer la Misa por él y rezar con
total confianza por su salvación, sin
dudar lo pone en contacto con la
Sangre de Jesús y dice a Dios que está
segurísima de que en el último
momento Él lo perdonaría y que ella
lo creería «aunque no se confesase ni
diese muestra alguna de
arrepentimiento». Da la razón de su
certeza: «Tanta confianza tenía en la
misericordia infinita de Jesús». [45]
Cuánta emoción, luego, al descubrir
que Pranzini, subido al cadalso, «de
repente, tocado por una súbita
inspiración, se volvió, cogió el
crucifijo que le presentaba el
sacerdote ¡y besó por tres veces sus
llagas sagradas…!». [46] Esta
experiencia tan intensa de esperar
contra toda esperanza fue
fundamental para ella: «A partir de
esta gracia sin igual, mi deseo de
salvar almas fue creciendo de día en
día». [47]

29. Teresita es consciente del drama


del pecado, aunque siempre la vemos
inmersa en el misterio de Cristo, con
la certeza de que «donde abundó el
pecado, sobreabundó la gracia» ( Rm
5,20). El pecado del mundo es
inmenso, pero no es infinito. En
cambio, el amor misericordioso del
Redentor, este sí es infinito. Teresita
es testigo de la victoria definitiva de
Jesús sobre todas las fuerzas del mal
a través de su pasión, muerte y
resurrección. Movida por la
confianza, se atreve a plantear:
«Jesús, haz que yo salve muchas
almas, que hoy no se condene ni una
sola [...]. Jesús, perdóname si digo
cosas que no debiera decir, sólo
quiero alegrarte y consolarte». [48]
Esto nos permite pasar a otro aspecto
de ese aire fresco que es el mensaje
de santa Teresa del Niño Jesús y de la
Santa Faz.

3. Seré el amor

30. “Más grande” que la fe y la


esperanza, la caridad nunca pasará
(cf. 1 Co 13,8-13). Es el mayor regalo
del Espíritu Santo y es «madre y raíz
de todas las virtudes». [49]

La caridad como trato personal de


amor

31. La Historia de un alma es un


testimonio de caridad, donde Teresita
nos ofrece un comentario sobre el
mandamiento nuevo de Jesús:
«Ámense los unos a los otros, como
yo los he amado» ( Jn 15,12). [50]
Jesús tiene sed de esta respuesta a su
amor. De hecho, «no vacila en
mendigar un poco de agua a la
Samaritana. Tenía sed… Pero al decir:
“Dame de beber”, lo que estaba
pidiendo el Creador del universo era
el amor de su pobre criatura. Tenía
sed de amor». [51] Teresita quiere
corresponder al amor de Jesús ,
devolverle amor por amor. [52]
32. El simbolismo del amor esponsal
expresa la reciprocidad del don de sí
entre el novio y la novia. Así,
inspirada por el Cantar de los
Cantares (2,16), escribe: «Yo pienso
que el corazón de mi Esposo es sólo
para mí, como el mío es sólo para él, y
por eso le hablo en la soledad de este
delicioso corazón a corazón, a la
espera de llegar a contemplarlo un
día cara a cara». [53] Aunque el
Señor nos ama juntos como Pueblo, al
mismo tiempo la caridad obra de un
modo personalísimo, “de corazón a
corazón”.

33. Teresita tiene la viva certeza de


que Jesús la amó y conoció
personalmente en su Pasión: «Me
amó y se entregó por mí» ( Ga 2,20).
Contemplando a Jesús en su agonía,
ella le dice: «Me has visto». [54] Del
mismo modo le dice al Niño Jesús en
los brazos de su Madre: «Con tu
pequeña mano, que halagaba a
María, sustentabas el mundo y la vida
le dabas. Y pensabas en mí». [55] Así,
también al comienzo de la Historia de
un alma, ella contempla el amor de
Jesús por todos y cada uno como si
fuera único en el mundo. [56]

34. El acto de amor “Jesús, te amo”,


continuamente vivido por Teresita
como la respiración, es su clave de
lectura del Evangelio. Con ese amor
se sumerge en todos los misterios de
la vida de Cristo, de los cuales se hace
contemporánea, habitando el
Evangelio con María y José, María
Magdalena y los Apóstoles. Junto a
ellos penetra en las profundidades
del amor del Corazón de Jesús.
Veamos un ejemplo: «Cuando veo a
Magdalena adelantarse, en presencia
de los numerosos invitados, y regar
con sus lágrimas los pies de su
Maestro adorado, a quien toca por
primera vez, siento que su corazón
ha comprendido los abismos de amor
y de misericordia del corazón de
Jesús y que, por más pecadora que
sea, ese corazón de amor está
dispuesto, no sólo a perdonarla, sino
incluso a prodigarle los favores de su
intimidad divina y a elevarla hasta
las cumbres más altas de la
contemplación». [57]
El amor más grande en la mayor
sencillez

35. Al final de la Historia de un alma,


Teresita nos regaló su Ofrenda como
víctima de holocausto al amor
misericordioso de Dios. [58] Cuando
ella se entregó en plenitud a la acción
del Espíritu recibió, sin estridencias
ni signos vistosos, la
sobreabundancia del agua viva: «los
ríos, o, mejor los océanos de gracias
que han venido a inundar mi alma».
[59] Es la vida mística que, aun
privada de fenómenos
extraordinarios, se propone a todos
los fieles como experiencia diaria de
amor.

36. Teresita vive la caridad en la


pequeñez, en las cosas más simples
de la existencia cotidiana, y lo hace
en compañía de la Virgen María,
aprendiendo de ella que « amar es
darlo todo, darse incluso a sí mismo».
[60] De hecho, mientras que los
predicadores de su tiempo hablaban
a menudo de la grandeza de María de
manera triunfalista, como alejada de
nosotros, Teresita muestra, a partir
del Evangelio, que María es la más
grande del Reino de los Cielos porque
es la más pequeña (cf . Mt 18,4), la
más cercana a Jesús en su
humillación. Ella ve que, si los relatos
apócrifos están llenos de episodios
llamativos y maravillosos, los
Evangelios nos muestran una vida
humilde y pobre, que transcurre en
la simplicidad de la fe. Jesús mismo
quiere que María sea el ejemplo del
alma que lo busca con una fe
despojada. [61] María fue la primera
en vivir el “caminito” en pura fe y
humildad; así que Teresita no duda
en escribir:

«Yo sé que en Nazaret, Madre llena


de gracia,

viviste pobremente sin ambición de


más.

¡ Ni éxtasis, ni raptos, ni sonoros


milagros

tu vida embellecieron, Reina del


Santoral…!
Muchos son en la tierra los pequeños
y humildes:

sus ojos hacia ti pueden sin miedo


alzar.

Madre, te place andar por la vía


común,

para guiar las almas al feliz Más


Allá». [62]

37. Teresita también nos ha ofrecido


relatos que dan cuenta de algunos
momentos de gracia vividos en medio
de la sencillez diaria, como su
repentina inspiración cuando
acompañaba a una hermana enferma
con carácter difícil. Pero siempre se
trata de experiencias de una caridad
más intensa vivida en las situaciones
más ordinarias: «Una tarde de
invierno estaba yo, como de
costumbre, cumpliendo con mi tarea.
Hacía frío y era de noche… De pronto,
oí a lo lejos el sonido armonioso de
un instrumento musical. Entonces
me imaginé un salón muy iluminado,
todo resplandeciente de ricos
dorados; unas jóvenes elegantemente
vestidas se hacían unas a otras toda
suerte de cumplidos y de cortesías
mundanas. Luego mi mirada se posó
sobre la pobre enferma a la que
estaba sosteniendo: en vez de una
melodía, escuchaba de tanto en tanto
sus gemidos lastimeros; en vez de
ricos dorados, veía los ladrillos de
nuestro austero claustro apenas
alumbrado por una lucecita. No
puedo expresar lo que pasó en mi
alma. Lo que sí sé es que el Señor la
iluminó con los rayos de la verdad,
que excedían de tal forma el brillo
tenebroso de las fiestas de la tierra,
que no podía creer en mi felicidad...
No, no cambiaría los diez minutos
que me llevó realizar mi humilde
servicio de caridad por gozar mil
años de fiestas mundanas». [63]

En el corazón de la Iglesia

38. Teresita heredó de santa Teresa


de Ávila un gran amor a la Iglesia y
pudo llegar a lo hondo de este
misterio. Lo vemos en su
descubrimiento del “corazón de la
Iglesia”. En una larga oración a Jesús,
[64] escrita el 8 de septiembre de
1896, sexto aniversario de su
profesión religiosa, la santa confió al
Señor que se sentía animada por un
inmenso deseo, por una pasión por el
Evangelio que ninguna vocación por
sí sola podía satisfacer. Y así, en
busca de su “lugar” en la Iglesia,
había releído los capítulos 12 y 13 de
la Primera Carta de san Pablo a los
corintios.

39. En el capítulo 12, el Apóstol utiliza


la metáfora del cuerpo y sus
miembros para explicar que la Iglesia
incluye una gran variedad de
carismas ordenados según un orden
jerárquico. Pero esta descripción no
es suficiente para Teresita. Ella
continuó su investigación, leyó el
“himno a la caridad” del capítulo 13,
allí encontró la gran respuesta y
escribió esta página memorable: «Al
mirar el cuerpo místico de la Iglesia,
yo no me había reconocido en
ninguno de los miembros descritos
por san Pablo; o, mejor dicho, quería
reconocerme en todos ellos... La
caridad me dio la clave de mi
vocación. Comprendí que si la Iglesia
tenía un cuerpo, compuesto de
diferentes miembros, no podía
faltarle el más necesario, el más
noble de todos ellos. Comprendí que
la Iglesia tenía un corazón, y que ese
corazón estaba ardiendo de amor.
Comprendí que sólo el amor podía
hacer actuar a los miembros de la
Iglesia; que si el amor llegaba a
apagarse, los apóstoles ya no
anunciarían el Evangelio y los
mártires se negarían a derramar su
sangre… Comprendí que el amor
encerraba en sí todas las vocaciones,
que el amor lo era todo, que el amor
abarcaba todos los tiempos y
lugares... En una palabra, ¡que el
amor es eterno...! Entonces, al borde
de mi alegría delirante, exclamé:
¡Jesús, amor mío..., al fin he
encontrado mi vocación! ¡Mi
vocación es el amor...! Sí, he
encontrado mi puesto en la Iglesia, y
ese puesto, Dios mío, eres tú quien
me lo ha dado… En el corazón de la
Iglesia, mi Madre, yo seré el amor...
Así lo seré todo... ¡¡¡Así mi sueño se
verá hecho realidad…!!!». [65]
40. No es el corazón de una Iglesia
triunfalista, es el corazón de una
Iglesia amante, humilde y
misericordiosa. Teresita nunca se
pone por encima de los demás, sino
en el último lugar con el Hijo de Dios,
que por nosotros se convirtió en
siervo y se humilló, haciéndose
obediente hasta la muerte en una
cruz (cf. Flp 2,7-8).

41. Tal descubrimiento del corazón


de la Iglesia es también una gran luz
para nosotros hoy, para no
escandalizarnos por los límites y
debilidades de la institución
eclesiástica, marcada por oscuridades
y pecados, y entrar en su corazón
ardiente de amor, que se encendió en
Pentecostés gracias al don del
Espíritu Santo. Es ese corazón cuyo
fuego se aviva más aún con cada uno
de nuestros actos de caridad. “Yo seré
el amor”, esta es la opción radical de
Teresita, su síntesis definitiva, su
identidad espiritual más personal.

Lluvia de rosas

42. Después de muchos siglos en que


tantos santos expresaron con mucho
fervor y belleza sus deseos de “ir al
cielo”, santa Teresita reconoció, con
gran sinceridad: «Yo sufría por aquel
entonces grandes pruebas interiores
de todo tipo (hasta llegar a
preguntarme a veces si existía un
cielo)». [66] En otro momento dijo:
«Cuando canto la felicidad del cielo y
la eterna posesión de Dios, no
experimento la menor alegría, pues
canto simplemente lo que quiero
creer». [67] ¿Qué ha sucedido? Que
ella estaba escuchando la llamada de
Dios a poner fuego en el corazón de la
Iglesia más que a soñar con su propia
felicidad.

43. La transformación que se produjo


en ella le permitió pasar de un
fervoroso deseo del cielo a un
constante y ardiente deseo del bien
de todos, culminando en el sueño de
continuar en el cielo su misión de
amar a Jesús y hacerlo amar. En este
sentido, en una de sus últimas cartas
escribió: «Tengo la confianza de que
no voy a estar inactiva en el cielo. Mi
deseo es seguir trabajando por la
Iglesia y por las almas». [68] Y en esos
mismos días dijo, de modo más
directo: «Pasaré mi cielo en la tierra
hasta el fin del mundo. Sí, yo quiero
pasar mi cielo haciendo el bien en la
tierra». [69]

44. Así Teresita expresaba su


respuesta más convencida al don
único que el Señor le estaba
regalando, a esa luz sorprendente
que Dios estaba derramando en ella.
De este modo llegaba a la última
síntesis personal del Evangelio, que
partía de la confianza plena hasta
culminar en el don total por los
demás. Ella no dudaba de la
fecundidad de esa entrega: «Pienso
en todo el bien que podré hacer
después de la muerte». [70] «Dios no
me daría este deseo de hacer el bien
en la tierra después de mi muerte, si
no quisiera hacerlo realidad». [71]
«Será como una lluvia de rosas». [72]

45. Se cierra el círculo. « C’est la


confiance». Es la confianza la que nos
lleva al Amor y así nos libera del
temor, es la confianza la que nos
ayuda a quitar la mirada de nosotros
mismos, es la confianza la que nos
permite poner en las manos de Dios
lo que sólo Él puede hacer. Esto nos
deja un inmenso caudal de amor y de
energías disponibles para buscar el
bien de los hermanos. Y así, en medio
del sufrimiento de sus últimos días,
Teresita podía decir: « Sólo cuento ya
con el amor». [73] Al final sólo cuenta
el amor. La confianza hace brotar las
rosas y las derrama como un
desbordamiento de la
sobreabundancia del amor divino.
Pidámosla como don gratuito, como
regalo precioso de la gracia, para que
se abran en nuestra vida los caminos
del Evangelio.

4. En el corazón del Evangelio

46. En Evangelii gaudium insistí en la


invitación a regresar a la frescura del
manantial, para poner el acento en
aquello que es esencial e
indispensable. Creo que es oportuno
retomar y proponer nuevamente
aquella invitación.

La doctora de la síntesis
47. Esta Exhortación sobre santa
Teresita me permite recordar que, en
una Iglesia misionera «el anuncio se
concentra en lo esencial, que es lo
más bello, lo más grande, lo más
atractivo y al mismo tiempo lo más
necesario. La propuesta se simplifica,
sin perder por ello profundidad y
verdad, y así se vuelve más
contundente y radiante». [74] El
núcleo luminoso es « la belleza del
amor salvífico de Dios manifestado
en Jesucristo muerto y resucitado».
[75]

48. No todo es igualmente central,


porque hay un orden o jerarquía
entre las verdades de la Iglesia, y
«esto vale tanto para los dogmas de fe
como para el conjunto de las
enseñanzas de la Iglesia, e incluso
para la enseñanza moral». [76] El
centro de la moral cristiana es la
caridad, que es la respuesta al amor
incondicional de la Trinidad, por lo
cual «las obras de amor al prójimo
son la manifestación externa más
perfecta de la gracia interior del
Espíritu». [77] Al final, sólo cuenta el
amor.

49. Precisamente, el aporte específico


que nos regala Teresita como santa y
como doctora de la Iglesia no es
analítico, como podría ser, por
ejemplo, el de santo Tomás de
Aquino. Su aporte es más bien
sintético, porque su genialidad
consiste en llevarnos al centro, a lo
que es esencial, a lo que es
indispensable. Ella, con sus palabras
y con su propio proceso personal,
muestra que, si bien todas las
enseñanzas y normas de la Iglesia
tienen su importancia, su valor, su
luz, algunas son más urgentes y más
estructurantes para la vida cristiana.
Allí es donde Teresita puso la mirada
y el corazón.

50. Como teólogos, moralistas,


pensadores de la espiritualidad, como
pastores y como creyentes, cada uno
en su propio ámbito, todavía
necesitamos recoger esta intuición
genial de Teresita y sacar las
consecuencias teóricas y prácticas,
doctrinales y pastorales, personales y
comunitarias. Se precisan audacia y
libertad interior para poder hacerlo.

51. Algunas veces, de esta santa se


citan sólo expresiones que son
secundarias, o se mencionan
cuestiones que ella puede tener en
común con cualquier otro santo: la
oración, el sacrificio, la piedad
eucarística, y tantos otros hermosos
testimonios, pero de ese modo
podríamos privarnos de lo más
específico del regalo que ella hizo a la
Iglesia, olvidando que «cada santo es
una misión; es un proyecto del Padre
para reflejar y encarnar, en un
momento determinado de la historia,
un aspecto del Evangelio». [78] Por lo
tanto, «para reconocer cuál es esa
palabra que el Señor quiere decir a
través de un santo, no conviene
entretenerse en los detalles […]. Lo
que hay que contemplar es el
conjunto de su vida, su camino entero
de santificación, esa figura que
refleja algo de Jesucristo y que resulta
cuando uno logra componer el
sentido de la totalidad de su
persona». [79] Esto vale más aún para
santa Teresita, por tratarse de una
“doctora de la síntesis”.

52. Del cielo a la tierra, la actualidad


de santa Teresa del Niño Jesús y de la
Santa Faz perdura en toda su
“pequeña grandeza”.

En un tiempo que nos invita a


encerrarnos en los propios intereses,
Teresita nos muestra la belleza de
hacer de la vida un regalo.

En un momento en que prevalecen


las necesidades más superficiales, ella
es testimonio de la radicalidad
evangélica.

En un tiempo de individualismo, ella


nos hace descubrir el valor del amor
que se vuelve intercesión.

En un momento en el que el ser


humano se obsesiona por la grandeza
y por nuevas formas de poder, ella
señala el camino de la pequeñez.

En un tiempo en el que se descarta a


muchos seres humanos, ella nos
enseña la belleza de cuidar, de
hacerse cargo del otro.

En un momento de complicaciones,
ella puede ayudarnos a redescubrir la
sencillez, la primacía absoluta del
amor, la confianza y el abandono,
superando una lógica legalista o
eticista que llena la vida cristiana de
observancias o preceptos y congela la
alegría del Evangelio.

En un tiempo de repliegues y de
cerrazones, Teresita nos invita a la
salida misionera, cautivados por la
atracción de Jesucristo y del
Evangelio.

53. Un siglo y medio después de su


nacimiento, Teresita está más viva
que nunca en medio de la Iglesia
peregrina, en el corazón del Pueblo
de Dios. Está peregrinando con
nosotros, haciendo el bien en la
tierra, como tanto deseó. El signo más
hermoso de su vitalidad espiritual
son las innumerables “rosas” que va
esparciendo, es decir, las gracias que
Dios nos da por su intercesión
colmada de amor, para sostenernos
en el camino de la vida.
Querida santa Teresita,

la Iglesia necesita hacer resplandecer

el color, el perfume, la alegría del


Evangelio.

¡Mándanos tus rosas!

Ayúdanos a confiar siempre,

como tú lo hiciste,

en el gran amor que Dios nos tiene,

para que podamos imitar cada día

tu caminito de santidad.

Amén.

Dado en Roma, en San Juan de Letrán,


el 15 de octubre, memoria de santa
Teresa de Ávila, del año 2023, décimo
primero de mi Pontificado.

FRANCISCO

[1] Santa Teresa del Niño Jesús y de la


Santa Faz, Obras completas, Cta 197,
A sor María del Sagrado Corazón (17
septiembre 1896), ed. Monte Carmelo,
Burgos 2006, p. 555.

Para la versión española de los


escritos de la santa se utiliza siempre
dicha edición, con las siguientes
siglas: Ms A: Manuscrito «A»; Ms B:
Manuscrito «B»; Ms C: Manuscrito
«C»; Cta: Cartas; PN: Poesías; Or:
Oraciones; CA: Cuaderno amarillo de
la madre Inés de Jesús; UC: Últimas
conversaciones.

[2] Or 6, Ofrenda de mí misma como


víctima de holocausto al amor
misericordioso de Dios (9 junio 1895),
p. 758.

[3] La UNESCO ha inscrito a santa


Teresa del Niño Jesús entre las
personalidades a homenajear
durante el bienio 2022-2023, con
motivo del 150.º aniversario de su
nacimiento.

[4] 29 de abril de 1923.

[5] Cf. Decreto de Virtudes (14 agosto


1921): AAS 13 (1921), 449-452.
[6] Cf. Homilía para la canonización
(17 mayo 1925): AAS 17 (1925), 211.
Texto italiano en D. Bertetto, Discorsi
di Pio XI, vol. I, Torino 1959, 383-384.

[7] Cf. AAS 20 (1928), 147-148.

[8] Cf. AAS 36 (1944), 329-330.

[9] Cf. Carta a Mons. François-Marie


Picaud, obispo de Bayeux y Lisieux (7
agosto 1947). Texto francés en
Analecta OCD 19 (1947), pp. 168-171.
Texto español en Revista de
Espiritualidad 24 (1947), pp. 241-245.
Radiomensaje para la consagración
de la Basílica de Lisieux (11 julio
1954): AAS 46 (1954), 404-407.

[10] Cf. Carta a Mons. Jean-Marie-


Clément Badré, obispo de Bayeux y
Lisieux, con ocasión del centenario
del nacimiento de santa Teresa del
Niño Jesús (2 enero 1973): AAS 65
(1973), 12-15.

[11] Cf. AAS 90 (1998), 409-413, 930-


944.

[12] Carta ap. Novo millennio ineunte


(6 enero 2001), 42: AAS 93 (2001), 296.

[13] Catequesis (6 abril 2011):


L’Osservatore Romano, ed. semanal
en lengua española (10 abril 2011), p.
12.

[14] Catequesis (7 junio 2023):


L’Osservatore Romano (7 junio 2023),
pp. 2-3.

[15] Cta 220, Al abate Bellière (24


febrero 1897), p. 575.

[16] Ms A, 69vº, p. 217.

[17] Cf. Ms C, 33vº-37rº, pp. 321-326.

[18] Cf. Exhort. ap. Evangelii


gaudium (24 noviembre 2013), 14;
264: AAS 105 (2013), 1025-1026.

[19] Ms C, 34rº, p. 322.

[20] Ibíd., 36rº, p. 325.

[21] CA (9 junio 1897, 3), p. 809; UC (9


junio 1897), p. 979.

[22] Cf. Ms C, 2vº-3rº, pp. 273-275.


[23] Ibíd., 2vº, p. 274.

[24] Ibíd., 3rº, p. 274.

[25] Cf. Ms A, 84vº, p. 247.

[26] Cf. Exhort. ap. Gaudete et


exsultate (19 marzo 2018), 47-62: AAS
110 (2018), 1124-1129.

[27] Ms A, 32rº, p. 139.

[28] Lo explicó el Concilio de Trento:


«Cualquiera, al mirarse a sí mismo y
a su propia flaqueza e indisposición,
puede temblar y temer por su gracia»
( Decreto sobre la justificación, IX: DS
1534). Lo retoma el Catecismo de la
Iglesia Católica cuando enseña que es
imposible tener certeza mirándose a
sí mismo o a las propias acciones (cf.
n. 2005). La certeza de la confianza
no se encuentra en uno mismo, el
propio yo no otorga fundamentos
para esa seguridad, que no se basa en
una introspección. De algún modo lo
expresaba san Pablo: «Ni siquiera yo
mismo me juzgo. Es verdad que mi
conciencia nada me reprocha, pero
no por eso estoy justificado: mi juez
es el Señor» ( 1 Co 4,3-4). Santo Tomás
de Aquino lo explicaba de la siguiente
manera: puesto que la gracia «no
sana perfectamente al hombre» (
Summa Theologiae, I-II, q. 109, art. 9,
ad 1), «queda además cierta
oscuridad de ignorancia en el
entendimiento» ( ibíd., co).

[29] Or 6, p. 758.

[30] Catecismo de la Iglesia Católica,


2011.

[31] Lo afirma también con claridad


el Concilio de Trento: «Ningún
hombre piadoso puede dudar de la
misericordia de Dios» ( Decreto sobre
la justificación, IX: DS 1534). «Todos
deben colocar y poner en el auxilio
de Dios la más firme esperanza» (
ibíd., XIII: DS 1541).

[32] Ms B, 1vº, pp. 254-255.

[33] Cf. Ms A, 48vº, pp. 171-173; Cta


92, A María Guérin (30 mayo 1889),
pp. 416-418.

[34] Or 6, p. 758.
[35] CA (23 julio 1897, 3), p. 850.

[36] Ms C, 31rº, p. 317.

[37] Cf. ibíd., 5rº-7vº, pp. 277-281.

[38] Ibíd., 5vº, p. 278.

[39] Cf. ibíd., 6vº, pp. 279-280.

[40] Cf. Carta enc. Lumen fidei (29


junio 2013), 17: AAS 105 (2013), 564-
565.

[41] Ms C, 7rº, p. 280.

[42] Cta 197, A sor María del Sagrado


Corazón (17 septiembre 1896), pp.
554-555.

[43] Ms A, 83vº, p. 245.

[44] Cf. ibíd., 45vº-46vº, pp. 165-168.

[45] Ibíd., 46rº, p. 167.

[46] Ibíd.

[47] Ibíd., 46vº, p. 167.

[48] Or 2 (8 septiembre 1890), pp. 753-


754.

[49] Summa Theologiae, I-II, q. 62,


art. 4.

[50] Cf. Ms C, 11vº-31rº, pp. 286-317.

[51] Ms B, 1vº, p. 255.

[52] Cf. ibíd., 4rº, p. 262.

[53] Cta 122, A Celina (14 octubre


1890), p. 449.

[54] PN 24, 21, p. 686.

[55] Ibíd., 6, p. 682.

[56] Cf. Ms A, 3rº, p. 85.

[57] Cta 247, Al abate Belliére (21


junio 1897), p. 601.

[58] Cf. Or 6, pp. 757-759.

[59] Ms A, 84rº, p. 246.

[60] PN 54, 22, p. 741.

[61] Cf. ibíd., 15, p. 740.


[62] Ibíd., 17, p. 740.

[63] Ms C, 29vº-30rº, p. 315.

[64] Cf. Ms B, 2rº-5vº, pp. 256-268.

[65] Ibíd., 3vº, p. 261.

[66] Ms A, 80vº, p. 239. No era una


falta de fe. Santo Tomás de Aquino
enseñaba que en la fe obran la
voluntad y la inteligencia. La
adhesión de la voluntad puede ser
muy sólida y arraigada, mientras la
inteligencia puede estar oscurecida.
Cf. De Veritate 14, 1.

[67] Ms C, 7vº, p. 281.

[68] Cta 254, Al P. Roulland (14 julio


1897), p. 606.

[69] CA (17 julio 1897), p. 846.

[70] Ibíd. (13 julio 1897, 17), p. 839.

[71] Ibíd. (18 julio 1897, 1), p. 846.

[72] Ibíd. (9 junio 1897, 3), p. 809; UC


(9 junio 1897), p. 979.
[73] Cta 242, A sor María de la
Trinidad (6 junio 1897), p. 596.

[74] Exhort. ap. Evangelii gaudium


(24 noviembre 2013), 35: AAS 105
(2013), 1034.

[75] Ibíd., 36: AAS 105 (2013), 1035.

[76] Ibíd.

[77] Ibíd., 37: AAS 105 (2013), 1035.

[78] Exhort. ap. Gaudete et exsultate


(19 marzo 2018), 19: AAS 110 (2018),
1117.

[79] Ibíd., 22: AAS 110 (2018), 1117.

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