Capítulo 1 Berger y Luckmann
Capítulo 1 Berger y Luckmann
Capítulo 1 Berger y Luckmann
El lenguaje se origina en la vida cotidiana a la que toma como referencia primordial: la realidad
que experimento en la conciencia en vigilia, y que comparto con otros de manera establecida.
También puede usarse para referirse a otras realidades, conservando empero su arraigo en la
realidad de sentido común de la vida cotidiana. Se me presenta como una facticidad externa a
mi mismo y su efecto sobre mi es coercitivo. Además, me obliga a adaptarme a sus pautas. El
lenguaje me proporciona una posibilidad ya hecha para las continuas objetivaciones que
necesita mi experiencia para desenvolverse. Tiene una expansividad tan flexible como para
permitirme objetivar una gran variedad de experiencias que me salen al paso del curso de mi
vida. El lenguaje también tipifica experiencias, permitiendo incluirlas en categorías amplias, en
cuyos términos adquieren significado para mi y para mis semejantes. A la vez que las tipifica,
también las vuelve anónimas. Mis experiencias biográficas se incluyen constantemente dentro
de ordenamientos generales de significado que son reales tanto objetiva como
subjetivamente. El lenguaje tiende puentes entre diferentes zonas dentro de la realidad de la
vida cotidiana y las integra en un todo significativo. Las trascendencias tienen dimensiones
espaciales, temporales y sociales. Como resultado de estas trascendencias, el lenguaje es
capaz de “hacer presente” una diversidad de objetos que se hallan ausentes del aquí y ahora.
Este poder trascendente e integrador del lenguaje se conserva aun cuando, de hecho, yo ya no
estoy dialogando con otro. El lenguaje me “hace presentes” no solo a los semejantes que están
físicamente ausentes en ese momento, sino también a los del pasado recordado o
reconstruido, como también a otros proyectados hacia el futuro como figuras imaginarias. El
lenguaje, además, es capaz de trascender por completo la realidad de la vida cotidiana. Puede
referirse a experiencias de zonas limitadas de significado y abarcar zonas aisladas de la
realidad. Cualquier tema significativo que de esta manera cruce una esfera de la realidad a otra
puede definirse como un símbolo y el modo lingüístico por el cual se alcanza puede
denominarse lenguaje simbólico. La significación lingüística alcanza su máxima separación del
“aquí y ahora” de la vida cotidiana, y el lenguaje asciende a regiones que son inaccesibles a la
experiencia cotidiana no sólo de facto sino también a priori. El lenguaje es capaz no solo de
construir símbolos sumamente abstraídos de la experiencia cotidiana, sino también de
“recuperar” estos símbolos y presentarlos como elementos objetivamente reales a la vida
cotidiana. El lenguaje constituye campos semánticos o zonas de significado lingüísticamente
circunscritos. Elabora esquemas clasificadores para diferenciar los objetos, por ejemplo según
su género o número. Dentro de los campos semánticos así formados se posibilita la
objetivación, retención, y acumulación de la experiencia biográfica e histórica. La acumulación
es selectiva, ya que los campos semánticos determinan que habrá de retener y que habrá que
olvidar de la experiencia total, en virtud de esta acumulación se forma un acopio social de
conocimiento. Mi interacción con los otros en la vida cotidiana resulta afectada
constantemente por nuestra participación común en ese acopio social de conocimiento que
está a nuestro alcance. La participación en el cúmulo social de conocimiento permite la
“ubicación” de los individuos en la sociedad y el “manejo” apropiado de ellos. Esto no es
posible para quien no participa de este conocimiento, por ejemplo un extranjero. Gran parte
del cúmulo social de conocimiento consiste en recetas para resolver problemas de rutina. El
acopio social de conocimiento establece diferenciaciones dentro de la realidad según los
grados de familiaridad. El cúmulo social de conocimiento me proporciona esquemas
tipificadores requeridos para las rutinas importantes de la vida cotidiana, no solo las
tipificaciones de toda clase de hechos y experiencias, tanto sociales como naturales. “Sé lo que
todos saben” tiene su propia lógica, que puede aplicarse para ordenar las diversas cosas que
sé. La validez del conocimiento de la vida cotidiana es algo establecido para mi y para los otros
hasta nuevo aviso, hasta que surge un problema que no puede resolverse en esos términos. La
realidad de la vida cotidiana siempre parece ser una zona de claridad detrás de la cual hay un
trasfondo de sombras. Cuando unas zonas de realidad se iluminan, otras se oscurecen. No
puedo saber todo lo que hay que saber de esa realidad. Mi conocimiento de la vida cotidiana
se estructura en términos de relevancias, algunas por mis propios intereses pragmáticos
inmediatos, y otras por mi situación general dentro de la sociedad. Mis estructuras de
relevancia se entrecruzan con las de otros en muchos puntos, como resultado de lo cual
tenemos cosas “interesantes” que decirnos. Un elemento importante de mi conocimiento de
la vida cotidiana lo constituye el de las estructuras de relevancia de otros. En la vida cotidiana
el conocimiento aparece distribuido socialmente, diferentes individuos y tipos de individuos lo
poseen en grados diferentes. No comparto en la misma medida mi conocimiento con todos
mis semejantes. La distribución social del conocimiento de ciertos elementos que constituyen
la realidad cotidiana puede llegar a ser sumamente compleja y hasta confusa para el que mira
desde afuera. La distribución social del conocimiento arranca del simple hecho de que no sé
todo lo que saben mis semejantes, y viceversa, y culmina en sistemas de idoneidad
sumamente complejos y esotéricos.