Estado Sujetos Derecho Internacional
Estado Sujetos Derecho Internacional
Estado Sujetos Derecho Internacional
Los Estados
nuevas y antiguas, con las que nos enfrentamos, señaló el Secretario General
de la ONU en su informe sobre la aplicación de la Declaración del Milenio (Un
concepto más amplio de la libertad…, marzo de 2005). A ellos corresponde ga-
rantizar los derechos de sus ciudadanos… Se trata, pues, de fortalecerlos para
que puedan ofrecer un mejor servicio a sus pueblos. Si los Estados son frágiles,
los pueblos del mundo no gozarán de la seguridad, el desarrollo y la justicia.
Necesitamos Estados capaces y responsables (v. par. 14).
La sociedad internacional es y seguirá siendo una sociedad de — aunque no
sólo— Estados soberanos.
18. El territorio
El territorio es el espacio físico —terrestre, marino y aéreo— sobre el que se
proyecta la soberanía o jurisdicción del Estado y en el que éste ostenta el dere-
cho exclusivo a ejercer sus funciones. El territorio es un elemento característico
del Estado. Otros sujetos, como las Organizaciones internacionales, no poseen
territorio propio, sino única y exclusivamente locales situados en el territorio de
un Estado con el que han concertado su sede, o cuentan, en el mejor de los casos,
con un territorio funcional —el de los Estados miembros generalmente— sobre
el que ejercen sus competencias. Piénsese, por ejemplo, en la Unión Europea (v.
tema 5).
La dimensión del territorio es, en principio, indiferente para que el Dere-
cho Internacional atribuya la condición de Estado. No son más Estados Rusia,
Canadá, China, Estados Unidos, Brasil, Australia, India y Argentina, que acu-
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mulan la mitad de las tierras emergidas del planeta, que los cien Estados más
pequeños que ocupan menos del uno por ciento de éstas.
En cuanto a su fisonomía, todo Estado ha de contar con un espacio terrestre
y —como complemento necesario— con un espacio aéreo. No todos los Estados
cuentan, en cambio, con un espacio marino. Estados submarinos, subterráneos
o navegantes son, hasta ahora, propuestas literarias y cinematográficas.
La peculiaridad de los Estados sin litoral o mediterráneos, como en general
las características del territorio terrestre respecto de la mar (continental, insu-
lar, archipelágico…), no afectan a la estatalidad, pero sí influyen en su estatuto
jurídico (v. par. 400-403).
Lo esencial radica en la existencia de un territorio cierto, aunque sea reducido,
y básicamente estable, aunque pueda ser controvertido o no esté completamente
delimitado ni demarcado. Así, por ejemplo, la reivindicación de Venezuela sobre
dos tercios del territorio de Guyana no supone negación de su estatalidad.
19. La población
No hay Estado sin población, pero el número o la densidad de habitantes
son indiferentes. En los seis Estados más populosos de la tierra —China, India,
Estados Unidos, Indonesia, Brasil y Rusia— vive la mitad de la población mun-
dial; el centenar menos poblado apenas supera el dos por ciento. No obstante,
tan Estado es China con sus más de mil trescientos millones de habitantes como
Nauru y Tuvalú con sólo unos miles. Lo mismo cabe decir de la densidad. En
Mónaco es muy elevada (más de dieciocho mil habitantes por km2); en Canadá
o Australia, mínima (entre dos y tres).
Tampoco es relevante para el Derecho Internacional que la población se ca-
racterice por su nomadismo, pero los inconvenientes que ello puede provocar en
relación con la organización política del Estado determinan la puesta en mar-
cha de políticas sedentaristas, contra las que nada hay que objetar siempre que
respeten los derechos fundamentales de los individuos que la componen y las
peculiaridades de los pueblos nómadas.
La población está compuesta esencialmente por nacionales del Estado. Pero
ni siquiera esto es un requisito sine qua non. De hecho hay países (piénsese en
las petromonarquías árabes o en algunos microestados, paradisíacos también
por la legislación fiscal) donde la nacionalidad es un estatuto privilegiado que se
sustenta, inter alia, sobre la actividad laboral de mayorías extranjeras.
La población puede ser homogénea o heterogénea en función de múltiples
rasgos que acompañan a los individuos que la componen. Se habla por eso de
minorías dentro del Estado que, a su vez, pueden influir en su organización
política. Las más importantes son las que tienen una base étnica o nacional (v.
par. 68-74).
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Estado o de una parte del mismo (Kosovo), en términos similares a los aplicados
en algunos supuestos de descolonización (Irián Oriental, Timor Oriental).
En los casos de ocupación y anexión, son las propias normas imperativas
del Derecho Internacional las que en la actualidad exigen mantener el reco-
nocimiento del Estado ocupado o anexionado y de su gobierno, eventualmente
en el exilio. Esto es consecuencia de la prohibición del uso de la fuerza armada
en las relaciones internacionales, salvo legítima defensa (v. par. 490-502), y la
exclusión de la conquista como título legítimo de adquisición de dominio (v. par.
368, 369). Cuando Kuwait fue ocupado y anexionado por Iraq (1990) el Consejo
de Seguridad de Naciones Unidas autorizó a los Estados miembros el recurso
a todos los medios para expulsar a Iraq del Emirato. Una coalición bajo el lide-
razgo de Estados Unidos ejecutó (1991) una operación militar que satisfizo ese
objetivo (v. par. 515).
El único supuesto en que es posible la extinción de un Estado sin que se
produzca el nacimiento de un Estado nuevo es consecuencia de su absorción
pacífica por un Estado preexistente.
Fue el caso de Alemania (1990). La República Federal de Alemania (que da
nombre al Estado unificado) absorbió a la República Democrática Alemana aun-
que formalmente se presentara como una unificación producto de los tratados
suscritos por ambas.
d) La calificación
La calificación de un caso concreto dentro de una de las categorías mencio-
nadas no será pacífica cuando no lo haya sido el proceso que ha determinado
el resultado. Esto es particularmente cierto cuando lo que está en juego es la
terminación de un Estado por disolución o desmembramiento de un Estado pre-
existente.
La continuidad o no de la identidad del Estado viejo tiene importantes conse-
cuencias sobre la sucesión, lo que explicaría las posturas contradictorias de los
secesionistas, que reclaman la disolución del Estado, para aumentar sus expec-
tativas sucesorias (abstracción hecha de las deudas), y de los que, fracasados en
el intento de conservar íntegro el Estado, aspiran a conservarlo aun menguado.
El acuerdo de los interesados es esencial para hacer frente con eficacia a es-
tas situaciones (v. par. 34, 35); en su defecto, el reconocimiento de los terceros
—Estados y OI— inclinará la razón práctica de un lado o de otro, atendiendo
no sólo a consideraciones objetivas (por ej., el porcentaje de población, territorio
y recursos conservado por el Estado que pretende la continuidad o su relación
histórica con el viejo Estado), sino también de interés y oportunidad política.
Los casos de la Unión Soviética y de Yugoslavia son ilustrativos.
Las Repúblicas que formaban a finales de 1991 la Unión Soviética —de la
que ya se habían desenganchado los países bálticos— acordaron, por una parte,
darla por extinta y crear una denominada Comunidad de Estados Independien-
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25. Formas
El principio del no formalismo que rige la creación de obligaciones en DI se
manifiesta también en el reconocimiento de Estados, que puede ser expreso o
implícito.
El reconocimiento expreso puede ser unilateral, de un Estado respecto de
otro, o mutuo, cuando dos o más Estados proceden a su reconocimiento recípro-
co. También puede ser individual o conjunto.
Ejemplos de reconocimiento mutuo o recíproco fueron los de Israel con Egip-
to, la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) y otros países árabes.
Un ejemplo de reconocimiento conjunto nos lo brinda el Tratado tripartito de
Buena Vecindad, Amistad y Cooperación (1993) con el que España y Francia
reconocieron al Principado de Andorra como Estado soberano.
No ha de darse por supuesto que un reconocimiento unilateral se formalizará
en una declaración gubernamental y un reconocimiento mutuo o recíproco en un
tratado, normalmente un canje de notas. Todas las combinaciones son posibles.
El reconocimiento implícito es consecuencia inexcusable de determinados ac-
tos. El principal problema que plantea este tipo de reconocimiento es la consta-
tación de la voluntad de reconocer por parte del sujeto al que son imputables los
actos de que se trate. Existen determinadas conductas que no plantean dudas
sobre la voluntad de reconocimiento que las acompañan como, por ejemplo, el
establecimiento de relaciones diplomáticas con el nuevo Estado, o el voto favo-
rable a la admisión en una Organización internacional sin manifestación en
contrario. Así, España reconoció a Corea del Norte (1991) cuando, junto con
otros países europeos, votó favorablemente su petición de ingreso en la ONU.
Pero existen otros actos de significación más incierta, que habrán de apreciarse
caso por caso.
Un documento que sirve en bandeja la distinción entre el reconocimiento
expreso y el reconocimiento implícito es el Acuerdo Marco General para la Paz
en Bosnia y Herzegovina (1995). Su artículo X dispone que «la RF de Yugoslavia
y la R. de Bosnia y Herzegovina se reconocen mutuamente como Estados sobe-
ranos independientes dentro de sus fronteras internacionales». He ahí un reco-
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nocimiento expreso. En el artículo I del mismo acuerdo se afirma que las Partes
(Bosnia y Herzegovina, Croacia y la RF de Yugoslavia) «conducirán sus rela-
ciones de acuerdo con los principios establecidos por la Carta de las Naciones
Unidas…; en particular, las Partes respetarán totalmente la igualdad soberana
de las demás, arreglarán sus diferencias por medios pacíficos y se abstendrán
de toda acción, por amenaza o uso de la fuerza o de cualquier otro modo, contra
la integridad territorial o la independencia política de Bosnia y Herzegovina o
de cualquier otro Estado». Aunque la RF de Yugoslavia y Croacia formalizaron
expresamente su mutuo reconocimiento en 1996, es difícil encontrar un ejemplo
de reconocimiento implícito más claro que éste.
dos últimos casos por la Comisión Badinter fueran tratadas con el debido rigor
(1992). Más recientemente, cuando en 2006 se planteó en Montenegro la sepa-
ración de Serbia, la Unión Europea condicionó su reconocimiento a que dicha
opción fuera respaldada por la mayoría absoluta de los electores. De hecho se
pronunció por la independencia el 55,5% de los inscritos en el censo electoral.
que haya sido o no reconocido y que el reconocimiento sólo constata este hecho,
haciéndolo oponible con todas sus consecuencias al Estado que reconoce y per-
mitiendo, a partir de ahí, el establecimiento de las relaciones que son propias
entre sujetos internacionales. Desde este punto de vista, los efectos del reconoci-
miento son esencialmente retroactivos y se trasladan al momento en que el Es-
tado comenzó, de hecho, a existir como tal. En América esta tesis fue adoptada
expresamente por la Convención de Montevideo (1933).
Admitida la tesis declarativa, no cabe ignorar la importancia, por sus efectos,
del reconocimiento. Poner fin a una situación de hecho políticamente incierta
para sustituirla por una situación jurídica definida, puede darle en ocasiones un
cierto aroma constitutivo. El reconocimiento influye en la incorporación práctica
del Estado a la sociedad internacional, constituye una garantía de respeto de
los derechos que le son atribuidos por el Derecho Internacional y determina sus
relaciones. El sujeto que reconoce está admitiendo la existencia del Estado y, al
tiempo, asumiendo las obligaciones que para con él le conciernen como miembro
de la sociedad internacional —aceptación de su soberanía, de su igualdad, obli-
gación de no intervención en sus asuntos internos, cooperación, arreglo pacífico
de las diferencias, no uso o amenaza de la fuerza… Por otra parte, el sujeto
reconocido asume obligaciones internacionales frente a quienes lo reconocen.
Algunos de los Estados que han reconocido la República de Kosovo han querido
subrayar que consideraban vinculantes los compromisos asumidos unilateral-
mente por los autores de la declaración de independencia.
El reconocimiento provoca en todo caso giros copernicanos en la calificación
de las situaciones y en el estatuto de los implicados. Así, por ejemplo, el reco-
nocimiento de las antiguas repúblicas de la federación yugoslava como Estados
soberanos convirtió su crisis de conflicto interno en conflicto internacional, hizo
de la defensa del orden constitucional de la Federación un acto de agresión (v.
par. 512) y transformó la injerencia de terceros en ejercicio de derechos. Otro
tanto cabría decir del reconocimiento por Rusia (2008) de Abjasia y Osetia del
Sur, desgajados de Georgia, como estados soberanos.
El reconocimiento, por último, da paso a la aplicación de los tratados bila-
terales (y multilaterales cerrados) celebrados por el Estado que reconoce con
aquél del que se reclama continuador o sucesor el Estado reconocido, y zanja
las dudas que pudiera haber sobre la aplicación de los tratados multilaterales
abiertos en esa misma circunstancia (v. par. 117, 188).
Además de los efectos de carácter internacional, el reconocimiento de un Es-
tado produce efectos que se sustancian en el orden interno, en la medida que
comporta la homologación de decisiones resultantes del ejercicio de sus compe-
tencias ejecutivas, legislativas y judiciales. La falta de reconocimiento no parece
influir en el respeto de la inmunidad de jurisdicción y ejecución (v. par. 421,
426), pero sí afecta a la capacidad del Estado extranjero para litigar ante los
tribunales estatales y a la admisión de su titularidad sobre los bienes, amén de
otros aspectos en los que el reconocimiento puede considerarse esencial como,
DERECHO INTERNACIONAL. CURSO GENERAL 83
32. ¿Revocación?
¿Es el reconocimiento revocable? El problema es más teórico que real, pues
en la práctica es difícil detectar actos expresos de revocación de reconocimiento
y los presuntamente implícitos se explicarían más cómodamente dentro de un
proceso de terminación de la estatalidad como consecuencia de la pérdida de
sus elementos constitutivos. Dada la resistencia a constatar la desaparición del
Estado cuando responde a un vacío de poder territorial, a la espera de que el
tiempo reconduzca la situación, esta misma explicación estaría subordinada a
la absorción del Estado por otro o a su desmembramiento, sin que se reconozca
su continuidad.
De esta manera, por ejemplo, podría abordar el Reino Unido sus relaciones
con Tibet, cuya subjetividad internacional ahora niega, durante los años en que
para proteger su Imperio de la India celebró tratados con las autoridades budis-
tas tibetanas que le permitieron obtener territorios en el noreste a cambio de
una protección que, finalmente, no prestó. Para que esta explicación sea hono-
rable es preciso, sin embargo, sostener que Tibet no era un protectorado chino
en la fecha de los tratados y que, después, la ocupación china se produjo cuando
la adquisición de territorios mediante uso de la fuerza aún no estaba prohibida
por el Derecho Internacional (v. par. 488).
Por lo demás, hablar de la revocación del reconocimiento del Estado cuando
sus elementos no han cambiado sustancialmente es ir contra los actos propios
sin que puedan sugerirse, de otro lado, consecuencias jurídicas más allá de la
ruptura de relaciones, siempre posible sin acudir a semejante expediente.
Cabe reflexionar, no obstante, acerca de una eventual revocación del reco-
nocimiento al Estado hampón, terrorista o pirata, reconsiderando su carácter
meramente declarativo, siempre que la revocación no se conciba como una pre-
rrogativa descentralizada, individual o grupal, que permita trocar el Derecho
Internacional por la ley del más fuerte. Los Estados a los que se imputa una con-
dición criminal podrían ser despojados de su estatuto soberano por instituciones
multilaterales representativas de la comunidad internacional en su conjunto y
después de un debate contradictorio.
X. SUCESIÓN DE ESTADOS
33. Noción
La práctica suele asumir una concepción amplia de la sucesión de Estados al
considerar como tal la sustitución de un Estado por otro en la responsabilidad
DERECHO INTERNACIONAL. CURSO GENERAL 85
XI. LA SOBERANÍA
36. Consideraciones generales
Un Estado, por el hecho de serlo, es soberano. Pero la soberanía, concepto
clave, es deslizante y proteica. Entendida como absoluta —o poder de decidir
y actuar según venga en gana— es incompatible con el Derecho y todos los
esfuerzos por acomodarla en él parecen un artificioso juego intelectual. Esta
dimensión política de la soberanía flamea en la profunda gruta de los intereses
vitales o dominantes de los Estados, tanto más peligrosa cuanto son éstos más
fuertes, y ha de tenerse en cuenta, no para allanarse a ella, sino para no acabar
apostatando del orden jurídico por culpa de sus limitaciones.
Como señaló la Corte de La Haya (SS Wimbledon, 1923) la facultad de asu-
mir compromisos internacionales, lejos de ser un abandono de soberanía, es un
atributo de la misma. El principio fundamental de la soberanía responde a la
idea de función: se trata del conjunto de competencias atribuidas al Estado por
el Derecho Internacional, ejercitables en un plano de independencia e igualdad
respecto de los otros Estados.
La coexistencia de una pluralidad de entes soberanos, de Estados, en la socie-
dad internacional llama, en evitación de conflictos, a la articulación de normas
que regulen la distribución de competencias entre ellos. Es ésta una función
del Derecho Internacional que ha venido dictada históricamente por la peculiar
conformación de estos sujetos. Los Estados son entes territoriales, en primer
lugar, pues ejercen sus poderes en el marco de sus respectivos territorios, con
exclusión de los poderes de los otros entes soberanos (competencia territorial).
Son entes, en segundo lugar, que cuentan con una población, determinada pri-
mordialmente por el vínculo de la nacionalidad, lo que conduce a una atribución
de competencias sobre estas personas, los nacionales, cuando se encuentran
fuera de su territorio (competencia personal). Son entes, en tercer lugar, que
coexisten y mantienen relaciones en la sociedad internacional con otros sujetos
(competencia exterior).
tal monopoliza, en principio, todos los poderes sobre las personas —nacionales o
extranjeros—, actos y cosas que allí se sitúan, legislando, juzgando y ejecutando
los dictados de su ordenamiento.
En el territorio la soberanía es plena y exclusiva. Plena, porque por encima
de un mínimo, las competencias del Estado permanecen indeterminadas ratio-
ne materiae y cada cual es libre de fijar su alcance; exclusiva, porque el Estado
monopoliza, en principio, todos los poderes, en especial el empleo de la fuerza,
y si bien puede limitarlos o transferir su ejercicio, mediante un consentimiento
libremente expresado, a otro Estado (al que se concede, por ej., el establecimien-
to de bases o facilidades militares, o el control de un canal internacional) o a
una Organización Internacional (por ej., comisiones fluviales, organizaciones de
integración regional como la UE…), los poderes le revierten automáticamente
cuando la limitación o la cesión termina.
La exclusividad de la soberanía territorial implica la inviolabilidad de fronte-
ras y la obligación para los demás Estados de abstenerse en ese ámbito espacial
de cualquier ejercicio de poder (CPJI, Lotus, 1927), a menos, naturalmente, que
medie el consentimiento del Estado local dentro de los límites que el Derecho
Internacional permite. Así, por ejemplo, la detención de una persona por agen-
tes de otro Estado y su posterior traslado al territorio de éste sin que medie el
consentimiento de aquél es un secuestro, una violación clara de la soberanía
territorial. Este fue el célebre caso de Eichmann, miembro de las SS, genocida,
secuestrado en la República Argentina y trasladado a Israel, donde fue juzgado,
condenado y, finalmente, ahorcado. Israel dio satisfacción (v. par. 316) a la Ar-
gentina mediante la presentación de excusas.
Ahora bien, ya no caben lecturas irrestrictas del principio de la soberanía
territorial. El propio Derecho Internacional incorpora límites, aunque no sean
sino una consecuencia del ejercicio de la misma soberanía. El Estado ha de
estar al cumplimiento de las normas consuetudinarias a cuya formación no se
ha opuesto eficazmente (v. par. 136) y, con mayor motivo, ha de atenerse a las
obligaciones que ha consentido (v. par. 3, 4, 107). En todo caso, ha de cumplir las
prescripciones del Derecho Internacional imperativo, como son las referentes al
respeto de los derechos humanos fundamentales (v. par. 148). En este sentido, el
ejercicio de competencias sobre las personas situadas y las conductas acaecidas
en el territorio del Estado está sometido a limitaciones.
El derecho del soberano a ejercer los poderes en exclusiva está, por otro lado,
en relación necesaria con su deber de desarrollar efectivamente en su territorio
las funciones mínimas del Estado y de proteger, por lo tanto, los derechos de los
Estados extranjeros. La soberanía territorial, como puso de relieve el árbitro
M. Huber (Isla de Palmas, 1928), no puede limitarse a su aspecto negativo, es
decir, al hecho de excluir las acciones de otros Estados, pues es la que sirve para
repartir entre ellos el espacio sobre el que se desenvuelve la gran mayoría de las
actividades humanas a fin de asegurar en todos los lugares el mínimo de protec-
ción que el Derecho Internacional ha de garantizar. Se presume que el Estado
DERECHO INTERNACIONAL. CURSO GENERAL 91
que se encuentren. Esto ocurriría, por ejemplo, en el caso de que Gran Bretaña
pretendiese que sus nacionales conduzcan en el continente por el carril izquier-
do de la carretera, contra lo dispuesto por el soberano territorial. No obstante,
cuando la actitud del Estado local es permisiva de determinados comportamien-
tos, el alcance prohibitivo de la ley personal es muy discutido: piénsese, por
ejemplo, en la interrupción del embarazo conforme a la ley del territorio en que
se practica, pero contra lo dispuesto por la ley personal de la mujer afectada.
Finalmente —se trata de un límite más genérico— determinadas materias
deben ser obviamente reguladas por el Estado local, son de su competencia in-
terna. Se trata de un límite evolutivo y sensible a variables culturales y de
poder (por ej. el régimen de capitulaciones y tribunales mixtos en el Imperio
Otomano hoy sería impensable) y a conveniencias políticas (por ej. entre las
propuestas para solucionar los contenciosos de Gibraltar y Malvinas se habló de
transferir el territorio a España y Argentina, conservando el Reino Unido una
amplia jurisdicción personal sobre la población).
1. La geografía física:
– dimensión: del macro al microestado;
– localización: del Estado sin litoral al archipelágico; del Estado territorial-
mente continuo al discontinuo;
– topografía e hidrografía: del Estado llano al montañoso; del Estado desér-
tico al mesopotámico.
2. La geografía política:
– la vecindad terrestre, fluvial y marítima;
– la existencia de canales internacionales;
– la disposición de un territorio consolidado o de un territorio polémico.
3. La economía:
– la disponibilidad de materias primas y estratégicas;
– el Producto Interior Bruto y la Renta per cápita;
– la dependencia del comercio exterior;
– el desarrollo tecnológico y el acceso a los nuevos espacios.
4. La población:
– número de habitantes y su relación con el territorio;
– educación, empleo y distribución de la renta;
– movimientos migratorios y residentes extranjeros;
– cohesión regional, social y cultural: minorías.
5. La organización:
– política: del Estado democrático al totalitario; de la monarquía a la repú-
blica; del presidencialismo al parlamentarismo;
– territorial: del Estado unitario al de estructura compleja;
– social: con sociedad civil (ONG lato sensu) o sin ella; de la sociedad confe-
sional a la laica.
6. La proyección:
– Fuerzas Armadas: posesión del arma nuclear; tecnologías de armamento
avanzadas; condición de exportador/importador de armas; dimensión y es-
pecialización; presupuesto de defensa; alianzas.
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