01 Palase de Torres

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N p 1 3 -Y o l.

III Octubre - Diciembre 1956

Boletín de Estudios Geográficos

A na P alese de T orres

EL VALLE DE T IN OGASTA

I ntroducción

El presente trabajo es el resultado de un viaje de estudio realizado


du ran te el verano 1947-48. Abarca, además del aspecto geomorfo-
lógico del valle de Tinogasta, una síntesis geológica, observaciones
climáticas, un estudio del río Abaucán y de su cuenca im brífera,
las terma* de la A guadita o de Fiam balá, y las ruinas de Batun-
gasta. La parte cartográfica fué realizada por la profesora M aría
Teresa G rondona, com pañera de viaje.

A spectos G eomorfológicos del V alle

El am plio valle tectónico interpuesto longitudinalm ente entre el


macizo cristalino fracturado que, en este tram o de las sierras pam ­
peanas, recibe el nom bre general de sistema de Fam atina hacia
el oeste, y de sierras de Fiam balá hacia el oriente, ha sido bautizado
por W alther Penck, con el nom bre de bolsón de Fiam balá
El valle sigue una dirección netam ente m eridiana, conforme a
un sistema de fallas que se originan en Santa Cruz (La Rioja),
determ inan la Costa de Reyes, siguen hacia el norte de Fiam balá12
entre los 279 y los 28930’ de latitu d sur y los 67930’ de longitud
occidental. Su lím ite norte está determ inado por el borde m eri­
dional de la Puna indicado por la cordillera de San B uenaventura,
que culm ina en el cerro del mismo nom bre, el Hoyada, el Pabellón,

1 P enck, W.. Der Siidrand der Puna, Leipzig, 1920.


2 T apia, A„ Mapa geológico, en Aguas Minerales de la República Argen­
tina, t. III: Provincia de Catamarca (Buenos Aires, 1941).
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gasta. Esta localidad se asienta en el Cam po de Arana, abierto al


sur y al este. Los vientos dom inantes, pues, siguen esa dirección,
tal como lo indican las cifras cuyo prom edio realizó la Dirección
ile Meteorología. El valle de Tinogasta en cambio, tiene un rum bo
general norte-sur y, como consecuencia, los vientos tienen prefe­
rentem ente esa dirección.
Planteado el problem a en esos términos, veremos cpie la circu­
lación aérea se realiza conforme a condiciones locales, dependientes
en prim er térm ino de las diferentes alturas sobre el nivel del m ar
y los diferentes grados de calentam iento de las capas de aire que se
asientan sobre el relieve. En segundo lugar, las líneas directrices
del relieve; por tal motivo los vientos soplan de norte a sur o de
sur a norte según que el área ciclonal se ubique al sudeste o al
norte del valle. D urante los meses de verano que estuvimos allí,
hicimos la siguiente observación: por la m añana, generalm ente
hay calma; a lo más se nota una brisa suave que sopla valle
abajo. A las 11 del día, comienza a moverse el aire, valle arriba.
En prim er lugar se m anifiesta en forma de ráfagas aisladas y
ligeras, que aum entan en continuidad y en violencia a m edida que
transcurre el día hasta alcanzar violencias insospechadas al atar­
decer. De tal suerte la atmósfera, que suele ser lím pida en las
horas de la m añana, se enturbia progresivamente, por la gran
cantidad de polvillo que se levanta; este polvillo form ado por
arenas muy finas abunda extraordinariam ente en todos los campos
o pampas, como asimismo al pie de los cerros, donde afecta las
formas características de medanales y tle bnrchanes, penetran por
las quebradas laterales y quedan suspendidas en los huecos del
relieve. La violencia del viento levanta a esas capas sueltas y las
traslada; durante ese proceso la atm ósfera se enturbia cada vez
más, dism inuyendo la visibilidad; los cerros se ocultan tras las
nubes de polvo y se suavizan las formas hasta desaparecer a veces
por completo.
Con la puesta del sol decrece la violencia del viento y acaba
p or apaciguarse totalm ente. Las noches son plácidas: al am anecer
la atmósfera vuelve a mostrarse lim pia y el cielo sereno. Altos
cirrus interrum pen apenas de vez en cuando el azul del cielo y
unas que otras nubes más bajas, descansan en las cumbres de los
cerros, flotando apenas al vaivén de suavísimos movimientos de
aire. Así transcurre el día y las alternativas se repiten en forma
idéntica.
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los faldeos, y las quebraditas situadas al am paro del viento, re­


lum brando bajo los electos del sol como si fueran ventisqueros. En
la tecnología geológica de los alemanes existe la palabra Sandglet-
scher, que significa ventisquero de arena; claro está que no debe
traducirse como glaciar de arena, como figura en una publicación
conocida; pero ventisquero de arena estaría bien, por cuanto ven­
tisquero viene de ventisca, es decir, acción del viento; de modo
pues que para estos arenales acumulados por el viento en los huecos
del relieve y al pie de los cerros como si se deslizaran por ellos
proponemos la expresión indicada.
En estos arenales tam bién se forman dunas y barchanes. Estos
últim os presentan la convexidad hacia el sur, en épocas en que no
sopla viento zonda.
Hemos visto que la característica fundam ental del valle de Ti-
nogasta lo constituye la presencia de pam pas o campos. De norte
a sur tenemos en prim er térm ino, la pam pa de Yacuchuya (agua-
fr ía ). (Según el dueño de este campo, el señor A rturo R. T u la,
éste es el más inhospitalario de todos los cam pos). Se encr la
en el fondo del valle rodeado por cerros muy elevados en irm a
de herradura. Al norte term ina en P unta de Agua Negra: .acia
el oeste se continúa en la pam pa de Palo Blanco; hacia el oriente
em palm a con la de Chuquisaca y de T ató n . U na serie de cerrillos
lo separa de la pam pa de Saujil hacia el sur. Está cubierto por
un arenal muy suelto donde se hunden las patas de los animales
y se insum en las aguas de los arroyos serranos. D urante las épocas
de lluvias se cubre rápidam ente de tapiz vegetal, con abundancia
de breas, retamas, jarillas y pichanas, además tle pastizales donde
se destacan las gramíneas tiernas que sirven de alim ento al ganado
y hasta lo engordan.
Dice Penck, en la obra citada, refiriéndose al aspecto morfoló­
gico de esta pam pa, que visto desde las altas serranías del norte
afecta la forma de la palm a de una m ano con los dedos bien esti­
rados, en cuyo centro se desplaza el bolsón. En efecto, los vallecitos
abiertos por la acción torrencial sobre los bordes de la Puna, con­
curren hacia el centro de esta hoya; las aguas procedentes de las
lluvias estivales acarrean a su vez gran cantidad de m aterial suelto,
particularm ente arenas, que contribuyen a aum entar el espesor de
los áridos ntedanales, de difícil tránsito y cpie se com portan como
una esponja con respecto a las aguas torrenciales.
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F ot. N" 2. — Campo de Fiambalá, mirando hacia el norte. Tiene aproximada­


mente 22 Km. de largo y de ancho.

£1 topónim o M edanitos corresponde a la pequeña población re­


costada contra las pequeñas colinas transversales que separan a la
pam pa de Yacuclntya de la de Saujil, que se extiende más al sur.
La pam pa de Saujil suele dividirse en pam pa del Barreal, que
llega hasta los Bordos Colorados; desde allí hacia el sur, pam pa
de Saujil propiam ente dicha; y antes de llegar a la R am adita,
Pam pa Blanca. Esta últim a es realm ente blanca por cuanto está
desnuda de vegetación.
Pasando la R am adita, lugar donde conlluye el río G uanchín
con el A baucán, se entra al pueblo de Fiam balá, que se alinea
como todos los pueblitos del valle, a lo largo de una calle p rin ­
cipal. Aguas abajo se encuentra la pam pa, o m ejor dicho, el campo
de Fiam balá, para em plear la expresión lugareña. Su aspecto es
el de u n a inm ensa palangana cuyo diám etro es de unos 22 kiló­
metros aproxim adam ente. El río A baucán m antiene su lecho hacia
el oriente. Es ancho y accidentado, interrum pido frecuentem ente
por médanos. Localm ente se lo conoce con el nom bre de Los Ba­
rrancos.
Hacia el sur, allí donde se produce la confluencia con el río
de la Troya, el valle vuelve a estrecharse; aum enta la vegetación,
que pasa a ser arbustiva, insinuándose la formación tlel m onte
xerófilo. Se pasa así Anillaco, San José, El Puesto, Los Chanam pos
y Santa Rosa, villitas todas que se alinean sobre la ruta del agua.
Se llega así al campo Arana o campo de Tinogasta. A quí la forma
de palangana se agudiza, por cuanto los bordes están m uy próxi­
mos y son muy altos; cierran casi el círculo en la P u n tilla de T i­
nogasta y de San José.
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El río Abaucán tuerce hacia el oriente aprovechando u n a fractura


del terreno, pero el valle se prolonga hacia el sur en dirección a
la Costa de Reyes, desde donde procede el río Colorado, que tam bién
es trib u tario del río Abaucán.

A spectos G eológicos

E ntre los prim eros geólogos que estudiaron el valle de Tinogasta


está el doctor Luis Brackebusch, cuyo m apa geológico del interior
de la República hecho en escala 1:1.000.000, coloca los prim eros
jalones para posteriores investigaciones de detalle (1891). Más tar­
de, G unardo Lange, realiza el m apa de la provincia de C atam arca,
que es publicado por el Museo de La Plata (1893). A principios
de este siglo, el doctor W alther Penck ayudado por Federico Graef
levantan el m apa topográfico del valle de Tinogasta. El doctor
Penck estudia la geología del mismo y la de las cordilleras lim í­
trofes. D urante dos veranos recorre este prestigioso geólogo la
región, valle por valle, quebrada por quebrada, escalando las más
altas cumbres nevadas. De estas exploraciones resultaron trabajos
» muy im portantes 3, 4, 5, que abarcaron unos 7.000 kilómetros cua­
drados.
En 1915, el ingeniero de minas Ju a n F. B arnabé escribe para
• la Dirección General de Geología y M inas del M inisterio de Agri­
cultura de la Nación, un inform e sobre el distrito m inero de T i­
nogasta 6.
En 1930 y 1931, Luciano R. C atalano se ocupa de los yacimientos
de estaño de Fiam balá 7, 8.
Siguen luego muchos años sin que se m anifiesten nuevas pro­
ducciones. Sólo encontram os un m apa m inero del Ing. J u a n A.

3 P enck, W.. op. cit.


4 P enck, W., Topographische Aufnahmen am Siidrand der Puna de Atacama.
Zeitschrift der GeseUschaft für Erdkunde, Berlín, 1918.
5 P i;nck, W., La estructura geológica del valle de Fiambalá y de las cordi­
lleras limítrofes a! norte de Tinogasta, en “Boletín del Ministerio de Agricultura”,
t. XVII (Buenos Aires, 1914), p. 270-277.
6 Barnabé, J. F., Informe sobre el Distrito Minero de Tinogasta ( Provincia
de Catamarca), en “Anales del Ministerio de Agricultura. Sección Geología, Mine­
ralogía y Minería”, t. X, N9 4 <Buenos Aires, 1915).
7 Catalano, L. R.. Contribución al conocimiento de los yacimientos de esta­
ño de la sierra de Fiambalá. Provincia de Catamarca, en “Revista Minera”, t. IPI
(Buenos Aires, 1931), p. 33-65.
8 Catalano, L. R.. Yacimientos de Fiambalá (Catamarca). Estudio geoló­
gico - económico, en “Revista de la Dirección General de Minas, Geología e Hi­
drología”, N” 81, Buenos! Aires, 1930.
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Haag, realizado en 1939, en casa del señor R aúl Bnslaim án en


Tinogasta, que, m ejorado y actualizado, está asimismo en podei
del gobierno de la provincia de Catam arca. Este m apa está en
escala 1:333.333.
Posteriormente, en 1941, se publica por el M inisterio del In te ­
rior, el tomo 111 de Aguas M inerales de la R epública A rgentina,
que se refiere a Catamarca. En este trabajo aparece en p rim er tér­
mino un inform e sobre la geología de la región, del que es au to r
el señor Augusto T ap ia 9.
Analizadas todas estas publicaciones, vemos que los conceptos di­
fieren poco entre sí. En prim er lugar se estudia el basam ento cris­
talino que se manifiesta hacia el oriente, en las sierras de Fiant-
balá. Se trata de un terreno metamorfoseado que con idénticos ca­
racteres se prolonga hacia el norte en las sierras de C ulam pajá.
Penck, que los estudió minuciosamente, dice que son pizarras m i­
cáceas, de estructura muy fina, plegadas con un rum bo norte-sur,
que cubren un núcleo central de gneiss, de estructura fluidal. Es­
tas pizarras, lo mismo que el gneiss, están cruzadas por granitos pa­
leozoicos, en los que distinguen muy bien un tipo porfírico con
fenocristales grandes de feldespato. Los procesos metamórficos han
destruido los fósiles de los esquistos, de modo que no es posible
establecer la edad; se suponen más bien paleozoicas que precám ­
bricas. No hay duda, dice Penck, “que estos procesos metamórficos
que han destruido enteram ente los restos fósiles en los esquistos
de la sierra de Fiambalá, están relacionados con la intrusión del
gneiss nucleal, que tal vez se haya verificado de la misma m anera
que ha supuesto J. Kónigsberger para fenómenos semejantes en
Europa. Es muy probable que estas intrusiones estén relacionadas
con el origen de las sierras, de origen paleozoico, es decir de ori­
gen ríarisco” 10.
Hacia el oeste del valle, el sistema del Fam atina penetra en Ca­
tamarca con los nombres de sierra de Tinogasta, cerro Negro,
sierras de Narváez, cerro de Palca con alturas que llegan de 5.000 m.
a 6.000 m. totalmente recubiertos de areniscas y conglomerados, y
atravesados por intrusiones de granitos terciarios. Este sistema que
conserva una orientación sur-norte, llega hasta el borde de la Puna
y penetra en ella.

9 T apia, A..Aguas Minerales..., cit.


10 P enck , W.. La estructura geológica..., cit.. p. 273.
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Según el citado m apa geológico de Augusto T a p ia las formacio­


nes que cubren la sierra de Fam atina pertenecen al Plioceno infe­
rior y al Plioceno superior; en cambio Penck opina que "los es­
tratos de Paganzo cubren las faldas del F am atina” y que “las
cumbres más altas del mismo están atravesadas por el granito de
los Andes”. Agrega más adelante que, “en La Palca y en todos los
otros torsos, los estratos de Paganzo están atravesados por granito,
de esta m anera las intrusiones están clasificadas como terciarias, es
decir más recientes que el plegam iento”.
El hallazgo de un N europteridium en unas pizarras carbonífe­
ras arcillosas cerca de G uanchín ha perm itido al m entado geólogo,
identificar los estratos de Paganzo (Pérm icos), no así los estratos
Calchaqueños (T erciarios), puesto que no contienen restos orgá­
nicos, aunque abarquen espesores de kilómetros, ofreciendo abso­
lutam ente el mismo aspecto que los anteriores; son areniscas de
color rojo y conglomerados.
Una serie de fallas acom pañan el faldeo oriental del Fam atina
a cuyo pie se extiende el am plio valle de Tinogasta. Las form a­
ciones son aquí eólicas, loésicas cuaternarias; el cuaternario an ti­
guo se encuentra en los cortes del río Abaucán. Existen formacio­
nes de pie del monte, integradas por acarreos gruesos y rodados
dislocados. Existen además depósitos de conos de deyección, en
las zonas donde salen los arroyos serranos a la costa; y finalm ente
depósitos eólicos que han sido acumulados por la acción de los
vientos dom inantes del clima actual. La formación del valle por
acción tectónica tuvo lugar durante los procesos del plegam iento
terciario, su rellenam iento se realizó durante el cuaternario y el
período actual.

A spectos climáticos del valle de T inogasta

Para poder interpretar el clima regional del valle de Tinogasta,


es necesario recordar algunos factores capaces de m odificar local­
mente el macroclima im perante. Para ello consideraremos su si­
tuación geográfica, su morfología, su continentalidad y su altura
media sobre el nivel del m ar.’
Hemos visto que el valle en cuestión se extiende con dirección
m eridiana entre altas sierras fracturadas, antepuestas a la Puna y
al macizo andino sobre su pie oriental. Hemos visto tam bién que
lleva sus cabeceras hasta el borde de la Puna. Las quebradas que
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concurren a él, con dirección oeste-este, tales como la de Guan-


chín y la de Troya, llegan hasta las más altas cum bres del com­
plejo andino; alturas como las de los nevados de San Francisco
(6.006 m .), el Incahuasi (6.620 m .), el Ojos del Salado (6.872 m.),
cerro Nacim iento (6.493 m .), la cordillera de T res Cruces, con
varios nevados que pasan los 6.000 metros, uno de ellos sin nom ­
bre, con una culm inación que pasa de 6.800 metros.
Hacia el oriente, la cordillera de Fiam balá, con alturas que lle­
gan a sobrepasar los 4.500 m., como el T o la r (4.900 m .) , el cerro
M orado (4.920 m .), Barros Negros (4.800 m .), y otros hacia el
sur en dirección a la sierra de Zapata, tales como el cerro Fraile,
cuya cum bre es lo suficientemente alta como para convertirse en
m odificador local del clima.
Hacia el oriente, se abre el enorme bolsón de A ndalgalá, en cuyo
am biente centro-oriental se aloja la salina de Pipanaco, rodeada
a su vez por formas del relieve, propias de climas secos, tales como
los médanos y los yardangs. P or su situación y su dilatada extensión,
este bolsón ejerce su influencia m odificadora sobre el clima regional
del noroeste de la provincia de Catam arca.
En cuanto a su continentalidad, es bien visible su gran aleja­
m iento con respecto a las corrientes aéreas, portadoras de la h u ­
medad, procedentes del Atlántico. Estas, han ido perdiéndola, en su
desplazam iento de este a oeste a m edida que avanzan sobre el conti­
nente sudam ericano, de m anera que, al llegar a los 68° de longitud
occidental del m eridiano de Greenwich, llegan generalm ente exhaus­
tas. Las corrientes aéreas que llegan del Pacífico, en cambio, tienen
otros factores en su contra, por ejem plo la latitu d subtropical, que
trae como consecuencia tierras muy calentadas por acción de la
radiación solar, de modo que los vientos portadores de hum edad
del Pacífico alejan su punto de condensación con la penetración
al continente. La presencia de altas m ontañas obliga a ascender a
la masa de aire. En consecuencia, la hum edad se condensa sobre
las altas cumbres, en forma de nieve, y los vientos pasan secos a
la pendiente opuesta. En cuanto a la altu ra sobre el nivel del
mar, en el fondo del valle, tenemos a T inogasta a 1.200 m.; Fiam ­
balá 1.500 m.; M edanitos, 1.700 m.; Agua Negra, 1.900 m.
Las tem peraturas registradas en T inogasta por una dependen­
cia del M inisterio de A gricultura, en su Dirección de M eteorología,
Geofísica e Hidrología dieron los siguientes valores medios en un
lapso de 20 años (1901-1920):
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En Fiam balá no existen registros directos de tem peratura, y


menos aún en los pequeños pueblos situados más al norte. Puede
afirmarse que las tem peraturas son inferiores a las de Tinogasta:
las heladas un poco más frecuentes. Una observación agrobiológica
así lo confirma. Las uvas, los higos y los duraznos m aduran prim ero
en Tinogasta, una o dos quincenas después en Fiam balá, días más
tarde en Saujil, luego en M edanitos, y por últim o en Palo Blanco
y en T atón. En cuanto a las precipitaciones son generalm ente escasas.
Las pocas lluvias, cuyo prom edio no pasa de 125 mm. anuales, regis­
tradas en Tinogasta, son estivales. D urante los meses de invierno
(junio, julio y agosto) caen nevadas que se depositan sobre lo alto
del relieve y sobre los faldeos montañosos. Llegan a cubrir el pie
de los cerros, y muy de tarde en tarde ocurren en el fondo del valle.
Vemos pues que el problem a del agua para las poblaciones que
se asientan en la región, no sería solucionado con las precipitaciones
registradas por el pluvióm etro; y que gracias a la presencia del río
Abaucán, cuyas cabeceras se nutren en el deshielo de las nieves per­
sistentes de las altas cordilleras del oeste, y los afloram ientos de
agua del subsuelo, el hom bre ha podido arraigarse en form a per­
m anente y desarrollar una agricultura, bajo riego, para cubrir sus
necesidades y la de sus animales domésticos.
Bueno es, no obstante, apreciar que las observaciones pluvio-
métricas obtenidas no acusan la exacta realidad de las precipitacio­
nes caídas en el valle; puesto que el dato se recoge en el centro del
mismo, ju n to al caserío, donde el pluvióm etro está al alcance de la
observación del experto, m ientras que la m áxim a expresión del
meteoro se produce siempre sobre lo alto del relieve y sobre las
laderas del mismo, tal como lo hemos com probado durante nuestra
larga perm anencia en la zona.
Lo cierto es que la formación de torm entas periféricas es muy
frecuente en el valle durante la estación estival; estas torm entas
acompañadas de fenómenos eléctricos, se trasladan por lo general
a lo largo de las cumbres, impulsadas por los vientos dom inantes.
Son bien visibles y se descargan sobre la parte alta del relieve; a las
pocas horas las crecientes de uno u otro arroyo constituyen índices
indiscutibles de las precipitaciones pluviales operadas en las cabe­
ceras del mismo. C uando la atmósfera está muy cargada, la cortina
tle agua puede abarcar todo el diám etro transversal del valle, y en
esos casos, que son los menos, puede ser registrada por los pluvió­
metros.
- 197 —

De la misma m anera podemos opinar con respecto a la caída


de nieve, cuya fusión contribuye a la form ación de agua del sub­
suelo. (No conocemos ninguna instalación de nivóm etros en la zona) .
La caída se produce sobre lo alto del relieve y sobre las laderas del
mismo. Muy de tarde en tarde llegan hasta el fondo del valle. La
presencia del zonda cálido las licúa sin dejarlas acum ular sino por
excepción. De cualquier m anera, lo cierto es que existen nevadas, y
éstas contribuyen tam bién en mayor o m enor grado al enriqueci­
m iento del agua del subsuelo, acrecentando su volumen, que luego
aflora en las nacientes u ojos de agua.
Las lluvias, que son periódicas, generalm ente de verano, se des­
cargan sobre una u otra vertiente; sólo excepcionalm ente las lluvias
abarcan todo el valle. C uando ello acontece, las crecientes, que son
muy temidas, pueden alcanzar caracteres catastróficos. T a l aconteció
el 29 de enero de 1884, con una form idable creciente, originada
por una descarga de lluvia sobre todas las sierras que, en forma de
herradura, se extienden hacia el este, norte y oeste de M edanitos.
En la ocasión todos los arroyos, que en forma centrípeta bajaron al
campo de Palo Blanco, Yacuchuya, Agua Negra, Chuquisaca y 'l atón
"o forma de torrentes tum ultuosos, arrastrando al mismo tiempo
gran cantidad de aluviones, taparon totalm ente M edanitos sepultan­
do viviendas y plantíos; todo quedó como una tabla rasa.
La población pudo salvarse gracias a que estas crecientes bajan
con gran estrépito, perceptible a gran distancia. Al día siguiente.
30 de enero, una segunda avalancha de agua y aluvión completó la
destrucción del día anterior.
A estos fenómenos se los conoce localm ente con el nom bre de
volcán. La expresión recuerda el fenómeno análogo, que anual­
mente produce trastornos en las vías del ferrocarril internacional,
en la quebrada de H um ahuaca.
A p artir de esa fecha, Medanitos, que había sido em plazado ju n to
a las barrancas del río, fué desplazado hacia las colinas de escom­
bros, que se alinean como m édanos al occidente del mismo.
El mismo fenómeno produjo, aguas abajo de Fiam balá, otro
trastorno en una pequeña población llam ada M orteros, cuyo to­
pónim o figura en todas las referencias cartográficas locales. Fué
M orteros una finca fundada en el año 1843 por don José Apoli-
nario Salazar, que explotaba en la zona minas de cobre, potasa,
mica y moliedeno. Con el correr del tiem po la finca de Salazar se
había am pliado, las viviendas ya eran seis, habitadas por cada uno
- 198 —

de los hijos, que a la sazón ya habían fundado a su vez una


familia. Con el riego artificial se m antenían las huertas, y con el
riego n atural prosperaban ricas vegas capaces de sustentar hasta
500 animales que iban de paso a Chile. Extensos algarrobales
proporcionaban abundante leña. Se cultivaba maíz, trigo, alfalfa
y hortalizas, hasta que sobrevino la extraordinaria creciente del
año 1884. Esta creciente ejerció tal erosión sobre el lecho del río
Abaucán que lo rebajó en 20 m., con lo que la finca de M orteros
perdió su regadío.
AI poco tiem po, la fam ilia Salazar tuvo que abandonar la
propiedad, no sin antes haber agotado los recursos para conseguir
nuevam ente agua. Cavaron pozos, pero sin solucionar la crítica
situación. Un chileno halló agua a los 19 m. de profundidad; pero
el problem a era levantarla. Como no se consiguió, el éxodo fué
irrem isible y M orteros quedó sin población. Las casas fueron des­
manteladas, las sementeras se secaron; los añosos algarrobos, al no
alcanzar con sus raíces las aguas del subsuelo, fueron m architándose
hasta sucum bir, siendo acarreados hacia Fiam balá para ser u tili­
zados como combustible, como postes de los alam brados, o como
horcones para las viviendas.
Vemos, pues, que gracias a estas crecientes comunes o extra­
ordinarias, el río Abaucán conserva su lecho, lo profundiza de
cuando en cuando, elaborando muy irregularm ente su perfil de
equilibrio, dentro de su propio m aterial de acarreo, que se dis­
pone en terrazas irregulares, dando lugar a la formación de un
paisaje topográfico conocido localmente con el nom bre de Los
Barrancos.
Antes de en trar a considerar las observaciones propias rela­
tivas a los vientos, vamos a reproducir las estadísticas m eteoroló­
gicas, realizadas por la Dirección de Meteorología, Geofísica e H i­
drología de la Nación.
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los faldeos, y las quebradítas situadas al am paro del viento, re­


lum brando bajo los efectos del sol como si fueran ventisqueros. En
la tecnología geológica de los alemanes existe la palabra Sandglet-
sclier, que significa ventisquero de arena; claro está que no debe
traducirse como glaciar de arena, como figura en una publicación
conocida; pero ventisquero de arena estaría bien, por cuanto ven­
tisquero viene de ventisca, es decir, acción del viento; de m odo
pues que para estos arenales acumulados por el viento en los huecos
del relieve y al pie de los cerros como si se deslizaran por ellos
proponemos la expresión indicada.
En estos arenales tam bién se form an dunas y barchanes. Estos
últim os presentan la convexidad hacia el sur, en épocas en que no
sopla viento zonda.
Hemos visto que la característica fundam ental del valle de Ti-
nogasta lo constituye la presencia de pam pas o campos. De norte
a sur tenemos en prim er term ino, la pam pa de Yacuchuya (agua-
fría ). (Según el dueño de este campo, el señor A rturo R. T ula,
éste es el más inhospitalario de todos los cam pos). Se encr ra
en el fondo del valle rodeado por cerros muy elevados en trina
de herradura. Al norte term ina en P unta de Agua Negra; lacia
el oeste se continúa en la pam pa de Palo Blanco; hacia el oriente
em palm a con la de Chuquisaca y de T atón. U na serie de cerrillos
lo separa de la pam pa de Saujil hacia el sur. Está cubierto por
un arenal muy suelto donde se hunden las patas de los animales
y se insum en las aguas de los arroyos serranos. D urante las épocas
de lluvias se cubre rápidam ente de tapiz vegetal, con abundancia
de breas, retamas, jarillas y pichanas, además de pastizales donde
se destacan las gramíneas tiernas que sirven de alim ento al ganado
y hasta lo engordan.
Dice Penck, en la obra citada, refiriéndose al aspecto m orfoló­
gico de esta pam pa, que visto desde las altas serranías del norte
afecta la forma de la palm a de una m ano con los dedos bien esti­
rados, en cuyo centro se desplaza el bolsón. En efecto, los vallecitos
abiertos por la acción torrencial sobre los bordes de la Puna, con­
curren hacia el centro de esta hoya; las aguas procedentes de las
lluvias estivales acarrean a su vez gran cantidad de m aterial suelio,
particularm ente arenas, que contribuyen a aum entar el espesor de
los áridos ntedanales, de difícil tránsito y que se com portan como
una esponja con respecto a las aguas torrenciales.
- 201 -

gasta. Esta localidad se asienta en el Cam po de A rana, abierto al


sur y al este. Los vientos dom inantes, pues, siguen esa dirección,
tal como lo indican las cifras cuyo prom edio realizó la Dirección
tle Meteorología. El valle de T inogasta en cambio, tiene un rum bo
general norte-sur y, como consecuencia, los vientos tienen prefe­
rentem ente esa dirección.
Planteado el problem a en esos términos, veremos que la circu­
lación aérea se realiza conforme a condiciones locales, dependientes
en prim er térm ino de las diferentes alturas sobre el nivel del m ar
y los diferentes grados de calentam iento de las capas de aire que se
asientan sobre el relieve. En segundo lugar, las líneas directrices
del relieve; por tal motivo los vientos soplan de norte a sur o de
sur a norte según que el área ciclonal se ubique al sudeste o al
norte del valle. D urante los meses de verano que estuvimos allí,
hicimos la siguiente observación: por la m añana, generalm ente
hay calma; a lo más se nota una brisa suave que sopla valle
abajo. A las 11 del día, comienza a moverse el aire, valle arriba.
En prim er lugar se m anifiesta en forma de ráfagas aisladas y
ligeras, que aum entan en continuidad y en violencia a m edida que
transcurre el día hasta alcanzar violencias insospechadas al atar­
decer. De tal suerte la atmósfera, que suele ser lím pida en las
horas de la m añana, se enturbia progresivam ente, por la gran
cantidad de polvillo que se levanta; este polvillo form ado por
arenas muy finas abunda extraordinariam ente en todos los campos
o pampas, como asimismo al pie de los cerros, donde afecta las
formas características de medanales y de barchanes, penetran por
las quebradas laterales y quedan suspendidas en los huecos del
relieve. La violencia del viento levanta a esas capas sueltas y las
traslada; durante ese proceso la atmósfera se enturbia cada vez
más, dism inuyendo la visibilidad; los cerros se ocultan tras las
nubes de polvo y se suavizan las formas hasta desaparecer a veces
por completo.
Con la puesta del sol decrece la violencia del viento y acaba
por apaciguarse totalm ente. Las noches son plácidas; al am anecer
la atmósfera vuelve a mostrarse lim pia y el cielo sereno. Altos
cirrus interrum pen apenas de vez en cuando el azul del cielo y
unas que otras nubes más bajas, descansan en las cum bres de los
cerros, flotando apenas al vaivén de suavísimos movimientos de
aire. Así transcurre el día y las alternativas se repiten en forma
idéntica.
-2 0 2 -

I nfluencia del V iento Sobre la A ctividad H umana .

Esta m odalidad del viento influye notablem ente sobre la acti­


vidad hum ana. Sabido es que debido al aum ento de la producción
esencialmente de pasas de uvas, consideradas como las mejores de
la República, el transporte en toda la zona se realiza por m edio
de autom otores, camiones particularm ente. El autom otor es allí
el m edio de transporte obligado e indispensable para sostener las
industrias del valle. Bajan generalm ente a T inogasta por la m a­
ñana y regresan por la tarde, y es justam ente entonces cuando
tienen el viento en contra, puesto que al soplar en la dirección
del m ovim iento perm iten el recalentam iento del m otor al extrem o
de que el conductor se ve en la obligación de p arar reiteradas
veces con el fin de enfriarlo.
Si el viaje se realiza en cambio aguas arriba por la m añana,
desde Tinogasta a Anillaco, Fiam balá, Saujil, M edanitos, etc., vol­
viendo por la tarde, se efectúa sin ningún inconveniente.
En segundo lugar, la presencia de u n viento diurno casi
constante, hace que el poblador se defienda de él, y cuide sus
cultivas m ediante la construcción de cercos. Estos se hacen em­
pleando elementos diversos. Todas las viviendas y todas las huer­
tas, viñedos y alfalfares son protegidos así. Son comunes los cercos
vivos de chañar. Estos árboles, gracias al riego, crecen erguidos,
ram ificando a buena altura del suelo. Con ello se aprovecha el
tronco, para los horcones, o para postes. Los frutos del chañar se
ju n tan para hacer arrope, que es nutritivo, endulzante y medicinal.
El cerco de chañar tiene la ventaja de un rápido crecimiento, y
alcanza una altu ra desde todo punto de vista buena para ataja r el
viento. Los cercos elegantes se construyen con cañas, que se cul­
tivan expresam ente para este y otros fines. La caña tiene la ventaja
de que puede d ar lugar a un cerco muy parejo y relativam ente
durable, p o r cuanto la sequedad del clima así lo perm ite.
Los cercos de tapias, o sim plem ente tapiales, se construyen
con barro amasado. Son muy duraderos, pero en la actualidad los
em plean poco por cuanto su construcción lleva bastante tiempo.
Los que existen en Fiam balá, por ejem plo, son muy antiguos, pese
a lo cual se conservan en excelente estado.
Finalm ente el cerco hecho de ramazón entreverado y alto,
cum ple de cualquier m anera con la finalidad de proteger los cul­
tivos contra la violencia del viento.
F ot. N9 3. — Fincas de frutales en Fiambalá, cercadas con cañas.

En Fiam balá y en los demás pueblitos del valle tinogasteño


existe lo que localmente denom inan canchones, que no son sino
espacios libres apisonados con barro y paja, donde se secan los
racimos de uvas, exponiéndolos sim plem ente a la radiación solar:
ahora bien, esos canchones tam bién se protegen contra el viento
m ediante cercos.
En los pueblos como Fiam balá, por ejem plo, se utiliza el
m olino de viento para m antener el m otor de la energía eléctrica:
hasta el m om ento nunca hubo inconveniente en su empleo gracias
a la constancia del fenómeno.
Por últim o, llam a la atención la vivienda, que es norm alm ente
baja, a veces hasta demasiado. En Anillaco lo es por regla general;
en Fiam balá en cambio, es baja la que está a orillas del pueblo
o alejado de éste. Esta m odalidad es seguram ente una protección
contra la violencia del viento.

E l V iento Zonda.

Si durante los meses de estío es característico el viento proce­


dente del sur, en invierno en cambio es infalible la presencia del
viento Zonda. Sopla de norte a sur conforme a la dirección del
-2 0 4 -

valle. Es cálido, seco y enervante; es de violencia creciente, levanta


a su paso el polvillo y satura con él el am biente; y para emplear
la expresión del lugareño, no sólo empolva los cerros, sino todo
lo que encuentra a su paso: los árboles, las m atas, los cultivos,
los animales y las gentes.
Su carácter es netam ente de fóhn, pues bajando de las regiones
cordilleranas situadas sobre los 4.000 m. y de las regiones de la
Puna es seco y frío, se calienta por com presión adiabática a m edida
(pie desciende alcanzando tem peraturas y violencias notables. Al
llegar a Tinogasta, su dirección, que se m antenía norte-sur, cambia
bruscamente. Se mueve, en este campo cerrado, como dentro de
una gigantesca caldera, siendo su dirección indistinta. Sus ráfagas,
violentas y seguidas, soplan de cualquier lado, al extrem o de no
hallar protección contra él.
Las personas perm anecen encerradas en las casas, y sólo salen
por necesidad. El sim ple hecho de ir de las habitaciones a la
cocina, se cubren enteram ente de polvo, de m odo que las gentes
optan por no lavarse en los días en que sopla el Zonda.
Su mecanismo y su acción sobre los cultivos son los mismos
(pie indicam os en nuestro trabajo relacionado con el valle de Belén.
En resum en, son los bolsones cerrados, con salinas y medana-
les amplios, los (pie form an áreas ciclonales locales que atraen los
vientos fríos del altiplano, vientos que van cam biando sus condi­
ciones tísicas conforme se desplazan de un am biente a otro.

I nfluencia del V iento Sobre la T opografía .

Hemos visto que uno de los caracteres topográficos más des­


tacados del valle de T inogasta es la presencia de arenales, con las
formas características de m édanos pieserranos, de barchanes, y de
ventisqueros de arena. Llam a la atención que, pese a la inclinación
del valle y la presencia de una red de drenaje con las características
anotadas, exista tan ta arena acum ulada.
La causa principal de este fenómeno propio de climas m uy
secos y secos (para em plear la term inología propuesta por el Dr.
W alter Knoche) " , es en prim er lugar la composición m ineralógica 1

11 K noche, W.. Nuevo método de clasificación climática, en “Revista Ar­


gentina de Agronomía”, t. X I Buenos Aires, 19431.
K noche, W.. y Borsacov, V., Clima de la República Argentina, en Geo­
grafía de la República Argentina, t. V -V I (Buenos Aires, GAEA, 1946).
M i

Fot. Nv 4. — fíarrhanrs, en el camino a las termas de Fiambalá. La línea oscura


es el borde del lecho del Abaucán, donde la presencia del agua sustenta alguna
vegetación ribereña.

de las rocas i|iie com ponen el relieve. Las rocas más comunes son
los granitos paleozoicos y terciaros, gneis precámbricos, grauvacas,
areniscas y conglomerados permotriásicos y terciarios; vale decir,
elementos en cjue prevalece el sílice. En segundo lugar, debemos
considerar la intensidad y Ja dirección de los vientos dom inantes.
Siendo la desintegración del relieve un proceso físico que se
cum ple siempre, el desplazam iento del m aterial suelto se realiza
desde las cumbres y laderas montañosas, al pie de los cerros y
desde allí aguas abajo hasta abandonar el valle. En el caso del
valle de Tinogasta, la fuerza y persistencia del viento de dirección
sur-norte dom inante, no sólo no perm ite la salida del m aterial sino
que lo arrastra valle arriba, acum ulándolo allí donde las condi­
ciones del relieve lo perm iten.

L a C uenca I mbrífera del R ío A baucán.

Esta cuenca, lo mismo que la del río Belén, lleva sus cabeceras
hasta el borde de la Puna, el cual alcanzaron ambos merced a la
erosión retrocedente de sus fuentes. El nivel de base general del
río A baucán llega hasta el este de La Rioja, antes la salina La
A ntigua, aunque las aguas se infiltran ya a m edida que se des­
plazan de norte a sur después de abandonar a Mazan. El río Belén,
por su parte, se pierde habitualm ente en el bolsón de Pipanaco.
- 20(5 -

Por el carácter de su pendiente, entra en el dom inio del en-


dorreismo local, característico para todas las redes fluviales cons­
tantes o esporádicas del noroeste y centro argentino. Este carácter
es agravado día a día por el aprovecham iento que hace el hom bre
del agua, para su uso personal o para el riego de sus cultivos.
En electo, todas las poblaciones establecidas a la vera de los ríos
o arroyos han desviado el curso n atural del mismo, encauzándolo
en canales, que conducen el agua directam ente al lugar de con­
sumo, ya sea a las viviendas o a los campos de laboreo agrícola.
Estos subsisten gracias a esta obra del hom bre, que am plía de esta
m anera el tapiz vegetal natural, con el de origen antropógeno,
incorporando a su habitat tierras naturalm ente áridas.
Por esta razón esta red hidrográfica, como otras tantas, puede
ser determ inada sólo a base del lecho seco del río, hacia el cual
fluyen las aguas únicam ente en las épocas de crecientes extra­
ordinarias, dado que las ordinarias, ya previstas en la construcción
tle las tomas, son absorbidas en su casi totalidad.
Según ésto, podría creerse que la población sólo puede ub i­
carse en la región de las cabeceras de esta red hidrográfica, cuando
en realidad son m uchos los pueblitos que se alinean a lo largo
del cauce del río, y todos ellos poseen agua como para cubrir el
consumo de los hombres, de los anim ales y del riego de sus huertas.
Esto se explica porque parte de las aguas de las precipitaciones
meteóricas se insum e no sólo en el lecho arenoso del río, sino
tam bién a través del m aterial suelto cpie form an los conos aluvio­
nales y medanales que cubren el pie de las serranías y transcurren
subterráneam ente a través de las rocas permeables, o de las fisuras
y diaclasa, form ando la napa freática u otras a mayor profundidad.
Allí donde las capas im perm eables se acercan a la superficie
exterior del río se producen nacientes de agua que poco a poco le
entregan algo de su caudal. Estos nacim ientos son los cpie per­
m iten establecer nuevas poblaciones a lo largo del lecho del río.
Otras veces son los tributarios, que salen de la C ordillera o
regiones montañosas vecinas, los que aportan agua suficiente como
para perm itir el establecimiento del hom bre a lo largo de la
cuenca del Abaucán.
En el m apa adjunto, vemos que sum an varias decenas los
nom bres que indican em plazam iento hum ano, ya sea en forma de
poblaciones permanentes, ya en forma de puestos, donde la ocu-
- 207 -

• pación se realiza en form a alternada concordante con las posibi­


lidades del pastoreo. De cualquier forma, el hom bre se ha esta­
blecido a lo largo de toda la cuencia lo que significa que las posi-
' bilidades de agua son efectivas a lo largo de toda la cuenca im brí­
fera del río A baucán; pero gran parte de ella pertenece al régimen
subterráneo.
Tom ado el río Abaucán desde sus nacientes más remotas, el
Ojo de las Losas, o el Cazadero hasta su nivel de base habitual,
los llanos de La Rioja, abarca unos 300 Km. de largo, en cifras
aproxim adas.
Su cuenca es asimétrica, puesto que los tributarios de mayor
significación proceden de la m argen derecha, siendo realm ente
insignificante o nido el aporte de la m argen izquierda.
Causa de ello es la disposición del relieve al cual sirve de
drenaje. En efecto, el Ojo de las Losas y el Cazadero llevan sus
cabeceras hasta las cumbres nevadas de la Cordillera que sirve de
lím ite con Chile. A bandona la Cordillera y recibe los aportes es­
porádicos de los torrentes que, en form a de varillas de un abanico,
bajan del borde m eridional de la Puna y se insum en en el arenal de
la Pam pa de Yacuchuya, para reaparecer luego en Nacimientos.
Corre de norte a sur atravesando el valle longitudinal de T inogasta
< hasta la localidad del mismo nombre, tuerce hacia el este siguiendo
una fractura del terreno que separa el bloque de Copacabana de
la sierra de Zapata reforzado con el aporte de algunos arroyos rio-
janos, bordea la extrem idad m eridional de la salina de Pipanaco
hasta la Villa de Mazán, tuerce nuevam ente su curso siguiendo
a su vez la fractura que separa la sierra de Mazán de la sierra de
Am bato. Llega hasta los llanos de La R ioja perdiéndose en el
D epartam ento Capital. Sus aguas, muchas veces salobres, alim entan
la salina La Antigua, que se extiende al norte de los bajos de Santa
Elena.
El río A baucán pertenece al sistema de los ríos cortados. La
elaboración del cauce tiene un ritm o alternado, puesto (pie sólo
en época de las crecientes lo erosiona en todo su perfil longitudinal.
Estas se producen en verano concordantes con las lluvias de esa
estación. D urante el resto del año, sólo llevan agua los tributarios
(pie se alim entan en los nevados o en los nacim ientos de agua que
responden a regímenes subterráneos.
- 208 -

D escripción df. su C uenca y la de su R f.d T ributaria

En sus cabeceras, dos valles longitudinales recolectan las aguas


que alim entan en forma directa e indirecta el caudal del Abaucán.
El más occidental es el valle del Chascuil, acom pañado por la ruta
nacional N*? 60 que une a Tinogasta con el paso de San Francisco.
Las cabeceras del valle llegan hasta allí, aunque los torrentes que
generalm ente aportan las aguas se desplazan en valles cuyo rum bo
general es oeste-este.
El prim ero de ellos es el que baja del cerro Morocho, riega
la vega y el puesto Las Peladas, donde sus aguas se pierden por
infiltración.
Más al sur un segundo valle transversal corresponde al Ojo
de las Losas. Este torrente lleva sus nacientes hasta un cerro muy
elevado que lleva el mismo nombre. Según el señor Sáleme, dueño
tle la estancia de Chaschuil, el Ojo de las Losas tam bién se pierde
en u na vega y en un puesto hom ónimo: sólo en ocasión de grandes
avenidas de aguas, éstas se unen a las del río Cazadero que se des­
plaza más hacia el sur.
Según esta confirmación, las verdaderas fuentes del Abaucán
en la cordillera lo constituyen las aguas del río Cazadero, cuyas
nacientes llegan hasta el nevado llam ado cerro Nacim iento, de
6.-19$ m. de altura, según la H oja N'-' 23, “Fiam balá”, del Instituto
Geográfico M ilitar, año 1942. Con un rum bo general oeste-este
llega al colector general, regando a su paso las vegas T am bería y
Q uem adito. El río Cazadero llega, luego de doblar su curso con­
forme a la dirección general del valle, hasta la estancia de Chas­
chuil, viniendo de norte a sur. Varias son las vegas de este valle y
quebradas laterales cpte concurren a él. Estas vegas son campos de
pastoreo perm anente que tienen ricos pastos para el m antenim iento
y aun para el engorde del ganado.
Ya citamos Las Peladas, Las Losas, luego Lam pallo, Tam billos
y Q uem adito a lo largo del curso del río Cazadero hacia el oeste;
Cazadero Grande: C ortadera, frente a quebrada Honda puede sus­
tentar hasta 1.000 ovejas durante todo el año. Hacia el oeste de este
últim o, está la vega de Colpe. Luego, nuevam ente dentro del rum bo
general, están las vegas de Pastos Amarillos y Pastos Largos. Entre
esta últim a y la vega de Colpe pueden vivir cóm odam ente hasta
2.000 ovejas, du ran te todo el año.
Hacia el sudoeste está la vega Punco, que es una vega chica.
Luego está Chas-Chuil, la más im portante de la serie. A esLa
altura, el valle tuerce hacia el oriente luego de recibir el aporte
del río Pillaguasi cuyas cabeceras llegan hasta el cerro de I _s
Aparejos.
A p artir de la Angostura del G uanchín, el río Chaschuil prosigue
su curso con ese nom bre luego de proveer de agua a la vega de la
Angostura. A p artir de allí el río costea a la sierra de Narváez, no
recibiendo ningún trib u tario de im portancia a través de niás cíe
50 Km., que transcurren en lorm a sinuosa dentro de la C ordillera,
y luego sale al valle de Tinogasta, al norte de Fiam balá, donde
se levantan las aguas cerca del barrio de la R am adita. Esta es
consum ida casi totalm ente para el riego de las fincas y el uso de
la población. En este tram o, el viejo cauce del G uanchín recibe
localmente el nom bre de Las Zanjas. Es un lecho am plio, pro­
fundam ente entallado dentro de su propio m aterial de acarreo:
sus paredones laterales, casi verticales, term inan en su parte su­
perior en una am plia terraza, que se prolonga hasta su confluencia
con el río Abaucán.

F ot. N9 5. — Confluencia del río Guanchín con el Abaucán, aguas arriba de


Fiainhalá. departamento de Tinogasta (Catamarcaf.

El río de la Troya es el segundo de los tributarios tpte bajan


de las cum bres nevadas de la C ordillera; por tal motivo trae agua
durante todo el año. Por su valle profundo y angosto transcurre
uno de los caminos más cortos a Chile. Las nacientes del río de
la Troya llegan hasta un macizo de la C ordillera que culm ina en
- 210-

varios cerros, tales como el T oro, el cerro Colorado, cerro Bolsón


y cerro Azufre. A lo largo de este valle transversal tam bién hay
vegas, como asimismo en las zonas com prendidas entre el valle del
G uanchín y el de la Troya. Así por ejem plo desde la estrechura
del G uanchín hacia el sur está el Agua de los Caranchos, hacia
donde van a abrevar los animales. H ay en el m om ento actual más
de 4.000 ovejas, 300 vacunos y más de 500 burros. Puede citarse
tam bién Los Jum es, que es u n puesto chico, y el campo de Las
Ojotas. Frente a la T roya se sitúa la Estancia de Francisco, la
mayor de todas, puesto cjue en el m om ento actual sustenta más
de 8.000 cabezas de ganado, en su m ayoría lanar. Finalm ente,
podemos citar a Guanacuyacu.
El río de la T roya llega en su sinuoso cauce al valle longitu­
dinal de Tinogasta, hacia el oeste de la finca de Anillaco, donde
aún se levantan las ruinas de W atungasta, antiguo pueblo de
probable origen quichua que, como una avanzada estratégica,
custodiaba, no sólo el paso a Chile, sino el am plio valle, que era
seguram ente el camino obligado del Perú al país de los diaguitas.
El agua del río de la T roya fué levantada por los habitantes de
W atungasta para el riego de una vega que ya no existe y para
el consumo de la población. Actualm ente el agua de este río
tam bién se levanta totalm ente y ella constituye la base para la
población de Tinogasta.
El segundo valle longitudinal es el valle de Tinogasta. Este
term ina hacia el norte en una am plia herradura cuyas partes
encum bradas constituyen los rebordes m eridionales de la Puna en
el D epartam ento de Antofagasta del antiguo territorio de la go­
bernación de Los Andes.
Cerros muy elevados marcan este límite, tales como la cordi­
llera de San B uenaventura, con el cerro del mismo nom bre, el
cerro Hoyada, el Pabellón, el cerro Bayo, el Azul, el de Aguas
Calientes y el de Incahuasi, de 4.250 m. El conjunto forma un
semicírculo que cierra totalm ente el valle por el norte. Los pare­
dones escarpados de los contrafuertes de la Puna se hallan fuerte­
m ente recortados por un gran núm ero de valles de origen torrencial
en cuyo fondo corren los arroyos, tem porarios unos, perm anentes
otros.
Para su descripción sucinta, consideraremos el prim er valle
que corta el relieve aguas arriba del G uanchín. Es la quebrada
de Apocango con el arroyo del mismo nom bre, que generalm ente
queda exhausto antes de llegar al valle longitudinal de Tinogasta.
Sigue luego hacia el norte el río Abajo, que liega el puesto del
mismo nom bre, y el de A guadita. Se insume antes de llegar al
Cam po Comunero. Luego las quebraditas por donde se desplazan
los arroyos Colorado, Los Ranchillos y La C añada, cuyas aguas
riegan a Palo Blanco consumiéndose totalm ente. Hacia el noroeste
está el cerro La Palca de 5.350 m. C on ese topónim o existe tam bién
una mesada, con buenos pastos; desde allí baja el río de las Píz­
calas que riega algunos puestos y se insume. Luego el Negro Overo,
que se pierde sin provecho, el arroyo Mogotes, lo mismo que el
anterior, el río Real de Avila, y luego el río de La Palca;, final­
mente la quebrada de Gaspar, con el río del mismo nom bre. Todos
estos torrentes, riegan una cantidad de puestos cuyos nombres
figuran en la carta adjunta.
Procedente del norte y con una red trib u taria bastante im por­
tante, el río de Agua Negra es el que aporta mayor caudal; lleva
sus cabeceras a cerros muy altos, tal como la cordillera de San
Buenaventura. El caudal ha sido calculado en 800 litros por se­
gundo, es decir, un caudal semejante al del A baucán al llegar a
Tinogasta. Es característico por traer aguas fuertem ente cargadas
de limos que fertilizan los campos sometidos a su riego. Lo típico
de este río es la regularidad de su caudal durante todo el año.
Su estratégica posición dentro de la serranía hace probable la
construcción de un dique para el m ejor aprovecham iento de sus
aguas. Muchos son los tributarios que le aportan su caudal; el
arroyo Negro M uerto, el San Buenaventura, el de Las Papas, Po-
trerillos, río Blanco, Aguas Calientes y O jo de las Cortaderas.
Algunos de ellos son de caudal perm anente y otros son esporá­
dicos. El río de Agua Negra se insume en P unta del Agua Negra,
en la Pam pa de Yacuchuya.
O tra corriente de agua es la llam ada río de C huquisaca que
reúne las aguas de los arroyos La Mesada, y el río de La Ciénaga.
Son muchos los puestos y las vegas que se alinean a lo largo de
estas fuentes de agua. (Véase para ello la toponim ia que hemos
recogido en el m apa que acom paña este tra b a jo ). Estos ríos se
pierden en el Cam po de Chuquisaca.
La pequeña población de Antinaco, se riega con las aguas
que le aportan los arroyos Las Pam pas y Las Cuevas. T a tó n es
una población un poco más im portante que la anterior, en virtud
de recibir un caudal de aguas mayor que le aporta el río del
_212 _

mismo nom bre. El río de T atón recibe una red trib u taria nmv
nutrida; com enzando por el río de la Q uebrada Honda, el tío
del C hiquero, y finalm ente el río G rande, que es el que prim a con
su nom bre, puesto que al pasar por la población se lo conoce con
el nom bre de río G rande de T atón. Luego recibe el im portante
tributo del río C orral de Piedra, que recoge las aguas de las
serranías que se extienden hacia el oriente y que reciben el ncrnlne
general de sierra de Belén.
Estos colectores serranos de Agua Negra, de C huquisaca, de
Antinaco y G rande de T atón, pierden sus aguas totalm ente, insu­
miéndose en el arenal que ocupa el centro del bolsón. Ya hemos
tlicho con anterioridad que este arenal es muy suelto y se com porta
como una esponja para la absorción del agua. Esta tiene aquí un
curso totalm ente subterráneo, desplazándose sobre la capa im per­
meable, y aflora aguas abajo en el lugar llam ado Nacimientos
dando lugar a la formación de una vega. Es en este lugar donde
se origina el curso de agua que transcurre a lo largo del valle
tinogasteño con el nom bre de Abaucán.
Las aguas que surgen en Nacimientos son abundantes y de
buena calidad, de m odo que son varias las poblaciones que se
ubican en este prim er tram o, tales como Istataco de A rriba, lsta-
taco de Abajo o Pueblo Nuevo, San Antonio, M edanitos. Desde
las serranías orientales baja un arroyo precario, Los Molles, que
no llega al Abaucán. El pueblo que luego se asienta sobie 'a
vera del río, es Saujil, donde las aguas son levantadas casi total­
mente para el uso de la población.
Poco a poco vuelven a surgir las aguas en el lecho del río en
forma de alum bram ientos, aguas que se reúnen en un pequeñísim o
cauce discrepante que llega penosamente hasta Fiantbalá. (Hemos
visto ya que la población de Fiam balá se abastece de agua gracias
al aporte del G u a n ch ín ). El cauce del Abaucán es frente a esta
población, am plio y barrancoso, donde los m édanos vivos se form an
dentro del álveo del río y fuera de él. Frente al barrio de la
R am adita se une al cauce seco del G uanchín, que es como un
callejón abierto entre paredones altos y que realm ente sirve para e'
tránsito. Sólo en épocas de crecientes llegan a establecer contacto
ambas corrientes.
Aguas abajo el Abaucán no recibe ningún afluente de im por­
tancia, si exceptuam os al río de la Troya que tratam os o portuna­
mente.
- 213-

La sierra de Tinogasta, alta, de paredones escarpados, formada


por esquistos cristalinos precámbricos, como asimismo por grau-
vacas y areniscas 12, hacia el oeste; las sierras de Fiam balá y San
José, hacia el este, no presentan sino cortos surcos de erosión
fluvial que apenas irrum pen en la com pacidad de la serranía. El
Suriyaco, Las Chilcas, sobre la margen derecha; el Pozo del Molle,
de Los Ratones, la quebrada de Los Baños (donde se encuentran
las aguas term ales), el río de M orteros no son sino nom bres de
cauces secos, en su parte m edia e inferior. Son generalm ente de
pendiente rápida y las pocas aguas que llevan se infiltran en los
conos aluvionales y en los medanales pieserranos.
D entro del cauce del Abaucán, algunos alum bram ientos en
forma de pequeños ojos de agua van form ando nuevam ente un
escaso caudal que sirve para abastecer a la finca de Anillaco.
Aguas abajo, y procedente del oeste, llega el río del Puesto, que
riega las fincas que se sitúan en esta quebrada. Sus nacientes, que
llegan hasta el Potrero del Indio hacia el sur y el Vallecito hacia
el norte, concurren como las varillas de un abanico a la quebrada
del Puesto. Las sierras de T inogasta tienen en este sector una
altura im portante, que culm ina en el cerro Negro y en el cerro
Blanco de 4.500 m. Por tal motivo ejercen una influencia de
ponderación como condensadores de la hum edad atmosférica. Los
arroyos más im portantes son: el T otoral, el del potrero de R odrí­
guez, y el de La Casita. Un poco más hacia el sur, el arroyo de
La A guadita riega a la población de Chanam pos.
Llegando a la P untilla de T inogasta el río se desvía brusca­
m ente de su dirección norte-sur, para dirigirse hacia el este. Dice
T apia: “Es evidente que en el tram o desde La P untilla (Tino-
gasta) a río Colorado (Copacabana) el A baucán sigue una falla
que media entre los bloques de Zapata y C opacabana. Lo dem ues­
tran tanto la posición de la penillanura, muy destruida, es cierto,
que observan pendientes opuestas, como la existencia de la depre­
sión que forma el campo A rana (Bolsón de Tinogasta). Esta falla
tal vez encuentre su prolongación en el punto sudeste en el Ve-
lazco (Rincón de Suriyaco) y en el noreste en La P untilla de San
José. En cambio en el tram o oeste-este y desde el río Colorado
hasta el cerro Negro el valle es erosivo y antecedente” l3.

12 P enck, W.. Der Sñdrand. . . , cil.


13 T apia, A.. Aguas minera'es.. ., cil., p. 29 y 32.
Pasando las sierras de San José el A baucán recibe el río de
l.;is Lajas que desagua con el nom bre de río del Durazno, o río
Colorado, o río clel Inca. El río de Las Lajas transcurre por una
estrecha quebrada, orientada en térm inos generales de norte a sur,
situada entre las sierras de Fiam balá y San José hacia el oeste V
las estribaciones de las sierras de Belén, con el cerro Fraile en la
zona más encum brada, y la sierra de Zapata, hacia el este. Sus
nacientes llegan hasta el Alto del Volcán y Barros Negros, de
4.800 m., que, con el cerro M orado de 4.920 m. y el cerro del
T o lar de 4.900 m., form an una divisoria de aguas entre el río
Belén al este, el río Abaucán hacia el oeste y el río de Las Lajas
hacia el sur. F n el p rim er tram o este arroyo serrano es de aguas
perm anentes; luego las pierde por infiltración poco a poco, y se
transform a en un río cortado. Más tarde se une con el río del
Durazno y sigue con este nom bre hacia el sur, regando puestos y
lincas. Sus tributarios proceden tam bién del occidente, bajan de
las sierras de Fiam balá y San José; son el arroyo Esporal, La Cor­
tadera, río Seco y otros.
Sobre la m argen derecha y procedente desde el sur llega el
río Colorado de Reyes; lleva sus nacientes hasta el Cerro Negro del
sistema de Fam atina Narváez, riega la costa de Reyes y se desplaza
siguiendo una im portante línea de fallas que se extiende hacia el
sur hasta Angulos y hacia el norte hasta el bolsón de Fiam balá.
Recibe el tributo de los arroyos Carrizo e Higueritas. El cauce de
este río es am plio y sólo se llena durante las crecientes. F n época
de bajantes sólo magros hilos de aguas, fácilm ente vadeables a pie,
surcan el am plio lecho donde arraigan las hierbas. Algunas eflo­
rescencias salinas m atizan de claro el lecho del río seco, indicando
la disolución y arrastre de materias salinas a lo largo de la cuenca.
Se une al A baucán frente al C errito Blanco, en la P u n tilla de
Copacabana. Pasando esta últim a localidad llega procedente desde
el sur otro arroyo que tam bién se llam a Colorado, desaguando al
A baucán ju n to a la población del mismo nom bre. Luego llegan
tam bién dos surcos de arroyos secos, cuyos nombres aparecen un
poco confusos entre la m últiple nom enclatura que recogimos. Estos
surcos de erosión fluvial tienen una dirección general sudoeste.
Luego llegan siguiendo la misma dirección el arroyo Las Mazas,
el Tom as Altas, el arroyo Barrancas Malas, hasta la red de drenaje
general. Los Cerrillos son los que d e t e r m i n a n estas corrientes
esporádicas.
- 215-

E1 río P ituil es el más im portante de los tributarios proce­


dentes del sur. Sus cabeceras se alim entan en los Nevados del
Fam atina. Se e x t i e n d e n de sur a norte sobre los contrafuertes
orientales de esta elevada serranía, llegando hacia el sur más allá
de la cuesta del Tocino, y con el nom bre de río Blanco llega hasta
la cum bre Baya, de 5.200 m. de altura, donde se origina. Una
serie de sierras transversales al valle Chilecito Paim án o valle de
Fam atina, formados por El C im arrón (2.700 m .) , Los Ram blones
(2.700 m .) , La R inconada y La A guadita (de 3.000 m.) separan
a la cuenca im brífera del río Abaucán, o Colorado, o Salado, o
Bermejo de C a t a m a r c a , de los arroyos que form an el río de
Fam atina hacia el sur.
El río Blanco se une al río Durazno en Angulos y allí recibe
este últim o nom bre. El río Durazno recibe una vasta red de tri­
butarios que bajan del Fam atina, y aunque gran parte tle su
caudal se pierde por infiltración en los conos aluvionales llega a
unirse al Blanco y juntas las aguas form an sucesivamente el río
tle Angulos, de Chañarm uyo, y de Pituil. Desde allí ya tiene un
. régimen netam ente subterráneo hasta llegar con su cauce seco al
Abaucán.
E ntre el sistema de arroyos que concurren a la formación del
río Durazno al sur y el cauce del A baucán hacia el norte, son
muchos los torrentes que bajan desde las faldas del Fam atina al
valle longitudinal; sus aguas aseguran varias poblaciones estables
en ese sector riojano, y luego se pierden, infiltrándose entre los
aluviones de sus propios conos tle deyección, antes tle llegar a la
red general de drenaje. Ellos son; el Potrerillo, el Venado, el Mal
Paso, que se reúnen y proveen tle agua a las poblaciones de Santo
Domingo y Campanas; el río tle Santa Cruz que surte de agua a
la villita del mismo nom bre. Después del cauce del río Pituil,
llega otro lecho generalm ente seco, el del arroyo T ala, que se une
al cauce del Abaucán-Coloratlo, junto a la población tle El Salado.
A p artir tle aquí, el río principal toma el nom bre de la población
que atraviesa y lo m antiene hasta tpie se pierde en los llanos tle
La Rioja.
Aguas abajo del Salado, y siempre sobre la m argen derecha,
se retine con el cauce del río tle San Blás de los Sauces, o sim ple­
mente, río tle los Sauces. Este atraviesa el departam ento tle Pelagio
—21(3 —

B. L una de sur a norte. Sus nacientes se encuentran en unos ojos


de agua en la Pam pa G rande de la sierra de Vela/co. Los m anan­
tiales son varios, alim entan una serie de arroyuelos que se unen y
proveen de agua a los pueblitos de T uyubí, Amaschi, Zuriyaco,
Schaqui, Los Robles y Sálicas. A p artir de este últim o, el lecho
queda exhausto; pero las aguas subterráneas dentro del álveo se
encuentran a muy poca profundidad y de trecho en trecho afloran
entre los m ateriales de acarreo que lo cubren. De esta m anera llega
nuevam ente un poco de agua para suplir las necesidades de la
población de Alpasinche.
Agua abajo de esta población el río no suele llevar caudales
aflorantes durante el largo período de bajante, y poco a poco suele
borrarse hasta el Jecho del mismo. A unos diez kilóm etros de
Aim ogasta comienza el delta interior. Ei conoide aluvional se
extiende al sur de la salina de Pipanaco y afecta la forma de una
llanura, sum am ente recortada p o r requebrajaduras de las capas
arcillosas; algunas se extienden en form a de cañadoncitos secos.
Pasando Los Bañados, vuelve a reconstruirse de vez en cuando
algún caudal. Aimogasta y sus ricos olivares se surten de agua de
vertientes.
Años atrás, los lugareños habían desviado, inclusive, el lecho
del río hacia la salina de Pipanaco para evitar la avalancha de
barro de las crecientes.
Al llegar a las Term as de Santa Teresita, un trib u tario tam ­
bién esporádico le llega desde el norte. Los lugareños lo conocen
con el nom bre de Salado; en efecto, el arroyo se form a en unas
nacientes situadas sobre el extrem o m eridional de la salina. Pa­
sando las termas, el cauce del río, tuerce hacia el sur en dirección
a la villa de Alazán. Aquí se une al últim o trib u tario im portante.
Se trata del colector general del departam ento de Castro Barros.
Desde los faldeos orientales de la sierra de Velazco bajan una
serie de arroyos que se originan generalm ente en vertientes y
llevan el nom bre tle las poblaciones a las cpie surten de agua. Casi
todos ellos llevan interpuestos en sus surcos estanques, donde se
ju n ta n las aguas que han de distribuirse para el riego. Pero parte
de esos caudales se infiltran y transcurren subterráneam ente, aflo­
rando en un bañado sobre la costa opuesta del valle, es decir, al
pie del cordón serrano de Alazán. De estos bañados se forma un
-2 1 7

arroyo tuyas cabeceras llegan hasta la cercanía tle Ismiengo. Una


ligera com badura del terreno envía los caudales hacia el norte.
Pasando Aminga este arroyo toma el nom bre de río de la Punta,
con él pasa el oriente de la costa de Arauco, se une al río Uspalto,
y con el nom bre de río de Las Juntas se dirige con dirección
oriental hacia la villa de Mazan. A quí, nuevam ente se canalizan
sus aguas hacia los cultivos y el excedente concurre a la vaguada
de la red de drenaje general. U na fractura, abierta entre las sierras
tle Alazán y la de Am bato, marca el rum bo m eridional del des­
agüe. En este últim o tram o se lo conoce con el nom bre de río
Salado. En el ancho lecho, surcado tle cauces discrepantes, existen
abundantes eflorescencias salinas, que se m anifiestan hasta el final
del mismo en los llanos de La Rioja. Desde Mazan hacia el sur
pequeñas torrenteras, que llevan agua tle lluvia de vez en cuando,
tam bién llegan con sus magros aportes. Ellos son los arroyos Los
Mistóles, río Blanco, Q uim ilar y otros menores, que se insum en
al pie de las sierras tle Velazco. La salina La A ntigua, situada al
este de la ciudad capital tle provincia, acusa un crecim iento en
dirección a la desembocadura del río Abaucán-Coloratlo-Salatlo.

R é g im e n d e l R ío

De las observaciones tlel relieve, del clima, y de la acción


antropógena, se deduce que el régimen hidráulico de la red de
drenaje tlel río A batirán es esencialmente irregular.
Su caudal máxim o fué registrado en el año hidrológico 1940-41,
con 74,244 m 3./s.; el mínim o, de 0,958, corresponde a 1941-42.
En los últim os años, los registros respectivos han dado:

1918- 19 3,258 m 3./s.


1949-50 * 2,218 „
1950- 51 2,078 „
1951- 52 2,282 „
1952-53 3,493 „
1953-54 2,082 „

El prom edio de 35 años tle observaciones da 2,489 m3./s.


-2 1 8 -

Sus crecientes totales o parciales acontecen generalm ente en


verano, concordantes con las lluvias de esa estación. El derreti­
m iento de las nieves de la Cordillera, alim enta las cabeceras de la
red; pero las condiciones de perm eabilidad de los conoides de
deyección de pie de m onte e interseríanos, hacen que parte de las
aguas se infiltren y se escurran subterráneam ente. Su m áxim o cau­
dal registrado en el período 1919-1946 íué de 74,244 m etros cúbicos
por segundo acontecido en el año hidrológico de 1940-1941; el
m ínim o caudal fue de 0,958 metros cúbicos por segundo, aforado
en el período 1941 - 1942 (Los registros pertenecen a la Dirección
General de Agua y Energía Eléctrica de la C apital F ed eral).
Es carácter destacado para toda la red de drenaje el aflora­
m iento de agua del subsuelo, dentro de la vaguada del río, en
forma tle nacimientos.
Ellos dan lugar a la existencia de puestos. Con este vocablo
se identifican en el noroeste argentino a los lugares donde se des­
arrolla el tapiz vegetal útil para el pastoreo del ganado, en poca
escala. T erm inado el pasto, el puestero se traslada a otro, con su
pequeño rebaño. Se realiza así una trashum ancia particular, que
term ina su circuito en el prim er puesto, en cuyos aledaños las
hierbas han tenido tiem po de crecer nuevam ente.
En el m apa confeccionado por la profesora M aría Teresa
G rondona, los puestos están indicados con puntos; y vemos que
su núm ero pasa de un centenar. O bran en nuestro poder los
- 2 19 -

nombres de cada uno, no consignándolos porque su lectura se


hace pesada.
Volviendo al régimen del Abaucán, vamos a considerar una
últim a inform ación obtenida por el Ing. Konzewitch (de la Di­
rección de Agua y Energía de la C apital F ed eral). Hemos visto
que, saliendo de la región cordillerana, pasando la población de
Tinogasta, el curso del río dobla hacia el oriente, bordeando el
bolsón de Pipanaco hacia el sur. En el tram o com prendido entre
Copacabana y AlpaSinche en dirección a Aimogasta, el lecho del
río se caracteriza por una vaguada muy ancha, sobre la que el agua
se explaya form ando lagunas de muy poca profundidad, que se
evaporan muy rápidam ente. El cálculo de dicha superficie de eva­
poración ha sido fijado en unos 45 kilómetros cuadrados y lógica­
m ente constituye un factor negativo contra el caudal vivo del
sistema fluvial.
Al ocuparnos del clima, hemos referido algunas observaciones
relacionadas con las irregularidades extrem as de los caudales del
río Abaucán.

L as T ermas de F iambalá.

Desde el pueblo de Fiam balá hacia el sudeste, dentro del am ­


biente de las sierras del mismo nom bre, se hallan las fuentes de
aguas termales llamadas de Fiam balá. Para llegar hasta allí, hay
que ir a lomo de muía, puesto que no hay ningún camino para
hacerlo de otra m anera. Se atraviesa en prim er lugar, lo que local­
m ente se conoce con el nom bre de “Los Barrancos” que no es sino
el lecho del río Abaucán, seco y cubierto por medanales. Hacia el
oriente, el arenal se extiende hasta el pie de los cerros, interrum ­
pido solamente por una que otra m ata de algarrobos, tolas, reta­
mos, además que por una que otra m ata de stipáceas. El viento
dom inante del sur im prim e a las arenas la forma característica de
media luna, o barchin. Arenas y pedruzcos ocupan la suave pen­
diente que se traspone en dos horas y m edia a paso lento.
Junto al pie de la serranía oriental la vegetación aum enta en
individuos y especies. Los accidentes topográficos se m ultiplican y
son varias las quebradas que confunden al viajero que por prim era
vez llega hasta la región. La quebrada llam ada de Los Baños, se
caracteriza por la vegetación más abundante y por su coloración
se divisan los penachos de las totoras, retamos, algarrobos blancos
y negros, pocas cactáceas acurrucadas ju n to a las rocas, adheridas
a éstas, y a veces pendiendo de las mismas. Hay abundancia de
chaguares recubriendo las escarpas; se distinguen tam bién al pasar
tasis, romerillos, pichanas y chañares, como asimismo stipáceas de
m enor porte y gramillas que form an una pradera fresca donde el
agua del arroyo llega, aportando hum edad perm anente.
E ntrando por la quebrada, sobre la izquierda, están los restos
de la construcción de una m ina de wolfram, actualm ente aban­
donada y en pleito. Aguas arriba se llega a una pequeña finca,
donde aún viven unas viejecitas de apellido Salazar, que cobran
la entrada a los baños. La finca tiene parrales, higueras de relu­
ciente follaje, y la consabida huerta, en parte abandonada. El
sendero se estrecha por la interposición de bloques de rodados y de
espolones de roca viva. Hacia la m ano izquierda se em plazan an­
denes de cultivo. Estos andenes son terrazas escalonadas, donde la
tierra vegetal está retenida por unas pirquitas de rodados traídos
por el mismo arroyo que les proporciona el agua de riego. A quí
—nos dice el guía— se cultivaba m ucho trigo y maíz; pero en el
m om ento actual las dueñas de la finca, sólo cultivan pocas h orta­
lizas y pocos cereales. El sendero tortuoso se desplaza aguas arriba
hacia el oriente; se estrecha, enormes moles procedentes del de­
rrum be interceptan el paso; paredones casi verticales convierten a
la quebrada en u n a estrecha garganta en el fondo de la cual corre
el arroyo de aguas calientes. De tal suerte se llega hasta u n par
de cientos de metros de las mismas vertientes.
Unas pircas de piedras arrim adas a las laderas enhiestas, algu­
nas cubiertas de ramazón seca, otras descubiertas de unos ochenta
centím etros de altura constituyen los prim eros refugios. La vege­
tación arbustiva es aquí bastante cerrada como para convertirse
en cortina natu ral que protege a los bañistas de m iradas indiscretas.
Algunos árboles prestan su sombra y de esta m anera se llega a las
piletas, que son simples ensanches del lecho del arroyo, donde el
hom bre ha elim inado los escombros para disponer de baños más
cómodos. Ju n to a estas piletas se hallan dos construcciones de pircas
de piedras con techos de ramazón más o menos bien term inadas.
Allí se albergan las personas que no pueden pernoctar a la intem ­
perie; otros refugios no existen.
Allí nos apeamos y preparam os nuestro refrigerio. M ientras
éste se calienta, bajamos por entre los pedregones, hasta el arroyo,
_ 999 _

Fot. N" 7. — Termas de Fiambalá. La cascadita es de aguas calientes, a 60° C.


— 223 —

que manso se desliza sin hacer m ucho ruido por entre el m aterial
de derrum be que llena la quebrada. El agwa es lim pia, cristalina,
absolutam ente transparente y bien caliente. En las piletas que se
sitúan frente a las viviendas precarias, no es posible bañarse en
verano por cuanto el agua está demasiado caliente, pero en otoño
y en prim avera constituyen los baños predilectos por cuanto el
agua se enfría bastante en contacto con el aire.
Aguas arriba y siguiendo el áspero sendero, se llega a las n a­
cientes. Estas se producen en varios ojos de agua, de poco caudal,
se ju n tan y se precipitan en cascaditas sucesivas hasta form ar una
única y ya im portante cascada de unos cinco o seis m etros de altura
más o menos. D urante el invierno, estas aguas que traen 589,1 de
tem peratura vaporizan intensam ente en contacto con el aire frío
de la atmósfera form ando una cortina de vapor de agua, que
acompaña al arroyo aguas abajo. En el- lecho del arroyo, entre los
rodados que están dispersos en él y sobre los mismos, recubrién­
dolos en parte, existen gran cantidad de algas que ..prosperan en
esos tipos de aguas. Son de coloración am arillenta, 'viscosas y son
tanto más abundantes cuanto mayor es la .tem peratura del agua.
Junto a la cascada m ayor he visto los iqejores ejem plares.
Estas preciosas aguas termales, de valor terapéutico y sedativo
muy apreciado desde- tiem pos! remotos en la región, han sido ana­
lizadas por el Dr. H errero Doucloux y sus resultados publicados
en Aguas M inerales de la R epública Argentina, Vol. II I, provincia
de Catamarca.
Según estos análisis se trataría de aguas hiperterm ales sólo
superadas en tem peratura por las de Villavil, que alcanzan 6098
centígrados.

L as R uinas de B atungasta.

Llam a la atención del viajero, curioso y ávido de com pene­


trarse de los am bientes geográficos en su relación con el em plaza­
miento hum ano actual o prehispánico, autóctono o alóctono, la
existencia de estas ruinas de probable origen incaico d en tro del
dom inio o h ab itat de los diaguitas.
Invisibles a simple vista, puesto que las viviendas, tem plos o
fortalezas h an sido reducidas a u n sim ple roquerío con el correr
del tiempo; dentro de u n am biente desprovisto de vegetación, se
— 224 —

confunden en el am plio paisaje montañés, las sierras, las colinas


adosadas a los faldeos, y las ruinas.
A ctualm ente, la construcción de un nuevo tram o de la R u ta
Nacional N? 63, lleva a las cercanías de la misma.

í -'ot . N'n 8. — Batungasta. Restos de una vivienda de forma circular hecha


con barro amasado.

Batungasta o W atungasta, (pueblo de grandes hechiceros) filé


emplazado estratégicam ente sobre la misma entrada a la quebrada
de La Troya, que a esa latitud, lleva a Chile por el camino más
corto. Fué construida sobre unas estribaciones orientales del cordón
de Tinogasta, de tal suerte, que el observador colocado en la
vivienda más alta, podía recorrer fácilmente con la m irada el valle,
hacia el norte y hacia el sur. (Por otra parte no existe ni en la
actualidad otro camino si exceptuamos el valle transversal del G uan-
chín que en Chaschuil dobla hacia el norte para llegar al Pacífico
por las vegas y el paso de San Francisco, siendo este camino m ucho
más largo, además de estar situado más al n o rte ).
El cordón de Fam atina en este tram o de Catam arca tiene la
característica de los badlands. siendo intrincados vericuetos los que
seccionan las sierras de arriba a abajo, de norte a sur y de oeste a
este en todo sentido, transform ándolo en un verdadero laberinto
transitable únicam ente por baqueanos. Las areniscas y conglomera­
dos son sum am ente permeables, de m odo que el agua superficial es
escasa y como consecuencia la vegetación. Solamente trae agua el río
de La Troya, y ésta era desviada para regar las vegas de Batun-
gasta. Aun existen restos de estos canales de riego m ediante los cua­
les se proveía de agua a la población. El em plazam iento estratégico
de este pueblo estaba, pues, adm irablem ente elegido por gentes que
conocían perfectam ente la región. Quienes fueron, queda en el mis­
terio hasta el m om ento actual. Solamente por las formas que afec­
tan las viviendas, la m aestría de la técnica de su construcción y de
su distribución, hacen sospechar un origen quichua.
Las únicas descripciones que se hicieron de estas ruinas fueron
realizadas por G unardo Lange, Las ruinas de W atungasta, con
un plano y un dibujo a lápiz. Publicado en los Anales del Museo
de La Plata en el año 1890; con una explicación agregada por Sa­
muel A. Lafone Quevedo con el título de El pueblo de Batungasta M.
Del análisis com parado de estos trabajos con las observaciones rea­
lizadas durante el verano pasado puede deducirse que, a excepción
de las ruinas ubicadas en lo alto de la colina el resto está en vías
de desaparecer por com pleto, la construcción del cam ino R u ta N a­
cional N*? 63 lleva parte del m aterial y el resto es dispersado por
la acción de los factores de la dinám ica exterior.
Q uedan en pie, lo que G unardo Lange llam a las tapias A-B
y C. La tapia A, resto de una vivienda circular está en la cima de
u na colina de unos 20 metros sobre el nivel m edio del am biente;
está fabricada prolijam ente con una técnica esmerada, con el
amasijo de una arcilla am arillenta, que ha resistido a la ac­
ción del tiempo. Para llegar hasta arriba, había un cam ino en form a
de caracol, cuyos bordes, visibles a la distancia están protegidos
por unas pircas de piedras. La tapia tiene alrededor de u n m etro
con ochenta de altu ra y es relativam ente estrecha. Se supone que
fué vivienda de algún cacique o sim plemente tem plo de alguna
deidad y en el cual se realizaban los sacrificios.
La tapia B tam bién está en lo alto de una colina; pero más
baja que la anterior. El diám etro de la misma es algo m ayor que
el de la tapia A.14

14 L afone Quevedo, J. A., El pueblo de Batungasta, en “Anales del Museo


de La Plata. Sección Arqueología", t. II (La Plata, 1892).
- 226 -

La tapia C tam bién es de forma circular, estaba ocupada en


el m om ento de la observación por un peón cam inero que había
instalado en ella su catre y su cocina.
Del resto de las construcciones no queda prácticam ente nada.
Algunos m ontones de escombros —que dudo queden después que
pase la cuadrilla cam inera—, tal vez puedan ayudar a reconstruir
lo que fué el pueblo, aunque sea en parte. De todas m aneras, se­
ria interesante que las autoridades departam entales de T inogasta
influyeran con el fin de que se respetara este m udo testimonio del
patrim onio histórico de este valle.

F ot . N9 9. — Batungasta. Restos de vivienda en. lo alto de una colina,


a la entrada do la quebrada de la Troya.

Por últim o voy a repetir algunos conceptos esbozados por La-


íone Quevedo con respecto al pretendido origen del nom bre de
Batungasta, ya que su origen y su fundación se esfuman en el
tiem po y ni siquiera leyenda alguna se une a su recuerdo. Dice
el au tor después de ponerse de acuerdo con el padre Lozano y con
Fernández Oviedo y de rever prolijam ente unos documentos reía-
d onados con la Merced de Anillaco del año 1687-173Í) que: gasta
significa pueblo, en idioma tonocote, lo mismo que la term ina­
ción ao o hallo, lo dice tam bién para la lengua kakana, m ientras
tanto la term inación gasta, es más común en la legión calchaquí.
“H uatún sería de origen quichua, pues diría liuatu que signi­
fica adivinar algo, según González H olguin; y hechizar m atando
hombres según San Tom ás. 1.a ti responde a una de dos com bina­
ciones, ya sea letra eufónica que suele agregarse cuando la sílaba
aum entada empieza por consonante; ya subfijo gram atical que
dice lo que la raíz verbal significa" 15. Desde luego si huatu es
por huatuna por apócope de la a, diría el lugar donde practican
esos ritos o hechizos. Como consecuencia H uatungasta o W atungasta
podría interpretarse como pueblo de hechiceros. La vivienda co­
locada en lo alto de la colina con su escalera en espiral podría ser
el tem plo donde se sacrificaría la víctima. Pero estos conceptos es­
tán en contradicción con el em plazam iento tan estratégico de una
población a la entrada de la única vía más corta de acceso a Chile.
Este em plazam iento habla más bien de una faz em inentem ente
práctica de un pueblo que de un aspecto religioso del mismo.

15 Ibidem .

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