Estado Sujetos Derecho Internacional

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 34

Tema 2

Los Estados

VI. CONSIDERACIONES GENERALES


16. La subjetividad internacional
Hace un siglo aún podía afirmarse que el Derecho Internacional era un Dere-
cho entre Estados única y exclusivamente. Hoy esta definición sería incompleta.
No sólo hay más Estados que nunca, como consecuencia de la descolonización y
la desintegración de algunos países al término de la guerra fría, sino que, junto
a los Estados, han aparecido otros sujetos de diferente naturaleza, las Organi-
zaciones internacionales. De ahí que se hable del polimorfismo de la subjetivi-
dad internacional. A los dos centenares de Estados existentes se han sumado un
número incluso mayor de Organizaciones universales (ONU) y regionales (UE,
OEA, UA).
Las Organizaciones internacionales son imprescindibles para comprender la
sociedad internacional actual, la hacen más institucionalizada; pero los sujetos
base son y seguirán siendo los Estados que, en definitiva, las crean. Las Organi-
zaciones enriquecen la fauna, pero el Estado es el Rey León. Hay Organizacio-
nes internacionales porque hay Estados (v. tema 5).
Ha pasado, sin embargo, la época del mero Estado existencial, cuya subjeti-
vidad es síntesis mecánica de la conjunción de los elementos tradicionales de
la estatalidad (población, territorio y gobierno propio), para alborear la era del
Estado legítimado, atraído por el viento de la libre determinación de los pueblos
(v. par. 79).
Hay sujetos intrínsecamente transitorios, como los pueblos coloniales, re-
presentados por movimientos de liberación, que se acaban transformando en
Estados (v. par. 57). Otros, como los beligerantes e insurrectos gozan de una sub-
jetividad limitada mientras disputan el poder en el Estado o contra el Estado (v.
par.29). Hay quienes aspiran a que se reconozca su subjetividad, como los otros
pueblos, que buscan un destino separado del Estado que los integra (v. par.68).
Hay, además, sujetos atípicos, como la Santa Sede.
En el ámbito económico y social se detectan fuerzas transnacionales, incluso
globales, que tienden a escapar al control de los Derechos internos sin penetrar
aún decididamente en el Derecho Internacional: partidos políticos, asociaciones
y fundaciones, grupos de presión de todas clases, sociedades internacionales,
empresas multinacionales y la gama variadísima de organizaciones no guber-
namentales (ONG) que permiten el alistamiento de hombres y recursos por en-
cima o al margen de los Estados. La conversión de estos actores sociales —que
componen la llamada sociedad civil— en sujetos de Derecho Internacional, con
68 ANTONIO REMIRO BROTÓNS

un estatuto adaptado a sus características, es una etapa abierta de la teoría de


la subjetividad internacional.

17. Los Estados en la sociedad internacional actual


Los Estados siempre han sido identificados como los sujetos primarios y ple-
narios del Derecho Internacional, ya que sólo ellos disponen per se de una sub-
jetividad internacional sin condiciones. Cualquier otro sujeto lo es —o será— en
función de que los Estados le confieran —con grados diversos— personalidad
jurídica.
Pero si hay algo que caracteriza hoy a los Estados es su creciente interde-
pendencia que fuerza a la cooperación internacional y al multilateralismo como
única forma de afrontar los retos de un mundo globalizado e interconectado:
paz, hambre, miseria, explosión demográfica, agotamiento de los recursos, de-
gradación del medio ambiente, delincuencia organizada, terrorismo… Por otro
lado, la perspectiva de la soberanía estatal ha cambiado a raíz de la importancia
acrecida de principios como la libre determinación de los pueblos (v. tema 4) y
la protección de los derechos humanos (v. tema 23). Esta realidad suscita dudas
sobre la capacidad de los Estados para responder a los fines que han justificado
históricamente su existencia y ha permitido hablar de la crisis del Estado sobe-
rano.
El Estado se somete así a otros descriptores. Se habla del Estado minima-
lista, que ha perdido el control de su política económica, en manos de un mer-
cado gobernado por corporaciones transnacionales e instituciones financieras
internacionales. Tratándose de países endeudados el intervencionismo de estas
instituciones se extiende a cuestiones relacionadas con lo que llaman la gober-
nanza o el buen gobierno, influyendo en las políticas sociales mediante ajustes,
canónico eufemismo, que afectan y son soportados por las clases medias y el
proletariado (v. par. 12).
También se habla del Estado desagregado, víctima de movimientos centrífu-
gos y el auge del transgubernamentalismo. Estados que han optado por la des-
centralización del poder político se ven involucrados en el aumento de los entes
territoriales que con mayor o menor intensidad actúan en el ámbito internacio-
nal y crean redes transgubernamentales al margen de las interestatales.
Sin embargo, la superación del Estado o la posibilidad de una sociedad inter-
nacional sin Estados no se vislumbran en el horizonte. La sociedad internacio-
nal sigue necesitando al Estado, aunque ahora posea menos autonomía, poder o
capacidad de decisión en algunos aspectos, se encuentre más condicionado por
la participación de otros actores en las relaciones internacionales y necesitado
de una aclimatación a las nuevas tecnologías.
El Estado soberano, como unidad básica e indispensable del sistema inter-
nacional, es el principal protagonista de la lucha contra todas las amenazas,
DERECHO INTERNACIONAL. CURSO GENERAL 69

nuevas y antiguas, con las que nos enfrentamos, señaló el Secretario General
de la ONU en su informe sobre la aplicación de la Declaración del Milenio (Un
concepto más amplio de la libertad…, marzo de 2005). A ellos corresponde ga-
rantizar los derechos de sus ciudadanos… Se trata, pues, de fortalecerlos para
que puedan ofrecer un mejor servicio a sus pueblos. Si los Estados son frágiles,
los pueblos del mundo no gozarán de la seguridad, el desarrollo y la justicia.
Necesitamos Estados capaces y responsables (v. par. 14).
La sociedad internacional es y seguirá siendo una sociedad de — aunque no
sólo— Estados soberanos.

VII. ELEMENTOS DEL ESTADO SOBERANO


¿Cómo y cuándo nace un Estado? Tradicionalmente se considera que la exis-
tencia del Estado soberano es una cuestión de hecho dependiente de la concu-
rrencia de tres elementos, que son constitutivos, según los principios del Dere-
cho Internacional: un territorio determinado, una población permanente y un
gobierno o poder público ejercido sobre esa población en ese territorio y capaz de
entablar relaciones con otros sujetos soberanos.
Esta dimensión exterior del gobierno es especialmente relevante. Una comu-
nidad políticamente organizada y asentada en un territorio no puede ser Estado
para el Derecho Internacional si lo rechaza frontalmente como marco normativo
de sus relaciones con los demás sujetos internacionales. La piratería no alumbró
Estados (v. par. 412). Por lo mismo es importante el reconocimiento del Estado
soberano por los demás (v. par. 30). Partiendo de estas observaciones el Estado
es algo más que un hecho. El reconocimiento de otros Estados y Organizaciones
Internacionales hace real, efectiva, la condición soberana del Estado.

18. El territorio
El territorio es el espacio físico —terrestre, marino y aéreo— sobre el que se
proyecta la soberanía o jurisdicción del Estado y en el que éste ostenta el dere-
cho exclusivo a ejercer sus funciones. El territorio es un elemento característico
del Estado. Otros sujetos, como las Organizaciones internacionales, no poseen
territorio propio, sino única y exclusivamente locales situados en el territorio de
un Estado con el que han concertado su sede, o cuentan, en el mejor de los casos,
con un territorio funcional —el de los Estados miembros generalmente— sobre
el que ejercen sus competencias. Piénsese, por ejemplo, en la Unión Europea (v.
tema 5).
La dimensión del territorio es, en principio, indiferente para que el Dere-
cho Internacional atribuya la condición de Estado. No son más Estados Rusia,
Canadá, China, Estados Unidos, Brasil, Australia, India y Argentina, que acu-
70 ANTONIO REMIRO BROTÓNS

mulan la mitad de las tierras emergidas del planeta, que los cien Estados más
pequeños que ocupan menos del uno por ciento de éstas.
En cuanto a su fisonomía, todo Estado ha de contar con un espacio terrestre
y —como complemento necesario— con un espacio aéreo. No todos los Estados
cuentan, en cambio, con un espacio marino. Estados submarinos, subterráneos
o navegantes son, hasta ahora, propuestas literarias y cinematográficas.
La peculiaridad de los Estados sin litoral o mediterráneos, como en general
las características del territorio terrestre respecto de la mar (continental, insu-
lar, archipelágico…), no afectan a la estatalidad, pero sí influyen en su estatuto
jurídico (v. par. 400-403).
Lo esencial radica en la existencia de un territorio cierto, aunque sea reducido,
y básicamente estable, aunque pueda ser controvertido o no esté completamente
delimitado ni demarcado. Así, por ejemplo, la reivindicación de Venezuela sobre
dos tercios del territorio de Guyana no supone negación de su estatalidad.

19. La población
No hay Estado sin población, pero el número o la densidad de habitantes
son indiferentes. En los seis Estados más populosos de la tierra —China, India,
Estados Unidos, Indonesia, Brasil y Rusia— vive la mitad de la población mun-
dial; el centenar menos poblado apenas supera el dos por ciento. No obstante,
tan Estado es China con sus más de mil trescientos millones de habitantes como
Nauru y Tuvalú con sólo unos miles. Lo mismo cabe decir de la densidad. En
Mónaco es muy elevada (más de dieciocho mil habitantes por km2); en Canadá
o Australia, mínima (entre dos y tres).
Tampoco es relevante para el Derecho Internacional que la población se ca-
racterice por su nomadismo, pero los inconvenientes que ello puede provocar en
relación con la organización política del Estado determinan la puesta en mar-
cha de políticas sedentaristas, contra las que nada hay que objetar siempre que
respeten los derechos fundamentales de los individuos que la componen y las
peculiaridades de los pueblos nómadas.
La población está compuesta esencialmente por nacionales del Estado. Pero
ni siquiera esto es un requisito sine qua non. De hecho hay países (piénsese en
las petromonarquías árabes o en algunos microestados, paradisíacos también
por la legislación fiscal) donde la nacionalidad es un estatuto privilegiado que se
sustenta, inter alia, sobre la actividad laboral de mayorías extranjeras.
La población puede ser homogénea o heterogénea en función de múltiples
rasgos que acompañan a los individuos que la componen. Se habla por eso de
minorías dentro del Estado que, a su vez, pueden influir en su organización
política. Las más importantes son las que tienen una base étnica o nacional (v.
par. 68-74).
DERECHO INTERNACIONAL. CURSO GENERAL 71

El Estado ejerce competencias en su territorio sobre todos los individuos,


nacionales y extranjeros, con algunas limitaciones en este caso, que serán consi-
deradas más adelante (v. par. 36-40, 343-353). El ejercicio de competencia sobre
los extranjeros revela que la competencia territorial prevalece sobre la personal,
pero ésta cuenta con un ámbito de acción propio. En efecto, las competencias
que el Estado ejerce sobre sus nacionales trascienden las fronteras estatales
para manifestarse fuera, bien en el territorio de otro Estado, bien en espacios
internacionales (alta mar) o tratados como tales (Antártida).

20. El gobierno u organización política


La existencia de un gobierno constituye una presunción a favor de la existen-
cia del Estado. Por gobierno ha de entenderse una organización política capaz de
establecer y mantener el orden interno y apta para participar en las relaciones
internacionales de forma independiente. Se impone así la exigencia de que, sea
cual sea su forma, el sistema permita la realización de las actividades propias
del Estado (poderes públicos) y, entre ellas, su relación con otros sujetos a través
de lo que se ha denominado la acción exterior del Estado (v. par. 41, 417) Nos
encontramos, en su doble vertiente —ad intra y ad extra — ante el elemento
definidor por excelencia del Estado como sujeto de Derecho Internacional.
El Derecho Internacional clásico condicionaba la existencia de este elemento
a su efectividad. En la práctica, como veremos más adelante, consideraciones
políticas pueden hacer su apreciación muy laxa, especialmente en supuestos de
gobiernos que dejan de ser efectivos (v. par. 22, 29).
Dicho esto, las características del gobierno son, como punto de partida, cues-
tión interna (principio de autoorganización). La Declaración sobre los Principios
de Derecho Internacional (AGNU, res. 2625-XXV) establece en este sentido que
todo Estado tiene el derecho inalienable a elegir su sistema político…, y la Corte
Internacional de Justicia tuvo ocasión de reiterarlo en el caso Nicaragua (1986).
Será, por tanto, cada Estado el que en el ejercicio de este derecho determinará
su estructura y régimen político y nombrará a sus gobernantes.
Atendiendo al Gobierno es posible establecer una clasificación según el régi-
men constitucional o la organización administrativa establecida, siendo muy útil
la distinción entre Estados unitarios y aquellos que cuentan con una estructura
compleja (federales, autonómicos, regionales…). Respecto de estos últimos, se
plantea la cuestión de si los entes que los componen tienen subjetividad interna-
cional, ya que sus Derechos internos les atribuyen competencias sobre materias
que pueden tener una proyección exterior. Que éstos sean quienes gestionen
la vertiente externa de sus competencias es algo que el Derecho Internacional
acepta, pero que deciden los Derechos internos. Ahora bien, de cara a la socie-
dad internacional, sean cuales sean las manifestaciones de la acción exterior de
estos entes, a las que se hará referencia oportuna (v. par. 153, 157), el sujeto es
72 ANTONIO REMIRO BROTÓNS

el Estado soberano y él será el responsable del cumplimiento de las obligaciones


que como miembro de la sociedad internacional le incumben (v. par. 298).

VIII. DINÁMICA DEL ESTADO


21. Transformaciones del Estado
La historia y la práctica internacional demuestran que los Estados no per-
manecen inalterables a lo largo del tiempo, sino que experimentan cambios tan-
to en sus elementos constitutivos como en su propia existencia. En este sentido
cabe una transformación:
a) En el territorio, bien porque disminuya al perder su soberanía sobre una
porción del mismo, bien porque se acreciente gracias a la incorporación de espa-
cios que antes escapaban a su control.
En la historia latinoamericana cabría recordar, a título de ejemplo, la guerra
del Pacífico (1879-1883), que causó la mediterraneidad de Bolivia (1904) e hizo
perder al Perú sus provincias del sur en beneficio de Chile (1929).
b) En la población, como consecuencia de pérdidas brutales resultantes de
un cataclismo o de una guerra, o de la redistribución humana que suele seguir
a las modificaciones de la soberanía territorial o es consecuencia de los flujos
migratorios y las tasas de natalidad.
En la misma historia latinoamericana un ejemplo particularmente sangran-
te fue el del bravo Paraguay, derrotado y amputado por la alianza tripartita
(Argentina, Brasil, Uruguay) en la guerra de 1865-1870; Paraguay, que contaba
con cerca de millón y medio de habitantes antes del conflicto, se vio reducido a
sólo doscientos mil a su término, de los cuales menos de un quince por ciento
eran hombres, lo que justificó socialmente la poligamia en los años siguientes.
c) En el Gobierno o forma de organización política, en cualquiera de sus abi-
garradas manifestaciones: porque se cambie de estructura (por ej., de Estado
unitario a federal o viceversa), de régimen político (por ej., de monarquía a repú-
blica o viceversa) o de gobernantes por cauces no constitucionales (en la misma
historia latinoamericana la práctica hizo del cuartelazo un término universal).
También se puede cambiar de nombre. En unos casos se trata de recuperar
una denominación histórica o de afirmarse frente a las antiguas potencias co-
loniales (así Siam pasó —o volvió— a ser Tailandia; Alto Volta, Burkina Fasso;
Dahomey, Benin; Ceylán, Sri Lanka; Birmania, Myanmar; Camboya, Kampu-
chea, en un viaje de ida y vuelta…).
En otros casos se trata de subrayar un proceso de integración (así, Tanganica
y Zanzíbar se convirtieron en Tanzania) o, en dirección inversa, preludiar un
proceso de divorcio (así Checoslovaquia sacrificó su diptongo para convertirse
en República Checa y Eslovaca antes de disolverse. El Reino caravana de Ser-
DERECHO INTERNACIONAL. CURSO GENERAL 73

bios, Croatas y Eslovenos, que quiso trascenderse en Yugoslavia, no ha sabido


sobrevivir; el último de sus reductos, la República Federativa de Yugoslavia, se
transformó en 2003 en Serbia y Montenegro, preludio de una separación civili-
zada en 2006).
Hay quienes pretenden distanciarse de un régimen al que se asocia el nom-
bre anterior (Zaire se convirtió en República Democrática del Congo), declarar
una determinada paternidad ideológica (Venezuela pasó a ser República boli-
variana) o apostatar de ella (muchas Repúblicas socialistas dejaron de serlo al
término de la guerra fría).
El nombre puede ser también expresión de las reivindicaciones de un Estado,
reales o atribuidas por otros. La antigua República yugoslava de Macedonia ha
debido llamarse así y no, simplemente, República de Macedonia para obtener el
reconocimiento de Grecia y, por ende, el de la Unión Europea (v. par. 28). Grecia
recela del uso de la denominación de una de sus regiones ancestrales, patria de
Alejandro. La disputa onomástica subyace a una demanda interpuesta por la
antigua república contra Grecia ante la Corte Internacional de Justicia (2008).
Sólo mediando una pérdida absoluta e irremediable de uno de sus elementos
constitutivos cabría considerar que el Estado desaparece. De no ser así el Esta-
do continúa, con un territorio y una población acrecidos o menguados y/o bajo
un gobierno y/o un nombre diferente. Consideremos los supuestos de extinción
y nacimiento de Estados más detenidamente.

22. Nacimiento y/o extinción de Estados


Al analizar las vías de nacimiento y/o extinción de Estados cabe distinguir
tres supuestos: a) Nacimiento de Estados con extinción de otros; b) Nacimiento
de Estados sin extinción de ningún Estado preexistente, y c) Extinción de Esta-
dos sin nacimiento de un Estado nuevo.

a) Nacimiento con extinción


En este supuesto el nacimiento del nuevo Estado puede ser el resultado de
un proceso de unificación de dos o más Estados o de la disolución o desmembra-
miento de un Estado preexistente.
La unificación fue la vía por la que se produjo el nacimiento de la República
Árabe Unida (1958-1961) constituida por Egipto y Siria, que duró poco y se di-
solvió pacíficamente, resucitando las partes; y, más recientemente, de Yemen,
tras la entrada en vigor, del Acuerdo entre Yemen del Norte y Yemen del Sur
(1990).
La disolución o desmembramiento de Checoslovaquia provocó el nacimien-
to de la Repúblicas Checa y de Eslovaquia (1992). Otro tanto ocurrió con la
Unión Soviética, una vez que las quince Repúblicas federadas recuperaron u
74 ANTONIO REMIRO BROTÓNS

optaron por la independencia (1990-1991). También la República Federal So-


cialista de Yugoslavia ha desaparecido, desmembrada en seis nuevos Estados
(1991-2006).
Aunque no han faltado los predicadores revolucionarios que pretenden que
el derrocamiento del ancien régime supone el nacimiento de un nuevo Estado
sobre el solar y la población del viejo, esta concepción de la discontinuidad suele
encontrar pocas simpatías entre sus acreedores, más atentos a sus créditos que
a los escrúpulos ideológicos. Recordemos, a título de ejemplo, como la Unión
Soviética rechazaba ser la continuadora de la Rusia zarista, sobre todo a efecto
de sus obligaciones pecuniarias…

b) Nacimiento sin extinción


El nacimiento de uno o más Estados sin la correlativa extinción de otro u
otros, más allá de los supuestos de descolonización, se concreta en la separación
(pacífica) o secesión (violenta) de una parte del territorio estatal con este fin.
Caso de separación fue el de Singapur respecto de Malasia (1965) y, más
recientemente, el de Eritrea, respecto de Etiopía (1993), aunque la fijación de
sus límites esté resultando muy problemática; caso de secesión fue el de Pana-
má respecto de Colombia (1903) y el de Bangladesh, escindido de Paquistán
(1971).
Un caso especial se plantea cuando los Estados separados o secesionistas re-
chazan su condición de Estado nuevo, reclamando la recuperación de una iden-
tidad que había sido sofocada por la fuerza. Así, los países bálticos (Estonia,
Letonia y Lituania), anexionados por la Unión Soviética en 1940, pretenden en
1990 ser la continuación de Estados que nunca desaparecieron de iure. Recupe-
rar el hilo de la legitimidad histórica con cincuenta años de retraso es admirable
como símbolo, pero produce consecuencias disparatadas e injustas cuando ins-
pira la regulación de situaciones creadas durante un largo período por un poder
efectivo y no contestado (v. par. 347, 348).

c) Extinción sin nacimiento


La sociedad y el Derecho Internacional actual no toleran la existencia de va-
cíos de soberanía en espacios terrestres. De ahí una viva resistencia a aceptar la
desaparición de un Estado incluso en supuestos en que es evidente la situación
de ingobernabilidad. La inercia, alimentada por el afán de estabilidad y segu-
ridad, hace que se siga reconociendo al gobierno preexistente, por ficticio que
sea su poder. Para salir de situaciones caóticas en Estados reconocidos Nacio-
nes Unidas puede arbitrar mecanismos de asistencia y operaciones de mante-
nimiento, imposición y consolidación de la paz y reconstrucción, contando en su
caso con el consentimiento y cooperación de los actores locales (v. par. 518). Ex-
cepcionalmente puede considerar la asunción temporal de la administración del
DERECHO INTERNACIONAL. CURSO GENERAL 75

Estado o de una parte del mismo (Kosovo), en términos similares a los aplicados
en algunos supuestos de descolonización (Irián Oriental, Timor Oriental).
En los casos de ocupación y anexión, son las propias normas imperativas
del Derecho Internacional las que en la actualidad exigen mantener el reco-
nocimiento del Estado ocupado o anexionado y de su gobierno, eventualmente
en el exilio. Esto es consecuencia de la prohibición del uso de la fuerza armada
en las relaciones internacionales, salvo legítima defensa (v. par. 490-502), y la
exclusión de la conquista como título legítimo de adquisición de dominio (v. par.
368, 369). Cuando Kuwait fue ocupado y anexionado por Iraq (1990) el Consejo
de Seguridad de Naciones Unidas autorizó a los Estados miembros el recurso
a todos los medios para expulsar a Iraq del Emirato. Una coalición bajo el lide-
razgo de Estados Unidos ejecutó (1991) una operación militar que satisfizo ese
objetivo (v. par. 515).
El único supuesto en que es posible la extinción de un Estado sin que se
produzca el nacimiento de un Estado nuevo es consecuencia de su absorción
pacífica por un Estado preexistente.
Fue el caso de Alemania (1990). La República Federal de Alemania (que da
nombre al Estado unificado) absorbió a la República Democrática Alemana aun-
que formalmente se presentara como una unificación producto de los tratados
suscritos por ambas.

d) La calificación
La calificación de un caso concreto dentro de una de las categorías mencio-
nadas no será pacífica cuando no lo haya sido el proceso que ha determinado
el resultado. Esto es particularmente cierto cuando lo que está en juego es la
terminación de un Estado por disolución o desmembramiento de un Estado pre-
existente.
La continuidad o no de la identidad del Estado viejo tiene importantes conse-
cuencias sobre la sucesión, lo que explicaría las posturas contradictorias de los
secesionistas, que reclaman la disolución del Estado, para aumentar sus expec-
tativas sucesorias (abstracción hecha de las deudas), y de los que, fracasados en
el intento de conservar íntegro el Estado, aspiran a conservarlo aun menguado.
El acuerdo de los interesados es esencial para hacer frente con eficacia a es-
tas situaciones (v. par. 34, 35); en su defecto, el reconocimiento de los terceros
—Estados y OI— inclinará la razón práctica de un lado o de otro, atendiendo
no sólo a consideraciones objetivas (por ej., el porcentaje de población, territorio
y recursos conservado por el Estado que pretende la continuidad o su relación
histórica con el viejo Estado), sino también de interés y oportunidad política.
Los casos de la Unión Soviética y de Yugoslavia son ilustrativos.
Las Repúblicas que formaban a finales de 1991 la Unión Soviética —de la
que ya se habían desenganchado los países bálticos— acordaron, por una parte,
darla por extinta y crear una denominada Comunidad de Estados Independien-
76 ANTONIO REMIRO BROTÓNS

tes (CEI) cuya subjetividad internacional, de existir, se sitúa en el rango de las


Organizaciones internacionales; y, por otra, reconocer a Rusia como sucesora
universal de la Unión como Gran Potencia, incluida su condición atómica y la
membresía permanente del Consejo de Seguridad, lo que fue aceptado por Na-
ciones Unidas y los Estados miembros, buscando objetivarlo con la considera-
ción de Rusia como el núcleo esencial, por dimensión, población e historia, de la
Unión.
En el caso de Yugoslavia, la pretensión de la República Federativa del mismo
nombre, compuesta por Serbia y Montenegro (1992), de mantener la identidad
de la vieja Federación, se dio de bruces con la afirmación de su disolución por
las repúblicas secesionistas de Eslovenia, Croacia y Bosnia y Herzegovina, que
componían con Macedonia, separada pacíficamente, la antigua Yugoslavia. Se-
gún su punto de vista, Yugoslavia habría sido reemplazada por nuevos Estados,
ninguno de los cuales podía arrogarse la continuación en los derechos del extin-
to.
Después de un tratamiento kafkiano de la situación en los diferentes órganos
de Naciones Unidas, incluida la Corte Internacional de Justicia, y posiciona-
mientos de terceros a menudo incongruentes, la República Federativa de Yugos-
lavia (Serbia y Montenegro) claudicó en sus pretensiones de continuidad (2000)
y solicitó la admisión como nuevo miembro de las Naciones Unidas. Cuando en
2006 Montenegro se separó a su vez de Serbia no ha habido objeción en conside-
rar a ésta continuadora de la personalidad internacional del Estado y tratar a
Montenegro como un Estado nuevo.

IX. EL RECONOCIMIENTO DE ESTADOS


23. Noción
Hace años el Instituto de Derecho Internacional (Bruselas, 1936), definió el
reconocimiento de Estados como el acto libre por el cual uno o varios Estados
constatan la existencia sobre un territorio determinado de una sociedad huma-
na políticamente organizada, independiente de cualquier otro Estado existente,
capaz de observar las prescripciones del Derecho Internacional, y manifiestan
consiguientemente su voluntad de considerarlo como miembro de la Comunidad
Internacional.
Aunque la hipótesis de que parte el Instituto y sobre la que se discurre gene-
ralmente es la del Estado nuevo, el reconocimiento opera en relación con todas
las modificaciones de la estatalidad. Tratándose, por ejemplo, de la pretensión
de identidad y continuidad del Estado sostenida por una de las unidades esta-
tales resultantes de lo que otras consideran un desmembramiento que ha ter-
minado con él, apenas es preciso subrayar su importancia. En todos los casos el
reconocimiento guarda una estrecha relación con la sucesión de Estados.
DERECHO INTERNACIONAL. CURSO GENERAL 77

24. Sujetos que realizan el reconocimiento


Aunque la clásica definición del Instituto sólo menciona a los Estados, el re-
conocimiento también puede ser realizado por una Organización Internacional.
En el primer caso, el reconocimiento es competencia del poder ejecutivo a través
de los órganos encargados de la acción exterior (v. par. 417). En el segundo, nos
encontramos ante el denominado reconocimiento colectivo. Ahora bien, el re-
conocimiento de un Estado por una Organización que se produce, por ejemplo,
cuando decide su admisión como miembro, no implica necesariamente el recono-
cimiento por todos y cada uno de los demás miembros.

25. Formas
El principio del no formalismo que rige la creación de obligaciones en DI se
manifiesta también en el reconocimiento de Estados, que puede ser expreso o
implícito.
El reconocimiento expreso puede ser unilateral, de un Estado respecto de
otro, o mutuo, cuando dos o más Estados proceden a su reconocimiento recípro-
co. También puede ser individual o conjunto.
Ejemplos de reconocimiento mutuo o recíproco fueron los de Israel con Egip-
to, la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) y otros países árabes.
Un ejemplo de reconocimiento conjunto nos lo brinda el Tratado tripartito de
Buena Vecindad, Amistad y Cooperación (1993) con el que España y Francia
reconocieron al Principado de Andorra como Estado soberano.
No ha de darse por supuesto que un reconocimiento unilateral se formalizará
en una declaración gubernamental y un reconocimiento mutuo o recíproco en un
tratado, normalmente un canje de notas. Todas las combinaciones son posibles.
El reconocimiento implícito es consecuencia inexcusable de determinados ac-
tos. El principal problema que plantea este tipo de reconocimiento es la consta-
tación de la voluntad de reconocer por parte del sujeto al que son imputables los
actos de que se trate. Existen determinadas conductas que no plantean dudas
sobre la voluntad de reconocimiento que las acompañan como, por ejemplo, el
establecimiento de relaciones diplomáticas con el nuevo Estado, o el voto favo-
rable a la admisión en una Organización internacional sin manifestación en
contrario. Así, España reconoció a Corea del Norte (1991) cuando, junto con
otros países europeos, votó favorablemente su petición de ingreso en la ONU.
Pero existen otros actos de significación más incierta, que habrán de apreciarse
caso por caso.
Un documento que sirve en bandeja la distinción entre el reconocimiento
expreso y el reconocimiento implícito es el Acuerdo Marco General para la Paz
en Bosnia y Herzegovina (1995). Su artículo X dispone que «la RF de Yugoslavia
y la R. de Bosnia y Herzegovina se reconocen mutuamente como Estados sobe-
ranos independientes dentro de sus fronteras internacionales». He ahí un reco-
78 ANTONIO REMIRO BROTÓNS

nocimiento expreso. En el artículo I del mismo acuerdo se afirma que las Partes
(Bosnia y Herzegovina, Croacia y la RF de Yugoslavia) «conducirán sus rela-
ciones de acuerdo con los principios establecidos por la Carta de las Naciones
Unidas…; en particular, las Partes respetarán totalmente la igualdad soberana
de las demás, arreglarán sus diferencias por medios pacíficos y se abstendrán
de toda acción, por amenaza o uso de la fuerza o de cualquier otro modo, contra
la integridad territorial o la independencia política de Bosnia y Herzegovina o
de cualquier otro Estado». Aunque la RF de Yugoslavia y Croacia formalizaron
expresamente su mutuo reconocimiento en 1996, es difícil encontrar un ejemplo
de reconocimiento implícito más claro que éste.

26. Límites a la discrecionalidad


El reconocimiento de Estados se caracteriza por ser un acto libre y discrecio-
nal.
Es una prerrogativa de cada sujeto internacional decidir si y cuando va a
reconocer. El Derecho Internacional general no lo obliga a hacerlo y, en con-
secuencia, el retraso o la negativa de reconocimiento no generan responsabili-
dad internacional (v. par. 297, 302). Son muchas las circunstancias que pueden
motivar las actitudes negativas y retardatarias pero, sin duda, las de carácter
político son las que más influyen.
Ahora bien, si la libertad de reconocimiento del Estado —a menos que medie
una obligación convencional— es prácticamente absoluta mientras no se ejerce,
es decir, mientras no se reconoce, encuentra límites cuando de reconocer se tra-
ta. La discrecionalidad del Estado está constreñida al respecto por: a) la obser-
vancia de las normas imperativas del Derecho Internacional, y b) la verificación
de los elementos del Estado en el sujeto reconocido. Veámoslo.

27. La observancia de las normas imperativas de Derecho Internacional


Así, el reconocimiento de un Estado nacido gracias a la intervención o el
uso de la fuerza de un tercero sería en sí mismo un ilícito internacional. Si no
cabe reconocer las adquisiciones territoriales de un Estado mediante uso de la
fuerza, tampoco cabe el reconocimiento de un nuevo Estado internacionalmente
ilegítimo (v. par. 494).
Ya en la época de la Sociedad de Naciones se negó el reconocimiento al Man-
chukúo, nacido (1932) gracias a la ocupación japonesa de Manchuria para so-
brevivir efímeramente como Estado fantoche. La práctica de Naciones Unidas
ofrece otros ejemplos en los que el Consejo de Seguridad ha recomendado o im-
puesto la obligación de no reconocer Estados cuyo nacimiento se había produci-
do en contravención del ius cogens. Así ocurrió cuando (res. 541, de 1983) invitó
a los Estados a no reconocer a la República Turca de Chipre, proclamada ese
año por la administración turco-chipriota instalada en el norte de la isla desde
DERECHO INTERNACIONAL. CURSO GENERAL 79

1974, gracias a la intervención armada de Turquía. Tampoco cabía reconocer


como Estados soberanos los bantustanes creados por África del Sur para conso-
lidar su política de apartheid o segregación racial y defraudar la aplicación del
principio de libre determinación, una política que abandonó sólo en 1994 (v. CIJ.
Kosovo, 2010).

28. La verificación de los elementos del Estado en el sujeto reconocido


La declaración unilateral de independencia de Kosovo en 2008 por represen-
tantes de la mayoría albanesa de la provincia serbia mientras estaba sometida a
la administración temporal de las Naciones Unidas (C. de S., res. 1244, de 1999)
ha planteado la cuestión de su conformidad con el Derecho Internacional, ha-
biendo la Asamblea General (res. 63/3) llamado a pronunciarse a la Corte Inter-
nacional de Justicia por vía consultiva (v. par. 466). La Corte, como cabía espe-
rar, constató que el Derecho Internacional general no prohíbe las declaraciones
de independencia, lo que no implica el derecho a formularlas. En términos más
discutibles la Corte considera que la declaración no infringe la resolución 1244
(2008), en particular, porque sus autores no estaban obligados por la resolución.
Pero la Corte previene que la pregunta que le había sido formulada no requería
una respuesta sobre la conformidad de esa declaración con el Derecho interno,
ni acerca de si Kosovo había adquirido o no la calidad de Estado ni si su recono-
cimiento como tal era válido y producía efectos jurídicos (Kosovo, 2010).
Y ese es el punto. Una declaración de independencia, a menos que reglas
especiales lo prohíban (como la res.1244 del C. de S., según nosotros la interpre-
tamos) es relevante en el orden interno del Estado al que afecta, pero no lo es en
el orden internacional (a menos que se presente como accesoria de una violación
de normas imperativas). A partir de ahí, que fructifique en Estado o frustre
como una patada a la luna dependerá de que se den en el ente del que se predica
los elementos del Estado. Puede haber, en definitiva, Estado sin declaración y
declaración sin Estado.
Un reconocimiento sin que se den los elementos constitutivos del Estado en
el ente como tal reconocido es un acto de intervención en los asuntos internos de
otro, envuelto en las turbulencias propias del tornado existencial que arriesga
su integridad (v. par. 48). Cuando en 1776 Francia reconoció la independencia
de los Estados Unidos, Gran Bretaña le declaró la guerra.
Se constata, sin embargo, que en la medida en que el reconocimiento se basa
en una apreciación de los hechos fuertemente impregnada de consideraciones
políticas la verificación de los elementos del Estado puede abaratarse o encare-
cerse, según los casos.
Hablamos de un reconocimiento prematuro cuando la estatalidad está in fieri
o, en el mejor de los casos, in statu nascendi. Un reconocimiento así, motivado
políticamente, puede ayudar a adelantar y afianzar el nacimiento del nuevo su-
80 ANTONIO REMIRO BROTÓNS

jeto y facilitar su plena participación en las relaciones internacionales, pero en


absoluto está demostrado que sea siempre un factor estabilizador.
En el ámbito de la descolonización el reconocimiento de Estados fue utili-
zado para apoyar la lucha de los movimientos de liberación frente a las poten-
cias coloniales reacias a sacar las consecuencias de la libre determinación. La
misma ONU se dejó llevar por esta actitud militante al apreciar determinadas
candidaturas a la membresía, reservada a Estados. Un ejemplo bien notorio fue
el de Guinea-Bissau, admitida como miembro cuando Portugal aún controlaba
una buena parte del territorio africano (v. par. 66). La admisión de la República
Árabe Saharauí Democrática (RASD) —reconocida además por varias decenas
de Estados— por la Organización de la Unidad Africana (OUA), a pesar de su
exclusión del territorio útil del Sahara debido a la ocupación marroquí, es otro
ejemplo pertinente. Al margen de la descolonización, el reconocimiento de Koso-
vo como Estado soberano por Estados Unidos y una mayoría de miembros de la
Unión Europea puede también considerarse desde este punto de vista.
Hablamos de un encarecimiento del reconocimiento cuando, también por mo-
tivos políticos, un Estado o grupo de Estados, o una Organización Internacional,
hace depender el reconocimiento de la satisfacción de condiciones adicionales.
Así, cuando los Estados miembros de la Unión Europea se plantearon una
posición común frente a los nuevos Estados surgidos de la descomposición del
bloque socialista, incluida muy especialmente la misma Unión Soviética y, tam-
bién, Yugoslavia, que se consideraba fait accompli, acordaron no conformarse
con la mera verificación de los elementos constitutivos del Estado, insistiendo
en la satisfacción de otras condiciones para proceder al reconocimiento formal
de quienes lo solicitaran (1991). Se pidió, en efecto, a los nuevos Estados contar
con una base democrática y aceptar una serie de obligaciones internacionales,
derivadas de la Carta de las Naciones Unidas y otros instrumentos, así como
ciertos compromisos en materia de derechos humanos, derechos de las mino-
rías, inviolabilidad de las fronteras, desarme y no proliferación armamentista,
arreglo pacífico de las controversias, en particular sobre sucesión (negociación o
arbitraje), y no reconocimiento de las entidades nacidas de la agresión.
A estas condiciones se añadieron, tratándose de las antiguas repúblicas yu-
goslavas, otras, tanto formales (informe previo de la Comisión Badinter sobre el
cumplimiento de las condiciones), como materiales (tendentes a evitar conflictos
con algún Estado miembro de la Unión Europea: así, la prestación de garantías
constitucionales y políticas de renuncia a reivindicaciones territoriales, activida-
des hostiles de propaganda o, incluso, la utilización de un nombre susceptible de
esconder una reivindicación territorial). En la práctica, mientras las presiones
de Grecia retrasaron sobremanera el reconocimiento de Macedonia (a pesar del
dictamen favorable de la Comisión Badinter) las de otros miembros de la Unión
Europea, particularmente Alemania, impusieron el reconocimiento apresurado
de Eslovenia, Croacia y Bosnia y Herzegovina con el alegato, que se reveló equi-
vocado, de que así se favorecía la paz (sin que las reservas formuladas en los
DERECHO INTERNACIONAL. CURSO GENERAL 81

dos últimos casos por la Comisión Badinter fueran tratadas con el debido rigor
(1992). Más recientemente, cuando en 2006 se planteó en Montenegro la sepa-
ración de Serbia, la Unión Europea condicionó su reconocimiento a que dicha
opción fuera respaldada por la mayoría absoluta de los electores. De hecho se
pronunció por la independencia el 55,5% de los inscritos en el censo electoral.

29. Distinción con el reconocimiento de gobiernos


Ha de distinguirse entre la apreciación del Gobierno como elemento del Es-
tado a efectos de su reconocimiento y el llamado reconocimiento de gobiernos
que acontece cuando en un Estado se produce una asunción inconstitucional
del poder (gobiernos de facto) o en medio de un conflicto civil distintas facciones
lo disputan. En estos casos el problema es, esencialmente, de representación
del Estado. Si una de las partes cuenta con una legitimidad constitucional de
origen, lo que procede es mantener su reconocimiento como representante del
Estado, reconociendo a la otra u otras, en su caso, según la efectividad de su
control territorial, el estatuto de insurrectos o beligerantes. Pero si los beligeran-
tes o insurrectos se hacen con la práctica totalidad del territorio y el gobierno
constitucional deviene una ficción, cabe esperar que se reconozca a aquéllos la
representación del Estado. Hay no obstante, inercias, intereses políticos y doc-
trinas legitimistas que pueden retrasar esa decisión (v. par. 80).
Así, por ejemplo, fue el gobierno nacionalista recluido en Taiwán —y no el
comunista bajo cuyo control se encontraba todo el territorio continental— el que
representó a China en Naciones Unidas hasta 1973. En Camboya, el gobierno
genocida de Pol-Pot conservó la representación del Estado en Naciones Unidas y
en un buen número de países por la negativa de Estados Unidos, China y otros
de reconocer al gobierno resultante de la intervención de Vietnam (1979), que
se consideraba una ficha de la Unión Soviética. Tratándose de Afganistán, el
Emirato Islámico —los talibanes— aun ocupando la mayor parte del territorio
afgano, sólo era reconocido en 2001 por tres países (Arabia Saudí, Emiratos
Árabes Unidos y Paquistán), mientras que el resto del mundo —y la ONU— re-
conocían al gobierno Rabbani, precario y asfixiado en las provincias montañosas
del norte.
Ahora bien, un problema de reconocimiento de gobiernos puede transformar-
se en otro de reconocimiento de Estados cuando el conflicto civil es, o se trans-
forma, en separatista.

30. ¿Reconocimiento declarativo o reconocimiento constitutivo?


Dos posturas han aparecido tradicionalmente enfrentadas sobre los efectos
del reconocimiento. Para los partidarios de la tesis constitutiva el Estado no
existe mientras no es reconocido; los partidarios de la tesis declarativa, mayo-
ritaria, sostienen por el contrario que el Estado existe con independencia de
82 ANTONIO REMIRO BROTÓNS

que haya sido o no reconocido y que el reconocimiento sólo constata este hecho,
haciéndolo oponible con todas sus consecuencias al Estado que reconoce y per-
mitiendo, a partir de ahí, el establecimiento de las relaciones que son propias
entre sujetos internacionales. Desde este punto de vista, los efectos del reconoci-
miento son esencialmente retroactivos y se trasladan al momento en que el Es-
tado comenzó, de hecho, a existir como tal. En América esta tesis fue adoptada
expresamente por la Convención de Montevideo (1933).
Admitida la tesis declarativa, no cabe ignorar la importancia, por sus efectos,
del reconocimiento. Poner fin a una situación de hecho políticamente incierta
para sustituirla por una situación jurídica definida, puede darle en ocasiones un
cierto aroma constitutivo. El reconocimiento influye en la incorporación práctica
del Estado a la sociedad internacional, constituye una garantía de respeto de
los derechos que le son atribuidos por el Derecho Internacional y determina sus
relaciones. El sujeto que reconoce está admitiendo la existencia del Estado y, al
tiempo, asumiendo las obligaciones que para con él le conciernen como miembro
de la sociedad internacional —aceptación de su soberanía, de su igualdad, obli-
gación de no intervención en sus asuntos internos, cooperación, arreglo pacífico
de las diferencias, no uso o amenaza de la fuerza… Por otra parte, el sujeto
reconocido asume obligaciones internacionales frente a quienes lo reconocen.
Algunos de los Estados que han reconocido la República de Kosovo han querido
subrayar que consideraban vinculantes los compromisos asumidos unilateral-
mente por los autores de la declaración de independencia.
El reconocimiento provoca en todo caso giros copernicanos en la calificación
de las situaciones y en el estatuto de los implicados. Así, por ejemplo, el reco-
nocimiento de las antiguas repúblicas de la federación yugoslava como Estados
soberanos convirtió su crisis de conflicto interno en conflicto internacional, hizo
de la defensa del orden constitucional de la Federación un acto de agresión (v.
par. 512) y transformó la injerencia de terceros en ejercicio de derechos. Otro
tanto cabría decir del reconocimiento por Rusia (2008) de Abjasia y Osetia del
Sur, desgajados de Georgia, como estados soberanos.
El reconocimiento, por último, da paso a la aplicación de los tratados bila-
terales (y multilaterales cerrados) celebrados por el Estado que reconoce con
aquél del que se reclama continuador o sucesor el Estado reconocido, y zanja
las dudas que pudiera haber sobre la aplicación de los tratados multilaterales
abiertos en esa misma circunstancia (v. par. 117, 188).
Además de los efectos de carácter internacional, el reconocimiento de un Es-
tado produce efectos que se sustancian en el orden interno, en la medida que
comporta la homologación de decisiones resultantes del ejercicio de sus compe-
tencias ejecutivas, legislativas y judiciales. La falta de reconocimiento no parece
influir en el respeto de la inmunidad de jurisdicción y ejecución (v. par. 421,
426), pero sí afecta a la capacidad del Estado extranjero para litigar ante los
tribunales estatales y a la admisión de su titularidad sobre los bienes, amén de
otros aspectos en los que el reconocimiento puede considerarse esencial como,
DERECHO INTERNACIONAL. CURSO GENERAL 83

por ejemplo, en materia de exequatur y ejecución de las sentencias judiciales o


en materia de extradición…

31. Reconocimientos cualificados


Apenas es preciso llamar la atención sobre la particular trascendencia del
reconocimiento —o no— de la estatalidad del otro por Estados que reclaman
su territorio. Desde el punto de vista del reclamante, mientras no hay reconoci-
miento no cabe invocar el Derecho Internacional para deslegitimar los recursos,
incluido el uso de la fuerza, a su disposición para solventar un conflicto domés-
tico (v. par. 70-74, 490-493).
En el momento actual uno de los supuestos más interesantes es el que plan-
tea Taiwán en relación con China. Durante decenios los nacionalistas del Kuo-
mitang, que controlaban Taiwán, habían coincidido con los comunistas en ser
China. De hecho hasta 1973 fueron ellos sus representantes en Naciones Uni-
das. Perdida esta representación, sus relaciones internacionales se resintieron
por la política de Pekín de no mantener relaciones con quienes las mantuvieran
con el gobierno de Taiwán. A finales del siglo XX accedieron al poder en Taiwán
políticos independentistas, que se han ido alternando en el gobierno con los vete-
ranos nacionalistas. Desde el punto de vista de la República Popular, si Taiwán
pretende ahora ser reconocida como Estado soberano, alterando el status quo,
será reo de un acto secesionista, amenazante de la integridad territorial china.
Para combatirlo, la República Popular aprobó (2005) una ley dirigida a lograr la
reunificación del país por medios pacíficos, permitiendo a Taiwán la práctica de
un sistema diferente y una amplia autonomía, pero advirtiendo que empleará
“medios no pacíficos” para proteger la soberanía e integridad territorial del país,
caso de que las fuerzas secesionistas traten de llevar adelante la independencia
de Taiwán.
Asimismo, por lo que hace a la aspiración de los nuevos Estados de ser admi-
tidos en las Naciones Unidas, salta a la vista la importancia del reconocimien-
to de los miembros permanentes del Consejo de Seguridad, habida cuenta del
procedimiento de admisión, que exige la recomendación del Consejo para que la
Asamblea General se pronuncie por dos tercios de presentes y votantes (arts.
4.2 y 18.2 de la Carta). El rechazo de la solicitud de admisión de Bangladesh
entre 1971 y 1974, o de Vietnam entre 1975 y 1976, así como la paralización de
la admisión de nuevos miembros en la época de la guerra fría de mayor antago-
nismo entre los bloques capitalista y socialista, ilustran el supuesto.
En relación con Kosovo, es patente la influencia que Estados Unidos y países
destacados de la Unión Europea están ejerciendo, no sólo para extender la man-
cha del reconocimiento hasta hacerlo mayoritario, sino para forzar el de Serbia.
Mientras Serbia no reconozca a Kosovo como Estado soberano conservará su
título para intervenir en la provincia rebelde, aunque no lo ejerza por un sinnú-
84 ANTONIO REMIRO BROTÓNS

mero de consideraciones. El ingreso de Kosovo en Naciones Unidas será inviable


mientras China y Rusia no lo consientan.

32. ¿Revocación?
¿Es el reconocimiento revocable? El problema es más teórico que real, pues
en la práctica es difícil detectar actos expresos de revocación de reconocimiento
y los presuntamente implícitos se explicarían más cómodamente dentro de un
proceso de terminación de la estatalidad como consecuencia de la pérdida de
sus elementos constitutivos. Dada la resistencia a constatar la desaparición del
Estado cuando responde a un vacío de poder territorial, a la espera de que el
tiempo reconduzca la situación, esta misma explicación estaría subordinada a
la absorción del Estado por otro o a su desmembramiento, sin que se reconozca
su continuidad.
De esta manera, por ejemplo, podría abordar el Reino Unido sus relaciones
con Tibet, cuya subjetividad internacional ahora niega, durante los años en que
para proteger su Imperio de la India celebró tratados con las autoridades budis-
tas tibetanas que le permitieron obtener territorios en el noreste a cambio de
una protección que, finalmente, no prestó. Para que esta explicación sea hono-
rable es preciso, sin embargo, sostener que Tibet no era un protectorado chino
en la fecha de los tratados y que, después, la ocupación china se produjo cuando
la adquisición de territorios mediante uso de la fuerza aún no estaba prohibida
por el Derecho Internacional (v. par. 488).
Por lo demás, hablar de la revocación del reconocimiento del Estado cuando
sus elementos no han cambiado sustancialmente es ir contra los actos propios
sin que puedan sugerirse, de otro lado, consecuencias jurídicas más allá de la
ruptura de relaciones, siempre posible sin acudir a semejante expediente.
Cabe reflexionar, no obstante, acerca de una eventual revocación del reco-
nocimiento al Estado hampón, terrorista o pirata, reconsiderando su carácter
meramente declarativo, siempre que la revocación no se conciba como una pre-
rrogativa descentralizada, individual o grupal, que permita trocar el Derecho
Internacional por la ley del más fuerte. Los Estados a los que se imputa una con-
dición criminal podrían ser despojados de su estatuto soberano por instituciones
multilaterales representativas de la comunidad internacional en su conjunto y
después de un debate contradictorio.

X. SUCESIÓN DE ESTADOS
33. Noción
La práctica suele asumir una concepción amplia de la sucesión de Estados al
considerar como tal la sustitución de un Estado por otro en la responsabilidad
DERECHO INTERNACIONAL. CURSO GENERAL 85

de las relaciones internacionales de un territorio. Así, la sucesión abarca cual-


quier mutación de la soberanía territorial, incluidas las que se concretan en el
acrecimiento del territorio de un Estado preexistente con la mengua correlativa
del territorio de otro que no desaparece, y no sólo los procesos vinculados al na-
cimiento y/o extinción de Estados.
Conviene, sin embargo, hacer notar que el hecho determinante de la suce-
sión ha de ser legal, por lo que ha de negarse carácter sucesorio a una relación
cuando el control sobre un territorio es fruto del recurso a una fuerza prohibida
por el Derecho Internacional. De ser así, un Estado podrá tener la condición de
ocupante, pero no la de sucesor, caso, por ej., de Israel en los territorios palesti-
nos de Cisjordania y Jerusalén este y en el territorio sirio de los altos del Golán
desde la llamada guerra de los seis días (1967) (v. par. 67).
Asimismo, la sucesión no ha de confundirse con la situación que se produce
en los casos de adjudicación de un territorio en disputa al Estado que no lo ocupa
efectivamente, que plantea problemas similares a los sucesorios (v. par. 372).
Así, por ejemplo, una vez que la Corte Internacional de Justicia declaró (1960)
que la sentencia arbitral del Rey de España (1906) en la cuestión de límites en-
tre Honduras y Nicaragua era válida, las autoridades nicaragüenses hubieron
de retirarse del territorio adjudicado a Honduras, ofreciéndose a los residentes
una opción de nacionalidad y la posibilidad de trasladarse a territorio nicara-
güense. Más recientemente, ha sido problemática la ejecución de la sentencia
de la Corte en el asunto de la Frontera terrestre y marítima entre Camerún y
Nigeria (2002), una vez que decidió que Camerún era soberano de la península
de Bakassi, ocupada por Nigeria.

34. ¿Normas generales?


La sucesión de Estados es un fenómeno siempre presente en las relaciones
internacionales por la movilidad histórica de la soberanía territorial. Su pro-
blemática es tan rica como compleja. ¿Obligan al nuevo soberano los tratados
concluidos por el anterior? ¿Se le transfiere la titularidad de los bienes públicos
y de los registros y archivos judiciales o policiales? ¿Pasan a él las deudas con-
traídas? ¿Qué ocurre con la condición de miembro de una Organización Interna-
cional? ¿Es el sucesor heredero de las relaciones de responsabilidad en las que
por activa o pasiva pudiera encontrarse inmerso el predecesor? ¿Cuál será la
nacionalidad de los habitantes del territorio que ha cambiado de soberanía? ¿Se
van a respetar tras la sucesión los derechos adquiridos por los particulares?
En el marco del proceso de codificación y desarrollo progresivo de normas
de Derecho Internacional auspiciado por Naciones Unidas se han producido los
convenios de Viena sobre sucesión de Estados en materia de tratados (1978) y
en materia de bienes, archivos y deudas de Estado (1983). Sólo el primero ha
entrado en vigor entre una veintena de Estados, por lo que pueden considerarse
iniciativas fallidas, moderadas sólo por el hecho de que entre las partes en el
86 ANTONIO REMIRO BROTÓNS

Convenio de 1978 —y entre los contratantes del de 1983— se encuentran todas


las antiguas repúblicas yugoslavas, lo que ha facilitado su consideración en la
sucesión de la RFS de Yugoslavia. En las postrimerías del siglo XX (1999), la
Comisión de Derecho Internacional aprobó un proyecto de artículos sobre Na-
cionalidad de las personas naturales en relación con la sucesión de Estados, del
que tomó cuenta la Asamblea General incorporándolo como Anexo de la Resolu-
ción 55/153, sin que por el momento se haya tomado ninguna decisión sobre su
destino. Hay quienes consideran que en lugar de preparar un tercer convenio es
preferible aprobar unas Directrices para guiar la práctica de los Estados.
Pero los problemas de la relación sucesoria no se agotan en los bienes, ar-
chivos y deudas, tratados, o cuestiones relacionadas con la nacionalidad de los
particulares. La sucesión origina otros cuyas reglas generales, si las hay, no han
sido objeto de codificación. Es el caso, por ejemplo, de la sucesión de Estados en
la calidad de miembro de una Organización Internacional, condicionada por las
reglas de la propia Organización, o de la sucesión de Estados en las relaciones
de responsabilidad que por activa o pasiva tenga entabladas el predecesor.

35. Acuerdos sucesorios


La voluntad de los sucesores será determinante para despejar interrogan-
tes. Las cuestiones que plantea la sucesión han de ser solventadas mediante
su acuerdo. Puede hablarse incluso de un pacto de contrahendo cuyo objetivo
es llegar, directamente, negociando bona fide, o recurriendo a terceros, a un
acuerdo equitativo. De ahí que los miembros de la Unión Europea condicionaran
el reconocimiento de las antiguas repúblicas yugoslavas a su disposición para
negociar la sucesión de la Federación y someter eventualmente a arbitraje sus
diferencias. Se ha llegado a afirmar que el sujeto que se niega a cooperar infrin-
ge una obligación fundamental y es responsable internacionalmente con todas
sus consecuencias, especialmente la posibilidad de los Estados perjudicados de
adoptar contramedidas conforme al Derecho Internacional (v. par. 309, 335), así
como de llegar a un acuerdo por separado con reserva de derechos del Estado o
Estados no cooperantes.
En términos generales puede decirse que el acuerdo sucesorio es relativa-
mente fácil de alcanzar en los casos de absorción de un Estado por otro (por ej.,
Alemania), de creación de un Estado nuevo por unificación de dos Estados pre-
existentes (por ej. Yemen) o, incluso, de mera cesión por un Estado a otro de una
parte de su territorio. Las dificultades aumentan en los casos de secesión y de
disolución de un Estado y cuanto mayor sea el número de Estados nuevos más
serán las dificultades, sobre todo cuando el desacuerdo comienza en la cuestión
previa de la continuidad del Estado predecesor, dada la ventaja relativa que se
deduce de esta condición.
Mientras el acuerdo no se alcanza los Estados implicados deben tener en
cuenta bona fide y con espíritu equitativo los intereses de los demás. A tal efecto
DERECHO INTERNACIONAL. CURSO GENERAL 87

la identificación de normas generales que incorporan principios o criterios suce-


sorios es útil, no sólo para inspirar la negociación (o, en su caso, la adjudicación
por terceros), sino la conducta de los sucesores durante la transición, siempre
que las autoridades locales sepan aislar la sucesión de las actitudes viscerales
que acompañan a menudo procesos de separación traumáticos.
Hay aspectos de la sucesión que requieren el consentimiento de otros sujetos
interesados, lo que —según los casos— incluye los Estados que son partes en
tratados celebrados con el predecesor, las Organizaciones Internacionales de
las que éste era miembro, incluso los acreedores privados. La sucesión no ha de
afectar por sí misma los derechos y obligaciones de terceros y en consecuencia el
acuerdo de los Estados implicados directamente en la sucesión no les obliga (res
inter alios acta) a menos que lo consientan. A nadie le es indiferente la persona-
lidad del heredero, sea como parte en un tratado, miembro de una Organización
Internacional o deudor.
Tratándose, en particular, de las deudas, los acreedores, públicos y privados,
suelen ejercer una considerable presión para lograr un acuerdo que tranquilice
sus conciencias (contables). Todos ellos están embargados por el temor, de que
los herederos discutan el mismo principio de estar obligados, invoquen el bene-
ficio de inventario o no cuadren las cuotas de unos y otros. No existe una res-
ponsabilidad conjunta y solidaria de los Estados concernidos por la sucesión y
tampoco ha cristalizado como norma consuetudinaria la imputación automática
de una parte equitativa de la deuda del predecesor a cada uno de los sucesores,
aunque parezca razonable.
El problema puede encauzarse sobre la base de que un Estado, de la mis-
ma manera que se atribuye el patrimonio inmobiliario, se atribuye también
la deuda localizada, es decir, la que ha servido para financiar proyectos allí
ejecutados. La práctica del Banco Mundial se ha ajustado en el pasado a este
criterio. Otro tanto cabe decir de la llamada deuda local, propia de las institu-
ciones públicas de esta naturaleza, que pasan al Estado sobre cuyo territorio se
asientan, si bien éste sólo será responsable en la medida en que ya lo fuera el
predecesor o él mismo haya aceptado dicha responsabilidad. Aún restaría, sin
embargo, el reparto de la llamada deuda general. A este respecto ha de acudirse
a la fijación de cuotas para las que pueden tenerse en cuenta índices tales como
el porcentaje respectivo del PNB, sea en el momento de la sucesión o en un mo-
mento posterior.
La práctica internacional seguida por los Estados surgidos en Europa Cen-
tral y del Este constituye un ejemplo muy ilustrativo de la eficacia de los acuer-
dos sobre sucesión. Esos acuerdos se han dado en todos los casos después de una
negociación prolija.
Los ha habido en la sucesión de la Unión Soviética (1991-1992). Las dificul-
tades sobre el reparto de las Fuerzas Armadas por discrepancias entre Rusia y
Ucrania se resolvieron en 1997. En materia de propiedad situada en el extranje-
ro y de deuda exterior, se convino una tabla de cuotas que oscila entre el 61,34%
88 ANTONIO REMIRO BROTÓNS

de Rusia y el 0,70% de Turkmenistán. La cuestión de la evaluación y reparto del


fondo de diamantes de la Unión Soviética se remitió a un Acuerdo especial. Las
diferencias entre las partes se someterían a arbitraje.
Las Repúblicas Checa y Eslovaca resolvieron estos problemas a través de
una Ley sobre división de propiedades federales (1992). En ella el reparto de
bienes y deudas se obtiene aplicando un criterio territorial en la medida en que
son localizables y un criterio proporcional, basado en la población, para el resto
(2 para la República Checa, 1 para Eslovaquia). Esta proporción rige también la
división de las Fuerzas Armadas.
En el caso yugoslavo el mismo Consejo de Seguridad subrayó que las antiguas
repúblicas de la Federación debían llegar a un acuerdo de sucesión (res. 1022,
de 1995). Finalmente, pudo concluirse un acuerdo (2001) que entró en vigor en
2004. Si hay algo que caracteriza este acuerdo es su pragmatismo, en particular
por lo que respecta a la determinación de los bienes de Estado, y su generalizado
acomodo a los criterios establecidos en la Convención de 1983. El reparto de los
bienes inmuebles de carácter diplomático y consular se ha efectuado mediante
un reparto porcentual que se concretaría atendiendo a la libre elección de bienes
por los sucesores o, en caso de colisión, mediante acuerdo entre los implicados.
Los bienes muebles ubicados en estos locales corren su misma suerte. Por lo que
respecta a los activos monetarios y las deudas el reparto se efectúa según los
porcentajes fijados y siguiendo, con las correcciones oportunas, el criterio esta-
blecido por el Fondo Monetario Internacional para el asignación a los Estados
sucesores de sus cuotas de contribución a la Organización. Esas cuotas han sido
Serbia y Montenegro (38%), Croacia (23%), Eslovenia (16%), Bosnia y Herzego-
vina (15,5 %) y la ex-República yugoslava de Macedonia (7,5 %). Naturalmente,
una vez que en junio de 2006 Montenegro se ha separado de Serbia ambas ten-
drán que negociar una nueva sucesión. (Para otros aspectos de la sucesión, v.
par. 99, 240, 243, 348).
Tema 3

Soberanía e igualdad soberana de los


Estados

XI. LA SOBERANÍA
36. Consideraciones generales
Un Estado, por el hecho de serlo, es soberano. Pero la soberanía, concepto
clave, es deslizante y proteica. Entendida como absoluta —o poder de decidir
y actuar según venga en gana— es incompatible con el Derecho y todos los
esfuerzos por acomodarla en él parecen un artificioso juego intelectual. Esta
dimensión política de la soberanía flamea en la profunda gruta de los intereses
vitales o dominantes de los Estados, tanto más peligrosa cuanto son éstos más
fuertes, y ha de tenerse en cuenta, no para allanarse a ella, sino para no acabar
apostatando del orden jurídico por culpa de sus limitaciones.
Como señaló la Corte de La Haya (SS Wimbledon, 1923) la facultad de asu-
mir compromisos internacionales, lejos de ser un abandono de soberanía, es un
atributo de la misma. El principio fundamental de la soberanía responde a la
idea de función: se trata del conjunto de competencias atribuidas al Estado por
el Derecho Internacional, ejercitables en un plano de independencia e igualdad
respecto de los otros Estados.
La coexistencia de una pluralidad de entes soberanos, de Estados, en la socie-
dad internacional llama, en evitación de conflictos, a la articulación de normas
que regulen la distribución de competencias entre ellos. Es ésta una función
del Derecho Internacional que ha venido dictada históricamente por la peculiar
conformación de estos sujetos. Los Estados son entes territoriales, en primer
lugar, pues ejercen sus poderes en el marco de sus respectivos territorios, con
exclusión de los poderes de los otros entes soberanos (competencia territorial).
Son entes, en segundo lugar, que cuentan con una población, determinada pri-
mordialmente por el vínculo de la nacionalidad, lo que conduce a una atribución
de competencias sobre estas personas, los nacionales, cuando se encuentran
fuera de su territorio (competencia personal). Son entes, en tercer lugar, que
coexisten y mantienen relaciones en la sociedad internacional con otros sujetos
(competencia exterior).

37. La dimensión territorial de la soberanía


El haz de competencias atribuidas al Estado por el Derecho Internacional se
manifiesta, en primer lugar, en relación con el territorio. En él la autoridad esta-
90 ANTONIO REMIRO BROTÓNS

tal monopoliza, en principio, todos los poderes sobre las personas —nacionales o
extranjeros—, actos y cosas que allí se sitúan, legislando, juzgando y ejecutando
los dictados de su ordenamiento.
En el territorio la soberanía es plena y exclusiva. Plena, porque por encima
de un mínimo, las competencias del Estado permanecen indeterminadas ratio-
ne materiae y cada cual es libre de fijar su alcance; exclusiva, porque el Estado
monopoliza, en principio, todos los poderes, en especial el empleo de la fuerza,
y si bien puede limitarlos o transferir su ejercicio, mediante un consentimiento
libremente expresado, a otro Estado (al que se concede, por ej., el establecimien-
to de bases o facilidades militares, o el control de un canal internacional) o a
una Organización Internacional (por ej., comisiones fluviales, organizaciones de
integración regional como la UE…), los poderes le revierten automáticamente
cuando la limitación o la cesión termina.
La exclusividad de la soberanía territorial implica la inviolabilidad de fronte-
ras y la obligación para los demás Estados de abstenerse en ese ámbito espacial
de cualquier ejercicio de poder (CPJI, Lotus, 1927), a menos, naturalmente, que
medie el consentimiento del Estado local dentro de los límites que el Derecho
Internacional permite. Así, por ejemplo, la detención de una persona por agen-
tes de otro Estado y su posterior traslado al territorio de éste sin que medie el
consentimiento de aquél es un secuestro, una violación clara de la soberanía
territorial. Este fue el célebre caso de Eichmann, miembro de las SS, genocida,
secuestrado en la República Argentina y trasladado a Israel, donde fue juzgado,
condenado y, finalmente, ahorcado. Israel dio satisfacción (v. par. 316) a la Ar-
gentina mediante la presentación de excusas.
Ahora bien, ya no caben lecturas irrestrictas del principio de la soberanía
territorial. El propio Derecho Internacional incorpora límites, aunque no sean
sino una consecuencia del ejercicio de la misma soberanía. El Estado ha de
estar al cumplimiento de las normas consuetudinarias a cuya formación no se
ha opuesto eficazmente (v. par. 136) y, con mayor motivo, ha de atenerse a las
obligaciones que ha consentido (v. par. 3, 4, 107). En todo caso, ha de cumplir las
prescripciones del Derecho Internacional imperativo, como son las referentes al
respeto de los derechos humanos fundamentales (v. par. 148). En este sentido, el
ejercicio de competencias sobre las personas situadas y las conductas acaecidas
en el territorio del Estado está sometido a limitaciones.
El derecho del soberano a ejercer los poderes en exclusiva está, por otro lado,
en relación necesaria con su deber de desarrollar efectivamente en su territorio
las funciones mínimas del Estado y de proteger, por lo tanto, los derechos de los
Estados extranjeros. La soberanía territorial, como puso de relieve el árbitro
M. Huber (Isla de Palmas, 1928), no puede limitarse a su aspecto negativo, es
decir, al hecho de excluir las acciones de otros Estados, pues es la que sirve para
repartir entre ellos el espacio sobre el que se desenvuelve la gran mayoría de las
actividades humanas a fin de asegurar en todos los lugares el mínimo de protec-
ción que el Derecho Internacional ha de garantizar. Se presume que el Estado
DERECHO INTERNACIONAL. CURSO GENERAL 91

dispone de los medios necesarios para satisfacer sus deberes internacionales,


presunción que desempeña un papel de extraordinaria importancia al estable-
cer el fundamento y los medios de prueba de la responsabilidad internacional
(v. par. 297-302).

38. La dimensión extraterritorial de la soberanía


¿Cuenta el Estado con competencia o jurisdicción para legislar, para juzgar
o para ejecutar sus dictados sobre personas situadas y acontecimientos produ-
cidos fuera de su territorio? La respuesta es sí, siempre que se cuente con un
título o fundamento para ello.
¿Cuáles son esos títulos habilitadores? Digamos, en primer lugar, que no
los hay, en términos de Derecho Internacional general, para avalar el empleo
de la coerción en el territorio de otro Estado. Pero sí los hay para justificar la
coerción en un espacio internacional y para ejercer competencias legislativas y
judiciales sobre personas y cosas que se encuentran y hechos que se verifican
en el extranjero. Esos títulos se concretan tradicionalmente en la nacionalidad
(y, en su caso, la residencia habitual) de la persona (principio de personalidad)
y en la afectación de intereses fundamentales o esenciales del Estado (principio
de protección) o de la sociedad internacional en su conjunto (principio de uni-
versalidad). No obstante, en la medida en que el ejercicio de una competencia
extraterritorial puede invadir ámbitos competenciales del soberano territorial,
pueden producirse conflictos que deben ser resueltos mediante un estándar de
razonabilidad.

39. El principio de personalidad activa


El Estado ostenta competencias legislativas, judiciales y gubernativas sobre
las personas físicas o jurídicas unidas a él por el vínculo de la nacionalidad (y, en
su caso, de la residencia habitual) tanto si se encuentran en su territorio (concu-
rriendo entonces con las competencias territoriales) como si se hallan fuera de él
(v. par.342). Tratándose de naves el título habilitante procede del pabellón que
se enarbola; tratándose de aeronaves, del registro de matrícula (v. par. 349).
En un espacio internacional, como la alta mar, la competencia personal tiene
un efecto sustitutorio de la territorial. Pero cuando se ejerce sobre el territorio
de otro Estado soberano la competencia basada en el principio de personalidad
activa se topa con límites ineludibles.
Bajo ningún concepto el Derecho Internacional ampara ejercicios extraterri-
toriales de las competencias de ejecución del Estado, aunque tuviesen por objeto
la adopción de medidas de policía contra sus nacionales en el extranjero.
Por otro lado, no cabe exigir a los nacionales (y residentes habituales) conduc-
tas en contradicción con los presupuestos del Derecho interno de los Estados en
92 ANTONIO REMIRO BROTÓNS

que se encuentren. Esto ocurriría, por ejemplo, en el caso de que Gran Bretaña
pretendiese que sus nacionales conduzcan en el continente por el carril izquier-
do de la carretera, contra lo dispuesto por el soberano territorial. No obstante,
cuando la actitud del Estado local es permisiva de determinados comportamien-
tos, el alcance prohibitivo de la ley personal es muy discutido: piénsese, por
ejemplo, en la interrupción del embarazo conforme a la ley del territorio en que
se practica, pero contra lo dispuesto por la ley personal de la mujer afectada.
Finalmente —se trata de un límite más genérico— determinadas materias
deben ser obviamente reguladas por el Estado local, son de su competencia in-
terna. Se trata de un límite evolutivo y sensible a variables culturales y de
poder (por ej. el régimen de capitulaciones y tribunales mixtos en el Imperio
Otomano hoy sería impensable) y a conveniencias políticas (por ej. entre las
propuestas para solucionar los contenciosos de Gibraltar y Malvinas se habló de
transferir el territorio a España y Argentina, conservando el Reino Unido una
amplia jurisdicción personal sobre la población).

40. Otros principios que justifican el ejercicio de competencias extraterri-


toriales
a) El principio de personalidad pasiva habilitaría al Estado para ejercer com-
petencia en relación con personas que, situadas en el territorio de otro Estado,
han causado perjuicio a los derechos o intereses jurídicos de un nacional (o resi-
dente habitual) del Estado que reclama la competencia y que se encuentra tam-
bién fuera de su territorio. La invocación de esta base competencial se vincula a
menudo a la persecución de los actos de terrorismo.
La principal objeción al principio de personalidad pasiva estriba en que los
casos que podrían justificarlo caben cómodamente dentro de otros principios
(protección y universalidad) y los demás son menores (afectan al viajero, turista
o emigrante y pueden estar marcados por diferencias de cultura jurídica) y/o
dan pie a alegaciones manifiestamente improcedentes.
b) El principio de protección pretende otorgar competencia extraterritorial
al Estado a fin de salvaguardar sus símbolos (empleo de emblemas, bandera
nacional) e intereses fundamentales (entre los que se mencionan la seguridad
nacional, el monopolio de emisión de monedas y billetes de banco y timbres). Un
buen reflejo del principio de protección aparece plasmado en el artículo 23.3 de
la LOPJ española,
Si bien el principio de protección no se discute, sí puede serlo una interpreta-
ción extensiva de los intereses protegidos que conduzca a su utilización abusiva.
Para ser internacionalmente admisible, el principio de protección ha de conce-
birse en términos excepcionales, muy restrictivos. En el asunto Barcelona Trac-
tion (1970) la Corte Internacional de Justicia negó que pudiera invocarse sobre
la base de daños meramente económicos. Pero no ha de descartarse a priori que
DERECHO INTERNACIONAL. CURSO GENERAL 93

un Estado se ampare en el principio de protección de la economía nacional para


proyectar su competencia normativa más allá de sus límites territoriales.
c) La lucha contra piratería y la trata de esclavos, una vez que la esclavitud
fue abolida, se han presentado como manifestaciones prototípicas de asunción
por los Estados de causas de la humanidad que justificarían un ejercicio de ju-
risdicción basado en el principio de universalidad. Sin embargo, en estos casos
lo característico era —y es— la competencia que se reconoce a todo Estado para
perseguir en espacios internacionales, como la alta mar, a piratas y negreros con
independencia del pabellón que enarbolen los buques sospechosos y, eventual-
mente, a juzgarlos, caso de que hayan procedido a su arresto (v. par. 412).
El principio de universalidad va más lejos cuando, sirviendo también intere-
ses de la comunidad internacional en su conjunto, habilita al Estado a ejercer su
jurisdicción sobre responsables de crímenes internacionales, como el genocidio,
los crímenes contra la humanidad y los supuestos más graves de los crímenes
de guerra, sea cual sea su nacionalidad y la de las víctimas y el lugar en el que
hayan cometido sus actos.
El Derecho Internacional general es en este punto permisivo, siendo una
cuestión de soberanía legislativa asumir el principio, modular su alcance y con-
dicionar su aplicación, atendiendo a la implicación del Estado en la protección
de los derechos humanos y sus consecuencias de política exterior, en particular
su incidencia sobre la satisfacción de otros objetivos (v. par. 582, 596, 597). En
España, una versión de este principio ha sido acogida en el artículo 23.4 de la
Ley Orgánica del Poder Judicial (LOPJ) (v. par. 601-604).

41. La dimensión exterior de la soberanía


La soberanía del Estado implica, hacia el exterior, la capacidad para partici-
par directamente en las relaciones internacionales en condiciones de indepen-
dencia —esto es, adoptando libremente las propias decisiones en el marco de las
normas y obligaciones internacionales del Estado— e igualdad jurídica —par in
parem non habet imperium— pese a las diferencias de orden político, económico,
social, cultural o de cualquier otra especie que puedan darse entre los Estados.
Esta capacidad se traduce en la aptitud del Estado para participar en la
formación de normas generales, asumir compromisos mediante tratados y actos
unilaterales, establecer y mantener relaciones diplomáticas y consulares, dis-
frutar de inmunidad y ver respetados sus símbolos en el extranjero, ser miembro
de Organizaciones Internacionales y sujeto activo y pasivo de responsabilidad
internacional, ejercer la protección diplomática de sus nacionales, enarbolar su
pabellón en naves y contar con su propia matrícula de aeronaves, acceder li-
bremente a los espacios internacionales, acudir a medios de arreglo de contro-
versias reservados a los Estados, usar la fuerza y recurrir a represalias en los
términos permitidos por el Derecho Internacional y, en general, participar en
cualesquiera manifestaciones anejas a la condición primaria y plenaria de la
94 ANTONIO REMIRO BROTÓNS

subjetividad internacional que es propia del Estado soberano en sus relaciones


con otros sujetos internacionales. Todas ellas se irán desgranando en temas
sucesivos.
El grado de participación, o de compromiso, depende en la práctica de mu-
chos factores, vinculados unos a las capacidades intrínsecas o materiales de
cada Estado, vinculados otros a su voluntad; pero en abstracto esa participa-
ción está exenta de limitaciones. Así, por ejemplo, un Estado puede asumir un
estatuto de asociación con otro Estado (normalmente más poderoso) con el que
tienen vínculos de vecindad, históricos o estratégicos, al que encomienda su re-
presentación exterior y su defensa (v. par. 60, 66, 153).
Las limitaciones podrían ser también la consecuencia de sanciones (v. par.
334, 517) impuestas por el Consejo de Seguridad. Baste considerar las condicio-
nes (res. 687, de 1991) que Iraq, expulsada de Kuwait, tuvo que aceptar para
lograr el alto el fuego (v. par. 515). No ha de descartarse que, en el futuro, la
persecución de los Estados hampones, se articule sobre este modelo, excluyendo
o limitando derechos soberanos del Estado.

XII. LA IGUALDAD SOBERANA


42. Noción
El principio de igualdad soberana se deduce de la coexistencia de una plura-
lidad de Estados igualmente soberanos. La Carta de las Naciones Unidas la pro-
clama como el primero de sus principios (art. 2.1). La Carta de la Organización
de Estados Americanos (OEA) ofrece el más bello de sus enunciados normativos:
“Los Estados son jurídicamente iguales, disfrutan de iguales derechos e igual
capacidad para ejercerlos, y tienen iguales deberes. Los derechos de cada uno no
dependen del poder de que disponga para asegurar su ejercicio, sino del simple
hecho de su existencia como persona de Derecho Internacional” (art. 10). La
Declaración sobre los Principios de Derecho Internacional (res. 2625-XXV) de la
Asamblea General lo reitera y desmenuza sus elementos.
Sin embargo, a pesar de estas reconfortantes palabras, igualdad soberana
no se traduce siempre en identidad de derechos y obligaciones internacionales.
Inherente a la soberanía es el derecho a consentir desigualdades jurídicas que
proyectan la desigualdad real o de hecho de los Estados.

43. La desigualdad real de los Estados


La desigualdad de los Estados tiene su origen en numerosos y variados fac-
tores en cuya consideración, propia de otras disciplinas, no suele detenerse el
jurista. No obstante, puede ser útil enumerar a título ejemplificativo algunos de
los factores más significativos:
DERECHO INTERNACIONAL. CURSO GENERAL 95

1. La geografía física:
– dimensión: del macro al microestado;
– localización: del Estado sin litoral al archipelágico; del Estado territorial-
mente continuo al discontinuo;
– topografía e hidrografía: del Estado llano al montañoso; del Estado desér-
tico al mesopotámico.

2. La geografía política:
– la vecindad terrestre, fluvial y marítima;
– la existencia de canales internacionales;
– la disposición de un territorio consolidado o de un territorio polémico.

3. La economía:
– la disponibilidad de materias primas y estratégicas;
– el Producto Interior Bruto y la Renta per cápita;
– la dependencia del comercio exterior;
– el desarrollo tecnológico y el acceso a los nuevos espacios.

4. La población:
– número de habitantes y su relación con el territorio;
– educación, empleo y distribución de la renta;
– movimientos migratorios y residentes extranjeros;
– cohesión regional, social y cultural: minorías.

5. La organización:
– política: del Estado democrático al totalitario; de la monarquía a la repú-
blica; del presidencialismo al parlamentarismo;
– territorial: del Estado unitario al de estructura compleja;
– social: con sociedad civil (ONG lato sensu) o sin ella; de la sociedad confe-
sional a la laica.

6. La proyección:
– Fuerzas Armadas: posesión del arma nuclear; tecnologías de armamento
avanzadas; condición de exportador/importador de armas; dimensión y es-
pecialización; presupuesto de defensa; alianzas.
96 ANTONIO REMIRO BROTÓNS

– Servicios de inteligencia y contrainteligencia


– penetración económica: inversión exterior; propiedad industrial y know-
how;
– penetración diplomática y cultural;
– membresía en Organizaciones internacionales;
– prestigio: credibilidad, imagen.
Estos y otros factores están interrelacionados y, atendiendo a su combina-
ción, pueden ser un activo o un pasivo para el Estado.

44. Estatutos jurídicos deducidos de la desigualdad real de los Estados


Las diferencias de hecho de los Estados pueden quedar reflejadas en normas
generales y reglas particulares según el proceso normal de su formación, es de-
cir, contando con el consentimiento libre de los afectados. Tratándose de normas
generales, la igualdad soberana se convierte, cuando es así, en no discrimina-
ción: todos los Estados en la misma situación tendrán los mismos derechos y
obligaciones. En el plano de la aplicación del Derecho Internacional la igualdad
exige conceder a todos los Estados bajo circunstancias análogas el mismo tra-
tamiento, por lo que una repetición de agravios comparativos y de comporta-
mientos basados en el doble rasero, acabaría arruinando uno de los principios
fundamentales de este orden.

45. Desigualdad de derechos y obligaciones por la geografía


Se dice que el Derecho no puede cambiar ni influir sobre la geografía; sin em-
bargo, la geografía ha sido y es capaz de cambiar e influir sobre el Derecho. Es el
espacio marino el que más ha porfiado en este sentido (v. tema 17). La alta mar
está abierta a todos los Estados y el fondo de los mares más allá de cierto punto
se declara patrimonio común de la humanidad, pero basta (h)ojear el índice de
la CONVEMAR (1982) para advertir como la condición geográfica ha influido en
el estatuto jurídico de los Estados: estrecharios, archipelágicos, con plataforma
continental prolongada, ribereños de mares cerrados y semicerrados, mediterrá-
neos o sin litoral… Si nos detenemos en el espacio ultraterrestre advertiremos
que los Estados situados sobre el ecuador mantienen pretensiones fundadas en
el carácter geoestacionario de la órbita de los satélites situados en esa línea.

46. Desigualdad de derechos y obligaciones por el grado de desarrollo eco-


nómico: la desigualdad ‘compensadora’
Hace ya muchos años la Corte de la Haya advertía que en ocasiones la verda-
dera igualdad «hacía necesario tratamientos diferentes para llegar a un resulta-
do que estableciese el equilibrio entre situaciones diferentes» (Escuelas minori-
DERECHO INTERNACIONAL. CURSO GENERAL 97

tarias en Albania, 1935). En el ámbito del Derecho Internacional del Desarrollo


esta idea se traduce en una suerte de desigualdad compensadora en beneficio
de los países en desarrollo. De su tronco han brotado, además, tallos numerosos
(los países menos adelantados, los más gravemente afectados por la crisis, los
pobres muy endeudados, los países en desarrollo con ingresos medios, los paí-
ses con economías en transición, los países emergentes…), algunos atentos a la
relación del territorio con el mar (los países en desarrollo insulares o, en el polo
opuesto, sin litoral, y entre los dos, los países en desarrollo de tránsito).
La calificación de un Estado es importante por sus consecuencias jurídicas y
prácticas: tratamiento comercial privilegiado, renuncia de los desarrollados a la
reciprocidad de ventajas, obtención de créditos con tipos muy bajos de interés,
condonación o reducción de la deuda externa, obtención de asistencia técnica,
ayuda alimenticia… La operación no deja de tener perfiles esperpénticos cuan-
do la exhibición de la necesidad (y de la miseria) se configura como introito a
la obtención de una ventaja, un Fondo, un Programa especial en una suerte de
corte de los milagros. Los concursos, más que de méritos, son de deméritos.

47. Desigualdad de derechos y obligaciones por el ‘poder’


A finales del siglo XIX John Lorimer afirmaba que la igualdad era una qui-
mera, como la de «pegar la cabeza de una mujer con la cola de un pescado».
Lorimer no creía en las sirenas. A medida que aumenta el poder de un Estado
también lo hace su capacidad para tutelar sus intereses, para influir en las
políticas acerca de los contenidos, interpretación y revisión de las normas y en
los comportamientos de los demás, para aprovechar la aplicación de una reci-
procidad formal en su exclusivo beneficio, para forzar a otros a la observancia
de obligaciones que él irrespeta, para evadir los pronunciamientos de infracción
y las consecuencias de la responsabilidad y para presentar sus actos, incluso,
como los del ángel protector de los intereses generales de una sociedad pobre-
mente institucionalizada.
La aceptación de un tratamiento desigual o no paritario como consecuencia
de la realidad del poder permite a menudo hacer más efectiva la cooperación
internacional en un sector determinado. Encontramos abundantes ejemplos de
ello en la formación, modificación y terminación de los tratados multilaterales o
en la composición de órganos selectivos, ponderación del voto y estatuto privile-
giado de algunos miembros de Organizaciones Internacionales.
Limitémonos a la ONU cuyos miembros, partiendo del principio de igual-
dad soberana (art. 2.1 de la Carta), han consentido una Organización que no
es democrática ni desde el punto de vista de los Estados (igualdad de voto) ni
desde el punto de vista de los hombres (ponderación de la población). Cinco
Estados (China, Francia, Rusia —antes la Unión Soviética—, Reino Unido y
Estados Unidos), no sólo son miembros permanentes del Consejo de Seguridad
(art. 23.1), al que se asigna la responsabilidad primordial en el mantenimiento
98 ANTONIO REMIRO BROTÓNS

de la paz (art. 24.1), dotado de competencias que le permiten tomar decisiones


vinculantes para todos (art. 25), sino que pueden vetar individualmente sus
resoluciones de fondo (art. 27.3) y bloquear las enmiendas de la Carta (arts. 108
y 109.2), amén de estar efectivamente presentes por un pacto entre caballeros
en todos los órganos colegiados electivos de la Organización. De esta manera se
sitúan de hecho por encima de la ley internacional, con un estatuto privilegiado
que los hace dueños de la llave del poder constituyente, como también lo son de
toda letalidad nuclear oficialmente reconocida y del 80% del comercio de armas
convencionales.
En las Organizaciones financieras y bancarias, como el Fondo Monetario In-
ternacional (FMI) y el Banco Mundial (BIRD), su estructura plutocrática permi-
te a los Estados que aportan mayoritariamente su capital y recursos utilizar sus
canales para ejercer una influencia decisiva, a través de sus órganos selectivos
y del voto ponderado, sobre la política económica y social de los países que soli-
citan sus préstamos.
Frecuentemente los países del Sur (a los que antes se llamaba del Tercer
Mundo) reivindican la democratización de las relaciones e instituciones inter-
nacionales. Por si acaso un día hay que entregarles, vacíos, los palacios de in-
vierno, los países desarrollados crean nuevos grupos aristocráticos informales
(G-7, G-8) incorporando, en su caso, a los países emergentes, antiguos represen-
tantes sindicales del estato-proletariado (G-20) (v. par. 13).

XIII. NO INTERVENCIÓN Y ESFERAS DE INFLUENCIA


48. Consideraciones generales
La intervención, esto es, el acto por el que un Estado —o grupo de Estados— se
entromete por vía de autoridad en los asuntos que son de la jurisdicción domés-
tica de otro, imponiéndole un comportamiento determinado, es absolutamente
incompatible con los principios de soberanía e igualdad soberana. Sin embargo,
cuando un Estado se localiza en la esfera o zona de influencia de otro, más po-
deroso, con una vocación hegemónica, la intervención es una realidad histórica-
mente comprobada. Ello explica tanto el interés de los Estados intervenidos en
la proclamación expresa y solemne del principio de no intervención, como el de
los intervinientes o hegemones en zafarse de sus consecuencias restringiendo su
alcance y ampliando sus excepciones.

49. El principio de no intervención: Su anticipación en el Derecho Inter-


nacional Americano
Si el 2 de diciembre de 1823, James Monroe, Presidente de los Estados Uni-
dos, declaró en un mensaje al Congreso la oposición a cualquier intento de in-
DERECHO INTERNACIONAL. CURSO GENERAL 99

tervención de las potencias europeas en el nuevo continente, la crónica histórica


reveló que esta doctrina sentaba los cimientos del intervencionismo de los Es-
tados Unidos en el resto del hemisferio, del imperialismo que hizo presa en las
repúblicas latinoamericanas.
Estados Unidos expandió su territorio en detrimento de México, que perdió la
mitad del que había heredado de la Corona española; mediatizó la independen-
cia cubana (enmienda Platt, cesión en arriendo perpetuo de Guantánamo…);
obtuvo, además, de una España derrotada la cesión de Filipinas, Puerto Rico y
Guam; apadrinó el separatismo panameño de Colombia (Panamá, 1903) para
satisfacer su objetivo vital de una rápida comunicación transoceánica…Con-
trolar toda América era el destino manifiesto de Estados Unidos (Elihu Root,
1912), realizable mediante la receta “habla con suavidad llevando una buena
tranca en las manos”, propuesta por el Presidente Teodoro Roosevelt (1904). Los
hechos tradujeron cumplidamente esta política del big stick: injerencia en los
asuntos internos, control político y económico de gobiernos y administraciones,
prácticas corruptas, adecuación de las normas internacionales a los intereses de
los inversores en materias como el trato de los extranjeros o la responsabilidad
internacional, ocupación de puertos y aduanas, ejércitos cipayos, intervención
armada… Algunas Repúblicas de América Central y del Caribe eran protectora-
dos de facto de los Estados Unidos.
Por otro lado, este intervencionismo no excluyó de hecho el de las poten-
cias europeas, salvo cuando entró en conflicto con los intereses de los Estados
Unidos, como fue el caso paradigmático de la comunicación canalera entre el
Atlántico y el Pacífico por América central. Las sucesivas intervenciones fran-
cesas en México desde 1838, bajo la pantalla de reclamaciones financieras, que
culminan con la instauración del Imperio de Maximiliano en 1864, efímero y
perseverantemente combatido; la ocupación (1841-1894) y bloqueos sucesivos
de la Mosquitia nicaragüense por unidades de la flota de S. M. B., protectoras
de las tribus zambas; la consolidación británica en Belice (en perjuicio de Gua-
temala) y su usurpación de territorio venezolano para afianzar la colonia de
Guyana; los bloqueos sucesivos de las costas de Venezuela por diferentes flotas
europeas; las incursiones navales británicas y francesas en el Río de la Plata;
la (re)ocupación de las Malvinas por Gran Bretaña (1833)…, son apenas unos
botones de muestra de que Europa seguía vivamente interesada en América.
Todo eso sin contar la injerencia —característica de Gran Bretaña en el cono
Sur— en los asuntos internos de las Repúblicas, el fomento de conflictos civiles,
asonadas y cuartelazos, o la manipulación de los contenciosos territoriales que
dieron en guerras como la del Pacífico (1879-1883), de resultas de la cual Bolivia
perdió su salida al mar.
Es lógico, pues, que las Repúblicas latinoamericanas trataran de zafarse de
las intervenciones extranjeras mediante una proclamación expresa y solemne
de su prohibición. Durante decenios sus relaciones con Estados Unidos se pola-
rizaron dialécticamente alrededor del principio de no intervención, tratando de
100 ANTONIO REMIRO BROTÓNS

forzar su reconocimiento por el todopoderoso y recalcitrante vecino del Norte.


Después de la Segunda Guerra Mundial el principio de no intervención se asen-
tó firmemente en la estructura jurídica del sistema interamericano. La Carta
de la OEA (arts. 15 a 17) dio de él una versión tan amplia y categórica en 1948
que no tiene parangón con ningún otro instrumento convencional o declaración
colectiva, lo que explica su acusada influencia en las resoluciones posteriores de
las Naciones Unidas, particularmente en la Declaración sobre los Principios de
Derecho Internacional (res.2625-XXV, 1970, de la AGNU).

50. El principio de no intervención en Naciones Unidas: el proceso histó-


rico
Hasta entrado el siglo XX fueron recurrentes las iniciativas para perfilar una
distinción entre intervenciones lícitas e intervenciones ilícitas atendiendo a la
existencia o no de un título jurídico que las justificara, citándose al respecto,
sea las previsoras cláusulas de un tratado, sea la petición formal de un gobierno
en apuros, sea un interés legítimo del interviniente (como la protección de sus
nacionales y de sus bienes o el cobro de una deuda) o, incluso, de la comunidad
internacional (según se aducía en las llamadas intervenciones de humanidad
en defensa de la vida y las libertades de grupos humanos independientemente
de su nacionalidad). En la práctica, sin embargo, las intervenciones lícitas sir-
vieron generalmente para ofrecer una imagen de aparente respetabilidad a la
realización de objetivos poco o nada respetables de las Grandes Potencias.
La verificación histórica de que no interviene quien quiere, sino quien quiere
y puede y que sólo, por lo tanto, en el contexto de relaciones desiguales es facti-
ble la intervención, acabó desbaratando las políticas dirigidas a la afirmación
de un derecho que, aun condicionado, sólo podía ser ejercido por los más fuertes
en una situación concreta. La Corte Internacional de Justicia fue terminante:
el pretendido derecho de intervención no era sino la manifestación de una po-
lítica de fuerza que, en el pasado, había dado lugar a los más graves abusos;
cualesquiera fuesen las actuales deficiencias de la organización internacional,
no podía encontrar acomodo en el Derecho de Gentes (Estrecho de Corfú, 1949,
fondo).
Este dictum de la Corte tenía más valor porque en la Carta de las Nacio-
nes Unidas (1945) el principio de no intervención de los Estados no era objeto
de una proclamación expresa, sino que debía deducirse de la interpretación de
otros principios de la Carta, en particular el enunciado en el artículo 2.7 según
el cual ninguna de sus disposiciones de “autorizará a las Naciones Unidas a
intervenir en los asuntos que son esencialmente de la jurisdicción interna de
los Estados”.
Según una mayoría de latinoamericanos, afroasiáticos y socialistas el artícu-
lo 2.7, al referirse a las “Naciones Unidas” prohibía la intervención, no sólo de
la Organización, sino también de los Estados miembros, y ello, tanto por con-

También podría gustarte