La Ciudad Cristiana

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Rubén C ald eró n Bouchet

t* C iudad
C ristiana

C iu d a d A r g e n t in a
O TRAS O BR A S
DEL SELLO EDITORIAL

Rubén Calderón Boichet


• LA CIUDAD GRIEGA
' Niuma Dionisio Fusrel de Coulanges
{ • IA CIUDAD AbffiGUA
San Mgustín
• LA CIUDAD DE DIOS
Juan Agustín García
• LA CIUDAD INDIANA
Juan Bautísla Alberd
• FRAGMENTO PRELIMINAR AL ESTUDIO
DEL DERECHO
• BASES Y PUNTOS DE PARTIDA PARA LA
ORGANIZACION PCI TICA DE LA
REPUBLICA ARGENTINA
• SISTEMA ECONOMICO Y RENTISTICO
• DERECHO PUBLICO PROVINCIAL
ARGENTINO
Karol Wcjlyla
• EL TALLER DEL ORFEBRE
■P *
Jorge Mario Uergoglio
• DIALOGOS CNTRE JUAN PABLO II
Y FIDEL CASTRO
Mariano Fazio Fernández
• FRANCISCO DE VITORIA
Florencio !?«beñák
• ROMA, gé 5AITO POLITICO
• FORMACION DE LA CULTURA
OCCIDENTAL

• GOBERNANTES Y GOBERNADOS
Ignacio H. Fotherinahcim
• LA VIDA DE ; BOLDADO
lln lro d u c c ic n y ’ d ic ió n p o r Isid o ro Ru iz M o re n o ]

Jorge González Ramírez


• AUDITOR DE GUFRRA
u C iu d a d
C r is t ia n a
C iu d a d A r g e n t in a
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ISBN 987-507-071-8
D epósito legal: M. 25.872-1998
Queda hecho el depósito que previene la ley 11.723
Impreso en España por Imprenta Fareso, S. A.
Paseo de la Dirección, 5. 28039 Madrid

© 1998 - C iu d ad A r g e n t in a
Rubén Calderón Bouchet

la C iu d a d
C r is t ia n a

C iu d a d A r g e n t in a

Buenos Aires
1998
N ota b io g r a f ic a

de R uben C a lderon B o u c h e t

La ciudad de Chivilcoy h a b ía sido fundada, e n tre otros,


p o r D on Calixto C alderón, viejo criollo federal y rosista, ha­
cia el a ñ o 1854. La fam ilia se estableció allí, a lte rn a n d o el
trabajo del cam po con el oficio de la g u e rra y config u ran d o
en sus descen d ien tes el tipo de estanciero m ilitar que carac­
terizó a la aristocracia arg e n tin a p o r m uchos años. N ieto de
u n ilustre v eteran o de la g u e rra del Paraguay, nació R ubén
C ald eró n B ou ch et el 1 de e n e ro de 1918, enlazando p o r ra­
m a m a te rn a con u n a fam ilia de o rigen francés. De ellos h e­
re d ó el id io m a com o o tra len g u a m adre, la afición a los m os­
qu etero s d e A lexandre D um as, to d a su adm iración p o r las
glorias de F rancia y, acaso tam bién, la iro n ía sutil, la inclina­
ción a la polém ica y la “tête d u r e ” del espíritu bearnés.
H izo los p rim eros estudios en su ciudad natal y, u n a vez
term in a d o el b achillerato en el C olegio N acional, com enzó
u n largo p e río d o de “p e re g rin a c ió n ”: fue chupatintas en La
Plata, conscripto en Paso de los Libres — de d o n d e egresó
com o su b te n ie n te de reserva— , peó n de V ialidad en la Pata­
gonia, policía en San Ju a n , estudiante de a ratos, lector infa­
tigable y, p o r qué n o , c u an d o los tiem pos eran propicios, va­
8 RUBEN CALDERON BOUCHET

g a b u n d o instruido. La ro m e ría culm ina hacia el año 1944


cu an d o , llegado a M endoza, parece sen tar cabeza. M endoza
n o es p a ra él u n lugar de tránsito. T iene varios tíos estableci­
dos allí y, p o r o tra p arte, esta ciudad co rd illeran a lo devuel­
ve, de alg u n a m an era, a sus orígenes: los C alderón son des­
c e n d ie n te s d ire c to s de F rancisco de U rb in a , aq u el q u e
firm ara com o escribano en el acta de fun d ació n de la ciu­
d a d en 1561.
En m arzo de 1944 se inscribe en la facultad de Filosofía y
L etras de la U niversidad N acional de Cuyo, d o n d e tiene
o p o rtu n id a d de conocer a G uido Soaje Ramos — que lo intro­
duce en el rigor y la precisión de la filosofía de Santo To­
más— y a A lberto Falcionelli, quien le enseñó “m uchísim as
cosas”. La am istad con estos dos m aestros constituye el m ejor
recu erd o de sus años estudiantiles y a ellos les debe, sin duda,
la posibilidad de afianzar su vocación p o r la historia y la filoso­
fía. M ucho tuvo que ver en su form ación teológica el padre
Castellani, y n o sólo a través de la lúcida exégesis de sus escri­
tos sino tam bién m ediante conversaciones personales.
Su establecim iento definitivo en M endoza se debió en
p a rte al b u e n sol y al b u e n vino p e ro m uy especialm ente a
d o ñ a B lanca Robello, con quien co m p artió un m atrim onio
ejem p lar y u n a n u m ero sa familia.
Si bien la fe es un d o n de Dios y u n pacto con la in telig en ­
cia, hay situaciones q u e im pelen a la razón a buscar e n ella
la justificación y el sentido de tanto dolor. Q uizá p o r algo de
la tristeza q u e llevan los fríos vientos del sur o p o r la sordi­
dez de los arrabales sanjuaninos o p o r tanto guaycurú de­
sam parado, fue que en el otoño de 1947, en la Iglesia de
N u estra S eñora de L oreto, catedral de M endoza, pidió a la
Santa M adre Iglesia la Fe p o r el bautism o e ingresó a la co­
m u n id a d de los fieles con el n o m b re d e ju a n Bautista.
LA CIUDAD CRISTIANA 9

Su adhesión a la doctrina tradicional de la Iglesia n o pue­


de ser vista sino com o un acto decisivo y que explica de todas
las m aneras n o sólo su vida sino el corpus de su producción in­
telectual. Si bien los estudios de C alderón B ouchet tienen
u n a u n id ad horizontal que, com enzando p o r las civilizacio­
nes antiguas, Grecia y R om a (Pax Romana; Formación, Apogeo y
Decadencia de la Ciudad Cristiana), teniendo en c u e n ta la pro­
blem ática pro d u cid a p o r la crisis del orden tradicional en los
tiem pos m odernos (La ruptura del sistema religioso en el siglo
XVI; Esperanza, Historia y Utopía; Sobre las causas del orden políti­
co) , incluidos los m ovim ientos espirituales originados p o r ese
fen ó m en o que se d en o m in a “la R evolución” (La contra-revolu­
ción en Franáa; Nacionalismo y revolución, una introducción al
mundo del fascismo) culm ina con el estudio de la penetración
ideológica en la Iglesia (La valija vacía; La luz que viene del Nor­
te) , es más evidente su cohesión vertical que los m antiene u ni­
dos bajo u n m ism o eje: la com prensión de los m ovim ientos
espirituales de la H istoria bajo la perspectiva religiosa. Apolo­
gética histórica si se quiere, pero adaptada al ritm o fluido, di­
nám ico y elegante de u n a retórica ensayística.
A lguien h a dicho a c ertad am en te de él: “Su lenguaje no
es apocalíptico ni inq u ietan te, u n a enérgica seren id ad in te­
lectual nos p e rm ite d u ra n te el viaje espiritual d e te n e rn o s a
observar los cam pos, em o cio n arn o s con la poesía, llo rar a
los m uertos, agitarnos con el o lor de la pólvora, c o n fu n d ir­
nos con el santo y el h é ro e y rec o n o c e rn o s en el p ecad o r
q u e reza. R u bén C alderón B ouchet nos trae la vigorosa y re­
frescante brisa de u n pen sam ien to q u e nació a orillas del
J o rd á n y que después de dos mil años sopla virilm ente sin es­
perar, y con toda la E speranza”.
H a escrito y sigue escribiendo num erosísim os artículos
en revistas nacionales y europeas de actualizada y aguda po­
10 RUBEN CALDERON BOUCHET

lém ica. Fue p ro feso r de Historia de las Ideas Políticas en la Fa­


cu ltad de C iencias Políticas y Sociales de la U niversidad
N acional de Cuyo y d e Filosofía de la Historia y Etica en la Fa­
cultad de Filosofía y Letras de la m ism a U niversidad, en la
cual dictó num erosos cursos de p rep a ra ció n p ara el docto­
rad o al igual que en la U niversidad de M endoza. H a dirigi­
d o trabajos de investigación y de tesis doctorales p e ro , fu n ­
d am en talm en te, revela, aún hoy, u n a vocación especialísim a
p o r la enseñanza p o n ien d o de m anifiesto u n verdadero eros
pedagógico. Algo de esto dem uestra su designación com o
P rofesor E m érito de la U niversidad N acional de Cuyo y el
rec o n o c im ien to d e m uchas generacio nes com o u n verdade­
ro m aestro.

Esta es la hoja de vida de nuestro prestigioso autor


PRESUPUESTOS ESPIRITUALES
DE LA CIUDAD CRISTIANA
C a p itu lo I
EL LIBRO

La historia de Israel está estrecham ente ligada a los li­


bros q u e los cristianos llam aron del Antiguo Testamento y los
ju d ío s helenizantes de los siglos inm ediatos al nacim iento
de N. S. Jesucristo llam aron sim plem ente los libros (ta bi-
blá). La relación e n tre el p u e b lo de Israel y el libro es, sin
salim os de los lím ites trazados p o r la visión p ro p ia del his­
toriador, un m isterio. P o d ría argüirse que la incesante labor
de los historiadores, arqueólogos y exégetas, h a ido desco­
rrie n d o los velos de este m isterio y h a convertido esta oscu­
ra e tap a de “la evolución de la h u m a n id a d ”, p ara llam ar a
la h istoria con el título de u n a colección m uy conocida, en
u n a c o n c u rrid a sala de m useo d o n d e to d o lo que la eru d i­
ción p u e d e a p o rta r se e n c u e n tra sabiam ente clasificado en
sus vitrinas. En verdad, esta op in ió n no pasa de ser la expre­
sión de u n deseo, c u an d o n o de u n a deficiencia im puesta
p o r consideraciones que n acen de u n a idea bastante lim ita­
d a de la realidad. La simbiosis Biblia-Israel es u n hech o his­
tórico y el histo riad o r tiene que tom arla en consideración
14 RUBEN CALDERON BOUCHET

si qu iere explicar la relación viviente que u n e el destino del


p u eb lo ju d ío con ese libro que e n cierra en sus páginas la
historia, las leyes, los principios religiosos y m orales que
afectan los motivos m as íntim os de la conducta del ho m b re
h eb reo . En él se e n c u en tra n las descripciones y las esperan­
zas que hablan del pasado y tam bién del futuro, de esa no­
ción tan com pleja y m isteriosa com o su libro.
El p a n o ra m a d e n tro del que d eb e estudiarse la Biblia se
com plica si a los libros p e rte n ec ie n te s al Antiguo Testamento
añadim os aquellos que constituyen el Nuevo Testamento. La
relación org án ica q u e fluye e n tre u n o s y otros h a sido rei­
te ra d a m e n te señalada p o r todos los estudiosos q u e se acer­
caro n al libro con el tem b lo r de la veneración y lo in te rp re ­
ta ro n ilum inados p o r la fe. No así p o r los que asu m iero n la
responsabilidad de leerlos con total prescindencia de lo
q u e co n sid eran prejuicios religiosos. Para ellos, la Biblia es
u n a colección de diversas especies literarias q u e d eb e su
com posición a distintos autores, q u ien es escribieron en di­
fere n te s épocas, m ovidos p o r im pulsos e inspiraciones ra­
ras veces coincidentes. Esta variedad de com posiciones só­
lo g u a rd a la u n id a d de su destinatario: el pueblo de Israel.
La tare a exegética de esta sum a literaria debe hacerse to­
m an d o en c u e n ta los recaudos de la crítica histórica y filo­
lógica m ás d e p u ra d a . Pensar que se trata de las “Sagradas
E scrituras” es a d o p ta r u n a actitud espiritual q u e auspicia
u n d e sen c u e n tro con la verdad, p o rq u e tal posición se p ro ­
yecta necesariam en te sobre la in terp retació n del libro y la
convierte, ipso fado, en teológica, apologética u hom ilética,
g én ero s literarios que p u e d e n te n e r u n cierto valor, p e ro a
los que no les está p e rm itid o p re te n d e r el carácter de u n a
exposición científica.
LA CIUDAD CRISTIANA 15

N o nos d e te n d rem o s p o r ah o ra a discutir los fu n d am en ­


tos de este juicio. Señalarem os p arcam en te su existencia y
nos lim itarem os a a ñ a d ir q u e supone to d a u n a teo ría de
eso que se llam a “sagrado”, que no im p o n e necesariam en ­
te n u e stra adhesión.
Existe u n a discusión en to rn o a la Biblia que co m p ro m e­
te e n sus protagonistas actitudes fren te a la religión revela­
d a y de estas actitudes, com o de su fu en te originaria, b ro ta n
todas las divergencias. Así M. A dolphe Lods, m iem bro del
Instituto de Francia, p u ed e escribir en su Historia de la reli­
gión de Israel q u e los relatos colocados p o r los n a rra d o re s
“yhavistas” a la cabeza de su hagiografía están m ezclados
con otras versiones d e las m ism as tradiciones redactadas ha­
cia la época del exilio p o r la escuela sacerdotal. La faena del
h isto riad o r tiene p o r finalidad el análisis de estos relatos y
su cotejo con otros de la m ism a época escritos p o r egipcios,
babilonios, fenicios y griegos, p a ra advertir las sem ejanzas y
seguir en ellas las líneas de la inspiración literaria.
La actitud del creyente es to talm en te diversa y a u n q u e
acep te los parentescos literarios q u e se p u e d a n rastrear en
las n a rra c io n e s bíblicas, sostiene q u e existe u n a u n id ad
fro n tal e n lo q u e hace a su origen y q u e sella su singulari­
dad. Y ésta es la inspiración divina, alm a de todos los escri­
tos del L ibro y q u e lo convierten, según la fu erte expresión
de O rígenes, en u n a fu en te de agua viva. La expresión
“agua viva” es usual en el ám bito religioso d o n d e nace la
“Sagrada E scritura” y su valor significativo no es más ni m e­
nos feliz que el de cualquiera o tra fó rm u la verbal p a ra ex­
p resar el m isterio santo que allí habita.
U n exam en de la actitud religiosa llevado con u n mini­
mum de rigor intelectual tiene que adm itir que “toda con­
16 RUBEN CALDERON BOUCHET

cepción religiosa del m u n d o im plica la distinción de lo sa­


g rado y de lo profano, o p o n e al m u n d o cotidiano d o n d e el
fiel vaga lib rem en te en sus ocupaciones, ejerce u n a activi­
d ad sin consecuencias p ara su salvación, un dom inio do n d e
el tem o r y la esperanza lo paralizan, o, com o en el b o rd e de
un abism o, el m en o r desvío en el gesto más p eq u eñ o puede
perd erlo irrem ed iab lem en te”. Y a u n q u e el análisis llevado
con tanta com petencia com o erudición p o r el señ o r Caillois
n o logra su p e ra r lo sagrado de u n a d e te rm in a d a actitud
subjetiva y hasta lo red u ce a u n a categoría de la sensibili­
dad, advierte que se trata de u n a categoría sobre la cual re­
posa la actitud religiosa y reconoce q u e es esa actitud la que
im p o n e “al fiel el sentim iento de u n respeto particular, que
preserva su fe del espíritu de exam en, lo sustrae a la discu­
sión y lo coloca m ás allá y fuera de la raz ó n ” h
Sin tom ar en cu en ta los aspectos discutibles de esta ase­
veración la aceptam os en bloque p a ra que advirtam os las di­
ferentes actitudes que p u eden adoptarse frente a la Biblia,
según la considerem os un libro santo o sim plem ente u n a co­
lección pro fan a de obras literarias. En el prim er caso, se
convierte en esa fu en te de agua viva d e la que el creyente es­
p e ra u n saber de salvación capaz de traducirse en u n a “vi­
vencia” in spiradora de actos, que lleven la m arca de su ori­
gen sobrenatural. El segundo, se trata de un libro más,
escrito p o r el h o m b re sin ningún vínculo especial que lo sus­
traiga de su destino com ún de las obras hum anas. C onocer­
lo es investigar las circunstancias históricoculturales que lo
vieron nacer, y penetrar, gracias a u n adecuado aparato cien­
tífico, en la idea del m u n d o sostenida p o r los hom bres que

1. Roger Caillois, L'Homme et le Sacre, Gallimard, Paris, 1950, pág. 18.


LA CIUDAD CRISTIANA 17

lo escribieron. El alejam iento en u n tiem po histórico de sus


redactores, n o da a sus escritos u n a cualidad que los aleje de
n u estra lim itación al o rd en de las realidades profanas.
Am bas actitudes espirituales m an tie n e n todavía sus
puestas y la discusión e n tre u n a versión p ro fan a y o tra sa­
g rad a de la Biblia se m a n te n d rá en todo su v e rd o r e n tan ­
to y en cu a n to el proceso de secularización q u e sufre n ues­
tra c u ltu ra no h a term in a d o con los últim os reductos de la
fe religiosa.

LA LECCION QUE ENTRAÑA EL CARACTER


DE LA DISCUSION

La discusión en to rn o del carácter del libro e n tra ñ a dos


visiones del m u n d o : u n a in spirada p o r la adhesión a la pa­
lab ra de Dios m anifiesta en la tradición viva de Israel y la
Iglesia, y o tra n acida del racionalism o q u e aspira a u n a in­
terp reta ció n del m u n d o fu n d am e n ta lm e n te profana.
En realid ad , la id ea que el h o m b re de c a rn e y hueso se
h ace del m u n d o n u n c a es ni a b so lu tam en te p ro fa n a ni to­
talm e n te religiosa, y así com o la co n cep ció n religiosa del
universo n o está exim ida de especulaciones profanas, la
m ás p ro fa n a de las filosofías n o deja de sentir, e n sus raí­
ces m ás h o n d as, el influjo de los com prom isos religiosos.
C u an d o hablam os, pues, de u n a visión religiosa y u n a ra­
cionalista del o rd e n real, nos referim os a instancias típicas
q u e en sus situaciones existenciales con cretas ap arecen
gravadas con las influencias subrepticias o m anifiestas de
la posición de signo co n trario .
18 RUBEN CALDERON BOUCHET

El h o m b re construye su m u n d o con los datos q u e su ex­


p e rie n c ia recoge. El prin cip io aristotélico de q u e n a d a hay
e n el in te le c to q u e antes no haya pasado p o r los sentidos
g u a rd a to d o el valor de sus exigencias. Esta afirm ación se
im p o n e tan to en el o rd e n de las co n stru ccio n es culturales
in trín secas com o extrínsecas. La p rete n sió n racionalista
d e q u e las sociedades religiosas to m a n sus principios espi­
rituales d e ex trap o lacio n es de la subjetividad es m ás el re­
su ltado de u n a observación de los h ech o s bajo la presión
de u n a id ea apriori q u e la consecuencia de u n a indagación
sin prejuicios. El h o m b re de fe tiene u n a ex p erien cia reli­
giosa q u e se tra d u c e, com o cu alq u ier o tra experiencia, en
u n a to m a de co n cien cia de m anifestaciones que se le apa­
re c e n con los signos inequívocos de u n a realid ad in d e p e n ­
d ie n te de su fantasía o de su voluntad. Sobre esa realidad
n o so lam en te construye su m u n d o interior, sino que diri­
ge el dinam ism o de su con d u cta ta n to en el o rd e n perso­
nal com o en el fam iliar y político. L a proyección de este
d inam ism o y estabilización relativa en h ábitos e institucio­
nes c re a el ám bito de u n a realidad ético-social fu n d a d a en
la religión.
Esta afirm ación n o niega la posibilidad de falsas expe­
riencias religiosas ni la existencia de form as aberrantes de la
religión. Sostiene que en el espíritu del h om bre de las civi­
lizaciones tradicionales, Dios “no es u n concepto m etafísico,
es u n a realidad, u n a dim ensión en la cual se m ueve cada
u n o de los h om bres que com ponen la hu m an id ad entera.
Lo invisible está en el h om bre más real, más presente, más
sensible, que no im p o rta qué parte de su c u e rp o ” 2.

2. Jean Servien, L'Homme et l'invisible, Laffont, Paris, 1964, pág. 9.


LA CIUDAD CRISTIANA 19

Y el m ism o a u to r aclara en la página siguiente que el


n o m b re d e civilizaciones tradicionales a cen tú a el papel
q u e h a n ju g a d o en la h u m anidad: “conservar y transm itir
de e d a d en edad u n m ism o c o n ju n to de certezas surgidas
de u n a m ism a enseñanza, de u n a m ism a tra d ic ió n ”.
P ero el h o m b re n o sería lo que es si su fidelidad no es­
tuviera som etida a la d u ra p ru e b a de su lib ertad de espíri­
tu y de su orgullo racional. ¿Qué ten tación m ás g ran d e que
a q uella de revisar el p a trim o n io h e re d ita rio y p e n e tra r en
el secreto de los dioses?
La en señ a n z a de la tradición tiene u n cará c te r proviso­
rio y m a n tie n e al h o m b re en su ap etito de c o n o c e r hasta
tan to sean cu m plidas las p ru e b a s im puestas a su d estino
te rre n o y p u e d a ver a Dios cara a cara. En ese ín te rin , la
o sc u rid a d re in a en el sancta sanctorum y el h o m b re tiene
q u e co n fo rm arse con lo q u e el S eñ o r h a revelado e in te r­
p re ta r el m ensaje sin a lte ra r su c o n te n id o . Esta a ctitu d es
p ro p ia d e la pistis, p e ro la ten ta ció n del esp íritu es su p e ra r
el u m b ra l de la fe, p a ra p e n e tra r e n la gnosis y p o d e r ser
com o Dios.
E rro r de óptica, confusión o realización p len a y cabal de
u n d estinó q u e culm ina en la posesión de to d a la realidad
p o r el conocim iento. La historia h u m an a está allí p ara tes­
tificar la av entura del h o m b re en su relación con El que Es.
D esde la Apophasis de Sim ón M ago hasta la filosofía h e g e ­
liana y las oscuras m editaciones científico-teológicas de
T eilhard de C h ard in , el esfuerzo de la razón p a ra reem p la­
zar el claroscuro de la fe p o r la luz cegadora de u n conoci­
m ien to absoluto señala el m ovim iento evolutivo de n uestra
c u ltu ra y explica los cam bios de actitud fre n te a la Sagrada
E scritura y al m isterio de Israel.
20 RUBEN CALDERON BOUCHET

La Iglesia de Cristo, sociedad que se considera a sí mis­


m a com o fu n d a d a p o r Dios, recibió el depósito sagrado de
las escrituras que h ab ían de fo rm ar el co n ju n to de la Biblia
cristiana dividida en Antiguo y Nuevo Testamento. La p rim era
Biblia q u e los cristianos usaron e n su catequesis en los p u e ­
blos gentiles, fue la traducción griega p rep a ra d a en A lejan­
d ría e n tre los años 250 y 130 a. de J. C. y que se conoce con
el n o m b re de los Setenta. Esta designación tom a su origen
en u n a leyenda de a cu erd o con la cual setenta fue el n ú m e ­
ro de los trad u cto res enviados a A lejandría p o r el Sum o Sa­
ce rd o te de Je ru salem , todos los cuales, a u n q u e trabajando
p o r separado, h a b ría n coincidido m ilagrosam ente en la
versión de los libros santos.
La actitud de Jesús con respecto al Antiguo Testamento
aparece claram ente expresa en las palabras q u e San M ateo
p o n e en su boca con ocasión del S erm ón de la M ontaña:
“No penséis que yo he venido a d e stru ir la ley o los pro fe­
tas; n o h e venido a destituirlos sino a darles cum plim iento;
q u e con to d a verdad os digo, que antes faltarán el cielo y la
tierra, que deje cum plirse p erfectam en te cu an to co ntiene
la ley, hasta u n a sola jo ta o ápice de e lla ...” 3.
T oda la enseñanza de San Pablo está cen trad a en la in ter­
pretación de las Sagradas Escrituras que hace a la luz de su
fe en Cristo. En algunas op o rtu n id ad es sus palabras p u ed en
h a c er p ensar que la abrogación de la Ley es definitiva y que
la pedagogía del Antiguo Testamento desaparece con el adve­
n im iento al m u n d o del Mesías, de quien todo lo an terio r es
com o u n a preparación: “Así antes del tiem po de la fe, está­
bam os com o en cerrad o s bajo la custodia de la ley hasta reci­

3. M a te o , V, 1 7, 17.
LA CIUDAD CRISTIANA 21

bir la fe que habría de ser revelada. De m an era que la ley fue


nuestro ayo que nos condujo a Cristo p ara ser justificados
p o r la fe. Mas venida la fe, ya no estam os sujetos al ayo” 4.
P ero e n la segunda epístola a T im oteo le rec o m ie n d a el
estudio de las sagradas letras p o rq u e “toda la Escritura ins­
p ira d a de Dios es p ro p ia p ara enseñar, p a ra convencer, pa­
ra corregir, p ara in stru ir en la justicia; p ara que el ho m b re
de Dios sea perfecto y esté apercibido p a ra toda o b ra b u e ­
n a ” 5. Esta confirm ación del valor del Antiguo Testamento es­
tá so sten id a por P edro c u an d o asegura que los profetas
“h a b la ro n de Dios p o r el Espíritu S an to ” 6.
A ntes de que se con firm ara el carácter canónico de los
libros q u e constituyen el Nuevo Testamento, los cristianos te­
n ían u n libro sagrado: el Antiguo Testamento, q u e h e re d a ro n
de Israel y al q u e d iero n u n a interp retació n de acu erd o con
la e n c arn a ció n del Verbo Divino en la p ersona de Jesús de
N azaret. Jesús era el m esías esperado p o r Israel y venía a po ­
n e r fin a esa expectativa. Sus palabras asum ían la ley y los
profetas y esclarecían su co n ten id o perfeccio n an d o la ver­
d ad religiosa que h a b ía en ellos. El viejo testam ento “religa­
ba la revelación cristiana a la revelación prim itiva, asegura­
b a su justificación a la m isión de Jesús p o r las profecías que
e ra n explicadas com o co n cern ien tes a El y le dab an su lu­
g ar en la historia de Israel” 7. La lectu ra de las Sagradas Es­
crituras con p referen cia de aquellas partes q ue se prestaban

4. Gâlatas, III, 23, 25.


5. II T im oteo, III, 16, 17.
6. II Pedro, I, 21.
7. Aim é Puech, Histoire de la Littérature Grecque chrétienne, Les Belles
Lettres, Paris, 1928, t. I, pâgs. 487-8.
22 RUBEN CALDERON BOUCHET

m ejor, p a ra c o m p o n e r u n a hom ilía sobre el cum plim iento


de las prom esas e n la persona de Jesús, se hacía co m ú n ­
m en te en las sinagogas, p o r lo m enos, m ientras la persecu­
ción desatada p o r el S anhedrín no obligó a los prim eros
cristianos a buscar otros lugares de reu n ió n . Estas lecturas
públicas n o excluían las cerem onias privadas de la fracción
del pan, q u e según la Didaché, se efectuaban cotidianam en­
te: “reu n id o s cada d ía del Señor, ro m p e d el p an y dad gra­
cias, después de h a b e r confesado vuestros pecados, a fin de
que vuestro sacrificio sea p u ro ” 8.
La carta p rim e ra de San C lem ente, terc ero de los papas
después de P ed ro , está llena de referencias a los libros san­
tos, y n o sólo a los profetas sino tam bién al Pentateuco y a los
libros históricos de los que extrae ejem plos y enseñanzas
p a ra los fieles de la Iglesia de C orinto. Pide q u e se im ite a
los santos del Antiguo Testamento “p o rq u e fueron p o r Dios
atestiguad os” y de los cuales con “g ran testim o n io ” lo fue
A braham . Al hab larn o s de la h u m ild ad de David, confirm a
el carácter inspirado de la escritura c u a n d o dice: “con res­
p ecto a él dijo Dios: h e hallado u n h o m b re según mi cora­
zón, David, hijo de Isaí” 9.
Si a p arece p o r ah í alguna refe re n c ia a falsedades y
cu en to s de viejos, son proferidas c o n tra las in te rp re ta c io ­
nes hechas p o r los in té rp re te s ju d ío s, p e ro n u n c a al con­
texto m ism o de las Sagradas Escrituras que siem pre es leí­
do a la luz de la fe.
Sería prolijo en exceso re d u n d a r e n citas que confirm an
la a u to rid ad divinam ente inspirada que tuvo p ara los pri­

8. D idaché, XIV, 1.
9. I San C lem ente, XVIII.
LA CIUDAD CRISTIANA 23

m eros cristianos el Antiguo Testamento. C on los prim eros


gnósticos se e n tra en u n nuevo clima, p o rq u e algunos cris­
tianos, influidos p o r ellos, com ienzan a d u d a r del carácter
sagrado de los libros p erte n ec ie n te s a la escritu ra israelita.
C on to d a p ro babilidad, la figura de M arción es la más rele­
vante de todas y las refutaciones que m ereció de San Justi­
no, T ertuliano, Ire n e o e H ipólito, instruyen sobradam ente
acerca de cuál era la o p in ió n de los que expresaban el p e n ­
sam iento de la Iglesia.
Celso y Porfirio van a iniciar el ataque racionalista co n tra
las Sagradas Escrituras y auspiciarán, de rebote, el nacim ien­
to de las prim eras apologías. El clim a en que éstas nacen es
de controversia y, com o sus destinatarios son filósofos que
sientan plaza de críticos exigentes, las apologías ab u n d an
m ás en razones de credulidad que en afirm aciones dogm á­
ticas sobre el carácter sagrado de los libros santos.
En el llam ado “Sím bolo del Concilio I de T oledo” e n ­
co n tram o s u n can o n q u e establece u n a precisa n o rm a de
fe, respecto a la inspiración ú n ica que alienta en am bos tes­
tam entos: “Si alguno dijere o creyere que u n o es el Dios de
la A ntigua Ley y o tro distinto el de los Evangelios, sea an a­
te m a ”. Esta fó rm u la ad q u iere m ayor rig o r en los concilios
trid en tin o s y flo ren tin o y e n el Decretum pro Iacobitis, d o n d e
leem os: “q u e Dios es el a u to r del A ntiguo y del N uevo Tes­
tam en to , esto es, de la Ley, de los Profetas y del Evangelio,
ya q u e bajo la inspiración del m ism o E spíritu Santo habla­
ro n los santos de u n o y otro te s ta m e n to ...”. El concilio tri­
d e n tin o establece: “que recibe y v en era con el m ism o pia­
doso afecto ... todos los libros tanto del A ntiguo com o del
N uevo T estam ento ya q u e el m ism o Dios es el a u to r de
un o s y o tro s”.
24 RUBEN CALDERON BOUCHET

El fen ó m en o histórico que se conoce com únm ente bajo


el no m b re de protestantism o es lo bastante com plejo para
q ue en sus líneas sobresalientes distingam os, a prim era vista,
dos aspectos contradictorios que a tañ en directam ente al
p ro b lem a que buscam os com prender. U n prim er aspecto re­
ligioso, que se m anifiesta en una sobrevaloración del carác­
ter inspirado de la Biblia en detrim ento de la tradición ecle­
siástica, y u n segundo aspecto, que se irá acentuando con el
tiem po, d o n d e se advierte u n a invasora tendencia filosófica
de espíritu gnóstico y progresista. Am bas orientaciones del
m ovim iento lograrán expresarse, en la m edida que vayan
aflorando las consecuencias implícitas en sus respectivas po­
siciones, en u n fideísm o que renuncia a la razón y en un ra­
cionalism o que p e n e tra a saco en la vida de la fe, para des­
poseerla de su co n tenido sobrenatural. Cae de suyo que las
ram as de este m ovim iento espiritual tienen u n a coinciden­
cia directa sobre el p roblem a del valor de las Sagradas Escri­
turas y obligan a la Iglesia católica a precisar con más nitidez
las fórm ulas en las que define el carácter del libro santo.
El C oncilio V aticano celebrado e n los años 1896 y 1870
creyó lo g rar u n a expresión feliz de la enseñanza de la Igle­
sia sobre la Biblia y supuso que su fó rm u la no daría lugar,
p o r lo m enos en el cam po católico, a u n a in terp retació n
q u e sacrificara u n o de los elem entos del problem a en be­
neficio de otro. El teólogo H olden consideraba q u e el ca­
rá c te r sagrado que poseían los libros d e la Biblia, lo deb ían
a su inclusión en el canon, de m odo q u e la inspiración de­
p e n d ía de la canonicidad. Hoy se en señ a que la inclusión
e n el can o n confirm a el carácter sagrado del libro y su di­
vina inspiración. C on el propósito de aclarar esta relación,
el rela to r de la Com isión C onciliar concedió la hipótesis de
LA CIUDAD CRISTIANA 25

q u e p u d ie ra darse u n libro inspirado que n o fu era canóni­


co, p e ro en o p in ió n del C oncilio, los libros canónicos son
los únicos inspirados que conocem os.
P ara el h o m b re de fe ingenua, resulta siem pre un poco
escandaloso el gusto q u e tien en los teólogos p a ra las con­
troversias y las distinciones. N o hace falta ser m uy versado
en tales cuestiones p a ra advertir la necesidad con q u e esas
discrim inaciones se im p o n e n , pues la m ala fe vive de la
confusión y basta u n texto red actad o con am b ig ü ed ad pa­
ra q u e p u e d a extraerse de él u n sentido co n trario al que
sostiene la Iglesia. La enseñanza del Concilio Vaticano,
aleccionada p o r los críticos racionalistas, estim ó conve­
n ie n te aclarar, en p rim e r lugar, qué e ra lo que d e b ía e n te n ­
derse p o r inspiración divina y cuál e ra la naturaleza de es­
ta inspiración p a ra distinguirla de aquello q u e habilitaba la
inclusión de los libros santos en el canon: “La Iglesia los tie­
n e p o r sagrados y canónicos, no p o rq u e h ab ien d o sido es­
critos p o r la sola inspiración h u m an a, hayan sido después
ap ro b a d o s p o r su au toridad, ni sólo p o rq u e co n te n g a n la
revelación sin error, sino p o rq u e h ab ie n d o sido escritos
p o r inspiración del Espíritu Santo, tien en a Dios p o r a u to r
y com o tales h a n sido entregados a la m ism a iglesia”. La ins­
p iració n es co n sid erad a com o u n a acción de Dios que se
ejerce a través del hagiógrafo en la m ism a realización del li­
b ro sagrado. Se insistía en esta in te rp re ta c ió n , p o rq u e no
faltó el teólogo que pro p u so la o p in ió n de q u e la a p ro b a­
ción de Dios era u n h ech o p o sterio r a la redacción del li­
bro. Algo así com o esa ap robación que, según los biógrafos
de Santo Tom ás de A quino, Cristo h a b ría h e c h o de su Su­
ma Teológica c u a n d o le dijo: “Tomás, está m uy b ien lo que
has escrito p o r m í”.
26 RUBEN CALDERON BOUCHET

La encíclica “Providentissim us D eu s”, q u e S. S. León


XIII hizo pú b lica el 18 de noviem bre de 1893, a b u n d a en
co n sid eracio n es q u e refuerzan la d o c trin a tradicional so­
b re el carácter sagrado de las Escrituras. La llam ada “alta
crític a ” acusa sus perfiles racionalistas con el ap o rte, n a d a
despreciable p o r cierto, de u n a n u m e ro sa can tid ad de
ciencias auxiliares que h an venido a refo rza r sus puestas y
exigen p o r p a rte de los sostenedores de la d o c trin a tradi­
cional u n esfuerzo de asim ilación q u e tiene sus peligros.
L eó n XIII, luego de u n a larga in tro d u c ció n en la que seña­
la los hitos de la o p in ió n sostenida p o r la Iglesia a p a rtir de
su fu n d ac ió n , destaca los errores in terp retativ o s y el carác­
te r a u to rita rio “de cierta ciencia nueva, llam ada lib re ”,
fre n te a los cuales conviene p re p a ra r el án im o y las m en ­
tes, p a ra que sin descu id ar en absoluto la en señ an za tradi­
c io n a lm e n te im p a rtid a p o r la Iglesia, se p u e d a afirm ar lo
q u e p u d ie ra h a b e r de positivo en el a p o rte de tales estu­
dios. Pero insiste con énfasis “que el sen tid o no desfigura­
do de las Santas Letras, no se e n c u e n tra de n in g ú n m odo
fu e ra de la Iglesia”.

La c r it ic a r a c io n a lis ta

La actitud racionalista no nace p o r gen eració n espontá­


n e a en la é p o ca m o d ern a . Si nos lim itam os al ám bito histó­
rico de n u e stra cu ltu ra occidental, hay q u e adm itir su p e r­
m an e n c ia a lo largo de todo el decurso tem poral. T iene su
p u n to de p a rtid a en la H élade jó n ic a de Asia M enor y al­
canza su apogeo en aquel m ovim iento intelectual que tuvo
p o r ce n tro la ciu d ad de A lejandría. Se desliza d u ra n te toda
LA CIUDAD CRISTIANA 27

la E dad M edia en las lucubraciones m ás o m enos h e te ro d o ­


xas de los gnósticos y com ienza a alzar su cabeza en la U ni­
versidad d e París a fines del siglo XIII, con el advenim ien­
to del “averroísm o la tin o ”. En la época m o d e rn a reco b ra la
p le n itu d de sus fuerzas y logra su desarrollo cabal en los sis­
tem as filosóficos idealistas.
En esta o p o rtu n id a d , vamos a prescindir de todas las re­
ferencias a las críticas bíblicas que h a n nacido de u n a acti­
tu d racionalista q u e podríam os llam ar de sim ple b u e n sen­
tido, p a ra señalar su carácter esp o n tán eo y su falta de
ap arato científico. Nos lim itarem os a destacar las p rin cip a­
les posiciones de la llam ada “alta crítica”.
En realidad, u n a crítica textual tiene p o r fin distinguir
en u n a o b ra lo q u e es falso de lo au tén tico y se aplica de
m an e ra especial a los textos m anuscritos p a ra establecer la
p u rez a del original.
Esta es la p rim e ra tare a que se p ro p o n e la alta crítica.
U n a vez conseguida la au ten ticid ad del texto original, hay
q u e d e te rm in a r su a u to r o sus autores, las fuentes que usó
p a ra su redacción y los propósitos q u e tuvo p a ra hacerla.
La fae n a culm ina en u n ju icio valorativo de carácter histó­
rico so b re la im p o rtan cia de la obra.
A dvertim os q u e las tres fases del exam en son p e rfe c ta ­
m e n te legítim as y vienen im puestas p o r la n atu ra le z a de la
ta re a in telectu al e m p re n d id a . La Iglesia católica la practi­
có d esd e el p rincipio a u n q u e con m étodos ru d im e n ta rio s.
Fue u n sacerdote o rato ria n o , el francés R ichard Sim ón
(1638-1712), el p rim e ro q u e la proveyó con to d o el ap a ra ­
to científico que tan to desarro llo h a b ía de alcanzar en el
siglo XIX. Los resultados o b ten id o s p o r Sim ón y las con­
troversias q u e n a c ie ro n de esos resultados no siem pre
28 RUBEN CALDERON BOUCHET

c o in c id ie ro n con la d o c trin a tradicional. Los trabajos de


Sim ón fu e ro n c o n d e n ad o s sin h a c e r distingos e n tre los
e rro re s com etidos y el m éto d o em p lead o . Es m uy p ro b a ­
ble q u e esta circu n stan cia haya favorecido, sin querer, el
su rg im ie n to de la alta crítica en el cam p o co n trario al de
la Iglesia.
Fue allí d o n d e p ro sp e ró y se convirtió en el a rm a m ás te­
m ible p u esta al servicio de la causa d e la revolución anti­
cristiana. El m éto d o crítico fue usado en beneficio de un
esp íritu q u e se puso a estudiar las Sagradas Escrituras con
absoluta p rescin d en cia de su valor religioso, pues poseía la
ín tim a convicción de que tal valor n o te n ía realidad objeti­
va y que sólo e ra u n a proyección de la m en te h u m an a so­
b re u n a cosa ex tern a. C om etía el e rro r de d a r p o r supues­
ta la existencia de u n fenóm eno religioso, p o r la sim ple
razón de q u e tal realidad no caía en el m arco de lo que ese
espíritu co n sid erab a la experiencia científica.
E m piria lim itada a u n a fen o m en alid ad m u n d an a , ten ía
q u e d a r com o consecuencia u n a in te rp re ta c ió n p ro fa n a de
la escritura. Y com o observan Dyson y M ackensie en u n es­
tu d io sobre la alta crítica publicado e n el tom o p rim ero de
Verbum Dei, u n co m en tario inglés a am bos testam entos edi­
tado en español p o r H erder, existen cu atro presupuestos
in d em o strab les o d ecid id am en te falsos en la labor in te r­
pretativa del p a d re alem án de la alta c rític a j. W ellhausen
(1844-1918): a. la exclusión sistem ática del elem en to so­
b re n a tu ra l y de to d a intervención d ire c ta de Dios en la his­
toria del ho m b re; b. el uso de u n esq u em a evolucionista
q u e describe el pen sam ien to religioso com o u n a lín ea p ro ­
gresiva q u e a rra n c a del anim ism o y culm ina en el m o n o ­
teísm o; c. la p resu n ció n de que la historiografía h e b re a no
LA CIUDAD CRISTIANA 29

m erecía confianza; d. la creen cia de q u e Israel h a b ía vivido


en u n aislam iento histórico, respecto de sus vecinos, casi
absoluto.
Los dos p rim ero s prejuicios son típicos d e la filosofía
positiva y fo rm a n p a rte de u n a v e rd a d e ra do g m ática racio­
nalista q u e se h a convertido en u n constitutivo esencial
del h o m b re m o d e rn o . El esq u em a evolucionista, en lo
q u e re sp e c ta a la religión, h a sido to ta lm e n te su p e ra d o
p o r los estudios e investigaciones realizados e n las socieda­
des m ás prim itivas. Las dos últim as p resu n cio n es son sim ­
ples e rro re s históricos im putables a la época en q u e escri­
bió W ellhausen.
W ellhausen com enzó su investigación con u n exam en de
las fu en tes del Pentateuco, cuyo co n tenido textual ya había si­
do dividido en cuatro fuentes principales. Lo que había de
original e n la tarea de W ellhausen e ra la distribución cro­
nológica de estas fuentes, pues las hacía d e p e n d e r de fe­
chas m uy posteriores a las q u e establecía la tradición y des­
tru ía de ese m o d o la leyenda de q u e Moisés fu era su autor.
El p u n to débil de su arg u m en tació n estaba en que hacía
d e p e n d e r tales fechas de las exigencias de su presu p u esto
evolucionista. La religión de Israel, com o todas, com enza­
b a con el anim ism o, fetichism o y totem ism o, c o n tin u ab a
con el culto de los genios y dem onios, p a ra culm inar en el
m onoteísm o.
M ucho h a b ía q u e to rcer el hilo de la n arra c ió n bíblica
p a ra q u e tal esquem a p u d ie ra a p arecer com o u n a explica­
ción satisfactoria. P ero W ellhausen e ra h o m b re que n o d u ­
d a b a jam á s de sus principios y ten ía u n genio real p ara las
síntesis históricas. C ortó los textos en todos los sectores
d o n d e advertía u n a fractura. Hizo cotejos eru d ito s con los
30 RUBEN CALDERON BOUCHET

cultos de los b ed u in o s árabes preislám icos. Podó, sustituyó,


extrapoló . A delanto y retrajo fechas y al final de todo este
trabajo q u e d ó com o resultado u n a explicación del Pentateu­
co q u e d a b a razón a su hipótesis. Sus conclusiones fu ero n
tom adas p o r verdades científicas y su in te rp re ta c ió n de las
Sagradas E scrituras rep resen ta, aún hoy, la fo rm a m ás aca­
b ad a del racionalism o.

In c id e n c ia d e l a c r it ic a r a c io n a l is t a

Los trabajos de W ellhausen y de u n a pléyade de a n te c e ­


sores y seguidores, no dejaron de in cid ir positiva o n eg ati­
v am ente en la o p in ió n tradicionalista. La Iglesia tuvo que
re c o g e r el reto y, olvidando la c o n d e n ac ió n del m étodo de
Sim ón h e c h a p o r alg u n a de sus voces m ás preclaras, tom ó
el asunto en sus m anos y trató de fo rm a r u n equipo de es­
tudiosos q ue, sin a c ep ta r las conclusiones de la crítica his­
tórica llevada a cabo p o r el sector racionalista, fuera capaz
d e ap re c ia r el valor de los análisis literarios y textuales. No
siem p re los estudiosos sostenidos p o r la Iglesia salieron in­
d e m n e s de estas tareas, ya po rq u e a d m itie ro n los p o stula­
dos racionalistas y p e rd ie ro n to talm en te la fe, com o en los
conocidos casos de R enán o Loisy, o bien po rq u e, sin a d ­
m itirlo, el uso p e rm a n e n te del escalpelo sobre el tejido de
la escritu ra les hizo p e rd e r de vista q u e trabajaban sobre
u n a realid ad viva y no sobre u n sim ple cu erp o de relatos
folklóricos.
LA CIUDAD CRISTIANA 31

L A DISCUSION MAS RECIENTE SE CENTRA EN TORNO


DE LA DISTINCION ENTRE MITO Y REVELACION.
M ircea E liade

Si existe u n escritor en el am b ien te de los que se o cupan


de estudios sobre religión que m erece el entusiasm o de
u n a n u m ero sa clientela no especializada, es M ircea Eliade.
Sus com ienzos literarios fu ero n bastante profanos y todavía
a n d a p o r ahí u n a edición española de u n a novela, La noche
bengalí, d o n d e el fu tu ro a u to r de la historia co m p a rad a de
las religiones n a rra con prolija fruición u n a aventura de
a m o r que h u b ie ra sido m u ch o más discreto callar. Pero Pa­
rís tien e siem pre sus brazos abiertos p a ra la galan tería y
M ircea Eliade, que com enzó con este poco de incienso
q u e m a d o en el altar de Venus, se convirtió con el tiem po
en u n serio especialista en todo lo que toca al m isterio sa­
grado. El gusto p o r las bellas letras h a b ía de seguirlo en su
nueva c a rre ra y le perm itió d esarro llar tem as h ab itu alm en ­
te expuestos p o r lentos especialistas tudescos, con el en c an ­
to de u n a prosa ágil y accesible a u n público culto abierto
a los m ovim ientos del pensam iento co n tem p o rán eo .
E n tre los trabajos de este escritor, q u e u n e la elegancia
de la exposición a u n a vasta in form ación científica, nos in­
teresa destacar aquellos e n los que p rese n ta sus finos an á­
lisis del p en sam ien to m ítico, pues es en to rn o de la m e n ta ­
lidad m ítica y de la e stru c tu ra significativa del m ito d o n d e
hoy d ía se c e n tra la secular discusión sobre la existencia,
valor, lím ites, posibilidad e im posibilidad de la religión re­
velada.
C onviene establecer, antes que cu alq u ier o tra cosa, qué
es lo que actu alm en te se e n tie n d e p o r m ito y en qué difie­
32 RUBEN CALDERON BOUCHET

re su concepción m ás recien te de la q u e e ra habitual en los


estudiosos de la pasada centuria. “En lugar de tratar, com o
sus predecesores, el m ito en la acepción usual del térm ino,
esto es en tan to q u e fábula, invención, ficción, la h a n acep­
tado tal com o es e n te n d id a en las sociedades arcaicas, d o n ­
de designa, p o r el co n trario , u n a historia verdadera y, lo que
es más, altam en te preciosa po rq u e sagrada, ejem plar y sig­
nificativa” 10.
Sin lugar a dudas, esta nueva acepción del térm in o re­
q u iere u n a extensa explicación fu n d ad a e n u n a investiga­
ción q u e ab a rq u e las num erosas situaciones que la fu n d an
y avalan. El trabajo de esclarecim iento llevado sobre el m i­
to tien e q u e com enzar necesariam ente p o r las form as lite­
rarias en q u e viene expuesto, pues el c o n te n id o religioso
suele estar desvirtuado p o r los añadidos, m ás o m enos fan­
tasiosos, con q u e la im aginación de los poetas los h a ido
a d o rn a n d o . En este o rd e n de conocim ientos, las socieda­
des arcaicas son las q u e proveen a los investigadores de las
expresiones m íticas m ás puras, p o rq u e están más cerca de
las fu en tes y de los contenidos tradicionales de la revela­
ción prim itiva.
H asta aquí la labor del etnólogo está lim itada a u n aná­
lisis textual de decan tació n filológica. L a v erdadera discu­
sión nace cu a n d o se trata de valorar la significación real de
la ex presión m ítica, p o rq u e en este exam en no solam ente
se p o n e en tela de ju ic io el alcance significativo del m ito, si­
n o q u e de u n a m an e ra m ás am plia y p ro fu n d a se hace el
proceso del lenguaje h u m an o en su capacidad p a ra tra d u ­
cir u n c o n te n id o m etafísico.

10. Mircea Eliade, Aspects du Mythe, Paris, Gallimard, 1963, pág. 9.


LA CIUDAD CRISTIANA 33

¿Q ué debem os e n te n d e r p o r paraíso, in fie rn o , caída, re­


d en ció n , salvación, con d en ació n , sacrificios, etc.? ¿Son ex­
presiones q u e d e b e n ser e n ten d id as en u n sentido tiem po-
espacial inspirado en n u e stra ex periencia cotidiana? ¿Son
cifras q u e revelan situaciones existenciales sólo abordables
e n u n a e x p erien cia personal única? ¿Señalan categorías
con cep tu ales inefables o son m odos de expresión con sig­
nificación positiva a u n q u e analógica?
P ara re sp o n d e r a estas p reg u n tas no bastan el trabajo
del e tn ó lo g o ni la e ru d ic ió n del histo riad o r de las religio­
nes. Es n ecesario u n análisis ontològico q u e nos coloque en
la perspectiva de lo que “rea lm e n te es”, p a ra que la res­
p u e sta sea d ad a en el nivel m etafisico co rre sp o n d ie n te . En
v erd ad la ola b u lm a n ia n a que hoy in u n d a el te rre n o de la
discusión en to rn o del m ito viene em p u jad a p o r los p resu ­
puestos de las filosofía existencial y es en el cam po en que
tales especulaciones se colocan d o n d e d eb e cim entarse la
m uralla que c o n te n g a su avance. Si la defensa de la tradi­
ción religiosa n o q u iere diluirse en la estupefacción de u n a
teología negativa y p erd erse en la enigm ática con tem p la­
ción de u n Dios incognoscible p o r vía conceptual, tiene
q u e volver p o r los fueros del realism o tom ista e insistir en
el valor cognoscitivo de la analogía.

E l r a c io n a l is m o p o s it iv is t a

El siglo XIX en su lín ea positivista dio al p ro b le m a del


m ito u n a respuesta tajante: la m arch a progresiva del espíri­
tu h u m an o re c o rría tres etapas sucesivas que c o rre sp o n d en
en la historia de la h u m an id ad , a las edades p o r que atra­
34 RUBEN CALDERON BOUCHET

viesa el desarrollo biológico del individuo: infancia, ju v en ­


tu d y m adurez. A ugusto C om te, p a ra explicar el carácter
p ro p io de la filosofía positiva, creía indispensable ech ar
u n a o jeada sobre este periplo evolutivo, “p o rq u e u n a con­
cepción cu alq u iera no p u e d e ser bien conocida si no se la
coloca en su época h istórica”.
Si se co n sid erab a el m ovim iento de la inteligencia a p ar­
tir de sus p rim eras m anifestaciones hasta las más co n tem ­
p o ráneas, C om te creía d escubrir u n a g ran ley fu n d am en tal
a la cual estaba sujeta de u n a m an e ra invariable y le p a re ­
cía p o d e r p ro b arla con solidez, m ed ian te la observación de
n u e stra organización n atu ral y las verificaciones que podía
a p o rta r u n exam en aten to del pasado. “Esta ley consiste en
q u e cada u n a de nuestras concepciones principales, cada
ram a de nuestros conocim ientos, pasa sucesivam ente p o r
tres estados teóricos diferentes: el estado teológico o ficti­
cio; el estado m etafísico o abstracto; el estado científico o
positivo” 11.
El co n ocim iento teológico y, con él, las form as m íticas
de expresión, c o rre sp o n d en , epistem ológicam ente, a la in­
fancia de la h u m an id ad . La constante ap elación a fuerzas
so b ren atu rales p a ra explicar los fen ó m en o s físicos es clara
m anifestación de que la inteligencia está to talm en te dom i­
n a d a p o r la fantasía y q u e no p u ed e alcanzar todavía u n do­
m inio de conceptos abstractos que le sea propio. Las expli­
caciones m íticas son siem pre explicaciones causales, pero
la relació n del principio explicativo con el efecto es perso­
nal y dram ática. Esta característica d a c u e n ta y razón de las

11. Augusto C om te, Cours de Philosophie Positive, Baillieres et Fils, Paris,


1877, págs. 8-9.
LA CIUDAD CRISTIANA 35

variedades teogónicas y del ám bito extrahistórico en que


tales sucesos acontecen.
Pero aquí es d o n d e p odem os apreciar q u e las reso n an ­
cias tem p eram en tales de u n a concepción del m u n d o inspi­
ra d a en principios explicativos sem ejantes dan origen a di­
feren tes m aneras de apreciar esos m ism os principios. Lo
que p a ra u n espíritu m itigadam ente clásico com o el de
C om te era indicio seguro de inferioridad, p o r lo m enos de
inferio rid ad en el uso cabal de la inteligencia, p a ra los ro ­
m ánticos, co n tem p o rán eo s suyos, h a b ía de ser clara p ru e b a
de a p titu d creadora, de ese en can to m atinal y espontáneo
con que los pueblos prehistóricos expresaban u n a a u tén ti­
ca experiencia del m u n d o y de la vida.
Esta experien cia vital ten ía p ara los rom ánticos valor re ­
ligioso en la m ed id a m ism a en que el m u n d o aparecía co­
m o u n a u n id a d de sentido, en la que se advertía la m anifes­
tación del espíritu. R econocía que el lenguaje intuitivo y
a n tro p o m ó rfic o del m ito era insuficiente p a ra in te rp re ta r
a d e cu a d a m e n te la relación del h o m b re con Dios; p o r esa
razón el esfuerzo de la filosofía ro m án tica tuvo com o p ro ­
pósito el esclarecim iento conceptual y filosófico de los co n ­
tenidos intuitivos de la len g u a teológica.
En esta concepción se advierte tam bién u n evolucionis­
m o progresivo del Espíritu a través del h o m b re, p ero al re ­
vés de lo q u e sucede en el positivismo, la fo rm a geo m étri­
ca que expresa este progreso no es la lín e a recta sino el
círculo. El absoluto que es Dios se exp an d e y se expresa en
lo relativo, que es la ecuación h o m bre-m undo. P ero ese ab­
soluto que se e n c u e n tra al fin de la historia es tam bién, se­
gún la expresión usada p o r H egel, u n p rim e r m otor, inm ó­
vil. El conocim iento filosófico no reem plaza ni sustituye al
36 RUBEN CALDERON BOUCHET

m ito, lo asum e e n su claridad racional com o algo que de­


cía lo m ism o en la oscura lengua de los sím bolos.
El pen sam ien to rom ántico no ha pasado sin dejar h u e ­
llas y en la pro b lem ática actual acerca del valor del m ito,
p u e d e reco n o cerse fácilm ente la im p ro n ta de ese m odo de
pensar. H e in ric h Fries halla u n fuerte eco de esa actitud en ­
tre los rep re sen ta n te s de las m ás diversas direcciones del es­
p íritu y cita p a ra ilustrar su o p in ió n u n a frase d e Karl Jas­
pers q u e p o n e en evidencia d ich a filiación: “el p en sar
m ítico n o h a pasado, sino que es algo que le p e rte n e c e al
h o m b re e n todo tiem po. Hay q u e rec u p e rar el p u ro p e n sar
m ítico, retro tray én d o lo de nuevo a la realid ad ” 12.
Y afirm a Freis que en el curso de la polém ica d esatada
p o r B ultm ann, n o pocos teólogos y filósofos d efien d en la
tesis de q u e n o es posible hab lar sobre el h acer y o b rar de
Dios, si no es m itológicam ente.

L O S ESCLARECIMIENTOS DE LA FENOMENOLOGIA

L a filosofía positiva form uló u n ideal científico q u e


m antuvo sus puestas a lo largo del siglo XIX y que todavía
hoy vale p a ra todas aquellas disciplinas q u e se llam an cien­
cias positivas, tal vez p o rq u e fue su estatuto epistem ológi­
co el q u e in sp iró el nacim ien to d e esta escuela filosófica.
P ero algo q u e n in g u n o de los g ran d es positivistas p u d o
prever, fue q u e la estricta aplicación de sus m étodos de ob­

12. H einrich Fries, Mito y revelación, panorama de la teología actual,


Guadarrama, Madrid, 1961, pág. 26.
LA CIUDAD CRISTIANA 37

servación h a b ía de a p o rta r consecuencias co n trarias a los


p rin cip io s gnoseológicos de los q u e p a rtían sin te n e r con­
cien cia de ellos.
El p rim e ro de los p resu p u esto s criticado p o r la nueva
a c titu d filosófica, fue la c reen cia de q u e el m éto d o positi­
vista p o d ía ser aplicado a todos los cam pos del sab er y el
seg u n d o , la p rete n sió n firm e m en te sostenida de q u e re r
ap licar los d iferen tes niveles fen o m én ico s p o r su re d u c ­
ción a los m ás sim ples y h o m o g én eo s. Se d ab a así u n a ex­
plicación fisiológica de to d o lo psicológico, u n a quím ica
d e lo físico. T odo te rm in a b a en la fo rm u lació n m atem áti­
ca d e los fen ó m e n o s m ecánicos, q u e ab ría la perspectiva
d e u n a matesis universal q u e aspiraba a m a n te n e r vivo el
su eñ o de D escartes.
C laudio B ern ard , en su Introduction à l ’E tude de la Médeci­
ne Experiméntale, d ecía con m erid ian a claridad u n a frase
q u e p u e d e considerarse el sím bolo de N icea de la fe cientí­
fica: “En el m éto d o exp erim en tal no se h acen experiencias
sino p a ra p ro b a r y ver, es decir, p a ra c o n tro lar y verificar. El
m éto d o e x p e rim e n tal, en cuanto m étodo científico, des­
cansa e te rn a m e n te en la verificación exp erim en tal de la hi­
pótesis científica”.
P ero lo q u e no p u e d e verificar es el principal presu p u es­
to ontològico del positivismo, de que u n fen ó m e n o com ­
plejo com o la vida, p u e d a ser red u cid o a u n o m ás sim ple
com o u n a reacción quím ica. El carácter sui generis de los
distintos niveles de fen o m en alid ad se im p o n ía y tan to B erg­
son com o la escuela fen o m en o lò g ica insistían, e n su polé­
m ica c o n tra el positivismo, q u e el m étodo positivo aplicado
con estricto rig o r no p e rm itía la red u cció n p reconizada
p o r la filosofía positiva.
38 RUBEN CALDERON BOUCHET

La fen o m en o lo g ía tiene su o rigen en A lem ania y antes


q u e H usserl precisara, n o sin am bigüedad, las reglas fu n d a­
m entales de su m étodo, la palabra e ra conocida e n tre los fi­
lósofos tudescos q u e la usaban con significados diferentes.
En H usserl el térm in o se escinde en dos sentidos: u n o que
a p u n ta a la d o ctrin a en señada p o r dicho filósofo y el otro al
m éto d o preconizado p o r él. El m éto d o inventado p o r H us­
serl es hasta cierto p u n to in d ep e n d ien te de sus presupues­
tos ontológicos y la p ru e b a está en la variedad de pensado­
res q u e h a n usado el m étodo sin p articip ar de su doctrina.
E xam inem os u n m o m en to los caracteres m ás generales
del m éto d o p ara luego considerar las consecuencias que
trajo al ser aplicado al tem a de la religión. P o r lo p ro n to es
u n m éto d o positivo de observación intuitiva. Lo d ad o y na­
d a m ás q u e lo dad o p arece ser su divisa. Sin lugar a dudas
esta es más fácil decir q u e practicar; p o r esa razón el crea­
d o r del m éto d o p ro p o n e u n a serie de reglas p ara lograr su
propósito: 1) hay que ver todo lo d a d o e n cu an to sea posi­
ble; 2) tra tar de describirlo en u n a m inuciosa considera­
ción de todos sus contenidos. Para o b te n e r tal resultado,
conviene efectuar u n a triple elim inación o red u cció n que
H usserl llam a epoje p a ra no p e rd e r la b u e n a costum bre de
usar térm in o s p edantes. Elim inar to d a actitud subjetiva pa­
ra q u e la observación venga d e te rm in a d a p o r el objeto y
evitar que los conocim ientos an terio res sobre la realidad
e x am in ad a influyan en n uestra consideración.
Este proceso de despojam iento cu lm in a en u n p ar de re ­
ducciones más, q u e buscan destacar la esencia del fen ó m e­
no re n u n c ia n d o a toda consideración existencial y a toda
observación de elem entos accesorios que no hagan a la n u ­
d a quiddidad de la cosa.
LA CIUDAD CRISTIANA 39

Reglas austeras que se e m p a ren ta n con la abstractio for-


malis clásica, si se exceptúa la oscuridad de u n a len g u a po­
co rigurosa y que aplicadas con b u e n tino h an a rro jad o luz
sobre m uchos problem as que yacían u n tanto confundidos.
U no de esos problem as y n o el m enos im p o rta n te es el de
la religión.
Fue el libro de Rodolfo O tto, Das Heilige, aparecido en
1917, el que p ertrec h a d o con el nuevo m éto d o fenom eno-
lógico, ro m p ió lanzas en favor de la au to n o m ía de los fen ó ­
m enos religiosos que el pen sam ien to universitario oficial
relegaba a la condición de u n a sim ple m anifestación p ato ­
lógica. El trabajo de O tto estaba en riquecido con dos co­
rrie n te s de pen sam ien to que, en feliz convergencia con la
fenom enológia, p rep a ra ro n el terren o d o n d e crecería su
análisis de lo sagrado. Esas co rrientes fu ero n la d o ctrin a de
D ilthey sobre la “c o m p re n sió n ” y los estudios de Lessing,
H e rd e r y S chleierm acher sobre la psicología de lo religioso.
Todas estas influencias p e n e tra n la o b ra de O tto y com o
co n secu en cia inevitable a c en tú a n los aspectos irracionales
de la sagrado re d u c ién d o lo a u n a expresión de lo subjeti­
vo. Su o b ra es m ás u n análisis del sentim iento de lo sagra­
do q u e u n a explicación capaz de arro jar luz sobre la causa
tra scen d en te del fen ó m e n o religioso. Esta disolución en la
in m in en c ia de eso que la nueva je rg a llam a “el valor religio­
so ” no p u e d e salvar la op in ió n tradicional sobre la existen­
cia de u n a revelación p ro veniente de Dios, p ero m arca el
carácter p ecu liar de la p ercepción de lo sagrado y la n ece­
sidad de estudiarlo com o a u n fen ó m en o con característi­
cas propias, irreductibles a categorías psicológicas tales co­
m o ilusión, fantasía o alucinación tan usadas p o r el viejo
m aterialism o.
40 RUBEN CALDERON BOUCHET

“D e l o e t e r n o e n e l h o m b r e ”, d e M a x S c h e l e r

Franz K önig, e n su trabajo El hombre y la religión con el


cual e n cab eza el m an u al de h isto ria d e las religiones que
se ed itó bajo su d irecció n , cita unas p alab ras escritas p o r
M ax S ch eler d o n d e el filósofo rec o n o c e su d e u d a resp ec­
to a la o b ra de O tto y establece la c o m ú n d e p e n d e n c ia de
los m éto d o s de investigación em pleados. “C u an d o leía­
m os su h e rm o so y p ro fu n d o libro — escribe S cheler— que
p o r p rim e ra vez desde hace años estim u la se ria m e n te los
p ro b le m as de la fe n o m e n o lo g ía de la relig ió n , c o m p ro b a ­
m os con e x tra ñ e z a h asta qué p u n to investigaciones em ­
p re n d id a s co n total in d e p e n d e n c ia d e b e n c o n d u c ir a re ­
sultados to ta lm e n te análogos si, d e sp re o c u p á n d o se de las
teo rías de las escuelas e n boga, se d e ja n d irig ir p o r la co­
sa m ism a”.
La invitación a despreocuparse p o r las teorías de las es­
cuelas y dejarse llevar p o r la cosa m ism a, señala con clari­
d a d su filiación fenom enológica. Los resultados de su refle­
xión los dio a c o n o c er en su libro Vom Ewigen im Menschen
pu b licad o p o r p rim e ra vez en A lem ania en el año 1921. El
libro levantó polvareda en los m edios universitarios no só­
lo p o r el tem a q u e tratab a sino tam b ién p o r las conclusio­
nes a q u e arribaba.
El libro, com o convenía a un h o m b re tan apasionado
com o Scheler, ten ía carácter polém ico y desde sus prim eras
páginas p o n ía en el banco de los acusados al positivismo
c o m tian o y al p anteísm o alem án. D el positivismo decía que
sólo h a b ía lo g rad o levantar el altar d e u n ídolo: la h u m an i­
d ad m ism a, que la P rim era G u erra M undial h a b ía d esper­
tado de su sueño egolátrico, p ara devolverle el sentido de
LA CIUDAD CRISTIANA 41

su p e q u e ñ ez y de su m iseria. La posibilidad de su p erar esa


egolatría, ta n to más sangrienta cu an to m ás filantrópicos los
p retex to s q u e le habían en g e n d ra d o , ten ía su fu n d am e n to
“en la p o te n c ia psíquica del a n h e lo ”, ú n ica fuerza q u e p o r
su carácter dinám ico y ten d en cial es capaz de a rra n c arn o s
de la in m a n e n c ia y h acern o s ver u n a esfera de valores que
trascien d en la subjetividad.
C on la m ism a en erg ía con que se o p o n ía al positivismo,
rech azab a el panteísm o alem án, a q u ien acusaba h a b e r
“convertido la religión cristiana en la auto co n cien cia p e r­
fecta de Dios en el h o m b re ”. Y añ ad ía a poco a n d a r u n ju i­
cio sobre el valor del panteísm o, que colocaba en su quicio
la significación histórica de esa c o rrien te filosófica.
C o n v ien e p esar con d e te n im ie n to sus palabras p o rq u e
el p ro p io M ax S cheler no ta rd ó en cam biar de ideas y vol­
ver p o r los fu ero s de las c o rrie n te s in telectu ales g e rm á n i­
cas a b a n d o n a d a s en ben eficio de u n perso n alism o teísta
b a sta n te afín al que la trad ició n católica h a en señ a d o
siem pre.
“Si se co n sid era — escribe— las direcciones filosóficas no
sólo en cu a n to a su valor de verdad, sino tam bién com o ín ­
dice de evolución vital histórica, se p u ed e observar m uchas
cosas en esta orien tació n evolutiva del pensam iento panteís-
ta. ” Y en p rim e r lugar les rep ro ch a esa im agen de Dios que
se transform a, com o Proteo, en el to rre n te del devenir his­
tórico hasta el p u n to de que, en cada época histórica ap a re ­
ce com o u n efecto la situación cultural. Esta relativización
historicista som ete a Dios a los vaivenes del im pulso h u m a ­
no. Y observa S cheler “q u e po r muy violento que sea un im ­
pulso, u n a necesidad, u n a ausencia h o n d a m e n te sentida,
u n vacío e n el corazón q u e quiera ser llenado. El im pulso
42 RUBEN CALDERON BOUCHET

m ism o, la necesidad misma, no tien en fuerzas p ara p ro p o r­


cionar los m edios que p u ed an darle satisfacciones” 13.
Estos im pulsos y esta necesidad, este vacío y este desaso­
siego m an d a n a n u e stra alm a a buscar, p e ro “más no p u e­
de hacer, lo creador, lo unificador, es siem pre u n a fuerza
espiritual su p e rio r q u e actúa según p ro p ia ley in te rn a ” y
q u e n a d a p u e d e to m ar del m ovim iento subjetivo que tien­
de a su en c u en tro . Esta o p inión lo lleva a sostener “que el
c o n te n id o de la revelación excede el ám bito de la ra z ó n ” y
es acep tad o “e n libre acto de la fe ”.
Así la in teligencia tom a n o ta del vacío en que el alm a se
d e b a te y se p lan te a la cuestión de p o r q u é ese vacío y ese
a n h e lo y cuál es la o rientación de esa b ú squeda. El e n c u e n ­
tro con Dios se realiza en u n a esfera que S cheler sitúa más
allá del e n te n d im ie n to p ero que p arece q u e d a r en el ám bi­
to de la efectividad. Esta situación in telectual influirá en su
o b ra p o ste rio r y e n la m ed id a en que el a m o r se convierta
en el cen tro de su reflexión filosófica, los im pulsos irracio­
nales ad q u irirá n u n p o d e r mayor. Su influ en cia en el cam ­
po católico a n im a rá la dirección ag u stin ian a de la filosofía
y provocará u n auge de los argum entos pascalianos y de la
d o c trin a del asen tam ien to religioso del cardenal New m an.
La q u erella racionalista había dem o lid o p rácticam ente
la fe y en los am bientes universitarios eu ro p eo s existía la
convicción de que la paciencia alem ana, ju n to con su am or
a los d o cu m en to s y u n a innegable ap titu d p a ra sacar b u e n
p a rtid o de ellos, h a b ía concluido co n el enojoso asunto de
la religión. M ax S cheler era u n universitario alem án que

13. Max Scheler, De lo eterno en el hombre, Revista de O ccidente, Madrid,


1940, pág. 27.
LA CIUDAD CRISTIANA 43

h a b ía h e c h o sus arm as e n la fen o m en o lo g ía. Y a h o ra venía


con todo ese im p resio n an te arsenal p a ra p o n e rlo al servi­
cio d e la fe. Esto parecía efectivo y n o faltó el to n to que se
p uso c o n te n to , p ero la historia m u estra q u e los servicios
prestado s en el equívoco son de co rta d u ració n y tra e n pé­
sim as consecuencias.

B erg so n

A ntes de c o n sid e rar el im pacto que la alta crítica p ro ­


dujo e n tre los m iem bros m ás esclarecidos de los g ru p o s
trad icionales, conviene destacar la fig u ra de u n p e n sa d o r
francés, H e n ry B ergson, que h a b ié n d o se fo rm a d o e n la
“E scuela N o rm al S u p e rio r” en p len o auge del positivism o
y “m uy ligado a la filosofía de H e rib e rto S p e n c e r” com o él
m ism o lo afirm a en La pensée et le Mouvant, advirtió “con
g ran asom bro, q u e el tiem po científico n o d u ra y q u e no
h a b ría n a d a q u e cam b iar a n u e stro co n o cim ien to científi­
co de las cosas, si la to talid ad de lo real se d esp leg ara de
u n go lp e en lo in sta n tá n e o . La ciencia positiva consiste
esen c ialm en te en la elim inación de la d u ra c ió n ” 14.
Esta crítica de la no ció n de tiem po a c u ñ ad a p o r las
ciencias positivas lo llevó a interesarse en el estudio de la
psicología, ra m a del sab er g en e ro sa m e n te olvidada p o r los
positivistas de la escuela de C om te o red u c id a a las investi­
gaciones de carácter fisiológico.

14. H enry Bergson, Oeuvres, P.U.F., Paris, 1959, pág. 1333.


44 RUBEN CALDERON BOUCHET

B ergson aplicó con todo cuidado el m éto d o científico


a p re n d id o con sus m aestros positivistas y llegó a la conclu­
sión de q u e p ro fu n d izan d o “ciertos conceptos filosóficos
de c o n to rn o s b ien definidos los h e visto fundirse en u n a
cosa huidiza y flo tan te, q u e resultó ser psicológica. N o tuve
d u d as c u a n d o com en cé a criticar la id ea que la filosofía y la
m ecánica se h acen del tiem po, que m e en cam in ab a hacia
el estudio de la psicología y que co n clu iría en u n a conside­
ración de los datos de la conciencia. P o r lo tan to ten ía que
llegar allí, desde el m o m e n to que buscaba lo co n creto bajo
las abstracciones m atem áticas” 1S.
El p u n to fu n d am e n ta l de su e n c u e n tro es la distinción
e n tre el tiem p o concebido p o r las ciencias y el tiem po co­
m o “dato de la co n cien cia”. Este es el tiem po verdadero,
real y con creto , al q u e Bergson le d a el n o m b re de durée y
qu e evoca p a ra él la id ea de lo que p e rm a n e c e y, sin dejar
d e ser, cam bia constantem ente.
Bajo esta n o ció n subyace, d en tro de u n clim a heraclíteo,
la clásica id ea de sustancia, pues com o lo dice el m ism o
B ergson, “se trata de m ostrar u n a realid ad que se basta a sí
m ism a y n o es necesariam ente e x tra ñ a a la d u ra c ió n ”.
C u a n d o p ensam os el ser com o o p uesto a la n a d a se llega a
u n a esencia lógica, m atem ática y p o r e n d e in te m p o ra l,
“p e ro hay q u e h a b itu a rse a pensar el ser d irectam en te, sin
ro d eo s, sin dirigirse p rim e ro a ese fan tasm a de n a d a que
se in te rp o n e e n tre él y no so tro s... e n to n c e s el absoluto se
revela m uy cerca n u estro , y, en c ie rta m ed id a en nosotros.
El es de esencia psicológica, y no m atem ática o lógica. Vi­

15. H enry Bergson, Oeuvres, P.U.F., Paris, 1959, pág. XXII, citado por
Gouhier.
LA CIUDAD CRISTIANA 45

ve con nosotros. C om o nosotros, p e ro , en ciertos aspectos,


in fin ita m e n te m ás c o n c e n tra d o y ensim ism ado q u e noso­
tros, d u r a ” 16.
El h o m b re que h a b ía escrito estas palabras n o p o d ía
p e rm a n e c e r en el evolucionism o sp en cerian o y se ab ría la
perspectiva de u n a teodicea que había de conducirlo, en
los u m brales de la vejez, a escribir LexDeux Sources de la Mo­
rale et la Religión, en d o n d e aplicó sus análisis rigurosos a la
co n sid eració n del fen ó m e n o religioso.
C harles Peguy, en su n o ta sobre B ergson y la filosofía
b erg so n ian a, dice que el bergsonism o e m p re n d ió la tarea
de rec h a z ar todo háb ito com o tal, todo hábito orgánico y
m en tal, lo cual, tom ado e n su sentido estricto, es u n dispa­
rate m ayúsculo. P ero h a b id a c u e n ta de la in ten ció n del
p oeta, lo q u e q u iere decir es q u e B ergson fue u n aire n u e ­
vo q u e sopló p o r los co rred o res y las aulas de la S orbona
aven tan d o los hábitos m entales fijados p o r el positivismo.
Este beneficio espiritual le es reconocido incluso p o r
aquellos q u e n o participan de su pen sam ien to filosófico,
p e ro q u e ven en sus trabajos “u n a filosofía m anifiestam en­
te libre de to d o com prom iso religioso y cuya inspiración
e ra tal q u e u n a teología cristiana p o d ía h acerla servir a sus
p ro p io s fines” 17.
Y es el m ism o E tien n e Gilson q u ien se p re g u n ta p o r qué
los teólogos católicos n o la a provecharon. H ab ía allí de qué
alegrarse, pues B ergson no solam ente d estro n ab a el positi­
vismo sino que lo hacía en uso de un espíritu m u ch o mas

16. H enry Bergson, “Evolution C reatice”, Oeuvres, pâg. 747.


17. E tienne Gilson, Le Philosophe et la Théologie, A. Fayard, Paris, 1960.
46 RUBEN CALDERON BOUCHET

positivo todavía, y lo que era m ejor, instalaba la m etafísica


e n la pro lo n g ació n m ism a de las ciencias que parecían ha­
b e r nacido p a ra negarla.
La resp u esta de Gilson a su p ro p ia p re g u n ta es relativa­
m en te sim ple. Los teólogos cristianos discutieron el bergso-
nism o com o filósofos y fu ero n algunos filósofos, sin gran
consideración p o r la teología, los que e m p re n d ie ro n con
p o c a p ru d e n c ia la tarea de bautizar su filosofía. El resulta­
do fue funesto y un bergsonism o m al co m p re n d id o y elabo­
rad o p o r cristianos q u e p re te n d ía n fu n d a r su teodicea a
p a rtir de la in m an en cia, fue a engrosar el m ovim iento m o­
dernista.

La c r it ic a m o d e r n is ta

El m o d ern ism o fue, d e n tro de la Iglesia, el p u n to de


re u n ió n de las principales co rrientes espirituales m o d er­
nas, tan to de aquellas que provenían de u n racionalism o
craso com o de las q u e reivindicaban el conocim iento reli­
gioso p a ra la afectividad.
Su Santidad Pío X en su carta encíclica “Pascendi Dom i­
nici G regis”, se encargó de hacer u n a refutación prolija y ca­
tegórica de los principales e rrores m odernistas y puso en cla­
ro los principios tradicionales negados p o r la nueva herejía.
N os interesa decir un par de palabras sobre esta encíclica,
pues siendo u n d o cum ento em anado de la m áxim a autori­
d ad encargada de salvaguardar el pensam iento tradicional,
n a d a más apropiado p ara estudiar con seguridad la inciden­
cia que las ideas m odernas tuvieron sobre ese pensam iento.
LA CIUDAD CRISTIANA 47

Pío X n o d u d a b a que en la ola m o d e rn ista h ab ía algo


m ás que e rro re s de ín d o le intelectual. Sus reiteradas refe­
rencias al odium fidei m anifestado p o r m uchos de los secua­
ces m od ern istas y a las tácticas insidiosas con q u e p re te n ­
d ían v u ln erar la in te g rid a d de la d o c trin a cristiana son
suficien tem en te claras com o p a ra p o n e rn o s en la pista de
u n m ovim iento q u e trasciende el ám bito de u n a discusión
académ ica en to rn o de u n tem a de in terés p u ra m e n te in­
telectual. P ero lo que a nosotros nos incum be es, precisa­
m en te , el aspecto in telectual del p ro b le m a y la a c en tu a ­
ción de aquellos p u n to s en los que el nuevo p e n sam ien to
in c u rría e n el te rre n o de la fe y d ab a de la revelación u n a
in te rp re ta c ió n c o n tra ria a la sostenida p o r la d o c trin a tra­
dicional.
C on e x tra o rd in a ria p en e trac ió n la encíclica advierte la
com pleja gam a de in q u ietu d es que constituye la personali­
d ad del m o dernista. En él se da el filósofo, el creyente, el
teólogo, el historiador, el crítico, el apologista y el refo rm a­
dor. P ara d isc e rn ir o rd e n a d a m e n te los diversos m atices de
este espectro conviene p ro c e d e r m etó d icam en te y esto nos
lleva a com enzar la en cu esta p o r la filosofía. Son afirm acio­
nes de tipo filosófico las que inspiran la actitud m o d ern is­
ta y en tales afirm aciones se d escu b ren las huellas del idea­
lism o racionalista alem án.
La razón h u m an a, e n c errad a en el círculo de los fenó­
m enos, no p u ed e trascendernos ni alcanzar u n conocim ien­
to válido acerca de Dios, pero com o la religión aparece, fe­
nom én icam en te, com o u n a fo rm a de vida, la explicación de
su existencia h a de buscarse en el ho m b re m ism o.
La religión es u n fen ó m en o vital y com o tal nace de un
im pulso de la afectividad cuyo origen es la in d igencia de lo
48 RUBEN CALDERON BOUCHET

divino. El h o m b re está detenido, m ás allá de las b arreras de


la fen o m en alid ad , p o r dos incognoscibles. F ren te a esta
su erte de “tie rra d e n a d ie ” del conocim iento, la indigencia
de lo divino, que p u e d e reducirse a sim ple indigencia, sus­
cita en el alm a u n sentim iento de carácter especial: “tal sen­
tim ien to es p a ra los m odernistas la fe, y la fe así e n te n d id a
es p a ra ellos el p rincipio de toda re lig ió n ” 18.
Este sen tim ien to nacido de u n a ind ig en cia óntica fun­
d am en tal es ya u n a su erte de revelación. Dios inspira el
sen tim ien to religioso y este sentim iento lo m anifiesta com o
Dios. De aquí q u e Dios es revelador y revelado y en su do­
ble carácter b o rra las fronteras de lo n a tu ra l y de lo sobre­
n atu ral y convierte a la conciencia en u n a equivalencia de
la revelación. P o r esta causa la conciencia religiosa se con­
vierte en n o rm a su p rem a de la verdad teológica. ¿No había
dicho algo p arecid o L utero en su gran catecism o? “U n Dios
es eso de lo cual se p u e d e esperar todos los bienes y e n el
q u e u n o d eb e te n e r su refugio en todas las vicisitudes. Te­
n e r u n Dios n o es o tra cosa que c re e r en él de todo cora­
zón y con to d o el corazón p o n e r en él su confianza. Com o
lo h e dicho a m en u d o , la confianza y la fe del corazón ha­
cen al Dios y al ídolo. Si la fe y la confianza son justas y ver­
daderas, tu Dios tam bién es verdadero, e inversam ente, allí
d o n d e la confianza es falsa e injusta, allí no p u e d e estar el
v erd ad ero Dios. P o rq u e fe y Dios son insep arab les” 19.
Esta filiación lu te ra n a no es fo rtu ita , pues el pensa­
m ie n to g e rm á n ic o n ace de ese h o n ta n a r confuso q u e es el

18. Pascendi, 104, 4.


19. Martín Lutero, Oran Cathecisme, trad. P. Jundt, en Oeuvres de Martin
Luther, t. VII, pág. 33.
LA CIUDAD CRISTIANA 49

g e n io de L u tero y d o n d e ya se advierte la sobreestim ación


del se n tim ie n to y el c o n secu en te reb ajam ien to de la in te ­
ligencia.
Los m odernistas advirtieron que con el sen tim ien to re­
ligioso solo, m uy poco y n a d a p o d ían edificar en m ateria
teológica. H ab ía q u e d ar e n tra d a a la inteligencia y d e te r­
m in a r de alg u n a m an e ra su papel con respecto a la fe. El
sen tim ien to q u e es revelación y al m ism o tiem po bú sq u ed a
de aquello q u e se revela, se convierte a h o ra en objeto de la
in d agación intelectual que o p e ra sobre él p a ra esclarecerlo
y e x tra er de su in te rp re ta c ió n ilu m in ad o ra las sentencias
que, sancionadas p o r el m agisterio de la Iglesia, fo rm arán
el dogm a.
Estas sentencias dogm áticas tien en p o r fin “p ro p o rc io ­
n a r al creyente el m o d o de darse c u e n ta de su fe, con rela­
ción a la fe, son signos inad ecu ad o s del objeto, vulgarm en­
te llam ados sím bolos, son im ágenes de la verdad y, p o r lo
tanto, h a n de ser acom odados al sentim iento religioso...,
com o in stru m e n to s son vehículos de la verdad, y p o r esto
te n d rá n que acom odarse recíp ro cam en te al h o m b re en
c u a n to se relacio n a con el sentim iento religioso. Mas el ob­
je to del sen tim ien to religioso, p o r co n ten erse en lo absolu­
to, tien e infinitos aspectos, de los que ya u n o , ya otro, p u e ­
de presentar. A su vez el h o m b re al creer, p u ed e estar en
co n d icio n es m uy diversas, y p o r lo ta n to ... las fórm ulas lla­
m adas dogm as están sujetas a variaciones” 20.
Si las fórm ulas dogm áticas d e p e n d e n de u n sentim iento
rad icad o e n la in m an en cia de la subjetividad y el alm a reci­
b e un co n d icio n am ien to de las d iferentes situaciones histó­

20. Pascendi, 104, 4.


50 RUBEN CALDERON BOUCHET

ricas, el sentim iento cam biará con el tiem po y sus expresio­


nes ten d rá n legítim am ente que reflejar tales cambios.
La fo rtu n a de estas opiniones estaba asegurada pues en ­
tra b a n en la vida intelectual del O ccid en te p o r el cam ino
real de las ideas en boga. N o aceptarlas e ra negarse a estar
al d ía y este p ecado resultaba para m uchos intelectuales ca­
tólicos m ás tem ible que la apostasía. El creyente m o d ern is­
ta n o n eg ab a la existencia de Dios, p e ro com o filosófica­
m en te n o p o d ía desvincular el ser de Dios de su p ro p ia
situación existencial y a u n q u e creyera q u e Dios era in d e p e n ­
d ien te de su fe, la ú n ica certid u m b re q u e le q u e d a b a p ara
apoyar esta convicción e ra su propia, individual e irreitera-
ble e x p erien cia religiosa.
P ara los defensores de la Iglesia no se trataba, p o r su­
puesto, de n e g a r la existencia de tal experiencia, y m ucho
m enos c u an d o la inteligencia universitaria, desde largo
tiem po librada del peso de la tradición, se sentía atraíd a
p o r el estudio del “fen ó m e n o m ístico” y el carácter sui gene­
ris q u e tal fen ó m e n o m anifestaba. C on todo, tales fen ó m e­
nos n o p o d ían convertirse en fu n d am e n to de un conoci­
m ie n to m etafísico si p erm an ecían e stre ch a m en te ligados al
ám bito de lo subjetivo individual. Lo q u e la Iglesia abom i­
n a b a de los m odernistas e ra la am bigüedad de su c o n d u c­
ta intelectual, esa confusión que los llevaba, p o r u n a parte,
a so m e te r la fe a la filosofía, con lo q u e p o n ían el conoci­
m ie n to h u m a n o p o r encim a del saber divino. Y p o r otra, a
n e g a r la a p titu d del h o m b re p ara fu n d a r racio n alm en te su
saber acerca de Dios en un análisis m etódico y riguroso de
la realid ad creada.
El m ovim iento m o d ern ista no fue extinguido ni p o r la
encíclica “Pascendi D om inici G regis”, ni p o r la p o sterio r de
LA CIUDAD CRISTIANA 51

Pío XII “H u m a n i G eneris”, en d o n d e se insistía en la con­


d en ació n de algunas audacias teológicas, ni p o r las reitera­
das advertencias de Pablo VI. El m ovim iento do ctrin al lla­
m ad o “p ro g resism o ” es u n a versión aggiornatta de las
p rincipales tesis m odernistas.

C O N CLUSION

A lo largo de esta breve síntesis de la discusión en to rn o


al carácter de la Biblia, hem os expuesto los fundam entos
principales de la controversia y hem os podido advertir que
a pesar de la m ejor com prensión lograda respecto del p ro ­
blem a de la revelación, los puntos clave de la polém ica p e r­
m an ecen irreductibles. La palabra de Dios no resu en a com o
tal en cualquier oreja y siem pre es necesario el condiciona­
m iento de la fe p ara p o d e r percibirla. Esta situación hace
que el libro sagrado de los h ebreos no tenga el m ism o valor
p ara u n ho m b re de fe que p ara u n racionalista.
P ero lo q u e in teresa p a ra la co m p ren sió n de la historia
de Israel es el valor q u e tuvieron p a ra él las n arracio n es de
la Biblia. En este sentido podem os decir con absoluta segu­
rid ad , lo que Raffaele Pettazzoni dice del m ito en general:
“El m ito es u n a historia verdadera, p o rq u e es u n a historia
sagrada, n o sólo p o r sus co n ten id o s propios, sino tam bién
p o r las fuerzas sacrales concretas que p o n e en m ovim ien­
to ... N a rra r la creación del m u n d o ayuda a la salvaguardia
del m u n d o , n a rra r los com ienzos de la h u m an id a d ayuda a
g u a rd a r el ser de la h u m an id a d , es decir lá c o m u n id a d y el
g ru p o trib a l...”.
52 RUBEN CALDERON BOUCHET

Q u e tales hayan sido los efectos q u e la conservación de


la Biblia tuvo p a ra Israel resulta im posible negarlo. N uestro
trabajo se lim itará a señalarlos y si logram os p o n e rlo en evi­
d e n c ia h abrem os conseguido n u estro propósito.
C a p i t u l o II
CARACTER ECUMENICO DE LA PROMESA
HECHA PORYAVE

La sim ple en u n ciació n de u n a frase tal com o “el destino


histórico de Israel” inspira las siguientes reflexiones: ¿pue­
de u n p u eb lo te n e r u n destino histórico d eterm in ad o ? ¿La
sola refe re n c ia a la existencia de u n destino no prejuzga
acerca del sujeto de la historia? ¿Tiene la historia u n senti­
do, u n a fin alid ad distinta a aquella que en cada caso g u ía a
los p rotagonistas de sus hechos m ás im portantes? En ver­
d ad, las dos p rim eras p reguntas se resu m en en la tercera y
u n ensayo de resp u esta com prom ete to d a u n a o ntología
del e n te histórico.
Los aco ntecim ientos q u e constituyen la m ateria de la
historia, aquellos q u e el h isto riad o r exam ina y considera,
tom ados en su c ru d a facticidad, sólo p u e d e n ser c o m p re n ­
didos a la luz de hech o s anteriores. Esta situación inspira
u n calembour u n poco re d u n d a n te p e ro n o m enos cierto: la
h istoria se aclara p o r re c u rre n c ia a la h istoria y sin salirse
del cam po estrictam en te d e te rm in a d o p o r los eventos rea­
les no es posible hallarle u n sentido.
54 RUBEN CALDERON BOUCHET

C u an d o San Pablo exam ina la h istoria de Israel y su in ­


c idencia e n el llam ado a los gentiles p a ra que se “in jerten
e n el olivo de Israel”, lo hace a la luz de u n acontecim ien­
to q u e p a ra él ilu m in a con claridad m erid ia n a u n vastísimo
p a n o ra m a de la trayectoria del ho m b re. Este acontecim ien­
to es la alianza que Yavé pactó con A braham , el p ad re de
los ju d ío s.
¿C onsiderado con todo el rigor que la ciencia im pone,
este h e c h o tiene u n a facticidad histórica cierta? ¿o se trata
de u n a leyenda, de u n a fábula h áb ilm ente m an ejad a p o r
caudillos posteriores p ara c rear u n a situación p ro p icia a un
d e te rm in a d o p ropósito político?
Am bas preg u n tas im p o n e n u n a terc era que al m ism o
tiem po aparece com o u n conato de respuesta: ¿puede
crearse u n h e c h o histórico y zurcirlo con tan ta habilidad
en la vida de u n a n ació n hasta convertirlo, p rácticam ente,
en la clave q u e revela el sentido de su existencia y de todas
sus realidades culturales?
Si p u d ie ra ser así, la historia del h o m b re te n d ría pocas
p ro b ab ilid ad es de ser explicada, a n o ser que se tom ara co­
m o u n a explicación plausible la hipótesis de u n a evolución
progresiva y se g irara a cu en ta de la im becilidad de n ues­
tros antepasados todo lo que no p u e d e ser explicado de
a c u erd o con nuestros esquem as. De este m odo el destino
de Israel, y todo el p e río d o histórico do m in ad o p o r el h e ­
cho cristiano, sólo te n d ría sentido en o rd en a u n sinsentido
inicial que les h a b ría dado origen. El pacto de Yavé con
A braham , tal com o la vida, pasión y m u erte de Cristo, son
a co n tecim ien to s p ro fu n d a m en te históricos, p o rq u e sola­
m e n te a p a rtir de ellos se logra p e n e tra r el sentido de to­
dos los hechos posteriores. No im p o rta que su facticidad
LA CIUDAD CRISTIANA 55

c o n c re ta p u e d a ser discutida. La crítica de la d o cum enta­


ción está p a ra p o n e r en d u d a todo lo q u e p u e d a asegurar
la existencia de u n suceso. P ero c u an d o se to m a la suficien­
te distancia y se observa u n p erío d o e n te ro de la vida del
h o m b re y se advierte q u e p ierd e toda posibilidad de ser ex­
plicado si se b o rra , en u n alarde hipercrítico, el p e q u e ñ o y
e n o rm e aco n tecim ien to que arro ja luz sobre toda u n a tra­
yectoria, c o rre sp o n d e p reg u n tarse si tal actitud se tom a en
n o m b re de la historia, o sim plem ente en función de u n a
m an ía p o r la exactitud d o cu m en tal llevada hasta el delirio.
La trad ició n bíblica h ace re m o n ta r la h isto ria del p u e ­
blo de Israel h asta el pacto de alianza fo rm u la d o e n tre Ya-
vé y A braham . El h e c h o aparece señ alad o en el Génesis y
re ite ra d o a través de casi todos los libros del Antiguo Testa­
mento. Los d escu b rim ien to s e x tra o rd in a rio s h ech o s p o r la
a rq u e o lo g ía en estos últim os años, lejos de e x p u g n a r el va­
lo r testim onial de los libros q u e constituyen el Pentateuco,
les h a n dad o u n a co n firm ació n tan to m ás categórica
c u a n to m ás en evidencia h a n sido puestos algunos e rro re s
sostenidos con loable ten a c id a d p o r los m iem b ro s de la al­
ta critica.
Se sostenía q u e las tradiciones patriarcales no po d ían
ser auténticas p o rq u e exigían, p ara su verosim ilitud, la
transm isión escrita. Sin to m a r en consideración la rigurosa
fid elid ad con q u e son transm itidos oralm en te ciertos co n o ­
cim ientos, q u e d a que las excavaciones hechas en U garit,
ciu d ad p e rte n e c ie n te al ám bito geográfico bíblico a m edia­
dos del segundo m ilenio a. de J. C., h an puesto al descu­
b ie rto todo u n alfabeto com puesto de tre in ta letras y u n a
serie n a d a despreciable de docu m en to s escritos “que p ro ­
veen a los textos del Antiguo Testamento los paralelos más
56 RUBEN CALDERON BOUCHET

asom brosos que se hayan jam ás descubierto. Palabras, gi­


ros, figuras estilísticas, p rocedim ientos poéticos, cam bios
de to no, les son, con frecuencia, com unes. Es gracias al h e­
b reo q u e h an p o d id o en ten d erse las tabletas halladas en
U garit, e inversam ente, no es raro que u n pasaje oscuro de
la Biblia q u e d e esclarecido en un pasaje análogo, y m ás ex­
plícito, de esas tabletas” 21.
El alfabeto de U garit es el más antiguo q u e se conoce y
si se aleg ara que A braham p o r su condición d e pastor n ó ­
m ad e no p u d o estar en contacto con u n a civilización tan
refin ad a com o la q u e conoció Ugarit, las tablas descubier­
tas revelan algunos pactos establecidos e n tre el rey de la
ciu d ad y g ru p o s de com erciantes trashum antes parecidos
al q u e p o d ía n constituir el ad u a r de A braham . “A tento a
q u e has dicho d e la n te de mí: los m ercaderes de U ra en el
país de tu servidor están a tu cargo. Yo — rey sol— he esta­
blecido este a c u erd o e n tre las gentes de U ra y las gentes de
U garit: las gentes de U ra ejercerán su com ercio en U garit
y en la estación de las cosechas, pero llegados los fríos vol­
verán a su casa. N o residirán en U garit en esa estación, no
a d q u irirá n ni casas ni tie rra s... etc.” 22. A lgunos h a n pensa­
do q u e esa ciudad de U ra m encionada en el d o c u m en to
p o d ía ser la U r de d o n d e venía A braham . N ougayrol ad­
vierte que n o conviene ilusionarse, quizá se trate de u n a
ciu d ad de la Cilicia y no de la U r babilónica. El g ru p o de
m ercad eres m en cio n ad o s no p u ed e ser c o n fu n d id o con
u n o de pastores, p ero , y esto es lo q u e interesa destacar,

21. N ougayrol, “Ugarit et L’A ncien T estam ent” , La Table Ronde, N° 154,
octubre d e 1960.
22. Ibidem.
LA CIUDAD CRISTIANA 57

q u e d a el h e c h o de que u n contacto con u n a ciudad que co­


no c ía el alfabeto y q u e h ablaba u n a len g u a p are c id a al h e ­
b reo p u d o ser realizado p o r los patriarcas.
El p ro fe so r de la U niversidad H e b re a de Jeru salem ,
N a h m a n Avigad, en u n a breve n o ta p u blicada p o r La Table
Ronde, h ace u n e exposición som era de las principales exca­
vaciones efectuadas en Israel y señala q u e las de H a x o r su­
m in istran el cantero m ás im p o rta n te y cuyo in terés p rin ci­
pal “reside, p o r supuesto, en los lazos que u n e n a N axor a
las n a rra c io n e s bíblicas. Parece q u e el testim onio de la ar­
q u e o lo g ía está en p len a a rm o n ía con ellas” 23.
N o a b u n d a ré en consideraciones de este g énero, no p o r­
q u e las considere inútiles o falte bibliografía en apoyo de es­
tas afirm aciones, sino p o rq u e m i propósito n o es escribir
u n a historia de Israel; sólo q uiero exam inar los principios
religiosos de su form ación, su desarrollo y evolución a lo lar­
go de su historia y las instituciones a las que d ieron origen.
En su epístola a los rom anos, Pablo p resen ta en ap retad a
síntesis to d a u n a teología de la historia y en la perspectiva
de los santos designios de Dios coloca la historia de Israel.
Los destinatarios de la carta son, en gran parte, gentiles y
conviene q u e adviertan cuál es su situación respecto del
plan de salvación establecido p o r Dios desde siem pre y cuál
la relación y el verd ad ero alcance de su prelacia respecto
del pu eb lo ju d ío .
El Evangelio p red icad o p o r Pablo n o viene a revocar la
ley ni a a b a n d o n a r en desam paro al p u eb lo elegido p o rq u e
los gentiles h an hallado gracia an te los ojos de Yavé. El

23. N ahm an Avigad, “L’A rchèologie en Israel”.


58 RUBEN CALDERON BOUCHET

Evangelio de la fe debió ser p red icad o en p rim e r lugar a los


ju d ío s, y fue culpa de ellos, y n a d a m ás que de ellos, si se
a fe rra ro n a la letra de la ley y no tuvieron en c u e n ta el es­
p íritu q u e vive en la fe.
“Pues a A braham y a su posteridad n o le vino p o r ley la
p ro m esa de q u e h a b ía d e ser h e re d e ro del m u n d o sino p o r
la ju sticia de la fe. Pues si los hijos de la ley son los h e re d e ­
ros q u e d a a n u la d a la fe y abrogada la p ro m e sa ” 24.
¿Q uiénes son los hijos de la fe? ¿Son ú n ica m en te los j u ­
díos, los que n aciero n y criaron bajo la ley?
Pablo e n tie n d e que la prom esa h e c h a p o r Yavé a A bra­
ham abría u n a perspectiva universal que lo hacía p ad re de
m uchas naciones y no sólo de las que vinieron con el sello
de su ascendencia carnal: “A braham , co n tra toda esperan­
za, creyó que h ab ía de ser p ad re de m uchas naciones, según
el dicho: así será tu descendencia y no flaqueó en la fe al
c o n sid erar su cu erp o sin vigor, pues ya era casi centenario y
estaba ya am o rtig u ad o el seno de Sara, sino que ante la p ro ­
m esa de Dios no vaciló, dejándose llevar p o r la in cred u li­
dad, antes bien, fortalecido p o r la fe, dio gloria a D io s... ” 25.
Pablo destaca con vigor dos ideas q u e conviene re te n e r
p a ra d ar u n a explicación de la historia de Israel q u e arroje
luz sobre su desarrollo. P rim ero, q u e el p u eb lo de Israel se
constituye sobre la base religiosa de la alianza y se fo rm a es­
p iritu a lm e n te p o r la fe en la prom esa. S egundo, la fe en la
p alab ra de Dios lo hacía depositario de u n m ensaje ecum é­
nico y n o nacional.

24. R om anos, IV, 13, 14.


25. R om anos, IV, 18, 20.
LA CIUDAD CRISTIANA 59

Este doble carácter, sacral y universal, de Israel es el que


van a tra tar de d escubrir en la fo rm a de sus principales ins­
tituciones.

L a a l ia n z a

Si se p u e d e afirm ar que to d a la vida religiosa de la co­


m u n id a d israelita se c e n tra en el h ech o de la alianza con
Dios, p odem os tam bién asegurar que la conciencia perso­
nal de los h o m b res de Israel se fo rm a en la aceptación de
este hecho. Las prom esas que im plica la alianza cum plirán
si el pacto es observado p o r Israel y la reiteración de la p ro ­
m esa y el pacto vuelven m uchas veces a lo largo de la histo­
ria. C uando A braham se separa de Lot, Yavé vuelve a ha­
blarle: “Alza tus ojos — le dice— y desde el lugar d o n d e
estás m ira al n o rte y al m ediodía, al o rien te y al occidente.
T oda esta tie rra q u e ves te d aré yo a ti y a tu d escen d en cia
p a ra siem pre. H a ré tu descen d en cia com o el polvo de la
tierra; si hay alguien que p u e d a c o n ta r el polvo de la tierra,
ése será q u ien p u e d a co n ta r tu d e sce n d e n c ia ” 26.
En el capítulo XV del m ism o libro, se n a rra la renova­
ción de la alianza, que aparece establecida de u n m odo más
co m p leto en el capítulo XVTI, d o n d e Yavé confirm a la vo­
cación ecu m én ica de A braham llam ándolo A braham p a d re
de las m u ch e d u m b re s y le da la circuncisión p o r signo de
la consagración de su raza. Las palabras tien en u n a clari­
dad m erid ia n a y testim onian p o r el carácter sacral de la

2 6. G é n e s is , X III, 14, 16.


60 RUBEN CALDERON BOUCHET

alianza con A braham y su d escen d en cia y así tam bién p o r


el alcance universal q u e asum e la prom esa: “Yo soy el Sadaí
— le dice— a n d a e n m i presencia y sé p e rfe c to ... Serás pa­
d re de u n a m u ch e d u m b re de pueblos y ya n o te llam arás
A bram , sino A braham , p o rq u e yo te h a ré p a d re de u n a m u­
c h e d u m b re de p u e b lo s” 27.
El pacto, sellado p o r la circuncisión, es con A braham y
su d e sce n d e n c ia carnal, p ero la prom esa tie n e u n a proyec­
ción m ás vasta, p o rq u e co n cretam en te le dice que lo h a rá
p a d re de u n a m u ch e d u m b re de pueblos. La vocación u n i­
versal de la p ro m esa está señalada y la obligación de santi­
d a d im pu esta p o r el pacto, indicada en u n p a r de frases
inequívocas: “a n d a en m i presencia y sé p e rfe c to ”.
Las palabras usadas en la Biblia, a u n q u e prescindam os
de su inspiración divina, tienen el peso y la sinceridad de
u n a len g u a q u e n o se h a corrom pido e n el tráfico m en tiro ­
so de u n a cu ltu ra refinada. Es un habla cabal d o n d e cada
té rm in o está lleno de u n contenido con creto . “A nda en mi
p re se n c ia ” p u e d e significar la obligación de m an ten erse
fiel a la alianza, p e ro señala de m odo preciso que todos los
actos de A braham se realizarán en la p resen cia de u n testi­
go in so b o rn a b le que lo ve en toda su realidad. La perfec­
ción e n la c o n d u c ta de la vida es la co n secu en cia de este ca­
m in a r en la p resen cia de quien se llam a a sí m ism o “El
S ad aí”. La m e ra fidelidad a la palab ra d a d a tiene algo de
abstracto, de ju ríd ic o , y establece u n a su erte de lejanía e n ­
tre los q u e suscriben el pacto. M archa en mi presencia sig­
nifica q u e la relación establecida p o r el “Dios de la M onta­
ñ a ”, el Sadaí es p ersonal y p o r lo tan to la co n d u cta tiene

2 7 . G é n e s is , X V II, 1, 5.
LA CIUDAD CRISTIANA 61

q u e acom odarse a la alteza del testigo que la observa, y no


a u n a n o rm a legal q u e h u b ie re po d id o ser d e te rm in a d a
p o r el pacto.
El legalism o ju d ío , que h a b ía de lo g rar su m ás alta p e r­
fección en el fariseísm o, es u n a desviación de la tradición
prim itiva q u e fu n d a su co n cep to de santidad: sé p erfecto ,
e n u n m an d a to q u e se expresa en la pu reza con que se tie­
n e q u e a n d a r e n la presencia de Dios.
El cam bio de n o m b re sufrido p o r A bram testim onia p o r
la fuerza de los térm in o s antiguos. El n o m b re p ro p io no es
u n a sim ple designación, señala un talante y esboza u n a p ro ­
fecía, p ues c u a n d o se le da el n o m b re al n iño, el acto tiene
el valor de u n rito religioso y está im p reg n ad o de u n a fu er­
za p rofètica especial. A bram q u e ría decir hidalgo, de noble
linaje, en cam bio A braham , p a d re de la m ultitud, señala el
carácter ecum énico de su nuevo destino.
La reitera ció n de la alianza a lo largo de la historia de Is­
rael h a h e c h o p e n sar en u n a variedad de tradiciones que
in sp iran u n a p re g u n ta teñ id a de escepticism o: ¿cuál es la
verdadera? En verdad, si tom am os las palabras de la Escri­
tura, h a c ié n d o n o s cargo de la fuerza presencial que reve­
lan, n o hay m ás que u n a sola alianza rep e tid a a lo largo de
u n viaje que los patriarcas realizan an te la co n c re ta p resen ­
cia de Yavé. Los patriarcas no tien en todavía la ley, convie­
n e, pues, q u e su itinerario les sea señalado de u n a m an e ra
p erso n al en cada tram o del cam ino. N o p o d ían d ar con la
salida m ed ia n te la in te rp re ta c ió n de u n texto revelado. H a­
b ía q u e esp erar u n a nueva revelación que o freciera la solu­
ción del p ro b lem a p lan tead o p o r las circunstancias.
La p ro m esa de u n a larga po sterid ad p a re c ía postergarse
in d efin id am en te. Sara era vieja y ya no p o d ía d ar a luz. Ya-
62 RUBEN CALDERON BOUCHET

vé quiso que fu e ra así p ara que el corazón de A braham se


tem p la ra en la esperanza y Sara tuvo a Isac cu ando n in g u ­
n a circunstancia natural p o d ía h acerlo prever. Ella m ism a
se h a b ía reíd o cuando recibió del ángel el a n u n cio de su
m atern id ad : “Me h a h e c h o reír Dios — dijo— “y cuantos lo
sepan reirán c o n m ig o ”.
H ay en las frases de Sara u n a inocencia y u n a fam iliari­
d a d tan g ra n d e con lo so b ren atu ral, que no m e explico có­
m o p u e d e h a b e r pasado in ad v ertid a p a ra aquellos q u e sos­
tie n e n , com o H egel, el absoluto alejam iento del Dios de
Israel.
El n o m b re de Isac, según la au to rizad a o p in ió n del pa­
d re Vaux, tra d u c to r y com entarista de los libros del Génesis
en La Sainte Bibk de la Escuela Bíblica de Jeru salem , provie­
n e de u n p a r de vocablos: Yshq-El, q u e significa Dios son­
ríe, o se h a m ostrado favorable, con lo que se vuelve a p o ­
n e r de relieve el carácter fam iliar y am istoso de la alianza
de Yavé con A braham .
U n a sola alianza, y com o dice A nnie Ja u v ert en su libro
La Notion d ’Alliance dans leJudaisme, la alianza con Israel rei­
tera el com prom iso que Yavé asum ió con N oel y convierte
a Israel en el pu eb lo privilegiado, p ues es el único que co­
n o ce la ley y p u e d e dársela al m u n d o . Es decir: la revela­
ción tiene p o r d estinatario al m u n d o e n te ro p o r in te rm e ­
dio de Israel.
¿Tuvo Israel co n cien cia de este d estino y de su papel
universal? ¿El privilegio de su cará c te r sacerdotal y su pa­
p el m ed ia d o r n o le ocultó la perspectiva ecu m én ica en
q u e tal sacerdocio y tal m ediación d e b ía n realizarse?
Las alternativas de la h istoria de Israel m anifiestan con
c ie rta c larid ad la do b le in te rp re ta c ió n de la alianza y si és­
LA CIUDAD CRISTIANA 63

ta es re ite ra d a en diversas o p o rtu n id a d e s es con el p ro p ó ­


sito de q u e los designios de Yavé se vayan c o n o c ie n d o m e­
jo r. En los pro fetas a p arece Israel com o m e d ia d o r y es en
Isaías d o n d e el sen tid o ecu m é n ic o del llam ado de Yavé se
h ace s e n tir con m ayor vigor: “R eunios, venid, acercaos
ju n ta m e n te lo sobrevivientes de las naciones. N o tie n e n
e n te n d im ie n to los q u e llevan u n ídolo de m a d e ra y r u e ­
g an a u n dios incapaz de salvar. H ablad, e x p o n e d , consul­
taos u n o s a otros. ¿Q uién p red ijo estas cosas desde m u ch o
ha, m u c h o tiem po antes lo an unció? ¿No soy yo Yavé, el
ú n ico , y n a d ie m ás q u e yo? No hay u n Dios ju sto y salva­
d o r fu e ra de m í; volveos a m í y seréis salvos, confines todos
de la tierra”28.
Escribe A nnie Ja u v ert que la co n cep ció n que Israel se
h acía de su m isión se desarrolló especialm ente e n tre los j u ­
díos de la diáspora. Si in terro g am o s la Siracida, u n texto
n o tab le p e ro q u e está conservado solam ente en len g u a
griega, el escrito considera q u e Israel recibe la ley com o re ­
p re se n ta n te privilegiado de la hu m an id ad . Y añ ad e que si
se tiene e n c u e n ta las perspectivas abiertas p o r el libro de
Jo n á s o p o r los g ran d es oráculos sobre la subida de los p u e­
blos a Je ru sa le m “se debe adm itir a que a com ienzos del si­
glo II a. de J. C. algunas co rrien tes del ju d aism o tien en con­
ciencia que la alianza de Dios con Israel c o n ciern e a la
h u m a n id a d ” 29.

28. Isaías, XLV, 20, 22.


29. A nnie Jauvert, La Notion d'Alliance Dans leJudaisme, Editios du Seuil,
París, 1936, pág. 57.
64 RUBEN CALDERON BOUCHET

CARACTER DE LA ALIANZA

La alianza n o es u n a idea a p a rtir de la cual se edifica,


con cierta secuencia lógica, un o rd e n social, com o quien
organiza u n estatuto a p a rtir de u n a c u erd o determ in ad o .
L a alianza es u n h e c h o tanto más m isterioso cu an to más
p rese n te y vivo en la existencia histórica de Israel. Es com o
u n a presen cia q u e actúa sobre el pueblo ju d ío y le inspira
las n o rm as a q u e d eb e ajustar su conducta.
Los térm in o s h e b re o s con que se designa la alianza im ­
plican u n pacto in d estru ctib le en el q u e la fidelidad de
Dios al p u eb lo elegido no p o d rá ser revocada. R ecordem os
q u e San Pablo, en su Epístola a los Rom anos, destaca este
cará c te r p e rm a n e n te de la alianza y asegura “que el e n d u ­
rec im ie n to vino a u n a p a rte de Israel, hasta que entrase la
p le n itu d d e las naciones, y en to n ces todo Israel, según está
escrito ... Y ésta será m i alianza con ellos, cu ando b o rre sus
p e c ad o s” 30.
De esta afirm ación del A póstol de los G entiles se desta­
can dos ideas: prim ero, q u e la alianza de Dios con Israel
cu lm in a en la santidad de los elegidos: h asta q u e b o rre sus
pecados; segundo, que el e n d u recim ien to del p u eb lo elegi­
do se d eb e a u n a in terp retació n racionalista, y si se quiere
ju ríd ic a , de la alianza. Los custodios de la ley escrita se eri­
g en en únicos in té rp re te s de la p alab ra de Dios, com o si és­
ta se e n c o n tra ra to d a e n te ra en el código m osaico y no en
la fe que insufla el Espíritu Santo. P o r eso desconocieron a
los profetas y n o co m p re n d ie ro n la m esianidad de Jesús. La

3 0 . R o m a n o s , X I, 2 5 -2 7 .
LA CIUDAD CRISTIANA 65

respuesta viva a la alianza im plica u n a co n d u cta santa y u n a


ju sticia dócil a los m andatos de la inspiración divina. La
a p a re n te san tid ad legalista del fariseo nace del orgullo,
pues el in té rp re te de la letra escrita erige su in te rp re ta c ió n
en ultima ratio de su conducta.
Israel vive y crece. La alianza de Yavé con su p u eb lo va
revelando p au latin am en te su carácter escatológico. Am bos
sentidos: la o b ediencia a la voz de Yavé m anifestada en u n
co m p o rtam ien to santo y la p rep aració n p a ra algo que d e­
be su ced er más allá de la historia, ap arecen claram ente dis-
cernibles en el pasaje del Deuteronomio q ue citam os a conti­
nuación: “C u ando te sobrevengan todas estas cosas y traigas
a la m em o ria la m aldición y la b en dición que hoy te p ro ­
p o n g o y en m edio de las gentes a las que te a rro jará Yavé,
tu Dios, te conviertas a Yavé tu Dios, y obedezcas su voz con­
fo rm e a todo lo q u e yo te m an d o hoy, tú y tus hijos, con to­
do tu corazón y to d a tu alm a, tam bién Yavé, tu Dios, re d u ­
cirá a tus cautivos, te n d rá m isericordia de ti y te re u n irá de
nuevo en m ed io de todos los pueblos e n tre los cuales te dis­
p e rsó ” 5,1.
Paz y santidad van ju n ta s y am bas palabras vienen conti­
n u a m e n te a la boca de los profetas p a ra señalar la situación
q u e existirá c u an d o se rec u p e re la in teg rid ad de los hijos
de Dios p e rd id a p o r el pecado que destruya la a rm o n ía del
E dén. A esta paz escatológica a p u n ta m ás claram ente la
p rofecía c u a n d o p ro m e te q u e la m isericordia de Dios n o se
a p a rta ra m ás de Israel, pues “mi alianza de paz será in q u e ­
b ra n ta b le ” y el nuevo o rd en h u m an o “estará fu n d ad o sobre

3 1 . D e u t e r o n o m io , X X X , 1-3.
66 RUBEN CALDERON BOUCHET

la justicia, y estará lejos de ti la opresión, que no habrás de


tem e r y la angustia que no te llegará ja m á s ” 32.
H egel, m ovido p o r las prem isas de su in terp retació n , p a­
sa sin advertir el carácter tre m en d a m en te real y concreto
de la alianza y p o n e en la relación de A braham con Yavé to­
das las com plicaciones abstractas de u n cerebro to rtu rad o
p o r el ser ideal: “u n dios del que n in g ú n elem ento en la n a ­
turaleza d e b ía participar, p ero que d o m in ab a to d o ” y des­
de su absoluta extrañeza al m u n d o “le ofrecía su dom inio y
le garantizaba su seguridad sobre el re sto ” 33.
En lo que yo alcanzo a en ten d er, la alianza no se o p o n e
a u n a integración de A braham con la naturaleza y la n o ­
ción de santidad im plica el o rd en a m ie n to de la con d u cta
e n la ju sticia y el o rd e n natu ral e incluso en la b o n d a d y en
la tern u ra. P ara esto Israel tiene que hacerse u n corazón
nuevo. Se lo dice Yavé p o r la b o ca de Ezequiel: “Os purifi­
caré de todas vuestras im purezas, de todas vuestras idola­
trías. Os d aré u n corazón nuevo y p o n d ré en vosotros u n es­
p íritu nuevo; os a rra n c aré ese corazón de p ied ra y os daré
u n corazón de c a rn e ” 34.
Los libros de las leyes: Exodo, Levítico y Deuteronomio, ab u n ­
d an en consideraciones respecto del o rd en que debe existir
en Israel p ara que reinen la paz y la justicia e n tre todos los
m iem bros del pueblo elegido. La santidad es el resultado de
la presencia del creyente en Dios y del cum plim iento de las
disposiciones ex te rn as que exigen u n a p e rp e tu a vigilancia

32. Isaías, LIV, 10-14.


33. H egel, L ’E spirt du Christianisme et son Destin, Vrin, Paris, 1948, pág. 7.
34. XXXVI, 25, 26.
LA CIUDAD CRISTIANA 67

de sí m ism o y u n dom inio de las pasiones capaces de im­


p e d ir la posesión de la p ro p ia personalidad: “no te dejes
a rra stra r al m al p o r la m u ch e d u m b re . En las causas no res­
p o n d as p o rq u e así resp o n d e n otros, falseando la justicia,
ni a ú n en las de los pobres m entirás p o r com pasión de
ellos” 3ñ.
Consejo, cuyo valor p e rm a n e n te y hoy m ás actual que
nu n ca, n o h ab la de u n pueblo aplastado p o r el tem o r a un
Dios e x tra ñ o y to talm en te desligado de las relaciones h u ­
m anas y fam iliares. Cristo 110 es u n a síntesis dialéctica e n tre
dos puestas contradictorias: u n Dios despótico y u n pueblo
esclavo. Este ju e g o interpretativo es el fru to ácido de u n a
p é rd id a de la capacidad religiosa en el h o m b re m o d ern o .
La Biblia, a u n q u e parezca obvio decirlo, es u n libro fu n d a ­
m en ta lm e n te religioso y sin u n a cierta a p titu d p a ra com ­
p re n d e r la relación del ho m b re con Dios no p u ed e ser en ­
tendido.
El pu eb lo de Israel se form ó en la lectu ra y en la m edi­
tación de los L ibros Santos, de ellos sacó las no rm as p ara
o rd e n a r su c o n d u c ta diaria y la esperanza p a ra sobrellevar
las m iserias de la vida. Es u n libro de esperanzas y, debido
a q u e el a cen to de la o b e d ie n c ia religiosa se carga sobre la
p rom esa, Israel se constituyó esp iritu alm en te en la espe­
ranza de u n a co n tecim ien to grandioso que su ced ería en el
fu tu ro . Israel es u n pu eb lo que espera y en esta expecta­
ción escatológica reside la originalidad de su conciencia
histórica.

3 5 . E x o d o , X X III, 1-3.
68 RUBEN CALDERON BOUCHET

L a a l ia n z a c o n M o is é s

La tradición bíblica n a rra q u e Ja c o b y sus hijos, c o rri­


dos p o r las terribles sequías q u e asolaban la Palestina, se
refugian en Egipto, d o n d e José, el hijo am ado de Ja co b y
q u e éste cree p e rd id o p a ra siem pre, goza de u n a situación
p ro m in e n te . El faraó n dio a los hijos d e Ja c o b el país de
G oschen p a ra q u e h a b ita ra n allí y p u d ie ra n a p a c e n ta r sus
ganados. M uchos años vivieron los h eb reo s en G oschen y
dice la m ism a n a rra c ió n q u e llegaron a c o n stitu ir u n p u e ­
blo n u m ero so y tan fu erte p o r las virtudes de su g en io p a r­
ticular, q u e el faraón se asustó. Som etidos a u n rég im en de
o p resió n cada vez m ás cruel, fu ero n liberados de su escla­
vitud p o r u n h o m b re enviado p o r Dios que se llam aba
Moisés.
H asta aquí la tradición. La crítica histórica no ha hallado
en los d ocum entos epigráficos correspondientes a Egipto
n in g u n a confirm ación de esta n arración, pero, si bien la
m ayor p arte de esta docum entación n o certifica la exactitud
del relato bíblico, testim onia por la verosim ilitud de los
acontecim ientos principales, po r los usos, costum bres y
otros detalles referidos p o r el hagiógrafo. P or su p arte, los
trabajos realizados p o r los arqueólogos adm iten sin in co n ­
venientes la veracidad posible del testim onio bíblico en to­
do lo que respecta al paso de Israel p o r Egipto. En u n a pa­
labra, es op in ió n de la más severa crítica que la historia de
Moisés, en todo aquello que no cae en lo maravilloso, es
p erfectam en te verosímil. Tam poco hay n in g u n a razón para
dudar, “com o lo hacen algunos críticos, de la existencia real
de Moisés. Es casi indispensable adm itir la intervención de
LA CIUDAD CRISTIANA 69

u n a p ersonalidad poderosa para explicar la orientación ori­


ginal que tom ó desde entonces la historia de Israel” 36.
H acem os n u e stra la afirm ación de M. A d o lphe Lods,
p e ro sospecham os q u e su b u e n a voluntad racionalista va a
tro p e z ar con serias dificultades c u an d o d e b a explicar en
q u é consiste esa p o d ero sa p erso n alid ad a trib u id a a M oi­
sés. La h istoria de Israel p rese n ta ciertas paradojas q u e
obligan a los críticos a bajar de los altos co tu rn o s de la d u ­
da m etó d ica y a veces los lleva h asta c o n c ed e r u n a d arm e
de verosim ilitud a lo m aravilloso p ara p o d e r seguir la ca­
rre ra de este p u eb lo en los extraños m ean d ro s q u e dibuja
su destino. Tal vez sea u n a de estas necesidades la q u e h a
llevado al sociólogo alem án A lfredo W eber a escribir la si­
g u ien te explicación de la salida de E gipto acaudillada p o r
Moisés: “que después de su éxodo de Egipto, le tuvo que
o c u rrir u n a co n tecim ien to q u e le im prim ió u n sello espe­
cial, sello q u e se e x tien d e tam b ién a lo sociológico, y lo ca­
racterizó com o m uy diverso a todos los dem ás p u eblos n ó ­
m ades a n te rio re s”.
Y a ñ a d e con cierta p erplejidad: “No sabem os lo q u e ocu­
rrió en el llam ado cruce del M ar Rojo, c u an d o los egipcios
fu ero n tragados p o r las aguas. Pero en todo caso lo que
o cu rriese h u b o de constituir p a ra la conciencia del pueblo
algo prodigioso; hubo de constituir u n a salvación p o r u n
dios q u e h asta entonces h ab ía sido ex trañ o al pueblo, p ero
q u e fue invocado p o r éste en la necesid ad ” 37.

36. A d olp h e Lods, La religion de Israel, H ach ette, B uenos Aires, 1939,
pâg. 46.
37. A lfredo Weber, Historia de la. cultura, F.C.E., M éxico, 1945, pâg. 94.
70 RUBEN CALDERON BOUCHET

Es com o para alegrarse de no h a b e r nacido con u n a inte­


ligencia crítica tan desarrollada, p o rq u e si luego de h ab er
d esterrad o todo conato de explicación que adm ita u n a in­
tervención sobrenatural tenem os que d ar cabida a la magia,
la cosa no q u e d a m ucho más clara que antes. Pero el doctor
W eber cree que lo extraordinario, si p e rm a n ec e en el ám bi­
to de la conciencia y no trasciende el u m bral de la subjetivi­
dad, resulta más fácil de com prender. D esgraciadam ente, el
cruce del M ar Rojo es un desafío al inm anentism o y Alfre­
do W eber reconoce que no se puede entender. C on todo, se
m ete nuevam ente en los intríngulis de la conciencia israeli­
ta y com plica su explicación cuando supone q u e Israel, al
verse ro d ead o por las fuerzas militares egipcias, “apela a un
dios que hasta ese m om ento había sido e x tra ñ o ” p a ra él. La
extrañeza es m ía y no sé de d ó n d e puede ex traer W eber ese
conocim iento, pues la tradición no dice tal cosa y la docu­
m entación capaz de satisfacer a u n crítico racionalista, falta.
M. A dolphe Lods no abre ju icio sobre los hechos ex­
trao rd in ario s y se lim ita a escribir que Moisés liberó a algu­
nas tribus heb reas establecidas desde varias g en eraciones
en el país de G oschen. ¿Cóm o logró esta hazaña? Parece
q u e com enzó a agruparlas en u n a confederación cuyo lazo
de u n ió n e ra el culto de u n solo y único dios, Yavé, el Elo-
him (Señor) de u n a m o n ta ñ a sagrada llam ada H o re b o Si-
naí, p o r eso otros docu m en to s lo designan El Sadaí, el dios
de la m ontaña.
¿Existía alg u n a relación an terio r al advenim iento de
Moisés e n tre esas tribus hebreas y el dios del Sinaí? Lods se
abstiene de re sp o n d e r a esta p regunta. U na respuesta afir­
m ativa sería favorable a la tradición y c o n trad iría in ovo su
p ro p ia tesis: Moisés cread o r de Israel.
LA CIUDAD CRISTIANA 71

A dm itim os la originalidad de la o b ra de Moisés y expo­


n em os en breve síntesis la explicación q u e d a Lods de su
carácter sui generis.
M oisés tom ó en serio el p rincipio de la teocracia: Yavé
es y q u iere ser el verd ad ero je fe de su pueblo. T am bién to­
m ó en serio las exigencias m orales y los p recep to s im pues­
tos p o r Yavé. Y p a ra term in a r Yavé es el único E lohim de Is­
rael e im p o n e u n culto m onolátrico.
D ebe advertirse que p a ra A. Lods no hay m onoteísm o
expreso en la legislación m osaica. El m onoteísm o es cosa
posterior. P ro b ab lem en te esta aseveración confirm a u n a te­
sis evolucionista que la crítica m o d e rn a h a superado. Los
textos tam poco apoyan la tesis de Lods y la u n icid ad del
Dios de la alianza es reitera d a en diversas o p o rtu n id ad es, y
a u n q u e ex p lícitam ente no se excluye a otros dioses, se su­
braya con énfasis la sob eran ía de Yavé:
“A hora sé b ien que Yavé es m ás g ran d e que todos los
dioses — dice J e tró — pues se h a m ostrado g ran d e h acien­
do rec a e r sobre los egipcios su m ald a d ” 38. El m ism o Yavé
c o n firm a su o m n ip o ten cia cu ando aparece en el Sinaí y se­
lla la alianza: “A hora si oís m i voz y guardáis mi alianza, vo­
sotros seréis mi p ro p ie d a d e n tre todos los pueblos; p o rq u e
m ía es to d a la tierra, p ero vosotros seréis p a ra m í u n reino
de sacerdotes y u n a nación sa n ta ” 39.
Si d eclara a la tie rra e n te ra com o su d om inio es p o rq u e
todos los pueblos le están som etidos a u n q u e haya elegido a
Israel p a ra que sea su p u eb lo sacerdotal. El sacerdocio es

38. E xodo, XVIII, 11.


39. Exodo, XIX, 45.
72 RUBEN CALDERON BOUCHET

leg ítim am en te in te rm e d ia rio e n tre Yavé y los otros p u e ­


blos. Esto expresa el carácter universal que asum e la voca­
ción de Israel y explica el sello original que tiene su relación
con Yavé si se la com para con La relación de otros pueblos
sem íticos con sus respectivos dioses. Los otros dicen des­
c e n d e r de sus dioses. Están ligados a ellos com o a u n an te­
pasado m ítico y su relación tiene carácter de u n lazo tan n a ­
tural com o p u e d e ser la p ate rn id a d . La relación de Israel
con Yavé es libre. Yavé lo h a escogido p o rq u e así lo quiso y
su alianza n o viene exigida p o r n in g ú n vínculo de origen o
de sangre.
El a u to r de los escritos que n a rra n la vida de Moisés es
u n hagiógrafo y conviene te n e r en c u e n ta esta circunstan­
cia p a ra c o m p re n d e r las in ten cio n es que lo guían y adver­
tir la razón de sus preferencias p o r destacar ciertos detalles
q u e u n h isto riad o r pasaría p o r alto y om itir otros que ten ­
d ría n p a ra n osotros u n interés político o social m ucho más
relevante.
La p reo cu p ació n hagiográfica explica el énfasis con que
destaca la voluntad de Yavé y al m ism o tiem po descu b re el
prop ó sito que lo lleva a p o n e r de m anifiesto las deficien­
cias físicas: vejez, tartam udez, y las m orales: tim idez y pusi­
lanim idad, con que Moisés acoge el m an d a to de Yavé. Si se
co n sid era que la hagiografía es u n g é n e ro literario em pa­
re n ta d o con las obras de ficción se p u e d e suponer, quizá
con cierto d e re c h o , que el hagiógrafo h a tratado de dism i­
n u ir ad re d e la v e rd a d e ra estatura d e la p ersonalidad de
M oisés con el objeto de h a c er resaltar la acción de su p ro ­
tagonista: Yavé. La fae n a del h isto riad o r consistiría, ya que
ad m ite p o r u n a serie de signos innegables la existencia his­
tórica de Moisés, en devolver al h é ro e los m éritos negados
LA CIUDAD CRISTIANA 73

e n beneficio d e Dios y restituirlo a la verdad histórica po­


n ie n d o de m anifiesto la m ajestad de su figura heroica.
La in te n c ió n es loable y h ab la en favor de u n a in te rp re ­
tación típ icam en te p ro fan a de la historia, p e ro los resulta­
dos son m uy m odestos p o rq u e n o tien en más rem ed io que
ap elar a las conjeturas y fu n d ar sus conclusiones en u n ra­
z o n a m ien to p o r analogía con otros héroes, que no siem pre
ad m iten sem ejanza.
La h agiografía bíblica, con todos los inconvenientes
q u e la m en ta lid a d laica p u e d e hallar, no se p arece en casi
n a d a a las n a rra c io n e s m itológicas de otras tradiciones y si
prescin d im o s de los in g red ien tes m ás o m enos fabulosos
con q u e los libros santos suelen venir m ezclados, q u e d a la
verosim ilitud histórica de su co n ten id o y las p e rfe c ta m e n ­
te ubicables circunstancias de tiem po y lugar que h a rá n la
delicia del cronologista. ¿En q u é época histórica conquistó
H eracles la oicumene? ¿En q u é m o m e n to fu n d ó G ilgam esh,
la a n tig u a ciu d ad de U ruk? Son preg u n tas q u e n in g ú n his­
to ria d o r tra tará de re sp o n d e r m ed ian te u n a a c e n d ra d a dis­
cusión de los datos a p o rtad o s p o r los m itos. En cam bio la
actividad de M oisés e n Egipto, si no se p u e d e fech ar con
seg u rid ad absoluta, p u e d e hacerse d e n tro de u n lím ite más
o m enos am plio p e ro q u e ofrece u n m arco de seguridad
cron o ló g ica e n to rn o del siglo que tran scu rre e n tre los
años 1520 a 1440 a. d e j . C.
Sin dudas la cron o lo g ía bíblica es cam po de disputas
p e rm a n en te s, p ero en la m ed id a en que se logran p erfe c ­
cio n ar los m étodos p a ra d e te rm in a r las diversas épocas de
la historia, g an a te rre n o la veracidad de los relatos bíblicos
y su cron o lo g ía alcanza u n índice de precisión m ás seguro.
U n o de los in stru m e n to s usados p a ra u b ica r el tiem po del
74 RUBEN CALDERON BOUCHET

éxodo e ra el de los aportes arqueológicos obtenidos en las


ciudades bíblicas destruidas p o r los israelitas al oeste del
J o rd á n : Jericó , Ha-Ai y Bethel. Las indagaciones practica­
das en estos tres sitios fu ero n m uy fecundas, p ero los espe­
cialistas n o lo g rab an p o nerse de ac u erd o en la fecha en
q u e fue d e s tru id a je ric ó . El dato era m uy im p o rta n te, pues,
si com o observaba M me. M arquet en las excavaciones prac­
ticadas en las años 1933-1934, la destrucción de Jericó co­
rre sp o n d ía al añ o 2000 antes de J. C. y luego n o h ab ía vuel­
to la reco n stru irse, todo el edificio levantado p a ra d a ta r el
éxodo se venía abajo o h a b ía que concluir q u e el relato
c o n te n id o e n Jo su é VII, 8, sobre la tom a de la ciu d ad p o r
los israelitas, no m erece la fe del historiador 40.
Los filólogos vinieron en auxilio de los histo riad o res y
de M m e. M arq u et y aseguraron q u e tales capítulos n o p e r­
ten ecían a la a u té n tic a tradición y habían sido in terp o lad o s
p o r u n escriba excesivam ente aficionado a la d estru cció n
de ciudades. Lods d a b a p o r concluido el pleito: n o h u b o
destru cció n de Je ric ó p o r Josué.
Pero ni Mme. M arquet, ni en su seguim iento M. A dolphe
Lods, h a b ía n co n tad o con los m étodos más recientes en lo
q u e resp ecta al estudio de restos de alfarería. En su últim a
ex p edición arqueológica llevada a buen térm in o p o r Gars­
tan g fu ero n descubiertos u n a serie de escarabajos que te­
nían grabados los n o m b res de la princesa H a tsh ep so u t y de
T houtm osis III q u e vivieron en tre los años 1501-1447 a. de
J. C. y ju n to con ellos un o s sellos p e rte n ec ie n te s a A m eno-
fis III (1413-1377). A estos descubrim ientos G arstang los hi­
zo públicos en su libro The Fundation of Bible History: Joshua

40. A dolp h e Lods, op. cit., pág. 55.


LA CIUDAD CRISTIANA 75

and Judges y dio con ellos u n gran paso p a ra confirm ar la


n a rra c io n e s de los libros estudiados p o r él y encuadrarlas
en la cro n o lo g ía adm itida p ara el éxodo.
C onviene advertir que h u b o dos ciudades que llevaron
el n o m b re de Jericó , la m ás an tig u a fue la que destruyó J o ­
sué y sobre sus ru in as h u b o u n p o sterio r in te n to de recons­
tru cció n n a rra d o en el p rim e r libro de los Reyes: “En su
tiem po, Jie l de B ethel, reedificó a Jericó, echó los fu n d a ­
m entos al precio de su p rim ogénito A biram y puso las p u e r­
tas al p recio de su hijo m enor, S e g u b ...” 41. La m u erte de
los hijos d e Jiel explicaba la m aldición que Jo su é lanzó so­
bre la ciu d ad : “M aldito de Yavé q u ien se p o n g a a reedifi­
car esta ciudad de Jericó. Al precio de la vida de su p rim o ­
g én ito p o n g a los cim ientos, al precio de la vida de su hijo
m e n o r p o n g a las p u e rta s ...” 42. La o tra Jericó es la ciudad
desig n ad a en los Evangelios, fue fu n d ad a p o r los rom anos
m ás al n o rte y fu era del recinto de la vieja Jericó.
Esta referen cia tiene im p o rtan cia p o rq u e nos alecciona
resp ecto al valor testim onial de los libros bíblicos y de los lí­
m ites en q u e tienen que hacerse las críticas. M uchas veces
se d e sd e ñ a el d o c u m en to tradicional y se fu n d a u n a h ip ó ­
tesis sobre u n a base h a rto m ás frágil.
S egún el hagiógrafo, Moisés vivió m uchos años en la
co rte del faraó n y se vio obligado a a b a n d o n arla p o rq u e al
observar q u e u n egipcio golpeaba a u n h o m b re de su p u e ­
blo, lo m ató y e n te rró en la arena. El hom icidio fue descu­
b ierto y com o las leyes penales de Egipto eran p a rticu la r­
m en te severas p a ra este tipo de delito, Moisés huyó de

41. I Reyes, XIV, 34.


42. Josué, VI, 26.
76 RUBEN CALDERON BOUCHET

E gipto y se estableció en las tierras de M adian. Allí, en el te­


rrito rio situado sobre la p u n ta del golfo Elanítico, al sudes­
te de P alestina y cercano al m onte H o re b , Moisés fue reci­
b ido p o r J e tró y tom ó p o r m ujer a la hija de su hospedador,
Séfora, q u ien le dio u n hijo que se llam ó G ersom .
En el m o n te H o re b recibe la m isión d e lib e rta r a su p u e ­
blo. En esta ocasión Yavé le revela su n o m b re y le confirm a
q u e se trata del m ism o Dios que h a b ía establecido la alian­
za con A braham , con Isaac y con Jacobo: “Soy aquel que
soy. H e aquí los térm in o s en que te dirigirás a los hijos de
Israel: Yo soy (Yavé) m e h a enviado h acia vosotros” 43.
Se h a b la de d o cu m en to s p erten ecien tes a dos tradicio­
nes a las q u e se les da el no m b re de yavista o elohísta según
p re d o m in e en la designación de Dios el n o m b re de Yavé o
d e E lohim . En este pasaje del Exodo, q u e según los eru d ito s
p e rte n e c e a la tradición elohísta, Dios se hace c o n o c er co­
m o Yavé.
Esto c o n firm a la u n id a d religiosa de la tradición y el ca­
rá c te r exclusivo con q u e el Dios de Israel se p rese n ta a M oi­
sés. El n o es u n E lohim , n om bre con q u e los sem itas desig­
n a n la divinidad, sino q u e es “el E lo h im ”. El R. P. R enckens
explica así la doble designación: ‘Yavé es u n n o m b re p ro ­
pio, el n o m b re de u n individuo. Yavé es el dios nacional de
Israel. Es el Dios de la revelación positiva, de la historia de
la salvación. En u n sentido no dem asiado riguroso y exclu­
sivo, po d ríam o s decir: Elohim es Dios en cu an to se revela
en la creación y en la naturaleza; Yavé es Dios en cu an to se
revela en la historia y en la gracia” 44.

43. E xodo, III, 14.


44. Renckens, A sí pensaba Israel, Guadarrama, Madrid, 1960, pág. 88.
LA CIUDAD CRISTIANA 77

Y el tra d u c to r del Exodo e n la Biblia de Jeru salem R. R


C ouroyer, o. p. asegura q u e esta n a rra c ió n es u n a de las
cum bres del Antiguo Testamento y que ella nos p ro p o n e dos
problem as: u n o filológico c o rre sp o n d ie n te a la etim ología
del n o m b re dad o p o r Dios a Moisés y otro exegético.
En lo q u e resp ecta a la raíz del térm in o Yavé, los filólo­
gos aceptan q u e se tra ta de u n a fo rm a arcaica del verbo ser.
En cu an to a la in te rp re ta c ió n del significado teológico del
pasaje hay dos opiniones: a. la que sostiene q u e al decir
Dios: yo soy el que soy, o soy q u ien soy, quiso d a r a e n te n ­
d e r q u e n o se lo p o d ía n o m b rar; b. la que proviene de la
S ep tan te y h a p refe rid o traducir: Yo soy aquel que es. Los
teólogos que a d m ite n esta in terp retació n e n tie n d e n que
Dios h a revelado e n esa expresión su calidad de ser absolu­
to e infinito. De m ás está señalar la im p o rtan cia m etafísica
de esta opin ió n .
Se h a sostenido, con el loable propósito de arro jar luz
sobre el sentido de las escrituras, q u e el dios q u e se revela
a M oisés n o tien e el carácter de dios único; e n todo caso,
sería u n dios exclusivista que q u iere dejar bien m arcad a su
p ro p ie d a d sobre Israel. Esta afirm ación está inspirada en la
id ea de q u e el m onoteísm o es el p ro d u cto de u n a evolu­
ción progresiva de la h u m an id ad , u n a su erte de p reá m b u ­
lo m ístico que a n u n c ia el panteísm o m o d e rn o y q u e p o r lo
tan to los hagiógrafos del Pentateuco n o p o d ían conocer.
P ara evitar el escollo q u e significa la tradición creacio-
nista del Génesis, im posible de e n te n d e r si no es en sentido
m onoteísta, se le atribuye u n origen m uy p o sterio r a las tra­
diciones co n ten id as en el Exodo. No tengo conocim ientos
especializados p ara e n tra r en la co n tie n d a científica en tor­
n o del p ro b le m a y com o n o creo que tales reflexiones arro-
78 RUBEN CALDERON BOUCHET

je n sobre él m u ch a luz m e lim itaré a in d icar u n p a r de ra­


zon am ien to s de b u e n sentido que p u e d e n p o n e r la discu­
sión en u n m arco favorable a la tradición.
La p rim era razón se fu n d a en u n h ech o perfectam ente
conocido p o r los etnólogos y es que los tem as fundam enta­
les de la teología del génesis p ertenecen al patrim onio más
antiguo de la hum anidad. Y si esto resulta ser cierto, com o lo
confirm an todos los estudiosos m odernos del origen de las
religiones, cabe preguntarse: ¿por qué n o h ab ía de tenerlo
Israel? ¿O es que Israel, precisam ente p o r ser el cam peón del
m onoteísm o, había de ser el últim o pueblo en llegar a él?
La segunda razón confirm a la prim era y se fu n d a en ella,
p o rq u e el Génesis recoge u n a tradición prim itiva, a la que el
autor, o los autores sagrados, movidos p o r la inspiración re­
ligiosa, purificaron de todo elem ento ajeno a la educación
de Israel en las verdades reveladas. Si se tiene en cu enta “que
la n o rm a exegética más im portante es d e te rm in a r la in ten ­
ción del a u to r sagrado”, puedo afirm ar q u e la intención del
a u to r del Génesis es d e fen d er la idea de u n dios único.
La m isión de Moisés culm ina en la alianza sinaítica d o n ­
de Israel recibe la Ley. Esta es su gloria y al m ism o tiem po
la causa de sus trem en d as desviaciones religiosas.
M ucho tiem po nos llevaría un exam en d eten id o del de­
cálogo y su p o sterio r codificación, basta p o r a h o ra subrayar
q u e esta m inuciosa regulación de la vida de Israel se fu n d a­
ba en el propósito de la alianza m osaica: “si oís mi voz y
guardáis m i alianza, vosotros seréis m i p ro p ied ad en tre to­
dos los pueblos; p o rq u e m ía es to d a la tierra, p ero vosotros
seréis p ara m í u n reino de sacerdotes y u n a n ación santa” 45.

4 5 . E x o d o , X I X , 5-6.
LA CIUDAD CRISTIANA 79

P e rte n e c e r a u n a c o m u n id ad sacerdotal y santa no es


fae n a fácil. La ley tenía p o r m isión h acerla posible con u n a
m inuciosa prescripción de la conducta. P ero d e n tro de la
ley vivía la prom esa, que era com o el corazón vivo del códi­
go m osaico, si no se la percibía, la c o m u n id ad c o rría el pe­
ligro de p e rd e r el espíritu en u n a rep etició n ru tin a ria de
u n a serie de reglas m uertas. P ara evitar esta anquilosis, Ya-
vé m antuvo siem pre su presen cia sobre Israel.

L a a l ia n z a c o n D a v id

Si la hagiografía es o no u n g én ero que p e rte n ec e a la li­


te ra tu ra histórica resulta u n dilem a im posible de resolver
en el ám b ito de la historiografía m ism a. C om o ya lo he di­
cho en el p rim e r capítulo de este trabajo, hay que llevar la
discusión a u n nivel m ucho m ás h o n d o p a ra p o d e r diluci­
darlo. Es en el te rre n o de la m etafísica d o n d e h a b rá que
discutir la posibilidad de u n a historia sagrada y en esta dis­
cusión las puestas q u e b reg u e n p o r la afirm ación o la n eg a­
ción de tal posibilidad son, lógicam ente, excluyentes. Hay
u n a h istoria santa o no la hay, p ero si la hay, toda la histo­
ria, to m ad a en p ro fu n d id a d , es historia sagrada.
Esto es lo q u e los hagiógrafos q u iere n decir. R e p ro c h ar­
les falta de seried ad histórica p o rq u e p o n e n de relieve la
p a rte de Dios e n los aco n tecim ien to s h u m an o s es caer en
u n p rejuicio q u e n o p u e d e justificarse con la sola y m uy
p o b re ap elació n a la im becilidad del h o m b re an tiguo. El
h o m b re m o d e rn o se cree beneficiario de u n a su erte de pa­
ro d ia de la infusión del espíritu y los h isto riad o res de ofi­
cio están aco stum brados a m irar de soslayo y con m anifíes-
80 RUBEN CALDERON BOUCHET

ta in q u ie tu d todo lo q u e no e n tra e n las categorías de u n a


e m p iria positiva.
Si Dios existe y se revela en el d ecurso de la historia con
el prop ó sito de d arn o s a c o n o c er sus in tenciones, n a d a más
libre q u e la elección so b eran a que hace de sus in stru m e n ­
tos. No p u e d e ex tra ñ arn o s que éstos n o ten g an en sí mis­
m os, en sus propias excelencias, los elem en to s naturales
necesarios p a ra explicar los hechos en que h a n sido p ro ta­
gonistas y q u e h a de rec u rrirse al p o d e r divino q u e los m u e­
ve p a ra d ar c u e n ta y razón de ellos.
P o r eso el hagiógrafo nos habla de la tim idez de Moisés,
de su poco gusto p o r la acción y de los defectos físicos que
ac en tu a b an estas m alas disposiciones. Basta pensar que pa­
só c u a re n ta años en M adian dedicado a pastorear los reb a ­
ños de su suegro p a ra c o m p re n d er que no le atraían las
aventuras que p ro m e te el caudillaje. El hagiógrafo, co n tra
todas las n o rm as establecidas p o r n u estro criterio de verosi­
m ilitud, escribe q u e Moisés tenía o c h e n ta años cu ando em ­
p ren d ió la tarea de librar a Israel del p o d e r del faraón. Son
m uchos años p a ra que u n tím ido tartam u d o descubra en él
u n a n ueva fu en te de e n erg ía y se lance en u n a em presa tan
difícil y peligrosa. El crédito que se p u e d e co n ced er a la ro ­
bustez de los patriarcas tiene lím ites n aturales y n in g ú n da­
to histórico bien establecido confirm a la longevidad de los
c o n te m p o rá n e o s de Moisés. La edad y la ausencia de posi­
tivas con diciones p a ra el m ando que el hagiógrafo observa
en Moisés p a recen estar en las n arracio n es a propósito pa­
ra d e rro ta r los in ten to s de edificar u n a explicación valede­
ra sobre las excelencias del patriarca. El dilem a se precisa
con rig o r férreo: o la narració n es toda u n a b eatería o la
historia de Moisés es tal com o la p rese n ta el hagiógrafo.
LA CIUDAD CRISTIANA 81

P erso n alm en te no tengo n in g ú n m otivo valedero para


cre e r que Dios no p u e d e in te rv en ir d ire c ta m en te en la his­
toria y suscitar de e n tre los hom bres el in stru m e n to que n e­
cesita, sin pasar p o r las exigencias de nuestros criterios. P or
eso creo q u e lo q u e dice el hagiógrafo p u e d e ser p erfecta­
m en te cierto y m e hago cargo de la lección religiosa que
nos da Dios c u an d o elige a los m ás p e q u e ñ o s p a ra co n fu n ­
d ir la g ran d eza de los soberbios.
La elección de David com o sucesor de Saúl ob ed ece a
o tro o rd e n de sentim ientos. Yavé am a a David y al conver­
tirlo en su u n g id o cede a u n a p referen cia q u e tiene eco en
n u e stra afectividad, p o rq u e si bien David no e ra g ran d e ni
p oderoso: “e ra ru b io , de lin d a m irada y m uy bella p rese n ­
cia” y Yavé h ab ía m irado su corazón 46.
La h istoria de David es u n a de las más bellas del Antiguo
Testamento y el hagiógrafo, sin p e rd e r u n c e n tím etro de la
elevación religiosa, nos ofrece u n estudio del corazón h u ­
m an o de u n a delicadeza y u n a p ro fu n d id a d pocas veces
igualadas en la literatu ra antigua.
En la reiteració n de la alianza con David, Yavé usa a su
p ro fe ta Sam uel y su gracia c o rre hasta David a través de es­
te in term ed iario . La Iglesia vio en la figura de Sam uel u n a
p refig u ració n de su p ro p ia actividad en la u n ció n de los re ­
yes cristianos.
M uerto Sam uel, la alianza con David es reitera d a p o r
N atán cuya boca h a b la las palabras que Yavé p o n e en ella:
“A nda y ve a d ecir a David, mi siervo”. L uego de u n exor­
dio en el q u e Yavé e n u m e ra los servicios prestados a Israel

4 6 . I S a m u e l, X IV ,12.
82 RUBEN CALDERON BOUCHET

p o r m edio de David, levanta el velo del fu tu ro y deja e n tre ­


ver la prom esa m esiánica que h a de b ro ta r del tronco de
David: “H ácete, pues, saber Yavé q u e él te edificará casa a
ti; y q u e cu an d o se cu m p lieren tus días y te d uerm as con
tus padres, suscitaré a tu linaje, después de ti, al que saldrá
de tus en trañ as, y afirm aré tu r e in o ...” 47.
La afirm ación del re in o de David es u n a de esas p ara­
dojas a q u e nos tie n e n acostum brados los ju g la res de la p a­
lab ra divina. El re in o de David, de consistencia política
ap en as precaria, sufre todos lo sacudim ientos de u n a cons­
tru c c ió n m e ra m e n te h u m a n a y aun d e n tro de esta pers­
pectiva, frágil.
Absalón, hijo de David, se levanta co n tra su p a d re y lan­
za a Israel e n u n a g u e rra civil que p o n e en peligro la estabi­
lidad del g o b iern o de David. Felizm ente, com ete u n a serie
de torpezas q u e facilitan el re to rn o de David a je ru s a le m ,
d o n d e rec u p e ra el cetro. Luego de este m odesto triunfo, el
equilibrio vuelve a rom perse a causa de u n nuevo levanta­
m ien to arm ad o que acaudilla Seba, el benjam inita. Joab, j e ­
fe m ilitar de David, dom ina la insurrección p e ro se convier­
te a su vez en u n personaje poderoso y b ru ta l que im pone
su voluntad al m ism o David.
El cu ad ro final del rein o de David está en lu ta d o p o r dos
calam idades q u e Yavé le envía com o castigo p o r sendos p e­
cados anteriores. La h u m ild ad de David y su ejem plar aca­
tam ien to de los designios de Dios se m a n tie n e n hasta el fin
de sus días y dibujan la fisonom ía de u n h o m b re confeccio­
n a d o con la arcilla m ás deleznable. Su tem p e ra m en to apa­
sionado lo hace p resa fácil de las debilidades afectivas. U na

4 7 . II S a m u e l, V II, 1 1 1 2 .
LA CIUDAD CRISTIANA 83

p a te rn id a d tie rn a q u e lo lleva a p e rd o n a r en sus hijos has­


ta las p eores felonías y le inspira, en varias ocasiones, acti­
tudes c o m p letam en te reñidas con las exigencias de su ofi­
cio regio. U n a sensibilidad an te los encantos de la m ujer
q u e lo lleva hasta el crim en y con todo u n a h u m a n id a d tan
cabal y com pleta, q u e se siente u n a suerte de agradeci­
m ie n to culpable de q u e este santo del Antiguo Testamento
nos haya sido p rese n tad o p o r el hagiógrafo en u n p lan o tan
fam iliar y cercano.
A ntes de reu n irse con sus antepasados, David hizo u n g ir
rey a su hijo Salom ón. El óleo santo tom ado del tab e rn ác u ­
lo p o r Sadoc, el sacerdote, convirtió al p e q u e ñ o Salom ón
e n el sucesor de David y un g id o del Señor.
El rein a d o de Salom ón será u n a su erte de in terlu d io pa­
cífico e n la trágica historia de Israel. El hijo de Betsabé, la
q u e David am ó hasta p e c ar c o n tra Yavé p o r su belleza, rei­
n ó sobre u n pueblo cansado de luchas civiles y deseoso de
hallar e n la m ajestad del rey la u n id ad política a q u e aspi­
raba. A ntes de m orir, David llam o a Salom ón y le reco rd ó
la alianza con Yavé y la necesidad de g o b e rn a r el rein o de
a c u e rd o con la ley recibida p o r Moisés: “Sé fiel a Yavé tu
Dios m a rc h a n d o p o r sus cam inos, g u a rd a n d o sus m an d a­
m ientos, sus leyes y sus preceptos, com o están escritos en la
ley de Moisés p a ra q u e seas a fo rtu n ad o en cuanto hicieres
y d o n d e q u iera que vayas. De m an e ra que cum pla Yavé su
palab ra, la que a m í m e h a dado diciendo: ‘si tus hijos si­
g u e n tu cam ino a n te m í e n verdad y con todo su corazón y
to d a su alm a, no te faltará jam ás u n d escen d ien te sobre el
tro n o de Israel’” 48.

4 8 . I R ey es, II, 3-4.


84 RUBEN CALDERON BOUCHET

L a a l ia n z a y l o s m a c a b e o s

C u ando se trata del tem a de la alianza y la repercusión


q u e este pacto tuvo en la historia política de Israel, no se
p u e d e soslayar u n a breve consideración en to rn o de la lu­
ch a q u e llevaron los m acabeos co n tra la influencia helenís­
tica. Esta g u e rra tuvo u n carácter religioso y au n q u e el libro
de los M acabeos no tiene u n valor teológico de p rim e r or­
d en, h a sido incluido e n tre los libros santos p o r el énfasis
con que se d efien d e en ellos el vínculo tradicional con Ya-
vé. Este fue el m otivo ju sto de las luchas libradas p o r la fa­
m ilia de M atatías co n tra Siria y los m iserables colaboracio­
nistas em boscados en Israel.
Los ju d ío s no incluyen estos libros en el canon de las
santas escrituras y p ro b ab lem en te, de conform idad con es­
ta lín ea tradicional, tam poco lo h an hech o los protestantes,
pues e n tre los pocos p u ntos doctrinales tocados en estos li­
bros, existe u n o especialm ente negado p o r la enseñanza
in spirada en la R eform a y es aquel en que se hace m ención
a las alm as del purgatorio.
El pasaje se refiere a la colecta q u e hizo h a c er Ju d as Ma-
cabeo e n tre las filas “recogiendo dos m il dracm as, que en ­
vió a je ru s a le m p ara ofrecer sacrificios p o r el p e c a d o ” co­
m etid o p o r los q u e h ab ían caído en batalla. C om enta el
hagiógrafo: “pues si no h u b iera esperado q u e los m u erto s
resucitaran, su p erflu o y vano era o ra r p o r ellos” 49. La su­
p e rflu id ad a u m e n ta ría si se pensara q u e los m u erto s no
p u e d e n ser p e rd o n a d o s p o r los pecados com etidos. Esta re ­

4 9 . II M a c a b e o s , X II, 4 3-44.
LA CIUDAD CRISTIANA 85

feren cia escrituraria refuerza la fe en el p u rg ato rio que sos­


tiene la tradición católica.
O tro p u n to doctrinal que c o n tie n en los libros de los Ma-
cabeos es el de la creación ex nihib que aparece en u n con­
texto de u n a rec ied u m b re m etafísica poco com ún: “Ruégo-
te hijo, q u e m ires el cielo y la tierra y veas cu an to hay en
ellos y e n tien d as que de la n ad a lo hizo todo Dios, todo el
h u m a n o linaje h a venido de igual m o d o ” 50. La versión que
se conoce de estos libros está escrita en griego y no h a fal­
tado el e ru d ito q u e h a p rete n d id o in te rp re ta r en u n senti­
do platónico lo que es u n com entario p a rticu la rm e n te cla­
ro del Génesis. P o r lo dem ás cualquier estudiante sabe que
la creación de la n ad a no es idea platónica y p e rte n ec e con
todo d e re c h o al elenco de los tem as bíblicos.
El hagiógrafo del libro I de los M acabeos fue u n ju d ío
q u e conoció bien la Palestina y sabía n a rra r en u n a len g u a
directa y gráfica los acontecim ientos a que dio lugar la su­
blevación de M atatías co n tra A ntíoco IV Epifanes. Este su­
bió al rein o de Siria en el año 137 de la era seleucida, 175
a. de J. C. La len g u a original del a u to r es posiblem ente el
h e b re o , com o resto q u e d a n varios hebraísm os que l a ver­
sión griega no p u e d e disim ular.
Los eru d ito s consideran q u e la fecha apro x im ad a de su
com posición es p o sterio r al año 134 a. de J. C., época en
que m u ere Sim ón M acabeo y term in a el relato, y a n te rio r a
la tom a de Je ru salem p o r la tropas de Pom peyo en el año
63 a. d e j. C. El año 100 antes de Cristo parece ser el eje en
to rn o del cual gira la posible fecha de redacción.

5 0 . II M a c a b e o s , V II, 2 8 .
86 RUBEN CALDERON BOUCHET

El a u to r es u n creyente sin com prom isos helenizantes.


Lo m anifiesta en todas las o p o rtu n id a d es en q u e se refiere
a la influencia q u e la cu ltu ra h elénica h a ejercido sobre Is­
rael. T iene u n a in q u in a especial p a ra los israelitas que han
a b a n d o n a d o sus tradiciones para seguir la m o d a de los pa­
ganos: “salieron de Israel p o r aquellos días hijos inicuos
q u e p e rsu a d iero n al pueblo, diciéndole: hagam os alianza
con las naciones vecinas, pues desde que nos separam os de
ellas nos h a n sobrevenido tantos males. Y a m uchos les pa­
rec iero n bien sem ejantes discursos. A lgunos del pueblo
o freciero n p a ra ir al rey, el cual les dio facultad p a ra seguir
las instituciones de los gentiles. En virtud d e esto levanta­
ro n en Je ru sa le m u n gim nasio, conform e a los usos paga­
nos, se restituyeron los prepucios, a b a n d o n a ro n la alianza
santa, h acien d o causa co m ú n con los gentiles, y se vendie­
ro n al m al” 51.
La publicación del decreto de A ntíoco E pifanes provoca
en los israelitas u n a doble reacción: u n a p a rte del pueblo
se acom odó a la situación exigida po r A ntíoco y a b a n d o n ó
la práctica de la fe ancestral y sacrificó a los ídolos. P erm i­
tió con esta c o n d u c ta que se suprim iese en el santuario el
sacrificio y los holocaustos y dejó que se p rofanasen los sá­
b ados y las otras fiestas religiosas. La o tra p a rte de Israel, el
resid u o santo q u e vuelve p o r los fueros de la an tig u a alian­
za con Yavé, resistió. De d a r fuerza y dirig ir esta resistencia
se va a en c arg a r M atatías.
“A un q u e todas las naciones q u e fo rm a n el im perio
a b a n d o n e n el culto de sus padres y se som etan a vuestros
m andatos, yo, y mis hijos y mis h e rm a n o s viviremos en la

5 1 . I M a c a b e o s , I, 12-16.
LA CIUDAD CRISTIANA 87

alianza de nuestros padres. L íbrenos Dios de a b a n d o n a r la


Ley y sus preceptos. N o escucharem os las ó rd e n e s del rey
p a ra salir de n u estro culto, ni a la d e re c h a ni a la izquier­
d a ” 52. Y el grito de M atatías se transform a en u n a declara­
ción de g u e rra cuando se alza en la ciudad p ara d e fe n d e r
la alianza: “T odo el que sienta celo p o r la ley y sostenga la
lanza, síg am e” 53.
Israel e ra u n a sociedad tradicional, y a u n q u e el racio n a­
lism o griego h a b ía h ech o sus presas e n tre los hebreos, la
actitu d típ icam en te religiosa de los que p e rm a n ec ie ro n fie­
les inspiró a los p artidarios de A ntíoco u n a estratagem a
q u e siem pre h a sido eficaz en situaciones sem ejantes: ata­
car cu a n d o los creyentes oran. El respeto santo al día del
S eñor paralizará las fuerzas de los g u e rre ro s y los h a rá fáci­
les víctim as de sus verdugos. M uchos ju d ío s p ereciero n p o r
esta causa en la persecución desatada p o r A ntíoco. M ata­
tías, con todo el respeto debido a esos m ártires de Yavé, no
quiso seguir su ejem plo y ju r ó que h ab ía de d e fe n d e r el día
sábado y co m b atir a sus enem igos.
La actividad de M atatías y sus huestes n o se lim itó a com ­
b a tir la in flu en cia de los ejércitos de A ntíoco, ejerció un
co n stan te proselitism o e n tre los ju d ío s dispersos p o r la Pa­
lestina, a los que devolvió el orgullo p e rd id o , la confianza
en la alianza y la práctica de los ritos que ésta suponía.
C u an d o m u rió M atatías le sucedió Judas, apellidado con
razón, M acabeo. Esta p alab ra significa en h e b re o “m arti­
llo ”, in stru m e n to de trabajo que en la len g u a religiosa se
convierte en u n a designación aplicable a los q u e d efien d en

52. I M acabeos, II, 19-22.


53. I M acabeos, II, 27.
88 RUBEN CALDERON BOUCHET

la p u rez a de la fe c o n tra los que se desvían o la desvirtúan.


N ad a m ejor p a ra c o m p re n d e r el talante religioso de este
cam p eó n de la causa de Israel, q u e leer la respuesta que
dio a sus huestes c u an d o se hallaron p o r p rim e ra vez fren ­
te a u n enem igo m ás p o deroso en fuerzas m ilitares: “¿Co­
m o p o d rem o s nosotros — le p re g u n ta ro n — lu ch ar co n tra
tan p o d e ro sa m u ch e d u m b re y m enos estando, com o esta­
m os hoy, ex ten u ad o s p o r el ayuno?”.
Ju d a s contesto: “fácil cosa es e n tre g ar u n a m u ch e d u m ­
b re e n m anos de pocos, que p a ra el Dios del Cielo n o hay
diferen cia e n tre salvar con m uchos o con pocos, y n o está
en la m u c h e d u m b re del ejército la victoria en la guerra: del
cielo viene la fuerza. Estos llegan c o n tra nosotros llenos de
orgullo e im piedad, p a ra ap o d erarse de nosotros, nuestras
m ujeres e hijos, y saquearnos, m ientras que nosotros lucha­
m os p o r nuestras vidas y p o r nuestras leyes. Dios los aplas­
tará a n te n u estro s ojos, no tengáis m iedo de ellos” 54.
La diferen cia e n tre un creyente y u n retórico está en
q u e el creyente, en cu an to h a dicho lo que debía, actúa. J u ­
das a rre m e tió c o n tra las tropas de S enón y les infligió u n ri­
guroso castigo. C on esto, co m en ta el hagiógrafo, el espan­
to y el m iedo a Ju d as y a sus h e rm a n o s se a p o d e ró de las
naciones vecinas.
No voy a co n sid erar en detalles las vicisitudes que trajo
consigo la lu ch a de Ju d a s M acabeo c o n tra A ntíoco Epifa-
nes. La g u e rra fue larga y cruel com o suelen ser los conflic­
tos en d o n d e u n p u eb lo com prom ete su alm a y otro, m u­
ch o m ás po d ero so , p arece em p eñ ad o e n destruirlo. El
deseo de A ntíoco Epifanes de acabar con Israel llegó a des-

5 4 . I M a c a b e o s , 11,17-22.
LA CIUDAD CRISTIANA 89

p e rta rle u n fu ro r vesánico q u e an te las sucesivas con trarie­


dades y d e rro tas ex p erim entadas p o r sus ejércitos term inó
p o r e n fe rm a rlo de gravedad. La crónica g entil h a recogido
esta situación del rey de Siria y es en la Historia general de
Polibio d o n d e leem os q u e A ntíoco “se h a b ía vuelto loco,
según d icen algunos, debido a ciertas m anifestaciones de la
cólera div in a” 55.
A ntes d e m o rir A ntíoco Epifanes, hizo c o ro n a r rey a su
hijo A ntíoco Eupator. Este se encargó de c o n tin u a r la g u e­
r ra c o n tra Israel llevando sus tropas hasta la m ism a Ju d e a.
El sido d e Jerusalem , las luchas interiores que tuvo que
a fro n ta r el rey e n tre su reg e n te Lisias y el q u e h a b ía desig­
n a d o su p ad re, Filipos, fu ero n sucesos que lo obligaron a
b uscar paz con las fuerzas de Ju d as y ac ep ta r el reconoci­
m ien to de u n a serie de derech o s religiosos q u e las tropas
israelitas se h ab ían ganado con las arm as en las m anos.
L a tre g u a fue precaria y p ro n to violada p o r la felonía de
Eupator. Las tropas de Judas M acabeo se arm aro n nueva­
m en te y luego de algunos encuentros victoriosos, Judas, obli­
gado p o r el poderío desplegado p o r Siria, e n tra en tratativas
con R om a con el propósito de lograr su apoyo militar.
Se h a objetado la verosim ilitud de esta referen cia histó­
rica del hagiógrafo, alegando que R om a no p o d ía te n e r
n in g ú n in te ré s en respaldar con sus fuerzas u n a nación tan
p e q u e ñ a com o Israel. O tros historiadores recusan la obje­
ción y o p in a n que e n tre los usos políticos ro m an o s estaba
el apoyar todas las sublevaciones que p u d ie ra n afectar el
equilibrio de los reinos con proyección sobre la cu e n ca del
M e d ite rrán e o . Este e ra el caso de Siria y n o se ve p o r qué

5 5 . P o lib io , H istoria general, X X X I , 11.


90 RUBEN CALDERON BOUCHET

razón el senado iba a ren u n c iar a u n a introm isión favora­


ble a sus designios.
La m u e rte de Ju d a s M acabeo acaece en el año 152 de la
e ra seleucida según la cronología del hagiógrafo, lo que
equivale p a ra nosotros al año 160 a. d e J. C. Le sucede su
h e rm a n o J o n a tá n q u ien prosigue la d efensa de Israel hasta
q u e es h e c h o prisio n ero unos dieciséis años después p o r
los enem igos sirios. Sim ón M acabeo se convierte en el n u e ­
vo caudillo de Israel y el libro santo es p ró d ig o e n n a rra r las
hazañas de J o n a tá n , de Sim ón y de los dos hijos de este úl­
tim o, Ju d a s y M atatías, que perecieron a traición en las m a­
nos de T olom eo, hijo de Abubos.
El libro II de los M acabeos no es u n a m era co n tinuación
del prim ero, hace u n a n arración paralela de los sucesos que
com ienzan con el advenim iento al tro n o de Seleuco IV, an­
tecesor inm ediato de A ntíoco Epifanes, y se ex tien d e hasta
la d e rro ta infligida p o r Ju d as M acabeo al gen eral N icanor.
El libro fue escrito originariam ente en griego y se p re ­
se n ta com o u n c o m p en d io de los cinco libros, q u e p a ra glo­
rificar la g u e rra de Ju d a s M acabeo, escribió Ja só n de C ire­
ne. La crítica textual sostiene que el id io m a griego es la
len g u a del historiógrafo y el estilo traiciona al plum ífero fo­
g u ead o en retórica, así com o la e stru c tu ra de su com posi­
ción, con su in tro d u cció n , sus cartas y su epílogo.
N o es u n libro com o el anterior, o b ra de un cronista es­
p o n tá n e o , sino m ás bien el trabajo laborioso e h in ch a d o de
u n p red ic a d o r que q u iere p o n e r de m anifiesto la acción de
Yavé en la gesta de Judas. Con este prop ó sito santo trae a
colación u n a serie de acontecim ientos edificantes com o el
m artirio de los siete herm anos y su m adre que se neg aro n
a co m e r carn e de cerdo y fu ero n c ru e lm e n te azotados con
LA CIUDAD CRISTIANA 91

vergas de toro. O tros ejem plos tien en u n tono m ás elevado


y se p ro p o n e n exaltar la gloria de Dios y la fe de Israel. El
fin edificante se logra p o r m edio de u n a serie de reflexio­
nes intercaladas en la n a rra c ió n que advierten sobre la n e ­
cesidad de m an ten erse fieles a la alianza p a ra que Yavé no
los a b a n d o n e en la adversidad.

L O S PROFETAS DE ISRAEL

La d u ració n e x tra o rd in a ria de las nociones fu n d am e n ­


tales de la religión de Israel b reg a p o r u n a vitalidad m uy di­
fícil de hallar en las creencias hum anas. El carácter poco
co m ú n de esta fuerza acusa su relieve si se piensa que esa
p e q u e ñ a n ació n se vio envuelta en aventuras políticas de
las q u e n in g ú n otro pueblo h u b iera po d id o salir con su
u n id a d espiritual indem ne.
¿De d ó n d e sacó Israel el vigor p ara p e rd u ra r en su ser
n acional en m edio de los im perios m ás poderosos de la his­
to ria y asediado p o r las m últiples influencias de las culturas
m ás seductoras? En p rim e r lugar, de la p ro fu n d a convic­
ción de ser el p u eb lo que Yavé h ab ía elegido com o suyo e n ­
tre todos los otros pueblos de la tierra. En segundo lugar,
de la fe viva que m antuvo en la prom esa h e c h a p o r Yavé a
los Padres y que el m ism o Yavé renovó co n sta n tem e n te p o r
la b o ca de los profetas. En tercer lugar, de la esperanza en
ese m isterioso R eino de Dios cuya visión h a b ía “de darle a
c o n o c er las cosas santas” 56.

5 6 . S a b id u r ía , X , 10.
92 RUBEN CALDERON BOUCHET

Los libros proféticos son los que m ejo r instruyen acerca


de los principios q u e explican la fo rm ació n y la persisten­
cia de la conciencia religiosa de Israel hasta el advenim ien­
to de Cristo. Estos libros form an en la Biblia u n a sección
c o m p u esta de dieciocho que c o rre sp o n d en , cuatro a los
profetas m ayores, llam ados así p o r la im p o rtan cia de la
o b ra escrita, y doce, a los m enores. El n ú m e ro de dieciocho
se o b tien e p o rq u e a Jerem ías se le a ñ ad e las Lamentaciones
y el libro de B aruc, q u e fue su discípulo y secretario.
La e n u m e rac ió n de los libros proféticos no agota la lista
d e los profetas que Yavé envió a su pueblo. H u b o m uchos
otros y algunos de gran im p o rtan cia com o Sam uel o N atán
q u e n o escribieron libros especiales p ero cuyas palabras
fu e ro n recogidas en n arracio n es de carácter histórico.
El Deuteronomio nos instruye sobre el propósito que guía
a Yavé e n la instauración de la función profètica: h acer sa­
b e r a Israel to d o cu an to Dios necesita hacerle saber. Si Ya­
vé hace c o n o c er su voluntad a través de estos in stru m e n to s
h u m an o s que son los profetas es p o rq u e el p u eb lo m ism o
le pidió al pie del m o n te H oreb: “que no oiga yo la voz de
Yavé, m i Dios, y no vea ese gran fuego p a ra m o rir” 57. P or
esa razón Yavé p ro m e te suscitar “de en m edio de sus h e r­
m anos u n p ro feta com o tú [se refiere a M oisés], p o n d ré en
su b o c a mis palabras q u e él les c o m u n icará todo cuanto yo
le m ande. A q u ien n o escuchare las palabras que él d irá en
m i n o m b re yo le p e d iré c u e n ta ” 58.
La etim ología del térm ino griego p ro fe ta la hace derivar
del verbo profanai, que significa h a b la r en lugar de otro. En

57. D euteron om io, XVIII, 16.


58. D euteronom io, XVIII, 18-20.
LA CIUDAD CRISTIANA 93

h e b re o se usaba el vocablo nabi, de igual significación au n ­


q u e lim itado a los que h ablaban en n o m b re de Dios. Solía
darse a los profetas el n o m b re de videntes, tal vez p o rq u e
la vo lu n tad de Dios o su revelación se les aparece com o u n a
visión. Tal el carácter q u e tiene la profecía de J u a n Apoca-
le p ta sobre los últim os acontecim ientos que h an de suce­
d e r al fin de los tiem pos.
El p ro b le m a que se les p resen tab a a los creyentes e ra el
de identificar al verd ad ero p ro feta de e n tre los m uchos fal­
sos profetas que p u lu lab an e n las situaciones trágicas. Yavé
se e n carg a de advertir sobre estos engaños frecuentes:
“cu an to u n p ro feta te hable e n n o m b re de Yavé, si lo que
dijo no se cum ple, no se realiza, es cosa que no h a dicho Ya­
vé; en su p resu n ció n habló el profeta: no le tem as” 59.
O tra característica del verd ad ero p ro feta es la santidad
de su vida, p e ro conviene re c o rd a r q u e la profecía no esta­
b a ligada in stitu cio n alm en te a nada, ni a u n a fam ilia ni a
u n a co rp o ració n , ni a u n a fo rm a de vida. Dios tom a su p ro ­
feta d o n d e q u iere y tanto así que suele obligarlo a h a b la r
a u n c o n tra la voluntad h u m a n a de su portavoz. Je re m ía s se
revela c o n tra el yugo que le im p o n e Yavé h acién d o le p rofe­
tizar ru in as y miserias. Sufre el ridículo a q u e lo ex p o n en
sus pred iccio n es calam itosas e n tre g e n te que todavía no
siente en la ca rn e las p ru eb as que le esperan y pide a Dios
q u e lo deje: “y a u n q u e m e dije: n o pensaré m ás en ello, no
volveré a h a b la r e n su n om bre: es d e n tro de m í com o u n
fuego abrasador, q u e siento d e n tro de mis huesos, q u e no
p u e d o c o n te n e r y n o p u e d o s o p o rta r” 60.

59. D euteronom io, XVIII, 22.


60. Jeremías, XX, 9.
94 RUBEN CALDERON BOUCHET

Je re m ía s se h a inm ortalizado com o especialista en catás­


trofes y su p ro p io n o m b re h a dado o rigen a u n a m odalidad
estilística, la jere m ia d a, que po n e de m anifiesto esta condi­
ción de profeta. P ero a trib u ir el to n o lam entable de sus
pred iccio n es a m o d alid ad de tem p e ra m en to es ir co n tra
sus propias confesiones. Sin lugar a dudas u n h o m b re no
p u e d e ser d u ra n te m u ch o tiem po u n in stru m e n to de Dios
sin q u e la acción del S eñor no term in e p o r m odificar su
personalidad. Jerem ías fue elegido p a ra a n u n c ia r desastres
y en ese oficio doloroso pulió su estilo de p red ic ad o r y ad­
q u irió ese to n o que lo hace el p ro feta predilecto de todos
los que q u ie re n elevar sus quejas a Dios.
La faen a del p ro fe ta no se agotaba en advertir al pueblo
los peligros q u e p o d ían acarrea r sus prevaricaciones, debía
tam b ién rec o n o c e r la alianza. Yavé se esm eraba p a ra que la
voz del p ro fe ta tuviera en estas ocasiones u n a dulzura que
c o n trastara con las duras adm oniciones y dejara en trev er
a n te los ojos del p u eb lo u n fu tu ro capaz de colm ar la espe­
ran z a tan ru d a m e n te p ro b ad a p o r la adversidad. Es la boca
d e Je re m ía s la que deja caer este bálsam o sobre Israel cu an ­
d o p red ice restauración después del exilio: “V ienen días,
p a la b ra de Yavé, e n que yo haré u n a alianza nueva con la
casa de Israel y la casa de Ju d á , no com o la alianza que hi­
ce con sus padres, cuando tom ándolos de las m anos los sa­
q u é de la tie rra de Egipto; ellos q u e b ra n ta ro n m i alianza y
los rechacé, p alab ra de Yavé. Esta será la alianza que yo ha­
ré con la casa de Israel en aquellos días. Yo p o n d ré mi ley
en ellos y la escribiré en su corazón y seré su Dios y ellos se­
rán m i p u e b lo ” 61.

6 1 . J e r e m ía s , X X X I , 3 1 -3 3 .
LA CIUDAD CRISTIANA 95

Los exégetas católicos h an visto en esta reiteració n de la


alianza u n do b le aspecto: u n a renovación de la a n tig u a con
el resto santo que q u e d a re de la catástrofe profetizada y
u n a m ayor interiorización de la ley expresada p o r la p ro ­
m esa de escribirla en sus corazones.

E l a n u n c i o d e l R e in o d e D io s

En dos o p o rtu n id a d es nos hem os referido al R eino de


Dios com o a u n a realid ad m ística que se inscribe en el es­
p íritu de Israel y c o n fo rm a la disposición de su conciencia
religiosa. Cabe averiguar si Israel se hizo u n a id ea clara de
lo q u e e ra este m isterioso rein o y de qué m odo esta id ea in ­
fluyó en la form ación del pueblo ju d ío . B onsirven afirm a
q u e la expresión se e n c u en tra , con todas sus letras, sola­
m en te u n a vez en el Antiguo Testamento, Sabiduría X, 10,
d o n d e a prop ó sito de Ja co b y su visión de la escala m isterio­
sa “la sabiduría le condujo p o r cam inos rectos y le m ostró
el R eino de Dios y lo hizo c o n o c er las cosas santas”. Llam a
la aten ció n sobre el h ech o de que la alocución falte en los
textos m ien tras la id ea se e n c u e n tra explícitam ente fo rm u ­
lad a en num erosos pasajes.
C om o las otras nociones fu n d am en tales de la religión
de Israel, la idea del R eino de Dios va a sufrir u n a m odifi­
cación le n ta y progresiva que la lleva de u n sentim iento
tem p o ral y casi político hasta alcanzar u n a dim en sió n m e-
siánica y escatológica. Este proceso que se cum ple tam bién
e n el caso de las otras dos nociones es in te rp re ta d o p o r el
racionalism o com o u n a p é rd id a de esperanzas reales, tra­
96 RUBEN CALDERON BOUCHET

d u c id a en p reten sio n es políticosociales concretas, en b e n e ­


ficio de u n espejism o ideológico a través del cual Israel se
convierte en el h o g a r de u n a q u im e ra religiosa universal.
Esta versión su p o n e u n a teoría em pirista d e lo real, pues to­
m a com o criterio de certeza absoluta el e n te sensible visi­
ble. Si esto fu ere así, la progresiva espiritualización de las
no cio n es religiosas sería, p ara hablar con p ro p ie d a d , u n re ­
troceso, p o rq u e de h e c h o significaría el a b a n d o n o de la
realid ad p o r la ilusión, de lo concreto p o r lo m ental, de lo
q u e es rea lm e n te p o r sus rep resen tan tes intelectuales.
La perspectiva en que el hom bre de fe religiosa ve este
proceso es otra, p o r ende, tam bién o tra la no ció n de lo que
rea lm e n te es. Si “El q u e es” es el n o m b re de Dios y Dios es
esp íritu com o lo expresa con toda claridad el salm o 139, un
proceso de espiritualización creciente es, si se lo e n tie n d e
en to d a su p ro fu n d id a d metafísica, la cabal realización de
algo y n o u n ir disolviéndose en la nada. La alianza que Ya-
vé p acta con A braham tiene, si aceptam os el valor histórico
d e la tradición, u n peso de realidad c o n c re ta con todas las
d e te rm in a cio n e s físicas que convienen a u n suceso ubica-
ble en el tiem po y en el espacio. P ero la nueva, que según
Jerem ías, Dios va a inscribir en los corazones, ¿qué tipo de
realid ad tiene?
C u ando nuestros juicios sobre la religión se inspiran en
u n a ex p erien cia red u cid a al ám bito de lo terren a l y m u n ­
d a n o en su sentido m ás carnal, la resp u esta a la últim a p re ­
g u n ta tiene q u e n a c er del cotejo con u n a situación sim ilar
to m ad a de la vida cotidiana. E ntre u n se ñ o r que firm a co n ­
m igo u n convenio p o r el que se c o m p ro m ete a ven d erm e
algo, y o tro señ o r que m e desea b u e n a suerte y m e au g u ra
q u e si m e p o rto bien todo a n d a rá de la m ejor m an e ra p o ­
LA CIUDAD CRISTIANA 97

sible, n o cabe d u d a que el peso de la realid ad favorece al


p rim e ro y n o al segundo. Trasladar las consecuencias de es­
ta c o m p aració n al o rd en de las relaciones con Dios es obe­
d e c er a u n b u e n sentido q u e n a d a tiene que ver con el es­
p íritu religioso. En p rim e r lugar, p o rq u e la prom esa de
Dios p a ra el creyente es u n a realid ad q u e incoa en lo h o n ­
do de n u e stra naturaleza u n a nueva creación q u e co m ien ­
za con la transform ación de n u estro ser al p e rfeccio n ar su
particip ació n con la realidad divina.
P ero advertim os que tal participación se inicia en u n a
transform ación bien real del o rd en m u n d an o , pues Israel,
im agen sensible del R eino de Dios en su p rim e ra expre­
sión, tiene la obligación de ser u n pueblo santo, es decir, un
p u eb lo q u e viva de a cu erd o con las exigencias establecidas
p o r Yavé en la ley: “A hora, pues, Israel g u ard a las leyes y
m an d am ien to s que te inculco, y ponías p o r obra, p ara que
viváis y entréis y os posesionéis de las tierras que os d a Yavé,
Dios de vuestros p a d re s” 62. E insiste Yavé, de m an e ra espe­
cial, que se g u ard e Israel de c o rro m p erse en la construc­
ción de ídolos que desfiguran el culto de Yavé d an d o de él
u n a im agen falsa: “Puesto que el día que os habló Yavé en
m edio del fuego en H o re b no visteis figura a lg u n a ” 63.
La fuerza q u e tiene la n o ció n de R eino de Dios reside
to ta lm e n te en su valor religioso. Dios elige u n p u eb lo en ­
tre todos los de la tie rra y lo p re p a ra p a ra convertirlo en la
v an guardia de u n acon tecim ien to escatológico tra sc en d e n ­
tal q u e consiste en u n a m odificación que afecta to d a la na­
turaleza del h o m b re e n su relación con el C reador. El

62. D euteronom io, IV, 1.


63. D euteronom io, IV, 15.
98 RUBEN CALDERON BOUCHET

a m o r y la paciencia de la ped ag o g ía divina residen e n la


fo rm a gradual con que Dios p re p a ra a Israel p a ra com ­
p re n d e r este cam bio e ir in tro d u c ié n d o lo en él con to d a el
alm a y to d o el corazón. Fijarse bien e n las palabras que usa­
mos: n o se tra ta solam ente de c o m p re n d e r el cam bio, co­
m o si la p reo c u p a c ió n de Yavé h u b ie ra consistido en la sim­
p le tare a de llevar u n alum no ru d o d esd e el co nocim iento
d e lo co n c re to hasta las abstracciones de u n a especie de
m etafísica more geométrico. Yavé o p e ra p o r p resen cia y su ac­
ción pedagógica es ya u n a transform ación de la natu raleza
caída, u n a rectificación y u n o rd en a m ie n to . El R eino de
Dios com ienza p o r ser u n a aproxim ación a la ciudad ju sta
y en la m ed id a en q u e la ley establezca su rein a d o en los co­
razones, éstos se irán haciendo m ás ap to s p a ra c o m p re n ­
d e r el advenim iento del R einado de Dios e n su sentido me-
siánico y escatológico.
El v erd ad ero israelita no e n te n d ía las realizaciones de
los tiem pos m esiánicos com o un ideólogo m o d ern o , algo
q u e n u n c a su ced erá p ero que actúa sobre la inteligencia y
la voluntad con u n a su erte de presión ejem plarizadora, co­
m o u n ideal a alcanzar: la ciudad d em o crática o la sociedad
socialista. El verdadero israelita es com o aquel de quien di­
jo Jesús: “aquí tenem os un israelita v e rd ad ero , en quien no
hay e n g a ñ o ”. Es decir, u n hom bre esp iritu alm en te m odela­
do p o r la ley, q u e h a rectificado su a p e tito y se e n c u e n tra
con u n corazón dócil a la siem pre posible indicación de Ya­
vé. Esta expectativa del acontecim iento p ro m etid o p o r
Dios d ispone su conciencia para rec ib ir sus enseñanzas y
c o m p re n d e r sus designios.
La legislación que Yavé im puso a Israel abarcaba todos
los aspectos de la vida privada, social y política y convertía al
LA CIUDAD CRISTIANA 99

p ueblo elegido e n u n a com unidad sacerdotal que debía re n ­


dirle cu en ta a Dios de todos sus m ovim ientos. El más im por­
tante de ellos es la disposición del am or que da c u e n ta de to­
do el dinam ism o m oral. Yavé la reclam a p ara sí: “Am arás a
Yavé tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alm a, con to­
do tu poder, y llevarás muy d e n tro del corazón todos estos
m an d am ien to s que te doy” 64. Este m andam iento está en el
m eollo de la ética israelita y en cierto m odo resum e toda la
ley, pues la prolija reglam entación a que está som etida la
co n d u cta de Israel tiene p o r m isión facilitar su cum plim ien­
to. Fíjese b ien el lector m o d ern o que Yavé no h a a b an d o n a­
do sus elegidos al dem onio de la soledad. Sabe que el h o m ­
bre es de naturaleza social y no pu ed e suscitar u n a b u e n a
disposición del dinam ism o m oral si no se crea, al m ism o
tiem po, u n o rd en de convivencia que lo favorezca. Yavé es
Rey y com o tal m anda sin participar con nadie su soberanía,
en la conciencia del hom bre y en la colectividad. Lo esencial
de esta constitución teocrática, escribe Bonsirven, “es esta­
blecer u n verd ad ero pueblo de Dios, u n pueblo celosam en­
te separado de las otras naciones, idólatras y corrom pidas.
U n pu eb lo de h e rm an o s que practican u n a justicia rigurosa
y la caridad, y se com place en socorrer a los pequeños y que
n o reconoce enem igos e n tre hom bres de la m ism a sangre.
Esta constitución que las exigencias de la época hacen p ar­
ticularista, está dispuesta p ara abrirse a u n universalismo sin
límites: u n solo Dios, u n solo p u e b lo ” 65.
Este universalism o de Israel, c o n tra rré p lic a de su p arti­
cularism o nacionalista, se abre paso, cada vez con m ás co n ­

64. D euteronom io, VI, 5.


65. Bonsirven, Le Régne de Dieu, Aubier, Paris, 1957, pág.14.
100 RUBEN CALDERON BOUCHET

ciencia, e n la p réd ic a de los profetas. Dice Isaías: “H e aquí


a m i siervo, a q u ien sostengo yo, m i elegido, en q u ien se
com place m i alm a. H e puesto m i espíritu sobre él, y él da­
rá la ley de las naciones, no gritará, n o h a b la rá recio, no al­
zará su voz e n las plazas, no ro m p e rá la caña cascada, ni
a p ag ará la m ech a h u m ean te. E x p o n d rá fielm ente la ley, sin
cansarse ni desm ayar, hasta que establezca la ley en la tie­
rra. Las islas están e sp eran d o su d o c trin a ”66.
El rein o de Dios se configura com o u n rein o universal
q u e llegará con la expansión del espíritu de Israel. La ley es
ex te n d id a a todas las naciones m erced a la acción del sier­
vo d e Yavé.
¿Q uién es el siervo de Yavé? an te los ojos del pro feta la
fig u ra m esiánica del siervo de Yavé se escinde: “he aquí que
m i siervo p ro sp erará, será en g ran d ecid o y ensalzado, pues­
to m uy a lto ”. Y a continuación: “com o de él se pasm aron
m uchos, tan desfigurado se e n c o n tra b a ” 67.
La traducción española es de N acar C olunga. En u n o de
los m anuscritos hallados en el M ar M uerto que c o rre sp o n ­
de al libro de Isaías se lee en el m ism o versículo: “m i u n ­
ción le h a dado un aspecto so b reh u m an o , estaba su rostro
qu e no p arecía ser de h o m b re ”.
La p re g u n ta vuelve a repetirse: ¿quién es el siervo de Ya­
vé? ¿Israel? ¿El Mesías?
El pueblo de Israel podía e n te n d e r u n a cosa u otra, la vi­
sión profètica n u n c a es tan clara com o p ara b o rra r total­
m en te la posibilidad de u n a duda. En la m edida en que los

66. Isaías, XLII, 1-4.


67. Isaías, LII, 13.
LA CIUDAD CRISTIANA 101

acontecim ientos se van p ro d u cien d o el sentido de la p rom e­


sa aparece m ás claro ante aquellos que h an p rep a ra d o m e­
j o r sus ojos p a ra ver y sus oídos p ara oír el sentido del m en ­
saje profètico.
La visión de Isaías se hace m ás p ro fu n d a y su espíritu p er­
cibe u n a transform ación total de las condiciones actuales de
la vida. La idea de que el R eino de Dios p e rte n ec e al o rd en
de u n a nueva creación del universo se advierte con cierta
claridad e n las palabras del profeta: “P orque voy a crear cie­
los nuevos y u n a tierra nueva, y ya no se rec o rd a rá lo pasa­
do, y ya n o h ab rá de ellos m em oria. Sino que se gozará en
gozo y alegría e terna, de lo que voy a crear yo, p o rq u e voy a
crear a Jeru salem en alegría y a su pueblo en gozo.
’Y será Jeru salem m i alegría, y mi pu eb lo m i gozo, y en
a d e la n te n o se oirá m ás en ella llantos ni clam ores. N o ha­
b rá allí n iñ o que m uera de pocos días, ni viejo q u e no cum ­
pla los suyos. M orir a los cien años será m o rir niñ o , y no lle­
gar a los cien años será tenido p o r m aldición. C o n stru irán
casas y las hab itarán , plan tarán viñas y co m erán sus frutos.
N o edificarán p a ra q u e habite otro, no p lan tarán p a ra que
reco ja o tro . P orque según los días de los árboles serán los
días de m i pueblo y mis elegidos disfrutarán del trabajo de
sus m a n o s ” 68.
Este re in o de p ro sp erid ad será in staurado en u n a ju sti­
cia sin desfallecim ientos. El carácter m aterial de ciertas ex­
presiones d a rá nacim iento a u n a in te rp re ta c ió n carn al del
R eino de Dios cuya versión c ristian ase e n c o n tra rá e n tre los
h erejes m ilenaristas y su in te rp re ta c ió n m ás gro sera en el
islam ism o.

6 8 . Isa ía s, L X V , 1 9 -2 2 .
102 RUBEN CALDERON BOUCHET

O tro s profetas, citam os a E xequiel, O seas y Am os, a b u n ­


d a n e n descripciones sem ejantes. La controversia teológi­
ca e n lo q u e resp ecta a la v erd ad era in te rp re ta c ió n de ta­
les visiones n o nos in teresa en esta o p o rtu n id a d , p ero
conviene q u e d estaquem os los térm in o s con q u e se desig­
n a a la n u e v a je ru sa le m : capital del m u n d o resta u ra d o p o r
el Rey M esiánico.
Israel se c o n sid e rab a el p u eb lo en q u ien se in co ab a el
R eino de Dios. El e ra la im agen, el a n u n c io y algo así co­
m o el p relu d io de ese rein o escatológico. La tensión reli­
giosa q u e dirige la actividad social y política de Israel res­
p o n d e , p o r lo m enos en sus m o m en to s m ás definidos, a
esta inspiración.

La p r o m e s a m e s ia n ic a

La p a la b ra “m esías” y su variable “m esiánico” h a n acu­


d id o varias veces a n u e stra m en te m ientras tra n sc u rría n
n u estras reflexiones en to rn o de la histo ria de Israel. Co­
m o se tra ta de térm in o s e stre ch a m en te ligados a la noción
de R eino de Dios, conviene q u e digam os algo acerca del
M esías com o p ersonaje esperado p o r Israel y de los tiem ­
pos m esiánicos p a ra in d icar la é p o c a y las transform acio­
n es de to d o o rd e n que se p ro d u cirán c u a n d o este p e rso n a ­
j e llegue.
Mesías en h e b re o suena más o m enos com o “M asiah”,
según u n a transposición gráfica en n u e stra lengua de uso
en los tratados sobre el asunto. El vocablo quiere decir el
“u n g id o con el óleo sagrado” y com o en las costum bres de
LA CIUDAD CRISTIANA 103

Israel esta u n c ió n c o rre sp o n d ía al rey, la anu n ciació n del


Mesías viene asociada a la idea de realeza 69.
Pero el M esías no es p ara Israel solam ente u n rey tem p o ­
ral un g id o p o r o rd en de Yavé, com o fu ero n Saúl o David.
Su figura, c o n el c o rre r del tiem po, ad q u iere u n a proyec­
ción religiosa extrao rd in aria y se convierte, definitivam en­
te, en aq u el que Israel espera, el verdadero Rey, hijo de Da­
vid, p e ro q u e h a de bajar del cielo en el e sp len d o r de la
gloria.
Así lo a n u n cia Jaco b c u an d o b endice a sus hijos antes de
m orir: “N o faltará de J u d á el cetro. Ni de e n tre sus pies el
báculo. H asta que venga aquél cuyo es. Y a él d arán obe­
d iencia los p u eb lo s” 70. P redicción q u e los com entaristas
c o n sid eran de carácter m esiánico y q u e ju n to con la que
trae el libro II de Sam uel, constituye la m ás rem o ta a n u n ­
ciación del Mesías. Esta seg u n d a profecía es p ro n u n cia d a
p o r N atán y está dirigida a David: “que cu ando se cum plie­
re n tus días y te du erm as con tus padres, suscitaré a tu lina­
j e d esp u és de ti, el que saldrá de tus entrañas, y afirm aré su
rein o . El edificará casa a m i n o m b re y yo estableceré su tro­
n o p o r sie m p re . . . ” 71.
Esto explica que aquellos que veían en Jesús el Mesías
c o rrie ra n tras él llam ándole “ hijo de David”. San M ateo es­
tablece al com ienzo de su Evangelio, u n a genealo gía de J e ­
sús q u e a través de José lo hace d escen d er de David.

69. La u n ción de los reyes era de prácdca en la m onarquía asirio-


babilónica. Labat, Les Caracteres Religieux de la Royauté Assyro-Babiloniènne,
Paris, 1939.
70. Génesis, XLIX, 10.
71. II Sam uel, VII, 12-13.
104 RUBEN CALDERON BOUCHET

El Mesías, e n la profecía de N atán, es el un g id o real que


va a re in a r sobre el m u n d o e n te ro p o r m edio de Israel, su
pueblo: “siéntate a m i diestra, en tan to po n g o a tus en em i­
gos p o r escabel de tus pies. E x ten d erá Yavé desde Sión tu
p o d e ro so cetro: d o m in a en m edio de sus en em ig o s” 72. La
p ro m e sa de Yavé desafía el tiem po y e n su alianza con la ca­
sa de David h a establecido “que su descen d en cia d u rará
e te rn a m e n te y su tro n o d u ra rá an te m í cu an to el sol. Y co­
m o la lu n a p e rm a n e c e rá e te rn a m e n te y será testigo fiel en
el cielo ” 73.
El M esías es rey y está visto com o u n a p erso n alid ad h u ­
m a n a q u e descien d e del tronco de David. A nte él se pos­
tra rá n los reyes de la tie rra y le servirán los pueblos. Este
salvador suscitado p o r Yavé te n d rá u n corazón de p ad re, se
a p ia d a rá del o p rim id o y se c o n d o le rá del p o b re y m enes­
tero so y el salm o concluye en u n a pred icció n q u e advierte
so b re el c a rá c te r universal de este m esianism o: “será su
n o m b re b e n d ito p a ra siem pre, d u ra rá m ien tras d u re el
sol. Y le b e n d e c irá n todas las tribus de la tierra, todas las
na c io n e s lo aclam arán b ie n a v e n tu ra d o ” 74.
El tiem po del Mesías n o es conocido. La expectativa de
Israel te n d rá q u e advertir su llegada en u n a constante m e­
ditación de las predicciones proféticas q u e le p e rm ita n n o ­
tar los signos q u e lo anuncian. Isaías d e te rm in a algunas de
las señales que p rec e d e rá n y a c o m p a ñ a rá n el advenim ien­
to: “H e aquí que la virgen grávida d a a luz u n hijo, y le lla­
m ará E n m a n u e l”. Y u n p ar de capítulos más adelante: “p o r­

72. Salm o CX, 1-2.


73. Salm o LXXXIX, 35.
74. Salm o LXXII, 11-17.
LA CIUDAD CRISTIANA 105

q u e nos h a n acid o u n niñ o , nos h a sido dado u n hijo, que


tiene sobre sus hom bros la sob eran ía y que se llam ará m a­
ravilloso consejero, Dios fu erte, P adre sem p itern o , P rín ci­
pe de la paz, p a ra dilatar el im perio y p a ra u n a paz ilim ita­
da, sobre el tro n o de David y sobre su reino; p a ra afirm arlo
y consolidarlo en el d e re c h o y la justicia, desde a h o ra p a ra
siem pre ja m á s ” 75.
En esta visión la personalidad del Mesías adquiere u n ca­
rác ter divino y no faltan los salmos d o n d e la exaltación de la
divinidad b o rra casi p o r com pleto la fisonom ía h u m an a del
Mesías. Es Yavé que llega en el esplendor de su gloria para
instalar el R eino definitivo: “regocíjense a sus vez los m ontes,
d elante de Yavé que viene, que viene a ju zg a r la tierra, y ju z ­
gará al m u n d o con justicia y a los pueblos con e q u id a d ” 76.
Los eru d ito s llam an apocalíptica a la litera tu ra que ex­
presa to d o lo c o n c ern ie n te al tiem po m esiánico y a la figu­
ra m isteriosa del Mesías. D aniel lo ve a m odo de u n hijo del
h o m b re q u e avanza sobre las n ubes hacia Yavé p a ra q u e co­
ro n e su m isión: “y vi venir en las n ubes del cielo a u n com o
hijo de h o m b re , que se llegó al anciano de m uchos días y
fue p re se n ta d o a éste. Fuele dado el señorío, la gloria y el
im perio y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvie­
ro n , y su d o m in io es dom inio e te rn o que no acabará n u n ­
ca, y su im p erio , im perio que n u n c a d esap a re ce rá ” 77.
En este e n su e ñ o el apocalepta ve al Mesías com o a u n
h o m b re revestido de u n p o d e r y u n a gloria so brehum anos.

75. Isaías, VII y IX, 14 y 6-7, respectivamente.


76. Salm os XCVII y XCVIII.
77. D aniel, VII, 13-14.
106 RUBEN CALDERON BOUCHET

M uchas de las im ágenes en que viene envuelta su revela­


ción las hallarem os en el Apocalipsis de Ju a n que se refiere
a la se g u n d a llegada de Cristo, al final de los tiem pos, en la
m ajestad de la gloria.
La visión gloriosa de los tiem pos m esiánicos aparece en
oposición a la versión de Isaías de u n a figura m esiánica su­
friente: “fue traspasado p o r nuestras in iq u id ad es... varón
de dolores c o n o c ed o r de todos los q u eb ran to s y ante quien
se vuelve el rostro, m enospreciado, estim ado en nada. Pero
fue él, c iertam en te q u ien tom ó sobre sí nuestras en fe rm e ­
dades y cargó con nuestros dolores, y nosotros le tuvimos
p o r castigado y h e rid o p o r Dios y h u m illa d o ” 78.
A veces p arece tan sim ilar la referencia del p rofeta a la si­
tuación p o r la que h ab ía de pasar Jesús de N azaret, que cier­
tos exégetas faccionalistas h an creído en u n a transposición
h e c h a p o r los evangelistas a u n personaje de su invención:
“M altratado y afligido no abrió la boca, com o cordero lleva­
do al m atadero, com o oveja m u d a an te los trasquiladores.
Fue a rreb atad o p o r un ju icio inicuo, sin que n ad ie d efen ­
d iera su causa, cuando era a rran cad o de la tie rra de los vi­
vientes y m u erto p o r las iniquidades de su pueblo. Dispues­
ta estaba e n tre los im píos su sepultura, y en la m u erte fue
igualado a los m alhechores; a pesar de n o h a b e r en él m al­
dad, ni h a b e r m en tira en su boca. Q uiso queb ran tarle Yavé
con pad ecim ien to s” 79.
La m u e rte in icu a del ju sto abre p a ra Isaías la iniciación
del tiem po m esiánico e in d u d ab le m e n te p ara los que espe­
rab a n el advenim iento del Rey de Israel en la p len itu d de

78. Isaías, LII, 14.


79. Isaías, LUI, 7-10.
LA CIUDAD CRISTIANA 107

la gloria, las palabras del pro feta d e b ie ro n p a re c e r oscuras,


y e n todo caso, poco aplicables a la figura m esiánica que
ellos im aginaban, y escandalosa.
P ero antes de considerar cuál e ra la situación espiritual
de Israel en los años an terio res al n acim iento de Cristo
conviene ex am in ar las instituciones principales del pu eb lo
de Israel p a ra ver cóm o n acieron, o se tran sfo rm aro n , bajo
la in flu en cia de la fe de Israel.
C a p i t u l o III
ISRAEL SE CONSTITUYE SOBRE LA FE

H e leído e n alguna parte q u e el interés de Dios en todo


el Antiguo Testamento se c o n c en tra sobre u n a colectividad y
q u e la im p o rtan cia concedida a la p erso n a singular es esca­
sa. P o r supuesto que no se le q u iere re p ro c h a r a Dios el d e ­
seo d e salvar las colectividades con p rescindencia de los in­
dividuos q u e la co m p o n en , p ero se tiene la sospecha de
q u e la n o c ió n de individuo es u n a conquista del espíritu re­
v olucionario y que e n tra a ser objeto de consideración p o r
p a rte del Señor, c u an d o la diosa evolución h a librado a los
h o m b re s de las presiones com unitarias tradicionales.
N o d u d o de que el individualism o es el resultado de la
d isolución de los g ru p o s orgánicos com unitarios y com o
Dios n u n c a vio a los h om bres en u n a polvareda de átom os
autosuficientes, es p erfe c ta m e n te com patible con su m ise­
rico rd ia q u e se haya p reo c u p a d o p o r integrarlos a sus g ru ­
pos n a tu ra le s y a través de esta integración llevarlos hasta su
p le n itu d salvadora. Esto quiere decir que el h o m b re no
p u e d e salvarse si rechaza la sociedad a la q u e p e rte n ec e y
110 RUBEN CALDERON BOUCHET

se libra de ella com o de u n a faja o rto p é d ica que después de


h a b e r cum plido su fu nción, no sirve m ás p ara nada.
Dios vio siem pre al h o m b re com o a u n ser social que só­
lo p u e d e realizar su destino en las vinculaciones orgánicas
de las sociedades parentales, in term ed ias y políticas. El so­
litario c o n tra ta n te social de R ousseau no existió n u n c a fue­
ra de la cabeza del g in eb rin o y p o r e n d e no p u e d e ser el
d estin atario del a m o r de Dios. Precisam ente p o rq u e Dios
lo quiso solidario con sus com unidades inm ediatas, fu n d ó
a éstas sobre su p ro p ia sob eran ía y dio al h o m b re la fe en
las tradiciones, para que su palabra diera firm e garantía a las
ó rd en es y proveyera a la autoridad de u n fu n d am en to reli­
gioso indiscutible.
Israel nació de u n acto de voluntad expresa de Yavé, p o r
lo m en o s así lo creyó siem pre, y en tanto que esta fe inspi­
ró sus m ovim ientos, las instituciones que creó p a ra consoli­
d a r su organización social se fu n d aro n en ella. Es p e rfe c ta ­
m en te cu erd o p e n sar que la sociedad israelita n o nació del
aire y que la vocación de A braham , ese llam ado q u e lo con­
vierte en cabeza de u n nuevo pueblo, n o lo halló desprovis­
to de vinculaciones com unitarias concretas y ciertas form as
de vida social con u n a larga trayectoria histórica. Esta situa­
ción explica q u e m uchas de las instituciones ad o p tad as p o r
Israel ten ía n vigencia en los pueblos de le n g u a y cu ltu ra se­
m ítica, p e ro al ser adaptadas a las exigencias que nacían de
la fe de Israel tuvieron que sufrir m odificaciones que les
d iero n u n carácter original, y podem os decir único, en tre
todos los pueblos de la antigüedad.
La m ayor p a rte de n u estra inform ación histórica, en lo
q u e resp ecta a las instituciones ju d ías, la hem os extraído
del libro del R. P. R oger de Vaux, Les Institutions de VAnden
LA CIUDAD CRISTIANA 111

Testament, p e ro el o rd en a m ie n to de las cuestiones corre


p o r n u e stra c u e n ta y está inspirado en n u e stra visión parti­
cular del tem a. P o r esta razón com enzam os con u n breve
análisis del culto p ara advertir la m ed id a en q u e Israel de­
p en d ió de la h e re n c ia sem ítica y d e n tro de q u é lím ites ex­
presó su originalidad.
A nnie Ja u b e rt, cuya com p eten cia en estudios bíblicos es
conocida, dice en u n a recensión p u blicada en el n ú m e ro
164 de La Table Ronde c o rre sp o n d ie n te al m es de o ctu b re
de 1960, q u e en Israel todo estaba p e n e tra d o de religión:
la g u e rra , la legislación, la vida fam iliar y todo el o rd e n so­
cial y político. Las m ism as palabras rep ite, poco m ás o m e­
nos, el R. P. De Vaux en el p reám b u lo a su estudio sobre las
instituciones religiosas. N o voy a insistir sobre algo q u e los
especialistas en h istoria de Israel consideran la evidencia
m ism a, p e ro m e voy a p e rm itir u n a acen tu ació n m ás enfá­
tica de estas verdades, no p o rq u e las considere insuficien­
te m e n te explícitas, sino p o rq u e dichas así, sin m ayor insis­
tencia, d ejan p e n sar que la religión era u n in g re d ien te más
q u e teñ ía de u n colorido especial to d a la vida de Israel, pe­
ro q u e n o co nstituía el m otivo esencial de su dinam ism o. El
o rd e n a m ie n to social de Israel nace instigado p o r m otiva­
ciones religiosas y son éstas las q u e inspiran la vida familiar,
eco n ó m ica y social del pueblo de Yavé.
Si esto así es, no basta decir que toda la vida social de Is­
rael estaba p e n e tra d a p o r la religión, com o no basta decir
q u e u n a fam ilia cristiana es u n a c o m u n id ad im p re g n ad a de
religiosidad. Israel com o p u eb lo es u n a institución religio­
sa y desde la vocación de A braham hasta la esp eran za del
Mesías son realidades de ín d o le religiosa que fo rm an la
realid ad total de Israel.
112 RUBEN CALDERON BOUCHET

E l CULTO

Era u n servicio especial que se destinaba a Yavé con el


definido propósito de m an te n er en la m en te de todos la
presencia de su soberanía. Este culto supone u n a serie de ri­
tos realizados en u n lugar d eterm in ad o , que p u e d e n ser pa­
recidos a los de otras religiones y que se efectúan en un
tiem po que ante los ojos del creyente asum e u n carácter fes­
tivo. El lugar y el m o m en to del culto son propuestos p o r la
divinidad. La institución del culto tiene p o r finalidad con­
servar en la m em oria la fundación del rito p o r Dios: haced
esto en m em oria de mí, dice Jesús al instituir la Eucaristía.
El culto tiene en Israel u n a serie de características que
e n u n cierto sentido lo distinguen de los otros cultos. P or
d e p ro n to está d estinado a Yavé y solam ente a El y exige,
p o r p a rte del que asiste al culto, u n a situación de alm a y de
c u erp o en co n so n an cia con la santidad de Yavé: “C ualquie­
ra de vuestra estirpe de vuestras generaciones q u e ten g a so­
b re m í alg u n a im pureza, guárdese de acercarse a las cosas
santas que los hijos de Israel ofrecen a Yavé; si lo hiciere se­
rá b o rra d o de an te m í, Yo, Yavé” 80.
Las im purezas abarcan u n a variada g am a de estados en
los q u e no todos tien en el carácter físico de los prescritos
e specialm ente p o r el Levítico. Im purezas son tam bién los
pecados que se co m eten co n tra la ley ex p resad a en las ta­
blas: m entir, robar, levantar falso testim onio, codiciar la
m u jer del prójim o o dejarse a rrastrar al m al p o r la m u ch e­
du m b re.

8 0 . L e v ític o , X X I I, 3.
LA CIUDAD CRISTIANA 113

Yavé es u n dios personal y a u n q u e su culto p u ed e estar


ligado a ciertas fiestas c o rre sp o n d ie n te s a los ciclos cósmi­
cos, los israelitas no h acen d e p e n d e r las santas epifanías de
tales ciclos. Yavé se aparece en u n m o m e n to d e te rm in a d o
de la histo ria y establece u n pacto con A braham o restable­
ce la alianza a través de Moisés. Estas apariciones son histó­
ricas y n o están ligadas al decurso de las estaciones ni a
otros m otivos m íticos.
Se dice q u e el culto de Yavé está d ire c ta m en te vincula­
d o al ciclo sabático: “sem brarás tu tie rra seis años y reco g e­
rás sus cosechas, al séptim o la dejarás descansar, q u e co­
m an los p o b res de tu pu eb lo y lo que q u e d e lo com an las
bestias del cam po. Eso harás tam b ién con las viñas y los oli­
vares.
’’Seis días trabajarás y descansarás el séptim o, p a ra que
descansen tam bién tu buey y tu asno y se reco b re el hijo de
tu esclava y el e x tra n je ro ” 81.
A dem as del Sábado y del año sabático, Yavé estableció
tres fiestas anuales: la de los ácim os que reco rd ab a la salida
de E gipto y coincidía con las prim icias agrícolas, la de los
T abernáculos p ara co n m e m o ra r la estancia de Israel en el
d esierto y la de Pentecostés que hacía m em o ria del estable­
cim iento de la ley. Tres circunstancias históricas del p u eb lo
de Israel p e ro q u e a causa de su relación con las tareas agrí­
colas, no p o d ía ser m enos e n u n p u eb lo cam pesino, los ra­
cionalistas las p o n e n en connivencia con festividades de
otros cultos y las h acen d e p e n d e r de u n a m en ta lid a d reli­
giosa com ún, in sp irad a en los ciclos cósmicos.

8 1 . E x o d o , X X IIII, 10-12.
114 RUBEN CALDERON BOUCHET

Yavé im puso tam bién un culto sin im ágenes que había


de p e rp e tu arse a lo largo de todo el Antiguo Testamento y
q u e d e p e n d ía del carácter espiritual q u e Yavé tenía: “g u ar­
daos b ien de co rro m p ero s, haciéndoos im agen alguna ta­
llada, ni de h o m b re ni de mujer, ni de anim al n in g u n o de
cuantos viven sobre la tie rra ” 82.
D ecim os que esta p rohibición sugiere la espiritualidad
de Yavé. C on todo, la Biblia es rica en referencias antropo-
m órficas atribuidas a Dios sin que esta circunstancia revele
o tra cosa q u e n o sea la naturaleza m ism a del lenguaje, in­
capaz de tra d u c ir nociones espirituales sin fu n d arlas en al­
g u n a ex p erien cia sensible. Yavé m ism o se en carg a de po­
n e r lím ites a tales antropom orfism os dicien d o p o r boca del
profeta: “Yo soy Dios, no soy u n ho m b re, soy santo en m e­
dio de ti y n o m e com plazco en d e stru ir” 83.

La in f lu e n c i a s e m ític a

¿Cuáles son los lím ites d e n tro de los cuales se p u e d e ha­


b lar de u n a influencia sem ítica en la religión de Israel? A n­
tes de refe rirn o s a los caracteres g en erales de la religión de
los pueblos sem itas conviene decir dos palabras sobre el al­
cance de tal designación. ¿Qué se q u iere decir c u an d o se
h ab la de pueblos semitas?
La designación tiene origen bíblico y se refiere a los des­
c e n d ie n te s de Sem. Sin e n tra r a e x am in ar el valor histórico

82. D euteron om io, IV, 16-17.


83. Oseas, XI, 9.
LA CIUDAD CRISTIANA 115

qu e ten g a la pro g en ie de N oé, conviene advertir acerca de


la im posibilidad, a esta altu ra de los tiem pos, de establecer
con cierta verosim ilitud los restos de esa p ro g en ie. La pala­
b ra sem ita, in tro d u c id a en el lenguaje científico p o r Schló-
zer en 1781, p re te n d ía señalar a los pueblos descendientes
d e Sem. R econocida m ás adelan te la im posibilidad de tal
p rete n sió n el té rm in o se convirtió en u n a categoría lingüís­
tica y n o racial. C on él se designaba toda u n a fam ilia de len ­
guas que p o seen afinidades indudables derivadas de u n a
len g u a m ad re com ún. Estas lenguas e ra n habladas p o r p u e ­
blos tales com o acado-babilónicos, cananeos, fenicios, h e ­
breos, áram eos, árabes y etíopes. Esta a n c h a co m unidad
h u m a n a posee tam bién otros elem entos culturales afines
q u e nos p e rm ite n h ab lar de u n a civilización sem ítica.
Estas afinidades se expresan en el te rre n o de los ritos re­
ligiosos y de m an e ra p articu lar e n el de las expresiones lite­
rarias. U n a calidad apreciable de docum entos co n te m p o rá ­
n eos al Antiguo Testamento h a llegado hasta nosotros escritos
e n lenguas sem íticas que p erm ite u n cotejo e n tre las cre e n ­
cias de los pueblos que escribieron esas obras y las sosteni­
das en el Antiguo Testamento.
El m ás arcaico de estos do cu m en to s está fo rm ado p o r
los versículos de u n a épica de la creación escrita e n tre 1750
y 1400 a. de J. C. y el m ás antiguo, en cu an to a la redacción,
es la épica de G ilgam esh que los e ru d ito s fechan e n tre el
2000 y el 1800 a. de J. C. La épica de la creación de los asi-
rios era co n o cid a en O ccid en te desde 1876, a ñ o en q u e G.
Sm ith la publicó en inglés con el título m uy sugestivo The
Chaldean Account of Génesis. El a u to r suponía, e n tre la n a rra ­
ción bíblica y la caldea, u n a afinidad m uy su p e rio r a aq u e­
lla q u e el cotejo de los textos p erm ite aceptar.
116 RUBEN CALDERON BOUCHET

La n a rra c ió n caldea es u n a teo g o n ia en la q u e el dios


M arduk, “el rey de los dioses del cielo y de la tierra, el rey
de todos los dioses”, se im pone sobre T iam at, su rival. M ar­
d u k es el dios de B abilonia y sospechan los eru d ito s que su
ascenso a la su p rem acía celeste está estrech am en te vincula­
d o con el auge del p o d e r político babilonio. T iam at es un
dios y adem ás personifica, a u n o de los g ran d es m ares que
existían en el com ienzo, cu ando todo era agua. Tales con­
fusiones teocosm ogónicas en que intereses políticos se co­
n e c ta n con los m itos m ás antiguos, están reñidas con la n o ­
ción h e b re a del dios único, cread o r del cielo y de la tierra
y cuya trascen d en cia y espiritualidad, puestas de relieve p o r
los hagiógrafos con todos los recaudos posibles, no adm i­
ten q u e se le p u e d a tom ar p o r n in g u n a fuerza cósmica.
C onvengo en que el lenguaje bíblico no m aneja nociones
d e gran precisión filosófica, p ero a su m odo ru d o , tiene
u n a riq u eza expresiva que com pen sa con vigor de concre-
tid ad lo q u e le falta en sutileza abstractiva.
La épica de G ilgam esh p e rte n e c e al g én ero d e los m itos
h eroicos y su interés especial radica e n su versión del dilu­
vio. N o hay d u d a de que existen notables co rresp o n d en cias
e n tre esta n a rra c ió n y la historia de N oé q u e refiere el Gé­
nesis, p ero estas afinidades p o d ría n in te rp re ta rse com o sen­
das referencias a u n a tradición com ún, p o ste rio rm en te ela­
b o rad as con intenciones religiosas y en m edios literarios
b astan te diferentes.
O tras c o rresp o n d en cias entre el culto sem ítico y el israe­
lita p u e d e n advertirse en algunas fórm ulas del lenguaje re ­
ligioso, elección y distribución de santuarios, m odalidad de
las fu n cio n es sacerdotales, ritos y sacrificios. El R. R De
Vaux d a detalles sobre todos estos elem entos com unes ha­
LA CIUDAD CRISTIANA 11 7

cien d o ver los fu n d am en to s de u n a civilización, que sirve


de base a todos los pueblos de len g u a sem ítica. Esto no de­
be llevar a co n fu n d ir los co n ten id o s teológicos de las cre e n ­
cias, con las fórm ulas con que el lenguaje religioso las ex­
presa. Las m ism as palabras rituales, los m ism os gestos de
devoción p u e d e n estar cargados de u n c o n te n id o religioso
d iferen te. Así el devoto de Baal p u e d e p ro stern arse a n te su
ídolo de u n m odo p arecid o al que ad o p ta el israelita cu a n ­
do rin d e culto a su dios infigurable fren te al T abernáculo,
p e ro las sem ejanzas exteriores de los gestos de veneración
n o p u e d e n confundirse con el co ncepto que tien en am bos
creyentes de sus respectivos dioses.
Esto n o quiere d ecir que la influencia sem ítica no haya
favorecido en Israel la decantación del co n cep to que se for­
m ó de Dios. Al co n trario , la cercanía de las form as religio­
sas sem íticas obligó a Israel a acep tar ese esfuerzo de p u ri­
ficación y en esta fae n a es d o n d e la historia de la Biblia
im p o n e el m agisterio de Yavé, com o ú n ica fuerza capaz de
a p a rta r a los h eb reo s de la idolatría y llegar, luego de u n
largo y penoso tránsito, a te n e r u n a idea de Dios que no es­
tuviera im p re g n ad a de los an tropom orfism os m íticos de las
tradiciones semíticas.

C u l t o y s a n t u a r io s

Los hebreos, d u ran te siglos, hicieron sus sacrificios en si­


tios especialm ente consagrados para el culto. Fue el re y jo -
sías el que prohibió sacrificar fuera del tem plo de Jerusalem .
Tom ó esta m edida para atajar el increm en to que lograba la
idolatría en los diversos lugares santos d o n d e ad o rab a Israel.
118 RUBEN CALDERON BOUCHET

“E xpulsó a los sacerdotes de los ídolos, puestos p o r los


reyes de J u d á p a ra q u e m a r perfum es en los a lta re s... d e rri­
bó los lugares de prostitución idolátrica del tem plo de Ya-
vé d o n d e las m ujeres ten ían tienda p a ra la ‘asera’... L uego
m an d ó Josías a todo el pueblo: celebrad la p ascua en h o n o r
de Yavé, vuestro Dios, com o está escrito en el libro de esta
alianza” 84.
C o m en ta el hagiógrafo que n u n c a se h a b ía celebrado
en Israel u n a Pascua com o aquella. H asta ese m o m e n to los
israelitas realizaron su culto en diversos sitios: u n a fuente,
u n árbol, u n a caverna, u n a piedra u o tra señal cualquiera
dispuesta p o r la m an o del hom bre, p a ra re c o rd a r el lugar
consagrado p o r u n a epifanía. Entre estos santuarios goza­
b a n de especial predilección las fuentes, sea p o rq u e tuvie­
ra n u n o rig en m ilagroso o porque alguna visión especial de
u n p a triarc a o u n p ro feta las había convertido en lugar san­
to. U n a in te rp re ta c ió n más racionalista n o dejará de vincu­
lar estos pozos d e agua con las necesidades de un pueblo
n ó m ad e en u n país sem idesértico.
O tros parajes favorecidos po r las apariciones de Yavé o
sus ángeles fu e ro n los árboles, tan raros com o preciosos en
u n país de sol a rd ie n te y do n d e las largas m archas en el de­
sierto h acían d esear la som bras p ro te c to ra s del follaje. El
Génesis nos re c u e rd a el encinar de M oreh, cerca de Si-
q u em , d o n d e Yavé se le apareció a A braham p ro m e tié n d o ­
le to d a esa tie rra p a ra su descendencia. Poco más al n o res­
te, en la a ltu ra de Bétel, A braham hizo u n altar a Yavé.
Estos altares eran de tierra o piedras sin lab rar y sobre ellas
se ofrecían los holocaustos, las hostias pacíficas, las ovejas y

8 4 . II R ey es, X X I II , 4 a 2 1 .
LA CIUDAD CRISTIANA 119

los bueyes, p ues había prescrito Yavé q u e “al levantar el cin­


cel sobre la p ie d ra la profanas. No subirás p o r gradas a mi
altar p a ra q u e no se descubra tu d e sn u d ez ” 85.
P ero es in d u d ab le q u e los principales santuarios de Is­
rael en la é p o c a arcaica fu ero n las m ontañas. Los térm inos
usuales p a ra designar los lugares de ad o ració n in d ican al­
tura: altar, alto lugar, colina santa, m o n ta ñ a sagrada. La
p refe re n c ia la tuvo el m o n te Sinaí d o n d e Moisés recibió la
ley y desde allí la prescribió a todo el pueblo. El m ism o Ya­
vé estableció q u e solam ente Moisés p o d ía llegar hasta el lu­
gar d o n d e él se e n c o n tra b a y fijó p a ra los dem ás u n a señal
en to rn o a la m o n ta ñ a que delim itaba el lugar santo.
Los m ontes H e m ó n y C arm elo eran santuarios n a tu ra ­
les. En este últim o los fugitivos de la ju sticia hallaban am ­
p aro c o n tra los en carg ad o s de hacerla cum plir. Dice Amos
q u e nad ie escapará a la justicia de Yavé: “A un q u e se escon­
d iera en la cu m b re del C arm elo, allí lo buscaría y lo coge­
ría ” 86. A lgunos escritores paganos se h acen eco de la fam a
de san tid ad q u e gozaba el C arm elo y así Jám blico, en la Vi­
da de Pitágoras, III, 15, nos dice que e ra la m ás sagrada de
las m o n tañ as y que estaba p ro h ib id o el acceso a los profa­
nos. Tácito considera que C arm elo era el n o m b re del dios
q u e la habitaba.
El v erd ad ero santuario de Israel, en los p rim ero s siglos
de su fo rm ació n , fue la tien d a que la Vulgata llam a el Ta­
b e rn á c u lo . En ella Yavé hablaba a Moisés cara a cara y le da­
ba las ó rd en es que éste d eb ía transm itir a Israel. Existen, se­
gún el padre De Vaux, dos tradiciones respecto de la m an e ra

85. E xodo, XX 25-26.


86. Am os, IX, 3.
12 0 RUBEN CALDERON BOUCHET

de estar p rese n te Yavé en el T abernáculo. U n a de ellas lla­


m a al T ab ernáculo, m o ra d a de Yavé, p e ro dad o el carácter
transitorio que tiene la h abitación del n ó m ad e, con esta de­
signación se q u e ría expresar la situación de paso, de tránsi­
to con q u e Yavé se e n c o n trab a e n tre ellos. La o tra tradi­
ción, llam ada elohísta, acen tú a la tran sito ried ad de las
estadías de Yavé en la tienda, pues según ella, c u an d o Dios
bajaba hacia los suyos se dejaba advertir p o r u n a n u b e que
se d e te n ía a la e n tra d a del T abernáculo y q u e desaparecía
c u a n d o Dios lo aban d o n ab a.
El T ab ern ácu lo tiene estrecha relación con el A rca de la
Alianza. En esta arca estaban depositadas las tablas de pie­
d ra en las q u e Dios h a b ía escrito sus m an d am ien to s y todo
ju n to se e n c o n tra b a cub ierto p o r la tie n d a sagrada. Com o
en todos los aspectos m ás im p o rta n tes de la religión del
Antiguo Testamento, existen respecto del arca dos tradicio­
nes, q u e sin diferir en lo fu n d am e n ta l, se a p a rtan en u n a
resp etab le ca n tid ad de detalles. La tradición sacerdotal, in­
fluida p o r la p e rm a n e n c ia del A rca en el tem plo de Salo­
m ó n , hace de ella u n a descripción prolija y la coloca en el
c e n tro del T abernáculo. La o tra es la tradición del Deutero­
nomio, se refiere al A rca con m ás p a rq u e d a d y no la p o n e
en relació n con el T abernáculo. Es p ro b ab le, u n a serie de
testim onios bíblicos así lo co n firm an , q u e la relación Arca
y T ab ern ácu lo haya sido circunstancial y n o p e rm a n e n te .
T am bién d ifieren las o p iniones en to rn o del papel que el
A rca ju g a b a e n el culto. Para unos el A rca n o era n a d a más
q u e u n relicario q u e g u ard ab a las Tablas de la Ley, para
otro s e ra el tro n o m ism o de Dios. E n este últim o sentido
p arece h a b la r el a u to r de los Números cu a n d o escribe:
“C u an d o m ovían el A rca decía Moisés: Levántate Yavé, dis-
LA CIUDAD CRISTIANA 121

pérsen se tus enem igos. Y huyan a n te ti los q u e te ab o rre ­


cen. Y c u a n d o el Arca se posaba decía: Pósate ¡O h Yavé! an­
te la m irad a de Israel” 87.
El tem p lo de Jeru salem fue construcción relativam ente
tard ía y m u ch o antes de q u e se lo considerase com o santua­
rio nacio n al de Israel, los ju d ío s que hab itab an Palestina
a d o ra b a n a Yavé en m uchos otros tem plos. En rea lid a d con
la llegada del Arca a Jeru salem , d u ra n te el rein a d o de Da­
vid, c o b ra el tem plo de la ciudad el carácter de c e n tro ofi­
cial religioso y da al g o b iern o de David u n a indiscutible
co n tin u id a d , pues lo hace h e re d e ro del santuario de Siló
bajo los ju ec e s y de la tien d a en el desierto. A dem ás lo co­
loca sobre las facciones tribales que tie n d e n a disolver la
u n id a d de Israel.
Este acto político q u e nace tan to de la fe com o de la sa­
gacidad de David se ve con firm ad o p o r u n a epifanía divina.
El A ngel de Yavé aparece cerca de la e ra de A reu n a el Jeb u -
ceo y desde allí h iere al pueblo de Israel con la peste. Da­
vid ru e g a al enviado de Dios que haga recaer sobre él la ira
de Yavé y recibe p o ste rio rm en te la o rd e n de erigir allí u n
altar en h o n o r de Yavé. Este santuario im provisado da ubi­
cación al tem plo que m ás tard e levantara Salom ón p a ra
gloria de su rein o y de Yavé.
U n a descripción detallada del tem plo se e n c u e n tra en
el p rim e r libro de los Reyes, capítulos seis y siete, y o tra algo
m ás abreviada, en el segundo de los Paralipómenos. C om o el
tem plo fue rec o n stru id o en varias o p o rtu n id a d es, u n a des­
cripción p o r o rd e n cronológico de sus avatares sería u n in­
teresan te paseo arqueológico que n o estoy en condiciones

8 7. N ú m e r o s, X , 35.
122 RUBEN CALDERON BOUCHET

de hacer; con todo, conviene a n o ta r q u e la suerte del san­


tuario aco m p añ ó en sus vicisitudes la fo rtu n a política del
p u e b lo de Israel. Sobrevivió a la caíd a de la m o n arq u ía y
m ien tras se m antuvo de pie la posibilidad de u n a restau ra­
ción del rein o , fue u n a esperanza p e rm a n e n te q u e los j u ­
díos siguieron acariciando bajo el yugo extranjero.
El tem p lo de J e ru sa le m fue el c e n tro de la u n id a d reli­
giosa de Israel y fue in útil q u e Je ro b o a m levantara u n san­
tu a rio en B étel con el p ro p ó sito de d ism in u ir el prestigio
del tem p lo de Salom ón. El tem plo e ra h e re d e ro del A rca
y e n su sancta sanctorum m o ra b a Yavé. E ra la p rese n c ia vi­
va de Yavé lo q u e le d a b a ese prestigio q u e n in g ú n o tro
tem p lo p u d o a rre b a ta r. El Salm o 27 se hace eco de esta fe
c u a n d o pide: “U n a cosa p id o a Yavé, y esa p ro c u ro , h ab i­
ta r en la casa de Yavé todos los días de m i vida, p a ra gozar
del e n c a n to de Yavé y visitar su s a n tu a rio ” 88. E specialm en­
te co n m o v ed o res son los salm os 42-43 de cuyos versos h a ­
ce m e m o ria la litu rg ia católica p a ra e x p resar el deseo q u e
tie n e el crey en te de hallarse fre n te al Señor: “M an d a tu
luz y tu verd ad , ellas m e g u iará n y m e a c o m p a ñ a rá n a tu
m o n te santo, a tus ta b e rn á c u lo s”. La o rac ió n establecida
p o r la Iglesia dice: “y a tu m o ra d a del c ie lo ”, p a ra su b ra ­
yar la e sp iritu a lid a d del nuevo ta b e rn á c u lo , p e ro el ju d ío
de los salm os e n te n d ía p o r esa e x p re sió n el tem p lo de Sa­
lo m ó n . El m ism o rey se a d m irab a de q u e la m ajestad infi­
n ita de Yavé p u d ie ra h a c er m o ra d a en la p o b re casa q u e
él h a b ía c o n stru id o : “P ero , en verd ad ¿m o rará Dios sobre
la tierra? Los cielos y los cielos de los cielos n o son capa­
ces de c o n te n e rte . ¡C uánto m enos esta casa q u e yo he ed i­

8 8 . S a lm o s , X X V II, 4.
LA CIUDAD CRISTIANA 12 3

fic a d o !” 89. L a litu rg ia de la E ucaristía re c u e rd a estas pala­


bras de S alom ón cu a n d o p o n e en la b o c a del creyente la
p ro fe sió n d e fe del C e n tu rió n ro m an o : “D om ine, n o n
sum d ignus, u t in tres sub tectu m m eum : sed ta n tu m dic
verb u m , e t sa n áb itu r a n im a m e a ”.
U n a institución que con el c o rre r del tiem po h a b ía de
to m a r g ran in cre m e n to e n tre los israelitas fue la sinagoga.
N o se sabe con certeza cu án d o se instituyó. A lgunos estu­
diosos re m o n ta n su origen a la cautividad de Babilonia,
otros la h acen n a c er en Palestina después de Esdras y Ne-
hem ías y no faltan los que la consideran u n a consecuencia
de las reform as d e jo sía s. A notam os estas diferentes o p in io ­
nes p a ra q u e se advierta la com plejidad del asunto y al mis­
m o tiem po se piense en la riqueza espiritual de la religión
de Yavé, q u e necesitó u n a institución especial p ara que los
fieles se re u n ie ra n con el p ropósito de o ra r y c o m en tar las
Santas Escrituras. A dvierto, u n poco de pasada, q u e las in­
terp retacio n es escriturarias carecían de u n can o n u n ifo r­
m e capaz de im p o n e r u n a d o ctrin a única. Las sectas ju d ías,
si así p u e d e llam arse a las diferentes escuelas que d iero n
n a c im ie n to a in terp retacio n es diversas de la ley y los pro fe­
tas, to m a n su fuerza de la com plejidad de los hechos reli­
giosos anunciados. Israel tiene su esperanza puesta en lo
q u e h a d e suceder. Los acontecim ientos históricos d e n tro
de los q u e vive son anuncios, síntom as de algo que adviene
y cuyo sen tid o tiene que descubrirse en el vivo cotejo de lo
qu e está suced ien d o con lo que h a sido profetizado. Israel
n o es el p u e b lo de u n libro que se rep ite, siem pre igual a sí
m ism o, hasta la saciedad. El carácter sacral de su c u ltu ra no

8 9 . I R ey es, V III, 2 7 .
124 RUBEN CALDERON BOUCHET

tien e la fijeza h ierática que caracterizó a la sociedad egip­


cia; la tradición h e b re a es de un dinam ism o histórico tre­
m en d o , p o rq u e la conciencia del ju d ío buscaba en los su­
cesos presentes la prefiguración del gran acontecim iento
q u e h a b ía de colm ar su esperanza.

E l s a c e r d o c io

La época p atriarcal no conoció u n sacerdocio especiali­


zado en la fu n ció n religiosa. Israel era u n a sola fam ilia y és­
ta, en sus líneas fu ndam entales, resp o n d ía a la estru ctu ra
d e la organización gentil: el p a d re estaba encargado del
culto y del sacrificio. El crecim iento dem ográfico de Israel
y su constitución en u n a suerte de “sin arq u ía religiosa”
obligó a c re a r u n in stru m e n to especial p a ra la custodia de
los santuarios y el cu m p lim ien to de ritos q u e poco a poco
se com plicaban.
El n o m b re que se dio al sacerdote es el de K ohen. De
Vaux hace algunas referencias a su etim ología y su p o n e, sin
g ran certeza, que se deriva de la raíz acádica kwn, que sig­
nifica estar de pie, o sea, el q u e custodia, el c en tin ela que
h ace g u ard ia d elan te de Dios.
El sacerdocio israelita no fue vocacional com o el cristia­
n o o com o el oficio de profeta. No tien e n in g u n a virtud ca­
rism àtica especial y a u n q u e Yavé revistió a la estirpe de Le­
vi con el carácter sacerdotal, n in g u n a gracia particu lar
ac o m p a ñ ó esta designación honorífica.
Com o la institución de los sacerdotes sufrió con el tiem ­
p o num erosas variaciones, resulta difícil h acer de ellas u n a
LA CIUDAD CRISTIANA 125

síntesis to m an d o en c u e n ta solam ente las constantes que se


sostienen a lo largo de la historia de Israel. U n a de esas
constantes es, quizás, el carácter sacerdotal p e rm a n e n te que
tuvieron los levitas y otra, el carácter sagrado, puesto, a p ar­
te de la com unidad, que revestía el sacerdote. N o h u b o u n ­
ción u o tra cerem onia sem ejante a la de u n a consagración
sacerdotal. El sacerdote había sido elegido com o tal y pues­
to aparte. La función m ism a que debe cum plir se encarga
de revestirlo de u n a dignidad especial. D u ran te el perío d o
de la m onarquía, el Sum o Sacerdote que rep resen tab a ju n ­
to con el rey ungido la un id ad polídcorreligiosa de la com u­
n idad, recibía tam bién u n a suerte de un ció n particular.
O tra constante p arece ser la relación sacerdote-santua­
rio y hasta el p u n to que la función de custodiar u n lugar
santo co rre sp o n d ió , a veces d u ra n te siglos, a u n a m ism a fa­
m ilia. La historia del sacerdocio h eb reo se com plica con el
advenim iento de la m o n arq u ía y tales com plicaciones ha­
cen las delicias de los eru d ito s que se com placen en buscar
las raíces de los conflictos q u e estallaron e n tre las fam ilias
sacerdotales p a ra seguirlos m ás tarde en las com plicaciones
de u n a historia m ilenaria.
Sabem os que Sadoc fue el sum o sacerdote de David, p e­
ro se ig n o ra si e ra o n o de o rigen levita. Esta lag u n a hace
m ás m isteriosa la lu ch a e n tre los sadocitas o sadócidas y los
hijos de E biatar q u e d escen d ían de H elí a q u ien u n p ro fe­
ta p red ice la ru in a en I Sam uel. C on p o ste rio rid ad , los hi­
jo s de H elí tien en su d esquite con el ad v en im ien to del
p ro fe ta Jerem ías, q u e lanza sus anatem as c o n tra el culto
d o m in a d o p o r los sadócidas.
La polém ica e n tre las casas sacerdotales fue larga y, co­
m o siem pre e n tre los servidores de Dios, in ú tilm e n te enco­
126 RUBEN CALDERON BOUCHET

nosa. A la vuelta del exilio en B abilonia h u b o u n a tregua


e n tre diversas fam ilias sacerdotales q u e celeb raro n en con­
ju n to la alegría de este re to rn o a la patria. Dice N ehem ías:
“p o rq u e estaba m uy gozoso J u d á de q u e los sacerdotes y los
levitas estuvieran en sus puestos, observando cuanto con­
ciern e al servicio de Dios y a las purificaciones, y de que los
cantores y p o rte ro s cum pliesen sus funciones según la o r­
d e n a n za de David y de Salom ón su h ijo ... D ábanse a los le­
vitas las cosas consagradas, y los levitas dab an a los hijos de
A rón la p a rte c o rre s p o n d ie n te ...” 90.
Esta c o n c o rd ia sacerdotal fue cosa de p o ca d u rac ió n y
el m ism o N eh em ías se vio obligado a in te rv e n ir poco des­
p ués en varios casos de prevaricación, abuso de los bienes
eclesiásticos y p ro fan ació n del Sábado p o r razones de n e­
gocios.
C on ser la fu n d ac ió n sacerdotal la m ás im p o rtan te que
se p o d ía cu m p lir en u n p u eb lo esencialm ente religioso, les
estaba e n c o m e n d a d o a los h o m b res de Dios im p a rtir la e n ­
señanza de la ley. El térm in o Tórah, que suele traducirse un
po co sum ariam ente p o r ley, tiene sentido de en señ a n z a de
la ley. Im p o rta subrayar que la d o c trin a im p a rtid a p o r el sa­
c e rd o te n o estaba form ada p o r u n co n ju n to de reglas que
el fiel d e b ía a p re n d e r para p articip ar en el culto. El culto
a Yavé n o es u n m ero ritual de cará c te r e x te rn o , supone
u n a disposición total del alm a que co n fig u ra in te rio rm e n ­
te al v erd ad ero israelita. La m isión del sacerdote es la for­
m ación del israelita y com o la c o m u n id a d religiosa es la
proyección social de las virtudes, la fu n ció n sacerdotal im ­

90. N ehem ías, XII, 44-47.


LA CIUDAD CRISTIANA 127

plicaba u n a do cen cia p e rm a n e n te y u n a m isión de in n eg a­


ble valor político.

E l s a c r if ic io

C uando se trata el tem a del sacrificio n o hay m ás rem e­


dio que h a c er u n poco de teología pues éste es tem a teoló­
gico y no p u e d e ser bien tratado si no es en ese nivel. El sen­
tido m ism o del term in o sacer fiáum significaba h a c er pasar
algo del o rd e n profano al sagrado: “En la raíz de todo p ro ­
cedim iento sacrificial está el establecer o p o r lo m enos tra­
tar de establecer u n a com unicación e n tre el m u n d o sagra­
do y el m u n d o p rofano p o r la intercesión de u n a víctim a y
a través de u n a cerem onia en la cual algo es d e stru id o ” 91.
El sacrificio im plica dos m om entos que es necesario dis­
tinguir: u n d o n del h o m b re a Dios que supone el a b a n d o ­
n o de u n d e re c h o que se tiene sobre algo, con el propósi­
to de d estacar la sob eran ía que Dios tiene sobre todo. Este
d o n m aterial lleva en sí la realidad h u m an a, que a través de
él, se ofrece a Dios.
En el sacrificio se a b a n d o n a algo de lo que se es d u e ñ o
en reco n o cim ien to de n u e stra d e p e n d e n c ia respecto de
Dios. El d o n p e rte n e c e al oferen te y al m ism o tiem po lo re ­
p rese n ta sim bólicam ente. Este d o n es p rim ero ofrecido a
Dios y cu a n d o el sacerdote lo consagra, significa q u e El
a c ep ta la o fre n d a y la hace ingresar en el ám bito de lo sa­
grado. El d o n recibido p o r Dios se convierte en algo de

91. Henri H ubert y Marcel Mauss, Année Sociobgique, Paris, 1899, pág. 113.
128 RUBEN CALDERON BOUCHET

Dios y vuelve al h o m b re cu ando la víctim a sacrificada es


m a n d u c a d a en el ágape santo. La com ida es el p u n to cul­
m in a n te del sacrificio q u e c o m p o rta u n doble m ovim iento:
u n paso del h o m b re hacia Dios y u n re to rn o de Dios hacia
el h o m b re. Am bos pasos tienen p o r vehículo u n a realidad
m u n d a n a q u e asciende en la consagración hacia el nivel di­
vino y vuelve en la co m u n ió n al nivel h u m an o , p a ra hacer
q u e el h o m b re particip e de la divinidad.
El Levítico trae u n catálogo com pleto de los sacrificios
q u e se h acían en la época del Antiguo Testamento. Existían
cu atro tipos de sacrificios: el de holocausto en que la vícti­
m a e n te ra e ra ofrecida en h o n o r de Yavé y consum idas to­
das sus p artes en el fuego. El h u m o de este sacrificio “era
suave o lor a Yavé”. El sacrificio ex piatorio se ofrecía p o r los
pecados voluntarios y los delitos involuntarios. La víctim a
escogida era g e n e ra lm e n te u n m acho cabrío del que se
q u e m a b a u n a p a rte en el altar y se e n tre g ab a la o tra a los
sacerdotes, p a ra q u e la co m ieran com o cosa sagrada en el
ágape co m unitario. Se decía, y esto a n u n ciab a el sacrificio
cristiano, q u e el sacerdote consum ía los pecados del p u e ­
blo. Estos sacrificios expiatorios c o m p ren d ían dos especies
según se tra tara de pecados o delitos. P o r últim o existía un
cu arto sacrificio llam ado pacífico o eucarístico, pues la víc­
tima: vaca, oveja, cabra, palom a o tó rto la e ra en p a rte con­
sum ida p o r el fuego y en p arte e n tre g a d a a la co m unidad
sacerdotal p ara el ágape santo.
El capítulo III del Levítico dice cóm o h ab ían de hacerse
estos sacrificios y el Deuteronomio, con m ás p ro fu n d id ad , nos
in fo rm a sobre la proyección espiritual, m oral y social que
ten ía n estos sacrificios pacíficos: “c u a n d o hubieses acabado
de se p ara r la décim a de los frutos de tus cam pos, el año ter-
LA CIUDAD CRISTIANA 129

cero, año del diezm o, darás de ella al levita, al p ereg rin o , al


h u é rfa n o y a la viuda, p a ra que com an y se sacien e n tu ciu­
d ad y dirás a n te Yavé tu Dios: he tom ado de m i casa lo san­
to, y se lo he dad o al levita, al p ereg rin o , al h u é rfa n o y a la
viuda, c o n fo rm e a lo q u e m e has m an d ad o ; no he traspasa­
do tus m andatos, ni los he olvidado; no he com ido n a d a de
ellos en m i luto; n o h e consum ido n a d a en estado de im p u ­
reza; n o lo h e dad o a los m uertos; he o b edecido la voz de
Yavé, mi Dios, y en todo he hech o lo que tú m e has m an d a ­
do; m ira desde tu santa m orada, desde los cielos, y b endice
a tu p u eb lo , Israel, y la tie rra que nos has d a d o ...” 92.
Basta le e r estas líneas con aten ció n p a ra advertir cuál es
el alcance del sacrificio en la religión de Israel y observar la
proyección social de la acción religiosa, pues desde el levi­
ta al p e re g rin o , pasando p o r la viuda y el h u é rfa n o y e n ­
tra n d o en la vida interior, n a d a h u m an o p arece serle ajeno.
El legislador, inspirado p o r Yavé, h a ten id o en c u e n ta el
h o m b re en su realid ad total y al regular los sacrificios h a
p u esto en p rim e r lugar el cu m plim iento del p rim e ro de los
m an d am ien to s, sin olvidar que se cum plía b ien con él
c u a n d o se tiene en c u e n ta a todos los otros.

L a s f ie s t a s

C u an d o se hab la de las fiestas israelitas la p rim e ra que


se p rese n ta a m uestro espíritu es la del Sábado. Fiesta reli­
giosa p o r an to n o m asia y cuyo origen es difícil establecer.

9 2 . D e u t e r o n o m io , X X V I, 12-14.
130 RUBEN CALDERON BOUCHET

La p alab ra h e b re a de la q u e deriva n u estro vocablo sábado


es algo así com o sabbat, cuya etim ología más sim ple la con­
vierte en u n verbo que quiere decir reposar. La discusión
e n to rn o al o rigen del térm in o y a la evolución de la insti­
tución m ism a del día sábado com o d ía de descanso, es
a b u n d a n te y copiosa en dem asía, p a ra que in ten tem o s u n a
síntesis de ella. P o r lo dem ás, a los q u e no som os eruditos,
ni p o r oficio ni p o r vocación, no nos en señ a m ucho, pues
la m ayor p a rte de sus conclusiones son conjeturas que, p o r
cam inos inciertos, nos llevan desde la hem ero lo g ía babiló­
n ica hasta los calendarios cananeos y los cultos a S aturno
de las tribus quenitas. U n a cosa es verdadera: los d o cu m en ­
tos m ás antiguos de la tradición israelita h acen del día sá­
b a d o el día del culto a Yavé y tan vieja com o el culto a Ya-
vé, es la fiesta sabática.
C om o todas las instituciones religiosas el p rec e p to de
consagrar el sábado a Yavé tiene un doble sentido. El pri­
m ero es religioso y tien d e a rec o rd a r a Israel su alianza con
Yavé d ed ican d o u n día, de cada seis, a v en erar su santo
n o m b re . El segundo tiene u n a dim ensión h u m a n a y social
y su finalidad es p ro cu ra r u n d ía de descanso p a ra todos los
q u e fatigan su cuerpo en las faenas im puestas p o r las n ece­
sidades de la vida.
E n ese día, el verdadero israelita n o sólo d eb e cesar su
d iaria tare a sino que tiene el d e b e r de p e n sar en las cosas
de Dios, lee r las escrituras santas y p re p a ra r su espíritu en
la m ed itació n de las prom esas q u e Yavé hizo a Israel.
La im p o rtan cia de esta festividad sem anal creció d u ra n ­
te el d estierro en B abilonia y llegó a ad q u irir u n valor tan
g ran d e que su observancia se llenó de prescripciones y re ­
glas m inuciosas. Los espíritus afectos a las no rm as aguzaron
LA CIUDAD CRISTIANA 131

su ingenio en la descripción de todo lo que u n israelita no


p o d ía h a c er d u ra n te esa festividad, hasta el p u n to de que al­
gunas sectas p ro h ib ie ro n hasta el cum plim iento de los re ­
clam os m ás u rgentes del cuerpo. Dice Flavio Jo sep h o en su
De Bellum Judeorum que los “selenios” se abstienen de traba­
ja r el día sábado más rigurosam ente que n in g ú n ju d ío , no
sólo p re p a ra n los alim entos en la víspera, p ara n o e n c e n d e r
fuego ese día, sino que, adem ás, n o se p e rm ite n m over u n
utensilio cualquiera ni evacuar el v ien tre ”93. U no de los do­
cum entos p erten ecien tes a la secta de los esenios, el que se
conoce con el n o m b re de “D ocum ento de D am asco”, trae
las prescripciones que dicha secta h ab ía codificado p ara
h o n ra r el día de Yavé. Algunas de ellas revelan ese form ulis­
m o c o n tra el q u e h ab ía de reaccionar N uestro S eñor Jesu ­
cristo con aquellas palabras “que el sábado había sido h e­
cho p a ra el h o m b re y no el h o m b re p ara el sábado” 94. El R.
R De Vaux dice que los rabinos del siglo II de n u e stra era
a b u n d a ro n en consideraciones sem ejantes y argüían tam ­
b ién q u e el sábado h ab ía sido dado a los israelitas y no és­
tos al sábado.
La fiesta pascual rec o rd a b a el rescate de Israel del p o d e r
de los egipcios y a u n q u e esta fiesta tiene u n a historia m uy
larga y con m uchas variaciones en lo q u e resp eta a la evo­
lución de su ritual, nos lim itarem os a señalar sus caracterís­
ticas m ás p erm an en tes. El origen de la pascua com o su eti­
m ología, goza de u n a larga discusión académ ica d o n d e la
e ru d ic ió n h a in te n ta d o las in terp retacio n es m ás raras, pe­
ro cu alq u iera sea el significado original del n o m b re y los

93. De Bellum Judeorum, 2, 8 y 9.


94. Marcos, II, 28.
13 2 RUBEN CALDERON BOUCHET

parentescos de su ritual, q u ed a que p a ra los israelitas rem e­


m o ra b a la salida de E gipto y se co nectó con la festividad de
los ácim os. T anto u n a com o otra, con o sin an teced en tes
fu e ra de Israel, tien en p ara el p u eb lo ju d ío u n significado
histórico d e p e n d ie n te de su relación con Yavé, es u n a fies­
ta de la alianza.

O t r a s in s t it u c io n e s

Estam os acostum brados a pensar q u e u n p u eb lo crea li­


b re m e n te sus instituciones, que las sostiene en tanto res­
p o n d e n a sus necesidades m orales, políticas o económ icas
y las a b a n d o n a n o b ien su crecim iento y evolución le im po­
n e n u n cam bio de ropaje. Es u n a visión de la historia naci­
d a en u n p e río d o de cam bios y m odificaciones revoluciona­
rias. Las sociedades tradicionales n o tie n e n conciencia de
q u e sus instituciones d e p e n d an de la b u e n a voluntad de un
legislador cu alq u iera o del azar de u n plebiscito. N ingún
p u e b lo tiene la conciencia, p o r lo m en o s e n los com ienzos
d e su historia, de haberse hecho a sí m ism o, m ed ian te un
acto de voluntad contractual, ni de h a b e r escogido libre­
m e n te las form as de su vida social. Estas le vienen im pues­
tas p o r u n a larga tradición y en su o rig en reco n o cen u n a
fu n d ació n divina. U n positivista convicto p u e d e su p o n e r
q u e la apelación a u n a autoridad e x tra h u m a n a es u n a as­
tucia del legislador p a ra que se lo o b ed ezca sin rebeldías.
Esta o p in ió n , pese a q u e parece a b o m in a r de to d a m etafí­
sica, tiene la suya y tan to más em b o zad a c u a n d o p e o r defi­
n id a y u n a id ea del h o m b re que gira e n el circulo de su au­
tosuficiencia.
LA CIUDAD CRISTIANA 133

Lo lam en tab le en esta situación in telectual es que esta


id ea se h a im puesto de tal m odo en la conciencia del h o m ­
b re m o d e rn o , que aquellos q u e rep re sen ta n el p en sam ien ­
to tradicional se ven obligados a u n d e rro c h e de eru d ic ió n
p a ra p ro b a r dos cosas: prim ero , q u e co nocen b ien los cam i­
nos p o r d o n d e los científicos positivistas h an buscado p ro ­
b a r la certeza de sus doctrinas; segundo, que esas teorías no
reem p lazan con ventajas interpretativas las op in io n es fu n ­
dadas e n la tradición. Este desgaste de fuerzas no sería na­
da si n o viniera aco m p añ ad o con u n a visión de los hechos,
de la q u e , p o r pudor, p o r tem o r a m ere ce r el tilde de dog­
m ático o p o r contagio del oficio crítico, h a desaparecido
to d o rastro de perspectiva teológica.
Si la perspectiva teológica es solam ente u n espejism o de
la fantasía o de la afectividad del q u e observa, in d u d ab le ­
m en te , n o tiene n a d a que h a c er en la exposición científica
y objetiva de los hechos, y así, la institución del m atrim onio
cristiano com o sacram ento n o transform a la constitución
n a tu ra l del m atrim onio m onogám ico: a ñ ad e u n a cerem o ­
n ia m ás a la que ya se usaba y cam bia u n rito p o r otro. To­
davía se p u e d e hallar que la expresión ex te rio r de tal rito
tien e an te c e d en te s tales y cuales en otras m anifestaciones
de diversos cultos. La posibilidad de e n c o n tra r el carácter
sui generis o el sentido sacram ental de la c erem o n ia se dilu­
ye e n u n a serie de concordancias superficiales q u e no di­
cen n a d a del c o n te n id o religioso, y esto, p o r u n a razón de
u n a sim plicidad aplastante, p o rq u e se h a decidido q u e fue­
ra de los gestos rituales no hay c o n te n id o religioso.
P ara estu d iar las instituciones ju d ía s conviene te n e r en
cu e n ta tales recaudos, pues de o tra m a n e ra nos p e rd e re ­
m os en el caos de las afinidades, de las concom itancias y de
134 RUBEN CALDERON BOUCHET

las influencias, sin co m p re n d er el m isterio de la originali­


d a d de Israel.
No se p u e d e n eg ar que el pueblo de Dios no fue creado
de la nada. Yavé tom o a A braham y a su fam ilia de un m e­
dio social d e te rm in a d o y en u n a é p o ca con características
propias. Ni el m edio, ni la época, ni la lengua, ni los usos y
costum bres, p u d ie ro n variar de re p e n te y transform arse ra­
d icalm ente en o tra cosa, pero tam poco se p u e d e negar, ad­
m itido q u e A braham se haya e n c o n trad o de m odo real y
efectivo fre n te a esa singular experiencia que n a rra el Géne­
sis, q u e el ám bito vital de su existencia haya cam biado de
u n a m a n e ra apreciable y que este cam bio haya influido en
todas las expresiones de su realidad com o individuo y co­
m o m iem bro de u n a com unidad. A braham es u n escogido
de Yavé y tiene, fre n te al dios que lo h a elegido, u n a m isión
q u e cum plir. Si esta situación no es capaz de m odificar sus
actitudes vitales es p o rq u e n ad a p o d ría hacerlo.
P uesto fre n te al h ech o religioso y acep tad o éste com o
real, co rre sp o n d e observar de qué m a n e ra y en q u é nivel
m odificó los usos y las instituciones fam iliares y tribales h e ­
red ad o s p o r el patriarca. La hagiografía no es m uy explíci­
ta p e ro trae las referencias suficientes p a ra advertir que
d e n tro de u n m arco de tradiciones sociales y de costum ­
b res adscriptas al m edio cultural del q u e surgió, la p ro m e ­
sa de Yavé de convertir a A braham e n je fe de u n p u eb lo n u ­
m eroso y su asistencia p e rm a n en te a lo largo de la historia
hizo de la co m u n id a d del patriarca y sus sucesores un p u e ­
blo extraño.
A braham e ra u n pastor n ó m ad e de ganado m enor: ove­
ja s y cabras p rincipalm ente. Al asentarse en la tie rra p ro m e ­
tida n o cam bió m ucho el régim en de su vida, p ero da los
LA CIUDAD CRISTIANA 135

prim eros pasos p a ra convertirse en u n a su erte de pastor se­


d en tario . Esta situación lo e m p a ren ta con otras co m u n id a­
des q u e viven de la m ism a m anera. El nom adism o fue el
m odo más antiguo de la existencia de Israel y ya instalado
en el e sp le n d o r de su gloria terrestre, c u an d o e ra m o n ar­
q u ía o rganizada y rica, o en m edio de la m iseria de la p e r­
secución, Israel volvió siem pre los ojos a este pasado q u e se
le antojaba, en la visión religiosa q u e te n ía de su destino,
com o u n sím bolo de la condición itin era n te del p u eb lo de
Dios: “Me a cu erd o de tu felicidad al tiem po de tu adoles­
cencia; de tu a m o r hacia m í, c u an d o te desposé conm igo;
de tu seguirm e a través del desierto, tierra d o n d e no se
siem bra. E ra e n to n ces Israel lo santo de Yavé, la prim icia de
sus frutos. Q u ien de ella com ía, pecaba y caía sobre él la
desgracia, p a la b ra de Yavé” 95.
D espojam iento del cam inante que vuelve traído p o r la
nostalgia del p ro feta y se convierte en signo de la alianza
con Yavé. El R. P. De Vaux re c u e rd a el ejem plo de los “re-
cabitas” q u e se n egaban a b e b e r vino, a sem brar o co n stru ir
casa, p a ra p o d e r vivir largos años “en el suelo en el que sois
com o ex tra n je ro s”. U n caso sem ejante es el ofrecido p o r
los n ab ateo s de fines del siglo IV a. de J. C. y que según el
testim onio de D iodoro de Sevilla, conservan su nom adism o
religioso p o r m otivos p u ra m e n te espirituales. La id ea de
q u e la vida en la tie rra es u n a p e reg rin ació n y u n a b ú sq u e­
da de la existencia q u erid a p o r Dios, en el desprecio de los
b ienes m ateriales, inspiró a la secta de los nabateos p a ra
volver al antiguo nom adism o. “N o ten e rn o s el m e n o r m o­
tivo — afirm a De Vaux— p a ra considerarlos com o sobrevi­

95. Jerem ías, II, 2-3.


136 RUBEN CALDERON BOUCHET

vientes de la ép o ca en que Israel llevaba vida n ó m ad e y la


Biblia dice ex p lícitam ente que su regla fue establecida p o r
Y onadab en el siglo IX a. de J. C. N o es u n a supervivencia
sino u n m ovim iento de reacción 96.
C o n tra las indicaciones constantes de la Biblia y siem pre
e n aras de re n d ir culto a la desconfianza p o r los d o cu m en ­
tos religiosos, se h a q u erid o ver e n los orígenes de la insti­
tu ció n fam iliar an tig u o testam en taria resabios de u n m a­
triarcado m ás antiguo. Es conocido que la fam ilia de los
p ueblos pastores h a sido patriarcal y en lo q u e resp ecta a
los pastores del Antiguo Testamento n o cabe d u d a sobre este
h ech o . El p a d re tiene u n a a u to rid ad indiscutida sobre su
m u je r y sus hijos, a u n casados, que conviven con él.
Esta fam ilia im plica c o m u n id ad de sangre y de dom ici­
lio, de m o d o q u e los siervos, los residentes extranjeros, viu­
das y h u é rfa n o s q u e están bajo el m ism o techo y tien en la
p ro tecció n del cabeza de fam ilia, fo rm a n p a rte de ella. La
so lidaridad fam iliar su p o n e u n a serie de deberes q u e los
m iem bros practican los un o s con los otros y de los q u e el
Levítico re c u e rd a algunos: “Si el e x tra n je ro o p e re g rin o que
vive e n tre vosotros se en riq u eciere, y u n h e rm a n o tuyo cer­
ca de él e m p o b re cie re y se v endiere al ex tra n je ro que vive
contig o o a u n o de su linaje, te n d rá d e re c h o a su rescate
d esp u és de h ab erse vendido; c u a lq u iera de sus h e rm an o s
p o d rá re d im irlo ” 97. Esta práctica de p ro tecció n del p a rie n ­
te en desgracia está relacio n ad a con u n a institución fam i­
liar q u e los h e b re o s llam aron go’el, p alab ra que significa

96. R oger de Vaux, Instituciones del Antiguo Testamento, Herder, Barcelona,


1964, pág. 45.
97. Levítico, XXV, 47.
LA CIUDAD CRISTIANA 137

reivindicar con u n m atiz de p rotección. El o rd e n en que


los p a rie n te s d e b e n p ro c e d e r al ejercicio de esta su erte de
p a tro n a to está expuesto en el Levítico: h e rm a n o s tíos o el
hijo de su tío, o u n p a rie n te próxim o. Este go’el está tam ­
b ién ligado al “levirato”, institución p o r la cual si u n h e r­
m an o casado fallece sin descendencia, el h e rm a n o tien e la
obligación de to m ar a su c u ñ a d a com o m u jer “y el p rim o ­
g én ito q u e de ella n aciere se llam ará com o su h e rm a n o
m u erto , p a ra q u e su n o m b re no desaparezca de Israel” 98.
Esto de llam arse com o el h e rm a n o m u erto n o significa so­
lam en te m a n te n e r el n o m b re , su p o n ía ser d u e ñ o de los
bienes dejados p o r el finado y asum ir su h erencia. Esta es
la razón p o r la cual el go’el legítim o, es decir el p a rie n te
m ás in m ed iato del esposo de Rut, n o q u iere desposarse
con ella, en cam bio Booz asum e la responsabilidad con to­
das sus consecuencias.
N o e ra cosa fácil desligarse de la ley del levirato alegan­
do el poco gusto q u e se p o d ía sentir en cum plirlo con u n a
c u ñ a d a n a d a am able. Esta ten ía d e re c h o a acercarse al des­
d eñoso y en presencia de los ancianos “le q u itará del pie un
zapato y le escupirá en la cara diciendo: esto se hace con el
h o m b re q u e no sostiene la casa de su h e rm a n o , y su casa se­
rá llam ada en Israel la casa del descalzado” 99.
Es lógico p e n sar q u e c u a n d o Israel se hace sedentario y
construye ciudades, la fam ilia p atriarcal n ó m ad e se trans­
form a. En p rim e r lugar p o r u n a razón de espacio vital, las
habitaciones son m ás reducidas y no p u e d e n a u m e n ta r sus
am bientes en la m ed id a que lo exige el crecim iento dem o-

98. D euteronom io, XXV, 6.


99. D euteronom io, XXV, 9.
138 RUBEN CALDERON BOUCHET

gráfico. En seg u n d o lugar p o rq u e la división del trabajo h a ­


ce que las d iferen tes familias a d q u ie ran diversos oficios y
no p u e d a n com o antes, autoabastecerse. Estas lim itaciones
tra jero n com o consecuencia ciertas restricciones en la au­
to rid ad p a te rn a . Este ya no ejerce u n d e re c h o de vida y
m u e rte sobre los hijos. Existen tribunales y ju ec e s civiles
en carg ad o s de ad m in istrar justicia, y a u n q u e la fam ilia j u ­
d ía siguió siendo fu erte, dejó de ser u n a sociedad com ple­
ta p a ra ingresar com o p arte d en tro de u n a organizaciónn
política m ás vasta.

L a f a m i l ia i s r a e l it a

El Génesis n a rr a la constitución del p rim e r m atrim o n io ,


el cual, c o n fo rm e a la voluntad de D ios, fue m onógam o:
“d e ja rá el h o m b re a su p a d re y a su m a d re y a d h e rirá a su
m ujer, y v e n d rá n a ser los dos u n a sola c a rn e ” 10°. El ideal
m o n o g ám ico es claro, p ero los patriarcas seguían las p res­
c rip cio n es del código de H am m urabi, según el cual en ca­
so de esterilid ad de la p rim era esposa se p o d ía to m a r u n a
seg u n d a, p e ro si la esposa legítim a le p ro p o rc io n a b a u n a
esclava, p e rd ía el d e re c h o a ese se g u n d o m atrim o n io . Es
el caso de A braham cu ando tom a a A gar p o r indicación
de Sara.
Ja co b casa con dos herm anas: L ía y R aquel y tom a com o
co n cu b in as a sus esclavas. En realid ad el código de H am ­
m u rab i n o lo favorecía tanto. Essaú tuvo tres m ujeres legí­

1 0 0 . G é n e s is , II, 2 4.
LA CIUDAD CRISTIANA 139

tim as y c u a n d o los ju d ío s e n tra n en P alestina la poligam ia


es de p ráctica com ún. El talm ud fijará un lím ite de diecio­
cho m ujeres p ara los reyes y p a ra los particulares, no más
de cuatro.
P ero si se exceptúa el caso de los reyes y el de algunos
particu lares ricos, la fam ilia ju d ía era en general m o n ó g a­
m a y esto n o sólo p o r u n a razón económ ica sino tam bién
en aras de u n ideal éticorreligioso q u e va abriéndose paso
a través de las costum bres m atrim oniales semíticas.
La nueva fam ilia se constituye, com o es co rrien te, cuan­
do la m u je r deja la casa de los padres y va a vivir al dom ici­
lio del esposo. Para que esto se realice, el m arido tiene que
c o m p en sar a la fam ilia de la m ujer con u n a suerte de resca­
te, mohar, que h a hech o p en sar en u n a com pra. Se suele to­
m ar com o caso el m atrim onio de Jaco b con las hijas de La-
bán; d u ra n te catorce años vivió en casa de su suegro para
term in a r el pago de su mohar y luego irse con sus m ujeres.
La ed ad en que los jóvenes c o n traían m atrim onio no es­
taba fijada p o r n in g ú n texto legal, p ero se supone, sobre la
base de b u en o s datos, que era m uy precoz: doce años p ara
la m ujer, trece o catorce p a ra el hom bre.
Lo hab itu al e ra q u e la fam ilia c o n certara el m atrim onio
y q u e éste se efectuara sin consultar a los contrayentes, p e­
ro en la Biblia hay indicios de que m uchas veces se o b e d e ­
cía a las inclinaciones personales. Esta ú ltim a costum bre
e ra m u ch o m ás co m ú n en la época arcaica de la vida de Is­
rael, c u a n d o las costum bres de las m uchachas e ra n m ás li­
b res y ten ían o p o rtu n id a d de fre c u e n ta r y c o n o c er a los
m uchachos antes de desposarse. O tra costum bre m uy ob­
servada e ra la de elegir cónyuge e n tre los parientes. La p ro ­
hibición p o r incesto no iba más allá de los herm anos.
140 RUBEN CALDERON BOUCHET

La c erem o n ia m atrim onial estaba p residida p o r los es­


ponsales, suerte de com prom iso que se efectuaba antes de
las nupcias. El lapso e n tre los esponsales y el m atrim onio no
estaba fijado y variaba en poco o m ucho, según las circuns­
tancias. Es curioso n o ta r que en u n a sociedad tan religiosa
com o la israelita, el m atrim onio no d ab a ocasión a n a d a se­
m ejan te a u n a c erem o n ia de tipo sacram ental. Todo se de­
sarro llab a en u n a festividad civil en la q u e el acto central es­
taba constituido p o r la e n tra d a de la novia e n la casa del
novio. Allí se celebraban las cualidades de u n o y otro en
cánticos alusivos, se danzaba y se ju g ab a , luego venía un fes­
tín en d o n d e se com ía y se bebía firm e. La festividad duraba
siete días y a veces, catorce. El m atrim onio se consum aba la
p rim era no ch e y com o testim onio de la virginidad de la n o ­
via y de la virilidad del novio, se colocaba a la vista de todos
la sábana m an c h a d a con la sangre del him eneo.
La u n ió n m atrim onial po d ía ser disuelta p o r sim ple re­
pud io . Las causas q u e p o d ían provocar el divorcio estuvie­
ro n discutidas p o r dos escuelas. La rigorista de Samay que
sólo ad m itía el re p u d io en caso de ad u lterio y la m ás laxa
de H illel q u e co n sid erab a com o causal de re p u d io cual­
q u ie r m otivo q u e p u d iere chocar la sensibilidad del m ari­
do: co cin ar m al, gustar de otra, etcétera.
¿Existe en el Antiguo Testamento u n pro g reso en la espiri­
tu alid ad m atrim o n ial que anuncie la co n cep ció n cristiana?
Tal vez p o d ríam o s considerar indicios de u n a m ayor es­
p iritu alid ad a las leyes que c o n d e n ab a n el adulterio, no só­
lo com o delito privado, sino especialm ente com o falta de­
sagradable a Dios. Y au n q u e las costum bres castigaban más
d u ra m e n te el a d u lte rio de la m ujer, el del h o m b re era con­
siderado u n p ecad o igualm ente grave y pasible de la p en a
LA CIUDAD CRISTIANA 141

de m u erte, si la m ujer con la que h a b ía p ecad o era casada.


Así N atán, aproxim ándose a David y en el n o m b re de Yavé,
le re p ro c h a d u ra m e n te su adu lterio con la m u je r de Urías:
“P o r eso n o se ap a rtará ya de tu casa la espada, p o r h a b e r­
m e m en ospreciado to m an d o p o r m ujer a la m u je r de U rías
el J e te o ” 101. Era u n a ofensa a Dios en p erso n a y exigía u n a
explicación religiosa.
Según lo que se conoce, las costum bres m atrim oniales
ju d ía s n o eran m uy su periores a las de otros p u eblos sem i­
tas p e ro la insistencia de las d o ctrinas religiosas e n u n p u e ­
blo q u e las escuchaba no p o d ía m enos q u e a rria r un saldo
favorable. El Génesis en señ a que el h o m b re y la m u jer u n i­
dos e n m atrim o n io son u n a sola ca rn e y el h e c h o de que
la m ujer, en el relato bíblico, aparezca com o e x traíd a de
u n a costilla del h o m b re , te n ía q u e h a c er reflex io n a r a los
m aestros de Israel en la p ro fu n d a u n id a d de la p a reja h u ­
m ana. En la realid ad , las m ujeres ju d ía s gozaban en sus h o ­
gares de u n a situación de resp eto poco co m ú n en los otros
pueblos. Los Proverbios se h a c e n eco de este sen tim ien to
c u a n d o c a n ta n la loa de la m u je r fu erte y destacan en ella
las virtudes q u e n a c en del a m o r de Dios y del cu m p lim ien ­
to de la ley.
Israel p o n ía la fec u n d id ad de la m ujer e n tre sus virtu-
dess m ás excelsas y la esterilidad e ra considerada o bien
u n a p ru e b a de Yavé d e cid id am en te o u n oprobio. Las hijas
de L o t n o titu b ean en em briagar a su p ad re p a ra o b te n e r
de él la d escen d en cia que las libre de la vergüenza.
El b u e n israelita esp erab a u n a p role n u m ero sa y de m a­
n e ra especial rica en varones, p a ra que sostuvieran el n o m ­

1 0 1 . II S a m u e l, X II, 10.
142 RUBEN CALDERON BOUCHET

b re del p a d re y p ro lo n g aran su estirpe. E ntre los varones el


p rim o g én ito gozaba de algunos derech o s especiales, p ero
p o d ía p erd erlo s, p o r indignidad o p o rq u e los enajenaba.
Así Essaú vendió su p rim o g en itu ra a Jaco b . A dvertim os que
lo esencial en el m ayorazgo de Essaú se fu n d a b a en la p ro ­
m esa q u e Yavé h a b ía hech o a A braham y renovado con
Isaac, e ra u n caso de fe y Essaú no d em o stró ten e rla en la
m ism a p ro p o rc ió n que Jacob.
N acido el n iñ o , se esperaba ocho días p a ra la cerem o ­
n ia de circuncisión y d u ran te ese lapso, o luego de la cir­
cuncisión, la fech a no está precisada, se im p o n ía al n iñ o el
n o m b re .
La elección del n o m b re tiene u n c a rá c te r m ístico y q u e­
d a lib rad a al p a d re o a la m adre. Es cuestión de inspiración
y o p o rtu n id a d y am bos esposos son conscientes de este h e­
cho m isterioso. El q u e está inspirado resp e c to al destino o
a la co n d ició n del rec ién nacido le d a u n n o m b re y el otro
lo acata en tan to reco n o ce el valor pro fètico de la inspira­
ción. L ía concibe cuatro hijos y a cada u n o de ellos le po­
n e u n n o m b re e n consonancia con la aceptación que h a
hallado an te Dios y con la relación q u e tien e con su m ari­
do: “Yavé h a m irad o m i aflicción, y a h o ra m i m arido m e
a m a rá ”. R ubén, el p rim e ro de los hijos d e Lía, resum e esta
situación de la m ad re en su nom bre, q u e según la etim olo­
gía p o p u la r significa: El h a escuchado. Sim eón, el segundo
hijo de Lía, reivindica la esperanza de conseguir la ad h e ­
sión de Jaco b , pues su n om bre significa: él se ad h erirá. El
p rim e r hijo de R aquel se llam ó B en O n í, hijo de m i dolor,
p e ro Ja co b le cam bió el n o m b re om inoso que le rec o rd a ­
b a d em asiado los padecim ientos de su b ien am ada, y le lla­
m o B enjam ín, hijo de la diestra.
LA CIUDAD CRISTIANA 143

El nacim ien to de J u a n el Bautista ilustra con claridad el


p ap el profètico que solía te n e r la im posición del nom bre.
Los am igos, los vecinos y el sacerdote en carg ad o de la cir­
cuncisión p e n saro n darle el m ism o n o m b re del p a d re , Za­
carías, p e ro Isabel se opuso y dijo que su n o m b re e ra Ju a n .
C om o se le objetara q u e ese n o m b re no resp o n d ía a n in g u ­
n a tradición fam iliar, se consultó al m ism o Zacarías. Este
h a b ía q u e d a d o m u d o desde que recibiera con cierto escep­
ticism o el a n u n c io del ángel, p ero in te rro g a d o p o r el n o m ­
b re que llevaría el n iñ o , ratificó sobre u n a tablilla la p rofe­
cía de Israel escribiendo: su n o m b re es Ju a n .
L a p rim e ra educación del n iñ o estaba e n c o m e n d a d a a
la m ad re p ero al e n tra r en la ed ad de razón, la m isión e d u ­
cad o ra pasaba a d e p e n d e r del padre. A unque el uso de la
escritu ra fue c o rrien te desde u n a época m uy rem ota, la en ­
señanza de las tradiciones religiosas e históricas de la n a­
ción e ra p re fe re n te m e n te oral. Los textos sobre los cuales
el n iñ o ejercitaba su m em o ria y su inteligencia no se selec­
cionaban, com o hoy, to m an d o com o p u n to de p a rtid a que
el n iñ o es u n m ono en vías de hacerse h o m b re y p o r esta
razón sus p rim eras lecturas tien en que ser esos e n g en d ro s
q u e p are c e n señalar la e tap a in te rm e d ia e n tre los g ru ñ id o s
de u n simio y el lenguaje hu m an o . U n a de las lecturas p re ­
feridas p a ra fo rm a r el oído en la expresión de la lengua, es
la elegía de David sobre la m u erte de Saúl y jo n a tá n , u n o
de los trozos literarios más excelsos q u e la len g u a h e b re a
h a p ro d u cid o y que desde la infancia h ab itu ab a al n iñ o a
em p le ar u n idiom a noble.
D espués de a p re n d e r a le e r y a escribir y a c o n o c er cuá­
les fu ero n los designios de Yavé en la elección de sus a n te ­
pasados, el n iñ o a p re n d ía u n oficio, g e n e ra lm e n te el de su
144 RUBEN CALDERON BOUCHET

p a d re , pues no te n e r u n a profesión era considerado infa­


m e. Los rabinos solían decir que el p a d re que no enseñaba
a su hijo u n oficio útil, lo criaba p a ra ladrón.

D e r e c h o s u c e s o r io

En las sociedades tradicionales la fe religiosa d a a la au­


to rid a d un peso q u e la hace indiscutible. Los antiguos h e­
breos n o escribían sus disposiciones testam entarias y solían
a rre g la r la sucesión de los bienes de m o d o p u ra m e n te ver­
bal, p e ro la p alab ra del p a d re tenía la fuerza de u n m an d a­
to y n a d ie p o d ía discutir sus ó rd en es en aras de u n a noción
abstracta de justicia. N o obstante, existían usos y costum ­
bres que encauzaban las sucesiones en u n cierto m argen de
legalidad q u e libraba del capricho e im p o n ían u n o rd e n j u ­
rídico a las cuestiones suscitadas p o r la herencia.
E n tre los hijos sólo h e re d a b a n los varones y e n tre éstos,
el m ayor gozaba, m ien tras n o m ediase disposición en con­
tra, de algunos privilegios especiales sin que el m ayorazgo
aparezca asentado de m an e ra exclusiva. De los bienes pa­
tern o s el p rim o g én ito o b ten ía el doble q u e cu alq u iera de
los otros hijos. Los hijos de las concubinas n o estaban n o r­
m alm en te en la m ism a situación que los hijos de la señora,
p e ro si ésta los h u b ie ra reconocido com o suyos, tales los ca­
sos de L ía y de R aquel, ten ían igualdad total con los que lla­
m aríam os hijos legítim os. Pero n in g u n o de estos usos está
sobre la a u to rid a d p atern a: A braham d e sh ere d a a Ismael
e n beneficio de Isaac, au n cuando Ism ael h a b ía sido a d o p ­
tado p o r Sara.
LA CIUDAD CRISTIANA 145

C u an d o u n a fam ilia carece de sucesores varones h e re ­


d an las hijas, p e ro con la condición de que co n traigan m a­
trim onio d e n tro del m ism o clan familiar. La viuda n o h e re ­
d a b a p e ro p o d ía q u e d a r com o ad m inistradora de los bienes
de sus hijos m ientras éstos no p u d iera n ad m in istrar p o r su
cuenta. En caso de no te n e r hijos volvía a la casa de sus pa­
dres y h e re d a b a n los parientes más próxim os del m arido,
siem pre q u e no p u d ie ra som eterse a la ley del levirato.

L a s c l a se s s o c ia l e s

En lo q u e respeta a la estratificación de la sociedad israe­


lita, c o rre sp o n d e distinguir e n tre lo que sucedía cu ando el
p u eb lo h e b re o fue n ó m ad e o sem inòm ade, y lo que acon­
teció cu a n d o se asentó e n la Palestina.
D u ra n te la é p o ca pastoril, el pueblo de Israel estaba di­
vidido e n fam ilias y éstas no reco n o cían división de clases.
H asta los esclavos son m iem bros de la fam ilia y particip an
de sus m iserias y de sus riquezas, de su nobleza o de su ru in ­
dad. P o rq u e, es curioso advertirlo, e n tre esas fam ilias de
pastores existen tradiciones m ás o m enos nobles fundadas
en aco ntecim ientos p a rticu la rm e n te gloriosos o ignom i­
niosos e n los q u e estas estirpes h a n actuado. Esta fam a, pa­
ra darle el n o m b re que le conviene en español, recae sobre
todos los m iem bros de la c o m u n id ad y n in g u n o de ellos es­
capa a su p a rte de h o n o r o ignom inia.
C u an d o Israel tom a posesión de la P alestina se organiza
en p e q u e ñ o s m unicipios y ad o p ta u n a e stru c tu ra política
que resp o n d e a las necesidades de u n c e n tro u rb a n o de
146 RUBEN CALDERON BOUCHET

m odestas pro p o rcio n es. Esta organización política rec o n o ­


ce en p rim e r lugar u n a categoría de ciudadanos: los padres
de fam ilia que constituyen u n a su erte de “Consejo M unici­
p a l” y en cuyas m anos están todos los asuntos q u e concier­
n e n a la adm inistración de la aldea. S ugerir la evolución de
este consejo m unicipal a lo largo de la h istoria de Israel es
tare a difícil. Se carece de docu m en tació n precisa y dado el
in terés p rin c ip alm e n te religioso de los textos bíblicos, no
hay referencias bien detalladas respecto del o rd en a m ie n to
social. Se e n tie n d e que c u an d o las aldeas se convierten en
ciudades y la fed eració n religiosa en u n a m o n arq u ía, las fa­
m ilias se estratifican según los oficios, las riquezas, la m ayor
o m e n o r cercanía al p o d e r real. Esta variedad de situacio­
nes crea u n m ap a social com plicado, del que no p u e d e n es­
tar excluidas ciertas posiciones fundadas en el estatuto re ­
ligioso del p u eb lo ju d ío y q u e n o g u a rd a n a rm o n ía con la
situación económ ica. Los descendientes de David, M aría y
Jo sé p a ra tom ar u n ejem plo, p e rte n e c e n a u n a fam ilia re ­
gia y todo el pu eb lo lo sabe p o rq u e llevan en su atu e n d o
signos que d e n u n c ia n su ilustre prosapia. C u ando Domicia-
no , p a ra acabar con las sublevaciones ju d ías, decidió term i­
n a r con la estirpe de David, le fue fácil hallar en el pu eb lo
a los d escen d ien tes del rey, y sus sicarios p u d ie ro n identifi­
carlos p o r las ropas. A pesar de su gran aristocracia, José no
e ra rico. Su co n dición de carp in tero lo adscribía a u n a cla­
se m ed ia artesanal y n a d a en sus m edios de vida d elataba su
ilustre ascendencia.
Esto significaba que en u n a sociedad d o n d e persiste un
o rd e n fu n d ad o en la tradición religiosa y en los servicios fa­
m iliares prestados a la com unidad, las divisiones sociales in­
tro d u cid as p o r las riquezas no sustituyen u n a clasificación
LA CIUDAD CRISTIANA 147

n acid a de la religión, la historia y el honor. U n pobre m en ­


digo p u e d e te n e r más im p o rtan cia social q u e u n acaudala­
do u su rero , si posee los carismas que el p u eb lo espera de
los h o m b re s de Dios.
Oseas, hijo de Berí, que profetizó d u ra n te los reinados
de Je to b o a m II y M enahem , allá p o r los años q u e c o rre n
e n tre el 784 y 736 a. de J. C., vivió e n u n m o m e n to en que
se p o d ía ap reciar en todo su vigor el crecim iento insolente
del p o d e r del din ero . C o n tra esta prelacia re ñ id a con el or­
d e n establecido p o r Yavé, se levantó n u estro profeta: “M er­
c a d er de peso falso y am igo del fraude. E fraín dice q u e se
h a e n riq u e cid o y h a llegado a la opulencia, p ero todas las
ganancias n o le alcanzaran p a ra p ag ar sus in iq u id ad e s” 102.
Los profetas se erigen en defensores del pobre y el Deu­
teronomio, q u e refleja las preocupaciones legales-religiosas
de la época, establece cuáles son las obligaciones que tiene
el rico p ara con el pobre, los huérfanos, las viudas y los es­
clavos: “N o en d u recerás tu corazón ni cerrarás tu m ano a tu
h e rm a n o po b re, sino que le abrirás tu m ano y le prestarás
con qué p o d e r pagar sus necesidades, según lo que necesi­
te ”. Y añade poco después: “N unca dejará de h ab er pobres
en la tierra; p o r eso te doy este m andam iento: abrirás tu m a­
no a tu h e rm a n o , al necesitado y al p o b re de tu tie rra ” 103.
P ero la o p u len c ia tiene su astucia y nace al m ism o tiem ­
po u n a c o rrie n te de p en sam ien to que tien d e a ver en las ri­
quezas u n a m u estra clara del favor de Dios. U n a vida larga,
m u ch a d escen d en cia y buenas cosechas son la com pensa­
ción de las virtudes. Los ricos se sentirán así seguros de su

102. Oseas, XI, 9.


103. D euteronom io, XV, 8,11.
148 RUBEN CALDERON BOUCHET

b ien e star y los po b res se p re g u n ta rá n con J o b qué pecado


p u e d e n h a b e r com etido p a ra recibir de Yavé la p ru e b a de
u n d estino tan duro.
Fue necesario u n cam bio m uy g ran d e p a ra que tal tran ­
qu ilid ad se convirtiera en desasosiego, p ero la ética del
“S erm ó n de la M o n ta ñ a ” está esbozada en el Antiguo Testa­
mento y la voz de Isaías la an uncia ya en sus visiones: “¿Sa­
béis q u é ayuno q u iero yo? R om per las ataduras de la iniqui­
d ad, d e sh ac e r los haces opresores, dejar ir libres a los
o prim idos y q u e b ra n ta r todo yugo; p a rtir su p an con el
h a m b rien to , alb erg ar al p o b re sin abrigo, vestir al desnudo,
y n o volver tu rostro an te tu h e rm a n o ... C u ando te absten­
gas de p ro fa n a r el día Sábado, y de o c u p a rte de tus neg o ­
cios el d ía santo, y hagas del Sábado tus delicias y lo santifi­
ques, alab an d o a Yavé y m e h o n res, dejan d o tus negocios,
el trabajo q u e te ocupe y los discursos vanos, entonces será
Yavé tu d e lic ia ..." 104. Y en su visión de aquellos que habita­
rán la Je ru sa le m nueva, la Jeru salem escatológica, q u ed an
excluidos los q u e h a rta ro n sus vientres en delicias y los que
ab o m in a ro n de su n o m b re y p refiriero n sus negocios al
cum p lim ien to de sus leyes santas.
Jerem ías, que profetizo a p artir del año 13 de Josías, co­
rre sp o n d e al 626 a. de J. C., tuvo tam bién palabras severas
p a ra los que se colm aron de bienes a expensas de la justicia:
“Hay en m i pueblo malvados que acechan com o cazadores
en em boscada y tienden sus redes p a ra cazar hom bres. Co­
m o se llena de pájaros la jaula, así está llena su casa de rapi­
ñas. Así se h an engrandecido, así se h a n enriquecido, así en ­
g o rd aro n y se pusieron lustrosos; no se am paraba el derecho

1 0 4 . Isa ía s, LV III, 6-14.


LA CIUDAD CRISTIANA 149

del h u é rfa n o y no se hacía justicia a los pobres. ¿No habré


yo de pedirles cuenta de todo esto? — dice Yavé— de un
pueblo com o éste. ¿No habré yo de tom ar venganza?” 105.
En o rd e n al d erecho, a la ley establecida p o r la alianza y
a ese m isterioso “R eino de D ios” a n u n ciad o p o r los p ro fe­
tas y sostenido p o r la prom esa, el pu eb lo de Israel no co n ­
sid erab a o tro privilegio que el que n acía de la o b ed ien cia a
Yavé. En su acercam iento o en su alejam iento de Dios el
h o m b re co n stru ía su verd ad ero valor.

L O S EXTRANJEROS

C u an d o Israel se asentó en Palestina tuvo q u e adm itir el


ingreso de m uchos extranjeros y p ereg rin o s q u e vivieron a
su lado y fre n te a los cuales debió tom ar ciertos recaudos
d e los que se h iciero n eco sus leyes.
Estos extranjeros recibieron el n o m b re de gerirn y eran
h om bres libres, es decir no estaban som etidos a u n a presta­
ción de servicios obligatorios, a u n q u e no tenían todos los
derechos de u n verdadero israelita. C arecían de propiedad,
p o r lo m enos d u ra n te u n cierto tiem po y en algunas épocas,
pues el Levítico al ex p o n e r las obligaciones del go ’el habla de
la necesidad de rescatar al h e rm a n o que se haya vendido co­
m o esclavo al extranjero. Mal h u b iera podido co m p rar u n
esclavo el extranjero que carecía de bienes. C on todo, en la
m ayor p arte de los textos d o n d e se hace referencia explícita
a la situación de los extranjeros en Israel, éstos son asimila­

105. Jeremías, V, 26-29.


150 RUBEN CALDERON BOUCHET

dos a los pobres, a las viudas y a los huérfan o s y se prescribe


cuáles h an de ser los cuidados que h an de tenerse con ellos.
Se advierte tam bién que esta categoría social tenía m uchos
m atices y po d ía ser gerim tanto u n extraño a la nación israe­
lita, com o el m iem bro de u n a tribu h e b re a provisoriam ente
de paso p o r otra. Las leyes contem plaban esta diferencia y
o rd en a b a n en cada caso un com portam iento distinto.
Los extranjeros p o d ían trabajar com o asalariados en la
casa de u n israelita p e ro con la com plicación de las relacio­
nes sociales, el a u m e n to de las riquezas en unos y el em p o ­
b rec im ie n to de otros, m uchos b u en o s israelitas se vieron
obligados a trabajar p o r salario en casa de u n com patriota
m ás rico, de m odo que no se p u e d e asim ilar asalariado con
extranjero. F u eran o no h ebreos los que trabajaban p ara
rec o g e r las cosechas o en otras prestaciones retribuidas, te­
n ía n la su erte q u e les d e p a ra b a el azar según trabajaran
con u n h o m b re ju sto o con u n déspota. De la p recaria si­
tuación de los asalariados al servicio de u n am o inicuo se
hace eco la E pístola de Santiago: “El jo rn a l de los obreros
q u e h a n segado vuestros cam pos, d efraudados p o r voso­
tros, clam a, y los gritos de los segadores h a n llegado a los
oídos del S eñ o r de los Ejércitos” 106.

A r t e s a n o s , c o m e r c ia n t e s

En lo q u e resp eta a los artesanos sus situación e ra m ejor


q u e la de los asalariados p o rq u e gozaban de u n a m ayor in­
d e p e n d en c ia. E ran d u eñ o s de sus talleres y trabajaban en

1 0 6 . S a n tia g o , V, 4.
LA CIUDAD CRISTIANA 151

fam ilia. C on el au m en to de las profesiones en las ciudades


m ás evolucionadas, las diversas categorías artesanales se
a g ru p a ro n en corporaciones, cuya organización o b ed ecía a
la m ism a e stru c tu ra que la fam ilia y se colocaba bajo la p ro ­
tección de u n m aestro artesano al que se d ab a el n o m b re
de p ad re. Los oficiales eran llam ados hijos y estas designa­
ciones d an u n a idea ap roxim ada de la organicidad del es­
tatuto artesanal.
Los israelitas no fu ero n com erciantes hasta m uchos si­
glos después de su instalación en Palestina. El desarrollo
del esp íritu m ercan til fue u n resultado de la dispersión
m ás que u n a disposición a d q u irid a p o r la influencia reli­
giosa. Las colonias ju d ía s de B abilonia, Siria, Asia M en o r y
A lejandría, arran cad as de su m edio n a tu ra l q u e e ra agríco­
la y pastoril, d e sarro llaro n u n a ap titu d p a ra el tráfico co­
m ercial y las operaciones financieras que h a q u ed ad o co­
m o u n a de las adquisiciones m ás p e rm a n en te s del pueblo
ju d ío . El co n o cim ien to del griego y la necesidad de m an te ­
n e r su p e q u e ñ o E stado nacional los obligaron a buscar el
apoyo de u n fu erte p o d e r político q u e les sirviera de escu­
do p ro tecto r; p o r su p arte, p u d iero n re trib u ir a sus even­
tuales defensores p o n ien d o a su servicio el conocim iento
de los diversos países d o n d e se hallaban. La diáspora p ro ­
tegía así su Estado nacional, su religión, y el tem plo d o n d e
sus antepasados h ab ían a d o rad o a Yavé, p ero los ju d ío s de
Palestina n o siem pre estaban de acu erd o con esta política
o p o rtu n ista de sus connacionales de la dispersión. Su expe­
riencia era otra. Se hallaban dem asiado m etidos en el m ar­
co geográfico d o n d e había estallado la gloria de Yavé, p ara
no sentir u n celo fanático p o r todos aquellos triunfos que
obtuvieron co n tra potencias m uy superiores gracias a la asis­
152 RUBEN CALDERON BOUCHET

tencia del Dios de la alianza. No c o m p re n d ía n las razones


de sus com patriotas dispersos po r el m u n d o y posiblem ente,
caso de los celotes, le reprochaban su falta de fe en el Dios
nacional. La idea que se habían forjado de los tiem pos me-
siánicos y del “R eino de Dios”, colaboraba con la exaspera­
ción nacionalista. Los ju d ío s de la diàspora se habían abier­
to a u n a noción m ás ecum énica de la p rom esa h e c h a po r
Yavé y en m uchos de ellos, la idea de un Mesías salvador apa­
recía ex trañ am en te m ezclada con nociones bastante sospe­
chosas p ara los ju d ío s palestinenses. U n eco de estas diferen­
cias lo hallarem os en el prim er concilio de la Iglesia de
Cristo que se realizo en Jerusalem , precisam ente p ara diri­
m ir u n pleito nacido de la actitud frente al gentil.
El com ercio desarrolló en los ju d ío s u n a m an e ra de
p e n sar m ás racionalista, que p ro n to se h a rá se n tir en las
dos esferas de sus intereses más radicales: en la in te rp re ta ­
ción de la Torah y e n la proyección m ás universal que ad­
q u iere el sentido de la prom esa. Este universalism o coinci­
de p eligrosam ente con los intereses financieros fu ndados
en las profusas y extensas redes com erciales de la p o d ero sa
clase d irig en te de la diàspora.
Los h o m b re s de la ley y los tradicionalistas no veían con
b u e n o s ojos el espíritu de lucro, p ero los sacerdotes se be­
neficiaban con las dádivas que e n tra b a n to rren cialm en te
en el T em plo y elevaban púdicam ente los ojos p ara n o ver
la in iq u id ad q u e tocaban sus m anos, p ues sabían “que p o r
a m o r al d in ero m uchos in cu rren en pecado, q u e el que
busca e n riq u ecerse cierra.los ojos” 107.

1 0 7 . E c le s iá s t ic o , X X V II, 1.
LA CIUDAD CRISTIANA 15 3

L a e s c l a v it u d

Está fu era de toda d u d a que en Israel h u b o esclavos y


que m uchos israelitas fu ero n vendidos com o tales a am os
e x tranjeros y nacionales. El Levítico c o n d e n a esta práctica,
p e ro las disposiciones legales que rigen p a ra el rescate de
los h e rm a n o s esclavizados p o r deudas indican que la con­
dición existía a u n cu ando rep u g n a b a al espíritu de la reli­
gión ju d ía .
P o r de p ro n to se h a b ía p ro h ib id o la esclavitud p e rp e ­
tua, pues aquellos que p o r circunstancias especiales habían
sido vendidos, ten ían el d e re c h o a ser liberados en el año
jubilar.
Esta disposición legal obligaba a los am os israelitas con
todo el peso de la fe religiosa y tam bién a los p arientes de
la p e rso n a que se hallaba en la triste situación de esclavo.
Basta leer el libro de N ehem ías p a ra advertir la existencia
de esclavos e n tre m iem bros de la colectividad israelita.
C u en ta el p rofeta qu e m uchas quejas se levantaron en Is­
rael c o n tra los h erm an o s ju d ío s que habían com p rad o co­
m o esclavos a los hijos y a las hijas de algunos co n n acio n a­
les suyos, que n o tenían con qué com er: “T enem os que
sujetar a servidum bre a nuestros hijos y a nuestras hijas, y
algunas de nuestras hijas lo están ya, sin q u e tengam os con
qué rescatarlas, p o r estar nuestras tierras y nuestras vidas
en p o d e r de o tro s” l,m.
La obligación de m an u m itir el esclavo h e b re o en el año
ju b ila r se e n c u e n tra en el Exodo y en el Deuteronomio, p ero

1 0 8 . N e h e m ía s , V, 5.
154 RUBEN CALDERON BOUCHET

se refieren exclusivam ente al esclavo varón. Las m ujeres


vendidas p ara concubinas no son rescatables. El Deutorono-
mio trae u n a disposición m uy particu lar respecto de la m u­
c h a ch a to m a d a com o b otín de g u e rra p a ra in teg rar el ha­
ré n de u n am o israelita: “la entrarás en tu casa y ella se
ra p a rá la cabeza y se c o rtará las uñas, y qu itán d o se los ves­
tidos de su cautividad, q u e d a rá en tu casa, llorará a su pa­
d re y a su m ad re p o r tiem po de un mes; después en traras a
ella y serás su m arid o y ella será tu m ujer. Si después te de­
sagradare le darás la libertad y no la ven d erás p o r dinero,
ni la m altratarás, pues tú la hum illaste” 109. Texto so rp re n ­
d e n te , dadas las costum bres, por la sensibilidad fre n te al
d o lo r de la cautiva y la delicadeza ante la hum illación de la
m u jer violentada p o r el vencedor.
Sobre la su erte del esclavo es relativam ente fácil h ab lar
m u c h o y d e c ir p oco, cada caso p a rticu la r deb ió te n e r su
p ro p ia h isto ria y resu lta u n a m era fantasía p re te n d e r re d u ­
cir todos los casos concretos a u n p a r d e líneas generales.
L a ley de Israel p ro te g ía al servidor de u n a fam ilia y en lo
q u e resp ecta a sus obligaciones religiosas lo asim ilaba a u n
m ie m b ro de ella. Basta que p u d ie ra p a rtic ip a r del culto
p a ra q u e su situación no fuera oprobiosa. G ozaba del des­
canso sabático com o cualquier hijo d e la ley y participaba
en las com idas rituales y en la pascua. Estos privilegios ha­
cen p e n sar en u n a casi adopción, p ues com o dice el prover­
bio: “el siervo in teligente se im p o n d rá al hijo deshonroso,
y h e re d a rá con los h e rm a n o s” no. Sesán, q u e no ten ía hijos
varones p e ro sí u n esclavo egipcio m uy despabilado llama-

109. D euteronom io, XXI, 12-14.


110. Proverbios, XVII, 2.
LA CIUDAD CRISTIANA 155

do Jarja: “dio su hija p o r m u jer a J a rja ” con lo que éste pa­


só a ser su hijo legítim o y h e re d e ro de sus bienes y de su
n o m b re m .
La influencia religiosa sobre la condición del esclavo is­
raelita o e x tran jero es in negable y se hace sen tir de m an e ­
ra p a rticu la r en el caso de los esclavos fugitivos. Era co m ú n
q u e en tal situación el esclavo buscara refugio en o tra fam i­
lia o en o tro p u eb lo , p a ra am bos casos las leyes e ra n seve­
ras: el C ódigo de H am m u rab i castiga con p e n a de m u erte
al q u e oculta a u n esclavo. Esta ley n o ten ía aplicación en
caso de q u e el tránsfuga se refugiase en u n país extranjero,
p e ro los pueblos orientales, de co m ú n acuerdo, h ab ían
co n c erta d o u n a su erte de arreglo p a ra la extradición de es­
clavos fugitivos. Israel no reconoció este acu erd o y el Deute­
ronomio dice de m odo inequívoco: “N o entregarás a su am o
u n esclavo h u id o q u e se haya refugiado en tu casa”, y acon­
seja ten e rlo consigo e n m edio de la tierra “o en el lugar
q u e el elija, en u n a de tus ciudades, d o n d e bien le viniere,
sin causarle m olestias” 112.
Israel es casa de paz y de justicia, lugar santo de Yavé,
p o r esa razón su territo rio es com o un tem plo d o n d e debe
d e te n e rse la venganza p o rq u e “Yavé rom pió la vara de los
im píos, el cetro de los tiran o s” y “bajo su som bra hallarán
p ro tecció n los d e ste rra d o s” 113.

111. Paralipóm enos, II, 34-35.


112. D euteronom io, XXIII, 15-16.
113. Isaías, XIV y XV.
156 RUBEN CALDERON BOUCHET

F o r m a s d e g o b ie r n o

Se h a dicho q u e las doce tribus que constituyeron el p u e­


blo de Israel fo rm a ro n u n a suerte de anfictionía religiosa
en to rn o , no a un santuario com o las sim ilares griegas, sino
al culto de Yavé. De Vaux e n c u en tra que esta com paración
con las anfictionías helénicas p u e d e ser útil y hasta pasable­
m en te instructiva siem pre que la sem ejanza no p erju d iq u e
la observación de las desigualdades. Las doce tribus tien en
p len a conciencia de su solidaridad religiosa y cualesquiera
fu ere n las dudas que la crítica m o d e rn a tuviere respecto a la
genealogía señalada p o r la historia del p atriarca fundador,
Israel estaba convencido de ten e r a A braham p o r pad re en
la carne y a Yavé p o r dios de la nación. El A rca de la A lian­
za es objeto de culto nacional y m ás q u e sím bolo de la p re­
sencia de Dios, su m o ra d a real a u n q u e m ística.
Esta federación de tribus no tiene, p o r lo m enos hasta la
instau ració n de la m o narquía, u n g o b ie rn o com ún. Su o r­
ganización adm ite las form as usuales e n tre otros pueblos
q u e tie n e n con Israel u n parentesco racial com o E dom ,
M oab, A m m on y A ram , y no tanto p o rq u e haya recibido in­
flu en cia de estos pueblos, com o p o rq u e o b e d e ce n a u n m o­
vim iento n a tu ra l de organización, que tie n d e a proyectar la
e stru c tu ra fam iliar al ám bito de la institución m unicipal.
C on todo, d e b e señalarse u n a excepción, las p eq u eñ as ciu­
dades israelitas no co n o ciero n el g o b iern o de los m onarcas
patriarcales co m ú n a los otros pueblos y sí u n a especie de
consejo de ciudadanos reclutados e n tre los jefes de las fa­
m ilias m ás notables.
La eficiencia política de este rég im en m unicipal fue es­
casa y h u b o necesidad de que Yavé suscitara jefes con p o d e ­
LA CIUDAD CRISTIANA 157

res carism áticos p a ra q u e la u n id ad de Israel no desapare­


ciera del todo. Estos jefes fu ero n los ju eces, e n tre los que
sobresalió Sansón, cuyo advenim iento al m u n d o tiene en la
n a rra c ió n del hagiógrafo, u n intro ito m ilagroso q u e p re p a ­
ra el anim o del creyente p a ra hallarse fre n te a u n p o d e r
sustentado totalm en te p o r Dios. La m o n arq u ía n a c e rá de
exigencias so b ren atu rales com o toda la historia de Israel.
Israel es u n p u eb lo q u e vive en m edio de otros pueblos
y a u n q u e el carácter de su religión lo coloca e n u n a situa­
ción distin ta a la de su c o n to rn o histórico, no p o r eso deja
de se n tir en su p ro p ia vida las influencias estim ulantes o
negativas de su d e rred o r. La falta de u n id a d política se ha­
rá sen tir de u n m o d o m ás acuciante, c u an d o sus vecinos h a­
yan su p erad o la e ta p a de la desorganización tribal p a ra e n ­
tra r en el o rd e n de la m o narquía.
“Los libros de Sam uel — escribe De Vaux— han conser­
vado sobre la institución de la m o n arq u ía dos relatos p ara­
lelos, u n o de los cuales es favorable y el otro c o n tra rio ” 114.
E n el p rim e r relato Sam uel recibe de Yavé el a n u n cio de
q u e h a de llegar Saúl, de la tribu de B enjam ín y a q u ien Sa­
m uel u n g irá com o jefe de su pueblo. Las palabras del p ro ­
feta en la u n ció n de Saúl d e n u n c ia n el carácter sacral de la
nueva m o n a rq u ía y establecen e n tre ésta, Yavé y el p u eb lo
de Israel u n triple pacto p o r el que Yavé un g e a Saúl com o
p rín c ip e de su h e re d a d , p a ra que rein e sobre el p u eb lo ele­
gido y lo libre de las m anos de sus enem igos.
El seg u n d o relato se e n c u e n tra en el capítulo ocho del
p rim e r libro de Sam uel y da u n a in te rp re ta c ió n distin ta de
la in stau ració n de la m o n arq u ía. En esta ocasión es el pue-

114. R oger de Vaux, op cit., págs. 141-142.


158 RUBEN CALDERON BOUCHET

blo de Israel, en las personas de sus ancianos m ás notables,


q u ien pide a Sam uel la un ció n de u n m onarca. Yavé o torga
el perm iso p ero su oráculo es am argo: “Oye la voz del p u e­
blo en cu an to te pide, pues no es a ti a q u ien rechazan sino
a m í, p a ra que n o re in e sobre ellos... Escúchalos, pues, p e­
ro d a testim onio c o n tra ellos y darles a c o n o c er cóm o los
tra tará el rey que re in a rá sobre ellos” 115.
La p rim e ra tradición nos habla del rey carism àtico susci­
tado p o r Yavé p a ra u n ir a Israel y d efen d erlo c o n tra los fi­
listeos. La seg u n d a tradición pone la institución de la m o­
n a rq u ía e n el m arco de la historia co n te m p o rá n e a a Israel
y a p u n ta a las influencias extrañas que han sufrido los n o ta ­
bles del pueblo, p a ra solicitar a su p ro feta la m agistratura
real. N ecesidad de u n a cabeza única, co m p ren d id a p o r Ya­
vé a u n q u e al p a re c e r no estim ada, p o rq u e su ponía el ab an ­
d o n o de los usos santificados p o r la tradición israelita. Esta
es la contradicción q u e nace del cotejo de am bos textos.
El g o b ie rn o de Saúl fue exclusivam ente m ilitar, y aun
d e n tro de esta actividad, n o tuvo la asistencia p e rm a n e n te
de Yavé com o la tuvo Josué. F u era de la g u e rra la a u to ri­
d a d de Saúl n o te n ía o tra com petencia.
C on David, Israel e n tra en u n o rd en de g o b iern o cabal­
m en te m onárquico. La u n id ad del reino se m antiene, au n ­
que con vacilaciones, du ran te la vida de David y de su conti­
n u a d o r Salom ón. Pero a la m uerte de este últim o la nación
se divide en dos Estados distintos: Israel y Ju d á, am bos paí­
ses están g o bernados con criterios diferentes. Israel m antie­
n e el sentido de la m o n arq u ía de origen carism àtico y es m e­
n e ste r q u e Yavé se exprese po r la boca de sus profetas, para

1 1 5 . I S a m u e l, V III, 7-9.
LA CIUDAD CRISTIANA 1 59

que el pu eb lo acepte la designación de u n rey. En el capítu­


lo II del libro prim ero de los Reyes, Ajías predice a Jero b o am
la partición de Israel y su fu tu ra elección com o cabeza de la
fracción predilecta de Yavé y le dice que Dios la conservará
p o r a m o r a la estirpe de David. Ju d á acepta a R oboam com o
hijo de Salom ón y g o b iern a de conform idad con u n princi­
pio dinástico, que en cierto m odo co rro b o ra la prom esa de
Yavé de m an te n er el cetro en la casa de David.
J u d á e Israel, a u n q u e in d e p e n d ie n te s y m uchas veces
trenzadas en g u e rra , son sin em bargo naciones h e rm a n as
q u e rec o n o c e n u n m ism o culto y se sienten com o dos p ar­
tes del p u eb lo elegido. Esta separación y la en d e b le orga­
nización q u e m an tie n e a am bos Estados en pie h a n colabo­
rad o con el te m p e ra m e n to del pueblo ju d ío p a ra que éste
no llegara a te n e r u n id ad . Y es de señalar, con el p ad re
R oger de Vaux, la facilidad con q u e la c o m u n id ad ju d ía ,
luego del cautiverio de B abilonia, volvió a sus antiguas for­
m as com unitarias, com o si la m o n a rq u ía n u n c a h u b iera
existido. Sólo q u e d o el rec u e rd o y aquella presencia de los
d escen d ien tes de David ligada a u n a esperanza m esiánica
ja m á s ab an d o n ad a.
Israel es el p u eb lo elegido, la esposa de Yavé. Las dife­
re n te s instituciones inspiradas p o r Yavé p a ra g o b e rn a rlo
son tam b ién sagradas y se explican y justifican en la fideli­
d ad q u e g u a rd a n a su origen carism àtico. “En tal perspecti­
va — concluye De Vaux— el Estado, p rácticam ente la m o­
n arq u ía, aparece com o elem en to accesorio y de hech o ,
Israel prescindió de él en la m ayor p arte de su h isto ria” 116.

116. Roger de Vaux, op. cit., pág. 149.


IV
C a p itu lo

ISRAEL BAJO LA INFLUENCIA HELENICA

La Palestina fue conquistada p o r A lejandro M agno e n el


añ o 332 a. de J. C. y en el año 198 fue an ex ad a al rein o de
los seleucidas. U no de los descendientes de Seleuco, Antío-
co IV Epifano, con el p ropósito de d ar u n id a d espiritual a
su rein o , d ecretó la abolición de la religión ju d ía y p rocuró
q u e sus súbditos israelitas abrazaran las costum bres y los
usos paganos. Los libros de los M acabeos in fo rm an con de­
talle cuál fue la reacción de los ju d ío s que no quisieron
a b a n d o n a r el culto de Yavé y cóm o, luego de cruentas vici­
situdes, lo g ra ro n salvar la in d ep e n d e n c ia religiosa y más
tard e, gracias a la lejan a p e ro efectiva protección de Rom a,
u n a p recaria y c o rta in d e p e n d e n c ia política.
Poco tiem po d u ró la g ratu ita protección de R om a y no
faltó en el seno de nación tan apasionada el conflicto reli­
gioso político q u e sirvió de p rete x to a la Loba p a ra interve­
n ir Palestina y p o n e r a su cabeza u n a de las facciones en
p ugna. En el año 37 a. d e j. C., los rom anos, cansados de u n
rey sacerdote q u e no resultaba tan m aleable com o desea­
162 RUBEN CALDERON BOUCHET

b an, pu siero n el Estado de Israel en m anos de la fanlilia de


H erodes. P ero antes de concluir bajo el g o b iern o de esa di­
nastía que tantos m éritos hizo p a ra crearse u n a suerte de
g ran d eza en la abom inación, el pu eb lo de Israel conoció
u n a teocracia p residida p o r el Sum o Sacerdote. El prestigio
de la institución sacerdotal fue gloria de los m acabeos y
c u a n d o Jo n a tá n alcanzó la dignidad de la m ás a lta je ra rq u ía
sacerdotal se convirtió al m ism o tiem po en u n soberano p o ­
lítico que m a n te n ía en sus m anos el cetro y el anatem a.
Está visto y c o m p ro b ad o que la d e te n c ió n en u n a m ism a
p e rso n a de los intereses espirituales y tem porales suele
tra e r d e te rio ro p a ra unos y otros y esto no tardó en suce­
d e r con la teocracia ju d ía . La necesidad de c re a r respaldos
políticos p a ra aseg u rar los fu n d am e n to s de u n p o d e r débil
suscitó la irritació n de los píos y Dios sabe qué terribles
suelen ser los h o m b res de fe c u an d o la fidelidad e n tra en
p u g n a a con los negocios terreno s. Esta situación se com ­
plica en el caso de Israel p o r la vinculación in d estru ctib le
q u e existe e n tre la religión y la c o m u n id a d política. Los re­
p ro ch e s dirigidos al rey sacerdote p ro v en ían de las dos
fu en te s de su p o d e r y esto p o rq u e , si co m batía la in flu en ­
cia ex tran jera, que ten d ía a deb ilitar la p u reza del culto na­
cional, d e sp ertab a la indignación de los progresistas que
m ed ra b a n a la som bra del p o d e r fo rá n e o , y si buscaba la
p ro te c ció n de ese poder, los celosos de Yavé p o n ían el gri­
to e n el cielo.
H ircan o II p recipitó el d e rru m b e de la teocracia p o r su
servilism o fre n te al p o d e r ro m an o y los m anejos de su
ag ente político, A ntipater, padre de H erodes el G rande,
q u e estaba em p e ñ a d o en abrirse cam ino al am paro de los
nuevos amos. H ircan o sentó un p re c e d e n te que n in g ú n
LA CIUDAD CRISTIANA 163

h o m b re d ig n o po d ía acep tar en el fu tu ro y la institución


del rey sacerdote se h u n d ió en el desprestigio. Lo q u e q u e­
d ó a los israelitas de p o d e r político era tan m ísero q u e só­
lo u n chacal com o H érodes p o d ía reco g er sin asco.
La caída de la p rim e ra figura sacerdotal trae com o con­
secuencia inm ed iata u n d ebilitam iento general del sacer­
docio com o institución. El p u eb lo fiel se a p a rta del culto
en lo q u e éste d e p e n d e de u n sacerdocio organizado, al
q u e se su p o n e venal y extranjerizante y suscita el nacim ien­
to de u n a religión de la ley, cuyos servidores van a ser los
rabinos o escribas.
Esta a g ru p a c ió n de origen laico se organizará en u n a
su erte de secta. Verem os con qué alcance se p u e d e em ­
p le a r este térm in o , q u e se h a h ech o célebre con el n o m b re
de fariseos. F ueron laicos, p e ro el celo p o r el cu m p lim ien ­
to estricto de todas las prescripciones legales los fue convir­
tien d o en rivales del sacerdote y con p osterioridad, en sus
reem plazantes. P ero, com o escribe Adolfo Lods en su his­
to ria sob re la religión de Israel, lo q u e m ás contribuyó a
darles la prim acía en la religión israelita fue la lu ch a co n ­
tra la influ en cia helénica.
No todos los rab in o s fu ero n fariseos y los h u b o que p e r­
te n e c ie ro n a otros g ru p o s sectarios, p e ro com o los fariseos
c o n trib u y ero n con el m ayor n ú m e ro y la m ejo r obstina­
ción a cre a r el prestigio de los d octores de la ley, la desig­
nació n de escriba y fariseo se hizo casi sinónim a.
En los cien años que tra n sc u rre n desde el advenim iento
al tro n o de H ero d es llam ado “el G ra n d e ” y la destru cció n
de Je ru sa le m p o r la tropas de Tito, el p o d e r de los escribas
se afirm ó hasta convertirse en la fuerza a g lu tin an te de más
im p o rtan cia que co n ta b a la sociedad israelita. A lejandro
164 RUBEN CALDERON BOUCHET

(75-67) a. de J. C. los hizo m iem bros del S an h ed rín , conse­


jo de la c o m u n id a d del q u e fo rm ab an p a rte los jefes de las
fam ilias principales y los sacerdotes bajo la presidencia del
P ontífice, cuyo cargo d u rab a sólo cuatro años. D espués de
la d estru cció n del tem plo ya no h u b o sacerdocio en Israel
y la asam blea de rabinos asum ió, a n te los rom anos, la re­
presen tació n del pu eb lo ju d ío . Esta asam blea estaba presi­
d id a p o r u n rab in o elegido e n tre los m iem bros del grupo.
Fue co stum bre elegir a u n m iem bro de la fam ilia de H illel
q u e to m ab a el n o m b re de nasí, equivalente a patriarca. So­
b re el p o d e r del nasí — o p in a O rígenes e n el añ o 200 de
n u e stra era— q u e equivalía a u n m onarca.
C u an d o nos referim os a la educación en Israel hicim os
u n a breve rese ñ a del papel ju g a d o p o r los doctores de la ley
e n la transm isión del traditum religioso. A hora nos ex te n d e ­
rem os u n poco más sobre la función que cum plían los es­
cribas e in ten tarem o s, sin forzar el esquem aticism o, indicar
el carácter q u e tiene esta nueva institución en la evolución
de la sociedad israelita.
El d o c to r de la ley es esencialm ente u n m aestro y este
m agisterio su p o n e la e n señ an za de la c o n d u c ta q u e debe
seguir el v erd ad ero israelí p a ra q u e su p ro c e d e r se confor­
m e con las exigencias de la halaká y p u e d a así hallar la gra­
cia an te los ojos de Yavé. La halaká constituye u n o rd en
norm ativo cuyas reglas, sancionadas p o r el uso, se fu n d an
e n la ley escrita llam ada Torah, q u e todo ju d ío d eb e co n o ­
cer p e ro no aplicar de a cu erd o al capricho de su inspira­
ción, sino co n fo rm e a las indicaciones establecidas p o r los
in té rp re te s más autorizados. P ara evitar los devaneos subje­
tivos en todo lo q u e hace a la aplicación de la ley, se hizo
necesaria la existencia de un h o m b re versado en el estudio
LA CIUDAD CRISTIANA 165

de la escritura y capaz de excogitar el sentido m ás adecua­


do, p a ra aplicar la ley a u n a circunstancia d e te rm in a d a.
En esta faen a se fue acu m u lan d o u n a copiosa casuística
q u e sirve de p rec e d e n te p a ra llegar sin e rro r a establecer
nuevas soluciones. C on el c o rre r del tiem po la ju ris p ru d e n ­
cia se hizo a b ru m a d o ra y esto au m e n tó el p o d e r de los ra­
binos y re d u n d ó en perjuicio del espíritu profètico q u e vi­
vía en la ley. La Mischná es u n a colección de decisiones
tom adas p o r la m ayoría del colegio de escribas, que m ani­
festaba con claridad el giro q u e hab ía tom ado e n esa é p o ­
ca la adh esió n a la tradición.
La m en talid ad legalista tiene u n a n atu ral proclividad al
detalle y a la m inucia, y el ju rista se acostum bra a resolver
todos los casos apelan d o a la rigidez de la n o rm a escrita y a
los p rec e d e n te s de la ju risp ru d e n c ia asentada. Esta ín d o le
espiritual es enem iga de la inspiración y los escribas que te­
n ía n p o r m isión in te rp re ta r la ley y los profetas, concluye­
ro n p o r c re e r q u e los h ab ían sustituido. A esta creencia fus-
tig a rá ju a n el B autista cu an d o levante c o n tra ellos la voz en
el desierto: “Raza de víboras ¿quién os en señ ó a h u ir de la
ira q u e os am enaza?” 117.
U n nuevo ideal educativo se dibujó en la conciencia de
Israel. Ya no se aspiraba ni al profetism o ni al sacerdocio. La
verdad estaba en la ley y en sus com entarios. U n conoci­
m iento acabado de la Torah y la Mischná hace al verdadero
israelita. Para lograr este ideal, el b u e n ju d ío com enzaba su
aprendizaje de la Torah a los pies de u n rabino, com o lo h i­
zo Pablo a los pies de Gamaliel. El rabino hacía su in te rp re ­
tación y de algún m odo su exégesis se inscribía en la línea

11 7 . M t., III, 7.
166 RUBEN CALDERON BOUCHET

de u n a escuela determ inada: farisea, saducea o bajo la o rien ­


tación de u n a ten d en cia m enos conocida que se insinuaba
com o discrepancia teológica o m eram en te tem peram ental.
Los fariseos sugerían la escuela de H illel o de Sham m ai, sin
que se p u e d a apreciar entre u n o y o tro diferencias m uy n o ­
tables en lo que hace a la interpretación de la ley.
Este re to rn o a te n to y m inucioso a la h e re d a d religiosa,
am en azad a p o r las invasoras costum bres de la civilización
helénica, n o fue u n m ovim iento m era m e n te negativo. T u­
vo u n a in flu en cia beneficiosa en la conservación de la Sa­
g rad a E scritura y en la fijación del c o n te n id o textual de la
Biblia. E n esta tarea tam bién h u b o discrepancias, no obs­
tan te, los libros lo g raro n u n a síntesis can ó n ica casi definiti­
va, especialm ente los legales, que hasta ese m o m en to ha­
bían sido dispuestos de u n a m a n e ra caótica. Los escritos
proféticos y sapienciales fueron d ep u ra d o s y añadidos a los
o tros in co rp o rán d o se al canon. La c o m p leta decantación
de la Biblia ju d ía fue o b ra de los m asoretas que laboraron
en esa tarea después de la destrucción de Je ru salem y a p ar­
tir del llam ado “Sínodo de Jam m ia” e n tre los años 90 y 100
de n u e stra era.
Sin lu g ar a dudas, el proceso de la form ación del canon
bíblico fue m u ch o m ás lento y tuvo raíces m ás antiguas que
las q u e hace s u p o n e r esta breve referencia. El Pentateuco
h a b la d e la m isión q u e hab ría recib id o Moisés del m ism o
Yavé, p a ra p o n e r p o r escrito algunos de sus hechos con el
objeto de p e rp e tu arlo s en la m em o ria del pueblo. La inspi­
rac ió n divina n o ab a n d o n ó a los sucesores de Moisés y tan ­
to Jo su é com o Sam uel c o n tin u a ro n la tarea de M oisés y
co m p ilaro n sus trabajos p o r escrito p a ra edificación del
p u e b lo santo.
LA CIUDAD CRISTIANA 167

La p rim e ra colección abarcaba los cinco libros del Pen­


tateuco q u e c o n te n ían la ley en su sentido estricto. A esto se
a ñ a d ie ro n los libros proféticos, e n tre los q u e se incluían
los de ]o su é , Jueces y Reyes, que en n u e stro ca n o n son con­
siderados libros históricos. P o r últim o se a g reg aro n los es­
critos de los profetas p ro p ia m e n te dichos. Los llam ados li­
bros sapienciales no tuvieron u n a can o n icid ad seg u ra y
u n ifo rm e hasta después de la e ra cristiana. La razón de es­
ta tard a n za p u ed e rad ic ar en la m ism a e stru c tu ra literaria
de estos libros. Son poem as, aforism os y cánticos inspira­
dos, q u e o b ed ecen a infusiones del espíritu en situaciones
m uy diferentes.

La REACCION EN PALESTINA

En la relación de Israel con la civilización helénica, con­


viene ten e r en c u en ta algunos hechos históricos que p u ed en
explicar m ejor su carácter. C uando los israelitas reto rn aro n
del exilio de Babilonia, se dividieron en dos corrientes
opuestas con respecto a la actitud que debía tom arse frente
a las exigencias de la tradición. Lina de estas corrientes, que
aparece bajo la dirección del p rofeta Ezequiel, tiene u n a
ten d e n c ia rigorista y considera que sólo u n a rígida observa­
ción de la ley p u e d e realizar la salud del pueblo santo y d e­
volverle la grandeza perdida. Su posición fren te a la in flu en ­
cia ex tran jera es tajante y tanto Ezra com o N ehem ías
a d h ie re n a ella cu ando aconsejan a los ju d ío s separarse de
la in m undicia de las otras naciones que hab itab an el país.
La o tra c o rrien te tiene u n a disposición m ás dúctil y m ani­
fiesta ten e r m ayor com prom iso con los am os del m om ento,
168 RUBEN CALDERON BOUCHET

fren te a los cuales n o cree política u n a actitud de severa re­


pulsa. Es fácil im aginar que en esta disposición de ánim o se
hallarían aquellos gru p o s que habían h e c h o fo rtu n a en Ba­
bilo n ia y que esperaban no p erd erla e n Palestina.
Los triunfos de A lejandro M agno n o p are c e n h a b e r p ro ­
vocado e n tre los h eb reo s u n m ovim iento de an tip atía que
se tra d u jera en fran ca hostilidad. El M acedonio era g e n e ro ­
so con los q u e n o le ofrecían resistencia. M uerto A lejandro,
P alestina pasó a fo rm a r parte del lote de P tolom eo y de­
p e n d ió de la jurisd icció n egipcia. Los descendientes de
P to lo m eo d ejaro n a los ju d ío s que vivieran según sus usos y
n o se m etie ro n p a ra n a d a con su religión. Esta política les
p erm itió co b ra r con regularidad sus tributos sin necesidad
de sofocar levantam ientos. En 198 a. de J. C. los israelitas
pasan a d e p e n d e r de los descendientes de Seleuco que go­
b e rn a b a n la Siria desde A ndoquía, y con este cam bio co­
m ienzan las com plicaciones.
C u an d o m e referí a los m acabeos, tuve o p o rtu n id a d de
h a b la r de la relación que tuvo la c o rrie n te nacional frente
a la agresión paganizante de A ntíoco IV Epifanes y dije cuá­
les fu ero n las consecuencias políticas de esta reacción. En
p rim e r lugar se puso en evidencia la su p e rio rid a d religiosa
y m oral de lín ea d u ra y se tuvo la im presión de que Yavé
a p ro b a b a esta actitud. En segundo lugar, la dirección del
p u e b lo de Israel pasa a las m anos d e los sacerdotes asmo-
neos. Se habló tam bién del llam ado que h icieron éstos a la
p o ten c ia ro m a n a y cóm o, con p o sterio rid ad , la L oba se ins­
tala en P alestina con la com plicidad del sacerdocio en un
p rim e r m o m e n to y luego, de m a n e ra más b ru ta l y directa,
a través de la fam ilia de A ntipater, cuya figura egregia será
la de H ero d es el G rande.
LA CIUDAD CRISTIANA 169

Esta situación de d e p e n d e n c ia respecto de R om a n u n c a


satisfizo y, com o lo dice Tácito con su estilo incisivo: “dura-
vit p a tie n tia Ju d aeis usque ad Gesium Florum p rocurato-
re m ”, es d e c ir hasta los años 44-46 de la era cristiana, en
qu e la paciencia llegó a su fin y estalló la rebelión. Según
Flavio Jo sefo esta revuelta fue llevada adelante con m ás ím ­
p e tu q u e reflexión p o r u n p e q u e ñ o g ru p o de extrem istas,
p e ro q u e co ntaba detrás, y esto no lo dice Flavio, con el
odio de u n a población h e rid a en su orgullo nacional y en
su fe p o r la soberbia escéptica y cosm opolita de sus con­
quistadores.

L a REACCION EN LA DIASPORA

Esta e ra la situación en Palestina, h o g ar nacional de los


ju d ío s y cam po sagrado de sus pasadas glorias. Los ju d ío s
de la d iàsp o ra conservaban con esm ero las costum bres tra­
dicionales y el culto a Yavé, p e ro ten ía n frente al ex tran je­
ro u n a actitu d m enos intran sig en te y prevenida. Vivían en
co n tacto con él y sus negocios p ro sp erab an gracias al m an ­
te n im ie n to de las buenas relaciones. Esto explica q ue la p o ­
sición d e estos ju d ío s fre n te a la influencia de la cu ltu ra h e ­
lén ica fue m ás con tem p o rizad o ra y cogieron m uchas de sus
ideas sin ro m p e r los diques de sus propias convicciones.
Los ju d ío s de la diàspora, sin ce d er en la in teg rid ad de su
fe, fu ero n m ás capaces de sostener un diálogo fec u n d o con
la cu ltu ra h elénica y se a b riero n a u n e n trecam b io espiri­
tual q u e les p erm itió e n san ch ar su visión de la realid ad y
ga n a r p a ra Israel m uchas adhesiones del m u n d o gentil. En
este m edio es d o n d e el cristianism o va a hallar sus m ejores
170 RUBEN CALDERON BOUCHET

adeptos, pues ten ía u n a actitud m enos hostil fren te al ex­


tran jero y u n a disposición intelectual m ás ap ta p a ra com ­
p re n d e r el m ensje ecum énico del Evangelio.
D e n tro de las m uchas colonias ju d ía s dispersas p o r el
m u n d o influido p o r la cvilización helénica, quizá la más p o ­
d ero sa y ab ierta de todas haya sido la de A lejandría. O cu­
p a b a u n b a rrio de la ciudad que estaba m uy lejos de ser u n
ghetto in m u n d o y hacinado. Poseía m ansiones espaciosas al
estilo griego y sus m ienbros se in stru ían en las letras y las
artes griegas co m p itien d o con los teóricos de extracción
gentil. E scribían tragedias y com edias áticas y hasta se ini­
ciaron e n el co n o cim ien to de la filosofía, que par^ u n ce­
rra d o ju d ío palestino d eb ía ser el colm o de la insensatez. Y
lo q u e es más, iniciaron u n a suerte de sincretism o teológi­
co filosófico en cuyas especulaciones se p u e d e advertir el
orig en del fu tu ro gnosticism o.
Estos ju d ío s de la díaspora eran m uy proselitistas y así se
explican las cifras q u e alcanza su expansión en los cálculos
de los autores m o d ern o s. Según Juster, q u e escribía a co­
m ienzos de este siglo, en la ciudad de R om a sobre 800.000
h ab itan tes h a b ía en los com ienzos de n u e stra e ra cerca de
60.000 ju d ío s, y el n ú m ero total de ju d ío s en las colonias ro­
m anas alcanzaba la en o rm e cifra de seis a siete m illones, o
sea u n siete p o r ciento de la p o b lac ió n 118.
Esto, a u n q u e carezca de u n a ex actitud absoluta, explica
las palabras de C icerón en su oración “Pro Flacco” refirién ­
dose a los israelitas: “tú sabes cuán n u m ero sa es su tropa,
cóm o se ayudan e n tre ellos y son poderosos en las asam ­
b leas”. A estas palabras del o rad o r latino h acen eco las de

118. Juster, Les Juifs dans l ’Empire Romain, Paris, 1914, t. I, págs. 209-210.
LA CIUDAD CRISTIANA 171

E strabón de Amasia, cu ando escribe que es difícil en co n ­


tra r u n lugar en el m u n d o d o n d e h ab itan ju d ío s q u e no
concluya p o r caer bajo su dom inio.
El proselitism o explica el fo rm id ab le crecim iento de­
m ográfico y la u n id a d bajo la dirección de sus jefe s espiri­
tuales, sum ada a su in d u d ab le capacidad p a ra el com ercio
y las finanzas, d a n c u e n ta del p o d e r alcanzado y de las
cuantiosas dádivas que hacían llegar hasta el tem plo nacio­
nal. Los ro m a n o s reco n o ciero n este p o d e r y le con ced ie­
ro n u n estatuto p a rticu la r que se u n ía p eligrosam ente a sus
p referen cias religioss, creándoles u n a a u reo la de sociedad
a p a rta d a y hostil, m uy ap ro p iad a p a ra d esen c a d e n ar con
facilidad conflictos persecutorios.
Esta era, poco m ás o m enos, la situación social de los j u ­
díos en la diáspora. ¿Cúal fue su reacción espiritual an te la
seducción de la am able y refin ad a civilización helénica?
Los e ru d ito s q u e h a n tratad o de resp o n d e r a esta p re ­
g u n ta analizando los testim onios literarios de las diferentes
co m u n id ad es ju d ía s dispersas p o r el m u n d o helénico la­
m en ta n la escasez de fuentes, p ero su p o n en , con ju sto s m o­
tivos, q u e las reacciones espirituales fre n te al im pacto grie­
go h a n sido de m uy distinta índole.
El testim onio dad o p o r los libros de los M acabeos nos
in fo rm a sobre la existencia de m uchos ju d ío s que fu ero n
conquistados p o r los halagos del m u n d o pagano y q u e se
a p a rta ro n de la tradición de Israel, pero, com o lo hace n o ­
tar A nnie Jau v ert, en su trabajo precitado, los ju d ío s que
a b a n d o n a ro n p u ra y sim plem ente la religión de sus padres
no tien en títulos p a ra rep re sen ta r a la a u té n tic a reacción is-
reaelita an te el paganism o. De m odo q u e n u e stra encuesta
se lim itará exclusivam ente a ex am in ar los casos en que los
172 RUBEN CALDERON BOUCHET

h eb reo s acusan recibo del estím ulo pagano retrayéndose


en u n a actitud conservadora y hostil, o asim ilando lo que
en esa cu ltu ra e ra com patible con su posición religiosa o
bien proyectándose en franco proselitism o sobre ese m u n ­
do in q u ieto , transitado p o r intereses filosóficos y religiosos
tan dispares.
La m entalidad q u e podríam os llam ar de ghetto nos es co­
n o cid a a través de autores com o Juvenal, q u e en sus “sáti­
ra s” hizo referencias b u rlonas a propósito de la m isantropía
y el exclusivismo heb reo . La actitud m isional y proselitista
tuvo m ejor literatu ra y h a llegado hasta nosotros u n a canti­
dad respetable de testim onios que la confirm an.
Sería u n e rro r c re e r q u e el proselitism o ju d ío fue un
p ro d u c to de la diáspora, sin raíces en la tie rra m adre de la
tradición israelita. En la m ed id a en que la noción de la es­
p iritu alid ad y la exclusividad de Yavé se abre paso en un
m o n o teísm o confeso, el pu eb lo de Israel tom ó conciencia
del cará c te r universal de su m isión. El pacto h ech o con
Dios en el Sinaí exigía la exclusión de todos los otros dio­
ses, de m o d o q u e el culto a este Dios, que resultaba ser el
ú n ico, h acía del p u eb lo elegido u n a co m u n id ad sacerdotal
pu esta sobre todas las otras naciones p a ra atraerlas a la ado­
ración de Yavé. Lo decía Isaías con im ágenes inequívocas
q u e no p o d ían d ejar de influir sobre los lectores y co m en ­
tadores dispersos p o r el m u n d o grecolatino: “P ero sucede­
rá a lo p o strero de los tiem pos q u e el m o n te de la casa de
Yavé, será con firm ad o p o r cabeza d e los m ontes, y será en ­
salzado sobre los collados, y c o rre rá n a él todas las gentes,
y v e n d rá n m u ch e d u n b res de pueblos, diciendo: venid, su­
bam os al m o n te de Yavé, a la casa del dios de Jacob, y El nos
e n se ñ a rá sus cam inos, e irem os p o r sus sendas p o rq u e de
LA CIUDAD CRISTIANA 173

Sión h a de salir la ley, y d e je ru s a le m la palabra de Yavé” 119.


N o h a b ía dificultad p ara u n ju d ío c o n o c ed o r de su religión
y q u e vivía e n tre los gentiles p a ra c o m p re n d e r el valor ecu­
m énico d e su fe. Las dificultades nacerán de la necesidad
de a d e c u a r este m ensaje a la m en talid ad p agana y h acer
ac o p ta r a los gentiles la p rio rid ad que se adjudicaba Israel.
La dispersión de los ju d ío s a lo ancho y a lo largo de la
oicumene los obliga a d ar su testim onio an te las naciones y
a u n q u e n o siem pre Israel fue digno de su m isión, los profe­
tas se encargaban de llam arlo al o rd e n y reco rd arle las exi­
gencias de u n a d o ctrin a que la práctica no logró co rro m ­
per. “Confesadle, hijos de Israel ante las naciones — decía
Tobías— pues El nos dispersó e n tre ellas” 120 p a ra en señ ar­
les a c o n o c er y alabar el Dios único y publicar su soberanía
e n tre los dem ás pueblos de la tierra. La traducción de la Bi­
blia al griego y la sustitución del n o m b re im pronunciable
p o r la designación “Kyrios”, tien en p ara A nnie Ja u v ert el va­
lo r de u n testim onio in negable de que Israel conocía y
acep tab a esta m isión.
P ero, com o señala con sagacidad esta m ism a autora, el
p u eb lo de Israel te n ía costum bres, com o la circuncisión y
las p ro h ib icio n es alim enticias, q u e resultaban verdaderos
absurdos a n te los ojos de las otras naciones. Este inconve­
n ie n te no p u d o ser rem ed iad o p o r los israelitas cuya a d h e ­
sión a la ley escrita desafiaba to d a política proselitista. Fue
necesario el advenim iento de Cristo y la apasionada lu ch a
de San Pablo p a ra que tales prácticas dejaran de ser consi­
deradas condiciones sine qua non de la salvación.

119. Isaías, II, 2-3.


120. Tobías, XIII, 3.
174 RUBEN CALDERON BOUCHET

U n a apología de la religión ju d aic a dirigida a los griegos


que no tom ara en cuenta la filosofía helénica estaba conde­
n a d a a fracasar. Los ju d ío s de la diàspora en general y de m o­
do especial los que vivían este problem a en la com unidad is­
raelita de A lejandría, com prendieron esta necesidad y su
título de gloria fue ponerse en la tarea de lograr u n a síntesis
e n tre los principios de la fe m osaica y los fundam entos del
pensam iento platónico. Los nom bres de Eupólem os, D em e­
trio, Exequiel, A ristóbulo y Filón han llegado hasta nosotros
com o los m ás im portantes entre los ju d ío s que se dedicaron
a esta faena. La destrucción de Jerusalem p o r las tropas de
Tito tro n ch ó este m ovim iento que h u b o de florecer con pos­
terio rid ad en tre los cristianos y los m usulm anes 121.

F i l ó n d e A l e j a n d r ía

E n tre los pocos n o m b res que las injurias del tiem po y el


pillaje de los h o m b re s h an dejado llegar hasta nosotros, se
im p o n e el de Filón tanto p o r la can tid ad com o p o r la cali­
d ad de su o b ra escrita. P ero antes de referirn o s a él p a ra
h a c e r u n a breve síntesis de su doctrina, conviene decir u n
p a r de palabras sobre A ristóbulo que fue su a n te c e d e n te
m ás in m ediato.
A ristóbulo nació en los aledaños del 150 a. de J. C. y re­
sidió en la corte de Ptolom eo VI F ilom etor en calidad de
m aestro. N o conocem os su obra de m a n e ra directa p ero sí

121. W olfson, Philosophies Foundations of Religious Philosophy in Judaism,


Christianty, Islam, Cambridge, U.S.A., 1947.
LA CIUDAD CRISTIANA 175

a través del resu m en q ue hiciera de ella C lem ente de Ale­


ja n d r ía e n su Stromata. Eusebio de C esárea la m en cio n a
tam bién en su Historia eclesiástica y p ro b ab le m e n te haya
abrevado en las m ism as fuentes usadas p o r C lem ente. Todo
hace sospechar que A ristóbulo, m ás que u n filósofo, fue un
apologista e m p e ñ a d o en d e fe n d e r la revelación bíblica au n
a tru e q u e de falsificar la filosofía y la m ism a m itología grie­
ga. A él se debe la fam osa d o c trin a del “robo de los filóso­
fos”, según la cual Sócrates y P latón h ab rían conocido las
enseñanzas co n ten id as en las Sagradas Escrituras y h ab rían
extraíd o de ellas lo m ás im p o rta n te de su pensam iento. El
m éto d o em pleado p a ra conciliar la tradición israelita y la
ciencia griega e ra el alegórico, h e re d a d o p o sterio rm en te
p o r la E scuela C ristiana de A lejandría y cuya expresión más
alta fue la teología de O rígenes. Sin salim os del m u n d o is­
raelita, esta c o rrie n te intelectual iniciada p o r A ristóbulo va
a lo g ra r su m ejor realización en el sincretism o teológico fi­
losófico de Filón de A lejandría.
La litera tu ra religiosa ju d ía es o b ra de visionarios o de
videntes, si se q u iere e n te n d e r con esta últim a p alab ra la
e x presión de u n a autén tica contem plación m ística. La
m en te ju d ía n o se ejercitó en la especulación y te n d rá n que
pasar m uchos siglos p a ra que los h ebreos a p re n d a n a p e n ­
sar con categorías filosóficas sin caer en la ten tación de
m ezclarlas con el p ro d u cto de sus intuiciones religiosas. Es­
ta ausencia de rig o r teórico y de austeridad ética en la ex­
p resió n cam pea p o r sus fueros en la o b ra apelm azada y d e­
m asiado volum inosa de Filón.
San J e ró n im o se hace eco de u n a o p in ió n , m uy frecu en ­
te e n tre los adm iradores de Filón, q u e hace de este pensa­
d o r u n a su erte de Platón ju d ío . N o in te resa lo que hay de
176 RUBEN CALDERON BOUCHET

h ip érb o le en el cotejo p ero conviene señalar, a los efectos


de u n a co m p ren sió n realista, que Filón no era siquiera un
platónico en sentido estricto. Si se q u iere platonizaba, a u n ­
q u e no de u n m o d o m uy puro, pues de vez en c u an d o to­
m ab a ideas de otros sistemas filosóficos sin preocuparse
m u ch o p o r la a rm o n ía que p o d ían g u a rd a r con los p rinci­
pios platónicos. P o r esta razón no creo q u e se p u e d a atri­
b u ir a Filón u n a filosofía. En cam bio posee u n a respetable
c a n tid ad de ideas ofrecidas en u n m osaico que d elata más
aplicación q u e congruencia. C on todo tiene la ventaja de
m o strar al h isto riad o r los tópicos debatidos p o r los intelec­
tuales griegos y ju d ío s en aquella ab ig arrad a A lejandría de
los com ienzos de la e ra cristiana.
Filón nació allí, en la década que va del c u a re n ta al
tre in ta antes de J. C., en el seno de u n a fam ilia ju d ía de ori­
g e n sacerdotal q u e h a b ía sabido conciliar la ley con los n e ­
gocios en la form ación de u n a cuantiosa fortuna.
Recibió u n a educación esm erada y alcanzó u n notable
co n o cim ien to de la cu ltu ra helénica, que le perm itió adver­
tir el e rro r q u e com etían sus connacionales helenizantes
c u a n d o a b a n d o n ab a n sus tradiciones p o r el pen sam ien to
griego. C on el propósito de h a c er ver esta equivocación se
d ed icó a escribir. Lo hacía con m ás ten acid ad q u e brillo,
pues ten ía u n estilo fatigoso sostenido intelectu alm en te
p o r u n a densa arg um entación d o n d e m etía todo lo que sa­
bía, sin p reo cu p arse p o r el equilibrio de la com posición ni
la u n id a d lógica del razonam iento. U n a cosa le interesaba:
d em o stra r q u e la sabiduría hebrea, p o r ser revelación de
Dios, e ra su p e rio r a toda esa faram alla helénica.
Dios se h a definido a sí mism o com o “A quel que es”. Así
se lo dice a Moisés en el Exodo y es com p letam en te inútil
LA CIUDAD CRISTIANA 1 77

buscar al ser p o r los callejones sin salida de la especulación


filosófica. El verdadero ser de Platón, el ontos on, es al mis­
m o tiem po el Bien y la Belleza subsistentes e n el Dios de
A braham , de Isaac y de Jacob. H oy diríam os q u e Filón o to r­
gaba a u n p rim e r existente todos los atributos q u e P latón
distrib u ía e n tre sus esencias inteligibles. Pero Filón n o tuvo
c o n cien cia de la transform ación existencial q u e su pensa­
m ie n to religioso im p o n ía al platonism o. Leía a P latón en
creyente h e b re o y, sin querer, d a b a a sus categorías ideales
u n a fuerza real que el filósofo griego sólo h a b ía puesto en
el D em iurgo.
El platonism o de Filón reaccionaba co n tra el “existen-
cialism o” del Exodo y su Dios, tan próxim o a la realidad
m u n d a n a en la práctica religiosa ju d ía , se im p reg n ab a de
trascendentalism o esencialista y a Filón le cuesta u n e n o r­
m e trabajo de im aginación p o d e r establecer la relación en ­
tre ese Dios y el m u ndo. U n a q u elarre de seres interm edios:
logos, potencias, ángeles y dem onios, se encargan de acor­
tar la distancia e n tre Yavé, concebido, gracias al platonis­
m o, com o u n a esencia ideal subsistente y el m u n d o m aterial
sobre el cual no se sabe bien de qué m odo p o d ría actu ar
a q uella c e rra d a perfección inteligible. La tarea es difícil y
con seguridad p u e d e decirse que la capacidad especulativa
de Filón n o p o d ía llevarla a b u e n term ino. U n a confusa
m ezcla de nociones griegas, ju d ías, helenísticas y gnósticas:
logos, sabidurías, razones sem inales, p ro cu ra n establecer
u n nexo existencial e n tre ese Dios coagulado en u n a usía
p latónica y la realidad existente en la m ateria sensible.
Dios n o p u e d e ser sino p ensam iento, ú n ica m odalidad
existencial q u e cu ad ra a su absoluta espiritualidad y po rq u e
es pen sam ien to e n g e n d ra el logos, la sab id u ría de que ha­
178 RUBEN CALDERON BOUCHET

bla la escritura, y este logos, que Filón tom a de H eráclito,


es el lugar espiritual de las ideas arquetípicas o m odelos
ejem plares de todo lo que es.
El platonism o adolece de la im posibilidad de h a c er na­
c er u n m u n d o real de u n cosmos de e stru c tu ra ideal. Pla­
tó n , q u e fue el p rim e ro en advertir la falla de su sistema,
ap ela al D em iurgo, a sabiendas de q u e se tra tab a de u n a p e­
tición de principio, pues nada, en el sistem a de Platón, da­
b a c u e n ta y razón de la existencia de ese D em iurgo. ¿Q uién
es? ¿De d ó n d e viene? ¿Cóm o aparece de re p e n te y resuelve
las dificultades filosóficas de Platón? Son p reg u n tas que no
h allaro n u n resp u esta filosófica. P latón saco esta id ea de la
tradición religiosa y la m etió allí p a ra q u e explicara la exis­
ten cia de este m u n d o .
Filón ap ela a u n recurso apenas inteligible, e n d o n d e la
im aginación orien tal triu n fa del intelectualism o griego: la
razón sem inal o el logos esperm ático. ¿Q uién es este logos
d o tad o de a p titu d p a ra fec u n d a r y cuya m isión es explicar
la g en eració n del m undo? En la in te rp re ta c ió n de esta n o ­
ción la confusión helenístico-judía de Filón lim ita con la al­
garabía. Es ley norm ativa y al m ism o tiem po providencia.
Es causa suficiente del cosm os físico p ero , p o r m om entos,
sólo es causa ejem plar de acuerdo con la cual o b ra la po­
ten cia poética. Esta nueva e n tid ad red u p lica la p rim e ra sin
q u e se p u e d a p ercibir la diferencia y m u ch o m enos la n e ­
cesidad. El logos es tam bién el A ngel de Yavé q u e se ap are­
ció a los patriarcas y, en u n a palabra, es aquello p o r lo cual
su Dios platónico p u e d e h acer lo q u e no p u e d e hacer.
Sobre esta no ció n tam bién pesa el concepto platónico
de u n cosm os inteligible que tiene la virtud de ser p ero no
la de existir, esta situación convierte al logos de Filón en un
LA CIUDAD CRISTIANA 179

v erd ad ero logogrifo, pues no se ve de q u é m o d o p u ed e


convertirla en u n ser vivo, capaz de o b rar y cre a r sin des­
tru ir la a rq u itec tu ra esencialista del m u n d o platònico. In­
venta nuevos in term ed iario s q u e están sostenidos con hilos
m uy ten u es de la revelación, así nace la m en c io n ad a p o te n ­
cia poética, a la que añade u n a p o tencia auxiliadora y a és­
ta, u n a legislativa, seguida p o r u n m o n tó n de potencias
cooperadoras: ángeles y dem onios, q u e e n su profusión tra­
tan de explicar la existencia de u n m u n d o co n creto a p a r­
tir de u n Dios abstracto e ideal.
Es curioso advertir q u e este ju d ío , celoso de la ley y ar­
d ien te d e fe n so r de la vocación de Israel, se h a b ía h ech o de
Dios u n a id ea p lató n ica y esta id ea va a constituir la dificul­
tad m ás g ra n d e p a ra p o d e r explicar la creación ex nihilo
q u e sostiene la tradición bíblica. Si lo que rea lm e n te es, de
a c u erd o con P latón, es lo ideal, el m u n d o físico es u n no
ser, u n a d eg rad ació n entitativa q u e resulta difícil in te rp re ­
tar com o la o b ra de u n Dios creador. La m ateria, p rincipio
explicativo de esta caída ontològica, no p u d o h a b e r sido
cre a d a p o r Dios. El dualism o m etafisico e ra la co n secu en ­
cia inevitable de su platonism o y esto va a o rig in ar u n a a n ­
tro p o lo g ía q u e exaspera la co ntraposición de los p rin c i­
pios duales y hace del cu erpo, p ro c e d e n te de la m ateria,
u n a rea lid a d in trín secam en te m ala. El alm a, en cam bio,
p ro ce d e del logos y es u n a em ancipación de la divinidad a
la q u e re to rn a u n a vez term in ad o el p erip lo de su pasión
te rren a .
La vida te rre n a l, p a ra e m p le ar u n a p a la b ra q u e se h a rá
fam iliar en los am b ie n te s cristianos, es u n v e rd a d e ro p u r­
gatorio. El c u e rp o se o p o n e al e n c u e n tro del alm a con
Dios e im p ele al p lac e r sensible, fu e n te de ten ta ció n y pe­
1 80 RUBEN CALDERON BOUCHET

cado. El alm a tie n e q u e ser lib rad a de esa m ala co m p añ ía


y p a ra ello d e b e en señ o rearse del c u e rp o , d o m in a rlo y so­
m e te rlo a su ley p o r la virtud. Filón describe los cuatro
g rad o s d e u n a vía purgativa p a ra alcan zar la pureza: ab a n ­
d o n o de las falsas im presiones sensibles y luego del apego
a los placeres del cu erp o . C on esto se lo gra la p rim e ra p e r­
fección q u e es la apatía. Los dos pasos restan tes en el ca­
m in o de la p erfecció n c o rre sp o n d e n a u n a la b o r del espí­
ritu: d e b e su p e ra rse el c o n o c im ie n to discursivo y p re p a ra r
la in telig en cia, m e d ia n te la susp ensión del ju ic io , p a ra re­
cibir la luz p ro fé tic a q u e la coloca en m ística co n ex ió n
con Dios.

D iv e r s id a d d e l a o p i n i ó n j u d ia

C uando se ex pone el pensam iento filosófico de Filón se


p u e d e creer q u e se trata de u n p e n sad o r ecléctico que ha
ad o b ad o , no siem pre con coherencia, u n a d o ctrin a im preg­
n a d a de las diferentes escuelas lingüísticas con algunos p u n ­
tos de vista religiosos im portados de O riente. En realidad el
p ropósito de Filón fue p resen tar u n com en tario de la escri­
tu ra al alcance de u n a clientela saturada de filosofía. El mis­
m o era u n p ro d u cto del am biente cultural de A lejandría. Su
vasta e ru d ició n y el d esorden caótico en que poseía sus co­
nocim ientos, delataban el advenedizo, p ero en u n a ciudad
de form ación bastarda com o A lejandría no h ab ía olfato pa­
ra p ercibir en el saber de Filón el p ro d u cto de u n a am bi­
ción bárbara. Filón no fue sólo u n vulgar acaparador de co­
nocim ientos; su o b ra se inscribe en u n a lín ea de esfuerzo
intelectual que tiene en la diáspora ju d ía sus antecedentes
LA CIUDAD CRISTIANA 181

y es u n o de los intentos m ás logrados del profetism o para


llegar hasta la inteligencia de los griegos y convertirla a sus
propósitos religiosos. Pero así com o es e rró n e o su p o n e r
q u e Filón estaba em p eñ ad o en u n a em presa sin apoyo co­
lectivo, sería falso creer que todos los m iem bros de la socie­
dad israelita participaban de sus preocupaciones catequísti­
cas respecto del m u n d o intelectual pagano. El ju d aism o
co n te m p o rá n e o de Filón no se nos p resen ta com o u n blo­
q u e u n á n im e de opinión. A la religión ju d ía le faltaron los
in stru m en to s indispensables para garantizar u n a ortodoxia,
y en función de ella, ju zg ar los m ovim ientos que p u d ieran
calificarse de heréticos o separatistas. En sentido estricto Is­
rael carecía de u n id a d dogm ática en lo que respecta a cues­
tiones d e fe y p o r eso no se p u ed e sostener q u e estuviera di­
vidido e n sectas disidentes. H u b o co rrien tes religiosas que
sostenían ideas propias respecto de los p u ntos más co n tro ­
vertidos de la ley y los profetas, del Mesías, la alianza y la si­
tuación de Israel con los gentiles. A estas co rrientes se les
llam ó sectas p ara indicar q u e se trataba de tendencias d e n ­
tro del ju d aism o , p ero sin p re te n d e r m arcar, con tal desig­
n ación, u n a desviación heterodoxa.
En verdad q u e existía u n ju d aism o oficial cuyo cen tro
e ra el S an h e d rín de Jeru salem , p e ro aun d e n tro de este
g ru p o d irig en te h a b ía escisiones y los saduceos y fariseos
co nstituían dos ten d en cias fran cam en te divergentes q u e
tratab an de d o m in a r este cu erp o de g o b iern o religioso.
Al m arg en de estas dos sectas existían otras q u e a g ru p a ­
b a n u n cierto n ú m e ro de creyentes y ten ían , com o los sa­
duceos y fariseos, su p ro p ia in te rp re ta c ió n de la Escritura.
M arcel Sim ón, en u n p e q u e ñ o libro sobre las sectas ju d ía s
en la época de Jesús, afirm a que la m ayoría del pueblo de
182 RUBEN CALDERON BOUCHET

Israel vivía al m arg en de los grupos sectarios p ero recibía


su influecia, d ad o q u e se trataba de m inorías activas y de
gran vigor espiritual.

L O S SADUCEOS

C on la revuelta de M atatías nace u n a dinastía sacerdotal


q u e se va a d ar a sí m ism a el nom bre de hasidim, los piado­
sos, p a ra m arcar su diferencia con los q ue, conquistados p o r
la civilización griega, ab andonan el culto de los padres. Los
hasidim señalan el com ienzo de una separación e n tre las exi­
gencias de u n a m in o ría decidida a vivir la integridad de la
ley y u n vulgo que p refiere sim plem ente vivir. Concluidas las
luchas nacionales y salvados de la introm isión extranjera los
principios fundam entales de la fe, los santos varones encar­
gados de m a n te n e r la pureza de las costum bres religiosas
com ienzan a separarse alrededor de los p u n to s de santidad
d e vida y de in teg rid ad doctrinal y d an n acim iento a las cua­
tro sectas m ejor conocidas de entre las q u e se divide Israel
e n los tiem pos inm ediatam ente an terio res a Cristo.
La p rim e ra de estas corrientes religiosas nos es conoci­
d a con el n o m b re de “saduceos” que rec ib ie ro n sus pedise-
cuos. Esta p alab ra tom a su origen del vocablo griego sad-
doukaioi, con la que se trataba de v ertir el térm in o h e b re o
seddukim. La etim ología que term in am o s de e x p o n e r es dis­
cu tid a y m uchos tratadistas creen q u e la p alab ra saduceo
deriva de Sadoq, g ran sacerdote del tem plo de Jeru salem
e n los tiem pos del rey Salom ón. A b o n a esta op in ió n el h e­
cho de que los saduceos p e rte n e c ie ro n a la casta sacerdotal
LA CIUDAD CRISTIANA 183

y fo rm a b an u n a suerte de aristocracia sacral con com plica­


ciones oligárquicas. Josefo, en sus Antigüedades judías, les
atribuye u n a d o ctrin a religiosa lim itada al sostenim iento de
la ley tal com o ésta aparece expuesta en el Pentateuco. Fue­
ra de estos cinco libros del Antiguo Testamento, n o rec o n o ­
cían o tra escritura canónica y sentían u n a aversión especial
p o r los profetas, cuyas quejas y adm oniciones p a recen diri­
gidas “ex p ro feso ” c o n tra ellos. Se a te n ían a la ley con u n
se n tim ie n to m uy riguroso de su aplicación y no caían en la
ten ta ció n de la detallad a casuística farisaica.
Poco influidos p o r las teorías filosóficas griegas, no espe­
culaban en to rn o de la in m ortalidad del alm a, no esperaban
la resurrección de la carne, ni ten ían ideas de u n a sobrevi­
vencia espiritual. En este p u n to diferían totalm ente con los
fariseos, que esperaban la resurrección de los m uertos. El li­
bro de los Hechos n a rra la o cu rren cia de Pablo cuando, acu­
sado an te el S an h ed rín , desata la disputa sobre la resu rrec­
ción, ap elan d o a su condición de fariseo: “H erm an o s — les
dice— yo soy fariseo e hijo de fariseos. P or la esperanza en
la resurrección de los m uertos soy ah o ra ju z g a d o ” 122. El al­
b o ro to que sucede a su declaración indica que éste e ra el
p u n to e n q u e am bas sectas se apartaban con m ayor vigor.

L O S FARISEOS

El Nuevo Testamento nos h a dado u n a im agen negativa de


la co n dición farisaica. C onviene recordar, con el p ropósito
de colocar el tem a e n su perspectiva histórica, q u e el ju icio

1 2 2 , H e c h o s , X X III, 6.
184 RUBEN CALDERON BOUCHET

n e o te stam e n ta rio respecto de esta secta nace de la oposi­


ción y la polém ica y en nin g ú n m odo se p ro p o n e ofrecer­
n o s u n estudio objetivo de estos sectarios. C on todo, algu­
nas figuras, com o la de Gam eliel, re c o rd a d a en Hechos V,
34, tien en u n a m ajestad de hom bres íntegros y sinceros.
Sobre la etim ología del n om bre “fariseo”, la más acepta­
da p arece ser la que la hace derivar del vocablo h eb reo pe-
rushim, que quiere decir separado. Su actitud religiosa está
in spirada e n u n form alism o m inucioso y aten to a u n a inter­
pretació n estricta de la ley. Esta fam a de casuistas e hipócri­
tas de la que hace eco el Evangelio, se confirm a en gran p ar­
te con los escritos rabínicos posteriores a la destrucción de
Jeru salem y de m an e ra particular en el Talmud. En este libro
de inspiración farisaica aparece en todo su esplendor el gus­
to p o r las distinciones sutiles y u n a fuerte p ropensión, seña­
lad a p o r M ateo, a c o n fu n d ir lo esencial con lo accidental.
Flavio Josefo escribía que pasaba p o r ser u n a secta supe­
rio r a las otras p o r la pied ad y p o r la in te rp re ta c ió n m ás ri­
gurosa de la ley. Estos h o m b res tratab an de c o n fo rm ar su
c o n d u c ta co tidiana a u n a detallada reglam entación inspira­
d a en la Torah. Estas reglas prescribían el m odo en que h a ­
b ían de h a c er cada u n o de sus actos y som etían to d a su exis­
ten cia a u n a suerte de ritual que dejaba m uy poco y n a d a
librado a la espontaneidad. Esta vigilancia p e re n n e a que
som etían sus palabras y sus m ovim ientos h a colaborado,
con su m an ía de sentirse aparte y m ejores q u e los otros, a
crearles esa atm ósfera de falsa pied ad q u e tanto les re p ro ­
c h ab a Jesús.
No todo fue negativo y el alm a farisaica, pese a ciertas
desviaciones inspiradas p o r la índole form alista de su pie­
dad, p ro d u jo algunos ejem plares h u m an o s com o Hillel, o
LA CIUDAD CRISTIANA 185

el m ism o G am aliel, q u e p u d ie ro n ser considerados com o


m aestros de justicia.
Josefo es tam bién la fuente que nos p erm ite d arn o s u n a
idea aproxim ada de las doctrinas defendidas p o r estos sec­
tarios. P o r él sabem os que no sólo se inspiraban en la lev es­
crita sino que guard ab an otras tradiciones ju d ía s transm iti­
das de padres a hijos y que no figuraban e n los libros
canónicos. Esta m ayor latitud en lo que respecta a la ense­
ñanza los ap a rtab a de los saduceos, que sólo adm itían los
textos escritos del Pentateuco. Esta tradición oral se volcará
en el Talmudy se convertirá a su vez en texto escrito p ara d ar
lugar a nuevas glosas interpretativas. Este m u n d o clauso y
celoso defen so r d e la p ureza ritual no e ra tan cerrad o com o
p arece y es op in ió n de M arcel Sim ón que el cerco levanta­
do a lre d e d o r de la Torah les perm itió u n a m ayor libertad de
expresión en lo que respecta a otros p u ntos de doctrina.
C reían en la in m o rta lid a d del alm a y en la resu rrecció n
de la carn e. D a fe de esta enseñanza la escena que n a rra n
los Hechos en su capítulo 23. El sostenim iento de esta doc­
trina, q u e el m u n d o ju d ío h ab ía com enzado a acoger con
p o ste rio rid ad a los más antiguos textos de la Torah, los o p o ­
n ía a b ie rta m en te a los saduceos. No creían en u n a resu­
rre c c ió n universal sino solam ente en la de u n a m in o ría de
ju sto s q u e hallarían de esta m an e ra la reco m p en sa de su
resp eto p o r la ley. Para los otros estaba el infierno, lugar de
castigo e te rn o , que e n tra b a tam bién com o in g re d ien te de
su escatología.
La fe en la in m o rtalid ad del alm a los hacía m ás finos pa­
ra in tu ir las realidades de ín d o le espiritual y a d m itie ro n la
existencia de ángeles y dem onios sin p e rd e r p o r eso la h u e ­
lla de su claro m onoteísm o.
186 RUBEN CALDERON BOUCHET

Según los e ru d ito s las especulaciones angelológicas en­


tra ro n en Israel p o r influencia persa. Es posible. Pero si se
a c ep ta la inspiración divina de los libros santos no es total­
m e n te inverosím il que tales creencias se alim en ten en las
m ism as fu en tes de la revelación. C on todo, no debe descar­
tarse la in cidencia que p u e d e h a b e r ten id o la religión p e r­
sa e n lo q u e respecta al conocim iento de estas criaturas es­
pirituales.
En los fariseos se advierte ya el carácter práctico que se­
rá u n a co n stan te del espíritu ju d ío . N o tuvieron gran gusto
p o r las especulaciones del tipo dogm ático y se ded icaro n a
estu d iar la ley p a ra aco m o d ar la co n d u cta de a cu erd o con
sus exigencias. Esto n o significa q u e h u b ie ra n p erd id o de
vista la esperanza del “rein o m esiánico”. C om o todos los j u ­
díos de su época, vivían en u n clim a de expectación que
ten d ía, al p rim e r descuido, a convertirse en agitación co­
lectiva. La esperanza m esiánica de los fariseos no se com pa­
d ecía con la versión que h a b ía h ech o el p rofeta Isaías de un
Mesías sufriente, p o r el co n trario , ten ía todo el vigor de
u n a co n cep ció n triunfalista y se asociaba con la conclusión
del d om inio ex tranjero, con el ex term in io de los im píos y
la instalación m ilenaria de u n rein o de paz y p ro sp e rid a d
sobre la tierra. Cristo tenía necesariam ente que chocar
c o n tra esta concepción m esiánica.

L O S CELOTES

P ero la secta q u e expresó con m ás vigor el sentim iento


nacional ju d ío en su repulsa del ex tran jero fue la llam ada
de los “celotes”. C om o todos los otros, esperaban u n reino
LA CIUDAD CRISTIANA 18 7

m esiánico, p e ro más francos y tal vez m ás sim ples, creyeron


co nveniente precip itar los acontecim ientos p o rq u e supo­
n ían , n o sin razón, que el “R eino de D ios” nace del celo y
de la santa violencia.
M uchos celotes se convirtieron al cristianism o y su acti­
vidad va a provocar en la Iglesia prim itiva la p rim e ra co n ­
troversia seria en to rn o de la adm isión de los gentiles. Fue
difícil h a c e r de u n celóte u n cristiano, p ero Jesús de Naza­
re t sintió p o r ellos u n a estim a que n u n c a ocultó. H ab ía en
los celotes u n espíritu sano, esp o n tán eo y n atu ral q u e resul­
taba u n descanso fre n te a la com plejidad cavilosa de los fa­
riseos. Flavio Josefo en cam bio n o los q u e ría y h ab la de
ellos con la a n tip a tía del que te n ía su bolsa puesta bajo la
pro tecció n de R om a y a q u ien el celo fanático de estos n a ­
cionalistas perju d icab a en sus negocios.
De hech o , m antuvieron en ascuas el m ovim iento nacio­
nal ju d ío y siem pre al b o rd e de la reb elió n , term in a ro n p o r
levantarse en arm as con Bar K ojeba e n tre los años 132 y
135 de n u e stra era. El e m p e ra d o r A driano los hizo m asa­
crar con to d a prolijidad.

L O S ESENIOS

La aparición, hace relativam ente pocos años, de u n a se­


rie de rollos que c o n te n ían algunos textos de las Sagradas
Escrituras y otros p erte n ec ie n te s a la c o m u n id ad religiosa
qu e h ab itab a en las orillas del M ar M uerto, im puso esta
preg u n ta: ¿quiénes fu ero n los h abitantes de las poblacio­
nes descubiertas y d u eñ o s de los fam osos rollos?
188 RUBEN CALDERON BOUCHET

P ara q u e la respuesta se haga d e n tro de u n cierto o rd e n


y esté c o n firm a d a con el peso de u n a au to rid ad co m p eten ­
te, voy a usar el libro de M illar Burrows, TheDead Sea Scrolls,
q u e e x p o n e con detalles los pasos de u n a contestación in­
teligente y bien fu n d ad a. M illar Burrows, profesor de Teo­
logía Bíblica e n la U niversidad de Yale, fue tam bién direc­
to r de la A m erican School o f O rien tal R esearch, cargo que
le p erm itió ver de cerca m uchas de las investigaciones que
tuvieron p o r finalidad u n m ejor con o cim ien to de la p ro ce­
d e n c ia de los rollos.
U no de ellos c o n tien e u n texto q u e se titula “M anual de
D isciplina”, d o n d e se establecen u n a serie de prescripcio­
nes dirigidas a aquellos que buscan a Dios bajo la inspira­
ción de la ley de M oisés y los profetas. Se trata de u n g ru p o
de ju d ío s, u n poco al m arg en de las otras co rrien tes nacio­
nales y que se h a n retirad o al desierto p a ra llevar u n a vida
m ás c o n fo rm e a sus ideales religiosos.
M uchos e ru d ito s sostuvieron, en u n p rim e r m o m ento,
q u e p u d ie ra tratarse de fariseos y u n o de los más serios, e n ­
tre los q u e a d m itían la filiación farisaica de la secta, fue
Saúl L ieberm an, q u e hizo u n a m inuciosa com paración e n ­
tre la sociedad farisaica haburahylas form as de vida que ex­
p resan los textos de la co m u n id ad del Q u m rán . Sostiene
L ieb erm an que las diferencias observables son relativa­
m en te p eq u eñ as y no muy distintas de las que se observan
e n tre u n g ru p o y otro de la secta farisaica. N o obstante, re­
sum e el resultado de sus investigaciones aconsejando que
hay que te n e r cuidado antes de e x tra e r conclusiones de las
analogías o diferencias que p u ed an n otarse e n tre las reglas
de las sectas, pues en éstas mismas hay divisiones y los fari­
seos no ten ían m enos de siete.
LA CIUDAD CRISTIANA 18 9

O tros eru d ito s designaron a los esenios com o los auto­


res de los docum entos. D u p o n t S om m er fue el m ás im p o r­
tan te su ste n tad o r de esta tesis y la apoyó con el doble pres­
tigio de su eru d ic ió n y su plum a, im p o n ién d o la sobre las
otras opiniones.
Los esenios son m en cio n ad o s p o r Flavio Josefo, p o r Fi­
lón de A lejandría y p o r el m ism o Plinio en su Historia natu­
ral. Flavio Josefo es q u ien trae referencias m ás prolijas a u n ­
qu e conviene tom arlas con ciertos recaudos, pues com o
escribía p a ra los rom anos, c o n d im e n ta b a sus exposiciones
de las sectas ju d ía s con u n a serie de consideraciones al gus­
to de su clientela, que las sacaban u n poco de su quicio h e ­
b re o dándoles u n tinte de escuelas filosóficas q u e no p o ­
d ían m enos que d e fo rm ar el original. Pero tan to Josefo
com o Filón y el m ism o Plinio coinciden en destacar el ca­
rá c te r m arginal de los esenios. En palabras de Plinio: “Vi­
ven separados de la orilla occidental, lo bastante lejos p ara
evitar las influencias m alsanas. P ueblo solitario, co m p añ e­
ro de las p alm eras”. •
Los arqueólogos constituyen u n a especie excavadora y
sus teorías históricas m arch an al ritm o y al com pás de sus
en cu en tro s. U n a excavación descubre u n a p rim e ra n a p a
de vajillas y utensilios y com o éstos no coinciden con la ép o ­
ca en q u e los esenios hab itab an Q u m rán nace la hipótesis
arq u eo ló g ica en c o n tra de la op in ió n que sostenía que la
c o m u n id a d p e rte n ec ió a los esenios. P ero las palas no se
d e tie n e n y u n a seg u n d a excavación descubre u n a nueva
n a p a q u e favorece la tesis esenia y u n e a los arqueólogos y
los exégetas de los textos.
¿Se trata efectivam ente de esenios? Y en este caso, ¿quié­
nes son los esenios? D u p o n t Som m er, en la revista Diógenes,
19 0 RUBEN CALDERON BOUCHET

escribe u n articulo titulado “Los p roblem as de los m anus­


critos del M ar M u e rto ” d o n d e dice q u e los esenios creen re­
p re s e n ta r “con exclusión de los ju d ío s, la ú n ica alianza
a d icta a Dios. La nueva sociedad m ística e ra el ‘p e q u e ñ o
re s to ’ an u n c ia d o p o r los profetas, el v erd ad ero Israel”.
L a etim ología del n o m b re esenio es tan poco segura co­
m o la de saduceo o fariseo, toda vez q u e ellos m ism os no se
d iero n este n o m b re . Filón los llam a esseios, cuyo significado
se ap ro x im a a santos, y Josefo se inclina a darles el no m b re
d e essenoi, h a c ie n d o derivar este vocablo, con m ás voluntad
q u e sabiduría, del term in o semnoi, que p u e d e traducirse
p o r venerable.
C ualq u iera sea el origen de la p alab ra esenio, M illar Bu­
rrow s, ex am in an d o los usos com unitarios q u e a p arecen en
el “M anual de D isciplina” y el “D o cu m en to de D am asco”
con las referencias tom adas de Filón y Flavio Josefo, llega a
la conclusión de q u e la secta que habitó las poblaciones ha­
lladas en Q u m rán se parecía más a los esenios que a cual­
q u ie r o tro g ru p o religioso conocido.
E videntem ente, se trataba de u n a c o m u n id a d religiosa
q u e vivía al m arg en del tem plo y su clero. En el estudio de
la ley y la práctica de la pureza ritual, esp erab a el adveni­
m ie n to del Mesías y la renovación de la alianza. C on este
santo prop ó sito organizó u n a c o m u n id a d de elegidos de
a c u erd o a u n o rd e n disciplinario en p e rfe c ta consonancia
con los fines q u e se había p ropuesto. N o se consideraban a
sí m ism os com o u n g ru p o sep arad o d e n tro de u n a socie­
d ad m ás vasta, com o p o d ría ser el caso de u n a congrega­
ción contem plativa en el seno de la Iglesia católica, sino
q u e reivindicaban p a ra sí la n o c ió n p len a de p u eb lo elegi­
do. Ellos son “Israel en tanto los verdaderos in térp retes de
LA CIUDAD CRISTIANA 191

la alianzas y los únicos dignos p o r su p iedad, d e esp erar las


prom esas de Yavé”.
O tro d ato que auspicia la validez de la tesis esenia es que
la c o m u n id a d del Q u m rán no aparece sin relaciones con
otras co m u n id ad es sem ejantes y dedicadas al cultivo de la
m ism a fo rm a de vida. Estas ag ru p acio n es religiosas no co­
n o c e n la p ro p ie d a d privada y n a d a hace su p o n e r que vivie­
ran sobre la base de u n a organización fam iliar fu n d ad a en
la a u to n o m ía económ ica de los diferentes hogares. N o obs­
tante, a d m itiero n el m atrim onio y así lo p ru e b a n algunas
referencias textuales y la presencia de esqueletos fem eni­
nos e n tre los m iem bros de la com unidad.
La adm isión en la o rd e n venía p reced id a p o r u n a suer­
te de catecu m en ad o que d u rab a p o r lo m enos dos años. Al
finalizar esta p ru e b a el can didato e ra adm itido, luego de
u n severo exam en, a fo rm a r p a rte del gru p o . Los m iem ­
bros d e esta sociedad unid o s p o r u n ju ra m e n to solem ne en
u n a disciplina com ún: “com en, ru e g a n y se consultan en
c o n ju n to ”. Al com ienzo del ágape co m unitario el sacerdo­
te b en d ice el p a n y el vino.
El “M anual de D isciplina” nos instruye sobre las obliga­
ciones que a d q u ie re el q u e e n tra e n la co m unidad: “se
e x a m in ará su esp íritu en co m ú n , d istin g u ien d o e n tre u n
h o m b re y su pró jim o según su in stru cció n y sus obras en
lo q u e c o n c ie rn e a la Ley”. Todos los años se h a rá u n exa­
m en de la c o n d u c ta de cada u n o de los m iem bros p a ra
p ro v eer a su p ro m o c ió n o d e g rad ació n según sus actos. El
“M anual de D isciplina” in d ica las reglas c o n fo rm e a las
cuales se ju z g a rá el co m p o rtam ie n to de los sectarios: “se
e x am in ará su esp íritu en co m ú n y si se e n c u e n tra e n tre
ellos u n h o m b re que m ien te co n scie n te m en te respecto de
19 2 RUBEN CALDERON BOUCHET

sus b ien es, será excluido de los alim entos sagrados de los
m aestros p o r u n a ñ o y será privado de u n cu arto de su ra­
ción de com ida. U n h o m b re que re sp o n d e con insolencia
a su p ró jim o , o q u e hab la con to n o im p acien te, d estruyen­
do la base de la fra te rn id a d y d eso b ed e c ie n d o a su próji­
m o q u e está inscripto antes que él, se h a rá él m ism o ju sti­
cia y su castigo d u ra rá u n año. U n h o m b re q u e ju r a p o r el
N o m b re inefable será sep arad o de todos. Si u n h o m b re h a
p ro fe rid o m aldiciones sea p o rq u e está a te rro riz a d o p o r la
desgracia, o p o r c u alq u ier razón que p u d iere te n e r será se­
p a ra d o y n o volverá al consejo de la co m u n id ad . Si h a ha­
b lad o con có lera c o n tra u n o de los inscriptos en el libro,
se rá castigado d u ra n te u n añ o y separado del alim en to sa­
g rad o de los m aestros, p e ro si habló sin pensar, será casti­
gad o p o r seis meses.
”E1 q u e m ien te sobre lo que sabe, será castigado p o r seis
m eses. El q u e calum nia in ju stam en te a su prójim o será cas­
tigado p o r u n añ o y separado. El que disim ula astutam en­
te c u a n d o h a b la con su prójim o o com ete fraude será cas­
tigado p o r seis m eses; si e n g a ñ a a su prójim o será castigado
p o r tres meses; si d efrau d a a la com unidad debe restituir p o r
e n te ro el perjuicio que h u b iere causado, e n caso de no p o ­
d e r h acerlo será castigado p o r sesenta d ía s... ” 123.
El prop ó sito de todas estas reglas es alcanzar u n grado
de perfecció n que haga de la “C o m u n id ad de Israel” un
g ru p o separado de los dem ás h o m b res y en especial de los
e rro re s q u e afligen a las asam bleas hum anas. C u ando se lo­
g re esta finalidad — dice el M anual— “ellos irán al desierto
a p re p a ra r los cam inos del Señor, com o está escrito: en el

1 2 3 . M a n u a l d e D is c ip lin a III, Regles de l ’Odre.


LA CIUDAD CRISTIANA 19 3

desierto p rep araréis el cam ino del Señor, en la estepa alla­


n a d u n cam ino p a ra nu estro D ios”.
“C u an d o estas cosas se lo g ren — dice m ás a d e la n te — de
a c u erd o con todas estas p rescripciones p a ra u n a fu n d a ­
ción del esp íritu de santidad, p a ra la verdad e te rn a , p a ra
la expiación del p ecad o de agresión y de in fidelidad crim i­
nal, y p a ra la ap ro b a c ió n de la tierra, sin la ca rn e de los h o ­
locaustos y la grasa de los sacrificios; la o fre n d a de los labios
según el d e re c h o será com o el agradable p e rfu m e de la ju s ­
ticia, y u n a co n d u cta p erfecta com o el d o n voluntario de
u n a o fre n d a agradable. En este tiem po los h om bres de la
c o m u n id a d fo rm arán , ap arte, u n santuario p a ra A arón,
u n id o al santo de los santos, y u n a casa de c o m u n id ad p ara
Israel, aquella de quienes la co n d u cta es p e rfe c ta ”.
El estilo g en eral de la co m u n id ad del Q u m rán h a hech o
p e n sar q u e la organización de la Iglesia cristiana halló en
los esenios m uchas de sus características, lo que p ru e b a de
m odo feh acien te “que los m odelos en que se inspiró la es­
tru c tu ra de la Iglesia no d eb en buscarse en el m u n d o hele­
nístico, sino e n el m edio ju d ío p alestin en se” 124.
M illar Burrows advierte dos aspectos en la d o c trin a de
los sectarios que serían sendas aproxim aciones en el cam i­
n o q u e va del ju d aism o tradicional a la Iglesia de Cristo. En
p rim e r lugar el carácter individual que asum e la elección
divina q u e ya n o c o n c ie rn e al pueblo elegido tom ado en
c o n junto. P ara p o d e r p e rte n e c e r al verd ad ero Israel no
basta el n acim iento ni la circuncisión, es necesaria la dispo­
sición in te rio r y la p u reza de la conducta, p e ro , observa

124. Jean D anielou, Los Manuscritos del M ar Muerto y los orígenes del
cristianismo, Criterio, B uenos Aires, 1959, pág. 29.
194 RUBEN CALDERON BOUCHET

n u e stro autor: “la vía h a sido p re p a ra d a p o r la creencia en


u n a elección individual m anifiesta en el Antiguo Testamento,
p o r las ideas del aislam iento de los ju sto s y la noción de la
nueva a lianza”. El otro aspecto aparece con rigor en el “Do­
cu m e n to de D am asco”, d o n d e se divide la historia de la h u ­
m an id a d en cinco períodos en cada u n o de los cuales Dios
h a elegido u n g ru p o que será salvado, y está dirigido p o r
los servidores que él m ism o h a elegido. D espués de la lle­
gada del M aestro de Justicia (posiblem ente el fu n d a d o r de
la c o m u n id a d ), la ley no p u e d e ser observada con rig o r si­
n o en el aislam iento de la O rd en . F orm ar p arte de la com u­
n id ad es signo de elección d iv in a... “la idea de un pueblo
elegido se h a transform ado en la id ea de u n a Iglesia”. En
lo q u e resp ecta a cuál p u e d e h ab er sido la actitud de los
esenios respecto de los ho m b res que p e rte n ec ía n al m u n ­
do gentil, no es fácil saberlo.

L O S ESENIOS Y EL PRECURSOR

El R. P. Je a n D anielou h a h ech o u n breve estudio sobre


las relaciones e n tre la co m u n id ad del Q u m rán y el m edio
a m b ien te del que h a bro tad o el Evangelio y lo p rim ero que
señala es el escenario geográfico d o n d e aparece J u a n el
Bautista y d o n d e el m ism o Cristo h a p red icad o y concluye
q u e la c o m u n id ad esenia vivió en u n a región frec u e n ta d a
p o r N uestro Señor.
Esta afirm ación exim e de com entarios: los cristianos
h an conocido a los esenios. Veremos q u e adem ás de la p ro ­
x im idad del lugar existió u n a afinidad espiritual más cerca­
n a a las nociones religiosas.
LA CIUDAD CRISTIANA 195

E n este te rre n o se im p o n e co n sid erar la figura de Ju an


el Bautista. H a llam ado la aten ció n de m uchos e ru d ito s la
posibilidad de un vínculo religioso e n tre el P recu rso r y los
m onjes del Q um rán y tanto m ás c u an d o los lugares fre­
c u en tad o s p o r J u a n son, poco m ás o m enos, aquellos que
c o rre sp o n d e n a la h u m an id ad . M ateo lo llam ó “el desierto
de J u d á ”, p ero Lucas, advierte D anielou, dice m ás escueta­
m en te que “la p alab ra de Dios vino a Ju a n en el D esierto ”.
Y com o los solitarios del Q u m rán llam aban así a su m ora­
da, n o es excesivo p en sar que J u a n el B autista p u d o h a b e r
vivido u n tiem po e n tre los esenios del Q u m rán . A bona es­
te p a re c e r el o tro a p o rte de Lucas sobre la infancia de Juan:
“el n iñ o crecía y estaba en el D esierto hasta el día de su m a­
nifestación a Israel”. ¿Qué hacía u n n iñ o en el desierto? La
p re g u n ta tiene u n a respuesta m u ch o m ás com prensible si
se su p o n e que los padres, Zacarías e Isabel, lo ten ían bajo
el cu id ad o de los m iem bros de la com unidad.
Si se coteja la enseñ an za del Bautista, tal com o resum e
M ateo, con la d o c trin a e n c o n trad a en los rollos del Q u m ­
rán , se observará u n a serie de sem ejanzas en el sentido de
u n parentesco espiritual notable. El Juicio del M undo es in­
m in e n te y será u n a acción de Dios en que los ju sto s serán
separados de los inicuos. C o m p o rtará u n a efusión del Espí­
ritu Santo y u n a destrucción p o r el fuego. Este ju ic io lo
cu m p lirá Aquel de q u ien Ju a n no se considera d igno de de­
satar las correas de sus sandalias.
El clim a escatológico en que se m ueve Ju a n es sem ejan­
te al de los esenios y e n tre él y ellos existe la id ea co m ú n de
q u e el Mesías está p o r llegar. La proxim idad del adveni­
m ien to m esiánico se hace en J u a n seguridad: el Mesías es­
tá e n tre nosotros.
196 RUBEN CALDERON BOUCHET

D anielou advierte q u e pese a todos estos parecidos, Ju a n


B autista no se p rese n ta com o u n m iem bro de la secta ese­
nia, sino com o u n pro feta inspirado p o r el E spíritu Santo
con u n a m isión particu lar que cum plir: asegurar la p resen ­
cia del “u n g id o ”. El lo h a visto con sus propios ojos y dio
testim onio diciendo: “H e aquí el c o rd e ro de Dios que qui­
ta el p ecado del m u n d o ” 125.
E n tre la aseveración categórica d e J u a n respecto a la
perso n alid ad del Mesías allí p resen te y la esperanza del
m u n d o ju d ío en un tiem po m esiánico indiscernible, se in­
serta la expectación de los esenios con u n sentido tan agu­
do de la p roxim idad del Mesías q u e p arece colocarse com o
u n eslabón e n tre el Antiguo y el Nuevo Testamento.
E n tre los rollos hallados en la c o m u n id a d del Q u m rán
existe u n o que es u n com entario del libro de H abacuc d o n ­
d e se hace referen cia a un personaje de g ran influencia en
la c o m u n id a d esenia: E l M aestro de Justicia. Este m ism o
perso n aje es m en cio n ad o en el “D o cu m en to de D am asco”
com o el guía q u e Dios habría suscitado a los b u en o s israe­
litas p a ra conducirlos p o r un cam ino según su corazón.
El “M aestro de Ju sticia” es la víctim a de u n m al sacerdo­
te q u e el co m en tarista de las profecías de H abacuc designa
com o “el h o m b re de la m en tira ”. El M aestro de Justicia te­
n ía p o r m isión ilu m in ar el sentido de las profecías en la in­
m in en cia de su cum plim iento.
D u p o n t Som m er, que tiene interés e n c o m p re n d e r a J e ­
sús en la lín ea de u n a fuerza religiosa evolutiva, sostiene
q u e el M aestro de Justicia es el Mesías.

125. Juan, I, 29.


LA CIUDAD CRISTIANA 197

Si yo escribiera que tal afirm ación n o está b ien fu n d ad a


y nace m ás de u n deseo que de u n a reflexión d e te n id a so­
b re los textos d o n d e se h ab la del M aestro de Ju sticia y de
aquellos proféticos, d o n d e se a n u n cia al Mesías en su doble
situación: triunfal y sufriente, quizá.se m e p u e d a re p ro c h a r
q u e falto al d eco ro académ ico. D u p o n t S om m er es u n sa­
bio que conoce al dedillo todos los elem entos del p ro b le ­
m a y que h a leído cu an to se h a escrito sobre el asunto. No
obstante basta te n e r u n a pizca de sensibilidad religiosa pa­
ra a p reciar la diferencia e n tre u n a y o tra figura. Se m e dirá
q u e esta pizca m ete en el tem a to d a la a rb itra rie d a d de u n a
apreciación subjetiva y q u e bastaría n eg ar la existencia de
u n objeto de esa sensibilidad religiosa p a ra tirar p o r el sue­
lo, com o u n castillo de naipes, todo el edificio fabricado so­
b re ella. La razón y la fe no p u e d e n estar de acuerdo, pero
c u a n d o la razón no acep ta la fe, las hipótesis que aquélla le­
vanta a p ropósito de los hechos religiosos, difícilm ente
p u e d e n ser aceptadas p o r el h o m b re de fe. D u p o n t Som ­
m er, que es racionalista, hace lo que p u e d e p a ra hallar los
a n te c e d en te s literarios m ás inm ediatos a las reclam aciones
m esiánicas de los discípulos de Jesús y e n tre tales an tece­
d entes, el M aestro de Justicia es sin lugar a dudas u n o de
los m ás notables.
El com en tario de H abacuc, según el R. R D anielou, tie­
n e p o r m isión p ro b a r que las profecías de H abacuc se h an
cum plido en la historia del M aestro de Justicia, p ero que la
tare a de este últim o era an u n c ia r el advenim iento del tiem ­
po m esiánico: ‘Y Dios le o rd e n ó H abacuc escribir las cosas
q u e ven d rán sobre la ú ltim a gen eració n p ero n o le m anifes­
tó la consum ación de los tiem pos. Y en cu an to a lo que di­
ce el texto de H abacuc: que el que lea, lea sin tropiezo, es-
198 R U BE N CALDERON B O U C H E T

to se refiere al M aestro de Justicia a q u ien Dios reveló todos


los m isterios de las palabras de sus siervos los profetas” 126.
Y añade D anielou que el M aestro de Justicia aparece co­
m o u n h o m b re inspirado p o r Dios, n o en o rd en a u n a n u e ­
va revelación, sino a fin de m anifestar q u e h a llegado el m o­
m en to de realización del tiem po m esiánico. El M aestro de
Justicia y sus prosélitos ad o p taro n u n m odo de vida de
acu erd o con las exigencias de ese advenim iento inm inente.

1 2 6 . C o m e n ta r io d e H a b a c u c , V II, 1-5.
C a p itu lo V
LA FORMACION DE LA CONCIENCIA CRISTIANA

P r im e r a c e r c a m ie n t o a l t e m a

C u an d o se tiene en vista el tem a de la form ación de la


C iudad C ristiana m uchos historiadores ab an d o n an toda
consideración teológica sobre el fu n d a d o r del cristianism o
y se lim itan, en h o n o r a la brevedad y a la p a rq u e d a d del
oficio, a p o n e r en o rd e n el m aterial do cu m en tal con el p ro ­
pósito de arm a r u n a clara n a rració n cronológica que los
lleve desde la pereg rin ació n de Jesús, en los albores de
n u e stra era, hasta la constitución de la Iglesia.
Sin lu g ar a dudas esta m an e ra de resolver el p ro b le m a
ofrece sus com o d id ad es y el historiador, b ien c e n tra d o en
las fro n te ra s de su ciencia, n o tiene que a n d a r m etién d o se
en especulaciones q u e excedan las exigencias de su traba­
jo . P o r su p a rte ,'e l teólogo e n tra de lleno en las cuestiones
q u e son de su in terés y se m olesta relativam ente poco en
tocar los problem as históricos q u e suscita la p ersonalidad
de Jesús.
200 RUBEN CALDERON BOUCHET

El p rim e ro absorbido p o r los hechos, se olvida del carác­


ter m isterioso q u e tiene su personaje o a lo más, com o de
paso, le co n ced e u n a in terp retació n p erfectam en te acorde
con los cán o n es establecidos sobre aquello que es verosímil
y aquello q u e no lo es.
El teólogo hace su “C ristología” en u n te rre n o prolija­
m en te desprovisto de toda com plicidad con los hechos y
am bos trabajan, la m ayor parte de las veces, en u n a m u tu a
ig n o ran cia de sus respectivas disciplinas. C om o n o soy teó­
logo ni historiador, p e ro tengo que o cu p arm e, en m i cali­
d ad de pro feso r de H istoria de las Ideas Políticas M edieva­
les, de la difícil cuestión que im plica la form ación de la
C iudad Cristiana, h e creído más que beneficioso, im pres­
cindible, u n ir el esfuerzo de los historiadores y los teólogos
e n u n a síntesis que m e p e rm ita u n a visión com pleta del
proceso que designo con ese nom bre.
C o m p ren d o los escollos con que se p u ed e tropezar en
esta tare a y n o dejo de percib ir los inconvenientes de ensa­
yar u n a in te rp re ta c ió n sobre los orígenes del cristianism o
cu a n d o se ig n o ra u n a sum a cuantiosa de m onografías y tra­
tados sobre el asunto y se carece de u n a rigurosa form ación
especializada. P ero h ab id a c u e n ta de la p recaria situación
de que p a rte m i trabajo, q u e d a q u e he leído m uchos libros
escritos p o r especialistas sobre d iferentes aspectos del p ro ­
b lem a y m e h a parecido necesario, a u n q u e m ás no fuere
p a ra o rd e n a r m is propios conocim ientos, d ar u n a p retad o
resu m en de mis lecturas que g u a rd e u n a relativa c o h e re n ­
cia en cu an to a la distribución de los diversos intereses in­
telectuales q u e lo constituyen.
El advenim iento al m u n d o de Jesús, su predicación del
Evangelio, su pasión y su m uerte, son, sin lugar a dudas, h e­
LA CIUDAD CRISTIANA 201

chos históricos tan poco m itológicos com o el nacim iento,


pasión y m u e rte de L eón Trotsky. P ero Jesús se in serta en
la expectativa de u n acontecim iento religioso-escatológico
esp erad o p o r el pueblo de Israel y esto hace q u e los testi­
m onios sobre su realidad histórica vengan im p reg n ad o s de
p reten sio n es m esiánicas y p o r esta razón se co loquen en
u n a posición que n o ilum ina el sol de n u estro m ed io d ía
científico.
A ntes de e n tra r en tem a, quizá no sea totalm ente inútil
re c o rd a r que el h o m b re m o d e rn o tiene de la realid ad espi­
ritual u n a idea m ás bien abstracta y esto p o rq u e es el resul­
tado de u n a larga equivocación, sostenida con tenacidad
desde hace casi cuatro siglos, y que h a culm inado en u n a
m etafísica form alista. D e n tro del m odo de p en sar m o d er­
n o la p alab ra espíritu, espiritualidad, tiene apenas el signi­
ficado de u n a síntesis co n stru id a p o r la razón y se desvane­
ce en la designación de u n m ero co n ten id o lógico.
La “bella alm a”, fo rm a d a en el R enacim iento y la Refor­
m a, h a arq u itec tu ra d o u n a explicación del universo q u e se
resuelve e n los pases dialécticos de u n a c o h e re n te en u n c ia ­
ción teorética, p a ra u n a m en talid ad de esta estirpe que al­
g uien a n u n c ie la llegada del Espíritu y su infusión gratu ita
en la ca rn e com o realid ad viva y concreta, le h a de p arecer
el colm o de la insensatez m aterialista. El espíritu sí, p ero
inexistente, a lo m ás vivificado p o r nu estro entusiasm o y tri­
b u tario de eso que hoy se llam a vivencia, a efectos de subsa­
nar, con u n a p alab ra gorda, la total anem ia de esa entele-
qu ia panteísta.
Jesús no p u e d e ser Dios, n o p u e d e ser la p alab ra viva y
h e c h a h o m b re de u n a absoluta y tra scen d en te realidad es­
piritual, p o rq u e e n to n ces la espiritualidad de las “bellas al­
202 RUBEN CALDERON BOUCHET

m as” n o se p u e d e m ed ir p o r el resultado de u n esfuerzo


teórico, sino p o r la o b ed ien cia sacrificial y h u m ild e a un
m an d a to q u e viene de arriba. La bella alm a no p u e d e acep­
tar esa p o stración de la inteligencia y p refe rirá e n c ad e n a r­
se a la ro ca de su desesperación com o P rom eteo, que obe­
d e c er to n ta m e n te las ó rd en es de Jú piter.
Esta “bella a lm a ” va a com plicar el p ro b lem a sobre el
h o m b re Jesús e n re d á n d o lo con las explicaciones de u n a in­
terp reta ció n filosófica. ¿Pero es necesario, p a ra esclarecer
el tem a cristiano, considerar las perspectivas en que el p e n ­
sam iento racionalista h a hech o e n tra r a Cristo?
Sin lu g ar a dudas, y la razón es clara, sin la e n tra d a en li­
za del p en sam ien to racionalista no h u b iera surgido ni el
p ro b le m a histórico ni el interpretativo sobre la p erso n a de
Cristo. La an tig ü e d ad cristiana no conoció dudas de carác­
ter histórico acerca de la realidad de Jesús y si h u b o u n ra­
cionalism o pagano, tom o p o r testigos a Celso o A driano,
q u e hizo escarnio de eso que llam aba p atrañas cristianas,
n u n c a d u d ó de q u e tales cuentos estaban tejidos en to rn o
a u n personaje real, tal vez u n o de esos pobres diablos
o rientales c o m p letam en te loco de superstición.
La reacción racionalista pagana, en cuanto a las p re te n ­
siones teológicas del cristianism o, se c o n te n ía en u n nivel
de p ed estre sentido com ún y se lim itaba, con Celso, a b u r­
larse del Mesías p o rq u e veía en Jesucristo a u n m ago im pos­
tor. La defensa de la fe ten ía a n d a d a la m itad del cam ino
con sólo m o strar la excelsitud m oral de u n a d o c trin a que
h acía nobles discípulos y era capaz de in sp irar u n g én ero
de vida cuya excelencia no se p o d ía desconocer.
La filosofía m o d e rn a nace de u n h o n ta n a r de negación
esp iritu al m ás h o n d o , y p o r en d e, capaz de expresarse con
LA CIUDAD CRISTIANA 203

u n a sutileza que el racionalism o p agano n u n c a tuvo. Y es­


to p o r dos razones: p rim e ro p o rq u e la actitu d racionalista
m o d e rn a b ro ta de u n proceso de inversión de la o rie n ta ­
ción n o rm a l del p en sam ien to h u m a n o y de u n rep lieg u e
de la co n cien cia sobre sí m ism a q u e el h o m b re an tiguo,
m ás directo y sano, no conoció; en seg u n d o lu g ar p o rq u e
la filosofía m o d e rn a su p o n e la existencia del cristianism o
y se m ueve en u n clim a im p reg n ad o de instancias teológi­
cas laicisadas.
Sin lugar a dudas es en la filosofía de H egel d o n d e am ­
bas razones se h acen ver con m ás claridad y es e n ella d o n ­
de se m anifiesta ex presam ente el deseo de d a r u n a in te r­
p retació n racional de lo que el cristiano dijo en el lenguaje
de los sím bolos religiosos.
Esta situación testim onia p o r el e n o rm e peso histórico
de la figura de Jesús y la convierte en el p rincipio explicati­
vo, alfa y om ega, del destino cultural del O ccidente y con
la proyección del hegelianism o m arxista p o r el m u n d o en ­
tero, en la clave del destino histórico del hom bre.
Si se m e h iciera el rep ro c h e que el párrafo a n te rio r
ocu lta m al su inspiración apocalíptica, h ab ría que dem os­
tra r q u e la filosofía hegeliana no es u n a transposición, en
térm in o s de inm inencia, de la enseñanza teológica tradi­
cional y que esta teología invertida no h a influido p a ra na­
da en el pen sam ien to de Carlos M arx, d u e ñ o de m ás de la
m itad del planeta. Pensem os, y a h o ra d e cid id am en te ap o ­
calípticos, q u e el rein o del A nticristo tiene q u e venir con­
d icionado p o r u n a situación sociopolítica d o n d e las verda­
des fu n d am en tales de la historia de la salvación estén
expuestas en u n contexto interpretativo profano.
204 RUBEN CALDERON BOUCHET

C r is t o c o m o p r in c ip io d e la C iu d a d C r is t ia n a

La C iudad C ristiana tiene a .Cristo p o r com ienzo de su


in stau ració n y p o r fin de su dinam ism o perfectivo. Esta afir­
m ación posee u n co n ten id o teológico y sólo en ese nivel de
co n sid eració n p u e d e ser co m p ren d id a. A p aren tem en te
C risto se convierte en el fu n d a d o r de u n a asociación basa­
d a en el afecto que le profesan sus discípulos y la d e p e n ­
d en cia de u n a m u tu a am istad. Esta situación hace del cole­
gio ap o stó lico u n a c o m u n id a d relig io sa se m ejan te a
m uchas otras en las que la am istad y el m agnetism o del
m aestro crean u n n ú cleo de prosélitos q u e p u e d e crecer
con el tiem po.
H asta aquí n in g ú n m isterio. El g é n e ro de vida enseñado
p o r Jesús, si nos aten em o s a u n a apreciación p u ra m e n te ex­
tern a , no difiere m u ch o de otras sectas ju d ía s c o n te m p o rá ­
neas a n o ser p o r la dulzura con q u e in te rp re ta la “ley” y
p o r aquella id ea de Cristo, según R enán, que consistía en
a firm ar q u e él era el nuevo pan, su p erio r al m an á y del que
la h u m a n id a d h a b ía de vivir en adelante. Esta o cu rren cia
de ser el nuevo p an adquiría a veces caracteres tan co n cre­
tos q u e en m ás de u n a o p o rtu n id a d suscitó la indignación
de aquellos q u e lo escuchaban. En la sinagoga de Cafar-
n a ú n p e rd ió algunos seguidores p o r insistir dem asiado c ru ­
d a m e n te en que él e ra el pan de vida.
“Los ju d ío s com enzaron en to n ces a m u rm u ra r de El
p o rq u e h ab ía dicho: Yo soy el p an vivo que he descendido
del cielo. Y decían: ¿No es éste aquel Jesús, hijo de José, cu­
yo p a d re y cuya m adre nosotros conocem os? ¿Pues cóm o
dice El: yo h e bajado del cielo? Mas Jesús les respondió: no
andéis m u rm u ra n d o entre vosotros. N adie p u e d e venir a
LA CIUDAD CRISTIANA 205

m í si el P ad re que m e envió n o lo atrae, y al tal le resucita­


ré yo en el últim o día. Escrito está en los profetas: todos se­
rán e n señ ad o s de Dios. Todo el que h a escuchado al Padre
y h a a p re n d id o viene de Mí. N o p o rq u e alguien haya visto
al P adre excepto A quel que p ro ced e de Dios. Este sí q u e h a
visto al Padre. En verdad, e n verdad os digo que q u ien cree
en m í tien e la vida e te rn a ” 127.
El escándalo q u e causan sus palabras alcanza hasta sus
discípulos, c u an d o vuelve a re to m a r la id ea del p an vivo y
extrae de ella sus m isteriosas consecuencias: “Yo soy el pan
vivo q u e h a descen d id o del cielo. Q uien com iere de este
p an vivirá e te rn a m e n te ; y el pan que yo daré es mi p ro p ia
carn e, p a ra la vida del m u n d o ”.
Los ju d ío s no lograban e n te n d e r bien su pen sam ien to y
m u ch o s de sus discípulos dejaron de seguirle. R enán, que
tiene a su favor el conocim iento de la filología y la estilísti­
ca co m p arad a, su p o n e que este discurso lleva el sello de
J u a n el Evangelista dem asiado m arcado p a ra creerlo exac­
to. De este m odo elim ina el problem a, pues descarga a je -
sús de h a b e r dicho algo tan absurdo y lo p o n e sobre las es­
paldas del últim o evangelista. P ero com o esta e x trañ a
d o c trin a es el fu n d am e n to de la Eucaristía, sucede que el
hech o , p o r estrafalario que haya po d id o p a re c e r a los j u ­
díos y poco exacto a los filólogos de la alta crítica histórica,
convenció a los doce y en su seguim iento a todos los cristia­
nos que siguen fre c u e n ta n d o con fe la eucaristía.
La E ucaristía cristiana es ágape religioso y al m ism o
tiem po m ístico. C onstituye u n a com isión con C risto que

127. S.J., VI, 40-47.


206 R U B E N CALDERON B O U C H E T

ro m p e el cu ad ro de u n a am istad fu n d a d a en la aceptación
de u n a sim ple d o c trin a p a ra p e n e tra r en el tenebroso terri­
torio del misterium fidei. Los discípulos q u e después de ha­
b e r oído las palabras sobre el p an vivo p e rm a n ec ie ro n fie­
les a je s ú s tam poco e n te n d iero n m uy bien las palabras del
M aestro. Sim ón P ed ro con la esp o n tá n e a in g en u id a d de
siem pre, tradujo la confusión y la confianza de todos: “Se­
ñ o r ¿a q u ién irem os? Tú tienes p a la b ra de vida etern a. N o­
sotros hem os creído y conocido q u e tú eres el Cristo, el H i­
jo de D ios” 128.
Si adm itim os este testim onio de P ed ro com o auténtico,
a p esar del estilo de Ju a n Evangelista, y no hay m ás rem e­
dio que aceptarlo así p o rq u e expresa la op in ió n u n án im e
de la cristiandad, h a b rá tam bién que adm itir q u e la u n ió n
de los A póstoles e n to rn o a je s ú s o b ed ecía a u n m otivo que
trasciende el p lan o de u n a am istad sim ple y m anifiesta u n a
adhesión in trad u cib ie al lenguaje de los intercam bios del
afecto hu m an o .
R econozco q u e sin e x p erien cia religiosa es difícil h a c er­
se u n a id ea m ás o m enos ap ro x im ad a de la vinculación
q u e Cristo tie n e con sus seguidores, p e ro com o esa ex p e­
rie n c ia p e rte n e c e al o rd e n de lo q u e hoy p o d ría llam arse
“u n a vivencia existencial”, resu lta im posible e x p o n e rla en
u n len g u aje objetivo sin re c u rrir a co m p aracio n es y p ará­
bolas sin riesgo de arro jar confusión d o n d e ya existía la os­
cu ridad.
Jesús en n in g ú n m om ento asum e el carácter de u n p e n ­
sad o r teórico y su d o ctrin a sobre la salvación del ho m b re
n o viene expuesta en térm inos de u n a reglam entación hi­

128. S.J., VI, 69-70.


LA CIUDAD CRISTIANA 207

giénica de la vida. P or el contrario, p arece e m p e ñ a d o en


a c e n tu a r las paradojas de sus exigencias p roclam ándose
p rincipio incoativo de u n a vida m ás alta y p e rd u ra b le , ca­
paz de tran sfo rm ar la n aturaleza del h o m b re en u n a reali­
d ad distinta, p o r u n a participación m ás ín tim a y co m p leta
con la vida divina misma. P o r eso no le interesa tanto que
re p ita n sus palabras y to m en ejem plo de sus actos, com o
q u e lo a m e n y lo in co rp o ren a su ser: “Yo deseo que aq u e­
llos q u e T ú m e has dado, estén conm igo allí m ism o d o n d e
yo estoy, p a ra que c o n tem p len m i gloria que T ú m e has da­
d o ... Yo p o r mi p arte les he dado y les daré a c o n o cer Tu
n o m b re , p a ra que el a m o r con que m e am aste en ellos es­
té y yo en ellos” 129.
Esta prom esa de estar en ellos n o aparece en la pred ica­
ción de Cristo m eram en te com o el deseo de p e rd u ra r en el
re c u e rd o d e sus discípulos, sino en u n sentido m ás vivo y
c o n creto es el voto de u n a p e rd u ra c ió n real, a u n q u e m ísti­
ca: “Q u ién com e Mi carn e y b eb e Mi sangre en Mí m o ra y
Yo en él. Así com o el P adre que m e h a enviado vive y yo vi­
vo p o r el Padre; así q u ien m e com e tam bién vivirá p o r Mí.
Este es el P an que h a bajado del cielo... Q u ien com e este
P an vivirá e te rn a m e n te ” 13°. J o h a n n e s Pinsk p arece co m en ­
tar este pasaje del Evangelio c u an d o afirm a: “El crecim ien­
to de Cristo e n nosotros a u m en ta c o n tin u a m e n te p o rq u e
m ed ian te la com ida y la b eb id a eucarística asim ilam os la vi­
da de C risto en su ca rn e y san g re”.
Esta asim ilación n o tiene sentido m etafórico, com o si di­
jé ra m o s q u e nos alim entam os con P latón en su estado más

129. S.J., XVII, 24-26.


130. S.J., VI, 57-59.
208 RUBEN CALDERON BOUCHET

p u ro , sino óntico, p o rq u e real y efectivam ente in co rp o ra ­


m os la natu raleza divina de Cristo en las especies del p an y
del vino.
C o m p ren d o q u e esta afirm ación p u e d e ser im p u tad a a
la lo cu ra definitiva del cristianism o y el m ism o Jesús no ig­
n o ró esta posible versión de su doctrina. P ero cu ando se
trata de c o m p re n d e r las enseñanzas de Cristo n o hay que
a rre d ra rse an te las paradojas y a u n q u e n o logrem os llegar
h asta el fo n d o de su pensam iento, p o rq u e carecem os de
aq uella ilum inación del E spíritu que El co n sid era in d isp en ­
sable p a ra no encandilarse, p o r lo m enos conviene q u e re­
chacem os, p o r no resp o n d e r a la a u tén tica o riginalidad de
su m ensaje, todo in te n to de considerarlo u n m aestro de
m oral, u n p ro feso r de filosofía o u n id eó lo o im p reg n ad o
de utopías filantrópicas.
Cristo se define com o comienzo de u n a transform ación
de la n aturaleza hum ana. Su o b ra re d e n to ra no está insta­
lada en el nivel n atural de eso q u e la je rg a m o d e rn a llam a
“red e n c ió n social”. Desde el p rim e r m o m e n to se coloca en
u n te rre n o m etafísico que desafía, con su vertiginosa p ro ­
m esa, los sueños m ás rosados de la esperanza p u ram e n te
terren a : “Yo soy el cam ino, la verdad y la vida, nadie viene
al P adre sino a Mí. Si m e habéis co n o cid o conoceréis tam ­
b ién a mi P a d r e ...”.
En esta perspectiva su acción tran sfo rm ad o ra tiene que
expresarse en la producción de u n organism o espiritual ca­
paz de provocar la m odificación del h o m b re que logre la asi­
m ilación al Padre que Jesús proclam a y que San Pablo expre­
sa, con m eridiana claridad, en su Epístola a los Romanos:
“Pues a los que El tiene previstos, tam bién los predestinó pa­
ra q u e se hiciesen conform es a la im agen de su Hijo de m a­
LA CIUDAD CRISTIANA 209

ñ e ra que El sea el prim ogénito e n tre m uchos h e rm a n o s”. Y


en el capítulo quinto, versículo 17 de la carta segunda a los
corintios, confirm a que cualquiera que esté en Cristo, es
u n a nueva criatura. En la Epístola a los Efesios nos instruye
con m ás precisión sobre el sentido de esta renovación in te­
rior: “debéis desnudaros del h o m b re viejo, según el cual h a­
béis vivido en vuestra vida pasada, el cual se vicia siguiendo
los deseos del error. Renovaos, pues, en el espíritu de vues­
tra m en te y revestios del h om bre nuevo que ha sido creado
conform e a Dios en justicia y en la santidad de la v erd ad ”.
R enovación en el espíritu y en el pen sam ien to q u e rec­
tifica las fuentes m ism as de nu estro dinam ism o m oral con
la ayuda de ese organism o so b ren atu ral constituido p o r las
virtudes infusas: fe, esperanza y caridad.
Esa fe que le hace d ecir a San Pedro: “T ú eres el Cristo,
el H ijo del Dios Vivo”, p o rq u e lo ilum ina sobre aquello que
el P ad re qu iere revelar y q u e sin esa fe p e rm a n e c e ría ocul­
to a los ojos de n u e stra razón. Para el cristiano la fe no es
u n a adh esió n e sp o n tá n e a q u e nace de la natu raleza y hace
confiar en el testim onio de al guien. La fe, com o dice G uar­
dini, está en su co n ten id o . Está d e te rm in a d a p o r lo que ella
cree. Es la m arch a viviente hacia A quel en quien se cree; es
la resp u esta viva a la llam ada de A quel que se a n u n cia en la
revelación y atrae al h o m b re p o r la o b ra de la gracia.
La esperanza sigue a la fe y p o r ella deseam os p o seer a
Dios y te n e r la vida e te rn a y com o ella se in serta en el ap e­
tito espiritual que es la voluntad, rectifica todas nuestras
disposiciones naturales haciéndolas m arch ar e n la direc­
ción señalada p o r el co nocim iento que da la fe.
M ateo refiere en su Evangelio la escena e n q u e Jesús, in­
terro g ad o p o r los fariseos acerca del prin cip al m an d am ien ­
210 RUBEN CALDERON BOUCHET

to de la ley, respondió: “A m arás al S eñ o r Dios tuyo de todo


corazón, con to d a tu alm a y con to d a tu m ente. Este es el
m áxim o y p rim e r m an d am ien to . El segundo es sem ejante a
éste, y es: am arás a tu prójim o com o a ti m ism o. En estos
dos m an d a m ie n to s está cifráda la ley y los pro fetas” 131. En
estas líneas leem os de p rim e ra m ano lo q u e Jesús pensaba
de la caridad. La tradición h a en señ ad o q u e era u n a virtud
infusa y la m ás im p o rta n te de ese organism o sobren atu ral
q u e se llam a la gracia. El a m o r a Dios a través de Cristo m e­
d ia d o r revierte sobre el prójim o y se instala en el dinam is­
m o social del ser h u m an o p ara com pletar, en esta d im en ­
sión de n u e stra realización m oral, el o rd e n n a tu ra l com o
paso obligado p a ra alcanzar la p ro m esa de la vida etern a.
Así se instala C risto en el com ienzo de la C iudad Cristia­
na. N o sólo com o figura paradigm ática de co n d u cta, sino
com o p rin cip io real de la vida e te rn a in coada p o r el orga­
nism o so b re n a tu ra l de las virtudes infusas.
“P o r esta causa — escribe Pablo a los efesios— doblo mis
rodillas a n te el Padre de N. S. Jesucristo, el cual es el prin­
cipio de to d a fam ilia en el cielo y sobre la tierra, p ara que
según las riquezas de su gloria os co n ced a p o r m edio de su
espíritu ser fortalecido en virtud en el h o m b re interior, y el
qu e Cristo habite p o r fe en nuestros corazones, estando
arraig ad o y cim entado en caridad, a fin de q u e podáis com ­
p re n d e r con todos los santos, cual sea la a n c h u ra y longi­
tu d , la alteza y profu n d id ad ; y c o n o c er tam bién aquel am or
de C risto q u e sobrepuja a todo conocim iento, p ara que
seáis p le n a m e n te colm ados de D ios” 132.

131. M ateo, XXII, 34-40.


132. Efesios, III, 14-21.
LA CIUDAD CRISTIANA 211

Si n u estro p ropósito fu era h a c er historia tal vez no con­


viniere o cu p arn o s, al m ism o tiem po, de esbozar u n a exége-
sis del c o n te n id o teológico de la escritura. P ero sucede que
los hechos históricos tien en p o r protagonistas a h o m b res
m ovidos p o r im pulsos e ideas religiosas.
La C iudad Cristiana es u n h ech o histórico y nadie n eg a­
rá que p a ra c o m p re n d erlo en to d a su p len itu d efectiva sea
m en e ster e scu d riñ ar los entresijos de la espiritualidad cris­
tian a y d escu b rir los íntim os resortes q u e h an puesto en
m ovim iento a los cristianos. Sin lugar a dudas la curiosidad
del h isto riad o r n o lo autoriza a c o n c ed e r u n ch eq u e en
blan co a la cred u lid ad del cristiano y adm itir sin m ás p ro ­
blem as, la existencia en el alm a cristiana de u n organism o
so b re n a tu ra l in fu n d id o p o r el Espíritu Santo. El historia­
dor, en tan to que tal, p u ed e no verlo. Todavía más: d u d a r
de su realidad. P ero n o p u ed e dejar de ten erlo en c u e n ta si
q u iere lo g rar u n a inteligencia a d ecu ad a del dinam ism o
m oral q u e lleva a la C iudad C ristiana y explica sus institu­
ciones. In te lec tu alm en te esta consideración p u e d e ser h e ­
ch a con el desprecio que inspira el desdén p o r lo que se
co n sid era u n a estupidez absoluta. C on todo, y desde el ins­
tan te m ism o e n q u e las convicciones cristianas d esataron
u n a acción q u e prom ovió cam bios históricos de in d u d ab le
envergadura, no se tiene el d erech o de soslayarlas bajo el
p rete x to de q u e n o se las e n tien d e.
La cuestión es difícil y el histo riad o r se m ueve fre n te a
opciones q u e se excluyen. Si acepta la revelación se adscri­
be, definitivam ente, e n tre los m entecatos que cre e n que la
historia es u n a gesta Dei per hominibus, lo q u e significa p ro ­
p iam en te u n a historia sagrada. Si no se acep ta este térm i­
n o de la disyuntiva hay que explicar el cristianism o recu­
212 RUBEN CALDERON BOUCHET

rrie n d o a u n a transposición laica de sus afirm aciones.


¿C oinciden las au to rid ad es del pen sam ien to racionalista en
c o n sid e rar a Cristo com o el comienzo de un o rd e n nuevo?

E l R e in o d e D io s c o m o p a r a d ig m a il u s o r io
DE UNA SOCIEDAD PERFECTA

El carácter de comienzo que tiene C risto respecto de la


fo rm ació n de la C iudad C ristiana h a sido visto p o r m uchos
p en sad o res racionalistas en u n a perspectiva m uy distinta a
aq uella sostenida p o r la tradición. El n o m b re de E rnesto
R en án viene im pulsado p o r el prestigio de su plu m a y a u n ­
q u e m uchas de sus afirm aciones yacen en el p a n te ó n de los
tópicos anticlericales del d ecim onono, R enán sigue siendo
el escritor q u e supo sintetizar con claridad y elegancia las
ideas q u e la “alta crítica” alem ana h ab ía logrado h a c er p re­
valecer c o n tra la in te rp re ta c ió n tradicional de Cristo.
La vida deJesús, de David Federico Strauss, arreg lad a p o r
R enán al gusto francés, tuvo u n éxito de librería que jam ás
h u b ie ra logrado la traducción de L ittré m ás fiel al so p o r
q u e d esp ed ía el texto tudesco. U n a reacción tan acogedo­
ra im presio n ó a R enán y a u n q u e toda su vida lu ch ó co n tra
las conclusiones q u e parecía inspirar su libro, tenem os que
re c o n o c e r q u e los m alentendidos n acen del irresistible e n ­
c a n to de u n a p ro sa tan musical com o confusa. M aurras,
q u e lo a d m ira com o p en sad o r político, confiesa q u e La vi­
da de Jesús no p u d o proveerlo de a rg u m en to s p ara dudar,
tan dispersa, fofa y vaga le pareció. Y com o alguien le dije­
ra q u e e ra u n libro de fe, in ten tó o tra lectu ra p a ra ver si lo
LA CIUDAD CRISTIANA 213

co n firm ab a en esta disposición, p ero lo halló tan débil en


la afirm ación com o en la negación, d ejándole la im presión
“de eso q u e h a b ía de ex trem ad am en te flotante e n el espí­
ritu de R enán sobre la gran cu estió n ”.
M aurras dice que las vacilaciones de R enán e n el tem a
de la reg ió n cristiana se d e b e n a que razonaba de a cu erd o
con los principios de la nueva filosofía q u e hab ía to m ad o
de A lem ania: “Estaba im p reg n ad o de principios alem anes:
la id en tid a d de los contrarios, el devenir p e rp e tu o , el nisus
p ro fu n d o q u e se levanta de la m u ltitud y le hace im ventar
sucesivam ente las naciones, la poesía y las religiones; la teo­
ría d e q u e Dios se hace: en u n a palabra, todo lo que h an so­
ñ a d o los alem anes de las escuelas nacidas de Kant, y p rinci­
p a lm e n te de Fichte, Schlegel y H egel, se im p o n ía a R enán
com o las reglas de su pensam iento. Es con esos m alos orga­
na, con esos detestables in stru m en to s que tratab a de p ro ­
p o n e r y resolver las cuestiones religiosas” 133.
P ara R enán la id ea principal de Jesús fue, desde el co­
m ienzo de su predicación, el establecim iento del R eino de
Dios. P ero com o la u n ió n de este p a r de palabras p u e d e sig­
nificar u n a m u ltitu d de cosas, R enán cree que Cristo e n te n ­
dió al R eino de Dios de diferentes m aneras.
En p rim e r lugar lo en te n d ió conform e con las profecías
de D aniel y H en o ch ; después lo convirtió en u n a situación
d e paz espiritual lograda en el refugio de u n retiro in te rio r
o de p ro n to lo transform ó en el sueño de u n a revolución
tem poral. El sueño político del R eino no lo entusiasm ó m u­
cho y poseído p o r la persecución “de un celeste id e a l” , co­
m o los parnasianos coetáneos de R enán, se dedicó a forjar

133. Renán, Bons et mauvais maîtres.


214 R U B E N C ALDERON B O U C H E T

el culto de la religión p o r la religión misma. Se anticipó a


S ch leierm ach er en la exaltación de u n sentim iento religio­
so sin o tro c o n te n id o que la más p u ra efusión sentim ental.
De no h a b e r sido p o r la influencia q u e en el pensam iento
de Jesús tuvo la literatu ra apocalíptica, jam a s h u b iera salido
de esta atm ósfera levem ente onírica. P o r desgracia, el Rei­
no de Dios venía en su im aginación p reced id o p o r el adve­
n im ien to de grandes catástrofes y fenóm enos extraños. Re­
n á n glosa las citas evangélicas que a b o n an la visión del fin
del m u n d o y la seg u n d a venida de Cristo.
En las visiones apocalípticas de Jesús, R enán no hace dis­
tinción e n tre las q u e p red ic en la caída de Jeru salem y las
q u e se refiere n a la Parusia y esto p o rq u e “gracias a u n a ilu­
sión co m ú n a todos los grandes reform adores, Jesús se figu­
rab a el fin m u ch o m ás próxim o de lo era en realidad; no
te n ía e n c u e n ta la len titu d de los m ovim ientos de la hu m a­
nidad; im aginábase que iba a su ced er en u n día lo que, mil
och o cien to s años m ás tarde, ni d e b ía estar aún acab ad o ”.
Pese al e rro r profètico, su q u im era no h a co rrido la suer­
te de otras, pues “m erced a su apariencia fabulosa, en el se­
n o de la h u m an id ad , h a p ro d u cid o en él frutos e te rn o s ”.
Tom o la frase tal com o la term in o de leer. Su sentido
co n c re to se m e escapa y sería incapaz de escribirla de otro
m odo. R enán cree que los frutos e te rn o s de esa q u im e ra es­
tán ahí. Y los señala con lágrim as en los ojos, co n sid erán d o ­
los el au tén tico R eino de Dios, la v erd ad era palingenesia y
son el gusto del p o b re, la rehabilitación de todo lo que es
h u m ild e, v erd ad ero e inocente.
Sin lu g ar a d udas estos frutos de la acción de Jesús se li­
m itan al o rd e n de la creación literaria, pues n o sé que fue­
ra de algunos serm o n es y otros pocos trabajos de lite­
LA CIUDAD CRISTIANA 215

ra tu ra m ás o m en o s pía, el gusto del p o b re y la reh ab ilita­


ción de to d o lo h u m ild e e in o cen te ten g a alg u n a realiza­
ción efectiva.
R enán dice que la enseñanza de Jesús tuvo m iras aun
m ás elevadas: se p ropuso crear un nuevo estado de la h u ­
m anidad. El R eino de Dios era un sueño p ro p io de su tiem ­
po y de su raza. La o riginalidad de Jesús estaba en que creía
e n é rg ica m e n te en la realid ad del R eino, pues fue él “el
h o m b re q u e creyó m ás e n érg icam en te en la realidad de lo
id ea l”. P o r eso m ism o, p o r la fuerza que le d ab a su creduli­
dad, logró con el tiem po los únicos frutos reales que p o ­
dían n a c e r de su utopía: “la religión p u ra, sin prácticas, sin
tem plos, sin sacerdotes” y posiblem ente con u n dios tan
chirle y exangüe en su fragilidad académ ica que debía p a ­
recerse u n poco a E rnesto R enán.
P ero n o hay q u e d e sp re c ia r las quim eras, y con esa cer­
te ra in tu ició n p a ra las cosas políticas q u e M aurras le co n ­
cede sin regateos, R en án advierte q u e el R eino de Dios se
h a co n v ertid o “en ese im p o n e n te esfuerzo p a ra fu n d a r
u n a sociedad p e rfe c ta ” y en el m ás activo fe rm e n to revo­
lu cio n a rio de la é p o c a m o d ern a . La revolución tien e su
o rig e n en esa tensión e x tra o rd in a ria q u e h a h e c h o del
cristiano el p a p á lig e ram e n te b o b o de todos los m ovim ien­
tos socialistas. Esto explica, en el ju ic io de R enán, q u e los
c o n tin u a d o re s m ás sinceros de Jesús se re c lu te n e n tre
aquellos “q u e p a re c e n re p u d ia rle ” pues “los sueños de or­
ganización ideal de la sociedad, q u e ta n ta an alo g ía tie n e n
con las aspiraciones de las sectas cristianas prim itivas, sólo
son, en cierto m o d o , el e n san c h e de la m ism a id e a de p o r­
venir, y del cual el R eino de Dios será e te rn a m e n te el tro n ­
co y la ra íz ”.
216 RUBEN CALDERON BOUCHET

R en án n o sería q u ien es si ac ep ta ra com o u n a digna


p ro lo n g a c ió n de las aspiraciones evangélicas el sueño so­
cialista de la dem o cracia totalitaria. Sus aspiraciones tie­
n e n tal gusto p o r lo in d efin id o , lo vago, lo que apenas es
esbozo y su eñ o , q u e la sola posibilidad de ver m aterialm en ­
te c o n c re ta d o el sueño de Jesús en u n a sociedad igualita­
ria lo llen a de h o rro r. Las revoluciones “están infectadas
de u n tosco m aterialism o q u e las hace asp irar a lo posible,
es decir, fu n d a r la d ich a universal sobre m edidas políticas
y e c o n ó m ica s”. Las tentativas revolucionarias de n u e stra
é p o c a “p e rm a n e c e rá n infectadas, hasta que to m en p o r
n o rm a el v erd ad ero esp íritu de Jesús, es decir el idealism o
absoluto, ese p rin cip io q u e consiste e n re n u n c ia r a la tie­
r r a p a ra p o se e rla ”.
El que tiene la plusvalía tiene el poder, la iglesia y la
ciencia, d irá poco m ás o m enos aquel ign o rad o discípulo
de Jesú s que se llam ó L eón Trotsky y que traducía, con b ru ­
tal sim plicidad, los sueños rosas de la revolución a u n claro
lenguaje político. ¿Q ué significación real p u e d e te n e r re­
n u n c ia r a la tie rra p ara apoderarse de ella? La frase tiene
sentido teológico y se refiere al ab a n d o n o de los bienes
precarios de u n a vida pasajera p o r los definitivos de u n a vi­
d a e te rn a, o no tiene sentido. U na frase b o n ita n o vale un
p eseb re b ien lleno.
Je sú s, en el p e n s a m ie n to de R e n á n , e stá en la base del
p ro g re sism o re v o lu c io n a rio y su R ein o d e D ios tra n s­
p u e s to a u n p la n o de realizacio n es p ro fa n a s es la levadu­
ra m esiá n ic a de la rev o lu ció n social. N o se p u e d e d e c ir
m ejor, ni m ás c la ra m e n te , a p e sa r d el estilo de R en án ,
las c o n se c u e n c ia s po líticas de las v e rd a d e s cristian as se­
cularizadas.
LA CIUDAD CRISTIANA 217

O tra vez R enán

D esde q u e R enán reposa en el P a n teó n de los académ i­


cos fallecidos, hecho q u e o c u rrió el 2 de o ctu b re de 1892,
h a c o rrid o m u ch a agua bajo los p u en tes del viejo París.
Nuevos m étodos exegéticos h an renovado la inagotable dis­
cusión en to rn o a los orígenes del cristianism o y m ás teo­
rías alem anas han p ro h ijad o in terp retacio n es m enos sim ­
ples q u e las usadas p o r el viejo R enán. La ola b u ltm an ia n a
sum erge el te rre n o de las discusiones cristológicas bajo las
turbias aguas del existencialism o, de m odo q u e volver a Re­
n án , com o p u n to de p a rtid a de u n esclarecim iento históri­
co, d e la ta u n a com placencia en el anacronism o que sólo la
fe p a trió tica justificaría.
N o obstante, considero la posibilidad de o tra justifica­
ción fu n d a d a en la versatilidad de R enán. Tantas vueltas
dio en to rn o al p ro b lem a de Jesús, tanto hizo p o r aclarar y
explicar su palin o d ia que despacharlo en u n p a r de páginas
sería m o strar m uy p oco respeto p o r u n escritor a quien dos
gen eracio n es de arg en tin o s le d e b e n u n a in cred u lid ad es­
clarecida.
El tem a que m e im pulsa nuevam ente a recab ar la ayuda
del viejo cu ra o rato ria n o es el de la dificultad que ofrece la
in te rp re ta c ió n de la p erso n alid ad de Cristo cu an d o se re ­
chaza el cam po religioso en que él m ism o se coloca. ¿Si no
es aquel que p u e d e h a b la r desde la m ajestad de su a u to ri­
d ad divina: q u ién es? ¿Cóm o p u ed e explicarse su lenguaje
y en q u é sentido e n te n d e r su misión?
Estas p reg u n tas e n c ie rra n el p ro b le m a del carácter
esencial de su o b ra y, com o R enán dedicó u n aleccionador
218 RUBEN CALDERON BOUCHET

capítulo p a ra resolverlo, m e d e te n d ré p ara exam inarlo y


observar las dificultades y hasta contradicciones que nacen
de u n a em presa teológica co n d u cid a con u n m éto d o críti­
co in ad e c u a d o a la naturaleza de su objeto.
C onsiderado Jesús en el m arco histórico del pu eb lo de
Israel, su predicación esta im p re g n ad a de ideas ju d ía s y tie­
n e pocas posibilidades de hacerse e n te n d e r u n a d o cen a de
m etros m ás allá de las fro n teras espirituales de su patria. Es
verdad que los lím ites del m u n d o h e b re o no caben en la es­
trechez de u n ghetto su b u rb an o y la catequesis israelita se ha
e x te n d id o p o r to d a la cu en ca del M ed iterráneo. E ntre n u e ­
vos prosélitos y viejos israelitas la religión de Yavé cu enta
con casi u n ocho p o r ciento de la población del Im perio
R om ano, p e ro , de cu alq u ier m odo era poco pro b ab le que
las palabras de Cristo p u d ie ra n llegar a un au d ito rio que no
tuviera co n o cim ien to de las Sagradas Escrituras.
La p rim e ra dificultad p a ra la expansión de su d o ctrin a
n ace de los lím ites que la raza y la tradición religiosa le im ­
p o n e n y si se piensa, con R enán, “q u e au n en el m ism o se­
no del ju d aism o n o fue m uy durable la im presión que Jesús
p ro d u jo ”, nos hallarem os con u n a situación que inspira
m ás perp lejid ad que clara inteligencia de su c o n ten id o . Pe­
ro c u an d o se tiene el don de la p alab ra p u e d e intentarse la
tarea de d ar u n a explicación sin to m a r m uy en serio la co­
h e re n c ia ín tim a que tal explicación p u e d a tener.
Y el p rim er elem ento que R enán aduce en su in terpreta­
ción de la personalidad de Cristo es que éste supo, com o nin­
gún ho m b re antes y después de él, hacerse am ar p o r sus dis­
cípulos de u n a m an era que desafiaba el tiem po y la m uerte.
Sin lugar a dudas este es un record que coloca al p erso n a­
je en u n te rre n o poco habitual, y a u n q u e no concede n ad a
LA CIUDAD CRISTIANA 219

a la superstición, arro ja sobre el cuadro la sospecha de que


nos hallam os con alguien fu era de serie.
¿Q uién e ra este hom bre? ¿Era un p e n sad o r teórico, un
m oralista, u n nuevo sectario d e n tro de los m ovim ientos j u ­
díos? ¿Bajo qué etiq u eta podem os colocar su filiación y có­
m o ju z g a r el sentido de su misión?
Para ser discípulo de Jesús — escribe R enán— no se n ece­
sitaba cre e r en u n a u o tra cosa, bastaba adherirse a él y
am arle en trañablem ente. Y la p ru e b a de esta adhesión sin
d o ctrin a viene inm ediatam ente a la plum a de R enán: ¿dejó
algún trabajo escrito? A penas algunas sentencias “que desde
m uy tem p ran o se recogieron de m em oria y, sobre todo, su
tipo de m oral y la im presión que había producido. Jesús no
fue u n fu n d a d o r de dogm as, ni u n inventor de símbolos, fue
el iniciador del nuevo espíritu llamado a regenerar el mundo".
A p a rtir de aq u í la bella alm a de R enán, tocada p o r la
gracia celeste de la filosofía alem ana, com ienza su alqui­
m ia exegética. A nte todo conviene no e n te n d e r esta rege­
n e ra c ió n de u n a m an e ra c ru d a y real, com o les sucedió a
los p rim ero s cristianos que creyeron en u n a tran sfo rm a­
ción total del universo m ovido p o r la m ano de Yavé: “Los
h o m b re s m enos cristianos de cuantos h an p re te n d id o m e­
re c e r ese título fu ero n los doctores de la Iglesia G rie g a ... y
los escolásticos de la E dad M edia la tin a ”... con lo q u e q u e­
d an elim inados del concurso todos los que histó ricam en te
h a n recibido el n o m b re de cristianos, deb id o a su ru d e z a
interpretativa; p a ra R enán sólo cabe to m ar en c u e n ta a
aquellas alm as in o cen tes que se a d h iriero n a él con la es­
p e ra n z a del R eino de Dios.
La d e u d a q u e tenem os con Cristo sólo p u e d e c o m p re n ­
derse con categorías conceptuales que rec ién se inventaron
220 RUBEN CALDERON BOUCHET

e n el siglo XIX, p o r eso, en el pen sam ien to de n u estro exé-


geta, Jesú s es u n liberal, en ocasiones u n socialista y a veces
tam b ién u n positivista, pues así com o Sócrates fu n d ó la fi­
losofía y A ristóteles, las ciencias, Jesús, antes que Augusto
C om te, fu n d ó la religión de la h u m an id ad .
Esta religión no tiene n in g ú n c o n te n id o dogm ático pe­
ro “n a d a excluye y n a d a d e te rm in a si no es el del senti­
m iento. Sus sím bolos no son dogm as fijos, sino im ágenes
susceptibles de infinitas in te rp re ta c io n es”. En vano — con­
cluye R enán c o n tra la enseñanza tradicional— se buscará
e n el Evangelio u n a sola proposición teológica. Es inútil
alegar q u e allí se h a n e n c o n trad o todas. El viejo cu ra ora-
torian o , cu an d o se olvidaba de su e ru d ic ió n , ten ía la p ro ­
p en sió n de ver a Jesús com o u n anticipo de su p ro p ia p e r­
sonalidad. N u n ca creyó q u e Cristo tuviera la indelicadeza
de afirm ar algo de m an e ra dogm ática, y así com o sus im á­
genes literarias e ra n pasibles de ser in terp retad as en distin­
tos sentidos, creía que Jesús se le h ab ía ad elan tad o en el ca­
m in o de las fluctuaciones sem ánticas y h ab ía h ech o el
“S erm ó n de la M o n ta ñ a ” p a ra provocar en el fu tu ro “lágri­
m as sin c u e n to ” y u n sinfín de controversias en to rn o a sus
declaraciones.
En su m ente el m isterio de Jesús estaba m ás o m enos re­
suelto: Jesús era R enán. Quizás u n poco favorecido p o r la
distancia en el tiem po, tal vez m enos p rep a ra d o , a lo m ejor
u n poco loco: “pero, ¿quién de nosotros, m iserables pig­
m eos, p o d rá realizar lo que realizó el extravagante Francis­
co de Asís o la histérica Santa Teresa? Las m ás grandes cosas
del m u n d o se h an hech o bajo el im perio de la fiebre; toda
creación em in en te im plica en el ser que la p ro d u ce u n esta­
do violento, u n a ru p tu ra del equilibrio”. El estado violento,
LA CIUDAD CRISTIANA 221

la ru p tu ra de equilibrio y la fiebre explican que ciertas in­


fluencias m orales se p ro p ag u e n “a la m an era de las ep id e­
m ias y re c o rra n el m u n d o de polo a polo, sin re p a ra r en ra­
zas ni en fro n teras”. La h u m an id ad está rec o rrid a “p o r
conductos m isteriosos” que tran sp o rtan ideas, corrientes de
sim patía y auspician los grandes en cu en tro s del genio.
El C ristianism o m al conocido p o r los ju d ío s q u e sólo vie­
ro n en él lo que los a p artab a de su fe tradicional, p e o r in­
te rp re ta d o p o r los doctores de la Iglesia griega, estropeado
p o r los m iem bros de la Iglesia latina, laicizado hasta el m a­
terialism o p o r los capitostes del socialism o científico, h a si­
do cabalm ente e n te n d id o p o r R enán, q u e vio en él lo que
la h u m a n id a d tiene de m ás p u ro y noble, sin que R enán h a­
ya p o d id o decir n u n c a con precisión en q u é consiste su n o ­
ble pureza. Tal vez sea u n m otivo de declam ación com o
aquel “seno de D ios” d o n d e rep o sab a su h e rm a n a E n riq u e­
ta o la “c o n ch a de n á c a r” d o n d e d o rm ía su nietita E rnesti­
na. Seno de Dios, c o n ch a de nácar, secreto m isterio del in­
finito y aquellas colum nas “cuya excelsitud dan testim onio
de u n destino m ás n o b le ”, p e rte n ec e n , com o sus frases so­
b re la religión de Cristo, a la tem ática de esa su erte de m ú ­
sica — com o d ecía B arres— de la que estaba lleno p ara d e­
sastre de su corazón.
La perspectiva p ro fan a desde la cual p re te n d ió in te rp re ­
tar la historia de Cristo no lo h a llevado a arro jar m u ch a luz
sobre el problem a. ¿Será que los presupuestos de su fo rm a­
ción eclesiástica lo in h ib ían p a ra e n fre n ta r la p erso n alid ad
de Jesús con m ás decisión? ¿Será que careció del genio n e ­
cesario? ¿O será, sim plem ente, que p ara e n te n d e r el cristia­
nism o y su fu n d a d o r hay que considerarlos en el m arco teo­
lógico en q u e siem pre se colocaron?
222 R U BEN CALDERON B O U C H E T

C r is t o J e s ú s , clav e d e la d e m o c r a c ia m o d e r n a

A ntes de ex am in ar el problem a q u e p lan tea la posibili­


d ad de d ar u n a respuesta adecuada a la p reg u n ta p o r la
existencia real de Jesús, conviene consultar u n a autoridad
m ás c o n te m p o rá n e a sobre el papel d esem p eñ ad o p o r Cris­
to en la form ación de la cultura occidental. Es tam bién
con v en ien te que sea u n filósofo q u e re ú n a en su persona
las condiciones indispensables p ara el d esem peño de su
oficio.
En p rim e r lugar q u e sea alem án, pues no creo que el ar­
te de filosofar se dé en o tra parte del m u n d o con la fuerza
q u e se da en los países de habla alem ana.
En segundo lugar, es bu en o que sea p ro testan te, p o r lo
m enos en cu an to a la forma mentís, p o rq u e el m u n d o m o­
d e rn o h a sido form ado p o r ellos y es e n tre ellos d o n d e e n ­
c o n trarem o s las ideas que m ejor expresan n u estra época.
P o r últim o, es m en ester que en alguna o p o rtu n id a d se h a ­
ya m etido con especulaciones de carácter histórico.
Estas tres condiciones se dan en la conocida personali­
dad de Karl Jaspers, de m odo q u e harem os n u e stra encues­
ta sobre las o p iniones que respecto de Cristo y su papel en
la historia expuso en su libro Origen y sentido de la Historia.
Jaspers afirm a taxativam ente q u e Cristo es el eje de la
historia de O ccidente, y a u n q u e lim ita el alcance de su p ro ­
yección a la sociedad cristiana, adm ite la posibilidad de un
o rd e n m undial de convivencia q u e lo tenga p o r fu n d ad o r
espiritual.
“El Cristianism o — nos dice— h a realizado la fo rm a de
organización m ás sublim e y vasta de la espiritualidad h u m a­
LA CIUDAD CRISTIANA 223

na, y esto p o rq u e h a sabido u n ir en u n c o n ju n to orgánico


el im pulso m ístico del profetism o ju d ío , el pen sam ien to
griego y la fuerza o rganizadora rom ana. Las a p a re n te s con­
tradicciones, que p u e d e n h a b e r nacido de estas tres co­
rrie n te s culturales fu ero n resueltas p o r la Iglesia católica
en u n sincretism o sin fisuras a p a re n te s”.
H e c h a la afirm ación, Jaspers se p re g u n ta p o r la ín d o le
de esta acción de la Iglesia y decide que, sin d esco n o cer la
fuerza espiritual del catolicism o, su influencia fue m ás b ien
política. La h istoria co m p arad a del papel d esem p eñ ad o
p o r las religiones, lo confirm a en este presupuesto.
Las p reten sio n es políticas de la Iglesia ro m a n a ch o caro n
con las de los Estados cristianos, p ero en vez de acep tar la
realización de u n a teocracia al m odo bizantino, am bos p o ­
deres se sep araro n y cada u n o se desenvolvió en el ám bito
de sus respectivos intereses. La Iglesia defen d ió su lib ertad
espiritual fre n te a los avances del Im perio y se convirtió así
“en u n factor de lib ertad c o n tra el p o d e r te m p o ra l”. Los
g ran d es h o m b res de Estado, d u ra n te el p erío d o m edieval,
fu ero n h o m b re s piadosos y después estuvieron inspirados
p o r u n a fe y u n a m oral que se convirtió, en O ccidente, en
la “fu en te p rin cip al de la lib e rta d ”.
Si prestam os aten ció n a estas afirm aciones va a q u e d a r­
nos u n a in tra n q u ilid a d que p u e d e concretarse en esta p re ­
gunta: ¿qué tiene que h a c er Cristo e n este conflicto y p o r
q u é su p erso n alid ad es co n sid erad a axial?
H asta a h o ra el cristianism o, com o d o c trin a religiosa, no
h a in te rv en id o p ara n a d a en los reclam os jurisdiccionales
e n tre la Iglesia ro m a n a y los Estados cristianos. P ero los
h o m b res de genio p ro ce d e n p o r ilum inaciones y si no te­
nem os la paciencia de esperarlos en alguno de esos reco­
224 RUBEN CALDERON BOUCHET

dos q u e fo rm a n los m ean d ro s de su pensam iento, p o d e ­


m os p e rd e r la o p o rtu n id a d de p e n e tra r el secreto de su ins­
piración rectora.
La idea que g o b iern a el p ensam iento de Jaspers en este
p ro b le m a del cristianism o se fu n d a en u n a no ció n m uy
p a rticu la r que tiene de la relación viva e n tre la Iglesia y la
fe. La fe, he aquí el rec ó n d ito resorte y de la fuerza espiri­
tual “che m ove el solé e l’altre stelle”. La im p o rtan cia que
posee la fe explica y hasta justifica la existencia de las igle­
sias a pesar de sus “perversidades peligrosas”. La fu en te se­
creta de la fe en O ccidente es Cristo.
Ya lo tenem os ubicado en el eje m ism o de la historia:
fu en te de fe. A h o ra conviene que digam os algo acerca de
lo que Jasp ers e n tie n d e p o r fe. Sabem os que nu estro autor,
com o todo sprit fort, está p reo cu p ad o fu n d am en talm en te
p o r el p ro b le m a de la libertad y, com o se considera p o r e n ­
cim a de todo divisionism o confesional, m anifiesta, con m e­
rid ia n a claridad, su adhesión a un austero liberalism o. El
espíritu de la refo rm a pro testan te se hace sen tir en el énfa­
sis con q u e recalca el valor de la fe, sin c o n c ed e rn o s la gra­
cia de explicar cuáles son los co n ten id o s que la d eterm i­
n an. Todavía más, después de d ecirn o s que “la fe es el
e n g lo b an te q u e nos d irige”, añade: “n o consiste en u n cre­
d o d efinido en dogm as — el d o g m a n o p u ed e ser más que
su expresión histórica y p u ed e in d u cirn o s a error. La fe es
eso que nos colm a y nos anim a, eso q u e está en el fo n d o del
h o m b re , eso p o r lo cual el h o m b re se levanta p o r encim a
de sí m ism o y a d h ie re al origen del s e r”.
Si afinam os el o ído nos parece o ír a R enán: el m ism o én ­
fasis, id én tico gusto p o r la declam ación y esa asom brosa
g ratu id ad de u n a expresión verbal sin contenido. U n p ar
LA CIUDAD CRISTIANA 225

de segundos nos pareció que la fe era la vida y luego algo


más. La vida se co n fo rm a con m an te n e rn o s en u n nivel na­
tural y esta nueva fuerza p arece e m p u jarn o s m ás allá de
nu estros lím ites.
La fe es m ás que las form as d eterm in ad as de la fe.
Es eso “q u e todos los creyentes poseen en el secreto de
su c o ra z ó n ”. E n b o ca de u n existencialista la definición
nos p arece algo abstracta, p o rq u e la fe co n c re ta y existen-
cial está siem p re d e te rm in a d a p o r u n co n te n id o dogm áti­
co. P ara p rese rv ar a la fe de aquello que la convierte en es­
ta fe, es m e n e ste r u n esfuerzo de abstracción q u e p e rm ita
c a p ta r lo q u e hay de esencial en las diversas form as histó­
ricas de la fe.
P o r su erte, la dialéctica siem pre tien e a m an o u n a c o n ­
trad icció n útil, y si algo n o p u e d e definirse p o r aquello
q u e lo constituye, p o r lo m enos está lim itado p o r lo q u e se
o p o n e . A la fe se le o p o n e el nihilism o. La fe hace al h o m ­
b re u n h o m b re v erd ad ero cu a n d o le p e rm ite reb asar las
fro n te ra s de su naturaleza. El h o m b re n o p u e d e vivir sin fe
p o rq u e es “ese e n g lo b a n te lo q u e hace de él eso q u e real­
m e n te es”. El nihilism o com o c o n trad icció n de la fe es tri­
b u ta rio de la fe q u e niega, p o r en d e, u n a d ecid id a enem is­
tad p o r el h o m b re a q u ien niega la posibilidad de ir m ás
allá de sí m ism o.
El p en sam ien to de este ro b u sto existencialista tudesco
es el pálido resu ltad o de u n ejercicio de abstracción h e c h o
sobre la virtud so b re n a tu ra l de la fe. Lo q u e q u e d a de esta
virtu d c u a n d o se la h a p o d a d o de su refe re n c ia in trín se c a
a la revelación es u n an h elo , u n a su erte de angustia m eta­
física e n disp o n ib ilid ad p a ra cap tar los co n te n id o s objeti­
vos p ro p o rc io n a d o s p o r la época. El nihilista hace m uy
226 RUBEN CALDERON BOUCHET

b ien en a b a n d o n a r u n a fe que no es m ás q u e desazón y an­


siedad p o r sup erarse en u n sentido c o m p le ta m en te desco­
n o cido.
Jaspers sale al e n c u e n tro de esta m a n e ra de razo n ar ni­
hilista y busca c o n ju rarla m ed ian te esta fó rm u la exorcísti-
ca: “n o son las ilusiones las que h acen la historia, sino tam ­
b ién los com bates que el h om bre libra p o r la v e rd a d ”.
¿Q ué es la verdad? — preg u n tó P oncio Pilatos, que p are­
ce h a b e r sido u n nihilista— . ¿U na ilusión más? Pensem os
q u e si se afirm a la verdad con dem asiada fuerza term in a re ­
m os asen tan d o u n a prem isa dogm ática y con ella todas las
depravaciones políticas y sociales que n acen de la adhesión
a principios bien d eterm inados. C onviene que Jaspers se­
ñale los caracteres que h acen de u n a fe peligrosam ente de­
term in ad a, o tra san am en te in d eterm in ad a.
La fe indica orientación hacia la trascendencia, p ero ésta
no tiene q u e en ten d erse ni com o un porvenir ilusorio: los
m añanas que cantan del progresism o socialista, ni tam poco
com o u n objetivo sobrenatural. Sólo el am or, en el lenguaje
del am or, p o d rá balbucear sobre esta verdad y ese absoluto
que se desvela. “Lo ete rn o no p u ed e cam biar — suspira Jas­
pers— . El es, p ero nadie lo conoce. Y si ah o ra tratam os de
rep resen tarn o s eso que es la fe etern a, será con la concien­
cia de que tales abstracciones no son más que ilusiones va­
cías y las expresiones mismas de que nos servim os todavía
u n a fo rm a histórica”.
La cosa no se dibuja con rigor, p e ro p u e d e hacerse un
esfuerzo m ás p a ra precisarla. Con este prop ó sito adelanta­
m os algunos elem entos que integran la noción de fe sin de­
term in a rla con exceso:
LA CIUDAD CRISTIANA 227

a. H ay q u e c re e r en D ios sin q u e se sepa b ie n de qué se


trata.
b. Hay que c re e r en el h o m b re, no com o algo que Dios
h a creado. Si supiéram os que Dios es cre a d o r sabríam os al­
go y esta p rete n sió n nos convertiría en u n a especie de fas­
cistas. “C reer en el h o m b re es creer en las posibilidades
q u e d a su lib ertad y n o cre e r en él p ara divinizarlo. La fe en
el h o m b re su p o n e u n a fe e n la divinidad de la que tiene el
ser. Sin fe e n Dios no hay p ara nosotros fe en el h o m b re, si­
no desprecio, p é rd id a del respeto que le es debido; la c o n ­
secuencia, en fin, es que se va, ind iferen te, com o u n extra­
ñ o en m edio de los hom bres, m alusando del d o n que se ha
recib ido y re d u c ién d o lo a n a d a .”
c. C re e r en los posibles que existen en el m u n d o . Esta
d e te rm in a ció n que n o co m p ro m ete a n ad a suprim e el ries­
go de ver la realid ad com o u n todo cerrado, “red u c id a a n o
ser m ás que u n m ecanism o conocible o u n a m anifestación
de la vida universal, sin carácter definido y sin co n cien cia”.
H asta aq u í todo arm o n iza con el esp íritu liberal. N ingu­
n a de estas declaraciones su p o n e m an d a to q u e p u d iere
lastim ar u n a co n cien cia felizm ente ab ierta a todo lo que es
y sa n am e n te desligada de to d a obligación concreta. P ero
esta situación n o significa m u ch o que digam os y u n a dis­
p o n ib ilid a d p e re n n e tiene pocas pro b ab ilid ad es de co n ­
vertirse e n obras. Ja sp e rs cree co n v en ien te asegurar q u e la
fe e n el m u n d o im plica algunos deberes. Hay tarea que
cu m p lir p o rq u e el m u n d o es em an ació n de la tra sc en d e n ­
cia, y a ñ a d e, luego de esta aclaración q u e nos devuelve los
b u e n o s tiem pos de P lotino, u n a frase sibilina y llen a de
ocultas am enazas p a ra el m an te n im ie n to de aq u ella dispo­
nib ilid ad indefinida: “es e n el m u n d o d o n d e resu e n a la
228 RUBEN CALDERON BOUCHET

voz q u e n o s hace c o m p re n d e r cuál es v erd a d e ram e n te


n u e stra v o lu n ta d ”.
¿Cóm o oír esa voz? ¿Cóm o e n te n d e r que se trata de la vo­
lu n ta d de la trascendencia y no de la n u estra en particular?
Jaspers, q u e h a advertido la b rec h a ab ierta a la an a rq u ía
p o r la p réd ica d e su disponibilidad indefinida, asum e p o r
u n m o m e n to el papel de T orquem ada y escribe u n a doce­
n a de párrafos q u e n o disonarían p a ra n a d a en u n a de
aquellas encíclicas de los b uenos tiem pos, cu ando los papas
reivindicaban p a ra la Iglesia u n a fu n ció n m agisterial que
n o excluía la vida in te rio r ni el despliegue de las potencias
político-tem porales.
La fuerza nace de la fe — escribe— y sólo ella p u e d e p o ­
n e r e n m ovim iento las facultades capaces de d o m in a r los
instintos prim itivos del h o m b re, de som eterlos y convertir­
los en los agentes del progreso m oral. Es preciso d o m in ar
los instintos, p rim e ro p o r el tem o r y la coacción, hasta que
el h o m b re se h ab itú e a vencerse y e n c u e n tre en la fe el sen­
tido de la acción. “La historia es la m arch a del h o m b re ha­
cia su libertad, guiado p o r la fe ”.
P ero es u n a libertad co n q u istad a a través de u n esfuerzo
purgativo q u e nos coloca en el te rre n o de la vía ascética y
n o en los pasillos de u n p arlam en to dem ocrático.
El p ro b le m a consiste, para Jaspers, en explicar el paso
d e este o rd e n a m ie n to que la fe im p o n e al alm a p a ra lograr
la rectificación de su impulsividad, al nivel algo m ás pedes­
tre de la dem ocracia, cuyo progreso m oral se c o n te n ta con
el libre ju e g o de las opiniones.
A esta situación se llega p o r la tolerancia. T olerar es la
virtud liberal p o r antonom asia. Para el pensam iento clási­
LA CIUDAD CRISTIANA 229

co no e ra u n a virtud. En verdad se trata de u n a actitu d que


consiste e n so p o rta r u n m al que no se p u e d e rem ediar. Jas­
pers q u e es u n b u e n liberal y está dispuesto a to le rar pa­
c ie n tem e n te todas las especies existentes .del liberalism o,
afirm a q u e el esp íritu to leran te es abierto y se d eclara dis­
p uesto a ligarse h u m an a m en te con todos los espíritus de
g é n e ro diferen te q u e no p re te n d a n “red u cir todas las ideas
y m atices de la fe al m ism o d e n o m in a d o r”.
Es u n a transposición m o d e rn a de la definición protes­
tan te de la tolerancia: todos los m atices e ideas de la fe que
hayan n acid o de la llam ada “lib ertad de co n cien cia”. El
ú nico q u e d isu en a con este concierto es el que p re te n d e re ­
d u cir la fe a u n d e n o m in a d o r com ún.
D iscutir este p u n to con Karl Jaspers es resucitar la vieja
polém ica que la Iglesia sostuvo d u ran te varios siglos con la
R eform a y po sterio rm en te con el liberalism o. En el últim o
concilio se h a ren u n ciad o a esta discusión p o r causas q ue es­
capan a m i delgada com prensión, p ero que in d u d ab lem en ­
te acercan el pensam iento de la Iglesia al cristianism o dilui­
do, en el espíritu de tolerancia, preconizado p o r Jaspers.
Jaspers es u n h o m b re in telig en te y perplejo, p ro b ab le­
m en te m ás perp lejo que inteligente, y esta p erp lejidad es el
h o n ta n a r de sus vacilaciones. Advierte la necesidad de u n
o rd e n , p e ro su liberalism o, su gusto p o r el equívoco y las
m edias tintas lo obligan a rech azar con h o rro r. De ah í sus
fluctuaciones y el sentim iento que se tiene, en la lectu ra de
sus libros, de h allarnos an te u n h o m b re que no se atreve a
ir hasta el fo n d o de sus intuiciones religiosas p o r el m iedo
de c o m p ro m ete r su estado de disponibilidad.
P o r esta razón, c u an d o vuelve a las d iferentes Iglesias
q u e le ofrece el caleidoscopio reform ista no alim enta n in ­
230 RUBEN CALDERON BOUCHET

g u n a esperanza especial p o r alguna de ellas, p e ro afirm a,


sin q u e p odam os saber b e n p o r qué, que la fe fu tu ra se n u ­
trirá “de los valores del p e río d o axial, de d o n d e nos viene
ig u alm en te la religión de la Biblia”.
El p e río d o axial es u n a época cre a d o ra y la h u m an id a d
actual, con sus dem ocráticas m atrices de caucho, no pu ed e
c o m p e tir con ella. El pen sam ien to m o d e rn o “n o ofrece n a­
d a sustancial q u e le p e rten ezca en p ro p ied ad , p a ra asum ir
esos valores... falta aquella sim plicidad p ro fu n d a que, de
volver a aparecer, te n d ría q u e re c u rrir al credo de a n te s”.
En u n a palabra: hace faltajesu cristo , p ero convertido al
liberalism o, a la dem ocracia y a la tolerancia. F u n d a d o r de
u n a fe al gusto de Jaspers y que sin o fen d e r a n ad ie n i defi­
n ir n a d a sepa conciliar el o rd e n in te rio r con el d eso rd en
de u n a e stru c tu ra sociopolítica válida p a ra todos los p u e ­
blos, con el d e re c h o de cada u n o de h a c er lo q u e le venga
en ganas. No se precisa gran e n tre n am ien to dialéctico pa­
ra advertir las dificultades q u e e n c ie rra este propósito.
C on todo, el esfuerzo de Jaspers es conm ovedor. Su lai­
cización de los presupuestos cristianos no es u n a p u ra y
sim ple profanación. M antiene, con riesgo de ciertas oscuri­
dades, u n halo de m isterio que da a su pen sam ien to un
atractivo m uy particular. Filosofía am bigua, que sin adm itir
la fe con todas sus consecuencias, le gusta m overse a la luz
lu n a r de u n a ó p e ra w agneriana. En ella p o d em o s e n c o n ­
tra r to d a la atm ósfera del teatro lírico del g ran com positor:
dioses crepusculares, credos en tre dos aguas y g randes de­
clam aciones libertarias proferidas p o r los h éroes solitarios
q u e viven “en la c o m u n id ad ilim itada, in o rganizada e inor-
ganizable de los h o m b res auténticos, esa co m u n id ad se lla­
m ab a antes Iglesia Invisible”. Hoy es u n a asociación de al­
LA CIUDAD CRISTIANA 231

m as p reñ a d a s de fu tu ro y divinidad que en el despojam ien-


to de toda codicia y en la sinceridad sin lim ites, d a rá a luz
esa fe que se necesita p ara realizar el sueño de u n a d em o ­
cracia universal con soplo de trascendencia.

C o n c l u s io n e s y a l g o m as

R enán y ja sp e rs ilustran dos explicaciones del papel de­


sem p eñ ad o p o r Jesús en el com ienzo y u lte rio r desarrollo
de n u e stra cultura. L uego exam inarem os otras in te rp re ta ­
ciones c u an d o nos toque el tem a de la proyección que h a
ten id o el cristianism o en la form ación de la ciudad laica
auspiciada p o r la revolución.
En realid ad la secularización de los principios cristianos
tien e la ed ad del pen sam ien to revolucionario y a u n q u e no
todos los p ensadores ocupados en d arn o s u n a versión laica
de Jesús coinciden en la p len itu d de su respuesta, tienen,
n o obstante, algo en com ún: red u c ir la p erso n alid ad de
Cristo a u n nivel p u ra m e n te natu ral y desde esa altu ra aus­
piciar u n a in te rp re ta c ió n de la Iglesia que no rebase los lí­
m ites de la experien cia em pírica.
Puesta la exégesis del cristianism o en este terren o , la Ciu­
dad Cristiana aparece com o u n o rd en sociopolítico que de­
be su tre m en d a fuerza civilizadora a u n im pulso confuso,
q u e recién da sus frutos cuando el co n ten id o teológico se
hace p rofano y secular; o bien se explica la C iudad Cristia­
n a com o el resultado de u n a im postura sostenida d u ra n te si­
glos gracias a la habilidad con que la Iglesia ro m a n a h a sa­
bido explotar el gusto del h o m b re p o r lo maravilloso.
232 RUBEN CALDERON BOUCHET

La hipótesis de la im postura e n c o n tró su p rim e r expo­


n e n te científico en R eim aro (1694-1768), que com o b u e n
alem án escribió u n libro larguísim o con u n título que aus­
piciaba el e n c u e n tro de los tópicos q u e h ab ían de conver­
tirse en los m ás co n cu rrid o s lugares com unes del anticleri­
calismo: Una defensa de los adoradores racionales de Dios.
C on David F ederico Strauss la ciencia alem an a da un
paso a d e la n te y hace eclosión en el p e n sam ien to universi­
tario con u n a in te rp re ta c ió n fu n d ad a en la hipótesis del
m ito. Strauss n o n eg ab a la existencia histórica de Jesús y
ad m itía com o m uy p ro b ab le q u e h u b iera existido en Pales­
tin a u n rab í de ese n o m b re. P ero la leyenda se a p o d e ró
rá p id a m e n te de su fig u ra y lo convirtió en u n a perso n ali­
d a d fu e ra d e serie m erced al ex p e d ie n te de h a c er coinci­
d ir h ech o s atrib u id o s a su vida con las profecías. Sobre es­
te oscuro an d am iaje los discípulos p o sterio res tejiero n el
m ito de la resu rre c c ió n y lo a d o rn a ro n con u n a serie de
m ilagros q u e u n hijo dilecto de las luces no p u e d e tom ar
e n serio.
La in terp retació n de Cristo m ito se com plicaba po rq u e
h ab ía que h a c er e n tra r en ella dos aspectos que tenían m u­
cha im p o rtan cia en las ideas religiosas judías. En p rim e r lu­
gar, se d eb ía colocar la figura de Jesús en la co rrien te mesiá-
nica que circula a lo largo del Antiguo Testamento y alcanza
su p u n to culm in an te en los profetas, y luego h a c er coinci­
d ir lo q u e éstos h ab ían dicho con las palabras y los hechos
de Jesús. La vida del rabí Jesús n o c o n co rd ab a con la idea
q u e los ju d ío s se h ab ían hech o del Mesías y la falta de u n i­
d ad e n tre am bas versiones explica el c h o q u e trágico en tre
los partid ario s del C risto y los sostenedores del ju d aism o
oficial.
LA CIUDAD CRISTIANA 233

La in te rp re ta c ió n de Strauss exigía q u e los Evangelios


d ataran de m ediados del siglo segundo, p a ra q u e la leyen­
da tuviera tiem po de m adurar.
H u b ie ra sido m uy difícil a rm a r este rom pecabezas escri­
tu rario dem asiado cerca de los hechos que aparecían tan
d escarad am en te alterados.
La hipótesis de Strauss no se sostiene con el entusiasm o
de sus p rim eros tiem pos y au n q u e conserva algunos ad e p ­
tos, tiene en su c o n tra q u e el origen de los Evangelios no
p u e d e ser llevado hasta la m itad del siglo segundo. En or­
d en a la fijación cronológica existe hoy u n a n im id a d en que
no se p u e d e fech ar los tres sinópticos m ás alia del año 70
de n u e stra era, y en lo que respecta al cuarto, la fecha m ás
pro b ab le oscila e n tre el 90 y 100.
El tem a de Cristo com o m ito nos lleva a co n sid erar la
h istoricidad del cristianism o en u n a doble dim ensión: en
cu an to a la posibilidad de ubicar la p e rso n a de Jesús de N a­
zaret com o aco n tecim ien to efectivam ente histórico: p ro ­
blem a de las fuentes, y luego exam inar la proyección de su
e n señ an za com o clave p a ra la co m prensión de la historia
de O ccidente: p ro b le m a de la historicidad en el sentido au­
téntico del térm ino.
La h istoricidad de Jesús es u n h ech o innegable y au n q u e
n o existieran los testim onios que confirm an su realidad, el
d esarrollo total de la cu ltu ra occidental y de la cu ltu ra bi­
zan tin a está tan im p reg n ad o de Cristo q u e sería práctica­
m en te im posible e n te n d e r lo q u e allí aconteció si no nos
referim os c o n sta n tem e n te a su doctrina. Se p o d rá o bjetar
q u e la sola presen cia y actuación de los creyentes e n el m i­
to Jesús bastaría p a ra explicar este h e c h o y q u e no hab ría
n in g u n a necesidad de re c u rrir a la existencia real del p er­
234 RUBEN CALDERON BOUCHET

sonaje. C on todo, la objeción tropieza con u n a dificultad.


L a fe de los cristianos exige la presencia real del Salvador y
los testim onios evangélicos no tien en el carácter ahistórico
q u e p rese n tan los mitos.
U n escritor inglés, R oderic Dunkerley, publicó u n libro
sobre las fu en tes n o canónicas acerca de Cristo, al que lla­
m o Beyond the Gospels. Este a u to r nos recu erd a, con palabras
llenas del b u e n sentido em pírico que suelen te n e r los in­
gleses, que desde hace dos mil años el O ccidente está do­
m in ad o p o r el m ovim iento espiritual desatado p o r Jesús.
P o r esa razón le p arece p erfe c ta m e n te explicable q u e la vi­
d a de Jesús haya sido estudiada y discutida d u ra n te g e n e ra ­
ciones en teras y que la b ú sq u ed a de la verdad a su respec­
to se co n tin ú e siem pre. Y cita u n a frase de Glover que
c o n firm a su aserto: “Para co n o c er seriam ente a la h u m an i­
d ad, es necesario h a c er el esfuerzo consciente de c o m p re n ­
d e r al h o m b re a q uienes los m ás serios y m ejores h a n con­
ced id o u n in terés y u n a pasión m ás g ra n d e que a cualquier
o tro personaje de la h isto ria”.
C a p i t u l o VI
LA CUESTION HISTORICA

P u ed e p a re c e r u n a em presa extravagante ex am in ar las


fuentes históricas sobre la vida y d o c trin a de Cristo c u an d o
se h a escrito y disputado sobre ellas hasta la saciedad. No
tengo la p reten sió n de decir n a d a nuevo ni de a ñ a d ir a la
q u e re lla secular u n a luz que la coloque en u n a perspectiva
inédita. P ero con el sano propósito de aclarar m i p ro p io ca­
m ino m e fijaré en algunos aspectos que la crítica no suele
p o n e r de relieve con las m ism as in ten cio n es que guían mi
trabajo. Q uiero decir de m an e ra más explícita: m e guía el
deseo de averiguar si existió e n tre los prim eros testigos del
d ram a de Cristo la conciencia de que él in au g u rab a u n a
nueva fo rm a de vida y se constituía en “co m ienzo” de u n
o rd e n a m ie n to total de nu estro dinam ism o espiritual que
te n d ría que term inar, con lógica consecuencia, en la ins­
tauración de u n a sociedad cristiana.
La idea c o rrien te e n tre los “altos críticos” racionalistas
es que Cristo esperaba p ara m uy p ro n to el fin del m u n d o y
bajo la presión de este p resen tim ien to escatológico, no tu-
236 RUBEN CALDERON BOUCHET

vo conciencia de u n a posible instalación en el m u n d o con


u n largo porvenir. Esta situación explicaría el carácter p re­
cario de su enseñ an za y su em p eñ o de co n d icio n ar sólo in­
dividualm ente la expectativa de ese advenim iento m esiáni-
co. Las p reo cu p acio n es de o rd e n social n acerían luego,
c u a n d o pasada la im presión de la p roxim idad de la catás­
trofe final, los ánim os m ejor dispuestos p a ra u n a larga es­
p era, c o m ien cen a preocuparse p o r u n o rd e n a m ie n to so­
cial de la sem illa evangélica.
Esta o p in ió n no co n c u erd a del todo con el co n ten id o
m ism o de los Evangelios y si es verdad que todos ellos, m e­
nos el de Ju a n , h a n sido escritos antes de la caída de J e ru ­
salem en las m anos de T ito, n o se advierte en esos p rim e­
ros testigos u n a u rg en c ia excesiva en p rep ararse p a ra el fin
del m u n d o . N o es seguro saber la m ag n itu d que concedían
al fu tu ro de la Iglesia p e ro se p u e d e sospechar que h a b ría
d e ser lo bastante am plia com o p a ra cum plir el m an d ato
del Señor: “Id, pues, e in stru id a todas las naciones, b au ti­
zándolas e n el n o m b re del Padre, del H ijo y del Espíritu
Santo, y enseñadlas a observar todas las cosas que os he
m an d a d o 134.
La tarea que e n tra ñ a esta o rd e n n o d eb e haberles p are­
cido tan trivial com o lo su p o n e la “alta crítica” cu ando sos­
tien e que esp erab an el fin del tiem p o en m uy breve lapso.
C ualq u iera sea la idea del ám bito geográfico que im plica la
frase “todas las n acio n es” y p o r m u c h o que se confíe en la
ig n o ran cia de Jesús y sus seguidores inm ediatos, pido que
se m e p e rm ita s u p o n e r que p o r lo m enos se e x ten d ía a eso
q u e los griegos llam aron oicumene, lo que hace un m u n d o

1 3 4 . M a te o , X X V III, 19.
LA CIUDAD CRISTIANA 237

de doce m illones de kilóm etros cuadrados po b lad o p o r las


razas m ás diversas.
La tarea no p o d ía ser sino larga y difícil y p o r eso el
Evangelio p o n e en boca de Jesús esta e x trañ a prom esa: “Es­
tad ciertos que Yo estaré con vosotros todos los días hasta la
consum ación de los siglos”. No se fija con precisión la fech a
en q u e esta consum ación se va a producir, p ero si h u b ie ra
sido tan in m in en te com o su p o n e la “alta crítica” tal vez h u ­
b iera c o rre sp o n d id o decirles lo que les dijo cu ando profe­
tizó la destru cció n de Jerusalem : “En ese trance los que
m o ra n en J u d e a , huyan a los m ontes; y el q u e está en el te­
rra d o no baje a sacar cosas de su casa: y el que está en el
cam po no vuelva a buscar su tú n ic a ” 135.
Sé que es p erfectam ente inocuo esgrim ir co n tra los altos
críücos u n a rg u m en to extraído de testim onios q u e están ba­
jo la sospecha de ser un cen tó n de falsedades, pergeñadas
con u n propósito de deform ación sistem ática de la verdad.
P ero oficio obliga: ¿si no tom o en serio a estos testigos, qué
otros datos poseo p ara in te rp re ta r la d o ctrin a de Cristo?

M ateo

El p rim e ro de los Evangelios sinópticos es el que la tra­


dición atribuye a M ateo. Eusebio de C esárea en su Historia
eclesiástica, trae u n párrafo de Ire n e o d o n d e se sostiene que
M ateo h a b ría escrito su Evangelio c u an d o P ed ro y Pablo
pred icab an en R om a y fu n d ab a n allí la Iglesia. Si se tom a

1 3 5 . M a te o , X X IV , 16-1 8 .
238 R U B E N CALDERON B O U C H E T

esta declaración sin n in g ú n recaudo crítico la fecha p ro b a­


ble de redacción del Evangelio de M ateo oscilaría e n tre los
años 60 y 67 de n u e stra era, p ero sucede que p u ed e adelan­
tarse esta fech a hasta la p rim era estadía de P edro y Pablo
en R om a en el p e río d o que va del 42 al 50.
Si los sucesos o c u rriero n conform e a la tradición ecle­
siástica, esta fecha n a d a ten d ría de extraño, p e ro entonces
b u e n a p a rte de los argum entos acum ulados p o r la crítica ra­
cionalista p e rd e ría n su razón de ser. El espíritu de la crítica
es com plicado y com o u n racionalista no adm ite la existen­
cia de la revelación, n a d a de aquello que p arece ser tan sim­
ple a la inteligencia in cauta de la tradición, p u ed e ser adm i­
tido p o r los que alegan la santa unción del espíritu. En
n o m b re de la ciencia, José Klaussner, en su fam oso libro so­
b re Jesús, sostiene que el p rim e r Evangelio fue el de Marcos:
“D espués del Evangelio de M arcos fue com puesto el de Ma­
teo, q u e se apoyó en el texto de M arcos tal com o actualm en­
te lo suponem os, y sobre u n cen tó n aram eo (o heb reo ) de
‘logia’ que según el testim onio de Papías, hab ían sido an o ­
tadas p o r escrito p o r M ateo ‘El P u b lican o ’ el m ás in struido
de los discípulos; contenía, adem ás de las tradiciones orales
que c o rrían e n tre los discípulos de las dos prim eras g e n e ra ­
ciones (esta fu en te es llam ada Q ) . Fue com puesto después
de la destrucción del Tem plo hacia el fin del siglo I (entre
el 80 y el 90) p o r u n discípulo de M ateo p ara los ju d ío s cris­
tianos, q u e ten ían gran interés en justificar cada u n o de los
actos de Jesús p o r los textos de las Escrituras, en insistir so­
b re su origen divino, p o rq u e la actitud de los ju d ío s respec­
to a je s ú s e ra m ás despectiva que h o stil” I36.

1 3 6 . J o s e p h K la u ssn e r, Jesús deN azaret, P a y o t, P a rís, p á g s. 182-3.


LA CIUDAD CRISTIANA 239

Si leem os b ien lo que escribe el p ro feso r Klaussner, n o ­


tarem os q u e los escritos de M ateo e ra n a n te rio re s al Evan­
gelio de M arcos y estaban escritos p o r u n discípulo direc­
to de Cristo: M ateo o Leví “El P u b lic a n o ”. P ero la ciencia
tie n e algunas razones p a ra s u p o n e r que el M ateo original
n o es el q u e h a llegado hasta nosotros. Este ú ltim o tien e
todas las trazas de h a b e r sido arre g la d o p a ra d ar u n a im a­
g e n de C risto q u e no fo m e n ta ra el desprecio de los ju d ío s,
m ed ia n te u n a revisión m ás m inuciosa de las cu en tas m e-
siánicas.
N o d u d o que K laussner h a escrito su libro co n la m ejor
volu n tad posible y au n q u e sus afirm aciones vienen avaladas
p o r u n prestigioso glosario de au to rid ad es germ ánicas,
ofrece al sim ple b u e n sentido algunas dificultades.
¿Por q u é si existía u n Evangelio del verdadero M ateo no
se conservó en la Iglesia com o u n a reliquia? ¿Por qué la tra­
dición n o h ab la p a ra n a d a de u n rem anejo del p rim er
Evangelio e insiste en que aquél que se conoce es el a u té n ­
tico M ateo? Si se adm ite que h u b o u n discípulo de M ateo
q u e a rreg ló “las palabras de C risto” anotadas p o r el p rim e­
ro, con el p ropósito de justificar los actos de Jesús sobre las
escrituras e insistir e n su origen divino, p o rq u e la actitud
de los ju d ío s e ra m ás despectiva que h o stil”, n o se e n tie n d e
p o r q u é razón u n a rreg lo dirigido a co n d icio n ar la actitud
de u n a c o m u n id a d insiste e n aquello q u e h a b ía de resu ltar­
le m ás rep e len te , pues com o escribe el m ism o profesor
Klaussner, la filiación divina de Cristo, tal com o fig u ra en
d o c trin a eclesiástica, era solam ente “u n sacrilegio y u n a
blasfem ia, sino u n a cosa in co m p ren sib le” 137.

1 3 7 . J o s e p h K la u ssn er, op. cit., p á g . 5 9 4 .


240 RUBEN CALDERON BOUCHET

C on todo, la crítica tiene un fu n d am e n to y éste se en ­


c u e n tra en la versión griega del Evangelio de M ateo, que
n o es u n a sim ple transcripción literal del texto aram eo, si­
n o q u e revela u n a com posición original y cuyas transposi­
ciones bíblicas se fu n d a n en la versión griega de los seten­
ta. S tein m u eller dice q u e el tra d u c to r g riego “conocía bien
su idio m a y q u e n o se lim itó a h acer u n a trad u cció n servil”.
Si usa u n a versión de las escrituras en griego, sería p o r el
resp eto q u e esa traducción inspiraba, lo que h a ría cual­
q u ie ra q u e se e n c o n tra ra en u n a tare a sem ejante.
La traducción de la Iglesia sostiene que el p rim er Evange­
lio es el de M ateo y que con seguridad lo escribió antes de la
destrucción del Segundo Tem plo d e je ru s a le m pues habla
d e la nación ju d ía y de su tem plo com o si todavía existiera.
La sentencia de Jesús: “¿Veis todo esto? En verdad os digo
que no q u e d a rá aquí p ied ra sobre p ied ra que no sea d e rri­
b a d a ”, es tom ada p o r los creyentes com o u n a p ru eb a de la
an terio rid ad de estas palabras al acontecim iento que predi­
cen. Los racionalistas ven en ellas el claro indicio de que fue­
ro n dichas cuando Jeru salem yacía en ruinas. Esta últim a
op in ió n tiene el en can to de su m ayor facilidad, pues u n a
predicción a posteriori es perfecta, p ero tiene el inconvenien­
te de a rro jar sobre el texto canónico la som bra de u n a super­
chería. Si esto es así: ¿qué valor testim onial p u ed e tener?
N o insistiré sobre estos desen cu en tro s p o rq u e son m u­
chos y fo rm a n p a rte in teg ran te de la contradicción que
C risto in tro d u jo e n tre los hom bres. P ero a h o ra m e lim ita­
ré a observar el Evangelio de M ateo p a r ver si existe en él
indicio de las posibilidades de u n o rd e n social cristiano.
P ara el h o m b re m o d e rn o la en u n ciació n de eso que se
llam a “o d e n social” sugiere u n a serie de especulaciones en
LA CIUDAD CRISTIANA 241

to rn o a lo q u e p u e d e ser “el m ejor rég im en p o lítico ”. In­


c o n scien tem en te se divide la actividad práctica del ho m b re
y se sep ara la vida in te rio r de su proyección socioeconóm i­
ca. Esta m a n e ra de p e n sar no se e n c u e n tra p a ra n a d a en la
m en ta lid a d tradicional.
El Evangelio de M ateo, después de h a b e rn o s p rese n tad o
la realid ad físico-genealógica del h o m b re Jesús, nos p o n e
en co n tacto con la idea fu n d am en tal de su doctrina: la
a n u n ciació n del R eino de Dios. El S erm ón de la M ontaña
señala cuáles son las condiciones in terio res p ara hacerse
d ig n o de este m ístico reino. Y com o co m en ta San Agustín:
“Del m ism o final del S erm ón se d e sp re n d e que en él se
c o n tie n en los p receptos todos q u e sirven p a ra reg u lar la
co n d u cta, pues dice así: todo aquel que oye éstas mis pala­
bras y las cum ple, co m parado será a u n varón sabio que edi­
ficó su casa sobre la roca. D escendió lluvia y vinieron in u n ­
daciones y soplaron vientos, y d iero n im p etuosam ente en
aqu ella casa, y no se cayó, p o rq u e estaba cim entada sobre
roca. Y todo el q u e oye éstas mis palabras y no las cum ple,
sem ejante será a u n h o m b re loco que edificó su casa sobre
la arena. D escendió lluvia y vinieron in u n d acio n es y sopla­
ro n vientos, y d iero n im p etu o sam en te sobre aquella casa y
se cayó y fue su ru in a g ra n d e ”. Agustín subraya el valor p re ­
ceptivo de este S erm ón y hace n o ta r que tales p recep to s se
refieren , an te todo, a la disponibilidad que h a de te n e r el
espíritu p ara recibir la d o c trin a de Cristo. El que no se sien­
ta c o n te n to con la ciencia y la ju sticia del m u n d o y n o esté
com ido p o r el deseo de particip ar en el b a n q u e te con los
ahitos, ése tiene sed de ju sticia v erd ad era y su corazón está
dispuesto a coger con m isericordia a los otros. El q u e tiene
paz en el alm a p u e d e d a r paz y es p o r eso q u e está en con­
242 RUBEN CALDERON BOUCHET

diciones de recib ir la b u e n a noticia del R eino de Dios. Las


b ienaventuranzas trazan la fisonom ía de u n a b u e n a dispo­
sición p a ra el rein o y nos hablan de las virtudes positivas de
su instauración. C ada u n a de ellas im plica u n desligam ien­
to y u n a actitud p o tencial más que u n a virtud.
Pero el R eino exige, para su advenim iento, algo más que
disponibilidad del espíritu. Su instauración pone u n a m ora­
d a in te rio r lim pia, ju sta y sana. Sus postulantes son testigos
insobornables de la realidad de ese rein o que el m u n d o no
ve, p e ro que p u e d e p resen tir en la au tenticidad de los que
se erigen en testigos de su advenim iento: “Vosotros sois la sal
de la tierra. Si la sal se hace insípida ¿con qué le volverá el
sab o r... Vosotros sois la luz del m u n d o ... brille así vuestra
luz e n tre los hom bres, de m an era que vean vuestras buenas
obras y glorifiquen a vuestro padre que está en los cielos” 138.
Las palabras q u e M ateo p o n e en la boca de Cristo salen
al e n c u e n tro de los q u e hablan de él com o de u n d estruc­
to r de la ley m osaica: “N o penséis q u e he venido a d estru ir
la ley y los p ro fe ta s ... ”. P o r esa razón afirm a con todo vigor:
“q u e antes faltarán el cielo y la tierra, q u e deje de cum plir­
se p e rfe c ta m e n te cuanto co n tien e la ley, hasta u n a sola j o ­
ta o ápice de ella” 139.
La ley tiene q u e ser cam biada en un nuevo o rd e n a m ie n ­
to q u e nazca de la caridad fraterna. Ya no basta el m an d a ­
to o la prescripción bien cum plida p a ra ju z g a r al hijo del
R eino. Su actitu d tiene que bro tar de u n a fu en te de vida so­
b re n a tu ra l e in sp irar u n conjunto de relaciones con el p ró ­
jim o que supere la m era justicia.

138. M ateo, V, 13-16.


139. M ateo, V, 17-20.
LA CIUDAD CRISTIANA 243

La caridad obliga a ser veraces y a devolver b ien p o r mal.


Sus exigencias su p e ra n el instinto de conservación y p id en
q u e am em os a nuestros enem igos. El sentido teológico de
este m an d a to n o es in m ed iatam en te revelado p o r M ateo,
p e ro advertim os que la c o n d u c ta respecto del en em igo se
explica en el nivel so b ren atu ral d o n d e se halla la consum a­
ción del R eino de Dios. N o te n d ría sentido dejar q u e el
en em ig o h ag a im p u n e m e n te todo el d añ o q u e q u iera y
a u n darle u n a ayuda p a ra q ue rem ate sin inconvenientes su
o b ra de iniquidad. N o resistir al m al en el plano n atu ral es
d ejar q u e se destruya la naturaleza. La gracia n o viene a bo ­
r ra r sino a salvar el o rd e n natural. El p e rd ó n que se debe
al enem igo se e n tie n d e en u n clim a de gracia y señala que
fre n te a la agresión injusta se rep rim a el m al sin odiar al
m alhechor.
La C iudad C ristiana es la proyección sociopolítica de un
im pulso m oral que está inspirado en la caridad. Es verdad
qu e M ateo no nos coloca fre n te a la posibilidad de u n ju s ­
to o rd e n co m unitario, p e ro nos h ab la de las disposiciones
indispensables p a ra rectificar el apetito y c o n stru ir el an d a ­
m iaje de la vida interior, base indispensable de la C iudad
Cristiana.
El alim en to de la vida in te rio r es la oración y M ateo nos
re c u e rd a aq uélla q u e en señ ó el m ism o Jesús y q u e trad u ce
con claridad el co n cep to que Cristo ten ía del R eino de
Dios y su iniciación e n la via rectificada p o r la fe so b re n a tu ­
ral. El P adre N uestro se in serta con tan ta sencillez e n este
breve resu m en do ctrin al que es difícil no consierarlo com o
elem en to indispensable en la construcción de la C iudad
C ristiana. El R eino cuyo advenim iento se pide es u n a situa­
ción real y definitiva del e n c u en tro del cristiano con Dios,
244 RUBEN CALDERON BOUCHET

p e ro la o b ed ien cia a la voluntad del p a d re incoa desde la


tie rra su instalación provisoria.
La “alta crítica” h a tom ado los Evangelios sinópticos co­
m o sendas biografías de Jesús y se h a em p e ñ a d o en descu­
b rir e n ellos las faltas de p ro p o rció n cronológicas o las p re ­
tendidas d ep en d en cias literarias e n tre unos y otros. Es un
ju e g o e ru d ito , ingenioso y pasablem ente im bécil. La in te n ­
ción fu n d am e n ta l de los evangelistas h a sido la catequesis y
n o la biografía. Cristo com o realidad histórica fue p ara los
evangelistas u n a p reo cu p ació n secundaria, les interesaba,
p e ro en tan to ap arecía c o m p ro m etid a en el m arco de u n a
exigencia escatológica y no en cu an to a un p ro b lem a de or­
d e n cronológico.
P ara el h o m b re de las luces, la religión no tien e sentido
y es esto, y n o su p re te n d id a ciencia, lo q u e explica la ina­
d e c u ad a m eto d o lo g ía con que en c ara el tem a de Cristo.
Papías dice que M arcos, in té rp re te de P edro, puso p o r
escrito, au n q u e no cro n o ló g icam en te, cu an to reco rd ó refe­
re n te a los dichos del Señor, p e ro señala tam bién que “Pe­
d ro d ab a sus instrucciones según las necesidades”. ¿Es un
abuso su p o n e r que M arcos se plegó a sus exigencias p e d a ­
gógicas?
El Evangelio de M ateo no tien e p o r finalidad c o n ta rn o s
d e ta lla d a m e n te los sucesos q u e ja lo n a n la vida histórica
del Cristo. Esto n o d eb e h acern o s su p o n e r q u e n o los co­
n o c ía o los h a b ía olvidado o los re c o rd a b a p recariam en te.
N o está e n ju e g o la m em o ria de M ateo, pues n o es la con­
tin u id a d del re c u e rd o lo que da u n id a d al texto, ni el olvi­
do lo q u e explica sus om isiones. La c o h e re n c ia ín tim a que
g u a rd a este Evangelio d e p e n d e de la in te n c ió n teológica
q u e g u ía la p lu m a de su autor. M ateo h a q u e rid o presen-
LA CIUDAD CRISTIANA 245

tarn o s a je s ú s com o el “u n g id o ” p o r los profetas y cuya lle­


g ad a in au g u ra , en fo rm a m istérica, el ad v enim iento del
Reino.
Su p rim e ra tarea es colocar a je s ú s en el m arco de la his­
to ria de Israel y señalar su genealogía p ara que sea rec o n o ­
cida su filiación davidica. D espués aparece el “P re cu rso r”
J u a n , llam ado el Bautista, que lo reconoce e n tre la tu rb a
q u e lo sigue y lo identifica a n te sus discípulos alegando que
es él q u ien d eb e ser bautizado p o r Jesús y no Jesús p o r él.
Al reco n o cim ien to profètico de Ju a n sucede otro m ás mis­
terioso q u e los textos del Evangelio de M ateo n a rra n en su
capítulo cuarto.
D espués de la ten tació n a que lo som ete el D iablo co­
m ienza en Cristo la p réd ica de su d o c trin a e n u m e ra n d o
aquellas condiciones que son m en ester en la disponibili­
dad p a ra el R eino. H abla de la vida in te rio r y de la oración
y cree co nveniente reforzar estas consideraciones con algu­
nas referencias m ás precisas a las riquezas terren ales y su
com p aració n con las celestes. Pide q u e se busque ese teso­
ro espiritual y se e m p e ñ e n e n su consecución todas las fu er­
zas del alma: “Buscad el R eino de Dios y su ju sticia y todas
estas cosas se os d a rá n p o r añadidura. No andéis acongoja­
d o p o r el día de m añ an a, q u e el día de m añ a n a cuidado
tra e rá p o r sí. Bástele a cada día su p ro p io a fá n ” I40.
E nseña las dificultades que cie rra n el b u e n cam ino y la
fácil llaneza del sen d ero q u e lleva a la perdición. N os ad­
vierte sobre los falsos profetas y sobre la ten tación d e ce d er
a sus so bornos que p re te n d e n h acern o s c o n ceb ir carn al­
m en te la realidad del Reino.

140. VI, 33-34.


246 RUBEN CALDERON BOUCHET

M ateo c o m p re n d e que el Serm ón de la M o n tañ a tiene


u n sentido rec ó n d ito algo difícil de cap tar en su p len itu d
religiosa. Se c o rre el riesgo, pese a las cautelas de Cristo, de
d a r al R eino de Dios u n a in terp retació n profana. P or esa
razón M ateo insistirá en el carácter so b ren atu ral que tiene
el R eino de Dios. La n a rra c ió n de los m ilagros q u e suceden
al S erm ón testim onian p o r el señorío de C risto sobre la
rea lid a d n a tu ra l y señalan la autenticidad de su prom esa:
“p o rq u e les en señ a b a com o quien tiene p o d e r y n o com o
sus d o c to re s” 141.
¿Q ué q u iere decir con esto?
Q ue el R eino de Dios es u n a transform ación real y efec­
tiva del m u n d o p e ro q u e se h a rá con n u e stra colaboración
libre. C u an d o J u a n Bautista, desde la cárcel, le m an d a a
p re g u n ta r si efectivam ente es él el que viene, Jesús le res­
p o n d e señ alan d o su p o d e r p a ra tran sfo rm ar todo el o rd en
n atural: “Id y referid a Ju a n lo que habéis oído y visto. Los
ciegos ven, los cojos an d an , los leprosos q u edan lim pios,
los sordos oyen, los m u erto s resucitan y los p o b res son
evangelizados. B ienaventurado aquel que n o se escandali­
zare de m í” 142.
Y resp o n d e a u n a lógica co n catenación del relato que
después de h a b e r m ostrado su p o d e r sobre la naturaleza
en señ e su d om inio sobre la ley: “p o rq u e el H ijo del H om ­
b re es el S eñor del Sábado”. Tal vez al decir que es el hijo
del h o m b re se coloca m odestam ente en nivel de los otros
h om bres, p e ro M ateo no nos deja descansar sobre esta p re­
sunción com ún: “¿quién dicen los h om bres que es el Hijo

141. VII, 29.


142. XI, 4-6.
LA CIUDAD CRISTIANA 247

del hom bre? Ellos contestaron: U nos que J u a n el Bautista;


otros que Elias, otros que Jerem ías u otro de los profetas y
él les dijo: y vosotros, ¿quién decís que soy? T om ando la p a ­
labra, P edro dijo: T ú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo” 143.
La respuesta de Jesús al testim onio de P ed ro es u n a de
esas q u e los enm igos de la Iglesia tratarán p o r todos los m e­
dios de elim in ar del Evangelio de M ateo, pues adem ás de
co n firm ar el advenim iento de la Gracia, instituye la p rim a­
cía de Pedro: “bien av en tu rad o tú, Sim ón hijo de Jonás, p o r­
q u e no es la ca rn e ni la sangre q u ien eso te h a revelado, si­
n o m i p a d re q u e está en los cielos. Y yo te digo a ti que tú
eres P ed ro (Piedra) y sobre esta p ied ra edificaré yo m i Igle­
sia y las p u ertas del in fiern o no prevalecerán sobre ella. Yo
te d aré las llaves del R eino de los cielos, y cu an to atares en
la tie rra será atado en los cielos, y cuanto desatares en la tie­
rra será desatado en los cielos. E ntonces o rd en ó a los discí­
pulos que a n ad ie dijeran que El e ra el M esías” 144.
De esta afirm ación interesa destacar dos cosas: la exis­
tencia de la fe com o realidad sob ren atu ral infusa p o r Dios
y capaz de llevar la inteligencia a la aceptación de las verda­
des teológicas y la fun d ació n de la Iglesia con P edro com o
p ie d ra angular. Am bos aspectos: u n o en la dim ensión p e r­
sonal y subjetiva y el o tro en la dim ensión social serán los
fu n d am e n to s m ísticos de la C iudad Cristiana.
P ero así com o l a gracia supone, p a ra prosperar, u n a n a­
turaleza rectificada en su dispositivo operacional, y la fe
exige u n a inteligencia q u e le sirva de soporte, la Iglesia re ­
q u e rirá un o rd e n de convivencia fu n d ad o en la carid ad pa­

143. XVI, 13-16.


144. XVI, 17-23.
248 R U B E N CALDERON B O U C H E T

ra posibilitar la acción de su plan m ístico. La C iudad Cris­


tiana tien e q u e n a c er de la respuesta efectiva que dé a esta
triple exigencia: o rd e n a r la inteligencia en su p erfecta dis­
po n ib ilid ad , p a ra la fe, rectificar la vo lu n tad p a ra confor­
m arla a la esperanza en el Reino de Dios y arm o n izar la dis­
posición de los apetitos en o rd en a la caridad.

M arcos

Papías discípulo, según surge de las referencias frag­


m entarias q u e tenem os de sus escritos, de J u a n Evangelista,
afirm ab a que M arcos había escrito su Evangelio de acuer­
do con la catequesis de Pedro: “M arcos, q u e fue el in té rp re ­
te de P edro, puso p u n tu alm en te p o r escrito, a u n q u e no
con o rd en , cuantas cosas recordó de los dichos y hechos
del Señor. P o rq u e no había oído al S e ñ o r ni le h ab ía segui­
do, sino q u e m ás tarde, com o dije, siguió a P edro, quien da­
b a sus instrucciones según las necesidades, p ero no com o
q u ien co m p o n e u n a ordenación de las sentencias del Se­
ñor. De su erte que e n n ad a faltó M arcos p o n ie n d o p o r es­
crito algunas de aquellas cosas tal com o las recordaba. P or­
q u e e n u n a sola cosa puso su cuidado: e n n o om itir n ad a
de lo q u e h a b ía o ído ni m entir en ellas” 145.
El n o m b re de M arcos aparece designado en los libros sa­
grados com o Ju a n , J u a n M arcos o sim plem ente com o M ar­
cos. M uchos h an creído ver en esta variedad de n om bres la
p resen cia de diferentes personajes. T odo hace su p o n e r lo

1 4 5 . E u s e b io d e C e s a r e a , H istoria eclesiástica, III, 3 9.


LA CIUDAD CRISTIANA 249

co n trario , p e ro la tradición conserva u n a d uda, pues el


“M artirologio R o m a n o ” y la “Iglesia G riega” celeb ran la
fiesta de San M arcos Evangelista el 25 de abril y la de J u a n
M arcos, discípulo y prim o de B ernabé, el 27 de setiem bre.
C o n tra esto el reitera d o testim onio de los Hechos d o n d e el
a co m p a ñ a n te de Pablo y B ernabé, que figura com o prim o
de este últim o, es el hijo espiritual de P edro y el q u e luego
lo a c o m p a ñ a rá en su m isión a Rom a. De Papías hasta San
C lem ente de A lejandría y Je ró n im o la tradición es firm e y
S cheleierm acher, Baur, Strauss y R enán sostienen que Pa­
pías n o alu d e al Evangelio canónico de M arcos sino a cier­
tos escritos auténticos, u n a su erte de proto-M arcos sem e­
ja n te al proto-M ateo, que h a sido la fu en te del M arcos
canónico.
¿Cuál es la razón de esos proto-Evangelios?
L a sistem ática adulteració n de las fuentes originales co­
m etid a p o r la Iglesia. K laussner escribe a este respecto: “De
los Evangelios sinópticos el más antiguo es el de M arcos
com puesto e n las proxim idades de la d estrucción del Tem ­
plo (66-68) p o r u n discípulo deJVÍarcos, q u ien era discípu­
lo de P edro. Esta extraído de u n a fu en te aram ea o h e b re a
de la q u e el autor, según el testim onio de Papías, e ra el ver­
d a d e ro M arcos, el discípulo de Pedro. C o n ten ía partes n a ­
rrativas y didácticas, estas últim as en poca cantidad. Estas
fu en tes aram eas o hebreas e ra n escritas y no orales. Las di­
vergencias im p o rta n tes se explican p o r la diversidad de
fuentes y p o r el h e c h o de q u e los escritores antiguos no
e ra n escrupulosos cu an d o se tratab a de citar obras de otros
escritores o a u n las p ro p ia s ...” 146.

1 4 6 . J o s e p h K la u ssn er, Jesús de Nazaret, p á g . 1 8 2 .


250 RUBEN CALDERON BOUCHET

K laussner reivindica u n Jesús p a ra la tradición ju d ía au­


tén tica y co n sid era que los prim eros evangelistas: proto-
M arcos y proto-M ateo n o p o d ían estar influidos p o r la m ag­
n ética p erso n alid ad de Pablo, v erd ad ero cread o r de la
Iglesia y q u e h a b ría lanzado la d o ctrin a de Cristo p o r u n ca­
m ino fu era del ju d aism o . C onsidera q u e en los Evangelios
canónicos hay dos partes diferentes, la q u e proviene de la
Iglesia p o stp au lin a y la que p erten ece a Jesú s com o m iem ­
bro de la c o m u n id a d israelita.
“U n a vez h e c h a esta discrim inación — escribe— p o d e ­
m os hallar el Jesús de la historia, el Jesús ju d ío , el Jesús que
n o p u d o salir m ás que de un m edio ju d ío . Y en to n c e s nos
d arem os c u e n ta p o r qué los ju d ío s, p o r razones históricas
q u e co m p re n d ere m o s m ás tarde, no p o d ían aceptarlo co­
m o Mesías, ni ver en sus doctrinas el cam ino h acia la re­
d e n c ió n ” 147.
De ésta y otras afirm aciones de Klaussner, om isión he­
c h a de todo lo re fe re n te a las falsificaciones paulinas, q u e­
d a q u e Jesús e ra u n ju d ío auténtico, p ero de u n a autentici­
d a d que los otros ju d ío s no p o d ían aceptar “p o r razones
históricas que c o m p re n d ere m o s m ás ta rd e ”. El Jesús pauli­
n o e ra todavía m enos aceptable p o r las causas aquí señadas
y otras q u e indicará con ab u n d an cia en su libro From, Jesus
to Paul, cuya edición inglesa tengo en mis m anos y q u e usa­
ré con devoción en su debida o p o rtu n id ad .
La in ten ció n que guió a M arcos en la construcción de su
Evangelio se inspiró en la catequesis de Pedro: predicar la
divinidad de Jesús señalando los hechos que la po n en al des­
cubierto y, al m ism o tiem po, m arcar su relación con los tes­

1 4 7 . J o s e p h K la u ssn er, Jesús de Nazaret, p á g s. 184-5.


LA CIUDAD CRISTIANA 251

tim onios proféticos. Los ju d ío s le dieron m u erte, p ero Dios


lo resucitó al tercer día, tal com o está escrito, y él se apare­
ció a sus elegidos en diferentes op o rtu n id ad es con firm án d o ­
los en la fe y anunciándoles que cooperaría con ellos.
En lo q u e resp eta a n u estro problem a: Jesús com o p rin ­
cipio de u n nuevo o rd e n sacram ental y com ienzo de u n a
actitu d espiritual capaz de convertirse en fu n d am e n to de la
C iudad Cristiana, el Evangelio de M arcos confirm a en todo
y en partes lo dicho p o r M ateo.
Sin lugar a dudas lo hace con más sim plicidad, p o r esa
razón c u a n d o se lo in te rp re ta conform e al rito evolucionis­
ta se cae en la ten tació n de considerarlo a n te rio r a M ateo.
Este su p o n e q u e M ateo, conform e con u n m ovim iento de
progreso in d efin id o , h a com plicado la teología de Marcos.
P ara los eru d ito s m o d ern o s las com plejidades teológicas
son atribuibles, definitivam ente, al ingenio de Pablo.

Lucas

L a Historia eclesiástica de Eusebio de C esárea nos p o n e


fre n te a la p erso n alid ad del tercer evangelista d á n d o n o s los
datos m ás sobresalientes de su biografía: “Lucas, p ro c e d e n ­
te de u n a fam ilia de A ntioquía, m édico de profesión, fue
largo tiem po co m p añ ero de San Pablo y vivió en continuas
relaciones con los otros apóstoles. Nos h a dejado u n a p ru e ­
b a de q u e a p re n d ió con ellos el arte de c u ra r las almas,
pues nos h a dad o dos libros inspirados p o r Dios: el Evange­
lio que asegura h a b e r com puesto según las inform aciones
de aquellos que desde el principio fu ero n testigos oculares
252 RUBEN CALDERON BOUCHET

y m inistros de la palabra, con quienes afirm a h a b e r tratado


ín tim a m en te en otros tiem pos, y los Hechos de los Apóstoles,
q u e escribió n o según lo que h ab ía oído contar, sino ‘según
lo q u e h a b ía visto con sus ojos’” 148. Lucas en su “P ró lo g o ”
d a a c o n o c er las fuentes de su in form ación y se p ro p o n e es­
crib ir “o rd e n a d a m e n te ” p a ra m ejor co n ocim iento de la
do ctrin a.
Este discípulo de San Pablo — según el historiador ju d ío
K laussner— h a b ría vacilado cerca de cu a re n ta años antes de
p o n e r sobre el papel los datos recogidos e n tre los testigos
de la pasión, pues de acuerdo con sus deducciones, el Evan­
gelio de Lucas h a b ría visto la luz en la década que va del 90
al 100 de n u estra era, es decir m ás de trein ta años después
de la m u erte de Pablo. Resulta u n p o co 'ex trañ o p o rq u e Lu­
cas, que ya e ra m édico en vida del A póstol de los Gentiles,
d e b ía estar cerca de los o c h e n ta años cu ando decidió reali­
zar lo q u e venía p re p a ra n d o desde tanto tiem po atrás.
Pero a u n q u e Lucas no hubiese necesitado tanto tiem po
p a ra p o n e r m anos a la obra, lo necesitaba K laussner p ara
explicar q u e en esa época el cristianism o se h ab ía alejado
n o ta b le m e n te del ju d aism o , cosa que da cu en ta de la falta
de odio y a m a rg u ra que se n o ta en el Evangelio de Lucas.
L a fec h a de com posición establecida p o r K laussner resp o n ­
de a u n esquem a a priori y tropieza con m uchas dificulta­
des, e n tre otras, con la edad del evangelista.
Los autores católicos señalan com o fecha pro b ab le de la
com posición del Evangelio de San Lucas los años que van
del 63 al 70 de la e ra cristiana y explican la elección de es­
ta fec h a p o r la fo rm a fu tu ra con q u e an u n c ia la caída de Je-

1 4 8 . E u s e b io d e C e s a r e a , H istoria eclesiástica, 3, 4.
LA CIUDAD CRISTIANA 253

rusalem acaecida en el 70. “Si la destrucción de Jerusalem


fu era a la sazón u n h ech o consum ado, h u b ie ra aludido a
ella, o la hubiese n a rra d o , com o p ru e b a del cum plim iento
de la pro fecía de Je sú s” I49. Aimé Puech, en su Histoire de la
Littérature Grecque Chrétienne, considera, p o r razones de de­
senvolvim iento literario, que n o p o d ría fecharse antes del
80, p e ro q u e si Lucas n o conoció a M ateo, n a d a im pide que
su Evangelio sea anterior. La op in ió n se fu n d a en u n a cir­
cu n stan cia bastante co njeturable, pues el arte literario de
Lucas p u e d e n o d e p e n d e r de la evolución del género: lite­
ra tu ra evangélica y sí de otros an teced en tes, com o ser el h e­
cho de q u e Lucas era griego y escribía en su len g u a nativa
y com o al m ism o tiem po p arecía u n h o m b re ed u cad o , lo
h acía con elegancia y fluidez.
Lucas se p reo c u p a p o r n a rra r con o rd en y suponem os
que obedece a la necesidad de establecer continuidad cro­
nológica en los acontecim ientos que ja lo n a n la vida del Cris­
to. Adem as, y en esto aparece la eficacia histórica del tercer
Evangelio, enlaza la historia de Jesús con la de Siria y Rom a,
lo que perm ite fechar los sucesos con aproxim ada exactitud.
C u ando c u e n ta el nacim iento dice anticipándose a la h ip ó ­
tesis del mito: “A conteció que en aquellos días salió un edic­
to de César Augusto para que se em padronase todo el m u n ­
do. Fue este em p ad ro n am ien to el prim ero que o rd e n a ra el
g o b e rn a d o r de Siria, C irino” 15°.
D atos que u n idos al h e c h o de que todavía rein a b a He-
ro d es el G rande fijan el n acim iento de Cristo e n tre los años
7 a 4 antes de la e ra cristiana.

149. Steinm ueller, Introducción especial al Nuevo Testam ento.


150. Lucas, II, 1-2.
254 RUBEN CALDERON BOUCHET

U na peculiaridad del Evangelio de Lucas es su insistencia


en la universalidad del m ensaje de Cristo. Esta característica
h a h e c h o p ensar en la influencia ejercida por Pablo. Tal m a­
n e ra de p ensar supone que las parábolas atribuidas a Jesús
p o r Lucas, en las que Cristo p o n e de relieve la ecum enicidad
de su doctrina, no son de Cristo sino de Pablo o de Lucas
m ism o en el m ejor de los casos. Si fueran de Cristo no ha­
rían m ás que rep ro d u c ir la preocupación ecum énica de la
predicación del S eñor y que Pablo habría extraído de su en­
señanza. Lucas, fiel a la interpretación de su am igo y maes­
tro, no hab ría hech o otra cosa que p o n e r de m anifiesto sus
ideas subrayándolas con énfasis. Lucas era gentil y tenía, aun
sin la ayuda de Pablo, gran interés en sentirse d en tro de la
Iglesia de Cristo com o en su casa. La actitud de los ju d eo -
cristianos n o era m uy hospitalaria y ofrecían a los recién lle­
gados u n a m ansión que parecía pertenecerles p o r derecho
propio. Pablo vio el peligro que en trañ ab a esta p ostura espi­
ritual y quiso term in ar con ella reclam ando la igualdad de
condiciones p ara resp o n d er a la convocatoria de Cristo. ¿No
lo h a b ía autorizado así el mism o Jesús? Lucas resp o n d ería a
estas preguntas con las precisas referencias de su Evangelio.
En lo q u e hace a nu estro p ropósito, Lucas a p o rta refe­
rencias q u e sin a ñ a d ir n a d a en lo q u e a verdades teológicas
respecta, señalan con vigor consideraciones que inciden
d ire c ta m en te en el espíritu que p re p a ra la instauración de
u n o rd e n social cristiano.
“Sed com o h o m b re s q u e esperan a su am o de vuelta de
las bodas, p a ra q u e al llegar él y llam ar, al instante le
a b ra n ” 151. Es u n a prevención escatológica q u e debe acom ­

1 5 1 . X II, 36.
LA CIUDAD CRISTIANA 255

p a ñ a r el paso de to d o cristiano p o r este m u n d o : “Estad,


pues, p ro n to s, p o rq u e a la h o ra que m enos penséis vendrá
el H ijo del H o m b re ” 152.
¿Q uién es ese Hijo del H o m b re que h a de venir? ¿Se re­
fiere a u n nuevo advenim iento del m ism o Cristo q u e h a de
su ced er antes de la consum ación de los siglos? Esta es la in­
terp retació n que h a dado la tradición y que fo rm a p arte
constitutiva del espíritu con que el cristiano tiene que e n ­
fre n ta r la responsabilidad de co n stru ir su ciudad. O b ra r co­
m o si de u n m o m en to a o tro tuviéram os que d a r c u en ta d e ­
finitiva de todo lo que hem os hecho, y en toda o p o rtu n id a d
con la firm e convicción de que el resultado de n u estro es­
fuerzo im p o rta p o r su valor testim onial.
La C iudad C ristiana no es u n a instalación definitiva del
h o m b re , sino asociación provisoria o rie n tad a p o r u n a espe­
ra, p a ra su p len a realización, allende la historia y la m u er­
te. P ero no olvidem os, y Lucas re c u e rd a esta verdad con pa­
rábolas llenas de sentido, que el R eino se incoa aquí, en el
alm a y en la dim ensión sociopolítica de n u e stra acción.
Lucas relata las enseñanzas de Jesús sobre las señales
qu e p re c e d e rá n el advenim iento del Reino. La crítica ra­
cionalista h a p en sad o que Cristo creía en u n p ro n to fin del
m u n d o y q u e to d a su p réd ica ten d ía a p re p a ra r sus discípu­
los p a ra la conflagración cósm ica que anticipa el capítulo
21 del m ism o Lucas. Las palabras pro n u n ciad as p o r Jesús
de q u e no pasaría esta gen eració n sin que todo esto suce­
diera, h a n sido in te rp re ta d a s com o un signo inequívoco de
la in m in en c ia con q u e preveía este aco n tecim ien to escato-
lógico. Q uizá la explicación del carácter p e re n to rio de su

1 5 2 . X II, 4 0 .
256 RUBEN CALDERON BOUCHET

a n u n c io sea u n a ex h o rtació n p a ra q u e los cristianos no se


d u e rm a n n u n c a en la postergación in d efin id a de esta ex­
pectativa m esiánica. “Estad atentos — nos dice Lucas— , no
sea q u e se em b o te n vuestros corazones p o r la crápula, la
em briaguez y las p reocupaciones de la vida, y de rep e n te
venga sobre vosotros aquel día com o lazo. P o rq u e ven d rá
sobre todos los m o rad o res de la tierra. Velad, pues, en to­
do tiem po y o rad , p a ra q u e podáis evitar todo esto que ha
de venir, y c o m p arecer an te el H ijo del H o m b re ” I53.
El d ía v en d rá com o u n lazo, es d ecir com o u n a celada
q u e no p u e d e advertirse de a n te m an o y que acecha cuan­
do m enos se espera. C om o la predicción de la “p a ru sia ” vie­
n e a n u n c ia d a ju n to con la destrucción del Tem plo, la do­
ble profecía fue in te rp re ta d a p o r m uchos com o u n a sola.
Esto inspiró la idea de que p red e c ía su próxim o adveni­
m ie n to en Gloria.
Esta ilusión hace de Cristo u n orate y del cristianism o
u n a locura. Los cristianos concretos, p o r su c u en ta y riesgo,
p u d ie ro n equivocarse sobre la m ayor o m e n o r p roxim idad
del segundo advenim iento, p ero conviene decir en su des­
cargo que no se ab a n d o n aro n to n ta m e n te a esta id ea y
p ro n to d iero n a las palabras de Jesús u n a in terp retació n
a d ecu ad a al ejercicio de u n largo apostolado. Lucas n a rra
tam b ién las instrucciones dadas p o r Jesús después de su re­
su rrección y nos cu en ta que allí “les abrió la inteligencia pa­
ra q u e e n te n d iese n las escrituras y co m p ren d iesen los de­
signios de Dios cu ando quiso que El padeciese y m uriese en
C ruz y resucitase al tercer día de e n tre los m u e rto s”. ‘Voso­
tros daréis testim onio de esto — a ñ a d e — pues yo os envío

1 5 3 . X X I , 3 4-36.
LA CIUDAD CRISTIANA 257

l a p ro m esa de m i Padre, p ero habéis de p e rm a n e c e r en la


ciudad p a ra que seáis revestidos del p o d e r de lo a lto ” 154. Es­
tas palabras del Evangelista se refieren al d o n so b ren atu ral
de la fe, d o n cuya realidad n in g ú n racionalista p u e d e adm i­
tir p e ro q u e tiene, p a ra todo cristiano, el carácter de u n a
ex p erien cia viva irrebatible. La id ea de que to d a esta farsa
fue m o n ta d a ex profeso hallará en el m u n d o u n eco am plio
y gen ero so , p e ro carece de sentido p a ra aquellos a q u ien es
se les h a revelado el sentido de la E scritura y h a n sido re ­
vestidos p o r la gracia de ese p o d e r a que se refiere el Evan­
gelista.
Sería largo a b u n d a r en testim onios sobre la ex periencia
religiosa y cu alq u ier cristiano con práctica asidua de su re ­
ligión escucha sin p estañ ear las declaraciones del Evangelis­
ta convencido de que él es tam bién beneficiario de esos fe­
n ó m en o s sobrenaturales. Esto es u n hech o y el alto crítico
p o d rá o p in ar lo que qu iera respecto al origen de esta con­
fianza, el dilem a es tajante: o la m em ez es u n a en fe rm e d a d
e x tra ñ am e n te contagiosa que p u e d e afectar incluso a los
que n o son m em os, o la alta crítica racionalista es el n o m ­
b re p e d a n te que recibe la estupidez en m ateria de religión.

J uan

El cuarto Evangelio atrib u id o trad icio n alm en te a Ju a n ,


el discípulo am ado de Cristo, es el m ás vapuleado p o r la crí­
tica racionalista. Estos piensan que h a sido necesario lu­

1 5 4 . X X IV , 4 5 -4 9 .
258 RUBEN CALDERON BOUCHET

c h a r m uchos años c o n tra las brum as legendarias y el fana­


tismo p a ra ad m itir sin p ro testar el valor testim onial de este
e n tro m e tid o Ju a n el Teólogo. El cu a rto Evangelio n o p u e­
de, d e n tro de la perspectiva racionalista, ser considerado
com o u n a o b ra histórica. En la o p in ió n de Jo sep h Klauss-
ner, q u e resum e con científica objetividad todo el ap o rte
de la alta crítica, es u n tratado filosófico religioso com pues­
to e n tre los años 120 y 130 de la era cristiana p o r u n discí­
pulo de Jesús excesivam ente influido p o r las lucubraciones
d e Filón A lejandrino.
E l a u to r de este Evangelio se h a b ría p ro p u esto p ro b ar
q u e Jesús e ra el “L ogos” o “Verbo de D ios” e n te n d id o a la
m a n e ra de Filón. P o r esa razón pasa p o r alto detalles de la
vida de Cristo q u e rec u e rd an dem asiado su condición h u ­
m an a y se atien e especialm ente a todos los aspectos que lo
co lo q u en en esta perspectiva. El a u to r no p u ed e ser el dis­
cípulo am ad o de Jesús com o qu iere la tradición y m ás b ien
pa re c e ría u n a n ó n im o pedisecuo cuyas preocupaciones
teológicas lo invisceran definitivam ente en u n a región m ar­
ginal, d o n d e el histo riad o r no p u e d e m eterse sin p e rd e r la
seriedad de su oficio.
Aimé P uech, q u e tam bién es historiador, resulta más
c o n sid erad o con el cuarto Evangelio y a u n q u e reconoce
q u e no tien e la sim plicidad expositiva de los tres prim eros,
“co n tien e u n a d o c trin a m ística que los s u p e ra ”. N o insinúa
q u e esa d o c trin a está divorciada con la au tén tica tradición
cristiana ni a rro ja sobre ella la sospecha de u n a desviación
gnóstica. En lo q u e respecta a la posibilidad de identificar­
lo con el discípulo am ado de Jesús, J u a n , el h e rm a n o de
Santiago, p arece u n poco escéptico p ero no la rechaza de
u n a m a n e ra term in an te.
LA CIUDAD CRISTIANA 259

P ara P u ech la época en que se red actó este Evangelio


coincide, en líneas generales, con la q u e sostiene la tradi­
ción eclesiástica, pues n o cree q u e se p u e d e a d e la n ta r m u­
cho el m o m e n to en que un evangelista “se crea autorizado
p a ra servirse lib rem en te de los sinópticos com o se h a servi­
do el a u to r del cuarto Evangelio”. No le p arece tam poco
q u e se haya alejado m u ch o de los “recu erd o s sobre Jesús in­
d e p e n d ie n te s de su testim o n io ”. C o n jetu ra que la fecha de
red acció n tien e p o r eje el año 100.
Los Padres de la Iglesia vieron en el Evangelio de Ju a n
la m ás alta cu m b re de la revelación cristiana y el h e c h o de
q u e su p ro em io haya sido leído siem pre al final de la misa,
b reg a p o r el valor q u e le concedió la Iglesia. Sostiene la tra­
dición q u e su a u to r fue J u a n el hijo de Z ebedeo y h e rm a n o
de Santiago. Las op in io n es en c o n tra de esta filiación a d u ­
cen que el oficio de pescador no es el m ás a propósito pa­
ra lo g rar la form ación de u n teólogo de la capacidad espe­
culativa de J u a n ni u n estilista de su envergadura. T am poco
p re p a ra b a p a ra ser jefe y cabeza de u n a religión m u n d ial y
P e d ro lo fue. El oficio de publicano no pro h ijab a las virtu­
des de u n santo ni el de pro stitu ta las de u n a santa, pero
M ateo y M agdalena fu ero n u n a y o tra cosa com o conse­
cu en cia su e n c u e n tro con Cristo. C uando entram os e n el
te rre n o transitado p o r Jesús la parad o ja nos sigue p o r todas
p artes y nuestras h u m an as razones se estrellan c o n tra a q u e ­
lla e n o rm e sinrazón que p arece p residir la instalación del
cristianism o en la tierra.
Las p ru eb a s ex tern as de la tradición re m o n ta n hasta la
Historia eclesiástica de Eusebio de C esárea escrita e n tre los
años 312 y 323. En ella hay u n a referen cia a este Evangelio
que dice así: “In d iq u em o s los escritos q u e sin d u d a alguna
260 RUBEN CALDERON BOUCHET

p e rte n e c e n a este apóstol (Juan), en p rim e r lugar debe co­


locarse su Evangelio que es leído p o r todas las Iglesias bajo
el c ie lo ” 155. Eusebio afirm a que C lem ente de A lejandría y
O ríg en es h a b ría n testim oniado p o r la p e rte n e n c ia a Ju a n
del cu arto Evangelio. T ertuliano, en el año 200, señala con­
tra M arción la au to rid ad de los cuatro Evangelios que de­
signa con el n o m b re de sus autores. C onsidera a J u a n re­
d a c to r del ú ltim o de ellos 156. Eusebio hace re m o n ta r la
tradición q u e atribuye a J u a n la p a te rn id a d sobre el cuarto
Evangelio h asta Ire n e o de Lyon q u e escribió su Adversus
Haereses d u ra n te el pontificado de San E leuterio en los años
175-189. C o n firm a la o p in ió n de Eusebio el d o c u m e n to lla­
m ado frag m en to de M uratori, a ñ o 170, d o n d e se dice que
J u a n el A póstol es a u to r de este Evangelio.
En el co m en tario a la Sagrada E scritura h ech o p o r estu­
diosos ingleses p e rte n ec ie n te s a la Iglesia C atólica leem os
estas palabras referidas a u n d o c u m e n to que co nfirm aría
los aducidos p o r Eusebio y el fragm ento M uratori: “Según
dos prólogos an terio res a los llam ados ‘prólogos m onarqui-
n o s ’ hallados en varios m anuscritos latinos de la Biblia, p ar­
tic u la rm e n te en el Vaticanus R eginensis 14 y en el Toleta-
nus, Papías de H ierópolis es discípulo del A póstol Ju a n y d a
testim onio p o r el origen jo á n ic o del Evangelio diciendo:
‘El A póstol J u a n lo escribió c o n tra los h erejes a petición de
m uchos obispos’. El valor de este testim onio reside en que
cita a Papías, q u ien escribía hacia el 130 de n u e stra e ra y
q u e h a b ía sido discípulo de J u a n ” 157.

155. Eusebio de Cesarea, op. dt., 3, 24, 2.


156. Adversus Marddn, 4, 2, 5.
157. Verbum Dei, Herder, Barcelona, T. III, pag. 177.
LA CIUDAD CRISTIANA 261

Steinm ueller, en su Introducción especial al Nuevo Testa­


mento, destaca las siguientes características q u e p u e d e n de­
ducirse en u n a lec tu ra a te n ta de nu estro Evangelio:
a) El a u to r e ra h e b re o y estaba fam iliarizado con las im á­
genes, sím bolos y profecías del Antiguo Testamento.
b) E ra o riu n d o de Palestina p o r el lenguaje que em p lea
y el con o cim ien to de la topografía palestinense q u e d e­
m uestra.
c) El a u to r fue testigo presencial de la m ayor p a rte de
las escenas q u e relata y esto se pru eb a: 1Qp o rq u e así lo di­
ce, y 2o p o rq u e tien e au to rid ad p a ra apartarse, c u an d o lo
cree o p o rtu n o , de lo q u e h a n dicho los otros Evangelios.
d) P e rte n e cía al g ru p o de los apóstoles p o r las in tim ida­
des q u e revela y el co nocim iento fam iliar de sus n om bres y
apodos.
e) Y era el m ism o Ju a n , pues om ite designarse a sí mis­
m o con este n o m b re y p refiere llam arse el “discípulo am a­
d o ”. A lgunos sostienen que el n o m b re J u a n significa “Dios
es g e n e ro so ” o “Dios es a m o r” y que el a u to r del cuarto
Evangelio h a b ría p referid o esta perífrasis e n lugar de lla­
m arse con su nom bre.
El escollo p rincipal de la alta crítica está e n el c o n te n i­
do religioso del Evangelio. Se le re p ro c h a h a b e r h e c h o de
Jesús u n prin cip io teológico-filosófico cu ando los otros
evangelistas se lim itaban a señalar su condición h u m an a.
Esta acusación es d o b lem e n te falsa, pues J u a n n o desco­
no ce los an te c e d en te s de Jesús h o m b re ni los otros evange­
listas ig n o ran su natu raleza divina. El p u n to m ás im p o rta n ­
te de la cuestión está e n los térm in o s usados p o r J u a n p ara
designar la divinidad de Cristo. P a recería q u e se h u b iera
262 R U B E N C ALDERON B O U C H E T

in sp irad o en la filosofía de Filón A lejandrino, q u ien lo ha­


b ría h e c h o de los p ensadores griegos discípulos de Harácli-
to. Pero así com o Filón le dio a la p alab ra “logos” u n con­
ten id o m ás próxim o al usado en los libros sapienciales p ara
d esignar la sabiduría divina, Ju a n , en la m ism a lín ea exegé-
tica, lo em pleó p ara señalar el carácter p ersonal de esa mis­
m a sab id u ría q u e em an a e te rn am e n te del Padre.
Sin lugar a d udas el Evangelista alude al m isterio de la
T rin id ad que aparece en el cristianism o p a ra gran escánda­
lo de los ju d ío s. La crítica racionalista p ro testará co n tra es­
ta in trom isión m ística en un texto q u e se h u b ie ra deseado
m ás p róxim o a u n a biografía. C o n tra esto valen las palabras
de A gustín al c o m e n tar las prim eras palabras del Evangelio
de Ju a n : “H oc enim anim alis h o m o n o n p e rc ip it”.
San A gustín llam a la atención sobre las dificultades con
qu e tropiezan al ex p o n e r un tópico que supone la gracia pa­
ra ser co m p ren d id o . Señala que al hablar sobre u n o de es­
tos m isterios, cada u n o dice lo que p u ed e y no tem e afirm ar:
que el m ism o Ju a n habló del Verbo no tal com o este m iste­
rio es, sino tal com o él p o d ía hablar. Era u n h o m b re que ha­
blaba de Dios, y aun cuando Dios lo inspiraba, no dejaba de
ser u n hom bre, de no h a b e r estado inspirado, p ro b ab lem en ­
te h u b iera enm udecido, p ero desde que p u d o hablar: “n o n
totum quid es dixit; sed quod p o tu it ho m o , dixit”.
El léxico q u e em pleó era el de su é p o ca y San Agustín
n o necesitó leer a nuestro c o n te m p o rá n e o R u d o lf Bult­
m an n p a ra saber q u e el e n c u en tro del creyente con la Re­
velación se hace desde u n a d e te rm in a d a situación histórica
q ue, de alg u n a m an era, condiciona el lenguaje con que el
teólogo expresa su experiencia peculiar. Pero co n d icio n ar
no es d e te rm in a r y a u n q u e no se ten g a más rem ed io que
LA CIUDAD CRISTIANA 263

to m ar u n idiom a en el nivel cultural que nos toca vivir, no


h a b ría posibilidad de hacerse e n te n d e r p o r los otros h o m ­
bres si el tem a de q u e se hab la n o tuviera u n a fo rm alid ad
capaz de im p o n e r su e stru c tu ra a n u estro vocabulario. Dios
no cam bia, ni sufre los condicionam ientos de nuestras va­
riables situaciones socioculturales, p o r esa razón h a b la r del
Verbo com o si se tra tara de u n a persona, n o es la a rb itraria
proyección de u n presupuesto cultural m itológico sino la
im posición de u n a realidad que exigía u n trato adecuado.
P o r la P alabra Divina has sido h ech o y p o r ella pu ed es es­
p e ra r tu restauración: “Q u o m o d o te autem re c re e t p e r Ver­
b u m si m ale aliquid sentías de Verbo?”.
C u a n d o J u a n dice: “Al p rin cip io era el Verbo y el Verbo
estaba en Dios y el Verbo e ra D ios”, tales afirm aciones no
p u e d e n ser disueltas en la in m a n e n cia del con d icio n a­
m ie n to existencial del evangelista, sino que h a b id a c u e n ta
del sen tid o q u e tie n e el té rm in o Logos q u e traducim os
p o r V erbo, advertim os que se refiere a u n a realid ad que
g u a rd a u n a p ro p o rc ió n analógica con n u e stra sabiduría.
P ero si n u e stra ciencia es abstracta, lo es p o r n u e stra p ro ­
pia d eficiencia entitativa. El co n o cim ien to h u m a n o está
d e te rm in a d o p o r u n a fo rm a q u e lo m ide desde afu e ra sin
serle to ta lm e n te adecuada. El Verbo de Dios es el pensa­
m ie n to q u e desde la e te rn id a d e n g e n d ra la P rim e ra Perso­
n a de la T rinidad: “consubstantialem p atri e t p e r q u em
o m n ia facta s u n t”. La teología p o d rá a b u n d a r en reflexio­
nes sobre el m isterio del V erbo y p o d rá p e rfila r con exége-
sis m ás a p ro p ia d as las m utuas relaciones que im plican las
perso n as divinas, p e ro n u n c a p o d rá re n u n c ia r al conoci­
m ie n to q u e se revela p o r b o ca de J u a n c u a n d o dice: “El
Verbo se hizo c a rn e y habitó e n tre nosotros, y h em os visto
264 RUBEN CALDERON BOUCHET

su gloria, g lo ria com o de u n ig én ito del P adre, lleno de


g racia y v e rd a d ”.
“Si n o potes cogitare quis sit — escribe A gustín— , differ
u t crescas. Elle cibus est, accipe lac u t nutriaris, u t sis vali-
dus ad c a p ien d u m cib u m ”. Si no q uieres c re e r re n u n c ia a
c o m e r de este alim ento, pues p o r m u ch a que sea tu ciencia
filológica n o p o d rás hacerle decir a J u a n lo que no quiso
decir, ni los cristianos dejarán de en ten d er, m ientras sean
cristianos, aquello q u e quiso decir.
J u a n es el evangelista del Verbo y al m ism o tiem po de J e ­
sús h o m b re . Los dos aspectos no cu b ren n in g u n a co n tra­
dicción. N o creo q u e haya sospechado lo que la sutileza di­
secad o ra de u n teólogo tan fino com o M aurice G oguel
d e scu b riría con el c o rre r del tiem po: que J u a n , a p arte de
ser “an original a n d Creative religious personality”, era un
m ístico y u n filósofo gnóstico.
J u a n creyó siem pre, y n o d u d o q u e h a m u e rto con esa
convicción, h a b e r exp u esto con to d a fid elid ad la revela­
ción rec ib id a de los labios de Jesús. C o m p ren d o p e rfe c ta ­
m e n te q u e la discrep an cia e n tre revelacionistas y racio n a­
listas ten g a p o r ce n tro esta cuestión: se a c ep ta o no el
c a rá c te r revelado del m ensaje cristiano. U n a resp u esta
afirm ativa tie n e p o r d elan te la tare a de p ro b a r q u e J u a n
n o es J u a n , q u e las ideas de J u a n n o tie n e n n a d a q u e ver
c o n C risto o q u e el seudo Ju a n , a u to r del Evangelio, h a
p ro p u e sto u n a serie de d estrab alen g u as gnósticos q u e la
Iglesia h a co n sid e rad o , desde el p rin c ip io , com o la m ás al­
ta e x p re sió n de las verdades sostenidas p o r su fun d ad o r.
El p ro b le m a n o es fácil y nosotros lo a b a n d o n are m o s en
esta disyunción sin p ro p o n e r u n a im posible síntesis conci­
liadora.
LA CIUDAD CRISTIANA 265

Cristo es p a ra Ju a n el Verbo Divino “q u e habitó e n tre


n o so tro s” p o rq u e asum ió la n aturaleza h u m a n a y se convir­
tió así en el comienzo de u n nuevo o rd en a m ie n to del m u n ­
d o en su relación con Dios. De su p len itu d “recibim os to­
dos gracia sobre gracia”, p o rq u e así com o la ley fue d ad a
p o r Moisés “la gracia y la verdad vino p o r Je su c risto ”. El
m isterio del Verbo h e c h o carn e es fu n d am e n to teológico
de la C iudad C ristiana. La carn e n o es solam ente u n a rea ­
lidad individual sino q u e se ex tiende a todo el ám bito de la
natu raleza h u m a n a y asum e su proyección en los diferentes
ó rd en e s com unitarios.
El R eino de Dios com o realidad so b renatural escatológi-
ca com ienza e n el bautism o. J u a n señala con claridad esta
v erd ad q u e los actuales cristianos tie n d e n a olvidar con ex­
cesiva facilidad, obsesionados p o r u n irenism o que nace de
la exaltación c arn al de la prom esa. J u a n dice que “aquel
q u e n o n aciere del agua y del espíritu, n o p u e d e e n tra r en
el R eino de los cielos”. “Lo q u e nace de la ca rn e es carn e
— arguye— p e ro lo que nace del E spíritu es e sp íritu .” Y
a ñ a d e p a ra precisar m ejor el sentido so b renatural de este
nuevo prin cip io de vida que se recibe con el bautism o: “es
preciso n a c e r de a rrib a ” 158.
Jesús^es al m ism o tiem po el alim en to q u e sostiene el vi­
g o r de esa nueva vida y p a ra q u e sus palabras n o sean m a­
len te n d id a s, p ues Jesú s h a b ía d a d o de co m e r a u n a m u­
c h e d u m b re con el p an n a tu ra l, J u a n le hace d e c ir esta
m isteriosa frase q u e la Iglesia re to m a en la “E u caristía”:
“Yo soy el p an de vida; el q u e viene a m í no te n d rá m ás ya
h a m b re , y el q u e cree en m í jam á s te n d rá se d ”. “Yo soy el

1 5 8 . J u a n , III, 5-7.
266 R U B E N CALD ER O N B O U C H E T

p a n vivo bajado del cielo; si alguno com e de este p a n vivi­


rá p a ra siem pre, y el p an que yo os d aré es m i carne, vida
del m u n d o ” 159.
La tradición h a e n te n d id o que se refiere al ágape sacra­
m ental, d o n d e Jesú s convertido en alim ento real y n o ficti­
cio, se in c o rp o ra físicam ente a la realidad h u m a n a y la so­
breeleva hasta su p ro p ia realidad con la virtud de su fuerza
creadora.
La d o c trin a escandalizó a todos los q u e la escucharon y
el E vangelista creyó co n v en ien te insistir en ella y le «hace
d e c ir a Jesú s con u n énfasis realista q u e tien d e a d e stru ir
hasta la m ás d elg ad a h u e lla de in te rp re ta c ió n sim bólica:
“El q u e com e m i c a rn e y b e b e m i sangre tiene la vida e te r­
n a y yo lo resu citaré el ú ltim o día. P o rq u e m i c a rn e es ver­
d a d e ra co m id a y m i sangre v e rd a d e ra bebida. El q u e com e
m i c a rn e y b e b e m i sangre está en m í y yo con él. Así com o
m e envió m i P ad re vivo, y vivo yo p o r m i P ad re, así tam bién
el q u e m e com e vivirá p o r m í”. E insiste nuevam ente: “Es­
te es el p an bajado del cielo, n o com o el p an q u e com ie­
ro n los p a d re s y m u rie ro n . El q u e com e este p a n vivirá pa­
ra sie m p re ” 16°.
El p a n so b re n a tu ra l se co n v ierte así en la co m id a del
nuevo sacrificio y en vínculo real de c o m u n id a d religiosa.
Los q u e p a rticip a n en el ágape de Jesús sacram en tad o
p e rte n e c e n a la sociedad q u e él funda: la Iglesia. P ero es­
ta so cied ad n o está desligada de todo o rd e n a m ie n to tem ­
p o ra l de la vida h u m a n a , n o es posible p e n sar el cristianis­
m o com o si su realización afectara a la sola vida personal.

159. VI, 35 y 51 respectivam ente.


160. VI, 57-58.
LA CIUDAD CRISTIANA 267

El din am ism o n a tu ra l del h o m b re es social y el fin a que


está llam ado p o r Cristo im plica la asunción de to d a su
realid ad .
C u an d o Jesús a n u n cia a los discípulos su m u erte próxi­
m a, los consuela p ro m etién d o les que n u n c a los a b a n d o n a ­
rá. Esta prom esa es algo m ás que el sim ple en u n c ia d o de su
p e rd u ra c ió n en el recuerdo. U n h o m b re com ún en u n
tran ce p arecid o d u d a rá siem pre de la m em o ria de los h o m ­
bres. Sabe cuán pobres y poco d u rad ero s son los sentim ien­
tos h u m an o s y con c u án ta p re m u ra los vivos se ap resu ran a
e n te rra r a sus m uertos. Jesús no habla com o h o m b re, p o r
eso sus palabras su e n an com o algo extraño: “Si m e amáis
gu ard aréis mis m andam ientos; y yo rogaré al P adre, y os da­
ré otro A bogado q u e estará con vosotros p a ra siem pre, el
E spíritu de V erdad, que el m u n d o no p u e d e recibir, p o rq u e
n o le ve ni le conoce, vosotros le conocéis, p o rq u e p e rm a ­
n ece con vosotros y está en vosotros” 161.
J u a n se refiere al Espíritu Santo quien, com o u n nuevo
g e rm e n de m ás alta vida, será in fu n d id o en el h o m b re y ha­
b ita rá en él convirtiéndolo en receptáculo de la T rinidad
Divina: “Si alguno m e am a, g u a rd a rá m i palabra, y m i Pa­
d re le am ará, y vendrem os a él y en él h arem os m o ra d a ” 162.
H abla de u n a re-creación del h o m b re p o r la infusión de
la gracia. Esta nueva vida infusa p o r Dios es la ú n ica capaz
de convertirlo en ciudadano del R eino de Dios. Este R eino
n o es p red icad o com o u n a situación tem poral de bienestar,
sino com o resultado de u n esfuerzo de la natu raleza libre
del h o m b re , sobreelevada p o r la infusión del E spíritu, y el

161. XIV, 15-17.


162. XIV, 23.
268 RUBEN CALDERON BOUCHET

m ism o E spíritu de Dios que h ab ie n d o h ech o su m o rad a en


el h o m b re , lo convierte en un h o m b re nuevo.
El R eino de Dios nace de esta colaboración de n atu rale­
za y gracia santificante, pues Jesús rep ite u n a y o tra vez que
es necesario am arlo y g u a rd a r sus palabras. C om para a sus
discípulos com o a los sarm ientos de u n a vid: “Yo soy la vid,
vosotros sois los sarm ientos. El que p e rm a n e c e en m í y yo
en él ese d a m u ch o fru to p o rq u e sin m í n o podéis h a c er na­
d a ” 163.
L a vinculación es libre. La p e rm a n en c ia del sarm iento
en la vid q u e es Cristo obedece a u n im pulso de en treg a
am orosa q u e p u e d e p erd erse. En ese caso — dice el Evan­
gelista— “es e c h ad o fu era com o el sarm ien to , y se seca, y
los a m o n to n a n y los a rro jan al fuego p a ra q u e a rd a n ” 164.
Las palabras de Cristo resuenan e n tre aquellos q u e lo si­
g u e n sin q u e su escondido m isterio brille con claridad. Pa­
rec e n m ás perplejos q u e convencidos y se m iran los un o s a
los o tro s com o alum nos que oyen u n a lección poco inteli­
gible. El Evangelista sabe que la tarea de e n señ a r es ardua,
p e ro n o se p re o c u p a p o r aclararla, convencido de que el
E spíritu d e la V erdad anu n ciad o p o r Cristo, h a rá que los
m ás dóciles e n tie n d an .
N o se p u e d e escribir sobre el cristianism o y su historia
sin insistir en esta paradoja: las palabras de Cristo suenan
e n el e n te n d im ie n to de aquel q u e n o lo am a com o algo ex­
tra ñ o y sin sentido; e n cam bio los q u e lo am an p arecen en ­
te n d e r lo q u e dice, sea p o rq u e particip an de u n a ilusión

163. XV, 5.
164. XV, 6.
LA CIUDAD CRISTIANA 269

que h a p e rm a n ec id o d u ra n te siglos con ra ra capacidad de


p ed u ració n , o bien p o rq u e sus palabras d escu b ren u n a rea­
lidad m isteriosa que exige la fe p a ra advertirla.
“C uando venga el A bogado, que yo os enviaré p o r p arte
del P adre, el E spíritu de V erdad q u e p ro ced e del P adre, El
d a rá testim onio de m í, y vosotros daréis tam bién testim o­
nio, p o rq u e desde el principio estáis c o n m ig o ” 165. Y m ás
adelante: “Y cu an d o viniere A quél, el Espíritu de V erdad, os
gu iará hacia la verdad c o m p leta” 166.
El Evangelio de Ju a n es p arte del Nuevo Testamento y p e­
se a las co n d icio n es particulares que m anifiesta su testim o­
nio es absu rd o considerarlo com o u n todo en sí m ism o.
F o rm a p a rte del co n texto total de la Revelación: “Sed forte
stulta co rd a a d h u c capere istam lucem n o n possunt, quia
peccatis suis aggravantur, u t eam videre n o n p ossint” 167.

P r im e r a a p r o x im a c ió n a P a b l o

Los críticos racionalistas, q u e reflexionan sobre la vida y


d o c trin a de Jesús fre n te a la p rec a rie d a d de los testim onios
y la oscuridad de la d o c trin a revelada, se vuelven sobre las
epístolas paulinas con la esperanza de hallar en ellas el mis­
terio de la vida de Cristo.
Las Epístolas de Pablo fu ero n redactadas e n tre los años
50 y 64 de n u e stra e ra y a u n q u e p a rticu la rm e n te dirigidas

165. XV, 26.


166. XVI, 13.
167. San A gustín, In loannis Evangelium I, 19.
270 RUBEN CALDERON BOUCHET

a aclarar algunos p u n to s doctrinales de g ran im portancia,


constituyen tam b ién u n testim onino histórico de p rim e r
o rd e n p ara in fo rm arn o s sobre la p erso n alid ad de Cristo.
Pablo n o conoció a je s ú s d u ran te el tiem po en que éste
vivió en Palestina, p e ro surge con claridad de toda su ense­
ñ a n z a q ue lo co n sid era u n personaje histórico y no u n m i­
to. Hay e n sus cartas referencias precisas a acontecim ientos
q u e se vinculan con la vida real de Jesús. C on todo, la más
alta crítica desconfía del testim onio de Pablo y el motivo
m ás g ra n d e p a ra d esesp erar de su veracidad lo e n c u e n tra
e n la n a rra c ió n q u e hace de su conversión en el cam ino a
Dam asco.
J o s e p h K laussner en su h isto ria de los com ienzos del
cristianism o q u e sigue a su Jesús de Nazaret y cuya tra d u c ­
ción inglesa se in titu la From Jesús to Paul, o p in a q u e fue Pa­
blo y n o Je sú s el fu n d a d o r del cristianism o. Jesús p arece
h a b e r sido la fu e n te y el ideal religioso de Pablo, p ero és­
te fue el a u to r del sincretism o q u e c o n d u jo a la creación
de esa nueva co m u n id a d religiosa. H izo del cristianism o
u n sistem a d ife ren te del ju d a ism o y del paganism o. Al mis­
m o tiem p o logró convertirlo e n u n p u e n te e n tre am bos
co n m arc ad a inclinación hacia la religiosidad de tipo pa­
gano. Fue tam b ién Pablo el que institucionalizó la Iglesia
u n ie n d o en u n solo c u erp o a los ju d ío s nazaren o s y a los
cristianos gentiles.
La Iglesia, y p o r su in te rm e d io la C iudad C ristiana com o
fu n d ació n tem poral, sería la o b ra de Pablo de Tarso. El hi­
zo del m ito de la resu rrecció n de Jesús la p ied ra an g u lar de
ese ex trañ o edificio.
No voy a seguir, p o r el m o m en to , las reflexiones del p ro ­
fesor K laussner y si lo cito es con el propósito de h a c er ver
LA CIUDAD CRISTIANA 271

la im p o rta n c ia que p ara la crítica racionalista tiene el Após­


tol de los G entiles en la propagación de la fe en Jesús y en
la fo rm ació n de la cristiandad.
C a p i t u l o VII
PABLO DE TARSO

L a cró n ica escrita p o r Lucas sobre los hech o s de los


A póstoles n a rra que aquellos que lap id aro n a Esteban, pa­
ra estar m ás cóm odos, “d ep ositaron sus m antos a los pies
de u n jo v en llam ado Saulo”. Esteban pereció en la p e d re a
y Saulo ap ro b ó su m u erte.
¿Q uién e ra Saulo y cuál fue el p ap el que desem p eñ ó en
la fo rm ació n de la Iglesia? ¿Era, com o dice K laussner en su
libro: FromJesús to Paul el verdadero fu n d a d o r del cristianis­
m o en su carácter de nueva religión? ¿O era, com o dice el
m ism o Saulo, aquel h o m b re a q u ien Jesús volteó en el ca­
m ino de Dam asco y lo convirtió en u n o de sus apóstoles pa­
ra q u e llevara su n o m b re d elan te de las naciones y los reyes
y los hijos de Israel, p o rq u e fue su vaso de elección?
Es in d u d ab le q u e la o p in ió n del crítico h e b re o co n tra ­
dice la sostenida p o r el m ism o Pablo de Tarso, pues si fue
él el fu n d a d o r de la Iglesia no p u d o h a b e r sido elegido p o r
C risto p a ra q u e p ro p ag ara su d o ctrin a y se convirtiera en
u n pilar de la Iglesia que El m ism o h a b ía fu n d ad o . Sem e­
274 RUBEN CALDERON BOUCHET

ja n te afirm ación su p o n e que todo el cristianism o se basa en


u n equívoco, si no en u n dolo in g eniosam ente arb itrad o
p o r Pablo y a q u ien toda la cristiandad, incluidos los mis­
m os apóstoles, h a seguido com o co rd ero s sin advertir la su­
p erc h e ría .
Q uizá la fo rm a con que term in o de p lan te ar el p ro b le­
m a n o sea del gusto de los m o d ern o s exégetas de la reli­
gión. Se advierte en el dilem a con que sintetizo la posición
de K laussner y del m ism o Pablo u n espíritu acostum brado
a ver blanco sobre n eg ro y a no distinguir los m atices y las
variaciones que las nociones hegelianas h an en señ ad o so­
b re lo q u e se llam a el desarrollo de la historia del espíritu.
P o r esa razón d o n d e veo la revelación de un o rd en sobre­
n a tu ra l o en su defecto u n a g o rd a m entira, los exégetas
m ás finos de la fen o m en o lo g ía del espíritu verán, con toda
seguridad, u n a nueva etap a en la evolución de la espiritua­
lidad antigua. D e este m odo, Pablo de Tarso no es ni un
apóstol de Jesús ni u n m entiroso, sino u n eslabón m ás en
ese proceso ascencional q u e va desde la am eb a hasta la p ri­
m e ra rép lica a u té n tic a del “hornos dem ocráticus p le n o s”.
C laro está q u e Pablo de Tarso habló u n lenguaje m ístico y
sus referencias a las realidades espirituales están transidas
de “visiones” e “im ág en es”, que tra tan de trad u cir en un
idiom a dem asiado cargado de con cretid ad , eso que los sa­
bios m o d e rn o s co n sid eran las distintas “form as de la co n ­
ciencia de sí” en su proceso histórico evolutivo.
La filosofía m o d e rn a e n tie n d e el espíritu en el o rd e n a ­
m ie n to lógico q u e recibe en n u estro intelecto, p o r eso,
cu a n d o se ve obligada a hablar de las m anifestaciones espi­
rituales que afectan a la realidad concreta, no tiene a m ano
m ejo r ex p e d ie n te que la transposición del m u n d o lógico al
LA CIUDAD CRISTIANA 275

m u n d o real, p o b lán d o lo con todas esas som bras evanescen­


tes que constituyen las nociones del m u n d o hegeliano.
Pablo e ra u n ju d ío que h a b ía nacido en l a ciu d ad de
Tarso de Cilicia e n tre los años 5 y 10 de n u e stra era. Toda­
vía e ra m uy jo v en cu ando p articipó e n el m artirio de Este­
b an, añ o 31 o 32, y se dirigió a Dam asco “resp iran d o am e­
nazas de m u e rte co n tra los discípulos del S e ñ o r” 168.
En Tarso recibió su p rim era educación ju d ía y al m ism o
tiem po griega, com o convenía al am b ien te social m ixto en
q u e creció. Tarso estaba u b icada al pie del Tauro y se e n ­
c o n tra b a u n id a al m a r p o r el río Cidno. E ra en to n ces u n a
villa casi p o rtu aria; hoy su p u e rto está a 20 kilóm etros de la
población. En la ép o ca de Pablo la distancia e ra m enor.
En esta villa confluían dos civilizaciones: el m u n d o gre­
c o rro m an o y el asirio-babilónico. El am biente cultural era
p red o m in a n te m e n te helenístico y esto explica que Pablo co­
n o ciera bien el griego y supiera dirigirse a los m iem bros de
las com unidades gentiles en fo rm a que éstos en ten d ieran .
Israelita de la trib u de B enjam ín, según él m ism o infor­
m a en R om anos XI, 1, p ero que, según Klaussner, d eb e ser
u n a ilusión o el deseo de ser p a rie n te de Saúl tal com o Cris­
to lo fue de David. P ara Klaussner, u n h o m b re de origen
m odesto com o Pablo no p o d ía te n e r a su disposición un ár­
bol genealógico tal q u e le p e rm itiera re m o n ta r el origen
de su fam ilia hasta B enjam ín. K laussner dicit. Yo no p u e d o
opinar. Mis conocim ientos del m u n d o h e b re o no m e p e r­
m iten saber con certeza cuáles eran los ju d ío s que po d ían
c o n o c er su ascendencia y cuáles no. San Pablo dice que la

1 6 8 . H e c h o s , IX , 1.
276 RUBEN CALDERON BOUCHET

co n o cía o creía co n o cerla fu n d án d o se, posiblem ente, en


u n a trad ició n de familia.
El p a d re de Pablo debió gozar de u n a posición econó­
m ica sólida, a p esar de esto Pablo tuvo q u e a p re n d e r a ga­
n a r su p an con el trabajo de sus m anos. En u n adagio h e ­
b re o se d ecía q u e el p a d re que no en señ ab a a su hijo un
oficio, lo lanzaba p o r el cam ino del robo. Pablo ap re n d ió a
tejer tiendas y con esta m odesta tarea ganó su sustento d u ­
ra n te el tiem po de su apostolado. N u n ca quiso acogerse al
d e re c h o de vivir a expensas de la colectividad de los fieles
p o r a m o r al Evangelio. “¿En q u é está, pues, mi m érito? En
q u e el evangelizar lo hago gratu itam en te, sin h a c er valer
m is d erech o s p o r la evangelización ” 169. La situación social
del p a d re valió p a ra su fam ilia la ciu d ad an ía rom ana. A es­
te beneficio se acogió Pablo cada vez q u e la p réd ica de la
nueva fe lo llevó a u n conflicto con las au to rid ad es judías.
P odem os s u p o n e r tam bién que la h o lg u ra fam iliar le
p e rm itió estu d iar la ley en Je ru salem d o n d e ap ren d ió , se­
gú n sus palabras, a los pies de G am aliel. El Talmud trae re ­
ferencias a la en señ an za de R abban G am aliel y las p re g u n ­
tas insidiosas “de aquel discípulo cuyo n o m b re , los autores
del T alm ud no desean m e n c io n a r”, p e ro que K laussner su­
p o n e que así com o Jesús es llam ado p o r los antiguos ju d ío s
“ese h o m b re ”, es m uy pro b ab le q u e “ese d iscípulo” sea la
fó rm u la evasiva de designar a Pablo 17°.
¿Pablo conoció a Jesús d u ra n te sus años de estudio en
Jerusalem ? Si dos años después de la crucifixión lo halla­
m os en p resen cia de Esteban y poco después en m arch a ha­

169. I Corintios, IX, 18.


170. Josep h Klaussner, Frorn Jesús to Paul.
LA CIUDAD CRISTIANA 277

cia D am asco, n o es n a d a im probable q u e haya tenido la


o p o rtu n id a d de ver p e rso n alm en te a Cristo. Sobre este par­
ticular no dice nada. A firm a que vivió en Jeru salem ; “desde
el prin cip io de m i ju v en tu d , en m edio de m i p u eblo, y si
quisieran testim onio, saben q u e de m u ch o tiem po atrás vi­
ví com o fariseo, según la secta m ás estrecha de n u e stra re­
lig ió n ” m . En la seg u n d a carta a los C orintios tiene u n a fra­
se m uy am bigua en la q u e h ilan d o fino p o d ría rastrearse
u n a refe re n c ia a su conocim iento sensible de Cristo: “De
m a n e ra que desde a h o ra a nad ie conocem os según la car­
ne; y a u n a Cristo si lo conocim os según la carne, p ero ya
n o es así. De su erte q u e él que es Cristo se h a h e c h o criatu­
ra nueva y lo viejo pasó, se h a h ech o n u ev o ” 172.
La am b ig ü ed ad está en la frase: “si lo conocim os según
la c a rn e ” q u e p u e d e referirse a la p erso n a de Cristo: en car­
n e y hueso, o al m o d o de conocerlo que tuvo Pablo antes
de q u e la gracia le revelara el sentido de la p erso n a del Sal­
vador. El carácter espiritual de su Evangelio y sus p reo c u p a ­
ciones teológicas lo h an llevado a preocuparse poco del
C risto carn al e histórico. C on todo, lo m en cio n a en m ás de
u n a o p o rtu n id a d p e ro deja p a ra los q u e lo co n o ciero n m e­
jo r d a r referencias m ás detalladas.
Los Hechos de los Apóstoles n a rra n la conversión de Pablo
e n el cam ino de Dam asco: u n paso violento que lleva al fu­
rioso p erseg u id o r a convertirse en defensor d e n o d a d o de
la fe d e Cristo. El texto dice así: “que estando cerca de Da­
m asco de re p e n te se vio ro d ea d o de u n a luz del cielo; y ca­
yendo a tie rra oyó u n a voz que le decía: Saulo, Saulo ¿por

171. H ech os, XXVI, 4-5.


172. II Corintios, V, 16-17.
278 RUBEN CALDERON BOUCHET

qu é m e persigues? El contestó: ¿Q uién eres señor? y El: Yo


soy Jesú s a q u ien persigues. L evántate y e n tra en la ciudad
y se te d irá lo q u e hay q u e h a c e r” 173.
El texto no p u e d e ser ni más preciso, ni más claro, ni más
asom broso. Las palabras del hagiógrafo se refieren a u n a
m anifestación m ística en m edio de u n fenóm eno físico que
deslum bra a Pablo y lo hace caer en el polvo. Pablo en sus
cartas es m enos explícito y en las diferentes oportunidades
que hace referencia a su conversión, se lim ita a señalar que
Cristo se le apareció: “¿No he visto a Jesús N uestro Señor?”
— Dice en I C orintios IX, 1 y en la m ism a Epístola XV, 8 re­
pite— ‘Y después de todos, com o a u n aborto, se m e apare­
ció a m í tam b ién ”. En los Hechos de los Apóstoles el a u to r po n e
en boca de Pablo dos versiones de su conversión en el cami­
n o a Dam asco que tienen, pese a algunas diferencias de de­
talle, el valor de sendos testim onios de ese hecho misterioso.
P o r supuesto q u e el suceso h a d esp ertad o el ingenio de
los in térp retes racionalistas que desde R enán a Klaussner,
in te n ta n u n a explicación e n c u ad ra d a en el á re a de sus p re­
juicios críticos. M uchas son las hipótesis que se han urdido,
en socorro de u n a explicación natu ral del evento y desde la
insolación auspiciada por R enán, hasta la epilepsia pro p u es­
ta, con g ran ap o rte de referencias críticas, p o r Klaussner,
u n a variadísim a gam a de en ferm ed ad es parece h ab er ofus­
cado la m en te del inconcebible Pablo de Tarso. La h ip ó te­
sis de R enán desapareció po r sí sola y en virtud de su propia
neced ad , la de K laussner parece te n e r la piel m ás d u ra p o r
la su erte de p e n e trac ió n intelectual que suele p rec e d e r al
ataque de epilepsia, p ero sin em bargo no h a conseguido

1 7 3 . H e c h o s , IX , 1-6.
LA CIUDAD CRISTIANA 279

m uchos adeptos. K laussner cree que el fu n d am e n to de su


explicación está dado p o r la referencia que hace San Pablo
a su m ala salud, cuando habla de ese aguijón que tiene en
la carn e y p o r el que h a ped id o a Dios que se lo quite.
D on M anuel G arcía M orente, que reco n o ce n o h a b e r te­
n id o jam á s u n ataque de epilepsia ni h a b e r sufrido el más
p e q u e ñ o desm ayo, nos n a rra , n o sin vencer m uchas dificul­
tades nacidas del pudor, la visión q u e tuvo de Cristo en un
m o d e rn o d e p a rta m e n to de París co n te m p o rá n e o . Y a u n ­
q u e él m ism o se niega a darle u n a in te rp re ta c ió n m ística
q u e p u d ie ra asim ilar su ex p erien cia a la de Pablo, no hace
falta ser u n ex p e rto en teología p a ra hallarle ese sabor de
a u te n tic id ad q u e tie n e n las visiones religiosas. Dice G arcía
M orente: ‘Volví la cara hacia el in te rio r de la habitación y
m e q u e d é petrificado. Allí estaba El. Yo n o lo veía, yo no lo
oía, yo n o lo tocaba. Pero El estaba allí. En la habitación no
h a b ía m ás luz que la de u n a lám p ara eléctrica de esas dim i­
nutas, de u n a o do's bujías, en u n rin có n . Yo n o veía nada,
n o oía nad a, n o tocaba nada. N o ten ía la m e n o r sensación.
P ero El estaba allí. Yo p e rm a n ec ía inm óvil, a g arro tad o p o r
la em oción. Y le percibía; percib ía su presencia con la m is­
m a claridad con q u e percibo el papel en q u e estoy escri­
b ie n d o y las letras — n eg ro sobre blanco— que estoy trazan­
do. Pero no te n ía n in g u n a sensación ni en la vista, ni en el
oído ni en el tacto, ni e n el olfato, ni en el gusto. Sin em ­
bargo, le percibo allí p resen te, con e n te ra claridad. Y no
p o d ía cab er la m e n o r d u d a de que e ra El, p u esto q u e le
percibía, a u n q u e sin sensaciones” 174.

174. M. Garcia M orente, Ideas para una filosofia de la historia de Espana,


Madrid, Rialp, 1957, pàg. 101.
280 RUBEN CALDERON BOUCHET

H e ap elado a esta ex periencia q u e refería G arcía Mo­


re n te no con el p ropósito de p ro b a r con ella que San Pablo
n o e ra u n en ferm o m ental, sino con el más sim ple de ha­
cer ver a m i lec to r eventual que estas situaciones de la vida
espiritual n o provienen, necesariam ente, de estados pato­
lógicos. Dice B ergson en su Lex Deux Sources de la Morale et
la Religión q u e la existencia de locuras m ísticas no debe lle­
varnos a p e n sar q u e todos los fen ó m en o s m ísticos son pa­
tológicos. P o r el co n trario , escribe el gran filósofo francés:
“C u a n d o se tom a en toda su extensión la evolución in te rio r
d e los g ran d es m ísticos, u n o se p re g u n ta cóm o han po d id o
ser considerados e n fe rm o s” 175.
K laussner alega en su favor que César, N apoleón, R iche­
lieu y otros p a d e cie ro n la e n ferm ed ad q u e él atribuye a Pa­
blo sin q u e esto haya dism inuido la eficacia práctica de es­
tos g ran d es talentos. Faltaría d em ostrar q u e esos personajes
h a n d e b id o su g e n io a visiones provocadas p o r la e n fe rm e ­
d ad y luego p ro b a r la im posibilidad m etafísica de u n a re ­
velación. C on am bas p ru eb as no q u e d a ría aclarada la ex­
plicación de la e x tra ñ a perso n alid ad d e Pablo de Tarso. La
e n fe rm e d a d no explica el genio. Este suele darse a pesar
d e la e n fe rm e d a d . Bism arck y C arlom agno eran robustos y
h asta de e x tra o rd in a ria fortaleza física y fu ero n adem ás p o ­
líticos tan sagaces com o R ichelieu o César. La sagacidad, el
se n tid o práctico y el d o n de a d e cu a r su acción sobre los
h o m b re s de c o n fo rm id a d con las d iferen tes circunstancias
q u e les tocó vivir, h acen de Pablo u n h o m b re de sólida con­
te x tu ra espiritual. Si fue epiléptico o n o , es m uy difícil de­
cirlo. M uchos otros críticos, tan agudos com o K laussner y

1 7 5 . Op. cit., p á g . 2 4.
LA CIUDAD CRISTIANA 28 1

tan sin prejuicios com o él, n o creen necesario re c u rrir a


esa hipótesis p a ra explicar lo que sucedió en el cam ino de
Dam asco.
En lo q u e a m í respecta m e aten g o a lo q u e Pablo mis­
m o dice. N o tengo, n in g ú n m otivo p a ra d u d a r de su vera­
cidad y n a d a d e lo que sucedió después m e hace sospechar
q u e estuviera co m p ro m etid o en u n a fabulación tenebrosa.
El co m p o rtam ie n to que le inspiró el h e c h o y las explicacio­
nes q u e dio él, si bien m isteriosas com o todo lo q u e atañ e
a la religión, son claras y n o percibo en ellas n i las astucias
del em baucador, ni el odio del apóstata, ni la in co h eren cia
del loco. Pablo fue un fariseo convencido que persiguió al
cristianism o p o rq u e creyó q u e e ra u n a secta op u esta al au­
téntico sentido de la tradición israelita. En el cam ino de
D am asco le sucedió, sin lugar a dudas, algo ex trañ o que
cam bió rad icalm en te su actitud fre n te al cristianism o. De
p e rse g u id o r se convirtió en u n ad e p to q u e h ab ía de llevar
su fe h asta el hero ísm o y el m artirio. Si bien estos dos últi­
m os hech o s n o cam bian en v erdad lo q u e p u d ie ra h a b e r de
m en tira, h ab lan en favor de la h o n rad e z y la co h e re n c ia
con q u e procedió.
U n a vez q u e Pablo aceptó que Jesús de N azaret era el
Cristo que Israel esperaba, se creyó en la obligación de reco­
gerse sobre sí m ism o y revisar todos los conocim ientos b e ­
bidos en la Ley y los profetas a la luz de este nuevo h e c h o
q u e irru m p ía e n el decurso de su existencia y tran sfo rm a­
b a todas sus ideas sobre las doctrinas a p ren d id as a los pies
de G am aliel el fariseo.
N o sabem os cu án to tiem po pasó Pablo en su retiro de
A rabia. S uponem os q u e d e b ie ro n ser varios años. D urante
ellos m ed itó h o n d a m e n te las enseñanzas recibidas de Ana-
282 RUBEN CALDERON BOUCHET

nías y sus propios conocim ientos de las Escrituras, sin con­


sultar, com o él m ism o lo dice en su pintoresco lenguaje:
“C arn e y sangre, ni pasé a Je ru sa le m en busca de los Após­
toles an terio res a m í”. Su d o c trin a nació de su personal re­
flexión y si luego logró convencer a los otros apóstoles de
la b o n d a d de sus razones teológicas, debió ser p o rq u e, sal­
vo discrepancias inesenciales, sus conclusiones logradas en
el retiro ten ía n el sello de u n a au ten ticid ad categórica.
P ara m í esta coincidencia con los A póstoles en lo que
h ace a los p u n to s más im p o rtan tes de la fe cristiana, es la
p ru e b a m ás cabal de que su visión de Cristo e ra u n a ex­
p erie n cia m ística que c o n co rd ab a con las respectivas ex p e­
riencias de los otros ém ulos de Jesús. Es m uy poco creíble,
d a d a n u e stra flaca naturaleza, que este recién llegado h u ­
b iera p o d id o co n q u istar la a u to rid ad q u e logró, si los Após­
toles no h u b ie ra n ten id o la im presión de que al aceptarlo
o b e d e cía n u n m an d a to q u e estaba p o r encim a de sus h u ­
m anas voluntades. La inverosim ilitud del h ech o a u m e n ta si
p ensam os la fam a d e p erseg u id o r que Pablo había conquis­
tado y la seguridad con q u e com enzó a hab lar en el Cole­
gio de Los D oce desde que le fue revelada su m isión respec­
to a la conversión de los gentiles. Pablo no h a b ía recibido
de ellos su in strucción y lo que venía a p ro p o n e r no estaba
claram en te d e te rm in a d o en los planes de los Apóstoles.
San P ed ro estuvo bastante retice n te con respecto a la a p e r­
tu ra hacia el m u n d o pagano y Santiago, el h e rm a n o del Se­
ñor, m ostró con bastante acrim o n ia su resistencia.
La c o n d u c ta de Pablo aparece explicada en su discurso
d e d e sp ed id a p ro n u n c ia d o en la ciudad de M ileto: “N ada
de cu an to os e ra provechoso h e om itido de anunciároslo y
enseñároslo en público y p o r las casas, y en p articu lar he
LA CIUDAD CRISTIANA 283

e x h o rta d o a los ju d ío s y gentiles a convertirse a Dios y creer


en n u e stro S eñ o r Jesu cristo ... solam ente p u e d o deciros
q u e el E spíritu Santo en todas las ciudades m e asegura y m e
avisa q u e e n Je ru sa le m m e ag uardan cadenas y tribulacio­
nes. P ero yo n in g u n a de estas cosas tem o, ni aprecio m ás la
vida que a m í m ism o con tal q u e concluya m i c a rre ra y
cu m p la el m inisterio q u e he recibido del S eñor p a ra p red i­
car el Evangelio de la G racia de D ios” 176.
Podem os creerle bajo p alab ra o n o creerle. T oda su exis­
tencia está allí p a ra d ar testim onio de la sinceridad q u e p u ­
so en el cu m p lim ien to de esa m isión inverosím il. En q u é
consistía esa m isión y cuál p o d ía ser su influencia en la edi­
ficación de la C iudad C ristiana, es lo q u e tratarem os de ex­
plicar a con tin u ació n .

La I g l e s i a e n l a d o c t r i n a d e P a b l o

El prop ó sito que guía la acción de Pablo de Tarso es


esencialm ente teológico: la predicación del Evangelio de la
G racia de Dios. P ero en o rd e n a d ar cu m plim iento a este
fin sus prim eras m edidas prácticas tie n d e n a organizar el
a d o c trin a m ie n to constituyendo la Iglesia de Cristo, cuya
realid ad m ística Pablo tra tará de revelar.
La Iglesia es u n o rd e n fo rm ad o p o r todos los q u e están
u n id o s a C risto p o r la fe. “Cristo es la cabeza del cuerpo
q u e es la Iglesia” 177. Y es el principio del R eino de Dios por-

176. H echos, XX.


177. C olosences, I, 18.
284 RUBEN CALDERON BOUCHET

q u e en su resu rre c c ió n a n u n ció la instauración de ese Rei­


n o , p o r eso a todos los que creen en El “los h a reconcilia­
do e n el cu e rp o de su ca rn e p o r m edio de la m u erte, a fin
d e p resen taro s santos, sin m ancilla e irrep ren sib les d elante
de El. P ero debéis perseverar cim entados en la fe y firm es,
e inm obles e n la esperanza del Evangelio q u e oísteis y que
h a sido p red ic ad o a todas las criaturas q u e h ab itan debajo
del Cielo, del cual yo, Pablo, h e sido h e c h o m in istro ” 178.
La m isión de la Iglesia es c o n tin u a r la o b ra realizada p o r
Cristo, o b ra de recreació n del h o m b re que éste no p u ed e
realizar con sus solas fuerzas si en su organización apostóli­
ca n o está asistido p o r el m ism o Dios R edentor: “A este fin
dirijo yo m is esfuerzos, p e le a n d o según el im pulso q u e ejer­
ce sobre m í con su p o d e r ”.
Y en fo rm a m ás explícita d irá en la E pístola a los Efesios
q u e Dios h a resucitado a Cristo de e n tre los m u erto s y le ha
d a d o to d a su p o testad en el cielo y e n la tie rra constituyén­
d olo cabeza de to d a la “Iglesia, la cual es su cu erp o y la ple­
n itu d de A quél q u e lo llen a todo, e n to d o s” 179.
La p rim e ra creación del h o m b re , h e c h a en el linaje de
A dam , fue c o rro m p id a p o r el p ecad o y puesto éste a m er- '
ced del d e m o n io e n cuyo p o d e r todavía gim en los que son
reb eld es a la G racia y se niegan a ser m iem bros vivos de la
o b ra re d e n to ra de Cristo.
El m isterio de la E ncarnación q u e se realiza p rim ero en
C risto y luego en el cu erp o m ístico de todos los creyentes y
cuya cabeza es C risto, tiene el alcance de u n a nueva crea-

178. C olosences, I, 21, 24.


179. Efesios, I, 23.
LA CIUDAD CRISTIANA 285

ción en la que el h o m b re es llam ado a co p articip ar libre­


m e n te e n tan to acoja con b eneplácito la salvación que Cris­
to le ofrece. Es u n a nueva creación p o rq u e la G racia de
Dios se m anifiesta com o u n nuevo principio de p erfección,
q u e acogido lib rem en te p o r el h o m b re , se convierte en la
sem illa de u n a vida q u e h a de florecer allende el tiem po
histórico y c u an d o se haya consum ado la m isión tem poral
de la Iglesia. P o r eso afirm a Pablo q u e la m isericordia de
Dios “nos d io vida ju n ta m e n te en Cristo, p o r cuya gracia vo­
sotros habéis sido salvados. Y nos resucitó con El, y nos hi­
zo se n ta r sobre los cielos en Jesucristo, p ara m o strar en los
siglos venideros las ab u n d a n te s riquezas de su G racia” 180.
La Iglesia, en la d o c trin a de Pablo, es u n a sociedad visi­
ble co nstituida p o r todos los h o m b res q u e c o n la fe p u esta
en la p e rso n a del R edentor, esperan e n la gracia, el cum pli­
m ie n to de sus prom esas, y de cierta m an e ra m isteriosa, se
co n vierten en el alm a y en el cu erpo, en los elem entos
conscientes de su actividad transform adora.
L a Iglesia es u n o rd e n social y Cristo el principio espiri­
tual vivo que u n e in te rio rm e n te a sus m iem bros y les o torga
u n a perfección intrínseca que los hace, a u n q u e sigan vivien­
do en el m u n d o , ciudadanos de su R eino del Cielo. Cristo
h a q u e rid o que la diversidad de los talentos naturales y de
los d ones sobrenaturales que en cada caso posean sus cre­
yentes, se u n a n en la realidad m ística de la Iglesia y fo rm e n
u n solo espíritu: “p o rq u e así com o el cuerpo es u n o , y tiene
m uchos m iem bros, y todos los m iem bros, a pesar de ser m u­
chos, son u n solo cuerpo; así tam bién Cristo. Pues todos n o ­
sotros som os bautizados en u n m ism o espíritu p a ra com po­

1 8 0 . E fe s io s, II, 4-7.
286 RUBEN CALDERON BOUCHET

n e r u n solo cu erpo, ya seam os ju d ío s, ya gentiles, ya escla­


vos, ya libres; y todos hem os bebido u n m ism o E spíritu” 181.
Este prin cip io espiritual en o rd e n al cual se fu n d a la u n i­
d ad de la Iglesia no es abstracto, com o la aceptación de u n a
ideología, es u n a u n id a d existencias, p a ra aco rd ar con el
lenguaje de m oda, u n an im id ad , si se q u iere decirlo de
a c u erd o con u n a p alab ra clásica, pues el cu erp o m ístico, en
su diversidad de m iem bros, posee u n p rincipio a n im ad o r
q u e le d a la consistencia y la u n id ad de u n ser vivo: “Voso­
tros, pues, sois el cu erp o de Cristo y m iem bros u n idos a
otros m ie m b ro s” 182.
El H im n o a la C aridad se in serta a co n tin u ació n en res­
p u e sta a u n a p re g u n ta que p a recería h a b e r q u e d a d o en el
alm a de sus oyentes: ¿Cuál es la expresión real viva que se
m anifiesta efectiva y c o n cretam en te de los m iem bros de la
Iglesia? La caridad q u e es el a m o r a Cristo R e d e n to r de los
h o m b re s y a los h o m b res p o r el a n te rio r a la red en ció n . La
fó rm u la p u e d e p a re c e r u n tanto verbalista p a ra el que no
ten g a la ex p erien cia de los d ones del Espíritu Santo, p e ro
si se reflex io n a se p o d rá observar que es algo m ás q u e u n
sim ple filantropism o p o r su referen cia a la red en ció n .
A m ar a los h o m b res en virtud de n u e stra solidaridad con la
co n d ició n h u m a n a es u n m erito rio sen tim ien to de fra tern i­
d a d q u e se d a en u n nivel natural. A m arlos p o r n u e stra co­
m ú n aspiración al nuevo destino q u e trajo Cristo y coope­
r a r con el prójim o p ara que se cum pla en todos la faena
r e d e n to ra de Jesús, es la caridad de la que h ab la Pablo y
q u e, co n to d a justicia, coloca sobre todos los otros dones

181. I Corintios, XII, 11-13.


182. I Corintios, XII, 27.
LA CIUDAD CRISTIANA 287

del E spíritu Santo. ¿De q u é nos serviría la sabiduría, el don


profètico o la fe m ism a, si no trabajáram os p a ra q u e el p ró ­
jim o acepte con am or el a m o r de Cristo y c o o p ere con su
virtud transform adora?
La carid ad su p o n e el a m o r a C risto y a sus obras y al p ró ­
jim o p o r el a m o r de Dios. En esta concepción del a m o r al
pró jim o conviene aclarar dos posibles erro res. U n o que
n ace de la neg ació n de ver en el prójim o, en todo prójim o,
alguien p o r q u ien se efectuó de m an e ra real y positiva el
sacrificio de C risto. El otro se co n fo rm a con u n a sim ple ac­
titu d fra te rn a l sin tom ar en c u e n ta la o b ra de la red e n c ió n
q u e im plica la caridad. ¿Cóm o p odem os am ar a nuestros
h e rm a n o s sin d e sea r que p articip en del bien que Cristo
nos trajo?
La Iglesia in co rp o ra a todos los que se u n e n a Cristo p o r
la gracia del bautism o y vive de conform idad con su ense­
ñanza, revistiéndose del h o m b re nuevo “que h a sido creado
conform e a Dios en justicia y en la santidad de la v erd ad ” 183.

El hom bre nuevo

¿Q uién es este h o m b re nuevo en la e nseñanza de Pablo?


El q u e h a ren acid o en Cristo y de acu erd o con el espíri­
tu de carid ad vive la vida de la fe: “Si alguno está e n Cristo
ya es u n a c riatu ra nueva; acabóse lo que e ra viejo; h e aquí
q u e todo se h a h e c h o n u ev o ” 184.

183. Efesios, IV, 24.


184. II Corintios, V, 17.
288 R U B E N CALD ER O N B O U C H E T

Esta renovación n o significa u n a m era conversión del


ap etito com o sucede en el h o m b re n atu ral que a p arta sus
deseos de los placeres m u n d an o s y p o n e su aten ció n en la
b ú sq u e d a de la sabiduría. Jesús h a dejado algo m ás q u e un
m otivo de m ed itació n y u n ejem plo de ciencia h u m an a. La
conversión se instala com o u n principio óntico de transfor­
m ación real en u n a nueva criatura. Lo que esta situación
p u e d e te n e r de análogo con u n m ero rescate de tipo n a tu ­
ral es q u e se efectúa con n uestra libre co o peración y n o a
pesar n u estro . Se salva el que q uiere, p o rq u e el d o n de Dios
q u e nos h a m erecid o el sacrificio de C risto, nos p erm ite ac­
tu a r con to d a lib ertad , p a ra q u e lib rem en te efectuem os
n u e stra red e n c ió n interior. “Y así nosotros, com o co o p era­
dores, os e x h o rtam o s a no recibir e n vano la gracia de Dios.
Pues El m ism o dice: en el tiem po o p o rtu n o te oí, y en el día
de la salvación te di auxilio. L legado es a h o ra el tiem po fa­
vorable, llegado es a h o ra el día de la salvación” 185. Ese
tiem po favorable y ese día de la salvación tien en q u e ser
bien aprovechados p ara que hagam os p ro g resar en noso­
tros el espíritu in fu n d id o en el bautism o.
El deseo de Dios es que todos los h o m b res se salven “y
vengan al co n o cim ien to de la v erd ad ”. Y con voluntad libre
se m a n te n g a n en el o rd e n de la fe y perseveren en la cari­
d ad cristiana.
Esta d o c trin a la ex pone exten sam en te en su epístola a
los rom anos, d o n d e a propósito de la vocación de Israel di­
ce que su “caída h a venido a ser u n a ocasión de salud p ara
los gentiles, a fin de que el ejem plo de los gentiles excite su
em ulación. Q ue si su delito h a venido a ser la riqueza del

1 8 5 . II C o r in tio s , V I, 2 ,3 .
LA CIUDAD CRISTIANA 289

m u n d o y el m enoscabo de ellos el tesoro de las naciones


¿cuánto m ás lo será su plenitud? P o rq u e si el h a b e r sido de­
sechados h a sido la conciliación del m u n d o ¿qué será su
restablecim iento, sino resu rrecció n de m u erte a vida...?
P ero las ram as, dirás tú, h a n sido cortadas p a ra ser yo injer­
tado. Bien está, p o r su in cred u lid ad fu ero n cortadas. T ú,
e m p ero , estás a h o ra firm e, p o r m edio de la fe, m ás n o te
engrías, antes b ien , vive con te m o r... P orque si Dios no
p e rd o n ó a las ram as naturales, debes tem e r q u e a ti tam po­
co te p e rd o n a rá . C onsidera, pues, la b o n d a d y la severidad
de Dios; la severidad p a ra aquellos que cayeron, y la b o n ­
dad de Dios p a ra contigo, si perseveras en el estado en que
Dios te h a puesto; de lo co n trario tú tam bién serás cortado.
Y todavía ellos m ism os, si no p e rm a n ec ie ro n en la in cre d u ­
lidad, serán o tra vez unid o s a su tronco, pues p o deroso es
Dios p a ra in jertarlo s de nu ev o ” 186.
A m í siem pre m e h a llam ado la aten ció n q u e algunos es­
tudiosos tan serios com o K laussner hayan p o d id o advertir
discrepancias tan h o n d as e n tre las enseñanzas de Cristo y
la de San Pablo. ¿Tiene algún sentido el lenguaje de Pablo
si n o se lo in te rp re ta en la lín e a de aquellas afirm aciones
del S e ñ o r c u a n d o se designa a sí m ism o com o la verdad, la
V ida o el cam ino q u e co n d u ce a la V ida E terna? Sin el Cris­
to q u e dijo de sí m ism o q u e El era el Pan de la Vida ¿en
q u é q u e d a to d a esta d o c trin a acerca del h o m b re nuevo
q u e nace com o u n sarm ien to in jertad o en esa vid q u e es
C risto Jesús?
Se p o d rá ob jetar que la atribución de tales afirm aciones
a Jesucristo fue h e c h a con posterio rid ad a la enseñ an za de

18 6 . R o m a n o s , X I.
290 RUBEN CALDERON BOUCHET

Pablo y q u e p o r e n d e llevan la im p ro n ta de su genio perso­


nal y de su in te rp re ta c ió n particu lar de la p ersonalidad de
Cristo. Si esto fuere así q u e d a que de Cristo no se sabe casi
nad a, y p o d em o s ad m irarn o s, com o A ugusto C om te, de
q u e alguien tan desvaído en su acción y tan nulo en su p e n ­
sam iento se haya convertido en el ce n tro y corazón de ese
m ovim iento ecum énico que tiene a Pablo com o cerebro
generador.
Es p ro b ab le q u e en u n a perspectiva de in te rp re ta c ió n
ajen a al cristianism o estas aseveraciones sean perm isibles e
incluso q u e ten g a n u n sentido, p ero en los lím ites de la ins­
piració n religiosa cristiana existen pocas posibilidades de
q u e pasen p o r ser u n a explicación inteligible. Sucede de
h e c h o q u e los cristianos creen en Cristo y no en Pablo. Lo
q u e constituye el m otivo central de su ex periencia religio­
sa es Cristo R e d e n to r y n o el A póstol de los G entiles. Esto
es lo q u e Pablo sabía y p e rm a n e n te m e n te d ecía y lo sabía
tam b ién el m ás sabio de sus discípulos, siem pre que hu b ie­
ra recibido el carism a de la fe.
Esta es la clave de todo este m isterio: la fe com o virtud
so b ren atu ral e in fu n d id a p o r Dios. La Iglesia siem pre lo h a
e n señ ad o así y la experiencia viva de todo cristiano que se
e n c u e n tre en G racia de Dios tam b ién lo siente así. Ella es
capaz de a b rir el horizonte de la inteligencia y perm ite
c o m p re n d e r la existencia de u n o rd e n so b ren atu ral que los
ojos del c u erp o son incapaces de percibir. Adivino la sonri­
sa iró n ica q u e a p u n ta en los labios del in créd u lo an te el ca­
libre de m is afirm aciones. N o tengo m ás rem edio que ad­
m itir q u e llegados a estas fronteras de la reflexión en to rn o
al cristianism o, el diálogo se hace im posible o se h u n d e en
el fárrago de u n verbalism o aburridísim o, d o n d e de u n a y
LA CIUDAD CRISTIANA 29 1

o tra p arte, desde diversas perspectivas y con propósitos di­


ferentes, se tra ta en vano de explicar n a tu ra lm e n te lo que
c o rre sp o n d e al o rd e n sobrenatural. .
Es Dios q u ie n o p e ra en nosotros el q u e re r y el h a c er pa­
ra que sirvam os a sus designios. Lo dice Pablo en su Epísto­
la a los Filipenses y lo confirm a en su IQa los Tesalonicen-
ses, c u a n d o escribe que Dios o p e ra p o r su p alab ra a los que
c re e n en El.
Esa fu erza tran sfo rm ad o ra q u e Dios m anifestó en la Re­
su rrecció n de Cristo es in fu n d id a en el creyente y crece en
él en la m ism a m ed id a en que es recibida con to d a libertad
y cultivada con dilección p ara que nos h ag a partícipes de la
vida e te rn a.
“En El tam bién vosotros, luego que habéis oído la pala­
b ra de la Verdad, el Evangelio de vuestra salud, y habéis creí­
do en El, fuisteis sellados con el Espíritu Santo que estaba
p ro m etid o , el cual es la p re n d a de nuestra h eren cia hasta la
re d e n c ió n del pueblo, que se h a adquirido para la alabanza
de su gloria. P o r eso yo, estando com o estoy, inform ado de
la fe que tenéis en el S eñor Jesús, y de vuestra caridad para
con todos los santos, n o ceso de d a r gracias por vosotros,
a co rd án d o m e de vosotros en mis oraciones. Dios, Padre glo­
rioso de n u estro S eñor Jesucristo os dé espíritu de sabiduría
y de ilustración p a ra conocerle. El ilum ine los ojos de vues­
tro corazón, a fin de que sepáis cuál es la esperanza de su vo­
cación y cuáles las riquezas y la gloria de su h eren cia en los
santos, y cuál aquella sob eran a g randeza de su p o d e r sobre
nosotros, q u e creem os según la eficacia de su p o d e ro sa vir­
tu d , que El h a desplegado en la p erso n a de Cristo, resuci­
tán d o le e n tre los m u erto s y colocándole a su diestra en los
cielos, sobre todo p rin cip ad o y potestad, y virtud y dom ina­
292 RUBEN CALDERON BOUCHET

ción, y sobre to d o n o m b re, p o r celebrado q u e sea, no sólo


en este siglo, sino tam bién en el futuro. H a puesto todas las
cosas bajo los pies de El, y le h a constituido cabeza de toda
la Iglesia, la cual es su cu erp o y la p len itu d de A quel que lo
llen a todo en to d o s” 187.
C ualq u iera q ue, sin te n e r fe, leyere este párrafo tiene
q u e p e n sar q u e las Epístolas de Pablo exigen de sus lecto­
res u n sentido especial de la adivinación o u n a credulidad
tan in o ce n te q u e lo p o n g an a salvo de las más inauditas
m onsergas q u e la oreja h u m an a p u e d a escuchar. Sin em ­
b arg o hay q u e adm itir, con todo el peso de p ro b ad o s testi­
m onios, q u e estas cartas estaban dirigidas a com unidades
e n te ras y no e m p leab an o tro lenguaje q u e aquél que nacía
de la fe com ún. De m odo que si bien es el idiom a de u n ilu­
minado, se tiene que reco n o cer que la luz q u e p o n e en cla­
ro el sentido de sus palabras tiene un p o d e r de com unica­
ción capaz de d e sp ertar la inteligencia de los m iem bros de
to d a u n a sociedad.
El h o m b re nuevo a que Pablo se refiere n o es u n m u ían ­
te p u esto p o r encim a de su especie m erc ed a u n a azarosa
alteració n crom osóm ica. Es un h o m b re n o rm a l que tom a
sobre sí la responsabilidad de asum ir el d o n de la fe con el
p ro p ó sito de h acerlo progresar en él y e n los otros. El cre­
yente n o o p e ra solo sino en c o m u n ió n de caridad con los
o tro s creyentes en p rim e r lugar y luego con todos los otros
h om bres. La fe es un d o n que afecta su n aturaleza social y
n o p u e d e ser vivida si no es co n fo rm e a las exigencias co­
m u n itarias q u e b ro ta n del hom bre. P o r eso en señ a Pablo
q u e Dios h a constituido un pueblo d e su elección y no un

1 8 7 . E fe s io s, I, 15-23.
LA CIUDAD CRISTIANA 293

ram illete suelto de personalidades dispersas: “Así que ya no


sois extran jero s ni advenedizos, sino co n ciu d ad an o s de los
santos, y fam iliares de la casa de Dios; pues estáis edificados
sobre el fu n d a m e n to de los Apóstoles y Profetas, en Jesu ­
cristo, el cual es la principal p ie d ra angular, sobre q u ien
trab ad o todo el edificio se alza p a ra ser u n tem plo santo del
Señor. P o r El entráis tam bién vosotros a ser p a rte de la es­
tru c tu ra d e este edificio p a ra llegar a ser m o ra d a de Dios
p o r m ed io del E sp íritu ” 188.
Es verd ad que Pablo se refiere a u n a m o ra d a m ística, p e­
ro si b ien no a p u n ta a la realización de u n plan de carácter
sociopolítico, el o rd en a m ie n to de la vida cristiana supone
u n a sociedad, y n o sólo la sociedad eclesiástica sino tam ­
bién aquellas que cu m p len funciones m ás hum ildes p ero
q u e están erigidas p o r la vida total del hom bre.

La f a m i l ia c r i s t i a n a

Y en p rim e r lugar la fam ilia, célula natu ral del o rd e n so­


cial, q u e tiene en la enseñanza de Pablo el carácter de u n
sacram ento y se fu n d a sobre la base de u n a m isteriosa p re ­
sencia de Cristo en la u n ió n del h o m b re y la m ujer. Los ci­
m ien to s n aturales son la m onogam ia y el patriarcado. Pablo
insiste con énfasis en la suprem acía del varón en o rd e n a la
c o m u n id a d paren tal, com o si de la conservación de este
santo patriarcad o d e p e n d ie ra la inserción de la gracia. Y di­
go esto p o rq u e jam ás se le h u b iera o cu rrid o al A póstol de

1 8 8 . E fe s io s, II, 19-2 2 .
294 RUBEN CALDERON BOUCHET

los G entiles la posibilidad de u n a fam ilia que co n trad ijera


esta disposición natural. “Las m ujeres estén som etidas a sus
m aridos com o al Señor; p o r cuanto el h o m b re es cabeza de
la m ujer, así com o Cristo es cabeza de la Iglesia, que es su
cuerpo; del cual El m ism o es Salvador. De d o n d e , así com o
la Iglesia está sujeta a Cristo, así las m ujeres lo h an de estar
a sus m aridos e n todo. Vosotros m aridos am ad a vuestras
m ujeres, así com o Cristo am ó a su Iglesia, y se sacrificó p o r
ella p a ra santificarla, lim piándola en el bautism o de agua
con la p alab ra de vida, a fin de hacerla c o m p arecer d elante
de El llena de gloria, sin m an ch a ni a rru g a n i cosa sem ejan­
te, sino que fu era santa e inm aculada. Así tam bién los m a­
ridos d e b e n am ar a sus m ujeres com o a sus propios cu er­
pos. Q u ien am a a su m ujer a sí mismo se am a. C iertam ente
q u e n ad ie a b o rreció jam ás su propia carne; antes bien la
sustenta y cuida, así com o tam bién Cristo a la Iglesia; p o r­
q u e nosotros som os m iem bros de su cu erp o , de su carn e y
de sus huesos. P o r eso dejará el h o m b re a su p ad re y a su
m ad re, y se ju n ta r á con su m ujer; y serán dos en u n a carne.
S acram ento es éste g ran d e, mas yo h ab lo con respecto a
Cristo y a la Iglesia. C ada u n o , pues, de vosotros, am e a su
m u je r com o a sí m ism o y la m ujer resp e te a su m arid o ” 189.
En la Ia a los C orintios responde con precisión a u n a se­
rie de p reg u n ta s e n tre las cuales las hay que versan sobre la
castidad y el m atrim onio. Pablo alaba el celibato p o r la m a­
yor d isponibilidad q u e p erm ite al h o m b re dedicado a las
cosas del Señor, p e ro no re p ru e b a la vida m atrim onial, an­
tes b ien la reco m ien d a, no sólo p o r causa de la in c o n tin e n ­
cia, lo q u e sería u n a versión negativa, sino tam bién p o r el

1 8 9 . E fe s io s, V, 2 2 -2 3 .
LA CIUDAD CRISTIANA 295

m isterio sacram ental del m atrim onio. “L oable cosa es en el


h o m b re n o to car m ujer; m as p ara evitar fornicación, viva
cada u n o con su m ujer, y cada u n a con su m arido. El m ari­
do pague a su m u jer el débito; y de la m ism a su erte la m u­
j e r al m arido. Y así m ism o el m arido no es d u e ñ o de su
cu erp o , sino que lo es la m ujer. No queráis pues d e fra u d a ­
ros el u n o al otro, a no ser p o r algún tiem po y de co m ú n
acu erd o , p a ra dedicaros a la oración; y después volved a co­
h a b ita r n o sea q u e os tiente Satanás p o r vuestra c o n tin e n ­
cia” 190. En la m ism a Epístola se refiere a los m atrim onios
m ixtos: cristiano con p agana o viceversa y aconseja a todos
aquellos q u e ya están casados que traten de conservar el la­
zo m atrim onial en razón de la santificación que el cristiano
p ro p o rc io n a al otro. En el caso de que el cónyuge pagano
q u ie ra separase o haga im posible la vida m atrim onial de
ac u erd o con las exigencias cristianas, San Pablo aconseja la
separación. La Iglesia llam a “privilegio p a u lin o ” a esta fa­
cultad de a b a n d o n a r al esposo de o tra religión p ara salvar
la vida cristiana.
C u a n d o Pablo h ab la del celibato lo hace con u n e n tu ­
siasm o que d elata u n a cierta m isoginia y u n a m arcada p re­
feren cia p o r la soltería, p ero , com o él m ism o escribe, da
sus consejos sin p re te n d e r im p o n e r sus preferencias: “¿Es­
tás ligado a u n a m ujer? N o busques q u e d a r desligado. Si te
casares n o p o r eso pecas, y si u n a d o ncella se casa, tam p o ­
co peca; p e ro esos tales sufrirán en su ca rn e aflicciones...
el q u e n o tien e m u jer a n d a solícito en las cosas del Señor,
y en lo q u e h a de h a c er p a ra ag rad ar a Dios. Al co n trario el
q u e tiene m ujer, a n d a afanado en las cosas del m u n d o , en

19 0 . I C o r in tio s , V II, 1-7.


296 RUBEN CALDERON BOUCHET

cóm o h a d e a g ra d a r a su m ujer, y se halla dividido. De la


m ism a m an e ra la m u je r n o casada, o u n a virgen, piensa en
las cosas de Dios, p a ra ser santa en cu erp o y alm a. Mas la
casada p ien sa en las del m u n d o , en cóm o h a de agrad ar a
su m a rid o ” 191.
La vida cristiana tiene p o r ce n tro a Cristo. El es el jefe
de todo h o m b re , así com o éste es je fe d e la m ujer: “Q uiero
q u e sepáis q u e Cristo es la cabeza de to d o varón, com o el
v arón es cabeza de la m ujer, y Dios lo es de Cristo. T odo va­
ró n q u e o ra o profetiza con la cabeza cu bierta, d e sh o n ra su
cabeza, siendo, lo m ism o q u e si se ra p a s e ... lo cierto es que
n o d eb e el varón cu b rir su cabeza, p u es él es la im agen y
gloria de Dios, m as la m ujer es gloria del varón. Q ue n o fue
el varón fo rm a d o de la m ujer sino la m u je r del varón. Co­
m o q u e tam poco fue el varón creado p a ra la m ujer, sino la
m u je r c re a d a p a ra el varón. P or lo tan to d eb e la m ujer
tra e r sobre la cabeza la divisa de la sujeción a la potestad
p o r respeto a los án g eles” 192.
R econoce q u e el varón no existe sin la m u jer y ésta sin
el varón, p e ro e n las asam bleas de los fieles las m ujeres d e ­
b e n g u a rd a r silencio: “p o rq u e no les es p e rm itid o hab lar
allí, sino q u e d e b e n estar sumisas, com o lo dice la Ley. Si
desean instruirse en algún p u nto, p re g u n te n a sus m aridos
c u a n d o están e n casa” 193.
C onviene decir, y cuando toquem os el tem a refe re n te a
las ideas políticas de San Pablo lo rep etirem o s en varias

1 9 1 .1 Corintios, VII, 25-35.


1 9 2 .1 Corintios, XI, 3-10.
193. I Corintios, XIV, 34, 35.
LA CIUDAD CRISTIANA 297

op o rtu n id ad es, q u e las Epístolas de San Pablo tienen un


destinatario bien señalado y si en cada u n a de ellas insiste
en algunos detalles con énfasis particular, el acento viene
c o m an d ad o p o r exigencias del m o m en to q u e afectan sola­
m en te a la co m u n id ad a quien destina su carta. Es probable
q u e en C orinto la situación de las m ujeres o b ed ecía a u n a
m o d alid ad m uy distinta de aquella que se usaba en Israel.
Pablo p arece h a b e r ten id o u n interés m uy vivo en re c o rd a r
a las m ujeres de C orinto el respeto debido a sus m aridos.
En su E pístola a T im oteo advierte la necesidad de que
las m ujeres no asum an en asuntos eclesiásticos p rerro g ati­
vas q u e les están vedadas: “pues no p e rm ito a la m ujer que
en señ e, n i tom e au to rid ad sobre el m arido; sino estése ca­
llada, ya q u e A dán fue fo rm ad o prim ero , y después Eva.
A dem ás A dán no fue en g añ ad o , sino la m u jer e n g a ñ ad a in­
cu rrió en la prevaricación. V erdad es q u e se salvará p o r d ar
hijos al m u n d o , si persevera en la fe y en la caridad, en san­
ta y a rre g la d a vida” 194.
K laussner señala, no sin acrim onia, el conservadorism o
de Pablo en to d o lo que hace a la situación de la m ujer. Pa­
ra K laussner ser revolucionario es sinónim o de ser b u en o ,
su p o n e que Pablo ten ía de la m u jer u n a o p in ió n m uy baja,
pues la consideraba: “com o m uchos de sus c o n te m p o rá ­
n eos ruidosas y frívolas” y le re p ro c h a h a c er esta concesión
“o p o rtu n ista a las ideas de la é p o c a ” 195. Yo no le rep ro c h o
a K laussner el que a su vez haga concesiones a n u estro m o­
d o de pensar, p ero creo que es haberse h e c h o u n a idea
m uy p o b re de la enseñanza de Pablo, o u n a id ea m uy alta

194. I a T im oteo.
195. Joseph Klaussner, From Jesus to Paul, pág. 570.
298 RUBEN CALDERON BOUCHET

de las m ujeres de em presa. No se p u e d e to m ar en c u en ta


expresiones paulinas de b u e n sentido y con to d a probabili­
d a d resp o n d ía n a ciertas necesidades pastorales del m o­
m en to , sin h a c er h incapié en su enseñ an za sobre el m atri­
m o n io , que es la clave de su d o ctrin a respecto al papel de
la m u je r e n la vida familiar.

El m e s ia n is m o j u d io s e g ú n Kl a u ssn er

P ara este a u to r la idea m esiánica sostenida p o r el ju d a is­


m o e ra revolucionaria p o rq u e traía consigo el deseo de u n a
liberación nacional de la servidum bre ro m a n a y el de un
e n c u e n tro de la dispersión p o r los países extraños. P or otra
p a rte aspiraba a “u n a liberación de to d a la h u m an id a d p o r
su p réd ic a de la igualdad en tre los h o m b res, cesación de las
guerras, fra te rn id a d de las naciones y la aceptación de u n
m o n o teísm o ético p o r todos los h o m b re s” 196.
A u n q u e estas aspiraciones ju d ía s m e p a re c e n inspiradas
e n u n co n te x to dem asiado m o d e rn o , n o dejo de c o n c ed e r
al a u to r q u e el m o noteísm o ju d ío se h a convertido en
n u e stra sociedad en u n activo fe rm e n to revolucionario y
q u e u n a co n cep ció n carnal del R eino de Dios h a e n tra d o ,
quizá p o r in flu en cia ju d ía , en el rec in to m ism o de la grey
cristiana.
Es u n h ech o q u e la cuestión m esiánica alarm aba a las
a u to rid ad e s rom anas. Más de u n a reb elió n h a b ía estallado,
e n tre los ju d ío s, co n ectad a con el alzam iento de algún exal­

1 9 6 . J o s e p h K la u ssn e r, op. cit., p á g . 5 6 2 .


LA CIUDAD CRISTIANA 299

tado p ro feta que an u n c ia b a con rabia vindicativa los días


del Mesías. C on clara perspicacia política los rom anos id en ­
tificaron m esianism o y aspiraciones nacionales ju d aicas y se
to m aro n el trabajo de a h o g ar con prolijidad c u alq u ier co­
n a to de reb elió n nacido con este pretexto.
K laussner sostiene q u e Jesú s fue crucificado com o rey
de los ju d ío s en calidad de reb eld e político. C on esta h ip ó ­
tesis explica la delicadeza de Pilatos q u e puso sobre la cruz
este título real y libró a sus paisanos de la cu lp abilidad en
la m u e rte de C risto. Sería de m i p a rte u n abuso de c o n ­
fianza-histórica p re te n d e r u n co n o cim ien to de la ín d o le
m o ral de Pilatos. U n m odesto co n o cim ien to de la h istoria
ro m a n a p e rm ite colegir q u e este b u e n m agistrado al servi­
cio de la Loba, n o h a b ía de te n e r m uchos escrúpulos p a ra
asum ir la resp o n sab ilid ad , no digo de la ejecución de u n
ju d ío , sino la m u e rte de todos ellos si sus conveniencias
políticas así lo aconsejaran y con tal m ed id a p u d ie ra evitar
m ayores m ales a los negocios del Im perio. P ero los d o c u ­
m en to s históricos q u e poseem os son claros y peren to rio s:
todos ellos nos dicen q u e P oncio Pilatos se d e sen te n d ió
del a su n to y a u n q u e su acto de lavarse las m anos no lo exi­
m e de to d a responsabilidad, p ru e b a q u e él, p e rso n a lm e n ­
te, n o e n te n d ía q u e Jesú s p u d ie ra ser un peligro p a ra la es­
tab ilid ad de R om a en Palestina. Si esto es así, llam a la
ate n c ió n q u e los cristianos p u sieran ta n ta diligencia en b o ­
r r a r el estigm a de la crucifixión p o r reb e ld ía y p o r tem o r
a las persecu cio n es hayan tran sfo rm ad o a Cristo de “M e­
sías p a ra re sta u ra r el R eino de Isra e l”, en M esías ú n ica­
m e n te espiritual, en ese su frien te siervo de A donai que
p in tó Isaías el P ro feta y del que n a d a ten ía n q u e tem e r los
rom anos. K laussner cree q u e esta tran sfo rm ació n es o b ra
300 RUBEN CALDERON BOUCHET

de Pablo d e Tarso: “T his task was accom plished by Paul in


his E pistles” 197.
Pablo es el culpable de esta doble tarea: distraer a las au­
to ridades ro m an as respecto al m esianism o cristiano y tergi­
versar el m esianism o político de Cristo, convirtiéndolo en
u n a a n o d in a p réd ica espiritualista. Esto explica — en el cri­
terio de K laussner— su sum isión fre n te a la a u to rid ad ro ­
m an a y su respeto p o r la Ley sostenida p o r el Im perio.
Yo no tengo los m otivos que tiene K laussner p ara creer
q u e la d o c trin a p a u lin a se h a a p artad o d e la enseñanza de
C risto y creo, con H arn ak , que las a u to rid ad e s de la nueva
Iglesia vieron m uy p ro n to la necesidad de e n c u a d ra r la ac­
ción apostólica en el m arco del o rd en legal establecido p o r
Rom a. Es cierto q u e R om a tuvo, com o to d a em presa políti­
ca de im p o rtan cia, algunos m onstruos sagrados com o N e­
ró n y Calígula, p e ro n o alcanzo a c o m p re n d e r en q u é sen­
tido p u e d e n invalidar p a ra siem pre el D erech o R om ano, ni
logro explicar p o r qué los prim eros cristianos h ab ían de es­
tar m ás agradecidos a Anás y a Caifas. San Pablo, a q u ien su
co n d ició n de A póstol no lo obligaba a m o rir sin defensa,
usó en m ás de u n a o p o rtu n id a d los privilegios legales que
le c o n c ed ía su co n d ició n de ciudadano ro m a n o p ara evitar
q u e las intrigas de sus viejos com patriotas term in a ra n con
él antes de h a b e r cum plido su m isión.
C u an d o se trata de discutir con u n crítico racionalista
cuestiones refe re n tes al cristianism o, tropezam os con u n a
tre m e n d a dificultad, ésta no es el foso insalvable que abre
e n tre los in terlo cu to res la presen cia o la ausencia de la fe,
sino la facultad que se arroga el alto crítico de reem plazar

1 9 7 . J o s e p h K la u ssn e r, op. cit., p á g . 5 6 3 .


LA CIUDAD CRISTIANA 301

la fuentes canónicas con u n a gran variedad de conjeturas


que p u e d e aco m o d ar a su gusto en la m ed id a e n que le ha­
ce falta. Si yo digo, basándom e en J u a n VI, 14,15, que Jesús
salió al e n c u e n tro de las reivindicaciones nacionales de
aquellos que q u e ría n proclam arlo rey, se m e ob jetará que
J u a n escribía en esa ép o ca en q u e la actitud cristiana fre n ­
te a R om a h a b ía cam biado y que el Evangelista n o trad u ce
lo q u e pen sab a Cristo, sino su p ro p ia posición fre n te al po­
d e r del E m perador. P u ed o citar a M arcos y a Lucas y rec o r­
d ar a su p ropósito la respuesta q u e dio Cristo a la p re g u n ­
ta sobre el d estino que h a b ía de darse al tributo, pues,
según el Evangelio, q u e ría n co m p ro m eterlo a n te las au to ­
ridades rom anas.
“¿Para q u é venís a tentarm e? M ostradm e u n d en ario pa­
ra verlo. P resen táro n selo y El dijo: ¿De q u ién es esta im a­
g en y esta inscripción? R espondieron: del César. E ntonces
replicó Jesús y díjoles: Pagad, pues, al C ésar lo q u e es del
C ésar y a Dios lo que es de D ios” 198.
R econozco q u e esta frase p uesta e n boca de Jesús p o r
Lucas y M arcos p u d o h a b e r sido aceptada p o r K laussner co­
m o u n a p ru e b a fehaciente de que Cristo n o era u n nacio­
nalista ju d ío . D esgraciadam ente am bos evangelistas son sos­
pechosos de h a b e r caído bajo la influencia de Pablo o de
qu e sus textos hayan sufrido u n m anejo p o sterio r capaz de
acordarlos con la enseñanza paulina. El m u n d o de la c o n ­
je tu r a es infinito y com o se fu n d a en la hipótesis de la p e r­
m an e n te m en d acid ad cristiana goza de u n m arg en de p ro ­
babilidades tan an ch o que es im posible seguirlo con alguna
seguridad.

1 9 8 . M a r c o s, X II, 1 3 -1 7 y L u c a s, X X , 2 0 -2 6 .
302 RUBEN CALDERON BOUCHET

Esta tradición nos p o n e frente a u n Jesús q u e n o ten ía


u n d ecidido prejuicio an tirro m an o . Sus palabras significan
u n a acep tació n del César en aquella ju risd icció n que le es
propia. Cristo n o se erigía en caudillo d e u n a sublevación
nacional, p o r esa razón, la enseñanza de Pablo no disuena
en nuestras orejas habituadas a la d o c trin a tradicional
c u a n d o nos dice: “Q ue to d a p erso n a esté sujeta a las potes­
tades superiores, p o rq u e n o hay po testad que n o provenga
de Dios, y Dios es el que h a establecido las que hay. P o r lo
cual q u ien d esobedece a las potestades, a la o rd en a c ió n de
Dios desobedece. De consiguiente los q u e desobedecen,
ellos m ism os se a c arrea n la co ndenación. Los príncipes no
son de tem e r p o r las buenas obras q u e hag an sino p o r las
m alas. ¿Q uieres tú no te n e r que tem e r n a d a de aquel que
tiene el poder? Pues o b ra bien y m erecerás de él alabanzas,
p o rq u e es u n m inistro de Dios p ara tu bien . Pero, si obras
m al, tiem bla, p o rq u e no en vano se ciñe la espada; siendo
com o es m inistro de Dios, p ara ejercer su ju sticia castigan­
d o al q u e o b ra m al. P o r lo tanto es necesario que le estéis
sujetos, no sólo p o r tem o r del castigo sino tam bién p o r
conciencia. P o r esta razón pagáis tam b ién los tributos, p o r­
q u e son m inistros de Dios, a q u ien en esto m ism o sirven.
Pagad, pues, a todos lo que se les debe: al que se debe tri­
bu to , el tributo; al q u e el im puesto, el im puesto; al que te­
m or, tem or; al q u e h o n ra, h o n ra ” 199.
Yo m e p reg u n to : ¿Por qué había d e escribirle a los ro m a­
nos o tra cosa? ¿Estaba en u n a cam p añ a subversiva co n tra el
Im p erio , o ind icab a a u n a c o m u n id ad d e te rm in a d a cuáles
e ra n sus obligaciones respecto a las au to rid ad es legítimas?

1 9 9 . R o m a n o s , X III, 1-8.
LA CIUDAD CRISTIANA 303

¿Tenía el d e b e r — com o p arece c re e r K laussner— de o b rar


com o nacionalista judío? ¿O por el contrario debía obrar con
sentido ecum énico de a cu erd o con la universalidad de su
credo?
Tal vez K laussner — en su calidad de h e b re o — se sienta
con d e re c h o a rep ro c h a rle u n a su erte de apostasía respec­
to a la causa de Israel. ¿Pero no reconoce K laussner la u n i­
versalidad im plícita e n el m esianism o revolucionario soste­
n id o p o r los judíos? ¿Q ué p u e d e extrañarle e n to n ces que
los cristianos hayan sacado las consecuencias latentes e n la
ley y los profetas y hayan afirm ado su cred o e n la certeza de
u n m ensaje de Dios dirigido a todos los hom bres?
Pablo, com o escribe M aritain en La pensée de St. Paul, h a
venido p a ra evangelizar y p red icar el R eino de Dios a todas
las naciones, n o p a ra refo rm a r la ciudad tem poral. N o tra­
ta d ire c ta m en te del o rd e n tem poral, sino p o r su relación
con el R eino de Dios.
P ero esta relación — a u n q u e M aritain no lo dice— es o r­
d e n a m ien to al Reino. La transform ación del h o m b re inte­
rio r exige el cam bio u lte rio r de todas las instituciones socia­
les q u e d e p e n d e n directam en te de su desarrollo espiritual:
e n p rim e r lugar la fam ilia y luego todos los otros cuerpos
in te rm e d io s hasta llegar a la sociedad política m ism a. Es
cierto q u e San Pablo se co n fo rm ab a con lograr la conver­
sión del apetito espiritual del ho m b re. Su tarea e ra h a c er
cristianos, fu n d a r iglesias y e n to rn o a ellas crear co m u n i­
dades nacidas al calor de la vida so b ren atu ral de la fe. La
posibilidad de u n a sociedad política estaba lejos de sus
p reo cu p acio n es y p ro b ab le m e n te n u n c a soñó con ello, si es
verdad, com o sostienen sus exégetas, q u e esperaba para
m uy p ro n to el advenim iento del Cristo en Gloria. No obs­
304 RUBEN CALDERON BOUCHET

tan te la ciudad cristiana terren al está p e rfe c ta m e n te colo­


cada en la lín ea de lo que podríam os llam ar la ten d en cia
p ráctica del cristianism o. ¿Cómo u n a religión q u e predica
u n a renovación total del ho m b re va a d e sd eñ a r la dim en ­
sión social de su naturaleza? Esto sólo p u e d e cab er en la ca­
beza de u n m an iq u eo , p ero no en la inteligencia de un
h o m b re que no escinde la realidad m o ral en dos aspectos
divergentes: u n o personal y otro social.

La e s c l a v it u d

O tro tem a de la enseñanza social de Pablo que h a susci­


tado u n a agria referen cia p o r p arte de K laussner es el p ro ­
b lem a relativo a la esclavitud. Dice n u e stro a u to r que Pablo
se p ro n u n c ia a este respecto con el egoísm o de un filósofo
pagano. Es pro b ab le q u e Klaussner h u b ie ra deseado ver a
San Pablo convertido en u n a suerte de Espartaco ju d ío en
lu ch a a b ierta c o n tra R om a p o r la liberación de todos los es­
clavos y com o Pablo, sin com placerse especialm ente en la
situación de servidum bre que afecta a m uchos cristianos,
les p id e q u e observen la caridad, q u e h ag an la paz e n sus
corazones y se p re p a re n para vivir e n gracia cu alquiera sea
la co n dición social en q u e se e n c u e n tre n . Les pide que den
al E spíritu Santo u n a respuesta viva y generosa, q u e no es­
té d e te rio ra d a p o r el odio y el resen tim ien to . “Siervos — es­
cribe— o b e d e ce d a vuestros am os tem porales con tem o r y
respeto, con sencillo corazón, com o Cristo. N o le sirváis so­
lam en te c u a n d o tien en puesto el ojo sobre vosotros, com o
si no pensáseis m ás q u e en com placer a los hom bres, sino
com o siervos d e Cristo, que h acen de corazón la voluntad
LA CIUDAD CRISTIANA 305

de Dios. Servidlos con am or, hacién d o o s cargo que servís al


Señor, y n o a hom bres, pues sabéis q u e cada u n o , de todo
el bien que hiciere, recibirá del S eñor la paga, ya sea escla­
vo, ya sea libre. Vosotros am os h aced otro tan to con ellos.
D ejad las am enazas, co n sid eran d o q u e u n o y o tro tenéis u n
m ism o S eñ o r allá en los cielos y que no hay en él acepción
de p e rso n a s” 200.
K laussner co m p ara la actitud de Pablo fre n te a la escla­
vitud con el Tannaim de Israel y los estoicos de G recia y Ro­
m a. A dvierte q u e el A póstol de los gentiles no a p o rta al
p ro b le m a n in g u n a solución, a n o ser q u e se tom e p o r tal
u n a vaga apelación a la fra tern id a d en Cristo que, confor­
m e al nivel n atu ral en que K laussner se coloca, n o deja de
ser u n recurso verbal que apenas oculta la tre m en d a injus­
ticia de u n h e c h o social concreto. Pablo — en el pensa­
m ie n to de K laussner— h a b ría a p ro b ad o la esclavitud.
Pablo es u n teólogo y lo es de u n a m an e ra doble: p o r su
ad m irab le in te rp re ta c ió n de la d o c trin a de Cristo, y p o r el
m ensaje religioso que trae a los hom bres. P ersonalm ente
reconozco que este A póstol no viene doblado p o r un refo r­
m ad o r social y q u e se lim ita a p red icar el R eino de los Cie­
los. Es m uy pro b ab le q u e haya creído, com o lo creo tam ­
b ién desde mi m odesta condición de cristiano, q u e lo
p rim e ro era buscar el R eino de Dios y q u e lo dem ás ten ía
q u e venir p o r a ñ a d id u ra y com o consecuencia de la g e n e ­
rosidad de la gracia. Buscar las otras cosas p o r el cam ino de
la revolución social h a de p arecerle al Sr. K laussner u n ex­
p e d ie n te m ás efectivo, p o r lo m enos m u ch o m ás directo,
en cam bio, desviar la legítim a p ro testa fre n te a la injusticia

2 0 0 . E fe s io s , V I, 5 -1 0 .
306 RUBEN CALDERON BOUCHET

p o r los senderos celestes de las retrib u cio n es místicas, le h a


d e p a re c e r el colm o de la hipocresía.
Lo co m p re n d o perfectam ente, y si n o creyera en la gra­
cia y tuviera m ás fe en los beneficios de la revolución, quizás
a d h e riría con entusiasm o a su protesta. P ero el conocim ien­
to de la condición h u m a n a m e inspira u n a gran desconfian­
za e n los refo rm ad o res sociales y n o tengo nin g ú n motivo
p a ra cre e r que las soluciones brotadas de la violencia term i­
n e n en algo m ás q u e u n cam bio de amos.
Es verdad que el ataque llevado p o r K laussner co n tra Pa­
blo a p u n ta al corazón mism o de la d o c trin a cristiana, p ero
es tam bién perfectam en te cierto q u e fue en u n clim a social
cristiano d o n d e se abolió la esclavitud y d o n d e el respeto a
la condición del h o m b re inspiró n o rm as de convivencia que
tran sfo rm aro n m uy h o n d am en te el o rd e n social antiguo.
Pablo no hizo n in g u n a protesta abstracta en no m b re de
los derechos del ho m b re contra la universal costum bre de
ven d er y co m p rar al prójim o com o si fu era u n anim al. Se li­
m itó a p e d ir a los siervos que am aran a sus amos, que los
am aran en el n o m b re de Aquel que se hizo siervo de los sier­
vos p ara redim irnos a todos. Rogó a los am os que am aran a
sus siervos ¿qué o tra cosa podía h a c er p a ra crear u n clima
propicio al crecim iento de las virtudes sobrenaturales?
¿Logró hacerlo?
La p re g u n ta p u e d e p arecer in g e n u a y si se fuerzan los
térm in o s hasta lig eram en te estúpida. Sin em bargo, sigo
creyendo q u e si se adm ite que el cristianism o logró en m u ­
chas gentes de ca rn e y hueso u n a respuesta favorable, creó
u n am b ien te de paz espiritual p ro p icia a u n cam bio radical
en las relaciones e n tre am os y esclavos. Pablo en su carta a
LA CIUDAD CRISTIANA 307

Filem ón h a b la de O nésim o, el esclavo q u e se h a b ía fugado


de la casa del destinatario de su epístola y a q u ien él convir­
tió c u an d o p ad ecía prisión p o r la fe: “Te ru eg o , pues, p o r
m i hijo O nésim o, a q u ien he e n g e n d ra d o e n tre cadenas,
q u e en algún tiem po fue p a ra ti inútil, p ero al p resen te tan­
to p a ra ti com o p a ra m í es provechoso, al cual te lo vuelvo
a enviar. T ú de tu parte recíbelo com o a mis en trañ as. Yo
ha b ía p en sad o re te n e rlo conm igo, p a ra que m e sirviese
p o r ti d u ra n te m i prisión p o r el Evangelio; p ero n a d a he
q u e rid o h a c er sin tu consentim iento, p a ra que tu beneficio
no fuese com o forzado, sino voluntario. Q uizás él te h a d e ­
jado p o r algún tiem po, a fin que le recobrases p ara siem ­
p re, n o ya com o siervo, sino en vez de siervo, com o h e rm a ­
no m uy am ado, de m í en particular. P e ro ... ¿cuánto m ás de
ti?, pues te p e rte n ec e según el m u n d o y según el Señor.
A h o ra b ien , si m e tienes p o r co m p añ ero tuyo, acógele co­
m o a m í m ism o. Si te h a causado algún d añ o o te d eb e al­
go, ap ú n ta lo e n m i c u e n ta ”.
El cristianism o n o vino a liberar clases sociales, ni a lan­
zar u n estam en to c o n tra otro, ni a traficar con categorías
sociológicas en u n clim a de abstracciones. V ino a ofrecer la
vida e te rn a y a que la aceptáram os desde la situación en
q u e nos encontráram os: “¿Fuisteis llam ado siendo siervo?
No te dé cuidado; antes bien, saca provecho de eso m ism o,
au n cu a n d o pudieses ser libre. Pues aquel q u e siendo escla­
vo es llam ado siendo libre, se hace esclavo de C risto” 201.
F u era del clim a teológico en que viene inscripta la reco ­
m en d ació n de Pablo ¿qué sentido p u e d e tener?, n in g u n o ,
a n o ser que se la tom e p o r u n a b ro m a siniestra fabricada

2 0 1 . I C o r in tio s , V II, 2 0 a 23.


308 R U B E N C ALDERON B O U C H E T

al b u e n servicio de los tratantes de esclavos. Ju zg ar a Pablo


sin te n e r en c u e n ta la realidad so b ren atu ral de la gracia es,
com o hace Klaussner, re d u c ir su papel al de u n m al zurci-
d o r de com prom isos con el m u n d o y al de u n tím ido refo r­
m a d o r social.

E l o r d e n d e l a g r a c ia s u p o n e e l o r d e n n a t u r a l

Pablo insiste sobre u n hecho: la p le n itu d de la ley es la


carid ad y ésta consiste en el am or a Dios. Si se am a a todo
lo q u e es, y se lo am a e n aquel ordo amoris a que se refería
A gustín cu a n d o h ab lab a de la caridad cristiana. El a m o r al
p rójim o, a la fam ilia y a la patria están in teg rad o s en ese
a m o r q u e todo lo trasciende sin abolir n ad a, q u e todo lo
conserva sin destruir, p o rq u e es la fe c u n d a o rd en a c ió n de
la c ria tu ra al creador.
San Pablo sostiene q u e cuando se haya logrado la p e r­
fección a q u e aspira la p len itu d de la caridad verem os a
Dios tal cual es y en su visión d esap arecerá lo im perfecto.
“Al p rese n te no vem os sino com o u n espejo, y bajo enigm a;
p e ro e n to n ces le verem os cara a carta. Yo n o conozco ah o ­
ra sino im perfectam en te; más en to n c e s conoceré, a la m a­
n e ra q u e yo soy conocido. A hora p e rm a n e c e n estas tres: la
fe, la esperanza y la caridad, p e ro de las tres la caridad es
m ás e x c e le n te ” 202.
Las tres virtudes teologales constituyen, p a ra hab lar se­
g ú n u n a an alo g ía to m ad a de los seres vivientes, el nuevo

2 0 2 . I C o r in tio s , X III, 12-13.


LA CIUDAD CRISTIANA 309

organism o instituido p o r el E spíritu Santo p a ra in co ar des­


de la tie rra la fu tu ra ciu d a d a n ía celeste. U n a vez cum plido
el ciclo de n u e stra p e reg rin ació n terren a l, la fe y la espe­
ran z a d esap a re ce rán y sólo q u e d a rá la caridad. L a fe será
reem p lazad a p o r la visión y la esperanza p o r la posesión.
La caridad, en cam bio, se basta a sí m ism a y en esta sufi­
ciencia resid en los títulos de su su p erio rid ad . “T en ed h o ­
r r o r al m al — escribe a los rom anos— , y aplicaos al bien,
am á n d o o s rec íp ro c a m e n te con te rn u ra y caridad fratern al;
p ro c u ra n d o anticiparos un o s a otros en las señales de h o ­
n o r y de d eferencia. N o seáis flojos en cu m p lir vuestro d e­
ber, sed fervorosos e n espíritu; servid al Señor. A legraos
co n la esperanza, sed sufridos en la tribulación; e n la o p e ­
ració n co n tin u o s, caritativos p a ra aliviar las n ecesidades de
los santos; p ro n to s a ejercer la hospitalidad. B endecid a los
q u e os p ersig u en , bendecidlos y no los m aldigáis... n o os
venguéis vosotros m ism os, q u erid o s m íos, sino d ad lu g ar a
la cólera, pues está escrito; a Mí toca la venganza: Yo h a ré
ju sticia dice el Señor. A ntes bien si tu enem igo tuviere
h a m b re , dale de com er; si tiene sed, dale de beb er; q u e
con h a c er eso a m o n to n a rá s ascuas e n cen d id as sobre tu ca­
beza. N o te dejes v en cer p o r el m al, m as p ro c u ra v en cer al
m al con el b ie n ” 203.
La carid ad su p e ra a todas las virtudes cardinales p ero
n o las destruye. Y así com o el o rd e n social nacido de la ca­
rid a d u n e su p e ra n d o y su p e ra co n serv an d o el o rd e n social
nacid o de la ju sticia h u m an a. P ara alcanzar el santo equili­
b rio de la caridad, hay que em pezar p o r lo g rar la sana ar­
m o n ía d e la ho n estid ad .

2 0 3 . R o m a n o s , X II, 10-1 2 .
310 RUBEN CALDERON BOUCHET

El o rd e n establecido p o r la gracia co ro n a sin d e stru ir el


o rd e n nacido de los m ovim ientos naturales. La caridad sos­
tiene a las otras virtudes teologales, p e ro subsiste po rq u e
recibe de ellas su apoyo. Dice Pablo en su Epístola a los H e­
breos: “sin fe es im posible agradar a Dios. P o r cu an to el
q u e se llega a Dios d eb e creer que El existe, y q u e es rem u-
n e ra d o r de los q u e lo b u sc an ”. P re g u n ta d o p o r la esencia
de la fe, resp o n d e en la m ism a carta: “es el fu n d am e n to de
las cosas q u e se esperan, y un convencim iento de las cosas
q u e no se v e n ... ella nos enseña que el m u n d o todo fue h e ­
c h o p o r la p alab ra de Dios, y que de invisible q u e e ra fue
h e c h o visible”. R epasa en rápido escorzo los episodios fu n ­
dam en tales de la historia de la salvación p ara ilustrar el va­
lo r de la fe, hasta llegar al advenim iento de Cristo, a u to r y
c o n su m a d o r de la fe.
La fe es vida, n o sólo po rq u e ayuda a vivir en u n plano
p u ra m e n te n atu ral, sino po rq u e es real y efectivo principio
de u n a existencia sobrenatural. Se in je rta e n la naturaleza y
no p ro sp e ra si le falta el humus de las virtudes naturales. Pa­
blo insiste u n a y o tra vez en estas verdades elem entales que
algunos de los cristianos con vocaciones fantasm ales tien­
d e n a olvidar desaprensivam ente: “hazle e n te n d e r estas co­
sas p a ra que sean irreprensibles. Q ue si hay alguien que no
m ira p o r los suyos, m ayorm ente si son de su familia, este tal
h a n egado la fe, y es p e o r que un in fiel” 204.
La vida q u e d a la fe se abre a la justificación q u e traerá
el R eino de Dios, p o rq u e fue dada p o r Dios q u e resucitó a
C risto de la m u erte y h a hech o su m o ra d a en aquellos que
lo confiesan. P o r eso d ará a nuestros cu erpos m ortales u n a

2 0 4 . I a T im o t e o , V, 8.
LA CIUDAD CRISTIANA 311

existencia re su rre c ta en virtud de su E spíritu “que hab ita


e n n o so tro s”.
“Todos aquellos q u e se rigen p o r el E spíritu de Dios,
ésos son hijos de Dios, p o rq u e no habéis recibido el espíri­
tu de servidum bre p a ra o b rar todavía p o r tem or, sino que
habéis recibido el espíritu de adopción de hijos, e n virtud
del cual clam am os: ¡Abba! (¡O h P adre!). P o rq u e el m ism o
E spíritu está d a n d o testim onio a nu estro espíritu de q u e so­
m os hijos d e Dios. Y siendo hijos som os tam bién h e re d e ro s
d e Dios y co h e re d e ro s con Cristo, con tal que padezcam os
con El a fin de q u e seam os con El glorificados” 205.
Está persu ad id o , p o r la esperanza que el Espíritu Santo
h a p uesto en él, de que los sufrim ientos de la vida p rese n ­
te n o son de c o m p a rar con aquella gloria v enidera q u e se
h a de m anifestar en nosotros. En la esperanza de q u e serán
libertados de la sujeción al d o lo r y a la m u erte, lo q u e hace
suspirar a los h o m b res p o r su participación en la gloria de
los hijos de Dios. “Y n o se dice que alguno ten g a esperanza
de aquello q u e ya ve, pues lo que u n o ya ve ¿cóm o lo p o d rá
esperar? Si esperam os, pues, lo q u e n o vem os todavía, lo
a g uardam os p o r m edio de la p acien cia” 206.
La esperanza teologal no es la posesión del R eino de
Dios, p ero la incoa: “yo h erm an o s, no pienso h ab erlo ya al­
canzado. Mi ú n ica m ira es, olvidando las cosas de atrás y ex­
ten d ié n d o m e hacia las de adelante, ir c o rrie n d o h acia la
m eta, p a ra g a n a r el p rem io a que Dios llam a desde lo alto
p o r Je su c risto ”.

205. R om anos, VIII, 14-17.


2 0 6 . R o m a n o s , V III, 2 4 -2 5 .
312 R U B E N C ALDERON B O U C H E T

R e p re n d e a los q u e viven ap artán d o se de las dificultades


y p ad ecim ien to s p o r la fe, p ara entregarse a las delicias de
la vida carnal y “olvidan q u e n uestra m o ra d a está en los cie­
los, p o r eso esperam os al salvador Jesucristo S eñor N uestro,
el cual tran sfo rm ará n u estro vil cuerpo, y le h a rá conform e
al suyo glorioso, con la m ism a virtud eficaz con que p u ed e
tam b ién sujetar a su im perio todas las cosas” 207.
Los h e rm a n o s de Tesalónica m uy p reo c u p a d o s p o r el
p ró x im o advenim iento del Cristo en G loria tem ían que los
fieles d ifuntos n o p u d ie ra n gozar de ese d ía tan esperado.
P ablo les envía u n a epístola para tranquilizarlos: “ en o rd en
a la su erte de los m uertos — les dice— , n o q uerem os h e r­
m ano s dejaros e n la ignorancia, p a ra q u e n o os entristes-
cais, com o los h o m b res q u e no tien en esperanzas. P orque
si creem os que Jesús m urió y resucitó, así tam bién Dios, a
los que hayan m u e rto en Jesús, los llevará con E l” 208.
Fe, esperanza y caridad, tres virtudes q u e el E spíritu de
Dios d ifu n d e en el h o m b re y las convierte en principio de
u n a nueva vida. Este organism o so b ren atu ral se desarrolla
en la m ed id a en que perfecciona in trín se c am e n te las dis­
posiciones natu rales del hom bre y las hace ingresar en el
á m bito de sus propias exigencias. N ad a de lo que hace a
n u e stra perfecció n n atu ral pu ed e escapar a su integración
en el o rd e n de la fe. P o r eso cuesta c o m p re n d e r que exis­
tan cristianos, m uy creyentes y lúcidos en el conocim iento
d e la do ctrin a, q u e crean que la ciu d ad tem poral del h o m ­
bre está exim ida de su inco rp o ració n al o rd e n im puesto
p o r las exigencias de la salvación. S u p o n en , no sin m ani­

207. Filipenses, III, 12-21.


2 0 8 . T e s a lo n ic e n s e s , IV, 12-14.
LA CIUDAD CRISTIANA 313

fiesta influencia m aniquea, que lo espiritual y lo tem poral


son realidades separadas, y a u n q u e ad m iten q u e p u e d e n y
d e b e n c o o p e ra r lib rem en te en el plan d e la red e n c ió n , no
cre e n que lo tem p o ral d e b a subordinarse a lo espiritual.
El m u n d o que San Pablo c o n d e n a u n a y o tra vez, es
aquel q u e n o adm ite la red e n c ió n ¿Cóm o ese m u n d o ; p re­
cisam ente en tan to que n o adm ite la red e n c ió n , p u ed e
c o o p e ra r lib re m e n te con el Evangelio? ¿O q u e el Evangelio
p u e d a c o o p e ra r con él, en tan to que separado y sin p re te n ­
d e r salvarlo? ¿Cóm o n o sen tir la falta de fuerza de estos ar­
g u m en to s y hallar com placencia intelectual en tales am bi­
güedades?
Pablo n o dejó u n tratado de teología política, p e ro de
los principios asentados p o r el A póstol de los G entiles se
p u e d e n e x tra er los fu n d am en to s espirituales sobre los que
se asienta la C iudad Cristiana.
C a p it u l o V III
LAS INTERPRETACIONES SUGERIDAS
POR CRISTO Y EL FENOMENO DE LAICIZACION
DE LA CIUDAD CRISTIANA

Cristo com o principio de u n nuevo o rd e n es aceptado


p o r la fe com o u n a realidad sobrenatural. E n su presencia
m ística el cristiano reconstruye su vida, su inteligencia y tra­
ta de o rd e n a r el dinam ism o m oral q u e lo lleva hacia los
otros p a ra cavar los cim ientos de la C iudad Cristiana.
La cristiandad, com o realid ad sociopolítica, nace de es­
te e m p e ñ o siem p re ren o v ad o p e ro n u n c a to talm en te lo­
grado. U n o rd e n social cristiano n o p u e d e darse en este
m u n d o sin q u e esté d e te rio ra d o p o r las cizañas de la n a tu ­
raleza caída. El m u n d o que acep ta a Cristo, com o g u ía ins­
pirador, sigue siendo m u n d o en todo lo que tiene de incli­
n ació n al pecado. Es en ese m u n d o d o n d e el cristiano
tien e q u e realizar la p erfecció n que pid e el Evangelio con
la ayuda de sus recursos natu rales positivos y los sacram en­
tos q u e C risto dejó e n custodia a su Iglesia p a ra confirm ar
su o b ra re d e n to ra .
316 RUBEN CALDERON BOUCHET

C onviene destacar el carácter real q u e tiene la presencia


de Cristo e n la A sam blea de sus fieles y en la in tim idad de
la conciencia de cada u n o de ellos. La e spiritualidad cristia­
n a está, en su constitución más p ro fu n d a, ligada al espíritu
de C risto p o r u n lazo co n creto de lealtad personal. Se tra­
ta de u n a relación cabal e n tre la p e rso n a del creyente y la
de C risto Jesús, Dios vivo h ech o ho m b re y p rim e r ciudada­
n o de este m isterioso R eino incoado en los fieles p o r las
tres virtudes teologales.
Es precisam en te este vínculo concreto y este lazo perso­
nal el q u e la é p o ca m o d e rn a , gestora de u n a espiritualidad
abstracta, va a tra ta r de disolver en las categorías lógicas de
u n a in te rp re ta c ió n p u ra m e n te sim bólica de Cristo.
La Iglesia C atólica A postólica y Rom ana sostiene en cam ­
bio la presen cia co n c re ta y real de Cristo S acram entado y
con esta afirm ación m an tien e vivo el m isterio d e su p ro p ia
constitución religiosa y la a u to rid ad de su m agisterio ecle­
siástico. N o im p o rta que la filosofía usada p o r ese m agiste­
rio p a ra expresar y explicar su realidad p ro fu n d a varíe con
el tiem po o perfeccio n e g radualm ente su rep e rto rio nocio­
nal. A la Iglesia le interesa, p o r encim a de cualquier o tro in­
terés h u m an o , conservar intacta la verdad q u e h a bro tad o
de la fu en te divina y que sigue m anando de ella.
C onviene añadir, al e n c u e n tro de c u alq u ier equívoco,
q u e el depósito de la fe, lo q u e en sentido estricto constitu­
ye el traditum revelado, difiere de los esfuerzos intelectuales
hech o s p o r los creyentes p a ra co m p re n d erlo . Los in stru ­
m en to s filosóficos usados p o r los teólogos en la explicación
de los m isterios de la fe n o siem pre tuvieron la dócil trans­
p a re n c ia req u e rid a . Algo de su o rig en te rre n o tran sp o rta­
b a n con ellos y com o los in té rp re te s racionalistas co n fu n ­
LA CIUDAD CRISTIANA 317

d en los co n cep to s usados en la catequesis con los c o n ten i­


dos de la fe, atribuyen a la tradición variaciones que son
propias de la len g u a filosófica utilizada.
P ero lo q u e distingue a los in ten to s de la filosofía m o­
d e rn a n o es tan to el uso de un léxico renovado com o la
p rete n sió n de cam biar el itin erario de la m en te a Dios. Has­
ta los g ran d es escolásticos del siglo XIII, y con alg u n a p re ­
caución e n sus c o n tin u ad o res inm ediatos, la len g u a filosó­
fica pro g resó en un esfuerzo p o r adaptarse a la explicación
de los m isterios teológicos sin p e rd e r su contacto con la
rea lid a d sensible y visible com o p u n to de p a rtid a original y
o rig in a n te de u n a sana teo ría del ente.
A p a rtir de D escartes, com o consecuencia de u n a larga
trayectoria de infidelidades al realism o de Santo Tom ás, la
reflexión se vuelve sobre los co n ten id o s de la conciencia y
com ienza la av en tu ra de u n a m etafísica fu n d a d a en los da­
tos de la in m an en cia. En esta perspectiva la fe es vista com o
proyección del h o m b re sobre el m u n d o y las realidades es­
p irituales del universo cristiano com o m etáforas q u e p re ­
te n d e n d ar c u e n ta de las form as cam biantes de la co n cien ­
cia m oviéndose en el tiem po histórico.
La figura de Jesús, en este cielo invertido, se convierte
en sím bolo del h o m b re q u e descubre su p ro p ia realid ad
com o p u n to de e n c u e n tro sintético e n la dialéctica de lo fi­
n ito y lo infinito. Esta explicación de a lc u rn ia lógica culm i­
n a rá con el sistem a hegeliano. P o r eso M arx, q u e com para­
do con H egel hace el p ap el de u n p ro fe ta del Antiguo
Testamento, h allará que ese R eino de Dios fabricado con pa­
peles e n el O lim po dialéctico de la fábrica hegeliana, es
u n a ilusión sin consistencia. R etom a el pen sam ien to de H e­
gel y trata de convertir su dialéctica en u n a lógica de la his­
318 RUBEN CALDERON BOUCHET

to ria c o n c re ta del h o m b re y p ro cu ra q u e los principios que


e n el idealism o eran m om entos de devenir del E spíritu, se
conviertan en categorías sociológicas con las q u e se p u e d a
desatar u n a a u té n tic a revolución capaz de convertir a este
mundo en otro mundo: “N osotros sabem os q u e p a ra alcanzar
la nueva vida, la nueva fo rm a de p ro d u cció n social necesita
solam ente de hombres nuevos” 209. Lo q u e es trad u cir la len­
g u a de San Pablo en térm inos de u n a eco n o m ía salvífica.
En esta persistencia del lenguaje de la salvación observa­
rem os la p e rm a n e n c ia de la figura de Cristo a lo largo de
n u e stro proceso histórico y p robarem os que después de ha­
b e r sido principio y la piedra angular de la civilización cristia­
n a se convierte e n el ferm en to de u n a dem ocracia univer­
sal laica.
Para que n u e stra indagación ten g a u n m éto d o exam ina­
rem o s tres filósofos racionalistas q u e h an influido extraor­
d in ariam e n te en la form ación de la conciencia revolucio­
n a ria y luego nos referirem os a otros tantos historiadores
con el prop ó sito de d escubrir q u e la id ea de Cristo es la cla­
ve de la historia.

H egel

Sin lugar a dudas es el filósofo que h a dejado u n a h u e ­


lla m ás p ro fu n d a sobre el alm a del h o m b re m o d ern o . La
len g u a y la m a n e ra de p ensar de nuestros co n tem p o rán eo s
están selladas con la m arca de H egel. El m u n d o conceptual

209. Marx, La Revolución de 1848 y el proletariado.


LA CIUDAD CRISTIANA 319

de J o rg e Federico H egel delata a su vez la im p ro n ta de sus


preo cu p acio n es religiosas.
D esde m uy jo v en lo apasionaron los estudios teológicos
y a u n q u e se em ancipó de la fe tradicional, su inteligencia
n o dejó de estar asediada p o r el m isterio de Cristo. Sin con­
sid erar u n a serie de trabajos anteriores, nos lim itarem os a
u n extracto de las ideas expuestas en u n a vida de Jesús co­
rre sp o n d ie n te al p erío d o de Berna.
En esa ép o ca H egel estaba todavía bajo la influencia de
Kant. Su actitud fren te al m isterio de Cristo anticipa en p ar­
te la in te rp re ta c ió n q u e d a rá N ietzsche y en p arte la de
M arx. Esto hab la a las claras de la influencia q u e el pensa­
m ie n to de H egel ejercerá en la filosofía con tem p o rán ea.
La existencia histórica de Cristo hace que la fe ligada a
la red e n c ió n cu m p lid a p o r su m u erte en la cruz, sea cosa
irracional. La razón quiere que los problem as vitales n o se
e n c u e n tre n a m erced de circunstancias históricas c o n tin ­
gentes. U n a p rim era consecuencia que p u e d e extraerse de
esta afirm ación y q u e no tard a rá en presentarse a la m en te
de otros in té rp re te s, es que la existencia histórica de Cristo
resu lta u n a m e ra invocación m itológica, o se trata de un
portavoz del E spíritu A bsoluto cuyos hechos personales tie­
n e n q u e ser in te rp re ta d o s a la luz de la fen o m en o lo g ía del
Espíritu. H egel va a p refe rir esta seg u n d a in te rp re ta c ió n en
la m ed id a que su sistem a filosófico dibuje con m ás preci­
sión sus contornos.
U n esbozo n ítid o de esta aseveración p u e d e apreciarse
en o tro de sus libros de ju v en tu d : El espíritu del cristianismo
y su destino ap arecido p o r p rim e ra vez en letras de m olde en
los textos establecidos p o r N ohl: Hegel theologische jugendsch­
riften, T ü b in g en , 1907. La traducción francesa de este tex­
320 RUBEN CALDERON BOUCHET

to fue h e c h a p o r Jacq u es M artin con u n a in tro d u cció n de


J e a n H yppolite que llam a la atención sobre la c o n tin u id a d
q u e existe e n tre los escritos de ju v e n tu d , la Fenomenología
del Espíritu y las obras de su m adurez. Felizm ente, p a ra el
lec to r latino, la diferencia e n tre estas diversas etapas de la
evolución de su pen sam ien to se hace sen tir en el te rre n o
de la expresión literaria, m ucho m ás clara en el H egel juve­
nil q u e en el de la Fenomenología. A esta m ayor claridad en
la redacción d ebem os u n a serie de páginas que, sin desm e­
re c e r e n cu an to al co n ten id o a las m ás form ales de su m a­
d urez, nos p re se n ta n los problem as de u n m odo bastante
m ás accesible.
El cam po de la historia es p a ra H eg el u n proceso dialéc­
tico en el q u e se expresa el E spíritu A bsoluto m anifestán­
dose en la conciencia de los h o m b res en fo rm a de relación
siem pre m ás consiente. En esas m anifestaciones se revela el
deseo de u n e n c u e n tro definitivo en el que el Espíritu,
siem pre e n la conciencia lim itada del h o m b re , aparecería
com o el au tén tico m o to r de la historia.
La posición de Jesús en el m u n d o ju d ío hay que com ­
p re n d e rla en fu n ció n de u n o de estos saltos cualitativos
q u e las tensiones contradictorias de la conciencia h a provo­
cado. El m u n d o de Israel está explicado con la dialéctica
del am o y del esclavo. Yavé es la no ció n del Dios so berano
al q u e se o p o n e la servidum bre y la abyección de su p u e ­
blo: ‘Jesús se o p o n e inm ed iatam en te al prin cip io de la ser­
v idum bre y del so b eran o d u eñ o infinito de los ju d ío s; es
aquí, en el ce n tro de su Espíritu, que el com bate debió ser
m ás e n c a rn iz a d o ”.
A la id ea que los ju d ío s se hacían de Dios, Jesús o p o n d rá
u n a relación filial que nace dialécticam ente de la co n tra­
LA CIUDAD CRISTIANA 321

dicción existente e n tre esos dos térm in o s q u e se excluyen:


Dios am o y p u eb lo esclavo.
Esta situación de d e p e n d e n c ia respecto de Dios se expli­
ca d ialécticam ente p o rq u e surge en el m o m e n to en que la
conciencia del h o m b re, a través del pu eb lo ju d ío , descubre
la objetividad de la vida p u ra, la vida com o m o m e n to abs­
tracto y universal que se le aparece com o ser y fren te a ella
la p lu ralid ad en q u e esa m ism a vida se m anifiesta, se le apa­
rece p rác tic a m e n te com o nada.
“Esa realid ad p u ra es la fu en te de to d a vida singulariza­
da, de los deseos y de todas las acciones. P ero cu a n d o ella
llega a la conciencia, com o en la fe, y p e rm a n ec e viva en el
h o m b re , se e n c u e n tra com o colocada fu era de él, puesto
q u e en esta m ed id a al ser consciente se lim ita y n o p u e d e
u n irse p len a m en te al in fin ito .”
El h o m b re siente que cada u n a de sus acciones está de­
te rm in a d a p o r esa fuerza infinita que vislum bra realizada
fu era de él y que se le aparece com o u n todo fre n te al cual
los actos singulares no son nada: pues tan to “él se p rese n ta
com o u n a d ete rm in a ció n en u n h o m b re d e te rm in a d o no
p u e d e d a r la in tu ició n de la p u reza a m iradas ligadas y p ro ­
fanadas p o r las rea lid a d e s”.
P ero Jesú s llega en el m o m en to preciso en q u e “esa sin­
gu larid ad d e te rm in a d a ” descubre el lazo q u e la u n e a la
fu en te de la vida y p u e d e afirm ar q u e “eso q u e habla p o r
su b o ca está e n él, p ero es al m ism o tiem p o algo, más alto
q u e él q u e se expresa, y habla y e n s e ñ a ”.
Jesús n o dice q u e sea Dios, p o r el co n trario , en todo m o­
m en to afirm a su h u m an id a d y en tan to h o m b re se siente
hijo de Dios. Esta filiación n o d e b e ser e n te n d id a com o si
322 RUBEN CALDERON BOUCHET

estuviera afirm ad a desde la e te rn id a d , ni siquiera desde la


creación del h o m b re. Es u n a nueva relación e n tre el Espí­
ritu A bsoluto y la conciencia h u m a n a q u e e n tra en la histo­
ria con Jesús. Es él q u ien la descubre, p o rq u e de h e c h o es
él q u ien p rim e ro se realiza. La co n tin g en cia histórica, el
h e c h o aislado e individual va a asum ir el carácter de u n a
n ecesid ad universal c u an d o el espíritu se revele tam bién a
los dem ás h o m b res y les descubra esta filiación. Jesús ad­
vierte la llegada de ese espíritu. Es el Paracleto que va a
c o n firm a r a sus discípulos y va a en señ a r la asunción colec­
tiva de esta divina filiación.
“P o r eso, tan to com o Jesús p e rm an eció e n tre sus discí­
pulos, éstos fu ero n recogidos p o r la fe en él, p o r la cre e n ­
cia q u e él ten ía en sí m ism o... la fe de ellos no era, todavía
la del E spíritu Santo, p o rq u e, si bien n o p o d ían te n e r esa
fe (en Cristo) in d e p e n d ie n te m e n te del sentim iento en
ellos de la divinidad, ese sentim iento, que está en ellos, y su
individualidad seguían p areciéndoles realidades separa­
das. .. lo divino en ellos y ellos m ism os no constituían toda­
vía u n a sola re a lid a d ”.
Esta situación H egel la hace aclarar p o r el M ism o Cristo
cu a n d o recibe de P edro aquella asom brosa respuesta: “T ú
eres el Cristo, el H ijo de Dios Vivo”. Y Cristo resp o n d e m o­
dificando la expresión evangélica q u e n o trad u cía con
ex actitud el pen sam ien to que H egel q u e ría exponer: “no
es tu fin itu d sino m i P adre quien te lo h a rev elad o ”. La dia­
léctica de lo finito-infinito acaba de n a c e r y con toda segu­
rid a d q u e lleva, en éste su p rim er alu m b ram ien to , todo el
asom bro de u n m isterio sagrado.
H egel reco n o ce que e n tre los evangelistas es Ju a n el que
h a b la con m ás ab u n d an cia de la relación de Jesús con lo di­
LA CIUDAD CRISTIANA 323

vino. El filósofo g erm an o lam en ta que la cu ltu ra ju d ía haya


sido tan p o b re e n el ejercicio de esa alta espiritualidad que
es la filosofía. Esta indigencia especulativa los obliga a ser­
virse de referencias objetivas, de u n realism o un poco b ru ­
tal, p a ra ex p resar los pases dialécticos con que se desenvuel­
ve el v erd ad ero espíritu. Se escandaliza del estilo com ercial
con el q u e se expresan las verdades que p e rte n ec e n al cie­
lo p u ro de la lógica: “El R eino de D ios”, “e n tra r en el Rei­
no de D ios”, “yo soy la p u e rta ”, “yo soy el verdadero alim en­
to ”, “q u ien com e de mi c a rn e ”, etc. Y añade p a ra dejar
expresa constancia de la transposición noológica que de­
b e n sufrir tales térm inos: “y es en estas expresiones de seca
rea lid a d q u e se hace p e n e tra r a lo espiritual p o r la fu erz a ”.
E n tre lo real y lo espiritual hay, pues, u n a escisión y esta
d iferen cia no es real, com o la que p u ed e existir e n tre u n a
cosa y otra, sino dialéctica. Lo real aparece en u n p rim e r
m o m e n to com o lo opuesto a lo espiritual: hom bre-D ios y
en u n seg u n d o m o m en to com o aquello que se convierte en
el vehículo expresivo del espíritu, en su sop o rte m aterial y
en su p alab ra dicha, sonora, llevada en andas del movi­
m ie n to del aire q u e p ro d u ce n los fonem as: m isterio de la
E n carn ació n del h o m b re Dios en Jesús.
“De las dos m aneras extrem as de co n ceb ir el com ienzo
del Evangelio de J u a n , la m ás objetiva consiste en conside­
ra r el Logos com o u n a realidad, com o u n individuo; la m ás
subjetiva en considerarlo com o la ra z ó n ... en el p rim e r ca­
so com o a la realid ad m ás singular, la m ás exclusiva, en el
segundo com o al p u ro ser p e n sad o .”
P ero el p u ro ser p ensado n o es n a d a real hasta que no
se m anifiesta com o sentido en el ser individual y singular.
Este últim o n o tiene sentido m ientras n o se convierta en ve­
324 RUBEN CALDERON BOUCHET

h ícu lo de expresión del ser pensado. De aquí se deduce


q u e lo real y co n creto , lo existente p a ra usar la je rg a de m o­
da, d e p e n d e de aquello q u e n o es. Esta es au tén tica m eta­
física alem an a y llevada al p lan o de la in te rp re ta c ió n del
Cristo nos d aría esta im agen alucinante qüe anticipa los
m ejores logogrifos de fabricación hegeliana: “Dios y Logos
se d istin g u en p o rq u e el ser (das Seiende) p u e d e ser conside­
rad o desde dos p u n to s de vista, p o rq u e la reflexión supone
eso a lo cual ella d a la fo rm a de la reflexión com o sim ultá­
n e a m e n te n o refleja: en p rim e r lugar com o el ser u n o que
n o c o m p o rta división, n in g u n a oposición y al m ism o tiem ­
po, con la posibilidad de la separación, de la división infi­
n ita del ser uno; Dios y el Logos son distintos en la m ed id a
en q u e el p rim e ro es la m ateria bajo la fo rm a de Logos: el
Logos m ism o se e n c u e n tra en Dios, son u n a sola y m ism a
re a lid a d ”.
Tal vez fu era posible d a r u n a versión m ás accesible si
p ensam os q u e Jesú s individuo se descubre com o u n a parte
d e ese T odo q u e es la vida. La Vida Divina com o pred icad o
de Cristo lo envuelve y lo trasciende desde el m ajestuoso va­
cío d e su in finita extensión lógica. P ero la Vida Divina no
es n a d a si n o se realiza en su sujeto. De este p ar de nocio­
nes abstractas nace ese concreto en devenir que fue N ues­
tro S eñ o r Jesucristo y a quien la len g u a rústica de los viejos
ju d ío s casi nos hace tom ar p o r u n a a u té n tic a epifanía con
su vida re su rre c ta y gloriosa.
El curso que H egel dio en l a U niversidad de B erlín so­
b re la Filosofía de la Religión lo llevó a e x p o n e r de u n a m a­
n e ra m u ch o m ás técnica la idea de q u e el objeto de la reli­
gión es expresar de u n m odo sensible y m ediante im ágenes
todo aquello que su filosofía va a m anifestar en térm inos
LA CIUDAD CRISTIANA 325

conceptuales. La u n ió n de lo finito y de lo infinito en la re ­


presen tació n co n creta del devenir, ha sido e n señ ad a p o r J e ­
sús en u n a su erte de rep resen tació n dram ática que anticipa
el sistem a filosófico hegeliano. H egel sostiene que el cristia­
nism o es la religión absoluta, p o r esa razón no creo q u e re­
sulte violento sacar las consecuencias de que su p en sam ien ­
to es u n desenvolvim iento conceptual del cristianism o.
C risto es la síntesis dialéctica de lo divino y lo h u m a n o
y a u n q u e la religión con su len g u a realista h ab le de este
e n c u e n tro en térm in o s de c o n tin g e n cia histórica, la e n ­
c a rn a c ió n de Dios com o la creación m ism a “n o es u n acto
q u e h u b ie ra sido cu m p lid o u n a vez e n el pasado, sino al­
go q u e se está e te rn a m e n te cu m p lie n d o en el proceso m is­
m o d e la h isto ria ”.
C u an d o m erced a la lectura y m editación asidua de la
o b ra heg elian a lleguem os a co m p ren d er que Dios no es sino
la fo rm a q u e habiéndose negado en la m ateria, se afirm a en
el devenir de la historia, el m isterio religioso, en su claro os­
curo representativo, hab rá desaparecido p ara nosotros y es­
tarem os en la situación de los bienaventurados que al fin tie­
n e n u n lúcido conocim iento del Padre tal com o El es.

Feuerbach

R eflexionar sobre los textos del H egel es u n ejercicio do­


loroso q u e h a sido parte de la ascética del h o m b re contem ­
po rán eo . No se p o d ía ig n o rar al g ran d e h o m b re de Alema­
n ia sin instalar de m an e ra rep e len te u n a insuficiencia
cultural rayana e n la ignom inia. T odo el m u n d o culto de
326 RUBEN CALDERON BOUCHET

len g u a ge rm á n ic a fue influido p o r su filosofía y el cristianis­


m o no tuvo m ás rem ed io que pad ecer u n a revisión intelec­
tual sufriendo con h u m ild ad u n a serie de interpretaciones,
a la cual m ás dialéctica, que lo convirtieron en u n a suerte
de caleidoscopio teológico. Los sostenedores de la teología
tradicional, en p articu lar los protestantes, p ero tam bién los
católicos, se d iero n a p en sar si no sería conveniente rem o ­
zar las n ociones de la vieja teología con algunas inyecciones
de esta h o rm o n a dialéctica y ponerlas así al gusto del día.
Las dificultades de tales em presas n o nos interesan p o r el
m o m e n to y de la posteridad hegeliana nos lim itarem os a se­
ñ a la r b revem ente la figura de Luwig F euerbach.
Si el m u n d o occidental hu b iera conservado u n estilo de
p e n sam ien to aristocrático, la obra de F euerbach apenas p o ­
d ría ser m en c io n ad a en u n a historia de la Filosofía. Desgra­
ciad am en te el giro plebeyo que h a tom ado la inteligencia
m o d e rn a nos obliga a ocuparnos de este m odesto p en sad o r
p o r la posición q u e ocu p a entre la o b ra de H egel y la con­
c u rrid a in te rp re ta c ió n m arxista de la historia y la religión.
P ara F eu erb ach Dios era u n a ficción q u e expresaba las
aspiraciones de la conciencia hu m an a: “el que n o tiene de­
seos n o tien e D ios... los dioses son los votos del ho m b re
realizad o ”.
P ara explicar la transform ación de u n deseo en u n Dios,
F e u erb ach c u e n ta con la dialéctica y la idea de alineación
tom adas en la utilería hegeliana. P ero, al revés del M aestro,
co n sid era q u e no es necesario com plicar el itinerario del
p e n sam ien to h acién d o lo pasar p o r el J o rd á n del E spíritu
A bsoluto. Basta con el h o m b re y la capacidad que éste tie­
n e de c o n o c er su n aturaleza específica m ed ian te u n con­
cep to g e n e ra l y abstracto.
LA CIUDAD CRISTIANA 327

Conocerse com o especie es un fundam ento de la concien­


cia y de la conciencia del h o m b re en u n sentido lato. La
ciencia es conocim iento de la especie y la vida interior, en ri­
go r de térm inos, relación a la especie: “el h o m b re es para sí
m ism o y al m ism o tiem po yo y tú. Puede ponerse en la situa­
ción de otro, p o rq u e no sólo su individualidad, sino tam bién
su especie, su ser, p u ed e ser el objeto de su p e n sam ien to ”.
La Esencia del Cristianismo es la revelación de estas verda­
des sum arias q u e tan b u e n a im presión h ab ían de causar en
el jo v en M arx. ¡Por fin la dialéctica m oviéndose en u n te­
rre n o d e p u ra d o de todo com prom iso teológico y develan­
do, en u n p a r de pases bien precisos, el exacto m ecanism o
de n u e stra relación con Dios! La idea universal del h o m b re
y la a p titu d q u e éste tiene p a ra concebirla, n o sólo lo distin­
gue de las bestias, sino que es tam bién el fu n d am e n to y el
o b jeto de la religión.
H egel h a b ía e n señ ad o q u e la religión es la conciencia
de lo infinito. Este infinito, en la dem ocrática cabeza de
F eu erb ach , es la proyección in d efin id a que tiene e n la
m en te del h o m b re la idea de su ser específico.
U n ser que n o sepa sino de su finita invidualidad no
p u e d e te n e r ni el b a rru n to de algo infinito. El h o m b re, al
conocerse com o especie, trasciende la lim itación de su rea­
lidad singular y cap ta su conciencia, n o com o p ro p ia y lim i­
tada, sino com o conciencia en sí, infinita y hasta trascen­
d e n te . Se advierte q u e su tra sc en d e n c ia es u n p u ro
equívoco provocado p o r la proyección que hace el conoci­
m ie n to en el acto de conocer: “La conciencia del infinito
n o es o tra cosa q u e la conciencia de la in fin itu d de la con­
ciencia m ism a. O sea: en la conciencia de lo infinito, el ser
consciente objetiva la in finitud de la p ro p ia n a tu ra le z a ”.
328 RUBEN CALDERON BOUCHET

¿Cuáles son las determ in acio n es de esa naturaleza que


el h o m b re objetiva e n u n a noción ilim itada q u e en la p re­
caria in teligencia de F eu erb ach aparece con pretensiones
d e infinito?
La razón, la voluntad y el sentim iento — afirm a Feuer­
b ach y añ ad e con el propósito de aclarar m ás su pensam ien­
to— el h o m b re existe p a ra conocer, p a ra q u e re r y amar.
¿Para conocer, q u e re r y am ar qué?
Pues sim plem ente co n o cer p o r conocer, am ar p o r am ar
y sen tir p o r el gusto de sentir. Son expresiones suficientes
d e u n ser in trín se c am e n te libre que en tales actos se descu­
b re com o el ce n tro de u n a existencia a u tó n o m a, absoluta.
P o r eso, el ser sapiente am ante y volente, es el verdadero
ser, el ser p erfecto y divino que n o tie n e o tro fin en sus ac­
ciones q u e la divina gratu id ad de su existencia infinita.
El h o m b re se h a acostum brado a escribir su n o m b re
con m ayúscula y a ren d irle u n culto q u e es la transposi­
ción, en térm in o s religiosos, de u n a pasión egolátrica. El
ser absoluto, el dios del h o m b re, es el m ism o h o m b re — es­
c rib irá F eu erb ach , p a ra consolidar, con filosófica pesadez,
la satisfacción de su clientela d e p e q u e ñ o s burgueses
em ancipados.
“La conciencia que el h o m b re tiene de Dios es la con­
ciencia q u e tiene de sí mismo. El co n o cim ien to de Dios, es
el co n o cim ien to que tiene de su p ro p ia esencia”.
Y p a ra vertir estos pensam ientos e n el tono confidencial
q u e auspicia su c a n d id a tu ra al sacerdocio laico añade:
“T ú conoces el h o m b re en su dios, y recíp ro cam en te a
Dios en el h o m b re . U n o y otro se identifican. P ara el h o m ­
b re Dios es el p ro p io espíritu, la p ro p ia alm a, su corazón,
LA CIUDAD CRISTIANA 329

ese es su Dios. Dios es lo ín tim o revelado, la esencia del


h o m b re expresada. La religión es la solem ne revelación de
los tesoros escondidos del h o m b re, la pública profesión de
sus secretos de a m o r”.
El ateísm o tiene tam bién su retó rica y ésta to m a las apa­
riencias de u n dialecto m ístico. R esulta obvio aclarar que
en la infan cia de la h u m an id a d n o se tiene conciencia de
esta transposición de los co n ten id o s de la conciencia a ese
ser ficticio. El h o m b re cree, en la a u ro ra de su inteligencia,
q u e ese m ism o Dios q u e él proyecta a u n plano objetivo,
tien e u n a existencia in d e p e n d ie n te de su fantasía.
“N u estra tarea es m o strar que la distinción e n tre divino
y h u m a n o es ilusoria, que n o es o tra cosa que la distinción
e n tre la esencia de la h u m an id a d y el h o m b re considerado
com o individuo, y que p o r consecuencia el objeto y el con­
ten id o de la religión cristiana son h u m an o s y n a d a m ás que
h u m a n o s .”
El co m etid o de la v erdadera filosofía es p ro b ar ésto y de­
sarraig ar del h o m b re to d a alienación que lo h ag a trib u ta­
rio de u n a fantasía. P o rq u e todo lo q u e él afirm a de Dios,
lo n ieg a de sí m ism o y p o r exaltar la lib ertad y a u to n o m ía
del ser infinito separado, n ieg a su finitud, su lib ertad y su
a u to n o m ía.
El cristianism o, con su m isterio de la E ncarnación, nos
coloca fre n te a u n sím bolo religioso que traduce claram en­
te, a u n q u e en fo rm a de im ágenes, la filosofía de F eu er­
bach. El tam bién, com o H egel, cree q u e su in te rp re ta c ió n
a n tro p o c é n tric a de la esencia del cristianism o pasa en lim­
pio lo que Jesús trató de expresar en el b o rra d o r de sus sig­
nos sensibles. Y com o H egel, le hace a je s ú s el h o n o r de ha­
b e r an ticipado su p ro p ia filosofía en u n cu en to de hadas
330 RUBEN CALDERON BOUCHET

q u e h asta la aparición de La esencia del Cristianismo nadie su­


po tra d u c ir a u n lenguaje adulto.
“La A n tro p o lo g ía — confirm a— no considera a la E ncar­
n ació n u n m isterio singular y m aravilloso, com o hace la es­
peculación cegada en su au reo la de m isticism o, sino que
destruye la ilusión de u n m isterio singular, supranatural.
C ritica el d o g m a y lo red u ce a sus elem entos naturales, h u ­
m anos, a su ín tim o origen, a su núcleo central: el am or.”
Q ue Dios se hizo carn e q u iere decir, en térm inos de
F eu erb ach , q u e el h o m b re y Dios h a n descubierto su esen­
cial id en tid ad . El fo n d o que los u n e es u n a substancial p ar­
ticipación de naturaleza. N o hay n in g ú n m isterio so b re n a ­
tural, sólo el descubrim iento, en térm inos sim bólicos, de
u n h e c h o h u m an o .

M arx

M arx e n c o n tró que esta in te rp re ta c ió n del fen ó m e n o


religioso e ra excesivam ente abstracta. Y si M arx h u b ie ra si­
do capaz de u n a p ercep ció n m ás fin a de los fen ó m en o s
del alm a h a b ría advertido q u e d e n tro de su ru d eza, la ex­
plicación de F e u e rb a c h g u a rd a b a algunos resabios aristo­
cráticos. P o r de p ro n to con ju g ab a la id ea de Dios con u n
h o m b re q u e m a n te n ía u n fondo d e a u to n o m ía individua­
lista. El h o m b re c o n c re to — d irá M arx— no es esa entele-
q u ia a n tro p o ló g ic a con la que F e u e rb a c h hace rim a r la fic­
ción divina. El h o m b re real es el p ro d u c to de las fuerzas
socioeconóm icas y si efectivam ente existe u n a alienación
religiosa ésta tien e q u e explicarse e n térm in o s de superes­
LA CIUDAD CRISTIANA 331

tru c tu ra capaces de tra d u c ir la situación c o n c re ta del


h o m b re y n o e n fu n ció n de u n a p re te n d id a co n cien cia in­
dividual.
E n sus sexta y séptim a tesis sobre F euerbach añade:
“F eu e rb a c h resuelve la esencia religiosa en esencia hu m a­
na. P ero ésta n o es algo abstraído del individuo particular.
En su rea lid a d co n creta es el c o n ju n to de las condiciones
sociales. F euerbach, que no tom a en c u e n ta las realidades
socioeconóm icas, es obligado p o r ello a n o c o n ta r con el
d ecurso de la historia y considerar u n p rete n d id o fen ó m e­
n o religioso en sí que h a ría ju e g o con su abstracto-aislado
individuo hu m an o : la esencia h u m a n a es así concebida co­
m o g é n e ro , com o universalidad íntim a, m uda, q u e ju n ta a
todos los individuos”.

COM TE

N u estra tesis es poco m ás o m enos ésta: Cristo es el p rin ­


cipio que explica el proceso de la sociedad occidental y p o r
e n d e , la clave que nos p e rm ita c o m p re n d e r tan to su desa­
rro llo histórico com o el espíritu de sus instituciones. Toda­
vía más: el m ovim iento revolucionario que cam biará el sig­
n o sacral de n u e stra cu ltu ra p o r u n a in te rp re ta c ió n nacida
de la razón profana, sería incom prensible sin u n a explícita
refe re n c ia al cristianism o q u e p re te n d e sustituir con u n a
transposición carnal de sus co n ten id o s espirituales.
Esta secularización se advierte con m erid ian a claridad
en la filosofía de H egel y en aquellas que la tom an com o
p u n to de partida. Se hace ver tam bién e n el p ensam iento
332 RUBEN CALDERON BOUCHET

d e A ugusto C om te, el p rim e ro en F rancia q u e dio u n a ver­


sión en clave positivista de la organización social de la Igle­
sia católica.
De ac u erd o con el riguroso esquem a de la Ley de los tres
Estados, el E stado teológico culm ina en el cristianism o. Au­
gusto C om te, p o r razones que ex pone con d eten im ien to
e n su curso de Filosofía Positiva p refiere llam ar a esta reli­
gión: Catolicism o. “La den o m in ació n de catolicism o m e
parece, desde todo p u n to de vista, preferib le a la de cristia­
nism o, n o solam ente com o m ucho m ás expresiva p a ra dis­
tin g u ir n e ta m e n te el verdadero rég im en m o n o teísta de to­
das las organizaciones vagas, socialm ente im p o ten tes y
h asta peligrosas, con las cuales dem asiado a m en u d o se lo
h a c o n fu n d id o , p ero de m an era especial com o m u ch o más
racional, pues, al revés del m aho m etanism o, budism o, etc.,
n o hace m en c ió n a u n fu n d ad o r p a rticu la r y se refiere di­
re c ta m e n te a ese g ran atributo de universalidad q u e carac­
teriza esencialm ente a la organización espiritual de la Igle­
sia. .. C ada u n o sabe lo que es u n católico, m ientras n in g ú n
b u e n espíritu p o d rá alabarse hoy en d ía de saber lo q u e es
u n cristiano, q u ien , in d ife re n te m e n te p o d ría p e rte n e c e r a
u n o cu alq u iera de los mil m atices in co h e ren te s q u e sepa­
ra n al lu te ra n o prim itivo del deísta a c tu a l”.
C om te n o da u n a explicación del fen ó m e n o cristiano
q u e c o n c ed a algo al m isterio religioso. El h o m b re es u n a
in teligencia q u e conoce la realidad y tra ta de d o m in arla de
a c u erd o con ese conocim iento. La h istoria repite, en esca­
la m u n d ial, el esquem a de la evolución del individuo. La in­
fan cia de la h u m an id a d con p red o m in io de la im aginación,
c o rre sp o n d e al p e río d o teológico. La adolescencia, con su
p rio rid a d de la inteligencia abstracta, es la é poca revolucio­
LA CIUDAD CRISTIANA 333

n a ria o m etafísica. A la ed a d m ad u ra c o rre sp o n d e el p re d o ­


m inio d e la razón y la observación positiva.
El cristianism o es un fen ó m en o histórico estrictam ente
h u m a n o en el que p red o m in a, com o clave de su in te rp re ­
tación del universo, la fantasía creadora. A ugusto C om te
n o c o m p re n d e bien lo que Cristo tiene que h a c er d e n tro
del cristianism o. F rente a lo que considera u n a presencia
tu rb a d o ra y poco clara, destaca la figura o rganizadora de
Pablo, verdadero creador, en el co ncepto de C om te, de la
Iglesia católica.
“El genio e m in e n te m e n te social del catolicism o — escri­
b e — h a consistido en co n stitu ir u n p o d e r p u ra m e n te m o­
ral, distinto e in d e p e n d ie n te del p o d e r polídco, y h a c er p e ­
n e tra r grad u alm en te, tanto com o le fue posible, la m oral
e n la política, a la cual, hasta esa época, la éd ca h ab ía esta­
d o su b o rd in a d a .”
Su prin cip al preo cu p ació n , cu ando exam ina las co n d i­
ciones d e u n o rd e n social fu n d ad o e n las ciencias positivas,
es el establecim iento de u n a institución eclesiástica confor­
m e al m o d elo de la Iglesia católica. Ella le p e rm itirá salvar
la ciencia de la avidez de los p oderes tem porales. En esta ta­
re a va a co n su m ir los últim os años de su existencia y p o n ­
d rá a p ru e b a su p rec a ria salud m ental.

D a v id S t r a u s s

H em os considerado explicaciones del cristianism o que


p a rte n de principios filosóficos y d ed u c en de ellos hip ó te­
sis in terp retad v as del fen ó m e n o cristiano tom ado com o
334 RUBEN CALDERON BOUCHET

sím bolo de u n a e tap a en el proceso histórico de la h u m a­


nid ad . A h o ra conviene exam inar tres hipótesis que dan
cu e n ta y razón de los hechos históricos relativos a la apari­
ción del cristianism o enfocándolos a p a rtir de u n a actitud
racionalista.
C om o estos exégetas son tributarios de la “alta crítica”
alem an a se im p o n e u n a breve refe re n c ia a David Strauss
qu e fue el p rim e ro en llevar un ataque sistem ático co n tra
lo q u e llam ó la leyenda de Cristo.
Fue discípulo de H egel en Filosofía y de F e rn an d o C.
B aur en C rítica Religiosa. Estaba d o ta d o de ese genio, típi­
cam en te g e rm a n o , de convertir en sím bolos todas las reali­
dades espirituales y ju n to con ello p oseía u n a asom brosa
p aciencia p a ra p ro seg u ir su propio p en sam ien to a través de
u n a farragosa acum ulación de referencias eruditas. Si a es­
tas dos virtudes añadim os que no sabía escribir, tenem os la
im agen típica del universitario m acizo y severo que pontifi­
ca urbi et orbi desde lo alto de un fichero.
Strauss le co n ced e a Cristo la m erced de h a b e r existido
p e ro n o p u e d e ad m itir el carácter divino que esa existencia
asum e e n las apologías de sus evangelistas. Estos elabora­
ro n , d e n tro de u n a m en talidad fo rm ad a p o r las tensiones
m esiánicas del Antiguo Testamento, u n personaje de leyenda
q u e sim boliza las tendencias religiosas de Israel. U n a p ru e ­
ba cabal p a ra co n firm ar su interp retació n estaba en la coin­
cidencia e n tre m uchos de los hechos atrib u id o s a je s ú s y las
prefiguraciones proféticas. ¿H ubiera sido esto posible si los
evangelistas n o se h u b ie ra n e m p eñ ad o en provocar tales
coincidencias?
En su o p in ió n , la leyenda cristiana se redujo a u n desen­
volvim iento m ás am plio de las esperanzas m esiánicas, pero
LA CIUDAD CRISTIANA 335

tan ficticias com o éstas. C on los m itos hebreos, la Iglesia


prim itiva tejió u n ab ig arrad o m an to q u e ech ó sobre los
h o m b ro s del Jesú s histórico. Los m ilagros — escribía
Strauss— eran guirnaldas poéticas que dab an m arco sobre­
n a tu ra l a su retrato.
Esta m ism a tesis, llevada a sus últim as consecuencias fo r­
ja r á la figura de u n Jesús p u ram e n te m ítico. El Jesús histó­
rico de Strauss tiene pocas probabilidades de seguir con vi­
d a si se elim ina el testim onio histórico de los Evangelios y
se red u c e a n a d a la confirm ación de la tradición eclesiásti­
ca. Los re p re sen ta n te s m ás sonoros de esta escuela fu ero n
Paul Louis C o u ch o u d en Francia, R obertson en Inglaterra,
Karl Vollers en A lem ania y G eorge B randés en D inam arca.

C h a r l e s G u ig n e b e r t

La hipótesis de Jesús M ito n o p u e d e sostenerse sin la n e ­


gación de todos los testim onios que c o rro b o ran la existen­
cia de Jesús. C reem os inútil h a c er u n a crítica de esta opi­
n ió n p o rq u e ya n o es acep tad a ni en el cam po de la alta
crítica racionalista q u e fue su cu n a de origen.
En cam bio exam inarem os la explicación que dio M.
C harles G u ig n e b e rt en su libro El cristianismo antiguo que
fue publicado en len g u a española p o r el F ondo de C ultura
E conóm ica de M éxico en 1956.
P ara G u ig n e b e rt la religión se explica e n fu n ció n de un
proceso histórico evolutivo cuyos in g red ien tes políticos y
sociales son fáciles de ver si no está obsesionado p o r prejui­
cios de tipo m etafísico. “Del m edio social d o n d e se consti­
336 RUBEN CALDERON BOUCHET

tuye, ella to m a los elem entos prim ordiales q u e form an su


substancia y que, organizándose, le d an vida; se a d ap ta su­
frie n d o transform aciones m ás o m enos profundas de sus
órganos, a las exigencias de los m edios sucesivos y diversos
a los que se ve tra n sp o rta d a ”.
N o hay revelación en sentido estricto sino u n a fo rm a his-
tórico-cultural som etida a la ley de la evolución con sus na­
cim ientos, crecim ientos, decadencias y adaptaciones. Esta
fo rm a sería la religión e n sí, de la cual, las diferentes reli­
giones positivas, no son m ás que expresiones.
El cristianism o, com o cu alq u ier o tra m anifestación reli­
giosa, d eb e ser visto en esta perspectiva y analizado en com ­
paración con las creencias y prácticas culturales q u e lo p re ­
ce d ie ro n y q u e, de alg u n a m anera, o b raro n sobre él.
“U n a relig ió n — escribe— cu alq u iera que sea, no cae
c o m p le ta m e n te h e c h a del cielo. N ace de u n a iniciativa
p a rtic u la r o de u n a necesid ad gen eral, luego se constituye
y se n u tre , com o ya lo hem os d icho, to m a n d o lo q u e n ece­
sita de los diversos m edios religiosos en los que está llam a­
d a a vivir.”
De a c u erd o con estos principios, la religión cristiana de­
be ser explicada, e n p rim e r lugar, com o u n m ovim iento re ­
ligioso estrictam en te ju d ío y cuyo gestor, u n galileo llam a­
do Jesús de N azaret, efectivam ente vivió y m u rió en los
p rim ero s c u a re n ta años de n u estra era, p e ro de quien, do­
c u m e n to histórico en m ano, no se p u e d e afirm ar casi nada.
H asta el p u n to — nos dice— “que las m ás prolijas investiga­
ciones históricas de los últim os años h a n m ostrado la im po­
sibilidad de re p re se n ta rn o s la vida de Jesús con alguna apa­
rien cia de c e rtid u m b re ”.
LA CIUDAD CRISTIANA 337

En esta p e n u m b ra d o n d e todos los gatos son pardos,


G u ig n eb ert ubica un p ar de hipótesis cuya solidez científica
p o d rá ju zg a r el aten to lector: “los hom bres que escucharon
a Cristo y creyeron en sus palabras y que después de h ab er­
se d esesperado po r su suplicio, pro clam aro n su resu rrec­
ción, no sentían necesidad alguna de fijar p o r escrito sus re ­
c u e rd o s”. Y esto po rq u e esperaban el fin del m u n d o p a ra
d e n tro de m uy poco tiem po.
Los discípulos prim eros “sim ples de corazón, p ro n to lle­
gaban a n o distinguir los datos de su m em o ria de sus con­
vicciones piadosas. C o n fu n d ían u n a cosa con o tra en la e n ­
señ an za q u e esparcían a su alrededor, y sus discípulos, la
se g u n d a c arn ad a, estaban m aterialm en te incapacitados pa­
ra se p ara r u n a cosa de o tra ”.
Los Evangelios, fu en tes del conocim iento de Jesús, son
fantasías recogidas p o r los seguidores de los A póstoles y
q u e fu e ro n puestas p o r escrito c u an d o la g en eración de los
“sim ples de co ra z ó n ” bajó a la tum ba: “el p ro b lem a de la
ap arició n de Jesús se red u ce entonces, históricam ente, a la
c o m p re n sió n del m edio en que n a c ió ”.
El m edio galileo en que Jesús creció nos e n tre g a todos
los in g red ien tes necesarios p a ra que nos hagam os u n a idea
p e rfe c ta m e n te histórica de su figura. P or de p ro n to nos
provee con u n a colección de lelos a p ru e b a de balas, pues
n o sólo c o n fu n d ía n sus recu erd o s con lo que creían, lo cual
es índice de u n nivel intelectual m ás bien p o b ró n , sino que
en vez de qued arse perplejos p o r la confusión de sus ideas
las p ro p ala b an a los cuatro vientos y lo q u e p arece increí­
ble, con cierto éxito.
Si no fu e ra p o rq u e la historia, p ró d ig a e n desm entidos,
nos dice q u e los A póstoles e n c o n tra ro n seguidores en
338 RUBEN CALDERON BOUCHET

otras c o m u n id a d es h u m anas, estaríam os ten tad o s p o r


c re e r q u e G alilea fue m ad re u b é rrim a de m em os, tan to o
m ás q u e la B eocia, cuya fam a m ejo r e x te n d id a h a llegado
h asta nosotros.
G alilea es la clave de la explicación del cristianism o, en
ella fue d o n d e Jesús, que n o es Cristo, ni el Mesías an u n cia­
do, ni trajo u n a nueva religión, ni siquiera u n nuevo rito,
sino apenas u n a concepción personal de la p ied ad d e n tro
de la religión ju d ía , ex ten d ió su fe m esiánica. N o podem os
d e c ir q u e te n ía u n a id ea del Mesías m uy d iferen te a las de
otros g ru p o s de su m edio, ni que p re te n d ie ra cam biar la
ley o el culto, sólo se p u e d e afirm ar q u e ten ía u n en can to
perso n al capaz de p o n e r en m ovim iento a los galileos y ha­
cerlos cre e r cu alq u ier cosa.
El p o d e r de seducción q u e Jesús ejercía sobre sus alm as
los volvía litera lm e n te m edio locos, pues “la fe confianza
de los A póstoles triu n fó de la p ro p ia m u e r te ... Volvieron a
e n c o n tra rse en G alilea (lugar indispensable p a ra q u e tales
hech o s p u e d a n o c u rrir), en el m arco fam iliar d o n d e ha­
b ían vivido con El, creyeron verlo de nuevo, y se persu ad ie­
ro n de q u e n o estaba m u e rto ”.
N ada m ás sencillo y la hipótesis convence p o r la canti­
d ad de elem en to s estupefacientes q u e g e n e ra a favor de
Galilea. Si a u n galileo se le m u ere u n ser q u erid o en J e ru ­
salem , co n sid erad a la solem ne aparatosidad de u n a ejecu­
ción ro m a n a bajo los aullidos de u n a tu rb a ju d ía , y luego
tien e la precau ció n de volver a su tie rra natal, allí, casi se­
gu ro , se lo va a e n c o n tra r vivito y coleando, dispuesto a ini­
ciar de nuevo los viejos pic-nics fam iliares y d em o strar que
m orirse en la cruz, p ara u n verdadero galileo, es cosa de
p o ca m onta.
LA CIUDAD CRISTIANA 339

La hipótesis de la estupidez galilea viene reforzada con


la n o m enos sutil y altam ente crítica, de la duplicidad de
Pablo. G u ignebert, com o m uchos otros, cree que la reli­
gión cristiana es, en verdad, paulina. Saulo de Tarso com ­
b in ó sabiam ente la in g en u id a d de los discípulos de Cristo
con in g red ien tes religiosos tom ados en préstam o al paga­
nism o. C on todo esto hizo de Cristo la figura cen tral de
u n a religión ecum énica.
M em ez, d u p licidad y u n poco de sincretism o helenístico
y ten em o s todos los elem entos de la explicación que hace
G u ig n e b e rt del cristianism o, R econozco que es u n poco
p o b re si se tiene en c u e n ta todo lo que hay que explicar so­
b re esta base.

JO SEPH KLAUSSNER

El libro de Jo se p h K laussner sobre Jesús h a sido am plia­


m en te usado a lo largo de este ensayo y en especial a p ro ­
pósito de las fuentes ju d ía s que b reg an p o r la existencia his­
tó rica de Cristo. El libro es científicam ente sólido y sus
hipótesis interpretativas se yerguen en u n suelo m enos vul­
n e ra d o p o r las op in io n es ligeras y las afirm aciones inconsis­
tentes del libro de G uignebert. T iene la ventaja de prove­
n ir de u n b u e n co n o c ed o r de las tradiciones hebreas y de
testim oniar, accidentalm ente, p o r el espíritu en q u e el p e n ­
sam iento ju d ío m ás alerta, trata hoy el p ro b lem a de Cristo.
K laussner re c u e rd a u n a serie de principios q u e no p o r
obvios dejan de ser im p o rtan tes p a ra ubicar la personali­
dad de Jesús. El p rim ero de ellos es que el ju ic io capaz de
340 RUBEN CALDERON BOUCHET

valorar con p ro p ie d a d la p erso n alid ad de Cristo no debe


ser em itido en el nivel de la filosofía. Esto p o r dos razones:
p o rq u e no hay n a d a en su enseñanza que lo e m p a ren té
con los filósofos griegos, n o se p u e d e hallar en ella u n a piz­
ca de espíritu de sistem a que lo coloque en la lín e a de u n
p e n sa d o r teórico. En segundo lugar p o rq u e Jesús es total­
m en te ju d ío y su d o c trin a tiene q u e ser ju zg a d a con las ca­
tegorías religiosas israelitas y no con las del m o d o de p e n ­
sar helénico.
H ace suya la o p o n ió n de Julius W ellhausen, q u ien, des­
p ués de h a b e r h e c h o u n estudio exhaustivo sobre la ense­
ñ a n z a de Jesús y h a b e rla com parado en p ro fu n d id a d con
los profetas y el ju d aism o farisaico tannaítico concluyó su
indagación con este ju ic io lapidario: ‘Jesús n o e ra cristiano,
e ra ju d ío ”.
K laussner co n firm a esta aseveración y a ñ ad e, p a ra edifi­
cación n u estra, un p á rra fo del inteligente W ellhausen que
p arece colocar p o r p rim e ra vez a Cristo en la lín ea tradicio­
nal de la ten tació n m osaica: “No ha pro clam ad o u n a nueva
religión, h a p red icad o la obediencia a la voluntad de Dios.
Y la voluntad de Dios se e n c u e n tra expresada p a ra él, com o
p a ra todos los otros ju d ío s, en la Torah y en los otros libros
de la E scritu ra” 210.
Klaussner, reb asan d o la figura de Jesús, nos rec u e rd a
tam bién q u e el cristianism o es resultado del e n c u e n tro de
la religión ju d ía con la filosofía griega. P ero Jesús fue ino­
c en te de este zurcido y su espíritu se m antuvo ajeno a los
incentivos del helenism o en u n beocio “chauvinism o” h e ­

210. Julius W ellhausen, Einleitung in Die Drei Ersten Evangelien, Berlin,


1905, päg. 113.
LA CIUDAD CRISTIANA 341

b re o del q u e sólo lo sacó u n a suerte de insistencia nociva


en considerarse el Mesías. Hay u n a locución habitual ju d ía
p a ra d esignar a Israel: H ijo de Dios, que él, con desapego
gram atical la usaba p ara designarse a sí m ism o.
P ero si su cabeza e ra floja y su sintaxis desaprensiva te­
nía, com o cu alq u ier descen d ien te de A braham , de Isaac y
de Ja c o b “ese orgullo nacional de p e rte n e c e r al p u eb lo ele­
gido, esas ten d en cias separatistas a las cuales los cristianos
de la E dad M edia y los actuales consideran lam entables d e ­
fectos ju d ío s ”.
C on g ran prodigalidad K laussner sigue en las n a rra c io ­
nes evangélicas las m uestras de respeto q u e Jesús tiene p o r
la ley, los profetas y los otros ritos de la religión m osaica.
N ada de esto es nuevo p ara el que tiene u n a id ea de Jesús
fo rm a d a e n la trad ició n católica, a no ser la insistencia en
h a c ern o s ver q u e el patriotism o de Cristo llegaba a los ex­
trem os del Celóte. P ara p ro b a r esto n a d a m ejor q u e tra e r a
c u e n to algunas adm oniciones, p a rticu la rm e n te severas,
q u e Cristo h a b ría dirigido a los gentiles. C onviene rec o r­
dar, ya q u e a m an o viene, que tam bién se dirigió a los j u ­
díos, especialm ente a los fariseos, con expresiones q u e n o
h u b ie ra n sido aprobadas p o r n in g ú n m iem bro del Rotary.
En verdad C risto habló siem pre com o quien tiene a u to ri­
d ad y no escatim ó las injurias c u a n d o la ocasión las hizo
propicias. En estas o p o rtu n id a d e s em p leó u n léxico de u n
vigor ru ra l e n p e rfe c ta a rm o n ía con el d e los viejos profe­
tas de Israel.
Fiel cu m p lid o r de la ley, respetuoso observante de los ri­
tos y celosam ente adscripto al culto israelita, sólo p u e d e re­
p ro ch ársele algunos ab an d o n o s sin im p o rta n c ia en el cum ­
plim ien to de las reglas sabáticas, u otras om isiones, en las
342 RUBEN CALDERON BOUCHET

q u e b reg a b a p o r m ás au ten ticid ad en la práctica de los p re­


ceptos. Existen testim onios ju d ío s, y K laussner in fo rm a am ­
p liam en te sobre ellos, de que las m ism as p reocupaciones
existían en otros rabinos ju d ío s, de m o d o q u e la actitud de
Jesú s n o d isonaba con el m edio social d o n d e desenvolvió
su p réd ic a y hasta se hallaba en a rm o n ía con los m ejores re­
p rese n tan te s de Israel.
En el com ienzo de su libro K laussner sostiene que Cris­
to estaba tan lejos de considerarse H ijo de Dios en el senti­
d o q u e d a rá a esta expresión el cristianism o posterior, que
al ser in te rp ela d o p o r u n a que se tiró a sus pies llam ándo­
lo “¡O h b u e n m aestro !”, Jesús replicó: “¿Por q u é m e llamas
b u eno? N adie es b u e n o sino D ios” 211. ¿No e ra esto desligar­
se de to d a responsabilidad en el m isterio trinitario? Y hasta
tal p u n to — piensa K laussner— que M ateo, tributario de las
ideas de su tiem po, in tro d u c e u n a m odificación a la versión
de M arcos p a ra evitar q u e la respuesta de Cristo aparezca
com o im plícita n egación de su divinidad.
N uestro a u to r obedece a u n a o p in ió n m uy personal so­
b re la fech a y com posición del Evangelio de San M ateo. Lo
usa con cierta a rb itraried ad haciéndolo plegar a las exigen­
cias lógicas de su in terp retació n . El m edio es infalible,
c u a n d o la o p in ió n de M ateo no co n firm a el p u n to de vista
d e Klaussner, éste la atribuye a u n a variante in tro d u cid a
con el prop ó sito de alterar el co n ten id o prim itivo.
El pasaje de M arcos señalado p o r K laussner tiene u n a
co n tin u ació n q u e hace cam biar algo la perspectiva en que
K laussner coloca a Cristo, pues el in te rlo c u to r p re g u n ta in­
m ed ia ta m en te a Jesús qué d eb e h a c er p ara gan ar el R eino

2 1 1 . M a r c o s, X , 17-18.
LA CIUDAD CRISTIANA 343

de los Cielos. C risto le cita los m an d am ien to s de la Ley a


p a rtir del q u in to y cu ando el h o m b re le resp o n d e que des­
de la infancia h a observado todos los preceptos, Jesús, “mi­
rán d o le, m ostró q u e d a r p re n d a d o de él, y le dijo: u n a cosa
falta aún; an d a, vende cu an to tienes y dalo a los pobres,
q u e así ten d rás u n tesoro e n el cielo y ven y síg u em e” 2 12 .
La cita de K laussner es m ás lacónica y en su red u cció n
resu lta m ás ad e cu a d a a sus propósitos, pues al re sp o n d e r el
h o m b re que h a b la g u ard ad o los m an d am ien to s Cristo “lo
m iró y lo a m ó ”. N o ten ía n in g u n a necesidad de seguirlo y
convertirse en su discípulo p ara lograr la perfección a que
aspiraba. Bastaba el cum p lim ien to de la Ley.
Si al Evangelio le quitam os todo aquello en q u e Cristo
se señala p e rso n alm en te com o clave de bóveda y resum en
e m in e n te de la Ley y los profetas, lo que q u e d a es u n ju d ío
resp etu o so de la Torah, lleno de u n ció n hacia el tem plo y
dispuesto a llevar su enseñanza a las ovejas p erdidas de la
casa de Israel. ¿No d ecían cosas sem ejantes H illel y Akiba
c u a n d o e ra n in te rro g a d o s sobre cuál e ra el p rim ero de los
m andam ientos? ¿Y cuál es la p réd ica constante de Jesús res­
p ecto a la Ley? “N o penséis que he venido a d e stru ir la ley,
o los profetas; no he venido a destruirlos sino a darles cum ­
plim iento; q u e con toda verdad os digo, que antes faltarán
el cielo y la tierra, que deje de cum plirse p e rfe c ta m e n te
cu an to co n tie n e la ley, hasta u n a sola jo ta o ápice de ella. Y
así el q u e violare u n o solo de los m andam ientos, au n de los
m ínim os, y e n señ are a los h om bres a h a c er lo m ism o, será
ten id o p o r el m ás p e q u e ñ o en el R eino de los Cielos. P or­
q u e yo os digo que, si vuestra ju sticia no es m ás p erfecta

2 1 2 . M a r c o s, X , 17-21.
344 RUBEN CALDERON BOUCHET

q u e la de los escribas y fariseos, no en traréis e n el R eino de


los C ielos” 213.
Esto significa, afirm a K laussner y con él toda la tradición
cristiana, q u e Jesús n o pensó en abolir la Ley ni cam biarla
p o r otra. T am poco pensó abolir la natu raleza h u m a n a ni
tra stro c ar el o rd e n m oral. Siglos más a d elan te Santo Tomás
d e A quino p e n sará con ju s ta razón q u e n o abolió todo Aris­
tóteles ni todo P latón y se puso decid id am en te en la faena
de h a c e r e n tra r am bos filósofos paganos en las exigencias
espirituales del cristianism o tal com o h ab ían en trad o , p o r
d e re c h o p ro p io , la Ley y los profetas.
P ero si ‘Jesús era ju d ío y p e rm an eció ju d ío hasta el últi­
m o suspiro”, si sólo aspiraba “a h a c er e n tra r en la nación la
id ea de la llegada del Mesías y ap re su rar el fin p o r el a rre ­
p e n tim ie n to y las buenas o b ras” ¿por qué chocó con los
m iem b ro s m ás p ro m in en tes de su nación y term in ó sus
días en el cadalso?
K laussner lo dice en latín: “ex n ihilo n ihil fit”. En algo
tien e q u e hab erse apoyado Saulo el Fariseo p a ra convertir
la p réd ic a de este ejem plo de ortodoxia ju d ía e n u n a n u e ­
va religión. ¿Q ué te n ía Jesús que no an d ab a b ien con el es­
p íritu ju d ío ?
K laussner observa varios cargos: en p rim e r lu g ar no to­
m ab a seriam en te las prescripciones sabáticas y o b rab a con
respecto a ellas con u n a lib ertad com o si de su voluntad de­
p e n d ie ra considerarlas o no. Se lavaba las m anos cu an d o le
venía en ganas y no c u an d o señalaba el ritual, com ía cual­
q u ie r cosa sin to m a r n o ta de las p rohibiciones vigentes.

2 1 3 . M a te o , V, 17-20.
LA CIUDAD CRISTIANA 345

T odo esto, a u n q u e parezca trivial, daba a su com porta­


m iento u n aire extraño al judaism o. Los discípulos pensa­
ro n que p o d ía hacerlo así po rq u e era el Mesías y tenía auto­
ridad. K laussner cree en la influencia gentil recibida en
Galilea y no consideraba legítim as las palabras atribuidas a
Jesús p o r u n a tradición extracanónica y que fu ero n dirigidas
a u n violador de las prescripciones sabáticas: “Si tú sabes lo
que haces eres u n bendito de Dios, p ero si no lo sabes eres
u n m aldito y un im p ío ” (A grafai). Las palabras, auténticas o
no, resp o n d e n al espíritu de la enseñanza crisdana. V iolar la
regla sabáúca p o r p u ra com placencia m aliciosa era u n peca­
do. N o ten erla en c u e n ta po rq u e el advenim iento del Mesías
la h ab ía h ech o caducar por superación, e ra o b ra de la G ra­
cia: el E spíritu Santo estaba en la actitud del infractor.
P ero Cristo, siem pre en la o p in ió n de Klaussner, no te­
n ía claro co nocim iento de los m otivos que lo im pulsaban a
tom arse tales libertades con la Ley. Pues, “sin te n e r co ncien­
cia, p o r u n a ten d e n c ia instintiva, niega la im p o rtan cia de
las prácticas religiosas, hasta el p u n to que p ara él se vuelven
accesorias en com paración con las prescripciones m orales,
y accesorias hasta ser suprim idas. Esta actitud viene ex p re­
sada en sus parábolas, en su indulgencia respecto a la liber­
tades q u e sus discípulos se to m aban con las prácticas, a ve­
ces en sus propias acciones, curación de enferm ed ad es no
graves en día sábado, p o r el paralelism o de ciertas fórm ulas
en las q u e aparece o p o n ien d o a la Ley sus propias palabras:
está e sc rito ... yo os digo. Y sobre todo, p o r sus ataques co n ­
tra los fariseos e n general, sin que distinguiera lo que h ab ía
de b u e n o e n ellos y lo que e ra digno de re p re n s ió n ” 214.

2 1 4 . K la u ssn er, op. cit., p á g . 5 3 3 .


346 RUBEN CALDERON BOUCHET

Cristo, p a ra Klaussner, es u n m oralista h e b re o p reo cu p a­


do p o r p o n e r en evidencia los elem entos éticos de la Torah
con el p ro p ó sito de hacerlos extensibles a otros pueblos.
Esa ética universal se a c en tu a rá en la enseñanza de Pablo y
en u n ió n de algunos in g red ien tes helenísticos e n tra rá en la
fo rm ació n del cristianism o posterior.
K laussner re p ro c h a a Jesús no h a b e r e n te n d id o la rela­
ción vital q u e ligaba los p receptos de la ley a la existencia
e n te ra del p u eb lo h eb reo . El nacionalism o de Jesús, exage­
rad o av eces e n la o p in ió n de Klaussner, se disuelve en otras
en u n a m o ra lin a pacata. N uestro a u to r cree indispensable
p a ra que Israel cum pla con su vocación ecum énica que se
m a n te n g a n todas las reglas de u n a disciplina capaz de sos­
te n e r al p u e b lo h e b re o en su originalidad nacional. Si deja
de ser el p u eb lo d e Yavé, el pu eb lo elegido, la nación de la
Ley y los profetas, a b a n d o n a al m ism o tiem po el papel que
tien e q u e cum plir en el co n cierto de la historia.
El ju d aism o no p o d ía acom odarse a la in terp retació n
q u e los cristianos hicieron de su m isión: “La religión era
p a ra Israel algo m ás que u n a sim ple creencia y m ás que u n a
m oral, e ra un código de vida. La vida e n te ra estaba im preg­
n a d a de religión; p o rq u e sim ples conceptos religiosos y
u n a m oral q u e p e rte n e c ía p o r su universalidad a la h u m a ­
n id ad e n te ra, n o p o d ían ser la base étn ica de u n a nación.
U n a n ació n tiene necesidad de prácticas q u e co n creten los
principios y ro d e e n la vida cotidiana de la au reo la de la fe ”.
C oncede que Jesús no h a reem plazado las antiguas prác­
ticas p o r otras, ni h a dad o nuevas directivas a la nación su­
p rim ie n d o reglas o sugiriendo preceptos. En esto h a sido
u n m iem b ro m ás de su pueblo, p ero salía de sus cuadros
cu a n to acen tu a b a con énfasis excesivo las n o rm as m orales
LA CIUDAD CRISTIANA 347

com unes a todos los hom bres. Los profetas, tan to com o él,
h a b ía n p red ic ad o la necesidad de su p e ra r las prescripcio­
nes legales con la au ten ticid ad del c o m p o rtam ien to , pero
lejos de d ilu ir el ju d aism o e n el cauce de u n a c o rrien te éti­
ca cosm opolita “trajeron a otros pueblos p a ra fu n d irlo con
Israel, com o sucedió después del éxodo de B abilonia hasta
la ép o ca del m ism o Cristo y hasta la conversión de la dinas­
tía de A d ia b e n o ”.
Klaussner co m p ren d e que la actitud defensiva de m u ­
chos nacionalistas h ebreos iba dem asiado lejos y que Jesús
con to d a justicia, se levantó co n tra esa actitud espiritual,
“p e ro no vio el lado nacional de las prácticas que había que
defender. Sin abolirías totalm ente, se co m p o rtab a respecto
a ellas, com o si se tratara de cosas perim idas que no conve­
n ían a la e d a d m esiánica y con ello rebajaba su valor religio­
so y m oral. D esconocía el lazo que u n e la historia nacional
con la h istoria de la hu m an id ad y carecía com pletam ente de
las grandes cualidades políticas que caracterizaron a los p ro ­
fetas. Estos, con m irad a de águilas, sabían abrazar los reinos
y las naciones del universo entero. P or eso fue, sin q u e re r­
lo, causa de que u n a p a rte de Israel se asim ilara a las otras
naciones que h ab ían ad o p tad o la fe de Jesú s”.
Está fu e ra de n u e stra discusión ex am in ar si el alcance
universal de la p red icació n de C risto debe verse en u n a
perspectiva ético-pedagógica o tiene q u e considerarse en
el nivel religioso, en q u e el m ism o se sitúa. La d im ensión
escatológica del p ro b le m a n o está c o n sid e rad a e n la visión
de Klaussner, q u ien , en m i m odesto e n te n d e r, n o p arece
u n v erd ad ero israelita im b u id o de u n a p ro fu n d a fe en el
o rig en revelado de la Torah y de las profecías. K laussner es
u n in dio n acionalista m o d e rn o . Muy e ru d ito y hasta sagaz,
348 RUBEN CALDERON BOUCHET

p e ro pésim o escrito r y exégeta confuso. N o logra d iscernir


con clarid ad lo q u e en la tradición h e b re a es P alab ra de
Dios de lo q u e p e rte n e c e a Israel com o c o m u n id ad histó­
rica. En el fo n d o cree q u e Israel se ha elegido a sí m ism o
com o in té rp re te de Yavé. Esta creen cia explica su idea so­
b re el cristianism o y reed ita, en térm in o s extraídos de la
m o d e rn a ideo lo g ía tudesca, la posición de los ju d ío s fre n ­
te a Cristo.
Jesús, sin lugar a dudas, n o se in serta en la vid nacional
israelita com o u n re to ñ o n o rm a l de su crecim iento natural.
El es la vid y sólo to m án d o lo a El com o principio de un
nuevo o rd e n social p u e d e ser c o m p re n d id a la relación con
la ciudad.
Yavé fo rm ó al pu eb lo ju d ío a p a rtir de A braham . Cristo
va a fu n d a r la cristiandad p o n ién d o se a sí m ism o com o su
fu n d a m e n to m ístico. En esta perspectiva los rep ro c h e s de
K laussner sobre la viabilidad política de la enseñanza cris­
tian a tie n e n q u e ser exam inados de nuevo. Es claro que si
se con ju g ab a su p réd ic a con las necesidades nacionales de
Israel, aparece con toda claridad su in d iferen cia política y
hasta el rechazo a sentirse incluido en la lealtad a su estir­
pe nacional. P ero si Cristo es Dios, com o lo h a sostenido
siem pre la Iglesia, no le c o rre sp o n d ía a El ser leal a Israel,
sino a Israel, su p u eblo, ser leal a El. En esta disyuntiva trá­
gica rad ica el d e sen te n d im ie n to e n tre Jesús y los ju d ío s.
K laussner invierte, en su perspectiva nacionalista, la re­
lación e n tre C risto y la sociedad política y e n esta inversión
revive el d ram a q u e dividió en su raíz al p u eb lo elegido.
Cristo inspiró la form ación de otras nacionalidades y en
n in g ú n m o m e n to su d o c trin a abogó p o r el a b a n d o n o an ­
gélico de to d a p reo cu p ació n terrestre, o la desestim a m etó­
LA CIUDAD CRISTIANA 349

dica de la in d e p e n d e n c ia política de los pueblos cristianos.


P ero si su m ensaje ten ía u n valor universal y El m ism o se
p ro p o n ía com o p ied ra an g u lar de o rd e n nuevo, no po d ía
co m en zar p o r adscribirse a la política de Israel y h a c er del
ju d aism o , com o realidad histórica nacional, el lugar de en ­
c u e n tro de todos los pueblos de la tierra.
Jesús es Dios. Esta es la p arad o ja p ro p u esta p o r su doc
trina. ¿De q u é o tro m odo p u e d e ser e n te n d id a la figura de
ese ju d ío u tó p ic o que siendo — según la o p in ió n de Klauss-
n e r— m ás ju d ío que n in g ú n otro, “a u n m ás que H illel”, hi­
zo to d o lo posible p a ra que Israel d esapareciera fagocitado
p o r las dem ás naciones en u n in te n to p o r conciliar a todos
los p u eblos en el a m o r a Yavé?
La im agen de Cristo que p rese n ta K laussner se p arece a
la de L eó n Tolstoy: “p o rq u e en su d o c trin a n o se halla na­
da q u e p u d ie ra asegurar la conservación del estado ni el or­
d e n en el país”. U n anarq u ista suave y soñador, al gusto de
Elíseo Reclus, p ero n o el Dios de los cristianos.
K laussner se da c u e n ta de la dificultad q u e existe p ara
co nvertir ese personaje diluido en el prin cip io de u n a n u e ­
va civilización. Este nuevo Jesús no es el Jesús histórico. Se
tra ta de u n m ito p a ra uso de los paganos. P ero p a ra fabri­
car el m ito m esiánico no bastaba la im aginación sincretísti-
ca de Pablo de Tarso. T enía que h a b e r algo en la prédica
de Cristo q u e d iera base a la m istificación. K laussner e n ­
c u e n tra la h u e lla de esa fu tu ra transform ación en la insis­
ten cia con q u e Jesús afirm aba su filiación divina: “Esto es
com prensible, nos dice, p o rq u e se consideraba com o el
M esías a p a rtir del m o m e n to en q u e fue bautizado p o r
J u a n el Bautista: en su calidad de Mesías estaba m ás cerca
de Dios q u e cu alq u ier otro ser h u m a n o ”.
350 RUBEN CALDERON BOUCHET

P erm ítasem e h a c er u n paréntesis con u n a m odesta re­


flexión acerca de m i p ro p ia perp lejid ad intelectual: com o
u n h o m b re h istóricam ente co n dicionado p o r la filosofía de
H e id e g g er y la teología de B ultm ann, no p u ed o , sin incu­
r rir en u n p ecad o de soberbia, llam ar a m i socorro a la vie­
j a lógica de Aristóteles. Ella p o d ría p ro v eerm e de un co n o ­
cido dilem a: si C risto se sentía el M esías y no lo era, e ra
loco; y si n o e ra loco, e ra el Mesías. F elizm ente p a ra la tesis
d e K laussner l a lógica n o c o rre y Jesús, com o existente po­
d ía te n e r el proyecto m esiánico y se n tir q u e el ser se le de­
velaba en esta em erg en cia existencial com o aquello que lo
sostenía en su proyecto.
N o voy a insistir en esta cacofonía existencialista p o rq u e
carezco del estado de gracia filosófico y a ú n n o he logrado
h allarm e fre n te a las palabras desnudas, aquellas que b ro ­
taro n de la g a rg a n ta h u m an a, antes q u e la lógica de Aristó­
teles les q u ita ra la virtud de desvelar el ser. P o r a h o ra m e
c o n fo rm o con señalar las pocas probabilidades que existen
de q u e alguien p u e d a sentirse el Mesías y conservarse en
las fro n teras de u n a discreta cordura.
Cristo se sentía el Mesías y e ra lógico q u e reclam ara pa­
ra sí u n a relación con Dios q u e nadie h a b ía reivindicado
con tan to énfasis. Esto explica tam bién el to n o que em plea­
b a al referirse a la ley y a los profetas. En verdad — observa
ju ic io sa m en te K laussner— “h ab ía en esta insistencia un
gran peligro: p o rq u e falseaba in v o luntariam ente la co ncep­
ción m onoteísta. D aba la im presión de que h ab ía u n solo
h o m b re en el m u n d o a quien Dios am aba m ás q u e a los
otros y que estaba m ás cerca de El. El ju d aism o conocía
b ien la in tim id ad con Dios del ‘T saddiq’ (el ju sto ), p e ro la
ad m ite p a ra todos los ju sto s y no p a ra u n a ú n ica p e rso n a ”.
LA CIUDAD CRISTIANA 35 1

Si K laussner h u b iera insistido un poco m ás en esta direc­


ción d escubriríam os que el c h o q u e de Jesús con los m iem ­
bros de la c o m u n id a d israelita se p ro d u jo p o rq u e los ju d ío s
n o re c o n o c ie ro n su m esianism o. “El ju d aism o n o po d ía
a c ep ta r esta n o ció n Hijo de Dios com o atrib u to del Mesías,
en el sentido: de m ás cerca de Dios q u e los otros hom bres,
b ien q u e fu e ra u n a noción de origen j u d ío ”.
P iensa n u e stro autor que de ahí p o d ía n a c er u n equívo­
co religioso q u e viera en Jesús u n “P aracleto ” o, a h o n d a n ­
do el equívoco, concluyera en la versión pag an a de un Dios
T rino. K laussner exim e a Jesús de esta responsabilidad,
pues seg ú n él: ‘Jesús ignoraba com p letam en te el dogm a de
la T rin id a d , p ero su d o ctrin a e n c errab a el g e rm e n de d o n ­
de p o d ía salir, con la ayuda de los gentiles convertidos, el
d o g m a p o ste rio r de la T rinidad en el C ristianism o”.
N o discuto el valor de esta afirm ación, K laussner no es
cristiano y p o r e n d e ig n o ra todo lo referen te a los dogm as
de fe. P ero destaco la h o n estid ad de su o pinión p o rq u e,
ev id en tem en te, el dogm a trin itario estaba im plícito en la
p red ic ac ió n de Cristo y la fe m ed ian te, n o era difícil verlo.
A ntes de term in ar nu estro exam en del libro de Klauss­
n e r conviene que retengam os u n a ú ltim a aseveración p o r
lo q u e tiene de aleccionador. Según n u estro a u to r cu ando
se p re d ic a la b o n d a d de Dios no hay q u e olvidar su justicia:
“El es m isericordioso y com prensivo” paciente y benévolo,
p e ro n o deja a los culpables sin castigo. P or esta razón los
ju d ío s llam an a Dios “N uestro P a d re ” y “N uestro Rey”. P or­
q u e n o es solam ente el Padre de la m isericordia sino tam ­
b ién el “Rey del ju ic io ”, el Dios de la sociedad, el Dios de la
N ación, el Dios de la H istoria. La idea que Jesús se hace de
Dios es to talm en te opuesta a ésta. Es quizá su p erio r p ara la
352 RUBEN CALDERON BOUCHET

conciencia m oral individual, p ero es destructivo p ara la


conciencia colectiva, pública, social, nacional y universal,
esta conciencia p a ra la cual “die W eltgeschichte ist das Welt-
g e ric h ” (la historia m undial es el tribunal m u n d ial), e n to­
do caso — concluye— el ju d aism o n o po d ía a cep tarlo ”.
Es el últim o elogio a la pobreza m ental del pobre Rabí de
N azaret. Está de más decir que su idea de Cristo está tom a­
d a del pensam iento vivo de León Tolstoy. Si no m e equivoco
la Iglesia jam ás negó la reyecía a Cristo sobre todos los p u e­
blos de la tierra. Y aquellas naciones que lo aceptaron com o
principio, lo reco n o ciero n explícitam ente, tom ando com o
fó rm u la de la consagración de sus reyes u n a frase que expre­
sa con latina precisión el carácter real de su m agisterio.
Ihesus Christus vincit, Ihesus Christus regnat, Ihesus Christus
imperat.
P ero esto fo rm a p arte de o tra historia, en cuyo proceso
los ju d ío s se n e g a ro n a e n tra r com o h e re d e ro s legítim os
p o rq u e precisam en te desconocieron la so b eran ía de Aquél
q u e les hab ló com o rey y no com o súbdito. Esto explica
tam b ién p o r q u é razón Jesús, considerado com o vasallo de
los p rín cip es de la Sinagoga, no tiene cabida en el rein o de
Israel ni sirve p a ra explicar la historia del cristianism o.

A l g u n a s r e f l e x io n e s b u l t m a n ia n a s

En estos últim os siglos el m u n d o germ án ico se h a espe­


cializado en la ex p o rtació n de jeroglíficos y com o no hay
confusión de lenguas en n u estra c o n te m p o rá n e a to rre de
Babel q u e los teólogos n o aprovechen p ara a u m e n ta r el
LA CIUDAD CRISTIANA 353

desco n cierto de un saber m ás discutido q u e aceptado,


c u a n d o H e id e g g er inició su crítica a la tradición m etafísica
aristotélica, B ultm ann lo siguió con presteza, in co an d o u n a
alegre dem olición de la teología especulativa p a ra llevar al
co n o cim ien to inspirado p o r la fe, u n a robustez existencial,
algo im bécil, p e ro pletòrica de gracia carism àtica.
Lo curioso es que este vitalismo religioso en vez de auspi­
ciar u n a sencilla fe de carb o n ero se llena de com plicaciones
filológicas q u e si en alem án, p o r la índole de la lengua, re ­
sultan tolerables, en nuestro idiom a se convierten en faenas
lingüísticas aptas para inspirar las páginas m ás rep elen tes de
n u e stra literatu ra filosófica. La traducción de Ser y Tiempo de
H eid eg g er h e c h a p o r José Gaos es u n ejem plo de lo que
p u e d e la oscuridad conceptual cuando se com plica con las
bastardías de u n a len g u a pervertida en sus orientaciones
m ás profundas. Si no podem os pensar existencialm ente en
español, lim itém onos a existir. N adie puede neg ar a los
ho m b res de n u estra raza ap titu d p ara eso. P or lo dem ás p e ­
sar existencialm ente n o deja de ser u n a aberración p o r el
d e trim e n to analítico que sufre el “flujo p u ro de lo vivido”
c u an d o se lo som ete a la objetivación de la inteligencia.
P ero volvamos a B ultm ann y veam os si su ensayo p a ra
h a c er que “las ideas teológicas sean concebidas y explicita-
das com o pen sam ien to de fe, es decir com o pen sam ien to
en los cuales se despliega la inteligencia, creyente de Dios,
del m u n d o y del h o m b re ”, h a b id a c u e n ta de q u e este p e n ­
sam iento “no es el fru to de u n a dom inación científica de
los p roblem as de Dios, del m u n d o y del h o m b re , a través de
los cuadros de u n p en sam ien to objetivante” 215.

215. Bultm ann, L ’Interpretation du Nouveau Testament, Aubier, Paris, 1955.


354 RUBEN CALDERON BOUCHET

La posibilidad de esta exégesis d e p e n d e de la ap titu d


q u e ten g a n las categorías heideggerianas p a ra ser em plea­
das en u n uso teológico p a ra el q ue n o fu ero n pensadas.
P ero la fe es u n h ech o existencial y su p o n e en el cristiano
co n c re to u n e n c u en tro real con Dios a través de los textos
y d o cu m en to s de la Escritura. N o se advierte que sea im po­
sible a ñ a d ir a la in te rp re ta c ió n heid eg g erian a de la existen­
cia n atu ral, este plus de so b re n a tu ra lid a d que n o q u ita rea­
lidad ó n tica al ser del h o m b re.
C o m p re n d e r u n texto escriturario es re c re a r p ersonal­
m en te u n en c ad e n a m ie n to de pensam ientos vivos. D ilthey
creía que esto era posible p o rq u e la individualidad del in­
té rp re te y la de aquel que e ra in te rp re ta d o n o se o p o n ían
com o dos cosas diversas. La n atu raleza h u m a n a fu n d a la
c o m u n id a d esencial de los h o m b re s y hace posible la pala­
b ra y la com prensión.
B u ltm an n e n tie n d e que la c o m p ren sió n tiene que venir
p o r u n a relación vital a la cosa de la q u e se h ab la en el tex­
to y p o n e p o r ejem plo de que cierta litera tu ra está c e rra d a
p a ra algunos h o m b res com o consecuencia de su ed a d y de
su educación.
¿La c o m p ren sió n de los escritos bíblicos está som etida a
los m ism os cán o n es de com prensión q u e cu alq u ier o tra li­
teratura? ¿Valen p a ra ella las reglas de la h e rm e n é u tic a
científica: in te rp re ta c ió n gram atical, análisis form al, expli­
cación p o r las condiciones de la época, etc.? Se trata, sin lu­
g ar a dudas, de textos q u e h an pasado p o r la m ano del
h o m b re , escritos en u n lenguaje h u m an o , condicionados
histó ricam en te y socialm ente p o r u n a é p o ca determ in ad a.
B u ltm ann adm ite que la Sagrada E scritura sufre todos
estos con d icio n an tes p ero la cosa de la que ella hab la es de
LA CIUDAD CRISTIANA 355

la acción de Dios y ésta no p u ed e ser co nocida sino p o r la


acción m ism a de Dios.
“El saber existencial de Dios, allí d o n d e él llega a la con­
ciencia, es siem pre, de alg u n a m anera, in terp retació n . Su­
be a la conciencia en fo rm a de pregunta: ¿Q ué d e b o h acer
p a ra salvarm e, p ara ser feliz? Esto p resu p o n e u n a cierta re­
p resen tació n de la felicidad, y p a ra decirlo con el texto
griego, de la salu d .” ¿Es posible u n a rep resen tació n de esta
n atu ra le z a si en cierto m odo n o está in coada en mi p ro p ia
existencia? L a com prensión de u n texto escriturario — d irá
B u ltm an n — n o se p u ed e h a c er si ese texto no expresa u n a
posibilidad de la p ro p ia existencia. La clave de u n texto
“no nos será d a d a más que con la clave de ciertas posibili­
d ad es de la p ro p ia existencia h u m a n a ”. La en señ an za de
los rab in o s “q u e el Dios invisible se m u estra al h o m b re en
la h o ra de su m u erte, no es ev id en tem en te com prensible
n a d a m ás que p ara aquel que sabe lo que es la m u e rte ”. Pe­
ro sab er lo que es existencialm ente la m u erte es h ab erla pa­
d ecid o y p o r supuesto, com o escribe a tin a d am e n te Bult­
m a n n , el q u e h a padecido la m u erte está callado.
E n cam bio sab er que Cristo es Dios es u n a posibilidad
existencial p e rfe c ta m e n te válida p a ra to d a n aturaleza h u ­
m an a en estado de gracia. A dvertim os que p ara B ultm ann
la gracia no c o rre sp o n d e a eso que en el lenguaje teológi­
co es u n accid en te so b re n a tu ra l y m ístico. Am bos térm inos:
so b re n a tu ra l y m ístico, son ab an d o n ad o s p o r B ultm ann
p o rq u e n o se acom odan a las categorías heideggerianas y
co n sid era m ás adecu ad o el uso de otras expresiones, que si
bien revelan m ejor el lazo q u e las u n e a la filosofía del
m aestro, p o n e n en peligro la distinción e n tre n aturaleza y
gracia. B u ltm ann cree q u e los hech o s p ru e b a n que el co n ­
356 RUBEN CALDERON BOUCHET

c ep to n e o te stam e n ta rio de la fe p u e d e in te rp re ta rse secu­


larm en te , “y q u e la existencia cristiana no tiene n a d a de
m isterioso ni de so b re n a tu ra l”.
El h o m b re no p u e d e ser sino lo que ya es, p o r eso Pablo
pid e a los cristianos q u e sean santos, p o rq u e ya lo son, y les
ru e g a cam in ar p o r los senderos del espíritu p o rq u e ya es­
tán en ellos. Les pide tam bién re n u n c ia r al pecado, p o rq u e
ya h a n re n u n c ia d o al pecado. Si desde u n p u n to de vista
cristiano se hab la de u n h o m b re natu ral se refiere a u n a
rea lid a d existencial vu ln erad a p o r la caída. El h o m b re cris­
tiano, justificado p o r la gracia está justificado p o r la sola ra­
zón de q u e vive esa justificación, ella se da en él de u n a m a­
n e ra existencial.
“El Nuevo Testamento y la filosofía se p o n e n de a cu erd o
p a ra d ecir q u e el h o m b re n o p u e d e llevar u n a vida a u té n ­
tica sino a p a rtir de lo que está en él y q u e le es necesario
h a c e r suyo.” La fe en Cristo lo hace ser eso que él es, pues
el h o m b re com o tal, antes de C risto y fu era de él, no tiene
existencia auténtica, n o está vivo sino m u erto .
La vida del h o m b re es, en p rim e r lugar, caída. La filoso­
fía n o ig n o ra este hecho, p e ro m ientras su p o n e q u e el co­
n o c im ie n to de este hech o es u n a n u n cio de salud p ara el
h o m b re , el Nuevo Testamento le en señ a q u e el h o m b re es un
ser e n te ra m e n te caído.
B u ltm ann n ieg a que con su sola fu erza el h o m b re p u e ­
d e re c u p e ra r su existencia autén tica y su p e ra r los efectos
d e la caída. Y esto, p o rq u e el h o m b re existencialm ente caí­
d o es eso: caída. “En la caída todo m ovim iento del h o m b re
es u n m ovim iento del h o m b re c a íd o .” H asta que Dios no
e n tre en él y se le revele existencialm ente, el h o m b re no
p u e d e fu n d a r su existencia auténtica.
LA CIUDAD CRISTIANA 357

Su proyecto, en tan to que caído, n o p u e d e sino p ro lo n ­


gar su derelicción. Es el Ser quien re sp o n d e rá a su llam ado
y lo levantará hacia sí, instalándolo en su v erd ad era existen­
cia, pues, com o decía H eid eg g er en su Ser y Tiempo, el h o m ­
b re n o es u n a cosa, sino p e rp e tu a a p e rtu ra al Ser.
Sobre esta n o ció n de a p e rtu ra B ultm ann h a rá ju g a r su
exégesis h e id eg g erian a del cristianism o. El p ro b le m a fu n ­
d am en tal estriba en la relación que existe e n tre el Cristo y
la fo rm a m ítica con q u e los textos escriturarios e x p o n e n su
d o ctrina. La cuestión — afirm a— reside en saber si tiene
q u e ser p rese n tad o de esa m an e ra o si el m ensaje evangéli­
co p e rm ite u n a transposición a u n lenguaje m ás adecuado
a n u e stra época.
H ab lar m íticam ente es, p a ra B ultm ann, referirse a los
aco n tecim ien to s religiosos escatológicos en u n lenguaje
tran sid o de in tuiciones sensibles. “Y quiere con ello indicar
q u e e n esa len g u a lo h u m an o y lo divino, se e n c u e n tra n
confundidos. P o r ello, aun sin q u e re rlo ni darse cuenta, la
Biblia h ab la de lo divino y del m ás allá exactam ente igual
q u e de lo te rre n o , com o si se tra tara de poderes, sucesos y
realidades naturales, es decir, habla de la m ism a m an era
q u e h ab lab a el h o m b re antiguo, m an e ra q u e hoy, el h o m ­
b re m o d e rn o , n o p u e d e u sa r” 216.
D esm itologización es a b a n d o n a r ese m odo de h ab lar y
sustituirlo p o r u n idiom a q u e traduzca m ejo r las realidades
espirituales a cuyo co n te n id o ap u n ta. B ultm ann nos da
u n a ligera id ea de cuál h a de ser el te n o r de esta tare a en
su artícu lo sobre “N uevo T estam ento y m ito lo g ía”, y de m o­

216. G ünther Borkmann, El mensaje (ristiano y el problema de la desmitologi­


zación.
358 RUBEN CALDERON BOUCHET

do p a rticu la r c u a n d o trata el p ro b le m a de la cruz y la resu­


rrecció n .
La vida de Jesús de N azaret es u n acontecim iento histó­
rico en el q u e u n destino, p erfe c ta m e n te h u m an o , term in a
en crucifixión. P ero la escritura reivindica p a ra Jesús la fi­
liación divina; es p o r esa razón que lo histórico y lo m ítico
se e n c u e n tra n aquí v erd ad eram en te m ezclados; el Jesús
histórico, del que se conoce el p a d re y la m adre, debe ser
al m ism o tiem po el Hijo de Dios preexistente, y al lado del
aco n tecim ien to hisórico de la cruz, se e n c u e n tra la resu­
rrecció n , q u e n o es u n acontecim iento histórico. Algunas
co n trad iccio n es m u estran lo difícil q u e es p rese n tar ju n to s
lo m ítico y lo histórico. Al lado de la afirm ación de la p ree ­
xistencia (Pablo, J u a n ) , se e n c u e n tra la leyenda del naci­
m ie n to virginal (M ateo, Lucas). Al lado del “se aniquiló a
sí m ism o to m a n d o la fo rm a de esclavo y volviéndose sem e­
ja n te a los h o m b re s” 217 se e n c u e n tra n las descripiciones
del Evangelio d o n d e el ser divino de Jesús se m anifiesta en
los m ilagros, en los prodigios y en los signos. Al lado de la re­
presentación de la R esurrección com o exaltación de la cruz
o liberación de la tum ba, está la leyenda de la tu m b a vacía
y de la A scensión” 218.
Si m al no e n tie n d o la je rg a de este d o c to r en desm itolo-
gizaciones en la realidad Jesús hay dos aspectos separables:
u n o religioso escatológico que se ofrece a la fe p a ra ser vi­
vido y e n te n d id o en el acto m ism o en que n u e stra existen­
cia se fe c u n d a p o r la fe en su palabra; o tro h u m an o , p u ra ­
m e n te histórico. En este segundo aspecto se elim ina todo

217. Fil., II, 7.


218. R udolf Bultm ann, “N ouveau Testam ent et M ythologie”.
LA CIUDAD CRISTIANA 359

lo que p u e d a convertirse en u n a e x p erien cia existencial,


actu alm en te vivida, com o el n acim iento virginal, la tum ba
vacía y la resu rre c c ió n en cu erp o y sangre y su presentación
a los apóstoles luego de este acontecim iento.
Am bos aspectos p arecen estrech am en te u n id o s e n la
crucifixión, p o rq u e se trata de u n hech o h istóricam ente
objetivable y fre n te al cual la alta crítica no tiene p o r qué
op o n erse. P ero al m ism o tiem po es el aco n tecim ien to esca­
tològico p o r antonom asia: el H ijo de Dios preexistente, y
com o tal sin pecado, se hizo h o m b re y fue crucificado. Mi­
to, histo ria y escatologia ofrecidos en u n solo aconteci­
m ie n to a la fe, al histo riad o r y al teólogo. Está fu era de d u ­
das q u e el h isto ria d o r n o p u e d e re c o g e r el h e c h o
escatològico con las categorías conceptuales im puestas p o r
su oficio. C om o histo riad o r sólo p u e d e advertir, estudiar y
c o n sid e rar u n evento; acaecido bajo el rein o de T iberio y
siendo P oncio Pilato procónsul de Palestina. Para com ­
p re n d e r la realid ad escatològica que se esconde en este h e ­
cho falta la fe q u e vivifica, q u e convierte el suceso en u n a
categoría existencial. Es decir: no solam ente histórico sino
fu n d a m e n ta lm e n te aco n tecim ien to “escatològico” en el
tiem p o y m ás allá del tiem po, pues c o m p re n d id o en su sig­
nificación, lo q u e q u iere decir c o m p re n d id o tam bién en la
fe, este h e c h o está co n tin u a m e n te presente.
En este estar p resen te consiste su historicidad (geschich­
tlichkeit), q u e no es lo m ism o que p o d e r ser estudiado p o r
el h isto riad o r de oficio.
Estas reflexiones a propósito de la cruz llevan a Bult­
m an n a ocuparse de la resurrección que tiene p a ra él el sig­
nificado escatològico de expresar n u e stra justificación p o r
la m u e rte de Cristo. “La Cruz, la resu rre c c ió n no son más
360 RUBEN CALDERON BOUCHET

q u e u n a sola cosa, p o rq u e unidas constituyen un solo acon­


tecim ien to cósm ico p o r el cual el universo h a sido juzg ad o
y nos h a sido d a d a la posibilidad de u n a existencia a u té n ti­
ca. P ero en to n ces la resu rreció n no puede ser un milagro que
da fe, cuya constatación y seguridad (Tomás D ídim o m e­
tie n d o los d edos en las heridas del resucitado), p o d rán
c onvencer a aquellos que buscan la fe, si v e rd ad eram en te
la cruz tiene la significación escatológica y cósm ica q u e se
le atrib u y e”.
B u ltm ann advierte que en el Nuevo Testamento la resu­
rre c c ió n h a sido c o n ceb id a com o u n h ech o real, tangible y
visible y allí están — insiste n u evam ente B ultm ann— las le­
yendas de la tu m b a vacía y la n arra c ió n de Pascua d o n d e el
R esucitado p ru e b a que tiene u n cu erp o , que hab la y com e.
P ero, el alto crítico se desliza en el cam ino del teólogo pa­
ra ayudarlo a p o n e r en pie su tesis: estas leyendas son, sin
lu g ar a dudas, form aciones tardías q u e Pablo ignoraba.
P ara u n teólogo que n o tiene o tra fu en te de inspiración
religiosa q u e las Sagradas Escrituras, su desconfianza en el
testim onio p au lin o p arece excesiva, pues resulta difícil
p e n sar hasta d ó n d e p u e d e e x ten d erse y qué es lo que se
p u e d e q u ita r o poner. Pablo se refiere a la resu rrecció n de
C risto y advierte que tuvo m uchos testigos oculares q u e to­
davía vivían. P ara B ultm ann esto significa que Pablo “n o te­
n ía el deseo de establecer la cred u lid ad en la R esurrección
com o h e c h o objetivo destinado al h isto riad o r sino que que­
ría d e c ir sim plem ente q u e él an u n c ia b a a Jesús resucitado
de la m ism a m a n e ra que la co m u n id ad prim itiva”.
N o creo q u e sea m en e ster m u ch a sagacidad p a ra adver­
tir la oscuridad co n cep tu al en que se m ueven estas reflexio­
nes. N o sabem os q u é ad m irar más, si la confusión de las no-
LA CIUDAD CRISTIANA 361

ciones o la astucia de n u estro teólogo p a ra h a c er pasar p o r


robustas verdades, intuiciones religiosas que al ser “desmi-
tologizadas” p ie rd e n realidad co n c re ta p a ra beneficiar esa
som bra de rea lid a d que tiene la vivencia.
P o r lo dem ás — escribe el teólogo católico H ein rich
Fríes— el m ito com o fe y com o religión, com o concepción
del m u n d o y com o historia de los dioses está ex p resam en ­
te rech azad o p o r la religión bíblica: “p o rq u e no fue si­
g u ien d o artificiosas fábulas com o os dim os a c o n o cer el p o ­
d e r y la venida de N uestro S eñor Jesucristo, sino com o
q u ien es h a n sido testigos oculares de su m ajestad ” 219.
Esto es p o n e r su testim onio en el quicio en que tiene
q u e ser acep tad o p o r el creyente. Es cierto q u e éste, sin la
ayuda de la fe difícilm ente p u e d a acep tar ese m ensaje. La
fe es la g racia y com o tal, d o n gratuito de Dios p a ra que
acep tem o s com o verdadera la revelación. La p alab ra reve­
lad a a p u n ta a u n a realidad in d e p e n d ie n te de n u e stra viven­
cia, n o está so lam en te p ara conm overnos y d esp ertar ecos
existenciales. N os h ab lan de acontecim ientos reales que sin
d ejar de ser histo ria de la salvación, son tam bién p arte de
la h istoria h u m an a. R educir n u estro saber acerca de ello a
u n a categoría existencial, p o r m uy heid eg g erian a que sea,
es c o n d e n a r la revelación a u n a in te rp re ta c ió n inm anentis-
ta, q u e si m al no e n tie n d o , rep ite la hazaña h egeliana en
u n co n tex to no cio n al todavía m ás confuso.

2 1 9 . II P e d r o , 1, 16.
C a p i t u l o IX
¿HUBO MUCHOS MESIAS?

Así lo afirm a K laussner en su libro From Jesús to Paul y


co n sid e ra q u e Jesús fue u n o de los tantos que surgieron en
los días del seg u n d o tem plo y fu ero n tru cid ad o s y p erfecta­
m en te olvidados. Jesús se p resen tó al pueblo de Israel co­
m o el Mesías, fue, com o todos sus ém ulos, co n d e n ad o a
m u erte, p ero n o fue olvidado.
¿Por qué?, se p re g u n ta Klaussner.
C ree h a lla r la resp u esta en las tres m ujeres qu e fueron
los p rim ero s testigos de su resu rrecció n y, especialm ente,
e n M aría M agdalena. Se explica: Jesús h a b ía expulsado de
ella siete dem onios, ni u n o m ás ni u n o m enos. Esto signifi­
ca, p a ra Klaussner, que era u n a n eu rótico. Esta situación
psíquica, sin explicarlo todo, se convierte en la clave del
cu en to de la resurrección.
La o p in ió n e ra ya c o n o c id a p o r la alta crítica y en la
p lu m a a lad a de R enán, M aría M ag dalena se convierte en
u n a fu en te de “viva su scep tib ilid ad ” y en u n a su erte de
364 RUBEN CALDERON BOUCHET

“p rin c e sa de las visionarias” que m ejo r q u e n in g u n a o tra


dio al m u n d o la im agen de su visión del resucitado. El
g ra n grito n acid o de su corazón fem en in o : ¡H a resucita­
do! Se convirtió en u n a prim avera de fe. R en án alaba la
d e b ilid a d m en ta l q u e suscitó esta o b ra m aestra del idealis­
m o am oroso.
K laussner n o confía to talm en te e n el verbo inspirado
del viejo cu ra o rato ria n o y p a ra convertir esta m onserga en
u n a respuesta científica a su p re g u n ta inicial, esboza u n es­
q u e m a con diez aspectos de la enseñanza de Jesús, que los
discípulos m an tu v iero n siem pre y que explican su d iferen­
cia con los otros mesías.
1) Jesús fue bautizado e n el J o rd á n p o r Ju a n Bautista, en
señal de a rre p e n tim ie n to y purificación espiritual. Esta era
u n a p rep aració n indispensable p a ra el advenim iento del
v erd ad ero Mesías. N o im p o rta que h u b iera nacido en un
lu g ar tan insignificante com o N azaret ni q u e p ro ce d iera de
u n a fam ilia pobre.
2) Jesús se asoció con el p u eb lo co m ú n y n o despreció
ni a publicanos ni a pecadores.
3) C u rab a a los enferm os de u n a m an e ra maravillosa.
4) C o n sideraba las exigencias éticas: rectitu d y buenas
obras com o m ás im p o rta n te que los ritos.
5) F orm u ló u n a breve plegaria: “El P adre N u e stro ” en la
q u e se pide el advenim iento del R eino de Dios, el pan de
cada día y la liberación del mal.
6) Tuvo doce discípulos a quienes envió p a ra p red ic ar
el a rre p e n tim ie n to en anticipación del advenim iento del
Mesías. D icha p réd ic a d e b ía ser h e c h a solam ente e n tre los
ju d ío s.
LA CIUDAD CRISTIANA 365

7) Jesús creyó que volvería e n tre las n u b es del cielo, en


el d ía del ju ic io , a ju zg a r en u n ió n con sus discípulos a las
doce tribus de Israel.
8) C elebró con sus discípulos la cena de Pascua antes de
su arresto e instituyó u n a cerem o n ia eucarística p a ra que
fu era ce le b ra d a en su m em oria.
9) Fue crucificado p o r los rom anos, a instigación del
S a n h e d rín , p o rq u e persistió en c re e r que era el Mesías y
q u e a p a re c ería com o tal a la diestra del P o d e r de Dios.
10) Sus discípulos sostuvieron q u e después de crucifica­
do resu citó e n tre los m u erto s y ascendió a los cielos. Fue
visto p o r M aría M agdalena y sus com pañeras y m ás tarde
p o r Sim ón P e d ro y los suyos.
K laussner cree que estas ideas estaban en la m en te de
sus seguidores después de la crucifixión, p ero no se atreve
a asegurar si algunos la tenían ya desde antes. N o explica
m uy b ien cóm o estos principios p u d iero n ser aceptados p o r
los q u e estaban en su proxim idad, p ara convertirse después
en dogm as de fe. En lo que respecta a la convicción de h a­
b e r visto al resucitado, si bien es u n hech o histórico, n o tie­
n e explicación posible en u n o rd e n natu ral com o aquel en
qu e se sitúa n u estro autor.

Pa r a e n t e n d e r a C r is t o es im p r e s c in d ib l e l a fe

El co n tex to en q u e la Iglesia cristiana h a transm itido la


en señ an za de Jesús tien e desde sus com ienzos el carácter
de u n definido m isterio religioso y en este ám bito tiene que
ser ju zg a d a su doctrina. Para que el ju ic io se dé en la pers­
366 RUBEN CALDERON BOUCHET

pectiva en q u e Cristo m ism o se coloca es necesaria le fe.


“C u an d o la razón ilu m in ad a p o r la fe, investiga con cui­
d ado, p ied a d y m o d eració n , consigue, sin d uda, p o r la gra­
cia de Dios, u n co n ocim iento provechoso de los m isterios,
bien m ed ian te la analogía de cosas que conoce n a tu ra l­
m en te, o b ien m ed ian te la conexión de los m isterios e n tre
sí y con relación al fin últim o del h o m b re ”.
C reo h a b e r insistido en referencias al clim a en que d e­
be ser e n te n d id a la p e rso n a de Cristo, p o r lo tan to n o con­
sidero necesario e x p o n e r de nuevo las razones dadas en
o tra o p o rtu n id a d . Me lim itaré a seguir brevem ente las re ­
flexiones de B onsirven respecto a la teología del Nuevo Tes­
tamento. El p ro p ó sito q u e m e g u ía es h a c er u n a descripción
de los principios religiosos que tien en m ás in m e d ia ta p ro ­
yección en la fo rm ació n de la C iudad C ristiana.
La teología del Nuevo Testamento es la exposición del
m ensaje de Jesús, de la fe de los A póstoles y del cristianis­
m o prim itivo fu n d ad o en ese m ensaje, de a cu erd o con los
escritos del Nuevo Testamento. Esta definición de Feine cita­
d a p o r B onsirven nos advierte q u e el co nocim iento o b ten i­
do p o r la fe es capaz de fu n d a r u n o rd e n de vida, p o rq u e
in tro d u c e en la participación del ser m ism o de Dios. C ono­
c er el m isterio es particip ar de él, ser u n o con él y p e n e tra r
en los u m brales de ese R eino de Dios al q u e h a b ía n de lle­
g ar los q u e se hicieran dignos de su a m o r y persistieran en
esa d ig n id ad hasta la h o ra de su m u erte.
Jesús quiso que todos los que creyeron en él tuvieran
u n ió n so b ren atu ral con Dios Padre, h acién d o lo s p arte de sí
m ism o en la constitución de u n a c o m u n id a d sacrificial que
es la proyección social de su m isterio. Esta tare a de trans­
fo rm ació n del h o m b re la realizó Jesús de acu erd o con un
LA CIUDAD CRISTIANA 367

p ian pedagògico, que supone u n a revelación gradual de su


m ensaje.
Este desarro llo paulatino de su enseñ an za h a llevado a
los estudiosos n o cristianos a p en sar que la p len itu d com ­
p leta de la d o c trin a de Cristo fue p ro d u cto de u n a lu cu b ra­
ción posterior. La institución de la Iglesia con sus sacra­
m entos y su culto en to rn o al ágape eucaristico n o les dice
n a d a y tie n d e n a creer q u e es o b ra de sus seguidores y no
del m ism o Jesús. N o advierten el carácter carism àtico de los
signos sacram entales y carecen de aquella inspiración que
Jesús co n sid erab a indispensable p a ra que sus palabras fue­
ra n com prendidas: “¿por qué no co m p ren d éis m i len g u a­
je? P o rq u e n o podéis o ír mi p a la b ra ”. Y m ás adelan te añ a­
de u n a sen ten cia q u e descubre con todo vigor la virtud
r e d e n to ra de su palabra: “Si alguno g u a rd a re m i palabra,
n o verá jam á s la m u e rte ”.
Está fu e ra de mi propósito e x ten d erm e acerca de la teo­
logía de la fe y la gracia, p ero conviene que exam inem os es­
tas nociones p a ra p o d e r c o m p re n d e r la historia cristiana.
L a fe y la gracia son principios reales, a u n q u e so b ren a­
turales, de la vida nueva que Dios in fu n d e al h o m bre. Esta
vida, g u a rd a con la vida n atu ral u n a sem ejanza analógica y
así com o el alm a preside los elem entos quím icos q u e cons­
tituyen el cu erp o y los hace in trín secam en te p artícipes de
u n a p erfección entitativa q u e se da en u n nivel su p e rio r al
de los fen ó m en o s quím icos, la gracia tran sfo rm a in te rio r­
m e n te la natu raleza del h o m b re y la eleva hasta el nivel de
la existencia divina. Este ascenso del h o m b re hacia Dios se
hace de a cu erd o con u n a cooperación sinèrgica de gracia
y h u m an id a d , p ues el E spíritu Santo actú a eficazm ente
c u a n d o nos som etem os lib rem en te a su influjo.
368 RUBEN CALDERON BOUCHET

Esto explica q u e los teólogos cristianos afirm en que lo


im p o rta n te e n el Evangelio n o es lo que Cristo haya dicho
o haya h ech o sino la m isteriosa circunstancia de ser el H ijo
de Dios h e c h o r ho m b re. Esto no fue c o m p re n d id o p o r los
q u e n o a d h irie ro n a él. Los que reco n o ciero n su deidad,
com o Sim ón P ed ro cuando, exclam ó “T ú eres el Cristo, el
Hijo de Dios vivo” Jesús le respondió d escu b rien d o el mis­
terio q u e explicaba la e x tra ñ a confesión de su discípulo:
“B ienaventurado tú, Sim ón Bar Jo ñ a , p o rq u e no es la car­
n e ni la sangre q u ien eso te h a revelado, sino m i Padre que
está e n los cielos” 220.
C on estas palabras señala a la fe com o a u n don de Dios
y al m ism o tiem po alaba a P ed ro p o r su feliz disposición pa­
ra acatar el m ovim iento de la gracia.
P o r eso sostenem os que no basta p e n e tra r en las catego­
rías m entales y verbales de la cultura ju d ía y helenística pa­
ra c o m p re n d e r en p ro fu n d id a d el m ensaje del Nuevo Testa­
mento. C o m p ren d em o s que u n histo riad o r d eb e e m p re n d e r
esa tarea com o labor indispensable p a ra cualquier elabora­
ción crítica, p ero no debem os olvidar q u e el m isterio de la
E n carn ació n del Verbo im p o n ía a esas mismas categorías
u n esfuerzo significativo p a ra el q u e no eran totalm ente
adecuadas. P o r eso Jesús usó siem pre u n lenguaje parabóli­
co y sólo en la m ed id a en q u e sus oyentes dab an m uestras
de e n te n d e r m ejor el m isterio se hizo más directo. La Igle­
sia tuvo que adoptar, p ara hacerse e n te n d e r p o r los genti­
les, expresiones de uso corrien te en la religión pagana y al­
gunas extraídas de la filosofía griega. Si se con tem p la este
esfuerzo de ad aptación con p rescindencia del espíritu que

220. M ateo, XVI, 16-17.


LA CIUDAD CRISTIANA 369

d a u n id a d y sentido a ese trabajo, el cristianism o p u ed e pa­


rec e r u n zurcido sincretista en el que elem entos ju d ío s en ­
tran en e x tra ñ a alianza con motivos religiosos helenísticos.
Los autores del Nuevo Testamento son ju d ío s y su vocabu­
lario religioso hay que buscarlo en la tradición bíblica, pues
el cristianism o reivindica com o suya p ro p ia esa tradición y
sin excluir n in g u n o de sus libros, a ñ ad e escritos que los j u ­
díos n o incluyen en el canon. Así escribe B onsirven: “las
antiguas escrituras son p a ra el cristianism o el te rre n o y no
la sem illa de la viña v e rd a d e ra ”. Y de a c u erd o con la adver­
ten cia del m ism o B onsirven “debem os p o n e rn o s en g u ar­
d ia c o n tra e' peligro de decir que tal expresión o tal texto
tien e en el A. T. tal sentido y éste es el q u e hay que d ar a las
palabras de J e sú s ”. P ro ced er de ese m odo es olvidar la n o ­
vedad del cristianism o, su principio vital. Es q u e Cristo co­
m o hijo del S eñ o r de la casa dispone con absoluta libertad
la h e re n c ia recibida. La letra an tig u o testam en taria se co n ­
vierte p a ra él e n vehículo de u n co n ten id o nuevo.
Si m al n o co m p ren d o , la historia de la palabra n o es la
q ue d e te rm in a su sentido, sino aquella realidad en función
de la cual la palabra testim onia. El pensam iento de Bonsir­
ven está dirigido a los filólogos y trata de hacerles ver q ue so­
bre su ciencia está el co n tenido m ism o del saber teológico.
La p re g u n ta que a h o ra vuelve a n u e stra m en te es ésta:
¿Fue Jesú s u n o de los tantos m esías q u e a p areciero n en Is­
rael p a ra el tiem po del segundo tem plo o fue el verd ad ero
y ú n ico Mesías?
Los cristianos lo co n sid eraro n desde el p rim e r m o m en ­
to com o al m ed ia d o r divino “que invita a los h o m b res in­
corporarse a su p e rso n a p a ra que en El y con El e n tre n en
co m u n ió n con el P adre y con el E sp íritu ”.
370 RUBEN CALDERON BOUCHET

Q uizá sea m ás científico explicarlo de o tro m odo, p ero


la o p in ió n de los cristianos tiene, a falta de otro m érito, u n a
im p o rta n c ia de p rim e r o rd e n p ara explicar el decurso de la
h istoria q u e ellos protagonizaron. P o r lo dem ás, y esto pa­
rece surgir de u n exam en objetivo de las fuentes cristianas,
C risto m ism o dio lugar a esa in terp retació n , cosa que si fue­
ra cierta, nos in d u ciría a p ensar que n o fue tan ajeno a la
teología de San Pablo y de Ju a n Evangelista com o p re te n ­
d en algunos esclarecidos autores. K laussner es tam bién de
esta o p in ió n y a u n q u e p o n e a c u e n ta de Pablo y Ju a n m u­
cho m ás de lo q u e la Iglesia adm ite, podem os reco g er el b e ­
neficio de su testim onio con la seguridad de que n o h a n a ­
cido de u n a actitud favorable a la tesis cristiana.

E l H ijo d e l H o m b r e

Israel e n el decurso de su h istoria m ilen aria esperó el


a d venim iento de A quel enviado de Yavé q u e h a b ía de in tro ­
d ucirlo en el R eino de Dios. Esta expresión es usada sólo
u n a vez en el A. T. p ero la id ea está p resen te en todas p ar­
tes y se m anifiesta desde perspectivas diferentes. Con el co­
r r e r de los años su sentido se fue hacien d o m ás espiritual
hasta que asum e en la p ersona de Cristo el carácter ecum é­
nico q u e tan to h a b ía de afectar a los fariseos.
D esde el com ienzo de su predicación, Jesús trató de evi­
tar que el p u eb lo ju d ío creyera, equivocadam ente, que Ya­
vé lo enviaba p a ra satisfacer u n a esp eran za m era m e n te n a­
cional. E staba claro q u e Israel e ra el pu eb lo elegido p o r
Yavé p a ra q u e de su seno n aciera el Mesías, p e ro éste com o
realid ad religiosa escatológica trascen d ía las esperanzas h e­
LA CIUDAD CRISTIANA 371

breas de u n re d e n to r nacional. P or esa razón el p rim e r


n o m b re con q u e se p resen ta Jesús p e rte n e c e al acervo tra­
dicional ju d ío y al m ism o tiem po tiene u n a proyección que
m anifiesta los designios del P adre respecto al sentido ecu­
m énico de la e c o n o m ía de la red en ció n . Jesús se llam ó a sí
m ism o bar enaj, p alab ra aram ea q u e trad u cía la vieja e x p re ­
sión h e b re a ben adam, hijo de h o m b re o hijo del h o m b re.
En el Antiguo Testamento, ben adam significó sim plem ente
h o m b re , p ero en las profecías de D aniel la expresión se im ­
p re g n a de significación m esiánica: “y vi venir en las n ubes
del cielo a u n com o hijo del h o m b re que se llegó hasta el
anciano de m uchos d ía s ...”. A ñade el pro feta las palabras
siguientes que colocan en su contexto escatológico la visión
de ese H ijo del hom b re: “Fuele dado el señorío, la gloria y
el im p erio , y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvie­
ro n , y su do m in io es d om inio e te rn o que n o acabará n u n ­
ca, y su im p erio , im p erio que n u n c a d esap arecerá” 221.
La tradición israelita p o ste rio r in co rp o ró las palabras de
D aniel a las profecías m esiánicas y m uchos libros apócrifos
del Antiguo Testamento com o “Las parábolas de H e n o c ” y “El
libro de E sdras”, en riq u e ce n esta figura con nuevos a p o r­
tes. Es u n h e c h o q u e no todos los ju d ío s la e n te n d ía n de la
m ism a m a n e ra y c u an d o Cristo la usó p a ra presentarse a su
p u eb lo , m uchos se in te rro g a ro n acerca de qué cosa q u e ría
d ecir con su expresión: “N osotros sabem os p o r la ley q u e el
Mesías p e rm a n ec e p a ra siem pre: ¿Cóm o, pues, dices tú que
el hijo del h o m b re h a de ser levantado? ¿Q uién es ese Hijo
del H o m b re? ” 222.

221. D aniel, 13-14.


222. Juan, XII, 34.
372 RUBEN CALDERON BOUCHET

Jesús resp o n d ió al enigm a sugerido p o r sus palabras con


este m isterio que p o n e su personalidad m esiánica en u n cla­
roscuro intelectual en el que sólo p u ed e p e n e tra r la fe: “P or
poco tiem po aú n está la luz en m edio de vosotros. C am inad
m ientras tenéis luz, p a ra que no os so rp re n d a n las tinieblas,
p ues el q u e cam ina en tinieblas no sabe a d ó n d e va. M ien­
tras tenéis luz, cre e d en la luz, p ara ser hijos de la luz” 223.
San J u a n explica las palabras in te n c io n a lm e n te oscuras
d e C risto, d iciendo que se tratab a de co n fu n d ir a los que
te n ía n el corazón en d u re c id o p o r la ceguera espiritual y a
los que am aban m ás la gloria de los hom bres que la gloria
de Dios.
B onsirven se p re g u n ta cuál era el sentido q u e Jesús q u e ­
ría d a r a esta expresión ¿H acía referen cia a la visión de Da­
niel? En la resp u esta q ue d a al Pontífice c u a n d o éste le p re ­
g u n ta si él es el M esías, lo sugiere claram en te así: “Yo soy, y
veréis al H ijo del H o m b re sentado a la diestra del P o d e r y
venir so bre las n u b es del cielo” 224.
Esta afirm ación de Cristo h a inspirado dos hipótesis
contradictorias: u n a q u e adm ite la expresión y la explica
com o si con ella Cristo se h u b ie ra declarado sim plem ente
h o m b re , lo q u e nos p arece u n poco obvio si no tem ía que
se lo considerase o tra cosa; la o tra sostiene que C risto n u n ­
ca em p leó esa locución. Esta segunda hipótesis se erige so­
b re la teo ría de la m en d a c id a d de la tradición católica. Dis­
cu tirla es u n ju e g o inútil. Si de los Evangelios rechazam os
to d o lo q u e no nos g usta ¿con qué criterio adm itim os com o
testim onio a u tén tico lo que resta?

223. Juan, XII, 35-36.


224. Marcos, XIV, 62.
LA CIUDAD CRISTIANA 373

In te resa aclarar si esta designación: H ijo del H om bre,


su p o n ía adjudicarse un carácter divino. B onsirven trata de
re sp o n d e r a esta p re g u n ta co n sid eran d o , en p rim e r lugar,
la diferen cia e n tre Jesús y los antiguos profetas.
Los profetas fu ero n m iem bros del pu eb lo de Israel que
transm itían p a ra éste u n m ensaje de Yavé, sin dejar p o r eso
de sentirse p artes del pueblo ju d ío . K laussner afirm a que si
b ien Jesús h ab ló p ara los ju d ío s, no se plegó n u n c a a las exi­
gencias de u n a fe m esiánica nacional. N o habló a Israel co­
m o u n israelita, sino com o q u ien tiene poder. Esta actitud
de C risto en colocarse sobre Israel p a ra d ejar bien asentado
q u e el Mesías no es u n a cosa de Israel, sino Israel u n in stru ­
m en to del Mesías, decidió la opción de los judíos: si el M e­
sías n o aparecía com o algo suyo, no era el Mesías. D ecisión
trágica, inescrutable y para nosotros, irre m e d ia b le m e n te es­
c o n d id a en los designios de Dios. Esta posición fre n te a
Cristo m arcó a Israel p a ra siem pre y trazó en la h istoria de
los pueblos cristianos el destino de u n testim onio negativo
que h ab ía de d esem p eñ ar con im placable tenacidad.
¿Q ue Jesús n o hizo m en ció n expresa de su cará c te r divi­
no? ¿Q ue todo esto es invención de sus im aginativos pedi-
secuos? Bien, ¿pero en to n ces cóm o se explica el ch oque
con las a u to rid ad e s judías? Se p u e d e arg ü ir q u e los p rínci­
pes del p u eb lo de Israel desconfiaban de estas súbitas ilu­
m inaciones proféticas q u e sacudían la conciencia nacional
y term in a b a n en estúpidas reyertas c o n tra u n p o d e r inex­
pugnable. Es u n a hipótesis aceptable, p e ro ella supuesta
tiene que ser com p letad a con la de la falsificación p e re n n e
de los d o cu m en to s cristianos y esto tropieza con la e n o rm e
dificultad de explicar la fe de los cristianos. El Nuevo Testa­
mento n o es u n a falsificación consciente. Los cristianos ere-
374 RUBEN CALDERON BOUCHET

y eron y siguen creyendo en las principales afirm aciones de


Cristo. L a tesis de u n a credulidad tan larga y reitera d a no
es tan in telig en te com o parece.
P ero n o estam os aquí p a ra d e fe n d e r la credulidad del
m isterio de C risto sino p a ra explicar su m ensaje. ¿Cristo in­
sinuó en alg u n a o p o rtu n id a d que e ra Dios? Los Evangelios
y las Epístolas a b u n d a n en consideraciones sobre la divini­
d a d de Jesús y m uchas de ellas se fu n d a n e n palabras que
los hagiógrafos colocan e n los labios del m ism o Cristo. Y
a n te todo su p réd ic a constante gira e n to rn o a u n a a d h e ­
sión a su p e rso n a q u e excede los lím ites exigibles p o r u n
h o m b re a otro. ¿Q ué significaría el p ed id o de a b a n d o n ar
todo p a ra ir en su seguim iento si El no fu era capaz de retri­
b u ir a su seg u id o r con u n bien que excede todas las riq u e ­
zas terrenas?
Para su p e rso n a y p ara su p alab ra reclam a la m ism a fe
q u e se d eb e a la p alab ra de Dios — escribe B onsirven y aña­
de— p o r eso las ciudades que le rech azaro n son m aldeci­
das y co n d e n ad a s a la destrucción.
O p o n e su Yo os digo a los p receptos de la Ley. C on esto se
coloca p o r encim a de la Torah. Se pro clam a d u e ñ o del día
sábado. P e rd o n a los pecados y confirm a esta prerrogativa
divina con u n m ilagro, lo que supone la tem erid ad de testi­
m o n ia r su p o d e r con su p ropio testim onio. M arcos n a rra la
curación del paralítico que com ienza con u n a dem ostra­
ción de fe p o r p a rte de los parientes del en ferm o que se in­
g en ian p a ra h acerlo descen d er hasta los pies del M aestro.
C onm ovido Jesús p o r esta p rueba, dijo al enferm o: “Hijo,
tus pecados te son p e rd o n a d o s”. Estaban allí sentados algu­
nos escribas, que pensaban en tre sí: ¿Cóm o habla así? Este
blasfem a. ¿Q uién p u e d e p e rd o n a r pecados sino Dios? Y co­
LA CIUDAD CRISTIANA 375

n o cien d o Jesús, con su espíritu, que así d iscurrían en su in­


terior, les dijo: ¿Por q u é pensáis así en vuestros corazones?
¿Q ué es m ás fácil, decir al paralítico: tus pecados te son p er­
donados, o decirle: levántate, tom a tu cam illa y vete? 225.
N o c o n fo rm e con p e rd o n a r los pecados se coloca sobre
todas las leyes c u an d o p ro m e te a sus discípulos q u e serán
perseguidos p o r su causa, som etidos a ju icio s inicuos y a rro ­
ja d o s en prisión con los m alhechores: “co n d u cién d o o s an­
te los reyes y g o b e rn a d o re s p o r el a m o r de m i n o m b re ”. Pe­
ro todas estas calam idades te n d rá n que ser en fren tad as
p a ra p o d e r d a r testim onio de su fe en El. Les p ro m e te u n a
asistencia so b ren atu ral que excede todo lo que el h o m b re
p u e d e d a r a u n q u e fuere d u e ñ o de las riquezas del m u n d o .
“Seréis en tre g ad o s au n p o r los padres, p o r los herm an o s,
p o r los p a rie n te s y p o r los amigos, y h a rá n m o rir a m uchos
de vosotros, y seréis aborrecidos de todos a causa de mi
n o m b re , p e ro n o se p e rd e rá u n solo cabello de vuestra ca­
beza. P o r vuestra paciencia salvaréis vuestra alm a” 226 .
A los que le siguieron con fidelidad y vencieron todos
los obstáculos que la lealtad a El va a oponerles, les p ro m e ­
te com o g alard ó n la vida e te rn a y el R eino de Dios: “En ver­
d ad os digo q u e vosotros los que m e habéis seguido, en la
reg e n e rac ió n c u an d o el H ijo del H o m b re se siente sobre el
tro n o de la gloria, os sentaréis tam bién vosotros sobre d o ­
ce tro n o s p a ra ju z g a r a las doce tribus de Israel”. Y añade
p a ra asen tar q u e ese g a lard ó n celeste es prem io de la a d h e ­
sión a su p e rso n a y no solam ente a los m andatos que Dios
P ad re hace c o n o c er p o r su boca, con lo que se p o n e p o r

225. Marcos, 11, 5-12.


226. Lucas, XXI, 12-16.
376 RUBEN CALDERON BOUCHET

en cim a de todos los profetas y a la p a r del Padre. “Y todo el


q u e d ejare h e rm a n o s o h erm an as, o p a d re o m ad re, o hi­
jo s o cam pos, p o r amor de mi nombre, recibirá el cé n tu p lo y
h e re d a rá la vida e te r n a ” 227.
¿Q ué p e n sa r de estas afirm aciones? P u ed e q u e no las ha­
ya dicho y en ese caso rechazarem os los testim onios evan-
géhcos y con ellos la posibilidad de c o n o c er algo cierto
acerca de la p e rso n a de Jesús. Y si las dijo n o tenem os más
rem e d io q u e elegir e n tre estas prem isas: o e ra u n alucina­
d o y tuvo el p o d e r inm enso de p ro p ag a r su locura a través
d e los siglos cre a n d o to d a u n a escuela de sugestión terri­
b lem e n te contagiosa; o h ablaba u n a len g u a cuya clave h e ­
m os p e rd id o , o h em os e n te n d id o mal; o e ra efectivam ente
A quel q u e ten ía p o d e r p a ra h ab lar así. Las dos prim eras op­
ciones no tien en la virtud de aclarar m u ch o el p a n o ra m a
de la h istoria cristiana. La tercera lo aclara y lo explica, p e ­
ro tiene p o r condición inevitable q u e el Espíritu de Dios
nos ayude a verla.
Si tom am os sus palabras, tal com o los Evangelios las p re ­
sen tan , es fácil advertir q u e Cristo afirm aba su condición
divina. Estas aseveraciones vienen m atizadas con u n a serie
d e reticencias y aclaraciones q u e p a re c e n o b e d e ce r a u n
p lan pedagógico. Se trata de no suscitar e n sus seguidores
el n a c im ie n to de u n entusiasm o descabellado q u e los lleva­
ra p o r sen d ero s equivocados. C risto tien e q u e h a c er acep­
tar a sus discípulos la disciplina del calvario y p a ra lograr
esto te n ía q u e p ro c e d e r con sum o tacto, e lu d ie n d o la exal­
tación de u n a esperanza m esiánica q u e no ad m itiera el es­
cán d alo de la cruz.

2 2 7 . M a te o , X I X , 2 8 -2 9 .
LA CIUDAD CRISTIANA 377

E l h ij o d e D io s v iv o

Jesús se n o m b ró a sí m ism o “H ijo del h o m b re ” y vimos


q u e esta alocución ten ía en los oídos advertidos u n a reso­
n a n c ia m esiánica. P ero tam bién dijo algo m ás sobre su p er­
sonalidad y esto que dijo suscitó e n tre los ju d ío s u n a áspe­
ra reacción. Dijo que era el H ijo de Dios Vivo.
N o nos en g añ em o s respecto al sentido que se p o d ía d a r
a esta palabra. El Evangelio de J u a n es p e rfe c ta m e n te claro
al respecto y com o si an ticipara futuras calam idades in ter­
pretativas q u e te n d ría n la p rete n sió n de pasar sus frases
p o r el tam iz de las m ás variadas exégesis, nos p rese n ta en
cada caso en q u e Jesús se m anifiesta com o H ijo de Dios, el
coro de los ju d ío s que expresa en sus réplicas y oposicio­
nes, el sen tid o con que eran en ten d id as sus palabras.
C u an d o fue aterro g ad o Jesús sobre la licitud de c u rar
el d ía sábado, re sp o n d ió a los ju d ío s con palabras que ex­
p o n ía n claram en te el o rig en de su autoridad: “Mi p a d re si­
g u e o b ra n d o todavía y p o r eso o b ro yo tam b ié n ”. Y San
J u a n co n firm a el alcance significativo de esta frase p o r la
reacción q u e provoca, pues los ju d ío s buscaban m atarle, no
sólo p o rq u e violaba la ley sabática, sino p o rq u e se procla­
m aba igual a Dios.
Y p a ra no dejarles el beneficio de la d u d a y p u d iera n
a te n ta r c o n tra su vida con to d a confianza, Jesús seguía di­
ciendo, de a c u erd o con el testim onio de Ju a n : “En verdad
os digo q u e no p u e d e el Hijo h a c er n a d a p o r sí m ism o, si­
n o lo q u e ve h a c er al Padre; p o rq u e lo q u e éste hace, lo ha­
ce ig u alm ente el Hijo. P o rq u e el P adre am a al Hijo, y le
m u estra todo lo q u e El hace, y le m o strará a u n m ayores
obras q u e éstas, de suerte q u e vosotros quedéis m aravilla­
378 RUBEN CALDERON BOUCHET

dos. Y com o el P adre resucita a los m u erto s y les da vida, así


tam bién el H ijo a los q u e q u iere les da vida”.
Y te rm in a con estas palabras q u e h a c en de su Evange­
lio el testim o n io m enos aceptable p a ra la alta crítica:
“A u n q u e el P ad re n o ju z g a a n ad ie, sino q u e h a e n tre g a ­
d o al H ijo to d o el p o d e r de juzgar, p a ra q u e todos h o n re n
al H ijo, com o h o n ra n al P adre. El q u e n o h o n ra al H ijo no
h o n ra al P ad re q u e lo envió. En verdad os digo q u e el que
escu ch a m is palabras y cree en el q u e m e envió, tien e la vi­
d a e te rn a y n o es ju zg a d o , p o rq u e pasó de la m u e rte a la
v id a ” 228.
B onsirven co n sid era que Jesús tom aba el n o m b re de H i­
jo de Dios con bastante frecuencia, pues el Sum o S acerdo­
te, de a cu erd o con el testim onio de M arcos lo co n ju ra a d e­
clarar si es el H ijo del B endito 229. M ateo n a rra tam bién
q u e cu a n d o Jesús p e n d ía de la cruz, los que pasaban cerca
de él lo in ju riab an diciéndole: “T ú q u e destruías el Tem plo
y lo reedificabas en tres días, sálvate a h o ra a ti m ism o. Si
eres el H ijo de Dios baja de esa c ru z ” 230.
N o se precisa ser u n filólogo p a ra e n te n d e r que esos pa­
santes no ten ía n p o r H ijo de Dios a u n h o m b re cualquiera,
sino algo m uy poderoso, de otro m odo la b ro m a no te n d ría
sentido. N o ig noro que el racionalista p u e d e sacar del
Evangelio de M ateo esta últim a cita y atrib u irla a u n a in te r­
p elació n h e c h a p o r u n discípulo de J u a n . En o tra o p o rtu ­

228. Juan, V.
229. Marcos, XIV, 61.
230. M ateo, XXVII, 39-40.
LA CIUDAD CRISTIANA 379

n id ad nos h em os referid o a la sencillez del pro ced im ien to


y a su infalibilidad. N o insistirem os sobre ello.
P ero lo m ás m o d e rn o y sutil que se h a d escubierto en
m ateria de in te rp re ta c ió n del m esianism o de Jesús, n o resi­
de en e x p u rg a r los textos de los elem entos inadm isibles a
la p ro p ia teoría, sino en algo m uy alem án que tiene, al mis­
m o tiem po, la virtud de ser oscuro, genético e histórico,
con lo q u e co m p leta la trin id ad de la filosofía m o d ern a . El
p ro ce d im ie n to consiste en d escubrir el m o m e n to en que
Jesús d esp ierta a su conciencia filial y estu d iar el proceso de
su desarrollo hasta el m o m en to q u e sus labios dejaban es­
ca p ar el grito de su decepción: “Dios m ío, Dios m ío, p o r
q u é m e has a b a n d o n a d o ”.
En esto tam bién los evangelistas se h a n a d elan tad o a los
m o d e rn o s críticos y Lucas coloca el nacim iento de la con­
ciencia filial en la m ism a infancia de Jesús, c o n tra ria n d o a
los exégetas que lo h acen en ocasión del bautism o hech o
p o r J u a n . ¿No nos dice Lucas q u e c u an d o los padres de J e ­
sús re to rn a ro n a Je ru salem p a ra buscarlo lo hallaro n en el
T em plo d iscutiendo con los doctores de la ley, y com o le re­
p ro c h a ro n que así los h u b ie ra afligido con su ausencia, el
n iñ o les contestó: “¿Por q u é m e buscáis? ¿No sabéis q u e de­
bo o c u p a rm e de las cosas de m i P ad re?”.
¿De m i Padre? ¿De q u é especie e ra la filiación q u e recla­
m aba Jesús? ¿Se tratab a sim plem ente de recab ar p ara su
co n d ició n de h o m b re u n a p a te rn id a d que c o rre sp o n d ía a
todo el g é n e ro h u m ano? Esta solución es sim ple y coloca­
ría el p ro b le m a en u n nivel p erfe c ta m e n te n atu ral, p ero
deja sin explicación el énfasis con que se adjudicaba la filia­
ción y la reacción escandalizada de los fariseos q u e veían en
ella u n a declaración sacrilega.
380 RUBEN CALDERON BOUCHET

B onsirven llam a la aten ció n sobre el h ech o de que Jesús


h a b la de sus relaciones con el P adre sin fijar lím ites tem p o ­
rales, com o si le c o rre sp o n d ie ra desde siem pre. N o obstan­
te tiene dos m odos de considerarla q u e se refieren respec­
tivam ente al h e c h o de la E n carn ació n y a la ín tim a
asistencia q u e lo m an tien e en contacto con Dios. J u a n y Pa­
blo p o n e n de m anifiesto la g en eració n e te rn a del Verbo,
p e ro Jesús casi n o lo m enciona, a u n q u e insiste de m an e ra
p a rticu la r en el m isterio de la E n c a rn a c ió n quizá p o rq u e
“este m isterio im p o rta m ucho m ás a los fieles, p o r ser la
fu e n te de todas las gracias que recib en en la eco n o m ía cris­
tia n a ”.
Jesús nos h a dad o u n a in te rp re ta c ió n teológica de sus
relaciones con el Padre, p ero sin lu g ar a dudas h a dado pie
a sus fu tu ro s c o m en tad o res p ara q u e tales in terp retacio n es
fu era n hechas. A nte todo afirm a su c e rc a n ía con el P adre y
su u n id a d de natu raleza que se explica p o r la u n id ad de ac­
ción: “En verdad os digo que no p u e d e el Hijo h a c er n a d a
p o r sí m ism o, sino lo que ve h acer al P adre; p o rq u e lo que
éste hace lo hace igualm ente el H ijo ” 231.
En o tra p a rte dice que el P ad re está c o n tin u a m e n te
o b ra n d o y añ a d e p o n ien d o su p ro p ia acción a la p a r del Pa­
dre: ‘Y yo tam bién o b ro ”. Esto in sp irará la d o ctrin a de la
consustancialidad.
Jesús n o se lim ita en estos casos a h a c er solam ente u n a
refe re n c ia vaga y g en eral de sus o p eraciones, sino q u e co n ­
firm a su igualdad con el Padre en u n a reiteració n de actos

2 3 1 . J u a n , V, 19.
LA CIUDAD CRISTIANA 38 1

e n los cuales m anifiesta su carácter de instrumentum con-


junctum. “C om o el P adre resucita a los m u erto s y les d a vi­
da, así tam b ién el Hijo a los q u e q u iere les d a vida” 232.
El Evangelio de J u a n es p a ra siem pre el testim onio in ter­
dicto y om inoso del Verbo h e c h o carne. La “alta crítica” lo
co n sid era u n resultado de especulaciones tardías de muy
diversa fac tu ra que los otros evangelios. C on todo Lucas y
M ateo tra e n tam b ién algunas palabras atribuidas a Cristo
q u e dejan en trev er la p ro fu n d id a d del m isterio señalado
p o r J u a n . “Todo m e h a sido e n tre g ad o p o r m i P adre — le
hace d e c ir M ateo— , y n ad ie conoce al H ijo sino el P adre, y
n ad ie conoce al P ad re sino el H ijo y A quél a q u ien el H ijo
q u iere revelárselo” 233.
Se c o m p re n d e que e n to rn o a este texto se haya librado
u n a larga controversia en pro y en c o n tra de su au ten tici­
dad. P ara la alta crítica está decidido que las in te rp re ta c io ­
nes trinitarias están inspiradas en J u a n y Pablo, de m o d o
q u e esta in o cen te afirm ación de M ateo tiene q u e ser falsa
y efecto de u n a in te rp re ta c ió n posterior. O tros críticos ra­
cionalistas se co n fo rm an con d ar al texto o tro sentido re d u ­
cién d o lo a las p ro p o rcio n es de u n a sim ple sen ten cia m oral.
B onsirven cree q u e la frase, tal com o está provista p o r la
versión tradicional, su p o n e p o n e r la n atu raleza del H ijo so­
b re todo o rd e n cread o y e q u ip a rar su co n o cim ien to al del
m ism o Dios. Esto es afirm ar la divinidad de Cristo v la con-
sustancialidad con el Padre.
A nosotros nos in teresan m ás las palabras de C risto que
las discusiones suscitadas e n to rn o a su sentido. Los cristia­

232. Juan, V, 21.


233. M ateo, XI, 27.
382 RUBEN CALDERON BOUCHET

nos q u e h iciero n la ciu d ad cristiana no fu ero n exégetas ni


altos críticos. Sim ples creyentes, edificaron sobre las ense­
ñanzas del Evangelio la m o rad a de su vida m oral y sobre
ella co n struyeron u n o rd e n social y político.
Jesús era Dios h e c h o h o m b re y a d m itiero n que en su ac­
ción n o h a b ía lu g ar a u n a dualidad e n tre su actuación divi­
n a y su o b ra r h u m an o . U n solo yo — afirm a B onsirven—
q u e o b ra com o dócil in stru m e n to del Padre, p e ro en el
cual la n atu raleza h u m a n a es in stru m e n to de la divina. J e ­
sús o b ra com o h o m b re , p ero in trín secam en te m ovido p o r
Dios. Esto explica tam bién que en la psicología de Jesús se
m anifiesten rasgos psicológicos to talm ente hum anos, p ero
q u e al m ism o tiem po revelan su divinidad. Así cuando le pi­
de a Dios q u e le devuelva la gloria que tenía antes de exis­
tir el m u n d o , revela su p reexistencia ju n to al P ad re y el ca­
rá c te r transitorio de su m isión.
A ntes de d a r u n a id ea sobre lo q u e Jesús pen sab a acer­
ca del R eino de Dios, conviene q u e digam os algo m ás del
m isterio de la T rin id ad Divina. Es curioso observar que pa­
ra m uchos p en sad o res la idea de u n Dios T rino h a nacido
de las especulaciones gnósticas. Es verdad que el A. T. es
m uy p arco respecto a la vida ín tim a de Yavé y a u n q u e en los
libros sapienciales se advierte u n atisbo del m isterio trinita­
ria, hay q u e esp erar el advenim iento de Jesús p ara q u e el
velo se d esco rra com pletam ente.
En los textos evangélicos más q u e la figura de u n Dios
T rin o im p resio n a la com posición de la natu raleza divina en
las personas del P adre y del hijo. Es necesario leer con más
ate n c ió n p a ra d escu b rir la p resencia del Espíritu y advertir
q u e se trata tam bién de u n a perso n alid ad que actúa con in­
d e p e n d e n c ia claram ente individualizada.
LA CIUDAD CRISTIANA 383

“Si m e am áis de verdad — dice Jesús en el discurso de la


últim a cena— , g u a rd a d mis m an d am ien to s y Yo os enviaré
otro Parácleto q u e p e rm a n e c e rá con vosotros p a ra siem ­
pre: el E spíritu de verdad que el m u n d o no p u e d e recibir,
p o rq u e ni lo ve ni le conoce; p e ro vosotros le conocéis, p o r­
q u e m o ra e n tre vosotros y estará en vosotros” 234.
En esta declaración de Jesús transm itida p o r J u a n cabe
destacar las características del Parácleto p rom etido: se dis­
tin g u e de Cristo, a u n q u e com o él in terced e p o r sus discí­
pulos. La presen cia del Espíritu no tiene carácter transito­
rio ni se lim ita a asistir a los apóstoles, pues ru a n d o éstos
desaparezcan el Espíritu de Dios p e rm a n e c e rá sobre la tie­
rra h asta la consum ación de los siglos. El papel desem p eñ a­
do p o r el E spíritu será el de perfeccionar, con su luz in te ­
rior, la in stru c c ió n de los ap ó sto les, privados d e la
p resen cia visible de J e s ú s 235.
L a d o c trin a trinitaria aparece claram ente en la e n u n c ia ­
ción de la fó rm u la del bautism o q u e d eb e hacerse en n o m ­
b re del P adre, del H ijo y del E spíritu Santo y que, definiti­
vam ente, los evangelistas atribuyen al m ism o Jesús.
P o r o tra p a rte — escribe B onsirven— esta fó rm u la trini­
taria es ex presión del m isterio m anifestado p o r aq uella teo-
fanía q u e vino a ilu m in ar la oración de Jesús bautizado p o r
J u a n Bautista. T am bién allí aparece Dios llam ándose explí­
c itam ente el P adre de Jesús. El B autista nos revela el p ro ­
fu n d o sentido de la aparición del Espíritu al d ecir la reve­
lación de q u ien le h ab ía confiado su m isión: “A quél sobre
q u ien vieres d esce n d e r el Espíritu y reposase, ése es el que

234. Juan, XV, 15-17.


235. Ferdinand Prat, Jesucristo, M éxico, Jus, 1948, T. II, pág. 284.
384 RUBEN CALDERON BOUCHET

bautiza en el E spíritu Santo. Yvi y doy testim onio de que és­


te es el H ijo de D ios” 236.
Jesú s posee el E spíritu y p ro m e te enviarlo a los q u e El
q u iere c u a n d o su m isión te rre n a haya sido cum plida.
El E spíritu rec o n o c e a Jesú s com o fu en te y p rin cip io de su
ser, p e ro , la p o testa d de ser fu e n te o rig in aria del E spíritu
la tie n e Jesú s p o r su P adre. En estas líneas rad ica — según
B onsirven— lo esencial del dogm a trinitario: q u e el Espí­
ritu Santo es p e rso n a al igual q u e el P adre y el H ijo, q u e
p ro c e d e de am bas y q u e com o ellas es prin cip io de divini­
zación.

E l R e in o d e D io s

Todas estas nociones sobre el m isterio trin itario consti­


tuyen u n p ró lo g o inevitable a la idea cen tral de la p red ica­
ción de Jesús: el R eino de Dios.
La id ea del R eino preside el o rd e n a m ie n to sociopolítico
de la C iudad Cristiana, p o r eso vamos a exam inar con algún
d e te n im ie n to los elem entos constitutivos de esta noción re ­
ligiosa y las consecuencias q u e tuvo en la organización tem ­
p o ral de la econom ía de la salvación.
El h o m b re cristiano tiene q u e o rd e n a r su vida y h a c er
q u e su c o n d u c ta se pliegue a las exigencias de la re d e n ­
ción. Esta tare a salvadora no lo afecta solam ente en su di­
m en sió n individual, abraza to d a su existencia y de m odo
p articu la r las relaciones con su prójim o. Pensar u n cristia­

2 3 6 . J u a n , I, 3 3 -3 4 .
LA CIUDAD CRISTIANA 385

no d e se n te n d id o del o rd e n político es sencillam ente u n a


ab erració n .
B onsirven h a escrito un libro que se llam a El Reino de
Dios y q u e fue publicado p o r Aubier, e n París, el añ o 1957.
En su in tro d u c ció n nos advierte que la pred icació n o rd in a­
ria de Jesú s ten ía p o r objeto “El R eino de D ios”. Así lo ex­
presó en sus prim eras palabras p ro n u n ciad as en Galilea.
En el curso de su m inisterio reiteró su referen cia al R eino
c u a n d o envió a sus doce apóstoles p ara q u e lo p red ic ara n
e n tre los gentiles. En la plegaria q u e enseñó a los suyos pi­
de el advenim iento del R eino y sus últim as palabras fu ero n
p a ra ratificar el m an d ato h ech o a los apóstoles cuyo h o n d o
sentido, hay q u e buscarlo e n la id ea del Reino.
El R eino de Dios es el cen tro del m ensaje de Jesús y de
su actividad. La locución R eino de Dios, a u n q u e n o se usa
m ás de u n a vez en el Antiguo Testamento, e ra co n o cid a en
P alestina d u ra n te los años que predicó Cristo. Su sentido
e ra, en cam bio, poco claro y las diversas sectas ju d ía s e n te n ­
d ían p o r la m ism a palabra, diferentes cosas. Esto explica el
clim a de in terro g acio n es en que creció su p réd ic a y las exi­
gencias aclaratorias e n q u e se com placen sus adversarios.
E n tre los m ism os discípulos de Cristo n o h a b ía g ran u n i­
d ad al respecto y esta situación confusa explica las in te rv en ­
ciones aclaratorias del m aestro y n o pocas am onestaciones
a las veleidades m ateriales con que e n te n d ía n el R eino al­
gun o s de ellos.
En los libros conocidos com o apócrifos del Antiguo Tes­
tamento hallam os claras referencias al R eino de Dios, e n te n ­
dido com o consum ación de las esperanzas m esiánicas. Es­
tos d o c u m e n to s h a n llegado hasta n osotros con algunas
in terp o lacio n es de o rigen cristiano q u e n o le qu itan la
386 RUBEN CALDERON BOUCHET

fuerza pro fètica q u e los anim a. En u n o de ellos, llam ado


“Salm os de S alo m ó n ”, com puesto en la segunda m itad del
siglo I a. de J. C., se exalta la realeza de Dios y se clam a p o r
su p ro n to advenim iento en gloria p a ra re in a r sobre Israel:
“Señor, T ú eres n u estro rey p ara siem pre ja m á s... Espe­
ram os en Dios, n u estro salvador:
’’P o rq u e el p o d e r de nuestro Dios es e te rn o y m isericor­
dioso y la realeza de n u estro Dios es e te rn a sobre las nacio­
nes. M íralos, S eñor y suscítales su rey, hijo de David en el
tiem po q u e sólo tú conoces, tú ¡oh! Dios, p a ra que rein e so­
b re Israel él re u n irá al pueblo santo (su g o b iern o ju sto ).
”E1 S eñor es su rey, su esperanza está en El, que es todo
p o d ero so p o r su esperanza en D ios... ¡Felices aquellos que
vivirán en esos días p a ra co n tem p lar la felicidad de Israel
en la re u n ió n de las tribus!
’’¡Q ue Dios lo haga!
’’¡Q ue venga p ro n to su m isericordia sobre Israel!
’’Q u e nos quite las m anchas de los enem igos im puros.
”E1 S e ñ o r es n u estro rey p ara siem pre ja m á s.”
B onsirven cree q u e fue escrito p o r u n fariseo y conside­
ra q u e p e rte n e c e a la m ism a secta del que escribió el libro
conocido con el n o m b re de Asunción de Moisés, p o r la am ar­
ga rigidez de sus juicios.
“E ntonces ap a re c erá su reino, del S eñor de los señores
del Dios de nuestros padres en to d a su creación y entonces
Zabulos (Satanás) n o será más y con él se irá la tristeza. Y
en to n ces estarán llenas las m anos (rito de consagración)
del ángel establecido p o r el cielo, q u ien lo vengará ráp id a­
m en te de sus enem igos. P orque C eleste se levantará de su
tro n o real y saldrá de su santa m o rad a p a ra castigar a las n a­
LA CIUDAD CRISTIANA 387

cio n es... E ntonces Israel serás feliz... Dios te exaltará y te


colocará en el cielo de las estrellas, en su p ro p ia casa, y des­
de lo alto verás a tus enem igos sobre la tie rra ”.
La m ezcla de exaltación p atriótica y de carn alid ad de es­
ta co n cep ció n del R eino n o la hacía m uy ap ta p a ra com ­
p re n d e r el m ensaje de Jesús. U n tono distinto ofrecen los
libros llam ados Sibilinos, com puestos p rim e ro en A lejandría
y luego in terp o lad o s p o r m anos cristianas. Cito los pasajes
q u e p o r su to n o p arecen m ás a u tén ticam en te judíos:
“Hay u n Dios único p o r encim a de todos (C read o r). Vo­
sotros n o queréis despertaros y venir al espíritu de la sabi­
d u ría y re c o n o c e r al Dios-rey que vigila todo. C uando R om a
rein e sobre el Egipto todavía tem bloroso, entonces ap a re ­
cerá el R eino inm enso, rey e te rn o ex tendiéndose sobre los
hom bres. U n p rín cip e santo ven d rá que ten d rá en sus m a­
nos el cetro del universo p o r todo el tiem po p o r venir. L ue­
go u n río de fuego se descolgará del cielo. M aldición p ara
m í, m iserable, c u an d o venga ese día, y el ju icio del Dios
E tern o , el gran rey (En m edio de las calam idades) las alm as
de los h u m an o s llam an en su ayuda al gran rey (En el tiem ­
po de Epifanio) delante del gran Dios, el rey inm ortal.
’’D oblarán la ro dilla b lanca sobre la tie rra fértil... (Lue­
go de las últim as tribulaciones) del O rien te, Dios enviará
u n rey, q u e él en el m u n d o e n te ro p o n d rá fin a la g u e rra
nefasta, m ata n d o a un o s y a c o rd a n d o con los otros u n a
alianza e te rn a N o h a rá esto p o r sí m ism o, sino p a ra seguir
los d ecretos del G ran D ios... (últim a era de felicidad) En­
tonces suscitará u n rein o p o r los siglos sobre todos los h o m ­
b re s... ¿Y de toda la tie rra llevarán inciensos y regalos a la
casa del G ran D io s... H e ah í el fin que el Dios del cielo po­
ne a la g u erra. Y así todos d e b e rá n sacrificar al gran rey. Las
388 RUBEN CALDERON BOUCHET

llam as in co rru p tib le s del sol no serán m ás ni el esp len d o r


d e la luna, e n ese tiem po últim o en que Dios ejercerá el im ­
p e rio ... y ese día d u ra rá m u ch o tiem po p ara que se le co­
nozca, a él, al Dios único, q u e percibe todo desde lo alto de
los cielos. Y de los prad o s del cielo h a venido u n h o m b re
b e n d ito q u e tiene en sus m anos el cetro q u e Dios le h a con­
fia d o ... H a devuelto a los b u en o s la riqueza que les habían
sido tom adas y h a q u e m a d o hasta los cim ientos a las ciuda­
des im pías. P ero a la ciu d ad hacia las cual tien d e la com pla­
cencia de Dios, la h a h e c h o m ás brillante que los astros, el
sol y la lu n a ... Dios construye u n tem plo m agnífico y u n a
to rre inm ensa, q u e alcanza las nubes y es vista p o r to d o s”.
O bserva Bonsirven que al vocabulario de las habituales
alabanzas a Dios y su realeza, se añade la ten d en cia a llam ar
R eino de Dios a los tiem pos de la consum ación. Esto enseña
que la noción R eino de Dios estaba ligada a la idea del M e­
sías y ten ía en la conciencia ju d ía u n sentido escatológico.

E l R e in o e n l a p r e d ic a c ió n d e C r is t o

E xam inem os a h o ra qué alcance tiene en la predicación


de Jesús la id ea del R eino y p o r qué no fue a cep tad a su con­
cepción p o r la m ayor p a rte de los ju d ío s.
¿El R eino de Dios concebido p o r C risto tiene su p len a
realización en el tiem po histórico o en u n a situación esca-
tológica, allende la historia?
Esta p re g u n ta h a sido resp o n d id a de diversas m aneras
en fu n ció n de los textos que se su p o n e n autorizados p ara
testim o n iar las palabras del m ism o Cristo. P odem os red u cir
LA CIUDAD CRISTIANA 389

a tres estas respuestas: la p rim e ra es la llam ada escatológica


c o n secu en te y sostiene que el R eino p red icad o p o r Jesús
e ra esp erad o p a ra u n fu tu ro m uy próxim o. Esta o pinión
tro p ieza con algunas dificultades textuales y hace poco ca­
so del testim onio de la tradición eclesiástica. Jesús aparece
así com o u n sim ple iluso q u e h a b ría dad o su vida p o r u n es­
pejism o.
La se g u n d a o p inión no tien e u n n o m b re q u e la identifi­
que. C oincide con la p rim e ra en sostener el carácter fu tu ­
ro del R eino de Dios, p ero se a p a rta p o rq u e to m a en cu en ­
ta las sentencias de Cristo c u an d o éste afirm a que el R eino
q u e d a in au g u ra d o con su presencia. La tercera trata de
a h o n d a r en esta dirección y exam ina con cuidado las pala­
bras d e Jesú s cu ando asegura que el R eino tiene e n él su co­
m ienzo. A la luz de esta certeza estu d iará las palabras en las
q u e C risto hab la del R eino en sentido escatológico.
Las frases de Jesús ap ortadas p o r M ateo XII, 28: “Mas si
yo arro jo a los dem onios con el espíritu de Dios, entonces
es q u e h a llegado a vosotros el R eino de D ios”.
L a p ro posición tiene el tono de u n acertijo. Efectiva­
m en te , si se acep ta q u e ech a los dem onios con el espíritu
de Dios, es p o rq u e tiene p o d e r p a ra ello y el R eino de Dios
se inicia con él. Pues “¿Cóm o p o d rá e n tra r u n o en la casa
d e u n fu erte y arre b a ta rle sus cosas, si p rim e ro no logra su­
je ta r al fu erte? ” 237.
Esta aclaración su p o n e el co nocim iento de q u e el R eino
de Dios viene p reced id o p o r u n e n c ad e n a m ie n to de Sata­
nás y sus p o d e re s sobre el m u ndo.

2 3 7 . M a te o , X II, 2 9 .
390 RUBEN CALDERON BOUCHET

Jesús d e rro ta al D em onio e inicia la nueva e ra an u n cia­


d a p o r el Precursor. J u a n el B autista señala el lím ite del m a­
gisterio de la ley y los profetas e indica la presencia del M e­
sías. “En verdad os digo q u e e n tre los nacidos de m ujer no
h a ap arecid o u n o m ás g ran d e que J u a n el Bautista. Pero el
m ás p e q u e ñ o en el R eino de los cielos es m ás g ran d e que
é l”. Y a ñ a d e Jesús u n a sentencia sobre el R eino q u e contras­
ta con el S erm ón d e la M ontaña: “D esde los días de Ju a n el
B autista hasta a h o ra es e n tra d o p o r fuerza el R eino de los
cielos, y los violentos lo a rre b a ta n ”. C on J u a n term in ó la
alianza y va n o h a b rá m ás profetas que a n u n c ie n el Mesías.
“P o rq u e to d a la ley y los profetas h an profetizado hasta
Ju a n . Y si queréis oírlo, él es ese Elias q u e tiene que venir.
El q u e tiene o íd o q u e o ig a” 238.
Esta identificación de J u a n con Elias la re ite ra M arcos
e n u n co n texto q u e aclara las razones q u e ten ía Jesús p a ra
p ro c e d e r así: “C óm o dicen los escribas que p rim e ro h a de
venir Elias? El les dijo: Es cierto que Elias, viniendo p rim e ­
ro, restab lecerá todas las cosas; p ero ¿cóm o está escrito del
H ijo del H o m b re; que p ad ecerá m ucho y será despreciado?
Yo os digo que Elias h a venido ya y q u e h icie ro n con él lo
q u e quisieron, com o de él está escrito ” 239. Esta declaración
d e Jesús establece sin am bigüedad que h a b ie n d o llegado el
P recursor, el R eino de Dios está abierto.
A h o ra se trata de e n tra r en él y p a ra ello conviene lu­
c h a r c o n tra los q u e se o p o n e n a su realización. En p rim er
lu g ar señ alan d o con fuego a lo escribas y fariseos h ipócri­
tas q u e son incapaces de e n tra r p e ro n o de im p e d ir que e n ­

238. M ateo, XI, 11-15.


239. Marcos, IX, 11-13.
LA CIUDAD CRISTIANA 39 1

tre n los otros. R eferencia a la oposición q u e se realiza con­


te m p o rá n e a m e n te a su p réd ica y q u e no te n d ría sentido si
la posibilidad de e n tra r en el R eino n o fu era d ad a al mis­
m o tiem po con la o p o rtu n id a d de im pedirla.
La posesión del R eino se realiza en u n tiem po presen te
y d eb e ser p refe rid a a la de los bienes m ateriales: “n o an ­
déis bu scan d o qué com eréis y beberéis, n o andéis ansiosos,
p o rq u e todas esas cosas las buscan la g e n te del m u n d o , p e­
ro vuestro p a d re sabe que tenéis necesidad de ellas. Voso­
tros buscad su R eino y to d o se os d a rá p o r a ñ a d id u ra ” 240.
B onsirven considera q u e la analogía del R eino con el
g ran o de m ostaza n o te n d ría sentido si n o se refiriese al
crecim ien to de esa realid ad en el tiem po actual. Lo m ism o
sucede con la com paración sobre la levadura que hace le­
vantar la m asa en tera: “El R eino está ah í — escribe B onsir­
ven— h a llegado ya, p e ro conviene te n e r en c u e n ta u n m a­
tiz q u e q u iere sugerir el verbo aproxim arse: El R eino h a
h e c h o su advenim iento de m an e ra decisiva, p ero q u e d a co­
m o u n a realidad siem pre en m arch a q u e n o deja de a rri­
m arse, de crecer: dinam ism o que se ejerce tanto en los in­
dividuos com o en la colectividad.

A d v e n im ie n t o d e l R e in o

El R eino inicia su llegada con la p réd ica de Jesús, p ero


llega a u n a p rim e ra etap a decisiva de su itin erario con la
m u erte y resu rre c c ió n de Cristo. En los um brales de su pa-

2 4 0 . L u c a s, X II, 2 9 -3 1 .
392 RUBEN CALDERON BOUCHET

sión Jesú s a n u n c ia la nueva alianza c u an d o instituye la Eu­


caristía. C uatro textos poseem os sobre esta institución y los
cu a tro expresan u n a nueva situación en la relación del
h o m b re con Dios. P ro b ab lem en te el m ás antiguo de estos
testim onios sea el q u e trae San Pablo en su IQa los C orin­
tios: la n o c h e en q u e Jesús fue p re n d id o y que h ab ía cena­
d o con sus discípulos. En esa ú ltim a cena “tom ó el p an, y
después de d a r gracias, lo partió y dijo: esto es mi cuerpo,
q u e se d a p o r vosotros, h aced esto en m em o ria m ía. Y asi­
m ism o, después de cenar, tom ó el cáliz diciendo: este cáliz
es el N uevo T estam ento e n m i sangre; cuantas veces lo be­
báis h aced esto e n m em o ria m ía. Pues cuantas veces com áis
este p a n y bebáis este cáliz anunciáis la m u erte del S eñor
hasta q u e El ven g a” 241.
En la m ism a epístola Pablo advierte con el espíritu que
tien e q u e ser consum ido el ágape santo p a ra q u e se m an ­
ten g an las condiciones de la nueva alianza.
En M ateo hay u n a versión de la institución eucarística
q u e difiere en algunos detalles, p ero en esencia conserva el
m ism o sentido, pues co n firm a “q u e ésta es m i sangre del
N uevo T estam ento, que será d e rra m a d a p o r m uchos p a ra
rem isión de los pecad o s”, y te rm in a con palabras sem ejan­
tes a las de Pablo a n u n c ia n d o el tiem po de d u ració n de la
N ueva Alianza: “Yo os digo que no b e b e ré m ás de este fru ­
to de la vid hasta el d ía que lo b eb a con vosotros nuevo en
el R eino de mi P a d re ” 242.
Estas palabras de Cristo señalan con claridad dos épocas:
u n a de constitución y progreso del R eino en su doble mili-

2 4 1 . 1 C o r in t io s , X I, 2 3 -2 6 .

2 4 2 . M a te o , X X V I, 2 6 -2 8 .
LA CIUDAD CRISTIANA 393

tancia, c o n tra el enem igo y sus secuaces y co n tra las te n d e n ­


cias pecam inosas de la p ro p ia naturaleza caída. San M arcos
precisa, con térm in o s inequívocos, que la consum ación de
este esfuerzo es la instauración definitiva del Reino. “En
verdad os digo que ya no b eb eré del fru to de la vid hasta
aquel día en q u e lo b eb a nuevo en el R eino de D ios” 243. La
m ism a id ea vuelve a repetirse en Lucas con otras palabras:
“a rd ie n te m e n te he deseado com er esta pascua con vosotros
antes de padecer, p o rq u e os digo que n o la com eré hasta
q u e sea cu m p lid a en el R eino de D ios” 244.
Jesú s se d a com o alim ento p a ra fo rtalecer el organism o
espiritual q u e abre las puertas del R eino y espera a sus dis­
cípulos, p a ra instalarlos definitivam ente cu a n d o hayan ven­
cido la m u erte, allende la historia.
J u a n n o d a u n a versión de la institución de la Eucaristía.
D u ra n te la é p o ca en que él escribió su Evangelio, el ágape
e ra m otivo cen tral del culto cristiano y le h a b rá parecido
innecesario re c o rd a r algo tan obvio p ara todos los fieles.
E n cam bio re c u e rd a las palabras de Jesús cu ando se despi­
de de sus discípulos y hace m en ció n a la condición en que
q u e d a rá n hasta que se consum a el advenim iento del Reino.
T om am os las palabras de Jesús a p a rtir de la p re g u n ta de
Tomás: “N o sabem os a d ó n d e vas; ¿cóm o p odem os c o n o cer
el cam ino? Jesús le dijo: Yo soy el cam ino, la verdad y la vi­
da; n ad ie viene al P adre sino p o r Mí. Si m e habéis conoci­
do conoceréis tam bién al Padre. D esde a h o ra le conocéis y
le habéis visto”.

243. Marcos, XIV, 25.


244. Lucas, XXII, 15-16.
394 RUBEN CALDERON BOUCHET

El co nocim iento del cam ino que lleva al Dios es al mis­


m o tiem po com ienzo del Reino. Jesús es el cam ino, la ver­
d ad y la vida, q u ien lo haya conocido, sabe p o r d ó n d e tiene
q u e m arc h ar p a ra lograr la e n tra d a en el Reino. P o r esa ra­
zón c u a n d o Felipe le pide que le m uestre al Padre, Jesús lo
am o n esta cariñosam ente: “Felipe ¿tanto tiem po h a que es­
toy con vosotros y n o m e habéis conocido? El que m e h a vis­
to a Mí h a visto al Padre; ¿Cómo dices tú m uéstram e al Pa­
dre? ¿No creéis que yo estoy en el P adre y el P adre en M í?”.
Insiste a co n tin u ació n en su identificación con el Padre
y luego e n el valor transfigurador de la fe y después les p ro ­
m ete la asistencia del E spíritu q u e les ayudará a g u a rd a r sus
palabras, pues aquel que lo am e recibirá el Espíritu Santo y
el P ad re y el H ijo h a rá n e n él su m orada.
In h ab itació n m ística con la q u e se incoa la eco n o m ía de
la salud y q u e explica los frutos nacidos de la caridad. Jesús
se va al P ad re y deja sobre los suyos su paz “La paz os dejo,
m i paz os doy; n o com o el m u n d o la da, la doy yo. No se
tu rb e vuestro corazón ni se intim ide. H abéis oído lo que os
dijo: Me voy y vengo a vosotros”.
D oble m ovim iento de alejam iento y re to rn o que se ex­
plica si se ad m ite que el irse se refiere a su realidad h u m a ­
n a q u e d eb e cum plir la consum ación del sacrificio y el vol­
ver a su resu rre c c ió n y su po sterio r in h ab itació n en el
esp íritu de los creyentes: “Yo soy la vid, vosotros los sar­
m ientos. El que p e rm a n ec e en m í y yo e n él, ese da m ucho
fru to , p o rq u e sin m í n o podéis h a c er n a d a ”.
El R eino de Dios q u e d a iniciado en la tierra, p ero Jesús
re c u e rd a a sus discípulos que a u n q u e se e n c u e n tre n en m e­
dio del m u n d o , no son del m u n d o y p o rq u e n o son del
m u n d o es q u e el m u n d o los aborrece. Les a n u n cia p erse­
LA CIUDAD CRISTIANA 395

cuciones y p adecim ientos que h a n de sufrir p o r su causa,


p e ro les p ro m e te de nuevo la asistencia del E spíritu Santo
y les re c o m ie n d a que se am en los un o s a los otros com o él
m ism o los am ó.
P recep to de caridad q u e p o n e en la e c o n o m ía de la sa­
lud la in teg ració n de la justicia. P or eso los discípulos cu an ­
do llegue el m o m e n to o p o rtu n o , h an de p e n sar q u e el
m an d a to de Jesús incluye u n o rd en sociopolítico transido
de exigencias caritativas. L a C iudad C ristiana n a c erá de es­
te p rec e p to y su dinam ism o ético estará regulado p o r u n a
o rie n tac ió n salvadora.
La C iudad C ristiana n o es el R eino de Dios, ni lo incoa,
p e ro com o consecuencia de u n a actividad dirigida in trín se ­
c am en te p o r la presencia m ística de la gracia santificante y
el deseo de h a c er más factible el advenim iento del Reino.
El R eino es, si se quiere, causa ejem plar extrínseca de la
C iudad C ristiana y al m ism o tiem po su fin.

E l R e in o d e D io s y l a s e g u n d a v e n id a d e C r is t o

El R eino de Dios se cu m p lirá en u n a recreación total de


las condiciones de la vida h u m a n a cuya consum ación se
prevé p a ra el fin de los siglos y luego de la seg u n d a llegada
del Señor. La crítica racionalista h a p re te n d id o re d u c ir la
p red icació n del R eino a u n aco n tecim ien to escatológico
q u e Jesús de N azaret preveía p a ra u n lapso relativam ente
breve en el que vendría en el esp len d o r de la gloria de Ya-
vé. La p erso n alid ad de Cristo q u e d a b a así convertida en la
de u n iluso m aread o con el espejism o de su autosugestión
396 RUBEN CALDERON BOUCHET

m esiánica. R esultaba u n poco b u rd o y la alta crítica, des­


p u és de h a b e r re c o rrid o los senderos de esta opin ió n , p re­
firió re n u n c ia r a ella y sostener q u e Jesús n u n c a h a b ía pre-
d ich o su seg u n d a llegada. Las palabras q u e se le atribuyen
refe re n tes a este aco n tecim ien to n acen de los sueños apo­
calípticos de la Iglesia naciente. P ru e b a la tesis adu cien d o
q u e la lite ra tu ra apocalíptica aparece recién al fin del siglo
p rim e ro y com ienzos del segundo.
Esta o p in ió n se co m pleta con esta otra: todos los testi­
m onios evangélicos h an sido refundidos y ad ulterados p o r
la Iglesia co n el prop ó sito de provocar u n a seg u n d a espe­
ran za m esiánica. En c o n tra existe u n hecho: todos los evan­
gelistas p o n e n e n b o ca de Jesús palabras que se refieren a
u n re to rn o en gloria antes del fin de los tiem pos.
M ateo trae varios textos referen tes a la P arusía en fo rm a
m ás o m enos parabólica. Tom am os dos: el p rim e ro de ellos
llam a la ate n c ió n sobre el carácter súbito de la segunda
aparición: “p o rq u e com o el relám pago, q u e sale del O rie n ­
te y brilla hasta el O ccidente, así será la venida del H ijo del
H o m b re ”.
Y u n versículo m ás a d e la n te añade: “L uego, en seguida,
d esp u és de la tribulación de aquellos días, se o scu recerá el
sol, y la lu n a n o d a rá luz, y las estrellas caerán del cielo y
las co lu m n as del cielo se conm overán. E n to n ces a p arecerá
el e sta n d a rte del H ijo del H o m b re en el cielo, y se lam en ­
ta rá n todas las tribus de la tierra, y verán al H ijo del H o m ­
b re v enir sobre las n u b es del cielo c o n p o d e r y m ajestad
g ra n d e s ” 245.

2 4 5 . M a te o , X X IV , 2 7 -3 0 .
LA CIUDAD CRISTIANA 397

Sobre la fech a de tal acontecim iento, M ateo afirm a que


Jesús no dijo nada, a no ser que nadie la conocía: ni los á n ­
geles del cielo, n i el H ijo, sino sólo el Padre.
P ara los q u e sostienen que Cristo esp erab a p a ra muy
p ro n to el fin del m u n d o , este testim onio resultaba particu ­
la rm e n te m olesto y h u b o q u e adjudicarlo a in terp o lació n
p o ste rio r a M ateo. Los racionalistas hablan de la fe con
g ran desprecio, y al m ism o tiem po, com o irónico h o m e n a ­
je a la g ran im becibilidad que supone, tien en excesiva con­
fianza en ella. C reen q u e se alim enta de todo aquello que
p u e d e m atarla, con lo que no explican bien su eco n o m ía y
o b ra n e n d e trim e n to de la p ro p ia razón. Si la confianza na­
tu ral exige de q u ien la inspira u n a cierta c o n tin u id a d e n el
c u m p lim ien to de las prom esas ¿por qué h a de su ced er co­
sa distin ta con la fe sobrenatural? ¿Por q u é c re e r que su in­
capacidad p a ra satisfacer las esperanzas fundadas en ella
sea lo q u e explica su éxito?
D ejo la p re g u n ta sin resp u esta p o rq u e creo q u e la con­
testación a los in te rro g a n te s levantados p o r la p erso n a de
Cristo se e n c u e n tra n en la historia de la Iglesia. Desvincu­
lar la Iglesia de su fu n d a d o r p arece ser u n ju e g o de gran re­
fin a m ie n to intelectual, p ero en el fo n d o se tra ta de esclare­
c er u n m isterio p ro p o n ie n d o u n enigm a.
El Jesús descripto p o r el Evangelio de M ateo n o esperaba
el fin de los tiem pos y su re to rn o en gloria p ara u n lapso
m uy breve. Tom ó todas las precauciones necesarias p a ra que
sus discípulos se p rep a ra ra n para u n largo viaje sin decirles
cu án d o volvería. Previo su m u erte infam ante, el ab an d o n o
de todos los suyos, su descenso al sepulcro y su resurrección.
Les aseguró que el Espíritu los consolaría en su ausencia y
les prestaría asistencia sobrenatural hasta la consum ación de
398 RUBEN CALDERON BOUCHET

la historia. Del día y la h o ra en que esto sucedería nadie lo


sabe, ni los ángeles del cielo, ni el Hijo, solam ente el Padre.
Y agregó: “C u an d o el H ijo del h o m b re venga en su glo­
ria y todos los ángeles con El, se sen tará sobre su tro n o de
gloria, y se re u n irá en su presencia todas las gentes, y sepa­
ra rá a unos de otros, com o el pastor separa a las ovejas de
los cab rito s” 246.
El discurso escatològico de M arcos es algo d iferen te y
aparece en u n a conversación que tiene Jesús en el M onte
d e los Olivos con P ed ro , Santiago, J u a n y A ndrés. Estos dis­
cípulos h a n p re g u n ta d o a Cristo si faltaba m u ch o p ara la
d estru cció n del T em plo y de Jeru salem . Jesús d a u n a res­
p u e sta q u e sobrevuela esos acontecim ientos relativam ente
próxim os y los usa com o prefiguración del suceso escatolò­
gico final: “M irad — les dijo— que nad ie os induzca a error.
M uchos v e n d rán en m i n o m b re diciendo: ya soy y extravia­
rán a m uchos. C u an d o oyéreis h a b la r de g u erras y ru m o res
de g u e rra , n o os turbéis: Es preciso q u e esto suceda; p ero
eso n o es a ú n el fin ” 247. A con tin u ació n p red ice u n a serie
de calam idades q u e p o r la constancia con q u e advienen a
los h o m b re s n o d e n o ta n u n a época precisa y se e x tie n d en
a lo largo d e to d a la historia. Luego re to rn a a las profecías
sobre la su erte q u e h a de c o rre r la patria d e los ju d ío s y en ­
laza esta desolación nacional con las tribulaciones que h an
d e p re c e d e r a su segundo advenim iento: “P ero en aquellos
días, después de aquella tribulación, se oscurecerá el sol, y
la lu n a no d a rá su brillo, y las estrellas se caerán del cielo,
y los p o d eres de los cielos se conm overán. E ntonces verán

246. M ateo, XXV.


247. Marcos, XIII, 5-7.
LA CIUDAD CRISTIANA 399

al H ijo del H o m b re viniendo sobre las n u b es con gran po­


d e r y m ajestad. Enviará a sus ángeles y ju n ta r á a sus elegi­
dos de los cuatro vientos, del extrem o de la tie rra hasta el
ex trem o del cielo ” 248.
Sobre el día y la h o ra del acontecim iento rep ite lo que
hem os visto expresado p o r M ateo: sólo el Padre los conoce.
Pero, com o lo h a dicho el versículo 10 del m ism o capítulo:
“antes h a b rá d e ser predicado el Evangelio a todas las nacio­
n e s ”. Esta tarea n o es fácil de realizar. Si se alega que Cristo
ten ía de la geografía u n a idea m uy lim itada es p o rq u e se su­
p o n e que no e ra Dios. En este caso interesa poco cuál podía
ser la extensión adjudicada al m u n d o habitado. C on todo
conviene señalar u n a predicción que asom a en su discurso y
que realm en te h a b ía que ser m uy optim ista o m uy b u e n co­
n o c e d o r del fu tu ro p ara ten e r tan ta confianza en su realiza­
ción: la propagación del Evangelio p o r todas las naciones
del m u ndo. En ese m o m en to contaba con doce m odestos se­
guidores y u n p o rv en ir inm ediato bastante negro: proceso a
la vista, a b a n d o n o y dispersión de los suyos, m u erte infam an­
te en la cruz y ni u n céntim o p ara m o n tar la em presa.
C om o com ienzo de u n a tarea co n q u istad o ra n o se p o ­
d ía te n e r m enos, p e ro su augurio se realizó. No im p o rta
q u e la o p eració n no haya sido m uy exitosa. El no profetizó
u n happy end, sino precisam ente lo que aconteció: p ro p ag a ­
ción del Evangelio, persecuciones, tribulaciones y falsos
mesías. El q u e ten g a ojos p a ra ver que vea. C om o yo n o he
recibido n in g u n a revelación particu lar m e lim ito a indicar
sus propios discursos y u n a realidad histórica que n o tiene
el aspecto de h ab erlo desm entido.

2 4 8 . M a r c o s, X III, 2 4 -2 7 .
400 RUBEN CALDERON BOUCHET

San Lucas coloca el discurso escatológico en u n a fo rm a


sem ejante a la de M arcos y señala com o conclusión la n ece­
sidad de vivir atentos y en p e rp e tu a vigilia de arm as.
J u a n n o trae en su Evangelio u n discurso escatológico,
p e ro si es cierto, com o sostiene la trad ició n eclesiástica,
q u e él es el a u to r del Apocalipsis, nos h a co m p en sad o so­
b ra d a m e n te de esta au sen cia con su visión e x tra o rd in a ria
d e los sucesos q u e p re c e d e rá n al advenim iento del C risto
e n Gloria.
R especto a esta se g u n d a venida del S eñor conviene re ­
c o rd a r u n d ato n e o testam en tario que d ará n acim iento al
m ilenarism o, según el cual, Cristo rein a rá m il años sobre la
tie rra antes de q u e acontezca el fin de los tiem pos. La espe­
ran z a m ilenarista se fu n d a en este co n tex to de J u a n el Apo-
calepta: “Vi u n ángel que d escen d ía del cielo, trayendo la
llave del abism o y u n a gran c a d en a en su m ano. Cogió al
d rag ó n , la serp ien te an tig u a q u e es el D iablo, Satanás, y la
e n c a d e n ó p o r m il años. Le arrojó al abism o, y c erró y enci­
m a de él puso u n sello, p a ra que no extraviase m ás a las n a ­
ciones hasta term in a d o s los m il años, después de los cuales
será soltado p o r poco tie m p o ” 249.
L uego de este p e río d o de o rd en y de g o b iern o bajo la
paz de Cristo y e n su presencia, será soltado Satanás y sal­
d rá a extraviar a las naciones que m o ra n en los cuatro á n ­
gulos de la tierra. El lapso previsto p a ra la ú ltim a desola­
ción es c o rto y p rec e d e a la de Jeru salem celeste que h a de
resp la n d ec e r p a ra siem pre 25°.

249. Apocalipsis, XX, 1-5.


250. El que d esee con ocer m ejor este problem a, p u ed e leer el libro de
LA CIUDAD CRISTIANA 401

L O S PRINCIPIOS DEL R EIN O

In te resa a h o ra d iscern ir cuáles son los principios que


fu n d a n el R eino de Dios pues, com o escribe B onsirven, el
R eino tiene su constitución y ésta está regida p o r principios
q u e inspiran, g u ían y sostienen la co n d u cta de sus co m p o ­
n en tes. El m ism o a u to r rec u e rd a tam bién que la p rim e ra
pred icció n de Cristo p u e d e resum irse en u n a indicación y
u n m andato: el R eino h a llegado, convertios y creed e n el
Evangelio.
A la indicación u n a pregunta: ¿dónde está? y al m an d a­
to otra: ¿qué es lo que debem os convertir?
A la p rim e ra p re g u n ta Jesús h a resp o n d id o con su p re ­
sencia personal: Yo soy el cam ino, la verdad y la vida. En
o tra o p o rtu n id a d : Yo soy el pan vivo que h a bajado del cie­
lo, el q u e viene a m í no te n d rá m ás h am bre. C on éstas y
otras sentencias destaca la nueva realidad que e n tra b a con
él en co n tacto con los hom bres: el R eino de Dios com ien­
za conm igo y con aquellos q u e a m í se in co rp o ren m ovidos
p o r la gracia del Espíritu. Ese m ovim iento de ob ed ien cia a
la gracia su p o n e la rectificación de la voluntad, que es p re ­
cisam ente lo q u e se tiene que convertir.
La conversión es u n p rim e r paso y le co rre sp o n d e darlo
al h o m b re . Dios recoge este m ovim iento de la voluntad y lo
in c o rp o ra al m isterio so b ren atu ral de la E n carn ació n p ara
llevar al h o m b re hasta el R eino. P o r eso dice B onsirven q u e
el p rim e r p rincipio in sp irad o r de esta transfiguración de la

Alcañiz-Castellani, La Iglesia patrística y la Parusta, y el libro de Castellani,


El Apocalipsis, ambos editados por E diciones Paulinas.
402 RUBEN CALDERON BOUCHET

natu ra le z a h u m a n a es el Padre, n o m b re q u e designa a Dios


e n u n a relación p a rticu la rm e n te accesible y am able p a ra el
h o m b re .
H acer la voluntad del Padre es vivir en la raíz de la más
cabal realidad, pues Cristo enseña q u e el h o m b re h a sido
h e c h o p a ra Dios y no solam ente p o r Dios. U n anim al y u n a
p la n ta son tam bién hechos p o r Dios, p e ro en su dinam is­
m o in te rio r no existe n in g ú n im pulso q u e los lleve a u n e n ­
c u e n tro con el Padre. En el h om bre sí y es en virtud de u n a
decisión libre q u e el ser h u m an o p u e d e e lu d ir este e n c u e n ­
tro y fru stra r su salvación personal. Q u ien hace la voluntad
del P ad re realiza su ser e n la más ín tim a y total autentici­
d ad, pues se convierte, librem ente, en el c o ad ju to r de Dios.
P ara llegar al P ad re hay que creer en el H ijo. Esta fe en
la realid ad divina de Jesús no p u ed e lograrse si no está fa­
vorecida p o r u n m ovim iento libre del alm a. Expliquem os:
El R eino de Dios es u n a nueva vida que el h o m b re está lla­
m ad o a co n q u istar m erced a la m ediación de Cristo. Pero
a c ep ta r a C risto p o r m ediador, su p o n e ad m itir su divini­
dad. Esta fe en el carácter santo de su p e rso n a “no es la car­
n e ni la sangre q u ien la d a ”, sino el P ad re que está en los
cielos. N o se p u e d e explicar m ás claram en te el origen so­
b re n a tu ra l de la fe en Jesús. N o se tra ta de u n a confianza
h u m a n a en la p articu lar epopeya del h o m b re Jesús de Na­
zaret. Es, com o la E ncarnación m ism a, u n m isterio religio­
so, algo que p e rte n ec e a la relació n p ro fu n d a q u e u n e a la
c ria tu ra h u m a n a con su creador. La fe que posee el h o m ­
b re de ser cread o p o r Dios y de estar u n id o a él p o r el n e ­
xo ontològico q u e la creación su p o n e, es fe n atu ral, con­
fian za q u e b r o ta de la c re e n c ia tra d ic io n a l en u n a
revelación positiva h e c h a p o r Dios en el com ienzo de la his­
LA CIUDAD CRISTIANA 403

toria. Esta revelación prim itiva h a dado o rigen a eso que se


llam a religión n atu ral y cuya h u ella p e rd u ra en las religio­
nes positivas. Si n o fuera así n o h a b ría religión, a lo más, las
proyecciones codificadas de u n sueño.
La fe e n C risto tiene o tro cará c te r y o tra finalidad: p ro ­
viene de u n a infusión divina y su objeto es la revelación
q u e se c u m p le to talm en te en la p e rso n a del m e d ia d o r y
a c tú a e n la n atu ra le z a del h o m b re com o fe rm e n to tran s­
fo rm a d o r q u e la convierte, sin d estru irla, en u n a nueva
rea lid a d q u e c o rre sp o n d a “esos cielos nuevos y o tra tie rra
nueva, en q u e tie n e su m o ra d a la justicia, según la p ro m e ­
sa del S e ñ o r” 251. P ues com o dice el A póstol en la m ism a
Epístola: “Los cielos y la tie rra actuales están reservados,
p o r la m ism a palab ra, p a ra el fuego en el d ía del ju ic io y
de la p e rd ic ió n d e los im p ío s”.
La fe e n Cristo se inicia en el alm a n atu ral com o dispo­
sición, p e ro se actualiza p o r la infusión de la gracia en un
accid en te so b ren atu ral q u e se agrega a la n aturaleza y la ha­
ce p artícip e real del m isterio d e la E n carn ació n de Cristo.
C onviene m e d ita r en las consecuencias q u e p a ra el o r­
d e n a m ie n to sociopolítico del h o m b re tien e el prin cip io
in sp ira d o r d e la fe. Esta afecta a to d a la realid ad h u m a n a
y la afecta en todas las dim ensiones de su dinam ism o. Es
u n a b su rd o dividir al h o m b re y desligar sus com prom isos
sociales de su n ecesaria so lidaridad con la fe. ¿A q u ién se
le p u e d e o currir, si es fiel a C risto, q u e p u e d e c o la b o rar
con to d a su alm a en la co n stru cció n de u n a sociedad cu­
yas institu cio n es n o reflejen esa fidelidad? Lo ú n ico q u e se
le p u e d e exigir a u n cristiano q u e d eb e convivir con q u ie­

2 5 1 . II a P e d r o , III, 12.
404 RUBEN CALDERON BOUCHET

nes n o a c ep ta n sus principios es to le ra r m ales q u e no p u e ­


d e rem ediar, p e ro no debe olvidarse q u e la toleran cia no
es u n a virtu d y p o r e n d e no se p u e d e edificar sobre ella un
o rd e n social.
La fe e n Cristo de los p rim ero s discípulos siguió el cam i­
n o q u e va de la fe n atu ral a la infusión del E spíritu Santo.
Esta fe n atu ral en las esperanzas m esiánicas tradicionales
m an ten id as en la ley y los profetas, va a ser en p arte confir­
m ad a y en p arte c o n tra ria d a p o r las acciones y las palabras
de Cristo. La p a rte d e b u e n a disposición n atu ral se advier­
te en la docilidad co n que aceptan, p o r p arte de Jesús, to­
do aquello q u e c o n tra ría el orgullo nacional ju d ío : Jesús se
p o n e p o r en cim a d e la ley y los profetas y en u n a palabra,
exige que Israel se som eta a su autoridad. La resistencia de
los discípulos es descripta con toda in g en u id a d p o r los
evangelistas. N o c o m p re n d e n o c o m p re n d e n m al sus p ro ­
posiciones relativas a los sucesos q u e h a n de p re c e d e r al ad­
v en im iento del Reino.
In te rp re ta n con ru d e z a carnal las perspectivas espiritua­
les que Cristo revela y reaccionan despavoridos an te el es­
cándalo d e la cruz. D espués de h ab erlo visto resu rrecto y
h a b e r p alp ad o sus h eridas y puesto los dedos sobre las lla­
gas dejadas p o r los clavos sus ojos p are c e n abrirse a u n a
realid ad q u e los ciega. A tisban, e n tre nieblas, la h o n d u ra
de la d o c trin a e n se ñ a d a p o r Cristo, p e ro hasta q u e no reci­
b e n la gracia del E spíritu no fu ero n verdaderos testigos en
esp íritu de Verdad. L a Pascua de Pentecostés señala la fu n ­
d ació n de la Iglesia y la transform ación de la inteligencia
d e los Apóstoles. P ed ro lo dice en su p rim e ra Epístola de
u n m odo inequívoco y d a testim onio del cam bio q u e se
o p e ró en su m ente: “q u e p o r su g ran m isericordia nos
LA CIUDAD CRISTIANA 405

re e n g e n d ró a u n a viva esperanza p a ra la resurrección de J e ­


sucristo de e n tre los m uertos, p a ra u n a h e re n c ia in c o rru p ­
tible, in co n ta m in a d o e inm arcesible que os está reservada
en los cielos, a los que p o r el p o d e r de Dios habéis sido
gu ard ad o s m ed ian te la fe, p a ra la salud q u e está dispuesta
a m anifestarse e n el tiem po ú ltim o ” 252.
B o nsirven te rm in a el p á rra fo d o n d e analiza los p rin c i­
p ios del R ein o con estas palab ras q u e re su m e n c o n ajus­
ta d a p rec isió n lo q u e se p u e d e d e c ir resp e c to a este m is­
terio.
“Q u ien se asim ila p o r la fe y el am o r im itadores al Cris­
to, e n c arn a ció n del R eino, recibe al m ism o tiem po la in te­
ligencia y la gracia de asim ilarse el Reino. Esta vía, antes y
ah o ra, aparece com o la más segura, sino com o absoluta­
m en te necesaria. Se p u ed e, p o r el razo n am ien to m ostrar
q u e tal consigna de C risto, que supera la co m p ren sió n y las
fuerzas h u m anas, se justifica y resulta indispensable p a ra el
equilibrio de las sociedades, cosa que nosotros in te n ta re ­
m os. P ero plegarse y conform arse a este ideal es casi im p o ­
sible si n o está arrastrad o p o r la adhesión irresistible a u n a
p erso n alid ad am ada, que nos lleva a su órbita. N o vem os
m ejo r explicación de esto que señalar el h ech o de q u e en
el pasado y a h o ra, el R eino de Dios haya conquistado tan­
tos a d e p to s” 253.

252. I9 Pedro, I, 3-5.


253. pág. 67.
406 RUBEN CALDERON BOUCHET

D is p o n ib il id a d pa r a e l R e in o

B onsirven d edica u n capítulo e n te ro a la in terp retació n


de la disponibilidad, que p o r p a rte del creyente, exige el
R eino de Dios. Llam a la atención sobre algunas consignas
de odio q u e están en el Evangelio a c en tu a n d o enfática­
m e n te los caracteres de esta disponibilidad. Lucas ofrece
en frases crudas u n a de estas consignas q u e aparece en vio­
len to contraste con el m andato de a m o r q u e circula com o
savia p o r to d a la en señ an za de Jesús.
“Si alguno viene a m í y no aborrece a su p adre, a su m a­
d re, a sus hijos, a sus h erm an o s, a sus h e rm a n a s y a su p ro ­
pia vida, no p u e d e ser mi discípulo. El q u e n o tom a su cruz
y viene en pos de m í, no puede ser m i discíp u lo ... Así,
pues, c u alq u iera de vosotros que no re n u n c ie a todos sus
bienes, n o p u e d e ser mi discípulo” 254.
¿Q ué alcance tie n e n estas palabras del Señor? ¿Se trata
efectivam ente de o d iar todos los aspectos positivos de la vi­
d a n a tu ra l p a ra lo g rar su e n cu en tro p o r u n atajo de ab an ­
d o n o y re n u n c ia totales? ¿O es la fo rm a p aradójica que tie­
n e Jesú s de llevarnos al descubrim iento de u n a nueva
perspectiva de a m o r desde la cual to d o lo q u e es efectiva­
m en te válido halla u n o rd en am ien to superior?
U n texto del Evangelio no p u e d e ser exam inado con
prescin d en cia de to d a la doctrina, tal com o la escritura y la
tradición la h a h e c h o llegar hasta nosotros. Hay u n am or
h acia las cosas terren ales, aun las m ás p u ras y legítim as, que
clausura la disponibilidad del alm a p a ra el sacrificio. A esta

2 5 4 . L u c a s , X IV , 2 6 -3 3 .
LA CIUDAD CRISTIANA 407

fo rm a de A m or pide Cristo que ren u n ciem o s, p o rq u e es


idolátrica y d e tie n e el crecim iento del espíritu en el m u n ­
do y en la carne. Esto n o significa u n a c o n d e n ac ió n de la
realidad h u m a n a y de las condiciones n o rm ales en que es­
ta realid ad se inserta. Brega, precisam ente, p o r la instala­
ción de u n ordo amoris cuyo cen tro y fin sea la restauración
de n u e stra n atu raleza e n función del R eino de Dios.
Las palabras de C risto tienen u n público y a u n q u e g u ar­
d e n u n sentido válido p a ra todos los ho m b res están dirigi­
das e n o p o rtu n id a d de u n e n c u en tro con h o m b res e n si­
tuaciones m uy precisas de tiem po y lugar. La dificultad de
los ju d ío s p a ra c o m p re n d e r su lenguaje nace de u n h ech o
n a tu ra lm e n te n o ble, com o es el a m o r a sus propias tradi­
ciones y la adh esió n al destino de Israel com o pueblo. Pe­
ro este se n tim ie n to tiene u n carácter tan exclusivo, que se
va a convertir en el obstáculo m ayor p ara la com prensión
del m ensaje m esiánico. Esto explica la fuerza con que Jesús
c o n d e n a tales adhesiones. Jesús n o c o n d e n a el a m o r h u m a ­
n o cu a n d o éste n o se convierte en im p ed im en to del am o r
a Dios. La e c o n o m ía de la salvación e n señ ad a p o r la d octri­
n a cristiana tien d e a que los apetitos n aturales no se o p o n ­
gan a la realización del Reino. La disponibilidad del alm a
su p o n e d e p u ra c ió n y rectificación de las apetencias p ara
q u e las fuerzas de q u e dispone el espíritu se disparen hacia
el ú n ico objetivo capaz de realizar n u e stra perfección total.
Las virtudes cristianas no son negaciones, ni inhibiciones,
sino fuerzas ap u n tad as hacia el R eino de Dios.
Los principios de la C iudad C ristiana no son nociones
abstactas a base de las cuales se d ed u ce u n a construcción
ideológica. Tam poco son preceptos éticos de los que discu­
rre n aplicaciones prácticas dirigidas a encauzar la co nduc­
408 RUBEN CALDERON BOUCHET

ta del h o m b re. Los principios de la vida cristiana son posi­


tivam ente reales, con existencia cabal fu era de nu estro
pen sam ien to . Y así com o la vida m atrim onial nace del ajus­
te, o del desajuste, de u n h o m b re y u n a m u jer en su con­
c re ta relación conyugal, la vida cristiana surge del co m p o r­
tam ie n to del creyente en su m ística relación con Jesús.
Las opciones del cristianism o en su vida privada se ha­
rán e n tre u n b ien y u n m al sobrenaturales y sus opciones
sociales tam b ién se tien en que dirim ir en u n o rd e n de p re ­
ferencias escatológicas: con Cristo o con aquello q u e se le
o p o n e. Y esto es lo que o p o n e la C iudad C ristiana a la Re­
volución n acid a con el p ropósito de sustituir el o rd en so­
cial fu n d ad o en la p alab ra p o r u n o rd e n a m ie n to racional
nacido de la reb e lió n c o n tra la Palabra.
‘Yo soy la vid v erd ad era y mi Padre es el vendim iador.
T odo sarm ien to q u e en m í n o lleve fru to , lo cortará; y todo
lo q u e dé fru to lo p o d a rá p a ra que dé m ás fruto. Vosotros
estáis ya lim pios p o r la p a la b ra que os he hablado; p e rm a ­
n e c ed en m í y yo en vosotros. C om o el sarm iento n o p u e ­
de d a r fru to de sí m ism o si n o p e rm a n e c ie ra en la vid, tam ­
poco vosotros si n o p erm aneciéreis en m í” 255

2 5 5 . J u a n , XV, 1-4.
C a p itu lo X
PROBLEMA QUE PLANTEA LA INSTITUCION
DE LA IGLESIA

Je sú s fu n d ó u n a sociedad religiosa q u e te n ía p o r m isión


llevar a todas la naciones la b u e n a nueva del advenim ien­
to del R ein o y bautizarlas e n el n o m b re del P ad re, del H i­
jo y del E sp íritu Santo. Esa sociedad h a b ía recibido el e n ­
cargo de e n s e ñ a r la d o c trin a de Cristo y m a n te n e r con su
u n id a d la p re se n c ia m ística del S eñor q ue, según sus p ro ­
pias palabras, estaría con sus discípulos hasta la consum a­
ción de los siglos.
R econozco q u e esta afirm ación del fu n d a d o r de la Igle­
sia p la n te a u n p ro b le m a que el historiador, provisto con los
in stru m e n to s nocionales de su ciencia, n o p u e d e solucio­
nar. Sólo la fe p u e d e te n e r acceso a un nivel de realid ad
q u e escapa a la percep ció n n atu ral de n u estro co n o cim ien ­
to. A dm itido el carácter extra-histórico de la prin cip al afir­
m ación de la Iglesia, resta que esta sociedad se dio en el
tiem po e inspiró u n a c o rrien te cultural que tran sfo rm ó las
bases espirituales del m u n d o antiguo y dio las de u n nuevo
410 RUBEN CALDERON BOUCHET

o rd e n q u e p a u la tin a m en te se fue im p o n ien d o en la crea­


ción de u n a sociedad distinta.
Este h ech o no p u e d e escapar al historiador y lo obliga a
co n sid erar las exigencias de u n m étodo y ab rir la inteligen­
cia a u n a perspectiva teológica. N o se trata de que convier­
ta su indagación en u n tratado de teología, p ero sí de que
trate de c o m p re n d e r lo que los cristianos afirm aban respec­
to de su fe y p e n e tra r así en las m otivaciones profundas de
su acción. Sin esta confianza abierta a la com prensión de la
fe, n o se p u e d e e n te n d e r históricam ente el cristianism o. Y
todos sus m ovim ientos culturales, todas sus realizaciones so­
ciales y políticas, serán letra m uerta, cuerpo sin alm a, un sis­
tem a de signos q u e no den u n cia n in g u n a realidad.
Si la historia, p o r u n decreto ilegítim o de p re te n d id a
om niciencia, rechaza de su cam po de observación to d a re ­
fere n c ia a u n a posible in terv en ció n de Dios en los negocios
h u m an o s, c ie rra definitivam ente la posibilidad de com ­
p re n d e r el m ás g ra n d e y decisivo de los hechos históricos:
el advenim iento al m u n d o de Cristo y su Iglesia y con él la
explicación d e todo el decurso de la historia universal.
C oncedo que el h isto riad o r p u e d e guardar, si quiere,
u n a p ru d e n te reserva en lo que respecta a la aceptación de
la in te rp re ta c ió n cristiana de estos hechos, p ero n o creo
qu e en fu n ció n de su saber específico, esté e n condiciones
de rech azarla p o r im posible. R echazar o ac ep ta r d ich a in­
terp reta ció n escapa a los resortes del h isto ria d o r com o tal
y p e rte n e c e al filósofo o al teólogo d e la historia, p e ro u n
estudioso consciente de los m ovim ientos espirituales inicia­
dos con la aparición de Cristo y su Iglesia no p u e d e elu d ir
u n e n c u e n tro , p o r escéptico que fu ere, con los fu n d am e n ­
tos teológicos de las afirm aciones cristianas. Lo hem os con­
LA CIUDAD CRISTIANA 41 1

siderado con extensión en lo q u e se refiere a la p erso n a del


m ism o Jesús, p ero no tenem os m ás rem ed io que volver a
hacerlo al o c u p a rn o s de su Iglesia.

L a I g l e s ia e s C r is t o

R eco rd em o s las palabras de Jesús en las q u e p ro p o n e a


sus discípulos q u e se in c o rp o re n a él y e n tre n , con p artici­
p ació n activa y generosa, en el m isterio de su p ro p ia vida.
Esta invitación p a re c e h e c h a a p ro p ó sito p a ra suscitar, en
q u ien e s la oyen sin fe, u n recelo crítico cuyo desenlace
inevitable es el rechazo total del cristianism o o su tran sp o ­
sición a u n a clave in te rp re ta tiv a idealista. La p rim e ra posi­
ción tuvo sentido c u an d o la Iglesia de Cristo estaba consti­
tu id a p o r u n a b a n d a de excéntricos algo sospechosos, p ero
deja de ser u n a explicación in teligente e n cu an to esa socie­
d ad se e x p a n d e de m an e ra efectiva y d em u estra te n e r con­
diciones p a ra m odificar realm en te el viejo sistem a de rela­
ciones socioculturales. La segunda explicación nace en la
ép o c a m o d e rn a y de m an e ra especial con el pensam iento
de H egel. Es u n a explicación fina y pu ed e, a su m anera, dar
cu e n ta y razón de los hech o s que ja lo n a n el proceso de cre­
cim iento del cristianism o, p e ro , sin lugar a dudas, no sirve
p a ra explicar el c o m p o rtam ie n to verd ad ero de los cristia­
nos, p o rq u e éstos veían de o tra m an e ra sus com prom isos
religiosos.
La reflexión sobre las dos salidas de este dilem a nos obli­
ga, si qu erem o s c o m p re n d e r la realidad histórica que se lla­
m a cristianism o, a c o n o c er la Iglesia en el nivel m ístico en
412 RUBEN CALDERON BOUCHET

el que la colocó la fe de los cristianos. Esto n o significa que


el lecto r ten g a q u e acep tar estas consideraciones com o p re ­
supuestos inam ovibles de u n a dogm ática revelada. Le bas­
tará ac ep ta r que así fue creído p o r las m ayorías q u e lleva­
ro n a cabo la transform ación del m u n d o antiguo y adm itir
q u e esas creencias explican el carácter de su acción y la ín­
dole de los logros m ás cabales en o rd e n a la construcción
de la sociedad nueva.
P ara Jesús la condición cristiana significaba algo más
q u e la m era rep etició n de u n a d o c trin a m oral, era la acep­
tación de su p ro p ia vida m ística com o principio transfor­
m a d o r de la realid ad h u m a n a n atu ral en realidad h u m a n a
asum ida p o r Dios en u n nivel óntico m ás cercano a su mis­
terio trinitario. P ero p a ra que esta p ro m o ció n del h o m b re
p u d ie ra cum plirse, e ra necesario d ejar establecida, aquí, en
la tie rra , u n a institución q u e con m edios instru m en tales
h u m an o s fu e ra capaz de adm inistrar los principios re d e n ­
tores de esa nueva vida. C on este p ropósito Jesús creó la co­
m u n id a d de creyentes q u e recibió el n o m b re de Iglesia.
La o b ra salvadora ten ía q u e cum plirse d e n tro de la
asam blea de sus discípulos y p a ra eso Jesús proveyó a la
Iglesia de los signos sacram entales necesarios p a ra q u e su
p ro p ia vida p u d ie ra ser in fu n d id a y d ifu n d id a e n tre los
m iem b ro s de la com unidad.
La Iglesia e ra el m ism o Cristo, m isteriosam ente vivo en
el seno de la c o m u n id a d de sus fieles y d ándoles a través de
u n sistem a de signos sensibles la gracia de su p len itu d salva­
dora. El e n c u e n tro del crevente con Cristo n o q u ed ab a li­
b ra d o al azar de u n a revelación subjetiva y personal, sino
m ed ian te su in co rp o ració n a u n a sociedad que ten ía el po­
der, dad o p o r Cristo m ism o, de fec u n d a r con la vida de su
LA CIUDAD CRISTIANA 413

fu n d a d o r a todo el que quisiera particip ar en ella. La gracia


deificante no está librada al dem onio de la soledad, sino im ­
puesta y p ro p ag ad a p o r u n a sociedad santa. En el cen tro de
esta asam blea se celeb ra el sacrificio de Cristo y se com e el
P an Vivo que descendió al m u n d o p ara alim en tar a los
h o m b res y levantarlos hasta el nivel en que está Cristo.
La m isión de esta sociedad es p ro p ag a r la vida de Cristo
y su organización tem poral tien d e a h a c er posible este p ro ­
pósito. P ero la vida de Cristo in co rp o rad a a la p ro p ia vida
p erso n al gracias al bautism o tiene la com plejidad, la p ro ­
fu n d id a d y la fragilidad de u n ser ex tre m a d a m e n te delica­
do y so m etido a los vaivenes de todas nuestras flaquezas.
C om o la vida n atu ral m ism a p u e d e m o rir sin que su ger­
m en alcance u n desarrollo apreciable o lograr apenas la ra­
qu ítica ex presión de u n a p lan ta sofocada p o r la m aleza. De
h e c h o es u n a vida y así com o no se p u e d e te n e r n u n c a el
co n o cim ien to cabal y co m p leto de n u estra existencia n a tu ­
ral, tam poco es posible c o n o c er en su p len itu d esta vida so­
b re n a tu ra l de la gracia. Sufre los azares de los m ovim ientos
individuales y es co n d icio n ad a p o r los m ovim ientos históri­
cos y sociales. Su crecim iento p u ed e ser favorecido o re ta r­
dad o p o r las circunstancias socioculturales. P ero ni las de­
ficiencias, ni los favores que padece d an c u e n ta de su
rea lid a d ni d e te rm in a n su naturaleza. En el m ejo r de los ca­
sos co n d icio n an favorablem ente la eclosión de la gracia o,
en su defecto, crean u n clim a hostil p a ra su crecim iento.
P ed ir a la Iglesia q u e se ad apte a las condiciones m u n ­
danas de u n a ép o ca histórica tiene u n sentido siem pre que
se g u ard e la d e b id a p ro p o rc ió n que im p o n e la vida divina.
A n ad ie se le o c u rre p en sar que u n h o m b re p a ra p o d e r vi­
vir en u n p a n ta n o ten g a q u e convertirse e n u n a rana. Su
414 RUBEN CALDERON BOUCHET

ad a p ta c ió n tien e u n sentido claro y preciso: conservar la vi­


d a h u m an a , en lo que ésta tiene de específico, hasta d o n d e
las condiciones del m edio am biente lo perm itan.
L a Iglesia es vida divina e n c arn a d a en los h om bres y de
m a n e ra m isteriosa, co n d icio n ad a p o r nuestras situaciones
sociotem porales. Q u ien recibe la gracia y trata de m an te­
n e rla es u n h o m b re en u n a sociedad, en u n a fam ilia, e n un
cu e rp o , que sufre el peso de la h e re n c ia atávica, de u n tem ­
p e ra m e n to , de u n sexo. P ero así com o u n a cu ltu ra natu ral
tien d e a q u e las realidades in frah u m an as e n tre n en u n o r­
d e n espiritual q u e las h ag a partícipes de su p ro p ia excelen­
cia, la vida de Cristo en su Iglesia tien d e a tran sfo rm ar el
o rd e n cultural h u m an o , p e rfeccio n án d o lo con exigencias
de carácter so b ren atu ral y convirtiéndolo, p o r la virtud de
su inspiración religiosa, en u n o rd e n favorable a la vida de
la gracia.
C onviene te n e r e n c u e n ta que la Iglesia n o es el o rd en
sociopolítico y cultural q u e ella inspira, p e ro es su secreto
p rin cip io , el alm a que lo alien ta y la razón que revela sus ca­
racteres. P o r eso antes de estudiar la C iudad C ristiana es
necesario ex am in ar la Iglesia.
“P o r Iglesia en la tie rra — escribe M óhler— e n tie n d e n
los católicos la c o m u n id ad visible de todos los creyentes,
fu n d a d a p o r Cristo, y en la que, bajo la dirección de Cristo
y p o r m edio de u n apostolado in in te rru m p id o y o rd en ad o ,
son co n tin u ad as hasta el fin del m u n d o las actividades de­
sarrolladas p o r el m ism o Cristo, d u ra n te to d a su vida te rre ­
n a p a ra purificación y santificación de la h u m an id ad , y en
la q u e a lo largo de los tiem pos son llevados todos los p u e­
blos hacia Dios. P o r tanto se h a confiado algo tan g ran d e e
im p o rta n te a u n a u n ió n visible de hom bres. La razón últi-
LA CIUDAD CRISTIANA 415

m a de la visibilidad de la Iglesia es la E n carn ació n del Lo­


gos d iv in o . ..”
M óhler sigue en un o s párrafos m ás el p ropósito de dar
u n a definición de la Iglesia y p o n e r de relieve los rasgos
m ás salientes de esta e x tra ñ a institución.
C reo q u e basta con lo dicho p a ra satisfacer la inteligen­
cia de los creyentes y a u m e n tar el estupor de los incrédulos.
El C oncilio Vaticano Ia, más escueto, a n u n c ia que p a ra
ab razar la fe v e rd a d e ra y perseverar co n stan tem en te en
ella, instituyó Dios la Iglesia p o r m edio de Jesús, su Hijo
U nig én ito y la proveyó de notas claras p a ra que p u d ie ra ser
rec o n o c id a p o r todos com o g u a rd ia n a y m aestra de la pala­
b ra revelada.
L a id ea de q u e la Iglesia es u n a co m u n id ad m ística vivi­
ficada y a lim e n ta d a p o r la p resencia invisible de Cristo se
e n c u e n tra ex p resad a en la Epístola a los R om anos de San
Pablo: “P o rq u e así com o en u n solo cuerpo tenem os m u­
chos m iem bros, m as no todos los m iem bros tien en u n mis­
m o oficio; así nosotros, a u n q u e seam os m uchos, form am os
e n Cristo u n solo cu erp o , siendo todos recíp ro cam en te
m iem bros los un o s de los o tro s” 256. Y en la Ia a los Efesios
dice: “Dios ha desplegado e n la p e rso n a de Cristo, resuci­
tán d o lo de e n tre los m u erto s y colocándole a su diestra en
los cielos, sobre todo prin cip io y potestad, y virtud y dom i­
nación, y sobre todo n o m b re , p o r celebrado que sea, no só­
lo en este siglo sino tam bién en el futuro. H a puesto todas
las cosas bajo los pies de él, y le h a constituido cabeza de la
Iglesia, la cual es el cu erp o y la p len itu d de A quel q u e lo lle­

2 5 6 . R o m a n o s , X II, 4-5.
416 RUBEN CALDERON BOUCHET

n a en to d o s” 257. E n la I a los C orintios rep ite estos concep­


tos: “Vosotros, pues, sois el cu erp o de Cristo y m iem bros
u n id o s a otros m iem bros. Así es que h a puesto Dios en la
Iglesia, a un o s en p rim e r lugar A póstoles, en segundo lugar
profetas, en tercero doctores, luego a los q u e tien en el d o n
de h a c er m ilagros, después a los que tie n e n gracia de curar,
de socorrer, d o n de g o b iern o , de h a b la r todo g én ero de
lenguas, de in te rp re ta r las p a la b ra s...”.
Todas estas virtudes se e x p a n d en p o r el cu erp o m ístico
d e la Iglesia y benefician a sus m iem bros ayudándolos a ro ­
b u stecer su vida so b ren atu ral pues de Cristo “todo el cuer­
po conexo y trab ad o e n tre sí, recibe p o r todos los vasos y
co n d u cto s de com unicación, según la m ed id a c o rre sp o n ­
d ien te a cada u n o de los m iem bros, el au m e n to p ro p io del
c u e rp o p a ra su edificación m ed ian te la c a rid a d ” 258. En la
ca rta a los C olosences rep ite que Cristo es la cabeza de ese
c u e rp o que es la Iglesia.

L a I g l e s ia e s l a c o m u n id a d d e l o s f ie l e s

H em os leído la palabra Iglesia escrita u n a y o tra vez p o r


Pablo. ¿Q ué significado tiene, dónde se origina y cuál es su
alcance? El térm in o es griego y m en cio n a u n a asam blea. La
traducción griega del Antiguo Testamento, llam ada de los se­
tenta, la em pleó p a ra verter el h eb reo qahal cuyo significado
m en cio n ab a u n a m ultitud reu n id a p a ra cualquier finalidad,

257. I Efesios, I, 22-23.


258. Efesios, IV, 16.
LA CIUDAD CRISTIANA 417

p ero con u n sentido más preciso señalaba “el pueblo de


D ios” reu n id o con el propósito de adoración. En el Libro de
losJueces, según la versión de la Escuela bíblica de Jerusalem ,
se dice: “Los jefes de todo el pueblo, todas las tribus de Israel
asistirán a la asamblea del pueblo de D io s...” 259. La palabra
asam blea, es traducida p o r los setenta con el térm ino griego
ekklesia. Es probable que con esta acepción h a sido reto m ad a
p o r los cristianos p ara designar su propia com unidad.
Existe u n a discusión e n tre los e ru d ito s p ara a clarar si los
prim ero s cristianos e n te n d ie ro n con este n o m b re u n a co­
m u n id a d d e te rm in a d a, p o r ejem plo: la Iglesia de J e ru sa ­
lem o ten ía n en vista el significado que adquirió después el
p u e b lo de Dios.
En verdad, visto sin el m icroscopio del especialista, am ­
bos significados p u e d e n arm o n izar sin dificultad, pues la
acepción m ás am plia y g en eral envuelve a la m ás red u c id a
sin q u e asom e la am enaza d e n in g u n a contradicción dialéc­
tica. Es p e rfe c ta m e n te lógico q u e en los p rim eros escritos
n eo testam en tario s aparezca la p alab ra referid a a la Iglesia
de Je ru salem , pues ella era la a u té n tic a qahal de Yavé en
m edio del p u eb lo de Israel q u e no adm itía com o verdade­
ro a este p e q u e ñ o resto de israelitas. Las com unidades cris­
tianas nacidas y desarrolladas e n tre los gentiles no te n d rá n
la conciencia tan clara de ser u n “re sto ” de Israel y el carác­
ter de ser su c o m u n id ad la qahal de Dios, la asam blea de los
verd ad ero s creyentes, se les im p o n d rá sin u n cotejo p e rm a ­
n e n te con las desviaciones israelitas.
O tra térm in o m uy usual p a ra designar la prim itiva co­
m u n id a d cristiana es el de “santos”, am ados de Dios o “san­

2 5 9 . J u e c e s , X X , 2.
418 RUBEN CALDERON BOUCHET

tos fieles de Je su c risto ”. El vocablo “sa n to ” caído de esta


acepción vasta y generosa, h a concluido p o r señalar sola­
m en te a los fieles cuyas virtudes heroicas, reconocidas p o r
la Iglesia, los h an llevado, después de m uertos, a la digni­
d a d de los altares. En el com ienzo de la vida cristiana ten ía
u n a extensión m enos estricta y señalaba a todos los m iem ­
bros de la c o m u n id ad d eb id o al carácter sacrificial q u e te­
n ía su sociedad.

D e f i n i c i ó n y n o t a s d e l a I g l e s ia

H a sido advertida la im posibilidad de e n c e rra r el senti­


do de la Iglesia en la tram a conceptual de u n a definición,
y esta im posibilidad, com o observa Com m er, no pro ced e
d e la im p erfecció n del ser de la Iglesia “sino m ás bien de su
so b re a b u n d a n c ia , de la excesiva riqueza y fuerza de su con­
ten id o , q u e n o p u e d e ser com prim ido ni lim itado en la es­
trechez de los g én ero s propios y últim as diferencias”. Este
p u d o r teológico resulta a veces u n poco excesivo, pues la
definición no se p rese n ta con la in ten ció n de reem plazar la
realid ad defin id a sino más bien con la de señalar sus rasgos
esenciales.
La definición de la Iglesia no es la Iglesia y esto lo sabe
cu alq u iera que haya estudiado m o d era d am e n te la filosofía
tradicional, p e ro abstenerse de definir p o r respeto a la exis­
ten cia co n c re ta es lim itarse a señalar u n h ech o y confor­
m arse con el e stu p o r que provoca su presencia.
La Iglesia es u n a sociedad constituida p o r hom bres, u n i­
dos rec íp ro c a m e n te p o r la presencia m isteriosa de Cristo.
LA CIUDAD CRISTIANA 419

“P o r con siguiente — escribe Sertillanges— la esencia divina


y h u m a n a p ro p ia de la Iglesia, su carácter de Jesús com uni­
tario, de Dios ofren d ad o al ser h u m an o p o r el Espíritu San­
to, e n la fo rm a del h o m b re q u e es social, y del ser h u m an o
u n id o a Dios p o r m edio del Espíritu Divino, en la m ism a
fo rm a y con referen cia a los m ism os destinos: esto que
constituye la esencia de la Iglesia servirá p a ra explicarlo to­
d o ” 260. Ese todo que debe ser explicado es la naturaleza
m ism a de la Iglesia, tal com o se nos aparece en las notas
esenciales q u e la distinguen.
La Iglesia es una: “se d e n o m in a de este m odo a aquella
p ro p ie d a d d e la Iglesia p o r la cual p e rm a n ec e indivisa, dog­
m ática, je rá rq u ic a y ritu alm en te unida, con respecto a todo
lo q u e tien e de esencial. Se da en ella u n a sola fe, u n ú n i­
co g o b ie rn o , y u n culto; y ello p a ra todos y cada u n o de los
tiem p o s y regiones y países” 261.
U n a fo rm a sutil de n e g a r la u n id a d de la Iglesia es re d u ­
c ié n d o la a u n a invisible c o m u n id ad de alm as asistidas p o r
el E sp íritu Santo en la intim idad personal de la fe, p ero sin
e stru c tu ra social, sin je ra rq u ía y sin g o b iern o visible. Esta
c o n c ep c ió n está fu n d ad a en la in terp retació n p u ram e n te
espiritual de las palabras de Cristo consignadas p o r San
Ju a n : “Yo ya n o estoy más en el m u ndo, p ero éstos q u e d a n
e n el m u n d o . Yo estoy de p artid a p a ra Ti ¡Oh Padre Santo!
G u ard a en tu n o m b re a éstos que tú m e has dado, a fin de
q u e sean u n o , así com o nosotros lo som os” 262. U n a in te r­
p retació n p u ra m e n te espiritual de este pasaje nace con la

260. Sertillanges, La Iglesia, B uenos Aires, D ifusión, págs. 19-46.


261. Ibídem.
262. Juan, XVII, 11-12.
420 RUBEN CALDERON BOUCHET

re fo rm a p ro te sta n te y n o tiene suficientem ente en cu en ta


el carácter social de n u e stra naturaleza. La Iglesia asum e el
cu e rp o de u n a sociedad de hom bres, pensarlo de o tra m a­
n e ra es u n m onofisism o q u e se beneficia con esa ten d en cia
del h o m b re a re n e g a r de su condición carnal en aras de
u n a d e m o n ía ca vocación angélica.
El signo e x te rio r de la u n id ad está dado en la distribu­
ción de la je ra rq u ía apostólica. Se discute e n tre católicos y
p ro te sta n tes sobre si la Iglesia prim itiva tuvo conciencia de
la p rim acía de P edro, basadas en aquellas palabras del Se­
ñ o r dirigidas p a rticu la rm e n te al discípulo que con algún
designio llam ó cefás, esto es, piedra: “Y Yo te digo que tú
eres P ed ro (piedra) y sobre esta p ie d ra edificaré m i Iglesia;
y las p u ertas del In fie rn o no prevalecerán c o n tra ella. Y a ti
te d a ré las llaves del rein o de los C ie lo s...” 263.
H istó ricam en te las dudas sobre la prim acía de P edro
h a n n acido, m uy tard e p a ra que la tradición sostenida p o r
la Iglesia católica p u e d a ser vulnerada. San J u a n confirm a
esa p rio rid a d c u a n d o n a rra la escena en la que Jesús p o r
tres veces le p id e a P e d ro que apaciente su rebaño. La rei­
tera d a insistencia h a sido to m ad a com o a rg u m e n to p ara
c o rro b o ra r la prelacia de aquel que luego fu e ra el p rim e r
O bispo de Rom a.
N o nos vam os a d e te n e r en el exam en de esta controver­
sia eclesiológica ni tratarem os de d a r fu erza a estos argu­
m en to s escriturarios. Nos parece decisiva la persistencia de
la tradición y el h e c h o histórico de q u e cu an d o se advierte
la p rim acía del O bispo de R om a no nace en la cristiandad
n in g u n a p ro te sta c o n tra lo q u e p o d ría h a b e r sido u n a usur­

2 6 3 . M a te o , X V I, 18-19.
LA CIUDAD CRISTIANA 421

pación. C om o ultima ratio q u e d a u n a rg u m e n to de sentido


com ún: sin cabeza visible la u n id ad de la Iglesia no hu b ie­
ra p o d id o sostenerse u n a generación.
La se g u n d a n o ta de la Iglesia es su santidad. El térm ino
p u e d e p a re c e r chocante p a ra los que no conocen su signi­
ficado au té n tic o . El conviene a u n a sociedad q u e h a sido
escogida p o r Dios y puesta fu era del m u n d o p a ra cum plir
con u n a finalidad estrictam ente sagrada. La Iglesia n o es
santa p o rq u e sus m iem bros son todos de u n a intachable
c o n d u c ta m oral. Lo es p o r designio de la Providencia y e n
tan to su ta re a consiste en convertir a los h om bres a Dios y
h acerlos partícipes del sacrificio de Cristo. C o m u n id ad sa­
crificial tiene p o r m isión m a n te n e r viva la presencia de J e ­
sús e n su vida, pasión y m u erte, p o r la vida, pasión y m u e r­
te d e todos los m iem bros, cuyo holocausto p ropicia la
resu rrecció n en Gloria.
Si el alm a secreta de la Iglesia es el E spíritu Santo: ¿Có­
m o p o d ría dejar de ser santa u n a institución fu n d ad a p o r
D ios y dispuesta p a ra in fu n d ir la nueva vida que Dios p ro ­
p o n e a la hum anidad?
L a tercera n o ta es la universalidad que d e te rm in a el ad­
jetivo católica. Cristo no quiso convertirla en u n in stru m e n ­
to del o rgullo nacional ju d ío , no p o rq u e n eg ara el valor en
sí del patriotism o. El cristianism o no niega n in g u n a reali­
d ad co n c re ta , viva y positiva, p ero las in teg ra a todas salván­
doles de su exclusivismo y colocándolas a m an e ra de notas
en el co n c ie rto de u n a u n id ad sinfónica. El nacionalism o
ju d ío era u n obstáculo p ara la universalidad de su m ensaje
p o rq u e creía q u e el sentim iento ecum énico de su m isión
h istórica era convertir los pueblos al ju d aism o y no servir
d e m edio p a ra la conversión a Dios de todas las naciones.
422 RUBEN CALDERON BOUCHET

La catolicidad es u n a n o ta cualitativa y n o cuantitativa de


la Iglesia de Cristo. N o se fu n d a en el h e c h o espacial de su
ex ten sió n geográfica, ni en la ap titu d p a ra absorber, en
m o n o c o rd e u n ifo rm id a d in te rn ac io n al las diferencias que
h a c e n al d estino y al tem p e ra m en to de las naciones, sino
en su capacidad p a ra in te g ra r con serv an d o y conservar in­
te g ra n d o todas esas diferencias. En esto se distingue de sus
sustitutos racionalistas, p o rq u e estas últim as ni conservan
ni in te g ran , sim p lem en te tru c id an y niegan. El g o b iern o
m u n d ia l de u n trust de cerebros se tien e que levantar sobre
la tabla rasa de todas las diferencias q u e m anifiestan la va­
rie d a d y la riq u eza de los pueblos. P o r eso es p reced id o p o r
u n trabajo de nivelación que com ienza con la exaltación
de to d o lo q u e sep ara y concluye en la rigidez cadavérica
de u n a unificación m ecánica. Esto es lo que la llam ada
Iglesia p rogresista n o e n tie n d e. C o n fu n d e la catolicidad
cualitativa con u n a universalidad cuantitativa, p o r eso no
llam a la ate n c ió n q u e se e n c u e n tre en el m ism o cam ino
q u e la revolución y halle su fin en la instalación de u n a fra­
te rn id a d socialista de carácter laico. En esta visión p ro g re ­
sista del cristianism o, la Iglesia h a b ría sido u n a su erte de
p re lu d io lírico a u n g o b iern o m undial p u ra m e n te profa­
no. Visión q u e refleja la prefiguración ap ocalíptica de la
ciu d ad del A nticristo. Lo paradójico y p ro fu n d a m e n te sig­
nificativo es q u e estas profecías llevan m iras de cum plirse.
Las circunstancias que atraviesa a ctu alm en te el cristianis­
m o esbozan con rasgos discernibles esa tre m e n d a situación
escatológica.
Sertillanges escribía que la Iglesia, com o todo ser vivien­
te, estaba d o tad a de u n p o d e r asimilativo que la obligaba a
co n q u istar su m edio am biente. La analogía es válida, p ero
LA CIUDAD CRISTIANA 423

exige u n a reflexión m ás d e te n id a que p e rm ita co m p re n d er


lo q u e tien e de original esa asim ilación.
La Iglesia no crece com o un cuerpo político p o r acum u­
lación cuantitativa de sociedades inferiores. Su conquista tie­
n e otro estilo y obedece a u n ritm o vital distinto. El cuerpo
de Jesús consum ido en el ágape eucarístico no se transfor­
m a, com o los otros alim entos, en el cuerpo de aquél que lo
ingiere, sino que inicia la transform ación de su ingestor en
Cristo m ism o. La Iglesia pe n e tra las realidades hum anas y las
im p reg n a de su p ropia perfección sobrenatural haciéndolas
partícipes de su vida sin neg ar ni an u lar lo que es propio de
tales realidades. El h om bre que se in co rp o ra a la Iglesia no
pierd e n a d a de lo que constituye su talante natural y e n tra
en posesión de las virtudes y deficiencias de su raza, de su na­
ción, de su fam ilia y de su tem peram ento individual. N o tie­
ne necesidad de ren u n c iar a ninguno de estos condicionan­
tes naturales e históricos de su realidad, p ero en la m ed id a
que la gracia o p e ra en él, los ingredientes de su condición
h u m a n a se perfeccionan intrínsecam ente y colaboran en la
realización de su transform ación. U n español, u n italiano o
u n inglés cristiano no tienen necesidad de dejar de ser u n
cum plido ejem plar de su estirpe p ara ser u n cristiano cabal.
La vida del Cristo Universal que es la Iglesia hallará en ellos
elem entos positivos d o n d e p u e d a reflejar su gloria. Todo lo
que n o se op o n e a la vida de la gracia es de Dios y p u e d e ser
asim ilado en el crecim iento del cuerpo místico de Cristo. Só­
lo es rechazado lo que se erige a sí m ism o en fin, contrarian­
do su disposición obedencial a ser instaurado e n Cristo.
La Iglesia se h a ex ten d id o p o r todo el m u n d o y si bien
n o todas las form as culturales p u e d e n ser igualm ente in­
corp o rad as a ella, todos los bienes positivos de u n a civiliza­

-
424 RUBEN CALDERON BOUCHET

ción tien en ap titu d p a ra ser in trín secam en te p erfecciona­


dos p o r la influencia cristiana en la m ism a m ed id a en que
co lab o ran en la p erfección n atu ral del hom bre.
La cu arta n o ta de la Iglesia la constituye su apostoliádad y
ésta n o es sólo u n aspecto originario e histórico de su reali­
dad, sino que co rresp o n d e a u n a disposición intrínseca de
su naturaleza conquistadora: “Id y bautizad a todas las nacio­
nes, en el n o m b re del Padre, del Hijo y del Espíritu S anto”.
La Iglesia no p u ed e re n u n c ia r a esta prerrogativa sin re n u n ­
ciar a su esencia y atrofiar su organism o en la parálisis de su
actividad evangelizadora. Si n o se pred ica el Evangelio y se
trata de conquistar p ara Cristo, no se cum ple la voluntad del
Espíritu que vive en el seno de la Iglesia. Esta razón fu n d a ­
da en la vida de esa com unidad santa explica q ue su función
n o es d ar directivas políticas, económ icas o sociales al m ar­
gen de su actividad apostólica, sino h acer que la prédica del
Evangelio sature de espíritu cristiano todas esas actividades.
La Iglesia p red ic a e inicia el R eino de Dios y éste no es
algo q u e h a de te n e r su realización co m pleta en este m u n ­
do. El cristiano esp era alcanzarlo co n tan d o con la d e rro ta
c ie rta de sus esperanzas terrenales. El trabajo apostólico
tien e que cum plirse en u n a atm ósfera espiritual im p reg n a­
d a p o r las virtudes teologales y no en u n clim a de avidez
p ro fan a. Cristo, no p ro m etió un paraíso socialista en este
m u n d o , sino la cruz. Este hecho, a u n q u e parezca desola­
dor, es la ú n ica vía real que lleva a A quel q u e dijo: “Yo soy
la resu rrecció n y la vida: q u ien cree en Mí, a u n q u e h u b ie­
ra m u erto , vivirá; y todo aquel que vive y cree en Mí, no m o­
rirá en to d a la e te rn id a d ” 264.

2 6 4 . J u a n , X I, 2 5 -2 6 .
LA CIUDAD CRISTIANA 425

L a v id a c r is t ia n a , p r e l u d io d e l R e in o

El ingreso al C u erp o Místico de Cristo no d e p e n d e de


u n a ilum inación de tipo subjetivo, que de súbito, hiciera
ver algo e n lo q u e hasta ese m o m en to no se h a b ría rep a ra ­
do. La Iglesia d a la gracia santificante p o r m edio de u n ri­
to objetivo e x te rn o , real y p erceptible a u n q u e m isterioso
e n sus efectos, al q u e se llam a bautism o.
Si rec u rrim o s a u n m anual o a u n tratad o de teología
leerem os q u e el bautism o es u n sacram ento instituido p o r
Jesús, p a ra q u e el creyente renazca espiritualm ente y sea se­
llado com o cristiano m ediante la ablución de agua, h e c h a
bajo la invocación explícita de la Santísim a T rinidad. El tér­
m in o sacram ento se refiere a un signo m aterialm en te cons­
tituido p o r el agua n atu ral y fo rm alm en te p o r las palabras
q u e invocan a la T rinidad. Este signo sensible es causa ins­
tru m e n ta l q u e em p lea Dios p a ra h acer su m o rad a en el
h o m b re.
El bautism o abre las p u ertas del R eino de Dios e incoa
en el bautizado la vida so brenatural. N o basta h a b e r sido
bautizado p a ra q u e la vida so b ren atu ral alcance la p len itu d
de su desarrollo. Es m en ester que el h o m b re c o n c u rra con
sus facultades naturales al crecim iento de esa nueva vida.
La d o c trin a tradicional de la Iglesia C atólica no hace de la
gracia infusa u n a virtud que salva sin la colaboración libre
del cristiano. C olaboración positiva q u e supone esfuerzo
p ersonal y c o n c u rre n te con la actividad so b ren atu ral de la
gracia y el deseo de salvarse. La p aráb o la del sem b rad o r ha­
ce referen cia clara a la disposición del h o m b re p a ra reco­
g er la sem illa y h a c er que fructifique. La gracia no b o rra la
n aturaleza, ni siquiera las consecuencias dejadas p o r el p e ­
426 RUBEN CALDERON BOUCHET

cado, p e ro ayuda a su rectificación y la p red isp o n e p ara


o b e d e c e r las solicitudes del Espíritu Santo.
Sin esta simbiosis de gracia y naturaleza no h u b iera sido
posible la instauración de la ciudad cristiana. Esta nace del
dinam ism o m oral reg e n e rad o p o r la fe y con la explícita in­
ten ció n de c re a r u n o rd e n sociopolítico que favorezca el
desarro llo de la Iglesia.
La C iudad C ristiana o cristiandad es realidad natural,
p e ro sus instituciones están in trín secam en te p erfecciona­
das p o r las virtudes sobrenaturales. L u tero está m ás cerca
de M achiavelli de lo que u n o supone. En apariencia sus
p reo cu p acio n es p u ra m e n te teológicas lo colocan a larga
distancia del flo ren tin o , aten to solam ente a las profanas si­
tuaciones del p o d e r político, p ero si observam os las conse­
cuencias de la p réd ica lu te ra n a respecto al ab a n d o n o en
q u e actú a la natu raleza caída del h o m bre, verem os que el
divorcio tajante e n tre fe y obras abre el cam ino a todas las
p ro fan acio n es políticas y con u n a fuerza y u n a tran q u ilid ad
de co n cien cia q u e quizá n o tuvo el astuto secretario de la
R epública de Florencia.
C u an d o el cristiano h a alcanzado la ed ad de la razón, la
Iglesia lo confirma en su nacim iento a la gracia. Es u n com ­
p lem en to — escribe Sertillanges— en cu an to trae u n a rei­
teració n de los dones infundidos p o r el bautism o. El mis­
m o espíritu de vida sobren atu ral rea firm a el b ro te dejado
p o r el n acim iento a la gracia y c o nfiere al cristiano la fo rta­
leza espiritual p a ra confesar su fe y d a r testim onio de ella
e n las circunstancias arduas q u e la vida p u e d a depararle.
El carácter real de la espiritualidad cristiana está enérg i­
cam en te c o rro b o ra d o p o r la institución de la Eucaristía. En
ella, Cristo m ism o en cuerpo y sangre, se ofrece com o ali­
LA CIUDAD CRISTIANA 427

m en tó p a ra so sten er la vida s o b ren atu ral y robustecer el or­


ganism o infuso de la gracia. A lim ento viviente que transfor­
m a a q u ien lo ingiere y lo convierte a su p ro p ia virtud rege­
n e ra d o ra .
S acram entos de vivos — dice la Iglesia— p o rq u e p ara ac­
c e d er a él se tiene q u e estar en la gracia de Dios. El bautis­
m o en cam bio es sacram ento de m uertos y p a ra q u e la vida
del cristianism o no se enquiste en el pecado y se d eten g a
e n el defecto, la Iglesia instituyó tam bién el sacram ento de
la p en iten cia.
M erced a la p e n ite n cia el cristiano siente q u e la vida de
la gracia fluye en él a pesar de las flaquezas de la ca rn e y las
ten tacio n es del m u n d o . M ientras el alm a está ávida de ese
“Pan que bajó del cielo”, la gracia se p u e d e re c u p e ra r y con
ella las virtudes teologales.
El R eino de Dios viene allende la m uerte. El cristianis­
m o cree q u e va a e n tra r en él revestido con las galas de u n
cu e rp o resucitado en gloria. La m u erte y la descom posi­
ción c o n trad icen esta esperanza. De aquí la ten tación de
a c ep ta r solam ente u n a sobrevivencia en espíritu: la delga­
d a e te rn id a d de u n a som bra desvanecida. P ero la tradición
de la Iglesia es en esto firm e y el dogm a de la resu rrecció n
de la ca rn e a co m p añ a al de la vida p e rd u ra b le en u n id a d
indestructible. La Iglesia h a establecido el sacram ento de la
e x tre m a u n c ió n p a ra q u e este cu erp o m ortal, destinado a
ser pasto de las larvas, reciba su u n ció n de óleo santo p ara
q u e se p u rifique y se haga digno de su p o ste rio r transfor­
m ac ió n ... El aceite, m ateria de este sacram ento, reviste la
acción p e n e tra n te del espíritu e im p re g n a el cu erp o en to­
das aquellas partes q u e p u e d e n considerarse com o el p rin ­
cipio de nuestras m iserias m orales. “P o r esta santa unción
428 RUBEN CALDERON BOUCHET

— reza el oficiante— y p o r su sagrada m isericordia, p e rd ó ­


n e te Dios todo lo que has d elinquido, con la vista, con el oí­
do, con la lengua, e tc ...” y term in a ro g an d o a Dios que no
re c u e rd e “sus in iquidades pasadas, ni las em briagueces que
h a p o d id o e n c e n d e r en ella la cólera o el h e rv o r del insa­
n o deseo. P o rq u e si h a p ecado no te h a negado, Dios de
b o n d a d , h a creíd o e n ti y h a tenido el celo de tu g loria”.
T odo m iem bro del cu e rp o m ístico de Cristo participa de
las obligaciones apostólicas que h acen a la esencia m ism a
del crecim iento de esta com unidad, p e ro p a ra organizar es­
ta tarea se h a establecido u n a je ra rq u ía apostólica ratifica­
d a con el sacram ento de orden. La diferencia de éste con los
o tros sacram entos reside e n su carácter social... J u n to con
el m atrim o n io que constituye el fu n d am e n to de la socie­
d a d cristiana, el o rd e n es u n acto con el cual Dios N uestro
S e ñ o r santifica el ejercicio de u n a actividad com unitaria.
Los apóstoles recib iero n la potestad de im p o n e r sus m a­
nos sobre aquellos q u e habían de sucederles en su tarea de
p re d ic a r el Evangelio y consagrar el Pan. Este S acram ento
es u n acto con el cual se e n treg a el p o d e r q u e convierte al
sacerdote e n fu en te de la gracia de Cristo. Los teólogos lla­
m an a esta potestad: p o d e r de acción sacram ental, pues
p o r él p u e d e expandirse la gracia hacia los otros. El bautis­
m o confiere la gracia, p e ro n o d a p o d e r p ara consagrar y
ad m in istrar los otros sacram entos. El único sacram ento
q u e un cristiano com ún p u e d e dar, en casos especiales, es
el bautism o; p a ra los otros sacram entos hay que re c u rrir al
q u e tiene po testad p a ra darlos.
La insania h u m an a, com o las aguas desbordadas, en ­
c u e n tra p e n d ie n tes en todas direcciones p a ra c o rre r a gus­
to. Y no son m enos perniciosas las q u e se e m p e ñ a n en n e ­
LA CIUDAD CRISTIANA 429

gar la ca rn e en beneficio de u n a utópica vocación angélica,


q u e aquellas q u e exaltan las com placencias eróticas con el
p rete x to de q u e p ro c u ra en los seres h um anos u n a u n ió n
m ás h o n d a y v erdadera. Puritanism o y sexualism o son el
verso y el reverso de u n a m o n ed a falsa. La Iglesia dio al m a­
trim o n io la fu erza y la virtud de u n sacram ento p ara que el
h o m b re y la m u je r hicieran de su u n ió n u n a realidad santa
q u e in te g ra ra la fecu n d id ad n atu ral en u n nivel más perfec­
to de realización.

E v a n g e l io y l e n g u a je

El Evangelio fue p red ic ad o p rim e ra m e n te en P alestina


y an tes de ab rirse al m u n d o de los gentiles, la p a la b ra de
C risto se dirigió al P u eb lo de Israel. Esta p red ic ac ió n fue
h e c h a e n u n a le n g u a fo rm a d a en u n largo proceso histó­
rico y q u e e m p le ab a u n léxico n o cio n al in sp irad o en la
Ley y los profetas. La le n g u a q u e d e b ió usarse m ás tard e,
c u a n d o se llevó la b u e n a nueva al m u n d o p ag an o , tuvo
q u e ser algo d ife ren te . Esta situación re d u c e a sus lím ites
m ás estrech o s la relació n del Evangelio c o n la civilización
y n o s p o n e en co n ta c to con u n o de los p ro b le m as m ás d e ­
b atid o s p o r los exégetas co n te m p o rá n e o s: ¿Fue la le n g u a
d e la Iglesia prim itiva u n sistem a de signos in e x o ra b le ­
m e n te ad scrip to a u n a é p o c a y u n p u e b lo d e te rm in a d o ?
¿Es posible c o m p re n d e r todavía ese idiom a? ¿Estam os
c o n d e n a d o s a e fe c tu a r u n a tran sp o sició n q u e cam bia los
c o n te n id o s m ism os de la fe? ¿O p o d e m o s c o m p re n d e r el
m en saje de C risto tal com o lo e n te n d ía n los q u e p rim e ro
lo escu ch aro n ?
430 RUBEN CALDERON BOUCHET

C onviene p en sar que los presupuestos históricos condi­


cio n an p e ro n o d e te rm in a n el dinam ism o de n u e stra n a tu ­
raleza. Existe en el h o m b re u n a posibilidad de com unica­
ción espiritual que la perspectiva histórica, con todos sus
cam bios, n o hace in franqueable. Esto n o significa que u n a
len g u a halle en o tra u n a versión que tra n sp a re n ta fielm en­
te todos sus m atices sem ánticos, p ero tam poco hay q u e exa­
g e ra r el herm etism o de u n idiom a convirtiéndolo en u n sis­
tem a d e señales que sólo vale en el in te rio r de u n a cultura.
O tro aspecto q u e conviene te n e r en c u e n ta cu an d o se
tra ta d e in te rp re ta r el lenguaje del Evangelio es la p e rm a ­
n e n c ia de la tradición viva del cristianism o. E n tre los pri­
m eros cristianos y los cristianos actuales n o h a h ab id o u n a
solución de co n tin u id a d e n el esfuerzo interpretativo de
los textos sagrados. El Evangelio fue traducido al latín
cu a n d o todavía el griego era len g u a viva, y los q u e vertie­
ro n las escrituras del aram eo al griego com ún, hablaban
am bas lenguas con la soltura del q u e está hab itu ad o a ex­
presarse in d istin tam en te en u n a u otra.
La relación lingüística no tiene lagunas tem porales que
exijan u n esfuerzo de interp retació n m uy g ran d e. Si a esta
c ircu n stan cia se sum a el hech o histórico de u n a c o n tin u i­
d a d d o c trin aria sin fisura se tiene el cu ad ro de u n a p e rm a ­
n e n c ia intelectual n a d a desdeñable. La c o m p ren sió n del
m ensaje de Cristo, p a ra u n cristiano fo rm ad o e n el seno de
la trad ició n católica, n o es equivalente a la lectu ra de los
textos sagrados de los antiguos etruscos, cuyo idiom a es to­
davía desconocido y de quienes nos separa u n a ru p tu ra cul­
tu ral casi com pleta.
El cristianism o se p rese n ta desde sus com ienzos con la
p rete n sió n de tra e r algo absolutam ente nuevo p ara com u-
LA CIUDAD CRISTIANA 431

n icar a los hom bres. O frece la prim icia de u n a experiencia


religiosa inédita: “El Verbo se hizo carn e y hab itó en m edio
de nosotros; y nosotros hem os visto su gloria, gloria cual
del u n ig én ito del Padre, lleno de gracia y de v e rd a d ” 265.
Esta afirm ación resulta difícil de e n te n d e r p o r la form a
en q u e viene realizada. Dios asum e la n aturaleza h u m a n a y
se p rese n ta con la aparien cia de u n h o m b re com ún: Jesús
d e N azaret, a p a re n te m e n te hijo del c arp in tero José y de su
m u jer M aría. Los paganos estaban habituados a hierofanías
d o n d e sus dioses, p a ra satisfacer caprichos dem asiado h u ­
m anos, to m ab an u n cu erp o de anim al o de h o m b re, p ero
el jo v en c a rp in te ro de N azaret desafiaba con su m odestia
todos los a n te c e d en te s m itológicos. Su inserción en el ám ­
bito de la historia de Israel ten ía u n carácter tan cotidiano
q u e resultaba im posible co n fu n d irlo con u n a epifanía òrfi­
ca. P ara e m p a ren ta rlo con el m ito h a b ía que pasar p o r al­
to todo lo q u e h acía a su realidad histórica y p a ra tom arlo
p o r el Mesías esperado p o r el pueblo elegido, se re q u e ría
u n a ayuda especial del Espíritu Santo.
El m u n d o g rec o rro m a n o no p o d ía reco n o cerlo com o
suyo. Sus raíces religiosas eran dem asiado israelitas p a ra co­
locarlas sin dificultad e n tre las figuras alim entadas p o r el
O lim po. El m u n d o ju d ío ten ía que su p e ra r el carácter na­
cional de su esperanza y ad m itir a Jesús p o r el cam ino de
u n a h u m ild ad q u e co n trariab a su soberbia.
Vista la p erso n a de Cristo en esta perspectiva resu lta ta­
rea difícil c o m p re n d e r el triunfo posterior de la Iglesia. Con
todo no conviene d ar u n a interp retació n exclusivam ente
sobren atu ral y carism àtica de este triunfo. Los m edios m e­

2 6 5 . J u a n , I, 14.
432 RUBEN CALDERON BOUCHET

ram e n te h u m an o s tuvieron un cierto valor y el cristianism o


supo h a c er c o m p re n d er su novedad con in stru m en to s con­
ceptuales q u e n o re p u g n a b a n de m odo absoluto la razón
natural. Estos in stru m en to s fu ero n tom ados de los tres am ­
b ientes culturales con los que la Iglesia se vio envuelta: g rie­
go, ju d ío y rom ano.
De los ju d ío s to m ó la ley y los profetas. Los ritos y los
gestos de su le n g u a sagrada y esa tre m e n d a tensión hacia
u n d esenlace h istórico q u e h a b ía de venir con Cristo en la
g lo ria de su poder. P ero n o se adscribió a la clausura de la
am b ició n n acional del p u eb lo ju d ío . ¿H ubiera p o d id o ser
d e o tro m odo? Si C risto fue efectivam ente el Mesías. ¿Cuál
p o d ía ser su relació n con Israel? ¿La de u n súbdito fiel del
p u e b lo elegido o la del am o q u e viene a su casa y desea
q u e los suyos reconozcan su au to rid ad ? “Y sucederá, que
en el m ism o lu g ar en que se los dijo: vosotros n o sois mi
p u e b lo , allí serán llam ados hijos de Dios Vivo. P o r o tra
p a rte , Isaías exclam a con resp ecto a Israel: a u n c u a n d o el
n ú m e ro de los hijos de Israel fuese igual al de las arenas
del m ar, sólo u n resto de ellos se salvará. P o rq u e Dios en
su ju sticia c u m p lirá p len a m en te y p resta m e n te la p alab ra
con e q u id a d ” 266.
Y el m ism o San Pablo explica la c u lp a de Israel: ‘ p o r qué
no buscó la ju sticia p o r la fe, sino p o r las o b ras”. Y añade
palabras que señalan p a ra siem pre u n a fisonom ía espiritual
q u e h a de q u e d a r com o la m arca in d eleb le de la m entali­
d ad ju d ía : “P o rq u e n o co nociendo la ju sticia de Dios, y es­
forzándose en establecer la suya p ro p ia, no se h a sujetado

2 6 6 . R o m a n o s , IX , 2 6 -2 8 .
LA CIUDAD CRISTIANA 433

a la ju sticia de Dios. Siendo así q u e el fin de la Ley es Cris­


to, p a ra justificar a todos los que c re e n ” 267.
Israel no fue desechado e n bloque, h o m b re p o r hom ­
b re, lo fue com o c o m u n id a d que no supo, p o r prejuicios
nacionales, re c o n o c e r e n Jesús su p ro p ia esperanza: “N o h a
d esechado Dios al p u eb lo al cual conoció en su presciencia
¿no sabéis vosotros lo q u e de Elias refiere la Escritura? ¿De
q u é m a n e ra dirige él a Dios sus quejas c o n tra Israel? ¡O h
Señor! a tus profetas los han m u erto , d em o liero n tus alta­
res, y h e q u e d a d o yo solo, y a te n ta a m i vida. Mas ¿qué le di­
ce la resp u esta de Dios? H em e reservado siete m il ho m b res
q u e n o h an dob lad o la rodilla d elan te de Baal. De la mis­
m a suerte, se h a salvado en este tiem po u n residuo según
la elección de su g rac ia ” 268.
Señala en la m ism a E pístola que la caída de Israel ha si­
do ocasión de salud p a ra los gentiles. A m onesta a los ju d ío s
p a ra que to m en c u e n ta de esta actitud y se sientan estim u­
lados p o r el ejem plo que d an los paganos c u an d o aceptan
en el cristianism o lo que h a sido la esparza secular de ellos.
El esp íritu de Dios es la raíz e Israel sus ram as naturales.
Los gentiles son el olivo silvestre del que algunas ram as
h a n sido injertadas en el tro n c o de la fe, en el lugar que
fu e ro n arra n c ad o s los secos b ro tes de Israel: “m as n o te e n ­
grías; antes bien, vive con tem or; p o rq u e si Dios n o p e rd o ­
nó a las ram as naturales, debes tem er q u e a ti tam poco te
p e rd o n a rá ” 269.

267. R om anos, X, 3-5.


268. R om anos, XI, 2-5.
269. R om anos, XI, 21.
434 RUBEN CALDERON BOUCHET

Las E scrituras son el testim onio vivo del pasado de Is­


rael q u e se in c o rp o ra n a la vida de la Iglesia, p o rq u e a los
ju d ío s les fu e ro n confiados los oráculos de Dios, y la infi­
d e lid a d de los h o m b res “¿frustrará p o r v e n tu ra la fidelidad
de D ios?”.
C on la letra del Antiguo Testamento e n tra en el to rre n te
circulatorio del esp íritu cristiano u n a apreciable cantidad
de sensibilidad literaria ju d ía y con ella m odos de sen tir y
de d ecir que h acen a las relaciones m ás p ro fu n d as de la vi­
d a h u m an a. Este ap o rte cultural ju d ío fo rm a rá p arte de la
civilización n acid a bajo el influjo de la fe en Cristo.

El a p o r t e g r ie g o

La Iglesia e n tra tem p ran o en contacto con los pueblos


de h a b la h elén ica y n o p o d ía dirigirse a ellos sin usar, en
cierta m ed id a adecuada, los m odos de expresión y las es­
tru c tu ra s lógicas de la m en talid ad griega. N o bastaba
a p re n d e r el léxico filosófico y usarlo en la explicación de
las nuevas verdades religiosas, hab ía que a p re n d e r a p ensar
com o los helenos, y sin dejar de ser fieles al m ensaje cristia­
no , a d o p ta r u n a fo rm a de arg u m e n ta r a la q u e el ju d ío se
a d a p ta b a con dificultad. P o r eso las p rim eras síntesis filosó­
ficas cristianas se h a rá n esperar m u cho tiem po. No se p u e ­
de te n e r p o r tales los esfuerzos de Pablo o J u a n al tom ar en
préstam o algunos tópicos estoicos con el p ropósito de ilus­
tra r u n tem a teológico.
U n a cosa es q u e la filosofía griega haya sido in teg rad a al
pen sam ien to cristiano con lentitud, y o tra que este pensa­
LA CIUDAD CRISTIANA 435

m ien to n o se haya beneficiado con las form as intelectuales


de la cu ltu ra griega. Estas p e n e trab a n a través de la gram á­
tica, de la retórica, de la física y de la m atem ática y ayuda­
ban a o rd e n a r los conocim ientos de acuerdo con u n princi­
pio sistem ático que influía decisivam ente en la catequesis.
Jesús, com o Pablo y sus m ás inm ediatos seguidores, ad­
m in istrab a u n a d o ctrin a típicam ente sem ítica, cuya lógica
in te rn a estaba p residida p o r las exigencias de los e n c u e n ­
tros personales. H ab ía que ad ecu ar la conversación al asun­
to que se e x p o n ía y el m odo particu lar de ser de aquellos
p a ra quienes se exponía. Jesús da p ru eb as de esta ductibili-
d ad en sus serm ones, dirigidos a u n m edio com puesto de
cam pesinos en d o n d e a b u n d a n las parábolas rurales, p ero
c u a n d o h a b la con los doctores de la ley hace frecuentes
alusiones a las Escrituras y usa de los arg u m en to s de a u to ­
rid ad . P ara un p u eb lo alim entado espiritualm ente en la pa­
lab ra de Dios el recu rso a la a u to rid ad de la Torah y a los
Profetas es siem pre la ú ltim a razón, p e ro cu ando se trató
de e n se ñ a r a los griegos la cosa cam bia y se hace m en ester
em p le ar u n a discusión q u e apele a las sutilezas abstractas y
al a rte de p e rsu a d ir con arg u m en to s convincentes.
Esto llevó tiem po y los Padres de la Iglesia alim entaron,
respecto a la filosofía, u n a desconfianza que la Iglesia o rto ­
doxa, m ás cercan a a las fuentes griegas, n u n c a p e rd ió del
todo. Parece paradójico p ero fue la latinidad la que llevó a
su m ás alto g rado de perfección la simbiosis e n tre filosofía
y fe. La explicación quizá resida en que el latino, tan exigen­
te in telectu alm en te com o el griego, es m enos abstractista y
se atiene m ucho m ás que el h elen o a lo real. Esta ap titu d de
su inteligencia lo llevó a precisar con rigor los principios de
u n a teología que hasta m uy avanzada la E dad M edia, no e n ­
436 RUBEN CALDERON BOUCHET

tró en la descom posición de las sutilezas dialécticas. Los


griegos vivieron siem pre en u n clim a racionalista y los Pa­
dres desconfiaron con razón de ese afán argum entador. Ese
d e sen c u e n tro va a dejar e n la Iglesia bizantina, y más tarde
e n la rusa, u n vacío teológico que inspirará elocuentes de­
satinos a nuestros m o d ern o s cultores de la prim itividad, de
la esp o n ta n e id a d y de otros tantos abandonos con nom bres
juveniles.
H an sido la gram ática y la retó rica las prim eras ciencias
q u e in tro d u je ro n o rd en lógico en la exposición del pensa­
m ie n to cristiano y d iero n a las prim eras escuelas de catc­
quesis la o p o rtu n id a d de in c o rp o ra r a la instrucción de los
catecú m en o s la litera tu ra pagana.

El a p o r t e l a t in o

El cristianism o nació bajo la égida del Im p erio R om ano.


R om a aseguraba el o rd e n político universal cuya im p ro n ta
legal se h acía sentir en el ám bito d o n d e se m ovió la Iglesia
en el tiem po de su form ación. Jesús reco n o ció esa h eg em o ­
n ía y transm itió a sus discípulos u n a actitu d respetuosa con
relación al p o d e r rom ano. San Pablo se acogió, en diversas
o p o rtu n id a d es, a su calidad de ciu d a d a n o ro m a n o p a ra
e lu d ir las acechanzas de los judíos. La Iglesia prim itiva u n ía
a sus oraciones u n a rogativa p o r las au to rid ad es legítim as y
es en la E pístola a los C orintios del p a p a C lem ente de Ro­
m a d o n d e leem os la p rim e ra oración p o r el Estado. No es
difícil d iscern ir en ella, ju n to al reco n o cim ien to de la po­
testad del E m perador, el deseo de que esa au to rid ad se
LA CIUDAD CRISTIANA 437

ejerza en los m ejores térm in o s posibles p a ra el ejercicio de


la vida cristiana.
R econoce C lem ente que Dios dio a los g o b e rn a n tes “la
p otestad del g o b iern o y la virtud de tu infinito e inefable
poder, p a ra que nosotros, reco n o cien d o la m agnificencia y
la gloria que les las concedido, les seam os sum isos y en lo
m ás m in in o ofendam os tu santa v o lu n ta d ”. Y a ñ a d e a con­
tin u ació n u n ru e g o que expresa su íntim o deseo de q u e el
E m p e ra d o r m aneje sus asuntos guiado p o r la Providencia a
fin de q u e conozca lo que es b u e n o y agradable a los ojos
de Dios. “P ara q u e el p o d e r q u e de Ti les vino lo ejerzan en
paz y con m an sed u m b re y p e n e trad o s de tu santo tem or,
p a rticip a n d o así de tu m isericordiosa b o n d a d .”
Si estas palabras n o m anifiestan, en la m odestia de u n
sim ple an h elo , el deseo de ver al e m p e ra d o r convertido al
cristianism o n o m e explico qué o tra cosa p u e d e n expresar.
Esta p rim e ra oración de la Iglesia es algo m ás que u n a g e n ­
tileza p o r la q u e se pide larga vida y p ro sp e rid a d en los n e­
gocios im periales. E xplícitam ente hay en ella u n llam ado a
la Providencia p a ra q u e se convierta e n guía, e inspiración
del P o d e r y con este sano p ropósito la Iglesia prim itiva, an ­
tes del triunfalism o constantiniano, moviliza la fu erza de la
o ración en p ro de u n g o b iern o p a ra que “p e n e tra d o del
santo tem o r a Dios, participe de tu m isericordiosa b o n ­
d a d ”. Son térm in o s inequívocos y p e rfe c ta m e n te claros en
lo que resp ecta a su propósito. Es verdad que Cristo, y la
Iglesia en su seguim iento, no ten ía previsto u n p ro g ram a
político ni p re te n d ía n sustituir p o r la fuerza las autoridades
existentes, p e ro tam poco hay que c re e r lo q u e dice Adolfo
H a rn a ck en su libro What is Christianity? que la frase de J e ­
sús: d a r al C ésar lo que es del C ésar y a Dios lo que es de
438 RUBEN CALDERON BOUCHET

Dios, significaba que César y Dios son los señores de dos


dom inios totalm en te diferentes. Esto es m aniqueísm o p u ­
ro: el d om inio de César no está separado del dom inio de
Dios. Q ue César lo reconozca o no, es asunto suyo. Los cris­
tianos, en esta p rim e ra etapa de su crecim iento, no estaban
en condiciones de p o n e r al frente del Estado u n César de
su invención, p ero deseaban, y así lo p ed ían a Dios, que Cé­
sar reco n o ciera al verdadero Dios y viviera co n fo rm e a sus
p recep to s p a ra que la paz rein a ra en el Im perio.
H arn ack es p ro testan te y en su libro, con delicada am bi­
g ü ed ad , trata de hallar la síntesis e n tre u n anarquism o que
rechaza, en n o m b re del Evangelio to d a a u to rid ad fu n d ad a
e n la ley y la posición católica “q u e más o m enos positiva­
m en te sostiene q u e el Evangelio debe tom ar bajo su p ro tec­
ción la Ley y las relaciones legales”. Sin lugar a dudas el
Evangelio viene a p erfeccio n ar la ley y a darle un cum pli­
m ie n to m ás alto. Las relaciones de g o b iern o son relaciones
n aturales que la gracia debe o rd e n a r a los fines superiores
p a ra los que el nuevo h o m b re está llam ado.
FORMACION DE LA CIUDAD CRISTIANA

L a Escritura dice que C aín fu n d ó u n a ciu dad y que


Abel, como peregrino, no la fu n d ó . Porque la C iu d a d de
los Santos trae su origen de arriba, au n qu e engendra
a q u í ciudadan os, en los que peregrina hasta que llegue el
tiempo de su reinado.

S an A g u s t ín , L a C iu dad de Dios, XV, I, 2


C a p itu lo I
LA IGLESIA Y EL ESTADO EN LA EPOCA
DE LOS MARTIRES

El p r o b l e m a d e l j u d e o -c r is t ia n is m o

El p ro b lem a de las relaciones entre los ju d ío s que se­


guían a Cristo y los conversos provenientes de las naciones
gentiles fue suscitado en el seno del Colegio Apostólico p o r
Pablo de Tarso. N o interesa si obedeció a u n a inspiración
personal, com o afirm an los que ven en él al verdadero fun­
d a d o r de la Iglesia católica, o fue sugerencia del Espíritu
Santo com o el m ism o Pablo lo da a entender. El historiador
g en eralm en te no se ocupa de u n a disyuntiva de esta n a tu ra ­
leza, y es u n a lástima, po rq u e si se opta p o r un o u otro de los
térm inos del dilem a cam bia com pletam ente la perspectiva
desde la que p u ed e ser observado el curso de la historia.
Pablo de Tarso tuvo clara conciencia de que su m iniste­
rio p o d ía ser in te rp re ta d o com o la consecuencia de u n a
disposición p a rticu la r de su genio religioso. N u n ca vaciló
en h a c er n o ta r con h u m ild ad q u e sus adversarios e n c o n tra ­
442 RUBEN CALDERON BOUCHET

rán sospechosa la frágil condición de sus d ones personales


y la fuerza absolutam ente e x tra ñ a a su talento que lo m ovía
a realizar su apostolado.
Estaba tan convencido de que Cristo respaldaba su m i­
sión q u e no titubeó e n h a c er fren te al Colegio de los Doce
y p ro p o n e r su p ro p ia visión de la co n d u cta que d e b ía se­
guirse con los creyentes que venían del m u n d o gentil.
Si se pesa con tra n q u ilid ad la po stu ra de este dudoso
apóstol de los gentiles fre n te al Colegio A postólico y se tra­
ta de explicarla con recursos m eram en te naturales, se e n ­
c o n tra rá n m uchas dificultades p a ra levantar las objeciones
m ás obvias q u e surgen a n u estro en cu en tro :
¿Cóm o p u d o im p o n e r su criterio a los D oce cu an d o to­
davía se discutía la a u ten ticid ad de su vocación? ¿De d ó n d e
sacaba el fu n d a m e n to de su autoridad? ¿Cóm o p u d o h acer­
les c re e r que h a b ía recibido de Jesús u n m ensaje que ellos,
discípulos que co n o ciero n al m aestro en la carne, no h a­
b ían logrado co m p ren d er?
Las respuestas que dem os a estas p reg u n tas co m p ro m e­
ten n u e stra actitud fren te al cristianism o. P ara la razón sos­
ten id a p o r la Fe, el m isterio, sin dejar de serlo, aparece en
u n claroscuro discernible: el Espíritu Santo h ab lab a p o r Pa­
blo y todos los q u e particip ab an de la vida so b ren atu ral de­
ja d a p o r Cristo lo p o d ían c o m p re n d er así, p o r poco que es­
c u d riñ a ra n en el corazón de la doctrina com ún. D esde u n a
posición racionalista el p ro b lem a es insoluble, a no ser que
se a b a n d o n e n los testim onios históricos existentes y se in­
vente u n a nueva versión del acontecim iento.
Pablo h ab ía ex ten d id o la predicación del Evangelio a
los pueblos gentiles del Asia M enor y los h a b ía exim ido de
LA CIUDAD CRISTIANA 443

las obligaciones in h ere n te s a la c o m u n id a d israelita, espe­


cialm ente de aq uella que se refería a la circuncisión y al m i­
nucioso cu m p lim ien to de las reglas sabáticas. En estas cir­
cunstancias algunos fariseos in q u ie ta ro n a los discípulos de
Pablo diciéndoles que no h ab ían de e n tra r en el R eino de
Dios si no cu m p lían estrictam ente con los ritos mosaicos.
T odo este ritual estaba dem asiado adscripto a los usos y cos­
tu m b res h e b re o s p a ra q u e p u d iera ser aceptado sin reser­
vas p o r los conversos provenientes de otras naciones. Era
com o si se los quisiera convertir a otro p u eb lo y no a u n a
religión. R eaccionaron: n o e ra ése el Evangelio q u e Pablo
les h a b ía p red icad o , y, con ligereza que nacía del orgullo
m al d o m in ad o , se sintieron arrastrados a o p o n e r u n evan­
gelio a otro, c o m p ro m etie n d o la u n id a d del p u eb lo que
Cristo h a b ía convocado.
Pablo se alarm ó del cariz que tom aban los aconteci­
m ientos y creyó o p o rtu n o llevar la discusión del p ro b lem a
al seno del C olegio A postólico, p ara q u e allí se d irim iera el
pleito con u n a solución que salvara la u n id a d de la Iglesia.
Los Hechos de los Apóstoles refieren brevem ente las puestas
sostenidas e n este concilio. D an u n som ero resum en de la
aceptación de P edro y n a rra n con p a rq u e d a d la resistencia
q u e opuso Santiago, el m ás conservador de los Apóstoles, y
que, com o jefe de la Iglesia d e je ru s a le m , m antuvo en ella
todas las prescripciones establecidas p o r la Ley. El discurso
q u e los Hechos atribuyen a Santiago deja percibir con bastan­
te claridad q u e los h e rm an o s de o rigen ju d ío p u e d e n seguir
sujetos a los ritos ancestrales y se m an te n d rá n así p ara dis­
tinguirse de los h e rm an o s provenientes de otras naciones 1.

1. H e c h o s d e lo s A p ó s t o le s , C a p ítu lo XV, 1-34.


444 RUBEN CALDERON BOUCHET

La existencia de u n a co m u n id ad cristiana adscripta a los


p recep to s, a los usos, a las costum bres y a las estructuras
con cep tu ales ju d ía s es u n hecho. El apóstol Santiago, lla­
m ado tam bién “el h e rm a n o del S e ñ o r”, fue su p rim e r jefe.
En el año 62 de n u e stra era m u rió Festus, p ro c u ra d o r
ro m a n o de Ju d e a. N e ró n designó com o sucesor a Albinus,
p e ro e n tre el fallecim iento de Festus y la llegada de Albinus
a je ru s a le m tran scu rre u n lapso que los m iem bros del San-
h e d rín aprovechan p ara llevar un fu e rte ataque c o n tra la
c o m u n id a d cristiana de Jerusalem . Santiago fue convocado
a c o m p arecer an te el sum o sacerdote, Anás, p ara q u e diera
c u e n ta de la d o c trin a que enseñaba. Fue hallado culpable
y c o n d e n ad o a m o rir lapidado. Dice Flavio Josefo que esta
m ed id a terro rista es atribuible al g ru p o de presión que do­
m in ab a a Anás, pues “los espíritus m o d erad o s que se e n ­
c o n tra b a n e n la ciudad vieron con p e n a la com isión de es­
te exceso y enviaron m ensajeros al rey A gripa II p a ra que
im p id ie ra a A nás o b ra r de tal m a n e ra ” 2, A gripa depuso al
sum o sacerdote, m ed id a q u e c o rro b o ra la veracidad del tes­
tim onio de Josefo, y brega, in d irectam en te, p o r la a u te n ti­
cidad del m artirio de Santiago.
La llegada de A lbinus, lejos de traer la paz a je ru s a le m ,
exasperó los ánim os an tirro m an o s y provocó u n levanta­
m ien to en arm as que convulsionó a lo largo y a lo an ch o
ese polvorín de pasiones que era Palestina.
N e ró n com isionó a Vespasiano p a ra sofocar el levanta­
m ie n to y éste p ro ce d ió m etódicam ente a u n a liquidación
o rd e n a d a de todos los focos revolucionarios que halló en
su cam ino. Estaba en esta tarea cu ando la m u erte de N erón

2. Antigüedades, X X .
LA CIUDAD CRISTIANA 445

lo obligó a to m ar e n sus m anos las riendas del Im perio. Fue


a su hijo Tito al q u e le c o rresp o n d ió la triste gloria de to­
m a r Je ru sa le m luego de u n terrible sitio y d e stru irla con to­
d a prolijidad. Los soldados de Tito p re n d ie ro n fuego al
T em plo, la g loria de Israel, cum pliéndose así, p o r m anos
extranjeras, las predicciones de aquel ex trañ o rab í q u e los
cristianos a d o rab an .
La co m u n id a d cristiana de Jerusalem , llam ada p o r Pablo
la Iglesia de los Santos, con an terio rid ad a la d estrucción de
la ciudad, se h a b ía trasladado a Pella, p e q u e ñ a ciudad al
oeste del J o rd á n , edificada sobre u n o de sus brazos. La m a­
yoría pag an a que habitaba ese pu eb lo les aseguraba la im ­
p u n id a d de su culto y u n aislam iento del m u n d o helenista
q u e los ayudó a enquistarse en las form as m entales judaicas.
La Iglesia de Pella no fue la ú n ica en c recer en esta si­
tuación. O tro s g ru p o s ju d eo cristian o s buscaron tam bién
refugio e n lugares al m arg en de la g u e rra que asolaba la J u ­
d e a y m antuvieron en ellos u n a existencia m arginal que fa­
voreció u n a m en talid ad an tiguotestam entaria, in d em n e a
los peligros nacidos de la civilización greco rro m an a. Estas
c o m u n id ad es n o p u d ie ro n im pedir, pese a su aislam iento,
q u e el gnosticism o p e n e tra ra en sus doctrinas y las a p arta­
ra cada vez m ás del espíritu de la Iglesia Universal.

PO SIC IO N DEL JUDEO-CRISTIANISMO FRENTE AL ORDEN


POLITICO ROMANO

E n o rd e n al tem a p ro p u esto interesa señalar en estas co­


m u n id ad es dos aspectos: u n o cultural y o tro p ro p iam en te
446 RUBEN CALDERON BOUCHET

político. D esde el p u n to de vista del pen sam ien to estas co­


m u n id a d e s ex p u siero n su nueva fe d e n tro de las categorías
co nceptuales provistas p o r la tradición israelita.
D esde el p u n to de vista político, su aislam iento las hizo
vivir en u n p lan o escatológico al m arg en del o rd en político
ro m a n o y en u n desinterés casi absoluto p o r su inserción
en la historia.
El R. P. J u a n D aniélou, q u e h a h ech o u n m inucioso es­
tu d io de estas com unidades, ve en ellas tres aspectos clara­
m e n te discernibles: a. G rupos ju d ío s q u e h a n reco n o cid o a
C risto com o p ro fe ta y hasta com o mesías, p ero que no p u e ­
d e n ad m itir su filiación divina; b. La c o m u n id ad cristiana
de Je ru sa le m tal com o se m antuvo en Pella. Su o rto d o x ia
e ra indiscutible p e ro estaba a d h e rid a a form as de p e n sar tí­
p icam en te ju d ía s y a ritos derivados de la Ley q u e estaban
tam b ién e n los usos hebreos. Esta teología arcaica fue, p ro ­
b a b le m en te , in sp irad o ra de dos evangelios apócrifos: La
Epístola de Judas y el Evangelio según los hebreos. D aniélou di­
ce que hay q u e a trib u ir a esta co m u n id ad la evangelización
de E gipto y de Siria O riental; otro aspecto del judeo-cristia-
nism o se d a en iglesias cabalm ente cristianas p ero que c o n ­
tin u a ro n p e n san d o con categorías hebraicas. Este ju d eo -
cristianism o c o m p re n d e to d a la Iglesia Prim itiva y extiende
su influ en cia hasta la m itad del siglo II.
A dem ás de las categorías teológicas antiguotestam enta-
rias, las form as m entales judeo-cristianas usaro n com o ex­
presió n literaria los apocalipsis. U n ejem plo claro es el
Apocalipsis de J u a n , in co rp o rad o al can o n c a tó lic o 3.

3. Jean D aniélou, Théologie de Judeo-Christianisme, V. I, Tournai, D esclée,


1958, págs. 17-21.
LA CIUDAD CRISTIANA 447

L a situación m arginal de estas com unidades explica el


desinterés q u e tuvieron p o r la política y u n rechazo cabal a
in teg rarse e n el cu erp o del Im p erio R om ano. Esta actitud
no estaba in sp irad a p o r u n a esperanza nacional com o suce­
día con los ju d ío s sino m ás b ien en la perspectiva escatoló-
gica con q u e c o n tem p lab an el decurso de la historia y el
destino de Rom a.
A este tem p e ra m en to religioso se refiere H a rn a ck cu a n ­
do afirm a que los cristianos del p rim e r siglo se sentían ex­
trañ o s en este m u n d o y, p o r ende, san am en te desinteresa­
dos de to d a relación c o n los estados constituidos.
T enían su fe p u e sta e n el m ensaje su p ra tem p o ral de
C risto y esp erab an a rd ie n te m en te su in co rp o ració n al Rei­
n o de Dios. C reían tam bién en un próxim o fin del m u n d o
y esp erab an p a ra m uy p ro n to acontecim ientos catastróficos
q u e a n u n c ia ría n el fin de todos los tiem pos. El Estado, con­
siderado com o m edio h u m a n o p ara o rd e n a r p o r u n largo
lapso la convivencia del h o m b re sobre la tierra, no los p re o ­
cupaba. C on todo, tam poco les era absolutam ente indife­
ren te s pues, com o p ro te c to r de los idólatras y fuerza orga­
nizada p a ra obligar a los fieles al culto de los ídolos, se
o p o n ía a la p redicación del Evangelio con los in stru m en to s
coactivos de q u e disponía. El Im perio R om ano aparecía an ­
te los ojos de estos cristianos com o el rein o de Belial y la
im agen del A nticristo 4.
Estas co m u n id ad es vivían con la esperanza p uesta en un
p ro n to re to rn o del S eñor y creían que ese acontecim iento
an u n c ia ría el fin del m u n d o . San Je ró n im o trae u n a doxa

4. A dolf Harnack, The Roman State and the Church, Historians Hystory of the
World, Londres, T he Times, 1908, Vol. VI.
448 RUBEN CALDERON BOUCHET

del Evangelio según los h eb reo s d o n d e esta esperanza se


m anifiesta con tan ta u rg en cia q u e hasta el p ed id o a Dios
del p a n de cada d ía aparece p ostergado en beneficio del
p ro n to advenim iento de Cristo. Dice San Je ró n im o , en
Tractatus in Psalmos, 135: “In H ebraico Evangelio secundum
M atthaeum ita habet: P an em n o stru m crastinum da nobis
h o d ie, hoc est, p anem q u em d a tu ru s es in reg n o tuo, da
nobis h o d ie ”.
D o n d e la expectativa del próxim o advenim iento mesiá-
nico se hace sentir con m ayor vigor es en la concepción de
u n rein a d o terrestre de Cristo que p rec e d e rá al Juicio U ni­
versal. Este rein o d u ra rá mil años y h a dad o n acim iento a
u n a fo rm a de co n c eb ir el fin de los tiem pos que se llam a
milenarismo o quiliasmo. Esta op in ió n conoce diferentes fór­
m ulas algunas de las cuales p erfectam en te aceptables d e n ­
tro de la o rtodoxia, en cam bio el llam ado m ilenarism o cra­
so es, sin lugar a dudas, u n a d o c trin a carnalista del R eino
q u e la Iglesia h a rech azad o con horror.
La id ea de u n rein o de m il años que h a de fundarse so­
b re la tie rra bajo el g o b iern o de Cristo y sus santos se en­
c u e n tra en la carta p rim e ra de San Pablo a la Iglesia de Te-
salónica. El texto n o es m uy claro p e ro p o d ía servir p ara
c o n firm a r las esperanzas de aquellos q u e ya la h ab ían con­
cebido. En la p rim e ra carta a los corintios, 15-24, la re fe re n ­
cia es m ás explícita si se entien d e que el rein o q u e Cristo
e n tre g a al Padre, después de h ab er red u c id o a la n a d a to­
d o p rin cip ad o , to d a potestad y todo poder, es u n o rd e n a ­
m ie n to político in te rm e d io e n tre el m era m e n te tem poral y
la definitiva instauración del R eino de Dios. El contexto es­
critu rario m ás firm e está en el Apocalipsis de J u a n XX, 1-6,
c u a n d o el vidente dice q u e “vio d escen d er del cielo a u n
LA CIUDAD CRISTIANA 449

ángel q u e ten ía la llave del abism o y u n a gran cad en a en


u n a m ano. Y agarró al D ragón, y a aquella serp iente anti­
gua q u e es el d em o n io y Satanás, y le en c ad e n ó p o r mil
años; y m etióle en el abism o, y le e n c erró , y puso sello so­
b re él, p a ra que n o an d e m ás en g a ñ an d o a la gen te, hasta
q u e se cu m plan los m il años, después de los cuales h a de
ser soltado p o r u n poco de tie m p o ”.
Significa que luego de los mil años de este rein o mesiá-
nico se d e sen c a d e n ará n sobre la tie rra los m ales an u n cia­
dos p a ra el fin de los tiem pos. Satanás volvería a e n g a ñ ar a
los pueblos hasta q u e Cristo lo d e rro ta ra definitivam ente
en la conflagración final.
El m ilenario craso de C erinto im aginó p ara los justos
m il años de vida ju b ilo sa con todos los in g red ien tes de un
triu n fo carnal. Allí n o faltarían las venganzas, ni los b a n ­
quetes, ni las orgías eróticas. El paraíso de M ahom a acen­
tú a los atrib u to s sensibles de este reino. La Iglesia co n d en ó
esta versión del m ilenarism o que resucitaba, en u n a atm ós­
fera lig eram en te to cada p o r la influencia de Cristo, la idea
farisaica de u n a h e g e m o n ía nacional ju d ía sobre todos los
otros pueblos de la tierra.

E l r e c o n o c im ie n t o d e l p o d e r l e g a l r o m a n o

San C lem ente R om ano, cuarto de los obispos q u e go­


b e rn a ro n la Iglesia de R om a y que según la tradición lo hi­
zo desde los años 90 al 99 de n u estra era, dejó en su p rim e­
ra carta a la Iglesia de C orinto un claro resu m en de la
organización eclesiástica a la m u erte de los D oce. Dice Cíe-
450 RUBEN CALDERON BOUCHET

m en te que los Santos Apóstoles, en la m ed id a que se fun­


d ab an nuevas com unidades de creyentes, “iban estable­
cien d o a los q u e eran prim icias de ellos — después de p ro ­
barlos p o r el espíritu— com o inspectores y m inistros
(obispos y diáconos) de los que h ab ían de g o b e rn a r”. Y pa­
ra que los conversos de p ro ce d e n c ia ju d ía no creyeran que
se tratab a de u n a novedad de origen pagano, C lem ente
busca apoyo en u n a cita escrituraria que los confirm e en la
lín e a de la tradición antiguotestam entaria.
A leccionado p o r sucesos poco edificantes acaecidos en
relación con los cargos episcopales, añade en esta carta que
“los apóstoles establecieron a los susodichos, y ju n ta m e n te
im pu siero n p a ra ad e la n te la n o rm a de que, m u rie n d o és­
tos, otros que fu era n varones pro b ad o s les sucedieran en el
m in iste rio ” (XLIV, 2).
No m en cio n a explícitam ente su prelacia com o sucesor
de P edro, p ero sus adm oniciones a la Iglesia de C orinto e n ­
vuelta, com o en la época de Pablo, en u n o de sus inevita­
bles conflictos, revelan u n a a u to rid ad particular. De otra
m a n e ra n o se explicaría el tono que em plea c u an d o se re ­
p ro c h a “h a b e r vuelto algo tard íam en te n u e stra a ten ció n a
los asuntos discutidos e n tre vosotros” (I, 1). Y que confirm a
al fin de la carta cu ando les pide que recib an su corrección
sin enojarse, e n la seguridad de que la re p re n sió n “que m u­
tu am e n te nos dirigim os es b u e n a y so b re m a n era provecho­
sa, pues ella nos u n e e n la voluntad de D ios” (LVI).
L eón D uchesne dice que si se considera en sí m ism o “es­
te acto esp o n tán eo de la Iglesia R om ana, o si se pesan bien
los térm in o s de la carta de C lem ente, n o se p u e d e escapar
a la im presión que, desde el fin del siglo I de n u estra era,
un o s cin cu en ta años desde su fun d ació n esta Iglesia se sen­
LA CIUDAD CRISTIANA 45 1

tía e n posesión de la au to rid ad su p e rio r excepcional, que


no cesará de reivindicar m as ta rd e ”. Y añ ad e u n a referencia
qu e convierte su o p in ió n e n u n a certeza: “El A póstol Ju a n
vivía en Efeso en el tiem po en que escribía C lem ente. No
se ve trazas de in terv en ció n de él, ni de n in g u n o de sus alle­
gados. N o obstante las com unicaciones e n tre Efeso y C orin­
to eran m ás fáciles que e n tre C orinto y R om a” 5.
La reco m en d ació n final de la carta de C lem ente a b u n ­
d a en apoyo de esta teoría, de otro m odo seria difícil in te r­
p re ta r u n p á rra fo com o éste: “A legría y regocijo nos p ro ­
po rcionaréis si, o b e d e cie n d o a lo que os acabam os de
escribir, im pulsados p o r el E spíritu Santo, cortáis de raíz la
im pía cólera, co n fo rm e a la súplica q u e en esta carta h e­
m os h ech o p o r la paz y la c o n c o rd ia ” (LXII, 2).
La Iglesia tien e en esta é p o ca los órganos de u n a orga­
nización social solidaria y a u n q u e espere p a ra m uy p ro n to
a c o n tecim ien to s escatológicos que traigan u n cam bio defi­
nitivo a la co n fo rm ació n actual del m u n d o , n o es, to m a d a
en su to talidad, u n a co m u n id a d m arginal de ilu m inados
q u e sólo están aten to s al fin de los tiem pos. T iene q u e p re ­
d ica r el Evangelio en todas las naciones c o n fo rm e al m an ­
d ato del S e ñ o r y tien e q u e evitar las divisiones in te rn as
provocadas p o r las am biciones, las envidias o el orgullo in­
telectual. P ara lo g ra r am bos propósitos hay u n a e stru c tu ra
je rá rq u ic a e n cada u n a de las co m u n id ad es eclesiásticas y
u n a a u to rid a d q u e actú a en u n o rd e n ecum énico. P ero ha­
ce falta algo más: u n a relativa paz política aseg u rad a p o r el
resp e to a la ley y a las au to rid ad es capaces de h acerla cum ­

5. L eón D uchesne, citado p o rja cq u in , Histoire de l ’Eglise, Paris, D esclée,


1 9 2 8 ,1, pág. 88.
452 RUBEN CALDERON BOUCHET

plir. Los P adres de la Iglesia lo e n te n d ie ro n así y p ro cu ra ­


ro n c re a r e n los fieles el se n tim ie n to de u n a aceptación
positiva de la ju risd icció n del César. D esgraciadam ente el
C ésar e ra p ag an o y no ten ía, com o los cristianos, el claro
c o n c e p to del lím ite d o n d e term in a b a su m an d ato . Se atri­
b u ía h o n o re s divinos y con este e x p e d ie n te p re te n d ía ase­
g u ra r la u n id a d espiritual del Im perio.
El consejo de Jesús de d a r al C ésar lo que e ra del César
y a Dios lo q u e le p e rte n e c ía parecía, a p rim era vista, un
consejo lo bastante claro com o p ara asegurar la conducta.
Y así p o d ría h a b e r sido si las palabras de Cristo significaran
u n a tajante distribución de tareas paralelas ¿pero q u ién le
d ecía a C ésar cuáles e ra n los lím ites de su a u to rid ad y d ó n ­
de com enzaba lo q u e co rre sp o n d ía a Dios? U n a sociedad
q u e se d ecía in sta u ra d a p o r Dios m ism o y con plenos p o d e ­
res p a ra a c tu a r en su n o m b re ¿podía callarse cu ando el Cé­
sar invadía los dom inios de Dios y los p o n ía bajo su im pe­
rio? ¿Podía d ar al César todo lo q u e éste reclam aba p ara sí?
¿No estaría convencida desde el com ienzo de su historia de
su p o d e r p a ra señalar a César los lím ites de la ju risd icció n
q u e Dios le im ponía?
Son p reg u n tas que el exam en de la c o n d u c ta p olítica de
la Iglesia de ese tiem po irá resp o n d ien d o , en la m ed id a que
los acontecim ientos im p o n g an a los Santos Padres la n ece­
sidad de ocuparse de los asuntos que tales in te rro g a n te s de­
latan.
Dar al César lo que es del César, El exclusivo dominio de las al­
mas y M i reino no es de este mundo, p o d rán tranquilizar la con­
ciencia de Pilatos respecto de la insignificancia política de
tales aseveraciones, incluso p o d rán inspirar a Tolstoy, a Har-
nack y a R enán m elodiosas lucubraciones sobre el angelical
LA CIUDAD CRISTIANA 453

a b a n d o n o de la cosa política predicado p o r Cristo, p ero


n in g ú n h o m b re aten to a la im portancia que tiene el m un­
do p a ra la salvación o la p erdición de las alm as se puede
c o n fo rm ar con u n a interp retació n tan ingenua.
Los A póstoles n o dejaron n in g u n a reflexión escrita so­
b re estos problem as; y ten ían razón. ¿A qué p reo cu p arse
p o r cosas q u e todavía n o estaban e n condiciones de solu­
cionar? C ada día trae su afán; y el p rim ero e ra org an izar la
Iglesia y p red ic ar el Evangelio. Jesús les h a b ía dicho que
d iera n al C ésar lo q u e e ra de él. Ellos co n sid eraro n que d e­
bían pagar el trib u to y adm itir sin réplicas la su b o rd in ació n
q u e exigía el Estado hasta d o n d e éste no invadiera la que
les exigía al Señor. C risto los h a b ía advertido tam bién sobre
las persecuciones q u e sufrirían p o r causa de su n o m b re y
ellos c o m p re n d ía n p erfe c ta m e n te q u e éstas n o p o d ían ve­
n ir p o rq u e e ra n unos infelices con la cabeza p e rd id a en el
su eñ o de u n R eino utópico. Sabían que p a ra llegar al Rei­
n o de Dios d e b ía n iniciarlo aquí en la tie rra y que esto sig­
nificaba u n a lu ch a sin tre g u a con los p o d eres n aturales y
sob ren atu rales q u e ten ían d om inio sobre el m u n d o . H o m ­
b res q u e veían la realidad desde u n a perspectiva religiosa
n o p o d ía n ig n o ra r q u e la concupiscencia del p o d e r n o se
satisface con los bienes m ateriales, tam bién qu iere el alm a.
Y e ra allí, en ese te rre n o que los bobos im p o rtan tes consi­
d e ra n n e u tra l, d o n d e la lu ch a con el Estado se p ro lo n g a ría
a lo largo de to d a la historia.
En los p rim ero s tiem pos rezaro n p o r los g o b ern an tes.
C lem ente R om ano nos transm ite la p rim e ra de esas oracio­
nes q u e h ab la a las claras de consolidar la c o n c o rd ia en los
corazones creyentes:
454 RUBEN CALDERON BOUCHET

Tú, Señor, le diste la potestad regia


por tu fuerza magnífica e innegable,
para que conociendo nosotros
el honor y la gloria que por Ti les fue dada,
nos sometamos a ellos
sin oponernos en nada a tu voluntad.
Dales, Señor, salud, paz, concordia y constancia,
para que sin tropiezo ejerzan
la potestad que por Ti les fue dada.

T ratem os de e n te n d e r el espíritu de esta invocación. Se


tra ta de u n ru eg o d o n d e se reclam a p o r igual la b u e n a vo­
lu n ta d de los súbditos y la de los g o b e rn a n tes p a ra ejercer
el p o d e r en los lím ites q u e la Providencia les h a trazado.
N ad a de som etim iento fatalista a u n a voluntad caprichosa.
Dios h a fu n d ad o la Iglesia y h a p u esto sus m iem bros bajo la
p o testad ro m an a, p ero es El q u ien d e te rm in a las fronteras
del p o d e r y señala el cam ino p o r d o n d e debe transitar.

Porque Tú, Señor, Rey celeste de los siglos,


das a los hijos de los hombres
gloria y honor y potestad
sobre las cosas de la tierra.
Endereza Tú, Señor, sus consejos,
conforme a lo bueno y acepto en su presencia,
para que ejerciendo en paz y mansedumbre y piadosamente
alcancen de Ti misericordia.

R ecaba p a ra sus fíeles la condición de hijos de Dios y


q u ien es p o r m inisterio del cuerpo y la sangre de Jesús Sa-
LA CIUDAD CRISTIANA 455

crificado particip an de la V ida Divina p o r encim a de la j u ­


risdicción im perial y son súbditos del R eino del Padre. N a­
da p u e d e el César c o n tra esta situación y es in útil que se en­
sañe c o n tra cuerpos p erecederos, si lo que q u iere es el
p e n sam ien to de los ho m b res de Dios.

A Ti, el único que puedes hacer esos bienes


y mayores que ésos entre nosotros,
a Ti te confesamos
por el Sumo Sacerdote y protector de nuestras almas,
Jesucristo, por el cual sea a Ti gloria y magnificencia
ahora y de generación en generación,
y por los siglos de los siglos. Amén 6.

El reco n o cim ien to del p o d e r legal ro m an o se co m p ad e­


ce p e rfe c ta m e n te con el m artirio. Son dos aptitudes que
b reg an p o r u n solo espíritu: el p o d e r de R om a está aquí y
tenem os que aceptarlo e n o rd e n a u n a organización legal
de n u e stra vida en el tiem po, p ero ese p o d e r no tiene ju ris­
dicción sobre el alm a y si in te n ta ten e rla debem os d a r tes­
tim o n io de n u e stra adhesión al p o d e r de q u ien fu n d a toda
potestad terren a . Eso es el m artirio.
Ignacio, p o r la gracia de Dios obispo de A ntioquía p e r­
ten ece, com o C lem ente, a la g en eració n que sucedió in m e­
d iatam en te a los Apóstoles. Su nacim iento, sin n in g u n a se­
g u rid ad , p u e d e situarse cerca del año 35 de n u e stra era. Lo
q u e sabem os a ciencia cierta es que padeció en R om a d u ­
ra n te el im perio de T rajano, e n tre los años 106 y 107. Va­
rias de las cartas que se le atribuyen testim onian p o r sus

6. C le m e n t e , A los Corintios, L X I, 1 a 3.
456 RUBEN CALDERON BOUCHET

principios y nos p o n e n en contacto con el espíritu de un


au tén tico testigo.
Su estilo es in co rrec to y hasta vulgar, p ero lleno de vigor
y con u n a pasión que h ace p e rd o n a b le su gram ática. Los
alem anes, que re n q u e a n del m ism o pie, explican sus e rro ­
res sintácticos, m ás q u e p o r el desconocim iento del idiom a
griego, p o r el ím p etu em ocional que dirige su plum a: “N o
se tiene la im presión — escribe N o rd e n — de q u e esto p ro ­
ced a de la incapacidad del escritor sirio p a ra expresarse
clara y co rre c ta m e n te en griego, com o tam poco p u e d e ex­
plicarse el latín de T ertu lian o p o r su hábito del púnico. En
am bos es m ás b ien el a rd o r y la pasión in te rio r la que se li­
b ra de las cadenas de la ex p re sió n ” 7.
D ejam os la op in ió n de N o rd e n en las b ru m as de su ro ­
m anticism o y aceptam os el estilo de Ignacio p o r lo que va­
le, sin im p u g n a r la fuerza pasional que lo m ueve ni la au­
ten ticid ad de su testim onio. Es u n crisdano que vive en u n a
atm ósfera de fin de los tiem pos; p o r sus escritos c o rre u n a
exaltación del m artirio m uy típica de la época.
“Estam os en los tiem pos postreros — escribe— . A vergon­
cém onos p o r fin y tem am os la p aciencia de D ios... Sólo
u n a cosa im porta: que nos hallem os en Jesucristo p ara el
v erd ad ero vivir” 8.
Sería necio b uscar ideas políticas en q u ien vive con los
ojos puestos en la m u e rte y considera al m u n d o com o u n a
realid ad obsoleta, p e ro cabe señalar en sus cartas dos as­
pectos q u e h acen a la sociedad cristiana de su tiem po: u n o

7. N orden, citado por Ruiz B ueno, Padres apostólicos, Madrid, B.A.C.,


1950, pág. 445.
8. Ignacio de A ntioquía, Carta a los efesios, XI, 1.
LA CIUDAD CRISTIANA 457

q u e se refiere a la u n id ad de la Iglesia, sobre la que insiste


en diversas o p o rtu n id a d es, y o tro a su actitud de ab an d o n o
político q u e d elata su inspiración apocalíptica, típica de las
com u n id ad es judeo-cristianas.
R especto de la u n id ad de la Iglesia ratifica la prim acía de
la c o m u n id a d ro m a n a a la que, luego de u n intro ito lauda­
torio m ás o m enos protocolar, califica de “puesta a la cabe­
za de la caridad, seguidora que es de la ley de C risto ...” 9.
Del segundo aspecto dirá que co n te n to de m o rir p ara este
m u n d o , considera su m ayor p rem io n a c er a la vida que le
espera e n Jesús “que ser rey de los confines de la tie rra ” 10.

L O S APOLOGISTAS GRIEGOS

En el siglo seg u n d o la Iglesia tom a clara conciencia de


sus relaciones con el Estado y se preo cu p a, en p rim e r lugar,
p o r h a c er c o n o c er su verd ad era natu raleza p ara que el Es­
tado p e rm ita su desenvolvim iento. Los encargados de m a­
n ifestar la esencia de la Iglesia a César fu ero n los apologis­
tas. Las exigencias de esta faena explican su estilo y el uso
de arg u m e n to s tom ados de los filósofos paganos o del d e­
re c h o ro m an o . La razón es clara: no se trataba tan to de e n ­
se ñ ar teología a los em p erad o res, cum o de e lu d ir la perse­
cución d esatad a c o n tra la condición de cristianos. Estos
estaban fu era de la ley, p o r d esconocer el culto oficial y la
m ajestad divina del E m perador.

9. Ignacio de A ntioquía, Carta a los romanos, I.


10. Ibidem, VI, 1.
458 RUBEN CALDERON BOUCHET

H acía eco a las disposiciones legales el coro satírico de


los p ensadores paganos que veían e n el cristianism o u n a
c o n c u rre n c ia supersticiosa a su oficio de predicadores de la
verdad. L uciano de Sam osata y Celso fu ero n los prim eros
en atacar al cristianism o con las arm as de la inteligencia y
suscitar, de reb o te , las prim eras apologías.
Estas, an te todo, buscaron refu tar las calum nias que cir­
culaban en to rn o de sus usos y costum bres y tra taro n de h a ­
cer ver las ventajas prácticas que en la co n d u cta personal,
fam iliar y política, ten ía n sus doctrinas. Acto seguido pasa­
ban al ataque c e n su ra n d o vivam ente los usos paganos, con
el fin de p ro b a r que u n falso con cepto de los dioses tiene
q u e influir e rró n e a m e n te e n el o rd en de la com unidad.
D espués, filósofos a pesar de todo, se dedicaban a p ro b ar la
in o cu id ad de los arg u m en to s con que eran atacados y, a pa­
so de carga, e n tra b a n d irectam en te en la sabiduría antigua
hacien d o escarnio de u n a ciencia que sólo lograba frag­
m entos de verdad, d ejan d o escapar e n tre sus burdas mallas
co nceptuales lo que más im p o rta p a ra la salvación del h o m ­
bre: la p alab ra de Dios.
E n la exposición de los contenidos dogm áticos de la Fe
los apologistas ten ían que tom ar en cu en ta al público al
cual se dirigían y p ro ce d e r de acuerdo con categorías nocio­
nales insuficientem ente depuradas de su inspiración paga­
n a y que ten ían m uy poco en com ún con las form as de p e n ­
sar judeo-cristianas. Esta faena no fue fácil, ni dio siem pre
com o resultado u n a feliz exposición del co n ten id o dogm á­
tico. El pensam iento griego había sido elaborado en cáno­
nes conceptuales difíciles de trasladar a u n contexto inspi­
rad o en la Revelación. Los apologistas tuvieron conciencia
clara de estas dificultades y m uchos de ellos, co n sid erán d o ­
LA CIUDAD CRISTIANA 459

las insuperables, a d o p ta ro n respecto de la filosofía antigua


u n a actitud c o n d e n ato ria q u e felizm ente no prosperó.
El p rim e ro en la lista de los apologistas griegos es Cua-
drato. De su o b ra nos h a llegado un frag m en to citado p o r
Eusebio de Cesárea. C u adrato hab ría p rese n tad o su d efen ­
sa del cristianism o al e m p e ra d o r A driano en el lapso q u e va
del 123 al 129 de n u e stra era. Las fechas son inseguras, así
com o los datos personales sobre C uadrato.
A rístides de A tenas es m ejor conocido y su apología,
tam b ién dirigida a A driano, h a tenido m ejor suerte. Posee­
m os u n o s fragm entos en griego y u n a versión siríaca com ­
p leta d escu b ierta p o r el n o rteam erican o J. R. H a rru s e n el
convento Santa C atalina del M onte de Sinaí en 1889.
En la apología de Arístides se e n c u en tra n , sin gran ori­
ginalidad p e ro expuestos en u n lenguaje noble y sim ple, to­
dos los elem en to s de este g énero. Llam a la aten ció n la co n ­
fianza puesta en el fu tu ro sociopolítico del pueblo cristiano
y en el valor que atribuye a las oraciones p ara la construc­
ción efectiva de ese porvenir. Tom am os la cita de la versión
siríaca, trasladada al español p o r D aniel Ruiz B ueno, p o r­
q u e ofrece u n texto m ás claro que la versión griega.
“Y p a ra m í — nos dice— no ofrece d u d a q u e el m u n d o
se m an tie n e p o r la súplica de los cristianos. Los otros p u e ­
blos y erran y h acen e rra r p ro ste rn á n d o se d elan te de los
e lem en to s del m u n d o , p o rq u e la visión de su m en te no
q u iere superarlos y a n d a n a tientas, e n tre tinieblas, p o rq u e
n o q u iere n c o n o c er la verdad, y com o b o rrach o s se tam ba­
lean y tropiezan unos con otros y c a e n ” n .

11. A r ís tid e s , Apología, v e r s ió n sir ía c a , X V I, 5.


460 RUBEN CALDERON BOUCHET

Aristides reconoce el valor de u n a sana concepción teoló­


gica p ara restaurar el o rd en social. El Reino de Dios se incoa
en el m u n d o y es m enester que los poderes sociales tom en
conciencia de ello porque les incum be u n a im portante tarea
en su advenim iento. P or el m om ento no podía ser más claro
ni explícito para extraer consecuencias políticas de la Fe. La
versión griega de su defensa term ina con u n a adm onición di­
rigida a A driano en la que le pide prestar oídos a la palabra
de Dios p ara escapar a su juicio y a su castigo. ¿Se p u ed e con­
m in ar al p o d e r de u n m odo más claro p ara que acepte el
cristianism o com o verdad y obre de conform idad con él?
El m ás im p o rta n te de los apologistas griegos fue Justino.
H ab ía n acid o en Flavia N eapolis de Palestina a com ienzos
del siglo II. E ra hijo de paganos y llevó, c u an d o estudiante,
u n a ju v e n tu d de costum bres poco severas. De u n a inteli­
g encia a b ie rta a todas las novedades de la época frecu en tó
las varias c o rrien te s filosóficas que h ab ía en su ciudad sin
q u e n in g u n a de ellas fu era p a ra su alm a el alim ento que de­
seaba. Su conversión al cristianism o, com o él m ism o refie­
re, fue el resultado de u n e n c u e n tro casual con u n viejo se­
g u id o r de Cristo. En u n a larga conversación el viejo refutó
su n eo p lato n ism o recien te y le desarrolló los principios de
la d o c trin a cristiana. Ju stin o q u e d ó m uy im presionado con
la lección del an ciano y picado p o r la curiosidad se dio de
lleno al estudio de esa enseñanza hasta q u e la G racia lo
confirm ó en el cam ino em p re n d id o p o r su inteligencia.
Fue u n escritor fec u n d o y el p rim ero e n tre los cristianos
q u e puso sus conocim ientos filosóficos al servicio de la Fe.
No hablam os de síntesis teológica, ni de u n a apologética
form al. Su condición fue la de un sim ple apologista, es de­
cir, la de u n circunstancial defenso r de la Fe que trataba de
LA CIUDAD CRISTIANA 4 61

probar, con argum entos ad hominem, la sup erio rid ad del


cristianism o sobre la filosofía y esto p o rq u e resp o n d ía con
m ás c o h e re n c ia y de m an e ra m ás viva a las p reg u n tas radi­
cales q u e se hace el filósofo.
La p rim e ra Apología de Ju stin o estaba dirigida al em p era­
d o r A nto n in o Pío, a quien le reconocía jurisdicción sobre
los cristianos en cuanto súbditos del Im perio, p ero a quien
pide tam bién q u e juzgue a esos súbditos suyos con un ‘ju i­
cio con fo rm e a un exacto razonam iento de investigación”.
R uega se exam inen las acusaciones llevadas co n tra los cris­
tianos “y si se dem uestra que son reales, se los castigue co­
m o es conveniente que sean castigados los reos convictos;
p e ro si no hay crim en de que argüim os, el verdadero dis­
curso p ro h íb e que p o r u n sim ple ru m o r m alévolo se com e­
ta u n a injusticia con hom bres inocentes, o, p o r m ejor decir,
la com etáis co n tra vosotros mismos, que creéis ju sto que los
asuntos se resuelvan, no p o r juicio sino p o r p asión” 12.
N iega q u e los cristianos tengan el propósito de fu n d a r
u n rein o h u m a n o com o suele suponerse e rró n e a m e n te
p o r la pred icació n q u e h acen del R eino de Dios, p ero ad­
m ite q u e son los m ejores súbditos del e m p e ra d o r p o rq u e
colaboran e n el m an te n im ie n to de la paz. “Pues profesa­
m os d o ctrinas con las q u e n o es posible que se le oculte a
Dios u n m alhechor, u n avaro, u n conspirador.” C on esta
afirm ación ratifica lo q u e está en el pen sam ien to de cual­
q u ier cristiano: q u e el R eino de Dios no es u n rein o de es­
te m u n d o , p ero si se busca el R eino de Dios y su justicia, u n
rein o h u m a n o de paz y virtudes sociales será dado p o r añ a­
didura. A este rein o h u m an o que nace com o consecuencia

12. J u s t in o , Apología, I, 3, 1.
462 RUBEN CALDERON BOUCHET

social de la b ú sq u e d a del R eino de Dios es a lo que llam o


la Ciudad Cristiana.
El p ropósito de los cristianos n o fue fu n d a r u n o rd e n ci­
vil y e n tra r en g u e rra con C ésar p a ra lograrlo. U n objetivo
de esta natu raleza es co ntrario a la esencia del cristianism o,
p e ro sucede q u e la disposición total del alm a p a ra m erecer
el R eino de Dios rectifica los apetitos y los o rd e n a p a ra con­
vivir en la justicia. Los cristianos se convierten en los m ejo­
res ciu dadanos de la ciudad te rre n a p recisam ente p o rq u e
n o tie n e n a esa ciudad com o m eta de su peregrinación.
Ju stin o adm ite la a u to rid ad del E m p e ra d o r y n o trep id a
en d eclarar con gusto su co n dición de súbdito ob ed ien te,
siem pre q u e el C ésar n o recabe p a ra sí tributos que u n cris­
tiano sólo p u e d e d a r a Dios. “De ahí q u e sólo a Dios ado­
ram os p ero , en todo lo dem ás, os servirnos a vosotros con
gusto, confesando que sois em p erad o res y g o b e rn a n tes de
los h o m b res y ro g an d o que, ju n to con el p o d e r im perial, se
halle q u e tam b ién tenéis p ru d e n te raz o n a m ie n to ” 13.
¿E m plearán u n lenguaje m uy d iferente los papas cu an ­
d o se dirijan a las potestades cristianas?
U n a se g u n d a apología y el fam oso Diálogo filosófico con
Tri fón com p letan la lista de las obras legadas p o r Ju stin o a
la posteridad.

E l E m p e r a d o r y l a d iv in id a d

La p rim e ra persecución co n tra los cristianos la desató


N e ró n , no p o rq u e tuviera sobre ellos alg u n a prevención es­

13. J u s t in o , A pobgía, I, 17, 3.


LA CIUDAD CRISTIANA 463

pecial, sino p o rq u e re u n ía n todas las condiciones de un


p erfecto chivo em isario. E ra u n a p e q u e ñ a secta de ju d ío s
p o b res q u e hab itab an las suburras de la ciudad im perial.
O diados p o r los m iem bros im portantes de la colonia h e­
b rea, e ra n la befa de la m o rralla pagana q u e veía en ellos a
e x tranjeros m elancólicos y aguafiestas. N eró n los culpó del
in ce n d io de R om a y los convirtió en el show m ás em ocio­
n a n te y barato de su circo.
La situación de los cristianos cam bió con el tiem po y, en
la época de Plinio, el jo ven, la secta se hab la convertido en
u n a religión y am enazaba invadir con su proselitism o no
sólo las b arriad as po b res de las grandes ciudades sino tam ­
b ién las ricas m ansiones d o n d e vivían los allegados del Em ­
p erador. El g o b iern o advirtió el peligro y trató de re te n e r­
lo con dos m edidas sim ultáneas: u n fu erte golpe a la cabeza
de la organización eclesiástica y la creación de u n fre n te re ­
ligioso sincrético q u e p usiera en m anos del E m p e ra d o r la
con d u cció n espiritual del pueblo. R om a dio el ejem plo en
la aplicación de este doble sistem a y las otras ciudades si­
g u iero n sus pasos.
R om a h a b ía ro to el cuadro político de la ciudad antigua,
p e ro conservaba todo el trasfondo religioso del patriotism o
pagano; n ecesariam en te ten ía que chocar c o n tra u n a reli­
gión q u e rechazaba com o supersticiones idólatras a los dio­
ses tutelares de la ciudad y a todos sus penates protectores.
No a d o ra r los dioses de la ciudad era u n delito de lesa
p a tria y los cristianos, tenaces en la oposición a la idolatría
de las divinidades locales, in cu rrie ro n u n a y o tra vez en es­
te crim en.
M arginados de la c o m u n id ad religiosa de la ciudad, apa­
recían com o extranjeros a u n q u e h u b iera n nacido en ella y
464 RUBEN CALDERON BOUCHET

tuvieran varias g en eraciones de antepasados e n te rra d o s en


sus cem enterios. Esta situación de extrañeza se acen tu ab a
p o r la expectativa escatológica en que vivían e inspiraban a
sus com patriotas u n a rep u g n a n c ia que los obligaba a forzar
los m oüvos de su exclusión.
La fisonom ía cosm opolita y desarraigada de la Iglesia
prim itiva tien e p o r causa la ín d o le idolátrica del patriotis­
m o an tig u o y n o u n a actitud intelectual racionalista com o
aq uella q u e m otivaba el desarraigo de los filósofos.
Esta incom patibilidad patriótica va a d e te rm in a r las rela­
ciones de la Iglesia con el Estado rom ano. N o eran fuerzas
antitéticas que n ecesariam ente d eb ían ch o car p o r la íntim a
contradicción de sus pretensiones. Lo que provoca el con­
flicto es la superposición de sus jurisdicciones. El Estado ro ­
m an o fu n d ab a su u n id ad política en el carácter religioso de
su m isión y esto e ra lo que la Iglesia p re te n d ía usurpar.
P ero no bastaban estos m otivos de fricción e n tre el po­
der, la g e n te del p u eb lo y los cristianos p a ra h a c er difícil la
situación de la Iglesia: los intelectuales paganos ten ían tam ­
b ién sus quejas q u e form ular. “¿Podem os dejar de in d ig n ar­
nos — le hace d ecir M inucius Félix a un personaje de su
Octavio— c u an d o vem os a hom bes sin estudios, sin conoci­
m ientos literarios, sin o tra experiencia estética que la fre­
cu en tació n de las artes m as abyectas, d ecid ir audazm ente
acerca de la n atu raleza y del sistem a g en eral de este univer­
so, c u a n d o todas las escuelas filosóficas h a n disputado so­
b re ello sin llegar a u n acuerdo?”
Los cristianos ten ían conocim iento del desacuerdo fun­
d am en tal de los filósofos paganos y se hacían eco de ello
p a ra escarn ecer la falsa sabiduría del m u n d o con re fe re n ­
cias satíricas a sus contradicciones. San Pablo en su P rim e­
LA CIUDAD CRISTIANA 465

ra E pístola a los C orintios, tan aficionados a las disputas y a


las vanas logom aquias, les dice que la sabiduría de este
m u n d o es n e c ed a d d elante de Dios; y el apologista H er-
m ías, c o m e n ta n d o la frase del A póstol, añ ad e en su Escar­
nio de los filósofos paganos: “y a fe que al h a b la r asi n o e rró el
blanco, pues a m i p arecer la sabiduría de este m u n d o tuvo
prin cip io e n la apostasía de los ángeles, y ésta es la causa
p o r la que los filósofos ex p o n en sus doctrinas sin estar co n ­
cordes ni acordes e n tre sí”.
Los cristianos más inteligentes advirtieron p ro n to que
estos desacuerdos con el m u n d o pagano no eran tan abso­
lutos com o algunos parecían creer, p ero adm itían q u e las
circunstancias p o r las que pasaba el Im p erio n o auspicia­
b an u n clim a p ara el e n te n d im ie n to . La política im perial
fre n te a esa fuerza que ascendía intensificó los m otivos de
separación.
T enem os q u e adm itir que no era tarea fácil p ara u n go­
b ie rn o legalista y su m am en te to le ran te en m ateria de reli­
g ión excogitar u n régim en de excepción p a ra aplicar a los
cristianos. Plinio el jo v en se hace eco de esta perp lejid ad
c u a n d o escribe a T rajano desde B itinia p id ién d o le in stru c­
ciones precisas sobre la naturaleza de los delitos p o r los
q u e h a de castigar a los cristianos. La carta de Plinio, al mis­
m o tiem po q u e su p reo c u p a c ió n ju ríd ic a , d elata u n a cínica
iro n ía de fu n cio n ario que gusta de las letras: “¿Es el n o m ­
bre sólo de cristianos, si no se a ñ a d e n in g ú n crim en, lo que
se castiga en ellos, o son los crím enes añadidos a este n o m ­
b re lo q u e se d eb e castigar?”.
T rajano resp o n d e en u n p a r de párrafos breves y d a las
instru ccio n es p e rtin e n te s sin satisfacer la curiosidad de su
legado resp ecto del delito im putable a los cristianos.
466 RUBEN CALDERON BOUCHET

“H as seguido, segundo m ío, el pro ced im ien to que de­


biste e n el despacho de las causas de los cristianos q u e te
h an sido delatados. Efectivam ente, no p u e d e establecerse
u n a n o rm a gen eral q u e haya de te n e r fo rm a legal fija. No
se los d eb e buscar; si son delatados y q u e d a n convictos, de­
b en ser castigados; de m odo, sin em bargo, q u e q u ien n e­
g are ser cristiano y lo p o n g a de m anifiesto p o r obra, es de­
cir, rin d ie n d o culto a nuestros dioses, p o r m ás que ofrezca
sospecha p o r lo pasado, d eb e alcanzar p e rd ó n en gracia de
su a rre p e n tim ie n to . Los m em oriales, en cam bio, que se
p re se n te n sin firm as n o d e b e n adm itirse en n in g ú n g én e­
ro de acusación, p ues es cosa de pésim o ejem plo e im p ro ­
p ia de n u estro tie m p o ” I4.
El crim en com etido p o r los cristianos c o n tra las leyes
del Im p erio n o estaba m ejo r d e te rm in a d o d u ran te el go­
b ie rn o de A driano. Este, en u n rescripto dirigido a M inu-
cio F u n d an o , procónsul de Asia, le dice: “Recibí u n a carta
q u e m e fue escrita p o r Serenio G raniano, varón ilustre, a
q u ien tú has sucedido. No m e p arece q u e el asunto deba
dejarse sin aclaración, p a ra que no se p e rtu rb e n los h o m ­
bres ni se dé páb u lo a los delatores p o r sus fechorías. Si los
provincianos son capaces de sostener a b ie rta m en te su d e ­
m a n d a c o n tra los cristianos, de suerte q u e resp o n d a n de
ella a n te tu tribunal, a este pro ced im ien to h a n de atenerse
y n o a m eras peticiones ni a griterías. M ucho m ás conve­
n ie n te es, en efecto, que si alguno in te n ta u n a acusación,
e n tie n d as tú en el asunto.
”En conclusión, si alguno acusa a los cristianos y de­
m u estra q u e o b ra n en algo co n tra las leyes, d e te rm in a la

14. Daniel Ruiz Bueno, Actas de los mártires, Madrid, B.A.C., 1951 pág. 246.
LA CIUDAD CRISTIANA 467

p e n a c o n fo rm e a la gravedad del delito. Mas, ¡por H ércu ­


les! si la acusación es calum niosa, castiga al c a lu m n iad o r
co n la m ayor severidad y ten b u e n cu id ad o q u e no q u ed e
im p u n e ” 15.
C o rresp o n d ió a u n ju rista cristiano, Q u in to Septim io
F lorencio T ertuliano, decir con todo vigor en q u é consistía
el delito de ser cristiano. Sólo la ig n orancia explica el odio
d e q u e son víctim as los cristianos y — a u n q u e T ertuliano
adm ite que la verdad vive com o p e re g rin a en la tie rra —
conviene que antes de c o n d e n a r a alguien p o r u n crim en
q u e no h a com etido se lo escuche. El p ro ced im ien to ju d i­
cial a d o p ta d o p o r las autoridades va c o n tra los principios
m ás elem entales del derecho. La p ru e b a de esta afirm ación
la e n c u e n tra T ertu lian o en que h a n sido los em p erad o res
m ás abyectos y depravados los que llevaron con saña la p er­
secución y co m etiero n m ayores injusticias: “tales fu ero n
siem pre nuestros perseguidores, ho m b res injustos, im píos,
infam es, a q u ien es vosotros acostum bráis a c o n d e n a r y so­
léis reh a b ilita r a los q u e ellos c o n d e n a ro n ” 16.
L evanta las acusaciones fundadas en ru m o re s calum nio­
sos tales com o infanticidios sacram entales e incestos, y las
vuelve, u n poco in ú tilm en te, c o n tra sus adversarios. C on­
cluye su d efensa p o n ie n d o el acento sobre el p u n to m ás im ­
p o rta n te de la acusación: el ateísm o. N iega a las divinida­
des paganas el d e re c h o a ser consideradas verdaderas, pues
sus m ism os fieles se b u rla n de ellas en los teatros y dem ues­
tra n con su c o n d u c ta que n o las tom an en serio.

15. D aniel Ruiz B ueno, Actas de los mártires, Madrid, B.A.C., 1951, págs.
256-57.
16. Tertuliano, Apologeticum, 5, 5.
468 RUBEN CALDERON BOUCHET

“P o rq u e si es cierto q u e vuestros dioses n o existen, cier­


to es tam b ién q u e n o existe vuestra religión, y si es cierto
q u e vuestra religión n o es tal, p o r n o existir vuestros dio­
ses, asim ism o es cierto q u e no som os reos de lesa religión.
A ntes al co n trario , sobre vosotros re b o ta rá tal im p utación,
p u es a d o ra n d o la m e n tira y no co n te n to s con descu id ar la
relig ió n v e rd a d e ra del Dios verd ad ero , llegáis a u n a com ­
b atirla, c o m e tie n d o v erd a d e ram e n te u n crim en de verda­
d e ra irre lig io sid ad .” 17
A los ojos de las a u to rid ad es ro m an as el crim en com eti­
d o p o r los cristianos afecta al culto patrió tico , pues se des­
co n o c en las divinidades que el E stado a d o ra a u n q u e no
crea m u ch o en ellas. T ertuliano vuelve el a rg u m e n to con­
tra las a u to rid a d e s y las acusa de im p ied a d p o r p o n e r fal­
sos ídolos sobre la m ajestad del Dios ú n ico. Pide p a ra su
Iglesia lib e rta d de ex presión religiosa sin c a er en la cu en ­
ta de q u e el cristianism o, con su m o n o teísm o exclusivista,
hace im posible esa lib ertad . Si se rec o n o c e al Dios de los
cristianos se lo tien e q u e reco n o cer único; de o tro m odo
n o se lo rec o n o c e com o tal. ¿Qué p u e d e h a c er Dios P adre,
C re a d o r del cielo y de la tie rra en la insólita c o m p a ñ ía de
los pájaros y los toros sagrados que infestan a h o ra el p a n ­
teó n rom ano?
T ertuliano m u estra que toda a u to rid ad viene de Dios y
q u e los e m p e rad o re s tienen que re c o n o c e r esa a u to rid ad
de la q u e les viene el p o d e r y tam bién la vida. T erm ina su
Apologeticum con u n a defensa de las costum bres cristianas y
u n a descripción del culto.

17. T e r tu lia n o , Apologeticum, 24, 1-2.


LA CIUDAD CRISTIANA 469

El s in c r e t is m o r e l ig io s o

La p ersecu ció n religiosa d esatad a p o r N e ró n y conti­


n u a d a e sp o rád icam en te p o r sus co n tin u a d o re s cesó defini­
tivam ente a la m u e rte de Ju lia n o el A póstata. Sus resulta­
dos fu e ro n efím eros y no se logró d e te n e r el crecim ien to
de la nueva religión com o se h a b ía pensado. T odo lo c o n ­
trario , el m artirio afianzó la fu erza de los nuevos converti­
dos y purificó a la c o m u n id a d de sus correlig io n ario s m ás
débiles.
La o tra a rm a de la ofensiva pag an a fue la creación de un
sincretism o religioso con el propósito de a b so rb er el cristia­
nism o e n la d ilatad a am plitud de su universalidad. Los m o­
m en to s m ás destacados de esta iniciativa los ilustran H elio-
gábalo en 218, A lejandro Severo que le sucede en el tro n o
y A ureliano a fines del siglo III.
En lo q u e respecta al in te n to de H eliogábalo hay poco
q u e decir. E ra apenas u n n iñ o cu an d o Ju lia Mesa, h e rm a n a
de Ju lia D onna, la m ad re de Caracalla, lo sacó del santua­
rio de E m esa d o n d e e ra sacerdote y lo p resen tó a los solda­
dos com o hijo n a tu ra l de Caracalla. Los legionarios de su
com arca, q u e com o él ad oraban el sol, lo designaron em ­
p e ra d o r y lo llevaron hasta Rom a.
H eliogábalo rein ó m uy poco tiem po, apenas lo que n e ­
cesitó Ju lia M esa p a ra advertir su incapacidad y h acerlo e n ­
v e n e n ar p o r su sob rin a que e ra la m ad re del infeliz em p e ­
rador. .
El sincretism o auspiciado p o r el joven sacerdote de H e­
lio (el sol) e ra apenas u n a caricatura grotesca y p o n ía de
m anifiesto la m en talid ad enferm iza de este m inúsculo este­
470 RUBEN CALDERON BOUCHET

ta q u e ju g a b a con las cosas sagradas. T rató de u n ir el ju d a is­


m o y el cristianism o en to rn o a u n m eteo rito que hizo traer
de Em esa. Los fieles de Yavé y de Jesús d e b e n h a b e r m ira­
d o con asom bro el ex trañ o in te n to de este papanatas.
Su sucesor, A lejandro Severo, e ra u n a especie de santón
ed u c ad o en los cánones de u n a escuela dura. Su actitud
fre n te a las religiones e ra de u n a im parcialidad que auspi­
ciaba u n largo y beneficioso e n te n d im ie n to . Su adm iración
p o r los aspectos m orales del ju d aism o y del cristianism o le
hizo co n c eb ir u n a id ea del prójim o poco conveniente p ara
cu m p lir bien con su oficio de em perador. Su p recep to fa­
vorito: “n o h a c er a otro lo q u e no quieres q u e te hagan a
ti” fue esculpido en todos los tem plos y en los m o n u m e n ­
tos públicos. Esto n o h u b ie ra sido n a d a si no lo h u b iera to­
m ad o en serio y, cu an d o los g erm anos am enazaron las
fro n teras del Im p erio , en vez de llevar la g u e rra co n tra
ellos trató de com prarlos, com o h u b ie ra deseado que hicie­
ra n con él. D esgraciadam ente p a ra su posteridad, los mili­
tares consideraban m ejor el em pleo de las arm as que el pa­
go de tributos a unas insaciables tribus de bárbaros, y com o
n o les im p o rta b a m u ch o lo que les p u d ie ra su ced er a ellos,
le d ie ro n al e m p e ra d o r unas cuantas p u ñ alad as v lo reem ­
plazaron p o r o tro m ás de acuerdo con sus costum bres cas­
trenses.
A lejandro Severo fue en religión u n precu rso r del ecum e­
nism o: reu n ió en la capilla im perial a A polonio de Tyana
con A lejandro el G rande, a O rfeo con A braham yjesú s. Su
secreta in ten ció n fue h acer participar a los cristianos en el
p a n te ó n de sus dioses. La intolerancia de los fieles de Cristo
no p u d o herirlo p o rq u e m urió en el año 235 p o r no q u erer
h a c er a los otros lo que no quería que le hicieran a él.
LA CIUDAD CRISTIANA 47 1

La m ás seria de todas estas tentativas fue la de A urelia­


n o en el añ o 274 de n u e stra era. P roclam ó al sol dios su­
p rem o del Im p erio e hizo del m onoteísm o solar la religión
oficial del m u n d o rom ano. Este culto, señala H om o, tiene
u n a doble ventaja: es universal y al m ism o tiem po estatal.
A ureliano casó el culto del sol con la religión del em p e­
ra d o r y se hizo p roclam ar dios: “las religiones solares y las
teorías astrológicas orientales ten d ía n a h a c er del soberano
la em an ació n y el re p re sen ta n te , en la tierra, del sol. Los
m o n u m e n to s oficiales p o n e n este h e c h o en p len a luz. Dos
inscripciones n o fechadas están dedicadas al dios A urelia­
no. Sobre dos m o n ed as de los años 274-275, posteriores a
la in stauración oficial del nuevo credo, A reliano lleva los tí­
tulos característicos de D eus y D om inus sobre u n a de ellas,
y de D eus y D om inus natus sobre la otra. A ureliano es dios
en la tie rra y d u e ñ o , en tanto participa de la esencia divina,
p o r d e re c h o de nacim iento. En el año 274 tom ó oficial­
m en te am bos títulos, en el m ism o m o m en to en que el sol
e ra pro clam ad o ‘D om inus Im perii R om ani’. Las dos leyen­
das y las dos innovaciones son cronológica y lógicam ente
correlativas” 18.
Las p reten sio n es de A ureliano ap u n ta b a n a u n a clara in­
ten ció n política: asen tar sobre el culto solar la u n id a d del
Im p erio y elim inar toda co m p eten cia religiosa q u e n o reco­
n o ciera el cred o oficial. L ógicam ente los cristianos no p o ­
d ían a c ep ta r la nueva idolatría; y A ureliano se aprestaba a
llevar c o n tra ellos u n a persecución prolija y despiadada
c u an d o m urió.

18. L eón H om o, De la Rome Païenne à la Rome Chrétienne, Paris, Laffont,


1950, pág. 154.
472 RUBEN CALDERON BOUCHET

D o c t r in a p o l ít ic a d e O r íg e n e s

Los cristianos n o te n ía n el p ro p ó sito de co n q u ista r el


p o d e r del E stado. Su objetivo p rim o rd ia l e ra c o n q u istar
alm as p a ra Cristo e in scrib ir e n ellas las virtu d es q u e in­
co a n la c iu d a d a n ía celeste. S abían p e rfe c ta m e n te q u e es­
te o rd e n a m ie n to de las disposiciones m orales e n g e n d ra ,
p o r a ñ a d id u ra , los b u e n o s h áb ito s de la convivencia tem ­
p o ral. N o escapaba a su e sp era n z a p rác tic a la posibilidad
d e q u e el Im p e rio a c e p ta ra las en señ an zas de Cristo y no
v eían esta ev en tu alid ad con h o rro r. E ran h o m b re s p e rfe c ­
ta m e n te n o rm ales; y c u a n d o p e n sab a n en las n ecesidades
del alm a lo h a c ía n te n ie n d o e n c u e n ta la im p o rta n c ia que
tie n e el o rd e n sociopolítico e n la b u e n a disposición de la
co n d u c ta .
C on todo, conviene advertir el fin exclusivam ente pasto­
ral de la pred icació n cristiana y no b uscar en los autores de
los siglos II y III de n u e stra e ra u n a d o c trin a política conse­
cu en te.
Los Padres A postólicos y los apologistas d e fe n d iero n al
cristianism o c o n tra sus acusadores y n o se p re o c u p a ro n en
la elaboración de u n a teo ría que d e te rm in a ra con preci­
sión las relaciones e n tre la Iglesia y el Estado. E ra dem asia­
d o p ro n to p a ra eso y se c o n ten tab an con seguir viviendo y
p re d ic a r el Evangelio.
Las o p in io n es q u e accidentalm ente em itiero n sobre el
p ro b le m a se lim itaban a señalar lo q u e h a b ía sido estable­
cido p o r la trad ició n y, en m om entos m uy excepcionales, a
excogitar u n a explicación que esclareciera el p u n to fijado
p o r la Fe p a ra aplicarlo a u n a situación co n creta d eterm i­
nada.
LA CIUDAD CRISTIANA 473

Este es el caso de O rígenes. Su co m en tario a la carta de


Pablo a los ro m an o s tiene el propósito de exam inar la fra­
se “N o hay potestad que no provenga de D ios” p a ra expli­
car las razones q u e d e b e n d irigir la acción de las potestades
tem porales.
Dios nos h a dad o diferentes sentidos p a ra q u e usem os
de ellos p a ra n u e stro provecho, p ero nosotros solem os
usarlos m al; y lo q u e d e b ie ra servir p a ra el b ien de n u e stra
alm a, sirve en verdad p a ra su ru in a. El p o d e r civil fue c o n ­
cedido p o r Dios “p a ra castigo de los crim inales y alabanza
de los que o b ran h o n ra d a m e n te ”, com o dice P edro e n su
P rim e ra E pístola, p e ro hay g o b e rn a n tes que usan de ese
p o d e r p a ra c o m eter iniquidades y n o según la voluntad de
Dios. Estos acarrea rán sobre sí la ira del S eñor c u an d o ten ­
gan q u e d a r c u e n ta de su m andato.
U n c u id ad o so p a sto r de alm as com o O ríg en es n o p o ­
d ía d e ja r de a d v ertir el do b le peligro de esta a m o n e sta ­
ción, ya fu e ra in te rp re ta d a com o u n a incitación a la re b e l­
d ía o p ro v o cara u n ren c o ro so regocijo en los m ales
posibles de esos pésim os g o b e rn a n te s. P ara evitar u n a y
o tra derivación en la m e n te de sus fieles, se a p re su ra a
a ñ a d ir u n a cita del A póstol de los G entiles q u e p o n e la co­
sa en los lím ites de la caridad: “q u ie n se resiste a las p o tes­
tades es u n re b e ld e c o n tra las disposiciones de Dios. De
c o n sig u ie n te , los q u e d e so b ed e c e n , ellos m ism os se aca­
rre a n la c o n d e n a c ió n ”. Y explica q u e Pablo n o se ex p re sa
de ese m o d o p a ra tra n q u ilid a d de los inicuos, p u es éstos
saben q u e hay q u e o b e d e c e r a Dios an tes q u e a los h o m ­
bres; se refiere a la a u to rid a d po lítica n o rm a l y o rd in a ria
q u e está p u e sta p a ra “atem orizar, n o a los q u e h a c en el
b ien sino a los q u e e jecu tan el m al. Q u ie n resiste a esta
474 RUBEN CALDERON BOUCHET

a u to rid a d se a c a rre a la c o n d e n a c ió n q u e c o rre sp o n d e a


u n p ro c e d e r in m o ra l” 19.
Existe u n o rd en legítim o de la sociedad civil cuyas pres­
cripciones tienen que ser obedecidas porque están dispuestas
para u n a convivencia arm ónica de los hom bres. D esconocer
ese o rd en es provocar la sanción de la justicia hum ana y m e­
recer el castigo de Dios que quiere y respalda ese poder. Las
norm as establecidas p o r la Iglesia para llevar los fieles a la ple­
n itu d de la caridad cristiana no derogan los preceptos de la
ley justa, antes bien lo suponen y p rocuran que la búsqueda
del R eino de Dios se haga en u n orden político natural justo.
“S u perfluo sería, pues, p ro h ib ir p o r u n expreso p rec e p ­
to de Dios lo q u e esta suficientem ente previsto p o r las legis­
laciones h u m an as y castigado p o r ellas. P o r eso el decreto
de los A póstoles e n c ie rra tan sólo aquello que no se e n ­
c u e n tra incluido en las leyes hum anas y lo que se refiere
p u ra m e n te a la re lig ió n ” 20.
Celso rep ro c h a b a a los cristianos u n a actitud negativa
a n te la necesidad de la organización social política y daba
com o razón de esa rebeldía la resistencia a acatar la a u to ri­
d a d de los daimones p o r cuya virtud se m ueven las potesta­
des terrenales. O rígenes respondió con u n pen sam ien to
q u e e n c ie rra , en su breve form ulación, lo esencial de la
d o c trin a cristiana respecto a la relación de fe y política.
“P ero m ien tras nos es dado conciliar la ley civil con la
p alab ra de Dios, n o hem os de ser, en frase de Celso, tan lo-

19. O rígenes, Comentario a la carta a los romanos, IX, 26-30. Citado por
H ugo Rahner, La libertad de la Iglesia de Ocádente, B uenos Aires, D esclée,
1949, págs. 54 y ss.
20. Ibidem.
LA CIUDAD CRISTIANA 475

eos q u e nos em p eñ em o s en seguir atrayéndonos la ira de


u n E m p e ra d o r o de un P ríncipe p ara que nos a to rm en te,
nos ajusticie y n o s m a te ” 2 1 .
La p rim e ra condición im puesta p o r la d o c trin a cristiana
es q u e la ley civil arm onice con la p alab ra de Dios. Las difi­
cultades com ienzan c u an d o los p ríncipes de este m u n d o
exigen de los cristianos u n ju ra m e n to q u e falsea la relación
con Dios. C ésar no tiene u n p o d e r ilim itado y todo lo que
él p u e d e h a c er lo p u e d e , en tanto Dios se lo perm ite.
M ovido por u n a esperanza que m anifiesta de m an e ra
clara su inspiración política resp o n d e a los rep ro ch es de
Celso sobre la negativa cristiana p ara acep tar los dioses de
la ciu d ad p o n ie n d o en peligro la u n id a d del Estado, que
Dios am a la u n id a d de los seres racionales y odia la discor­
dia. Y agrega: “y si ya a h o ra se cum ple la prom esa de que
cu a n d o dos personas se u n e n con u n propósito y o ran pa­
ra q u e éste se verifique alcanzarán lo solicitado del P adre
de los ju sto s que está en los cielos. Me p regunto: ¿qué no
p o d rá esperarse c u an d o en lugar de unos pocos — com o
sucede a h o ra — se re ú n a p a ra o ra r todo el Im p erio R om a­
no? Todos o rarían al m ism o Logos, al m ism o que en otro
tiem po dijo c u an d o los israelitas eran perseguidos p o r los
egipcios: El S eñor p e le a rá p o r vosotros y vosotros os esta­
réis q u e d o s” 22.
Y te rm in a con u n a reflexión que p o n e el o rd e n social en
to d a su in teg rid ad bajo la pro tecció n de la Gracia.
“P o rq u e los h o m b res de Dios son la sal q u e m an tien e
u n idas sobre esta tie rra a todas las sociedades. Y todas las

21. Orígenes, Contra Cebo, VIII, 63-70, citado por Rahner, op. üt., pág. 57.
22. Ibídem.
476 RUBEN CALDERON BOUCHET

sociedades de la tie rra no se disgregan m ientras esta sal no


p ie rd a su v alor” 23.
D espués de le e r estas frases de O rígenes y m ed itar unos
instantes sobre todo lo q u e se h a dicho de la evolución del
lenguaje y del desapego de la Iglesia prim itiva, u n o se p re­
g u n ta si n o se h a expresado con suficiente claridad la p re ­
tensión de los cristianos de p o n e r al Estado bajo el magis­
terio de la Iglesia de Cristo.

L a TEORIA POLITICA DE LOS SANTOS PADRES

N u estra in d agación q u e d a rá lim itada, p o r ahora, al p e n ­


sam iento de los Padres A postólicos y de los apologistas de
los siglos II y III de n u e stra era. A ntes de e n tra r en m ateria
conviene re c o rd a r el carácter pastoral de casi todos estos
escritos. Los Padres p red icab an el Evangelio y buscaban en
sus destinatarios u n a respuesta positiva a la gracia que in­
coa en las alm as el R eino de Dios. Esto n o significaba desin­
teresarse p o r la su erte de los m iserables, ni a b a n d o n a r a la
avidez de las p otestades terren as la fuerza de los pobres. Se
tratab a de fo rm a r cristianos y, con este santo deseo, evitar
q u e las proezas re d e n to ra s se carnalizaran y se convirtieran
en peligrosas ilusiones lectivas. Estas in te n c io n e s explican
q u e se hable m ás de caridad que de d e re c h o y m ás de ju s ­
ticia divina q u e de ju sticia distributiva. N o es q u e se p rec e p ­
tú e n innocuas las preo cu p acio n es de ín d o le social, p ero se
co n sid era prim o rd ial el o rd en a m ie n to del apetito hacia las

2 3 . O r íg e n e s , Contra Celso, V III, 63-7 0 , c ita d o p o r R a h n er, op. tit., p á g . 5 7 .


LA CIUDAD CRISTIANA 477

cosas de Dios: buscad el R eino de Dios y su ju sticia y todo


lo dem ás se os d a rá p o r añadidura.
Si esta prom esa fue h e c h a p o r Cristo m ism o, com o
creían los cristianos, la c o n d u c ta de los Padres respecto de
la ju sticia social estaba p erfe c ta m e n te justificada. Si fue un
e n g a ñ o y u n sim ple ap arato ideológico al servicio de los be­
neficiarios del régim en im perial, fue in o ce n tem e n te crea­
d o p o r las víctimas y no p o r los victim arios que d u ra n te m u­
chos años no d escu b riero n sus ventajas enajenantes.

L ey n a t u r a l y d e r e c h o

Los ju ristas rom anos se p re o c u p a ro n p o r aclarar la dis­


tinción e n tre u n a ley de las naciones o d e re c h o de gentes y
u n a ley natural. Los h e rm an o s Carlyle en su prolijo A
History of Medieval Political Theory in the West se p ro p u sie ro n
estu d ia r el tratam ien to que de estos tem as ju ríd ic o s hicie­
ro n los Padres de la Iglesia. El exam en llevado a b u e n tér­
m in o p o r los Carlyle es excelente y exhaustivo pero, com o
lo h em os n o ta d o con an terio rid ad , tiene el inconveniente
de olvidar con sum a facilidad el carácter pastoral de los es­
critos patrísticos, p o r esta razón el cotejo p e rm a n e n te con
los autores rom anos adolece de u n defecto: los distintos n i­
veles en q u e son considerados los m ism os tem as p o r u n o s y
otros ab re diversas perspectivas de apreciación que es m e­
n e ste r señalar p a ra el b u e n e n te n d im ie n to del asunto.
El p rim e ro en R om a que se ocupó en distinguir u n d e ­
re c h o n atu ral del positivo fue C icerón. Es curioso advertir
q u e dividía el d e re c h o n atu ral en divino y h u m a n o y consi­
478 RUBEN CALDERON BOUCHET

d e ra b a la religión y la eq u id ad com o expresión de u n o y


otro. Del d e re c h o positivo dijo que p o d ía ser escrito o con­
su etu d in ario . En este últim o colocó al d erech o de gentes.
P en sab a q u e e ra u n absurdo p re te n d e r q u e el d e re c h o
positivo sea ú n ico, pues si así fu ere serían p e rfe c ta m e n te
ju sta s todas las arb itra rie d a d es que u n tiran o tuviere el ti­
n o de h a c e r d eclarar legales y no h a b ría recu rso ju ríd ic o
fre n te al atropello. El d e re c h o positivo ü e n e que fu n d arse
e n el n a tu ra l p a ra que q u e d e salva la d ig n id ad del h o m b re
y p u e d a éste te n e r la seg u rid ad de q u e los g o b iern o s res­
p e ta rá n las n o bles inclinaciones de su naturaleza, com o la
religión, la p ied ad , la m isericordia, la justicia, la p ru d e n c ia
y la verdad.
Séneca, sin a b u n d a r en m ayores precisiones, tam bién
adm ite la existencia de u n derech o n atu ral q u e extiende
hasta el m u n d o anim al. Este interés p o r el ju sto trato que
de b e darse a las bestias explica su p reo c u p a c ió n p o r la n u ­
trición que recibían las lam preas; creía q u e la carn e de es­
clavos no e ra u n alim ento adecuado p a ra estos refinados
anim alitos.
F u ero n los ju ristas Gayo y U lpiano los que establecieron
con rig o r la diferencia e n tre el d e re c h o natu ral y el positi­
vo. P ara Gayo el d e re c h o positivo es el que cada pu eb lo se
d a a sí m ism o. El d e re c h o n a tu ra l o de gentes se im p o n e a
todos los hom bres en todas las latitudes: “q u o d naturalis ra­
tio in te r om nes hom ines constituit, id a p u d om nes p e ra e ­
q u e custoditur, vocaturque ius g entium , quasi quo iure om ­
nes g entes u tu n tu r ” 24. Lo q u e n o p u e d e apreciarse es la
distinción e n tre d erech o n a tu ra l y d e re c h o de gentes.

24. Gayo, Digestum, Lib. 41, Tít. 1, N a 3.


LA CIUDAD CRISTIANA 479

U lpiano trató con m ayor rig o r la cuestión y a u n q u e dis­


tinguió u n d e re c h o positivo, u n d e re c h o de gentes y un de­
rec h o n a tu ra l, co nfundió este últim o con los m ovim ientos
de to d a n atu ra le z a anim ada. P o r eso incluyó, com o Séneca,
a los anim ales d e n tro del d e re c h o y cu an d o expuso su con­
cep to del d e re c h o de gentes en verdad dio u n a definición
q u e p u e d e aplicarse al d e re c h o natural: “Ius g en tiu m est
quo g en tes h u m an a e u tu n tu r: q u o d a natu rali re c e d e re fa­
cile intelligere licet; quia illud óm nibus anim alibus, hoc so­
lis h o m in ib u s in te r se co m m u n e sit” 25.
En su libro Adversus Celsum, O rígenes adm ite que los
cristianos h a n llegado al conocim iento de la ley n atu ral,
p o rq u e ella n o es o tra que la ley de Dios y los h o m b res tie­
n e n que vivir de acu erd o con ella. Carlyle observa que esta
identificación está c o n te n id a en el p ensam iento de Cice­
ró n y q u e es representativa de u n a actitud com ún e n tre los
escritores cristianos respecto del tem a. N o es de a d m irar
q u e los m ism os conceptos se e n c u e n tre n en T ertuliano ex­
puestos con el rig o r de u n jurista. El principio teológico
q u e explica la inclusión de estas nociones en los hábitos
m entales cristianos está en la d o c trin a que explica la rela­
ción e n tre gracia y naturaleza. La gracia no destruye la n a ­
turaleza, la reg en era. La existencia de u n d erech o fu n d ad o
en las exigencias naturales del h o m b re no está reñ id o con
el o rd e n so b ren atu ral dado g ratu itam en te p o r Dios. El es­
tado del h o m b re nuevo que debe conquistarse m ed ia n te la
infusión del Espíritu y la santidad de la co n d u cta su p o n e el
d e re c h o n a tu ra l y lo asum e, p e rfeccio n án d o lo intrínseca­
m en te p o r la v irtud de la gracia.

2 5 . U lp ia n o , Digestum, L ib . I, T ít. 1, 1.
480 RUBEN CALDERON BOUCHET

I g u a l d a d n a t u r a l y e s c l a v it u d

S ostener q u e los ho m b res son iguales es u n e rro r de ob­


servación y u n pésim o em pleo de la reflexión filosófica. Si
se c o n sid era la n aturaleza h u m a n a con p rescindencia de
los individuos concretos q u e la actualizan se p u e d e adm itir
q u e es u n a sola y p o r e n d e q u e no p u e d e h a b e r u n a n a tu ­
raleza distinta en P edro q u e en Ju a n . P ero esto no significa
q u e J u a n y P ed ro sean iguales, sino que am bos participan,
desigualm ente, de u n a esencia com ún. En la m ayor o m e­
n o r p ro fu n d id a d con que lo hagan, radica el p rincipio de
las diferencias individuales. Estas desigualdades h acen que
la vida de cada h o m b re ten g a u n rep e rto rio de aptitudes
personales irreductibles. N adie q u e piense en las cosas h u ­
m anas con u n ad a rm e de sentido com ún p u e d e ig n o ra r es­
to. H ay que estar m uy p re n d a d o del razo n am ien to m ate­
m ático p a ra c re e r en la igualdad de los entes reales.
El cristianism o en señ ó , efectivam ente, que p a ra m ere­
c er el R eino de Dios n o se tom aban en c u en ta las desigual­
dades fundadas en las diferencias sociales, económ icas, p o ­
líticas y hasta naturales, siem pre q u e estas últim as no
a fectaran el recto o rd e n de las disposiciones apetitivas.
P ara Dios n o hay esclavo o am o, g o b e rn a n te o g o b e rn a ­
do, rico o p o b re, h o m b re o m ujer, todos son igualm ente
convocados p a ra in te g rar el Reino. Esto n o q u iere decir
q u e Dios desconoce el valor que tie n e n las distinciones en
la fo rm ació n del o rd e n social, significa que, consideradas
en sí mism as, con p rescindencia de la b u e n a voluntad p ara
ese R eino, n o son causas de m éritos sobrenaturales. La ap­
titud p a ra la vida e te rn a se m ide con otro p atró n , p ero la
existencia de u n m etro especial p a ra ap reciar los m éritos
LA CIUDAD CRISTIANA 48 1

del alm a no significa la invalidez del can o n q u e se usa para


m ed ir las a p titu d e s políticas, económ icas o sociales.
El cristianism o no vino a trastrocar el o rd e n social ni a
im p o n e rle valoraciones q u e n acen de otro o rd e n de consi­
deració n . Santo p o d ía ser el rico o el p o b re, el e m p e ra d o r
o el esclavo; p e ro la santidad no habilitaba p a ra la función
pública, ni hacía de la m u je r u n h o m b re, ni del analfabeto
u n letrad o . Eso q u e se llam a la e stru c tu ra hoy social tiene
su p ro p ia fisis que la gracia no suprim e sino perfecciona.
Estas reflexiones p u e d e n p arecer obvias y hasta u n poco
gruesas si se las exam ina con poca paciencia, p ero cu ando
estudiosos tan serios com o los Carlyle n o las tien en en
c u e n ta al lee r ciertos pasajes en que los Padres de la Iglesia
h ab lan de la a p titu d p a ra el R eino, u n o advierte que n u n ­
ca está de m ás re p e tir lo que Pero G rullo h a dicho siem pre.
P ara estos autores, el desdén de las distinciones sociales pa­
ra el m erecim ien to de la gracia significa p ro n u n ciarse p o r
u n a dem o crática igualdad política. Esta es u n a grave confu­
sión q u e suele a p arecer en algunos escritores que, com o
T ertuliano, están m ovidos m ás p o r el resen tim ien to que
p o r la fe e n el Reino.
T am poco constituye u n acierto to m ar com o signo de
igualitarism o político aquella frase del Octavius d o n d e Mi-
nucius Félix dice que todos los hom bres, sin distinción de
edad, sexo o posición social, h a n sido provistos con u n a ca­
pacidad y p o d e r de razón y sen tim iento p ara o b te n e r la sa­
bid u ría, n o p o r la fo rtu n a sino p o r la naturaleza. M inucius
Félix no habla de la dosis de ap titu d que cada u n o tiene y
se lim ita a señalar que la posesión de la fo rtu n a no se fu n ­
d a en diferencias que h acen a la a p titu d p a ra el conoci­
m iento.
482 RUBEN CALDERON BOUCHET

O tro pasaje exam inado p o r los Carlyle p e rte n ec e a Las


instituciones divinas de Lactancio. El a u to r discute la n a tu ra ­
leza de la ju sticia y después de h a b e r puesto a la p ied ad en
p rim e r térm in o , indica en seg u n d o lugar a la equidad. Es­
ta es la virtud q u e considera a todos los hom bres com o
iguales p o rq u e Dios los dotó co n las m ism as condiciones de
vida, los creó a todos p ara la sabiduría y la virtud, y les p ro ­
m etió la in m o rtald ad . N adie q u e d a excluido de sus benefi­
cios “p o rq u e así com o El distribuye a todos p o r igual su
ú n ica luz, hace que m anen sus fu en tes p a ra todos, les sum i­
n istra aliento y les concede el agradable descanso del sue­
ño; asi tam bién o to rg a a todos eq u id a d y virtud. A sus ojos
n o hay esclavos ni señores; p o rq u e si todos tenem os el mis­
m o P adre, con el m ism o d erech o todos som os sus hijos” 26.
Es u n a fo rm a de hablar a las em ociones m ás que a la in­
teligencia, y los Carlyle reconocen q u e si b ien n o c o n d e n a
la existencia de grandes desigualdades en el o rd en social
“only he wishes them to be c o rre c te d by the sense o f the
fu n d a m e n ta l equalitv o f h u m an n a tu re , just as Seneca h ad
d o n e ” 27.
C on toda evidencia Lactancio expresa el deseo de corre­
gir las desigualdades que ponen coto a la radical h erm an d ad
e n tre los hom bres, y, en beneficiario del racionalism o esen-
cialista de C icerón y Séneca, habla de u n hom bre ideal que
desde el árbol de Porfirio recibe los dones de Dios. Lactan­
cio fue llam ado el Cicerón cristiano, y, com o el gran o rador
latino, la calidad de su pensam iento no respondía a la exce-

26. Q uasten, Patrologia, Madrid, B.A.C., 1961, V. 1, pag. 670.


27. Carlyle R. W. y A. J., A History of Mediaeval Political Theory in the West,
Londres, W. Blackwood & Sons L. D., 1950, T. I, pag. 112.
LA CIUDAD CRISTIANA 483

lencia de la expresión. Q uastem lo califica de poco profun­


do y arguye que la cultura filosófica de que se gloría la debe
casi p o r en tero a Cicerón. Su conocim iento de los autores
griegos es pobre, y su form ación teológica, insuficiente. Esto
basta para explicar su dep en d en cia de los escritores rom anos
y el valor de sus reflexiones sobre la equidad. Si hu b iera leí­
do m enos a Cicerón y algo más a Aristóteles, hubiese podido
advertir que la verdadera justicia no sólo supone u n a cierta
igualdad, sino tam bién u n a no m enos cierta desigualdad. No
es equitativo tratar al igual com o si fuera u n inferior, tam po­
co lo es desconocer los m éritos de aquel que sobresale 28.
En los Padres de la Iglesia existe un p ropósito pastoral
q u e explica su insistencia en d esconocer las desigualdades
fu n d ad as en m éritos q u e n o sean la docilidad al Espíritu
Santo. U san u n léxico filosófico p o b re y casi siem pre tom a­
do del pen sam ien to pagano m ás fácilm ente abordable. Sus
fórm ulas literarias se p restan a equívocos y es fácil co n fu n ­
d ir la in ten ció n religiosa que los guía con el carácter profa­
n o de los in stru m en to s nocionales q u e em plean.
R especto del terrible p ro b lem a de la esclavitud en el
m u n d o antiguo, los Padres de la Iglesia no e n tra ro n en dis­
cusión. P red icaro n la fra tern id a d de todos los hijos de Dios
y la necesidad de p ro c e d e r con el prójim o en u n a atm ósfe­
ra de caridad sobrenatural.
La esclavitud, com o situación de hecho, era atribuida al
pecado, a la pérdida de la integridad ocasionada p o r la caí­
da original y a los m ovim ientos desordenados de la concupis­
cencia que eran su secuela regular. Com o la enferm edad, co­
m o el dolor y la ruina, la esclavitud era u n hech o lam entable,

2 8 . A r is tó te le s , E tica a Nicómaco, V, 12.


484 RUBEN CALDERON BOUCHET

p ero que no im pedía d ar u n a respuesta positiva al llam ado


de Dios. Desde su esclavitud el hom bre podía lograr su san­
tificación y ser u n ciudadano libre en el Reino del Padre.
Se pu ed e argüir que no h ab iendo tal Reino del Padre es­
te consuelo ficticio prom etido al esclavo resultaba u n m agní­
fico expediente para afianzar los intereses del amo. Poco se
p u ed e decir frente a u n a interpretación de esta índole. Todo
el cristianism o pasa a ser explicado com o u n a b u rd a farsa de
las clases beneficiarías y es propuesto com o u n a superestruc­
tura ideológica al servicio de la enajenación del hom bre. No
obstante conviene recordar que la influencia de la Iglesia ter­
m inó con la esclavitud y prohijó el nacim iento de u n a socie­
d ad d o n d e la explotación del ho m b re po r el hom bre, según
el m ism o M arx lo reconoce, “estaba velada p o r ilusiones re­
ligiosas y políticas”. El carácter ilusorio de estos velos corre
p o r cu enta de M arx, aunque el Manifiesto Comunista recono­
ce tam bién que la revolución burguesa “h a sustituido las nu­
m erosas libertades, tan dolorosam ente conquistadas, con la
ú n ica o im placable libertad de com ercio” 29.

I g u a l d a d n a t u r a l y g o b ie r n o

L actancio fue el p rim ero que se ocupó de arm onizar la


igualdad n atu ral de los hom bres con las exigencias je rá rq u i­
cas im puestas p o r el o rd e n social y el p o b re resultado de sus
teorías hay que atribuirlo definitivam ente a los m alos instru-

29. Carlos Marx, Manifiesto Comunista, B u en os Aires, Claridad, 1967,


pág. 30.
LA CIUDAD CRISTIANA 485

m entos nacionales que usó. P artía de la id ea abstracta de


naturaleza h u m a n a sin advertir que la perfección esencial
es particip ad a p o r individuos existencialm ente distintos y
desiguales y e n situaciones particulares m uy diferentes. Este
p u n to de p a rtid a esencialista hacia im posible explicar n a tu ­
ralm en te la existencia co n creta de las desigualdades y la n e ­
cesidad, n o m enos real, de las autoridades sociales. Los filó­
sofos paganos ap elaro n a la hipótesis de u n estado presocial
idílico, de m an e ra que las desigualdades e n tra ro n con la
prevaricación, el en gaño y la violencia. Los teólogos cristia­
nos to m aro n p o r su c u en ta la igualdad p re te rn a tu ra l del
clan adám ico y cargaron sobre el pecado original las dife­
rencias sociales y la creación de las instituciones p ara p o n e r
rem ed io a los abusos de la naturaleza vulnerada.
A m bas explicaciones se dan, m ás o m enos coincidentes
y explícitas, e n los escritos de Lactancio. Los otros Padres
de los siglos II y III no e n c ara ro n este p ro b lem a con el de­
cidido prop ó sito de explicarlo. H a b rá que esperar h asta los
siglos V y VI p a ra h allarnos nuevam ente con esta tem ática.

L a TEORIA DE LA PROPIEDAD

El Nuevo Testamento se ocupa de las riquezas destacando


los peligros que hacen c o rrer a los que buscan la perfección
cristiana. En el fondo, el auténtico cristiano se p reo cu p a po­
co p o r los bienes de este m undo. Los considera tan precarios
y pasajeros com o la vida m ism a y desde su p u n to de vista es-
catológico parece u n a to n tería q u e re r cosas que la m uerte
nos quita de u n m anotazo. Tam poco se p ro p o n e u n a teoría
con traria a la propiedad. Los Padres h a n tenido siem pre la
486 RUBEN CALDERON BOUCHET

sospecha de que si ser propietario es peligroso para el alma,


ser antipropietario rabioso lo es todavía más. En el prim er
caso, el apego a los bienes terrenos inspira adherencias que
se sostienen hasta que las m anos no p u e d e n coger más nada,
en el segundo caso son las m anos que n u n ca p udieron coger
n a d a las que se relam en de envidia ante los bienes ajenos y
disfrazan sus m alos sentim ientos de falso desapego.
C o n tra u n a y otra actitud previenen los Padres de la Igle­
sia p ero siem pre bregan p o r el cultivo de un desinterés au­
téntico. En este orden de cosas algunas com unidades prim i­
tivas fu ero n m ás lejos q u e otras y adoptaron com o n o rm a
p o n e r los bienes en com ún. El propósito era esperar el fin
de los tiem pos en santo despojo. Pero en la m edida que pa­
saban los años se hacía necesario a te n d e r a las necesidades
terrenas, y los bienes com unitarios suelen te n e r un rendi­
m iento económ ico en pro p o rció n inversa a sus frutos m ora­
les. Esta inversión de valores los obligó a volver p o r los fue­
ros de u n a sana econom ía, p a ra com batir la plaga de los
vividores que aprovechaban la generosidad com unitaria para
vivir sin trabajar. Los docum entos m ás antiguos de la tradi­
ción eclesiástica advierten contra los parásitos y aconsejan a
los fieles que no se dejen em baucar p o r los falsos apóstoles.
Leem os en la Didaché, escrito cristiano a n te rio r al año
100, los siguientes consejos:
“3. R especto a los A póstoles y profetas, o b ra d conform e
a la d o c trin a del Evangelio.
”4. A h o ra bien, todo apóstol que venga a vosotros sea re­
cibido com o el Señor.
”5. Sin em bargo n o se d e te n d rá m ás que u n solo día. Si
h u b ie re necesidad, otro más, pero si se q u e d a tres días es
u n falso profeta.
LA CIUDAD CRISTIANA 487

”6. AI salir el A póstol, n a d a lleve consigo, si no fuere


p a n hasta nuevo alojam iento. Si pide d in ero , es u n falso
p ro fe ta .”
El uso de la p alab ra p ro feta p a ra designar al q u e desem ­
p e ñ a función sacerdotal m anifiesta el carácter judeo-cris-
tiano de la c o m u n id ad d o n d e fue red a c ta d a la Didaché. En
u n p á rrafo p o sterio r trae instrucciones sobre el trato que
d eb e darse a los peregrinos. A conseja a los fieles que los
acojan com o a h erm an o s, p ero que los ex am inen con saga­
cidad y no dejen q u e vivan a expensas de la c o m u n id a d m ás
de dos días, o, si h u b ie re necesidad, tres.
“Mas si qu iere establecerse e n tre vosotros, ten ie n d o u n
oficio, q u e trabaje y así se alim ente. Mas si n o tiene oficio,
p roveed co n fo rm e a vuestra p ru d en c ia, de m odo que no vi­
va e n tre vosotros n in g ú n cristiano ocioso” 30.
San C lem ente de R om a en su C arta segunda “a las Vír­
g e n e s” a b u n d a en este sentido y advierte a los cristianos pa­
ra q u e se d efien d an de los vividores y las charlatanas: “P o r­
q u e todo el q u e es ocioso, no se da al trabajo ni sirve p a ra
nada. Tales son los cam inos de aquellos que no se dedican
a trabajo alguno, sino q u e van a caza de palabras y a esto lo
tie n e n p o r virtud y o b ra b ien h e c h a ” 31.
La p ro p ie d a d de los bienes terren ales tiene que usarse
p a ra b ien del alm a. Sobre esto todos los Santos Padres es­
tán de acu erd o , sin q u e aparezca p a ra n a d a la idea de p o ­
n erlos bajo la adm inistración de la com unidad, com o u n a
exigencia evangélica. San C lem ente dice en su C arta pri­

30. Didaché, XII, 3, 4.


31. C lem ente de Roma, Carta II, XI, 1 y 2.
488 RUBEN CALDERON BOUCHET

m e ra “q u e el fu erte cuide del débil y éste respete al fuerte;


el rico sum inistre al p o b re, y éste dé gracias a Dios que le
d e p a ró q u ien rem ed ie su n ecesid ad ” 32.
En el m ism o espíritu aconseja la Didaché: “N o rechazarás
al necesitado, sino que com unicarás en todo con tu h e rm a ­
n o y de n a d a dirás que es tuyo propio. Pues si os com unicáis
e n los bienes inm ortales ¿cuánto más en los m ortales?” 33.
Los Carlyle insisten en q u e la v erd ad era d o ctrin a cristia­
n a respecto de la p ro p ied ad e ra de carácter com unitario y
alegan en favor de esta o p inión la frase de la Didaché: “Na­
d a dirás que es tuyo p ro p io ”. Si se com para esta exhortación
con lo que dicen los Hechos de los Apóstoles de la com unidad
de Je ru sa le m que no “h ab ía e n tre ellos q u ien considerase
com o suyo lo que poseía, sino que ten ían las cosas en co­
m ú n ”, p arece confirm arse la idea de u n prim itivo com unis­
m o económ ico e n tre los cristianos.
El episodio d e A nanías y Safira n a rra d o en el C apítulo V
de los Hechos de los Apóstoles n o ratifica esta teoría y hace
p e n sar que la posesión en co m ú n de los bienes económ icos
re sp o n d ía a u n deseo de perfección religiosa librado a la
b u e n a voluntad de los que así lo desearan. San Ju stin o en
su Apología I c o rro b o ra esta m an era de ver c u a n d o afirm a
q u e “q u ien es am ábam os p o r encim a de to d o el d in ero y los
a c recen tam ien to s de nuestros bienes, a h o ra, a u n lo q u e te­
nem os, lo p o n em o s e n com ún, y de ellos dam os p a rte a to­
d o el q u e está n ecesitad o ” 34.

32. C lem ente de Roma, Carta I, XXXVIII, 2.


33. Didaché, IV, 8.
34. Justino, Apología, I, XTV, 2.
LA CIUDAD CRISTIANA 489

Falta averiguar si esta frase se refiere a u n a situación


p a rtic u la r de la Iglesia a la q u e p e rte n e c ía Ju stin o o era
u n a exigencia válida p a ra todos los fieles. Las reiteradas
advertencias de la Didaché y otros d o cu m e n to s sobre la
existencia de vividores p u e d e h a c er p e n sar q u e los cristia­
nos re n u n c ia ro n a esta fo rm a de p o seer p o r los abusos que
inspiraba. La d o c trin a a c ep ta d a p o r la trad ició n co m ú n a
todas las Iglesias es q u e la c o m u n id a d de bienes y el ab a n ­
d o n o de to d a p ro p ie d a d p ersonal es deseable p a ra los q u e
q u ie ra n llevar u n a vida de total e n tre g a a la c o m u n id a d re­
ligiosa. Esta o p in ió n se va a im p o n e r cada vez m ás en lo
q u e resp ecta a los q u e tien en cu id ad o de almas. Los q u e vi­
ven e n el siglo y tie n e n fam ilia que a te n d e r p o d rá n g u ar­
d a r sus p ro p ie d a d e s sin re n u n c ia r p o r ello al “esp íritu de
p o b re z a ”.

T e o r ía d e l a r e l a c ió n d e l a I g l e s ia y e l E s t a d o

El p ro b le m a q u e p lan teó a los fieles las relaciones de la


Iglesia con el Estado se irá aclarando en la m ed id a en que
las circunstancias históricas los obliguen a te n e r que d a r so­
luciones concretas. La p reo cu p ació n de los Padres consis­
tía en d esarro llar u n a d o c trin a de la Iglesia com o cu erp o
m ístico de Cristo q u e hiciera h incapié en el carácter sobre­
n a tu ra l de su esencia. N o se les im puso la necesidad de es­
tab lecer con precisión los lazos ju ríd ic o s q u e d e te rm in a ­
rían sus relaciones con el Estado. El Estado R om ano no
rec o n o c ía a la Iglesia fu n d ació n divina y e n consecuencia
n o p o d ía o rd e n a r la eco n o m ía de su p ro p io d om inio de
ac u erd o con exigencias em anadas de ese reconocim iento.
490 RUBEN CALDERON BOUCHET

Los cristianos, en cuanto tales, no se sentían fu era del


Estado y ad m itían que éste ten ía sobre ellos todos los d e re ­
chos exigidos p o r u n a p otestad ju sta m e n te ejercida. La
Iglesia n o se p ro p u so com o u n a sociedad m arginal con as­
piració n a ser u n Estado d e n tro del Estado. Sociedad sacri­
ficial se reservaba el culto deb id o al Dios único y verdade­
ro, p e ro con esta p reten sió n d eclaraba tácitam ente a la
estatolatría ro m a n a u n e rro r insostenible. Esta situación
in sp irab a la am bigüedad de sus relaciones con el Estado y
h acía p e n sar a los paganos m ás inteligentes que la Iglesia
e ra u n a c o m u n id ad separada y crim in alm en te e x trañ a a los
intereses del Estado. Celso les rep ro c h a b a la reitera d a afir­
m ación de n o p o d e r servir a dos amos: “ésa es la voz y el
lenguaje de la rebeldía. Son palabras de gentes que se sepa­
ra n del resto de los h om bres com o p o r u n m u ro y re n u n ­
cian v io len tam en te a to d o ” 35.
Lo que separa a Celso de los cristianos no es u n a cues­
tión de c o h e re n c ia lógica, desde este p u n to de vista am bos
tie n e n razón, el p o d e r no p u e d e estar dividido y el señ o r
del o rd e n tem p o ral tiene que reco n o cer el p o d e río de
A quel que re in a sobre el universo. La violencia residía en
la disparidad religiosa y no estrictam ente política. Los cris­
tianos reco n o cían a C ésar jurisd icció n política p ero no di­
vina, no e ra él q u ien p o d ía d e te rm in a r la p a rte de Dios en
los asuntos del ho m b re.
Las com unidades cristianas que seguían p en san d o con
categorías conceptuales ju d aicas esperaban acontecim ien­
tos escatológicos que h a b ría n de trastocar el o rd e n del u n i­
verso en u n breve lapso. En la santa im paciencia desatada

3 5 . O r íg e n e s , Contra Celso, V III, 2.


LA CIUDAD CRISTIANA 491

p o r esta esperanza, se p reo c u p a ro n poco p o r los deberes li­


gados al p o d e r civil. Se alegraban p e n san d o en aquellas pa­
labras del Apocalipsis de B aruch: “C ontem plam os la fastuo­
sa p o testad de los reyes paganos que d esconocen la b o n d ad
de Dios. De El recib iero n ese p o d e r que pasará con la fuga­
cidad de u n a n u b e ”.
Esta convicción alim en tad a en la litera tu ra p rofètica au­
m en tó c u an d o N e ró n desató co n tra la jo v en Iglesia todo el
p o d e r del Estado. El deseo de u n próxim o fin del m u n d o
se com plicó con el explicable an h elo de ver d esaparecer
instituciones que se revelaban com o la con trafig u ra de la
Iglesia de Cristo. H ipólito de R om a ve al Im p erio designa­
do en la p rofecía de D aniel com o al “cu arto anim al, te rri­
ble y adm irable a la vez. T iene d e n ta d u ra de h ie rro y garras
de b ro n ce. ¿Q ué o tra cosa es sino el Im p erio Rom ano? P or­
q u e fé rre a es la actual p otestad del E stado” 36.
En el com entario sobre las profecías de D aniel, H ipólito
destaca con más vigor el contraste e n tre am bas potestades,
a propósito del nacim iento de Jesús en Belén: “C on Augus­
to com enzó a expandirse el im perio de los rom anos, pero,
p o r m edio de los Apóstoles el S eñor llam ó a todas las nacio­
nes y convocó a todas las lenguas, y creó el pueblo de los
cristianos creyentes, el pueblo señorial, el pueblo form ado
p o r quienes h an recibido u n nuevo nom bre. Y es ésta la for­
m a en que el rein o de este m u n d o , que im p era p o r la virtud
de Satanás, im itaba exactam ente a aquel pueblo y, p o r su
p arte, tam bién congregaba de todos los pueblos a los más
capaces, habilitándolos p ara la lucha y dándoles el n o m b re

36. H u go Rahner, La libertad de la Iglesia de Ocrídente, B uenos Aires, Des-


clée, 1949, pág. 25.
492 RUBEN CALDERON BOUCHET

de rom anos. La razón del p rim e r censo de los ciudadanos


rom anos bajo Augusto, cu ando nacía el S eñor en Belén, no
e ra o tra cosa que la de inscribir a los hom bres de este m u n ­
do en las huestes del E m p erad o r de la T ierra y h acer que
fuesen no m b rad o s rom anos; m ientras que, p o r el contrario,
los que creen en el Padre Celestial, se llam an cristianos y lle­
van en sus frentes la señal de la victoria sobre la m u e rte ” 37.
Se trata, sin lugar a dudas, de u n texto apocalíptico y es
fácil co n fu n d ir e n él la referen cia al h ech o c o n te m p o rá n e o
con la figura apocalíptica q u e este hech o anticipa. Todas
las persecuciones son asum idas en la persecución final diri­
gida p o r el A nticristo. En este sentido, el Im perio, en tanto
p o d e r político n o o rd e n a d o a la vida de la gracia, es antici­
p o y figura del p o d e r del A nticristo y e n tra así, con todo de­
rec h o , en la visión escatológica del fin de los tiem pos. La
pro fecía observa la realidad n atu ral desde u n p u n to de vis­
ta so brenatural. Las situaciones históricas co n tem p o rán eas
al pro feta son vistas en fu n ció n de aquello que revelan fre n ­
te al plan establecido p o r Dios. La potestad ro m a n a se con­
vierte así e n sím bolo de to d a soberbia política q u e desco­
n o ce su su b o rd in ació n an te los designios del Señor. Sería
in c u rrir e n u n e rro r de perspectiva su p o n e r q u e el pro feta
se p ro p o n e u n a condenación lisa y llana del o rd e n político
ro m a n o sin n in g ú n m iram iento p a ra lo q u e éste p u e d a te­
n e r de positivo. La gracia no viene a abolir la n aturaleza si­
n o a salvarla. Su m isión es restablecer de u n a m an e ra total­
m e n te nueva la relación con Dios que la caída del ho m b re
h a b ía vulnerado. Se advierte que la n o ció n naturaleza h u ­

37. H ugo Rahner, La libertad de la Iglesia de Occidente, B uenos Aires, Des-


clee, 1949, päg. 25.
LA CIUDAD CRISTIANA 493

m an a incluye todos los condicionam ientos sociopolíticos


q u e fo rm a n p arte de nu estro dinam ism o ético.
Este pensam iento se e n c u e n tra en la p rim era Apología de
Ju stin o cu ando escribe al e m p e rad o r que los cristianos “son
los m ejores auxiliares y aliados para el m an ten im ien to de la
paz”, pues profesan doctrinas con las cuales no p u e d e vivir
de acu erd o u n m alhechor, u n conspirador y u n avaro 38.
R econoce el apologista el ám bito en que legítim am ente
se ejerce la p otestad del Im perio, p ero reclam a p a ra la Igle­
sia el d e re c h o de a d o ra r a Dios y a n ad ie más. O b re n los go­
b e rn a n te s con p ru d e n c ia p a ra que sus obras sean recibidas
c o n b en ep lácito p o r Dios. No se hagan acreedores a los cas­
tigos q u e prevé p a ra todos aquellos “q u e d e b e n d a r c u e n ta
a D ios según las facultades que de Dios m ism o recibió, con­
fo rm e nos lo indicó Cristo diciendo: a q u ien Dios dio más,
m ás se le exigirá de p a rte de D ios” 39.
H ipólito de R om a ofrece u n a visión apocalíptica de la
p otestad ro m a n a y es p e rfe c ta m e n te legítim a si se la coloca
e n la perspectiva p rofética en q u e se sitúa H ipólito. O ríge­
nes e n c a rn a o tra posición fren te al poder, tan aceptable y
legítim a com o la de H ipólito si se la exam ina a su vez, des­
d e su p ro p ia perspectiva.
“En los días de Jesús — dice O rígenes— rein ab a u n a ju s ­
ticia y u n a p len itu d de b o n an za que trajo su origen preci­
sam ente de su nacim iento. Dios p rep a ra b a a los pueblos
p a ra recib ir su do ctrin a, y p o r eso los congregó a todos ba­
jo el im perio del César R om ano. N o debían existir m uchos

38. Justino, Apología, I, XII, 1.


39. Ibidem, XXII, 3, 4.
494 RUBEN CALDERON BOUCHET

reyes, pues con ellos los pueblos h u b iera n p erm an ecid o ex­
trañ o s los unos con respecto a los otros, y el m an d ato que
Jesú s Cristo dio a los Apóstoles: ‘Id y p red icad a todas las
g e n te s’, h u b ie ra sido h a rto difícil. El advenim iento de Je su ­
cristo tuvo lugar, com o es de todos sabido, d u ran te el go­
b ie rn o de A ugusto, que h a b ía identificado, p o r decirlo así,
la m ayor p a rte del m u n d o d e n tro de u n m ism o im p e rio ” 40.
Es u n autor del siglo IV, Eusebio de Cesarea, el que da
u n a explicación de este texto que coloca en su verdadera
perspectiva la interpretación sugerida p o r O rígenes. “Vedlo
a Augusto — escribe Eusebio— com o p rep aran d o el cam ino
para la obra de C risto”. Cita a continuación a u n autor cris­
tiano del siglo II, M elitón de Sardes, que escribió en u n a apo­
logía dirigida a M arco Aurelio: “N uestra Santa Religión fue
creciendo d u ran te el universalm ente famoso gobierno de
vuestro antecesor Augusto y ese florecim iento trajo a vuestro
g obierno dicha y bendición: de aquí procede el brillo, el po­
d e r y la grandeza de los rom anos. Sois vos el predilecto go­
b e rn a n te, Vos ju n ta m e n te con vuestro hijo; y seguiréis sién­
dolo, a condición de que sepáis defen d er la religión que se
h a propagado ju n ta m e n te con la grandeza del Im p erio ” 41.
Los q u e h a n estudiado las relaciones de la Iglesia con el
E stado R om ano, d u ran te la llam ada época de los m ártires,
h a n visto la doble perspectiva en que la relación es conside­
rada: la perspectiva eclesiástica y la perspectiva escatològi­
ca. N ad a m ás fácil q u e atrib u ir am bas visiones a distintas
m an eras de co n sid erar el problem a. U n a al m odo profèti­
co escatològico q u e ve al Im perio e n o rd e n a los aconteci­

40. O rígenes, Contra Celso, II, 30.


41. Historia eclesiástica, XXII, 9.
LA CIUDAD CRISTIANA 495

m ien to s finales que h an de d ar térm in o a la historia; la o tra


a la m a n e ra político-eclesiástica que considera los benefi­
cios reales que la Iglesia h a o b ten id o del Estado ro m an o en
su itin erario terrestre.
Estas dos m aneras de enfocar el p ro b lem a no son con­
tradictorias. La Iglesia de Cristo es u n a realid ad social ins­
crip ta en el tiem po y co n d icio n ad a p o r los factores sociopo-
líticos propios de la época, p ero al m ism o tiem po es u n a
realid ad escatológica d e n tro de u n a historia sagrada.
El Estado ro m a n o con el o rd en y la a rm o n ía de sus leyes
facilitó la expansión de la Iglesia y favoreció sus designios
apostólicos. Esta feliz c o n cu rren cia e n tre el o rd e n civil y la
m isión re d e n to ra de la Iglesia refleja, en el plano político,
la relación de la b u e n a posición n atu ral y la G racia Santifi­
cante en el te rre n o de la o b ra red en to ra.
Esto es lo q u e vieron Ju stin o , O rígenes, T ertuliano y Me-
litón de Sardes. P ero existe tam bién la o tra cara de la m e­
dalla: u n p o d e r m era m e n te h u m an o que reclam a p a ra sí lo
q u e p e rte n e c e a Dios y convierte la función tem poral del
Estado en u n a falsa religión. Los profetas d elataro n la p ro ­
p en sió n a la estatolatría y vieron en ella la clave del p o d e r
del A nticristo.
C a p i t u l o II
LA CONVERSION DE CONSTANTINO

L a s r e l a c i o n e s d e i a I g l e s ia c o n e l E s t a d o
DURANTE EL SIGLO I I I

El edicto de Septim io Severo d eclaraba a la Iglesia fuera


de la ley, p ro h ib ía la acción proselitista y tan to a los apósto­
les com o a los catecúm enos hacia pasible de la p e n a de
m u erte. Septim io Severo d u ró poco tiem po y su m u erte
te m p ra n a im pidió p o n e r en p ráctica las m edidas que h a b ía
p en sad o p a ra te rm in a r con los cristianos.
C aracalla (211-217) le sucedió e n el tro n o de Rom a. Es­
te em p erad o r, fam oso p o r su cru eld ad , lo era m u ch o m e­
nos p o r su espíritu de sistem a y aplicación. C am biaba fácil­
m en te de víctim as, y si d u ra n te u n tiem po se en cap rich ó en
p erseg u ir a los cristianos p ro n to se cansó de ellos y halló en
o tros sectores de la po b lació n un am biente m ás propicio
p a ra renovar su sadism o.
La suerte de los cristianos d ep endió más del capricho y
la voluntad de los em p erad o res que se sucedían en el tro n o
498 RUBEN CALDERON BOUCHET

que de la ley que los declaraba proscriptos. A lejandro Seve­


ro (222-235) los dejó en paz. Decio (249-251) renovó la p er­
secución y perfeccionó el edicto de intolerancia con la m a­
nifiesta in ten ció n de provocar la apostasía de todos los fieles
q u e co m parecieran ante u n tribunal pagano. El texto p er­
feccionado p o r Decio no se conserva, pero, a través de las
noticias que h an llegado hasta nosotros, sabem os q ue el em ­
p e ra d o r a p u n ta b a “sistem áticam ente y en p rim e ra línea a
los obispos. Se tiene la p ru e b a de las persecuciones llevadas
a cabo co n tra los obispos de las com unidades más im p o rta n ­
tes. D ecio sabía que el obispo era el je fe de cada u n a de las
iglesias: si el obispo cedía, los fieles seguirían” 42.
La c o m u n id a d m ás im p o rta n te y la que estaba m ás cer­
ca del p o d e r e ra la rom ana. D ecio lanzó c o n tra ella u n a
persecución bien organizada. El p a p a Fabiano fue u n a de
sus prim eras víctim as y el tro n o de San P edro q u ed ó vacan­
te p o r m ás de un año y m edio. La e stru c tu ra eclesiástica no
cedió y los presbíteros su p ie ro n h a c er fre n te a la situación
d u ra n te el lapso de su acefalía. El ataque de Decio arreció.
P ro n to se hiciero n sentir sus efectos. Las caídas se m ultipli­
caban y m uchos cristianos, am enazados en sus bienes o en
sus personas, apostataban públicam ente. D ecio confiaba en
q u e el m al ejem plo c u n d iría y, com o a los lapsos les sería im ­
posible re to rn a r a la fe que habían a b a n d o n ad o , la Iglesia
p e rd e ría poco a poco su fuerza. Este fue su erro r: “estim ó
qu e h a b ía h e c h o bastante afirm ando el prin cip io del culto
del Estado y q u e p o d ía contentarse con este éxito. La Igle­
sia h a b ía sido alcanzada en sus jefes y e n sus m iem bros y no

42. Pierre Batiffol, L a Paix Constantinienne et le Catholicisme, Paris, Lecof-


fre, 1921, pág. 47.
LA CIUDAD CRISTIANA 499

contaba, p o r así decirlo, con los fieles q u e h ab ían apostata­


do. C on to do, el conflicto, lejos de debilitarla, la robuste­
ció, y c u a n d o D ecio m urió en m anos de los godos, dos años
después d e h a b e r ascendido al tro n o , el Estado ren u n c ia a
la lu ch a y los lapsos, q u e se h ab ían retirad o de la Iglesia po r
exigirlo así el Estado, p id ie ro n ser re in c o rp o ra d o s a la co­
m u n id a d de los fieles” 43.
En el 257, V aleriano renovó la persecución, y, com o De­
cio, hizo sus víctim as de p referen cia e n tre los obispos. A es­
ta ép o ca p e rte n e c e el m artirio del p a p a Sixto y el del diá­
co n o L orenzo, en carg ad o de los depósitos de la Iglesia y
q u e fue asado en u n a parrilla.
La situación del Im p erio era delicada y sus fro n te ra s su­
frían u n a p e rm a n e n te agresión p o r p arte de los pueblos
q u e lim itaban con ellas. Los partos y los persas p resio n ab an
el ex trem o orien tal, m ientras los g erm anos m a n te n ía n en
pie de g u e rra a las legiones q u e custodiaban el N orte.
V aleriano, p ara im p e d ir que el rey de los persas, Sapor,
se a p o d e ra ra de la M esopotam ia, libró con él u n a batalla la­
m en tab le e n la q u e cayó prisionero. S apor lo som etió a los
m ás refinados suplicios con el propósito de satisfacer en él
el odio que a lim en tab a c o n tra Rom a. A la m u e rte de Vale­
rian o le sucedió en el tro n o G aliano. Este se apresuró a
co n clu ir la cam p ap añ a c o n tra los cristianos, autorizó su
culto y les devolvió los bienes confiscados.
La paz iniciada p o r G aliano d u ró un o s años y d u ran te
ellos la Iglesia se ex ten d ió p o r el Im p erio y consolidó su p o ­
sición. En los p rim ero s años del siglo IV los cristianos cons-

43. Pierre Batiffol, La Paix Constantinienne et le Catholicisme, Paris, Lecof-


fre, 1921, págs. 53-4.
500 RUBEN CALDERON BOUCHET

titulan ya u n doce p o r ciento de la población del Im perio.


Fue en ese m o m e n to c u an d o se desató la últim a y la más
cru e l persecución sufrida p o r la Iglesia de Cristo. El edicto
de p ersecu ció n fue firm ad o p o r D iocleciano, pero, según
Lactancio, la m ed id a se inspiró en u n deseo de Galerio.
C onviene to m ar la relación de estos sucesos desde más
atrás, pues los cam bios que in tro d u jo D iocleciano en la es­
tru c tu ra del p o d e r im perial fu ero n bastante com plicados y
exigen u n a explicación.
D iocleciano e ra de origen dálm ata y ocu p ab a u n puesto
de im p o rta n c ia en el Estado M ayor del e m p e ra d o r Caro
c u a n d o éste m u rió en el curso de u n a expedición a la Me­
sopotam ia. Los oficiales pro clam aro n sucesor a D ioclecia­
n o , p e ro el hijo de C aro, C arino, que ten ía bajo su m an d o
las regiones occidentales, se sentía con m ás d erech o que
D iocleciano p a ra su ced er a su padre. C arino m u rió en la
b atalla de M argus q u e libró c o n tra D iocleciano, y éste que­
dó al fre n te del Im perio.
La situación c read a p o r la presión de los bárbaros en las
fro n teras h acía indispensable dividir m ilitarm ente el m an ­
d o sin afectar su u n id ad . C on este objetivo D iocleciano de­
signó C ésar a M axim iano, y él p e rso n alm en te asum ió el tí­
tulo de augusto en el año 287. Tres años después se reu n ió
con M axim iano e n la ciudad de M ilán y p ro g ram ó la sepa­
ració n e n tre los p o d eres civiles y m ilitares. E n 293 volvió a
dividir el p o d e r e hizo proclam ar augusto a M axim iano y
designó com o segundos suyo y de su co ad ju to r a G alerio y
C onstancio C loro respectivam ente.
Dos augustos y dos césares constituían prácticam ente u n a te-
trarquía im perial. Cada uno de estos em peradores tenía bajo
su gobierno u n a parte del Im perio Rom ano. A Galerio le to-
LA CIUDAD CRISTIANA 501

có g o b ern ar la región bañada p o r el D anubio y tuvo su capi­


tal en Sirm ium. A Constancio Cloro le tocó el extrem o occi­
dental y constituyó su capital en Tréveris. Milán fue la capital
de la región dom inada po r M aximiano, y Diocleciano reser­
vó N icom edia para asentar e n ella su residencia imperial.
E n el a ñ o 303, G alerio, q u e e ra hijo de u n a h e c h ic e ra
d acia y te n ía u n odio p a rtic u la r p o r la religión cristiana,
obtuvo de D iocleciano el fam oso edicto de persecu ció n . El
cu m p lim ien to de esta ley, m uy riguroso en la zo n a d o m i­
n a d a p o r G alerio, n o lo fue tan to en la ju risd ic c ió n de
C onstancio C loro. Esto rep ite la situación ju d ic ia l d e las
p ersecu cio n es an terio res. N u n ca fu ero n u n á n im e s y bien
c o n tro lad as e n la aplicación im placable de la ley, sea p o r
falta de v o lu n tad de p a rte de algunos fun cio n ario s e n c ar­
gados de h a c erla cu m p lir o b ien p o r la p o ca id o n e id a d de
los in stru m e n to s policiales em pleados. El g o b iern o de
D iocleciano h acía m ás difícil la realización de este p ro p ó ­
sito p o r la división del p o d e r en cuatro ju risd iccio n es dis­
tintas. Se trató de su b san ar este in co n v en ien te u n ifican d o
la a d m in istració n y d estru y en d o lo q u e todavía q u e d a b a
de in d e p e n d e n c ia m unicipal.
El m ism o añ o q u e se im puso el d ecreto de persecución,
D iocleciano re n u n c ió al título de augusto y exigió a M axi­
m ian o que hiciera lo m ism o. Su c o ad ju to r lo im itó p ero ,
com o verem os, m uy a p esar suyo. Q u e d a ro n com o augus­
tos los dos césares G alerio y C onstancio Cloro, y h u b o que
designar otros dos p a ra m a n te n e r en pie la te tra rq u ía in au ­
g u ra d a p o r D iocleciano. G alerio tom ó la iniciativa y antes
que D iocleciano a b a n d o n a ra las prerrogativas in h e re n te s a
su título hizo d esignar césares a dos jó v en es oficiales que
resp o n d ía n a sus intereses: M axim ino Daya y Severo.
502 RUBEN CALDERON BOUCHET

El n o m b ra m ie n to de Severo te n d ía a conservar en m a­
nos de G alerio u n no tab le p red o m in io político en el Im pe­
rio. Esta m an io b ra no satisfizo a C onstancio Cloro que q u e­
ría com o césar a su hijo C onstantino, ni alegró tam poco al
hijo de M axim iano, M ajencio, que se postulaba tam bién
p a ra el cargo. Am bas fru straciones trajero n graves conse­
cuencias y la táctica de G alerio se vio o b stru id a p o r sendas
reb elio n es prom ovidas p o r los candidatos postergados.
M ajencio se a p o d e ró de la ciudad de R om a y se hizo
pro cla m a r augusto p o r el senado de la ciudad. C onstanti­
no , que servía com o oficial a las ó rd en es de G alerio y esta­
b a bajo severa vigilancia, logró b u rla r a sus custodios y se di­
rigió a to d a m arc h a hacia Tréveris en busca de su padre.
C onstancio C loro estaba g ravem ente en fe rm o cu ando a rri­
bó C onstantino. A penas tuvo tiem po p a ra en treg arle el ani­
llo de augusto y p o n e rlo al fren te de sus propias tropas.
C on las m u ertes de C onstancio Cloro y D iocleciano, casi
con tem p o rán eas, el p an o ram a político de R om a tom aba un
tin te som brío. P or todas partes se hacían preparativos p ara
la g u e rra civil que se avecinaba tan cruel com o aquella que
asoló a R om a en los últim os años de la R epública. P ara a u ­
m e n ta r la confusión que rein ab a en esos m om entos, Maxi­
m iano volvió p o r los fueros de su título de e m p e rad o r au­
gusto, y u n o de los generales destacados sobre el D anubio,
Licinio, se hizo proclam ar p o r las tropas a sus órdenes.
G alerio y M axim ino Daya se h a b ía n puesto de acuerdo
p a ra descargar c o n tra la Iglesia to d o el peso de la ley. La
p ersecu ció n alcanzó u n nivel de c ru e ld ad rara vez logrado.
Es p ro b ab le q u e esta con d u cta c o n tra la Iglesia h u b iera
co n tin u a d o u n tiem po más, si u n a en fe rm e d a d h o rrib le no
hubiese atacado a G alerio qu itán d o le sus ím petus persecu­
LA CIUDAD CRISTIANA 503

torios. Tuvo u n a m u erte trem en d a, y Lactancio en su libro


De Mortibus Persecutorum la convirtió en u n a historia ejem ­
p lar p a ra ilustración de em peradores. En su desesperación
creyó q u e todos los m ales q u e padecía le venían del dios de
los cristianos al q u e h a b ía perseguido sin piedad. P ro fu n d a­
m en te supersdcioso y con la convicción de que p o d ía dis­
m in u ir sus dolores si p e rd o n a b a a los cristianos, abrogó las
m edidas m ás rigurosas previstas p o r la ley e hizo red a c ta r
u n edicto de tolerancia.
A la m u erte de G alerio, el Im p erio ten ía cuatro augus­
tos. El m ás an tig u o e ra M axim ino Daya, cuya actitud fren te
a la Iglesia de C risto o bedecía a los m ism os reflejos que la
de G alerio. C om o su designación e n el cargo im perial p ro ­
c ed ía d ire c ta m en te de D iocleciano, se sentía con m ás d e re ­
cho q u e los otros, y esta seguridad inspiró su política. A la
m u erte de G alerio se lanzó com o u n a tro m b a a reco g er su
h eren cia. La su erte n o lo favoreció m ucho: com o Licinio
te n ía tam bién in terés en los territo rio s dom inados p o r Ga­
lerio, tropezó con él en los B alcanes y en la región reg ad a
p o r el D anubio. El conflicto p arecía inevitable, p ero com o
n in g u n o de los dos estaba p rep a ra d o p a ra u n a g u e rra que
am enazaba ser larga y costosa, p e rm a n ec ie ro n en sus res­
pectivas fro n teras vigilándose recelosam ente con las arm as
en la m ano.

L A CONVERSION DE CONSTANTINO

C on stan tin o fue hijo de C onstancio Cloro y de E lena, a


q u ien la Iglesia hizo santa y se le atribuye h a b e r hallado la
504 RUBEN CALDERON BOUCHET

cruz en la q u e padeció Cristo. Esta doble h e re n c ia lo p re ­


d isp o n ía favorablem ente h acia la Iglesia, pues el e m p era­
d o r C onstancio, según testim onio de Eusebio de Cesárea,
“fue el ú n ico en n u estro tiem po q u e ejerció el m ando, des­
d e q u e e m p u ñ ó sus riendas, de m an e ra digna del Im perio;
y n o sólo se m ostró am igo y b ie n h e c h o r de todos, sino que
n o tom ó p a rte alguna en la persecución desatada co n tra
n o so tro s” 44. A esta política ad h irió C onstantino y dejó a los
cristianos que realizaran e n paz sus cerem onias sin m eterse
p a ra n a d a con ellos.
La h e re n c ia de C onstancio C loro im p o n ía a C onstanti­
n o la obligación de recab ar el d om inio sobre todos los te­
rrito rio s q u e g o b e rn ó su p a d re y p a ra lograrlo e ra m enes­
te r desalojar a M ajencio de la ciu d ad de Rom a.
A ntes de e m p re n d e r u n a acción bélica c o n tra el u su rp a­
d o r de la vieja capital del Im p erio , C onstantino quiso ten e r
pro teg id as sus espaldas p o r el lado de P a n n o n ia y co n certó
u n a alianza con Licinio. El pacto fue sellado m erced al m a­
trim o n io de L icinio con u n a h e rm a n a de C onstantino. Es­
te se aseguró así la adhesión de u n pro b ab le enem igo y
m antuvo sobre él u n a estrecha vigilancia, pues su h e rm a n a
le e ra m uy adicta.
M axim ino Daya vio con tem or la alianza de C onstantino
y Licinio. C on el p roposito de evitar q u e ella se consolida­
ra, en tab ló negociaciones con M ajencio p ro m e tié n d o le su
rec o n o c im ien to , en caso de fracasar la agresión de Cons­
tan tin o . P ero antes de q u e p u d iera p restar efectiva ayuda a
M ajencio, C on stan tin o atacó Roma.

4 4 . E u s e b io , H istoria eclesiástica, C a p ítu lo VIII.


LA CIUDAD CRISTIANA 505

La decisión fue súbita y tem eraria; el resultado, m ucho


m ejo r de lo q u e arte m ilitar p o d ía prever. De esta situación
nació la id ea de u n m ilagro.
A este respecto dice el histo riad o r alem án J o se p h Vogt:
“M ilitarm ente las probabilidades de C onstantino n o eran
favorables. La situación en la fro n te ra re n a n a e ra tan com ­
p ro m e tid a q u e sólo p u d o llevar a Italia la c u arta p a rte de
sus efectivos totales, o sea unos c u a re n ta mil h o m b re s” 45.
A este ejército, cuyo en tren am ien to y espíritu m ilitar eran
m uy buenos, M ajencio opuso más de cien mil hom bres y las
m urallas, n ad a despreciables, que rodeaban la ciudad de Ro­
m a. N o nos d eten d rem o s en la descripción de la batalla que
se libró en las puertas de la ciudad y que dio origen a la idea
del m ilagro. Conviene, em pero, exam inar la situación reli­
giosa de C onstantino antes de e m p re n d er su acción contra
M ajencio, pues de su estado espiritual en ese m om ento de­
pen d ió su posterior conducta respecto a la religión cristiana.
Era costum bre que en vísperas de com bate los jefes mili­
tares presidieran sendas cerem onias religiosas invocando en
su favor la ayuda de todos los poderes celestiales e infernales
capaces de ser conmovidos. “En Roma, M ajencio, que tenía
u n ejército más num eroso, había pedido el socorro de todos
los poderes del m u n d o pagano, y sus prácticas mágicas tras­
to rn ab an las im aginaciones. Q uedaba para C onstantino ten ­
tar su suerte haciendo un llam ado al nuevo Dios, al Dios de
los cristianos. Su conversión es el acto de un supersticioso” 46.

45. Joseph Vogt, Constantino el Grande y su tiempo, B uenos Aires, Peuser,


1956, pâg. 167.
46. Ferdinand Lot, La Fin du Monde Antique et le Début du Moyen Age, Pa­
ris, A. M ichel, 1951, pâg. 36.
506 RUBEN CALDERON BOUCHET

L o t aclara el sentido de lo q u e en tie n d e p o r supersti­


ción cu a n d o se refiere a esta apuesta de C onstantino. No se
tra ta p a ra n a d a de u n a renovación interior, es u n a sim ple
adh esió n e x te rn a que la victoria confirm ará.
El h isto riad o r de C onstantino, Eusebio de Cesárea, ha­
bla d e cid id am en te de u n a prem o n ició n que el e m p e rad o r
h a b ría ten id o en sueños, y en la que Cristo le ofreció el lá­
b aro con el que h a b ía de triu n far de sus enem igos. Es un
h e c h o que C on stan tin o hizo co n stru ir u n estandarte con
las iniciales griegas de Cristo, la Xi y la Ro: Xristo, puestas
en fo rm a de cruz griega atravesadas p o r u n a espada. Los
soldados llevaron sobre el pech o u n m o n o g ram a con este
signo. Battiffol sostiene que el signo era am bivalente y po­
d ía ser u n com prom iso con los cristianos com o u n a decla­
ración de fe m itraísta, religión que, com o sabem os, e ra la
de la m ayoría del Ejército rom ano.
De cu alq u ier m odo, C onstantino aceptó el sím bolo co­
m o cristiano, y el estúpido accidente sufrido p o r M ajencio
en el P u e n te Milvio puso en sus m anos u n a victoria inespe­
rada. Su g ratitu d al Dios p o r el que h ab ía apostado se hizo
ver con p ro n titu d y la Iglesia recibió de él u n apoyo decidi­
do, que, a u n q u e no siem pre discreto, la ayudó e x tra o rd in a ­
ria m en te en su desarrollo.

E l s u p u e s t o e d ic t o d e M il á n

D u eñ o de Rom a, C onstantino volvió a en co n trarse con


Licinio en la ciudad de M ilán. De las deliberaciones soste­
n idas p o r am bos augustos salió u n acta cuyo texto se con­
LA CIUDAD CRISTIANA 507

serva en la Historia eclasiástica de Eusebio de C esárea y en el


libro de L actancio De Mortibus Persecutoribus. El texto, de
a c u erd o con la re p ro d u c c ió n de Eusebio, es el siguiente:
“D esde hace m ucho tiem po se considera q u e la libertad
religiosa no p u e d e ser reh u sa d a y q u e se d eb e d ejar librada
a la razón y a la voluntad de cada u n o la facultad de tratar
las cosas divinas según sus preferencias, p o r eso hem os dis­
puesto que todos, y los cristianos com prendidos, p u e d a n
p e rm a n e c e r fieles a su ideas y a sus prácticas. Pero com o
m uchas p rescripciones en con trario se ag reg aro n al res­
c ripto q u e con ced ía tal libertad, h a sucedido que m uchas
personas n o h an po d id o gozar de ellas”.
Se hace refe re n c ia a acontecim ientos que no interesa
rec o g e r aquí, y el d o c u m e n to prosigue:
“...E s d ecir que resolvim os conceder, tanto a los cristia­
nos com o a los dem ás hom bres, lib ertad p a ra practicar la
religión de su p referencia, p a ra que to d a divinidad celeste
q u e exista p u e d a sernos útiles a nosotros y a todas las p e r­
sonas que viven bajo n u estra a u to rid a d ”.
Lloyd H olsapple dice que este edicto significaba algo
m ás q u e u n sim ple rescripto de to leran cia respecto de u n a
religión, e ra p ro cla m a r el d erech o de la “conciencia indivi­
dual a d a r ex presión a su creencia religiosa sin tem or de in­
terv en ció n o rep resió n p o r p a rte del E stado” 47.
El d o cu m en to , tal com o h a llegado hasta nosotros,
alien ta esta in te rp re ta c ió n , p ero , a mi parecer, es ir m ucho
m ás allá de lo que C onstantino p re te n d ía en su declaración

47. Lloyd H olsapple, Constantino el Grande, B uenos Aires, Espasa Calpe,


1947, pág. 169.
508 RUBEN CALDERON BOUCHET

y h a c er del e m p e ra d o r u n a su erte de liberal inglés. Cons­


tan tin o red actó el acta con ese co n ten id o textual po rq u e
e ra la ú n ica m an e ra de h acerla aceptable an te los ojos de
sus colegas.

C o n s e c u e n c ia s d e l e d ic t o

Los cristianos vivían d e n tro del Im perio com o u n a co­


m u n id a d interdicta. No se les reconocía, en tanto cristia­
nos, n in g ú n d erecho. Llam arse a sí m ism os cristianos traía
sobre ellos todo el rig o r de la justicia. El rescripto de M ilán
les ab re de re p e n te las p u ertas de la sociedad política y les
p e rm ite e n tra r en u n pie de igualdad con todos los otros
ciu d ad an o s del Im perio. “D esde ese m o m e n to — escribe
Ja c q u in — p o d ían acep tar cargos y funciones públicas, p o r­
q u e les e ra p erm itid o sustraerse a las funciones religiosas
q u e co m p o rtab an . El edicto les facilitaba el apostolado y
aseguraba la tran q u ilid ad a los espíritus tem erosos, a quie­
nes la am enaza de u n a persecución siem pre posible re te n ía
en las prácticas rituales de u n paganism o anacrónico. Las
conversiones se m ultiplicaron y, a u n q u e ya no fu era n todas
sinceras, algunos e n tra b a n en la Iglesia p o rq u e creían h a­
llar en ella ju n to con la verdad, la fo rtu n a ” 48.
P ara los espíritus angélicos, obsesionados p o r la idea de
la p u reza de la fe, la supuesta conversión de C onstantino
inicia en la historia de la Iglesia u n a era de retroceso espi­
ritual cuyo ro stro estigm atizan con la designación de Igle­
sia triunfalista. C on p rescindencia de la actitud personal de
C on stan tin o fre n te a las verdades cristianas, y tom ando en

48. Jacquin, Histoire de l ’Eglise, Paris, D esclée, 1936, T. I, pág. 285.


LA CIUDAD CRISTIANA 509

consideración la positiva influencia q u e la Iglesia ejerció a


través de la organización política de la sociedad en los usos,
costum bres, o rd e n m oral y político, sin desco n o cer el deci­
sivo valor de la educación intelectual y la fo rm ació n del ca­
rácter, creo q u e ese principism o, cu ando n o oculta m al un
sofismo anticristiano, adolece de u n a cierta in e p titu d para
p e n sar la religión cristiana en relación con todas las exi­
gencias de n u e stra naturaleza.
C onstantino com enzó p o r devolver a la Iglesia los bienes
que le h a b ía n sido confiscados y la ayudó a restablecerse
con esp lén d id a generosidad. El carácter de su conversión
p u e d e p a re c e m o s poco espiritual; con todo, de acu erd o
con las op in io n es más autorizadas, su transform ación m oral
sucedió, a u n q u e len tam en te, a su adhesión ex terio r al cul­
to cristiano. E ra u n ho m b re de su tiem po y u n em perador.
Sin ped irle los signos de u n a auténtica contricción, n o p o ­
dem os negarle sinceridad y creer — com o lo h acía Jacobo
B u rck h ard t— que su actitud con la Iglesia estaba inspirada
en m otivos p u ram e n te políticos. Esto es im aginarlo bajo el
aspecto de u n renacentista escéptico. F e rd in a n d L ot discu­
te esta o p in ió n y dice q ue “rep resen tarse a C onstantino co­
m o a u n escéptico d esengañado es más que arbitrario. N o
h a b ía librepensadores en ese tie m p o ”.
La m ism a id ea sostiene G onzague de R eynold cu ando
exam ina la tesis de H e n ri G régoire q u e reeditaba, en 1930,
el p e n sam ien to de B urckhardt. D ecía C régoire que “los
e m p e rad o re s se sirven de la religión com o u n arm a, ya
ofensiva, ya defensiva, y sus cam bios de actitud en esta m a­
teria están siem pre en relación con las circunstancias polí­
ticas. Lo que los d e te rm in a cu ando se c re e n fuertes, no es
tan to la p reo cu p ació n de resp e tar la fe de sus súbditos in­
510 RUBEN CALDERON BOUCHET

m ediatos, com o el deseo de a tra e r a ellos la m asa de m ilita­


res y civiles e n las partes del Im p e rio sobre las cuales espe­
ra n e x te n d e r sus dom inios” 49.
G régoire se refiere a C onstantino; p ro b ab lem en te tuvie­
r a p rese n te la im agen de N ap o leó n P rim ero y sus relacio­
nes con la Iglesia. Favorecer el cristianism o en la época de
C on stan tin o el G rande no era, p o líticam ente h ablando,
u n a id ea m uy brillante. L ot cree q u e e ra peligrosa, pues el
E jército, ú n ica fuerza real con la q u e p o d ía co n ta r el go­
b ie rn o , e ra p agano y, en su casi totalidad, dado al culto de
sol, y así lo seguiría siendo d u ran te m u ch o tiem po.
Piganiol en su trabajo sobre C onstantino a b u n d a en
consideraciones de esta índole c u a n d o afirm a que Cons­
tan tin o , sin ser u n m ístico, tam poco e ra u n farsante que ha­
b ía ju g a d o la com edia de la conversión con u n fin pragm á­
tico: “e ra u n h o m b re sincero que buscaba la verdad en el
u m b ral de u n siglo oscuro en q u e la razón titubeaba. U n
h o m b re q u e tratab a de orien tarse” 50.
Los que p o n e n en d u d a la a u ten ticid ad de la conversión
de C on stan tin o desem peñan, en el ju e g o de las in te rp re ta ­
ciones históricas, u n difícil papel de ju ec e s suprem os. Es
h a rto p roblem ático el conocim iento de las m otivaciones
m ás p ro fu n d as de u n hom bre, y resulta so m era la a rg u m en ­
tación de q u e la religión cristiana p o d ía servir a sus desig­
nios de u n id a d política para ex traer de ella la conclusión
de q u e C on stan tin o se había servido de la Iglesia com o de
u n in stru m e n to p a ra acrecentar su poder.

49. Gonzague de Reynold, Le Toit Chrétien, Paris, Pion, 1957, págs. 391-352.
50. Citado por G onzague de Reynold, Le Toit Chrétien, Paris, Pion, 1957,
pág. 353.
LA CIUDAD CRISTIANA 51 1

Si variam os la perspectiva de observación y nos coloca­


m os en el p u n to de vista de los cristianos con tem p o rán eo s
a C o n tan tin o , la aceptación p o r p arte del e m p e rad o r de
R om a de la fe cristiana era lisa y llan am en te declararse p o r
la ve rd a d e ra religión y adm itir, hasta d o n d e el conocim ien­
to que ten ía del nuevo credo se lo p erm itía, todas las con­
secuencias de esta adhesión. No se necesita ser u n p ro fu n ­
do co n o c ed o r del alm a h u m a n a p ara c o m p re n d e r q u e un
com prom iso de esta n aturaleza supone, p o r p arte de q u ien
lo asum e, u n a disposición en consonancia con las exigen­
cias de la espiritualidad cristiana.
¿Q ue e ra u n h o m b re violento? ¿Que hizo m atar a su hi­
jo m ayor p o r causa de u n a in trig a política m o n ta d a p o r su
seg u n d a esposa y q u e cu ando se e n te ró de la m aquinación
u rd id a no halló m ejor e x p ed ien te que el uxoricidio? Todo
esto es verdad y hay q u e adm itir q u e su oficio e ra duro. El
q u e tien e bajo su responsabilidad el equilibrio social y po­
lítico de u n organism o tan vasto com o el Im perio ro m an o
n o p u e d e ser m ed id o con la m ism a vara con q u e se ju zg an
las virtudes privadas y fam iliares. Fue, com o hace n o ta r
G onzague de Reynold, el e m p e rad o r cristiano de u n Im p e­
rio pagano. Esta situación dicta gran p arte de su política.
En lo que respecta a la Iglesia, trató de evitar los cismas
y las divisiones. Este deseo de u n id a d lo obligó a in te rv en ir
en los problem as suscitados p o r D onato de Casa N igra y
A rrio. La convocatoria del C oncilio E cum énico de Nicea,
q u e h a b ía de restablecer el sím bolo de la v erd ad era fe, lo
tien e p o r p rincipal a u to r y gestor.
El E stado pagano extraía su u n id a d de la religión de la
ciudad. Los em p erad o res advirtieron la estrechez de este
prin cip io de u n ió n espiritual y trataro n , con suerte varia,
512 RUBEN CALDERON BOUCHET

de h a c er u n sincretism o religioso que u n ie ra todos los p u e­


blos del Im perio. C onstantino, fiel a esta experiencia, com ­
p re n d ió que u n a Iglesia dividida no p o d ía cum plir con es­
te objetivo. Su p reo cu p ació n p o r la u n id ad dicta su política
eclesiástica p ero n o explica su conversión.
Los que piensan que la religión y la política son activida­
des distintas y paralelas y que N uestro Señor Jesucristo esta­
bleció u n a división tajante de p o deres cuando dijo que ha­
bía que dar al César lo que e ra del César y a Dios lo que era
de Dios, piensan con cierta ingenuidad. Distinción no es
igual que separación; y c u an d o en la acción h u m an a se dis­
tingue lo que p ertenece a Dios de aquello que d ep en d e del
h o m b re, n o se separan am bas actividades, se las distingue
p a ra unirlas, en u n a un id ad q u e nace de la relación je rá rq u i­
ca que existe en tre u n a y o tra operación. La enseñanza de la
Iglesia h a sido, en este sentido, siem pre muy categórica y
precisa: la labor del César está su b o rd in ad a al m agisterio de
la Iglesia de Cristo. Es la Iglesia q u ien establece con rigor lo
que p e rte n ec e a Dios y lo que es p ropio del E m perador.
C onstantino fue reconocido, prim ero p o r el p a p a Mil-
cíades y luego p o r San Silvestre, com o p ro te c to r de los cris­
tianos. El m ism o, después del C oncilio de Nicea, se intituló
servidor de Dios y obispo de fuera. Esta últim a designación,
p a ra señalar su oficio im perial con respecto a la Iglesia, la
expresó en u n b a n q u e te delante de todas las autoridades
eclesiásticas, y al p a re c e r lo hizo con el propósito de red u ­
cir a sus justas p ro porciones los ditiram bos im p ru d e n te ­
m en te proferidos p o r algunos clérigos.
“Vosotros — h a b ría dicho— habéis sido establecidos ser­
vidores de Dios en el in te rio r de la Iglesia. Yo la sirvo des­
de a fu e ra .”
LA CIUDAD CRISTIANA 513

“Se h a visto en esta declaración — co m en ta De Rey­


n o ld — la expresión de la teocracia, tan espesos son los p re ­
ju icio s q u e sobre esta época tien en los h istoriadores m o­
d ern o s. Hay iro n ía en la frase de C o n stantino, p ero
tam bién aparece en ella la fe de q u e en su carácter de ser­
vidor de Dios p o d rá alcanzar la salvación e te rn a. H ab ién ­
dole dicho u n obispo cortesano que e ra feliz de ser em p e ­
ra d o r en este m u n d o y de rein a r en el otro con el H ijo de
Dios, C on stan tin o resp o n d ió q u e ro g ara a Dios le h iciera la
gracia de adm itirlo en éste y en el otro m u n d o e n el n ú m e ­
ro de sus servidores. ”
Si la frase atrib u id a a C onstantino es verd ad era y com o
tal se inserta, efectivam ente, en el contexto de u n a conver­
sación según el testim onio acredita, hay q u e adm itir q u e el
e m p e ra d o r h a b ía realizado g randes progresos en el cam i­
no de su conversión espiritual. Su idea de la faen a im perial
ya n o resp o n d e a la m o d alid ad pagana. Se advierte que
C on stan tin o se asigna, e n el o rd e n tem poral, u n a m isión
análoga a la del episcopado en las cosas espirituales. El Im ­
p erio fo rm a p a rte de la tarea salvadora y ejerce su acción
p a ra co n d u c ir a los h o m b res a la verd ad era fe, con firm e­
za, d u lzu ra y caridad com o c o rre sp o n d e a todo apostolado.
Para cum plir las exigencias de esa m isión, C onstantino
vigila la u n id ad de la Iglesia con tanto cuidado com o la del
m ism o Im perio. La un id ad política de sus súbditos d e p e n d e
de la u n id a d en la fe. Si los cristianos com batían e n tre ellos,
infligían al E m p e ra d o r u n d esm entido com pleto a su polí­
tica de u n ió n . Su a u to rid ad h u b iera sido p u esta e n tela de
ju ic io y los cristianos h a b ría n q u e d a d o ab an d o n ad o s al
caos y la desesperación. Si las cosas h u b ie ra n sucedido de
esta m a n e ra — o p in a De R eynold— es p ro b ab le que hu b ie­
514 RUBEN CALDERON BOUCHET

sen suscitado u n a reacción pagana m ás violenta y efectiva


q u e la de Ju lia n o el Apóstata.
C onviene te n e r en c u e n ta esta posibilidad cu ando se
tra ta d e c o m p re n d e r las reiteradas intervenciones de Cons­
tan tin o en los asuntos de la Iglesia. R ecordem os que los
cristianos, en el m o m en to q u e la Iglesia salía de la últim a
persecución y p ro b ab a el vértigo del aire libre, se dividie­
ro n . El e m p e ra d o r prestó su brazo secular p ara sostenerla
e n esa tribulación y lo logró. Esto es lo que m uchos no p u e ­
d e n perdonar.
Sin la intervención de C onstantino — escribe Piganiol— ,
la m ultiplicidad de las sectas h u b iera a rru in a d o esa bella
u n id a d católica forjada p o r las persecuciones. El m an te n i­
m ie n to de la u n id a d es o b ra m an co m ú n de papas y em p e­
radores, p e ro C onstantino fue el prim ero en indicar la via.
C om o la discusión en to rn o a la acción eclesiástica de
C on stan tin o es vieja, larga y enconosa, conviene decir dos
palabras m ás con el propósito de arro jar alguna claridad.
Es verdad q u e el papel de brazo secular al servicio de la
u n id a d de la Iglesia lo realizó p o r c u e n ta p ro p ia y no siem ­
p re con la discreción necesaria. En el Concilio de N icea
co n d u jo las negociaciones con los arríanos bajo u n clim a
de com pulsión que los obispos cismáticos n o se atrevieron
a resistir y se vieron obligados a firm ar u n C redo en el cual
no creían. Esto es culpa de ellos. Eusebio de N icom edia,
u n o de los m ás im p o rtan tes sostenedores de A rrio, h ab ía
n acid o p a ra ser obispo oficialista, y todo lo que dijera la au­
to rid ad co nstituida ten ía su inm ediato beneplácito. Esto no
significaba q ue, llegada la ocasión propicia, hiciera valer
sus reservas m entales. Algo de esto le sucedió con C onstan­
tino: p rim e ro firm ó el acta de acu erd o con las exigencias
LA CIUDAD CRISTIANA 515

de la m ás estricta ortodoxia, p ero luego, c u an d o ganó la


confianza del em perador, se retractó, y n o sólo consiguió
q u e éste lo adm itiera e n tre sus m ás allegados, sino que lle­
gó a ser su consejero eclesiástico y su h o m b re de confianza.
Esta situación m odifica el giro de la política religiosa del
e m p e ra d o r que desde ese m o m en to actu ará bajo el signo
de la orien tació n arriana.

L a l u c h a p o r l a l ib e r t a d d e l a I g l e s ia
BAJO LOS SUCESORES INMEDIATOS DE CONSTANTINO

C onstantino m urió en el año 337 después de h a b e r sido


bautizado e n el rito a rrian o y h ab er d o cu m en tad o clara­
m en te la libertad de la Iglesia respecto de la au to rid ad esta­
tal. Sus últim as disposiciones estaban inspiradas p o r Euse­
bio de N icom edia y Eusebio de Cesárea, am bos partidarios
de A rrio, que lo hiciero n actuar desatinadam ente en los su­
cesos que dividían la Iglesia de A lejandría. Pero, com o es­
cribe R a h n e r en su libro sobre la libertad de la Iglesia de
O ccidente, la lu ch a co n tra el Estado arrian o se inicia con
los sucesores de C onstantino.
El e m p e ra d o r dividió el rein o en tre sus tres hijos: Cons­
tancio, C onstantino y C onstante. De estos tres el único que
alcanzó p ro sp e rid a d y larga vida fue C onstancio. Sus dos
h e rm a n o s desaparecieron del tablero político antes del
351. A p a rtir de este año C onstancio d om inó com o único
em perador.
N o e ra h o m b re de arm as com o su p ad re o com o su h e r­
m ano C onstante, p e ro au n en las cosas de la g u e rra p o n ía
516 RUBEN CALDERON BOUCHET

ta n ta precau ció n y cautela q u e lograba sustituir la falta de


entusiasm o y oficio a fuerza de cuidados. Solitario y de ca­
rác te r desconfiado, era tan d a d o a las prácticas religiosas
com o a las funciones públicas, y, a u n q u e n u n c a p o n ía calor
h u m a n o e n lo q u e hacía, n o se p u e d e neg ar que de las vir­
tudes teologales tuviera la Fe. La esperanza y la caridad no
tuvieron tiem po de desarrollarse en u n a naturaleza conge­
lad a p o r el frío cum plim iento de lo que él llam aba sus de­
b eres estatales.
Se casó tres veces, p e ro el hielo que p o n ía en sus nego­
cios políticos debe h a b e r invadido su lecho conyugal, p o r­
q u e n in g u n a de sus tres m ujeres le dio el h e re d e ro que es­
p eraba. Sin sucesor natural, se vio obligado a ad o p ta r a dos
jó v en es parientes, Galo y ju lia n o , q u e eran hijos de u n m e­
dio h e rm a n o de C onstantino el G rande, víctim a a su vez de
la desconfianza y el m iedo del e m p e ra d o r C onstancio. Es­
tos dos vástagos se criaron en el h o rro r de las m atanzas fa­
m iliares. Galo m u rió joven y sólo sobrevivió Ju lia n o , que
pasó a la h istoria con el apodo de El Apóstata.
En la lu ch a p o r la libertad de la Iglesia d u ra n te el go­
b ie rn o de C onstantino el G rande y de C onstancio, sobresa­
le la figura de San Atanasio. Es u n a de las personalidades
m ás ricas de la Iglesia oriental, y su valor indom able fue
puesto a p ru e b a p o r las reiteradas persecuciones que su­
frió. C on stan tin o el G rande, presionado p o r los dos Euse­
bios, lo hizo d e ste rra r a Tréveris en el a ñ o 335. D u ran te el
g o b iern o de C onstancio se convertirá e n el cam peón de la
o rto d o x ia católica y el testigo inexorable de la Fe, co n tra
las m aquinaciones y las intrigas arrianas.
H ab ía nacido en A lejandría, Egipto, hacia el año 295. En
su ciudad natal recibió la form ación teológica que tanto ha­
LA CIUDAD CRISTIANA 517

b ría de h o n ra r con su ejem plo y su enseñanza. D iácono del


obispo A lejandro, asistió al Concilio de N icea d o n d e se hizo
n o ta r p o r sus eficaces réplicas a los argum entos arríanos. A
la m u erte de A lejandro fue elegido p ara presidir la diócesis
de A lejandría, y tuvo que a fro n tar la agresión a rria n a que
h a b ía ren a c id o luego de su breve eclipse posconciliar.
A rrio fue u n sacerdote de la diócesis de A lejandría, que
h a b ía sido excom ulgado p o r el obispo A lejandro p o r soste­
n e r y e n se ñ a r que Cristo no e ra Dios sino u n a criatu ra divi­
na. Bajo la influencia de am bos Eusebios, C onstantino or­
d e n ó a A tanasio q u e recib iera nuevam ente a A rrio en su
Iglesia. A tanasio se negó ro tu n d a m e n te y esgrim ió c o n tra
la o rd e n im perial la razón teológica q u e h a b ía p red o m in a ­
do e n el Concilio. Los obispos arrían o s convocaron a u n sí­
n o d o e n la ciudad de T iro y allí dep u siero n a Atanasio de
su cargo. Bajo la presión de esta m ed id a eclesiástica, el em ­
p e ra d o r o rd e n ó el d estierro de Atanasio. Dos años después
m u rió C o n stan tin o y A tanasio regresó a su diócesis.
N o d u ró m u ch o su rein teg ració n . U n nuevo sín o d o
convocado p o r E usebio de N icom edia dispuso su deposi­
ción y e n su lu g a r n o m b ra ro n obispo de A lejan d ría a Pis­
to, sacerd o te a rria n o q u e se h allaba bajo el peso de u n a
e x c o m u n ió n . Pisto e ra u n p e rd u la rio sin c o n d u c ta ni dig­
n id ad ; p ro n ta m e n te obligó a sus propios p ro te c to re s a te ­
n e r q u e ex pulsarlo del cargo y n o m b ra r e n su reem plazo
a G regorio de C apadocia. D u ran te todo este tiem po A tana­
sio estuvo en Rom a. En el año 341 el p a p a ju lio I reu n ió u n
concilio en la an tig u a capital del Im p erio y p roclam ó so­
lem n e m e n te la o rto d o x ia de Atanasio.
L a m ed id a del O bispo de R om a no d e rro tó la oposición
q u e A tanasio sufría en A lejandría: u n nuevo concilio arria-
518 RUBEN CALDERON BOT,CIIET

n o re u n id o en la ciudad de A n tioquía red actó u n credo


q u e auspiciaba u n e n te n d im ie n to e n tre el arrianism o y el
catolicism o orto d o x o . Este in te n to n o prosperó. Gracias a
la influ en cia del e m p e ra d o r C onstante, favorablem ente in ­
clinado a la política eclesiástica del papa, A tanasio volvió a
hacerse cargo de su diócesis. P o r desgracia C onstante d u ró
poco y C onstancio e ra arrian o . C u an d o este últim o tom ó el
poder, los obispos de su facción llevaron o tro ataque con­
tra A tanasio y lo g raro n u n nuevo destierro. A tanasio se re­
fugió e n tre los m onjes de Egipto y allí estuvo hasta que en
el a ñ o 362, ya m u e rto C onstancio, Ju lia n o el A póstata p e r­
m itió el re to rn o de los exiliados.
Ju lia n o o d iab a al cristianism o, p ero sentía u n a fobia es­
pecial c o n tra los arrían o s e n tre los cuales h a b ía sido criado.
C on el santo prop ó sito de ju g arles u n a m ala pasada p erm i­
tió el re to rn o de Atanasio.
U n odio au tén tico al cristianism o necesariam ente tiene
q u e volcarse c o n tra sus expresiones m ás cabales. Es difícil
q u e el odio se equivoque. P o d rá a n d a r u n tiem po despista­
do, p e ro p ro n to e n c u e n tra la v erdadera huella y vuelve a
to m a r la dirección de sus propósitos. Ju lian o era dem asia­
do intelig en te p a ra no advertir que el viejo lu c h a d o r de Ni-
cea e ra su verd ad ero enem igo y, com o todas las m edidas to­
m adas p o r A tanasio desde su re to rn o te n d ía n a consolidar
el cristianism o, lo volvió a desterrar.
Las persecuciones co n tra A tanasio ten ían m ala som bra.
A penas hacía dos años que Ju lian o estaba en el p o d e r cuan­
do m urió trágicam ente en u n a escaram uza. Le sucedió en
el tro n o V alente; mas, a u n q u e éste e ra de confesión católi­
ca, sus relaciones con A tanasio no fu ero n suaves. La au to ri­
d a d y la fuerza del form idable cam peón de la Iglesia no
LA CIUDAD CRISTIANA 519

e ra n gratas a los g o b ern an tes que p re te n d ía n h acer valer


sus propias opiniones en los asuntos eclesiásticos. Com o Va­
len te era u n o de esos p rotectores e m p e d e rn id o s que gus­
tan p ro te g e r a u n c o n tra el placer de sus protegidos, A tana­
sio tuvo q u e llam arle severam ente la aten ció n sobre los
lím ites de su jurisd icció n tem poral. Valente e ra u n soldado
y n o estaba acostum brado a que se pusiera en tela de ju icio
su au to rid ad . C om o el cam ino habitual en las relaciones
del Estado con el obispo de A lejandría h a b ía sido h a rto se­
ñ alad o p o r sus predecesores, Valente quiso d e ste rra r a Ata­
nasio. La in te n c ió n e ra b u en a, p ero los tiem pos h ab ían
cam biado y V alente n o era C onstantino, ni siquiera Cons­
tancio. El p u eb lo de A lejandría, que sentía veneración p o r
ese obispo que siem pre term in a b a p o r te n e r razón, pidió
su re to rn o in m ed iato con u n a insistencia que am enazaba
convertirse en ab ierta rebelión. Valente tuvo m iedo y ce­
dió. A tanasio volvió a su ciudad el l s de feb rero del 366 y
vivió en ella hasta que m urió el 2 de mayo del 373.
Este h o m b re de acción, que fue tam bién u n escritor for­
m idable, sólo ab a n d o n ab a la palabra p a ra to m ar la plu m a
y seguir, con ese o tro m edio, su en carn izad a lu ch a c o n tra
los enem igos de la Iglesia. E ra u n polem ista nato. A un q u e
se ocupase de los m isterios m ás pro fu n d o s de la fe cristia­
na, te n ía siem pre su inteligencia p ro n ta p a ra disipar las d u ­
das acum uladas p o r los enem igos y confundirlos con la cer­
tera p u n te ría de sus ataques.
C laro y directo, no p e rd ía el tiem po en refinam ientos
argum entativos e iba rectam en te al asunto. U n p ro fu n d o
c o n o c e d o r de la litera tu ra grecocristiana, Aim é Puech, di­
ce a este respecto: “el p erío d o es am plio y bien construido;
tien e algo de ciceroniano. Pocas im ágenes, p e ro frecuentes
520 RUBEN CALDERON BOUCHET

com paraciones, desarrolladas y detalladas, p e ro sin o rn a ­


m en to s inútiles, au n q u e siem pre significativas. El vocabula­
rio y la sintaxis son los de u n b u e n escritor, sin rebusca­
m ientos de aticism o p e ro sin la im placable proscripción de
las form as de expresión post-clásicas. Los vulgarism os no
son m uy num erosos ni m uy chocantes. El b u e n sentido de
A tanasio, su equilibrio, su vigor y su decisión com placen al
lector. Las ideas n o son m uy originales. El carácter m ás in­
teresante de su o b ra está en la alianza de u n a fe p ro fu n d a
con elem entos filosóficos im p o rtan tes que A tanasio consi­
d e ra b ien in co rp o rad o s a la d o c trin a cristiana” 51.
Es lam entable q u e este lu ch a d o r p o r la lib ertad de la
Iglesia n o se haya ocu p ad o , en alguno de sus escritos, de
c o n sid e rar teó ricam en te las relaciones de la Iglesia con el
Estado. En p u n to a reflexiones de in terés político no h a de­
ja d o otro testim onio q u e el tozudo coraje con que defen­
dió la in d e p e n d e n c ia de su g o b iern o diocesano, sin dejar­
se in tim idar p o r las au to rid ad es que presio n ab an sobre él,
ni ab an d o n arse al a rd o r de u n sacrificio de su vida que no
estuviera cabalm ente exigido p o r la situación. El m ism o e n ­
tusiasm o que puso en atacar a sus enem igos lo usó p a ra de­
fe n d e r su vida. E ra u n o de esos ho m bres sólidos q u e n o ce­
d e n al m iedo n i a la tem erid ad y saben siem pre lo que
tien en q u e hacer. En la Apología de su fuga hace el elogio de
la actitud p ru d e n te fre n te a la persecución y tom a po r
ejem plo a los profetas del Antiguo Testamento y al m ism o J e ­
sús: “Los santos al exiliarse, eran preservados con u n cuida­
do providencial, com o m édicos necesarios p a ra los enfer-

51. Aim é Puech, Histoire de la Littérature Grecque Chrétienne, Paris, Les Be­
lles Lettres, 1930, T. III, pâg. 77.
LA CIUDAD CRISTIANA 52 1

mos. En cu an to a los otros, a los sim ples m ortales com o yo,


la ley q u iere q u e huyan cu ando se los persigue y se escon­
d an c u an d o se los busca, y que ellos n o tie n te n tem eraria­
m en te al Señor. D eben esperar, com o ya lo he dicho, que
les llegue el tiem po designado p ara su m u erte, y q u e su
ju e z estatuya sobre su su erte com o bien le parezca. Pero es
necesario q u e estén dispuestos, c u an d o la ocasión se los pi­
da, y que, c u an d o hayan caído en prisión, luchen p o r la ver­
d ad hasta la m u e rte ” 52.
La m ism a fuerza vital que lo lleva a d e fe n d e r la verdad
cu a n d o se p rese n ta la ocasión, inclusive con riesgo de su vi­
da, lo im pulsa al d en u esto c o n tra el tirano C onstancio li­
b ra d o a la influencia de sus repulsivos eunucos. Le llam a
hijo d e g e n era d o de C onstantino e in digno h e rm a n o de
C onstante; term in a su im precación llam ándolo p a tró n de
la m ás infam e h e rejía que haya conocido la historia y prefi­
gu ració n del A nticristo.

A l g u n o s t e s t im o n io s e s c r it o s d e e s t a l u c h a
POR LA LIBERTAD DE LA IGLESIA

Existe u n a carta de los Padres católicos del C oncilio de


Sardes al e m p e ra d o r C onstancio d o n d e se recaba p ara el
fu ero eclesiástico la lib ertad de d isp o n er p o r sí m ism o en
sus asuntos internos.
“Q u ie ra d isp o n e r vuestra m ajestad, m ed ia n te u n decre­
to, q u e todos los prefectos de vuestro im p erio , a quienes

5 2 . P u e c h , op. cit., p á g . 9 1 , cit. Apologie de Sa Fuite, C a p . X X II.


522 RUBEN CALDERON BOUCHET

h a sido e n c o m e n d a d o el g o b iern o político de las provin­


cias y cuya m isión d eb e reducirse a las cuestiones de bie­
n e sta r civil, que n o se e n tre m e ta n en asuntos religiosos y
n o se atribuyan injustos p o deres p a ra inm iscuirse en las re­
soluciones y discernim ientos de problem as ju ríd ic o s que
afectan a los clérigos, am en azan d o a h om bres inocentes
con la fu erza y con el te rro r p a ra ato rm en tarles y q u e b ra n ­
tar su in te g rid a d ” 53.
A tanasio conservó en su Historia de los arriamos u n a carta
de O sio de C órdoba, el fogoso obispo español que fue con­
sejero de C onstantino en los p rim ero s pasos de su conver­
sión y q u e tuvo gran influencia en las decisiones de Nicea.
La carta está dirigida a C onstancio y b reg a p ara que los
enem igos de A tanasio dejen de in trig ar en la córte del em ­
p e ra d o r y éste vuelva p o r el resp eto debido a la lib ertad de
la Iglesia. El estilo de Osio vale el de A tanasio y su fuerza
expresiva es digno ex p o n e n te de su coraje.
“D ejad volver a n te todo a los obispos que se e n c u en tra n
e n el destierro. Los acusáis de violencia: cuidad de que no
os co n testen u n día con la acusación de peores violencias.
¿Se h a n ex p erim en tad o sem ejantes cosas d u ran te el re in a ­
do de C onstante? ¿Se h a d e p o rta d o en aquellos tiem pos a
u n solo obispo? ¿Se h a en tro m etid o el E m p e ra d o r en los
asuntos ju ríd ic o s de los eclesiásticos? ¿Era p erm itid o , e n ­
tonces, q u e u n prefecto de palacio obligara a alguno a sus­
cribir p a ra que los secuaces de Valente p u d iera n decir esto
o aquello? Os conjuro a que deis fin a esta persecución. No
olvidéis que tam b ién sois u n ho m b re m ortal. ¡Tem ed aquel

5 3 . H u g o R a h n e r , L a libertad de la Iglesia de Occidente, B u e n o s A ires, D e s -


c l e e , 1 9 4 9 , D o c u m e n t o 8, p a g . 110.
LA CIUDAD CRISTIANA 523

d ía en q u e tam bién vos estaréis a n te el Ju ez y conservaos


lim pio y sin m an c h a p a ra aquella hora! ”
Y añ ad e este p árrafo q u e precisa con vigor la doctrina
tradicional de los Padres respecto de las jurisdicciones de
am bos poderes:
“En vuestras m anos h a d epositado Dios el p o d e r del Em ­
perador, a nosotros nos h a confiado los intereses de la Igle­
sia. Así com o el q u e q u iere u su rp a r vuestra a u to rid ad co n ­
traría las disposiciones de Dios, cuidaos bien de m ancharos
con el crim en de atribuiros poderes sobre asuntos que con­
c ie rn e n exclusivam ente a la Iglesia” 54.
Existe u n a copia estenográfica de la conversación soste­
n id a p o r el p ap a L iberio con el e m p e ra d o r C onstancio a
p ropósito de Atanasio. La entrevista se efectuó en M ilán el
a ñ o 355 y e n ella el e m p e ra d o r p e d ía la ex com unión del
obispo de A lejandría. L iberio defiende a su obispo y con­
traataca llam an d o a sus acusadores cobardes y serviles. El
e m p e ra d o r le pide u n a explicación p o r el sentido de tales
palabras y L iberio le responde:
“Todos aquellos que no am an la gloria de Dios h an p re ­
ferid o dedicarse a sobornaros y, sin proceso judicial, h an
c o n d e n a d o a un h o m b re a q u ien ni conocían de vista. ¡Co­
sas tales, no d e b e rían o c u rrir e n tre cristianos!”
La acusación y la defensa de A tanasio siguen en el mis­
m o to n o con más la in terv en ció n esporádica de u n o u otro
de los que ro d e a n al e m p e ra d o r y tratan de p e rd e r a A tana­
sio e n el ju ic io de Liberio. El p ap a no cede. C uando el em ­
p e ra d o r le hace ver el peligro a que p u e d e llevarle su obs­

5 4 . H u g o R a h n e r , L a libertad de la Iglesia de Occidente, B u e n o s A ir e s, D e s-


c l é e , 1 9 4 9 , D o c u m e n t o s 9 y 1 0, p á g s. 11 3 -2 0 .
524 RUBEN CALDERON BOUCHET

tinación, L iberio acepta las consecuencias de su actitud y


m arc h a al d estierro con q u e el so berano lo am enaza 55.
El obispo de Poitiers, San H ilario, h a sido u n o de los
m ás eficaces defensores de la libertad de la Iglesia co n tra la
tiran ía de C onstancio. El to n o de sus escritos es, p o r m o­
m entos, apocalíptico. San H ilario ve en C onstancio u n a
prefiguración del A nticristo y lo acusa de usar c o n tra los
cristianos todas las b lan d u ra s de la co rru p c ió n y el sobor­
no: “En n u estro s días ten em o s q u e vérnosla con u n p erse­
g u id o r astuto, con u n en em ig o que nos adula: c o n tra
C onstancio el A nticristo. Este nos q u ieb ra el espinazo, nos
h alag a el cuerp o ; no nos d e stie rra p o rq u e el d estierro nos
tra e ría la vida e tern a; nos ofrece d in ero p a ra n u e stra
m u e rte m o ra l”.
Su acusación sigue en este to n o y p o n e cuidado en ad­
vertir a sus fieles sobre los peligros del halago con que
C onstancio a d o rm ece a sus víctimas.

Sa n A m b r o s io d e M il a n

El obispo de M ilán, San Am brosio, m arca el tiem po en


q u e las relaciones de la Iglesia con el Estado e n tra n en u n a
nueva fase. El e m p e ra d o r Teodosio es el p rim e ro que asu­
m e, oficialm ente, el titulo de E m p erad o r C ristiano y desta­
ca con él su responsabilidad espiritual an te la Iglesia de
Cristo. San A m brosio se lo h ará rec o rd a r en u n a ocasión
m em o rab le y n o p a ra halagar su vanidad, sino p a ra llam ar­

5 5 . H u g o R a h n e r , L a libertad de la Iglesia de Occidente, B u e n o s A ires, D es-


c l é e , 1 9 4 9 , D o c u m e n t o s 9 y 10, p á g s. 11 3 -2 0 .
LA CIUDAD CRISTIANA 525

le la aten ció n sobre algunas obligaciones in h ere n te s a su


co n dición de g o b e rn a n te cristiano.
Se ig n o ra la fech a del nacim ien to de San A m brosio. Los
d atos oscilan e n tre el 330 y 340. Se sabe con certeza que
e ra hijo de u n alto m agistrado im perial q u e ejerció sus fu n ­
ciones en Tréveris y que e ra de confesión cristiana. La m a­
d re de A m brosio enviudó jo v en y se trasladó c o n sus tres
hijos a la ciu d ad de Rom a. En la vieja capital del Im p erio ,
A m brosio siguió los estudios de retó ric a y recibió la im ­
p ro n ta de esta ed u cación, casi exclusivam ente literaria.
C u an d o tuvo la ed a d ingresó en la m agistratura ju n to al
prefecto del p reto rio de Italia, Sextus P etronius Probus, y
p ro n to se le confió el g o b iern o de las provincias de L iguria
y Em ilia d á n d o le je ra rq u ía consular.
Se instaló en M ilán, cuya sede episcopal estaba ocu p ad a
p o r A uxencio, m iem bro de la secta arriana. A m brosio p e r­
ten e c ía al g ru p o de los que sostenían el sím bolo de Nicea.
C u an d o falleció A uxencio, el pueblo cristiano de M ilán lo
designó obispo p o r aclam ación u nánim e.
A m brosio no poseía u n a form ación teológica seria. Com o
él m ism o confiesa, debía enseñar antes de h ab er aprendido.
T enía conciencia firm e de su responsabilidad y su concepto
del cargo episcopal era elevado. C onociendo plenam ente to­
d o lo que le hacía falta para desem peñar sus nuevas funcio­
nes con idoneidad, se dedicó al estudio de las Escrituras has­
ta convertirlas — com o escribe Labriolle— en la sangre
m ism a de su pensam iento. Pocos escritores eclesiásticos citan
la Biblia con tanta abundancia y en tantas oportunidades 56.

56. Pierre d e Labriolle, Histoire de la Littérature Latine Chrétienne, Paris,


1947, Les Belles Lettres, T. I, pâg. 388.
526 RUBEN CALDERON BOUCHET

De los Padres de la Iglesia fre c u e n tó especialm ente a los


o rientales de la escuela de A lejandría. Leyó la in te rp re ta ­
ción del Antiguo Testamento h e c h a p o r Filón Ju d ío y la del
Nuevo Testamento escrita p o r O rígenes. Atanasio, Basilio, Ci­
rilo de Jeru salem , D ídim o, E pifanio y G regorio de Nasian-
zo lo proveyeron de los elem entos teológicos que h ab ía de
u sar p a ra com batir las herejías de su é p o ca y le diero n , ju n ­
to con su form ación retórica, los fu n d am en to s de esa cul­
tu ra “u n poco com puesta, u n poco tum ultuosa, p ero que
d e n o ta , a falta de originalidad b ien m arcada, u n a notable
facultad de asim ilación” 57.
San A m brosio vivió u n p erío d o agitado en la historia del
Im perio. A cargo de la diócesis m ás im p o rta n te de la é p o ­
ca tuvo la o p o rtu n id a d de fre c u e n ta r a los em p erad o res
q u e se su ced iero n en el tro n o y de e n tra r en relaciones con
ellos a raíz de acontecim ientos que o bligaron al obispo de
M ilán a ocuparse, com o m inistro de Cristo, de cuestiones
políticas q u e a ta ñ ían al em perador.
M ilán e ra la residencia occidental del Im perio. Com o el
senado ro m an o , todavía pagano en su m ayoría, decidiera,
e n h om enaje al últim o vestigio de la an tig u a religión del Es­
tado, colocar la estatua de la Victoria e n la sala d o n d e efec­
tu ab a sus reu n io n es, A m brosio, con p len a conciencia de las
im plicaciones que ten ía esa m edida, pidió al em perador, en
n o m b re de la nueva religión adoptada p o r el Estado, que se
opusiera resueltam ente a la decisión tom ada p o r el senado.
Esta inm isción del obispo en un asunto de o rd e n políti-
correligioso te n ía p a ra Am brosio el carácter de u n deber.

57. Pierre de Labriolle, Histoire de la Littérature Latine Chrétienne, Paris,


1947, Les Belles Lettres, T. I, pâg. 389.
LA CIUDAD CRISTIANA 527

No solam ente él estaba obligado a in tervenir; el e m p era­


dor, en tan to que m inistro de la Iglesia en cuestiones tem ­
porales, tam bién ten ía que sentirse afectado p o r la m edida
to m ad a p o r el senado y p o n e r todos los m edios a su dispo­
sición p a ra evitarla.
“En las cosas de la Fe — escribe— los obispos d eb en ser
los ju ec e s de los e m p e rad o re s y n o los em p erad o res los ju e ­
ces de los obispos” 58.
Este to n o de fam iliaridad con las grandezas de este
m u n d o se lo in spiraba su alm a señorial. Sabía tra tar con los
señores de la tie rra de igual a igual y sin ce d er un ápice en
su dig n id ad apostólica. Al m ism o tiem po q u e reivindicaba
con tan ta altivez el h o n o r que se deb ía a su función episco­
pal, el h o m b re A m brosio e ra m uy sencillo y cordial en el
trato con los otros. A la m u erte de Teodosio p ro n u n ció en
la catedral de M ilán u n a oración fú n eb re que revela clara­
m en te am bos aspectos de su personalidad.
“Am é al h o m b re — decía— que sobre el tro n o supo p er­
m an e c e r h u m ild e y b u e n o , al h o m b re de corazón m iseri­
cordioso y de espíritu re c to ... Am é al h o m b re que p refería
la cen su ra a la adulación. D espojándose de sus atributos
reales, lloró p ú b licam en te en la Iglesia la falta que sus m a­
los consejeros le h ab ían sugerido. Im ploró el p e rd ó n de
Dios con lágrim as y gem idos. Eso que m uchos súbditos h u ­
b iera n creído in d ig n o de ellos, el e m p e rad o r no tuvo ver­
g üenza de hacerlo: u n a h u m ild e p en iten cia p ú b lic a ... Am é
al h o m b re que ya al b o rd e de la tum ba se p reo c u p ó m ás
p o r la suerte de la Iglesia que p o r los peligros q u e él mis­
m o corría. Lo am é, lo confieso, y es p o r eso q u e trato de

5 8 . A m b r o s io , Epístola X X I , 4.
528 RUBEN CALDERON BOUCHET

calm ar el d o lo r q u e llevo en m i alm a dirigiéndole este


adiós postrero. Lo am é y tengo confianza en Dios: El escu­
ch a rá la plegaria que le dirijo p o r el descanso de su alm a
p iad o sa” 59.
Esta sencillez y esta em oción con que in au g u ra en Occi­
d e n te el g é n e ro literario de las oraciones fúnebres, contras­
ta con la fuerza con que reclam ó an te V alentiniano II, y
p o ste rio rm en te a n te Teodosio m ism o, el respeto a las leyes
q u e d e fie n d en la vida y los d erechos de los súbditos cristia­
nos. E n la carta a V alentiniano II, escrita en m arzo del 386,
re c u e rd a al e m p e ra d o r que “e n asuntos de fe o de estado
eclesiástico solam ente p o d rá ju zg a r el que no es ajeno a la
m isión ni al d e re c h o p ro p io del que h a de ser ju z g a d o ”.
Si existen obispos que ab an d o n an sus derechos y recla­
m an ser ju zg ad o s en cuestiones eclesiásticas p o r tribunales
laicos, ya c o m p re n d e rá el e m p e ra d o r en su o p o rtu n id a d
q u é clase de obispos son ésos. “Vuestro p adre, que p o r la
g racia divina llegó a los años m aduros de su vida, dijo: no
es de m i in cu m b en cia d efinir cuestiones ju ríd ic a s e n tre
obispos. V uestro p a d re e ra bautizado en Cristo, p ero se
co n sid eró inhábil e incapaz de sobrellevar sem ejante res­
ponsabilidad. V uestra m ajestad está todavía en situación de
te n e r q u e m e re ce r el sacram ento del bautism o, y, sin em ­
bargo, ya p re te n d e d ecidir en los problem as de la Fe, cuan­
do todavía n o tien e conocim iento de los m isterios de la
m ism a”.
Se an ticip a a los q u e p u d iere n considerar sus palabras
com o u n a falta d e respeto y acatam iento a la a u to rid ad
constituida, y añade:

5 9 . O r a c ió n f ú n e b r e p o r T e o d o s io .
LA CIUDAD CRISTIANA 529

“Hay que d a r a Dios n o retazos, sino el todo; p o rq u e yo


n o p u e d o acep tar que vuestras leyes estén p o r encim a de
las de Dios. La ley divina y no la h u m a n a nos m uestra la
se n d a q u e hem os de seguir. La ley del Estado p o d rá h acer
cam biar la op in ió n a h o m b res cobardes, p e ro es incapaz de
prescribirnos la fe que hayam os de c re e r” 60.
P ero es en su carta a Teodosio el G rande, escrita en m a­
yo del 390, d o n d e su a u to rid ad espiritual de obispo se m a­
nifiesta e n to d a su grandeza. C om ienza p o r rec o rd a rle la
vieja am istad q u e los u n e, p ara que piense que su oposición
a q u e el e m p e ra d o r e n tre en la catedral de M ilán no se de­
be a u n a falta de afecto, sino a algo que incum be directa­
m en te a su co n dición de sacerdote. El e m p e ra d o r T eodo­
sio, llevado p o r su tem p e ra m en to violento m ás que p o r
m ala disposición de su carácter, h a b ía reaccionado fren te a
la reb elió n de los h ab itan tes de Tesalónica con sum a e n e r­
gía. Los soldados de Teodosio se lanzaron sobre la ciudad
in te rd ic ta e h iciero n u n a terrible m atanza con los h a b ita n ­
tes am o n to n ad o s en la a re n a del circo. Se dice q u e p erecie­
ro n siete m il personas, segadas al azar de los golpes dados
p o r los soldados. Esta rep resió n o rd e n a d a p o r u n e m p e ra ­
d o r cristiano conm ovió a todas las Iglesias. Los obispos,
reu n id o s en M ilán, ju z g a ro n que era u n crim en q u e exigía
u n a sanción. C on el p ropósito de invitarlo a re c o n o c e r su
falta y h a c er d eb id a p en iten cia, A m brosio le escribe la car­
ta q u e com entam os.
“El escándalo de Tesalónica es ya u n h ech o consum ado.
N o existe m em o ria de cosa sem ejante. En lo q u e a m í res­

60. Am brosio, Carta a Valentiniano II, véase H ugo Rahner, La libertad de la


Iglesia de Occidente, B uenos Aires, D esclée, 1949, pág. 130.
530 RUBEN CALDERON BOUCHET

p ecta tuve q u e lim itarm e a c o n te m p la r el m al sin p o d e r re­


m e d ia rlo ”.
“El sacerdote que no advierte a los que cam inan p o r el
error, deja m o rir al p e c ad o r con su pecado, y será culpable,
n o de com plicidad con el crim en com etido c o n tra esos po­
bres que ya m u rie ro n , sino de la p é rd id a espiritual del que
h a b ie n d o com etido el p ecado se e n c u e n tra en peligro de
p e rd e r su alm a”.
“Os aconsejo — sigue— , os ru eg o y tam bién os am ones­
to y advierto: m uy g ra n d e es m i p e n a al veros im pasible an­
te la m u erte de tantos inocentes. Vos que hasta hoy habíais
sido m odelo de p ied a d y que os distinguíais e n tre los p rín ­
cipes p o r vuestra m a n s e d u m b re ...”
Y agrega p o r q u é razón n o q u iere recibirlo en el tem plo
con ocasión del santo sacrificio de la misa:
“Todavía n o q u ie ro echaros en cara la d u reza de vues­
tro corazón; p e ro os digo desde a h o ra con v erd ad ero te­
m or: no m e atrevo a ofrecer el sacrificio, si vos estáis p re ­
sente. Ello sería vedado p o r el asesinato de u n o solo,
cu an to m ás a n te la m o rta n d a d de la q u e os habéis h ech o
resp o n sa b le ” 61.
Lo ex tra o rd in a rio del caso es que el em p erad o r, luego
de algunas vacilaciones perfectam en te explicables, se so­
m etió a las exigencias de su obispo e hizo pública p e n ite n ­
cia en la catedral de M ilán y prom ulgó u n a ley p o r la que
to d a sentencia de confiscación o m u erte no sería publica­
d a hasta los tre in ta días de su em isión p a ra d ar lugar a la
p e n ite n cia y la m isericordia.

6 1 . A m b r o s io , Epístolas, II.
LA CIUDAD CRISTIANA 531

En el año 389 escribió u n tratado, De Officiis Ministrorum,


en el que, to m a n d o com o m odelo el libro de C icerón sobre
los oficios, hace u n a exposición de la d o ctrin a cristiana res­
pecto a las obligaciones en m ateria de religión y política.
A prop ó sito de este libro escribe Gustave S chnürer: “Ci­
c e ró n lo provee del cuadro en el que desarrolla concepcio­
nes personales que se hace de la realidad. No p re te n d e re­
n e g a r de su condición de rom ano, p ero q u iere p e n sar con
to d a la lib e rta d de u n cristiano que no se rige p o r la trad i­
ción pagana. P ru eb a que existe u n a nueva m an e ra de ser
ro m a n o al p o n e r a la Iglesia a la cabeza de la civilización
q u e está en vías de fo rm a rse ” 62.
¿Cuáles son los fu n d am en to s éticosociales de esta nueva
civilización q u e an u n cia Ambrosio?
En p rim e r lugar, u n a co n d en ació n de las riquezas en
n o m b re de la m oral evangélica q u e exalta la p ro p ie d a d co­
lectiva de los bienes y considera a la p ro p ie d a d privada
p rácticam en te com o a u n robo:
“Dios creó todos los p ro d u cto s p ara que cada u n o p u d ie­
ra gozar de la alim entación co m ú n e hizo de la tie rra el pa­
trim onio de todo el m u n d o . La naturaleza h a creado el de­
rec h o a la p ro p ie d a d colectiva”.
Más ad elan te u n a frase q u e h a ría las delicias de P ro u d ­
hon: “La u surpación individual ha co n stru id o el d e re c h o
de p ro p ie d a d privada”.
El pastor de alm as tiene la obsesión p e rm a n e n te de to­
do aquello que trab a el crecim iento de la vida interior. Los

62. Gustave Schnürer, L ’Eglise et la Civilisation au Moyen Age, Paris, Payol,


1933, T. I, pâg. 52.
532 RUBEN CALDERON BOUCHET

bienes m ateriales no son ventajas, sino obstáculos p ara el


crecim iento de la Fe. C on todo, lo que viene de afirm ar so­
b re la p ro p ie d a d privada n o lo satisfizo. T iem po después
re to rn a el tem a y, no sé si c o n tra las inclinaciones de su co­
razón o p o r razones de b u e n sentido, dism inuye los efectos
de la crítica a n te rio r y concede que el trabajo de la tierra
de b e ser h ech o en los lím ites de u n a p e q u e ñ a pro p ied ad ,
no tanto p a ra legitim ar la p ro p ie d a d com o p ara com pensar
el trabajo.
Las especulaciones com erciales y financieras le inspiran
u n a airad a repulsa, y, com o vivía e n u n a época de transac­
ciones com erciales frau d u len tas y usurarias, considera im ­
pío reclam ar intereses p o r los préstam os efectuados.
S c h n ü rer nos advierte q u e las ideas económ icas de Am­
brosio surgen en u n m o m e n to en que la reorganización so­
cial del Estado ro m a n o aprecia im posible. U n saneam iento
de la eco n o m ía m o n eta ria no p o d ía llevarse a b u e n térm i­
no. Q u ed ab a a b ie rta la p u e rta de un re to rn o a la econom ía
dom éstica y ru ral. El cristianism o anim ó esta salida y trató
de consolidarla con su prédica, no sólo p o rq u e e ra la ú n i­
ca posible sino tam bién p o rq u e resp o n d ía a sus tendencias
m ás profundas.
La renovación de la civilización com enzaba, en el o rd en
estrictam ente económ ico, con la aceptación de u n retro ce ­
so a u n a e c o n o m ía de uso. El lucro llevaba al d esenfreno y
a la cru eld ad . G anar d u ra m e n te el pan con u n trabajo h o n ­
rad o n o e ra aliciente p a ra la vida m ercantil, p e ro auspicia­
ba u n a m ejor disposición del ánim o p ara la salvación. El va­
lo r civilizador de la p réd ica am brosiana d e p e n d e del valor
q u e se co n ced a a eso que los cristianos llam aron la vida in­
terior. Si la salvación del alm a y la disposición p ara lograrla
LA CIUDAD CRISTIANA 533

es u n a p u ra m onserga, la eco n o m ía de consum o auspicia­


d a p o r la Iglesia significaba u n franco retroceso y u n des­
censo a estructuras económ icas m ás atrasadas.
San Am brosio no sólo veía los desastres m orales acum u­
lados p o r el d eso rd en en el uso de los bienes m ateriales, ad­
vertía tam bién los estragos de u n a concupiscencia desbor­
dada, a la q u e las buenas m ujeres pagan u n oneroso tributo
convirtiéndose en la presa de los deseos del varón. Sus p ré­
dicas sobre la p u reza en las relaciones de am bos sexos dará
nacim iento a esa m oral sexual que se va a convertir en u n a
de las fuerzas renovadoras m ás poderosas de O ccidente.
“Parece q u e e n esta época — co m en ta S ch n ü rer— la
m u jer haya p reced id o al h o m b re en la vía del ideal cristia­
no. P o r su natu raleza ella estaba m ejor p re p a ra d a p ara
c o m p re n d e r las virtudes de h u m ild ad y m odestia.”
Y añade:
“La m ujer, elevada a la dignidad de ser libre, gozará en
la u n ió n conyugal u n papel m uy otro que aquel q u e le ha­
b ía confiado la an tig ü ed ad p a g a n a... el am or, objeto de
d esprecio y b u rla p a ra los filósofos paganos, que n o veían
en él m ás q u e el com ercio carnal, se eleva y se purifica. P or
el p u d o r la m u jer se hace m ás digna, no sólo de la pasión,
sino tam bién de la estim a del hom bre. D esde a h o ra éste
re n d irá ho m en aje a la co m p a ñ e ra que q u iere conquistar
com o a u n ser q u e estim a y h o n r a ” 63.
La influencia de A m brosio en estos aspectos m orales de
la renovación cultural fue e n o rm e, p ero n o se lim itó a es­

63. Gustave Schnürer, L ’Eglise et la Civilisation au Moyen Age, Paris, Payol,


1933, T. I, pâgs. 64-5.
534 RUBEN CALDERON BOUCHET

to. In terv in o activam ente en la pro m o ció n del arte cristia­


no. M úsico excelente, escribió y anim ó la com posición de
him n o s y cánticos que h ab ían de convertirse en la gloria de
la creación estética en la Iglesia de O ccidente. Se le atribu­
ye u n a d o c e n a de estas creaciones, de las cuales cuatro son
ciertam en te escritas p o r él: Aeterne rerum conditor, Deus crea­
tor omnium, Jam surgit hora tertia, Veni redemptor gentium. De
su tiem po es el Te Deum y otros him nos m ás que van a cul­
tivar la sensibilidad de los cristianos y ayudarlos con el vigor
d e su pasión religiosa a e n c o n tra r el clim a espiritual p ro p i­
cio p a ra el cultivo de las virtudes teologales.
Teodosio al m o rir dividió el Im p erio e n tre sus dos hijos:
H o n o rio y A rcadio. Esto trajo lam entables consecuencias:
m ientras los reg en tes de am bos príncipes se peleaban e n ­
tre ellos, los b árbaros com enzaron a p e n e tra r p o r las fro n ­
teras y saquear las ciudades que d u ra n te siglos h ab ían sido
p rotegidas p o r las arm as y el d e re c h o de Roma.
A m brosio m u rió e n esos tiem pos tan llenos de presagios
som bríos. L uego de u n a corta en ferm ed ad , lo llevó la
m u e rte u n sábado santo, el 4 de abril del 397.
Si algo se p u e d e decir de él es que fue u n obispo. El ú n i­
co, según Teodosio, q u e él había conocido.
C a p it u l o III
EL PENSAMIENTO POLITICO DE SAN AGUSTIN

N o t ic ia b io g r á f ic a

San Agustín es conocido po r sus Confesiones. N uestro si­


glo, ávido de psicología, se lanzó con especial predilección
sobre este santo que puso su “caso” personal a consideración
de los otros. C on esta obra San Agustín inauguró, en el oca­
so del m u n d o antiguo, la descripción de la vida íntim a.
P ara los que buscan com plicados análisis subjetivos y se
reg o d ean con las turbaciones de un alm a e n re d a d a en la
confusión de sus sentim ientos, el libro de San Agustín es
u n poco d ecepcionante. N o hay en él n a d a que alim ente
ese gusto m alsano p o r las com plicaciones pasionales aje­
nas. L ibro todavía im p reg n ad o del am or clásico p o r la ob­
jetividad, no está inspirado en el deseo de exhibir lacras, si­
n o en el sano p ropósito de trazar el itin erario espiritual de
u n alm a que busca la felicidad en la p len itu d del saber. San
A gustín — escribe G ilson— “desea la verdad en vista de la
felicidad, no h a concebido jam ás la felicidad com o posible,
536 RUBEN CALDERON BOUCHET

a p a rte de la verdad. La posesión de la verdad absoluta es la


co n d ició n necesaria de la felicid ad ” 64.
C o n o cer la verdad y co n fo rm ar su vida de a cu erd o con
ese co n o cim ien to es el objetivo que se pro p u so desde que
abrió los ojos a la luz de la razón. P udo a n d a r a tientas m u­
chos años, p u d o e rra r hasta extraviarse, p ero jam ás se apa­
gó en él la sed de verdad q u e lo llevo, en todos los m o m en ­
tos cruciales de su existencia, a d esan d ar los cam inos que
n o llevaban a n in g u n a p arte hasta d escubrir el que lo con­
dujo, co n fo rm e con su aspiración m ás h o n d a , hasta A quel
q u e dijo que e ra la V erdad y la Vida. En la fe en Cristo Agus­
tín halló lo q u e e ra el doble p ropósito de su existencia: ver­
d ad p ara la inteligencia y vida p ara el corazón. Esto explica
p o r q u é razón su pen sam ien to no p u e d e ser e n te n d id o
a p a rte de su fe.
Nació en Tagaste, N um idia, el 13 de noviem bre del año
354, c u an d o era e m p e ra d o r C onstancio y p ap a San Liberio.
La ciudad natal de A gustín, según afirm ación de Plinio, era
u n a villa libre de la provincia ro m an a de Africa. Se levanta­
b a a m edio cam ino e n tre C artago e H ipona, hoy o cu p a la
ald ea Souk-Aras.
Sus p adres fu ero n Patricio y M ónica, am bos de b u e n li­
naje y m iem bros de fam ilias notables de la ciudad. M ónica,
santificada p o r la Iglesia, fue, p o r todo lo que A gustín dice
de ella, u n a m u je r e x tra o rd in a ria p o r su fe p ro fu n d a y p o r
su so b ren atu ral o b ed ien cia a la inspiración religiosa.
M ónica trató de ed u carlo en su fe, p ero no lo bautizó.
L a co stum bre de la época difería el bautism o hasta la edad

64. E tienne Gilson, Introduction à l ’étude de Saint Augustin, Paris, Vrin,


1943, pâg. 3.
LA CIUDAD CRISTIANA 537

de la razón y a veces hasta que hubiese pasado el fuego de


la ju v en tu d . Se tem ía a los pecados de la carn e, difíciles de
evitar en u n a provincia d o n d e el clim a y las costum bres to­
davía paganas no favorecían la castidad.
San Posidio, el p rim e ro de sus biógrafos, es parco en
noticias c o n c e rn ie n te s a la ju v e n tu d de A gustín. Si n o tu­
viéram os sus Confesiones careceríam os de to d a in fo rm ació n
resp ecto a sus p rim ero s años, tan im p o rta n tes p a ra com ­
p re n d e r su fisonom ía definitiva.
Su p a d re se esm eró en darle u n a educación seria. C uan­
do A gustín term in ó en Tagaste sus estudios de gramática lo
envió a C artago p a ra q u e hiciera los cursos c o rre sp o n d ie n ­
tes a la retórica.
C on el n o m b re de gramática se designaba el ciclo infe­
rio r y m edio de la enseñanza. Q u ien aspirase a u n a fo rm a­
ción más alta d e b ía e n tra r e n u n a escuela de retórica. Dice
M arro u que el ideal cultural de la época ten d ía a p ro d u cir
el tipo del retor, lo que su p o n ía u n a form ación principal­
m en te literaria y oratoria. Esto no era u n a innovación de la
é p o c a sino u n a tradición p ro p ia de los latinos q u e venía del
tiem po de C icerón y q u e h a rein ad o “sin c o m p artir su ce­
tro hasta San A gustín”.
A gustín llegó a te n e r u n conocim iento notable de la li­
te ra tu ra clásica latina. Su espíritu, según la expresión de
M arrou, “q u e d ó com o esculpido p o r los escritores clásicos
y n o p u d o im p e d ir n u n c a que subiera a sus labios o cayera
de su plum a, tópica, irresistible, la expresión cicero n ian a o
la cita de u n verso de V irgilio” 65.

65. H. I. Marrou, Saint Agustín et la Fin de la Culture Antique, Paris, Boc-


card, 1949, pág. 475.
538 RUBEN CALDERON BOUCHET

El estudio gram atical era bilingüe y la enseñanza del la­


tín se h acía p aralelam en te con el griego. A gustín estudió y
conoció b ien la len g u a h elén ica y, a u n q u e n o llegó a ten e r
d e ella u n d om inio que le p e rm itie ra hab lar y escribir co­
rrie n te m e n te e n griego, p u d o usar este idiom a com o un
in stru m e n to en sus estudios filosóficos y literarios.
Las escuelas de retórica estu d iab an la elocuencia en su
doble faz: teórica y práctica; y ten ían p o r m ira las exigen­
cias del foro. El aspecto literario de la p rep aració n o ratoria
estaba su b o rd in ad o a esa n ecesid ad principal. El público
culto ap reciaba el giro ciceroniano de u n a frase, o la cita
o p o rtu n a del verso de u n viejo p o e ta latino. La enseñanza
d en o tab a, en tiem po de A gustín, u n a p ro n u n cia d a esclero­
sis. N o se te n ía e n c u en ta la im provisación espontánea, y
hasta lo que d e b ía ser fru to de u n logro ocasional se o b te­
n ía p o r el artificio de u n a ley o rato ria im puesta p o r el uso.
El o rad o r era el ideal del h o m b re culto po rq u e satisfacía
el gusto p o r el bu en decir y el sentido práctico de la vida que
aún p e rd u ra b a en la rom anidad del siglo IV. San Agustín su­
p o apreciar los valores de esta enseñanza. C uando ya estaba
d e vuelta de lo que ella pudiera te n e r de hueco y verbalista,
escribió acerca de este tipo de form ación: “tenían aquellos
estudios que se llam aban honestos o nobles p o r blanco y ob­
jetivo las contiendas del foro y hacer sobresalir en ellas tan­
to más laudablem ente cuanto más e n g añ o sam en te... Y yo
hab ía llegado a ser el ‘m ayor’ de la escuela retórica, y gozá­
bam e de ello soberbiam ente y m e h in ch ab a de o rgullo” tí6.
M ientras e ra estudiante de retórica leyó el Hortensio de
C icerón y ex p erim en tó , con toda la fuerza de su tem pera-

6 6 . A g u s t ín , Confesiones, III, 4-6.


LA CIUDAD CRISTIANA 539

m en tó apasionado, el llam ado de la filosofía y con él, el de­


seo de co n o c er la causa de todo lo que es. Las Confesiones
nos describen con to d a claridad este paso de su vida: “Mas
siguiendo el o rd e n usado en la enseñanza de tales estudios,
llegué a u n libro de C icerón, cuyo lenguaje casi todos ad­
m iran, a u n q u e no así su fondo. Este libro co n tien e u n a ex­
h o rta c ió n a la filosofía y se llam a el Hortensio. Su lectu ra
cam bió mis afectos y m u d ó hacia Ti, Señor, mis súplicas, e
hizo que mis votos y deseos fueran otros. De re p e n te ap a re ­
ció an te m is ojos com o vil toda esperanza vana, y con in­
creíble a rd o r de corazón suspiraba p o r la in m o rtalid ad de
la sabiduría, y com encé a levantarm e p ara volver a ti. P or­
q u e no e ra p a ra p u lir el estilo — que es lo que p arecía com ­
p ra r yo con el d in ero m atern o en aquella ed ad de diecio­
c h o años, c u a n d o h acía dos que h a b ía fallecido m i
p a d re — , n o era, repito, p ara pulir el estilo p a ra lo que yo
em p leab a la lectu ra de aquel libro, ni era la elocución lo
que m e in citab a a su lectura, sino lo que d ecía” 67.
El a rd o r de este neófito de la sabiduría estaba m ucho
m ás ligado de lo que él creía a la elocuencia ciceroniana.
C u an d o im pulsado p o r el deseo de c o n o cer m ejor a Dios
in te n tó leer las Sagradas Escrituras, e n c o n tró que el estilo
de éstas no p o d ía ser co m parado con la prosa de C icerón.
“Mi hin ch azó n recusaba su estilo — confiesa— y m i m en te
n o p e n e tra b a su in te rio r” 68.
En ese tiem po y con esa disposición espiritual encontró la
secta gnóstica de los m aniqueos que, según su propia expre­
sión, lo envolvieron en sus sofismas y, sin satisfacer su ansia de

67. Confesiones, III, 4, 7.


68. Confesiones, III, 5, 9.
540 RUBEN CALDERON BOUCHET

saber, lo m antuvieron sobre ascuas con la prom esa de la pró­


xim a llegada de Fausto, un obispo m aniqueo que daría ade­
cuada respuesta a sus preguntas y resolvería todas sus dudas.
Ya convertido al cristianism o, escribirá c o n tra los m ani-
queos algunas obras que llevarán el propósito expreso de
co m b atir sus e rro res y librarse de u n a influencia espiritual
q u e siem pre se hizo sentir e n su pensam iento.
T enía veintinueve años y ejercía el oficio de re to r en la
ciu d ad de C artago cu ando se e n c o n tró con Fausto y p u d o
c o n o c er de cerca la inconsistencia de las doctrinas a las que
h a b ía ad h erid o . “Tan p ro n to com o llegó — n a rra — pu d e
c o m p ro b a r que se trataba de u n h o m b re sim pático, de gra­
ta conversación y que g o rjeab a más du lcem en te que los
o tros las cosas que éstos d e c ía n ” 69.
H acía diez años que pertenecía a la secta y todos sus víncu­
los sociales e intereses profesionales dificultaban la ru p tu ­
ra. A gustín era am bicioso; las posibilidades de progresar en
su c a rre ra d e p e n d ía n en g ran p a rte de esas relaciones.
De C artago pasó a Rom a. U n a vez en la capital del viejo
Im p e rio tuvo la o p o rtu n id a d de h a c e r u n viaje a M ilán y co­
n o c e r al fam oso obispo Am brosio. N o lo llevaba el deseo de
p o n erse en contacto con el sacerdote, sino el m u ch o más
p ed estre de pulsar la fam a del retó rico . Los serm ones de
A m brosio lo atraían más p o r el estilo q u e p o r la doctrina.
P ero en ésta, com o en otras ocasiones, el estilo fue el cebo
q u e lo llevó m ás tarde a interesarse p o r el contenido.
“O íale con todo ciudado — nos dice— cu a n d o predica­
b a al pueblo, no con la in ten ció n que debía, sino com o

6 9 . Confesiones, V, 6-10.
LA CIUDAD CRISTIANA 541

q u e rie n d o e x p lo ra r su facu n d ia y ver si c o rre sp o n d ía a su


fam a o si e ra m ayor o m e n o r que lo q u e se p reg o n a b a ” 70.
Su conversión no se debió, exclusivam ente, a la influen­
cia d e A m brosio, com o sugiere la parca inform ación de Po-
sidio. A m brosio p re p a ró su espíritu p ara a c ep ta r con respe­
to la d o c trin a de la Iglesia, pero todavía tuvo q u e vencer
m uchas dificultades p a ra c o m p re n d e r satisfactoriam ente la
n o ció n cristiana de Dios.
“La verdad es — cuenta— que si yo hubiera concebido en
esa época la existencia de u n a sustancia espiritual, al punto
hu b iera desechado esos artilugios [los argum entos mani-
queos] y los hubiera arrojado de mi alma. Pero no p o d ía ” 71.
D ecidió p e rm a n e c e r en la Iglesia c o rn o catecúm eno
m ientras resolvía sus dudas. Esta p e rm a n en c ia en el u m bral
de la Fe n o fue corta. Lo re te n ía n sus com placencias m u n ­
danas, su co n cu b in ato y sus dificultades intelectuales. En
esa época e x p erim en tó escepticism o filosófico y su libro
Contra Académicos fue el p rim ero que escribió al abrazar el
cristianism o. S entía la obligación de establecer los motivos
de la certeza cognitiva com o etap a inicial en el cam ino de
la sabiduría. S u p erad o el p erío d o escéptico, llegaron a sus
m anos algunos libros de Plotino que lo ayudaron a resolver
el p ro b lem a de la existencia de u n ser p u ram e n te espiri­
tual. “T am bién aq u í — c o m en ta G ilson— la avidez filosófi­
ca del neófito cristiano saltó p o r en cim a de los datos del
p ro b le m a lanzándose d irectam en te a su solución” 72.

70. Confesiones, V, 13-23.


71. Confesiones, V, 14-25.
72. Etienne Gilson, Dios y la filosofía, Buenos Aires, Emecé, 1945, págs. 7 3 4 .
542 RUBEN CALDERON BOUCHET

Esta solución fue resu eltam en te cristiana. C u an d o leyó


las Enneadas de P lotino se le o cu rrió u n a in te rp re ta c ió n en
total a rm o n ía con el p ró lo g o del Evangelio de Ju a n . Agus­
tín c u e n ta e n las Confesiones cóm o leyó a P lotino, de qué
m o d o tom ó de él el oro — de la verdad— q u e Dios quiso
q u e P lotino trajera de E gipto y, sin p restar a ten ció n a los
ídolos — e rro re s del filósofo p agano— , ascendió p o r él
h asta te n e r u n a a d ecu ad a n o ció n de Dios.
P re p ara b a su inteligencia p ara a h o n d a r en esta idea
c u a n d o tuvo u n a ex periencia m ística que resolvió todas las
dificultades que p o d ía hallar en su cam ino dialéctico.
‘Y am o n estad o de aquí [p o r los libros de Plotino] a vol­
ver a m í m ism o, e n tré en m i in te rio r guiado p o r Ti, y p ó d e ­
lo h a c er p o rq u e T ú te hiciste m i ayuda. E ntré y vi con el ojo
de m i alm a, com o q u iera q u e fuera, sobre el m ism o ojo de
m i alm a, sobre m i m en te, u n a luz inim itable, no ésta, vul­
gar y visible a to d a carn e ni o tra del m ism o g énero, a u n q u e
m ás g ran d e , com o si ésta brillase m ás y más claram ente y lo
llenase todo con su grandeza. No e ra esto aquella luz, sino
cosa distinta, m uy distinta de todas éstas.
”...T ú m e tom aste p a ra que viese que existía lo q u e te­
n ía que ver, y que a ú n no estaba en condiciones de ver. Y
reverberaste la debilidad de m i vista, d irigiendo tus rayos
con fu erza sobre m í, y m e estrem ecí de h o rro r y de amor.
’Y advertí q u e m e hallaba lejos de Ti, en la región de la
desem ejanza” 73.
La e x p erien cia religiosa abre el cam ino de la inteligen­
cia y p erm ite el ascenso hacia Dios. C u ando se exam inan

7 3 . Confesiones, V II, 10-16.


LA CIUDAD CRISTIANA 543

las líneas principales de su pen sam ien to filosófico se com ­


p re n d e rá la im p o rtan cia q u e este tipo de in tu ició n tiene en
la form ación de su sistema.
C onvertido al cristianism o de m an e ra total y definitiva,
se p re p a ró p a ra recibir el bautism o y p ara dedicarse de lle­
no al estudio de la d o c trin a cristiana. Su actividad com o es­
crito r y p o ste rio rm en te com o obispo en la ciudad de H ipo-
n a p e rte n e c e a la historia doctrinal de la Iglesia católica y a
la vida in telectual de todo el O ccidente cristiano. En este
doble sentido tien e que reconocerse su influencia: com o
d o c to r de la Iglesia y p ad re de n u e stra civilización.
Las obras de San A gustín h a n sido traducidas al español
y editadas en la B iblioteca de A utores Cristianos. O cu p an
m ás de veinte volúm enes y u n catálogo de sus títulos sería
en esta o p o rtu n id a d u n a faen a obvia. En lo q u e resp ecta a
la bibliografía existente sobre San Agustín en todas las len ­
guas cultas de E u ro p a es sencillam ente a b ru m ad o ra. U n a
lista que p re te n d ie ra recogerla en su totalidad o cu p aría u n
volum en b ien n u trid o .

D e s a r r o l l o d e s u s id e a s p o l ít ic a s e n r e l a c ió n
CON LOS HECHOS HISTORICOS

El Im p erio com enzó su conversión al cristianism o con


C o nstantino el G rande, p ero recién con Teodosio hizo pú­
blico reconocim iento de este hecho. Esto n o quiere decir
que todo el peso de la h e re n c ia pagana desapareció com o
p o r ensalm o de la faen a im perial. Los em p erad o res cristia­
nos tuvieron que buscar las bases de u n a com patibilidad e n ­
544 RUBEN CALDERON BOUCHET

tre la organización política im perial, pensada p a ra u n m u n ­


do q u e n o distinguía el o rd e n tem poral del espiritual, y las
exigencias que nacían de la naturaleza m ism a de la Iglesia
de Cristo. Esta a rm o n ía no fue lograda ni p o r Teodosio ni
p o r sus sucesores inm ediatos. H ubo que esperar algunos si­
glos y recién con el advenim iento al tro n o de C arlom agno
este ideal e n tró en vías de realización. El doctor de la idea
carolingia fue San Agustín. Ni la distancia en el tiem po, ni
las diferencias de la situación histórica en que vivió Agustín
le p u e d e n q u ita r este honor. Se tiene la p ru e b a en el corpus
iuris civilis to talm en te inspirado p o r el pensam iento agusti-
niano. San A gustín escribió p a ra o tra época que la suya p ro ­
pia, h a escrito p a ra la cristiandad occidental.
C u an d o A gustín volvió a Tagaste, después de los sucesos
q u e van desde su conversión hasta la m u erte de su m adre
en O stia, e ra otro h o m b re. El jo v en m u n d an o y am bicioso
q u e h a b ía ido a C artago y luego a R om a a conquistar fam a
y fo rtu n a h a b ía desaparecido; en su lugar volvía un ho m b re
nuevo. U n h o m b re a q u ien la oración, la penitencia, la m e­
ditación y el a rre p e n tim ie n to de sus erro res an terio res h a­
bían convertido en u n b u scad o r de Dios.
Se instaló en la vieja p ro p ied ad de su fam ilia en la com ­
p a ñ ía de su hijo A deodato y de algunos am igos que quisie­
ro n c o m p a rtir con él u n retiro d edicado al estudio de las
verdades de la Fe. Su propósito e ra o ra r y c o m p o n e r algu­
nos libros p a ra refu tar los errores q u e lo hab ían rete n id o
fu era de la Iglesia.
El tem p e ra m en to de Agustín no e ra el de u n p u ro con­
tem plativo. Su fuerza, su vigor pasional y la ín d o le com ba­
tiva de su inteligencia lo im pulsaban a la acción. Los fíeles
de H ip o n a le d iero n la o p o rtu n id a d de salir de su claustro
LA CIUDAD CRISTIANA 545

p id ién d o le los hiciera partícipes de sus reflexiones con u n a


con feren cia sobre doctrina. A gustín volcó en ellas n o sólo
su saber sino tam bién ese fuego de am o r q u e lo consum ía
y de tal m an e ra p e n e tró en la inteligencia y en el corazón
de sus oyentes q u e el viejo obispo Valerio y su co m u n id ad
le p id ie ro n que se q u e d a ra con ellos y fu era el co ad ju to r de
la diócesis.
C onsagrado sacerdote p o r el m ism o Valerio, fue desig­
n a d o su obispo auxiliar. A la m u erte del titular de la dióce­
sis de H ip o n a, A gustín se hizo cargo del obispado y ejerció
las tareas c o rre sp o n d ie n te s hasta que m urió en el año 430.
A sum ir el p u esto de obispo y p o n e rse en co n tacto con
u n cú m u lo de d eb eres adm inistrativos y políticos era u n a
m ism a cosa. Escribió C h a te au b ria n d en sus Etudes Histori­
ques qu e n o h a b ía n a d a m ás com plejo y m ás lleno que la vi­
d a de u n p rela d o en los siglos IV y V. U n obispo bautizaba,
confesaba, p red icab a, o rd e n a b a pen iten cias privadas o p ú ­
blicas, lanzaba anatem as o levantaba excom uniones, visita­
b a a los en ferm o s, asistía a los m o rib u n d o s, e n te rra b a a los
m u erto s, rescatab a a los cautivos, d ab a de co m er a los p o ­
bres, a las viudas, a los h u é rfa n o s, fu n d a b a hospicios y e n ­
ferm erías, ad m in istrab a los b ien es del clero, p ro n u n c ia b a
sentencias com o ju e z de paz en causas p articulares o arb i­
tra b a los d ife ren d o s e n tre u n a y o tra ciudad. Al m ism o
tiem p o p u b licab a tratad o s de m oral, de disciplina y de teo ­
logía, escribía c o n tra los h erejes y c o n tra los filósofos, se
o c u p a b a de la ciencia y de la historia, dictaba cartas p a ra
las personas q u e lo co n su ltab an acerca de diversos p u n to s
c o rre sp o n d ie n te s a la religión. M an ten ía c o rre sp o n d e n c ia
con las Iglesias y. con los obispos, con los m onjes y con los
erem itas, asistía a los concilios y a los sínodos, e ra convo­
546 RUBEN CALDERON BOUCHET

cado al consejo de los em p erad o res, e n carg ad o de n eg o ­


ciaciones, enviado a los u su rp a d o re s y a los p rín cip es b ár­
b aro s p a ra desarm arlos o co n ten erlo s. Los tres poderes:
religioso, político y filosófico estaban c o n cen trad o s en el
obispo 74.
C h ateau b rian d se inspiró en la vida de San Am brosio
q u e estuvo al fren te de u n a sede im perial. A gustín, desde
su m odesta diócesis de H ipona, no trabajó m enos. A unque
n o tuvo ocasión de asistir con su consejo al em perador, la
influencia de su acción episcopal trascendió los lím ites de
su jurisdicción: tan to sus libros com o sus epístolas fueron
leídos y co m en tad o s en to d a la cristiandad. U n a nueva co­
lu m n a de la Iglesia se erg u ía en la africana ciudad de H ipo­
n a y sostenía con u n vigor intelectual, que sup erab a a Am­
brosio, las verdades de la Fe.
C uando A gustín asum ió el cargo de obispo, dirigía el
destino de la Iglesia de Cristo San Ciricio (394-398) y ocu­
p ab a el tro n o im perial Teodosio el G rande. En el año 395
m u rió el e m p e ra d o r y rep a rtió el im perio e n tre sus dos hi­
jos: H o n o rio y A rcadio. Teodosio II fue el últim o e m p era­
d o r que conoció A gustín. D u ran te su rein ad o , que fue lar­
go y triste, los vándalos, los suevos, los alanos, los godos y
los ostrogodos saquearon, en olas sucesivas, las ciudades
del Im perio y vejaron a sus poblaciones con sus desm anes.
La civilización ro m a n a parecía h u n d irse p a ra siem pre y los
h o m b re s creían asistir al fin de los tiem pos. En el año 410,
Alarico puso sitio y luego saqueó la ciudad de Rom a. Este
aco n tecim ien to fue, en alguna m edida, ocasión indirecta

74. R ené de Chateaubriand, Oeuvres Complètes, Paris, Pourrat, 1836, T. V,


pâg. 268.
LA CIUDAD CRISTIANA 547

p a ra que San A gustín publicara sus fam osos libros sobre La


Ciudad de Dios.
La diócesis de H ip o n a estaba en u n a de las provincias
m ás c o n tu rb a d as p o r las facciones heréticas y San Agustín
tuvo la o p o rtu n id a d de e n tra r en conflicto con u n a de
ellas, la de los donatistas, que lo obligaron, luego de algunas
vacilaciones, a re c u rrir al p o d e r m ilitar rom ano.
El partid o de los donatistas tom ó su n o m b re de D onato
de Casa N igra y se fo rm ó a raíz de la últim a persecución de
G alerio. En sus com ienzos fue u n a secta indisciplinada y
q u e p arecía exigir de los fieles u n a en tereza fren te a la p e r­
secución q u e n o todos p o d ían tener. Este atletism o m oral
llevó a los donatistas a no p e rd o n a r a los lapsos su pecado
de apostasía y exigir de ellos u n nuevo bautism o p a ra vol­
ver a ser recibidos e n la Iglesia. In d u d ab le m e n te esta opi­
n ió n e ra c o n tra ria a la enseñanza tradicional de la Iglesia y
fue c o n d e n a d a e n diversas o p o rtu n id a d es sin que los secta­
rios se pleg aran a la disciplina com ún. D ueños de algunas
diócesis y de no pocas parroquias, no quisieron h acer ab an ­
d o n o de sus posiciones y e n tra ro n en rebelión con las au­
toridades eclesiásticas. El conflicto no se lim itó a palabras y
discusiones y p ro n to e n tró en la vía de los hechos. F rente a
la violencia de los sectarios, el e m p e rad o r tom ó carta en el
asunto y los obligó a co n sid erar la existencia de las leyes po­
liciales m ed ian te u n a rep resió n en form a.
N o interesa exam inar la o p o rtu n id a d de esta in terv en ­
ción sino d ejar constancia de que ésta se im puso com o u n a
m ed id a policial an te los desm anes que sucedían a las discu­
siones teológicas.
A gustín n o creía conveniente la in terv en ció n de la poli­
cía en los conflictos con los donatistas. T enía gran confian­
548 RUBEN CALDERON BOUCHET

za e n su fuerza persuasiva y pensaba q u e u n a b u e n a argu­


m en tació n valía m ás que u n a tu n d a de palos. En el año 397
escribió u n co rto tratado, Contra Partern Donati, d o n d e de­
claraba q u e no e ra p artid ario de la in terv en ció n estatal y te­
n ía la esperanza de que las bu en as razones expuestas en su
libro llevarían los cism áticos a la u n idad. U n año m ás tarde
re c u e rd a al obispo donatista de H ip o n a q u e rebautizar es
u n delito. Su lenguaje sigue siendo pacífico, p e ro previene
al p rela d o faccioso que él tiene p o d e r p a ra requerir, si lo
co n sid era o p o rtu n o , el apoyo de la fuerza p a ra la aplica­
ción estricta de las leyes vigentes.
Los donatistas se reb e lan c o n tra esas leyes y se quejan
de ser perseg u id o s p o r sus opiniones. C onsideran m ártires
a los m iem bros de su secta q u e tie n e n dificultades con la
policía.
A gustín no p u e d e aceptar esta confusión y les explica
q u e solam ente hay m artirio cuando la ley es sacrilega. En
el caso de los donatistas la ley pu ed e ser tildada de severa,
p e ro la severidad no es sacrilegio y p o r lo tan to los donatis­
tas no son m ártires, sino sim ples sediciosos.
Los donatistas replican que el e m p e ra d o r no tiene n in ­
g ú n d e re c h o a in te rv en ir en cuestiones religiosas, Agustín
resp o n d e que el p o d e r im perial tiene ju risdicción represi­
va sobre las m alas costum bres que afectan al o rd e n político
y, com o u n culto depravado incide negativam ente sobre la
m oral, el e m p e ra d o r no sólo tiene d e re c h o sino el d eb er
de reprim irlo. P o r lo dem ás, los donatistas, al reclam ar la
n e u tra lid a d del Estado en m ateria religiosa, in c u rre n en
contradicción, pues en su o p o rtu n id a d ap ro b a ro n la legis­
lación que suprim ía el culto pagano: “¿si se estim a com o un
d e re c h o del g o b iern o com batir la idolatría, p o r qué razón
LA CIUDAD CRISTIANA 549

en ese m ism o g o b iern o no tiene d e re c h o a castigar la h e re ­


jía o el cism a?”.
Idolatría, herejía, cisma, son vicios religiosos que la es­
p a d a del m agistrado p u e d e com batir p o rq u e, según la doc­
trin a de San Pablo, el que lleva la espada es el m inistro de
la cólera de Dios co n tra los que actúan mal.
Los donatistas resp o n d e n que el A póstol de los G entiles
se refiere a la espada espiritual y que la Iglesia sólo p u ed e
usar c o n tra ellos del an a te m a y la excom unión.
A gustín considera insostenible esta in te rp re ta c ió n de las
palabras de Pablo, pues, sin lugar a dudas, están referidas a
los funcionarios q u e usan espada y n o a los obispos, y, añ a­
de: c u an d o se trató de expulsar a los partidarios de Maxi­
m iliano de sus basílicas, los donatistas no vacilaron en recu ­
r rir a los p o d eres públicos y pu siero n en m ovim iento a la
policía. ¿Q ué vienen a h o ra a rep ro c h a rle a la Iglesia católi­
ca h a b e r recibido apoyo de los em p erad o res católicos? 75.
A gustín considera que la in terv en ció n del p o d e r públi­
co es legítim a cu ando se trata de conflictos q u e am enazan
la paz pública. N o p e d ía la interdicción del donatism o sino
que sus adeptos fueran som etidos a vigilancia p a ra evitar las
escenas de violencia a que h ab ían d ad o lugar en reiteradas
o p o rtu n id ad es.
E n el concilio que se hizo en C artago en el año 404,
A gustín tuvo la o p o rtu n id a d de h a c e r triu n far su tesis sobre
la política q u e el go b iern o d e b ía seguir con los donatistas:
aplicarles las leyes co rre sp o n d ie n te s a los herejes sin obli­

75. Pierre Batiffol, Le Catholicisme de Saint Augustin, Paris, Lecoffre, 1929,


págs. 155-7.
550 RUBEN CALDERON BOUCHET

garlos, bajo penas de n in g ú n g én ero , a e n tra r en la verda­


d e ra Iglesia.
P o sterio rm e n te se im puso u n a d o ctrin a diferen te y en
cierto m odo con traria a las p ru d e n te s norm as auspiciadas
p o r A gustín. Las m edidas aprobadas eran drásticas y prácti­
cam en te obligaban a los donatistas a a b a n d o n a r su credo:
se les n egaba la facultad de legar bienes o de ad q u irir has­
ta q u e no volvieran al seno de la verdadera Iglesia. Era u n a
m ed id a dura, in g e n u a e in o p eran te; los sectarios, lejos de
plegarse, se h iciero n a su vez m ás duros y brutales.
O tro h ech o histórico q u e influyó en las ideas políticas
de Agustín fue la tom a de R om a p o r Alarico y, a u n q u e de
a cu erd o con o p in io n es muv autorizadas, no fue este suceso
el q u e lo llevó a escribir La Ciudad de Dios, hay q u e adm itir
que este libro llegó en b u e n m o m en to p ara reb atir las ob­
jec io n es q u e los paganos hacían al cristianism o. Era opi­
n ió n c o rrie n te e n tre los que sostenían la religión tradicio­
nal de la a n tig u a R om a que el cristianism o h ab ía debilitado
el tem ple m ilitar ro m an o h aciendo posible su a b a n d o n o
fre n te a la agresión bárbara.
San A gustín trató de p ro b a r el e rro r histórico y m oral
en q u e in c u rría n los sostenedores de este rep ro c h e . El
tem p le ro m a n o h a b ía p e rd id o su fuerza y su virilidad m u­
cho antes de convertirse al cristianism o. El cristianism o lle­
gó a los ro m a n o s com o u n a fuerza nueva y ren o v ad o ra en
u n m o m e n to de hastío y d e c ad e n c ia m oral. Sostenía que
p a ra R om a no h a b ía ya p o rv en ir fu era de la Fe en Cristo y,
en ese trágico lapso en q u e todo p arecía p e rd id o , p o n ía su
esp eran za en la fu erza re d e n to ra de la G racia Divina para
so sten er lo que p o d ía h a b e r de positivo en la sociedad ro ­
m ana.
LA CIUDAD CRISTIANA 55 1

La Ciudad de Dios fue el breviario político de Carlom ag-


no. G onzague de Reynold se pregunta: ¿Q ué a p ren d ió el
e m p e ra d o r franco en la lectu ra de este libro?
“A prendió que es necesario colocar a Dios en la base y
en la cúspide del Estado. En la base, p o rq u e el Estado de­
be construirse sobre la ley divina. En la cúspide, p o rq u e el
Estado tiene p o r m isión ayudar a los hom bres d u ra n te su
p e reg rin ació n sobre la tie rra p a ra elevarse hasta D ios” 76.
En el año 426, A gustín, de setenta y dos años de edad,
sintió que sus fuerzas dism inuían y n o m b ró auxiliar y suce­
sor suyo en la c áted ra episcopal a H eraclio. Todavía tuvo
energías p a ra seguir escribiendo; y algunos libros m ás salie­
ro n de su plum a. En 429 los vándalos atravesaron el estre­
cho de G ibraltar, invadieron Africa y p u sieron sitio a la ciu­
d ad d e H ipona.
A gustín m urió d u ran te el asedio. Posidio, q u e lo asistía
en su lecho de m u erte, describe el d o lo r de aquel h o m b re
de Dios an te el azote q u e padecía su patria. A unque no m i­
rab a ni ju zg a b a las cosas h u m an as com o los dem ás, su cora­
zón, siem pre sensible al sufrim iento de los otros, no dejaba
de dolerse al saber la ru in a y la desolación p ad ecid a p o r sus
fieles. P ero — n a rra Posidio— se consolaba con la se n te n ­
cia de Plotino: “n o n eris m agnus m agnum p u tan s q u o d ca-
d u n t ligna e t lapides, et m o riu n tu r m ortales” 77.
T e rre n a lm e n te n o faltó a la vida de San A gustín n in g u ­
no de los in g red ien tes de un cristiano fracaso. Pero esta
perspectiva te rre n a no e ra la de él. Su fe y su confianza es­

76. G onzague de Reynold, Le Toit Chrétien, Paris, Plon, 1957, pág. 378.
77. Posidio, Vita Augustini, Capítulo XXVIII.
552 RUBEN CALDERON BOUCHET

taban m ás allá de este m u n d o caduco; si salió de él acam ­


p a n a d o p o r el ru id o que hacían las construcciones h u m a­
nas al d e rru m b arse , su corazón estaba ju n to al A m or In­
cread o “che m ove il solé e l ’altre stelle”.

L A RELACION DE SA N A G U STIN CON LA FILOSOFIA

La form ación filosófica de A gustín fue relativam ente Po­


bre. N o p o r falta de gusto o aplicación al estudio, sino p o r
inconv enientes p ro p io s de la época en que le tocó vivir. La
enseñanza recib id a en la escuela de retó rica era esencial­
m en te literaria. Su co nocim iento de la filosofía se redujo,
en lo m ás serio, a unas pocas obras de P latón y u n p ar de li­
bros d e Aristóteles. Su fu e n te filosófica principal son las En-
neadas de Plotino. Estos libros se convirtieron en el in stru ­
m e n to cie n tífic o con q u e d e sa rro lló y ex p lícito su
m ed itación sobre el co n ten id o de la Revelación. Conviene
advertir q u e no fue un n eo p lató n ico cristiano, “sino un
cristiano q u e utiliza algunos elem en to s neoplatónicos en
cu an to coinciden con el cristianism o y sirven p ara expresar
sus creen cias” 78.
Si e n c errára m o s en u n a fórm ula concisa el pen sam ien ­
to de A gustín, direm os que la revelación y la filosofía se
u n e n en u n co n texto sapiencial único. Esto n o quiere de­
cir q u e San A gustín c o n fu n d a razón y fe. A dvierte perfecta­
m e n te sus diferencias p ero considera q u e am bas son fu en ­
tes legítim as de u n a m ism a sabiduría, siem pre que la razón

78. G. Frayle, Historia de la filosofìa, Madrid, B.A.C., 1960, T. II, pág. 199.
LA CIUDAD CRISTIANA 553

se som eta a la fe. P or eso cree im prescindible a n d a r p o r los


cam inos de la fe p a ra alcanzar la verd ad era inteligencia.
“D esde q u e el alm a se siente in u n d a d a p o r los resplando­
res de la fe, ya no h a b rá p ara ella u n fu n cio n am ien to autó­
n o m o de la p u ra razón. El alm a descansa en la posesión de
la verdad que le sum inistra la fe, y a su vez la fe vivida p e n e ­
tra, sin anularla, hasta lo más íntim o d e su raz ó n ” 79.
La sab id u ría es tam b ién co n tem p lació n y no basta p a ra
o b te n e rla la u n ió n viva de la fe y la razón. Es m en e ster lle­
var u n a vida virtuosa, som eterse a u n a purificación de los
sentidos q u e p e rm ita a la m en te, ya lim pia de la escoria
q u e dejan los vicios y los apetitos deso rd en ad o s, ascen d er
p o r u n cam ino de descu b rim ien to s espirituales. Este itine­
rario de la m en te hacia Dios n o es u n a m era adquisición
de c o n o cim ien to s abstractos, es u n a fo rm a de vida supe­
rior. La fe en Dios p re c e d e a las p ru eb a s de su existencia
p e ro no dispensa de c o n sid e rar in telectu alm en te la posibi­
lidad de esas p ru eb as. P o r el c o n trario , nos incita a descu­
brirlas, a u n q u e n a d a p o d em o s saber de El sin la ayuda de
su gracia.
Esta conclusión, en lo que respecta al m odo m ás prácti­
co de alcanzar el saber, fue un resultado de su experiencia
personal. La Fe abrió su inteligencia p ara las verdades reve­
ladas y al m ism o tiem po le perm itió salir de sus erro res in­
telectuales y de sus m alos hábitos m orales.
La m etafísica de Agustín p arte de Dios y tom a al univer­
so m u n d o com o u n a realidad que fu n d a su ser en aquel cu­
yo n o m b re es El que es. Las cosas son p o rq u e particip an de

79. G. Frayle, Historia de la filosofía, Madrid, B.A.C., 1960, T. II, pág. 200.
554 RUBEN CALDERON BOUCHET

las ideas ejem plares de acu erd o con las cuales han sido
creadas p o r Dios. Para alcanzar la raíz de esta relación de
participación, precisa a h o n d a r más en la esencia de las co­
sas hasta advertir la existencia de u n a sem ejanza increada,
en fu n ció n de la cual todo lo que es sem ejante es sem ejan­
te. Esta sem ejanza p rim e ra es el Verbo de Dios y ella se con­
vierte en fu en te y m odelo que explica las participaciones
de las criaturas.
F orm a típ icam ente agustiniana de ilum inar u n p ro b le­
m a filosófico, com o el de la participación, re c u rrie n d o a
u n prin cip io teológico.
La participación de toda la realidad en Dios fu n d a un
o rd en , pues cada cosa o cu p a u n lugar d e te rm in a d o p o r el
a u to r m ism o del universo. Las aparen tes disonancias que
p u e d a advertirse en esta sinfonía del m u n d o c o n c u rre n a
la belleza y a rm o n ía del conjunto.
“Paz y o rd e n son sinónim os. La paz del cuerpo es la o r­
d e n a d a com plexión de sus p artes y la del alm a irracional la
o rd e n a d a calm a de sus apetitos. La paz espiritual viene con
la a rm o n ía del conocim iento y la acción, del cuerpo y del
alm a. La paz e n tre el ho m b re m o rtal y Dios, es la o b e d ie n ­
cia o rd e n a d a p o r la fe bajo la ley e te rn a. La paz de los h o m ­
b res e n tre sí es su o rd en a d a c o n c o rd ia ” 80.
La aspiración universal de los entes los con d u ce hacia la
paz y el o rd e n en la concordia de todas las cosas creadas
p o r Dios. Se p u e d e advertir con facilidad la im p o rtan cia
q u e tiene este pensam iento teológico en la form ación de
sus ideas políticas.

8 0 . L a C iudad de Dios, X IX , 13.


LA CIUDAD CRISTIANA 555

E l c r is t ia n is m o y l a I g l e s ia

A m ar el o rd en del m u n d o y usar de todas las cosas en


vista de ese o rd en , tal es el fin de la vida según A gustín. Pe­
ro al verd ad ero sentido de ese o rd en sólo el cristiano p u e­
de descubrirlo. El estado de naturaleza caída hace im posi­
ble, p ara el h o m b re librado a las únicas fuerzas de su razón,
hallar el cam ino que con d u ce a la vida en la paz del am or
a Dios.
La G racia de Dios es la m ano ten d id a que levanta al
h o m b re h e rid o p o r el pecado y lo rein teg ra al o rd e n del
am or. La vida h u m a n a en todas sus dim ensiones p erso n a­
les, fam iliares y políticas, está constituida en vista al logro
de este últim o fin: la visión beatífica; y p ara lograrla, todo
d eb e ser usado en o rd en a ese bien trascendente.
La vida del cristiano es u n tránsito que sube del pecado
a la gloria en el R eino de Dios. Para facilitar ese ascenso y
to m an d o en c u en ta la n aturaleza social del h o m b re, Dios
h a creado la Iglesia. A quél tiene necesidad de u n o rd en
eclesiástico p ara salvarse; sin ese o rd en no p u e d e convertir­
se en cristiano y vivir com o tal. Es necesario, y con n ece­
sidad esencial, p e rte n e c e r a la Iglesia p a ra alcanzar la san­
tidad q u e abre las p u ertas del Reino.
San A gustín escribió su libro La Ciudad de Dios con el
p ropósito de señalar la lu ch a que libran los que am an a
Dios y aquellos que se reb e lan co n tra él. “Dos am ores — es­
cribe— hiciero n dos ciudades: el a m o r de sí m ism o hasta la
negación de Dios hizo la ciudad terren a. El am or de Dios
hasta la negación de sí m ism o hizo la ciudad de D ios”.
La oposición de am bos reinos es m ística e interior.
Q u ien am a a Dios p e rte n e c e a su ciudad; y q u ien lo odia,
556 RUBEN CALDERON BOUCHET

a la ciu d ad del Diablo. La ciu d ad espiritual de los elegidos


n o es la Iglesia m ilitante en la que se m ezclan, de hech o ,
los h a b ita n te s de am bas ciudades. El h o m b re alcanza su
fin su p ra te m p o ral cu a n d o usa los bienes de este m u n d o
o rd e n a d a y caritativam ente. La vida social no tien e p o r fin
el goce hed o n ístico d e las cosas gratas q u e d a la tierra. El
e quilibrio, la paz y la p e rfe c ció n de n u e stra vida consisten
en conservar la b u e n a relació n q u e d e b e existir e n tre las
cosas m u n d an as y el fin p a ra q u e h a sido h ech o el hom bre.
Se p ierd e la paz c u a n d o triu n fa u n a viciosa adhesión a lo
q u e es p ereced ero : “Así los hijos de Dios no d esesperen,
ellos tien en su consuelo, consuelo q u e construye su espe­
ran z a sobre b ien es e te rn o s y no sobre éstos vacilantes y ca­
ducos. Ellos co n sid e ran la vida de aq u í abajo com o escue­
la de la vida e te rn a en d o n d e , sem ejante a los viajeros,
usan de los b ien es de este m u n d o sin cobrarles gran afec­
to y en d o n d e los dolores se tom an com o p ru eb a s y purifi­
caciones” 81.
Los b ienes tem porales tienen su o rd en y je ra rq u ía . En
p rim e r lugar se e n c u e n tra n los del espíritu: la ciencia y el
arte. Advierte A gustín los peligros que esconde la soberbia
intelectual y señala com o an tíd o to el cultivo de la h um il­
dad. En Cristo, Rey de la C iudad de Dios, celebram os la h u ­
m ildad. La falsa ciencia inspira u n a vanagloria nociva para
la vida del espíritu, tan to o m ás q u e la concupiscencia de­
satada p o r el arte al servicio de las pasiones. Estos bienes re­
ciben su o rd en de la sabiduría o se convierten en piedras
de tropiezo. U na sociedad bien o rd en a d a p u e d e hacerles
cu m p lir u n papel purificador.

8 1 . L a C iudad de Dios, I, 2 9 .
LA CIUDAD CRISTIANA 557

El precepto de am ar al prójim o com o a sí mismo p o r el


am or de Dios fu n d a las relaciones sociales exigidas por la en ­
señanza d e la Iglesia. San A gustín, e n u n o de los libros
com puestos poco después de h a b e r recibido el bautism o,
se refiere exp lícitam en te a esta acción social desplegada
p o r la Iglesia: “A todos dispensa la ed u cació n y la e n señ an ­
za. H aciéndose sim ple con los p e q u e ñ o s y varonil con los
h o m b res, calm a con los viejos, com o conviene a su m ad u ­
rez espiritual y corporal. H ace a las m ujeres sum isas con
sus esposos, n o p a ra d a r satisfacción a su v o luptuosidad si­
no p a ra p ro p a g a r la vida y m a n te n e r la u n id a d d e la fam i­
lia en la obediencia. O rd e n a la a u to rid a d de los m aridos
sobre sus esposas, no p a ra tra tar con desprecio al sexo m ás
débil, sino p a ra d o m in arle según las leyes del m ás p u ro y
sincero am or. C on libre servidum bre som ete los hijos a sus
p ad res y p o n e a los p adres delan te de los hijos con d om i­
nio de p iedad. C on vínculos de religión, m ás fu e rte y más
estrech o q u e el de la sangre, u n e a h e rm a n o s con h e rm a ­
nos. E strecha con a p re tad o y m u tu o lazo de a m o r a los que
u n e p a ren tesco y afinidad y resp eta en todos las condicio­
nes de su n atu raleza y voluntad. E nseña a los criados la
u n ió n con sus señores m ás p o r a m o r al d e b e r q u e p o r n e­
cesidad de situación. H ace q u e los señores tra te n con dul­
z u ra a sus criados p o r respeto a su Sum o y C o m ú n Señor,
Dios, y los hace o b e d e ce r p o r persuasión antes q u e p o r te­
m or. Liga con vínculos de fra te rn id a d a los ciudadanos
con los ciudadanos, a las naciones con las naciones; en
u n a palabra, a todos los ho m b res con el re c u e rd o de sus
prim ero s padres. A los reyes e n señ a a m ira r p o r los p u e­
blos y a los pueblos am o n esta p a ra q u e obedezcan y am en
a sus reyes. E nseña con diligencia a q u ién se debe honor,
a q u ién afecto, a q u ién respeto, a q u ién tem or, a quién
558 RUBEN CALDERON BOUCHET

consuelo, a q u ién am onestación, a q u ién ex h o rtació n , a


q u ién correcció n , a q u ién rep re sió n , a q u ién castigo, m os­
tra n d o cóm o se d eb e todo a todos, p ero sí a todos caridad,
a n in g u n o o fen sa” 82.
El am or al prójim o crea u n o rd en de caridad que culm i­
n a en el am o r a Dios. El cristianism o al llevar esta exigen­
cia sobre las relaciones de convivencia aspira a u n a u n ió n
de todos los pueblos en Cristo, base y culm inación de la so­
ciedad cristiana. Base p o rq u e Cristo es la p resencia m ística
q u e preside el desarrollo de la vida in te rio r y a p a rtir de
ella construye el o rd en fam iliar y el político com o proyec­
ciones de u n a intim idad edificada en el am or a Cristo; su
culm inación p o rq u e todos los pueblos d eb en aceptarlo co­
m o a su S eñor y Salvador.

F u e n t e s d e s u p e n s a m ie n t o p o l ít ic o

Gustave C om bes h a h ech o u n estudio detallado de las


influencias recibidas p o r A gustín y que de algún m odo in­
ciden en sus ideas políticas. C on el p ropósito de facilitar su
com prensión, C om bes nos p ro p o n e el siguiente esquem a:
a. R ecibió la in flu e n cia de la gnosis m a n iq u e a en el
c o n c e p to d e la d o b le c iu d ad an ía: la celeste y la te rre stre
en c o n sta n te lucha. Esto p arece in sp irarse en la d o c trin a
d u alista de M anes, a u n q u e conviene a d v ertir q u e en
A gustín es m ás u n vestigio de im ag in ació n q u e de p en sa­
m ie n to .

8 2 . C o s tu m b r e s d e la Ig le s ia C a tó lic a , I, 3 0 , 6 3.
LA CIUDAD CRISTIANA 559

Persiste la influencia m an iq u ea en cierto gusto p o r


ac en tu a r el contraste e n tre la Iglesia com o ciudad del bien
y los reinos de este m u n d o com o ciudad del mal; en la crí­
tica sobre la política ro m a n a y en alguna teo ría ocasional
sobre la g uerra; en la acusación que lleva c o n tra los rom a­
nos de h a b e r obedecido en sus conquistas a u n irre fre n a ­
ble deseo de botín; y en la con d en ació n sin m atices de las
fiestas religiosas paganas y del teatro.
b. La influencia platónica se advierte e n su teo ría de la
p articipación a través de la cual A gustín trata de conciliar
el esencialism o griego con las exigencias existenciales del
cristianism o. Es platónica la idea de u n a razón soberana
fu en te de la ley y la ju sticia y la idea de las cuatro virtudes
fu n d am en tales de la vida cívica.
c. C iceró n es q u ie n h a in flu id o de m a n e ra decisiva en
sus ideas políticas. De él to m ó A gustín la d efin ició n de
ley, to d o lo q u e se refiere a la n atu raleza, o rig e n y carac­
teres del d e re c h o . Las reflex io n es de C iceró n resp ecto de
los oficios le in sp ira ro n co m e n tario s acerca de los d e b e ­
res d e los m ag istrad o s cristianos. Leyó y glosó p e rm a n e n ­
te m e n te los sig u ien tes libros de C icerón: De Legibus, De
Officiis, y De República. Este ú ltim o libro se h a p o d id o re e ­
d ita r e n su to ta lid a d gracias a las citas de A gustín en La
Ciudad de Dios.
d. R etórico latino, se h a b ía n u trid o en los clásicos rom a­
nos; a u n q u e su pasión religiosa solía llevarlo a fo rm u la r ju i­
cios inexorables c o n tra el paganism o, n u n c a descuidó el
cultivo de los p ensadores antiguos. Leyó a Salustio, a Florus
y a Tito Livio y conoció a Tácito. E ntre los poetas paganos
citaba con p referen cia a Virgilio, algo m enos a H oracio, y
ra ra vez a Juvenal.
560 R U BE N C ALDERON B O U C H E T

e. C onvertido al cristianism o, leyó co n stan tem en te el


Antiguo y el Nuevo Testamento, y su pen sam ien to político se
inspiró con p referen cia en la enseñanza de San Pablo.
F recu en tó con lectu ra asidua a T ertuliano, Lactancio,
San C ipriano y San A m brosio.

L a a u t o r id a d y el p o d e r

Dios es el origen de todo poder. C uando hizo al ho m b re


a su im agen y sem ejanza lo colocó sobre la tie rra p a ra que
re in a ra en ella sobre los peces del m ar y los pájaros del cie­
lo, sobre las bestias y todos los anim ales de los cam pos que
se m ueven y arrastran. C uando A gustín co m en ta el pasaje
del Génesis d o n d e se habla de la creación y del p o d e r que
Dios dio al h o m b re , hace n o tar que esa a u to rid ad se extien­
de ú n icam en te al m u n d o anim al. Dios quiso que el h o m ­
bre, h ech o a su im agen, d o m in ara ú n icam en te a los irracio­
nales, no el h o m b re al hom bre, sino el h o m b re a las
bestias. El n o m b re de siervo aplicado al h o m b re lo ha m e­
recido la culpa, n o la naturaleza 83
El o rd e n je rá rq u ic o de la sociedad aparece im puesto co­
m o u n a exigencia del p ecado y no de la natu raleza m ism a
del ho m b re. Esta idea, com o señalan los Carlyle, es com ún
a la m ayoría de los Padres de la Iglesia a p a rtir d e San Ire­
neo. San A gustín la sostiene en su com entario a la Epístola
a los rom anos, de Pablo. D om inado por la id ea de la liber­

8 3 . L a C iudad de Dios, X I X , 15.


LA CIUDAD CRISTIANA 561

tad q u e gozarán los hijos de Dios cu ando se e n c u en tre n en


su R eino, piensa la situación del h o m b re en este m u n d o co­
m o la de u n p e re g rin o atribulado p o r las consecuencias de
su pecado. El régim en político a que d eb e som eterse de­
p e n d e de su condición itin eran te y de su inclinación a la so­
b e rb ia y a la prevaricación.
Las instituciones sociales tien en p o r finalidad la paz. Pa­
ra asegurarla es m en ester que tengan au to rid ad y p o d e r
p a ra p o n e r coto a las m alas inclinaciones de u n a disposi­
ción d e so rd e n a d a p o r el pecado 84.
En la id ea que se hace Agustín respecto al o rigen de la
a u to rid ad social hay u n a contradicción, pues c u an d o h ab la
de la fam ilia reconoce q ue sus m iem bros están som etidos
n a tu ra lm e n te a la potestad p a te rn a y luego explica que la
sociedad civil nace com o u n a proyección de la e stru c tu ra
familiar. P ero si la a u to rid ad del p ad re está im puesta p o r
las circunstancias naturales del nacim iento y ésta tie n d e a
ex ten d erse, supongo que n a tu ra lm e n te , al o rd en de las re ­
laciones sociopolíticas ¿de d ó n d e sale que son originadas
p o r el pecado?
En estas reflexiones de Agustín es de lam e n ta r la ausen­
cia de u n a clara distinción e n tre instituciones que tien en
p o r m isión u n a realización más perfecta del ser h u m a n o y
aquellas otras, de tipo judicial, que h a n sido im puestas p o r
la existencia de las m alas inclinaciones del h o m b re . La so­
ciedad busca crear la paz que exige el b u e n vivir hu m an o ,
p ero el h o m b re sabe que no p o d rá h a b e r co n co rd ia si no
hay u n p o d e r que im pida los desm anes.

8 4 . L a C iudad de Dios, X I X , 1 2 , 1.
562 R U BE N C ALDERON B O U C H E T

El h ech o q u e explica la existencia de este p o d e r coacti­


vo es el desfallecim iento de la naturaleza h u m a n a vulnera­
d a p o r el pecado. Este m ism o h ech o explica tam bién la ten­
d e n c ia a abusar del p o d e r o a rebelarse co n tra él cuando
m e rm a su firm eza o su justicia. Esta doble ten tación lo obli­
ga a rec o rd a r principios h a rto despreciados p ero que sir­
ven p a ra fo rtalecer las instituciones y p o n e r coto a las incli­
naciones perversas de los hom bres.
La influencia platónica, recibida a través de C icerón,
a parece en su co n cep to de la a rm o n ía social com o realiza­
ción de la justicia. A gustín m odifica la id ea p agana y colo­
ca la presen cia m ística de Cristo en el cen tro de esta nueva
a rm o n ía social: “La v erd ad era ju sticia no está sino en aq u e­
lla rep ú b lica cuyo fu n d a d o r y g o b e rn a d o r es Cristo, si es
q u e nos place llam arla república, p o rq u e n o podem os n e ­
g ar que sea tam b ién cosa del pueblo, si em p ero este n o m ­
b re, q u e en otras p artes tiene aceptación diversa, se a p arta
del m o d o c o rrien te de nu estro lenguaje, p o r lo m enos en
aquella ciudad de la cual dice la Sagrada Escritura: cosas
gloriosas se h a n dicho de Ti, C iudad de Dios, en esta ciu­
d ad está la v erd ad era ju sticia” 85.
Y tam b ién la v erd ad era libertad, aquella q u e nace de la
natu raleza fijada p ara siem pre en u n o rd e n de a m o r a Dios.
Las ciudades fundadas p o r los pereg rin o s de este m u n d o
d eb en re c o n o c e r la a u to rid ad de aquel que tiene su cetro
sobre todos los reyes de la tierra: “P o rq u e si es lícito a un
rey m an d ar en la ciudad que g obierna, cosas que nin g u n o
antes que él y q u e ni aun él mism o h ab ía m andado nunca,
y no es co n tra el b ien de la sociedad obedecerle, antes lo

8 5 . L a Ciudad de Dios, II, 2 1 , 4.


LA CIUDAD CRISTIANA 563

sería no o b ed ecerle — p o r ser prim ordial de toda sociedad


o b e d e ce r a sus reyes— ¿cuánto m ás d e b e rá ser obedecido
Dios sin titubeos en todo cuanto o rd en a re , com o rey del
universo? P o rq u e así com o en tre los p o d eres h u m an o s la
m ayor potestad es a n te p u e sta a la m e n o r en o rd e n a la obe­
diencia, así la potestad de Dios tiene q u e ser a n te p u e sta a
todas las p otestades h u m a n a s” 86.
Las potestades civiles sostienen el o rd en civil en la paz y
en la co n co rd ia m ed ian te las leyes. El h o m b re de fe p e rte ­
nece a la ciudad de Dios, p ero acepta ese o rd e n civil y no
d u d a en cum plir las leyes establecidas p ara el sostenim ien­
to de la vida m ortal. Las leyes justas que dispone la a u to ri­
d ad civil son bu en as a u n q u e sean terrenales. E ntre am bas
ciudades hay co n co rd ia con respecto a estas cosas. N o la
hay en todo lo que se refiere a las leyes religiosas m ientras
la ciu d ad te rre n a no adm ita lo q u e está o rd en a d o p o r Dios.
La ciu d ad de Dios no p u e d e aceptar u n a legislación co n tra­
ria a la d o c trin a de la Iglesia de Cristo. Esto sería p o n e r la
au to rid ad h u m a n a sobre la divina y esto es con trario al
p rincipio de autoridad.
“Ella, la c iu d a d de Dios, no su p rim e ni d estruye nad a,
an tes b ien lo co n serv a y acepta, y ese c o n ju n to , a u n q u e di­
verso en las d ife ren te s naciones, converge a u n ú n ico y
m ism o fin: la paz te rre n a , si no im p id e la religión q u e e n ­
señ a la existencia del Dios ú n ico y v e rd ad ero . La ciu d ad
celestial [la Iglesia] usa en su viaje de la paz te r r e n a y de
las cosas relacio n ad as con la co n d ició n actual d e los h o m ­
b re s ” 87.

86. Confesiones, III, 8, 15.


87. La Ciudad de Dios, XIX, 17, 1.
564 R U BEN C ALDERON B O U C H E T

A gustín establece con suficiente claridad la distinción


e n tre el o rd en a m ie n to ju ríd ic o de la sociedad tem poral y
u n o rd e n m oral fu n d ad o en leyes eternas. E ntre am bos ór­
d en es hay subordinación: el prim ero tiene que aco rd ar sus
leyes con el segundo p a ra q u e se p u e d a cum plir la ju sta ar­
m o n ía que Dios q u iere en la actividad del hom bre.

A u t o r i d a d y f a m i l ia

La au to rid ad procede de Dios, p ero tiene su fuente n atu ­


ral en la patern id ad . La fam ilia es la base y el fu n d am en to
del o rd en social y se p u ed e decir, sin traicionar el pensa­
m iento de Agustín, que la sociedad política es u n a proyec­
ción del o rd en familiar. C onstituida p o r familias, obedece
en grandes líneas a u n a estru ctu ra sem ejante.
Lo dice A gustín con ese sesgo ciceroniano q u e n o im pi­
de la fam iliaridad del lenguaje: “En efecto, la u n ió n carnal
e n tre el h o m b re y la m ujer, desde el p u n to de vista social,
es u n sem illero de la c iu d a d ”. Y agrega: “La casa debe ser el
p rincipio y el fu n d am e n to de la c iu d a d ... y esto es tan con­
fo rm e con el o rd e n n atu ral, que el n o m b re de p a d re de fa­
m ilia trae de aquí su origen y está tan divulgado que hasta
los señores injustos lo reclam an com o título p a ra p resen tar­
se an te sus súbditos” 88.
El Estado n o p u e d e convertirse en u n fin en sí m ism o.
Su actividad, p o r p ro p ia naturaleza, está su b o rd in a d a al fin
últim o del h o m b re que es supratem poral. Los bienes del

8 8 . L a C iudad de Dios, X I X , 16, 3 y 4.


LA CIUDAD CRISTIANA 565

espíritu d eb en ser alcanzados en u n esfuerzo que u n a la vo­


lu n ta d del individuo a la acción m an c o m u n ad a de la socie­
dad. Si no se am an esos bienes suprem os q u e p e rte n ec e n a
la ciudad de Dios, el interés del h o m b re se volcará sobre
objetivos p u ram e n te m u n d an o s, au n q u e aparezcan com o
ideales colectivos de fra tern id a d social, y la consecuencia
será la m iseria y la desesperación.
La ciudad an tig u a consideraba al Estado com o el fin su­
p rem o de la vida hum ana. San Agustín rechaza esta noción
y coloca a la sociedad política en el plan de salvación que
Dios h a concebido p ara los ho m b res y que éstos h an co n o ­
cido en la p erso n a de Cristo. Es m en ester que el Estado sir­
va al destino sup ratem p o ral del ho m b re y acepte, en cu a n ­
to Estado, el m agisterio salvador de la Iglesia.
La a u to rid ad h u m a n a es tanto más a u to rid ad cu an to
m ás en serio tom a la fu en te divina de la q u e em an a su p o ­
der. Si la voluntad del que tiene la investidura es m ala, vio­
lará el o rd en establecido p o r Dios, irá co n tra la ley e te rn a
y en su prevaricación d e stru irá su p ro p ia au to rid ad p o r
ap a rtarla de la fu en te q u e legitim a y sostiene.
El p o d e r de todos los g o b ernantes, b u en o s o m alos, vie­
n e de Dios. Todos e n tra n en la econom ía de sus designios,
pues El sabe m ejor que n in g ú n h om bre lo que se d eb e usar
c o n v en ien tem en te en cada tiem po 89.
No im p o rta bajo q u é p o d e r viva el h o m b re, p e ro in te re ­
sa, p a ra su vida e te rn a, q u e los depositarios del p o d e r no lo
arra stre n co n tra la ju sticia y la p ie d a d 90.

89. Epístola 138, 5.


90. La Ciudad de Dios, V, 7.
566 R U BEN CALDERON B O U C H E T

En la E pístola 138 habla de los efectos desastrosos que


tien en los m alos gobiernos en las costum bres de los p u e ­
blos. Buscar la p ro sp erid ad económ ica cu ando la virtud no
re in a en los ciudadanos, n o preserva a las ciudades de la
decadencia. “Es decir, cu a n d o la avaricia de sus costum bres
co rro m p id as y su rapacidad no p e rd o n a ro n ni a los h o m ­
b res ni a esos que creían dioses, entonces pereció el deco­
ro laudable y la salud de la rep ú b lica ” 91.

L a ju s t ic ia

¿Q ué es la salud de la rep ú b lica y cuál la razón de su fu n ­


dam ento?
A poyado en C icerón, Agustín escribe que la justicia es el
fu n d a m e n to del Estado y piensa, en la huella platónica,
q u e es m ad re de todas las otras virtudes. El p o d e r que la
niega re n u n c ia al m ism o tiem po a la p ru d en c ia, a la forta­
leza y a la tem planza y se con d en a a todos los excesos y to­
das las tiranías.
“D esterrad a la ju sticia ¿qué son los reinos sino grandes
piraterías? Y las m ism as piraterías ¿no son p eq u e ñ o s reinos
sin justicia? T am bién están constituidas p o r u n g ru p o de
hom bres, rígense p o r el p o d erío de uno de ellos, líganse
e n tre sí con pacto de sociedad y se rep a rte n el b o tín según
las leyes de sus d e c re to s” 92.

91. Epístola 138, 16.


92. La Ciudad de Dios, V, 4.
LA CIUDAD CRISTIANA 567

U n Estado bien constituido y que se rige según norm as


de ju sticia tiene que te n e r el p o d e r necesario p ara defen­
d e r su paz in te rio r c o n tra la agresión extranjera. La paz es
el fin de la vida civil y la historia de R om a le h a enseñado
a San A gustín que p a ra preservarla hay q u e estar siem pre
p rep a ra d o p a ra h a c er la g u erra. La fuerza, co n sid erad a en
sí m ism a, no es m ala. El m al radica en su uso injusto, po r­
qu e la fuerza h a de seguir a la ju sticia y no p reced erla. “El
p o d e r apoyado en la justicia, o la ju sticia h e rm a n a d a con
el poder, constituyen la potestad jud iciaria. La ju sticia p er­
ten ece a la b u e n a v o lu n ta d ” 93.
La justicia es la virtud que dirige la acción social. Los
pueblos capaces de establecer u n sistem a de convivencia ju s ­
to viven al m ism o tiem po de acuerdo con la virtud. La his­
to ria en señ a q u e la salud, la fuerza y la felicidad de u n país
no se en c u en tra n e n el placer, en la riqueza o en la gloria
militar, sino en esa santa a rm o n ía que nace de m o d era r los
instintos y las pasiones y arm a r las energías. Esto vale p ara el
individuo y para la sociedad. Agustín sabe que no p u e d e h a­
b er concordia civil si no hay equilibrio en las alm as de los
ciudadanos. La ciudad de Dios com ienza en el alm a com o
aspiración reguladora de la conducta. A p artir de ella gana
p o r proyección el o rd en de la justicia social. La injusticia
tam bién nace de la intim idad y cuando el lujo y la desidia se
h an ap o d erad o del apetito toda la ciudad se contam ina.
U na sociedad que no reconozca al v erd ad ero Dios no
p u e d e te n e r au tén tica justicia: sin ju sticia no hay derech o y
sin d e re c h o no hay pueblo ni Estado, p o r esa razón el Esta­
do v e rd ad eram en te cristiano es aquel en q u e Cristo reina

9 3 . De la Santísim a Trinidad, X III, 13, 17.


568 R U BEN C ALDERON B O U C H E T

en la conciencia del jefe, de los m agistrados y de todos los


ciudadanos.
El p rín cip e cristiano im p era con justicia y no se pavonea
e n tre aduladores. C oloca su potestad a los pies de la majes­
tad divina y p ro cu ra que el culto a Dios se ex tienda sobre
las alm as de sus súbditos. A m a el R eino de Dios y su justicia
p o r sobre todas las otras cosas. Es lento p ara vengarse y es­
tá siem pre presto p a ra perdonar. Si castiga es p o r necesidad
im puesta p o r el bien público y no p ara satisfacer rencores
personales. C uando p e rd o n a lo hace p o r la esperanza de
en m ie n d a y no p o r disposición cordial de su ánim o.
La ciencia, la perfección m oral, u n a sabiduría casi divi­
n a y la paz e n el corazón, son las virtudes q u e debe te n e r el
g o b e rn a n te cristiano. San Agustín piensa en la felicidad y
en el progreso m oral de todos los pueblos, p ero sabe que
la acción eficaz em pieza en la p ro p ia p a tr ia 94.

L a L ey

C icerón rec o n o c ía la existencia de u n a ley natural; en su


tratado sobre las leyes dice que la ley civil o positiva es u n a
expresión de la ley natural. Esta no deriva de n in g u n a o tra
y, au n sin la apariencia, tiene el carácter de u n a ley verda­
dera. La ley n atu ral p a ra C icerón es el fu n d am e n to sobre el
q u e se asienta la sociedad, p ero reconoce que el d erech o
ro m a n o , basado en esta ley, tiene su origen en los dioses.

94. Gustave C om bes, La Doctrine Politique de Saint Augustin, París, Plon,


1927, pág. 118.
LA CIUDAD CRISTIANA 569

N o se p u e d e ser b u e n pontífice — afirm a— si no se conoce


el d e re c h o y éste n o se p u e d e c o n o cer si n o se sabe todo
acerca de la religión 95.
Agustín, cuando reflexiona sobre la ley, trata de llegar a
u n acuerdo en tre lo q ue aprendió com o retórico en las fuen­
tes ciceronianas y aquello que debió estudiar com o cristiano
en las Sagradas Escrituras. Sigue para ello el m ism o m étodo
que usó cuando m editó la noción de autoridad y, com o en­
tonces, dará u n a teoría fundada en principios rom anos, es­
clarecidos y com pletados a la luz de la revelación 96.
C icerón d ecía que la ley e ra “ratio sum m a q u ae ju b e t ea
q u ae facien d a su n t e t p ro h ib e t c o n tra ria ” y le atrib u ía ori­
gen divino p o n ié n d o la bajo la protección de Jú p ite r: “ratio
sum m a Jovis”.
Esta definición n o p o d ía sino agradar a San A gustín p o r­
q u e la colocaba com o u n a razón suprem a q u e em an ab a de
Dios y era tam bién la expresión de la voluntad divina que
ten d ía a conservar el o rd e n natu ral y evitar que fu era p e r­
tu rb ad o . Esta ley así defin id a ten ía que ser e te rn a, invaria­
ble y universal. Dios la h a grab ad o en nuestros corazones
p a ra q u e la en co n trem o s al consultar la conciencia.
“Se ve — escribe Agustín— el principio que sostiene este
razonam iento: hay que o rd e n a r el am or según la perfección
de lo que se ama. La ley e te rn a quiere ese orden. Este se
cum ple en la beatitud, p o rq u e la beatitud es la posesión del
soberano bien y 11 0 se p u ed e estar m ejor que cuando se está
u n id o al m ejor de todos los bienes. La ley e te rn a nos o rd en a
con relación a la beatitud. N ada más fácil que dem ostrar la

95. C icerón, D e Legibus, II, 19.


96. C om bes, ibidem, pág. 128.
570 R U BE N C ALDERON B O U C H E T

iden tid ad del cum plim iento perfecto de la ley y el goce del
soberano bien. La ley consiste en exigir que gocem os de ese
solo bien y que usem os los otros bienes en vista de é l”97.
L a ley e te rn a tiene su expresión ética en esa orientación
h acia el sum o bien que aparece en la conciencia. M arca u n
o rd e n a m ie n to del dinam ism o h u m an o p a ra la realización
de lo q u e hay de más elevado en su naturaleza.
“La ley del ser, la ley del m ejor ser, es la ley m oral. Si hay
q u e superarse y excederse a sí m ism o, es p o rq u e d e te n ié n ­
d o n o s se te n d ría m en o r razón de ser. N uestro deseo de fe­
licidad es e n realidad u n deseo de ser. ¿Cóm o sería posible
p ro fu n d iz ar a ú n más? ¿Q uién n eg ará que te n e r m ás ser y
m ás bien sea preferible a te n e r m enos?... La b ú sq u ed a de
la felicidad es la b ú sq u ed a de Dios y la posesión de la dicha
no es la vuelta sobre sí m ism o y el goce de sí m ism o, sino la
adhesión a Dios y el goce de Dios. De ahí viene que las vir­
tudes sean buenas p o rq u e ayudan a e n c o n tra r a Dios. De
ahí viene tam bién que la posesión de la felicidad sea la con­
quista y el perfeccio n am ien to de las v irtu d e s...” 98.
Esta ley natu ral inscripta e n el corazón del h o m b re es la
q u e Cristo h a venido a ratificar y p e rfeccio n ar p o r la gracia
santificante. La Ley de Cristo es la ley n atu ral santificada
p o r las virtudes infundidas en el bautism o y llevadas hasta
su p len itu d p o r la libre adhesión de los hijos de Dios.
La justicia es o rd en y arm onía, p ero o rd en y a rm o n ía
qu e la ley positiva tra tará de m an te n er en u n to d o m utable.
Los principios q u e hacen al o rd en no cam bian, p ero sí p u e ­
d e n variar las condiciones de aplicación y esto obliga al le-

97. Contra Fausto, XXII, 27, 28.


98. Charles Boyer, San Agustín, B uenos Aires, Excelsa, 1945, pág. 55.
LA CIUDAD CRISTIANA 571

gislador a m odificar las leyes positivas c u an d o se han trans­


fo rm ad o las circunstancias que im pusieron su prom ulga­
ción: “la ley q u e fue ju sta en su o p o rtu n id a d , pu ed e, con
justicia, ser cam biada con el c o rre r de los a ñ o s” '1'1.
Esta afirm ación co ntradice el cuño, a p a re n te m e n te está­
tico, de su idea del derecho: si existe u n d e re c h o fu n d ad o
en la naturaleza h u m a n a y ésta es invariable, m al p u e d e ins­
p ira r u n o rd e n jurídico positivo que varíe en el decurso de
la historia.
A rm onizar la noción de u n a naturaleza fija con la movili­
dad p e rm a n en te de sus operaciones libres era u n a tarea dis­
crim inatoria que el léxico filosófico m anejado p o r Agustín
no le perm itía afrontar. Pero la clave de la solución está im ­
plícita en su pensam iento y bastará el uso adecuado de m e­
jo re s instrum entos conceptuales para resolver el dilema.
La libertad, según Agustín, no consiste e n co n tra ria r los
designios de la natu raleza y violar la ley. El h o m b re libre es
señ o r de su p ro p io ser y el acto perfecto que nace de su co­
rre c ta disposición hacia el bien traza la n o rm a de su legali­
dad. La sentencia de San Ju a n de la C ruz asentada en su
Subida al Monte Carmelo'. ‘Ya p o r aquí no hay cam inos, que
p ara el ju sto no hay ley”, se inspira en el co ncepto agusti-
nian o del o rd e n del am or: am a y haz lo que quieras, p o r­
q u e amar, p a ra A gustín, es la acción apetitiva que conduce
d irectam en te a Dios.
El dilem a no se plantea com o u n a oposición entre n atu ­
raleza y libertad. La naturaleza h u m an a es libre cuando está
o rd en ad a al fin que le conviene: realizar la perfección seña­
lada p o r la naturaleza y alcanzar la libertad es u n a sola cosa.

9 9 . Sobre el libre arbitrio, I, VI, 15.


572 R U BEN CALD ER O N B O U C H E T

N o es la ju sticia q u ien cam bia sino los térm inos de la re­


lación legal: hoy estoy e n u n a situación y m erezco tal cosa,
m a ñ a n a cam bia m i posición y con ella mi m erecim iento.
P ara explicar los cam bios se d eb e te n e r en cu en ta las varia­
ciones que im pone la histo ria a los térm inos de la relación
legal y tam bién se d eb e co n sid erar el hech o de q u e la ley
positiva n u n c a es perfecta.
O tro p u n to de la d o c trin a agustiniana cuya im p o rta n ­
cia señala C om bes es el q u e se refiere a la adh esió n ciuda­
d a n a que reclam a la ley p a ra ser b ien obedecida. D iscuti­
da, sospechosa o d espreciada, p ierd e fuerza y au to rid ad .
A ñade el com entarista: “La justicia, en efecto, no es el pri­
vilegio de u n a clase o de u n p artid o . Es el b ien co m ú n de
la sociedad. Basta que u n solo ciu d a d a n o sea lesionado en
sus d e re c h o s p a ra que la ju sticia resulte atacada; y com o
ella no está dividida en parcelas, sino que d e b e g uardarse
en su in te g rid a d com o tesoro sagrado e inviolable en cada
c iu d a d a n o , es p o r en te ro que ella es violada, cu an d o se la
viola e n u n a sola persona. En este caso com o en todos los
otros, la regla es im placable: no hay ley c u a n d o no hay ju s ­
ticia” 1()0.

O r d e n ju r íd ic o

La función ju d ic ia l h a seguido en el curso de la histo ria


la su erte de la ley. C u ando la ley era co n sid erad a revela-

100. Gustave C om bes, La Doctrine Politique de Saint Augustin, Paris, Pion,


1927, pâg. 147.
LA CIUDAD CRISTIANA 573

ción divina, el ju ic io llevado c o n tra u n d e lin c u en te q u e d a ­


b a librado a u n a decisión del dios, que solía darse en días
especiales, sagrados y únicos, en los q u e re sp o n d ía a sus
consultantes. La convocación del dios ten ía su rito: pala­
bras tradicionales que d eb ían p ro n u n ciarse, gestos sim bó­
licos q u e d e b ía n hacerse y objetos sagrados q u e era m enes­
ter poseer. C u ando la ley fue la expresión del legislador
h u m an o , la del p rín c ip e o de la asam blea, la ju sticia m an­
tuvo, p o r cierto tiem po, sus vínculos religiosos. En todos
los p reto rio s h a b ía u n altar y los ju ec e s ofrecían u n sacrifi­
cio antes de o c u p a r sus sitiales. La sen ten cia e ra p rec e d id a
p o r u n a invocación al dios.
La d o ctrin a cristiana acentúa la disposición am orosa de
Dios hacia la criatura, pero com o subrava repetidas veces
Agustín, el am or de Dios p o r el h o m b re no abroga la ju sti­
cia divina ni an u la la hum ana. A esta últim a la esclarece y la
corrige, le quita frialdad rigurosa respecto al culpable. La
idea de red en ció n im pregna la justicia del cristiano y la ba­
ñ a en su atm ósfera de rescate. El d elincuente es siem pre un
h o m b re y com o tal corregible. En u n a Epístola a N ectario
escribe Agustín respecto de unos acusados p o r sacrilegio:
“no tratem os de alim entar nuestra ira pid ien d o venganza
p o r cosas pasadas. In teresém o n o s m isericordiosam ente
pen san d o en el futuro. Los cristianos tienen que castigar no
sólo con m ansedum bre, sino tam bién con provecho y ven­
taja respecto a esos perversos” 101.
La ju sticia h u m an a, cristianam ente e n te n d id a , debe
p ro p o n erse el a rre p e n tim ie n to del culpable. P o r esto Agus­
tín ve con m alos ojos la p e n a de m u erte y con verdadero

1 0 1 . E p ís to la 9 1 , 9.
574 R U BE N C ALDERON B O U C H E T

h o rro r el uso de la tortura: “p a ra que el h o m b re no se e n ­


sañe con el h o m b re ... es preferible que p ierd a su dinero,
au n q u e el lad ró n lo tenga y no en d u rezca su corazón ato r­
m en tá n d o lo o m atán d o lo cu ando ya no lo tie n e ” 1()íi.
En la m ism a epístola b reg a p o r el derecho de intercesión
de los condenados y, au n q u e lo hace refiriéndose a u n caso
particular, se advierte el carácter general de su reclam o.

S a n A g u s t í n y l a p a t r ia

M ucho se h a h ablado sobre el desarraigo de los prim eros


cristianos y no faltan los que creen que la doctrina de la
Iglesia, p o r su carácter supranacional, tiende a u n a suerte
de internacionalism o en el que se negarían los vínculos
existenciales del h om bre concreto con su nación. El cristia­
nism o asum e al ho m b re en su realidad total y no om ite n in ­
g u n a de las dim ensiones de su personalidad. Todo debe ser
instaurado en Cristo: la co nducta personal, fam iliar y políti­
ca y con ellas las realidades socioeconóm icas que im plican.
Para San Agustín el Estado es la estru ctu ra ju ríd ic a de
u n a nación; y la patria se relacio na directam en te con u n a
civilización m oral. R enunciar a la p a tria es com o ren u n c iar
al idiom a, a los padres, a los usos y a las costum bres de u n a
larga convivencia histórica. P rácticam ente es re n u n c ia r a
ser lo que somos.
El patriotism o antiguo estaba adscripto a la religión de
la ciudad. En este sentido, el que abrazaba la fe cristiana se

1 0 2 . E p ís to la 1 5 3 , 20.
LA CIUDAD CRISTIANA 575

desligaba al m ism o tiem po de los dioses lares y del culto al


hogar. Estos ab an d o n o s eran vistos com o u n a im piedad y
no tiene n a d a de ex trañ o q u e los cristianos fu era n conside­
rados an tip atrio tas p o r todos aquellos que p e rm a n ec ie ro n
fieles al paganism o.
En el patriotism o de A gustín se p u e d e n d istinguir dos
m om entos, a. C u an d o abraza el cristianism o, g ran p a rte
de la tradición ro m a n a q u e d a desvirtuada y som etida a im ­
placable crítica; b. No todo lo q u e constituye la c u ltu ra ro ­
m an a es a b a n d o n a d o y A gustín, con legítim o orgullo, rei­
vindica todos los valores culturales de su p a tria q u e no son
incom patibles con la fe: el valor, el idiom a, las virtudes m i­
litares, la trad ició n filosófica y el gusto p o r vivir d e n tro de
la ley.
“En el pasado tan m ezclado de su país reclam a el d e re ­
cho de elegir, y lo q u e él elige, lo que adm ira y lo que ama,
son las virtudes radicales de la raza: la devoción de sus ciu­
dadanos, el hero ísm o de sus soldados. En u n a palabra: el
alm a m ism a de la p a tria .”
La religión cristiana 110 niega ni considera abolidas las
verdades religiosas q u e p u d ie re n hallarse en los cultos an­
tiguos, ella m ism a es un ree n c u e n tro y u n a superación de
la tradición prim itiva, a la que asum e y p erfecciona con el
principio transfigurador de la gracia traída p o r Cristo. Esta
m ism a síntesis viviente la o p e ra en el organism o m oral y en
la práctica de las virtudes personales y civiles, p o r eso San
A gustín sostiene que la p réd ica cristiana p ro p e n d e al m ejo­
ram ien to de la república: “Los que dicen que la d o c trin a de
Cristo es enem iga de la república, d en n o s u n ejército de
soldados tales y cuales los exige la d o ctrin a de Cristo. D en­
nos tales provincias, tales m aridos, tales siervos, tales reyes,
576 R U BEN C ALDERON B O U C H ET

tales ju eces, tales recau d ad o res y tales cobradores de las


deudas del fisco, com o lo q u iere la d o ctrin a cristiana y atré­
vanse a d ecir q u e es enem iga de la república. N o d u d e n en
confesar que si se o b e d e cie ra a la d o c trin a cristiana se pres­
taría u n gran vigor a la rep ú b lica ” 1()3.

Sa n A g u s t ín y la g u e r r a

A m aba las virtudes que cierran al invasor las p u ertas de


la patria: “N o pienses que alguien p u e d e desagradar a Dios
si m ilita en las arm as. M ilitar e ra el santo David, de quien
el S eñor dio tan gran testim onio, com o lo fu ero n m uchos
ju sto s del Antiguo Testamento’ 104.
En la m ism a carta añ ad e u n a reflexión que conviene
destacar p o rq u e señala ya el espíritu que va a incidir en la
form ación del código de la caballería cristiana: “C uando te
arm as p a ra pelear piensa an te todo esto: tam bién tu fuerza
corp o ral es u n don de Dios. Así n o pensarás en usar co n tra
Dios u n d o n que El m ism o te h a dado. C uando se p ro m e te
fidelidad hay que guardársela tam bién al enem igo co n tra
el que se p e le a ” 105.
Los b árbaros h a n ocupado R om a en 410; y ya en los um ­
brales de la m u erte, Agustín los ve en las calles de su ciu­
dad. Estas p ru eb as no destruyen sus esperanzas terren as y
cree q u e el Im perio sabrá rep o n erse de sus calam idades ac­

103. Epístola 138, 20.


104. Epístola 189, 4.
105. Epístola 189, 6.
LA CIUDAD CRISTIANA 577

tuales. C on esta fe en el fu tu ro de R om a consuela a los que


se a b a n d o n a n a la idea de u n próxim o fin del m u n d o y los
an im a p ara q u e sigan cum pliendo con sus d eb eres terren o s
sin profetizar desastres q u e sólo Dios sabe el día q u e se p ro ­
d ucirán: “Hay q u e evitar dos errores, en cuanto el h o m b re
p u e d a evitarlos; creer q u e el Señor vendrá más p ro n to o
m ás tard e de lo que en realidad vendrá. Me p arece que ye­
rra , no el que rec o n o c e su ignorancia, sino el q u e im agina
saber lo q u e no sab e” l()fi. Y en u n a carta dirigida al obispo
H o n o ra to lo instruye sobre la co n d u cta a seguir si los bár­
baros o cupan su territo rio : “C uando todos h an de padecer,
unos m ás y otros m enos, o todos lo m ism o, b ien se ve quién
pad ece p o r q u ién. P adecen los otros aquellos que, pudien-
do librarse de p a d e c e r p o r la fuga, prefiriero n q uedarse pa­
ra a te n d e r a los otros en su necesidad. Así es com o m ejor
se d e m u e stra la caridad que el apóstol Ju a n rec o m en d a b a
diciendo: com o Cristo dio su vida p o r nosotros así debem os
nosotros d arla p o r nuestros h erm an o s. Los que huyen y los
que atados p o r sus necesidades no p u e d e n huir, si son co­
gidos y ato rm en tad o s, pad ecen p o r sí m ism os y 1 1 0 p o r sus
h erm an o s. Pero los que pad ecen p o rq u e no quisieron
a b a n d o n a r a sus h e rm a n o s q u e los necesitaban p ara su sa­
lu d cristiana, sin d u d a d an la vida p o r sus h e rm a n o s” 1<)7.
Sin lugar a dudas la g u e rra es u n flagelo y de n in g ú n
m o d o es u n bien co n sid erad a en sí, p ero cu ando el en em i­
go ataca hay q u e estar p rep a ra d o p a ra repelerlo. Así com o
nos p rep aram o s p a ra com batir las e n ferm ed ad es previen­
do su aparición, los pueblos tien en que p rep ararse en el

106. Epístola 199, XIII.


107. Epístola 228, 3.
578 R U BE N CALD ER O N B O U C H E T

ejército p a ra h a c er fren te a las arduas circunstancias que


im p o n e la g u erra.

R e l a c io n e s d e l a I g l e s ia y e l E s t a d o

El Estado, p ara d ar cum plim iento a su tarea específica,


necesita de la religión. “Esta fuerza espiritual y p o r en d e
p oderosa, le p erm ite actu ar sobre las conciencias, alim en­
tar en las fuentes in terio res de la fe las virtudes civiles, for­
tificar sus instituciones apoyándolas en principios sagrados
y arraig ar las tradiciones nacionales en el fondo del alma.
Raras veces, y en la an tig ü ed ad p agana nunca, el Estado se
h a privado de esta fuerza” l08.
El p a d re Boyer en su trabajo sobre la m oral de San Agus­
tín h a ju n ta d o algunos textos que usarem os p ara in fo rm ar­
nos sobre el pen sam ien to que ten ía A gustín en el difícil te­
m a de las relaciones de la Iglesia con el Estado. Boyer
escribe sobre el asunto u n a in tro d u cció n q u e conviene m e­
ditar: “De las consideraciones generales sobre las dos ciuda­
des se derivan las relaciones que d eb en existir e n tre la Igle­
sia y el Estado. En efecto, a u n q u e el Estado, en su no ció n
pu ra, no coincida con la ciudad terrestre, ni la Iglesia con
la ciudad celeste, no p o r ello el Estado deja de te n e r por
fu n ció n asegurar la paz te rre n a y la Iglesia tiene p o r m isión
trabajar en la h u m an id a d p resen te p a ra edificación de la
ciudad de D ios... La Iglesia, pues, com o la ciudad celestial,

108. Gustave C om bes, La Doctrine Politique de Saint Augustin, Paris, Plon,


1927, pág. 147.
LA CIUDAD CRISTIANA 579

hace b u e n a cara a todo lo que contribuya a m an ten er la


paz terren a . Se som ete al Estado en lo q u e respecta al o r­
d e n de las cosas tem porales, con tal que el Estado no pida
n a d a q u e se o p o n g a a la consecución de los bienes eternos.
Esto n o es o p o rtu n ism o , sino respeto a los d erechos del Es­
tado. Más aún: la Iglesia es la m adre de las virtudes verda­
deras, p e ro el Estado no p u e d e p ro sp erar sin las virtudes, y
com o la virtud es m ás segura y más d u ra d e ra cu an to m ás
verdadera, la Iglesia es el sostén más firm e y el auxiliar más
útil del E stado” lf)9.
La Iglesia fue fu n d a d a p o r el m ism o Cristo cu ando reci­
bió el bautism o en las aguas del J o rd á n y fue definitivam en­
te establecida en la Pascua de Pentecostés p o r el E spíritu
Santo c u an d o descendió sobre los Apóstoles congregados
en n o m b re del Señor. La m isión de la Iglesia es universal:
“Id y bautizad a todas las naciones, en el n o m b re del Padre,
del H ijo y del E spíritu S a n to ”. La Iglesia que San Agustín
tiene p resen te es la Iglesia santa, “el h u e rto del S e ñ o r”, co­
m o él suele llam arla, o “la fam ilia de C risto”, abstracción
h e c h a de los m alos cristianos que se e n c u e n tra n m ezclados
con los verdaderos hijos de Dios. Esa es la Iglesia que está
d estin ad a a alcanzar los lím ites del m u n d o u n ién d o lo en la
verdad, la caridad y la paz.
U na sociedad política qu e no reconozca esta m isión p ro ­
videncial de la Iglesia de Cristo y en vez de ayudar obstacu­
lice su realización, no cum ple con lo que Dios h a o rd e n a ­
do y carece de la au tén tica paz que fu n d a la justicia.
“Ahí se e n c u e n tra la v erdadera salvación de la república.
La ciudad, en efecto, no se constituye ni se m an tien e en

1 0 9 . C h a r le s B o y er, San Agustín, B u e n o s A ir e s, E x c e lsa , 1 9 4 5 , p á g . 2 1 8 .


580 RUBEN CALDERON BOUCHET

perfecció n m ás que p o r el fu n d am e n to y el vínculo de la


fidelidad y la co n cordia estable, es decir p o r el am or al bien
co m ú n so berano y verd ad ero q u e es Dios, y p o r el am or
bien sincero con que los h om bres se am an unos a otros en
Dios, c u an d o se am an a causa de A quél a quien no p u e d e n
ocu ltar lo que inspira su a m o r” 1
Las reflexiones de San A gustín sobre las relaciones de
la Iglesia y el Estado fu ero n sugeridas p o r las siguientes si­
tuaciones: a. La cuestión con los paganos. En la m ed id a en
q u e el Estado se vinculaba m ás estrech am en te a la Iglesia
cristiana y retira b a su apoyo al culto pagano, los adeptos
d e la a n tig u a religión se h acían fu ertes en el sostenim ien­
to de algunas costum bres: el circo, el teatro y la m agia, que
a ju ic io d e A gustín p e rv e rtía n el gusto y la m oral. En m u­
chas o p o rtu n id a d e s llam ó la ate n c ió n de las a u to rid ad es
sobre los b árb aro s espectáculos circenses, las indecencias
del teatro y los peligros d e las prácticas supersticiosas. C ree
q u e las au to rid ad es d e b e n velar p o r la salud m oral del
p u e b lo de a cu erd o con las sanas costum bres d efendidas
p o r la Iglesia, b. La cuestión donatista. En u n p rim e r m o­
m en to creyó q u e el pro g ram a p lan tead o p o r los donatistas
e ra teológico y confió en que la Iglesia p o d ría resolverlo
sin a c u d ir al g o b iern o . En vista de la contum acia, la m ala
fe y el e n c o n o con que p ro ced ían los donatistas, aconsejó
el uso de la fuerza pública y escribió u n opúsculo: De Co-
rrectione Donatistarum, en el que ap ela a u n a rg u m e n to de
a u to rid a d fu n d a d o en la palabra del Señor: “Id p o r los ca­
m inos, y a lo largo de las calles, y a todos los q u e en c o n ­
tréis, obligadlos a e n tr a r ”.

1 1 0 . E p ís to la 1 4 7 , V, 17.
LA CIUDAD CRISTIANA 581

E l p e n s a m ie n t o d e S a n A g u s t ín in s p ir a
LA CULTURA MEDIEVAL

P ara term in a r n u e stra m editación sobre este santo, a


q u ien podem os llam ar con to d a justicia el Padre del Occi­
d e n te cristiano, glosam os unos párrafos del libro de Ber­
n a rd Landry: L ’idée de Chrétienté Chez les Scolastiques du
XlIIième Siècle en los q u e señala la influencia del obispo de
H ip o n a e n la construcción de la sociedad m edieval.
Esta civilización original del O ccidente cristiano halló su
expresión fiel en la filosofía política q u e se h a llam ado
agustinism o p o r estar inspirada en el pen sam ien to de San
A gustín. Los rep resen tan tes m edievales m ás notables de es­
ta filosofía fu ero n R oberto G rossetête y San B uenaventura.
Ciencias, artes y la m oral personal y pública están anim adas
p o r u n m ism o espíritu y esta vida espiritual es esencialm en­
te m ovim iento y progreso en u n itinerario m etafísico sin fi­
suras. La inteligencia se reh ú sa al reposo y las etapas que
fra n q u e a son escalones q u e p e rm ite n ascender más. U n a
ascensión — escribe L andry— es la palabra que expresa
m ejor el proceso del p ensam iento m edieval. El h o m b re
cristiano no está solo. Dios h ab ita en él y su luz so b re n a tu ­
ral esclarece la razón vacilante. Si superam os los datos del
co n ocim iento sensible y entrevem os verdades necesarias y
ete rn as en las huyentes im ágenes de la experien cia diaria,
lo debem os a Dios que ilum ina n u e stra alm a. Elevada p o r
Dios en la fe, n u e stra inteligencia ad q u ie re fuerza divina y,
p o r irradiación de las verdades eternas, el alm a intuye la
verdad.
U n a razón u n id a tan ín tim am en te con Dios no e n c u en ­
tra sosiego en el estudio de la naturaleza. N ada finito p u e­
582 R U BE N CALD ER O N B O U C H E T

de satisfacer u n pen sam ien to a q u ien la luz divina im pulsa


hacia el infinito. Las ciencias positivas ten ían u n cierto va­
lor, p ero sólo m erecían estudiarse p o rq u e sus objetos eran
m ensajeros de la e te rn a v erdad de Dios. Si el h o m b re con­
sagrara su existencia al estudio exclusivo de u n a de estas
ciencias, pecaría, p o rq u e se a d h e riría a u n a criatura y ésta
sólo vale en cuanto está referid a a su C reador. El físico que
describe los m inerales y las plantas se deja a rrastrar p o r u n a
vana curiosidad, com o el avaro p o r su tesoro, y se convier­
te, an te los ojos del b u e n pueblo cristiano, en u n objeto de
repulsión. La o p in ió n pública m ira com o bru jo al astrólo­
go que observa los astros y al alquim ista que persigue el
gran secreto en sus p robetas cornudas. En cierto m odo la
o p in ió n pública ten ía razón. A quellos ho m b res se habían
olvidado de Dios y se daban p o r e n te ro a los ídolos. N o ol­
videm os que el astrólogo y el alquim ista m ás que hom bres
de ciencia eran ávidos buscadores de u n saber esotérico
q u e h a b ría de darles u n p o d e r ex trao rd in ario sobre la na­
turaleza. El verdadero físico estudia con otro espíritu: bus­
ca en la realid ad física las huellas dejadas p o r el C read o r y
lee en ellas las perfecciones divinas. Pero su investigación
n o se detiene. En cuanto h a c o m p re n d id o que los entes de
aq u í abajo tie n e n su belleza de la belleza increada, el deseo
de c o n te m p la r esa belleza se a p o d e ra de él, se ensim ism a,
y, en su alm a, descubre los rasgos de Dios con su perfección
trinitaria. En su idea del bien reconoce al Dios bueno; la
g e n eració n de su p ro p io pensam iento le perm ite entrever,
de lejos, la g en eració n del Verbo E tern o , y su am or le reve­
la p arcialm ente, la p rocesión del E spíritu Santo. El ho m b re
de ciencia cristiano estudia para recogerse sobre sí mism o
y reflexiona p a ra ascender hacia Dios: ascenderé ad Deum est
intrare se ipsum.
LA CIUDAD CRISTIANA 583

El arte, com o la ciencia, es u n a invitación a subir hacia


Dios. Esta in ten ció n está e n te ra m e n te co n te n id a en la cate­
dral. El inm enso edificio se yergue en m edio de la ciudad
o en la m itad de la cam piña. A su a lre d e d o r se a g ru p a n las
casas com o buscando su protección; y cu ando las p u ertas se
a b ren , el p u eb lo e n te ro e n c u e n tra su lugar en las som bras
pro fu n d as de sus naves. La catedral se anim a y aparece co­
m o u n vasto m u n d o poblado de santos y de ángeles. Esce­
nas del Evangelio, d ram a del Juicio Final, suplicio de los
c o n d e n ad o s y triunfo de los elegidos, el destino e n te ro del
alm a cristiana desfila sobre los portales del tem plo, en los
vitrales de las naves y en los bajos relieves de los coros.
Las estatuas m edievales que todavía nos e n c an ta n con su
gracia in g en u a, en el siglo trece seguían la prescripción
agustiniana de in stru ir deleitando. El artista no las co m p u ­
so en respuesta a u n a p reocupación de belleza y arm o n ía,
el teólogo dictó la o rd en a n z a y dispuso la situación de las
escenas. El nacim iento de Cristo, la crucifixión y el descen­
so al sepulcro estaban hechos de acu erd o con un m odelo
fijado p o r el dogm a. El escultor sólo era libre en los deta­
lles q u e h acen a la o rn am en tació n .
A nte los ojos del creyente m edieval la catedral es u n ca­
tecism o en im ágenes. Las figuras que con tem p la diaria­
m en te lo instruyen sobre su fe, le dicen las verdades terri­
bles o dulces que guían su vida desde la m ás tie rn a
infancia. Lo sostienen en su debilidad y son los ju e c e s ine­
xorables de sus flaquezas.
Esta enseñanza em o cio n ab a p ro fu n d a m en te a las almas
p o rq u e era orgánica y viviente. Las estatuas y las im ágenes
estaban engarzadas en u n c o n ju n to de líneas ascendentes y
eran p a rte de u n e n o rm e organism o de p ied ra lanzado ha­
584 RU BEN C ALDERON B O U C H E T

cia a rrib a en prodigiosa aspiración de infinito. Los co n tra ­


fu ertes se su p erp o n ían un o s sobre otros y subían en fantás­
ticas cabalgatas. Los m uros, desde que a b a n d o n ab a n el sue­
lo, se vaciaban de to d a m ateria, se estiraban y se aligeraban
hasta hacerse tran sp aren tes en los ju eg o s de luces de los vi­
trales. L uego se ram ificaban en las ojivas de los techos y
parecían p erderse en el cielo. El en trecru zam ien to de las
bóvedas estrecha a las inm ensas naves y las sostiene e n su
equilibrio.
¿No es todo esto u n a visión de la existencia cristiana? El
cristiano no p u e d e vivir sobre la tierra si no tiene su p u n to
de apoyo m ás allá del m u n d o visible. Sólo a este precio es
hom bre. D esde los bajos fondos en que está exiliado, su n o ­
bleza, su fuerza, su alegría es p resen tir a Dios. La catedral
es la viviente en c arn a ció n del cristianism o... Su m isión es
a p o d erarse de las alm as fieles, hacerlas subir hasta las regio­
nes d o n d e h ab itan los ángeles y los santos y lanzarlas más
allá d e sus flechas, hasta Dios. El a rte m edieval n o es u n m e­
ro ju e g o estético p a ra exquisitos, es la ascensión del alm a
hacia la belleza viviente e infinita.
La sociedad está concebida de acu erd o con u n m odelo
sem ejante. N o e n c u e n tra su equilibrio en la tie rra y, com o
la ciencia y el arte, no tiene su fin en ella m ism a. Subsiste
suspendida a principios sobrehum anos. Su estabilidad no
proviene de u n calculado g o b iern o de las energías inm a­
n e n te s de la h u m an id a d , sino del m ovim iento que arrastra
los hom bres hacia Dios. Si ese m ovim iento se detiene, las
fuerzas c o rru p to ra s e n tra n en acción y la sociedad se di­
suelve en u n a m u ltitu d rabiosa de clanes enem igos.
En la cristiandad, la razón fu n d am en tal de la autoridad
reside en el bien. Dios la h a creado para el bien de sus cria­
LA CIUDAD CRISTIANA 585

turas, los jefes tienen p o r m isión el bien de sus súbditos...


Son los súbditos y no la gloria del príncipe el verdadero ob­
jetivo de los gobiernos. El Rey es el servidor de todos y su
au to rid ad se ejerce conform e a los m étodos im puestos po r
Dios en el dom inio del universo. La acción divina tom a co­
laboradores y desciende p o r grados desde los más excelsos
hasta los más m iserables. Las esencias se grad ú an en u n a je ­
rarq u ía de nobleza d escendente y cada u n a de ellas im ita el
g ru p o que le es superior. Es com o u n a perífrasis que repite
de m an era siem pre incom pleta las perfecciones más sim­
ples y perfectas de la escala superior. El vicario de Cristo es
el rey de reyes y, al m ism o tiem po que rec u e rd a a todos la
noción evangélica de la autoridad, se presenta, com o Cristo
m ism o, com o el siervo de los siervos: el más hum ilde y m i­
serable de todos, el que lava los pies de los m endigos y hace
p e n ite n cia sobre las cenizas p o r la paz de todas las almas. Al
m ism o tiem po tiene que rec o rd a r a los poderosos del día
que su p o d e r les viene de Dios y que d eb en usarlo para bien
de todos sus súbditos y no p ara su p ropio provecho.
El p ropósito a que tien d e toda esta je ra rq u ía es la salva­
ción de las almas. A yudar a los fieles a elevarse g rad u alm en ­
te h acia la perfección sobren atu ral a la cual h an sido con­
vocados. tal es la razón de ser del Papa, de los Reyes y de los
Príncipes. El Sacerdote tiene el d e b e r de co m u n icar a los
hom bres las verdades salvadoras que h a recibido de Dios y
el P ríncipe d eb e p restar su colaboración ju d icial a la m i­
sión de la Iglesia.
P ara caracterizar esta concepción del m u n d o se h an
p ro p u esto varias designaciones más o m enos denotativas,
p ero el térm in o enunciativo de ejemplarismo o simbolismo tra­
duce b ien la idea de A gustín de q u e toda realid ad es u n a
586 R U BEN C ALDERON B O U C H E T

im agen de Dios y rep resen ta, bajo un aspecto particular, al­


go q u e p e rte n ec e al C reador. La creación e n te ra es vista co­
m o u n p o em a en el q u e cada palabra tiene u n lugar signi­
ficativo, irreem plazable, en la u n id ad de la obra.
C a p i t u l o IV
LA VIDA MONASTICA

L O S ORIGENES

La vida m onástica no es fácil de co m p ren d er p ara el hom ­


bre m o d ern o . Si existe u n tem a m edieval e n el q u e el p re­
ju ic io o c u p a el lugar de la sabiduría es el re fe re n te al asce­
tism o de los m onjes. El o rd e n social cristiano tiene p o r
causa final de su m ovim iento el R eino de Dios. H acia él
m arc h an los m iem bros sanos de la Iglesia m ilitante, que,
co n fo rm e al parad ig m a m ístico de la vida de Cristo, tratan
de co n fo rm ar su itinerario terrestre. La im itación de Jesús
h o m b re se constituye en m odelo del co m p o rtam ien to reli­
gioso, m odelo q u e debe adecuarse a los diversos estados de
la vida del h o m b re, p e ro que de m an e ra especial se logra
en aquella situación de despojo, c u an d o se h a hecho aban­
d o n o de to d a p reo cu p ació n m u n d a n a y se lleva la voluntad
m o d ela d o ra hasta la inm olación de los apetitos más legíti­
m os p a ra subrayar con vigor el advenim iento de la p ro m e ­
sa h e c h a p o r Cristo.
588 RUBEN CALDERON BOUCHET

El cristianism o n o es u n a ideología. N o es u n ap arato


co n c ep tu a l, u n a su erte d e m o d elo ideal c o n fo rm e al cual
se tra ta de c o n stru ir u n o rd e n social perfecto . E n p rim e r
lu g a r p o rq u e el cristianism o n u n c a soñó con u n o rd e n so­
cial p e rfe c to en el se n tid o de u n a realización m era m e n te
h u m a n a y en seg u n d o lu g a r p o rq u e el cristianism o es u n
m ovim iento hacia u n a m e ta q u e se coloca, desde el co­
m ienzo, m ás allá de la h istoria. P ero en ta n to esta m e ta su-
p rah istó rica in fo rm a la vida p erso n al y c o m u n ita ria del
cristiano, va im p rim ie n d o su sello característico a todos
sus actos m u n d a n o s y p o r lo tan to tran sfig u ra el o rd en
con q u e actú a el cristiano, en todas las dim en sio n es de su
acción.
M arcar con fuerza el carácter su p ra m u n d a n o del cristia­
nism o y convertirse en la e n c arn a ció n viva de u n a p e rm a ­
n e n te plegaria, tal fue el p ro p ó sito que tuvieron los m onjes
al separarse del m u n d o y so sten er en la soledad el m ás alto
ideal de la existencia cristiana.
La crítica racionalista es p o r a n to n o m asia crítica libres­
ca. Se lee u n fragm ento literario, se d e te rm in a el g é n e ro y
luego se busca los an teced en tes que p e rm ita n u n a filiación
segura y la colocación del tem a d e n tro de u n a co n tin u id ad
histórica. Lo q u e cada creación tiene de original y único
desaparece e n beneficio de parentescos m ás o m enos cla­
ros y de analogías bien establecidas. P ara explicar el m o n a­
quisino cristiano los altos críticos racionalistas h a n buscado
an te c e d en te s e n todas las religiones del C ercano O rien te y
h a n convocado com o testim onios a los m onjes reclusos del
Serapeum de Memphis, a los ascetas neoplatónicos, a los m o n ­
je s budistas, a los dru id as célticos, a los esenios ju d ío s y a los
tera p eu ta s señalados p o r Filón A lejandrino. Efectivam ente,
LA CIUDAD CRISTIANA 589

en todos estos religiosos se p u ed e e n c o n tra r u n parecido


con los m onjes cristianos, p e ro lo que no se p u e d e hallar es
q u e los cristianos se hayan h e c h o m onjes p a ra parecerse a
estos ascetas paganos.
N o se niega el in terés que p u e d e h a b e r en e n c o n tra r
analogías e n tre tan diversas form as de la vida religiosa, al
fin de cuentas el lenguaje del am or, el del odio, com o el de
la devoción, tie n e n gestos y form as expresivas que p e rte n e ­
cen al p atrim o n io n a tu ra l de la hu m an id ad .
El m onaquism o cristiano se inspiro d irectam en te en el
Evangelio. De allí extrajo sus ideas m adres: la práctica de la
virginidad, la p o b rez a voluntaria, el ren u n c iam ien to a to­
dos los bienes de este m u n d o y la m ortificación. La Iglesia
de Je ru sa le m fue tam b ién la p rim era q u e ensayo u n a fo rm a
de vida co m u n itaria y la santidad de sus m iem bros fue
p u esta de relieve p o r San Pablo e n m uchas o p o rtu n id ad es.
N o faltan en las Sagradas Escrituras, p a rticu la rm e n te en el
Nuevo Testamento, los consejos y ejem plos de u n a p erfecta vi­
d a cristiana q u e incluyen todos los elem entos de la existen­
cia m onacal.
A p a rtir del siglo II, cada u n a de las com unidades cris­
tianas ten ía sus adetas de Cristo, ho m b res o m ujeres, con­
sagrados al servicio del S eñor e n u n a actitud de total sum i­
sión y entrega. “La au to rid ad eclesiástica los aprobaba, los
dirigía, y, si e ra necesario, rep rim ía los abusos y las exage­
raciones sospechosas. Ellos eran distinguidos del resto de
los fieles y con frecuencia recibían de la Iglesia u n lugar de
ho n o r, in m e d ia ta m e n te después de los sacerd o tes” 11h

111. A. M. Jacquin, Histoire de l ’Eglise, París, D escleé de Brouwer, 1928,


T. I, pág. 583.
590 RUBEN CALDERON BOUCHET

Estos p rim eros ascetas vivían e n el seno de la com uni­


dad y e n p e rm a n e n te co n tacto con ella. La vida m onacal
h a rá m ás p e rfe c ta la separación y buscará p a ra el m onje las
condiciones ideales de u n a vida to talm en te contem plativa.

S a n A n t o n i o d e l D e s ie r t o

A ntonio nació en el valle del N ilo en u n a p e q u e ñ a aldea


c e rcan a a M em phis que se llam aba Q u em an , en el año 251.
C onocem os su vida gracias a u n a p e q u e ñ a biografía escrita
p o r San A tanasio q u e lo conoció perso n alm en te. La obra
de A tanasio o b edece, com o todas las hagiografías de esa
época, a ciertas form as convencionales que tom aban espe­
cialm ente en c u e n ta las necesidades catequísticas del tem a.
P o r su erte A tanasio e ra sobrio y no se dejó llevar p o r la fan­
tasía e n tre g án d o n o s u n cuento de santas ficciones. Sin de­
j a r de o b e d e ce r a exigencias del g é n e ro , resulta histórica­
m e n te bastante aceptable en todas sus referencias a la vida
d e este m onje ex traordinario.
H e n ri Q ueffelec, que se puso en la difícil tarea de escri­
b ir u n a biografía de A ntonio al alcance del lector m o d er­
no , lam e n ta el laconism o de Atanasio e n particu lar en todo
aquello q u e se refiere a los prim eros años del m onje: la vi­
d a e n Q u em an , las relaciones fam iliares y la educación re­
cibida. La sobria precisión del hagiógrafo llega hasta b o ­
rra r rasgos h u m an o s que nos h u b ie ra gustado conocer
m ejor. De re to rn o al te rru ñ o , después de largos años de as-
cesis en el desierto, se vuelve a e n c o n tra r con u n a h e rm a ­
n a q u e no h a b ía visto desde la adolescencia y “se regocijó
LA CIUDAD CRISTIANA 591

san tam en te de hallarla envejecida en la virginidad, al fre n ­


te de otras v írgenes”. La frase — co m en ta Q ueffelec— care­
ce de calor h u m an o . Nos h u b iera gustado p e n sar que fue
feliz de hallarse con su h e rm a n a, p o rq u e e ra su h e rm a n a y
n o p o rq u e h a b ía alcanzado g alard ó n en vida a sc é tic a 112.
La hagiografía de A tanasio tiene la aridez del desierto
d o n d e pasó tantos años en la co m p añ ía de aquellos atletas
de C risto. En aras de la p a rq u e d a d le agradecem os q u e no
haya re n d id o culto a la fantasía.
Los p ad res de A ntonio m u rie ro n c u a n d o éste todavía
n o h a b ía salido de su adolescencia. D u eñ o de los bienes
p a te rn o s y a cargo de su h e rm a n a m enor, p u d o h a b e r con­
tin u a d o en la no b le lín e a de sus antepasados, cultivando la
tie rra y extrayendo de ella con qué llevar u n a vida relativa­
m e n te holgada. P ero el jo v en no q u e ría esto y fue en esa si­
tu ac ió n c u a n d o escuchó o leyó el consejo de Cristo al jo ­
ven rico: “Si q uieres ser perfecto , ve y vende to d o lo que
tienes y dáselo a los po b res y luego re to rn a y síguem e, te n ­
drás u n tesoro en el c ie lo ...”. Le pareció que las palabras
del Evangelio estaban dirigidas a él y sin p e rd e r u n m in u ­
to volvió a su casa y distribuyó sus bienes. Dice A tanasio
q u e g u a rd ó u n a p e q u e ñ a sum a p a ra su h e rm a n ita , p ero
q u e luego se a rre p in tió y tam b ién la distribuyó p o rq u e cre­
yó n u ev am en te escu ch ar la voz de Cristo q u e le d ecía con
las palabras del Evangelio: “n o te p reo cu p es p o r lo que has
de c o m e r m añ an a, cada d ía trae su a fá n ”.
Para cum plir con la prom esa h ech a a los padres de velar
p o r la herm an ita, la colocó en u n a casa de vírgenes que
ten ía excelente reputación de santidad y, librado del peso de

112. H enri Q ueffelec, Saint Antoine duDésert, París, 1950, pág. 39.
592 RUBEN CALDERON BOUCHET

su fo rtu n a y de su responsabilidad fraterna, se dedicó a bus­


car la perfección en la práctica de u n total despojam iento.
Las aventuras de este solitario atleta de Cristo h a inspi­
ra d o la im aginación de p in to re s y novelistas, atraíd o s p o r
las salacidades que c re ían d escu b rir en sus tentaciones. J e ­
ró n im o Bosch y Gustavo F la u b ert h a n descripto con vivos
colores las obsesiones sexuales del santo. N o tengo títulos
p a ra in te n ta r u n a in te rp re ta c ió n personal, p e ro la lu ch a
q u e describe A tanasio tien e u n evidente cará c te r so b ren a­
tu ral q u e ni Bosch ni F la u b ert p o d ía n aceptar. C onviene
n o olvidar q u e A n to n io n o e ra u n p e q u e ñ o cereb ral fo r­
m ad o en la c o n te m p la c ió n de im ágenes pornográficas.
C riado en el cam po y de u n a c o n te x tu ra física e x tra o rd in a ­
ria, vivió ciento cinco años. H asta la é p o ca en que lo cono­
ció A tanasio conservaba la d e n ta d u ra ín te g ra a pesar de
los ayunos q u e h a b ría n re d u c id o a polvo los huesos del
m e jo r p lan ta d o . E ra u n poco difícil q u e estuviera co n m o ­
vido p o r los devaneos de u n a im aginación sexual ciudada­
na. En fin, con esta o p in ió n no creo te rm in a r con la im a­
g e n de u n A nto n io e n p e re n n e com bate con la lujuria.
N u e stra é p o ca n o cree en el dem o n io y resu lta de u n a p u e ­
rilid ad asom brosa p e n sar q u e nuestro santo a ü e ta haya
buscado refugio en el desierto p a ra debatirse com o u n im ­
b écil c o n tra u n a im aginación m al d om inada. San A tanasio
ni siquiera h a b la de obsesión diabólica sino de u n asedio
p e rm a n e n te p o r p a rte del D em onio, y, e n el lenguaje p re­
ciso de los teólogos, n o es lo m ism o estar obsesionado p o r
el d e m o n io q u e sufrir un asalto bien real de p a rte de un
ser so b ren atu ral. En el caso de u n a obsesión es difícil esta­
b le c e r c u á n d o es p ro d u c to de la fantasía y cu á n d o hay au­
tén tic a in fid en cia diabólica. El asedio es u n a situación de
LA CIUDAD CRISTIANA 593

lu ch a b ien co n o cid a p o r los g ran d es m ísticos y en la que


Dios p re p a ra el alm a de sus elegidos so m etiéndolos a la
ten ta ció n de Satanás.
San A ntonio se convirtió en je fe de m uchos gru p o s m o­
násticos. N o e ra aficionado a organizar la vida de los otros.
M uchas veces a b a n d o n ó a sus eventuales co m p añ ero s de
lu ch a p a ra buscar en soledad m ás absoluta la paz q u e nece­
sitaba p ara su conversación con Dios.
P ero e ra inútil; d o n d e se instalaba lo alcanzaba la fam a
y p ro n to com enzaban a llegar sus discípulos p a ra a p re n d e r
de él la ciencia de su m ístico desapego.
M urió en el añ o 356 después de h a b e r fu n d ad o m uchos
cenobios d o n d e sus seguidores trataban, con diversa suer­
te, de im itarlo en sus virtudes religiosas. Si prescindim os
del valor so b ren atu ral de su plegaria y nos lim itam os al pla­
no de su influencia cultural, la figura de A ntonio n o tiene
el relieve de la de San B enito de N ursia, o de las de San Co-
lo m b án y San Patricio, p e ro conviene n o olvidar q u e la cul­
tu ra tien e p o r prin cip al objeto la p ro p ia in terio rid ad . Es en
el o rd e n a m ie n to de las disposiciones n aturales con respec­
to al fin últim o d o n d e se incoa el o rd en .

S a n B a s il io

El desierto fue fo rm a n d o al alm a de los seguidores de


A ntonio, cenobitas y anacoretas, y no dejó de im prim ir en
m uchos de ellos la fuerza excesiva de su dureza. Severas ex­
travagancias fu ero n q u ita n d o a la en señ an za de A ntonio el
equilibrio de su h u m an id a d y los arenales de Egipto se lie-
594 R U B E N CALD ER O N B O U C H E T

n a ro n de cam peones de m ortificación q u e p arecían m ás in ­


teresados en b atir u n a m arca q u e en agrad ar a Dios.
Basilio va a reg u lar la vida de los m onjes y co m b atir los
excesos de los erem itas im provisados y solitarios. “L a vida
d el solitario — escribe— n o tiene p o r fin sino su p ro v ech o .”
“N osotros si no vivimos con los otros hom bres, n o podem os
aleg rarn o s con los co n ten to s, ni llo rar con los q u e sufren. ”
“N uestro S eñor h a lavado los pies a sus apóstoles, y tú que
estás solo ¿a q u ién se los lavarás?, ¿a q u ién le prestarás al­
g ú n servicio?, ¿ante q u ién serás tú, v o lu n tariam en te el últi­
m o?, ¿con q u ién ejercitarán la h u m ild ad los que n o tien en
a n te q u ien hum illarse? ¿Si n o tienes prójim o, a quién harás
m isericordia? ¿Si n ad ie se o p o n e a tu deseo, d ó n d e está tu
p acien cia ?” 113.
En u n a carta escrita a su am igo G regorio de N acianzo,
Basilio hace u n bosquejo de las reglas q u e m ás tarde esta­
b lec e rá con todos los detalles del caso p a ra la m ejor con­
d u cció n de la vida m onacal.
En p rim e r lugar, los m onjes se o cu p a rá n de d isp o n e r el
alm a p a ra iniciar u n a vida to talm ente nueva. El pasado con
sus intereses, opiniones, afectos, hábitos y placeres debe
q u e d a r olvidado y totalm ente abolido en el alm a del inci­
pien te. P ara q u e esta separación se c u m p la conviene que el
lu g ar elegido p a ra la form ación del m o n je se halle lejos de
to d o p ro b ab le co n tacto con el m u ndo. R om per con el
m u n d o es la p rim e ra fó rm u la que la vida m onacal im pone.
El dia com ienza con la p rim e ra luz y ésta h a de ser reci­
b id a con plegarias y el canto de los salmos. Ya el sol sobre
el h o rizo n te, se h a de iniciar la jo rn a d a de trabajo acom pa­

1 1 3 . P a b lo A lla rd , San Basilio, B u e n o s A ires, S a n ta C a ta lin a , 1 9 4 5 , p a g . 4 9.


LA CIUDAD CRISTIANA 595

ñ a d a con cánticos espirituales. La lab o r h a de ser mixta:


m an u al e in telectual y las tareas de las m anos h a n de ser al­
tern ad as con lecturas de la Biblia.
La m em o ria y la im aginación se alim en tarán con los san­
tos rec u e rd o s d e los preclaros personajes hallados en las
Sagradas Escrituras y se ejercitarán en rep re sen ta rlo s “co­
m o estatuas vivas o im ágenes an im ad as”. Basilio considera­
ba q u e la oración ju n to con el estudio levantan el alm a has­
ta q u e a d q u ie re el sentim iento habitual de la presen cia de
Dios y se convierte en su verdadero tem plo 114.‘
L a regla de Basilio no im p o n ía a los m onjes voto de si­
lencio, p e ro p ro cu ra b a q u e la conversación fu era p a rc a y
h u m ilde. N ada de p reg u n tas capciosas ni arg u m en tacio n es
sutiles. El to n o claro y la in ten ció n sim ple d eb ían re in a r en
las palabras del h o m b re de Dios.
F rugal hasta el descuido, Basilio cuidaba m al su débil
cu erpo. G regorio de N acianzo con te rn u ra disim ulada tras
la ap arien cia de su am istosa ironía, nos dice que sin m u jer
ni bienes apenas le q u e d a b a u n poco de carn e con algunas
gotas de sangre. U n a natu raleza tan poco exigente p arecía
h e c h a expresam en te p a ra la vigilia: “Todos se levantarán
con la a u ro ra — dice escu etam en te— p e ro la m ed ian o ch e
es la h o ra de los servidores de D ios” 115.
El m onje p e rte n e c e a u n a co m u n id ad sacrificial y toda
su existencia es la inm olación p e rm a n e n te de los deseos
personales en p e n ite n cia p o r los pecados del m u n d o . Sin el
d o g m a de la reversibilidad de los m éritos esta vida carece­
ría de sentido. Basilio creía en ese dogm a y aceptaba su

114. Basilio, Epístola 2.


115. Basilio, Epístola 5.
596 RUBEN CALDERON BOUCHET

p ro p ia oblación y las de sus seguidores com o u n m edio pa­


ra alcanzar u n a a u té n tic a im itación de Cristo.
El g o b iern o de sus religiosos, la necesidad de resp o n d e r
a sus p reg u n tas y d irigir sus alm as le im puso la tarea de p re ­
cisar m ejo r sus ideas acerca de la teología ascética. De esta
ex p erien cia y de esta n ecesidad nació la codificación de sus
Regulae. En ellas tra tó de lo g rar u n sistem a m ixto e n tre la
vida co m u n itaria d e los m onasterios y la soledad de los ana­
coretas. B uscaba u n a conciliación que rin d ie ra m ejores fru ­
tos espirituales to m a n d o de esas form as de vida religiosa lo
q u e p u d ie ra ser m ás ú til p a ra a d e la n ta r en la oración.
N o le gustaban los conventos dem asiado grandes, llenos
de g e n te y atib o rrad o s de habitaciones. Sus construcciones
fu e ro n sencillas y p ro cu ró que en ellas vivieran pocos m o n ­
je s bajo la activa y vigilante dirección de u n ex p e rto en la
vida espiritual. Todos ten ían que a lte rn a r el trabajo m anual
con las oraciones y evitar que la casa d estin ad a a la plegaria
se convirtiera en u n taller. N ada de excesos: ni em p resa la­
boral, n i m ansión de reposo. El tranquilo ru m o r de u n a
co lm en a q u e reza y atien d e a sus necesidades m ás urgentes.
El m ism o tacto que tuvo p a ra dirigir las alm as lo em pleó
p a ra so lu cio n ar los problem as que los conventos p o d ían te­
n e r con el m u n d o . N o quiso que se convirtieran en lugar
d e refugio p a ra los frustrados, pero tam p o co negó asilo a
los q u e buscaban su paz. Los hom bres casados q u e aspira­
b a n a la vida m onástica p o d ían ser recibidos siem pre que
p ro b ara n , de m a n e ra fehaciente, la co n fo rm id ad de la es­
posa. Los esclavos delin cu en tes eran e n treg ad o s a sus d u e­
ños, p ero e ra m en e ster tom arse un tiem po p a ra am onestar
a u n o y o tro sobre la necesidad de u n a conciliación que
d ie ra a la caridad prelacia sobre el d e re c h o positivo. La si-
LA CIUDAD CRISTIANA 597

tuación e ra distinta cu an d o el esclavo escapaba a la perse­


cución de u n am o inicuo, cuyas costum bres paganas aten ­
tab an c o n tra la o b ed ien cia del esclavo a la ley de Dios. En
estos casos Basilio e ra p artid ario de que los derechos del
am o ced ieran a n te la a u to rid ad de la ley divina. El superior
tra tará de p re p a ra r el ánim o del esclavo p a ra q u e sea capaz
de sufrirlo todo antes de ab an d o n arse al m al, p e ro tam bién
se p re p a ra rá p a ra d e fe n d e r al esclavo, reh u sarlo a su legíti­
m o d u e ñ o , a u n q u e esto cree u n conflicto fren te al d e re c h o
vigente 116.
Basilio vivió e n tre el 329 y el 379 de n u e stra era. En esa
época, el paganism o, sin ser la religión del Im perio, e ra to­
davía la religión de la m ayoría de la gente. Este h e c h o ex­
plica la p reo c u p a c ió n q u e tuvo Basilio p o r convertir a sus
conventos e n focos de instrucción escolar. Las escuelas ofi­
ciales o privadas estaban bajo la dirección de m aestros pa­
ganos en su casi totalidad. Los alum nos, ju n to con la ense­
ñanza, recib ían la c o rru p c ió n de sus costum bres. Los
establecim ientos religiosos se convirtieron así e n colegios y
los p adres enviaban a sus hijos a vivir con los m onjes y reci­
bir, bajo su féru la, la santa d o c trin a im p artid a p o r la Igle­
sia. Las reglas de Basilio to m an en c u e n ta la situación de es­
tos escolares, varones o niñas, y están llenas de delicados
recau d o s p a ra q u e la vida de los niños in te rn ad o s sea res­
p e ta d a en la p u reza de su edad. E ntre los alum nos y los
m onjes n o h a b rá n a d a en com ún, salvo la p articipación en
los ejercicios piadosos. La austerid ad que reg u la la existen­
cia de los religiosos no es aplicable a la de los jóvenes estu­
diantes. Estos d e b e n co m er y d o rm ir con m enos p a rq u e ­

1 1 6 . B a s ilio , Regulae Fusius Tradae.


598 RUBEN CALDERON BOUCHET

d a d y les está señalado u n rég im en de recreos q u e tom a en


c u e n ta las exigencias de u n cu erp o en crecim iento.
Sobre la fo rm a com o p o d ía n usarse las letras griegas en
la ed u c ac ió n de los jó v en es nos h a dejado u n discurso que,
según la a u to riza d a o p in ió n de A im é P uech, h a p restado
dos veces u n in n eg ab le servicio: la p rim e ra vez cu a n d o fue
p u b licado; la segunda, d u ra n te el R enacim iento, c u an d o
se tra tó de nuevo e n la cristiandad la cuestión del uso de
la c u ltu ra p ro fa n a y del p ap el q u e p o d ía d e sem p e ñ ar en la
e n señ a n z a m .
Basilio com ienza con u n elogio de los grandes escritores
de la an tig ü ed ad p agana sin que se le o c u rra que p u e d a ha­
b e r u n peligro en la frecuentación literaria de u n politeís­
m o fran cam en te perm itido. Se p reo cu p a algo más de las in­
decencias descriptas p o r algunas obras y hace, en tre los
autores, distingos que sin favorecer el im p u d o r no se m ues­
tran pacatos ni estrechos. A dm ira decididam ente a H om ero
y lo tom a, a diferencia de Platón, com o m aestro de buenos
ejem plos y p o e ta de la virtud. P aulatinam ente — escribe
P u ech — ab a n d o n a sus reflexiones sobre las obras literarias
y se deja llevar p o r el placer de n a rra r algunas anécdotas
con interés m oral. Su tratado se convierte en u n centón de
historietas contadas con gusto y que re c u e rd a la m an era de
Plutarco e n su libro Sobre la lectura de los poetas.
El h elenista alem án W erner Ja eg e r com para la acción
cultural de la escuela de C apadocia (Basilio, G regorio de
N acianzo, y G regorio de Nisa) con la de la Escuela de Ale­
ja n d ría fo rm ad a p o r C lem ente y O rígenes y concluye que,

117. Aim é Puech, Historié de la Littérature Grecque Chrétienne, Paris, Les Be­
lles Lettres, 1930, T. III, pâg. 277.
LA CIUDAD CRISTIANA 599

si b ien am bas tra taro n de in co rp o rar el pensam iento griego


a la d o ctrin a cristiana, la escuela de A lejandría se lim itó al
á re a de la form ación teológica, m ientras q u e los Capadocios
ten ían en sus m entes todo el proceso de la civilización n8.

M o n a s t ic is m o r o m a n o

El im pulso dad o p o r San Basilio a u n m onaquism o reg u ­


lado, q u e a te n d ie ra m ás los aspectos sociales de la caridad
q u e la m ortificación de carne, no se detuvo en O rie n te y,
m uy p ro n to , gracias a la influencia ejercida p o r San Ata­
nasio, su fuerza expansiva p e n e tró en R om a y halló en los
círculos cristianos de la ciudad E te rn a u n a calurosa acogi­
da. San J e ró n im o y San A gustín se convirtieron en decidi­
dos apologistas de esta fo rm a de vida religiosa.
D e J e ró n im o n o ten e m o s u n tra ta d o de teo lo g ía ascé­
tica o rg á n ic o y b ie n e s tru c tu ra d o , p e ro existen cartas y
o b ras polém icas llenas de p rin cip io s y reflex io n es q u e
b re g a n p o r la ex isten cia de u n a d o c trin a d efin id a. Los es­
critos p o lém ico s d e fie n d e n c o n to d o el vigor de su tem ­
p e ra m e n to la vida ascética en g e n e ra l y la v irg in id a d en
particu lar. Las cartas son consejos prácticos q u e a falta de
u n a reg la je ro m ia n a nos in fo rm a n so b re su c rite rio e n la
c o n d u c c ió n de la v ida espiritual.
De los m onjes exigía u n desapego com pleto y u n total
a b a n d o n o e n las m anos de sus superiores jerárq u ico s: “Los
m onjes — escribe— son im itadores de los Apóstoles; por

118. W erner Jaeger, Early Christianity and Greek Paideia, Cambridge, 1961.
600 R U BE N C ALDERON B O U C H E T

eso n o p o d em o s p re te n d e r u n a im itación q u e no tom e en


c u e n ta sus acciones. P o r consiguiente, que n in g ú n m onje
diga: tengo a m i p adre, tengo a m i m adre. Te responderé:
tienes a Jesús ¿por qué buscas a esas personas q u e son co­
m o m u ertas p a ra ti? Q u ien posee a Jesús, tiene en El al pa­
d re, a la m adre, a los hijos y a to d a su parentela. ¿Por qué
buscas a los m uertos? Sigue al Vivo... A ti m onje, com o a
A dán, se te p ro p o n e u n a elección y se te dice: ‘H e aquí la
vida, h e aquí la m u e rte , elige lo que q u ieras’ (Eclesiástico,
15,18). Tienes dos padres, el u n o espiritual y el o tro carnal.
N o pu ed es am arlos a los d o s ... Si quieres seguir al p a d re
carn al a b a n d o n a al esp iritu al” 119.
Las palabras son duras y revelan con cru d eza la fisono­
m ía m oral de Je ró n im o . H o m b re que sabía am ar con fu er­
za, pero poco h e c h o p ara el lenguaje de la tern u ra. Veía
siem pre n e g ro sobre blanco y, a u n q u e su inteligencia era
am plia, te n ía p o c a afición al ejercicio sintético de la filoso­
fía. Se am a a D ios o se am a al p a d re y a la m adre. ¿No hay
lu g ar p a ra a m a r a los p adres en el a m o r de Dios? ¿No es
Dios el A m or q u e in teg ra p o r asunción p e rfe c ta todos
nuestros am ores? ¿No llam am os P adre a Dios p recisam en­
te p o rq u e en el a m o r al p a d re está incoado el am o r a Dios?
Tal vez todas estas p reg u n tas h u b iera n en c o n trad o en J e ró ­
n im o u n a resp u esta afirm ativa si no h u b iera estado siem ­
p re ataread o e n re s p o n d e r con vivacidad y santa cólera a
los q u e negaban la V erdad p o r an to n o m asia y se com pla­
cían dem asiado en sutilizar sobre las distinciones.
La o b ed ien cia es p a ra J e ró n im o la virtud del m onje. A
ella su b o rd in a la m ortificación y los otros hábitos ascéticos:

1 1 9 . A . P e n n a , San Jerónimo, B a r c e lo n a , M ir a c le , 1 9 5 2 , p á g . 4 3 7 .
LA CIUDAD CRISTIANA 60 1

“A u n q u e hayas ayunado días en tero s y noches enteras y ha­


yas h e c h o oración, p ero n o hayas sido o b e d ie n te a tu supe­
rior, has practicado en vano todas las virtudes. La o b ed ien ­
cia sola vale m ás q u e todas las dem ás virtudes. El ayuno o la
castidad, si n o estás a ten to , te fo m en tan la soberbia, que es
en em ig a de D ios” 120.
En estas afirm aciones, com o en las an te rio re s, hay po­
cos m atices p a ra d iscernir: la o b e d ie n c ia es re in a de las vir­
tu d es y el m o n je p ru e b a su ap titu d com o u n b u e n soldado
c u a n d o a c ep ta la o rd e n de su capitán. J e ró n im o es ro m a­
n o hasta la m éd u la de los huesos, y a u n q u e n o haya esta­
b lecid o reglas precisas, basta su acen to p a ra cap tar el sen­
tido q u e to m ará la existencia m onacal bajo la dirección de
Rom a.

Sa n B e n it o d e N u r s ia

Es San G regorio M agno q u ien d a p o r p a tria de B enito al


m unicipio de Nursia: “ex provincia N ursiae o rtu s ”, lo que
n o significaba q u e N ursia fu era u n a provincia, sino u n a p e ­
q u e ñ a ciu d ad de la provincia Valeria. De su infancia y de su
ju v e n tu d se sabe poco. El card en al S chuster co n jetu ra que
debió c o n o c er el m onaquism o m uy p ro n to y q u e los santos
religiosos de N ursia tuvieron q u e im p resio n ar su jo v en im a­
ginación 121.

120. A. Penna, San Jerónimo, Barcelona, Miracle, 1952, pág. 438.


121. Ildefonso Schuster, Saint Benoit et Son Temps, Paris, Laffont, 1950,
págs. 34-35.
602 RUBEN CALDERON BOUCHET

De su fam ilia se tiene m uy pocas noticias bien fundadas.


La histo ria h a recogido el n o m b re de su h e rm a n a Escolás­
tica q u e siguió sus huellas en el cam ino d e la perfección
evangélica. Escolástica h a b ía sido ofrecida al S eñor p o r sus
p ad res y desde n iñ a tom ó el velo de las vírgenes consagra­
das. Esto h ab la con elo cu en cia del m edio fam iliar d o n d e
nació B enito y de la fe que recibió de los suyos.
“P o r fu e rte q u e haya p o d id o ser el en c an to de la atm ós­
fe ra fam iliar en u n clim a sa tu ra d o d e en erg ías so b re n a tu ­
rales com o el de N ursia, la trad ició n ro m a n a q u e ría que
los jó v en e s rec ib ie ran u n a e d u cació n severa. Las m ejores
fam ilias estab an obligadas a h a c e r estu d ia r a sus hijos, y
p a ra c u m p lir este p ro p ó sito n a d a m ejor que enviarlos a
R o m a ” 122.
C u a n d o B enito term in ó su p rim e ra enseñanza con el
magister grammaticus se dirigió hacia R om a p a ra iniciar allí
sus liberalia litterarum studia. Las escuelas d o n d e se realizaba
este tipo de estudio e ra n públicas, y los estudiantes que a
ellas asistían p o d ía n ser cristianos o paganos. El propósito
e ra c o n o c e r la lite ra tu ra clásica y p re p a ra r al alum no en la
elocuencia. El arte de h ab lar b ien p arecía ser la coronación
de u n a au tén tica cultura.
B enito n o e n c o n tró la atm ósfera espiritual ro m a n a a su
gusto. Le pareció q u e allí se vivía u n clim a más pagano que
cristiano. C on la santa id ea de preservar su fe a b a n d o n a los
estudios y busca refugio en la soledad. Elige p a ra asentarse
el p u e b lo de E nfíde a 78 km de Rom a. Bajo la dirección del
c u ra p á rro c o c o n tin ú a sus estudios pagándolos con el tra­

122. Ildefonso Schuster, Saint Benoit et Son Temps, París, Laffont, 1950,
pág. 42.
LA CIUDAD CRISTIANA 603

bajo de in stru c to r de párvulos. Poco se conoce de su p e r­


m an e n c ia en E nfide, p ero sus hagiógrafos convienen en
q u e com enzó a m anifestarse com o u n taum aturgo, resul­
tan d o q u e los ru d o s cam pesinos de la reg ió n se sintieran
atraíd o s p o r esta fam a de m ilagrero q u e lo rodeaba. Beni­
to co m p re n d ió el peligro espiritual a q u e lo e x p o n ía esa
in esp e rad a celeb rid ad y, arrastrad o p o r la irresistible voca­
ción q u e lo llevaba a buscar la paz lejos de los hom bres,
a b a n d o n ó E nfide y tom ó el cam ino q u e co n d u ce a Subia-
co. En unas antiguas ru in as p e rte n ec ie n te s a lo q u e fuera
m o ra d a veraniega de N e ró n se detuvo.
La tradición n a rra que e n esos agrestes parajes vivía un
m onje llam ado R om ano y que fue éste el que im puso a Be­
nito el hábito m onacal. Las noticias históricas sobre tal h e­
cho son escasas. T enem os que conform arnos con u n a tradi­
ción apenas creíble p ero q ue engarza arm oniosam ente en la
vida de aquel ho m b re tan poco verosímil com o su historia.
En Subiaco hay u n a g ru ta y en ella B enito hizo sus pri­
m eros ejercicios erem íticos. D u ra n te tres años se m antuvo
allí bajo la dirección de R om ano que proveía a su m agra
alim entación. La ex p erien cia anacorética de B enito debe
h a b e r ten id o su p a rte de aridez, pues en su m ad u rez adver­
tirá a loS m onjes c o n tra los peligros de la vida solitaria.
N o vam os a seguir a San B enito en su larga p e reg rin a­
ción en b ú sq u e d a de la sabiduría m onástica. Se sabe que
los m onjes de Vicovaro fu e ro n a buscarlo a Subiaco v lo sa­
caro n de su retiro p ara llevarlo com o ab ad de su convento.
El santo e rem ita se convierte así en d ire c to r de conciencias
e inicia su aprendizaje com o cenobita. Los anim ales y las
serpientes del cam po e ra n m ansas criaturas de Dios com pa­
radas con los m onjes de Vicovaro. P ero era m en ester que
604 RUBEN CALDERON BOUCHET

B enito supiese del m al p a ra p o d e r com batirlo y en ese m o­


nasterio tuvo la o p o rtu n id a d de so n d ar ese abism o que es
el corazón del ho m b re. N u n c a se b o rra rá de su espíritu el
re c u e rd o de Vicovaro — afirm a Schuster— y en co n tram o s
alusiones discretas a esta in g rata ex periencia d e n tro de la
m ism a Regla, allí d o n d e escribe que el insensato debe ser
fre n a d o y castigado sin tardanza, p o rq u e las palabras ya no
tie n e n influencia sobre él.
La fam a de su san tid ad se ex tiende p o r to d a Italia. M u­
chos son los discípulos q u e afluyen hasta su ree n c o n tra d o
retiro de Subiaco p a ra recibir instrucción. U na m editación
tan larga y so stenida e n el estrecho sen d ero q u e conduce
hasta Dios le h a d a d o u n a ex p erien cia de la vida in te rio r
q u e m uy pocos h o m b re s h an logrado. U nos años m ás y es­
ta e x p erien cia fructificará en sus organizaciones m onásti­
cas y en las reglas q u e trad u cen , con lacónica brevedad ro­
m ana, la esencia de su m editación.
La prin cip al virtu d de las reglas benedictinas es q u e es­
tán dirigidas a u n h o m b re no rm al y n o a u n a vocación ex­
trao rd in aria. En este sentido San B enito dem ostró la clari­
videncia de u n je fe q u e va a fo rm a r u n a tro p a escogida
d e n tro del ejército de soldados com unes. La fó rm u la que
sintetiza su p ro g ra m a es sim ple: ora et labora. N o es conve­
n ie n te que el h o m b re com ún sea ten ta d o con p ru eb as que
excedan su co m ú n capacidad.
La Regla de San B enito está fo rm ad a sobre la e x p e rien ­
cia m onástica del m u n d o latino, p e ro prevé su in tro d u c ­
ción en cu alq u ier o tra p a rte del orbe. Este carácter ecum é­
nico de su destinación aparece claram ente m anifiesto en su
refe re n c ia al g én ero y color de los hábitos m onacales que
d e b e n adaptarse al clim a del lugar d o n d e el convento se es­
LA CIUDAD CRISTIANA 605

tablezca. Lo m ism o sucede con el rég im en de alim enta­


ción. En lo que respecta a la relación de los m onjes con el
abad, la regla fija u n a estabilidad vitalicia. El abad d u ra en
sus funciones hasta su m u erte; y los m onjes h a c en voto p er­
p e tu o de p e rm a n e c e r en sus m onasterios. El carácter de es­
te voto liga al p ostulante a su com unidad. P ara q u e el m o n ­
j e ten g a tiem po de p e n sar con d eten im ien to en la calidad
de su ju ra m e n to , la reg la establece u n año de noviciado.
San B enito p o n e fin al nom adism o pen iten cial q u e lleva a
los m onjes de u n m onasterio a otro com o si o b ed ecieran
m ás al esp íritu de aventura que al o rd en a d o deseo de p e r­
severar en el cam ino de la perfección.
El genio ro m a n o se hace sentir en la disciplina y e n la o r­
ganización expansiva y conquistadora del m onasterio. En
o rd e n a la disciplina interior, se establece u n a total o b e d ie n ­
cia al abad que proteje el desarrollo regular de la vida del
claustro y el ejercicio p e rm a n en te de los oficios y de las ar­
tes q u e p e rm ite n o ra r sin estar ociosos. En lo que respecta
a la conquista de las alm as y a la predicación del Evangelio,
el convento prevé las m isiones e n tre los infieles.
El m o nasterio es u n a escuela y el m onje u n o p erario de
Dios, p e ro la escuela n o cum ple su m isión si su sabiduría
no se ex p an d e. Instalado en M onte Casino, San B enito em ­
p re n d e la tare a de convertir a los paganos y a los ju d ío s de
T erracina. C in cu en ta años m ás tarde — co m e n ta el carde­
nal S chuster— , G regorio el G rande quiso o p e ra r la conver­
sión de In g la te rra y confió esta m isión a c u a re n ta m onjes
de su m o nasterio fo rm ad o s e n la regla de San B enito ]23.

123. Ildefonso Schuster, Saint Benoit et Son Temps, Paris, Laffont, 1950,
págs. 218-9.
606 RUBEN CALDERON BOUCHET

El m onje b e n e d ic tin o p ro p ag a la Fe. Para ello n o trepi­


d a en salir de su convento y e n tra r en contacto con la g e n ­
te, p e ro adem ás los m onasterios prevén la llegada de diver­
sos hu ésp ed es y tie n e n instaladas hotelerías p a ra recibirlos
y — en largas pláticas personales— sem brar en ellos la sem i­
lla evangélica. La conversión del h u ésp ed es buscada a tra­
vés de la conversación y de todo el aparato sacral que ro d e a
los oficios religiosos, sin desconsiderar el valor del ejem plo
y del silencio.
Esta escuela al servicio del S eñor no p u e d e sostenerse
en la m ism a a u sterid ad solitaria que los cenobios o rien ta­
les. El m onje tiene q u e d o rm ir y co m er lo suficiente p ara
q u e su salud no se resien ta y con ella la eficacia de su acti­
vidad. La ro p a del m onje ob ed ece a la m ism a necesidad y
la sim ple sencillez del a tu e n d o no p u e d e re ñ ir con su utili­
dad. El calzado es fu erte y se a d ap ta p erfe c ta m e n te a las ta­
reas agrícolas, así com o la tú n ica de lana, con m angas y cin­
tu ró n . C u an d o salían usaban u n a capa rústica de lana
llam ada cucullum, con u n a capucha p ara abrigar la cabeza
e n caso de frío.
Los m onasterios p o d ían te n e r esclavos p a ra colaborar
e n las tareas agrícolas. Estos esclavos p o d ían ser casados y
vivir en habitaciones fu era del claustro p ro p ia m en te dicho.
El trato que se les d ab a se inspiraba en las m áxim as evangé­
licas. H ay nu m ero so s d o cu m en to s en el Liber Diurnus que
c o n tie n e n las fórm ulas m ed ian te las cuales eran declarados
libres y se les daba la co n dición de ciudadanos rom anos.
La po b reza b e n e d ic tin a debe ser e n ju ta p ero no fam éli­
ca. Los hábitos tien en q u e traducir, hacia el exterior, este
tem ple recatad o del atu en d o . El m onasterio tiene su p atri­
m o n io y los m onjes cuidan de él con el trabajo de sus m a­
LA CIUDAD CRISTIANA 607

nos. El m o n asterio cum ple con u n d e b e r social y m antiene


escuelas, talleres, hospicios. C uida de los enferm os, proteje
a los pereg rin o s, distribuye e n tre los po b res p a rte d e sus ví­
veres y acopia granos p a ra p restar a los cam pesinos cu ando
la sequía o el exceso de lluvias p o n e en peligro las cosechas.
“H o m b re de d o ctrina, B enito tom a a sus m onjes en el
nivel o rd in a rio d e las aptitudes y los eleva, en los dos senti­
dos del térm in o , p o r los sen d ero s lum inosos de la caridad.
O ptim ista, e n lu g ar de abolir la natu raleza h u m a n a con
u n a práctica ascética terrible, confía e n ella y trata de c o n ­
d u cirla n a tu ra lm e n te p o r los cam inos del a m o r c ristia n o ...
N o h a inventado n ad a, p e ro h a aplicado con discreción,
con b u e n sentido y con p u d o r lo que los otros descubrie­
ro n y lo q u e él m ism o p racticó ” t24.
San B enito vivió u n a época poco propicia para el optim is­
m o. N acido hacia el fin del siglo V, le tocó vivir casi to d a la
m itad del VI. Los bárbaros invadían Italia y ocupaban las si­
tuaciones ab andonadas p o r los rom anos. P or todos lados
triunfaba la violencia y el ab an d o n o de las costum bres civili­
zadas. La vida era d u ra y la posibilidad de llegar a viejos m uy
escasa. Las idas y venidas de las sucesivas tropas de ocupa­
ción que pillaban, violaban y asesinaban, convertían la vida
de los ciudadanos y de los cam pesinos pacíficos en u n d u e ­
lo p e rm a n en te . Faltaba la seguridad, faltaba el pan y la paz
del alma. Las crónicas nos hablan de estos tiem pos negros
com o del infierno. Para colm o de males, tam poco faltaron
las pestes p ara diezm ar las poblaciones y dejar la tendalada
d e cadáveres insepultos p u d rién d o se a la intem perie.

124. Jean Decarreaux, Les Moines et la Civilisation, París, Arthaud, 1962,


pág. 221.
608 RUBEN CALDERON BOUCHET

El m onasterio fue el refugio, la seguridad, la paz y la es­


p e ra n z a e n m edio del d e rru m b e . Los m onjes trataro n de
conservar todo lo q u e p u d iero n y b uscaron fu n d ir en u n a
sola civilización la vieja raza latina o c e lto rro m a n a con los
b árb aro s nórdicos.
C u ando veam os surgir de las ru in as de este tiem po los
p rim ero s b ro tes de la civilización carolingia, tenem os que
b uscar en los m onasterios a los agentes activos de esta flo­
ració n cultural.

G r e g o r io e l G r a n d e

Nació a lred ed o r del 540 en el seno de u n a vieja fam ilia de


la nobleza rom ana. Su infancia transcurrió en la ciudad ca­
pital del m u n d o cristiano y asistió a los últim os estertores de
la antigua organización sociopolítica. Apenas sabía hablar
cu ando vio la e n tra d a de Totila y asisdó, tres años después, a
los rep eü d o s asaltos de los godos. Se pu ed e afirm ar sin exa­
geración que fue el lúcido testigo de u n a sociedad m o rib u n ­
da y el más inteligente anim ador de u n a sociedad que nacía.
Esta fuerza, este vigor espiritual p a ra acep tar lo inevita­
ble y p re p a ra r el án im o p ara c o n stru ir lo conveniente, se
advierte en las disposiciones que tom ó con respecto a la
f o rtu n a h e re d a d a de sus padres: convirtió el gran palacio
fam iliar en u n convento; y él m ism o se hizo m onje, conven­
cido de q u e éste e ra el m ejor estado p a ra p re p a ra r el adve­
n im ien to de u n a sociedad cristiana.
Ildefonso de Toledo se hace eco de la op in ió n de su
época, c u an d o escribe q u e la an tig ü e d ad cristiana no ofre­
LA CIUDAD CRISTIANA 609

ce n in g u n a figura com parable a la de G regorio. H ace n o ­


tar P ierre de L abriolle que esta op in ió n co n trasta con la de
H arn ack , en su historia de la dogm ática, c u a n d o acusa a
G regorio de h a b e r rebajado la explicación de los dogm as a
u n “nivel de co m p ren sió n grosero y sensual” y añ ad e el crí­
tico p ro testan te p ara dejar bien e n claro su d e p u ra d a espi­
ritu alid ad , que G regorio nos ofrece el rasgo m ás som brío
de la p ied ad m edieval.
Se tiene que reconocer, en h o n o r a H arnack, q u e G re­
gorio sabía h ab lar al pu eb lo de su época en u n a len g u a cla­
ra, y creía, con toda razón, “que el p red ic ad o r n o d eb e
tra e r al án im o de su oyente cosas m ás elevadas de las que
alcancen sus fuerzas, no sea que la cu e rd a del alm a, p o r d e­
cirlo así, te n d ié n d o la más de lo q u e resiste, se ro m p a ”. Y
aclara este santo p asto r de ho m b res q u e las cosas elevadas
d e b e n en cu b rirse c u an d o los que escuchan son m uchos y
develarse sólo a n te un o s pocos. C ita a propósito la p rim e ra
carta a los corintios de Pablo: “No he p o d id o hablaros co­
m o a h o m b res espirituales, sino com o a personas carnales;
y, com o a niñ o s en Cristo os he alim entado con lech e y no
con m an ja re s”. Esto, p o rq u e q u ien p red ica “com o es debi­
do a los corazones q u e todavía están en la oscuridad, clam a
las cosas m anifiestas, y n a d a de los m isterios ocultos les da
a e n te n d e r hasta que, c u an d o ya se aproxim an a la luz de
la verdad, oigan e n to n ces algunas cosas sutiles acerca de los
asuntos espirituales” 12ñ.
C on la m ism a sencillez con q u e n a rra b a las escenas
evangélicas, extraía las m ás variadas enseñanzas válidas pa­
ra la vida del alm a. N ad a p arecía inaccesible p a ra este cate-

1 2 5 . G r e g o r io M a g n o , Obras, M a d rid , B .A .C ., 1 9 5 8 , p á g . 2 2 9 .
610 R U BE N C ALDERON B O U C H E T

quizad o r p len a m en te convencido de la literalidad de las


Sagradas Escrituras. Escribe L abriolle q u e G regorio M agno
“h a colm ado la curiosidad de los creyentes occidentales so­
b re todos los problem as m ás p ro fundos, e n señ an d o , con
las precisiones req u erid as, sobre la n aturaleza de los ánge­
les, la je ra rq u ía com plicada de a cu erd o con la cual se o rd e ­
n a n en el cielo, su p ap el p e rm a n e n te e n tre los hom bres.
Les h a hablado de la in finita m alicia del d em onio, de los
to rm en to s que sufren los co n d en ad o s en el In fiern o , y de
la cualidad sutil del fuego que los devora” 126.
La ín d o le de su predicación resp o n d e, en el plano pas­
toral, a las m ism as exigencias prácticas que en el plano p o ­
lítico te n d rá n sus ideas. Sin dejar de sentirse ro m an o y
g u a rd a r p o r el Im p erio u n respeto nostálgico, vio a los b ár­
baros instalarse en O ccidente y co m p ren d ió con ecuanim i­
d ad q u e la nueva sociedad ten ía que fu n d arse sobre esa
fuerza.
G regorio M agno in au g u ró en O ccidente u n tipo de rea­
lización religiosa q u e el O rien te cristiano no conoció o no
logró en el m ism o g rado de ap titu d y eficacia: el m ístico or­
ganizador, el h o m b re de fe, de pen sam ien to y al m ism o
tiem po de acción. La época de G regorio no es tiem po pa­
ra los teólogos especulativos, sino p a ra pastores y guías es­
pirituales. E ra m en e ster que el h o m b re de Dios conociera
los problem as concretos que p lan teab a la sociedad de ese
tiem po.
El O rien te cristiano conservó, bajo el Im perio Bizanti­
n o , u n a adm inistración y u n o rd en a m ie n to de los asuntos

126. Pierre de Labriolle, Histoire de la Littérature Latine Chrétienne, Paris,


Les Belles Lettres, 1947, T. II, pâg. 805.
LA CIUDAD CRISTIANA 61 1

civiles bajo la au to rid ad del E m perador. C u ando el Im perio


de O ccid en te cae, con él desaparece todo el aparato b u ro ­
crático q u e sostiene el m ovim iento de la cosa pública. Los
reyes b árbaros n o ten ían ex periencia ni gusto p o r este tipo
de tareas y dejarán en m anos de la Iglesia todos los resortes
de la adm inistración del g o b ierno. G regorio conocía p er­
fectam en te esta situación y ese co n ocim iento dirigió su ac­
tividad cu a n d o fue el je fe suprem o de la Iglesia.
En p rim e r lugar trató de confirm ar el p o d e r del p ap a so­
b re el clero, to m an d o p o r las astas la siem pre deb atid a
cuestión de la prim acía rom ana. El obispo de R om a es jefe
ecum énico de la Iglesia. Sobre esta base se e stru c tu ra su
u n id ad . N o todos los obispos estaban igualm ente entusias­
m ados con esta idea; y m enos que n in g u n o los obispos de
Bizancio. El h e c h o de ser C o n stantinopla la capital del Im ­
p erio y la sede del E m perador, inspiraba a sus prelados la
p rete n sió n de recab ar u n a sup erio rid ad que R om a reserva­
b a p a ra sí.
En el año 587 el p ap a Pelagio II protestó p o r el título de
Patriarca Ecuménico que se arro g ab a el obispo de Bizancio.
En 595 G regorio M agno reto m a la cuestión y se dirige direc­
tam en te al e m p e ra d o r M auricio, pues suponía, con su saga­
cidad y habitual entereza, que allí estaba la causa de todo.
Le rec u e rd a que Cristo designó a P edro com o cabeza única
de la Iglesia y cita los textos tradicionales sin om itir n in g u ­
no: “P etre amas m e?... Pasee oves m eas... C onfirm a fratres
tu o s... Tu es Petrus e t super h an c p e tra m ... Tibi dabo cla­
ves regni coelorum e t quo d eu m q u e ligaveris...”, etcétera.
Pacaut, en su estudio sobre la teocracia m edieval, dice
que la carta de G regorio M agno sostenía que la Iglesia co­
rría u n grave peligro si no se reco n o cía en d eb id a fo rm a la
612 R U B E N C ALDERON B O U C H E T

p rim acía rom ana. La razón política confirm aba esta verdad
teológica, p ues los reyes b árb aro s ten ían excesiva te n d e n ­
cia h acia el fraccionam iento del poder. E ra m en ester refor­
zar la o rien tació n c o n tra ria p a ra que O ccid en te no se hicie­
ra pedazos.
“N o ve otro m edio p a ra alcanzar este objetivo — explica
P acaut— q u e reafirm ar la p rio rid a d de Rom a. Pero al ha­
c er esto, tal vez in v o lu n tariam en te, asim ila la Iglesia al Pa­
pado. Parece p e n sar que todo lo q u e aten te co n tra la San­
ta Sede p e rju d ica a la religión cristiana” 127.
P acaut cree q u e la política de G regorio M agno sim plifi­
ca excesivam ente el p ro b lem a eclesiástico y que la red u c ­
ción de la Iglesia a la prim acía de P ed ro está p re ñ a d a de
m alas consecuencias p a ra la u n id ad espiritual del m u n d o
cristiano. En el fo n d o , P acaut obedece m ás a u n espíritu
p rofètico que a la inteligencia o rganizadora de Rom a. La
u n id a d de la Iglesia bajo la dirección de P edro es fu n d a ­
m en tal p a ra el o rd e n cristiano. N o hay u n id a d allí d o n d e la
prim acía ro m a n a no está asegurada. Esta es la verdad que
G regorio q u iere h a c e r ver al e m p e ra d o r de Bizancio sin
desco n o cer su au to rid ad política: “El p o d e r — le escribe—
le h a sido d a d o a mis señores [el e m p e ra d o r M auricio y sus
hijos], desde lo alto y sobre todos los hom bres, p a ra guiar
a aquellos q u e q u iere n h a c er el bien, p a ra a b rir m ás cóm o­
d a m e n te la vía q u e con d u ce al cielo, p a ra q u e el rein o te­
rre stre esté al servicio del R eino de D ios” 128.
P acaut ve en esta declaración dos aspectos: u n a resuelta
afirm ación de la in d e p e n d e n c ia espiritual de la Iglesia con­

127. Marcel Pacaut, La Théocratie, Paris, Aubier, 1957, pág. 28.


128. Gregorio M agno, Regist. III, 61, citado por Pacaut, op. cit., pág. 29.
LA CIUDAD CRISTIANA 613

fo rm e a la trad ició n gelasiana, y la id ea de q u e el Estado tie­


n e u n a m isión q u e cum plir al servicio de la Iglesia de Cris­
to. Bajo esta se g u n d a fó rm u la se in co a lo q u e Pacaut llam a
la teocracia. N o obstante, considera h o n esto a n o ta r que la
in te n c ió n de G regorio M agno n o es señalar u n a su b ordina­
ción del Estado a la Iglesia com o sociedad sacerdotal. “Ra­
z o n a r así — nos dice— es olvidar el tem p e ra m en to m ístico
del p ap a y el háb ito q u e tiene de ciertas locuciones p articu­
lares. En su boca la frase ‘R eino de los C ielos’ equivale a
‘C iudad de D ios’. G regorio qu iere h a c er c o m p re n d e r al
e m p e ra d o r que el p o d e r secular está al servicio de u n de­
signio divino. El g én ero h u m an o , p o r la p ereg rin ació n te­
rre stre , es co n d u cid o hasta la ciudad celeste: el e m p e ra d o r
deb e ayudar a la realización de esta ciudad del m ás allá h a­
cién d o la posible, desde aquí abajo, e n el corazón de los
h o m b re s” 129.
En h o n o r a la verdad, el p a p a no po d ía decir o tra cosa.
Si ese designio de Dios existe y la Iglesia es la e n carg ad a de
hacerlo conocer, u n e m p e ra d o r que se dice cristiano no
p u e d e dejar de ten erlo en c u e n ta p a ra el o rd e n a m ie n to de
su actividad política.
Este criterio de G regorio M agno aparece con m ás evi­
d en cia en su relación con los reyes bárbaros. C o m p ren d ía
q u e la ú n ica m a n e ra de h a c er de estas m esnadas g u erreras
u n a u tén tico rein o , e ra ponién d o las al servicio de la Igle­
sia. El Im p erio e ra u n a vieja m áq u in a con m uchos vestigios
de su origen pagano y u n a serie de tradiciones adm inistra­
tivas difíciles de m anejar. Los bárbaros n o estaban organi­
zados e n u n riguroso ap arato sociopolítico y su actividad te­

1 2 9 . P a c a u t, op. cit., p á g s. 2 9 -3 0 .
614 R U B E N CALD ER O N B O U C H E T

n ía el carácter de u n a policía m ilitar. El resto de las faenas


p ro p ias del Estado: im puestos, servicios públicos, educa­
ción, pro ced im ien to s judiciales, registros civiles, estaban
p rácticam en te a cargo de la Iglesia. C arlom agno acen tu ará
el papel adm inistrativo del clero. E ra el único estam ento
que p o d ía le e r u n acta y re d a c ta r u n d ocum ento.
La in te n c ió n de G regorio M agno no fue la teocracia. No
quiso q u e el clero se hiciera cargo de todas las funciones ci­
viles, ni soñó con lim itar el ejercicio de la reyecía al cum pli­
m ie n to de u n a tare a policial bajo su servicio. Su designio
fue guiar, enseñar, si así se quiere, civilizar a los bárbaros
m etién d o les en la cabeza, en las costum bres y en las dispo­
siciones q u e d eb ían ad m in istrar reinos cristianos. “Su posi­
ción respecto al Im p erio — escribe Pacaut— ten d ía a exal­
tar el p o d e r espiritual de la Santa Sede y reb ajar el del
Estado. F ren te a los reinos bárbaros, la a u to rid ad m oral y
religiosa de la Iglesia daba al p o d e r público u n objetivo que
hasta esa época no h a b ía existido. P ero este objetivo no te­
n ía sentido fu era de u n o rd e n cristiano. G regorio M agno
lu chó, m ás que p ara lim itar las prerrogativas del Estado, pa­
ra c re a r el dinam ism o de u n Estado q u e todavía n o existía”.
N ada m ás claro ni m ás conform e con el p ap el de Mater
et Magistra q u e la Iglesia católica h a tratad o de desem p eñ ar
en la sociedad. Si en esta labor h u b o resabios teocráticos,
hay q u e atribuirlos, definitivam ente, a las circunstancias es­
peciales de estos tiem pos bárbaros. La Iglesia tuvo que ha­
cerse cargo de m uchos servicios públicos p o rq u e no existía
n in g u n a organización social capaz de cum plirlos.
N o m en o s fru ctu o sa y original fue la lab o r cum plida
p o r G regorio M agno en el te rre n o de la evangelización.
A quí com o allá su d escarn ad o realism o estuvo al servicio
LA CIUDAD CRISTIANA 615

de la m isión apostólica de la Iglesia. P re o cu p a d o p o r el


a b a n d o n o en q u e se e n c o n tra b a In g la terra , desde el p u n ­
to de vista cristiano, co m p ró en el m ercad o de M arsella
u n o s cu an to s jó v en es ingleses vendidos com o esclavos y
los convirtió en m onjes. C u an d o estuvieron p re p a ra d o s los
puso bajo la direcció n de A gustín, p rio r del M onasterio
San A ndrés de R om a, y fu n d ó en las Islas B ritánicas u n a
co lo n ia m onástica q u e h a b ía de te n e r u n a g ran p ro sp e ri­
d ad espiritual.
C on San G regorio M agno se inicia de m an era sistem áti­
ca la evangelización de las Islas Británicas. La cosecha fue
óp tim a y los m onasterios se ex ten d iero n p o r am bas islas co­
m o hongos. C on el transcurso del tiem po esta floración m o­
nástica h ab ía de refluir sobre el co n tin en te y preparar, d u ­
ran te el g obierno de C arlom agno, el llam ado renacim iento
carolingio.

El m o n a q u is m o celta

L a cru zad a m onástica de A gustín bajo la im pulsión de


G regorio llevó p ro sp e rid a d al cristianism o en las Islas Bri­
tánicas, p e ro sería u n e rro r su p o n e r que ésta fue la p rim e ­
ra em bajada cristiana en dichas islas. El m onaquism o celta
te n ía m uchos años de vida c u an d o A gustín desem barcó en
In g laterra. La leyenda q u iere q u e el v erd ad ero com ienzo
de la historia m onacal en G ran B retaña se e n c u e n tre en el
país de Gales y bajo la dirección del m onje Gildas.
En el año 397 fue construida la Cándida Casa (White Hou­
se) p o r N inian, u n m onje de origen p robablem ente británi­
616 RUBEN CALDERON BOUCHET

co y a q u ien la áu rea leyenda hace descender de u n o de los


reyes de esa región. N inian fue enviado a R om a desde muy
n iñ o y recibió allí la educación que lo habilitaría p a ra fu n ­
d ar u n h o g ar m onástico de cultura religiosa. La Casa Blanca,
com o se la llam ó en la región, estaba ubicada al sur de Esco­
cia y desde ese lugar irrad ió el Evangelio sobre Irlan d a y n o r­
te de Inglaterra. U n a de sus más im portantes m isiones fue la
de evangelizar a los salvajes pictos que vivían en esa zona.

S a n P a t r ic io

Nació en D oventry cerca del año 389 y e ra hijo de un


diácono que c o m a n d a b a u n p e q u e ñ o g ru p o de soldados y
vivía de u n a m o d esta granja. Este h o m b re m últiple hacía
sus tres oficios co n celo e inteligencia. Patricio h e re d ó am ­
bas cualidades d e su p a d re y, com o él, albergó, bajo sus h á­
bitos m onacales, el alm a de u n soldado y la laboriosa dili­
g encia de u n labrador.
Sus p rim ero s pasos e n la vida n o fu ero n dados sobre el
áspero sen d ero q u e co n d u ce a la santidad, p ero Dios le te­
n ía p rep a ra d o u n d estino singular. T om ado p risio n ero en
u n a razzia llevada a b u e n térm in o p o r piratas irlandeses,
fue vendido a un o s d ru id a s de esa nacionalidad. Los sacer­
dotes paganos, d u e ñ o s del jo v en Patricio, lo destin aro n a
c u id a r cerdos. Fue e n este oficio d o n d e Patricio ap re n d ió a
rez a r con pasión y, al m ism o tiem po, a h ab lar el idiom a ir­
landés q u e tanto h a b ía de servirle en el futuro.
Los d ru id as se hab ían aficionado a su porq u erizo , p ero
Patricio te n ía otros proyectos e n la m en te y, en cuanto p u ­
do, escapó de la casa de sus d u eñ o s y regresó, luego de m úl­
LA CIUDAD CRISTIANA 617

tiples peripecias, al h o g a r p atern o . Los p ad res quisieron re­


ten e rlo con ellos, pero, com o dicen sus biógrafos, había oí­
do “la voz de Irla n d a ” y ten ía ya co nocim iento de cuál era
su m isión. C o m p ren d ía p erfectam en te Patricio todo lo que
le h acía falta p a ra cu m p lir sus propósitos, y se dirigió a la
Galia p a ra a d q u irir fo rm ació n teológica y co m p eten cia ca­
tequística. Fue en A uxerre, al lado del leg en d ario obispo
Saint G erm ain l ’A uxerrois, d o n d e Patricio se convirtió en
u n apóstol. Q u ince años dicen q u e vivió con Saint G er­
m ain. C u an d o a b a n d o n ó la diócesis de A uxerre, e ra u n
h o m b re m a d u ro y te n ía ya el cargo episcopal. Se dirigió in­
m ed ia ta m en te a Irla n d a y se instaló e n Leinster. Se c u e n ta
tam b ién que los d ru id as h ab ían previsto su llegada y la h a­
b ían an u n c ia d o en u n a suerte de letanía:

Vendrá un hombre de cabeza rapada


por el mar vendrá esa cabeza loca.
Tendrá un agujero arriba de su toca
y su bastón tendrá la cabeza curvada.
Una mesa está al este de su casa,
todo el mundo la responde: amén, amén130.

L a h istoria de la conversión de los irlandeses p o r San Pa­


tricio p e rte n e c e al m ás d o rad o estilo de la leyenda áurea.
M ilagros a granel, ordalías en las que sale siem pre triu n fa­
d o r y to d o esto salpicado p o r las intrigas de los druidas
c o n sta n tem e n te vencidos p o r el cam peón de la Iglesia. Co­
m o todas estas historias h a n sido escritas con m u ch a poste­

130. Jean D ecarreaux, Les Moines et la Civilisation, Paris, Arthaud, 1962,


pág. 168.
618 R U BE N CALD ER O N B O U C H E T

rio rid a d a los acontecim ientos y de acu erd o con u n a m an e ­


ra m ás edificante que científica, resulta difícil tom arlas en
c u e n ta p a ra u n a au tén tica biografía de San Patricio.
Lo q u e p odem os atribuirle definitivam ente, p o rq u e está
en el tem p e ra m en to de su pu eb lo y p o rq u e fue u n a tradi­
ción sostenida h asta épocas m ejor conocidas, es la severi­
d ad de su ascesis y la d u reza de su m an o p a ra aplicar casti­
gos a los que prevaricaban con las cosas santas.
L a leyenda lo hace vivir m ás de ciento veinte años. Pare­
ce m uy p oco probable. A unque la fecha exacta de su m u er­
te n o es b ien conocida, d eb e datar del año 461, cu ando h a ­
b ía p a sad o los se te n ta. E scribió u n a s co n fesio n es o
justificación. U n p e q u e ñ o folleto en latín, m al escrito y mal
pen sad o , p e ro lleno de sinceridad y b u e n sentido. Esta p e­
q u e ñ a o b ra nos consuela u n poco de las exageraciones in ­
necesarias de las hagiografías.

Sa n C o lo m ban

La leyenda á u re a nos h a hech o p e rd e r en p a rte la h u m a­


n id a d de Patricio, en tre g án d o n o s u n personaje convencio­
nal y to talm en te fabricado p o r la fantasía piadosa de los
m onjes de la p rim e ra E dad M edia. San C olom bán, sin esca­
p a r to talm en te a esta suerte, h a vivido en u n a época m ejor
conocida; y el h isto riad o r de su vida p u e d e seguir sus pasos
sin m ayores inconvenientes.
A fines del siglo VI lo en co n tram o s en la G alia d o n d e h a
d escen d id o e n c o m p a ñ ía de otros m onjes irlandeses p ara
devolver las enseñanzas recibidas con u n a préd ica capaz de
LA CIUDAD CRISTIANA 619

levantar sus caídas costum bres: “el rig o r de la regla irlan d e­


sa era u n a g a ra n tía co n tra el d eso rd en que rein a b a e n to n ­
ces en la Iglesia gala” 131.
La conversión de los francos al cristianism o h ab ía dado
b u en o s frutos desde el p u n to de vista político. La Galia ha­
b ía sido d efen d id a de los ataques exteriores y había conser­
vado la u n id a d de la fe católica. P ero los francos eran con­
versos p o r decreto. Sus costum bres seguían siendo bárbaras;
y esta b arbarie, lejos de atenuarse, se com plicó y d egeneró
en contacto con los usos más civilizados de la población ga-
lo rro m an a. La dinastía m erovingia fue la p rim era en acusar
recibo de esta decadencia. La depravación de las clases diri­
g entes contagió a todo u n pueblo que p au latin am en te fue
cayendo e n el más lam entable olvido de la práctica cristia­
na. La Iglesia de R om a advirtió p ro n to la extensión de este
m al y apeló a los m onjes celtas p ara levantar el espíritu de
los galos. H asta la época carolingia la influencia irlandesa se
h a rá sentir en el país galo. El renacim iento que com ienza a
a p u n ta r en el siglo VIII se d eb e en gran parte a la prédica
de los m onjes venidos de la “Isla de los Santos” com o se lla­
m aba a G ran B retaña en esa dichosa edad.

131. Jean D ecarreaux, Les Moines et la Civilisation, Paris, Arthaud, 1962,


pág. 185.
C a p itu lo V
LA CONVERSION DE LOS FRANCOS

La POBLACION DE LA GALIA EN LOS SIGLOS V Y VI

N u estra reflexión sobre las ideas políticas de San Agus­


tín nos o cupó, d u ra n te u n breve lapso, con la situación cul­
tural y sociopolítica de la provincia ro m an a de Africa.
A bandonam os ese territo rio c u a n d o el obispo de H ip o n a
m o ría y los vándalos sitiaban la ciudad. H ip o n a no se re p u ­
so m ás de esta doble catástrofe. Podem os afirm ar que, con
la desaparición de San A gustín, H ip o n a dejó de ser el foco
espiritual de la cristiandad y se extinguió p a u latin am en te
hasta n o ser o tra cosa q u e u n rec u e rd o ligado a la p erso n a­
lidad e x tra o rd in a ria de su santo.
Pongam os a h o ra n u e stra aten ció n en el extrem o noroc-
cidental del Im p erio R om ano, d o n d e vivían los francos. Es­
te pu eb lo de len g u a g erm án ica hab itab a el R hin m edio y el
R hin in fe rio r hasta su desem bocadura. H acía m u ch o tiem ­
po q u e estaba en contacto con los rom anos y servía bajo las
ó rd en e s del Im p erio con gran com p eten cia g u e rre ra . Es
622 RUBEN CALDERON BOUCHET

u n e rro r su p erad o p o r la historiografía m o d e rn a creer que


las invasiones de los bárb aro s fu ero n operaciones m ilitares
hechas en perjuicio de R om a p o r ejércitos invasores. La
m ayor p a rte de los b árbaros que en u n m o m e n to d e te rm i­
n a d o de la historia se hiciero n cargo de u n a p orción del
Im p e rio e ra n m ercenarios que m ilitaban bajo las águilas
rom anas. En todos esos casos n o c o rre sp o n d e h a b la r de su­
blevación y alzam ientos, pues la a u to rid ad ro m a n a h ab ía
desfallecido p o r com pleto y las poblaciones estaban a m er­
ced de las d e p re d a c io n e s de pueblos m ás b árbaros que
aquellos puestos al servicio de la Loba. D esde el p u n to de
vista de los p o b lad o res del Im perio, estos ejércitos asegura­
ro n u n a defensa q u e R om a ya no p o d ía dar. A unque su do­
m inio no se m antuvo en los lím ites señalados p o r u n preci­
so d e re c h o político, debe reconocerse q u e h icieron lo
m ejor que p o d ía n h a c er d ad a la situación de a b a n d o n o en
q u e todo se en co n trab a.
Ese hex ág o n o casi regular, con sus fro n te ra s m arítim as
y c o n tin en tales que llam am os Francia, estaba m uy lejos de
te n e r la u n id a d que estam os hab itu ad o s a con ced erle. Po­
b lad o p o r razas m uy diversas, p rese n ta al h isto ria d o r u n a
to p o g rafía sociocultural aú n m ás variada q u e su etnología.
La p a rte sudeste del país, llam ada p o r los ro m an o s Provin­
cia, h a b ía recibido desde m uy te m p ra n o u n a fu erte im ­
p ro n ta griega q u e tuvo p o r foco a la ciu d ad de M arsalia, de
origen fóceo.
Los griegos se ex te n d iero n p o r todo el litoral m ed ite rrá ­
n e o de la fu tu ra Provenza y d o m in aro n las desem bocadu­
ras de los ríos que afluyen hacia ese mar. El valle del R óda­
n o les p erm itió e x te n d e r su influencia com ercial y cultural
m ás allá de las fro n teras políticas de su dom inio. Se p u ed e
LA CIUDAD CRISTIANA 623

afirm ar que gran p a rte de la Galia recibió la cultura griega


antes q u e la latina. Esta influencia n o caló tan h o n d o en el
espíritu de los galos, ni p ro d u jo en ellos m odificaciones tan
p ro fu n d as com o las que d e te rm in ó m ás tard e el contacto
con los rom anos.
La p a rte sudoccidental estaba poblada, en su m ayor p ar­
te, p o r vascones y aquitanos. Estos últim os fu ero n pueblos
de origen celtíbero. La m ezcla debe haberse p ro d u cid o
c u a n d o los celtas, indogerm ánicos, invadieron, desde el
n o rte , y se asen taro n e n las com arcas de población íbera.
M ucho antes de la conquista ro m a n a los celtas se h ab ían
e x te n d id o p o r todo el territo rio de lo que hoy es F rancia y
lleg aro n a te n e r u n dom inio m ilitar sobre la am plia zona
q u e fo rm a b an la Galia, la H ispania, la Italia del n o rte , la
cu e n ca del D anubio, hasta te rm in a r p o r O rien te en Asia
M enor, d o n d e recib iero n el n o m b re de gálatas, cuya vani­
dad y ligereza fue rep ro b a d a p o r San Pablo. En O ccidente
atravesaron el m acizo arm o rican o y p e n e tra ro n en las Islas
Británicas. La verde Irla n d a fue la q u e recibió con m ás p u ­
reza el a p o rte de ese tem p e ra m en to apasionado en el que
el a m o r a la av en tu ra disputa ex trañ am en te con la violen­
cia patriótica.
El do m in io de los celtas careció de u n id a d política y tie­
n e todas las características de u n p o d e r flu ctu an te ejercido
p o r u n a nobleza arm ada. C u ando César p e n e tró en la Ga­
lia, esta n o bleza m ilitar estaba m uy dividida y los jefes galos
qu e ofreciero n m ayor resistencia al invasor, com o Vercinge-
torix, se apoyaron en las clases p opulares m ás que en la
aristocracia. Rom a, de a cu erd o con u n uso que había p ro ­
bad o su éxito, reconoció los derech o s de esa nobleza y go­
b e rn ó el país a través de ella.
624 RUBEN CALDERON BOUCHET

Los galos fu ero n muy receptivos a la influencia de Ro­


m a. Tan p ro fu n d a m en te e n tró en ellos la cu ltu ra latina que
cam biaron su idiom a p o r el de los conquistadores. Explica
M adaule q u e tal asim ilación se cum plió con facilidad p o r­
q u e la G alia ten ía q u e o p ta r e n tre germ anizarse o ro m an i­
zarse. Si eligió el segundo térm in o de la disyuntiva fue p o r­
q u e la influencia griega predispuso su espíritu p ara la
c u ltu ra clásica 132.
En los siglos V y VI de n u estra era la rom anización de la
Galia e ra casi com pleta. Salvo los breto n es, todo el país ha­
b lab a el latín vulgar y se h a b ía convertido al catolicism o ro ­
m ano.

CONVERSION DE LOS FRANCOS

C on excepción de los francos, que se m an te n ía n fieles a


su tradición religiosa, los pueblos bárbaros e n contacto con
el Im p erio se h a b ía n convertido al cristianism o arrian o . Es­
ta decisión dio a sus relaciones con la Iglesia católica u n ca­
rác ter negativo. Los francos hasta el siglo V n o h ab ían se­
guido este m ovim iento. El paso decisivo lo dio u n o de sus
caudillos, Clodoveo, q u e o p tó p o r la Iglesia de Rom a.
P e rte n e cía a u n a d e las fam ilias reales del pu eb lo franco
y e ra hijo de C hilderico, aliado ro m an o bajo las ó rd en es de
Egidio, sucesor de A ecio en las legiones apostadas en la Ga­
lia. M uerto Egidio, C hilderico q u e d ó al fren te del ejército

132. Jacques Madaule, Histoire de France, Paris, Gallimard, 1943, T. I,


págs. 28 y ss.
LA CIUDAD CRISTIANA 625

com o único p ro te c to r de la población g alorrom ana. N arra


u n a vieja leyenda, ligada a la vida de Santa Genoveva de Pa­
rís, que C hilderico n o m iraba con m alos ojos a la religión
católica. La piadosa virgen estaba e m p e ñ a d a e n o b te n e r de
Dios la conversión de Clodoveo, hijo de C hilderico, cuyo
coraje y h ab ilid ad c o rría n parejos con su m agnanim idad.
La hagiografía de la santa parisiense hace hin cap ié en esta
influencia so b ren atu ral. Sin negarla, conviene to m ar en
c u e n ta la iniciativa de otros dos personajes, n o m enos san­
tos q u e Genoveva p e ro m ás ligados a los intereses naturales
del m o n arc a franco. Estos fueron C lotilde, la m ujer de Clo­
doveo, y Rem igio, el obispo de Reims.
Fue u n a su erte p a ra la Iglesia que el p rín cip e franco h u ­
b ie ra co n tra íd o m atrim o n io con u n a princesa católica de la
casa de B u rgundia. C lotilde p e rte n ec ía a la especie de m a­
tro n as proselitistas q u e puestas en la pista de u n a conver­
sión p ro b ab le rem u ev en cielo y tie rra para conseguirla. En
el cielo d e b e n h a b e rla ayudado los votos de Genoveva y Re­
m igio; en la tierra, la b u e n a disposición del p ro p io C lodo­
veo y la in d u d ab le capacidad del obispo de Reims que su­
po aconsejarla con eficacia.
A estos factores se sum ó un aco n tecim ien to que dio m a­
yor eficacia a los in stru m e n to s m ovidos p o r la providencia
p a ra con m over el corazón de Clodoveo. Los alem anes, p u e ­
blo g erm án ico q u e o cu p ab a desde el siglo IV la región
c o m p re n d id a e n tre el R hin su p erio r y el D anubio, se h a ­
b ían a p o d e ra d o de Alsacia y am enazaban ex ten d erse a lo
largo del Eifel y el M osela sobre el d om inio de los francos.
En el a ñ o 496 am bos ejércitos chocan en el valle del
R hin. G regorio de Tours, el h isto riad o r de este nuevo
C o n stantino, nos c u e n ta que el rey franco, viendo la bata-
626 RUBEN CALDERON BOUCHET

lia a p u n to de p erd erse, im ploró al Dios de su esposa en los


siguientes térm inos: “Cristo, q u e según C lotilde eres el
Dios vivo, ven en m i ayuda. Si m e das la victoria sobre mis
enem igos, creeré en Ti y m e h aré b a u tiz ar” 133.
La suerte de la batalla cam bió, y el rey de los alem anes
p ereció en el com bate. C lodoveo recibió el bautism o y, con
él, tres m il h om bres de su séquito. Este acto de fe de Clo­
doveo no tenía el carácter de u n a a u tén tica conversión. La
sucesión de los hech o s q u e in g en u a m en te n a rra G regorio
d e Tours in fo rm a rá con creces sobre la persistencia, en el
corazón del catecú m en o , de las b árbaras costum bres de su
pueblo. No obstante, la im p o rtan cia política de este hech o
fue e n o rm e. Los obispos galos p ercib iero n con agudeza el
p artid o q u e se p o d ía sacar de él y apoyaron con u n an im i­
d a d la fo rm ació n de este reino.
C lodoveo e ra bárb aro p e ro n a d a tonto, y co m p ren d ió
q u e p a ra d o m in a r la Galia necesitaba el apoyo de los obis­
pos. Su política m ilitar se dirigió a lo g rar el p o d e r sobre to­
do el país. La victoria o b ten id a sobre los visigodos en 507
le dio el sur de Francia. El e m p e ra d o r de Bizancio, A nasta­
sio, reco n o ció su g o b ierno, le o torgó dignidad consular y
afianzó su au toridad.
El p ro g reso de los francos no se detuvo aquí. A un q u e la
co stu m b re g e rm á n ic a de dividir el d o m in io e n tre todos los
hijos del rey h acía difícil sostener la u n id a d , el p u eb lo
franco, p o r su fusión con la población g a lo rro m a n a y su
ad h e sió n a la Iglesia católica, alcanzó u n a h o m o g en e id ad
y u n a c o h e re n c ia política q u e los otros b á rb a ro s no p u d ie ­
ro n tener.

1 3 3 . G r e g o r io d e T o u r s, H istoria de los francos, T. II, C a p ítu lo 30.


LA CIUDAD CRISTIANA 627

Los francos e n te n d ie ro n el catolicism o a su m odo y si­


g u iero n siendo tan bárbaros com o antes. M uchos de ellos
no a b a n d o n a ro n el culto de ídolos, de m odo q u e se en co n ­
tra ro n divididos en dos religiones y e n treg ad o s a costum ­
bres q u e n a d a ten ían que ver con el cristianism o. Las cró­
nicas de la época, con todo lo q u e p u e d e h a b e r en ellas de
gusto p o r lo m aravilloso y de espíritu apologético, n o disi­
m u lan la caída tre m e n d a de los usos civilizados ni la b ru ta ­
lidad de los nuevos conversos.
Los francos se h iciero n de la religión cristiana u n a idea
m uy particular. La co n sid erab an ligada a sus triunfos gue­
rrero s. La ley sálica, q u e d ata del siglo IV, se hace eco de es­
te triunfalism o con in g en u o entusiasm o:
“¡Viva Cristo que am a a los Francos! Q ue El g u a rd e su
rein o , colm e a sus reyes con su gracia, pro teja a sus ejérci­
tos y les a c u erd e estas guardianas de la fe: la paz, la alegría
y la p ro sp erid ad , El, el Cristo, Rey de reyes”.
La u n c ió n del frag m en to tien e u n sentido p u ra m e n te
exterior. Si se ex cep tú a el reco n o cim ien to de la paz, u n p o ­
co tím id am en te e n tre la alegría y la p ro sp erid ad , n o difie­
re m u ch o de las invocaciones al antiguo O d ín. A dvierte
S c h n ü re r q u e el p á rrafo d a u n a idea b á rb a ra del p o d e r
tem p o ral asociado a la religión.

L O S OBISPOS

N o sabem os qué cosa h u b ie ra p o d id o crear el p o d e r de


los francos librados a la e sp o n ta n e id a d de u n crecim iento
sin trabas. P ro b ab lem en te se h u b iesen consum ido en u n a
628 RUBEN CALDERON BOUCHET

lam en tab le an arq u ía. P or su erte p a ra el fu tu ro de la nación


francesa, los obispos galos constituían u n a fu en te de auto­
rid a d estable m uy bien estru ctu rad a. Ellos su p iero n encau­
zar el vigor de los francos p o r los cam inos del o rd e n y usa­
ro n sus espadas al servicio de u n a em presa civilizadora. La
religión — com o escribe M aurras en Mes Idées Politiques— ,
com o disciplina del espíritu, es m ás necesaria p a ra los que
tie n e n q u e co n d u c ir u n pueblo que p a ra los que son con­
ducidos “en razón del papel de dirección que están llam a­
dos a te n e r respecto al pueblo: si los furores de la bestia h u ­
m an a son de tem e r siem pre y e n todos, conviene tem erlos
m ás según la p ro p o rc ió n de p o d e r que la bestia ten g a ”.
La o cupación de B u rg u n d ia en 534 y de Provenza en
537 p o r los hijos d e Clodoveo puso a los obispos de estos
países galos e n co n tacto con sus colegas del N orte, y, al
abrigo de las p ersecuciones arrianas, se d iero n a la tarea de
fo rm a r u n a sólida a rm a d u ra social.
La confusión era terrib le y el c h o q u e de los p o d eres e
intereses co n trap u esto s au m e n tab a la indigencia de esos
tiem pos. La ú n ica a u to rid ad estable que trascendía la esfe­
ra del egoísm o personal y a p u n ta b a a u n p ropósito altruis­
ta e ra la de la Iglesia. La actividad episcopal fue m últiple y
bajo su ju risd icció n e n tra ro n tareas de las m ás diversas ín­
doles: cuestiones económ icas, sociales y hasta políticas eran
debatidas y solucionadas p o r los obispos. Esta situación tra­
j o sus inconvenientes, pues se im puso la costum bre de ele­
gir p a ra el cargo episcopal a h om bres q u e tuvieran condi­
ciones p a ra e n te n d e r tan variados negocios. La aristocracia
g a lo rro m a n a fue la e n carg ad a de proveer sus m ejores h o m ­
bres al episcopado galo: el patricio Sidonio A polinario fue
obispo de C lerm ont; el sen ad o r E u ch er lo fue de Lyon; el
LA CIUDAD CRISTIANA 629

d u q u e G erm ain d ’A uxerre de su p ro p io señorío; y los n o ­


bles Avito y Ruricio, de V ienne y Lim oges respectivam ente.
M uchos de estos servidores de la Iglesia constituyeron ver­
daderas dinastías y con frecuencia el hijo de u n obispo su­
c ed ía a su p a d re en el cargo.
La costum bre q u e ría tam bién q u e la elección del obispo
fu era h e c h a p o r los m iem bros de la feligresía. C om o el pa­
p a C elestino I h a b ía señalado la conveniencia de elegir e n ­
tre aquellos q u e tuvieran m ás m éritos en sus respectivas
diócesis, y no e n tre los que an d ab an de paso, el p u eb lo cre­
yente elegía a los que p o d ían d efen d erlo m ejor, sin e n cu a­
d rarse siem pre en las disposiciones canónicas q u e exigían
del can d id ato b u e n a d o ctrina, “p a ra q u e p u d ie ra en señ ar
lo q u e h a b ía a p re n d id o ”.
La influencia ejercida p o r los obispos sobre los reyes fue
g ran d e , p e ro al m ism o tiem po los reyes influyeron, m enos
co n v e n ie n te m e n te , en la elección de los altos p relad o s de
la Iglesia. Esta inm isción tuvo graves consecuencias. La
p e o r de ellas fue la práctica sim oníaca a d o p ta d a p o r los hi­
jo s d e C lodoveo de v en d er los cargos episcopales. E ra un
m o d o có m o d o de o b te n e r d in ero en u n a época q u e care­
cía de organización im positiva, p ero colocaba a la cabeza
de las diócesis a los m ás afo rtu n ad o s y no a los m ejores. A
este respecto dice el venerable G regorio de T ours con lacó­
nica franqueza: “el sacerdocio e ra vendido p o r los reyes”.
Los co m p rad o res solían ser laicos poco p rep arad o s para
la fu n ció n eclesiástica e in tro d u c ía n en sus m inisterios cos­
tu m b res m u ndanas, reñidas con la m ajestad sacerdotal. Los
obispos auténticos, los que h ab ían o b ten id o su dignidad
sin e n tra r e n estas m iserables c o m p o n en d as, estaban indig­
nados. En el añ o 533 hiciero n o ír su p ro testa en el concilio
630 RUBEN CALDERON BOUCHET

q u e tuvo lugar en la ciudad de O rleans. La m ala práctica


n o desapareció del todo, p ues los decretos c o n tra el vicio
sim oníaco de los reyes francos se renuevan e n los sínodos
del 535 y del 549.
En el Concilio de C le rm o n t se insistió sobre este tema:
“Q ue nadie busque el h o n o r sagrado del episcopado p o r co­
dicia, sino p o r m érito; q u e no ad quiera esta divina función
con dineros, sino p o r sus costum bres; que logre esta digni­
dad p o r la elección de todos n o p o r el favor de algunos...
Q u ien q u iera que desee el episcopado tiene que ser o rd en a ­
do sacerdote en virtu d de la elección del clero y del pueblo,
con el consentim iento del m etropolitano de la provincia.
Q u e no re c u rra al p a tro n a to de los poderosos; que no use
de astucia p a ra h a c er suscribir el decreto de su elección p o r
m edio de regalos a un o s y am enazas a otros; si h u b iera ac­
tuado de esta m a n e ra d eb e ser privado de la Iglesia que ri­
ge sin d ig n id a d ”. (C apitular 2, O rleans 538, C apítulo 3.)
Diez años m ás tard e, u n nuevo concilio en la ciudad de
O rleans re c o n o c e al rey el d e re c h o de in te rv en ir en la elec­
ción del obispo. Esta concesión tiene el propósito de lim i­
tar la in terv en ció n laica a la sola p erso n a del m onarca. La
m ala costum bre d e v e n d er las investiduras se h a b ía g e n e ra ­
lizado e n tre los g ran d e s y no h a b ía señ o r q u e no quisiera
e x tra er provecho de este vicio. En 558 u n concilio realiza­
do e n París pro clam a la abrogación lisa y llana de esta m e­
d id a y pide el re to rn o a las antiguas tradiciones eclesiásti­
cas. R enueva el c a n o n 11 del C oncilio de O rleans y lo
co n firm a con u n a am enaza de ex com unión al que vendie­
re o co m p ra re u n a d ig n id ad eclesiástica.
En su tercera g en eración los sucesores de Clodoveo em ­
p e o ra ro n las cosas. Los reyes m erovingios, com o suele de­
LA CIUDAD CRISTIANA 63 1

signárselos en h o n o r de u n lejano y poco conocido M ero-


veo, e n tra n en descom posición. Las crónicas de la época re ­
velan en la fam ilia real u n a situación m oral pavorosa. H ubo
u n breve interlu d io de salud con el advenim iento al tro n o
de C lotario II y el del fam oso rey D agoberto. El p rim e ro de
estos dos reyes realizó en París u n concilio de obispos ga­
los d o n d e se c o n firm a ro n las disposiciones canónicas con­
tra la sim onía y se ratificaron los principios tradicionales
p a ra la elección de obispos. El concilio no dijo n a d a res­
p ecto a la participación del rey en estas elecciones, p ero
existe u n edicto de C lotario II p o r el que éste a p ru e b a las
decisiones del concilio y a ñ ad e u n codicilo que p erm ite co­
legir su p ro p ia participación en el asunto: “si el elegido es
digno, que se lo o rd e n e obispo p o r o rd e n del p rín c ip e ”.
C om o se ve, la inm ición del rey todavía no h a desaparecido.
Le bon roy Dagobert goza en Francia de m ejor tradición y
su rec u e rd o viene siem pre acom pañado con el de su conse­
je r o áulico, le bon Saint Eloi, q u e según u n a vieja canción se
en carg ab a de advertirle cóm o debía ponerse los pantalones:

Le bon Saint Eloi, lui dit, ‘M on Roy,


mettez-vous vos culottes á Vendroit’.

La can ció n es m uy p o ste rio r a la é p o ca de D agoberto,


p e ro reco g e u n a versión q u e tien e u n cierto valor h istóri­
co: la in flu en cia que sobre el rey ejerció Eloy, obispo de
N oyon, y u n a de las figuras eclesiásticas m ás destacadas de
la época.
El obispo ejercía su oficio apostólico en u n a circunscrip­
ción territo rial q u e llevaba, com o hoy, el n o m b re de dióce­
sis (dioecesis). El cargo no p o d ía ser co m p artid o , a u n q u e los
632 RUBEN CALDERON BOUCHET

concilios rec u e rd an , u n a y o tra vez, que cu an d o el titular


de la diócesis n o p u e d a cu m p lir sus obligaciones pastorales
p o r e n fe rm e d a d o an cian id ad , p u e d e te n e r u n coadjutor.
La p rim e ra obligación del obispo es p red icar el Evange­
lio. Todos los dom ingos y días festivos ten ía el d e b e r de
ad o c trin a r a su p u e b lo y vigilar p a ra que sus p árrocos hicie­
ran lo m ism o. El deseo gen eral de todos los cristianos era
q u e la p réd ic a del Evangelio no q u e d a ra en u n a sim ple ex­
posición verbal. El obispo debía llevar u n a vida conform e
al ideal sacerdotal sostenido p o r la Iglesia. C u ando n o se
c u m p lía con esta n o rm a y la voz no e ra sostenida p o r el
ejem plo, la in au te n tic id a d del m ensaje episcopal incidía
negativam ente en la c o n d u c ta de los feligreses. En esa ép o ­
ca, com o e n todas, se estaba m ás aten to a la ejem plaridad
c o n c re ta q u e a los paradigm as retóricos.
Sería in g en u o su p o n e r que todos los obispos actuaban
d e a c u erd o con estas inspiraciones. Los concilios de la Igle­
sia gala se h acen eco de la in co n d u c ta de m uchos pastores.
G regorio de Tours re c u e rd a a C autinus, obispo de C ler­
m o n t, com o a u n b o rra c h o d esen fren ad o , cru el y codicio­
so, q u e h a b ía h ech o e n te rra r vivo a u n sacerdote p a ra apo­
d erarse de los bienes de su p arro q u ia. Este es, sin lugar a
dudas, u n caso excepcional de m al ejem plo, p e ro existían
nu m ero so s p relados que habían o b ten id o sus dignidades
p o r la sim onía y e ra n m ás aficionados a salir de caza que a
p re d ic a r el Evangelio.
La diócesis, p a ra facilitar el cuidado de las almas, estaba
dividida en p arro q u ias y cada u n a de éstas ten ía a su cabe­
za u n cu ra p árro co . La designación de los sacerdotes p a rro ­
quiales seguía el m ism o cam ino q u e el n o m b ram ien to del
obispo. El c an o n exigía q u e antes d e recibir las sagradas ór­
LA CIUDAD CRISTIANA 633

d en es el laico tuviera un año de an tig ü ed ad , p o r lo m enos,


e n la recep ció n del bautism o. D ebía te n e r u n a instrucción
suficiente en la d o c trin a y h a b e r d em ostrado, an te sus fu tu ­
ros feligreses, u n a c o n d u c ta ejem plar. N o p o d ía n ser sacer­
dotes los ignorantes, ni los que se h ab ían casado dos veces
o h ab ían desposado u n a viuda. La ed ad m ín im a re q u e rid a
p a ra el sacerdocio e ra de tre in ta años. O cho días antes de
la o rd en a c ió n , el obispo de la diócesis convocaba a todos
los p arro q u ian o s y les reco rd ab a q u e ten ía n la obligación
d e m anifestar cu alq u ier im p ed im en to que h u b ie re c o n tra
el can d id ato a rec ib ir el o rd en sagrado.
Las prescripciones respecto del celibato sacerdotal coin­
cid en e n señalar su necesidad. U n h o m b re casado p o d ía
ser cura, p e ro le estaba pro h ib id o co h ab itar con su m ujer
en u n a m ism a habitación y te n e r con ella relaciones ca rn a ­
les. El p ro p ó sito e ra evitar la e n tra d a en la Iglesia del h o m ­
b re casado, favorecer el celibato clerical y p ro p e n d e r a u n a
exclusiva dedicación al oficio sacerdotal. Todos los conci­
lios m anifiestan la necesidad de que los religiosos lleven
u n a vida reco g id a bajo la vigilancia p a te rn al del obispo.
De esta é p o ca data la organización de las p arro q u ias r u ­
rales. El C oncilio de Vaison (529) rec o m ie n d a a los p á rro ­
cos de la cam p añ a recibir e n sus casas a jóvenes lectores sol­
teros p a ra enseñarles la ley de Dios y p rep ararlo s p a ra el
santo m inisterio.
Los g ran d es señores ten ía n en sus castillos capillas p ar­
ticulares a cuyo fre n te p o n ían u n capellán privado. La m a­
yor p a rte de las veces elegían el capellán e n tre los h om bres
de su séquito, p e ro a veces lo hacían e n tre sus esclavos. Es­
ta situación dio lugar a m uchos abusos y los concilios se hi­
ciero n eco de los atropellos a las leyes canónicas.
634 RUBEN CALDERON BOUCHET

N o es posible hab lar de u n id a d nacional en u n a época


e n q u e F rancia todavía n o existía y en que el dom inio polí­
tico era u n m osaico de rein o s y señoríos en c o n tin u a q u e­
rella, p e ro la Iglesia gala te n ía el sentim iento de constituir
u n a u n id a d particu lar y lo m ostró en los num erosos conci­
lios q u e se efectu aro n e n ese tiem po. E ntre los años 506, fe­
c h a del C oncilio de A gde, hasta el 695, data del de Auxe-
rre , h u b o en el país galo m ás de cin cu en ta concilios, lo que
h ace u n p ro m ed io de u n concilio cada tres años. La im p o r­
tancia que estas re u n io n e s eclesiásticas tuvieron p a ra la
u n id a d espiritual del pueblo no p u e d e escapar a q u ie n ­
q u iera ten g a u n ad a rm e de inteligencia política.
Se h a dicho que esta proliferación de sínodos m ostraba,
va e n ese tiem po, u n a ligera inclinación galicana, y que los
obispos galos te n d ía n peligrosam ente a sentirse separados
del Santo Sitio. C reo q u e tal o p in ió n se adelan ta u n poco a
los acontecim ientos y señala u n vicio m uy p o sterio r a la
é p o c a que historiam os. La relativa in d e p e n d e n c ia ju risd ic­
cional de la Iglesia gala no actu ab a c o n tra la d e p e n d en c ia
d o ctrin al de Rom a. Los concilios n o fu ero n parcos en seña­
lar con claridad los derechos su periores del Papa: “¿Qué
obispo tien e la presu n ció n de a ctu ar c o n tra los decretos
em an ad o s de la Sede A postólica?”, com o se dijo en el C on­
cilio de T ours (527) c. 21.

A c c i ó n s o c ia l d e l a I g l e s ia g a l a

Los tiem pos m erovingios son ricos en contrastes violen­


tos, d o n d e lo p e o r y lo m ejor ap arecen ex trañ am en te m ez­
clados en la co n d u cta de los hom bres. Los reyes de esta pri­
LA CIUDAD CRISTIANA 635

m e ra dinastía p e rd ie ro n sus antiguas virtudes de com ando


y p erv irtiero n sus relaciones con la Iglesia. El p o d e r tem po­
ral in terv in o c o rru p to ra m e n te en la función eclesiástica y
el clero, estropeado p o r los abusos del poder, a rru in ó el
prestigio de su investidura. Las luces y las som bras acusan
cada vez m ás sus diferencias en la m ed id a en que la vida po­
lítica se disuelve y las luchas intestinas siem bran el caos y la
división. La confusión, la inseguridad, el peligro, d e sn u d a­
ro n los instintos más prim itivos y, al m ism o tiem po, pusie­
ro n de relieve la santidad de los que resistieron.
A ten ién d o se solam ente al p o d e r político, resalta de in­
m ed iato su carácter p u ra m e n te militar. Las restantes activi­
dades del rein o son del reso rte de la Iglesia. Ella educa, ad­
m in istra y a tie n d e todo lo que se refiere a la ju sticia social.
Establece la lista de los indigentes y tra ta de aliviar la situa­
ción de las personas q u e no p u e d e n a te n d e r a su subsisten­
cia p o r sus propios m edios.
El p rim e r concilio realizado en la ciudad de O rleans,
del q u e hem os m en cio n ad o algunas m edidas eclesiásticas,
asienta u n prin cip io que debe tom arse com o can o n para
m e d ir la responsabilidad que la Iglesia gala asum ía fren te
al p ro b le m a de la m iseria económ ica: a los p o b res e incapa­
ces h a b ía que proveerlos de los alim entos y vestidos que n e ­
cesitaban.
U n concilio realizado en Tours en 567 es todavía m ás ca­
tegórico y o rd e n a a cada u n a de las ciudades y villorios que
d e b e n ocuparse de los m enesterosos q u e vagabundean de
u n lugar a otro sin asilo. De esa época son los prim eros hos­
picios fu n d ad o s en la Galia. El obispo Praejectus fu n d ó en
C olom bier, cerca de C lerm ont, u n hospital provisto de m é­
dicos y en ferm ero s con capacidad p a ra albergar veinte en ­
636 RUBEN CALDERON BOUCHET

ferm os. Chalons-sur-Saóne, V erdun, M etz, M aestrich y


Q uincey c u e n ta n con enferm erías y leproserías instaladas.
O tro p ro b lem a que atrajo la aten ció n de la Iglesia du­
ra n te esta época fue el de los esclavos. La solución no era
fácil. La eco n o m ía rep o sab a to talm en te sobre la m ano de
o b ra esclava y n o se p o d ía ro m p e r con esa costum bre, ni
p re d ic a r u n a revuelta social tan inútil com o peligrosa. A de­
m ás u n a revolución social exige un clim a p ro p io que en esa
é p o ca n o se daba. La Iglesia n o tuvo n u n c a in terés en esa
clase de em presa, su p reo cu p ació n e ra las almas. Fue sobre
esa base religiosa sobre la que echó los cim ientos de u n a ci­
vilización q u e h a ría posible la superación de esa costum bre
abom inable.
Es pro b ab le — com o piensa Gustavo S ch n ü rer— q u e el
paso de la e c o n o m ía m o n eta ria a la eco n o m ía ru ral favore­
ció la su erte d e los esclavos. C on el lujo antiguo se term in ó
la posibilidad d e m a n te n e r u n costoso servicio dom éstico.
Los esclavos adscriptos a la gleba dejaron de p e rte n e c e r a
los d u eñ o s y se convirtieron en siervos de la tierra. Esta ser­
vidum bre afianzaba u n principio de arraigo y d ab a a la fa­
m ilia la seguridad del h o g a r establecido. Los esclavos do­
m ésticos q u e fo rm a b an el séquito de los prín cip es y los
g ran d es señores fu ero n reem plazados p o r ho m b res libres o
to m aro n la co n d ició n de tales, en tan to d e m o straro n valor
m ilitar. Señala esta evolución el n o m b re de los g randes car­
gos cortesanos. El títu lo de m ariscal, que an ta ñ o designaba
a u n m ozo de cuadra, se convirtió en la p rim e ra dignidad
m ilitar del reino. La senescalía, ejercida p o r u n sirviente
del d o rm ito rio real, se convierte en u n oficio de in m ed iata
p ro x im id ad al m onarca. El co p ero tom a el n o m b re de
c h am b elán del rein o y es u n o de los oficiales m ás im portan-
LA CIUDAD CRISTIANA 637

tes de la corte, ju n to con el escudero, cuyo n o m b re reem ­


plaza a u n an tig u o p in ch e de cocina e n carg ad o de trin ch ar
las aves y otros anim ales servidos en la m esa real.
La Iglesia cultivaba g ran d es extensiones de te rre n o y los
m onjes y oblatos no dab an abasto p a ra lab o rar tan to cam ­
po. Fue necesario em p le ar m ano de o b ra laica en carácter
d e siervos o esclavos. Estos siervos gozaban de ciertas p re ­
rrogativas que no ten ían aquellos adscriptos a las p ro p ie d a ­
des com unes. P e rte n e cía n a la Iglesia y no a u n señ o r p ar­
ticular y p o r lo tan to estaban som etidos al fuero de las leyes
eclesiásticas.
En el C oncilio de E p ao n a se trató especialm ente el caso
de crím enes com etidos co n tra u n esclavo y se estableció
u n a e x co m u n ió n de dos años p a ra el que m atara injusta­
m e n te a u n h o m b re de su p ertenencia. O tro concilio lim i­
tó la venta de esclavos en los confines del rein o , p a ra que
no cayeran en m anos de paganos o ju d ío s 134.
La ten d e n c ia g en eral de la época era m an u m itir los es­
clavos. H acerlo así se co n sid erab a u n a o b ra de m isericordia
qu e g an ab a m éritos espirituales p a ra q u ien la realizara, p e­
ro com o los esclavos eran parte de la econom ía, la libera­
ción exigía u n a retrib u c ió n en d in ero p a ra aquel en cuyo
perjuicio se hacía.
La m anum isión del esclavo reclam aba ser h e c h a en u n
acto público y rec o n o c id a a través de u n a c erem o n ia reli­
giosa. U n d o c u m e n to firm ado p o r el obispo y varios testi­
gos de im p o rta n c ia en la feligresía certificaba la nueva co n ­
dición el liberto. Las tentaciones del p o d e r son siem pre

134. G u sta v e S c h n ü r e r , L ’E glise et la Civilisation au Moyen Age, P a ris, P a y o t,


1933, pâg. 283.
638 RUBEN CALDERON BOUCHET

g ran d es, y peligrosas sus explosiones; p o r esa razón los li­


b erto s m an te n ía n u n a estrech a c o rre sp o n d en c ia con la
Iglesia p a ra evitar inconvenientes con los antiguos am os y
resg u a rd ar m ejor su libertad.
M uchos de estos libertos se convertían en colonos de los
dom inios eclesiásticos y poseían u n a p o rció n de tie rra a tí­
tulo de granjeros. La protección era pagada con u n p o rcen ­
taje de la p ro d u cció n neta. En casos de años m alos y p é rd i­
d a total de las cosechas, la abadía o el m onasterio subvenía
a sus necesidades m ed ian te u n préstam o en p roductos de
consum o y sem illas p ara nuevas siem bras. La Iglesia consi­
d e ra b a in m o ral todo préstam o con interés. La usu ra fue du­
ra m e n te p erseg u id a d u ra n te la Edad M edia. La situación
cam bió a p a rtir del siglo XIV y con ella la condición de los
siervos de la gleba. Esta se hizo penosa hacia el fin de la
E dad M edia: “e n esa época el crecim iento de las ciudades
q u e h ab ían reco n stitu id o su econom ía m o n e ta ria obligó a
los p ro p ietario s ru rales a fijar de m a n e ra a rb itraria el p o r­
centaje de sus aparcerías y red u cir a la condición de escla­
vos a los siervos y au n a los paisanos lib res” 135.
S c h n ü re r hace n o ta r q u e el p ro b le m a de la esclavitud
p re se n ta b a a la Iglesia o tra dificultad: ¿qué criterio d e b ía
im p e ra r c u a n d o u n esclavo solicitaba ser recibido com o
clérigo? D esde u n p u n to de vista p u ra m e n te teórico, u n es­
clavo te n ía tan to d e re c h o com o u n h o m b re libre a ser sa­
c e rd o te de C risto. Esta situación a n te el d e re c h o es el m e­
j o r a p o rte q u e la Iglesia hizo al p ro b le m a de la esclavitud.
El esclavo e ra u n h o m b re libre a n te los ojos de Dios y te­

1 3 5 . G u sta v e S c h n ü r e r , L ’E glise et la Civilisation au Moyen Age, P aris, P a y o t,


1933, pâg. 285.
LA CIUDAD CRISTIANA 639

n ía todos los d e re c h o s d e los otros h o m b re s p a ra p o d e r


servirlo.
Las dificultades ap arecían cuando se trataba del ejercicio
efectivo de este d erecho. La Iglesia no p o d ía desoír las cos­
tum bres im perantes y h u b iera sido im político lesionar los
intereses de los d u eñ o s considerando libre al esclavo que se
refugiara en su clero. Adem ás no resultaba m uy lim pia la
posición de aquel q u e buscaba el apostolado p a ra escapar a
su condición servil. Am bos aspectos de la cuestión tuvieron
que ser exam idados y pesados con todo cuidado p ara que la
solución n a c ie ra de la p ru d en cia y no del tem o r o la rebel­
d ía c o n tra las leyes im perantes. El d erech o canónico n o ad­
m itió esclavos e n el clero si no m ediaba liberación p o r p ar­
te del d u e ñ o , y esto p o r dos razones: p o rq u e el am o po d ía
reclam ar la devolución de aquello que le p erten ecía, o p o r­
q u e p o d ía sentirse con derechos sobre u n m iem bro de la
Iglesia com o si éste fu era p ro p ie d a d suya. La situación de
m inistros de la Iglesia en lam entable d e p en d en cia respecto
de u n laico era fu en te de conflictos que se debía evitar.
El p a p a L eón el G rande rem itió, en el añ o 443, u n a car­
ta pastoral a los obispos de Italia d o n d e los am onesta p o r
h a b e r acep tad o p a ra el sacerdocio esclavos n o liberados
p o r sus dueños. Los m otivos aducidos p o r el sum o pontífi­
ce son dos: el p rim e ro hace m ención al d e re c h o que tien en
los am os sobre lo que la ley civil considera su p ro p ied ad ; el
seg u n d o afirm a que el oficio sagrado p u e d e ser m an ch ad o
p o r la in d ig n id ad del sacerdote. Es m en ester que el h o m ­
b re consagrado al servicio divino sea libre y que su movi­
m ie n to hacia Dios nazca de la gen ero sid ad del ánim o y no
de u n a frustración. La Iglesia no es el refugio de los que de­
sertan de la m iseria sino la casa de los que buscan a Dios.
640 RUBEN CALDERON BOUCHET

La cuestión fue tem ible y los problem as q u e suscitó no


te rm in a ro n con la ad o pción de estos criterios p o r parte de
la je ra rq u ía eclesiástica. Los m onasterios sostenían o p in io ­
nes diferentes, y en m ás de u n a o p o rtu n id a d ch ocaron con
las prescripciones establecidas p o r los obispos, aco rd an d o
lib e rta d a los esclavos q u e se refugiaban e n tre sus m uros.
El idealism o de la vida m onacal forzaba la realidad y e n ­
c o n tra b a en su cam ino la a u to rid a d reg u lar p ara encauzar
el vuelo de sus aspiraciones. De h e c h o la regla establecida
p o r San B enito no h acía distingos: “no se d eb e asignar al
m onje de co n d ició n servil u n g rad o in ferio r al h o m b re li­
bre. Esclavos o libres, estam os u n id o s en Cristo y som etidos
al m ism o d u e ñ o , o la m ism a servidum bre, puesto que Dios
no hace acepción de p erso n as” 136.
C onviene recordar, p a ra que se in te rp re te m ejor el espí­
ritu de la reg la b en e d ic tin a , que Dios hace acepción de p e r­
sonas, pues hay elegidos y rép ro b o s y esto en función de di­
ferencias relativas a los m éritos personales. Lo q u e Dios no
to m a en c u e n ta es el m etro usado p o r el m u n d o p a ra m e­
d ir la situación de los ho m b res y su je ra rq u ía social. L a re­
gla b en ed ictin a, pese a su b u e n a voluntad, tuvo q u e acep­
tar, p o r p arte de sus ordinarios, algunas prescripciones
p a ra p o n e r a cu erd o con las leyes civiles y salvarse de in te r­
venciones m olestas. Fue el obispo de Arles, en Provenza,
q u ien hizo añ a d ir este codicilio a la m en cio n ad a regla: “La
adm isión de u n esclavo está prohibida. C u ando se trate de
u n liberto, si es ad u lto y posee carta de liberación fim ada
p o r su am o, el abad q u e d a en libertad de a c ep ta rlo ”.

1 3 6 . Regula c ., 2.
LA CIUDAD CRISTIANA 641

S it u a c ió n d e l a m u je r

Se h a rep ro c h a d o al cristianism o m edieval u n a actitud


an te la m u je r que p red isp o n ía a la m isoginia. La expresión
m ás so n o ra de esta falta de com prensión p a ra el bello sexo
aparece en u n a n o ta de G regorio de Tours respecto al C on­
cilio de M acón. Según el cronista, u n o de los obispos asis­
tentes h a b ría dicho en su ru d o latín: “M ulierem h o m in em
n o n posse vocitari”. T raducido literalm en te significa q u e la
m u jer no p u e d e ser llam ada un ho m b re. Si se tom a el tér­
m ino h o m b re com o designación de la especie, la o pinión
del obispo m ás q u e m isoginia d elataría im becilidad irre m e ­
diable. Felizm ente p a ra este prelado, la p alab ra homo desig­
n a en latín, y en las lenguas rom ances, al varón. Esta segun­
da acepción rescata el b u e n n o m b re y h o n o r del obispo y
convierte su supuesto desaire en u n a cortesía.
La tin ta d e rro c h a d a p a ra h a c er de esta expresión am bi­
g u a u n caso de antifem inism o clerical m ereció m ejo r desti­
no. N o valía la p e n a insistir tan to en u n a frase oscura cuan­
do la actitud total de la Iglesia fre n te a la fem in eid ad ha
sido siem pre la de u n h o n d o reconocim iento.
El m ism o Concilio de M acón dedicó a la situación de las
m ujeres in d ig en tes y a las viudas b u e n a p a rte de su aten ­
ción y p ro c u ró que tan to unas com o otras recib ieran de la
Iglesia especial cuidado. Exigía que, c u an d o se trataba de
u n ju ic io seguido co n tra u n a viuda o u n h u é rfa n o , el ju ez
in fo rm a ra al obispo p a ra q u e éste to rn a ra las providencias
necesarias en defensa de los derech o s del querellado. El
ju ez , culpable de h a b e r com etido injusticia co n tra u n a viu­
d a o en perjuicio de u n h u é rfa n o , se h acía acreed o r a la p e­
n a de excom unión.
642 RUBEN CALDERON BOUCHET

C u an d o juzgam os el esfuerzo civilizador de la Iglesia d u ­


ra n te esa época, tenem os q u e te n e r en c u en ta el grado de
p o stración en q u e h a b ía caído la sociedad g a lo rro m a n a co­
m o consecuencia de la asunción del p o d e r p o r los bárbaros
francos. Estos h om bres n o h ab ían a b a n d o n ad o sus fieras
costum bres, y la e sp o n ta n e id a d salvaje de los instintos no
co n o cía vallas m orales. Las m ujeres estaban expuestas a los
arreb ato s del tem p e ra m en to , y, lo que es peor, a las explo­
siones de u n a codicia desenfrenada. Las viudas dueñas de
algunos bienes se veían asediadas p o r u n cortejo de p re te n ­
dientes que n o tem ían pasar a la acción directa en el caso
q u e no se ac ep ta ra n sus proposiciones. Esta situación em ­
p e o ra b a c u a n d o el galán e ra casado y e n tre sus proyectos fi­
gu rab a el de a b a n d o n a r a su m u jer legítim a. La Iglesia se
hacía eco de am bos reclam os y tratab a de p ro te g e r a las viu­
das que d eseaban vivir en santa co n tin en cia y al mism o
tiem po p ro h ib ía , bajo p e n a de severas sanciones, la ru p tu ­
ra m atrim onial.
El m ism o espíritu de caridad y la sabía defensa de las
condiciones orgánicas de la vida inspiran las reglas y d ecre­
tos sobre la p ro tecció n de los niños expósitos, de los prisio­
neros y de aquellos que están am enazados e n su libertad
personal o e n el uso de sus precarios bienes p o r la codicia
de los grandes. En todos estos casos la labor de la Iglesia se
hace en dos niveles: en el espiritual con la préd ica de p rin ­
cipios que tie n d e n a c o n stru ir en el alm a u n a disposición
favorable a los sentim ientos generosos; en el social con la
in terv en ció n de la au to rid ad en favor de los débiles, p ero
sin caer en el prejuicio de h a c er de la debilidad razón. La
Iglesia reconoció siem pre el valor positivo de la fuerza, pe­
ro trató de p o n e rla al servicio de u n a causa noble.
LA CIUDAD CRISTIANA 643

P ara term inar, direm os, con S chnürer, que, tanto en el


do m in io ju ríd ic o com o en el de la in strucción, la Iglesia
fue m ed ia d o ra e n tre la an tig ü ed ad y los p u eblos nuevos.
Puso a los bárbaros en contacto con las g ran d es ex p erien ­
cias de an ta ñ o y les hizo ex tra er de ellas consecuencias po­
sitivas. L a legislación eclesiástica precedió a la civil y en m u­
chos p u n to s e n tró en conflicto con ella, especialm ente
cu a n d o tales leyes no eran más que costum bres bárbaras.

La ECONOMIA

L a época m erovingia se beneficia todavía con algunos


restos del antiguo esp len d o r económ ico, las ciudades p rin ­
cipales de la Galia conservan el régim en m unicipal im p re­
so p o r R om a y sería to talm ente inexacto p ensar que la ac­
tividad com ercial, tal com o la e n te n d ía el m u n d o antiguo,
h a b ía desaparecido com p letam en te en beneficio de u n a
eco n o m ía rural.
P ire n n e cree que el paso a la eco n o m ía de uso se p ro d u ­
ce con los carolingios y esto com o consecuencia del cierre
del M ed iterrán eo p o r las tropas del Profeta. Advierte, en
esta p rim e ra e tap a de la E dad M edia, la existencia de u n a
b u rg u esía com ercial que trafica con u n sistem a m o n etario
ro m a n o bizantino p e ro acu ñ ad o en la Galia. Estas m onedas
llevan sobre u n a de sus caras el busto del e m p e ra d o r y so­
b re la o tra la Victoria Augusti a la que h a n agregado u n a
cruz bizan tin a a im itación de las m onedas im periales. Esto
explicaba la necesidad de m a n te n e r con O rien te u n a con­
fo rm id a d que no te n d ría sentido si n o se conservaban las
644 RUBEN CALDERON BOUCHET

relaciones com erciales que im p o n ía el m ism o p a tró n m o­


n e ta rio 137.
La presen cia n a d a despreciable de este com ercio se n o ­
ta tam bién en la crónica de G regorio de Tours, quien, inci­
d e n ta lm e n te, se refiere e n varias o p o rtu n id a d es a la ciudad
de M arsella com o a u n cen tro com ercial m uy anim ado.
G regorio in fo rm a sobre la presencia de num erosas colo­
nias ju d ía s y sirias q u e m an te n ía n con O rien te u n tráfico
p e rm a n e n te de esm altes y tejidos de seda. D elata la p resen ­
cia de m ercad eres en V erdón y refiere que el rey de esa zo­
n a les h a h e c h o u n préstam o q u e los com erciantes devuel­
ven p o co después. Esta rá p id a transacción fin an ciera
su p o n e u n com ercio relativam ente próspero. H abla de la
existencia en París de u n a casa de negocios (domus negocian-
tum) y refiere la historia de u n aprovechado m ercad er que
se h a b ía en riq u e cid o con la g ran crisis del año 585. Todos
estos negociantes señalados p o r G regorio de Tours eran
b astan te m ás que sim ples b u h o n e ro s com o los que p re d o ­
m in a rán e n la época carolingia.
P ire n n e lam en ta la carencia de inform aciones precisas
sobre la h istoria del com ercio m erovingio a p a rtir de fines
del siglo VI. Sospecha q u e h a sufrido el descenso gen eral
p adecido p o r todas las actividades de la cultura.
Las causas de la d ecad en cia son m últiples y no d eb en ser
reducidas a la in co m p e te n c ia política de los reyes m erovin-
gios. Q uizá la m ás im p o rta n te sea la p e rtu rb ac ió n provoca­
d a p o r el em puje de los m ah o m etan o s y su dom inación en
los p u e rto s m ás im p o rta n tes del M ed iterrán eo oriental. La

137. H enri Pirenne, Histoire Economique de l ’Occident Médiévale, Brujas,


D esclée, 1951, págs. 72 y ss.
LA CIUDAD CRISTIANA 645

conquista de Siria e n tre el 633 y el 640, la de Egipto e n tre


el 638 y el 640 y la posesión de toda la costa norafricana
hasta la p e n ín su la ibérica c erró al p u e rto de M arsella toda
posibilidad de tráfico m arítim o. Esta situación m ilitar des­
plazó el eje d e la política e u ro p e a hacia el n o rte.
Los m a h o m e ta n o s p o r el m ar y la p ré d ic a de la Iglesia
e n el c o n tin e n te c o la b o raro n , a u n q u e de d istin ta m a n e ­
ra, e n el au g e de la e c o n o m ía de uso. El T e rce r C oncilio
de O rle a n s en 538 p ro h íb e a to d o s los clérigos, sacerd o ­
tes y d iáconos, el p résta m o de d in e ro a in terés; y o tro c o n ­
cilio p ro h íb e los p réstam o s c o n tra p resta ció n de servicios
perso n ales. La Iglesia se o p o n e a to d a tran sacció n m e ra ­
m e n te fin a n c ie ra y tra ta de lim itar la e c o n o m ía al trab ajo
y al tru e q u e . El d in e ro se hace cad a vez m ás escaso y el co­
m erc io se re d u c e a las ferias reg io n ales y al m e rc a d e r am ­
b u la n te .

La moral

N o se trata de co n sid erar los ideales sostenidos p o r los


m ejores rep re sen ta n te s de la Iglesia, sino de valorar la con­
d u c ta c o n c re ta de la sociedad m erovingia. El cu ad ro que
p rese n ta el cronista, G regorio de Tours, no p u e d e ser peor.
Los hábitos ad q uiridos p o r los germ an o s en su contacto
con la civilización latin a son abom inables. T odo el arsenal
ro m á n tic o de la frescura b á rb a ra y el e n can to m atinal de
los pueblos nuevos desaparece en la d e scarn ad a descrip­
ción de G regorio. N ada de ese vapor azulado que el b u en o
de V aldem ar Vedel veía ex ten d erse sobre los acontecim ien­
tos del o ccidente juvenil. La atm ósfera que se respira es de
646 R U BE N C ALDERON B O U C H E T

p e rfid ia y b ru talidad. El fresco m atinal y la a u ro ra de los


d edos rosas ven d rán luego, c u a n d o los ideales inspiren la
poesía épica y la óptica caballeresca p o n g a sus cristales al
servicio de la educación. Los siglos V, VI, VII y VIII son si­
glos de h ierro . La vida es d u ra y las pasiones se m anifiestan
en u n a esp o n ta n e id a d sin trabas. El rey C lotario m ata a p u ­
ñaladas a sus sobrinos a rran cán d o lo s de los brazos de la
m ad re y se queja p o rq u e su h e rm a n o C h ildeberto h a cedi­
do a u n m ovim iento de te rn u ra an te la desesperación del
m ás p eq u eñ o . La h istoria de la rein a F re d eg u n d a repite en
clave m ás desaforada la c ru e ld ad de M esalina y la refuerza
con los alardes de u n a concupiscencia sin freno.
G regorio afirm a que en su época h u b o más lam entacio­
nes que d u ra n te las peores persecuciones de Galerio. Cóm o
estaría de co n tam in ad o el am biente y en d u recid o el juicio
m oral de las personas, que el mism o cronista, después de
h a b e r n a rra d o la historia de A ustregilda que hizo m atar p o r
su m arido a los m édicos q u e la aten d iero n sin curarla, se
p reg u n ta si n o h u b o pecado en esta m edida. El m arido de
A ustregilda e ra el b u e n rey G ontrán, pero fiel al ju ra m e n to
que h ab ía h e c h o a su d ifunta esposa, en cuanto ésta e n tró
en la agonía, m an d ó a degollar a sus m édicos de cabecera.
Las costum bres báquicas del obispo de C le rm o n t p e rm i­
ten m ed ir el abism o en que h a b ía caído la Iglesia gala. “En
su p erso n a n o h a b ía n a d a de santo — asegura G regorio— ,
n a d a de respetable. N o poseía n in g ú n libro, ni religioso ni
pro fan o . Los ju d ío s e ra n los únicos que lo q u erían , no p o r­
q u e él se p re o c u p a ra p o r la salvación de ellos, sino p o rq u e
p o d ía n venderle m ercaderías p o r encim a de su valor re a l”.
La iglesia m erovingia sufre la influencia de su m edio, y,
a u n q u e n o carecía de rep re sen ta n te s dignos, la m ayor p ar­
LA CIUDAD CRISTIANA 647

te del clero seguía las costum bres depravadas de la época y


se h u n d ía, ju n to con la estirpe de M eroveo, en la degrada­
ción m ás abyecta. De o tra p arte vendrían los influjos positi­
vos que la ayudarían a levantarse. En esta o p o rtu n id a d la
luz vino de Irlanda.
VI
C a p itu lo

LOS CAROLINGIOS

L O S MAYORES PALATINOS

La E dad M edia osciló políticam ente e n tre la fractura-


ción del poder, ligada al tem p e ra m en to y a los usos de cel­
tas germ anos, y u n a fu erte te n d e n c ia a la u n id ad prove­
n ie n te del rec u e rd o persistente del Im p erio R om ano. En
los siglos V, VI, VII y com ienzos del VIII, p red o m in ó la pri­
m e ra de estas orientaciones. La seg u n d a m itad del siglo
VIII te n d rá u n a clara p referen cia p o r la u n id ad . En ella
p a rticip a rá n dos fuerzas políticas m an co m u n ad as en u n a
acción coh eren te: la fam ilia de los pipínidas y el Pontifica­
do R om ano.
Los p ipínidas, m ás tarde llam ados carolingios e n h o n o r
al m ás g ra n d e de sus hijos, e ra n originarios de A ustrasia y
con el títu lo de mayordomos de palacio o mayores palatinos do­
m in a ro n d u ra n te cierto tiem po los descalabrados reinos
m erovingios. Fue u n bastardo de P ipino de H eristal, Car­
los M artel, el q u e dio m ás lustre a esta d inastía de altos ofi­
650 R U BE N CALD ER O N B O U C H E T

cíales, c u a n d o detuvo en P oitiers a la cabalgata del Profe­


ta en el m es de o c tu b re del 732. C on esta victoria el O cci­
d e n te n o se libró de la am enaza sarracena, p ero le puso un
lím ite, y a p a rtir de él inició u n a reco n q u ista larga y dolo­
ro sa d o n d e se h a b ía de tem p lar el alm a y el acero de sus
barones.
Carlos M artel n o sólo ganó u n a batalla, tuvo u n sentido
m uy claro de la política que el R eino de los Francos d eb ía
seguir con respecto al Pontificado y se convirtió en u n efi­
caz c o la b o rad o r de los papas p a ra p re p a ra r la u n id ad de los
pueblos occidentales que culm inaría con el g o b iern o de su
n ieto Carlos el G rande.
Pipino el Breve fue el verdadero artífice de esta política
qu e com ienza c u an d o acu erd a a San Bonifacio su apoyo
p a ra renovar la decaída Iglesia galofranca. La resolución
to m ad a p o r C arlom án, h e rm a n o de Pipino el Breve, de
a b a n d o n a r la p a rte del rein o que Carlos M artel había pues­
to bajo su reg en cia y to m ar el hábito m onacal, favoreció la
m isión de Pipino. El nuevo m ayor palatino, en posesión de
to d a la h e re d a d dejada p o r su p ad re, decidió d ar el paso
político q u e lo separaba de la asunción legítim a del tro n o
franco. Envió a R om a a los legados B ujardo de W ürzburg y
Fulrado de Saint D enis p ara que p reg u n ta ra n a Zacarías II
si d e b ía llam arse rey al que ten ía la co ro n a o al que de h e­
cho dirigía los asuntos del reino.
E ra el a ñ o 751 y en el n o rte de Italia se levantaba el p o ­
deroso rein o de los longobardos q u e am enazaban la in d e­
p e n d e n c ia de los estados pontificios. Zacarías co m p ren d ió
p e rfe c ta m e n te cuáles p o d ían ser las consecuencias de su
respuesta. D espués de m ed itar con todo realism o el p ro b le­
m a que p lan te ab a Pipino, contestó que deb ía ser rey el que
LA CIUDAD CRISTIANA 6 51

ten ía en sus m anos la potestad efectiva. El últim o m erovin­


gio, C hilderico III, fue ton su rad o y m etido en u n convento
p a ra el resto de sus días. Pipino fue co ro n a d o rey de los
francos en Soisson e n tre setiem bre del 751 y feb rero del
752. La co ro n ació n se hizo a la usanza de los legionarios ro­
m anos, p ero chocaba c o n tra los usos germ anos, y esto no
dejó de causar u n a cierta desazón en el séquito m ilitar de
Pipino.
El p ap a Zacarías II se dio c u e n ta de la e x tra o rd in a ria im ­
p o rta n c ia política que ten ía su in terv en ció n e n la c o ro n a­
ción de Pipino. Villari trata de disculparlo com o si el p a p a
h u b ie ra com etido u n a suerte de sacrilegio al m eterse en
asuntos de política. “Es verdad — reco n o ce— que sólo el
p a p a p o d ía relevar a los súbditos del ju ra m e n to de o b e­
d iencia y, tran q u ilizan d o las conciencias, p o n e r fin a u n es­
tado a n o rm a l de cosas. ¿Q ué h ab ía de contestar, qué p o d ía
co n testar Zacarías? La nueva dinastía existía ya de hecho,
e ra d u e ñ a de la m o n arq u ía, h ab ía defen d id o la religión y
era la ú n ica q u e estaba en situación de p restar a la Iglesia
aq uella ayuda que nadie q u e ría o p o d ía darle. En el Im p e­
rio n o se h a b ía sancionado n u n c a el p rincipio h ered itario
de sucesión al tro n o y e n tre los bárbaros e ra co m ú n la elec­
ción del rey” 138.
Las razones dadas p o r Villari son justas y señalan u n a si­
tuación lib rad a a u n ju icio de p ru d e n c ia política. El p a p a
obró de p erfecto acu erd o con la realidad. Para justificarlo
no hace falta e n c o n tra r an teced en tes ju rídicos. Todavía hi­
zo más: bendijo en n o m b re de la Iglesia la consagración de

138. Saba Casdglioni, Historia de los papas, Barcelona, Labor, 1948, T. 1,


pág. 301.
652 RUBEN CALDERON BOUCHET

P ipino y dio a u to rid ad a B onifacio p a ra que un g iera al n u e ­


vo rey.
M uchos cristianos cre e n q u e la m isión salvadora de la
Iglesia la p o n e al m arg en de cu alq u ier introm isión en los
asuntos tem porales de la sociedad. T ien en de la tarea salva­
d o ra u n a visión angélica y n o tom an en cu en ta las condicio­
nes reales en q u e se m ueve u n a co m u n id ad com puesta de
ho m b res de carn e y huesos. El p o d e r espiritual tiene sus
raíces en la c a rn e y en la sangre de los ho m b res y, así com o
las am biciones m u n d an a s suelen ayudar a los propósitos so­
b ren a tu ra les de la Iglesia, a veces se in te rp o n e n en su cam i­
no. En u n o u otro caso el p o d e r espiritual tiene que co n tar
con los p o deres tem porales y apoyarse en ellos p a ra lograr
sus objetivos específicos o lu ch a r c o n tra ellos p a ra im p ed ir
q u e se op o n g an . Los papas de esa época c o m p re n d ie ro n
con p e rfe c ta claridad que p a ra salvar la in d e p e n d e n c ia de
la Santa Sede ten ían que evitar la constitución de u n fuer­
te p o d e r político en Italia. Este p o d e r actuaba ya en el n o r­
te de la p e n ín su la y am enazaba con su crecim iento la frágil
arm azó n de los estados pontificios. Evitar q u e la co ro n a
lo m b ard a unificara Italia bajo su cetro fue el objetivo que
decidió la política de acercam iento al rein o franco.
El a ñ o de la co ronación de Pipino (751) fue u n m o m en ­
to decisivo p a ra la expansión lom barda. Astolfo, sucesor de
R atchis bajo la co ro n a de h ierro , aprovechó el d esm orona­
m ien to del Im p erio B izantino y se a p o d e ró del exarcado de
Ravena. Esta acción m ilitar p o n ía bajo su dom inio el cen­
tro de la costa adriática de Italia.
Astolfo era u n g e rm a n o d o m in a d o r y frío y n o estaba
re te n id o p o r n in g u n a reverencia de carácter religioso. La
S anta Sede era u n b o cado te n ta d o r q u e sólo u n a fuerza su­
LA CIUDAD CRISTIANA 653

p e rio r a la suya p o d ía im p e d ir q u e tra ta ra de ap o d erarse


d e ella.
En ese m ism o año m u ere el p a p a Zacarías y le sucede
en el tro n o pontificio Esteban II. N o hacía cu atro m eses
q u e estaba sen tad o en el sillón de San P edro c u a n d o supo
q u e Astolfo m arc h ab a sobre R om a con el p ro p ó sito de
a ñ a d irla a su corona. E steban, en la im posibilidad de dete­
n e r p o r la fuerza a este tem ible adversario, apeló a la d iplo­
m acia. Muy b ien servido p o r la elo cu en cia y h ab ilid ad de
sus em b ajad o res obtuvo del rey lo n g o b ard o u n a tre g u a de
cu atro años.
Esteban II no ign o rab a las condiciones precarias de esta
paz e hizo gestiones a n te el e m p e ra d o r de Bizancio p a ra re­
cibir de éste u n a p ro tección que lo escudara c o n tra las p re ­
tensiones de Astolfo. Fue inútil. El Im perio, paralizado p o r
u n a só rd id a lu ch a interior, no p o d ía acu d ir en defensa de
Rom a. El p a p a p ensó en el rey de los francos y p ersonal­
m e n te atravesó los Alpes y se p resen tó an te Pipino p a ra re ­
c ab ar su ayuda c o n tra los longobardos. C uenta la crónica
q u e P ipino salió al e n c u e n tro del p a p a y lo recibió con
m uestras visibles del m ayor respeto. Echó pie a tierra, se
arro d illó e n el suelo y luego tom ó de las bridas la cabalga­
d u ra del sum o pontífice y la condujo un trecho. C on este
acto m ostraba su veneración p o r el vicario de Cristo.
El 6 de e n e ro del año 754 el p a p a y el rey de los francos
firm a ro n en la a b ad ía de Saint D enis u n a alianza en la que
se obligaban a m u tu a am istad y sostén. Pipino y sus dos hi­
jo s, Carlos y C arlom án, p ro m e tie ro n d e fe n d e r m ilitarm en ­
te a la Iglesia rom ana. El p a p a les concedió el título de pa­
tricios y volvió a legitim ar la realeza carolingia reiteran d o
p e rso n a lm e n te la c erem o n ia de consagración.
654 RUBEN CALDERON BOUCHET

Esta alianza no q u ed ó en el papel. Pipino llevó dos gue­


rras c o n tra los longobardos y los obligó, d u ran te un lapso,
a desistir de sus cam pañas conquistadoras.

C ar lo s el G ra nd e

Pipino el Breve falleció en el año 768 y rep artió el reino


e n tre sus dos hijos. La división territo rial id ead a p o r Pipino
p o n ía al país ad judicado a C arlom án bajo la dom inación
del territo rio atrib u id o a Carlos.
Los hijos de P ipino no ten ían , a la m u erte del p adre,
u n a m ad u re z in telectual suficiente com o p a ra iniciar u n a
política propia. Fue la rein a m adre, la leg en d aria B erta de
los grandes pies, la que tuvo a su cuidado la regencia del rei­
no e inició u n a política de acercam iento a la dinastía lon­
gobarda. Esto e ra ir d irectam en te c o n tra los designios de
P ipino. P ara lo g rar este fin casó a sus dos hijos con las hijas
del m o n arc a lo n g o b ard o , D esiderio.
La política de B erta so rp ren d ió dolo ro sam en te al p ap a
Esteban III y, según el Líber Pontificalis, el sum o pontífice se
ap re su ró a escribir a los dos príncipes u n p a r de cartas for-
tísim as d o n d e re c o rd a b a las leyes m atrim oniales que soste­
n ía la Iglesia. El p a p a creía, con razón o sin ella, que am bos
prín cip es h a b ía n c o n traíd o m atrim onio con an te rio rid a d a
las nupcias longobardas y que p o r e n d e estos nuevos m atri­
m onios e ra n ilegítim os e im puestos p o r la am bición políti­
ca de B erta y D esiderio. La preo cu p ació n de Esteban era
m ás política que m oral. Tem ía el d e trim e n to que la nueva
alianza causaría en los asuntos de la Iglesia.
LA CIUDAD CRISTIANA 655

Las epístolas papales no im pidieron las bodas longobar-


das, pero más adelante fueron o p o rtu n am en te usadas po r
Carlos para rep u d ia r a su nueva esposa y ro m p e r así el víncu­
lo que su m adre le había hech o contraer.
¿En q u é m o m e n to de su vida Carlos se in d ep e n d iza de
la influ en cia de B erta y com ienza p o r c u e n ta p ro p ia la gran
av entura de su reinado? Fijarlo con precisión es difícil. De
m ad u ració n lenta, p ero de voluntad tensa y do m in ad o ra, el
h o m b re de g o b iern o tardó u n tiem po en desarrollarse, p e ­
ro c u an d o lo hizo captó con u n a sola m irada el e rro r p olí­
tico de la re in a m ad re y recu p eró con u n fu erte golpe al ti­
m ó n la dirección que había tom ado Pipino p a ra m ayor
gloria de los francos.
Esteban III m u rió en el año 772. H asta ese m o m en to la
política de B erta n o h a b ía variado en su relación con Desi­
derio. Fue co ro n a d o p ap a A driano I. El nuevo pontífice m i­
dió con claridad la difícil situación en que se en co n trab a,
p e ro d ecidido a seguir la política de sus antecesores abrió
de nuevo la ofensiva an tilo n g o b a rd a y trató de conquistar
el apoyo de Carlos.
El m o m e n to era propicio: C arlom án h ab ía fallecido el
añ o a n te rio r y el jo v en Carlos se e n c o n tró d u eñ o de todo
el territo rio dejado p o r su padre. Es verdad que h ab ía u n a
princesa lo n g o b ard a h e re d e ra de la p arte de C arlom án.
Fue p recisam en te este h ech o el que obligó a Carlos a salir
de su crisálida y p ro b a r to d a la longitud de sus largos b ra ­
zos. Se a p o d e ró de los territorios p e rte n ec ie n te s a su d ifu n ­
to h e rm a n o antes q u e los longobardos p u d ie ra n h a c er oír
sus derechos. D esterró a su cu ñ ad a y a su sobrino a la cor­
te de D esiderio y, n o conform e con este desaire diplom áti­
co, rep u d ió a su esposa lo n g o b ard a y con trajo nuevas n u p ­
656 RUBEN CALDERON BOUCHET

cias con H ild eg ard a de Suavia. El fu tu ro e m p e rad o r de los


cristianos com enzó su rein a d o con este p ar de violaciones
a las sagradas leyes del m atrim o n io y con u n a ostensible
agresión a los d erechos de su sobrino.
C u ando los lo n gobardos quisieron reaccionar, el rey de
los francos h ab ía atravesado los Alpes y estaba ya sobre Pa­
vía. D u eñ o de la capital del rein o lo n gobardo, Carlos se ci­
ñ e la co ro n a de h ie rro y se proclam a rex francorum et longo-
bardorum. T ítulo u n poco largo, p ero al que añade, p ara
re c o rd a r al p ap a su a n tig u a alianza, el de patricio ro m an o
q u e le c o n ced iera Esteban II e n la abadía de Saint Denis.
D u ran te el asedio de Pavía Carlos visitó R om a y fue reci­
bido con todos los h o n o res con q u e an ta ñ o se recibía al
exarca de Ravena. R eiteró la alianza con el p ap a y se con­
virtió en p ro te c to r de los estados pontificios. Fue en esta
o p o rtu n id a d cu a n d o concedió al p ap a el d erech o a ejercer
su po testad política sobre todo el cen tro de Italia.
El h isto riad o r oficial de A driano I se hace eco de esta
d o n ació n y p re te n d e que Carlos dio a la Sede A postólica to­
d a la Italia. Si d o n ació n h u bo, ésta n o p o d ía ab arcar te rri­
torios q u e Carlos no h ab ía conquistado ni estaba en condi­
ciones de regalar, p o r esa sim ple razón. Las exageraciones
del h isto riad o r del p ap a h a n d ad o n acim iento a u n a larga
q u erella, que resum irem os de a cu erd o con la o p inión de
L eón D uchesne: “En lo que respecta a la hipótesis de u n a
falsedad, ésta n o p u e d e adm itirse de n in g u n a m anera. Los
biógrafos pontificios tie n e n p o r c ostum bre o cultar las cosas
q u e les p are c e n desagradables. La vida de A driano I, p o r
no citar sino u n ejem plo, dem u estra a las claras hasta d ó n ­
de se p o d ía llegar p o r el cam ino de u n p ru d e n te silencio.
U n a m e n tira positiva, la afirm ación de u n h ech o falso en
LA CIUDAD CRISTIANA 657

in terés de u n a causa b u e n a y justa, n o se lo h an perm itido


n u n ca, q u e yo sepa, los biógrafos: se m e n tía en to rn o suyo
com o en otras partes, n o lejos del Vaticano se fabricó la fal­
sa d o n ació n de C onstantino; p ero seria m en e ster p ro b ar
q u e falsificaciones de este género h a n hallado créd ito o fa­
vor en los biógrafos pontificios, y esto no se p ro b a rá jam ás.
El biógrafo de A driano se refiere a u n d o c u m e n to del cual
existían ejem plares en los archivos del p ap a y en los del rey
Carlos; u n a copia a u té n tic a del m ism o se depositó en la
confesión de San P ed ro , do n d e todos h a b ría n p o d id o ver­
la. Sería u n a ig n o ra n c ia m en tir en tales co n d icio n es” 139.
L eón D uchesne, p a ra los que n o lo saben, es u n historia­
d o r de la Iglesia cuyas obras se e n c u e n tra n en el Index. Es­
to n o es título de idoneidad, pero in d u d ab le m e n te tam p o ­
co lo ac re d ita com o apologista de Rom a. P ara D uchesne la
d o n a c ió n existió; y a u n q u e el biógrafo haya exagerado en
su alcance, p u d o h a b e r sucedido en función de la vague­
dad con q u e eran designados algunos territorios.
C arlos e ra u n p olítico sagaz y co m p ren d ió p e rfe c ta ­
m e n te el poco valor de u n a d o n a c ió n q u e n o estuviera
certificad a con su presencia. C u an d o to d o el n o rte de Ita­
lia estuvo bajo su cetro, creó en el c e n tro su r de la p e n ín ­
sula el d u c a d o de B enevento p a ra q u e sirviera de tap ó n
e n tre el d o m in io p ap al y los te rrito rio s p e rte n e c ie n te s al
im p erio b izan tin o . En esta ocasión rec o n sid eró su a n te ­
rio r a c u erd o con A d rian o y sin d e ja r de re c o n o c e r la sobe­
ra n ía del p a p a sobre los estados pontificios los puso bajo
su suprem acía. El p a p a tuvo q u e plegarse a las exigencias

139. Saba Castiglioni, Historia de los papas, Barcelona, Labor, 1948, T. 1,


págs. 325-6.
658 RUBEN CALDERON BOUCHET

d e Carlos. La a cep tació n de tal d e p e n d e n c ia le venía im ­


p u e sta m ás p o r los h e c h o s q u e p o r la presió n im periosa de
Carlos.
En R om a la id ea de h acer de Carlos u n e m p e ra d o r para
el O ccid en te cristiano com enzaba a germ inar. En el año
778 A driano le escribe a Carlos u n a carta m uy discutida p o r
los h istoriadores y en la que viene el rec u e rd o de C onstan­
tino con u n in d u d ab le propósito. “Así com o en los tiem pos
del santo p a p a ro m an o Silvestre, el piadoso C onstantino,
e m p e ra d o r de feliz m em oria, levantó y realizó con su g en e­
ro sid ad la santa Iglesia de Dios, católica, apostólica y ro m a­
na, y se dignó conferirle u n d om inio en este país de O cci­
d e n te , p u ed a, en n u e stra época y bajo vuestro feliz reino,
c recer n u e stra Iglesia e n la alegría y levantarse de u n a m a­
n e ra m as du rab le, p a ra que los pueblos a quienes llegara la
novedad p u e d a n decir: ‘Señor, conservad al rey y b endice
el día que te im ploram os, p o rq u e u n nuevo e m p e rad o r
cristiano, enviado de Dios, u n C onstantino nos h a nacido y
p o r su in te rm e d io Dios se h a dignado aco rd ar todas estas
cosas a la Santa Iglesia, aquella del bien av en tu rad o p rín ci­
p e de los A póstoles P e d ro ’” 14°.
En el año 781 vuelve Carlos a R om a y concluye con
A driano u n nuevo pacto. El p ap a u ngió a los hijos de Car­
los: Carlos, Pipino y Luis, y les ciñó la c o ro n a real. Carlos
reco n o ció n uevam ente al p ap a com o so b eran o de los Esta­
dos Pontificios, p e ro se reservó, en calidad de protector, el
d e re c h o de co n stitu ir u n a instancia su p e n o r en asuntos cri­
m inales. A la m u e rte de A driano I acaecida en 795, Carlos

1 4 0 . C ita d o e n G u sta v e S c h n ü r e r , L ’E glise et la Civilisation au Moyen Age,


P a ris, P a y o t, 1 9 3 3 , T. I, p â g s. 4 8 9 -9 0 .
LA CIUDAD CRISTIANA 659

renovó su alianza con la Santa Sede en la p erso n a del n u e ­


vo pontífice L eón III.
El p o n tificad o de L eón nació con algunos in convenien­
tes. Poco después de su advenim iento al tro n o h u b o en
R om a u n levantam iento c o n tra él y se lo depuso. En esta
o p o rtu n id a d L eón re c u rrió al p ro te c to r fran co y se hizo
co lo car e n el tro n o de P edro. Esta in te rv en c ió n y la llega­
d a de J e ru s a lé n de u n o s m onjes enviados p o r el p atriarca
q u e p u sie ro n en sus m anos las llaves del Santo Sepulcro, le
c o n fe ría n u n p ap el de árb itro d e n tro de la cristiandad que
h acía p a lid e ce r su título de patricio rom ano. F altaba u n a
d esignación h o n o rífic a que re sp o n d ie ra a la dig n id ad q u e
de h e c h o h a b ía a d q u irid o en las naciones de O ccidente.
El re c u e rd o del Im p e rio era u n a nostalgia dem asiado viva
en el co razó n de los rom anos p a ra que el título de e m p e ­
r a d o r no vin iera a sus m entes c u an d o se trató el asunto en ­
tre ellos.
En el oficio pontifical de la Natividad del año 800, m ien ­
tras Carlos se hallaba de hinojos a n te el altar de San P edro,
L eón III puso sobre su cabeza la co ro n a im perial. El p u e­
blo que llenaba las naves y el atrio de la basílica grito: “Al
E m p e ra d o r Carlos A ugusto, c o ro n ad o p o r Dios, salud, vida
y victoria”.

L a i d e a im p e r ia l e n l a é p o c a
de C a r lo s el G r a nd e

La idea de u n im perio universal tiene dos fuentes: una,


especulativa, que nace del m u n d o unificado p o r la cultura
helenística y a p u n ta a un ideal de civilización universal; la
660 R U BE N C ALDERON B O U C H E T

otra, m ística, fu n d ad a en el m ensaje de Cristo y en la di­


m ensión ecu m én ica de su prédica.
C u an d o C onstantino el G ran d e favoreció a la Iglesia
católica y abrió la perspectiva de u n im perio político de ins­
piració n cristiana, el universalism o religioso cristiano y el
cultural helenístico se ab razaro n a la concepción de u n a
u n id a d civilizadora que ten ía p o r alm a el cu erp o m ístico de
Cristo y p o r m isión la salvación del m undo.
El ideal religioso-cultural sobrevive a la caída del Im perio;
y la Iglesia lo sostiene bajo la tendencia disgregadora de los
bárbaros. El misal rom ano trae u n a oración correspondien­
te al V iernes Santo que según los entendidos data del tiem ­
po de las persecuciones. Esta oración dice así: “Dios todopo­
deroso y etern o , que en Cristo revelaste vuestra gloria a todas
las naciones, conservad las obras de vuestra m isericordia, a
fin de que la Iglesia, propagada p o r el m u n d o entero, perse­
vere con fe estable, en la confesión de nuestro n o m b re ” 141.
La oración reitera u n a fe ecum énica en a rm o n ía con la
id ea im perial. Dos plegarias p o r el im perio y el e m p e ra d o r
colocan este universalism o en la lín ea de u n ideal religioso-
cultural: “R oguem os p o r n u estro m uy cristiano e m p e rad o r
p a ra que n u estro Dios y S eñor le som eta todas las naciones
bárbaras, p a ra q u e p odam os vivir en u n a paz d u ra b le ”.
“Dios to d o p o d ero so y e te rn o , q u e tenéis en vuestras m anos
todas las fuerzas, todos los d erechos de los reinos, m irad
con benevolencia al Im p erio R om ano, p ara que los p u e­
blos q u e sólo confían en la fuerza b ru ta l sean vencidos p o r
la diestra de vuestro p o d e r”.

1 4 1 . R o b e r t F o lz , L'Idée d ’E mpire en Occident du V a u XTVSiècle, P aris, A u ­


b ier, 1 9 5 3 , p â g . 3 9 1 .
LA CIUDAD CRISTIANA 661

A m bos textos se e n c u e n tra n en el misal rom ano del


V iernes Santo. Folz cita o tro d o c u m en to extraíd o de las
oraciones sacram entales: “Dios que has creado el Im perio
R om ano en vista de la predicación del Evangelio del Reino
E tern o , ac o rd a d a vuestros servidores q u e son nuestros em ­
p e ra d o re s la s arm as celestes p ara que la paz de iglesias no
sea tu rb a d a p o r las tem pestades de la g u e rra ”.
J u n to a este ideal d e paz y unificación política bajo el
c e n tro im perial se instala la b ru talid ad de los hechos: el
fraccionam iento d e la rep ú b lica cristiana com o co n secu en ­
cia de la atom ización del p o d e r en m anos de los reyes b ár­
baros. Esta situación real incide en d esm edro de la paz y la
p redicación del Evangelio.
En el O rien te cristiano sobrevive el Im perio B izantino y
proyecta su som bra unificadora sobre los rom anos pontífi­
ces y tam bién sobre los reyes y reyezuelos en que se h a di­
suelto la u n id a d antigua. San Isidoro de Sevilla se hace eco
de esta presencia cu a n d o escribe en sus Etimologías-. “Im pe­
rio R om ano del q u e los otros reinos son com o ap én d ices”.
A este pen sam ien to del g ran obispo sevillano se lo p u ed e
co m p letar con esta frase e x traíd a de u n tratad o sobre las
funciones públicas com puesto en la Galia m erovingia antes
del siglo VIII: “E m p e ra d o r es el que tien e la prelacia en to­
do el m u n d o , bajo su cetro se e n c u e n tra n los reyes de los
otros re in o s” 142.
La realidad política n o justifica la persistencia del ideal,
p e ro tal vez ayude a sostenerlo con la nostalgia persistente
de u n a ép o ca de paz y unidad.

1 4 2 . R o b e r t F o lz , L ’Idée d ’E mpire en Occident du V a u XIVSiècle, P aris, A u ­


b ier, 1 9 5 3 , p â g . 15.
662 RUBEN CALDERON BOUCHET

Carlos fue c o ro n ad o e m p e ra d o r en Rom a. La p reg u n ta


q u e suscita este acontecim iento p u e d e form ularse así: ¿de
d ó n d e salió la idea de su coronación?
Folz señala que en los últim os años del siglo VIII el tér­
m ino im perio com ienza a a p arecer en varios docum entos
p erte n ec ie n te s al E stado franco. A lcuino habla ya del decus
imperialis regni y esta frase parece la expresión ad ecu ad a pa­
ra caracterizar el g o b iern o de C arlom agno. Señala Folz que
A lcuino era u n sajón h ab itu ad o a u n a idea de im perio im­
p re g n a d a de rem iniscencias bíblicas tal com o se concebía
en los reinos de Irla n d a y G ran B retaña. El reino franco,
p o r su extensión y su brillo, difería de aquellas pequeñas
m o n arq u ías, p ero , com o señala este autor, el reino de Car­
lom agno fue co ncebido com o u n a m isión al servicio de la
Iglesia, la cual lo revestía con el prestigio, la fuerza y el sim­
bolism o de la realeza bíblica 14S. Estas rem iniscencias anti-
guotestam entarias a las q u e tan ta afición ten ían sus secua­
ces traídos de Irlanda, d iero n a su d om inio u n carácter
sacram ental. El e ra el nuevo David, rey y sacerdote al m is­
m o tiem po, com o lo proclam a el Concilio de F rancfort del
año 794.
Sin desestim ar la influencia de A lcuino y otras figuras del
brain trust que ro d eab an a C arlom agno, se tiene que reco­
n o c e r que la inspiración de proclam arlo e m p e rad o r nació
en el p ap a y en sus consejeros políticos. E ra u n a idea larga­
m en te acariciada, p ara cuya realización venían p rep a rá n d o ­
se a través de u n a serie de actos políticos que consolidaban
la ru p tu ra con Bizancio: fundación de los estados pontifi­

1 4 3 . R o b e r t F o lz , L ’idee d ’E mpire en Occident d u V au XTVSiècle, P aris, A u ­


b ier, 1 9 5 3 , p á g . 2 6.
LA CIUDAD CRISTIANA 663

cios, destrucción del exarcado de Ravena, designación del


rey franco com o patricio y pro tecto r de los rom anos.
La proclam ación co ro n ab a este esfuerzo y hacía más de­
finitiva la separación de O ccidente. La c erem o n ia se hizo
conform e al ritual bizantino, p ero se im pu siero n algunos
ritos p ara p o n e r en evidencia la nueva responsabilidad que
este p o d e r asum ía an te la Iglesia de Rom a. El enu n ciad o
del título im perial m anifiesta las in ten cio n es del go b iern o
de Carlos: “Carlos, serenísim o A ugusto, c o ro n ad o p o r Dios,
g ran d e y pacífico em perador, g o b e rn a n te del Im p erio Ro­
m an o e igualm ente p o r la m isericordia de Dios, rey de los
francos y de los lo m b ard o s”.
Se tardó u n b u e n tiem po en acu ñ ar esta fórm ula. Folz
escribe que la frase “co ro n ad o p o r D ios”, p o n e el acento en
la actividad sacram ental del vicario de Dios en la tie rra y lo
convierte e n el ag ente ejecutivo de su providencia. La co n ­
servación de la fórm ula: Rex francorum et hngobardorum se­
ñala el lazo especial que u n e al e m p e rad o r con esos dos
pueblos, p ero Romanum gubernans Imperium, confiere a su
gestión el carácter de u n a m isión que debe cum plirse en
los lím ites del Im perio R om ano.

LA MISION IMPERIAL

C arlom agno no se atuvo al enu n ciad o teórico del carác­


ter m isional de su g o b iern o e in co rp o ró el m an d ato de J e ­
sús a la Iglesia a la sustancia de su política. Louis H alphen
dice que la clásica idea ro m an a del p o d e r h a desaparecido
de las in ten cio n es de Carlos, p ero el co n cep to de potestad
664 R U B E N CALD ER O N B O U C H E T

con u n a serie de deberes colectivos está en la raíz de su n o ­


ción del Estado. Estos d eb eres se en n o b lecen con la obliga­
ción apostólica que asum en sus com prom isos cristianos.
En la a n tig ü ed ad el e m p e ra d o r o b rab a com o delegado
del p u eb lo de Rom a. C arlom agno recibirá su a u to rid ad de
Dios. La consagración lo convierte en el je fe del pueblo
cristiano p a ra guiarlo h acia su destino superior. El es Saúl,
es David, y com o en los tiem pos de Israel, los lím ites de su
im p erio tien d en a confu n d irse con los lugares poblados
p o r los fieles.
Carlos se persu ad e de que re in a sobre todo el pueblo
cristiano y q u e éste fo rm a a lre d e d o r de él u n g ru p o com ­
pacto, u n id o al je fe en u n a m ism a co m u n id ad de creencia
y acción. Esto es lo que tan to Carlos com o su séquito llam a­
ro n la unanimitas. El ju ra m e n to de fidelidad exigido a sus
súbditos p o r m edio de los missi dominici reclam a esta co­
m ú n u n ió n en la fe. La p rim e ra de las obligaciones acepta­
das p o r el vasallo es la de “m an te n erse p len am en te al servi­
cio de D io s... p o rq u e el e m p e ra d o r no p u e d e d ar todos los
cuidados necesarios a cada u n o en particular. Pues el em ­
p e ra d o r q u e d eb e cuidar p o r todos, c u en ta que cada u n o
h a rá en aquello que le co ncierne individualm ente lo que
h a g a falta p a ra m an te n er la rep ú b lica en estado de obe­
d ien cia a los p recep to s de la relig ió n ”.
El ju ra m e n to p e d ía tam bién, y en esto revelaba la íntim a
inspiración q u e lo guiaba, “que no se actúe n u n c a en con­
tra de la Iglesia, las viudas, los h u é rfa n o s y los extranjeros,
p o rq u e el em p erad o r, después de Dios y sus santos, es el de­
fen so r obligado de ellos”.
Lo q u e el ju ra m e n to solicita del súbdito es u n a adhesión
a la causa y no a la p erso n a del e m p e ra d o r mas com o la
LA CIUDAD CRISTIANA 665

causa im perial se c o n fu n d e con la Iglesia, el co n ten id o del


ju ra m e n to es susceptible de extenderse hasta abarcar todos
los deb eres del cristiano. El que faltaba a estas obligaciones
se h acía reo de infidelidad, pues com o dice u n o de los ar­
tículos del ju ra m e n to : “q u ien da asilo a u n lad ró n es infiel,
p o r la sencilla razón de q u e el ladrón lo es” 144.
N o se p re te n d e e n c o n tra r en estas prescripciones u n a
fo rm u lació n teórica del b ien com ún político. No es u n tra­
tado sino u n d o c u m e n to público cuya finalidad es recab ar
u n a adhesión c o n c re ta p ara el cum plim iento de todos esos
deberes. H a lp h e n cita otro d o c u m en to sim ilar red actad o
algunos años m ás tard e p o r Luis el Piadoso, d o n d e se pres­
crib en los d eb eres de cada u n o de los estam entos sociales
en q u e está dividido el Im perio En él se reconoce que el
e m p e ra d o r d e b e velar p ersonalm ente sobre la Iglesia y
m a n te n e r la paz y la ju sticia para todo el pueblo. En u n ar­
tículo fo rm u la la u n ió n q u e debe h ab er e n tre el e m p era­
d o r y los súbditos p a ra la u tilidad com ún y evitar los daños
que sobrevienen de la separación y la anarquía.

A c t iv id a d s o c ia l d u r a n t e l a é p o c a c a r o l in g ia

Todas estas prescripciones, con su acusada ten d e n c ia a


la u n id a d y a la u n an im id ad , p u e d e n h a c er p en sar que el
rein a d o de C arlom agno ten ía el sello centralista de u n a
m o n a rq u ía m o d ern a . N ada m ás lejos de la verdad. Todas

144. Louis H alphen, A Travers l ’Histoire du Moyen Age, Paris, P.U.F., 1950,
pâgs. 92 y ss.
666 RUBEN CALDERON BOUCHET

estas no rm as unitarias ap u n ta b a n al co n ten id o religioso co­


m ún, p ero n o p re te n d ía n u n a m ism a u n ifo rm id ad p a ra to­
do lo refe re n te a los usos sociales. U n a sentencia que diera
c u e n ta de esta in ten ció n p o d ría expresarse así: u n id ad d e n ­
tro de la p luralidad de usos y costum bres. El d erech o está
u n id o al m ovim iento histórico del h o m b re y Carlos no des­
conoció la vigencia de las leyes consuetudinarias en fu n ­
ción de las cuales d eb ían ser juzgados sus súbditos. Los sa­
jo n e s y los longobardos, vencidos p o r Carlos en sendas
guerras, conservaron tam bién sus propios derechos.
Es en el o rd en de la justicia social do n d e C arlom agno to­
m ará u n a serie de providencias que son la gloria de su rei­
nado. En la época de los reyes m erovingios la ayuda a los
pobres in cu m b ía a la Iglesia. Era o b ra de m isericordia y es­
taba im puesta p o r la caridad nacida de Cristo. Carlos asum e
esta tarea com o u n d e b e r de gobierno. Da órdenes term i­
n an tes p ara que nadie, en condiciones de hacerlo, rehúse
albergue o alim entación a un pobre o a un peregrino.
Sus ordenanzas en este sentido son claras y deb en consi­
derarse obligatorias para todos los habitantes del reino. O bli­
ga a los dueños a subvenir a las necesidades de sus siervos
cuando cum plen con sus funciones propias y tam bién cuan­
do p o r razones de edad o enferm edad n o p u ed an hacerlo.
El e m p e ra d o r tom a en serio su p ap el de defensor de los
pobres y, en la capitular n ú m ero 72, sale al e n c u en tro de
los abusos que co m eten ciertos prelados cu ando tratan,
c o n tra la v e rd a d e ra justicia, de ac re c en ta r los bienes de la
Iglesia en d e trim e n to de las fortunas privadas.
“¿Acaso h a a b an d o n ad o el m u n d o aquel que no cesa,
diariam ente, de todas m aneras y según todos sus recursos y
argucias, de au m e n tar sus riquezas, sea p o r la am enaza de
LA CIUDAD CRISTIANA 667

las penas eternas, o despojando, en n o m b re de Dios o de


u n o de sus santos, a los ricos y a los sim ples de sus bienes?
Esto arrastra a m uchas personas a com eter crím enes y priva
de sus patrim onios a los hered ero s legítim os reduciéndolos
a la pobreza. Esta situación los lleva a ro b ar y a hurtar, pues­
to que se h an visto despojados de su h ere n c ia p o r o tro s” 145.
De esta época d ata el sistem a de donaciones que hacen
los particulares a la Iglesia a título de precaria remunerativa.
Se e n tre g a u n b ien en usufructo a cam bio de u n tanto p o r
ciento sobre la cosecha. El precarista p u e d e ser asim ilado a
u n p e q u e ñ o ren tista que da su dom inio a cam bio de u n a
renta. G racias a este expediente, las viudas y los h u érfan o s
qu e no estaban e n condiciones de cultivar las tierras deja­
das p o r sus esposos o padres las prestaban a la Iglesia y és­
ta les aseguraba u n porcentaje que les p erm itía vivir y al
m ism o tiem po conservar el bien p ara cu ando estuvieran en
condiciones de trabajarlo p o r su p ro p ia cuenta. Estos con­
tratos de precario p o d ían hacerse tam bién p ara e m p re n d e r
u n a pereg rin ació n , u n a expedición m ilitar, o en casos de
e n ferm ed ad es largas. E ra u n a suerte de seguro co n tra la ve­
jez, los accidentes y la m uerte.
Las p reo cu p acio n es sociales del e m p e ra d o r no im pe­
dían la actividad de la Iglesia en sus obras de m isericordia.
Todo lo que en este sentido se hacía en la época m erovin­
gia se rep ite a h o ra en un m arco sociopolítico de m ayor u n i­
d ad y coherencia. El g o b iern o colabora, y de la m an co m u ­
n id ad en el esfuerzo social n acen m ayores beneficios p ara
la población.

1 4 5 . G u sta v e S c h n ü r e r , L ’E glise et la Civilisation au Moyen Age, P aris, P ayot,


1 9 3 3 , T. I, p â g . 5 2 7 .
668 RUBEN CALDERON BOUCHET

No conviene hacerse u n a idea esquem ática de la Edad


M edia. Los contrastes subsisten y los tiem pos siguen siendo
duros. Las guerras, las invasiones se suceden sin treguas y el
h o m b re no pu ed e defenderse contra los rigores del clim a y
las trem endas incursiones de la peste. La vida es en general
corta y precaria y las cam panas de la Iglesia doblan para los
vivos y p ara los m uertos. El em p erad o r se detiene pocas ve­
ces. La mayor p arte de su existencia la pasa a caballo en lar­
gas cabalgatas sobre sus dom inios. Está en todas partes. Su
voluntad civilizadora no conoce el descanso y ejerce u n do­
m inio sobre sus colaboradores inm ediatos que n o siem pre
es fácil de llevar. La Iglesia es la prim era en aprender, en car­
ne viva, lo que vale la protección de este h om bre de hierro.
El servicio del reino exigía a los g randes estar siem pre
dispuestos a to m a r las arm as, no im p o rta que fueran cléri­
gos o laicos. N o h a b ía excepciones y cada u n o , en la m edi­
da de su capacidad, estaba obligado a las prestaciones p e r­
sonales o económ icas p a ra a te n d e r las necesidades de la
g u erra. El criterio que fu n d ab a tales exigencias estaba ba­
sado en u n loable principio de m an com unidad, p ero trajo
p a ra la Iglesia consecuencias lam entables. De esa época da­
tan los obispos cortesanos, y, lo que e ra un poco m ejor pe­
ro no totalm en te b u e n o , los obispos caballeros que m an e­
ja b a n la espada y la lanza con m ás frecuencia q u e el hisopo.
La prestación de servicios m ilitares valía tanto p ara los
obispos com o p a ra los abades, a quienes, adem ás de com ­
pro m eterlo s p e rso n a lm e n te en el ejercicio de las arm as, los
obligaba a costear con sus propios recursos todos los gastos
q u e ocasionaba el conflicto.
Carlos consideraba que tales exigencias se justificaban
p o r el carácter m isional q u e ten ía su em presa políticom ili-
LA CIUDAD CRISTIANA 669

tar. En u n a o rd e n de m arch a dirigida al abate Fulrado de


Saint Q u in tín , le dice: “De tal m odo eq u ip ad o , debes venir
con tus vasallos al p u n to de co n cen tració n q u e hem os fija­
do, a fin de que de allí partam os p a ra la g u e rra según u n a
dirección que fijará n u e stra o rd en . Provéete de arm as, de
accesorios, de útiles, víveres y ropas, de m odo q u e cada ji­
n e te esté com p letam en te equipado: escudo, lanza, espada
daga, arco y carcaj con sus flechas. Los carros d e b e n traer
sus accesorios: mazas, m artillos, hachas, palas, picos, arietes
y todo lo necesario p ara la c a m p a ñ a ” 146.
El p a p a A driano protestó co n tra la obligación de p o rta r
arm as im puesta a los altos prelados: “Q ue no se p e rm ita se­
m ejan te cosa. Los sacerdotes y obispos que, según su deseo,
tie n e n q u e acom pañarlo p o r todas partes, que se o c u p e n
celosam ente de la plegaria, que p red iq u e n al pueblo re u n i­
do lo q u e es necesario p a ra la salud del alm a en vista de la
vida e te rn a y oigan confesiones. En cu an to a los otros obis­
pos y abades, que no a b a n d o n en sus iglesias, y q u e cada
u n o se esfuerce en dirigir al pueblo que le h a sido confia­
do p o r Dios, bajo la p o d ero sa protección del rey y confor­
m e a las prescripciones de la Iglesia”.
El p atriarca de A quilea, Paulino, se dirige al rey en tér­
m inos sem ejantes y pide se le reconozca el carácter de la
m isión que le h a sido e n c o m e n d a d a p o r Cristo: “Puedas tú
co m b atir p a ra nosotros a los enem igos visibles del Cristo,
p o r el a m o r de Cristo y con el socorro divino. N osotros
q u erem o s im p lo rar p a ra ti el p o d e r del S eñor co n tra los
enem igos invisibles y com batirlos con las arm as espiritua­

1 4 6 . G u sta v e S c h n ü r e r , L ’E glise et la Civilisation au Moyen Age, P aris, P a y o t,


1 9 3 3 , T. I, p â g s. 5 1 7 y 5 1 8 .
670 R U BEN C ALDERON B O U C H E T

les. P u ed a sernos p erm itid o a los sacerdotes del S eñor ser­


virlos con fo rm e al Evangelio y a las prescripciones de los
A póstoles y en to d a sim plicidad, h a c er el servicio de las ar­
m as en el cam po del S eñ o r solam ente; pues, en efecto, na­
die p u e d e servir a dos am o s” 147.
Carlos n o h u b ie ra sido el gran político que fue si no h u ­
biese lanzado c o n tra los enem igos de la Fe todas las fuerzas
disponibles del reino. No se po d ía re tro c e d e r u n paso fre n ­
te al Islam q u e am enazaba p o r el sur o al paganism o que
arreciab a p o r el n o rte. T odo el p o rv en ir de la cristiandad
estaba c o m p ro m etid o en esta lucha.

LA ECONOMIA CAROLINGIA

H en ri P iren n e sostuvo que la econom ía de los tiem pos


carolingios se vio afectada p o r el dom inio m usulm án en to­
da la cuenca del M editerráneo. Esta situación había privado
a los países de O ccidente de los p u erto s com erciales que
sostenían el tráfico con O riente. El propósito de P iren n e no
q u ed ab a red u cid o al área de lo económ ico y p rete n d ía ex­
plicar el proceso cultural carolingio en función de su tesis.
Antes de considerar los principios de la teo ría conviene
decir algo sobre la econom ía m ism a de esta época. En pri­
m e r lugar el com ercio con O rien te no qu ed ó totalm ente
a rru in a d o p o r el dom inio árabe de la cuenca del M edite­
rrá n e o . Luis H a lp h e n op in a que los árabes, p ara no p e rd e r

1 4 7 . G u sta v e S c h n ü r e r , L ’E glise et la Civilisation au Moyen Age, P aris, P ayot,


1 9 3 3 , T. I, p â g s. 5 1 7 y 5 1 8 .
LA CIUDAD CRISTIANA 671

u n a costum bre tradicional, cayeron p ro n to en u n a reyerta


in testin a “q u e m inó el espíritu de los califas” y dism inuyó
su presión militar. La m en talid ad “positiva y m ercantil de la
raza volvió p ro n to p o r sus fueros y ellos m ism os reto m aro n
el tráfico com ercial con el O ccidente cristiano. M uchas ciu­
dades italianas h ab ían com enzado en el siglo X y com ien­
zos del XI a d a r p ru eb a s de que era posible m a n te n e r un
e n te n d im ie n to com ercial con los m usulm anes” 148.
Esta op in ió n deja entrever la necesidad de to m ar en
c u e n ta los diversos m atices y las diferentes situaciones p o r
los q u e atravesaba el im perio de C arlom agno según sus re ­
giones. La tesis de P iren n e tiene u n a rigidez que no tom a
en c u e n ta esta variedad y nos inspira la sospecha de h a b e r
n acid o m ás de u n prejuicio ideológico que de la observa­
ción de los hechos.
Y lo p rim e ro que viene a nu estro p ensam iento es la po­
sición de España. F e rd in a n d L ot nos previene c o n tra dos
exageraciones: co n sid erar d e te rm in a n te la influencia ára­
be en la e c o n o m ía española o n o tom arla en c u e n ta p a ra
nada. C u ando los m usulm anes e n tra n en su territo rio , Es­
p a ñ a es u n país civilizado que tiene fu n d ad a u n a eco n o m ía
de base ru ral, co m p letam en te e x trañ a a la iniciativa árabe.
Estos van a influir sobre la artesanía española y hay que bus­
car la razón en el carácter aristocrático de los dom inadores.
Llevaban u n a vida suntuosa q u e exigía u n a artesanía de lu­
jo . Las fro n teras españolas n u n c a estuvieron to talm en te ce­
rradas. El m u n d o carolingio m antuvo a través de ella un
discreto contacto com ercial. Los ju d ío s españoles se encar­

148. Louis H alphen, A Travers l ’Histoire du Moyen Age, Paris, P.U.F., 1950,
pâg. 338.
672 RUBEN CALDERON BOUCHET

g aro n , con su reco n o cid o ingenio, de m a n te n e r vivo el trá­


fico e n tre am bos m u n d o s 149.
El testim onio de E spaña no ab o n a la tesis de P iren n e de
u n a cesación co m pleta del com ercio con O rien te, pero
tam poco alienta la o p in ió n de sus im pugnadores cu ando
sostienen que la e c o n o m ía carolingia estuvo com pletam en­
te d o m in ad a p o r la influencia árabe.
L om bard, en su libro L ’Or, fue u n o de los principales ex­
p o n e n te s de la tesis adversa a la de Pirenne. C reía en u n
dom inio com pleto de la econom ía m usulm ana sobre la
cristiandad occidental. E n tre las p ru eb as que ab onaban en
apoyo de su o p in ió n , estaba u n a respetable cantidad de
m onedas m usulm anas en co n trad as en las costas del Báltico
y qu e datab an de la ép o ca carolingia. Francois Himly, en un
exam en crítico de esta tesis, llegó a conclusiones opuestas.
A nte todo observa la im precisión en el significado eco n ó ­
m ico del térm in o moneda musulmana. La palabra m usul­
m án, com o cristiano, su p o n e u n id ad religiosa y n o política
o económ ica. ¿De qué Estados m usulm anes p ro ce d e n di­
chas m onedas: España, Africa del N orte, Egipto, Siria, Tur-
questán? Más de las tres cuartas p artes p ro ce d e n del Estado
sam ánida del T urquestán; el resto, en su casi totalidad, son
del E stado abásida. N o hay testim onio de in d u stria m usul­
m an a en las costas bálticas. Com o los nórdicos carecían de
u n a artesan ía p a ra explicar el tráfico com ercial, las m o n e ­
das p u e d e n h a b e r sido obtenidas po r oficio de p iratería
m uy cultivado e n tre los pueblos de esas latitudes 15°.

149. Ferdinand Lot, Les Invasions Barbares, Paris, Payot, 1942, pâg. 55.
150. Francois Himly, Y a-t-il Emprise Musulmane Sur l ’Economie des Etats Euro­
péens du VIII au X Siècle?, Schweizerische, Zeitschrift für Geschichte, 1955.
LA CIUDAD CRISTIANA 673

Esto n o significa que el n o rte e u ro p e o careciera de co­


m ercio. La existencia de m onedas occidentales, en m ayor
can tid ad q u e las árabes, y la presencia de artículos de m a­
n u fac tu ra occidental, hablan de u n com ercio activo en tre
el n o rte y el occidente carolingio.
Los índices com erciales, sin co n firm ar la tesis de Piren-
ne, no d an pábulo a la idea de u n profuso intercam bio en ­
tre los carolingios y los m usulm anes. N o basta ad u cir la p re ­
sencia de paños orientales en el im perio franco p ara sacar
de allí la id ea de q u e el m ercado del tejido estaba do m in a­
do p o r O riente.
La tesis de P ire n n e h a sido b rillan tem en te expuesta. En
su apoyo el h isto riad o r belga h a sabido usar de su in n eg a­
ble eru d ició n . N o obstante, la econom ía carolingia no está
tan aislada de los centros com erciales de O rien te p ara con­
cluir q u e su e c o n o m ía c e rra d a fue la causa d e te rm in a n te
de su originalidad cultural. La evolución social y económ i­
ca de la Galia n o h a ro to to talm en te con el pasado, y el m o­
vim iento q u e la lleva hacia el feudalism o no pu ed e ser ex­
plicado exclusivam ente p o r el cierre de la cuenca del
M ed iterrán eo al com ercio franco. Causas más profundas:
u n estilo español de vida que am anece an u n c ia el alba de
u n m u n d o que se m overá en un cuadro de m otivaciones
qu e exceden el exiguo cam po de la econom ía.
El progreso com ercial se detuvo, esto es lo que h a p ro ­
bad o P ire n n e con gran ap o rte de datos. En esta dism inu­
ción del tráfico in terv in iero n decisivam ente los piratas sa­
rracenos. Pero u n a cosa es que el progreso com ercial se
d e te n g a y o tra que desaparezca el com ercio. El nuevo esti­
lo de vida auspiciado p o r la Iglesia no favorecía la eclosión
de ho m b res de negocios. En esta situación se advierte la
674 RUBEN CALDERON BOUCHET

doble acción de la espada carolingia y la a rd ie n te ad m o n i­


ción de los frailes.
D u ran te la época carolingia se renuevan las prohibicio­
nes sobre los préstam os usurarios. El e m p e ra d o r sigue, en
este sentido, las orien tacio n es dadas p o r la Iglesia y en sus
Capitulares Missorum de Nimega en el año 806, existe u n edic­
to d o n d e se explica con to d a claridad la diferencia en tre
u n negocio legítim o y otro que no lo es. La distinción es ta­
ja n te ; y lo que en el com ercio p u ed e ser adm itido com o le­
gal deja poco m arg en a la ganancia. La protección de los
po b res es otro aspecto del g o b iern o carolingio que lo obli­
ga a u n a in terv en ció n p e rm a n e n te en las cuestiones eco n ó ­
micas; fija los salarios y el precio de las ropas. P rocura im­
p e d ir la form ación de m onopolios en perjuicio de los
consum idores.

LA TEORIA POLITICA DE LA EPOCA CAROLINGIA

H em os visto en andes rasgos la praxis política del go­


b iern o carolingio. Conviene señalar a h o ra algunos de los
caracteres del pensam iento político que sostenían los in te­
lectuales de ese tiem po.
La E dad M edia no conoció u n d e re c h o que a p a rtir de
prem isas teóricas ex trajera consecuencias válidas p a ra el
o rd e n real. Las libertades del h o m b re m edieval fu ero n
siem pre el resu ltad o de esfuerzos individuales, fam iliares o
com unitarios, p e rfe c ta m e n te e n cu ad rad o s en u n m arco
histórico co ncreto. F ueron las libertades de esta fam ilia, de
esta c o m u n id a d o de esta ciudad las que tejieron la com pli­
LA CIUDAD CRISTIANA 675

cada m alla de u n o rd e n ju ríd ic o m ás a te n to a la vida real


q u e a los principios abstractos.
El h o m b re de la E dad M edia se movió en un p lan o em ­
pírico y c u an d o quiso explicar la naturaleza de sus d ere­
chos tropezó con u n a triple tradición intelectual que hizo
difícil su trabajo: el d e re c h o ro m an o , las costum bres celtas
y g erm anas y la d o c trin a cristiana.
L uego de la conversión de C o n stan tin o se trató de a r­
m o n iz a r la ley ro m a n a con la Iglesia, p e ro h u b o m uchas
d ificultades q u e la fó rm u la del p a p a Celasio n o logró su­
perar. Estos in co n v en ien tes a u m e n ta ro n c u a n d o los dig­
n a ta rio s de la Iglesia tuvieron q u e habérselas con los reyes
bárb aro s. En p rim e r lugar, se tra tab a de señalar los lím i­
tes del p o d e r político. Estos no p o d ían ser fijados si no se
p recisab a con rig o r cuáles e ra n las exigencias q u e Dios
im p o n ía a los ho m b res. El b á rb a ro e ra m uy sensible a la
m anifestación d e to d o p o d e r y con to d a facilidad lo co­
n e c ta b a con la divinidad. Esta p e cu liarid ad psicológica h i­
zo de él u n fiel dócil y m uy b ien dispuesto en la adversi­
d ad, p e ro difícil de m an e jar cu a n d o la fo rtu n a le so n re ía
y c o n c eb ía los favores de la su erte com o u n a gracia p a rti­
c u la r de Dios.
R esultaba tarea a rd u a hacerles ver las obligaciones socia­
les del poder. La ten d e n c ia a creerse directam en te elegidos
p o r Dios en virtud de su valor y destreza era dem asiado
g ran d e. Los obispos se vieron m uchas veces en posiciones
realm en te peligrosas cu ando trataro n de hacerles com ­
p re n d e r los deberes q u e tenían p a ra con sus súbditos.
C arlom agno no era u n bárb aro , e n lo que este térm ino
c o n n o ta de b ru ta l e incivilizado, p ero su co m p o rtam ien to
te n ía resabios de barbarie que n u n c a logró su p erar del to­
676 RUBEN CALDERON BOUCHET

do. El m ás im p o rtan te de ellos fue la inclinación a ver su


p ro p io p o d e r político com o u n a gesta de Dios.
La m o n arq u ía d e C arlom agno — escribe M arcel de la
B igne— p resen ta, p o r lo m enos en estado de proyecto, el
c o n ju n to de los caracteres que en co n tram o s en el curso de
la m o n a rq u ía francesa. P ero todavía subsiste en ella u n ras­
go, m uy a te n u a d o y d e p u ra d o , de la antigua confusión e n ­
tre política y religión 151.
La situación del p ap a d u ran te el g o b iern o de Carlos es­
tuvo su b o rd in a d a a la del em perador. D esde su adveni­
m ie n to al tro n o de San Pedro, gracias a la in terv en ció n del
rey de los francos, L eón III fue cortésm ente invitado p o r
Carlos a lim itarse a la plegaria. Si algo se p u e d e decir en fa­
vor de esta su erte de cesaropapism o, es que Carlos tom aba
con seried ad su oficio de je fe de la cristiandad. T oda su ac­
tividad com o g o b e rn a n te reconoció los lím ites señalados
p o r sus deb eres de p rín cip e cristiano y respetó, en todo lo
q u e n o se o p o n ía al cum plim iento de sus obligaciones, las
leyes y las costum bres de sus súbditos. A lcuino escribe que
e ra un je fe “a la som bra del cual el pueblo cristiano reposa
en paz y que inspira te rro r a las naciones paganas. U n guta
cuya devoción n o cesa, p o r su firm eza evangélica, de forti­
ficar la fe católica c o n tra los sectarios, vigilando p a ra que
n a d a con trario a la d o c trin a de los A póstoles se deslice p o r
alg u n a parte y em p leán d o se p ara h acer resp lan d ecer en to­
das p artes la fe católica a la luz de la gracia celeste”.
P ero tam bién en aq u ella época com o a h o ra h ab ía politi-
cólogos y éstos no se lim itaban a observar la realid ad sino

151. Marcel de la B igne de V illeneuve, Traité Général de l ’E tat, Paris, Re­


cueil Sirey, 1 9 2 9 ,1, pâg. 211.
LA CIUDAD CRISTIANA 677

q ue q u e ría n influir sobre ella a d a p tá n d o la a sus pequeños


esquem as m entales. No e ra n ideólogos del calibre de Rous­
seau o de M arx, p ero sí intelectuales im p reg n ad o s del ra­
cionalism o griego y que escribían, p a ra uso de los grandes,
p e q u e ñ o s m anuales de teología m oral en los q u e ex p o n ían
sus pen sam ien to s políticos. Casi todos estos p ensadores
acep tan la a u to rid a d de los reyes com o pro v en ien te de
Dios y les rec o n o c e n el privilegio de g o b e rn a r en su n o m ­
bre. A dm iten la existencia de la Iglesia com o dep o sitaría
d e la sagrada d o c trin a y m aestra de vida p ersonal y p ú b li­
ca. El b u e n g o b ie rn o se conoce p o r sus frutos. Los reyes
son llam ados a g o b e rn a r com o los sacerdotes al sagrado
m inisterio. El q u e no corrige n o reina, p o r eso tien en el
n o m b re de reyes los q u e actúan en la rec titu d y de acu er­
d o con el an tig u o adagio: “Rex eris si recte facías, si n o n fa­
cias, n o n e ris” 152.
H ay u n a ju sticia de a cu erd o con la cual d eb e a ctu ar el
rey; c u an d o no sucede así, el n o m b re que conviene al go­
b e rn a n te es el de tirano. Los antiguos — escribe Jo n á s de
O rleans— llam aban tiranos a todos los reyes, p ero poste­
rio rm e n te el n o m b re de rey se lim itó a los q u e g o b e rn a b a n
con justicia, p ied ad y m isericordia. Los crueles, despiada­
dos e injustos, recib iero n el n o m b re de tiranos 153.
En u n a de las cartas dirigidas a C arlom agno p o r alguien
q u e firm a C athulfo se le rec u e rd a la necesidad de cum plir
con su oficio regio en el a m o r y el tem o r de Dios, pues h a
sido puesto sobre los otros p ara custodiarlos com o vicario
del Padre.

152. Etimologías, IX, 3.


153. De Institutione Regia, 3.
678 R U BE N C ALDERON B O U C H E T

Estas reflexiones se a d a p ta n al carácter paternalista, au­


toritario y m oral de las antiguas m onarquías. N acen de la
m editación teológica y las funciones de g o b iern o son ob­
servadas desde esta perspectiva. En todos estos p en sam ien ­
tos se advierten dos notas: a. Q ue el m o n arca ejerce u n a ta­
re a educativa, la cual lo obliga a cuidar su p ro p ia co n d u cta
m oral; b. La ju sticia es u n a virtud y no p u e d e ser ejercida
p o r el injusto y el violento. T oda la labor educativa del cris­
tianism o está aq u í p a ra recab ar el d erech o de la Iglesia a
o b ra r sobre las disposiciones del alm a.
C athulfo es tam b ién u n m inucioso pedagogo. Puesto en
la faen a de h a b la r con el p rín cip e, n o p u ed e d o m in a r su
gusto p o r la didáctica y e n u m e ra todas las otras virtudes
que d e b e n ser o rn a to del m onarca y q u e h a ría n so n reír los
finos labios d e M aquiavelo. El m o n arca tiene que ser veraz
en sus actos regios y debe te n e r paciencia en todos sus
asuntos. G eneroso en las donaciones y persuasivo en las pa­
labras. Severo en la corrección y castigo de los m alos, am ­
plio p a ra rec o n o c e r el valor y el m érito de los buenos. Par­
co e n la aplicación de im puestos y equitativo cu ando tenga
que d irim ir u n pleito e n tre ricos y pobres.
En u n a palabra: el Estado existe p a ra la realización del
derech o . El p o d e r es u n m edio y no u n fin en sí m ism o. El
m o n arc a d e b e g o b e rn a r de acu erd o con norm as y p rec e p ­
tos que h a n sido im puestos p o r Dios y p o r la historia de u n
pueblo. N o es u n legislador que viene a renovar nada, sino
u n estricto c u m p lid o r de u n a ley q u e existe antes que él y
a la que debe resp eto y obediencia.
Los teólogos h a c en re c o rd a r a los reyes la necesidad de
te n e r en c u e n ta las costum bres tradicionales de cada p u e ­
blo p a ra h a c e r ju sticia con fo rm e con ellas. Esta situación
LA CIUDAD CRISTIANA 679

h a h e c h o p e n sar en u n a su erte de pacto político e n tre el


m o n arc a y cada u n o de los pueblos som etidos a su ju risd ic­
ción. La realid ad p arece favorecer esta idea, p e ro debe te­
n erse la p recau ció n de quitarle a la p alab ra p u eb lo todo
sabor c o n te m p o rá n e o . N o se trata de u n a asam blea inor­
g ánica sin o tra calificación que el nú m ero . El p u e b lo tiene
el sen tid o de u n o rd e n je rá rq u ic o de personas y q u ien es
p actan con el m o n a rc a son sus m ás calificados re p re se n ­
tantes. Estos n otables p u e d e n c o m p arecer an te el rey p a ra
re c a b a r el cum p lim ien to de las leyes.
El térm in o pu eb lo tiene otro m atiz cu ando se e n tie n d e
p o r tal a u n a co m u n id ad histórica fo rm ad a en u n creci­
m ie n to orgánico, en cuyo decurso h a alcanzado un d e te r­
m in a d o nivel de desarrollo. Es esta m adurez social la que
exige ser ten id a en c u e n ta p o r el p o d e r central.
E n esta é p o c a se h iciero n sen tir claram ente las dos te n ­
dencias políticas co n trarias del m u n d o medieval: u n a cen-
tralizad o ra e im perial p ro v en ie n te de la ro m a n id ad y o tra
fed eral y au to n o m ista con u n a d ecid id a ten d e n c ia al desa­
rro llo político de los m unicipios y de las regiones. Su ex­
presió n se h allará en el feudalism o y las repúblicas m u n i­
cipales.
C a p it u l o V II

LA TEORIA GENERAL DEL ESTADO


EN LOS SIGLOS X, X IY XII

Esta época im p o rta m ás p o r sus realizaciones concretas


en el o rd e n político que p o r las ideas de sus teóricos del Es­
tado. U n a filosofía política capaz de reem plazar el pensa­
m ie n to de A gustín la d ará el siglo XIII, cu ando A ristóteles
haya e n tra d o to talm en te en el m u n d o cristiano y Santo To­
m ás concluya su síntesis teológico-filosófica.
Los p ensadores de esta época son, an te todo, teólogos.
Sus ideas acerca de las cuestiones que h acen al p o d e r polí­
tico y sus relaciones con los súbditos de u n rein o vienen ex­
puestas en tratados fu n d am e n ta lm e n te vinculados con te­
m as religiosos. Si se o cupan especialm ente de aleccionar a
un p rín c ip e lo h acen m ás com o directores de conciencia
q u e com o consejeros políticos. Es conveniente te n e r en
c u e n ta estas perspectivas pastorales p a ra n o caer en el
e rro r de a trib u ir a u n pen sam ien to político reflexiones ins­
piradas en la edificación de las almas.
682 RUBEN CALDERON BOUCHET

L ey n a t u r a l e ig u a l d a d

A los Carlyle les e n c an ta insistir sobre los sentim ientos


de igualdad social predicados p o r los Padres de la Iglesia.
E n la form ación de este igualitarism o cristiano conspira­
ría n , según estos autores, el sacro m agisterio y la sólida in­
fluencia de los p en sad o res estoicos de la segunda época.
Los escritores eclesiásticos im pregnados de u n léxico filo­
sófico esencialista no p u d ie ro n d ar c u e n ta de las desigual­
dades existenciales sin p e n sar que aten tab an co n tra el ca­
n o n axiológico de la Gracia. Esta cautela los llevó a
co n fu n d ir am bos niveles de consideración y aplicaron a las
desigualdades nacidas de las exigencias del o rd e n social y
las natu rales disposiciones del alm a, u n m etro creado p ara
m ed ir los m éritos sobrenaturales de la o b ediencia al Espí­
ritu Santo. Es verdad que la p reco n izad a igualdad no se da
en n in g u n o de los dos cam pos de la conducta, p ero com o
los teólogos insisten con énfasis e n señalar el poco valor
q u e tie n e n las je ra rq u ía s terrenas p a ra m ere ce r el R eino de
Dios, n a d a m ás fácil que e n te n d e r esta predicación com o
u n a exaltación de igualitarism o social. Esta m ala in te rp re ­
tación se hace todavía más plausible c u an d o h a desapareci­
do de la reflexión todo interés religioso y q u e d a solam ente
la crítica a las diferencias sociales que im p o n e la aptitud, la
h istoria y las necesidades del orden.
C u an d o u n tratadista m edieval h a b la del origen com ún
de todos los h o m b res y subraya con disgusto los orgullos
tribales de las co m u n id ad es históricas, n o tien e el p ropósi­
to de n e g a r valor a estas realidades sociales, sino el de
c o m b a tir la so b erb ia que nace de algunos m odestos signos
distintivos. R evelar la n a d a del sectarism o nacional en pro
LA CIUDAD CRISTIANA 683

de la u n ió n de los h o m b res en C risto, n o es lo m ism o que


d e sco n o c e r el valor q u e tien en las naciones y su positivo
co ncurso en la p ro m o ció n de la com ún g ran d eza hum ana.
L a Iglesia n u n c a ig n o ró q u e esta g ran d eza nace de la dis­
tinción y de la desigualdad de las naciones y n o de su u n i­
fo rm id ad .
Los Carlyle rec o n o c e n tam bién que la E dad M edia ha
sido p re se n ta d a p o r los escritores inspirados e n la revolu­
ción com o u n a sociedad d o m in a d a p o r la id ea de la distin­
ción de la sangre y el nacim iento. Los prejuicios señoriales
n a c e ría n del o rgullo racial y se transm itirían de p adres a
hijos c re a n d o u n sen tim ien to de casta to ta lm e n te re ñ id o
con u n a co n cep ció n d em ocrática del cristianism o. Para
h a c e r ver q u e los cristianos m edievales fu ero n excelentes
dem ócratas, dignos de sus sucesores anglosajones, llam an
a concurso a varios escritores eclesiásticos en los q u e so­
breviven los viejos tópicos igualitarios de la filosofía hele­
nística.
El p rim e ro en la lista es el obispo de Verona, R aterio,
qu e en u n pasaje de su Praeloquiorum rec u e rd a a los cristia­
nos el origen co m ú n de todos los hom bres. La desigualdad
vino con p osterioridad. No es obra de Dios sino de las con­
venciones. Cristo es R ed en to r de todos y tanto el siervo de
la gleba com o el e m p e rad o r y el p ap a son beneficiarios de
su sacrificio. No se p u e d e decir, en función de los cargos
q u e desem p eñ an , cuáles tien en más m erecim ientos ante
los ojos de Dios.
D ar a este escrito un co n ten id o político cu alq u iera es
sacarlo del quicio pastoral en que su a u to r lo coloca. El
ú n ico p en sam ien to que p u e d e estar influido p o r el racio­
nalism o helenístico es el de a trib u ir a convención la exis­
684 RUBEN CALDERON BOUCHET

ten cia de las desigualdades sociales. La a u to rid ad política y


la eclesiástica convocadas en el ejem plo no cu m plen su ofi­
cio en virtud de u n a convención, sino de u n a exigencia im ­
p u e sta p o r la natu raleza m ism a del o rd en social. N o hay
u n id a d de o rd e n sino e n tre desiguales y distintos, cuya ar­
m o n ía d e p e n d e de la existencia de u n a au to rid ad . P roba­
b lem e n te R aterio carecía del léxico nacional capaz de p e r­
m itirle u n a explicación m ás a d ecu ad a del fen ó m e n o social
com o u n a u n id a d de o rd en . P ero lo que le interesa no es
tan to u n a in te rp re ta c ió n de la sociedad política com o u n a
e x h o rta ció n a la hum ildad: “convicitur m elior esse qui tibi
servit hum iliter, quam tu, qui eum despicis a rro g an ter; no-
b ilio r qui tibi, q u o d prom isit, exhibit fideliter, quam tu, qui
eu m decipis m e n d a c ite r”.
Dios tiene e n c u en ta virtudes que sin ser incom patibles
con la g randeza en el te rre n o de las acciones hum anas, tam ­
p o co son solidarias de ella. U n noble g u e rre ro , con las con­
diciones de u n jefe , p u e d e te n e r m enos m érito ante los ojos
d e Dios que u n a p o b re religiosa sin n in g u n a a p titud p ara el
m ando. De aquí no se p u ed e sacar la confesión de que am ­
bos sean iguales. N o lo son p o r p artid a doble, pues e n o r­
d en a la sociedad h u m an a el je fe m ilitar cum ple u n a fu n ­
ción jerá rq u ic am e n te más alta que la b u e n a h e rm a n a de la
caridad, la cual en el Reino de Dios debe estar más cerca de
Dios que el adalid. Conviene advertir nuevam ente que la
cercanía a Dios n o tiene nada que ver con la investidura.
Los m éritos de u n caudillo m ilitar son com patibles con los
de u n santo, p e ro no necesariam ente. Son ó rdenes distintos
en los q u e se hace necesario un doble criterio de prelacia.
El cristianism o usa dos m etros p a ra m ed ir las desigual­
dades h u m anas. Lo que resulta ex tra ñ o es que la existen­
LA CIUDAD CRISTIANA 685

cia de u n doble can o n axiológico sea in te rp re ta d a com o


u n a pred icació n de la igualdad. A dm ito sin dificultad que
u n a transposición p ro fa n a de esta en señ a n z a religiosa
p u e d e in sp irar u n m esianism o carnal. La E dad M edia e n ­
te n d ió p e rfe c ta m e n te la distinción de los dos planos de
rea lid a d en q u e se m ovía el pen sam ien to cristiano. Sin des­
c o n o c e r el c a rtab ó n so b ren atu ral aplicado a los m ereci­
m ien to s de la G racia, adm itió las diferencias sociales y cre­
yó p e rfe c ta m e n te conv eniente fo rm a r sus dirig en tes de
a c u erd o con criterios provenientes de u n a h e re n c ia y u n a
e d u cació n m ancom unadas. El noble lo e ra tan to p o r el li­
naje, com o p o r la acción form ativo de u n a ejercitación
adecuada.
El h o m b re m edieval fue u n jin e te ; su sentido de la sangre
n a d a tiene que ver con el racism o m o d ern o hech o de e ru ­
dición histórica y de ciencia ficción. El jin e te estim a la raza
e n las virtudes q u e revela el tem peram ento. Así com o am a
los caballos fogosos, adm ira el talante g u e rre ro de los hom ­
bres y sabe, com o b u e n criador de anim ales, que n o se p u e ­
d en conservar las virtudes nobles si no se cuida el linaje.
El h o m b re m o d e rn o verá en esta actitu d la m anifesta­
ción de u n prejuicio social definitivam ente im p u tab le a un
o rd e n político fu n d a d o en el orgullo y la desigualdad.
N u e stra ép o ca h a n acid o del cálculo y la estadística y su
clase d irig e n te está m ás vinculada a los n ú m ero s y a los m e­
canism os q u e a la raza caballar. Su te n d e n c ia a co n c eb ir el
o rd e n social en térm in o s de m ecánica, h o m o lo g a la incli­
n ació n m edieval a p ensarlo en co n cep to s biológicos.
Las diferencias originadas en el tem p e ra m en to son sus­
ceptibles de transm itirse p o r h erencia; ¿por qué no se h a
de cu id ar con criterio eugenésico este aspecto de la reali­
686 RUBEN CALDERON BOUCHET

d ad hum ana? Esto se hace instintivam ente y los hom bres


buscan e n su p areja las virtudes psicosom áticas que m ejor
satisfacen las exigencias de su p ro p io tem p eram en to . La
E dad M edia codificó este instinto y lo convirtió en u n a
fuerza social que a través de la fam ilia creaba u n a tradición
de esfuerzo, de señ o río y de servicio.
Rafael G am bra, co n sid eran d o u n a reflexión de M aurras
sobre el valor político de u n fu erte espíritu de fam ilia, dice
qu e no se trata de asegurar al servicio de u n a nación u n a
serie de individuos m ás dotados que el com ún de los ciuda­
danos. Se trata de utilizar la gran fuerza social, única, del
m edio fam iliar, c re a d o r del m ás fu erte espíritu y de la más
fu erte tradición. C on la fam ilia se asim ila el espíritu y la téc­
nica que d e te rm in a , en cierto grado, la sangre, p ero sobre
to d o la trad ició n oral y la educación 154.
Las desigualdades en los individuos n acen de la diversi­
d ad de las disposiciones personales. U n a educación ade­
c u ad a y u n ejercicio constante p erfeccio n an esas vocacio­
nes y las llevan al m ás alto grado de eficacia. N osotros, hijos
de la d em ocracia, del individualism o bu rg u és y del sufragio
universal, n o p odem os rechazar este hecho, y, si no hem os
p e rd id o to talm en te el uso de la inteligencia, sabrem os sa­
car p artid o de él en las diferentes tareas que e m p re n d a ­
mos. La E dad M edia ten ía u n a vida co m u n itaria más sana
q u e la nuestra. N o sólo co m p ren d ió las desigualdades indi­
viduales atribuibles al carácter ún ico e irreiterab le de cada
h o m b re , tam bién advirtió el valor del esfuerzo fam iliar sos­
ten id o d u ran te varias g en eraciones y trató de asim ilar estas

154. Rafael Gambra, La monarquía soáal y representativa, Madrid, 1954,


pág. 152.
LA CIUDAD CRISTIANA 687

tradiciones dándoles privilegios y co ncediéndoles garantías


p a ra que m antuvieran con vigor el im pulso que les h ab ía
valido su posición.
El igualitarism o, nacido con la revolución, desconoció
estos privilegios. Su ciu d ad an o abstracto no necesita padres
ni abuelos; desde el m o m en to que figura en el “p a d ró n
ele c to ra l” y e n la “lista de constituyentes” tiene todo lo que
necesita p a ra ejercer sus derechos.
Sin raíces históricas, su densidad social se adelgaza has­
ta d esap arecer en el h o rm ig u ero socialista. El Estado deja
de ser u n com plejo form ado p o r u n a p luralidad de socie­
dades in term ed ias y su sim plicidad m ecánica se alim enta
con la substancia de todos esos cuerpos com unitarios desa­
parecidos. D ecía R enán estas palabras que colocan este
p ro b le m a en su perspectiva verdadera: “C on m ezquina
co n cep ció n de la fam ilia y de la p ro p ied ad , aquellos que li­
q u id a ro n tristem ente la b a n c a rro ta de la revolución en los
últim os años del siglo XVIII p rep a ra b an u n m u n d o de pig­
m eos y de rebeldes. N o im p u n e m e n te se peca c o n tra la fi­
losofía y la relig ió n ”.
Se p re g u n ta con am argo e stu p o r cóm o esos juristas sin
gran im portancia, esos políticos m ediocres que habían es­
capado al te rro r en razón de su cobardía, cóm o esos espíri­
tus sin cu ltu ra p u d ie ro n creer h a b e r resuelto el p ro b lem a
que n in g ú n genio h u b ie ra po d id o resolver: “crear artificial­
m en te y p o r reflexión la atm ósfera en que u n a sociedad
p u e d a vivir y fru ctificar”.
T e rm in a con esta reflexión que resum e p e rfe c ta m e n te
el esp íritu de la revolución, en todo aquello q u e se o p o n e
com o la m u e rte a la vida, al m u n d o de la ép o ca m edieval:
“u n código de leyes q ue p arece h a b e r sido h e c h o p a ra un
688 RUBEN CALDERON BOUCHET

ciu d a d a n o ideal q u e h a b ie n d o nacido h u é rfa n o tuviera


q u e m o rir soltero. U n código q u e convierte todo en algo
pasajero, en el q u e los niños son u n inco n v en ien te p a ra los
p ad res, en el q u e to d a o b ra colectiva y p e rp e tu a está p ro ­
hibida, en el q u e las v erdaderas u n id ad es m orales se di­
suelven después de cada deceso, en el que el h o m b re avis­
p a d o es el q u e se las a rre g la p a ra te n e r la m e n o r can tid ad
de d eb eres posibles, en el q u e el h o m b re y la m u jer son
arro jad o s en la a re n a d e la vida en las m ism as condiciones,
en el q u e la p ro p ie d a d n o es c o n ceb id a com o algo m oral,
sino com o el equivalente de u n goce que se paga con di­
n e ro , tal código, no p u e d e e n g e n d ra r m ás q u e d eb ilid ad y
p e q u e ñ e z ” 155.
La E dad M edia no conoció la construcción de u n orden
social fu n d ad o en prem isas ideológicas. Nació de u n a serie
de circunstancias históricas, enfrentadas y resueltas, con la
fe puesta en las prom esas de Cristo y en las enseñanzas de la
Iglesia. El h o m b re m edieval no cedió a la tentación de
substituir la realid ad p o r entes de su razón. Su fidelidad a
los hechos le dio el claro sentido de las desigualdades que
p ro h íja la existencia. C u ando en los rep re sen ta n te s del
pen sam ien to m edieval a p arecen algunas reflexiones co n tra
los prejuicios de u n a sociedad m uy jera rq u iz ad o es p ara re­
clam ar los derech o s de la je ra rq u ía que se fu n d a en el am or
de Dios. Es decir, p a ra recab ar u n a nueva desigualdad,
aq uella q u e separa al santo y al p ecad o r del m alvado con­
tumaz.

155. Estas reflexiones de Renán son extraídas de su libro: Questions Con­


temporaines. Revelan un aspecto poco con ocid o del dem asiado célebre
autor de La vida de Jesús.
LA CIUDAD CRISTIANA 689

La sociedad cristiana m edieval n o fo rm ó u n sistem a ce­


rra d o de castas. El sacerdocio estaba alim en tad o por todos
los estam entos sociales y la nobleza fue lo bastante p erm ea­
ble p a ra acoger e n su seno a todas las vocaciones reveladas
p o r los servicios sociales y p o r las guerras.
En E spaña la nobleza era u n a condición accesible a to­
d a excelencia y basta consultar en el diccionario las acep­
ciones de la palabra hidalgo p ara advertir las num erosas
m aneras que existían de gan ar ese galardón. H ab ía hidal­
gos de sangre, de privilegio, de ejecutoria, de cuatro costa­
dos, de solar conocido, de g o tera y hasta de bragueta. Este
últim o p rem iab a u n a hazaña genésica gan ad a en m an co ­
m ú n con la m u jer legítim a, c u an d o ésta h ab ía p arido ocho
hijos varones p a ra m ayor gloria de la estirpe.
El rey d o n A lfonso X nos instruye en sus Partidas acer­
ca de los rec a u d o s q u e se h a n de to m a r en c u e n ta p a ra
eleg ir caballeros: “Et p o r esto sobre todas las otras cosas
c a ta ro n q u e fuesen h om es de b u e n linage, p o rq u e se
g u a rd a se n de facer cosas q u e p u d iese n caer en vergüenza;
e t p o r esto fu ero n escogidos de b u en o s hogares e t algo,
q u e q u iere tan to d e c ir en lenguaje de E spaña com o b ien ,
p o r eso los llam aro n fijosdalgo q u e m u estra a tan to com o
fijos de b ie n ”.
A dm ite que la hidalguía pu ed e ganarse tanto p o r la sabi­
d u ría com o p o r la destreza y valor en el ejercicio de las ar­
mas: “Et com o q u ier que estos que la ganan p o r su sabidu­
ría o p o r b o n d a t de arm as son con derecho llam ados nobles
e gentiles, m ayorm iente lo son aquellos que la h a n p o r lina­
ge antiguam iente, e t facem b u e n a vida p o rq u e les viene de
lu eñ e com o p o r heredat; e t p o r en d e son m ás encargados
de facer bien e t guardarse de yerro e t de m alestanza; ca non
690 RUBEN CALDERON BOUCHET

tan solam ente q u a n d o lo facen resciben daño e t vergüenza


ellos m ism os, m ás a ú n aquellos on d e ellos v ien en ” 156.
La hidalguía es u n privilegio que se otorga al m érito de
quien la gana, p ero que se extiende a sus sucesores creando
u n a tradición de servicio y esfuerzo cuya fuente es la familia.
Para ser arm ado caballero el aspirante tiene que lim piar su
cuerpo, sus arm as y sus vestidos: “et desque este alimpia-
m iento le hobiesen fecho al cuerpo hanle de facer otro en
q u an to al alm a, levándole a la Iglesia en que h a de conoscer
que h a de rescebir trabajo velando et pidiendo m erced a
Dios quel p e rd o n e sus pecados, e t que le guie porque faga lo
m ejor en aquella o rd en que quiere rescevir, en m anera que
p u e d a d e fen d er su ley et facer las otras cosas segunt le con­
viene. . Agr ega que la vigilia de los caballeros noveles n o es
cosa de ju e g o y tiene que estar de hinojos todo lo que pudie­
re aguantar, pues se trata de p ed ir a Dios p ara que lo guíe y
enderece com o a “hom e que en tra en carrera de m u e rte ”.
G u tierre Díaz de G am es p e rte n e c e al siglo XV, p e ro su
Victorial trae respecto al oficio de la caballería u n a descrip­
ción que vale p a ra los duros tiem pos que vivía la nobleza
m edieval. C aballero no es q u ien a n d a a caballo, ni el que
lleva este n o m b re p o rq u e así lo quiso el capricho del m o­
narca. C aballero es q u ien cum ple con todos los inconve­
nien tes del ejercicio de la g u e rra y n o se huelga “en buenas
posadas con sus m ujeres y sus hijos, e, servidos a su volun­
tad, e n g o rd a n grandes cervices, facen grandes b a rrig a s ...”.
Díaz de G am es p in ta con ese realism o tan característico de
los españoles la vida sufrida, llena de zozobras, ham bres y
q u e b ra n to s de los hom bres de arm as.

1 5 6 . A lf o n s o X , Segunda P artida, T ít u lo X X I, L e y II.


LA CIUDAD CRISTIANA 69 1

Los privilegios co n quistados s u p o n ía n m ás d eb eres


q u e derech o s. C u a n d o el je fe espiritual de la cristiandad
d ecía de sí m ism o q u e e ra el siervo de los siervos, no o b e­
d ecía a la sugestión re tó ric a de la d em agogia igualitaria.
S eñalaba con sim plicidad las tre m en d a s obligaciones so­
ciales de su cargo. La E dad M edia e n señ ó la d ig n id a d del
h o m b re y la fra te rn id a d en C risto, p ero ja m á s p ro p u so al­
go sem ejan te al igualitarism o d e m o crático q u e h a b ía de
h a lla r su e x p re sió n ideológica en la débil cabeza de Grac-
cus B abeuf.
Existe e n alem án u n a vieja colección de leyes y costum ­
bres m edievales, el Sachsenpiegel, d o n d e se afirm a que Dios
hizo a todos los h om bres sem ejantes y redim ió con su pa­
sión tan to al rico com o al p o b re y al esclavo com o al libre.
R eivindica u n a dignidad com ún a todos los h om bres p ero
n o n ieg a las distinciones que la inteligencia, el trabajo, la
voluntad, el entusiasm o, el vigor y la fuerza h a n m erecido
en el decurso de la h istoria hum ana.
Los Carlyle sostienen que el fu n d am e n to teórico de to­
das estas distinciones fu ero n en co n trad as p o r los Padres de
la Iglesia y sus sucesores en el p ecado original. Esto es ver­
d ad y en p a rte se d eb e a que no tuvieron o tra filosofía a m a­
n o que el esencialism o griego. No distinguieron con preci­
sión e n tre esencia y existencia y, com o esencialm ente todos
los h om bres son iguales, no sabían a qué a trib u ir la existen­
cia de las desigualdades concretas que explican el o rd e n j e ­
rárq u ico de la sociedad. La tentación de atribuirlo al peca­
do nace de esta dificultad.
B eau m an o ir se hace eco de esta d o c trin a y la ex pone
con su soltura habitual: “cóm o es que existen a h o ra m u­
chos estados e n tre las gentes, c u an d o en el com ienzo todos
692 RUBEN CALDERON BOUCHET

fu ero n libres y con u n a m ism a libertad, p o rq u e cada u n o


sabe bien q u e descendem os de u n m ism o p a d re y de u n a
m ism a m a d re ... y el siervo h a llegado a ser tal p o r m odo de
ad q u isició n ”. A ñade: “P o r todas estas cosas h an llegado las
servidum bres, p o rq u e según el d erech o natu ral cada uno
es libre, p ero esta lib e rta d n atu ral está c o rro m p id a p o r las
adquisiciones su p ra d ic h as” 157.
Es probable q u e el p ropósito de B eaum anoir sea noble
y trate de crear en los señores u n a disposición favorable a
la m anum isión de los siervos y de los esclavos. Pero la doc­
trin a es d ep lo rab le y deja la im presión de que to d a excelen­
cia nace de la prevaricación. N ietzsche va a reaccio n ar con­
tra esta v ertien te resen tid a de la axiología cristiana.

N a t u r a l e z a d e l a a u t o r id a d p o l ít ic a

La p ráctica política de la E dad M edia e n c o n tra rá u n a


expresión a d ecu ad a a su m odo concreto de vivir el o rd en
político en el pen sam ien to de Santo Tom ás de A quino. En
los p en sad o res de los siglos X, XI y XII se n o ta u n a escisión
en tre la rea lid a d y la teo ría q u e en gran p arte se explica p o r
el léxico n acional usado p o r dichos autores. Las doctrinas
de C icerón y S éneca pesan excesivam ente sobre sus ideas,
y debido a que éstas h an llegado hasta ellos a través de los
Padres de la Iglesia, vienen rodeadas con u n halo de santi­
d a d que las hace m ás venerables y peligrosas.

157. Carlyle, R. W. y A. J., A History of Medieval Political Theory in the West,


Londres, W. Blackwood & Sons, 1950, T. Ill, pag. 90, nota 1.
LA. CIUDAD CRISTIANA 693

N o obstante la revelación cristiana provee a sus creyen­


tes de tres principios rectores que les p e rm itirá n eludir el
racionalism o esencialista estoico. Estos tres principios son:
a. q u e to d a a u to rid ad viene de Dios; b. que la su p rem a au­
to rid a d en la sociedad política sólo p u e d e serlo si respeta el
o rd e n de ju sticia im puesto p o r Dios; c. q u e la au to rid ad po­
lítica recibe su m an d a to de los cuerpos in term ed io s de la
nación.
El últim o prin cip io supone la idea de u n co n trato polí­
tico e n tre las com u n id ad es y sus señores legítim os. Los h e r­
m anos Carlyle a d m ite n la existencia de estos tres principios
y los e n u m e ra n en u n o rd en d escen d en te de im p o rtan cia
p e ro diluyen su c o n cretid ad en fórm ulas que auspician u n a
in te rp re ta c ió n m ás norm ativa y curiosa.
C u a n d o el h o m b re de la E dad M edia dice que toda au­
to rid a d deriva de Dios, no está refiriéndose a u n principio
abstracto q u e expresa su voluntad a través de u n a regla es­
crita. Se refiere a u n a p e rso n a real que se m anifiesta en u n
o rd e n c o n creto de relaciones que la p ru d e n c ia tiene que
descubrir. Los usos y las costum bres de u n pueblo ayudan a
c o n c re ta r este o rd e n p ru d en cial, p ero no lo reem plazan. Si
Dios fu era el a u to r de u n d e re c h o n atu ral fu n d ad o e n la
esencia del h o m b re abstracto, es p erfe c ta m e n te lógico su­
poner, com o h acen los Carlyle, que la id ea m edieval de u n a
a u to rid a d fu n d a d a en Dios anticipa el constitucionalism o
m o d ern o . Los rábulas de la revolución serían los encarga­
dos de pasar en lim pio esa confusa p rem o n ició n teológica
de los derech o s del ho m b re.
P ara los m edievales la sociedad política m ás que u n o r­
d e n legal, en el sentido constitucionalista del térm in o , es
u n o rd e n de justicia. R ecordam os que la ju sticia es u n a vir­
694 RUBEN CALDERON BOUCHET

tu d y n o u n a n o rm a abstracta. D ar a cada u n o según su de­


rec h o no significa resp etar solam ente las leyes en vigencia,
sino d escu b rir en u n a situación d e te rm in a d a lo que a cada
u n o conviene según sus m erecim ientos. Los reyes de F ran­
cia ten ía n com o divisa la frase qu e se atribuye a Felipe el
H erm oso. “N ous qui voulons toujours raison g a rd e r”, que
d a cu en ta, en su concisa brevedad, de esta aspiración de la
au to rid ad .
La sociedad política m edieval n o nace de u n a m edita­
ción solitaria y p o r lo tan to no tiene la p reten sió n dogm á­
tica de ser el m ejor rég im en del m u ndo. Es el resultado de
u n esfuerzo histórico realizado p o r u n poder, g e n e ra lm e n ­
te de origen m ilitar, q u e se im p o n e a u n a serie de com uni­
dades con sus usos, sus leyes y u n régim en de vida q u e no
p iensan abandonar.
Rafael G am bra en su estudio sobre La monarquía social y
representativa trae a co n sid eració n un ejem plo vivo de esta
situación. El valle de R oncal, en el corazón de la vieja Na­
varra, e ra u n a suerte de reg ió n social con sus seis p e q u e ñ o s
m unicipios. C ada u n o de ellos se regía p o r u n c u erp o de
o rd en an zas establecidas p o r los alcaldes, ju ra d o s y vecinos
de la villa desde la época de su form ación. Esta región fir­
m a u n pacto con el m o n arc a p o n ién d o se bajo su pro tec­
ción. C ada u n a de las villas pag ará al rey los cuarteles y aleá­
balas u n a vez p o r año, para que éste p u e d a cum plir con sus
fu n cio n es judiciales. La aleábala e ra u n im puesto sobre las
ventas y el cuartel u n tributo p o r alojam iento y m an ten ció n
de soldados.
La villa conservaba sus usos, sus estatutos y se regía de
c o n fo rm id a d con ellos bajo la pro tecció n del m onarca. La
vida social de estos m unicipios e ra a u tó n o m a y m uchas de
LA CIUDAD CRISTIANA 695

las disposiciones com unitarias de R oncal nos hablan de


u n a sensibilidad p a ra con el in fo rtu n io de los pobres que
n o esperó la violencia revolucionaria p a ra hacerse sentir.
Dos ord en an zas antiguas nos p e rm itirá n a p reciar el ten o r
de la solidaridad m edieval: “44 Item . A sentam os y o rd en a ­
m os q u e los ‘q u iñ o n e s ’ del llano de E rn eg a [h u ertas rep a r­
tidas p o r el C onsejo de la villa e n tre las fam ilias pobres] no
se p u e d a n v e n d e r ni en ajen ar y que cada u n o ten g a y goce
de su p a rte so p e n a de que tal venta sea n u la a m ás de in­
c u rrir en p e n a de dos florines, y en caso de q u e alguno tu­
viere necesidad y que oprim ido p o r ella quisiere vender,
q u e co m u n iq u e la necesidad a los regidores de la villa, y
ellos, a tasación de personas de am bas partes, lo hayan de
c o m p ra r y q u ed e p a ra el C onsejo”.
“98 Item . A sentam os q u e p o r cu an to el hospital es la ca­
sa d o n d e se alojan y albergan los pobres de Dios con quie­
nes se d eb e usar de to d a caridad y m isericordia, los alcaldes
y ju ra d o s de la d ich a villa ten g an especial c u en ta de visitar­
lo m uy a m e n u d o y rem e d ia r las necesidades que h u b iere
de los bienes de la villa, so p e n a de q u e si algún d añ o h u ­
b iere p o r negligencia de dichos regidores se haga rep a ra r
a costa de e llo s... ” 158.
La redacción de am bos artículos trae fecha de 1594, p e­
ro se hace m en ció n expresa a disposiciones m u ch o m ás an­
tiguas y a usos de tiem po inm em orial. Esto p erm ite supo­
n e r el origen m edieval de tales ordenanzas.
La idea de que to d a au to rid ad proviene de Dios tien e su
fu en te en las Sagradas Escrituras. Los escritores cristianos

158. Rafael Gambra, La monaquía social y representativa, Madrid, 1954,


pág. 43.
696 RUBEN CALDERON BOUCHET

la rec o n o c e n con u n an im id ad ; sin em bargo, h u b o en tre


ellos fu ertes polém icas respecto al alcance práctico que de­
b ía darse a dicho p rincipio. Para unos, el origen divino de
la au to rid ad secular la p o n ía p o r encim a de cualquier lim i­
tación; p a ra otros, ese m ism o origen la som etía a los m an­
d am ien to s de la ley divina, al m agisterio de la Iglesia y a los
ó rd e n e s de d e re c h o n atural. Los sostenedores de este últi­
m o criterio h acían d e p e n d e r la legitim idad del p o d e r de la
a n u e n cia d a d a p o r la Iglesia. El sacram ento de la unción
co n firm ab a esta tendencia.
Es en la o b ra del p a p a C regorio VII d o n d e se reivindica
con más fu erza el p o d e r de la Iglesia p a ra establecer la le­
gitim idad del g o b e rn a n te de u n a nación cristiana. Ella se
reservaba el d e re c h o de ju zg a r la o b ediencia de los p rín ci­
pes a los co n ten id o s de la revelación de los que era deposi­
taría p e rp e tu a. C u an d o los príncipes cristianos n o o b ed e­
cen a los p recep to s establecidos p o r el Señor, dejan de ser
p ríncipes cristianos y actúan com o delegados del D em onio.
En u n a ca rta escrita al e m p e ra d o r E nrique IV, co m p ara
la p otestad eclesiástica y la im perial con los ojos. Am bos po­
deres están en carg ad o s de ilum inar y c o n d u c ir el cuerpo
de la cristiandad hacia sus destinos sobrenaturales: “in uni-
tate co n cordiae c o n ju n g a n tu r”. Lo insta a o b ed ecer las le­
yes dadas p o r C risto y a convertirse en un fiel defen so r de
la fe. “Et tu n e d em u s regiam potestatem recte te o b tin ere
cognoscas, si regi reg u m C hristo ad restau ratio n em defen-
sio n em q u e ecclesiarum suarum faciendam dom inationis
tu ae altitu d in em inclinis et verba ipsius dicentis cum tem o-
re recogitas”.
Para c o rro b o ra r la o p in ió n del papa, Carlyle cita a u n sa­
c e rd o te franco de la m itad del siglo X que se levanta con­
LA CIUDAD CRISTIANA 697

tra el e m p e ra d o r E n riq u e III p o rq u e éste reclam a p ara su


d o m in io jurisd icció n sobre el papa. Lo acusa de u su rp a r el
lugar de Cristo c u an d o se atribuye p o d e r sobre el tro n o de
P edro. N o de Cristo sino del diablo viene su poder, “p o r­
q u e usa la espada y d e rra m a la sa n g re ”.
A esta o p in ió n , tan poco m edieval en su abom inación
p o r la espada, hace eco la de u n tal B ernaldo en u n trata­
do De Solutione Juramentorum. B ernaldo afirm a q u e los ro ­
m anos pontífices p u e d e n d e p o n e r a los patriarcas y tam ­
b ién a los p ríncipes cuya dignidad es o b ra del h o m b re y no
de la a u to rid a d divina. El cardenal D eusdedit habla en to­
n o sem ejante c u a n d o dice q u e la au to rid ad del sacerdote
es o b ra de Dios y la de los príncipes, del hom bre.
B e rn a ld o y D eu sd ed it em iten op in io n es poco c o n c o r­
d a n te s con las de la época. Los escritores eclesiásticos re ­
c o n o c en con u n a n im id a d el origen divino de la a u to rid a d
civil. La po lém ica suscitada p o r el p ro b le m a de las investi­
d u ras n o p o n ía en tela de ju ic io este prin cip io acep tad o
p o r todos, sino m ás bien la p o testa d real que ten ía u n o u
o tro de estos p o d e re s p a ra investir a los altos prelados de
la Iglesia.
El obispo Ato de Vercelli, e n un com en tario a la Epísto­
la a los ro m an o s de San Pablo, afirm a que según la a u to ri­
d ad del A póstol de los G entiles, toda p o testad proviene de
Dios. N o im p o rta que sea pag an a o cristiana. En el m ism o
sentido se expresa el arzobispo de M aintz y el célebre Pe­
d ro D am iano e n u n a carta a A nno, arzobispo de C olonia.
P e d ro D am ian o fue h o m b re de m ed ita c ió n y n o se
q u e d ó e n el p re c a rio te r r e n o de la sim ple afirm ación:
¿Q ué q u ie re d e c ir q u e la p o te sta d h a sido o rd e n a d a p o r
Dios? ¿Cuál es el v e rd a d e ro se n tid o d e esta afirm ación?
698 RUBEN CALDERON BOUCHET

E n p rim e r lugar, las exigencias n a tu ra le s del o rd e n p o lí­


tico: n o hay so cied ad h u m a n a sin g o b ie rn o y éste viene
im p u e sto p o r u n a n e c esid ad in elu d ib le de su n atu raleza.
E n ta n to D ios es a u to r del o rd e n n a tu ra l y p ro v id e n c ia vi­
v ien te de to d a realid ad , el p o d e r h u m a n o p a rtic ip a del
divino e n esta do b le v e rtie n te de su m an ifestació n . La
u n id a d de los designios divinos exige la c o n ju n c ió n ar­
m ó n ic a de am bos p o d eres: “q u o n ia m u tra q u e dignitas al-
te rn a e invicem u tilitatis est in diga, d u m e t sacerd o tiu m
re g n i tu itio n e p ro te g itu r, e t re g n u m sacerdotalis officii
sa n ctita te fu lc itu r”.
P ed ro D am iano rep re sen tó la defensa de la lib ertad de
la Iglesia fre n te a las p reten sio n es d o m in an tes del Im perio.
F ren te a él se levantó la figura de G eroldo de R eichesberg
q u e recababa, con no m enos violencia, la lib ertad del p o ­
d e r secular y delatab a las in terv en cio n es eclesiásticas en la
ju risd ic c ió n tem poral: no piense el sacerdote que es u n a
su erte de supercésar. El e m p e ra d o r tiene su potestad de
Dios y n o del sacerdote. Su p o d e r es in d e p e n d ie n te y así
tiene que reco n o cerlo el m inistro de Dios: “A udiam p o n tí­
fices p rae c ip ie n te m sibi dim inum : ‘R eddite quae su n t Cae-
saris C aesari e t quae su n t Dei, D eo ”\
El libro m ás significativo de la época es el Policraticus de
Ju a n de Salisbury. En él se afirm a, con to d a la claridad de­
seable, el o rig en divino de la au to rid ad secular. El q u e re­
siste al p o d e r civil, “D ei o rdinationi resistit”. Sólo se p u ed e
resistir al tirano y esto p o rq u e quien n o g o b iern a con ju sti­
cia, n o es rey.
P o r últim o conviene citar la o p in ió n de M anegoldo de
L au ten b ach , u n o de los escritores q u e m ás incisivam ente se
m anifestó respecto de la fam osa q u erella d e las investiduras
LA CIUDAD CRISTIANA 699

y q u e im p u g n ó con m ás agudeza las p reten sio n es im peria­


les. Sostenía q u e el título de rey provenía del ejercicio de
su oficio regio, ex actam en te com o el de obispo, presbítero
o diácono. C u an d o estos últim os no resp o n d e n en su con­
d u c ta a las exigencias de su oficio p u e d e n ser depuestos
p o r el sum o pontífice, y de la m ism a m an e ra tiene q u e su­
c e d er con u n rey ab ie rta m en te co n trario a las obligaciones
de su fu n ció n regia.
D espués de h a b e r escrito esto, p e n san d o en la necesi­
d ad de p o n e r lím ites a u n a potestad q u e tiende, p o r la gra­
vitación de su fu erza militar, a avasallar todas las otras p o ­
testades, advirtió que había ido dem asiado lejos y h a b ía
ab ierto al p o d e r eclesiástico u n a p u e rta p o r d o n d e p o d ía
invadir la esfera de lo tem poral; p a ra co rre g ir esta posible
desviación escribió que en el ejercicio de la ju sticia crim i­
nal, el p o d e r secular proviene d irectam ente de Dios.

F u n c ió n m o r a l d e l a a u t o r id a d p o l ít ic a

L a Iglesia h a sido constituida p o r Dios p a ra u n ir en ella


a todos los h o m b res e in co ar el R eino de Dios. Este fin so­
b re n a tu ra l está inscripto en el m eollo de la praxis cristiana
y e n su realización convergen todas las fuerzas que tiene el
h o m b re , tanto religiosas com o políticas.
“D e fe n d er a la Iglesia — escribe M anuel G arcía Pela­
do— es d e fe n d e r a la C iudad de Dios en su m isión históri­
ca; asegurar la paz y la ju sticia es tratar de realizar en la tie­
r ra u n o rd e n social q u e sea im agen del o rd e n so brenatural,
pues aquéllas — com o m ostró San A gustín— sólo tienen
700 RUBEN CALDERON BOUCHET

realid ad en la m ed id a en que son reflejo de la paz y de la


ju sticia e te rn a s ” 159.
El Reino de Dios es u n a id ea escatológica cuyo cum pli­
m ie n to adviene al fin de los tiem pos m erced a la directa in­
tervención de Dios en u n a definitiva instauración de los
elegidos. A esta situación c o rre sp o n d e lo que San P edro di­
ce en su S egunda Epístola: “Novos vero cáelo, e t novam te-
rra m secu n d u m prom issa ipsius exspectam us, in quibus ius-
titia h a b ita t” 16°. E n la tie rra sólo es posible in stau rar un
o rd e n político q u e favorezca el advenim iento del R eino
co n fo rm e a las exigencias de la prom esa.
La o rien tació n religiosa de la actividad sociopolítica fa­
voreció el cu m plim iento de las funciones m orales del go­
b iern o . Todos los escritores m edievales están de acu erd o
en q u e es obligación de las au to rid ad es m an d a r conform e
con la justicia. P ero n in g u n o de ellos h a soñado jam ás con
u n a in stauración secular del R eino de Dios com o es com ún
en los cristianos de n u e stra época. Lo im pedía el conoci­
m ien to cabal q u e tuvieron de la teología y u n a visión pesi­
m ista de la p rec a rie d a d de la existencia terren a.
G erberto d ’Aurillac, que subió al trono pontificio con el
n om bre de Silvestre II, fue quien estuvo más cerca de u n a
cristiandad u n id a en la concordia de los dos poderes, sin que
se le ocu rriera pensar que el Reino de Dios estuviese al alcan­
ce de su poder. El h om bre es u n a naturaleza caída y com o tal
co n d en ad a a ser presa del pecado y pasar po r las horcas cau-
dinas de la m uerte. Esta debilidad nacida con la prevarica-

159. M anuel García Pelayo, El Reino de Dios, arquetipo político, Madrid, Re­
vista de O ccidente, 1959, pág. 143.
160. II Petri, 3, 13.
LA CIUDAD CRISTIANA 701

ción de nuestros prim eros padres nos co n d en a al desorden y


a la com pulsión de los gobiernos tem porales: “el gobierno de
u n h om bre sobre otro nació de la necesidad de encauzar ra­
cionalm ente los apetitos deform ados p o r el p ecad o ” 161.
U n o rd e n político tiene que co n tar con las consecuen­
cias de u n a naturaleza h u m a n a vulnerada p o r el pecado. No
p u e d e so ñ ar con la realización de u n a justicia definitiva y
perfecta. Abo, el ab ad de Fleury, dice a este respecto en su
De Duodeám Abusivis Saeculi, que la justicia del rey tiene p o r
fin d e fe n d e r los am enazados derechos de los débiles co n tra
los opresores injustos, p ro teg er a la viuda y al h u érfan o , p ro ­
hib ir los robos, castigar los adulterios, no exaltar a los ini­
cuos, ni m a n te n e r a los im púdicos e histriones.
E n u m e ra los vicios que la a u to rid ad debe im p e d ir y re ­
señ a las virtudes q u e tiene que anim ar. N ad a de esto ten ­
d ría sentido, si so ñ ara con la posibilidad de un R eino de
Dios d o n d e la ju sticia fu era el fru to sin esfuerzo de u n di­
nam ism o m oral p e rfe c ta m e n te sano.
El papel de los gobernantes es enderezar las voluntades
hacia el bien m ediante la vigilancia y la sanción. C orregir los
abusos y hacer la justicia para que los buenos vivan en paz y
los malos no abusen de sus fuerzas. Raterio de Verona, cuan­
do habla de las cualidades que debe poseer u n auténtico m o­
narca, enum era las cuatro virtudes cardinales sin las cuales no
po d rá ser u n rey, así tenga en sus m anos el dom inio del uni­
verso: el que gobierna mal hace abandono de su autoridad.
Es n u evam ente M anegoldo de L autenbach q u ien provee
de u n a clara d o ctrin a sobre las obligaciones m orales del p o ­
der. Sostiene q u e n in g ú n h o m b re p u e d e hacerse rey a sí

16 1 . S ilv e str e II, E p ís to la X I.


702 RUBEN CALDERON BOUCHET

m ism o, p o rq u e la dignidad real supera todas las potestades


hum anas. C uando u n p u eb lo p o n e a alguien a su cabeza, es
p a ra q u e im pere p o r la razón y la justicia y dé a cada u n o
según su derecho: “u t iusti ratione im perii, se g u b e rn e t e t
regat, cuique sua distribuât, pios foveat, im píos périm ât,
om nibus videlicet iustitiam im p e n d a t”.
L am berto de Tersfeld dice que el sacram ental de la u n ­
ción regia convierte al rey en u n defen so r de la Iglesia. Si
n o cum ple con esta m isión falta a su fe y a su oficio. J o h n
de Salisbury distingue la m o n arq u ía de la tiranía p o rq u e
a q u élla d efien d e las leyes y ésta no. La m o n a rq u ía es u n Es­
tad o de d e re c h o , a u n q u e esto n o signifique la lim itación
im p u esta p o r u n a constitución escrita. El p rín cip e está liga­
d o a las leyes con nexo indisoluble. Es m inistro de la utili­
d ad pú b lica y siervo de la equidad.
Los autores m odernos h an prodigado sus críticas al Anti­
guo R égim en aduciendo el fam oso derecho divino de los reyes.
La palabra es poco usual en la Edad Media, do n d e se habla,
sí, del origen divino de la autoridad. No se necesita u n a gran
inteligencia de los principios cristianos p ara c o m p re n d er
que esto no significa u n a suerte de d erech o a h acer lo que
se quiere. Precisam ente indica todo lo contrario, po rq u e la
realeza de origen divino está lim itada p o r la doble m anifes­
tación de la voluntad de Dios: la revelada y la natural.

L a TEORIA DEL DERECHO DIVINO

Francisco Elias de Tejada, en su ensayo titulado La mo­


narquía tradicional, escribió que la realeza no era algo h u e ­
LA CIUDAD CRISTIANA 703

co, com o en el liberalism o doctrinario, ni u n a construcción


o m n ip o ten te , com o en la dem ocracia totalitaria. Es la única
fo rm a de g o b iern o d o n d e el p o d e r está efectivam ente limi­
tado. Las fronteras que deslindan sus facultades n o son le­
tra m u e rta sino fec u n d a realidad social, a n te rio r y distinta
del Estado. “Y d o n d e totalitarios y absolutistas ven u n instru­
m en to m ás de su p o d erío y d o n d e los liberales ven el vacío
de lo inexistente, en las sociedades interm edias y autárqui-
cas, e n c u e n tra la m o n arq u ía tradicional el fre n o efectivo
q u e los dem ás sistemas políticos ignoran. P or eso la m o n ar­
q u ía tradicional es la única fo rm a de g o b iern o d o n d e los
ho m b res p u e d e n sentirse v erd ad eram en te libres” l62.
Prescindim os del elem ento apologético, cuya veracidad
no interesa investigar en esta op o rtu n id ad , p ero destacam os
u n hech o claram ente señalado p o r el autor: la m o n arq u ía
tradicional n o tiene u n p o d e r legislativo capaz de m odificar
el estatuto de u n a sociedad. Su g obierno se ejerce sobre un
o rd e n social preexistente, cuyos usos debe cuidar sin susti­
tuirlos p o r u n a construcción ideológica preconcebida.
Esta situación su p o n e el respeto a dos legitim idades: “la
de o rig en y la de ejercicio; la legitim idad de títulos en la
asu n ció n del p o d e r su p rem o y la legitim idad de la aplica­
ción al servicio de los ideales de la trad ició n de las Espa-
ñ a s”. A ñade u n rec a u d o p a ra establecer u n criterio en la
relació n je rá rq u ic a de am bas lim itaciones legales: la legiti­
m id a d en el ejercicio del p o d e r es m ás im p o rta n te que la
de los títulos de origen 163.

162. Francisco Elias de Tejada, La monarquía tradicional, Madrid, Rialp,


1954, pág. 159.
163. Ibidem.
704 RUBEN CALDERON BOUCHET

En la legitim idad del título de origen se d ebate el p ro ­


b lem a del así llam ado d e re c h o divino de los reyes. Convie­
n e to m a r en c u e n ta la doble tradición acep tad a e n la Edad
M edia respecto al origen del poder: la ro m a n a y la germ a­
na. P ara el d erech o ro m a n o , el g o b iern o tom a su origen
del pueblo. La fu erza ju ríd ic a está d ad a p o r la lex regia que
p e rm ite a la asam blea d eleg ar sus p o d eres en u n m an d ata­
rio. Los usos germ án ico s adm itían la existencia de u n ori­
gen m ítico p a ra la fam ilia real. En la a u ro ra de los tiem pos
u n dios h a b ía fu n d a d o la fam ilia del p rín cip e y h a b ía dado
a su sangre u n a fuerza particular.
El pen sam ien to cristiano tuvo que com batir am bas ten ­
dencias com o a dos errores. El p rim ero era u n e rro r de h e ­
cho y, m ás q u e error, u n a falacia. N o e ra verdad que la asam­
b lea d eleg ara su p o d e r en los em peradores. Estos asum ían
la dirección del Estado cu ando contaban con el apoyo de
los cuadros del ejército. La asam blea no p u ed e delegar un
p o d e r que no tiene. La tradición germ ánica se fu n d ab a en
u n m ito supersticioso, inaceptable, p ara la fe cristiana.
Estas son las conclusiones asentadas p o r u n a reflexión
teó rica del problem a. La práctica exigía tom ar de am bos
e rro re s lo que p u d ie ra h a b e r de verdad. En el p rim e ro de
ellos la id ea de u n consensus populi expresado p o r el pacto
político e n tre las asociaciones in term ed ias y el rey. Este
pacto sella la legitim idad en el ejercicio de la función regia.
En el segundo, la existencia de u n a co n tin u id ad dinástica
p a ra lib rar a la realeza de u n a p e rm a n e n te conspiración
palaciega. Esta salvaguarda del p rincipio dinástico inspira­
rá la teo ría llam ada del d e re c h o divino. En su explicación
los tratadistas m edievales h a rá n algunos esfuerzos p a ra lo­
g ra r u n a d o c trin a co h eren te.
LA CIUDAD CRISTIANA 705

A dvirtieron q u e la continuidad en el g o b iern o es u n a exi­


g encia fu n d a d a en la n aturaleza m ism a del o rd e n político.
P ara c o m p re n d e r su alcance conviene saber cuál e ra el
co n te n id o que se le adjudicaba a la n o ció n de naturaleza.
Para Santo Tom ás de A quino el térm in o n atu ral im plica
cu atro caracteres: a. q u e p e rten ezca al o rd e n q u e se exam i­
n a com o algo esencial a él y no advenedizo o con tin g en te;
b. y p o r lo tan to es algo dado p o r el a u to r de la n aturaleza
com o p ro p ie d a d de su esencia y no p ro cu ra d o p o r nuestro
trabajo; c. su verdad tiene que ser in negable p a ra el uso de
la rec ta razón; d. d eb e o rd en arse a los fines p rim arios de la
n atu raleza h u m ana: “n o n possunt cogitari n o n esse”, p o r­
qu e “n o n p o test c o n trariu m aestim ari secu n d u m interio-
rem ra tio n e m ” 164.
La id ea de co n tin u id a d en el g o b iern o adm ite estos cua­
tro caracteres establecidos p o r Santo Tom ás, p e ro los p ro ­
cedim ientos p a ra conseguir esa c o n tin u id a d p u e d e n ser
m uy diversos, U no es el p rincipio dinástico o h ered itario ,
p e ro n o es el ú n ico y p o r e n d e no p u e d e asegurar q u e ha­
ya sido im puesto p o r el a u to r de la n aturaleza p o r su carác­
te r advenedizo y con tin g en te. N o p u e d e reclam ar p a ra sí
u n fu n d a m e n to de d e re c h o fu n d ad o en la n atu raleza del
o rd e n . Si tiene base ju ríd ic a ésta es de carácter positivo,
“p ro c u ra d a p o r n u e stro tra b a jo ”.
Los p en sad o res cristianos de la época n o ig n o rab an las
dificultades de este problem a, y p o r esa razón al principio
dinástico la Iglesia añ ad ió u n a cerem o n ia de legitim ación
en la q u e actu ab a com o asam blea de los fieles y a través de

164. Santiago Ramírez, El derecho de gentes, Madrid, Studium , 1955, págs.


65, 66.
706 RUBEN CALDERON BOUCHET

sus m inistros consagraba al m o n arc a com o g o b e rn a n te del


p u eb lo cristiano.
La legitim idad de origen y la del ejercicio del go b iern o
in sp iraro n u n a respetable can tid ad de escritos que p o n e n
el acento sobre u n o u o tro de estos principios, sin q u e se
p u e d a asegurar cuál es el p u n to de vista p red o m in an te .
Hay escritores eclesiásticos, com o G regorio de C am ino,
q u e d efien d en con entusiasm o la a u to rid ad im perial o real
y la colocan p o r en c im a de cualquier ju ic io hu m an o . Em ­
p ero hay m onarcas, com o San Luis de Francia, que escri­
b e n palabras com o éstas dirigidas a su h e re d e ro legítim o:
“P referiría q u e u n escocés g o b e rn a ra b ien y lealm ente al
p u eb lo y no q u e m i hijo lo g o b e rn a ra m al” 165.
N o digo q u e con esta o p in ió n el santo rey se o p o n g a al
carácter dinástico d e la m o n arq u ía, p e ro in d u d ab le m e n te
m u estra m anifiesta p refe re n c ia p o r el b u e n ejercicio de la
función gubernativa.

J u s t ic ia y ley

Los Carlyle resu m e n las tendencias m edievales respecto


al carácter sagrado de la realeza en dos o p iniones p rin cip a­
les: u n a sostiene el criterio sacral de la a u to rid ad sin ten e r
e n c u e n ta el ju sto equilibrio de su ejercicio; la o tra cree
q u e solam ente u n a acción ju sta del m o n arca legitim a el p o ­
der: el g o b e rn a n te q u e n o resp eta el d e re c h o de sus súbdi­
tos no p u e d e ser rey.

165. J o in v ille , Histoire de Saint Louis, P aris, B ib lio th è q u e d e la P lé ia d e , 1952.


LA CIUDAD CRISTIANA 707

C u an d o el g o b e rn a n te no resp etab a el d erech o de sus


súbditos recibía la calificación de tirano. J o h n de Salisbury
en su célebre Policraticus breg a p o r la clara distinción en tre
am bos conceptos y p rep ara, e n el te rre n o de la teoría, la
d o c trin a del d e re c h o a la resistencia ante la au to rid ad in­
justa: “Est ergo tirannus, u t eum philosophi d e p in x e ru n t,
qui violente d o m in a tio n e p o p u lu m prem it, sicut qui legi­
bus reg it p rinceps e s t... Princeps p u g n a t pro legibus e t po-
puli libértate; tiran n u s nil actum p u ta t nisi leges evacuet et
p o p u lu m devocet in serv itu tem ”.
C u an d o u n a reflexión m ás a te n ta sobre el o rd e n políti­
co nos en señ e a distinguir los tres niveles en que éste p u e ­
de ser considerado: el de los principios, el del consejo y el
de la p ru d e n c ia , co m p re n d ere m o s to d a la com plejidad de
u n saber esencialm ente práctico y las dificultades concretas
q u e se o p o n e n al fácil asentam iento de u n principio.
En teo ría la resistencia a un p o d e r tiránico se im p o n e
com o el ejercicio de u n d e re c h o natural. El h o m b re tiene
la obligación de d e fe n d e r sus libertades. Si n o lo hace p e­
ca c o n tra la justicia, p o rq u e e n d u re c e al tirano y lo ayuda
en su prevaricación. Pero si se resiste y se u n e con otros pa­
ra expu lsar al m al g o b e rn a n te, corre el riesgo de vu ln erar
la legitim idad y de p o n e r e n m anos de la subversión el p o ­
d e r de re fo rm a r las leyes. ¿Q uién p u ed e asegurar q u e la re ­
belión c o n tra la au to rid ad está m ovida p o r el deseo de res­
ta u ra r el o rd e n co rro m p id o y no p o r la concupiscencia del
poder?
El dilem a resu lta m uy difícil de resolver en la práctica
política. Los m edievales creyeron p o d e r hacerlo m ediante
dos p ro ced im ien to s a p a re n te m e n te contrarios: la confir­
m ación eclesiástica del p o d e r real y la defensa de los cuer­
708 RUBEN CALDERON BOUCHET

pos in term ed io s. P or el p rim e ro se legitim aba el g o b iern o


y se lo convertía en auxiliar tem p o ral de la faen a salvadora
de la Iglesia; p o r el seg u n d o se establecía u n control n a tu ­
ral, p lu ral y p e rm a n e n te de co n trap o d eres, p a ra lim itar el
ejercicio de la au to rid ad real con u n a tu p id a re d de in te re ­
ses concretos.
La q u e re lla de las investiduras revela con claridad la lu­
c h a del p o d e r im perial c o n tra to d o este sistem a de lim ita­
ciones. Si la Iglesia n o h u b ie ra sido apoyada p o r u n a serie
de cu erp o s políticos in term ed io s, hubiese carecido de
fuerzas p a ra resistir el em b ate im perial. Esta situación se
co n firm ó en el fam oso pleito e n tre E n riq u e IV y G regorio
VII. El p a p a p u d o a p ro v ech ar la te n d e n c ia al fracciona­
m ie n to político de los g ran d es señores en o rd e n a sus d e ­
signios de in d e p e n d e n c ia . El d u q u e O to de Baviera se di­
rige en u n discurso a E n riq u e IV acusándolo en térm in o s
violentos de ser u n tira n o y n o u n rey: “Y así, n o c o n tra el
rey, sino c o n tra el injusto asaltante de m i lib ertad m e le­
vanto, no c o n tra la p atria, sino p o r la p a tria y m i lib ertad ,
a la q u e n in g ú n h o m b re b u e n o p u e d e a b a n d o n a r excepto
con su vida”.
B ertoldo de C onstancia reaccio n a c o n tra los clérigos
q u e cre e n en la necesidad de re c o n o c e r el g o b iern o de En­
riq u e IV después de la com edia de Canossa. Dice que es ab­
su rd o p e n sar q u e el rey no p u e d e ser ju zg a d o p o r nadie:
eres rey si haces el bien, si no lo haces n o eres rey. U n go­
b e rn a n te injusto y m entiroso n o p u e d e ser llam ado rey. La
p alab ra tira n o basta p ara designarlo y e n u n c ia a co n tin u a ­
ción u n a larga lista de prevaricaciones atribuibles definiti­
vam ente a E n riq u e IV. Nos interesa destacar el principio: el
rey tiene el d e b e r de g o b e rn a r de a cu erd o con las leyes es­
LA CIUDAD CRISTIANA 709

tablecidas p o r la Iglesia y las bu en as costum bres de los p u e­


blos; si n o , n o es rey.
Los Carlyle citan varios tratadistas q u e co n firm an la opi­
n ió n de B ertoldo de C onstancio y b reg an p o r la vigencia
del principio. M e lim ito a to m ar algunas referencias del Po-
licraticus de J o h n de Salisbury, p a ra dejar en sus m anos la
conclusión de este parágrafo.
J o h n de Salisbury afirm a que la diferencia e n tre el tira­
n o y el p rín c ip e reside en que este últim o resp e ta las leyes
y el tiran o p ro ce d e de acu erd o con su arbitrio. La sup erio ­
rid a d del p rín c ip e sobre los otros m iem bros de la rep ú b li­
ca está en la m ayor extensión de su responsabilidad. Los
súbditos a tie n d e n sus intereses particulares. El p rín c ip e d e ­
be a te n d e r los intereses de todos en la m an c o m u n id a d de
la república. Esta es tam bién la fu en te de su au to rid ad , p o r­
q u e m al p o d ría ocuparse del interés co m ú n si n o p u d ie ra
en cau zar los intereses particulares en o rd e n a su fin g e n e ­
ral. El pasaje term in a con u n a frase fam osa to m ad a del có­
digo de Ju stin ian o : “Q uia de iuris au cto ritate principis pen-
d e t auctoritas e t revera m aius im perio est, su m m ittere
legibus p rin c ip a tu m ” 166.

166. En los párrafos posteriores del m ism o libro, el tratadista nos dice
que el tirano dom ina por la violencia, mientras el príncipe lucha por las
leyes y libertades de su pueblo. Compara esta pugna con la op osición en ­
tre Dios y Satanás: “lm ago quaedam divinitatis est princeps, et tirannus
est adversariae fortitudinis et luciferianae pravitatis im ago”.
Los Carlyle resum en la op in ión de John de Salisbury, diciendo que
la distinción entre el tirano y el príncipe está en la relación de u n o y otro
co n la ley. A continuación se extrañan cuando el autor de Policraticus
afirma, en aparente contradicción con lo d ich o anteriorm ente, que el
rey está por encim a de la ley. L uego tratan d e explicarla recurriendo a
710 RUBEN CALDERON BOUCHET

T e o r ía c o n s t it u c io n a l y c o n t r a t o

La E dad M edia no conoció u n a constitución escrita y


m u ch o m enos eso q u e se llam ó, p o r p u ro a m o r a las ficcio­
nes, u n a m o n a rq u ía constitucional. Pero conoció la exis­
ten cia de fueros, p a la b ra castellana derivada de forum p ara
d esignar las leyes p articulares de u n a com unidad. Los fue­
ros m ás im p o rtan tes, en o rd e n a u n a teoría constitucional,
e ra n aquellos q u e poseían ciertos estam entos o los jefes de
algunas ciudades, p a ra p articip ar en la elección o en el re­
co n o cim ien to del e m p e ra d o r o del m onarca.

otro párrafo del m ism o libro, d on d e el autor escribe que el príncipe res­
peta la ley por am or de la justicia y no por tem or de las sanciones.
Se m e ocurre que los Carlyle, excelen tes demócratas ingleses, tienen
una idea unívoca de la justicia y para ellos, lógicam ente, la única ley ad­
m isible es la establecida positivam ente por los códigos vigentes. Los m e­
dievales tenían de la ley un con cep to análogo, pues no era solam ente lo
establecido por el d erech o positivo. Existían leyes naturales y leyes divi­
nas para ordenar la acción del político y sancionar sus desviaciones. El
príncipe está por encim a de las leyes positivas, pero n o lo está sobre la
ley de Dios, ni sobre el derecho natural.
Si se piensa que estas afirm aciones son un p o co declam atorias y que
la d ep en d en cia de un derech o natural y de una ley divina resulta bastan­
te ilusoria, se está pensando en un hom bre totalm ente ajeno al m undo
de la Fe. Sería in gen u o pensar que en la Edad M edia todo el m undo vi­
vía en el santo tem or de Dios, pero n o lo es tanto si se tom a en cuenta,
para com prender el espíritu de las instituciones cristianas y el com por­
tam iento d e sus hom bres, la existencia efectiva de esa reverencia religio­
sa. Los pecados atribuibles a la ingenuidad n o desaparecen con el adve­
nim iento al m undo d e la razón dem ocrática. El pod er político está
siem pre sobre la ley positiva y m ucho más en las asambleas constituyen­
tes d on d e la op in ión predom inante p u ed e cambiar, con una votación,
LA CIUDAD CRISTIANA 711

P ara los Carlyle estos privilegios an ticip an la m o n arq u ía


constitucional y ven a esta últim a com o la fo rm a definitiva
de un pro g reso social o riginado en los m odestos fueros m e­
dievales. C uestión de perspectiva. Yo la veo m ás bien com o
el paso de u n o rd e n c o n creto de libertades y d erechos a
o tro m ás declam atorio de principios abstractos. Los usos
qu e p resid en la investidura de u n m o n arc a m edieval no tie­
n e n n a d a que ver con la m ecánica m o n ta d a p a ra la elec­
ción de u n p resid e n te o u n p rim e r m inistro. En estos usos
la c o m u n id a d p articip a a través de sus rep re sen ta n te s más
destacados y lo hace m ed ian te sus cuerpos in te rm e d io s y
no en u n sufragio individual y aditivo.

toda la estructura jurídica de un país. La C onstitución de Inglaterra, m o­


d elo que em bruja el pensam iento de nuestros autores, puso lím ites a la
autoridad del m onarca y se convirtió en el instrum ento de una oligar­
quía financiera que d om in ó Gran Bretaña hasta hace p oco tiem po.
Justicia y ley en la época medieval quieren decir tres cosas: justicia y ley
divina, natural y positiva. N o digam os que la ley positiva es la que tiene
más fuerza porque el verdugo responde por ella. D onde no llega el ojo del
gendarm e existe una conciencia formada con tem or y tem blor o no hay
nada. Esto vale para el rey y para el últim o pelafustán que cuida la barre­
ra de un paso a nivel del país más laico y dem ocrático del m undo.
La Edad M edia confiaba en la conciencia del oficio regio com o no­
sotros confiarnos en la con cien cia profesional de los pilotos, de los capi­
tanes de barco o de los conductores de óm nibus. P on em os nuestras her­
mosas vidas a su cuidado con la tranquila seguridad de que saben lo que
hacen. Si sucede algo fatal, despertarem os en el otro m undo, pensando,
com o un m edieval cualquiera, que el responsable del accidente tendrá
que dar cuenta a Dios de su falta d e ética profesional.
Insisto: el poder político real, el que efectivam ente m anda en una co­
m unidad, está por encim a de la ley positiva y no p u ede ser sancionado
por ella. Todavía n o se ha descubierto el m ecanism o autom ático de las
leyes. El p oder escapa a su control o deja de ser poder.
712 RUBEN CALDERON BOUCHET

Carlos V de Francia, llam ado “el Sabio” p o r su p ru d e n te


paciencia, se dirigía a los Estados G enerales del R eino con
estas palabras que resum en con claridad su teoría política:
“¡Señores! A unque ya seam os u n rey c o ro n ad o y veamos
la F rancia e n te ra som etida a n u estro poder, Nos, tenem os
la fuerza de u n solo h o m b re y sin vosotros n o podríam os
h a c er nada.
”U n prín cip e, p o r p o d e ro so que sea, no re in a rá en paz
si n o tien e el afecto de sus súbditos. P o r eso, Señores, Nos
n o q u erem o s o rd e n a r n a d a en n u e stro rein o sin co n ta r con
vuestro c o n sen tim ien to ”.
Esta declaración abrió los Estados G enerales del año
1370 167. Su proxim idad con la época m o d e rn a n o b reg a a
favor de la lim itación del p o d e r real. La m o n arq u ía absolu­
ta fue invención de los siglos XVI y XVII y cuanto m ás cer­
ca nos en co n tram o s de la E dad M edia m ás fácil será hallar
los elem en to s de u n a so b eran ía política lim itada p o r los
c u erp o s in te rm e d io s de la nación.
En la Crónica de Alfonso VII la c erem o n ia de la co ro n a­
ción del m o n arc a es u n a m an e ra de elección im perial que
co m p o rta el asentim iento de u n Consejo del Reino.
“L uego de estas cosas, en el curso del a ñ o 1173, el rey
prescribió la re u n ió n de un concilio q u e d e b ía realizarse
e n la ciu d ad real de León, el cu arto d ía antes de las nonas
d e ju n io [26 de m ayo], fiesta de P entecostés. El p rim e r día
del concilio, todos, grandes y p eq u eñ o s, se re u n ie ro n en la
iglesia Santa M aría con el rey y to m aro n las m edidas q u e les
dictó la clem encia de N. S. Jesucristo y que co n c ern ía n a la

1 6 7 . B o u llé e , Histoire des E tats Généreaux, T. I, p á g . 8 6 .


LA CIUDAD CRISTIANA 713

salud de la s alm as de todos los fieles. El segundo día en


q u e se celeb ra la fusión del Espíritu Santo sobre los apósto­
les, los arzobispos y los obispos, las abades, todos los nobles
y n o nobles y todo el p u eblo, se re u n ie ro n de nuevo en la
iglesia de la B ienaventurada M aría, con el rey G arcía V Ra­
m írez de A ragón y la h e rm a n a del rey. Todos recib iero n de
Dios la inspiración de d a r al rey Alfonso el título de em p e­
rador, p o rq u e el rey G arcía y el rey de los sarracenos, Zafa-
dola — rey de Zaragoza aliado de Alfonso VII y arm ad o ca­
b allero p o r éste— , y el co n d e Alfonso de Tolosa y el co n d e
R aym undo de B arcelona y num erosos condes y d u q u es de
G ascuña y F rancia eran , en todas las cosas, sus vasallos o b e­
dientes. El rey vistió u n m agnífico m anto y ellos, los altos
personajes allí presentes, p u sieron sobre sus sienes u n a co­
ro n a de oro m uy p u ro , cuajada de piedras preciosas, y le h i­
cie ro n to m a r el cetro con las m anos. Luego el rey G arcía
sostuvo su brazo d e re c h o y el obispo de León, A rrianus, el
izquierdo. Los obispos y abades lo co n d u jero n d e la n te del
altar de Santa M aría can tan d o el Te D eum y c u an d o term i­
nó gritaron: ‘Viva el E m p e ra d o r’. D espués de h a b e rle b e n ­
decido c eleb raro n la m isa según el uso de las g ran d e s fies­
tas” 168.
Alfonso X, en su Crónica general de España, n a rr a la coro­
n ació n del rey Bam ba “que e ra h o m e bien fidalgo y del m e­
j o r liñaje de los godos q u e otro n in g u n o que i fuesse. Et era
b u e n caballero d ’arm as e t m anso e t de paz, e t a u n a n te que
fuesse aleado rey, m u ch o h o n rad o , assí q u e todos ten íen
q u e ell h a b ía de re g n a r después del rey Recesvindo, e acor­

1 6 8 . R o b e r t F o lz , L ’I dée d ’E mpire en Occident du V A u XIVSiècle, P aris, A u ­


b ier, 1 9 5 3 , p â g s. 2 0 7 -8 .
714 RUBEN CALDERON BOUCHET

d áro n se todos en ell e algaronle rey, assí com o dixíem os, et


regn: nueva años e t u n m es”.
La c o ro n ació n , tal com o escribe el cronista, era resulta­
do de u n a c u e rd o e n tre los principales de los súbditos y la
p o ste rio r consagración llevada a cabo p o r las a u to rid ad es
de la Iglesia en la presen cia del p u eb lo y el Consejo del
R eino. B am ba n o quiso ser llam pado rey hasta no ser u n ­
gido en la m ayor iglesia de T oledo com o e ra la costum bre
en su época: “E n to n ces le to m a ro n los altos, e t troxiéron-
le a T oledo, e t consagról el A rzobispo Q uirigo, con co n ­
se n tim ie n to de todos, en la m ayor eglesia de Sancta M aría,
qu e es en la seeia arzobispal; e todos escribieron í sus n o m ­
bres de su b u e n a vo lu n tad en la elección dél, e yu ráro n lé
e ficiéro n le h o m en a je e t p ro m e tié ro n le de seer leales a éll
e t al re g n o ” 169.
Los Carlyle a p o rta n testim onios q u e co nfirm an la exis­
ten cia de este Consejo de Notables e n la elección de los reyes.
En lo q u e resp ecta al em p erad o r, a pesar del esfuerzo h e ­
cho p o r los O to n es p a ra im p o n e r el principio dinástico, su
investidura fue electiva. El cargo de gran elector h o n ra b a a
los principales sufragantes del concilio. La conclusión de
los Carlyle es term in a n te : “T h e re is n o d o u b t th at in the
M iddle Age th e au thority o f the ru le r was conceived o f as
norm ally d e p e n d in g u p o n the election, o r a t least the re­
cognition o f the com m unity”. A ñ aden q u e la concepción
de u n estricto d e re c h o h e re d ita rio en la m o n arq u ía no es
m edieval” 17°.

169. A lfonso X, Crónica general de España, Cap. 513.


170. R. W. y A. J. Carlyle, History of Medieval Political Theory in the West,
Londres, W. Blackwood & Sons, 1950, T. Ill, pág. 150.
LA CIUDAD CRISTIANA 715

C onviene re c o rd a r q u e la E dad M edia n o desconoció el


prin cip io dinástico y am bas tendencias: la electiva y la h e re ­
ditaria buscaban fluir p o r u n m ism o cauce. De esta situa­
ción se h acen eco m uchos cronistas. H e rm a n n d e R eiche­
n a u dice que el e m p e ra d o r E n riq u e III p ro c u ra b a la
elección de su hijo y así le fue p ro m etid o en el C oncilio de
T rib u r con la co n dició n de que g o b e rn a ra con justicia: “si
re c to r iustus fu tu ru s esset, subiectionem p rom itti fecit”.
Las palabras del cronista dejan e n te n d e r que los g ra n ­
des reu n id o s en T rib u r ten ían intereses que ex am in ar an ­
tes de d ar u n a ap robación o u n a negación term in a n te . El
e m p e ra d o r n o estaba m uy seguro de sus vasallos electores y
p resio n ab a con todas las fuerzas disponibles p ara h a c er
triu n fa r su proyecto dinástico.
U n a c ró n ica posterior, llam ada De Bello Saxonico, asegura
q u e en el C oncilio de F orchheim en 1077 fue d e te rm in a d o
y ap ro b a d o q u e nad ie recibiría la co ro n a p o r sucesión h e ­
red itaria y que el hijo del rey p o d ría suceder a su p a d re si
e ra lib rem en te elegido p o r el C onsejo del Reino.
En la E dad M edia el criterio electivo p rim ab a sobre el
sucesorio, p ero cu an d o se im p o n ía el d e re c h o dinástico és­
te re q u e ría el consen tim ien to de la com unidad. Para que el
lecto r c o n te m p o rá n e o n o se haga de la c o m u n id ad u n a
id ea excesivam ente h o d ie rn a , conviene q u e observem os en
u n tratadista de la época lo q u e se e n te n d ía p o r pueblo.
Son n u evam ente Las Partidas de Alfonso X las q u e nos p ro ­
veen u n a id ea adecuada.
“C uidan algunos hom es que pu eb lo es llam ado la g en te
m en u d a , así com o m enestrales et labradores, m as esto n o n
es así, ca an tig u am en te en Babilonia, et en Troya, e t en Ro­
m a, que fu ero n logares m uy señalados, e t o rd e n a ro n todas
716 RUBEN CALDERON BOUCHET

las cosas con razón, e t po siero n n o m b re a cada u n a segunt


q u e convenía, pueblo llam aron el ayuntam iento de todos
los hom es, c o m u n alm en te de los m ayores, e t de los m en o ­
res e t de los m edianos; ca todos ésos son m eester e t n o n se
p u e d e n excusar, p o rq u e se h a n de ayudar unos a otros pa­
ra p o d e r b ien vivir y ser g u ard ad o s e t m an te n id o s” 171.
La p alab ra pueblo d esigna u n o rd e n y n o u n a m u ltitud
inorgánica, y ese o rd e n tien e u n a je ra rq u ía dispuesta p o r
su historia. C uando u n pu eb lo pacta con u n p o d e r político
so b e ra n o lo hace a través de esa je ra rq u ía y n o p o r m edio
d e agitadores en la algarabía de u n tum ulto.
M anegoldo de L a u ten b a c h es el p rim e r tratadista del si­
glo XI que lanza c o n tra los p artidarios del e m p e ra d o r la
id ea de que el p u e b lo p u e d e p e d ir la rescisión de u n con­
trato si el m o n arc a no h a cum plido con su p arte de obliga­
ciones. Esgrim e en favor de su tesis la fam osa lex regia, usa­
d a p o r sus opositores p a ra p ro b a r todo lo contrario. El
p u e b lo trasm ite su p o d e r al m o n arca y lo hace con los p ro ­
pósitos q u e fig u ra n en el pacto, si el m o n arca n o cum ple
con su p a rte ¿qué im pide al pueblo re c u p e ra r su a u to rid ad
y dársela a otro? ¿Por q u é tiene que ser irrevocable la tras­
m isión del poder?
M anegoldo se lanza sobre esta id ea con m ás a rd o r que
inteligencia y cae e n la in g en u id a d de su p o n e r que el p u e­
blo delega su p o d e r en el m onarca. C uando u n a ciudad
m edieval pacta con u n p o d e r lo hace con el p len o conoci­
m ie n to de que su in d e p e n d e n c ia política es insostenible. El
rey n o p u e d e g aran tizar la a u to n o m ía de u n a ciudad vasa­
lla si no tiene fuerza p a ra hacerlo. De esta doble situación

171. A lfonso X, Las Partidas, T ítulo X, Ley I de la II Partida.


LA CIUDAD CRISTIANA 717

no p u e d e n a c er la p e re g rin a id ea de q u e el pueblo da un
p o d e r q u e n o tien e y el m o n arca recibe de él u n a fuerza de
q u e carece. El pacto político se hace e n tre dos poderes ya
existentes, u n o de los cuales, m erced a la fu erza que tiene,
p u e d e asegurar al otro el relativo ejercicio de su in d e p e n ­
dencia. N a tu ralm en te, si el m o n arca no cum ple con su pro ­
m esa, el p u eb lo no le d eb e fidelidad y p u e d e buscar pro tec­
ción e n o tra p arte. L a p alab ra puede conserva todo su rigor
real, es decir, p u e d e si su p ro te c to r n o p u e d e m ás q u e él.
M anegoldo de L autenbach no es u n a sibila de la d em o ­
cracia m o d e rn a com o su p o n en algunos tratadistas, sus afir­
m aciones se fu n d an en experiencias políticas co n te m p o rá ­
neas suyas. Asistió a la querella de las investiduras y tuvo
ocasión de ver al p ap a rescindir su pacto con el e m p e rad o r
y rec a b a r la ayuda de los n o rm an d o s p a ra salvar su in d e p e n ­
dencia. La m ecánica de esta com binación delata el verdade­
ro sentido del co n trato político: no se trata de reivindicar
u n p o d e r q u e n o se tiene sino de cam biar de protector. La
d o c trin a m edieval de la soberanía p o p u lar — escribe Fritz
K ern— , com b in ad a con la idea del contrato, asegura al m o­
n arca u n firm e d erech o subjetivo al m an d o en tan to cum ­
pla el d e b e r contractual, es decir, go b iern e bien; y lo m ism o
qu e asegura constitucionalm ente la posición del m onarca,
tam bién la limita. El p o d e r suprem o —ya lo ten g a el m o n ar­
ca, ya el pu eb lo — tiene sobre sí el contrato: el elem ento del
constitucionalism o, que no falta del todo a n in g u n a teoría
política m edieval, actúa tam bién en la d o c trin a de la sobe­
ra n ía p o p u lar 1?2.

172. Fritz Kern, Derechos del rey y derechos del pueblo, Madrid, Rialp, 1955,
págs. 199 y 200.
718 R U BE N CALD ER O N B O U C H E T

El c o n tra to político d u ra n te la E dad M edia es u n hech o


real, u n a convención establecida e n tre dos potencias: u n a
ciu d ad y u n señ o r o m onarca, e n tre u n vasallo y su barón.
Este pacto establece la existencia de u n so berano sobre u n a
c o m u n id a d d e te rm in a d a. N o hay som bra de algo parecido
a u n co n trato social. El con trato aparece en el nivel regio­
nal o nacional, n u n c a en el de los cuerpos interm ed io s cu­
yas a u to rid ad es son de d e re c h o natural, histórico o divino:
p a d re de fam ilia, je fe local o sacerdote.
La id ea de M anegoldo no va m ás allá de lo usual en su
época. Llam a la ate n c ió n el tono de sus escritos y el carác­
te r in ce n d iario de la d en u n cia. C u ando afirm a que el pac­
to e n tre el p u eb lo y el rey es ro to c u an d o este últim o no
aseg u ra la justicia, h ab la de u n a realid ad co m ú n en la his­
to ria m edieval. N o creo q u e esto dé m otivo p a ra ver en él a
u n ab u elo de R obespierre. El p rincipio m edieval establece
q u e la relación e n tre el señ o r y el vasallo es m utua, si u n o
de ellos falta a la fe del hom enaje, el o tro n o tiene p o r q u é
g u a rd a rle fidelidad.

E l c o n c e p t o d e I m p e r io U n iv e r s a l

L a idea de im p erio aparece expuesta en dos niveles de


consideración: u n o religioso y el otro político. R o b ert Folz
estim a q u e la id ea de u n a sociedad universal, fu n d ad a en la
igualdad esencial de la natu raleza h u m an a, es ap o rte h ele­
nístico. Los estoicos, bajo la influencia de la epopeya de
A lejandro, le d iero n carta de ciudadanía. Es fácil adm itir
q u e el su eñ o de p o n e r to d a la oicumene bajo la dirección de
u n p rín c ip e está ya en la m itología griega y que los d irigen­
LA CIUDAD CRISTIANA 719

tes ro m an o s estaban im pregnados de h elenism o cuando se


h iciero n d u eñ o s de la cuenca del M ed iterrán eo . R om a
convirtió en realid ad ese legado de la G recia tradicional y
a través de ella lo recibió la cristiandad.
El universalism o especulativo de G recia fue reforzado
p o r el cará c te r católico de la m isión de la Iglesia, y en la
m ed id a que la Iglesia y el Im p erio p ro ce d iero n de m an co ­
m u n id a d estas dos vertientes ecum énicas m ezclaron sus
aguas e n el cauce p o r el que co rrió la id ea del Im p erio
C ristiano.
H asta aq u í la coincidencia e n tre el universalism o espe­
culativo helenístico y la m isión salvadora de la Iglesia. C on­
viene señalar a h o ra su diferencia: el universalism o estoico
nace de la e x p erien cia ecum énica de los acontecim ientos
políticos a n te rio re s al cristianism o. Su carácter cosm opoli­
ta es racionalista y tiene origen en la crítica q u e h a d estru i­
d o la e stru c tu ra sociorreligiosa de la ciudad antigua. La
id ea de u n a natu raleza h u m a n a co m ú n a todos los pueblos
de la tie rra fu n d a la posibilidad teórica de un rein o univer­
sal y tien d e a co n stitu ir u n o rd e n ju ríd ic o único, válido pa­
ra todos los hom bres. El universalism o ro m an o , sin desco­
n o c e r los caracteres particulares de cada nación, busca lo
q u e hay en ellas de com ún e intercam biable.
La fe cristiana tom a al h o m b re en p ro fu n d id ad , lo a rrai­
ga en sus co m u n id ad es orgánicas y lo obliga a nu trirse con
los m ejores ju g o s del tem p e ra m en to nacional. U n e a los
p u eblos en u n a m ism a fe, p e ro vivida en el ám bito irreite-
rab le de m odalidades sociales y personales únicas.
El cristianism o com enzó p o r ser apátrida, p o rq u e el sen­
tim iento patriótico del h o m b re antiguo estaba ligado a las
divinidades ctónicas. Más tarde estrechó sus vínculos loca­
720 RUBEN CALDERON BOUCHET

les y se convirtió en u n decidido d efensor de las co m u n id a­


des parroquiales. D esde allí inspiró u n m ovim iento social
te n d ie n te a re c u p e ra r los valores de las com unidades in te r­
m edias. Esta intensificación de los cu erpos in term ed io s no
le hizo p e rd e r de vista la id ea de u n ir a todos los hom bres
e n el cuerpo místico de la Iglesia. Su carácter ecum énico vie­
n e p o r asunción y n o p o r n egación de la diversidad y la h e­
tero g en eid ad .
En el co n cep to de cristiandad se in serta la v erd ad era n o ­
ción de Im p erio C ristiano com o ideal de u n g o b iern o polí­
tico único, p ero no excluyente. E ra conveniente según el
sabio rey d o n Alfonso X “q u e toviese este p o d e río en tierra
p o r m uchas razones: la u n a p o r toller desacu erd o de e n tre
las g entes e t ayuntarlas en u n o , lo que no p o d ría n facer si
fuesen m uchos los e m p e rad o re s”. Este a rg u m e n to convier­
te al e m p e ra d o r e n árbitro universal de las naciones cristia­
nas. Es u n a su erte de ju ez suprem o p a ra decid ir sobre con­
flictos e n tre los príncipes. D on Alfonso adm ite que este
ju e z p u e d e “facer fueros e t leyes” p a ra q u e se ju d g u e n de­
re c h a m e n te las gentes su se ñ o río ” y sean q u e b ra n tad o s “los
soberbios e t los torticeros e t los m alfechores, que p o r su
m ald at o p o r su p o d e río se atreven a facer m al o tuertos a
los m e n o re s” 173.
El Im perio es el más alto tribunal de la cristiandad. La
fuerza política al servicio de la acción m isionera de la Iglesia.

173. A lfonso X, Las Partidas, 2 i Partida, T ítulo 1, Ley I a.


APOGEO DE LA CIUDAD CRISTIANA

Perchè la faccia mia sì t ’innamora


che tu non ti rivolgi al bel giardino
che sotto i reggi di Cristo s ’infiora ?

Q uivi è la rosa in che il verbo divino


carne si fece; quivi son li gigli
al cui odor si prese il buon cammino.

D a n t e , Paradiso, X XIII, 70-3


C a p itu lo I
EL REINO DE DIOS

R e in o d e D io s y t ie m p o m ít ic o

En el p ró lo g o a su o b ra Le Mythe de l ’Eternel Retour, Mir-


cea Eliade llam aba la a ten ció n sobre u n h ech o constatable
en todas las sociedades tradicionales. “Su rebelión c o n tra el
tiem po co ncreto, histórico. Su nostalgia de u n re to rn o p e­
riódico al tiem po m ítico de los orígenes, al tiem po m ag n o .”
A trib u ía a los arq u etip o s religiosos la fu n ció n de proveer al
h o m b re con u n p arad ig m a divino p a ra escapar a la ru e d a
del tiem po cronológico y de d ar a su destino la fijeza hierá-
tica de u n m odelo e te rn o .
Veía en esa aspiración ejem plar algo m ás que sim ple
desprecio al paso de la vida: e ra u n a positiva visión m etafí­
sica de la existencia h u m a n a en su adscripción definitiva a
u n p rólogo divino. El carácter sagrado de la creación esta­
b a en los m odelos eternos, de acu erd o con los cuales Dios
h a b ía h ech o todas las cosas.
724 RUBEN CALDERON BOUCHET

Las prim itivas sociedades consideraban los actos fu n d a­


m entales de la vida com o rep eticio n es de u n p ro to tip o m í­
tico, q u e renovaba en el tiem po histórico la fo rm ulación de
u n acto c re a d o r c o rre sp o n d ie n te al p aradigm a prim ordial.
N o sólo los actos hu m an o s, sino las realidades más m o­
destas del m u n d o y de la cu ltura, resp o n d ían a u n plan p re­
fijado p o r esta o ntología paradigm ática a la m an e ra plató­
nica. “N u estra tierra c o rre sp o n d e a u n a tie rra celestial.
C ada virtu d p racticada aq u í abajo posee u n a c o n trap artid a
celestial q u e rep re sen ta la v erd ad era realidad. El año, la
p le g a ria ... y, en fin, todo lo q u e se m anifiesta en el m u ndo,
es al m ism o tiem po celeste. La creación es sim plem ente
desdoblada. D esde el p u n to de vista cosm ogónico, el esta­
dio cósm ico invisible es a n te rio r al estadio visible” h
En esta co n cep ció n del m u n d o la historia h u m a n a par­
ticipa, p o r rep e tic ió n , de u n a realidad celestial arquetípica.
Lo q u e n o tiene u n m odelo e te rn o “carece de sentido y p o r
e n d e no tiene a u té n tic a re a lid a d ”.
La tradición cristiana invierte la relación del ho m b re
con el arq u e tip o divino, p o rq u e coloca el parad ig m a al fin
y no al prin cip io de la historia. C on esta transposición de
térm in o en la relación religiosa, d a al m ovim iento históri-
cocultural u n dinam ism o sin p rec e d e n te s en las sociedades
antiguas. La existencia h u m a n a ya n o es la b ú sq u ed a de
u n a sem ejanza con el m odelo prim igenio, sino la participa­
ción activa en la realización de ese R eino de Dios a instalar
definitivam ente al final del tiem po histórico.
La id ea de u n homo viator, de u n a h u m an id a d itin eran te
h acia el R eino de Dios, im p reg n a la C iudad C ristiana de su

1. H . S. N y b e r g , Questions, c ita d o p o r E lia d e .


LA CIUDAD CRISTIANA 725

fu erza m ística y convierte las obras de la cu ltu ra en u n a


su erte de h iero fan ía m ilitante, tensa com o la cu erd a de un
arco. El a rte y las instituciones cristianas, tanto com o su teo­
logía, son claros testim onios de esta activa te n d e n c ia hacia
u n a realización definitiva allende el tiem po y el espacio
m u n d an o s. El cosm os e n te ro , en la m ism a raíz de su diná­
m ica física, p arece p a rticip a r en el esfuerzo de la nueva
creación y convierte sus elem entos fundam entales: el espa­
cio, el tiem po, el agua, el pan y el aceite, en los signos sen­
sibles de u n a realid ad rescatada de la c o rru p c ió n y de la
m u erte. El m o d elo arquetípico es a h o ra causa ejemplar del
m ovim iento realizado en m an co m u n id ad p o r la gracia de
Dios y la libre voluntad del hom bre.
El R eino de Dios es la idea central en el m ensaje de Cris­
to. Su pred icació n vuelve co n stan tem en te sobre ella y des­
d e el P ad re N uestro hasta su m an d ato form al a los apósto­
les to d a su e n señ a n z a trad u ce la p reo cu p ació n p o r ese
m isterioso rein o cuyo advenim iento pide y del q u e se decla­
ra rey, en circunstancia de hallarse ante el rep re sen ta n te
del p o d e r rom ano.

A n t e c e d e n t e s a n t ig u o t e s t a m e n t a r io s

Según B onsirven en el Antiguo Testamento se e n c u e n tra


u n a sola vez m en c io n ad a la frase R eino de Dios y viene a
p ro p ó sito del p atriarca Jaco b a q u ien la Sabiduría “d e d u x it
p e r vias rectas e t o sten d it illi reg n u m D ei” 2.

2. Sap., X , 10.
726 RUBEN CALDERON BOUCHET

N o se dice m ás y, a u n q u e la idea no falta en otros libros


del Antiguo Testamento, resulta difícil distinguirla claram en­
te del rein o q u e Yavé fu n d ó co n su pu eb lo elegido cu ando
lo sacó del “h o rn o de h ie rro de E g ip to ” p a ra que fu era el
p u e b lo de su h e re d a d 3.
La p ro m esa de Yavé, re ite ra d a a través de to d a la histo­
ria de Israel, hace brillar an te los ojos de los fieles u n a si­
tuació n m uy distinta a la p rec a ria instalación en Palestina.
La Tierra Prometida in d u d ab le m e n te es ésa, p ero al m ism o
tiem po es otra. La segura sensación de ser el p u eb lo elegi­
do se do b la con la n o m enos firm e de no h a b e r alcanzado
todavía la patria definitiva.
¿Ilusión? ¿Sanción m erecid a p o r las infidelidades de Is­
rael? A m bas in te rp re ta c io n es acosan a Israel en su trajina­
do itin erario . O ra lo tie n ta la id ea de a b a n d o n a r a Yavé y
d o rm ir en la p ereza de u n destino com ún, o ra se despierta
con nuevos bríos y sigue su m arch a obsesionante en busca
del país d o n d e m an a leche y m iel.
Yavé es el Dios celoso y no p e rm ite que Israel se distrai­
ga en el cu m p lim ien to de su destino histórico. Lo acosa, lo
presiona, deja caer sobre él el peso de su brazo, le envía
desgracias, persecuciones, guerras y prisiones p a ra recor­
darle la excelsitud de su suerte. Le envía profetas p ara revi­
vir las condiciones del pacto y colocarlo n uevam ente en el
cam ino señalado p o r la prom esa: “Yo soy el Sadaí. A nda en
m i presencia, y sé p e rfe c to ” 4.
La necesidad de ser perfecto ante los ojos de su señ o r
obliga a Israel a g u a rd a r los m an dam ientos de u n a legisla­

3. D eu teron om io, IV, 20.


4. Génesis, XIII, 1-5.
LA CIUDAD CRISTIANA 727

ción m inuciosa to talm en te puesta bajo la féru la de Yavé. El


cará c te r teocrático de este o rd e n social convierte a Israel
en u n efectivo R eino de Dios.
Dice B onsirven: otras sociedades fu ero n llam adas teo­
cráticas p o rq u e sus g o b e rn a n tes fu ero n sacerdotes. En Is­
rael los sacerdotes no cum plían función legislativa, y se li­
m itab an a cu id ar la aplicación de las leyes instituidas p o r
Dios m ism o a través de su p rofeta Moisés.
N ación santa y separada de todas las dem ás p o r un de­
signio expreso de la voluntad divina, Israel ten ía u n a m i­
sión sacral p a ra cu m p lir en el seno de todos los pueblos de
la tierra. El carácter ecum énico de esa m isión es reitera d a ­
m en te señalado p o r los profetas.
La m isión hace de Israel u n in stru m e n to especial de la
Providencia. In stru m e n to libre, p u e d e o no o b e d e ce r las
ó rd e n e s de su Dios, pero, com o tal, p erfe c ta m e n te ligado
al cum p lim ien to de ese m andato. C uando no obedece, Ya­
vé suscita el castigo y el a rre p e n tim ie n to devuelve a Israel a
su itin erario santo.
Esta santidad de Israel se realiza tam bién en dos dim en ­
siones: u n a objetiva y o tra subjetiva. Es santo p o r su condi­
ción de elegido, es la cosa de Yavé, su hijo, su esposa, su
p u eb lo dilecto, tam bién debe serlo p o r la c o n d u c ta in ta­
chable y la rec titu d de sus juicios.
“Lo esencial de la constitución teocrática — escribe B on­
sirven— es establecer u n verdadero pu eb lo de Dios, un
p u eb lo celosam ente separado de los otros, idólatras y co­
rro m p id o s. U n p u eb lo de h e rm a n o s unidos p o r la práctica
de u n a ju sticia rigurosa y p o r la caridad, rápidos p a ra soco­
r re r a los m ás débiles y sin enem igos e n tre aquellos de la
728 RUBEN CALDERON BOUCHET

p ro p ia sangre. Esta constitución, particularista en función


de la época, está dispuesta a abrirse a u n particularism o
ecum énico: u n solo Dios, u n solo p u e b lo ” 5.
Israel conservó la id ea del Dios único, p ero in te rp re tó
de diversos m odos la m isión e n c o m e n d a d a p o r Yavé. La n o ­
ción de p u eb lo santo p arece reducirse, constreñirse y estre­
charse a m ed id a q u e los intereses nacionales y políticos h a ­
cen p e rd e r de vista la universalidad de la prom esa. Los
rasgos santos se convierten e n privilegio exclusivo de u n res­
to. En ese resto santo, la p ro m esa del R eino se llen a de un
co n te n id o escatológico p e rfe c ta m e n te discernible.
E zequiel cae en la ten tación de las especulaciones geo­
m étricas en to rn o a las m edidas de la nueva tierra. Traza los
lím ites ideales de la ciudad santa, cuyo n o m b re descubre
e n su carácter definitivo: Yavé Sham, Yavé está aquí o e n ella
re in a Yavé. N o escapó a los exégetas de Ezequiel el sentido
m esiánico de sus profecías ni el valor alegórico de sus deta­
lles geom étricos.
Oseas, luego de vaticinar las calam idades im puestas p o r
Yavé a las prevaricaciones de Israel, exam ina la perspectiva
escatológica de su reino santo. “Será com o rocío p a ra Israel
q u e flo recerá com o el lirio y e x te n d e rá sus raíces com o el
á la m o ... Yo que le afligí, le h aré d ic h o s o 6.
En la p a rte final de la profecía de Isaías aparece con to­
do su énfasis el vaticinio del R eino escatológico: “P orque
voy a c re a r cielos nuevos y u n a nueva tierra, y ya no se re ­
c o rd a rá lo pasado y ya n o h a b rá de ello m em oria. Sino que

5. B onsirven, Le Règne de Dieu, Paris, Aubier, 1957, pág. 14.


6. Oseas, XIV, 6-9.
LA CIUDAD CRISTIANA 729

se gozará e n gozo y alegría eternas, de lo q u e voy a crear yo,


p o rq u e voy a c re a r a Je ru sa le m en alegría y a su pueblo en
gozo 7.
B onsirven ve, en éstas y otras profecías, el a n u n c io del
R eino de Dios e n el m aravilloso e sp le n d o r de la visión me-
siánica, tra sc en d e n te y universal. P ero el p u eb lo de Israel
no c o n ta b a con todos los elem entos revelados p a ra su p erar
u n a in te rp re ta c ió n carn al del Reino.

E l R e in o d e D io s e n la p r e d ic a c ió n c r is t ia n a

Las p rim eras palabras de je s ú s en el Evangelio de M ateo


son p a ra p ro clam ar el advenim iento del R eino de Dios:
“A rrep en tio s, p o rq u e se acerca el R eino de D ios” 8.
Dos cosas conviene re te n e r en la am onestación del Se­
ñ or: u n llam ado a la conversión in te rio r señalado p o r la
e x h o rta c ió n al a rre p e n tim ie n to y el a n u n cio de u n aco n te­
cim ien to religioso en tran ce de llegar. Am bos aspectos m a­
nifiestan las dos dim ensiones del R eino: u n a actitud aním i­
ca a p ta p a ra in c o a rlo y la e sca to ló g ic a realizació n
definitiva, fru to exclusivo de la G racia cu a n d o o p e ra en
u n a disposición favorable del espíritu h u m an o .
San B ern ard o en señ ab a la existencia de tres estados en
las alm as santas: el p rim ero , cu ando estaba u n id a al c u erp o
co rru p tib le; el seg u n d o , ya sep arad a del cu erp o m ortal y a
la esp era del últim o juicio; el tercero, en el R eino de Dios.

7. Isaías, LXV, 17-18.


8. M ateo, IV, 17.
730 RUBEN CALDERON BOUCHET

El R eino es así el lu g ar definitivo, p rem io divino de la


m ilicia m erito ria en la fe, la esperanza y la caridad. Su ad­
v en im ien to su c ed e rá al fin de los tiem pos cu ando la histo­
ria se haya consum ado. Los que esp eran en el atrio de la
Casa de Dios y rep o san e n la paz de u n ju icio p articu lar fa­
vorable, no e n tra rá n al R eino sin nosotros. No h a b rá Rei­
no de Dios h asta la resu rre c c ió n de la carne. Pero, term i­
n a d o el tiem po de n u estro m erecim ien to , se ab rirán p ara
los santos las p u e rta s del R eino y allí se instalarán definiti­
vam ente.
San B e rn a rd o in fo rm a sobre los m odos de gozar las al­
m as e n la p erfecció n eterna: “V iendo a Dios e n todas las
criaturas, ten ié n d o le en nosotros m ism os y lo que es aún in­
n e g a b le m e n te m ás dichoso, co n o cien d o la Santa T rinidad
en sí m ism a y c o n te m p la n d o claram ente aquella gloria con
los ojos del corazón bien lim pios” 9.
Puesto en la dificultad de explicar la ín d o le de esta feli­
cidad postrera, reco n o ce la im p o ten cia del conocim iento,
p e ro adm ite la posibilidad de u n a c o n jetu ra aceptable, fu n ­
d a d a en experiencias espirituales vividas en la tie rra com o
prim icias ofrecidas p o r el E spíritu Santo.
“De esta su erte llen ará Dios c o m p letam en te nuestras al­
mas, cu a n d o les co n ced a u n a ciencia p erfecta, u n a perfec­
ta ju sticia y u n a p e rfe c ta alegría. L len ará tam bién toda
n u e stra tie rra la m ajestad del Señor, c u a n d o h ag a a nuestro
cu e rp o in co rru p tib le , im pasible, ágil y sem ejante al cuerpo
glorioso de Je su c risto ” 10.

9. Bernardo, Sermón de la fiesta de Todos los Santos, 4.


10. Ibidem.
LA CIUDAD CRISTIANA 731

Jesucristo realiza en su p e rso n a la p le n itu d de los tiem ­


pos. Es la cabeza y el p rim e r h o m b re de u n a h u m an id a d
rescatada del p ecad o y en m arch a hacia el R eino de Dios.
D esaparecida la p e rso n a física de Jesús de N azaret, p erm a­
nece en el m isterio de su pueblo elegido. Esta c o m u n id ad
sacrificial c o n tin ú a la o b ra salvadora de Cristo e incoa el
rein o escatológico en la econom ía sacram ental de la Igle­
sia.
Los sacram entos son signos eficaces p a ra in tro d u c ir real
y efectivam ente en el h o m b re el p rincipio activo de la n u e ­
va vida so b ren atu ral. La tipología de estos signos sensibles
tiene doble significado: p o r u n a p arte a p u n ta n a la existen­
cia q u e m u ere co n su advenim iento y p o r o tra a la instau­
ració n del R eino.
La catequesis p rec e d ía a la im posición del sacram ento e
in stru ía al catecú m en o sobre la significación p len a del rito.
No e ra posible ignorar, de no darse estupidez insuperable,
el c o n te n id o teológico del acto sacram ental. T odo cristiano
ten ía conciencia de p e rte n e c e r a un pueblo en vía hacia el
rein o escatológico. La creación m ás d ifu n d id a de la Iglesia,
el P ad re N uestro, se lo rec o rd a b a diariam ente.
San B uen av en tu ra asigna a los sacram entos tres efectos:
ah u y en tar la e n fe rm e d a d , restituir la salud y conservarla.
Los tres en el acto único de d ar la vida sobrenatural: “P or
su sum o p o d e r — nos dice h ab lan d o de Cristo— instituyó
sacram entos de ayuda p a ra re p a ra r n u e stra virtud, p a ra
cu m p lir los p recep to s de dirección y llegar p o r ellos a las
prom esas eternas, d isp o n ién d o lo así en su ley evangélica el
Verbo e te rn o , en cu an to es cam ino, verdad y vida” n .

11. B u e n a v e n t u r a , Breviloquium, P a r te V I, 3.
732 R U B E N CALDERON B O U C H E T

En el breve p árrafo se advierte la referen cia a virtudes


re p a ra d o ra s con respecto a la disposición n atu ral y el o rd e­
n a m ie n to hacia u n a vida m ás alta, an u n c ia d a p o r q u ien se
tituló a sí m ism o: Via, ventas et vita. El sacram ento d a vida,
p re p a ra p a ra la v erdad y h ace posible la m arch a difícil que
lleva hasta el Reino.
San B uenaventura, en el u m b ral de su tra tad o De Regno
Dei, in fo rm a sobre ese m isterioso R eino a n u n ciad o en la
p red icació n del Señor. El R eino de Dios exige, p o r parte
del h o m b re , u n a disposición n atu ral recta y la fe ilum ina­
dora: “A vosotros os h a sido dad o c o n o c er los m isterios del
R eino de Dios, y a los dem ás sólo en parábolas, de m odo
q u e viendo n o vean y oyendo no e n tie n d a n ” J2.
El R eino está p ro m e tid o a los creyentes p a ra obtener, se­
g ú n las palabras de Pablo: ‘justicia, paz y gozo en el Espíri­
tu S a n to ”.
San B u en av en tu ra c o n sid era al R eino u n estado final ca­
paz de satisfacer las m ás n o bles inclinaciones de n u e stra n a ­
turaleza m erced a u n a infusión deiforme. D escribe la preca­
ria co n dición de la n a tu ra le z a h u m a n a y la d esp ro p o rció n
e n tre sus aspiraciones y sus logros. El R eino de Dios da más
de lo reclam ado, p ero se establece en u n a dirección seña­
lad a p o r el apetito natural: “D e aquí q u e ju sticia n o es sino
la rectificación universal de los juicios de la razón, ni paz
sino el aq u ietam ien to universal de los dom inios d e p e n ­
dientes de la facultad que rige; ni gozo sino la satisfacción
universal de los deseos de la v o lu n ta d ” 13.

12. Lucas VIII, 10.


13. De Regno Dei, 4.
LA CIUDAD CRISTIANA 733

Esta o p in ió n del santo d o c to r n o c o rro b o ra con fuerza


suficiente la g ratu id ad del Reino. El p en sam ien to de San
B uen av en tu ra se m ueve, g e n eralm en te, e n u n a lín e a de
exigencias naturales. U n térm in o adecu ad o subraya, de re­
p e n te , el carácter innovador, no sólo reg en erad o r, de la
Gracia.
C oloca el R eino de Dios en la in te rio rid a d del esp íritu e
in d ica la excelsitud de su realidad p o r el valor e te rn o de su
inam ovible perfección.
In te resa saber a quiénes p e rte n e c e el Reino: “Este Rei­
n o de la G loria n o es sino de los q u e están en posesión de
la gracia, sin la cual es im posible llegar a é l” 14.
A c o n tin u a ció n se ex tiende sobre las diversas gracias in­
dispensables p a ra alcanzar el Reino. Estas reflexiones co­
r re s p o n d e n al tem a de la perfección cristiana. Sin d uda, el
R eino de Dios, com o realid ad escatológica definitiva, es
o b ra del a m o r de Dios.

EL R e in o d e D io s e n l a v id a in t im a

N o ve q u ien q u iere sino q u ien pu ed e. V erdad de sim ple


b u e n sentido fu n d a d a en la ap titu d de la vista p a ra perci­
bir, m ed ia n te u n ejercicio ad ecuado, aspectos de la reali­
d a d n o advertidos p o r el in experto. La vida espiritual del
h o m b re es u n a ejercitación constante, cuyos adelantos se
m id e n p o r cam bios cualitativos e x p erim en tad o s e n la con­
du cció n de la p ro p ia vida. La explicación de este h e c h o tie­

14. D e Regno Dei, 19.


734 RUBEN CALDERON BOUCHET

n e u n m arg en de inefabilidad inevitable, p e ro p u e d e ser


e n te n d id a p o r la analogía existente en todas las e x p e rien ­
cias espirituales. El poeta, el m úsico, el sabio y el científico,
en sus esferas respectivas, co n o cen los cam bios provocados
p o r el a h o n d a m ien to en el dom inio de su saber o de su ar­
te. Hay u n nivel de p ro fu n d id a d , de com prom iso vital con
el o rd e n real, que es resu ltad o de u n a conquista espiritual
p e rm a n e n te .
La vida religiosa ob ed ece a u n ritm o análogo y su p ro ­
greso o atrofia d e p e n d e , en gran m edida, de la adecuada
respuesta d ad a p o r el h o m b re a los m ovim ientos de la G ra­
cia. Los grandes m ísticos de todos los tiem pos, p ero en par­
ticular los profetas de Israel y los santos de la tradición cris­
tiana, h a n dejado u n testim onio preciso de sus experiencias
interiores. L a dificultad p a ra ser co m p ren d id o s p o r el h o m ­
bre de hoy se d e b e a la anem ia religiosa y no, com o se p re­
ten d e h a c er creer, a la incidencia de u n lenguaje escrito pa­
ra o tra época. La len g u a religiosa — com o la m usical o
poética— req u ie re p a ra ser c o m p re n d id a un alm a afinada
en la p ercepción de sus invocaciones. Las costum bres gro­
seras de u n tiem po h u n d id o en el sensualism o de e x p erien ­
cias cutáneas hacen cada día más difícil la tarea de p e n e tra r
en la p ro fu n d id a d del alm a d o n d e h ab ita el Espíritu Santo.
N aturaleza caída, el ho m b re h a sido llam ado p o r el b au ­
tism o a u n a fo rm a de vida m ás noble. El bautism o tiene un
doble significado: la m u erte del h o m b re del pecado y el na­
cim iento a u n a p articipación m ás ín tim a en la existencia de
Dios. El b ien d ad o p o r la G racia — dijo Santo Tom ás de
A quino— es m ás im p o rta n te q u e todos los bienes naturales
del universo: in co a la vida e te rn a y p o r en d e la realización
del R eino de Dios en las almas.
LA CIUDAD CRISTIANA 735

N o basta la presencia sobrenatural de u n germ en de vi­


da divino p ara el advenim iento del R eino de Dios. Es m e­
n ester u n cuidado p e rm a n e n te y u n a tenaz atención puesta
en el delicado crecim iento de esa semilla. La fe, la esperan­
za y la caridad cristianas constituyen u n organism o espiri­
tual reg en erad o r, cuyo vigor obra cread o ram en te y en per­
p e tu a c o n c u rre n c ia co n la b u e n a disposición de las
facultades y apetitos naturales. Fue e rro r lu teran o creer en
u n a justificación del h o m b re im putable exclusivam ente a
los m éritos de Cristo, com o si la Gracia aboliera la libertad
h u m a n a y co nstruyera el R eino de Dios sin la contribución
vo luntaria del creyente.

L a fe

U n p rim e r acercam iento al co ncepto de fe nos lleva a re­


c ab ar su significado o rd in ario . El diccionario trae dos acep­
ciones principales del térm in o y am bas estrech am en te vin­
culadas. En un p rim e r sentido es sinónim o de confianza y
se refiere al b u e n co n cep to m erecido p o r u n a p erso n a o
cosa. En segundo lu g ar es la creencia p restad a a u n testi­
m onio.
En la p rim e ra acepción hay clara referencia al testigo, en
la seg u n d a al testim onio. En am bas, u n conocim iento sobre
el valor, la relevancia y la a u to rid ad del testigo se extiende
tam bién al testim onio. N o hay fe sin cierto conocim iento
del testigo. Lo testificado es creído en función de la au to ri­
d ad testificante, p e ro no es directam en te conocido, ni re­
sulta p ro b ad o com o consecuencia de u n a dem ostración.
736 RUBEN CALDERON BOUCHET

El acto de fe tiene p o r objeto m aterial u n a proposición


d a d a p o r el testigo: creo en tal cosa p o rq u e no hallo con­
tradicción e n tre lo q u e conozco del testigo y eso afirm ado
e n la proposición. En este sim ple acto de fe la inteligencia
p a rticip a dos veces; conoce algo del testigo y en función de
ese con o cim ien to n o e n c u e n tra re p u g n a n te su afirm ación.
La fe n u n c a violenta la voluntad im p o n ién d o le la acep­
tación de algo q u e la in teligencia e n c u e n tra absurdo. La
vo lu n tad p u e d e e n c errarse e n la afirm ación de u n a p ro p o ­
sición n o e n te n d id a, p e ro lo h a rá con el propósito de evi­
tar la im posición de u n a verd ad que e n tie n d e dem asiado
b ien y rechaza p o rq u e n ieg a la satisfacción de u n apetito
d eso rd en ad o .
El acto de fe es fo rm a lm en te u n acto inteligente, p ero
d e p e n d e de u n acto eficiente de la voluntad. La inteligen­
cia acep ta la verdad p ro p u esta e n el testim onio, p ero movi­
da p o r la voluntad, p o rq u e esa verdad no es evidente de
p o r sí, ni resu lta de u n a dem ostración innegable.
La adh esió n v oluntaria en el acto de fe es libre: p u e d o o
n o c re e r en lo testim oniado según u n a inclinación perfec­
tam e n te co n tro lab le de mi voluntad. En tan to confirm ado
p o r la voluntad, el acto de fe tiene la firm eza de m i consen­
tim ien to , p ero com o carece de certeza in telectual q u e d a en
el creyente u n a su erte de in q u ie tu d deliberativa o de inse­
g u rid a d en la posesión del saber.
P ara la fe en u n testim onio natu ral basta la voluntad co­
m o causa eficiente; p a ra te n e r fe en el testim onio revelador
de Dios, n o es suficiente. La E scritura Santa trae u n a refe­
ren c ia clara al carácter infuso de la fe. C u ando volvió Jesús
a los confines de C esárea de Filipo, dice M ateo que p re g u n ­
tó a sus discípulos: “¿Q uién, dicen los h o m b res que es el Hi-
LA CIUDAD CRISTIANA 737

jo del H om bre? Ellos contestaron: U nos q u e Ju a n el Bautis­


ta, otros q u e Elias, otros, q u e Jerem ías u o tro de los profe­
tas. Y El les dijo: Y vosotros ¿quién, decís q u e soy ? Tom an­
do la p a la b ra P ed ro dijo: T ú eres el Mesías, el H ijo de Dios
Vivo. Y Jesús respondió: B ienaventurado tú Sim ón Bar Jo ­
ña, p o rq u e no es la ca rn e n i la sangre quien eso te h a reve­
lado, sino m i P adre q u e está en los cielos” 15.
La causa eficiente de la fe de P edro, si m al no e n te n d e ­
m os las palabras de Cristo, es u n d o n p ro veniente de Dios
m ism o. P ero hay en P e d ro u n m ovim iento c o n c u rre n te de
la voluntad p a ra a c ep ta r ese don.
La fe es u n d o n gratu ito de Dios oto rg ad o al creyente
p a ra qu e éste acepte su P alabra y c o m p re n d a la p len itu d so­
b re n a tu ra l del testim onio de Cristo. La voluntad interviene
dos veces: d isp o n ie n d o la n aturaleza p ara la recep ció n de
la G racia y luego acep tán d o la y cultivándola en la secreta
in te rio rid a d del diálogo con Dios.
N o se p u e d e c o m p re n d e r al cristianism o sin in telig en ­
cia d e su p rete n sió n fun d am en tal: u n a efectiva particip a­
ción en la vida ín tim a de Dios m erced a la infusión de las
tres virtudes teologales: fe, esperanza y caridad. El p ropósi­
to de estas virtudes es h a c er vivir al creyente en c o m u n ió n
con Cristo y convertirlo e n c iu d ad an o del escatológico Rei­
n o de Dios.
Dios h e c h o h o m b re y la revelación de Cristo aceptada
p o r la fe son dos aspectos de u n m ism o m isterio. “La reve­
lación divina — afirm a P ieper— n o consiste en u n d a r a co­
n o c e r u n relato sobre la realidad, sino en u n a participación

15. M a te o , X V I, 1 3 , 18.
738 RUBEN CALDERON BOUCHET

activa en la realidad m ism a de Dios, participación, p o r su­


p uesto, que sólo alcanza aq u el q u e c re e ”.
C u an d o asentim os vo lu n tariam en te al testim onio de un
h o m b re , dam os e n tra d a a u n a proposición v erdadera o fal­
sa, p ero objetivam ente in d e p e n d ie n te de q u ien la enuncia.
E n tre el h o m b re y su p alab ra hay u n a solución de co n tin u i­
dad, com o e n tre dos cosas: acoger la verdad p ro p u esta p o r
u n testigo n o es asum ir la existencia del testigo. Pero la pa­
lab ra d e Dios es el m ism o Dios en su trin itaria realidad.
R ecoger en u n acto de fe el testim onio de Cristo, es dejar­
se p e n e tra r p o r el Verbo Divino, recibir en la p ro p ia exis­
ten cia la ín tim a realid ad de la palabra, p a ra p articip ar en la
p len itu d de su ser.

La esper anza

La fe es co n o cim ien to y abre al creyente la perspectiva


d e u n nuevo o rd e n a m ie n to del m u n d o , de u n a nueva crea­
ción, e n cuyo advenim iento es invitado p o r Dios a co o p e­
rar. El cristiano acepta el llam ado del Señor, escucha su voz,
y convocado p o r ella inicia la m arch a hacia el Reino.
El p u eb lo itin era n te ru eg a al S eñor le preste la dignidad
n ecesaria p a ra alcanzar la prom esa del Reino. N o bastaba
la fe ni el oscuro conocim iento del m isterio p a ra fijar la in­
ten ció n v o lu n taria en la espera de ese acontecim iento defi­
nitivo. E ra m en e ster u n refuerzo so b ren atu ral del apetito
p a ra p o d e r esperar, allende el vértigo insoslayable de la
m u erte, la g loria de la resurrección.
La en señ an za secular de la Iglesia insiste en el carácter
infuso de la esperanza. Ella tam bién, com o la fe, es u n don
LA CIUDAD CRISTIANA 739

de Dios. C u an d o en el siglo XIII se in c o rp o ra a la teología


la filosofía de A ristóteles, la esperanza teologal es vista co­
m o u n háb ito a ñ ad id o p o r Dios a la voluntad p a ra sostener­
la tensa en la espectación del R eino de Dios.
Los escolásticos, en la en ju ta precisión de su len g u a teo­
lógica, distinguían en la fo rm alidad objetiva de u n a virtud
dos aspectos discernibles: el objectum fórmale quod u objeto
form al term inativo del m ovim iento virtuoso y el objeto for­
m al m otivo. Esta últim a distinción p o d ía p a re c e r u n tanto
inn ecesaria, dad o que la excelsitud del objetivo perseguido
p o r la esperanza era suficiente motivo p a ra desearlo.
N o obstante y h a b id a c u e n ta de la im posibilidad natu ral
del R eino de Dios y su justicia, e ra im prescindible u n a in­
terv en ció n de lo alto, u n m ovim iento del a m o r divino h a­
cia el h o m b re p a ra dism inuir la distancia y h acer m enos di­
fícil el acceso. La p alab ra de Dios m o ra en la inteligencia
asistida p o r la fe y sostiene am orosam ente la voluntad en la
esp eran za del Reino.
El sujeto de la esperanza es la voluntad del esperante y és­
ta es siem pre personal. Se espera la bienaventuranza p ara sí
m ism o y en segundo lugar p ara todos aquellos con quienes
estam os unidos en am or de caridad. Sin la expectativa de
u n a fruición personal de la vida e te rn a no hay esperanza;
con todo, nin g ú n cristiano pensó en el R eino de Dios com o
algo destinado al goce de u n a p ersona singular. Lo vieron
com o a bien com ún y, au n q u e la participación en la com u­
n id ad del bien es siem pre personal, no cayeron en la ab erra­
ción de co n fu n d ir la fruición de Dios con Dios mismo.
P o rq u e el R eino de Dios es b ien co m ú n trascen d en te
del pu eb lo cristiano y es en plural com o el P ad re N uestro
im p e tra al b u e n Dios la llegada del Reino.
740 RUBEN CALDERON BOUCHET

La c a r id a d

La m ás p erfecta de las virtudes teologales y la que sobre­


vive al carácter itin era n te de las otras dos. La fe y la espe­
ran z a dejan de ser c u a n d o el conocim iento sustituye a la
p rim e ra y la posesión del b ien esperado a la segunda. La ca­
rid ad p e rd u ra en el b ien av en tu rad o y ac en tú a su presencia
en la p len itu d del goce alcanzado.
“La revelación divina, motivo form al de la fe, ilum ina y se­
ñala de arriba a abajo todo el cam ino que deb en rec o rre r los
viadores para llegar a Dios. La ayuda divina, motivo form al
de la esperanza, les da fuerzas sobreabundantes para c o rrer
p o r él hasta llegar a la m eta. La b o n d a d divina p o r esencia,
motivo form al de la caridad, los instala en la m ism a m eta co­
m o en su p ro p io dom icilio, en do n d e gozan de la presencia,
conversación y am istad de Dios visto cara a cara” 16.
En la fe y la esperanza Dios viene hacia el h o m b re via­
d o r p a ra h a c e r posible su cam ino. En la caridad lo coloca
e n su m ism a rea lid a d divina y lo hace u n o con El. “U n d e
p e r caritatem — escribe Tom ás de A quino— h o m o in Deo
p o n itu r e t cum eo u n u m efficitur” 17.
La caridad es a m o r de am istad p o rq u e quiere el bien del
am ado y no el p ro p io com o sucede e n el deseo. La am istad,
com o p arte in te g ra n te de la virtud de justicia, da razón del
carácter fu n d am e n ta lm e n te social de la caridad. Los fieles
de la Iglesia universal se dicen h e rm a n o s en la caridad. No

16. Ramírez, La esencia de la esperanza cristiana, Madrid, Punta Europa,


1960, pág 309.
17. De Potentia, VI, 9 ad 3.
LA CIUDAD CRISTIANA 741

im p o rta n las im perfecciones h a rto h u m an as de esta frater­


n id ad , basta señalar la in ten ció n p e rm a n e n te de la Iglesia
y su e n señ an za sin desfallecim ientos p a ra c o m p re n d e r la
p resen cia acüva de u n ideal, cuyos m ism os desm edros au­
m en ta n su valor paradigm ático.
El p u eb lo cristiano, u n id o p o r el com ún a m o r a Dios, pi­
de ser p erfe c cio n a d o en su caridad p a ra que Dios “de los
cu atro vientos lo re ú n a santificado en su R ein o ”.
La caridad es virtud cuyo objeto p ro p io es el b ien divi­
no. El a m o r de am istad hacia los otros h om bres es asum ido
p o r la caridad en su referen cia co m ú n al bien últim o. De
aq u í el valor trascen d en te y u n ificador de la caridad. Dios
o b ra sobre el alm a de cada u n o de los creyentes y la provee
con el organism o sobren atu ral de las virtudes infusas. La
u n id a d de la Iglesia es o b ra de la caridad. San B uenaventu­
ra p o n e de relieve el valor de la u n id ad en el seno de la
asam blea de los fieles, u n id a d que refleja en la sociedad
eclesiástica la perfecció n de Dios, su c re a d o r y su cabeza.
La carid ad n o va de abajo hacia arriba. P arte de Dios y
u n e a todos los cristianos con su S eñ o r y jefe y hace circu­
lar e n tre ellos u n a vida divina p a ra convertirlos e n m iem ­
bros del cu e rp o m ístico de Cristo.
San B uen av en tu ra considera a la caridad virtud a p ta pa­
ra h a c ern o s p artícipes efectivos de la vida divina. P o r esa ra­
zón la carid ad es raíz, fo rm a y fin de todas las virtudes, p o r­
q u e las alim enta, las sostiene y las o rd e n a a Dios.
La caridad am a a Dios, bien sum o y ú ltim o fin de nues­
tra existencia. Este a m o r principal y p rim e ro refluye sobre
los otros am ores, los p e rfeccio n a in trín se c am e n te y los ele­
va p o r la virtud de su actividad p erfe c cio n a n te p ara asum ir­
los en el A m or S uprem o.
742 RUBEN CALDERON BOUCHET

El R eino de Dios, iniciado p o r la fe, sostenido en la vo­


lu n ta d p o r la esperanza teologal, es incoado efectivam ente,
com o rea lid a d sacral definitiva, p o r la caridad.
El R eino de Dios n o es u n a ciudad ideal que o p e ra so­
b re la im aginación a m o d o de causa ejem plar poética. Es si­
tu ació n escatológica real de las alm as ilum inadas p o r la fe,
tem pladas p o r la esp eran za y unidas p o r el a m o r de cari­
dad. Su advenim iento en la vida in te rio r es prelu d io histó­
rico de su in stauración allende la historia.

L a d o c t r in a d e Sa n B u e n a v e n t u r a so b r e
LA PERFECCION CRISTIANA

E n n in g ú n m o m e n to de su vida m ilenaria el cristianis­


m o apareció com o ideal religioso ofrecido en pasto a las
m u ch ed u m b res. Las ad m o n icio n es evangélicas sobre las di­
ficultades p a ra e n tra r en el R eino de los Cielos son n u m e ­
rosas: “A ncho es el cam ino del m u n d o , difícil y áspero
aq u el que lleva hasta D ios”, “Porfiad a e n tra r p o r la p u e rta
estrech a y sed perfectos com o m i P a d re ”, señalan el ru m b o
de u n ascenso p a ra alm as de selección. O tras adm onicio­
nes, m ás co n c u rrid a s p o r in terp retacio n es resentidas, p are­
cen reservar el R eino de Dios a los discutibles m éritos de la
dejadez, la tristeza, la en ferm ed ad , la debilidad y la m iseria.
Es fácil leer las bienaventuranzas en esta clave y hallar en
ellas la m arca de u n a m oral de esclavos. T am bién es fácil re­
gocijarse con las dificultades de los ricos p a ra e n tra r en ese
R eino. ¿E ntrarán m ás fácilm ente los q u e n a d a tien en pero
se a h o g an en la envidia de los poderosos?
LA CIUDAD CRISTIANA 743

La d o c trin a de San B uenaventura sobre la perfección


cristiana en su fam oso Itinerario del alma a Dios, no parece
p e n sad a p a ra a n im a r resentim ientos ni estim ular accesos
dem agógicos a la casa del Señor.
D ar m ás de lo n a tu ra lm e n te exigióle es tare a im posible
sin la gracia divina. P ero este auxilio celeste adviene sola­
m en te a quienes lo p id en con h um ildad en o p eració n coti­
diana. Y la humilitas, pese a las deform aciones sem ánticas
sufridas a su paso p o r el m u n d o del homo oeconomicus, n o es
u n a virtud al alcance de cualquier im bécil. S upone u n cla­
ro criterio de los propios lím ites y u n a ag u d a capacidad pa­
ra ap re c ia r la v e rd a d e ra grandeza, difíciles de hallar e n los
vulgos aburguesados de n u e stra civilización.
San B uenaventura advierte en el ascenso del alm a seis
grados co rresp o n d ien tes a sus seis potencias, según su an ­
tropología: sentido, im aginación, razón, en ten d im ien to , in­
teligencia y m ente.
“Estos grados los tenem os en nosotros p lantados p o r la
naturaleza, deform ados p o r la culpa, reform ados p o r la Gra­
cia y d ebem os purificarlos p o r la justicia, ejercitarlos p o r la
ciencia y p erfeccionarlos p o r la sab id u ría” 18.
La selección de los escogidos tiene la b u e n a voluntad
p o r p u n to de partid a. Sin ella falta el deseo de Dios y p o r
e n d e la perseverancia en la ejercitación a d ecu ad a de las fa­
cultades p a ra alcanzar su e n c u en tro . La oración, la vida
santa, la m ed itación y la co n tem p lació n son los cuatro m o­
m en to s esenciales de la praxis cristiana.

18. Itinerarium M entís In Deum, C ap . I, 6.


744 RUBEN CALDERON BOUCHET

El m u n d o de la p e rc e p c ió n sensible es la p rim era expe­


rien cia del h o m b re . Verlo com o criatu ra es pasar de la im a­
gen al artífice y recrearse en la disposición de un o rd en im­
p u esto p o r la b o n d a d del C reador. D istingue lo creado de
su creador. Se d e tie n e con especial cuidado en el origen, el
d ecurso y el térm in o de este m u n d o . Pasa luego a conside­
ra r los d iferentes grados del ser conform e a las siete condi­
ciones descubiertas en las criaturas: origen, grandeza, m ul­
titud, h e rm o su ra , p len itu d , o p eració n y orden.
Fíjese el lecto r en el tono ejem plarista, sim bólico y al
m ism o tiem po sacral, de esta visión del m u n d o . San B uena­
v e n tu ra d escu en ta el efecto ilu m in ad o r provocado p o r esta
c o ntem plación: “pues q u ien con tantos indicios n o advier­
te el p rim e r principio, ese tal es n e c io ” 19.
El siguiente paso es u n a reflexión m etafísica del m u n ­
do. Se tra ta a h o ra de advertir la presen cia de Dios p o r su
esencia y p o ten c ia en la realidad sensible. U n a cosm ología
de c u ñ o p lató n ico apoya este nuevo escaño del cam ino ha­
cia Dios.
El m o m e n to platónico da salida a u n terc er paso, d o n d e
se m anifiesta clara la persistente influencia de Agustín:
“h asta e n tra r de nuevo en n o so tro s... allí, d o n d e a m an era
de can d elab ro , reluce la luz de la verdad en la faz de nues­
tra m en te, en la cual resplandece, p o r cierto, la im agen de
la Santísim a T rin id a d ” 20.
Se rep ite con m ás h o n d u ra el carácter ejem plarista, sim­
bólico y sacram ental de la criatura. Las potencias del alm a

19. Itinerarium. Mentís In Deum, I, 15.


20. Ibídem, III, 1.
LA CIUDAD CRISTIANA 745

p ro clam an la id ea de Dios p o rq u e son u n a im agen de la


T rinidad. La razón descu b re en la in te rio rid a d h u m a n a las
verdades reveladas. El alm a es vestigio trinitario, p e n e tra r
en ella es a scen d er hasta Dios, alcanzar in speculum el más
p ro fu n d o de sus m isterios. “P o r eso n u e stra m en te, irradia­
d a y b a ñ a d a en tantos esplendores, de n o estar ciega, p u e ­
de ser conducida, p o r la consideración de sí m ism a, a la
c o n tem p lació n de aq u ella luz e te rn a ” 21.
El cuarto m o m e n to del cam ino hacia Dios nos conduce
al conocim iento divino p o r la contem plación del alm a re ­
fo rm a d a m erced a la gracia santificante. El espíritu, confor­
m e con las exigencias im puestas p o r el advenim iento del
R eino, d u e ñ o de su realidad natu ral y en virtud de su doci­
lidad a la gracia, se hace capaz de anunciar, dictar, conducir,
o rdenar, corroborar, im perar, recibir, revelar y ungir. Estos
actos religiosos son efectos de la perfección de q u ien vive en
el R eino de Dios. Su alim ento espiritual es la Relevación.
U n q u in to paso h a sido dad o c u an d o la m en te p u ed e
c o n te m p la r a Dios m ás allá de sus vestigios m u n d an o s y de
la im agen del alm a santificada p o r la Gracia. Dios es ah o ra
el Ser: “Q u ien quisiera co n tem p lar las perfecciones invisi­
bles q u e a la u n id a d de esencia se refieren , fije la atención
e n el Ser y e n tie n d a q u e el Ser es e n sí tan certísim o, que
ni p e n sar se p u e d e q u e no exista” 22.
C onstatam os la e x tra ñ a je ra rq u ía de este cam ino espiri­
tual: la con tem p lació n de la gracia santificante p rec e d e a la
reflexión m etafísica sobre el ser. La razón n o es sim ple, pe­
ro resp o n d e a u n a lógica agustiniana d o n d e no se logra

21. Itinerarium Mentís In Deum, III, 7.


22. Ibidem, V, 3.
746 RUBEN CALDERON BOUCHET

u n a distinción precisa e n tre teología y filosofía. San B uena­


v e n tu ra ve el ser con ojos de teólogo. D esde esa perspecti­
va se e n tie n d e que la razón viaje de la gracia santificante,
e n te creado, hacia el ser in cread o , cuyo n o m b re fue revela­
d o a Moisés.

Soy E l q u e E s

B uen av en tu ra extrae de esta afirm ación consecuencias


prácticas p a ra la perfecció n de la vida cristiana. C ontem ­
p lar el acto e te rn o y e n te ra m e n te p resen te es fijar el ru m ­
bo de la co n d u cta h acia su n o rte definitivo: “Y esto p o rq u e
a causa de su u n id a d sim plicísim a, p o r su verdad en sí toda
p u rísim a y su b o n d a d sincerísim a, e n c ie rra en sí toda vir­
tuosidad, to d a ejem plaridad y to d a com unicabilidad. P or
eso todas las cosas son de El y son p o r El y existen en El,
siendo com o es o m n ip o ten te, om nisciente y o m n ím o d a­
m e n te b u en o . El que ve p erfectam en te ese ser es feliz, con­
fo rm e se dijo a Moisés: ‘Yo te m ostraré todo b ie n ’” 23.
C olocar el pen sam ien to en la cu m b re m ás alta de la rea­
lidad y o rd e n a r p o sterio rm en te la c o n d u c ta conform e al
bien allí e n c o n trad o , es disparar el dinam ism o m oral sobre
su objetivo m ás excelso.
El p u eb lo cristiano tiene p o r g u ía en su itinerario terres­
tre a los h o m b res capaces de acced er a esta nobleza. P o r los
m éritos de tal co ntem plación y las fatigas in h ere n te s a ella,
la m u c h e d u m b re particip a de esa sabiduría y se beneficia

2 3 . Itinerarium M entís In Deum, V, 8.


LA CIUDAD CRISTIANA 747

con ella en tan to m u estra docilidad al m agisterio de la Igle­


sia y a rre g la su vida con fo rm e a esa enseñanza.
El ser de Dios se h a m anifestado en Cristo N uestro Se­
ñ o r y a través de El nos h a revelado, en p arte, el m isterio de
su T rinidad Santísim a. B uenaventura tom a com o p u n to de
p a rtid a la id ea del bien y su carácter difusivo p a ra p ro b a r la
verdad trinitaria. Si to d o bien tiende g en ero sam en te a di­
fundirse, el Sum o Bien debe te n e r u n a difusión en conso­
n a n c ia con su perfecció n absoluta. P o r eso su difusión: “d e ­
b e ser a la vez actual e intrínseca, substancial e hipostática
[p erso n al], n a tu ra l y voluntaria, libre y necesaria, indefi­
ciente y perfecta. P o r lo tanto, de n o existir u n a p ro d u c ­
ción actual y consubstancial, con duració n e te rn a en el Su­
m o Bien y adem ás u n a p erso n a tan noble com o la p erso n a
q u e la p ro d u ce a m odo de g en eración y aspiración — m o­
do q u e es del p rin cip io e te rn o , que e te rn a m e n te está p rin ­
cip ian d o sus térm in o s principiados, de suerte q u e haya u n
am ado y u n coam ado, u n e n g e n d ra d o y u n expirado, a sa­
ber: el P adre y el H ijo y el E spíritu Santo— , n u n c a existie­
ra el Sum o Bien, puesto q u e en to n ces n o se difu n d iría su­
m a m e n te ” 24.
El co n o cim ien to o b te n id o en fu n ció n de la id ea del Su­
m o B ien, a u n q u e in d irecto , abre al alm a la perspectiva de
la existencia de u n acto p u ro de am o r e n el fu n d a m e n to
d e to d a la realidad. Esto p e rm ite al alm a subir, adm iració n
m ed ia n te , a la ad m irab le c o n tem p lació n de Dios. La apti­
tu d p a ra el ascenso se m ide con dos m etros ín tim a m en te
relacio n ad o s y cuya im p o rta n c ia p arad ig m ática n o p u e d e
p asar in ad v ertid a a q u ien p re te n d e c o n o c er la sociedad.

2 4. Itinerarium M entis In Deum, V I, 2.


748 RUBEN CALDERON BOUCHET

Esa a p titu d su p o n e en el h o m b re esp iritualidad p red o m i­


n a n te y p o r e n d e cap acid ad p a ra h a c e r a b a n d o n o de todo
o tro b ie n q u e se o p o n g a c o n su peso al ascenso del pensa­
m ie n to . Es de sum a im p o rta n c ia , p a ra la vida de u n p u e ­
blo, el desapego te rre n o de sus c o n d u c to res espirituales.
Ellos señalan con su c o n d u c ta el cam ino p o r d o n d e se de­
be transitar.
El séptim o paso en el cam ino de la perfección es com o
el día del Señor, u n a cesación del trabajo en el gozo con­
tem plativo. Poco d e b e esta situación privilegiada a la n a tu ­
raleza y casi n a d a a la industria: “ex p erien cia m ística y se­
cretísim a. N adie la conoce, sólo q u ien la recibe; p ero para
ello hay q u e d e sea rla ”.
El sabio n o está solo en el gozo de su bien. H ab ien d o pe­
n e tra d o p o r o b ra de la caridad en el m ism o corazón del al­
tísim o, dice B u e n av en tu ra citando a David: “Mi ca rn e y mi
corazón desfallecen, Dios de m i corazón y h e re n c ia m ía
p o r to d a la e te rn id a d . B endito sea el S eñor e te rn a m e n te y
resp o n d e rá el pueblo: así sea, así sea”.

L a v id a p e r f e c t a e n l a d o c t r in a d e Sa n t o T o m a s

P ara c o m p re n d e r los resortes m ás p ro fu n d o s que m ue­


ven el alm a de los h o m b re s cristianos, se debe insistir, u n a
y o tra vez, en el carácter religioso de la vida interior. Preci­
sam en te p o rq u e la revolución h a d estru id o los m otivos es­
p irituales de ese dinam ism o m oral, conviene al h o m b re
m o d e rn o em paparse de las doctrinas de los g randes teólo­
gos cristianos p a ra hacerse u n a id ea ap roxim ada de todo lo
q u e se p erdió.
LA CIUDAD CRISTIANA 749

En con so n an cia con B uenaventura, en señ a Santo To­


m ás de A quino: “T odo ser es p erfecto en tan to alcanza su
fin, su ú lü m a perfección. El fin de la vida h u m a n a es Dios
y hasta El nos lleva la caridad. Dice San Ju a n : ‘Q u ien tiene
carid ad está en Dios y Dios en é l’. La perfecció n de la vida
cristiana es, pues, la c a rid a d ” 25.
A dm ite Tom ás la necesidad de distinguir tres clases de
perfección: e n u n sentido absoluto cu ando se co n sid era la
d ig n id a d de Dios y la ap titu d de la c riatu ra p a ra am arlo
a d e cu a d a m e n te . En este sentido n in g u n a c riatu ra p u e d e
alcanzar u n a p erfecció n absoluta, sino relativa. La p erfec­
ción p u e d e ser co n sid erad a según la ad ecu ad a disposición
del am an te y en tan to el afecto tie n d a actu alm en te hacia
Dios, según to d o su poder. Esta perfección no es alcanzable
en esta vida, p o rq u e no hallándose el h o m b re fren te al ob­
je to am ado, la caridad n o au m e n ta su ardor. La perfección
lo g rad a en estado de viador d e p e n d e de la constante p e r­
sistencia de la caridad, n o desviada p o r pecados m ortales.
La caridad es la virtud de la p erfección y consiste for­
m alm en te en el am o r a Dios, se cu n d ariam en te en el am or
al prójim o. La perfecció n se e n c u e n tra tam bién, acciden­
talm en te, e n los m edios o in stru m en to s de perfección: obe­
diencia, castidad y pobreza.
Santo Tom ás n o coloca jam ás u n térm in o sin ajustar su
significado a la precisa e nu n ciació n de su pensam iento. Las
tres virtudes señaladas son asiento accidental de la perfec­
ción. En p rim e r lu g ar p o rq u e la castidad absoluta no es
obligatoria. El cristianism o no rechaza el m atrim o n io , ni ve
en él u n im p e d im e n to p a ra la vida perfecta. La ob ed ien cia

25. Summa Theologica, Ila Ilae, Q. CLXXXIV, a 1.


750 RUBEN CALDERON BOUCHET

no exim e del ejercicio de las otras virtudes; y la pobreza, pa­


ra ser u n a perfección virtuosa, exige desapego voluntario
de las cosas.
El a m o r al prójim o es el signo m anifiesto de la caridad y
p ro ce d e , com o un efecto secundario p ero inm ediato, de la
virtud teologal. A m ar a Dios y al prójim o com o a sí m ism o
p o r el am o r de Dios, es am ar la u n id a d de todos los hijos
del S eñor en el a m o r del Padre.
Santo Tom ás e n se ñ a siem pre la prim acía de la inteligen­
cia sobre la v o luntad, pero, en tan to som os itinerantes, la
inteligencia n o p u e d e c o n o cer a Dios tal com o El es y p re­
cisa red u cirlo a las exigencias de su m odalidad abstractiva.
El a m o r se dirige a Dios m ism o en su co n creta p len itu d y
n o le h ace sufrir desm edros p a ra acom odarlo a la finitud
de su potencia: am o fin itam en te a Dios infinito y m i am or
se p ie rd e e n la p le n itu d sin lím ites de su ser. El conoci­
m ie n to d e Dios en este m u n d o es in m a n e n te al intelecto
creado. La rep re sen ta ció n intelectual del ser infinito está
som etida a los lím ites de la razón hum ana.
Esto explica p o r qué: “m elior est in via, am or Dei quam
Dei c o g n itio ”. El acto de a m o r de u n h o m b re santo tiene
m ás valor, a los efectos de la perfección cristiana, q u e las sa­
bias m editaciones de u n teólogo.
Esto invierte el o rd e n h u m an o de las prelaciones y colo­
ca, provisoriam ente, al am o r sobre la inteligencia. A sim ple
vista, el vuelco valorativo p u e d e h a c er p en sar en u n a suer­
te de cam bio d em ocrático con respecto al aristocratism o
griego. Se supone la b u e n a voluntad más c o n c u rrid a que la
b u e n a inteligencia. Sin em b arg o no es así; es tan difícil te­
n e r carid ad com o sabiduría. La g e n te afectada p o r ilusio­
nes sentim entales es, in d u d ab le m e n te, más n u m ero sa que
LA CIUDAD CRISTIANA 751

las personas inteligentes, p ero u n a cosa es la ap titu d p ara


la em oción y o tra la caridad.
Hay algo más, en la id ea de la perfecció n en señ ad a p o r
el cristianism o, opuesto al aristocratism o griego: la caridad
d e p e n d e de la gracia y ésta no atiende situaciones de privi­
legio económ ico, com o sucede con el ejercicio de las virtu­
des liberales. U n ig n o ra n te cam pesino p u e d e ser santo, si
la carid ad sostiene su acciones.
La p erfecció n cristiana adm ite, según el D octor C om ún,
tres vías de realización: la vía contem plativa, la activa y u n a
vía m ixta o apostólica.
P ara d istin g u ir u n a y o tra fo rm a de vida se tom a, com o
p u n to de referen cia, el in telecto en su doble fu n ció n , es­
peculativa y práctica. Es p ro p io del in telecto especulativo
c o n te m p la r el o rd e n establecido p o r Dios. Esta ta re a está
m ovida p o r la voluntad, razón p o r la cual la vida c o n te m ­
plativa está so sten id a p o r el a m o r a Dios.
D eleitarse en la belleza divina supone u n a disposición fa­
vorable de los apetitos. Para lograrla hace falta la in te rv en ­
ción de la inteligencia práctica. De d o n d e, en la enseñanza
de Santo Tom ás, la praxis está o rd en a d a a la contem pla­
ción, tal com o las virtudes m orales lo están, dispositivam en­
te, a la vida contem plativa.
El o rd e n a m ie n to sociopolítico del p u eb lo cristiano está
n e cesariam en te som etido a las exigencias de la perfección
h u m a n a en su estado viador. Pensar de o tro m odo es colo­
car el p ro b le m a en u n contexto ex trañ o al espíritu del cris­
tianism o.
C a p i t u l o II
LA IGLESIA, CUERPO MISTICO DE CRISTO

E n s e ñ a n z a d e S a n A g u s t ín

A gustín co n sid erab a u n co n trasen tid o aspirar a la Ver­


d ad p a ra m ejo rar la conducta. El cam ino inverso e ra el ver­
dad ero : hacerse m ejo r p a ra p o d e r c o n te m p la r la Verdad.
La razón era m uy sim ple: nadie llega al co n o cim ien to de
Dios si n o lo desea ard ie n te m en te . Esta aspiración espiri­
tual, p o r sola presencia, su p o n e u n a voluntad rec ta y u n a
disposición c o n tra ria a todo apetito d eso rd en ad o .
El deseo de Dios es com ienzo de vida p erfecta. Se avan­
za en la satisfacción de esa inclinación en tan to se purifica
la m ira d a p a ra verlo. Im posible d a r u n paso e n este cam ino
sin ayuda de la fe, p e ro p a ra eso necesito confiar en la au­
to rid a d divina de la Iglesia, custodia santa de la verdad re­
velada.
“Es im posible e n c o n tra r la religión verd ad era sin som e­
terse al yugo pesado de u n a a u to rid a d y sin u n a fe previa en
754 RUBEN CALDERON BOUCHET

aquellas verdades que m ás tarde se llegan a p oseer y com ­


p ren d e r, si n u e stra c o n d u c ta nos hace dignos de ello ” 26.
El fu n d a m e n to de la fe en la a u to rid ad de la Iglesia es el
m ism o Cristo. Agustín sabe de m uchos q u e hablan en su
n o m b re y p re te n d e n ser sus auténticos intérpretes. U na lar­
ga ex p erien cia de e rro res y d esen cu en tro s lo alecciona.
C u an d o pasados los tre in ta años halló la verdad, la en c o n ­
tró en la Iglesia d o n d e h a b ía e n tra d o p o r p rim e ra vez de la
m an o de su m adre: “N o e n c u e n tro h a b e r creído otro testi­
m o n io h u m an o que n o sea la op in ió n rob u sta y la voz so­
lem n e de los pueblos y de las naciones, q u e p o r todas par­
tes h a n abrazado los m isterios de la Iglesia C atólica” 27.
N adie m ejor p a ra d a r razón de la enseñanza de Cristo.
Lo c o n firm a la a n tig ü ed ad de su tradición. F rente a ella re­
sultan vulgares advenedizos los sediciosos con pretensiones
de substituir la sabiduría del m agisterio católico con su d e ­
m encia.
En el tratad o De Moribus Ecclesiae Catholicae insiste en el
valor p rim o rd ial de la au to rid ad en o rd e n al conocim iento,
p ero , a te n to a la discusión con los m aniqueos, considera
co n v en ien te apoyarse en la razón p a ra hacerse e n te n d e r
m ejo r de los q u e n o tien en oídos p a ra la voz de la Iglesia.
Señala los m otivos de credibilidad p a ra ac ep ta r la auto­
rid a d de la Iglesia. E n tre ellos, ex pone el plan de la Provi­
d e n c ia en u n breve excurso de teología de la historia y des­
taca la clem encia salvadora de Dios, q u e a p a rtir de los
patriarcas cu lm in a con la revelación de Cristo.

26. De Utilitate Credendi, IX, 21.


27. Ibídem, XIV, 31.
LA CIUDAD CRISTIANA 755

Las herejías cu m p le n su papel en este plan, y todos


c uantos y erran c o n c u rre n con sus erro res al progreso de la
Iglesia verdadera: “Esta, pues, Iglesia Católica, sólida y ex­
ten sam en te esparcida p o r toda la red o n d e z de la tierra, se
sirve de todos los descarriados p a ra su provecho y p a ra la
e n m ie n d a de ellos c u a n d o se avienen a dejar sus errores. Se
aprovecha de los gentiles para m ateria de su transform a­
ción, de los herejes p a ra la p ru e b a de su do ctrin a, de los
cism áticos p a ra d o c u m e n to de su firm eza, de los ju d ío s pa­
ra realce de su h e rm o s u ra ” 28.
La Iglesia, “d epositaría de la verdad revelada”, es, tam ­
bién , “la v e rd a d e ra esposa de Cristo y la g u a rd ia n a irre p ro ­
chable de la fe ”.
¿C uáles son las fu en tes del saber divino colocado bajo
la cu sto d ia d e la Iglesia? En p rim e r lu g ar las Sagradas Es­
crituras.
A gustín, c o n tra m arcionistas y m aniqueos, afirm a la ins­
p iración divina del Antiguo Testamento, pero hace resaltar las
excelencias del Nuevo Testamento, cuyo propósito es d ar a co­
n o c e r el m isterio de la en carn ació n del Verbo. La canonici-
d ad de los libros santos está fu n d ad a en la au to rid ad de las
Iglesias católicas (Ecclesiarum Catholicarum), especialm ente
en aquellas cuyos obispos rem o n tan su origen a u n apóstol.
En varios escritos insiste en esta o pinión y reconoce a la ver­
d a d e ra tradición eclesiástica el d e re c h o a establecer el ca­
n o n de la Escritura, p o rq u e sólo ella p u e d e c o n o c er con se­
g u rid ad su a u tén tica inspiración.
La canonicidad está garantizada p o r los apóstoles y de­
fen d id a p o r la tradición. La Iglesia sostiene el canon apos­

2 8 . D e Vera Religione, V I, 10.


756 RUBEN CALDERON BOUCHET

tólico y a p a rta los apócrifos en defensa de la pureza doctri­


naria: “Ego vere evangelio n o n crederem , nisi m e catholicae
Ecclesiae com m overet auctoritas” 29.
La afirm ación del santo es u n a de esas réplicas co n tra
objetores capaces de c e rra r un debate. N o escapa a su en­
ten d im ie n to el valor in trín seco de la Sagrada Escritura. En
m uchas o p o rtu n id a d es el recurso a la p alab ra bíblica resul­
ta p e rtin e n te y San A gustín no lo ignora, p e ro tem e las exé-
gesis sin a u to rid ad y nacidas de e n c u en tro s ocasionales con
la p alab ra santa. La regula fidei establecida p o r la tradición
apostólica fu n d a la a u to rid a d exegética de la Iglesia.
F rente a la h e re jía de A rrio, n e g a d o ra de la igualdad di­
vina e n tre el P ad re y el H ijo, escribe: “La fe católica, recibi­
d a de las enseñanzas de los apóstoles, p lan ta d a en nosotros
p o r sucesión in in te rru m p id a y que ín te g ra d e b e rá ser
transm itida a n u estro s sucesores, conserva la v e rd a d ” 30.
En u n a ca rta d o n d e contesta p reg u n tas hechas p o rje n a -
ro rep ite la m ism a doctrina: “todo lo observado p o r tradi­
ción, a u n q u e n o esté escrito, todo lo que observa la Iglesia
en todo el o rb e, se so b re n tie n d e q u e se g u ard a p o r reco­
m en d ació n o p re c e p to de los apóstoles o de los concilios
plenarios, cuya a u to rid a d en la Iglesia es m uy saludable” 31.
A dm ite la posibilidad de concilios plenarios subsecuen­
tes p a ra aclarar el c o n te n id o de u n m isterio de fe, p ero no
p a ra rectificar u n a d efinición d ad a p o r el plenario. Ratifi­

29. P. Batiffol, Le Catholicisme de Saint Augustin, Paris, Lecoffre, 1929,


pág. 25.
30. In loannis Evangelium, XXXVII, 6.
31. Epístola 54, 1.
LA CIUDAD CRISTIANA 757

ca: “Los m alos m aestros n o son m otivos p a ra a b a n d o n a r la


c á te d ra de la d o c trin a saludable, en la q u e a u n los m alos se
ven obligados a d ar d o c trin a bu en a. P o rq u e las cosas que
d icen n o son suyas, sino de Dios, el cual h a colocado la doc­
trin a de la verdad e n la c á te d ra de la u n id a d ” 32.
U n id ad en la v erd ad revelada es u n a frase d o n d e se re­
sum e todo el cristianism o y d o n d e el d o c to r de H ip o n a
c o n c re ta u n a visión de la fe, h e c h a suya p o r la vo lu n tad de
los h o m b re s m edievales.
La d o c trin a eclesiástica de Agustín se p rec 'sa en u n cli­
m a de in term in ab les controversias. Las herejías obligan al
obispo de H ip o n a a buscar la u n id a d de la regula fidei y sa­
lir al e n c u e n tro de las desviaciones con u n a o rto d o x ia bien
fu n d ad a.
La batalla c o n tra los donatistas le d a o p o rtu n id a d p ara
a firm ar la c o n tin u id a d apostólica de la Iglesia y re c o n o c e r
la p rim acía de Pedro.
“Si vam os a c o n sid erar el o rd e n de los obispos q u e se
van su ced ien d o , m ás cierta y con sid erab lem en te em pezare­
m os a c o n ta r desde P edro, figura de to d a la Iglesia y a
q u ie n dijo el Señor: ‘Sobre esta p ied ra edificaré m i Iglesia
y las p u e rta s del in fie rn o n o la v en cerán ’” 33.
Pasa lista a todos los obispos rom anos hasta A nastasio y,
en consideración a u n a fidelidad irrevocable, asienta sobre
la c á te d ra de P ed ro la u n a n im id a d de la doctrina.
Esta u n id a d d octrin al en to rn o a la sede de los sucesores
de P ed ro d a a R om a su ju sto título de capital de las nacio­

32. Epístola 105, V, 16.


33. Ibidem,, 53, I, 2.
758 RUBEN CALDERON BOUCHET

nes (caput gentium) y dom icilio de u n im perio ilustre. N o del


im perio pagano, h u n d id o e n las som bras de u n a decad en ­
cia irreversible, sino de ese nuevo im perio cuya cabeza mís­
tica es el m ism o Verbo de Dios. En R om a la voz del S eñor
habló p o r la boca de P e d ro y sus sucesores. Pablo escribió
su E pístola a los R om anos “p a ra que de esta capital [capite
orbis] se d ifu n d iera su p redicación p o r todo el m u n d o ” 34.
En su Epístola 36, d irig id a a p ropósito de u n a consulta
sobre el ayuno, c o n sid era accid en talm en te la a u to rid ad del
obispo de Rom a, alegada en la ocasión p o r U rbicus para
d e fe n d e r el ayuno sabático y reto m ad a p o r A gustín p a ra re­
chazarlo.
En sus Enarraciones sobre los salmos hay u n a salutación a
Je ru salem d o n d e e x p o n e los principios de su eclesiología y
su id ea m ística de la sociedad cristiana tem poral. Se rem ite
a u n a frase de Pablo: “T am bién vosotros, com o piedras vi­
vas, sois edificados e n casa esp iritu al”. Se refiere al R eino
de Dios cuyo fu n d a m e n to es Cristo y a q u ien A gustín com ­
p a ra con los cim ientos de u n a ciudad: “C uando se p o n e el
cim iento e n la tie rra , se edifican las pared es hacia a rrib a y
el peso de ellas gravita hacia abajo, p o rq u e abajo está colo­
cado el cim iento. P ero si n u estro cim iento o fu n d am e n to
está en el cielo, edificam os hacia el cielo ” 35.
El R eino de Dios está fu n d ad o sobre Cristo, p ero con
h o m b res sem ejantes a piedras vivas de ese edificio místico.
Cristo se hizo h o m b re p a ra que ellos participen de su dei­
d ad y se hagan ciudadanos de la ciudad eterna. Para los san­
tos son las palabras del Señor: “Venid benditos de mi Padre;

34. Epístola, 194, 7.


35. Enarrationes In Psalmos, 121, 4.
LA CIUDAD CRISTIANA 759

recibid el R eino que se os p rep aró desde el origen del m u n ­


do. ¿Por qué? P o rq u e tuve ham bre y m e disteis de co m e r”.
La paz de Je ru sa le m consiste en u n ir “las obras co rp o ra­
les de la M isericordia con las obras espirituales de l a p red i­
cación. A m bas tareas son las bases de la C iudad Cristiana:
la ju sticia en la distrib u ció n de los bienes corporales y la ca­
rid a d en la particip ació n de todos los bienes. U n a sociedad
sin pred icació n n o es cristiana, p o rq u e no re in a en ella el
co n o cim ien to de C risto y se carece de n o rte espiritual p ara
o rie n ta r el ascenso del ho m b re hacia la patria definitiva.
El p en sam ien to de Agustín se m ueve en u n ám bito na­
cional escriturístico y neoplatónico. J e ru salem y B abilonia
son la e n c a rn a c ió n de las ciudades místicas, cuya lu ch a se­
cular d e te rm in a el tiem po de la historia. La ciu d ad de Dios
es la c o m u n id a d de los santos. U na p arte de ellos, todavía
viadores m ien tras p e re g rin a n p o r las som bras de este m u n ­
do, fo rm a n la Iglesia m ilitante, cuerpo m ístico de Cristo y
p reá m b u lo del R eino de Dios. La iglesia cobija en su seno
a los b u e n o s y a los m alos. La separación de unos y otros es
o b ra del ju ic io de Dios, c u an d o al fin de los tiem pos dicta­
m ine sobre m éritos y culpas y cierre p a ra siem pre el tiem ­
po del m erecim iento.

C o n t i n u i d a d d e l a g u s t in is m o e n l a E d a d M e d ia

El gen io de San A gustín dejó u n a m arca indeleble en el


p en sam ien to m edieval. T anto la reflexión teológica com o
la organización práctica de la sociedad cristiana occidental
llevan la im p ro n ta de su genio. Si quisiéram os designar b re ­
v em ente el carácter de ese genio, diríam os q u e fue sim bó­
760 RUBEN CALDERON BOUCHET

lico y m ístico, señ alan d o con am bos térm inos el valor sacra­
m en tal del universo agustiniano.
Sim bólico p o rq u e te n d ía a ver en las cosas del m u n d o
sensible u n a m anifestación significativa de lo invisible y
m ístico; p o rq u e los actos del h o m b re, m ás allá de sus in te n ­
ciones inm ediatas, se inscribían en las fuerzas de la batalla
librada p o r Dios c o n tra Satanás y sus secuaces.
La C iudad C ristiana se m ueve en el te rre n o de estas op­
ciones sobrenaturales: con Cristo o co n tra Cristo. La posi­
bilidad de u n o rd e n p u ra m e n te laico y n e u tra l es decisión
dem oníaca. La E dad M edia no concibió esa posibilidad so­
cial hasta el advenim iento de la m en talid ad burguesa.
Si tom am os com o eje los pensadores del siglo XIII, es en
A lejandro de H ales d o n d e B e rn a rd L andry ve realizada
u n a co n cep ció n del m u n d o a la vez m edieval, cristiana y
agustinista.
Este franciscano, antes de Santo Tomás, escribió u n a
g ru esa Suma Teológica d o n d e aplicó la filosofía de A ristóte­
les e n u n co n tex to agustiniano, y, si se fuerzan los térm inos,
m arc ad a m e n te n eo p latónico.
H ab ía nacido en el pu eb lo de H ales, cerca de Glouces­
te r en In g laterra, e n tre 1170 y 1180. E ra h o m b re en tra d o
en años c u an d o ingresó en la o rd e n de los h e rm a n o s m e­
n o res en 1232, y o cu p ó , d u ra n te u n lapso de siete años, u n a
c á te d ra en la U niversidad de París. En 1245 a b a n d o n ó pa­
ra siem pre este m u n d o y sus querellas.
P ero las querellas no a b a n d o n a ro n su m em oria. R oger
Bacon, el d o c to r adm irable, haciéndose eco de u n a opi­
n ió n bastante co n cu rrid a, escribió refiriéndose a su Suma
Teológica: “Los h e rm a n o s m en o res le h an atrib u id o esa
LA CIUDAD CRISTIANA 761

e n o rm e obra, m ás pesada q u e u n caballo y de la cual tam ­


poco es a u to r”.
La crítica m o d ern a, sin negarle u n a contribución decisi­
va en la com posición del libro, la considera u n a com pilación
h e c h a sobre diversos autores. El más prolijam ente saqueado
es San B uenaventura, p ad re en la fe y m aestro de Alejandro,
y de q u ien nu estro fraile dice, con m odestia y al p a re c e r con
exacta veracidad, h a b e r tom ado todo lo que sabía.
L a n d ry es breve en la apreciación de la o b ra de A lejan­
d ro de H ales e insiste en algunos p u n to s principales p ara
p o n e r de relieve su inspiración agustinista.
El m u n d o d e p e n d e en su realid ad de la b o n d a d cread o ­
ra de Dios. A lejandro tom a de A ristóteles la id ea de acto
p u ro , p e ro la corrige e n sentido cristiano, a b a n d o n a n d o la
clausura aristotélica de u n pen sam ien to a te n to a su exclu­
siva realid ad y sin in terés en los sucesos del m u n d o .
La b o n d a d de Dios es p rincipio y móvil de la creación.
Ella explica las procesiones divinas y el R eino de Dios p ro ­
m etid o a los santos con el concurso de la e n c arn a ció n del
Verbo. N os m ovem os e n u n universo o rd e n a d o p o r el am or
de Dios. O b e d e c e r su influjo p o deroso es tom ar el cam ino
de la felicidad. A este respecto escribe Landry: “C o n o cer a
Dios es to m a r clara conciencia de u n a oscura disposición,
es p ro g re sa r desde a d e n tro , no a la m a n e ra pasiva de los
cu erp o s que crecen p o r yuxtaposiciones cuantitativas, sino
a la m a n e ra de los vivientes cuya fu en te de actividad está en
ellos m ism os y los im pulsa a u n a p erfecció n exigida p ara su
realización p ro p ia ” 36.

36. Bernard Landry, L ’Idée de Chrétienté Chez les Scolastiques du XIII Siècle,
Paris, P.U.F., 1929, pâg. 19.
762 RUBEN CALDERON BOUCHET

Señala L an d ry el carácter social de esta doctrina: “de­


fien d e la d ig n id ad de la p e rso n a y exige a las autoridades
c o m a n d a r con p ru d e n c ia p a ra n o q u e b ra r las almas, y con
m u ch o respeto, p a ra no envilecerlas”.
La m isión de la Iglesia es universal. C um ple el m andato
divino de e d u c a r a los h o m b res p a ra la salvación.
Esta tare a es fu n d am en tal y to d o el o rd e n social está su­
b o rd in a d o a ella: “La universidad de la Iglesia c o m p ren d e
dos órdenes: los laicos y los clérigos. A m bos son com o los
lados d e u n m ism o cuerpo. Los laicos tien en p o r m isión
p ro v eer las cosas de la tierra. Su p o d e r es terrestre. Los clé­
rigos tie n e n a su cargo los intereses religiosos. Su p o d e r es
divino. U no y o tro p o d e r se escalonan en diversos grados
je rá rq u ic o s bajo la presidencia de u n o solo: el papa, luego
viene el rey” 37.
U n a sucinta m irad a a la histo ria del pu eb lo de Israel
p e rm ite a A lejandro de Hales esta consideración sum aria:
“El so m etim ien to a los poderes civiles es consecuencia del
p e c a d o ”.
N o se p u e d e estar más lejos de A ristóteles y más cerca de
los Santos Padres q u e transm itieron, com o h ere n c ia estoi­
ca, esta en señ an za a San Agustín.
L a Iglesia tiene p o d e r sobre todos los m iem bros de su
c u erp o , p o r e n d e ju zg a a los m ism os reyes y los som ete al
d o m in io de sus arm as espirituales. L a acción política es le­
g ítim a y su p o d e r req u iere la o b e d ie n c ia del fiel, siem pre
q u e n o a te n te c o n tra el o rd en im puesto p o r N uestro Señor.

37. Alejandro de Hales, Summa Theologica, t. III, 341, b, ed ición de 1622,


citado por Landry en op. cit., pág. 20.
LA CIUDAD CRISTIANA 763

L an d ry n ieg a la acusación de teocratism o lanzada con­


tra el p e n sam ien to de A lejandro de Hales. C onsidera más
ju sto el e p íte to de prinápista, en función de u n decidido de-
ductivism o filosófico q u e p re te n d e ex tra er las realizaciones
prácticas de la política de principios m orales.
El ejem plarísim o agustiniano halló en San B uenaventu­
ra su exp o sito r m ás com pleto y radical. Su enseñ an za sobre
las relaciones de la Iglesia m ilitante con los otros p o d eres
sociales es, en este sentido, claram ente expresiva.
L a sociedad cristiana es u n o rd e n ú n ico a cuya a rm o n ía
c o n c u rre u n a n u trid a m ultiplicidad de oficios, artes y p ro ­
fesiones. La u n id a d de esta variada com posición está en la
Iglesia. Sin u n id a d no hay ser y u n a p lu ralid ad sin o rd e n
es, a la vez, la dispersión de los esfuerzos, la colisión de las
voluntades, la q u e re lla de las inteligencias. En u n a palabra:
el m al.
La Iglesia, sociedad p e rfe c ta fu n d ad a p o r Cristo, es una.
N o p o d ría ser de otro m o d o , p o rq u e la u n id ad es sinónim o
de perfecció n y Cristo quiso u n ir a todos sus elegidos para
hacerlos partícipes de su vida en la asam blea de los fieles.
La Iglesia es el p u eb lo de Dios u n id o a su fu n d a d o r p o r
la gracia so b ren atu ral y estrech am en te m an c o m u n ad o en
su esfuerzo p o r u n a je ra rq u ía ascendente. Esta com ienza
en los sim ples sacerdotes y culm ina en la p e rso n a ú n ica del
vicario de Cristo.
Del p a p a proviene la a u to rid ad unificadora. El sostiene
con el m agisterio de su p alab ra la u n ió n de las naciones
cristianas. La u n id a d je rá rq u ic a de la Iglesia es sem ejante a
la u n id a d celeste. No p en sar en esta analogía p aradigm áti­
ca es despreciar la lección p e rm a n e n te del C reador.
764 RUBEN CALDERON BOUCHET

La Iglesia, com o asam blea de los fieles cristianos, debe a


la m o n a rq u ía papal las condiciones de su salud social. Sin
la au to rid ad indiscutida del p a p a no hay Iglesia, p o rq u e e n ­
tonces to m aría la frágil consistencia de la a re n a y no la
fu erte in te g rid a d de la roca.
“La Iglesia de Dios es u n solo cu erpo, en el cual existe
diversidad de m iem bros; p e ro el cu erp o m aterial está cons­
tituido de m a n e ra que todos los m iem bros se sujeten y se
su b o rd in e n a u n solo m iem b ro principal que es la cabeza;
luego el cu e rp o Espiritual d e b e rá constituirse de m an e ra
q u e los m iem bros espirituales hayan de sujetarse a u n o so­
lo com o cabeza p rin c ip a l” 38.
El o rd e n a m ie n to de la je ra rq u ía te rre n a está h ech o con­
fo rm e a u n o rd e n celeste paradigm ático: “y la razón es p o r­
q u e así com o no existe o rd e n de p rio rid a d y posterio rid ad
sino p o r red u cció n a u n prim ero , así tam poco se d a o rd e n
co m p leto de su p e rio rid a d e inferio rid ad sino p o r red u c­
ción a un sum o. De aquí que n o hay o rd e n perfectísim o
d o n d e n o hay red u cció n p e rfe c ta al Sum o o sea a D ios”.
E n el R eino de Dios el o rd e n es sin defectos p o r la p e r­
fecta su b o rd in a c ió n de los bien av en tu rad o s al B ien Sobe­
ra n o . E n la tie rra el o rd e n sólo p u e d e ser p e rfe c to en tan­
to existe su b o rd in a c ió n filial de los itin era rio s al sum o
pontífice.
E ra poco p ro b ab le q u e un p e n sad o r com o B uenaventu­
ra, obsesionado p o r el ejem plarism o divino, n o extrajera
u n a lección analógica p ara explicar la form ación de la
C iudad Cristiana. La Iglesia tiene a Cristo p o r cabeza d e un

3 8 . B u e n a v e n t u r a , De PerfectioneEvangélica, Q , 4 a 3, 15.
LA CIUDAD CRISTIANA 765

doble o rd en : sacerdotal y civil, p o rq u e es sum o sacerdote y


rey. Su re p re se n ta n te terren a l, el obispo de Rom a, retien e
el carácter sacerdotal, p e ro tiene p o d e r de C risto p a ra de­
leg ar la esp ad a de la p otestad civil a investir al rey con la
dig n id ad de u n cargo tem poral, “cuya razón es p o rq u e,
siendo el m ism o sum o sacerdote según el o rd e n de M elqui-
sedec, rey de Salem y sacerdote del Dios Altísimo, y h a b ie n ­
do sido Cristo investido de am bas potestades, recibió el vi­
cario de C risto en la tie rra las dos espadas. P o r d o n d e dice
San B e rn a rd o , e n su carta al p ap a E ugenio: ‘T iene la Igle­
sia dos espadas, la u n a espiritual y la o tra m aterial. Esta de­
be usarse p a ra la Iglesia y aquélla p o r la Iglesia; la espiritual
p o r la m an o del sacerdote y la m aterial p o r la m ano del sol­
dado; p e ro a d e c ir verdad, bajo el m agisterio del sacerdote
y a las ó rd e n e s del e m p e ra d o r’. De lo cual se colige clara­
m e n te — concluye B uenaventura— que am bas potestades
se re d u c e n al vicario de Cristo com o a ú nico je ra rc a prim a­
rio y su p re m o ” 39.
De a c u erd o con esta visión, el o rd en a m ie n to de las so­
ciedades cristianas se p arece a u n a pirám id e en cuya cúspi­
de está el p a p a de Rom a. De él d e p e n d e n todas las otras
p o testad es religiosas y civiles, p e ro n o de la m ism a m anera:
los p o d e re s religiosos d irectam en te, los políticos en cu an ­
to su b o rd in a d o s al m agisterio espiritual, no tem poral, de la
Iglesia.
San B u e n a v e n tu ra tom a la m etá fo ra de In o cen cio III de
las dos lum in arias naturales: el sol y la luna, y la usa tam ­
b ién p a ra ilu strar el tipo de d e p e n d e n c ia que tie n e el em ­
p e ra d o r con resp ecto al sum o pontífice: “Sed illa quae

3 9 . B u e n a v e n tu r a , De Perfectione Evangelica, Q , 4 a 3, solutio objectorum 8.


766 RUBEN CALDERON BOUCHET

p ra e e st diebus, id est spiritualibus, m ajor est; q u o d autem


no ctib u s, id est carnalibus, m in o r est q u a n ta est in te r lu-
n a m e t solem , ta n ta in te r reges e t Pontífices d ifferen tia
co g n o sc a tu r” 40.
N o pasará m u ch o tiem po y el precario a rg u m en to será
tom ado p o r D an te p a ra p ro b a r la in d e p e n d e n c ia del em pe­
rador.
La p irám id e de la sociedad eclesiástica se rep ite e n la lai­
ca. El em p erad o r, luego de h a b e r recibido su p o d e r de las
m anos del papa, lo trasm ite a todos los p ríncipes y barones
de la cristiandad. Los arq uetipos celestes se reitera n en el
m u n d o n atu ral de la creación física y en el universo h u m a­
n o de la sociedad.
La visión es trasp aren te. De no existir la ten tació n y el
p ecad o , p o d ríam o s c re e r en el fu n cio n am ien to perfecto de
la p irám id e jerá rq u ic a. Pero au n sin co n ta r con el dem o­
nio, el h o m b re se ingenia p a ra usar de las potestades a su
arb itrio y b u rla r los designios de Dios usando del p o d e r en
d e trim e n to del bien com ún.
El sistem a de San B uenaventura es sólidam ente je rá rq u i­
co y en n in g ú n m o m e n to el santo p o n e en d u d a el origen
divino de la au to rid ad . T oda potestad viene de Dios, y a tra­
vés del p ap a y el e m p e ra d o r alcanza hasta las m ás m odestas
gradaciones.
H e c h a esta afirm ación, en u n cierto grado p a rie n ta del
ejem plarism o p latónico, el cristiano San B uenaventura in­
vierte el valor de las prelacias y, sin desconsiderar sus m éri­
tos hegem ónicos, hace del m ás en c u m b rad o el m ás aplasta­

4 0 . Apología Pauperum, Q , X I, 19.


LA CIUDAD CRISTIANA 767

do p o r el peso de sus responsabilidades m orales: el vicario


de Cristo es el “siervo de los siervos” y su m isión re d e n to ra
lo convierte en el sirviente de todos. C u an d o el orgullo ha­
ce olvidar el carácter servicial de la potestad, es b u e n o que
los súbditos se lo hag an re c o rd a r y hasta que ellos mism os
elijan señores de su agrado.
El p ecado da razón de la dem ocracia, explica la tiranía
y justifica el tiranicidio. El pecado es tam bién causa de la
p ro p ie d a d privada y de la esclavitud. Si el h o m b re no h u ­
b iera d escendido de su p len itu d paradisíaca gozaría en co­
m ú n de todos los b ien es dados p o r Dios. B uenaventura, fiel
al esp íritu de San Francisco, no concibe la perfección cris­
tiana fu era del absoluto desapego. Etica m onástica traslada­
d a al o rd e n político sin m en g u a de sus m ísticas exigencias.
N o se d e tie n e a co n sid erar el valor económ ico de la p ro p ie ­
d ad, le rec o n o c e u n cierto precio en tanto p reserva al b u e ­
n o de las asechanzas del m alvado. Pero la acep ta a título
p recario y h a b id a c u e n ta de la g u e rra social desatada po r
los pecados.
En el p ro b le m a de la esclavitud rep ite la en señ an za de
San A gustín, recib id a a su vez de los Santos Padres: todos
los h o m b re s son iguales, la prevaricación explica las desi­
g u ald ad es y el in fo rtu n io la esclavitud. Es obligación del
cristiano c o rre g ir con la carid ad la o b ra de la desdicha. No
asp ira a u n a abolición lisa y p u ra de la esclavitud. R econo­
ce su existencia y confía en la p le n itu d del a m o r cristiano
p a ra d ism in u ir sus m ales. P ero en tan to u n esclavo n o está
a b a n d o n a d o a la p e rd ic ió n del alm a y p u e d e d a r a la gra­
cia u n a resp u esta afirm ativa, su situación n o es desespe­
ran te .
768 RUBEN CALDERON BOUCHET

L A VIDA MONASTICA

N o se trata de u n estudio sobre la vida m onástica en la


E dad M edia, llevado a b u e n térm in o con todos los recau­
dos del m éto d o histórico. Es u n a breve síntesis d o n d e se
p re te n d e señalar los caracteres propios del m onasticism o,
su in d u d ab le in flu en cia en la sociedad, y el valor paradig­
m ático de su acción e n la cu ltu ra de O ccidente.
La influencia de los m onjes no q u e d a lim itada al ám bi­
to de la ejem p larid ad religiosa. Se proyecta sobre todos los
aspectos de la civilización a través de las m últiples form as
de expresión de u n a rte y de u n a ciencia p ro fu n d a m en te
solidarios con la co n cep ció n cristiana del m undo.
Pero no hay id e a cristiana del universo sin u n alm a ca­
paz de concebirla. P ara in te rp re ta r cristianam ente la obra
de Dios, no basta la inteligencia, pues no se trata de u n a re­
flexión filosófica, sino de u n a visión de la realid ad influida
p o r la gracia santificante. Sin vida in te rio r n o hay cristiano
y sin cristiano n o hay sociedad cristiana.
El m onasticism o es escuela de interioridad. En los retiros
conventuales los cristianos se ejercitan para alcanzar el de­
sarrollo heroico de las virtudes sobrenaturales y luego ver­
ter sobre la sociedad laica el fru to de sus triunfos austeros.
La vida m onástica d el O ccid en te cristiano fue signada
en sus g ran d es líneas p o r las p erso n alid ad es de San B enito
y San G regorio el G rande. D om J e a n Leclercq considera
dos textos fu n d am en tales p a ra c o m p re n d e r el ideal m o­
nástico: La vida de San Benito escrita p o r G regorio el G ran­
de y La regla de los monjes universalm ente a trib u id a al mis­
m o B enito.
LA CIUDAD CRISTIANA 769

La vida de San Benito destaca u n hecho en la existencia del


santo que p o n e de relieve el objetivo fundam ental del retiro
m onástico: “B enito ab a n d o n a para siem pre los estudios ini­
ciados en R om a p ara consagrarse al servicio de D ios”.
Esta consagración definitiva es vista com o u n servicio y
com o tal no p u e d e o m itir u n a referen cia a la predicación
apostólica. El m an d a to del S eñor es claro: id y en señ ad a las
naciones bautizándolas e n n o m b re del Padre, del H ijo y
del E spíritu Santo.
El retiro m onacal, p o r m ucho que estim e la soledad y el
reco g im ien to , n o p u e d e d esd eñ ar lo esencial del oficio
apostólico: la predicación.
El seg u n d o texto considerado p o r D om Je a n Leclercq es
La regla de los monjes. En ella no resulta difícil e n c o n tra r los
dos c o m p o n e n tes de la vida m onacal: la b ú sq u e d a de Dios
en u n lu g ar de calm o recogim iento y el co nocim iento de
las letras p a ra p o d e r p ro p ag a r la b u e n a doctrina.
El oficio apostólico es contem plativo y activo. La santa
ocu p ació n de la lección divina y su m editación tiene p o r fi­
n alid ad hab ilitar al m onje p a ra la predicación. N o pred ica
q u ien q u iere sino q u ien puede. Es o b ra de la inteligencia,
p e ro re q u ie re el d om inio de la p alab ra e n la doble form a
de su expresión: oral y escrita. Para ello el m onje d eb e ejer­
citarse e n eso q u e la len g u a clásica, y en pos de ella la cris­
tiana, llam ó meditatio.
L a m e d ita c ió n es u n a le c tu ra activa, d o n d e el le c to r se
lib ra a u n a v e rd a d e ra c o m p e n e tra c ió n c o n el texto leyén­
d o lo e n alta voz, an a liza n d o su sintaxis y ex tra y en d o p ro ­
lijam e n te su sen tid o , p a ra te rm in a r a p re n d ié n d o lo de
m em o ria.
770 RUBEN CALDERON BOUCHET

Los textos m editados p o r los m onjes p e rte n ec ía n a las


Sacradas Escrituras, p e ro la técnica im puesta p o r la medita-
tio provenía de la gram ática clásica.
Q u in tilian o afirm aba la equivalencia e n tre gram ática y
lite ra tu ra y M ario V ictorino precisaba: “El arte de la gram á­
tica, llam ado p o r nosotros literatu ra, es la ciencia de las co­
sas dichas p o r los poetas, los historiadores, los oradores.
Sus principales fu n cio n es son: escribir, leer, c o m p re n d e r y
p ro b a r” 41.
En u n a palabra: se trata de en señ ar la m editación con­
fo rm e a la ciencia trasm itida p o r los griegos, aplicándola a
los textos bíblicos y am algam ando en viva síntesis la exége-
sis de los rab in o s con la técnica textual del helenism o: “Así
la escuela m onástica tiene a la vez de la escuela clásica, en
razón del m éto d o tradicional de la gram ática, y de la escue­
la rabínica, e n razón de los textos sobre los cuales se ejerce
el m é to d o ” 42.
La vida del m onje está d irectam ente dirigida al conoci­
m ien to de Dios y en segundo lugar al perfeccionam iento de
la inteligencia o rd en a d a a la predicación. La gram ática es
in stru m e n to y está al servicio de la verdad co n tem p lad a pa­
ra llevarla tam bién a los otros hom bres p o r el am or de Dios.
La vida del m onje es contem plativa, p e ro su especula­
ción lo lleva a u n e n c u en tro vivo con Dios que no tiene na­
da de u n a farragosa acum ulación e ru d ita. La espiritualidad
m onacal tiene la fuerza de u n a e x p erien cia religiosa p ro ­
fu n d a y tien d e, g en ero sam en te, a expresarse a través de to-

41. D o m je a n Leclercq, L ’A mour des Lettres et le Désir de Dieu, Paris, Ed. du


Cerf, 1957, pâgs. 23-4.
42. Ibidem, pâg. 24.
LA CIUDAD CRISTIANA 771

d a su personalidad: inteligencia, conducta, gestos, prefe­


rencias. La vigorosa unilateralid ad de esta existencia no tie­
n e n a d a de u n a a m p u tació n limitativa. Su fin es el Bien Ab­
soluto y e n el a m o r a Dios son asum idos todos los otros
am ores.
J u n to a la in flu en cia de la regla de San B enito se desta­
can los escritos de G regorio M agno. H o m b re de acción y
d o c to r m ístico, m arcó la cultura m onástica con el sello de
am bas excelencias. D om Je a n Leclercq señala la a b u n d a n ­
te bibliografía in sp irad a p o r G regorio y el R. R M elquíades
A ndrés lo hace p ro fu sam en te en su in tro d u cció n castellana
a las obras de San G regorio M agno editadas p o r la B. A. C.
G regorio fue h o m b re de salud delicada. Esta situación
n o in sp ira u n a d o c trin a pero m arca u n talante y delata p re­
ferencias. La existencia tem poral es precaria y n u estro pa­
so p o r ella está vuln erad o p o r la debilidad y el pecado. De­
sapego p a ra con los b ienes de u n cuerpo con más dolores
q u e goces y deseo p ro fu n d o de u n a paz absoluta en la p re ­
sencia de Dios.
“D espreciem os, p o r consecuencia, todas las cosas p re­
sentes, p ues de n a d a vale lo que p u e d e perecer. Tengam os
p o r vergonzoso am ar la caducidad. N o nos d o m in e el am or
de las cosas de la tierra, n o nos h in ch e la soberbia; no nos
m u e rd a la envidia, no nos m anche la lu ju ria ” 43.
La vida del cristiano es ascesis p rep a ra to ria p a ra la
u n ió n m ística con Dios. Pero nadie p u e d e esp erar el e n ­
c u e n tro definitivo si no siente la m iseria de su tiem po y el
d o lo r de sus pecados. La c o m p u n ció n del corazón (com-
punctio coráis) es p relu d io de u n d o lo r m ás p ro fu n d o p o r el

4 3 . H om ilías sobre los Evangelios, L ib r o I, h o m ilía III, 4,


772 RUBEN CALDERON BOUCHET

q u e Dios revela su presencia y d esp ierta el ánim o p a ra es­


c u c h ar su palabra.
G regorio es verdadero m aestro de vida interior. Su len­
g u a religiosa, p len a de poesía, es especialm ente a p ta p ara
ex p resar los m otivos existenciales de u n alm a en busca de
su c e n tro divino.
La conquista de la p ro p ia rea lid a d es el p rim e r paso pa­
ra p o d e r en señ a r a los otros y regirlos con fo rm e al espíritu
de verdad. En su Regla pastoral establece los principios que
d e b e n tenerse en c u e n ta p a ra ejercer u n a sana prelacia. En
p rim e r lugar aconseja te n e r b u e n co nocim iento en todo lo
c o n c e rn ie n te al ejercicio de la au to rid ad . “Hay tam bién al­
gun o s q u e con hábil cu id ad o estudian las reglas del espíri­
tu, p ero conculcan con su vida lo que p e n e tra n con la inte­
lig en cia”. No debe h a b e r solución de co n tin u id a d e n tre la
teo ría y la práctica. U na b u e n a d o c trin a d eb e estar confir­
m ad a p o r u n a con d u cta ejem plar.
R egir a los otros es tare a pesada. S upone dom inio de las
propias pasiones y en p articu lar señ o río en todo lo refe re n ­
te a la concupiscencia del m an d o . O rd in ariam e n te — dirá
G regorio— la posesión del g o b ie rn o p e rtu rb a la serenidad
del ju icio . D ebe rehuirse el m a n d o d e n tro de lo posible,
p ero evitar u n a disposición c o n tra ria a la potestad: “No
c o n d en am o s la potestad, sino ap u n talam o s la flaqueza del
corazón c o n tra el apetito del p o d e r a fin de q u e quienes se
reco n o zcan im perfectos no se atrevan a a rre b a ta r las altu­
ras del g o b iern o , y los que en el cam ino llano zozobran no
p o n g a n sus pies en el precipicio”.
T am poco conviene rechazar la responsabilidad del go­
b ie rn o p o r a m o r a la tranquilidad. C o rresp o n d e en estas
circunstancias distinguir claram ente los q u e rehúyen la po­
LA CIUDAD CRISTIANA 773

testad p o r gusto del retiro sosegado, de aquellos que lo ha­


cen p o r au tén tica hum ildad.
Las cualidades de la prelacia d e b e n estar sostenidas p er­
m a n e n te m e n te e n las fuerzas de la vida interior: “P o r todos
los m edios d e b e ser llevado p a ra ejem plo de bien vivir,
q u ien , m u erto a las pasiones de la carne, vive espiritual­
m en te , p o rq u e desprecia las pro sp erid ad es del m u n d o ;
q u ien n o tien e adversidad alg u n a p o rq u e sólo desea los
b ien es in terio res; aquel cuyo espíritu, bien d o tad o p a ra tal
e m p e ñ o , ni se o p o n e del todo p o r la flaqueza del c u erp o ni
dem asiado p o r la contum acia; q u ien n o se deja llevar p o r
la codicia de lo ajeno, sino que da g en ero sam en te lo suyo;
p o r te n e r e n tra ñ as de piedad m ás p ro n to se inclina a p er­
donar, p e ro q u e, sin to lerar n u n c a m ás de lo conveniente,
se encastilla en la rectitud; quien no ejecuta acción alguna
ilícita ni d e p lo ra com o propias las que h acen los dem ás;
...q u ie n con la p ráctica y experiencia de la oración h a
a p re n d id o q u e p u e d e o b te n e r del S eñor lo q u e le pida,
aquel a q u ien ya, com o de u n m odo especial se dice p o r el
profeta: apenas hables te diré: aq u í estoy” 44.
Sin purificación de la sensualidad n o hay señorío p ro ­
p iam en te dicho y el ejercicio del p o d e r ab a n d o n ad o a la
concupiscencia se to rn a peligroso. Dios trabaja e n n uestra
alm a con acción incesante. Usa nuestras debilidades com o
nuestras excelencias y de todo se vale p a ra d e rro ta r la so­
b e rb ia de la c a rn e y p o n e r coto a n u estro orgullo. La vida
cristiana es el R eino de Dios iniciado y n o hay tarea h u m a ­
n a q u e p u e d a escapar a su acción perfectiva. El ideal de la
vida m onástica n o es refugio de débiles ni fuga del m u ndo.

4 4 . H om ilías sobre los Evangelios, L ib r o I, h o m ilía III, 4,


774 RUBEN CALDERON BOUCHET

Se inspira en el deseo de vencer al m u n d o con la gracia de


Dios y las fuerzas m an co m u n ad as de nuestras virtudes y
n u estras debilidades.
N o hay b u e n a d o c trin a sin c o n d u c ta co nfirm ante, pero
la vida práctica del cristiano abreva en las fuentes de la ver­
d a d revelada. Dios hab ló al h o m b re e inspiró la Sagrada Es­
c ritu ra cuyo custodio in so b o rn ab le es el pueblo de Cristo
con su ro m a n a testa. La Iglesia tiene m isión m agisterial y
explica la p alab ra santa con la precisión y el rigor req u e ri­
do. La len g u a de la Iglesia fue el latín y los m onjes com ­
p re n d ie ro n la necesidad de m a n te n e r este in stru m e n to a la
a ltu ra de su m isión.
N o fue ta re a fácil. La caída del Im p e rio R om ano trajo
en andas un p e río d o de g ran confusión y retroceso en el
d o m in io de la cu ltura. L a invasión de los p ueblos bárbaros
con sus lenguas incultas y la ru d e z a de las costum bres im ­
p uestas p o r la violenta am alg am a provocó en la le n g u a la­
tin a u n d e te rio ro casi in co n te n ib le . El latín hab lad o dege­
n e ró en fo rm a ostensible y a u n q u e con el tiem po esta
d e g e n e ra c ió n d a ría nacim ien to a las lenguas rom ánticas,
en los p rim e ro s siglos de la llam ad a E dad M edia lo n o ta ­
ble era su baja calidad.
Los m onasterios, en especial los ingleses, fu ero n los cen ­
tros culturales d o n d e se conservó la len g u a latin a y se p re­
p a ra ro n las bases p a ra la form ación de ese m agnífico latín
eclesiástico, h e c h o con vigor expresivo y a rm o n ía musical.
Tan ad e cu a d o a la m odulación del can to g reg o rian o com o
a la exposición concisa de la definición dogm ática.
“E ra necesario estudiar los autores y las gram áticas anti­
guas — afirm aba D om Leclercq— p a ra asum ir esas obras en
la vida de la Iglesia: elim inar lo con trario a la tradición ca­
LA CIUDAD CRISTIANA 775

tólica y a ñ a d ir lo que ésta h a in tro d u c id o en la expresión


religiosa” 45.
L eclercq cu lm in a su descripción del h u m an ism o m o­
nástico d icie n d o q u e aceptó la inspiración clásica, p ero
asu m id a p o r la n o rm a m ística de Cristo crucificado y resu­
rre c to , co n v ertid o e n re c to r de n u e stro ad v enim iento al
R eino de Dios.
El ren a c im ien to carolingio fue posible gracias a la ac­
ción m a n c o m u n a d a de tres fuerzas culturales: la potestad
ro m a n a , el p o d e r m ilitar de los francos bajo la égida de
C arlos el G ran d e y la p réd ica de los m onjes ingleses, con
sus cánticos, sus gram áticas y su liturgia.
C onviene re te n e r la id ea central de todo este esfuerzo li­
terario , p o rq u e ella incide d ecid id am en te en la form ación
d e la C iudad C ristiana y en su sostenim iento: el deseo de
Dios es el com ienzo de la vida etern a. Este deseo provoca
“U n a sobria eb rie d ad del e sp íritu ” anticip ad o ra del goce
del R eino. La vida te rre n a es u n cam ino, u n lugar de paso,
d o n d e se im p o n e la co n q u ista de esa q u ietud, de ese sosie­
go, llam ado p o r los clásicos ocio: el otium es u n m edio e n ­
tre dos peligros: la ociosidad y el n e g o c io ... “el otium es la
ocu p ació n del m o n je ”, “N egotiosissim um o tiu m ”, dice San
B ern ard o ; él señala a los seglares las tareas v erd ad eram en ­
te agradables a Dios y los preserva, m ientras m an tien e su vi­
gencia, de los m ales provenientes de la codicia.
La tare a del cristiano sobre la tie rra es la santificación
del m u n d o . Esta faen a sacral divide la historia en dos eta­
pas p e rfe c ta m e n te discernibles, e n las cuales se p u e d e

45. D o m je a n Leclercq, L ’A mour des Lettres et le Désir de Dieu, Paris, Ed. du


Cerf, 1957, pâg 19.
776 RUBEN CALDERON BOUCHET

ap re c ia r el crecim iento de la Iglesia. El Antiguo Testamento


n a rra la h istoria del p u e b lo de Dios, la Iglesia, en su co­
m ienzo y bajo la égida de la ley — tempus legis— . El Nuevo
Testamento co n tin ú a esa n a rra c ió n bajo la féru la de Cristo
— tempus gratiae— . A m bos p erío d o s com pletan el tiem po
santo y llegan a los u m brales del R eino definitivo.
El paso de u n o a o tro Testamento y el advenim iento esca-
tológico del R eino están señalados con térm inos teológicos
y fo rm a n u n a serie progresiva de situaciones religiosas,
praeparatio, reparatio y consumado; figura, gracia y gloria.
“La condición de los cristianos tiene de com ún con la de
los ju sto s del Antiguo Testamento: la fe en la revelación p o r
venir. La historia del p u eb lo elegido es instructiva, p o rq u e
m an tie n e , ju n to con la in te rp re ta c ió n espiritual de la Escri­
tura, el deseo del fin de los tie m p o s ...” 46.
Sin ese deseo escatológico el m u n d o cristiano es incom ­
p rensible y la sociedad fo rm a d a e n ese m u n d o u n enigm a,
sin clave p a ra descifrarlo.
La situación de los m onasterios n o e ra la m ism a en toda
la cristiandad. A fines del siglo IX, la vida m onástica en Fran­
cia m arca u n p ro n u n ciad o descenso. U n concilio reu n id o
en Trosly, Aisne, en 909, señala con alarm a esta decadencia:
“R especto a los m onasterios — dice el canon 3— vacila­
m os sobre los térm inos para destacar su ruinoso estado.
U nos h an sido incendiados o destruidos p o r los paganos
[n o rm a n d o s], otros saqueados y reducidos a casi nada. En
los que sobreviven no se lleva u n a existencia regular. Se tra-

46. D o m je a n Leclercq, L ’A mour des Lettres et le Désir de Dieu, Paris, Ed. du


Cerf, 1957, pâg. 82.
LA CIUDAD CRISTIANA 777

te d e casas de m onjes, canónigos o m onjas, todos carecen de


autoridades legítimas, cuando no están gobernados p o r lai­
cos, co n tra disposiciones expresas de la Iglesia, viven en el
m ás com pleto desorden y bajo el im perio de la necesidad los
m onjes a b an d o n an los m onasterios y se m ezclan en negocios
con los seglares... En las casas consagradas a D ios... los aba­
des laicos habitan con sus hijos, sus soldados y sus p e rro s” 47.
El re to rn o a los b u en o s usos no se podía in te n ta r bajo la
influencia de los p oderes tem porales, p o r la p e rm a n en te
tentación de p o n e r las m anos sobre los bienes de la Iglesia y
solucionar con ellos problem as de gobierno. El Concilio de
Trosly nace de u n in ten to de reacción frente a la gravedad
de los males. La salud debía ser o b ra de la fe y la b u e n a vo­
lu n ta d de las autoridades civiles y religiosas m ancom unadas.

C luny

M aterialm ente el im pulso vino de G uillerm o de Aquita-


nia, d u q u e de A uvernia. En el um b ral de la vejez quiso se­
ñ a la r su g o b iern o con u n a o b ra capaz de rec o m en d a rlo pa­
ra la vida e te rn a. C on este santo p ropósito y en presen cia
de todas las au to rid ad es p e rtin en te s, cedió sus tierras de
Cluny a los santos apóstoles P edro y Pablo y tom ó las provi­
dencias necesarias p a ra c o n stru ir u n m onasterio regido
p o r la regla de San Benito. Eligió a B e rn o n com o p rim er
abad de la nueva casa, p ero estableció u n a regla estatutaria
co n fo rm e a la cual los abades posteriores serían librem en­
te elegidos p o r los m ism os m onjes.

4 7 . M a n si, T. X V III c . 2 6 3 .
778 RUBEN CALDERON BOUCHET

El do m in io de la a b ad ía estaba libre de toda situación


tem p o ral y ni el p a p a po d ía, “bajo p e n a de m aldición divi­
na, to car las p ro p ied ad es de esos siervos de Dios, dividirlas,
dism inuirlas, cam biarlas o darlas a alguien en b e n eficio ”.
Esto sucedía en el a ñ o 910. Las disposiciones del du q u e
de A uvernia fu ero n p o ste rio rm en te confirm adas p o r los
papas J u a n XI en 931, G regorio V en 998, J u a n XIX en
1027 y L eón IX en 1049.
B e rn o n , el p rim e r ab ad de Cluny, p e rte n e c ía a u n a n o ­
ble fam ilia b o rg o ñ o n a y e ra u n ferv ien te a d m ira d o r de la
reg la b e n e d ic tin a . C on u n g ru p o de m onjes p ro v en ien tes
de las abadías de Gigny y B aum e p o b ló su m o n asterio y lo
convirtió e n c e n tro de u n a tu p id a re d de fu n d acio n es si­
m ilares.
El carácter principal de esta organización m onástica era
su centralización. U n a suerte de réplica im perial a la ten ­
d e n c ia feudal de la época. La co n cen tració n de la au to ri­
d ad favorecía la práctica com ún de la disciplina y el cultivo
de observancias litúrgicas similares.
El 11 de e n e ro del año 927 m urió B e rn o n y fue elegido
sucesor suyo O d ó n . La proyección ex tra o rd in a ria del n u e ­
vo abad en favor de la o rd en le valió definitivam ente el ge­
nitivo de Cluny. U n a de sus prim eras m edidas fue o b ten e r
del p a p a J u a n XI la autorización p a ra p ro c e d e r de acu erd o
con la o b ra cen tralizad o ra de B ern o n . E ra con trario al es­
p íritu b e n e d ic tin o , p e ro venía im puesto p o r u n a exigencia
de la época q u e el p a p a vio con claridad.
“Si estáis dispuesto — dijo el santo p a d re — a recibir ba­
jo vuestro g o b iern o u n m onasterio p a ra refo rm arlo y tal es
la vo lu n tad de sus m iem bros, os lo p erm itim o s.”
LA CIUDAD CRISTIANA 779

En o tra o p o rtu n id a d añ ad e, h acien d o alusión a la deca­


d e n c ia de las costum bres conventuales: “Se sabe lo aparta­
do de sus ideales q u e están los m onasterios; esta situación
nos lleva a co n ced ero s el perm iso de recibir m onjes, no im ­
p o rta de d ó n d e provengan, p a ra m ejo rar sus vidas y p ro ce­
d e r a c o rre g ir la existencia m onástica”.
El p a p a advierte el valor ejem plar del m onje p a ra la so­
ciedad cristiana. R ectificar esa e jem plaridad co n fo rm e a los
m ejores m odelos tradicionales es trabajar p o r los fu n d a ­
m en to s de su p ro p ia autoridad. La refo rm a e m p re n d id a
p o r Cluny se proyectó sobre la cristiandad e n te ra e inspiró
u n m ovim iento espiritual de p ro fu n d a renovación interior.
A O d ó n de Cluny le sucedieron Aym ard y M aiel y a es­
tos dos varones de ex tra o rd in a ria personalidad, dos santos:
O d iló n y H ugo de Cluny.
La re fo rm a iniciada en el sur de Francia interesó poste­
rio rm e n te a la casa de los C apetos y se extendió p o r el n o r­
te hasta A lem ania. En el sur la influencia de Cluny e n tró en
E spaña y m erced al in terés m anifestado p o r los pontífices
se in tro d u jo tam b ién e n Italia.
Bajo el g o b iern o de San H ugo, d escen d ien te del conde
d e Sem ur-en-B rionnais, la o b ra refo rm a d o ra de Cluny al­
canzó su m o m e n to m ás alto p o r la am istad que u n ía a H u ­
go con el gran p a p a G regorio VIL
De su é p o c a d a ta n las instituciones escritas de la o rd en ,
la rec o n stru c c ió n de la basílica de Cluny co n fo rm e a u n
p lan arq u itec tó n ic o que fue m o d elo p a ra to d a la a rq u itec ­
tu ra religiosa. En ese tiem po, G uillerm o el C onquistador,
d u q u e de N o rm an d ía , tran sp o rtó a In g la te rra el espíritu
de Cluny.
780 RUBEN CALDERON BOUCHET

San H u g o m urió en 1108 a la edad de o c h e n ta y cinco


años. C on él desaparece u n a de las personalidades más n o ­
tables de la época, pues a u n q u e su o b ra escrita es m agra, la
irrad iació n de su influ en cia práctica en el te rre n o de la re­
fo rm a religiosa es e n o rm e . P ara valorarla con eq u id ad bas­
ta p e n sar que G regorio VII se inspiró en el espíritu de
Cluny p a ra llevar a d e la n te su o b ra rectificadora.
Es difícil p a ra u n a ed a d volcada exclusivam ente al dom i­
nio técnico del universo c o m p re n d e r el valor de la vida m o­
nacal. Las observancias penitenciales, las plegarias y el tra­
bajo de los m onjes tie n e n pocas posibilidades de ingresar
com o actividades serias e n u n m u n d o sacudido p o r la p re ­
m u ra de la pro d u cció n . El m arg en positivo acordado a la
existencia m onástica radica en el trabajo. Se adm ite la efi­
cacia de los m onjes en la revaloración de las tierras de
Francia, en el m ejoram iento de la p ro d u cc ió n vinícola y en
las p restaciones de servicios sociales en casos de sequía,
epidem ias y otras catástrofes.
P ero lo im p o rta n te de la vida m onástica en el criterio de
la cristiandad m edieval no era, precisam ente, esas activida­
des, sino la p e n ite n cia y la oración.
En am bas actividades tam poco faltan los equívocos. Mu­
chos au to res m o d ern o s se sienten atraídos p o r las prácticas
ascéticas m edievales y les atribuyen, con g ran generosidad,
diversas influencias positivas en la fo rm ació n del m u n d o
m o d ern o . Hay q u ien ve en ellas u n a técnica psicológica fa­
vorable al desarro llo de la inteligencia teórica, de la e n e r­
gía espiritual o del cálculo al servicio del d om inio del h o m ­
b re sobre la naturaleza. En la plegaria d escu b ren valores
estéticos y u n com plicado sim bolism o capaz de inspirar
u n a plástica de alto nivel artístico. A falta de efectos sobre­
LA CIUDAD CRISTIANA 781

n atu rales en o rd e n a la salvación advierten el influjo sobre


la a rq u itectu ra, la m úsica polifónica y la poesía religiosa.
Sin lu g ar a dudas todas estas influencias se d iero n com o
u n a consecuencia e x te rn a de la vida m onacal, p e ro se de­
b e te n e r e n c u e n ta la in ten ció n p ro fu n d a q u e la alienta: el
diálogo con Dios y la o b ten ció n real de la gracia santifican­
te p a ra to d a la sociedad cristiana.
Los m ism os m onjes suelen ser parcos en la expresión de
este ín tim o prop ó sito y es frecu en te leer párrafos com o és­
te p a ra explicar el brillo p u ram e n te extrínseco de la ora­
ción litúrgica: “u n a g ran variedad de cerem onias fu ero n
realizadas p o r el brillo de la p erfecta ejecución m usical,
p o r la m agnificencia del ropaje y la belleza de los edificios”.
El a u to r de la frase su p o n e que todo esto era p a ra evitar el
a b u rrim ie n to de las largas plegarias penitenciales.
N o es necesario ser u n m ístico p a ra advertir q u e la tri­
vialidad d e ese p ro p ó sito no g u a rd a p ro p o rc ió n con el es­
p le n d o r c re a d o r del a rte religioso cristiano. El a b u rri­
m ie n to , com o el b u rro , p e rm a n e c e siem pre en la idiotez
sin inventiva d o n d e lo releg a su inepcia. La exaltación de
la litu rg ia es u n acto de fe, cuya m isteriosa gestación d eb e
buscarse en la h o n d u ra del alm a cautivada p o r el a m o r di­
vino.
Cluny fue u n a inteligencia y u n a voluntad de vivir para
Dios. Al convertirse en canto jubiloso se d e rra m ó generosa­
m en te sobre el m u n d o y lo contagió con la fuerza victorio­
sa de su arrebato.
Esto significa tam bién que la cu ltu ra m onástica fue la de
u n a m in o ría vivam ente relacio n ad a con todo el pueblo
cristiano. C u ltu ra de élite, sin lugar a dudas, pero no esteti­
cism o de to rre de m arfil. Los m onasterios ejercieron u n a
782 RUBEN CALDERON BOUCHET

influencia real sobre la sociedad y, en cierto m odo, el p u e ­


blo e n te ro vivió bajo su influencia.
D om Leclercq les reconoce, e n tre otros m éritos, el de ha­
b e r asegurado el lazo cultural e n tre los padres de la Iglesia y
los m odernos. El excelente trabajo del sabio benedictino es­
tá excesivam ente gravado p o r el deseo de excusar sus m o n ­
je s fren te al m u n d o con el generoso aporte hecho a las artes
y las letras. No hacía falta tanto. En u n a visión cristiana del
m u n d o bastaba la oración y la p enitencia p ara justificar la vi­
d a m onacal. T odo lo dem ás corresponde a las añadiduras
prom etidas a los q u e buscan el R eino de Dios y sus riquezas.

C lSTER

El éxito de Cluny está definitivam ente asociado a los


n o m b res de M aiel, O dilón y H ugo; podem os a ñ a d ir a títu­
lo de ilustre e p íg o n o el n o m b re de P edro, llam ado el Vene­
rable. La e n o rm e influ en cia ejercida p o r los m onasterios
clunicenses, sus posesiones y la fam a de sus obras fu ero n
venciendo el esp íritu de m ortificación. Se in tro d u je ro n re­
form as en las austeras costum bres de los prim eros tiem pos,
y sus abades, dem asiado reclam ados p o r los g randes de es­
te m u n d o , se vieron p ro n to asediados p o r las presiones más
variadas y opuestas al esp íritu de recogim iento.
R o b erto de M olesm e h a b ía nacido e n el seno de u n a no­
ble fam ilia de C ham pagna en el año 1029. A los quince
años e n tró en el convento de M ontier-Lacelle, cerca de
Troyes. Elegido m ás tarde ab ad de Saint M ichel de T onne­
rre n o halló a su gusto el cargo de dirigir m onjes dem asia­
do in trig an tes y re to rn ó a su an tig u o m onasterio.
LA CIUDAD CRISTIANA 783

La fam a de su sabia austerid ad satisfacía las aspiracio­


nes p en iten ciales de los erm itañ o s de C ollan, quienes, u n i­
dos a R o b e rto en n ú m e ro de trece, fu n d a ro n la ab ad ía de
M olesm e.
El deseo de m o rtificación es u n a cosa y la p ráctica p e n i­
tencial otra. Los erem itas de Collan m o straro n en M oles­
m e la frágil consistencia de sus b u en as in tenciones. R ober­
to no p o d ía p e rd o n a r la m ed io crid ad de su esfuerzo y, en
c o m p a ñ ía de los m ás in trépidos, a b a n d o n ó M olesm e y se
re tiró al d esierto de C iteaux en la diócesis de C halón. E n­
tre sus c o m p a ñ e ro s sobresalían los h e rm a n o s A lberico y
E steban H ard in g .
En el Exordium Parvum hay u n a co rta n a rra c ió n del
éx o d o m o n acal y sus felices consecuencias “se d irig ían ale­
g re m e n te h acia el d esierto llam ado C iteaux. El sitio, p o r
el esp eso r de sus espinosos m ato rrales, e ra im p e n e tra b le
p a ra los h o m b re s y salvaje refugio de bestias feroces. Los
h o m b re s d e D ios lo ju z g a ro n apto p a ra la vida religiosa. El
d e sd é n q u e el lu g ar in sp irab a a los seglares colm aba sus
deseos de soledad. C on la ap ro b ació n del obispo de C ha­
ló n y el c o n se n tim ie n to del p ro p ie tario de C iteaux, los
m onjes in ic ia ro n la ta re a de desb ro zam ien to previa a la
edificación del m o n a ste rio ... E ntonces E udes, d u q u e de
B o rg o ñ a, e m o c io n ad o p o r el ferv o r de los religiosos y a n ­
te el p e d id o del legado de la S anta Iglesia R om ana, hizo
c o n c lu ir a sus expensas la co n stru cció n del p rec a rio edifi­
cio de m a d e ra iniciado p o r los frailes. D u ra n te m u ch o
tiem p o los proveyó tam b ié n de to d o lo necesario p a ra su
subsistencia física”.
El p rim e r ab ad fue R oberto. Al poco tiem po éste fue re­
q u e rid o p o r los m onjes de M olesm e p a ra q u e volviera a po­
784 RUBEN CALDERON BOUCHET

n erse al fre n te de su a n tig u a abadía. El re to rn o a M olesm e


n o e ra m uy del gusto de R oberto, p ero an te la insistencia
de Geoffroy, su sucesor, y la o rd e n form al de U rb an o II, Ro­
b e rto se hizo nuev am en te cargo de la abadía “y desde ese
m o m e n to M olesm e reco b ró u n a reg u larid ad más hum ana,
m ás vecina de la m o d era ció n clunicense, más accesible a
los sufragios del m u n d o e x te rio r y su irradiación sobre la
sociedad se intensificó” 48.
C iteaux q u e d ó bajo la dirección de A lberico (1099­
1109), q u ien bajo la inspiración de las reform as in tro d u ci­
das p o r R oberto p rep a ró la nueva reglam entación de la vi­
d a m onacal de a cu erd o con la práctica estricta de la
disciplina b en edictina.
El Exordium Parvum nos in fo rm a sobre sus propósitos
con e lo c u e n te sim plicidad: “D espreciando las riquezas de
este m u n d o , estos nuevos caballeros de Cristo, pobres con
el Cristo p o b re, ex am in aro n ju n to s cóm o y p o r qué m edios
prácticos proverían a sus necesidades y a las de sus huéspe­
des, ricos o pobres, a quienes la regla les o rd en a b a recibir
com o a Cristo m ism o. D ecidieron adm itir, con la autoriza­
ción del obispo, h e rm a n o s laicos a quienes, d u ra n te su vi­
d a y luego de m uertos, tratarían com o a u n o de los suyos
sin hacerlos m onjes ni sim ples em pleados. Sin la ayuda de
estos laicos les sería im posible observar p len am en te los
p rec e p to s de la regla.
’’A ceptarían tam bién tierras alejadas de las ciudades, vi­
ñas, prados, bosques, cursos de agua p a ra edificar m olinos.
D e c reta ro n tam bién, que c u an d o h u b iera n establecido
granjas, estas cosas serían regidas p o r los laicos m enciona­

4 8 . L a u r e n t, Abbayes et Prieurés de ¡AncienneFrance, T. X II, p á g . 3 0 3 .


LA CIUDAD CRISTIANA 785

dos, p o rq u e según la regla los m onjes sólo p o d ían habitar


en el claustro.
’’Sabían q u e San B enito h ab ía co n stru id o sus m onaste­
rios en lugares ap artad o s y los h ab ía poblado con doce
m onjes y u n abad; ellos decid iero n h a c er lo m ism o”.
Se tratab a de u n re to rn o a la prim itiva austeridad de la
regla y de u n a re n u n c ia form al a las costum bres m ás b lan ­
das ad quiridas en el transcurso de los años. R e to rn a ro n la
p ráctica del trabajo m an u al para asegurar su subsistencia y
subvenir los gastos de hospedaje.
A la m u erte de Alberico fue proclam ado abad Esteban
H ard in g , decidido defensor de la regla y cuyo rigor acentuó
e n los años de su m andato. En el C apítulo 17 del E xordio
estableció: “Ni el d u q u e de B orgoña ni n in g ú n o tro prínci­
pe p o d rá n te n e r su corte en la iglesia de la abadía, com o te­
n ían la costum bre de hacerlo en las grandes solem nidades.
Para q u e en la casa de Dios, d o n d e deseaban servir devota­
m en te al S eñor n o ch e y día, no h u b iera n ad a superfluo o
vano p a ra c o rro m p e r la pobreza, gu ard ian a de las virtudes
y lib rem en te ad o p tad a p o r todos ellos, resolvieron no ten e r
cruces de oro o plata, sino solam ente de m a d e ra ... ”.
Sigue u n a serie de m edidas co n cern ien tes a la sencillez
de los o rd en a m ie n to s p a ra m arcar claram ente la reacción
c o n tra el lujo desplegado en los servicios litúrgicos de las
abadías clunicenses.
En o rd e n al progreso de la ciencia teológica, Esteban
H a rd in g inició u n a revisión de los textos bíblicos traducidos
al latín, con fro n tán d o lo s con los h ebreos y caldeos de que
p u d o disponer. Para esta tarea necesitó los b u en o s oficios
de algunos ju d ío s versados en la lengua de las Sagradas Es­
786 RUBEN CALDERON BOUCHET

crituras. El resultado fue u n texto bíblico en cuatro volúm e­


nes m inuciosam ente ad o rn ad o s con notables m iniaturas.
E n tre los m eses de m arzo y abril de 1112 el m onasterio
atravesaba u n p erío d o de a g u d a crisis económ ica y estaba
am en azad o en las m ism as bases de su subsistencia, cuando
ingresó e n él B ern ard o d e F ontaines y tre in ta am igos p er­
ten ecien tes a las principales fam ilias del país.
El crecim iento de C iteaux fue ráp id o y term in an te: La
Ferté, Pontigny, C lairvaux y M o rin o n d fu ero n las cuatro
abadías filiales q u e ob lig aro n a red a c ta r la Charta Caritatis
p a ra reg la m e n tar su convivencia religiosa. Al régim en m o­
n á rq u ico de C luny lo sustituyó otro de corte típicam ente
aristocrático.
“Los abades g u a rd a n to d a su a u to rid ad en sus respecti­
vos m onasterios, p e ro están som etidos a la vigilancia del pa­
d re in m ediato, el abad de la casa fu n d a d o ra ... El abad de
C iteaux, en su calidad de p a d re universal de la o rd en , vela
sobre todas las casas salidas de Citeaux, p ero él m ism o está
som etido a la vigilancia de sus cuatro p rim eros hijos: los
abades de La Ferté, Pontigny, M orim o n d y Clairvaux, lla­
m ados los cuatro prim eros p ad res de la o rd en . Estos tien en
el d e b e r de visitar Citeaux con facultad de c o rre g ir los abu­
sos y a u n de d e p o n e r al abad si fu era hallado en fa lta ... Los
abades reu n id o s en capítulo g en eral con la au to rid ad su­
p re m a d e la n te de la cual todos d e b e n inclinarse y la que
ju z g a en últim a instancia cualquier a p e la c ió n ” 49.

49. Berliére, “Les Origines de C îteaux”, Reuue d ’HistoireEcclésiastique, T. I,


págs. 455-6. Citado por A. M .Jacquin, Histoire de l'Eglise, Paris, D esclée de
Brouwer, 1928, T. III, pág. 891.
LA CIUDAD CRISTIANA 787

B e r n a r d o d e C l a r a v a l , c o n c ie n c ia d e O c c id e n t e

El m onje cistersiense Iren eo Vallery R adot, en la in tro ­


du cció n a su no b le biografía de San B ern ard o , nos refiere
la im presión que le p ro d u jo el libro de E tien n e Gilson La
Théologie Mystique de Saint Bernard y cóm o su lectu ra lo llevó
a to m ar al santo d o c to r p o r m aestro de vida espiritual.
C ada época histórica tiene u n tipo h u m an o rep re sen ta ­
tivo e n cuyas virtudes y defectos refleja el prism a de sus p re ­
ferencias valorativas. L ’honnéte homme del siglo XVIII, el gen­
tleman Victoriano, el Mr. Babbit de la décad a e n tre el 20 y el
30 del p rese n te siglo, son en carn acio n es de activas vigen­
cias axiológicas. B e rn a rd o de Claraval, en el lapso de su go­
b ie rn o de la a b ad ía de Clairvaux, fue el claro espejo d o n d e
el siglo X II vio realizadas las virtudes q u e m ás estim ó. Este
m o n je despojado de todas las riquezas y en el m ás absoluto
desapego a los bienes de este m u n d o rep re sen tó , com o
n in g ú n o tro, la co n cien cia del h o m b re m edieval.
Sería te rrib le m e n te in g en u o p en sar en u n a suerte de
co n cien cia m edia, al m o d o com o el h o m b re actual ve refle­
ja d a s sus tristes preferencias en los m ódicos triunfadores
del día. San B e rn a rd o era u n aristócrata en el sentido más
egregio de la palabra, p e ro tam bién lo era en su época. N o
existía la aristofobia capaz de a p a rta r al h o m b re vulgar de
u n a recta conciencia de p len itu d hum ana. El h o m b re de
hoy busca sus paradigm as de conform idad con u n a con­
ciencia m oral p ervertida. El h o m b re m edieval sostenido
p o r la gracia y las vigencias m agistrales de la Iglesia n o h a ­
b ía sufrido esa desviación valorativa.
C onvertirse en la conciencia de u n a sociedad no es ta­
re a sim ple, ni se llega a esa situación exclusivam ente movi­
788 RUBEN CALDERON BOUCHET

do p o r la am bición personal. Es o b ra del trabajo espontá­


n e o del espíritu y éste tom a dos cam inos diversos p ero con­
vergentes: alguien d o tad o con todas las condiciones adm i­
radas en su época e m p re n d e la noble faena de cultivarlas
en u n g rad o heroico y llevarlas a la p len itu d de su realiza­
ción; p o r o tra p a rte la sociedad tom a conocim iento de ese
esfuerzo y lo reco n o ce sin retáceos. El atleta, solitario en
los p rim ero s pasos de su lucha, recibe la solicitud del m u n ­
do c irc u n d an te y com ienza e n tre am bos u n activo com er­
cio espiritual. En ese en trecam b io , la debilidad del ho m b re
sólo alim enta el deseo q u e tien en los otros de particip ar en
la nobleza de su existencia.
Esto sucedió con B e rn a rd o de F o n tain e c u an d o , ya
ab ad de Claraval, su fam a se ex ten d ió p o r los p u eblos cris­
tianos y atrajo h acia sí la ate n c ió n de g ran d es y pequeños.
Su copiosa c o rre sp o n d e n c ia epistolar es testim onio ine­
quívoco.
“Fue el re fo rm a d o r de la religión, el árb itro de los segla­
res, el consejero de los papas, el m ago de los nobles y de los
príncipes. Todos a cu d ían a él e n sus dudas y se p e d ía su in­
terv en ció n en los asuntos p rin cip alm en te difíciles” 50.
El g én ero epistolar se avenía a su tem p e ra m en to apasio­
n a d o y decid id am en te p ersonal e n la expresión de sus opi­
niones. El carácter o rato rio de su estilo hallaba u n perfec­
to ac o rd e c u a n d o se dirigía a u n a p erso n a co n creta p ara
establecer con ella u n a relación de h o m b re a hom bre.
N o fue el d o c to r m elifluo puro mieles com o p o d ría supo­
n erse p o r el apodo. Entusiasta, afectivo, violento a sus h o ­

50. B ernardo D iez Ramos, “Introducción a las Cartas”, Obras completas,


Madrid, B.A.C., 1955, T. II, pág. 1095.
LA CIUDAD CRISTIANA 789

ras, sus cartas son el diáfano espectro d o n d e p u e d e n obser­


varse los m últiples m atices de su coloración em ocional. El
am or, la te rn u ra y la san ta cólera e n c u e n tra n con facilidad
el cam ino de la frase adecuada, casi siem pre noble y m u­
chas veces elegante. En algunas o p o rtu n id a d es se tropieza
con el tópico retó ric o elaborado con excesiva prolijidad,
p e ro en gen eral p re d o m in a el giro esp o n tán eo y un gusto
n a tu ra l p o r la elocuencia.
La p rim e ra ep ístola conocida de B e rn ard o fue la dirigi­
d a a su prim o R oberto. En ella le re p ro c h a con v ehem en­
cia h aberse d ejad o llevar con engaños a u n m onasterio clu-
nicense, a b a n d o n a n d o su prom esa de p e rte n e c e r a Cister.
L lam a la a te n c ió n la m ezcla de cariño h e rid o y violencia
con q u e reclam a el re to rn o del hijo p ródigo y a te rra la
fu erza con q u e fustiga los usos y las costum bres de Cluny.
P arece u n p ro fe ta an tig u o testam en tario que reclam a el
fuego divino p a ra las ciudades m alditas.
La carta tiene u n destin atario único y todos sus argu­
m en to s son ad hominem. De o tro m o d o podríam os p en sar
q u e este gran contem plativo fue acérrim o enem igo de to­
d a co n tem plación. R ep ro ch a a la o rd e n de Cluny el aban­
d o n o de las tareas m anuales p a ra entregarse a “u n a ociosi­
d a d d e n o m in a d a c o n te m p la c ió n ”.
En otra carta dirigida al m onje A rnaldo, abad de Mori-
m ond, B ernardo le rep ro c h a severam ente h ab er abandona­
do su abadía y arrastrado en su inicua desobediencia a varios
h e rm an o s de su m onasterio. Su palabra es cáustica y tiene la
precisión de un estoque p ara p en etrar en el corazón del vi­
cio señalado: “T am poco creem os que los quieras ten e r con­
tigo p ara dirigir sus almas, pues conocem os que tu propósi­
to es arro jar la carga de los tuyos p ara vivir p ara ti solo”.
790 RUBEN CALDERON BOUCHET

La vida religiosa es servicio en la solidaridad de la obe­


d iencia com ún. Ella señala la je ra rq u ía disciplinaria, p ero al
m ism o tiem po p erm ite discern ir los lím ites de la servidum ­
b re. Se d eb e o b ed ecer p a ra salvarse, n o p ara p erderse en se­
g u im ien to del su p erio r apóstata. En su carta a Adam , u n o
de los m onjes seguidores de A rnaldo, le ru eg a a p re n d a “a
n o dejarse llevar com o caña voluble”. Dos años después, a
p ropósito del m ism o m onje escribió o tra al obispo de Colo­
nia, B ru n o , d o n d e precisa con rigor esta idea: “Adviértales
q u e no están obligados a p restar o bediencia al deso b ed ien ­
te, q u e n o p u e d e n seguir lícitam ente al que vagabundea ilí­
citam ente, ni a b a n d o n a r la o rd e n en que profesaron p o r ir
tras u n a p ó stata”.
El servidor de Cristo es siem pre lúcido. A su sana inteli­
g encia está e n c o m en d ad o el discernim iento de la verdade­
ra doctrina. A nadie le está p e rm itid o ab a n d o n ar el insobor­
nable m agisterio de Cristo p o rq u e el superior lo abandone.
B e rn a rd o es conciencia de O c c id en te p o r su lúcido co­
n o c im ie n to de las exigencias prácticas im puestas p o r la fe.
Las cartas dirigidas a los altos p relad o s m anifiestan esta
p re o c u p a c ió n y lo m ism o sucede con aquellas escritas pa­
ra edificación de las potestades civiles. C on la in telig en cia
p u e sta en la verdad paradigm ática dirige la m ira d a a los
asuntos de la tierra. Lo paradójico, y com o tal m uy m edie­
val y cristiano, es q u e los poderes a c e p ta ro n la inm isción
de este m o n je y g e n e ra lm e n te tra taro n de c o n fo rm ar su
c o n d u c ta p ú b lica y privada a lección d a d a p o r sus am ones­
taciones.
Al d u q u e C o n rad o le advierte c o n tra el espíritu de ven­
ganza y le pide, en n o m b re de Dios, ren u n c ie a llevar la
g u e rra c o n tra el co n d e de G inebra.
LA CIUDAD CRISTIANA 791

B e rn a rd o e ra u n p ro fe ta y n a d ie ig n o ra b a en su tiem ­
po la fu erza te rrib le de sus predicciones. O p o n e rse a un
p e d id o suyo e ra u n acto de tem erid ad . Pocos se an im ab an
a desafiar al h o m b re de Dios. H oy es fácil reírse de estas
ad m o n ic io n e s y p e n sa r en el poco peso político de sus ad­
v ertencias religiosas, p e ro en to n ces la situación espiritual
e ra m uy d istin ta y la sensibilidad a n te el m isterio divino
p a rtic u la rm e n te aguda.
P ero sin lugar a dudas, d o n d e la lib ertad espiritual del
ab ad d e Claraval se m anifestó en to d a su p len itu d fue en las
cartas escritas a p ropósito de h a b e r sido elegido p a p a el
ab ad de San A nastasio con el n o m b re de E ugenio III.
La p rim e ra de estas epístolas está dirigida a la curia rom a­
na. R ep ro ch a a los altos dignatarios de la Iglesia h a b e r des­
viado de su vocación contem plativa a u n excelente m onje
p ara m eterlo súbitam ente en las dificultades del g obierno
de la Iglesia. ¿No h ab ía e n tre ellos alguien más adecuado pa­
ra el ejercicio de esa excelsa función? Reconoce la oscuridad
en q u e se cum plen los designios de Dios, pero piensa en las
reales tribulaciones de su hijo, el abad de San Anastasio, y pi­
de a los m iem bros de la curia ayuden al nuevo p ap a a cum ­
plir con eficacia las tareas de su terrible cargo. Les recuerda
q u e se trata de u n h o m b re delicado, m odesto y tierno “acos­
tu m b rad o al sosiego y a la quietud, no a tratar las cosas p ú ­
blicas; es de tem er no desem peñe los oficios de su apostola­
do con aquella a u to rid ad que sería necesaria”.
La se g u n d a carta está dirigida al m ism o p a p a E ugenio
III y le ofrece en ella sus servicios p ara ayudarlo en su pesa­
d a c a rre ra con sus m odestos recursos. Le trae a m em o ria el
estercolero de d o n d e fue sacado p o r Dios p a ra q u e extrai­
ga lección de h u m ild ad y rec o rd a n d o siem pre la m odestia
792 RUBEN CALDERON BOUCHET

de sus o rígenes prevenga el sobresalto de la soberbia. Está


en el tro n o de San P ed ro p a ra servir, no p a ra ser servido, y
e n esa tarea d eb e p o n e r sus b ienes y su alm a.
C on id én tica lib ertad con que trae a m em oria del p ap a
su insignificante p ro ced en cia, le ru eg a h a c er lo posible pa­
ra q u e la Iglesia vuelva al tiem po “cu an d o los apóstoles
arro jab a n las redes p a ra pescar alm as y no o ro ”.
C o rría el a ñ o 1153, B e rn a rd o , ag o tad o p o r u n o de sus
obligados viajes p o r el m u n d o de Cister, re to rn ó a C lara­
val p a ra g u a rd a r cam a. En la a b a d ía a lte rn a su d u ro lecho
de e n fe rm o con la o b lig ad a m isa m atinal. El ocho de ju lio
de ese m ism o a ñ o m u ere E u g en io III sin q u e p odam os sa­
b e r n a d a del p e n sam ien to de B e rn a rd o a n te el deceso de
su am igo.
G eoffroy d ’A uxerre le re c u e rd a en sus m em orias: “el
c u e rp o te n d id o sobre u n p e q u e ñ o lecho estaba atacado
p o r m uchas debilidades, p ero su espíritu e ra tan libre y po­
deroso com o siem pre. No cesaba e n m edio de sus dolores
de m ed ita r y a n o ta r con fino estilete sus visiones de los sa­
grados m isterios”.
N o sería u n o de los m ás grandes poetas cristianos si en
el p relu d io de la m u e rte no h u b iera hallado la inspiración
jo c u n d a , victoriosa, capaz de lanzarlo m ás allá de la m u er­
te. El tem a de su últim o trabajo lo tom ó del Cantar de los
Cantares: “E n m i lecho, d u ran te las noches, busco al am ado
de m i c o ra z ó n ”.
C a p i t u l o III
LA CRISTIANDAD

La id e a d e c r is t ia n d a d

La n o ció n de cristiandad a p u n ta a u n a realidad social


m uy com pleja cuya m ovilidad histórica, ju n to con los cam ­
bios de su latitu d geográfica, hace difícil la tarea de discer­
n ir con precisión las líneas principales de su fisonom ía es­
piritual.
P ara a p reciar m ejor su e stru c tu ra real d eb e partirse de
u n a visión ejem p lar y p aradigm ática de los elem entos cons­
titutivos de su e stru c tu ra ideal.
Los cam bios, las transform aciones y las deform aciones
im puestas p o r los sucesos históricos y las am biciones h u m a ­
nas, serán objeto de u n a consideración posterior.
N ad a nos h a p arecid o m ejor a efectos de realizar esta
fae n a que consultar algunas obras de San B ern ard o . El
ab ad de Claraval no tuvo p resen te el proyecto de describir
los rasgos m ás notables de la C iudad C ristiana. Se lim itó a
reflexiones sobre los oficios apostólicos, p e ro com o éstos
794 RUBEN CALDERON BOUCHET

co nstituían la base de la u n id a d religiosa del m u n d o cristia­


n o , su m ed itació n da u n a id ea apro x im ad a de la estru ctu ra
social de la cristiandad.
El libro fu n d am e n ta l es el tratad o De Consideratione que
red a c tó p a ra uso del papa. C om pletam os n u e stra visión del
tem a con otras obras d o n d e San B ern ard o toca aspectos re­
lacionados con la vida de la C iudad Cristiana. El tratado De
las costumbres y oficios de los apóstoles, la alabanza dirigida a los
caballeros tem plarios d e Je ru sa le m con el título De la exce­
lencia de la nueva milicia, la apología de la vida m onástica, su
tratad o Sobre el amor de Dios y algunas epístolas dirigidas a di­
feren tes p ersonalidades del m u n d o cristiano.

D el papado

El p a p a es el p rín cip e de los apóstoles. Su jurisdicción


eclesiástica se extiende de h e c h o a todo el orbe cristiano y
en sentido p o tencial al m u n d o en tero . P ara él vale el m an ­
dato de Cristo: “Id y bautizad a todas las n a c io n e s”. M isión
universal p a ra cum plirse bajo la a u to rid a d ecu m én ica del
p ap ad o . Sin to m ar en cuenta esta p rete n sió n potestativa de
la Iglesia es im posible c o m p re n d e r la h istoria cristiana y
p o r e n d e p o d em o s asegurar sin vacilaciones: es im posible
c o m p re n d e r la historia.
La a u to rid a d atrib u id a p o r Cristo al p ap a no im plica
u n a responsabilidad sim ple. El h o m b re capaz de so p o rtar
su peso y no q u e d a r aplastado bajo el contraste paradójico
de su insignificancia personal y la m ag n itu d del m andato
d eb e te n e r el apoyo de u n a fe so b rehum ana.
LA CIUDAD CRISTIANA 795

San B ern ard o hace sus consideraciones sobre el oficio


papal e n u n co n tex to bien concreto. En ocasión de dirigir­
se a E ugenio III previniéndole co n tra la p resión de los
asuntos tem porales, le ru e g a no dejarse a b ru m a r p o r ellos
y p erder, p o r cansancio, el interés en las tareas m ás nobles
y generosas de su im perio.
Sabe p o r in tu ició n el papel d esem p eñ ad o p o r la fatiga y
la p é rd id a de d o m in io in te rio r e n tra ñ a d a p o r el cansancio.
R ecaba p a ra el je fe del m u n d o cristiano la necesidad de
m a n te n e r con ad ecu ad o s ejercicios de piedad su señorío
sobre el alm a.
La lección p u e d e p arecer puras sim plezas, y al m u n d o
político fo rm a d o bajo la égida de M aquiavelo hasta pasa­
b le m e n te tonto. P ero sim plicidad en la len g u a cristiana no
es sinónim o de superficialidad. N ada más sim ple, ni m ás
h o n d o q u e el ser absoluto. La superficialidad c o rre p o r
c u e n ta del m u n d o m o d e rn o b ru ta lm e n te olvidado de la vi­
d a in te rio r y su eficacia en las tareas concretas del poder.
No hay p o d e r cabalm ente h u m an o sin autoridad. Esta
q u e d a invalidada en su ejercicio c u a n d o la inteligencia y la
vo lu n tad n o c o n d u c en con rectitu d las pasiones. La au to ri­
d ad papal n o es equivalente a la de los príncip es y reyes
tem porales. Su d om inio no es la con d u cció n del pu eb lo a
la paz y a la co n co rd ia civil, sino a la salvación.
Esta fin alid ad divina del p o d e r papal alim en ta su a u to ­
rid ad . La in telig en cia y la voluntad del sum o p ontífice d e­
b e n estar puestas en lo e te rn o . P ero no es fácil elevarse a
ese nivel de co n sid eració n si en m edio del tráfago im pues­
to p o r el oficio no se e n c u e n tra u n m o m en to p a ra ejerci­
tar la p ied a d y lo g rar el sosiego im puesto p o r las exigencias
de ese fin.
796 RUBEN CALDERON BOUCHET

B e rn a rd o b reg a incansablem ente p o r u n a au to rid ad


pontifical d o n d e p re p o n d e re la p reo cu p ació n p o r el apos­
tolado y no p o r el ju ic io de las cosas terrenas: “N o p o rq u e
seáis in d ig n o — advierte— sino p o rq u e es in d ig n o de vos
em p learo s en tales cosas com o q u ien debe ocuparse en
otras m ás im p o rta n te s” 51.
D esde esa a ltu ra el ju ic io papal sobre los g o b ern an tes
n o cae sobre sus legítim as obligaciones p ero versa acerca
de sus crím enes y prevaricaciones. El sucesor de P edro es
g u ía del pueblo cristiano, a él le c o rre sp o n d e señalar el ca­
m ino del R eino. Las providencias m ateriales a lo largo de
la ru ta son faenas de los g o biernos tem porales. El p ap a só­
lo in terv ien e c u a n d o el m al pastor político d etien e o desvía
el cam ino de su grey.
La m irad a del apóstol está fija en la m eta final. N o se de­
j a distraer p o r los negocios terren o s sino incid en talm en te
y en cu an to conviene a su m isión sobrenatural.
Insiste en aconsejar la firm eza del p ropósito espiritual
p o rq u e c o m p re n d e las m iserias del tiem po. El oficio p o n ti­
fical está cargado d e p reo cu p acio n es extrañas a su ín d o le y
es difícil re h u ir sus reclam os. Esta sobrecarga de p reo c u p a ­
ciones tem porales hace m ás necesario el cultivo de la pie­
d ad y la m editación teológica.
En este tem a, el g ran m aestro de la espiritualidad cristia­
n a se d e tie n e con deleite. N o existe b u e n a a u to rid ad si no
se d o m in a la concupiscencia ni se p o n e o rd e n en el dina­
m ism o de la vida m oral.

51. “D e la con sid era ció n ”, cap. VI, Obras completas, Madrid, B.A.C., T. II,
pág. 589.
LA CIUDAD CRISTIANA 797

L ección irre n u n cia b le , fu n d ad a en u n p rincipio de cer­


teza absoluta: n a d ie p u e d e d ar lo que no tiene. La autori­
d ad, la paz y el o rd e n en el ejercicio del g o b iern o n acen de
u n alm a bien dirigida. Sin u n a clara visión del fin persegui­
do no hay c o n d u cció n p ro p ia m en te dicha. C u an d o el p ro ­
pósito o rie n ta d o r de la acción es u n bien espiritual, sólo
p u e d e ser percib id o p o r u n h o m b re q u e lleve u n a intensa
vida interior.
A dm ite la existencia de m uchos y graves e rro res en la
co n d u c ta de papas anteriores. Previene a E ugenio III con­
tra la reiteració n ru tin a ria de algunas taitas, aconsejándole
el sosiego m editativo p ara lograr acuidad espiritual en la
p e rc e p c ió n de los asuntos hum anos.
“El frau d e, el engaño, la violencia h an ex tendido su p o ­
d e r sobre la tierra. Los calum niadores son m uchos, los de­
fensores de la inocencia raros; en todas partes los poderosos
o p rim en a los pobres. No podem os faltar a los oprim idos.
N o podem os neg ar la justicia a los que padecen injurias” 52.
H ab la a co n tin u ació n de la ofensiva proliferación de n e ­
gocios e n to rn o al tro n o de San P ed ro y pide al nuevo pa­
p a se a rm e c o n tra todo ese descaro d isp o n ien d o su ánim o
p a ra castigar las prevaricaciones.
“T am bién vos tenías látigo. T em an los b an q u ero s. Es­
c o n d a n de vuestros ojos su d in ero , sabiendo que estáis más
dispuesto a tirárselo que a recibirlo. H acien d o esto cuida­
dosa y c o n sta n tem e n te ganaréis m uchos h a c ie n d o que to­
m en em pleos m ás h o n e sto s” 53.

52. “D e la con sid eración ”, op. cit., cap. X, T. II, pág. 594.
53. Ibidem, cap. XI, pág. 595.
798 RUBEN CALDERON BOUCHET

D istingue luego la consideración de la contem plación y


destaca la ín d o le in d ag a d o ra de la p rim e ra señalando los
tres p u n to s principales de su desarrollo m etódico. A conti­
n u a c ió n exam ina cuál d e b e ser el em pleo de los superiores
de la Iglesia y p o n e a n te los ojos del p ap a la h u m ild ad de
su condición p ersonal ju n to a la excelsitud de su oficio. No
se trata de d o m in a r n i de d a r pábulo al orgullo. Seguro de
la in d ig n id ad individual se tra tará de satisfacer el m an d ato
divino con to d a la confianza puesta en su gracia.
El sum o pontificado es u n atalaya y desde allí se debe vi­
gilar con solicitud a todas las iglesias de la cristiandad. Ofi­
cio, y d u ro , n o p reb en d a. Si con él se h an recibido riquezas
no es p a ra gozarlas sino p a ra usarlas de tal m odo q u e no se
e n c u e n tre com placencia en su adm inistración: “Os ap ro ­
piáis estas cosas, m as no com o h e re d e ro del apóstol, pues
él no p u e d e daros lo que no tuvo. Lo q u e tuvo eso os da: la
solicitud, com o os he dicho, sobre las Iglesias” 54.
H oy es u n tópico oficialista hablar de servicio, y sale a co­
lación bajo cualquier pretexto para cubrir u n m u n d o de in­
tereses m ezquinos. Sería inocente pensar en u n a sociedad
cristiana h abitada exclusivam ente po r santos o íntim am ente
m ovida p o r acen d ra d a caridad. Pero no podem os desechar
la vigencia cabal de auténticos ideales de vida sostenidos po r
la fe. La existencia m onástica fue lo bastante concurrida pa­
ra proveernos con u n ejem plo concreto de u n m odo de vivir
totalm ente volcado al servicio religioso. B ernardo piensa en
el oficio papal com o u n acto perp etu o de servicio. La fórm u­
la p a ra designarlo, servus servorum, no carecía de realidad.
“Este es el m odelo de los apóstoles, se p ro h íb e la dom ina­

5 4 . “D e la c o n s i d e r a c i ó n ”, op. rít., p á g . 6 0 3 .
LA CIUDAD CRISTIANA 799

ción y se intim a el servicio; el cual se hace m ás recom enda­


ble con el ejem plo del m ism o legislador, quien seguidam en­
te dice: estoy en m edio de vosotros com o quien sirve” 55.
El sum o p ontífice está p a ra servir a Dios, p e ro n o com o
el m onje p o r m edio de la contem plación, sino p o r la ac­
ción. D ebe m ovilizar sus arm as espirituales “p a ra a ta r a los
reyes con grillos y p o n e r esposas en las m anos a los g ran ­
d e s”. P ara reves y g ran d es los preceptos de la Iglesia son co­
m o cadenas im puestas p a ra evitar el crecim iento desm esu­
rad o del poder.
El p a p a está puesto sobre to d a potestad p a ra exigir de
ellas el cu m p lim ien to de sus deberes cristianos. Este es el
servicio m ás im p o rta n te de su a u to rid ad y p o r él la cristian­
d a d es u n c u e rp o m ovido p o r u n a sola alm a. Eso m ism o
q u e C arlos el G ran d e llam aba unanimitas.
N o es p e q u e ñ a la h e re d a d del apóstol. Las palabras de
C risto se e x tie n d en al orbe: “Id p o r todo el m u n d o y p red i­
cad el Evangelio a to d a c ria tu ra ”. B ern ard o precisa con vi­
g o r el carácter de la herencia: no se trata, com o vimos, de
posesión, de dom inio. Se trata de solicitud y cuidado: “Del
m ism o m o d o presidid sobre el m u n d o p ara p roveer lo con­
v eniente, p a ra inspirarle el bien, p ara m irar p o r sus d ere­
chos, p a ra g u ardarle. Presidid p a ra serle útil, presid id co­
m o siervo fiel y p ru d e n te a q u ien constituyó el S eñ o r sobre
su fam ilia” 56.
La cristiandad es u n a pluralidad de naciones que adm i­
ten u n solo co n d u cto r espiritual: el papa. Este no preside

55. “D e la con sid eración ”, op. át., pág. 604.


56. Ibidem, págs. 617-8
800 RUBEN CALDERON BOUCHET

u n a sociedad política. N o tiene la potestad im perial. Se limi­


ta a señalar el cam ino del R eino y usa su p o d e r p ara apartar
los obstáculos que se o p o n e n a su realización escatológica.
C ister tuvo u n a organización m onástica de cu ñ o aristo­
crático co m p arad a con la e stru c tu ra m o n árq u ica de Cluny.
B e rn a rd o fue excelente hijo de su o rd e n y de su época. Es­
to explica p o r qué razón, luego de co n sid erar las p re rro g a ­
tivas pontificias, re c u e rd a al p a p a la necesidad de resp etar
y h a c e r valer las otras je ra rq u ía s eclesiásticas. No conviene
u su rp a r las potestades in term ed ias con el p retex to de u n i­
ficar el com ando. A lega tres razones en sostén de esa con­
ducta: licitud, d ecen cia y b u e n a conducción.
El p en sam ien to político cristiano, sin descuidar jam ás la
legalidad, colocó sobre el o rd e n ju ríd ic o la in teg rid ad del
o rd e n m oral. Se p re o c u p ó d e n o d a d am e n te p o r la d ecen ­
cia, p o rq u e p ensó q u e el h o m b re in te rio r es fu en te de ac­
ción social y sin a rm o n ía en el alm a n o hay paz en las rela­
ciones h u m an as a u n q u e se posea la m ejor policía del
m u n d o . Sostuvo tam b ién la necesidad de fo rtalecer el sen­
tim ien to de responsabilidad personal en las respectivas ac­
tividades. Pensó conveniente dejar libradas al fuero íntim o
las decisiones fu n d am en tales de u n cargo im p o rta n te. M u­
chos e rro res atribuibles a la lib e rta d p ersonal p u e d e n ser
evitados p o r la precisión de u n b ien m o n ta d o aparato de
g o b iern o , p e ro el autom atism o de esta solución m o d e rn a
destruye la iniciativa, el h o n o r y la in d e p e n d e n c ia perso­
nal. El p e n sam ien to cristiano n o auspició u n optim ism o
m em o resp ecto a la b o n d a d n a tu ra l del h o m b re, p ero con
la confianza p uesta en la gracia de Dios le abrió u n crédito
am plio a su sentido de responsabilidad. El m u n d o m o d er­
n o b a b e a p e rm a n e n te m e n te u n beato optim ism o, p ero
LA CIUDAD CRISTIANA 80 1

reem p laza la lib ertad de decisión p o r la providencia m ecá­


nica de su estatolatría.
Esto explica p o r qué la E dad M edia conoció u n o rd en
de libertades, inconcebible p a ra n u estra m en talid ad for­
m ad a en las n o rm a s del Estado policial.

D e l o s o b is p o s y p r e l a d o s

Las consideraciones sobre el oficio papal valen p o r em i­


n e n c ia p a ra los obispos. U n h om bre ofrecido al S eñor debe
cuidar p rolijam ente su vida in te rio r y conservar así la virtud
apostólica. El obispo, a q u ien co rresp o n d e la potestad apos­
tólica, tiene la obligación de alcanzar el pleno desarrollo de
sus virtudes naturales teologales. No escapan a la sagacidad
de B ern ard o los peligros a que están expuestos los altos j e ­
rarcas de la Iglesia. Si sufre tentaciones u n m onje en la paz
re tira d a de u n m onasterio cuántas h a de p ad ecer q u ien se
e n c u e n tra al fren te de u n a diócesis y en m edio de las q u e­
rellas, los pleitos y las incidencias co rru p to ras del m undo.
Las virtudes sobrenaturales constituyen u n organism o es­
piritual alim entado en la m editación de las cosas de Dios
mas sostenido en el activo com ercio de la caridad. Sin el apo­
yo y la asistencia de los h erm anos en la fe es difícil perseve­
rar en u n esfuerzo heroico. El obispo necesita buenos conse­
je ro s capaces de hacerlo ver las acechanzas de su cargo.
B e rn a rd o establece categóricam ente la obligación de
u n a c o n d u c ta intachable fren te a los so bornos y seduccio­
nes del m u n d o . D u ran te la Edad M edia el estatuto social
del obispo co lindaba con las m ás altas prelacias. Esta sitúa-
802 RUBEN CALDERON BOUCHET

ción lo hacia sensible a los halagos del siglo y peligraba zo­


zo b ra r e n ellos, cu an to m ás h u m ild e la cu n a de d o n d e p ro ­
venía. B e rn a rd o observa todos estos escollos y no p u e d e ca­
llar la existencia de p relados m ejor dispuestos p a ra con el
m u n d o que p a ra con Dios.
La p u reza de corazón consiste en buscar la gloria de Dios
y el provecho espiritual del prójim o. El obispo debe ten e r
en c u e n ta am bos aspectos de su m isión p ara cum plir bien
con las exigencias del oficio y h o n ra r la etim ología de su
n o m bre. B ern ard o hace un ju eg o e ru d ito con el térm ino
pontífice: el que hace de p u e n te e n tre Dios y el hom bre.
El tratad o sobre las costum bres y oficios de los obispos
es u n a larga carta d irigida al arzobispo de Senas. D en tro de
varias consideraciones d e carácter general, m uy valiosas pa­
ra hacerse u n a idea del p ap el d esem p eñ ad o p o r los obispos
en la conducción del p u eb lo cristiano a su fin so brenatural,
hay u n a serie de ad m o n icio n es ad hominem, p a rticu larm en ­
te dirigidas al obispo de Sens.
B e rn a rd o habla sin tapujos y con la tre m en d a libertad
del h o m b re de Dios. C on e sp o n tá n e a n atu ralid ad se coloca
en u n p lan o teológico de d o n d e m ide las exigencias del ofi­
cio episcopal. Su p a tró n no es m enos riguroso que el em ­
plead o p a ra ap reciar la d ig n id ad papal.

D e l o s m o n jes

T oda la o b ra de San B ern ard o es u n a apología de la vi­


d a m onástica. C on el propósito de o frecer u n resu m en o r­
d e n a d o , p resen tam o s el tem a co n fo rm e a u n a exposición
LA CIUDAD CRISTIANA 803

fu n d a d a en cu atro trabajos. El p rim ero es u n largo serm ón


p red ic ad o en 1140 a los estudiantes de París d o n d e exam i­
n a la conversión del ap etito h u m an o hacia Dios. El segun­
do es su fam oso tra tad o Sobre el amor de Dios dirigido al car­
d en al H aim erio y q u e tien e la fo rm a de u n a larga epístola.
El terc ero , escrito e n 1143 y con u n p ró lo g o a los m onjes
de C hartres, versa sobre el p rec e p to y la dispensa. El cuar­
to es co n o cid o con el título de Apología y fue escrito con
a n te rio rid a d a los otros, en 1123, y p ro cu ra p o n e r u n p o ­
co de o rd e n resp ecto a su actitud con los m onjes de Cluny
n o siem p re b ie n in te rp re ta d a p o r causa de sus apasiona­
dos cargos.
Los cu atro trabajos, en el o rd en observado p o r la edi­
ción esp añ o la de sus obras, ofrecen u n a im agen clara de la
vida cristiana en g e n e ra l y de la religiosa en particular, tal
com o la co n ceb ía este g ran d o cto r del siglo XII.
M ucha tin ta c o rre en las lapiceras de los clérigos a la
m o d a p a ra d ar u n a in te rp re ta c ió n revolucionaria del cristia­
nism o. Sin lugar a dudas se im p o n e n algunas analogías en ­
tre la sociedad e n g e n d ra d a p o r la revolución y el m u n d o
cristiano. La m ás im p o rta n te quizá sea la im puesta p o r la
necesid ad del apostolado. En am bos procesos históricos
hay u n a fo rm a de vida decisiva y paradigm ática sostenida
p o r u n a m in o ría dispuesta a co n d u cir el m ovim iento. En la
cristiandad fu ero n los clérigos en general y p articu la rm e n ­
te los m onjes los encargados de ofrecer el m odelo h u m an o
c o n fo rm e al cual d e b ía ajustarse, en la m ed id a de lo posi­
ble, la existencia de los seglares.
El cristiano es el h o m b re a q u ien Dios llam a p a ra cons­
titu ir su Reino. El revolucionario es la versión laica, n a tu ra ­
lizada, de este llam ado. La vocación es sen tid a con énfasis
804 RUBEN CALDERON BOUCHET

especial p o r q u ien asum e la responsabilidad de cu id ar p o r


su salvación y la de los otros.
M isteriosa es la voz del S eñ o r y tarea difícil discern ir las
fases del desarrollo espiritual. Se hace necesaria u n a p er­
m a n e n te vigilancia sobre los sentidos y u n a constante aten ­
ción puesta en co rre g ir el tu m u lto de las pasiones p ara p er­
cibir su llam ado.
“E ntre tanto, oyendo el h o m b re la voz del Señor: Volved
al corazón y h allan d o tan g ran d es fealdades en su aposen­
to interior, p ro c u ra c o n sid e rar con aten ció n u n a p o r una,
todas sus cosas, y ex p lo ra con curiosa diligencia p o r dó n d e
p u d ie ro n e n tra r estas a b o m in a cio n e s” 57.
La conversión significa, fu n d am e n ta lm e n te, u n giro de
la fuerza espiritual hacia Dios. No es posible e n te n d e r su
realid ad psicológica fu e ra del cristianism o. U na idea del
h o m b re caído en el p ecad o original y rescatado p o r la pa­
sión y m u erte de Cristo le sirve de fu n d am e n to a n tro p o ló ­
gico y religioso. N o hay conversión sin caída previa.
¿Q uién p o d ría c o m p re n d e r la necesidad del giro inte­
rio r de la voluntad h u m an a hacia Dios si la p rim e ra preva­
ricación no la h u b iera a p artad o de El?
T odo el cristianism o reside en la conversión. No sería po­
sible p en sar en u n a sociedad cristiana sin esta radical o rien ­
tación del apetito. Los hom bres llam ados al servicio de Dios
d e b e n d a r el ejem plo y servir de guías a todos los otros.
La voluntad es ind u cid a a q u e re r las cosas celestiales m e­
d ian te u n delicado trabajo espiritual. C uando el h o m b re se
h a h a b itu a d o a a p a rta r de sí los deleites y las pasiones infe-

5 7 . “S o b r e la c o n v e r s ió n ”, C ap . V, op. cit., T. II, p á g . 7 1 6 .


LA CIUDAD CRISTIANA 805

riores, el alm a com ienza a p ercibir “el lugar del adm irable
ta b e rn á c u lo ”.
U n lenguaje tran sid o de m etáforas bíblicas n o hace fá­
cil el cam ino p o r los libros de San B ern ard o . Nos gustaría
u n a descrip ció n m ás psicológica de la ex p e rien c ia m ística,
p e ro deb em o s c o n fo rm arn o s con el id io m a poético de la
ép o c a y ad v ertir e n él las etapas de u n itin era rio de p erfe c ­
ción religiosa.
“N o penséis — nos advierte— que es u n lugar corporal
este paraíso de las delicias interiores. No se p e n e tra con los
pies en este h u e rto , sino con los efecto s... Allí se gustan a n ­
ticip ad am en te, en el ansia de los deseos, las incom parables
delicias de la c a rid a d ” 58.
¿Se p u e d e c o n d u c ir a los h om bres hacia el R eino de
Dios si no se p re g u n ta su realidad en la m ística anticipa­
ción de la ex p erien cia interior?
En las cosas terren a s — d irá B ern ard o — n o hay sacie­
dad. El fastidio, la h a rtu ra y la envidia acom pañan al gozo
del m u n d o com o u n cortejo de ignom inia. La vida espiri­
tual crece con la ex p erien cia y el ejercicio de la virtud.
N o es ta re a fácil com p ro b arlo p o rq u e la p ru e b a exige el
esfuerzo de la conversión. C u ando se h a a p a rtad o el apeti­
to d e su ten tació n obsesiva com ienza el d u ro cam ino del
aprendizaje. U n co rto tra tad o de teología ascética p ara uso
de clérigos sucede a estas reflexiones. B ern ard o nos m ete
en los entresijos de u n a educación cuyo valor pedagógico
hem os olvidado y que a veces p rete n d em o s red e sc u b rir con
m odestas incursiones e n la técnica yoga.

5 8 . “S o b r e la c o n v e r s ió n ”, T. X III, 2 5 , op. rít., p á g . 7 2 8 .


806 RUBEN CALDERON BOUCHET

El servicio im p o n e sacrificios y éstos no son aceptables si


el alm a no e n c u e n tra e n ellos com placencias superiores.
B e rn a rd o llam a b ien aventurados a los que o b ran la paz y la
realizan en sus relaciones con los otros. No p u e d e n o b rar
pacíficam ente los desasosegados, los inconstantes, los ava­
rien to s y duros de corazón.
Se rep ite la e te rn a lección del cristianism o: sin o rd e n in­
terio r n o p u e d e h a b e r o rd e n político y n o hay o rd e n inte­
rio r sin rec ta disposición del dinam ism o m oral. D o n d e no
p re d o m in a el a m o r de Dios, g o b iern a la concupiscencia.
B e rn a rd o trata de re sp o n d e r a la pregunta: ¿Por qué de­
be ser am ado Dios? Su resp u esta ofrece dos aspectos: u n o
in m ed iato nacido de sus pródigas palabras, otro m ediato
in sp irad o p o r el contexto doctrinal.
O m itim os el p rim e ro de ellos p o rq u e, a u n q u e m ás cer­
can o a la letra, sería difícil de e n te n d e r p a ra u n h o m b re de­
c id id am en te im p erm eab le a la gracia con poco gusto p o r la
len g u a religiosa.
L im itarem os n u estro esfuerzo a señalar la resp u esta que
nace de su d o c trin a y tratarem os de hacerlo en u n idiom a
algo m enos ex trañ o a los usos de la época.
El h o m b re h a sido h e c h o a sem ejanza de Dios. La simi­
litu d es raíz de la espiritualidad de tal m o d o q u e las funcio­
nes in telectu ales del h o m b re son el cam ino n a tu ra l del as­
censo hasta Dios. A scender a Dios — decía A gustín— es
e n tra r en el ám bito de la sem ejanza. Para q u e el sendero
q u e d e ex p ed ito conviene p u rificar el alm a espiritual de to­
d a in flu en cia sensible: apetitos, im ágenes, sensaciones, re­
cuerdos, p a ra intensificar así el parecido con la fu en te
cread o ra.
LA CIUDAD CRISTIANA 807

C u an d o la m irad a del espíritu triu n fa de sus cadenas


corporales se hace diáfan a p ara p ercibir u n a realid ad más
in ten sa y pura.
Este acercam iento n o es m ero ejercicio de la razón y m u­
cho m enos se trata de conjugar palabras teológicas y hallar
su c o rresp o n d en cia sem ántica. Es u n a experiencia existen-
cial, u n a conquista de la p ro p ia vida alcanzada en u n a serie
progresiva de ilum inaciones interiores. Com o fru to de este
ejercicio, de esta intensificación de la sem ejanza, se advier­
te la presen cia de Dios en el fondo del alma. Parece ser —y
nos arrim am o s a este atisbo con curiosidad de profano—
qu e la visión de Dios y el descubrim iento de la p ro p ia reali­
d ad son la o b ra de u n m ism o acto.
A ltura a rd u a de alcanzar, p ero luego de log rad a p e rm i­
te u n a observación del m u n d o desde su ángulo m ás ad e­
cuado. Esto explica la seren a seguridad del m ístico en la
ex actitud de su p u n to de vista y aquel excelso d esd én con
q u e co n sid era las apreciaciones m era m e n te h u m an as del
o rd e n real. Allí advierte tam bién el carácter ilusorio de las
esperanzas forjadas en la caducidad y la quim érica insensa­
tez de c o rre r tras las som bras del ser. En esa situación, el ni­
vel de la co n sid eració n intelectual coincide con la pureza
m oral conquistada: n o se p u ed e co n tem p lar la verdad si el
ojo del alm a no es p u ro .
B ern ard o habla del precepto y la dispensa a propósito de
u n tratado dirigido especialm ente a los m onjes de C hartres.
Se ex tiende sobre las exigencias de la obediencia m onástca,
pero sus reflexiones sirven p erfectam ente p ara u n a conside­
ración sobre la p ru d e n c ia política obediencial. C uando se
está legítim am ente bajo u n a potestad la obediencia se im ­
p o n e com o obligación ineludible pero, afirm a B ernardo,
808 RUBEN CALDERON BO U CH ET

“m i su p erio r no m e estorbe cum plir lo que he prom etido.


N o exija de m í más de lo q u e he prom etido. N o añ ad a más
a m is votos sin mi consentim iento, no les q uite n a d a sin u n a
evidente necesid ad ” 59.
La sociedad cristiana, a u n en aquellas com unidades
d o n d e se h a h ech o voto especial de obediencia, es com uni­
dad de h om bres libres. La o b ed ien cia es virtud social p o r
antonom asia. Sin ella el c o n ju n to co m unitario carece de
a rm o n ía y no p o d ría lograrse el bien com ún. P ero n o es la
virtud guía de todas las otras ni p u e d e sustituir el ju ic io p e r­
sonal de la conciencia. La o rd e n del su p erio r term in a d o n ­
de com ienza m i alb ed río y allí d o n d e fo rm u lo u n ju icio de
valor capaz de d e te rm in a r m i acción.
La cristiandad fue un o rd e n social form ado bajo la direc­
ción espiritual de la Iglesia. La o bediencia de los súbditos a
las legítim as autoridades se hacía conform e a las prelacias
establecidas p o r Cristo. En esta d o ctrin a se e n c ie rra u n a de
esas verdades tan difíciles de alcanzar p ara la m entalidad
m o d ern a: el santo es el p rofeta de Dios, el ho m b re transpa­
re n te al m an d ato del Espíritu Santo y som etido a sus delica­
das indicaciones. P or eso hasta los papas y los em p erad o res
plegaban an te él sus rodillas y obedecían su palabra.
En la e c o n o m ía n orm al del o rd e n , los fieles estaban so­
m etidos al obispo y éste al p ap a de R om a y el p ap a a Cris­
to. La o b e d ie n c ia tiene el lím ite señalado p o r la potestad
d e Cristo. El p a p a no p u ed e m a n d a r c o n tra la in teg rid ad
de la Iglesia, ni p o n e r d e trim e n to a las verdades sostenidas
p o r las Escrituras y el santo m agisterio.

5 9 . “D e l p r e c e p t o y d e la d is p e n s a ”, op. cit., V, II, p á g . 7 8 6 .


LA CIUDAD CRISTIANA 809

D e l a n u e v a m il ic ia

H ab ién d o se fu n d ad o en 1118 la o rd e n religiosom ilitar


de los tem plarios, B e rn a rd o escribió p a ra ella u n a suerte
de ap o lo g ía a p ed id o del p rim e r gran m aestro H ugo de Pa-
ganis. N o es arb itrario ver en este trabajo del ab ad de Cla­
raval el p en sam ien to cristiano sobre el ejercicio de las ar­
mas. El hijo del caballero Tescelin de F ontaines n o n egaba
las virtudes de su raza m ilitar y consideraba p erfectam en te
digno de u n cristiano com batir co n tra los enem igos de la
fe con in stru m e n to s de guerra.
B ernardo no se escandaliza de que los hom bres lleven
com bate unos co n tra otros, ni que se resista generosam ente
a u n enem igo corporal con las arm as propias del cuerpo.
T am poco le parece rara la existencia de luchadores espiri­
tuales en g u e rra co n tra las pasiones, los vicios y los dem o­
nios. Pero llam a su atención y le parece cosa p ro p ia de la
época la form ación de u n a o rd en m ilitar dispuesta a com ba­
tir el b u e n com bate sobre am bos frentes al m ism o tiem po.
“C iertam en te — dice— este soldado es in tré p id o y está
seg uro p o r todas partes. Su espíritu se halla arm ad o del cas­
q u e te de la fe, igual que su cu erp o de la coraza de hierro.
F ortalecido con estas dos suertes de arm as, no tem e ni a los
d em onios, ni a los h o m b re s” 60.
C u an d o el soldado com bate exclusivam ente p o r motivos
tem porales, su alm a está tan expuesta com o su cuerpo y de­
b e tem e r la doble m u e rte que lo espera p o r la injusticia de
su causa.

6 0 . “D e la e x c e l e n c i a d e la n u e v a m ilic ia ”, op. cit., I, 1, p á g . 8 5 4 .


810 RUBEN CALDERON BOU CHET

“Si la causa de aq u el q u e p elea es ju sta , su éxito n o p u e ­


de ser m alo, así com o el fin no p u e d e ser b u e n o si es de­
fectuoso su m otivo y torcid a su in ten ció n . Si, con la volun­
tad de m ata r a tu en em ig o , tú m ism o quedas ten d id o ,
m u eres h a c ié n d o te hom icida; y, si quedas v en ced o r y h a­
ces p e re c e r a tu c o n tra rio con el designio de triu n fa r de él
y vengarte, vives hom icida. Pues ya m ueras, ya vivas, ya seas
victorioso o vencido, de n in g ú n m o d o te es ventajoso ser
h o m ic id a ” 61.
La m ilicia secular, sin co n ten id o espiritual en sus desig­
nios, p e rte n e c e a la m alignidad del siglo.
B e rn a rd o apro v ech a la o p o rtu n id a d p a ra llevar u n a
carga c e rra d a c o n tra las costum bres m ilitares de la época.
Se b u rla de las largas cabelleras y hace escarnio de los u n i­
fo rm es fastuosos, p ensados p a ra pavonearse y no p a ra pe­
lear.
En el elogio de los nuevos caballeros de Cristo señala el
p ropósito so b ren atu ral del com bate. La justicia de su lucha
d a sentido religioso a su victoria y abre las p u e rta s del pa­
raíso p a ra los m uertos en la pelea.
N o co n sid era b u e n o d ar m u erte a los enem igos de la fe
si éstos n o se m ueven co n tra ella, p ero piensa q u e es más
ju sto llevarles g u e rra y n o ag u an tar sus injurias, sus presio­
nes y sus violencias. “Es m ás ju sto com batirles a h o ra y no su­
frir siem pre la do m in ació n de los pecadores sobre la cabe­
za/ de los ju s to s ...” 62.

61. “De la excelen cia de la nueva m ilicia”, op. cit., I, 1, pág. 854.
62. Ibidem, pág. 858.
LA CIUDAD CRISTIANA 811

Se levanta c o n tra los pacifistas a toda costa, valiéndose


d e a rg u m en to s extraídos de los Evangelios. C risto h o n ró el
oficio del soldado y ja m á s dijo n a d a co n trario al ejercicio
de las arm as: “D ispersen, pues, y disipen con seguridad a
los infieles q u e buscan la g u e rra y sean ex term in ad o s aque­
llos que nos c o n tu rb a n c o n tin u am en te y arrojados de la
ciu d ad del Salvador todos los im píos que co m eten la iniqui­
dad y a n h e la n ro b a r los inestim ables tesoros del pueblo
c ristia n o ” 63.
Se e x tien d e luego sobre los lugares santos pro p u esto s a
la custodia de la nueva milicia y exalta en todos ellos la p re ­
sencia del Señor. U n a lección clara surge de su apología. El
cristiano tiene el d e b e r de d e fe n d e r el patrim o n io espiri­
tual de su cred o con las arm as en la m ano y c u an d o ejerce
el oficio q u e h o n ra ra el rey David, debe hacerlo con serie­
dad ro m a n a y llevar el com bate p o r la v erd ad era ju sticia
con valor sin m engua.
Pese a ser B e rn a rd o u n o de los doctores m ás angélicos
p o r su insp iració n , no hallam os e n él n in g ú n p ecad o de
angelism o a n te los p ro b lem as del m u n d o y n a d a de ese
pacifism o b o rre g u il q u e tan to se le re p ro c h a al cristianis­
m o p o r p a rte de los p e n sad o res influidos p o r NietzsChe.
Las épocas fu ertes de la Iglesia h a n sido tiem pos de h ierro
y n o de m anteca.
Respecto de la d o c trin a de Cristo, todos los e rro res exis­
tentes d e p e n d e n de u n a in te rp re ta c ió n naturalista. Ya sea
qu e se lo vea com o u n a enseñanza de inspiración ju d ía o
com o u n c u erp o de pen sam ien to influido p o r el espíritu

6 3 . “D e la e x c e l e n c i a d e la n u e v a m ilic ia ”, op. cit., III, 5.


812 RUBEN CALDERON BOU CHET

griego bajo u n a e stru c tu ra ju ríd ic a rom ana, se trata siem ­


pre de d a r u n a in te rp re ta c ió n fu n d ad a en u n a realidad so­
ciocultural. P ara el cristiano el cristianism o n o es u n fenó­
m en o de cultura, a u n q u e to d a u n a sociedad se haya
fu n d a d o sobre él.

D e l g o b ie r n o d e l o s p r in c ip e s

R educida a sus líneas principales la teo ría política cris­


tian a es u n a sola y está to ta lm e n te ded u cid a de las exigen­
cias de la fe. El h o m b re h a sido creado p o r Dios p a ra ser­
virlo y de esta m an era salvar su alm a, p a ra n a d a más.
E n el claro dibujo de esta afirm ación dogm ática está
c o n te n id o el p ap el de los g o b iern o s tem porales: d e b e n
servir a la Iglesia p ara que ésta p u e d a realizar su o b ra sal­
vadora.
Son p o d e re s com isionados y ex traen su carácter cristia­
n o de la su b o rd in ació n al fin señalado p o r la Iglesia. Ber­
n a rd o n o se ocupó de e x p o n e r esta d o ctrin a en u n tratado
especial, p e ro hay claras referencias a ella en todos los tra­
bajos d o n d e , aleatoriam ente, tra ta del g o b iern o de las co­
sas tem porales. En la epístola a C o n rad o , rey de los rom a­
nos, ensaya u n resu m en breve y feliz.
El rein o y el sacerdocio coinciden en Cristo Jesús p o r­
q u e en él se d an, e m in en tem en te, am bos títulos. El apoyo
escriturario lo e n c u e n tra en la m ezcla de las estirpes cuya
sangre llevó Cristo: Leví y ju d á . El las c o n fed eró en su cuer­
p o y, al asum ir la je fa tu ra del pueblo cristiano, las sostuvo
con su p resen cia mística: “P o r tanto lo q u e Dios unió no lo
separe el h o m b re. Mas b ien lo que d e te rm in ó la au to rid ad
LA CIUDAD CRISTIANA 813

divina p ro cu re p o n e rlo en práctica la voluntad h u m an a y


ú n an se los ánim os e n la u n id ad de la in stitu ció n ” 64.
La Iglesia, p erseg u id a p o r am biciones de los p oderes te­
rren o s, d eb e ser lib e rad a p o r quien tiene la espada del go­
b ie rn o tem poral y se dice a sí m ism o cristiano. Com o p rín ­
cipe d e b e d e fe n d e r la corona, com o cristiano d eb e p o n e r
su espada al servicio de la fe.
En o tra carta, escrita a los h abitantes de M ilán, se refie­
re a la su p rem acía de la Iglesia R om ana puesta p o r Cristo a
la cabeza de las otras Iglesias: “Q uien resiste a este p o d e r
resiste al o rd e n q u e rid o p o r D io s...” 65. Se trata de la potes­
tad eclesiástica, p e ro su dom inio espiritual se ex tiende a los
p rín cip es cristianos puestos p o r Dios a la cabeza de sus res­
pectivos pueblos.
Más ex p lícitam en te señala esta d e p e n d en c ia en el trata­
do Sobre la consideración cu ando rec u e rd a al p a p a E ugenio
la am o nestación del S eñ o r a Pedro: “Vuelve tu espada a la
vaina”. La espada es in stru m e n to de g o b iern o y el S eñor no
h u b ie ra o rd e n a d o a P ed ro envainar su espada, si la espada
no hubiese sido suya: “V uestra es pues ella tam bién — le es­
cribe a E ugenio— , y debe ser desenvainada, quizá, p o r
vuestra in sinuación p ero n o p o r vuestra m a n o ”.
El lenguaje de las espadas, a u n q u e m etafórico, reve­
la u n a d o c trin a clara. La Iglesia posee am bas potestades: la
espiritual y la tem poral. Ejerce la p rim e ra com o com etido
específico y e n tre g a el p o d e r tem poral a los reyes p a ra que
éstos lo ejerzan en su n o m b re y bajo su vigilancia severa.

64. A Conrado, 1.
65. Patrología latina, T. CLXXXII.
814 RUBEN CALDERON BOU CHET

“U n a y o tra e s p a d a ... son de la Iglesia. La tem p o ral de­


be esgrim irse p a ra la Iglesia y la espiritual p o r la Iglesia. La
e spiritual p o r la m an o del sacerdote, la tem p o ral p o r el
soldado, p e ro a la in sin u ació n del sacerdote y al m an d ato
del rey ” 66.
El m ism o co n cep to y casi con las m ism as palabras se re­
pite en la epístola que lleva el n ú m e ro 256 en la Patrología
latina de M igne.
B e rn a rd o n o h u b ie ra sido el h o m b re m ás significativo
de su tiem po, si e n tre su p réd ica y su acción espiritual so­
b re los g ran d e s del m u n d o hubiese hab id o u n abism o in­
salvable. El a rd o r m ístico p u esto en su o b ra sacerdotal lo
volcó en la p redicación de las cruzadas. El O ccidente e n te ­
ro cayó bajo la sugestión directa de su p alab ra y to d a la cris­
tia n d a d se puso en m ovim iento im pulsada p o r el verbo ins­
p irad o de su profeta.
Las cruzadas n o tuvieron el éxito ex terio r de u n a em ­
p resa m ilitar victoriosa, p ero sellaron la u n id a d de los paí­
ses occidentales y provocaron la eclosión de ese m aravillo­
so siglo XIII con su tre m e n d a luz espiritual y las n ubes de
sus oscuros presagios.

6 6 . D e Consideratione, L. IV, C. 3-7, T. II, p á g . 6 3 9 .


C a p i t u l o IV
EL PAPADO HASTA LA REFORMA GREGORIANA

T e o c r a c ia

El trabajo de escribir sobre la Edad M edia p a ra hom bres


fo rm ad o s en el esp íritu de la revolución m o d e rn a se hace
m ás pesado p o r la tare a supletoria de traducir el lenguaje
cristiano a fórm ulas nacionales inspiradas en u n a m entali­
d ad diferente.
H ay u n feliz instante, en el desarrollo de n u estra inteli­
gencia, en q u e ciertas palabras resu m en sintéticam ente to­
d o u n vasto p a n o ra m a de la historia. El térm in o totalidad,
en esa te m p ra n a edad, te n ía p a ra m í el p o d e r m ágico de
d a rm e u n a id ea co m pleta sobre la a p titu d in te g rad o ra del
o rb e cristiano. Lo h a b ía tom ado de u n a poesía de C hester­
ton y p arecía inventado especialm ente p a ra señalar la h u ­
m an a p reo cu p ació n de d ar ad ecu ad a respuesta a la p ro b le ­
m ática radical de la existencia.
“U n a cosa im p o rta — decía el p o eta— : todo. L‘o dem ás
es vanidad de v anidades.”
816 RUBEN CALDERON BOU CH ET

La im p o rta n c ia de la totalidad m edieval no ten ía u n sen­


tido cuantitativo y sin o rd en . La idea suponía, necesaria­
m en te , la visión de u n a o rd e n a d a distribución de partes in­
tegrantes y esto no p o d ía ser sin la existencia precisa de un
p rin cip io p rim ero y ú n ico, cuya prelacia indiscutible gra­
d u a b a y co n fo rm ab a la colocación de todas las otras cosas.
Ese p rin cip io p rim e ro era, p a ra la co n cep ció n cristiana
del m u n d o , Dios. P ero n o Dios com o id ea e n c o n tra d a al
cabo de u n a afanosa elab o ració n teórica, sino el Dios vivo
de la revelación d e N uestro S eñ o r Jesucristo. Ese Dios úni­
co q ue, en la p e rs o n a de Jesús h o m b re, h a b ía resum ido sus
designios sobre la h u m a n id a d , constituyendo u n pu eb lo
itin e ra n te p a ra llevarlo a la realización escatológica del
R eino.
Cristo, com ienzo y co ro n ació n de la C iudad Cristiana,
e ra la clave p a ra la in te rp re ta c ió n de su historia y del carác­
te r total, integrador, q u e tuvieron sus instituciones. C on el
prop ó sito de lanzar al com ercio intelectual u n térm in o de­
notativo de las aspiraciones políticas m edievales, se h a que­
rido d esignar la aspiración a la totalidad de la C iudad
C ristiana con la p alab ra teocracia 67.
El vocablo tien e su valor y, si se lo to m a con algunos re­
caudos, no es p e o r que otros para expresar ese im pulso de
o rd e n total q u e alien ta e n el corazón de la vida cristiana.
C om o todas las nociones políticas está im p re g n ad a de
instancias helenísticas y surgió, con to d a probabilidad, pa­
ra d esignar u n tipo de régim en político d o m in ad o p o r el
estam en to sacerdotal. El diccionario recoge la acepción eti­
m ológica del térm ino: g o b iern o ejercido d irectam en te p o r

6 7 . M a r c e l P a c a u t, L a Théocratie, P arís, A u b ie r , 1 9 5 7 .
LA CIUDAD CRISTIANA 817

Dios a través de u n p ro fe ta o de llana po testad realizada


p o r u n a casta co n o ced o ra, p o r vía de revelación, de los de­
signios divinos.
El p rim e r significado n o c o rre sp o n d e a las pretensiones
cristianas. Dios instituyó la Iglesia C atólica p a ra g o b iern o
espiritual de su pu eb lo santo, p ero no trató de sustituir con
ella el im perio, ni dio a sus sacerdotes el p o d e r político.
La en señ a n z a trad icio n al de la Iglesia, rec o g id a e n la
b o c a del Señor, es clara respecto de la división de los po­
deres: d a d al C ésar lo q u e es del C ésar y a Dios lo q u e es
d e Dios.
La situación política señalada p o r la seg u n d a acepción
reclam a u n a distinción: si se trata de un g o b iern o directa­
m e n te ejercido p o r sacerdotes la sociedad cristiana co n o ­
ció este rég im en solam ente en los Estados Pontificios. C on
to d o n o se p u e d e h a b la r de teocracia en sentido estricto,
p o rq u e la distinción e n tre la tarea sacerdotal y la política
seguía siendo válida. U n cristiano p o d ía criticar acerba­
m en te los e rro res políticos de ese g o b iern o , sin caer bajo el
a n a te m a del p o d e r espiritual. U n a teocracia cabalm ente tal
hace sagrados todos sus actos adm inistrativos. N in g ú n cris­
tiano c o n o c ed o r de la d o c trin a creía p e c ar co n tra la fe p o r
erigirse e n cu estio n ad o r de la adm inistración papal. D ante,
en em ig o d eclarado del g o b iern o pontificio, no fue incul­
p a d o p o r el delito de herejía, pese a h a b e r m etido en el in­
fie rn o a B onifacio VIII y otros que p ecaro n c o n tra la 'se r­
va Italia, di d o lo re o ste llo ...”.
Si la p alab ra teocracia se lim ita a señalar la suprem acía
espiritual de la Iglesia sobre las naciones cristianas y el ejer­
cicio de u n a p o testad religiosa p o r encim a de las au to rid a­
des civiles, el cristianism o fue u n a teocracia.
818 RUBEN CALDERON BO U CH ET

P ero n o nos apurem os. U n a n o ció n usada p a ra designar


u n a fo rm a de la so b eran ía política no p u ed e ser trasladada
a o tro nivel de consideración sin alterar su co n ten id o se­
m ántico. Si se llam a teocracia a u n rég im en político, no se
p u e d e u sar el m ism o té rm in o p ara indicar la prelacia espi­
ritual de la Iglesia.
M arcel Pacaut, p a ra im p o n e r su p u n to de vista, apela a
la definición de so b e ra n ía d a d a p o r B odino: “la potestad
de c o m a n d a r y obligar sin p o d e r ser com andado ni obliga­
do p o r n ad ie sobre la tie rra ”.
A dm ite el cará c te r abstracto de la definición y la n ece­
sidad de p o n e r algunos lím ites a la posibilidad de su apli­
cación concreta. L uego de c o n sid e rar u n a serie de argu­
m en to s capaces de a b la n d a r su cu ñ o lapidario, la usa p a ra
aclarar el sentido de la teo cracia cristiana.
A m í m e p arece poco usable la definición de B odino, en
p rim e r lu g ar p o rq u e esa idea de la so b eran ía n o es cristia­
n a y m al p u e d e te n e r validez p a ra u n a sociedad transida de
instancias teológicas cristianas. N adie, a no ser Dios m ism o,
se sintió en la E dad M edia d u eñ o de u n a p otestad de esa
naturaleza: el papa, p o rq u e la ín d o le de su oficio lo erigía
en custodio de u n depósito teológico cuyo c o n te n id o no
p o d ía m odificar a su arbitrio; el e m p e ra d o r o los príncipes,
p o rq u e sus respectivos poderes estaban lim itados p o r los
usos, las costum bres, las leyes consuetudinarias, los privile­
gios personales y com unitarios y p o r los inalterables princi­
pios religiosos. Am bas potestades se ejercían en jurisdiccio­
nes distintas que se lim itaban m utu am en te.
Sólo se p u e d e h a b la r de u n a teocracia cristiana si con
ello se designa la existencia de u n a au to rid ad espiritual que
juzgaba, desde su perspectiva propia, a los reyes y príncipes
LA CIUDAD CRISTIANA 819

cristianos, c u an d o éstos se ap artab an del cum plim iento de


sus deb eres m orales y religiosos.
R ecién en el siglo X III Aegidio R om ano expuso con ri­
gidez racionalista u n a teo ría política teocrática. P ero este
teólogo católico e ra u n m ero teorizador sin efectiva in­
flu en cia sobre el p en sam ien to práctico cristiano y con cier­
ta inclinación a ex ag erar la a u to rid ad de la Iglesia y exten­
d e rla a te rre n o s q u e ella m ism a n u n c a h a b ía reivindicado
com o suyos.

La a u t o r i d a d e c l e s iá s t ic a e n l o s s ig l o s IX y X

La d eb ilid ad de los sucesores de Carlos el G ran d e y la


te n d e n c ia al fraccionam iento político confirm an, en algu­
n a m ed id a, el crecim iento de la a u to rid ad de la Iglesia.
M arcel P acaut observa d u ra n te el rein ad o de Luis el Piado­
so la aceleración de este proceso. Luis I de Francia, llam a­
do el Piadoso, era hijo de C arlom agno y de H ildegarda. N a­
ció en el 778 y sucedió a su p a d re en el tro n o en el 814.
D esde ese añ o hasta el 840 fue rey de los francos y e m p era­
d o r de O ccidente. Esta es u n a m an e ra de hablar, pues en
rea lid a d C arlom agno dejó a su hijo u n a h e re n c ia que éste
n o p u d o rec o g e r en to d a su plen itu d . N o le faltaban a Luis
condiciones personales, p e ro la figura im p a r de su p ad re
h a b ía cread o u n rein o a su m ed id a y no a la de su hijo.
L a m u e rte precoz de sus h e rm a n o s P ep in o y Carlos con­
virtió a Luis, sim ple rey de A quitania, en h e re d e ro de un
in m en so territo rio . H izo lo posible p o r sostenerlo, pero
m ás p re o c u p a d o p o r las bu en as costum bres que p o r la p o ­
820 RUBEN CALDERON BOU CHET

lítica se ro d e ó de clérigos y dio a su corte el aspecto de un


convento.
“La concepción q u e C arlom agno se h ab ía h ech o del po­
d e r secular e ra de base m oral y religiosa: u n a au to rid ad
tem p o ral fírm e es necesaria a los sacerdotes y a los fieles pa­
ra asegurar las condiciones m ateriales de paz y o rd e n con­
v enientes a la salud d e las almas. Este criterio dio al viejo
e m p e ra d o r el d e re c h o a vigilar la co n d u cta del je fe de la
Iglesia y a su m isión tem p o ral u n propósito espiritual. En
n o m b re de tal objetivo la Iglesia ten ía cierta a u to rid ad so­
b re el im perio. El p a p a ap rovechará la ocasión p a ra acre­
c e n ta r su p o d e r sobre u n e m p e ra d o r u n poco p erd id o en
el cesaropapism o p a te rn a l” 68.
A esta p e q u e ñ a insuficiencia de o rd e n personal se su­
m an las querellas iniciadas c o n tra el nuevo e m p e ra d o r p o r
sus tres hijos. Am bos elem entos fo rm a n el co n tex to del dra­
m a de Luis el Piadoso.
En el a ñ o 817, cediendo a u n h ab itu al m ovim iento de
debilidad, Luis re p a rte el im perio e n tre sus hijos, sin satis­
facer con esta m ed id a las crecientes exigencias de los tres
príncipes. Instigados p o r clérigos am biciosos y cada día
m ás a b u n d a n te s en las cercanías del poder, los príncipes
vuelven a levantarse c o n tra Luis y sum en el rein o e n el de­
so rd e n de u n a rey erta caótica.
De esta situación de desm edro p a ra la política im perial,
salió favorecida la potestad del pontífice rom ano. Se libró
de la vigilancia m a n te n id a p o r Carlos el G rande con firm e
solicitud y obtuvo la lib ertad de la elección papal. El em p e­

68. Emile Léonard, “L’Empire Franc d ’Occident, l ’Orbe du Saint Empire”,


Histoire Universelle, Paris, La Pléiade, Gallimard, 1957, T. II, pâg. 399.
LA CIUDAD CRISTIANA 821

ra d o r ya n o in te rv en d ría en ella y los príncipes serían n oti­


ficados c u an d o el h ech o estuviera consum ado.
Los sínodos de ese p erío d o reafirm an la au to n o m ía pa­
pal, la p rim acía de lo espiritual sobre lo tem poral, p ero no
niegan la in d e p e n d e n c ia del p o d e r im perial. Le reco n o cen
u n a d irecta p roveniencia de Dios, p ero distinguen con p re­
cisión escolástica la auctoritas apostólica de la sim ple potestas
im perial. La d iferen cia señalada está llen a de reservas m en ­
tales y n o es difícil p e rc ib ir en ella el reco n o cim ien to im plí­
cito de la p rim acía papal.
Luis el Piadoso m uere en el año 840 y el im perio carolin­
gio q u e d a definitivam ente dividido entre sus tres hijos. El 14
de feb rero del 843, luego de u n a prolongada g u e rra en tre
los herederos, el tratado de Verdón establece las bases terri­
toriales de la división. Carlos recibe los países situados al oes­
te del Escalda, Mosa, Saona y Ródano, incluidas las m arcas
ibéricas. Luis, llam ado el G erm ánico, los territorios situados
a la d e rech a del Rin con la excepción del arzobispado de
M aguncia situado en su orilla izquierda y que tam bién pasa
a in teg rar la h e re d a d de Luis. Lotario es conform ado rey de
esa im posibilidad geográfica llam ada Lotaringia y, ju n to con
sus inconvenientes geopolíticos, el título de em perador.
No vamos a seguir en sus p o rm e n o res históricos las vici­
situdes de estos tres reinos, ni las querellas in terio res de ca­
d a u n o de ellos suscitadas p o r nuevos fraccionam ientos.
Fue u n clérigo lionés, conocido con el n o m b re del diácono
Floro, q u ien resum ió en versos latinos el epitafio al im perio
desaparecido:

Floruit egregium claro diademate regnurn


princeps unus erat, populus quoque subditus unus,
822 RUBEN CALDERON BO U CH ET

...At nuc tantus apex tanto de culmine lapsus.


... Cunctorum teritur pedibus diademate nudus.
Perdidit impeni pariter nomenque decusque,
et regnum unitum concidet sorte triforme
induperator ibi postque jam nemo putatur.
Pro rege est regulus, pro regno fragmina regni69.

Los obispos tra taro n de m a n te n e r la u n id a d de estos rei­


nos intensificando el valor de la fe. D efensores convencidos
del im perio, los obispos tie n e n de él u n a idea incom patible
con el antiguo concepto ro m a n o . Si algo sostiene la u n id ad
de las naciones cristianas es la Iglesia. A ella le com pete
asignar la m isión im perial y m a n te n e r la paz e n tre los diver­
sos reinos.
La carta escrita p o r A gobardo de Lyon a Luis el Piadoso
establece con sencilla claridad este nuevo criterio:
“U n a m ism a fe h a sido e n señ a d a p o r Dios, u n a m ism a
esperanza ex p a n d id a p o r el E spíritu Santo en el corazón de
los creyentes, u n a m ism a caridad, u n a m ism a voluntad, un
m ism o deseo, u n a m ism a plegaria. C ualesquiera sean sus
diversidades étnicas, de co n dició n o de sexo... todos los
h o m b re s invocan u n solo P a d r e ...”.

69. “Floreció un reino ilustre con brillante diadem a. Había un solo


príncipe y el pu eb lo era un solo súbdito... A hora tanta elevación caída
de la cum hre, está a los pies de todos despojada d e su corona. El
príncipe perdió el nom bre y el honor del im perio. El reino fue dividido
en tres partes. N adie podrá ser considerado je fe suprem o. D on d e hubo
un rey, hay un reyezuelo, en lugar de un reino, pedazos de rein o .”
LA CIUDAD CRISTIANA 823

P ara q u e la u n id a d q u e rid a p o r Dios sea posible, recla­


m a a Luis el establecim iento de u n a m ism a legislación pa­
ra todos los súbditos del im perio:
“Plegue a Dios T odopoderoso q u e bajo u n solo rey los
h o m b res sean g o b e rn a d o s p o r u n a m ism a ley. Esto aprove­
c h a rá g ra n d e m e n te a la co n co rd ia de la ciudad de Dios y a
la e q u id a d e n tre los p u e b lo s” 70.
Dos ideas son dignas de destacar en la carta de Agobar-
do de Lyon: la u n id a d del im perio es fu n d am en talm en te re ­
ligiosa. Conviene confirm arla con u n a legislación com ún.
La p rim e ra id ea es de inspiración n e ta m en te cristiana y
será re to m a d a m ás adelante p o r otros tratadistas católicos.
L a se g u n d a id ea es opuesta a los usos de época, cuya legis­
lación c o n su etu d in aria refleja la variedad de u n a rica vida
p o lítica regional. La ten d e n c ia fraccionadora del feudalis­
m o a c e n tu a rá este rasgo ju ríd ico .
E n u n concilio realizado en París en el año 829, los obis­
pos del im perio rec u e rd a n la d o c trin a gelasiana de la dis­
tinción e n tre am bas potestades y p o n e n de relieve el carác­
ter religioso de la realeza:
“Si el rey g o b ie rn a con piedad, ju sticia y m isericordia,
m erece su título de rey. Si faltan estas cualidades n o es rey,
es u n tirano.
”E1 m inisterio real consiste especialm ente en g o b e rn a r y
reg ir e l p u eb lo de Dios en la eq u id ad y la justicia. Vigila y
p ro c u ra la paz y la concordia. Es el defensor de las iglesias,
de los sacerdotes, de las viudas, de los h u érfan o s y de todos

70. M igne, Patrología latina, T. CIV, Col. 113 y ss. Véase Pacaut, La
Théocratie, Paris, Aubier, 1957, págs. 232-3.
824 RUBEN CALDERON BOUCHET

los otros p o b res e indigentes. D ebe m ostrarse terrible y vi­


gilante p a ra que no se p ro d u zcan injusticias. Si se p ro d u ce
alguna, no debe p e rm itir a n in g u n o la esperanza de no ser
descu b ierto o la audacia de re ite ra r su crim en. Q ue todos
conozcan su diligencia p a ra castigar... El rey debe saber
q u e la causa p o r él d e fe n d id a es la de Dios, y n o la de los
h om bres, y a Dios d e b e d a r c u e n ta de su m inisterio en el
día terrible del ju ic io ” 71.
Existe u n a d iferen cia n o tab le e n tre este d o c u m e n to y la
ca rta de A gobardo de Lyon. Los obispos rec o n o c e n el po­
d e r real com o algo q u e rid o p o r Dios p a ra la conducción
del p u eb lo cristiano, p e ro no reivindican p a ra él la función
legislativa. La n o ta m o d e rn a en el pen sam ien to de A gobar­
d o está d a d a p o r su aspiración a la unificación del d erech o
establecido p o r el rey.
H in e m a rio , obispo de Reims, red actó u n a ca rta poste­
rio rm e n te firm a d a p o r todos los obispos de Carlos el Cal­
vo y dirig id a a Luis el G erm án ico p a ra disuadirle de sus
p re te n sio n e s a u su rp a r las tierras de su h e rm a n o el rey
Carlos. La carta asienta principios de d o c trin a y nos in stru ­
ye sobre el p e n sam ien to político de la época. Al m ism o
tiem p o revela el p ro p ó sito del clero de in te rv e n ir con ar­
m as espirituales y p o n e r térm in o a las querellas e n tre los
d e sce n d ien te s de Luis el Piadoso. La Iglesia es p a rtid aria
de la u n id a d del im p erio y confía en su fuerza m oral p a ra
lograrla.
Tres p u n to s principales señala P acaut en la carta de H i­
n em ario de Reims:

7 1 . C ita d o p o r P a c a u t, op. cit., p á g s. 3 3 3 -4 .


LA CIUDAD CRISTIANA 825

a. Autoridad moral de la Iglesia y deber de los reyes:


“Los peores m ales q u e conoce la cristiandad son los que,
con desprecio de todas las leyes divinas y hum anas, los cris­
tianos infligen a otros cristianos, los p arientes a parientes,
u n rey cristiano a u n rey cristiano... un h e rm a n o a su h er­
m ano. C uidad p a ra que vuestro palacio sea u n lugar sagra­
do y n o ce n tro de sacrilegio... C on el p retex to d e c o rreg ir
u n m al, n o hagáis algo peor. La caridad os lleva a com batir
a los paganos p a ra lib rar a la Iglesia y el reino.
”Si el rey es cristiano y quiere re in a r com o Dios m anda,
d eb e escuchar el consejo de sus obispos”.
b. La Iglesia tiene el poder de declarar legítimos aquí abajo los cam­
bios extraordinarios decretados por la autoridad divina:
“Si Dios decide confiar a vuestras m anos la causa y la sa­
lu d de la Iglesia y el reino, nos em plearem os bajo vuestro
g o b ie rn o p a ra h a c e r aquello que más convenga con las dis­
posiciones divinas. Dios p u e d e tra e r felices conclusiones de
u n m al co m ien zo ”.
c. El rey es un personaje sagrado, los obispos no pueden hacer na­
da en su contra, pero declaran:
“Q u e el rey vea con q u é respeto fue ro d ea d o Saúl p o r
S am u el... Los obispos o cu p an el lugar de Sam uel.
’’Sabéis b ien cóm o o rd e n ó actu ar David c o n tra aquellos
q u e p o r adularlo p u sieron sus m anos sobre el u ngido del
S e ñ o r... P ara el caso de q u e se ig n o rara, recordam os que
los c o n d e n ó a m u erte. Q uien levanta la m an o sobre un u n ­
gido de Dios h iere al m ism o Cristo, S eñ o r de todos los u n ­
gidos y p erece bajo el filo de la espada esp iritu al” 72.

7 2 . C ita d o p o r P a c a u t, op. cit., p á g s. 2 3 4 -5 .


826 RUBEN CALDERON BOUCHET

S ería e rró n e o ver en estas am onestaciones dirigidas al


rey, el sim ple deseo de m e te r baza en los actos de su gobier­
n o tem poral. Los obispos señalan los lím ites del p o d e r y
p ro c u ra n establecer con precisión las fronteras de u n or­
d e n q u e rid o p o r Dios y d o n d e se g o b iern e conform e a sus
m andatos y n o según los profanos caprichos de u n o , de
m uchos o de todos, q u e p a ra el caso es lo m ism o.
La visión p ara d ig m á tic a de este o rd e n la h em os visto
d e te n id a m e n te al inicio de esta p a rte del trabajo. A hora
e x a m in are m o s los p ro b lem as gen erales de su realización
co n c re ta .
H in em ario de Reim s escribió, en esta o p o rtu n id a d p o r
su p ro p ia cuenta, u n a larga carta al p ap a A driano II en el
año 870, p a ra explicarle p o r qué razón reh u só excom ulgar
a Carlos el Calvo, neg án d o se a u n p ed id o expreso del mis­
m o sum o pontífice. N o sin altivez reclam a la au to n o m ía del
arzobispado fre n te a R om a y p o n e de relieve el p o d e r de
los reyes. La carta p ru e b a con suficiente claridad y no sin
n in g u n a acritud la in d e p e n d e n c ia de la potestad política
respecto de la a u to rid a d religiosa.
“D ecim os q u e el pontífice p u e d e atar y desatar de acu er­
do con el m an d a to de Cristo a sus apóstoles. Los reyes res­
p o n d e n : d e fe n d e d con vuestras plegarias el rein o co n tra
los n o rm a n d o s y otros asaltantes y n o pidáis n u e stra pro tec­
ción. Pero si q u eréis n u e stra ayuda, así com o nosotros ne­
cesitam os el apoyo de vuestra oración, no reclam éis luego
nuestras pérdidas. P re g u n ta d al señ o r p a p a que no p u ed e
ser al m ism o tiem po obispo y rey y cuyos predecesores han
dispuesto del o rd e n eclesiástico p ero no del estado que
p e rte n e c e a los reyes. No se exija a los reyes in terv en ir con­
tra agresiones provocadas lejos de sus reinos. Estos servi­
LA CIUDAD CRISTIANA 827

cios no fu ero n im puestos a nuestros antepasados y nosotros


n o p o d em o s so p o rtarlo s...
’’Ellos dicen tam b ién que la historia e n señ a q u e los rei­
nos terrestres son o b ten id o s p o r guerras, au m en tad o s po r
las victorias y no p o r las excom uniones de papas y obis­
p o s... Ellos dicen: si el p ap a quiere paz, b úsquela y n o p ro ­
voque querellas. Estam os convencidos que sólo p o r la paz
se llega al re in o de Dios.
’’R especto a los ju ra m en to s, perjurios y abusos de p o d e r
acerca de los cuales m e escribís y de los conflictos existen­
tes e n tre ellos, m e dicen no son asuntos de vuestra com pe­
tencia.
’’P o r estas razones, m uy reverendo señ o r y p adre, cui­
dad, según privilegio de vuestro cargo, de no h acern o s ta­
les sugestiones, p ues de cum plirlas h a b ría u n gran escánda­
lo e n tre la a u to rid a d episcopal y la real, e n tre la Iglesia y el
Estado. Escándalo difícil de apaciguar sin inconvenientes
p a ra la religión y sin d e trim e n to p a ra los asuntos eclesiásti­
c o s ...” 73.
La histo ria de los sucesores de Luis el Piadoso no es, p re­
cisam ente, u n a n a rra c ió n de sucesos triunfales. A los glo­
riosos an tep asad o s fu ero n sucediendo, en gradación des­
c e n d ie n te , figuras cada vez más m ediocres. El azar de las
heren cias y rep aracio n es sucesivas del im perio hizo que la
c o ro n a de C arlom agno se asentara en la débil cabeza de
Carlos el G ordo, últim o sobreviviente de Luis el Bávaro.
Los p artidarios de la u n id ad im perial se ap restaro n a
d a r su apoyo, p ero el p o b re G ordo decep cio n ó a todo el

7 3 . C ita d o p o r P a c a u t, op. cit., p á g s. 235 -6 .


828 RUBEN CALDERON BOU CH ET

m u n d o . E piléptico, aplastado p o r las responsabilidades y


c a re n te de ju ic io político, rehuyó los actos fuertes de go­
b iern o . C u ando París es sitiado p o r los n o rm an d o s, e n vez
d e salir a su e n c u e n tro y en fren tarlo s en el cam po de com ­
bate, negocia m iserab lem en te con los invasores y se des­
h o n ra p a ra siem pre an te la cristiandad en arm as. Los b aro ­
nes alem anes se re ú n e n en la dieta de T rib u r y lo d ep o n en
p o r indigno.
C on este acto de fuerza se cierra el ciclo de la epopeya
carolingia y com ienza u n a nueva época.
Tres naciones, tres diferentes destinos políticos n acerán
del viejo im perio caído: Francia, A lem ania e Italia. Estos
tres p u eblos m ezclaron su historia en u n a larga lucha, y lo
q u e cada u n o de ellos fue lo debió en p arte al estím ulo p ro ­
vocado p o r los conflictos con los otros.
La d ieta de T rib u r in au g u ró la existencia del Reich ale­
m án. Este té rm in o n o es caprichosa aplicación de u n a de­
signación m o d e rn a a un suceso antiguo. La dieta alem ana
llevó el n o m b re oficial de Reichstag y la crónica m ás conoci­
da de la é p o c a se llam ó Reichskronik 74.
A m bas designaciones obedecían a u n a voluntad nacio­
nal d e p e rm a n e c e r fieles al idiom a g erm án ico y rechazar,
en los lím ites de lo posible, la influ en cia latina.
La re u n ió n del Reichstag tuvo p o r m isión n o m b ra r em ­
p e ra d o r a A rnulfo de Carintia. C on este acto, los grandes
feudales alem anes reivindicaban p a ra ellos la voluntad po­
lítica im perial. Pero e n te n d ía n hacerlo a la germ án ica y no
co n fo rm e a las viejas tradiciones rom anas.

7 4 . J o s e p h C a lm e tte , Le Reich Allem and au Moyen Age, P aris, P a y o t, 1 9 5 1 .


LA CIUDAD CRISTIANA 829

La Galia siguió u n a evolución distinta. Lejos de unirse,


sus b a ro n e s se sep araro n y constituyeron diferentes reinos:
Francia, B orgoña, A quitania, etcétera.
El p e q u e ñ o señorío de los p rim eros Capetos, llam ado
Francia, fue ad q u irien d o día a día m ayor prestigio y solidez
política. C om enzó a ex ten d erse hacia Flandes, luego anexó
la L o ren a, m ás tard e la N o rm an d ía y p a u la tin a m en te todas
las tierras que consideró, con razón, tierras francesas 75.
Italia tuvo el m érito, m uy poco envidiado, de ser el cam ­
po de ensayo de todos los regím enes políticos que p u d ie ­
ro n su ced er al im perio. Esta situación, n o n ecesariam en te
im p u esta p o r su geografía, dio a la h istoria p e n in su la r u n a
fu erza c re a d o ra y u n a variedad sólo co n tra ria d a p o r la final
d eb ilid ad m ilitar fre n te al im perio g erm án ico y al crecien­
te re in o de Francia.
En m ed io de este n u d o de potencias m ilitares fracciona­
das y e n p e rp e tu a vigilia de arm as, la Iglesia padece el lar­
go asedio de todas las am biciones en pugna. La n o bleza ro ­
m an a co n sid era el tro n o de San P ed ro cosa nostra y logra
c o ro n a r com o papas algunos testaferros de su elenco, ape­
nas aceptables com o personas privadas. Personajes an o d i­
nos, m ediocres o decid id am en te m alos que ju e g a n com o
p u e d e n el p ap el de reyes pontífices en el m ovido escenario
de la política.
T oda la cristiandad pad ece u n a situación sim ilar a la del
siglo VIII, cu a n d o las huestes del P rofeta le p u siero n sitio.
Los piratas n ó rdicos asolan las costas n o rm a n d a s y llegan
h asta París p o r el Sena. Los sarracenos avanzan p o r el sur

7 5 . J a c q u e s B a in v ille , H istoire des D eux Peuples, P aris, F ayard , 1 9 2 7 .


830 RUBEN CALDERON BOUCHET

y asom an sus tu rb a n tes sobre los Pirineos. El litoral de Ita­


lia sufre los ataques de los piratas m usulm anes y E spaña es
u n a larga, e n c arn iz a d a batalla e n tre árabes, m oros y cristia­
nos. E u ro p a occidental está nuev am en te sitiada p o r los
enem igos y la u n id a d del im perio, un viejo sueño p erd id o
e n la reyerta.
La resistencia al caos se hace local. P roliferan peq u eñ o s
p o d eres regionales p a ra d e fe n d e r sus territo rio s com o p u e ­
d e n y cada u n o de ellos se re c o rta u n jiró n de rein o en. los
países defendidos.
El m u n d o feudal se afianza en el d eso rd en y de esta de­
bilidad hace su fuerza. La p é rd id a de la u n id ad política im ­
perial suscita las responsabilidades locales. Los hom bres de
arm as se h a c en m ás altivos, m ás autónom os e in d e p e n d ie n ­
tes. U n a vida p ersonal noble com pensa la m ayor eficiencia
de las oficinas b urocráticas y la p alab ra e m p e ñ a d a com ien­
za a sustituir a los docum entos.
A dvertim os la fragilidad de estas afirm aciones y la p re ­
caria seguridad c re a d a p o r lazos tan poco firm es, p e ro la
d u rez a m ism a de la vida m edieval explica lealtades y fideli­
dades e n tre los h om bres que épocas m ás felices n o logran
obtener.
Físicam ente m u erta, la epopeya carolingia resucita en
los ideales caballerescos del siglo X y llena con su color las
cortes de los barones. La nobleza m ilitar se convierte defi­
nitivam ente al cristianism o y m ientras u n a parte de sus hi­
jo s enaltece el oficio de las arm as, la o tra llena los conven­
tos de Cluny y Cister con el vigor de sus nobles virtudes.
C a p it u l o V

EL SANTO IMPERIO ROMANO GERMANICO


DE OCCIDENTE (I)

L a i d e a im p e r ia l

M. R o b ert Folz h a d edicado a la id ea del im perio en O c­


c id e n te u n trabajo claro y preciso d o n d e recoge los datos
esenciales del tem a. C o m p ren d e las dificultades ofrecidas
p o r u n estudio de esta n aturaleza cuya causa es la fec u n d a
m ovilidad de la h istoria occidental.
La idea del im perio, a pesar de los cam bios, h a m an te n i­
do u n a u n id a d esencial, p ero no sin sufrir las incidencias
de las transform aciones históricas y sobreviviendo e n m e­
dio de las alteraciones sociales con notables m odificaciones
e n su co n tex to nocional.
Pagano en su p rim e r e n c u en tro con la Iglesia, el im perio
conserva gran p arte de su estru ctu ra antigua en su m odali­
dad bizantina. P ro fu n d am en te conm ovido p o r los caudillos
832 RUBEN CALDERON BOUCHET

bárbaros, surge nuevam ente en O ccidente im pregnado de


universalism o religioso.
Su historia, a p artir del siglo V, es más la de u n ideal po­
lítico q u e la de u n a realidad. Ideal p len o de energías cultu­
rales, n u n c a realizado, p ero jam á s m uerto. B rota en cada
e n cru cijad a del destino de O ccidente saturado con las re­
pulsiones m esiánicas transform adas: R om a en p rim e r lugar
com o u rb e del m u n d o helenístico y luego cabeza de la Igle­
sia universal; el m u n d o g erm án ico en sus variedades austro-
hú n g aras o prusianas, Bizancio, M oscú o París com o centro
del im pulso revolucionario bajo la égida napoleónica, n u e ­
vam ente M oscú com o cabeza de la revolución com unista.
H a conocido todos los avatares de u n proceso social m ulti­
fo rm e sin p e rd e r su propósito esencial de unificación polí­
tica del m u n d o . Bajo el signo de Cristo o profan am en te
vuelto c o n tra la Iglesia en la asunción de u n a religión laica,
la id ea im perial está ín tim am en te ligada al m isterio cristia­
no. D esde el nacim iento lo está a la su erte de Roma.
Esto n o significa señalar a R om a com o cre a d o ra del con­
cepto. C u an d o la u rb e latina tom ó conciencia clara de su
p ap el en la historia, la expansión cu ltu ral de la H élade en
la c u e n ca del M ed iterrán eo e ra u n h e c h o cum plido. R om a
creció en u n ám bito saturado de ideas griegas y tom ó de él
to d o aquello q u e coincidía con las p ro fu n d as inclinaciones
de su alm a secreta.
Polibio, el m ás ro m an o de los h istoriadores griegos, ha
sido el p rim e ro en d ar expresión a este an h elo del m u n d o
espiritual ro m an o .
Rom a, en la visión profètica del g e n e ra l historiador, re­
vela el designio providencial de p o n erse a la cabeza de to­
d a la oikumene.
LA CIUDAD CRISTIANA 833

“La reflexión filosófica de Polibio — escribe G rim al—


h allaba u n a v e rd a d e ra a rm o n ía preestablecida e n tre sus
con cep cio n es m ás audaces y las evidencias m ás instintivas
de la tradición rom ana. D aba certeza constatar que las ver­
dades de la fe ro m a n a eran susceptibles de ser teóricam en­
te confirm adas. En u n a palabra: los sueños de los filósofos
del p e río d o helenístico justificaban las victorias y la políti­
ca de R o m a” 76.
H o n d a asp iració n religiosa ro m a n a o eidos p olítico re­
cogido en la m ito lo g ía griega y a m edias realizado en la
epo p ey a de A lejan d ro , la id ea im p erial to m a c u e rp o y con­
ciencia en la e m p re sa política de la ciu d ad del Lacio y des­
p osa su h isto ria secu lar aco m o d án d o se a todas sus situa­
ciones.
Je ró n im o C arcopino coincide en lo esencial con la opi­
n ió n de G rim al. Ve en la liga de Délos encabezada p o r Ate­
nas u n a n te c e d e n te rem o to del im perio fru strad o p o r el
p red o m in io de u n excesivo apego político a los lím ites de
la polis ática. T am bién p a ra él, la epopeya de A lejandro
M agno señala la seg u n d a e tap a de este proceso, m alograda,
en su o p in ió n , p o r la adhesión exclusiva a las dos razas en
conflicto: helen o s y persas.
“El p u eb lo ro m a n o es entonces el p rim ero q u e desple­
gó su p o d e r — imperium— sobre la totalidad de los pueblos
organizados ju n to a él y que, valido de su éxito, reivindicó
com o u n a m isión providencial el d erech o de m a n d a r sobre
los dem ás. El im perio de los rom anos im plica la ú n ica do­
m in ació n universal q u e n u estro m u n d o haya conocido, y el
im perialism o de los rom anos consiste en la serie disconti­

7 6 . P ie r r e G r im a i, Le Siècle des Sapions, P aris, A u b ie r , 1 9 5 3 , p â g . 1 4 0 .


834 RUBEN CALDERON BOUCHET

n u a de las tendencias q u e estos m anifestaban p ara alcan­


zar, m a n te n e r y consagrar tal d o m in a c ió n ” 77.
El do m in io de R om a n o se ex tendió a to d a la oikumene,
au n re d u c id a al co ncepto que del m u n d o hab itad o tenían
los helenos. La p rete n sió n universal se refiere a u n a ten ­
d e n c ia adscripta a la id ea de im perio. Este universalism o
ideal es el que debem os ex am in ar p ara c o m p re n d e r el ori­
gen y la significación del im perio.

O r ig e n h e l é n ic o d e l a id e a

Folz la considera u n a id ea h elén ica y red u ce su exam en


a dos niveles: u n o especulativo filosófico y religioso y otro
práctico de carácter político.
Sin d e sd eñ a r su ap o rte y to m a n d o bien en c u e n ta su es­
q u e m a analítico, creo conveniente distinguir el plano reli­
gioso y el filosófico. En lo re fe re n te al aspecto religioso de
la id ea im perial, considero im p o rta n te señalar dos m o m en ­
tos: u n o m ítico y otro m esiánico.
L im itándom e al origen helénico de la n o ció n de im pe­
rio universal, exam inaré el origen m ítico de la idea y su
p o ste rio r expresión filosófica.
R eco rd ab a R adet en su m agnífica h istoria de A lejandro
la influ en cia de los m itos en la form ación intelectual del jo ­
ven p rín cip e. Y n o cualquier personaje m ítico h u b iera po­
dido convertirse en su m odelo, sino p recisam ente aquel de

77. Jerón im o C arcopino, Las etapas del imperialismo romano, B uenos Aires,
Paidós, 1968, pág. 12.
LA CIUDAD CRISTIANA 835

q u ien d escen d ía p o r vía p a te rn a y cuyo solo n o m b re era


sím bolo de la u n id a d ecum énica bajo la égida griega. H a­
blo de H eracles, el h é ro e invocado p o r Isócrates p a ra aus­
piciar la conquista del m u n d o habitado.
Fue H eracles q u ien unió a todas las ciudades griegas y
“después dirigió u n a expedición c o n tra Troya y la redujo
e n m enos de diez días a pesar de ser en to n ces la m ás g ran ­
de p o ten c ia de Asia. E xterm inó a los tiranos de u n o y otro
c o n tin e n te y p a ra c o ro n a r sus hazañas colocó los lím ites lla­
m ados colum nas de H ércules, trofeos de sus victorias sobre
la b arbarie, m o n u m e n to s de su coraje, fro n teras de la Hé-
la d e ” 78.
El p e n sam ien to m ítico es la fu en te e n tra ñ ab le d o n d e
abreva la filosofía griega. Antes de a m an ecer a la luz de la
ex presión racional, el espíritu griego se alim entó con las
n arracio n es de sus p oetas inspiradas en viejas tradiciones,
que rem o n ta b a n hasta los dioses su an tig ü ed ad venerable.
La filosofía recogió el m ito de H eracles y lo transform ó
en la id ea de u n a c o m u n id a d h u m an a universal. La razón,
c o m ú n a todos los h om bres, e ra el fu n d am en to m etafísico
d e esa u n id a d social.
Es u n viejo tópico de la historia com parada trazar u n pa­
ralelo e n tre el p e río d o helenístico y la época de la Ilustra­
ción en O ccidente. En am bos m om entos históricos se tiene
la certeza de h a b e r su p erad o la etap a oscura de la religión
tradicional y h a b e r p e n e tra d o definitivam ente en la ed ad
de la razón. Los antiguos dioses tutelares h an m u erto , sus
estatuas sin vida son m eros sím bolos de las fuerzas espiri­

78. Citado por G. Radet, Alexandre le Grand, L’Artisan du Livre, Paris,


1950, pâg. 15.
836 RUBEN CALDERON BOUCHET

tuales del h o m b re y las fro n te ra s del culto político se han


d ilatad o a todo el ám bito de la tie rra habitada.
La patria del h o m b re ilum inado p o r el logos es toda la oi-
kumene. Este ideal cosm opolita p re n d e en las m inorías ilus­
tradas del m u n d o helenístico e inspira a los dirigentes rom a­
nos el proyecto de d a r u n cuerpo político a esa aspiración.
Para realizarlo c u en tan con el in stru m en to de u n ejército in­
vencible y la plasticidad ju ríd ic a de u n derech o capaz de ex­
presar sus principios en fórm ulas universales.

A po rte ro m ano

La p a la b ra imperium es ro m a n a y tiene su origen en la


len g u a m ilitar. El g en eral victorioso es proclam ado impera­
tor p o r sus soldados. La costum bre, n acida en p len a re p ú ­
blica, se co n v ertirá en c erem o n ia constituyente de la más
alta m ag istratu ra e n el p erío d o im perial: “E xercitus facit
im p e ra to re m ”, d ecía u n viejo adagio p a ra expresar el ori­
gen y co nstitución de esa potestad. La m agistratura im pe­
rial fue im p u esta p o r las condiciones m ism as del dom inio
ejercido p o r R om a allende sus fro n teras naturales.
El origen del im p erio es u n hech o militar. P u ed en ras­
trearse sus p rec e d e n te s ju ríd ic o s en la censura, el consula­
do, la p retu ra, la d icta d u ra y el trib u n ad o de la plebe. N in­
g u n a de las figuras ju ríd ic a s existentes p a ra d e te rm in a r el
alcance de esas fu n cio n es e n c ie rra en sus lím ites la realidad
del im perio. A ugusto las asum ió a todas y esta síntesis po­
testativa pareció resu m ir en su vastedad legal el h ech o del
im perio. A ten ién d o n o s a u n a consideración estrictam ente
ju ríd ic a , el im perio aparece com o u n a usurpación de fun-
LA CIUDAD CRISTIANA 837

ciones distintas y algunas de ellas colegiadas, razón p o r la


cual resulta, de jure, u n disparate.
Su cará c te r fáctico lo colocaba sobre las leyes y señala­
ba, al m ism o tiem po, su fuerza y su d eb ilid ad supralegal,
so m etía el ejercicio del d e re c h o a u n a a u to rid a d su p e rio r
a la ley. F u e ra de la ley se colocaba e n la tierra de nadie de
la p u ra co n tin g e n cia fáctica e ilustraba la boutade de Bar­
bey d ’Aurevilly: u n a m o n a rq u ía absoluta lim itad a p o r el
asesinato.
U n a p otestad de tal naturaleza sólo p o d ía ser co n ju rad a
h a c ié n d o la servir a u n designio divino. Los rom anos con­
v irtieron al e m p e ra d o r en u n a expresión de la divinidad.
C on este e x p e d ie n te p re te n d ía n encauzar su p o d e r convir­
tié n d o lo en g u a rd iá n de las leyes, que e ra n tam bién e x p re ­
siones de la au to rid ad divina.
P resien to la sonrisa del m o d ern o m aquiavelista an te la
in g e n u id a d e n o rm e del p ro ced im ien to , p ero si p ru e b a a
p e n sar con h o n d u ra en el fu n d am e n to religioso de las au­
to rid ad es m ás revolucionarias de n u e stra época, n o tará
analogías m u ch o m ás p ro fu n d as de lo que las diferencias
de lenguaje e n tre u n a y o tra ed a d p e rm ite n suponer. ¿No
c o m an d an nuestros príncipes en n o m b re del “sentido de la
h isto ria ”, del “pro g reso de los p u e b lo s” o de la “voluntad
del p ro le ta ria d o ”?
N ociones m íticas, tan im p o n d erab les com o la divinidad
ro m a n a y tan fáciles com o ellas de ser am añadas según los
intereses de los g o b ern an tes. Si se resp o n d e q u e el sentido
de la historia o la revolución están cargados de u n c o n te n id o
ideológico cognoscible y en función del cual es ju zg ad o ,
m ed id o y c o n tro lad o el c o n d u c to r genial, d iré q u e lo mis­
m o o c u rría con la divinidad rom ana. Todavía más, la divi­
838 RUBEN CALDERON BOUCHET

n id a d se h ab ía expresado en el d e re c h o y éste constituía un


c u e rp o de leyes precisas, con fo rm e con las cuales debía
p ro c e d e r el em perador.
Así com o el c o n d u c to r genial lleva la h istoria al cum pli­
m ie n to definitivo de su sen tid o , el e m p e ra d o r e ra el cus­
todio , u n o rd e n p arad ig m ático ex p resad o en las leyes. De
la a rb itra rie d a d co n q u e cada u n a de estas p o testad es p u e­
de c u m p lir su co m etid o , ju z g a rá el lec to r m ism o según sus
luces.

El a p o r t e c r is t ia n o

La Iglesia co nstituida en Jeru salem p o r Jesús llam ado


“El C risto ” y sus doce apóstoles recibe, desde su fundación
m ism a, u n a m isión universal: id y predicad el Evangelio p o r
todas las naciones bautizándolas en n o m b re del P adre, del
H ijo y del E spíritu Santo.
C onsiderem os en breve cotejo am bos universalism os, el
h elén ico y el cristiano. El p rim e ro es resultado de u n a re­
flexión filosófica y auspicia u n e n te n d im ie n to e n tre los
h o m b res fu n d a d o en el carácter racional de su naturaleza
y la existencia de u n logos divino capaz de asentar las p rem i­
sas de u n a ciencia y u n a sabiduría práctica universales: to­
dos los h o m b res son iguales p o rq u e tien en razón y partici­
pan con ella de la divina inteligencia.
El universalism o cristiano nace de la m isión, del m an­
d a to y p o r e n d e está im p re g n ad o de fu erza y vo lu n tad con­
qu istad o ra. P o r su universalidad es católico; p o r su im pul­
so espiritual, apostólico; p o r la te n d e n c ia a u n a realización
LA CIUDAD CRISTIANA 839

definitiva allen d e la historia, m esiánico y escatológico. Es


tam b ién salvífico p o r la convicción religiosa de estar en la
tare a de tra n sfo rm ar al h o m b re en ciu d a d a n o del R eino
de Dios.
El cristianism o n o p u e d e acep tar el cará c te r divino del
e m p e rad o r, p e ro p u e d e adscribir su p o testad a la m isión
de la Iglesia. C om o ex presión de u n a fuerza espiritual in­
d e p e n d ie n te de Cristo el im perio es, p a ra el cristianism o,
diabólico y p refig u ració n del en em igo p o r antono m asia: el
A nticristo. C om o p o d e r tem poral, ap to p a ra u n ir las nacio­
nes e n u n c u e rp o político único, el im perio es n a tu ra l­
m e n te b u e n o . Cristo no niega la p a rte c o rre sp o n d ie n te al
César.
Pero la Iglesia fue fu n d a d a p o r Dios y en sus m anos está
la a u to rid a d de atar y desatar. El m ism o C ésar n o p u e d e
e lu d ir la opción definitiva, term in a n te , im puesta p o r Jesús:
el q u e n o está conm igo, está co n tra mí.

L O S GERMANOS Y EL IMPERIO

C on a n te rio rid a d m e he ocuparlo de la actitu d de la


Iglesia, e n c a rn a d a en la figura de G regorio M agno, respec­
to de las nuevas fuerzas bárbaras. E xam iné tam b ién la idea
del im perio tal com o fue concebida en los círculos allega­
dos a C arlom agno y el carácter m isional que el gran caro­
lingio dio a su potestad.
D u ra n te el siglo IX la idea del im perio aparece, en opi­
n ió n de M. R o b ert Folz, escindida en tres representaciones.
La franca, h e re n c ia del gran Carlos y luego debilitada has­
840 RUBEN CALDERON BO U CH ET

ta casi d esap arecer en sus m odestos sucesores. La eclesiás­


tica, tal com o la conciben los altos signatarios de la Iglesia
y los m iem bros m ás influyentes de la nobleza rom ana. P or
últim o la no ció n de im p erio com o sim ple sinónim o de do­
m inio m ilitar, sin p rete n sió n ni co n ten id o u n iv ersa l79.
Sólo las dos p rim eras in te rp re ta c io n es c o rre sp o n d e n al
im perio p ro p ia m en te dicho. La tercera reto m a la palabra
en su prim itiva acepción y la vacía de todo co n ten id o polí­
tico posterior.
Esta división trip a rtita de la id ea im perial o bedece a u n a
necesidad de tipificación, in spirada en los hechos, p ero no
to talm en te fiel a los m últiples m atices de la realidad.
La Iglesia vio siem pre con b u en o s ojos el o rd e n im pues­
to p o r las au to rid ad es del Im p erio R om ano. Se benefició
con las facilidades de com unicación abiertas p o r las vías im­
periales, con la u n id ad de len g u a im puesta p o r el uso del
griego co m ú n y del latín, con el respeto a la ley inspirado
p o r el d e re c h o rom ano. Todos estos privilegios p e rte n e ­
cían al orbe ro m an o y el cristianism o fu era de ese orbe se
ex te n d ió m uy poco.
Los viejos m isales rom anos rec o rd a b an con agradeci­
m ie n to estos beneficios y no escatim aban su oración a la
fuerza q u e los h acía posibles: “Dios to d o p o d ero so y e te rn o
—reza u n a m isa de V iernes Santo— , que tenéis en vuestras
m anos todas las fuerzas y derech o s d e los reinos, m irad con
benevolencia al Im p erio R om ano p a ra que los pueblos que
p o n e n su confianza en la fuerza b ru ta sean vencidos p o r la
diestra de vuestro p o d e r”.

7 9 . R o b e r t F o lz , L'Idée ¿L’E mpire en Occident, P aris, A u b ie r , 1 9 5 3 , p á g . 4 6.


LA CIUDAD CRISTIANA 84 1

A ñade a co n tin u ació n u n ru eg o d o n d e se advierte con


claridad que el Im p erio es visto com o u n o rd e n ju ríd ic o
in stau rad o p o r Dios p a ra h a c er posible la p redicación del
Evangelio:
“Dios q u e habéis cread o el Im perio R om ano en vista de
las pred iccio n es evangélicas del R eino E tern o , a co rd ad a
vuestros servidores los em p erad o res las arm as celestes, pa­
ra q u e la paz de las iglesias no sea tu rb a d a p o r las tem pes­
tades de la g u e rra ”.
El p ap a L eón el G rande, en u n serm ó n p red icad o p ara
la fiesta de P e d ro y Pablo, reflexiona sobre el destino de
R om a y lo ve bajo dos aspectos m an co m u n ad o s en la o b ra
m isional o rd e n a d a p o r Cristo:
“Son los dos apóstoles los q u e te elevaron a tal g rad o de
g lo ria c u a n d o te co n virtieron en la n ació n santa, en el
p u e b lo elegido, en la ciu d ad sacerdotal y real. P e d ro al ele­
g irte com o asiento de su p otestad hizo de ti la capital del
m u n d o ...”.
T am bién el do m in io político, n o sólo espiritual, e n tra b a
e n los dom inios de la Providencia. Prosigue el papa:
“C onvenía p erfe c ta m e n te al plan divino que m uchos es­
tados fu era n reu n id o s en u n solo im perio, p a ra q u e la p re­
dicación se e x p a n d ie ra con rapidez e n tre los pueblos re u ­
nidos bajo u n a m ism a p o testa d ” 80.
La Iglesia e n c u e n tra el Im p erio com o realid ad política
ya co nstituida y, en u n sentido m aterial, favorable al cum ­
plim ien to de su p ro p ia m isión espiritual. D espués de ha­
berse n eg ad o a ser dócil in stru m e n to c o n firm a d o r de la au­

8 0 . F o lz , op. cit., D o c u m e n t o II, p á g . 192.


842 RUBEN CALDERON BOU CHET

to rid ad m era m e n te política del em perador, observa la po­


sibilidad de que el Im p erio sirva a sus propios planes apos­
tólicos.
Las diversas form as de esta relación de servicio se expre­
saron en conceptos m u ch o m ás variados del que deja supo­
n e r u n a n o ció n m o n o lítica de la fam osa pirám ide de las je ­
rarq u ías m edievales. La Iglesia m antuvo firm em en te la idea
de q ue, en la cúspide de todos los p o d eres estaba Cristo e
in m e d ia ta m e n te bajo El, su vicario apostólico. C on esto se­
ñ a la b a la orien tació n tra sc en d e n te de la C iudad Cristiana.
N o p o d ía llam arse cristiana a u n a rep ú b lica d o n d e el impe­
rio de Cristo no estuviera claram en te reflejado en las insti­
tuciones y con la conciencia de sus g o b ern an tes. La dificul­
tad estaba e n señalar la au to rid ad capaz de im p o n e r el
o rd e n social favorable a los fines de la vida cristiana.
Im p e ra r — d irá Santo Tom ás e n su análisis del acto h u ­
m a n o — , es p ro p io de la razón. El im p e ra n te o rd e n a a m o­
d o de in tim a c ió n o an u n cio . P ero o rd e n a r así, p o r in tim a­
ció n , es p ro p io de la razón. La raz ó n p u e d e in tim a r o
a n u n c ia r algo de dos m aneras: a b so lu ta m e n te , c u a n d o se
h ace la in tim a c ió n a cu m p lir u n a o rd e n sin posibilidad de
elu d irla: debes h a c e r esto o haz esto; relativam ente, cu a n ­
do se in tim a a m o d o de persuasión: d eb ieras h a c e r esto o
co n v e n d ría q u e lo hicieras. P ero q u ie n m ueve las fuerzas
del alm a p a ra e je rc e r u n acto in te lig e n te es la voluntad.
L a ra z ó n im p e ra gracias a la v o lu n tad : “U n d e re lin q u itu r
q u o d im p e ra re sit actus rationis, p rae su p p o sito actus vo­
lu n tatis, in cuis v irtu te ratio m ovet p e r im p e riu m ad exer-
citium a c tu s” 81.

8 1 . Sum ma Theologica, I, II, Q . 17 a 1.


LA CIUDAD CRISTIANA 843

Esta d o c trin a del im perio g u ard a su analogía con el or­


d e n político. U n a sociedad es im p erad a p o r u n a inteligen­
cia o rd en a d o ra . Ella establece el plan de acción y m ueve las
voluntades p a ra realizarlo. El p ro b lem a fu n d am en tal en la
relación de la Iglesia y el im perio p u e d e expresarse en esta
preg u n ta: ¿A q u é fuerza social le com pete el im perio en su
sentido estricto?
La Iglesia es p o d e r espiritual y a ella le com p ete u n im­
p erio a m o d o de persuasión. P uede y debe señalar el fin úl­
tim o del h o m b re en la triple dim ensión de actividad: per­
sonal, fam iliar y política. ¿Pero le in cu m b e de la m ism a
m a n e ra establecer el o rd en a m ie n to de la c o n d u c ta en esos
tres niveles?
Procedam os con o rd e n y sosteniendo el carácter analó­
gico de la n o ció n de im perio; iniciem os la indagación en el
fu ero personal. La Iglesia es m aestra de vida interior, ense­
ñ a e ilu m in a n u e stra inteligencia conform e a las verdades
reveladas p o r Dios, p e ro n o p u e d e sustituir el últim o ju icio
p ru d e n c ia l q u e e m a n a de n u e stra p ro p ia conciencia en uso
de su libertad. Lo m ism o sucede en el o rd e n familiar. La
Iglesia es m aestra y consejera, debe ser escuchada, p e ro la
ú ltim a p alab ra la tiene el p a d re de familia. Es su p ru d e n c ia
fam iliar q u ien im p e ra y ejecuta.
¿Sucede algo parecido en el terren o de la acción polídca?
Así c re y e ro n los c o n seje ro s eclesiásticos de C arlo-
m agno. T odos los actos del p rín c ip e fran co h a c e n p e n sar
q u e tal e ra su m o d o de e n te n d e r el asu n to . En u n a ca rta
escrita p o r A lcuino a C arlos hallam os la e x p re sió n de este
p e n sa m ie n to en u n to n o m uy típico de la ép o ca e in cu ­
rrie n d o en con fu sio n es q u e luego tra e ría n sus m alas c o n ­
secuencias.
844 RUBEN CALDERON BOU CH ET

“H asta a h o ra tres personas h a n estado en la cum bre de


la je ra rq u ía : a. El re p re se n ta n te de la sublim idad apostóli­
ca, vicario del b ien av en tu rad o P edro, p rín cip e de los após­
toles, cuya silla ocupa. Lo sucedido con el d e te n to r actual
de esa sede, vuestra b o n d a d m e lo h a hech o saber, b. V iene
a co n tin u ació n el titu lar de la dignidad im perial que ejerce
su p o d e r secular e n la seg u n d a R om a (B izancio). De qué
m a n e ra im pía el je fe de ese im perio h a sido d epuesto no
p o r extranjeros, sino p o r los suyos, sus conciudadanos, es
n oticia q u e c o rre p o r todas partes, c. V iene en tercer lugar
la divinidad real q u e N uestro S eñor Jesucristo h a reservado
p a ra Vos en el g o b iern o del pu eb lo cristiano. Ella supera
las otras dos dignidades, las eclipsa en sabiduría y las sobre­
pasa. A h o ra es sobre ti sobre q u ien se apoyan las Iglesias de
Cristo. De ti sólo de q u ien esperan su salvación. De ti, ven­
g a d o r de los crím enes, guía de los que yerran, consolador
de los afligidos, sostén de los b u e n o s ... ” 82.
L a ep ístola de A lcuino reconoce la po testad su p e rio r
del vicario de Cristo, señala la im p o rtan cia je rá rq u ic a del
im p erio , p e ro la realeza de Carlos el G ran d e su p e ra a las
dos. L a p relacia n o tiene fu n d a m e n to ju ríd ic o en el o rd e­
n a m ie n to de los p o d eres, es u n h ech o . A lcuino, adulación
a u n lado, in d ica con to d a fra n q u e z a u n a situación real: el
im perio es de q u ien posee la in teligencia política y tiene
los m edios p a ra im p o n e r o rd e n e n la cristiandad. Carlos es
e m p e ra d o r de facto p o rq u e tiene la capacidad intelectual,
la vo lu n tad y los m edios p a ra o rd e n a r la vida de los p u e ­
blos cristianos.

8 2 . A lc u in o , M onum enta Germaniae Histórica, “E p is to la e ”, T. IV, N e 174.


V é a s e F o lz , op. cit., D o c u m e n t o V.
LA CIUDAD CRISTIANA 845

La in terv en ció n papal en la coronación de Pipino el Bre­


ve y la sustitución de la dinastía m erovingia p o r la carolin­
gia hablan con elocuencia del carácter realista de la política
pontificia. La co ro n ació n de Carlos com o e m p e ra d o r de
O ccidente obedece a u n reflejo de esta naturaleza. Los Ana­
les Laureshamenses se h acen in térp retes de este espíritu cuan­
do explican el advenim iento de Carlos al tro n o im perial:
“C om o en el país de los griegos no h ab ía m ás e m p e ra ­
d o r y el p o d e r im perial estaba en m anos de u n a m ujer, le
pareció al p a p a L eón y a todos los santos Padres reu n id o s
en concilio y tam b ién al pueblo cristiano, q u e convenía d ar
el títu lo de e m p e ra d o r al rey Carlos p o rq u e te n ía en su po­
d e r la ciu d ad de Rom a, residencia n o rm al de los césares, y
las otras ciudades de Italia, Galia y G erm ania. El Dios todo­
p o d ero so las h a b ía puesto bajo su a u to rid ad de m an e ra
q u e el p a p a creyó ju sto , conform e al p ed id o del pueblo
cristiano, q u e el real llevara el título de em perador. Carlos
n o rechazó el p ed id o y se som etió h u m ild em en te a Dios y
al deseo expresado p o r el sacerdocio y el pueblo. R ecibió el
título de e m p e ra d o r ju n to con la consagración, h e c h a p o r
el p a p a L e ó n ” 83.
Señalo dos ideas im portantes: Dios h a dad o a Carlos el
p o d e r efectivo sobre R om a y las otras ciudades del Occi­
d e n te cristiano. El designio providencial n o p u e d e ser más
claro ni m ás c o n tu n d e n te: ese p o d e r político m ilitar, lejos
de o p o n erse, co labora con la m isión de la Iglesia. Convie­
ne asim ilarlo y adjudicarle u n título que lo in co rp o re defi­
n itivam ente a la tarea salvadora. Ese título es el de empera-

8 3 . M onum ento Germaniae Histórica, “E p is to la e ”, T. I, p á g . 3 7 , c ita d o p o r


F o lz , op cit., D o c u m e n t o VI.
846 RUBEN CALDERON BOUCHET

dar, p e ro e n te n d id o de a c u erd o con el criterio im puesto a


la Iglesia p o r G regorio M agno.
El hijo de Luis el Piadoso, tam bién de n o m b re Luis, p e­
ro conocido com o el G erm ánico, en u n a carta al e m p era­
d o r de Bizancio Basilio I, le explica el uso del título de Em­
perador de los Romanos q u e p arece so rp re n d e r n o poco al
bizantino.
“C onviene q u e sepas que si no fuéram os e m p e ra d o r de
los ro m an o s tam poco lo seríam os de los francos. H em os re­
cibido ese n o m b re y ese título de los m ism os rom anos, p o r­
qu e e n tre ellos brilló con viva claridad la cim a de tan gran
sublim idad y de tan prestigiosa apelación. La decisión de
Dios nos hizo asum ir el g o b iern o del pu eb lo y de la ciudad,
así com o la d efensa y exaltación de la m ad re de todas las
Iglesias, y es ella q u ien h a co nferido a los prim eros p rínci­
pes de n u e stra dinastía p rim e ro la a u to rid ad real y luego la
im p e ria l... Es p o r la u n ció n que le confió el sum o pontífi­
ce q u e n u e stro an tep asad o Carlos el G rande, p rim e ro de
n u e stra n ació n y de n u e stra fam ilia, h a sido d eclarado em ­
p e ra d o r y se h a convertido en el Cristo del S eñor en razón
de su p ied ad in m e n sa ”.
El térm in o Cristo, versión griega de Mesías, está tom ado
com o sinónim o de un g id o del Señor. R ep ro ch a a los bizan­
tinos h a b e r u su rp ad o m uchas veces el tro n o im perial al
m arg en de la in terv en ció n de la Iglesia y con la única
a n u e n c ia del senado. O tros em p erad o res d e b ie ro n su po­
d e r a la p ro clam ación de la soldadesca sin que m ed iara n in ­
g ú n recurso legítim o. T erm ina la carta con u n párrafo d o n ­
de ex p o n e la n o ció n carolingia del im perio cristiano:
“Así com o en razón de n u e stra fe en Cristo p e rte n e c e ­
m os a la raza de A b ra h a m ... así hem os recibido el gobier-
LA CIUDAD CRISTIANA 847

n o del Im p erio R om ano, en razón de n u e stra b u e n a o rto ­


doxia. Los griegos, p o r el contrario, p o r sus o p iniones he­
réticas, h a n dejado de ser em p erad o res de los ro m a n o s” 84.
Folz u n e los elem en to s esenciales de este d o c u m e n to y
d e te rm in a la id ea carolingia del im perio en cinco puntos:
a. P arid ad del Im p erio R om ano y el Bizantino. Sin ten­
d en cia universalista.
b. Se niega al e m p e ra d o r bizantino el título de e m p e ra ­
d o r de los ro m an o s p o rq u e no c o rre sp o n d e a u n a realidad
política.
c. Sublim idad del im perio, p o rq u e su dignidad reside
cerca de Dios en el fuste de la piedad.
d. La fu en te de legitim ación del im perio está en Rom a.
e. Los francos son p o rtad o res del título im perial p o r su
o rto d o x ia y este im perio de substancia germ án ica es u n o a
p esar de su división en reinos.
Folz c o m en ta con cierta acritud el carácter legitim ador
de la u n c ió n papal. S upone, no sin razón, que con este cri­
terio se ten d ía a desco n o cer la legitim idad del e m p e rad o r
de Bizancio. Los cinco p u n to s señalados p o r Folz p u e d e n
adm itirse sin inconvenientes, p ero es b u e n o ex am in ar con
esp íritu crítico u n p ar de ellos.
En el p rim e ro se afirm a la parid ad e n tre el im perio fran­
co y el bizantino y se niega al p rim ero p reten sió n de univer­
salidad. El im perio bizantino existe de hech o y los francos
no m u estran el deseo de anexionarlo, p ero h acen un exa­
m en desconfiado de sus ju sto s títulos y le niegan ortodoxia.

8 4 . M onum enta Germaine Historica, “E p is to la e ”, T. V II, p à g . 3 8 5 , c ita d o


p o r F o lz , op. cit., D o c u m e n t o VII.
848 RUBEN CALDERON BOUCHET

La falta de in teg rid ad en la fe lo descalifica en la m isión uni­


versal p a ra cum plir ju n to a la Iglesia. Sin lugar a dudas los
francos n o tuvieron e n vista u n dom inio inm ediato sobre
todo el m u n d o , p e ro se adju d icaro n u n a m isión correden-
to ra ju n to a la Iglesia y esto los hace, en p arte, partícipes de
su universalism o.
En el cuarto p u n to Folz concede a la u n ció n papal p o ­
d e r constituyente y esto no es to talm ente cierto. Si la u n ­
ción constituyese al im p erio en cu an to tal, m al se p o d ía re­
co n o c er el título im perial de Basilio. El sacro es u n a
c e re m o n ia con valor de legitim ación de u n p o d e r político.
El p u eb lo cristiano (la Iglesia) convierte al e m p e ra d o r en
su d efen so r y le d a u n papel p re p o n d e ra n te en su m isión
re d e n to ra . La Iglesia reco n o ce ese poder, lo asim ila a su ac­
ción, p ero no lo constituye.

E x t e n s i ó n y f r a c c i o n a m i e n t o d e l a i d e a im p e r ia l

La elección de A rnulfo de C arintia p o r los b aro n es ale­


m anes cam bió m o m e n tá n e a m e n te la no ció n carolingia del
im p erio y puso de relieve la ten d e n c ia g erm án ica a tom ar
la c o ro n a p o r la fuerza. Este criterio a cen tu ab a peligrosa­
m en te el origen m ilitar de la institución y su b o rd in ab a a un
h e c h o co n su m ad o to d a p o sterio r legitim ación.
La m u e rte de A rnulfo de C arintia eclipsará m o m en tá­
n e a m e n te la estrella im perial alem ana. P ero la id ea de im ­
p erio n o desapareció y la vemos renacer, con suertes diver­
sas, en In g la te rra y España. Estos im perios regionales,
a u n q u e se rec o n o c e n com o brazos arm ados de la Iglesia,
LA CIUDAD CRISTIANA 849

n o m a n tie n e n con R om a la relación vital capaz de inspirar­


les esp íritu universalista. Son m eras rem iniscencias de un
o rd e n político sostenido en el recu erd o .
La idea de im perio fue reivindicada en E spaña p o r el rei­
no de León, único q u e conservó la tradición del sacro y
m antuvo las p reten sio n es de la an tig u a realeza visigótica.
N o nos hagam os ilusiones sobre la extensión de este im pe­
rio ni sobre la u n id a d reclam ada p o r su título. El m ovim ien­
to político español, sin te n e r los caracteres del feudalism o
c e n tro e u ro p e o , ten d ía a u n a suerte de patriarcalism o feu­
dal. O liveira M artins en su m agnífica Historia de la civiliza­
ción ibérica señala la subsistencia de las behetrías hispánicas,
com o el elem en to político que im pidió el arraigo del siste­
m a feudal e n u n sentido estricto. Las behetrías eran pobla­
ciones cuyos vecinos, com o dueños absolutos de ellas, p o ­
d ían recibir p o r señ o r a quien quisiesen. De este m odo, el
b a ró n español e ra m ás u n funcionario p ro te c to r q u e u n so­
b e ra n o . El im perio de los reyes leoneses recaba p a ra su do­
m inio u n a pro tecció n de este tipo.
In g la te rra conoció el título de e m p e ra d o r d u ra n te el
rein a d o de A lfredo el G rande y e n especial de sus suceso­
res. N o existe u n a d o cu m en tació n clara respecto a la id ea
q u e im plicaba el título. P ro b ab lem en te significaría lo mis­
m o que rey o basileo.
El im perio, con to d a la fuerza de sus antiguas p reten sio ­
nes, re n a c e rá en A lem ania. D esgraciadam ente p a ra la con­
tin u id ad de su proceso, la m u e rte de A rnulfo de C arintia
trajo p o r consecuencia u n a larga reg en cia sacerdotal que
alen tó la ten d e n c ia fraccio n ad o ra del feudalism o. El hijo
de A rnulfo se llam ó Luis y era todavía u n n iñ o cu ando m u­
rió su p ad re. D u ran te su m in o ría de e d a d — n u n c a llegó a
850 RUBEN CALDERON BOU CHET

ser m ayor p ues m urió e n la infancia— se h icieron cargo del


rein o los tres principales consejeros de A rnulfo: H atón, ar­
zobispo de M aguncia y p rim ad o de la G erm ania; Aldabe-
ró n , obispo de A usburgo; y Salom ón de C onstancia, abad
de San Galo. Los tres n o m b re s con la eufónica term inación
e n ón p are c e n ilustrar u n cu en to p a ra niños, y, efectivam en­
te, presid iero n el g o b ie rn o de u n rey que n u n c a dejó la ni­
ñez a no ser p a ra m orir. Los tres prelados influyeron para
h a c er de A lem ania u n a nación eclesiástica, consolidando
en p rim e r lugar los grandes feudos abaciales y obispales.
P o r su p a rte los b aro n es laicos reaccionan fren te al avance
eclesiástico y p ro c u ra n p o n e rle rem ed io m ediante la res­
tau ració n del im perio.
La m u e rte de Luis el N iño agudiza la tirantez e n tre las
dos fuerzas feudales de A lem ania, p ero los g randes prela­
dos g an an el p rim e r e n c u e n tro designando com o rey a
C o nrado el Sálico.
La situación del rein o es difícil p o r la división de sus
fuerzas in te rio res y el asedio que llevan los m agiares en la
fro n te ra Este. P recisam ente es en la Sajonia d o n d e el peli­
gro es m ás g ra n d e , la lu ch a m ás recia y la voluntad de im ­
p e ra r m ás vigorosa y constante. En este ducado n a c erá la
fuerza capaz de d a r a A lem ania el brazo arm ad o que n ece­
sita. La iniciación del ascenso de Sajonia c o rresp o n d ió a su
d u q u e O tón, llam ado el Ilustre.
N o m e d e te n d ré a ex am in ar con d eten im ien to la foja de
servicios de este p red e c e so r de los posteriores otónidas. Su
acción se ex ten d ió hasta el 912 y sus hazañas g u erreras de­
tuvieron el asedio m agiar. Fue u n hijo de O tó n el Ilustre,
E n riq u e el C azador de Pájaros, q u ien va a e x te n d e r la in­
fluencia de Sajonia a todo el rein o alem án, cuyo cetro con­
LA CIUDAD CRISTIANA 85 1

q uistará m itad con las arm as y m itad con la astucia de su


hábil diplom acia.
El C azador de Pájaros es el verdadero forjador del im pe­
rio alem án. José C alm ette señala la paradoja de q u e la idea
del im perio renazca en Sajonia, el pueblo m ás irred u ctib le­
m en te enem igo de la m isión im perial carolingia y que sea
u n descen d ien te de W ittikind, el últim o adversario de Car-
lom agno, el en carg ad o de recabar p a ra sí la h e re n c ia del
gran p rín cip e franco. C onviene advertir que estos príncipes
sajones h ab ían inventado u n a genealogía p o r la cual des­
c en d ían de C arlom agno. N o se discute el carácter apócrifo
de tales invenciones, p e ro se rec u e rd a la p retensión im plíci­
ta en ellas de presentarse a recoger la h ere n c ia im perial.

L O S EMPERADORES OTONIDAS Y SALICOS

E n riq u e p re p a ró el te rre n o , p e ro el fru to de la cosecha


fue recogido p o r su hijo O tó n , llam ado el G rande, p o rq u e
es la fig u ra m ás sobresaliente de la nueva A lem ania 85.
A ñade el h isto ria d o r francés: su g en io no tiene la no­
bleza d e C arlo m ag n o , p e ro fue su equivalente a la m ed id a
del siglo X.
E ra u n v erd ad ero g erm an o , alto, robusto, ru b ic u n d o .
U n cu e rp o vigoroso y de aspecto pesado, p o se ed o r de un
ro stro cu b ierto p o r u n a larga b a rb a ru b ia y d o n d e brillaban
dos ojos azules rápidos e inteligentes.

8 5 . J o s e p h C a lm e tte , Le Reich Allem and au Moyen Age, P aris, P ayot, 1 9 5 1 ,


pâg. 57.
852 RUBEN CALDERON BOUCHET

Su rein a d o com ienza oficialm ente el 8 de agosto del año


938 y la co ronación se efectuó en Aix-la-Chapelle. Recibió
la santa u n ció n de las m anos del obispo de M aguncia. La
elección de Aix-la-Chapelle p a ra m arco de la cerem o n ia
era u n a clara advertencia política. El nuevo rey com enzaba
su g o b iern o en la capital del im perio carolingio.
N o in teresa m arcar u n o p o r u n o los triunfos políticos y
m ilitares d e O tó n , p e ro conviene d ecir algo sobre el cum ­
p lim ien to de u n plan sistem ático bien adap tad o al espíritu
del siglo X.
La te n d e n c ia al fraccionam iento feudal dejaba oír p o r
todas p artes su reclam o. C o n tra lo que p o d ía h a b e r de
an árq u ico en ese espíritu se levanta O tó n p a ra recabar, en
p rim e r lugar, p o r la u n id a d alem ana y, en segundo lugar,
p o r la reco n stitu ció n del im perio carolingio.
La p rim e ra e ta p a de su p ro g ram a d e b ía realizarse to­
m an d o en consideración la existencia de los g randes seño­
res feudales y todo aquello que no p o d ía ser elim inado del
am b ie n te señorial de la época. C onsolidar la u n id ad alem a­
n a y al m ism o tiem po resp e tar los derechos feudales de los
g ran d es señores n o era tarea fácil. O tó n lo logró gracias a
u n a sabia distribución de astucia, seren id ad y tem eridad.
C olaboró con su faen a esa suerte de regale sacerdotium for­
m ado en los rein o s an terio res y cuya ten d en cia a do m in ar
p o r su c u e n ta estaba eficazm ente fre n a d a p o r el tem o r a los
feu d o s laicos.
C on su m ad a la u n id a d alem ana, O tó n inició la segunda
p a rte de su p ro g ra m a de acción. C on el pretex to de salvar
al p a p a d o de las presiones de la nobleza ro m an a descendió
hacia R om a y añ ad ió a su c o ro n a la diad em a del cetro ca­
rolingio. C om o lo fu era C arlom agno en su o p o rtu n id a d ,
LA CIUDAD CRISTIANA 853

O tó n fue saludado con el título de augusto el 2 de feb rero


del 962.
“R estauración carolingia, no creación nueva — escribe
C alm ette— , p o r lo m enos en sus principios. El círculo de
oro q u e J u a n XII ciñó sobre la fren te del salón e ra el mis­
m o q u e L eón III h a b ía colocado sobre la cabeza del fu n d a­
d o r de Aix-la-Chapelle. De hech o y a pesar de q u e Francia
no fo rm a p a rte del im p erio otónico, resulta que este dom i­
n io apoyado sobre A lem ania e Italia será u n im perio rom a­
n o g erm ánico. L a Galia occidental p e rm an eció fu era de
sus lím ites y, pese a los esfuerzos de O tó n p a ra anexarla, se­
g u irá p e rm a n e c ie n d o fuera. Esta diferencia es esencial. Se­
ñala la distinción p a ra h acer en el cotejo con el im perio de
C arlom agno, p o rq u e la Galia era la p arte m ás im p o rtan te
del d o m in io del g ran carolingio. Se debe subrayar esta di­
fere n c ia c u a n d o el sajón h ag a u n a realidad co n c re ta del
im p erio g erm án ico , de ese im perio que la E dad M edia lla­
m ará ‘Sacrum R om anum Im p eriu m G erm an icu m ’” 86.
C om o dato curioso, anotam os u n o de los tantos contras­
tes q u e h acen tan m ovido el cu ad ro histórico de esa Edad
M edia “e n o rm e y d e lic ad a ”, y es la m ezcla de desprecio y
ad m iració n q u e los germ an o s sienten p o r Rom a. O tó n no
te n d rá seguridad en la posesión de su tro n o hasta que las
trém ulas m anos de J u a n XII, u n adolescente in q u ieto y al­
go p ro terv o , n o hayan ceñ id o sobre su cabeza la tiara im pe­
rial. L ogrado su propósito, el jo v en pontífice se convierte
e n dúctil arcilla q u e sus fuertes p u ñ o s fo rm an y d efo rm an
a su antojo.

8 6 . J o s e p h C a lm e tte , Le Reich A llem and au Moyen Age, P aris, P a y o t, 1 9 5 1 ,


pâg. 80.
854 RUBEN CALDERON BOU CH ET

U n em b ajad o r del e m p e ra d o r O tó n , L iu tp ran d o de Cre­


m o n a, se hace eco del desprecio germ ánico p o r R om a
c u a n d o replica a N icéforo Focas, basileo de Bizancio, que
la h istoria de R om a tien e m al origen. F u n d a d a p o r Róm u-
lo, asesino de su h e rm a n o R em o y com o él hijo adu lterin o ,
fue desde el com ienzo u n asilo de en d e u d ad o s y esclavos
fugitivos. “A este c o n g lo m erad o de gentes se dio el n o m b re
de rom anos. De esta n o bleza h an nacido los que vosotros
llam áis ‘co sm o crato res’, d u eñ o s del m u n d o o e m p e rad o ­
res. En cu an to a n osotros lom bardos, sajones, francos, lota-
ringios, bávaros, suevos y b o rg o ñ o n es, los despreciam os de
tal m a n e ra q u e c u a n d o tenem o s un enem igo reservam os
p a ra él u n a sola injuria: ro m a n o . C o m p ren d em o s bajo ese
n o m b re todo lo que es bajeza, cobardía, avaricia, lujuria,
tra p a ce ría y en g en eral todos los vicios. En cu an to a eso que
tú p rete n d es, q u e no sabem os co m b atir ni m o n ta r a caba­
llo, re c u e rd a esto: si los pecados de la cristiandad traen co­
m o consecuencia que tú te obstines en tu actitud, las p ró ­
xim as g u erras dem ostrarán de q u é m odo sabem os h a c er la
g u e rra y q u é endebles g u errero s som os” 87.
Se reco n o ce la m ajestad ro m a n a y se ab o m in a del carác­
te r ro m a n o en todo lo que se o p o n e al espíritu m ilitar y ca­
balleresco de las nuevas estirpes bárbaras. Estos sentim ien­
tos están claram en te expresados en la p ro clam a d o n d e
O tó n III rechaza la supuesta d o n ació n de C onstantino y
ofrece e sp o n tá n e am e n te la pro tecció n del Im perio.
“N osotros proclam am os a R om a capital del m undo. Re­
conocem os a la Iglesia R om ana p o r m adre de todas las Igle­
sias, p ero reconocem os tam bién que la incuria e incapaci­

8 7 . F o lz , op. cit., D o c u m e n t o VIII.


LA CIUDAD CRISTIANA 855

dad de m uchos de sus pontífices h an oscurecido los títulos


de su alteza. En efecto, h an vendido y alienado con tácticas
deshonestas las posesiones de San P edro fu era de la ciudad
y otros bienes que poseían en nuestra p ro p ia ciu d ad ... Des­
po jaro n a San P edro y a San Pablo de las riquezas de sus al­
tares y en vez de reparaciones ofrecen confusiones. C on des­
precio de los preceptos pontificales algunos papas llevaron
su arro g an cia hasta co n fu n d ir la m ás g ran d e p a rte de nues­
tro im perio con su p o d e r apostólico. No cuidaron de lo que
p erd ía n p o r sus faltas ni se p reo cu p aro n p o r lo que su vani­
dad personal les hacía malgastar: R eem plazaron los bienes
dilapidados p o r u n a falsa pretensión p ara usar los nuestros.
’’Tales son, en efecto, las m entiras forjadas p o r ellos mis­
m os e n tre las q u e sobresale la inventada p o r el cardenal-
d iáco n o Ju a n , llam ado ‘dedos co rtad o s’, q u ien red actó con
letras de oro u n privilegio p o r el cual el e m p e ra d o r Cons­
ta n tin o h a b ría ced id o al p apado p arte de su im perio com o
legado p e rso n a l”.
D espués de rech azar ésta y otras falsas donaciones falsi­
ficadas en la curia rom ana, el e m p e ra d o r O tó n III p o r su
c u e n ta y riesgo confiere a San P ed ro “bienes que son nues­
tros, n o bienes q u e le p e rte n e c e n p o r d e re c h o y a p a re n ta n
ser nuestros. P o r am o r a San P edro hem os elegido p ap a a
Silvestre [G erb ert d ’Aurillac] nu estro m aestro y h a b ié n d o ­
lo q u e rid o Dios lo hem os o rd en a d o y llevado hasta el p o n ­
tificado su p rem o y a h o ra, p o r am or al p a p a Silvestre, ofre­
cem os a San P ed ro bienes de n u estro d om inio p ú b lic o ...
p a ra que él los adm inistre p a ra la p ro sp e rid a d de su p o n ti­
ficado y aq uella de n u estro im p e rio ” 88.

8 8 . F o lz , op. á t., D o c u m e n t o X .
856 RUBEN CALDERON BOUCHET

La relación e n tre el im perio y el p apado reflejada p o r el


d o c u m e n to aparece en u n a su erte de m u tu a su b o rd in a­
ción. El e m p e ra d o r reco n o ce la sublim idad del pontificado
e n virtud de su origen, p e ro se reserva el d e re c h o de o rd e ­
n a r y p o n e r al fre n te de la Iglesia universal a la p erso n a que
él co n sid era d ig n a del cargo. Los em p erad o res otónidas y
p o ste rio rm en te los sálicos no reivindicaron p a ra su co ro n a
u n p o d e r espiritual sobre la Iglesia, p ero se atribuyeron
u n a su erte de ju risd icció n policial cuyo uso tra e ría graves
consecuencias p a ra la co n co rd ia e n tre am bas potestades.
El privilegio o tó n id a c o n tien e explícitam ente u n a suerte
de ju risd ic c ió n sobre la elección del p a p a que las necesida­
des políticas del im perio recaban p ara sí com o obligación
de oficio.
La relació n e n tre el p a p a Silvestre II y O tó n III señala
u n p u n to cu lm in a n te en la h istoria del Santo R om ano Im ­
p e rio G erm án ico de O ccid en te y esto p o r dos razones: la
p rim e ra de ellas se fu n d a e n la m adurez lograda p o r el p ro ­
ceso de d esarro llo de la id ea im perial tal com o fue pensa­
d a p o r los sucesores de O tó n I el G rande; en seg u n d o lu­
g ar p o r la calidad fu era de serie de los titulares de am bos
poderes.
G e rb e rt d ’A urillac h a b ía nacido en A quitania hacia los
años 940-945 y fue ed u c ad o en el m onasterio de Saint Gé-
ra u d d ’Aurillac. Intelig en cia extrao rd in aria, dem ostró des­
de el com ienzo de sus estadios u n a ra ra curiosidad p o r las
ciencias físicas y m atem áticas in troducidas en E spaña p o r
los árabes. En el cultivo de este saber alcanzó p ro n to gran
fam a y el p a p a Ju a n XIII lo rec o m en d ó a O tó n I q u e desea­
b a recib ir instrucción en estas disciplinas. Desde ese m o­
m en to d a ta la relación fam iliar de G erb erto con los otóni-
LA CIUDAD CRISTIANA 857

das. M aestro de O tó n II, lo fue tam b ién del tercero de este


n o m b re . Su regio discípulo u n a vez ceñida la c o ro n a im pe­
rial h a b ía de llevar a su m aestro al tro n o de San Pedro.
O tó n III cu lm inaba u n esfuerzo fam iliar en sus relacio­
nes con el papado. Al colocar a G erberto d ’A urillac al fren ­
te de la cristiandad n o solam ente cum plía con las exigen­
cias del privilegio o tó n id a, sino que expresaba tam bién u n a
m a n e ra m uy p a rticu la r suya de c o m p re n d e r la colabora­
ción e n tre el p a p a d o y el im perio.
O tó n III e ra u n h o m b re ex trañ o . Su ascen d en cia m a­
te rn a lo vinculaba a los e m p e rad o re s de Bizancio. En este
m ed io sajón h a b ía u n a m itad de griego que lo llevaba a
c o n c e b ir u n su e ñ o im perial, p o r en cim a de sus posibilida­
des reales.
G e rb e rto lo a n im ab a en esta em presa: “Es a nosotros, sí,
a n o so tro s a q u ien e s p e rte n e c e el im p erio ro m a n o ... Tú
eres n u e stro césar, e m p e ra d o r de los rom anos y augusto;
n acid o de la n o b le sangre de los griegos, eres su p e rio r a
los griegos p o r tu poder, d om inas a los ro m an o s p o r d e re ­
cho h e re d ita rio y los superas a todos p o r tu genio y tu elo­
c u e n c ia ” 89.
El carácter deso rb itad o de la alabanza h a b ía de incidir,
d esg raciadam ente, en el aspecto ilusorio de los proyectos.
Estos dos genios reu n id o s circunstancialm ente en la direc­
ción de la cristiandad h ab ían de sum ar la diversidad de sus
virtudes y sus defectos con tan m al sentido de la p ro p o r­
ción q u e su resultado fue un fracaso. La reb elió n y el desor­

89. Prefacio del Libellus de Rationali et Ratione Uti, citado por Jacquin,
Histoire de l ’Eglise, Paris, D esclée de Brouwer, 1948, t. III, pág. 527.
858 RUBEN CALDERON BOUCHET

d e n fu ero n los efectos m ás inm ediatos de su colaboración.


L a m u e rte p re m a tu ra de O tó n III hizo el resto. Silvestre II
q u e d ó solo y el sueño de u n a cristiandad u n id a en la a rm o ­
n iosa co n junción de sus dos potestades suprem as pasó co­
m o u n a n u b e sobre u n yerm o.
C a p i t u l o VI
LA REFORMA GREGORIANA

L A CRISIS ECLESIASTICA

O tó n III y Silvestre II, con sus m aneras doctas y u n poco


fu era de las m ezquinas realidades de este m u n d o , h ab ían
pro tag o n izad o el raro in te rlu d io de u n a conversación en
alto nivel sobre los destinos de la cristiandad. M ientras el
e m p e ra d o r y el p a p a conversaban, el obispo de M aguncia
inicia u n a d ecid a oposición a la acción pontificia. El alto
p rela d o re p re se n ta b a los concretos intereses de los grandes
señores eclesiásticos alem anes y no veía con b u en o s ojos los
proyectos de am bos soñadores. Las esperanzas generosas
forjadas sobre la con ju n ció n del p a p a sabio y el e m p e ra d o r
esclarecido cayeron con el tem p ran o fallecim iento de
O tó n . Dos años más tard e m u ere G erb erto d ’A urillac y to­
das las fuerzas contrarias a la co n co rd ia q u e latían en el se­
no de la sociedad cristiana e n tra ro n e n colisión.
Dos vicios noto rio s afectaban la vida de la Iglesia a par­
tir del siglo X: las ventas de los bienes del clero y de las in­
860 RUBEN CALDERON BO U CH ET

vestiduras eclesiásticas conocidas con el n o m b re de sim o­


n ía y el c o n cu b in ato de los prelados. La sim onía e ra asun­
to viejo y m uy com plicado. T om a su n o m b re del fam oso Si­
m ón M ago y su fru stra d o in te n to de c o m p rar a San P edro
el p o d e r de h acer m ilagros. La práctica más d ifu n d id a era
la ven ta de las o rd en a c io n e s sacerdotales p o r p a rte de los
obispos. C ostum bre d ep lo rab le a la que se añadió, a p artir
del siglo IX, el o to rg a m ie n to de investiduras eclesiásticas a
los señores laicos m ed ian te u n estipendio. Este vicio con su
nueva m o d alid ad es consecuencia de la confusión de la j u ­
risdicción espiritual y la tem p o ral en los grandes feudos de
la cristiandad. Los señoríos eclesiásticos su p o n ían al m ism o
tiem po obligaciones de g o b iern o sobre las tierras do m in a­
das. Esta situación obligaba a los príncipes a asegurarse la
fidelidad de este vasallo u n tanto am biguo. Para lograrlo
n o e n c o n tra ro n m ejor e x p ed ien te que d a r los obispados a
h o m b re s de su séquito. El lazo feudal q u e d a b a afirm ado
p e ro la fu n ció n sacerdotal u n poco lastim ada.
La investidura c o n c e rn ía al feu d o y éste n o e ra p ro p ie ­
d ad de la Iglesia, razón p o r la cual c o rre sp o n d ía al rey o al
p rín c ip e d arla a q u ien co n sid erab a conveniente. P ero al
m ism o tiem po la investidura su p o n ía el ejercicio de la fu n ­
ción sacerdotal y la Iglesia n o p o d ía re n u n c ia r a ejercer es­
tre c h a vigilancia sobre los responsables de su m agisterio.
C om o se ve no e ra n a d a fácil establecer con precisión el
d elito de sim onía. C o n el p ropósito de c o rta r p o r lo sano,
la Iglesia co n sid eró sim oníacas a las prácticas d o n d e se
c o n fu n d ía n las relaciones de vasallaje con las funciones
eclesiásticas.
E ra u n a fo rm a taxativa de in te rp re ta r el problem a, p ero
n o de solucionarlo. A la confusión rein a n te en los hechos
LA CIUDAD CRISTIANA 861

se a ñ a d ía a h o ra el peso de u n an a te m a sin que éste sirvie­


ra p a ra dirim ir el conflicto, toda vez q u e el cargo eclesiásti­
co seguía som etido a u n lazo de vasallaje en razón del do­
m inio territo rial ejercido.
Es difícil co n o c er el o rigen de esta situación y especial­
m en te c u a n d o nos em p eñ am o s en c o m p re n d e r las form as
políticas m edievales c o n fo rm e a tipificaciones racionalistas
pro p ias de n u e stra época. Para d arn o s u n a idea aproxim a­
d a de estos hechos sin exam inar con d e te n im ie n to cada
u n o de ellos, deb em o s p a rtir de u n p a r de presupuestos: en
p rim e r lugar la sociedad occidental es u n com plicado m o­
saico de circunstancias históricas únicas e irreiterab les en
cada lugar y tiem po, p e ro hubo m odalidades generales im ­
puestas p o r las costum bres m ilitares y p o r la influencia de
las ideas cristianas.
Se p u e d e afirm ar sin faltar a la verdad que el feudalism o
se convirtió en u n a práctica política válida en u n a gran p ar­
te del O ccid en te cristiano, p ero n o sería igualm ente cierto
p e n sar en u n a m o d alid ad única de la relación feudal. Esta
aseveración im p o n e u n a b u e n a dosis de cautela c u an d o se
tra ta de reflex io n ar sobre la extensión del vicio sim oníaco
y la p ro fu n d id a d del d a ñ o causado p o r su práctica. C uan­
do se trata de c o rru p c io n e s im putables a los servicios ecle­
siásticos, los p rim ero s en exagerar sus dim ensiones son los
en cargados de p o n e rle coto y esto en función del celo en
todos los asuntos relacionados con la fe.
Las costum bres sim oníacas, p o r m u ch a extensión que
hayan ten id o , n o afectaron la fiel conservación de los p rin ­
cipios. Las capitulares canónicas de la época m an te n ía n las
reglas disciplinarias respecto al o rd en a m ie n to de los obis­
pos, la sim onía y el celibato con todo el vigor de m ejores
862 RUBEN CALDERON BOUCHET

tiem pos. La colección m ás im p o rta n te de reglas canónicas


c o n c ern ie n te s a este p e río d o histórico es la de los decretos
recogidos p o r el obispo de W orm s e n tro los años 1008 y
1012 llam ad a Colección de los cinco libros. Su plan m etódico,
la a d ap tació n del d e re c h o antiguo a las m odalidades p re­
sentes y el tono m o d e ra d o de sus disposiciones la hacían
m ás a p ta que los principios p o ste rio rm en te form ulados
p o r G regorio VII p a ra m ejorar las condiciones del clero.
Esta colección influyó e n la p rep aració n de la refo rm a ecle­
siástica cuyo esp íritu se venía p re p a ra n d o en las abadías de
C luny y de Cister.

O t r o s a n t e c e d e n t e s d e l a r e f o r m a g r e g o r ia n a

J u n to a la persistencia de u n inalterable d e re c h o canó­


nico d eb e an o tarse en favor de la refo rm a la influencia be­
n e d ic tin a en el sostenim iento de sus reglas m onacales. De
m a n e ra m ás directa y decisiva la acción ejercida p o r m u­
chos signatarios eclesiásticos que m antuvieron sus iglesias
in co n tam in ad as p o r el d eso rd en de las costum bres. Los
n o m b re s de A tón, obispo de Verceil, y de Ratier, obispo de
V erona, h a n legado el testim onio de u n clero capaz de re­
sistir la c o rrie n te de la historia. P ero la presión del m u n d o
n o es fácil de c o n te n e r y estos b u en o s ejem plos no p o d ían
h a c e r m u ch o c u an d o las grandes a u to rid ad es del o rd e n po­
lítico g u a rd a b a n todo el p o d e r sobre los bienes del clero.
S ería ig u alm ente falso su p o n e r a los em p erad o res o se­
ñ o res feudales insensibles a los asuntos espirituales. Mu­
chos de ellos fu ero n creyentes sinceros y tra taro n de elegir
com o rep re sen ta n te s de la Iglesia a hom bres dignos de sus
LA CIUDAD CRISTIANA 863

altas funciones. Los n o m b res del e m p e ra d o r E nrique II de


A lem ania o del rey R oberto el Piadoso de F rancia vienen a
n u e stra m em o ria p a ra re c o rd a r el sum o cuidado puesto en
la selección de sus obispos. P ero esto apenas e ra u n paliati­
vo en la curación d e u n m al cuya raíz estaba en el sistem a y
n o en los hom bres.
En esta situación subió al tro n o de San P ed ro en diciem ­
b re de 1048 el obispo de Toul, llam ado B runo. La elección
de este p relad o , co ro n a d o con el n o m b re de L eón IX, alar­
m ó a todos aquellos a q u ien es u n a posible refo rm a eclesiás­
tica p o d ía d a ñ a r en sus intereses. B ru n o ten ía fam a de
h o m b re austero y decidido p artidario de la reg en eració n
de la Iglesia a n u n c ia d a en m edio de presagios funestos. Su
larga p e rm a n e n c ia en L orena, de la que e ra o riu n d o , lo ha­
b ía p u esto e n co n tacto con el espíritu de la refo rm a y esta­
b a firm e m en te convencido de auspiciar la in d e p e n d e n c ia
del clero respecto de los p o d eres civiles.
Su p rim e ra m edida, en cu an to fue co ro n ad o sum o p o n ­
tífice, fue d eclarar que n o se h a ría cargo del sillón de Pe­
dro m ientras el clero y los fieles de su nueva diócesis no ra­
tificaran la decisión im perial. La confirm ación en sus
fu n cio n es pontificales la recibió a su llegada a la capital del
cristianism o, el d ía doce de feb rero del año 1049.
Sin d e m o ra r m u ch o convocó u n sínodo en la ciudad de
R om a p a ra atacar los dos m ales q u e co rro ían la Iglesia: si­
m o n ía y nicolaísm o. Los obispos que h ab ían o b ten id o sus
cargos a cam bio de d in ero fu ero n depuestos de sus funcio­
nes. El p ap a quiso im p o n e r esta m ed id a disciplinaria a to­
dos los prelados o rd en a d o s p o r sim oníacos. El sínodo le hi­
zo ver la situación de d esm an telam ien to en q u e q u e d a ría la
Iglesia al p ro c e d e r con tanto rigor. El p a p a se conform ó
864 RUBEN CALDERON BOUCHET

con im p o n e r a los sim oníacos m enores u n a p e n ite n cia de


c u a re n ta días p a ra conservar el cargo.
Su in te n c ió n e ra e x te n d e r la re fo rm a a todas las Iglesias
de O ccid en te. C on este firm e p ro p ó sito trató de tom ar
c o n ta c to p erso n al con el clero y los fieles de las distintas
naciones. C onvocó o tro sín o d o e n Pavía y m ás tard e atra­
vesó el cuello del g ran San B e rn a rd o y p e n e tró en A lem a­
n ia p a ra entrevistarse con el em p erad o r. La re u n ió n se rea­
lizó e n C olonia, y m ien tras L eón IX se e n c o n tra b a en esa
ciu d ad , recib ió u n a invitación del obispo de Reim s p a ra
q u e lo visitara en su diócesis y co n sag rara la basílica rec ien ­
te m e n te levantada. El p a p a aceptó la am able invitación
p o rq u e co incidía con sus expresos deseos de e x te n d e r el
esp íritu de la reform a. Llegó a Reim s a fines de setiem bre
d el 1049.
N o te rm in ó el a ñ o sin convocar u n terc e r sín o d o d o n ­
de p a rtic ip a ro n los arzobispos de Tréveris, B esanzón y
Lyon, u n a q u in c e n a de obispos y nu m ero so s abades. Las
crónicas de la ép o ca h acen n o ta r la au sen cia del rey de
F rancia, E n riq u e I, cuya descortesía expresaba su oposi­
ción a la reform a.
La asam blea sinodal se realizó a p a rtir del tres de octu­
bre. En su transcurso los obispos d eb iero n declarar si ha­
bían o n o o b te n id o sus cargos p o r m edios sim oníacos. M u­
chos n o se atrevieron a sostener su inocencia, signo de los
nuevos vientos q u e soplaban, y otros reco n o ciero n te n e r su
cargo p o r influencias fam iliares. R econocida su sinceridad
fu e ro n considerados dignos de c o n tin u a r al fre n te de sus
funciones. En cam bio H ugo obispo de L angres y B udio de
N antes fu ero n d epuestos después de haberse p ro b ad o su si-
m onism o.
LA CIUDAD CRISTIANA 865

El sín o d o co n c re tó aspiraciones e n la redacción de al­


g u n o s cán o n es co nsiderados obligatorios p a ra las iglesias
de Francia. Se c o n d e n ó la sim onía en todas sus posibles va­
ried ad es y se estableció la elección de los obispos p o r el
clero y los fieles. Se p ro h ib ió a los sacerdotes la p o rtació n
de arm as y to d a clase de prestaciones co nsideradas usura­
rias. A los laicos se les p ro h ib ió ejercer fu n cio n es eclesiás­
ticas, p o se er altares, m o lestar a los clérigos, c o n tra e r m a­
trim o n io s incestuosos o a b a n d o n a r la m u je r legítim a p ara
desp o sar otra. En este concilio n o se habló del celibato
eclesiástico, así com o en el sínodo de M aguncia, tam b ién
p resid id o p o r L eón IX, no se hizo m en ció n a la elección
de los obispos p o r los fieles. En A lem ania se h a b ía im pues­
to la co stu m b re de u n a elección p o r vía im perial y, com o
E n riq u e III h a b ía dad o p ru eb as de b u e n a vo lu n tad p a ra
con la Iglesia, se co n sid eró in o p o rtu n o ped irle el a b a n d o ­
no de ese privilegio.
La actividad de L eón IX no cejó un m o m ento. Visitó
m uchas ciudades im portantes. En todas ellas, luego de con­
vocar u n sínodo regional, p ro ced ió a d e p o n e r sim oníacos
im p e n ite n te s y consolidar las bases de la reform a.
Estaba en esta tarea, cu ando la invasión de los n o rm a n ­
dos en el sur de Italia lo obligó a p o n e r su aten ció n en el
nuevo conflicto. T em eroso p o r la in d ep e n d e n c ia de los Es­
tados Pontificios apeló al e m p e rad o r E nrique III p a ra librar­
se de esa nueva fuerza militar. E nrique no p u d o acceder a
su solicitud com o tal vez h u b iera sido su deseo. En verdad
los in o p o rtu n o s n o rm a n d o s p ro b arán más adelante que no
hay m al que p o r bien no venga. O tro p a p a sitiado p o r otro
e m p e ra d o r apelará a las condiciones m ilitares de los n o r­
m andos p a ra librarse de la excesiva protección im perial.
866 RUBEN CALDERON BOUCHET

E l c o n f l ic t o

L eón IX inicia u n d e c id id o a taq u e a los abusos del p o ­


d e r tem p o ral sobre el espiritual. A provechó u n b u e n m o­
m en to , pues el e m p e ra d o r E n riq u e III e ra h o m b re de pie­
d a d a c e n d ra d a y c o m p re n d ió p e rfe c ta m e n te los esfuerzos
del papa. P ero E n riq u e III falleció en 1056 y su sucesor le­
gítim o, el jo v e n p rín c ip e E n riq u e IV, e ra todavía m uy ni­
ñ o p a ra hacerse cargo del g o b iern o . En ese ín te rin m u e ­
re tam b ién L eó n IX y el p u eb lo de R om a y su clero, en
to d o c o n fo rm e con la re fo rm a del fallecido p o n tífice, eli­
g en p a p a a E steban IX sin co n su ltar al nuevo e m p e ra d o r
ni a su séquito. E steban IX ap en as d u ró un o s m eses en el
tro n o de P e d ro c u a n d o m urió. N uevam ente el clero y el
p u e b lo ro m a n o elig iero n su sucesor a Nicolás II. Este pa­
p a p ro m u lg ó u n d e c re to p o r el cual los pontífices d eb ían
ser elegidos, en lo sucesivo, p o r u n colegio de card en ales
y la elección d e b ía ser, salvo circunstancias excepcionales,
en Rom a.
L a m e d id a te n d ía a u n a c o m p le ta re c u p e ra c ió n de la
in d e p e n d e n c ia papal. El p o n tificad o e je rc e ría su p o testad
sin im p e d im e n to s en todo lo re fe re n te a sus asuntos ecle­
siásticos, inclu id a, p o r supuesto, la desig n ació n de los al­
tos d ig n ata rio s d e la Iglesia. Esto significaba u n a form al
c o n d e n a c ió n de las costum bres regias e im periales de la
época.
E n riq u e IV se h acía m ayor y, con la edad, crecía en él la
am bición de re c u p e ra r los antiguos p o d eres de sus a n te p a ­
sados. P ara ir fo rm án d o se la m ano en las intervenciones so­
b re los asuntos del clero, reclam ó el p o d e r de elegir los
obispos y p o r e n d e sostuvo el criterio de que las investidu-
LA CIUDAD CRISTIANA 867

ras eclesiásticas e ra n asunto de su incum bencia. A lejandro


II, sucesor de Nicolás, excom ulgó a los consejeros de E nri­
q u e IV e inició el g ran conflicto del siglo.
A lejandro no vivió suficiente tiem po p a ra e n tra r de lle­
n o en la fam osa querella; q u ien h ab ía de llevarla hasta sus
últim as consecuencias fue su sucesor, G regorio VII.
G regorio VII es u n a de las figuras m ás discutidas de la
histo ria del p a p a d o y señala, con su p e rso n a lid a d fu e ra de
serie, u n o de los m o m en to s cu lm in an tes del p o d e r papal.
H a b ía n acid o en Soana, provincia de Siena, cerca del año
1020 y era, en c u a n to a su cuna, de h u m ild e condición. Al­
gu n o s h isto riad o res p o n e n to d a su b u e n a v o lu n tad sobre
la frágil circu n stan cia de su n o m b re de pila: H ild eb ra n d o ,
p a ra convertirlo en m iem bro de la p o d ero sa fam ilia de los
A ld o b ran d in i. O tros lo h acen originario del n o rte de Ita­
lia, p o sib lem en te lo m b ard o , y trasp lan tad o a Tuscia p o r u n
azar del destino. Esta o p in ió n c o rre tam bién p o r la c u e n ta
del n o m b re germ án ico . Los h istoriadores m o d e rn o s sos­
tie n e n u n origen m odesto. Su apellido e ra B onizo o Boni-
zo n e y ni u n a n i o tra de estas posibilidades p atroním icas
auspicia a lc u rn ia germ ánica. La sospecha de q u e e ra un
italiano de b u e n a raza m e d ite rrá n e a p arece co n firm ad a
p o r la d escripción de su tipo físico: p e q u e ñ o y m o ren o ; se­
g ú n B aronio, de despreciable linaje.
La falta de m ajestad física y de h o n o res fam iliares fue
com p en sad a con creces p o r la capacidad p ersonal y la en ­
tereza h ero ica de su carácter 90. El p rim e ro en advertir es­
tas condiciones ocultas bajo la m ezquina ap ariencia fue
L eón IX. Este p a p a refo rm a d o r lo puso al fren te del m o­

9 0 . S a n tá n g e lo , Gregorio VII y su siglo, B u e n o s A ir e s , P eu ser, 1 9 5 3 .


868 RUBEN CALDERON BOU CHET

nasterio de San Pablo en R om a al que transform ó en u n se­


m illero de p artidarios de la reform a.
N o fue la ú n ica m isión confiada a H ild eb ran d o p o r el
g ran papa. Sirvió m uchos años en su cancillería pontificia
y allí tuvo la o p o rtu n id a d de c o m p re n d e r a fo n d o la vida de
la Iglesia en su nivel universal.
E xcelente escuela p a ra q u ien h a b ía de presidir los desti­
nos de la cristiandad en u n m o m en to tan difícil. A un q u e es
o p in ió n de m uchos la su p erio rid ad de su actuación antes
de ser papa, conviene re c o rd a r el calibre de las dificultades
presen tad as d u ra n te su pontificado.
P ara Pacaut, G regorio estaba anim ado de u n a fe ard ie n ­
te e n la reform a, p ero obstinado, rígido y, en ciertos aspec­
tos b ru ta l y to rp e, no cedía jam á s y era m uy poco inclinado
a n eg o ciar com prom isos. R econoce la elevación de sus am ­
biciones y la m agnanim idad de sus designios: p o n e r todo el
clero bajo la au to rid ad pontificia y exaltar el p o d e r de la
Santa Sede; p e ro se hace cargo de las dificultades reales
con q u e tro p ezaría en la realización de su program a: los
proyectos del em perador. C on un p a p a de su tem ple la lu­
ch a sería violenta y term in a ría en u n a exasperación m u tu a
de sus puestas. N o obstante, adm ite q u e las ideas sostenidas
p o r G regorio están fundadas m uy sólidam ente. Era un
h o m b re cultivado y sabía rodearse de teólogos excelentes
p a ra c o n firm a r sus p u n to s de vista. El últim o rep ro c h e que
le hace P acau t es el de ser un d o ctrinario; cosa asom brosa
si se tien e e n c u e n ta que el beneficiario de este ep íteto tie­
n e p o r carga de oficio custodiar el sacro depósito de la doc­
trin a c ristia n a 91.

9 1 . M a r c e l P a c a u t, L a Théocratie, P aris, A u b e r , 1 9 5 7 , p á g . 7 2.
LA CIUDAD CRISTIANA 869

N o es ésta la ú n ica contradicción q u e u n a sum aria pers­


picacia p u e d e d escu b rir en la o p in ió n de Pacaut. L lam an
tam bién la aten ció n los rep ro ch es de rigidez y obstinación
dirigidos a u n h o m b re a q u ien se le reco n o ce ecuanim idad
suficiente p a ra ro d earse de consejeros doctos y p ru d en tes.
P acaut p re te n d e explicar las circunstancias p a rticu la rm e n ­
te venenosas de la lu c h a co n tra E n riq u e IV to m a n d o com o
ú n ico p u n to de refe re n c ia los defectos tem peram entales
del papa. La perspectiva carece de objetividad; p a ra com ­
p re n d e r a fo n d o las terribles derivaciones del conflicto no
se p u e d e d e sd e ñ a r el carácter p é rfid o del em perador.
Gustavo S c h n ü re r advierte en los com ienzos del rein ad o
de E n riq u e IV la m ala disposición del nuevo rey p a ra acep­
tar cu a lq u ier disciplina. A penas h a b ía co n tra íd o m atrim o­
n io con la p rin cesa B erta cu ando decidió rep u d ia rla y pidió
al p a p a la an u lación lisa y llana de su casam iento. El p ap a
envió a P edro D am iano, decidido p artidario de la reform a,
p a ra co n sid erar la posibilidad de u n divorcio. P edro Da­
m ian o reu n ió u n concilio en F ran cfo rt y no hallan d o n in ­
g u n a causa seria en la caprichosa o c u rre n c ia del joven m o­
n a rc a p ro h ib ió ex presam ente legalizar el rep u d io .
“La su p e rio rid a d m oral de R om a e ra evidente — escribe
el h isto riad o r g e rm a n o — . Estaba en el in terés de E nrique
IV evitar u n a q u e re lla con la Santa Sede. El e m p e ra d o r p u ­
do te n e r en c u e n ta que el nuevo papa, G regorio VII, era el
alm a del m ovim iento refo rm ista ” 92.
G regorio n o ten ía n in g ú n in terés en desatar u n estúpi­
d o conflicto y m enos p o r u n m otivo p o líticam ente de poca

9 2 . G u sta v e S c h n ü r e r , L ’E glise et la Civilisation au Moyen Age, P aris, P ayot,


1 9 3 5 , T. II, p â g s. 3 4 0 -1 .
870 RUBEN CALDERON BOUCHET

im portancia. El sueño de G regorio VII e ra u n a cruzada en


O rie n te c o n tra el Islam. P ara llevarla a b u e n térm in o nece­
sitaba el apoyo de E nrique. D esgraciadam ente la situación
alem an a e ra p a rd c u la rm e n te a p ta p a ra crear inconvenien­
tes. Las sim onías se sucedían sin interm itencias y el p a p a en
el sín o d o de Pascua de 1075 excom ulgó a varios consejeros
del rey culpables de ese pecado. La sanción caía cerca de
E n riq u e y, sin afectarlo, lo rozaba. U n decreto p osterior del
m ism o G regorio VII p ro h ib ía bajo penas espirituales seve-
rísim as las investiduras laicas en g en eral y en particu lar las
designaciones de obispos h ech as p o r el em perador.
El p a p a no e n te n d ía q u ita r al rey el d e re c h o a ejercer
u n a legítim a influencia en la elección de los altos prelados
d el im perio. C on el sano prop ó sito de discutir este aspecto
de la cuestión, invitó a E n riq u e IV p a ra q u e enviara a Ro­
m a u n a delegación.
E n riq u e hizo caso om iso de la p ro h ib ic ió n y no tom ó
en c u e n ta la invitación a enviar sus delegados a R om a con
el ob jeto de d iscutir el problem a. O to rg ó p o r su c u e n ta y
riesgo la investidura episcopal de M ilán y con id én tico des­
d é n de los decreto s papales designó varios obispos m ás en
la baja Italia.
E ra m ucho. El p a p a protestó a n te el e m p e ra d o r y le ad­
virtió sobre la p e n a de ex com unión en q u e p o d ía in c u rrir
d e persistir en su conducta.
La respuesta de E nrique IV explica todos los sucesos
posteriores: reu n ió en W orm s u n concilio a su gusto, d e p u ­
so al p a p a G regorio VII y designó en su lugar un antipapa.
G regorio VII resp o n d ió con u n a ex com unión solem ne,
desligó a todos sus súbditos cristianos de la o b ediencia y le
p ro h ib ió ejercer el p o d e r sobre Italia y A lem ania.
LA CIUDAD CRISTIANA 871

P ara los que n ieg an la a p titu d diplom ática del p ap a


G regorio conviene re c o rd a r la excelente o p o rtu n id a d po­
lítica del in terd icto . Los m ás poderosos b aro n es feudales
de A lem ania estaban harto s de la in co n d u c ta de E nrique
IV y a p ro v ech aro n la o p o rtu n id a d p a ra negarle todo lazo
de vasallaje.
El e m p e rad o r se vio de p ro n to solo y perd id o en m edio
de la hostilidad y el rechazo de sus súbditos. M om ento terri­
ble p ero e n el que la duplicidad de su carácter puso en m o­
vim iento u n a o p o rtu n a hipocresía. Ju g ó la com edia del
a rre p e n tim ie n to con g ran arte y pasó tres días en el atrio de
la iglesia de Canossa fren te a la p u e rta de la catedral hasta
q u e el p ap a le abrió la e n tra d a al seno del C uerpo Místico
de Cristo y le concedió de nuevo la lealtad de sus súbditos.
C anossa fue u n acto de refin ad a diplom acia d o n d e En­
riq u e logró u n triu n fo su p e rio r al esperado. El papa, com o
sacerdote, n o p o d ía c e rra r sus oídos al clam or del p ecad o r
a rre p e n tid o , p e ro com o sum o pontífice com etió el desa­
cierto de devolver a E n riq u e el im perio, en lugar de apoyar
a la facción cap itan ead a p o r el d u q u e de Suavia y p o n e r a
éste a la cabeza de la cristiandad.
E n riq u e IV n uevam ente d u e ñ o de la situación en Ale­
m an ia p o r u n o p o rtu n o triunfo m ilitar convocó a u n con­
cilio a todos los obispos adictos y volvió a d e p o n e r al p ap a
G regorio y designó e n su lugar a W ilberto de Ravena. Sin
p e rd e r el tiem po m archó sobre R om a y colocó a su an tip a­
p a al fre n te de la cristiandad con el n o m b re de C lem ente
III. En la capital del cristianism o recibió de m anos de Cle­
m en te la c o ro n a im perial.
G regorio no reconoció la a u to rid ad de E n riq u e y luego
de h a b e r lanzado sobre él u n a nueva exco m u n ió n sin éxi­
872 RUBEN CALDERON BOUCHET

to se refugió en el castillo de S a n t’A ngelo y desde allí pidió


ayuda m ilitar a los n o rm a n d o s.
Estos aventureros ap en as desbastados de sus an te c e d en ­
tes b árb aro s eran u n a rm a de doble filo. C om batieron con­
tra E n riq u e IV, to m a ro n la ciudad de R om a y, después de li­
b ra r al p a p a d e su prisión en S an t’A ngelo, som etieron la
ciudad pontificia a u n prolijo saqueo. C on este acto de b an ­
dolerism o se e n a je n a ro n la adhesión de los ro m an o s que
p refiriero n en a d elan te la pro tecció n del excom ulgado y su
an tip ap a.
G regorio buscó refugio en la abadía de M ontecassino y
luego se dirigió a Salerno d o n d e renovó la excom unión
c o n tra E n riq u e y C lem ente y dirigió a todos los fieles u n a
carta encíclica p a ra ex ponerles la situación de la Iglesia.
El asunto afectaba a to d a la cristiandad en sus dos cabe­
zas. En 1085 se re u n ió u n concilio p a ra ex am in ar el p roble­
m a de las excom uniones. U n a y o tra potestad tuvo en la
asam blea sus defensores y sus im p u g n ad o res y la pro lo n g a­
ción de la d isputa reveló su com pleta esterilidad. El 25 de
mayo de ese añ o m u rió G regorio VII e n Salerno.

L a d o c t r in a g r e g o r ia n a

La q u erella sobre las investiduras n o se agota en la puja


política do ctrin al e n tre G regorio y E nrique y tiene conse­
cuencias teológicas de m ayor im portancia. Las partes en li­
tigio n o se c o n te n ta ro n con sim ples aten tad o s al p o d e r del
adversario y p la n te a ro n las puestas en disidencia en térm i­
nos de teo ría política. P acaut habla de u n a teocracia p o n ti­
LA CIUDAD CRISTIANA 873

ficia fo rm u la d a p o r G regorio y sus p artidarios que h ab ía de


sobrevivir e n sus con tin u ad o res. N o creem os que el térm i­
n o teocracia d e n o te con exactitud la posición sostenida
p o r la Iglesia a través de G regorio VII.
El prop ó sito de M arcel P acaut es p ro b ar los fu n d am e n ­
tos de u n a teocracia política a p a rtir de la refo rm a religio­
sa. Señala en la d o c trin a g reg o rian a la in te n c ió n de m an te­
n e r la u n id a d de la sociedad cristiana a base de u n a m ayor
intensificación de la influencia eclesiástica. El e m p e ra d o r
h a b ría resistido este proyecto negándose a e n tra r en los
cu adros de la organización eclesial. G regorio se vio obliga­
do a precisar las vías y los m edios p a ra h a c er re in a r el o r­
d e n y la m oral en la u n id a d de la cristiandad. C on esto
e n u n c ia los principios fu n d am en tales del sistem a llam ado
teocrático p o r M arcel Pacaut.
Estos principios son cuatro:
a. P rim acía del obispo de R om a sobre las iglesias y som e­
tim ien to del clero a las iniciativas pontificias. El p a p a ju zg a
la en señ an za im p a rtid a p o r el m agisterio y vigila los usos y
costum bres relacionados con el m isterio de la salvación. Es­
ta do b le tare a le d a d e re c h o a o p o n erse con todas las fu er­
zas disponibles a los que im p id en la tarea salvadora.
b. La p rim acía le com pete al sum o pontífice p o r ser vi­
cario de P edro. Su p o d e r es su p erio r al p o d e r tem p o ral co­
m o el alm a al cu erpo. Así com o en el o rd e n n a tu ra l lo in­
ferio r recibe su disposición de lo superior, el go b iern o
tem p o ral está su b o rd in ad o a la m isión con ferid a p o r Dios
a su Iglesia.
“El pontífice ro m a n o rep re sen ta en la tie rra u n a au to ri­
d ad in m e d ia ta m e n te instituida p o r Dios. El p o d e r tem po-
874 RUBEN CALDERON BOUCHET

ral co rre sp o n d e al o rd e n n a tu ra l q u erid o p o r la divinidad


y u n a concesión de p o d e r h e c h o p o r ella existió d u ra n te el
paganism o y p o r e n d e tiene origen hu m an o . El apóstol Pe­
d ro recibió del S eñ o r el p o d e r de a ta r y desatar, fu n d am e n ­
to del g o b ie rn o sacerdotal ejercido p o r los obispos bajo la
a u to rid a d de P e d ro ” 93.
P acaut cita estas frases recogidas en los escritos de G re­
gorio VII con el prop ó sito de certificar los principios atri­
b u idos al papa: “¿Q uién osará p re te n d e r q u e n o tiene nada
q u e ver con la au to rid ad de San P edro y q u e no está inclui­
do e n el p o d e r de atar y desatar conferido universalm ente
p o r Cristo? P o r u n privilegio único, la Iglesia R om ana p u e ­
de a b rir o c e rra r las p u ertas del R eino de los Cielos a quien
ella q u ie re ”.
C u an d o G regorio VII aplicó a E n riq u e IV su p rim e ra ex­
c o m u n ió n lo hizo con estas palabras: “B ienaventurado San
P ed ro , p rín c ip e de los ap ó stoles..., p o r vuestro p o d e r y au­
to rid a d p ro h íb o al rey E nrique IV g o b e rn a r los reinos de
A lem ania y de Italia”.
c. El p ap a es el único que h a recibido la o rd en de apa­
c e n ta r el reb a ñ o del S eñor y esto explica la p len itu d de su
p o d e r espiritual. El es responsable de todas las almas, pues
los obispos sólo lo son de aquellas que en tra n en la ju risd ic­
ción de sus diócesis. E n tre las alm as a su cuidado se cu en ­
tan las de los g o b ern an tes. Dos aspectos debe vigilar la au­
to rid ad pontificia en los príncipes tem porales: su p ro p ia
co n d u c ta com o cristianos y la proyección de su actividad
política sobre la vida cristiana de sus súbditos.

9 3 . P a c a u t, op. cit., p á g s. 8 0-2.


LA CIUDAD CRISTIANA 875

d. El prin cip io fu n d am e n ta l de todas las aspiraciones


del p a p a d o está en la u n id a d de o rd e n establecida p o r la
P rovidencia divina. El o rd e n n atural, d o n d e se coloca el go­
b ie rn o tem poral, está intrín secam en te o rd e n a d o a la vida
de la gracia. Esta fu n d a el p o d e r papal. De esto se im pone
con claridad que el p a p a sólo p u ed e ser ju zg ad o p o r Dios.
“Sin lugar a d udas — co m en ta Pacaut— su a u to rid a d es­
tá lim itada p o r las leyes divinas, pero si las c o n tra ría ¿quién
p u e d e ju zg a rlo ? ” G reg orio VII rechaza la id ea de u n a asam ­
blea eclesiástica h ab ilitada p ara hacerlo. Esta o p in ió n an ti­
cipa el p rincipio de la infalibilidad papal en m ateria de
do g m a y costum bres.

L a s r e l a c io n e s d e a m b o s p o d e r e s

Los veintisiete artículos conocidos con el n o m b re de


Dictatus Papae c o n tie n en en su concisa brevedad la d octri­
n a de G regorio VII y aquella p o r la cual la Iglesia proclam a
su so b e ra n ía sobre todos los reinos del m u n d o . En ellos se
d a tam bién, p o r lo m enos im plícitam ente, u n p o d e r infali­
ble a la po testad pontificia.

I. La Iglesia R om ana h a sido fu n d ad a p o r Dios.


II. Sólo el pontífice ro m an o tiene título universal.
III. Sólo él p u e d e d e p o n e r a los obispos o restituirlos a
la Iglesia.
IV. Su delegado preside en todos los concilios a los
obispos, a u n q u e sea in ferio r a ellos en jera rq u ía .
P u ed e em itir c o n tra ellos sen ten cia de deposición.
876 RUBEN CALDERON BOUCHET

V. El p a p a p u e d e d e p o n e r ausentes.
VI. N o d e b e tenerse relación de n in g ú n gén ero con
aquellos a quienes el p a p a h a excom ulgado, ni ha­
b ita r bajo el m ism o techo.
VII. A él sólo es lícito h a c er nuevas leyes ten ien d o en
c u e n ta circunstancias especiales. H acer de varias
iglesias u n a sola, o de u n a canónica u n a abadía, di­
vidir u n obispado dem asiado o p u len to o u n ir va­
rios indigentes.
VIII. Sólo el p a p a p u e d e llevar las insignias im periales.
Sólo él p u e d e c o ro n a r al em perador.
IX. Sólo al p a p a d e b e n besar los pies los príncipes de
la tierra.
X. El n o m b re de él sólo se m en cio n a en las iglesias.
XI. Este n o m b re es único en el m u ndo.
XII. El p a p a tien e d e re c h o a d e p o n e r em peradores.
XIII. El p u e d e cam biar la sede de los obispos cu ando la
Iglesia lo necesita.
XIV. P u ed e o rd e n a r u n clérigo en cu alq u ier iglesia.
XV. El clérigo p o r él o rd e n a d o p u e d e presidir a o tra
iglesia, p e ro no m ilitar en ella ni recibir de otro
obispo u n g rad o superior.
XVI. N ingún concilio p u e d e ser declarado general sin
autorización del papa.
XVII. N in g ú n cap itu lar ni n in g ú n libro p u e d e ser decla­
rad o canónico sin su consentim iento.
XVIII. La sen ten cia del p a p a no p u e d e ser a n u lad a p o r
nad ie, p ero él p u e d e a n u la r la de todos.
XIX. El p a p a n o p u e d e ser ju zg a d o p o r nadie.
LA CIUDAD CRISTIANA 877

XX. N adie debe co n d en ar a quien apele a la Santa Sede.


XXI. En todas las cuestiones m ayores q u e afecten a u n a
iglesia, debe referirse al papa.
XXII. La Iglesia no h a e rra d o ni e rra rá jam ás (D octrina
d e Fe).
XXIII. U n pontífice ro m an o , si h a sido o rd e n a d o confor­
m e a los cánones, se convierte, p o r m érito de San
P ed ro , en santo.
XXIV. P o r o rd e n del p ap a y con su perm iso, es lícito a los
súbditos acusar a sus príncipes.
XXV. El p a p a p u e d e , sin concilio, d e p o n e r o restablecer
obispos.
XXVI. N o es católico quien no co n c u erd a con la Iglesia
R om ana.
XXVII. El p a p a p u e d e lib rar a los súbditos del ju ra m e n to
de fidelidad.

C o m en ta el profesor Santángelo que en estos artículos


la sociedad civil aparece com o u n a sociedad tran seú n te y
su b o rd in a d a y la Iglesia com o la realización terrestre del
R eino de Dios. T erm in a su exégesis con u n a frase d o n d e
ap en as oculta su enfado co n tra las preten sio n es de G rego­
rio VII: “Así se d e stru ía la a u to n o m ía de las iglesias, se res­
taba p o d e r a los sínodos provinciales, se an u lab a la volun­
tad de los fíeles y se dejaba subsistir un solo p o d e r inm enso,
in co n tro lab le, el del p a p a ” 94.
De los veintisiete artículos, tres in te resa n d ire c ta m en te
al estudioso de las teo rías políticas: son aquellos en los

9 4 . P. H . S a n t á n g e lo , op. cit., p á g . 2 0 1 .
878 RUBEN CALDERON BOUCHET

cuales el p a p a reclam a u n a p o testa d d irecta sobre los p o ­


d eres tem porales. El artícu lo XII le co n ced e el d e re c h o de
d e p o n e r em p erad o res. H izo uso de él cu a n d o d ep u so a
E n riq u e IV de A lem ania: “P ro h íb o al rey E n riq u e g o b e r­
n a r en to d o el im p e rio de A lem ania e Ita lia ”. El artículo
XXIV lo au to riza a e je rc e r u n a p e rm a n e n te vigilancia en
las relacio n es de los sú b d ito s con sus g o b e rn a n te s y lo
constituye e n su p re m o trib u n a l de las naciones cristianas.
El artícu lo XXVII le o to rg a p o d e r p a ra lib rar a los súbdi­
tos del ju ra m e n to de fidelidad.
Las p reten sio n es de G regorio VII son d esp ro p o rcio n a­
das si se to m an en c u e n ta los m edios disponibles p a ra ha­
cerlas cum plir, p e ro son p e rfe c ta m e n te justas si se conside­
ran los principios. N ada más sensato p a ra el rep re sen ta n te
de Dios en la tie rra que erigirse en trib u n al de los p rín ci­
pes cristianos. Llam a la atención las alharacas del púdico
Pablo H é c to r Santángelo cu ando p o n e el grito en el cielo
p o rq u e el p a p a rec a b a p a ra sí el p o d e r de la Sociedad de
las N aciones U nidas.
“N o es ju sto — escribe S ch n ü rer— co n sid erar la o rg an i­
zación m u n d ial proyectada p o r G regorio, com o dictada
p o r su am bición personal. En ese caso h u b ie ra desapareci­
do después de su m u erte. P ero no solam ente los papas que
le su c ed ie ro n c o n tin u a ro n con el m ism o espíritu, sino que
esta política e n c o n tró u n asentim iento cada día m ás com ­
pleto. Si h u b o algún p a p a indeciso, fue em pujado p o r sus
consejeros a seguir el cam ino trazado p o r G regorio V II” 95.

9 5 . S c h n ü r e r , op. cit., T. II, p á g . 3 5 0 .


LA CIUDAD CRISTIANA 879

LA POLEMICA ANTIGREGORIANA

La refo rm a g reg o rian a conm ovió intereses y puso en


m ovim iento fu ertes prejuicios. Las reacciones provocadas
p o r u n o s y otros se m anifestaron en actos hostiles y busca­
ro n p ara expresarse el cam ino de la expresión literaria.
Cartas, tratados, anales, crónicas y biografías sirvieron p ara
c o n d e n a r la política papal. Todo el O ccidente cristiano fue
teatro de este fam oso debate e n tre las dos potestades más
altas de la cristiandad. Pero A lem ania e Italia se convirtie­
ro n en protagonistas de la querella y p o r esa razón es en
am bos países d o n d e se halla la do cu m en tació n m ás copio­
sa y violenta de la polém ica antigregoriana.
E n riq u e IV dio el fu n d am en to de las argum entaciones
favorables a su causa: H ild eb ran d o no p o d ía ser considera­
do v erd ad ero papa. Se o p o n ía a ello su co n d u cta y la irre ­
g u larid ad de su elección pontifical. En el supuesto caso de
h a b e r sido válidam ente elegido no p o d ía d e p o n e r al em p e ­
rador, p o rq u e éste tiene su p o d e r de Dios y no resp o n d e de
su c o n d u c ta a n te n in g u n a au to rid ad terren a.
La p o lém ica a n tig reg o ria n a d e sarro llará estos arg u ­
m en to s con reflexiones y consideraciones m ás o m enos
o p o rtu n a s.
U no de los p rim ero s laicos en p o n e r su plu m a al servi­
cio del e m p e ra d o r fue el ju rista P ietro Crassus, p rofesor de
d e re c h o en la ciudad de R avena y excelente c o n o c ed o r del
código llam ado de Ju stin ian o . De esta o b ra ex tra erá arg u ­
m en to s p a ra ad erezar su Defensio Heinrici Regis. Es op in ió n
de A ugustin Fliche, e n su trabajo sobre la refo rm a gregoria­
na, que el libro de Crassus fue com puesto a p ed id o de En­
riq u e IV.
880 RUBEN CALDERON BOUCHET

La defensa del rey E n riq u e com ienza con razonam ien­


tos de libelo: H ild eb ra n d o no es verdadero papa, pues de
a c u erd o con su condición de m onje b en ed ictin o h a viola­
do la regla m onástica al salir de su abadía. Esta situación lo
coloca fu era de la c o m u n ió n de la Iglesia, conform e a lo es­
tablecido p o r el C oncilio de C alcedonia con respecto a los
m onjes vagabundos.
Crassus n o d eb ió c re e r m ucho en el valor de esta p ru e ­
ba. H ild e b ra n d o n o h a b ía sido m onje y la acusación choca­
ba c o n tra su rec o n o c id a actuación en la cancillería papal
com o alto d ignatario de la Iglesia. El libelista e m p re n d e el
a ta q u e p o r u n atajo m ás afín a su especialidad: los actos
cum plidos p o r G regorio VII en uso de sus prerrogativas
pontificales bastarían p a ra incoar su deposición. H a co n d e­
n a d o al rey sin oírlo con ostensible violación de las reglas
m ás elem entales del d erecho. H a tu rb ad o la paz de la cris­
tia n d a d en su ataque a u n so berano legítim o. E n riq u e IV es
h e re d e ro del p o d e r real y de acu erd o con el d erech o rom a­
n o la h e re n c ia es inviolable. Sin lugar a d uda, este argu­
m en to ju ríd ic o h a sido extraído del d e re c h o fam iliar y no
del político, pues o to rg a al d e re c h o ro m an o u n a voluntad
dinástica q u e en verdad n o tuvo nunca.
En ese m ism o año aparece u n libro escrito p o r un teólo­
go llam ado Guy, d e p e n d ie n te de la cáted ra del obispo de
O snabrück. El trabajo se llam ó: Liber de Controversia Inter
Hildebrandum et Heinricum Imperatorem y en él se exam inaba
el valor de la ex com unión p ro n u n c ia d a p o r el p a p a y el al­
cance que p o d ía te n e r sobre la fidelidad de los súbditos. El
a taq u e a las m edidas papales reposaba sobre el arg u m en to
de la invalidez de la elección de G regorio VII, p o r h a b e r si­
do h e c h a sin el co n sen tim ien to del em perador.
LA CIUDAD CRISTIANA 881

En u n a m ism a lín e a se inscribe el libro de u n libelista


an ó n im o : De Papatu Romano cuya finalidad era ju stificar la
elección del a n tip a p a C lem ente III.
Pese a la actitud de la controversia, los q u erellan tes esta­
b an todos de a c u erd o e n un p u n to fu n dam ental: g u ard ar
la u n id ad de la cristiandad en la simbiosis de Iglesia y Esta­
do. El p ro b le m a resid ía en saber cuál de los dos poderes
te n d ría la su p rem acía d e n tro de la sociedad cristiana.
U no de los apologistas más desaforados de la idea im pe­
rial e n c a rn a d a p o r E n riq u e IV fue Benzo de Alba. Su libro
lleva el título latino A d Heinricumy se e n c u e n tra en la colec­
ción de “S crip to res” d e n tro de la Monumenta Germaniae His­
tórica en el Tom o IX. Su defensa tiene características muy
típicas de la época y revelan un gusto exagerado p o r el sim­
bolism o de in d u d ab le influencia bizantina. H ace u n a des­
c ripción m inuciosa de la escena de la co ronación im perial
d e te n ién d o se en cada u n o de los detalles que revelan la su­
p rem acía del em perador.
La m ism a id ea sostiene en o tra p a rte de su escrito pero
de u n m o d o m ás d irecto y sin p asearnos p o r los detalles de
u n a prolija cerem onia: San P edro y San Pablo a d q u iriero n
el im perio, p e ro lo d iero n e n adm inistración en p rim e r lu­
gar a los griegos, luego a los galos, m ás tarde a los lom bar­
dos, p e ro a h o ra se lo h an co ncedido definitivam ente a los
germ anos. La p rete n sió n germ án ica de c e rra r la espiral de
la histo ria es a n te rio r a H egel. Pero Benzo de Alba es italia­
n o y q u iere q u e el p o d e r de los rom anos sea ejercido en b e­
neficio ro m ano: “U n b u e n árbol n o p u e d e llevar m alos fru ­
tos y en los ro m an o s resplandece el rec u e rd o de sus
a n te p a sad o s”. P one en boca de E nrique IV la prom esa de
h a c er a R om a capital de Italia.
882 RUBEN CALDERON BOUCHET

La capacidad p a ra el encom io es, en Benzo de Alba, ili­


m itad a y puesto sobre el te rre n o del ditiram bo no hay res­
p eto h u m a n o capaz de d eten erlo : “Tú eres el león p o d e ro ­
so tan g ra n d e com o el m u n d o , tus botas p u e d e n aplastar al
d rag ó n v icto rio so ...”. El e m p e ra d o r es la im agen viva de
N uestro S eñor Jesucristo p o rq u e Dios m ism o m arch a de­
lante de él y p re p a ra sus victorias. La tie rra e n te ra lo espe­
rab a com o al salvador y las m ultitudes salen a su e n c u en tro
con palm as y ram os y le ab ren las p u ertas de las ciudades.
D espués de esta alabanza c ie rra la apología con esta frase:
“D espués de Dios tú eres el rey. T ú eres el em perador. M an­
d a p o r m edio de tu p o d e r tem ible, p a ra que el tem o r a tus
am enazas reduzca a n a d a a los que tien en confianza en su
p ro p ia ferocidad. De la m an o de Dios tienes, César, la espa­
da de la venganza”.
C on el santo te m o r de haberse q u ed ad o u n poco chico
en el elogio añade: “Vicario del C reador. La benevolencia
de Dios te h a puesto en u n a insigne sublim idad y te h a co­
locado p o r encim a de todas las potencias y de los d erechos
de todos los rein o s... Mi plegaria es p a ra que el e m p e ra d o r
proyecte su pensam iento en Dios e in tro d u zca en sus actos
la sabiduría, m adre de las virtudes. R indo h o n o r y gloria a
A quel q u e h a creado en m edio de las criaturas hum anas,
o tro c re a d o r a su p ro p ia sem ejanza” 96.
Benzo de Alba señala u n a cum bre. N adie llegó más alto
e n la exaltación del p o d e r im perial, p ero sería un e rro r to­
m ar esta apología p o r un p en sam ien to social ex ten d id o en
el m u n d o m edieval. Los sím bolos religiosos, las com para-

9 6 . P a c a u t, op. cit., D o c u m e n t o X II.


LA CIUDAD CRISTIANA 883

ciones con figuras sacrales fo rm an p arte de la utilería con­


ceptual de la época, p ero Benzo las llam a a concurso p ara
fo rta le c er u n a o p in ió n personal.
C a p i t u l o V II

EL SANTO IMPERIO ROMANO GERMANICO


DE OCCIDENTE (II)
LOS HOHENSTAUFEN

A le m a n ia e n e l s i g l o X II

El sucesor de E n riq u e IV, E n riq u e V, g o b ern ó A lem ania


h asta el añ o 1125. A su m u e rte la co ro n a pasó p o r elección
al d u q u e de Sajonia, L otario de S u p p linbourg, cuyo rein a­
do se ex ten d ió hasta el año 1137. A la m u erte de L otario la
c o ro n a pasa a la ram a de los H o h e n stau fe n , originarios de
Suabia y a quienes, en h o n o r a la brevedad, se los designa
con el apellido de Staufen.
U n a rá p id a o jead a a los a c o n tecim ien to s m ás sobresa­
lien tes del siglo en el rein o de A lem ania señala el auge
c re c ie n te del feudalism o en d e trim e n to del p o d e r centra-
lizad o r de la m o n arq u ía. T odo lo c o n tra rio o c u rre en
F rancia, d o n d e la din astía de los C apetos va afianzando su
posición y v en cien d o p a u la tin a m e n te a los g ran d es feu d a­
les d el rein o .
886 RUBEN CALDERON BOUCHET

La g u e rra civil e n tre güelfos y gibelinos term in ó de


a rru in a r la a u to rid ad en A lem ania, hasta el p u n to de que
algunos notables historiadores, com o L eopoldo von Ranke,
co n sid eran u n a v erd ad era desgracia p ara el Reich la elec­
ción del prim ero de los Staufen, llam ado C onrado III. Sin
lugar a dudas la elección recayó sobre C onrado p a ra apar­
tar de la co ro n a al m ás poderoso de los jefes feudales, el
güelfo E nrique el Soberbio, d u q u e de Baviera y de Sajonia.
N o in teresan los p o rm e n o re s de esta lu ch a desatada p o r
los b a ro n e s y q u e se p ro lo n g ó hasta la paz de F ran cfo rt el
19 de abril de 1142. De cu alq u ier m an era, la paz n o signi­
ficó u n a consolidación del p o d e r real, el gibelino C onrado
III n o tuvo fuerzas p a ra o p o n erse al em puje feudal. Com o
afirm a C alm ette: “El R eich n o fue más que u n m osaico de
estados alem anes y el ‘re g n u m ’ cede lu g ar a eso q u e el fin
de la E dad M edia llam ó ‘las A lem anias’. ¿H abrá q u e re p ro ­
chárselo a los Staufen? y d ecir con Scháfer que el gibelino,
h o m b re del sur, n o p o d ía unificar A lem ania de la m ism a
m a n e ra q u e u n m erid io n a l francés no h u b ie ra p o d id o u n ir
Francia. Es u n p u n to de vista pru sian o , m uy subjetivo, y
con el q u e n o p u e d e c o n c o rd a r u n cuidadoso análisis his­
tó ric o ” 97.
El h ech o es ése: C o n rad o III no te n ía fuerza p ara im po­
n erse al fraccionam iento del rein o y p ro b ab le m e n te a falta
de otros apoyos busca el respaldo de la Iglesia ro m a n a y se
e n ro la en la seg u n d a cruzada, iniciada p o r el rey de F ran­
cia y sostenida p o r el verbo infatigable de B ern ard o de Cla­
raval. La id ea de d e fe n d e r el Santo Sepulcro fue recibida
con entusiasm o en A lem ania. La participación tudesca en

9 7 . J. C a lm e tte , Le Reich Allemand au Moyen Age, Paris, P ayot, 1 951, p ág. 209.
LA CIUDAD CRISTIANA 887

la cru zad a inicia u n m ovim iento de acercam iento al papa­


do e n co m pleta co n tradicción con la política seguida po r
los reyes anteriores.
N o todos los feudales alem anes estuvieron de a c u erd o
e n ir a co m b atir a Palestina. M uchos de ellos c o n sid eraro n
m ás útil llevar la g u e rra c o n tra los paganos q u e asolaban
sus p ro p ias fro n te ra s y así se lo h iciero n sab er a San Ber­
n a rd o . El ab ad de Claraval e n c o n tró p e rfe c ta m e n te razo­
n ab le la explicación y dio su b en d ició n a los b a ro n e s ale­
m an es p a ra dirig ir sus golpes c o n tra los infieles del N orte
y del Este.
H u b o dos cruzadas en la A lem ania del siglo XII. La más
co n o cid a de ellas seguía el im pulso m ístico de San B ern ar­
do y resp o n d ía a las esperanzas religiosas y políticas del pa­
p a U rb an o II. La o tra estaba inspirada en el realism o de los
b a ro n e s alem anes cuyos países lin d ab an con el m u n d o es­
lavo. La p rim e ra term in ó con u n ro tu n d o fracaso m ilitar
fre n te a la ciu d ad de Edesa, objetivo principal de su estra­
tegia. La se g u n d a consolidó las fro n teras del Este y ganó
p a ra la cristiandad la seguridad de esos territorios.
C o n ra d o III, al re to rn o de su fru stra d a e m p re sa en Tie­
r ra Santa, quiso c o m p e n sa r el fracaso con la o b ten c ió n
del títu lo im p erial, p e ro e n c o n tró u n a situación poco fa­
vorable p a ra el cu m p lim ien to de sus designios. La capital
d el cristianism o h a b ía caído en p o d e r de u n trib u n o p o ­
p ular, A rn a ld o de Brescia, q u e d e lirab a p o r u n re to rn o a
la re p ú b lic a ro m a n a . P o r o tro lado Welf, d u q u e de Bavie­
ra, se h a b ía aliado con los n o rm a n d o s y se o p o n ía decidi­
d a m e n te a la po lítica de C o n rad o . Su p rim e ra m ed id a fue
e n fre n ta r el ejército de W elf y o b te n e r sobre él u n triu n fo
q u e le devolvió cap acid ad p a ra te n e r la iniciativa política
888 RUBEN CALDERON BOUCHET

en los asuntos alem anes. C on to d o no logró ser c o ro n a d o


e m p e rad o r. Fue c ru z a d o y rey, p e ro la c o ro n a im p erial no
ciñó sus sienes.

F e d e r ic o I B a r b a r r o ja

C o n ra d o m u rió e n 1152 y en el m ism o año fue elegido


y pro cla m a d o rey Federico I Aenobarbus q u e d eb ía g o b e rn a r
A lem ania h asta el añ o 1190. Este lago p erío d o fue sellado
con la p erso n alid ad fu era de serie de este gran rey a quien
los cronistas se com placen en describir con todas las virtu­
des físicas y m orales de u n político de la talla de O tó n el
G rande. Su elección p arecía p o n e r fin al costoso pleito en­
tre güelfos y gibelinos p o rq u e el nuevo m o n arca u n ía en su
sangre am bas tradiciones y trató, desde el p rim e r m o m en ­
to, d e colocarse e n u n a posición su p e ra d o ra de los antago­
nism os alem anes.
Inicia su gestión con u n a gira p o r A lem ania y p ro cu ra
en todas p artes d ejar la clara im presión de u n a ju sticia real
p o r en cim a de intereses partidarios.
U n a biografía co m p leta y b ien in fo rm ad a de Federico I
no h a sido escrita todavía. Su p erso n alid ad se diluye u n po­
co e n tre la a n é c d o ta y el ditiram bo, de m odo que resulta di­
fícil d iscern ir el alcance de sus ideas personales sobre el pa­
pel político a ju g a r en el tablero de la cristiandad. U n a de
las ideas m ás com unes de la época según Folz en su traba­
jo Le Monde Germanique es la de la c o n tin u id a d del im perio
ro m a n o en la dinastía de los Staufen a través de la figura de
C arlom agno. U no de los actos m as significativos del rein o ’
LA CIUDAD CRISTIANA 889

fue la canonización del gran carolingio, p ro n u n cia d a el 29


de diciem bre de 1165 p o r el canciller R einaldo de Dassel
bajo la dirección de Federico 98.
Su designio de conseguir la co ro n a im perial venía con­
solidado p o r todas las m edidas políticas tom adas en Alem a­
n ia p a ra asegurar su u n id ad , evitar la división p a rtid aria y
e x te n d e r sus p reten sio n es sobre la B u rgundia y la Italia.
La cuestión p la n te a d a p o r A rnaldo de Brescia dividía a
R om a en dos partid o s inconciliables, rep resen tad o s p o r el
trib u n o y el p a p a E ugenio III.
El m ovim iento com unal encabezado en R om a p o r A rnal­
do de Brescia resp o n d ía a u n a de las m ás fuertes co rrien tes
políticas de la Italia medieval. M ucho se h a discutido sobre
el origen de las com unas italianas, y la idea que h a llegado
m ás fácilm ente a la p lu m a de los historiadores es la de rei­
vindicar la fu erte vida m unicipal italiana que persistió luego
de la caída del im perio. P iren n e ofrece u n a teoría com ercia-
lista inspirada, según L éonard, e n la historia de Flandes. El
h isto riad o r ruso italiano O ttokar o p o n e otra, calificada de
romanista y que el m ism o L éo n ard sintetiza en estos térm i­
nos: “Allí d o n d e existía u n a an tig u a cultura ciu d ad an a no
h a desaparecido n u n c a la idea de u n a vida de ciudad distin­
ta, concebida com o algo particular y que asociaba a todos
los q u e la vivían. U n a concepción de la ciudad com o u n
m u n d o asociado y distinto constituye la prem isa real y ju rí­
dica de la form ación de las instituciones m unicipales” " .

98. Robert Folz, “Le M onde G erm anique”, Histoire Universelle, Paris,
Encyc. de La Pléiade, Gallimard, 1957, T. II, pâg. 616.
99. Em ile Léonard, “L’Italie M édiévale”, Histoire Universelle, Paris, Encyc.
La Pléiade, Gallimard, 1957, T. II, pâgs. 452-3.
890 RUBEN CALDERON BOUCHET

M uchos otros aspectos psicológicos, culturales, com er­


ciales y geográficos h a b ría q u e a ñ a d ir a esta sintética visión
del o rig en de las co m u n as italianas. Pero hay un h ech o
fu n d a m e n ta l sagazm ente señalado p o r el h isto riad o r ita­
liano Volpe: estas asociaciones políticas to m aro n p ro n to la
fu erza y la pasión de u n p a rtid o , hasta el p u n to de excluir
d e n tro de ellas la existencia de cu alq u ier oposición y ter­
m inar, h acia afuera, p o r m a n te n e r u n a lu ch a encarn izad a
c o n tra las co m u n as m ás vecinas y p o r en d e m ás aptas p ara
ser sus rivales.
Este g o b iern o m unicipal au tó n o m o se apoyaba en u n a
organización m ilitar de carácter p o p u lar de la que form a­
b a n p a rte hasta los trabajadores m anuales m ás m odestos,
excluidos de responsabilidades públicas p o r los otros regí­
m enes m edievales.
La tare a política de A rnaldo de Brescia se in serta en es­
ta p a rticu larid ad de la vida social italiana. G ran ad m irad o r
de P e d ro A belardo y de las nuevas ideas florecidas en ese si­
glo XII, m u ch o m ás rico en tensiones de lo que u n o p u e d e
suponer, fue el provocador de la revolución ro m a n a de
1143 y al m ism o tiem po q u ien forzó al p a p a a rec o n o c e r la
C o m u n a en 1145. D esde su residencia en el C apitolio do­
m inó a R om a d u ra n te m uchos años y en ese lapso llevó exi­
tosa g u e rra c o n tra las p reten sio n es papales.
D ividida Italia p o r todos estos conflictos com unales y
con u n a ten d e n c ia irresistible a fraccionarse en tantos Esta­
dos com o ciudades, los ciudadanos partidarios de la u n i­
dad ap elaro n a Federico B arbarroja, que no esperaba o tra
cosa p a ra d e sce n d e r hacia Rom a.
“Todas las leyes civiles h a n sido violadas; la p alab ra está
en las arm as; las ciudades se desgarran, rec íp ro c a m e n te .”
LA CIUDAD CRISTIANA 891

C on estas palabras, un c o n te m p o rá n e o de A rnaldo y Fede­


rico describe la situación de Italia. La g en te de Lodi, en lu­
c h a c o n tra M ilán, llam a al rey de las A lem anias. E ugenio III
y m ás tarde A nastasio VI lo invocan desde Rom a.
La presen cia de Federico en el n o rte de Italia precipita
los acontecim ientos. El pu eb lo de R om a se levanta co n tra
A rn ald o y lo ajusticia en ju n io de 1155. El 18 de ese m ism o
m es el p a p a inglés A driano IV co ro n a e m p e ra d o r a F ederi­
co I y sale a recibirlo fu era de Rom a. El resto de la ciudad
p e rm a n ec ió p ro te g id a p o r sus m urallas y se negó a recibir
a los alem anes. B arb arro ja no tiene interés en p e rm a n e c e r
en la ciudad bajo la am enaza de la fiebre, levanta cam pa­
m en to y deja al p a p a A driano que se las arregle com o p u e ­
d a fre n te a los facciosos.
La actitu d del e m p e ra d o r obliga a A driano IV a buscar
la p ro tecció n de los n o rm a n d o s cuyo jefe , G uillerm o el Ma­
lo, h a reem plazado a su p ad re Rogelio II y o cu p a fu erte ­
m en te los países de la baja Italia.
El largo rein a d o de Federico I es u n a pro lo n g ad a bata­
lla. El ir y venir de los soldados im periales cubre los cam i­
nos de Italia y A lem ania con el ru m o r de sus pesadas arm a­
duras. Las ciudades italianas lu ch an p o r sus libertades
m unicipales y al m ism o tiem po trabajan com o colm enas
p a ra asegurar los fu n d am e n to s económ icos de la in d e p e n ­
dencia. En m edio del tu m u lto m ilitar se abre paso u n a p o ­
d ero sa vida artesanal y com ercial p re p a ra n d o el ren aci­
m ie n to e u ro p e o del siglo trece.
C u ando se trata de c o m p re n d e r las ideas políticas vigen­
tes en ese apasionado lapso, viene n uevam ente a nuestro
e n c u e n tro la discusión en to rn o a las dos potestades p rin ­
cipales del m u n d o cristiano: Im perio y Papado. N ada n u e ­
892 RUBEN CALDERON BOUCHET

vo h a sido dicho respecto a los principios teológicos de es­


ta tran sitad a cuestión, p e ro el p a n o ra m a de la época ofre­
ce algunas variedades q u e conviene anotar.

La id e a r o m a n a d e l im p e r io

Si in te n ta m o s c o m p re n d e r la idea del im perio desde la


perspectiva ro m an a, d e b e n distinguirse dos cosas: la R om a
de los papas cuya o p in ió n en la fam osa querella fue defini­
tivam ente ex p u esta p o r G regorio VII y la R om a patricia y
aristocrática q u e p ro cu ra , con todos los m edios a su alcan­
ce, h a c er del sum o pontífice u n a criatu ra som etida a su
fuerza y a su prestigio.
A m bas Rom as h a n coincidido en u n criterio: llam ar en
so co rro a u n p o d e r m ilitar ex trañ o p a ra que dirim iera p o r
la esp ad a la p e rm a n e n te co n tie n d a sostenida e n tre ellas.
La actitu d de L eón III c u an d o apeló al p o d e r de Carlo-
m agno c o n tra los lom bardos y los facciosos de su p ro p ia
ciu d ad se rep itió con Ju a n XII en la época de O tó n el G ran­
de. La in terv en ció n del gran carolingio satisfizo los deseos
papales, se p u e d e decir que la cristiandad salió reforzada
m erced a la acción in teligente y vigorosa del gran em p era­
dor. La se g u n d a in terv en ció n no fue m uy su p erio r a la e n ­
fe rm e d a d y el sum o pontífice debió sufrir la tutela indiscre­
ta de u n p o d e r al lado del cual la aristocracia ro m a n a era
u n a sim ple cuadrilla de m añosos.
D u ran te el añ o 1149 es el senado ro m an o quien pide la
in te rv en c ió n de C o n rad o III y lo hace, p o r supuesto con el
p retex to de p o n e r o rd e n en la lucha de las facciones e im ­
LA CIUDAD CRISTIANA 893

p e d ir a sus enem igos el uso indiscrim inado de la potestad


papal: “P orque no hacem os n a d a que no testim onie respec­
to a Vos n u e stra obediencia. D eseam os levantar y en g ra n d e ­
cer el Im p erio R om ano, del que Dios os h a confiado la di­
rección, restableciéndolo en el estado en que se hallaba en
los tiem pos de C onstantino y ju stin ia n o , quienes p o r el vi­
g o r del senado y del pu eb lo rom ano tuvieron bajo p o d e r el
universo entero. C on este propósito el senado fue restable­
cido p o r nosotros y tam bién p o r nosotros fueron aplastados
los rebeldes, que siem pre indóciles a vuestras ó rd en es hab ía
despojado de esa gloria — se refiere al senado— al Im perio
R om ano. En u n a palabra, nuestro esfuerzo es p ara que se
os devuelva to d o lo debido al César y al Im p e rio ..
Es co n m o v ed o r el esfuerzo de u n p e q u e ñ o g ru p o , m ili­
ta rm e n te insignificante, p o r darse im p o rtan cia y o frecer al
e m p e ra d o r u n cebo m uy p o r encim a de sus posibilidades.
En el siguiente párrafo la e x tra ñ a d em an d a se convierte en
la expresión de un m iserable resen tim ien to c o n tra la fac­
ción enem iga. A cusan a los F rangipani y a los Pierleoni
adictos a la tiara pontificia y enem igos del e m p e ra d o r p o r
sus relaciones con los n o rm a n d o s y p id en co n tra ellos la
ayuda de C o n rad o III. El senado no ignora su insignifican­
cia real p e ro confía en el prestigio de la historia y sueña
con su habilidad m aniobrera.
“Q ue vuestra m ajestad im perial venga hacia nosotros,
puesto que en R om a podréis realizar todos vuestros deseos.
P ara decirlo e n u n a palabra, podéis hab itar Rom a, capital
del m u n d o , y todo obstáculo que p u e d a o p o n e r el clero de­
saparecerá. P odrem os fu n d a r u n dom inio m ejo r asentado
p a ra to d a Italia y el rein o T eutónico. Venid, pues, sin tar­
dar, os lo ro g am o s...
894 RUBEN CALDERON BOUCHET

’’Q u e el rey sea p o d ero so y o b ten g a de sus enem igos vic­


toria. Q u e ten g a el im p erio y con sede en Rom a, rija el
universo... Q ue C ésar recib a lo q u e es del C ésar y el p o n tí­
fice lo q u e le c o rre sp o n d a. Q ue P ed ro pague el trib u to
q u e le o rd e n ó C risto ”.
El senado ro m a n o su eñ a con u n im perio restablecido y
d o m in a r así, bajo la p ro tecció n de la espada teutónica, al
g ru p o p a rtid ario del papa.
M ientras la id ea im perial alem ana se alim enta con el re­
cu e rd o carolingio, la de los rom anos abreva en las fuentes
del d e re c h o an tig u o y reivindica las figuras de C onstantino
y Ju stin ian o : u n a Iglesia lim itada al ejercicio de la piedad
bajo la tu te la de u n e m p e ra d o r fuerte.
El im p erio carolingio y el otónico, en tanto se le parece,
son inspiraciones del agustinism o político. La idea sosteni­
d a p o r el senado conserva u n trasfondo p agano que no lo­
gra ocu ltar el despliegue de su boato cristiano.
La id e a ro m a n a del im p erio aparece con todo su in g e­
n u o irrealism o en u n a ca rta d irig id a p o r u n discípulo de
A rn a ld o de B rescia a F ederico I. La ca rta es m uy larg a y
Folz provee u n resu m e n del q u e tom am os algunos p á rra ­
fos significativos. El a u to r se aleg ra de la elección de Fe­
d erico , p e ro la m e n ta m u ch o q u e algunos clérigos cre e n
co n fu sió n “e n tre las cosas divinas y las cosas h u m a n a s” y le
hayan im p e d id o co n su ltar “a la sa n ta ciu d ad de Rom a,
d u e ñ a del m u n d o , c re a d o ra y m a d re de todos los e m p e ra ­
d o re s ” y se le haya p e d id o a ella la co n firm ació n de la
elección.
Sin ese requisito n o hay im perio p ro p iam en te dicho y el
a u to r se queja p o rq u e el e m p e ra d o r no haya escrito a los
LA CIUDAD CRISTIANA 895

“notables de la c iu d a d ” en su calidad de “hijo y m in istro ”


de la U rbe.
A taca violentam ente a los clérigos y los acusa, desde un
p u n to de vista bastante particular, de apóstatas y herejes,
p o rq u e tra sto rn a n la Iglesia de Dios y el m u n d o con su ac­
titud. D e n u n c ia la falsedad de la d o n ación de C onstantino
e in tim a al e m p e ra d o r a d e fe n d e r con las arm as al d e re c h o
“p a ra q u e en la paz, com o en la g u erra, el p u eb lo esté siem ­
pre b ien g o b e rn a d o ”.
La frase ú ltim a rep ite u n a sem ejante del p reám b u lo de
los Instituía y revela claram ente la fu en te in sp irad o ra de la
epístola. C on esa m ezcla de inocencia y bellaq u ería típica
de los rábulas, recab a la m ajestad de la Lex regia rec o rd a n ­
do al e m p e ra d o r que el pueblo es la fu en te de poder.
El pu eb lo ro m an o tiene el d e re c h o de crear e m p e rad o ­
res y, com o la d ig n id ad y el p o d e r de la rep ú b lica está en
m anos de los rom anos, el e m p e ra d o r d e p e n d e de los ro m a­
nos y n o los ro m an o s del em perador. El orgullo necio de la
ú ltim a frase revela el grado de delirio a que p u e d e llegar el
legalism o en algunos espíritus: “¿Qué razón, q u é ley im pe­
d irá al senado y al p u eb lo de R om a crear u n e m p e rad o r? ”.
A dm ira la ig n o ran cia total de los hechos y el desprecio
angélico de las circunstancias reales del poder.
La elección de E ugenio III al sillón de San P ed ro inspi­
ró a los adversarios del p ap ad o g randes esperanzas de u n a
reh abilitación laica. La falta de m alicia en los negocios del
m u n d o del nuevo papa, su vida ap a rtad a de los negocios y
su vocación m onacal llenaban de alegría a sus enem igos,
q u e veían en él u n ex celente candidato p a ra ser prolija­
m en te engañado.
896 RUBEN CALDERON BOUCHET

San B ern ard o tem ía esto y sus adm oniciones tratan de


p rev en ir u n a co n tin g en cia de tal naturaleza, pide a los al­
tos prelados de la curia ro m an a, m uy avezados en todas las
m iserias del poder, q u e ayuden a ese hijo de la co ntem pla­
ción p erd id o en las dificultades del siglo.
La situación e n R om a e ra m uy difícil. El nuevo senado
c e rró el cam ino del p ap a hacia San P edro y puso al papa
a n te la disyuntiva de re n u n c ia r a su potestad civil sobre Ro­
m a o e n ta b la r g u e rra c o n tra el senado y el p u eb lo rom ano.
La exigencia política venía sazonada, com o era de esperar,
con u n a g ran actividad religiosa llena de encom ios a la po­
b reza y en carnizados ataques a los bienes eclesiásticos. Eu­
genio III, fo rm a d o en los ideales cistercienses, p o d ía te n e r
algunas dificultades en d iscernir lo que en esta actitud h a ­
b ía de concupiscencia oculta.
A rn ald o de B rescia levantó al p u eb lo c o n tra la je ra rq u ía
eclesiástica auspiciando el re p a rto de las riquezas clericales
e n tre los p ríncipes y los seglares. P ro p u g n ab a u n a nueva re­
pú b lica ro m a n a con clara distinción e n tre los p o d eres tem ­
porales y los espirituales. E ugenio III advirtió la com patibi­
lidad e n tre el espíritu de pobreza, a que p e rso n alm en te
estaba obligado, y las posesiones de la Iglesia de Cristo, fun­
d a m e n to económ ico de su actividad evangelizadora.
R om a desb o rd ab a de exigencias demagógicas. Por todas
partes los partidarios de la república m anifestaban su rep u ­
dio a la corte pontificia y a los altos prelados. En esta aven­
tu ra política no faltaba n in g u n o de los inevitables in gredien­
tes del caos, ni siquiera el llam ado al soldado, la apelación a
César, h e c h a p o r u n o y otro lado de la barricada.
C o n rad o III h u b ie ra deseado e n tra r en R om a y hacerse
c o ro n a r e m p e ra d o r p o r el papa. Tal vez lo h u b iera hech o
LA CIUDAD CRISTIANA 897

si las circunstancias de su rein o se lo h u b ie ra n perm itido.


La g u e rra c o n tra W elf de Baviera, c o n tra los n o rm an d o s, y
u n a m u e rte p rem atu ra, lo lib raro n de la co ro n a im perial.

O p i n i ó n d e S a n B e r n a r d o s o b r e e l im p e r io

Interesa destacarla p o rq u e em erge de la controversia e n ­


tre el senado ro m an o , la opinión de los im periales y la cor­
te pontificia. B ern ard o expone su idea en u n a carta dirigida
al rey C onrado III en el año 1146. El santo va derech o al te­
m a sin p e rd e r tiem po en protocolos. A dm ite las dificultades
en convivir que existen en tre am bas potestades. Las relacio­
nes n o h a n sido n u n c a dulces, ni m uy am igables ni siquiera
estrechas, p ero las considera necesarias y queridas p o r Dios
m ism o. Cita la p rim e ra carta de P edro p ara confirm ar su ar­
gum entación: “el fu n d a d o r de u n a y otra no las u n ió para
q ue se destruyesen, sino p a ra que se edificasen” 10°.
Pasa de inm ediato a u n a consideración de tipo histórico:
“¿Acaso no es R om a la cabeza del im perio, así com o es la se­
de apostólica?”. R ecuerda al rey que Dios h a p rom etido a su
Iglesia asistencia fiel hasta la consum ación de los siglos, de
m odo que u n ien d o su fuerza a la m isión de la Iglesia se ve­
rá libre de sus enem igos. Conm ina: “P or tanto ciña su espa­
d a ju n to a su m uslo y poderoso restituya a sí m ism o al César
lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. Ambas cosas
interesan al César: d e fe n d e r su corona y pro teg er la Iglesia.
U n a conviene al rey y la o tra al defensor de la Iglesia”.

10 0 . I P e d r o , 2, 9.
898 RUBEN CALDERON BOUCHET

El p u eb lo ro m an o se h a levantado en su p resunción in­


sensata co n tra am bos poderes: “Pero este pueblo m aldito y
presu n tu o so q u e n o sabe u n ir sus fuerzas, ni ver el fin, ni
to m a r en c u e n ta su provecho, se h a atrevido en su insensa­
tez y en su fu ro r a in te n ta r este sacrilegio. A nte la faz del
rey no p o d rá n persistir nu n ca, ni u n solo m o m en to , ni la
m ano popular, ni la tem erid ad del vulgo”.
“Me h e vuelto insensato — confiesa el m onarca— , pues
siendo p e rso n a vil e in n o b le m e h e m etido com o g ran d e a
d ar consejos a tan g ran d e m ajestad y a sabiduría tan exim ia
sobre cuestión tan im p o rta n te. P ero añ ad o a m i insensatez:
si algún o tro se esfuerza p o r persuadirlo a o tra cosa distin­
ta de lo q u e yo os h e dicho, éste no am a al rey, o e n tie n d e
poco lo q u e conviene a la m ajestad regia, o busca su p ropio
in terés sin p reo cu p arse ni del rey ni de D ios” 101.
B e rn a rd o n o e ra d irectam en te súbdito de C o nrado III.
Su in terv en ció n fue oficiosa y lo hizo a doble título: com o
ab ad de Claraval y com o u n a de las voces eclesiásticas más
escuchadas en esa época. Su co ncepto del im perio está
d e n tro de la lín e a agustinista m ás d ep urada: la espada al
servicio de la cruz, p ero libre de seguir su criterio en todo
lo q u e se refiere a la co n d u cció n del reino.

D o c t r in a y m ís t ic a d e l im p e r io c o n l o s S t a u f e n

H em os considerado con d e te n im ie n to las fuentes d o n ­


de abreva la id ea im perial: las tradiciones ro m an a y carolin­
gia. La diferencia e n tre am bas no es fácil de señalar en tér­

1 0 1 . S a n B e r n a r d o , Obras completas, M a d rid , B .A .C ., p á g s. 1 1 8 8 y ss.


LA CIUDAD CRISTIANA 899

m inos de d e re c h o político, p ero resultan b ien discernibles


c u a n d o se d e te rm in a n sus respectivas actitudes fren te a la
Iglesia.
En la tradición ro m a n a el Estado aparece en el m arco
de u n a ficción ju ríd ic a republicana. El e m p e ra d o r tiene el
p o d e r p o r delegación p o p u la r y, en tanto su a u to rid a d es
de o rig en laico, su relació n con la Iglesia surge de esta dis­
p arid a d de procedencias. El im perio carolingio es u n a fu er­
za m ilitar adscripta al p lan salvador de la Iglesia com o espa­
d a p ro te c to ra y al m ism o tiem po com o a u to rid ad tem poral
en u n a m isión sacral.
La id ea im perial n acida con Federico I B arbarroja se ins­
p ira e n estas dos fuentes. Se advierte el p red o m in io de la
trad ició n ro m a n a en la m edida que renace el interés p o r el
d e re c h o an tig u o y los juristas h acen sentir su influencia en
la co rte del em perador. Pero el recu erd o de la gesta caro­
lingia no desaparece to talm en te de la m an e ra de p ensar
g e rm á n ic a y vuelve con fuerza en la p lum a de O tó n de Frei-
singa, u n o de los principales consejeros del joven Federico
I y a u to r de u n libro cuyo título (Historia de Duabus Civitati-
bus) d elata su inspiración agustiniana.
O tó n de Freisinga escribió su crónica d u ra n te el rein a ­
do de C o n rad o III y lo hizo con el propósito de in stru ir a
su sobrino Federico q u e más tarde hab ía de ser el p rim e r
e m p e ra d o r de este n o m b re. La referen cia agustiniana del
título no d eb e hacern o s p en sar en u n tratado de teología
política. O tó n se coloca en u n a perspectiva bien terrestre y
su prop ó sito es h a c er la apología del im perio p a ra que su
sob rin o la viva en los hechos.
La ciudad te rre n a no es n ecesariam ente la ciudad del
diablo. En el pen sam ien to de O tó n esta ciudad se identifi­
900 RUBEN CALDERON BOUCHET

ca con todos los g randes im perios, cuya m isión providen­


cial h a sido p re p a ra r la je ru s a le m Celeste.
E n esta sucesión de rein o s el im perio ro m an o es u n a úl­
tim a e ta p a cuyo p u n to culm in an te está señalado p o r la con­
versión de C onstantino. O tó n es decid id am en te u n triunfa­
lista y p arece m uy satisfecho de q u e la Iglesia de Cristo y el
im p erio se hayan u n id o en u n a ciudad permixta, com o en
u n a pro lo n g ació n del m isterio de la encarnación: el im pe­
rio es el cu erp o te rre n o de esa ciu d ad y la Iglesia su alm a.
R econoce la dificultad de o b te n e r esta u n ió n en el terre ­
no de la praxis política, p ero cree im prescindible conser­
varla com o ideal. La Iglesia es u n a y u n o tam bién su plan
salvador, p ero dos son las instituciones puestas p o r nuestro
S eñ o r a su servicio: el sacerdocio y el im perio.
R om a dejó de ser la sede del im perio. Este pasó a la ciu­
d ad de Bizancio d o n d e fue afectado p o r la d ecadencia y la
c o rru p c ió n . P ero la id ea n o m urió, reto m ad a p o r Carlo-
m agno y los francos, recibió nueva vida de su vinculación
renovada con la Iglesia. O tó n cree que el im perio g erm án i­
co d u ra rá hasta el fin de los siglos. La razón le p arece muy
sim ple: los teutones son u n a ram a del p u eb lo franco, sin lu­
g ar a dudas la m ás ap ta y viva de esa raza, p o r eso están m i­
litarm en te encargados de p ro lo n g a r su fuerza im perial.
“La idea del im perio se e n c u e n tra b ien clara — com enta
Folz— . El im p erio no deja de ser el antiguo ‘Im perium Ro­
m a n o ru m ’. Su m isión es universal p o rq u e participa de la
m isión e n c o m e n d a d a p o r Cristo a la Iglesia, p ero la direc­
ción de esta po testad es franca o fran co g erm án ica” 102.

1 0 2 . F o lz , op. cit., p á g s. 11-113.


LA CIUDAD CRISTIANA 901

Folz señala la co in cid en cia e n tre los Staufen y los C ape­


tos resp ecto a co n sid erar sus propias p otestades com o sen­
das p ro lo n g acio n es de la m o n a rq u ía franca. La dinastía
ale m an a hace de Aix-la-Chapelle el p u n to de p a rtid a geo­
gráfico de su poder, y Luis VII de Francia, Felipe Augusto
y San Luis, tien en la co n cien cia de p ro lo n g a r en F rancia la
reyecía de los francos.
Federico I señala el p u n to cu lm inante del esfuerzo res­
ta u ra d o r del im perio germ ánico, Folz a n o ta en su h a b e r los
siguientes puntos:
A seguró en el co n ju n to de las m onarquías la p re p o n d e ­
ran c ia del rein o de A lem ania. Aix-la-Chapelle se convirtió
en la sede regni teutonici. Bajo Federico I aparece p o r prim e­
ra vez la designación de imperium teutonicorum com o m ani­
festación de orgullo étnico capaz de transform arse en sen­
tim ien to nacional.
El e m p e ra d o r ale m án reivindicó su señ o río sobre R om a
e Italia e invocó, fre n te a la c o m u n a rom ana, los derech o s
ejercidos p o r C arlom agno y O tó n I e n las ciudades lom ­
bardas.
Resucitó el carácter sacral de la m o n arq u ía, puesto en
e n tre d ic h o d u ra n te la querella c o n tra G regorio VIL Fede­
rico es el u n g id o del Señor. El d o c u m en to d o n d e figura es­
ta expresión fue co n sid erad o ya en este trabajo. La frase
usada e ra el Cristo del Señor. Esta noción co m an d a la polí­
tica del e m p e ra d o r en todo lo co n c ern ie n te al sacerdocio.
F ederico trata de im p o n e r a la cristiandad, en 1160, u n pa­
p a de su elección p a ra resp o n d e r a la idea expuesta p o r su
p o e ta oficial en la terc era estrofa de su o d a “Salve M undi
D o m in e ”: “N in g ú n ser razonable p o n e en d u d a que p o r la
voluntad de Dios, has sido constituido rey sobre los otros
902 RUBEN CALDERON BO U CH ET

reyes y q u e has a d q u irid o d ig n am e n te la espada de la ven­


g anza y el escudo d e la tu te la del pueblo cristian o ”.
Rey de reyes y se ñ o r del m undo: títulos ditirám bicos.
E xageran bastante el alcance real de su poder, p ero seña­
lan claram en te la perspectiva universal de su in ten ció n po­
lítica. N ada p ro p ia m e n te ro m a n o en este ecum enism o ins­
p ira d o en la m isión universal de la Iglesia, pero a esta idea
no le falta su p u n to de apoyo en el corpus iuris rom ano.
El d e re c h o antiguo renace en la fam osa Escuela de Bo­
logna y los juristas se ofrecen a los nuevos poderes p ara pro ­
veerlos con la noción de soberanía extraída de las leyes ro ­
m anas. La soberanía es única e indivisible: un Dios, u n papa,
u n em perador. El derech o ro m an o otorga a Federico la po­
testad de C onstantino, Justiniano y Teodosio el G rande.
A la u n id a d indivisible de la soberanía, se a ñ ad e la u n i­
versalidad del im perio im puesta p o r su carácter sagrado:
Sacrum Imperium. Esta es la designación ap ro p iad a y ads-
cripta, en el te rre n o de la u n id a d política del m u n d o , a la
extensión universal de la Iglesia m isionera.
“H eren cia franca e id ea ro m an a son las bases sobre las
cuales se asienta la d o ctrin a im perial de los Staufen. D u ran ­
te el rein ad o de Federico I am bos elem entos fu ero n conci­
llados, p e ro u n a vez m u erto el gran m onarca, la situación se
trastrocó. La tradición franca sufre u n eclipse y, en tanto
p ro g ram a político, hallará su m ejor realización en el reino
de Francia. La idea im perial se germ aniza y a m edida que
p ierd e su sentido m isional se seculariza. C on Federico II, en
p len o siglo XIII, ten d rá u n a expresión política p ro fa n a ” 103.

1 0 3 . F o lz , op. cit., p á g . 116.


LA CIUDAD CRISTIANA 903

No q u iero te rm in a r este esbozo de la id ea im perial du­


ra n te la dinastía de los Staufen sin co n sid erar brevem ente
la n o ta de universalidad constitutiva de la no ció n im perio.
La p rete n sió n de fo rm a r u n p o d e r ecum énico está ge­
n e ro sa m en te d o c u m e n ta d a en la litera tu ra política de la
ép o ca y, a u n q u e la realización efectiva del proyecto es bas­
tan te m odesta, el en com io de los poetas oficiales b reg a p o r
u n a situación m ás brillante. Folz estudia la in te rp re ta c ió n
de la universalidad e n cada u n o de los em p erad o res y sos­
tiene q u e las diferencias se deben al p red o m in io de u n a u
o tra de las trad icio n es influyentes.
Federico I fu n d ó la universalidad de su im perio e n dos
frentes: en el d e re c h o ro m an o y el carácter m isional a cum ­
plir ju n to a la Iglesia. El aspecto decisivo reside en la idea
de la m isión. La fae n a del e m p e rad o r en el regnum transito-
rium o temporale imperium es im p o n e r u n o rd e n político so­
b re el p u eb lo y los rein o s p a ra establecer la u n id a d de los
cristianos bajo las dos espadas.
La p rete n sió n no desconocía la existencia de Estados
nacionales. Se co n fo rm ab a con reclam ar u n a a u to rid ad j u ­
dicial rec o n o c id a p o r todas las naciones cristianas. O tó n de
Feisinga la designaba escuetam ente así: “auctoritas ad
q u am totius orbis spectat p a tro c in iu m ”. Federico I ejerció
de h e c h o ese patrocinio.
Su sucesor, E nrique VI, q u e rein o los últim os años del si­
glo XII (1190-7), trato de convertir ese p a tro n a to m oral en
u n verd ad ero dom inio político feudal sobre los príncipes
cristianos. Las cruzadas le p erm itiero n , en p arte, realizar su
proyecto. R icardo C orazón de L eón reconoció su señorío e
hizo acercam ientos diplom áticos p ara hacérselo reco n o cer
a Felipe A ugusto de F rancia sin conseguirlo. El reino dé Si­
904 RUBEN CALDERON BOUCHET

cilia se in co rp o ró a la co ro n a im perial y E nrique VI trató de


c e n tra r su p o d e r to m an d o com o eje el M editerráneo. Puso
la m irad a en los reinos de Castilla y A ragón y recibió tribu­
to de los principados sarracenos del n o rte de Africa y de las
islas Baleares. A cariciaba el proyecto de extenderse sobre
Bizancio c u an d o m urió. Sus intenciones sobrevivieron, pues
los cruzados que en 1204 se ap o d e ra ro n de C onstantinopla
traían u n im pulso im perial h ere d a d o de E nrique VI.
La m u e rte del jo v en e m p e ra d o r y la m in o ría de ed ad de
su sucesor Federico II señalan u n a etap a de la historia de
O c cid en te d o m in a d a p o r la ex tra o rd in a ria figura del p ap a
In o ce n te III. D u ra n te su pontificado (1198-1216) la autori­
d a d im perial sufrió u n verdadero eclipse y la potestad de la
Iglesia alcanzó el p u n to m ás alto de su trayectoria.
F ederico II pasó su m in o ría de ed ad a la som bra de In o ­
c en te III, p e ro c u a n d o m u rió el papa, su tutor, y recabó pa­
ra sí la h e g e m o n ía im perial, dem ostró q u e las lecciones de
u n g ran m aestro p u e d e n p ro d u cir u n discípulo en p ro fu n ­
d a c o n trad icció n con sus enseñanzas. No obstante su perfi­
dia, F ederico II tuvo g ran d eza y, a u n q u e sus ideas ch ocaron
con u n m u n d o occidental todavía cristiano, dejó u n a h u e ­
lla p o r la que transitaría la ed ad m o d ern a.
La base política de Federico II n o fue A lem ania, dem a­
siado dividida e n su régim en feudal, sino Sicilia. En este
re in o im puso u n régim en de g o b iern o de factura tan m o­
d e rn a q u e h a b ía de servir de m o d elo en la constitución de
la nacionalidades. El p o d e r del so b eran o tem poral deriva­
b a d ire c ta m en te de Dios y estaba organizado a la m an era
de u n a Iglesia laica en la que oficiaba Federico II. El era el
g ran ju e z y el único legislador; los otros funcionarios de la
c o ro n a, m eros auxiliares de la oficina im perial. Italia fue
LA CIUDAD CRISTIANA 905

co n sid erad a cen tro de este im perio, y A lem ania u n a reser­


va de fuerzas m ilitares en vista de sus proyectos hegem óni-
cos. La lex ro m a n a se convierte d ecid id am en te e n fu n d a­
m en to ju ríd ic o del im perio y es curioso advertir el carácter
an tip ap al de la doctrina. N ingún sentido m isional y u n a
versión casi p ag an a del dom inio.

G e r o h v o n R e ic h r s b e r g

N o se p u e d e te rm in a r u n esquem a sobre el p en sam ien ­


to político del siglo XII sin re c o rd a r brevem ente la perso­
nalid ad de G ero h von R eichrsberg.
N ació e n 1093 o 1094 y llegó a ser teólogo de la Iglesia
C olegiada de R eichrsberg en el año 1136. Fue u n egregio
re p re se n ta n te del alto clero g e rm a n o y u n p rec u rso r de la
re fo rm a gregoriana. Su función de preboste de estudios lo
llevó a tra tar de cerca los asuntos debatidos e n tre el sacer­
docio y el p o d e r secular. Estas tareas de o rd e n práctico no
e n m o h e c ie ro n su plu m a de escritor, siem pre a le rta y m uy
prolífica en la defensa de la in d e p e n d e n c ia eclesiástica.
Su p reo cu p ació n principal fue salvar el sacerdocio de la
progresiva secularización im puesta p o r las costum bres feu­
dales y la co m p eten cia de los poderes laicos en la imposi­
ción de las investiduras. Los h erm an o s Carlyle lo com paran
con A rnaldo de Brescia sin insistir dem asiado en los m atices
que separan a u n hereje form al com o A rnaldo, de u n celo­
so, o rto d o x o y estricto defensor de u n a legítim a reform a.
G eroh von R eichrsberg m antuvo su indignación en los lím i­
tes de la disciplina y conform e con las exigencias de la fe.
906 RUBEN CALDERON BOUCHET

U n o de sus p rim ero s tratados versa sobre la cuestión de


las regalías q u e benefician a u n obispo en tanto señ o r feu­
dal de la diócesis. La regalía su p o n e u n beneficio de carác­
ter político y m ilitar y p o r e n d e u n a serie de obligaciones
del m ism o carácter. G eroh m anifiesta su h o n d a in q u ietu d
p o r esta evidente confusión de funciones y critica áspera­
m en te las obligaciones laicas del sacerdote. C on las Sagra­
das E scrituras en la m an o aduce argum entos extraídos de
am bos T estam entos p a ra pro n u n ciarse c o n tra las activida­
des profanas de los apóstoles. C onsidera que se m alversan
los fo n d o s de la Iglesia c u an d o se los em plea en m a n te n e r
fuerzas arm adas. El obispo tiene la obligación de em p lear
los b ien es de su dom inio en cuatro cosas fundam entales:
m a n te n e r el clero, c o n stru ir y re p a ra r los edificios eclesiás­
ticos, ayudar a las viudas y a otros necesitados y a te n d e r las
propias n ecesidades de su casa, d o n d e siem pre d e b e n estar
las p u e rta s abiertas p a ra los p ereg rin o s y los extranjeros.
P ara a te n d e r a todas estas erogaciones la Iglesia dispone
de tres recursos: u n a su erte de im puesto llam ado la déci­
m a, las p ro p ied ad es rurales, y las regalías o funciones p ú ­
blicas. Las dos prim eras son de d erech o eclesiástico y con­
sidera sacrilegio usar de esos din ero s p ara actividades
extrañas a las funciones sacerdotales. Las funciones p úbli­
cas n o d e b e n ser ejercidas p o r hom bres consagrados a las
tareas espirituales.
E n tre los años 1155 y 1156 escribió u n nuevo tratado so­
b re la cuestión titulado De Novitatibus Huius Temporis. Las
discusiones suscitadas en el lapso q u e separa los trabajos
a n te rio re s de este últim o han m ad u ra d o su juicio y le han
im puesto la necesidad de in te rv en ir con m o deración en
u n a d isp u ta d o n d e se tratan los usos de la vida cristiana. H a
LA CIUDAD CRISTIANA 907

advertido que la solución a las tendencias seculares del cle­


ro d e b e surgir en u n ám bito de gen ero sa co m p ren sió n no
de confusa polém ica. La posesión de las regalías envuelve
el peligro de c o n fu n d ir lo tem poral y lo espiritual. R etor­
n a n d o a las fórm ulas gelasianas, señala la distinción de am ­
bos p o d eres con la m etáfo ra de las dos lum inarias: el sol es
el p o d e r espiritual la lu n a, el tem poral. Am bos son distin­
tos, p e ro el seg u n d o recibe su luz del prim ero. La im agen
astro n ó m ica viene refo rzad a con la referen cia escrituraria
a las dos espadas.
Si el S eñor h a distinguido los dos p o deres no conviene
a los h o m b res confundirlos. Es la m ism a fó rm u la gelasiana
re p e tid a en otros tiem pos y bajo otras costum bres, p ero
siem pre d e la tan d o la m ism a verdad.
C a p i t u l o V ili
EL FEUDALISMO

INTRODUCCION AL TEMA

El estudio del fen ó m e n o sociopolítico llam ado feudalis­


m o es u n o de los m ás controvertidos de la discutida histo­
ria m edieval. C o o p era con este am b ien te polém ico la ten ­
dencia, m uy helénica, de p en sar el feudalism o en térm inos
de rég im en político, com o si éste o b e d e cie ra a u n a fo rm a
precisa y se d esarro llara conform e a la racional e n u n cia­
ción de u n silogismo. N ad a más lejos de la realidad m edie­
val ni m enos apto p ara ofrecer un esquem a capaz de expli­
car el m u n d o feudal en térm inos com prensibles.
El feudalism o n o nació p erfe c ta m e n te arm ad o de la ca­
beza de u n pensador, ni se im puso com o resultado de u n a
co nstitució n escrita. Muy móvil en sus realizaciones com o
cam biante en su diversidad de m anifestaciones, ofrece, no
obstante, algunos caracteres com unes aptos p a ra darle u n a
fisonom ía particular.
910 RUBEN CALDERON BOUCHET

El p rim e ro de esos rasgos com unes es el aspecto m ilitar


d el d o m in io d u ra n te el rég im en feudal; y el seg u n d o , la
base p rin c ip alm e n te ru ra l de su e stru c tu ra económ ica.
R aim u n d o L ulio en su libro De la orden de caballería lo con­
firm a en térm in o s inequívocos: “C onviene q u e ten g a escu­
d e ro y tro te ro que le sirvan y cu id en de sus caballos; y que
las g en tes a ren , caven y saq u en la m aleza de la tierra, p ara
q u e dé frutos, de q u e vivan el caballero y sus brutos; y él
a n d e a caballo, se trate com o señ o r y viva có m o d a m en te
de aquellas cosas en q u e sus h o m b res pasan trabajo e inco­
m o d id a d ” 104.
Los lazos de d e p e n d e n c ia señorial de un dom inio ru ra l
con su señ o r son an terio res al fen ó m e n o designado con el
térm in o especial de feudalism o y, a u n q u e constituyen su
fu n d am e n to , no p u e d e n reducirse a él.
El vasallo — afirm a B o u tru ch e— ejerce u n dom inio so­
bre las gentes y las tierras de su feudo. Este señorío tiene
doble faz: p o r u n lado es ru ral p o rq u e pesa sobre los paisa­
nos y labradores de un pred io , y p o r o tro lado es feudal en
virtud de las prestaciones a que está som etido, especialm en­
te c u an d o el territo rio es vasto — co ndado o castellañía— y
su d e te n ta r está en condiciones de subinfeudarlo parcial­
m en te a otros vasallos de los que exige deb eres de d e p e n ­
d en cia sem ejantes a los que él tiene con su su p erio r 105.
El feudalism o es u n a m odalidad p articular de darse los
lazos del d om inio señorial. El carácter especial de esta m o­
dalidad se d eb e a la convergencia de tres factores: a. el com ­
p añerism o de arm as o comitatus p ro p io de los pueblos gue­

104. R aim undo Lulio, Obras literarias, Madrid, B.A.C., 1948, pág. 110.
105. Robert Boutruche, Seigneurie et Féodalité, Paris, Aubier, 1959, pág. 8.
LA CIUDAD CRISTIANA 911

rre ro s y todavía bárbaros; b. la commendatio o d e p en d en cia


que alguien, necesitado de protección, tiene con respecto a
o tro capaz de ofrecérsela; c. el benejicium o título legal para
ejercer la potestad sobre u n territorio concedido en feudo.
Este beneficio es com plejo. N o se p resen ta en todas partes
de la m ism a m an e ra y con idénticas prerrogativas. Su rasgo
esencial es el ejercicio de u n a au to rid ad judicial que, cu an ­
do reco n o ce otras superiores, suele llam arse en francés su­
zeraineté. A dvertim os q u e esta palabra se presta a equívocos
p o rq u e su uso no está, en los textos m edievales, claram en­
te d eterm in ad o . A veces señala la potestad de un vasallo y
otras la de u n so b eran o en su sentido estricto.
A estos tres elem en to s integrantes del o rd e n feudal de­
b e n añadirse según u n a escala de im p o rtan cia decreciente:
a. la in flu en cia religiosa d e te rm in a n te de u n a decidida m o­
d alid ad valorativa; b. el tem p eram en to m ilitar de celtas y
g erm an o s, de influ en cia decisiva en la exaltación del h o n o r
y la lealtad personal; c. las circunstancias históricas, q u e lle­
varon a la d estrucción del o rd e n adm inistrativo ro m an o y
crearo n u n a situación ap ta p ara el desarrollo de p o deres
locales de tipo m ilitar. En los lugares d o n d e se sostuvo, a u n ­
q u e p recariam en te, el antiguo rég im en m unicipal, los lazos
feudales fu ero n poco vigorosos o n o se dieron.

F e u d a l is m o y l e n g u a je

La in m en sa m ayoría de los papanatas sem iletrados que


fo rm a n los claustros universitarios cree que la Revolución
Francesa destruyó los lazos feudales y creó las bases de un
912 RUBEN CALDERON BOUCHET

cam pesinado libre. P ara el tiem po de la Revolución ya no


h a b ía feudalism o en Francia. Pero el térm in o feudal había
q u e d a d o ligado a to d a fo rm a de ejercer el dom inio, y la
abolición de u n lazo señorial de d e p e n d e n c ia fue vista co­
m o u n acto de dem olición del feudalism o.
El térm in o feudalidad, según B o u tru ch e, fue forjado en
los com ienzos del siglo XVII p a ra designar el carácter ju r í­
dico d e las cargas públicas q u e pesaban sobre todos los feu­
dos, aspectos todavía vivos del antiguo régim en m edieval.
En el siglo XVIII los historiadores, a la zaga del historia­
d o r inglés H e n ry Spelm an, se a p o d e ra ro n del adjetivo feu­
dal p a ra designar con él todas las form as de d e p e n d en c ia
personal. M ontesquieu en su o b ra El espíritu de las leyes con­
sid era al feudalism o com o un régim en de prácticas consue­
tu d in arias al m arg en de la ley com ún. B o u tru ch e hace n o ­
tar el e rro r de M ontesquieu cu an d o atribuye al feudalism o
y la n o bleza a las invasiones francas. E rro r con largo porve­
n ir en las luchas políticas francesas y tom ado en considera­
ción con distinta su erte p o r los racistas de u n o y o tro extre­
m o, p a ra ju stificar teorías bastante antojadizas.
B o u tru ch e cita al h isto riad o r J. D alrym ple, a d m irad o r
de M ontesquieu, y a j . P in k erto n , p a ra q u ien el sistem a feu­
dal es fru to n a tu ra l de la conquista y tan antiguo com o ella
en el m u n d o .
P ro p ag an d a de p o r m edio, y en uso abusivo del lenguaje,
el térm in o feudal pasó a ser sinónim o de opresivo, tiránico,
y concluyó p o r designar todo tipo de som etim iento social.
La in te rp re ta c ió n m arxista del feudalism o h a dado su
aval dialéctico a estas form as populares de la p ro p ag a n d a
revolucionaria. P ara M arx el feudalism o es fundam ental-
LA CIUDAD CRISTIANA 913

m en te u n a fo rm a de distribución del p o d e r económ ico


q u e sucede a la sociedad esclavista. F eudalidad significa
ap ro p iació n de las tierras y de las masas cam pesinas, ads-
criptas a ellas com o siervos, p o r p a rte de u n a m in o ría que
las ex p lo ta de tres m odos: trabajo personal de los siervos,
pago e n especies de ese trabajo y pago en dinero.
M arx no hace diferencia e n tre feudalism o y cualquier
o tro tipo de su b o rd in ació n paisana. O bsesionado p o r el ca­
rác te r d e te rm in a n te de las bases económ icas del beneficio,
d a p o c a im p o rta n c ia a los otros aspectos de lo que, en su
lengua, sería la su p e re stru c tu ra feudal.
“N o se te rm in a rá jam á s de e n u m e ra r las disertaciones
q u e h a n b o rd a d o sobre este tem a im aginarios dibujos. Los
panfletos h a n h e c h o de la feudalidad su blanco p referid o y
h a n a p u n ta d o sobre él anim ados de rencores y m ie d o ” 106.
Todavía hoy se lu ch a c o n tra feudalidades inexistentes y se
ataca la m em o ria de la m o n arq u ía, d e m o le d o ra del feu­
dalism o, com o si h u b ie ra sido su sostén más im p o rtan te.
U n poco de claridad en esta oscura selva de los hechos
históricos exige el m anejo precavido de los esquem as p ara
p o d e r atisbar la com plejidad de la cosa.

COMITATUS Y LEALTAD PERSONAL

Los Carlyle en su libro A History of Medieval Political


Theory in the West c u e n ta n las dificultades q u e d eb e veneer
q u ien se aventure e n el tem a del feudalism o. Las atribuyen

106 . R o b e r t B o u t r u c h e , op. cit., p á g . 19.


914 RUBEN CALDERON BOUCHET

p rin c ip alm e n te a dos razones: escasez de fuentes literarias


y falta de precisión denotativa en el uso de la p alab ra feu­
dalism o. A este p a r de dificultades p odem os añ a d ir el ca­
rá c te r idealizador de los poem as épicos.
El feudalism o fue u n sistem a de relaciones personales,
de posesión de u n territo rio , de organización m ilitar, de o r­
d en ació n política y judicial.
La p rim e ra im presión recibida al p e n e tra r en esta varia­
d a g am a de intereses es la de u n a cierta u n id a d d e n tro de
situaciones m uy diferentes. La u n id a d está d ad a p o r el es­
p íritu religioso q u e a n im a todo el m ovim iento y lo convier­
te en u n a m anifestación de cristianidad m ilitante. Este as­
p ecto está destacado en los poem as épicos y ofrecido a la
no b leza com o espejo de co m p o rtam ien to caballeresco.
“El destino de todos estos h éro es — escribe E d m o n d Fa-
ral— es, com o el de C arlom agno y sus pares, lu ch a r co n tra
los paganos. Se tra ta no solam ente de exaltar la cristianidad
sino tam bién de alcanzar su p ro p ia gloria p e rso n a l” 107.
La id ea cristiana significa la gesta y coloca la am bición
en u n p lan o de intereses universales. Es sensato p e n sar que
estos cantos n o rec o g e n los hech o s con el realism o de u n a
crónica, p ero es cu erd o adm itir que los ideales del p o eta
fo rm a b an p a rte del m u n d o caballeresco com o aspiraciones
de u n a ética vivida p o r sus m ás egregios representantes.
El co m p añ erism o de arm as fu n d a los lazos de lealtad y
ésta tiene su apoyo en el honor. Es difícil e n te n d e r el ver­
d a d e ro carácter de este sentim iento. D on Salvador de Ma-

107. B édier y Hazard, Histoire de la Littérature Française, París, Larousse,


1948, T. I, pág. 4.
LA CIUDAD CRISTIANA 915

dariag a lo convierte en u n a especie psicológica exclusiva­


m en te hispánica. Sin d isen tir el valor de su o p in ió n , tom a­
m os algunos de los textos citados p o r él, p a ra cap tar el sen­
tido de la noción.
El m u n d o m edieval n o inventó el honor, p e ro lo hizo
fu n d a m e n to de u n o rd e n social y trató de colocarlo en la
ó rb ita de u n a co n cep ció n cristiana de la vida. U n a cu arte­
ta to m ad a de El alcalde de Zalamea expresa con sobria m ajes­
tad este sentim iento.

A l rey, la hacienda y la vida


se ha de dar, pero el honor
es patrimonio del alma
y el alma sólo es de Dios.

Se h a discutido hasta la saciedad si el h o m b re está h e­


cho p a ra la sociedad o la sociedad p a ra el h o m bre. La cuar­
teta resum e todo el c o n te n id o de la discusión en u n p a r de
frases: el lazo de lealtad al so b eran o im plica prestación de
servicios y e n tre ellos el riesgo de la p ro p ia vida, p ero n in ­
g u n a a u to rid a d p u e d e p e d ir al h o m b re su envilecim iento,
exigiéndole la com isión de u n a felonía.
En u n trozo del célebre rom ance, el Cid C am peador
d o n R odrigo Díaz de Vivar h a p ed id o d in ero a unos presta­
m istas ju d ío s. Los usureros, confiados en la p alab ra del cau­
dillo, a cep taro n com o p re n d a u n p a r de cofres llenos de
a rena. C u ando el Cid vuelve de la g u e rra e n tre g a a los p res­
tam istas la sum a d e b id a y sus intereses c o rresp o n d ien tes y
les hace decir p o r sus portavoces:
916 RUBEN CALDERON BOUCHET

Rogarles heis de mi parte


que me quieran perdonar
que con acuita lo fice
de mi gran necesidad:
que aunque cuidan que es arena,
lo que en los cofres está,
quedó soterrado en ellos
el oro de mi verdad.

El terc e r testim onio citado p o r M adariaga es algo largo.


Me lim itaré a glosar su c o n te n id o tran scribiendo la p arte
d o n d e el sen tim ien to del h o n o r es reinvidicado p o r el con­
de M anuel de León.
N a rra el ro m a n c e que d o n M anuel paseaba p o r los ja r ­
dines del palacio real en co m pañía de d o ñ a A na de M en­
doza y otras dam as y caballeros. D o ñ a Ana, que a fu er de
h e rm o sa era m uy c o q u eta y traviesa, al pasar ju n to a u n a
le o n e ra deja, com o de descuido, caer su g u an te d o n d e se
e n c u e n tra n los leones. C on m elindres p ro m e te a q u ien se
atreva a sacarlo q u e será e n tre todos su preferido.

Oído ha don Manuel


caballero muy honrado
que de la afrenta de todos
también su parte ha alcanzado.
Sacó la espada de cinta,
revolvió su manto al brazo,
entró dentro la leonera,
al parecer demudado.
Los leones se lo miran,
ninguno se ha meneado:
LA CIUDAD CRISTIANA 917

Salióse libre y exento


por la puerta do había entrado,
volvió la escalera arriba,
el guante en la izquierda mano,
y antes que el guante, a la dama,
un bofetón le hubo dado,
diciendo y mostrando bien,
su esfuerzo y valor sobrado:
¡Tomad, tomad, y otro día
por un guante desastrado
no toméis en riesgo de honra
a tanto buen fijodalgo;
y a quien no le pareciera
bien hecho lo ejecutado,
a ley de buen caballero
salga en campo a demandado!

La in d ig n id ad de a b o fetear a u n a dam a está com pensa­


d a p o r la hazañ a de h a b e r e n tra d o en la leonera. D espués
de arriesg ar su vida, se sintió con d e re c h o p ara d ar u n a lec­
ción a la coqueta. Los otros caballeros son testigos de su h o ­
nor, c u alq u ier d u d a al respecto allí está él, p a ra resp o n d e r
con su vida p o r la lib ertad de su gesto.
El sentido del h o n o r es el fondo aním ico que fu n d a los
lazos del vasallaje y explica los lím ites de la lealtad y devo­
ción al Señor. Los Carlyle advierten que p o r m u ch a exalta­
ción puesta p o r el rom anticism o literario en el valor de tales
sentim ientos, “éstos tienen real y p e rm a n en te im portancia
en la vida social y política” 108.

1 0 8 . C a rly le, op. á t., T. III, p á g . 2 1.


918 RUBEN CALDERON BO U CH ET

Estos sentim ientos n acen en el com pañerism o de la gue­


r r a y constituyen los lazos de fra tern id a d varonil llam ado
comitatus. La p alab ra d a origen al térm in o com ité o m iem ­
bro de la comitiva q u e cabalga a la p ar del señ o r y lo asiste
en sus cam pañas. Comte en francés, co n d e en español, deri­
van d ire c ta m en te del vocablo.
El comitatus es u n a institución bárbara. Tácito lo destaca
en sus co m en tario s sobre la vida y costum bres de los germ a­
nos: “U n a insigne nobleza o los g randes m éritos de sus pa­
dres o b tie n e n p a ra los jóvenes el favor de u n jefe. Se agre­
gan a la com itiva de u n g u e rre ro fu erte y p ro b ad o y no se
avergüenzan de fig u rar e n tre sus c o m p a ñ e ro s” 109. Ese com ­
pañ erism o c o m p o rta grados y éstos se fu n d an en la discre­
ción del jefe. Existe gran em ulación e n tre los comités p o r sa­
b e r q u ién estará ju n to al señ o r y e n tre los señores p o r
q u ién te n d rá los com p añ ero s m ás audaces. El señ o r estará
siem pre ro d ea d o de u n g ru p o de jóvenes de categoría de
fuerza y grandeza. S erán su g u ard ia en la g u e rra y su o rn a ­
m en to en la paz. N o solam ente en su nación se destaca el
je fe p o r el n ú m ero y el valor de su comitiva, su fam a se ex­
tien d e p o r las ciudades vecinas, se aclam a su n o m b re, se lo
solicita p ara las em bajadas, se le ofrece regalos y con fre­
cu en cia su solo n o m b re decide la suerte de u n a guerra.
Este testim onio b reg a p o r los orígenes bárbaros del comi­
tatus. Los lazos de lealtad personal no h a n perd id o su fiera
prestancia original al e n tra r en u n ám bito de m otivaciones
cristianas, p ero h an suavizado sus co n to rn o s y h an in co rp o ­
rad o al coraje sentim ientos de g enerosidad aptos para civi­
lizar las costum bres guerreras. El caballero cristiano no es

109. “N ec rubor inter com ités adspice”.


LA CIUDAD CRISTIANA 919

el g u e rre ro celta o g erm an o , p ero las diferencias que van


de un o s a otros tard a ro n años en consolidarse.
El comitatuses e le m en to in teg ran te del feudalism o, pero
n o ú n ico ni decisivo. C onviene señalarlo en p rim e r térm i­
n o p o rq u e sobre su e stru c tu ra m ilitar se in c o rp o ra rá n los
otros rasgos.
H em os in d icad o la principal dificultad p ara e n te n d e r el
feudalism o: la te n d e n c ia a concebirlo com o u n sistem a
ideológico h o m o g én eo . N ada más ajeno a la realidad. Esta­
rem os m ás cerca de la verdad, si bajo la n o ció n de feudalis­
m o adm itim os u n a variedad de situaciones diversas, p ero
resueltas c o n fo rm e a principios cristianos y tendencias m i­
litares propias de la época.
La ro m án tica caballeresca revela u n aspecto de esa rea ­
lidad. Su te n d e n c ia a enfatizar el m o m e n to hero ico de los
p rotagon istas la convierte en u n g én ero literario p a rie n te
de la hagiografía. Existen otras fuentes, reveladoras de as­
pectos m enos pintorescos p ero m ás im p o rtan tes p a ra com ­
p re n d e r los lazos personales en u n contexto ju ríd ic o y no
p u ra m e n te afectivo.
E n tre esos docum entos se considera u n a com pilación
francesa de usos y costum bres llam adas Beaumanoir y otra
atrib u id a a je a n d ’Ibelin Los tribunales de Jerusalem. Hay tam ­
b ién u n a recopilación de leyes inglesas con el n o m b re de
Clanvill y de Brancton escritas en latín. En castellano tene­
m os el Libro de las siete partidas escrito p o r Alfonso el Sabio.
La relación e n tre vasallo y señ o r n o rep o sab a ún icam en ­
te e n la lealtad, existían obligaciones y com prom isos m u­
tuos im puestos p o r usos y costum bres tan claros y precisos
com o los artículos de un contrato.
920 RUBEN CALDERON BOUCHET

En u n a carta del obispo F ulberto de C hartres a su señ o r


el d u q u e de A quitania, e n u m e ra seis obligaciones p a ra te­
n e r en c u e n ta en sus tratos recíprocos: “Ista sex in m em o­
ria se m p e r h ab ere debet: incólum e, tu tu m , h o n estu m , uti­
le, facile, possibile”.
Las explica: incólume, el vasallo debe evitar que el señor
reciba daño en su cuerpo; tutum, que sea violado su secreto;
honestum, que se haga siem pre justicia y no se falte a ella. La
justicia debe ser m u tu a y la h onestidad de las relaciones se
e x tiende a todos los actos; utile, la relación de vasallaje no
d eb e p erju d icar a n in g u n a de las dos partes; fadle, possibile,
p u e d e n ser am bas traducidas en la palabra castellana lleva­
dera. El heroísm o no p u e d e convertirse en u n a faena coti­
diana. Joinville no quiere a co m p añ ar a San Luis en su últi­
m a cruzada. C on toda sim plicidad alega sus ocupaciones y
el poco deseo de buscar aventura lejos de la douce France.
F u lberto de C h artres es caballero y obispo, posiblem en­
te m ás obispo que caballero. Su p reo cu p ació n es rec o rd a r
al d u q u e de A quitania los a te n u a n te s del servicio: el señor
d eb e al vasallo idénticos servicios, y si no lo hiciere así m e­
rece la cen su ra de m ala fe.
J e a n d ’Ibelin trae noticias sem ejantes d o n d e hab la de la
fe m u tu a a g u a rd a r e n tre el señ o r y el vasallo: “p o r sa fei e
s’o n o r g a rd e r e t sa leau té e t sa b o n e re n o m é ”.
P ero, in d u d ab le m e n te, el vasallo tiene m ás obligaciones.
Si el señ o r cae p risionero y así lo hace saber a su hom bre,
éste d eb e ofrecerse com o reh én . Si e n c u e n tra a su señ o r sin
arm as y a pie e n tre sus enem igos d eb e lu ch ar p a ra salvarlo
o evitar q u e caiga prisionero. Si no pu ed e, debe ofrecerle
su p ro p ia cabalgadura p a ra que huya. A ñade el cronista con
precauciones de rábula: “e t aider a le m ettre s u r”.
LA CIUDAD CRISTIANA 921

De m an e ra sem ejante se expresan Clanvill y B rancton


respecto a las costum bres inglesas. El lazo de fidelidad entre
el señ o r y el vasallo debe ser m u tu o — escribe Clanvill— ; lo
que el h o m b re debe al señ o r nace del h om enaje y de la so­
la reverencia, la fe del señor. B rancton dice algo parecido
en su libro De Legibus et Consuetudinibus Angliae.

J u s t ic ia y ley

El comitatio es u n a relación de d e p e n d e n c ia p erso n al cu­


ya g a ra n tía está en el honor. Para el h o m b re c o n te m p o rá ­
n eo , aco stu m b rad o a buscar pro tecció n en los codicilos
bien articulados de u n con trato an te escribano c o m p e ten ­
te, este tipo de relación p u e d e p arecerle h a rto deleznable.
N ad a m ás ajeno a la m en talid ad m edieval. El h o n o r n o es
u n sen tim ien to p u ra m e n te personal, u n a su erte de orgullo
m ilitar llevado al paroxism o p o r los usos de la época. Es la
co n cien cia del p ro p io valor sostenida p o r la presió n p o d e­
rosa de los g ru p o s sociales. D eshonrarse n o es sinónim o de
sentirse individualm ente fru strad o , es colocarse cabalm en­
te fu era de los cu adros n aturales de la vida social y en u n a
situación de a b a n d o n o tan abyecta que su sola posibilidad
hacía tem b lar al m ejo r tem plado.
El sentido del h o n o r convoca en su ayuda al orgullo, la
verdad, el coraje y todo lo que se quiera, p e ro es fu n d am e n ­
talm en te solidario de la o p in ió n social.
El libro de los Carlyle, reaccio n an d o c o n tra la visión de
u n feudalism o exclusivam ente inspirado en la época caba­
lleresca, considera el m u n d o feudal alen tad o p o r u n a firm e
922 RUBEN CALDERON BOU CHET

te n d e n c ia a fijar los derech o s y obligaciones en rígidos m ol­


des legales, y afirm a: esta p reo cu p ació n p receptista quitaba
vida y m ovilidad a la sociedad m edieval n0.
U n a lectu ra a te n ta al libro ya citado de B o n tru ch e nos
inspira, con todo el resp eto d eb id o a los Carlyle, la idea de
la tre m e n d a m ovilidad y el cam bio p e rm a n e n te que afec­
tan los lazos señoriales d u ra n te ese p e río d o de la historia.
La verdad estaría en m a n te n e r u n cauto equilibrio en tre
las dos interp retacio n es: no rein ó la azarosa disposición del
antojo, ni la fría rigidez de leyes inalterables.
La sociedad m edieval h a oscilado e n tre la arb itraried ad
despótica y la m ás fran ca an arquía. Esto se d eb ía a la ausen­
cia de efectivos in stru m e n to s de g o b ierno. El p o d e r conta­
ba con u n ejército de h o m b res libres, de caballeros ligados
al señ o r p o r la lealtad y no con u n a m esnada de sicarios a
sueldo. U n h o m b re fu erte, u n a b u e n a espada, se reco rtab a
u n p e q u e ñ o re in o a su m edida, hech o de coraje y de pres­
tigio y hasta los reyes tratab an de conquistar ese h o m b re a
su servicio.
Para llevar a b u e n térm in o sus proyectos el señ o r nece­
sitaba la ap ro b ació n de sus huestes. Esto le qu itab a seguri­
d ad y hasta eficacia p ero d ab a a las em presas m edievales
ese talante de n o b leza y distinción que inspiró a Verlaine
esa frase que c o n d e n a en dos palabras to d a su visión de la
E dad M edia: e n o rm e y delicada.
“Los hom bres de esa época — afirm an los Carlyle— no
e ra n inferiores a n osotros en el sen tim iento de reverencia
p o r la ley o en el respeto p o r los grandes principios de la vi-

1 1 0 . C a rly le, op. cit., p á g . 3 1.


LA CIUDAD CRISTIANA 923

d a h u m a n a en c u ad ra d o s en la ley. Su in ferio rid ad radicaba


en q u e carecían de u n eficiente servicio civil y no ten ían
policía p a ra h a c er cu m p lir esas leyes. C on o ciero n clara­
m en te los principios de u n o rd en social político, p ero tar­
d a ro n varios siglos en p re p a ra r el adecuado in stru m e n to
q u e hace posible la p ráctica de tales p rin cip io s” 1H.
Los Carlyle tie n e n u n co n cep to lineal de la histo ria di­
re c ta m e n te in sp irad o e n el optim ism o ilum inista. El cono­
c im ien to q u e efectivam ente tie n e n de la E dad M edia les
im p id e c a er e n esas versiones caricaturescas p ro p ias de la
h isto ria p an fle ta ria , p e ro no tien en ojo p a ra c o m p re n d e r
la d im e n sió n in te rio r del o rd en sociopolítico. C u an d o la
ley es h á b ito m o ral re q u ie re poco a p a ra to policial p a ra ser
cu m p lid a. El h o m b re de la E dad M edia n o conoció los be­
neficios de n u e stra s m o d ern a s organizaciones policiales y
h u b o c iu d ad es d o n d e la vigilancia estaba lib ra d a a la p ru ­
d e n c ia de las h e rm a n d a d e s corporativas. Se creía m ucho
m ás e n el h o m b re de lo q u e nosotros, pese a n u estras d e ­
clam aciones filantrópicas, nos atrevem os a creer, y si se p o ­
n ía co nfianza en los se n tim ie n to s de ho n o r, de fidelidad y
de lealtad es p o rq u e tales sen tim ien to s e ra n e x trem ad a­
m e n te fu ertes y vivos. P ara caletres fo rm ad o s en los vicios
o p u esto s p u e d e p a re c e r in creíb le q u e la p a la b ra de u n
h o m b re b ien n acid o tuviera el valor de u n d o cu m en to .
Sin em b arg o , h asta los ju d ío s u sureros de B urgos p are c e n
h a b e r cre íd o q u e d o n R odrigo Díaz de Vivar les dejó oro
y no arena.
Esta reflexión no d eb e inspirarnos u n a versión de leyen­
d a dorada. En esa época, com o en todas, el b ien y el m al es­

11 1 . C a rly le, op. cit., p á g . 32.


924 RUBEN CALDERON BOUCHET

tab an equitativam ente repartidos. Los ideales eran nobles,


p ero las realidades solían ser bastante rastreras.
H ab ía traidores, felones y hasta los rom ances reco n o cen
su existencia. R olando sabe q u e G anelón, su padrastro, m e­
dita traicionarlos cu an d o le consigue el h o n o r de p ro te g e r
las espaldas del ejército de C arlom agno a su paso p o r Ron-
cesvalles. Sospecha u n a celada, p ero su h o n o r le im pide
m anifestar su recelo:

Deus me confunde, se le geste en desment.

El h o n o r n o es principio único; el h o m b re m edieval es


sensible a la justicia. La tarea principal de la au to rid ad es
m an te n erla e n tre sus súbditos. U n po em a francés del siglo
XII, “Le C o u ro n n e m e n t de L ouis”, pone en boca de Dios es­
tas palabras, d o n d e se habla al rey de sus deberes de oficio:

Filz Loois, a celer ne te quier,


Quant Deus fist rei por peuples justicier
II ne fist mié por false leijugier,
Faire luxure, ne alever pechié,
Ne eir enfant por retolir son fie
ne veuve fame tolir quatre deniers;
Ainz deit les torz abatre soz ses piez
ja al povre orne ne te chalt de tender.
Se il se claime ne t 'en deit innoier.
Ainceis le deis entendre et conseiller.
Por l ’amorDeu de son droit adreder.

Dios d a al rey su p o d e r p ara h a c er justicia, no p ara ju z ­


g ar según falsa ley, satisfacer su afán de lucro o c o m eter pe-
LA CIUDAD CRISTIANA 925

cados. No d eb e a rre b a ta r su feudo al m enor, ni a la viuda


sus cu atro dineros. Dios hizo al rey p ara ab atir a los tiranos
y p a ra so sten er a los p o b res y desvalidos. La m ism a idea es­
tá ex p resad a en el libro de d ’Ibelin Les Assises de la Court des
Bourgeois deJérusalem, d o n d e se dice textualm ente: “la dam e
ni le sire n ’en est seign or se non d o u d re it”. Son señores si
o b ra n con fo rm e al d erecho.
El rey, cu an d o asum e sus funciones ju r a p o r los santos
m a n te n e r las libertades otorgadas p o r sus antecesores, los
b u e n o s usos y las b u en as costum bres del reino. J u r a tam ­
bién g u a rd a r los d erech o s de pobres y ricos, p eq u eñ o s y
g ran d es c o n tra agresiones injustas.
Si sucede q u e el rey p e rju ra y no cum ple sus prom esas,
n o d e b e n sufrirlo sus hom bres ni su p u eblo, p o rq u e nadie
es se ñ o r si n o del derecho.
“Mais b ien sachiéz q u ’il n ’est m ié signor de faire tort,
car si il le faiseit, do n e n ’i avereit il deso u r lui nul h o m e qui
d ro it d eu st faire n e dire, puis q u e le sire m eym e se fauce
p o r faire to rt” 112.
N o ta Carlyle q u e los legistas m edievales no discuten so­
b re principios abstractos, p ero es fácil advertir, detrás de los
detalles reg u lad o res de las relaciones sociales, u n fuerte
sen tim ien to de los vínculos religiosos, m orales y legales re­
p resen tad o s p o r la au toridad.
A ñade: m uchos de los libros de leyes, e n tre ellos Les As­
sises de la Court des Bourgeois de Jérusalem d elatan la influen­
cia de los recientes estadios del d e re c h o ro m an o . Esta obra
com ienza con u n a frase del p rim e r título de las Instituciones

112. Les Assises de la Court des Bourgeois de Jérusalem,, 26.


926 RUBEN CALDERON BOUCHET

de Ju stin ian o . A nuncian la obligación de q u e re r la justicia


“P ara d a r su d e re c h o a cada h o m b re y a cada m ujer, po r­
que en latín la ju sticia com o constante y p e rp e tu a voluntad
de d ar a cada u n o según su d erech o , im plica firm eza en la
fe y en la justicia, p o rq u e q u ien la tiene vive y no m u e re ”.
D a c u e n ta de esta e x tra ñ a m ezcla de teología y derech o
con el adagio escriturario: ‘ju stu s ex fide vivit” y lo refu er­
za con o tro to m ad o del Libro de los Reyes: “Justitia Dei m an e t
in saecula saeculi”. C oncluye con este párrafo que traduci­
m os del francés antiguo: “Pues de fe y de justicia tenem os
q u e tra tar en p rim e r lugar, ya que p o r fe y p o r justicia po­
drem o s d a r su d e re c h o a cada h o m b re y a cada m u je r”.
La o tra fu en te citada p o r los Carlyle, De Legibus et Consue-
tudinibus Angliae de B rancton, d a fe de estas m ism as dispo­
siciones respecto al rey. El rey se obliga p o r ju ra m e n to a
cu m p lir estas tres cosas: a. m a n te n e r la paz en la Iglesia y
en el p u eb lo cristiano; b. im p e d ir la com isión de rapacida­
des y cu alq u ier clase de delitos; c. p ro c e d e r en todos los ju i­
cios con e q u id a d y m isericordia, p a ra q u e Dios ten g a pie­
d ad de él c u a n d o llegue la h o ra de su juicio.
La fae n a p ro p ia del rey es h a c er justicia; conviene que
lleve vida rec ta en presencia de Dios y sepa d iscern ir lo b u e ­
no de lo m alo. U n a vez d iscernida la ju sticia debe h acerla y
d efen d erla. Su p reo cu p ació n p rincipal es p ro c u ra r a los
súbditos el goce de u n a vida h o n esta en a rm o n ía unos con
otros. P ara p o d e r realizar estos p ropósitos el rey no debe te­
n e r pares. Es n u estro m ayor señor.
B rancton trae u n o de esos párrafos típicos del espíritu
m edieval d o n d e la teología y el d erech o m ezclan sus aguas
en u n m ism o cauce: “Exercere igitur d e b e t rex potestatem
iuris, sicut Dei vicarius e t m inister in térra, quia illa potes-
LA CIUDAD CRISTIANA 927

tas solius Dei est, po testas autem iniuriae diaboli et n o n


Dei, e t cuius h o ru m o p e ra fecerit rex, eius m in ister erit. Igi-
tu r d u m facit iutistiam vicarius est regis ae te rn i, m inister
au tem diaboli dum d e c lin et ad in iu ria m ”.
El d o c u m e n to refu erza el carácter ju sto del go b iern o
m o n árq u ico con u n a sen ten cia to m ad a de las Etimologías de
San Isidoro de Sevilla, d o n d e se dice que es rey q u ien bien
g obierna.
“La d am e ni le sire no est seignor se n o n d o u d re it”. Es­
ta frase — afirm a Carlyle— e n c ie rra en su d e scarn ad a b re ­
vedad to d a la teo ría política del feudalism o. N o se trata de
u n a declaración teórica. P ara la m en talid ad m edieval la ley
es la fo rm a práctica de la justicia. En el sostenim iento de la
ley se fu n d a la seguridad del h o m b re p a ra u n a convivencia
social arm ónica.
En u n p rólogo a u n a vieja recopilación de leyes n o rm a n ­
das llam ad a Summa de Legibus sostiene su a u to r q u e la ley
existe p a ra m a n te n e r sujetos los apetitos de la con cupiscen­
cia g e n e ra d o ra de discordias. Dios h a creado los principios
co n fo rm e a los cuales d eb e ser fre n a d a la violencia con le­
yes b ien definidas.
Carlyle sintetiza el a p o rte de las fuentes con esta sen ten ­
cia: “To the feudalist, in d eed , law is in such a sense the
fo u n d a tio n o f authority, th a t w here there is n o t law, there
is n o t authority. In the term s o f a fam ous p hrase o f Branc-
ton: th e re is n o t king w here will rules a n d n o t law” 113.
El libro de B rancton es todavía m ás term in a n te respec­
to al valor de las leyes: todos los h om bres están bajo el go­

1 1 3 . C a rly le, op. cit., T. III, p á g . 3 8.


928 RUBEN CALDERON BOUCHET

b ie rn o del rey. Este es la au to rid ad sob eran a y sólo cede an­


te la a u to rid a d de Dios, p ero el rey está bajo la ley, p o rq u e
sin ella n o hay rey.
El rey gobierna com o vicario de Cristo, quien p o r nuestra
salvación tom ó figura h u m an a y se som etió a la ley com ún.
En u n viejo m an u al de ju sticia y pleitesía escrito en anti­
guo francés, hallam os este pasaje: “Le prin ce n ’est sus la
loi, m es la loi est sus le prince; q u a r il li d o n e re n t tiel privi­
lege com m e il avoient”.
Dos cosas son dignas de re te n e r en la lacónica concisión
de esta idea: el p rín c ip e está bajo la ley, son las leyes las que
le c o n c ed e n sus privilegios.
La m o n a rq u ía absoluta es asunto m o d ern o y el rey se im ­
p o n d rá a las leyes del rein o p ara d estru ir los privilegios y li­
b e rta d es de los p o d eres locales. D u ran te la época feudal el
rey fue u n señ o r e n tre otros. Sus com prom isos y obligacio­
nes fre n te al pueblo eran sem ejantes a los de los otros b aro ­
nes de la cristiandad, p e ro existían tam bién los fueros y pri­
vilegios de esos vasallos, que el rey no p o d ía desconocer.
El p u eb lo cristiano veía al rey com o a u n p ro te c to r de
sus derechos. Je a n B odel lo dice parcam ente: “T eñir droite
justice e t la loi m ettre e n avant”. El ju ra m e n to de H ugo Ca-
p e to (987-996) co n firm a este lacónico proyecto:
“Yo, H ugo, que d e n tro de un m o m en to , seré rey de los
francos p o r favor divino en el día de mi consagración, en
p resen cia de Dios y de los santos, p ro m eto a cada u n o de
vosotros conservarle el privilegio canónico, la ley, la justicia
q u e les son debidos y d efenderlos en la m edida que yo pue­
da, con la ayuda del Señor, com o es ju sto que u n rey actúe
en su rein o con respecto a cada obispo y a la Iglesia que le
LA CIUDAD CRISTIANA 929

h a sido confiada. P ro m eto tam bién h a c er justicia, según


sus d erechos, al p u eb lo q u e m e h a sido d a d o ”.
U n a lectu ra superficial del ju ra m e n to m uestra a H ugo
p ro m e tie n d o m a n te n e r el privilegio canónico de los obis­
pos. En el últim o párrafo aparece u n a referencia al pueblo.
Esta observación h a ría olvidar que cada obispo es jefe espi­
ritual de u n a grey, de u n pueblo cristiano. El sostenim iento
de sus privilegios canónicos no se refiere a intereses priva­
dos del obispo, sino a sus funciones sociales. De este m odo,
todo el ju ra m e n to revela u n p rofundo com prom iso social.
El ju ra m e n to de Luis VII (1130-1181) ro m p e todos los
esquem as de u n a E dad M edia insensible a las libertades.
Dice el m o n arc a al asum ir su cargo:
“U n d ecreto de la divina b o n d a d h a q u erid o q u e todos
los h o m b re s que tienen el m ism o origen fuesen dotados
desde su aparición de u n a suerte de libertad natural. P ero
la Providencia h a p e rm itid o que algunos de ellos hayan p e r­
dido p o r su p ro p ia falta, su p rim e ra dignidad y hayan caído
e n la servidum bre. Es a n u e stra m ajestad real a q u ien le h a
sido dado el p o d e r de llevarlos nuevam ente a la lib e rta d ”.
N o son las declaraciones de u n v e n d e d o r de b eatitudes
dem ocráticas. G abriel Boissy rec u e rd a la respuesta de Luis
XII a los em bajadores con los cuales negociaba la ru p tu ra
d e u n tratado:
“Los reyes de F rancia al ser coronados h acen u n ju r a ­
m en to tan fu erte y tan inviolable q u e todo lo q u e acu erd en
o p ro m e ta n luego no tiene n in g ú n valor si es algo que p u e­
d a afectar el bien o la utilidad del re in o ” 114.

114. Gabriel Boissy, Les Pensées des Rois de France, Paris, M ichael, 1949,
pâg. 31.
930 RUBEN CALDERON BOUCHET

M uchos h a n visto en esta declaración un anticipo, toda­


vía feudal, de la m o d e rn a raison d ’Etat. O tros, com o G abriel
Boissy, ven en ella la confirm ación de u n principio: la Na­
ción an te todo.
El siglo XIII español tien e en las partidas de d o n Alfon­
so el Sabio u n a breve teo ría sobre el oficio regio que co rro ­
b o ra el pen sam ien to g e n e ra l de la ép o ca y todo lo re fe re n ­
te a las obligaciones del príncipe.
“V icario de Dios son los reyes — escribe A lfonso X— ,
cada u n o en su reg n o , puestos sobre las gentes p a ra m an ­
ten erlas en ju sticia e t en verd ad q u a n to a lo tem poral,
b ie n así com o el e m p e ra d o r en su im perio. E t esto se
m u e stra c o m p lid a m e n te en dos m aneras: la p rim e ra de
ellas es espiritual, se g ú n t lo m o straro n los profetas y los
santos a q u ie n dio n u e stro S e ñ o r gracia de sab er las cosas
c ie rta m e n te e t de facerlas e n te n d e r; la o tra es se g ú n t na­
tu ra así com o m o stra ro n los h om es sabios q u e fu ero n co­
m o c o n o c ed o re s de las cosas n a tu ra lm e n te ; e t los santos
d ix ero n que el rey es se ñ o r p uesto en la tie rra en logar de
Dios p a ra cu m p lir la ju stic ia e t d a r a cada u n o su d e re c h o ,
e t p o r e n d e lo llam aro n corazón e t alm a del p u e b lo , casi
com o el alm a yace en el corazón de h o m e, e t p o r ella vive
el c u e rp o e t se m a n tie n e , así en el rey yace la ju sticia que
es vida e t m a n te n im ie n to del p u eb lo en su señorío. Et
b ien otrosí com o el co razó n es u n o , et p o r él recib en to­
dos los otros m iem b ro s u n id a d p a ra ser cu e rp o , b ien así
todos los del reg n o , m ag u e r sean m uchos, p o rq u e el rey es
e t d e b e ser u n o , p o r eso d e b e n otrosí todos ser u n o con él
p a ra servirle e ayudarle e n las cosas q u e él h a de faser. Et
n a tu ra lm e n te eix iero n los sabios q u e el rey es cabeza del
reg n o , ca así com o de la cabeza n acen los sentidos p o rq u e
LA CIUDAD CRISTIANA 931

se m a n d a n todos los m iem bros del c u e rp o , b ien así p o r el


m a n d a m ie n to q u e n ace del rey, q u e es se ñ o r y cabeza de
todos los del reg n o , se d e b e n m andar, e t g u iar e t h a b e r u n
a c u e rd o con él p a ra ob ed escerle e t am parar, e t g u a rd a r et
e n d e re z a r el reg n o a n d e él es el alm a e t cabeza e t ellos los
m ie m b ro s”.
Esta clara noción gen eral de los deberes del rey es refor­
zada en sus principales líneas cuando Alfonso X describe la
catad u ra del tirano: “Q ue tanto quiere decir com o señor
cruel, que es ap o d e ra d o en algún regno o tierra p o r fuerza,
o p o r e n g añ o o p o r traición: et estos tales son de tal natural,
que después que son bien apoderados en la tierra, am an
m ás de faser su pro, m aguer sea a daño de la tierra, que la
p ro co m unal de todos, po rq u e siem pre viven a m ala sospe­
ch a de la p e rd e r ” 115.
L a je r g a rev o lu c io n a ria h a h e c h o de la p a la b ra feudal
u n sin ó n im o de tirán ico . Es difícil a rro ja r del vocabulario
c o rrie n te los té rm in o s definitivos. Podem os in c re m e n ta r
los textos capaces de c o rro b o ra r u n a versión distinta,
sie m p re persiste la sospecha de u n fra u d e o de u n sim ple
tru c o verbal. J e a n d ’Ibelin en su libro varias veces citado
re c u e rd a a todos los h o m b re s del re in o el ju ra m e n to de
re s p e ta r las leyes p ro m u lg ad as p o r los trib u n ales, los b u e ­
no s usos y co stu m b res del p u eb lo . El je fe y señor, sea rey
o ten g a o tro títu lo y todos los b a ro n e s con cargas de go­
b ie rn o , d e b e n ser sabios, leales g u ard ia n es del d e re c h o y
ju sticiero s.

11 5 . A lf o n s o X , L as Partidas, T ít u lo I, L e y e s V y X , r e s p e c tiv a m e n te .
932 RUBEN CALDERON BOUCHET

La f u e n t e d e la ley

El g o b e rn a n te m edieval es servidor de la ley, p ero no su


autor. El se ñ o r g o b ie rn a a sus súbditos de a cu erd o con
usos y costum bres ancestrales. Su m isión consiste en respe­
tar y h a c e r re sp e ta r esas leyes. Los actos legislativos no son
im posiciones de la vo lu n tad señorial, sino disposiciones
te n d ie n te s a favorecer el ejercicio de los usos co n su etu d i­
narios.
Carlyle p ien sa q u e el c o n c ep to de legislación a p arece
e n el siglo IX, p e ro rec ién en los siglos X y XI hay p r u e ­
bas feh a c ie n te s de actos legislativos. B ran cto n testim onia
p o r el c a rá c te r c o n su e tu d in a rio y no escrito de las leyes
inglesas, y c o n sid e ra esta situación exclusiva de su país:
“Sola A nglia usa est in suis finibus iu re n o n scripto e t co n ­
s u e tu d in e ”.
M uchos p u e b lo s de O c c id en te se reg ía n p o r el d e re ­
c h o ro m a n o , p e ro h a b ía otros, com o el inglés, q u e se go­
b e rn a b a n c o n fo rm e a usos y costum bres. B e a u m an o ir nos
h a b la del d e re c h o c o n su e tu d in a rio vigente en C le rm o n t
y re c u e rd a q u e los pleitos e ra n so lu cio n ad o s de a c u erd o
co n las co stu m b res del país. P a ra q u e u n a co stu m b re p u ­
d ie ra ser le g a lm e n te c o n sid e ra d a d e b ía ser g e n e ra l y ob­
serv ad a p o r to d o s sin disputa. A dem ás e ra c o n v e n ie n te la
ex isten cia de u n a ju ris p ru d e n c ia a se n ta d a en c o n firm a­
ció n de uso.
Es obligación del co n d e de C lerm o n t g u a rd a r esas cos­
tu m b res e im p a rtir ju sticia de a cu erd o con ellas. “Et si le
cuens [conde] m eism es les vouloit co rro m p re au soufrir
q u ’elles fussent co rro m p u es, no le devroit pas li voir sou-
LA CIUDAD CRISTIANA 933

frir car il est ten u á garder, e t á fere g a rd e r les coustum es


d e son ro ia u m e ” 116.
La im p o rta n c ia de las costum bres en el g o b ie rn o de un
p u e b lo aparece claram en te en u n a refe re n c ia atrib u id a a
J e a n d ’Ibelin y Felipe de Novara. N a rra n am bos cronistas
que G o d o fred o de B ouillon, al hacerse cargo del R eino de
Je ru sa le m , convocó al p atriarca y a los p ríncipes de su sé­
q uito p a ra ser in fo rm a d o p o r escrito sobre los usos y cos­
tum bres de los países u n id o s en su nuevo reino.
Carlyle d u d a de la veracidad de la anécdota, p ero adm i­
te su valor testim onial: “T oda la historia ilustra vivam ente el
h e c h o de q u e la concepción m edieval de la ley está dom i­
n a d a p o r la costum bre. A unque los ju ristas piensen que los
cruzados d e b e n legislar p ara u n a nueva sociedad política,
co n cib en esa legislación com o a u n a colección de costum ­
b res v igentes”.
J e a n d ’Ibelin certifica esta o p in ió n cu ando rem ite a los
usos y a las antiguas costum bres p a ra dirim ir pleitos n o fa­
llados p o r las cortes. La decisiones de las cortes d e b e n ser
respetadas p o rq u e tie n e n siem pre en c u e n ta los usos.
L a co lecció n d e d ecisiones reco p ilad as bajo el títu lo
Les Assises de la Court des Bourgeois de Jerusalem es a n te rio r
a la de J e a n d ’Ib elin q u e lleva casi el m ism o títu lo . Carly­
le la u b ic a c ro n o ló g ic a m e n te e n tre 1173 y 1180 y la e n ­
c u e n tra m uy in flu id a p o r el corpus juris civiles de p ro c e ­
d e n c ia ro m a n a . Esto c o n firm a la o p in ió n de q u e las
ciu d a d e s italianas y del su r de F ran cia se re g ía n p o r el d e ­
re c h o ro m a n o .

1 1 6 . B e a u m a n o ir , X X IV , 6 8 2 .
934 RUBEN CALDERON BOUCHET

La razón es sim ple: fu ero n los pueblos los que ap o rta ­


ro n u n m ayor co n tin g e n te de hom bres a la conquista de
T ie rra Santa.
El respeto a la costum bre nace de u n a cierta ap titu d pa­
ra re c o n o c e r en los p u eblos la o b ra de la historia. El b arón
feudal n o cree q u e al d o m in a r u n a nación o u n pu eb lo de­
b a crearlo sobre nuevas prem isas legales. Si hay u n pacto,
ese pacto tien e carácter político, no social. La sociedad
existe, tien e sus leyes, sus costum bres y sus usos sanciona­
dos p o r u n a larga convivencia.
El nuevo m o n arca viene a g o b e rn a r u n a vieja sociedad,
y esto no es posible si n o to m a en consideración sus leyes
tradicionales, fijadas p o r las costum bres.
R ecién en el siglo XIII nace la idea de que se p u e d e p ro ­
m u lg ar u n a ley con u n propósito político definido. Las cir­
cunstancias q u e auspician este cam bio son m uchas, en tre
ellas n o se p u e d e d e sd eñ a r el esfuerzo de los ju ristas p o r
p e n e tra r el sentido del Código, las Instituciones y las Nuevas
de Ju stin ian o . G eorge de L agarde señala, en el siglo XIII,
la im p o rta n c ia de La Grande Glosa de Francesco D ’Accur-
sio, u n o de los com entarios m ás copiosos de la o b ra de Ju s­
tiniano. D ’A ccursio m arcó u n a etap a en el estudio del de­
rec h o ro m an o . Facilitó el acceso a las fuentes y descubrió la
com plejidad de la a n tig u a noción de Estado.
P ero esto p e rte n e c e al fin de la E dad M edia. La rec u p e ­
ración de la id ea ro m a n a del Estado no fue asunto del feu­
dalism o.
El m u n d o feudal distinguía e n tre costum bres estableci­
das p o r la historia y las leyes em anadas de la voluntad del
p rín c ip e. Las costum bres son usos antiguos, conservados
LA CIUDAD CRISTIANA 935

p o r los pueblos y ap ro b ad o s p o r los g o b ern an tes. Las leyes


son instituciones de g o b iern o im puestas p a ra d irim ir u n a
d isp u ta e n tre particulares. La fuerza de la ley se fu n d a en
la a u to rid a d del prín cip e, asistido p o r el consejo de los p re­
lados, condes, b aro n es, y otros hom bres de p ro b a d a p ru ­
dencia.
Escritas o no, las disposiciones co n suetudinarias tien en
valor de ley. Sería a b su rd o p ensar de otro m odo, pues las
costum bres tie n e n vigencia legal y se im p o n e n con carácter
obligatorio a todos los q u e viven bajo su im perio. Las leyes
pro m u lg ad as p o r el rey y su Consejo tam bién son verdade­
ras leyes y sólo p u e d e n ser derogadas p o r las m ism as au to ­
ridades.
B eaum anoir, en algunos pasajes de su libro, da al m o­
n a rc a el carácter de u n legislador y hasta p e rg e ñ a u n a m o­
desta teo ría de d e re c h o político fu n d ad a en el contrato.
C om o lo h iciero n los clásicos y más ad elante lo h a rá n los
m o d ern o s, se re m o n ta hasta u n im aginario origen de la so­
ciedad d o n d e todos fu e ro n libres e iguales: “car chascuns
set que no u s descendim es tu it d ’u n p ere et d ’u n e m e re ”.
Las com plicaciones sociales son consecuencias del creci­
m ie n to de las poblaciones y con ellas vienen las guerras
provocadas p o r el orgullo, la envidia y el deseo de e x te n d e r
sus poderes. Las com u n id ad es con algún talento p a ra vivir
en paz se d iero n un rey, lo pusieron a la cabeza de la socie­
d ad p a ra h a c er ju sticia y d irim ir desacuerdos.
Carlyle halla en este pen sam ien to influencia del d e re ­
cho rom ano: igualdad original de los hom bres, necesidad
de u n p o d e r cen tral p a ra h a c er fren te a las guerras, crea­
ción de u n rey o rd en ad o r, etc., p ro ce d e n d irectam en te de
las Instituía y Digesta. Percibe tam bién los prim eros sínto­
936 RUBEN CALDERON BOUCHET

m as de u n nuevo co n cep to de nación e n las prerrogativas


ofrecidas al m o n arc a p o r en cim a de los p oderes locales y
p o r el bien co m ú n de todos ellos.
La n o ció n n o es tan nueva si se tiene en c u e n ta que la
E dad M edia jam á s p e rd ió de vista la idea del im perio, tal
com o A lfonso X lo define en u n a de sus partidas: “G rant
dignitat, e t no b le e t h o n ra d a sobre todas las otras q u e los
h o m es p u e d e n h a b e r en este m u n d o tem p o ralm en te. Ca el
se ñ o r a q u ien Dios tal h o n ra da, es rey e t em perador, e t a
él p e rte n e c e seg ú n t d e re c h o e t el oto rg am ien to que le fi-
ciero n las g entes an tig u am en te de g o b e rn a r e t de m an te­
n e r el im perio en justicia, e t p o r eso es llam ado em perador,
que q u iere decir tanto com o m andador, p o rq u e al su m an­
d am ien to d e b e n o b ed escer todos los del im perio e t él non
es te n u d o de o b ed escer a n in g u n o , fueras en d e el p a p a en
las cosas espirituales”.
El sabio m o n arc a d esarrolla aún m ás su co ncepto del
im p erio y p o n e en la c u e n ta del e m p e ra d o r todo aquello
q u e la p o sterio rid ad reclam ará p ara el rey en cada u n o de
los reinos.
“T oller d esacuerdo e n tre las gentes e t ayuntarlas en uno,
lo q u e n o p o d ríe facer si fuesen m uchos los em peradores,
p o rq u e segúnt n a tu ra , el señorío no quiere co m p añ ero nin
lo h a m enester, com o q u ier que en todas guisas haya hom us
b o n n o s e t sabidores q u e aconsejen e t le ay uden”.
A ñade u n a serie de condiciones p a ra el ejercicio del im­
p erio q u e an ticipan al rey legislador de la época m o d ern a,
sin a b a n d o n a r el co n cep to m edieval del im perio.
El e m p e ra d o r d eb e te n e r p o d e r “p a ra facer fueros e t le­
yes p o rq u e se ju d g u e n d e re c h a m e n te las gentes de sus se-
LA CIUDAD CRISTIANA 937

ñoríos; p a ra q u e b ra n ta r los soberbiosos e t los torticeros et


los m alfechores, que p o r su m aldat o p o r su p o d erío se
atreven a facer m al o tu e rto a los m enores; p a ra am p a rar la
fe de N u estro S eñor Je su Cristo, e t q u e b ra n ta r los enem i­
gos della. E t otrosí d iciero n los sabios que el e m p e ra d o r es
vicario de Dios en el im p erio p ara facer ju sticia en lo tem ­
poral, b ien así com o lo es el p ap a en lo esp iritu al” 117.
El rey m edieval está ligado a los usos y costum bres del
p u eb lo , com o afirm a B eaum anoir. Sólo p u e d e p ro m u lg ar
u n a ley nueva “p a r tres g ra n t conseil” y p o r “li com m un
p o u rfit”. El g ran consejo está constituido p o r los altos b aro ­
nes y p relad o s del rein o . Si la ley lesiona el interés de u n o
de los p o d eres locales d eb e ser acatada si tiene carácter ge­
n e ra l y es h e c h a p o r el gran consejo y el bien com ún.

S o s t e n im ie n t o d e la ley

Se co n o cen de u n m odo general las obligaciones del se­


ñ o r y los d erechos del vasallo. A hora se trata de co m p ren ­
d e r el pro ced im ien to a seguir p o r p arte de u n o y otro, para
h a c er resp etar sus intereses en caso de serles desconocido,
Los Carlyle re c u rre n a la crónica de Je a n d ’ Ibelin, quien
nos provee a satisfacción con u n m inucioso exam en de los
derech o s y obligaciones m utuas e n tre el señ o r y el vasallo.
El se ñ o r n o p u e d e tocar el c u erp o del vasallo, ni su feu­
do sin ju ic io previo p ro n u n c ia d o p o r la corte d o n d e seden
los pares del im putado. La relación e n tre u n o y otro se fu n ­

1 1 7 . A lf o n s o X , II P a r tid a , T ít u lo I, L e y I.
938 RUBEN CALDERON BOUCHET

d a en la fe y ésta d eb e ser g u a rd a d a y conservada p o r la do­


ble razón de la lealtad y la conveniencia. Si el vasallo falta a
la fe d e b id a y el señ o r p ru e b a su deslealtad an te la corte, el
vasallo d eb e ser ju zg a d o p o r felón y desposeído de su feu­
do: “e t qui defau t a son seignor je crei q u ’il p e rd re it a sa vie
le ffé q u ’il tie n t de lu i”.
C u ando sucede el caso con trario el vasallo tiene d e re ­
cho a h a c er c o m p a rec e r a su señ o r ante la corte de sus pa­
res p a ra q u e dé c u e n ta del agravio inferido al servidor.
La corte está fo rm a d a p o r los g randes vasallos del señor.
Su je ra rq u ía d e p e n d e de la im p o rtan cia del señor. Pero
c u alq u iera fuere esa je ra rq u ía el vasallo tiene la seguridad
de u n ju ic io fo rm u lad o p o r hom bres, tan interesados com o
él e n h a c er resp e tar d erechos com unes. U n señ o r d e p e n d e
en g ran m ed id a del apoyo de sus hom bres y tanto m ás vale
cu an to m ás sólida la adhesión de sus fíeles. Para conservar
esa lealtad d eb e resp e tar los derech o s im puestos p o r el
c o n tra to de hom enaje.
El hom enaje de fidelidad se hacía de acuerdo con u n a ce­
rem o n ia más o m enos la mism a en todo el O ccidente m edie­
val. B o utruche en su libro: Seigneurie et Féodalité trac algunos
ejem plos. Escogem os varios de diferentes épocas para que se
p u e d a apreciar los cam bios d e n tro de lo perm an en te.
El p rim e r ejem plo data de la p rim e ra m itad del siglo
VII. Se tra ta de u n a fó rm u la de vasalidad c o rre sp o n d ie n te
al cerem o n ial m erovingio:
“Es ju sto q u e quienes nos p ro m e ten fe in q u eb ran tab le
se e n c u e n tre n bajo n u estra p ro te c ció n ... Y com o nuestro
fiel N. N. con la ayuda de Dios h a venido hasta nosotros con
su a rm a y se lo h a visto ju ra r en n u estra m ano fidelidad, a
LA CIUDAD CRISTIANA 939

causa de eso y p o r el p resen te p recepto, decretam os y o rd e­


nam os q u e sea c o n tad o en el n ú m ero de nuestros vasallos.
Y si alguien p o r v en tu ra osa m atarlos, sepa que d e b e rá pa­
gar seiscientos sueldos en concepto de in d em n iz a c ió n ”.
El cerem onial carolingio es m ás com pleto y ap arecen
con cierto relieve los c o m p o n en tes cristianos.
“El rey P ipino se detuvo en C om piégne con los francos.
Allí llegó Tasilón, d u q u e de Baviera, p a ra reco m en d arse en
vasalidad por, las m anos 118. Hizo m últiples e in n u m erab les
ju ra m e n to s p o n ie n d o las m anos sobre las reliquias de los
santos, p ro m e tió fidelidad al rey Pipino y a sus hijos, los se­
ñ o res Carlos y C arlom án, tal com o p o r d e re c h o debe h a­
cerlo u n vasallo, con espíritu leal y firm e devoción, com o
u n vasallo d e b e ser respecto a sus señ o res” 119.
La e n tra d a del rey danés H arald en la vasalidad de Luis el
Piadoso h a sido conservada en u n a crónica del IX, año 826.
“P ro n to , con las m anos ju n ta s, se libró voluntariam ente
al rey, y con él el rein o q u e le p erten ecía.
’’R ecíbem e, César — dijo— , con el reino que te som eto.
C on libre voluntad m e doy a tu servicio.
’’C ésar tom ó las m anos de H a ra ld e n tre las suyas v en e­
rables, después, según el uso de los francos, le dio caba­
llos y a rm a s... R egaló a H arald , a h o ra su fiel, viñas y tie­
rra s fé rtile s”.
La descripción siguiente c o rre sp o n d e al siglo XII. Se
tra ta de u n ju ra m e n to de vasallaje prestado al co n d e de
Flandes, G uillerm o, p o r u n o de sus hom bres.

118. “In vasatico se com m endans per m anus.”


119. Armales Regni Francorum.
940 RUBEN CALDERON BOUCHET

“El siete de los idus de abril, u n jueves, los hom enajes


fu ero n n u ev am en te hech o s al conde. El conde pidió al fu­
tu ro vasallo si c o n sen tía en ser su h o m b re sin reservas. Es­
te respondió: Yo quiero.
’’Luego con las m anos ju n ta s en las m anos del conde, es­
tre c h a ro n y cam b iaro n un beso.
’’D espués el q u e h a b ía h e c h o el ho m en aje com prom etió
su fe e n estos térm inos:
’’P ro m eto e n m i fe ser fiel, a p a rtir de este m om ento, al
co n d e G uillerm o y g u ard arle co n tra todos, e n te ram e n te ,
m i h o m en a je de b u e n a fe y sin engaños.
’’P o r ú ltim o ju r ó sobre las reliquias de los santos, e n to n ­
ces el co n d e, con la vara q u e te n ía en la m an o , le dio las
investiduras a todos los q ue, p o r ese pacto, le h ab ían pro­
m etid o seg u rid ad , h e c h o h o m en aje y le h ab ían prestado
ju r a m e n to ”.
El últim o ejem plo lo tom am os de u n h om enaje de fide­
lidad p restad o en la época de San Luis, rey de Francia, p o r
u n o de sus h o m b res de arm as.
“C u an d o u n o d eb e e n tra r com o vasallo de u n señor, de­
be re q u e rir su co n dición d e n tro de los c u a re n ta días. Y
c u a n d o se q u iere e n tra r en ju ra m e n to de fidelidad, se de­
b e decir así:
”‘Sire os req u ie ro com o a mi señ o r p ara que m e pongáis
en vuestra fe y en vuestro h o m e n a je ’.
’Y con las m anos ju n ta s, añadirá:
”‘Sire yo soy vuestro h o m bre, y os pro m eto fidelidad y
lealtad con respecto a todos los hom bres que p u e d a n vivir
o estar m u e rto s’.
LA CIUDAD CRISTIANA 941

”Y el señ o r d eb e responderle:
”‘Os recibo y os tom o com o hom bre y os beso para dar fe ’”.
Los vasallos se obligan ante el señ o r a cum plir los d eb e­
res im puestos p o r el hom enaje. El señ o r se com prom ete a
resp e tar los d erechos adquiridos p o r su h o m b re en el m o­
m en to de sellar el pacto. El incum plim iento p o r p arte de
u n o u o tro incoa un pleito a resolver ante la corte. La p re­
g u n ta que a h o ra se im p o n e es: ¿Q uiénes co m p o n en la cor­
te y q u é garantías tiene u n vasallo de recibir u n fallo justo?
R espondam os p o r partes. La corte está fo rm ad a p o r los
principales vasallos y presidida p o r el señor. Si u n feu d ata­
rio reclam a el cum p lim ien to de su d erech o , se p u e d e lógi­
cam en te s u p o n e r que el tribunal decidirá el pleito en b e­
neficio del m ás poderoso. C o n tra esto conviene tra e r a
c u e n ta el p rim e r recau d o a n o tad o p o r Je a n d ’Ibelin.
C u an d o se tra ta de u n reclam o co n tra el señor, éste no
p u e d e p resid ir la corte. El cronista hace decir al supuesto
rec u rre n te :
“Sire, p o r eso q u e m e decís q u e no hay corte d o n d e no
esté el señ o r y dos o m ás de sus hom bres, decís vuestra vo­
lu n ta d , p e ro e n tie n d o que si fu era com o vos decís, no h a ­
b ría n u n c a reclam o, ni conocim iento, ni recurso a la corte:
y esto p o rq u e el se ñ o r no p u e d e ni d eb e estar, ni sed er en
la corte, cu an d o se trata de u n reclam o e n su c o n tra ”.
Si exam inam os la com posición m ism a de la corte con
p rescin d en cia del se ñ o r se vuelve a p rese n tar o tra duda:
¿Podrán los feudatarios su p e ra r to d a coacción, co b ard ía o
in terés y dirim ir el pleito en favor del más débil?
La coacción que el señ o r p u e d a ejercer sobre los m iem ­
bros de la corte es el p rim e r obstáculo p a ra la rectitu d del
942 RUBEN CALDERON BOUCHET

ju icio . ¿Q ué posibilidades reales ten ía el señ o r de im p o n e r


a sus h o m b res u n a decisión d esh o n ro sa p ara ellos?
La corte está fo rm a d a p o r ho m b res de arm as, cada uno
de los cuales c u e n ta con sus propios seguidores. ¿Con qué
o tra fuerza c u e n ta el señ o r p ara am edrentarlos? ¿Con algu­
nos esbirros c o n tratad o s p a ra el caso?
N o olvidem os: sus vasallos son g u e rre ro s p o r vocación y
p o r oficio. T ie n en u n largo e n tre n a m ie n to en el m anejo
de las arm as y no se d ejarán in tim id ar fácilm ente p o r u n a
cu ad rilla de perd u lario s. Los tribunales de ju sticia de la
é p o c a feu d al están constituidos p o r h om bres de espada,
no p o r ju ristas. La co b ard ía fre n te a u n a am enaza p o r par­
te del se ñ o r p o d ría explicar el desfallecim iento de u n o de
los m iem b ro s del trib u n al, p e ro n o de todos. R ecordem os
el céleb re en cab ezam ien to con que los m iem bros de la cor­
te real se d irigían al rey de España: “Nos, que u n o p o r uno
valem os tan to com o vos, p ero que todos ju n to s valem os
m ás q u e v o s ...”.
A esta declaración n o se la p u e d e in te rp re ta r com o a
u n a fó rm u la dem ocrática, es m ás b ien m ilitar y g u e rre ra ,
com o co rre sp o n d e al gusto p o r lo co ncreto, típico del
h o m b re m edieval.
La hipótesis de la co b a rd ía sólo p u e d e adm itirse a título
p ersonal válido p a ra u n caso especial, y anóm alo dadas las
costum bres de la época.
Q u e d a p o r e x a m in ar el g rado de vulnerabilidad al so­
b o rn o p o r parte de los m iem bros del tribunal. P u ed e dar­
se el caso sobre u n o o dos m iem bros, p ero el in terés com ún
exige asen tar c o rre c ta ju risp ru d e n c ia . U n m al p rec e d e n te
provocaría serio d e trim e n to en las relaciones legales de to­
LA CIUDAD CRISTIANA 943

dos y esto es inadm isible en función de u n sim ple reflejo


defensivo.
La ju sticia m edieval es llana y directa. Si bien carece de
los artilugios de u n sistem a ju ríd ic o racionalizador, en cam ­
bio es c o n tu n d e n te , in m ed iata y concreta. N o se fu n d a en
principios abstractos, sino en vínculos personales clara­
m en te d e te rm in a d o s p o r los interesados y d efendidos po r
ellos m ism os an te personas afectadas p o r u n a situación se­
m ejante.
Los p ro ced im ien to s de justicia m encionados valen p ara
el estam en to noble: barones, señores y sim ples caballeros.
¿Q ué sucede con la g e n te de m e n o r cuantía: artesanos, co­
m erciantes, villanos, siervos?
Para re sp o n d e r a esta p reg u n ta conviene distinguir en ­
tre los q u e p o seen u n p ro te c to r personal y aquellos que es­
tán ag ru p a d o s en h erm an d ad es, cofradías y otras especies
corporativas.
De los p rim eros direm os q u e su p ro te c to r es el señ o r in­
m ediato, aquel bajo cuyo g o b iern o se e n c u en tra n en cali­
d a d de siervos o de servidores libres. La fé rre a lógica del in­
terés, sin to m ar e n consideración la influencia de las
costum bres cristianas, quiere que el señ o r cuide de los su­
yos y p ro cu re evitarles d etrim en to s capaces de p e rju d ica r la
solidez y lealtad de su séquito. Si esta instancia, p o r razones
de tem p e ra m en to , resultaba poco segura, las p u ertas de la
Iglesia estaban siem pre abiertas p ara el m enesteroso, el
a b a n d o n a d o , la viuda, el h u é rfa n o , el perseguido y el fugi­
tivo. La ley del santuario era resp e tad a y m uy d u ro debía
ser el h o m b re q u e se atreviera a violar el d e re c h o de asilo
recab ad o p o r la Iglesia.
944 RUBEN CALDERON BOUCHET

L im itam os n u estro exam en al estam ento noble, para


c o n sid erar en o tra o p o rtu n id a d las corporaciones de ofi­
cio. L a crónica d e J e a n d ’ Ibelin está ratificada p o r la de Fe­
lipe de N evara, p le n a de referencias precisas a los usos j u ­
diciales de la corte del rey A m sury de Jerusalem .
Si suced iera — n a rra este cronista— q u e u n h o m b re re­
clam ara a n te el señ o r el cum plim iento de u n a obligación y
aq u él le n e g a ra su d erech o , el h o m b re p u e d e h a c er el re­
q u e rim ie n to a través de sus pares. Si el señ o r no escuchara
la d e m a n d a de sus vasallos, éstos p u e d e n negarle to d a pres­
tación de servicio hasta tanto sean escuchados. Lo m ism o
p u e d e su ced er cu a n d o la corte h a fallado u n pleito en con­
tra del señ o r y éste no acata el fallo de su tribunal.
Felipe de N evara se refiere al caso de u n vasallo injusta­
m en te desposeído de su feudo y que solicita la ayuda de sus
pares p a ra rec u p e rarlo . D estaca el interés de todos los pa­
res e n esta o p eració n justiciera, y tan com prom etidos se e n ­
c u e n tra n q u e cu an d o el vasallo, p o r desinterés o tem or, no
reclam a su d e re c h o , sus pares d eb en reclam arlo p o r él y en
c o n tra de su expresa voluntad si fu era necesario.
N o sólo se ten ía d e re c h o a la huelga, sino q u e el dam ni­
ficado d e b ía reclam ar el pago de las rentas no percibidas
m ien tras estuvo desposeído de su feudo injustam ente.
C u an d o u n o de los vasallos era privado de su libertad
p o r o rd e n del señor, todos sus pares d eb ían presentarse an ­
te el señ o r p a ra reclam ar su libertad. Si se los rechazaba
con las arm as e n las m anos, los vasallos n o p o d ían librar ba­
talla c o n tra él, p e ro p o d ían decirle q u e se sentían liberados
de to d a obligación de servicio, hasta tanto no pusiera en li­
b e rta d a su vasallo o no lo llevara an te la corte p a ra ap re­
ciar la ju sta causa del encarcelam iento.
LA CIUDAD CRISTIANA 945

L a conclusión extraída p o r los Carlyle de la lectura de


am bas crónicas es q u e en el reino de Jeru salem la corte era
el ju ez suprem o y el m ism o rey estaba som etido a su tribunal.
¿Sucedía algo sem ejante en los señoríos occidentales?
U n a razón de an alogía induce a creerlo así. El rein o de
Je ru sa le m fue constituido p o r caballeros y señores prove­
n ien tes de los principales países de O ccidente. R esulta difí­
cil p e n sar q u e hayan p ro ced id o en T ie rra Santa de u n a m a­
n e ra distinta a sus costum bres ancestrales. La situación era,
e n verdad, inédita, y esto im p o n ía u n esfuerzo de a d ap ta­
ción, innecesario en la patria de origen, p ero los usos m e­
dievales, sin ser uniform es, ten ían su sello com ún, sus ras­
gos de p ro ce d e n c ia , capaces de incidir en los forjadores del
re in o de Jeru salem .
Carlyle exam ina u n a com pilación de leyes lom bardas y
n o ta en ella las sem ejanzas con las crónicas de J e a n d ’Ibe-
lin y Felipe de Nevara.
En L o m b ard ía el vasallo d e b ía cum plir p e rso n alm en te
sus obligaciones feudales, no p o d ía delegar en o tro u n a
p restación de servicio: si así lo h iciera c o rría el riesgo de
p e rd e r el feudo.
N o e ra fácil q uitar a u n vasallo sus derechos. N adie podía
ser privado de su beneficium si no se probaba an te la corte la
com isión de u n delito co n tra el hom enaje debido al señor:
“Sancim us u t n e m o m iles sine cognita culpa beneficium
am ittat, si ex his culpis vel causis convictus n o n fuerit, quas
m ilites usi su n t vel p e r lau d am en tu m p a riu rn suorum , si
deserviré n o lu e rin t” 120.

12 0 . C a rly le, op. cit., c ita d e Consuetudines Feudorum, V I, 10.


946 RUBEN CALDERON BOUCHET

En u n parágrafo a n te rio r se h a dicho en confirm ación


de este recurso a la corte: “si fu erit co n ten tio in te r dom i-
n u n e t fidelem de investitura feudi, d irim atu r p e r pares
c u rtis”. Si el pleito p o r el benefiáum fu era e n tre los más al­
tos dignatarios de la je ra rq u ía feudal, capitaneos, debe defi­
nirse a n te el e m p erad o r, p ero u n litigio e n tre sim ples vasa­
llos se resuelve an te el tribunal de los pares.
El Sachzenspiegel es u n a suerte de m an u al de leyes feuda­
les g erm an as, escrito antes de 1232. In teresa destacar un
p a r de pasajes relacionados con nu estro tem a. El p rim ero
de ellos afirm a claram en te que el vasallo p u ed e, en defen ­
sa p ro p ia, m atar a su señor. El segundo asegura que el h o m ­
b re in ju riad o p o r u n su p e rio r je rá rq u ic o p u ed e re c u rrir al
Schultheiss, su erte de ju e z de paz o alcalde, cuya a p titu d pa­
ra ju z g a r la c o n d u c ta del señ o r coloca la condición de ju ez
p o r encim a de la je ra rq u ía feudal.
Le Conseil de Pierre de Fontaines fue escrito a m ediados del
siglo XIII p o r u n ju e z de V erm andois. Su propósito e ra re­
c o rd a r las costum bres del co n d ad o y la ju ris p ru d e n c ia
asen tad a p o r las cortes locales. C om o cita con a b u n d a n cia
el código de Ju stin ian o , se lo h a considerado u n a su erte de
summa ju ríd ic a de la é p o ca de San Luis 121.
El libro llam ado Les Etablissements de Saint Louis asienta
u n a serie de obligaciones m utuas e n tre el señ o r y el vasallo
y e n u m e ra las sanciones q u e acarrea el in cu m p lim ien to de
esos deberes. El vasallo d eb e a su señ o r respeto, y en todo
lo re fe re n te a la adm inistración del feudo p ro ce d e rá leal­
m en te con él. N o p u e d e cazar sin su perm iso en los cotos
reservados p a ra el señor, ni pescar sin autorización en sus

1 2 1 . P a u l V io lle t , Les Etablissements de Saint Louis, V ol. I, P, 8 3 , 2.


LA CIUDAD CRISTIANA 947

estanques. El libro a ñ ad e u n a p rohibición m ás íntim a: “O u


se il gist o sa fam é ou sa fille, par coi elle soit pucelle, il em-
p e rt son fié, p a r coi il en soit provez. Et dreiz e t costum e sii
a c c o rd e ”.
C u a n d o el se ñ o r falta a sus deberes y es p ro b a d a la p re ­
varicación p o r el p erju d ica d o an te la co rte de sus pares, el
se ñ o r n o o b te n d rá servicio de su h o m b re . Lo m ism o suce­
d e rá c u a n d o el se ñ o r abuse de la confianza d ep o sitad a en
su ho n o r. “Et einsi se ro it il se il gisoit o la fam é son hom e
o u sa fille, si elle esto it pucelle, ou si le h o m e avoit au cu n e
de ses p a re n te s e t ele esto it pucelle, e t il l ’aeist baillié ar­
d e r a son seig n o r e t ilia despucelat il ne te n d ro it jam ais
b ien de lu i”.
Les Etablissements de Saint Louis confirm a el p ro ced im ien ­
to in d ic a d o p o r J e a n d ’Ibelin en sus Assises p a ra c u an d o se
utiliza la sucesión de u n vasallo. El pleito sucesorio tiene
p o r tribunal legítim o la corte de los pares y n o el rey.
A dvierte Carlyle q u e Les Etablissements de Saint Louis no
tie n e u n a d o c trin a e la b o ra d a acerca del p ro ce d im ie n to le­
gal q u e d e b e seguirse c o n tra u n a in te rv e n c ió n irre g u la r
del rey, p e ro afirm a c ateg ó ricam en te q u e el rey n o p u e d e
ju z g a r a u n p a r de Francia, si p reviam ente n o h a re u n id o
la c o rte de sus pares. C u an d o el rey h a n e g a d o ese d e re ­
cho, el se ñ o r p u e d e levantar sus vasallos c o n tra el m o n ar­
ca diciéndoles: “Venez vous en m oi, car je vueil g u e rro ie r
e n c o n tre le roi m o n seignor, qui m ’a vée le ju g e m e n t de
sa c o r t”.
El vasallo, antes de seguir a su in m ed iato en u n a g u e rra
c o n tra el rey, d eb e averiguar si lo dicho p o r su señ o r es ver­
dad. Se p rese n tará an te el m o n arca y le dirá: “Señor, m i se­
ñ o r m e h a dicho que le habéis n egado el ju icio de vuestra
948 RUBEN CALDERON BOUCHET

corte. H e venido a averiguarlo an te vos, p o rq u e mi señ o r


m e h a p ed id o m e levante en arm as co n tra vos.
”Si el Rey responde: ‘N o h a ré a vuestro señ o r n in g ú n ju i­
cio an te la c o rte ’, el h o m b re tien e la obligación de volver
con su señ o r y p o n erse a sus ó rd en e s p ara llevar g u e rra al
rey. Si así, no lo h iciere com ete u n a felo n ía y el señ o r tiene
d e re c h o a q u itarle la investidura de su fe u d o ”.
N o tem em os rep etir: el señ o r y el vasallo están ligados
p o r obligaciones m utuas. Se trata de h om bres libres cuyos
lazos de servicios recíprocos d e b e n ser religiosam ente res­
petados. B eau m an o ir es term in arte: “Decim os, am parados
en nuestras costum bres, q u e así com o el h o m b re d eb e a su
se ñ o r fe y lealtad en razón de su hom enaje, el señ o r debe
re s p o n d e r de la m ism a m a n e ra ”.
B rancton a b u n d a en ju icio s sem ejantes. A dm ite que el
rey n o p u e d e estar bajo la a u to rid ad de n in g ú n otro hom ­
bre, p e ro sí bajo la po testad de Dios y de las leyes: “Q uia lex
facit re g e m ”. A ñade u n a frase d o n d e se resum e todo lo ex­
p u esto con lacónica precisión latina “de auctoritate iuris
n o stra p e n d e t aucto ritas”.
Carlyle, a cuyos sen tim en to s no p o d em o s atrib u irles es­
pecial d eb ilid ad p o r el m u n d o fo rm ad o bajo la influencia
de la Iglesia católica, tiene u n p á rra fo p a ra ju z g a r el siste­
m a feu d al d ig n o de ser recogido p a ra te rm in a r este ap ar­
tado: El feudalism o es, en esencia, u n sistem a de relacio­
nes c o n tra ctu a le s. El c o n tra to c o n te m p la siem p re el
in te ré s de am bas p artes y c u alq u ier cosa q u e se p u e d a
d e c ir so b re esto resta en claro lo siguiente: el feudalismo re­
presenta la antítesis de la concepción de un gobierno autocràtico
o absoluto.
LA CIUDAD CRISTIANA 949

REGIMEN FEUDAL Y REGIMEN SEÑORIAL

N o term in am o s de escribir la op in ió n de Carlyle p ara


c e rra r el parágrafo a n te rio r c u an d o nos asalta u n a duda:
¿es efectivam ente el co n trato lo que constituye la esencia
del rég im en feudal? ¿No existen m uchas form as co n trac­
tuales de g o b ie rn o distintas del feudalism o? Si esto así es:
¿d ónde está la esencia del régim en feudal?
La re sp u e sta a esta p re g u n ta la h a re m o s c o n su lta n d o a
u n a u to r q u e n o s p e rm ita c e ñ ir con m ás rig o r la especifi­
cid a d del feudalism o. A nte to d o , n o p o d em o s c o n fu n d ir
el ré g im e n feu d a l con otras fo rm as señoriales de te n e r
p o te s ta d p o lític a so b re algún te rrito rio . El feudalism o n a ­
ce d el se ñ o río p e ro no se co n fu n d e con él. Su estatu to es
m u c h o m ás co m p lic a d o y rec ién a p a rtir del siglo XI p u e ­
d e m o stra r to d o s sus caracteres peculiares. Estos a p a re c e ­
rá n del ex am en de las in stitu cio n es y de los usos q u e las
fu n d a n .
El señ o río es u n a fo rm a clásica, tradicional, de la potes­
tad fu n d a m e n ta lm e n te m ilitar sobre u n territorio. El señ o r
pro teje u n d e te rm in a d o pedazo de suelo y todos sus habi­
tantes se e n c u e n tra n , p o r ese hech o , bajo su féru la políti­
ca. El feudalism o p ro c u ró d ar a esta situación u n a prolija
re d de d erech o s y obligaciones e n tre el señ o r y los p rotegi­
dos, p a ra q u e u n tu p id o sistem a de c o n tra p o d ere s evitara
la tiranía, sin d ebilitar la au to rid ad principal.
E sperar u n equilibrio perfecto e n tre las presiones polí­
ticas de u n a sociedad es u n a quim era. El feudalism o, com o
c u alq u ier o tro rég im en , no lo logró; p ero de su esfuerzo
p a ra a p u n ta la r las libertades concretas de los h om bres so­
950 RUBEN CALDERON BOUCHET

m etidos al régim en n a c ie ro n las naciones occidentales con


sus peculiares sistem as de libertades. El feudalism o fue un
rég im en m ixto: con aspiración a u n a m o n arq u ía en la cús­
pid e, supo forjar u n a fu erte re d de libertades locales de ca­
rác te r aristocrático y, en las com unas, ten d ió a favorecer
u n a su erte de d em ocracia m u nicipal con un régim en de
trabajo fu n d ad o en la activa participación de las h e rm a n d a ­
des grem iales.

E l r it o v a s a l ic o

Se tra ta de u n a c erem o n ia en la que el señ o r recibe el


h o m en a je de sus vasallos y se sella e n tre am bos u n co n tra­
to p o r el cual u n o recibe u n a prestación de servicio a cam ­
bio de u n beneficio.
Im p o rta subrayar algunos de los térm in o s existentes
p a ra d e sig n a r a los pro tag o n istas de este acto. Estos térm i­
nos cam b ian de u n país a o tro y fre c u e n te m e n te de u n a a
o tra época.
Sénior, en latín, es sinónim o de anciano, y substituye a do­
minus p a ra designar u n a su p erio rid ad jerá rq u ic a. En ale­
m án la p alab ra es herr y en inglés lord. La palabra suzerain
fue usada en Francia, a p a rtir del siglo XIV, p ara señalar el
se ñ o r m ás alto de la escala, el que g o b e rn a b a a todos los
otros. C onviene rec o rd a r u n h e c h o característico del m u n ­
do feudal: el vasallo de u n vasallo no es n ecesariam ente
h o m b re del señ o r de su señor. Suzerain h a dado nacim ien­
to al abstracto suzeraineté. Los ju ristas tra taro n de distinguir
e n tre suzeraineté y souveraineté, forzando la sem ántica de los
LA CIUDAD CRISTIANA 951

vocablos que ad m itían, sin inconvenientes, u n a sinonim ia.


El p ropósito de los h o m b res de leyes fue e n c o n tra r an tece­
d e n te s ju ríd ic o s p a ra som eter legalm ente los señores feu­
dales a la m o n arq u ía.
Vasallo en español deriva del latín vassallus cuya form a
m ás antigua, vassus, fue de uso c o rrien te hasta el siglo IX.
P ara reem p lazar la p alab ra vasallo se usaron los térm inos
de hombre, o fiel (fidelis). La voz miles p o n ía de relieve el ca­
rá c te r m ilitar del hom enaje.
H o m en aje, e n latín hominium, deriva de la fo rm a homi-
naticum q u e tie n d e a significar el acto p o r el cual el vasallo
se e n c o m ie n d a al señor. El vocablo commendatio lo reem p la­
zaba en m uchas o portunidades.
El h o m e n a je p o n ía al vasallo e n presencia de su señor.
La posición de rodillas in d icab a acatam iento; las m anos
ju n ta s en las m anos del señor, entrega; el beso con que el
se ñ o r lo recib ía e ra sím bolo de paz, am istad, fidelidad m u­
tua.
A estos gestos sucedía el ju ra m e n to sobre u n objeto sa­
g rad o y las frases rituales de la aceptación del hom enaje:
- ¿Q ueréis ser m i hom bre?
- Q uiero.
- Os recibo com o a mi ho m b re.
- Os p ro m e to ser fiel.
D estaca B o u tru ch e que la Iglesia trató de a c en tu a r el va­
lo r del ju ra m e n to en el acto del hom enaje, p ara realzar su
sentido cristiano 122.

122 . R o b e r t B o u t r u c h e , Seigneurie et Féodalité, P aris, A u b ier, 1 9 5 9 , p á g . 156.


952 RUBEN CALDERON BOUCHET

M uchas veces, p o r distancia, en ferm ed ad , m in o ría de


ed ad , etc., el h o m en a je se hacía p o r procuración. Es obvio
destacar su valor decisivo en la fun d ació n del lazo feudal.
A esta c e re m o n ia sucedía o tra de m ayor im portancia: el
se ñ o r de a c u erd o con su je ra rq u ía p ro ce d ía a d ar a su vasa­
llo la posesión de u n feudo. E ntiéndase feudo en un senti­
do m uy lato: cu alq u ier clase de concesión que suponga
obligaciones y beneficios in h eren tes.
El se ñ o r preside la c e rem o n ia en posesión de los signos
de su a u to rid ad : cetro, verga, lanza, estandarte, ábaco,
cruz, etc. Esta se realiza en la sede de la cual d e p e n d e in­
m ed ia ta m en te lo otorgado.
En sus com ienzos, el sistem a feudal im p o n ía un solo h o ­
m enaje: se e ra vasallo de u n señor. Las com plicaciones po­
líticas, sociales y económ icas convirtieron el ho m en aje en
u n e x p e d ie n te q u e te n d ía a sustraer ciertas potestades, po­
ten ciar otras y p o n e r lím ites a terceras, siem pre en sosteni­
m ie n to de las libertades que son la preo cu p ació n de toda
a u té n tic a nobleza.
U n vasallo p o d ía serlo de varios señores a la vez y cada
u n o de éstos, p o r su p arte, re c o n o c e r varios vasallajes. A co­
m ienzos del siglo XIII el co n d e de C ham pagne re n d ía ho­
m enaje al em p erad o r, al rey de F rancia y a varios otros p er­
sonajes q u e son, al m ism o tiem po, sus vasallos con respecto
a otros feudos.
“Ser a la vez el su p e rio r y el su b o rd in ad o del m ism o
hom b re: la p arad o ja h u b iera parecido insensata a los hom ­
bres de la p rim e ra E dad M edia” 123.

1 23. R o b e r t B o u t r u c h e , Seigneurie et Féodalité, P aris, A u b ier, 1 9 5 9 , p á g .1 6 3 .


LA CIUDAD CRISTIANA 953

Insensata o no, n acía del principio m ism o del o rd en feu­


dal: la b ú sq u e d a de u n a seguridad p ara la expresión de su
libertad: el rey de F rancia hacía contrapeso al em perador.
El c o n d e de C h am p ag n e se respaldaba en u n o u otro para
conservar su in d ep e n d e n c ia . La lógica q u iere que las gran­
des potestades, m o n a rq u ía o im perio tie n d a n a subyugar a
estos señoríos tan celosam ente defendidos p o r sus titulares.
D u ra n te to d a la E dad M edia los principios feudales trata­
ro n de m o rig e ra r la dialéctica creciente del poder. La Edad
M o d e rn a vio a los señoríos reducidos p o r la m o n arq u ía
apoyada e n la clase b u rg u esa y en las libertades m u n icip a­
les, p e ro n o vio d esap arecer totalm ente esas libertades lo­
cales tan difícilm ente. A p a rtir de la Revolución Francesa el
a p a ra to racionalizado del p o d e r no rec o n o c e rá lím ites a
sus pretensiones.
P ara evitar los inconvenientes creados p o r las superposi­
ciones de los hom enajes, se id earo n algunos rem edios: dar
p refe re n c ia al se ñ o r del feudo m ás im p o rtan te, al p rim e ro
q u e se ju ró fidelidad; p restar u n ju ra m e n to d o n d e se esta­
blezcan p rio rid ad es y excepciones en la obediencia: “Yo, fu­
lano de tal, p a ra apoyar al señ o r N. N., c o n tra todos, excep­
ción h e c h a del rey de F rancia y aquéllos sus m ás próxim os
p a rie n te s ...”.
Tales ju ra m e n to s se prestaban a posteriores discusiones
y no e ra tarea fácil d iscern ir con claridad u n sentido inob­
jeta b le .
Se puso en uso u n ju ra m e n to especial llam ado p o r los
franceses lige, vocablo de origen germ ánico: ledig, libre de
to d a o tra adhesión y p o r el cual el h o m b re se com prom e­
tía a apoyar a su señ o r c o n tra todos. Este tipo de ju ra m e n ­
to exclusivo se dio m u ch o e n tre los n o rm a n d o s y les p erm i­
954 RUBEN CALDERON BOUCHET

tió u n a co h e re n c ia en la acción m uy favorable a sus efica­


ces p lanes políticos. Si se observa con aten ció n se verá el
conflicto e n tre el gusto p o r la lib ertad del h o m b re m edie­
val y la ten d e n c ia n a tu ra l del poder. El ju ra m e n to ligee s un
triu n fo de la lógica política c o n tra el espíritu libertario.
El beneficiario del ju ra m e n to lige está antes de todos los
otros. Es u n ju ra m e n to h e c h o de rodillas an te el señ o r y no
de pie.
C on el prop ó sito de a rro ja r u n poco m ás de luz sobre el
feudalism o y h acerlo trib u tario de u n espíritu de sistema,
se h a in te n ta d o ver en el ju ra m e n to liga un com prom iso
p ersonal, a diferencia de los otros que sólo co m p ro m etían
el feudo. Los hechos no p a recen ratificar esta op in ió n sus­
crita p o r el canonista G uillaum e D u ra n t en su Speculum Ju­
ris. B o u tru ch e cita casos de vasallos dos veces liga. Com o
siem pre la realid ad política de la época p arece refractaria a
u n esquem a dem asiado riguroso.
El ho m en aje alcanzaba tam bién a los labradores libres y
a los siervos. D ifícilm ente se p u e d e d e te rm in a r con exacti­
tud u n a u o tra categoría de cam pesinos. Pensar en u n a len­
ta evolución de la servidum bre a la liberación n o es del to­
do exacto. En m uchas regiones sucedió lo co n trario y era
co m ú n que cam pesinos libres, p o r razones de convenien­
cia, se som etieran a un hom enaje de servidum bre. La idea
de evolución y de lento o brusco cam bio progresivo son
prejuicios intelectuales nuestros. C onviene m editar, antes
de aplicarlos a la in te rp re ta c ió n de los hechos, sobre su in­
negable a p titu d p ara d efo rm ar n u e stra visión de la historia.
LA CIUDAD CRISTIANA 955

La s p r e s t a c i o n e s d e s e r v i c i o s

N os hem os referido en más de u n a o p o rtu n id a d a la la­


titu d del térm in o feudal. Su sentido es el de u n beneficio
que el vasallo espera del señor. En La Canción de Rolando el
sobrino de Masilio le pide al rey en pago de todos sus tra­
bajos, el feudo de asestar a R olando el p rim e r golpe. Bou-
tru c h e a p o rta u n p ed id o m enos m ilitar p ero m u ch o m ás
pin to resco e n su cinism o locuaz. B e rtra n d de B orn p ro p o ­
n e a R icardo C orazón de L eón, rey de In g la terra y conde
de P oitou, lo siguiente
“Si el co n d e sabe tratarm e b ien y no se m u estra avaro,
p o d ría ayudarlo m u ch o en sus asuntos. Le seré fiel com o el
d in ero , sum iso y devoto. Q ue el co n d e sea com o el mar,
c u a n d o cae u n a cosa de valor, se la guarda. Las p o rq u erías
las tira sobre la a re n a ”.
Este d o c u m e n to testim onia e lo c u e n te m e n te la existen­
cia de u n a E dad M edia m u ch o m ás h u m a n a que la exage­
ra d a m e n te servida p o r la litera tu ra caballeresca. Los idea­
les te n ía n vigencia y la fe ju ra d a en el hom enaje solía ser
m ás fu erte que los intereses económ icos. El ju ra m e n to exi­
gía al vasallo u n a fidelidad sobre toda otra: “C o n tra om nes
d e b e t vasallus d o m in u m adjuvare, etiam co n tra fratrem , et
filium e t p a tre m ”, p e ro no c o n tra u n señ o r m ás antiguo.
Señala B o u tru ch e que valía co n tra el rey m ism o, antes de
sancionarse a su favor la reserva de fidelidad o el ju ra m e n ­
to g e n e ra l de obediencia.
H ugo C apeto d a lib ertad a los nobles prisioneros en la
batalla de M elun p o rq u e h ab ían sido fieles a su señ o r legí­
tim o, a u n q u e c o m b atiero n co n tra él. El vasallo d eb e a su
956 RUBEN CALDERON BOUCHET

se ñ o r ayuda pecu n iaria y m ilitar. El servicio de la corte sue­


le exigir de algunos de sus allegados u n a disponibilidad
p e rm a n en te : consejos, tribunales, audiencias, em bajadas,
to rn e o s y param entos, q u e su p o n e n in ten sa actividad social
y constante desplazam iento. C om o el vasallo paga de sus
bolsillos las erogaciones im puestas p o r el cargo, e ra lógico
q u e obtuviera el d in ero de sus hom bres. Este recurso finan­
ciero n o su p o n e m ás gastos que el de cualquier otro siste­
m a de g o b iern o , p e ro el carácter personal de las prestacio­
nes lo d estin ab a a ser siem pre discutido.
La vida del caballero e n c u e n tra en la g u e rra su razón de
ser. B e rtra n d von B orn lo dice con la frescura de u n lans­
q u e n e te dispuesto a re p a rtir sablazos p o r la gloria y el bo­
tín: “u n a vez en com bate, todo h o m b re de b u e n linaje no
p iensa m ás q u e en ro m p e r cabezas y brazos, p o rq u e m ás va­
le estar m u e rto q u e vivir v en cid o ... Yo m e bato, esgrim o,
m e d efien d o y lu c h o ”.
L a p alab ra n o ble, en su origen, hace m ención a esta ap­
titu d p a ra la g u erra.
La g u e rra — afirm a B outruche— es la industria nobiliaria
p o r excelencia. D urante siglos m antuvo u n a b a rre ra en tre la
aristocracia y la desdeñada m asa de gente pacífica. El clero
se m an tien e en silencio, su contribución a la lucha es prác­
ticam ente nula. Los burgueses, salvo en períodos de inva­
sión, n o gustan salir de las m urallas de la ciudad y, cuando
luchan, sus milicias lo hacen protegidas p o r los m uros 124.
La c o n tra p a rtid a de esta aventurada industria es el p er­
m a n e n te déficit dem ográfico de la nobleza y la necesidad

12 4 . R o b e r t B o u t r u c h e , Sdgneurie et Féodalité, P aris, A u b ier, 1 9 5 9 , p á g . 194.


LA CIUDAD CRISTIANA 957

co n secu en te de m an ten erse abierta al p u eb lo y a la bu rg u e­


sía, p a ra llen ar los claros dejados p o r los conflictos arm a­
dos. La o p o rtu n id a d de ser arm ado caballero y abrirse un
cam ino en el curso de los h o n o res bélicos estaba al alcance
in m ed iato de escuderos y sargentos pero, en caso de apuro,
com o aconseja el sabio rey don Alfonso, se ech a m ano de
fo rn id o s jó v en es cam pesinos, siem pre que sean bien naci­
dos. Esta últim a reco m en d ació n supone origen legítim o o,
e n caso de bastardía, b u e n linaje p o r el lado de los padres.
La g u e rra exige del caballero u n costoso equipo: espa­
das, lanzas, escudos, cascos, arm aduras, arneses y caballos.
P ara proveerlo se d e b e n e m p lear exhaustivam ente los re­
cursos del feudo. Los g randes señores p u e d e n a rm a r a su
costa varios jin e te s, p ero los sim ples caballeros apenas p u e ­
d e n con lo suyo o son equipados p o r el se ñ o r del cual de­
p e n d e n e n feudo.
Las cargas feudales n o sólo pesan sobre los h o m b res de
g u e rra , afectan tam b ién a los cam pesinos, sean siervos o li­
bres y se tra d u c en en trabajos o e n entregas de productos.
A lgunas prestaciones están adscriptas al oficio desem p eñ a­
do, otras a los in stru m e n to s de trabajo: p o n e r u n c a rro y un
p a r de caballos a disposición del obispo diocesano u n a vez
p o r año, p o r ejem plo.

F e u d a l is m o y n a c ió n

M uchos autores señalan com o u n a característica co n tra­


dicción m edieval la ten d e n c ia al fraccionam iento político,
e n c a rn a d a p o r el feudalism o, y el sueño de u n a cristiandad
958 RUBEN CALDERON BOUCHET

u n id a bajo el cetro del em perador. Si se m ed ita en u n nivel


m ás h o n d o que el revelado p o r u n superficial estudio de
los hechos, la co n tradicción e n c u e n tra su u n id ad sintética
en el espíritu m ism o de la Iglesia de Cristo: su ten d en cia
universalista no negaba el valor de las com unidades m ás in­
m ediatas y concretas. La Iglesia, con la explícita voluntad
de u n ir a todos los h o m b re s en la fe, creyó posible hacerlo
sin re n u n c ia r a las diferencias im puestas p o r los condicio­
n a m ie n to s de cam panario. La u n id a d del m u n d o cristiano
se h acía p o r la asunción de las particularidades positivas y
no p o r su negación. D esde su nacim iento la Iglesia se diri­
gió a fo rm a r u n p u eb lo diversificado en lo accidental, p ero
u n id o en la esencia m ism a de la fe. Lejos de su p en sam ien ­
to auspiciar u n intern acio n alism o m asificador con prescin-
d en cia y olvido de las distinciones locales.
El p articu larism o feu d al y el universalism o im perial pu­
d iero n darse e n la E dad M edia, sin que la a p a re n te co n tra­
dicción p ro d u je ra en los h o m b res de la ép o ca el senti­
m ien to de estar m ovidos p o r ten d en cias irreconciliables e
in te rio rm e n te divididos p o r u n conflicto de lealtades sin
posible arm o n ía.
P ero sería ingenuo su p o n e r que el particularism o feudal
y el universalism o im perial e n c o n tra ro n u n a situación de fe­
liz equilibrio político. De la a rm o n ía política se p u ed e decir
lo q u e el d o cto r Becxanzon decía de la salud: u n estado
transitorio que n o an uncia n a d a b ueno. La historia del
h o m b re testim onia p o r esta verdad y no nos vamos a exten­
d e r a h o ra sobre eso que los hechos constatan diariam ente.
En cam bio interesa acen tu ar n u estra afirm ación: el movi­
m ien to feudal no es u n a ten d en cia negativa y desconocedo­
ra de los vínculos sociales capaces de im p o n er u n concepto
LA CIUDAD CRISTIANA 959

m ás vasto de o rd en político. El fraccionam iento del p o d e r


se im puso a la caída del im perio R om ano, com o u n a n ece­
sidad ineludible p a ra d e fe n d e r a los pueblos de las invasio­
nes no rm an d as, m agiares y árabes. No fue la expresión de
u n sentim iento antiim perial o antinacional, sino la m anifes­
tación positiva de las fuerzas locales obligadas a solucionar
u n a situación de h e c h o frente al patrim onio am enazado.
El Im p erio R om ano no h ab ía desconocido to talm en te la
existencia de p o d eres locales, p ero la adm inistración dis­
c re tam e n te centralizada de su últim a época no fortaleció
esas potestades. El advenim iento al g o b iern o de los bárb a­
ros dejó to d a organización adm inistrativa en m anos de las
diócesis obispales y puso a la cabeza de los diferen tes distri­
tos del im p erio u n caudillo militar. El fraccionam iento del
im p erio carolingio y las querellas de sus sucesores p ro m o ­
vieron, sin querer, u n a situación sem ejante: los habitantes
de u n lugar, p a ra d e fen d erse de los m últiples peligros am e­
nazantes b uscaron la pro tecció n de u n jefe m ilitar capaz de
asegurarles u n a cierta tranquilidad.
El feudalism o nace de este m ovim iento natural a reforzar
las com unidades interm edias sin prescribir n in g u n a re n u n ­
cia, ni im p o n e r ab a n d o n o de las ideas universales. A centuar
el valor de la fam ilia o de la región d e n tro del todo social no
es o p onerse a u n a su p erio r u n id ad integradora. Es sim ple­
m en te eso: adm itir ser p a rte de u n a com unidad natural de
sangre o de u n o rd e n contractual de servicios o fidelidades.
En la confirm ación del régim en debem os distinguir dos
m ovim ientos distintos p e ro convergentes: el prim ero con­
siste en la constitución del p o d e r local o regional bajo la
c o nducción de u n je fe g uerrero: el segundo, m ás precisa­
m en te feudal, en establecer con rigor todas las garantías p o ­
960 RUBEN CALDERON BOUCHET

sibles p a ra que las prestaciones de servicios se hagan en un


clim a de respeto a las libertades personales y com unitarias.
Estas sociedades regionales se o pusieron, en m ás de u n a
o p o rtu n id a d , al m ovim iento unificad o r que te n d rá p o r
c e n tro a las m o n arq u ías nacionales, p ero con esta oposi­
ción d e fe n d ie ro n dos cosas de gran im portancia: la existen­
cia de u n c o n tra p o d e r local y los vínculos personales de las
prestaciones de servicio social.
D ecía M aurras: “La E dad M edia vivió del con trato de
asociación e x te n d id o a to d o el edificio de la vida. La fe del
ju ra m e n to cam biado e n tre u n h o m b re y otro h a presidido
el e n c a d e n a m ie n to de u n a m u ltitud de servicios bilaterales
cuya vasta y p ro fu n d a eficacia se h a h ech o sentir d u ran te si­
glos. P rincipal estatuto de las voluntades, el com prom iso
c o n tractu al n acía en el arado, se im p o n ía a la espada y re­
g u lab a el cetro de los reyes. P ero esta no b le m utualidad j u ­
rídica, vivificada p o r la religión, estaba fu ertem e n te h u n d i­
d a y com o a rra ig a d a e n el sólido tronco de las instituciones
naturales: au to rid ad , je ra rq u ía , p ro p ied ad , co m u n id ad , la­
zos personales con el suelo, lazos h ereditarios de la sangre.
En lugar de op o n erse la ‘asociación’ a la ‘so cied ad ’, se las
com binaba. Sin esto, el sistem a h u b ie ra desaparecido rápi­
d a m e n te, si es que h u b ie ra p o d id o existir” 125.
El rein o , com o realidad sociopolítica, se va a levantar so­
b re esta base. E n sus com ienzos los lazos personales y loca­
les fu ero n m ás fu ertes que la lealtad al m onarca, p ero su
m o m e n to m ás feliz fue aquel en q u e el p o d e r del rey logró
el equilibrio de todas las fuerzas interm edias.

125. Charles Maurras, Oeuvres Capitales, Paris, Flammarion, 1954, T. II,


pág. 192.
C a p i t u l o IX
LA REYECIA

El p r in c ip io m o n á r q u ic o

La cuestión del p rincipio debe ser exam inada e n u n ni­


vel de reflexión estrictam ente filosófico, luego llevada al te­
rre n o de los hech o s históricos y ver en to n ces en q u é m edi­
d a la m o n a rq u ía m edieval resp o n d ía a la p u reza teó rica de
u n rég im en político típico.
Santo Tom ás de A quino, en su co m entario a la Política
de A ristóteles, afirm a categóricam ente que la ciu d ad p u e ­
de ser reg id a de dos m aneras: p o r u n g o b iern o político o
p o r u n g o b ie rn o m onárquico.
El régim en es real o m onárquico cuando su titular tiene
u n p o d e r absoluto. Es político cuando su au to rid ad está limi­
tada p o r las leyes de la ciudad. En el lenguaje pulcro y preci­
so de Tomás, la p alabra político deriva de polis, no de poder,
y tiene sentido equivalente a la noción latina de reipublica™.

126. Política, I, 1, 3.
962 RUBEN CALDERON BOUCHET

J u n to con esta distinción, sin salim os de u n a estricta con­


sideración teórica, recordam os o tra distinción h ech a p o r el
santo doctor en el m ism o com entario: hay gobiernos domina-
tivos d o n d e el gob ern an te es dominus subditorum y gobiernos
en que la potestad se ejerce sobre hom bres libres para diri­
girlos hacia su propio bien. El prim ero se divide en tiranía y
despotism o. El segundo n o tiene u n a designación específica
y adm ite varias form as. Interesa p o r el m om ento señalar la
distinción típica del régim en m onárquico, aquella que lo dis­
tingue de cualquier otro. Al m ism o tiem po m arcar los carac­
teres capaces de d e te rm in a r con precisión su concepto:
a. El que g o b ie rn a es u n o y ésta es n o ta esencial de la re-
yecía; b. el E stado m o n árq u ico — escribe Santo Tom ás— es
aquel en el cual u n pueblo n a tu ra lm e n te dispuesto está so­
m etid o a u n h o m b re e m in e n te m en te apto p a ra el gobier­
no político o m o nárquico.
En esta ú ltim a o p in ió n , Santo Tom ás considera a la m o­
n a rq u ía com o equivalente a régim en político, es decir, un
g o b iern o que se ejerce sobre súbditos libres. La lib ertad de
los h ab itan tes del rein o obliga al m o n arca a tom ar las pro­
videncias necesarias p a ra llevarlos a u n a vida p erfecta, para
cuyo logro necesita de la p ru d e n c ia gubernativa.
La p ru d e n c ia política es la virtud del m onarca y fu n d a
m o ralm en te su distinción con el déspota. “Conviene que el
rey difiera de sus súbditos p o r u n a cierta m ag n itu d de b o n ­
dad. La diferencia reside en la ap titud, in n ata o adquirida,
p a ra el ejercicio de su función: juzgar, o rd e n a r y re p a rtir
los oficios públicos con rectitu d . Esto le p e rte n ec e p o r ser
la p ru d e n c ia su virtud p ro p ia ” 127.

1 2 7 . Política, V II, 3, 14.


LA CIUDAD CRISTIANA 963

El oficio real lo convierte en custodio de la justicia: “Of­


ficium regis est esse custodem iustitiae”. La m o n arq u ía es la
proyección p o líü ca de la patern id ad : “P ater h a b e t plena-
riam p otestatem su p er filios, sicut rex in re g n o ”. Esto hace
de la m o n a rq u ía la conclusión viva de u n m ovim iento ins­
c ripto en la n atu raleza m ism a del hom bre: “el p o d e r del
p a d re sobre sus hijos es m onárquico. Es el a m o r el que dis­
tingue al p o d e r real de la tira n ía ” 128.
a. El g o b iern o m o n árq u ico d eb e c o n ta r con la adhesión
de sus súbditos, d e b e ser u n g o b iern o aceptado de buen
g rad o p o rq u e sus g o b ern ad o s son h om bres libres y le obe­
d ecen de b u e n a voluntad. La característica de u n a tiranía
es la p o testad ejercida co n tra la voluntad de su pueblo.
b. La m o n a rq u ía debe ser vitalicia: “Conviene a la ciu­
d a d la conservación de su rey”. Santo Tom ás no dice n a d a
sobre la p a rticu la rid a d de ser electa o hereditaria.
H a b ía n a c id o en u n a reg ió n q u e p e rte n ec ía , p o r d e re ­
cho feudal, al rey de Sicilia, y su p a d re L andulfo de A qui­
n o e ra vasallo del e m p e ra d o r F ed erico II. Santo Tom ás no
p u d o co n serv ar u n re c u e rd o m uy g rato de su im perial se­
ñ o r y p a rie n te . Su p rim e r c o n tacto con él fue d u ra n te el
in c e n d io de la a b a d ía de M ontecasino d o n d e resid ía en
calidad de pu p ilo . El e m p e ra d o r la hizo q u e m a r p o rq u e
sus m onjes, fieles al papa, h a b ía n resistido sus presiones
d o m in a d o ras. Más tarde, los h e rm a n o s m ayores de To­
m ás, L an d u lfo y Ludovico, m u rie ro n en prisión p o r g u a r­
d a r fid e lid a d al p a p a d o c o n tra el lazo vasálico ju ra d o a Fe­
derico.

128. Política, I, 10, 3.


964 RUBEN CALDERON BOUCHET

c. Santo Tom ás reconoce q u e n in g u n a ley h u m a n a p u e ­


de lim itar al ejercicio de la so b eran ía real y esto la coloca
p o r encim a de todo p o d e r constitucional. D em o n g eo t co­
m en ta , al analizar este a p a rtad o , que el p o d e r absoluto no
tien e p a ra el santo d o c to r el m ism o carácter que p ara los
rom anistas. La p otestad regia está, en su concepto, lim ita­
d a p o r la ley n a tu ra l y p o r las leyes divinas.
A pesar de la ín d o le teórica de estas reflexiones, el p e n ­
sam iento político de Santo Tom ás e n c u ad ra b a p erfecta­
m en te en el m ovim iento práctico de su época. El lem a de
los reyes de Francia: “N ous qui voulons toujours raison gar­
d e r ”, p arece u n a frase ex traíd a de u n o de sus com entarios
y positivam ente e n c a rn a d a en la figura de San Luis, rey de
Francia, c o n te m p o rá n e o y m uchas veces a ten to au d ito r del
gran m onje d om inicano.
Si d escen d em o s al te rre n o de los hechos históricos, la
fo rm a de g o b ie rn o p red o m in an te d u ra n te la E dad M edia
fue la m o n a rq u ía sacram ental, y esto p o r diversas razones
q u e co n sid erarem o s a continuación.
a. La p rim e ra de ellas reside en el carácter p aternalista
y m o n árq u ico d e la organización eclesiástica. C om o la Igle­
sia fue la ú n ica e s tru c tu ra social que q u ed ó en pie a la caí­
d a del Im perio, ella im puso su sello a la restauración de la
vida política de los p u eblos occidentales.
b. La segunda se fu n d a en el carácter e m in e n te m en te
p erso n al de las prestaciones de servicio que reem plazaron
la fen ecid a b u ro cracia im perial. Las com unas p actaro n con
sus d efensores y éstos a su vez con el p o d e r político de la
m o n arq u ía, estos co ntratos se hacían de ho m b re a h om bre
y no estaba en la índole de los m edievales concebir u n po­
d e r im personal y abstracto.
LA CIUDAD CRISTIANA 965

La E dad M edía no tuvo idea de u n E stado sin personifi­


cación responsable. La nación se llam ó reino y su e n c arn a ­
ción e ra el m onarca. El Estado en el sentido m o d e rn o del
térm in o es invención jac o b in a. El h o m b re m edieval tenía
su p a tria en el te rru ñ o , p e ro p o d ía reco n o cerse com o súb­
dito o vasallo de un rey, cuyo dom inio se e x te n d iera a un
territo rio tan vasto com o Castilla o L eón o A ragón. La iden­
tificación del rein o y el gentilicio nacional se h a rá en la
E dad M oderna: e n to n c e s el provenzal será tam bién francés
y el catalán español. Los m edievales ad m itieron la u n id ad
m o n árq u ica sobre la pluralidad de los señoríos regionales
a título de h o m en a je feudal.
La d efinición de go b iern o e n señ ad a trad icio n alm en te
p o r la Iglesia señalaba “u n a providente patria p o testa d ”. Es­
ta id ea — dice Fritz K ern— p e n e tró en la id ea ju ríd ic a y
m oral de to d a a u to rid a d y en todos los círculos sociales has­
ta el em p erad o r, co n sid erad o tutor orbis. La tutela se asum ía
con carácter p a te rn a l y sólo se aceptaba ser responsable an ­
te Dios de su ejercicio.
‘T o d o g obierno — com enta— era concebido com o la
im agen del go b iern o divino del m u ndo. Así com o el m acro­
cosm os es e te rn am e n te g o b ern ad o p o r Dios en form a m o­
n árquica y el m icrocosm os p o r el espíritu, del m ism o m odo
se concebía el ‘corpus politicum ’ conducido p o r la autori­
d ad com o cabeza de u n cuerpo orgánico. La cabeza está so­
bre los m iem bros, los preside, pero no d ep en d e de ellos” 129.
Para nosotros, acostum brados p o r nuestros usos políti­
cos a p o n e r la ley escrita sobre la au to rid ad , p o r lo m enos

129. Fritz Kern, Derechos del rey y derechos del pueblo, Madrid, Rialp, 1955,
págs. 38-39.
966 RUBEN CALDERON BOUCHET

teó ricam en te, el criterio m edieval h a de p a re c e m o s de u n a


decisiva proclividad hacia el abuso. Santo Tom ás m ism o co­
lab o ra en reforzar esta o p in ió n cu an d o escribe: “En todo
régim en digno de este n o m b re , el g o b e rn a n te verdadero
g o b ie rn a según u n a n o rm a q u e solem os llam ar ley. Pero en
algunos regím enes esta n o rm a es interior, reside en la vo­
lu n ta d y en la razón del g o b e rn a n te , m ientras en otros se
regla exteriorizada e n u n escrito ” 130.
El acto soberano es siem pre u n o y, a u n q u e nazca de u n a
previa discusión efectuada en el seno de u n colegio, la deci­
sión final g u a rd a la u n id a d im puesta p o r u n solo acto inte­
ligente y voluntario. Las leyes escritas p o d rán establecer los
lím ites d o n d e se ejercerá la soberanía del que tiene la deci­
sión, p ero jam ás p o d rá n reem plazar el acto d o n d e la auto­
ridad se expresa.
El m u n d o m edieval no conoció u n a m o n arq u ía consti­
tucional e n el sen tid o m o d e rn o del térm in o , es decir, un
ejecutivo so m etido a las decisiones de los legisladores, p ero
conoció las lim itaciones concretas provenientes de u n a
m u ltitu d de cu erp o s sociales in term ed io s y las m uy taxati­
vas de la Iglesia católica. C uando el m o n arca alega ser res­
ponsable an te Dios de sus actos, dice algo perfectam en te
inteligible p a ra el p u e b lo cristiano. No es la sim ple form a­
lidad retó rica de q u ien p o n e p o r testigo a la historia o a
o tra e n tid a d ficticia de n u estro O lim po verbal. Dios h a da­
do a c o n o cer su palabra, y su ley — custodiada p o r la Igle­
sia— es conocida p o r todos los habitantes de la cristiandad.
L a com paración del g o b ie rn o com o cabeza y la com uni­
d ad com o cu erp o tiene u n doble origen y sendas significa-

1 3 0 . Política, IV, 4 , 13.


LA CIUDAD CRISTIANA 967

ciones. N ace del sen tim ien to orgánico y n atu ral de la fun­
ción política en p rim e r lugar, p ero tam bién de la en señ an ­
za de la d o c trin a cristiana. El corpus mysticum de los fieles
tiene a Cristo m ism o p o r cabeza. Am bas fuentes d eterm i­
n a n sus dos dim ensiones significativas. En el te rre n o n a tu ­
ral, la au to rid ad social es proyección del am o r p a te rn o , y
en el o rd e n so b re n a tu ra l reflejo de la m o n arq u ía de d ere­
cho divino q u e tiene al obispo de R om a p o r cabeza visible
y a Cristo p o r se ñ o r invisible y m ístico.
P ero el o rd e n n atu ral está in trín secam en te o rie n tad o al
so b re n a tu ra l, pues au n q u e la teología cristiana distinguía
c la ram e n te e n tre n atu raleza y gracia, el plan salvador de
Cristo c o ro n a b a el m ovim iento n atu ral del h o m b re sin n e ­
garlo, y lo sobreelevaba a un nivel m ás alto de participación
con Dios en los nuevos designios de la Providencia.
En el siglo IX, Jo n á s de O rleans h ab ía expresado con
claridad este p rincipio cu a n d o señalaba a la Iglesia com o el
cu e rp o m ístico de Cristo y a C risto com o su cabeza invisi­
ble. La Iglesia es tam bién p u eb lo y hay a su fren te dos au­
to ridades eximias: el sacerdocio y la realeza. El p rim ero pa­
ra co n d u cirlo a su destino e te rn o y el segundo p a ra h acer
posible esta fae n a religiosa p o r el o rd e n im puesto a los
asuntos tem porales. La subordinación es clara; y la im agen
de u n p u eb lo en m arc h a hacia u n destino escatológico, fir­
m em e n te precisada 131.
H u g o de Saint-Victor (1096-1141), u n o de los m ás g ran ­
des m ísticos especulativos del siglo XII, llam aba a la Iglesia
universalidad de los cristianos y c o m p re n d ía su cuerpo
constituido p o r dos órdenes: clérigos y laicos. U nos para

13 1 . J. d e O r le a n s, D e Institutione Regia, P aris, R e v ir ó n , 1 9 3 6 , 1, p á g . 134.


968 RUBEN CALDERON BOUCHET

servir las necesidades de la vida espiritual y los otros para


a te n d e r las de la vida p resen te.
G arcía Pelayo c o m en ta esta id ea con la siguiente refle­
xión: “El h o m b re no p e rte n ec ía , pues, a dos entidades dis­
tintas e ig u alm ente originarias y soberanas, com o serían
p o ste rio rm en te el Estado y la Iglesia, sino a u n a sola y ú n i­
ca co rp o ració n q u e in te g ra en su seno la realid ad religiosa,
la realid ad política y la realidad social. Ser m onje, sacerdo­
te o laico e ra n form as de estar en la e n tid a d Iglesia” 132.
El prin cip io m o n árq u ico tom a fuerza de am bas fu en ­
tes: n a tu ra l y so b ren atu ral. En el p rim e ro com o proyección
de la p a te rn id a d y en el segundo com o im agen y a n u n ­
cio de la m o n a rq u ía universal de Cristo Jesús. En el o rd en
n a tu ra l, la rep ú b lica cristiana es u n cu erp o de co m unida­
des cuya base es la m o n a rq u ía familiar, el tronco está for­
m ado p o r las cofradías de oficios reu n id as en m unicipios y
d efendidas p o r la aristocracia de la espada. La m o n arq u ía
política tien d e a c o ro n a r este edificio social dándole u n id ad
y cohesión sin a te n tar co n tra su diversificada pluralidad.
M últiple en su constitución social, el o rd e n m edieval es­
tá v e rteb rad o p o r la fe com ún. Esta es la fuerza in te rio r or­
d e n a d o ra de todos los im pulsos com unitarios, de ella na­
cen los principios que dan fu n d am e n to y estabilidad a la
convivencia. D esde el sacram ento del m atrim onio hasta la
consagración del rey com o vicario de Cristo p a ra el o rd en
tem poral, la vida social está tran sid a de exigencias religio­
sas y las au to rid ad es están resguardadas en sus atribuciones
p o r el respeto sagrado de los fieles.

132. M anuel García Pelayo, El Reino de Dios, arquetipo político, Madrid,


Revista de O ccidente, 1959, pág. 56.
LA CIUDAD CRISTIANA 969

“Bajo la a n tig u a m o n arq u ía — escribe B e rn a rd Fay— el


prestigio religioso del rey y de todos quienes lo rep resen ta­
ban o b ten ía de cada u n o , gracias al sentido del deber, lo
q u e m ás tarde, bajo la revolución que lib erará todos los de­
seos y dejará a cada u n o d u eñ o de ju zg a r lo q u e es útil y
b u e n o p a ra él, se o b te n d rá p o r la fuerza pública y gracias a
la presió n policial. Esta transferencia de la coacción, que
pasa de a d e n tro h acia afuera, del tem o r de Dios al m iedo
al g e n d a rm e, explica p o r qué razón la revolución fue con­
d u c id a a abusar d e la fuerza, del te rro r y de la sa n g re ” 133.

La CONCEPCION RELIGIOSA DEL OFICIO REGIO

La Iglesia, c o n ceb id a com o cu erp o social vivificado p o r


la p rese n c ia m ística de Cristo y al m ism o tiem po com o m e­
dio p a ra lo g rar la u n id a d del g én ero h u m an o e n Dios, rea­
liza en to d a su p le n itu d la noción de sacram ento.
El C oncilio de T re n to definió el sacram ento con esta
fórm ula: “Es u n a cosa sensible, que, p o r institución de
Dios, tien e la virtu d d e significar la santidad y la ju sticia y
de co n ferirlas”.
Las cosas sensibles son aquellas q u e p e rte n e c e n al m u n ­
do de la realid ad física: p an, agua, vino, aceite y en el caso
d e la Iglesia u n a sociedad fo rm ad a p o r hom bres. Las fór­
m ulas rituales, la consagración, e n tra n tam bién e n el m u n ­
do de las realidades físicas.

133. Bernard Fay, La Grande Révolution, Paris, Le Livre C ontem porain,


1959.
970 RUBEN CALDERON BOUCHET

El valor significativo del sacram ento convierte a esa rea­


lidad en u n m edio p a ra designar otra, p o r esa razón el sa­
c ram en to es signo. San A gustín decía: “Signo es lo que más
allá de la im agen que p rese n ta an te nuestros sentidos hace
venir o tra al c o n o c im ie n to ”. En el au tén tico sacram ento
esa otra cosa no sólo es ap ro x im ad a al conocim iento, es con­
ferid a com o algo real y vivo, a u n q u e oculto y m isterioso: la
ju sticia y la santidad sobrenaturales.
La Iglesia tiene siete sacram entos com o puertas para
ab rir al creyente el R eino de Dios. A dem ás posee otras se­
ñales p a ra conferir la gracia y dar a las cosas del m u n d o p ar­
ticipación activa en el advenim iento del Reino. Estas, p o r su
carácter significativo y ritual y su ap titu d p ara conferir la
gracia y d ar participación activa en el advenim iento del Rei­
no, son sem ejantes a los sacram entos. La Iglesia les h a dado
el n o m b re de sacramentales, p o rq u e si bien cum plen con to­
dos los requisitos exteriores de u n verdadero sacram ento,
no satisfacen las necesidades esenciales de la vida religiosa
com o ciertas exigencias accidentales. De esta categoría son
las oraciones rituales, el ag u a ben d ita, la lim osna ritual, las
b endiciones, la señal de la cruz, las indulgencias y la consa­
gración al servicio de la Iglesia. E ntre los sacram entales se
situaba la santa unción recibida p o r los reyes.
El sacram ental se distingue del sacram ento p o r el ori­
gen. Los sacram entos fu ero n instituidos p o r Cristo m ism o
y los sacram entales p o r la Iglesia, p o r esta razón los teólo­
gos los co n sid eran signos de la fe en la Iglesia. La virtud
santificadora del sacram ental estará, precisam ente, en la
m ism a fe d a d a a c o n o cer p o r el signo.
El sacram ento o b ra p o r virtud de la acción m ism a que lo
im p arte, en cam bio el sacram ental o p e ra en el alm a p o r la
LA CIUDAD CRISTIANA 97 1

fe con q u e se recibe o se realiza. El fino lenguaje de la teo­


logía fo rm u la la diferencia cu ando en señ a q u e el sacram en­
to o p e ra ex opere operato y el sacram ental ex opere operantis.
“El uso del sacram ental — afirm a Schm aus— es u n a ora­
ción q u e el h o m b re eleva al Padre p o r m ediación de Cris­
to. En él recibe la plegaria de to d a la co m u n id ad cristiana
q u e se dirige al P adre en la consagración y ben d ició n de un
objeto. L a oración de toda la c o m u n id a d cristiana se hace
p rese n te en la oración de cada individuo, sostenida p o r la
fe y la confianza de la c o m u n id a d ” 134.
En nin g ú n otro sacram en tal se da esta situación de un
m odo m ás perfecto que en la consagración del rey. En ese
acto el m o n arca se com prom ete vivam ente con la Iglesia y
la co m u n id ad de sus súbditos creyentes a en cam in ar a todos
p o r el cam ino de la salvación en los aspectos co rre sp o n d ie n ­
tes a su tarea tem poral. Carlos VI, “le bien aim é”, com o lo
llam aron en Francia, dejó testim onio de este com prom iso
solem ne en sus Demandas referentes a su Estado y gobierno.
“Y N os p a ra ejercer la dignidad real a la que h em os sido
elevado p o r la gracia de Dios, y seguir en n u e stra acción la
h u ella de los santos y de nuestros b u en o s predecesores, y
tam b ién p a ra d a r ejem plo a aquellos que luego de nosotros
serán, com o b u e n o s católicos, verdaderos hijos y cam peo­
nes p ro te c to re s de la Santa Iglesia de Dios, q u erem o s expo­
n e r n u e stra p e rso n a y n u estro p o d e r p ara g u a rd a r la paz de
la Iglesia y m a n te n e r y g u a rd a r nu estro rein o e n tranquili­
d ad y en justicia. P ara q u e nuestras palabras se trasluzcan
en hech o s req u erim o s a Dios T odop o d ero so q u e plazca a

13 4 . S c h m a u s , Teología dogmática, M a d r id , R ia lp , T. V I, p á g s. 1 2 5 y ss.


972 RUBEN CALDERON BOUCHET

su p ied a d levantarnos de las tribulaciones q u e hem os caí­


do, y q u iera ilu m in arn o s con verd ad era sabiduría p a ra que
logrem os el b u e n g o b ie rn o y la o b ed ien cia del p u eblo, so­
b re el q u e nos h a d a d o p o d e r y señorío y podam os vivir y
g o b e rn a r en su gracia” 135.
C onsiderado el aspecto dogm ático del sacro, conviene
e x am in ar la consagración de los reyes en su perspectiva
teológica positiva. La au to rid ad , de acu erd o con la ense­
ñ an za com ún de la Iglesia, p u e d e ser de d e re c h o n atu ral o
divino. La m isión del rey es adm inistrar justicia, p ero de
a c u erd o con San A gustín no hay ju sticia verd ad era sino en
la sociedad cuyo gu ía y c o n d u c to r es Cristo. La razón le pa­
reció sim ple: la justicia, com o virtud n atu ral, es la disposi­
ción q u e p e rm ite al h o m b re d a r a cada u n o según su d e re ­
cho. Los d e re c h o s de Dios son los prim eros a tom ar en
c u e n ta si se q u iere ajustar la co n d u cta al o rd e n im puesto
p o r la a u to rid a d divina. La virtud de religión, a ñ ad id a a la
justicia, la c o m p le m e n ta y perfecciona.
¿Pero si Dios m ism o se h a h ech o h o m b re p a ra d ejar en
la tie rra in co ad o su rein o celeste, se p u e d e desconocer, sin
p ecar c o n tra la justicia, las exigencias im puestas p o r la re­
velación de Cristo?
U n o rd e n político constituido p o r cristianos no p u ed e
e lu d ir la colaboración activa con la Iglesia e n su tarea re ­
d e n to ra . P ero esta c o o p eració n obliga a la Iglesia, en los lí­
m ites de su ju risd icció n espiritual, a tom ar u n a serie de m e­
didas p a ra asegurar la id o n eid a d de los g o b e rn a n tes en el
cum p lim ien to de sus tareas.

135. Gabriel Boissy, Les Pensées des Rois de France, Paris, Albin M ichael,
1949, pâgs. 54-5.
LA CIUDAD CRISTIANA 973

“La p rete n sió n fu n d am e n ta l del p o d e r espiritual p ara


c o m p ro b a r la c a p ac id ad del m o n a rc a — escribe Fritz
K ern— n o derivaba del d erech o de la consagración sino
q u e e ra u n a co n secu en cia de la no ció n teocrática del oficio
regio; p e ro el asidero político p a ra ejercitar ese d e re c h o de
ap ro b ació n y favorecer el principio de id o n eid a d y de elec­
ción, au n a costa del d e re c h o de legitim idad, e ra dado p o r
la co n sag ració n ” 136.
En los p rin cip ad o s hereditarios la consagración n o ten ía
p o d e r constituyente. E ra u n acto con el cual la Iglesia rati­
ficaba u n h e c h o d á n d o le al aspirante al tro n o la o p o rtu n i­
d ad de ex p resar su fe y su adhesión a la m isión salvadora de
esa m ism a Iglesia. C u an d o el p o d e r n o venía p o r el cauce
dinástico y se a d u e ñ a b a de él alguien con la id o n eid a d y el
c o n sen tim ien to req u e rid o — caso de los carolingios— , la
consagración te n ía u n p o d e r casi constituyente y fue factor
decisivo en la fu n d ació n de to d a potestad n o ad q u irid a p o r
h erencia.
El a n te c e d e n te bíblico m ás rem o to p a ra justificar la con­
sagración fue el relato de la u n c ió n de Saúl y luego de Da­
vid p o r el p ro fe ta Sam uel. En O ccidente se usó p o r p rim e­
ra vez el sacram ental de la u n ció n en el siglo VI y fu ero n los
b ritan o s los p rim ero s en aplicarlo. Le su ced iero n los reyes
visigodos de E spaña y recién en el siglo VIII los pipínidas
legitim aron con él su posición fre n te a la desposeída dinas­
tía de M eroveo.
El sacram en tal se h acía en u n a c e re m o n ia sem ejante a
la o rd e n a c ió n sacerdotal, la m ateria u sa d a com o elem en ­

136. Fritz Kern, Derechos del rey y derechos del pueblo, Madrid, Rialp, 1955,
pág. 75.
974 RUBEN CALDERON BOUCHET

to sensible e ra el aceite b e n d e c id o y la form a, las palabras


co n sag rato rias q u e h acían al rey p a rtícip e del m inisterio
eclesiástico: “R ecibe la c o ro n a del rein o de n u estras m a­
nos episcopales y sábete p o r ella p a rtícip e de n u e stro m i­
n iste rio ”.
El rito colocaba al rey sobre los laicos y recib ía co n d i­
ción d e p e rso n a sagrada, m e d ia d o ra e n tre el p u eb lo y
Dios. R eforzaba su c a rá c te r religioso u n a serie de p o d eres
carism áticos a trib u id o s a los reyes p o r el pu eb lo . Los reyes
de F rancia c u ra b a n las verrugas, el m al de San Vito y otras
e n fe rm e d a d e s con la sola im posición de las m anos. Era
p a rte de la ta re a g u b e rn a m e n ta l e jercer este p o d e r en oca­
siones d e te rm in a d a s p a ra beneficio de los atacados p o r
esos m ales.
N o se re q u ie re u n a sensibilidad especial p a ra advertir la
im p o rta n c ia de la religión en la form ación de la sociabili­
dad. Ella provee al creyente del cen tro espiritual fu en te de
las virtudes de la fe, esperanza y caridad. Estas tres virtudes,
in fundidas en el bautism o, h acen al cristiano concreto.
La grada provee al p a d re de fam ilia de u n nuevo senti­
do de la p a te rn id a d y de u n a resp onsabilidad absoluta­
m e n te in é d ita en lo q u e resp ecta a la caridad p a ra con los
suyos. Este a m o r de carid ad y esta nueva ju sticia se proyec­
ta al o rd e n social d o n d e se desenvuelve la actividad del
cristiano.
La un ció n del rey se hacía “P o r la gracia de D ios” y era
la sensible m anifestación del origen divino del poder. Ella
señalaba tam bién la nueva responsabilidad asum ida p o r el
g o b e rn a n te de u n p u eblo, que Dios h ab ía elegido para
co n stitu ir su reino.
LA CIUDAD CRISTIANA 975

N o se tra ta b a de g o b e rn a r p a ra gozar p e rso n a lm e n te


del p o d e r u o rd e n a r la vida tem p o ral de los súbditos sin
p re o c u p a c io n e s escatológicas. Se tra ta b a de llevar los
h o m b re s h asta Dios a través de u n cam ino llen o de obstá­
culos m u n d an o s. La sociedad tem p o ral n o es u n fin en sí
m ism a. Su cará c te r e ra explicado en fu n ció n de u n movi­
m ie n to ascensional q u e p o r el cam ino de la solidaridad, la
o b e d ie n c ia y el servicio co n d u cía a los u m b rales de la Ciu­
d a d de Dios.

La id e a sa c r a m e n t a l d e l p o d e r

N in g ú n tratadista m edieval m ás adecu ad o que San Bue­


n a v e n tu ra p a ra estu d iar la idea sacram ental del p o d e r y
n in g u n a síntesis m ás ap ro p iad a y diáfana q u e la de B ern ard
L an d ry p a ra tener, en pocas líneas, u n a idea del pensa­
m ie n to de San B uenaventura.
La sociedad cristiana es u n a ag ru p ació n de fam ilias u n i­
das p o r el sacram en to del m atrim onio y la fe en Dios. La fa­
m ilia rec o n o c e u n a u n id a d m onárquica: su cabeza es el pa­
d re, u n id o a su m ujer, com o Cristo a su Iglesia. Las familias
desarro llan d iferen tes actividades y se diversifican, según
servicios prestados en tres estam entos fundam entales: tra­
bajadores m anuales, artesanos y cam pesinos; defensores
del o rd e n social, nobles; sacerdotes. El c u erp o de la Iglesia
m ilitante in te g ra los tres estam entos, p e ro es el sacerdote
q u ien tiene la responsabilidad de llevar las alm as de los cre­
yentes p o r el cam ino de la virtud y la o b ed ien cia so brena­
turales p a ra hacerlas m iem bros vivos del R eino de Dios.
976 RUBEN CALDERON BOUCHET

D e n tro de la plu ralid ad de oficios y funciones hay u n a


p lu ra lid a d de sociedades. La m ás p erfecta de todas ellas es
la Iglesia, p o r esa razón es en ella d o n d e se expresa la m a­
yor u n id ad .
El p en sam ien to cristiano tien d e a la u n id ad com o a su
m ayor bien, p e ro esa u n id a d no se busca a expensas de las
d istinciones necesarias. El lem a escolástico distinguir p ara
u n ir p u e d e ser tom ado tam bién com o u n lem a político m e­
dieval. Su ideal es la u n id a d de lo m últiple en u n a co n ju n ­
ción espiritual capaz de salvar la originalidad de cada u n a
de las co m u n id ad es interm edias.
El universo m u n d o es u n o rd e n cuvo principio es Dios.
La m ultiplicidad de las criaturas tom an su ser de Dios y su
posición e n el todo del universo p o r el carácter y la calidad
de esa participación. La vida social obedece a u n ritm o se­
m ejante. De todas las sociedades, la Iglesia es la m ás cerca­
n a al C re a d o r p o r su origen y su m isión. Ella es el fin y el
p a ra d ig m a del o rd en a m ie n to social, p o rq u e su vida sobre­
n a tu ra l alim enta la cúspide y la base de la pirám id e com u­
nitaria. Está en la cúspide p o rq u e a ella se o rd e n a n je r á r ­
q u icam en te todas las otras com u n id ad es y se e n c u e n tra en
la base p o rq u e las sociedades interm edias, com enzando
p o r la fam ilia, están fu n d ad as sobre la fe.
“U n a fuerza divina circula en todos los cristianos; y bajo
esta influencia so b ren atu ral, ellos cesan de estar aislados e
in d ep e n d ien te s, e n tra n en u n a síntesis nueva; se convier­
ten e n los m iem bros de u n inm enso organism o del cual
Cristo es la cabeza y el cu erpo. U n a m ism a fe y u n a m ism a
carid ad los a n im a ... las alm as de los cristianos h acen algo
m ás q u e actu ar las unas sobre las otras, se c o m p en etran , y,
sin dejar de ser ellas mismas, se convierten v erd ad eram en ­
LA CIUDAD CRISTIANA 977

te e n otras. A esta u n ió n íntim a y secreta de las almas, con­


viene u n sím bolo sensible, p o r eso la Iglesia posee la u n i­
d a d e x te rio r de u n a sociedad p e rfe c ta ” 137.
En la p u n ta de ese edificio social estaba el sum o pontífi­
ce. E ra la cabeza visible de la Iglesia. De su p len itu d potes­
tativa pro v en ía la a u to rid a d del sacerdocio. Sin el p a p a la
Iglesia se p e rd e ría en irrem ed iab le a n a rq u ía y te n d ría la
fragilidad y la m ovilidad de la arena. C on el papa, la Iglesia
es u n a roca.
La Iglesia es C risto vivo e n tre los h o m b res y rep re sen ta
a Cristo en su doble realeza, espiritual y tem poral. Cristo
com o rey y sacerdote invistió al sum o pontífice con la po­
testad de sus dos espadas: “U traq u e potestas in sum m o
p ontífice c o n c u rrít in u n am p e rs o n a m ... Vicarius Christi in
terris u tra m q u e potestatem accepit u n d e e t sibi u terq u e
gladius c o m p e tit” 138.
El p a p a confía al e m p e ra d o r la espada tem poral p ara
qu e éste la m aneje co n fo rm e con la voluntad m isional de
la Iglesia. La au to rid ad recibida p o r el e m p e ra d o r es trans­
m isible a los reyes y barones. D esciende así hasta los ínfi­
m os fun cio n ario s del o rd e n político.
El p o d e r viene de Dios y se transm ite de arrib a hacia aba­
jo . En el pen sam ien to de San B uenaventura, dom inado p o r
u n a visión je rá rq u ic a del m u n d o , no e n tra la id ea de pueblo
soberano. Tam poco se m uestra u n entusiasta del principio
dinástico. C om o b u e n italiano tiene m anifiesta inclinación
p o r las form as m unicipales y republicanas de gobierno.

137. Buenaventura, De PerfectìoneEvangelica, 9, 4 a 3.


138. Ibidem, 4, 3 a 8.
978 RUBEN CALDERON BOUCHET

C ree conveniente la participación del pueblo en la elección


de las autoridades y d efiende u n a suerte, no m uy clara, de
soberanía p o p u lar viajera, que ten d ría la m u ch ed u m b re
p o r vehículo de su paso hasta el g o b e rn a n te de la ciudad.
B u en av en tu ra es h o m b re de pensam iento, n o de acción.
Su visión del m u n d o es reflejo de la co ntem plación y no
proviene de su tráfago con las cosas y los hom bres. Su idea
de la au to rid ad n ace de u n a reflexión m etafísica y lleva el
sello de su origen con recarg ad a insistencia. La au to rid ad
se fu n d a en la p erfecció n del en te y éste tien d e a e x p an d ir
g e n e ro sa m e n te su valor co n fo rm e a la perfección de su
realidad. La au to rid ad viene del bonum. Esto explica la apa­
re n te co n trad icció n de su d o c trin a política: si el principio
de a u to rid a d tom a fuerza entitativa del bien, los entes más
ínfim os, e n cu an to n a tu ra lm e n te inclinados al bien, están
en co n d icio n es de elegir la a u to rid ad que necesitan p a ra su
perfección.
Esta afirm ación, lógicam ente construida, tiene el in co n ­
ven ien te de ser p rácticam en te e rró n ea. La a u to rid a d es u n
fen ó m e n o de la inteligencia, y ésta, nos guste o no, es siem ­
pre p atrim o n io de unos pocos.
Pero San B u en av en tu ra se m ueve en el te rre n o prácti­
co con m u ch a m ás cautela de lo que hace su p o n e r esta so­
m e ra referen cia al p rincipio de autoridad. Su no ció n de
p u e b lo no invita a p e n sar en u n a m u ltitu d inorgánica. El
p u e b lo im plica je ra rq u ía , o rd e n y distinción de funciones.
Si rechaza el prin cip io dinástico es p o rq u e ve en la elección
u n a fo rm a más intelig en te de escoger los g o b e rn a n tes y evi­
tar la tiranía.
La tira n ía es d e so rd e n y su p o n e desobediencia a las le­
yes m orales y al m an d a to de Dios. C u ando así sucede, los
LA CIUDAD CRISTIANA 979

súbditos n o están obligados a resp e tar la p otestad de sus


m an d atario s y, a u n q u e San B uenaventura no aconseja la re­
belión ab ierta c o n tra la au to rid ad despótica, la desobe­
d ien cia al tiran o surge de su enseñanza.
C o m e n ta L a n d ry q u e San B uen av en tu ra n o reflexionó
m u ch o sobre este p ro b le m a; p ero si se h u b ie ra e n c o n tra ­
do bajo el d o m in io de u n g o b iern o tiránico, h a b ría aco n ­
sejado la sum isión. Los bienes terren a les n o ten ía n m u ch o
valor a n te sus ojos; sacrificarlos, siem pre era c o n v en ien te
p a ra el alm a. La serv id u m b re del c u e rp o n o c o arta la li­
b e rta d in te rio r y n o im p id e g a n a r el cielo. P o r lo dem ás,
los tira n o s m edievales estaban m ovidos p o r u n a concupis­
cen cia de b ien e s te rre n o s y eran in d ife re n te s al b ien de la
in te lig e n c ia m ism a. El santo no sospechaba la existencia
de u n a tira n ía capaz de d isp u tar a Dios la posesión m ism a
del alm a.
El ejercicio del p o d e r su p o n e en quien lo realiza p len a
conciencia de su d e p e n d e n c ia divina. El sacro ten d ía a m ar­
car esta situación con el sello de un acto solem ne p a ra que
la vida pública de los reyes tuviera, desde ese m o m ento, la
m ajestad de Dios cuya rep resen tació n ejercían en el o rd en
tem poral.
La E u ro p a m edieval conoció tres m aneras de legitim ar
el m an d a to de sus g o b ern an tes: la h e re d ita ria o dinástica,
triu n fa n te en las m o n arq u ías nacionales y las b aronías n o ­
biliarias; el rég im en electivo, n o rm a de transm isión p re d o ­
m in a n te de la dig n id ad im perial; y finalm ente, la consagra­
ción, q u e en circunstancias excepcionales fue instituyem e
de au toridad.
El triunfo de u n a u o tra de las dos prim eras form as no
significó a b a n d o n o del sacro. U n rég im en sucesorio dinás­
980 RUBEN CALDERON BOUCHET

tico o electivo era p e rfe c ta m e n te com patible con la u n ­


ción, p e ro ésta n o co nstituía al g o b e rn a n te , lo confirm aba
y adscribía a la m isión de la Iglesia.

M o n a r q u ía y d e r e c h o

El an tig u o rég im en cayó c u an d o la b urguesía im puso


sus p ro p io s p u n to s de vista sobre Dios, el m u n d o , el h o m ­
b re y la sociedad. Fue la b u rg u esía q u ien hizo la historia del
proceso de sustitución. D u eñ a del d in ero o m n ip o ten te , de
las plum as venales y las inteligencias laicas, in u n d ó el m er­
cado con u n a versión de la h istoria m edieval q u e todavía
persiste e n el cereb ro de todos los analfabetos ilustrados.
E n la in te rp re ta c ió n b u rg u esa de la historia, el derech o
reap arece, luego de mil años y m ás de eclipse, cu ando la
A sam blea N acional francesa hizo la solem ne D eclaración
de los D erechos del H o m b re y del C iudadano. A p a rtir de
ese feliz m o m en to , “todos los h o m b res n acen libres e igua­
les en d erech o s y p e rm a n e c e n libres e iguales. Las d iferen ­
cias sociales sólo p u e d e n adm itirse en o rd e n a la utilidad
c o m ú n ”.
N o abrim os la causa de este discutido proceso, p ero la
E dad M edia, sin “D eclaración de los D erechos del H om ­
b r e ”, pro teg ió el uso de las libertades fu n d am en tales con
u n a re d m uy fu erte de leyes, fueros, privilegios y costum ­
bres, q u e los reyes de la época, lejos de desconocer, trata­
ro n de p ro te g e r c o n tra sus posibles violadores.
En n u e stro capítulo dedicado al feudalism o observába­
m os el carácter lim itado del p o d e r político m edieval. Lo
LA CIUDAD CRISTIANA 981

m enos q u e se p u e d e decir es que no ten ía carácter consti­


tuyente. la sociedad estaba allí, co nstituida desde hacía
m uchos siglos p o r u n esfuerzo sostenido de g en eració n en
g en eració n . C ada ag ru p ació n h u m a n a vivía de acu erd o
con leyes co n su etu d in arias y conform e a principios religio­
sos recibidos p o r tradición. El rey lo reco n o cía así y ju ra b a
a n te los grandes del re in o p o n e r su espada al servicio de se
o rd en . P odía in tro d u c ir algunas m odificaciones legales, pe­
ro d e b ía hacerlo con co nsentim iento del consejo de la co­
ro n a y previa c onsulta sobre la utilidad y necesidad de la re­
form a.
El Estado m edieval es u n Estado de d erecho; y com o el
d e re c h o es a n te rio r al poder, el Estado existe p a ra el soste­
n im ien to del d e re c h o y no al revés. Para d e fe n d e r este
p rin c ip io convergen dos tradiciones: las costum bres de los
p u eb lo s b árb aro s y los cánones de la Iglesia. P ara los bárba­
ros el d e re c h o e ra la costum bre, y el carácter histórico de
esos usos creaba los privilegios fam iliares — derech o s ad­
quiridos p o r u n a c o m u n id a d y transm isibles a sus suceso­
res— . P ara el criterio g erm ánico, el p o d e r político debe
co n serv ar y m a n te n e r esas costum bres en vigencia. La legis­
lación p u e d e e n m e n d a r p ero no cam biar los usos.
El co ncepto cristiano del p o d e r político es más dinám ico.
Su propósito, n u n c a alcanzado, es la ciudad del h o m b re he­
ch a a im agen de la C iudad de Dios. Esto le da u n ritm o que
podríam os calificar de revolucionario si en este térm ino no
se deslizara un significado p u ram en te laico en flagrante con­
tradicción con el im pulso religioso. El progreso cristiano es
vertical y consiste en la realización personal y social de un
o rd e n de virtudes p ara h acer de cada cristiano u n santo y de
la sociedad cristiana u n a co m unidad sacrificial. La transfor­
982 RUBEN CALDERON BOUCHET

m ación im puesta al ho m b re p o r el ideal evangélico se tradu­


ce en conquista de la rectitu d natural con la ayuda de la gra­
cia santificante y de las prom esas de Cristo m erced a la con­
versión de la naturaleza. N aturaleza sobreelevada p o r la
gracia y gracia sostenida con los m éritos naturales son dos
ord en am ien to s im puestos p o r Dios y propuestos al hom bre
p ara su realización. El p o d e r político reconoce los lím ites de
u n d erech o positivo fu n d ad o en el m ovim iento de la natu ra­
leza en busca de su perfección y de un derech o canónico
inspirado en la m isión salvadora de la Iglesia.
Luis VII, rey de Francia, lo dijo con palabras p erfecta­
m en te claras: “U n d e c re to de la divina b o n d a d h a q u erid o
que todos los h o m b res, p o r el h ech o de te n e r el m ism o ori­
gen, están d o tad o s de u n a suerte de libertad natural. Pero
la pro v id en cia h a p e rm itid o que m uchos de ellos hayan
p e rd id o , p o r su p ro p ia falta, su p rim e ra dignidad y hayan
caído en u n a co n d ició n servil. Es a n u e stra m ajestad real a
q u ien in cu m b e elevarlos n u evam ente a l a lib e rta d ”.
Las palabras del rey fu ero n recogidas en u n Recudí des
Histoires des Gaules et de laFrancey com entadas p o r G abriel
Boissy. El co m en tarista considera al rey com o el “el guar­
d ián de las lib ertad es populares, c o n tra los cuerpos privile­
g iados” ,39.
P ara cu alquiera q u e conozca m ed ian am en te la historia
política de O ccid en te cristiano, la afirm ación de Boissy no
resu lta so rp re n d e n te , p e ro c o n o cer m ed ia n am e n te la his­
to ria de la Edad M edia es u n a hazaña intelectual poco fre­
cu en te. H ace difícil la em p resa la can tid ad de im ágenes fa­
bricadas p o r la revolución a expensas de los reyes.

1 3 9 . B o issy, op. cit., p á g . 3 3 .


LA CIUDAD CRISTIANA 983

La m o n a rq u ía cum plió u n a función ju d icial e n tre los


cu erp o s in term ed io s constitutivos de la ciudad medieval.
Su p o d e r se orig in ab a en la fuerza m ilitar y en el pacto po­
lítico establecido con los distintos cuerpos sociales. El m o­
n a rc a te n ía in terés en d e fe n d e r el d erech o de los peq u eñ o s
y o p o n e rse al excesivo crecim iento de los grandes. Digo in­
terés p a ra evitar la p e re g rin a o c u rre n c ia de su p o n e r u n a
defensa del p u eb lo in spirada exclusivam ente en la g e n e ro ­
sidad u otros sentim ientos virtuosos. El rey apoyaba a los
chicos p o rq u e sus enem igos estaban e n tre los grandes.
U n a p ru e b a e n tre m uchas la ofrece el conflicto de Feli­
pe el H erm o so con la o rd e n de los tem plarios. Felipe era
n ieto de San Luis y llegó al tro n o en 1285. Se p ro p u so fu n ­
d a r su g o b iern o sobre u n a base ju ríd ic a m ás firm e y p a ra su
p ro p ó sito e n c o n tró ayuda eficaz en el clan de los legistas,
re c ie n te m e n te form ados en los com entarios del derech o
ro m a n o q u e ten ían com o am bición reclam ar p ara los reyes
la a n tig u a p o testa d im perial. E ra u n ideal y u n a m eta polí­
tica; la existencia de fu ertes cuerpos interm ed io s no facili­
taba la tarea y, p o r o tra p a rte , la Iglesia católica, en la p er­
sona del p a p a B onifacio VIII, no favorecía su realización.
F elipe h a b ía a p re n d id o de su p recep to r, A eguidio C olon­
na, arzobispo de B ourges, que la a u to rid a d del rey de Fran­
cia viene de Dios y q u e Jesús no h a b ía d ad o a su Iglesia do­
m inio tem poral. Dos nociones claras y distintas que le
p e rm itie ro n a fro n tar sin escrúpulos la destrucción de la
O rd e n del T em plo, cuyo p o d e r financiero com petía peli­
gro sam en te con el suyo propio.
Felipe antes de subir al tro n o h a b ía c o n traíd o u n a d eu ­
d a con la o rd e n de 2.500 libras. U n a d e u d a trae otra; y u n
rey q u e se respete tiene u n doble interés en aum entarla: so­
984 RUBEN CALDERON BOUCHET

lu cio n a r su p ro b le m a económ ico y a rru in a r la p o tencia


p restad o ra. Esto últim o p o r u n a razón política elem ental:
es u n peligro p a ra el Estado la existencia de u n p o d e r eco­
nóm ico su p e rio r al suyo propio.
Asistido p o r am bas razones, Felipe renueva el préstam o
u n añ o después y solicita 20.000 florines. La sum a es eleva­
d a a m ed io m illón al p ro m e d iar el año 1300. Los tem pla­
rios tie n e n u n a ex p erien cia fin an ciera n a d a desdeñable y
provocan en el rein o de Francia u n a devaluación en el po­
d e r adquisitivo de la m o n e d a de u n 65%. P ara la política
eco n ó m ica del rey fue u n desastre y éste n o tardó en adver­
tir la m an o aleve de sus diestros prestam istas.
Se u n ía a estos motivos, p o r sí solos m ás que suficientes
p a ra p o n e r en m ovim iento el instinto de conservación de
u n m onarca, la lu ch a e n ta b lad a c o n tra Inglaterra. Los ca­
balleros del T em plo, abuelos m ás o m enos legendarios de
la fran cm aso n ería, te n ía n vivas sim patías p o r la dinastía bri­
tánica. Todos estos elem entos ju n to s configuraban u n a si­
tuación m uy confusa d o n d e se hacía m en e ster ver claro.
Felipe o b ró con cautela. N o q u e ría levantar la perdiz an­
tes de el tiro, y en todos sus pasos pro ced ió con la frialdad
y la im placable severidad de u n ju e z cuyo ánim o n o se sen­
tía c o a rtad o p o r la m isericordia. ¿Podía esperarse u n trato
suave del h o m b re q u e escribió al p ap a Bonifacio VIII en es­
tos térm inos?: “S epa Su S u p rem a D em encia que en lo tem ­
p o ral n o estam os som etidos a n a d ie ”.
La O rd e n del T em plo fue prolija y cuidadosam ente ex­
term in arla. El p a p a debió a c ep ta r las m edidas tom adas p o r
el rey pues se p ro b ó que los altos signatarios de la o rd en ha­
b ían sido conquistados p o r la gnosis oriental.
LA CIUDAD CRISTIANA 985

Del conflicto in te resa la defensa h e c h a p o r el m onarca


de su a u ta rq u ía e co n ó m ica y, a u n q u e no todos los reyes de
F rancia tuvieron el tem p e ra m en to de Felipe, la actitu d real
fre n te a los p o d e re s financieros o b edeció siem pre a los
m ism os reflejos. Todavía más: es política inseparable de la
m o n arq u ía. P o r n o h a b e rla tenido p resen te con suficiente
realism o, m uchos reyes p e rd ie ro n el tro n o , cu a n d o n o la
vida m ism a, y otros vieron lim itado el ejercicio del p o d e r
p o r u n a p a ra to con stitucional al servicio de la oligarquía
triu n fan te.

O b l ig a c io n e s d e l m o n a r c a

Felipe el H erm o so tuvo, com o todo h o m b re, m uchos


defectos y u nas pocas virtudes. E n tre éstas, la claridad in te­
lectual. E n la sesión inaugural de los p rim eros Estados Ge­
n erales convocados en N uestra S eñora de París el 10 de
abril de 1302, en resp u esta a las pretensiones del soberano
p ontífice Bonifacio VIII, el rey hizo la siguiente declaración
d o n d e expresa las obligaciones del m onarca:
“Este rein o de F rancia q u e nuestros predecesores, con la
gracia de Dios, h a n conquistado sobre los bárbaros, p o r su
p ro p io coraje y la valentía de su p u eb lo , q u e luego supie­
ro n g o b e rn a r con firm eza y al q u e n o lo tuvieron de n in g u ­
n a m an o salvo de la de Dios, nosotros que lo hem os recibi­
do de sus m anos p o r la voluntad divina y deseando
im itarlos de a cu erd o con n u estro poder, estam os dispues­
tos a e x p o n e r n u e stro cu erpo, nuestros bienes y todo lo
q u e poseem os p a ra conservarlo libre de toda am enaza h e ­
986 RUBEN CALDERON BOU CHET

ch a a su in d ep e n d e n c ia ; y consideram os enem igo de este


rein o y de n u e stra p e rso n a a todos aquellos que afren ten
esta o rd e n a n z a y a d h ie ra n a las bulas del p a p a ” 140.
El to n o de Felipe anticipa un m arcado acento m o d ern o ,
y esto m ás en lo q u e om ite q u e en lo que afirm a. N o habla
p a ra n a d a de la m isión cristiana del rein o tem poral y, ju n ­
to con su resp eto a la función pontificia, p arece h a b e r p er­
d ido to d a sensibilidad teológica.
P ero destaca q u e la función real incum be prin cip alm en ­
te al ejercicio de la soberanía. San Luis, abuelo de Felipe y
u n o de los m onarcas capaces de servir de m odelo al sobe­
ran o m edieval, n o e ra m enos celoso de su autonom ía. Y es­
to p o r la sim ple razón del rig o r con que in te rp re ta b a las
exigencias de su oficio. En u n a carta dirigida a su h e rm a n o
Carlos de A njou, le dice con todas las letras: “Il n e d oit avoir
q u ’u n roi de France, e t ne croyez pas parce que vous êtes
m o n frère, q u e je vous ép arg n erai co n tre toute ju stic e ”.
La obligación prin cip al del m onarca, luego de conser­
var incólum e la soberanía, es h acer justicia. Felipe el H e r­
m oso lo reco n o ce en fó rm u la de clásica precisión: “Clé­
m ence g ra n d it ju s tic e ”.
P ero volvamos a San Luis, p a ra n o alejarnos m ucho del
m o d elo cristiano, y observem os en los consejos dados a su
hijo m ayor su co ncepto del oficio real.
La p rim e ra obligación del rey es am ar a Dios p o r enci­
m a de todas las cosas y ejercer la real actividad com o si se
estuviera siem pre en su santa presencia. Esto obliga a la
confesión fre c u e n te y a te n e r u n corazón sensible a la m i­

1 4 0 . B oissy, op. cit., p á g . 4 6.


LA CIUDAD CRISTIANA 987

seria de los po b res y de todos aquellos que precisan el am ­


p aro del rey. “D ebes socorrerlos según tu poder, con el con­
sejo y la dádiva.” A ñade: “Para g u a rd a r la ju sticia y la recti­
tud, sed d e re c h o y leal con tus súbditos, sin inclinaros a
u n o u o tro costado, sino siem pre recto.
”Si sucede que u n rico y un pobre se querellan p o r algu­
n a razón, sostiene antes al pobre que al rico, p ero busca que
se h ag a la verdad, y, cu ando la hayas descubierto, o b ra de
a cu erd o con el derech o . Si sucede que tú m ism o entras en
q u erella con otro, sostiene el derech o del otro delante del
consejo u no m uestres que amas dem asiado tu p ro p ia cau­
sa, p ero cu ando conozcas la verdad rectifica tu p ro p ia de­
m a n d a si n o tienes razón, o ratifícala si la tienes.
"Q uerido hijo, m an te n te en la jurisd icció n del rein o y
n o lleves la g u e rra c o n tra n in g ú n p rín cip e cristiano; si al­
g u n o de ellos te in ju ria trata de hallar u n cam ino p o r d o n ­
d e p u ed as rec o b ra r tu d e re c h o sin necesidad de h a c er la
g u e r r a ...”.
A grega u n a reflexión que p ru e b a la fineza espiritual de
su p ensam iento: “Q ue tu in ten ció n sea evitar los pecados
q u e se c o m e ten en la g u e rra ”.
L a lu ch a n o d eb e evitarse p o r m iedo u o tra razón vicio­
sa. A conseja al p rín c ip e que c u an d o se vea obligado a ha­
cer la g u e rra trate de evitar “que la p o b re g en te que n a d a
tien e q u e ver con las injurias recibidas p o r él sufran daños
en sus bienes ni en sus p e rso n a s”.
La g u e rra es situación calam itosa y el p rín cip e no debe
h a c erla si no está im pelido p o r razones de b ien com ún.
A ntes de e m p re n d e r u n a lucha arm a d a conviene tom ar
consejo de sus pares. Las palabras transcriptas p o r Joinville
988 RUBEN CALDERON BOUCHET

g u a rd a n la frescura no b le y p o p u la r del francés del siglo


XIII: “G arde toy de esm ouvoir g u e rre , sans g ra n t conseil,
c o n tre ho m e crestient; e t se il te convient faire, si garde
Sainte Esglise e t ceus qui riens n ’i o n t m esfait. Se guerres
e t co n ten s m euvent en tres sousgez, apaisse-les au plus tost
que tu p o u rra s ” 141.
Este legado fue tran sm itid o de p adres a hijos e n la di­
nastía de los C apetos. L a m ism a m áxim a aparece en u n
m an u a l d e c o n d u c ta política dictad o p o r Luis XI (1461­
14831 p a ra in stru cc ió n del delfín de Francia: “C u an d o un
p rín c ip e asum e el rein o , d eb e alegrarse si lo halla en paz,
a g ra d e c e r a Dios y c u id a r q u e e n su tiem po n o em piece la
g u e rra .
“Y si en tiem po de sus antepasados se h u b ie ra iniciado
u n a g u e rra , c o n v en d ría buscar la paz, o la tregua. P orque
e n las g u e rra s y en los pleitos n u n c a se g an a u n c é n tim o ”.
H em os saltado hasta el siglo XV. La reyecía m edieval ha
d a d o n acim ien to a u n a nueva concepción del oficio regio,
p e ro la m o n a rq u ía conserva principios in h ere n te s a su fu n ­
ción cuyo d esconocim iento iría en d esm edro de su ejerci­
cio. La necesid ad de conservar la paz fue u n o de ellos, de
o tro m o d o n o se c o m p re n d e su sostenim iento p o r u n a ca­
beza tan fría com o la de Luis XI. La Araw ajam ás dio u n pa­
so político sin calcular las posibles consecuencias que p u ­
d iera traer. En su Rosier des Guerres dice respecto al uso del
señ o río real: “Si lo usa b ien la verdad crece en su rein o , de
la q u e v en d rá justicia; de la ju sticia am or; del a m o r grandes
dones y servicios, p o r los cuales la ley será m an ten id a, cus­

141. Joinville, “H istoire de St. L ouis”, Historiens et Chroniqueurs du Moyen


Age, Paris, La Pléiade, N.E.F., pâg. 353.
LA CIUDAD CRISTIANA 989

to d ia d a y d e fe n d id a y el pu eb lo vivirá e n paz y en unión. De


este m o d o p ro sp e ra ra ”.
P o rq u e el rey con su p u eb lo — asegura— es com o el al­
m a con el cuerpo. Si el alm a está m al o rien tad a, el cuerpo
la sigue.

El d e r e c h o d e r e s is t e n c ia

C onviene d istinguir la doble dim ensión de este tem a pa­


ra c o m p re n d e r el alcance del d e re c h o a la resistencia co n ­
cebido p o r el m u n d o m edieval. La p rim e ra dim ensión es
teológica. P la n te a d a p o r los Santos Padres fue reto m ad a
p o r A gustín y en su seguim iento p o r los teólogos m edieva­
les hasta el siglo XIII. ¿Se p u ed e o b e d e ce r u n m an d a to sa­
crilego a u n q u e provenga de la a u to rid ad legítim a? La res­
p u esta e n señ a d a al cristiano es term inante: Non possumus.
Su fu n d a m e n to rep o sa e n la o rd e n de Cristo: d ad al C ésar
lo q u e es del C ésar y a Dios lo q u e es de Dios.
La se g u n d a dim en sió n es política. Se tra ta de averiguar
cuáles son los co n tro les reales p a ra lim itar el ejercicio de
la a u to rid a d so berana. C u an d o decim os co n tro les reales
n o señalam os u n a sim ple d eclaración de p rin cip io s libra­
d a a u n m an ejo discrecional. D eseam os sab er si existían
g aran tías concretas, c o n tra p o d ere s au tén tico s y efectivos
capaces de o p o n e r eficaz resistencia a u n a decisión injusta
del m onarca.
La resp u esta d eb e ser p o n d e ra d a con cautela y tom ar en
consideración todos los aspectos circundantes. La au to ri­
d ad del m o n arc a n o reconocía, e n el o rd e n tem poral, n in ­
990 RUBEN CALDERON BOUCHET

g u n a institución en c arg a d a de c o n tro lar el ejercicio de su


poder. Existía u n consejo de la co ro n a form ado p o r los
g ran d es del reino. El rey p o d ía convocarlo en circunstan­
cias excepcionales. Las prerrogativas del consejo estaban
sostenidas p o r las costum bres y, en el p e o r de los casos, por
la fuerza. De h e c h o , cada u n o de los m iem bros del consejo
real e ra u n so b eran o en sus propias tierras y el p o d e r efec­
tivo de q u e p o d ía d isp o n e r variaba de a cu erd o con la im ­
p o rta n c ia de su feudo. H u b o señores feudales, com o los
d u q u es de B o rg o ñ a e n Francia, que a veces tuvieron más
p o d e r q u e el rey. La lim itación al ejercicio de la soberanía,
p ro v en ien te de los pares del reino, e ra m uy efectiva, a u n ­
q u e n o existiera u n a carta m agna.
El rey e ra a su vez u n a g aran tía p ara todos los cuerpos
in term ed io s, vasallos del señ o r feudal. Estos com enzaron a
ver en la c o ro n a u n a defensa c o n tra el arbitrio del señor. El
rey se valió de este apoyo p ara acre c en ta r su soberanía a ex­
pensas de los g ran d es feudales.
Los feudales c o m p re n d ía n esta m ecánica del ju e g o polí­
tico de la m o n a rq u ía y, p a ra que la influencia del rey en tre
sus p ro p io s súbditos no pasara de ciertos lím ites, d eb iero n
p ro c e d e r con ju sticia y m a n te n e r a sus vasallos en paz. Los
súbditos se b eneficiaban con el equilibrio de am bos p o d e ­
res y p ro cu ra b a n e x tra er de u n o y otro el m ayor provecho
posible. Si el señ o r feudal desaparecía, au m e n tab a el p o d e r
del m o n arc a y n o h a b ría nadie con fuerza p a ra trazar los lí­
m ites de su soberanía. P ero si la a u to rid ad del rey dism i­
n u ía ¿quién los d e fe n d ía de las presiones feudales?
El g o b iern o m onárquico es fundam entalm ente personal.
Esto significa que en la cim a del Estado el depositario de la
so b eran ía resp o n d e p o r sí m ism o de la eficacia o de la inep­
LA CIUDAD CRISTIANA 99 1

titud de su función. C uando el p o d e r está disperso en u n a


colectividad y distribuido en tre varios sujetos — decía don
Ju a n Vázquez de M ella— , es difícil p o d e r reclam ar contra el
au to r de u n m al gobierno. El n ú m ero escuda el desorden y
los q ue verd ad eram en te g o b iern an no son los q u e aparecen.
V erdaderos m ascarones de proa de u n a oligarquía oculta,
los príncipes de la dem ocracia obedecen al d in ero oculto en
las som bras, a influencias sin representación política.
La m o n a rq u ía era lim itada tam bién p o r el p o d e r real y
efectivo de la Iglesia. A unque lim item os su co n tro l a la m e­
ra presión ejercida sobre el alm a de los fíeles, n o e ra poca
cosa. La fe, d u ra n te la E dad M edia, ten ía u n a fu erza tre­
m enda. U n in te rd ic to eclesiástico, u n a exco m u n ió n form al
sobrecogía el ánim o de todo el pueblo y conm ovía a g ran ­
des y a chicos. Los h e rm a n o s de Santo Tom ás de A quino
n e g a ro n su apoyo a Federico II cu ando fue excom ulgado y
p refiriero n m o rir en los calabozos del e m p e ra d o r antes de
resistir el in te rd ic to de la Iglesia.
A estos controles se sum a otro: la institución de la caba­
llería com o servicio de arm as. El rey m edieval n o co ntaba
con otro in stru m e n to m ilitar p ara el cu m p lim ien to de sus
órdenes. Los esbirros y m ercenarios p o d ían servir p a ra un
golpe de m an o o p ara u n a em presa de p e q u e ñ a envergadu­
ra. Las g ran d es o p eracio n es re q u e ría n la in terv en ció n de
los caballeros y éstos estaban form ados en el respeto de un
código d e h o n o r m uy difícil de rom per. Su m isión era ser­
vir al so b eran o , p ero d e n tro de u n o rd e n de exigencias m o­
rales y religiosas q u e los hacía in stru m en to s delicados para
a d m itir u n m anejo antojadizo.
H oy día u n p resid en te cu alq u iera p u e d e m an d ar sus sol­
dados a b o m b a rd e a r u n a ciudad a b ierta y q u em ar con fue­
992 RUBEN CALDERON BOUCHET

go a todos sus habitantes, p e ro u n caballero m edieval no


ad m itía u n a o rd e n c o n tra ria a su honor. N o eran excesiva­
m en te delicados en sus sentim ientos, p ero ten ían aquella
so berbia de la vida que, según H ipólito Taine, constituye el
reso rte m ás fu erte de u n a verd ad era aristocracia: “E n tre los
sentim ientos p ro fu n d o s del h o m b re — escribe— , n in g u n o
m ás apto q u e el orgullo p a ra transform arse en p ro b id ad ,
patriotism o y conciencia, p o rq u e el n o m b re altivo tiene n e ­
cesidad de su p ro p io respeto y p a ra o b ten e rlo siem pre está
dispuesto a realizar aquello que se lo haga m e re c e r” ,42.
El m o n arc a m edieval no tiene el p o d e r ni los in stru m e n ­
tos p a ra gozar de u n a so b eran ía absoluta y podem os añadir,
sin caer en baladas hagiográficas, tam poco tiene la m en ta­
lidad. El caso de Federico II fue u n a excepción. El m ism o
tuvo clara conciencia de su caso c u an d o se señaló a sí mis­
m o com o stupor mundi. A pesar de su b u e n a disposición la
é p o ca n o lo ayudó y su cínico desapego tropezó con obs­
táculos que doscientos años más tarde h ab rán desaparecido.
S obre las lim itaciones im puestas al p o d e r p o r los usos y
costum bres p o p u lares hablam os en el capítulo dedicado al
feudalism o. La resistencia a u n m al g o b iern o n o era u n de­
re c h o escrito, p e ro era u n a posibilidad real, tan to m ás fac­
tible cu a n to m ás re p a rtid o estaba el poder.

142. H ipólito Taine, Los orígenes de la Francia contemporánea, traducción


de Luis de Terán, Madrid, La España M oderna, s /f , T. II, pág. 80.
X
C a p it u l o
EL REGIMEN DE TRABAJO

L a f a m il ia y la v id a e c o n ó m ic a

El paso de la e c o n o m ía de la esfera privada a la social y


p o lítica es u n fe n ó m e n o p ro p io de la revolución in d u s­
trial. D u ra n te la E dad M edia las actividades económ icas es­
tab a n c e n trad a s en to rn o a la vida familiar. El p a d re e ra el
je fe de la c o m u n id a d y al m ism o tiem p o regía los trabajos
p a ra la su sten tació n eco n ó m ica del gru p o . Los hijos y el
p e rso n a l auxiliar, esclavos, servidores, ap ren d ices, oficiales
y dom ésticos en g en eral, co m p letab an el cu ad ro del trab a­
j o diario.
“P ara los griegos, la e c o n o m ía — de oikos, casa— es la
ciencia de la fam ilia, célula social fu n d am e n ta l d o n d e se
c u m p le n las actividades q u e p e rm ite n a los h om bres vivir y
tran sm itir la vida. De igual m odo que la transm isión de la
vida p o r el m atrim o n io , la adquisición económ ica tiene p o r
p ro p ó sito proveer a la fam ilia de recursos y m edios de sub­
sistencia indispensables y p o r e n d e p e rte n ec e al dom inio
994 R U BE N CALD ER O N B O U C H E T

de lo privado. El Estado se reserva el d om inio del o rd en


p ú b lic o ” 143.
P ara d a r u n a id ea clara de la relación e n tre la esfera po­
lítica y la económ ica, M arcel de C orte añade esta reflexión:
“La política es su p e rio r a la eco n o m ía com o la fo rm a es a
la m ateria y el alm a al cu erpo. La ciudad es o b ra de inteli­
g encia y de voluntad en c arn a d as en las fam ilias que agru­
pa, a fin de darles, m ás allá de la eco n o m ía dom éstica de
subsistencia, u n c o n ju n to de bienes excelentes que la co­
m u n id a d fam iliar no p u e d e dar: el o rd en , la paz, el desa­
rro llo del espíritu, las artes, e tc ... El Estado no tiene p o r fin
específico el p ro b lem a de a te n d e r a la subsistencia de los
ciudadanos. Esta usu rp ació n de u n a faena fam iliar acusa el
avance del estatism o m o d ern o . Los conflictos e n tre el capi­
tal y el trabajo y los evidentes perjuicios de tales luchas re­
clam an, com o a p a re n te solución, u n intervencionism o es­
tatal cada vez m ás g ra n d e ”.
Las form as políticas del m u n d o m edieval no fu ero n el
resultado de u n a elaboración ideológica. Sobre la base em ­
p írica de algunos presupuestos com unes: influencia de la
Iglesia, persistencia del com pañerism o m ilitar g erm an o
celta y rec u e rd o s m ás o m enos fuertes de la a n tig u a organi­
zación rom ana, se m o n tó u n o rd e n político adecuado a las
diversas situaciones regionales y m uy variable en cu an to a
los lím ites de su ju risdicción.
El carácter cam biante de la sociedad m edieval se hace
sen tir en la esfera fam iliar tanto com o en la política. Es di­
fícil precisar con rig o r las distintas form as de la econom ía

143. Marcel de Corte, “L’E conom ie à l ’Envers”, Itinéraires, marzo de 1970,


N s 141.
LA CIUDAD CRISTIANA 995

dom éstica, p o rq u e a la p e rm a n e n te m ovilidad de las p ro ­


p ied ad es fam iliares se sum a la p e n u ria de los testim onios
escritos p a ra seguir con cierto o rd e n los hitos del proceso.
N o es conveniente fijarse u n a idea m uy esquem ática so­
b re la econom ía m edieval. La más c o rrien te de todas, p ro ­
ducción ce rra d a y fu n d ad a casi exclusivam ente en el traba­
jo servil, a h o rra indagaciones penosas, pero no resp o n d e a
u n a realidad que se revela más rica en m atices diferenciales.
Sin lugar a dudas, d u ran te la E dad M edia, d o m in a un
rasgo típico y válido e n general p a ra todos los países de O c­
c id en te hasta m ediados del siglo XII: p red o m in io de la vi­
d a ru ra l y escasa actividad com ercial. De este h e c h o no
p u e d e deducirse com o categoría absoluta u n a eco n o m ía li­
m itad a a la p ro d u cc ió n de bienes de uso.
Las palabras em pleadas p ara designar el carácter dom i­
n a n te de la eco n o m ía m edieval suelen estar cargadas de es­
tos apriorism os esquem áticos, sea p a ra d en o star o p a ra
exaltar u n a situación m uy distinta de nuestras costum bres.
Los d etracto res a rajatablas se relam en con la descripción
de m iserias cadavéricas, m ientras los apologistas se extasían
en el cultivo de la vena bucólica. Se la llam ó eco n o m ía de
uso p a ra señalar su carácter cerrad o y eco n o m ía señorial
p a ra in d icar su o rd en a m ie n to a la p ro d u cció n de bienes
suntuarios, cuyo p ropósito p arecía ser la exaltación del
b o ato con que se revestía el poder.
E co n o m ía de uso y eco n o m ía señorial no o b edecen, in­
d u d a b le m en te , al m ism o espíritu; y si am bas se dieron en
la E dad M edia, es preciso hallar la a rm o n ía en u n a fuente
o rig in aria capaz de explicarla. A falta de u n a d o cu m en ta­
ción term in a n te , los historiadores de esa época q u e d a n li­
b rad o s a co njeturas m ás o m enos acertadas.
996 R U B E N CALD ER O N B O U C H E T

El t r a b a jo y l a t ie r r a

La civilización m edieval fue en sus com ienzos rural. Dos


fuerzas vigorosas im pulsaban p o r esta p e n d ie n te: el espíri­
tu de la Iglesia q u e n o veía el com ercio con b u en o s ojos y
el poco gusto c iu d ad an o de las poblaciones b árbaras incor­
poradas al te rrito rio del Im perio. Se p o d ría a ñ a d ir tam bién
la caída de la organización policial ro m a n a y la prolifera­
ción de m esnadas rapaces y b ien organizadas q u e hacían
difícil el tránsito de las caravanas com erciales.
Vastos territo rio s com o G erm ania o In g la terra no po­
seen ciudades de im portancia, y m uchas antiguas villas ro­
m anas h an sufrido u n a n o tab le despoblación. Las aldeas
q u e q u e d a n sufren la p e n e trac ió n del cam po.
“Los viñedos las rodean, los cam pos las pen etran , llenas
de bestias, de granjas y de labradores. Todos los hom bres,
hasta los m ás ricos, aun los obispos y los reyes, incluidos los
escasos com erciantes ju d ío s o cristianos, son rurales. Su exis­
tencia está rim ad a p o r el ciclo de las producciones agrícolas
y extraen de ellas lo fundam ental para su subsistencia” 144.
La g e n te vive en p eq u eñ o s villorrios y la m ayor p arte de
los h a b ita n te s posee en ellos u n a casa habitación de p ro ­
p orciones variables y ro d e a d a de u n a p o rció n de terren o ,
cuyo n o m b re latino es mansus, del cual extrae la base de su
alim entación. Estas villas están ro deadas de bosques y p ra­
dos com unales d o n d e los paisanos cazan, pescan y hacen
p a c er sus reb añ o s en estaciones favorables.

144. G eorge Duby, L ’Economie Rurale et la Vie des Campagnes dans l ’Occident
Médiéval, Paris, Aubier, 1952, pâg. 57.
LA CIUDAD CRISTIANA 997

L a id ea de u n estam en to servil ligado al te rru ñ o no de­


be in sp irar la visión de u n a población cam pesina excesiva­
m en te estática. A rraigada sí, p ero con gustos nóm ades y
u n a ap titu d singular p a ra ejercer diferentes oficios. L abra­
d o r a n te todo, cazador a sus horas y u n poco pastor, e n tie n ­
d e algo de c a rp in te ría y suele em barcarse en alg u n a expe­
dición g u e rre ra m ás o m enos lejana, de la que vuelve con
u n b o tín m agro y m uchas anécdotas p a ra pasar las largas
veladas de invierno fre n te al fuego familiar.
La a ld ea tiene su c u ra párro co y su señor. El sacerdote
vive del diezm o p agado p o r los fieles y en g en eral particip a
del m ism o sistem a d e vida que ellos. El trib u to im positivo
no es pesado y g e n e ra lm e n te se paga con p ro d u cto s de la
tie rra , anim ales de corral o con trabajo personal. El d in ero
es escaso y de difícil m anejo y sólo se usa en grandes tran ­
sacciones com erciales.
Los g ran d es señores cu id an del o rd e n tem poral, m antie­
n e n g ru p o s arm ados y ellos m ism os co n d u cen las operacio­
nes bélicas cu an d o llega la ocasión. L a vida señorial exige
erogaciones cuantiosas. C om o los b aro n es del rein o están
e n co n stan te m ovim iento, y en estas idas y venidas van
aco m p añ ad o s p o r num erosos dom ésticos, los gastos deb en
ser ex traíd o s del dom inio. La c o m u n id ad a ld ean a paga con
su trabajo p erso n al la pro tecció n dispensada p o r los h o m ­
b res de arm as.
Del mansus fam iliar sale el im puesto p a rro q u ial y la sus­
ten ta ció n de los labradores. De las tierras señoriales, aba­
ciales u obispales, los gastos co rre sp o n d ie n te s a las b a ro ­
nías, las abadías y los obispados. Las prestaciones de
servicios p o r p a rte de los labriegos son m uy variadas y no
re sp o n d e n a u n esq u em a ú n ico q u e p u e d a servir de m ode-
998 R U B E N CALD ER O N B O U C H E T

lo. H ay lab rad o res in d e p e n d ie n te s y d u eñ o s de las tierras


fam iliares de d o n d e e x tra en su alim entación. O tros traba­
ja n en el d om inio señorial en calidad de siervos o esclavos
y co m en en la m esa del señor. La falta de d in ero obligó a
los señores a d a r a sus siervos y a sus esclavos u n a cierta li­
b e rta d , p a ra q u e p u d ie ra n vivir p o r su c u e n ta y así fueron
colocados en nuevos mansus en los que se asen taro n con
sus fam ilias.
“L ibres o siervos, todos los colonos que vivían sobre el
do m in io cultivaban la tie rra de la m ism a m anera, co n trib u ­
yendo a la explotación de la reserva, a los acarreos, a h acer
cercas, a cu id ar de los prados com unales, según las obliga­
ciones propias del lugar. T enían derechos sobre los pastos
y sobre las extensiones de baldíos y páram os que ro d eab an
la a ld ea y a m e n u d o la sep arab an de los bosques circu n d an ­
tes. Sobre los m ontes cercanos p o d ían cebar sus cerdos y
pescar e n las aguas q u e atravesaban la re g ió n ” 145.
El p u n to fu erte de la alim entación cam pesina era el pan
de cereal: trigo, cen ten o , alpiste, cebada o avena, m olidos
con cáscara y cocidos en h o rn o s de b arro o piedra. El cerdo
proveía a la n u trición con su carne y su grasa y cada región
ofrecía a sus habitantes aquellos productos con que se veía
favorecida p o r la naturaleza. En algunas com arcas ab u n d a­
b a la caza, en otras la pesca, las aceitunas o las m anzanas.
Las bebidas más populares fueron la cerveza en el n o rte y la
sidra en el sur. El vino era u n p ro d u cto caro y las pocas vi­
ñas existentes p e rte n ec ía n a los señores y a la Iglesia. E ntre
los nobles era u n p ro d u cto codiciado y era parte del status
señorial ofrecer a sus huéspedes excelentes vinos.

1 4 5 . J e a n B o u s sa r d , Le Siécle de Charlemagne, P.U.F.


LA CIUDAD CRISTIANA 999

El mansus p o d ía poseerse a título de p ro p ie d a d fam iliar


o com o concesión graciosa h ech a a u n servidor p o r el ba­
ró n del lugar. Esto últim o era muy frecu en te, y ya se atribu­
ya a g en ero sid ad del señ o r o al m en o r costo en la m an te n ­
ción del siervo, el fen ó m e n o trajo consecuencias favorables
p a ra la creación de u n cam pesinado libre.
R especto a los in stru m en to s agrícolas usados d u ran te
los siglos IX y X estam os m al inform ados. Existían dos tipos
d e arados, u n o p e rte n e c ía al tipo m ansera, h ech o de m ade­
ra d u ra y apto p a ra a b rir u n surco superficial. El o tro ten ía
u n a reja de h ie rro con p estañ a volcadora y po d ía p e n e tra r
m ás p ro fu n d a m e n te en la tierra. La tie rra lab rad a con el
p rim e ro de estos in stru m en to s exigía u n a p o sterio r rem o­
ción a golpes de azada o de zapapico. Su uso e ra co m ú n en ­
tre los cam pesinos pobres. La p alab ra m ansera, habitual
e n tre n osotros p a ra designar el arad o dirigido a m ano, de­
riva, p ro b a b le m e n te , de mansus, mansada, y se refiere al te­
r re n o cultivado p o r los labriegos m ás m odestos. T irado por
u n buey o p o r hom bres, la extensión arable n o p o d ía ser
m uy am plia. El segundo in stru m e n to im p o n ía u n c ir u n a
yu n ta de bueyes o u n p a r de m uías o caballos.
Los dom inios poseían, en general, m olinos hidráulicos
d o n d e los lab rad o res llevaban sus cereales p a ra la m olien­
da. El eq u ip o in stru m e n ta l disponible era ru d im e n ta rio y
se h acía necesario u n esfuerzo personal constante. Si al tra­
bajo en la m ansada se a ñ a d en las tareas obligatorias en los
cam pos del castillo, la ab adía o la diócesis, el labriego de
esa ép o ca te n ía poco tiem po p a ra la holganza.
La vida ru ra l estaba reg u lad a p o r dos factores: u n o cós­
m ico y otro espiritual. La Iglesia trató de q u e sus fiestas fu n ­
dam en tales coincidiesen en g en eral con el cielo de las esta­
1000 R U B E N CALD ER O N B O U C H E T

ciones en su relación con las faenas agrarias. La cam pana


de la p a rro q u ia o el convento d a b a a la existencia cam pesi­
n a u n ritm o cronológico preciso. Poco antes del alba sona­
b an a m aitines y la jo r n a d a se ce rra b a al toque del ángelus.
O ració n m atinal y p leg aria vespertina dab an al trabajo su
revestim iento sacro. Los días de fiesta eran m uchos y, en ge­
n eral, la Iglesia los h a b ía h ech o coincidir con las antiguas
fiestas agrarias, de tal m o d o q u e no in te rru m p ie ra n el rit­
m o del trabajo.
Los labriegos asistían a las misas dom inicales y partici­
p ab an activam ente en las diversas festividades religiosas.
Las p ro cesio n es, los autos sacram entales en los atrios, los
serm o n es, el catecism o, las hom ilías y las visitas dom icilia­
rias d e los sacerdotes e ra n ocasiones adecuadas p a ra la
e d u cació n del e sp íritu y la fo rm ació n m oral en los p rinci­
pios de la fe.
El cam pesino n o era u n a bestia librada a la explotación
y a tad a a la n o ria de u n trabajo em brutecedor. T oda su exis­
tencia o b e d e cía al ritm o señalado p o r la Iglesia. Desde el
n acim ien to a la m u erte, los pasos fu n d am en tales de la vida
recibían el alien to so b ren atu ral de la liturgia.
“La co n cep ció n del m u n d o de la Iglesia se ad ap ta adm i­
rab le m e n te a las condiciones económ icas de esa época
d o n d e la tie rra es el único fu n d am e n to del o rd e n social. La
tierra, en efecto, h a sido d a d a p o r Dios a los h om bres para
hacerlos vivir aq u í abajo en vista de la salud etern a. El ob­
jetivo del trabajo n o es la riqueza, sino el sostenim iento en
su co n d ició n de e sp era r el paso de la vida m ortal a la eter­
na. El ren u n c iam ien to del m onje es el ideal sobre el cual
to d a la sociedad d eb e fijar sus ojos. A spirar a la fo rtu n a es
c aer e n el p ecado de codicia. La pobreza es de origen divi­
LA CIUDAD CRISTIANA IOOI

n o y de o rd e n providencial. C o rresp o n d e a los ricos aliviar


la m iseria p o r la caridad. Los m onasterios d an el ejem plo,
p ues el superávit de las cosechas es alm acenado p ara p o d e r
rep a rtirlo g ratu ita m e n te e n tre los necesitados com o hacen
las abadías con el g ran o de sus silos” 146.
In te rd ic to el p réstam o p o r interés, el com ercio está lim i­
tado a poca cosa; y la econom ía, bajo la dirección espiritual
de la Iglesia, tien d e a cerrarse cada vez m ás en u n a eco n o ­
m ía de uso. H e n ry P ire n n e h a visto con ojo p e n e tra n te la
influ en cia eco n ó m ica de la Iglesia y su papel p red o m in a n ­
te en la e stru c tu ra del trabajo.
“La rep ro b a c ió n de la usura, del com ercio y del prove­
cho p o r el provecho m ism o, h a llevado a los dom inios du­
ra n te esa época a co n stitu ir n o rm a lm e n te u n m u n d o c e rra ­
d o ”. A dvierte la necesidad de recibir ayuda fo rá n e a c u an d o
la sequía, las g ran d es to rm en tas u otras calam idades cósm i­
cas d estruyen las cosechas. Los m onasterios estaban p rep a ­
rad o s p a ra e n fre n ta r tales eventualidades y ten ían depósi­
tos de cereales p a ra subsanar los inconvenientes. El ascenso
de la burguesía, la a p e rtu ra del com ercio con O riente,
ro m p e rá esta co n cep ció n del o rd e n social, p ero com o se­
ñala el h isto riad o r socialista: “Esto no im pide que la Iglesia
haya im p re g n ad o tan p ro fu n d a m e n te el m u n d o con su es­
píritu , que será m en e ster largos siglos p a ra acostum brarse
a las nuevas prácticas reclam adas p o r el ren acim ien to eco­
nóm ico del p o rv en ir y a c ep ta r sin reservas la legitim idad
de los intereses com erciales, de la actividad capitalista y de
las prestaciones fin an cieras”.

146. H enri Pirenne, Histoire Economique de l ’Occident Médiéval, Brujas,


D esclée de Brouwer, 1951.
1002 R U B E N C ALDERON B O U C H E T

CARACTER PATRIARCAL DE LA ORGANIZACION SEÑORIAL

C o n sid erar el do m in io señorial com o u n a p u ra institu­


ción económ ica es u n e rro r puesto de relieve p o r el m ism o
P ire n n e en la o b ra citada. El señ o r no era a título de sim ­
ple p ro p ie tario q u e ejercía su d om inio sobre los habitantes
del feudo. El cará c te r patriarcal de su g o b iern o está señala­
do p o r el n o m b re de sénior o más antiguo. La vida de las fa­
m ilias p rotegidas p o r él se organiza en to rn o a su p o d e r po­
lítico, p e ro ni en su ánim o, ni en el de sus súbditos, ni en
las costum bres de la época, ju e g a la idea de u n a asociación
lib rad a al p u ro ejercicio económ ico.
“La id ea q u e nos hacem os de la explotación señorial es
u n po co su m aria — n o s advierte H e n ri P ire n n e — . La ex­
p lo tació n del h o m b re su p o n e la volu n tad de servirse de él
com o u n útil en vista de u n re n d im ie n to económ ico lleva­
d o al m áxim o. El esclavo ru ra l de la an tig ü ed ad , el de los
n eg ro s en las colonias d u ra n te los siglos XVII y XVIII, o la
co n d ició n o b re ra en la g ran in d u stria de la p rim e ra m itad
del siglo XIX proveen de ejem plos b ien conocidos. P ero
existe u n a e n o rm e diferen cia con los dom in io s de la E dad
M edia, e n los cuales la costum bre to d o p o d ero sa [léase de­
rec h o c o n su etu d in ario ] d e te rm in a los d erech o s y las obli­
g aciones de cada u n o y p o r esto m ism o se o p o n e a que el
libre ejercicio de la p re p o n d e ra n c ia económ ica p e rm ita
m an ifestar el rig o r im placable del a b a n d o n o al aguijón del
p ro v e c h o ” 147.

147. H enri Pirenne, Histoire Economique de l'Occident Médiéval, Brujas,


D esclée de Brouwer, 1951.
LA CIUDAD CRISTIANA 1003

El gran señ o r m edieval tiene su fo rtu n a e n la tierra y vi­


ve de sus productos. Inútil buscar u n a p ro d u cció n que ex­
ced a sus necesidades, no sabría d ó n d e colocar las g an an ­
cias obtenidas. El deseo de p e rp e tu a r su n o m b re, de pagar
sus pecados o satisfacer su vanidad p u e d e llevarlo p o r el ca­
m ino de las g ran d es construcciones. Edificará u n castillo
m ás fu erte, h a rá c o n stru ir u n convento, in te rv en d rá en la
erección de u n a iglesia, p ero el provecho financiero m ism o
n o le tienta. P o r lo dem ás todas esas obras tienen u n a in­
m ed iata u tilidad social y el beneficio recae sobre los habi­
tantes del dom inio.
O tro rasgo del rég im en agrario es su carácter co m u n i­
tario. H ay u n a p ro p ie d a d fam iliar lib rad a al trabajo de sus
ben eficiario s directos, p ero existe u n a serie de b ien es co­
lectivos a te n d id o s p o r to d a la ald ea con su esfuerzo co­
m ún.
“En tal estado de cosas — observa P ire n n e — la actividad
de cada u n o d e p e n d e de la actividad de todos y, tanto tiem ­
p o com o h a subsistido, la igualdad económ ica de los d u e­
ños de m ansadas h a sido regla g eneral. En caso de enfer­
m e d a d o de invalidez, el c o n c u rso de los vecinos
in terv en ía. El gusto p o r el a h o rro , q u e en el p o rv en ir se
co n v ertirá en la fuerza típica del paisano e u ro p e o , no tenía
en la E dad M edia ocasión de m anifestarse”.
La razón es sim ple: no hab ía dinero; y el poco existente
en circulación era de difícil m anejo y sin ubicación finan­
ciera posible. El señ o r no aspiraba a la riqueza y, sin in q u ie­
tudes p o r el fu tu ro , vivía con lo que p o d ía ex traer de sus
bienes. Su fo rtu n a consistía, m uchas veces, en e x te n d e r el
n ú m e ro de sus obligados. En ese tiem po el valor más g ran ­
d e era la devoción p ersonal y el servicio. El ho m b re e ra me-
1004 R U B E N C ALDERON B O U C H E T

d ido p o r la can tid ad de sus servidores y el n ú m e ro de sus


fam iliares.

La v id a c a m p e s in a a p a r t ir d e l s ig l o X II

El sitio a la cristiandad o p e ra d o p o r la convergente agre­


sión de sarracenos, n o rm a n d o s y jin e te s m ongoles, se detie­
ne, poco m ás o m enos, en la m itad del siglo X. C esada la
am en aza de estas fuerzas hostiles, u n a nueva vida se inicia
en la E u ro p a cristiana. La transform ación se hace sentir
con fu erza p articu la r en la condición del cam pesinado. No
se p u e d e ignorar, con respecto a este cam bio, la acción de­
cisiva de los m onjes cistercienses. Las grandes abadías de la
nueva o rd e n m u estran desde el com ienzo de su historia
u n a n o tab le organización económ ica de la vida rural.
En p rim e r lugar los cistercienses se establecieron en lu­
gares incultos y ab an donados; fue necesario todo u n p ro ce ­
so de p rep a ra ció n , desm onte, secación de pantanos, nivela­
ción y san eam ien to p a ra h a c er habitables y cultivables a
esas tierras. La ta re a exigió u n a m ano de o b ra n u m ero sa y
los m onjes tuvieron necesidad de o b rero s laicos p ara p ro ­
c e d e r con eficacia. Estos ob rero s trabajaban d e n tro de un
sistem a inventado p o r los m ism os cistercienses. N o eran
siervos, ni esclavos; vivían en cofradías com o h e rm a n o s le­
gos y ju n to con ellos p articipaban de sus faenas u n a canti­
d ad de h u ésp ed es y extranjeros acogidos a la hospitalidad
de los m onjes y recibidos com o colonos. Esta situación p er­
m itió a m uchos h o m b res h a c er piel nueva lejos de sus p ro ­
pios países y a b a n d o n a r p a ra siem pre situaciones sociales
de sum isión y servidum bre. El m ovim iento de hom bres
LA CIUDAD CRISTIANA 1005

provocado p o r la p ráctica cisterciense fue m ás extenso y ac­


tivo de lo q u e p u e d e suponerse. M uchas abadías se convir­
tie ro n así en asiento de nuevas poblaciones.
La paz in te rio r y la tran q u ilid ad en las fro n teras p ro d u ­
jo tam b ién u n a su erte d e explosión dem ográfica. M uchos
hijos de fam ilias num erosas atados a la tie rra con los lazos
de la servidum bre se convirtieron en artesanos, oficiales o
sim ples ob rero s y, a b a n d o n a n d o su conducción servil y la
m an sad a fam iliar, arriesg aro n llegarse hasta los burg o s pa­
ra e n tra r e n las organizaciones de m aestranza en proceso
de ascensión.
C iertos lugares en to rn o a u n convento o a u n castillo se
vieron asediados p o r estos recientes p obladores y se cons­
tru y e ro n b arriad as p a ra darles cabida. El n o m b re m uy co­
rrie n te e n to n c e s de villa nueva es significativo de este esta­
do de cosas y señala los lugares ocupados p o r los nuevos
habitantes.
“D esde el p u n to de vista agrario — escribe P ire n n e — , lo
q u e caracteriza a las ‘villas nuevas’ es el trabajo libre. Sus
cartas de fu n d ació n , cuyo n ú m ero es considerable en los si­
glos X II y XIII, dejan siem pre la m ism a im presión. La ser­
vidum bre p erso n al es ignorada. A ún más, los siervos prove­
n ien tes de afu era serán liberados al año de su residencia en
la ‘villa nu ev a’”.
N o solam ente son d eclarados libres, las prestaciones
obligatorias dejan de te n e r vigencia p a ra ellos. Estos cam ­
pesinos constituyen las prim eras p ro m o cio n es de cam pesi­
nos libres y p ro p ietario s q u e c o n o c erá la E u ro p a m o d ern a.
N o conviene c o n fu n d ir la situación de estos labradores
con la b u rg u esía de extracción artesanal o com ercial. Si­
g u e n siendo rurales, son d u eñ o s de sus m ansadas, son li­
1006 R U B E N CALD ER O N B O U C H E T

bres, p e ro están ligados al se ñ o r del lugar y pagan los tri­


b u to s c o rre sp o n d ie n te s a q u ien posee derech o s feudales
sobre sus tierras.
J u n to con el m ovim iento dem ográfico y los cam bios en la
condición paisana, el siglo XII conoce tam bién un aum ento
en la circulación m o n etaria d e n tro del área rural. Suponer
la Edad M edia totalm ente sum ergida en la econom ía de
tru e q u e es falso, p o rq u e se im pone a esa vasta y vaga desig­
nación tem poral, E dad M edia, u n inmovilismo económ ico
q u e n o tuvo. El d in ero circulante fue escaso d u ran te los si­
glos de h ierro llam ados p o r Belloc de “sitio a la cristiandad”,
su m anejo e ra difícil y p o r en d e la m ayor parte de las opera­
ciones se hacían p o r tru e q u e directo de los productos del
suelo; p e ro la m o n ed a no fue desconocida.
El siglo XII vio a u m e n ta r el circulante m o n etario y co­
noció u n sensible d e sp ertar del com ercio. La nobleza trata­
b a de o b te n e r artículos de lujo y el to cad o r de las dam as se
ve a u m e n ta d o con la in tro d u cció n de telas orientales. San
B e rn a rd o de Claraval re p ro c h a a su h e rm a n a estar h u n d i­
d a e n la m olicie de esas nuevas costum bres y ab o m in a del
uso de p erfu m es y otras “b la n d u ra s” que los siglos de hie­
rro no co nocieron.
La in tro d u c ció n de la m o n e d a provocó cam bios en las
relaciones del lab ra d o r y su señor. La posibilidad de libe­
rarse de la serv id u m b re m ed ian te el pago p o r la libertad es­
tuvo en m anos de los cam pesinos m ás capaces. U n a vez li­
b rad o s de la co n d ició n servil, su relación con el dom inio se
lim itó a u n pago de trib u to con carácter de carga im positi­
va p a ra gastos de g o b iern o y defensa militar. El vino, hasta
en to n c e s lim itado a los dom inios del b aró n , se convirtió en
p ro d u c to libre y con u n precio excelente en el m ercado.
LA CIUDAD CRISTIANA 1007

Los burgos se p o b laro n y los d u eñ o s de peq u eñ o s p re ­


dios cam pesinos vieron crecer u n a clientela de consum ido­
res ciu dadanos dispuestos a pagar en m o n e d a contante. La
co n dición m ed ia de este labriego cam bió y con la dism inu­
ción de la servidum bre se fo rm ó un tipo h u m a n o distinto,
m ás libre, m ás a u tó n o m o en su trabajo y m ejo r dispuesto
p a ra el tráfico com ercial.
El d in ero hizo sentir su influencia en la organización se­
ñorial. Los grandes dom inios laicos y eclesiásticos se adapta­
ro n m ejor al cam bio q u e los peq u eñ o s señores. Estos vieron
sus p ro p ied ad es reducidas y sus hijos m enores destinados a
ofrecer sus servicios a los grandes b arones y p o n e r sus espa­
das en la form ación de los séquitos señoriales. Las ó rdenes
m ilitares, m edio m onásticas, m edio laicas, se convirtieron
en fuerzas canalizadoras del vigor g u e rre ro de estos segun­
d ones altivos y sin fortuna, los cam inos de O ccidente a
O rien te se llen aro n de jin e te s que transitaban con sus pesa­
dos h errajes financiados p o r las poderosas congregaciones.
Las tropas de ch o q u e las fo rm ab an caballeros arm ados
con pesadas panoplias, largos m andobles y fu ertes escudos
de acero. La forja de estas arm as necesitó u n eq u ip o de ar­
tesanos especializados en h ierro , cuyo costo estuvo muy
p ro n to p o r en cim a de u n a fo rtu n a m odesta. Las órdenes
m ilitares, p o r su carácter colectivo, sup liero n la po b reza in­
dividual de m uchos de sus m iem bros con el a p o rte de co­
lectas y beneficios provenientes de todos los dom inios. C on
el transcurso del tiem po estas asociaciones fo rm a ro n sus
p ro p io s capitales y algunas, com o la fam osa o rd e n Caballe­
ros del T em plo, se convirtieron en verdaderas potencias
económ icas capaces de co m p etir e n pie de igualdad con
los reyes y los príncipes.
1008 R U BE N CALD ER O N B O U C H E T

L a custodia de los cam inos hacia el Santo Sepulcro con­


virtió a los tem plarios e n colosos g uardianes del com ercio
con el m u n d o o rien tal y, com o eran los únicos capaces de
asegurar el tránsito de las caravanas y el advenim iento a
destino del d in e ro arriesgado en las em presas com erciales,
p ro n to se co n virtieron en banqueros.
L a in stitu c ió n b an caria, c o n o c id a p o r la an tig ü e d ad ,
tuvo u n a é p o c a de receso en los p rim e ro s siglos de la cris­
tia n d a d . Las ciu d ad es italianas del siglo X II y XIII resuci­
ta ro n esta v e n e ra b le in stitu ció n y los C aballeros del Tem ­
plo la llevaron a u n a perfección hasta entonces desco­
nocida.
Su sistem a e ra de u n a audacia sin p reced en tes. Todas las
o p eracio n es q u e pasan p o r m o d ern as fu e ro n descubiertas
o inventadas p o r ellos: cuentas corrientes, constituciones
de ren tas y pensiones, préstam os a interés, cauciones, con­
signaciones, préstam os p ren d ario s, gerencias de depósitos,
transferencias in tern acio n ales y operaciones cam biarías.
U n a ca rta de cam bio h e c h a en u n a co m an d an cia de la o r­
d e n sobre o tra situada en P alestina p e rm itía a u n com er­
ciante viajar sin cofres y sin el consiguiente riesgo de ser
asaltado p o r el cam ino.
Sería in g e n u o p e n sar en u n a transform ación u n ifo rm e
qu e afectara p o r igual a todo el O ccidente cristiano. M u­
chas regiones n o variaron sus antiguas costum bres y p erm a­
n e c ie ro n en u n a situación m ás o m enos estable. O tras, en
cam bio, sea p o r su posición geográfica cercana a las vías co­
m erciales de m ar o tierra, pasaron con m ayor rapidez a u n a
e c o n o m ía de lucro.
H asta el siglo XII la p ro d u cció n del cam po tiende a sa­
tisfacer las necesidades inm ediatas de la existencia. A p ar­
LA CIUDAD CRISTIANA 1009

tir de esa ép o ca se im p o n e o tro criterio económ ico en la


d istribución de los cultivos. Se pide a la tie rra aquello que
p u e d e d ar m ejor y m ás barato. La e c o n o m ía ru ra l se pien­
sa e n térm in o s de m ercad o y n o de sim ple consum o.

L O S CAMBIOS EN ITALIA

El m u n d o feudal, con su eco n o m ía relativam ente ce rra ­


da, concluyó e n Italia antes que en los otros países del O c­
c id e n te cristiano. E n el siglo XII, la península, to m ad a en
su to talid ad geográfica, estaba dividida en dos cuerpos p o ­
líticos: el R eino de Sicilia y la Italia p ro p ia m en te dicha. El
R eino de Sicilia, o Regnum, ocu p ab a la isla y todo el sur de
la bota. Italia se e x te n d ía p o r el cen tro y n orte: P iam onte,
L om bardía, V enecia y los Estados Pontificios c o m p o n ía n su
m ovido tablero político.
Las co n tin u as luchas e n tre el p ap a y el e m p e ra d o r favo­
rec iero n el fraccionam iento; y la im posibilidad de m an te­
n e r e n paz u n confuso m osaico feudal puso a la cabeza de
m uchas ciudades italianas u n g o b iern o episcopal.
La explosión dem ográfica del siglo XII y el levantam ien­
to del sitio a la cristiandad p o r la d e rro ta o asim ilación de
las fuerzas sitiadoras d iero n a Italia u n clim a favorable pa­
ra su desarrollo económ ico. La causa p rincipal fue su posi­
ción geográfica que le perm itió convertirse en el inevitable
in te rm e d ia rio de O rien te y O ccidente. Venecia, el valle del
Po y M ilán fu ero n los hitos obligados de la ru ta a Bizancio.
P o r ellos el im perio cristiano de O rien te se com unicaba
con la E u ro p a cen tral y occidental.
1010 R U B E N CALD ER O N B O U C H E T

Venecia, en riq u e cid a p o r el ap o rte de los refugiados de


P a d u a y A quileia, com enzó en esa época su venturosa ca­
rre ra m arítim a al convertirse e n p u e rto clave del A driático.
F lorencia y Siena iniciaban u n a floreciente in d u stria artesa­
nal, m ientras G énova com enzaba su gesta naval con u n a fe­
liz iniciativa en el T irren o .
Las cruzadas d e b ie ro n h a c er escala inevitable en Italia y
los p u e rto s de la p e n ín su la se convirtieron en p u n to s de pa­
so y lugar de hospedaje p a ra los b aro n es que m archaban a
T ie rra Santa. Los artesanos itálicos vieron afluir u n a concu­
rre n c ia n u m ero sa a sus talleres y los grandes com erciantes
se co n virtieron e n b an q u e ro s de la em p resa militar.
Todas estas circunstancias históricas y geográficas m odi­
ficaron el p a n o ra m a socioeconóm ico de las ciudades italia­
nas y explican los cam bios sucedidos. Se form ó u n a nueva
clase d irigente. Está ab ierta la discusión e n tre los historia­
d ores si tal clase estuvo in te g rad a p o r h om bres nuevos o si
fu ero n antiguas fam ilias poderosas las que a b a n d o n a n d o
viejos prejuicios nobles se a b rie ro n a los vientos de la fo rtu ­
n a com ercial. Nuevas o viejas, im posible saberlo con certe­
za, la estirpe de los b a n q u e ro s llam ados lombardos se convir­
tió e n u n p o d e r con el cual h a b ía n de co n ta r los caudillos
m ilitares del m u n d o cristiano.
Se h ab lab a m al de ese p o d e r y se decía que los b a n q u e ­
ros “devoraban y arrasaban las fo rtu n as de los p u e b lo s”,
q u e “n o a p o rta b an con ellos u n ducado y, con u n papel en
la izq u ierd a y u n a p lu m a en la d erech a, esquilaban el lom o
de los h a b ita n te s de las ciudades a los que luego prestaban
el d in e ro que les h a b ía n sacado” 148.

1 4 8 . M . S a p o r i, Le M archand Italien au Moyen Age, P aris, 1 9 5 2 .


LA CIUDAD CRISTIANA 1011

La q u eja p u e d e in sp irar la idea de u n país exprim ido


p o r las ventosas de insaciables usureros. N ada m ás lejos de
la realidad. La situación económ ica de las ciudades italia­
nas era excelente, p e ro la sensibilidad de sus ciudadanos,
m uy a le rta p a ra con las ganancias, se m ostraba celosa de
q u ien es e n la m esa se servían el plato del león.
Sin lu g ar a d udas u n a b u e n a p a rte de la nobleza italia­
na, privada de su a n tig u a im p o rtan cia política, se m etió
con todas sus fuerzas, su ingenio y su e n tre n a m ie n to en el
co m an d o , en la actividad financiera. Cinzio V iolante des­
cribe la situación con ágil b u e n sentido:
“D estruidas las b a rre ra s de las instituciones y las fuerzas
del pasado p o r la victoriosa e n erg ía de la nueva econom ía,
u n m u n d o desco n o cid o se abrió p ara los italianos. Las cla­
ses su p e rio re s son tam bién clases nuevas, llenas de vida, de
ascensión; p e ro todavía m ás las clases m edias, p eq u eñ o s va­
sallos y la aristocracia c iu d ad an a no feudal. Estos últim os
constituyeron los estam entos m ás vitales y activos, p o rq u e
al insertarse e n tre las clases altas y las inferiores ejercieron
u n a doble presió n hacia a rrib a y hacia abajo y suscitaron
reacció n de am bas partes. Esta actividad a dos p u n tas des­
p e rtó nuevas energías y exasperó otras surgidas en los am ­
b ien tes m ás h u m ild es”.
En su historia Medio Evo Italiano, Volpe llam a la aten ció n
sobre u n hech o , con el p ropósito de evitar u n a visión está­
tica de la e stru c tu ra social de la Italia medieval: “La E dad
M edia italiana se distingue p o r el m ovim iento incesante, de
u n a e x tre m a rapidez y com o lógicam ente e n c ad e n a d o po r
fuerzas sociales q u e hallan en Italia su fu en te y su curso, sin
ser m odificadas o desviadas p o r las fuerzas extranjeras co­
m o su c ed e rá a p a rtir del XV”.
1012 R U B E N C ALDERON B O U C H E T

Los cam bios económ icos reforzaron la vida m unicipal


— n u n c a totalm en te d esaparecida— y la form ación de pe­
qu eñ as repúblicas com unales en reem plazo de u n inexis­
te n te p o d e r central. Las clases m edias en la E u ro p a m eri­
dional siem pre h a n ten d id o , p o r indeclinable orientación
de su espíritu, a vivir en la ciudad y ocuparse del o rd en y
d istribución de sus bienes.
“C on h o m b res tan sociables com o los italianos, para
q u ien es todos son p retextos de reu n ió n y to d a re u n ió n un
esbozo de g o b iern o , es vano buscar u n a razón ú n ica para
explicar la aparición de la vida com unal, es decir de u n go­
b ie rn o m unicipal de base m ás o m enos dem ocrática. Parti­
c u la rm e n te ingeniosos, los historiadores italianos h a n m ul­
tip lic a d o las h ip ó tesis so b re los o ríg e n e s posibles, y
m ien tras antes pasaban sabiam ente de las tesis rom anistas
d e la sobrevivencia del m unicipio al estudio ju ríd ic o de las
instituciones com unales — com o si la fo rm a fu era lo esen­
cial— , hoy se acep ta en coro las tesis económ icas y com er­
ciales de P ire n n e ” 149.
En verdad las realidades históricas no se pliegan fácil­
m e n te a las explicaciones esquem áticas y, h ab id a c u e n ta de
los factores m ás o m enos causales, q u e d a la originalidad de
la evolución co m u n al italiana atribuible a la p articu lar m o­
dalid ad de sus p referencias espirituales.
La c o m u n a italiana fue en sus com ienzos u n a suerte de
asociación fam iliar en d o n d e u n g ru p o de h o m b res ganó
p a u la tin a m en te rep resen tació n y prestigio. C on el tiem po
esa m in o ría se convirtió e n fuerza decisiva p ara el g o b iern o

149. Em ile Léonard, “L’Italie M édiévale,” Historie Universelle, Paris, Pléia­


de, T. II, pâg. 453.
LA CIUDAD CRISTIANA 1013

de la ciudad. Volpe la llam a “asociación v oluntaria y ju ra d a ”


y le d a el carácter de u n a fuerza “privada” o “casi privada”.
C on el transcurso del tiem po esta asociación se convierte
en institución pública y de h ech o en la nueva fo rm a políti­
ca de la ciudad. Sobreviven, a veces, las antiguas a u to rid a­
des y, a u n q u e la c o m u n a las reconoce com o tales, su p o d e r
efectivo h a p e rd id o fuerza, apenas tie n e n el prestigio de la
trad ició n y el afecto. M uchas com unas reco n o ciero n tam ­
b ién la lejana a u to rid a d del em perador, p ero p a ra g o b er­
n a r la ciudad, n o se lo tom ó en cuenta.
G o b ie rn o co m unal in d ep e n d ien te , m ilitarm en te apoya­
do sobre u n a organización c iu d ad an a fo rm ad a p o r trabaja­
d o res m anuales. Todos aquellos que p o r su ig n o ran cia no
p o d ía n te n e r fu n cio n es públicas directivas eran m iem bros
activos del ejército m unicipal. La aparien cia del régim en
h acía p e n sar en u n a dem ocracia, a u n q u e en verdad se tra­
taba de u n a o ligarquía con apoyo o n o de las clases bajas.
V enecia constituyó m uy p ro n to u n a v erd ad era aristocracia
com ercial. La vida rea lm e n te m agnífica de estos m ercad e­
res d u e ñ o s del A driático y el com ercio con O rien te excede
las posibilidades de u n a oligarquía burguesa. Los venecia­
nos h iciero n del com ercio u n im perio y de la existencia
c iu d a d a n a u n a rte refin ad o y sutil. H acer de Venecia u n a
ciu d ad b u rg u esa com o las flam encas es no h a b e rla visto
b ien o c arecer de sensibilidad p a ra p ercibir la grandeza.
Las asociaciones privadas p a ra fo rm a r los consejos de la
c o m u n a se rec lu ta ro n e n tre g e n te im p o rta n te de las n u e ­
vas clases y siem pre co n serv aro n el carácter u n poco cerra­
do de su p rim e ra organización. U n a de las dificultades in­
m ediatas e n fre n ta d a s p o r los g o b iern o s com unales fue la
relació n con el cam po en to rn o a la ciu d ad y del cual de­
1014 R U B E N C ALDERON B O U C H E T

p e n d ía el abastecim iento del bu rg o . Las tierras estaban to­


davía e n m anos de señores feudales y la co m u n a entabló
c o n tra éstos u n a larga lu ch a q u e de pleito en triquiñuela,
tran sfo rm ó la situación del an tig u o am o en la de u n vasa­
llo co m u n al obligado a ser el je fe m ilitar de sus huestes. Se
rec o n o c ía a los n o bles la a p titu d in n eg ab le p a ra el m anejo
de las arm as. Los m iem bros del consejo com unal, astutos
com o pocos, n o q u e ría n p e rd e r esta capacidad p a ra su p ro ­
pio beneficio.
S ería u n poco in g e n u o p e n sa r en u n a revolución liber­
ta d o ra h e c h a sobre la base de algunos santo y seña subver­
sivos. L a lu c h a c o n tra los feudales fue m enos ro m á n tic a y
tuvo p e rip e cia s sórdidas y divertidas. El p rim e r paso trató
d e a fectar a los señ o res en sus intereses com erciales, se les
p ro h ib ió in te rv e n ir en los negocios de la c o m u n a y n in ­
g ú n h a b ita n te de la m u n ic ip a lid a d p o d ía c o n tra e r con
ellos lazos de vasallaje. C u an d o el se ñ o r sintió los efectos
del asedio eco n ó m ico , el consejo se ofreció a co m p rarle
las tie rra s o in tro d u jo en la ad m in istració n de los b ienes
del d o m in io algunos adictos a la c o m u n a q u e e n re d a b a n
a p ro p ó sito los asuntos financieros del feu d o p a ra a p re su ­
ra r su d e rro ta . C u a n d o todos estos e x p e d ie n te s fracasa­
b an , la c o m u n a , con u n p rete x to cu alq u iera, llevaba gue­
r r a c o n tra el se ñ o r y tra tab a m ed ia n te razzias sistem áticas
de llevarlo a u n a n eg o ciació n de paz q u e lo p u siera a dis­
posición del consejo com unal. C u an d o el se ñ o r h a sido
oblig ad o a fijar dom icilio en la ciu d ad y establecerse en
u n a m an sió n d ig n a de su n o m b re , el m u n icip io fija los im ­
p u esto s o en su defecto las obligaciones que tiene p a ra
con él. El an tig u o se ñ o r feu d al es a h o ra u n vasallo de la
co m u n a.
LA CIUDAD CRISTIANA 1015

T oda te n d e n c ia al fraccionam iento político tiene su


c o n tra p a rtid a centralizadora. Los señores feudales recaba­
b a n del rey o del e m p e ra d o r el reco n o cim ien to de sus li­
bertad es, p e ro o b rab a n com o un p o d e r cen tral respecto a
sus vasallos. La m o n a rq u ía p ro cu ró co rre g ir la dispersión
feudal y al m ism o tiem p o subrayó con énfasis el valor de la
n ación. El m ovim iento com unal, regionalista y refractario
a la constitución de u n a Italia unida, absorbió las form as lo­
cales del feudalism o y a todos los p eq u eñ o s m unicipios del
país d o m in ad o p o r la ciudad capital.

L a s g u e r r a s c o m u n a l e s y e l im p e r io

Italia, frac c io n a d a en m ovedizo m osaico de com unas,


cayó e n el vicio c o rre sp o n d ie n te a su excesiva división y
p ro n to se vio envuelta en u n a p e re n n e reyerta de m unici­
pios. Se lu ch a b a p o r la rectificación de fronteras m al esta­
blecidas, p o r heg em o n ías com erciales, p o r la posesión de
p red io s aptos p a ra la agricultura, p o r cam pos de forraje,
p o r posiciones favorables sobre ru tas com erciales, etc. Este
caos bélico de dim ensiones cantonales no destruyó el im ­
pulso progresivo del esfuerzo económ ico y fue p erfecta­
m en te com patible con u n com ercio lleno de activa co m p e­
tencia. Fue en el sector de la vida com unal d o n d e p ro n to
se descubrió otro m otivo de fricción e n tre las ciudades,
pues cada u n a de ellas im p o n ía u n d e re c h o de peaje a las
m ercad erías que pasaban p o r su territo rio y se h acía m e­
n e ste r p o se er u n p erfecto dom inio sobre las principales ru ­
tas de com ercio p a ra evitar encarecim ientos inútiles en la
m ercadería.
1016 R U B E N CALD ER O N B O U C H E T

F lorencia, ciudad m ed ite rrá n e a , n o p o d ía vivir si no do­


m in a b a el cam ino hacia R om a y el mar. P ero la vía ro m an a
estaba c e rra d a p o r Siena y Arezzo y la e n tra d a al m ar p o r
Pisa. Florencia estaba geográficam ente destinada a lu ch ar
c o n tra esas tres ciudades.
P o r su p a rte Pisa p elea c o n tra Luca p o r el d om inio de la
ru ta q u e va a P lacencia y p erm ite la llegada de las carava­
nas p ro v en ien tes del n o rte. En las llanuras del Po querellan
p o r los pasos alpinos, p o r las g randes carreteras hacia Ve­
n ecia y G énova, p o r el co n tro l de las calles de los A peninos,
p o r la posesión de las estaciones sobre el Po y sus afluentes.
M ilán com bate c o n tra Com o y d eclara su e te rn o odio a Pa­
vía y Lodi p o rq u e im p id en llegar al Po.
T odos éstos son m otivos sórdidos de g u e rra com ercial,
p e ro el fu erte co n d im e n to de la pasión italiana les da u n sa­
b o r a rd ie n te , d o n d e se p ierd e u n poco el carácter m ezqui­
n o de la causa. La Italia m edieval está teñ id a con los vivos
colores de esta gresca inextinguible.
En m edio del com bate no faltan los q u e su eñ an con la
a n tig u a u n id a d y están dispuestos a p e d ir a las fuerzas ex­
tranjeras la solución del p ro b lem a patrio. Esta ilusión,
c u a n d o n o h a estado insp irad a en m otivos venales, h a mos­
tra d o siem pre su p o b reza política y sus decep cio n an tes re­
sultados. Este pésim o sistem a h a fo rm ad o p a rte del difícil
equilibrio de Italia. La im paciencia provocada p o r la divi­
sión in te rio r y las g u erras civiles hace ver la realid ad con co­
lores som bríos y nos advierten, en el fragor de los com ba­
tes, sobre la in ten sid ad de la vida económ ica.
“Todas las leyes civiles son violadas — escribe u n co n tem ­
p o rá n e o — . La p a la b ra está en las arm as; las ciudades veci­
nas se d esg arran re c íp ro c a m e n te ”.
LA CIUDAD CRISTIANA 1017

Los irascibles ciu d ad an o s de L odi en g u e rra c o n tra Mi­


lán; el p rín c ip e d e C apua y el p ap a c o n tra el rey de Sicilia.
El sum o p ontífice pid e la in terv en ció n del e m p e ra d o r Fe­
d erico I llam ado B arb arro ja p a ra expulsar de la C iudad
E te rn a a A rn ald o de B rescia que la h a convertido e n re p ú ­
blica. Las tro p as im periales fra n q u e a n los Alpes y an te su
sola p rese n c ia el p u e b lo ro m an o se levanta c o n tra A rnal­
do y, luego d e so m eterlo a suplicio, a rro ja su c u e rp o al Tí-
ber. P ero la m u e rte de A rnaldo y los precarios triunfos del
e m p e ra d o r sobre algunas ciudades italianas no h acen ce­
sar el m ovim iento com unal. Al fin el e m p e ra d o r lo rec o n o ­
ce y bajo la fo rm a de u n privilegio im perial, o to rg a d o en
C o n stan za en 1183, las ciudades italianas re to rn a n a la si­
tu ació n a n te rio r al conflicto q u e provocó la llegada de los
im periales.
Es u n triu n fo del localism o y u n a m uestra evidente de la
vitalidad del sistem a rep u b lican o en Italia. El p erío d o en tre
la paz de C onstanza y los p rim ero s pasos del rein ad o de Fe­
derico II (1215) se caracteriza p o r el desarrollo ex trao rd i­
n a rio de las ciudades italianas bajo las oligarquías m unici­
pales. M ó d en a extien d e sus m urallas en 1180; Padua, en
1195; M ilán h a pasado los cien m il habitantes; Florencia,
G énova y Venecia encabezan la g ran d eza de sus respectivas
reg io n es y el p a p a concluye p o r re c o n o c e r el g o b iern o co­
m u n al de las ciudades rom añolas y de la U m bría.
Las com unas italianas m arcan vigorosam ente el ascenso
de la b u rg u esía y, ju n to al vigor com ercial, u n acento re­
su eltam en te h erético e m p a ñ a la actitud de este nuevo esta­
m en to . La Iglesia se siente alarm ad a p o r el p ensam iento de
las nuevas repúblicas y ataca resu eltam en te el m al en su
raíz intelectual y en sus efectos sociales. Los franciscanos y
1018 R U BE N CALD ER O N B O U C H E T

los dom inicos serán los encargados de d e fe n d e r el pensa­


m ien to y la c o n d u c ta cristiana fren te a estos p rim eros am a­
gos de defección. P ero el to n o de la vida es fu erte, intenso,
y so lam en te en la a n tig u a G recia se h a visto u n m ovim ien­
to cu ltu ral com parable al de F lorencia o Venecia.

N u e s t r a v is ió n d e l a s c o r p o r a c io n e s d e o f ic io s

El esfuerzo p a ra realizar u n régim en corporativo capaz


de p o n e r térm in o a la subversión desatada p o r el m arxism o
in te rn ac io n al y al p red o m in io político de las oligarquías fi­
n an cieras llevó a los católicos sociales del g ru p o de La T our
d u Pin y A lbert de M un a resucitar el rec u e rd o de las anti­
guas co rp o racio n es m edievales. Más ad elante G abriel d ’An­
nu n zio en C arn aro y B enito M ussolini en la Italia facista
p u sie ro n en práctica, con éxito desigual, u n sistem a c o rp o ­
rativo ad ap tad o a las exigencias de la época, p ara salvar la
u n id a d italiana de la fuerza destructiva de la revolución.
Es in d u d ab le, en am bos in te n to s de reco n stru cció n , el
sello ocasional y sistem ático del siglo tan opuesto a la vi­
viente esp o n ta n e id a d de la E dad M edia. Precisam ente es su
carácter c o n tra rio a todo espíritu de sistem a lo que da, al
m u n d o m edieval, la terrible vivacidad de sus m ovim ientos.
Estam os hab itu ad o s a rep re sen ta rn o s la cristiandad dom i­
n a d a p o r u n a su erte de platonism o ejem p laristay decidida­
m en te o p u esto a la m e n o r veleidad de cam bio. N ada más
ajeno a la realid ad sociopolítica de ese p erío d o histórico.
La im agen de u n o rd e n fijo e inam ovible viene sugerida
p o r el carácter paradigm ático e te rn o del objeto del saber
LA CIUDAD CRISTIANA 1019

teológico y la visión teocéntrica del m u n d o inspirada p o r


su cultura. La vida m edieval conoció u n fin y u n a te n d e n ­
cia in sp irad o ra única: el R eino de Dios, p e ro ¡cuánta diver­
sidad y qué riqueza e n los m ovim ientos accidentales p ara
lograrlo!
U n especialista e n los estudios sobre las corporaciones
en Francia, Em ile C o o rn a e rt, nos dice respecto al régim en
laboral de la E dad M edia: “la im agen que surge de la fre­
cu en tació n de los antigu os cuerpos de oficio es u n a im agen
confusa, m arcad a c o n colores distintos. Lo digo de la pri­
m e ra hasta la ú ltim a página de este libro: las corporaciones
a p a re c en com o realidades sociales com plejas, pasablem en­
te diversas, m ovientes y cam biantes” 15°.
S ostener la existencia de u n régim en de trabajo único
p a ra to d a la cristiandad es ced er a u n a ten tació n racionalis­
ta y su p o n e r la sociedad de la E dad M edia basada en u n a
ideología de fac tu ra lógica. La palabra m ism a, co rp o ració n
de oficios, es u n té rm in o creado con el propósito de dar
u n a u n id a d designativa a las m uchas m aneras de n o m b ra r
las co m u n id ad es de trabajo q u e tuvo la E dad M edia.
Seguirem os e n sus líneas gen erales el libro de C oor­
n a e rt p a ra d a r u n a id ea de la com plejidad del p ro b lem a y
señ alar los rasgos fu n d am en tales del rég im en laboral.
C o o rn a e rt confiesa q u e d u ran te u n tiem po, especialm ente
en los com ienzos de su carrera, vio las discrepancias en to r­
n o al tem a de las co rp o racio n es com o si n acieran de los di­
versos p u n to s de vista adoptados p o r los investigadores. U n
estudio m ás d e te n id o lo puso fre n te a la efectiva variedad

150. Em ile C oornaert, Les Corporations en France, Paris, Les Editions


Ouvrières, 1968.
1020 R U B E N C ALDERON B O U C H E T

de lo real: “C om o tantas otras de nuestras instituciones, los


cu adros corporativos se fo rm a ro n al com pás de las necesi­
dades, de las exigencias de co n ju n to , p ero tam bién según
las reacciones y los estím ulos regionales o locales de las
provincias. Com o sucede con tantos m o n u m en to s del pasa­
do, cada siglo h a a ñ a d id o sus construcciones propias, m a­
n e ja n d o a su m odo las q u e ya existían”.
N ad a de rég im en laboral a la m o d ern a: ciertas te n d e n ­
cias sociales inspiradas en necesidades com unes y u n a va­
ria d a m ultiplicidad de soluciones dadas, en cada caso, de
a c u erd o con la m o d alid ad del país o la com arca. Esto expli­
ca suficien tem en te las dificultades p a ra p ercibir los rasgos
g en erales del sistem a corporativo. U n verd ad ero especialis­
ta suele lim itar sus estudios a u n cam po m uy restringido de
investigación e, ig n o ra n d o lo que p u d o acaecer en otros te­
rre n o s, se n ieg a al ju e g o de las fáciles generalizaciones.
C o o rn a e rt m ism o, con ser u n o de los m ejores conoce­
dores del tem a, lim ita su investigación a F rancia y advierte
el carácter precario de su síntesis p o r la m ultiplicidad de si­
tuaciones existentes en el te rre n o elegido.
U n p rim e r paso p a ra el estudio del régim en corporativo
es e x am in ar el alcance del térm in o co rp o ració n y luego
e n u m e ra r los elem entos com unes. Se im p o n e u n a división
inicial: h u b o co rp o racio n es nacidas e sp o n tá n e am e n te del
trabajo m ism o y las h u b o im puestas p o r exigencias de los
m unicipios. A estas últim as se las suele llam ar corporacio­
nes de Estado.
R especto a las asociaciones espontáneas de trabajadores
se p u e d e p re g u n ta r si fu ero n exclusivam ente m edievales o
bien resu citaro n form as an terio res a este p erío d o histórico.
¿La e sp o n ta n e id a d de su crecim iento fue tan absoluta co­
LA CIUDAD CRISTIANA 1021

m o p arece o estuvo ligada, en alg u n a m an era, a los p o d e­


res políticos? ¿F ueron asociaciones religiosas o su único in­
terés fue la p ro tecció n de los trabajadores y la distribución
de la producción?
A sociaciones religiosas de trabajadores existieron siem ­
pre. El m u n d o p ag an o conoció form as de g ru p o s com uni­
tarios de artesanos d o n d e los intereses religiosos estaban
conjugados con las tradiciones técnicas. R especto a la rela­
ción de las co rp o racio n es y el p o d e r político, la d o c u m e n ­
tación existente deja observar situaciones m uy diversas. La
organización m u n icip al y la corporativa tuvieron desde el
com ienzo u n a vinculación m uy estrecha. El p o d e r en m u­
chas ciu d ad es estuvo ligado a la fuerza de las corporaciones
d e co m ercian tes e industriales.
La ú ltim a p re g u n ta req u iere u n a respuesta co ndiciona­
d a a todo lo expuesto sobre u n a sociedad fu n d a d a en la re ­
ligión. El E stado laico es u n fen ó m en o m o d ern o . En el
m u n d o pagano, h e b re o o cristiano, to d a asociación ten ía
u n carácter sacral. La distinción e n tre sagrado y p rofano
e ra apenas discernible. El m u n d o m o d ern o , c o n o c ed o r de
u n a en c arn iz a d a lu ch a social, vio en las corporaciones de
oficio u n tipo de organización capaz de p o n e r fin a la gue­
r r a e n tre las clases. La in te n c ió n fue b u e n a , p ero tropeza­
b a con u n a dificultad: el cristianism o h a b ía m u erto en la fe
p o p u la r y u n re to rn o al o rd e n m edieval n o e ra posible. La
T o u r d u Pin so ñ ab a con la resu rrecció n de las co rporacio­
nes p a ra rem e d ia r los d esó rd en es p roducidos p o r la usura:
“P o r efecto de la u su ra — escribía— , al m aravilloso d esarro ­
llo de los in stru m e n to s de trabajo y al p erfeccio n am ien to
d e los p ro ced im ien to s técnicos n o co rre sp o n d e tan pro ­
porcio n al crecim iento del bien estar de los obreros, cultiva­
1022 R U B E N CALD ER O N B O U C H E T

d o res y otros trabajadores q u e no p u e d e n h a c er usura, sino


a cuyas expensas la u su ra p u e d e p ro sp e ra r” 151.
El rem e d io e ra la organización corporativa, p o rq u e h a ­
cía al o b rero d u e ñ o de sus h e rra m ie n ta s y partícip e a títu­
lo de in teresad o en la distribución de los p ro d u cto s de su
labor. La T our du P in n o creía conveniente la im pulsión de
tales asociaciones a p a rtir del Estado: “Es necesario que la
co rp o ració n posea u n p o d e r de ju risd icció n sobre sus m e­
dios y de rep re sen ta ció n a n te el p o d e r público, sin d e p e n ­
d e n c ia in m e d ia ta de é l” 152.
D ado el e n o rm e p o d e r de la m o d e rn a organización es­
tatal, M arx consideró u tó p ic a la posibilidad de co m u n id a­
des o b reras de este tipo, antes h a b ía que tom ar el Estado y
luego usar su terrib le fu erza p ara abolir las condiciones so­
cioeconóm icas del capitalism o. El e rro r m arxista es creer al
Estado u n a su p e re stru c tu ra d e p e n d ie n te de u n a organiza­
ción socioeconóm ica d e te rm in a d a y no u n in stru m e n to del
p o d e r en cuyas m anos el m arxism o p o n e todos los recursos
de la sociedad. C u an d o la revolución haya abolido todos
los c o n tra p o d ere s existentes, el Estado será todavía m ás po­
deroso y m ás raquíticas las voluntades p a ra com batirlo.
La T o u r d u Pin soñó con u n a E dad M edia sin conflictos
sociales y, sin q u erer, deslizó en su co n cep to de co rp o ra­
ción de oficios m ejores in ten cio n es que conocim ientos.
Las co rp o racio n es m edievales d e fe n d iero n efectivam en­
te a los trabajadores de u n a g u e rra social im placable y d u ­

151. Albert Carreau, Les Voix dans le Désert, Paris, Les Editions du Cèdre,
1963, pág. 112.
152. Ibidem.
LA CIUDAD CRISTIANA 1023

ra n te la E dad M o d e rn a se o p usieron m uchas veces con éxi­


to a la em p resa capitalista exclusivam ente o rie n tad a a u n a
e c o n o m ía de lucro, p e ro no conviene idealizarlas y creer
q u e lo g raro n u n a a rm o n ía en tre pobres y ricos m uy difícil
de conseguir en este bajo m undo.
H u b o co rp o racio n es pobres y corporaciones ricas y no
hace falta u n genio especialm ente revolucionario p a ra ad­
v ertir q u e las segundas d o m in ab an h a b itu a lm e n te a las pri­
m eras. Las ciudades italianas tuvieron u n a vida sindical lo
b astan te revuelta p a ra q u itar las ilusiones de u n a bucólica
paz corporativa.

L O S OFICIOS Y SUS CORPORACIONES

El n o m b re de co rp o ració n im puesto a u n a asociación


artesan al es relativam ente nuevo. La p alab ra fue usual en
In g la te rra y rec ién en el siglo XVIII tuvo su carta de ciuda­
d a n ía en Francia. Los ingleses d iero n el n o m b re de corpora­
tion a ciertas asociaciones financieras con fines de explota­
ción capitalista, com o la C om p añ ía de las Indias y el Banco
de L ondres. Las viejas palabras latinas p ara designar las so­
ciedades de trabajadores e ra n m uchas y cada u n a de ellas
c o n n o ta b a m atices diferentes. H u b o cofradías, caridades,
fratern id ad es, gildas, hansas, oficios, colegios, universida­
des, escuelas, com unidades, cuerpos de co m u n id ad , cu er­
pos de oficio, m aestranzas y ju ra n d a s.
La cofradía es n o m b re religioso y, com o la caridad, reve­
la u n a asociación p a rticu la rm e n te devota, p ero su actividad
no estaba lim itada al ejercicio de la piedad, tam bién trata­
1024 R U BE N C ALDERON B O U C H E T

ba asuntos relacionados con los intereses laborales de sus


m iem bros. El térm in o d u ró e n Francia hasta la revolución
del ’89; e n E spaña se usa todavía p ero aplicada a u n a ag ru ­
p ació n parroquial.
L a caridad y la fra te rn id a d estaban d irectam en te rela­
cionadas con la d efensa de los intereses obreros, p ero d e n ­
tro de u n a asociación de tipo religioso. Las gildas y las han-
sas, q u e son palabras g erm ánicas p a ra designar sociedades
com erciales, llegan con ese n o m b re hasta los siglos XIV y
XVI respectivam ente y luego desaparecen del lenguaje co­
m ú n , p a ra ser reem plazadas p o r otros térm inos.
C ada vocablo tie n e su p ro p ia h isto ria y, com o advierte
C o o rn a e rt, los m ás precisos resp ecto a las asociaciones de
trabajo son los oficios, m aestranzas y ju ra n d a s. La ú ltim a
p a la b ra d e sig n a u n a c o rp o ra c ió n de compañeros con p ro ­
pósitos de resisten cia fre n te a las p rete n sio n e s de los maes­
tros. Los compañeros son o b rero s m an u ales sin resid en cia fi­
j a e n la casa del m aestro y cuya situación les im pide e n tra r
com o oficiales. T rab ajad o res e rra n te s, van de u n a ciu d ad
a o tra y e je rce n su oficio en los talleres dirigidos p o r los
m aestros. Su falta d e posibilidades o de in te rés n o les p er­
m ite instalarse com o m aestros. Esta situación n o es fatal:
u n cam bio favorable p u e d e fijarlos en u n a ciu d ad y to m ar
estado.
Los autores m edievales em plean con frecuencia los tér­
m inos corpus, universitas, comunitas, collegium, societas, consor­
tium y schola p ara n o m b ra r los g ru p o s profesionales. La pa­
lab ra universitas q u ed ó p a ra ser especialm ente aplicada a
las ag ru p acio n es de estudio, p ero la E dad M edia la usó
tam b ién p a ra otros g ru p o s o p ara aplicarlo al cuerpo en te­
ro de las co rp o racio n es d e n tro del m unicipio.
LA CIUDAD CRISTIANA 1025

Los n o m b re s son éstos, p ero n o se conoce un estatuto


fo rm al ni u n a d o c trin a c o h e re n te p a ra re g u la r tales asocia­
ciones. U n a p rim e ra distinción capaz de fu n d a r u n a leve
e sp eran za clasificadora es el carácter ju ra m e n ta d o o libre
de la asociación corporativa. Las ju ra m e n ta d a s están for­
m adas p o r artesan o s e n pie de igualdad y q u e gozan, d e n ­
tro de la ciudad, de u n m o n o p o lio com ún. Las c o rp o racio ­
nes libres p a re c e n h a b e r ten id o estatutos m enos estrictos
y sus m iem b ro s d isp o n ían con m ás lib e rta d de sus tareas y
de sus p ro d u cto s. La ten d en cia, cada vez m ás m arcad a en
la E d ad M o d ern a, fue la de d o ta r a las co rp o racio n es libres
de reg lam en to s m ás severos.
Las ju ra n d a s o corporaciones ju ra m en ta d as ten ían p er­
sonalidad juríd ica: p o d ían poseer, litigar, disp o n er de sus
b ienes m uebles e inm uebles y d e fe n d e r sus asociados ante
los jueces. El ju ra m e n to era obligatorio para los m aestros,
p e ro n o p a ra los grados inferiores del oficio: aprendices, ofi­
ciales y com pañeros. Los m aestros po d ían convocar a todos
los asociados p a ra tra tar en asam blea asuntos de interés co­
m ún. A veces esas asam bleas corporativas eran convocadas
p o r los delegados del p o d e r público, en especial cuando los
intereses del grem io se vinculan con los de la ciudad.
Las co rp o racio n es de oficios legalizadas ten ían u n jefe
elegido p o r sus iguales y éste disponía de u n guardasellos
com o secretario. El je fe controla, ju n to con u n g ru p o de
m aestros designados p o r él, la fabricación y el tipo general
de los p roductos. Los p an ad ero s de París exam inaban el
peso de los panes fabricados y establecían el precio y la can­
tidad de a c u erd o con las exigencias del m ercado.
A lgunas co rporaciones, en varias localidades y d u ran te
cierto tiem po, exigían, p o r parte del oficial aspirante a
1026 R U B E N C ALDERON B O U C H E T

m aestro, la p ro d u cció n de u n a o b ra que le p e rm itía el ac­


ceso a la categoría superior. El trabajo d eb ía hacerse en un
lugar especial y bajo la supervisión de los m iem bros más
im p o rta n tes de la co rporación. E ra p ru e b a de m adurez y
com petencia.
M uchas co rp o ra c io n e s de oficio tuvieron d e re c h o al
m o n o p o lio . Este d e re c h o se refe ría en p rim e r lu g ar al
m aestro: n o se p o d ía e je rce r u n oficio si no se p e rte n e c ía
a la asociación respectiva. P ara o b te n e r el privilegio d eb ía
pagarse, e n c o n c ep to de inscripción, u n a sum a d e te rm in a ­
da. La co rp o ra c ió n aseguraba al nuevo c o m p o n e n te u n te­
rrito rio d o n d e p o d ía ejercer su oficio sin com petencia. La
c o m p etició n en m ate ria de precios n o se conocía y e ra fal­
ta grave c o b ra r u n precio in fe rio r a lo estipulado p o r la
co rp o ració n .
“Parece claro — co n fo rm a C o o rn a e rt— que las socieda­
des reglam entadas, bajo cualquier fo rm a que lo fu eren , se
c o n fu n d ía n en u n c o n ju n to m uy h e te ro g én e o y se distin­
g u ían, a n te los ojos de quienes aspiraban a la lib ertad de
trabajo, p o r o p o n e rse a la iniciativa individual.” La Edad
M o d e rn a conoció los ataques llevados p o r los em presarios
capitalistas co n tra esta organización. Los reyes d e fe n d iero n
las corporaciones de oficio y recién con el triunfo definiti­
vo de los p o d eres financieros d u ra n te la R evolución Fran­
cesa, las asociaciones artesanales fu ero n disueltas p ara
siem pre.
Los rasgos señalados sin m ayor precisión p e rm ite n ade­
lan ta r esta definición: son g ru p o s económ icos de derech o
casi público que p u e d e n som eter a sus m iem bros a u n a dis­
ciplina colectiva p a ra el ejercicio de su profesión. Existe
o tro aspecto en las corporaciones de oficio capaz de h acer
LA CIUDAD CRISTIANA 1027

p e rd e r la paciencia a u n b u scad o r de rasgos ju ríd ico s p re ­


cisos. Hay co rp o racio n es de u n solo oficio y las hay que
a g ru p a n varios. Estas últim as p ro liferaro n e n la p rim era
e ta p a del capitalism o, pues asociaban m aestros artesanos
con los distribuidores y com erciantes de u n p ro d u cto de­
term in a d o .

A s p e c t o h is t ó r ic o

N oticias concretas de la aparición de estas corporacio­


nes en el O ccid en te cristiano se tien en a p a rtir del siglo XI.
S uponem os, sobre base sólida, su existencia anterior, p ero
n o se las conoce con testim onios docum entales en la m ano,
Los albañiles de París p re te n d ía n te n e r privilegios acorda­
dos p o r P ipino el Breve y quizá sea cierto, p ero la re fe re n ­
cia aparece en Le Livre des Métiers d u ran te la época de San
Luis, es d ecir en el siglo XIII. La E dad M edia consideraba
el ab o len g o en sus m anifestaciones m ás m odestas y ren d ía
h o m en a je a la a n tig ü e d ad de sus justos títulos.
C o o rn a e rt a n o ta q u e todo sucede com o si las co rp o ra­
ciones de oficios de la antigua R om a h u b iera n sobrevivido
a la d ecad en cia del m u n d o antiguo p ro lo n g án d o se d u ra n ­
te la E dad M edia, p o r eso no le llam a la aten ció n que las
co rp o racio n es de L anguedoc y Provenza re m o n te n el ori­
gen de sus estatutos hasta la an tig ü ed ad rom ana. Según el
Statuta Massilie red actad o en el siglo XII, la ciudad de M ar­
sella co n ta b a con cien jefes de oficios, cuya elección se ha­
cía bajo condiciones b ien establecidas p o r los usos. Estos je ­
fes grem iales ju g a b a n u n im p o rta n te papel en el g o b iern o
1028 R U B E N CALD ER O N B O U C H E T

y adm inistración de la ciudad. M arsella, com o p u e rto de


m ar, te n ía en el grem io de los pescadores la m ás fu erte y
n u m ero sa de sus corporaciones. Esta poseía u n estatuto j u ­
rídico especial y gozaba de u n a serie de privilegios y liber­
tades confirm ados sin retáceos p o r los señores feudales y
m ás adelan te p o r los reyes de Francia.
M ontpellier, c u n a de A ugusto C om te, ten ía tam bién
u n a an tiquísim a organización grem ial y los oficios estaban
divididos en siete escalas c o rresp o n d ien tes a los cuadros
m ilitares de la ciudad. Esto significa que el o rd e n policial
del m u n icip io estaba en m anos de los grem ios. Los jefes de
las co rporaciones, p o r u n sistem a co m binado de elección y
sorteo, elegían sus cónsules y a través de ellos in terv en ían
decisivam ente en la adm inistración de la ciudad.
E n el sur de Francia, com o en las ciudades italianas, no
h u b o solución de co n tin u id a d e n tre el régim en m unicipal
ro m a n o y el m edieval. Esto explica, quizá, la co n tin u id ad
del sistem a corporativo. Conviene, no obstante, señalar la
im p o rta n c ia del e lem en to cristiano, si no en la organiza­
ción p o r lo m enos en el espíritu de las nuevas asociaciones.
U n fo n d o de devoción religiosa co m ú n y asistencia m u tu a
le d a b a el carácter de u n a ag ru p ació n eclesiástica de la ép o ­
ca de las persecuciones. N o es difícil que la Iglesia haya si­
do el vínculo más fu erte de estas corporaciones.
C ada oficio tuvo su santo p a tro n o , au tén tico o legenda­
rio, colocado p o r la Iglesia en lugar del antiguo dios paga­
no. El re c u e rd o de devociones antiguas se m an te n ía en las
derivaciones orgiásticas de algunas festividades. La Iglesia
m antuvo especial vigilancia p a ra evitar que las reu n io n es
báquicas de los cofrades term in a ra n en bárbaros desafíos a
beber.
LA CIUDAD CRISTIANA 1029

En la ép o ca carolingia se co n o ciero n gildas para asegu­


ra r a sus asociados c o n tra incendios y naufragios. En el si­
glo XI, tiem po de d e so rd e n y an arq u ía, estas asociaciones
d e fe n d ían a sus m iem bros co n tra las ban d as de d elin cu en ­
tes. Se p u e d e decir, de tales organizaciones, q u e agrupadas
en to rn o a los obispos fu ero n elem entos esp o n tán eo s y só­
lidos de organización social, c u an d o la a u to rid ad política y
m ilitar desfallecía.
R eorganizadas a base de principios cristianos, las c o rp o ­
racio n es de oficios resucitaban antiguas form as sociales y
m uchas d e ellas p ro lo n g a ro n m odos co m unitarios de la
Iglesia prim itiva. O tras, en cam bio, tuvieron su o rig en en
exigencias im puestas p o r la organización señorial de la so­
c ied ad y se fo rm a ro n en los talleres de los castillos y los
m onasterios. C om o el vínculo espiritual de estas organiza­
ciones e ra la fe co m ú n , p o d em o s a firm ar q u e fu ero n p ro ­
yecciones de la in te n sa sociabilidad parro q u ial.
La necesidad de abastecer la vida del d om inio obligó a
los trab ajad o res a organizarse conform e a sus oficios y
a c ep ta r com o je fe u n m aestro p a ra establecer lazos con el
se ñ o r o el obispo. Estas co rp o racio n es distribuidas en luga­
res especiales, calles, vicos, plazas o patios, pagaban u n im ­
pu esto e n p ro d u cto s p a ra re trib u ir la pro tecció n oto rg ad a
p o r las au to rid ad es políticas. La reg lam en tació n del traba­
jo se hace m ás estricta cu an to m ayor el n ú m e ro de asocia­
dos. El g o b iern o , re p re sen ta d o p o r u n p reb o ste y cuatro
m aestros artesanos, inspecciona y vigila la c o rrecta in te r­
p retació n de las ord en an zas respecto a la cantidad y cali­
d ad de los p ro d u cto s m anufacturados.
P ara las co rp o racio n es de oficio no hay u n solo origen;
éste difiere com o se diversifican sus reglas, sus estatutos y
1030 R U B E N C ALDERON B O U C H E T

sus costum bres. El siglo X conoce u n ren acim ien to del tra­
bajo y u n a a c en tu a d a te n d e n c ia a la reglam entación de su
ejercicio.

L O S CAMBIOS EN LA VIDA CORPORATIVA

H asta el siglo XI la organización corporativa es floja e


im precisa. O b ed ece a m ovim ientos m ás o m enos espontá­
neos p e ro sin contactos efectivos e n tre ellos. A p a rtir del si­
glo XIII estas asociaciones se m ultiplican y o b ed ecen a un
ritm o im puesto p o r la e stru c tu ra políticam ente m ás o rd e ­
n a d a del siglo.
C onviene re te n e r u n concepto: no todas las corporacio­
nes de oficio tuvieron b u en as in ten cio n es sociales. Las h u ­
bo de m uy m ala ín d o le d o n d e se asociaron, con propósitos
lucrativos, g ru p o s de com erciantes bastante parecidos a
bandidos: “h o m b re s duros, prestam istas de m ala fe, p e rju ­
ros y a d ú lte ro s”, dicen las crónicas de la época cu a n d o se
refieren a tales sociedades. T ien en estatutos pintorescos
d o n d e se c o m p ro m ete n a asistir a los b a n q u e te s periódicos
sin arm as, p a ra p o d e r em b o rrac h a rse a gusto y pelear sólo
a puñetazos y con sillas.
E n el siglo XIII la b u rg u esía se h a robustecido y sus o r­
ganizaciones com erciales e industriales se h an convertido
e n fuerzas económ icas de g ran im p o rtan cia social. En esta
atm ósfera desarrollista n acen las prim eras organizaciones
de oficios con carácter defensivo fre n te a las m ás ricas y p u ­
ja n te s. Las co rp o racio n es p o b res buscan pro tecció n en los
estatutos p a ra cu id ar intereses am enazados p o r el creci­
m ien to del capitalism o.
LA CIUDAD CRISTIANA 1031

Este reco n o cim ien to — afirm a C o o rn a e rt— m anifiesta


u n espíritu nuevo, que poco a poco g an ará la sociedad en ­
tera. A su m o d o , los cu erpos de oficio an u n cian la e n tra d a
en escena del din ero . Las corporaciones favorecidas en el
te rre n o económ ico irán to m an d o cada vez m ayor prestigio
e in fluirán decisivam ente en el cam bio de las costum bres y
en el paso de la sociedad feudal a la m o n arq u ía absoluta.
La organización corporativa se convierte en fuerza deci­
siva en el te rre n o de la política m unicipal; y quien dice el or­
d en de la ciudad, dice toda la política. El auge de las ciuda­
des lleva la h e g em o n ía del cam po a la urbe. Sobre la base
de la nueva econom ía de lucro se im p o n e el burgués com o
tipo h u m an o decisivo. Este h o m b re nuevo está dom inado
p o r intereses estrictam ente económ icos y su visión de la rea­
lidad obedece a sus inclinaciones valorativas.
C onquistadoras y dom inantes, las corporaciones obli­
gan a todos los trabajadores de u n oficio a acep tar su p ro ­
tección y sus estatutos. Im posible escapar a su control sin
verse privado de condiciones indispensables p a ra el traba­
jo . Las co rp o racio n es organizan sus m onopolios y luchan
c o n tra to d a in terv en ció n fo rá n e a a sus fueros profesiona­
les. El abuso de ciertas prerrogativas llevó a u n a lucha, d e n ­
tro del m ism o oficio, e n tre m aestros y obreros. Los obreros
se asocian a su vez e influyen sobre los m aestros, bajo am e­
naza de huelga, p a ra o b te n e r au m en to de salarios. Beau-
m anoir, n u estro conocido cronista del d e re c h o feudal, se
hace eco de esta situación y com enta respecto a tales alian­
zas de trabajadores: “Se h acen c o n tra el bien c o m ú n ...
C u an d o los o b rero s p ro m e te n o aseguran o convienen que
no trab ajarán a tan bajo precio y a u m e n tan sus salarios p o r
p ro p ia au to rid ad , se p o n e n de a cu erd o p a ra n o trabajar
1032 R U B E N C ALDERON B O U C H E T

p o r m enos y d ecid en pen alid ad es p a ra los co m pañeros que


así lo h acen , este au m e n to sobre el salario re d u n d a rá en
perjuicio de la b u e n a obra, p o rq u e será im posible hacerlo
b ien si se m an tien e el precio im puesto p o r la c o rp o ra c ió n ”.
B eau m an o ir es h o m b re de la época y en su o p in ió n se
refleja u n a in q u ie tu d c o n tem p o rán ea. El recurso a u n au­
m e n to en la can tid ad de la p ro d u cció n era im posible p o r
el tipo de h e rra m ie n ta s usadas.
Los gru p o s corporativos intervienen abiertam ente en la
política de los príncipes y éstos ven su p o d e r acrecentado
p o r el apoyo de las instituciones artesanales. En Italia el pro ­
ceso fue m ás com pleto y la historia de las p eq u eñ as repúbli­
cas m edievales está totalm ente do m in ad a p o r la lucha en tre
las corporaciones de artes m ayores co n tra las de artes m en o ­
res. E n térm in o s m ás precisos: corporaciones ricas co n tra
corporaciones pobres. En Francia las corporaciones de ofi­
cios d o m in aro n las ciudades y se u n iero n al p o d e r real para
com batir ju n to con él los resabios feudales.
La conjunción de la m o n arq u ía con las corporaciones ar­
tesanales se hizo de acuerdo con usos y costum bres feudales,
au n q u e su finalidad fue com batir el feudalism o. En Soisson,
en Toulouse, los carniceros ten ían sus puestos infeudados a
título hereditario, pues las corporaciones son personas feu­
dales y sus m iem bros están enrolados en la com plicada red
de las obligaciones feudales. Esto no im pide resistir a los
grandes señores y apoyar los poderes centrales del reino.
Al lado de las c o m u n id ad es artesanales: carpinteros, he­
rre ro s, p an ero s, sastres, carn icero s, etc., se fo rm a n otras
capaces de a g ru p a r verd ad ero s ejércitos de trabajadores.
C ristian de Troyes escribe en 1170 refirién d o se a la vida
c iu d a d a n a en la F rancia del N orte:
LA CIUDAD CRISTIANA 1033

Les places et les rues étaient


toutes pleines de bons ouvriers
qui pratiquaient divers mestiers.
Ceux ci fourbissent les épées,
les uns foulent les draps, les autres les tissent,
ceux ci les peignent, ceux là les tondent...
On eut pu et dire et croire,
qu ’en la ville ce fu t toujours foire.

No busca reflejar u n estado idílico, ni está conm ovido


p o r u n a sensibilidad especial hacia el m u n d o del trabajo;
refleja lib re m e n te la im presión p ro d u cid a p o r el movi­
m ie n to artesan al en u n observador capaz de a p reciar su vi­
talidad y su fuerza.
A fines del siglo XII las asociaciones m ás num erosas y
ec o n ó m ica m e n te fu ertes fu ero n las textiles. G randes co­
m erciantes de p añ o s m an co m u n ad o s en gildas d iero n a la
in d u stria to d a su pujanza. La lan a era com prada en Ingla­
terra, e n to n ces país p ro d u c to r de m ateria prim a, industria­
lizada en el n o rte de F rancia y en los Países Bajos, y com er­
cializada p o r todo el O ccidente cristiano. U n a re d de vastos
intereses estaba a d h e rid a a su p ro d u cc ió n y en ella se m o­
vían m iles de trabajadores, ag ru p ad o s en distintas especies
corporativas.
Favorecidas p o r u n régim en de lib ertad , las gildas co­
m erciales e industriales p ro sp erab an , n o así las corporacio­
nes m enos favorecidas p o r la suerte. Los docu m en to s de la
ép o ca se h acen eco de protestas y hab lan con elocuencia de
la m iseria re in a n te en ese vasto m u n d o del trabajo obrero.
P ro n to la p ro testa pasó a la vía de hechos y las ciudades fla­
m encas fu ero n el teatro de las prim eras luchas sociales eu-
1034 R U B E N CALD ER O N B O U C H E T

ropeas e n tre p atro n es y trabajadores. “Para restablecer la


paz — escribe C o o rn a e rt— fue necesario tom ar m edidas
d u rad e ra s y de b u e n a ley. U n a vez tom adas, esas m edidas se
e n c u a d ra rá n en u n co n ju n to reg lam en tario p o r el cual ca­
d a ciu d ad te n d e rá a d irigir su econom ía. Las m edidas fue­
ro n tom adas p o r los m agistrados m unicipales o p o r los
príncipes. El co n d e de Flandes co n stru irá poco a poco la
legislación industrial a d ecu ad a a las necesidades del m o­
m en to to m a n d o en c u e n ta las condiciones del trabajo, el
pago de salarios, la técnica, e tc .”
En este clim a d e g u e rra social provocado p o r el p rim er
esbozo de g ran industria, todos los oficios de u n a m ism a ra­
m a de p ro d u cc ió n e n tra rá n en u n com plejo sistem a corpo­
rativo q u e enlaza verticalm ente las diversas com unidades
de trabajo asociadas en la m ism a industria. Se trata de u n a
conquista de los artesanos m edievales p ero llevada a térm i­
n o con la co laboración activa y o p o rtu n a de los p o d eres po­
líticos.
Las co rp o racio n es de oficios, a p a rtir del siglo XIII, co­
n o c e n u n a c en tu a d o progreso p ero son m enos libres que
en los siglos an terio res; los estatutos son más rígidos y más
fre c u e n te la in terv en ció n del p o d e r político.

P o d e r e s p ir it u a l , p o d e r t e m p o r a l
Y PODER CORPORATIVO

El subtítulo sugiere u n a preg u n ta: ¿cuáles fu ero n las re­


laciones e n tre la Iglesia, el p o d e r tem poral y las corporacio­
nes de oficio?
LA CIUDAD CRISTIANA 1035

R espondam os p o r partes. En varios conflictos: Toulouse


en 1229, M ontpellier y Arles en 1234, C ognac en 1238 y Va­
len ce en 1248, la Iglesia advierte co n tra el carácter de las
cofradías. Llam a la ate n c ió n sobre la avidez com ercial de
algunas asociaciones, p e ro no se o p o n e a la defensa de los
intereses sociales y a las obras de caridad. Ve en las corpo­
raciones el aspecto financiero y el p red o m in io del espíritu
d e lucro poco en consonancia con los intereses espiritua­
les. P o sterio rm e n te se advierte en la Iglesia u n a h o n d a
p reo c u p a c ió n p o r llevar la espiritualidad evangélica hasta
el m u n d o del com ercio y hacerla refluir sobre las relacio­
nes de trabajo. La respuesta corporativa es ráp id a y las
g ra n d e s construcciones em p ren d id as p o r la Iglesia en los
siglos XII y X III llevan la im p ro n ta y el entusiasm o de las
cofradías en fra n c a co m p eten cia p ara levantar altares y ca­
pillas en h o n o r de sus santos patronos.
La in flu e n cia de la Iglesia sobre el p u jan te m ovim ien­
to eco n ó m ico de la b u rg u esía im p o n d rá , d u ra n te u n tiem ­
p o , u n ritm o m as se re n o y a d e c u a d o al espíritu del Evan­
gelio. San R a im u n d o de P e ñ a fo rt y los teólogos inspirados
en su d o c trin a e x tie n d e n la c e leb ració n del d o m in g o has­
ta el sábado a la tard e , p a ra so ste n e r el gusto p o r la fiesta
sa n ta y evitar excesos en el trabajo. Las co rp o ra c io n e s
p re sc rib e n el cu m p lim ien to de las fiestas de g u a rd a r y la
ex ig en cia de a b a n d o n a r la tare a los días de p re c e p to s y en
las h o ras can ó n icas d e te rm in a d a s p o r la Iglesia. El co n fe ­
sor tie n e la obligación de p re g u n ta r a u n p e n ite n te a car­
go de un taller artesanal: “Q u e tu co n cien cia m e diga si
has d ejad o el trabajo a la h o ra c o rre s p o n d ie n te el d ía sá­
b a d o , pues pasadas las doce la o b ra se a b a n d o n a h asta el
lu n e s ”.
1036 R U B E N CALD ER O N B O U C H E T

El m al llam ado sábado inglés n o es u n a conquista re­


ciente, era u n a vieja costum bre cristiana a b a n d o n ad a du­
ra n te el auge del capitalism o y reto m ad a bajo el influjo de
los m ovim ientos o b rero s m odernos.
Las obligaciones religiosas rim an la vida laboral y dan a
la lu ch a p o r el p a n la poesía de sus cantos, de sus autos sa­
cram entales, de su in te rés p o r la p erfección y la santidad
de la vida.
L a existencia grem ial en Flandes no siem pre aceptó los
lím ites de esta paz espiritual. El estam ento burg u és fue p re­
d o m in a n te y a la violencia com ercial resp o n d ió de igual
m o d o la fuerza artesanal. El resto de O ccidente conoció un
o rd e n corporativo m ás con fo rm e al desenvolvim iento de la
a rm o n ía cotidiana. La razón es sim ple. La in d u stria se m an ­
tuvo en el p e q u e ñ o taller del m aestro artesano y participó
de la vida familiar.
La p la n ta baja de la casa del m aestro re u n ía e n su ta­
lle r to d o s los in stru m e n to s de trabajo. La la b o r se realiza­
b a en co m ú n y bajo la d irecció n del m aestro. O ficiales,
a p re n d ic e s y ocasionales visitantes del m ism o oficio prove­
n ie n te s de otras ciu d ad es c o m p a rtía n la m esa y las faenas
del d u e ñ o .
Al oficio se ingresaba con el g rado de aprendiz, pero,
u n a vez adscripto a la c o rp o ració n , ésta establecía las reglas
co n fo rm e a las cuales hab ía de ajustar su conducta. El
ap re n d iz q u e d a b a en m anos del m aestro y éste era resp o n ­
sable de su fo rm ació n personal y de su educación cristiana
a n te la cofradía y la Iglesia.
“El m u ch ach o de doce a catorce años se presentaba, tras
u n breve p e río d o de p ru eb a , al m aestro más antiguo del
grem io. Este lo p o n ía en el taller de otro m aestro a cuyo la­
LA CIUDAD CRISTIANA 1037

do se ed u cab a y su stentaba com o u n m iem bro m ás de su fa­


m ilia. C o n fo rm e a las conocidas disposiciones del grem io
de carpinteros, d eb ía recib ir botas y calzones blancos, cua­
tro varas de tela gris p o r añ o p ara ro p a de diario, cuatro de
p a ñ o m ás gru eso p a ra u n abrigo, u n hacha, u n a escuadra y
u n taladro, dos cuartos sem anales de vino p a ra beber. Tas
e x h o rtacio n es de la Iglesia exigen al m aestro que lo ed u ­
q u e com o si fu era su p ro p io hijo, q u e lo ten g a e n c errad o
bajo llave, que le d é a le e r b uenos libros, q u e lo lleve a la
Iglesia y n o sea dem asiado blando cu ando se m erezca unos
azotes: sienta b ien al alm a —aseguran— y el cu erp o debe
sufrir dolo res q u e aprovechen al alm a. ”
Los estatu to s corporativos n o descuidaban nada: ro p a
c o m id a y h asta palos. T odo estaba e x p resam en te consigna­
d o y su rig u ro sa aplicación c o rría p o r c u e n ta del m aestro,
p e ro la cofradía c o n tro lab a y se h acía eco de c u alq u ier
abuso.
Pasados los años de aprendizaje, el joven se convertía en
oficial. En este nuevo grado, p o d ía solicitar, si así lo desea­
ba, la venia de la co rp o ració n p a ra h a c er u n viaje de p er­
feccionam iento. El grem io lo proveía de los co rresp o n ­
d ientes certificados y todos los m aestros del m ism o oficio
resid en tes en otras ciudades del O ccidente cristiano d e ­
b ían recibirlo en su casa com o oficial visitante.
Allí a p re n d ía cu a n to ig n o ra b a y pagaba su hospedaje
con trabajos. L uego de este p erip lo m ás o m enos largo, po­
d ía seguir de oficial en la casa del viejo m aestro o bien re­
g resar a su ciu d ad p a ra instalarse p o r su cuenta.
El oficial vivía en la casa del m aestro, p e ro a h o ra fo rm a ­
b a p a rte d el g rem io y velaba p o r los intereses de los de su
m ism a ca te g o ría fre n te a los m aestros. Estos oficiales no
1038 R U BE N C ALDERON B O U C H E T

siem p re p o d ía n a b rir un taller p o r su cu en ta, p o r eso te­


n ía n sus pro p ias h e rm a n d a d e s p a ra a te n d e r situaciones
difíciles y velar p o r su segurid ad. “Si acaso N uestro S eñor
— dice u n a o rd e n a n z a d e cofrades oficiales— afligiese a
u n oficial b u e n o y h o n ra d o con u n a e n fe rm e d a d q u e lo
invalidara p o r vida, se rá so sten id o p o r la caja de oficiales.
Si m u e re , la h e rm a n d a d m ira si es posible cobrarse con
los vestidos del m u e rto en p rim e r lugar, o con lo q u e d en
sus am igos. Si éstos n o p u e d e n pagar, p ag ará el b u e n Dios
q u e lleva p ag ad o p o r m u c h o s.”
C u an d o se estu d ia la eco n o m ía m edieval conviene re­
c o rd a r el bajo precio de los artículos de p rim e ra necesidad.
U n a espada, u n a capa, u n caballo, u n a a rm a d u ra e ra n artí­
culos caros, p e ro la alim entación no. V aldem ar Vedel re ­
c u e rd a q u e el sustento de los artesanos e ra “ein heiliges
A m p t”, u n oficio sagrado.
T odos los oficios e ra n sagrados. El m u n d o pagano los
adscribía a dioses lejanos, p erd id o s e n la a u ro ra del tiem po
m ítico. La Iglesia tuvo la p recaución de p o n erlo s en a rm o ­
n ía con el santoral, de tal m odo q u e cada artesan ía tenía
u n santo ep ó n im o . Los carp in tero s reco n o cían a San José
p o r santo p a tro n o ; los pescadores, a San Pedro; los p elete­
ros, a San J u a n Bautista; los fabricantes de peines habían
elegido p o r p ro te c to ra celeste a M aría M agdalena, p o rq u e
la p e c ad o ra a rre p e n tid a , antes de su conversión, pasaba los
días p e in a n d o su e sp lé n d id a cabellera. Los barberos, m e­
nos santos, descendían del e m p e ra d o r A ugusto y los cerve­
ceros de u n rey b o rg o ñ ó n , G am brinus. Los hortelanos, más
ilustres q u e todos, rem o n tab a n su pro g en ie hasta Adán.
Los altares c o rre sp o n d ie n te s a las diversas cofradías es­
tab an ad o rn a d o s con los colores, las divisas y los estándar-
LA CIUDAD CRISTIANA 1039

tes de la h e rm a n d a d . La im agen del santo p a tro n o presidía


sus fiestas p articulares y las procesiones, d o n d e in terv en ía
este m u n d o policrom o, abigarrado y ruidoso.
Las relaciones de las corporaciones con el p o d e r políti­
co no p u e d e n red u cirse a u n esquem a único. Variadas co­
m o la h istoria m ism a de la Edad M edia, sufren el carácter
original de cada reg ió n y de cada pueblo. En lo que respec­
ta a los reyes de Francia, su ap titu d fue siem pre favorable al
rob u stecim ien to de la vida corporativa. Esta b u e n a relación
d u ró hasta la R evolución Francesa, p ero com o la organiza­
ción corporativa de los oficios lim itaba la lib ertad de las
fuerzas capitalistas, fue abolida p o r la convención en la fa­
m osa ley La C hapelier.
Los Capetos a n im aro n el im pulso corporativo con su con­
d u cta c o n tin u ad a de sana protección. Sin e n tra r en detalles,
señalam os la influencia notable de Felipe Augusto cuando,
d u ran te su reinado, afianzó el p o d e r sobre París gracias al
apoyo prestado p o r las organizaciones artesanales co n tra las
diferentes servidum bres feudales, padecidas po r la capital
del reino. San Luis siguió su cam ino; de su tiem po data el fa­
m oso código de trabajo conocido com o El libro de los ojiaos.
N o se p u e d e c o m p re n d e r el espíritu de la é p o ca si n o se
to m a n o ta de u n h e c h o m uy significativo: la organización
corporativa tiene el status de u n a clase m ed ia y en ella tien­
de a d o m in a r u n p rincipio de verticalidad indiscutido en
o rd e n al m aestro de oficio. Los reyes buscaron su apoyo y
tra ta ro n de fo rtalecer su condición. A esta política o b ed e­
ce la designación del preboste p a ra adm inistrar las finanzas
de la ciudad y co n d u c ir las milicias artesanales.
“En este París — escribe C o o rn a e rt— que crecía al com ­
pás de la realeza y que ya desbordaba, más allá del P u en te
1040 R U B E N C ALDERON B O U C H E T

G ran d e y de los P eq u eñ o s P uentes, las orillas del S en a...,


bajo la a u to rid a d p a te rn al del santo rey, las reglas in dispen­
sables p a ra la paz social com o p a ra el progreso del p o d e r
político c re a ro n un n o tab le edificio corporativo que com ­
p re n d ía , a fines del siglo XIII, cerca de ciento cin cu en ta
oficios rep resen tad o s p o r cinco mil m aestros artesanos.”
El ejem plo de París cu n d ió con el prestigio de la m o n ar­
q u ía y m uchas ciudades de F rancia siguieron el m odelo de
su organización corporativa.
La vida de las co rp o racio n es m edievales, n o tem em os re ­
petirlo, no o b e d e ce a u n ritm o de crecim iento u niform e.
Bajo la p ro tecció n de la Iglesia en m uchas partes, co n tra
ella e n otras. C on la ayuda de los reyes en Francia, en opo­
sición a los p o d eres políticos nacionales en Italia y Flandes,
la existencia corporativa p resen ta u n cu ad ro policrom o,
m u ltico lo r y e x tre m a d a m e n te variado.
T o d a p re te n s ió n esq u em ática tro p ie za con dificultades
in te rp re ta tiv a s in su p erab les. La m ejo r m a n e ra d e estu d iar
las c o rp o ra c io n e s es, tal com o se h a h e c h o h asta a h o ra , re ­
gión p o r re g ió n y é p o c a p o r época. U n in te n to de consi­
d e ra c ió n g e n e ra l sólo es viable si se to m a en c u e n ta estos
rec a u d o s y se h m ita la in te n c ió n a unas pocas líneas p rin ­
cipales.
El o to ñ o m edieval conoció el auge de las corporaciones
com erciales e industriales. El espíritu capitalista com enza­
b a a d o m in a r las organizaciones del trabajo. P ero esa situa­
ción co rre sp o n d e a la d ecad en cia y no al apogeo de la
C iudad Cristiana.
C a p itu lo XI
LA VIDA INTELECTUAL

L a EDUCACION CONVENTUAL Y LAS ESCUELAS CATEDRALES

El apogeo de la cultura cristiana en la Edad M edia vio el


nacim iento de las universidades conform e al m odelo de las
corporaciones de oficio. La vida universitaria estuvo ligada,
desde su origen m ism o, al m ovim iento corporativo, pero
tom ó sus fuerzas y sus an teced en tes intelectuales de los
conventos y las escuelas catedrales.
La p rim e ra sociedad cristiana codificó el estatuto de los
estam entos sociales en tres categorías: sacerdotes, nobles y
cam pesinos. A los clérigos les incum bía el ejercicio del co­
nocim iento, a los nobles el m anejo de las arm as y a los cam ­
pesinos la p ro d u cció n agrícola y la artesanía.
Esta visión rígida de las obligaciones de Estado obedece
más a un esquem a teológico pedagógico que a u n a reali­
dad. El esquem a p u d o hechizar la m en te de m uchos teólo­
gos cristianos m ás interesados en la lógica que en la vida,
1042 R U B E N CALD ER O N B O U C H E T

p e ro n o re sp o n d ió n u n c a a la realid ad existente a n o ser de


u n m o d o m uy general.
El ren a c im ien to carolingio bajo la sana dirección del ir­
landés A lcuino auspició e n to rn o al e m p e ra d o r franco la
organización de las p rim eras escuelas palatinas. Estas reto ­
m aro n u n a tradición educativa n u n c a ex tin g u id a y llevaron
a la n obleza conocim ientos hasta ese en to n ces lim itados a
los clérigos. El palacio de C arlom agno se llenó de justas
e ru d itas y n o faltó la n o ta p e d a n te com o conviene a nues­
tra flaca n aturaleza, p e ro — a p arte cierta ostentación de afi­
cionados— el gusto p o r el estudio com enzó a propagarse
con ardor.
El im pulso d a d o p o r el e m p e ra d o r irra d ió hacia otros
c e n tro s culturales e in tro d u jo en la fo rm ació n teológica
u n gusto p o r la dialéctica n o siem pre co n te n id o en los lí­
m ites de la orto d o x ia. U no de los m ás g ran d es teólogos del
últim o cu a rto del siglo IX, J u a n Scoto E riúgena, es u n ca­
so de in c o n tin e n c ia sapiencial en la escuela p a la tin a de
Carlos el Calvo.
N o in te resa p o r a h o ra el pen sam ien to de Scoto E riúge­
na; señalam os su p erso n alid ad com o ilustración de u n a ac­
titu d in telectual de factu ra típ icam en te universitaria, d o n ­
de se acusa u n a p ro n u n c ia d a ten d e n c ia a co n fu n d ir la
teo lo g ía con el p en sam ien to racional o filosófico.
En las escuelas de los siglos IX, X y XI no estudiaron so­
lam e n te los sacerdotes; m uchos laicos recib iero n instruc­
ción su p e rio r de a c u erd o con la distribución de las ciencias
en trivium y quadrivium.
El trivium estaba constituido p o r la gram ática, la retó ri­
ca y la dialéctica, o sea, enseñanza del idiom a latín, la lite­
LA CIUDAD CRISTIANA 1043

ra tu ra latin a y la lógica o arte del razonam iento. El quadri­


vium com p letab a la form ación intelectual añ a d ie n d o la
aritm ética, la g eo m etría, la astronom ía y la m úsica. Esta úl­
tim a disciplina c o m p re n d ía las diversas artes liberales: poe­
sía, histo ria y m úsica p ro p iam en te dicha.
La fo rm ació n m usical de los m onjes e ra terrib lem e n te
exigente. N o e ra ésta u n a vana com placencia en u n o rn ato
c ultural u n ta n to postizo: el canto llam ado g reg o rian o se
u n ía al espacio físico de la catedral p ara expresar la excel­
situd del d ra m a litúrgico. Parece u n poco obvio señalar la
im p o rta n c ia social de la música, p ero en u n a época que só­
lo co n o ce las deform aciones publicitarias de la m úsica con­
viene subrayar su valor educativo. Los espartanos re c u rrie ­
ro n a los cánticos de T irteo p ara su p e ra r la crisis social
provocada p o r la g u e rra co n tra M essenia. A tenas y R om a
re c u rría n a los coros litúrgicos p a ra afirm ar el alm a de sus
ciu d ad an o s y n a d ie d u d a del valor y la eficacia de las m ar­
chas m ilitares en los com bates librados p o r los hom bres
hasta el advenim iento de las guerras industriales.
El canto g reg o rian o e ra ejecutado según reglas m usica­
les destinadas a p o n e r de relieve su p ro fu n d a espirituali­
dad; el cu id ad o y la diligencia puestos en su ejecución ha­
b lab an a las claras de u n excelente co nocim iento del arte
m usical.
En Italia todos los laicos aspirantes a o c u p a r cargos p ú ­
blicos recibían in strucción en las escuelas catedrales y se es­
pecializaban en el co n o cim ien to del derech o . El carácter
de clérigo rec o n o c ía m uchas je ra rq u ía s y no todas supo­
n ía n la recep ció n del o rd e n sacram ental. Ser u n b u e n clé­
rigo e ra equivalente a te n e r conocim ientos superiores y no
a ser cura. Incluso h u b o m ujeres con fam a de b u en o s cléri­
1044 R U B E N CALD ER O N B O U C H E T

gos, y esa p o b re víctim a de la en ajen ació n supersticiosa,


H eloisa, se escribía con A belardo en latín, e n griego y al pa­
re c e r te n ía conocim ientos n a d a desdeñables de h ebreo.
Las escuelas catedrales, bajo la vigilancia episcopal, co­
m ien zan a to m ar in cre m e n to a fines del siglo IX sobre las
instituciones palatinas, dem asiado lim itadas p a ra a te n d e r
la d e m a n d a de la época. A fines del siglo X a d q u iere re­
n o m b re la escuela cated ral de Reims gracias a la p resencia
de G e rb e rt d ’A urillac, fu tu ro Silvestre II.
Son num erosos, d u ra n te ese siglo, los m onasterios con
m aestros de gram ática capaces de p e rp e tu a r la enseñanza
de las letras antiguas y escribir u n latín pasablem ente cice­
ro n ia n o . N o e ra fácil la tare a de los p recep to res cristianos.
Al trabajo de en señ a r la sintaxis de a cu erd o con los textos
clásicos se sum aba la tarea de lim piar esos m ism os textos de
to d o cu a n to ch o cara la fe y la m oral. Sm aragdus abate de
Saint M ichel-sur-M euse (819) se hace eco de tales dificulta­
des y lleva su celo eclesiástico hasta p ro p o n e r el latín bíbli­
co de la Vulgata com o m o d elo de prosa.
P u ed e p a re c e m o s u n poco exagerado, p ero si se tiene
e n c u e n ta la facilidad con q u e el espíritu de ciertos sacer­
d otes ced ía an te el valor de los textos paganos y ten d ía n a
in te rp re ta r u n e rro r sintáctico de la escritura com o si fue­
ra u n a falta teológica, se explica el celo de Sm aragdus p ara
can o n izar la gram ática de la Biblia.
El racionalism o griego sobrevivió en la retó rica y de m a­
n e ra especial en la dialéctica. Los doctores de la Iglesia y
sus g ran d e s santos sintieron el peligro del m o m en to y acu­
d iero n con todas sus fuerzas a d e fe n d e r la fortaleza de la
d o c trin a p u esta a p ru e b a p o r las m odas intelectuales.
LA CIUDAD CRISTIANA 1045

Los com ienzos del siglo X están cargados de m alos p re ­


sagios p a ra la cristiandad. Los n o rm a n d o s p e n e tra b a n p o r
los ríos e n sus rápidos esquifes, arrasaban las ciudades y
sem b rab an el te rro r en las cam pañas. La vida se llenó de so­
bresaltos g u e rre ro s y los nobles p re p a ra ro n sus arm as para
d e fe n d e r los territo rio s de la cristiandad. P o r todas partes
com bates, incendios, lam entos y desolación. La vida del es­
p íritu volvió a buscar refugio en los conventos com o en las
épocas de las invasiones germ ánicas y com o en ese tiem po
los obispos tra ta ro n de in co rp o rar los invasores a la civiliza­
ción y convertirlos a la fe.
N o e ra el paganism o de estos nuevos catecúm enos lo
m ás difícil de asim ilar, sino aquél que nacía de la fre c u e n ­
tación del p e n sam ien to clásico y conquistaba la inteligen­
cia. La influ en cia de Scoto E riú g en a se hacía sen tir en los
p e n sad o res eclesiásticos y les inculcaba u n peligroso gusto
p o r las disputas dialécticas.
A esta é p o c a p e rte n e c ió G e rb e rt d ’Aurillac. H ab ía naci­
do en el sur de F rancia y recibió su p rim e ra in stru cc ió n en
el claustro de A urillac bajo la direcció n de O d ó n de Cluny.
Tres años en E spaña le p e rm itie ro n e n tra r en contacto
con la ciencia árab e, en to n c e s m u ch o m ás avanzada q u e la
eu ro p e a .
A su regreso se puso al fre n te de la escuela catedral de
Reim s y, en la m ism a ciu d ad francesa, fue designado arzo­
bispo en el añ o 991. P o sterio rm e n te llevado a la sede arzo­
bispal de Ravena, e n tró en contacto con la fam ilia im perial
y tuvo p o r discípulo al p rín cip e O tón, segundo de su n o m ­
bre. En 999 fue elevado a la m ás alta dig n id ad de la Iglesia
con el n o m b re de Silvestre II. Falleció cuatro años m ás tar­
de, apenas iniciado el siglo XI.
1046 R U B E N C ALDERON B O U C H E T

R epresentante típico de la ciencia de su tiem po, dom ina­


ba todos los saberes incluidos en el trivium, y el quadrivium.
Para la enseñanza de la lógica usaba Las Categorías de Aristó­
teles y los com entarios respectivos de Severino Boecio. Si a
estos elem entos añadim os el uso de u n m isterioso astrolabio,
podem os concebir la figura del futuro p ap a aureolada con la
triple diadem a de la teología, la dialéctica y algunos conoci­
m ientos astronóm icos no totalm ente exim idos de com plica­
ciones astrológicas. Estos conocim ientos fueron expuestos
en su Liber de Astrolabio que según la opinión de E tienne Gil­
son testim onia el d espertar de la cultura enciclopédica clási­
ca más tem p ran o de lo que es habitual suponer.
C on el gusto p o r las ciencias com enzó a c o rre r parejo el
cultivo de las bellas letras. Si el p rim e ro resultaba peligroso
p o r el d e sen c a d e n am ien to de la pasión dialéctica, el segun­
do n o lo e ra m enos p o r la frecu en tació n de los poetas pa­
ganos y sus inclinaciones am orosas poco santas. Fue u n a
h e rm a n a de la caridad, sor Hrotsvita, la p rim e ra en p o n e r­
se en la ta re a de bautizar las obras de Terencio. El resulta­
do h a ría re ír a los am antes del teatro, especialm ente si im a­
g in aran a la b u e n a m onjita tra tan d o de d a r u n giro piadoso
a las zafadurías del com ediógrafo latino. “A m e n u d o — es­
cribía sor H rotsvita— enrojezco de vergüenza y confusión,
p o rq u e no p u e d o usar ese estilo sin im aginar y describir la
d etestable lo cu ra de am antes crim inales y la im p u ra dulzu­
ra de conversaciones que nuestras orejas d eb ieran negarse
a oír, p e ro si h u b ie ra evitado estas situaciones p o r pudor,
no h u b ie ra logrado m i objetivo: m ostrar la gloria de la ino­
cencia en to d a su clarid ad .”
Sor Hrotsvita no era fácil de im presionar p o r la crítica y
declaraba abiertam ente su com placencia p o r su m odo de ce­
LA CIUDAD CRISTIANA 1047

leb rar las virtudes. In g en u id ad aparte, resta com o conquista


intelectual de la época el nacim iento del teatro cristiano ba­
jo los auspicios de u n a m onja g erm ana influida intelectual­
m en te p o r los herm an o s de la abadía de C andersheim .
O tra escuela cated ral fam osa fue la de C hartres bajo la
dirección de u n discípulo de G e rb e rt de n o m b re Fulberto.
C h artres se convertirá en u n cen tro activísimo de la inteli­
gencia del siglo XII.
París debió seguir el m ovim iento iniciado en Reims y
C hartres. Varias escuelas se ab rieron en la vieja capital gala
d u ra n te el siglo X y p ro n to com enzaron a regir la vida inte­
lectual del rein o de Francia. Las escuelas m onásticas tuvie­
ro n sus sedes en la orilla izquierda del Sena: Saint-G erm ain
des Prés, Sainte-Geneviéve y Saint-Victor. Esta últim a escue­
la alcanzó fam a gracias a la p resencia de esas dos lum inarias
del siglo XII que fu ero n H ugo y Ricardo de Saint-Victor.
P ero la m ás im p o rta n te de las escuelas parisienses fue la
p a tro c in a d a p o r los obispos en la Isla de la C ité d o n d e
p ro n to se levantaría N uestra S eñ o ra de París. A bierta a to­
dos los estudiantes de O ccidente y con m aestros venidos de
todas partes, la escuela catedral de París será el sem illero
de la fu tu ra universidad. D u ran te el siglo XII en señ a ro n en
ella los dos m aestros m ás fam osos de la época, G uillerm o
de C h am p eau x y P ierre A bélard. G uillerm o de C ham ­
p e a u x escribía q u e en el claustro de N u estra S eñora ense­
ñ a ro n tam bién, en su o p o rtu n id a d , A nselm o de L eón,
Alain de Lille, G ilbert de la P o rrée, el inglés R o b ert Pulleyn
y A dán du P etit P ont, fu tu ro obispo de S aint Asaph.
Santa Genoveva, m enos visitada p o r extranjeros, tuvo la
gloria de te n e r en su c á te d ra a P ed ro L om bard o cuyo Liber
Sententiae fue la sum a teológica del siglo XII.
1048 R U B E N CALD ER O N B O U C H E T

D i a l é c t ic o s y t e o l o g o s

La in tro d u cció n en los estudios de la lógica aristotélica


no siem pre favoreció el in cre m e n to de la teología. H abrá
q u e e sp era r el advenim iento de A lberto M agno y Tom ás de
A quino p ara la total in co rp o ració n de la ciencia aristotéli­
ca a la sabiduría cristiana. H asta ese m o m en to la frecu en ta­
ción del Estagirita in sp irab a un cierto gusto h erético p o r
las disputaciones sofísticas.
El cultivo de la inteligencia siem pre predispuso p ara la so­
berbia y no faltaron peripatéticos que som etieron las verda­
des teológicas a la p ru e b a de fuego del arte silogístico. Los
nom bres de A nselm o de Besata, llam ado el Peripatético, y de
B erengario de Tours aparecen en la p rim era línea de u n a
dialéctica im p e rtin en te frente a los reclam os de los teólogos
tradicionalistas. P ero si A nselm o de Besata se contentó con
m odestos triunfos argum entativos, B erengario de Tours lle­
vó un ataque a fondo co n tra las mismas verdades de la fe.
B erengario tuvo la firm e convicción de la sup erio rid ad
d e la dialéctica. Es la razón m ism a — afirm aba— y com o la
razón es la raíz de n u e stra sem ejanza con Dios, n o re c u rrir
a ella es n e g a r n u e stro título de gloria y no renovar d ía a
día n u e stra divina im agen.
Los térm inos de la exposición están definitivam ente ads-
criptos a u n a len g u a caduca, p e ro la idea central del argu­
m en to no p u e d e ser m ás m o d ern a . C om o su m aestro Sco­
to E riúgena, está convencido de la su p erioridad de la razón
sobre la au to rid ad . La aplicación de tal d o c trin a a u n a in­
terp reta ció n del dogm a de la eucaristía lo llevó a sostener
u n a d o c trin a decisivam ente h e ré tic a que Scoto E riúgena
no h u b ie ra autorizado.
LA CIUDAD CRISTIANA 1049

Los excesos dialécticos de B erengario a rro jaro n su des­


créd ito sobre la lógica y en gen eral sobre la filosofía, sospe­
chosa, p o r sus inclinaciones racionalistas, de fo m e n tar las
herejías. Las nuevas ó rd en e s m onásticas desestim aron tales
estudios y trataro n de refo rzar la p ied ad a b rie n d o las com ­
p u e rta s de la co n tem p lació n mística.
Lo esencial es la salvación del alm a, y la m an e ra m ás sim­
ple de lo g rar este santo propósito es haciéndose m onje. Pa­
ra m e re ce r las prom esas de N uestro S eñor Jesucristo n o ha­
ce falta filosofar. El m onje p u e d e prescin d ir p erfe c ta m e n te
d e las vanas lu cu b racio n es de la sab id u ría griega y c o n te n ­
tarse con el estudio de las Sagradas Escrituras. P ed ro Da­
m ian o advertía con claridad: “P latón escruta los secretos de
la m isteriosa naturaleza, fija lím ites a las órbitas de los pla­
netas y calcula el curso de los astros: lo rechazo con desdén.
Pitágoras divide e n latitudes la esfera terrestre: m e im p o rta
p o c o ... Euclides se inclina sobre problem as em brollados
en sus figuras geom étricas: igualm ente lo a b an d o n o ; en
cu a n to a los retóricos [dialécticos incluidos] los descalifico
com o in d ignos de tratar la santa teología”.
P ed ro D am iano era u n o de esos m onjes cuyas sentencias
h a c en las delicias de los enem igos de la Iglesia y cuyas ad­
m o n icio n es e n pro de la h u m ild ad colocan el cu erp o h u ­
m an o e n la g elatin a de la m ás abyecta p o d red u m b re. Apa­
sionado y violento en la exaltación de la fe, d elata u n o de
los aspectos de esa E dad M edia tan rica en figuras discor­
dantes. Tan santo com o A lberto M agno, es su perfecta con­
tradicción espiritual.
P ero con to d a su santidad y el prestigio de u n a c o n d u c­
ta sin m áculas, la enseñanza de P ed ro D am iano ten ía sus
peligros. A centuaba de tal m o d o la o m n ip o ten cia divina,
1050 R U B E N C ALDERON B O U C H E T

q u e la vo lu n tad de Dios am enazaba h a c er estallar la inteli­


gibilidad del universo y, en cierta m edida, auspiciaba el vo­
lu n tarism o de la escolástica declinante.
N o todo fue conflicto e n tre la filosofía y la teología. H u ­
bo p ensadores e m p e ñ a d o s con bastante inteligencia p ara
hallar los ju sto s títulos de u n a concordancia. El prim ero
fue San A nselm o de C anterbury.
N ació en P iam onte, Valle de Aosta, en el añ o 1033.
A traído p o r la fam a de su co m p atrio ta L anfranco, p o r en ­
tonces ab ad de Beo H elluin en N o rm an d ia, e n tró de m o n ­
j e en ese convento y u n ió su suerte al p u eb lo n o rm a n d o .
P rio r de esa m ism a abadía y más tarde abad, llegó con Gui­
llerm o el C o n q u istad o r hasta In g la terra d o n d e fue designa­
do arzobispo de C anterbury.
E n a m o ra d o de la filosofía y seguro de la realidad divina
“com o aquel cuyo m ayor n o p u e d e ser p e n sa d o ”, e m p re n ­
dió la red acció n de su Monologium p a ra d esarrollar en toda
su p le n itu d el a rg u m e n to ontològico. La p ru e b a no p o d ía
ser m ás racional ni dialéctica. Siglos m ás adelante será re ­
tom ada, en u n co n texto algo d iferente, p rim ero p o r Des­
cartes y luego p o r H egel. Los enem igos de la dialéctica te­
n ían q u e ser m uy exigentes sobre ese “cuyo m ayor no
p u e d e ser p e n sa d o ” p ara no ver en él el Dios de las Sagra­
das Escrituras.
San A nselm o consideraba a la fe com o fu en te cabal de
co n o cim ien to v erd ad ero y rechazó la idea de som eter la Es­
c ritu ra al exam en de la lógica p o rq u e en verdad no se com ­
p re n d ía p a ra creer, sino que se creía p a ra com prender. Es­
te e ra su firm e p u n to de apoyo. Si no fuera p o r el carácter
esencialista de su a rg u m e n to ontològico, su d o ctrin a h u ­
b iera sido u n a de las m ás sólidas de la época.
LA CIUDAD CRISTIANA 1051

D esgraciadam ente p a ra su solidez, la dialéctica fue cul­


tivada con excesiva prolijidad. M ientras las p ru eb as cosm o­
lógicas no fu ero n advertidas, la d educción ontològica ten ía
todas las debilidades señaladas p o r G aunilón en la célebre
controversia.
El arzobispo de C a n te rb u ry escribió su De Ventate para
re s p o n d e r a las objeciones de G aunilón, p ero debem os re­
co n o c er q u e el m odesto m onje h a b ía vulnerado p a ra siem ­
p re la a rm a d u ra dialéctica de A nselm o con su irrefutable
principio: del “nosse ad esse n o n valet c o n seq u e n tia ”.
A nselm o fue guía de los escolásticos tan to en filosofía
com o en teología p o rq u e colocó la fe sobre todo saber de
razón, sin q u ita r a la inteligencia su ap titu d p ara in q u irir y
c o n o c er verdades del o rd e n natural.
La escuela catedral de C hartres fue d u ra n te la p rim e ra
m itad del siglo XII el ce n tro intelectual m ás im p o rta n te de
Francia. Esa situación la debió al im pulso de su fundador,
el obispo F ulberto, fallecido en 1028. En C hartres en señ a­
ro n J u a n de Salisbury, G ilberto de la P o rré e y T h ie rry de
C hartres, p a ra n o m b ra r sólo los m ás im portantes. G ilberto
de la P o rré e o P o rre ta n o sucedió a B e rn ard o de C hartres
com o canciller de la escuela. Más tarde enseñó en París y
m u rió cu a n d o era obispo de la ciudad de Poitiers. J u n to
con P ed ro A belardo es u n o de los intelectuales m ás finos
de su tiem po. M enos lógico que el fam oso canónigo nan-
tés, le aventajaba, dice Gilson, en su capacidad p a ra el co­
n o cim ien to de la m etafísica.
Se le atribuye u n libro: Líber Sex Principiorum c o m en tad o
p o r San A lberto M agno ju n to a las obras de A ristóteles y
Boecio. Esto in d ica la veneración trib u tad a a G ilberto p o r
los intelectuales del siglo siguiente y h ab la con elocuencia
1052 R U B E N CALD ER O N B O U C H E T

de la im p o rta n c ia de los tem as p o r él desarrollados. Es opi­


n ió n de quienes fre c u e n ta ro n su lectu ra que su exposición
n o siem pre está a la altu ra de sus tem as. Le falta claridad,
precisión y rigor, p e ro tiene atisbos geniales que c o m p en ­
san su oscuridad. El libro de los seis principios es u n a in te rp re ­
tación m etafísica de Las Categorías de Aristóteles. Sus tesis
m ás im p o rta n tes las expuso en sus com entarios al Tratado
de la Trinidad de Severino Boecio.
G ilberto P o rre ta n o es h o m b re de su época y, au n q u e co­
n oció la lógica aristotélica, su pen sam ien to estaba d ecidida­
m e n te influido p o r la filosofía de Platón.
La lógica se in tro d u c e cada vez con m ás vigor en los es­
tudios del siglo X II y p ro lo n g a el esfuerzo de los dialécticos
p a ra asediar con recursos argum entativos las posiciones de
los teólogos tradicionales. La lu ch a intelectual se exasperó
p o r la in te rv en c ió n de los m ísticos y su violenta reacción
fre n te a los peligros racionalistas.
J u a n de Salisbury llam ó cornijicius a los dialécticos im pe­
n ite n te s cuyas sutilezas intelectuales eran delicias p a ra los
descreídos y desesperación p a ra los creyentes. Fue e n las
orillas del Sena, en la escuela del P e q u e ñ o P u en te o Parvi-
p o n ta n a , d o n d e se ju n ta r o n todos los am antes del a rte de
discutir y se d e d ic a ro n , según Salisbury, al e n tre te n id o ofi­
cio d e c o rta r pelos en cuatro.
El m ás célebre dialéctico de la época y u n a de las más
discutidas p erso n alid ad es m edievales fue P edro A belardo.
N ació e n la ald ea de Pallet, cerca de N antes, en el año 1079
y vivió hasta 1142. H ijo de u n caballero q u e h ab ía a lte rn a ­
do la esp ad a con los latines, se entusiasm ó p o r las letras y
re n u n c ió al ejercicio del arte ecuestre p a ra cultivar la lógi­
ca y la dialéctica.
LA CIUDAD CRISTIANA 1053

E studió en París bajo la dirección de G uillerm o de


C ham peaux. A poco a n d a r acum uló tantas dificultades
c o n tra la d o c trin a realista del m aestro q u e lo obligó a revi­
sar su posición y ac ep ta r las tesis nom inalistas p o r él soste­
nidas. Esta oposición d eclarada a G uillerm o de C ham ­
p e a u x y su triu n fo dialéctico le valieron fam a. Su escuela se
llen ó de alum nos atraíd o s p o r el brillo de sus clases.
“Q u e d ó siem pre en A belardo — c o m en ta G ilson en su
Philosophie au Mayen Age— algo del espíritu m ilitar de sus
antepasados. Es p o r m edio de un verdadero bo letín de vic­
to ria q u e c ie rra la n a rra c ió n de su polém ica con G uillerm o
d e C h a m p e au x .”
A rregladas sus cuentas con el m aestro G uillerm o, Abe­
lard o se dirigió a L eón p a ra estudiar teología con o tra ce­
leb rid ad escolástica, A nselm o de León. A belardo era discí­
p ulo peligroso. Su agudeza dialéctica estaba ayudada p o r
u n a len g u a afilada y u n a notab le agilidad m ental. A nselm o
p u d o e x p e rim e n tarlo en ca rn e p ro p ia c u an d o sufrió la
su erte de G uillerm o y se vio puesto en la picota p o r las im ­
placables argucias de A belardo.
T e rm in ad a su historia con A nselm o volvió a París y se
convirtió en u n o de los m aestros m ás frecu en tad o s de su
tiem po. En esta é p o c a se inserta su fam osa av en tu ra con
H eloisa, com ienzo de sus terribles calam idades. Se h a escri­
to m u ch o sobre este sórdido episodio y se h a tratad o de ex­
p lotarlo p a ra exaltar el a m o r ro m án tico o d e n ig ra r las cos­
tum bres cristianas. A belardo sedujo a H eloisa con todos los
refin am ien to s de u n prolijo lector del Ars Amandi de Ovi­
dio, con el agravante de ser u n h o m b re ya g ran d e, trein ta
y dos o tre in ta y tres años, y ella u n a m u ch ach a de dieciséis.
No lo retuvo el respeto de la fam ilia de H eloisa y, c u an d o
1054 RUBEN CALDERON BOUCHET

fue d escubierto, alegó su carácter de filósofo p ara elu d ir el


com prom iso m atrim onial im puesto p o r las costum bres. La
venganza to m ad a p o r los fam iliares de H eloisa, u n poco ex­
cesiva p a ra el susto de A belardo, arm onizaba con el sum a­
rio co n cep to de ju sticia p ro p io de la época: m utilar al cri­
m inal p o r d o n d e h a b ía pecado.
D esposeído de su virilidad, A belardo fue a esco n d er su
vergüenza e n tre los m onjes de San Dionisio. H eloisa, siem ­
p re fiel a su in fo rtu n a d o am ante, e n tró tam bién en la vida
conventual y desde allí m antuvo con A belardo u n a intensa
c o rre sp o n d e n c ia que, p o r razones obvias, fue m u ch o más
espiritual.
Los trabajos escritos de P edro A belardo, incluidas sus
num erosas cartas a H eloisa, delatan el doble interés filosó­
fico y teológico de sus gustos intelectuales. D esde el p u n to
de vista teológico im puso el m éto d o de sic et non destinado
a d esarrollarse e n el siglo siguiente. El m éto d o consistía en
o p o n e r u n a au to rid ad teológica a otra, n o p a ra com placer­
se en las co n tradicciones de los m aestros, sino p a ra p ro b a r
u n a verdad re c u rrie n d o a la confro n tació n dialéctica. Ena­
m o ra d o a rd ie n te de la lógica, usó la dialéctica al servicio de
la v erdad revelada. A un q u e m uchas veces abusó del uso de
aquélla, no lo hizo p a ra n eg ar los dogm as sino p a ra aclarar
su c o n ten id o .
G ilson term in a su indagación en la o b ra de A belardo
d estacan d o su im p o rtan cia histórica: daba el ejem plo de
cóm o p o d ía discutirse a fo n d o u n p ro b lem a filosófico y re­
solverlo sin a p elar a u n criterio de au to rid ad teológica. El
in te n to n o e ra nuevo, p ero la im p o rtan cia intelectual de
A belardo su p e ra b a a la de otros lógicos em p eñ ad o s en la
m ism a tarea.
LA CIUDAD CRISTIANA 1055

L a s e s c u e l a s d e P a r ís e n e l s i g l o XII

Los n o m b res de G uillerm o de C ham peaux, P edro Abe­


lard o , G uillerm o de C onches, A dán P arvipontano, G ilber­
to P o rre ta n o , P ed ro L om bardo, Alain de Lille y otros más
h a b ía n acred itad o las escuelas parisienses d u ra n te el siglo
XII. París pasaba en esa época, y con to d a justicia, p o r ser
la capital intelectu al del O ccidente cristiano. Los escritos
de ese siglo a b u n d a n en designaciones alusivas: la Ciudad de
las letras, la Ciudadela de la fe católica. U n a vasta preten sió n
m agisterial se c e rn ía sobre París y hasta ella llegaban, con
el deseo de ap ren d er, estudiantes de todos los países. J u n ­
to con los estudiantes llegaron tam bién m aestros. No faltó
q u ien se hizo eco de esta situación y escribió que París
ap ro v ech ab a el ap o rte intelectual de todas partes, p ero era
incapaz de p ro d u c ir sabios de gran ren o m b re. En verdad
n o faltaron profesores natu rales de París, p ero en general
fu ero n personajes oscuros y n o tuvieron el valor de m uchos
ex tranjeros que h o n ra ro n sus cátedras.
París fue lugar dé e n c u e n tro y en alguna m an e ra el ge­
nio de la ciudad debe h a b e r co n trib u id o a esta situación.
La am abilidad de la an tig u a cortesía francesa, la excelente
política de los C apetos, la b o n d a d del clim a y las com odida­
des ofrecidas p o r los h o sp ed ero s contribuyeron, sin lugar a
dudas, p a ra h a c er de la vieja L utecia el lugar escogido p o r
la ciencia.
Las escuelas catedrales ten ía n u n carácter d ecidida­
m e n te eclesiástico, no p o rq u e todos sus m aestros y alum ­
nos fu era n sacerdotes, pues h a b ía tam bién laicos e n tre
un o s y otros, sino p o rq u e la ín d o le de la c u ltu ra m edieval
1056 RUBEN CALDERON BOUCHET

h acía del co n o cim ien to teológico el grado m ás alto de la


sabiduría.
Esta en señ a n z a de fu n d a m e n to teológico estuvo e n sus
com ienzos a cargo de los obispos. “Sin d u d a — o p in a Fer­
d in a n d L o t— , la cu rio sid ad p o r las cosas del esp íritu se
e n c u e n tra tam b ién fu e ra de los m edios eclesiásticos. U n a
lite ra tu ra de le n g u a francesa, aso m b ro sam en te rica y ya
b rilla n te, h a to m ad o u n m agnífico im pulso en la F rancia
del siglo XII. Ella re sp o n d e al gusto del público, cada vez
m ás n u m ero so y d istin to del m u n d o de los griegos. Estos
a su vez tra ta n y n o sin éxito de c o m p o n e r obras del mis­
m o tipo. Las can cio n es de G uillerm o, d u q u e de Aquita-
nia, son, e n tre m u ch as otras, p ru eb a s decisivas. P ero la
c u ltu ra clásica y la c u ltu ra sapiencial, a base de le n g u a la­
tina, p e rm a n e c e n y todavía p e rm a n e c e rá n m u ch o tiem po
e n m anos d e los sacerdotes y de los clérigos en general.
P ara ellos el latín es u n a len g u a viva, len g u a del culto reli­
gioso y d e uso diario . En la división de tareas o p e ra d a en
el seno de la so c ie d a d m edieval, le c o rre sp o n d e a los caba­
lleros el m an e jo de las arm as; a los h o m b re s del p u eb lo los
trabajos de ca m p o y los oficios e n la ciudad, a los clérigos
la p leg aria y la la b o r de e sp íritu ” 153.
La Iglesia dispensa el saber y vigila su desarrollo; ju n to
al obispo y en su n o m b re , el canciller vela p o r la b u e n a
m arc h a de la escuela. En la catedral de N uestra S eñora de
París se com enzó p o r im p a rtir clases en el in te rio r de la
gran basílica, p ero la c a n tid ad de estudiantes y la tu rb u le n ­
cia n a tu ra l de ese m u n d o jo v en e in q u ieto obligó a buscar
o tro rec in to fu era de la catedral.

1 5 3 . F e r d in a n d L o t, A Travers l ’H istoire du Moyen Age, P aris, P.U .F., 1 9 5 0 ,


LA CIUDAD CRISTIANA 1057

N o e ra tare a fácil. Los estudiantes seguían llegando a


París desde diversos p u n to s de E uropa, y con ellos a rrib a­
b a n m aestros in d e p e n d ie n te s de la ju risd ic c ió n eclesiásti­
ca de N u estra S eñora. La p e q u e ñ a a ltu ra d o n d e se levan­
tab a la ab ad ía de S anta G enoveva se convirtió en lugar
p refe rid o . Las escuelas instaladas sobre ella e lu d ía n el con­
trol del canciller y se e n c o n tra b a n , g eográficam ente, bajo
la h e g e m o n ía m ás b la n d a de los abades. P ed ro A belardo
h a b ía d a d o el ejem plo. Así, en busca de u n a m ayor liber­
tad de ex p resió n , m u ch o s m aestros e m ig raro n hacia Santa
Genoveva.
Esta afluencia estu diantil hacia lugares todavía cam pes­
tres obligó a los d u eñ o s de los predios a lo te a r ráp id a m e n ­
te sus te rre n o s y venderlos a los interesados en levantar edi­
ficios p a ra albergue de esa población. Los barrio s de Santa
G enoveva y San G erm án des Prés se valorizaron ráp id a­
m e n te y p ro n to to m a ro n el aspecto de u n a población juve­
nil y bulliciosa. Estos fu ero n los orígenes del fam oso B arrio
L atino nacido en el ocaso del siglo XII.
F e rd in a n d L ot re c u e rd a que el éxodo estudiantil n o se
hizo de golpe. D u ra n te m uchos años los estudios teológicos
siguieron te n ie n d o com o cen tro topográfico L ’Ile de la Cité.
Los p rim ero s en e m ig rar fu ero n los m aestros y los estudian­
tes de artes. Es decir los dedicados a las disciplinas científi­
cas generales, que constituían la p ro p ed é u tic a obligada a n ­
tes de iniciar estudios superiores o especializados.
“C ualq u iera d estinado a los estudios ju rídicos, teológi­
co, o m édicos, d e b ía previam ente asegurarse u n a cu ltu ra
gen eral, cuyos program as c o rre sp o n d ía n , poco m ás o m e­
nos, a eso que los ro m an o s en señ ab an en la época de Va-
rró n y que la p rim e ra E dad M edia tuvo la costum bre de lia-
1058 RUBEN CALDERON BOUCHET

m ar, co n C astodoro en el siglo VI e Isidoro de Sevilla en el


VII, artes liberales. Estas disciplinas c o m p re n d ía n el ‘tri­
v ium ’ y el ‘q u adrivium ’. E n u n a palabra, u n a enseñanza h u ­
m anística, d e n tro de la cual la litera tu ra co n tab a m ás que
las o tra s” 154.
El B arrio L atino se lle n a de jóvenes de quince años en
a d elan te y com ienza a co b ra r fam a la tu rb u le n cia de sus
fiestas ruidosas y sus h u m o rad as no siem pre adm itidas p o r
los corchetes del rey. D u ra n te el rein ad o de Felipe A ugusto la
m uralla de la ciu d ad de París ro d eó la m o n ta ñ a de Santa
Genoveva y todo el B arrio L atino. M erced a este crecim ien­
to de la ciudad, los estudios q u e d a ro n n uevam ente bajo la
ju risd icció n del obispo y su canciller.
De esta fecha, fin del año 1208 o com ienzos del 1209, los
m aestros p o r u n lado y los estudiantes p o r otro decidieron
organizarse en u n a su erte corporativa llam ada conjuratio
p a ra la p rim e ra y sin n o m b re preciso p a ra la segunda.
C u an d o am bos se u n ie ro n en u n a co rp o ració n única, ésta
recibió el n o m b re de studium generalis o universitas.
“El siglo XIII — escribe Jacques Le G off— es el siglo de
las universidades, p o rq u e es el siglo de las co rp o racio n es”.
El p ropósito d e la asociación e ra d e fe n d e r los intereses de
m aestros y estudiantes c o n tra las excesivas preten sio n es del
canciller episcopal. En esta faen a p ara alcanzar privilegios
se v ieron ayudados p o r la in terv en ció n papal. El sum o p o n ­
tífice vio en el su rg im ien to de las universidades u n movi­
m ien to de gran in terés espiritual y no quiso verlo lim itado
p o r los intereses provincianos de las cancillerías. A la di­

1 5 4 . F e r d in a n d L o t, A Travers l ’H istoire du Moyen Age, P aris, P.U .F., 1 9 5 0 ,


pâg. 292.
LA CIUDAD CRISTIANA 1059

m ensión universal de los m otivos com prom etidos corres­


p o n d ía u n a solución universal del problem a.
En agosto de 1215 el legado papal e n Francia, R o b ert de
Counpon, d a a los m aestros y alum nos u n idos e n co rp o ra­
ción u n estatuto p a ra sustraerlos definitivam ente a la au to ­
rid a d del canciller de N uestra Señora. El canciller no acep­
tó d ó cilm ente la o rd e n papal y movió todos los recursos
espirituales en su p o d e r p ara conservar su autoridad. Hizo
excom u lgar p o r el obispo de París a m aestros y alum nos
p o r el delito de coalición y luego p o r asociación ilícita. El
p a p a levantó la exco m u n ió n y p o r u n a b u la fechada en m a­
yo de 1219 infligió al canciller u n a p e n a lo bastante severa
com o p a ra te rm in a r con su in terv en ció n m olesta en asun­
tos universitarios.

L A CORPORACION DE ESTUDIOS DE BOLOG NA

La U niversidad de París se especializó en los estudios de


filosofía y teología; la U niversidad de B ologna se dedicó al
d e re c h o civil y al canónico. Italia conservó siem pre u n agu­
do in terés en m a n te n e r la viva tradición de los estudios j u ­
rídicos. Ni la invasión de los bárbaros ni la caída del Im pe­
rio R om ano p u d ie ro n b o rra r de los italianos el gusto p o r
las cuestiones de ín d o le local.
El ren acim ien to del d e re c h o rom ano en la m itad del si­
glo X II provocó el surgim iento de la escuela de Bologna.
H u b o otros centros de estudios ju ríd ico s en diversas ciuda­
des de Italia — Pavía y Ravena se especializaron en d erech o
lo m b ard o y ro m an o respectivam ente— , p ero B ologna to­
1060 RUBEN CALDERON BOUCHET

m ó la d e la n te ra en estos estudios p o r u n a convergencia de


causas diversas.
La vida m unicipal italiana, m uy rica en bienes espiritua­
les, tuvo m uy p ro n to u n a serie de escuelas dedicadas a la
e n señ a n z a del trivium y el quadrivium. En B ologna concu­
rrie ro n a la fu n d ació n de la universidad p o r lo m enos tres
escuelas: u n a m unicipal especializada en d e re c h o ro m an o
y cuyo objetivo e ra in stru ir en la ley a los futuros m iem bros
del consejo de la c iu d ad y a los m agistrados en general; u n a
escuela cated ral en c arg a d a del trivium y el quadrivium y u n a
terc era d e p e n d ie n te de la abadía de San Félix, ded icad a al
d e re c h o canónico.
O tra causa explicativa del auge del d e re c h o en Bolog­
n a fue la p e rm a n e n c ia en la ciudad, d u ra n te la p rim e ra
m itad d el siglo XII, de Irn e riu s, u n o de los m ás re n o m b ra ­
dos ren o v a d o re s de los estudios de la ley ro m an a. Irn e riu s
in tro d u jo el estudio del d e re c h o ro m a n o a través del códi­
go de J u s tin ia n o y lo proveyó de u n m éto d o p o r m edio de
sus c o m e n tario s, glosas, q u e a ñ a d ía n al texto u n a serie de
n otas, de pasajes paralelo s y variantes. Fue tam b ién a u to r
d e u n a casuística d o n d e com piló a n te c e d e n te s p a ra ilus­
tra r los p rin cip ales p rin cip io s d el d erech o . El p a d re Daly
c o m e n ta q u e Irn e riu s y sus sucesores en B ologna aplica­
ro n sus m éto d o s a u n a g ran p a rte del Digesto y a las Institu­
ciones de Ju s tin ia n o y con ello fu n d a ro n la ju s ta tradición
ju ríd ic a de B o logna 155. “B o n o n ia d o c e t” se d ecía en h o ­
m en a je al m ejo r c o n o c im ie n to del d e re c h o q u e se p o d ía
a d q u irir e n la época.

155. L. J. Daly, The Medieval University, Nueva York, S h eed & Ward, 1961.
LA CIUDAD CRISTIANA 1061

El d e re c h o can ó n ico tuvo tam bién su g ran com entaris­


ta boloñés, un m onje del m onasterio de San Félix, de nom ­
b re G ratianus. Este codificó las leyes del d e re c h o canónico
en u n a colección d estin ad a a influir p ro fu n d a m e n te en la
civilización eu ro p ea. A ntes dfe su trabajo las leyes d e la Igle­
sia ap a re c ía n e n colecciones d eso rd en ad as y llenas de con­
tradicciones. C on u n a m asa de m aterial im p resio n an te
p ro d u jo su fam oso Decretum con tres m il novecientas leyes
o cán o n es tom adas de los concilios, sínodos, d ecretos y e n ­
cíclicas papales.
El m érito de G raciano no fue el de u n sim ple com pila­
dor, su trabajo p rese n ta u n a distribución o rd e n a d a del m a­
terial legislativo en u n sistem a m etódico destinado a im po­
n erse e n fu tu ras codificaciones.
La leyenda hace d e sce n d e r la U niversidad de B ologna
de u n d ecreto de Teodosio II redactado en el año 433. El
a u to r del código teodosiano sería el fu n d a d o r de la venera­
ble institución. E ra re tro tra e r el origen a u n a fech a m uy
im p ro b ab le y n o faltaron las falsificaciones adecuadas p ara
c o rro b o ra r la ocu rren cia. La v erdad es algo m enos antigua
y la histo ria p u e d e reco g er u n d ecreto de Federico I redac­
tado en 1158 y d o n d e se d a carta a los estudiantes de d e re ­
cho de la c iu d ad de B ologna p a ra te n e r u n a situación espe­
cial d e n tr o de la ju ris d ic c ió n eclesiástica. A lgunos
investigadores su p o n e n q u e el d ecreto im perial se refiere a
todo el rein o de L om bardia. Existe un segundo d ecreto del
p a p a C lem ente III fech ad o e n 1189 en el que se confirm an
las ord en an zas corporativas de los m aestros y estudiantes
d e B ologna. A m bas fechas son las prim eras e n o rd e n a la
co n stitu ció n de la universidad de O ccidente. B ologna y Pa­
rís fu ero n m odelos p a ra la organización corporativa de
otras universidades m edievales.
1062 RUBEN CALDERON BOUCHET

L a U niversidad de París com enzó p o r ser conjuratio de


m aestros, la de B ologna lo fue de estudiantes. El re c to r
fue u n cargo co rp o rativ o q u e re c a ía e n un estu d ia n te ele­
g ido d ire c ta m e n te p o r sufragio de los asociados. Los p ro ­
fesores e ra n designados p o r el re c to r y su situación d e­
p e n d ía de u n con trato acordado con la corporación estu­
diantil.
La co rp o ració n universitaria p o d ía d e fe n d e r sus puestas
an te las au to rid ad es diocesanas con la sola am enaza de re­
tirarse de la ciu d ad y acep tar la hospitalidad de u n burgo
m ejo r dispuesto. N o faltaban ciudades p a ra recibirla, pues
el n ú m e ro de los estudiantes boloñeses era g ran d e y su
afluencia a u n a villa significaba m ovim iento, com ercio,
prestigio, gastos y otras en trad as n a d a despreciables. Se
cree q u e la fu n d ac ió n de la U niversidad de P ad u a e n 1222
fue p ro d u c to de u n a secesión estudiantil.
L a U niversidad de París tuvo en 1229 u n conflicto con
las a u to rid ad es y sufrió la am enaza de u n traslado masivo a
O rleans o a Toulouse. El pleito d eg e n eró en tum ulto y el
B arrio L atino tuvo su “parisazo” con algunos estudiantes
m u erto s y n o pocos burgueses descalabrados. Las reyertas
m edievales e ra n a fuerza de estacas y puñales, algunas picas
y pocas espadas, de tal m odo los b an d o s e n p u g n a n o dife­
ría n n o ta b le m e n te en su a rm a m e n to y la lu ch a se hacía
m ás sa n g rie n ta y encarnizada. La gresca provocó la in te r­
vención de los guardias del rey y d u ra n te dos años la Ciu­
d ad Luz fue a b a n d o n a d a p o r sus estudiantes. En 1231 San
Luis y B lanca de Castilla reco n o cen solem n em en te la carta
estatu taria de la universidad y le acu erd an los privilegios
o to rgados a n te rio rm e n te p o r Felipe Augusto.
LA CIUDAD CRISTIANA 1063

O t r a s u n i v e r s i d a d e s m e d ie v a l e s

J u n to con la teología y el derech o p rosperó el estudio de


la m edicina. Los conocim ientos m edievales en esta discipli­
na eran ru d im e n ta rio s y escasos. Se lim itaban al estudio de
los textos clásicos del Herbarium de D ioscórido y a u n cuer­
po de escritos de G aleno, H ipócrates y Coelius A urelianus.
La p rim e ra escuela de m edicina fue fu n d ad a e n tre los si­
glos X y XI en Salerno, Sicilia. La com ponían algunos
m aestros de gran prestigio personal p ero no poseía organi­
zación corporativa. G arioponto y Petroncello son los más
célebres.
El ren o m b re de la facultad de m edicina de Salerno se
extendió p o r toda la cristiandad y a b u n d a ro n los visitantes
p rovenientes de otros países para a p re n d e r en ella el arte
de curar. C onstantino, llam ado el Africano p o r ser nativo
de C artago, fue otro fam oso m aestro de la escuela salerni­
tana. Su im p o rtan cia en la historia de la m edicina reside en
la posesión de u n lote de libros traducidos del árabe al la­
tín y convertidos por su influencia en m anuales inexcusa­
bles p a ra alcanzar nivel universitario en esos conocim ien­
tos. Tuvo u n discípulo, Giovanni di M ilano, que puso sus
enseñanzas en versos y escribió u n m anual de higiene: Re­
gimen Sanitatis Salernitanum.
En 1231 Federico II anim ó la creación de la U niversidad
de Salerno sobre la base de su antigua escuela de m edici­
na. La influencia de la m edicina árabe e ra extrao rd in aria y
el cam ino hacia O ccid en te de estos conocim ientos se orga­
nizó a través de la costa m eridional de Francia. M ontpellier
fue la ciudad gala preferid a p o r la m edicina; en ella nacie­
1064 RUBEN CALDERON BOUCHET

ro n los fu n d am en to s de u n a corporación de enseñanza del


a rte de curar.
La situación geográfica p erm itió a M ontpellier estar en
contacto con el reino de Sicilia y, m ediante él, con O rien ­
te. El h ech o de hallarse en esa época bajo la co ro n a de Ara­
gón la puso tam bién en contacto con los ju d ío s españoles,
excelentes con o ced o res del árabe e inevitables in term ed ia­
rios p ara la traducción de libros escritos en esa lengua.
M ontpellier gozó de u n régim en hospitalario m uy bien
provisto. En su escuela de m edicina se conoció p o r prim e­
ra vez en E u ro p a El Canon de Avicena y más tarde el Colliget
de Averroes. D esde 1160 hasta los salernitaños llegaban a
M ontpellier p a ra leer sus libros y consultar sus profesores
de física, com o se llam aba entonces a los estudios m édicos.
Faltaba a la Escuela de M ontpellier, d ep en d ien te del
P riorato de San Ferm ín, u n a organización corporativa ca­
paz de convertirla en universidad. E ntre 1200 y 1220 se da­
rá este paso gracias a la preocupación del legado pontificio
C onrado de U rach. P or esa época el sur de Francia sufre la
conm oción provocada p o r el influjo de los cátaros y la inter­
vención inquisitorial de la Iglesia para rep rim ir la herejía.
La U niversidad de M ontpellier tuvo p o r centro la facul­
tad de m edicina, p ero en 1230, term in ad a la g u e rra co n tra
los albigenses o cátaros, se fu n d a la facultad de derecho.
Diez años más tard e la de artes y recién en 1289 el centro
universitario de la ciudad es elevado a la je ra rq u ía de stu-
diurn generale o universidad en sentido pleno.
París, B ologna y M ontpellier sirvieron de m odelo a las
m ás antiguas universidades de E uropa, en tre las que brilla­
rán , con luz particular, O xford y Salam anca.
LA CIUDAD CRISTIANA 1065

La p alab ra universitas en lugar de studium fue em pleada


p o r p rim era vez en O xford e n tre 1240 y 1252. Esta fam osa
escuela inglesa añadió, a las enseñanzas de d erech o canó­
nico y m edicina, u n a intensa profundización de los estu­
dios teológicos que fue co nducida p o r el m aestro R oberto
Grosse teste.
D u ran te el siglo XIII la gratu id ad de la enseñanza im ­
p a rtid a p o r las universidades era u n principio indiscutido.
El p rim e r ate n tad o vino de O xford. Los estudiantes debie­
ro n pagar u n a p e q u e ñ a sum a p ara a te n d e r a la subsistencia
de los profesores. La incorporación casi c o n te m p o rá n e a de
las ó rd en e s m endicantes a la enseñanza reforzó el carácter
G ratuito y dio a los estudios teológicos la fo rm a polém ica y
m ilitante exigida p o r la época.
La afluencia a los estudios superiores de jóvenes sin re­
cursos pecuniarios obligó a la creación de los colegios. Estas
instituciones fueron destinadas a ser albergues para q u ie­
nes no p o d ían pagarse u n a posada. Las subvenciones p arti­
culares sostenían la econom ía de esos colegios y satisfacían
la d e m a n d a de estudios reclam ada p o r u n m u n d o juvenil
deseoso de ciencia.
El colegio m ás céleb re de París fue fu n d a d o p o r el ca­
pellán de San Luis, maitre R o b ert S orbon, en 1257. El
n o m b re de Sorbonne sobrevive hasta n u estro s días p a ra d e­
signar el más im p o rta n te c e n tro de estudios de la capital
de Francia.
C u an d o los colegios no eran casas religiosas e ra n lla­
m ados bolsas o sacos, y en sentido más lim itado se designa­
b a con ese n o m b re al lugar o b ten id o en u n o de esos cole­
gios. La p a la b ra latin a bursa d a rá n a c im ie n to a la n u estra
beca p a ra d esig n ar la ín d o le de este servicio social. Los be-
1066 RUBEN CALDERON BOUCHET

neficiarios de estas bolsas o bolsillos se llam aban bursarii o


bursiati y estaban som etidos a u n a disciplina de estudios
m uy severa.
P o r el carácter eclesiástico de m aestros y alum nos, los
m iem bros de la universidad, fueran o no sacerdotes, eran
llam ados clérigos. La disciplina de estos centros no era siem ­
p re de lo m ejor. El vagabundeo estudiantil fue e n o rm e y
p ro n to se fo rm a ro n grupos de “clérigos” tro tam u n d o s lla­
m ados goliardos p o r la lengua de la época y cuyos excesos y
travesuras llen aro n de hazañas pantagruélicas los anales
del tiem po. Sacerdotes sin vocación, estudiantes fracasa­
dos, jóvenes licenciados sin plaza fija en la sociedad, vivie­
ro n en bandas desaprensivas c o m p o n ien d o canciones para
expresar su h u m o r o su insatisfacción y crearon así u n a
su erte de literatu ra especial.
“Estas canciones — escribe S chnürer— , que son a m en u ­
do bellas y poéticas, paro d ian con talento y reflejan el des­
cuido y la alegría. C on frecuencia d e n o ta n costum bres de­
sordenadas, se b u rlan del clero y del papa, alaban los
placeres de la vida: la b eb id a y el am or libre y expresan su
d isconform idad con acerbas críticas al o rd e n vigente” lñfi.
Dos colecciones de esas canciones p u eden ser consulta­
das. U na de ellas, Carmina Burana, fue recogida en un m o­
nasterio de Baviera y se pu ed e escuchar en un disco grabado
p o r Cari O rff a cuya cuenta corre la interpretación musical.
La otra se encontraba, hasta hace unos años, en un m anus­
crito p erten ecien te a la Universidad de Cam bridge. Ignoro
si h a hallado u n in térprete para su ejecución musical.

1 5 6 . G u sta v e S c h n ü r e r , L ’E glise et. la Civilisation au Moyen Age, Paris, P ayot,


1 9 3 5 , T. II, p â g . 5 5 0 .
C a p it u l o X I I

ORGANIZACION DE LOS ESTUDIOS

E s c o l a s t ic is m o

La p a la b ra escolasticism o ha c o rrid o la suerte de la in­


terp reta ció n sobre la Edad M edia. U sado com o den u esto
significa ergotización m inuciosa y p u ra m e n te dialéctica en
to rn o a problem as sin co n ten id o real: la transustancia-
ción, la natu raleza del ángel, la caída del dem o n io o la po­
sibilidad de la coexistencia tripersonal en la sustancia divi­
n a única. C o n sid erad a en su acepción sem ántica y sin
ánim o d e n ig ra to rio , la palabra escolasticism o proviene di­
rec tam e n te del térm in o latino scholasticus, equivalente a
m aestro. U n a etim ología más e ru d ita la h a ría re m o n ta r al
vocablo griego sjolé equivalente al latino otium, cuya signi­
ficación señalaba el tiem po dedicado al cultivo personal.
Escolasticism o es sinónim o de educación, p ero sin indicar
el aspecto social del proceso.
La escolástica era la ciencia en señ ad a en las escuelas.
C om o éstas incluían con énfasis especial la teología y a ella
1068 RUBEN CALDERON BOUCHET

su b o rd in a b a n to d a especulación filosófica, la palabra de­


signará, irrevocablem ente, esta m an e ra particu lar de con­
cebir la relación e n tre am bos saberes.
L a filosofía m o d ern a , en seguim iento de la pretensión
ren acen tista, se creyó en la obligación de re to m a r p o r su
c u e n ta las form as del pen sam ien to antiguo y a b a n d o n ó pa­
ra siem pre la b á rb a ra m o d alid ad m edieval, que consistía en
so m e te r la razón a la fe.
“En los escolásticos — o p in a H egel— la filosofía tuvo u n
carácter tan d e p e n d ie n te com o e n tre los padres de la Igle­
sia y los árab es.”
Teológica en su esencia, la escolástica buscaba el cono­
cim iento de u n tem a único: Dios. P ero la naturaleza divina
es p a ra H egel objeto de especulación exclusivam ente filo­
sófica. P o r esa razón los teólogos no ten ían otro recurso
q u e filosofar, pues “la ciencia de Dios es ú n ica y exclusiva­
m en te filosofía”. Y concluye estableciendo u n a n e ta dife­
ren c ia e n tre el p e n sam ien to escolástico y el m o d ern o : “P or
eso la filosofía y la teología se consideraban m uy ju sta m e n ­
te com o u n a y la m ism a cosa. La diferencia e n tre u n o y otro
saber m arca el tránsito a los tiem pos m odernos. A hora se
adm ite la posibilidad de q u e la razón descubra u n a verdad
que no lo sea p a ra la filosofía” 157.
La escolástica, e n su especie aristotélica, h a b ía ten id o es­
pecial cuidado e n d istinguir la ciencia teológica p ro p ia­
m en te d ich a de la filosofía. Santo Tom ás de A quino lo ha­
ce con prolijidad suficiente en sus p rim eros artículos de la
Suma. P ero H egel estaba dispuesto a pasar p o r estas digre­
siones calzado con las botas de las siete leguas. Los escolás­

1 5 7 . H e g e l , H istoria de la filosofia, M é x ic o , F .C .E ., T. III, p á g . 106.


LA CIUDAD CRISTIANA 1069

ticos n o tuvieron el h o n o r de que el gigante del pensam ien­


to m o d e rn o les co n c ed ie ra u n a aten ció n m oderada. Santo
Tom ás de A quino es despachado en m ed ia página y n o m e­
rece ni u n a citación de p rim e ra m ano. A H egel le basta pa­
ra co n o cerlo el tom o VIII de la Historia de T en n em an n .
Sin lugar a dudas los escolásticos m edievales creían ge­
n e ra lm e n te en la Revelación y som etían sus h u m an o s crite­
rios a lo que su p o n ían , equivocados o no, verdades proce­
d en tes de Dios m ism o. Si la revelación h e c h a p o r Cristo
tiene su origen en el m isterio de la vida divina, n a d a más n a­
tural; p e ro si n o es así, los escolásticos p ad ecieron los efec­
tos de u n a ilusión a b e rra n te que resultó — extraños efectos
de la realid ad — g en ero sam en te fecu n d a en obras de alta ci­
vilización.
La perspectiva descubierta en n u e stra p rim e ra ojeada
sobre la escolástica p u e d e h a c er p en sar en u n blo q u e sin fi­
suras, en u n a su erte de u n id a d intelectual m onolítica soste­
n id a en los estrechos lím ites de la orto d o x ia p o r el aparato
represivo espiritual de la Iglesia. Basta rec o rd a r la lu ch a en­
tre dialécticos y m ísticos p a ra p e rc ib ir la com plejidad de su
trasfondo.
La escolástica n o fue enseñanza u n ifo rm e y h ech a de
a c u erd o con u n criterio único. La designación incluye m u­
chas c o rrien te s intelectuales y algunas de ellas trenzadas en
querellas de larga duración: dialécticos, logicistas, agusti-
nistas, n eo platónicos, m ísticos y aristotélicos son nom bres
gen erales p a ra e n c u b rir m atices tan diferenciados com o
aquellos que auspiciaron la batalla e n tre averroístas y to­
m istas, en los lím ites de la influencia aristotélica.
1070 RUBEN CALDERON BOUCHET

O r g a n iz a c ió n c o r p o r a t iv a d e l a u n iv e r s id a d

La organización de las co rp o racio n es universitarias na­


ció de exigencias locales y obedeció, en cada situación
c o n creta, a u n a m o d alid a d típica del lugar y del m o m e n ­
to. La U niversidad de París fue u n a asociación de m aestros
y la de B ologna de estudiantes. En u n a y o tra p a rte los es­
colares se dividieron en naciones c o n fo rm e al país de d o n d e
p ro ce d ían .
En sus p rim e ro s años la escuela cated ral de B ologna re ­
co n o ció la existencia de tres estratos estudiantiles: univer­
sitas ultramontanorum p a ra los jóvenes p ro ce d e n te s de
alle n d e los Alpes; universitas citramontanorum p a ra los n a tu ­
rales de Italia, sin q u e se d ie ra un n o m b re especial a los
nativos de B ologna n o incluidos en n in g u n a de las organi­
zaciones p rec e d e n te s.
La m u n icip alid ad de B ologna no m ostró u n interés m uy
vivo en el crecim iento de la universidad ni m u ch o m enos
en el advenim iento de todos esos extranjeros. Su p reo c u p a ­
ción se c e n trab a en los estudios del derecho. T rató de e n ­
cauzar la c o rrien te estudiantil bajo la dirección de sus p ro ­
pios colegios de profesores, sin re c o n o c e r los derechos de
las co rp o racio n es escolares.
Los estudiantes p id ie ro n protección al p a p a y hallaron
en la p e rso n a de H o n o rio III u n a a u to rid ad sensible a sus
intereses. El p a p a consolidó la co rp o ració n universitaria y
la colocó fu era de la ju risd icció n m unicipal.
H o n o rio debió intervenir, años m ás tarde, c o n tra u n a
o rd e n del e m p e ra d o r F ederico II p a ra c e rra r la U niversi­
d ad de B ologna en beneficio de la facultad de d e re c h o re ­
c ie n te m e n te fu n d a d a en N ápoles. El edicto im perial fe­
LA CIUDAD CRISTIANA 1071

ch a d o en 1285 no fue tom ado en c u e n ta y la p ro tección


p ap al logró so sten er la universidad c o n tra la política del
e m p erad o r.
En el año 1265 el estatuto de las naciones u ltram o n tan as
in clu ía franceses, provenzales, ingleses, picardos, burgun-
dios, potevinos, turaneses, n o rm an d o s, catalanes, h ú n g a­
ros, polacos, g erm an o s y gascones. La com posición de la
u niversidad c itram o n ta n a no e ra m enos com pleja, pues ca­
d a ciu d ad italiana aspiraba a ser considerada com o u n a na­
ción. D ebem os advertir, a riesgo de p e rd e r de vista el es­
q u em a, q u e la constitución en naciones e ra variable y,
com o cada u n a de las universidades, u ltra m o n ta n a y citra­
m o n ta n a , elegía sus propios rectores, la diversidad de estos
fun cio n ario s estudiantiles no hacía fácil un m anejo c en tra­
lizado de la corporación.
La elección del rec to r de la universidad no era tarea sim­
ple ni se realizó siem pre de acu erd o con u n m odelo único.
Se sabe q u e d e b ía ser estudiante, la ed ad exigida oscilaba
en los veinticinco años. En B ologna e ra tam bién condición
indispensable p a ra ser re c to r llevar cinco años e n el estudio
del d erech o . O tras condiciones: soltero, discreto, p ru d e n ­
te, h o n esto y serio.
El re c to r de la universidad ten ía privilegios de m agistra­
do. El estu d ian te h o n ra d o con ese título cum plía en la so­
ciedad u n a m isión h o n o rífica de g ran im portancia. Esta si­
tuación reclam aba gastos y atenciones q u e debían ser
e n fre n ta d o s con cierta liberalidad económ ica. El cargo de
re c to r e ra sólo accesible a jóvenes con fo rtu n a o que goza­
b a n de u n a p re b e n d a eclesiástica: canónigo o deán.
Los síndicos, dos p o r cada universidad, ayudaban al rec­
to r en sus funciones propias; p o r debajo de ellos, u n g ru p o
1072 RUBEN CALDERON BOUCHET

de seis clérigos, llam ados los prudentes, ten ían p o r m isión


in sp eccio n ar el trabajo de los copistas en la im presión de
los libros. U n a su erte de consejo universitario com puesto
p o r tre in ta y ocho m iem bros, diecinueve p o r cada universi­
dad, co nstituía el trib u n al su p rem o de la corporación.
La organización estudiantil boloñesa d u ró hasta el año
1798. N ap o leó n dispersó las naciones y convirtió el viejo
ce n tro de estudios e n u n a universidad de Estado. P o r pri­
m era vez en su histo ria secular u n profesor fue re c to r de la
U niversidad de B ologna.
Las naciones in teg rad o ras de la U niversidad de París tu­
vieron u n o rigen similar. La co n c u rre n cia a las escuelas del
B arrio L atino de m uchos estudiantes p ro ced en tes de otros
países, los obligó a vivir ju n to s y a d e fe n d e r en com ún sus
intereses grem iales. Parece, el dato n o es m uy firm e, que
h u b o cuatro naciones en París. Sus m iem bros p e rte n ec ía n
a los m aestros de artes y n o a los estudiantes de las escuelas
de artes. N o se co n o ciero n naciones en las facultades de
teología, m ed icin a o derecho.
R ecordam os: el título de m aestro de artes equivalía a
n u estro título secu n d ario com pleto, p o rq u e h ab ilitaba pa­
ra el estudio e n u n a facultad. Esto explica el doble carácter
de la agrem iación universitaria: d efien d e los intereses de
sus m iem bros com o m aestros y a la vez com o estudiantes de
los institutos superiores.
La división de esta co rp o ra c ió n en cuatro naciones no
es del to d o exacta, p o rq u e a lo largo de su historia secular
h u b o cam bios y el criterio en la distribución nacional fue
b astan te arb itrario. La n ació n francesa incluía París y sus
alred ed o res, sur de Francia, E spaña, Italia y Grecia. La na­
ción n o rm a n d a e n ro la b a belgas, picardos, loreneses. La
LA CIUDAD CRISTIANA 1073

n a c ió n inglesa a los h ab itan tes de las Islas B ritánicas, h o ­


landeses, alem anes, suecos, n o ru eg o s, din am arq u eses,
h ú n g aro s, y eslavos e n general. La c u a rta n ació n estaba for­
m ad a p o r los provenzales y los catalanes de u n o y otro la­
do de los Pirineos.
El estu d ian te je fe de su nación recibía el n o m b re de
proctor o rector. A p a re n te m e n te n o existía u n a a u to rid ad
ú n ica p a ra to d a la corporación universitaria. En u n do cu ­
m en to fechado en 1245, el proctor, com o je fe de n ación, se
distingue del rector, y cuatro años m as tarde los cuatro
p ro cto res son los electores del rector. Esto hace su p o n e r
u n a organización m ás centralizada del m u n d o estudiantil.
La m isión del p ro c to r es d e fe n d e r los intereses y los es­
tatu to s corporativos de cada nación y proveer al m a n te n i­
m ie n to de la disciplina e n tre sus m iem bros. El rector, a
p a rtir de 1245, te n ía la m ism a tare a en o rd e n al to d o u n i­
versitario.
O tro fu ncionario im p o rtan te en la constitución co rp o ra­
tiva de la universidad fue el bedel. En n ú m e ro de dos p o r
cada nación seguía al rec to r y al p ro cto r en la escala de los
cargos. El b ed el m ayor disponía de tres estudiantes para po­
d e r cum plir con sus faenas y el sub-bedel de uno. Am bos po­
n ían o rd e n y disciplina en las clases, anunciaban horas y
días de conferencias, lecturas, clases y otros trabajos escola­
res. M antenían el contacto con el rec to r y los otros estudian­
tes. Los bedeles recibían un sueldo ab onado p o r los m iem ­
bros de la co rp o ració n p o r su dedicación a estas tareas.
A dem ás de esas funciones burocráticas cum plían o tra
m u ch o m ás vistosa, e ra n los encargados de m arc h ar a la ca­
beza de su n ació n d u ra n te las procesiones e m p u ñ a n d o el
m azo de plata, insignia de su cargo y estan d arte corp o rati­
1074 RUBEN CALDERON BOUCHET

vo. C u a n d o term in a b a el p erío d o de su m andato, el bedel


devolvía el m azo al p ro c to r diciéndole: “S eñor p ro c to r y
m aestros, h e aquí vuestros m azos y vuestros oficios, de los
cuales p u e d e n d isp o n e r co n fo rm e a vuestros designios”.
Existía o tro oficial corporativo encargado de co b rar la
cu o ta c o rre sp o n d ie n te a los m iem bros de la sociedad, la
fo rm a de su elección n o estaba fijada y cada nación ten ía al
respecto sus propias costum bres.
P ara tra tar los asuntos co n cern ien tes a la U niversidad
de París y en especial p a ra p ro te g e r los d erechos y privile­
gios corporativos, se convocaba a u n a asam blea de todas las
n acio n es en la iglesia de San Ju liá n el P obre o en la de los
M aturinos, u n sábado después de la m isa m atutina. Siete
bedeles m ayores, u n o p o r cada u n a de las naciones y otro
p o r cada facultad, cuidaban las p u ertas del recin to d o n d e
se realizaba la re u n ió n y actuaban com o consejeros de los
p ro cto res y los d ean es de las facultades de teología, m edi­
cina y d e re c h o . C ada dos años el p reboste de París se p re­
sen tab a a n te la asam blea p a ra recab ar sobre la observación
d e los d eb eres y el b u e n cum plim iento de los privilegios
o to rg ad o s a la corp o ració n . El preboste e ra u n fu ncionario
del rey e n carg ad o de re p re se n ta r al m o n arca an te las cor­
p o racio n es de oficio.
Las universidades de París y B ologna sirvieron de m o d e­
lo a todas las universidades fundadas en el n o rte y el sur de
E u ro p a, p e ro n o conviene hacerse u n a id ea m uy rigurosa
de esta im itación. La e sp o n ta n e id a d de las creaciones m e­
dievales d ejaba m u ch o librado a la im aginación y la aptitud
tem p e ra m en ta l de cada pueblo.
LA CIUDAD CRISTIANA 1075

EL REGIMEN DE ESTUDIOS

J u a n de Salisbury in fo rm a en su Metalogicon sobre los m a­


teriales de estudio usados d u ran te el siglo XII. Las escuelas
episcopales de esa época no se parecían m ucho, p ero se
p u e d e destacar u n rasgo com ún: eran escuelas de h u m an i­
dades y fo rm ab an los espíritus conform e a m étodos que ha­
bían h e c h o sus p ru eb as seculares en las escuelas de los retó­
ricos latinos antes y después de caído el Im perio R om ano.
Se estu d iab a a fo n d o la gram ática y se explicaba a los
poetas latinos, en especial a Ovidio, en cuya p a g a n a com pa­
ñ ía se a p re n d ía a fabricar lindos versos en aras del am or
cristiano. La retó rica e n señ ab a el arte del b ien decir y lue­
go se a p re n d ía u n poco de dialéctica p a ra a rg u m e n ta r con
eficacia.
A p a rtir de la se g u n d a m itad del siglo XII, a través de Si­
cilia y de España, in gresaron en E u ro p a los libros de Aris­
tóteles con las glosas de sus com entaristas árabes. Al m ism o
tie m p o se conoció la m edicina galénica y se inició el auge
del d e re c h o rom ano.
El joven estudiante e n trab a en la corporación universita­
ria en las condiciones de u n aprendiz de m aestranza. Colo­
cado bajo la guía de sus m aestros, recibía desde los quince
a los veintiún años la form ación que había de convertirlo en
m aestro de artes o bachiller, según designaciones todavía
usuales en universidades de habla inglesa. O b ten id a la li­
cen ciatu ra en artes, estaba en condiciones p ara ingresar en
u n a de las facultades.
Los seis o siete años de gram ática se p ro p o n ía n hacerle
c o n o c e r el latín a la p erfecció n p o rq u e e ra el idiom a de la
1076 RUBEN CALDERON BOUCHET

c u ltu ra y la ú n ica len g u a universal co nocida p o r todos los


e u ro p e o s educados. Este ciclo secu n d ario estaba dividido
en dos partes, la p rim e ra d u ra b a cuatro o cinco años, la se­
g u n d a u n o o dos. En su p rim e r ciclo el jo v en e ra u n estu­
d ian te p u ro y sim ple: ib a a clase, escuchaba las lecturas e
in te rv e n ía en las discusiones dirigidas p o r los m aestros. Es­
tos m aestros h a b ía n co n clu id o todo el curso secu n d ario y
h a b ía n o b te n id o la licencia p a ra e n señ a r en nivel secunda­
rio. M uchos de ellos estu d iab an u n a disciplina su p e rio r y
g an a b an su sustento e n las escuelas in struyendo a los más
jóvenes.
T e rm in ad o el p rim e r ciclo se o b ten ía el grado de bachi­
ller y se p o d ía p re p a ra r la licencia de m aestro de artes en
u n seg u n d o ciclo.
E n tre el bachillerato y la licencia en artes el alum no de­
b ía h a b e r escuchado leer los siguientes libros de Aristóteles:
Física, Sobre la generación y la corrupción, Sobre los cielos, Sobre
los sentidos y la sensación, Sobre el sueño y la vigilia, Sobre la me­
moria y la remembranza, Sobre la longitud y brevedad de la vida.
D ebía h a b e r oído tam bién la Metafísica y la Retórica de
A ristóteles, los Tópicos de Boecio, las Metamorfosis de Ovi­
dio, los libros poéticos de Virgilio, la g eo m etría de Eucli-
des. P o r últim o d e b ía le e r las dos éticas: la política y la econó­
mica d e Aristóteles.
L a lic e n cia tu ra su p o n ía u n exam en g en eral an te los re­
p re se n ta n te s de la co rp o ra c ió n y de d e te rm in a d o n ú m e ro
de p ru eb a s. O b te n id o el g rad o de inceptor, aparece a n te su
n a c ió n d o n d e a través de u n a serie de cerem onias recibe
el birrete q u e le p e rm ite , desde ese m o m en to , sentarse en­
tre los m aestros o los doctores. La p a rte festiva de la licen­
cia tu ra cu lm in a en u n b a n q u e te ofrecido p o r el egresado
LA CIUDAD CRISTIANA 1077

a sus m aestros y las a u to rid ad e s de la co rp o ra c ió n univer­


sitaria.
El g rado de doctores culm inación del curriculum acadé­
m ico. M édicos, legistas y teólogos ostentaban este título al
final de su carrera. A p a rtir del siglo XIII u n g rad u ad o en
la universidad, especialm ente legista o m édico, ten ía p ro b a­
bilidades de h a c er fo rtu n a y ad q u irir un título de nobleza.
“El cartu lario de la U niversidad de B ologna — escribe
Le G off— p e rm ite seguir la constitución de considerables
fo rtu n a s universitarias, especialm ente a fines del siglo XIII.
Los m aestros se convierten en ricos propietarios. A firm a­
ción que, si b ien es especialm ente válida p a ra el caso de los
m ás célebres, p u esto q u e ganan más, lo es tam bién, a u n q u e
en m e n o r g rad o , p a ra la m ayoría de los m aestros. Todos
ellos, siguiendo el ejem plo de los otros ricos, se dedican
ig u alm en te a especular, se h acen usureros, y los vemos
prestar d in ero a interés, sobre todo a estudiantes necesita­
dos, y reten er, en calidad de prendas, los libros” 158.
En F rancia la b u e n a fo rtu n a estaba reservada p ara los le­
gistas. Se convirtieron en los sostenedores de la nueva m o­
n a rq u ía y fo rm a ro n , en to rn o al rey, u n g ru p o cerrad o e in­
fluyente, la n o bleza de toga.
Los m édicos, m enos afortunados, hicieron carre ra en el
c u id ad o de los g ran d e s señores y de los nuevos ricos. Los
p o b res ra ra vez gozaban de este privilegio. Eso los m an te­
n ía m ás sanos y fuertes, pues la m edicina de la época e ra
esen cialm en te libresca y las raras intervenciones q u irú rg i­

158. Jacques Le Goff, Los intelectuales de la Edad Media, B uenos Aires,


Eudeba, 1965, pág. 169.
1078 RUBEN CALDERON BOUCHET

cas e ra n hechas p o r flebótom os, dentistas y aplicadores de


tópicos calientes, personajes siniestros que la com edia em ­
p a re n ta b a con los verdugos.

T o m a s d e A q u in o y la c u l t u r a d e su é po c a

La fo rm ació n de u n h e rm a n o dom inico en la prim era


m itad del siglo XIII no difería m ucho de la instrucción re­
cibida en la universidad. La fam osa o rd e n m en d ican te se
p re p a ra b a p a ra u n a in telig en te defensa de la fe tradicional
fre n te a los dudosos in té rp re te s de A ristóteles y especial­
m e n te con los averroístas latinos que en to n ces infectaban
la U niversidad de París.
El p rim e r m aestro aristotélico de Santo Tom ás de Aqui­
no fue A lberto el Suavo (de Suavia) en 1193. A lberto a p re n ­
dió las letras en la escuela p arroquial de su ciudad. C ondu­
cido p o r un tío suyo a la U niversidad de B ologna para
seguir estudios de d erech o en el año 1222, conoció allí la
O rd e n de los Predicadores establecida en 1217.
El convento dom inico dirigido p o r el h e rm a n o V entura
de B érgam o estaba cerca de la facultad de d erecho. A lber­
to p u d o e n tra r p ro n to en contacto con los frailes y sufrir la
influ en cia del h e rm a n o J o rd á n de Sajonia, m edio com pa­
trio ta suyo y h o m b re de gran prestigio p a ra a tra er jóvenes.
Los com ienzos de A lberto en la o rd en de Santo D om in­
go no son bien conocidos. U n largo y co ntradictorio anec­
d otario ja lo n a su iniciación com o fraile. Algunas referen ­
cias h acen de A lberto u n jovencito de dieciséis años cuando
se inicia en la o rd en ; otras, más cerca de la verdad, le con-
LA CIUDAD CRISTIANA 1079

sideran u n h o m b re en la proxim idad de los treinta. A néc­


dotas y contradicciones a u n lado, A lberto ingresó a la or­
d e n después de su llegada a B ologna y, si es cierto lo afirm a­
do p o r el in co rreg ib le criticón que fue Rogelio Bacon,
d e b ía ya te n e r u n a form ación uiversitaria sólida.
“El n o h a p rofesado n u n c a la filosofía — dice de A lber­
to el tem ible fran ciscan o — , jam as la h a a p re n d id o en las
escuelas, tam poco h a fre c u e n ta d o el ‘studium so le m n e ’
an tes de llegar a ser teólogo; no p u d o tam poco ser in stru i­
do en su o rd e n pues él era e n tre ellos el p rim e r m aestro
de filosofía” 159.
Si fue n o m b ra d o m aestro de filosofía sin previo a p re n ­
dizaje es p o rq u e la sabía. El tiem po p erm an ecid o en Bolog­
n a testim o n ia p o r su frecuentación de la universidad.
El n o m b re de San A lberto está u n id o con el de Santo
Tom ás en la tarea de in c o rp o ra r la ciencia aristotélica a la
teología cristiana. En las p rim eras páginas de sus co m en ta­
rios a la Física, A lberto e x p o n e con to d a claridad sus p ro p ó ­
sitos: “N u estra in te n c ió n al tra tar de la ciencia n a tu ra l es sa­
tisfacer según nuestras fuerzas a los religiosos de n u estra
o rd e n q u e nos ru eg a n desde hace m uchos años q u e escri­
bam os u n libro sobre la naturaleza, en el que p u e d a n te n e r
u n curso com pleto de ciencias naturales que les sirva de lla­
ve p a ra e n te n d e r las obras de A ristóteles... En cuanto al
m éto d o ad o p ta d o p o r nosotros en esta obra, consiste en se­
gu ir las vías de A ristóteles y decir lo necesario p a ra su in ter­
p reta ció n sin m e n c io n a r el texto. P o r lo dem ás hacem os al­
gunas digresiones propias p ara esclarecer dudas y com pletar

1 5 9 . A lb e r t o G a r r e a u , San Alberto M agno, B u e n o s A ires, D e d e b e c , 1 9 4 4 ,


p ág. 45.
1080 RUBEN CALDERON BOUCHET

lo que en la d o ctrin a del Filósofo figura expuesto bajo u n


lenguaje dem asiado conciso y queda, p o r esa razón, ininteli­
gible p a ra m u c h o s... Al p ro ce d e r así darem os a la luz los es­
critos, en tan gran n ú m ero y con los mismos nom bres que
los del m ism o Aristóteles. A ñadirem os cuándo el libro está
incom pleto y harem os p o r n uestra cuenta lo que Aristóteles
no com puso o si lo com puso no h a llegado hasta nosotros” 160.
La o b ra de San A lberto tiene innegable carácter enciclo­
péd ico y hasta los m ás acervos desnichadores de santos, co­
m o P ierre Bayle, lo resp e taro n en aras de su ap o rte a la
ciencia ex p erim en tal.
Santo Tom ás ingresó a la O rd e n de los P redicadores des­
pués de h a b e r estudiado e n la U niversidad de N ápoles re­
c ie n tem e n te cre a d a p o r u n decreto de Federico II. En Ná­
poles conoció algunos libros de A ristóteles, p ero fue la
influ en cia de A lberto la que d e te rm in ó su vocación para
asim ilar el p en sam ien to del filósofo griego co n fo rm e a las
exigencias d e la fe.
M artín G ra b m a n n en su libro La filosofía de la cultura de
Santo Tomas de Aquino nos ofrece u n claro esquem a del tra­
bajo de síntesis realizado p o r Santo Tom ás en el cu erp o de
la ciencia antigua. R esum im os brevem ente sus conclusio­
nes p a ra d a r u n a id ea apro x im ad a de los conocim ientos
usados o p o r el A quinate en la constitución de sus escritos
teológicos y filosóficos.
H ab lar de síntesis tom ista es u n a m an e ra ap roxim ada de
c o n sid e rar su trabajo. Santo Tom ás tom ó el c o n ju n to de la

1 6 0 . A lb e r t o M a g n o , Opera Omnia, T. I l l , P. 2.
LA CIUDAD CRISTIANA 1081

o b ra aristotélica en sus fuentes y en sus co m en tad o res y la


pensó to talm en te a la luz de u n a no ció n intensiva del ser,
tal com o p u e d e concebirse del acto p o r el cual Dios creó al
m u n d o de la nada.
La m etafísica de A ristóteles nos puso en contacto con
u n p rim e r m o to r inm óvil, causa p rim era y razón suficiente
del m ovim iento cósm ico, p ero de n in g ú n m odo causa crea­
d o ra en sentido estricto. Aristóteles explicaba el o rd e n teo­
lógico de ese m ovim iento p o r su orien tació n hacia el acto
p u ro o p e n sam ien to que se piensa, sin d arn o s la certeza de
q u e am bos principios, p rim e r m o to r inmóvil y acto puro,
fu eran u n a m ism a cosa. Para Santo Tom ás la id en tid a d de
am bas n ociones n o ofrecía d u d a alguna y el n o m b re de
Dios, p a ra designar u n o y otro, venía e sp o n tá n e am e n te a
sus labios.
Dios e ra acto p u ro de inteligencia creadora, causa efi­
ciente y final del universo y no sólo u n pensam iento absorto
en la contem plación de su p ro p ia dignidad, sino providen­
cia am antísim a y favorablem ente inclinada sobre su obra.
“Dios dirige todo p o r su providencia a la divina b o n d a d
com o a ú ltim o fin. P ero esto n o se hace com o si la b o n d a d
y p erfecció n divinas p u d ie ra n recibir con ello u n acrecen­
tam ien to , sino a fin de que se im prim a lo más posible un
in cre m e n to , u n a sem ejanza de la divina b o n d a d en las co­
sas. Mas, puesto que n in g u n a substancia creada p u e d e al­
canzar y ex p resar p e rfe c ta m e n te la b o n d a d de Dios, p o r
eso d eb ió existir u n a m u ltitu d y u n a variedad en las cosas,
a fin de que la sem ejanza de la divina b o n d a d pudiese ser
co m u n icad a a las cosas de m an e ra m ás perfecta. De este
m o d o la b o n d a d y perfección divinas que n o p u e d e refle­
jarse p e rfe c ta m e n te en u n a ú n ica esencia es rep re sen ta d a
1082 RUBEN CALDERON BOUCHET

de variados m odos y más p e rfe c ta m e n te p o r la m ultiplici­


d ad de las cosas. Así com o el h o m b re , c u an d o n o p u e d e ex­
p resar con u n a sola p a la b ra u n p ro fu n d o pensam iento,
e c h a m an o p a ra ello de m uchas palabras, del m ism o m odo
la in fin ita g randeza de la b o n d a d divina p u e d e m anifestar­
se en esto: en que la divina perfección, que en Dios es ab­
so lu tam en te sim ple, e n el d om inio de lo creado solam ente
p u e d e reflejarse en lo variado y lo m últiple. Sin em bargo la
razón de q u e las cosas sean distintas proviene de que po­
seen distintas fo rm a s” 161.
En u n pasaje de la Suma Teológica señalado p o r M artín
G rab m an n , ratifica esta visión del o rd en del universo e n su
disposición h acia el Dios C read o r y Providencia. El carácter
sinfónico de la co n cep ció n tom ista del m u n d o se rep ite en
todos los niveles de la actividad cultural de la E dad M edia.
A quí se p u e d e re p e tir la frase atrib u id a a Alain y que, mu-
tatis mutandis, p u e d e ser d ich a de cualquier gran filósofo,
p e ro n u n c a con ta n ta p ro p ie d a d com o de Santo Tomás:
“N o he creíd o n u n c a que fu e ra posible e n c o n tra r u n a filo­
sofía nueva; m e c o n te n ta b a con descubrir aquello que los
m ejores h a b ía n q u e rid o decir; esto es inventar en el senti­
do m ás p ro fu n d o , p o rq u e es c o n tin u a r el h o m b re ”.
Santo Tom ás c o n tin u ó el pen sam ien to antiguo p ero lo
ligó de tal m o d o a la p alab ra divina q u e hasta hoy h a sido
im posible d escu b rir u n a síntesis m ás eq u ilib rad a y com ple­
ta p a ra reem plazar la suya en o rd e n a u n a in terp retació n
p ro fu n d a de la d o c trin a cristiana.
“El universo total — nos dice— se constituye de todas las
criaturas, com o el todo de sus partes. A hora bien, si q u e re ­

1 6 1 . Sum ma Contra Gentes, L. II, 197.


LA CIUDAD CRISTIANA 1083

m os d e te rm in a r el fin del todo y de sus partes, se nos p re­


sen ta el siguiente o rd e n de fines. P rim e ra m en te e n c o n tra ­
m os q u e las p artes existen p ara sus propias actividades, p o r
ejem plo, q u e el ojo es a n te todo p ara ver. En segundo lugar
observam os que la p a rte inferior existe p o r causa de o tra
su p e rio r y m ás n o ble, com o p o r ejem plo los sentidos p o r
causa del e n te n d im ie n to ... En tercer lugar n o se p u e d e n e­
g ar q u e todas las p artes c o n ju n tam en te se dirigen a la p e r­
fección del todo, com o la m ateria tiene su fin en la form a.
Las p artes son com o la m ateria del todo. F inalm ente existe
to d o el h o m b re p o r causa de su últim o fin, que le es tras­
c e n d e n te , a saber, p o r causa de la posesión de Dios. P or
c o n siguiente, c o n stitu id a p o r los elem entos del universo,
cada c ria tu ra individual existe ante todo p a ra su p ro p ia ac­
tividad y perfecció n . U lterio rm en te existen criaturas infe­
rio res p o r causa de las superiores y más nobles. Las cosas
q u e están p o r debajo del h o m b re han sido creadas p o r cau­
sa del h o m b re . Todas las criaturas individuales se dirigen a
su vez a la p erfecció n del universo. Finalm ente todo el u n i­
verso, con todas sus partes, está o rd e n a d o a Dios com o a su
ú ltim o fin. En todas las criaturas se refleja la b o n d a d divi­
n a p a ra la glorificación de Dios. Las criaturas racionales, a
m ás de ser im agen de la divina b o n d a d , se dirigen a Dios
com o a su últim o fin de u n a m a n e ra especial, en cuanto
p o r su actividad, p o r su co n o cim ien to y am or, p u e d e n al­
canzar a D ios”.
En su co m en tario a la Etica Nicomaquea, Santo Tom ás
percib e la existencia de tres tipos de órdenes: el p rim e ro de
ellos es el o rd e n cósm ico y el de las cosas que son p o r na­
turaleza y están ofrecidas a n u estra consideración inteligen­
te, sin q u e el co n o cim ien to q u e de él tengam os p u e d a alte­
1084 RUBEN CALDERON BOUCHET

ra r la constitución de ese o rd en . Es el o rd e n real, el o rd e n


del ser. El seg u n d o o rd e n d e p e n d e en cierto sen d d o de
n u e stra razón, pues se trata de d isp o n e r ad ecu ad am en te las
ideas p a ra expresar u n p ensam iento, o las palabras p ara
m anifestar nuestras ideas. En ocasiones son otras realida­
des las q u e sufren u n a o rd en a c ió n im puesta p o r n u e stra ra­
zón, com o los ladrillos p a ra fabricar u n a casa o la m ad era
p a ra h a c er u n m ueble. Este o rd e n d e p e n d e en p arte de
n u e stro arbitrio y e n p a rte tam bién de la n aturaleza de las
cosas o rd en a d a s en el o rd e n de la técnica o del arte.
P o r ú ltim o existe u n o rd e n que n u e stra razón realiza en
los actos voluntarios p a ra alcanzar la perfección exigida
p o r n u e stra natu raleza espiritual.
Las ciencias buscan el co n ocim iento del o rd e n p ara
c o m p re n d e r las relaciones m ás pro fu n d as de los fen ó m e­
nos. Estos tres ó rd en e s d an n acim iento a los principales gé­
n e ro s científicos: m etafísica, filosofía n atu ral y m atem áticas
p a ra los saberes especulativos del p rim e r o rd en ; lógica y ar­
tes p a ra los del segundo; filosofía m oral, social y política pa­
ra los del terc er o rd en .
U n a sab id u ría de esta enverg ad u ra re q u e ría la concu­
rre n c ia feliz de m uchos otros factores culturales que se die­
ro n e n la ép o ca de Santo Tomás. En p rim e r lugar el cono­
c im ien to de las obras del E stagirita y sus p ro fu n d o s
com entaristas árabes y u n conocim iento adecu ad o del grie­
go p a ra h a c er esos estudios. Santo Tom ás aprovechó el do­
m inio de la len g u a griega de su h e rm a n o de o rd en G uiller­
m o de M o erb eq u e p a ra p o d e r d isp o n e r de u n a versión
latin a de to d a la o b ra de Aristóteles. Se precisó tam bién
u n a trad u cció n de los com entarios árabes y en esta labor
in te rv in iero n n u m ero so s arabistas ju d ío s con quienes los
LA CIUDAD CRISTIANA 1085

m onjes cristianos e n tra ro n en fecundos contactos. P o r últi­


m o se necesitó u n clim a espiritual p ropicio a la investiga­
ción p a ra que el trabajo no se resin tiera del influjo defo r­
m a d o r de presiones autoritarias

Sa b id u r ía c r is t ia n a y s o c ie d a d

La posibilidad de u n a visión arm o n io sa del universo


fu n d a la de u n a eq u ilib rad a relación e n tre la sociedad reli­
giosa y la sociedad civil. Este equilibrio no fue fácil de cons­
tru ir ni en la práctica ni en la teoría. C uando se lo logró, su
d u rac ió n fue tan fugaz y p recaria com o la salud m ism a de
los h om bres. Los inconvenientes nacidos de las am biciones
políticas de clérigos y seglares los hem os considerado con
c ie rta extensión a lo largo de este trabajo. Interesa, en u n a
reflexión sobre el m u n d o m edieval, observar las diversas
m an eras de co n c eb ir la relación de la Iglesia y el Estado en ­
tre los p ensadores m ás representativos de aquella época.
Rogelio B acon es la e n c arn a ció n típica del criterio u n i­
tario de sab id u ría cristiana llevado hasta sus últim as conse­
cuencias. Las ciencias constituyen u n conjunto de saberes
p e rfe c ta m e n te jerarq u izad o s, cada u n a de ellas recibe sus
principios de la su p e rio r y todas ju n ta s d e p e n d e n de las
v erdades reveladas.
“Hay u n a sola ciencia p e rfe c ta — dice en su Opus Ter-
tium— d a d a p o r el Dios único: la del g é n e ro h u m an o ; y en
vista del ú n ico fin q u e es la vida eterna. Esta ciencia está to­
talm ente c o n te n id a en las Sagradas Escrituras y de ahí de­
be ser e x tra íd a p o r el d e re c h o canónico y la filosofía. Todo
1086 RUBEN CALDERON BOUCHET

aquello q u e es co n trario a la sagrada sabiduría o sim ple­


m e n te ex trañ o , es tam bién e rró n e o y vacío y no p u ed e ser­
vir a los h o m b re s.”
De esta verdad clara y c o rta n te com o u n a navaja, Bacon
extrae conclusiones p a ra el o rd e n social tan term in a n te s y
taxativas: el p ap a es depositario de la v erdad sagrada y p o r
e n d e de la sabiduría q u e los h o m b res d e b e n te n e r en cu en ­
ta p a ra salvar su alm a. El p ap a dirige la Iglesia y con ella el
m u n d o en tero , p ues el jefe suprem o de la Iglesia de Cristo
lo es tam bién de la rep ú b lica de los fieles e x te n d id a p o r to­
do el universo y cuyo lazo de u n ió n es la sabiduría divina
dep o sitad a bajo el cu id ad o del pontífice rom ano.
A la Iglesia le c o rre sp o n d e regir las naciones cristianas,
cuidar de los individuos y de los pueblos p ara conservarlos
en salud, educarlos m o ralm en te, p ro te g e r sus bienes y ase­
gurarles u n a existencia en paz p a ra que p u e d a n realizar su
salvación.
El sueño de u n a rep ú b lica cristiana no se d etiene en los
lím ites de las n acio n es occidentales bajo la tutela de la Igle­
sia católica. R oger Bacon auspiciaba seriam ente la necesi­
dad de e x te n d e r el rein o de Cristo co m batiendo a los infie­
les, convirtiendo a todos los pueblos conform e al m an d ato
de Jesús: “Id y b au tizad a todas las naciones en n o m b re del
P adre, del H ijo y del E spíritu S an to ”.
C u ando la rep ú b lica evangélica haya alcanzado los con­
fines del m u n d o , h a b rá u n solo rein o y el sum o pontífice
será su je fe espiritual: “Los griegos volverán a la o b ediencia
de la Iglesia R om ana, los tártaros se convertirán a la fe, los
sarracenos serán d estru id o s y h a b rá u n solo reb añ o y u n so­
lo p a sto r”.
LA CIUDAD CRISTIANA 1087

El sueño n o e ra to talm ente nuevo y n u n c a será del todo


viejo. Es curioso: la visión profètica de J u a n A pocalepta so­
b re el fin de los tiem pos reserva la realización de un único
rein o terrestre a ese m isterioso personaje conocido com o el
A nticristo. El será q u ien rein e sobre los confines del m u n ­
do d u ra n te u n breve lapso, p ero lo bastante largo com o pa­
ra p ro b a r la paciencia de los pocos fieles sobrevivientes.
B acon n o d u d a b a del destino triunfal de la Iglesia en
esos siglos de ascensión que le tocó vivir y n a d ie com o él
— o p in a E tie n n e G ilson en su Historia de la filosofía en la
Edad Media— h a ten id o u n a visión m ás n ítid a y acab ad a de
la fu n ció n de la sab id u ría cristiana en la sociedad.

M is ió n d e l a u n iv e r s id a d

El p e n sa m ie n to de R oger B acon nos coloca fre n te a un


tem a in c e sa n te m e n te d e b a tid o en n u e stra p ro p ia época: la
m isión de la universidad. D u ra n te la E dad M edia los ele­
m en to s in te g ran te s del p ro b le m a se co n o cían con bastan­
te certeza. El E stado n o se h a b la erigido en u n todo y re­
c o n o c ía a la Iglesia católica u n a p rio rid a d espiritual que
p o n ía en sus m anos el m agisterio intelectu al de los p u e ­
blos cristianos.
C u ando se trata de d e te rm in a r con precisión la m isión
de la universidad, el p rim er recau d o consiste en señalar los
intereses fundam entales de la au to rid ad m itente. En la
E dad M edia no existió ni el asom o de u n a duda, la Iglesia
era depositaría de la sabiduría sagrada y sólo a ella le corres­
p o n d ía velar p o r la salud espiritual de los pueblos cristianos.
1088 RUBEN CALDERON BOUCHET

La teología era la re in a de las ciencias y su conocim ien­


to, celosam ente custodiado p o r el so berano pontífice, de­
b ía ser n o rm a negativa de cu alq u ier otro saber. C uando en
la investigación de las ciencias particulares los sabios caían
en co n tradicciones con la Revelación, las au to rid ad es in te r­
venían p a ra rectificar el error. Las form as de esta in te rv en ­
ción fu ero n variadas y e n cada caso se ad ecu ab a o buscaba
adecuarse a la ín d o le de la situación y los intereses com pro­
m etidos. La m ás co m ú n y aceptable era u n a discusión p ú ­
blica de las o p in io n es aventuradas, la c o n d en ació n de esas
m ism as o p in io n es o el in te rd ic to eclesiástico p a ra q u ien se
a fe rra ra c o n tu m a zm e n te a las tesis declaradas heréticas.
R eservam os los detalles de esta ju risdicción en m ateria
espiritual p a ra considerarlos en detalle cu ando tratem os la
Inquisición; a h o ra in teresa d estacar el carácter m isional de
la universidad al servicio de la fe.
La universidad nació esp o n tá n e am e n te convocada p o r
la u rg en c ia de a g ru p a r estudiantes y profesores en u n a cor­
p o rac ió n p a ra d e fe n d e r sus respectivos intereses. N ada más
p ro fan o ni c o n fo rm e con el espíritu solidario de la época,
p e ro los estudios hechos en la universidad fu ero n los mis­
m os q u e im p artían las escuelas catedrales bajo la vigilante
custodia de los obispos diocesanos. Esto su p o n ía el tácito
rec o n o c im ien to del g o b iern o eclesiástico en m ateria inte­
lectual. El m ovim iento estudiantil de fines del siglo XII tu­
vo u n a extensión, u n a fuerza y u n em puje que m uy p ro n to
d esb o rd ó los lím ites de las ju risd iccio n es episcopales. El pa­
p a d o vio en ello u n signo positivo d o n d e se expresaba u n a
aspiración de to d a la cristiandad y tom ó el p ro b lem a en sus
m anos p a ra evitar soluciones provincianas dadas p o r los
obispos a situaciones de en vergadura universal.
LA CIUDAD CRISTIANA 1089

La universidad se convirtió en causa de interés p a ra Ro­


m a. Los h o m b res del pontificado vieron p ro n to en ella un
a rm a d e doble filo. Bien dirigida p o r la inteligencia católi­
ca p o d ía ser convertida e n fuerza eficacísim a al servicio de
la Iglesia, q u e a b a n d o n a d a al ritm o de peligrosas curiosida­
des p o d ía ser el escollo de la cristiandad en su com bate p o r
la u n id a d religiosa de los hom bres. La universidad le p lan ­
teó a la Iglesia u n dilem a trem endo: o la inteligencia cató­
lica asum ía ín te g ram e n te la ciencia griega y la hacía e n tra r
sin am p u tacio n es en los cuadros de la sabiduría teológica,
o esa m ism a ciencia sin bautism o g an ab a el espíritu de las
m inorías intelectuales y la cristiandad se p e rd ía irrem isible­
m en te com o ideal religioso político.
El siglo XIII reaccionó virilm ente fre n te al dilem a y fue­
ro n las ó rd en e s m en d ican tes las encargadas de cum plir la
m isión in te g rad o ra , gracias a las ex traordinarias figuras de
Santo Tom ás y San B uenaventura.
C o n sp irab a positivam ente en el feliz resultado de la so­
lu ció n la p e n d ie n te todavía contem plativa del esp íritu cris­
tiano. El h o m b re del siglo XIII n o te n ía d udas en cuanto
al valor de la ciencia teológica. Para él, la je ra rq u ía cientí­
fica se m ed ía p o r la excelsitud del objeto considerado.
Dios seguía e n el c e n tro de su universo y la esp eran za en la
salvación p resid ía su m oral. B astará u n giro en los in te re ­
ses espirituales de la b u rg u esía p a ra que el in terés intelec­
tual se vuelque e n te ra m e n te hacia el d om inio económ ico
del m u n d o y las ciencias capaces de asegurar ese d om inio
to m e n in cre m e n to decisivo. P ero e n to n ces se h a b rá term i­
n a d o la E dad M edia y estarem os en el ám bito del m u n d o
m o d e rn o .
C a p i t u l o XIII
LA DEFENSA DE LA INTELIGENCIA

P la n t eo del problem a

E poca de terribles persecuciones ideológicas y de es­


fuerzos d en o d ad o s p o r conseguir u n id ad espiritual, la
n u e stra cree — con h ip ó crita persistencia en la m entalidad
liberal— que cu alq u ier idea política o religiosa tiene d e re ­
cho a ser lib rem en te p ro p u esta po r los hom bres sin incu­
rrir en anatem as de n in g ú n género. Pero el o rd en de la
convivencia h u m a n a es, al m ism o tiem po, un o rd en de in­
tereses colectivos y personales, tejido en to rn o a esfuerzos
de los individuos o las sociedades, cuyos d eten to res no es­
tán dispuestos a ab a n d o n arlo en aras de utopías m ás o m e­
nos rosas. El delito de op in ió n sigue siendo p a ra m uchos la
m ás grave acusación que p u e d e arrojarse en el debe de los
Estados totalitarios. P or supuesto, la Edad M edia fue totali­
taria p o rq u e reprim ió c ru elm en te el libre exam en de la
d o c trin a sagrada y no se detuvo ante los suplicios más atro ­
ces p a ra ex tirp ar lo que consideraba crim en sacrilego.
1092 RUBEN CALDERON BOUCHET

C on todo, m uchos liberales consideran legítim o defen­


d e r la seguridad nacional c o n tra los factores de p e rtu rb a ­
ción in te rn a y no trep id an en perseg u ir con increíble saña
las o p in io n es consideradas peligrosas p a ra sus sistemas de
convivencia política, convencidos, com o u n m edieval cual­
q uiera, q u e la u n id a d de los pueblos no se realiza solam en­
te en to rn o a intereses económ icos com unes, sino tam bién
a principios m orales y form as de convivencia social históri­
cam en te aceptadas p o r ese pueblo.
La cristiandad n o fue u n cu erp o político único: dividida
en varias sociedades civiles m antuvo u n a fu erte u n id ad es­
piritual fu n d a d a en la fe com ún. La fe e ra el lazo social con­
vocador de las inteligencias y la que hacía solidarias las vo­
luntades de los cristianos. A tacar la fe en sus principios
dogm áticos e ra u n ate n tad o directo al único o rd e n de con­
vivencia co n o cid o y e ra p o n e r en peligro la estabilidad mis­
m a del m u n d o m oral d o n d e el cristiano vivía.
El Estado m edieval, p o r su cuenta, ten ía vivo interés en
conservar la in te g rid a d de la fe e n su territorio. La unani-
mitas c o n ceb id a p o r C arlom agno seguía siendo el criterio
de u n id a d e n tre los súbditos, y esta u n a n im id a d no d e p e n ­
d ía tanto de prin cip io s ju ríd ic o s com o de la d o c trin a im ­
p a rtid a p o r la Iglesia católica. Esto explica la insistencia de
los Estados cristianos p a ra m a n te n e r a sus súbditos en la ad­
hesión a la fe.
P ero la e n carg ad a d e p ro n u n ciarse sobre la integridad
d o c trin a ria de u n a e n señ an za era la Iglesia y n o el Estado.
En esto estaban p e rfe c ta m e n te de acu erd o los poderes
tem porales y los eclesiásticos; p o r eso c u an d o las a u to rid a­
des civiles observaban e n sus territorios m ovim ientos de
o p in ió n co n trario s a la u n id a d de la fe req u e ría n el pro ­
LA CIUDAD CRISTIANA 1093

n u n c ia m ie n to de los eclesiásticos p a ra p o d e r o b rar de con­


fo rm id a d con él.
L a Iglesia n o tuvo ju risdicción p en al sobre los países de
los p rín cip es cristianos. Su a u to rid ad fue siem pre espiritual
y la ín d o le de sus ju icio s sobre los hoy llam ados delitos de opi­
nión fue p enitencial, lo m ism o que sus castigos.
La Inquisición nació de esta exigencia y la Iglesia católi­
ca la im puso en los países infectados p o r la herejía, c u an d o
ésta h a b ía g anado a p a rte del clero y am enazaba la cre e n ­
cia de los fieles desde los púlpitos encargados de sostener­
las. P o r desgracia o p o r suerte, la h erejía no fue solam ente
u n crim en c o n tra la Iglesia, fue tam bién u n delito co n tra la
in te g rid a d del Estado. De esta am bivalencia n acen los in­
convenientes interpretativos.
“La tare a d e la Inquisición — escribe H offm an N icker­
son— e ra sólo decid ir si los acosados eran o no herejes. Si
luego d e ser ju zg ad o s se a rre p e n tía n , el Estado n o ten ía en
p rin c ip io n a d a q u e decir. La Inquisición actuaba p o r la
Iglesia e im p o n ía pen iten cias com o a cualquier otro peca­
d o r a rre p e n tid o . C on el h e re je obstinado la Iglesia n ad a
p o d ía hacer. Esos prisioneros eran transferidos a las a u to ri­
dades civiles, con la fó rm u la de que la ju sticia de Dios na­
d a p o d ía h a c er p o r ellos, ya q u e persistían en rebelarse, y,
p o r lo tanto, la ju sticia h u m a n a d eb ía p ro n u n ciarse en sus
p ro p io s fu ero s” 162.
El E stado rec o n o c ía la p ericia de los in quisidores p a ra
la d e te rm in a c ió n del carácter h e ré tic o de u n a o p in ió n , pe­
ro se reserv ab a la aplicación de sus propias leyes p a ra cas­

1 6 2 . H o f fm a n N ic k e r s o n , L a Inquisición, B u e n o s A ir e s , L a E sp ig a d e O r o ,
1 9 4 6 , p á g s. 3 5 8 -9 .
1094 RUBEN CALDERON BOUCHET

tigar el d elito c o n tra la u n id a d de su go b iern o . La confis­


cación de los bienes, el d e stie rro o la m u erte, e ra n penas
h ab itu ales p a ra la c o n tu m a cia establecida. Los a rre p e n ti­
dos q u e d a b a n e n el fu ero de la Iglesia y se lib erab an con
p e n ite n cia s m ás o m en o s pesadas, según la responsabili­
d a d social del in crim in ad o o la calidad de su p redicación
herética.
La existencia de la Inquisición en el seno de la Iglesia
de C risto h a suscitado controversias envenenadas y no po­
cas tu rb acio n es de conciencia. ¡Es posible que u n a reli­
gión q u e se reclam a sucesora de Cristo y ad m in istrad o ra
de la p a la b ra san ta haya c o n te m p la d o sin p ro te sta r que se
q u e m a ra n vivos a q u ien es en señ ab an doctrinas contrarias
a las suyas!
Los h istoriadores de la Inquisición tra d u c en con más o
m enos vigor todas estas in q u ietu d es y sus libros son el fiel
reflejo de sus propias opiniones. Las hay de todos colores:
negras y apasionadas requisitorias c o n tra la Iglesia, muy
b ien dispuestas p a ra caer en el m elo d ram a siniestro, com o
la m uy fam osa de Ju a n A ntonio L lórente; y las q u e m ues­
tra n u n a vigorosa disposición apologética com o las d e je a n
G uiraud y H offm an N ickerson.
P e rso n alm en te n o m e siento inclinado a ver u n abism o
e n tre la Inquisición m oral y la evangélica, p ero pienso, co­
m o H e n ri M aisonneuve, que el p ro b lem a histórico debe
ser resu elto con objetividad y sin presupuestos co n d e n ato ­
rios o absolutorios. Se trata de e n te n d e r la ín d o le de la p er­
secución y el castigo de los herejes, sin creer in g en u a m en ­
te q u e los cató lico s fu e ro n fan ático s m alvados q u e
p a d e cía n u n a especial inclinación a h acer ch ich arro n es
con el c u erp o de sus adversarios.
LA CIUDAD CRISTIANA 1095

Steve R u n cim an , e n u n estudio e n ju n d io so sobre el ma-


n iq u eísm o m edieval, advierte desde la p rim e ra página,
con liberal iro n ía, q u e la to lerancia es u n a virtud social
m ás q u e religiosa, y resu lta casi im posible en u n a fu erte re­
ligión p erso n al com o el cristianism o. Los cristianos ratifi­
can este p u n to de vista, pues n u n c a co n sid eraro n a la tole­
ran c ia u n a virtud. Si el significado de la p a la b ra tien e u n
se n tid o , el verbo latino tolle, tollere, a p u n ta a u n a om isión,
no a u n acto positivo. A dm inistradores celosos de la ver­
d a d revelada, n o p o d ía n escatim ar su defensa fre n te a
q u ien e s la falsificaban y sem b rab an desco n cierto y confu­
sión e n tre los fieles.
M aisonneuve c o n sid era los trabajos de H e n ri C harles
L ea y j e a n G uiraud los m ejores en su g é n e ro sobre la In­
quisición. R e p ro c h a a L ea su pasión anticlerical y a Gui­
ra u d su in clinación apologética, p ero ap recia la calidad de
am bos h isto riad o res y la seriedad de sus datos. U no de los
estudios m ás serenos del p ro b lem a le p arece el ofrecido
p o r el p a d re V ancadard, p o rq u e no sólo ofrece u n p a n o ra ­
m a g e n e ra l del te rre n o d o n d e se movió la Inquisición, si­
n o q u e p e n e tra con tra n q u ila in trep id ez en el m ism o po­
d e r coercitivo de la Iglesia.
A estas obras clásicas se p u ed e añ a d ir hoy el tom o X de
la Histoire de l ’Eglise de Fliche y M artin, d o n d e hay u n estu­
dio excelen te sobre el tem a. El libro citado p o r nosotros de
H offm an N ickerson: The Inquisition. A Political and Military
Study of its Establishment es, pese a su tono apologético, u n a
síntesis p e rfe c ta m e n te realizada y escrita en u n inglés flui­
do y elegante q u e la lim pia traducción castellana de Fran­
cisco M anuel U rib u ru m an tien e con fidelidad.
1096 RUBEN CALDERON BOUCHET

L a REPRESION EN LOS SIGLOS XI Y XII

Las luchas religiosas d u ra n te la época im perial info rm a­


ro n sobre el carácter de la persecución llevada c o n tra las
herejías, u n poco retice n te al com ienzo sobre el valor de la
in terv en ció n estatal, term in ó p o r rec o n o c e r su legitim idad
cu a n d o la acción de los h erejes am enazó el o rd e n público
y el ejercicio de la au to rid ad eclesiástica.
La cristiandad es u n a vocación paradigm ática m ás que
u n a realización histórica sin fisuras. En la realidad el p u e ­
blo cristiano debió so p o rta r u n a larga vigilia de arm as con­
tra las am enazas in te rn a s y externas, co n tra las defecciones,
las prevaricaciones y la vana curiosidad ale n tad a siem pre
p o r las sectas gnósticas de carácter iniciático. Pero en los si­
glos XI y XII la h e re jía tom ó u n nuevo sesgo favorecida p o r
la m ed io crid ad espiritual de los sacerdotes y las luchas del
im p erio y el papado.
N o fu ero n herejías claram ente organizadas y sistematiza­
das en principios bien asentados, tuvieron m ás bien el ca­
rá c te r de reacciones fren te a los clérigos que to m aro n g en e­
ralm en te dos cam inos: u n o orto d o x o , inspirado en sanos
deseos de refo rm a eclesiástica, y o tro ligeram ente sistem áti­
co y vagabundo q u e p red icab a el a b a n d o n o de to d a disci­
plina, bajo el p retex to de crítica a las jerarquías.
Esta suerte de protestantes irregulares traducen las Escri­
turas a las lenguas vernáculas y las in terp retan sin fijar crite­
rios teológicos. M aisonneuve las señala con el térm ino “anti­
sacerdotales”, p ara p o n e r de relieve su carácter negativo 163.

1 6 3 . M a is o n n e u v e , Etudes su r l ’Origine de l ’I nquisition, P aris, V rin , 1 9 6 0 .


LA CIUDAD CRISTIANA 1097

P ro n to estos cristianos anticlericales se pu siero n en


co n ta c to con sectas gnósticas de c o n te n id o in telectual más
d e fin id o y m ejo r organizadas. E ntre ésas sobresalían los cá-
taros, cuyos o rígenes se p ie rd e n en los m ovim ientos espiri­
tuales nacidos en el O rie n te helenístico, de sincretism os,
persas, ju d ío s, cristianos y neoplatónicos.
Los cátaros no fu ero n precisam ente herejes, sino más
bien gnósticos. El uso d e un lenguaje religioso p róxim o al
cristianism o provocó confusiones que su p iero n aprovechar
p a ra volcar su d o c trin a e n tre los m iem bros de la Iglesia. Es­
ta len g u a am bigua explica m uchas adhesiones y la violen­
cia de la reacción católica.
H oy hay u n m ovim iento ten d ien te a reivindicar la in­
fluencia de los cátaros en la cultura provenzal. Para m uchos
orig in aro n la literatu ra am orosa en esa región de la lengua
de oc. C arezco de eru d ició n p ara in terv en ir en el conflicto.
Estén o n o e n la form ación de la poesía provenzal, debe re­
conocerse su e n o rm e influencia en el sur de Francia y la te­
naz resistencia o puesta a los cruzados en el siglo XIII.
Así com o no hay u n a n im id a d respecto al valor cultural
de esta secta, tam poco la hay e n todo lo refe re n te a sus más
rem o to s an teced en tes. U nos re m o n ta n sus orígenes a los
países balcánicos y sus ideas a u n a m ezcla b árb ara de paga­
nism o y cristianism o. O tros la h acen d escen d er de O rien te
y la relacio n an con el an tig u o m azdeísm o. F e rn an d o Niel
la vincula con el dualism o de Zoroastro y la convierte en
u n a v erd ad era religión in sp irad a p o r la necesidad de expli­
car el m al sin atrib u irlo a u n Dios b u en o y ju sto 164.

164. Fernad N iel, Albigenses y cátaros, B uenos Aires, Libros del Mirasol,
1962.
1098 RUBEN CALDERON BOUCHET

N o es difícil advertir la diferencia e n tre am bos criterios:


¿Se tra ta de u n sincretism o b árb aro o de u n a refin ad a res­
p u esta al p ro b lem a del m al, de inspiración m azdeísta y
neoplatónica?
Si efectivam ente fue u n a secta gnóstica resulta más ad­
m isible la seg u n d a versión, p o r el a cu erd o con el sentido
del térm in o gnosis, con o cim ien to p ropio del iniciado, y
p a rticu la rm e n te o p u esto a la fe (pistis) del creyente com ún.
Los gnósticos dividían la h u m an id a d en tres categorías
espirituales según la can tid ad de luz recibida de la chispa
divina: los espirituales o neumáticos, estaban llenos de divini­
d ad y sólo les h acía falta el conocim iento de la d o c trin a se­
c re ta p a ra salvarse. Los psíquicos debían m ere ce r la salva­
ción con actos positivos de adhesión a la doctrina. Am bos
ó rd en e s estaban ayudados en su em presa p o r los m éritos
salvíficos de Cristo: su vida ejem plar y su m u erte ap aren te
e n la cruz.
La tercera categoría h u m an a c o rre sp o n d ía a los materia­
les o comunes, h om bres sin chispa divina y que u n a vez
m u erto s re to rn a b a n definitivam ente al polvo de d o n d e ha­
b ían venido. T en er o no la chispa divina era asunto fu n d a­
m en tal en la constitución de estas sectas.
C om pletaba la d o ctrin a u n a m etafísica dualista d o n d e se
establecía u n a separación tajante e n tre espíritu y m ateria.
H ab ía u n dios b u e n o cread o r de los espíritus y o tro m alo
h a c ed o r de las criaturas visibles y m ateriales. El conflicto e n ­
tre u n o y otro com enzó cu ando Satán, dios del m al, sedujo
a los espíritus p rom etiéndoles los goces de la carne y de los
b ienes m ateriales. La m ujer fue su arm a más p o derosa y m u­
chos espíritus siguieron a Satanás atraídos p o r los encantos
fem eninos. Satanás los e n cad en ó a cuerpos perecederos y
LA CIUDAD CRISTIANA 1099

Dios, p a ra liberarlos de esos lazos carnales, envío al ho m b re


prim ordial, identificado con San M iguel y el Cristo.
Cristo no era Dios sino u n ángel e n c a rn a d o en M aría pe­
ro de u n a m an e ra a p a re n te y no real. El c u erp o de Cristo,
en esta gnosis, no era u n verdadero c u erp o de tonism o,
cristianism o y algunos elem entos extraídos del ho m b re
a u n q u e tuviera su apariencia, p o r esa razón sus padeci­
m ientos y su m u erte n o fueron reales.
N o era m enester ser u n teólogo consum ado p ara advertir
en esta enseñanza u n a confusa m ezcla de placábala ju día.
“Tal era en sus g ran d es líneas — dice M aisonneuve— la
d o c trin a dualista. P a rie n ta de la gnosis y com o ella ad h e ri­
d a a la filosofía plató n ica y pitagórica p o r su concepción
del h o m b re y su creen cia en la m etem psícosis. Su dualism o
absoluto es ev id en tem en te de tradición m aniquea. P o r su
neg ació n de la T rin id a d v de la realidad carnal del Salvador
se u n ía al m o n arq u ism o y al docetism o... Es inútil h acer
n o ta r el peligro q u e el catarism o hacía c o rre r a la sociedad
cristian a” 165.
Las p rim eras m anifestaciones de esta h e re jía sucedieron
en Italia. Raúl el Calvo c u e n ta de sus com ienzos u n a histo­
ria fantástica, p e ro surge de ella la inspiración p agana de
sus pedisecuos y su p ro n ta liquidación en m anos de la ju s­
ticia. La rep resió n n o fue tan co m pleta com o el cronista da
a en ten d er. M uchos sectarios italianos pasaron a Francia
d o n d e rein iciaro n su catequesis.
De las andanzas francesas de esta secta tenem os m ejores
referencias literarias y en p articu lar de la rep resió n provo­

1 6 5 . M a is o n n e u v e , op. cit., p á g . 9 6 .
1100 RUBEN CALDERON BOUCHET

cada en O rleans c o n tra las enseñanzas de dos sacerdotes


católicos contagiados p o r el catarisrno.
E tien n e, su p erio r de la Colegialle de Saint P ierre Le
P uellier y confesor de la rein a, y u n tal Lisois, m iem bro del
capítulo de la catedral de Santa Cruz, ado ctrin ab an a los
fieles de u n m o d o decid id am en te co n trario a la tradición.
C om o ocu p ab an posiciones im portantes, su p réd ica e ra es­
cu ch ad a p o r m uchos y con respeto. La m ayoría de los fieles
sen tían contrariados sus reflejos cristianos y com enzaron a
sospechar de los dos predicadores. El ru m o r los acusaba de
re u n io n e s clandestinas d o n d e se realizaban misas negras y
orgías sacrilegas.
U n sa ce rd o te p ro v en ie n te de N o rm a n d ía y ligado a la
n o b le casa de A refast e n tró e n relació n con am bos cléri­
gos y se sum ó a sus actividades. De re to rn o a su país c o n ­
fesó al se ñ o r de A refast sus relacio n es clandestinas con los
frailes y le c o n tó sobre la clase de a d o c trin a m ie n to im par­
tido. A refast d ecid ió h a c e r u n a en c u esta p erso n al y se p re ­
sen tó a E tie n n e y Lisois com o enviado p o r el sacerdote
n o rm a n d o in stru id o p o r ellos y m anifestó su deseo de in­
g resar al g ru p o .
Los in cu lp ad o s cayeron en la celada. Poco después el se­
ñ o r de A refast p rese n tó u n a acusación form al a n te la asam ­
b lea de altos p relados convocada a ese p ropósito en la cate­
dral de O rleans. Los h erejes confesaron su d o ctrin a y los
obispos, luego de u n a pública profesión de la fe com ún, ex­
com u lg aro n a los culpables.
F u era de la Iglesia los esperaba el pueblo. Bajo la o rd en
de R o b erto el Piadoso fu ero n quem ados vivos en u n a gran
p ira e n c e n d id a no m uy lejos de la ciudad.
LA CIUDAD CRISTIANA 1101

“Este concilio de O rlean s tuvo inm ensa resonancia. Era


la p rim e ra vez, desde la an tig ü ed ad , que dos herejes c o n d e­
n ad o s p o r la Iglesia fu ero n librados a la m u erte y a la m u er­
te p o r fu e g o ” 166.
M aisonneuve cree e n u n a represión típicam ente p o p u ­
lar: la conjuración del m aleficio satánico sólo po d ía hacerse
p o r el fuego. F e rn an d Niel dice que el concilio les co n d en ó
a ser quem ados vivos. Esto es adivinación del pensam iento y
n o historia, pues n in g ú n concilio eclesiástico tuvo ju risd ic­
ción ju d icial en el o rd e n tem poral. El concilio se lim itó a
arrojarlos del seno de la Iglesia y esto, en la Edad M edia, era
colocarlos sim ple y lisam ente fuera de la ley com ún.
El ejem plo dad o p o r O rleans fue seguido en otras ciuda­
des de F rancia fre n te a idénticos conflictos. Toulouse, M on­
tefo rte en Asti, Chalons. D u ran te el siglo XII h u b o cátaros
en Flandes, en Suiza, en Lieja, en Reims, en Vézelay y en
Artois. El e m p e ra d o r de A lem ania hizo a h o rc a r algunos en
Goslar. O tros fu ero n quem ados en C olonia y en B onn. Pe­
ro la expansión m an iq u e a no se detuvo y, en el sur de Fran­
cia, p o r la c o n c u rre n cia de u n a serie de factores favorables,
e n c o n tró su tie rra prom etida.

L O S CATAROS EN PROVENZA

De Italia la h erejía càtara se extendió a Provenza. No te­


n em os conocim ientos precisos de los prim eros pasos de es­
ta p e n e trac ió n , p e ro hacia fines del siglo XII se advertían

1 6 6 . M a is o n n e u v e , op. rii., p á g . 9 8 .
1102 RUBEN CALDERON BOUCHET

en Avignon y M arsella centros de p ro p ag a n d a cátaros. La


secta n o h u b ie ra alcanzado m ás n o to rie d ad que en Italia si
la n o bleza provenzal n o se h u b ie ra sentido atraíd a p o r la
prédica.
La difícil situación p o lítica del país co lab o rab a p a ra h a ­
c e r posible la d e serc ió n de la nobleza. Las qu erellas e n tre
los co n d es de B a rc elo n a y de Tolosa, las aspiraciones del
e m p e ra d o r y la d e b ilid a d de la Iglesia an arq u iza b a n la n o ­
bleza de P rovenza y la in d isp o n ía n p a ra a c e p ta r o tra a u to ­
rid a d q u e la p ro p ia . El p a trim o n io eclesiástico a tra ía a los
b a ro n e s y la p ré d ic a de los cátaros c o n tra la riq u e z a de la
Iglesia favorecía esta inclin ació n de la concupiscencia.
Las pasio n es c o n tra la Iglesia católica h a n sido b ien servi­
das en los in te le c tu ale s p o r el o rg u llo racionalista, en los
n o b les p o r la co dicia de los b ien e s del clero y e n la g e n te
de la clase m e d ia p o r u n a m ezcla dosificada de so b e rb ia e
in su m isión. T odos estos in g re d ie n te s fu e ro n cu id ad o sa­
m e n te m ezclados p o r los cátaros y p ro d u je ro n u n a ex p lo ­
sión terrib le.
Los inform es sobre la g u e rra cátara o albigense provie­
n e n todos de fuentes católicas y m uchas de ellas son expo­
siciones hechas p o r los inquisidores con m otivo de los pro ­
cesos d o n d e los cátaro s c o m p a re c ía n en calid ad de
inculpados. No ab ro ju ic io sobre la h o n estid ad de esos ju e ­
ces. La Iglesia ex trem ó los cuidados p ara que los m iem bros
de la Santa Inquisición fu era n personas de gran form ación
m oral e intelectual. Todavía tuvo la precau ció n de que e n ­
tre los inquisidores y los p o d eres políticos interesados en la
liquidación del catarism o no existieran intereses com unes.
Si todos estos recaudos n o fu ero n siem pre satisfactorios es
p o rq u e las flaquezas h u m an as jam ás p u e d e n ser abolidas.
LA CIUDAD CRISTIANA 1103

N o tengo noticias de n in g ú n p o d e r oto rg ad o al ho m b re


qu e n o se haya p restado p a ra algún abuso.
Steve R uncim an considera el concilio cátaro de San Fé­
lix de C aram an com o el m o m en to cu lm inante del p o d e r
d e esta secta en L anguedoc. A p a rtir de ese m o m e n to la ac­
ción de los h erejes fue a b ierta y decidida. Seguros del apo­
yo en el p u eblo, co n tab an tam bién con el b eneplácito y a
veces con la adh esió n de la nobleza.
“Las circunstancias e ra n id ealm ente favorables. H acía
tiem po que los nobles codiciaban los vastos dom inios ecle­
siásticos del M ediodía. Los arzobispos de Arles, de N arbo-
na, d e A uch, los obispos de Béziers, de C arcasona y de To­
losa, así com o otros g randes dignatarios eclesiásticos, eran
susceptibles de ser atacados. N o podían recib ir n in g ú n so­
c o rro del exterior. El p a p a estaba totalm ente absorbido p o r
su conflicto con el e m p e ra d o r Federico B arbarroja. Los re­
yes d e F rancia e In g la te rra se observaban u n o al otro y ace­
ch a b an la o p o rtu n id a d p a ra e n tra r en batalla. Los reyes de
E spaña no te n ía n posibilidad de olvidar su cruzada co n tra
los m oros. En estas condiciones, la nobleza del L anguedoc,
p o r m edio de u n a apostasía o p o rtu n a , p o d ía co n tar con el
apoyo del p u eb lo pasado en g ran n ú m e ro a la herejía, pa­
ra ap o d e ra rse de los vastos bienes del c le ro ” 167.
Se advierte en la situación dos constantes inevitables
d e n tro de u n a revolución: u n a p ro te sta bien dirigida c o n ­
tra los abusos y prevaricaciones de los d e te n to re s de la au­
to rid a d y el in terés de los postulantes al p o d e r en m an te ­
n e r viva esa protesta. Los cátaros re p ro c h a b a n a la Iglesia
sus posesiones y ellos se p resen tab an an te sus prosélitos co­

16 7 . S te v e R u n c im a n , Le Manichéisme Medieval, P arís, P ayot, 1 9 4 9 , p ág. 119.


1104 RUBEN CALDERON BOUCHET

m o h o m b re s despojados de todos los bienes m ateriales.


E ran los puros, los santos, aquellos en quienes revivía la po­
b reza total de la Iglesia prim itiva. N ada m ás a d ecu ad o pa­
ra con m o v er las fibras em ocionales del p u eb lo y n a d a m ás
o p o rtu n o p a ra q u ien es q u e ría n cargar sobre sus hom bros
p ecad o res esas ab o m in ab les riquezas. Am bas co rrientes
m ezclaban sus aguas e n el cauce del m ovim iento cátaro y
d a b a n m ás fuerza a su em puje.
La d o c trin a pro fesad a p o r la secta reposaba en la base
de su m etafísica dualista: desde la e te rn id a d la luz luchaba
c o n tra las tinieblas. Del b ien proviene el espíritu y la luz;
del m al, la m ateria y las tinieblas. El m u n d o visible era u n a
p u ra negación, u n defecto entitativo nacido fu era de la luz
y to talm en te d o m in a d o p o r las fuerzas de Satanás.
Esta co n cep ció n pesim ista del m u n d o sensible guiaba la
vida p ráctica de los sectarios y los llevaba a u n a exaltación
del espíritu y a u n desprecio angélico del cuerpo. Su doc­
trin a m oral aconsejaba el m ás com pleto d esp ren d im ien to
de los b ienes m ateriales y u n a vida de u n santo despojo só­
lo accesible a los m ás perfectos.
C u an d o se evoca, a través de las referencias llegadas has­
ta nosotros, esta e x tra ñ a co n cep ció n del m u n d o , som bría y
orgullosa, se tien e la im presión de estar en la presencia de
seres excepcionales, inspirados p o r u n a im periosa soberbia
espiritual.
Los perfectos, com o se llam aban a sí m ism os, eran sacer­
dotes p o r la virtud de su p ro p ia valía, p o r u n m erecim ien­
to e m a n a d o de su capacidad y no p o r la im posición objeti­
va de u n sacram ento q u e o rd e n a a u n h o m b re sin consultar
su a p titu d p a ra el cargo. El criterio ten ía con qué m arear a
m ás de u n corazón exaltado p o r el sentim iento de su g ran ­
LA CIUDAD CRISTIANA 1105

deza personal, p e ro e ra p ro fu n d a m en te peligroso, p o r la


pasión suscitada. F e rn a n d Niel considera m erecida la cali­
ficación de perfectos o to rg a d a a los principales m iem bros de
la secta, p o r la asom brosa sinceridad con q u e m antuvieron
sus do ctrin as y la e n te rez a frente al sufrim iento, la persecu­
ción y la m u erte. T odo esto es verdad, p e ro nos q u e d a siem ­
p re la im presión de esa suerte de com placencia y autosatis-
facción orgullosa q u e n o habla de u n a salud m ental bien
equilibrada.
Los p e rfe c to s e ra n vegetarianos convencidos y se abste­
n ía n de to d o a lim e n to de origen anim al p o r causa de la
tra n sm ig rac ió n de las almas. C om o las alm as de los m u e r­
tos n o te n ía n p red ileccio n es m arítim as, p o d ía n co m er
pescados seguros de q u e en la m erlu za o el p ejerrey no co­
m ía n u n ser h u m an o . E ran castos y co n sid e rab a n el m atri­
m o n io u n a d eb ilid ad te n d ie n te a p ro p a g a r la vida carn al
y con ella el p ecad o . No p ro h ib ía n a los im p erfecto s las re ­
laciones sexuales, p e ro las p re fe ría n in fecu n d as y al m ar­
g en d el m atrim o n io .
P racticaban u n sacram ento parecido a la confesión p ero
de carácter público y otro, el consolamentum, q u e e ra u n a
versión cátara del sacram ento del o rd en . La cerem onia
d o n d e se aplicaba el consolamentum ab ría p a ra el creyente
co m ú n la posibilidad de alcanzar la je ra rq u ía de perfecto;
p o r esa razón se aplicaba tam bién a los m oribundos.
N o tenem os u n a versión dogm ática del c o n te n id o reli­
gioso del consolamentum. El ritual describía u n a cerem o n ia
p u ra m e n te e x te rn a d o n d e el consolado se c o m p ro m etía a
observar u n a c o n d u c ta acorde con las prescripciones más
exigentes de la secta: no co m er carne, no m en tir y no te­
m e r la m u erte p o r el fuego.
1106 RUBEN CALDERON BOUCHET

El d esprecio a la d o c trin a tradicional de la Iglesia cató­


lica e ra hab itu al en estos sectarios y se ex ten d ió de tal m o­
do p o r el sur de F rancia q u e el m ism o San B e rn a rd o de
Claraval advertía con asom bro esta aversión e n tre las g en ­
tes del com ún.
La alta nobleza a cep tó ab ierta u o cu ltam en te la ense­
ñ an za cátara. El p rim e ro e n d ar su p atrocinio fue R oger II,
vizconde de Béziers y C arcasonne. En 1174 rechazó el p e ­
d id o de las au to rid ad es eclesiásticas p a ra no p ro te g e r a los
herejes. C uatro años m ás tarde fue p ú b licam en te excom ul­
gado p o r h ab erse aliado con ellos.
R aim u n d o V, c o n d e de Tolosa, desap ro b ab a la herejía
en todas sus d eclaraciones hechas an te la Iglesia, pero la
p ro te g ía bajo capa y se com placía en m a n te n e r u n activo
in tercam b io con prestigiosos m iem bros de la secta cátara.
Su hijo R a im u n d o VI fue todavía m ás lejos y concedió a los
cátaros u n a p ro tecció n decidida.
A estos g ra n d e s señores su ced iero n otros m enos g ran ­
des y m uy p ro n to se contagió la p e q u e ñ a nobleza del L an­
g u e d o c y se u n ió a sus señores feudales. Es curioso el pa­
pel d e s e m p e ñ a d o p o r los m erc ad e re s de telas y los
m édicos en la p ro p ag a c ió n del catarism o e n tre los nobles.
Esto c o n firm a la sospecha de la inclinación q u e tuvo siem ­
p re la b u rg u esía p o r las form as h e te ro d o x as de la religión
y la in te rv en c ió n activa de los intelectuales p e rte n ec ie n te s
al estam en to burgués.
El advenim iento al tro n o pontificio de In o ce n te III m ar­
ca u n a fech a notab le e n la actitud de la Iglesia respecto a la
situación del sur de Francia. El nuevo p a p a conocía bien el
estado de esos países y se p ro p u so p o n e r fin al dom inio
ejercido e n ellos p o r los herejes.
LA CIUDAD CRISTIANA 1107

F u n d a m e n t o s l e g a l e s d e l a c r u z a d a a l b ig e n s e

In o ce n te III fue elegido sum o pontífice el d ía ocho de


e n e ro de 1198. T enía tre in ta y ocho años p e ro la fam a de
su in teligencia y su carácter resuelto se h a b ía ex ten d id o
p o r la cristiandad occidental.
G rave e ra la situación de la Iglesia. P o r todas p artes los
Estados se ro b u ste c ía n y la nueva co n cien cia nacio n al se
o p o n ía a la a u to rid a d ro m an a. Los reyes buscaban influir
e n las elecciones de sus obispos y n eg a b an el pago de im ­
p u esto s tra d icio n a lm e n te conferidos a la Iglesia. La idea
de u n E stado so b e ra n o soplaba sobre los p rín cip es cristia­
nos y el auge del d e re c h o ro m a n o co n firm ab a estas p re ­
tensiones.
La vieja lu ch a del p a p a y el e m p e ra d o r pasaba p o r un
p e río d o de paz, ap en as u n breve descanso e n tre dos bata­
llas. In o ce n te III fue el p re c e p to r y tu to r del fu tu ro F ederi­
co II, q u e tan to trabajo h a b ía de d ar a sus sucesores inm e­
diatos. La tare a e ra com plicada y extensa. En cu an to tuvo
In o c e n te III los asuntos pontificios en sus m anos dedicó su
a te n c ió n al crecim iento de la h e rejía en el sur de Francia.
C o n sid erab a la situación sum am ente peligrosa p o r el a rd o r
proselitista de los sectarios y sus infiltraciones d e n tro de la
no b leza y el clero.
En 1200 envió al cardenal Santa Prisca y dos religiosos
cistercienses, R odolfo y P edro de C astelnau, p a ra p red icar
en L an g u ed o c la v erd ad era fe y p re p a ra r el re to rn o de los
herejes. T iem po p e rd id o , pues pese a la b u e n a fe puesta
p o r los legados y al in d u d ab le talento desplegado en la ac­
ción, n o h iciero n nada.
1108 RUBEN CALDERON BOUCHET

Fue u n a rd ie n te jo v en de la p e q u e ñ a no b leza española,


D o m in g o de G uzm án, q u ie n sucedió a los enviados p ap a­
les e n la difícil fae n a de co n v ertir a los herejes. La tarea
c u m p lid a p o r D om ingo tuvo algunas consecuencias favo­
rab les inm ediatas, p e ro n o cam bió la situación. El co n d e
de Tolosa, R a im u n d o VI, o b ra b a con alevosa d u p licid ad y,
m ie n tra s m a n te n ía la am istad p ap al con u n a fingida sum i­
sión a la Iglesia, p ro te g ía a b ie rta m e n te a los h erejes y to­
m ab a los bienes del clero bajo su control. El asesinato de
P e d ro de C astelnau en 1208 fue, p ro b a b le m e n te , instiga­
d o p o r R aim u n d o . El p a p a n o p e rd ió la pacien cia y creyó
c o n v en ien te insistir n u e v a m e n te a n te el co n d e p a ra p e r­
suadirlo.
In o c e n te III p e rte n e c ía a u n a raza de co m ando y cono­
cía p e rfe c ta m e n te cuáles p o d ían ser los m edios m ás con­
vincentes p a ra u n espíritu to rtu ro so com o el de R aim undo.
M ientras b reg a b a con arm as espirituales p a ra llegar a un
a c u erd o con él, hizo p red ic ar la cruzada co n tra los albigen-
ses e n tre los n o bles franceses, p o r A rnaldo de C iteau y
otros prelados.
A rnaldo re u n ió en Lyon u n co n tin g e n te de caballeros y
h o m b res de arm as y el 22 de ju lio de 1209 tom ó la ciudad
de Béziers, u n o de los centros principales de la h erejía cá­
tara. A esta acción feliz de la cruzada sucedieron otras y
p ro n to C arcasona, N a rb o n a y algunos fuertes de im p o rta n ­
cia m ilitar cayeron a n te la a rre m e tid a de los franceses. El
vizconde de C arcasona m u rió en la cárcel y R aim undo de
Tolosa se libró de m ayores m ales p o rq u e aceptó ladina­
m en te la p e n ite n cia im p u esta p o r el papa.
La d o c trin a can ó n ica de la cruzada preveía p a ra los h e ­
rejes dos suertes de penalidades, u n a espiritual y o tra tem-
LA CIUDAD CRISTIANA 1109

poral. Las penas espirituales eran la exco m u n ió n , el an ate­


m a y el in terd icto personal. No se aplicaban con carácter
definitivo sino “hasta q u e el conde y sus defensores vuelvan
a la Sede A postólica y, m ediante satisfacción conveniente,
recib an la a b so lu ció n ”.
Las penas tem porales consistían en desligar a sus vasa­
llos del ju ra m e n to de fidelidad y p e d ir a los b aro n es cristia­
nos q u e persigan al co n d e y o c u p e n sus tierras si n o e n ­
m ie n d a su conducta.
El fu n d a m e n to ju ríd ic o del p o d e r p a ra desligar a los va­
sallos de sus com prom isos feudales estaba expuesto en la
breve sen ten cia latin a d e Inocente: “C um ju x ta sanctorum
P a tru m canónicas sanctiones, ei qui D eus fidem n o n ser­
vant fides serv an d a n o n sit” ( “C on las justas sanciones canó­
nicas d e los santos padres, q u ien n o sirve la fe de Dios, no
d e b e ser servido con fe ”) . El valor legal de u n ju ra m e n to
d e p e n d e de su valor m oral, nadie p u e d e ser fiel a u n h o m ­
b re si tien e que d ejar de ser fiel a Cristo.
La ru p tu ra del lazo feudal justificaba la o cupación de las
tierras del b a ró n apóstata, p ero d eb ía tenerse en c u e n ta el
h o m en aje deb id o al rey de Francia. El p rim e r objetivo de
la cru zad a c o n tra los albigenses pareció o b ten id o con la to­
m a de las principales ciudades del L anguedoc y la sum isión
de R aim u n d o VI. P ero la sum isión del co n d e no e ra tan sin­
c e ra com o algún desprevenido p o d ía creer, ni el jefe de la
cruzada, Sim ón de M ontfort, era u n desprevenido.
La p erso n alid ad del caudillo católico h a sido m uy discu­
tid a desde los diversos p u n to s de m ira p o r los historiado­
res. P ara m uchos se trata de u n fanático codicioso y cruel,
incapaz de u n m ovim iento generoso. M aisonneuve afirm a
el carácter “salvaje y fan á tic o ” d e la cruzada, convertida
1110 RUBEN CALDERON BOUCHET

m uy p ro n to en verd ad era g u e rra de religión. El herético y


el p ro m o to r de herejías son librados en cu erp o y bienes a
su vencedor, q u ien aplica las sanciones legítim as tan fre­
c u e n te m e n te reco rd ad as p o r In o ce n te III, los Estatutos de
San Gil y Los cánones del Concilio de Avignon, pero, com o ha­
ce n o ta r M aisonneuve, los cruzados eran hom bres del n o r­
te y traían con ellos sus propios criterios penales y las cos­
tu m b res de sus tierras p a ra castigar el crim en de herejía.
S obre el uso de q u e m a r a los herejes, dice H ilaire Belloc
e n su colección de artículos Sobre cualquier cosa: “Los h o m ­
bres creían algo resp ecto a la d o c trin a de la expiación, en
disposiciones penales, q u e n o nos h a n explicado y que no
podem os c o m p re n d e r excepto a través de vislum bres, aco­
taciones y co njeturas sobre lo que ellos im aginaban ser sus
dichos m ás sencillos. Así e n el caso p articular de q u e m a r vi­
v o ... algo q u e n o osam os co n tem p lar ni de p a la b ra... los
autores de los estatutos parecen h a b e r pensado en ello no
com o u n h o rro r sino com o u n g én ero especial de ejecu­
ción que sim bolizaba la destrucción total del culpable. Es
m uy fácil com probar, en num erosos casos, p o r ejem plo el
de Savonarola, que a los ju ec e s les era in d ife re n te si el cu er­
po som etido al fuego estaba m u erto o vivo. La com pasión
im prevista de los espectadores en algunos casos, la sen ten ­
cia del trib u n al e n otros, p e rm itía liberar al acusado m ucho
antes de las llamas. Es asom broso p ara nosotros que p u d ie­
se existir u n a actitud tal ante esa to rtu ra, p ero h a existido”.
H offm an N ickerson co m en ta el pasaje y relaciona esa
c o stum bre de q u e m a r a los herejes con supersticiones po­
p ulares m uy primitivas: se creía al fuego apto p a ra purificar
a la co m u n id a d de la contam inación sacrilega del brujo,
del h e c h ic e ro o del hereje. Los canonistas eclesiásticos y los
LA CIUDAD CRISTIANA 1111

e te rn o s h ip o crito n es d e la casuística creían librarse, con es­


te p ro ced im ien to , del p ecado de d e rra m a r sangre.
Los herejes e ra n lim piam ente q uem ados en u n a p ira de
leñ a cuyo tam añ o se co n fo rm ab a a las exigencias del m o­
m ento. N u estra é p o c a se espanta del p ro ced im ien to p o r­
q u e su p o n e q u e el m aterial em pleado en la o p eració n era
dem asiado prim itivo, tal vez u n a b o m b a de napalm h u b ie ra
satisfecho n u e stra conciencia co n fo rm án d o la con la evolu­
ción y el pro g reso científico.
Lo im p o rta n te en la Edad M edia e ra el efecto purifica-
d o r del fuego: con él se b o rra b a n los caracteres visibles del
h ereje p a ra evitar la contam inación. C uando u n convicto
de h e re jía h a b ía m u erto con a n te rio rid a d al proceso, solía
d e sen te rra rse el cadáver y se p ro ce d ía a la crem ación con
la m ism a u n ció n con que se efectuaba u n acto litúrgico.
L a c ru z a d a c o n tra los albigenses d u ró veinte años y fue
u n esp añ o l de N avarra, G uillerm o de T udela, el a u to r de
la p rim e ra p a rte de u n a larga canción que n a rra en u n
provenzal, m ezclado con form as francesas, la c ró n ica de la
g u e rra c o n tra los cátaros. La Chanson de la Croisade Albigeoi­
se p in ta la fiso n o m ía de Sim ón de M o n tfo rt con rasgos di­
fere n te s a los del re tra to fab ricad o p o r h istoriadores pos­
teriores:

Ardil e combatant, savit e conoisent,


Bos cavalers e lares e pros avinent,
Dous e franc e suau, ab bo entendement.

T ra d u cid o a n u e stro id io m a significa que e ra “audaz y


com bativo, p ru d e n te y e x p e rim e n tad o , ex celen te jin e te ,
1112 RUBEN CALDERON BOUCHET

a c o g ed o r y g en ero so , d u lce y fran co , de m odales agrada­


bles y rá p id o in g e n io ”. H o ffm an N ickerson hace u n a des­
c rip c ió n n o m enos h a la g a d o ra del caudillo, q u ien a sus
excelencias d e estirp e — d e sce n d ía de Rolo el N o rm an ­
d o — u n ía u n p o rte atlético llen o de m asculina belleza:
“e ra ru b io , alto, de an ch as espaldas, aspecto d istinguido y
m uy activo”.
Sism ondi, m enos com placiente, lo considera u n g u e rre ­
ro hábil, austero en sus hábitos personales, fanático en re ­
ligión, inflexible, cru e l y traicio n ero y concluye el cuadro
siniestro d iciendo q u e re u n ía todas las cualidades capaces
de m e re c e r la ap ro b ació n de u n m onje.
R esulta difícil conciliar o p iniones tan opuestas, p ero , co­
m o p ro v ien en de u n o y o tro lado de la b arricada, ilum inan
aspectos distintos de u n a m ism a p erso n alid ad que, g e n e ro ­
so y aco g ed o r con los suyos, p o d ía ser inflexible y cruel con
los enem igos.
U n a cosa es cierta, Sim ón de M ontfort fue u n je fe mili­
tar de u n g é n e ro bastante co m ú n e n tre los franceses. Las
exigencias del oficio lo colocaban sobre cu alq u ier o tra con­
sideración y c u a n d o e n tra b a e n com bate lo hacía p a ra ob­
te n e r la victoria. T odo lo dem ás e ra algo m arginal y sin m a­
yor im portancia.
P ero la g u e rra es u n asunto y la religión otro. El p a p a co­
n o c ía la diferen cia e n tre el carácter m ilitar de la cruzada, y
las exigencias espirituales de la fe.
P ara los h o m b res de arm as estos distingos n o aparecían
siem pre con claridad y m uchas veces los diferentes in te re ­
ses n o coincidían. Sim ón de M o n tfo rt hizo la g u e rra com o
de b e hacerse, con im placable energía. Si algún in o cen te
LA CIUDAD CRISTIANA 1113

p ereció en el com bate, conviene re c o rd a r la frase, falsa o


v e rd a d e ram e n te atrib u id a al caudillo católico: “Dios reco ­
n o c e rá a los suyos en el otro m u ndo, a m í m e resulta u n po­
co difícil distinguirlos e n el co m b ate”. P u ed e p a re c e r cinis­
m o, p ero , si b ien se m ira, es tam bién u n a profesión de fe.

C O N STITU C IO N DEL TRIBUNAL DE LA INQUISICIO N

Q uienes e stu d ia ro n el p ro b lem a del origen de la In q u i­


sición llam aro n la aten ció n sobre el p ro fu n d o a cu erd o e n ­
tre el sacerdocio y la m o n arq u ía d e n tro del rein o de F ran­
cia. En verdad e ra n dos aspectos com plem entarios de la
o rganización social. No se concebía el rein o sin la u n id ad
d e la fe. Los reyes C apetos no p u d iero n p en sar en los p u e ­
blos som etidos a su g o b iern o sin p en sar que eran an te to­
do, y p o r en cim a d e todo, católicos. A tentar c o n tra los p rin ­
cipios dogm áticos del cristianism o era p o n e r en litigio la
u n id a d del reino. Esta situación explica la constitución
c o n tra la h e re jía p ro m u lg a d a p o r G regorio IX en 1213 des­
de la sede pontificia: “Nos fulm inam os la excom unión y el
a n a te m a c o n tra los herejes cátaros, patarinos y pobres de
L yon... A quellos que h a n sido hallados culpables p o r la
Iglesia d e b e n ser a b a n d o n ad o s al ju ic io secular que les in­
fligirá la p e n a m erecida. Los clérigos herejes d e b e n ser p re­
viam ente d e g ra d a d o s... y si n o q u iere n volver a la b u e n a fe
después de cum plir u n a p e n a conveniente, d e b e rá n ser en­
carcelados de p o r vida”.
N o in teresa detallar en esta o p o rtu n id a d las diferentes
versiones sobre el sentido de la frase: pena merecida (animad-
1114 RUBEN CALDERON BOUCHET

versio debita), pues en su acepción más g en eral q u e d a b a li­


b ra d a a los criterios penales de los diferentes países a quie­
nes se dirigía la constitución.
Los papas h ab ían p u esto la lu ch a c o n tra la h erejía cáta­
ra en m anos de los m onjes cistercienses. El carácter con­
tem plativo de la o rd e n n o la hacía to talm en te ap ta p ara el
tipo de batalla im puesta p o r los cátaros. El 8 de e n e ro de
1221 se define la nueva o rd e n de los h erm an o s pred icad o ­
res com o m esn ad a a llevar ese com bate y G regorio IX la
d estina a lle n a r los cuadros del tribunal de la Santa Inqui­
sición. D a al m aestre g en eral de la o rd en , Jo rd á n de Sajo­
rna, el d e re c h o de p red ic ar y confesar, y hace extensivo el
privilegio a todos los m onjes dom inicos. Seguidores de San­
to D om ingo y de San Francisco se convierten en los m ejo­
res auxiliares p a ra la rep resió n de la herejía.
La C onstitución de 1232 revela este h e c h o y p o r prim e­
ra vez aparece el n o m b re de inquisidores en u n texto algo
im preciso en cu an to al alcance del térm ino: “...q u icu m q u e
haeretici re p e rti fu e rin t in civitatibus, oppidis, seu locis aliis
im perii p e r inquisitores ab A postólica Sede datos e t alios
o rth o d o x a e fidei zelatores”.
La tarea prin cip al de estos inquisidores era la predica­
ción, y, m ed ian te ella, advertir a los fieles co n tra los peli­
gros de la h e re jía y a los herejes m ism os p a ra que volvieran
p o r los fueros de la v e rd a d e ra fe.
P ero la p redicación exige u n a seria in form ación sobre la
d o c trin a com batida y los frailes encargados de realizar la
p rim e ra tarea se e n c u e n tra n , al m ism o tiem po, en la nece­
sidad de investigar con m inuciosidad todo lo refe re n te a las
falsas d o ctrinas com batidas. La in form ación sobre el carác­
ter de u n a d o c trin a im p o n e o tra exigencia: d e n u n c ia r a los
LA CIUDAD CRISTIANA 1115

sacerdotes o seglares q u e en señ an o pred ican en fo rm a


co n tra ria a la fe tradicional.
El esfuerzo de los inquisidores se m anifiesta p rim ero en
Alta Italia, A lem ania y Francia y de m odo p articu lar en las
regiones infestadas p o r la herejía. M aisonneuve constata
q u e a pesar de la b u e n a voluntad y la e n e rg ía desplegada
p o r los re p re se n ta n te s d e la Iglesia, tropiezan en todas par­
tes con la in d iferencia, cu ando no con la com plicidad de
las au to rid ad es en su relación con los herejes. Los m iem ­
b ros de la Inquisición atribuyen a los obispos tibieza en el
m an ejo de sus asuntos espirituales y veladam ente a veces,
m ás c laram en te otras, decidida com plicidad con la herejía.
Este clim a de sospecha, de delación e infidencia, n o ani­
m ab a relaciones amistosas ni pro ced im ien to s ecuánim es.
El p u e b lo fiel tam bién in terv en ía con sus pasiones y solía
llevar los aco ntecim ientos a conclusiones de e x tre m a vio­
lencia. Los prejuicios fre n te al excom ulgado; el h o rro r al
satanism o, el hechizo y la b ru je ría vinculados a la h e re jía y
a las op in io n es contrarias a la ortodoxia, hacían el resto.
Los inquisidores llegaban a un sitio p o r p rim e ra vez y le­
vantaban su trib u n a en las iglesias del lugar p a ra p red icar
c o n tra la herejía; al m ism o tiem po p ro m e tía n a los herejes
u n p e río d o de gracia. En ese lapso p o d ían confesar sus pe­
cados y recibir u n a p e n ite n cia a d ecu ad a a la gravedad de
los m ism os. La p e n a im puesta tenía en c u e n ta la responsa­
b ilidad social y eclesiástica del inculpado.
Pasado el p e río d o de tregua los m iem bros del tribunal
investigador se in fo rm ab an sobre los herejes locales y
a b rían c o n tra ellos el proceso de acusación de herejía.
Las delaciones eran p resentadas a n ó n im am en te a los
acusados p a ra que levantaran cargos; si éstos ten ían en em i­
1116 RUBEN CALDERON BOUCHET

gos, el in q u isid o r tocaba sus n o m b res y veía si coincidían


con el de los delatores. Si e ra así la acusación q u e d a b a a n u ­
lad a y term in a b a el proceso. P ero en caso co n trario el in­
q u isid o r c o n tin u a b a investigando las o p iniones del cuestio­
n ad o , con la obligación m oral de llegar a u n a conclusión
b ien fu n d ad a.
A esta a ltu ra el p ro ceso e n tra b a e n su fase m ás tétrica,
p ues la ú n ica m a n e ra d e llegar a u n a conclusión te rm in a n ­
te e ra p o r la confesión. Largas discusiones teológicas, es­
fuerzos p a ra llevar al re o a u n a adm isión involuntaria, po­
n ía n a d u ra p ru e b a la pacien cia del in te rro g a d o r y su
b u e n a v o luntad. L a e n c u esta se p ro lo n g a b a hasta el can­
sancio.
C u a n d o el in q u isid o r n o p o d ía llegar a u n a conclusión
cabal, p e d ía ayuda a h o m b re s peritos en leyes canónicas y
en g e n e ra l de b u e n a rep u ta ció n y segura o rto d o x ia para
co n stitu ir u n a especie de ju ra d o . La to rtu ra era aplicada en
casos dudosos, p e ro n o era h ab itual ni aconsejada.
El m em orial siniestro de los im p u g n ad o res de la In q u i­
sición es rico e n descripciones espeluznantes. E dgard Alian
P oe puso su im aginación en u n cu en to de te rro r definitiva­
m e n te atrib u id o al genio siniestro de los inquisidores. La
realid ad p arece h a b e r sido algo m ás p a rc a y las torturas
m u ch o m ás sim ples. P o r lo m enos las referencias a torturas
son raras en las crónicas inquisitoriales y, de no h a b e r adi­
vinado el fu tu ro , la abstención no p u e d e explicarse p o r te­
m o r a la o p in ió n pública. En p rim e r lu g ar p o rq u e n o había
pu blicidad, en seg u n d o lugar la o p in ió n pública interesada
e n el asunto e ra g e n e ra lm e n te p a rtid aria de los m étodos
violentos, y en terc e r lu g ar todavía no se h a b ía inventado la
fila n tro p ía laicista y n o se sospechaba su fu tu ra aparición.
LA CIUDAD CRISTIANA 1117

P o r todas estas razones p o d ían ser p e rfe c ta m e n te francos


sin d esm ed ro p a ra el prestigio de la institución.
La Inquisición com o tribunal reg u lar de la Iglesia fue
co nstituida legalm ente en el C oncilio de Tolosa realizado
e n 1229 a p e d id o de R om ano de Saint A ngelo. Se red acta­
ro n c u a re n ta y cinco cánones p ara form alizar la búsqueda
de los herejes, la institución del proceso y el castigo. Esta
p rim e ra fo rm a legal de la Inquisición q u ed ó e n m anos de
los obispos. C on p o ste rio rid ad R om a centralizó la institu­
ción p a ra h acerla m ás eficaz y d e te rm in ó con rig o r los m o­
dos de su fu n cio n am ien to .
El paso de la ju risd icció n episcopal a la ro m a n a h a sido
in te rp re ta d o de diversas m aneras y desde diferentes pun to s
de m ira. P ara un o s p re d o m in ó u n criterio de eficacia p u n i­
tiva. F e rn a n d N iel lo dice con todas las letras: los inquisido­
res “d e p e n d ía n d irectam en te de R om a y sus sentencias no
p o d ía n ser anuladas ni m odificadas sino p o r el papa. Este
p o d e r absoluto, aco rd ad o a h om bres de u n fanatism o es­
tre c h o , h a rá m ás p o r la extirpación de la h erejía en Occi­
d e n te que las cruzadas m ortíferas y costosas” 168.
La o p in ió n de H offm an N ickerson difiere u n poco. A la
necesid ad d e m an o fu erte añ ad e el deseo de o rd e n y reg u ­
larid ad en los p ro cedim ientos. Este an h elo nace im pelido
p o r el auge del d e re c h o ro m a n o y viene im puesto p o r exi­
gencias de u n a m ayor justicia.
“P ara h a c er ju sticia a los acusados de h e re jía y a la co­
m u n id a d cristiana en su c o n ju n to — que nuestros an tece­

1 6 8 . F e r n a n d N ie l, op. cit., p á g . 110.


1118 RUBEN CALDERON BOUCHET

sores ap re c ia b a n m u ch o m ás— la grave tarea de ju zg a r ta­


les casos m ere cía ser e n c o m e n d a d a a personas m uy bien
calificadas. Allí estaban los dom inicos y luego los francisca­
nos, in stru id o s en teología, in d e p e n d ie n te s de los p rejui­
cios locales, poco dispuestos a atem orizarse an te las in­
fluencias regionales, h o m b res que h ab ían a b a n d o n ad o
todo p a ra servir a la Iglesia” 169.
Am bos co inciden e n razón de m ayor eficacia y difieren
en la apreciación del carácter de los inquisidores y en la va­
loración de sus motivos. El resultado fue la extirpación de
la herejía. N o estoy de a c u erd o en a trib u ir a los inquisido­
res el e x tra o rd in a rio fru to de la victoria. Sim ón de M ont­
fo rt contribuyó tam bién al triunfo final y con bastante brío.
El m ism o F e rn a n d Niel considera la tom a de la plaza fu er­
te de M ontsegur com o u n episodio decisivo p a ra la liquida­
ción de los cátaros e n el sur de Francia.
Si nos aten em o s a las ideas expresam ente form uladas en
los concilios, el cam bio de m ano en la conducción de las
investigaciones llevadas co n tra los herejes ten ía u n doble
p ropósito, p e rfe c ta m e n te señalado p o r H offm an N icker­
son: h a c er m ás eficaces los trám ites procesales p o n ién d o lo s
en m anos de g e n te p ro b a y evitar las persecuciones suscita­
das p o r pasiones enem istosas, siendo éstos ajenos a los in­
tereses de u n a d e te rm in a d a localidad. Los textos de los
concilios de N a rb o n n e y Béziers son en este sentido bien
explícitos.
“Esforzaos en convertir a los herejes, m ostraos m ansos y
h u m ildes fre n te a los q u e h a n dad o p ru eb as de bu en as in­
tenciones: vuestra m isión recibirá u n a consagración m agní­

1 6 9 . H o f fm a n N ic k e r s o n , op. cit., p á g . 3 5 1 .
LA CIUDAD CRISTIANA 1119

fica. A aquellos que reh ú se n convertirse, no os apresuréis


en co n denarlos, insistid fre c u e n te m e n te , en p erso n a o p o r
m edio de otros, p a ra excitarles a la conversión. No los li­
b réis al p o d e r secular sin h a b e r agotado todos vuestros re ­
cursos y h acedlo con g ran p e sar” 170.
La Inquisición h a sido definitivam ente ju zg a d a p o r el
p en sam ien to m o d e rn o y el ju icio es desfavorable. In te n ta r
u n a justificación apologética p arece fu era de lugar, an te to­
do p o rq u e la Inquisición sólo p u e d e e n te n d e rse en u n a at­
m ósfera de intereses so b ren atu rales y bajo la vigorosa p re ­
sión de creencias casi desaparecidas. Q u ien no adm ite la
m isión re d e n to ra de la Iglesia y su lu ch a espiritual co n tra
Satanás y sus pedisecuos no p u ed e hacerse u n a idea, ni
aproxim ada, del clim a m oral en que creció esta institución.
No trato de explicar la cru eld ad m edieval re c u rrie n d o a
la c ru e ld a d c o n te m p o rá n e a , sería dem asiado dem agógico.
Los cam pos de co n cen tració n , los genocidios y las to rtu ras
h ech as con los m étodos m ás avanzados de las ciencias no
ju stifican cru eld ad es hechas de u n m odo m ás ru d im e n ta ­
rio, p e ro tam poco las h acen tan extrañas a nuestros p ro ­
pios p ro cedim ientos.
P ara ser fieles al gusto m o d e rn o p o r las cifras p odríam os
re c u rrir a las estadísticas y considerar que, aparte de los
m u erto s en g u e rra , los albigenses co n d en ad o s a la últim a
p e n a p o r el trib u n al de la Santa Inquisición fueron relati­
v am ente escasos si se tiene en c u e n ta los años que d u ró la
cru z a d a y los m uchos ho m b res y m ujeres com plicados en
las c o rrien te s m aniqueas.

1 7 0 . N a r b o n a , c. 5.
1120 RUBEN CALDERON BOUCHET

P ero dejem os p ara otros las exégesis num éricas y lim ité­
m onos a explicar la Inquisición com o u n recurso p a ra sal­
var el b ien público de la Iglesia o si se p refiere el b u e n or­
d e n de la sociedad civil cuya estru c tu ra ético-jurídica era de
c ará c te r estrictam ente religioso. La id ea de b ien público no
es e x tra ñ a a n in g u n a m en te y siem pre h a justificado toda
clase d e rep resio n es tan to de signo conservador com o re­
volucionario.
C a p i t u l o XIV
A MANERA DE RESUMEN

Este trabajo n o tiene el carácter de u n a investigación pa­


ra a p o rta r nuevos conocim ientos sobre el m u n d o m edieval.
Sus lím ites están fijados en las líneas de un sim ple ensayo
interpretativo y en el deseo de p resen tar al estudiante de
las ideas políticas u n cuadro más o m enos com pleto de la
sociedad cristiana en su apogeo.
En diversas o p o rtu n id a d es y a prop ó sito de diferentes
tem as he tra tad o de c o rreg ir la inevitable inclinación al es­
q u e m a q u e acech a a q u ien tien e la m isión de enseñar. La
designación m ism a de E dad M edia p ara señalar este p erío ­
do de la h istoria d elata u n a tom a de posición cargada con
todos los prejuicios del p e río d o revolucionario abierto
con el R enacim iento y la refo rm a pro testan te.
La Edad M edia es un todo com plejo y muy variado, p ero
a través de las m utaciones guarda la un id ad de u n a orienta­
ción espiritual decisiva hacia un e n c u en tro definitivo con
Dios que debe realizarse allende el tiem po histórico. Esta
p referencia valorativa supo expresarse con pulcra exactitud
1122 RUBEN CALDERON BOUCHET

en todas las m anifestaciones de su vida cultural y en ningu­


n a p a rte m ejor que en la distribución de sus ciudades.
E nseñadm e la ciudad d o n d e el h o m b re vive y advertiré
las inclinaciones d e te rm in a n te s de su espíritu. El triunfo
definitivo de la m en ta lid a d bu rguesa y sus preferencias eco­
nóm icas h an insp irad o u n a filosofía de la historia que trata
de explicar el d ecurso de n u e stra existencia en la tie rra co­
m o a u n negocio b ien o m al logrado de instalación utilita­
ria. Las grandes y las p eq u eñ as ciudades de n u estro tiem po
p a recen co n firm ar este aserto definitivo y si no fu era p o r el
te rro r q u e acech a so lapadam ente en la convivencia de las
grandes m etró p o lis y busca organizar el p o d e r sobre las al­
mas, p o d ríam o s c re e r en el triunfo definitivo de esa idea.
Pero, precisam en te c u an d o se h an dado todos los ele­
m entos técnicos p a ra la realización del paraíso burgués, se
siente cada vez con m ás espanto u n a suerte de dificultad de
ser, de d e sen c a n to p ro fu n d o que afecta al h o m b re en su
m ás h o n d a realid ad y lo convierte en declarado enem igo
de su p ro p ia estabilidad.
La organización c iu d ad an a m edieval tuvo p o r cen tro de
su recin to a la iglesia catedral com o signo visible de su con­
cepción teo c é n trica del m u ndo. No tratam os de sustituir el
m ito de u n a E dad M edia sum ida en la barbarie d e su sue­
ñ o dogm ático, p o r el de u n a época to talm ente volcada en
la co n tem p lació n d e Dios y con los ojos ap artados de las
realidades terrenas. El h o m b re m edieval fue sano y, así co­
m o tuvo el vivo sen tim ien to de la p resencia de Dios en to­
das las cosas, no m iró con asco las actividades im puestas
p o r las necesidades del cu erpo. Las tuvo p erfectam en te en
cu en ta, p e ro d e n tro de u n co n texto de exigencias, d o n d e
p re d o m in a b a n los m otivos religiosos.
LA CIUDAD CRISTIANA 1123

La ciu d ad tradujo esa p reo cu p ació n cen tral y, a u n q u e


m uchas veces razones de seguridad m ilitar dirig iero n las
m anos de sus arquitectos, la m ole im p o n e n te de la iglesia
m ad re d o m in a b a el vacío de la plaza de arm as y se erguía
p o r en cim a de la c in tu ra am urallada con sus to rres p u n tia ­
gudas hacia el cielo. Segovia, Reims, C hartres, F lorencia y
a u n V enecia tra d u c e n en sus viejos planos la m ism a p reo ­
cupación. Si se observa u n dibujo m edieval de París, las to­
rres tru n c a s de N u estra S eñora d o m in an todo el espacio
u rb an o .
N o se tra ta de lirism o, ni de retórica. Todo el esfuerzo
e conóm ico de la ciudad estaba volcado en ese h im n o de
p ie d ra a la gloria de Cristo. Era u n a p referen cia claram en­
te m arcada, que épocas posteriores, definitivam ente signa­
das con la m arca del traficante, sabrán usar en sus em p re­
sas turísticas. Pero en la E dad M edia hasta las corporaciones
com erciales se regían con estatutos copiados de las socieda­
des religiosas.
O tro rasgo del p red o m in io com ercial y financiero en la
d istribu ción del espacio u rb an o de nu estro tiem po es la es­
p eculación en to rn o al valor m o n etario del terren o . La ciu­
d ad m edieval no conoció el h acin am ien to y, a u n q u e m u­
chas veces las calles fu ero n estrechas, p ara p ro te g e r a los
p e a to n e s de la in tem p erie, las casas tuvieron patios g e n e ro ­
sos y estaban dotadas de h u ertas y ja rd in e s d o n d e e ra fácil
h a c er d esap arecer los desperdicios.
O tro prejuicio m o d e rn o quiere que la ciudad m edieval
haya sido sucia y a b an d o n ad a. La idolatría del b a ñ o y del ja ­
b ó n acusa al cristianism o de te n e r u n decidido favoritism o
p o r la “santa m u g re ” y u n profesado h o rro r al desnudo. El
calvinism o y más tard e el jan sen ism o crearo n u n a concien­
1124 RUBEN CALDERON BOUCHET

cia de rechazo fre n te al cu e rp o y n o sé p o r qué e x tra ñ a aso­


ciación de ideas se h a co n sid erad o a esta actitud típica de
la é p o ca m edieval. La ciu d ad m edieval conoció la existen­
cia de baños públicos y la g e n te usaba los ríos y arroyos que
ro d ea b a n la ciudad p a ra h a c er su higiene corporal y m u­
chas veces sin tom ar excesivas precauciones p a ra o cultar su
desnudez. No faltan cronistas que se q u ejan del im p u d o r
con q u e los jóvenes c o rría n hacia las casas de baños sum a­
ria m en te vestidos.
Referencias prolijas a todos estos detalles de la vida ur­
b a n a se p u e d e n h a lla r en el libro de Lewis M unford La cul­
tura de las ciudades, cuya tesis cen tral respalda n u e stra opi­
n ió n respecto al valor decisivo de la inspiración religiosa en
la in te rp re ta c ió n del M edioevo. Lo que aquí nos im p o rta es
el valor d e signo q u e tiene la calidad p a ra c o m p re n d e r los
principales in g re d ien te s de la vida cristiana.
D estacam os el carácter central de la iglesia catedralicia.
H acia ella convergen todos los cam inos y es el p u n to vital de
la villa en el doble sentido, topográfico y espiritual. La socie­
dad cristiana, pese a la taxativa división de sus estam entos,
es u n logrado esfuerzo p ara in teg rar todas las clases en u n a
fe y u n a cu ltu ra única. Eso que cree el h o rtelan o , el m endi­
go y hasta el crim inal, es lo que cree el e m p e rad o r y el pa­
pa. Los m ism os principios espirituales alim entan la inteli­
gencia de unos y otros. El lenguaje de la fe a p re n d id o en el
catecism o coloca al noble, al villano y al siervo en idéntica
relación con el absoluto. U n a es la fu en te de la vida espiri­
tual, u n a la ciencia p ara explicarla en la p ro fu n d id ad de sus
m isterios, u n o el arte p a ra plasm ar su expresión en la plás­
tica, la m úsica y la poesía y u n a y única la co n d u cta exigida
a todos p a ra lograr la plen itu d de la vida hum ana.
LA CIUDAD CRISTIANA 1125

U n m ism o m ensaje y u n a m ism a verdad p a ra todos no


significa la caída en las groserías de u n a rte p ara masas, o
e n las ab erracio n es de u n a educación adocenada, p ero evi­
tab a el aislam iento e n el cultivo de u n a estética de cenácu­
los o de u n a sabiduría p a ra exquisitos.
La do cilidad a la g racia abría el e n te n d im ie n to del más
ru d o y p o n ía m odestia en la soberbia del inteligente. Con
frecu en cia e ra este ú ltim o quien se inclinaba an te la santa
sim plicidad del h u m ild e saboreando la h o n d a sabiduría de
u n corazón tra n sp a re n te a la verdad cristiana.
Sobre las ricas llanuras de Francia, en las desnudas m e­
setas de Castilla o en las cam piñas q u eb rad as de Italia, las
catedrales levantaban sus torres todavía blancas y dirigían
con sus cam panas las labores del cam po y el ritm o de las
oraciones. N ad a escapaba a su influjo: santuario de la fe,
e ra al m ism o tiem po m useo, escuela, teatro, relicario y plás­
tica ilustración de las creencias y esperanzas de todos. En su
edificio se realizaba el santo sacrificio de la misa, se asistía
al bautism o de los hijos, al m atrim o n io y a la últim a cele­
bració n p o r los difuntos. Pero tam b ién se celebraban asam ­
bleas de carácter político, se discutían todos los problem as
económ icos del p u eblo, se hab lab a de cereales, de gana­
dos, de cam pos de pastoreo o de precios de tejidos. Se tra­
taba sobre los sueldos de los op erario s y las cotizaciones del
m ercado. En sus atrios se reía n las ocurrencias de los bufo­
nes y se lloraban las peripecias del d ram a litúrgico. En su
interior, favorecido p o r el recogim iento de las altas bóvedas
y los colores de sus m agníficas vidrieras, el alm a e n c o n tra ­
b a el cam ino de la plegaria y hallaba paz p a ra sus dolores.
En sus pórticos y en sus vitrales se a p re n d ía a co n o cer el
m isterio de los dogm as cristianos y en los autos sacram enta­
1126 RUBEN CALDERON BOUCHET

les el p u eb lo hallaba adecu ad am en te adap tad a a su m enta­


lidad, la len g u a precisa, cabal y sustanciosa de la teología.
P ero lo m ás ex tra o rd in a rio de todo era la participación
esp o n tán ea, entusiasta y ab so lu tam en te d esinteresada de la
g e n te en la construcción de las catedrales. Si no estuviera
p ro fu sam en te testim oniado p o r diversas crónicas y copio­
sos d o cum entos, sería increíble. C uando el santuario de
N u estra S eñora de C hartres, la vieja basílica rom ánica, fue
d e stru id o p o r el fuego, u n m ovim iento u n án im e, ro tu n d o
y clam oroso se p ro d u jo en todo el país de la Beauce. H om ­
bres m aduros, m ujeres, viejos, niños, in te rru m p ie ro n sus
labores, a b a n d o n a ro n sus hogares y, con lo que ten ían a su
disposición, c o rrie ro n a restablecer el santuario destruido.
No sólo de la Beauce; de B retaña, de N o rm an d ía, de la
Isla de F rancia y de la m ism a L orena, u n pueblo e n te ro se
volcó e n la lla n u ra de C hartres. Los ricos c o n c u rrie ro n con
sus bienes, se u n c ie ro n a las carretas y tiraro n de las cuar­
tas ju n to con los paisanos y los artesanos. D am as de alta al­
c u rn ia se im provisaron cocineras, despenseras, cantineras,
y todo este m u n d o ab ig arrad o y signado p o r los estigmas de
nacim ien to diversos se puso bajo las ó rd en es de los m onjes
que im provisados arquitectos erigieron esa oración de pie­
d ra a la que Péguy cantó con su genio inigualable:

La plus haute oraison qu’on ait jamais portée


la plus droite raison qu’on ait jamais ietée,
et vers un ciel sans bord la ligne la plus haute.

Lo m ás curioso p a ra n u e stra m en talid ad tan celosa de la


p ro p ie d a d intelectual es q u e n ad ie conoce el n o m b re del
LA CIUDAD CRISTIANA 1127

g en io q u e concibió el plan de la catedral y dirigió todos sus


trabajos. Péguy lo m en c io n a en su altivo anonim ato:

Un homme de chez nous a fait id jaillir,


depuis le ras du sol jusqu ’au pied de la croix
plus haute que tous les saints, plus haute que tous les rois,
la fleche irreprochable et qui ne peut faillir.

La catedral, con ser el cen tro y el sím bolo p erfecto de


la C iudad C ristiana, no h u b iera alcanzado la a ltu ra de la
p le n itu d m ística si sus bóvedas no h u b ie ra n servido p ara
c o n te n e r el eco del can to coral m ás sublim e hasta a h o ra
conocido.
Quizás, alguien poco exigente en el co nocim iento de la
vida h u m a n a y sus m últiples com plejidades se p reg u n te,
¿qué diablos tiene que h acer el canto greg o rian o en u n a
h isto ria sucinta de las ideas políticas y sociales en la E dad
M edia? La resp u esta m ás a d ecu ad a sería señalar a través de
la histo ria el cam bio evidente del entusiasm o, la fe y las ex­
presiones m usicales de u n pueblo. Los espartanos rec u rrie ­
ro n a los cantos corales de T irteo p ara su p e ra r la crisis so­
cial después de la g u e rra con los m essenios. A tenas y R om a
e n to n a b a n sus him n o s sagrados p a ra afirm ar el alm a de sus
ciu dadanos en las circunstancias difíciles. N adie p u e d e ser
tan to rp e p a ra ig n o ra r el valor de la m úsica en todos los
com bates librados p o r el h o m b re a lo largo de su historia.
El canto g reg o rian o es la m úsica u n id a al espacio físico
de la catedral p a ra expresar la excelsitud del d ram a litúrgi­
co. El incita a las alm as a lo g rar u n a altu ra espiritual inac­
cesible a cu alq u ier o tra clase de m úsica.
1128 RUBEN CALDERON BOUCHET

Los m onjes lo cultivaron con cuidado y diligencia y lo


u saro n en sus funciones sacras. Q uizá sea p o r esa razón que
el p u e b lo se hab itu ó a c o n c u rrir a las iglesias de los m onjes
con p refe re n c ia a otras.
La C iudad C ristiana fue u n a realidad. Esto n o significa
q u e haya sido el logro acabado de u n ideal de ju sticia tem ­
poral; en p rim e r lu g ar p o rq u e n u n c a el cristianism o se p ro ­
puso esa utopía; y e n segundo lugar, p o rq u e jam ás contó
con la santidad de todos sus m iem bros. Santos h u b o pocos
y abusadores de to d o g é n e ro m uchos. Lo habitual en los
negocios h u m an o s, cu alq u iera sea el signo bajo el cual se
realicen, es g u a rd a r esta p ro p o rció n . P ero hay u n hech o
positivo, la C iudad C ristiana, a diferencia de la nuestra, pu­
so todos sus b ien es al alcance de todos, y en p articu lar los
bienes espirituales. Si h u b o u n tiem po en q u e el p o d e r po­
lítico reco n o ció la excelsitud y la sup erio rid ad del espíritu
fue en la E dad M edia. L uego soplarán otros vientos y se
id o la tra rá n otras excelencias, p ero esto, com o decía Ki­
pling, es asunto de o tra n arración.
DECADENCIA DE LA CIUDAD
CRISTIANA

C ar ce qui se remet n 'est ja m a is bien remis et tou t se com­


prom et p a r u n ajournem ent. M a is ce qu i se démet est tou­
jo u rs bien démis et rien ne se refait p a r u n retournement.

Péguy, E ve
C a p itu lo I
LA ESPIRITUALIDAD RELIGIOSA AL FIN
DE LA EDAD MEDIA (I)

INTRODUCCION

H uizinga llam ó a los siglos XIV y XV con la declinante


designación de “o to ñ o ”. Advirtió, en un prólogo para u n a
segunda edición, el peligro latente en el uso de la analogía
de los ciclos anuales para calificar el ritm o de la historia. No
escapó a su sagacidad el carácter m ítico y fatalista de tales
com paraciones, pero la índole poética de su espíritu perci­
bía con p e n etració n la p ro fu n d a sem ejanza existente en tre
las energías desfallecientes de ciertas fuerzas históricas y la
suave m elancolía de la luz otoñal.
P ero aq u í te rm in a la sim ilitud. N in g ú n fatalism o cós­
m ico am en azab a al o to ñ o m edieval con las frías nieves de
u n invierno inevitable p a ra la cultura. El R en acim ien to
estaba cerca. Al m ed io d ía rad ia n te de la C iudad C ristiana
su c ed e ría u n a co n cep ció n del m u n d o y de la vida tan p u ­
1132 RUBEN CALDERON BOUCHET

ja n te e im p e tu o sa m en te volcada hacia las realid ad es p ro ­


fanas, com o el cristianism o lo h a b ía estado hacia el R eino
de Dios.
La m ism a fuerza, el m ism o vigor lanzado hacia la con­
quista de objetivos su p ram u n d an o s, se em plearía a h o ra pa­
ra alcanzar el dom inio del m u n d o con la pletórica variedad
de sus m últiples recursos.
Pero hay u n lapso, n a d a desdeñable, en que am bos p ro ­
pósitos se m ezclan y se con fu n d en . La vida del ho m b re oc­
cidental p arece irre d u ctib le m e n te convocada p o r ím petus
antagónicos q u e tien d en a destruirse m u tu am en te. Las
conciencias m ás representativas del m o m en to histórico son
el teatro d o n d e se en tabla la lucha. Ellas reflejan, con m e­
rid ian a claridad, el d ram a espiritual de los motivos cristia­
nos asediados p o r las instancias de u n a ten ta d o ra conquis­
ta del espacio físico.
El conflicto en sí, es antiguo. Está arraigado en los más
h o n d o s entresijos de n uestra naturaleza espiritual, pero, en
u n a sociedad transitada p o r las fuerzas sobrenaturales del
cristianism o, tiene u n a h o n d u ra que no conoció la tragedia
vivida p o r el h o m b re clásico. Sería parecida si el com bate se
h u b iera librado e n tre el espíritu religioso y las inclinaciones
m u n d an as inspiradas p o r la am bición, la soberbia, la codi­
cia o las concupiscencias p u ram e n te naturales. Pero el cris­
tiano está colocado fren te a opciones sobrenaturales y su
vuelco hacia las cosas del m u n d o no se realiza en el m arco
de u n a decisión n a tu ra lm e n te viciosa. La realidad natural
tiene p ara él la m isteriosa dim ensión de u n sacram ento, y el
d e n o d a d o esfuerzo para som eterla a su voluntad conquista­
d o ra cobra el carácter de un proceso de autodeificación sa­
crilega, de u n a religión invertida.
LA CIUDAD CRISTIANA 1133

Los espíritus m ás alertas de los siglos XIV y XV advirtie­


ro n el sesgo d em oníaco que tom aba la cu ltu ra y reacciona­
ro n intensificando el ím p etu religioso hacia form as exaspe­
radas de espiritualidad que, p o r su exageración m ism a, a la
larga beneficiaron la m u n d an id ad im plícita en el giro to­
m ado p o r la inteligencia del h om bre occidental. La con­
ciencia de que el cam ino em p ren d id o p o r la cu ltu ra lleva­
ba in ex o rab lem en te a u n a secularización de la fe se p erd ió
con el advenim iento de las luces, p ero surgió nuevam ente
en la conciencia del ho m b re occidental d u ra n te el ro m a n ­
ticismo. Los p en sad o res alem anes de fines del siglo XVIII y
del siglo XIX fu ero n capaces de p e n e tra r con h ondas intui­
ciones en las en tra ñ as de este d ram a espiritual. N o es obra
del azar q u e H egel haya revivido el p ensam iento de H erá-
clito a través d e los atisbos místicos de M eister E ckhart y Ni­
colás d e Cusa, autores p ro fu n d am en te m etidos en la atm ós­
fera de este confuso o to ñ o medieval.
Para q u ien p re te n d a h a c er u n a historia de la espiritua­
lidad religiosa, los jalones cronológicos son dem arcacio­
nes q u e no d e b e n tom arse con excesivo rigor. La C iudad
C ristiana alcanza sus m ás altas realizaciones culturales en
el siglo XIII. En ese m ism o siglo se insinúa, con notab le in­
sistencia, la nueva o rien tació n laicista de la cu ltu ra m o d er­
na. Las fuerzas ascen d en tes del cristianism o logran sus
triunfos m ás reso n an tes y al m ism o tiem po se alcanza u n a
in esp e rad a p ro m o ció n de riquezas y u n gusto tan p ro n u n ­
ciado p o r el co n o cim ien to p ro fan o q u e fue capaz de ab rir
a la codicia, a la libido dominandi, u n h o riz o n te de posibili­
dades desconocidas p a ra los siglos anteriores.
El h o m b re del siglo XIII siente en su p len itu d la ten ­
sión e q u ilib ra d a de am bas fuerzas. B astará u n a p e q u e ñ a
1134 RUBEN CALDERON BOUCHET

oscilación de la balanza in te rio r p a ra ro m p e r ese ajustado


eq uilibrio y en to n ces ya n o será d u e ñ o de su alm a, sus
reacciones serán el eco de las violentas tensiones en pug­
na, sea p o rq u e cede a la ten tació n de la gloria del m u n d o
q u e lo envuelve en sus p om pas sensibles, o p o rq u e se resis­
te y se niega, con m an iática insistencia, a acep tar el valor
de la vida p ro fan a y p refiere el a b a n d o n o p e rru n o de todo
cu id ad o m u n d an a l. L a p o b reza se convierte en u n a obse­
sión e inspira dos form as de fuga: u n a q u e tien d e a ab ra­
zarla con los tra n sp o rte s de u n d espojam iento m aniático y
o tra que p arece h u ir de su contacto con los excesivos cui­
dados de u n a p rolija econom ía. El h o m b re cristiano en sus
dos versiones, m onástica y caballeresca, no h a b ía conocido
n i u n a ni o tra fo rm a de relación con la pobreza. El p o b re
lo e ra sin osten tació n y el noble usaba de sus b ienes con la
p ro d ig a lid a d de q u ien lo sabe in stru m e n to de u n a resp o n ­
sabilidad social. La ascensión del burg u és cam bia la rela­
ción del h o m b re con el d in ero y suscita, com o u n a réplica
del esp íritu cristiano rechazado, la aparición de ese pobre
d e clam ato rio y vindicativo q u e p arece alim en tad o p o r un
odio a la riq u eza que tiene to d a la a p arien cia de u n am or
d ecep cio n ad o .

L a e s p i r i t u a l i d a d r e l i g i o s a d e l OTO ÑO MEDIEVAL
Y LA REFORMA DEL SIGLO XVI

La b ú sq u ed a de los an teced en tes históricos de un movi­


m ien to espiritual com o aquel que dividió la cristiandad en
el siglo XVI no es tarea sim ple. Para los cultores de u n a ex­
plicación económ ica de la vida social, la etiología se p re ­
LA CIUDAD CRISTIANA 1135

sen ta en el m arco de un esquem a relativam ente fácil. La re­


ligión está condicionada, de m an era fu n d am en tal y d e te r­
m inante, p o r las form as im perantes de la producción. A
u n a eco n o m ía feudal co rresp o n d ió u n a concepción reli­
giosa ap ta p a ra justificarla; a u n a econom ía capitalista o
precapitalista, c o rre sp o n d e rá otra.
La sim plicidad del esquem a no debe en g añ arn o s sobre
sus verdaderos alcances. La econom ía es o b ra del espíritu, y
u n a idea del m u n d o que ponga su acento sobre los valores
económ icos está lo bastante im pregnada de ím petu religio­
so p ara h acer que am bas corrientes axiológicas m ezclen sus
aguas. El protestantism o, en varias de sus form as, estuvo
m uy ligado al auge del capitalism o p ara desdeñar toda inte-
rrelación. U na observación más h o n d a de esta íntim a con­
nivencia nos llevará a descubrir u n a ley gen eralm en te poco
observada p o r los historiadores: así com o u n a d eterm in ad a
actitud religiosa p u ed e favorecer u n cierto tipo de econo­
m ía, existe u n a econom ía que tiende, po r el ím p etu exclu­
sivo de sus preferencias, a convertirse en u n a religión. Esta
disposición se acentúa si pensam os que el tem a obsesionan­
te de la pobreza tiene u n a insoslayable proyección sobre la
justicia y tiende a acapararla en toda su integridad, convir­
tiéndola en u n a suerte de virtud distribuidora de bienes m a­
teriales. C uando la pobreza se convierte en la virtud evangé­
lica p o r antonom asia, 11 0 es difícil extraer la consecuencia
de que solam ente el pobre p u e d e salvarse. U n paso más y se
convertirá en el C ordero de Dios que quita los pecados del
m u n d o y en la única fuerza redentora. La historia de Occi­
den te, desde los com ienzos del capitalism o hasta el alba de
la revolución socialista, ilustra con claridad el cum plim ien­
to de esta extraña paradoja.
1136 RUBEN CALDERON BOUCHET

No nos adelantem os. El siglo catorce — para a te n e rn o s


a u n a d en o tació n cronológica precisa y cóm oda— vio na­
cer u n a clara escisión e n tre las exigencias tem porales de la
gestión social de la Iglesia y su dim ensión carism àtica. Las
necesidades m ateriales im puestas p o r el cum plim iento de
su m isión salvadora son consideradas ah o ra com o un obs­
táculo para el logro de esa m isión. Es com o si un peq u eñ o
d em onio, angelical y virtuoso, susurrara en el oído de los
b u en o s creyentes palabras de m eliflua perversidad co n tra
los inevitables lazos del m isterio de la E ncarnación.
San B ern ard o en su tratado De la Consideración había ob­
servado el tiem po e n o rm e q u e los sucesores de P edro de­
dicaban a los asuntos terrenales. San Nilo, haciéndose eco
de u n a idea d ifu n d id a e n tre los anacoretas había n o tad o la
im posibilidad d e o ra r para quienes estaban com plicados
en los negocios del m undo.
Lina Iglesia exclusivam ente o ran te y carism àtica se abría
paso en la sensibilidad religiosa del siglo XIV. U n deseo de
u n ió n con Cristo se convertía en la más ap reciada am bi­
ción de los m ísticos y, en los círculos religiosos dom inados
p o r la figura angélica del Poverello, nace la idea de que só­
lo u n p a p a m ístico p o d rá conciliar la doble dim ensión de
la Esposa de Cristo. La desdichada aventura de Celestino V
y sus ulteriores consecuencias confirm arán, en unos, el de­
seo de u n a separación tajante e n tre los aspectos tem pora­
les y espirituales de la Iglesia.
Este sentim iento se e n c u e n tra en la raíz de la fu tu ra re­
form a, a u n q u e reforzarán su influencia otras fuerzas m e­
nos puras, p ero tan interesadas com o ésta en d estru ir la or­
ganización eclesiástica y librarla del excesivo peso de sus
riquezas.
LA CIUDAD CRISTIANA 1137

Los encantos de “D am a P obreza” no son fáciles de ha­


llar; y e n tre sus cultores ab u n d a b an las m áscaras y las am bi­
g ü ed ad es espirituales. R esulta tarea av enturada u n a distin­
ción cabal e n tre los q u e perseguían un ideal m ístico de
santo despojam iento y los que aspiraban solam ente a reto­
zar en el ab a n d o n o de toda p reocupación económ ica.
C om plican el cu ad ro quienes suspiraban p o r la pobreza
evangélica del clero y se p rep arab an , en el lim bo de los más
gratuitos pretextos, a cargar sobre sus hom bros pecadores
el peso de tantos bienes mal em pleados.
La fuerza ascen d en te del burgués está en la en crucijada
de todos los cam inos que co n d u cen al m u n d o m o d e rn o y,
en su h o n estid ad calculadora, pesa con exactitud los movi­
m ien to s capaces de favorecer sus designios y c o n c u rrir a su
p ro p ia concepción económ ica del m undo.
La nueva espiritualidad religiosa está, sin lugar a dudas,
en el origen del m ovim iento p rotestante p ero , p ara com ­
p re n d e r con rig o r todo cu an to anticipa la Edad M oderna,
conviene insistir en la ín d o le contrad icto ria de esta doble
c o rrien te espiritual: p o r u n lado u n a visión del m u n d o
p re o c u p a d a ávidam ente p o r su dom inio económ ico y, p o r
o tro, el rechazo angélico de todo cuidado terren al. Más
h o n d a m e n te q u e cualquier sospecha dialéctica, la co n tra ­
dicción tiene su h o n ta n a r en el fondo todavía cristiano de
O ccidente. El h o m b re ten tad o p o r la libido dominandi ap e­
la a todos los recursos de u n a violenta expulsión del deseo
obsesionante.
El burgués q u ím icam ente p u ro no es fácil de e n c o n tra r
en u n siglo todavía im p reg n ad o de fuertes sentim ientos re­
ligiosos, p ero a la m an era esporádica y a b ru p ta con que ex­
plotan las energías espirituales en u n tiem po rec o rrid o p o r
1138 RUBEN CALDERON BOUCHET

tan violentos contrastes pasionales, se siente de a ratos la


agresividad del ho m b re de presa, tanto más ávida y peligro­
sa cu an to m ás acosada en su im aginación p o r los fantasm as
de su conciencia pecadora. Si hay u n m o m en to en la histo­
ria d o n d e es realm en te efectiva la vigencia de la “concien­
cia d esd o b lad a” es éste y 1 1 0 toda la Edad M edia, com o su­
p o n e e rró n e a m e n te H egel.
U na división term in an te e n tre el m u n d o de la actividad
p ro fan a y la vida religiosa favorecía la em presa de la bu rg u e­
sía. H allar po sterio rm en te u n a m odalidad religiosa capaz de
m irar con benevolencia u n a econom ía lucrativa, era el paso
dialéctico inevitable, m ediatizado p o r la condenación sin
matices de las riquezas y que culm inaba en su exaltación
santificadora. Pero los siglos XIV y XV no conocieron el ti­
po de rico sólidam ente asentado en su conciencia satisfecha.

L O S DISCIPULOS DE FRANCISCO

Quizá se obedezca a un cierto gusto po r la paradoja cuan­


do consideram os a Francisco algo más que un franciscano.
La atm ósfera de trem en d a libertad do n d e se movía el espí­
ritu del Poverello no era para ser im itada p o r otros. C uando
la curia ro m an a im puso a sus seguidores u n a regla inspirada
p o r su experiencia secular, no fue precisam ente con el p ro ­
pósito de c o n d e n ar el espíritu de Francisco, sino con la
precisa com prensión de aquello único e irreiterable que
h a b ía en la actitud religiosa del p e n ite n te de Asís.
Francisco se movía en u n a libertad prefranciscana, fue­
ra de to d a regla. Su a rd ie n te caridad era un m isterio vivo y
LA CIUDAD CRISTIANA 1139

la vida no se a p re n d e ni se imita. En el m eollo de su íntim a


conversación con Cristo se ju g a b a el d ram a sobrenatural de
su existencia.
“T enía — escribió C h esterto n — tanto de espíritu m ati­
nal, de cosa curiosam ente joven y nítida, q u e au n lo m alo
en él era b ueno. C om o de otros se dijo que en sus cuerpos
la luz fue tinieblas, p u e d e decirse de aquel espíritu lu m ino­
so q u e las mismas som bras de su alm a fu ero n luz.”
Su itin erario no p o d ía ser seguido p o rq u e en su m archa
no h ab ía cam inos trazados. N acía del coloquio único que
tuvo con Jesús desde que com enzó la e x trao rd in aria aven­
tu ra de su santidad. M uchos que p re te n d ie ro n im itarlo ol­
vidaron u n detalle: p ara o b rar com o él o b rab a h ab ía que
ser él, o p o r lo m enos h ab er alcanzado esa altura espiritual
d o n d e se colocó de un salto, casi sin esfuerzo, com o si no
tuviera peso terren al. P or eso podía olvidarse de su cuerpo
hasta el a b a n d o n o , sin convertirse en u n fraile m u griento
com o algunos de sus pedisecuos.
La Iglesia com prendió la vocación de Francisco y al mis­
m o tiem po las dificultades que debían superar sus discípulos
para seguirlo. Por am bas razones concibió el franciscanismo e
im puso u n o rd en intelectual, u n itinerario p o r d o n d e pudie­
ran transitar sus seguidores sin apartarse de los propósitos
del santo, ni perderse en la an arq u ía de u n a libertad que só­
lo el am or de Francisco podía sobrellevar sin desórdenes.
San B uenaventura fue el p rim e r franciscano; y podem os
añadir: el franciscano p o r antonom asia. El hizo de la regla
la ca rn e de su espíritu. A través de ella alcanzó u n a santi­
dad a su m edida. Las norm as im puestas p o r la Iglesia no
po d ían fabricar “franciscos”, p ero — la gracia m ed ian te—
sirvieron p ara fo rm ar u n San B uenaventura.
1140 RUBEN CALDERON BOUCHET

La vida de este santo no estuvo librada a la improvisa­


ción, todo en ella fue n o rm a y m edida, perfección acabada
y o rd en . D en tro de la congregación franciscana se p ro p u ­
so, con toda la fuerza de su espíritu, e n c a rn a r la preceptiva
establecida. T enem os e n u n o de sus opúsculos, Epístola Con-
tinens Viginti Quinqué Memoriales, u n plan de vida in te rio r
h e c h o p ara dirigir los pasos de la vida religiosa. En estas n o ­
tas p ara edificación ín tim a se advierte claram ente su distin­
ción con San Francisco.
El Poverello obedecía a im pulsos espirituales a rreb ata­
dos a todo cálculo hu m an o . San B uenaventura no confiaba
na d a al azar y si aconsejaba — no po d ía de otro m odo— po­
n e r la confianza en Dios, trazaba al m ism o tiem po un bien
pensado plan de gim nasia p ara ejercitar la práctica de las
virtudes e n el a rd u o cam ino de la perfección evangélica.
“A plícate con todo esm ero — dice— en la extirpación de
todos los vicios y m alos deseos, a fin de que, purificado de
la vieja levadura de m alicia e iniquidad, cam ines en nove­
dad de vida en pos de Cristo: p o rq u e si no rom pes p rim e­
ro las cadenas q u e te atan al m al, tu alm a, a b ru m a d a p o r las
tinieblas, no p o d rá levantarse a las cosas del cielo” 1.
El esm ero y la aplicación son virtudes co n c u rre n te s a
u n a a te n ta vigilancia espiritual. Hay que cuidar com o un
prolijo ja rd in e ro el h u e rto d o n d e crecen las virtudes. El
m al yuyo de las pasiones está siem pre p ro n to p ara prospe­
ra r en d e trim e n to de la b u e n a planta. U n anim o sin reti­
cencias puesto al servicio del am or increado, u n a atención
sin flaquezas, evitan q u e el yo ataje la luz del Espíritu y des­
víe sus rayos hacia las criaturas.

1. S a n B u e n a v e n tu r a , Obras completas, M a d rid , B .A .C ., T o m o TV.


LA CIUDAD CRISTIANA 1141

En su tiem po se lo llam ó el D octor Seráfico. U n a diafa­


nid ad , u n a tran sp aren cia de serafín dejaba pasar p o r su
m en te la sabiduría de Dios, despojada de todo alarde, de
todo com prom iso p ersonal con actitudes y hasta con apti­
tudes individualistas. P o r eso aconsejaba “h a b la r con respe­
to, tem o r y dulzura, brevem ente y en voz baja si puedes, evi­
tan d o siem pre las prolijidades del discurso y sup rim ien d o
lo q u e p u d iere d a r ocasión a ello en cuanto sea posible”.
San B u en av en tu ra no es un santo q u erid o p o r los busca­
dores de conflictos espirituales, de inquietudes estéticas o
fu en tes de heterodoxias. C on obediencia sim ple y respe­
tuosa a la p irám ide de la je ra rq u ía eclesiástica, rep resen tó
con diáfana claridad espiritual la g randeza equilibrada del
siglo XIII.

L O S ESPIRITUALES

La o rd e n fu n d a d a p o r San Francisco conoció, en la se­


g u n d a m itad del siglo XIII, un b ro te m ístico que la escin­
dió en dos facciones adversas. U n a de ellas, im pulsada p o r
ideales religiosos más angélicos, dio nacim iento a los llam a­
dos hermanos espirituales, cuyas luchas y vicisitudes llenaron
todo el resto del siglo hasta su con d en ació n en 1317-8. La
o tra se siguió llam ando la co m u n id ad y perm an eció fiel a
la Iglesia rom ana.
Los espirituales tien en p a ra el h istoriador de las ideas un
in terés especial p o rq u e d e n o ta n actitudes religiosas d o n d e
se m anifiesta con énfasis la sensibilidad que m arca la ru p ­
tu ra con el m odo tradicional de e n te n d e r el cristianism o.
1142 RUBEN CALDERON BOUCHET

La designación espirituales fue a d o p ta d a p ara señalar la


ín d o le de sus p reocupaciones esenciales. Es u n g ru p o reli­
gioso fo rm ad o con el evidente propósito de im itar a San
Francisco en el absoluto despojo de todo cuidado y p reo c u ­
pación terren a. En su o rigen estos franciscanos no tom a­
ro n el n o m b re de espirituales. La designación surgió e n tre
la g e n te del pueblo, en el sur de Francia, y no disim ulaba
u n sentim iento de adm iración. P o r su c u e n ta estos francis­
canos se llam aron hermanos menores, hermanitos o fraticelli, tal
com o lo hab ía h e c h o San Francisco, y sólo pensaban re to r­
n a r a la regla prim itiva sin afligirse m ucho p o r las disposi­
ciones tom adas p o r los papas. Los espirituales, com o cual­
q u ier m ovim iento religioso en el seno de la Iglesia, nació y
se constituyó p resio n ad o p o r situaciones directam en te rela­
cionadas con la com patibilidad e n tre sus ideales y las exi­
gencias prácticas im puestas p o r la realidad. San Francisco
h ab ía co n ceb id o u n estilo de vida ad ap tad o a u n g ru p o de
h o m b res relativam ente p e q u e ñ o , p orción m inúscula de al­
m as selectas, capaces de vivir h ero icam en te en u n a p o b re ­
za total. En su Testamento el santo insiste en este sublim e de­
signio, p e ro visto el crecim iento de la o rd en y la necesidad
de im p o n e r algunas reglas a hom bres cuya esp o n tan eid ad
religiosa los p o d ía llevar a la an arq u ía, G regorio IX en su
b u la Quod Elongati, escrita en 1230, declaró el Testamento de
Francisco sin fuerza legisladora y dio su p ro p ia in te rp re ta ­
ción de la regla.
Esta contradicción e n tre la voluntad explícita del testa­
d o r y la a u to rid ad papal dio origen a la querella y provocó
la división de la o rd en . A ngel de Claveno nos h a conserva­
do u n a carta del h e rm a n o Elias al p ap a G regorio IX d o n d e
se queja p o r la desobediencia de sus h e rm an o s de orden:
LA CIUDAD CRISTIANA 1143

“Hay algunos e n tre nosotros que, p o r h a b e r sido discípulos


y com pañeros de nuestro p a d re Francisco, son tenidos en
g ran estim a d e n tro y fu era de la o rd en , p ero g o b e rn á n d o ­
se a su guisa y sacudiendo el yugo de la o b ediencia c o rre­
tean com o ovejas sin pastor, hom bres sin guía. H ablan sin
fren o y siguen un g én ero de vida que será perjudicial para
la congregación si vuestra santidad no p o n e r e m e d io ...”.
Crescencio de Iesi (1244-1247), q uinto sucesor de San
Francisco, figura en la Crónica de Angel de Claveno com o
a u to r de la tercera persecución a los espirituales. La cuarta
persecución es atribuida p o r el cronista a San B uenaventu­
ra. El santo d o c to r m antuvo u n a actitud llena de m esura y
sin pecar de rigorista bregó po r u n a acción religiosa disci­
p lin ad a y eficaz. Los espirituales abom inaron de su no m b re y
lo han colocado, sin m atices, en tre sus peores enem igos.
En sus com ienzos, los espirituales siguieron im pulsos e in­
qu ietu d es personales. Los castigos y las persecuciones sufri­
das los llevaron a p o n e r sus fuerzas en com ún p a ra consti­
tu ir u n a ag ru p ació n franciscana distinta a la oficial.
En su Historia de las tribulaciones, Angel de Claveno no
distingue e n tre los espirituales otras divisiones, p ero estu­
dios u lterio res m ás objetivos y serenos p erm iten apreciar
p o r lo m enos tres gru p o s diferentes: dos en Italia —A nco­
n a y Toscana— y otro en el M ediodía de Francia. Sin d u d a
estos g ru p o s m antuvieron e n tre ellos relaciones bastante
estrechas, pues tanto U b ertin o de Casale en Italia com o
P ierre d ’Olivi en Francia se refieren a los h e rm a n o s del
otro país con la fam iliaridad que fu n d a la frecuentación
reiterada.
La historia de estos tres grupos llena, con sus diversas vi­
cisitudes, la seg u n d a m itad del siglo XIII y concluye, p o r lo
1144 RUBEN CALDERON BOUCHET

m enos en su relación n o rm a l con la Iglesia, cuando la con­


d en ació n form al h ech a p o r J u a n XXII.
A ntes de llegar a este trágico desenlace, J u a n XXII ha­
b ía publicado sendas bulas co n d e n an d o las tesis sostenidas
p o r los espirituales de A ncona y de Toscana. La Sancta Ro­
mana del 30 de diciem bre de 1317 estaba dirigida co n tra
los prim eros, y c o n tra los segundos lanzó, el 23 de en e ro de
1318 la Gloriosam Ecclesiam.
En am bas bulas se anatem atizaban las siguientes tesis
sostenidas p o r los fraticelli: a. sostenían que existían dos
Iglesias: u n a carnal, colm ada de riquezas, m an ch ad a de crí­
m enes, d o m in a d a p o r el p ap a y su corte; o tra espiritual, p u ­
ra, p o b re y virtuosa y en la que, p o r supuesto, rein ab an los
b u en o s herm anitos; b. en señ ab an q u e no se po d ía adm inis­
tra r los sacram entos, ni ser u n sacerdote, si no se era santo
y p u ro . De este m odo creaban, paralelam ente a la je ra rq u ía
jurisdiccional, u n a je ra rq u ía carism àtica reclam ada p ara su
uso exclusivo; c. com o los valdenses, se n egaban a prestar
ju ra m e n to ; d. D ecían q u e un sacerdote en pecado m ortal
n o p o d ía adm inistrar los sacram entos; e. el Evangelio no
ha b ía hallado, hasta el m o m en to en que ellos aparecieron,
u n a realización adecuada.
La co n d en ació n solem ne decretad a p o r el p ap a los co­
locó definitivam ente fuera de la Iglesia. Sus descendientes
h eréticos p e rd u ra ro n en Italia con el no m b re de fraticelli y
se m antuvieron hasta más allá de la m itad del siglo XV.
Los historiadores de la Iglesia h an dividido sus o pinio­
nes respecto al valor de la actitud de los hermanitos de San
Francisco y son m uchos los que lam entan la severidad de
las sanciones con q u e fueron castigados. O tros d esap ru e­
ban claram ente la o rientación h erética de sus principios
LA CIUDAD CRISTIANA 1145

do ctrin ario s y tratan de explicar y, en ocasiones, justificar el


rigorism o de la je ra rq u ía . Al histo riad o r de las ideas in te re ­
san dos aspectos fu n d am en tales de esta espiritualidad: su
valor com o síntom a de u n a época y su p o sterio r irradiación
en los m ovim ientos reform istas del siglo XVI.
Lo q u e n o deja de d esp ertar suspicacias, en q u ien lee las
historias de esta época cum grano salis, es la pro tecció n o tor­
gada p o r la b urguesía y la alta nobleza del sur de Francia y
de Italia a estos cultores de la pobreza. Este entusiasm o po r
u n a predicación que am enazaba la institución eclesiástica
en sus riquezas, hace sospechar la existencia de intereses
poco santos en relación con esos bienes.

L os ESPIRITUALES Y EL PODER

El siglo XIV vio tam balear la pirám ide de la je ra rq u ía


cristiana p o r los in n u m erab les desaciertos e im prudencias
com etidas p o r los m ism os papas. A u n pontífice sin n in g u ­
n a inteligencia política com o C elestino V le sucedió Boni­
facio VIII q u e tam poco la tenía, p ero creía tenerla.
La inteligencia de la época seguía el m ovim iento descen­
d ente. A las p reocupaciones teológicas y metafísicas del si­
glo p rec e d e n te suced ieron gustos más prácticos e inm edia­
tos. Legistas, decretistas y canónigos se colocaron de p ro n to
en el p rim e r plano de la sabiduría según el m u n d o y e n ta ­
blaron e n tre ellos un pleito interm inable, u n a de cuyas con­
secuencias será la p é rd id a del respeto a la Santa Sede y el
reforzam iento de los p o d eres tem porales. Del bofetón da­
do a Bonifacio VIII en A gnani hasta la idea del Estado laico
1146 RUBEN CALDERON BOUCHET

auspiciada p o r Marsilio de P adua hay u n a con tin u id ad de


secuencia casi silogística.
El 27 de ju lio de 1297 p o r la influencia de dos m onarcas
inspirados p o r los fraticelli fue llevado al trono pontificio un
hum ilde erem ita de A quileta, Pietro M urrone, con el n o m ­
bre de C elestino V. Los espirituales apoyaron con entusiasm o
la elección de este santo ejem plo de pobreza y alim entaron
la esperanza de días m ejores para su propio m ovim iento.
La coronación del nuevo sum o pontífice puso de m ani­
fiesto u n a ostentosa instalación de h um ildad y C elestino V
sobre u n sim ple asno hizo su e n tra d a en la C iudad Eterna.
D etrás de la fachada, sospechosam ente franciscana, los re­
yes de N ápoles y H u n g ría p arecían asignarse la adm inistra­
ción de este santo.
Todos los violentos contrastes de la época se dieron cita
en la co ro n ació n del erm itaño: angelism o, espiritualidad
deso rb itad a p o r las predicciones proféticas de Jo a q u ín de
Fiore, disim ulos y trucadas cam anduleras políticas consti­
tuían los co n d im en to s m ás notables de esta tragicom edia
religiosa.
C elestino co m p ren d ió p ro n to su in ep titu d para g o b er­
n a r la Iglesia y, luego de discutir con sus p ro m o to res la
o p o rtu n id a d de su abdicación, a b a n d o n ó el tro n o de San
P ed ro en m anos del Colegio de C ardenales. Los príncipes
de la Iglesia se ap resu raro n a elegir a u n o de ellos, el car­
den al B en ed etto G aetani, con el n o m b re de Bonifacio VIII.
La figura de u n p a p a angélico estaba en el ánim o pro fè­
tico de los exaltados co n tin u ad o res de San Francisco, pues
de a cu erd o con los anuncios inspirados del abad de Fiore,
este p ap a p o n d ría fin a la co rru p c ió n de la Iglesia y co m en ­
LA CIUDAD CRISTIANA 1147

zaría u n nuevo evo de la historia d irectam en te dom inado


p o r el Espíritu Santo.
La historia h a conocido otros tránsitos de este tipo. El
espíritu diluye la a u to rid ad del sacerdote en beneficio de la
p u reza u tó p ica y luego, decepcionado p o r la c ru d a reali­
dad, prescinde am argam ente del in term ed iario y entabla
relaciones personales con el E spíritu Santo. De u n p a p a se­
g ún los ángeles a n in g ú n papa, la degradación es casi im ­
perceptible. Lo v e rd ad eram en te grave en el sostenim iento
de estas esperanzas desatinadas era la inevitable desilusión:
la im posibilidad de u n p ap a angélico inspiró la idea de u n a
co rru p c ió n in h e re n te a la je ra rq u ía pontificia.

J aco po ne da T odi

De ser m edio para alcanzar la perfección, la pobreza se


convirtió en fin, com o si el ideal evangélico fuera exclusiva­
m ente la práctica del santo despojo. Las ideas de Pierre d ’O­
livi y Raym ond Gaufredi, generales de los fraticelli en el últi­
m o cuarto del siglo XIII, confirm aron estas disposiciones y
llevaron a su paroxism o la actitud de los espirituales. Fue uno
de ellos, Jaco p o n e da Todi, quien m ejor expresó el am or a
la m iseria en versos llenos de u n insensato misticismo.

O Signor, per cortesía, - mandarne la malsanía


A me la fevre quartana, - la contina e la terzana,
la doppia cotidiana, - colla grande idropesía.
A me venga mal de dente, - mal de capo a mal de ventre
mal de occhi e doglia de fianco, - e l ’apostema al lato.
1148 RUBEN CALDERON BOUCHET

Todas las pestes de u n a prolija lista de calam idades cor­


porales son reclam adas p o r el fraticello p ara instalarse con
ellas en u n a pen iten cia perfecta. La salud es cosa desd eñ a­
ble y el deseo fervoroso de alcanzar la salvación p o r el ca­
m ino del calvario lo lleva a q u e re r convertirse en u n em p o ­
rio de miserias.
N o sé lo que h u b ie ra pensado San Francisco de esta re­
ligiosa insania, p e ro sin lugar a dudas podem os a tribuirle la
frase que dijo a prop ó sito de su p ro p ia exageración p e n i­
tencial: he p ecado c o n tra m i h e rm a n o asno. C on esta de­
signación se refe ría al cuerpo.
Pero J a c o p o n e no fue sólo el ju g la r de la santa m acera-
ción, supo tam b ién can tar con tie rn a frescura los dolores
de N u estra S eñ o ra fre n te a Jesús crucificado.

E i ’comencio il corrotto (piante)


figliuolo mio diporto,
figlio, chi mi t ’ha morto,
figlio mio delicato ?
Meglio aveneno fatto
che l ’cor m ’avessin tratto
che ne la croce tratto
starci desciliato.

Cristo le responde:

Donna, ove sei venuta ?


mortai mi dai feruta,
il tuo pianger mi stuta
più che il mio cruriato.
LA CIUDAD CRISTIANA 1149

P ara u n alm a capaz de hallar su com placencia en esta


vía dolorosa, cualquier m anifestación de salud, de vigor o
riqueza, p o d ía p a re c e r el colm o del m undanism o. N o es
ex trañ o q u e los espirituales se sintieran solidarios con el
Cristo crucificado y culparan a la Iglesia de ser la “Sinago­
ga de S atán ” o la “R am era de B abilonia”, en c arg a d a de p er­
seguirlos y llevarlos hasta el calvario.
La fu erz a de los d e n u e sto s q u e aplicaban a la org an iza­
ción eclesiástica testim o n iab an p o r el vigor de las pasio­
nes de estas h u m ild es ovejas del Señor. N o se resig n a ro n
n i se callaro n y estuvieron siem p re dispuestos a re s p o n d e r
con sarcasm os to d o in te n to de m odificar su sistem a de vi­
da. El m ism o J a c o p o n e , luego de la elección de B onifacio
VIII, reclam ó v io le n ta m e n te c o n tra ella y escribió u n a sá­
tira d o n d e e x p resab a un desp recio m enos santo del q u e
p u e d e su p o n e rse p o r el inventario d e sus deseadas e n fe r­
m edades.
El p ap a le dio m otivos p a ra ag rad ecer a Dios algunas ca­
lam idades extras p o rq u e, luego de excom ulgarlo, lo hizo
e n c e rra r en u n a prisión d o n d e n u n c a e n tra b a el sol. El
p o e ta festejó sus nupcias con el sepulcro en versos d o n d e
se alababa de h a b e r recibido al fin los beneficios que tanto
am bicionó. B enedicto XI, c o n tin u a d o r de Bonifacio, lo
p e rd o n ó , p ero el p o b re fraticello m o riría poco después en la
capellanía de un m onasterio de clarisas en Collazone.
Su tu m b a está en Todi y sobre la lápida el obispo del lu­
gar hizo g rab ar este epitafio: “Ossa B. Ja co p o n i de Bene-
dectis, T u d ertin i, Fr. O rdinis M inorum , qui stultus p ro p te r
C hristum nova m u n d u m a rte delusit e t coelum ra p u it”
(“A quí están los huesos del bien av en tu rad o J a c o p o n e de
B enedecti, natural de Todi, h e rm a n o m e n o r que h a b ié n ­
1150 RUBEN CALDERON BOUCHET

dose vuelto loco po r el a m o r de Cristo, inventó u n arte


nuevo con el q u e en gañó al m u n d o y conquistó el C ielo”).
En u n tiem p o q u e co m en zab a a d escu b rir el lujo, este
culto e x u lta n te de la p o b rez a evangélica d e sp ertó , com o
ya lo h em os dicho, in tereses m uy diversos. P o r u n lado
auspició la c o rrie n te espiritual de los h e rm a n o s m en o res
tras la cual su rg ie ro n 11 0 pocas facciones fra n c a m e n te h e ­
réticas. P o r o tra p a rte puso en m ovim iento la codicia de
los g ran d es señ o res q u e veían en las posesiones eclesiásti­
cas ex celentes m edios p a ra a u m e n ta r sus riquezas y a te n ­
d e r con sus recu rso s a los nuevos precios im puestos p o r el
poder. P o r ú ltim o , la m en ta lid a d b u rg u esa en p len o cre­
cim ien to veía los bienes del clero m al aprovechados y a d ­
vertía el p a rtid o q u e p o d ía sacar de ellos u n a b u e n a ad m i­
n istración.
La pobreza, ideal de vida p e n ite n te p a ra unos, se con­
vertía p a ra otros en u n m agnífico p retex to p ara in te rv en ir
d ire c ta m en te en las gestiones de la fo rtu n a eclesiástica. Es­
tos son los dos rostros de la crítica a las riquezas de la Igle­
sia. El p o rv e n ir nos in fo rm a rá sobre la suerte de am bos
m ovim ientos y sobre las insospechables convergencias im ­
puestas p o r el paso de la predicación a la acción directa.

V a r ia c io n e s so b r e R a m ó n L l u l l

El franciscanism o de la segunda m itad del siglo XIII y


del siglo XIV no se expresó exclusivam ente en la lu ch a con­
tra la riqueza y tuvo ex p o n en tes que a las exigencias de u n a
egregia espiritualidad su p iero n resp o n d e r con leal obe­
LA CIUDAD CRISTIANA 1 151

d iencia a los principios consagrados p o r la tradición de la


Iglesia de Cristo.
La vida del B ienaventurado R am ón Llull es u n claro es­
pejo d o n d e asom an los contrastes más violentos de un siglo
que, en su relación con Dios, puso sobre el tapete la hispá­
nica divisa de todo o nada. A venturero, vagabundo y ju g lar
inspirado p o r las m ás tiernas resonancias del am or místico,
fue tam bién u n organizador de misiones, u n a inteligencia
práctica de p rim e r o rd en y el más form idable escritor que la
cristiandad haya conocido. Todos los temas le fueron fam i­
liares y no h u b o género literario, m ás o m enos de m oda, en
el q u e no volcara su facundia inexorable. Escribió tratados
de teología, de m edicina, de lógica, de retórica y de poética.
Escribió novelas, versos, canciones, hom ilías y com entarios.
Sin p arar un instante sus peregrinaciones, m antuvo esta tre­
m en d a faena literaria hasta pasados los o chenta años.
Nació en M allorca en el año 1232 y d u ra n te su ju v en tu d
cum plió en la corte del rey de M allorca el cargo de senes­
cal y m ayordom o. A lternaba sus funciones palaciegas con
las m ás am ables de trovar versos y seducir m ujeres. En este
últim o a rte volcó to d a su adm irable en erg ía y, si tom am os
com o c o rre sp o n d e su p ro p ia confesión, poco ten d ría que
envidiar a D o n ju á n T enorio este fu tu ro penitente.
En su libro De la Contemplación nos dice que a pesar de ha­
b e r sido educado en el tem or de Dios pasó su ju v en tu d “en
cam ino de locura y obras de p e c ad o ”. Pero no cream os que
se trataban de pecadillos de m uchacho enam orado y algo
travieso, no eran simples devaneos para e n tre n a r la lujuria
rim ando poesías a la m oda de Provenza. H abía acostum bra­
do su alm a y su cuerpo a vicios malvados y a obras desorde­
nadas, tanto que quitó “la h o n ra y la b u en a fam a a m uchas
1152 RUBEN CALDERON BOUCHET

dueñas, y a m uchas m ujeres y a m uchos h o m b res”. No con­


ten to con ello, calum nió, traicionó y engañó a sus amigos y
parientes p o r causa de la inm ensa lujuria que lo m ovía en
busca de p e rm a n en te placer carnal. “La belleza de las m u­
je re s — escribía— ha sido pestilencia para mis ojos.” Y au n ­
qu e casado con Blanca Picany, no respetaba a n in g u n a da­
m a, fuera doncella o casada, de las que vivían en su próxim o
d e rred o r, pues p ara no p e rd e r el tiem po resultaba más p rac­
tico seducir a las esposas y a las hijas de sus vecinos, sus pa­
rientes o sus amigos, lo que no le im pedía hacer algunas ex­
cursiones n o c tu rn a s m ás peligrosas en lugares m enos
asequibles: “Para alcanzar los placeres de la lujuria, m e he
puesto m uchas veces en peligro de m uerte y he sostenido
m uchas ansias y m uchos trabajos y m uchos tem o res”.
A la ed ad de tre in ta años, m ientras lu cu b rab a “u n a vana
canción p a ra u n a e n a m o ra d a ”, sufrió u n a m isteriosa expe­
riencia, que luego de reiterarse varias veces cam bió radical­
m en te el curso de su vida.
N o en tram o s a considerar la ín d o le de este fen ó m en o
m ístico. La vida coetánea de Ramón Llull, cuyo texto latino y
su versión catalana figuran en u n a selección de obras lite­
rarias publicadas p o r la B.A.C., hace u n a parca referen cia a
su visión, que los hom bres del siglo XIII, m ás fam iliarizados
q u e nosotros con lo sobrenatural, po d ían e n te n d e r sin di­
ficultad. A nosotros nos resultará difícil no atribuirla a de­
só rd en es de u n a im aginación dem asiado viva, au n q u e los
resultados del cam bio no ab onan u n a tesis patológica. La
conversión radical de su conducta lo lanzó a u n a tarea de re ­
construcción m oral e intelectual difícilm ente explicable en
u n clim a de insania. Se dio cuenta de la absurda actividad
en la que estaba em p eñ ad o y, con el mism o deseo de ser útil
LA CIUDAD CRISTIANA 1153

a Dios y a los hom bres p o r el am or de Dios, se propuso rec­


tificar el ru m b o de su destino y adecuar su inteligencia y su
form ación intelectual a u n a intensa práctica apostólica.
En p rim e r lugar se puso a estudiar la gram ática latina
p ara estar en condiciones de hablar y escribir la lengua u n i­
versal de la Iglesia; luego com pró u n esclavo m oro para
a p re n d e r el árabe. A esta faena la realizó con el entusiasm o
q u e p o n ía en todos sus asuntos. Al cabo de un tiem po, re­
lativam ente corto, estuvo en condiciones de p o d e r escribir
sin g randes e rro res el idiom a de M ahom a. Su propósito era
pred icar el Evangelio en tre los discípulos del p rofeta y lle­
varlos a la v e rd a d e ra fe.
De su dedicación al estudio habla con elocuencia su p ro ­
ducción filosófica, apologética y literaria. Aristóteles, Pla­
tón, Averroes, el Corán y el Talmud fueron devorados ju n to
con todas las m aterias del trivium y el quatrivium. La teología
de San A gustín, San Anselm o y San B uenaventura form an el
andam iaje de su sabiduría cristiana. C on estas arm as intelec­
tuales, u n a te sin vacilaciones y u n a energía a p ru eb a de tra­
bajos, se lanzó a la palestra del com bate espiritual dispuesto
a term in a r con todos los errores de su tiem po.
C on tal p ropósito inventó un m étodo de tablas especia­
les, d o n d e figuraban todos los conceptos capaces de e n tra r
en controversia. U n a com binación m ecánica de las tablas
relacionaba de tal m odo todas estas nociones, q u e se po d ía
o b te n e r p o r artilugio las verdades esenciales de la religión.
“Va sin decir — o p in a G ilson— que cuando hoy tratam os de
servirnos de esas tablas, tropezam os con las peores dificul­
tades. Nos p reg u n tam o s si Llull fue efectivam ente capaz de
usarlas. Si nos aten em o s a sus propias declaraciones h a b rá
que ac ep ta rlo .”
1154 RUBEN CALDERON BOUCHET

D esgraciadam ente su optim ism o no fue siem pre recom ­


p en sad o p o r la suerte. A un q u e su testim onio personal acre­
d ita la eficacia de su lu ch a co n tra los erro res averroístas y
m usulm anes, estos últim os no están co rro b o rad o s p o r la
su erte c o rrid a p o r R am ón Llull e n tre los árabes.
Fue u n escritor fluido y esp o n tán eo . C om o sucede a
m e n u d o c u an d o la p lu m a c o rre sin inconvenientes, la im a­
ginación lleva la m ejo r p a rte y las arg u m en tacio n es se acu­
m u lan unas tras otras sin g ran respeto p o r la ín tim a co h e­
ren c ia del discurso. N u n c a puso en d u d a el o rigen divino
de su sabiduría. Todavía en vida se le concedió el título de
Doctor Iluminatus, en el q u e venía in clu id a la sospecha de
u n a cierta falta de co rdura.
El p ropósito de Llull es francam ente apologético. La
e n o rm e can tid ad de sus escritos brega p o r la firm eza de es­
ta decisión inicial. No tem ió n u n c a repetirse ni tejer sobre
los m ism os tem as diversas versiones. Lo anecdótico y perso­
nal se m ezcla con lo doctrinario y e n todos sus libros se tie­
n e la im presión de u n a fantasía apenas do m in ad a p o r la in­
ten ció n religiosa.
N o en tram o s en u n a exégesis de sus trabajos escritos;
pocos serían capaces de leerlos a todos. C om o reu n id o s fo r­
m arían u n a n u trid a biblioteca, no es éste el lugar adecua­
do p ara e x p o n e r sus títulos. Nos lim itarem os, en h o n o r a la
brevedad, a ex am in ar algunos rasgos de su poesía, p ara
descu b rir en ellos la frescura espiritual de sus veneros fran ­
ciscanos.
P ara p o d e r ap reciar su o b ra poética, debe ser leída en
catalán. La len g u a de los trovadores halló en Llull un cul­
to r que supo darle u n giro piadoso sin desm erecer los en ­
cantos de su rim a. La prosa poética del m allorquín p erm i­
LA CIUDAD CRISTIANA 1155

te u n a traducción más fiel y u n a apreciación más com pleta


de sus propósitos místicos.
El libro del amigo y del amado fo rm a p a rte de u n a larguísi­
m a novela m ístico-pedagógica llam ada Blanquerna y es
apreciado p o r m uchos estudiosos com o u n a expresión lo­
g rad a de la espiritualidad franciscana.
“C antaba el pájaro en el vergel del A m ado. V ino el Ami­
go y dijo al pájaro: ‘Si no nos en ten d em o s p o r el habla, en ­
ten d á m o n o s p o r am or, po rq u e en tu canto se rep re sen ta a
mis ojos m i A m ad o ’.”
Efusión lírica fre n te al en canto de la naturaleza en car­
n a d a en el pájaro que habla al alm a de Dios. El Amigo es el
p o e ta q u e a b a n d o n a todas las delicias del m u n d o p o r a m or
de su A m ado. A parece ante los ojos de los hom bres com o
u n loco alucinado p o r u n a ilusión.
“Amigo insensato ¿por q u é acabas tu cuerpo, gastas tu
din ero , y dejas las delicias de este m u n d o y andas despre­
ciado de la gente? R espondió el Amigo: ‘Para h o n ra r los
h o n o re s de mi A m ado, el cual es desam ado y d e sh o n rad o
p o r m ás h om bres que am ado y h o n ra d o ’.”
El tem a escolástico de la relación e n tre la voluntad y el
en te n d im ie n to nace en m edio del desborde am oroso y se
in serta en la poesía de Llull com o u n a preocupación p e d a ­
gógica que, sin em bargo, no q u ieb ra el lirism o de su prosa.
“El am igo p reg u n tó al E nten d im ien to y la V oluntad cuál
de los dos e ra más cercano a su Am ado. Y c o rriero n los dos,
y el E n ten d im ien to llego m u ch o más presto a su A m ado
que la V oluntad.”
La prim acía del e n te n d im ie n to habla de la influencia
tom ista en Llull. C uando trata de la relación del ho m b re
1156 RUBEN CALDERON BOUCHET

con Dios, su op in ió n es más d ecid id am en te franciscana. No


es necesario el in term ed iario p ara c o n certar el am oroso co­
loquio, p ero el Amigo no está solo y cu ando su vínculo con
Dios desm aya p o r insuficiencia in h e re n te a su frágil n a tu ra ­
leza, el llanto y la oración de otro am igo p u e d e n re a n u d a r
la am istad perdida.
“C o n tien d a h u b o e n tre el Am igo y el Am ado; y lo vio
o tro Amigo, el cual lloró tan largo tiem po, hasta que se hi­
zo la paz e n tre el Amigo y el A m ado.”
El lirism o que va de la naturaleza al C reador y la aptitud
p ara en tab lar el íntim o coloquio con el A m ado son las n o ­
tas m ás m o d ern a s q u e p u e d e n observarse en la m ística de
Llull y h acen p ensar a los protestantes en u n p recu rso r de
su p ro p ia sensibilidad religiosa.
“Dim e loco: ¿Q ué es religión? Respondió: ‘Lim pieza de
p en sam ien to , desear m o rir p ara h o n ra r a mi A m ado, y re ­
n u n c ia r al m u n d o , a fin de que n ad a im pida contem plarlo
y decir la verdad de sus h o n o re s ’.”
Este libro no dice u n a palabra sobre los sacram entos, ni
habla de la necesidad de la presencia de la Iglesia p a ra con­
ce rtar la relación e n tre el ho m b re y Dios. Es u n a suerte de
in tro d u cció n al a rte de contem plar, en d o n d e no se preci­
sa con rigor el papel d esem p eñ ad o p o r la frecuentación de
los sacram entos. El coloquio del Amigo y del Am ado, a u n ­
q u e considerado aparte del resto de la obra de Llull, puede
p arecer u n anteced en te de la Reform a; en el contexto de to­
dos sus trabajos no disuena p ara n ad a con su p ro fu n d a fe
católica.
C a p i t u l o II
LA ESPIRITUALIDAD RELIGIOSA AL FIN
DE LA EDAD MEDIA (II)

L a e s p ir it u a l id a d d o m in ic a n a

L a id ea q u e el h o m b re se haga del m u n d o d e p e n d e rá ,
a n te todo, de lo percibido p o r su sensibilidad y lo captado
p o r su inteligencia. P ero la razón n o d e p e n d e exclusiva­
m en te de los sentidos, y m uchos conocim ientos e n tra n en
ella p o r el doble cam ino de la enseñ an za tradicional y de las
posibilidades de experiencias concretas abiertas p o r esa
m ism a enseñanza. La Revelación transm itida p o r la Iglesia
a su pu eb lo descubrió perspectivas m etafísicas q u e la razón
a b a n d o n a d a a sus solas fuerzas no h u b iera sido capaz de
concebir, p e ro el m ensaje cristiano carecería de to d a e n e r­
gía religiosa si se lim itara a u n a repetición m em orística de
sus co n ten id o s doctrinales. El carácter viviente de la dog­
m ática se m anifiesta en la ap titu d p ara despertar, en sus ver­
d aderos creyentes, el deseo de p e n e tra r con h o n d u ra en sus
m isterios m ed ian te la disciplina de u n a praxis adecuada.
1158 RUBEN CALDERON BOUCHET

D esde los com ienzos del cristianism o la voluntad de vivir


m ás p ro fu n d am en te sus m isterios llevo a m uchos hom bres
a cultivar con d en u ed o u n g én ero de vida que, alejándolos
de las cosas sensibles y visibles, les descubriera el acceso a un
absoluto que había dem ostrado en el m isterio de la E ncar­
nación del Verbo no sólo su patern al solicitud para con el
h o m b re sino su deseo expreso de prom over eficazm ente en
las almas la incoacción del Reino de Dios. Situación espiri­
tual definitiva qu e el cristiano itin eran te po d ía vivir desde su
condición te rren a , si era capaz de o bedecer las insinuacio­
nes de la gracia con u n a co nducta en consonancia.
Pero en el espíritu h u m an o coexisten dos facultades: la
inteligencia y la voluntad, cuya íntim a econom ía su p o n e la
p relación de la p rim e ra sobre la segunda y así sucedería
siem pre si el equilibrio de las potencias superiores estuvie­
ra garantizado p o r u n a a rm o n ía espiritual sin desmayos.
D esgraciadam ente el desequilibrio provocado p o r la caída
no sólo afecta las inclinaciones psíquicas inferiores. La raíz
del orgullo está en el espíritu y, p o r la íntim a cohesión de
todos los m ovim ientos aním icos, pasa del espíritu a la sen­
sibilidad y provoca la hip ertro fia de la concupiscencia o el
m ovim iento d e so rd e n a d o de la irascibilidad. En los h o m ­
bres espirituales el desequilibrio se pro d u ce en la relación
m ism a de la in teligencia y la voluntad. Sucede que no se
q u iere aceptar el carácter discursivo y analógico del cono­
cim iento p ara provocar u n acceso m ás inm ediato hacia el
A bsoluto y con el loable propósito de p ro d u cir más fácil­
m en te el acercam iento hacia el fin últim o. Se desprecia el
m odesto itinerario de la m en te o se lo desd eñ a en ben efi­
cio de u n a tensión voluntaria, no siem pre eq u ilib rad a p o r
u n co n o cim ien to adecuado.
LA CIUDAD CRISTIANA 1159

El am o r a Dios arde en la caridad. En tanto el objeto de


esta virtud es Dios tal com o El es, la caridad en el h o m b re
viandante da a su voluntad u n a cierta su p erioridad sobre la
inteligencia, cuyo objeto es tam bién Dios, p e ro conocido
discursivam ente y com o in speculimi. El e rro r en esta situa­
ción aparece cu ando el deseo ard ien te de alcanzar a Dios
irru m p e en la faen a del intelecto y la pliega a sus propósi­
tos, invirtiendo la ín tim a relación de am bas facultades y lue­
go proyectando esta inversión sobre la idea m ism a de Dios.
Es difícil cap tar la perversidad q u e alim enta el e rro r teó­
rico. T enem os u n a ten d en cia a creer en la inocen cia de es­
tas desviaciones y no descubrim os en ella el gusano ro ed o r
del orgullo. El siglo XIV fue u n siglo de teólogos p reo cu p a­
dos p o r salvar las verdades de la fe de u n a razón cada día
m ás so berbia y p e o r dispuesta para acep tar la tutela de la
Iglesia. De aquí u n a cierta p rem u ra p o r establecer contac­
to con el A bsoluto p o r encim a de razonam ientos n o siem ­
pre bien encam inados, y de aquí tam bién la tentación de
h a c er caer sobre el co n ocim iento racional u n m enosprecio
que con el c o rre r del tiem po no p o d ía sino re d u n d a r en
d e trim e n to del verdadero saber teológico.
Se tiene la im presión, cu ando se lee a los autores de es­
ta época, de u n deseo de acercarse a Dios p o r los sospecho­
sos senderos del sen tim iento y de usar la razón com o un
in stru m e n to del p o d e r h u m an o sobre la naturaleza exte­
rior. Si el conocim iento es poder, com o d irá H obbes unos
siglos m ás ad elan te, y la relación con Dios m era efusión
sentim ental, se hace cada vez m ás o p rim e n te la sospecha
de u n a in co n ten ib le agresión dem iùrgica sobre el m u n d o
físico y u n retice n te a b a n d o n o de las cuestiones teológicas
al d e m o n io de la subjetividad.
1160 RUBEN CALDERON BOUCHET

F rente al m ovim iento espiritual de los franciscanos cuya


d o c trin a m an ab a de veneros agustinistas, la escuela dom i­
nicana, influida por el aristotelism o de AJberto el G rande y
Santo Tom ás de A quino, n o en c o n tró en las autoridades
eclesiásticas u n a acogida entusiasta. Las condenaciones
parciales a que se vio som etido el P eripatetism o de la se­
g u n d a m itad del siglo XIII influyó decisivam ente en este re­
tardo. No obstante, la p o d ero sa originalidad del m aestro
de A quino n o p o d ía d ejar de irra d ia r su influencia y vencer
los obstáculos acum ulados p o r los prejuicios agustinistas y
la falta de ap titu d es especulativas de sus oponentes.
Fue la F acultad de Artes de París la rec e p to ra de esta in­
fluencia y la q u e supo resistir con m ayor decisión la co n d e­
nación de 1277 lanzada p o r el obispo Tem pier. E ntre los
n o m b re s q u e a c u d en a la m em oria cu ando se trata de evo­
car los m ás inm ediatos co n tin u ad o res de Tomás, está el del
francés B e rn a rd o de La Treille p o r la fidelidad con que d e­
fen d ió la distinción real de esencia y existencia c o n tra En­
riq u e de G antes. Le sucede otro francés, B ern ard o de Au-
verinia y u n inglés, R icardo de Clapwell, cuya discusión
c o n tra el arzobispo franciscano J u a n Peckham es fam osa
en la h istoria de las controversias oxfordianas.
Italia y A lem ania tuvieron tam bién algunos defensores
preclaros del p en sam ien to tom ista, p ero p ro n to esta in­
fluencia dejó de m arcar los espíritus con la precisa claridad
de su enseñanza y se e n tró de lleno en u n p erío d o de tan­
teos y vacilaciones del q u e no salió in m u n e de los contagios
neo p lató n ico s y em anantistas.
C u an d o nos o cu p em o s de D uns Scoto exam inarem os
con m ás d e te n c ió n el cam ino to m ad o p o r la inteligencia
cristiana en esos últim os años del siglo XIII y com ienzos
LA CIUDAD CRISTIANA 1161

del XIV. P o r el m o m e n to nos d e te n d re m o s a e x am in ar la


espiritualidad d o m in ica n a en la figura ejem p lar de Meis­
ter E ckhart.

M e is t e r E c k h a r t

Nació p o r el año 1260 en H ochheim , cerca de G otha, en


el seno de u n a fam ilia hidalga. Muy jo v en e n tró en un no­
viciado do m in ican o en la ciudad de E rfu rt y term in ó sus es­
tudios en C olonia. D octorado en la U niversidad de París en
1302 es designado provincial de Sajonia y luego vicario ge­
neral p a ra toda la región bohem ia. Esta c a rre ra eclesiástica
hace p e n sar en la solidez de sus principios religiosos y el ca­
rác ter insospechable de su co n d u cta com o sacerdote. Em ­
p ero , en 1325, el capítulo de la o rd e n reu n id o en Venecia
inicia u n a encuesta sobre la d o c trin a del m aestro Eckhart.
L a sospecha sobre la co ntam inación de su enseñ an za es ra­
tificada p o r la b u la In agroDomini, del 29 de m arzo de 1329,
d o n d e se c o n d e n a n fo rm alm en te 28 proposiciones de su
do ctrin a, algunas com o d ecid id am en te heréticas y otras co­
m o proclives a ser m al interpretadas.
E n tre los años 1327, época de su defensa an te los acusa­
dores, y 1329, fech a de la bu la papal, el m aestro m urió sin
q u e podam os decir n a d a de su situación espiritual fren te a
la decisión de la je ra rq u ía .
La a p a re n te contradicción e n tre su larga y exitosa carre­
ra eclesiástica y el final bastante in tran q u ilizad o r de su
suerte, se explica p o r el doble carácter de su enseñanza.
C u ando escribía en latín y h ablaba con el rigor teológico
1162 RUBEN CALDERON BOUCHET

de la len g u a de la Iglesia su d o ctrin a no d esp ertab a la sos­


p e c h a de n in g u n a co ntam in ación herética, p ero cuando
e x p o n ía e n alem án, idiom a que cultivó con in d udable vir­
tuosism o oratorio, a p a re c en las fórm ulas capaces de dar
nacim ien to a in terp retacio n es contrarias a la fe.
A nte la penosa im precisión de ciertas frases atribuidas al
m aestro E ckhart p o r sus acusadores, la defensa h e c h a po r
éste fue, en general, bastante am bigua: si p o r u n a p arte re­
chazaba la p a te rn id a d de tales opiniones, p o r o tra parte
asum ía la responsabilidad de respaldarlas con u n a exégesis
favorable a su c o n te n id o conceptual. Esta co n d u cta no fa­
voreció p recisam en te u n clim a espiritual de com prensión
capaz de cu lm in ar en la exculpación del m aestro.
“La au to d efen sa eck h artian a no debió p ersuadir ni si­
q u iera a los inquisidores episcopales, puesto que, a pesar
de la sen ten cia favorable de Nicolás de Strasburgo, el p ro ­
ceso se p ro lo n g ó todavía d u ra n te meses, provocando la
pro testa q u e hem os reco rd ad o más a rrib a ” 2.
P ara q u ien in te n te reh a c e r las acusaciones lanzadas con­
tra la en señ an za de E ckhart no hay o tra fu en te q u e la bula
In agro Domini de Ju a n XXII, d o n d e se co n d en sa su doctri­
na en 28 tesis, de las cuales 17 son declaradas form alm ente
heréticas y 11 literalm en te erróneas, tem erarias y sospecho­
sas de herejía. Las fórm ulas atribuidas al m aestro dom inico
interesan especialm ente al historiador de las ideas p o rq u e
las verá aparecer, d e n tro de contextos filosóficos evidente­
m en te distintos, en otros pensadores m odernos.

2. G iuseppe Faggin, Meister Eckhard y la mística medieval alemana, Buenos


Aires, Sudamericana, 1953, pág. 55.
LA CIUDAD CRISTIANA 1163

La sospecha de u n persistente em anantism o neoplatóni-


co nace de u n a serie de afirm aciones d o n d e la trascen d en ­
cia de Dios y la creación ex nihilo com o u n acto libre de su
p o d e r cre a d o r están com prom etidas en expresiones poco
precisas. En este pensador, com o en m uchos de sus conti­
n u a d o re s m o d ern o s, hay u n a m arcada proclividad a con­
fu n d ir eficiencia y fo rm alidad en la relación de Dios y el
m u n d o . La confusión es p atente en la p rim era tesis, d o n d e
sostiene que Dios no p u e d e h acer las cosas antes de ser;
“p o r lo tanto no bien Dios fue, inm ed iatam en te creó el
m u n d o ”. La vinculación Dios-M undo aparece en un lazo de
doble necesidad que arroja su som bra sobre la libertad de
la creación. En la segunda tesis confirm a esta sospecha
c u a n d o sostiene “que el m u n d o ha existido desde toda la
e te rn id a d ” y añade, en la tercera tesis: “Así, co n te m p o rá ­
n e a y sim ultáneam ente, desde el m o m en to en q u e Dios
existió, e n g e n d ró al Hijo, c o e te rn o e igual en todo a Dios,
y tam bién creó el m u n d o ”.
La relación de la e te rn id a d con el tiem po es, in d u d ab le ­
m en te, difícil de explicar p ara u n a inteligencia com o la
nuestra, in trín secam en te afectada p o r la tem poralidad. La
dificultad se a cen tú a en u n clim a d o n d e las fronteras con­
ceptuales se o p o n e n a u n a voluntad firm em en te decidida a
fra n q u e a r los lím ites que separan a Dios de la creatura.
M eister E ckhart aspira a u n a u n ió n con Dios y trata de lo­
g rarla a tru e q u e de p e rd e r de vista las necesarias distincio­
nes. Com o la gloria de Dios está en toda la creación, tam ­
b ién se e n c u e n tra igualm ente en las obras de los hom bres,
buenas o malas, con la m ism a fuerza ilum inadora. U n paso
m ás y oirem os el “peca fu e rte m e n te ” de L utero p o rq u e, pa­
ra el m aestro dom inico, “el m ism o pecado del vituperio ala­
1164 RUBEN CALDERON BOUCHET

ba a Dios, y cu an to más gravem ente peca, m ás am pliam en­


te alaba a D ios”.
Del vituperio a la blasfem ia hay u n paso fácil de dar
c u a n d o el alm a se deja a rre b a ta r p o r la cólera insana. Co­
m o q u ien blasfem a, alaba, resulta tarea bastante ard u a
a p reciar la sup erio rid ad sacram ental de la oración sobre el
den u esto sacrilego.
En u n a frase latina, dig n a de un bien logrado logogrifo
hegeliano, sugiere el inconveniente de pedirle a Dios algo,
p o rq u e quien tal hace o b ra m al, p o rq u e todo ped id o de sa­
lud, d in ero , utilid ad , h o n o res, santidad y gracia, a p arta del
único necesario y m arca u n a p referen cia egocéntrica al
despojo absoluto d o n d e el alm a aspira a la ano n ad ació n , ya
que la san tid ad se p resen ta con el carácter de u n a p refe re n ­
cia egoísta.
A lguien h a dicho que la vanidad espera todo y el o rgu­
llo nada. ¿Hay en la teología de M eister E ckhart un terrible
pecado de orgullo? ¿De q u é o tro m odo se p o d rá e n te n d e r
esta frase: “Si recibiese algo de Dios yo estaría bajo El o p o r
debajo de El, com o un d e p e n d ie n te o u n siervo, y El esta­
ría com o el S eñ o r q u e otorga, y no debem os ser así en la vi­
da e te r n a ”?
Y ah o ra entram os a pie lleno en ese te rre n o d o n d e el
m u n d o m o d e rn o com ienza p o r invertir el m isterio de la En­
carnación y term in a en u n a enfática divinización del h o m ­
bre: “N osotros — h ab ría dicho E ckhart— nos transform a­
m os totalm ente en Dios y nos convertim os en El. Así com o
en el sacram ento el p an se convierte en el cuerpo de Cristo,
así yo m e convierto en Dios p o rq u e El hace que yo sea u n a
sola cosa con El, no algo sim ilar a El. P or obra del verdade­
ro Dios vivo resulta que no hay allí distinción alg u n a”.
LA CIUDAD CRISTIANA 1165

La razón reside en el m isterio de la E ncarnación en ten­


dido de u n a m an era que anuncia las lucubraciones juveniles
d e Hegel: “Todo lo que Dios Padre dio a su Hijo unigénito
en la naturaleza hum ana, me lo h a dado a m í tam bién; en
esto n a d a exceptúo, ni la unión, ni la santidad, puesto que
todo m e lo dio com o lo dio a El”. Y agrega: “Todo lo que la
Sagrada Escritura dice de Dios, tam bién se verifica respecto
de todo h o m b re b u e n o y divino”.
Para q u e 11 0 q u e d e resabio de d u d a respecto a esta divi­
nización total del h o m b re, M eister E ckhart afirm aba que
todo “lo que es p ro p io de la naturaleza divina es p ropio
tam bién del h o m b re ju sto y divino, p o r lo tanto este h o m ­
bre hace lo q u e Dios hace, y creó, ju n to con Dios, el cielo y
la tie rra y e n g e n d ró el Verbo e te rn o , y Dios no p o d ría ha­
cer n a d a sin este h o m b re ”.
En este pasaje está con d en sad o el espíritu de la filosofía
hegeliana. A un q u e M eister E ckhart haya negado su p ater­
n id ad , es u n a transposición teológica dem asiado fina para
ser la o b ra de algunos acusadores banales. Q uien h a soste­
n id o esta tesis ten ía com prom isos m uy p ro fu n d o s con la
m en talid ad m o d ern a , p ara co n fundirlo con u n sagaz envi­
dioso de la Inquisición.
Las tesis siguientes co rro b o ran el espíritu de esta fórm u­
la y, al m ism o tiem po, arrojan luz sobre las razones de tan
p ro fu n d a confusión. E ckhart sostiene que el h om bre bu en o
debe conform ar su voluntad a la voluntad divina de tal m o­
do que él m ism o quiera lo que Dios quiere: “No q u e rría yo
no hab er com etido pecados, porque Dios quiere en algún
m odo que yo haya pecado, y ésta es la verdadera pen iten cia”.
La p rim e ra p a rte del en u n c ia d o confirm a u n a e n señ a n ­
za válida, p ero la conclusión es falsa y arro ja sobre Dios la
1166 RUBEN CALDERON BOUCHET

sospecha de q u e re r positivam ente el p ecado com etido p o r


el h o m b re . Esta tesis, p o r sí sola capaz de inspirar u n a acti­
tu d religiosa quietista y u n ab a n d o n o cabal de to d a acción
exterior, está reforzada p o r u n a serie de afirm aciones que
en su afán de exaltar la acción de la gracia en el h o m b re
a n o n a d a su natu raleza y e n g e n d ra la id ea de u n estado de
so b re n a tu ra lid a d exaltado y p o r encim a de su efectiva p o ­
sibilidad.
Estas opiniones h a n sido glosadas a p artir de las tesis atri­
buidas a E ckhart p o r sus fiscales, p ero au n q u e no hayan si­
do total y literalm en te exactas en la form ulación de los p u n ­
tos de m ira sostenidos p o r el m aestro, su autodefensa no
persuadió a nad ie de la falsedad de las acusaciones. O bliga­
do a u n a retractació n pública, dejó u n texto latino de excul­
pación cuyo co n ten id o exim e de otros com entarios:
“Yo, el m aestro E ckhart, d o c to r en teología sagrada, d e ­
claro a n te todo, invocando a Dios com o testigo, que siem ­
pre, en cu a n to m e fue posible, detesté todo e rro r en la fe y
to d a perversión de costum bres, pues tales erro res fu ero n y
son co n trario s a la condición de mi d o c trin a y a la ord en .
P o r consiguiente, si se h u b iera en c o n trad o antes de a h o ra
algún e rro r que yo h u b iera escrito, dicho o preg o n ad o ,
a b ierta o veladam ente, en cualquier lugar o tiem po, direc­
ta o in d irectam en te, con u n significado torcido o perverso,
lo rectifico expresa y p ú blicam ente ante todos y cada u n o
de vosotros aquí p resen te, pues quiero que se considere
desde a h o ra com o no dicho ni escrito. P articu larm en te
tam bién p o rq u e se m e re p ro c h a la idea de que yo haya p re­
dicado que mi dedo m eñ iq u e creó todas las cosas, pues no
lo pensé ni lo dije, según suenan las palabras, sino que h a ­
blé de los dedos del p e q u e ñ o n iñ o Jesús. Y tam bién pensé
LA CIUDAD CRISTIANA 1167

y pienso que es verdad, de acuerdo con los doctores mis co­


legas que, cu alq u ier cosa haya en el alm a, si el alm a fuese
esencialm ente intelecto, si toda ella fuese tal, el alm a sería
increada. Ni tam poco dije jam ás q u e sé, ni pensé que haya
algo en el alm a o sea del alm a que sea in cread o o no crea­
do, p o rq u e en este caso el alm a estaría com puesta de algo
creado y algo increado, lo contrario de lo cual escribí y en ­
señé, a m enos q u e alguien quisiera decir que lo in cread o o
lo no creado significa no creado p o r sí m ism o, sino con­
creado. H echas todas estas salvedades, rectifico y revoco,
com o dije antes, y rectificaré y revocaré en g é n e ro y espe­
cie, e n todo tiem po y en toda ocasión en que fuere o p o rtu ­
no, cu alq u ier cosa q u e haya po d id o en co n trarse q u e tenga
un significado m enos c o rre c to ”.
M eister E ckhart, com o afirm a Faggin, lim ita su defensa
a sólo dos tesis de la acusación con lo que se p o d ría supo­
n e r q u e todas las otras o h ab ían sido in fundadas o estaban
suficientem ente probadas p ara in te n ta r el am ago de u n a
excusa. Esta últim a hipótesis p arece más cercana a la ver­
d ad, pues en feb rero de 1327 los com isarios notifican a
M eister E ckhart q u e h a sido rechazado su recurso de ap e­
lación a la Santa Sede.

JO H A N N E ST A U L E R

F igura ju n to con M eister E ckhart com o u n o de los ins­


p irad o res del m ovim iento de Los Amigos de Dios. N ació
en Estrasburgo en el año 1300 y m u rió sesenta y u n años
después. A la ed a d de 17 o 18 años ingreso en la o rd en de
1168 RUBEN CALDERON BOUCHET

Santo D om ingo e hizo sus p rim ero s estudios en su ciudad


n atal y luego pasó a C olonia bajo la dirección espiritual de
M eister E ckhart de cuya d o c trin a q u ed o im pregnado. Al­
gun o s sostienen que estuvo en París com o residente en el
C olegio de Saint Jacques, a u n q u e esta op in ió n no está ca­
teg ó ricam en te confirm ada. T erm inados los estudios teoló­
gicos volvió a E strasburgo.
El interdicto im puesto a Luis de Baviera p o r el papa
Juan XXII incluía a la ciudad de Estrasburgo e n tre los te­
rrito rio s afectados p o r las consecuencias de la excom u­
nión. Todos los sacerdotes estaban obligados a abstenerse
de a te n d e r a las necesidades religiosas de la población.
Existe u n a o p in ió n q u e sostiene q u e Tauler, p ara resp etar
la decisión papal, se traslado a Basilea con sus h erm an o s de
o rd en . O tra, de origen p ro testan te, adm ite q u e los d om ini­
cos de E strasburgo, aleccionados p o r Tauler, se m antuvie­
ro n e n la ciudad con las puertas de sus iglesias abiertas y
d a n d o p e rm a n e n te asistencia a los creyentes del lugar. U na
y o tra o p in ió n p u e d e n ser sucesivam ente verdaderas, toda
vez q u e recién en 1339 se ubica la salida p ara Basilea de sus
h e rm a n o s de o rd en .
En Basilea conoció a Los Amigos de Dios y desde ese
m o m en to m antuvo con ellos asidua co rrespondencia. Sus
epístolas a M argarita E b n er fu ero n com unicadas a otros
m iem bros de esa h e rm a n d a d y se convirtieron en verdade­
ras lecciones de espiritualidad.
D u ran te la peste n e g ra — 1348— se m antuvo en Estras­
b u rg o y asistió con su auxilio espiritual a u n a población ate­
rro rizad a p o r el terrib le flagelo. M urió el 16 de ju n io de
1361. Su p ied ra tum bal se conserva en la catedral de la ciu­
dad d o n d e nació y m urió.
LA CIUDAD CRISTIANA 1169

La controversia en to rn o a la d o c trin a en señ ad a p o r


T auler h a sido m uy viva y todavía no se ex tinguen los ecos.
D u ra n te m uchos años, la au to rid ad indiscutida fue el p ro ­
fesor C. S chm idt de Estrasburgo. Este sostenía q u e debían
distinguirse dos m o m en to s fu n d am en tales en la vida de
Tauler: antes y después de h ab er sufrido la influencia del
m isterioso am igo de Dios en el O b erlan d , que Schm idt
identificaba con Nicolás de Basilea. D enifle d u d a del carác­
ter histórico de ese personaje y de todo el episodio relacio­
n a d o con él. O tro eru d ito germ ano, Preger, adm ite la vera­
cidad del hecho, p e ro no cree q u e el h o m b re m isterioso
alu d id o p o r T auler sea Nicolás de Basilea.
P ara ju z g a r d o ctrin ariam en te a T auler están sus serm o­
nes, y éstos revelan q u e las fuentes principales de su inspi­
ración religiosa son los Evangelios, su propia experiencia
pastoral, el seudo D ionisio, San Agustín, San G regorio, San
B ern ard o , Santo Tom ás y en especial M eister Eckhart.
Todos c o n c u erd a n que su enseñanza rep re sen ta u n o de
los logros más altos y significativos del m isticism o alem án.
Su insistencia en la relación personal del alm a con Dios se­
rá to m ad a p o ste rio rm en te p o r los protestantes com o u n a
enfática anticipación de sus propias ideas. Se debe advertir
q u e m uchas op in io n es atribuidas a T auler están extraídas
de u n a doxografía poco segura. La d o ctrin a m ística que
surge de los serm ones auténticos p ro cu ra la u n ió n del alm a
con Dios, m ed ian te la re n u n c ia a los placeres sensibles y la
p ro p ia voluntad.
El h o m b re total posee p a ra T auler tres estratos: el sensi­
ble anim al, el razonable y el espiritual. El alm a espiritual
tien e un fu n d am e n to capaz de recibir la acción de Dios y,
con su m ente, p u e d e ascen d er hasta El.
1170 RUBEN CALDERON BOUCHET

El cam ino de ascenso es un o , p ero hay tres etapas: la


purgativa, la ilum inativa y la unitiva. Para lograr la u n ió n
m ística se im p o n e el silencio, la plegaria y la oración. Im i­
tar a Cristo en sus padecim ientos, a c ep ta r su cruz y a b a n d o ­
n arse a la soberana voluntad de Dios. No d esd eñ a ni des­
cu id a la frecuentación de los sacram entos p ero advierte
c o n tra los excesos de u n a pied ad exclusivam ente co n tem ­
plativa. C o n tra ello rec o m ie n d a la incesante aplicación a
las buenas obras.

L os A m ig o s d e D io s

En el siglo XIV m uchos laicos deseosos de pro fu n d izar


su vida religiosa constituyeron sociedades especiales a las
q u e llam aron Los Am igos de Dios. Su propósito, p o r lo m e­
nos en la m ayoría de sus co m p o n en tes, no e ra apartarse del
culto com ún, ni a b a n d o n a r los dogm as de la Iglesia católi­
ca. P ero el carácter de sus reuniones, la prescindencia fre­
c u e n te del sacerdote y la exaltación provocada p o r las súbi­
tas ilum inaciones de algunos de sus m iem bros fu ero n
d a n d o u n to n o cada vez m ás extraño al espíritu co m ú n de
la Iglesia.
La lite ra tu ra religiosa g e rm a n a usó el n o m b re de Am i­
gos de Dios m u ch o an tes del siglo XIV p a ra desig n ar a los
apóstoles y evangelizadores. En el siglo XIII la locución
Ausgewahlter Gottesfreund se aplicó en g e n e ra l a los creyen­
tes esp ecialm en te fervorosos, p ero recién en el siglo XIV
se reservó p a ra desig n ar g ru p o s de fieles u n id o s en un
m ism o ideal de vida religiosa. C om o hem os dicho, no fal-
LA CIUDAD CRISTIANA 1 171

tó e n tre ellos la n o ta separatista, c u a n d o no d e c id id am e n ­


te h erética.
El m ovim iento se p ro p ag ó en el sur de A lem ania y se ex­
ten d ió hasta el valle del D anubio. Sus a d h e re n te s fueron
con p refe re n c ia laicos, paisanos o burgueses, p ero tam bién
h u b o e n tre ellos m onjes, m onjas y no faltaron algunos no­
bles. Sus jefes espirituales se llam aron Tauler, E n riq u e de
N o rd lin g en , Suso y Nicolás de Estrasburgo. No faltaron al­
mas fem eninas que pusieron su sensibilidad al servicio de
la causa, e n tre las m ás notables figuran las m onjas M argari­
ta E b n e r y la abadesa del convento de E ngheltal, cerca de
N u rem b erg , llam ada Catalina Ebner, sin que sepam os que
tuviera algún p aren tesco con la anterior.
Los Am igos de Dios se u n ían p ara p ro b ar la im p o rtan cia
y el valor de los laicos d e n tro de la Iglesia. E videntem ente
no aspiraban a u n cam bio en la estru ctu ra dogm ática de las
tradiciones, ni p re te n d ía n suprim ir el sacerdocio, p ero lle­
g ad a la ocasión les gustaba p ro b ar que ese in term ed iario
e n tre Dios y el sim ple creyente no hacía n in g u n a falta para
alcanzar un alto g rado de perfección religiosa. No e ra toda­
vía u n protestantism o explícito, pero se e n c o n trab a a p u n ­
to de serlo.
La ex periencia religiosa de estos laicos d ab a m u ch a im ­
p o rta n c ia a la sensibilidad, y e n tre ellos pro liferaro n las visio­
nes, los anuncios y otros signos carism áticos. C om o era de es­
perar, dado el carácter m arcad am en te profètico de los
g rupos, ten ían u n a fu erte ten d e n c ia a sentirse en los um ­
brales del tiem po anu n ciad o p o r el Apocalipsis. C onfirm aba
este sentim iento la situación del papado en la ciudad fra n ­
cesa de Avignon e n tre los años 1309 y 1377. En los cerebros
de estos creyentes, atiborrados de rem iniscencias bíblicas,
1172 RUBEN CALDERON BOUCHET

revivía el tiem po de la cautividad de Israel en Babilonia. El


cism a q u e sucedió a este p erío d o y que d u ró hasta 1417
confirm ó esta expectativa m esiánica y los convenció que la
“desolación de la ab o m in a ció n ” estaba en el lugar santo. La
fam osa peste n eg ra puso su fú n eb re toque en este cuadro
de tintes bastantes oscuros. Es o p inión de Rufus Jo n es en
sus Studies in Mystical Religión que Los Amigos de Dios se
convirtieron, bajo la influencia del flagelo, en los terribles
profetas del fin.
A unque los inspiradores del m ovim iento fu ero n místi­
cos, en el sentido todavía católico del term ino, Los Amigos
de Dios se lim itaron a u n a práctica basada en la fe, la espe­
ranza y la caridad, sin trascen d er el plano de u n a vida m o­
ral irre p ro c h a b le y ju icio sam en te sostenida en el terren o
de las b u en as obras sociales.

R uy sbr o eck

N ació en 1293 en la aldea de R uisbroeck, R uisbrock o


R unsbrok, e n tre H alle y Bruselas, en el B rabante. La m ayor
p a rte de los datos conocidos sobre la vida de Ruysbroeck
están extraídos del libro de H e n ri U ten B ogaerde De Origi­
ne Monasterii Viridis Vallis et de Gestis Patrum et Fratrum in Pri­
mordiale. Fervore Ibíidem Degentium. Se h a discutido la b u e n a
in form ación de este biógrafo. A lgunos su p o n e n q u e se
apoyó en u n a biografía a n te rio r y otros critican las c o n tra ­
dicciones q u e afectan al libro. O tros datos biográficos so­
b re Ruysbroeck son a p o rtad o s p o r u n coetáneo suyo, Ge­
rard , p rio r de u n a cartuja vecina a V aubert y que hizo u n
LA CIUDAD CRISTIANA 1173

re tra to del m ístico flam enco, conform e a conocim ientos


de p rim e ra m ano.
A la edad de once años ab an d o n ó Ruysbroeck la casa de
sus padres p a ra estudiar los latines bajo la dirección del ca­
nó n ig o J a n H inakaert, m edio p arien te suyo. En 1318 es ya
sacerdote y capellán de Santa G udula.
El m ovim iento m ístico expandido p o r esas regiones se
h a b ía a p a rtad o poco a poco de las form as ortodoxas, dege­
n e ra n d o en sectas ilum inistas com pletam ente al m arg en de
la fe com ún. U n a de ellas, Los H erm an o s del Libre Espíri­
tu, es descripta p o r el m ism o Ruysbroeck en térm inos d o n ­
de se advierte la influencia ejercida sobre los sectarios p o r
la teología negativa de Eckhart.
“Se e n c u e n tra n otros hom bres m alos y diabólicos que
afirm an ser el C risto en persona o que son Dios: el cielo y
la tie rra h a n sido hechos p o r sus m anos y ellos los sostienen
con todo lo q u e existe. Superiores a todos los sacram entos
de la santa Iglesia, no los necesitan ni q u iere n sab er n ad a
de ellos. Se b u rla n de las ordenanzas y usos eclesiásticos de­
ja d o s p o r los santos en sus escritos. El tem o r de Dios h a hui­
do de sus corazones y tam bién la caridad; no q u iere n cono­
c er ni el b ien ni el m al y p re te n d e n h a b e r descubierto en
ellos, p o r encim a de la razón, el ser sin m odos. C reen, en
su locura, que todas las criaturas razonables bu en as o m a­
las, ángeles y dem onios, se convertirán en el últim o día, en
u n a sola esencia sin m odos. Dicen que esta esencia será
Dios, de n aturaleza feliz, sin conocim iento ni v o lu n tad ” 55.

3. R u y sb r o e c k , El espejo de la salvación, C ap . X V I.
1174 RUBEN CALDERON BOUCHET

Ruysbroeck com batió con e n e rg ía a estas sectas mistagó-


gicas y, p ara satisfacer las aspiraciones despertadas p o r los
m ovim ientos místicos, se dedicó con gran com petencia teo­
lógica y ex tra o rd in a ria devoción a en señ ar el verdadero ca­
m ino hacia Dios.
En 1343 se retiró con u n g ru p o de am igos a u n a erm ita
en V aubert p a ra dedicarse de lleno a la vida contem plativa.
El sitio elegido p o r Ruysbroeck se hizo fam oso e irradió
u n a influencia espiritual notable sobre otros m onasterios.
M urió en 1381 a la edad de 88 años en u n clim a de san­
ta veneración. N o obstante sus virtudes, debió esperar m u­
chos años p a ra ser can ónicam ente sancionado p o r R om a
con el g a lard ó n de beato.
La exposición de la o b ra de Ruysbroeck tiene el m érito
del excelente estilo literario y de u n p e rm a n e n te recurso a
m etáforas capaces de llevar, en sus o p o rtu n as im ágenes,
hasta la excelsitud de la realidad divina.
P ara lo g rar las nupcias con el Espíritu Santo, el alm a no
d eb e d e te n e rse en el goce de los placeres sensibles, ni si­
q u iera en aquellos que son el fru to de la gracia. Su doctri­
n a m ística n o sólo sobresale p o r el estilo, es notable tam ­
bién el vigor y la co h e re n c ia de sus fórm ulas teológicas.
En el cam ino de la perfección distingue tres estadios: a.
la vida activa o e x te rn a que sintetiza en u n a frase, con el
p ropósito de co n d e n sa r su realización efectiva: “M uerte al
p ecado y crecim iento en la v irtu d ”. Es la parte m ás desarro ­
llada de su doctrina. No p o d ía ser de otro m odo p o rq u e es­
tá dirigida a los más y a los que más necesitan de dirección,
los principiantes, b. la vida afectiva o interior. No la consi­
d e ra el coto cerrad o de pocas almas. Todas p u e d e n alean-
LA CIUDAD CRISTIANA 1175

zarla y si no todos gozan de su perfección es p o rq u e “no


resp o n d e n a las m ociones del Espíritu com o d e b ie ra n ”. Es
fu n d am e n ta l p ara alcanzar esta perfección re n u n c ia r a su
voluntad propia: “N uestro espíritu bajo la acción del am or
es elevado y llevado hasta la u n id ad de inteligencia, de vo­
lu n ta d y de lib ertad con Dios. Y en esa libertad divina el es­
p íritu h u m an o es levantado en am or p o r encim a de su p ro ­
pia naturaleza, es d ecir p o r encim a de la pena, del trabajo,
del disgusto, de la ansiedad del cuidado, del tem o r a la
m u erte, al infiern o y tam bién al p u rg a to rio ”; c. la vida con­
tem plativa: el m ovim iento proviene a h o ra de Dios. Es El
q u ien levanta al h o m b re hasta u n a contem plación “sobre-
sencial, en p len a luz divina y según el m odo divino”. En es­
te estado se desvanecen todas las im ágenes y “la verdad
e te rn a in u n d a n u e stra visión desnuda, es decir el ojo sim­
ple de n u e stra alm a, cuya esencia, vida y operación consis­
ten en contem plar, volar, c o rre r y su p erar siem pre nuestro
ser creado, sin m irar hacia atrás, ni retro ceso ”.
Ruysbroeck h a sufrido la influencia de E ckhart pero,
m ás fírm e en sus posiciones dogm áticas, su d o ctrin a posee
u n a seguridad y u n a arm o n ía, del todo ausentes en el
m aestro alem án.
C a p i t u l o III
LA VIDA INTELECTUAL
EN LOS SIGLOS XIV Y XV

La u n iv e r s id a d

La progresiva laicización de la cultura tiene p o r causa


decisiva el advenim iento del espíritu burgués a la dirección
del m u n d o espiritual y social. C on él triunfa u n a voluntad
exclusivam ente volcada al dom inio de las cosas terren as y
u n gusto m anifiesto po r las ciencias capaces de pro cu rarle
ese señ o río sobre la naturaleza. Estas inclinaciones y prefe­
rencias se h a rá n sen tir en los program as de estudio e influi­
rán en la orien tació n de los nuevos sistemas filosóficos.
El carácter ecum énico de la cristiandad m edieval, con
sus ideales de u n id ad política y religiosa bajo la doble au to ­
ridad del Im perio y la Iglesia, com enzaba a ce d er en la
práctica an te la presión de las m onarquías nacionales im ­
pulsadas p o r la e n erg ía de las nuevas clases u rb an as y los in­
convenientes creados al auge com ercial, p o r el fracciona­
m ien to d e los p o d eres feudales todavía con vida.
1178 RUBEN CALDERON BOUCHET

Esta situación política favorable a la unificación nacio­


nal se h a rá sentir en la nueva organización de las universi­
dades que tienden, cada vez más, a caer bajo la féru la del
Estado y a perder, sin prisa p ero sin pausa, la tutela supra-
n acional de la Iglesia católica.
Los p ríncipes se convierten en activos fo m en tad o res de
las industrias y el com ercio local y p ro cu ra n — presionados
p o r los aco n tecim ien to s políticos y la influencia de u n a
e c o n o m ía capitalista— acap arar la enseñanza universitaria
p a ra evitar la salida de u n n u m ero so c o n tin g en te de jóve­
nes en situación de gastar sus din ero s en las g randes urbes
intelectuales de O ccidente. París, c e rra d a p o r la G u erra de
los Cien Años a la afluencia de estudiantes ingleses y espa­
ñoles, deja de ser la ciu d ad universitaria p o r an to n o m asia
y ve su po b lació n estudiantil lim itada p o r la fu n d ació n de
O xford en In g la te rra y en E spaña p o r u n a serie de univer­
sidades nacidas a ejem plo de Salam anca. El rein o de Ara­
gón crea la U niversidad de L érida en 1300 y la sostiene
gracias a los im puestos sobre el vino y a la o p o rtu n a adm i­
nistración de u n b a n q u e ro d u ch o en el conocim iento de
los más recien tes recursos económ icos. H uesca tiene su
universidad c in c u e n ta años después y la ciudad de Barce­
lo n a en los com ienzos del siglo XV.
De todas estas universidades es O xford, sin lugar a d u ­
das, la p rim era en sistem atizar el nuevo espíritu de las cien­
cias en las filosofías de Scoto y O ckham , m aestros indiscu­
tibles de la escolástica en sus últim as m anifestaciones y
cultores de u n a lógica nom inalista que a rru in a ría la lógica
clásica y abriría, com o aspecto positivo, la posibilidad de
u n a ciencia de la naturaleza fo rm alm en te m atem ática. Per­
ten ecen a este m ovim iento B uridan, Nicolás d ’A u trec o u rty
LA CIUDAD CRISTIANA 1179

Nicolás de O resm e q u e en la U niversidad de París del siglo


XIV an ticip arían m uchas de las teorías físicas que en los si­
glos XVI y XVII cam biarían la visión del universo cósmico.
En O xford se fo rm ó J o h n Wycliffe (1324-1384), cuya doc­
trin a teológica, c o n tra ria a la tradición de la Iglesia, haría
explosión dos siglos m ás tarde en la gran conflagración de
la refo rm a protestante.
Los m ás im p o rta n tes colegios de la U niversidad de O x­
ford: Exeter, O riel, Q u e e n ’s College y New College, son del
siglo XIV. El M agdalem College será fu n d ad o en el siglo
XV y e n tre sus alum nos más egregios figura Tom ás H obbes,
el p ro fe ta del Leviatán m o d ern o y u n o de los más conspi­
cuos rep re sen ta n te s del p ensam iento político absolutista.
La G u e rra de los Cien Años y el cism a de Avignon influ­
yeron en F rancia p a ra la realización de u n a serie de fu n d a ­
ciones universitarias a cuyas form aciones librescas tradicio­
nales se añ a d ie ro n , especialm ente en m edicina, la práctica
de la disecación y las investigaciones sobre los propios e n ­
ferm os com o m edio indispensable p a ra la form ulación de
un diagnóstico. París conservó m u ch o tiem po todavía la
vieja e stru c tu ra m edieval de sus disciplinas intelectuales,
p ero la afluencia de nuevos recursos financieros p rodujo
u n notab le crecim iento de las becas de estudio. A m ediados
del siglo XIV la U niversidad de París poseía cerca de qui­
n ientas bolsas p ara estudiantes pobres. Si se tiene en cu en ­
ta el n ú m ero total de alum nos asistentes a la U niversidad se
advertirá sin dificultad que se trata de un p o rcen taje n ad a
desdeñable.
En estas nuevas universidades, las autoridades públicas
tien en u n a jurisd icció n que no co n ocieron en siglos a n te ­
riores. P odríam os decir, con palabras muy usuales en núes-
1180 RUBEN CALDERON BOU CHET

tra época, que la verticalidad en la institución de los estu­


dios y en la dirección de los alum nos se acentuó. No se tra­
taba de universidades estatales, p o rq u e económ icam ente
esas instituciones poseían m edios propios a título de d o n a ­
ciones, propiedades y regalías, p ero han dejado de ten e r la
au to n o m ía que tuvieron en el siglo XIII.
O tra característica de la universidad de esa época es su
progresiva politización, m anifestada p o r el carácter de sus
intervenciones, cada día más im portantes, en los conflictos
d e poder. En la q u e re lla de Bonifacio VIII y Felipe el H e r­
m oso, la U niversidad de París se p ro n u n ció p o r el rey y po­
co más de u n siglo después, c u an d o a req u e rim ie n to de la
m o n arq u ía inglesa in tervino en el proceso c o n tr a ju a n a de
Arco, lo hizo en beneficio exclusivo de ese p o d e r político.
En el siglo XIV la universidad se convierte en u n a po ten cia
espiritual paralela al pontificado ro m an o y m ucho más dó­
cil que éste a los intereses de los príncipes seculares. Esta si­
tuación m arca el advenim iento a la dirección de la cultura
del estam ento b u rg u és y su particu lar predilección p o r las
form as laicas en el g o b iern o político.
M ientras las universidades de los reinos nacionales más
fuertes, com o F rancia e In g laterra, se convierten en in stru ­
m entos m ás o m enos sumisos de sus reyes, en Italia el p ro ­
ceso de laicización d e n u n c ia d o se o rie n ta en u n a perspec­
tiva hum anística a n u n c ia d o ra del futuro R enacim iento.
C olaboró en este desarrollo la inm igración de intelectuales
bizantinos, expulsados de O rien te p o r las progresivas con­
quistas turcas.
R esulta obvio señalar el conocim iento que de la lengua
griega tuvo el siglo XIII. Sin helenistas com o G uillerm o de
M oerbeke y otros no h u b iera sido posible la incorporación
LA CIUDAD CRISTIANA 1181

del corpus aristotélico a la ciencia occidental. Pero los grie­


gos del siglo XIV, com o M iguel Chrysolaras en Florencia,
in tro d u je ro n el culto de la eru d ició n filológica y de las for­
m as literarias griegas. El siglo XIII, fu n d am en talm en te
p reo c u p a d o p o r la teología y asediado en la fe p o r los dia­
lécticos racionalistas, tuvo la p reocupación de in co rp o rar
la filosofía griega al pensam iento cristiano. El siglo XIV re­
descubre la literatu ra pagana y con ella nuevos m otivos pa­
ra observar el m u n d o con ojos m enos atraídos p o r las ver­
dades suprem as.

LA FORMULACION DE LAS CIENCIAS FISICO-MATEMATICAS

N ad a h u b iéram o s dicho de las universidades occidenta­


les de los siglos XIV y XV sin expresa referencia al naci­
m ien to de las ciencias físico-m atem áticas que tuvo grandes
cultores en los nom inalistas de la U niversidad de París. La
figura de G uillerm o de O ckham tiene la dim ensión de un
precursor, no p o rq u e h u b iera cultivado con diligencia par­
ticular este tipo de estudio, sino p o rq u e su filosofía, al
a rru in a r la m etafísica aristotélico-tom ista, ab a n d o n ab a a la
fe el m u n d o de la teología y a u n saber sobre los cuerpos el
an ch o universo terrenal. Lo estudiarem os en u n capítulo
p o sterio r p o r la ex tra o rd in a ria proyección que tuvo en las
ideas políticas y sociales de la época. P o r el m o m en to p o n ­
d rem os de relieve el valor de las especulaciones físico-ma­
tem áticas, com o signo de la inclinación al dom inio del
m u n d o físico.
Ju a n B uridan es el p rim e r no m b re que viene a nuestro
recu erd o , convocado po r la leyenda que lo asoció con aje­
1182 RUBEN CALDERON BOU CHET

treos y aventuras u n poco al m argen de su actividad cientí­


fica. D ejando de lado los aspectos pintorescos de su vida y
lim itán d o n o s p arcam en te a señalar su influencia en el ad­
venim iento de las ciencias físico-m atem áticas, es conocida
la im p o rtan cia de B uridan p o r h a b e r anticipado teorías,
q u e siglos más adelan te serian sistem atizadas p o r Isaac
New ton.
T om o por p u n to de p artid a de sus especulaciones la crí­
tica h e c h a p o r Filopón a la in terp retació n aristotélica del
m ovim iento físico. B uridan sostuvo que u n a cosa p u ed e se­
g u ir m oviéndose p o r el im pulso recibido de la causa m oto­
ra. Este im pulso e ra p ro p o rcio n al a la velocidad im presa
p o r el m o to r y al peso del cu erp o afectado p o r el. La resis­
ten cia del aire se hace sentir, cada vez más decisivam ente
sobre la fuerza del m ovim iento, hasta q u e el cu erp o se de­
ten g a y caiga sobre la tierra im pulsado p o r su p ro p ia gravi­
tación. En esta caída, B uridan ex p o n ía la ley de u n a acele­
ración progresiva provocada p o r la acción del peso del
cu erpo. N o ideó las fórm ulas algebraicas p a ra d ar exacta
precisión a sus leyes, p ero puso sus experiencias en la vía de
su fu tu ra form alización m atem ática.
La teo ría del ímpetus o im pulso pro p u esta p o r Ju a n Bu­
rid a n fue reto m ad a en la m ism a U niversidad de París po r
su discípulo A lberto de H elm stedt o de R icm estorp, llam a­
do tam bién Albertutius o Albertus Parvus p a ra colocarlo un
poco a la som bra del gran A lberto del siglo anterior.
A lbertutius escribió un com en tario De Coelo et Mundo
d o n d e aplicó la teoría de B uridan al m ovim iento de los as­
tros y e x ten d ió el p ro b lem a de la gravitación de los cuerpos
a la posición m ism a de la tie rra en el orbe. La teo ría de Bu­
rid a n estuvo lim itada a la esfera terrestre. A lbertutius, con
LA CIUDAD CRISTIANA 1183

em p u je que co n trad ice el dim inutivo, la proyectó al univer­


so e n te ro y se lanzó, en la m itad del siglo XIV, a e x p o n e r
u n a teoría de la gravitación universal que recién en el siglo
XVII hallaría su definitiva form ulación. Pero antes de en ­
tra r p a ra siem pre en el sistem a de N ew ton, e n c o n tra ro n en
Nicolás de O ream e u n expositor genial.
O riginal de Bayeux, en N orm andía, hizo sus estudios
teológicos en la U niversidad de París d o n d e alcanzó altos
grados académ icos antes de culm inar su c a rre ra sacerdotal
en el obispado de Lisieux d o n d e m urió en 1382.
In teligencia in q u ieta y abierta a todos los intereses filo­
sóficos y científicos, p arece h ab er nacido expresam ente pa­
ra c o n tra ria r la c o n c u rrid a idea de u n a Edad M edia clausu­
ra d a en el m iedo al conocim iento.
Sin e n tra r a considerar sus investigaciones sobre la eco­
nom ía, la política y la ética, m encionarem os solam ente sus
descubrim ientos en con tin u id ad a los trabajos em prendidos
p o r B uridan y A lbertutius. P recursor de C opérnico, estudió
la caída de los cuerpos, estableció con gran aproxim ación el
m ovim iento d iu rn o de la tierra e im aginó un sistem a de
coordenadas p ara el estudio de las intensidades. En el cam ­
po de la m ecánica ideó u n a relación rigurosa en tre el tiem ­
po y el espacio, m ed ian te la observación de un cuerpo ani­
m ado con un m ovim iento co n stantem ente uniform e.
C on respecto a sus especulaciones en to rn o al movi­
m ien to d iu rn o , es o pinión de P ierre D uhem , m o d e rn o his­
to riad o r de los sistemas físicos, que “su claridad y precisión
su p eran lo que C opérnico escribió sobre el m ism o a su n to ”.
1184 RUBEN CALDERON BOU CHET

E L BURGUES Y LA CULTURA

A fines del siglo XII y d u ra n te todo el siglo XIII la for­


m ación su p erio r d ad a p o r la universidad había dejado de
ser del dom inio exclusivo de los sacerdotes. El auge del co­
m ercio y la com plicación de los tram ites financieros obliga­
ro n a tom ar c u e n ta de estas nuevas realidades y a estudiar­
las con todos los recau d o s de u n saber científico. Esto abrió
u n am plio p a n o ra m a de intereses capaces de d esp ertar la
inteligencia de los burgueses que com enzaron a ad q u irir
conocim ientos d e m atem áticas, econom ía y finanzas y a
prom over este tipo de estudio p ara d a r soluciones adecua­
das a los diversos problem as p lanteados p o r la com plejidad
de las transacciones com erciales de la época.
C om o expresa Le G off en su breve tratado titulado Mer­
caderes y banqueros en la Edad Media, las necesidades com er­
ciales influyeron sobre la escritura y obligaron a id ear tipos
de letras m ás fáciles y cóm odas p ara el rápido trám ite de los
negocios. Se term in a ro n los signos com plicados y aparato ­
sos con q u e las cancillerías llenaban sus pergam inos y con­
cluyó el auge de las letras alam bicadas que fu ero n la gloria
de los copistas m edievales.
El ritm o del m u n d o se aceleraba y un nuevo sistem a de
escritura trataba de alcanzar la rápida m archa de la historia.
El m ism o espíritu m ercantil in tro d u jo el gusto p o r los
a paratos de calcular, todavía m uy ru d im en tario s com o el
ábaco y el tablero, p ero q u e llenaban las funciones con la
rapidez deseada p o r los agentes del tráfico económ ico.
En los asuntos h u m an o s es fácil co n fu n d ir los efectos
con las causas y tom ar la p ro m o ció n de todos estos conocí-
LA CIUDAD CRISTIANA 1185

m ientos científicos com o u n a consecuencia del com ercio,


com o si éste no fu era a su vez el resultado de u n a p referen ­
cia valorativa decidida p o r la nueva actitud espiritual encar­
n a d a en la burguesía. N ad a más ilustrativo a este respecto
q ue el éxito o b ten id o p o r el libro de M arco Polo sobre sus
fam osos viajes orientales. El au to r lo llam ó Libro de las ma­
ravillas y n o es de e x tra ñ ar el efecto m ágico p ro d u cid o en
la im aginación de to d a aquella gente, ansiosa p o r conquis­
tar el espacio terrestre con u n a m ezcla tu rbia de codicia y
deseos de aventuras. La cartografía tom ó vuelo y ju n to con
ella las descripciones de los lugares visitados p o r los com er­
ciantes y las noticias sobre las ru tas seguidas p o r las carava­
nas y los barcos.
La expresión más com pleta y cabal del nuevo espíritu,
en su lu ch a p o r m anifestarse sobre el trasfondo todavía
cristiano de la cultura, fue la ciudad. La distribución g e n e ­
ral de los centros urb an o s no cam bió de m an e ra radical e
inm ediata. La ciudad de los siglos XIV y XV siguió ten ie n ­
do un aspecto religioso y m ilitar en todo parecido a la ciu­
dad m edieval. La vida com ercial se hizo más intensa en al­
gunos lugares y las expresiones del culto y el arte m ilitar
co m enzaron a delatar el cam bio de espíritu de toda la so­
ciedad. Las corporaciones de oficios m ás ricas au m en taro n
el lujo de sus capillas e influyeron en las m odalidades de un
a rte m enos austero. El o rn ato cubrió las estructuras y la os­
tentación de los signos visibles de la riqueza se opuso en
contraste a la pobreza, bastante declam atoria, de los que
reclam aban u n re to rn o a las form as despojadas y severas.
Los atrios de las catedrales fu ero n teatro de rep re sen ta ­
ciones escénicas d o n d e ju n to al dram a de inspiración litúr­
gica com enzó a figurar la com edia de p eq u eñ as peripecias
1186 RUBEN CALDERON BOUCHET

de la vida burguesa. Las observaciones satíricas sobre la vi­


da conyugal y los p eq u eñ o s sainetes de cu ern o s p ara rego­
cijo de las com adres trajeron a escena los lances de u n a so­
ciedad realista y llena de com icidad.
La vida m ilitar cam bio de espíritu y dejó de ser esen­
cialm en te caballeresca y n o b le p a ra d a r e n tra d a a los cu er­
pos de in fantería: piqueros, alab ard ero s y flecheros, cuyas
form as de co m b atir h e ría n el orgullo deportivo de los a n ­
tiguos señores. La b atalla de A zincourt fue u n doloroso to ­
q u e de ate n c ió n p a ra los caballeros franceses, ig n o m in io ­
sam en te d e rro ta d o s p o r u n a lluvia de flechas y piedras
exito sam en te d irigida p o r los a rq u ero s y h o n d e ro s de Es­
cocia e In g laterra.
La g u e rra se racionalizó y sin p e rd e r totalm ente sus for­
m as lúdicas tom ó cuerpo la idea de ganar la batalla sin
com plicarse excesivam ente p o r las m aneras de llevar a tér­
m ino el com bate. La idea de ju e g o y com petencia nobles
d a b a paso a u n lúcido deseo de pred o m in io político más
co n fo rm e con la nueva m odalidad.
La religión com enzó tam bién a sufrir el asedio de la in­
teligencia burguesa, fu n d am en talm en te p reo c u p a d a p o r
razones de utilidad y econom ía. La Iglesia católica resistió
el ataque, p ero no sin ceder a las presiones del m om ento
en p u n to s que n o consideró lesivos p a ra la integridad del
dogm a.
El m u n d o burgués, sin atacar d irectam ente los princi­
pios de la fe, m odificó la actitud práctica de los cristianos y
los aproxim ó a sus propias form as de ver la vida. Sin lugar
a dudas m uchas herejías de la época expresan el espíritu
b u rg u és y otras parecen reacciones suscitadas p o r los exce­
sos de la p ru d e n c ia carnal de la burguesía. En realidad el
LA CIUDAD CRISTIANA 1187

burg u és n u n c a e n c o n tró en la Iglesia católica la expresión


de u n a espiritualidad capaz de satisfacerlo com pletam ente.
Sólo u n a religión secularizada po d ía resp o n d e r a la índole
de su espíritu. A unque los siglos catorce y qu in ce conocie­
ro n algunos in ten to s de esta naturaleza, el viejo servidor
cristiano 110 h ab ía m u erto del todo en el fondo de la b u r­
guesía de la época, y en las ocasiones más im p o rtan tes de
la vida volvía p o r sus fueros y term in ab a con el burgués
arro d illad o fren te al altar o en trances de asegurar su últi­
m o negocio con Dios.
Es curioso advertir en la época la expansión de expresio­
nes de fe regresivas — supersticiosas y diabólicas— com o fe­
nóm enos tal vez com pensatorios de la racionalidad invasora.
Los siglos catorce y quince, ju n to a las sutilezas de u n a teo­
logía y u n a lógica dom inadas p o r la dialéctica, de u n a m ate­
m ática inclinada al com ercio y de u n tráfico proyectado po r
el espíritu financiero, se llenaron de diablos y de brujas, de
m ilagreros inspirados y de falsos erem itas asediados por los
dem onios.
C om o observam os al considerar la espiritualidad de es­
te tiem po, el am biente cultural m anifestaba tam bién los
violentos contrastes en tre u n racionalism o d o m in ad o r en
todas las expresiones de la vida social y u n misticism o en
ocasiones reñ id o con las form as ortodoxas sostenidas p o r
la Iglesia.
En estas contradicciones se advierte la distinción mal in­
ten cio n ad a, e n tre Iglesia carism àtica e Iglesia institucional.
Se lu ch a p o r separar u n a y otra, com o si el carácter social
de la Iglesia organizada c o rro m p iera la excelsitud de sus
carism as sobrenaturales. Sobre la base de este contraste
dialéctico se perfila u n a escisión m aliciosam ente explotada
1188 RUBEN CALDERON BOU CHET

p o r un o s y u n poco b o b am en te creíd a p o r otros. La filoso­


fía se a p a rta cada vez m ás de la teología y la fe busca refu­
gio en el ab a n d o n o de todas las defensas sapienciales. El
a n ch o cam po del m u n d o es librado a un conocim iento frío
y dom inador, cu ando no a los deseos im puros de las prácti­
cas m ágicas, de la alquim ia o de u n a gnosis d o n d e se m ez­
clan conocim ientos provenientes de las supersticiones de
los antiguos cultos esotéricos.

A s c e n s ió n d e la b u r g u e s ía

La b u rg u esía e n c arn ó con vigor ex trao rd in ario el nuevo


espíritu y su actividad provocará la transform ación de la
C iudad C ristiana en eso q u e podríam os llamar, p o r ahora,
la ciudad m o d ern a . El proceso se llam ó y se llam a revolu­
ción. En su raíz m ás p ro fu n d a es u n a secularización de las
nociones espirituales cristianas que en vez de orientarse a
la realización del R eino de Dios en la obediencia a la gra­
cia, se vuelcan sobre el m u n d o p ara crearlo sobre la tierra
con las solas fuerzas del hom bre.
El proceso fue lento, de m odo particular en sus com ien­
zos. P ro b ab lem en te sus protagonistas no tuvieron de inm e­
diato la clara conciencia de sus propósitos y fue necesario
u n progresivo m ovim iento de decantación para que los ob­
jetivos revolucionarios aparecieran con nitidez en la inteli­
gencia de sus gestores. P o r lo dem ás las fuerzas religiosas
dem o straro n u n a vitalidad m uy g ran d e y resistieron con
bastante éxito los prim eros ataques llevados co n tra su im pe­
rio Los siglos XVI y XVII verán surgir u n perío d o cultural
LA CIUDAD CRISTIANA 1189

designado en la historia com o barroco. El no m b re se refiere


especialm ente a las expresiones artísticas del período, p ero
no está del todo m al aplicado al resto del m u n d o cultural,
si la palabra d e n o ta el carácter bastante m ezclado del espí­
ritu que transita p o r sus creaciones. Todavía se resiste un
fo n d o cristiano en la ord en ació n de la vida espiritual de la
gente, en la presen cia de la Iglesia, e n la fuerza religiosa
que respalda la a u to rid ad de los m onarcas, en u n a nobleza
m ás o m enos fiel al m odelo de la antigua caballería y en la
persistencia d e la fe en las creencias tradicionales. El cam ­
bio o p e ra d o e n la valoración d e la vida aparece con nitidez
en los rep re sen ta n te s más notables del pensam iento y de la
acción, e n los grandes financieros del estam ento burgués y
en los príncipes. El pu eb lo com ún siente las conm ociones
espirituales de la é p o ca y en m uchas o p o rtu n id a d es se hace
eco de m ovim ientos religiosos capaces de p o n erlo e n pug­
n a con la Iglesia, pero estas reacciones no son tan to el p ro ­
ducto de u n a laicización progresiva, com o u n a protesta
c o n tra la institución social de la Iglesia, en n o m b re de un
p re te n d id o re to rn o carism àtico a las fuentes evangélicas.
La estab ilid ad de la ciu d ad b a rro c a conoció u n a fu erte
crisis d u ra n te los dos siglos q u e estam os c o n sid e ran d o . En
el siglo XIV la e x p an sió n e co n ó m ica in iciad a p o r las c ru ­
zadas se detuvo. O c c id e n te p areció c e rra rse u n m o m e n to
e n tre sus p ro p io s lím ites y la b u rg u esía fo rm a d a e n el co­
m ercio del siglo a n te rio r c o n c e n tró sus fuerzas en el te rre ­
no político local y trató d e fu n d a r su p o d e r sobre la ciu­
d ad sobre el p re d o m in io económ ico. En m uchas ciudades
de Italia y Flandes logró p ro n to esta d esead a prelacia, p e­
ro en países p o seed o res de u n a política nacional m ás in­
tensa, se c o n fo rm ó con apoyar las c o rrien te s centralizado-
1190 RUBEN CALDERON BOU CHET

ras de los m onarcas, en d e trim e n to de los p o d eres locales


de tipo feudal.
El advenim iento al p o d e r de este estam ento despojado
de to d a a u to rid ad sacral chocó co n tra el pueblo, el clero y
la nobleza. Los resultados en Flandes y en Italia fueron la
g u e rra civil p e rm a n e n te , las querellas m unicipales y los le­
vantam ientos provocados p o r los grem ios m enos favoreci­
dos p o r la fo rtu n a fre n te a las am enazas de las oligarquías
com erciales.
A este m alestar provocado p o r el advenim iento al p o d e r
político del d in ero se sum aron dos flagelos: el h am b re de
1315 y la peste n e g ra e n tre 1347 y 1350. El descenso d em o ­
gráfico p ro d u cid o p o r am bas catástrofes fue tre m en d o y
O ccidente vio red u c id a su población a casi dos tercios del
total. Este descenso brusco de la población trajo conse­
cuencias económ icas imprevisibles y agudizó los conflictos
desatados p o r las industrias nacientes y el com ercio.
Las p rim eras revueltas sociales conocidas en Flandes no
n aciero n de u n a plebe m iserable y hacinada, sino de las li­
gas com erciales enriquecidas en el tráfico y con ganas de
a rra n c a r a la nobleza la a u to rid ad ju d icial y política. La re ­
volución q u e com enzaba en las ciudades se extendió al
cam po d o n d e tom ó u n carácter d ecididam ente antifeudal
y anticlerical. El radicalism o de las m edidas tom adas por
los paisanos y apoyadas p o r los burgueses de Ipres y de B ru­
jas fu ero n tan espantosas q u e el rey de Francia debió in te r­
venir p a ra p o n e r term in o a los desm anes.
En In g la terra h u b o u n a insu rrecció n sem ejante en 1381
que, com o la de Flandes, tuvo u n carácter violento sin que
los excesos, en u n a y otra p arte, hayan sido provocados p o r
la m iseria. H e n ri P iren n e afirm a que la “condición de los
LA CIUDAD CRISTIANA 1191

paisanos ingleses no h ab ía cesado de m ejorar a lo largo del


siglo XIII gracias a la substitución de las antiguas prestacio­
nes serviles, p o r u n im puesto en d in e ro ” 4.
Sin lugar a dudas las revueltas tuvieron carácter social y
se h icieron p ara sacudir el yugo de las servidum bres co n tra
los restos feudales q u e todavía persistían, p ero las m otiva­
ciones m ás profu n d as fueron, com o siem pre, de ín d o le es­
piritual. U n a ola de fervor místico contribuyó a fanatizar a
los cam pesinos que, o b ed ien tes a las inspiraciones de los
h erejes lollards, sonaban con u n com unism o m ístico en un
m u n d o ju sto e igualitario. La reacción conservadora, m u­
cho m ás n u m ero sa, fue terrible. A la b ru ta lid a d de los pai­
sanos insurrectos, se contestó con u n a despiadada y prolija
liquidación física. El m ism o H en ri P iren n e, cuya form ación
m arxista es conocida, considera a estos m ovim ientos com o
“sobresaltos locales y pasajeros, accesos de cóleras sin m a­
ñ a n a s”.
El carácter sistem ático y organizado de las revoluciones
del siglo XIV se advierte en los m ovim ientos burgueses de
los m unicipios. H asta ese m o m en to las ciudades de intensa
vida com ercial estaban dom inadas p o r u n patriciado de ori­
gen b u rg u és q u e regía la ciudad con el m ism o criterio con
q u e llevaba sus libros de cuenta. El sistem a tuvo ventajas en
épocas de p ro sp erid ad , p e ro bastó la crisis de los años de
h am b re y peste p ara que n aciera en ese patriciado la idea
genial de h a c er pagar a los estam entos pobres las conse­
cuencias de sus desastres económ icos. E ra u n a id ea carte­
siana, clara y distinta, p ero con escasas posibilidades de ha­

4. H enri Pirenne, Histoire Economique de l ’Occident Médiéval, Brujas,


D esclée de Brouwer, 1951.
1192 RUBEN CALDERON BOUCHET

llar sim patizantes e n tre la g e n te de pueblo. Los grem ios


m ás pobres se levantaron con el propósito de d e fe n d e r sus
antiguos privilegios sociales y a la d epresión económ ica su­
cedió u n a reyerta caótica e n tre trabajadores co n tra com er­
ciantes e industriales.
La vida económ ica tiene su propia naturaleza y com o to­
dos estos obreros recibían su pan del crecim iento de la pro ­
ducción y éste se alim entaba con el com ercio, p ro n to a p re n ­
d iero n , a sus propias expensas, que u n a econom ía de lucro
exige la existencia del pulpo capitalista y no es posible pres­
cindir de él, sin q u e la ru in a se señoree de toda la ciudad.
En algunas ciudades, los revolucionarios llegaron a un
a cu erd o con la alta burguesía, en otras fueron asediados
p o r la coalición de las fuerzas adversarias y cuando se c e rra ­
ro n los puertos, bloqueados p o r las grandes casas de contra­
taciones, y los cam pesinos no llevaron sus provisiones a los
m ercados, el ham b re m inó la resistencia subversiva y la re­
volución term inó en d e rro ta om inosa.
H asta el siglo XIII la econom ía financiera no tuvo la im ­
p o rtan cia q u e adquirió d u ra n te el XIV y m ucho m enos u n a
influencia decisiva en la vida política de las ciudades co­
m erciales. Los conflictos sociales obligaron a la oligarquía
a buscar apoyo en fuerzas m ilitares capaces de darle segu­
rid ad fre n te a los m otines. Estos pro tecto res m ostraron
p ro n to que el papel de in stru m en to s no los satisfacía ple­
n a m e n te en sus am biciones y pusieron toda su e n e rg ía en
asum ir la dirección de los asuntos públicos p ro cu ra n d o un
equilibrio de intereses e n tre las fuerzas en pugna.
La su erte de tales principados fue varia: desde los reyes
de Francia, Castilla y A ragón, In g laterra y N ápoles, hasta
los ganfalonieros y podestás de las diversas ciudades italia-
LA CIUDAD CRISTIANA 1193

ñas o los g randes d u q u es de A lem ania, sin olvidarnos de un


e m p e ra d o r cada d ía m ás m enguado en sus fuerzas, los re ­
sultados políticos e ra n bastante diferentes. C on todo se
p u e d e n señalar líneas m ás o m enos com unes, trazadas p o r
la p ru d en c ia, y q u e coincidían en c e n tra r el p o d e r en tor­
no a u n cierto equilibrio en tre intereses capitalistas, d ere­
chos corporativos y privilegios nobles y eclesiásticos. El éxi­
to de la m o n arq u ía m o d e rn a residió, precisam ente, en la
ju sta distribución de todos esos p o deres y en su equilibrada
conjunción.
N o basta señalar el auge de la econom ía capitalista p ara
c o m p re n d e r el triu n fo de la m en talidad racionalista encar­
n a d a en la burguesía. La solución política d ad a p o r las m o­
narquías nacionales lleva bien m arcado el sello de este es­
p íritu. C u ando M aquiavelo codifique las nuevas políticas
en sus reflexiones sobre el Príncipe y los Discursos sobre las dé­
cadas de Tito Livio, h a b rá expresado el pensam iento de la
época, tal com o se e n te n d ía en el nivel de los conductores
políticos.

E l n a t u r a l is m o b u r g u é s e n l a l it e r a t u r a
DEL SIGLO X I V

N ada m ejor, p a ra observar el contraste e n tre el m u n d o


que desaparecía y la nueva m entalidad inspirada p o r la as­
censión del burgués,- q u e exam inar Le Román de la Rose es­
crito p o r G uillerm o de L orris en los com ienzos del siglo
XIII y la c o n tin u ació n d ad a p o r Je a n de M eung en el últi­
m o cuarto de ese m ism o siglo.
1194 RUBEN CALDERON BOU CHET

M ientras G uillerm o de L orris se m antuvo fiel al espíri­


tu caballeresco y al com plicado gusto p o r la alegoría galan­
te, J e a n de M eung se e m p e ñ ó en ac en tu a r las divergencias
e n tre el m o d o de su an te c e so r y el suyo p ro p io , ilum inado
p o r las nuevas ideas q u e soplaban en los claustros univer­
sitarios.
A la e sp o n tán ea in g en u id a d del p rim er poeta, o p o n e
u n a labor tenaz y firm em en te a d h e rid a a u n a eru d ició n
prolija y fu n d am e n ta lm e n te p reo c u p a d a p o r ex traer con­
clusiones prácticas de su oficio juglaresco. G uillerm o de
Lorris escribía p a ra solaz de un público m u n d an o q u e veía
en la poesía u n e n tre te n im ie n to y no u n m odo de in stru ir­
se. J e a n de M eung se erige en profesor y en uso de u n rea­
lismo capaz de inspirar rep u g n an cia al gusto refinado de
G uillerm o d e Lorris, trata de ex traer preceptos m orales de
las situaciones equívocas provocadas p o r la casuística de las
corles de amor.
La fo rm a p resu n tu o sa y com plicada y la extensión del
po em a de J e a n de M eung no explican hoy su increíble for­
tuna, pues d u ra n te m ucho tiem po fue efectivam ente leído
y co m en tad o , sin q u e los veinticinco mil versos rim ados por
el tenaz p o eta hicieran retro ce d e r a gentes acostum bradas
a tiradas de extensión aun más asombrosas.
Las reflexiones filosóficas en to rn o a la vejez, la razón,
los estudios y la enseñanza, o cu p an u n a b u e n a p arte de es­
te ex trañ o p o em a de am or, d o n d e las m ujeres, p resentadas
con g ran delicadeza p o r G uillerm o de Lorris, e n c u en tra n
en J e a n de M eung un ácido censor que no les p e rd o n a ni
la belleza. U n naturalism o sin ilusiones im p o n e su violen­
to co ntraste al idealism o am oroso de la lírica m edieval. Pa­
ra J e a n de M eung el am or tiene p o r fin la procreación.
LA CIUDAD CRISTIANA 1195

F u era de este m otivo rig u ro sam en te señalado p o r la espe­


cie, todo lo dem ás es p e rd e r el tiem po en vanas zalem as y
e c h ar a p e rd e r a las m ujeres ap artán d o las de sus deberes
de estado.
El m ism o vigor crítico lo lleva a ex am in ar con m al ceño
el o rigen de las p ro p ie d a d es y de los gobiernos. Hoy p u e ­
de llam ar la a ten ció n la lib ertad con q u e se expresa a este
respecto.

Un gran vilain entre eux eslurent,


Le plus ossu de quanqu 'il furent,
Le plus corsu et greignor,
Si le firent prince et seignor...

Los versos expresan con c a n d o r la n acien te soberbia


del cagatintas y las ínfulas que p e rm ite el nuevo saber, pa­
ra colocarse a u n a altu ra desde la q u e ju zg a con desdén a
los h o m b re s de arm as. Felizm ente p a ra su autor, estos últi­
m os no lo tom aban m uy e n serio, a u n q u e todo hace supo­
n e r q u e co nocían su obra. En otros libros el p o e ta dedicó
sus trabajos al co n d e de Eu y al m ism o rey de Francia, Fe­
lipe el H erm oso. Lo dice con cierta ostentación en su tes­
tam ento, p a ra no ser m enos q u e n ad ie y seguir la m o d a de
la época: “Dieus m ’a d o n é servir les plus grans gens de
F ra n c e ”.
“Su éxito — com enta E dm ond Faral en la Histoire de la
Littérature Française dirigida p o r B edier y H azard— d uró
tres siglos y se fu n d ab a en los m éritos del escritor que eran
reales, y sobre los de su pensam iento, del que se exageraba,
p o r desconocim iento de las fuentes, su o rig in alid ad ”.
1196 RUBEN CALDERON BOUCHET

Je a n de M eung tiene el valor de un sím bolo. C on él, el


naturalism o filosófico invadió el te rre n o de la poesía e ini­
cio su crítica a la an tig u a visión poética del am or cortés. La
nueva m en talid ad tiene a su favor u n criterio m ás exacto de
la realid ad y no tem e llam ar a las cosas p o r su nom bre.
C a p i t u l o IV
LA FILOSOFIA POLITICA EN LA UNIVERSIDAD
DEL SIGLO XIV

La h e r e n c ia d e l s ig l o a n t e r io r

G eorge de L agarde señala, inspirándose en u n artículo


de D om L ottin sobre A belardo y sus pedisecuos, que de ha­
b erse im puesto la orien tació n dada p o r el m aestro n antés a
las reflexiones sobre la justicia, O ccidente h u b ie ra conoci­
do u n a ciencia positiva sobre las costum bres y el Estado,
con an te rio rid a d al siglo X III5.
El bagaje intelectual de las universidades europeas, en
los albores del siglo de Santo Tomás, era bastante m agro en
todo lo refe re n te a estudios sobre los principios de la polí­
tica. Se c o m en tab a el De Consolatione de Boecio, los libros
de C icerón De Officiis y De Legibus, se leía el Timeo de Platón
y — no siem pre— u n a p arte de la Etica Nicomaquea de Aris­

5. G eorge de Lagarde, La Naissance de l ’Esprit Laique, T. II, “Secteur social


de la scolastique”, Paris, Nauwelaerts, 1958, pág. 10.
1198 RUBEN CALDERON BOUCHET

tóteles. “Para e n c o n tra r las bases científicas, en el sentido


m edieval del térm ino, de u n a ciencia social, se d eb erá es­
p e ra r la reconquista de la enciclopedia aristotélica” 6.
A p a rtir de la m itad del siglo XIII se conoció en la u n i­
versidad u n a traducción com pleta de la Etica Nicomaquea
a trib u id a a H e rm a n n el A lem án y a R oberto Grosseteste.
Este libro servirá de guía en los prim eros pasos dados en la
filosofía política del Estagirita.
El dilem a plan tead o a los estudiosos de esa época respec­
to a los estudios políticos, consistía en saber si las reflexio­
nes sobre la justicia co rresp o n d ían en p ro p ied ad al filósofo
o al jurista. R oger Bacon lo resolvió a favor de la filosofía
cuando constató con su habitual causticidad:
“Q ué desgracia que esta ram a de la filosofía sea cultiva­
da e n tre los latinos solam ente p o r los laicos. Le dan u n al­
cance exclusivam ente m u n d an o , lim itándose a estudiar lo
que e m p e rad o re s y reyes dictaron. Ig noran las enseñanzas
de A ristóteles y Teofrates sobre este p ro b lem a capital”.
La Política de A ristóteles fue conocida recién en 1260 y
d u ran te los p rim eros años del siglo XIV se leyó ju n to con
los com entarios de A lberto M agno, Tom ás de A quino y Ae-
gidio R om ano.
De L agarde, en el segundo capítulo de la o b ra citada,
e stu d ia la in flu en cia de Averroes en la U niversidad de Pa­
rís y de m odo p a rtic u la r en la Facultad de Artes, d o n d e se
hizo sen tir con m ás vigor. D espués de e x am in ar algunas
tesis filosóficas inspiradas p o r el gran c o m e n ta d o r árabe,
o bserva la in flu en cia de A verroes sobre la filosofía políti­

6. G e o r g e d e L a g a r d e , L a Naissance de l ’E sprit Laique, T. II, p á g . 12.


LA CIUDAD CRISTIANA 1199

ca de los com ienzos del siglo XIV y llega a la conclusión


de q u e la calificación d e averroísmo latino usada p a ra desig­
n a r el m ovim iento racionalista de la é p o c a no es to talm en ­
te adecu ada.
Sin d u d a no falta el influjo de Averroes, p ero no es ú n i­
co ni m ucho m enos d eterm in an te. El m ovim iento conoci­
do con ese n o m b re recoge otras co rrientes del p en sam ien ­
to pagano y e n tro n c a con un linaje de espíritus siem pre
vivo en la E dad M edia, p o r sus preferencias dialécticas.
Se pensó en u n a decisiva influencia averroísta p o rq u e se
tuvo esp ecialm ente en cuenta la tesis de la doble verdad,
sostenida con el propósito de eludir el anatem a de los ce­
losos g u ard ian es del o rd en . No seguirem os a De L agarde
en los detalles de su dem ostración, ni p en etrarem o s en el
a p arato de su eru d ició n . Nos lim itam os a los resultados ob­
tenidos p o r el célebre estudioso de la últim a E dad M edia y
tom am os n o ta de las principales tesis de los averroístas lati­
nos q u e configuran u n a filosofía política, m uy distinta a la
a c u n ad a p o r Santo Tom ás de A quino.
a. N aturalism o: se b reg a p o r u n a co nducta conform e a
las inclinaciones naturales y se rechaza el cultivo de las vir­
tudes que se o p o n e n a ellas, com o la hum ildad y la castidad.
b. N ecesidad universal: el o rd en del universo discurre
n ecesariam ente de su p rim e r principio. En esta co ncep­
ción determ in ista no hace falta la fe en la Providencia y
p rácticam en te desaparece el valor de la Revelación.
c. La idea de un intelecto q u e anim a la m ateria pasiva de
los individuos h u m an o s h a nacido de algunos textos aristo­
télicos poco precisos. El texto de Boecio de D acia citado
p o r De L agarde no parece confirm ar esta tesis. Santo To­
1200 RUBEN CALDERON BOUCHET

más, en u n o de sus opúsculos, com bate esta e x trañ a doctri­


n a y lo hace con arm as esencialm ente aristotélicas.
P arece perfectam en te legítim o ex traer de estas prem isas
conclusiones políticas autoritarias y conform es a u n a pri­
m acía de lo tem poral sobre lo espiritual. Así sucedió en
M arsilio de Padua, p ero en los prim eros pro m o to res del
m ovim iento las ideas políticas están algo más m atizadas
q u e en el p ad u an o y en n a d a reñidas con cierto espíritu de
rebeldía, enem igo de toda a u to rid ad espiritual o tem poral.
Je a n de M eung, el a u to r de la segunda p arte de nuestro
conocido Román de la Rose y portavoz p o p u lar de este radi­
calismo racionalista de inspiración averroísta ofrece u n a
versión sin tapujos de ese naturalism o un tanto anárquico
del que h acía gala sin exponerse dem asiado. C on todo, las
ideas aristotélicas sobre el o rd en n atural no p arecen h a b e r
h ech o m u ch a m ella en el ánim o de este burgués enem igo
de tutelas. Hay u n p u n to de acuerdo e n tre los tratadistas
m ás sesudos y el esclarecido poeta: el o rd e n social h a sido
h ech o arb itra ria m e n te p o r el ho m b re en vista de su felici­
dad terren a . N ada m ás lejos del pensam iento aristotélico
q u e este contractualism o an ticip ad o r de pensadores veni­
deros y d o n d e cu alq u ier histo riad o r de las ideas p u e d e des­
cu b rir la veta del espíritu com ercial.

El t o m is m o a f in e s d e l s ig l o X III

Santo Tom ás y San B uenaventura e n c arn a ro n en el siglo


XIII dos vertientes sociopolíticas diferentes. M ientras el
d o c to r dom inico seguía de cerca el carácter social de la na­
LA CIUDAD CRISTIANA 1201

turaleza h u m a n a y recogía los cam bios introducidos p o r el


curso de la historia, el m aestro franciscano se replegaba en
el ejem plarism o de u n a teocracia m ística, rep ro d u c id a en
la je ra rq u ía paradigm ática de la pirám ide feudal.
La orien tació n más co n creta y natu ral de Tom ás ten d rá
m ejor acogida en el últim o cuarto del siglo XIII. Varios
n om bres vienen a la plum a cuando se trata de e x p o n e r las
ideas de los c o n tin u ad o res inm ediatos al D octor C om ún,
p ero pocos tien en tanto derech o a ser recordados com o
P edro de A uvernia, Gil de R om a y T olom eo de Lucca.
Todos éstos coincidían en a cen tu ar el carácter social de
la naturaleza h u m an a, en sostener la prim acía del bien co­
m ú n sobre los bienes particulares y en señalar la p o tencia
in telectu al del h o m b re com o la verdadera causa eficiente
del o rd e n sociopolítico.
La raíz espiritual de la sociabilidad convierte al o rd en
político en u n accidente propio de índole m oral. La socie­
dad, p a ra estos pensadores, es un todo accidental orgánico
a través del cual el h o m b re logra su p len itu d natural. Des­
h a c er la república— dirá R em igio G irolam i— es destruirse
a sí mism o: “Si n o n es civis, n o n es hom o, quia hom o est na-
tu raliter anim al civile”.
De Lagarde destaca, e n tre los continuadores de Santo
Tomás, el valor particular de Tolom eo de Lucca, no tanto
p o r su fidelidad a la d o ctrin a del Angélico cuanto por la
nueva orientación im presa a la reflexión social. Por prim era
vez la doctrina sociopolítica aban d o n a su carácter académ i­
co y e n tra con todas sus fuerzas en las querellas de la época.
T olom eo de Lucca to m ará p artido a favor de Bonifacio
VIII en la fam osa polém ica co n tra los fraticelli de la o rd en
1202 RUBEN CALDERON BOU CHET

de San Francisco y p o n d rá todo el peso intelectual de su


aristotelism o en sostener el d erech o del p ap a a la m o n ar­
q u ía universal.
El litigio bonifaciano tiene im portancia capital com o
p u n to crítico d o n d e convergen los más opuestos intereses
espirituales y divergen las principales corrientes aristotéli­
cas. La un id ad doctrinaria del aristotelism o se pierde en la
controversia desatada en to rn o a las relaciones del p o d er
papal con el im perio y p o n e al descubierto los diferentes
m atices interpretativos de los pedisecuos del Estagirita.
No obstante las diferencias, todos estos sistemas poseen
u n a n o ta com ún: la im placable estru ctu ra dialéctica de un
sistem a co n stru id o racionalm ente a p a rtir de ciertos p rin ­
cipios fundam entales. Santo Tom ás no h ab ía in ten tad o
co n stru ir n a d a sem ejante, y en seguim iento del m ism o
A ristóteles p ro cu ró “c o m p re n d er la realidad y no edificar
un sistem a” 1.
P ara u n ir estas co rrien tes aristotélicas bajo u n com ún
d e n o m in a d o r y separarlas, en función de esta nota, del au­
téntico tom ism o, no basta señalar su p retensión sistem áti­
ca. H ab ía algo m ás grave todavía p o rq u e afectaba la integri­
dad de la fe y no sólo la razón filosofante. La querella había
d estru id o la a rm o n ía de la Iglesia y el Estado fu n d ad a en la
distinción de n aturaleza y gracia. La polém ica suscitada e n ­
tre am bos p o d eres inspirará, p o r u n lado, un naturalism o
político con p reten sio n es de convertir al Estado en el fin
últim o de las naturales inclinaciones del hom bre, p o r otro
lado, u n sobrenaturalism o con deseos de absorber la socie­
d ad natu ral en las exigencias religiosas de la Iglesia.

7. G e o r g e d e L a g a r d e , L a Naissance de l'Esprit Laique, T. II, p á g . 122.


LA CIUDAD CRISTIANA 1203

U na y o tra posiciones, rígidam ente deducidas de princi­


pios filosóficos o teológicos puestos com o prem isas indiscu­
tibles, se irán precisando m ejor a lo largo del proceso y ten­
d rán com o sus sostenedores m ás radicales a M arsilio de
P ad u a y A egidio R om ano p o r u n a y o tra puesta.
C om o A egidio R om ano ha sido el expositor egregio de
la p reten sió n a ab so rb er todo el p o d e r tem poral en el ecle­
siástico, dejam os p a ra m ás adelante u n p o n d e ra d o exam en
de su tesis. Nos lim itam os po r el m o m en to a señalar el cu­
ñ o racionalista de su aristotelism o y la rabia deductiva que
puso en sus ejercicios dialécticos p ara p ro b a r sus asertos.
De él es la frase que define a la sociedad eclesiástica com o
u n a totalidad y que su enem igo intelectual más cum plido,
M arsilio de Padua, aplicará con el m ism o rigor e idéntica
falta de fineza política a la sociedad civil.
Las especulaciones en to rn o a la naturaleza de la Iglesia
n o q u e d a rá n en p u ra letra m uerta. Sus m ism os adversarios
la recogieron y m ientras unos se lim itaban a neg ar las con­
secuencias extraídas p o r los p artidarios del p o d e r espiri­
tual, otros aplicaban las nociones usadas p ara definir la
Iglesia, con el objeto de exaltar el valor de la sociedad civil.
El siglo XIV anticipa, en un contexto filosófico im p reg n a­
do de escolasticism o, ideas que los pensadores de O cciden­
te reco g erán , algunos siglos después, d e n tro de u n aparato
co n cep tu al estrictam ente racionalista.
De L agarde destaca la im p o rtan cia que tiene la idea de
o rd en en A egidio R om ano y el valor de sus op in ió n es con
respecto a la fu n d am en tació n social del d erecho. Antes
q ue los nacionalistas m o d ern o s hicieran hincapié en estas
ideas, a p a re n te m e n te nuevas, Aegidio R om ano había di­
cho, recogiendo u n a afirm ación de Aristóteles: “Funda-
1204 RUBEN CALDERON BOU CHET

m en tu m o m nium jurium est com m unicatio h o m in u m ad


invicem ”. Y sobre este p rincipio trataba de fu n d ar el p o d e r
de la Iglesia p ara crear, orientar, o rd e n a r los derech o s de
todos los m iem bros de su cuerpo.
C onvenía citar esta o p inión de Aegidio p o rq u e ilustra
claram ente u n a de las variedades intelectuales más típicas
del siglo XIV. A su m onolítica concepción de u n o rd en so­
cial totalizado p o r la Iglesia, Ju a n de París, sin re n u n c ia r a
la escuela tom ista, o p o n e u n a concepción más diluida d o n ­
de ya se percibe la disolución del criterio m edieval organi-
cista y se advierte el nacim iento, a u n q u e tím ido, del indivi­
dualism o burg u és en m ateria de derecho.

L O S SUCESORES DE SAN BUENAVENTURA

B u en av en tu ra y Tom ás a b a n d o n aro n este m u n d o en el


añ o 1274. H abían luch ad o firm em en te p o r u n a m ism a cau­
sa. A un q u e con in stru m en to s racionales distintos, habían
com batido al averroísm o latino en sus tesis contrarias al es­
p íritu de la fe.
A la m u erte de San B uenaventura no se dio e n tre sus se­
guidores la m ism a sagacidad p ara distinguir el sano aristo­
telism o de su versión averroísta. P refirieron cerrarse en los
lím ites de un agustinism o en te n d id o sin gran am plitud y
desde allí atacar a todo el aristotelism o hasta en sus red u c ­
tos m ejor defendidos, c o rrien d o el riesgo de u n desm edro
filosófico no tab le en la explicación de los dogm as de fe.
Seria e rró n e o atrib u ir a todos los franciscanos u n a acti­
tu d c o n tra ria a toda influencia aristotélica. M uchos de ellos
LA CIUDAD CRISTIANA 1205

acep taro n el m agisterio del Estagirita y llegaron a ser, com o


R oberto G rosseteste y Rogelio Bacon, m aestros decididos
d e n tro de la escolástica peripatética del siglo XIII. Para Ba­
con, A ristóteles era el “señ o r de la filosofía” y sus obras es­
critas “el fu n d am e n to de todo sab er”. Pero buscar en Ba­
con u n espejo fiel del franciscanism o es om itir u n o de los
rasgos m ás sobresalientes de su tem peram ento: la origina­
lidad. De el se p u e d e decir que fue Bacon antes que fran­
ciscano, y sus op in io n es no p u e d e n tom arse com o la ex p re­
sión de n in g u n a escuela.
C onsidero el estudio del opus aristotélico com o indis­
pensable p a ra cu alquiera con deseos de ad q u irir el saber
científico, p ero d o n d e el m aestro se convertía p a ra Bacon
en guía indiscutible era en todo lo co n c ern ie n te al o rd en
práctico m oral cuya lógica consecuencia era la constitución
de la sociedad civil: “M oralis e t civilis sciengtis est scientia
de fine, scientia nobilissim a finis om nium partiu m philo-
so p h ia e ”, ésta 110 p u ed e ser o tra q u e la política p o rq u e ella
im p e ra p a ra el bien com ún de las ciudades y los reinos.
En las postrim erías del siglo XIII aparece o tra figura
franciscana de g ran relieve, R icardo de M iddletow n, que
p re p a ra ju n to con Bacon, G odofredo de Fontaines y E nri­
q u e de G ante, los an teced en tes doctrinarios de la síntesis
escotista, resum en genial de todas las direcciones francisca­
nas en los com ienzos del siglo XIV.
¿En qué direcciones del pensam iento político estos au­
tores anticipan el p ensam iento de D uns Scoto? a. en u n a
acen tu a d a disposición a usar la dialéctica en d e trim e n to de
u n análisis más fiel a los datos de la realidad; b. en u n m ar­
cado racionalism o lógico que p o r u n a p a rte enfatiza el rea­
lismo tom ista y p o r otra tiende a disolverlo en p u ro form a­
1206 RUBEN CALDERON BOU CHET

lismo. Este form alism o, al tiem po que reifica lo universal,


exalta el valor de lo individual y crea así contradicciones de
las q u e buscará u n a salida dialéctica antes que ontológica.

J o h n D uns Scoto

Este célebre teólogo franciscano reú n e con genio singu­


lar las en co n trad as co rrien tes filosóficas del declinante si­
glo XIII y p rep ara, en los albores del XIV, las soluciones
doctrinarias del ocaso de la Edad M edia. Su racionalism o
com plicado y sutil auspicia el esfuerzo lógico de O ckham
en su faen a sim plificadora. Sin la com plejidad de Scoto no
se p u e d e c o m p re n d e r el esquem atism o de su genial conti­
nuador.
N uestro in terés especial es m arcar el pensam iento social
de Scoto, p ero , com o aconseja De Lagarde, no se p u ed e
evitar u n a som era referen cia a los p u ntos más destacados
de su m etafísica.
Santo Tom ás tom ó p o r p u n to de p a rtid a del conoci­
m ien to a la sustancia física y a la cosa sensible visible. Pues­
to en la tarea de exam inar filosóficam ente el en te real, San­
to Tom ás, inspirado en Avicenas p ero corrigiéndolo con
audaz p e n e trac ió n m etafísica, distinguió la esencia o m odo
de ser de la cosa, de su actus essendi p ro p iam en te dicho. Es­
ta decisión, fu n d ad a en la d o ctrin a del acto y la p o tencia de
Aristóteles, fue d u ram e n te criticada p o r D uns Scoto y re­
suelta fo rm alm en te en u n sentido esencialista.
El p u n to de p a rtid a del conocim iento es tam bién para
Scoto la res sensibilis visibúis y en esta afirm ación sigue fiel al
LA CIUDAD CRISTIANA 1207

espíritu del realism o clásico. N uestro intelecto pro ced e p o r


abstracción de lo dado en los sentidos y logra así u n a no­
ción universal del ser, el e n te en tanto q u e ente, objeto p ro ­
pio de la reflexión m etafísica.
C onocer al ser absoluto en tanto q u e ente, es verlo a la luz
de u n a noción tan extensa com o p o b re en co n ten id o s inte­
ligibles. C onocerlo com o el ipsum esse subsistens, com o p re­
ten d ía Santo Tomás, es hallarlo en la raíz de u n saber in te n ­
sivo del ser, supuesta la distinción de esencia y ser.
Para Scoto, en la u n id ad del en te no p u e d e h a b e r distin­
ción real sino solam ente form al. La distinción real o entita-
tiva es siem pre e n tre u n e n te y otro. La distinción form al es
aquella p ercib id a p o r el intelecto e n tre dos m odos de ser
irreductibles.
E n tre eso q u e es tal cosa y el actus essendi p o r el cual tal
cosa es, n u e stra inteligencia no logra fu n d ar u n a rep re sen ­
tación conceptual distinta y p o r lo tanto no se p u e d e hablar
de distinción form al. M enos todavía de distinción real, p o r­
q u e no se trata de realidades diferentes, desde el m o m en ­
to q u e son u n a m ism a cosa.
En cam bio el intelecto p u ed e captar en los entes la es­
tru c tu ra inteligible de ese minimum form al que lo constitu­
ye en e n te y distinguirla p erfectam en te de aquella que la
hace ser cu erp o , anim al, racional y hasta este individuo
co ncreto, aquí y ahora, d o n d e aparecen determ in ad as to­
das las form alidades.
Si la id ea de e n te en tanto que e n te nace de la sim ple
ap reh en sió n de u n núcleo de inteligibilidad com ún a todo
lo que es, no p u e d e e x trañ arn o s el carácter unívoco que
tiene el ser en la filosofía de Scoto.
1208 RUBEN CALDERON BOU CHET

“Tal es la situación — co m en ta E tienne Gilson— . ¿Qué


hay q u e h a c er p ara que la m etafísica sea posible? D ebe dár­
sele p o r objeto u n a no ció n de ser tan com pletam ente abs­
tracta e in d e te rm in a d a q u e p u e d a aplicarse in d ife re n te ­
m en te a todo lo q u e es. Por esta razón la m etafísica no
p u e d e alcanzar el ‘ipsum esse’ que según Santo Tom ás es el
nú cleo central de todo ente. Tales actos del ser son, en úl­
tim o análisis, irred u ctib les los unos a los otros; su estudio
no versaría sobre u n objeto verd ad eram en te uno. Para sal­
var la u n id ad d e su objeto y p o r consiguiente su propia
existencia, se lo considera com o aquel en q u e se aplica un
solo y m ism o sentido a todo lo que es. Esto es lo que se ex­
presa cu a n d o se dice que el ser es unívoco”.
Del carácter unívoco del en te se d e sp re n d e n u n a serie
de consecuencias p ara la ontologia que Scoto supo extraer
con gran fidelidad a su p ropio p u n to de vista.
En p rim e r lugar ju zg ó indispensable u n a distinción fu n ­
d ad a en la apreciación de u n a form alidad inteligible capaz
de convertirse en objeto de rep resen tació n intelectual a
m odo de co n cep to . U n en te real ofrece a la inteligencia
u n a serie de form alidades distintas, cada u n a de las cuales
da n acim iento a u n a noción claram ente discernible. El u n i­
versal se e n c u e n tra individualizado en el en te concreto sin­
gular, pero al m ism o tiem po conserva su universalidad.
D uns Scoto fo rm u la b a el p ro b lem a de la naturaleza del
universal de m an era in d u d ab le m e n te aristotélica, pero con
u n a decidida acentuación form alista que lo lleva de vuelta
a u n platonism o apenas disim ulado p o r el realism o del
p u n to de partida.
Este form alism o ontològico h a rá sentir su peso en el
p en sam ien to social de D uns Scoto que, desde los prim eros
LA CIUDAD CRISTIANA 1209

pasos del siglo XIV, se erige en el abuelo obligado de todos


los futuros ideólogos.
Si los entes del universo m u n d o son conocidos, en pri­
m er lugar, p o r u n a noción com ún referid a a u n minimum
de inteligibilidad aplicable a todos, los entes particulares,
antes de ser conocidos p o r aquello que los constituye en ta­
les individuos, son distinguidos p o r su n aturaleza com ún.
Es decir “la p rim e ra cosa que percibim os en u n individuo
es su n a tu ra le z a ... la p arte m enos individual de su se r”.
La naturaleza, principio intrínseco de las operaciones,
u n e en un o rd e n esencial a todos los individuos que p arti­
cipan de ella: “N ihil est in universo, q u o d n o n h a b e t ordi-
nem essentialem in te r entia, quia ab o rd in e p artium est
u nitas universi”.
Pero todas las esencias particulares participan a su vez
de la más com ún y universal de todas: la entidad, que es el
fu n d am e n to form al del o rd en universal.
N o es difícil ver, p o r poco duchos que seam os en la lec­
tu ra de los filósofos, el carácter esencial de este o rd e n a ­
m iento. Para Santo Tom ás el universo creado, tanto filosó­
fica com o teológicam ente, d ep en d ía de un p rim e r esse
subsistens cuyo acto creador, p erfectam en te libre y volunta­
rio, sostenía la realidad e n te ra por u n a participación de
raíz existencial. En D uns Scoto el cuño platónico de su idea
de participación m etafísica m arcará con sello form alista sus
especulaciones sociopolíticas.
D ebem os aclarar, de acu erd o con la op in ió n de De La­
g arde, que D uns Scoto no aplicó n u n c a su inteligencia a la
solución de los problem as inspirados p o r la actividad polí­
tica ni se p reo cu p ó p o r d arn o s a co n o cer su pensam iento
1210 RUBEN CALDERON BOU CHET

sobre los libros que tratab an estas cuestiones. La frase de


M. de G andillac, citada p o r De L agarde, expresa con clari­
dad lo que Scoto pensaba acerca del asunto: “Las com uni­
dades políticas rep re sen ta n p a ra él arm onías dem asiado
precarias, para m ere ce r u n trato de verdaderas im ágenes
de la ciudad de D ios”.
En este par de líneas conviene destacar dos puntos im ­
portantes para co m p re n d er la esencia de u n espíritu form a­
lista: el carácter precario del o rd en social h u m an o lo hace
im agen defectuosa de la ciudad de Dios. El verdadero orden
se realiza cuando el h o m b re haya reconquistado la plenitud
de su esencia personal. N ada más claro y, aparentem ente,
n a d a más de acu erd o con las enseñanzas de la teología.
N uestra v erdadera ciudadanía perten ece al Reino de Dios.
La ciudad te rre n a valdada p o r la prevaricación y el pecado
es apenas u n símil defectuoso del o rd en definitivo y, com o
tal, esencialm ente d ep en d ien te de nuestra b u e n a voluntad.
A efectos de precisar con rigor el valor de an tecedente
que tiene el pensam iento de Scoto en el m u n d o m o d ern o ,
señalam os dos nuevos aspectos de su reflexión sobre la so­
ciedad: el carácter libre del o rd en político y la aplicación vo­
luntaria que p o n e el h o m b re p ara lograr u n a organización
más aproxim ada al ideal escatológico. V oluntad libre, supo­
ne el consentim iento de los participantes y p o r en d e su apli­
cación personal en la creación del o rd en político. El ideal
esencial está dado p o r la ciudad de Dios y los participantes
tienen la obligación de in tro d u cir m ejoras en ese p roducto
de su actividad p ara aproxim arlo a su m odelo definitivo.
C a p itu lo V
LA QUERELLA DE BONIFACIO VIII
Y FELIPE EL HERMOSO

INTRODUCCION

Los conflictos e n tre la potestad eclesiástica y la civil no


fu ero n cosa e x tra ñ a d u ran te el decurso de los siglos an te­
riores al XIV. R ecordam os las luchas p o r las investiduras
e n tre el p a p a y el e m p e ra d o r de om inosa m em oria. Exco­
m u n ió n de u n p ríncipe, deposición de un pontífice y p ro ­
clam ación de u n a n tip a p a no fu ero n cosas desconocidas
p o r los cristianos.
Pero en este o to ñ o m edieval se advierte u n cam bio no­
table en el tono de las disputas, u n a especiosidad en la ar­
g u m en tació n , u n a exasperación, u n a ultranza en las tesis
defendidas q u e m anifiestan claram ente un nuevo espíritu
in tro d u c id o en las querellas p o r los legistas y los canonistas
de la época.
1212 RUBEN CALDERON BOU CHET

U n a nueva potencia, el rein o de Francia, e n tra b a en li­


za c o n tra la a u to rid ad del p a p a y recababa p a ra u n a testa
c o ro n a d a todos los privilegios que antes poseía solam ente
el e m p e ra d o r y lo hacía e n n o m b re de u n a so b eran ía res­
catada p o r los legistas de las cenizas del d e re c h o rom ano.
P o r su parte, los defensores de las tesis papales sostuvie­
ro n con a rd o r d erech o s eclesiásticos que n in g ú n pontífice
se h ab ía atrevido a reclam ar y que estaban reñidos, en su
delirio deductivista, c o n tra todas las posibilidades reales
puestas al alcance de los papas.
J u n to a las potestades trenzadas en el litigio, se vio apa­
rec e r p o r p rim e ra vez la catad u ra del ideólogo que apoya­
b a con la plu m a u n a de las fuerzas e n p u g n a y reclam aba
p a ra su p artid o los beneficios de la verdad absoluta. Estos
intelectuales, form ados en las universidades de la época,
reem plazaban a los antiguos teólogos y si todavía usaban ar­
gum entos extraídos de las Sagradas Escrituras o de los Pa­
dres de la Iglesia, lo hacían en apoyo de tesis p ro fu n d a m en ­
te m arcadas p o r el espíritu partidario. Del viejo teólogo
p o d ía sospecharse u n a cierta parcialidad en la dosificación
de las argum entaciones, p ero siem pre existía en ellos un
reclam o sin cero p o r la verdad im plícita en el co n ten id o de
la Revelación. Los ideólogos apenas se p reo cu p ab an p o r la
verdad cristiana y sus m enciones a los contenidos de la fe
e ra n sim ples m edios p a ra lograr sus propósitos perfecta­
m en te terrenales.
A ntes de exam inar las circunstancias históricas del co n ­
flicto, observarem os las características de las fuerzas en
pugna.
LA CIUDAD CRISTIANA 1213

LA MONARQUIA DE FRANCIA

M. R o b ert Fawtier dedicó un excelente libro, Les Capé­


tiens et la France, a estu d iar la im portancia de la dinastía de
los C apetos en la form ación y constitución del reino. Libro
claro, preciso, d o n d e se señalan los rasgos sobresalientes
del p o d e r que, en la ép o ca de Felipe el H erm oso, hab ía de
e n tra r tan so n o ra m e n te en conflicto con el papa.
Sin lugar a d udas la acción de los d escen d ien tes de H u ­
go C apeto fue e x te n d ién d o se p a u la tin a m en te desde la Is­
la de Francia h acia los otros territo rio s de la vieja Galia. Es
ex ag erad o ver este progreso político com o u n a conquista
m etó d ica h e c h a en n o m b re de un co n cep to m o d e rn o del
Estado.
Los p rim ero s C apetos fueron señores feudales con u n a
conciencia m ás o m enos clara de ten e r u n a suerte de ju ris­
dicción sobre los señoríos q u e reconocían con ellos lazos
de vasallaje. Al m ism o tiem po b reg aro n p o r la extensión de
este tipo de au to rid ad y p ro ce d iero n con la cauta serenidad
de sus instintos conservadores, sin c e d er al espíritu de
av entura y siem pre sostenidos p o r u n a su erte constante en
la seguridad de su descendencia dinástica.
En los prim eros pasos de su advenim iento al tro n o de
Francia, los C apetos no ten ían m uy firm e la idea de la
transm isión h e re d ita ria del p o d e r y, tanto H ugo com o sus
d escen d ien tes inm ediatos, seguían siendo reyes elegidos.
C onfirm a esta situación la negativa del arzobispo de Reims
p a ra consagrar al hijo de H ugo, R oberto el Piadoso, “p o r
tem o r de que la realeza ad q u iriera desde ese m o m en to un
sentido din ástico ”.
1214 RUBEN CALDERON BOU CHET

Cien años más tarde la ley sálica consagrará el derech o


a la co ro n a del hijo m ayor del rey y de esta m an e ra el uso
im puesto p o r la fam ilia de H ugo se convertirá en principio
dinástico de la co ro n a francesa.
La b u e n a fo rtu n a de los C apetos hizo que la costum bre
de consolidar la su erte de los dem ás hijos del rey p o r m e­
dio del apanage re d u n d a ra en beneficio del reino, no tanto
p o r el valor m ism o de la institución com o p o r el cúm ulo de
circunstancias favorables en su desenvolvim iento histórico.
Fawtier señala que el apanage era u n a institución de d ere­
cho privado q u e consistía en anticipar sobre la h e re n c ia un
territo rio a título de p ro p ie d a d p ero con la p rohibición a
sus beneficiarios de reivindicarla p ara su sucesión cuando
ésta se p ro d u jera. Los C apetos la convirtieron en u n a insti­
tución de d e re c h o público y q u ed ó establecido, en p rinci­
pio, que los p ríncipes de la sangre recibían en apanage di­
versos territo rio s que estaban bajo la corona.
La b u e n a suerte de la dinastía quiso que m uchos prínci­
pes favorecidos con este privilegio m urieran sin hered ero s y
de este m odo los territorios cedidos en feudo volvieran a la
corona. Las costum bres feudales y la ausencia de u n sentido
político bien preciso del patrim onio real favorecían el frac­
cionam iento del reino com o si se tratara de u n dom inio pri­
vado del que p o d ía disponer la generosidad del m onarca.
El m ism o criterio rein ab a en la adm inistración y, com o
ésta se hacía a título privado, no h ab ía u n tesoro nacional
p a ra los gastos ocasionados p o r las exigencias del gobierno.
El rey vivía de sus dom inios y de la explotación de sus tie­
rras. O tra p arte de sus ren tas p rovenía de los hono rario s
cobrados com o ju ez en la in terv en ció n de los pleitos e n tre
sus vasallos.
LA CIUDAD CRISTIANA 1215

La organización adm inistrativa era m uy sim ple y consis­


tía en dividir el reino en circunscripciones a la cabeza de
las cuales se colocaba u n preboste p a ra rep re sen ta r al rey.
Los autores nos llam an la atención sobre el carácter poco
delim itado de estas jurisdicciones. En éstas, com o en todos
los terren o s p e rte n ec ie n te s a los dom inios feudales, el en-
trecru zam ien to de las p ro p ied ad es hacía de los países bajo
ju risd icció n real un m osaico de piezas poco de acu erd o
con nuestros criterios geom étricos.
Las funciones del p reboste eran tan poco precisas com o
diferentes, según nuestros criterios, de lo que d eb en ser las
actividades de u n fun cio n ario público. El preboste n o tenía
sueldo y su celo p o r los bienes puestos bajo su custodia de­
p e n d ía de su fidelidad al m onarca. Esto n o habla de u n de­
sinterés idílico. U n b u e n preboste n o olvidaba de tom arse
algunos adelantos sobre la p ro p ie d a d adm inistrada. Pero
estas fam iliaridades con los bienes del d u e ñ o no estaban
m al vistas p o r nadie y m enos p o r el principal interesado.
El crecim iento del territo rio real com plicó las funciones
y las organizaciones adm inistrativas se h icieron m ás espe­
cializadas. O tros funcionarios reales se sum aron al prebos­
te y la corte am plió los cargos destinados a colaboradores
del rey. Se esbozó p rim e ro u n consejo del rein o y los ju eces
to m aro n la costum bre de reu n irse en parlam entos o tribu­
nales de justicia. P or su p a rte los especializados en las fi­
nanzas reales constituirán las prim eras cortes de cuentas.
Salvo el caso de algunos altos em pleos relacionados con
la g u e rra y el ejército, los otros m iem bros del servicio real
eran reclutados e n tre la p e q u e ñ a nobleza y la b urguesía le­
trada a p a rtir del siglo XIII. Estos burgueses, b u en o s cono­
cedores del derech o , fo rm arán la base de la nobleza de to­
1216 RUBEN CALDERON BOU CHET

ga, cuyo celo p o r el cuidado de las cosas del rein o es desta­


cado p o r los historiadores com o u n a característica típica de
ese estam ento. H asta tal p u n to fu ero n solidarios con la
su erte del m o n arca que resultan conm ovedores sus esfuer­
zos p a ra p o n e r o rd e n en la econom ía y evitar los estragos
causados p o r la g enerosidad im p ru d e n te de los reyes. El es­
p íritu burgués de estos servidores se escandaliza an te la n o ­
ble esplendidez de los reyes y b reg an p o r la im posición de
u n criterio económ ico m ás exacto y calculado.
Fawtier advierte que estos funcionarios fu ero n leales a la
co ro n a y q u e si h u b o e n tre ellos algunos que aprovecharon
m ás de lo d eb id o su relación con las arcas reales, fu ero n la
excepción y no la regla.
El m ism o celo puesto en la adm inistración de los bie­
nes, lo p o n d rá n en la reivindicación de los derechos del
rey. Esto explica el carácter enconoso que asum e la lucha
c o n tra el p ap ad o , c u an d o los legistas en caren la defensa de
aquello q u e se h a convertido en su razón de ser: los in te re ­
ses del reino.
Estos legistas — escribe Fawtier— son g e n e ra lm e n te ori­
ginarios de las provincias m eridionales, d o n d e el derech o
ro m a n o seguía siendo practicado en fo rm a de costum bre.
P o r supuesto no se trata del d e re c h o ro m an o en su pureza
original p ero g u ard a con él relaciones esenciales.
Este d e re c h o conservaba, e n tre otras nociones, u n a cla­
ra referen cia a u n a sociedad organizada en Estado. La idea
de Estado, de d erech o del Estado, de justicia del Estado
apareció en F rancia convocada p o r esta clase social.
Los reyes m edievales, dem asiado ligados a las costum ­
bres feudales, no reivindicaron u n a potestad absoluta, pero
LA CIUDAD CRISTIANA 1217

d u ra n te el rein ad o de Felipe el H erm oso algo de lo q u e se­


rá la m o n arq u ía m o d e rn a aparece en trev erad o con usos to­
davía caballerescos.
O tro p u n to que conviene aclarar cu ando tratam os el te­
m a de la m o n arq u ía francesa en los siglos m edievales es el
de las finanzas. A ntes habíam os dicho que el rev vivía de sus
dom inios privados, cuya explotación organizaba con el cri­
terio de u n terra te n ie n te . C uando sus ganancias excedían
los gastos im puestos p o r las exigencias del oficio regio, el
rey dep o sitab a ese excedente en oro en u n a banca. En
tiem pos de Felipe el H erm oso el banco más firm e lo ten ía
la o rd e n de los tem plarios. T ener c u en ta c o rrien te en un
banco significaba, en caso de necesidad, p o d e r re c u rrir a él
p a ra o b te n e r u n préstam o. Esta eventualidad, frecu en te en
las finanzas reales, hacía que el tesoro real conociera tam ­
b ién sus altibajos financieros. El terrible proceso h ech o p o r
Felipe el H erm oso a los Caballeros del Tem plo proviene,
en gran p arte, de la cantidad, n a d a desdeñable, de las d e u ­
das reales.
Sin u n a h a c ie n d a fu n d ad a en im puestos fijos y sin ejér­
cito p e rm a n e n te , el p o d e r del rey q u ed ab a red u cid o a la
adm inistración de la justicia, único resorte de la acción real
d o n d e se p o d ía p ercibir u n a efectiva organización de tipo
estatal.
Tal vez haya sido el e n o rm e prestigio de la ju sticia real
lo q u e provocó, desde el ad v en im ien to de los C apetos,
u n a le n ta p e ro segura unificación de la n ació n francesa
e n to rn o de los usos de la reg ió n de la cual p ro ce d ía la
m o n arq u ía. P ro b a b le m en te ese m ism o prestigio im puso
el francés com o le n g u a nacio n al de los antiguos te rrito ­
rios galos.
1218 RUBEN CALDERON BOUCHET

Fawtier adm ite ju n to al influjo unificador de la reyecía y,


en cierto m odo com o u n a consecuencia de ella, la p o d e ro ­
sa influencia de la U niversidad de París. P rotegida p o r la
realeza se convirtió en u n ce n tro espiritual d o n d e se form ó
la m in o ría que m ás tard e serviría los designios de esa m o­
narq u ía, aun co n tra la a u to rid ad del papa.

F e l ip e e l H e r m o s o

N ieto de San Luis, hijo de Felipe III y de Isabel de A ra­


gón, nació en F o n ta in e b le a u e n 1268 y fue p ro clam ad o
rey en 1285. Pese a su p o rte d istinguido y a la belleza de
su fisonom ía, no e ra u n a fig u ra sim pática. H ab lab a muy
poco y el hielo azul de su d u ra m ira d a no estaba h e c h o
p a ra a n im a r conversaciones. A la firm eza im placable del
ro stro re sp o n d ía del in te rio r u n a v o lu n tad de acero y u n a
falta total de escrúpulos p a ra llevar a d e la n te sus designios
políticos, sin sentirse afectado p o r n in g ú n tipo de resp eto
h u m an o .
C on Felipe el H erm oso e n tra en p len a función el g ru p o
de los legistas y con él, el com ienzo de u n a concepción m o­
d e rn a del Estado. El decurso de su reinado, desde 1285
hasta 1304, está señalado p o r u n a serie de sucesos que p u ­
sieron a p ru e b a su prestigio y no h icieron n a d a co n tra la at­
m ósfera de im placable frialdad que ro d eab a su figura. Los
tran sp o rtes caballerescos de la época de su abuelo habían
d esaparecido y su d u ro propósito de au m e n tar el p o d e r
m o n árq u ico dibujaba el c o n to rn o del Estado m o d ern o y
del fu tu ro absolutism o.
LA CIUDAD CRISTIANA 1219

Su p rim era m anifestación fue la g u e rra co n tra E duardo I


de In g laterra y su resultado: la incorporación de la Guyena
p ara el dom inio de la co ro n a de Francia. D urante el desa­
rrollo de su acción co n tra Inglaterra se alió con los reyes de
Suecia y N o ruega y con las principales ciudades de la Liga
H anseática, con el propósito de bloquear la isla y obligarla a
u n pacto favorable a su política. El único país que se negó a
la coalición m o n tad a p o r Felipe fue Flandes y en cuanto el
rey de Francia term inó sus asuntos con E duardo I se volvió
c o n tra ese país y lo tom ó. Los flam encos no estuvieron m u­
cho tiem po bajo el d om inio francés y p ro n to un levanta­
m iento de cam pesinos y burgueses venció al ejército co­
m an d ad o p o r Jacques de Chatillon. Nuevo ejército y nueva
d e rro ta francesa en la batalla de C ourtrai obligaron a Feli­
pe a m o n ta r con m u ch o cuidado u n a tercera em presa p u ­
nitiva q u e destrozó la resistencia flam enca en la batalla de
M ons en Puelle en 1304. El tratado de paz firm ado luego
del com bate reco n o cía la in d ep e n d e n c ia de Flandes, p ero
la co ro n a de F rancia se q u ed ab a con las ciudades de Lille,
D ouai y Slalenciennes.
Los inconvenientes g u e rre ro s de Felipe se h icieron sen­
tir en sus finanzas. Com o no ten ía a su disposición otros re­
cursos que los muy escasos provistos p o r sus dom inios y los
pocos seguros em préstitos feudales, rec u rrió a u n a serie de
m edidas fiscales c o m p letam en te nuevas y poco sim páticas
p a ra las víctim as de esa eventualidad. Cargó con im posicio­
nes las transacciones com erciales, inventó un im puesto al
capital y otro a las ganancias, sacó d in ero de los ju d ío s y
despojó a m uchos prestam istas lom bardos, quitó a m uchos
señores el d erech o a ac u ñ ar m onedas y provocó en su pro­
pio d in ero u n a depreciación que le hizo p e rd e r el tercio de
1220 RUBEN CALDERON BOU CHET

su valor. P o r últim o inició c o n tra los tem plarios un ju icio


tre m e n d o p ara despojarlos de sus inm ensas riquezas en be­
neficio de la co ro n a de Francia.
En este clim a de violencia fiscal estalló la querella con­
tra Bonifacio VIII.

B o n ifa cio V III

A un rey com o Felipe d eb ía tocarle un papa com o Boni­


facio. A u n a voluntad d om inante, o tra no m enos d u ra en el
te n o r de sus exigencias potestativas. Pero a lo largo de la
querella, el rey de Francia dio p ruebas p erm an en tes de u n a
m ala voluntad q u e Bonifacio, p o r m ucho que sus enem igos
hayan cargado las tintas de sus excesos, n u n c a logró igualar.
U n a lec tu ra a te n ta a los acontecim ientos del litigio reve­
la u n p a p a poseído de un deseo sincero de llegar a un
a cu erd o con Felipe sin renunciar, p o r supuesto, a las p re ­
rrogativas de su au toridad. El veneno proviene en p rim er
lugar de los pedisecuos de Felipe y del partid o co n trario al
p ap a encabezado p o r la fam ilia de los C olonna. El fam oso
Sciarra C olonna, convertido en h o m b re de m ano de Felipe
bajo la dirección del canciller, G uillerm o de N ogaret, so­
bresalió p o r su b ru ta lid a d y puso en la q u erella el peso de
u n odio d esbordante.
Bonifacio VIII, antes de su coronación com o sucesor de
P edro, se llam ó B en ed etto G aetani y fue el cardenal que
aconsejó a C elestino V su abdicación. Este h ech o dio o p o r­
tu n id a d a sus d etractores p ara inventar u n a serie de deta­
lles relacionados con la re n u n c ia del p ap a franciscano, que
LA CIUDAD CRISTIANA 1221

d iero n pie a u n a acusación form al: Bonifacio h ab ía o b ten i­


do la tiara pontificia p o r la sim onía.
El cargo no ten ía fu n d am en to s serios, p ero com o la fi­
g u ra de C elestino V p o d ía ser usada p o r la facción de los
fraticelli y otros g ru p o s interesados para provocar to d a clase
de inconvenientes, Bonifacio se vio obligado, previa consul­
ta con el C olegio de C ardenales, a p o n e r preso a C elestino
p a ra evitar q u e fuese tom ado p o r sus enem igos.
Hay testim onios — Tolom eo de Lucca y G uillerm o de
N angis— de q u e C elestino estuvo bajo u n a custodia h ones­
ta, en u n lugar seguro, tratado con deferencia. A pesar de
todo n o d u ró u n año en tal situación y falleció el 19 de m a­
yo de 1296. P o r supuesto la m u erte del antiguo an aco reta
dio lugar a m aledicencias que au m e n taro n la leyenda n e­
g ra de Bonifacio.
B en ed etto G aetam era m iem bro de u n a ilustre fam ilia
de A gnani. C om o estaba bien e m p a ren ta d o en la curia ro­
m ana, hizo u n a ráp id a c a rre ra eclesiástica. D espués de ha­
b e r logrado los d octorados de d e re c h o civil y canónico y el
capelo cardenalicio en 1281, tuvo a su cuidado algunas mi­
siones diplom áticas. En u n a de ellas conoció a Felipe el
H erm oso, q u ien , com o si presin tiera el porvenir, le “p are­
ció de pelo salvaje”.
El nivel de sus actuaciones com o diplom ático pontificio
lo h ab itu ó al trato con los grandes y le perm itió ad q u irir ex­
p e rien cia política. Se h a discutido seriam ente sus condicio­
nes de estadista y se las h a puesto en d u d a rep ro c h á n d o le
u n a ex ag erad a d u reza de carácter.
Tal vez la recrim inación tenga fu n d am en to p o rq u e Boni­
facio VIII tuvo de la dignidad apostólica u n concepto ana­
1222 RUBEN CALDERON BOUCHET

crónico y trató de im ponerse com o jefe de la cristiandad en


u n m o m en to en el cual esa prelacia estaba discutida en el
te rre n o espiritual y m aterialm ente m uy poco respaldada.
P or desgracia para su re n o m b re futuro tuvo tam bién la
enem istad de D ante Alighieri, quien, con toda generosidad,
lo colocó en el infierno, y a sus pecados reales le añadió
otros que no había com etido. El p o eta lo culpaba de hab er
tom ado Palestrina a traición, bajo el consejo del condottiero
H ugo de M ontefeltro, y h ab er abrigado sólo esperanzas
m undanas cu ando se trataba de liberar el Santo Sepulcro.
U na y o tra acusación tienen poco asidero histórico, pues
G uido de M ontefeltro p ara el tiem po de la tom a de Palesti­
n a vestía el sayal franciscano y estaba de vuelta de sus peca­
dos anteriores. En lo que respecta a T ierra Santa n u n c a de­
jó de p en sar e n su rescate. T enía dem asiado presente el
pontificado de In o cen te III para p e rd e r de vista ese p ro p ó ­
sito. Si sus proyectos de cruzada n o fueron realizados, la cul­
pa fue de los príncipes cristianos y no de su b u e n a voluntad.
E poca de confusión, especialm ente en Italia d o n d e la
q u erella de güelfos y gibelinos se renovaba constantem ente
con nuevos m otivos de discordia. Las facciones se sucedían
unas a otras y o braban, u n a vez en el poder, con idéntica in ­
justicia y el m ism o desprecio por los derechos del enem igo.

L A QUERELLA

Felipe, que necesitaba d in ero p ara p o d e r pagar los gas­


tos de u n a política cada d ía m ás onerosa, no e n c o n tró m e­
jo r m edio q u e gravar los bienes eclesiásticos con u n a carga
LA CIUDAD CRISTIANA 1223

impositiva. Bonifacio resp o n d ió con un bula fechada el 25


d e feb re ro de 1295, Clericis laicos, d o n d e p ro h ib ía ro tu n d a ­
m en te al clero francés pagar nin g ú n im puesto sin consul­
tar previam ente a la Santa Sede. Felipe im pidió que el di­
n e ro d estinado al pontífice rom ano en calidad de tributo
saliera de Francia.
B onifacio fru n c ió el ceño p ero cedió a n te la actitud de­
cidida de Felipe y p ro cu ró congraciarse n uevam ente con
él, iniciando la canonización de San Luis. Los asuntos ita­
lianos no iban tan bien com o p ara perm itirse el lujo de un
enem igo de la talla de Felipe. El clan C o lonna y los fratice­
lli h ab ían p u esto pleito a su legitim idad y agitaban el país
en c o n tra suyo.
En 1300 decretó año ju b ilar y, p o r un m o m en to , el e n ­
tusiasm o de todos los que ganaban con el advenim iento a
R om a de los peregrinos, le hizo creer que h ab ía triunfado
de sus enem igos. La e n tra d a y salida diaria de 30.000 p e r­
sonas convenció al p ap a del inm enso p o d e r de Rom a. Es
o p in ió n del histo riad o r alem án Gustavo S c h n ü rer q u e la
constatación de este h ech o se le subió u n poco a la cabeza.
En varias o p o rtu n id a d es se p resentó en público revestido
con las insignias im periales: la co ro n a y la espada y procla­
m ando: “Soy César, soy el e m p e ra d o r”.
U n detalle h a b ía pasado inadvertido a este observador
bastante sagaz: e n tre los m iles de peregrinos q u e visitaron
R om a no h u b o un solo m onarca. Este hecho, tan poco en
consonancia con las antiguas costum bres m edievales, era
u n signo terrible de los nuevos tiem pos.
En 1301 e n tró n u evam ente en relaciones diplom áticas
con Felipe el H erm oso enviándole com o em b ajad o r a Ber­
n a rd o de Saisset. El rey de Francia consideró com o u n in­
1224 RUBEN CALDERON BOU CHET

sulto la tratativa del p ap a y com o el em bajador era súbdito


suyo lo acusó de alta traición y lo hizo encarcelar.
El p a p a exigió la in m ed iata excarcelación de su em baja­
d o r y m ed ian te la bula Ausculta fili del 5 de diciem bre de
1301 rectificó su a n te rio r aprobación a los im puestos esta­
blecidos p o r el rey y p ro h ib ió al clero francés el pago del
tributo. Al m ism o tiem po convocó a u n concilio en R om a
d o n d e el m ism o Felipe estaba citado p ara co m p arecer an ­
te las au to rid ad es eclesiásticas p ara d a r c u e n ta de su ges­
tión com o g o b e rn a n te.
El rey francés, ni lerd o ni perezoso, puso en m ovim ien­
to al a p a ra to estatal p a ra im p e d ir la realización del conci­
lio. Falsificó u n a b u la del p a p a a la q u e llam ó Deum limes y
p rese n tó las exigencias del sum o p ontífice bajo u n a form a
d e a rro g a n te in to lera n c ia a p ta p ara exasperar los ánim os
d e sus súbditos. En esta seudo bu la el p ap a p o n ía al rey de
F ran cia bajo su directa d e p e n d e n c ia y an u n c ia b a m edidas
capaces de m over c o n tra él el susceptible patriotism o de
los galos. Felipe convocó a su vez p a ra u n a asam blea nacio­
nal, la p rim e ra de este tipo que se realizaba en Francia,
con la rep re sen ta ció n del tercer Estado. El rey confiaba
tan to en sus burg u eses com o en sus ju ristas p a ra com batir
las supuestas y las reales p reten sio n es de B onifacio VIII e
im p e d ir la realización del concilio ro m an o bajo acusación
de tibieza p atrió tica a todos los prelados q u e ced ieran a la
invitación papal.
B onifacio insistió en realizar el concilio y logró reu n ir
en R om a a 39 obispos franceses q u e c o n c u rrie ro n pese a la
oposición del rey. In m ed iatam en te el p a p a prom ulgó la bu­
la Unam sanctam d o n d e discutía las relaciones del o rd en es­
piritual con el tem p o ral conform e a la tradición im puesta
LA CIUDAD CRISTIANA 1225

p o r San B ernardo. P o r desgracia p ara su causa tuvo el p o ­


co tino de p rese n tar su reclam o con la fó rm u la lapidaria de
H ugo de Saint-Victor. “Es propio del p o d e r espiritual ins­
tau ra r el tem p o ral y ju zg arlo cu ando es m alo ”.
El a rg u m e n to en sí m ism o no e ra descabellado ni desde­
cía otras enseñanzas de la Iglesia, p ero los tiem pos habían
cam biado y las fuerzas reales de la Iglesia no rim aban con
estas pretensiones.
Felipe e1 H erm o so envió a G uillerm o de N ogaret, el más
fam oso de sus consejeros, para q u e aco m p añ ad o de Sciarra
C o lo n n a se a p o d e ra ra n de la p ersona del p ap a y lo trajeran
a F rancia p a ra ser ju zg ad o ante u n tribunal eclesiástico d e­
signado p o r Felipe.
La o p eració n de co m an d o se hizo en la ciudad de Anag-
ni, cu n a de Bonifacio y ocasional residencia de la curia ro ­
m ana. Sciarra C o lo n n a p rep a ró el golpe con todo cuidado
y se a p o d e ró de la villa. El p a p a resistió a sus captores y dio
tiem po a los burgueses de A nagni p ara organizar la defen ­
sa de su persona. Se salvó d e ser trasladado a Francia, pero
las violencias sufridas a lte ra ro n g ran d e m en te su salud y
m urió poco después, el 12 de o ctu b re de 1303.
El nuevo p ap a B enedicto XI se apresuró a firm ar la paz
con Felipe y revocó todas las m edidas capaces de p e rp e tu a r
los conflictos con Francia. Las concesiones no satisficieron
to talm en te al rey Felipe. C u an d o poco después m u rió Be­
n edicto, la influencia de Felipe logró q u e fu era c o ro n ad o
p a p a el arzobispo de B ordeaux B ertrand de Got, q u e asu­
m ió el pontificado con el n o m b re de C lem ente V.
1226 RUBEN CALDERON BOU CHET

T r a s f o n d o INTELECTUAL DE LA QUERELLA

La lu ch a e n tre Felipe y Bonifacio ofrece al historiador


d iferen tes niveles de consideración con distintos intereses
puestos e n ju e g o . U no es el e n c u en tro de la potestad p o n ­
tificia y la nueva fuerza del Estado nacional. O tro, el ju eg o
teórico de los principios d efendidos a u n o y otro lado de la
querella.
Los ideólogos de todas las épocas h an tratado siem pre de
servir u n p o d e r p o n ien d o a su servicio un elenco más o m e­
nos viable de justificaciones y explicaciones. El rey tuvo un
clan de juristas p a ra apoyar sus reclam os y hallar en el d e re ­
cho ro m an o un respaldo jurídico. El p ap a movió sus cano­
nistas y éstos trataron de g an ar la batalla rec u rrie n d o a los
cánones eclesiásticos, a los decretales de los pontífices an te­
riores, a las Sagradas Escrituras, a las opiniones de los San­
tos Padres y a los argum entos de los doctores de la Iglesia,
sin advertir, m uchas veces, que el tiem po de tales razones
h a b ía pasado y q u e ellos mism os m anifestaban el espíritu de
la época, al exasperar posiciones doctrinarias, defendidas
antes con m enos acritud y más espíritu de verdad.
E n tre los sostenedores del absolutism o papal em erge,
con exagerado rigorism o, la figura de Aegidio R om ano.
N ació en R om a en 1247 y e n tró en la o rd e n de los ere­
m itas de San Agustín d o n d e recibió la u n ció n sacerdotal.
En 1269 fue profesor en la U niversidad de París. Desde allí
fue convocado p o r el rey de Francia p ara hacerse cargo de
la educación del p rín c ip e h e re d e ro , el fu tu ro Felipe el H e r­
m oso. G eneral de su o rd e n en 1292, fue designado arzobis­
po d e B ourges tres años después.
LA CIUDAD CRISTIANA 1227

Su experien cia com o p re c e p to r del p rín cip e le inspiró


u n tratado: De Regimine Principum, d o n d e asienta —Aristó­
teles a m an o — las m áxim as y principios m orales de su con­
cepción del poder.
El rein o es co m p arad o a un ser viviente cuyos órganos
c o n c u rre n a la realización del bien com ún. Este organism o
social tiene un origen natural. Incoativam ente aparece en
la fam ilia y crece h asta alcanzar las pro p o rcio n es de u n a
ciudad.
C on la desigualdad en las condiciones de los habitantes,
nace la necesidad de a rb itra r u n a justicia p ara im p o n e r or­
d e n y equilibrio e n tre las distintas funciones y las diversas
categorías sociales integrantes de' Estado. En este ju sto o r­
d e n a m ien to de situaciones y aptitudes diversas, el h o m b re
logra la perfección de su naturaleza.
Pero las ciudades no p u e d e n bastarse a sí m ism as p o r­
que unas cultivan u n p ro d u cto y otras otro. Para arm onizar
el concurso de las p roducciones diversas se h a im puesto la
necesidad de unirlas en el reino. P artidario decidido de la
m o n arq u ía, considera q u e la paz y la co n cordia de ese rei­
n o están m ejor aseguradas cu ando m an d a u n o solo. El pri­
m er m o to r de A ristóteles y el Dios único de la teología cris­
tiana dan respaldo m etafísico a su opinión.
N o d esd eñ a el p ap el d esem peñado p o r la aristocracia
en la constitución de los consejos de la co ro n a y p o r en d e
en la selección del m onarca. Aegidio se inclina, teórica­
m en te, p o r u n a m o n a rq u ía electiva, pero exam ina sin p re­
venciones las ventajas de las sucesiones dinásticas hechas
de varón a varón y proclam a que esta costum bre p o n e la
institución real al m argen de las intrigas electorales y da
c o n tin u id a d a la o b ra de gobierno. El p ad re q u e rrá siem ­
1228 RUBEN CALDERON BOUCHET

p re lo m ejor p a ra su hijo y p ro cu ra rá que éste reciba su rei­


no en las m ejores condiciones posibles.
Sus reflexiones políticas no constituyen u n a teo ría g e n e ­
ral del Estado, ni u n a guía p ara dirigirse en las dificultades
concretas de la faen a política. Es m ás bien el trabajo de un
pedagogo encargado de ed u c ar al p rín cip e hered ero .
Insiste esp ecialm en te en todo aquello q u e h ace a la for­
m ación m oral del p rín c ip e y a su fu n ció n e q u ilib ra d o ra de
todos los c u erp o s in te rm e d io s de la sociedad. En la acción
de su g o b ie rn o , el p rín c ip e d eb e ser respetuoso de los di­
versos c u erp o s sociales q u e co m p o n e n el rein o p o rq u e así
lo re q u ie re n la n atu ra le z a y la razón al dividir la sociedad
e n d ife ren te s órganos interm ed io s: fam ilias, m unicipios,
oficios, etc. Las leyes pro m u lg ad as p o r el rey tie n e n p o r fi­
n a lid a d estab lecer el equ ilib rio e n tre todas estas partes. La
ín tim a c o h e re n c ia im p u esta a la sociedad p o r las leyes fu n ­
d a el valor de la ju sticia legal, p o rq u e convierte al ciuda­
d a n o en m iem b ro activo de u n o rd en . La ju sticia del rey
tie n e cará c te r a rq u itectó n ico . El n o ob ed ece a la ley, la e n ­
g e n d ra . P o r esa razón lo llam a animata lex y a la ley inani-
matus princeps. A te n ta r c o n tra la ley positiva p o n ie n d o en
d u d a su ju sticia es d e stru ir el o rd e n social; el p rín c ip e es
la ley positiva h e c h a carne. El o rd e n social halla en él su
viva expresión.
De Regimine Principum es, com o dijimos, un libro fu n d a­
m en ta lm e n te pedagógico y pensado p a ra edificación m oral
del h e re d e ro al tro n o de Francia con A ristóteles en u n a
m an o y la Sagrada E scritura en la otra.
Este p ropósito pedagógico explica las reflexiones sobre
las virtudes del prín cip e, el trato a sostener con su esposa y
la p ru d e n c ia a p o n e r en la selección de sus consejeros y mi-
LA CIUDAD CRISTIANA 1229

nistros: “E n tre los nobles — escribe A egidio— el rey sabrá


distinguir, y tra tará a cada u n o según su valor. El clérigo y
el laico no d eb en ser colocados en el m ism o nivel y los titu­
lares de u n oficio no d e b e rá n llevar insignias que no corres­
p o n d a n a su e sta m en to ” 8.
T iene m ás in terés, en la h istoria de las ideas sociales, su
r e to rn o a A ristóteles e n el criterio q u e d esarro lla sobre la
esclavitud. C om o el m aestro pagano, este sacerd o te de
C risto c o n sid era a la esclavitud u n h e c h o n a tu ra l en razón
d e q u e m uchos h o m b re s son b ru to s sin in telig en cia y sólo
ap to s p a ra ser usados com o in stru m e n to s p o r los h om bres
m ejo r d o tad o s in telectu alm en te: el anim al es dom esticado
p o r el h o m b re y el individuo de m úsculos robustos y de in­
telecto espeso es el servidor nativo del h o m b re p ru d e n te
y sabio.
El d u e ñ o natu ral de los esclavos es el p ru d e n te , su d u e­
ño legal el fuerte, pues la ley h a qu erid o que el vencedor
tien e d e re c h o a red u cir a la esclavitud a su vencido. Aegi­
dio considera esta ley u n com plem ento de la ley natural,
p o rq u e es difícil d iscern ir los h om bres nacidos esclavos p o r
deficiencia natural; en cam bio la fuerza es u n h ech o tangi­
ble y todos podem os p ercibirla sin m ayor esfuerzo.
M uchas son las funciones del m onarca y no deja de ser
p ru d e n te re n u n c ia r a algunas de ellas en beneficio de o tra
institución. La Iglesia p u e d e encargarse de la ju sticia y la
educación, p ero hay u n a ocupación irren u n ciab le que h a­
ce, p o r su especie, a la esencia m ism a del p o d e r tem poral:
la protección de los súbditos.

8. B e r n a r d L a n d ry , L ’I dée de Chrétienté, P aris, P.U .F., 1 9 2 9 , p â g . 136.


1230 RUBEN CALDERON BOU CHET

Se h a dicho m uchas veces, no sin razón, que Aegidio fue


u n agustinista que había leído a A ristóteles y a Santo To­
más. Los vientos de la ép o ca eran dem asiado fuertes y este
agustinista aristotélico no ten ía la delicada percepción de
la realidad que tuvieron sus antiguos m aestros y sí u n a p ro ­
n u n c ia d a inclinación a las argum entaciones deductivas.
De la función del oficio real d educe la necesidad de ha­
cer la guerra. A dm ite en función de su carácter sacerdotal
q u e esta g u e rra d e b e ser ju sta, p ero en su plum a esta pala­
b ra equivale a útil p a ra el Estado. “Los soldados q u e no pe­
lean — escribe— son com o u n a espada q u e se enm ohece.
C onviene ten erlo s ocupados en lejanas batallas si no se
q u iere q u e v u elquen su fuerza y su tem p eram en to en la
g u e rra civil.”
El razo n am ien to es casi m aquiavélico y p ru e b a la m o­
d e rn id a d de este fin del siglo trece, supuestam ente dom i­
n a d o p o r la eq u ilibrada inteligencia de Santo Tom ás de
A quino.
N uestro erem ita ten ía su violín de Ingres en la estrate­
gia, y en varios capítulos de su libro instruye al joven p rín ­
cipe sobre el a rte m ilitar con un entusiasm o que h u b iera
p o d id o em plear, con m ás beneficios p a ra su alm a, en su ofi­
cio sacerdotal.
C om para la g u e rra con las sangrías, p o rq u e descargan
el organism o social de sus m alos hum ores. En cu an to al
d estino e te rn o de los soldados m uertos en los cam pos de
batalla, A egidio R om ano no se aflige m ucho. Si la g u e rra es
ju sta todos van al cielo, en batallones, com o conviene a
q uienes se han ejercitado en el arte militar. Si la g u e rra no
es ju sta, la culpa es del rey, n o de los soldados. De todos m o­
dos la salud e te rn a de los g u e rre ro s está asegurada.
LA CIUDAD CRISTIANA 1231

Este m edieval es, p o r m om entos, u n h o m b re m o d ern o ,


cu an d o n o le aparece el griego convocado p o r la lectura
asidua de los clásicos. O d ia a los tiranos y, au n q u e no re tro ­
cede an te ciertas apelaciones a la razón de Estado, aconse­
j a al rey q u e sea claro y devoto, p ru d e n te y desinteresado,
q u e no se deje d o m in a r p o r las pasiones, ni in c u rra en ex­
cesos de violencia. A dm ite que el soberano está p o r encim a
de las leyes p o r él prom ulgadas, p ero n o d eb e colocarse so­
b re la razón sin caer en abom inable tiranía. Y lógico conse­
c u en te hasta en las reflexiones m enos em p aren tad as con el
Organon de A ristóteles, observa que el rey es la prem isa m e­
n o r de u n silogism o cuya m ayor es la razón: el rey aplica a
los hechos los principios asentados p o r la razón política.
Mal arm o n iza su id ea de la esclavitud con la d o c trin a en ­
señ ad a p o r los Santos Padres. Estos no d ijeron jam ás que la
esclavitud, com o institución, estuviera apoyada en u n d e re ­
cho natural. En el uso de un razonam iento estrictam ente
teológico, la h iciero n consecuencia de la naturaleza caída,
y m ás p o r caída q u e p o r naturaleza. A dm itieron el hecho
de la esclavitud com o u n a desgracia y no levantaron co n tra
esa situación u n a p ro testa social, p ero d e n tro de lo posible
tra taro n de convertir a los esclavos en sujetos de ciertos de­
rechos y p ro cu ra ro n m ejorar su suerte m erced al exp ed ien ­
te, n a d a desdeñable, de u n a constante préd ica de la frater­
n id ad cristiana. Estos an teced en tes h acen m ás inexplicable
la posición tom ada p o r Aegidio R om ano y nos ilum inan so­
b re la com plejidad del am b ien te intelectual que abre las
pu ertas del siglo catorce.
En el año 1315, Luis X de Francia, llam ado tam bién “el
Q u e re lla n te ”, reco rd ó en u n a o rd en a n z a u n a vieja práctica
de sus antepasados: “Com o según d erech o natu ral todo
1232 R U B E N C ALDERON B O U C H E T

h o m b re nace libre, p ero sucede que a consecuencia de


usos y costum bres m uy antiguos, introducidos en nuestros
rein o s p o r descuido de nuestros predecesores, m u ch a g en ­
te de n u estro pueblo co m ú n h a caído en servidum bre, co­
sa q u e m u ch o nos disgusta, Nos, co n sid eran d o q u e nuestro
rein o es llam ado y n o m b ra d o el rein o de los Francos [li­
b res], y d esean d o que la realidad esté de acu erd o con el
n o m b re , hem os o rd en a d o y ord en am o s a h o ra que p o r to­
do n u estro reino tales servidum bres sean reducidas, para
q u e los otros señores q u e tien en hom bres en posesión to­
m en ejem plo de Nos y liberen a sus h o m b re s”.
T om ada clara n o ta de que el Q u erellan te no e ra h o m ­
b re de h acer algo p o r el p u ro a m o r a los h u érfan o s y a los
desvalidos y de q u e liberar los esclavos era, en esa época,
u n a m a n e ra m uy h u m a n a de conseguir din ero , q u ed a co­
m o testim onio su o p in ió n sobre el asunto de la esclavitud,
com o u n a m u estra del sentir com ún de los g o b ern an tes
cristianos.
El m ovim iento de em ancipación h a b ía com enzado a fi­
nes del siglo XI y alcanzó su p u n to culm inante en el siglo
XII y d u ra n te la p rim e ra m itad del XIII. El proceso term i­
n a ría al fin de la E dad M edia con la desaparición casi com ­
p leta de la servidum bre en el rein o de Francia. “Los paisa­
nos libres — afirm a L andry— , fu n d am e n to de nuestro
terc e r Estado, existen en casi todas partes en m ayoría” 9.
R ecordaré, p a ra co m p letar esta som era inform ación so­
b re la desaparición de la servidum bre d u ran te la Edad M e­
dia, q u e h u b o regiones e n E spaña y Francia, com o la nava­
r ra y los países vascos, d o n d e n o existió nunca.

9 . B e r n a r d L a n d ry , L ’I dée de Chrétienté, p á g . 143.


LA CIUDAD CRISTIANA 1233

El contraste de las prácticas usuales con la d o c trin a en ­


señ ad a p o r A egidio debe atribuirse a la canonización cien­
tífica de los libros p o r Aristóteles. D eclarado p o r m uchos
de sus pedisecuos m aestro indiscutido, si h a b ía dicho que
existían h om bres n a tu ra lm e n te esclavos ¿cóm o se p o d ía
d u d a r de su afirm ación?
Para A egidio R om ano, com o p o ste rio rm en te p a ra Buri-
d an, la organización de la sociedad era un p ro b lem a cien­
tífico y los cerebros poco desarrollados deb ían legítim a
o b ed ien cia a los m ás inteligentes.
El h o m b re , individualm ente considerado, era u n a pie­
d ra e n el edificio social y, com o tal, d e b ía ser colocado de
a c u erd o a las exigencias del con ju n to y no com o a él le plu­
guiere. La Ciencia, con m ayúscula, h a b ía e n tra d o en la
universidad m edieval y sólo faltaba p ro n u n c ia r la palabra
tecnocracia p a ra q u e la id ea estuviera, con todos sus ingre­
dientes, en los caletres m ás avispados de los com ienzos del
siglo XIV.
Para San A gustín la sociedad h u m an a era u n ordo amoris
p a ra ayudar a los h om bres a realizar el negocio de su salva­
ción. Para Aegidio R om ano era, an te todo, un p ro d u cto de
la n aturaleza del h o m b re y, com o tal, ten ía su lugar d e te r­
m inado en el cosmos. El g o b e rn a n te no e ra m isionero al
servicio de la Iglesia de Cristo, era u n m aestro, u n sabio y
u n arquitecto. Su m isión: co n stru ir u n perfecto Estado.
“La vida in terio r de las almas, su esfuerzo para transfor­
m arse en virtud de un trabajo personal, todo eso q u e es pa­
ra u n cristiano el precio de la vida, no tiene nin g ú n lugar en
la sociedad de Aegidio R om ano. Asom bra, al leer en su De
Regimine Prindpum, no hallar m encionadas, ni u n a sola vez,
las virtudes específicam ente cristianas: la fe, la esperanza y la
1234 R U BE N C ALDERON B O U C H E T

caridad. Y esto porque tales virtudes no son potencias de es­


te m u n d o y tienen la prom esa de la vida eterna. De esta vida
el príncipe no tiene p o r qué ocuparse, o, m ejor dicho, ante
ella está sin luz y sin fuerzas y es de otro de quien recibirá el
saber superior. E ntre las m anos del papa, el rey es un sim ple
in strum ento, com o el m artillo en las m anos del h e rre ro ” 10.
El carácter m edieval del pen sam ien to de A egidio está en
el uso q u e hizo de las distinciones aristotélicas. Separó el
o rd e n político de to d a su b ordinación a la m isión salvadora
de la Iglesia y con esta o p in ió n dio un gran paso en la línea
laicizadora del p o d e r tem poral. Pero realizada esta o p e ra ­
ción, p re te n d ió re e n c o n tra r la an tig u a relación e n tre las
dos potestades, so m etiendo la a u to rid ad real a la del papa.
¿Q ué es lo q u e va a q u e d a r de este in te n to tardío de ce-
sarism o papal? S im plem ente la p rim e ra p a rte del p rogra­
ma: u n naturalism o político.
Veam os el p ro b le m a p o r partes: la existencia de u n a
m ultiplicidad de reinos b reg a p o r el carácter su b o rd in ad o
e in fe rio r de todas estas organizaciones. P or encim a de
ellas d eb e h a b e r u n a sociedad universal capaz de unificar­
las. La razón es lógica p o rq u e la u n id ad es la m arca de Dios
sobre la creación. Es u n lam entable e rro r de Platón colocar
la m ultiplicidad en el m u n d o eterno.
El p rincipio de su razo n am ien to no se d e tie n e aquí.
Dios, so b eran o c re a d o r de u n a variedad casi infinita de en ­
tes, hace q u e éstos, p o r diferentes cauces, c o n c u rra n a la
u n id ad . La Iglesia h a sido h e c h a p ara que los pueblos de la
tie rra se u n a n en su seno y reconozcan en el p ap a la fu en ­
te de to d a autoridad.

1 0 . B e r n a r d L a n d ry , L ’I dée de Chrétienté, p á g . 1 4 5 .
LA CIUDAD CRISTIANA 1235

El so b eran o pontífice posee las dos espadas y en él resi­


de la p len a potestad. Es el sol que da vida y m ovim iento a
to d a sociedad y nad ie p u e d e m an d a r en su rein o si directa
o in d ire cta m e n te no tiene esta potestad o to rg ad a p o r el vi­
cario de Cristo en la tierra. Los p o deres tem porales son sus
in stru m e n to s y p o r m edio de ellos la Iglesia castiga a los
culpables.
B ern ard o L andry se hace u n a p reg u n ta que quizás haya
asom ado en la inteligencia de quienes term in an de leer es­
tas líneas: ¿si la Iglesia es la única sociedad, para q ué esa p lu­
ralidad de reinos laicos? Aegidio piensa que esa situación es
conveniente p o rq u e descargan sobre los hom bros de los re­
yes u n trabajo que la Iglesia no p o d ría realizar sin com pro­
m ete r su función específica. El g o b iern o de los hom bres
exige con frecuencia m edidas crueles y, com o la Iglesia no
p u e d e d e rra m a r sangre hum ana, tales m edidas estarían fue­
ra de sus posibilidades. Para com pletar su argum entación
a p o rta u n a idea que considera decisiva: m erced a esta divi­
sión de actividades, los laicos, bajo la dirección del clero,
p articipan tam bién en la o b ra salvadora de la Iglesia.
“La Iglesia — o p in a A egidio— es la sociedad prim era,
a n te rio r a to d a o tra sociedad. Es falso sostener que, antes
de ser súbdito de la Iglesia, el individuo es súbdito de un
rey, p o rq u e sin la Iglesia los reyes no existen. Es verdad que
e n tre los infieles hay reinos, pero no tien en a u to rid ad legí­
tim a. Son g o b iern o s establecidos p o r la fuerza b ru tal, no
instituciones poseedoras de u n carácter y m oral. Los reinos
de los infieles son p roductos de la rapiña, del asesinato y
del ro b o ” 11.

1 1. B e r n a r d L a n d ry , L ’I dêè de Chrétienté, p á g . 145.


1236 R U BE N C ALDERON B O U C H E T

La Iglesia católica posee in radice el d erech o de legitim ar


el g o b iern o y o to rg a r a los reyes la potestad que les p e rm i­
ta reinar. Sin ella no hay rein o p ro p iam en te dicho y sólo el
usu fru cto de u n p o d e r tiránico.
La au to rid ad de la Iglesia no term in a aquí y se extiende
a todas las cosas inanim adas. La razón es sim ple y Aegidio la
ded u ce de u n a prem isa indiscutible: la Iglesia rep resen ta en
la tie rra el p o d e r de Dios y Este es d u eñ o y cread o r de todo,
luego la Iglesia tiene bajo su adm inistración a toda la tierra.
Esto explica su dom inio sobre todos los bienes y el carácter
delegado que tales bienes tienen en m anos de sus dueños.
N adie es señor de algo si la Iglesia no se lo otorga. Para con­
firm ar esta o cu rren cia con u n a argum entación jurídica, ape­
la al dominium universale et superius, p o r el cual la Iglesia es so­
b e ra n a de todos los feudos y de todos los reinos y sólo ella
p u e d e o to rg ar el uso legítim o de los dom inios inferiores.
R efuerza su teo ría con todos los arg u m en to s que u n a
ép o ca de vivas controversias p o d ía ofrecerle. Dócil al n a tu ­
ralism o aristotélico d a u n a in te rp re ta c ió n laica de la políti­
ca tem poral. L uego, sin n in g u n a explicación del paso, su­
b o rd in a el E stado a la suprem a a u to rid ad del sacerdote. Su
d o c trin a concluye con u n reclam o al o rd en feudal, p a ra co­
locar a la Iglesia en el p u n to d o n d e el régim en a n te rio r
p o n ía al em perador.
Los infieles n o ten ían derechos, y, com o las p ro p ied ad es
con q u e se beneficiaban eran usurpaciones, la Iglesia p o d ía
d isp o n e r de ellas e n beneficio de sus adeptos. C uando dos
siglos m ás a d elan te u n papa, A lejandro VI, corte a la tie rra
com o u n a n a ra n ja y oto rg u e u n a m itad a los españoles y la
o tra a los portugueses, o b ed ecerá a u n principio doctrinal
inspirado en este viejo m aestro de fines del siglo XIII.
C a p i t u l o VI
EL PAPADO DE AVIGNON

L O S SUCESORES INMEDIATOS DE BONIFACIO

La m u erte de B onifacio VIII significó p a ra la Iglesia ca­


tólica u n a lam entable caída bajo el control de la m o n ar­
q u ía francesa. El p rim ero en la lista fue el arzobispo de
B urdeos, B e rtra n d de Got, q u e subió al tro n o de San P edro
con el n o m b re de C lem ente V. La circunstancia, expresa­
m en te q u e rid a p o r Felipe el H erm oso, de su coronación en
Lyon el 14 de noviem bre de 1305, habla a las claras de la
voluntad del rey de te n e r e n Francia a la p erso n a del p o n ­
tífice. Pero los deseos de Felipe obedecían a u n propósito
político m ás p ro fu n d o . C om o advirtiera en C lem ente V un
ánim o p ropicio a la intim idación, presionó sobre él p ara
o b te n e r la abrogación de las bulas: Clericis laicos y Unam
sanctam prom ulgadas p o r Bonifacio en o p o rtu n id a d de la
querella.
C lem ente V conocía de sobra la v oluntad im placable de
su so b eran o y trató de conquistar su sim patía con algunas
1238 R U BEN C ALDERON B O U C H E T

concesiones. E m pleó, en su relación con Felipe, el tono


m ás u n tu o so del re p e rto rio eclesiástico: “G ran d e y m uy vi­
vo es el afecto de nu estro dilectísim o hijo Felipe ilustre rey
de los franceses, a Nos y a la Iglesia R om ana, la exim ia do­
te de sus antecesores, el p u ro y sincero a m o r de sus súbdi­
tos reclam an p a ra él y p a ra el rein o favores señalados. En
consecuencia, qu erem o s y m andam os q u e las disposiciones
de la b u la Unam sanctam del p a p a Bonifacio VIII, p red ece­
sor n u e stro de feliz m em oria, no le causen perjuicio algu­
n o , n o lo som etan en m ayor g rado q u e antes a la Iglesia Ro­
m ana, sino q u e todo perm an ezca en el estado en que antes
se h allaba en lo tocante a la Iglesia, al rey, al rein o y a sus
h a b ita n te s” 12.
Felipe no e ra precisam ente u n nostálgico. Su fervoroso
deseo consistía en beneficiarse un poco más que sus santos
antepasados en su relación con la curia rom ana. O btuvo el
d e re c h o del diezm o eclesiástico p o r cinco años y n o term i­
n ó de em bolsar el beneficio, cu ando fulm inó su terrible
pleito c o n tra los C aballeros del Tem plo p a ra term in a r q u e­
d á n d o se con su cuantiosa fortuna.
C lem ente V fue u n dócil in stru m e n to en las m anos del
rey francés y, a u n q u e se som etió con m uchas reservas res­
p ecto a la ju sticia del ju icio llevado co n tra la o rd e n de los
tem plarios, n o p u d o resistir la acom etividad de Felipe y se
plegó a sus designios.
N o in teresa ex am in ar los detalles de este d ram a llevado
p o r el rey hasta sus últim as consecuencias a pesar de las tí­
m idas protestas de C lem ente. El 11 de m arzo de 1314 m o­

12. Saba Castiglioni, Historia de los papas, Barcelona, Labor, 1948, T. II,
pág. 32.
LA CIUDAD CRISTIANA 1239

ría en la h o g u e ra el gran m aestro de la o rd en , p roclam an­


do con vigor su inocencia y pid ien d o a Dios que antes del
a ñ o com p arecieran con él, en la presencia de Cristo, el rey
de Francia, G uillerm o de N ogaret y el p ap a C lem ente V. El
p a p a m u rió accid en talm en te en R o q u em au re el 20 de abril
de ese m ism o año, Felipe el H erm oso poco tiem po después
m ientras d a b a caza a u n jab alí y G uillerm o de N o g aret a n ­
tes d e term in a r el a ñ o y com o consecuencia, según la leyen­
da, del veneno puesto en los cirios a cuya luz leía d u ran te
las noches.
Fue un cronista de la época, Geoffroy de París, quien
proveyó a la po sterid ad de fu n d am en to s a esta leyenda: “El
gran m aestre cu ando vio el fuego p ren d id o se desn u d ó sin
vacilación. Lo n a rro com o lo vi. Se d esn u d ó en el cam ino,
ráp id a m e n te y con b u e n a cara, sin tem b lar e n lo m ás m íni­
m o a pesar de los em pujones y los tirones. Lo tom aron pa­
ra atarlo al poste y le ataro n las m anos con u n a cuerda. Di­
j o a sus verdugos: ‘D ejadm e ju n ta r u n poco las m anos, es el
m o m e n to o p o rtu n o . P ro n to m oriré, Dios sabe que soy ino­
cente, p ero p ro n to sucederá u n a desgracia a quienes m e
c o n d e n a n sin justicia. M uero con esta convicción’”.
La trágica m u erte de C lem ente V trajo u n largo interva­
lo d o n d e la d isputa e n tre el p artid o francés y el italiano es­
tuvo llen a de vergonzosas peripecias. El Colegio de C arde­
nales estaba constituido en su m ayor p a rte p o r franceses y,
re u n id o en la ciudad de Lyon el 28 de ju n io de 1316, eligió
a ja c q u e s d ’Euse o riu n d o de C ahors y obispo de P orto, que
tom ó el n o m b re de J u a n XXII.
T anto los defectos com o las m uchas virtudes del nuevo
pap a co lab o raro n p a ra h acer de su pontificado u n a de las
etapas m ás duras y laboriosas de la larga historia pontifical.
1240 R U B E N C ALDERON B O U C H E T

Fue el p rim e ro q u e trasladó la sede pontificia a la ciudad


de Avignon d o n d e hizo c o n stru ir u n palacio, con todas las
características de u n a plaza fuerte. Allí creo u n cen tro b u ­
rocrático desde el q u e dom inó, a fuerza de papeles, todo el
ám bito de la cristiandad.
Su p referen cia p o r Avignon no o bedecía tanto a su na­
cionalidad com o al deseo de hallarse fu era del dom inio del
rey de F rancia sin estar expuesto a los furores sectarios de
la C iudad E terna. Avignon, antiguo feudo de la co ro n a
francesa, p e rte n e c ía a San P edro p o r cesión h e c h a p o r sus
antiguos soberanos.
L a n acio n alid ad francesa de estos papas, los celos des­
p ertad o s en la co ro n a im perial alem ana y el fastidio de los
italianos, explican, so bradam ente, la terrible aversión susci­
tad a p o r los pontífices aviñoneses.
E poca de controversias apasionadas y de juicios llevados
hasta sus últim as consecuencias con u n a ultran za sin lím i­
tes, p rese n ta al h isto riad o r todo el espectro espiritual de
ese com plejo siglo XIV. La lu ch a de J u a n XXII con Luis de
Baviera revelará los n om bres de G uillerm o de O ckham y de
M arsilio de P ad u a a quienes exam inarem os con d eten i­
m ie n to en capítulos posteriores.
J u a n XXII no fue, con to d a seguridad, el m o n stru o que
tra taro n de fabricar sus enem igos. P etrarca, que no lo am a­
ba especialm ente, dijo que era u n h o m b re m uy estudioso y
de ánim o vehem ente. Givanni d ’A n d rea a ñ ad e que su in­
d u d a b le saber estaba e n c e rra d o en u n cu erp o p e q u e ñ o y
algo d eform e. F erreto c o rro b o ra el juicio de D ’A ndrea
ag reg an d o en latín: “L icet venustate deform is, n o n m inus
p ru d e n s quam ingeniosus”.
LA CIUDAD CRISTIANA 1 241

Pero este h o m b re trab ajad o r y cauto vivió en u n tiem po


hostil y debió ejercer su capacidad organizadora en u n a m i­
nuciosa re d adm inistrativa que hacía afluir dem asiado di­
n e ro hacia Avignon p a ra no ser acusado de codicioso. Los
celosos vindicadores de la pobreza ajena, después de h a b e r
sufrido la negativa de alguna p re b e n d a eclesiástica, se con­
vertían fácilm ente en censores im placables.
P etrarca publicó num erosas cartas d o n d e destila su
acerb a cen su ra y proclam a con ciceroniana retó rica sus in­
dignadas protestas. In d u d ab le m e n te “algo olía a p o d rid o
en A vignon”, pues ni Santa B rígida de Suecia, ni más tarde
C atalina de Siena, p u e d e n ser acusadas de g u a rd a r in te n ­
ciones aviesas o h a b e r sido desconsideradas p o r la curia en
su vanidad intelectual y las dos han dejado un ju icio severo
sobre el p apado de Avignon.
Ju a n XXII m u rió en 1334 y el cónclave eligió a otro car­
d en al francés, Jacques Fournier, que tom ó el n o m b re de
B enedicto XII. Era u n teólogo avezado y celoso guardián
de la ortodoxia. Sus costum bres austeras y algo de su seve­
rid ad tem p e ra m en ta l se transm itieron a la fu erte m ole del
castillo papal concluido d u ra n te su pontificado y bajo su di­
rección personal.
“F u n d ad o sobre la roca catedral, con sus im p o n en tes to­
rres macizas y cuadradas y de colosales m uros de cuatro
m etros de espesor; se yergue desnudo, gris, p e rfo rad o irre­
g u larm en te con pocas ventanas oficiales. Es u n a de las más
m ajestuosas construcciones de la E dad M edia en su ocaso.”
M ezcla de m onasterio, fortaleza y cárcel, ten d ía a acen­
tu a r la desconfianza q u e ro d eab a al papado aviñonés. B ene­
dicto XII hizo lo posible p ara salir al sol de los pueblos con
u n a política de generosas conciliaciones, p ero el m u n d o es­
1242 R U B E N C ALDERON B O U C H E T

taba dem asiado em brollado y cu ando no e ra la am bición de


u n rey era la del em perador. Las buenas intenciones del pa­
pa se estrellaron co n tra la m ala voluntad de todos y sus
acercam ientos, lejos de co n trib u ir a la concordia, term in a­
ro n p o r a c en tu a r la reclusión de la corte aviñonesa.
El 25 de abril de 1342 m u rió B enedicto XII y días des­
pués fue levantado al tro n o pontificio P ierre R oger de
B eaufort con el n o m b re de C lem ente VI. El nuevo p a p a ha­
b ía sido m onje b e n e d ic tin o de la diócesis de Limoges, pe­
ro hacia tiem po vivía fu era del claustro y estaba bastante
e n te ra d o de los negocios del m u n d o com o p ara dirigir con
éxito los asuntos de la Iglesia.
D u ra n te su pontificado, el fam oso Cola di R ienzo tom o
R om a e in te n tó re a n u d a r los fastos de la antigua república.
No e ra u n in te n to nuevo y siem pre se h ab ía llevado a cabo
con criterios m ás arqueológicos que políticos. Cola di Rien­
zo n o fue u n a excepción a la regla y a u n q u e resultó u n de­
m agogo con p réd ic a en el pueblo su cabeza estaba llena de
rem iniscencias históricas p a ra ser la de u n estadista.
L ector entusiasta de los antiguos historiadores latinos,
se h a b ía convertido en un lúcido epigrafista. Gracias a esta
a p titu d y la gentil disposición de su cu erpo, se hizo de u n a
rep u ta ció n bastante g ran d e en Rom a. El g o b iern o de los tre­
ce buenos hombres lo encargó de u n a m isión diplom ática en
Avignon. En la corte de los papas conoció a P etrarca y n a ­
ció e n tre los dos la id ea de tra e r el pontificado nuevam en­
te a Rom a.
C lem en te VI sim patizó con él y lo designó n o tario de la
cám ara u rb a n a con sede en Rom a. En la a n tig u a ciudad
de los papas, C ola di R ienzo, poco co n fo rm e con el título
de n o tario , se hizo p ro clam ar p o r la a u to rid a d de N uestro
LA CIUDAD CRISTIANA 1243

S e ñ o r Jesu cristo “Severo y tre m e n d o trib u n o de libertad,


de paz y de ju sticia y lib e rta d o r de la sagrada rep ú b lica Ro­
m a n a ”.
P ara no q u e d a r en el p u ro título organizó u n a suerte de
g o b ie rn o y fo rm ó u n a m ilicia popular. Invitó a las otras ciu­
dades italianas p a ra q u e reco n o cieran la h e g e m o n ía de Ro­
m a y se apresurasen a elegir u n em perador. Invitó a Luis de
Baviera, Carlos IV d e Bohem ia, a Luis de H u n g ría y al rey
Ju a n de N ápoles p a ra q u e bajaran hasta Rom a, declarada
capital del m u n d o y de la cristiandad. En p len o delirio se
hizo a rm a r caballero y se ciñó la testa con siete coronas que
sim bolizaban los d o n e s del Espíritu Santo.
Para sostener ta n ta m egalom anía se precisaba dinero.
C om o el ú n ico capaz de darlo es el pueblo, im puso u n a se­
rie de tributos y, lo q u e es peor, in te n tó cobrarlos. A quí co­
m enzó su descenso. El pueblo, cansado de sus fantasías, se
sublevó. Cola di R ienzo p u d o h u ir a tiem po y buscó refugio
en B ohem ia. El obispo de Praga lo hizo encarcelar y en eso
estaba c u an d o m u rió C lem ente VI y asum ió el pontificado
In o cen cio IV.
U n a de las p rim eras m edidas del nuevo pontífice fue
p ro c u ra r la liberación del tribuno. T enía la esperanza de
curarlo de sus insanias y po n erlo bajo las ó rd en e s del car­
d en al español d o n Gil Alvarez de A lbornoz, usándolo en la
recu p eració n d e los Estados Pontificios. El m ism o Alvarez
d e A lbornoz lo consideró curado de sus am biciones y lo hi­
zo n o m b ra r g o b e rn a d o r de Rom a. C ontaba con su presti­
gio todavía fu e rte en las clases populares, p ero Cola di
Rienzo se seguía creyendo em perador: acum uló im puesto
sobre im puesto p ara sostener el tren de su corte y provocó
u n nuevo levantam iento popular. A tacado e n el Capitolio
1244 R U BE N CALDERON B O U C H ET

p o r las turbas trató de escapar disfrazado, p ero fue reco n o ­


cido. U n a cró n ica a n ó n im a dice: “Llegó u n h o m b re con
u n a cuerda, a m arró le p o r los pies, dio con él en tierra, y los
dem ás lo d esg arrab an y atravesaban com o si fuese u n a cri­
ba. Todos se m ofaban de él y n in g u n o tuvo corazón para
p e rd o n a rlo . De este m odo fue arrastrad o hasta San M arce­
lo, y allí lo colgaron p o r los pies de u n palo. Ya n o ten ía ca­
beza, pues a pedazos h a b ía sido d esp arram ad a p o r el cam i­
no; ten ía tan gran n ú m e ro de heridas que más que un
cu erp o de h o m b re p arecía u n garbillo; las en trañ as reboza­
b an grasa, pues estaba h o rrib le m en te g ordo y com o era
m uy blanco p arecía leche ensangrentada; tal era su obesi­
dad que ten ía el aspecto de un e n o rm e búfalo, o, m ejor di­
cho, de u n a vaca desollada. Allí estuvo colgado dos días y
u n a n o c h e y los m uchachos le tiraban piedras. Al tercer día
p o r o rd e n de G iogurta y Sciaretta C o lo n n a fue arrastrad o
al cam po de Austa. Allí se cong reg aro n todos los ju d ío s en
gran n u m e ro y h e c h a u n a h o g u e ra de cardos secos, en
aquel fuego ardió, y com o estaba graso se q u em ab a con fa­
cilidad. Estaban los ju d ío s afanosos, atareados y fo rm an d o
co rro y atizaban los cardos p a ra que hiciesen gran llam a, a
tal ex trem o que aquel cu erp o q u ed ó red u cid o a polvo, no
q u e d a n d o de él ni brizna. Tal fue la suerte de Cola di R ien­
zo, el cual se h a b ía h ech o trib u n o augusto de R om a y había
q u e rid o ser cam peón de los ro m a n o s” U
La historia es pasablem ente m acabra y ofrece u n a m ora­
leja ejem plar p ara uso de dem agogo. El cardenal A lbornoz
co n tin u ó su o b ra de reconstrucción y reo rd e n a m ien to has­
ta acabar con los tiranuelos que ten ían som etida a la Ro-

1 3 . S a b a C a s t ig lio n i , Historia de los papas, p á g . 5 3 .


LA CIUDAD CRISTIANA 1245

m agna. C u ando term in ó su faen a en Italia, la e m p re n d ió


c o n tra los b andidos que asediaban al p a p a Inocencio VI en
Avignon.
E n tre los años 1362 y 1370 reinó en Avignon U rbano V,
cuyo n o m b re seglar e ra G uillerm o G rim oard de M ende y
p e rte n e c ía a la o rd e n de los ben ed ictin o s y se h a b ía espe­
cializado en estudios de derecho. E m p re n d e d o r y resuelto,
inició u n a serie de reform as ten d ien tes a m ejo rar la con­
d u c ta de los clérigos y a desagravar a la Sede de u n a serie
de gu erras y asedios q u e hacían difícil la tarea de gobernar.
E n esta faen a su brazo d erech o fue el cardenal A lbornoz.
D u ran te su pontificado com enzaron los preparativos pa­
ra devolver a R om a la sede pontificia. El proyecto no agra­
dab a m u ch o a Carlos V de Francia ni a sus cardenales, pe­
ro U rb an o venció todas las resistencias y m andó p re p a ra r el
palacio pontifical de la C iudad E te rn a con el propósito de
volver a habitarlo.
El re to rn o no era n a d a fácil. Los preparativos com enza­
ro n en abril de 1367 y recién en octubre del m ism o año se
estuvo en condiciones de c o n cretar el viaje. En el intervalo
e n tre esas dos fechas m u rió el cardenal A lbornoz y con él
desapareció u n a de las figuras más fuertes al servicio del
papado. D u ran te catorce años luchó c o n tra la an a rq u ía ita­
liana hasta que la venció. A unque el carácter del cardenal
era m ás m arcial que apostólico, debía adm itirse en tiem pos
de g u e rra cardenales de h ierro . El resultado de su e m p re ­
sa, ju zg a d o en térm inos de bien com ún, deja u n saldo po­
sitivo reco n o cid o p o r la posteridad.
P etrarca alabó con verbo encendido la decisión de U rba­
no, p ero no p u d o im pedir el desencadenam iento de los fac­
ciosos contenidos hasta ese m om ento p o r la espada de Al­
1246 R U BE N C ALDERON B O U C H E T

bornoz. El papa, debilitado p o r la m u erte de su paladín,


asustado p o r la sublevación de sus enem igos italianos, re te ­
n id o p o r los cardenales franceses, suspendió el viaje y reto r­
nó a Avignon. Poco tiem po después m urió en el desasosiego
de sus pobres esperanzas frustradas. El obituario dedicado
p o r P etrarca no le p e rd o n a h ab er ab an d o n ad o Rom a, pero
culpa m ás a los cardenales franceses que a U rbano.
C on el sucesor de U rb an o V, G regorio XI, term in a el pe­
río d o aviñonés del p ap ad o y se abre el paréntesis del gran
cism a q u e dividió la Iglesia de O ccidente y p rep a ró la ru p ­
tu ra definitiva de la u n id a d cristiana.

L a I g l e s ia d e A v ig n o n y l a s m e d id a s f is c a l e s

U n p u n to largam ente discutido p o r los historiadores


m o d ern o s es el de la influencia de la m en talid ad burguesa
en la organización fiscal de la Iglesia del siglo XIV. Com o
en otros aspectos de este siglo tan com plejo, la Iglesia se
m ovía e n tre dos form as extrem as de concebir las relaciones
financieras. P o r u n lado se im p o n ía la necesidad, fu n d ad a
en el cálculo racional de sus exigencias económ icas, de or­
ganizar u n sistem a fiscal claro y m etódico. P o r o tro lado la
exasperación de la pobreza evangélica, auspiciada co n tra
todo o rd e n p o r la vanguardia del m ovim iento franciscano,
hacía difícil y antipática cualquier m ed id a ten d ie n te a con­
solidar el presu p u esto papal.
Ju a n XXII sobresalía p o r su capacidad para organizar con
m étodos adecuados la percepción de los im puestos pontifi­
cios. Esta cualidad que en u n jefe de Estado hu b iera sido am­
LA CIUDAD CRISTIANA 1247

pliam ente alabada p o r todos los historiadores, en u n papa


resultaba, p o r lo m enos, desagradable. H acía pensar dem a­
siado en el desdichado apóstol que llevaba siem pre la bolsa
y cuyo apego al dinero fue u n o de los motivos de su traición.
Para colm o de m ales, la Santa Sede se e n c o n trab a en
Avignon y bajo la sospecha de estar a la m erced del rey de
Francia. Esta circunstancia hacía sospechar a los fíeles de
In g la terra o A lem ania q u e los d ineros extraídos dolorosa­
m e n te de sus escarcelas iban a en g ro sar las riquezas de un
m o n arc a e x tran jero y eventualm ente enem igo. A Ju a n
XXII no p arecía im p o rtu n a rle m ucho esta situación y la
agravó a u n m ás c u a n d o com enzó a usar su p o d e r espiritual
p a ra castigar a los rem isos en a b o n a r las tasas im positivas
dispuestas en Avignon. En 1328 fu ero n excom ulgados un
patriarca, cinco arzobispos, 30 obispos y c u a re n ta y seis aba­
des p o r no h a b e r pagado sus servilis communia. La im pre­
sión provocada p o r la m ed id a fue lam entable. C u ando los
fieles se e n te rab a n , d u ra n te la misa, q u e sus superiores
eclesiásticos h ab ían sido separados de la com u n ió n p o r no
pag ar la co n trib u ció n a la Santa Sede, caían en u n estado
de espíritu q u e no auspiciaba ni la veneración ni el respe­
to p o r los sucesores de Pedro.
Avignon se convirtió en lugar de abom inación y n o deja­
ro n de ap arecer los profetas para expresarlo con los denues­
tos m ás eficaces del léxico religioso. Ju a n de Rupescissa es­
cribía, m ientras padecía cárcel en la ciudad de Avignon en
1349: “A causa de la p ercepción de dim as y la visita de los
colectores, las plegarias que debieran ser hechas p o r el cle­
ro y los obispos p ara el pueblo se cam bian en quejas y m al­
diciones, especialm ente co n tra los que h an im puesto sem e­
ja n te s cargas. P orque la pobreza es tan g ran d e en el clero
1248 RUBEN CALDERON BOUCHET

q u e sus m iem bros no p u e d e n so p o rtar los im puestos y esto


resulta u n abuso que no d eb iera producirse. Sirven m al a la
Iglesia, los sacram entos no son adm inistrados, los edificios
se d e rru m b a n y el pueblo que debiera ser dirigido hacia la
p ied ad es dejado en su m al h u m o r y descorazonam iento. Se
dice que n o se pague las dim as p o rq u e los capellanes y los
otros servidores de la Iglesia son destituidos. Todo esto no
c la m a p o r la m isericordia de Dios sino p o r su có lera” 14.
Este sistem a fiscal halló en In g la terra la oposición más
encarnizada. La razón es sim ple: Inglaterra, do m in ad a po r
la m o n a rq u ía n o rm a n d a , e n c o n tró en el p apado u n a de­
fensa n atu ral c o n tra el despotism o real. C onvertido el p o n ­
tífice en d u ro p e rc e p to r de im puestos, el hab itan te de la is­
la se vio tritu ra d o p o r la doble m uela de este m olino, com o
p in to rescam en te lo dice M ateo París. En 1339 la g u e rra e n ­
tre In g la terra y Francia llam ada de los Cien Años viene a
com plicar el p a n o ra m a añ a d ie n d o u n motivo m ás de q u e ­
j a c o n tra el papado, pues a h o ra las dim as papales no sólo
sacan el d in ero del país, sino q u e lo hacen p a ra engrosar el
tesoro del enem igo.
Esta convicción trajo com o consecuencia u n a serie de
m edidas políticas q u e ag riaron las relaciones e n tre la San­
ta Sede y la c o ro n a de Inglaterra. R ecién en 1375 E duardo
III realizó u n convenio con G regorio XI n o totalm ente
acep tad o p o r el p arlam ento.
Si nos hacem os eco de las protestas levantadas en Ingla­
te rra c o n tra la fiscalización pontificia y aceptam os las de­
n uncias papales c o n tra la disciplina del clero inglés, llega­

1 4 . G u sta v e S c h n ü r e r , L ’E glise et la Civilisation au Moyen Age, P aris, P ayot,


T. III, p â g . 188.
LA CIUDAD CRISTIANA 1249

rem os a las conclusiones m ás desoladoras sobre la situación


religiosa de la época. Las quejas inglesas no tard arían en
inspirar los gustos proféticos de la raza y suscitar la apari­
ción de u n o de los más trem endos ejem plares de la espe­
cie: J o h n Wycliffe.

La p este n e g r a

A ntes de o c u p a rn o s de este personaje y su m isión en el


m u n d o m edieval, digam os algo sobre la fam osa epidem ia
q u e puso su n o ta de desolación sobre el som brío p an o ram a
del siglo.
C om o todas las pestes que se respetan, tuvo su origen en
C h in a y arrib ó a E u ro p a a través de u n p u e rto italiano. En
siete meses, e n tre los años 1348 y 1349, m u riero n cerca de
c u a re n ta m illones de personas, casi la m itad de la pobla­
ción. Este desastre tuvo consecuencias económ icas, políti­
cas y sociales incalculables.
La p rim e ra consecuencia fue de ín d o le espiritual y se
trad u jo , com o e ra de esperar, en un espanto contagioso
con olvido de las obligaciones más elem entales de la soli­
d arid ad h u m an a. A b an d o n o de personas enferm as, bús­
quedas arbitrarias de chivos em isarios sobre los q u e recaía
la culpa del flagelo. Se acusó a los ju d ío s de h a b e r envene­
n a d o los pozos de agua y se desató c o n tra ellos u n a perse­
cución tan to m ás cru el cu an to m ás a rb itrario el m otivo. El
p a p a C lem ente VI hizo todo lo posible p a ra evitar estas ini­
qu id ad es y am enazó con fu lm in ar la exco m u n ió n co n tra
todos los q u e se hicieran reos de este crim en.
1250 R U B E N CALDERON B O U C H E T

Al fervor ren co ro so sucedió el penitencial y com enza­


ro n a b ro ta r p o r todas partes, com o hongos, las congrega­
ciones de flagelantes que hacían públicas penitencias y re­
c o rría n los países con los torsos desnudos y golpeándose
con látigos y disciplinas. Se d e te n ían en las iglesias e n to ­
n a n d o cánticos religiosos. C uando estaban bien dispuestos
solían c o n tin u a r su cam ino en o rd en , p ero si estaban mal
co n d u cid o s sem braban el espanto e n tre los pobladores con
sus depredaciones.
La costum bre cundió y a los celosos p en iten tes sucedie­
ro n bandas bien organizadas p a ra la rap iñ a y m enos p reo ­
cupadas p o r p u rg ar sus pecados. Las au to rid ad es de la Igle­
sia reaccio n aro n ráp id a m e n te y o rd e n a ro n a los príncipes
y prelados que tom aran m edidas punitivas c o n tra esas h e r­
m an d ad es y trataran de disolverlas.
Respecto de las consecuencias económ icas basta pensar
en la can tid ad pavorosa de m u erto s p ara calcular los desas­
trosos efectos de esa súbita baja del índice dem ográfico. Pi-
re n n e calcula en u n tercio del tercio del total la población
desaparecida y señala la aparición de u n largo p erío d o de
encarecim ien to de productos y la baja de salarios com o
efecto com pensatorio. El estatuto de los labradores en Inglate­
rra, y en F rancia la Ordenanza real de 1351 se hacen eco de
este fen ó m e n o económ ico m ediante u n a serie de m edidas
intervencionistas contrarias a la lib ertad de algunas co rpo­
raciones de oficios.
Los problem as sociales de la época sufrieron el efecto
p e rtu rb a d o r de la peste y el desastre envenenó las relacio­
nes e n tre los cam pesinos y la clase d o m in an te en las ciuda­
des: levantam ientos paisanos, asaltos arm ados de castillos y
plazas fuertes fu ero n la in m ed iata consecuencia. Los países
LA CIUDAD CRISTIANA 1251

m ás afectados p o r las guerras ru rales fu ero n Flandes e In ­


glaterra. En otros lugares los conflictos no tuvieron la mis­
m a violencia o sim plem ente no existieron.

C a t a l in a d e S ie n a

Este com plejo siglo XIV con sus violentos contrastes es­
pirituales e n c o n tró su p rofeta en u n a hum ilde m onja de
Siena p e rte n e c ie n te a la o rd en de Santo D om ingo. Ella su­
po in te rp re ta r las necesidades religiosas del m o m en to y
conm over a las au to rid ad es de la Iglesia para tom ar las m e­
didas pertin en tes.
Tan a rd ie n te y com bativa en el apostolado com o p ro fu n ­
d a en el recogim iento de su vida interior, se convirtió en in­
cansable p red ic ad o ra de la refo rm a eclesiástica y bregó con
o p o rtu n a sagacidad p a ra el re to rn o del p apado a R om a y la
co rrecció n de las costum bres del clero.
Su estilo directo y llano volcaba sin falsa retórica la fu er­
za persuasiva de sus fuertes-convicciones y era capaz de
a rra stra r en su seguim iento a hom bres en quienes el hábi­
to del m an d o y la frecu en tació n del m u n d o p o d ían h a b e r
a p a rtad o de todo com prom iso espiritual. Pero está claro
q u e los h o m b res de ese tiem po, p o r encallecidos que estu­
vieran en sus vicios, no eran del todo inm unes a los estím u­
los religiosos de u n alm a verd ad eram en te inspirada p o r
Dios. La m erito ria préd ica epistolar de C atalina no fue va­
na y fructificó e n num erosas conversiones, y tuvo adem ás la
capacidad de convencer a los papas p ara su re to rn o a la
C iudad E terna.
1252 R U B E N C ALDERON B O U C H E T

Su carta a G regorio XI delata esta preo cu p ació n central:


“R esponded al Espíritu Santo que os llama. Yo os digo:
venid, venid, y no esperéis al tiem po que el tiem po no os
espera. E ntonces haréis com o el desangrado co rd ero , cuyas
veces representáis: que con las m anos desarm adas m ató a
nuestros enem igos, viniendo com o co rd ero m anso, usando
sólo el arm a de la virtud del am or, m iran d o sólo al cuidado
de las cosas espirituales y a devolver la gracia al h o m b re que
la h ab ía p erd id o p o r el p e c a d o ”.
Lo insta a no escuchar los m alos consejos q u e presionan
sobre su m iedo p a ra rete n erlo en Avignon: “Sed h o m b re vi­
ril y no tím ido. R esponded a Dios q u e os llam a q u e vengáis
a te n e r y p o seer el lugar del glorioso pastor P edro, cuyo vi­
cario sois. Y alzad el estan d arte de la Santa Cruz; q u e com o
p o r la cruz fuim os librados — así dice San Pablo— , así, al­
zando el estan d arte, que m e p arece refrigerio de los cristia­
nos, serem os librados nosotros de la g u e rra y división y de
m uchas iniquidades, y el pueblo infiel de su infidelidad. Y
p ro ce d ien d o de este m odo vendréis y o b ten d réis la refo r­
m a de los b u en o s pastores de la S anta Iglesia. Devolvedle el
corazón que h a perd id o , de la ardentísim a caridad, pues
tan ta sangre le h an absorbido sus inicuos devoradores, que
está del todo desvanecida”.
En o tra epístola al m ism o pontífice le rec u e rd a c ru d a ­
m en te sus obligaciones de pastor de almas y le precisa, con
todo rigor, q u e está p o r encim a de cualquier o tra p reo cu ­
pación de ín d o le tem poral, au n q u e se trate de los bienes
m ateriales de la m ism a Iglesia.
“A brid, abrid m ucho el ojo del en tendim iento, con h am ­
b re y deseo de salvación de las alm as para considerar dos
males: el m al de la grandeza, dom inio y riquezas tém pora-
LA CIUDAD CRISTIANA 1253

les, que os parece estáis obligado a reconquistar; y el otro, el


m al de ver p erderse la gracia en las almas y la obediencia
que todos d eb en g u a rd a r a Vuestra Santidad. Así veréis que
m ucho más obligado estáis a la reconquista d e las alm as” lñ.
A U rb an o VI le rep ro c h a b a sus excesos verbales en la
disputa con el prefecto de R om a y le aconsejaba, com o a un
n iñ o m alcriado, q u e tuviera firm eza en la p ru d e n c ia sin d e­
ja rse a rre b a ta r p o r la cólera. C atalina e ra u n a sim ple m on-
jita y apenas ten ía tre in ta años cu ando se p e rm itía esta fa­
m iliaridad con las m ás altas autoridades de la Iglesia. Lejos
de provocar u n a ira p erfectam en te explicable, fue escucha­
d a con devoción. Sus am onestaciones hechas con respeto y
firm eza, fu ero n aceptadas p o r estos hom bres, tan capaces
de h u m ild ad en m edio de sus defectos.
¡b
“Ruégoos, santísim o Padre, que así com o habéis co m en ­
zado, así perseveréis en e n co n traro s a m en u d o con ellos y
con p ru d e n c ia tratéis de atarlos con el vínculo del am or. Y
tam bién os ru eg o q u e ah o ra, en lo q u e ellos os digan u n a
vez realizado el consejo, lo recibáis con toda la dulzura que
os sea posible, m ostrándoles lo necesario según el p a re c e r
de V uestra S a n tid a d ”.
C atalina se inserta así, sin vanas estridencias, e n tre los
verdaderos refo rm ad o res de la Iglesia católica. C om o San
B ern ard o , San Francisco o Santo D om ingo, su acción apos­
tólica tien d e a co n firm ar los fu n d am en to s de la fe y no a sa­
carlos de su quicio m ed ian te u n a reacción d e so rd en ad a
c o n tra los vicios de la época.

15. Santa Catalina de Siena, Cartas espirituales, B uenos Aires, Em ecé,


1947, pág. 121.
1254 R U B E N C ALDERON B O U C H ET

J o h n W y c l if f e

D espués de la santa severa, llena de sagrado respeto por


la Iglesia, el heresiarca altivo, in g o b ern ab le y je fe de u n a
secta fanática p rec u rso ra del protestantism o.
Wycliffe, Wyclif o Wiclef, nació en Hipswill o en W iclif
en el año 1330, m urió siendo cu ra de L ettedw orth el 31 de
diciem bre de 1384. D u ran te sus años m aduros su vida se hi­
zo m uy agitada y en su ritm o an o rm al descubrim os los con­
flictos de la In g la terra de su tiem po.
E studió en O xford y fue alu m n o del M erton College en
1356. A lgunos historiadores lo h an c o n fu n d id o con u n tal
W icliffe q u e en o p o rtu n id a d de ser gu ard ián del C anter­
b u ry H all, en c o n tra de las disposiciones legales, tuvo un
largo pleito con las autoridades. Com o la q u erella del tozu­
do h o m ó n im o fue llevada a n te el p ropio papa, los estudio­
sos vieron en él u n a figura digna de ser co n fu n d id a con la
de J o h n Wycliffe. Investigaciones más prolijas h an descu­
b ierto la h u ella de nu estro Wycliffe en otros escenarios. Es
p a re c e r de estos investigadores que J o h n Wycliffe cam bió
en 1368 u n beneficio eclesiástico en Fillingham p o r u n a ca-
n o n g ía en L udghershall, m ás próxim a a O xford. En 1371
es can ónigo de L incoln y u n año después se d octoró en sa­
g rad a teología. En 1374 figura com o cu ra de L u tterw o rth y
en ese m ism o año fo rm a p a rte de u n a com isión enviada a
B rujas p a ra tra tar asuntos eclesiásticos con el legado papal
e n esa ciudad de los Países Bajos.
A p a rtir de ese m o m e n to se distingue, e n tre los sacer­
do tes ingleses, p o r la violencia de sus ataques a la au to ri­
d a d pontificia. Esta violencia no era, en sus com ienzos, tan
LA CIUDAD CRISTIANA 1255

g ratu ita com o p u e d e su p o n erse de la lectu ra de sus escri­


tos. Wycliffe com enzó el a taq u e c o n tra las riquezas de la
Iglesia bajo la inspiración de E d u ard o III. El rey estaba in­
teresado e n n o p ag ar los im puestos y m ed iab a a su favor
u n a razón política de p rim e r o rden: la g u e rra c o n tra F ran­
cia y el d estino francés de sus trib u to s religiosos. A la
m u e rte de este p rín cip e, J o h n Wycliffe siguió cu m p lien d o
el m ism o p ap el bajo las ó rd en es del d u q u e de Lancaster.
Sus gustos franciscanos no beb ían , p o r el m o m en to , en las
m ism as fu en tes del Poverello. P ero com o suelen decir que
el háb ito hace al m onje, J o h n Wycliffe le tom ó gusto al ofi­
cio y en los últim os años de su vida despotricó gratu ita­
m ente.
El año 1376 fue rico en conflictos p a ra el rein o de Ingla­
terra. La m u erte del P ríncipe N egro, E duardo III, provocó
u n a g u e rra e n tre J o h n o f G aunt, d u q u e de L ancaster y Wi-
lliam de W ykeham . Wycliffe fue teólogo consultor del d u ­
que de L ancaster y apoyó sus preten sio n es con to d a la fu er­
za de sus arg u m en tacio n es teológicas, p ero com o la lucha
en tre las dos potestades políticas term in ó en u n acu erd o
provisorio, u n a de las cláusulas de ese acuerdo, im puesta
p o r los enem igos, consistía en revisar con cierta prolijidad
las expresiones del teólogo oficial de la casa de Lancaster.
El 19 de feb rero de 1377 Wycliffe se p resen tó an te el obis­
po Sim ón de S udbury respaldado p o r cuatro frailes p arti­
darios de sus ideas. La controversia concluyó en violento al­
tercado y la discusión en batalla.
Las au to rid ad es eclesiásticas habían visto detrás del cura
q u e re lla n te al h ereje form al, y ya no soltaron la presa. M an­
d a ro n a R om a cin cu en ta proposiciones de Wycliffe para ser
exam inadas p o r los teólogos de la curia pontificia. T iem po
1256 R U BE N CALDERON B O U C H E T

desp ués G regorio XI hizo c o n o cer u n a bula d o n d e c o n d e­


n a b a dieciocho e rro res doctrin arios hallados en los traba­
jo s d e Wycliffe.
P ero la situación p ara Wycliffe volvió a cam biar y halló
apoyo en los intereses del rey R icardo II. Este le hizo d ar un
aval p o r la U niversidad de O xford.
El gran cism a de 1378 m ad u ró sus ideas eclesiológicas y
lo lanzó a u n a lucha abierta co n tra la enseñanza tradicional.
Esta actitud reb eld e le enajenó los apoyos obtenidos e n tre
la alta nobleza y el rey. Los últim os años de su vida los pasó
solo en la iglesia de L utterw orth asediado p o r sucesivos ata­
ques de apoplejía. El últim o lo golpeó m ientras daba su m i­
sa, el 28 de diciem bre de 1384. Tres días más tarde falleció.
C om o no h a b ía sido excom ulgado recibió cristiana se­
p u ltu ra en el cem en terio parroquial. El C oncilio de Cons­
tanza m odificó su situación en la com u n ió n de la Iglesia de­
te rm in a n d o su c o n d e n a form al. En 1428 su cu erp o fue
ex h u m ad o , q u em ad o y sus cenizas arrojadas al río Swift.
Se h a visto e n Wycliffe u n antecesor de L utero y del p e n ­
sam iento m o d e rn o en general. N o cabe d u d a de la influen­
cia ejercida en Huss y sus c o n tin u ad o res y tam bién en algu­
nos aspectos del pen sam ien to de L utero, p ero no debe
exagerarse su m o d ern id ad . Wycliffe se explica perfecta­
m en te d e n tro de las form as h eterodoxas de la m entalidad
m edieval, pues hasta en los p u n to s d o n d e se a p arta decidi­
d a m e n te de la tradición católica sigue siendo m edieval en
el m eollo de su inspiración.
. o ) Lai'. ■ cu i) >1¿»7 i mt d
In teresa destacar su d o ctrin a sobre la Iglesia p o rq u e en
ella se advierten m ejor sus ideas políticas. La Iglesia para
Wycliffe está fo rm ad a p o r los predestinados a la salvación
LA CIUDAD CRISTIANA 1257

e te rn a. Los rép ro b o s no fo rm ab an p arte de ella, y, com o


era de esperar, a la cabeza de ellos se en c o n trab a el papa.
A ceptó algunos sacram entos: bautism o, confirm ación,
eucaristía y m atrim o n io , p ero consideraba inútiles la ex tre­
m au n ció n , el o rd e n y la penitencia. Si no hay sacram ento
de o rd en , la je ra rq u ía eclesiástica q u ed a librada al carism a
de la fe y ésta halla su fu en te de inspiración en la Sagrada
E scritura literalm en te en ten d id a. Wycliffe trabajo en la tra­
ducción de la Biblia a la lengua vulgar y fue u n o de los pre­
cursores del culto del libro santo, que tanto h ab ía de pros­
p e ra r en Inglaterra.
O tro aspecto característico de su pensam iento, pero
tam bién estrech am en te ligado a su época, es su idea de la
pobreza. Inspirado en los m ovim ientos franciscanos m ás ra­
dicales, consideró q u e la Iglesia católica d eb ía ser desposeí­
d a de todos sus bienes. Se adivina, sin h a c er g randes gastos
de sagacidad, la avidez con que la clase d o m in a n te de In­
g laterra se a p resu ró a aceptar la o p íp ara perspectiva que
p ro m e tía el despojo.
U n a Iglesia p o b re e ra inevitable p u n to de p artid a para
u n Estado rico y la in d u d ab le prim acía del p o d e r civil. Idea
q ue halló, e n ese m ism o siglo, su ex p o n e n te m ás conspicuo
en la figura de M arsilio d e Padua.

E l g r a n c is m a

A la m u erte de G regorio XI acaecida en 1378, el cóncla­


ve re u n id o p a ra elegir sucesor lo hizo bajo la presión p o p u ­
lar d e u n decidido sentim iento antifrancés. N o im p o rtó
1258 R U BE N CALDERON B O U C H ET

q u e la m ayoría del C olegio de C ardenales fu era de nacio­


n a lid a d gala. El p u eb lo ro m an o agolpado an te las puertas
d o n d e se d elib erab a exigía, a gritos y con m arcados signos
de có lera hacia los franceses, la designación de u n p a p a ro ­
m an o o p o r lo m enos italiano.
Los p relados c ed iero n an te la am enaza y eligieron sum o
pontífice al arzobispo de Bari, m o n señ o r B artolom é Prig-
n a n o , q u e ascendió al tro n o con el n o m b re de U rb an o VI.
Las cartas de Santa C atalina dirigidas a U rb an o no ha­
b lan p recisam en te de u n p a p a angélico. El h o m b re ten ía su
tem p e ra m en to y no e ra fácil calm arlo cu ando cedía a la ira,
cosa que o c u rría con frecu en cia y no siem pre con o p o rtu ­
nidad. P ara colm o de m ales su n o m b ram ien to , hech o bajo
la p resión de las turbas rom anas, hirió p ro fu n d a m en te a
los franceses.
Carlos V, rey de Francia, soñaba con el re to rn o del pa­
pad o ro m a n o a Avignon p o r las posibilidades de influir en
las decisiones pontificales q u e ofrecía a sus designios polí­
ticos. El tiem po de la cristiandad h ab ía pasado y las nacio­
nes com enzaban a m o n ta r guard ia en to rn o al Santo Sitio
c o n sid erán d o lo u n poco cosa nostra. Bajo la vigilancia del
m o n arc a francés, los cardenales hostiles al n o m b ram ien to
de U rb an o VI eligieron sum o pontífice a R oberto de G ine­
b ra, que subió al tro n o con el n o m b re de C lem ente VII y
tuvo p o r sede la ciudad de Avignon.
U n p ap a en R om a y otro en Avignon era más de lo nece­
sario p ara m a n te n e r la discordia p e rm a n en te e n tre los p u e ­
blos cristianos. Para colm o de males, n in g u n o de los dos
p o d ía h a c er valer u n a legitim idad irrep ro ch ab le. Se necesi­
taba h ilar fino p a ra hallar razones en pro o en c o n tra de
u n a u o tra designación.
LA CIUDAD CRISTIANA 1259

El p ro b le m a n o era in édito en la historia de la Iglesia. Si


los p ríncipes cristianos no h u b iera n m ezclado sus intereses
e n el asunto, todo p u d o haberse solucionado sin salir de la
jurisd icció n de la Iglesia m ism a. P ero las influencias políti­
cas p rim aro n . M ientras Carlos V de Francia d e fe n d ía su pa­
p a apoyado p o r los reyes de Castilla, A ragón y Escocia, In ­
g late rra y A lem ania sostenían al pueblo ro m an o en su
p reten sió n de im p o n e r la p erso n a de U rb an o VI.
Dos papas, dos curias, dos colegios cardenalicios, dos
obediencias y, p o r supuesto, doble designación de altos
p relados en todos los cargos vacantes. El escándalo era
e n o rm e y se sum aba a todos los m otivos de agravio acum u­
lados d u ra n te el exilio de Avignon, hasta convertirse en un
rosario de quejas capaz de e n g e n d ra r el más acervo escep­
ticism o respecto a las autoridades de la Iglesia. El cism a de
fines del siglo XIV es, pro b ab lem en te, la causa principal de
la división de la cristiandad y del estallido de la refo rm a
protestante.
El fortalecim iento de los sentim ientos nacionales y el ca­
rác ter particularista q u e tom an las Iglesias en los distintos
países explican el auge y la inm isción p e rm a n e n te de las
universidades en estas discusiones religiosas. A la m u erte de
U rb an o VI, la U niversidad de París intervino en el pleito
con la loable in ten ció n de llegar a u n a solución equilibrada
y apoyó la elección ro m a n a de Bonifacio IX, elegido el 2 de
noviem bre de 1389 p o r los cardenales de obediencia italia­
na. D esgraciadam ente el rey de Francia sostuvo a C lem ente
VII y la U niversidad debió plegarse a sus propósitos.
La m u erte de C lem ente VII, acaecida en 1394, abrió
nu evam ente la posibilidad de u n arreglo y no faltaron los
b u en o s espíritus, au n en el reino de Francia, que trataro n
1260 R U BE N C ALDERON B O U C H ET

de llegar a u n a c u erd o favorable a la u n idad. Los card en a­


les d e Avignon, interesados en m a n te n e r sus prelacias, se
a d e la n ta ro n a todas las tratativas pacíficas y eligieron papa,
con el n o m b re de B enedicto XIII, al cardenal P edro de Lu­
na. El carácter d u ro y terco del aragonés no estaba especial­
m en te h e c h o p ara u n tiem po de flexibilidad y negociacio­
nes. Fue inútil el e m p e ñ o puesto p o r las universidades y
algunos p ríncipes p a ra llegar a u n acu erd o honroso: B ene­
dicto se m antuvo firm e com o u n a roca en la seguridad de
sus derechos.
En 1408, los dos papas reinantes, B enedicto XIII y G re­
g orio XII, im pulsados p o r todos los buenos cristianos can­
sados del escandaloso pleito, co n c erta ro n u n a re u n ió n en
Savona, p e ro puestos en el te rre n o de las concesiones se
m o straro n tan intransigentes en sus respectivos p u n to s de
vista q u e el coloquio fracasó.
La consecuencia de este fracaso inspiró la idea de un
concilio y la elección de u n nuevo papa, previa deposición
de los anteriores. El concilio se reu n ió en Pisa y fue elegi­
d o P e d ro Filargues con el n o m b re de A lejandro V. El a rre ­
glo p arecía sencillo y lo h u b iera sido a n o m ed iar la tozu­
dez de P ed ro de L u n a y de G regorio XII que se neg aro n
re d o n d a m e n te a a b a n d o n a r sus puestos. La m u e rte de Ale­
ja n d r o V, u n p a r de años después, obligó al concilio a u n a
n ueva elección y surgió com o p ap a conciliar el cardenal
B altazar Cossa con el n o m b re de Ju a n XXIII.
La Iglesia te n ía a h o ra tres papas, p ero la vo lu n tad de
llegar a la u n id a d estaba b ien d esp ierta en c u a n ta cabeza
sabía p e n sar en los verd ad ero s intereses del cristianism o.
P e d ro de L u n a deb ió a b a n d o n a r Avignon p o rq u e la U ni­
versidad de París y con ella el rey de F rancia se pusieron
LA CIUDAD CRISTIANA 1261

de p a rte del concilio. A estas dos fuerzas, de suyo bastante


im p o rtan tes, se plegó Segism undo de L uxem burgo, rey de
H u n g ría. G racias a su m ediación y a la b u e n a voluntad del
p a p a J u a n XXIII se p u d o re u n ir u n nuevo concilio en la
ciu d ad de C onstanza.
Esta re u n ió n no tuvo éxito inm ediato, p ero p ro d u jo u n a
serie de hechos q u e auspiciaron el fu tu ro arreglo. Ju a n
XXIII a b a n d o n ó la tiara y luego lo hizo G regorio XII. Pe­
dro de L u n a p e rm a n ec ió firm e en su negativa a ce d er sus
derechos, p e ro , ab a n d o n ad o p o r todos, su jurisdicción se
lim itó a su red u c to de Peniscola. El nuevo cónclave eligió
p a p a a O tó n C o lonna con el n o m b re de M artín V.
M artín V fue reconocido universalm ente com o je fe de la
Iglesia, p ero con esto no qu ed ó autom áticam ente en pose­
sión de toda la a u to rid ad que le correspondía. El concilio
hab ía ten id o u n papel dem asiado im p o rtan te en su elec­
ción y se creía con d erech o a discutir su prim acía. M artín V
no era fácil de m anejar y m enos todavía su sucesor, Euge­
nio IV. No ced iero n an te las presiones de los cardenales y
de este m o d o im pidieron que la Iglesia se d iera u n a orga­
nización m ás aristocrática q u e m onárquica.

Sa n V ic e n t e F e r r e r

Si hay u n h o m b re q u e e n c a rn a la pasión de la Iglesia de


Cristo a lo largo de estos años tan controvertidos, éste es Vi­
cen te Ferrer. N ació en e n e ro de 1350, de G uillerm o F e rre r
y C onstancia M iquel. Las hagiografías de San V icente son
ricas en m anifestaciones m ilagrosas q u e com ienzan antes
1262 RUBEN CALDERON BOUCHET

de h a b e r nacido el santo, se pro lo n g an a lo largo de su m o­


vida existencia y sobreviven a su m uerte.
N o seguirem os estos senderos sublim es, tan bien transi­
tados p o r historiadores com o De la G orce, Fages y Jo h a n -
n e ty nos lim itarem os a señalar p arcam en te su actuación en
los h u m an o s conflictos q u e se p ro d u jero n en la Iglesia de
su época.
El n acim iento de V icente F e rre r se p ro d u ce en pleno
apog eo de la peste n e g ra y su m u erte cuatro años después
del C oncilio de Constanza. E ntre esos dos acontecim ientos,
u n a vida rica e n vicisitudes y a rd ie n te m en te co m p ro m etid a
en las querellas del siglo.
N o sabem os el n o m b re de la escuela d o n d e em pezó sus
estudios, p e ro a los diecisiete años ingresó en la o rd e n de
Santo D om ingo con gran desesperación de su m adre que
soñaba, posiblem ente, con un destino eclesiástico de más
brillo. El seis de feb rero de 1368 realizó la profesión solem ­
n e y e n tró com o novicio en el convento de B arcelona. Es­
tudió lógica en esa ciudad y m ás tarde fue lector de la mis­
m a disciplina en la U niversidad de L érida. Allí escribió un
tratad o sobre el tem a de la suposición y u n estudio sobre el
universal.
El h o m b re destinado a ser u n o de los predicadores más
p opulares de la o rd en , ten ía u n a form ación intelectual del
m ás alto nivel filosófico. H izo estudios de h e b re o y com ple­
tó su form ación teológica en la U niversidad de Toulouse.
Se o rd e n ó sacerdote en 1378, p ero recién en 1389 le fue
conferido el g rado de m aestro en teología.
Sus condiciones intelectuales lo inclinaban a u n a voca­
ción d e cid id am en te contem plativa, p ero V icente F e rre r
LA CIUDAD CRISTIANA 1263

m ostró p ro n to preferencias apostólicas, d irectam en te vin­


culadas con la conversión y la dirección de las almas. Este
aspecto de su com pleja espiritualidad lo convertirá en u n o
de los factores más im p o rtan tes en la lu ch a em p re n d id a
p o r P edro de L u n a p ara ser reconocido com o p ap a e n tre
todos los pueblos cristianos. V icente F e rre r estaba conven­
cido de la legitim idad del título del cardenal aragonés y su
adhesión llevaba el sello de su sinceridad. La diferencia en ­
tre el m odesto fraile y el gran prelado a p arecerá en ocasión
del concilio q u e eligió a M artín V. La fiera terq u e d ad del
card en al no halló eco en V icente Ferrer.
Su ecu an im id ad y su b u e n juicio práctico fue reconoci­
do p o r la corte de A ragón cuando se le pidió in terv in iera
com o árb itro en el celebre com prom iso de Caspe d o n d e se
d irim ía u n a cuestión dinástica.
Sus relaciones con P edro de L una cam biaron en cuanto
San V icente advirtió la necesidad de d e p o n e r preten sio n es
p a ra llegar a u n acu erd o . Com o B enedicto XIII persistiera
en sostener sus d erech o s co n tra cualquier interés de bien
com ún, V icente F e rre r de partidario se convirtió en acusa­
dor. El triunfo sobre la terq u ed ad de B enedicto XIII estu­
vo p o r encim a de sus fuerzas, pero su últim o serm ó n en el
Concilio de P e rp iñ á n p e d ía a P edro de L u n a su re to rn o a
la vida de la gracia. Las palabras inspiradas del fraile crea­
ro n e n tre los p artidarios del cardenal aragonés tal perpleji­
dad q u e m uy pocos se atrevieron a seguirlo en su negación
a la concordia.
V icente F errer m urió el m ism o año en que M artín V su­
bió al tro n o de San P edro y puso fin al cisma. Los últim os
años de su vida los había pasado en Francia, especialm ente
en B retaña, d o n d e su predicación dejó huellas im borrables.
1264 RUBEN CALDERON BOUCHET

J uan H u ss
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N ació en el villorrio de H ussinetz, en B ohem ia. Su n o m ­


b re es u n apócope de su aldea natal. N o se conoce el año
d e su nacim iento y pocos son los datos sobre su origen fa­
miliar. P ro b ab lem en te provenía de u n h o g ar m odesto, pe­
ro de p u ra raza tcheca.
P ara escapar a la escasez de la olla p a te rn a ingresó en la
Iglesia. H izo estudios universitarios en la ciudad de Praga
sin que haya indicios de h a b e r sido u n estudiante sobresa­
liente. Los testim onios co n cu erd an en señalarlo com o un
esp íritu agudo, tesonero en la discusión y hábil en las argu­
m entaciones capciosas.
Son datos seguros su bachillerato de artes en 1393, el
teológico al añ o siguiente y la m aestría en artes liberales
o b ten id a en 1396. No alcanzó el d o ctorado, pero, h ab ién ­
dose o rd e n a d o sacerdote en 1400, lo hallam os al año si­
g u ien te e n el cargo de decano de la Facultad de Filosofía
de la U niversidad de Praga. En 1402 le fue conferido el car­
go de re c to r y en esa m ism a época obtuvo la licencia p ara
p red ic ar e n la iglesia de B ethleem d o n d e com enzó sus in­
flam ados serm ones en len g u a tcheca, convirtiéndose en lí­
d e r del m ovim iento nacional bohem io.
Las reivindicaciones p opulares de los tchecos se volca­
ro n en u n río caudaloso y violento, d o n d e p ro n to e ch aro n
sus aguas los m ás extraños sentim ientos: las influencias cá-
taras del siglo anterior, las predicciones del abad Jo a q u m di
Fiore y la d o c trin a de J o h n Wycliffe se u n iero n en el verbo
exaltado d e H uss y el tem p e ra m en to eslavo, p ara p ro d u cir
u n a atm ósfera de fervor religioso difícil de encauzar en la
LA CIUDAD CRISTIANA 1265

disciplina de la Iglesia. A todo debe sum arse la ignorancia


teológica de los fieles y el clero b o h em io p a ra explicar el to­
no sectario de las reacciones.
Huss conoció los escritos de Wycliffe y se hizo u n p a n e ­
girista entusiasta del heresiarca inglés. T radujo su libro De
Veris Universahbus y bajo esta inspiración com enzó su ataque
a la Iglesia. Las palabras referidas al desengaño q u e p ro d u ­
je ro n en él la p réd ica de las indulgencias son reveladoras
de su estado de espíritu.
“E ngañado de u n a m an e ra frívola p o r la predicación de
las indulgencias, ofreció sus cuatro centavos p a ra particip ar
en las indulgencias criticadas p o r el m aestro Roble.
”O h, se decía en ese m om ento, se equivocan aquellos
q u e p o stern ad o s a n te el p ap a lo tien en p o r b u en o , com o
yo m ism o lo tuve, antes de a p re n d e r a co n o cer la Santa Es­
c ritu ra y la vida del Salvador”.
El clero de B ohem ia, lejos de d e te n e r el avance de esta
do ctrin a, la atizó con su indisciplina y su apasionam iento.
Huss e n c o n tró e n tre sus com patriotas un cam po perfecta­
m en te ab o n ad o p a ra el crecim iento de sus ideas.
L a U niversidad de Praga, com o la de París, estaba divi­
dida en cuatro naciones: B ohem ia, Baviera, Sajonia y Polo­
nia. Es curioso advertir q u e el p ro b lem a de los universales,
técn icam en te circunscripto a la lógica, se convirtió p ro n to
en conflicto racial: los bávaros y los sajones eran nom inalis­
tas; los b o hem ios y polacos, realistas.
Parece u n cu en to m edio idiota, p ero es u n a verdad his­
tórica: la raza d ecid ía la p e rte n e n c ia a u n a u o tra d o c trin a
y p o n ía en la discusión el sello im placable de la pasión na­
cional. La situación política del país exasperaba a los esla­
1266 RUBEN CALDERON BOUCHET

vos q u e se sen tían , con ju s ta razón, oprim idos p o r los ger­


m anos y esp erab an , e n tre delirios m ísticos, u n salvador
q u e los lib ra ra de la no b le y del alto clero alem án. Huss ca­
yó com o u n a tea e n c e n d id a en este p ajar de esperanzas na­
cionales.
Los e rro res teológicos de Huss son, e n general, los de
Wycliffe, p ero lanzados en u n m edio social d o n d e resultó
fácil co n fu n d ir la enseñanza tradicional de la Iglesia con
los intereses políticos de los d o m in ad o res alem anes. Des­
graciad am en te la Iglesia católica estaba dem asiado dividida
p a ra a ctu ar desde u n a posición espiritual in d ep e n d ien te .
D esgarrada p o r las facciones, cada u n a de éstas obró de
acu erd o con intereses de p artid o y no conform e a las exi­
gencias de la catolicidad.
La Iglesia re to rn ó a la u n id ad a p a rtir del Concilio de
C onstanza. Pocos m eses antes del concilio, el canciller de
la U niversidad de París, G erson, escribía al arzobispo de
P raga sobre la necesidad de com batir los erro res de Wyclif­
fe re c u rrie n d o al brazo secular si fu ere necesario. C uando
se re u n ie ro n los obispos en C onstanza, el e m p e rad o r Segis­
m u n d o convenció a Ju a n Huss p ara que com pareciera an­
te los p adres conciliares y expusiera sus ideas. Lo proveyó
de u n m inucioso salvoconducto y Huss p artió con la in te n ­
ción de h a c er triu n far sus propios p u ntos de m ira.
“Voy— escribía a Segism undo— p ara reco n o cer pública­
m en te a Cristo o si es necesario a m o rir p o r su ley.”
C o n d e n a d o p o r hereje no adm itió sus erro res ni se re­
tractó. Pereció en la h o g u e ra el 6 de ju lio de 1415.
H uss no dejó u n a d o ctrin a bien determ in ad a. Sus p arti­
darios m ás decididos siguieron c o n fu n d ie n d o en el mism o
LA CIUDAD CRISTIANA 1267

odio a la Iglesia católica y a la adm inistración im perial. El


suplicio del je fe los confirm ó en esta identificación y dio a
la rabia de la secta u n a rd o r suplem entario.
VII
C a p itu lo
LAS CIUDADES ITALIANAS
EN LOS SIGLOS XIV Y XV

S it u a c ió n d e l a s c o m u n a s l ib r e s ,

antes de E n r i q u e V II de Luxem burgo

La m u erte de Federico II tru n có el sueño im perial de la


unificación ítalo-alem ana. Las fuerzas feudales provocaron
en tierras germ ánicas u n retom o de su p e re n n e anarquía, y
las grandes com unas italianas aprovecharon el eclipse del
im perio p ara afianzar sus respectivas independencias. P ierre
A ntoine D aru en su Histoire de la République de Venise resum e
brevem ente la situación en Italia y p o n e de relieve la in­
fluencia de las oligarquías financieras en las constituciones
de las nuevas repúblicas. La riqueza se convirtió en título su­
ficiente p ara tom ar p arte decisiva en el g obierno de la ciu­
dad p o r u n a razón bastante simple: el rico tenía interés en
la p rosperidad de su pueblo y en conservar el o rd en social.
H asta ese m o m en to había prevalecido un criterio análo­
go p ero u n poco diferente, pues lo que hacía al g o b e rn a n ­
1270 RUBEN CALDERON BOUCHET

te era la posesión de tierras y no la riqueza exclusivam ente


financiera. Se suponía, no sin razones, que el dom inio terri­
torial daba arraigo y firm eza a la clase g o b ern an te. El señor
feudal ten ía raíces en su señorío y contaba con el apoyo de
todos los habitantes que m oraban en él, cosa que no suce­
d ía con el com erciante. P ero en cam bio las pretensiones del
señ o r feudal eran tam bién m ás grandes y resultaba m enos
fácil satisfacer sus exigencias de poder. Las fuerzas financie­
ras de la ciudad carecían de hom bres de arm as a su disposi­
ción. M ientras no fu eran lo bastante poderosas com o para
a rm a r m ercenarios a sus expensas, d e p e n d ía n de la concu­
rre n c ia a rm ad a de los ciudadanos libres y esto, sin lugar a
dudas, p o n ía u n cerco a sus am biciones hegem ónicas.
Esta debilidad del p o d e r oligárquico ten ía sus ventajas y
sus peligros. M ientras p o r u n lado aseguraba a todos los
ciu d ad an o s u n a am plia libertad de acción, p o r otro no era
lo bastante fu erte p a ra im p ed ir los desórdenes de las fac­
ciones y la lu ch a d e n o d a d a p o r el p red o m in io de los diver­
sos intereses particulares.
M uchas ciudades italianas escaparon a la an a rq u ía recu ­
rrie n d o a la pro tecció n de u n prín cip e, capitán, podestá, o
condottiero, p ero otras prefiriero n su libre estatuto rep u b li­
cano y tra taro n de hallar u n equilibrio e n tre las diferentes
clases sociales que se disputaban el poder. M ilán obligó a
sus patricios a llegar a u n cierto acu erd o social con los ple­
beyos adm itiéndolos en todas las funciones públicas, hasta
ese m o m e n to privilegios del estam ento superior. Algunos
nobles, poco resignados a la nueva situación, se retira ro n a
sus recintos fortificados y desde sus castillos de p ied ra lleva­
ro n g u e rra co n tin u a c o n tra las poblaciones desguarnecidas
de la cam paña. Estas rapiñas estúpidas obligaron a los cam ­
LA CIUDAD CRISTIANA 1271

pesinos a refugiarse en las ciudades y com batir ju n to a los


republicanos el p o d e r de los feudales.
En las com unas portuarias el p red o m in io de los com er­
ciantes y la posibilidad de alim entar a sus h abitantes p o r vía
m arítim a hizo inocuo el asedio de los feudales p ero en las
villas m ed ite rrá n e a s no h u b o m ás rem ed io que re c u rrir a la
p ro tección ex tern a. De esta necesidad n aciero n u n a serie
de g o b iern o s q ue, provenientes de otros lugares, se convir­
tieron en los p rim ero s m agistrados de ciudades com o Ro­
m a, P adua y Milán.
En G énova los D oria y los Spínola fu ero n conductores
de las clases p o p u lares y fo rm aro n g o biernos de base de­
m ocrática capaces de resistir los cam bios y los choques de
otras am biciones.
De esta situación inestable y de la falta de u n p o d e r uni-
ficador único, la ten d e n c ia a la form ación del Estado origi­
nó en Italia cinco centros políticos de cierta envergadura:
Venecia, M ilán, Florencia, R om a y N ápoles.
V enecia fue, sin lu g ar a dudas, la realización m ás com ­
pleta y original d e la época. F u e rte m en te anclada en el Li-
do, este m odesto bastión fu n d ad o p o r p obladores perse­
guidos p o r Atila se convirtió en el p u e rto favorecido p o r el
com ercio de las especias y de la delegación obligada de to­
do O ccid en te p a ra los m ares del M ed iterrán eo oriental.
Sucesora de Bizancio, hizo su fo rtu n a m erced a u n a hábil
política com ercial co n c erta d a con sus c o n c u rre n te s m usul­
m anes. Los em p e rad o re s bizantinos exim ieron a los vene­
cianos del pago de im puestos y les p e rm itiero n la instala­
ción de p u e rto s francos en las costas dom inadas p o r sus
buques.
1272 RUBEN CALDERON BOUCHET

Las cruzadas colm aron de riquezas a esta ciudad privile­


giada, cuya arm a d a se convirtió en d u e ñ a de todo el com er­
cio oriental. Pisa y Génova co m pitieron en el tran sp o rte de
los ejércitos y los p eregrinos cristianos con destino a T ierra
Santa, p ero la ventaja veneciana estaba gan ad a p o r m ucho
tiem po.
Florencia, la patria de D ante, se e n c o n trab a en los co­
m ienzos del siglo XIV en u n a de sus m ás ásperas querellas
intestinas. Ju sto en el año 1300, D ante era u n o de los p re ­
bostes de la ciu d ad c u an d o la curia ro m a n a envió al card e­
nal M ateo d ’A quasparta p ara in te rv en ir en la lu ch a q u e lle­
vaban blancos c o n tra negros. Corso D onati, u n o de los jefes
d e la facción n e g ra enem iga del gran poeta, conquistó la
benevolencia o la codicia de D ’A quasparta y lo puso de su
lado. D ante, en com p añ ía de otros m iem bros de su p arti­
do, hizo el viaje a R om a p a ra e x p o n e r a n te el p ap a sus m o­
tivos de quejas c o n tra el enviado pontificio. La política pa­
pal no favorecía en esos m om entos los proyectos del poeta.
En d irecta conexión con los negros, se p erm itió la e n tra d a
de Carlos de Valois en Florencia y se lanzó co n tra los b lan ­
cos u n a persecución im placable. D ante no p u d o volver más
a su p a tria y desde el d estierro luchó d e n o d a d am e n te con­
tra las fuerzas opuestas a la u n id a d italiana, e n tre las que fi­
guraba, en p rim e ra línea, la política papal. Esta es u n a de
las razones principales p a ra que un o s cuantos pontífices fi­
g u re n e n tre los m ás im p o rtan tes pensionistas del infierno
dantesco.
Los historiadores franceses atribuyen el caos de ese
tiem po al vacío político dejado en Italia p o r la decadencia
de la casa de A njou. A unque Carlos II trató de m ejorar la
situación aplicando a la pacificación de la pen ín su la los cui­
LA CIUDAD CRISTIANA 1273

dados de u n a polídca m atizada y cortés e n c o n tró en su ca­


m ino hom bres poco inclinados a las transacciones diplo­
m áticas y dem asiado apegados a sus privilegios p a ra e n tra r
e n com prom isos.
U no de los m ás reacios a la pacificación iniciada p o r
Carlos II fue el p a p a Bonifacio VIII quien, luego del inte­
rre g n o angélico protagonizado p o r el in ocente P edro de
M o rro n e, llevó en R om a u n serio in te n to de restablecer la
au to rid ad pontificia, co m p letam en te reñ id o con las posibi­
lidades reales puestas a su alcance.
Su ch o q u e c o n tra Felipe el H erm oso de Francia y su p o ­
co a fo rtu n ad a política italiana provocó el dom inio decisivo
de los clanes rom anos, especialm ente el de la fam ilia Co-
lo n n a, cuyas trágicas consecuencias hem os exam inado al
estudiar el exilio pontifical a la ciudad de Avignon.
<J>í í t f i a IS?, £ 1 Ó V Í 0 7 Ú 1Ó I Ó 'J Ur 'S¿■
’) U \ i T i i i ' l p
M ilán se h a b ía m ovido en tre la an a rq u ía de la república
y las rep resio n es de las dictaduras. Al señorío de Ezzelino
de R om ano h ab ía sucedido el de O b erto Palavicino y luego
el de O tó n Visconti, sin que n in g u n o de éstos favoreciera la
im plantación de u n a potestad p e rd u ra b le capaz de conte­
n e r la creciente an arquía.

La entrada en I t a l ia de E n r iq u e de L uxem burgo

m I .synta.b: o tn /áb am .nojuA :T> . i j> A uA fnoíqib


Elegido en F ran cfo rt en 1308, fue co ro n ad o e m p e rad o r
en Aix-la-Chapelle el seis de e n e ro de 1309. E nrique VII,
belga p o r el n acim iento, era de cu ltu ra y len g u a francesa.
D esde el com ienzo de su rein ad o tuvo la in ten ció n de re­
clam ar su p otestad im perial sobre Italia. El propósito era
1274 RUBEN CALDERON BOUCHET

b u e n o y estaba sostenido p o r u n a política com prensiva y


enem iga de los pro ced im ien to s violentos. E ntró en Pia-
m o n te p o r el M onte Cenis en el año 1310 con u n séquito
m ilitar dem asiado m odesto p a ra inspirar la sospecha de
u n a agresión m ilitar. N o q u e ría som eter a Italia sino p re ­
sentarse com o la g aran tía indispensable p ara que rein aran
el o rd e n , la ley y la libertad. Los señores de L om bardía y
P iam o n te p arecían hab erlo e n te n d id o y le ofrecieron sus
respectivos hom enajes. E nrique los recibió con gran co rte­
sía y les declaró su in ten ció n de traer la paz p ara Italia e n ­
tera. C on este p ropósito designó u n vicario suyo en cada
u n a de las ciudades del im perio p ara q u e g obernase en
contacto con las au to rid ad es designadas p o r los m unici­
pios. Al m ism o tiem po pidió el cese de las luchas p artid a­
rias e invitó a todos los exiliados con m otivo de ellas y cual­
q u ie ra fuese su color a volver a su patria.
C añe G ran d e della Scala, u n o de los más fam osos capi­
tanes de la ép o ca y g o b e rn a d o r de Verona, se convirtió en
su colaborador, y E nrique p u d o e n tra r en M ilán d o n d e se
hizo c o ro n a r e n la catedral de San A ntonio. D esgraciada­
m en te necesitaba din ero . C uan do lo reclam ó a sus recien ­
tes súbditos, las ciudades italianas tuvieron u n sobresalto y
se estableció de inm ediato u n a liga c o n tra el em perador.
E n riq u e VII debió re to rn a r hacia el n o rte y u n a vez allí
p re p a ró su seg u n d o descenso reforzado con u n a ofensiva
diplom ática a la casa de A njou, m ediante u n a alianza con
A ragón. La m alaria im pidió este segundo in te n to restau ra­
d o r y E n riq u e VII falleció en Siena el 24 de agosto de 1313.
La idea de E n riq u e era tra e r la paz p ara Italia. C om o es­
cribe Villani, h isto riad o r güelfo, “era u n h o rrib le sabio, ju s­
to, gracioso, caballeresco y seguro en la g u erra, honesto,
LA CIUDAD CRISTIANA 1275

b u e n creyente y de corazón m ag n á n im o ”. D ante Alighieri,


q u e esp erab a de él la salvación de Italia, lo saludó con la
frase litúrgica: “H e aquí el C ordero de Dios q u e b o rra los
pecados del m u n d o ”.
Pero la o p in ió n güelfa le era contraria. Puesta en pie de
g u e rra p o r R o b erto de A njou, rey de N ápoles, le hicieron
u n a oposición c e rra d a y tenaz.
Este m osaico de disolubles problem as políticos que era
Italia tuvo, p o r u n m o m en to , en la p erso n a de R oberto de
A njou, el favorito d e la fo rtu n a capaz de acabar con la an a r­
q u ía y d e te n e r el avance gibelino.
Sus p rim eros pasos, favorecidos p o r la in esp erad a m u er­
te de E nrique VII, p arecieron c o rro b o ra r sus propósitos.
Som etió todo el P iam o n te y extendió su p o d e r sobre Lom-
b ardía, d o n d e n o m b ró vicario general a u n o de sus allega­
dos. P ero m ientras la suerte lo favorecía en el n o rte de la
península, com enzó a ex p erim en tar serias dificultades en
el sur y en el centro. U guccione della Faggiuola se hizo p ro ­
clam ar señ o r en Pisa y en Lucca y levantó el ánim o de los
decaídos gibelinos. Castruccio degli A ntelm inelli, llam ado
C astracani, d e rro tó a los güelfos y a los n apolitanos cerca
de M ontecatini gracias a la colaboración de los exiliados
florentinos y de M ateo Visconti.
R oberto de A njou logró restau rar su h eg em o n ía en el
cen tro luego de algunas m aniobras diplom áticas y el o p o r­
tu n o m atrim o n io de su hijo mayor, Carlos, con la viuda de
E n riq u e VII. Pero m ientras desalojaba a los gibelinos del
cen tro , el n o rte e ra levantado en su co n tra bajo el caudilla­
je de M ateo V isconti y el señ o r de Verona, C añe G ran d e de­
lla Scala.
1276 RUBEN CALDERON BOUCHET

El c a o s it a l ia n o

El gran p o e ta flo ren tin o , cuya vida tran scu rrió en m edio
de los trajines de esta p e rp e tu a g u e rra civil, se dolió de la
situación italiana a través de versos m em orables d o n d e p in­
taba su condición de teatro de todas las am biciones políti­
cas foráneas.

A h ... serva Italia, di dolore ostello


nave senza nocchiere in gran tempesta,
non donna di provincia, ma bordello16.

Fue inútil q u e el h e rm a n o V enturino de B érgam o c o n ­


d u jera a R om a m iles de p eregrinos p ara ro g ar p o r la paz.
La lu ch a e n tre Azzo Visconti de M ilán y M astino della Sea-
la e n san g re n ta b a Toscana, Venecia y L om bardía m ientras
la casa de A njou se m ed ía c o n tra los saboyanos en los cam ­
pos piam onteses y los napolitanos tratab an vanam ente de
re d u c ir a Sicilia.
D ante m urió en Rávena en 1321 sin que sus ojos volvie­
ran a ver la patria tan am ada y en d o n d e la an a rq u ía italia­
n a p arecía com placerse con esm ero especial. D esde 1326
u n a serie sucesiva d e operaciones financieras h ab ían lleva­
do a los bancos m ás p eq u eñ o s a la quiebra, m ientras los
grandes capitales de los Bardi, Peruzzi, M edicis y otros eran
d u ra m e n te sacudidos p o r los fracasos ingleses en la lucha
c o n tra F rancia y p o r la m ás desdichada em presa de Floren­
cia c o n tra M astino della Scala.

16. Paradiso, IX, 25.


LA CIUDAD CRISTIANA 1277

Los b a n q u e ro s de Florencia, hasta ese m o m e n to d u e ­


ños d e la situación política de la rep ú b lica, c e d ie ro n a n te
el e m p u je de los caudillos feudales sin q u e el rey de Nápo-
les, am en azad o p o r Luis de Baviera, p u d ie ra a c u d ir en su
ayuda. E n tre la b a n c a rro ta y el so m etim ien to a los feu d a­
les, o p ta ro n p o r u n a solución m o m e n tá n e a viable. Pusie­
ro n al fre n te d e F lo ren cia a u n cap itán francés, G au tier de
B rien n e, d u q u e de A tenas, q u ien , d u ra n te u n cierto tiem ­
po, garantizó el o rd e n en la calle y la sagrada paz d e los
negocios.
A R oberto d A n jo u le sucedió en el rein o de N ápoles su
esposa Ju a n a. U n rein a d o largo, desde e n e ro de 1343, fue
ce n tro p e rm a n e n te de intrigas en d o n d e a las querellas de
la fam ilia real se su m aro n los conflictos papales y las com ­
plicaciones con la p a re n tela h ú n g a ra de la reina. Las esca­
ladas im periales co n tin u a ro n sucediéndose com o en sus
m ejores tiem pos y los poetas italianos siguieron soñando
con u n a u n id a d q u e resucitara el esp len d o r de la antigua
Rom a. La aventura d e Cola di Rienzo se in serta en el cua­
dro con sus m acabros colores y p o n e su tinte de vesanía en
los fuertes m atices del trajinado siglo XIV.

Dante y l a m o n a r q u ía u n iv e r s a l
U.U L '( • O IH L iU Í I T U U C ) I -I

La figura de D ante A lighieri, políticam ente de segundo


o rd e n , re ú n e en su vida, en su pasión y en sus obras, los m e­
jo re s elem entos de la inteligencia italiana p a ra e n c o n tra r
u n a situación política capaz de salvar la u n id ad de la re p ú ­
blica y rescatar los recu erd o s del im perio.
1278 RUBEN CALDERON BOUCHET

D ante fue, p o r encim a de cualquier otra calidad, un


p o e ta y, en segundo lugar, u n cristiano nacido en las postri­
m erías del siglo XIII. De su m edio social recibió las ideas
form adas al conjuro del ren acim ien to aristotélico y sufrió
las influencias co n tradictorias de Tom ás de A quino y de Si-
g e r de B rábante. N o fue u n intelectual de gabinete ni p ro ­
b a b le m en te tuvo tiem po p a ra arm o n izar en espíritu los di­
versos influjos de esos dos teólogos. H o m b re de pasiones,
estuvo m etido con toda su alm a en las luchas civiles y reli­
giosas que dividían la cristiandad y hacían sen tir con fu er­
za sus p reten sio n es en la convulsionada Italia de la época.
A d h e re n te al p artid o de los blancos, se opuso con violencia
al legado del p a p a Bonifacio VIII, cardenal Francisco Ma­
teo d ’A quasparta, cuya m isión era h a c er de Florencia un
b a lu a rte al servicio de Carlos II de N ápoles, candidato del
pontífice.
El triunfo de los negros obligó al poeta, en el año 1301,
a salir de su ciudad natal. No h ab ía de volver más. Su m u er­
te, acaecida en Rávena en 1321, c erró este exilio de cuyas
am argas raíces extrajo la m iel de su poesía, p ero no la dul­
zura del carácter. La d u ra p ru e b a lo agrió cada día más y
exacerbó, hasta la desesperación, su anim o partidista.

El c o n c e p t o m e d ie v a l d e s o c i e d a d

A egidio R om ano hab ía extraído consecuencias de las


enseñanzas de San Agustín que el obispo de H ip o n a p ro b a­
b lem e n te no h u b ie ra aprobado. Llevado p o r la pasión de­
ductiva desatada p o r el averroísm o, razonaba así: el o rd e n
natu ral está in teg rad o en el o rd en de la gracia; el o rd en de
LA CIUDAD CRISTIANA 1279

la razón lo está en el de la fe; luego el o rd en del Estado es­


tá to talm en te c o n te n id o en el o rd en de la Iglesia.
“La ten d e n c ia del pen sam ien to agustiniano a fra n q u e a r
con rapidez las gradas de la naturaleza e ir del d e re c h o na­
tural, y las virtudes naturales, a absorberse en la ju sticia so­
b ren a tu ra l, se h a convertido en sus discípulos en u n a con­
fusión. Ellos h an ten d id o a identificar, poco más o m enos,
el d om inio de la Iglesia y el dom inio del E stado” 17.
Jo n ás de O rleans h a b ía expresado el m ism o p en sam ien ­
to de A egidio R om ano con m atices que anticipaban, p o r su
m esura, la tesis sostenida p o sterio rm en te p o r Santo Tomás
de A quino. P a ra jo n á s la Iglesia universal era el cu erp o mís­
tico cuya cabeza e ra Cristo mismo: “En ese cu erp o se e n ­
c u e n tra n dos personas principales: la sacerdotal y la real.
La sacerdotal es su p e rio r p o rq u e d e b e rá re n d ir c u e n ta a
Dios hasta de los m ism os reyes”.
El m onje franciscano Rogelio Bacon expresa, según pa­
labras de E tien n e Gilson, u n a concepción sem ejante: “Se
p u e d e decir q u e sobre este tem a, Bacon es el anti D ante
p o r excelencia. El universo baconiano supone u n a in teg ra­
ción de ó rd en es, d o n d e lo que llam am os n aturaleza o na­
tural n o e n c u e n tra subsistencia o justificación sino en su in­
tegración con lo so b ren atu ral o religioso” l8.
F rente a esta tesis, cuyo exp o n en te m ás exagerado es Ae­
gidio R om ano, se levanta la d o ctrin a de Santo Tom ás con
u n a clara distinción e n tre el o rd en de la gracia y el o rd en
n atu ral. Sobre esta base precisa con rigor la diferencia en-

17. H. T. A rquillière, L Augustinisme Politique, Paris, Vrin, 1934, pág. 5.


18. E tienne Gilson, Dante et la Philosophie, Paris, Vrin, 1959, pág. 204.
1280 RUBEN CALDERON BOUCHET

tre teología y filosofía, p ara d ibujar con nitidez las respecti­


vas ju risd iccio n es de la Iglesia y del Estado. No obstante y
pese a la clara distribución de sus diversas esferas de poder,
en am bos ó rd en e s im p era la subordinación: “En la ley an ­
tigua — afirm a Tom ás— el pu eb lo fiel recibió la prom esa
de los bienes terren ales, no del dem o n io sino del m ism o
Dios verd ad ero , y p o r eso vem os q u e tam bién sus sacerdo­
tes d e p e n d ía n de sus reyes. En la nueva ley n o sucede así,
p o rq u e tien e u n sacerdocio m ás sublim e, u n sacerdocio
q u e p ro p o rc io n a a los h o m b res la conquista de los bienes
celestiales, razón p o r la cual, en la ley de la gracia, los reyes
d e b e n estar som etidos a los sacerdotes” 19.
La prim acía papal, en el pensam iento de Tomás, es espi­
ritual, p e ro com o el p o d e r de los príncipes se ex tiende has­
ta in cid ir en asuntos q u e h acen a la salvación, la a u to rid ad
d el p a p a es su p e rio r a la de los príncipes y en todas las cues­
tiones d o n d e se c o m p ro m eta la fe, la m oral y las costum ­
bres del pu eb lo cristiano d eb e prevalecer sobre ellos.

La p o s ic ió n d e D ante f r e n t e a e s t a t e s is

D ante pasa p o r ser el últim o medieval y el prim er rena­


centista. Q uizá sea así, p ero el carácter de tales contraposi­
ciones parece u n poco retórico. D ante se explica m uy bien
d e n tro de su época para distraerse en hallar consonancias
con tiem pos cuyas realizaciones no hu b iera aprobado en su
totalidad. El siglo de D ante fue m uy com plejo y tam bién lo

19. Santo Tomás, De Regno, c. XIV.


LA CIUDAD CRISTIANA 1281

fue aquel al que perten ecía por su nacim iento. J u n to a las su­
mas teológicas, las catedrales, las universidades y el Povere-
11o, vio cosas tan diversas com o Federico II, el m aniqueísm o,
el averroísm o latino y las profecías del fam oso abad Jo aq u ín
di Fiore, a quien D ante m enciona en alguna o p o rtu n id ad y
que no dejó de ten e r sobre él u n a influencia inquietante.
El m u n d o de D ante, en su lirism o y en su articulación fi-
losófico-teológica, está dom inado p o r la fe cristiana. “La
im presión final — escribe Francesco de Sanctis— es que la
tie rra es el rein o d e las som bras y de los fantasm as, la selva
de la ig n o ran cia y el vicio, la tragedia q u e tiene com o fin
inevitable la m u erte y el dolor, y que la realidad, la e te rn a
y la divina com edia, está en el otro m u n d o ” 20.
Esta es la clave para com prender la obra de Dante, pero
ser cristiano es faena com pleja y la fe es recibida p o r u n hom ­
bre ligado a su país, a su raza y a su tiem po. Cualquiera que
viva con algún vigor su cristianismo sabe que estas realidades
deben ser integradas en la fe de acuerdo con u n ordo amoris
que salve lo específico de cada una de ellas en la unidad del
cristianismo. En esta tarea nuestras flaquezas, nuestras com ­
placencias y nuestras pasiones atentan contra esa unidad.
D ante, com o b u e n italiano, n u n c a p u d o d e sp ren d erse
to ta lm e n te de sus com prom isos afectivos con la an tig ü e­
dad pagana, y, a u n q u e su corazón a rd ía de a m o r cristiano
y su inteligencia estaba fo rm ad a en la enseñ an za de los san­
tos d o cto res de la Iglesia, le q u e d a b a u n a nostalgia del pa­
sado q u e le hacía ver el destino de su patria com o u n a mi­
sión d a d a p o r la Divina Providencia, casi paralela al o rd en
de la revelación m anifestado en la Iglesia. Esto explica p o r

20. Francesco de Sanctis, Figuras poéticas de la Divina Comedia.


1282 RUBEN CALDERON BOUCHET

q u é veía las relaciones de la Iglesia y del im perio com o las


de dos potestades d iferen tes a través de las cuales Dios
h a b ía dispuesto el curso de la historia.
¿No existe u n ex trañ o acercam iento e n tre esta tesis y la
d o c trin a averroísta de la doble verdad?
U n gran c o n o c ed o r de la filosofía m edieval, E tien n e Gil-
son, dirá con la precisión deseable cu án to se p u e d e afirm ar
a este respecto: “La influencia ejercida p o r Averroes fue tan
vasta, p ro fu n d a y po lim o rfa que no p u e d e decirse q u e D an­
te haya escapado a ella. La historia tropieza aquí con la psi­
cología, q u e es u n o de sus lím ites. Si se re c u e rd a la crisis fi­
losófica q u e el p o e ta p arece h a b e r sufrido, y si se piensa en
el lugar q u e reservará m ás tarde en la Divina Comedia al ave­
rro ísta latino Siger de B rabante, u n o se inclina a conside­
r a r el separatism o form al y sin oposiciones q u e enseña
D ante com o a u n a fo rm a b e n ig n a y m uy a te n u a d a del sepa­
ratism o m aterial y rico en conflictos que profesaban los ave-
rroístas latinos de su tiem po. Digamos, pues, si así se desea,
q u e la actitu d de D an te respecto a la filosofía se coloca, en
el aristotelism o m edieval, e n tre Santo Tom ás de A quino y
el averroísm o co n d e n ad o en 1277 y del cual, p o r razones
de o rd e n personal, el separatism o que hacía e n tre el o rd e n
tem p o ral y el espiritual, agradaba. Pero debem os precisar
con sum o cu id ad o que si en estos p u ntos D ante ha visto en
el averroísm o latino u n aliado, su actitud total no se re d u ­
ce a la d o c trin a de Averroes, ni a la de n in g u n o de los ave-
rroístas q u e co nocem os” 21.
N o se p u e d e decir m ejor, ni con más autoridad. P or ra­
zones afectivas y no exclusivam ente intelectuales, D ante ha

21. Gilson, op. cit., pág. 214.


LA CIUDAD CRISTIANA 1283

fo rm u lad o la tesis de la separación paralela y sin su b o rd in a­


ción de am bos poderes. En la explicación de esta tesis ha
re c u rrid o a u n a d o c trin a h erética de singular relieve en su
época. Las razones afectivas deb en cargarse a la c u e n ta de
las pasiones políticas de D ante; de su patriotism o exaspera­
do p o r la política pontificia, que sólo pensaba en la u n id ad
política de Italia p a ra com batirla.
“En él — escribe B e rn a rd o L andry— el cristiano y el ad­
m ira d o r de la R om a a n tig u a se co m b aten sin m erced. El
cristiano profesa u n a d o c trin a q u e d e b ía ló g icam en te ex­
p a n d irse en u n a sociología ágil y lib erad o ra, cuyo objetivo
sería elevar las alm as iniciándolas cada vez m ás e n la ver­
dad. El a d m ira d o r de R om a se a d h ie re a u n im p erio que
triu n fó antes p o r la astucia y la violencia. La pasión gibeli-
n a ah o g a los g é rm e n e s salvadores q u e c o n te n ía su cristia­
nism o ag u stin ian o . Todavía más, lo cegó y le im pidió ver
la o b ra de lib e rta d en la cual trabajaba el p a rtid o güelfo
e n Ita lia ” 22.

FORMULACION DE LA TESIS

Es u n h ech o q u e D ante figura en cualquier historia de


las ideas políticas q u e se ocupe, con u n m ínim o de rigor, de
la E dad M edia. T am bién es u n hech o que D ante no fue un
político en sentido estricto. Su vinculación con la teoría po­
lítica nació de ese ejercicio lógico q u e es el tratad o sobre la
m o narquía.

22. B ernard Landry, op. cit., pág. 194.


1284 RUBEN CALDERON BOUCHET

El libro sostiene el principio de la distinción e n tre el or­


d e n tem p o ral y el espiritual, distinción sin subordinación.
El e m p e ra d o r persigue sus fines específicos sin esperar del
p a p a o tra cosa q u e no fuere su bendición.
Esta tesis está apoyada e n tres arg u m en to s íntim am en te
ligados e n tre sí y que fo rm an el fu n d am e n to de su teo ría
política: la m o n a rq u ía de u n o solo es necesaria al bien de
la h u m an id ad ; el pueblo ro m an o h a sido designado p o r
Dios p a ra la m o n arq u ía universal; la a u to rid ad del m o n ar­
ca su p rem o viene d irectam en te de Dios.
El carácter silogístico de la exposición se advierte en los
razonam ientos con que explica el co n tenido de la p rim era
afirm ación: “Si existe algo q u e sea el fin de la sociedad civil
del g én ero h u m an o , ese algo será tam bién el principio p o r
lo cual resultará suficientem ente evidente lo que debe p ro ­
barse; o p in ar q u e existe u n fin p ara esta o aquella sociedad
y q u e no existe u n fin único p ara todas es u n a necesidad” 23.
El fin explica el dinam ism o del o rd e n social y da c u en ta
y razón de las exigencias de la acción política. El fin que
D an te considera principio explicativo del o rd e n civil uni­
versal es la paz. Las exigencias de la paz fu n d an la necesi­
d ad de u n im perio único.
Los Carlyle a n o ta n q u e D ante a b a n d o n a p o r A ristóteles
la e n señ a n z a de los p adres de la Iglesia, p a ra q u ien es las
institu cio n es sociales e ra n rem edios a los estragos provoca­
dos p o r el p ecado original: “T h e n o rm a l view o f the fat-
h e rs is clear, namely, th a t w hile coercive g o v e rn m e n t is n o t
a n a tu ra l institu tio n , a n d is a co n seq u en ce o f th e fall a n d

23. D ante, Monarquía, I, III, 8.


LA CIUDAD CRISTIANA 1285

rela te d to m e n ’s sinful am bition, yet it is also a rem edy for


th e confusión caused by sin, an d is th erefo re a divine ins-
titu tio n ” 24.
La o p in ió n de los padres de la Iglesia en este p ro b lem a
era trib u taria del ap arato nocional estoico. El siglo XIII es­
tu dió a Aristóteles con d e te n im ie n to y llegó a conclusiones
m uy distintas en lo q u e respecta a la distinción e n tre teo­
ría y praxis. El h o m b re no p u ed e realizar su perfecció n n a­
tural fu era de las instituciones políticas y esta situación co­
loca al o rd e n civil en la línea del desarrollo n o rm a l de la
n atu raleza h u m an a. Es tan e rró n e o co n sid erar a las institu­
ciones sociales consecuencias del pecado, com o p en sar
q u e el lenguaje se explica p o r la natu raleza caída.
D ante ap re n d ió filosofía con fray Rem igio de G irolam o,
discípulo de Santo Tom ás de A quino, y no po d ía ig norar
las distinciones hechas p o r el ilustre dom inico. La sociedad
n o es u n rem ed io inventado para u n a situación de desm e­
dro p ro d u cid a p o r el pecado, es el resultado natu ral del
m ovim iento racional del h o m b re en busca de su perfec­
ción. De esta d o c trin a saca la consecuencia anotada: p ara
lo g rar el fin específico a que está destinado, el h o m b re n e­
cesita paz; p o r esta razón conviene que todos los reinos se
o rd e n e n bajo la potestad de un g o b iern o único, cuya cabe­
za es el em perador.
La p a rte débil de su tesis es la destinada a p ro b a r la p re­
lacia del Im p erio R om ano, designado p o r Dios p ara d e te n ­
tar la m o n a rq u ía universal. Esta d educción es sencillam en­

■■. o .a o q rn l In ,!»: ¡.‘>b x m m « <;;; cl oni


24. A J. Carlyle, A History of Medieval Political Theory in the West,
Edim burgo, Blackwood, 1956, T. II, pag. 144.
1286 RUBEN CALDERON BOUCHET

te im posible y no hay m ás rem ed io q u e re c u rrir a la histo­


ria y o rd e n a r u n m aterial de observación id ó n eo p ara efec­
tu a r u n a in d u cció n suficiente. D ante tom a de la historia de
R om a los a rg u m en to s que considera probativos y, com o era
de esperar, éstos son dem asiado endebles p a ra edificar so­
b re ellos u n a dem ostración.
El esfuerzo in terp retativ o es loable, y a u n q u e no satisfa­
ce n u e stro ju ic io crítico, logra efectos de detalle q u e recla­
m an co n sid eració n especial p o r la influencia q u e p u d ie­
ro n te n e r en su época. Nos asegura q u e si el Im perio no
h u b ie ra sido legítim o, con legitim idad rec o n o c id a p o r
Dios, el p ecado d e A dán no h u b ie ra sido realm en te expia­
do p o r N uestro S eñor Jesucristo. Los sufrim ientos de Cris­
to fu e ro n ofrecidos p o r todos los hom bres y d e b ie ro n ser
o rd e n a d o s p o r u n m agistrado con au to rid ad universal; de
o tro m odo la expiación q u e d a b a lim itada a la ju risd icció n
de la a u to rid a d co m p eten te. N u estra re d e n c ió n p o r el H i­
jo de Dios h a sido posible gracias al d om inio universal que
te n ía Rom a.
En el te rc e r libro de su tratad o in te n ta p ro b a r q u e la
a u to rid a d del m o n arc a suprem o viene d ire c ta m en te de
Dios. Esta afirm ación exigía u n a discusión previa de la te­
sis o p u e sta so sten id a p o r los p artid ario s de la suprem acía
papal. Sus a rg u m e n to s buscan apoyo en la m etáfo ra de las
dos lum inarias, abusivam ente usadas p o r los papistas p ara
resp a ld ar sus p ro p ias posiciones. Así com o el sol y la lu n a
d a n luz al m u n d o , el p a p a y el e m p e ra d o r reflejan en el o r­
d e n social esta disposición astronóm ica. Los papistas ar­
g ü ían , sobre la base p recaria de esta analogía, que así co­
m o la lu n a tien e su luz del sol, el Im perio recibe su p o d e r
del papa.
LA CIUDAD CRISTIANA 1287

La época explica el gusto p o r este tipo de razonam ien­


to, p ero cu alq u ier lector de Santo Tom ás conoce el escaso
valor dem ostrativo de las com paraciones y m enos cu ando
las realidades com paradas p e rte n ec e n a diferentes niveles
ontológicos. Santo Tom ás no h u b iera aceptado esta m etá­
fo ra com o u n a p ru e b a y D ante, q u e a mi e n te n d e r q u e ría
divertirse, la tom ó tal com o la e n c o n tró usada p o r sus ad­
versarios y la refu tó arguyendo q u e si bien la lu n a tom a su
luz del sol, n o tien e de él el ser, p o r esta razón el e m p era­
d o r n o d eb e al p a p a su existencia com o tal, a u n q u e reciba
de él u n crecim iento de bienes espirituales.
Los otros a rg u m en to s son tom ados de las Sagradas Es­
crituras, tal com o la u n ió n de Saúl p o r Sam uel, que D ante
considera un m an d a to especial de Dios y no u n a atribución
reg u lar del sacerdocio. E xam ina la potestad de “atar y de­
sa ta r” d ad a p o r Cristo a sus sucesores y la lim ita al o rd e n so­
b ren a tu ra l. P o r últim o se ocupa de la fam osa d o n ació n de
C onstantino p o r la q u e el papado alegaba su d e re c h o al go­
b ie rn o de la ciudad de R om a y sus alrededores. D ante po­
n e en d u d a la a u te n tic id ad del legado, p e ro advierte q u e si
fue hech o , era nulo, p o rq u e resultaba con trario al oficio re ­
gio e n a je n a r u n a p a rte de su soberanía, cuya in teg rid ad tie­
ne p o r m isión guardar.
La h u m a n id a d está regida p o r dos p o d eres distintos y
paralelos. U no se o cu p a del h o m b re en tan to c riatu ra co­
rru p tib le y n a tu ra lm e n te o rd en a d a hacia u n a perfección
te rre n a p o r m edio de sus virtudes m orales. El e m p e rad o r
está encarg ad o de dirigir el h o m b re a su felicidad tem p o ­
ral, im p o n ien d o equilibrio y paz e n tre las naciones.
El alm a es in c o rru p tib le y destinada p o r la gracia de
Dios a la felicidad e te rn a e n señ ad a p o r la Revelación. La
1288 RUBEN CALDERON BOU CHET

red e n c ió n del h o m b re , en tanto destinatario de un fin ce­


leste, es realizada p o r la Iglesia bajo la guía del sucesor de
P edro . Para D ante A lighieri el sum o pontífice co n tin ú a a
P ed ro y p o r e n d e posee los p o d eres q u e Cristo dio a Pe­
d ro , p e ro n o rep re sen ta al m ism o Cristo sino a su p rim er
apóstol. Posee las llaves del R eino de Dios, p ero su autori­
d a d n o se ejerce sobre este m u ndo.
“Así concebida — escribe Gilson— , la doctrina de D ante
tiene la u n id ad fundam ental de un pensam iento que b ro ta
de u n a sola vez y se siente la presencia de u n a iniciativa per­
sonal en cada u n a de sus tesis... p ero el ideal de u n a m onar­
qu ía universal, de u n a filosofía universal, de u n a fe universal
in d ep en d ien tes en sus ó rdenes y no obstante realizándose
de perfecto acu erd o y en virtud de la espontaneidad de su
ju eg o natural, es u n a idea sin equivalente en la Edad M edia
y en cualquier o tra época de la historia” 2ñ.

L a I t a l ia p o s t e r io r a D ante

La id ea gibelina era reedificar el Im perio R om ano con


la fuerza g e rm a n a y la inteligencia política italiana. La idea
güelfa, sostenida p o r la casa de A njou, aspiraba a u n a
u n ió n federal de las ciudades italianas en la que se respeta­
se el carácter p articu lar de cada u n o de los pueblos confe­
derados. Am bos in ten to s fracasaron y en su lugar surgió u n
com prom iso inestable de m últiples principados, cada uno
de ellos sostenido p o r el celo feroz de su in d e p e n d e n c ia y

25. Gilson, op. cit., pág. 220.


LA CIUDAD CRISTIANA 1289

p o r u n a falta de escrúpulos en la defensa de sus respectivas


potestades q u e an u n cian el genio de M achiavello.
Estos príncipes italianos, salvo algunas excepciones, h an
nacido de la b u rg u esía y sus ascendientes h icieron fo rtu n a
en el com ercio y la usura. Esto no les quitaba g randeza ni
condiciones principescas. M ezclados p o ste rio rm en te a las
m ás nobles dinastías de O ccidente, estos burgueses flo ren ­
tinos, genoveses o venecianos, en u n p a r de generaciones,
alcanzaron con facilidad las m aneras y los gestos de los más
g ran d es señores de la época.
F lo ren cia co n o ció e n la revolución de los ciompi su m i­
n u to d e c o m u n a p ro letaria, rá p id a m e n te sofocada p o r los
esfuerzos de las co rp o ra c io n e s de arti maggiori bajo la di­
recció n de la fam ilia Albizzi. Poco después d o m in a b a la
r u ta sobre R om a y e x te n d ía su do m in io a to d a la Toscana.
A com ienzos del siglo XV los Albizzi son reem plazados p o r
los M edicis, cuyo p rim e r e x p o n e n te com o g o n falo n iero
de la rep ú b lica fue G iovanni di A verardo Bicci, a q u ien su­
cedió su hijo Cósim o. Los M edicis, con algún breve eclip­
se, se p e rp e tu a ro n e n el g o b iern o de F lorencia hasta el si­
glo XVIII.
Venecia, ciudad p u ram e n te com ercial y m arítim a d u ra n ­
te el apogeo de la E dad M edia, se contagió en el siglo XIV
de las aventuras con tin en tales y se aventuró a crear u n pe­
q u e ñ o rein o territo rial a expensas de h ú ngaros y dálm atas.
La “Serenissim a R epubblica” ex ten d ió su ja rd ín , según la
expresión del viejo dogo Tom m aso M ocenigo, sin gastos
excesivos y ap ro v ech an d o sin prisa las m ódicas o p o rtu n id a ­
des ofrecidas p o r la suerte. La tom a d e C on stan tin o p la p o r
los turcos en 1453 fue un golpe terrible y la “Serenissim a”
n u n c a se p u d o re p o n e r del todo.
1290 RUBEN CALDERON BOUCHET

A p a rtir de 1454 Italia no h ab ía logrado la u n id ad polí­


tica, p ero alcanzó el precario beneficio de u n equilibrio de
fuerzas q u e le perm itió m an ten erse hasta 1860. Dos Esta­
dos m onárquicos: el R eino de N ápoles y el territo rio p o n ti­
ficio; la R epública de Venecia, todavía esp lén d id a en su re ­
cia constitución; el P rin cip ad o de F lorencia con todo el
vigor de su vida com ercial y artística; el P rincipado del Pia-
m o n te y el M ilanesado, co m pletan el cuadro de este equili­
b rio tu rb ad o de vez en c u an d o p o r el apoyo de alg u n a po­
tencia e x tran jera a u n o de sus in gredientes italianos.
H ab lar de paz italiana es absurdo; pero a esta situación
co rresp o n d ió u n crecim iento intenso en todos los fu n d a ­
m entos económ icos de la prosperidad: crecim iento d em o ­
gráfico, gusto p o r las tareas agrícolas y u n a anim osa prolife­
ración de ensayos en el cultivo del arroz, del trigo y otros
cereales. La in d u stria creció a la p ar de la agricultura y la
g a n a d ería e Italia se convirtió en la p ro d u cto ra p o r excelen­
cia de los artículos de lujo con u n a clientela p ro p ag ad a p o r
to d a E uropa. Tejidos, sedas, joyas, o rfeb rería y cristales ita­
lianos eran p a rte de los atu en d o s m ás lujosos de la época.
G racias a la in ten sid ad y a la calidad de su com ercio, las
ciudades p o rtu arias italianas re a n u d a n relaciones con los
turcos y reto m an algo de su antiguo esplendor. C on todo
este florecim iento económ ico y la afluencia de in telectua­
les griegos escapados de las persecuciones otom anas, co­
m ienzan los p rim ero s reto ñ o s del R enacim iento y el h u m a­
nism o.
C a p i t u l o V ili
TRASFONDO IDEOLOGICO DE LA QUERELLA

LO S IDEOLOGOS

C on G uillerm o de O ckham y M arsilio de P ad u a ap a re ­


cen en el h o rizo n te intelectual de n u estra cu ltu ra los pri­
m eros ideólogos. El térm in o ideología p e rte n ec e técnica­
m en te al léxico m arxista y d e n tro de su contexto filosófico
tien e u n sentido preciso que no es exactam ente el m ism o
q u e le dam os nosotros en esta o p o rtu n id ad .
El m u n d o griego conoció al filósofo y al sofista. La dis­
tinción e n tre u n a y o tra actitud h u m a n a fue definitivam en­
te establecida p o r P latón y Aristóteles. El sofista, dejan d o
d e lado to d a in te n c ió n peyorativa, fue u n profesional de la
inteligencia. Su tráfico con las ideas lo hacía, en el m ejor
de los casos, u n a su erte de científico capaz de aportar, a
q u ien se lo pidiere, u n conocim iento más o m enos rig u ro ­
so sobre diversos aspectos de la realidad.
El filósofo fue, a la m an e ra griega, u n teólogo; su p reo ­
cupación principal, la b ú sq u ed a del ontos on, de lo que ver­
1292 RUBEN CALDERON BOUCHET

d a d e ra m e n te es en te, en el sentido egregio y divino del vo­


cablo. La p reo cu p ació n del sofista e ra técnica y profesio­
nal; la del filósofo, religiosa.
La cristiandad conoció la prelacia intelectual del teólo­
go. El h o m b re c o n o c ed o r de la p alab ra de Dios po d ía des­
c e n d e r de su altu ra especulativa y m irar el vasto universo
d o n d e se desplegaban los negocios h um anos con ojos im ­
p reg n a d o s de saber divino. La perspectiva so brenatural, el
p u n to de m ira de Dios, d o m in ab a su h orizonte intelectual
y le p e rm itía descu b rir la íntim a conexión e n tre las criatu­
ras y su C reador.
El ideólogo nace en la cristiandad cu ando la co ntem pla­
ción p ierd e su valor y el h o m b re com ienza a m irar las cosas
con u n a m irad a d o m in a d a p o r la libido dominancLi. El m u n ­
do h a dejado de ser u n sacramentumy se convierte a h o ra en
el cam po d o n d e la voluntad tien d e los tentáculos de su do­
m in ació n y se p re p a ra p a ra convertirlo en su cosa.
La su p erio rid ad de lo teórico su p o n e la aceptación de
u n o rd e n creado p o r la divina inteligencia y que el ho m b re
sólo p u e d e c o n o cer en actitud contem plativa. La praxis, en
el sentido clásico y cristiano del térm in o , sólo es posible si
se acepta la doble objetividad del o rd e n m etafísico y del or­
d e n n atu ral ofrecidos p o r Dios p a ra q u e el h o m b re realice
su perfecció n e te rn a y tem poral.
El cristianism o conoció u n a relación estrecha e n tre teo­
ría y praxis, e n tre contem plació n y acción. El m u n d o m o­
d e rn o d e stru irá esta u n id a d vital cu ando desligue al h o m ­
b re de su vinculación espiritual con u n o rd en objetivo de
instancias religiosas y lo lance con toda su e n erg ía a u n a ac­
ción tra n sfo rm ad o ra de la realidad.
LA CIUDAD CRISTIANA 1293

M arx llam ara praxis a esa acción, p ero p o r su ín d o le pa­


rece p e rte n e c e r al d om inio de eso que A ristóteles llam aba
poiésis. La visión de u n m u n d o en constante proceso de rea­
lización y cuyo principal dem iurgo fuera el h o m b re m ism o
halló en H egel su explicación ideológica m ás acabada. Pe­
ro en el caso de la Edad M edia, d e n tro de u n a m entalidad
todavía im p re g n ad a de ideas cristianas, se com ienza a vis­
lu m b ra r esa visión en el concepto que tien en de Dios sus
teólogos m ás significativos.
U n ideó lo g o es alg u ien p a ra q u ien el trabajo de la in ­
teligencia tien e se n tid o si está som etido de a n te m a n o a
u n proyecto de actividad productiva. El ideólogo no c o n ­
tem pla, p o rq u e n o hay n a d a q u e contem plar. Dios es vo­
lu n ta d o m n ip o te n te y sólo in teresa c o n o c er sus designios,
o b ien el h o m b re es ú n ico e jecu to r co n sciente en el p ro ­
ceso p o r el cual el m u n d o se realiza a sí m ism o. La ta re a
del ideó lo g o será la invención del p ro g ra m a p a ra dirig ir
la acción.
A la relación e n tre el proyecto del ideólogo y la realiza­
ción efectiva de ese plan, M arx la llam a prim acía de lo
práctico sobre lo teórico. En verdad se trata de la superio­
rid ad q u e en la faen a política tiene la p ro d u cció n del a rte­
facto sobre su sim ple condición de esquem a program ático.
U n a casa en la m e n te del arquitecto es p u ra q u im era si no
resulta factible.
El ideólogo es el intelectual al servicio del poder. A quel
p a ra q u ien las ideas tien en valor de m edios p a ra lograr de­
term in ad o s objetivos políticos. G uillerm o de O ckham y
M arsilio de P ad u a son los rep resen tan tes m ás egregios de
la ideología en el siglo XIV.
1294 RUBEN CALDERON BOUCHET

La v id a d e O ckham

De la existencia de fray G uillerm o de O ckham conoce­


m os pocos detalles precisos. Nació en u n a aldea de Surrey,
llam ada O ckham , u n año cu alquiera de las dos últim as dé­
cadas del siglo XIII. U n a tradición poco d o c u m e n tad a lo
hace e n tra r m uy jo v en en la o rd e n de San Francisco y abra­
zar con g ran entusiasm o sus principios espirituales. A ju z ­
g ar p o r la ten acid ad de su larga polém ica con el papado,
debió ser m ás franciscano que Francisco, p o rq u e pocas ve­
ces reco n o ció las lim itaciones im puestas p o r la h u m ild ad y
la o b ed ien cia a su condición de cristiano.
H izo su escuela en el M erton College de O xford. Algu­
nos sostienen q u e concluyó sus estudios teológicos en París
bajo la dirección del m aestro D uns Scoto. La m ism a versión
q u iere q u e fu era lecto r en la U niversidad de París, cuando
estalló la qu e re lla e n tre Bonifacio VIII y Felipe el H erm oso.
O ckham h a b ría dejado París en 1314 y d u ra n te siete años
sus pasos se p ierd e n en u n rec o rrid o poco conocido p o r
Italia, A lem ania e Inglaterra.
Es o p in ió n de H ofer, en su estudio biográfico sobre
O ckham , q u e el “venerabilis in c e p to r” sólo m ereció el títu ­
lo de D octor Invencible p o r su terq u e d ad en d e fe n d e r sus
propias posiciones. Sus títulos reales se red u c ían al de sim­
ple bachiller y su curriculum universitario estaba lim itado a
u n o s com entarios sobre El libro de las sentencias de P edro
L om bardo.
Estos com entarios fu ero n hechos e n O xford bajo la di­
rección de u n m aestro. H o fer niega que fu era discípulo de
D uns Scoto y da u n a serie de datos precisos p ara p ro b ar la
inconsistencia de esa opinión.
LA CIUDAD CRISTIANA 1295

La versión optim ista lo convierte en provincial de la o r­


d e n franciscana en In g la terra en el año 1322 y en esa cali­
dad lo hace c o n c u rrir a la asam blea realizada en P erugia
bajo la dirección de M iguel de Cesena.
La asam blea se p ro n u n ció co n tra las decisiones de Ju a n
XXII sobre la pobreza. Ju a n de C esena y G uillerm o de O ck­
ham fu ero n convocados a com parecer an te los teólogos pa­
pales reu n id o s e n la co rte de Avignon. H ofer rechaza estas
inform aciones y asegura que el provincial de la o rd e n fra n ­
ciscana e n In g la te rra es otro G uillerm o, p ro b ab lem en te
G uillerm o de N olliham . O ckham fue usado p o r M iguel de
C esena p a ra q u e descu b riera las herejías im plícitas en la
b u la de J u a n XXII.
La curia ro m a n a es parca en sus datos sobre O ckham y
se refiere a él com o a “u n heresiarca q u e en señaba pública­
m en te diversas herejías y había com puesto varios trabajos
llenos de errores. P o r estas razones h ab ía sido citado a
co m p a rec e r p a ra d a r c u e n ta de su d o ctrin a y aplicarle, si
c o rresp o n d ía, las p e rtin en te s sanciones”. P ero el m aestro
O ckham , “m ale sibi conscius”, o poco tranquilo, e m p re n ­
dió la fuga.
La relación de los doctores encargados de exam inar sus
enseñanzas h a sido hallada y a u n q u e en ella no figura de
n in g ú n m odo el n o m b re de nuestro escurridizo fraile, es­
tán allí, n eg ro sobre blanco, cincuenta y u n a tesis sosteni­
das p o r él desde la ép o ca que com entó las sentencias de Pe­
d ro L om bardo.
Si esto es así, O ckham era ya u n hereje antes de e n tra r
de lleno en la q u erella sobre la pobreza. La c o n d e n a form al
realizada en Avignon afectaba puntos dogm áticos de sum a
im portancia: Trinidad, E ncarnación, sacram entos etc. y no
1296 RUBEN CALDERON BOUCHET

solam ente cuestiones en to rn o a la posesión o no de algu­


nos bienes. En pocas palabras, este intelectual particular­
m en te afecto a la nueva dialéctica, la había puesto en ejer­
cicio desde q u e em pezó su enseñanza com o bachiller y con
el loable afán de sim plificar la d octrina tradicional y re d u ­
cirla a esquem as m ás fáciles.
Su in fo rtu n io en la co rte de Avignon y la influencia de
M iguel de C esena lo convencieron de estar en la verdad.
Lejos de adm itir sus erro res, se convirtió en severo censor
d e sus censores.
Si n o h u b iera existido Luis de Baviera al fren te del Im ­
p erio G erm ánico, la suerte de O ckham h u b iera tenido otro
destino. Su cálam o necesitaba u n a espada y el discutido rey
de los rom anos, varios cálam os p ara h a c er fre n te a los escri­
bas papales. G uillerm o de O ckham , M iguel de Cesena,
M arsilio de P ad u a y J u a n de Ja n d u m in teg ran esa co h o rte
de intelectuales al servicio del m onarca.
D u ra n te varios años nu estro fraile afilará su plum a para
m ostrar las herejías papales. “Ad quae p ro ab a n d a — dirá—
p lu ra volum ina su n t e d ita ”.
Se alaba de h a b e r escrito cin cu en ta c u ad ern o s sobre las
bulas y am enaza escribir cu a re n ta más. Superó esta cifra
p o r varios volúm enes y a u n q u e la m u erte de Ju a n XXII le
q u itó u n o de sus m ejores pretextos, no se a rre d ró y atacó
las disposiciones del sucesor, e n q u ien veía repetidos los
m ism os errores.
J u a n XXII m u rió en 1334 y le sucedió, en el tro n o de Pe­
dro, B enedicto XII, h o m b re de natu ral pacífico y con gran­
des deseos de term in a r b u e n a m e n te el engorroso asunto.
Luis de Baviera no era insensible a las aproxim aciones pa­
LA CIUDAD CRISTIANA 1297

pales, p ero , apenas h o m b re de espada, carecía de la belico­


sidad de sus plum íferos, em p eñ ad o s en c o n d e n a r post mor-
tem a J u a n XXII.
O ckham siguió a m o n to n a n d o cuartillas co n tra las su­
puestas herejías papales y no tardó, llevado p o r su fiebre
purificadora, en envolver en ellas a B enedicto XII. En ver­
d ad O ckham veía en la condición m ism a de p a p a u n peli­
gro p a ra la salud e te rn a, d ecid id am en te insuperable. Los
p ríncipes alem anes fastidiados p o r los odios y las quim eras
frailunas y m ejor dispuestos para con los b u en o s negocios
de este m u n d o , tra taro n de llegar a u n acu erd o con el p o n ­
tífice, sobre la base de u n claro reco n o cim ien to de la potes­
tad im perial de Luis.
M iguel de C esena m urió en 1342 y O ckham , q u e había
recibido de sus m anos el sello de gen eral de la o rd en , fue
reco n o cid o com o tal p o r los m iem bros de su facción pero
n o co nfirm ado p o r el papa.
N o sabem os m u ch o de los últim os años de fray G uiller­
m o. S uponem os q u e la m u erte del e m p e ra d o r lo dejó sin
respaldo político y esto, p ara u n ideólogo, es siem pre el
p rincipio del fin. P ro b ab lem en te m urió en M unich en
1349 y su c u erp o fue sepultado bajo las losas de u n conven­
to franciscano. A lgunos herm an o s de su o rd e n q u iere n que
haya term in a d o sus días en tie rn a reconciliación con el pa­
pado. Sin em bargo, esto es poco verosímil; se trata de u n a
pía m oción de deseo. Si siguió los pasos de M iguel de Ce-
sena y de B onagracia, debió m o rir com o ellos, religiosa­
m en te excom ulgado.
1298 RUBEN CALDERON BOUCHET

L a FILOSOFIA DE FRAY GUILLERMO

C u an d o se estudia la o b ra de este form idable polem ista,


dos ideas a c u d en de inm ediato a n u e stra m ente; el carácter
ideológico de su pen sam ien to y la ín d o le típicam ente in­
glesa de su construcción conceptual. De lo p rim ero hem os
dicho algo, de lo segundo recordam os la op in ió n de Nietzs-
che sobre la filosofía inglesa y especialm ente esa frase de
M ás allá del bien y del mal d o n d e nos dice “que ya u n a vez los
ingleses, p o r el h ech o de su p ro fu n d a m ediocridad, han
d e te rm in a d o u n a dep resió n general del espíritu de E uro­
p a ”. N o es u n abuso de confianza, y esperam os co n firm ar
este aserto, s u p o n e r a G uillerm o de O ckham en el naci­
m ie n to de esa p ro fu n d a d ep resió n espiritual q u e culm ina­
rá en el p erío d o de la Ilustración.
G uía in negable de un m ovim iento intelectual que divi­
dió la cristiandad en sus opciones más profundas, O ckham
puso todo su ingenio en arm ar, cum ira et studio, u n form i­
dable ap arato argum entativo en favor de sus intereses p ar­
tidarios.
Sostuvo la política del e m p e ra d o r co n tra el p a p a y bus­
có in can sab lem en te razones p a ra lib rar la p otestad im pe­
rial de las exigencias de la consagración y hacerla d e p e n d e r
exclusivam ente del antiguo consensus populi, con todas sus
hipocresías im plícitas. Si b ien los trabajos p ro p ia m en te fi­
losóficos de O ckham no estuvieron o riginalm ente red acta­
dos con u n a in ten ció n polém ica precisa, n aciero n en u n a
atm ósfera de discusión y con p ro n u n cia d a proclividad ha­
cia la crítica. Esto explica el p a rtid o que el polem ista sacó
de sus principios filosóficos p a ra fu n d a m e n ta r sus alegatos
posteriores.
LA CIUDAD CRISTIANA 1299

Estos principios fu ero n bastante m agros y, en cierto m o­


do, justifican la diatrib a de N ietzsche respecto al pensa­
m ien to inglés, p ero en vía de e n te n d e rlo conviene recor­
d ar q u e su filosofía está co m an d ad a p o r las exigencias de la
acción. No es u n a teo ría de la acción com o filosofía. Es un
esquem a do ctrin ario p erfectam en te apto p a ra no em b ara­
zar a sus ad ep to s con las dificultades de u n análisis dem a­
siado prolijo.
E m pirista radical, n o tiene p ru e b a más clara de u n a rea­
lidad que su percep ció n intuitiva: “P or oposición al conoci­
m iento intuitivo, el conocim iento abstracto no p erm ite de­
cir n a d a sobre la existencia o no de u n a cosa”. Sólo la
in tuición sensible garantiza la realidad de algo y un conoci­
m ien to cabal consiste, en u n a últim a instancia, en verificar
los datos de la percepción: “el perfecto conocim iento es ex­
p erim en tal y de este conocim iento p a rte n las proposiciones
universales q u e son los principios del a rte o de la ciencia”.
R eco n o ce el m agisterio de A ristóteles, p e ro lo sim plifi­
ca de tal m o d o q u e el p ropio Estagirita hallaría inconve­
n ien te s p a ra re c o n o c e r sus enseñanzas en los esquem as de
O ckham . D uns Scoto fue tam bién aristotélico, p ero su teo­
ría de las distinciones form ales, de cu ñ o p erip atético ,
co m p ro m etió p a ra siem pre la u n id a d del e n te real. P a ra
G uillerm o de O ck h am esa u n id ad estaba su ficien tem en te
aseg u rad a p o r la in tu ició n sensible. E n c o n tra r distinciones
form ales d o n d e los sentidos percibían u n b lo q u e firm e de
u n id ad , le p arecía el colm o de la sutileza y creía necesario,
p a ra sim plificar el saber, te rm in a r con esa m an ía escolásti­
ca de distinguir.
El e n te es u n o y la ú n ica distinción real adm isible está
p e rfe c ta m e n te establecida p o r la intuición e n tre u n a cosa
1300 RUBEN CALDERON BOUCHET

y otra. E n tre este cu erp o y este otro hay u n a fisura ontoló-


gica cabal y los sentidos garantizan su distinción, p ero ha­
llar diferencias reales e n tre u n o y otro aspecto del m ism o
e n te es u n abuso dialéctico inaceptable.
El análisis está perm itid o cuando se trata de descom po­
n e r u n todo en sus partes integrantes: análisis físico o quí­
m ico. U n a analítica en el nivel del en te no tiene verificación
intuitiva y p o r en d e no es posible, toda vez que el en te es
u n o y la u n idad, la p ro p ied ad irren u n ciab le de la entidad.
H asta aquí todo m uy claro: lo que existe es el en te indi­
vidual, la cosa. P o r desgracia nu estro conocim iento se hace
p o r m edio de n ociones q u e llevan im plícita la p retensión
de valer p a ra u n g én ero , u n a especie u o tra agrupación
universal ¿Q ué tipo de realidad conviene a esas nociones?
La respuesta a esta p re g u n ta no puso a p ru e b a su origi­
nalid ad filosófica, p o rq u e la e n c o n tró to talm ente fabricada
p o r los nom inalistas de siglos anteriores y es op in ió n de
L o n g p re q u e O ckham se inspiró en ellos p ara dirigir sus
ataques al escotism o. N ada en la realidad co n creta resp o n ­
de a la p rete n sió n universal de nuestras ideas, p ero com o
éstas tam poco son im ágenes ni retratos, ni rep resen tacio ­
nes m entales de algo real o concebible, la p reg u n ta q u ed a
todavía en pie: ¿qué son?
P o r poco gusto que tuviera p o r las distinciones, O ckham
se ve obligado a h a c er u n a en la p ro p ia realidad del cono­
cim iento. A dm ite que el conocim iento p u ed e ser intuitivo
o abstractivo. Lo intuitivo es la p ercepción inm ed iata de al­
go: veo u n árbol y lo percibo allí, sobre la vereda y a la ori­
lla d e la acequia q u e c o rre a sus pies. La certeza de este co­
no cim ien to está garantizada p o r la evidencia sensible. El
co n o cim ien to abstractivo es todo lo contrario. A él p e rte n e ­
LA CIUDAD CRISTIANA 1301

cen las rep resen tacio n es m entales, las im ágenes, los re c u e r­


dos. De este co n ocim iento n a d a se p u e d e concluir respec­
to a la existencia o no de su objeto.
No h ace falta alim en tar u n a irritación especial co n tra
O ckham p a ra advertir la pobreza de su id ea sobre la abs­
tracción. Pero si a este sedicente d o c to r le faltaba estudio,
n o carecía de cierta audacia pueril p ara atacar los p ro b le­
m as m ás difíciles y d a r de ellos u n a solución de ap ariencia
tan clara com o sim plista en su fondo. Si todo lo real es sin­
gular, los universales, en tanto entes, d e b e n ser tam bién
singulares.
Se explica: p e n sar u n p e rro , u n a cebolla o u n h o m b re
es u n fen ó m e n o psicológico único y p o r e n d e tiene existen­
cia real, efectiva y singular en el alm a del q u e piensa. Pero
resu lta que p e rro , cebolla u h o m b re m e sirven p ara desig­
n a r todo p e rro , to d a cebolla o todo hom bre. En esta tarea
significativa d e b e n ser considerados ahora.
¿Q ué es u n signo?
En tan to e n te es u n a cosa: un dibujo, u n m ovim iento de
la m ano, u n sonido. P ero, sin lugar a dudas, estas realida­
des concretas y singulares se refieren a cosas q u e no son
ellas y en esta capacidad para m en ta r u n a realid ad distinta
a sí m ism a, se agota su a p titu d significativa. El fo n em a cas­
tellano árbol designa esa realidad que es el árbol real, aquí
fre n te a m i ventana, y lo m enos que p u e d o decir de ese ár­
bol es q u e no es u n fonem a.
La p alab ra es u n signo y p e rte n ec e a u n sistem a q u e sir­
ve p a ra expresar nuestras ideas o conceptos. Pero las pala­
bras usadas p a ra m anifestar nuestras nociones p u e d e n va­
riar: nadie ig n o ra la existencia de m uchos idiom as reales y
1302 RUBEN CALDERON BOUCHET

otros posibles. Esto nos obliga a precisar la distinción e n tre


p alab ra y concepto.
O ckham tom ó n o ta de la distinción y se puso en la tarea
de explicarla. D esgraciadam ente advertir u n p ro b lem a no
es lo m ism o q u e hallar su solución. Los propósitos de O ck­
ham se estrellaron en las dificultades im puestas p o r sus
principios filosóficos. P ara evitar u n p eriplo bastante obvio,
vam os d irectam en te al resultado.
En el fondo el co n cep to o idea es u n acto del espíritu,
tan singular e irre itera b le en su e n tid a d com o la cosa mis­
m a a la cual se refiere. Si se m uestra capaz de designar u n a
p lu ralid ad de cosas sem ejantes es, precisam ente, p o r el pa­
recido q u e esas cosas g u a rd a n e n tre sí y esta situación no se
explica p o r la existencia real de u n a fo rm a com ún a esos di­
versos individuos, sino sim plem ente p o r u n a relación de se­
m ejanza e x te rn a im puesta p o r la voluntad creadora.

El v o l u n t a r is m o t e o l ó g ic o

N o tenem os u n conocim iento intuitivo de Dios y com o


la abstracción su p o n e intuiciones previas, hay pocas p ro b a ­
bilidades de u n saber m etafísico natural. En esta o p o rtu n i­
dad, com o en m uchas otras, el recurso a la voluntad divina
le p e rm ite a O ckham p o n e r rem ed io a n u estra incurable
p o b reza especulativa y salvar, p o r lo m enos en apariencia,
las verdades reveladas.
Lo curioso es esto: si no hay in tu ició n de Dios, ni tam ­
poco u n co n o cim ien to abstracto, ¿cóm o conocem os su vo­
luntad?
LA CIUDAD CRISTIANA 1303

O ckham responde: de la fe in fu n d id a p o r Dios m ism o


p a ra acep tar su voluntad. Es voluntad del S eñor que lo co­
nozcam os abstractam ente, om isión h ech a de la vía intuiti­
va capaz de g aran tizar n a tu ra lm e n te esa noticia.
Dios to d o p o d ero so hace lo que quiere, y en cierta m edi­
da hace todo lo q u e O ckham necesita p ara proveer al alm a
h u m a n a de u n a n o ció n referida a su realidad m etafísica.
Esta n o ció n no ad m ite pruebas: “n o n potest sciri evidenter
q u o d D eus est”.
La existencia de Dios es objeto de fe, la razón es im po­
ten te p a ra c o n o c er algo de la realidad divina. C onocem os
p o r fe los efectos d e su om nipotencia, p ero n a d a p u e d e de­
cirnos la inteligencia natu ral respecto a la esencia m ism a
de Dios.
El cam ino del escepticism o m etafísico está in au g u rad o y
con el la am plia avenida del fideísm o religioso. U n a fe sin
inteligencia deja p a ra la razón el conocim iento del m u ndo.
U n m u n d o sin sab er teológico se convertirá en el cam po
n atu ral de la libido dominandi.

L as b a ses p o l é m ic a s d e s u p e n s a m ie n t o p o l ít ic o

C u ando estudiam os la querella de Bonifacio VTII y de


Felipe el H erm oso, el p apado en Avignon y el cism a que
trajo p o r consecuencia, vimos lo esencial sobre la situación
política del siglo XIV. En el m eollo de todas esas luchas
d o n d e se debilitó la cristiandad, O ckham com enzó su ca­
rre ra de ideólogo al servicio de Luis de Baviera. V erdadera
o no la frase dirigida al em perador: “Tu m e defendas gla-
1304 RUBEN CALDERON BOU CHET

dio, ego te defen d am calam o”, resum e, en su concisa b re­


vedad, u n a nueva raza de plum íferos q u e ten d rá, en nues­
tro fray G uillerm o de O ckham , su venerabilis inceptor.
El ideólogo, para em p lear el térm ino que m ejor le con­
viene, escribe bajo la presión de los hechos. No se interesa
en la bú sq u ed a de u n conocim iento gratuito, sino en las for­
tuitas razones provistas p o r las circunstancias para triunfar
del adversario o cum plir con los requerim ientos del poder.
Al servicio de Luis de Baviera usará los conocim ientos
ad q u irid o s en O xford, p a ra h a c er triu n far el plan del m o­
n a rc a c o n tra J u a n XXII. De esta lucha confusa — escribe
D e L agarde— , de m últiples episodios, G uillerm o de O ck­
ham será el teórico. La q u erella no está historiada en sus
obras, p o rq u e éstas p re te n d e n tratar los problem as desde
lo alto y e n u n plano in tem p o ral, p ero es el telón de fondo
sobre el cual se dibujan y el que les d a coloración y movi­
m ien to 2fi.
Podem os afirm ar algo más: la q u erella es el alm a secre­
ta de u n pen sam ien to cuyo p rop ósito p ro fu n d o es proveer
a u n a de las p artes con las razones p a ra su triunfo.
La fo rm ació n filosófica y teológica de O ckham no era la
de un doctor. Sim ple bachiller, d eb e reconocérsele u n a
p ro n u n c ia d a inclinación p o r la lógica y u n a indiscutible ap­
titu d p ara la discusión dialéctica. Estas disposiciones tom a­
rá n vigor a lo largo de sus obras polém icas, pues el ilustre
ideólogo p o n ía e n m ovim iento todos los recursos de su re­
p e rto rio escolástico.

26. George de Lagarde, La Naissance de l ’Esprit Laique, T. IV, “Guillaume


d ’O ckham , Défense de l'E m pire”, Paris, Nauwelaerts, 1962, pâg. 14.
LA CIUDAD CRISTIANA 1305

N o es fácil rec o n o c e r con exactitud los blancos eventua­


les de sus críticas, R ara vez cita y en g en eral sus ataques se
d irigen a las form ulaciones sim plistas de ciertas tesis h e­
chas p o r pedisecuos, tan em peñados com o él en h a c er p re­
valecer doctrinas excluyentes.
Es o p in ió n de los eruditos que la relación de O ckham
con la teología m anifiesta versación, p ero escasa disposi­
ción p ara estudiar las doctrinas teológicas m ás im portantes
de la época. Sus conocim ientos son el resultado de u n a se­
lección y ésta viene influida p o r los incidentes de la lucha.
En su ataq u e a J u a n XXII acum ula c u an ta op in ió n p u e d e
serle útil, sin p reo cu p arse m ucho p o r la íntim a c o h eren cia
de sus argum entos.
Dice de lo q u e p en sab a perso n alm en te del papa: “En la
m ed id a q u e m e lo p e rm ita mi indigencia intelectual y con
la gracia de Dios, m e p reo cu p aré p o r revelarlo en u n a obra
consagrada al co n ju n to de las constituciones afectadas p o r
la a p e la c ió n ”. La doxografla existente en pro o en co n tra
de las p reten sio n es pontificias era im p o n en te. O ckham de­
m u estra co n o cerla e n su mayor p a rte y extrajo de ese cono­
cim iento num erosas argum entaciones.
En pro de la p rim acía papal A gostino T rionfo h ab ía es­
crito la Summa de Potestate Papae; Alvaro Pelayo su De Statu et
Planctu Ecclesiay h a b ía m uchos otros trabajos con idénticas
preocupaciones.
En favor de la tesis im perial se conocía la Monarquía de
D ante A lighieri y el Defensor Pacis de M arsilio de P ad u a pa­
ra lim itarnos a los m ás fam osos y fu ertem e n te polém icos.
O ckham conoció todos estos libros, ya p o rq u e los h u b iera
leído o p o r p o seer resúm enes orales de gran fidelidad. Su
o b ra polém ica, lo q u e constituye el m eollo de su arg u m e n ­
1306 RUBEN CALDERON BOUCHET

tación e n el pleito, n o está d irectam en te afectada p o r estos


trabajos; en cam bio se n o ta en ella u n a franca p referen cia
p o r razones extraídas de las Sagradas Escrituras, de los tra­
bajos de d e re c h o civil y canónico y de la historia.
La d o c trin a tradicional de la Iglesia no p reo c u p a en ex­
ceso la m en te de este doctor. H acía n o ta r M orral, a p ro p ó ­
sito del dualism o e n tre filosofía y teología, que G uillerm o
de O ckham no atacó directam en te las bases de la Revela­
ción, p e ro dio la espalda al m éto d o interpretativo sosteni­
do p o r la tradición.
Su libro Opus Nonaginta Dierum abre la polém ica contra
Ju a n XXII y exam ina m inuciosam ente las bulas sobre la po­
b reza p ara probar, con argum entos fundados en u n a “sana
filosofía” y en las Sagradas Escrituras, que el p ap a era for­
m alm ente u n hereje y p o r en d e corresp o n d ía su deposición.
El libro es largo y pese a la a p a re n te severidad de la ex­
posición está lleno de adjetivos que delatan la ín d o le pasio­
nal de su alegato. Las palabras ridiculosum, stulti, vani, apli­
cadas al p a p a o a sus razones están fre c u e n te m e n te ju n to a
locuciones tales com o hijo de las tinieblas, hereje mentiroso y es­
túpido corrupto aplicadas al c o rre r de la p lu m a y sin p e rd e r
el tono im p e rtu rb ab le , inceptor.
En u n segundo libro, publicado poco después, adoptó la
fo rm a dialogada p ara p ro ce d e r con más libertad y atacar al
pap a sin en cerrarse en los lím ites austeros de u n tratado. De
L agarde cita u n a frase de Jansenius que revela el propósito
oculto de esta m odalidad polém ica: “Provocar dificultades
co n tra u n a o p inión rein an te, bajo el pretexto de preguntas
q u e d e n u n c ia n posiciones sobre el p ro b lem a sostenidas p o r
o tro s”. El estilo dialógico oculta m ejor sus objetivos, p ero es
m ás eficaz y p erm ite m ayores audacias.
LA CIUDAD CRISTIANA 1307

La m u erte de J u a n XXII lo dejó p o r u n m o m en to sin


blanco p a ra sus flechas, p ero p ro n to se repuso de este p er­
cance in esp erad o c u an d o advirtió que el difunto no q u ed a­
b a libre de u n a co n d en ació n postum a. La seg u n d a p a rte
del largo diálogo brega p ara o b te n e r del nuevo p ap a u n a
co n d en ació n form al de su predecesor.
B enedicto XII no ten ía el m ism o interés que O ckham
en c o n d e n a r a ju a n XXII. Los argum entos acum ulados p o r
el venerable d o c to r no le p areciero n tan decisivos com o pa­
ra m odificar su p u n to de m ira. N o h u b o co n d en a. La acti­
tu d del p a p a y la nueva política del e m p e ra d o r a b rie ro n pa­
ra el ideólogo u n a perspectiva inédita: p ro b ar la au to n o m ía
del p o d e r civil.
De esta época: 1337-1342 datan la tercera p arte del Dia­
logas contra Benedictum, A n prinápe, Breviloquium, Octo Quaes-
tiones y Consultatio de Causa Matrimonian. La tercera p arte
del Dialogus trata expresam ente de las potestades del papa
y del em perador.

La id e a d e l p o d e r

O ckham n o tratará el tem a del p o d e r com o filósofo. Es


el crítico q u ien to m ará la plum a y, a propósito de la potes­
tad a trib u id a a la Iglesia p o r Aegidio R om ano, desarrollará
sus propias ideas.
N iega q u e el p a p a haya recibido de Cristo u n a potestad
sobre los p ríncipes tem porales, p o rq u e Cristo, en tanto
h o m b re , jam ás la tuvo: “Sería necesario que h om bres sa­
bios fu ere n obligados p o r príncipes y p o r reyes, p o r ju ra-
1308 RUBEN CALDERON BOU CHET

m en tó o am enazas aterrad o ras, p ara decir la verdad sobre


esta p len itu d de p o d e r atrib u id a a la Iglesia. P orque algu­
nos doctores — p a ra ad q u irir beneficios— le dan tan ta am ­
p litu d q u e su p rim en to d a ju risdicción laica, incluso todo
do m in io y to d a p ro p ied ad de los laicos sobre cosas tem po­
rales, cualesquiera que sean. Esto contradice, evidentem en­
te, a la Sagrada Escritura, pues aquélla atestigua que los
m ism os infieles ejercían señorío y p ro p ie d a d sobre las co­
sas tem porales en tiem po de los apóstoles. La Iglesia n o ha
privado a los fieles de sus d e re c h o s” 27.
Este párrafo da u n a idea clara de la táctica usada po r
O ckham : ataca los argum entos papales en las tesis más de­
saforadas de sus defensores y proyecta sobre las potestades
tem porales la som bra de u n a pretensión m onstruosa. Apela
a las Escrituras p a ra respaldar sus conclusiones y vuelve con­
tra los ideólogos pontificios su p ro p ia actitud ante el poder.
En su libro Contra Benedictum ira m ás lejos y, en u n con­
texto bastante am biguo, colocará la Sagrada E scritura p o r
encim a del m ism o papa. C on estos principios p rep a ró la
vía del protestantism o p o sterio r y abrió los cam inos del cul­
to de la Biblia. La Sagrada E scritura y el m agisterio eclesiás­
tico, con P edro a la cabeza, constituyen la simbiosis de u n a
tradición viva. O ckham acen tú a la prelacia de la Sagrada
E scritura y destruye así la u n id a d del libro con el m agiste­
rio y convierte a cualquier lector de la Biblia e n in té rp re te
autorizado p a ra co rre g ir al m ism o papa.
La id ea no está en G uillerm o de O ckham con todas sus
consecuencias, p ero no tard a rá en a p a re c er bajo la plu m a

27. G eorge de Lagarde, La Naissance de l ’Esprit Laique, T. TV, “Guillaume


d ’O ckham , Défense de l'E m pire”, pág. 74.
LA CIUDAD CRISTIANA 1309

de J o h n Wycliffe y luego en la de Ju a n Huss. D ebem os re­


c o n o c er q u e no le in teresab a sacar tales conclusiones. No
estaba m etido en u n a em presa d e cid id am en te h erética ni
em p e ñ a d o en d e te rm in a r con precisión la v erd ad era ju ris­
dicción de la po testad papal. Su propósito, a pesar de los
ro d eo s teológicos, es m ás inm ediato: lib e rar al em perador,
Luis de Baviera, de las obligaciones im puestas p o r la con­
sagración.
En sus obras De Potestate Papae et Clerici y el Breviloquium
tratara, sin m u ch a suerte, de decir en q u é consiste el p o d e r
dad o p o r Jesucristo a sus apóstoles. Para facilitar su tarea
exegética inventa u n a tesis papista sobre la que descarga el
peso d e su in d ignación y ni siquiera se tom a la m olestia de
e studiar la d o c trin a sostenida p o r los pontífices d u ra n te el
d esarrollo de la querella. C om bate al p apado bajo u n a acu­
sación fraguada p o r él m ism o y sostenida con to d a la pa­
sión avivada p o r la contienda.
El p a p a invoca u n a p otestad in d eb id a cu ando priva a sus
fieles, clérigos y laicos, de sus bienes, derech o s y libertades
y les im p o n e cargas intolerables. No se precisa ser ju rista
p a ra advertir la arb itra rie d a d de sem ejante p o d e r y el de­
seo legítim o, alen tad o p o r n u estro autor, p ara establecer lí­
m ites de d e re c h o a esta potestad trem enda.
R econoce que n o existe n in g u n a persona, ni el m ism o
A egidio R om ano, q u e haya reinvindicado p a ra el p a p a u n
p o d e r tan absoluto. “P ero en to n ces — escribe— si piensan
q u e el p a p a 110 posee la potestad que he descrito, q u e nos
digan cuál es el p o d e r q u e h a recibido de Cristo y cuál es el
que le h a sido rehusado. N adie hasta a h o ra lo h a d ic h o ”.
Su deseo e ra re sp o n d e r a su p ro p ia perp lejid ad sobre el
problem a. D e L agarde cita u n a definición de O ckham , que
1310 RUBEN CALDERON BOU CHET

luego de largos periplos y digresiones p re te n d e esbozar


u n a respuesta:
“El p a p a posee en lo espiritual com o en lo tem poral y
p o r delegación de Cristo u n a p len itu d de p o d e r que le p e r­
m ite, re g u la rm e n te y en todos los casos, o rd e n a r aquello
q u e n o c o n tra ría ex presam ente la ley de Dios y el d erech o
de la n a tu ra le z a ”.
P ero a esta p le n itu d potestativa “sólo la posee en ciertas
o casiones” y cu a n d o la situación lo exige. En verdad no la
posee n u n ca, p o rq u e siem pre p u e d e discutirse la o p o rtu ­
n id a d de su in te rv en c ió n , a p e la n d o al h ech o de no ser
o p o rtu n a .
El p a p a no tiene n in g u n a p otestad especial a no ser la
q u e surge de la razón de pecado. En ese caso p u ed e ap ar­
tar de la co m u n ió n de la Iglesia o re p o n e r e n ella al infrac­
tor, p ero sin atacar los derech o s y las garantías establecidos
p o r las leyes civiles y naturales.
N o bastaba esta conclusión p ara asegurar la au to n o m ía
de la au to rid ad civil. O ckham e m p re n d e rá u n largo viaje
p o r el tem a de la lib ertad cristiana, p a ra consolidar la in d e ­
p e n d e n c ia de esas potestades y librarlas de las exigencias
pontificias.
En éste, com o en los otros tem as, la indigencia intelec­
tual de O ckham es inversam ente p ro p o rcio n al a su ap titu d
p a ra a m o n to n a r cuartillas. Sostiene q u e el Evangelio es
u n a ley de lib ertad co m parado con el Antiguo Testamento
“p o rq u e e n tra ñ a u n a servidum bre m enos d u ra que aquélla
de la ley m osaica”.
P o r provenir de u n teólogo el ju icio es de u n a pobreza
lam en tab le y p arece a b rir los anchos espacios del cristianis-
LA CIUDAD CRISTIANA 1311

m o sentim ental. Jesús vino al m u n d o p a ra lib rarn o s del p e­


so de las disposiciones m osaicas y n in g ú n cristiano, a no
m ed iar voto explícito de su p ro p ia voluntad, p u e d e ser so­
m etido a las leyes severas del Antiguo Testamento. El p a p a no
tiene d e re c h o a exigir de los reyes el a b a n d o n o de sus p re­
rrogativas bajo el pretex to de q u e ejerce la p otestad dada
p o r Dios a Pedro.
“No basta constatar q u e el p ap a no a te n ta a los derechos
de los príncipes, es necesario que no ten g a el d e re c h o de
p e rp e tra r esos atentados. Se c o rre ría h orribles peligros si,
p o r codicia, am bición, tem or, odio o sim patía, m alicia o
sim plicidad, o sencillam ente p o r ignorancia, el p a p a tuvie­
ra la p reten sió n de hacerlo. P o r esta razón tal op in ió n es
perniciosa, peligrosa, h e ré tic a ” 28.
H em os señalado el carácter extrem ado y violento con
q u e se expresan los contrastes del siglo XIV. Es el p erío d o
del auge del fraccionam iento de la cristiandad en naciones
y cada u n a de éstas reivindica p a ra sí la potestad soberana.
Al m ism o tiem po es la época en que la idea im perial se hi­
p e rtro fia en contraposición con los hechos que p o r todas
p artes la desm ienten.
D ante A lighieri, A egidio R om ano, Alvarez Pelayo y
A gostino T rionfo su eñ an con la u n id ad de g o b iern o com o
si esto d e p e n d ie ra m ás de la lógica de A ristóteles bien apli­
cada a los negocios públicos que de la fuerza de las arm as
y las coincidencias de las voluntades.
G uillerm o de O ckham e m p e ñ a d o en com batir las p re­
tensiones del p a p a d o adm ite, sobre la base h a rto frágil de

28. G eorge de Lagarde, La Naissance de l ’Esprit Laique, T. IV, “Guillaume


d ’O ckham , Défense de l'E m pire”, pág. 90.
1312 RUBEN CALDERON BOUCHET

op in io n es recogidas en los círculos im periales, q u e la dig­


n id a d y p otestad im perial vienen inm ed iatam en te de Dios.
El requisito de la confirm ación apostólica n o e ra necesario.
Ju icio tajante y con u n a doble virtud: libra al e m p e rad o r
del p a p a y desliga a los príncipes cristianos de su h o m en a ­
je al em perador, p o rq u e éste, d e n tro del nuevo criterio, ha
de ser el brazo arm ad o de la Iglesia y p o r en d e h a perd id o
la fu erza de su m isión religiosa.
¿Q uería esto fray G uillerm o? Lo du d o , p ero sus planteos
lo llevaban ind efectib lem en te a ese desenlace.

L as r e l a c io n e s e n t r e l a I g l e s ia y el I m p e r io

Los p e n sad o res cristianos, interesados en d iscern ir las


ju risd ic c io n e s del p o d e r espiritual y el Im perio, h ab ían lo­
g rad o u n a fó rm u la que, teó ricam en te, com placía el deseo
de u n id a d del m u n d o cristiano p o rq u e resp etab a la p rim a­
cía del m agisterio eclesiástico y d ab a nobleza al p o d e r tem ­
p o ral h a c ié n d o lo p articip e de la m isión universal de la
Iglesia.
Esta noción tradicional del Im perio tropezaba con u n a
tre m e n d a dificultad: su im posibilidad práctica. Fuera por
deficiencia in h e re n te a la n aturaleza h u m an a o p o rq u e las
circunstancias políticas de la época no lo perm itían , la idea
im perial no pasó de sim ple expresión de deseo y los resul­
tados concretos fu ero n siem pre m uy inferiores al ideal.
P ara G uillerm o de O ckham el planteo tradicional de la
id ea de im perio estaba m u e rta y se hacia m en ester e n te n ­
d e rla de o tra m anera. El co ncepto de D ante de u n im perio
LA CIUDAD CRISTIANA 1313

universal, todavía g ran d e en la desm esura de su am bición


rom ana, p e rd ía to d a gran d eza bajo la plum a de este p e d a n ­
te a n im a d o r de querellas.
O ckham co n sid erab a legítim a la p reten sió n universal
del im p erio y, a falta de m isión religiosa, le reco n o cía u n a
universalidad fu n d a d a en exigencias políticas naturales. El
Im p erio e ra la ex presión no rm al de u n a ten d e n c ia radical
a la paz. Su fu n d a m e n to ju ríd ic o d e b ía buscarse en la na­
turaleza y p o r lo tan to p ara aclarar su relación con la Igle­
sia se im p o n ía la aplicación del principio: “gratia n o n tollit
n a tu ra m ”.
La Iglesia de Cristo, depositaría de la gracia, no p u e d e
su p rim ir ni lim itar la au to n o m ía im perial. Si alguien le h u ­
b iera dicho q u e la gracia p erfecciona in trín secam en te las
in clinaciones natu rales y las eleva a u n a m ás noble partici­
pación con Dios, h u b ie ra abusado de la in o cen cia teológi­
ca de n u e stro insigne bachiller. Jam ás se p lan teó un p ro ­
b lem a de esta ín d o le y su lím pida m irada inglesa estaba
firm e m e n te dispuesta a sostener sus posiciones en los lím i­
tes del m u n d o sensible.
No lo seguirem os p o r los laberintos de sus explicaciones
ju ríd ic a s de este p o d e r universal. De L agarde, con gran
com petencia, h a tratad o de hacerlo sin arro jar m u ch a luz
sobre el asunto.
P ara O ckham el im perio era rom ano. Esta situación his­
tórica d e te rm in a b a la ín d o le de su legitim idad: el e m p e ra ­
d o r d e b ía ser elegido p o r el pueblo de R om a y n o parecía
im p o rtu n a rle m ucho la idea de u n a elección im puesta p o r
la fuerza. La tradición era esa y a O ckham no se le o currió
p e n sar en u n a nueva vía de legitim ación.
1314 RUBEN CALDERON BOUCHET

El Im p erio C ristiano h a m u erto , p ero q u e d a u n Im perio


R om ano auspiciado p o r u n a incoercible ten d e n c ia de la
natu raleza h u m a n a q u e g u a rd a con la Iglesia n in g u n a rela­
ción de sujeción o d ep en d en cia. O ckham no som ete la
Iglesia al Im perio, p ero a través de las idas y venidas de u n a
d o c trin a flu ctu an te y poco precisa, se presiente la salida
q u e M arsilio de P ad u a p ropuso con todas sus letras.

A u t o n o m ía d e l p o d e r c iv i l

La discusión desatada p o r la querella e n tre Bonifacio y


Felipe h ab ía rem ovido todos los argum entos racionales y
escriturarios, de d erech o canónico y ro m an o , y todas las
bulas y decretales p a ra asen tar con solidez u n a u o tra pues­
ta. Al renovarse el pleito con ocasión del conflicto e n tre
J u a n XXII y Luis de Baviera, O ckham asum ió la defensa del
e m p e ra d o r desde u n p u n to de m ira com an d ad o p o r la in­
m ed ia ta postulación del problem a: n a d a de argum entos
teóricos ni de teología especulativa. A lgunas referencias a
las Escrituras, fáciles de m anejar p ara sus propósitos positi­
vos, y u n exam en circunspecto de los cánones y decretos.
C on este sobrio bagaje estableció algunos puntos en fa­
vor de la au to n o m ía del p o d e r civil; en prim er lugar, se re­
fiere a u n aspecto escriturístico: el Nuevo Testamento nos dice
q u e Cristo es Rey p o r dos razones, p o rq u e es Dios y po rq u e
desciende de David.
O ckham tom ó am bas razones y dio de ellas u n a in te r­
p retació n q u e sería original en la historia del pensam iento
cristiano, si en su o p o rtu n id a d no h u b iera sido sostenida
LA CIUDAD CRISTIANA 1315

p o r J u a n de París. De L agarde considera a esta co inciden­


cia p u ra m e n te fo rtu ita y sostiene que O ckham no conoció
la d o c trin a de su predecesor. D ejam os el p ro b lem a en m a­
nos de los eruditos. Veamos la in terp retació n de O ckham .
N o negó la realeza de Cristo, p ero distinguió los d e re ­
chos de Cristo com o Dios, de aquellos que, p o r hum ildad,
se concedió a sí m ism o al asum ir la naturaleza hum ana:
“C hristus in q u an tu m D eus fuit D om inus om nium , sicut
D eus P ater est o m n iu m ”. En tanto h o m b re se sujetó al su­
frim ien to y a la m u erte. In ferio r al P adre estaba expuesto
al h am b re, a la sed y a todos los padecim ientos corporales.
¿Q uien había re n u n c ia d o a las prerrogativas divinas po d ía
reservarse las de la realeza? ¿Q uien prefirió p a d e ce r el su­
plicio infam ante reservado a los esclavos p o d ía reservarse
alguna potestad tem p o ral sobre las autoridades que lo con­
d enaron?
“Christus autem in q u an tu m hom o m ortalis, n u n q u a m
ju d ic iu m sanguinis au t saecularem potestatem exercuit,
sed talem potestatem etiam occasiones sibi data ab aliis de-
clinavit”.
A firm ó en o tra ocasión que Cristo h o m b re no tuvo do­
m inio ni p ro p ie d a d tem poral sobre las cosas. Si la Iglesia es
h e re d e ra directa de la naturaleza h u m an a de Cristo, mal
p u e d e h e re d a r prerrogativas que Cristo m ism o se rehusó.
C o m en ta De L agarde q u e O ckham co n sid erab a las ra­
zones q u e tuvo Cristo p a ra rehusarse todo privilegio tan
fu ertes y tan indispensables p a ra la vida cristiana q u e no
p o d ían ser concebidas com o m eras concesiones a la h um il­
dad. R eforzaba su o p in ió n con la p réd ica de la po b reza en
la c o m u n id a d franciscana. La ren u n c ia a to d a p ro p ie d a d
era paso obligatorio p a ra lo g rar la perfección evangélica.
1316 RUBEN CALDERON BOUCHET

Las riquezas poseídas p o r la Iglesia eran el m ayor obstácu­


lo p a ra la santificación.
Ser po b re, en el sentido franciscano del térm in o , signi­
ficaba re n u n c ia r a todo d e re c h o sobre las cosas. Para que
Cristo fu era m odelo de po b reza p e rfe c ta era m en ester que
n o tuviera n in g ú n d e re c h o sobre nada.
La conclusión venia p o r sí sola: Cristo no tuvo que re­
n u n c ia r a n a d a p o rq u e sim plem ente carecía de derechos.
La Iglesia, sucesora de su h u m an id ad , tam poco los tiene.
M enos todavía el de privar de sus justos privilegios a los de-
ten to res del g obierno: esto es lo que O ckham q u e ría de­
m ostrar.
P ara p ro b arlo vuelve a en red arse en u n a de esas confu­
siones tan g en ero sam en te prodigadas p o r todos sus libros y
qu e h acen tan difícil precisar con rigor la lín ea de sus razo­
nam ientos.
C risto no le h a dado a la Iglesia n in g ú n d erech o sobre
las cosas, p ero aquélla ejerce alg u n a a u to rid ad sobre los fie­
les; y com o el e m p e ra d o r es u n o de ellos, la Iglesia tiene au­
to rid ad sobre el em perador, p ero esta potestad, d e n tro de
la em b ro llad a term in o lo g ía de O ckham , no es de d erech o
regular, sino de h e c h o y según ocasión.
No nos asom brem os: u n m u n d o g o b e rn a d o p o r u n a
P rovidencia capaz de p en sar u n círculo cu ad rad o y h acer
del b ien u n m al p u e d e perm itirse algunas m odestas extra­
vagancias en las relaciones de la Iglesia y el p o d e r civil, sin
p o n e r a p ru e b a su radical falta de sentido.
El único h e c h o y la ú n ica ocasión propicia p ara afirm ar
la p otestad del p ap a sobre el e m p e ra d o r es el crim en: “Ra-
tione crim inis im p e rato r christianus subest papae e t idem
LA CIUDAD CRISTIANA 1317

d icitur de aliis regibus. Et ita p a p a su p er reges rad o n e cri-


m inis et im p erato rem ju risd ictio n em h a b e t spiritualem et
n o n tem p o ra le m ”.
Q u iere decir que p o r alguna razón crim inal el p a p a tie­
n e ju risd icció n sobre el e m p e ra d o r y los reyes, p ero sólo
ocasionalm ente y no p o r d erech o regular. Lo rep ite en sus
Octo Quaestiones: “El pontífice ro m an o tiene d e re c h o a ejer­
cer su ju sticia pontifical sobre todo cristiano, cualquiera
fu ere su condición, p o r lo m enos a título ocasional, sobre
todo en razón del p e c a d o ”.
Este ju icio p rese n ta a la reflexión u n a teo ría del p o d e r
civil m u ch o m ás m atizada de lo que parecía. El p a p a n o tie­
n e jurisd icció n sobre n in g ú n p o d e r constituido m ientras
éste no viole las no rm as del d erech o natu ral o divino y la
tiene en cu an to estos p o deres violan u n a de esas leyes. N o
veo la diferencia q u e existe con cualquier o tra jurisd icció n
de d e re c h o regular.
La p ru e b a de fuego de to d a d o c trin a política es la n o ­
ción de b ien com ún. O ckham exagera la d o c trin a agusti-
n ian a de q u e el o rd e n institucional tien e su o rig en en el
pecado. El bien co m ú n consistirá esencialm ente en com ­
b a tir las consecuencias pecam inosas de la natu raleza caí­
da: “C rim in a p ro p te r b o n u m co m m u n e su n t solliciter in-
d a g a n d a ”.
R econoce q u e un b u e n g o b iern o d eb e ejercerse en be­
neficio de los súbditos y no del señ o r y este beneficio g en e­
ral es el bien com ún. Es inútil buscar u n a explicación m ejor
y debem os confo rm arn o s con ella. A título de curiosidad
podem os añ ad ir que para O ckham la au to rid ad e ra legítim a
cu ando estaba consentida p o r los súbditos y esto en razón
de la facultad p ro p ia del ho m b re de elegir a sus jefes.
1318 RUBEN CALDERON BOUCHET

M uchos autores m o d ern o s h an visto en esta op in ió n


u n a fo rm a de la teo ría contractualista, p ero , com o siem pre,
el p en sam ien to de G uillerm o de O ckham escapa a m arcos
dem asiado precisos: p o r su in ep titu d p ara fo rm u lar con
ju ste z a y p o r su in d u d ab le capacidad p a ra apreciar la varia­
ble m ultiplicidad de lo real. La ú n ica falta de fidelidad a la
experien cia co n creta la com ete c u an d o habla del Im perio
y le reco n o ce u n a justificación sobre todos los reinos, que
la terrib le realidad c o n te m p o rá n e a se encarg ab a de des­
m e n tir p e rm a n e n te m e n te .
El im p erio fue su d eb ilid ad y com o d e b ía d e fe n d e rlo
— p a ra eso e ra teólogo titu lar de Luis de Baviera— lo ha­
cía a tru e q u e de caer en flagrantes contradicciones. Pero
u n ideó lo g o cu m p le su oficio cu a n d o p o n e su sab er y su
in te lig e n c ia al servicio del poder.
A ntes de c e rra r este párrafo sobre las ideas políticas de
G uillerm o de O ckham , conviene decir algo sobre la idea
de p o b reza sostenida e n los m edios franciscanos. C hester-
ton en cierta o p o rtu n id a d habló de virtudes enloquecidas,
es decir, virtudes que arran cad as de sus quicios asum en en
la eco n o m ía m oral u n valor exagerado. U n a circunspec­
ción excesiva d e n o ta desconfianza; dem asiada fortaleza
p u e d e provocar la tem eridad; u n a ren u n c ia a todo derech o
sobre las cosas da pábulo a u n a cierta irresponsabilidad.
La Iglesia ten ía bajo su tutela cuantiosos b ienes p e rte n e ­
cientes al p u eb lo cristiano y no a los sacerdotes a título p er­
sonal. U n a ren u n c ia a esas riquezas no sólo e ra u n a falta
grave de responsabilidad adm inistrativa, sino tam bién un
gesto q u e no co m p etía a n in g ú n sacerdote com o tal, así co­
m o no co rre sp o n d e a los g o b e rn a n tes de u n a nación e n tre ­
gar los bienes de su pueblo.
LA CIUDAD CRISTIANA 1319

El siglo XIV com enzaba a vislum brar el nacim iento de


o tro co n cepto de p u eblo, u n pueblo estrictam ente laico y
regido p o r p o deres civiles. O ckham advirtió esta nueva
constelación y com o era u n a suerte de em porio de todos
los lugares com unes de su tiem po se apresuró a darle u n es­
tatu to ideológico m ás o m enos claro.
C a p i t u l o IX
TRASFONDO INTELECTUAL DE LA REVUELTA (I)
GUILLERMO DE OCKHAM: SU IDEA DE IGLESIA

G u il l e r m o de O ckham y la I g l e s ia de R oma

Si nos p ro p o n em o s exam inar el pensam iento de O ck­


ham con la objetiva serenidad del filósofo en busca de lí­
neas fu n d am en tales de u n o rd en sistem ático, el resultado
sería decep cio n an te. O ckham es u n filósofo m ediocre y un
teólogo algo m enos q u e discreto. F rente a esta constata­
ción q u e d a su spendida la p re g u n ta p o r el carácter de su in­
d u d ab le genialidad. ¿Q ué fue G uillerm o de O ckham y con
qué cartab ó n m ed ir su p ersonalidad fu era de serie?
En los p rim eros párrafos de nuestro trabajo anticipam os
la respuesta: fue u n ideólogo y u n polem ista. Com o ideólo­
go puso en m ovim iento todos los recursos de su form ación
intelectual y los usó en u n a em presa política de la que sa­
lieron científicam ente m uy m al parados, p ero a causa de
las d eform aciones sufridas con u n a innegable a p titu d p a ra
provocar to d a su erte de desórdenes. O ckham , com o M arx,
1322 RUBEN CALDERON BOUCHET

fue u n a e n cru cijad a d o n d e se e n c o n tra ro n todos los cam i­


nos de la época y com o él tuvo el d o n de hacerlos conver­
g er a u n a situación destructiva.
La eclesiología d e los siglos anteriores al XIV es p o b re en
tratados sobre la esencia de la Iglesia y casi nin g u n o de ellos
recoge u n a definición satisfactoria sobre la naturaleza de
esa sociedad. Hay frases q u e a p u n ta n al m isterio, p ero no lo­
g ran p e n e tra r en él y lo dejan en u n cierto claroscuro d o n ­
de se acen tú a su índole mística: “C orpus Christi q u o d est ec-
clesia”, “Ecclesiam id est universitas fidelium ”, etcétera.
Esta universalidad de fieles es, al m ism o tiem po, u n a co­
m u n ió n m ística de salvación, u n m agisterio doctrinal, u n a
co m u n id a d de fieles social y políticam ente solidarios.
La palabra tiene origen griego y deriva del verbo enca-
lein, q u e significa u n a asam blea convocada p o r u n p reg o n e ­
ro. En la len g u a bíblica y conform e a la versión de los seten­
ta, tiene la aceptación de asam blea, p ero aco m p añ ad a p o r
los d e te rm in a n te s Kirion, Anguion o Pistón designa al pueblo
de Israel convocado p o r Dios p a ra u n a m isión especial.
En el Nuevo Testamento n o m b ra la asam blea de los cristia­
nos y, en u n sentido lim itativo, los cristianos de u n a ciudad:
Iglesia de C orinto, de Jeru salem , de Efeso, etc. En sentido
am plio es el pu eb lo cristiano en la variedad de sus m últi­
ples Iglesias. Esta p arece ser la in ten ció n de Mateo, XVI, 18,
c u an d o afirm a: “E t su p er h an c petram aedificabo eccle­
siam m ea m ”.
E n te n d id a en sentido teológico estricto y sólo para el
Nuevo Testamento, la Iglesia es la sociedad de los fieles u n i­
dos p o r la profesión de la m ism a fe en Cristo, p o r la p arti­
cipación en los m ism os sacram entos y p o r la sum isión a la
LA CIUDAD CRISTIANA 1323

m ism a a u to rid ad so b ren atu ral q u e em ana d e Jesucristo y


está p rin c ip alm e n te e n c arn a d a en el ro m an o pontífice, su
vicario.
Es u n a sociedad p o rq u e posee u n fin com ún, súbditos
aptos p ara lo g rar ese fin y u n a a u to rid ad reconocida p o r to­
dos y capaz de asegurar la dirección. La causa eficiente de
esa sociedad es Cristo m ism o, su fundador. La causa final es
la gloria de Dios al fin de los tiem pos. La m ateria son los
fieles y de h ech o todos los creyentes, b u en o s o m alos. La
form a, en sentido estricto, está constituida p o r las virtudes
teologales: fe, esperanza y caridad.
El carácter in m u tab le de la divina enseñanza sostiene la
inm u tab ilid ad de la Iglesia hasta la consum ación de los
tiem pos: “D ocentes eos servare om nia qu aecu m q u e m an-
davi vobis: et ecce ego vobiscum sum óm nibus diebus, us-
q u e ad co n su m m atio n em saeculi”, com o se lee en Mateo,
XXVIII, 20.
El súbdito de la Iglesia debe ser reg e n e rad o p o r el bau­
tismo, te n e r fe so b ren atu ral en las verdades divinas revela­
das, fe sincera y pública, y aceptar las autoridades com pe­
tentes.
El P rim er Concilio Vaticano dio u n a definición de la
Iglesia a te n d ie n d o a las cuatro causas: “Pastor ae te rn u s et
episcopus a n im a ru m n o straru m , u t saluti feru m redem p-
tionis opus p e re n n e red d e re t. Sanctam aedificare Eccle-
siam decrevit, in q u a veluti in dom o Dei viventis fidelis om-
nes unius fidei et caritatis vinculo c o n tin e re n tu r”.
Se distingue de las otras sociedades p o r el carácter so­
b ren a tu ra l de su fin, de su principio in fo rm a d o r y de su au­
toridad. Es u n p o d e r de o rd e n que com unica la vida divina
1324 RUBEN CALDERON BOUCHET

p o r los sacram entos: tiene a u to rid ad doctrinal infalible y


p o d e r p a ra m a n d a r a todos los cristianos a h acer lo necesa­
rio p a ra su salvación eterna.
Esa e ra la enseñanza tradicional. G uillerm o de O ckham
no ig n o rab a los fu n d am en to s de esta d o ctrin a y, a su m odo,
la reco n o ció explícitam ente en algunas fórm ulas definito-
rias d o n d e recogía parcialm ente lo esencial y trataba de
vincularlo a su em pirism o sensible.
Lo decisivo en su pensam iento era el em pirism o y el n o ­
m inalism o. Am bas co rrien tes filosóficas convergían en su
espíritu y dab an satisfacción a u n a resuelta vocación perso­
nal. T oda realidad que escapara a u n a directa o indirecta
apreciación sensorial le parecía, en el m ejor de los casos,
dudosa. Puesto a reflexionar sobre la ín d o le de la Iglesia,
su gusto intelectual le im p ed irá captar todos los aspectos
m ísticos del p ro b lem a y sólo sabrá apreciar el carácter más
in m e d ia ta m e n te en relación con la percepción sensible.
P o r esa razón, a u n q u e m uchas veces em pleó locuciones ex­
traídas del vocabulario religioso tradicional, com o corpus
mysticum q u e alude a la naturaleza sacram ental de la Iglesia,
se tiene la im presión de q u e son m eros recursos verbales
sin com prom isos p ro fu n d o s con su inteligencia. N o p o n e
e n d u d a la je fa tu ra espiritual de Cristo, p ero cada vez que
in te n ta explicar la naturaleza de esa a u to rid ad tropieza con
las dificultades de u n a filosofía que h a ren u n ciad o volunta­
ria m en te a la m etafísica.
En el m eollo de la contradicción e n tre su fe y su m enta­
lidad de inspiración em pirista se debate su idea de la Iglesia.
Su lengua seguía siendo cristiana y no eran raras las frases
com o ésta: “Ecclesia Universalis regitur a Spiritu Sancto”, re­
forzada con u n a declaración, perfectam ente pía, con res­
LA CIUDAD CRISTIANA 1325

pecto al carácter sem piterno de esta regencia. Los inconve­


nientes com enzaban cuando quería dar u n a representación
plausible a ese g obierno del Espíritu Santo, tan extraño a la
índole m eram en te sensorial del conocim iento.
La Iglesia e ra p a ra O ckham la c o m u n id ad de los fieles y
sobre el aspecto co n creto y real de esta co m u n id ad , llam a
la a te n c ió n c u a n d o advierte el peligro de ciertas abstrac­
ciones usuales: Sede Apostólica, Cátedra de San Pedro, etc., que
según él tie n d e n a sustituir la au tén tica c o m u n id a d de los
fieles p o r u n elem en to vagam ente designado, de su re p re ­
sentación.
U n a frase com o ésta: “Rom a locuta, causa fin ita”, ¿qué
significado tiene? ¿Q uién es Roma? ¿El papa? ¿El pueblo
rom ano? ¿El C olegio d e Cardenales? En todas estas locu­
ciones se reem plaza la com unidad de los cristianos p o r al­
gunos de sus órganos de gobierno.
La v e rd a d e ra Iglesia es aquella que h a sido siem pre fiel
a la d o c trin a d a d a a P edro p o r el Señor. Es decir, u n co n ­
ju n to real de p erso n as q u e h a logrado m a n te n e r in ta c ta la
fe transm itida. La cabeza visible de esa c o m u n id ad es, in­
d u d a b le m en te , el papa, a q u ien O ckham llam aba, según la
o p o rtu n id a d , “Verum c a p u t E cclesiae”, ‘J u d e x om n iu m
c h ristia n o ru m ”, “D o cto r om n iu m c h ristia n o ru m ”, etc. De­
signaciones venerables q u e n o desdecían, a p a re n te m e n te ,
u n sano y eq u ilib rad o reco n o cim ien to .
La c o m u n id ad de los verdaderos creyentes está form ada
p o r sacerdotes y p o r laicos, siem pre que v e rd ad eram en te
crean. En esta acen tu ació n de autén tica fidelidad se ju g a b a
la p a rte p rincipal de la no ció n de Iglesia sostenida p o r O ck­
ham . D elata la e x trañ a p reten sió n de quienes q u e ría n re ­
ducirla a u n a asociación exclusivam ente clerical. E xam ina­
1326 RUBEN CALDERON BOUCHET

b a con d e te n im ie n to la organización del o rd e n sacerdotal


y establecía, co n fo rm e a la tradición, los fu n d am en to s de
su je ra rq u ía .
El p u eb lo fiel es to d a la co m u n id ad cristiana política­
m en te organizada, con sus reyes, sus príncipes, sus señores,
sus vasallos, sus burgueses y sus cam pesinos.
“La Iglesia universal — decía— co m p re n d e la sucesión
in in te rru m p id a de los prelados y los súbditos que le están
som etidos.”
Si lleváram os sobre sus definiciones de la Iglesia u n a ri­
gurosa consideración form al, diríam os q u e define p o r la
sola causa m aterial. La fo rm a rara vez es m encionada, a no
ser de m an e ra in d ire cta y d e n tro del co n ten id o m ism o de
la causa m aterial. C u ando afirm aba: “Ecclesia est universi-
tas fid eliu m ”, los fieles son la m ateria d e la Iglesia y su fe, lo
q u e los hace fieles, la fo rm a p a rticu la r d e esta asociación.
P ero los fieles, p o líticam en te organizados, fo rm a n p a rte de
la Iglesia con todos los constituyentes de su organización
social.
De L agarde dice q u e la definición d a d a p o r O ckham so­
b re la Iglesia p u e d e servir, sin g randes cam bios, p a ra defi­
n ir ese c u erp o social llam ado la cristiandad. Allí están in­
cluidos los p o d eres sociales y hasta los territorios de las
diversas naciones q u e la constituyen.
“Esta a m bigüedad de u n a Iglesia, que es a la vez com uni­
dad religiosa y co m unidad política, explicaría igualm ente la
equivocidad d ad a p o r O ckham a la potestad pontifical” 29.

29. De Lagarde, op. cit., T. V, pág. 51.


LA CIUDAD CRISTIANA 1327

Papad o y c o n c il io

C uando se re c o rre superficialm ente la historia de las


ideas políticas, nace la sospecha de que u n a reflexión sobre
el pen sam ien to eclesiológico de u n a u to r del siglo XIV es
pasatiem po bizantino, ligeram ente e m p a ren ta d o con la vi­
tu p e ra d a angelología. Sin afirm ar ni neg ar n a d a de la na­
turaleza de los ángeles, reconocem os q u e las especulacio­
nes en to rn o al conocim iento angélico h an llevado luz
sobre nu estro p ro p io conocim iento. U n a u to r tan poco sos­
pechoso de escolasticism o com o Descartes, dio u n a defini­
ción del ho m b re, “substancia p e n sa n te ”, q u e se aplicaba
con todo rigor al ángel y com o d e esa definición extraía
u n a serie de consecuencias que hacía valer en su teoría del
conocim iento, no es arbitrario pensar que el pensam iento
cartesiano está transido de nociones angelológicas La m o­
d e rn a teo ría del Estado, especialm ente la de H egel, sería
inconcebible sin la eclesiología del siglo XIV.
G uillerm o de O ckham , obligado p o r las dificultades na­
cidas de su p ro p ia confusión, h a dado pábulo a num erosos
equívocos que, con el c o rre r del tiem po, h a rá n fo rtu n a en
u n m u n d o d o n d e el m agisterio de la Iglesia h a p erd id o vi­
gencia. De m uchas de las herejías inspiradas en sus ideas
n o es d irectam en te culpable, p ero com o escribió m ucho y
no se p reo c u p ó p o r m a n te n e r la coh eren cia ín tim a de sus
puestas, resultó siem pre fácil hallar en sus escritos argu­
m entos m ás o.m enos arm ados p ara com batir los principios
tradicionales de la fe.
El carácter esquem ático de este trabajo no p erm ite u n a
indagación detallada en los libros de O ckham . N uestro
p ropósito es p ro b a r la ín d o le ideológica y polém ica de esa
1328 RUBEN CALDERON BOUCHET

pesada lab o r intelectual y h a c er ver cóm o ciertos p resu­


puestos políticos co m an d an todo su p ensam iento teórico.
M uchos autores m o d ern o s h an visto en O ckham u n de­
cidido d efensor de la potestad suprem a del concilio g e n e ­
ral d e n tro del m agisterio de la Iglesia. N ada más falso. En
éste com o en otros tem as de reflexión rein a la m ás intensa
confusión y si alguno de sus escritos se presta p ara ab o n ar
la tesis conciliar, existen otros d o n d e se p u e d e sostener, sin
tem blor, todo lo contrario. Adem as, la id ea que se hizo del
concilio resp o n d ía a la que tuvo sobre la Iglesia; u n a asam ­
b lea de delegados de todo el pueblo cristiano, laicos y sa­
cerdotes, bajo la h e g e m o n ía de sus autoridades legítim as
tan to eclesiásticas com o políticas.
“El concilio — escribió— debe estar com puesto de los
m ás sabios y de los m ejores de todas las provincias y de to­
das las regiones cristianas. C ada p a rro q u ia o cada com uni­
d ad lo bastante p e q u e ñ a com o p ara p o d e r reu n irse en su
totalidad enviará u n o o varios m andatarios al concilio del
obispo o al p arlam en to del rey, o del p rín cip e o de cual­
q u ier potestad pública. C oncilio y p arlam en to elegirán de­
legados cuyo con ju n to constituirá el concilio g e n e ra l.”
N o hace falta m u ch a perspicacia p ara c o m p re n d e r que
esto, m ás q u e u n concilio eclesiástico es u n a asam blea del
pu eb lo cristiano en pleno.
P ara M arsilio de P ad u a la voluntad expresa de esta
asam blea h u b ie ra d e te rm in a d o el carácter indiscutido de
la ley p o r ella p rom ulgada. O ckham h a escrito q u e to d a la
Iglesia no p u e d e errar, p ero esta sentencia no significa la
in errab ilid a d de la asam blea conciliar, sino sibilinam ente
la infalibilidad de to d a la c o m u n id ad de los fieles. El ju icio
LA CIUDAD CRISTIANA 1329

se im p o n e com o de suyo, pues si la c o m u n id a d de los fie­


les es la de q u ien es p e rm a n ec ie ro n leales al Señor, sólo
p u e d e e rra r q u ien no h a p e rm a n ec id o fiel y, p o r ende,
q u ien n o p e rte n e c e a la verd ad era Iglesia.
La lógica de O ckham tiene u n a secuencia inexorable: el
fiel si yerra, no es fiel; si es fiel, no p u e d e errar. El cu ñ o de
este silogismo traiciona su carácter abstracto en cu an to tra­
ta de resp o n d e r a estas preguntas: ¿Q uién le asegura al fin
su fidelidad? ¿A q u ién d eb e g u ard ar fidelidad el fiel?
El concilio no es infalible; tam poco lo es el p ap a p o rq u e
p u e d e dejar de ser fiel y co m eter errores. Si se piensa b ien,
nad ie es infalible, p ero , com o Dios pro m etió a P edro ine­
rran cia, podem os afirm ar que todo cristiano fiel a la pala­
b ra del Señor, en tan to sigue siendo fiel, es infalible.
La fidelidad es privilegio de la fidelidad. Todo aquel que
pe rm a n ez c a fiel a la palab ra expresada en la Escritura y sos­
ten id a p o r todos los q u e h an p erm an ecid o fieles a la pala­
bra, tiene la seguridad de la p u reza de su fe y debe b reg ar
p a ra sostenerla.
Así G uillerm o de O ckham , seguro de ser leal a la pala­
b ra del S eñor y en feliz coincidencia con la fidelidad de la
Iglesia universal, sale al e n c u en tro del p a p a infiel Ju a n
XXII p a ra obligarlo a e n tra r en la com unión.
Su lucha c o n tra el pontificado obedece a este criterio:
d u e ñ o de la verd ad era fe, se yergue en ju e z de q u ien h a
p e rd id o su condición de cristiano al asum ir actitudes y
arro g arse privilegios indignos de u n vicario de Cristo. Para
castigar al culpable d e b e tenerse potestad de pun ició n y a
ésta sólo la posee el e m p e ra d o r y las otras au to rid ad es civi­
les. En su fo n d o la tesis de O ckham tien d e a q u itar a la Igle­
1330 RUBEN CALDERON BOUCHET

sia su ju risd icció n y h acerla recaer en el p o d e r civil. A la


realización de este propósito convergen todos sus esfuerzos
y todas sus confusiones.
P ara c o m p re n d e r su influencia en los p rom otores del
protestantism o conviene advertir el papel de la fe en la eco­
n o m ía de la salvación y la idea p articular que O ckham se
hace de esa m ism a fe. La fe es, an te todo, infusión del Espí­
ritu de Dios en virtud de la cual el cristiano a d h iere a la pa­
lab ra divina. Esta virtud, en el pensam iento de O ckham , no
se distingue claram ente de la esperanza teologal. N o se tra­
ta de a d h e rir a juicios y proposiciones ofrecidos a la inteli­
gencia del creyente p ara q u e éste conozca, en sentido es­
tricto, los designios de Dios sobre el destino del ho m b re. Si
la fe fu era inteligente, el m agisterio de la Iglesia cum pliría
el com etido de aclarar su sentido, ilum inar su in te rp re ta ­
ción, dirigir los pasos del creyente p o r el cam ino señalado
p o r la enseñ an za tradicional; p ero si es p u ra infusión del
Espíritu que auspicia u n a ciega adhesión a la p alab ra divi­
na, el m agisterio de la Iglesia tiene poca tarea p a ra realizar.
Su teo ría del concilio gen eral trad u ce con claridad este
criterio y m anifiesta su gusto p o r la confusión. D espués de
h a b e r señalado todos los pasos p ara llegar a la constitución
de u n concilio g en eral p erfe c ta m e n te representativo de la
universitas fidelium, concluye:
“Es exacto q u e el concilio general debe estar ro d ead o
de la m ayor publicidad p a ra que todos los cristianos p u e ­
dan ser llam ados a d ar su op in ió n sobre las cuestiones tra­
tadas y sobre los delegados encargados de representarlos.
P ero los cristianos no p u e d e n rem itirse to talm ente a esos
delegados [La au tén tica fidelidad es personal e indelega­
ble. Yo no p u e d o d eleg ar m i fe, p ero p u ed o , con ciertos re ­
LA CIUDAD CRISTIANA 1331

caudos, confiar en la fe de otra p erso n a p ara que hable en


m i lugar], p o r esa razón el fiel da su asentim iento, bajo re­
serva de q u e n o se h a rá n a d a co ntrario a la fe y las costum ­
bres. Ellos g u a rd a n p a ra sí la posibilidad de delatar los
erro res q u e se dijeren en el concilio. Las decisiones conci­
liares tien en valor sólo si n in g ú n cristiano se levanta para
com batirlas. En ese ú n ico caso se p o d rá decir qu e la Iglesia
universal h a h a b la d o ”.
Los cristianos d an su adhesión bajo reserva y esta condi­
ción libra al fu ero ín tim o de cada u n o la capacidad p ara
ju z g a r sobre la o rto d o x ia conciliar. En ese bajo reserva, con
todo su subjetivism o a cuestas, está co n te n id a la fu tu ra p ro ­
testa luterana. Pero O ckham no sería q u ien es si se m an tu ­
viera firm e en este juicio; a poco a n d a r dice todo lo co n tra­
rio. Sólo p e rm a n e c e el deseo de justificar su p ro p ia
introm isión en la polém ica co n tra el papa.
C u an d o escribe so b re las relaciones e n tre el p a p a d o y el
concilio, e x p o n e u n a serie de verdades que p e rte n e c e n al
pen sam ien to tradicional de la Iglesia y lo convierten, d u ­
ra n te algunas páginas, en el celoso gu ard ián de los in te re ­
ses cristianos. El concilio no es infalible y sus decisiones no
tien en valor si n o están co rro b o rad as p o r el papa. El papa
es la legítim a au to rid ad ratificante y e n tre am bos, concilio
y papa, poseen las llaves de la potestad.
N ada p a ra asustar a u n celoso católico; no obstante,
O ckham no h a ren u n c iad o a su tesis favorita: el p a p a p u e ­
de, com o fiel cristiano, op o n erse al concilio, p o n e r en evi­
d en cia los e rro res que en él se h u b iere n expresado y con­
denarlos, p e ro al ejercer estos d erechos no ejerce u n a
p otestad su p erio r a la del m ism o O ckham cuando delata a
través de sus libros las opiniones heréticas del papa.
1332 RUBEN CALDERON BOUCHET

E xtraña fe la de este h o m b re a p a re n te m e n te adscripto a


la d o c trin a tradicional, p ero dán d o le u n a in terp retació n
q u e la saca p a ra siem pre de sus quicios ortodoxos. La mis­
m a p a ra d o ja se advierte e n su idea de la prim acía papal. No
la rechaza y la considera suficientem ente asentada en la tra­
dición eclesiástica com o p a ra verla en la perspectiva de u n a
verdad de fe. Así lo afirm a en la tercera p arte de su diálo­
go cu ando p o n e en b o ca del discípulo la d o c trin a del pri­
m ado de Pedro:
“D espués de todo lo que h e leído en las historias a u té n ­
ticas y en los escritos de los santos, de los que m uchas sen­
tencias se e n c u e n tra n en el canon, m e p arece q u e la opi­
n ió n co m ú n de todos los fieles, sobre todo de aquellos que
son o b ed ien tes a la Iglesia R om ana, h a sido que P edro fue
hech o p o r Cristo jefe y p rín cip e de los apóstoles”.
Esta im presión general es c o rro b o rad a p o r u n a prolija
revisión de los textos a p a rtir de la exégesis del pasee oves
meas. El “T ú eres P edro y sobre esta p ied ra edificaré mi
Iglesia”, n o le p arece tan decisivo, p ero confirm a su valor la
o p in ió n u n á n im e de los Santos Padres.
“Es a la dirección y a la solicitud de P edro — escribe—
q u e h a sido rem itid o p o r Cristo, en tiem po de los apósto­
les, todo el reb a ñ o del Señor. Al p edirle que apaciente sus
ovejas, el Cristo n o h a distinguido e n tre unas y otras ovejas.
Los apóstoles h a n sido confiados, com o los otros m iem bros
de la Iglesia, a la custodia de P e d ro ”.
E n tien d e q u e el m an d ato supone la potestad y la au to ri­
dad. C u ando los Santos Padres h an in te rp re ta d o el pasee
oves meas com o u n a o rd e n h a n afirm ado essentialiter et verba-
liter q u e solam ente a P edro le fue confiado el reb añ o del
Señor. En este sentido h a n expresado la o p inión ju sta y ca­
LA CIUDAD CRISTIANA 1333

tólica de los textos: “N o se le p u e d e d ar otro sentido sin tor­


tu ra r m anifiestam ente el texto de la E scritura”.
Pero ni el m an d ato h ech o p o r Cristo, ni la prim acía
o to rg ad a p o r los usos tradicionales su p o n en inerrancia. Pe­
d ro es infalible cu ando obedece al Cristo y es fiel a la ense­
ñanza com ún. Su infalibilidad no reposa sobre n in g u n a ga­
ran tía particular. La p rom esa de Jesús de o ra r p o r él vale en
consecuencia p ara todos los fieles.
O ckham no sería el pad re de todas las confusiones si se
h u b ie ra d e te n id o en estos textos q u e p arecen especialm en­
te escritos p ara refu tar las negaciones dem asiado p e re n to ­
rias de M arsilio de Padua. U na vez asegurada la fe com ún
en la prim acía, com ienza O ckham la tarea de m in a r sus
propias conclusiones y dejar la figura de P edro a la altura
de la de cu alq u ier o tro obispo.
El prim ad o de P edro no debe e n g a ñ arn o s respecto al
carácter m o n árq u ico del go b iern o de la Iglesia. Cristo ha
dejado librado al b u e n sentido y a la cauta apreciación de
las situaciones, la fo rm a de go b iern o q u e conviene a cada
país y en cada época.
Si Cristo no h a creado u n a autoridad coactiva única — ex­
plica— , ¿no h a provisto Cristo a su Iglesia de todo lo que le
era necesario? Error; h a provisto a las necesidades de la Igle­
sia disponiendo que ésta se diera u n a o varias cabezas según
la diversidad de las provincias. Más aún, es conform e al bien
de la Iglesia dejarla libre de darse uno o varios jefes, y darle
el derech o de deponerlos si fuere necesario... po rq u e a ve­
ces conviene ten e r un jefe único, p ero en otras o p o rtu n id a­
des p u ed e ser útil a la com unidad darse varios jefes. P or lo
m ism o ser un rectorado p e rp etu o es a veces necesario y en
otras circunstancias es aconsejable u n o de poca duración.
1334 RUBEN CALDERON BOUCHET

O ckham coloca en u n m ism o canasto al g o b iern o de la


Iglesia y a los g o b iern o s tem porales de cada n ación y n o ha­
ce e n tre ellos distinción alguna. La posibilidad de la coexis­
ten cia de varios papas, con sus diversas obediencias, no lo
asusta ni advierte su contradicción flagrante co n tra la u n i­
d ad de la Iglesia tan bizarram en te sostenida en otras oca­
siones. C u ando el h ech o se p roduzca efectivam ente, sus
discípulos lo verán com o a algo previsto y casi no rm al, con­
fo rm e con estas palabras del “venerabilis in c e p to r”:
P o r consecuencia, bien q u e Cristo haya hech o de San
P e d ro el pontífice y je fe de todos los cristianos, es p erm iti­
do a éstos, p a ra utilid ad com ún de to d a la Iglesia, constituir
varios p o n tífic e s5,0.
La fam osa defensa de la prim acía papal culm inaba en
esta e x tra ñ a d o ctrin a de la p luralidad de los papas.

M a g is t e r io e c l e s iá s t ic o

H a b itu a d o s a los cam bios de fre n te de este esp íritu ver­


sátil y c o n tra d ic to rio , ex am in arem o s lo q u e e n te n d ía
c u a n d o tra ta b a de explicar el m agisterio ejercido p o r la
Iglesia de Cristo y su in erran c ia. F u n d a b a esta ú ltim a so­
b re dos p rem isas básicas: la Iglesia universal n o p u e d e
e rra r y el p a p a tie n e p o r m isión d e fin ir con a u to rid a d su
d o ctrin a. U n o y o tro ju ic io firm e m e n te resp ald ad o s en las
prom esas del m ism o Cristo: “Estaré con vosotros hasta la

30. G. Tabacco, Pluralità di Papa ed Unità di Chiesa nel Pensiero di Ockham,


Turin, 1949.
LA CIUDAD CRISTIANA 1335

co n su m ació n de los siglos” y “R ogaré p o r tí p a ra q u e tu fe


no desfallezca”.
Esta últim a ex h o rtació n dirigida ex presam ente a P edro
es e n te n d id a p o r O ckham de u n m odo particu lar y req u ie­
re u n a breve explicación. Sin lugar a dudas hay frases de
n u estro a u to r d o n d e el p ap a es considerado com o única
au to rid ad c o m p e ten te p ara fo rm u lar u n a definición dog­
m ática. Pero p ara O ckham u n a definición es dogm ática
c u an d o existe “la adhesión u n án im e de todos los cristianos
a u n a verdad, a u n q u e sea indem ostrable p o r los solos re­
cursos de la E scritura y la trad ició n ”.
El peso de la o p in ió n general, sostenida a lo largo de la
historia, da a la verdad de fe su carácter dogm ático. Cristo,
al p ro m e te r q u e estaría con sus fieles hasta la consum ación
de los siglos, hizo u n a prom esa solem ne q u e vale p a ra to­
dos los fieles en posesión de u n a fidelidad indiscutida. La
adhesión de todos los creyentes d e te rm in a el valor dogm á­
tico de u n a verdad d e fe.
La definición co n firm ad a p o r el p a p a no basta. O ckham
cree firm e m en te q u e el p ap a p u e d e caer en herejía, más
aún, cree que de todos los cristianos en uso de razón es el
m ás expuesto, p o r sus responsabilidades y su au to rid ad , a
caer en herejía. Su apasionada polém ica c o n tra J u a n XXII
tien d e, con furiosa eficacia, a p ro b ar esta opinión. Si se ob­
je ta que Cristo pro m etió ro g ar p o r P edro, p ara que la fe de
P edro fu era la de todos los cristianos, O ckham dirá q u e sí,
p o rq u e la fe de Pedro, el apóstol, es la adhesión autén tica
a la p alab ra del S eñor e in d u d ab le m e n te esa fe no ha des­
fallecido e n tre los cristianos, p o rq u e todavía se sostiene.
El papa, com o a u to rid ad suprem a, d eb e ser m odelo vi­
viente de orto d o x ia y p o r esa razón considera que, de d e re ­
1336 RUBEN CALDERON BOUCHET

cho, es im posible u n p ap a hereje. El p ap a no p u e d e p e rd e r


la v erd ad era fe sin dejar inm ed iatam en te de ser papa. La
obligación de u n cristiano celoso de su creencia es delatar
sus dudas sobre la in teg rid ad religiosa del papa.
La Iglesia, co n sid erad a com o co m unidad com puesta
p o r todos los fieles, no p u e d e errar. ¿Cuál es el órgano a
través del cual se expresa su infalibilidad? El papa no lo es,
el concilio tam poco; ¿lo será el Libro Santo?
O ckham se expresa term in a n te m e n te co n tra u n a op­
ción única. La Sagrada Escritura, la razón y las afirm acio­
nes de la Iglesia universal son las colum nas q u e sostienen la
in teg rid ad de la doctrina.
C on esto p arece h a b e r dicho todo, p ero verem os q u e no
h a dicho nada. En p rim e r lugar p o rq u e la fe d e p e n d e d e la
voluntad, n o sólo en cu an to a la eficiencia sino tam bién en
cu an to a la form a: el h o m b re p u e d e creer lo que quiera, in­
cluso algo irre m e d ia b le m e n te absurdo. La in terv en ció n de
la razón es necesaria p a ra c o rreg ir y seleccionar las p ro p o ­
siciones ofrecidas a la credulidad. La tradición de la com u­
n id ad religiosa está p ara sostener y consolidar esta selec­
ción con uso p e rm a n e n te y discreto del b u e n sentido. Esta
tradición in in te rru m p id a llega en ocasión de la disputa
c o n tra J u a n XXII a valer m ás que la Sagrada Escritura.
“C uando u n a d o c trin a o u n a aserción de la Iglesia u n i­
versal es ex p resad a con claridad y no co m p o rta n in g ú n tér­
m ino oscuro o am biguo, nadie, ni el soberano pontífice,
d e b e p o n e rla en d uda, ni siquiera u n texto de la E scritura
p u e d e contradecirla. En esta situación debem os rec o rd a r
el consejo de San Agustín: d u d a r de la versión de la Escri­
tu ra que se usa, in crim in u r su p ro p ia in terp retació n , pero
c re e r en el testim onio de la Iglesia.”
LA CIUDAD CRISTIANA 1337

La apelación al testim onio de Agustín es p erfectam en te


inútil, p o rq u e con las m ism as palabras am bos e n tie n d en
cosas m uy distintas. Para O ckham el testim onio de la Igle­
sia se fu n d a en u n a costum bre, en u n uso y no precisa pa­
ra ser verdad de fe, estar confirm ada en u n acta p o r la au­
to rid ad co m p eten te, basta su aceptación p o r la co m unidad
a través del tiem po.
U n a verdad sostenida p o r todos los fieles es la evidencia
m ism a, no se precisa o tra p ru eb a p ara con firm arla. El ra­
zo n am ien to p u e d e p a re c e r pasablem ente débil, p ero d e b e ­
m os reco n o cerle cierta consecuencia con su em pirism o fi­
losófico: u n a verdad de fe es u n a op in ió n en la q u e siem pre
se h a creído. Más claro, im posible.
P recisam ente p o r la posición que tiene el p a p a en el se­
no de la Iglesia es la p erso n a más ad ecu ad a p ara provocar
alteraciones en la fe. Esto explica la desconfianza q u e el
cristiano d eb e tenerle.
“Si ergo p ap a p e r vivos próvidos e t honestos de haeresi
publice diffam atur, catholici d e b e re n dilig en ter in q u irere
veritatem .”
T odos estam os invitados a p a rtic ip a r en la S anta In q u i­
sición, y com o el m aestro G uillerm o es u n cristiano p ro b o
y h o n e sto , sale a la p alestra p a ra d e la tar las h erejías de
J u a n XXII.
C a p it o l o X
TRASFONDO INTELECTUAL DE LA QUERELLA (II)
MARSILIO DE PADUA, IDEOLOGO
DEL ESTADO LAICO

La v id a d e M a r s il io

De los p rim ero s pasos de M arsilio de P ad u a en este


m u n d o sabem os m uy poco. E ntre los datos seguros consta
qu e nació en P ad u a en un año cualquiera de las tres últi­
m as décadas del siglo XIII. U n am igo suyo, A lbertino Mus-
satto, dejó p a ra la po sterid ad u n a su erte de epopeya en ver­
so, d o n d e rec u e rd a a M arsilio su ju v e n tu d estudiosa y le
re p ro c h a el h u m o r vagabundo q u e lo h a im pulsado a ab an ­
d o n a r los libros p a ra buscar aventuras sin porvenir. Lo lla­
m a “Luz de su ciudad n a ta l” y hasta “L u m b rera de la tie­
r r a ”. D itiram bos in d u d ab le m e n te exagerados p ero n o del
todo inexactos, pues el jo v en intelectual p ad u an o fue rec­
to r de la U niversidad de París e n tre 1312 y 1313 y u n lustro
m ás tard e tuvo el discutible h o n o r de figurar en u n a bula
de J u a n XXII, ju n to a Ju a n d e ja n d u m , com o peligroso h e­
reje p o r su o b ra El defensor de la paz.
1340 RUBEN CALDERON BOUCHET

Valois, en el tom o XXXIII de su m o n u m en tal Histoire


Littéraire de la France, recogió los principales datos sobre la
vida de M arsilio. En 1311 sirvió en el ejército im perial en el
n o rte d e Italia. A esa época de lansquenete se refieren los re ­
p ro ch es de M ussatto y su ex h o rtació n para que vuelva a la
vida rec ta de los santos estudios. El Carthularium de la U ni­
versidad d e París, editado p o r D enifle, lo señala en el car­
go de re c to r en el año 1313. P o r u n lapso se p ierd e n sus pa­
sos p a ra luego e n c o n tra rn o s con u n a carta de Ju a n XXII
d o n d e confirm a su designación p ara un beneficio canóni­
co en la catedral de Padua.
En 1327 su situación con la Iglesia h a cam biado radical­
m en te y e n la bula Q uiajuxta doctrinam apostolicam, dirigida
al e m p e ra d o r Luis de Baviera, J u a n XXII lo re p re n d e p o r
h a b e r recogido en su corte a dos hom bres “hijos de p erd i­
ción y frutos de m aldición, M arsilio de P adua y ju a n de Jan-
dum , quienes, desde m uchos años atrás, se h an ap artad o de
la verdad p a ra consagrarse al estudio de fantasm agorías”.
J u a n XXII se refiere directam en te a u n libro, El defensor
de la paz, cuyos autores serían Ju a n d e ja n d u m y Marsilio de
Padua. Este libro es u n o de los m ás agudos y co h eren tes
ataques a la Iglesia católica hechos en la cristiandad. Acusa­
ba a la institución papal de ser el im p ed im en to más n o ta ­
ble p a ra lo g rar la u n id ad y la pacificación de los pueblos
cristianos bajo la co ro n a im perial. Su estilo vivaz estaba re ­
forzado con a rg u m en to s de u n a dialéctica largam ente fo­
g u e a d a en la escuela aristotélica.
Existe u n a n u trid a controversia respecto a la colabora­
ción p restad a p o r Ju a n de Ja n d u m en la redacción del li­
bro. Según un o s el Defensor Pacis fue o b ra de am bos autores
y la razón está en la sem ejanza de sus tendencias y en el he-
LA CIUDAD CRISTIANA 1341

cho de h a b e r buscado ju n to s refugio en la corte de Luis de


Baviera p o r estar incluidos en la m ism a condenación.
G eorge de L agarde sostiene q u e u n a d e te n id a crítica in ter­
n a del trabajo revela u n a p ersonalidad única. Ju a n de Jan-
d um p u e d e h a b e r arrim ad o algunas inform aciones. ¿Pero
q u é q u e d a de este últim o cuadro c u an d o M arsilio h a a rro ­
ja d o su lava ardiente?
“En definitiva — nos d irá— , u n solo h o m b re aparece, un
h o m b re del q u e ignoram os casi todo, p e ro que se h a volca­
d o en este lib ro ” 31;
Los datos apo rtad o s p o r A lbertino M ussatto se refieren
a M arsilio com o a u n h o m b re todavía jo v en y hacen alusión
a su gusto p o r el estudio. D eclara la p ro ce d e n c ia b urguesa
de M arsilio y nos dice, con m ayor precisión, que era hijo de
M atteo de M aynardini, p e rte n ec ie n te a la corporación de
notarios.
Esta co rp o ració n p e rte n ec ía al popolo grosso o burguesía
p ro p ia m en te d ich a q u e e ra la clase g o b e rn a n te d u ra n te el
p erío d o com unal de las ciudades italianas. C onviene rete ­
n e r este dato p o r dos razones: p o rq u e al p elear bajo la b an ­
d e ra del em perador, M arsilio fue infiel a la lín ea tradicio­
nal de su clase, d ecidida partid aria del papado; luego,
p o rq u e su concepción del g o b iern o estuvo radicalm ente
influida p o r su p ro ce d e n c ia burguesa y com unal, pese a su
in terv en ció n en los negocios im periales.
El cargo de n otario 110 e ra accesible a cualquiera y esta­
b a especialm ente p ro h ib id o a los artesanos. C onstituía u n a
su erte de estam ento in te rm e d io e n tre la nobleza de la san­

31. George de Lagarde, La Naisssance de l ’Esprit Laique, Paris, P.U.F.,


1948, T. 2, pág. 32.
1342 RUBEN CALDERON BOUCHET

gre y la plebe. M arsilio se educó en u n nivel social que le


perm itió , desde m uy jo v en , fre c u e n ta r u n am biente de co­
m an d o y prestigio. La c a rre ra d e d e re c h o parecía, p o r ra­
zones fam iliares, la más ad ecu ad a p a ra el jo v en Marsilio.
M ussatto in fo rm a q u e prefirió los estudios de m edicina, y
es com o m édico de cabecera de Luis de Baviera que figuró
e n los anales de su corte.
Muy p ro n to , llevado p o r la ín d o le especial de sus estu­
dios físicos, se puso e n contacto con el celebre P ietro d ’A-
b ano. E x p erim en tad o m édico q u e h ab ía estado en Cons-
tan tin o p la y co nocía el griego tan b ien com o el árabe. La
len g u a de M ahom a le facilitó el acceso a los Comentarios de
A verroes y es fam oso p o r sus estrechos contactos con el ave-
rro ísm o latino.
J e a n n in e Q uillet, la m ás recien te trad u cto ra francesa del
Defensor Pacis, nos refiere en su presentación del libro que
el e n c u e n tro recien te de u n m anuscrito atribuido a Marsi­
lio de P ad u a “p o d ría a p o rta r notables cam bios en la in te r­
p retació n del pen sam ien to m arsiliano, si nuestras hipótesis
fu era n verificadas”. L uego de u n breve com entario sobre la
crítica e x te rn a del m anuscrito, q u e piensa am pliar en un
estudio d e te n id o , afirm a q u e el texto d aría p ru eb as defini­
tivas “d e la p e rte n e n c ia del p ad u an o a la escuela del aristo-
telism o h e te ro d o x o de la p rim e ra m itad del siglo XIV. Cita­
rem os a título de ejem plo la d o c trin a de la u n id a d y de la
e te rn id a d del intelecto agente, la de la doble verdad, la n e­
gación del infinito p o d e r de Dios y u n a p e rm a n e n te refe­
ren cia a la o b ra de A verroes” 32.

32. Jean n in e Quillet, Le Défenseur de la Paix, “Présentation G énérale”,


Paris, Vrin, 1968, pág. 35.
LA CIUDAD CRISTIANA 1343

C onoció el averroism o en P adua y en su p ro p ia ciudad


n atal p u d o p o n erse en contacto con los legistas q u e lo p ro ­
veyeron de ciertos conocim ientos del d erech o am pliam en­
te usados en su obra. En París trabó am istad con J u a n de
J a n d u m y com pletó conocim ientos de m edicina.

B a jo l a p r o t e c c ió n d e L u is de B a v ie r a

Com o D ante, M arsilio fue u n güelfo convertido a los gi-


belinos en aras del o rd e n y la paz in h ere n te s a la función
im perial. La g u e rra in term in ab le e n tre el sacerdocio y el
im perio era el flagelo de Italia. U n franco dom inio de las
fuerzas gibelinas p o d ía lograr dos resultados con currentes:
la u n id ad italiana bajo la corona im perial y la paz de esa n a­
ción agitada p o r la e rró n e a política papal.
Su p rim e ra salida en 1311 decidió sus preferencias polí­
ticas definitivas y le conquistó los am argos rep ro ch es en
verso de su am igo M ussatto. N o sabem os el tiem po pasado
p o r M arsilio de P ad u a bajo la b a n d e ra del condottiero gibeli-
n o C añe G ran d e della Scala. No debe h a b e r sido m ucho.
Este intelectual am aba m ás las querellas de la plu m a que
las de la espada y en su vida hay m uchos papeles y pocas es­
tocadas. P ero de cualquier m odo, cobró su cuota de heroís­
mo; y c u an d o retom ó sus estudios, llevaba en la sangre u n a
m odesta dosis de gloria g u e rre ra q u e h a b ía de m ezclar en
sus com bates intelectuales.
La lucha a bierta en tre el im perio y el sacerdocio n o se li­
m itó a las incursiones de Cañe G rande po r el n o rte de Ita­
lia. El advenim iento al tro n o de Luis de Baviera y la resisten-
1344 RUBEN CALDERON BOUCHET

cia a su designación puesta p o r Ju a n XXII dio al conflicto un


nuevo im pulso d o n d e entró Marsilio con su Defensor Pacis.
C anónigo de la catedral de P adua y bajo la directa ju ris­
dicción pontifical, u n a vez publicada su o b ra no esperó dar
c u e n ta de sus opiniones fre n te a u n tribunal convocado
p o r el Santo Oficio y se refugió en tierras im periales. En la
c o rte de Luis aprovechó con destreza la c o rrien te laicista
q u e soplaba p o r tierras alem anas p resen tán d o se com o ce­
loso reform ista y fu n d am e n ta lm e n te p reo cu p ad o p o r la sa­
lud de la Iglesia.
riu oih
“Los e rro res que h an h e c h o presa de la Iglesia — h ab ía
dicho al e m p e ra d o r— nos h a n obligado a to m ar el cam ino
del d estierro. Incapaces de to le rar d u ra n te m ás tiem po es­
te estado de cosas, con la conciencia tranquila, recu rrim o s
a Vos. El im perio os p e rte n e c e de derecho, a Vos os toca
restab lecer el o rd e n leg ítim o ” 33.
El siete de e n e ro de 1328 e n tró en R om a con el séquito
de Luis de Baviera y asistió a su coronación. Sus sueños po­
líticos p arecían colm ados: Luis c o ro n ad o e m p e ra d o r p o r el
síndico del p u eb lo ro m an o , el viejo Sciarra C olonna, y el
p a p a J u a n XXII so lem n em en te d epuesto de su cargo por
u n concilio de dóciles eclesiásticos y reem plazado p o r el
franciscano P ietro di C orvara con el n o m b re de Nicolás V.
El triu n fo n o d u ró m ucho, R om a se levanto en arm as
c o n tra Luis y lo expulsó de la ciudad. M arsilio siguió al m o­
n a rc a en su retiro y d u ra n te m uchos años, desde 1331 has­
ta 1342, fue su m édico y p ro b ab lem en te u n o de sus conse­
je ro s privados.

33. G uillaume de Nangis, Grande Chronique, II, pág. 75.


LA CIUDAD CRISTIANA 1345

La presencia de M arsilio en la corte im perial era u n de­


safío a la su p rem a a u to rid ad de la Iglesia. En más de u n a
o p o rtu n id a d las quejas del p ap a llegaron hasta el e m p era­
dor. Pero Luis se h ab ía aficionado a su m édico y, u n poco
p o r am istad y bastante p o r fastidiar al papa, lo conservó en
su palacio y lo defen d ió co n tra los reclam os pontificales.
La vida de M arsilio e n la corte im perial h u b iera sido
m ás feliz sin la presen cia de G uillerm o de O ckham . El fa­
m oso franciscano en la tercera p arte de su Diálogo lleva con­
tra el Defensor Pacis u n a carga cerrada. Si O ckham no h u b ie­
ra im presionado favorablem ente al em perador, M arsilio no
se h u b ie ra p reo c u p a d o m ucho p o r el ataque llevado p o r el
sajón a sus argum entos. D esgraciadam ente Luis lo tom ó
m uy e n serio y el p a d u a n o se vio obligado a d e fe n d e r su
p u n to de m ira con u n nuevo libro, el Defensor Minor, d o n d e
hacía la apología de su o b ra a n te rio r y e n d u re c ía a u n más
las aristas de su p ro p ia doctrina.
Era m ala táctica p ero venía im puesta p o r u n tem p era­
m en to apasionado y con poco gusto p o r las cautelas. C on
todo, Luis n o le retiró su favor y a fines de 1341 c u an d o tra­
tó de casar a su hijo con M argarita de M aultasch, esposa de
E n riq u e de M oravia, consultó a sus dos plum íferos p a ra oír
sus razones en p ro del divorcio de la can d id ata que, confor­
m e a las leyes canónicas, n o era posible o b te n e r regular­
m ente. M arsilio escribió su De furisdictione Imperatoris in
Causis Matrimonialibus d o n d e suprim ía todas las dificulta­
des, p o rq u e convertía al e m p e rad o r en suprem a potestad
tan to en lo civil com o en lo espiritual. E ra m ucho. Luis p re ­
firió los a rg u m en to s m ás m oderados y sutiles de fray Gui­
llerm o, p o rq u e, sin ro m p e r ab iertam en te con las costum ­
bres, a b ría cam inos políticam ente viables.
1346 RUBEN CALDERON BOUCHET

Es probable que este nuevo triunfo de su antagonista ha­


ya precipitado su m uerte, pues en u n discurso pronunciado
p o r el p ap a C lem ente VI el 10 de abril de 1343, nos entera­
m os que el tenaz enem igo del pontificado rom ano, Marsilio
de Padua, ha dejado de p erten ecer al m u n d o de los vivos.
Marsilio fue, con O ckham , el prototipo del intelectual al
servicio del poder. Sus ideas fueron m edios p ara lograr de­
term inados objetivos políticos. P o r esta condición de su p e n ­
sam iento lo consideram os u n ideólogo. U n som ero exam en
de su d o ctrin a c o rro b o rará la im presión.

El h o m b r e y la obra

El estudio h e c h o p o r G eorge de L agarde se p ro p o n e, en


el C apítulo II, m ostrarnos la p ersonalidad de M arsilio tal
com o se revela en el Defensor Pacis. Su p rim era im presión
b reg a p o r la presencia de un solo autor. La razón principal
de esta conclusión reside en la u n id ad estilística del libro
d o n d e la fineza dialéctica se m ezcla arm oniosam ente con
la violencia polém ica, sin q u e falte, de a ratos, la g á rru la pe­
d a n te ría del raz o n a d o r profesional.
El h o m b re del Defensor Pacis es el m ism o M arsilio señala­
do p o r A lbertino M ussatto: o ra disipado, o ra estudioso,
apasionado o filósofo en su ocasión, p ero siem pre llevado
p o r el a rd o r de su avidez te rre n a o inspirado, com o decía
M ussatto, p o r “el divino n éctar de sus estudios”. Es el M ar­
silio q u e en m edio de los libros g u a rd a la nostalgia de las
intrigas y la g u e rra y en el seno de los com bates no tiene
otras arm as que su e ru d ició n y su elocuencia.
LA CIUDAD CRISTIANA 1347

R acionalista fo rm ad o en la escuela de Aristóteles, se


aplicó a resolver los problem as del pensam iento político
fu n d ad o en criterios p u ram e n te racionales. C uando apela­
ba a la religión lo hacía m ovido p o r intereses profanos y
n u n c a p o r u n a inspiración de carácter religioso.
“P orque, fuera de estas razones, adm itidas sin dem ostra­
ción de la constitución de las leyes, los filósofos, en com ún
acuerdo, h an sido atentos a otra razón, casi necesaria del es­
tablecim iento de leyes divinas o de sectas de este m undo; en ­
tre ellos H esíodo, Pitágoras y m uchos otros filósofos anti­
guos. La b o n d a d de los actos hum anos, privados y civiles, de
los que d e p e n d e n así en teram en te la tranquilidad de las co­
m unidades, y, en fin, la suficiencia de la vida en este m undo:
tal fue esta razón. P orque algunos de estos filósofos, inven­
tores de tales o cuales sectas, no h an tenido fe en la resu­
rrección de los h om bres o en la vida eterna; pero la imagi­
n a ro n y así p ersuadieron a los otros hom bres; y en ellas
pusieron en a rm o n ía los goces y sufrim ientos etern o s con
las cualidades de las obras hum anas en esta vida m ortal, pa­
ra inspirar a los hom bres la reverencia y el tem o r d e Dios, el
deseo de h u ir de los vicios y practicar las virtudes” 34.
D e L agarde, que co m en ta este pasaje de M arsilio con es­
casa sim patía, delata su positivismo en franco contraste con
otras obras de la época, tam bién inspiradas en la filosofía
del Estagirita, pero m ás sensibles a los m isterios religiosos.
M arsilio e ra un ho m b re com plejo. Todos los contrastes
violentos de su siglo se e n c u e n tra n en su p ensam iento en
estado de eru p c ió n p e rm a n en te . No term in a de escribir es­
ta pág in a capaz de h o n ra r el curriculum de u n ateo, cuando

34. Marsilio de Padua, Le Défenseur de la Paix, Lib. I, Cap. V, párrafo 11.


1348 RUBEN CALDERON BOUCHET

se lanza sobre los textos de la Sagrada E scritura con furia


de exégeta y apoya sus conclusiones filosóficas con citas to­
m adas háb ilm en te de la Biblia.
N o cream os q u e el com entarista de la Biblia olvida al ra­
cionalista y a cada paso cita a A ristóteles p a ra confirm ar
u n a o p in ió n de San Pablo o de San Agustín. En toda oca­
sión rem ite a los principios racionales asentados con fuer­
za argum entativa en el p rim e r libro del Defensor de la paz.
“P o r lo dem ás — escribe De L agarde— , sus com entarios bí­
blicos son racionalistas, secos, fríos y ceñidos sin p ro fu n d i­
d ad al texto de la Escritura, m ás con la precisión de u n na­
turalista q u e con la fe de u n ap ó sto l”.
J e a n n in e Q uillet confirm a en sus líneas generales la opi­
n ió n de De L agarde y añ ad e u n ju icio sobre el poco valor
de sus com entarios evangélicos, d o n d e se a d h iere al senti­
d o literal del texto y descuida delib erad am en te su sim bolis­
m o, fu en te, según M arsilio, de e rro res y sofismas. Del A nti­
guo Testamento h ab la poco y en este elo cu en te silencio
advierten am bos especialistas u n a aversión m uy típica de al­
gun o s m ovim ientos heréticos, com o el de los cátaros.

Fuentes d e su p e n s a m ie n t o

D escendiente de u n n o tario y ciudadano de Padua, tuvo


relación te m p ra n a con el pensam iento ju ríd ic o y, a u n q u e
n o estudió el d e re c h o com o especialista, conoció lo bastan­
te com o p a ra h a c er creer a m uchos estudiosos que había si­
do u n ju rista avezado. La frecuentación de los legistas, cier­
tas p reo cu p acio n es com unes con este g ru p o , la influencia
LA CIUDAD CRISTIANA 1349

del clan dirigido p o r G uillerm o de N o g a re ty el uso p e rm a ­


n e n te del léxico em pleado p o r los cultores del d erech o , ex­
plican esta confusión. U n exam en aten to de su libro revela
un conocim iento bastante m ódico de los g randes textos j u ­
rídicos. C ita la ley de las D oce Tablas, el código de Justinia-
n o y algunos decretos del derech o canónico. Ig n o rab a los
g ran d es tratados de d e re c h o ro m an o y las glosas acum ula­
das p o r los c o m en tad o res más conocidos.
P ionero en la in terp retació n libre de la Sagrada Escritu­
ra, fabricó, p a ra su uso personal, u n a teología propia. Esta
e n tra d a a saco en las verdades reveladas ten ía u n propósito
político: d e stru ir el p o d e r de la Iglesia p a ra asentar sobre
bases firm es el p o d e r civil. El Defensor Pacis cita con g e n e ro ­
sidad el Nuevo Testamento y en todas las referencias el a u to r
se m anifiesta com o polem ista hábil, capaz de usar los tex­
tos en u n sentido favorable a su propósito.
M aestro de artes egresado de u n a universidad m edieval,
debió c o n o c er algo de la ciencia sagrada. Leyó a P edro
L o m bardo y tom ó de él la línea principal de su d o c trin a so­
b re el p o d e r de las llaves y el carácter sacerdotal. F uera de
P edro L o m bardo no conocía a n in g ú n otro teólogo im p o r­
tan te de la época. C ita u n poco a San A gustín, alg u n a car­
ta de San Je ró n im o , m enos a San A m brosio y de segunda
m an o a San Crisòstom o. T rata de hallar contradicciones en
San B ern ard o , p o rq u e lo considera in sp irad o r de la Unam
Sanctam de Bonifacio VIII y p o r en d e u n enem igo nato de
su p ro p ia m an e ra de pensar.
En to d o lo que hace a la teología confiesa sus p refe re n ­
cias p o r el “lu m in o so ” lenguaje de Cristo y deja a la tradi­
ción p o r u n a in te rp re ta c ió n libre de la Escritura. Alega q ue
aquello q u e Cristo enseñó lo hizo con su ejem plo y lo trans-
1350 RUBEN CALDERON BOUCHET

m itió en los escritos dictados a sus evangelistas p ara que es­


tos escritos nos p erm itan , en su ausencia y en ausencia de
los apóstoles, dirigirnos en todo lo c o n c ern ie n te a la salud.
Basta reflex io n ar u n poco en esta afirm ación p a ra que
aparezca la exclusividad del libro en m ateria de co n d u c ­
ción religiosa. John Wycliffe, em p a p a d o con todos los ar­
g u m en to s de las controversias sucesivam ente ligadas a las
figuras de B onifacio VIII y ju a n XXII, ex tra erá esa conclu­
sión lógica y la tran sm itirá a Ju a n Huss y a to d o el protes­
tantism o m o d e rn o . M arsilio no es u n reform ador. Le falta
fe y se rie d ad p a ra serlo, p e ro su racionalism o so carró n
p re p a ra el te rre n o d o n d e n a c erá el fu tu ro gran cism a de
O ccid en te.
C om o m édico se fo rm ó en u n clim a intelectual n a tu ra ­
lista y abrevó en u n A ristóteles visto p o r Averroes. Pietro
d ’A bano influyó decisivam ente en su form ación. Este p ro ­
fesor de m edicina, filosofía y astrología, com o gustaba lla­
m arse, e ra u n segundo A ristóteles tanto en la Facultad de
A rtes de París com o en la U niversidad de P ad u a d o n d e re­
sidió u n cierto tiem po.
R especto al averroísm o de M arsilio es o pinión de De La­
g ard e que sólo adhirió a los aspectos físicos de la d o ctrin a
del C om entador. E videntem ente en el Defensor Pacis no hay
rastros de la tesis de la doble verdad e hilan d o fino se p u e­
d e hallar u n eco de la teo ría del intelecto agente único. Pe­
ro si fin alm en te se p ru e b a la p e rte n en c ia a M arsilio del m a­
nuscrito m en cio n ad o p o r J e a n n in e Q uillet, se p ro b ará
tam bién que la influencia averroísta fue m ás p ro fu n d a de
lo q u e hace sospechar la lectu ra del Defensor Pacis.
C on todo hay en este libro u n espíritu de in d e p e n d e n ­
cia respecto al m agisterio eclesiástico, u n escepticism o reli­
LA CIUDAD CRISTIANA 1351

gioso y u n a hostilidad tan despectiva p o r las doctrinas e ins­


tituciones tradicionales, que hacen p ensar de in m ed iato en
la influencia del averroísm o latino.
Com o todos los naturalistas aristotélicos, tuvo p e rm a ­
n e n te p reo cu p ació n p o r la ciencia política y, a u n q u e a lo
largo del Defensor glosa co n stan tem en te la Política de Aristó­
teles, lo hace sin te n e r en c u en ta la relación de esta disci­
p lin a con las reflexiones contenidas en las dos éticas del Es-
tagirita. Si la p alab ra h u b iera sido p ro n u n ciad a, diríam os
que M arsilio fue el p rim ero en escribir sobre u n a física so­
cial y con toda seguridad u n o de los pioneros en lib erar la
política de la m oral.
Bien observado, el Defensor Pacis es u n libro filosófica­
m en te p o b re, y, a u n q u e a b u n d a en reflexiones sobre la po­
lítica, no se advierte en n in g ú n m o m en to u n a distinción
precisa e n tre ciencia práctica y ciencia poética. Aristóteles
co m p aró m uchas veces la ciencia política con el a rte m édi­
co; p ara M arsilio la com paración p ierd e todo distingo ana­
lógico y se hace m ás directa y cabal, p o rq u e considera am ­
bas disciplinas en idéntico nivel epistem ológico.

O t r a s in f l u e n c i a s

H em os exam inado las influencias intelectuales sufridas


p o r M arsilio; conviene a h o ra m irar la situación de Italia du­
ra n te esa época p a ra explicarnos el odio que concibió con­
tra el p ap ad o y la política pontifical. Su p u n to de vista rei­
tera la posición de D ante p ero , m ientras el p o e ta florentino
fue u n p a trio ta apasionado, M arsilio de P ad u a no m u estra
1352 RUBEN CALDERON BOUCHET

e n n in g ú n m o m e n to u n am o r exagerado p o r su país. D an­


te sentía con violencia el deseo de la u n id a d italiana y se
m o ría de rabia c u an d o veía pasar los ejércitos extranjeros
p a ra convertir a su patria e n el lu p an a r de las naciones.
M arsilio n o se conm ueve n u n c a p o r estos agravios m ora­
les, p ero in d u d ab le m e n te la vida com unal de Italia influyó
m u ch o en sus ideas políticas. El Defensor Pacís refleja fiel­
m en te ese p e río d o de transición en que la constitución de­
m ocrática de las antiguas com unas tien d e a sim plificarse y
a unirse en to rn o a u n fu erte p o d e r central. La asam blea
c o n ceb id a p o r M arsilio, dvium universitas, no nació de u n a
inspiración aristotélica, sino del parlam en to general de las
com unas italianas.
“Es su e x p erien cia italiana, m ás aú n que A ristóteles, la
q u e lo h a llevado a colocar p o r encim a de la asam blea, de­
m asiado gen eral, u n cu e rp o d e lib e ra n te, de valor re p re ­
sentativo, e n carg ad o de p re p a ra r las leyes. Los ‘p ru d e n ­
tes’, los ‘e x p e rto s’ m en cio n ad o s p o r M arsilio se p arecen
com o gem elos a los ‘savii’ y a los ‘c re d e n tia rii’ de las com u­
nas itálicas”.
P ara te rm in a r de d e lin e ar la influ en cia ejercida sobre
M arsilio p o r las constituciones italianas de la época, ap are­
ce la figura del p rín c ip e visto p o r M arsilio. No se p arece al
e m p e ra d o r del Sacro Im p erio R om ano G erm ánico de O c­
c id en te, m ás b ien tien e algo de capitán del pueblo, prior, do­
go, gonfalonieri, podestá o duque, p ro te c to re s de las com unas
italianas.
La q u erella de Bonifacio VIII y Felipe el H erm oso de
F rancia puso sobre el tablero político la fuerza de los g ru ­
pos legistas, quienes, con el d erech o ro m an o en las m anos,
apoyaron la política del rey con criterio radicalm ente laicis­
LA CIUDAD CRISTIANA 1353

ta. M arsilio de P adua vivió en París d u ra n te el auge de ese


fam oso pleito. De L agarde cree, con apoyo de sólidas razo­
nes, que no p u d o ig n o rar la existencia de la querella y, da­
do su carácter apasionado, debió to m ar partid o en el asun­
to y q u e m a r algunos cartuchos en favor de Felipe. Su
posición d e n tro de la U niversidad de París, volcada al gali-
canism o y d efensora a cérrim a de los derechos del m o n ar­
ca, así lo h acen suponer.
Los rastros de la influencia legista se advierten en la po­
lítica aconsejada p o r M arsilio a Luis de Baviera: la expedi­
ción m ilitar sobre Italia, el ju icio y la deposición de J u a n
XXII, el parlamento convocado p o r Luis, tien en bastante
analogía con las m edidas tom adas p o r G uillaum e de Noga-
re t en la p erso n a de Bonifacio VIII. Para q u e la vinculación
e n tre u n o y otro caso no q u ed e en sim ple enunciación de
m edidas políticas. De L agarde rec u e rd a que cu ando Marsi­
lio e n tró en R om a con el séquito de Luis de Baviera, acom ­
p añ ab a al viejo Sciarra C ollonna, u n a su erte de G aribaldi
del siglo XIV y h o m b re de m ano de G uillaum e de N ogaret.
La presencia de Sciarra es claro indicio de las relaciones
de M arsilio con el clan N ogaret. Para m ayor a b u n d a n cia de
coincidencias, el Defensor Pacis m u estra u n a inform ación de
las cosas de F rancia tom adas de las fuentes m ás decidida­
m en te oficiales del m om ento. C ita a c o m p arecer an te la
historia a “testigos todavía vivos del ate n tad o p e rp e tra d o
c o n tra Felipe el H erm oso p o r Bonifacio V II”, y n o h ab la pa­
ra n a d a de la violencia h e c h a p o r el condottiero Sciarra al a n ­
ciano pontífice. La versión d a d a p o r M arsilio de la querella
coincide en sus p u n to s principales con la p re p a ra d a p o r
G uillaum e de N ogaret p a ra edificación de la o pinión públi­
ca francesa. A estas vinculaciones se p u e d e sum ar un b u e n
1354 RUBEN CALDERON BOUCHET

n ú m e ro de tesis sostenidas en el Defensor Pacis, m uy sem e­


ja n te s, en lo esencial, a otras sim ilares defendidas p o r los le­
gistas adictos a N ogaret.
Si conoció e n París a U b ertin o de Casale, M iguel de Ce-
sena y G uillerm o de O ckham , es u n a presunción perfecta­
m en te verosím il, p ero no segura. Su lu ch a posterior con
J u a n XXII debió p o nerlos en contacto y en más de u n a
o p o rtu n id a d u n iero n sus fuerzas co n tra el enem igo com ún.
F uera de estas coincidencias externas no h u b o e n tre Marsi­
lio y los espirituales franciscanos otra clase de relación. M ar­
silio e ra u n h o m b re frío y si en alguna o p o rtu n id a d procla­
m a la necesidad de u n a Iglesia po b re, no lo hace po r
exagerado a m o r al Evangelio, sino p o rq u e reconoce que es
u n b u e n m edio p ara quitarle poder.
D e L agarde halla m uchas coincidencias e n tre la eclesio-
logía de M arsilio y la sostenida p o r los valdensesr. in te rp re ta ­
ción directa de la Escritura, desprecio p o r la tradición viva
de la Iglesia, esfuerzos p o r trad u cir la Biblia a la len g u a vul­
gar, rechazo del Antiguo Testamento y aceptación exclusiva
del Nuevo e idéntico desdén p o r los decretos pontificios.
Existen notas com unes todavía m ás directas com o la di­
visión de los fieles e n tre perfectos y creyentes y u n a definición
de la Iglesia que rep ite la d ad a p o r Pietro Baldo o P edro
Valdés en su o p o rtu n id ad : “Universitas cred en tiu m e t invo-
cantium n o m en C hristi”. Se observa en M arsilio la red u c­
ción valdense del n u m ero de los sacram entos y el concepto
de q u e sólo Dios p u e d e p e rd o n a r los pecados, lim itando el
papel del sacerdote a o rd e n a r la contricción y la penitencia.
Hay más, p ero resu ltaría fatigoso exponerlas en esta oca­
sión; n in g u n a de ellas nos autoriza a pensar que Marsilio
fu e ra valdense. De L agarde cree que se lim itó a tom ar de la
LA CIUDAD CRISTIANA 1355

secta u n a serie de ideas coincidentes con su deseo de re d u ­


cir la influencia de la Iglesia q u itán d o le todo lo que p u d ie­
re darle p o d e r efectivo sobre las alm as y usarla m ejor al ser­
vicio del Estado. N unca fue un sectario; era un ideólogo y
sólo con ideas capaces de consolidar el p o d e r político se
sentía a sus anchas.
XI C a p itu lo
SINTESIS DOCTRINARIA DEL DEFENSOR PACIS

E l o g io d e la paz

El p ro p ó sito fu n d a m e n ta l del g o b iern o civil es asegurar


los beneficios de la paz, p a ra conservar el p len o ejercicio
de las virtudes, las artes y las ciencias. T odo aquello opues­
to a este fin de la vida política y tem p o ral d e b e ser rad i­
calm en te e x tirp ad o de la ciudad y com batido com o el
p e o r de los m ales. Los antiguos co n o ciero n m u chos m oti­
vos d e discordia ciu d a d a n a y el libro Política d o n d e A ristó­
teles tra ta sobre las revoluciones, nos revela algunos de
ellos. P ero la a n tig ü e d ad no conoció u n o q u e se p ro d u ce
en n u e stra ép o ca y es causa p e rm a n e n te de todas las q u e ­
rellas capaces de dividir la cristiandad. Este m al es la rei­
vindicación, p o r p a rte de la Iglesia, de la sum a potestad
papal. “U n a d o c trin a tal, seg u ram en te sofística, pero con
la m áscara de lo útil y conveniente, es cabalm ente nefasta
p a ra el g é n e ro h u m an o y am enaza provocar u n d a ñ o irre ­
1358 RUBEN CALDERON BOUCHET

p arab le p a ra to d a c o m u n id a d o p a tria si no se le p o n e re­


m e d io ” M.
El p ropósito de M arsilio es q u ita r la careta a este sofisma
nefasto y convocar la única fuerza capaz de pacificar la re ­
pública cristiana con u n a política que asegure la u n id ad de
los reinos en u n a paz sin fisuras. El e m p e ra d o r — e n este ca­
so Luis de Baviera— es el “m inistro de D ios”, convocado
p o r M arsilio p ara realizar esta esperanza.

El r e in o

A ntes de llevar su ataque c o n tra la falsa d o c trin a sosteni­


d a p o r los partid ario s de la a u to rid ad civil del papa, convie­
n e consolidar los principios que fu n d an la sociedad civil y
revelan sus caracteres esenciales.
U n rein o es u n c o n ju n to social com puesto p o r u n a m ul­
tiplicidad más o m enos g ran d e de ciudades, p ero respecto
a su fo rm a política se co m p o rta com o si fu era u n a sola. U n
rein o b ien constituido es com o u n cu erp o sano cuyos órga­
nos cu m p len funciones que c o n c u rre n a rm o n io sam en te a
la u n id a d y al b ien del conjunto: “La tran q u ilid ad será la
b u e n a disposición de la ciudad según la cual, cada u n a de
sus partes p o d rá cum plir de m an e ra p erfecta las acciones
q u e le son propias, según las razones de su función. Y co­
m o u n a b u e n a definición se refiere a aquellos que se le
o p o n e n , la discordia será la m ala disposición de u n a ciudad

35. Marsilio de Padua, Le Défenseur de la Paix, Paris, Vrin, 1968, pág. 52,
traducción d e je a n n in e Quillet.
LA CIUDAD CRISTIANA 1359

o rein o , com o la en ferm ed ad , p a ra el viviente, disposición


que im pide a todas o a cada u n a de sus partes cum plir las
funciones que le son propias, si no de un m odo absoluto,
p o r lo m enos de un m odo co m p leto ” 36.
La sociedad civil se origina en el deseo h u m an o de lo­
g rar u n a vida perfecta. La vida social, en su fu n d am en to , es
u n fen ó m e n o de o rd e n natural. Respecto al origen de la
co m u n id ad política rep ite la conocida d o ctrin a de A ristóte­
les y la co m pleta con u n m inucioso com entario sobre la
causa final del o rd e n político.
El b u e n vivir h u m an o es el objetivo natu ral del Estado.
M arsilio deja en claro q u e la noción de vida h u m an a im pli­
ca necesaria y esencialm ente el cultivo de los bienes espiri­
tuales “q u e son privilegios de las facultades del alm a tanto
especulativas com o prácticas”. Para lograrlo se hizo m enes­
ter el establecim iento preciso de u n a regla de ju sticia y de
u n guard ián o ejecu to r p ara hacerla cumplir.
La sociedad exige de sus com p o n en tes el ejercicio de
m uchas y diversas funciones. Su salud consiste en que tales
funciones se cum plan en el m arco de u n o rd en a m ie n to j u ­
rídico establecido p o r la a u to rid ad co m petente. E n tre estas
funciones hay u n a consagrada al m u n d o fu tu ro y al culto
de Dios y com o todas las otras debe ser reg u lad a p o r el le­
gislador civil.
E n u m e ra los diferentes oficios de u n a ciudad y hace u n a
división e n tre los que cum plen faenas tem porales y los des­
tinados a la religión. Existe u n a ten d e n c ia n atu ral en cada
profesión a crecer en d etrim en to de la a rm o n ía del co n ju n ­

36. Marsilio de Padua, Le Défenseur de la Paix, pág. 59.


1360 RUBEN CALDERON BOUCHET

to; p o r esa razón, considera necesario “establecer en la ciu­


d a d u n a p a rte u oficio p o r el cual sean corregidos los exce­
sos y red u cid o s a u n a igualdad o p ro p o rció n requerida; de
o tro m odo provocarían conflictos y n acería la discordia
con la d estrucción de la ciudad y la p é rd id a de la vida sufi­
ciente. A ristóteles llam ó a esta p arte de la ciudad, p arte j u ­
dicial o p a rte g o b e rn a n te o deliberativa, así com o al ap ara­
to q u e está a su servicio; su tarea consiste en regular lo útil
y ju sto c o m ú n ” í57.
U n a larga consideración e n to rn o a la necesidad de la
función religiosa lo hace ver, con su inveterado positivismo,
el valor político de u n a hábil disposición del m ás allá. U n a
vida m ejo r en el o tro m u n d o , sea o no verdadera, “m o d era
los actos h u m an o s com andados p o r el conocim iento y el
a p e tito ”.
A dm ite la existencia del pecado original y atribuye a esa
ru p tu ra con la in teg rid ad p rim e ra las desigualdades y las
divisiones del o rd en a m ie n to social. La ciudad, com o en los
Padres de la Iglesia, es u n remedium peccati y no la vía n o r­
m al, n atu ral, p a ra el desarrollo arm ónico y total de la p er­
sonalidad. En esta op in ió n contradice la fu erte influencia
del aristotelism o.
El sacerdocio cristiano tiene u n a m isión: ed u car a los
ho m b res y enseñarles lo necesario para lograr la vida eter­
n a y escapar a las m iserias del infierno. Pero ex traer de ahí
a u to rid ad sobre los p o deres civiles es el e rro r p o r a n to n o ­
m asia y esta consecuencia funesta d eb e com batirse con u r­
g encia p ara salvar la paz.

37. Marsilio de Padua, Le Défenseur de la Paix, pág. 73.


LA CIUDAD CRISTIANA 1361

U n análisis causal del o rd en político lo lleva a incursio-


n a r p o r los dom inios de Aristóteles, y, luego de señalar algu­
nos principios filosóficos, encara la clásica división de los re ­
gím enes de go b iern o y sus respectivas corrupciones. Las
reflexiones dedicadas al sistema dem ocrático no bregan p o r
u n Marsilio convencido de la superioridad de este tipo de
gobierno. Je a n n in e Q uillet an o ta que el a u to r tiene, com o
la m ayoría de sus contem poráneos, al régim en dem ocrático
p o r u n a form a c o rro m p id a de la organización social.

El s is t e m a m o n á r q u ic o
!;y • suoon cúasrsíaL ab -,v. ífoij&nifbm jp A

La p arte m ás im p o rta n te de sus reflexiones sobre las for­


m as de g o b iern o la dedica a la m onarquía. Es aquí d o n d e
aparece la originalidad de su pensam iento político.
D istingue, en seguim iento de Aristóteles, cinco m odos
de institución m onárquica: a. el capitanato, usual en las
ciudades italianas de su época d o n d e el jefe de g o b iern o
cum plía u n a función esencialm ente m ilitar; b. la m o n ar­
q u ía despótica de tipo asiático, h e re d ita ria y sacral, p ero ti­
ránica. El conocim iento de M arsilio sobre este tipo de go­
b ie rn o es u n a débil rep etició n de los prejuicios griegos; c.
u n a fo rm a de m o n arq u ía electiva, p ero con u n a base legal
en franco d e trim e n to del b ien com ún: la llam a tiran ía elec­
tiva; d. el g o b iern o de un p rín cip e establecido p o r elec­
ción, con d e re c h o de sucesión h ered itaria y que g o b iern a
según leyes o rd en ad as al bien com ún; e. el p rín cip e es el se­
ñ o r de todas las p artes de la co m u n id ad y ejerce sobre ella
u n g o b iern o paternal.
1362 RUBEN CALDERON BOUCHET

L uego de este breve resum en de las form as fu n d am e n ­


tales de la m o n arq u ía, M arsilio cree conveniente señalar en
los g o b iern o s u n a distinción esencial: aquellos q u e gobier­
n a n con la voluntad de sus súbditos y los q u e lo hacen en
c o n tra de esa voluntad. Su preferen cia p o r u n a m o n arq u ía
electiva con la participación activa de los súbditos o de la
m ejor p a rte de ellos está c laram en te señalada: “La elección
no p u e d e faltar nunca, p o rq u e las generaciones de los
h o m b res n u n c a faltan. P o r lo dem ás éste es el único m odo
de elegir el m ejor p ríncipe. Conviene que el m ejor sea
q u ie n se ocupe de los asuntos políticos, p o rq u e debe reg u ­
lar los actos civiles de todos los o tro s” 38.
A co n tinuación se ocu p a de aclarar la noción de ley con
el propósito de establecer con todo rigor la causa eficiente
y final del o rd en jurídico: “Lo que significa buscar el legisla­
d o r o causa eficiente de la ley, a la que co rresp o n d e — p e n ­
samos nosotros— la elección de los g o biernos” 39.
Su d o c trin a del Estado estaba inspirada en Aristóteles,
p e ro el pen sam ien to político del Estagirita q u e d a b a re d u ­
cido a su expresión más m ódica y em pírica. Las ideas aris­
totélicas b reg an p o r u n dinam ism o político de orientación
finalística y espiritual. En M arsilio, todo ese aparato con­
ceptual está am p u tad o de cualquier propósito superior. En
su noción de d e re c h o se p u e d e ap reciar m ejor su lim ita­
ción a p reo cu p acio n es p u ra m e n te utilitarias.
El firm e p ropósito de u n o rd e n ju ríd ic o es evitar disen­
siones. Para eso p ro p o n e reglas razonables conform e a las
cuales se rija la vida ciudadana. N o hace m en ció n de u n a

38. Marsilio de Padua, Le Défenseur de la Paix, I, IX, 7, pág. 95.


39. Ibidem, I, X, 2, pág. 97.
LA CIUDAD CRISTIANA 1363

ley e te rn a, ni se advierte la idea de u n d erech o natural. La


ú n ica ley em p íricam en te exam inable p ara discutir la o p o r­
tu n id a d de su aplicación es la del d e re c h o positivo. U n a ley
desprovista de sanción in m ed iata p ara quien ose violarla,
n o es ley.
D espués de observar algunas definiciones propuestas so­
b re la esencia de la ley se d etien e en su sentido m ás cono­
cido: “La ley designa la ciencia o d o c trin a o ju icio universal
sobre lo ju sto o injusto, de lo útil en el o rd en social de su
o p u e sto ” 40.
En está acep ció n d escu b re dos aspectos: e n tan to m a­
nifiesta lo ju sto o lo injusto, lo útil o lo d a ñ in o , se la llam a
ciencia o d o c trin a del d e re c h o ; y se la llam a ley p o rq u e
viene a c o m p a ñ a d a de u n p re c e p to coactivo de p e n a o re ­
com pensa.
El o rd e n legal tien e p o r finalidad el bien com ún de los
ciudadanos y da a los g o biernos u n a cierta seguridad y p er­
m an en cia p o rq u e evita los caprichos y las pasiones de u n a
a u to rid ad librada a su solo arbitrio. Esta razón d e te rm in a
q u e las leyes sean el resultado de u n a elaboración h ech a
p o r la p arte m ejor de la ciudadanía: “P o r esta razón es n e­
cesario instituir la ley, si se quiere que las sociedades políti­
cas estén dispuestas a lo m ejor en cuanto a lo justo y útil en
la so cied ad ” 41.
La causa eficiente de la ley debe ser el pueblo o el co­
m ú n de los ciudadanos, pues conviene que interv en g an ac­
tivam ente en el establecim iento de la regla de sus actos

40. Marsilio de Padua, Le Défenseur de la Paix, I, X, 3, pág. 98.


41. Ibidem, I, IX, 3, pág. 104.
1364 RUBEN CALDERON BOUCHET

aquellos cuyos actos d eb en m edirse. N o escapa a Marsilio


los inconvenientes de u n a legislación nacida en el tum ulto
de u n a asam blea. C onsidera necesaria la intervención de
los ju risp erito s, au n q u e sostiene siem pre que la ley es ex­
presió n de todos los ciudadanos o de su m ayoría. Pero co­
m o la ley d e te rm in a lo útil y lo ju sto , y a esto sólo p u e d e n
co n o cerlo los sabios y los expertos, es m en ester que u n g ru ­
po selecto de ciudadanos dicte las leyes, p ero esta función
legislativa logra la obediencia, cu ando tiene el apoyo de la
“universidad de los ciu d ad an o s”.
¿Por q u é razón cree M arsilio en la necesidad de esta ad­
hesión popular? P o rq u e de este m odo el pueblo participa­
rá con m ás gusto y o b ed ecerá mejor.
“U n a ley establecida con la a u d ie n c ia y el co n sen tim ien ­
to de la m u ltitu d , a u n q u e fu era m enos útil, sería observa­
d a sin p e n a y se le so sten d rá con cierto entusiasm o, p o r­
q u e cada u n o de los q u e o b e d e ce n te n d ría el sen tim iento
de h a b e rla establecido él m ism o y no p o d ría p ro testar con­
tra e lla ” 4A

La a u t o r id a d

A ntes de e n tra r en el discutido tem a de la soberanía y de


la m arcad a p refe re n c ia m arsiliana p o r u n p rín cip e elegido,
digam os un p ar de palabras sobre su noción de autoridad.
A dm ite, con Aristóteles, la necesidad de que el p rín cip e sea
p ru d e n te y ten g a todas las virtudes integrantes de esta p er­

42. Marsilio de Padua, Le Défenseur de la Paix, I, XII, 6, pág. 115.


LA CIUDAD CRISTIANA 1365

fecta disposición de la inteligencia práctica. El je fe p rep a ­


rad o p a ra el ejercicio de su tarea gubernativa d eb e ser vir­
tuoso, p e ro no es la virtud q u ien le confiere au to rid ad , si­
n o el h a b e r sido elegido p ara esa función.
El p ríncipe, investido p o r el legislador, se convierte en
regla y m ed id a de los actos de sus súbditos, p ero al m ism o
tiem po es reg u lad o p o r la ley positiva que m arca con rig o r
los lím ites de su poder. La a u to rid ad del p rín cip e concede
a la ley su carácter legal, p ero M arsilio adm ite q u e el súbdi­
to d eb e defen d erse del p o d e r del p rín cip e m ed ian te u n ó r­
gano de control. ¿Q uién lo constituye? ¿El príncipe? ¿O tro
p oder? ¿Cuál?
De Lagarde po n e de relieve la discreción de Marsilio en
este tem a. A p rim era vista parece contradictorio, pero si se
exam ina con rigor se advierte un propósito coh eren te lleva­
do a bu en térm ino con ciertas vacilaciones.
Ruffini Avondo confiesa que es m en ester llegar a Locke
“p e r trovare il p rincipio della separazione dei p o teri espres-
so con tan ta e n e rg ia ”. De L agarde no coincide to talm en te
con esta o p in ió n y cree q u e para M arsilio el p rín cip e es al
m ism o tiem po ejecu to r y juez. N o obstante p arece adm itir
la existencia de u n legislador distinto del p ríncipe, pues en
algunos contextos p a reciera que el p rín cip e recibe su auto­
rid a d del legislador.
¿Q uién es el legislador? ¿Es un órgano de la ciudad que
tien e a su cargo el dictado de las leyes?
Los textos no brillan p o r su claridad y el pasaje de la au­
to rid a d de los súbditos al p rín cip e auspicia todas las confu­
siones posibles: “Así el principio p ro d u c to r de la ciudad, es
decir, el alm a del c o n ju n to de los ciudadanos, estableció en
1366 RUBEN CALDERON BOUCHET

esta p rim e ra p a rte u n a virtud universal en cu an to a la cau­


salidad, a saber, la ley, y tam bién la a u to rid ad o p o d e r de
c o n d u c ir los juicios civiles, de ord en arlo s y de ejecutarlos
según la ley, n o de otro m o d o ” 43.
U nos parágrafos m ás adelan te añade que el p rín cip e de­
be instituir las partes y oficios de la ciudad eligiendo h o m ­
bres que posean hábitos convenientes p ara esos oficios y
e n tre ellos, a u n q u e no lo dice de m an e ra expresa, deb en
estar los legisladores. C om enta Je a n n in e Quillet: “Este ca­
pítulo p o n e el acento sobre el papel fu n d am en tal de la par­
te prin cip al en la ciudad. Es al nivel de este capítulo d o n d e
se p ro d u ce el deslizam iento que p e rm itirá a M arsilio susti­
tu ir progresivam ente la a u to rid ad del p rín cip e a la de la
‘universitas civium ’ p ro p ia m en te d ich a ”.
La m ism a a u to ra señala el “ro m an ism o ” de M arsilio,
pues en virtud de la ley regia el e m p e rad o r recibía su inves­
tid u ra y su p o d e r del pu eb lo rom ano. Ficción ju ríd ic a que
m a n te n ía la fachada rep u b lican a sobre la c ru d a realidad
del p o d e r personal.
P ara M arsilio la soberanía reside en el pueblo, en la uni­
versitas civium o en su m ayoría: “El legislador no p u e d e ser
otro q u e el p u eblo, es decir la totalidad de los ciudadanos
o la m ayoría de ellos q u e expresa su elección o su voluntad
en el seno de la asam blea general de los ciu d ad an o s”.
Esta afirm ación lo convierte, p ara m uchos de sus co­
m entarios, en el p rim e r teórico del con trato de soberanía,
p e ro c u an d o M arsilio explica más detalladam ente su tesis,
no es tan term in a n te ni dem ocrático com o parecía.

43. Marsilio de Padua, Le Défenseur de la Paix, nota 47, pág. 139.


LA CIUDAD CRISTIANA 1367

Insiste en el consentim iento de la m ultitud de los súbdi­


tos para la confirm ación y prom ulgación definitiva de las le­
yes p o rq u e facilita su aplicación sin violencias inútiles. La
ley prom ulgada p o r el pueblo, au n q u e im perfecta, es m ejor
obedecida que o tra m ás perfecta p ero no constituida p o r él.
La p reo cu p ació n p o r asegurar al p rín cip e la sum isión
de los súbditos g u ía la m en te de este ideólogo.
Marsilio d a otras razones p ara explicar el recurso al p u e ­
blo so berano en la prom ulgación de las leyes. La noción
aristotélica de bien co m ú n constituye el p u n to fu erte de su
razonam iento. El b ien com ún es el fin de la ley y el p ro p ó ­
sito q u e d eb e buscar el príncipe. M arsilio asegura que la
m u ltitu d tiene m ejor ju ic io acerca de u n bien q u e afecta a
todos. A dvierte el carácter poco probativo de su razona­
m ien to y apela a dos espectros abom inables: la oligarquía y
la tiran ía clerical. A m bos fantasm as son la ultima ratio de sus
explicaciones y re to rn a n com o u n a obsesión a lo largo de
su libro. D estacado con vigor el peligro de u n g o b iern o
eclesiástico, vuelve p o r los fueros de u n a cierta co rd u ra y
escribe q u e hallar leyes justas y sanas es co m p eten cia de los
ex pertos y no de la m ultitud. El papel de la c o m u n id ad ciu­
d a d a n a no es d escubrir la ley o quererla, sino aprobarla,
pro m u lg arla y darle consentim iento.

E l e c c ió n o s u c e s ió n h e r e d it a r ia

D edica todo el capítulo XVI de la p rim era p arte a seña­


lar las conveniencias de los principados hered itario s e in­
m ed iatam en te las refu ta u n a p o r una, d an d o vigorosa p re ­
1368 RUBEN CALDERON BOUCHET

feren cia al p rincipio de elección. L uego de un discreto pa­


seo p o r todas las arg u m en tacio n es esgrim idas en u n o y otro
partid o , levanta ligeram ente el velo de sus intenciones: “En
cu an to a la dificultad q u e sufre el im perio ro m an o de te n e r
q u e a rb itra r u n a elección p o r cada nuevo m onarca, es n e­
cesario d ecir q u e esta dificultad no proviene de la elección
m ism a, sino m ás b ien de la m alicia, de la ignorancia o de
am bas a la vez, de algunos ho m b res q u e im p id en la elec­
ción y el acceso al p o d e r del p rín cip e elegido; los m étodos
p o r los cuales o b raro n , o b ran y o b rarán , serán tratados en
detalle en el capítulo XIX de esta p a rte y en los capítulos
XXIII, XXIV, XXV y XXVI de la segunda p a rte ” 44 Se refie­
re a la p rete n sió n papal de la plenitudo potestatis p ara cuya
crítica y revisión analizará to d a la d o ctrin a eclesiástica.
Su p ropósito fu n d am en tal es firm e: consolidar el p o d e r
im perial, d estruyendo los fu n d am en to s teológicos en los
cuales la Iglesia fu n d a su potestad sobre los príncipes cris­
tianos. Crítico agudo, la p arte destructiva de su o b ra está
m ejo r elab o rad a y m ás intelig en tem en te pensada que la
p a rte positiva.
P ara concluir la exposición de su teo ría sobre el p o d e r
político, conviene leer el capítulo XVII de la p rim e ra parte
d o n d e d efien d e la necesidad de la u n id ad n u m érica del
prin cip io su p rem o de la ciudad o del reino.
E xplica p o r q u é razón co n sid era necesaria la u n id a d
del m an d o p a ra u n a rec ta disposición de las partes que
c o m p o n e n u n a sociedad política. R econoce la existencia
d e repúblicas d o n d e el g o b iern o es ejercido p o r u n g ru p o
d e h o m b res, p e ro ad m itid a la colegialidad de la función,

44. Marsilio de Padua, Le Défenseur de la Paix, I, XVII, pág. 150.


LA CIUDAD CRISTIANA 1369

qu e n o destruye la u n id a d en la acción de com ando; pues


si la com posición de la au to rid ad es m últiple, la decisión
en el acto de su ejercicio so b eran o es u n a sola “p o rq u e
n in g u n a de sus acciones p u e d e e m a n a r de u n o de ellos to­
m ad o se p ara d a m e n te , sino del co m ú n d ecreto y consenti­
m ie n to ” 4ñ.
D em ostrada la necesidad de u n g o b iern o único, refu er­
za sus arg u m en to s p ro b an d o el perjuicio in h e re n te a la
existencia de varias autoridades superpuestas, cuyos p o d e ­
res im p id en la realización de u n acto d e gobierno.
“C on las razones ya dadas, es m en ester c o m p ro b ar q u e
la u n id a d es v erdadera, o p o rtu n a y necesaria en virtud de
la ex p erien cia del sentido com ún: p o rq u e en u n lugar o
provincia, o re u n ió n de hom bres, d o n d e la u n id ad de go­
b ie rn o falta, es im posible que las cosas estén bien dispues­
tas, com o sucede en el rein o de los ro m a n o s” 46.
La referen cia “rein o de los ro m an o s” indica claram ente
su in te n c ió n de m arcar las intervenciones, siem pre in o p o r­
tunas, del p o d e r pontifical. El Defensor Pacis com o la Monar­
quía de D ante es u n ataque directo a las prerrogativas polí­
ticas de la curia rom ana, p ero m ientras D ante se lim ita a
criticar u n a in te rfe re n c ia política que considera nociva,
M arsilio trata, p o r todos los m edios a su alcance, de dem o­
ler la e stru c tu ra ín tim a de la jerarquía eclesiástica,
b.-dúh'm vi .o Bini oriDquiiv ;-> n o u iix rn olu v o a m u l o v 1 1 ?. o b
Sus reflexiones sobre la u n id ad lo llevaron a u n a breve
consideración sobre el o rd en , sin a certar con u n a defini­
ción adecuada. N o obstante se advierte su frecuentación de

45. Marsilio de Padua, Le Défenseur de la Paix, I, XVII.


46. Ibidem, I, XVII, 9.
1370 RUBEN CALDERON BOUCHET

los libros aristotélicos y su in d u d ab le capacidad p a ra seguir


con co h e re n c ia u n razo n am ien to filosófico.
La acción u n ita ria y a rm ó n ica del p rín cip e es la causa
eficiente de la “tra n q u ilid ad ”. Todo aquello capaz de im pe­
dir el ejercicio del g o b iern o es enem igo declarado de la
paz: “Existe u n a causa poco habitual de la in tra n q u ilid a d y
discordia de los pueblos, ocasionalm ente surgida en razón
del efecto p ro d u cid o p o r la causa divina fu era de su acción
o rd in a ria sobre las cosas y que, com o ya lo recordam os en
n u e stra in tro d u cció n , no fue conocida ni p o r A ristóteles ni
p o r n in g ú n otro filósofo de su tie m p o ” 47.
Señala nuevam ente a la Iglesia y p rep a ra el ánim o del lec­
to r p a ra la segunda parte de su obra d o n d e tratará de expli­
car con claridad cuál fue la intención de Dios al fu n d ar esa
institución q u e p o r m alicia de los papas, se ha convertido en
u n a p ied ra de escándalo para la conservación del orden.

La c r it ic a d e l a I g l e s ia

La p a rte m ás im p o rta n te del Defensor Pacis está dedicada


a u n a prolija dem olición de la organización eclesiástica. El
p en sam ien to y el estilo de M arsilio dan en esta ocasión to­
do su volum en y alcanzan en el vituperio u n a originalidad
y u n a fuerza pocas veces logradas p o r los otros críticos de
la Iglesia.
Su d o c trin a política carece de vigor, in cu rre en co n tra­
dicciones y no pasa de ser la apología m ediocre de un plu­

47. Marsilio de Padua, Le Défenseur de la Paix, I, XIX, 3, pág. 171.


LA CIUDAD CRISTIANA 1371

m ífero al servicio del im perio, p ero su crítica a la curia ro ­


m an a tiene u n a fuerza d e arg u m en tació n y está alim entada
p o r u n odio tan g ran d e q u e po n e fuego al estilo y le inspi­
ran páginas dignas de figurar e n tre las más violentas de u n a
an to lo g ía de autores anticlericales.
Su propósito está señalado en el C apítulo I, parágrafo 4
de la segunda parte de su libro: dem ostrar “abiertam ente
que el obispo de Rom a, llam ado papa, o cualquier otro sa­
cerdote u obispo o m inistro espiritual, colectiva o indudable­
m en te com o tales, o su colegio, no tiene ni debe ten e r u n a
jurisdicción coercitiva real o personal sobre ningún sacerdo­
te, obispo o diácono, o su colegio, y tanto m enos sobre él o
u n o de ellos en com ún o separadam ente sobre algún prínci­
pe o principado, com unidad, colegio o persona singular lai­
ca, de cualquier condición que fuere, a m enos que esa ju ris­
dicción le haya sido otorgada por el legislador h u m an o en la
provincia a u n sacerdote o a u n obispo o a su colegio” 48.
Para te n e r u n e n c u en tro diáfano con las líneas principa­
les de su pensam iento conviene distinguir los térm inos em ­
pleados en la cuestión: Iglesia, juez, espiritual y tem poral.
La p alab ra Iglesia es tom ada en su raíz etim ológica con
el p ropósito de a c en tu a r su carácter de asam blea p o p u lar y
evitar que se la co n fu n d a con u n a p a rte del clero, a u n q u e
fuere la m ás representativa. La Iglesia es la asam blea de los
fieles de Cristo, este es su sentido original; cualquier otro es
derivado y se p resta a u n equívoco malicioso.
Se dice tem poral de todo aquello relacionado con la vi­
da en este m u n d o y especialm ente de la organización polí­

48. Marsilio de Padua, Le Défenseur de la Paix, II, I, 4, pág. 181.


1372 RUBEN CALDERON BOUCHET

tica de los hom bres en vista a la tranquilidad social. La pa­


labra espiritual, p o r el contrario, señala u n a realidad inm a­
n e n te constituida p o r m ovim ientos intelectuales o volitivos
q u e p e rm a n e c e n en la in te rio rid a d del agente, o bien de­
signa el m u n d o su p ra te rre stre d o n d e excele la presencia
de Dios en m edio de los seres espirituales. Llam a la a te n ­
ción sobre el uso abusivo q u e se hace de la p alab ra espiri­
tual cu an d o se la aplica a las acciones voluntarias y transiti­
vas d e los sacerdotes y en las cuales se halla im plicado algún
in terés tem poral. T am bién es m aliciosa la confusión e n tre
tem p o ral y espiritual, cu ando nace de la aplicación de esta
últim a a los bienes físicos p e rte n ec ie n te s al clero.
P o r ú ltim o discierne con p articu lar aten ció n las diver­
sas acepciones dadas a las palabras ju e z y ju icio . En u n pri­
m e r se n tid o se llam a ju e z al q u e conoce y discierne: el m é­
dico es ju e z en su disciplina, com o el sacerdote en la suya,
p o rq u e p u e d e n p ro n u n c ia r u n ju ic io co m p e ten te sobre
e n fe rm e d a d e s o teología respectivam ente. En segundo lu­
g ar suele llam arse ju e z a q u ien posee la ciencia del d e re ­
ch o y, p o r últim o, al h o m b re designado p o r las a u to rid a ­
des p a ra q u e se p ro n u n c ie en u n litigio y dictam ine en él
co n fo rm e a la ley.
Marsilio dem ostrará, con las Escrituras en la m ano, que
los sacerdotes sólo son ju ec e s e n el p rim er sentido del tér­
m ino. Es obvio que no lo son en el segundo y es contrario
a su oficio serlo en la tercera acepción del vocablo.
La dem ostración es larga y, hoy, pasablem ente ab u rrid a.
En su época debió h a b e r provocado em ociones bastante
fu ertes p o r su novedad y su audacia.
El carácter espiritual de la profesión sacerdotal los obli­
ga a ejercer u n a actividad m eram en te ejem plar y exhortad-
LA CIUDAD CRISTIANA 1373

va. En lo espiritual el único ju ez es Cristo y sus sanciones se


realizan en el otro m u n d o . En el o rd e n tem poral los únicos
ju ec e s co m p eten tes p ara castigar o p rem iar son aquellos
designados p o r la ley del legislador h um ano.
C onfirm a sus arg u m en to s con citas del Nuevo Testamento
y de algunos Padres de la Iglesia que co rro b o ran el carác­
ter espiritual del R eino de Dios y la necesidad de prescin­
d ir de todo p o d e r tem p o ral para q u e d a r en p erfecta dispo­
nibilidad p ara ese rein o in co rruptible.
Las referencias escriturarias son num erosas y todas ellas
e n te n d id as en su sentido literal y con total inocencia teoló­
gica. El pago del trib u to efectuado p o r Cristo en Mateo,
XVII, es esgrim ido com o argum ento indiscutible p a ra p ro ­
b a r que la Iglesia d e b e pagar im puestos com o cualquier
o tra sociedad h u m an a. Los servicios sociales y civiles cum ­
plidos p o r la Iglesia son p a ra Marsilio usurpaciones e in tro ­
m isiones en u n d om inio ajeno a su labor específica.
R especto a los infieles y herejes, el sacerdote sólo p u ed e
discrim inar su condición de tales, p ero al ju ez, en el tercer
sentido del térm in o , le com pete p ro n u n c ia r u n a sentencia
crim inal. M arsilio considera el castigo a la infidelidad o he­
rejía m anifiesta y piensa q u e si bien no se e n c u e n tra en el
espíritu de la d o c trin a cristiana, el p rín cip e p u e d e conside­
rarlo u n a m ed id a política conveniente y establecer las re ­
glas p ara u n ju ic io p o r delito de opinión. Al sacerdote le
com pete señalar la existencia de la herejía, p ero no sancio­
narla, tal com o el m édico cuando señala al atacado p o r la
lep ra y aconseja su aislam iento, p ero el ju e z civil es el ú n i­
co q u e p u e d e separarlo de la sociedad.
1374 RUBEN CALDERON BOUCHET

El p o d e r d e e x c o m u n ió n

Los sacerdotes tien en u n poder, y el origen de tal potes­


tad debe buscarse, com o todo lo c o n c ern ie n te a la vida re­
ligiosa, en las Sagradas Escrituras. R ecuerda el capítulo XX
de San M ateo d o n d e Cristo p ro m ete a los apóstoles: “Todo
lo q u e atares sobre la tierra será tam bién atado en los Cie­
los, y aquellos a quienes hayáis rem itido sus pecados, le se­
rán rem itid o s”.
Glosa m inuciosam ente estas palabras p o rq u e cree han
dad o origen a la idea de u n a plenitudo potestatis reivindica­
d a p o r el obispo de Rom a. A dm ite que Cristo h a designado
a los apóstoles adm inistradores de los sacram entos. P u ed en
bau tizar y p e rd o n a r los pecados, p ero rec u e rd a q u e la pe­
n ite n c ia sólo es válida cu ando hay condición d e p e n d ie n te
del fu ero ín tim o del p e c ad o r en su relación con Cristo. Al­
guien q u e confiesa u n p ecado inexistente p u e d e ser absuel-
to p o r el sacerdote de u n a falta no com etida. El verdadero
ju e z del p ecado es Cristo y no el sacerdote y cita a P edro
L om bardo: “Estos testim onios y otros en señ an que Dios só­
lo y p o r Sí m ism o p e rd o n a los pecados. Y así com o p e rd o ­
n a los pecados de unos, retien e los de o tro s”.
La p e n a de excom unión, usada desaprensivam ente po r
los sacerdotes com o sanción política, d eb e ser com petencia
de la c o m u n id ad de los fieles, p o rq u e es ella quien designa
al ju e z p a ra que se p ro n u n cie sobre el culpable y lo ju zg u e
in d ig n o de p e rte n e c e r a la Iglesia.
El consejo del sacerdote es conveniente, pero no suficien­
te para im p o n er el anatem a sobre un fiel. Cita en su apoyo
la P rim era Epístola a los C orintios y la respalda con un co-
LA CIUDAD CRISTIANA 1375

m entario de San Agustín. En estas reflexiones esboza la teo­


ría conciliar, llave m aestra del pensam iento de Marsilio.
“P o r lo dem ás — co m p leta su idea— , si c o rre sp o n d ie ra
a u n obispo o a u n sacerd o te o a u n colegio de clérigos ex­
co m u lg ar a c u a lq u iera sin acuerdo del c o n ju n to de los fie­
les, resu ltaría q u e esos sacerdotes o sus colegios p o d ría n
d esp o jar a los reyes y a los príncipes de todos los p rin cip a­
dos o rein o s en su posesión. P orque, en efecto, c u an d o un
p rín c ip e es excom ulgado, la m u ltitu d q u e le p e rm a n ec e
sujeta tam b ién es excom ulgada y de este m odo el p o d e r
del p rín c ip e q u e d a d estruido. Esto es lo co n trario de lo
q u e q u iere San Pablo e n la Epístola a los R om anos, cap ítu ­
lo XIII, y en el cap ítu lo VI de la E pístola a T im oteo, co­
m e n ta d o p o r San A gustín en n u e stra cita de II, V 7 y 8. En
c u a n to a las ob jecio n es q u e p o d ría n , en aparien cia, o p o ­
n erse a estas conclusiones, serán fácilm en te refu tad as en
n u e stro s capítulos IX, X, XIV y XVII de esta se g u n d a p a r­
te ” 49.
Todo ju ic io c o n c e rn ie n te a los actos voluntarios según
ley o co stum bre los afecta p o rq u e se refieren a u n a situa­
ción p e rte n e c ie n te a la vida te rre n a y tem poral, o a la vida
e te rn a y espiritual. La sanción sufrida p o r los actos inm a­
n e n te s o tran seú n tes, ligados a la vida e te rn a, es del reso r­
te del ju e z e te rn o ; los q u e están vinculados a la vida tem ­
p o ral lo son del ju e z designado p o r la ley civil y esto
c o rre sp o n d e tan to al laico com o al clérigo que viola un
p re c e p to de o rd e n social.
“Pues todo sacerdote y obispo que transgreda la ley h u ­
m ana, d eb e serle h e c h a justicia y coacción ejercida p o r el

49. Marsilio de Padua, Le Défenseur de la Paix, II, VI, 13, pág. 239.
1376 RUBEN CALDERON BOUCHET

ju e z d e te n to r de la potestad punitiva de los transgresores a


la ley h u m a n a de este m u n d o ” 50.
B revem ente el p o d e r civil p u e d e ejercer potestad puni-
dva sobre los d e te n to re s del p o d e r espiritual. Estos últim os
no tien en n in g ú n p o d e r real sobre aquéllos, ni siquiera es­
tán obligados a hacerles cum plir los m andatos establecidos
p o r la ley de la gracia, p o rq u e el único ju ez en esta ju risd ic­
ción espiritual es el Cristo mismo.
C on idéntico criterio enfoca el problem a del celibato cle­
rical y refuerza sus argum entos con el apoyo del Nuevo Tes­
tamento sin n in g u n a referencia a la tradición eclesiástica. La
ley que obliga al sacerdote a conservarse soltero em ana del
obispo de R om a p a ra a u m e n tar su p o d e r secular. Pero si el
pontífice se lim itara a e n ro la r en la Iglesia solam ente a los
sacerdotes consagrados com o tales, el problem a no sería tan
grave. P o r desgracia tam bién en tra n en la jurisdicción ecle­
siástica los llam ados clérigos de sim ple tonsura: tem plarios,
hospitalarios y otros exim idos de obligaciones civiles y que
p o r su n ú m ero p o n e n en peligro a la sociedad política.

C r is t o , ú n i c o j u e z d e l a l e y d iv in a
i ;j> í.0 , r • )* > i ' - '■'■Tu . M i l '¡ : ¡ r : ¡

-ra )J kbiv.fil £ ¿óbtííúáíiiv. uiÚT í oap --oí ¡ó rn a la xauj lab ñt


El sacerdote sólo es ju e z en el p rim e r sentido dado p o r
M arsilio al térm in o , es decir, en cuanto conoce la ley de la
gracia y p u e d e determ in ar, com o teólogo, la orto d o x ia o
h e te ro d o x ia de u n a o p in ió n o la gravedad de u n pecado.
L a sanción espiritual d a d a al crim en es o b ra de Cristo.

50. Marsilio de Padua, Le Défenseur de la Paix, II, VIII, 7, pág. 251.


LA CIUDAD CRISTIANA 1377

El sacerdote cum ple u n a función in te rm e d ia ria que


M arsilio n o logra precisar con exactitud en q u é consiste.
Q u e d a la im presión de u n a lim itación casi exclusiva a la en ­
señanza y a la im partición de los sacram entos, y esto con ca­
rác ter m era m e n te exhortativo, pues n ad ie p u e d e ser obli­
gado p o r castigo o suplicio a observar los p receptos de la
ley evangélica.
M arsilio no dice q u e la potestad civil p u e d a obligar a al­
guien, bajo coacción o suplicio, a acep tar la ley evangélica
ni a perseguir, si el legislador lo considera conveniente, al
infiel. A firm a que el sacerdote n o tiene p o d e r p ara h acer­
lo, salvo que el p o d e r civil co ntem plare la o p o rtu n id a d de
co n ced erle ese poder, situación en la q u e o b raría com o
ju e z en el tercer sentido del térm ino y conform e al m an d a­
to de la ley h u m an a.
No es difícil ex traer las consecuencias políticas de este
pensam iento: la religión pu ed e ser u n in stru m en to en m a­
nos del Estado, p ero el g obierno civil n u n c a p u e d e ser pues­
to al servicio de la religión. La idea del im perio cristiano ha
desaparecido p ara siem pre de la m en te de este ideólogo.
El resto del capítulo p ru eb a , con pesado a p o rte de citas
escriturarias, que la Iglesia no tiene ju risdicción en lo civil
pero todos sus m iem bros están som etidos al im perio de la
ley h u m an a. Advierte u n a posible d u d a respecto al p o d e r
coactivo de los príncipes en asuntos específicam ente reli­
giosos com o el castigo de los herejes. Si el único ju ez en
m ateria de saber teológico es el sacerdote y éste carece de
potestad punitiva, ¿con qué conocim iento p u e d e n castigar
los ju ec e s com unes a u n infiel o a un hereje?
Los p o d eres civiles ten d ía n a considerar útil p ara la paz
de la ciudad separar a los herejes convictos e incluso con­
1378 RUBEN CALDERON BOUCHET

d en arlo s a m u e rte si persistían en su negación de las verda­


des divinas, M arsilio com para la actividad del sacerdote, en
estos juicios, a la del m édico cu ando dictam ina u n caso de
lepra. El m édico se lim ita a señalar la existencia de esa en ­
ferm ed a d , el ju e z civil o rd e n a a p artarla de la sociedad.
C u an d o se trata de u n pecado co n tra la fe, el perito en teo­
logía d e te rm in a la existencia de la falsa opin ió n , el ju ez
tem p o ral aplica la ley en vigencia.
C o m en ta J e a n n in e Q uillet que el castigo de los herejes
d u ra n te la E dad M edia era resorte del p rín cip e y no del sa­
cerdote. M arsilio no se c o n te n ta con la costum bre m ed ie­
val y confiere al brazo secular la responsabilidad de decidir
si la violación de la ley divina debe o n o ser castigada en es­
te m u n d o . “Hay que añ a d ir — explica la au to ra — q u e tal
posición es sostenible p o rq u e, en el pensam iento de Marsi­
lio, el p rín c ip e h a sido investido de las au to rid ad es civil y
religiosa p o r la m ediación del concilio g e n e ra l” 51.
P ara M arsilio de P adua el concilio general es la asam ­
blea del pueblo cristiano q u ien, en virtud de u n a suerte de
lex regia, delega en el p rín cip e todos los p o d eres q u e Cristo
confirió a su Iglesia.

C o n s id e r a c io n e s m a r s i l ia n a s e n t o r n o d e l a p o b r e z a

El tem a de la po b reza evangélica fue puesto en discu­


sión p o r los espirituales de San Francisco. P ro n to , espíritus
m enos dados a cortejar los encantos de la D am a Pobreza

51. Marsilio de Padua, Le Défenseur de la Paix, II, X, nota 17, pág. 270.
LA CIUDAD CRISTIANA 1379

p u siero n al servicio de los espirituales u n a indignación m e­


nos desinteresada. La riqueza del clero e ra u n a tentación
dem asiado g ran d e p a ra no sentirse conm ovido an te la po­
sibilidad de u n previsible reparto. M arsilio estaba interesa­
do en otro aspecto de la cuestión: debilitar el p o d e r de la
Iglesia red u c ién d o la a la indigencia.
Las citas evangélicas ab u n d a n y Marsilio las usa con gran
generosidad. T iene la convicción de q u e el sacerdote, a
q u ien llam a perfecto, d e b e h acer a b a n d o n o de todo d e re ­
cho a p oseer algo en propiedad.
“P o r esta razón el cargo de p red ic a d o r no conviene al
p rín c ip e, p o rq u e d e b ie ra aconsejar a n te el pu eb lo el esta­
do de p o b reza y h u m ild ad , o p o r ejem plo q u e aquel que
recib e u n b o fetó n p o n g a la o tra m ejilla, o a q u ien le h an
ro b ad o la túnica, q u e e n tre g u e tam bién el m an to en vez
de p ro cesar al lad ró n . Tales consejos no estarían b ien en
su boca, p o rq u e son co n trario s al oficio que d eb e desem ­
p e ñ a r ” 52.
P ara d ar rigor al exam en del estado de pobreza y discu­
tir la defensa h e c h a p o r el papado respecto a la posesión de
bienes eclesiásticos, M arsilio com ienza p o r distinguir las di­
feren tes acepciones de los térm inos rico y pobre.
N o lo seguirem os en este alarde de p e d a n te ría sem ánti­
ca, p ero señalam os su conclusión: la pobreza evangélica
exige el a b a n d o n o de todo bien, con exclusión de los indis­
pensables p a ra la conservación de la vida. Esta re n u n c ia en
favor de la perfección evangélica term in a con el p o d e r eco­
nóm ico de la institución eclesiástica y lim ita el ejercicio del

52. Marsilio de Padua, Le Défenseur de la Paix, II, XI, 7, pág. 279.


1380 RUBEN CALDERON BOUCHET

apostolado a un vagabundeo ejem plar p o r los cam inos del


m undo.
El ideal franciscano, en su versión m ás exagerada, rei­
vindicado p o r alguien cuyo in terés era m ás político q u e re­
ligioso, p o n e de m anifiesto u n aspecto de la q u erella sobre
la po b reza bastante ajeno al espiritualism o angélico del Po-
verello.
M arsilio no reivindica p a ra u n a eco n o m ía de lucro la ex­
plotación de los bienes del clero. Se lim ita a provocar su li­
quidación. B astará u n a visión m ás ag u d a sobre el provecho
a e x tra er de todas esas propiedades, p ara que el pleito se
m ezcle con la concupiscencia financiera.
U n a Iglesia p o b re en u n Estado d u e ñ o de las fuerzas
económ icas decisivas, es u n a Iglesia al servicio del Estado.
Esta d e p e n d e n c ia a p arecerá en el pen sam ien to de Marsilio
c u a n d o trate ex presam ente la función sacerdotal.

A cerca d e l o f ic io sa c e r d o t a l

En la p rim e ra p arte de su libro M arsilio asienta u n a pre­


m isa de la q u e ex tra erá so rp re n d e n te s conclusiones eclesia-
les. Al legislador le c o rre sp o n d e instituir todos los oficios y
p artes de la ciudad. El sacerdocio es u n a profesión que
cum ple u n a m isión social y, com o cualquier o tra de esa es­
pecie, d eb e ser vigilada p o r el príncipe. N o niega el valor
sacram ental del o rd en , ni el papel in stru m en tal del obispo
en la consagración del sacerdote, pero, luego de p ro b ar
q u e no existen diferencias esenciales e n tre sacerdote y
obispo, p ru e b a con la m ism a e n erg ía q u e las distinciones
LA CIUDAD CRISTIANA 1381

accidentales e n tre las je ra rq u ía s eclesiásticas son del resor­


te de la c o m u n id ad de los fieles o de su p a rte m ás valiosa,
com o consta p o r las Escrituras y las costum bres de la Igle­
sia prim itiva.
“Ese carácter sacerdotal, u n o o m últiple, que es, com o
ya lo dijimos, el p o d e r de cum plir el sacram ento de la Eu­
caristía, es d ecir de consagrar el cu erp o y la sangre de Cris­
to, y el p o d e r de ligar a los hom bres o desligarlos de sus pe­
cados, carácter q u e llam arem os desde a h o ra ‘a u to rid ad
esencial o inseparable del sacerd o te’, es, en su especie, el
m ism o en todos los sacerdotes y el obispo de R om a no lo
posee en g rad o su p e rio r a cualquier otro c u ra ” 53.
P ero el obispo de R om a cum ple en esa ciudad u n a fun­
ción e m in e n te cuyo ejercicio le h a sido dado p o r la com u­
n id ad de los fieles. C om o el e m p e rad o r es el rep re sen ta n te
constituido de esa com unidad, el p ap a en su función epis­
copal d e p e n d e del em perador.
La dem o stració n es larga, exige un d e m o ra d o paseo
p o r los te rre n o s d e la h istoria y u n a m inuciosa consulta del
Nuevo Testamento y de los Padres de la Iglesia. La co n clu ­
sión en cam bio es sencilla y tiene la fuerza de u n a verdad
q u e sólo la obcecación y la codicia h a n h ech o p e rd e r de
vista: “P e d ro n o recibió de Dios n in g ú n p o d e r q u e lo colo­
cara p o r encim a de los otros apóstoles y m enos todavía la
ju risd ic c ió n coactiva de p o n erlo s en d iferentes cargos sa­
cerdotales, ni de separarlos, ni de distrib u ir los lugares de
p re d ic a c ió n ” ñ4.

53. Marsilio de Padua, Le Défenseur de la Paix, II, XV, 4, pág. 341.


54. Ibidem, II, XVI, 4, pág. 351.
1382 RUBEN CALDERON BOUCHET

En u n a palabra, la prim acía de P edro en el colegio apos­


tólico es n e g a d a sin vacilaciones y afirm a, c o n tra la tradi­
ción, que p ro b ab le m e n te P edro no haya sido obispo de Ro­
m a. En cam bio las Escrituras señalan la p resencia de Pablo
e n la capital del Im perio. Los argum entos escriturarios re­
fere n te s a la prim acía de P ed ro no son b ien exam inados.
C u an d o considera el principal de ellos: “T ú eres P edro y so­
b re esta p ied ra edificare m i Iglesia”, lo e n tie n d e com o si J e ­
sús se h u b iera referid o a sí m ism o com o p ied ra an g u lar de
la Iglesia.
“La causa eficiente inm ed iata del establecim iento fijado
a sus p rim ero s sucesores antes de la conversión del pueblo
fue la voluntad expresa de todos los apóstoles o de la m ayo­
ría de ellos; p a ra el caso en que todos o la m ayoría de ellos
h u b ie ra n estado presentes e n el lugar o provincia d o n d e
h ubiese sido m en ester instituir u n sacerdote u o bispo...
D espués de la m u erte de los apóstoles o en su ausencia, la
institución secu n d aria de los obispos o de otros m inistros
de la Iglesia o m inistros espirituales fue h e c h a de acuerdo
al m ás conveniente de los m odos posibles o sea p o r la tota­
lidad de los fieles en el lugar o provincia a cuya cabeza se
colocó el m inistro eleg id o ” ññ.
En el oficio sacerdotal debe distinguirse dos causas: u n a
form al, la a p titu d p a ra ejercer la función sacerdotal, y o tra
eficiente, la designación p ara tal oficio. En la p rim era in te r­
viene Cristo m ism o a través del o rd en sagrado. U n h o m b re
n o es apto p a ra cum plir el oficio de sacerdote si no h a re­
cibido p o r la vía tradicional el p o d e r apostólico. Pero esta
virtud, este hábito, es sólo u n a potencia, u n a a p titu d para

55. Marsilio de Padua, Le Défenseur de la Paix, II, XVII, 5, pág. 365.


LA CIUDAD CRISTIANA 1383

el oficio. Es m en ester la in terv en ció n de u n a causa efectiva


p a ra hacerla pasar de la p o tencia al acto y ésta es la faena
p ro p ia del legislador.
Su crítica a la prim acía papal es directa y fulm inante. No
hay prim acía fu n d ad a en la Escritura. Existe u n a m ala cos­
tu m b re nacida de u n a usurpación y to talm ente d e p e n d ie n ­
te de la voluntad im perial. Aconseja rele er el “haced esto
en m em o ria de m í” p a ra advertir q u e está dirigido a todos
los apóstoles p o r igual. Lo m ism o sucede con el m andato
expreso de la delegación apostólica “yo os envío”.
El razo n am ien to es ya m o d ern o y la p u n te ría certera. Si
se q u iere d e stru ir la Iglesia se debe com enzar p o r la prim a­
cía de Pedro. Todos los herejes lo han sabido.

LA TEORIA CONCILIAR

El últim o golpe a la a u to rid ad eclesiástica está en su teo­


ría conciliar. R esponde a u n a cuestión sencilla d o n d e se re­
suelve de u n a vez el p ro b lem a de la potestad total de la
Iglesia en m ateria de decisiones doctrinarias. ¿A q u ién co­
rre sp o n d e o h a c o rre sp o n d id o la a u to rid ad de definir o de­
term in a r las significaciones dudosas de las Sagradas Escri­
turas. A la Iglesia de Cristo. Pero com o ésta es definida
com o “el co n ju n to de los fieles creyentes que invocan el
n o m b re de Je sú s” y en tal ag ru p ació n no hay lugar p ara
u n a distinción e n tre laicos y sacerdotes y sí e n tre au to rid a­
des, civiles y súbditos, las autoridades civiles son las q u e re­
solverán, en últim a instancia, los problem as planteados en
el concilio general.
1384 RUBEN CALDERON BOUCHET

P ara convocar u n concilio general es necesaria la in te r­


vención de la a u to rid ad capaz de designar potestades apos­
tólicas, trasladar y cam biar lugares d o n d e se ejercen estas
potestades. Este p o d e r solam ente lo tiene el e m p e rad o r y a
él le co rre sp o n d e decidir sobre la o p o rtu n id a d del concilio
y proveer a su convocatoria.
El pensam iento de Marsilio sobre el Estado es term inan­
te y reivindica para él los poderes otorgados p o r el derecho
ro m an o y adem ás los correspondientes a la Iglesia. Las razo­
nes para sostener esta tesis son claras au nque no lo sean tan­
to los argum entos con que la respalda. La sociedad hu m an a
es u n a sola. La u n id ad rechaza la posibilidad de poderes su­
perpuestos: u n o espiritual y otro tem poral. Tal división es
a b e rra n te y lleva necesariam ente a la discordia. Esto signifi­
ca la condenación de u n a jurisdicción eclesiástica sobre el
o rd e n tem poral y la total ind ep en d en cia ju ríd ic a del Estado.
Los oficios sacerdotales son resorte del gobierno, po rq u e la
función espiritual cum plida p o r los clérigos com pete al Esta­
do. N ingún súbdito p u ed e escapar al p o d e r del Estado con
el pretexto de su p erten en cia a un territorio eclesiástico.
Este Estado laico, en alguna m ed id a p rec u rso r del Esta­
do totalitario, ten ía gran interés en organizar p ara su exclu­
sivo do m in io la conciencia espiritual del pueblo. M arsilio
n o q u iere q u e se piense en u n som etim iento de la ley divi­
n a a la h u m an a. Todo lo contrario, p o rq u e el legislador h u ­
m ano, lejos de u su rp a r las funciones de Dios, se convierte
en su auxiliar más eficaz. Establece los criterios definitivos
p a ra e n te n d e r las Escrituras e im pide a laicos y sacerdotes
h a c er algo ilícito en el d om inio de la fe.
C o m en ta De L agarde el claro an u n cio de las futuras
Iglesias de Estado auspiciadas p o r la R eform a. El legislador
LA CIUDAD CRISTIANA 1385

civil se arro g a el d erech o de perseguir a los herejes, cuyas


herejías, concilio general de p o r m edio, han sido d e te rm i­
nadas p o r el m ism o legislador. C o m prendem os el celo par­
ticular q u e se h a de p o n e r e n evitar todo aquello capaz de
p e rtu rb a r la u n id ad alcanzada en el Estado.
Existe u n culto oficial reg u lad o p o r u n clero bajo el
co n tro l del p o d e r civil. La obligación p rincipal de ese cle­
ro es la p o b rez a evangélica. No p u e d e te n e r p ro p ied ad es,
ni dim as, ni em o lu m en to s, ni lim osnas. El sacerdote a te n ­
d e rá a su subsistencia con el trabajo p ersonal y carecerá de
to d o privilegio q u e le p e rm ita sustraerse a la ju risd ic c ió n
del Estado.
“Los beneficios eclesiásticos — escribe— son de dos or­
denes: los que están constituidos p o r el Legislador m ism o,
p a ra el sostenim iento evangélico o de otras personas indi­
gentes: o aquellos que h a n sido donados p o r u n p articular
p a ra ese m ism o uso. Si provienen de la benevolencia del
em perador, es a él a q u ien co rresp o n d e adm inistrarlo o de­
legar la gestión, y p o r supuesto es libre de revocar esta de­
legación com o y cu ando lo considere o p o rtu n o : él pu ed e
vender, enajenar, d isp o n e r según su voluntad, p o rq u e estos
bienes le p e rte n e c e n y están siem pre en su poder, de jure".
La n o ta m o d e rn a reside en la capacidad que confiere al
Estado p ara reivindicar los bienes de la Iglesia. Este criterio
será am pliado d u ra n te la Revolución Francesa c u an d o la
nació n so b eran a invoque derechos sobre todos los bienes
de la Iglesia.
C a p i t u l o XII
LA GUERRA DE LOS CIEN AÑOS

L a F r a n c ia de los Va l o is

En el conflicto arm ad o , suscitado a p a re n te m e n te p o r


querellas fam iliares e n tre las estirpes reales de F rancia e In­
g laterra, es necesario advertir dos aspectos claram ente dis-
cernibles: u n o feudal, adscripto a los usos m edievales; y
o tro m o d ern o , d o n d e se anticipan los cam bios políticos
q u e lo grarán su com pleta realización en los siglos XVI y
XVII, p ero incoados d u ra n te esta p ro lo n g ad a lucha que los
historiadores afectos a las dem arcaciones cronológicas p re ­
cisas llam aron la G u erra de los Cien Años.
S u p o n e r u n tránsito a b ru p to de la época m edieval a la
m o d e rn a es u n a p erfecta ingenuidad. Los siglos XIV y XV
nos aleccionan con hechos suficientem ente claros la im po­
sibilidad de u n a dem arcación taxativa. Estos dos siglos se
caracterizan p o r la em brollada m ezcla de elem entos m o­
d e rn o s y m edievales, alternativam ente ofrecidos en la in­
trin cad a n aturaleza de sus m ovim ientos históricos.
1388 RUBEN CALDERON BOUCHET

Todavía más, tanto las viejas com o las nuevas form as so-
ciopolíticas hallan cierta com placencia en destacar con
fu erza sus p ro p io s perfiles, exagerando los q u e en la época
feudal eran propios del espíritu caballeresco y lo que en la
E dad M o d e rn a será p ro d u cto de u n cálculo racionalista.
Las costum bres feudales se enfatizan y tom an u n colorido
d o n d e p ierd e n la inspiración cristiana de sus principios e
inician u n a su erte de racionalización estetizante. Los n u e ­
vos Estados m onárquicos, e n tre sobresaltos caballerescos,
tom an conciencia de su p o d e r y dan nacim iento al criterio
de razón de Estado con u n a exasperación que anticipan las
posteriores lucubraciones de M aquiavelo.
El rein a d o de los C apetos se prolongó, sin in te rru p c io ­
nes, desde 987 hasta el año 1314. Luis X, llam ado “el Q ue­
re lla n te ”, fue el últim o rey de esta fam ilia tan felizm ente
sostenida p o r sucesión de m onarcas equilibrados y de ro ­
busto b u e n sentido. A su m u erte, acaecida en 1316 sin su­
cesor varón, ascen d iero n al tro n o sus h erm an o s Felipe el
Largo hasta 1322 y Carlos IV hasta 1328. C on la m u erte de
este ú ltim o la raza se extinguió y se plan teó seriam ente el
p ro b le m a sucesorio.
Carlos IV no tuvo descen d ien te directo varón ni h e rm a ­
no que h ered ase la co ro n a de Francia. Su p arien te m ás cer­
cano e ra su sobrino, E duardo III de In g laterra hijo de u n a
h erm an a.
Los b aro n es franceses antes de d ar la c o ro n a de Francia
al rey de In g laterra, p refirieron, m ás p o r instinto que por
cálculo político, p o n e rla en la cabeza de un prim o del rey
fallecido, Felipe de Valois. A legaron que si u n a m ujer esta­
b a excluida del tro n o en virtud de la ley sálica, tam bién ha­
b ría de estarlo su descendiente.
LA CIUDAD CRISTIANA 1389

Esta apelación a la ley e ra arb itraria y, si se m ide bien,


bastante absurda, p ero m o m e n tá n e a m e n te zanjaba u n a
cuestión q u e con el tiem po dem o strraría su decisiva im p o r­
tancia p ara la vida de am bas naciones.
Felipe IV fue el p rim ero de la nueva dinastía y ju n to con
su sucesor, J u a n el B ueno, p arecen h a b e r nacido p ara com ­
p ro m e te r seriam ente la heren cia de los Capetos. Feudales
p o r nacim ien to e inclinación, am bos reyes h ab ían h e re d a ­
do las costum bres anárquicas de sus antepasados, sin las cir­
cunstancias q u e en su o p o rtu n id a d las h icieron necesarias.
Su nuevo oficio los obligaba a com batirlas en p ro de la uni­
dad política, instancia ineludible de la época.
Froissart, el cronista d e ese tiem po, los describe com o a
caballeros atentos a rep re sen ta r bien su papel en los to r­
neos y totalm en te desinteresados de los asuntos del reino.
Espíritus frívolos con u n a idea p u ram e n te lúdica del oficio
real y u n gusto ilim itado p o r las paradas m ilitares. Estos ji­
n etes brillantes su p iero n re u n ir u n equipo de señores capa­
ces de h a c er ju e g o con sus gustos p o r las lides deportistas y
el relu m b ró n . B uenos brazos, excelentes p iernas y cabezas
vacías. Tal e ra la nobleza francesa en ese a ta rd ec e r de la
E dad M edia.
Felipe VI tuvo excelentes o p o rtu n id a d es p a ra p o n e r en
ejercicio su a m o r p o r las cabalgatas fastuosas y su absoluta
falta de tino político. Su p rim era g u e rra fue p a ra aplastar a
los villanos flam encos levantados en Gassel c o n tra la m o­
n a rq u ía francesa en el año 1328. Los nobles lu ch aro n con­
tra u n a in fa n tería im provisada, arm a d a y sostenida p o r b u r­
gueses. Fue un paseo m ilitar d o n d e se recogió gloria b arata
y se sem bró en el pueblo flam enco u n a d ecidida an tipatía
a la causa de Francia.
1390 RUBEN CALDERON BOUCHET

O tra in terv en ció n caballeresca de Felipe VI fue el ju icio


seguido a R oberto d ’Artois, p o deroso señ o r am igo de q u e ­
rellas, p e ro enem igo peligroso. El rey de Francia actuó co­
m o ju e z en su pleito sucesorio y co m p ro b ó que el conde
d ’A rtois h a b ía falsificado do cu m en to s y com etido u n cri­
m en en perjuicio de u n a tía suya. El rey, p ersuadido de su
justicia, castigó a todos los m iem bros de la fam ilia y los
arro jó , ju n to con los burgueses flam encos, al cam po de sus
enem igos irreconciliables. R oberto d ’Artois se refugio en
In g la te rra y se convirtió en apasionado defensor de los de­
rechos de E d u ard o III a la co ro n a de Francia.
El rey de Inglaterra, sobrino del últim o C apeto p o r parte
de su m adre, alcanzó su m ayoría de edad en 1330 y ju n to
con la p len itu d de sus recursos tom ó en m anos, con toda d e ­
cisión, las riendas del p o d e r hasta ese m om ento en el puño,
b astante m asculino, de la rein a m adre, Isabel de Francia.
E d u ard o III m ostró m uy p ro n to que estaba h ech o de
o tra m a n e ra que el rey de Francia. A nte todo e ra u n realis­
ta acabado y ten ía u n a noción tan clara de sus propósitos
políticos com o pocos escrúpulos p a ra alcanzarlos. E ntre
esos dos reyes se dan los contrastes más violentos de esa
época: el gusto d e Felipe VI p o r u n a m o n arq u ía de p arad a
y el realism o frío de ese im placable raz o n a d o r q u e fue
E d u ard o II.
E n tre los m uchos elem entos m edievales de esta g u e rra
está el h e c h o de q u e la m o n arq u ía inglesa ten ía e n Francia
posesiones en vasallaje de la co ro n a francesa. El rey de In ­
g late rra d e p e n d ía feu d alm en te del rey de F rancia y d u ra n ­
te la m in o ría de E duardo la rein a Isabel prestó hom enaje
en A m iens a Felipe de Valois reco n o cien d o así su derech o
a la corona.
LA CIUDAD CRISTIANA 1391

Poco tardó E duardo en darse cu en ta del e rro r com etido


p o r la re in a y tratará de corregirlo aprovechando dos situa­
ciones que favorecieron ocasionalm ente su plan: la frivoli­
dad del Valois y su p ro p ia en erg ía dom inadora.
P re p a ra r u n a g u e rra c o n tra F rancia no e ra tarea fácil y,
a u n q u e c o n ta ra con la in m en sa to n te ría de su rival, se ha­
cía necesario u n largo trabajo p re p a ra to rio antes de en ­
tra r en el te rre n o de los hechos consum ados. En esta fae­
n a se p o d rá a p re c ia r la ín d o le p a c ie n te y m inuciosa del
inglés.
A nte todo se provee de u n a excelente arm ada. Inglate­
rra, aislada del c o n tin e n te po r el mar, no p u ed e ju g a r u n
papel político im p o rta n te si no logra d o m in a r con sus bu­
ques de g u e rra las costas europeas. Al m ism o tiem po fo rm a
u n nuevo ejército provisto con las arm as m ás m odernas, es­
p ecialm en te el arco y la ballesta, p ara p o n e r a p ru e b a el
tem ple de las arm ad u ras m edievales. E quipa su artillería
con bom bardas y e n tre n a a sus soldados p ara un tipo de ba­
talla todavía desconocido en el continente.
Los franceses no ig n o ran la existencia de estos arm a­
m entos, p ero la nobleza los desd eñ a com o a arm as propias
de villanos: n in g ú n caballero de b u e n a raza p u ed e, sin des­
h o n rarse, atacar a sus enem igos con tan viles instrum entos.
El p retex to de la invasión nació de la relación de vasalla­
j e existente e n tre u n a y o tra m onarquía. Si E duardo III no
h u b ie ra sido d u q u e de Guyena, el caso bélico h u b ie ra re­
sultado m ás difícil de encontrar, p ero hallándose legalm en­
te con u n pie d e n tro del territo rio francés n a d a más fácil
p a ra u n h o m b re decidido com o E duardo p o n e r inm ediata­
m en te el otro. En esta o p o rtu n id a d contó con la ayuda efi­
caz de los flam encos. U no de los jefes burgueses de las tro­
1392 RUBEN CALDERON BOUCHET

pas flam encas, Jaco b o van Artevelde, cum plirá en el desem ­


barco inglés u n papel de p rim e r orden.
Las arm as de F rancia sufrieron su p rim er contraste en la
batalla naval de la Esclusa el 24 de ju n io de 1340. Los ingle­
ses obtuvieron así el d om inio com pleto del Canal de la
M ancha. T en er expedito el cam ino del m ar y desem barcar
las tropas en las costas francesas fue todo uno.
U n a vez en el te rre n o enem igo las tropas inglesas re­
chazaron sin g ran d es p érdidas u n a serie de ataques lleva­
dos p o r la caballería francesa, hasta q u e en la batalla de
Crécy, lib rad a el 26 de agosto de 1346, tuvieron u n triunfo
ap lastan te q u e decidió el éxito de esta p rim e ra p a rte de la
g u e rra .
La batalla gan ad a p o r los arqueros ingleses y p o r su m o­
d e rn o equipo de infantes p u d o ser u n a d e rro ta alecciona­
d o ra p ara u n h o m b re más inteligente que Felipe VI. Por
desgracia p a ra F rancia el rey no creyó q u e la d e rro ta se de­
b ía a la sup erio rid ad del a rm a m e n to y a la disciplina del
ejército enem igo y la atribuyó a la m olesta interposición de
la servidum bre a pie que acom pañaba al séquito de nobles.
La se g u n d a o p o rtu n id a d se p resentó p a ra los ingleses
en Sangatte, p ero com o las tropas de E duardo estaban
fu e rte m e n te atrincheradas, el rey de Francia les pidió ab an ­
d o n a r sus casam atas p a ra p resen tar com bate leal co n tra su
caballería.
La contestación de E duardo rim ó con su realism o y la
c o n d u c ta de Felipe con su idealism o caballeresco. U n ver­
d a d e ro señ o r no se m ide con u n tram poso y se retiró del
cam po de batalla dejan d o a los ingleses que tom aran el
p u e rto de Calais.
LA CIUDAD CRISTIANA 1393

La a n é cd o ta parece to m ad a de u n sainete, p ero fue el


segundo episodio de u n a g u e rra rica en alternativas, d o n ­
de u n o y o tro país aprovechó o se p erjudicó según las apti­
tudes de sus respectivos m onarcas.
A Felipe VI de Valois le sucedió Ju a n , llam ado el B ueno
p o r su coraje en las batallas. La capacidad intelectual de es­
te cam peón en los ejercicios ecuestres está lacónicam ente
expresada en u n a frase del cronista Ju a n el Bello: “Era len­
to p a ra a p re n d e r y d u ro p ara a b a n d o n ar u n a o p in ió n acep­
ta d a ”. Dos condiciones excelentes p ara u n m al g o b e rn a n ­
te. Este segundo Valois, tan mal asistido p o r la naturaleza
com o p o r la suerte, reiteró el desastre de Crécy en u n a se­
g u n d a batalla d o n d e repitió con creces los erro res de la an ­
terior. El rey d e Francia fue hech o prisionero y pasará un
suntuoso cautiverio en L ondres, m ientras su hijo mayor,
Carlos, se d eb ate en F rancia c o n tra la an a rq u ía que m edró
en ausencia del m onarca.

LA ANARQUIA

M uchos son los n o m b res que prestigian con sus am bi­


ciones el desquicio de esta época aciaga, p ero la historia ha
elegido a R oberto Le Coq y a Esteban M arcel com o los je ­
fes de un m ovim iento político que casi cam bia la fisonom ía
del Estado francés m ed ian te u n a serie de m edidas revolu­
cionarias q u e an ticipan ideas m ejor desarrolladas.
Los estados generales convocados en 1356 p ara h acer
fre n te a la p recaria situación del reino se erigen en cabeza
pensante. F rente a u n a nobleza d e rro tad a , los burgueses le­
1394 RUBEN CALDERON BOUCHET

vantan la voz p a ra im p o n e r sus propios p u n to s de m ira. Se


exige u n consejo real elegido p o r votación y la institución
de u n a m o n a rq u ía lim itada p o r el parlam ento. “U n cam bio
total, u n a revisión p ro fu n d a — escribe José C alm ette— ,
u n a revolución capaz de m odificar la estru ctu ra de la m o­
n a rq u ía francesa y co n ducirla hacia fines insospechados,
hacia u n 1789 quizá p rem a tu ro en la evolución histórica de
n u estro p aís” ñfi.
P o r desgracia p a ra sus planes, E tien n e M arcel se vio
obligado a e n tra r en com prom isos políticos con fuerzas
antipáticas al gusto de los ciu dadanos de París y com o el
delfín C arlos h a b ía h e re d a d o u n a cabeza de C apeto, supo
m a n io b ra r con g ran h ab ilid ad y atrajo hacia su p a rtid o a
casi to d a la b u rg u esía de la ciudad. M arcel, a b a n d o n ad o
p o r casi todos, pagó con su cabeza la tem erid ad de su
a v en tu ra política.

El r e in o d e C arlos V

Fracasada la revolución y m u erto su principal factótum,


el delfín Carlos hizo su e n tra d a en París y fue aclam ado por
la población. F rancia e n c o n trab a en la m o n arq u ía tradicio­
nal el sentido de su unidad.
En 1364 m u rió en L ondres Ju a n el B ueno y Carlos subió
al tro n o com o Carlos V.
Su p rim e ra m edida, u n a vez en el poder, fue restablecer
el prestigio de la m o n arq u ía m ed ian te un com pleto a rre ­

56. Joseph Calmette, Chute et Relèvement de la France, H achette, 1945.


LA CIUDAD CRISTIANA 1395

glo de cuentas con los invasores ingleses. Las d e rro tas su­
fridas p o r F rancia y los posteriores arreglos diplom áticos
h a b ía n dejado en m anos del inglés gran parte del te rrito ­
rio de la a n tig u a Galia, Calais, G uiñes, el Agenais, el Q ue-
roy, la R ouerge, la G ascogne, la B igorre se añ ad ían a la Gu­
yena, A unis y S a in to n g e q u e p e rte n e c ía n al rey de
In g la te rra p o r la h e re n c ia de los P lantagenet.
Esta e n o rm e extensión del país en m anos del enem igo
servía de alim ento a u n a g u e rra co n tin u a que u n rey respe­
tuoso de su oficio n o p o d ía tolerar. Carlos V fue el m o n ar­
ca q u e F rancia necesitaba en ese m o m en to crítico de su his­
toria, pues a sus condiciones personales supo unir, con
gran a rm o n ía, u n a excelente capacidad p a ra elegir colabo­
rad o res que le p e rm itiero n , en u n plazo discreto, librar de
los ingleses gran p a rte de ese territorio.
Su gran in stru m e n to m ilitar fue el condestable B ertrand
d u Guesclin. Este ejem p lar caballero fue tam bién e m in e n ­
te estratega y aprovechó con sagacidad las d erro tas de
Crécy y Poitiers p a ra d o ta r a Francia de u n ejército m o d er­
no y q u e estuviera a la altu ra de su m isión histórica.
La tare a fue llevada a b u e n térm in o con ím p e tu te rri­
ble y, a n o ser p o r la m u e rte p re m a tu ra del rey, los ingle­
ses h u b ie ra n p e rd id o la to talid ad de sus posesiones en
Francia. La m ala su erte de la n ació n quiso q u e Carlos V
m u rie ra jo v en . C om o dejaba u n hijo m enor, se abrió u n
p e río d o de reg e n c ia q u e trajo al rein o u n a d e c ad e n c ia tan
p ro fu n d a q u e sólo la m ilagrosa aparició n de Santa J u a n a
p u d o sanar.
1396 RUBEN CALDERON BOUCHET

LA REGENCIA DE LOS CUATRO TIOS

Carlos VI era todavía u n n iñ o c u an d o m u rió su p ad re


en 1380. El consejo de regencia, co n fo rm e a las disposicio­
nes dejadas p o r el d ifunto rey, fue ejercido p o r los tres h e r­
m anos de C arlos V y p o r su cuñado. El p rim e ro de estos
h e rm a n o s fue el d u q u e de A njou. Este p rín cip e, q u e d u ­
r a n te el re in a d o de Carlos h a b ía sido u n excelente segun­
d o , se reveló en el consejo de reg e n c ia com o u n fastuoso
feu d al am igo de rep re sen ta cio n e s ostentosas y g ran colec­
cionista d e joyas a n te los ojos de Dios. U sar los b ienes del
rein o p a ra edificar su p ro p ia g ran d eza fue el p rincipal ob­
jetivo de su política.
El seg u n d o de los tíos fue el d u q u e de Berry, aficionado
a las bellas artes y am igo de exaltar su corte con todos los
o rn ato s de la m ás exquisita cortesía.
El tercero se llam ó Felipe el Atrevido y fue d u q u e de
B orgoña. Casado con M argarita de M ale h ab ía u n id o a su
co ro n a ducal los territo rio s de Flandes. E ra u n a potestad
política m ás p o d ero sa q u e el m ism o rey de Francia, y bastó
qu e sus am biciones se co m binaran con las aspiraciones de
la m o n a rq u ía inglesa p a ra qu e el p o b re reino francés se vie­
ra envuelto en el abrazo de esta pinza inexorable que lo
co m p rim ía p o r am bos lados.
El cuarto de los tíos se llam o Luis de B ourbon y era h e r­
m an o de la m ad re del joven m onarca y u n o de los rep resen ­
tantes m ás poéticos de la aristocracia feudal en ese perío d o
p a rticu la rm e n te ostentoso de su decadencia. B uscador infa­
tigable de aventuras, casi n u n c a c o n cu rría a las reu n io n es
del consejo de regencia.
LA CIUDAD CRISTIANA 1397

El rey fallecido, Carlos V, en previsión de los inevitables


ch o q u es e n tre las am biciones de sus parientes, h ab ía deja­
do en los puestos clave del reino a u n g ru p o de ho m b res de
su e n te ra confianza. En lugar de B ertran d d u Guesclin,
m u erto con a n te rio rid a d al rey, dejó su ejército bajo la di­
rección del condestable Olivier de Clisson. El sucesor no
valía lo que el m aestro, pero ten ía excelentes condiciones.
Sostenido p o r la a u to rid a d de u n m o n arca c o m p eten te h a­
b ría p o d id o ser u n in stru m e n to útil al servicio de u n a b u e­
n a política militar. La rivalidad e n tre los tíos y el egoísm o
con que cada u n o de ellos luchó p o r su p ro p io e n g ra n d e ­
cim iento, hizo im posible cualquier in ten to serio de conti­
n u a r exitosam ente la g u e rra co n tra los ingleses.

C arlos VI

El sucesor de Carlos V fue toda su vida u n niño. El ex­


tra ñ o lem a q u e tom ó p o r divisa delata la vaga consistencia
de su carácter: jamais. Este enfático nunca parecía el grito
de u n a razón p e rd id a en u n sueño confuso. Casado con la
insensata Isabel de Baviera, después de h a b e r sido g o b e rn a ­
do p o r los cuatro tíos, lo fue p o r su h e rm a n o Luis de Or-
leans. A p esar de sus desatinos, el pueblo de Francia lo
am aba y sentía que el apego a la co ro n a e ra la ú n ica segu­
rid ad de su fu tu ra liberación.
Carlos VI adem ás de la b lan d a consistencia de su carác­
ter estuvo expuesto a in term iten tes ataques de locura que
hiciero n de su largo rein ad o u n verdadero descenso a los
infiern o s de la vida pública francesa. Rivalidades e n tre las
1398 RUBEN CALDERON BOUCHET

g ran d es casas de Francia, u n ió n del d u q u e de B orgoña con


el rey d e In g laterra, luchas e n tre A rm agnac y B orgoña, le­
vantam ientos po p u lares en París, locuras de Isabel de Ba-
viera y Luis de O rleans, intrigas, asesinatos, todo cuanto
p u e d e causar d e trim e n to a la tarea de g o b iern o se dio con
profusión d u ra n te ese lapso.
L a m u e rte del tío Felipe de B orgoña, llam ado el Atrevi­
do, llevo al fre n te del ducado a su hijo Ju a n , cuyo apodo de
Sin M iedo resp o n d ía a su audacia m ilitar y a la fría resolu­
ción de sus decisiones políticas. U n a fu erte rivalidad sepa­
ró m uy p ro n to a ju a n Sin M iedo del h e rm a n o del rey, Feli­
p e de O rleans. A m bos e ra n jóvenes, brillantes y tem erarios
y no ten ía n n in g ú n rep a ro en lograr sus propósitos po r
c u alq u ier m edio. Pero com o el más resuelto e in escrupulo­
so de los dos fue J u a n Sin M iedo, la sostenida rivalidad de
am bas casas concluyó en el asesinato del d u q u e de O rleans
instigado p o r el de B orgoña.
A sesinar a u n p rín c ip e de la m ism a sangre no era cosa
de p o c a m onta. El escándalo tuvo e n o rm e rep ercu sió n y
n o h u b o francés q u e no se p ro n u n c ia ra en p ro o en co n tra
del asesino. H asta u n teólogo de la U niversidad de París,
J e a n Petit, hizo u n a docta apología del crim en y defendió
al d u q u e de B o rgoña a n te u n a n u m ero sa co n cu rren cia. El
público escuchó en silencio p e ro se abstuvo de p ro n u n c ia r
u n ju ic io favorable a la elo cu en te defensa del charlatán.
B o rg o ñ a d o m in a b a París y te n ía a su favor, adem ás de la
U niversidad, la p o d e ro sa co rp o ració n de los m atarifes, que
d u ra n te u n largo tiem po tuvo la ciudad bajo el te rro r de
sus cuchillos.
D u ran te el festín de esta sangrienta dem agogia sobresa­
lió el d esollador C aboche, cuyo n o m b re es u n rem o to an­
LA CIUDAD CRISTIANA 1399

tec e d e n te de las puebladas de fines del siglo XVIII. Cabo-


che y los cabochiens a ctu aro n con tan ta e n erg ía y violencia
que el m u n d o burg u és cobró m iedo pánico a los disturbios
p opulares y e n tró en arreglo con los armagnacs, enem igos
irreconciliables de los borgoñeses, p a ra resistir el te rro r de
los m atarifes.
La e n tra d a de B e rn a rd o VII de A rm agnac en París obli­
ga a J u a n Sin M iedo a pactar con los ingleses p a ra rec u p e ­
rar, luego de sangrientos episodios, la atrib u lad a capital del
rein o de Francia.

La casa d e L ancaster

A la m u erte de E d u ard o III, In g la terra cayó en u n a serie


sucesiva de regencias y guerras civiles q u e le im pidieron
ap rovechar con ventajas la caótica situación de Francia. La
g u e rra llam ada de las Dos Rosas decidió el triunfo de la casa
de L ancaster sobre la de York. E n riq u e IV de Lancaster, el
p rim e ro de la nueva dinastía, no vivió lo bastante p a ra con­
solidar su fo rtu n a y le sucedió en el tro n o su hijo Felipe,
q u e rein ó con el n o m b re de Felipe V.
Este nuevo m o n arca reed ita las condiciones tem p era­
m entales de E d u ard o III. C om o aquél, es un realista y un
voluntarioso y trata de u n ir las coronas de In g la terra y
F rancia en u n a doble m o n arq u ía capaz de im p o n e r su ley
a todo el O ccidente cristiano. Para la realización de esta
em p resa c u e n ta con los excelentes recursos de su reino,
con la a n a rq u ía de Francia, con la lo cu ra de Carlos VI y con
la colaboración activa de Ju a n Sin M iedo.
1400 RUBEN CALDERON BOUCHET

En la batalla de A zincourt, E nrique V inflige a la caballe­


ría francesa, c o m a n d a d a p o r B e rn ard o d e A rm agnac, u n a
d e rro ta tan cabal y com pleta com o la q u e su antecesor,
E d u ard o III, consiguió en Crécy. El desastre de A zincourt
(1415) m arca u n ja ló n de ignom inia p a ra la m o n arq u ía
francesa.
N o existe n in g u n a d u d a respecto de la traición del d u ­
q u e de B orgoña, definitivam ente solidario de los intereses
de la casa de Lancaster. El m o n arc a francés, Carlos VI, es­
tab a bajo la tu te la del b o rg o ñ ó n y éste dejó a los ex tran je­
ros el cam po libre p a ra q u e llevaran a cabo su política de
unificación de los dos reinos. El delfín de Francia, el fu tu ­
ro C arlos VII, está am enazado en su tro n o p o r la debilidad
de su p a d re , la e x tra ñ a c o n d u c ta de su m adre y la confa­
b u lación de su p a rie n te J u a n Sin M iedo con el rey de In­
glaterra.
U n a entrevista con Ju a n Sin M iedo se c o n certa en Mon-
tere au e n 1419. El delfín y el poderoso d u q u e se e n c u en ­
tran sobre u n p u e n te con apenas u n séquito de caballeros
cada uno. N o se sabe en qué m o m en to la conversación en ­
tre los p ríncipes subió de tono, pero, de improviso, u n o de
los pedisecuos del delfín, el caballero Tanguy du C hatel, le
p artió a cabeza de u n hachazo a j u a n Sin M iedo.
El asesinato del b o rg o ñ ó n elim ino a u n adversario terri­
ble de la b u e n a fo rtu n a del joven príncipe, p ero no aclaró
el p a n o ra m a político del país. La casa de B orgoña consoli­
dó su am istad con In g la terra y el sucesor de J u a n Sin Mie­
do, Felipe el B ueno, trató de vengar la m u erte de su p ad re
desco n o cien d o los derechos del delfín al tro n o de Francia.
El desestim ado delfín Carlos se h u n d ió cada vez m ás en el
abism o de su decepción y de sus dudas. Isabel de Baviera
LA CIUDAD CRISTIANA 1401

h a b ía sem brado en su corazón la sospecha de su bastardía.


R efugiado en B ourges y ro d ead o de infidentes p erd ió toda
confianza en su destino a pesar de que m uchos franceses
creían todavía en él.

J uana de A rco
■.' t ;a v o > l > .; ( 'J Í O ír p .t f n e ‘ ,). i ■i o h í(7 U •>' >i q n i p ía

M ucho se h a escrito en Francia y fuera de ella sobre el


ex trañ o destino de esta m uchacha. T anto los escritores
convencidos de su inspiración divina com o los que desde­
ñ an u n a explicación sobrenatural de su m ensaje h an e n ­
co n tra d o m uchos obstáculos p ara descifrar su enigm a. La
existencia de u n m inucioso legajo, llevado con todas las
cautelas posibles p o r el tribunal de la Inquisición, nos colo­
ca fre n te a las declaraciones de la p ro p ia acusada. J u a n a
sostuvo siem pre la divina p rocedencia de sus voces que la
c o n d u je ro n hasta el delfín de B ourges p ara reconquistar
O rleans y co ro n arlo p o sterio rm en te en la catedral de
Reims. Estos fu ero n los objetivos precisos de su m isión. Su
p o ste rio r p e rm a n e n c ia en el ejército del rey hasta su captu­
ra p o r u n b o rg o ñ ó n y su en treg a al enem igo de Francia pa­
ra ser ju z g a d a p o r h ereje bajo la dirección del obispo Cau-
chon, son las secuencias de u n holocausto llevado hasta su
culm inación perfecta. La h o g u e ra en R ouen, la revisión del
proceso en 1457 y su beatificación algunos siglos después,
trazan los hitos de su tre m en d o itinerario.
J u a n a nació en la ald ea de D onrem y e n tre la C ham pa­
ñ a y la L orena. A m bas regiones se adjudican la nacionali­
dad de la do n cella y m inuciosas discusiones han tratad o de
1402 RUBEN CALDERON BOUCHET

p ro b a r u n a u o tra hipótesis. El año 1412 p arece la fecha


m ás p ro b ab le de ese acontecim iento. Era hija de J e a n Darc
— la fo rm a D ’Arc es de uso p o sterio r— y de su legítim a
m u je r Isabel R om ée. Los padres eran cam pesinos libres y
d u e ñ o s de u n p red io , no m uy g ran d e , d o n d e pacían algu­
nos anim ales de su p ro p ied ad . La situación económ ica de
la fam ilia era b u e n a y ju a n a recu erd a, an te sus jueces, que
siem pre ayudó a su m ad re en sus qu eh aceres dom ésticos.
N o surge de sus confesiones q u e h u b iera realizado las ta­
reas de u n a p astora com o q u iere cierta leyenda.
In d u d a b le m e n te su vocación no nació de la nada. Exis­
tía en F rancia u n ru m o r p o p u la r de q u e el país h a b ría de
ser salvado p o r u n a doncella de la m arca de L orena. N o es
difícil q u e J u a n a haya escuchado en boca de sus paisanos
esta profecía. Sus declaraciones no sugieren que tales cu e n ­
tos la hayan im presionado dem asiado.
De n atu ral fuerte, n o hay en el tem p eram en to de J u a n a
n a d a q u e h ag a p en sar en u n a hipersensible a rre b a ta d a p o r
la im aginación. Siem pre m anifestó u n excelente sentido
práctico y, a no ser p o r las voces de San M iguel Arcángel,
Santa C atalina y Santa Genoveva, que dijo siem pre h a b e r
escuchado, los buscadores de problem as psíquicos n o ten ­
d ría n n in g ú n m otivo p a ra ubicar sus lucubraciones.
La Iglesia n u n c a aceptó a los ilum inados sin beneficio
de inventario. En el caso de J u a n a exam inó todos los datos
del proceso con los recaudos m ás solícitos y no halló en las
declaraciones de la d o ncella n a d a co ntrario de la d o ctrin a
tradicional. Las voces le h ab ían m an d ad o al delfín p a ra de­
volverle la fe en su legitim idad y en su destino, liberar la si­
tiada ciudad de O rleans y co ro n a r a Carlos VII en Reims.
Todos estos actos fu ero n cabalm ente cum plidos sin que
LA CIUDAD CRISTIANA 1403

esas m ism as voces revelaran n a d a acerca del destino ulte­


rio r de la doncella.
Sin lu g ar a dudas fue com o la alo n d ra, el ave in o cen te
q u e en la m a ñ a n a clara de F rancia c an ta al am anecer. Ase­
d iad a p o r las am biciones, el odio, la co b ard ía y los o p íp a­
ros acom odos de los hom bres, fue la víctim a inm acu lad a
qu e dio su sangre p o r los pecados de Francia. Su cu erp o
de m u ch a c h a lim pia fue vorazm ente consum ido p o r las
llam as y sus cenizas arrojadas al río p a ra q u e no la hicieran
objeto de u n culto supersticioso, p ero todo fue inútil: el
ejem plo de su sacrificio tuvo el carácter de u n a presen cia
so b re n a tu ra l y heroica. Los franceses ya no p o d ía n d e te ­
n erse hasta no d a r u n rem ate triunfal a la epopeya inicia­
d a p o r Ju a n a .
U n resum en h u m an o , natural y al m ism o tiem po abier­
to a la influencia im p o n d erab le de Dios, p o n e A nouilh en
la b o ca del inglés W arwick cuando le hace decir respecto a
la acción de J u a n a sobre el alm a de los franceses:
“E videntem ente, en la realidad, las cosas no h a n pasado
así. H u b o u n consejo y se discutió largam ente el pro y el
c o n tra y se decidió fin alm en te servirse de J u a n a com o de
u n a su erte de p o rta b a n d e ra p ara re sp o n d e r al deseo p o p u ­
lar. U n a gentil m asco tita, en u n a palabra, h e c h a p a ra sedu­
cir a los sim ples y hacerlos m atar. N osotros podíam os dar,
antes de cada ataque, triple ración de gin a nuestros solda­
dos p ero no les hacía el m e n o r efecto. Y com enzam os a ser
batidos, desde ese día, co n tra todas las reglas de la estrate­
gia. Se h a dicho que no h u b o m ilagro de Ju a n a , que alre­
d e d o r de O rleans n u e stra red de bastillas aisladas e ra ab­
su rd a y q u e bastaba atacarlas, com o decidió hacerlo el
estado m ayor A rm agnac. Eso es falso. Sir J o h n T albot no
1404 RUBEN CALDERON BOUCHET

e ra u n im bécil y conocía su oficio. Lo h a p ro b ad o antes de


este desgraciado asunto y tam bién después. Su re d defensi­
va e ra teó ricam en te inatacable. N o, lo que realm en te h a su­
cedido — tengam os la elegancia de aceptarlo— es lo im ­
p o n d e ra b le. Dios, si vos queréis señ o r obispo, eso que los
estados m ayores n o prevén ja m á s ... Es esa p e q u e ñ a alon­
d ra q u e can ta en el cielo de Francia, p o r encim a de la ca­
beza de su in fa n tería ... P ersonalm ente, m onseñor, am o
m u ch o a Francia. No m e consolaría si la p erd iéram o s...
Esas dos notas claras, ese canto gozoso y absurdo de u n a pe­
q u e ñ a a lo n d ra inmóvil en el sol m ientras tiran sobre ella,
eso es to d o ”.
Los ejércitos que com b atían de u n lado y de otro en los
cam pos de F rancia p o d ían hacerlo c o n fo rm e a los últim os
recursos de u n a estrategia q u e h a b ía a b a n d o n a d o para
siem p re el criterio lúdico de las gu erras m edievales, p ero
el esp íritu del pu eb lo , ciertam en te, estaba todavía m uy
cerca de las fu en tes cristianas p a ra d esech ar el so co rro so­
b re n a tu ra l de la fe de Ju a n a . Su aparición en el teatro de
la g u e rra cam bió rad icalm en te la su erte de las arm as. Los
ingleses c o m en zaro n a re tro c e d e r y los franceses a gan ar
te rre n o .
Ni las intrigas del condestable de Francia, celoso de los
éxitos de la doncella, ni las vacilaciones del rey p u d ie ro n
o tra cosa q u e re ta rd a r el éxito de sus propias arm as y ha­
c er posible el holocausto de Ju a n a . Si viva valía un ejérci­
to, u n a vez m u e rta cubrió con su leyenda el cielo de su pa­
tria e hizo im posible la p e rm a n e n c ia de los ingleses en
suelo francés.
LA CIUDAD CRISTIANA 1405

El r e in o d e C a r l o s V II

Pese a los titubeos de sus prim eros pasos en el g o b iern o ,


Carlos VII fue m ad u ra n d o poco a poco. El curso de los
años lo libró p o r la m u erte de algunos m alos consejeros. Al
e n tra r en la p len itu d de sus recursos intelectuales se convir­
tió en un político hábil y en u n rey con indudables ap titu ­
des p a ra h a c er p ro sp e ra r el gobierno.
El p rim e r resultado obtenido, luego de la m u erte de
Ju a n a , fue la reconciliación con la casa de B orgoña. C on es­
ta paz e n tre las prim eras potencias de Francia, los ingleses
p e rd ie ro n su m ejor aliado.
El tratad o de A rras, firm ado en 1435, consolidó esta pri­
m era alianza y F rancia y B orgoña d ecid iero n olvidar los
viejos pleitos de sangre p a ra iniciar u n a era de paz bajo el
auspicio de la am istad recobrada. París, tanto tiem po con­
vulsionado bajo la influencia del d u q u e de B orgoña, vuel­
ve a la co ro n a francesa h a rto de m otines, crím enes y sedi­
ciones, con .el deseo de p ro sp e ra r bajo la dirección del rey
tradicional.
L a m o n arq u ía consolidó su a u to rid ad ad o p ta n d o algu­
nas reform as, especialm ente de carácter financiero, p ara
p ro cu rarse los recursos q u e precisaba p ara a te n d e r los gas­
tos de la g u e rra de la reconquista y la p o sterio r consolida­
ción del reino. Los nuevos ejércitos im p o n ían erogaciones
im posibles de solventar con los recursos patrim oniales del
rey. Carlos VII creo u n im puesto regular y varios ex trao rd i­
narios con el propósito de alim en tar el tesoro real, cuya ad­
m inistración fue e n tre g ad a a cuatro tesoreros extraídos del
estam ento burgués. Estos im pusieron u n sentido de la eco­
1406 RUBEN CALDERON BOUCHET

n o m ía m uy d ife ren te al q u e e ra usual. U na tu p id a re d de


p e rc e p to re s de im puestos colaboraba con los tesoreros y
h acía efectiva la e n tra d a del d in ero en las arcas reales.
A las o rd en a n z a s p a ra co n so lid ar las reform as fin an cie­
ras siguió u n a serie de m edidas te n d ie n te s a la reo rg an iza­
ción técnica del ejército. Se rep rim ió los abusos de las
b an d as arm ad as m ed ia n te la creación de varias com pañías
a caballo y g ru p o s de in fa n te ría p arro q u iales arm ad o s de
arcos y ballestas. Se m o d ern izó la a rtillería con la in c o rp o ­
ració n de culebrinas, se rp e n tin a s y b o m b ard as en tal can­
tid ad y con ta n ta eficiencia q u e desde ese m o m e n to los
castillos fortificados d ejaro n de ser red u cto s in ex p u g n a ­
bles y la n o b lez a díscola p e rd ió con ellos el prin cip al m o­
tivo de sus discordias.
La adm inistración sigue el ritm o de estos progresos y se
p u e d e afirm ar que d u ran te el rein ad o de Carlos VII se con­
solidó el cu ad ro de u n a estru ctu ra adm inistrativa que el
tiem po p erfeccionará sin m odificarla en sus líneas más im ­
portantes. El consejo de la corona, los parlam entos, las cá­
m aras de cuentas y u n a red de oficiales del rey se extienden
p o r las provincias francesas y reem plazan a los antiguos po­
deres feudales en m uchas de sus actividades. Los antiguos
señores m an tien en cargos honoríficos y cum plen funciones
cada d ía m enos indispensables. Esta revolución adm inistra­
tiva p rep a ra poco a poco el advenim iento de la burguesía a
los puestos clave de la co ro n a y liga la suerte de esta clase so­
cial a la consolidación de la m o n arq u ía centralizada.
Carlos VTI m u rió en agosto de 1461 y le sucedió e n el
tro n o su hijo Luis, n ú m ero once de su n o m bre. El nuevo
rey hab ía de llevar el proceso centralizador iniciado p o r su
p a d re a su com pleto acabam iento.
LA CIUDAD CRISTIANA 1407

El r e in o d e L u is X I

Este celoso g u a rd iá n del o rd e n m o n árq u ico com enzó


su c a rre ra política en fran ca reb elió n c o n tra su p adre. Lo
co n su m ía la im p acien cia p o r to m ar en sus m anos las rien ­
das del p o d e r y n o halló m ejor m edio p a ra ello q u e aliar­
se con el en em ig o tradicional de la casa de Francia, el Bor-
g o ñ ó n , p a ra satisfacer sus estériles apuros. C u ando m urió
el rey se e n c o n tra b a en la corte de B o rg o ñ a y bajo la osten-
tosa p ro tecció n del d u q u e Felipe el B ueno hizo su e n tra d a
en París.
El cotejo e n tre el a tu e n d o sim ple de Luis y el boato apa­
ratoso de Felipe hacía pensar en u n re to rn o a la prim acía
de B orgoña. Pero las apariencias engañan; y este p rim e r ve­
redicto de la op in ió n pública en favor de Felipe h a b ía de
sufrir u n ro tu n d o revés en cuanto se advirtiera el valor es­
co n d id o detrás de la a p a re n te sencillez de este gran sim u­
lad o r que fue Luis XI.
Su p rim e ra aparición en público com o can didato al tro­
no es u n m odelo de m odestia. Se trata de h a c er cre e r al
B org o ñ ó n q u e el p o b re infeliz que asum e la co ro n a será
dúctil arcilla en las m anos del poderoso d uque. El sacro en
la catedral de Reims fue cuidadosam ente p rep a ra d o para
c o rro b o ra r esta a p a re n te d ep en d en cia. El rey que consoli­
d a rá definitivam ente la m o n arq u ía francesa y d ará sus más
ro tu n d o s golpes al p o d e r feudal e n tró en la p len a posesión
de sus bienes bajo la ing rata apariencia de u n p o b re sobri­
no agradecido.
“H asta ayer m e ten ía p o r el hijo del rey m ás p o b re que
n u n c a existió. D esde mi infancia hasta el día de hoy, no he
1408 RUBEN CALDERON BOUCHET

ten id o m ás q u e sufrim ientos y tribulaciones... en m endici­


d ad m i m u jer y yo, sin casa p ro p ia ni bienes con q u e soste­
n e rn o s, fuim os hospedados p o r la gracia y caridad de los
tíos p o r el lapso de cinco a ñ o s” 57.
Este sim ulador, de ap a rien c ia burguesa, e ra tam bién un
desconfiado. La m ayor p a rte de su tarea com o g o b e rn a n ­
te la realizó p e rso n a lm e n te y tra ta n d o todos los asuntos
d el re in o m an o a m an o c o n sus colaboradores. C onoce­
m os los n o m b re s de T ristán L erm ite, O livier Le D ain y
J e a n de L ude. N in g u n o de ellos con relieve suficiente pa­
ra ree m p la z a r en n in g u n a tare a la com pleja y m ultiform e
p e rso n a lid a d d e Luis. Felipe de C om m ynes fue, quizás, el
h o m b re q u e m ejor lo conoció y gracias a su plu m a ten e ­
m os u n re tra to de p rim e ra m an o de este político sutil, h e ­
cho a p ro p ó sito p a ra in sp irar las páginas m ejores d e un
M aquiavelo.
Luis XI, pese a su fam a de hip ó crita p erfe c ta m e n te m e­
recida, com enzó su g o b iern o bajo el im pulso de u n a exce­
siva prisa p o r m odificar, en poco tiem po, el ap arato estatal
de Carlos VIL Esta p rem u ra lo llevó a chocar m uy p ro n to
con intereses larga y parcialm ente consolidados y trajo p o r
consecuencia u n a reacción de la nobleza q u e puso su rei­
n a d o a u n paso de h u n d irse en la anarquía.
P o r su erte el rey n o carecía de ap titu d p ara la g u e rra y,
com o estaba b ien d o tad o p a ra las argucias de la diplom a­
cia, p ro n to e n re d ó a sus adversarios en u n a telarañ a de in­
trigas q u e le perm itió salir b ien de la em presa.
Los nobles ju g a ro n su p artid a con el descuido de siem ­
p re y en u n a atm ósfera de propósitos y am biciones mal

57. Joseph Calmette, Le Grand Régne de Louis XI, H achette, 1938, pág. 9.
LA CIUDAD CRISTIANA 1409

concertadas. Luis XI apoyado p o r la burguesía parisiense y


las fuerzas de las milicias ciudadanas ju g ó sus puestas con
p ericia y c o h eren cia superiores.
En su política ex terio r en fren tó dos enem igos notables:
al rey de In g la terra E d u ard o IV, dispuesto a reiniciar la
G u e rra de los Cien A ños y a Carlos el T em erario, hijo de
Felipe el B ueno de B orgoña, u n id o a la fam ilia real inglesa
p o r su casam iento con M argarita de York. Am bos peligros
fu ero n superados p o r el rey de F rancia luego d e m uchas
peripecias y riesgos q u e la excelente plu m a de Com m ynes
n a rra con lujo de detalles.
El triu n fo final sobre la casa de B orgoña, u n a política
de fam ilia llevada con to d a inteligencia en in terés de la co­
ro n a, u n a po lítica adm inistrativa y fin an ciera q u e restable­
ció la e c o n o m ía del re in o de F rancia y u n a lu ch a constan­
te m e n te exitosa c o n tra los p o d eres feudales d iero n a Luis
XI u n p o d e r q u e n in g ú n rey a n te rio r logró con ta n ta efi­
cacia.
El au m e n to de la natalid ad en la cam paña, el o rd e n es­
tablecido p o r las tropas reales, an im aro n el espíritu de em ­
p resa y activaron a los ahorristas p ara levantar la situación
del reino. El florecim iento económ ico au m e n tó las e n tra ­
das del tesoro y dio al rey u n a fuerza supletoria q u e venía a
c o ro n a r sus éxitos políticos y m ilitares.
La declinación del feudalism o fue definitiva; en el futu­
ro h a b rá nuevas revueltas co n tra la m o n arq u ía centraliza-
dora, p e ro n in g u n a de ellas p o n d rá en peligro el paulatino
fortalecim iento del p o d e r absoluto, p o r el co n trario lo h a ­
rán cada día m ás firm e y siem pre en las líneas trazadas p o r
Luis XI.
1410 RUBEN CALDERON BOUCHET

F e l ip e de C om m ynes

Q uizá no sea desacertado, p ara te n e r u n a im agen de es­


ta últim a e tap a del siglo XV francés, h acer la sem blanza de
este cronista de Luis XI q u e supo observar con tan ta saga­
cidad la actuación del rey en su gobierno.
Felipe de C om m ynes nació a p ro x im ad a m en te en el año
1446 y com enzó su c a rre ra en la co rte de B orgoña. El rey
de F ran cia lo conoció com o u n o de los allegados a Carlos
el T em erario d u ra n te la época que estuvo cautivo en la
co rte del d u q u e. Felipe de C om m ynes tuvo u n a feliz in te r­
vención en su favor y desde ese m o m e n to conquistó la
am istad de Luis y tuvo la o p o rtu n id a d de vivir m uchos
años a su lado y asistir a los principales aco n tecim ien to s de
su rein ad o .
M uerto Luis XI en 1483, Felipe de Com m ynes, que pa­
só un o s m eses de prisión p o r o rd en de Carlos VIII, se reti­
ra a su castillo de D reux y com ienza la redacción de sus m e­
m orias, u n a de las obras m aestras del siglo XV francés
según la autorizada op in ió n de M. L ucien F o u le t58.
En u n prólogo dedicado a m o n señ o r el arzobispo de
V ienne, C om m ynes reconoce h a b e r iniciado su trabajo so­
b re los hech o s vistos y conocidos del rey Luis XI bajo la ins­
tigación de dicho prelado. D estaca que de la ju v e n tu d y pri­
m eros pasos del rey sólo tiene conocim iento de oídas y no
p o r h ab erlo visto perso n alm en te. R ecién en 1472 e n tró al
servicio de Luis después de su actuación en el fam oso asun­
to de P e ro n n e, cu an d o el rey de Francia estuvo com o pri­

58. Bédier y H azard, Littérature Frangaise, T. I.


LA CIUDAD CRISTIANA 1411

sionero de Carlos el Tem erario. Com m ynes allanó en par­


te los obstáculos q u e separaban al rey del p o deroso du q u e
de B orgoña y o bró de tal m an era que Luis XI le quedó
agradecido y trató de atraerlo a su corte.
C om m ynes era u n realista cabal y no se hacía ilusiones
respecto a las virtudes de los príncipes. R econocía los m u­
chos defectos q u e afeaban la p ersonalidad de Luis p ero ad­
m itía que de todos los príncipes p o r él conocidos, e ra el
m ejor. Dejó a su señ o r natural con riesgo de in c u rrir en su
venganza y e n tró al servicio del rey de Francia. Luis, p ara
com pensarlo de la p é rd id a de sus posesiones en B orgoña,
le dio el señorío de A rgenton. C on este n o m b re lo conoce­
rían sus coetáneos desde ese m om ento.
La característica principal del a rte de C om m ynes es su
realism o sin ilusiones. Veía las cosas com o eran y no se com ­
placía en disfrazar los hechos para beneficiar su veta h e re ­
d itaria de idealism o caballeresco.
O b serv ad o r d esprejuiciado de los lances g u e rre ro s de
la época, ad m ite la p a rte de suerte q u e e n tra com o factor
decisivo en el ju e g o de las batallas y al m ism o tiem po an o ­
ta el escaso valor m ilitar de los jin e te s envueltos en sus pe­
sadas arm a d u ra s y la eficacia de los arq u ero s a pie. Las ba­
tallas d e b e n ganarse, p e ro suele ser m ás im p o rta n te u n a
b u e n a negociación diplom ática después del triunfo de
u n a causa.
La cap acid ad p a ra e m itir un ju ic io frío le p e rm itió p a­
sarse del d u q u e de B o rg o ñ a al rey de Francia. H ab ía visto
e n Luis al m ás hábil de los dos y al q u e llevaba la política
q u e ofrecía u n p orvenir. C arlos el T em erario , con to d a la
a u d acia y la violencia de su te m p e ra m e n to , e ra h o m b re
de o tra época. C on él c o rría la su erte de q u e d a r d e te n id o
1412 RUBEN CALDERON BOUCHET

e n u n an acro n ism o político. O bservación p e n e tra n te y


clara d e m o stra c ió n de u n a in telig en cia lú cid a fre n te a los
hechos.
C a p i t u l o XIII
LA INGLATERRA DE LOS SIGLOS XIV Y XV

L as c o n s e c u e n c ia s d e la g u e r r a e n Inglaterra

Los libros de historia hacen de la G u e rra de los Cien


A ños u n a n a rra c ió n casi exclusivam ente m ilitar d o n d e des­
tacan los dos tem p eram en to s y los dos criterios de los ejér­
citos en lucha. Se habla del anacronism o de las cabalgatas
caballerescas francesas, de los arqueros de Gales y de las re­
sonantes victorias de Crécy, Poitiers y A zincourt. Asistimos
al conato de restablecim iento francés d u ra n te el rein ad o
de Carlos V y seguim os la victoriosa trayectoria de B ertran d
d u Guesclin. El eclipse de la m o n arq u ía francesa se re p ro ­
duce con el advenim iento al tro n o de Carlos VI y luego vie­
n e la m ística a u ro ra de Santa Ju an a. En verdad la G u erra
d e los Cien A ños d u ró casi ciento cin cu en ta y a lo largo de
este considerable lapso In g la terra y F rancia p e rd ie ro n para
siem pre su a n tig u a fisonom ía m edieval y se convirtieron en
sendos Estados nacionales to talm ente equipados con crite­
rios m odernos.
1414 RUBEN CALDERON BOUCHET

La época m o d ern a , con su concepción racionalista del


Estado, no nació del m u n d o m edieval sin u n pro lo n g ad o
esfuerzo p re p a ra to rio , d o n d e el espíritu feudal y los usos
de la civilización cristiana libran en carn izad a batalla co n tra
el carácter de la nueva m entalidad.
Los siglos catorce y quince asisten al desarrollo de este
conflicto y se p u e d e afirm ar que los criterios m o d ern o s se
van im p o n ien d o al com pás de los acontecim ientos sin que
exista u n a conciencia clara de la p ro fu n d id a d de los cam ­
bios provocados. La G u e rra de los Cien Años es p a ra Ingla­
te rra la ocasión de reco n o cer su p ro p ia fisonom ía nacional
y lograr, en tensa con fro n tació n con Francia, su in d e p e n ­
d en cia cultural y lingüística.
Id io m àticam en te, la In g la terra de los com ienzos del si­
glo catorce es francesa en sus estam entos cultivados, tanto
nobles com o burgueses, m ientras los paisanos más ru d o s
h ab lan dialectos anglosajones. Al term in a r el siglo XV el
idiom a inglés se h a convertido en len g u a nacional gracias
al a p o rte de los dialectos germ ánicos de uso p o p u lar y la
sintaxis m ás sim ple y practica del francés. Piers Plowm an ha
escrito sus poem as nacionales, C haucer sus cuentos de
C a n te rb u ry y J o h n Wycliffe h a iniciado la traducción de la
Biblia a la len g u a de sus feligreses.
La relación levantisca de los b aro n es ingleses con los
m onarcas d e p e n d e , en gran p arte, de los fracasos o éxitos
de la g u e rra llevada sobre el c o n tin e n te , y la fu tu ra fuerza
del p a rla m e n to inglés se afianza con el triu n fo de cada
u n o de estos levantam ientos.
El asesinato de E d u ard o II en 1327 fue posible, indirec­
tam ente, p o rq u e su m ujer Isabel de Francia se acostum bró
a g o b e rn a r In g la terra sin el concurso de su m arido, p e rm a ­
LA CIUDAD CRISTIANA 1415

n e n te m e n te o cu p ad o en la c o n tien d a con Francia. La sus­


titución de la casa de York p o r la de L ancaster se d e b e a
u n a in terv en ció n del parlam en to de los barones, quienes
co n sid erab an al rey in d ig n o de llevar la co ro n a p o r sus fra­
casos en la g u e rra de Francia. En verdad la c o ro n a inglesa
se m antuvo siem pre en la oscuridad de u n dudoso princi­
pio sucesorio. Este p rincipio no fue puesto e n tela de ju icio
hasta la últim a dinastía del siglo XV, la de Tudor. Esta casa,
a pesar de sus escasos títulos, rin d ió culto a la legitim idad
a p e la n d o a sus discutibles an teced en tes genealógicos.
In g la terra fue u n a m o n arq u ía y lo seguirá siendo pero
la p re p o n d e ra n c ia del parlam en to es el h ech o decisivo que
m arcará la historia de este país con rasgos propios. Las con­
tinuas ausencias d e los reyes, el carácter poco claro de los
usos sucesorios, co lab o raro n p ara que m uchas p rerro g ati­
vas fu eran tom adas p o r el parlam ento.
La transform ación del parlam en to en el p o d e r indiscu-
tido del rein o fue o b ra de gestión len ta p ero co ntinua. Al
m odesto Consejo de la Corona, com puesto p o r gru p o s poco
n um erosos, sucedió u n a asam blea d o n d e tom aron asiento
los b aro n es y los rep re sen ta n te s de la p e q u e ñ a nobleza y la
alta burguesía. El clero tam bién tuvo rep resen tació n , pero
fue poco n u m ero sa p o rq u e las cuestiones eclesiásticas se di­
rim ían en el seno de la je ra rq u ía episcopal y sin injerencia
n in g u n a de las au to rid ad es civiles. Esta situación dio al p ar­
lam en to inglés u n carácter exclusivam ente laico.
Los b arones eran los grandes señores feudales y traían al
parlam en to la rep resen tació n de sus territorios. Los b u rg u e­
ses rep resen tab an el com ercio y la p e q u e ñ a nobleza, caba­
lleros y escuderos, squires, venían en n o m b re de los co n d a­
dos y de los propietarios libres de dom inios poco extensos.
1416 RUBEN CALDERON BOUCHET

N o se sabe en q u é m o m en to ni p o r qué causas los b aro­


nes co m enzaron a separarse de los otros m iem bros y cons­
tituyeron la C ám ara de los Lores, m ientras los restantes
parlam en tario s fo rm ab an la C ám ara de los Com unes.
Si se observa la constitución del parlam en to inglés, se
verá en él la rep resen tació n de todos los h om bres libres de
In g laterra. La costum bre de ju n ta rse p ara solucionar los
problem as del rein o convirtió a esta asam blea en u n a au­
tén tica m anifestación política de la nación y en ella los in­
gleses to m aro n conciencia de su u n id ad y de su fuerza.
Las condiciones p ara el desarrollo de la institución par­
lam en taria se vieron favorecidas p o r la geografía de Ingla­
te rra y su carácter insular. País p e q u e ñ o y llano, no había
gran d es obstáculos para convocar a todos los rep re sen ta n ­
tes de la población y com o el m ar los defendió, d u ra n te si­
glos, d e c u alq u ier agresión exterior, n o estaba expuesto al
a ta q u e de los enem igos y p o r lo tanto n o tuvieron la n ece­
sidad vital de u n a cabeza única p ara evitar los co n tratiem ­
pos de lo g rar u n acu erd o inm ediato.
La G u e rra de los Cien Años auspiciará en Francia el ca­
m ino del absolutism o y e n In g laterra el g o b iern o parla­
m entario. Dos efectos diferentes provocados p o r u n a mis­
m a causa en situaciones territoriales diversas.
El carácter c o n tin en tal de la g u e rra im pidió a In g laterra
e n c errarse e n su insularidad y la m antuvo en p e rm a n e n te
contacto con el resto de E u ro p a recib ien d o la influencia de
todos los m ovim ientos culturales de la época.
Pese a su política co n tin en tal, h e re n c ia dinástica de los
P lan tag en et, In g la terra h a b ía pensado siem pre en exten­
d e r su d om inio a los otros países de las Islas Británicas: Es­
LA CIUDAD CRISTIANA 1417

cocia e Irlanda, p ero todos sus intentos habían fracasado y


no pasaron de un frágil proyecto acariciado e n tre dos aven­
turas sobre el territo rio francés.

L as c l a s e s s o c ia l e s

La conquista de In g la terra p o r los n o rm a n d o s proveyó


al rein o de u n a n obleza feudal de len g u a y costum bres
francesas. La p e rm a n e n c ia en el territo rio y el contacto con
los antiguos h ab itan tes del lugar trajo cam bios que p ro n to
m odificaron la fisonom ía social de In g la terra y provocaron
el advenim iento de nuevas clases cuya influencia en la po­
lítica n o tardó en hacerse sentir.
La p rim e ra característica de la constitución efectiva de
este rein o es que n o conoció la diferencia e n tre nobles y no
nobles. El estatuto social inglés dividía a la población e n tre
hom bres libres y no libres. Los siervos desaparecían casi
p o r com pleto a lo largo del siglo XIII y la diferencia e n tre
los ho m b res libres d e p e n d e ría más de la fo rtu n a q u e del
nacim iento. B arones, caballeros, escuderos, burgueses o
paisanos libres no ten ían u n estatuto ju ríd ic o diferen te y la
posición que cada u n o ocu p ab a en los asuntos del rein o es­
taba en función de la situación económ ica.
Los b aro n es fu ero n relativam ente pocos y com o fo rm a­
ro n p arte del séquito del d u q u e de N o rm an d ía no tuvieron
u n a in d e p e n d e n c ia feudal q u e configurase, com o en cier­
tos territorios del c o n tin e n te , u n dam ero de señoríos con
lazos de vasallajes tan endebles o com plicados en su sum i­
sión a la corona, q u e hacía falta u n a labor diplom ática de
1418 RUBEN CALDERON BOUCHET

largo aliento o u n a g u e rra victoriosa p ara reducirlos a la


u n id ad . La co ro n a inglesa 110 tuvo ese problem a, pero
p ro n to h ab ía de c o n o cer otros que pusieron lím ites a su
im perio y p erm itiero n la form ación de u n p o d e r p arlam en ­
tario decisivo p ara la co nducción de la política inglesa.
Los b a ro n e s n o rm an d o s, p o r disposición del rey con­
quistador, carecieron de plazas fuertes y n o p u d iero n satis­
facer e n tre ellos su inclinación a las contiendas guerreras.
El espíritu de aventura halló su válvula de escape en la G ue­
rra de los Cien A ños y los m ás osados pasaban a Francia pa­
ra hacerse u n n o m b re en los cam pos de batalla. Los que
p e rm a n e c ie ro n en el país se ded icaro n a cultivar sus tierras
y a a te n d e r las faenas parlam entarias. M uchos nobles, para
n o te n e r q u e a b a n d o n a r sus terren o s tan p rolijam ente cui­
dados, e lu d ie ro n ser arm ados caballeros p o rq u e esta cere­
m o n ia im p o n ía com o corolario el servicio de las arm as, las
cruzadas o las g u erras continentales y p o r en d e el descuido
d e los intereses inm ediatos. P refirieron p o r todo título la
distinción de escuderos, squires.
Estos nobles q u e no h acen la g u e rra y q u e tien en in te re ­
ses in m ediatos e n su país son llevados, p o r la sobrevivencia
d e las viejas instituciones anglosajonas, a e n c o n tra r un cam ­
po de actividades q u e p u d ieran ser calificadas de políticas
o p o r lo m enos de adm inistrativas en las diversas cortes de
los condados. Este constante contacto con la realidad social
y política del reino te n d rá p o r consecuencia la actividad ad­
m inistrativa de la nobleza local. La creación de nuevas car­
gas les d a rá nuevas o p o rtu n id a d es de servir.
Comers y Justices of Peace serán funciones de la p eq u eñ a
n obleza ju n to con la rep resen tació n del co ndado en el par­
lam ento. La nobleza inglesa no vivirá aislada en sus casas de
LA CIUDAD CRISTIANA 1419

cam po y tra tará de a d q u irir m oradas en la ciudad, p a ra par­


ticipar de las ventajas económ icas que b rin d a n los centros
u rb an o s 59.
Estas condiciones particulares de la vida noble en Ingla­
te rra la hace solidaria de la evolución del m u n d o burgués.
M ientras la nobleza francesa fue siem pre fiel al espíritu feu­
dal o p o r lo m enos m ilitar de sus orígenes, la inglesa se
abrió al com ercio y a los g randes negocios q u e en otros paí­
ses fu ero n del resorte de la burguesía.
La agricu ltu ra y la cría del ganado lan ar fu ero n ocupa­
ciones favoritas de los gentlemen farmers, proveedores de las
tejedurías d e Flandes hasta la época en q u e se les o currió
m o n ta r sus propias hilanderías.
El estam ento burg u és se consolida d u ran te la E dad Me­
dia y p u eb la las ciudades nacidas en to rn o a las ferias o a
los destacam entos m ilitares construidos p o r los reyes. M u­
chos de estos burgueses conservan, com o los nobles, u n a
p ro p ie d a d agrícola y participan de las actividades del co­
m erciante y el agricultor.
La paz asegurada p o r la posición insular del territorio,
la existencia de num erosos ríos que facilitan el tránsito de
las m ercaderías, la ausencia de g randes señoríos con sus de­
rechos de peaje y otras im posiciones facilitaron el d esarro ­
llo del espíritu com ercial y d iero n gran vigor a este esta­
m en to de h om bres libres.
Muy p ro n to el rein o de In g la terra contó con u n a m ari­
n a q u e facilitó el paso de sus pro d u cto s al c o n tin e n te y de­

59. R obert Fawtier, “Les Iles Britanniques”, Histoire Universelle, Paris, La


Pléiade, Gallimard, 1957, T. II, pâg. 1234.
1420 RUBEN CALDERON BOUCHET

sarrolló la vocación naval de los ingleses, causa de su g ran ­


deza com ercial y de la fu tu ra expansión im perial del reino.
El com ercio inglés se detuvo d u ran te u n tiem po en u n a
e tap a ru d im e n ta ria de entrecam bios bastante precarios,
p e ro — los ju d ío s m ed ian te— p ro n to se pasó a u n sistem a
de in crem en tació n com ercial gracias a la im plantación del
capitalism o. Los ju d ío s eran protegidos p o r los reyes ingle­
ses y gozaron d u ran te la E dad M edia de u n estatuto p arti­
cular. Sus fortunas, edificadas sobre préstam os a interés de
tipo usurario, m uy p ro n to se lanzaron a aventuras financie­
ras de gran envergadura.
Las lanas inglesas fu ero n m anufacturadas en las h ilan d e­
rías flam encas y sufrían sus últim as transform aciones en las
m anos de los o b rero s italianos d o n d e se convertían en teji­
dos de lujo.
Mas tarde los m ercaderes italianos llegaron hasta las Is­
las B ritánicas p ara ah o rra rse el paso p o r los diversos in te r­
m ediarios y reem plazaron a los capitalistas ju d ío s en este
p rim e r m o m e n to de la eco n o m ía com ercial inglesa.
D u ran te los siglos XIV y XV los italianos eran d u eñ o s del
com ercio inglés. Esta p rep o n d e ra n cia fue facilitada p o r la
expulsión de los ju d ío s en 1290. Muy p ro n to los ingleses
iban a m anifestar condiciones incom parables p a ra el co­
m ercio, p e ro en estos años finales de la Edad M edia esta­
b an m uy lejos de h a b e r logrado la h eg em o n ía qu e ten d rían
algunos siglos m ás tarde.
La b urguesía inglesa fue favorecida p o r la G u e rra de los
Cien Años; y a u n q u e las vicisitudes de los lances bélicos e n ­
to rp e c ie ro n el com ercio reg u lar de las lanas, la posesión
del p u e rto de Calais p o r las fuerzas del rey de In g laterra co-
LA CIUDAD CRISTIANA 1421

rrigió en p a rte las fluctuaciones de la suerte de las arm as y


los com erciantes de la isla p u d iero n proveer de m ateria pri­
m a a las h ilanderías flam encas.
La E dad M edia inglesa no ha sido estudiada con la m i­
nuciosidad que m erece y el estam ento m enos favorecido
p o r la curiosidad de los historiadores es, sin lugar a dudas,
el cam pesino. Se tiene la im presión de u n p au latin o m ejo­
ram ien to en sus condiciones económ icas, com o conse­
cuencia de la dedicación a las tareas agrícolas de la p eq u e­
ñ a y la gran nobleza. La tie rra d o n d e el pro p ietario asienta
su residencia está m ejor cultivada y esta situación re d u n d a
en beneficio de todos sus habitantes. La peste n e g ra con su
terrib le descenso dem ográfico encareció la m ano de obra
ru ral, p ero esta ventaja inm ediata recibida p o r los cam pesi­
nos a u m e n tó el costo d e los productos agrícolas y provocó
la p ro testa airad a de los habitantes de las ciudades. El rey y
el p arlam en to p a ra evitar los altos precios adquiridos p o r
los artículos de p rim e ra necesidad bajaron los salarios de
los trabajadores rurales. Esta m edida provoco la revuelta
paisana de fines del siglo XIV y trajo com o consecuencia su
aplastam iento im placable p o r las tropas reclutadas e n tre
los h o m b res libres.
M uchos cam pesinos p e rd ie ro n p ro n to su condición de
siervos de la gleba y se fo rm ó u n a clase m edia paisana, los
yeomen, cuya situación económ ica en los siglos XIV y XV era
m ejo r q u e la de sus iguales del continente.
“En u n a palabra, la p e q u e ñ a nobleza y en general la n o ­
bleza, la burguesía, los m ercaderes y los paisanos n o h an
form ado verdaderas castas. T om aron y conservaron la cos­
tu m b re de vivir ju n to s y siem pre estuvieron congregados
p o r la sobrevivencia de antiguas instituciones com unitarias,
1422 RUBEN CALDERON BOUCHET

h ered ad as de las costum bres sajonas. Todos, de m an e ra di­


rec ta o indirecta, p articip aro n en los gobiernos locales o en
el g o b iern o c e n tra l” 60.
Faltaría decir algo sobre el clero p ara te n e r un p a n o ra ­
m a com pleto de las clases sociales al fin de la E dad M edia.
La Iglesia de In g la terra poseía grandes extensiones de te­
rre n o y se m antuvo un poco al m argen de la vida política
del país. Fiel a la Iglesia de R om a no conoció herejías e ig­
n o ró san tam en te los beneficios de la Inquisición con todas
sus consecuencias. En contradicción con esto, el clero su­
frió u n a n o tab le baja en el nivel de sus estudios teológicos
y com o el p a p a d o ten ía p o r costum bre n o m b ra r italianos
p a ra los altos cargos eclesiásticos ingleses, la g en te se acos­
tu m b ró a co n sid erar a la Iglesia com o u n a organización de­
p e n d ie n te de u n p rín cip e extranjero. Esta política pontifi­
cia fue nefasta p o rq u e ap artó a los nobles de la je ra rq u ía y
con ello p re p a ró el clim a p a ra la ru p tu ra con Rom a. El si­
glo XVI cosechará todos estos erro res cuando E n riq u e VIII,
m al aconsejado p o r u n a com andita de h om bres de presa,
ro m p a con el p ap a y cierre la Iglesia de In g la terra en la cir­
cunscripción de la corona.
L a m arginación política del clero es ratificada p o r su
c o n dición ju ríd ic a . Los m iem bros de la Iglesia son juzgados
de a cu erd o con el d e re c h o canónico y no p o r las leyes co­
m unes a los otros ingleses. Esta costum bre los e x trañ a del
país y c u an d o J o h n Wycliffe lleve su cam paña co n tra la Igle­
sia R om ana hallará oídos bien dispuestos p ara escuchar sus
prédicas y a u m e n tar el n ú m e ro de los resquem ores co n tra
el pontificado. No im p o rta q u e la tradición católica en In ­

60. R obert Fawtier, “Les Iles Britanniques”, Histoire Universelle, pág. 1246.
LA CIUDAD CRISTIANA 1423

g laterra sea sólida y esté bien arraigada: el traslado del pa­


pad o a la ciudad francesa de Avignon te rm in a rá p o r con­
vencer a los ingleses de la sospechosa parcialidad de la su­
p rem a je ra rq u ía eclesiástica.

La l e n g u a in g l e s a

Los n o rm a n d o s in tro d u je ro n el francés com o len ­


gua oficial de la c o ro n a y la nobleza. En el siglo XIII la len­
g ua francesa es e n señ ad a en todas las escuelas ju n to con el
latín, p ero los antiguos dialectos anglosajones subsisten y
resisten en el fo n d o de las poblaciones.
El siglo XIV vio re n a c e r el viejo idiom a nacional convo­
cado p o r la fu erte personalidad de u n gran poeta, W illiam
L angland, q u e según la opinión de C h risto p h er Dawson
fue el m ás inglés de los poetas católicos y el más católico de
los poetas ingleses.
L angland y C haucer son los escritores más representati­
vos del siglo. C haucer en su form ación cultural afrancesada
expresa las ideas de la alta sociedad inglesa. Sus cuentos de
C an terb u ry son la m irada hum orística que un caballero de
su tiem po echa sobre las costum bres y los dichos de la g en ­
te co m ú n de Inglaterra. L angland es inglés en lo más p ro ­
fu n d o de su inspiración. N o debe n a d a a la poesía francesa
y re m o n ta sus an teced en tes a la vieja lírica n ó rd ica y a los
poetas cristianos an terio res a la conquista n o rm an d a.
Fue un clérigo capacitado p ara ayudar al sacerdote en
sus misas y con alg u n a parca licencia p a ra o ra r en los vela­
torios y m ascullar salm odias en algún e n tie rro de poca
1424 RUBEN CALDERON BOUCHET

m onta. Vivía m iserablem ente con su m ujer y su hija de las


dádivas obtenidas en estos hum ildes m enesteres litúrgicos.
La Visión de Piers Plowman, P edro el L abrador, es com o el
Testamento, de Villon, un testim onio p articu larm en te paté­
tico de los sufrim ientos del pobre. L angland u n e al realis­
m o d e las descripciones las esperanzas religiosas de u n cre­
yente confiado en la providencia y a la espera de un
ren acim ien to cristiano. C ree en el advenim iento de un
m u n d o renovado p o r la fe de Cristo y lo reclam a en acen­
tos conm ovedores p o r su autenticidad.
L a traducción inglesa de la Biblia va a fijar la prosa y
acostu m b rará a este pueblo a u n a lectu ra p e rm a n e n te del
libro santo. El francés ayudó con su sintaxis a fijar los cáno­
nes de la prosa inglesa, p ero el idiom a, en sus raíces más
p ro fu n d as se m antuvo fiel a los orígenes germ anos.

De la G uerra d e las D os R osas


HASTA EL ADVENIMIENTO DE LA CASA T U D O R

El conflicto e n tre las casas de York y L ancaster a p a rtir


de la s e g u n d a m itad del siglo XV se llam ó, p o éticam ente, la
G u e rra de las Dos Rosas. A unque com o todas las g uerras ci­
viles fue sórd id a y enconosa, los caudillos de am bas faccio­
nes to m aro n com o sím bolos sendas rosas: u n a e n c arn a d a
p a ra los L ancaster y o tra b lanca p a ra los de York.
La g u e rra fue larga y la suerte de los com batientes varió
e n m uchas o p o rtu n id ad es. Para no e n tra r en detalles cuya
descripción llevaría m ucho tiem po, direm os q u e tuvo tres
m o m en to s decisivos.
LA CIUDAD CRISTIANA 1425

En el prim ero , la casa de York, re p re sen ta d a p o r E duar­


do IV, conquista el tro n o inglés gracias a la batalla victorio­
sa de Towton. E duardo IV ciñe la co ro n a p ero com ete el
e rro r de casarse con Isabel de Woodwille sin tom ar en
c u e n ta los intereses dinásticos. Los nobles q u e lo apoyaban
le retira n su respaldo y lo obligan a dejar el tro n o y refu­
giarse en B orgoña.
En F rancia levantó u n nuevo ejército y desem barcó en
su país con el p ropósito de reconquistar el trono. L uego de
algunas confusas aventuras bélicas d e rro tó a sus enem igos
p o r com pleto y p u d o o c u p ar su antiguo palacio real. Con
esta cam p añ a se c ie rra la segunda fase de la G u e rra de las
Dos Rosas.
D esde 1471 hasta 1483 E duardo IV g o b e rn ó en paz y
con pocas introm isiones del parlam ento. D esgraciadam en­
te no fue capaz de c o n tro lar su tem p e ra m en to y, en treg ad o
a u n a vida de excesos, m u rió antes d e cum plir los c u aren ta
años Dejó com o h e re d e ro s a sus dos hijos pequeños,
E duardo y Ricardo, el m ayor de los cuales no ten ía más de
tres años.
La m in o rid ad de estos niños abre el tercer y últim o ca­
p ítulo de la g uerra. En él se e n fre n ta rán el tu to r de los m e­
nores, R icardo de G loucester, con E nrique de Tudor, re p re ­
sen tan te de los L ancaster y aspirante al tro n o de In g laterra
a través de u n a discutida p a re n tela con el linaje real.
R icardo de G loucester, h e rm a n o del fallecido E duardo
IV, se a p o d e ró del tro n o luego de h a b e r asesinado a sus dos
sobrinos en la T orre de L ondres. Este crim en h o rre n d o y la
fuerza desesperada que puso p a ra re te n e r la co ro n a han
h e c h o de R icardo III u n a figura p a ra el dram a.
1426 RUBEN CALDERON BOUCHET

El últim o acto de la tragedia sucede en 1485 cu ando En­


riq u e de Tudor, con cuatro m il soldados reu n id o s en Fran­
cia y pagados con d in ero francés, hace u n a segunda ten ta ­
tiva p a ra o c u p a r el tro n o inglés.
La batalla de Bosw orth fue el e n c u en tro definitivo e n tre
las dos casas en litigio. En sus com ienzos pareció favorecer
a R icardo III, cuyo ejército, más num eroso, ten ía u n carác­
ter nacional decid id am en te inglés. Pese a estas condiciones
y al esfuerzo d e n o d a d o de Ricardo, la actitud de E nrique
Stanley y sus cinco mil ho m b res decidió la lucha en favor
de Tudor.
Shakespeare p resen ta a R icardo III en m edio de la bata­
lla bu scan d o con fu ro r a su enem igo p ara m atarlo en com ­
bate singular. Sin lugar a dudas el últim o P lan tag en et m u­
rió com o u n bravo, y el gran d ram atu rg o inglés supo hallar
la frase a d ecu ad a p ara expresar su rabia im potente: “My
kingdom for a h o rse ”.
C on esta frase se p u e d e c e rra r definitivam ente la Edad
M edia en Inglaterra. E n riq u e VII de T u d o r inició un rein a­
do más racional y u n a aventura política cuya culm inación
en el siglo siguiente será el rein ad o de Isabel de Inglaterra.
C a p i t u l o XIV
LA UNIDAD ESPAÑOLA

S it u a c ió n de E spa ñ a a f in e s d e l s ig l o X III
Y COMIENZOS DEL X IV

La obra de la reconquista del suelo español se vio casi ter­


m in ad a a fines del siglo XIII, p ero todavía harían falta dos
siglos más de luchas p a ra su conclusión definitiva. Esto ven­
d rá com o resultado, en p rim er lugar, de la un id ad de Espa­
ñ a y, en segundo lugar, de la consolidación de todas las fu er­
zas m ilitares en las m anos expertas de los Reyes Católicos.
La E spaña m edieval estuvo dividida en m uchos reinos,
p rincipados y co n d ad o s q u e se fu ero n fo rm a n d o en la mis­
m a m ed id a en que las arm as cristianas se asentaban en los
lugares reconquistados al infiel. El carácter esp o n tán eo de
estas form aciones políticas hacen de E spaña u n m osaico de
p o d eres d o n d e resulta im posible d e te rm in a r con precisión
su fisonom ía institucional. El d erech o rom ano, las tradicio­
nes germ ánicas y las costum bres ancestrales de los pueblos
ibéricos se m ezclaban a b ig arrad am en te en cada u n a de las
1428 RUBEN CALDERON BOUCHET

com arcas, puestas ocasionalm ente bajo la conducción de


u n caudillo m ilitar con u n título a veces tan fugaz com o su
m ism o gobierno.
“Es n atu ral, sin em bargo — op in a O liveira M artins— ,
q u e hallándose E spaña constituida a n te rio rm e n te a la inva­
sión m usulm ana, com o u n a dem ocracia m unicipal política­
m e n te reg id a p o r u n a aristocracia de origen germ ánico,
dad o el h e c h o de la desorganización y de la subsiguiente
reconstitución, el p u eb lo ten d ie ra a volver al rom anism o
m unicipal y la aristocracia al germ anism o aristocrático” 61.
Estas dos corrientes, u n tan to lap idariam ente puestas en
contradicción, explicarán en p a rte la diversa fo rtu n a de los
reg ím en es que se d iero n en la pen ín su la antes de su unifi­
cación definitiva.
La política de los reyes, tanto castellanos com o p o rtu ­
gueses y aragoneses, te n d rá el propósito de afirm ar la au to ­
rid ad del m o n arc a sobre la an árquica floración de las po­
testades feudales y hallarán en los m unicipios u n fuerte
apoyo p a ra su política reconstructiva. Los siglos XIII y XIV
no resp o n d ie ro n a este anhelo, claram ente expresado en la
política legislativa de don Alfonso el Sabio. D u ran te ellos
los reinos ibéricos fu ero n presa de las luchas intestinas p ro ­
vocadas p o r los feudales.
Efectivam ente, la reconquista fue o b ra de caudillos que
actu aro n , la m ayor p a rte de las veces, al m argen de u n a
co n d u cció n sistem ática y centralizadora. Este h ech o n o sir­
vió p a ra fo rtalecer el prestigio de los reyes, ni debilitar la
fuerza de los nobles com prom etidos en la em presa.

61. Oliveira Martins, Historia de la civilización ibérica, Buenos Aires, El


Ateneo, 1951, pág. 160.
LA CIUDAD CRISTIANA 1429

En Castilla la ascensión de la alta nobleza fue in co n ten i­


ble. N o así en P ortugal y A ragón d o n d e la m onarquía, m e­
j o r respaldada p o r el p o d e r de u n a b urguesía creciente, ha­
lló vigor p a ra d o m in a r las sublevaciones feudales y dio a sus
g o b iern o s respectivos u n a solidez p erfe c ta m e n te adecuada
para e n fre n ta r la tarea de la fu tu ra unificación.
Sin e n tra r en detalles inadecuados en el m arco de u n a
breve síntesis histórica, en Castilla, después de casi cincuen­
ta años de luchas estériles en tre diversos señoríos, decreció
la fuerza de su vida m unicipal y con ella dism inuyó la acti­
vidad com ercial e industrial y la ru in a total am enazó seria­
m en te el país.
La aparición ocasional de un m o n arca con sentido polí­
tico p o n e m o m e n tá n e o coto a la an arquía, q u e vuelve a sur­
gir con renovados bríos en cuanto la inteligencia centrali-
zad o ra a b a n d o n a la escena del m u ndo. Los reinos de
A lfonso XI, sobrino d e Alfonso el Sabio, y de P edro, llam a­
do el C ruel o el Ju sticiero, según el cam po de los intereses
co m prom etidos p o r su acción, fu ero n dos m om entos feli­
ces p a ra la u n id a d del reino de Castilla en la larga n o ch e
d e sus querellas civiles.
P ed ro I tuvo voluntad y decisión p ero era h o m b re de
costum bres d esarregladas y chocó con los usos de u n p u e­
blo m uy apegado a las tradiciones cristianas para p e rd o n a r
los desm anes de su jefe . La nobleza y varias ciudades se le­
vantaron co n tra él y pusieron a u n o de sus hijos bastardos
a la cabeza de la reb elió n . E nrique de T rastam ara reivindi­
có p ara sí la co ro n a real. N o era hijo legítim o de P edro, pe­
ro los grandes del rein o sostuvieron su p reten sió n y com o
Carlos V de F rancia vio u n a ocasión o p o rtu n a p ara vengar
la afre n ta h e c h a a u n a princesa de Francia p o r el veleidoso

i
1430 RUBEN CALDERON BOUCHET

d o n P ed ro y al m ism o tiem po sacar de su país las compañías


de m ercenarios reclutadas p o r B ertran d d u Guesclin en la
lu ch a c o n tra los ingleses, puso sus fuerzas al servicio de la
sublevación de E n riq u e de Trastam ara.
Todas estas fuerzas conjugadas le d iero n a E n riq u e el
triu n fo sobre P ed ro el C ruel, a q u ien m ató en singular
com bate. Subido al trono, E nrique q u ed o dem asiado liga­
do a los nobles que p e rm itiero n su triunfo, y no p u d o go­
b e rn a r com o h u b iera sido su deseo. H asta el rein ad o de
Isabel, la c o ro n a castellana careció de p o d e r suficiente pa­
ra sacudirse el yugo de los g randes del reino.
A ragón tuvo o tra suerte y en gran p arte su éxito se de­
bió al influjo de las provincias de la costa catalana, cuya ri­
ca b u rg u esía estaba in teresad a en sostener la c o ro n a y com ­
b atir las p reten sio n es de la nobleza.
Se sum aba a este poderoso factor la pobreza de los feu­
dales aragoneses, d u eñ o s en gen eral de cam pos extensos
p e ro áridos. Esta condición económ ica los im pulsó a ingre­
sar bajo la b a n d e ra de los ejércitos reales y buscar fo rtu n a
en la suerte de sus arm as. La oligarquía com ercial catalana
apoyó fin an cieram en te a la m o n arq u ía aragonesa.
El siglo XIV es la época m ás flo recien te del com ercio ca­
talán y valenciano. El p o d e r m arítim o de estos duros trafi­
cantes de las costas españolas se extendió, p o r el M edite­
rrá n e o , hasta Rusia y, cru zan d o el estrecho de Gibraltar,
llegaron con sus m ercaderías hasta el Báltico.
La b u rg u esía com ercial g o b iern a los m unicipios y a tra­
vés de u n rég im en corporativo, to talm ente en sus m anos,
m aneja milicias ciudadanas capaces de oponer, detrás de
sus m urallas, u n a encom iable resistencia a los ejércitos
LA CIUDAD CRISTIANA 1431

m ercenarios reclutados para reducirlas. La posesión de


p u e rto s y de num erosas naves de carga y g u e rra facilitan la
a lim entación de los sitiados y h acen larga y costosa u n a de­
cisión bélica p o r tierra. Esta seguridad dio a los catalanes y
valencianos u n a lib ertad en sus p rocedim ientos difícilm en­
te alcanzada p o r países más expuestos a los desastres de las
guerras.
Im pregnados de cu ltu ra ju ríd ica, estos com erciantes e
industriales tien en u n criterio contractual en su relación
con la m o n arq u ía aragonesa.
La m u erte de M artín I, acaecida en 1410, dejó la co ro n a
de A ragón sin sucesión directa. F e rn an d o de A ntequera,
infante de Castilla y sobrino del difunto m onarca, presen ta
su c a n d id a tu ra al tro n o ju n to con el prim o de M artín, el
co n d e de U rgel. El pleito en tre los candidatos debió diri­
m irse p o r las arm as conform e a los usos caballerescos toda­
vía en práctica. Las cortes de A ragón, C ataluña y Valencia
se re u n ie ro n p a ra e x am in ar los títulos de los candidatos y
se decid iero n p o r F e rn an d o de A ntequera, no sin estable­
cer las bases d e u n co n trato , com prom iso de Caspe, que
bien valía u n a constitución.
Sería in g en u o s u p o n e r a la m o n arq u ía aragonesa com o
a un blo q u e m onolítico de poderes centralizados p o r el tro ­
no. P ara hab lar com o Dios m anda, ni siquiera era u n a m o­
n a rq u ía en el sentido au tén tico de la palabra. José Calmet-
te la com para a u n a su erte de im perio federal q u e rec u e rd a
u n poco la m o n arq u ía au stro h ú n g ara de antes de la g u e rra
del ’14. El rey presidía u n conjunto de Estados, p ero cada
u n o de éstos g u ard ab a sus usos, sus costum bres y sus leyes
propias. De estos Estados el más poderoso e im p o rta n te era
el p rin c ip at de Catalunya. De los tres reinos españoles en
1432 RUBEN CALDERON BOUCHET

to rn o a los cuales p u d o realizarse la unificación de toda la


p en ínsula, el p rim ero en lo g rar su p ro p ia u n id ad y el desa­
rro llo com pleto de sus fuerzas políticas y económ icas fue
Portugal.
P lan tad a en el litoral A tlántico, la rica irreg u larid ad de
sus costas hizo de su población de pescadores u n a b u rg u e ­
sía com ercial tan pu jan te com o la catalana, p ero abierta ha­
cia m ares inexplorados, d o n d e el com ercio no ten ía tan ta
o p o rtu n id a d de expansión. Las naves portuguesas, antes de
aventurarse en la explotación de las costas africanas y dar
vuelta al Cabo de la B uena E speranza p ara alcanzar el M ar
Rojo p o r el sur, co m p itiero n e n el M ed iterrán eo con nacio­
nes m ejor ubicadas p ara el tránsito de sus aguas. El M are
N ostrum que seguía siendo italiano, po d ía ser catalán o va­
lenciano, p e ro difícilm ente llegaría a ser portugués.
La ausencia de litoral m ed ite rrá n e o o rien to la política
p o rtu g u esa a buscar u n a h e g e m o n ía d e n tro de E spaña que
le p e rm itiera d o m in a r las costas con puerto s sobre el m ar
latino. Los m onarcas portugueses del siglo XIV se apoyaron
e n las clases m edias y com batieron con m edidas eficaces el
d esarrollo de los latifundios. E ra u n m odo de liquidar el
feudalism o y lo g rar la u n id ad territo rial tan laboriosam en­
te conseguida en centurias anteriores.
La revolución p o rtu g u esa de 1383-1385 señala la culm i­
nación de esta política y el advenim iento al p o d e r de la oli­
g a rq u ía com ercial, in teresad a en el p red o m in io m arítim o.
H ab ía estallado a propósito de u n a cuestión sucesoria y
cu a n d o el tro n o vacante de Portugal fue reclam ado por
J u a n II de Castilla con apoyo de los nobles portugueses, la
alta burguesía, bajo la co nducción de Alvaro Páez, p ropuso
la c o ro n a al h e rm a n o del d ifunto rey, Ju a n , y con la ayuda
LA CIUDAD CRISTIANA 1433

de los ingleses infligió a los castellanos u n a d u ra d e rro ta en


la batalla de A liubarrota, d o n d e la caballería se hizo trizas
c o n tra las trin ch eras cavadas p o r la in fan tería portuguesa.
La victoria decidió dos cosas: la in d ep e n d e n c ia definiti­
va de Portugal respecto al destino de Castilla y la o rien ta­
ción atlántica del com ercio portugués.

...... .
H a c ia l a u n i d a d e s p a ñ o l a

BAJO LA CONDUCCION ARAGONESA

Dos factores políticos influyeron p o d ero sam en te en la


constitución de la u n id a d española: el advenim iento al tro­
no de A ragón de Ju a n II y la in crem entación de la g u e rra
c o n tra los m usulm anes. La presencia de los m ah o m etan o s
se hizo crítica a lo largo del siglo XV y los pueblos cristia­
nos com enzaron a e n c o n tra r intolerable su existencia en el
territo rio español.
En varias o p o rtu n id a d es hem os señalado los contrastes
violentos característicos de estos siglos y el valor am biguo
q ue tales contrastes tien en en pro fu n d id ad . La am bigüe­
d ad se da esencialm ente en las em presas religiosas d o n d e,
a la pasión nacida de u n a fe ardiente, se m ezcla el cálculo
frío de los traficantes burgueses que esperan suculentas ga­
nancias de la p réd ica desaforada de la pobreza eclesiástica
o, com o en el caso español, del esfuerzo de la reconquista.
C uando se trata de los bienes del clero, el burgués se pos­
tula com o un sucesor especialm ente apto p ara o rien tar po­
sitivam ente la explotación de esos terrenos, tan ton tam en te
entregados a ó rd en es contem plativas; en el caso de la reco n ­

«
1434 RUBEN CALDERON BOUCHET

quista, para extenderse sobre los territorios dom inados por


el infiel. Luces y som bras de u n a época d o n d e los principios
— todavía cristianos— en tra n en colisión y a veces en extra­
ñas alianzas con la nueva m an e ra de concebir el m undo,
inspirada p o r el espíritu m ercantil de la burguesía.
N o en tra re m o s en los detalles políticos del rein ad o de
J u a n II. Señalarem os, p ara ilustrar respecto de la m entali­
d ad de la época, la revolución catalana y so m eram en te la
in cidencia de la política francesa en la form ación de la u n i­
dad española.
Las relaciones de Ju a n II de A ragón con el p rincipado
catalán se e c h aro n a p e rd e r p o r las m alas relaciones en tre
el rey de A ragón y su hijo, el p rín cip e Carlos, nacido de un
p rim e r m atrim o n io y cuyas condiciones espirituales y m o­
rales n o satisfacían a d o n ju á n II.
C uando el rey Ju a n se hizo cargo del reino de A ragón,
c o rre sp o n d ía a su p rim o g én ito el p rincipado de C ataluña.
E ra u n a an tig u a c ostum bre y los catalanes se en carg aro n de
h acerla rec o rd a r al rey.
El p rín c ip e Carlos tam poco la h ab ía olvidado y p ro n to
reclam ó su p rin cip ad o con el apoyo u n poco ruidoso de los
catalanes. J u a n II no era h o m b re de p e rd e r un negocio se­
rio p o r causa de un enojo. A parentó reconciliarse con su
hijo m ayor y, m ientras p o n ía las m anos sobre el reino de
N avarra, dejo a los catalanes que recibieran a Carlos con
u n entusiasm o d o n d e fácilm ente se adivinaba la secreta
hostilidad alim en tad a co n tra el padre.
A pesar de las apariencias, d o n Ju a n reservaba a Carlos
u n a sorpresa desagradable. Diez m eses después de su e n tra ­
d a triunfal en C ataluña, el p rín cip e Carlos es convocado en
LA CIUDAD CRISTIANA 1435

L érida p o r d o n J u a n y u n a vez allí, tornado prisionero.


G ran golpe de teatro y p ro fo n d a co n stern ació n en el áni­
m o catalán.
R epuesto de la p rim e ra sorpresa, el p rincipado reaccio­
nó con furia y reclam ó violentam ente el re to rn o del p rínci­
pe Carlos. Ju a n II co m p ren d ió que h a b ía ido dem asiado le­
jo s y envió nuev am en te su hijo a B arcelona p ara aplacar el
esp íritu reb eld e de la ciudad.
La situación con respecto al rey h a b ía cam biado y no só­
lo e n tre la ciu d a d a n ía catalana, m uy dispuesta a desconfiar
del aragonés, sino tam bién en el anim o del príncipe, que
ha b ía recibido u n a im presión dem asiado fu erte cu ando su
p a d re lo despojó de su libertad. Los franceses aprovecha­
ro n las dificultades e n tre los catalanes y el rey de A ragón
p a ra reclam ar sus d erech o s sobre el Rosellón y la C erd eñ a
y e x te n d e r sus fro n te ra s sudorientales.
In d u d ab le m e n te el p o b re p ríncipe Carlos no ten ía el
tem ple de su padre; a consecuencia del susto y la decepción
m urió poco después en la ciudad de Barcelona. C on esta
m u erte p re m a tu ra dejó u n m o n tó n de problem as sin resol­
ver en u n am biente propicio al estallido revolucionario.
La revolución catalana com enzó con u n a apoteosis pos­
tum a en h o n o r del in fo rtu n a d o Carlos q u e se convirtió en
el “b e n a v en tu ra t C aries” y en cuya sep u ltu ra se com p ro b a­
b an m ilagros y se afilaba el odio fanático co n tra el rey de
A ragón. El culto del “b e n a v en tu ra t” culm inó con u n a serie
de exigencias legales p rácticam ente iguales a u n a declara­
ción de in d ep en d en cia.
José C alm ette, al c o m en tar este episodio de la vida cata­
lana, asegura q u e estaba h e n c h id o de espíritu m o d e rn o y
1436 RUBEN CALDERON BOU CHET

venía im plícita la teo ría de “la libre d eterm in ació n de los


p u e b lo s” 62.
La Generalidad acusó al rey de violar los privilegios del
prindpat y los fueros del país. Lo declaró enem igo público
y ya c o m p letam en te al m arg en de las costum bres feudales
p roclam ó su deposición com o señ o r de Cataluña.
Era dem asiado rápido y las condiciones no resultaron
tan favorables p ara u n cam bio radical. El rey de Francia ha­
b ía apoyado la reb elió n catalana p a ra crear algunos p ro b le­
m as al rey de A ragón, p ero n o p o r a m o r a la libertad bar­
celonesa. Lina vez negociada con el aragonés la h ipoteca
del Rossellón, Francia se sintió dispuesta a colaborar con
Ju a n II en la sofocación de esa inadm isible rebelión.
B arcelona resistió con firm eza, p ero e n tre diplom áticos
tan finos com o eran los catalanes y el rey de A ragón, las n e ­
gociaciones d u ra ro n el tiem po suficiente p a ra saber q u e no
d e b ía n d u ra r más. Se c o n c ertó u n a paz d o n d e Ju a n II aca­
taba los fueros y privilegios catalanes y C ataluña volvía a su
a n tig u a condición de prindpat bajo la d e p e n d e n c ia de la
c o ro n a aragonesa.
Castilla pasaba p o r u n perío d o de intensa baja del p o d e r
real. E nrique IV (1454-1474) e ra la m en o r dosis de potestad
q u e u n a m o n arq u ía pu ed e tolerar. El sobrenom bre de impo­
tente parece haberlo gravado com o h om bre y com o gober­
nante. De sendos m atrim onios con Blanca de N avarra y J u a ­
n a de Portugal tuvo solam ente u n a hija, llam ada la Beltranea
p o rq u e su p a te rn id a d e ra atribuida a don B eltrán de la C ue­
va, favorito del rey y, al parecer, n ad a indiferente a la reina.

62. Joseph Calmette, La formación de la unidad española, Barcelona,


Caralt, 1949, pág. 60.
LA CIUDAD CRISTIANA 1437

Ju a n II de A ragón, p erfectam en te al tan to de la política


castellana y sus tristes vicisitudes, casó a su hijo F e rn an d o
con la princesa Isabel de Castilla, h e rm a n a de E n riq u e IV y
p resu n ta h e re d e ra de la corona castellana, después de la
m u e rte del otro h e rm a n o d o n Alfonso.
La c an d id atu ra al tro n o de la B eltraneja fue sostenida
p o r E n riq u e IV hasta el día de su m uerte, acaecida en 1474.
U n levantam iento de los nobles trajo p o r consecuencia la
designación de Isabel com o soberana. Los reinos de Casti­
lla y A ragón, bajo la doble corona de los esposos, fu ero n el
p rincipio de la unificación de España.
El m atrim onio de F e rn an d o de A ragón e Isabel de Cas­
tilla fue u n a victoria d e la política de Ju a n II y p ro n to había
de serlo del a m o r de am bos príncipes. Los reinos de Casti­
lla y A ragón conservaban sus leyes propias y su organiza­
ción p articu lar de go b iern o . Los dos reyes, en todas las cir­
cunstancias fu n d am en tales de la vida política, o b raro n con
u n a u n id ad de criterios que produjo, inevitablem ente, la
unificación de todas las Españas.
La co ro n ació n de este esfuerzo fue la tom a del últim o
red u cto m oro en tierras españolas en el año 1492. Fecha
m em o rab le p o rq u e e n ella culm ina la reco n q u ista com en­
zada setecientos años antes y se inicia p ara E spaña u n a po­
lítica de u ltra m a r q u e la llevará a la form ación del im perio
m ás extenso conocido p o r los pueblos europeos.
El rein o de G ran ad a e ra la últim a joya del antiguo es­
p le n d o r m orisco. Su caída fue provocada tanto p o r la sos­
ten id a acción política d e los Reyes Católicos, com o p o r la
a n a rq u ía in te rn a de los divididos príncipes m usulm anes.
D esde 1359 hasta 1460 la historia del Islam en E spaña es
u n a m o n ó to n a retah ila de intrigas palaciegas y de querellas
1438 RUBEN CALDERON BOUCHET

sin futuro. El desequilibrio p e rm a n e n te de los Estados m u­


sulm anes presagian el d esm oronam iento. Todavía la civili­
zación árabe d a rá frutos espléndidos en el cam po del arte,
p ero el im pulso religioso q u e sostuvo la conquista h a b ía ce­
dido a la m olicie de las costum bres y se h ab ía p erd id o en la
b ú sq u e d a m ezquina de objetivos sin grandeza.
G ran ad a e ra u n a ciudad rica y p o d ero sam en te fortifica­
da. C on sus doscientos mil h abitantes p o d ía ofrecer a los
ejércitos católicos u n a resistencia tem ible y difícil de ven­
cer. Los sitiadores co nocían p e rfe c ta m e n te la situación de
la ciudad m usulm ana y c u an d o le p u sieron sitio construye­
ro n u n a ciu d ad e n te ra p a ra p ro te g e r las tropas de u n a lar­
ga in te m p e rie y m a n te n e r el ánim o de los soldados p o r
m u ch o tiem po. Isabel de Castilla quiso estar ju n to a sus sol­
dados y sostenerlos con su presen cia el lapso q u e d u rare el
asedio. El m es de e n e ro de 1492 G ranada abrió sus puertas
a los reyes españoles.
C o n te m p o rá n ea a la lu ch a co n tra los m usulm anes fue la
expulsión de los judíos. M edida política am pliam ente dis­
c u tid a p o r los historiadores y ju zg a d a desde diversos p u n ­
tos de m ira. V ilipendiada, criticada o alabada, persiste co­
m o m otivo p e re n n e de discordia e n tre los que encom ian su
o p o rtu n id a d y los q u e señalan, con idéntica pasión, su ino-
p eran cia cruel e indiscreta.
Sin detallar los acontecim ientos con que com enzó la lu­
ch a de F e rn a n d o e Isabel co n tra los ju d ío s, ni considerar el
p ap el que cupo al tribunal de la Santa Inquisición, señala­
ré los m otivos políticos que tuvieron los reyes p ara tom ar
esta drástica m edida.
La existencia de ju d ío s falsam ente convertidos al cristia­
nism o p a ra m e d ra r en sus filas y sem b rar la confusión es
LA CIUDAD CRISTIANA 1439

un h e c h o larg am en te pro b ad o . En los tiem pos de F e rn an ­


do e Isabel n ad ie d u d ó de su realidad. Los conversos ocu­
pab an cargos de g ran responsabilidad en la Iglesia y en el
Estado y, lo q u e es peor, ejercían el co n tro l financiero de
todo el país.
Escribe B ernáldez, u n o de los cronistas de la época: “Es­
taban asentados en las m ejores ciudades, y en las tierras
m ás gruesas y m ejores y todos eran m ercaderes y ten d e d o ­
res de aleábalas e ren tas de achaques y hacedores de seño­
res, tu n d id o res, sastres, zapateros, curtidores, zu rradores,
tejedores, especieros, b u h o n ero s, sederos, plateros y de
otros sem ejantes oficios; que n in g u n o ro m p ía la tierra, ni
e ra labrador, ni ca rp in te ro , ni albañil, sino todos buscaban
oficios holgados, e de m odo de g an ar con poco trabajo; era
g e n te m uy sotil, y g e n te que vivía c o m ú n m e n te de m uchos
logros e usuros con los cristianos, y en poco tiem po m u­
chos po b res de ellos e ra n ricos. E ran e n tre sí m uy caritati­
vos los un o s con los otros. A unque pagaban sus tributos a
los señores reyes de las tierras d o n d e vivían, n u n c a de ellos
venían en m u ch a necesidad, p o rq u e los consejos de los que
se llam aban alijam as, suplían p o r los necesitados. H abía en ­
tre ellos m uy ricos h om bres, que ten ían m uy g randes fa-
ciendas y riquezas que valían u n cu en to y dos cuentos y
tres; personas de diez cuentos, d o n d e eran así, com o Abra-
ham Señor, que a rre n d a b a la m asa de C astilla”.
Los peores, en el consenso público, eran los falsos con­
versos y c o n tra ellos com enzó a n a c er u n a desconfianza
que p ro n to se ex ten d ió a todos. Estos conversos h ab ían e n ­
tro n cad o con fam ilias de alto linaje y se sentían protegidos
p o r los feudales, en ese m o m en to en lu ch a co n tra el auge
político de la m onarq uía.
1440 RUBEN CALDERON BOUCHET

Los m ás sinceros de estos conversos fu ero n los prim eros


en reaccionar. Veían el peligro, p a ra la u n id ad religiosa del
rein o , del p e rp e tu o falseam iento a que estaban som etidos
los principios de la fe. Fray Alonso de Espina y el fam oso
T o rq u em ad a fu ero n de origen ju d ío y los principales pro ­
m otores de la Inquisición en los reinos de España.
Se cree que cerca de ciento sesenta mil ju d ío s a b a n d o ­
n a ro n España, algunos en las peores condiciones de ab an ­
d o n o económ ico, para n o apostatar de su fe. U n historia­
d o r católico, W. T. W alsh, escribe al respecto:
“Isabel y F e rn a n d o c o m p re n d ie ro n que al fin h ab ían li­
b ra d o a sus rein o s de la influencia ju d ía h aciendo posible
u n a p e rm a n e n te p rosperidad; a u n q u e era in d u d ab le que
o bligando a los ju d ío s a bautizarse violaban u n principio
fu n d am e n ta l del cristianism o, sobre el cual la Iglesia católi­
ca siem pre h a b ía insistido. Estaban sum am ente disgustados
c o n tra el p a p a A lejandro VI, p o rq u e recibió en R om a a al­
gunos de los ju d ío s refugiados. Varios de éstos h ab ían sido
atacados de peste en los barcos. Los ju d ío s de Rom a, te­
m ie n d o el contagio, ofrecieron al p ap a u n a gran cantidad
de d in e ro si les p ro h ib ía desem barcar. A lejandro necesita­
b a ese d in ero , p ero reh u só in d ig n ad o el ofrecim iento h e ­
cho p o r los ju d ío s rom anos y autorizo a los ju d ío s españo­
les a desem b arcar y los recibió con p a te rn al benevolencia.
’’P o r esta causa, a u n q u e era u n B orgia nacido en Espa­
ña, en su país se referían a él llam ándolo desdeñosam ente
el M a rra n o ” 63.

63. W. T. Walsh, Isabel la cruzada, Buenos Aires, Espasa Calpe, 1945, págs.
172-73.
LA CIUDAD CRISTIANA 1441

La p r e p o n d e r a n c ia e s p a ñ o l a

U nidos los rein o s españoles bajo la m o n a rq u ía de Fer­


n a n d o e Isabel, se ab rie ro n p ara la nación las vías m aríti­
m as del o céano A tlántico d o n d e hab ían sido p reced id o s
p o r los m arinos portugueses. Al m ism o tiem po se p resen tó
la posibilidad de e x te n d e r al c o n tin e n te e u ro p e o la in­
flu en cia de u n a po lítica exterior d o m in an te. En esta faen a
política F e rn a n d o tuvo la o p o rtu n id a d de p ro b a r su sutile­
za fre n te a v erdaderos m aestros e n el arte del disim ulo co­
m o Luis XI de F rancia, su sucesora A nne de B eaujeu y al­
g unos p ríncipes italianos hechos p a ra servir de m o d elo a
M aquiavelo.
P o r su erte p a ra la política ex terio r de F e rn a n d o , el hijo
de Luis XV, Carlos VIII, h ered ó el gusto p o r las andanzas
caballerescas de sus antepasados y, con el deseo de o frecer­
se un teatro digno d e sus futuras hazañas g u erreras, ab a n ­
d o n ó el R osellón a las arm as españolas y puso sus ojos en
Italia, d o n d e cosechó vanos laureles m ilitares y efectivos
fracasos políticos.
El re to rn o a E spaña de las provincias catalanas m ás o
m enos reten id as p o r Luis XI fue u n triunfo reso n a n te de la
diplom acia de F e rn a n d o y u n lam entable a b a n d o n o , p o r
p a rte de Francia, de la política de fro n teras natu rales ini­
ciada con éxito p o r el d ifunto m onarca.
P ortugal, bajo la inspiración de E n riq u e el N avegante
(1394-1460), h a b ía rec o rrid o las costas africanas y d u ra n te
el rein a d o de J u a n II, J u a n Jerez de Covilhao dio la vuelta
a todo el c o n tin e n te africano y p e n e tró p o r el sur e n el M ar
Rojo. Vasco de G am a com pletará el perip lo de Covilhao y
llegará hasta las Indias.
1442 RUBEN CALDERON BOUCHET

T e rm in ab a el siglo XV c u a n d o C abral d escu b rió las


costas del Brasil y abrió p a ra P o rtu g al las p u e rta s de u n
e n o rm e im p erio d o n d e h a b ría de e n tra r en áspera com ­
p e te n c ia con los d o m inios p e rte n e c ie n te s a la c o ro n a de
Castilla.
Los viajes de C ristóbal C olón iniciaron la definitiva con­
quista del c o n tin e n te am ericano y el océano A tlántico se
convirtió en u n a su erte de M are N ostrum de las arm adas
ibéricas. Estas conquistas tuvieron reso n an te repercusión
en E spaña y Portugal. M ientras la p e q u e ñ a nación, cuya
gloria c a n ta ra C am oens, se en riq u ecía con el com ercio
oriental, E spaña lograba en O ccidente u n indiscutido p re ­
dom inio político.
La te n d e n c ia u nificadora de los Reyes Católicos se hizo
sen tir de m an e ra particu lar en los in stru m en to s m ilitares
de su política in tern acio n al. El ejército español se convirtió
en m odelo. La in fan tería alcanzo u n a organización y u n a
disciplina encom iable y paso a ser el arm a decisiva en las
g u e rra s de la época.
L a u n id ad fu n d am en tal de la in fa n tería española fue el
tercio, dividido en doce, trece o quince com pañías com an­
dadas p o r u n capitán. Estos tercios españoles, dirigidos p o r
G onzalo de C órdoba, p ro b arán su tem ple excepcional en
las guerras de N ápoles co n tra los franceses y en las batallas
del M ilanesado. T odo el siglo XVI sufrió la d u ra h eg em o ­
n ía de estas tropas y qued ará, culturalm ente, gravado p o r
el sello del espíritu español.
Las tendencias m odernas, con su claro sentido de la o r­
ganización racional de la vida política y de las fuerzas mili­
tares, se u n ie ro n arm o n io sam en te con el espíritu tradicio­
nal de la cristiandad: “Con u n a en erg ía audaz, se luchaba
LA CIUDAD CRISTIANA 1443

p o r la suprem acía en este m u n d o y al m ism o d em p o se cul­


tivaba u n p ro fu n d o idealism o religioso y se servía con e n tu ­
siasmo a la Iglesia. Iglesia y civilización no aparecían contra­
puestas y u n a síntesis feliz de realism o e idealism o favorecía
la vida espiritual de la nación y e n g e n d ra b a la edad de oro
de la literatu ra y el a rte españoles, cu ando el m o m en to cul­
m in an te de la p len itu d política h u b o pasado” 64.
En este equilibrio de en erg ía y conducta, los Reyes Ca­
tólicos cu m p liero n u n papel de im p o rtan cia decisiva. La
expulsión de m oros y ju d ío s los forzó a d e p u ra r las costum ­
bres de la Iglesia y a an im a r el celo de los cristianos p o r u n a
vida religiosa m ás intensa. Isabel se p reo cu p ó , personal­
m en te, de elegir sus colaboradores eclesiásticos y tuvo en
su confesor, Jim én ez de Cisneros, el fiel albacea de su fer­
vor reform ista.
Sim ple m onje franciscano, Jim én ez ascendió todos los
p eld añ o s de la je r a rq u ía apostólica sin p e rd e r la austera
sencillez de sus costum bres conventuales. F u n d ó la U ni­
versidad de Alcalá, a n tig u a C om plutum , con c u a re n ta y
dos cátedras p a ra las lenguas antiguas, retórica, filosofía y
m atem áticas. Bajo su o rd e n fue e d ita d a la fam osa Biblia
p oliglota de C o m p lu tu m , v erd ad era hazaña de e ru d ic ió n
q u e p o n ía los estudios religiosos en el nivel m ás alto de la
época.
Esta faena no h u b iera sido posible si la unificación de
los reinos españoles no se h u b iera realizado conform e a un
criterio capaz de resistir la presión de elem entos tem p era­
m entales tan distintos y violentos.

64. Gustave Schnürer, L ’Eglise et la Civilisation au Moyen Age, Paris, Payot,


1938, T. III, pâg. 567.
1444 RUBEN CALDERON BOUCHET

La v e rd a d e ra o b ra de los Reyes C atólicos reside en la ar­


m oniosa con ju n ció n de las disposiciones políticas tom adas
p a ra realizar la u n id ad . En este sentido colaboró con los es­
fuerzos del m onarca, la restauración del d e re c h o ro m a n o y
la vivacidad de los elem entos p o p u lares q u e d o m in a b a n los
m unicipios. Las resistencias feudales, aristocráticas y oligár­
quicas, fu ero n vencidas en provecho de la centralización,
p e ro se respetó los fueros com unales y se adm itió la persis­
ten cia de u n a a u té n tic a d em ocracia m unicipal. D e este res­
pald o p o p u la r se sacó fuerza p a ra la expulsión de los m o­
ros y p a ra el som etim iento de la nobleza.
El d e re c h o ro m a n o dio a la so b eran ía u n carácter colec­
tivo y term in ó p a ra siem pre con el particularism o p ersonal
de las m o n arq u ías feudales. La razón de Estado aparece en
u n co n texto q u e M aquiavelo posiblem ente n o d esap ro b a­
ría, p e ro q u e n a d a ten ía de ofensivo p a ra la ética tradicio­
nal. Los reyes católicos sin tiero n con vigor el carácter m i­
sional de su potestad, p e ro al m ism o tiem po se sin tiero n
responsables de la adm inistración de u n do m in io social del
q u e n o p o d ía n d isp o n e r a su arbitrio.
Esta id ea e ra nueva y no se e n c u e n tra d e sarro llad a de
m a n e ra explícita e n los círculos intelectu ales de los siglos
XIV y XV. “P o r g ra n d e q u e sea n u e stro sab er — escribe Oli­
veira M artins— , p o r verdaderas q u e sean n u estras ideas,
n u n c a p o d rem o s hacerlas p asar de n u e stro e sp íritu al espí­
ritu colectivo, si éste n o está previam ente dispuesto a reci­
birlas; p a ra q u e la id ea de so b e ra n ía llegase al m o m e n to
actual, fue m e n e ste r q u e p rim e ro se d e sp re n d ie ra de la
id e a de p ro p ie d a d de la ju ris p ru d e n c ia feudal, m e d ia n te
la resta u ra c ió n de la id ea q u e la a n tig ü e d a d tuvo del p rin ­
c ip a d o .”
LA CIUDAD CRISTIANA 1445

El p a p e l re p re se n ta d o p o r los Reyes C atólicos e n este


trasvasam iento de ideas m edievales a las m o d e rn a s fue
p o rq u e sirvieron de p u e n te de u n ió n o, m ejo r d icho, p o r­
q u e en ellos la razón de “E stad o ” m o d e rn a , se eq u ilib ró
con la visión m ás c o n c re ta de la so b e ra n ía p ro p ia de la
é p o c a m edieval.
C a p it u l o XV
PROGRESO DEL INDIVIDUALISMO ECONOMICO
AL FIN DE LA EDAD MEDIA

C a r a c t e r ís t ic a s d e l a e c o n o m í a m e d ie v a l

El o rd e n im p e ra n te en la sociedad cristiana de Occi­


d e n te d u ra n te los siglos X, XI, XII y XIII, con to d a la m o­
vilidad q u e u n ex am en prolijo p u e d e descubrir, tie n d e a
restrin g ir la e c o n o m ía al uso del consum idor. El in te rm e ­
diario fue re d u c id o p rácticam en te a m uy p o ca cosa y la re ­
lación con el p ro d u c to r fue todo lo d irecta q u e p o d ía ser.
Los cuadros locales del sistem a productivo fu e ro n severa­
m e n te rígidos y el esp íritu de la libre iniciativa económ ica
n o tuvo u n flo recim ien to im p o rta n te en la clausura de es­
ta m odalidad.
C on todo, la época designada arb itrariam en te com o m e­
dieval no tiene la fijeza hierática de u n a sociedad arcaica.
La gran m ovilidad m ilitar del feudalism o influyó p o derosa­
m en te en la econom ía, y a u n régim en de servidum bre fu n ­
dado en la adhesión del cam pesino a la gleba nativa suce­
1448 RUBEN CALDERON BOUCHET

dió en el siglo XII u n fu erte im pulso de m anum isiones que


p ro d u jo u n a n o tab le alteración e n las situaciones sociales y
económ icas del cam pesinado. Las ciudades c o m en zaro n a
poblarse y los centros u rb an o s se convirtieron a su vez en
núcleos de u n a activa vida económ ica.
La legislación de las ciudades se esfuerza en m a n te n e r
esa actividad en los lím ites prescriptos p o r los principios
m orales im partidos p o r la Iglesia. “El ideal q u e ella se asig­
n a — escribe P ire n n e — , y q u e logra, es com batir la vida ca­
ra y establecer p a ra cada p ro d u cto el ju sto precio, esto es,
el precio m ín im o ” 65.
El m ism o a u to r nos in fo rm a sobre el carácter radical
asum ido p o r los organism os del g o b iern o p ara alcanzar es­
te propósito: la supresión del interm ed iario . M ediante u n a
reg lam en tació n bastante com plicada logró u n objetivo m uy
sim ple: p o n e r e n contacto al cliente con su p ro v eed o r y
co m b atir con d e n u e d o to d a tentativa de m o n o p o lio y aca­
p a ra m ie n to de productos.
El m ercad o es el lugar d o n d e los villanos se su rte n y se
a b re u n a vez p o r sem an a en los distintos lugares de la ciu­
d ad señalados p a ra el caso. La c o m u n a fija el h o rario y los
paisanos son invitados a c o n c u rrir con sus m ercancías. Se
les p ro h íb e bajo penas severas a c ep ta r pro p u estas hechas
p o r p robables acaparadores o e n tra r en regateos sobre p re ­
cios con los clientes. Las au to rid ad es de la c o m u n a fijan el
precio co n fo rm e a lo que consideran ju sto y los clientes
c o m p ra n d ire c ta m en te lo q u e precisan p a ra el consum o de
u n a sem ana. N o hay precios de favor, ni ventas a destajo; to­

65. H en ri P iren n e, “Le C onsom m ateu r au Moyen A ge”, Histoire


Economique de l ’Occident Médiéval, Desclée de Brouwer, 1951, pâg. 532.
LA CIUDAD CRISTIANA 1449

das las transacciones se efectúan en público an te la vigilan­


cia de los m ism os interesados.
C u ando los com pradores com unes se h an provisto, les
toca el tu rn o a los q u e m ercan con el resto. “Se c o m p ren ­
de fácilm ente — a ñ a d e P iren n e— que tal estado de cosas
haya red u c id o al m ínim o los beneficios com erciales y la ex­
plotación del c o n su m id o r” 66.
Los m o d e rn o s estudiosos de los sistem as económ icos
h a n vislum brado en esta situación la insuficiencia definiti­
va de la Iglesia católica y h an pensado, quizás o b e d e cie n d o
a u n raz o n a m ie n to analógico, que así com o el catolicism o
inspiró u n a e c o n o m ía d e consum o, la d o c trin a p ro testan ­
te d e la p red e stin a c ió n d efen d id a p o r Calvino estim uló
u n a co n cep ció n de la eco n o m ía favorable al rég im en capi­
talista.
A m intore Fanfani en su conocido libro sobre la in fluen­
cia de la religión en los sistemas económ icos considera con­
veniente volver a la posición de T oniolo “q u ien h ab ía afir­
m ado que los orígenes de la dirección individualista en
m ateria económ ica se re m o n ta n a las prim eras m anifesta­
ciones del espíritu ren acen tista y p o r consiguiente se ha­
bían revelado en u n m u n d o que n o h ab ía sufrido todavía
las predicaciones p ro te sta n tes”.
Esta op inión del profesor italiano es corroborada, en par­
te, p o r las investigaciones de P irenne que ve en el desarro­
llo de la econom ía m ism a la causa eficiente de sus propias
transform aciones. Sin aceptar en toda su latitud la idea del
ilustre historiador belga, adm itim os algunas de sus observa-

66. H enri P irenne, “Le Consom m ateur as Moyen A ge”, Histoire Economi­
que de l ’Occident Médiéval, pâg. 533.
1450 RUBEN CALDERON BOUCHET

d o n e s p o rq u e vienen conform adas po r u n a aten ta observa­


ción de los hechos
La m itad del siglo XV ve c e rra d a la ru ta de Asia p o r las
conquistas turcas en el M ed iterrán eo o riental y este estado
de cosas creado p o r la tom a de C onstantinopla, obligará a
los pueblos eu ro p eo s a buscar su equilibrio económ ico en
la dirección del A tlántico. “El M ed iterrán eo goza de ser la
g ran a rte ria com ercial que h ab ía sido desde la antigüedad:
los pueblos establecidos en sus orillas p ierd e n insensible­
m en te el m o n o p o lio de h ech o favorecido p o r las circuns­
tancias. U n a revolución se prep ara, de la que todavía no se
p u e d e en trev er n a d a m ás q u e los prim eros síntom as” 67.
El m ism o a u to r en u n artículo que provocó u n a larga
polém ica: “M ahom et e t C h arlem ag n e”, había sostenido
q u e el cierre de la cuenca del M ed iterrán eo p o r las huestes
del P ro feta h a b ía co n trib u id o a la clausura agrícola de la
eco n o m ía carolingia. En esta o p o rtu n id a d las consecuen­
cias e ra n totalm en te contrarias, pues id én tica causa p ro d u ­
cía u n efecto económ ico distinto: el nacim iento de la eco­
n o m ía capitalista.
Es in d u d ab le, p ara cu alquiera que no haya p erd id o el
háb ito de las cosas hum anas, que en u n o y otro caso el es­
p íritu del h o m b re de O ccidente recibió el im pacto con u n a
disposición m uy distinta; y en este estado de ánim o incide,
de u n a m an e ra decisiva, la nueva p referen cia valorativa de
la b u rg u esía com ercial.
Llam a la atención del estudioso de los com ienzos del si­
glo XV “la difusión creciente del com ercio capitalista”, en

67. H enri P irenne, “Les Nouvelles Tendances Econom iques des XIV et
XV Siècles”, ibidem, pâg. 407.
LA CIUDAD CRISTIANA 1451

dos im p o rtan tes centros políticos del sur y del n o rte de Eu­
ropa: Venecia y Brujas. Los italianos tienen el m érito de ha­
b e r sido los pioneros del sistema, p ero p ro n to fu ero n segui­
dos p o r los alem anes del sur que al poco tiem po p u d iero n
co m p etir con sus m aestros en las mismas tierras de Italia.
Los Hom pys de Ravensburgo fu n d aro n u n a co m pañía co­
m ercial que tuvo sucursales en Génova, M ilán, Barcelona,
Zaragoza, Lyon, M arsella, Brujas, A m beres, G inebra, Colo­
nia y N u rem burg. P o r el este se ex ten d iero n hasta V iena y
Pest. “Tal organización — com enta P iren n e— u n siglo antes
h u b iera sido posible sólo en Italia. Pero los conocim ientos
técnicos que exige de sus jefes y de su personal, así com o los
m edios de co rresp o n d en cia que supone, se han expandido
p o r todas partes y ab ren carrera al espíritu de em p resa” 68.
Es u n hecho; p ero este espíritu de em presa e n c u e n tra
p o r todos lados las vallas im puestas p o r las m inuciosas re­
glam entaciones de las corporaciones de oficio, terrib le ­
m e n te celosas de sus m onopolios y que o p o n e n a la inicia­
tiva individualista del capitalism o com ercial y financiero
sus solidaridades colectivas.
La E dad M edia se p ro lo n g a en estas organizaciones del
trabajo m ás com o traba e im p ed im en to de celo económ ico
q u e com o rechazo del nuevo espíritu. La lu ch a co n tra los
p o d eres feudales de las nuevas m o n arq u ías tam bién auspi­
cian el auge del capitalism o, au n q u e som etiéndolo a las
exigencias de las necesidades políticas. Es fácil en este tiem ­
po, a u n h o m b re em p ren d ed o r, h a c er u n a fo rtu n a a la
som bra de la p olítica expansionista de los reyes, p e ro no es
n a d a difícil p e rd e r todo lo adquirido en cu an to el p o d e r

68. H enri Pirenne, op. cit., pág. 409.


1452 RUBEN CALDERON BOUCHET

del d in ero p o n e en peligro el valor de la soberanía real; los


reyes h an sido celosos vigilantes de las fortunas privadas y
las h a n favorecido e n tanto n o se o p o n ían con sus intereses
a sus pro p io s proyectos.
Jacq u es Coeur, nacido en B ourges en 1395, fue financie­
ro de Carlos VII y u n o de sus acu ñ ad o res de m oneda. La es­
peculación con los m etales preciosos, p a ra quien no estaba
m uy trab ad o p o r escrúpulos religiosos, era u n a o p o rtu n i­
dad ú n ica p a ra am asar riquezas. Jacques C oeur puso en es­
ta faen a to d a su e n e rg ía y su ingenio. E xportaba plata a
O rie n te y traía oro. C on los recursos acum ulados se convir­
tió e n el b a n q u e ro de la corte. P or desdicha sus clientes
eran personajes poderosos y cu ando las deudas contraídas
con el u su rero alcanzaron cifras m illonarias, se u n ie ro n pa­
ra p e rd e rlo . Confiscadas sus p ro p ied ad es huyó a C hio d o n ­
d e m u rió en 1456. El sucesor de Carlos VII, Luis XI, reivin­
dicó su m em oria, p e ro n o devolvió lo q u e había pasado al
p o d e r de la corona.
Im p o rta re te n e r este dato p o rq u e es signo de u n a situa­
ción m uy generalizada y que explica la tem p ran a p u g n a en ­
tre los d e te n to re s del p o d e r económ ico y el esfuerzo de las
m o n arq u ías nacionales. No se trata, p o r supuesto, de u n a
lu ch a in ex o rab le e n tre dos fuerzas contradictorias. N ada
im pide u n e n te n d im ie n to arm ónico, p ero en tanto los re­
yes b reg an p o r u n a suprem acía de la acción política los
h o m b re s de d in ero ven sacrificados sus intereses en aras de
u n espíritu de gran d eza no siem pre favorable al crecim ien­
to de las fortunas.
U n a espiritualidad c e n trad a exclusivam ente en lo eco­
nóm ico n o h a nacido todavía o p o r lo m enos no h a tom a­
do u n a conciencia clara de sus preferencias valorativas ca-
LA CIUDAD CRISTIANA 1453

paz de volcarse en u n a filosofía de la vida, p ero el espíritu


m ercantilista alim en ta la esperanza de h a c er valer sus pues­
tas a u n m u n d o a p a re n te m e n te poco dispuesto a progresar
en el te rre n o de la p ro ducción de riquezas.

N a c im ie n t o d e l m e r c a n t il is m o

R ené G o n n a rd com paraba la d o c trin a m ercantilista con


la filosofía del R enacim iento y hallaba que am bas c o rrien ­
tes de p e n sam ien to se o p o n ían a la eco n o m ía m edieval y a
la escolástica. El a u to r de la m agnífica Historia de las doctri­
nas económicas veía con agudeza el p arentesco e n tre u n a y
o tra actividad, haciéndolas d e p e n d e r de idénticas actitudes
espirituales. Sin lugar a dudas la filosofía del R enacim iento
es hija dilecta del individualism o que, en o tro te rre n o y m e­
d ian d o distintos propósitos valorativos, dio nacim iento al
m ercantilism o económ ico. No obstante esta fu en te co m ú n
de e n e rg ía espiritual, la filosofía renacentista, p o r lo m enos
e n su m o d alidad italiana, n o resp o n d e a ú n a u n sentido de
la vida p red o m in a n te m e n te económ ico.
“El p rim e r capitalista — escribe G o n n ard — , el q u e m a­
nejó el d in ero , el que lanzó a la circulación el d in ero p ara
e n c o n tra r m ás d in ero — final del proceso económ ico capi­
talista— y volver a em pezar in d efin id am en te la m ism a ope­
ración; el que, en u n a palabra, se dedicó a la persecución
del ‘lucrum in in fin itu m s’ fue el com erciante'” 69.

69. René G onnard, Historia de las doctrinas económicas, Madrid, Aguilar,


1958, págs. 49-50.
1454 RUBEN CALDERON BOUCHET

Mal considerado com ercialm ente hasta el siglo XIII, co­


m ienza a surgir com o u n a fuerza considerable en las com u­
nas italianas y a rivalizar con los p ropietarios señoriales en
la con d u cció n de la sociedad. “Las artes pecuniarias se to­
m aro n el desquite de su p ro lo n g ad o descrédito, subordi­
n á n d o se a ellas las artes ‘posesivas’. Se iba francam ente a
buscar la riqueza p o r la riqueza, a em p lear el din ero , no co­
m o u n sim ple in te rm e d ia rio de los cam bios, sino com o un
cap ital” 70.
La arm o n ía, tan dificultosam ente lograda, del todo m e­
dieval, se desarticula y cada u n a de las p artes de su o rg án i­
co co n ju n to com ienza a c recer en d e trim e n to de la u n i­
dad. La política no reco n o ce el valor del espíritu que la
s u b o rd in a a la m isión de la Iglesia. El arte deja de ser la ex­
p resió n del m u n d o cristiano y busca convertirse en m ani­
festación d e la au d acia genial y solitaria. La e c o n o m ía se
destaca tam bién de su p articipación en el o rd e n y asum e
la o rie n tac ió n de la vida de ciertos hom bres tra n sfo rm án ­
dose en u n fin. La religión m ism a p arece buscar refugio
en la in tim id ad y deja de ser u n esfuerzo solidario y dialo­
g a n te p a ra convertirse en u n m o n ó lo g o in te rio r del alm a
solitaria con Dios.
El siglo XIV asiste al auge de este p rim e r capitalism o y
ve c recer la p ro sp e rid a d e n tre los co m erciantes y, al m ism o
tiem po, desarrollarse las prim eras protestas sociales. En to­
das ellas a rd e el deseo de librarse de las ataduras de un o r­
d e n q u e co n striñ e la individualidad y la obliga a o b e d e ce r
la d u ra ley del co n ju n to . El reclam o de las antiguas liber­
tades feudales viene renovado p o r los privilegios de las

70. René G onnard, Historia de las doctrinas económicas, págs. 49-50.


LA CIUDAD CRISTIANA 1455

nuevas clases y tie n e u n acento que no conoció en sus m e­


jo re s épocas. Los g ran d e s señores se reb elan c o n tra los re ­
yes, y los nuevos ricos de las ciudades com erciales c o n tra
los an tiguos señores. La m o n arq u ía n acional crecerá en
m edio de estas reyertas y se proyectará com o la ú n ica de­
fensa de los intereses po p u lares fre n te a la a n a rq u ía de los
poderosos.
El m ercantilism o se desarrolla u n tanto al m argen de los
com ercios locales, pues éstos, com o señala P iren n e, p erm a­
n e c en todavía m u ch o tiem po som etidos a las reglas m inu­
ciosas de las co rp o racio n es de oficios, en cam bio el gran
com ercio escapa a su féru la y cam pea p o r los fueros de un
d esarrollo avasallante. Es la época de los grandes b a n q u e ­
ros florentinos: tan to los Peruzzi, com o los Bardi y los Mé-
dicis ex tien d en sus redes económ icas a todos los países del
O ccidente cristiano.
La avaricia es u n viejo vicio que los h om bres h a n cono­
cido a lo largo d e to d a la historia y m uy p ro b ab le m e n te en
todas las latitudes, p ero la avidez de ganancia que fu n d a el
espíritu capitalista n o tiene n ad a que ver con la clásica ava­
ricia. No se tra ta de a m o n to n a r riquezas en u n a actitud de
m ezquino tem o r a n te las incertidum bres de la fo rtu n a, si­
n o de ju g a r u n ju e g o lleno de riesgos con el propósito de
lo g rar p o d e r y ganancias. “M uchas de estas fortunas, d em a­
siado ráp id a m e n te adquiridas y fre c u e n te m e n te p o r m e­
dios poco lim pios, cayeron m uchas veces en la ru in a y otras
en u n a c o n d e n a ju dicial. Pero ilustran de m an e ra notable
el desarrollo del capitalism o... Es evidente que en la perse­
cución de la riqueza, los nuevos ricos no se h acen p roble­
m a con la m oral tradicional. La ru p tu ra e n tre las en señ an ­
zas de la teología y las nuevas prácticas es term in an te.
1456 RUBEN CALDERON BOUCHET

Im posible a rm o n izar la co n d e n ac ió n de la usura, la d octri­


n a del ju sto precio, con el a m o r a la ganancia, con la avari­
cia y las especulaciones financieras” 71.
Los historiadores de la eco n o m ía destacan las caracterís­
ticas innovadoras de los centros com erciales q u e d u ran te
los siglos XIV y XV se ab ren sobre el A tlántico a verdaderas
citas internacionales. Las principales innovaciones consis­
ten en u n a re n u n c ia sistem ática a todas las trabas de o rd en
m oral que p u d ie ra n te n e r las libres transacciones del co­
m ercio ultram arin o . El p u e rto de A m beres se convierte en
u n em p o rio de las m ás finas com plicaciones del com ercio
in te rn ac io n al y desde 1460 los Países Bajos, verd ad era van­
g u ard ia del proceso, conocen la p rim e ra bolsa in tern acio ­
nal establecida en Europa.

El t r a b a jo in d u s t r ia l a l f in d e la E d a d M e d ia

F ren te a la internalización creciente del com ercio, los


g ru p o s artesanales se sintieron obligados a p ro te g e r sus pri­
vilegios y exclusividades. Las corporaciones se c e rra ro n en
sí m ism as y se hizo m ás difícil el acceso de nuevos in teg ran ­
tes. En cada ciudad la ind u stria es el p atrim onio de u n g ru ­
p o h e re d ita rio de p atro n es y la m aestría se convierte en un
privilegio de clase. Las viejas reglam entaciones declinaron
en beneficio de u n a m o d alid ad q u e en treg ab a el m o n o p o ­
lio de u n a d e te rm in a d a in d u stria a un g ru p o de artesanos
q u e trabajaban p a ra su p ropio beneficio c u an d o n o se con-

71. H enri P irenne, op. cit., pág. 410.


LA CIUDAD CRISTIANA 1457

vertía en u n a fuerza política capaz de te n e r en sus m anos


el g o b iern o de la ciudad.
El acceso al g o b iern o perm itió a los patro n es e x te n d e r
su dom inio m o n o p o lizad o r sobre otras ciudades y co m en ­
zó e n tre las villas dedicadas a u n a m ism a p ro d u cció n u n a
com p eten cia desleal, de m ercado libre, que tra e rá com o
consecuencia in m ed iata la m iseria o el en feu d am ien to de
los artesanos m ás p o b res a los m ás ricos.
¿Q ué p o d ía n h a c e r los centros industriales m ás chicos?
“N ad a p o d ía im p e d ir a los com erciantes c o m p ra r los g é n e ­
ros de las p e q u e ñ as ciudades si en ellas e n c o n tra b a n ven­
tajas. P ara salir del paso, esas villas p ro d u cto ras d e b ie ro n
m odificar la téc n ica industrial, bajar los salarios de los ar­
tesanos o a u m e n ta r el n ú m ero de las horas de trabajo pa­
ra c o m p e tir con las m ás grandes. P ero n in g u n a de estas co­
sas se p o d ía h a c e r sin tropezar con las prácticas ancestrales
q u e se o p o n ía n a ello. El proteccionism o fue la salida fácil
e in m ed iata, a u n q u e a la larga p ro b ó su esterilidad al cho­
car con los sistem as m ás m o d ern o s de pro d u cció n .
’’F atalm ente y e n la creencia de p o d e r re te n e r la prospe­
ridad que se les escapaba fueron reducidos a acantonarse
en un exclusivismo o si se quiere en un proteccionism o
an acró n ico y o p o n e r al derech o com ún su d erech o particu ­
lar. En sus ultranzas los habitantes de Ipres co m p ararán su
ciudad con R om a y C onstantinopla y reivindicarán p ara
ella las prerrogativas que le valían su adm inistración más
p erfe c cio n a d a y sus artesanos más diestros que aquellas de
las ciudades secu n d arias”.
La evolución política de los diferentes países q u e com ­
p o n e n el ab ig arrad o m osaico occidental hace que esta evo­
lución no se cum pla e n todas partes con las m ism as carac­
1458 RUBEN CALDERON BOUCHET

terísticas y con idénticos resultados. Las incidencias de las


m o n arq u ías absolutas en E spaña y F rancia tuvieron sobre
el proceso capitalista repercusiones diferentes que en los
Países Bajos y en Inglaterra. La luchas sociales y religiosas y
las necesidades im puestas p o r las gu erras continentales
aceleraro n o retuvieron el proceso y esto sin que tales acon­
tecim ientos aparezcan conectados con el fen ó m en o del ca­
pitalism o en la relación de u n a causa con su efecto.

E L ESPIRITU CAPITALISTA

En u n a visión del m u n d o com andada p o r la vocación m e­


tafísica del ho m b re, los bienes económ icos estaban inclui­
dos e n tre los útiles y constituían todas aquellas cosas que n e­
cesita el ho m b re p ara asegurar su subsistencia física. En
otras palabras, eran m edios y no fines. A p artir del nacim ien­
to del m ercantilism o estos m edios van paulatinam ente pola­
rizando la actividad de los hom bres y adquiriendo en la pers­
pectiva axiológica del m u n d o m o derno, la m odalidad de un
fin, cuando no del más im p o rtan te y decisivo de los fines.
Pero la actividad económ ica no sólo se ocupa de proveer
al h o m b re con todo cuanto precisa p ara su alim entación, su
atu e n d o y su defensa co n tra las inclem encias del tiem po, si­
no q u e tam bién afecta sus obras más desinteresadas y espi­
rituales. La construcción de u n a Iglesia, la edición de un li­
bro teológico, la creación de u n a obra de arte, el arreglo
estético de la vivienda o el p ropio cuerpo, req u ie re n el uso
de u n a serie de m edios cuya producción está enco m en d ad a
a u n a labor directam en te inscripta e n tre las actividades eco­
LA CIUDAD CRISTIANA 1459

nóm icas. Esta situación de base y fu n d am en to de cuanto el


h o m b re p u e d e realizar en las m últiples faenas de su vida da
a lo económ ico u n a universalidad tanto m ás vasta y peligro­
sa, cuan to m ás fácil resulta irru m p ir en la tarea que pro­
m ueve, invirtiendo el o rd en de las prelacias axiológicas y
convirtiéndose en instancia decisiva.
En esta conversión de la relación e n tre los m edios econó­
micos y los Fines religiosos, estéticos, políticos o sapienciales,
reside el aspecto realm en te pervertido del espíritu capitalis­
ta. M ientras el capitalism o es un sim ple in stru m en to de la
prod u cció n de riquezas se lim ita a u n m ejor aprovecha­
m iento de las energías naturales p ara la conservación de la
vida y la p rom oción de las actividades espirituales, y surge
en la vida del h o m b re occidental com o u n vasto im pulso de
fuerza cre a d o ra capaz de transform ar la realidad natural en
u n a habitación a la m edida del hom bre. D esgraciadam ente
tenem os u n a ten d en cia indestructible a em briagarnos con
nuestra p ro p ia plétora; y cuando han sido satisfechas las n e­
cesidades prim ordiales de la vida, com ienzan a n acer otras
que lo son m enos pero que despiertan nuestros apetitos y
los incitan a m overnos para su obtención. La actividad eco­
nóm ica es u n a de esas que parecen alim entarse de su pro ­
pia ham bre; y esto p o r dos razones muy poderosas: po rq u e
satisface u n a am plísim a gam a de concupiscencias y da a la
pereza espiritual u n propósito a p aren tem en te loable para
distenderse a sus anchas. El h o m b re entregado a los nego­
cios p ierd e el sentido edificador del recogim iento y confun­
de el ocio con la harag an ería y el m ovim iento espacial con
el trabajo interior.
La tarea económ ica habitual se escinde en dos aspectos
com plem entarios: la p ro d u cció n y el consum o, y am bos
1460 RUBEN CALDERON BOUCHET

c o n fo rm an las dos vertientes de la m entalidad económ ica


to talm en te volcada a la satisfacción de am bos factores.
El h o m b re significativo de la Edad M edia estaba íntim a­
m en te m ovido p o r el apetito del absoluto y tanto la tarea
de con su m ir com o la de p ro d u cir bienes ten ían un lugar
m odesto en ese m ovim iento ascensional del alm a llam ada
a la bien av en tu ran za etern a. El h o m b re m o d ern o se perfi­
la, en su relieve m ás distinguido, con u n a e n erg ía volcada
al do m in io de la realidad m u n d an a. La n aturaleza es el
cam po d o n d e ejerce su sentido francam ente utilitario y tra­
ta de ex tra er de ella el m áxim o de beneficios con el m en o r
esfuerzo posible. U n saber q u e no se traduzca en resulta­
dos ráp id a m e n te utilizables le p arece el colm o de las vani­
dades y tratará, con todos los m edios a su alcance, de dar
páb u lo a las ciencias aptas p ara convertirse en u n a técnica
de dom inio.
Esta visión económ ica de la realidad tard ará varios siglos
en su p lan tar la concepción católica del m u n d o y a u n q u e
los siglos XIV y XV ven ap arecer los pio n ero s de esta espi­
ritu alid ad , todavía no h an e n tra d o en el proceso p o r el cual
sus cultores d iero n u n a explicación filosófica de su disposi­
ción aním ica.
Este o to ñ o m edieval no ofrece todavía u n p red o m in io
decisivo de la m en talid ad económ ica. Lo que caracteriza la
espiritualidad de la época es m ás bien la descom posición
de la e stru c tu ra totalitaria de la Edad M edia.
Al desvincularse del o rd en religioso, la econom ía p ierd e
su lugar en el c o n ju n to a rm ó n ico de las actividades y co­
m ienza a gozar de u n a au to n o m ía en su desarrollo que
n u n c a tuvo con anterio rid ad . Lo m ism o pasa con la políti­
ca, con el arte, con las ciencias y hasta con la religión mis­
LA CIUDAD CRISTIANA 1461

m a. Se in d ep en d izan y crean u n a suerte de ám bito p ropio


q u e p o r u n cierto tiem po les p e rm itirá c re e r en la efectivi­
d ad de su soberanía, sin advertir q u e se está p re p a ra n d o la
p e o r d e las tiranías, la que viene de lo bajo y nace precisa­
m e n te de su en tro n c am ien to con las exigencias m ateriales
de lo económ ico. C u ando los criterios inspirados en la eco­
n o m ía esclavicen el arte, prostituyan la política, instrum en-
talicen la ciencia y se conviertan en un rem ed o de religión,
el ciclo com pleto de la ciudad m o d e rn a se h a b rá cerrad o
en la cárcel totalitaria d o n d e rein a n las divinidades P roduc­
ción y C onsum o.
Los sociólogos que com o W eber y S om bart se propusie­
ro n ex am in ar las causas del capitalism o estudiaron con p ar­
ticular aten ció n las relaciones e n tre este fen ó m en o econó­
m ico y la religión. C om o era lógico suponer, d a d a la casi
c o n te m p o ra n e id a d de am bos m ovim ientos, vieron en el
protestantism o y p a rticu la rm e n te en la d o ctrin a calvinista
de la p redestinación, u n a de las causas m ás inm ediatas del
triu n fo de la espiritualidad capitalista. Sin rech azar term i­
n a n te m e n te la o p in ió n de estos pensadores, repetim os lo
a n ticipado en párrafos anteriores: el espíritu capitalista ha­
b ía ap arecido en O ccid en te antes q u e se d iera el fen ó m e­
n o p ro te sta n te con su p articular incidencia en el d esarro ­
llo p o sterio r de la m en talid ad económ ica.
La crisis de desintegración de la E dad M edia com ienza
antes de la R eform a y esta últim a es sólo u n a prolongación
de u n a situación espiritual incoada en el seno de la Iglesia
p o r los espirituales franciscanos y d e n tro de u n contexto
todavía o rto d o x o p o r la m ística de M eister E ckhardt. Todos
estos m ovim ientos sienten com o un rechazo p o r todo lo
que en la existencia h u m an a tiene relación in m ed iata con
1462 RUBEN CALDERON BO U CH ET

n u e stra condición carnal. El franciscanism o, p o rq u e sueña


con lib e rar la Iglesia de las necesidades económ icas, desata
la u to p ía de u n a Iglesia carism àtica que concluirá siendo
subjetiva y personal, p ara term in a r en la n a d a de u n sim ple
sen tim ien to provocado p o r la nostalgia de Dios en el cre­
yente. La m ística de M eister E ck h ard t a c en tu a rá el carácter
irre d u ctib le de n u e stra ig n o ran cia m etafísica y al alejar a
Dios del con o cim ien to lo alejará tam bién de nuestros asun­
tos. U n a Iglesia según los ángeles y u n absoluto colindante
con la n a d a total dejan en el espíritu u n vacío de a u to rid ad
p e rfe c ta m e n te adecu ad o p a ra el asalto de todas las concu­
piscencias.
¿Pero p o r q u é precisam ente el desarrollo de la libido
económ ica? U n a respuesta q u e diera satisfacción a la p re­
g u n ta con la h o n d u ra y precisión de u n a etiología bien se­
ñ alad a escapa a mi en ten d im ien to . Me co n fo rm aré en esta
ocasión con in d icar m uy so m eram en te algunos signos es-
clarecedores.
A la alta espiritualidad de la E dad M edia no po d ía suce­
der, de bu en as a prim eras, el h u n d im ie n to de la C iudad
C ristiana en la bestialidad de la lascivia carnal. La tentación
d e b ía venir del espíritu y bajo el atu e n d o de u n a fo rm a más
d e p u ra d a de la relación espiritual del h o m b re con Dios y
con el m u n d o . Se trata en p rim e r lugar de ro m p e r el e n ­
can to sacram ental de las viejas fórm ulas piadosas, p a ra des­
cu b rir las leyes de un universo a través de las cuales Dios re­
velaba su v erd ad era naturaleza. ¿No h ab ía dado Dios al
h o m b re la tie rra p a ra que la co nociera y la poseyera? ¿Por
q u é n o ejercer el conocim iento con ese doble propósito y
a b a n d o n a r los reclam os de u n a revelación que pro lo n g ab a
in ú tilm e n te el som etim iento del h o m b re a la obsoleta au­
LA CIUDAD CRISTIANA 1463

to rid ad de los dogm as? P ero c o n o cer p ara d o m in a r es la ta­


re a p ro p ia de lo económ ico en su sentido m ás alto y univer­
sal. P or el sesgo de esta tentación poética, p e n e trab a en el
espíritu la vieja insinuación de la serpiente: ¡Seréis com o
dioses!
Los avatares del m u n d o m o d ern o en su in te n to de cons­
tru ir la ciudad del h o m b re sobre fu n d am en to s exclusiva­
m en te naturales nos aleccionarán sobre el desarrollo del
espíritu económ ico y sobre su in ep titu d radical p a ra d ar
u n a respuesta a d ecu ad a a la p re g u n ta p o r el sentido de
n u e stra vida.
La eco n o m ía está e n el fu n d am en to de todo lo q u e es
primum vivere. .. y de aq u í la posibilidad de invadir parasita­
ria m en te todas las esferas del espíritu in tro d u c ie n d o en
ellas sus propios cánones valorativos. Es inútil que se nos
susurre la in d e p e n d e n c ia de la actividad económ ica y el
respeto decoroso que las leyes del m ercado sienten p o r la
política, el arte, la religión o la ciencia.
C u ando la ley de la o ferta y la d e m a n d a se libra de toda
regulación m oral y religiosa, el arte, la m oral, la ciencia, la
p olítica y la religión com ienzan a plegarse al paso im pues­
to p o r la nueva señ o ra y sus conclusiones term in a n m idién­
dose según apreciaciones im puestas p o r el m ercado. Si se
define la actividad económ ica com o la acción destinada a
la p ro d u cció n de bienes de consum o, se llam ará espíritu
económ ico a la actitud in te rio r del h o m b re que c o rre sp o n ­
de a esa actividad. Ese espíritu se convertirá en algo decisi­
vo c u an d o esa actividad pase tam bién a ser decisiva.
E scribía A m in to re Fanfani que existían reglas m orales
q u e c o n sid erab an lícitos o ilícitos ciertos m edios p a ra en ­
riq u ecerse y que estas m ism as reglas establecían las m edi­
1464 RUBEN CALDERON BOUCHET

das ju sta s de lo ad q uirible. El espíritu capitalista se inicia


c u a n d o , d e n tro d e los m edios considerados lícitos, n o se
re c o n o c e lím ites al e n riq u e cim ie n to , ni obligaciones socia­
les a la fo rtu n a.

C a p it a l is m o , c o r p o r a c io n e s

El espíritu de em presa y el individualism o económ ico


e n c u e n tra n e n el o to ñ o de la E dad M edia la doble oposi­
ción de la Iglesia y las corporaciones. La p rim e ra p o rq u e ve
en ese espíritu u n a actitud q u e desafía las enseñanzas del
Evangelio y las segundas p o rq u e sienten am enazados sus
pro p io s privilegios económ icos. Los estatutos de las ciuda­
des industriales, la m ayor p a rte de las veces inspirados en
los intereses corporativos, d e fie n d en los oficios de la avidez
capitalista im p o n ie n d o u n a serie de restricciones con el
prop ó sito de evitar la suprem acía del com ercio. El m erca­
d e r de g éneros no d e b e traficar en lanas, p a ra im p ed ir
o p eracio n es que p u e d a n influir en los precios y en los sa­
larios. La Iglesia p ro h íb e la usura, los m onopolios y cual­
q u ie r especulación capaz d e provocar alteraciones en los
ju sto s precios. P ire n n e n o ta q u e estas intervenciones se h a ­
cen cada vez m ás frecu en tes a p a rtir del siglo XIII y testi­
m o n ian p o r la frecu en cia de los abusos y la in o cu id ad de
los p ro cedim ientos.
A m ediados d e ese siglo y cada vez con m ás fuerza los
centros m anufactureros se especializan y al m ism o tiem po
lo h acen las diferentes ram as com erciales. Estas actividades
provocan ráp id o s cam bios en las fortunas, pero los nuevos
LA CIUDAD CRISTIANA 1465

ricos tratan de im itar a las viejas aristocracias y en cuanto


h an m odificado el status ad q u ieren propiedades territo ria ­
les y se convierten en aristócratas.
Esta situación explica la e n o rm e m ovilidad social de la
época, p o rq u e in m ediatam ente el vacío dejado p o r los
tránsfugas del com ercio es llenado p o r otros con m ejor
apetito y m ás audaces.
La influencia de estos advenedizos se hace sen tir en la
d u reza de sus exigencias financieras. N ada satisface su co­
dicia y llevan los excesos de la presión económ ica hasta
provocar la reacción de las clases más castigadas. Los siglos
XIV y XV conocieron en Llandes, Inglaterra, n o rte de Lran-
cia y en algunas com unas italianas el flagelo de las guerras
sociales.
H e n ri P irenne nos provee con los nom bres de algunos
d e estos financieros q u e d eb en la ganancia d e u n a gran for­
tu n a al ju e g o com binado de las circunstancias, la falta total
de escrúpulos m orales y u n a audacia a to d a p ru e b a servida
p o r u n a inteligencia superior. G uillerm o Servat de C ahors
(1280-1320) nos revela la historia de u n h o m b re que ha­
b ie n d o partid o de la n a d a acum uló en pocos años u n a for­
tu n a tal q u e le perm itió convertirse en acre e d o r de los re­
yes de In g la terra y N oruega.
Pero esta nueva co rrien te de capitalistas fo rm ad a en las
em presas industriales, c o rred o res de com ercio y financie­
ros, m ás individualistas e inescrupulosos que sus anteceso­
res de las ligas y corporaciones pecuniativas, es a su vez des­
plazada p o r los descubrim ientos geográficos hechos p o r los
portugueses y españoles que trasladan el com ercio del
A tlántico desde las ciudades hanseáticas hacia Lisboa, Am-
beres y algunos p u e rto s españoles. La fu erte presión de las
1466 RUBEN CALDERON BOUCHET

m o n arq u ías de España, Francia e In g laterra p o n d rá su fé­


ru la política sobre el crecim iento anárquico de las finanzas
y p ro c u ra rá que el d in ero am asado p o r los especuladores
sirva a los designios del rey.
La p a rtid a e n tre los p o deres políticos y financieros no
fue co rta n i sim ple, aliados a veces y enem igos otras, el ju e ­
go de sus intrigas está en el fondo de todos los aconteci­
m ientos políticos de la E dad M o d ern a y desem bocan en el
triunfo del capitalism o hacia fines del siglo XVIII.
Pero p ara ese tiem po, la Edad M edia h a concluido casi
definitivam ente y la concepción económ ica del m u n d o ha
im puesto su vigencia en todas las sociedades de la época im ­
p o n ien d o com o clases dirigentes a sus m odelos más rep re ­
sentativos. Los obstáculos religiosos que todavía p u e d e n
q u e d a r son com batidos en el doble terren o del pensam ien­
to y la acción. La vida pública es exaltada en función del es­
p íritu de iniciativa individualista y el progreso técnico se
convierte en el objetivo prim ordial de la organización de
los estudios.
C a p i t u l o XVI
FRANÇOIS VILLON Y EL FIN DE LA EDAD MEDIA

La m a d r e , e l h u é r f a n o y e l c a n ó n ig o

P ara d ar rem ate a este cuadro del o to ñ o m edieval po d ía­


m os h a b e r elegido u n rep resen tan te de la espiritualidad
cristiana de m ayor je ra rq u ía intelectual que Villon, pero
m e h a parecido q u e el poeta francés reu n ía en su inquie­
tan te p ersonalidad todos los ingredientes culturales de ese
p articu lar p erío d o histórico. In d u d ab le m e n te e ra u n vaga­
b u n d o y con toda seguridad u n ladrón profesional, el úni­
co del m u n d o m edieval que ha dejado u n a hu ella indele­
ble en la literatura.
Pero al m ism o tiem po se advierte en él u n d esenfreno
d e siervo liberado u n id o a los dolores m orales de u n cura
atraíd o p o r la vida disipada. Am bos aspectos psicológicos
alcanzan u n a expresión literaria egregia, al ser m anejados
p o r u n co n o c ed o r exim io de las letras co n tem p o rán eas y
de los clásicos latinos. Es im posible c o n o cer a Villon sin
u n a constante apelación a la sociedad de su época.
1468 RUBEN CALDERON BOUCHET

La historia de Villon, que escapa al p ro n tu a rio policial y


a los últim os años de u n posible p e n ite n te , p e rte n ec e a la
literatura. N acido en París, cerca de Pontoise en las proxi­
m idades de 1431 vino al m u n d o en u n o de los m om entos
m ás terribles de la trajinada historia de Lrancia. Los ingle­
ses, con la com plicidad del clero adscripto al partid o bor-
g o ñ ó n , hab ían qu em ad o a J u a n a de Arco: el p o e ta la re­
c u e rd a en su Ballade des dames du temps jadis:

Et Jeanne la bonne lorraine


qu ’A nglais brûlèrent à Rouen.

D u ra n te su niñez la G u e rra de los Cien Años desolaba


con sus cru eld ad es las castigadas tierras de Lrancia. La an­
tigua capital del rein o pasaba de u n a m ano a o tra sin que
la treg u a de u n g o b iern o au téntico pusiera fin a sus p e n u ­
rias. El h am bre, las pestes y la m iseria eran el pan de cada
día, y la m u erte u n a co m p a ñ e ra cotidiana que se com pla­
cía en rec o rd a r a los hom bres la fragilidad de su existencia.
Este fo n d o de desolación y truculencias se percibe a lo
largo de to d a la o b ra del pobre estudiante Villon, p e ro no
basta p a ra justificar sus desatinos, com o él m ism o lo in te n ­
ta, n o sin astucia, con el propósito de presentarse com o
u n a víctim a de las circunstancias.

Nécessité fa it gens méprendre


et faim saillir le loup du bois.

H u é rfa n o de p a d re desde m uy n iño, su m adre se vio


obligada a re c u rrir a la b o n d a d de u n tío, canónigo de es­
LA CIUDAD CRISTIANA 1469

tado, m aistre G uillaum e Villon, q u e los protegió y com par­


tió con ellos los escasos recursos de su capellanía de Saint
B enoit B estourne. Villon rec u e rd a en su gran testam ento la
posibilidad m al aprovechada en su loca juventud:

Hé! Dieu, si j ’eusse étudie


au temps de ma jeunesse folie
et á bonnes moeurs dédié,
je eusse maison et conche molle.

U n h u é rfa n o , u n a m adre hum ilde y cariñosa, gran devo­


ta de N uestra S eñora y u n m odesto sacerdote en treg ad o a
sus estudios y sus devociones. A fuera, la ciudad esquilm ada
p o r la g u e rra y la peste, con sus m endigos y sus cuadrillas
de antiguos soldados buscando e n tre las ru in as y los detri­
tus del arroyo algo con que saciar su ham bre. El canónigo
y la m adre tam bién pasaban las suyas y es pro b ab le q u e el
niño haya m ero d e ad o m ás de u n a vez p o r los m ercados pa­
ra conseguir un trozo d e repollo o alg u n a hortaliza desde­
ñ a d a p a ra ec h ar a la olla.
Se h a b itu ó a vagar p o r las calles del viejo París y a e n ­
tra r en co n tacto con u n a población d o n d e se m ezclaban
todas las co n diciones, con u n a retentiva e x tra o rd in a ria pa­
ra p e rc ib ir los detalles ridículos y tenebrosos d e ese m u n ­
do su b u rb an o . Su im aginación se pobló con el lenguaje y
los ru id o s de la u rb e y cu ando com ienza a escribir sabrá
m ezclar el arg o t parisién y el léxico universitario con gra­
ciosa ironía.
En la a n tig u a casa de Saint B enoit q u e d a b a el capellán
aferrad o a sus rezos, sublim e y ridículo en su devoción ge­
1470 RUBEN CALDERON BOUCHET

nerosa, y la p o b re m adre, fiel a la R eina del Cielo, a quien


F rançois inm ortalizará en u n a balada h e c h a a su pedido:

Dame du ciel, régente terrienne,


Emperière des infernaux palus,
recevez moi, votre humable chrétienne
que comprise sois entre vos élus.

El can ó n ig o h u b ie ra d esead o en cau zar a su so b rin o p o r


los se n d ero s de la c a rre ra eclesiástica y, de no h a b e r tro p e ­
zado con el sino callejero de este hijo de las reyertas y las
tab e rn as m al afam adas, tal vez hubiese logrado su p ro p ó ­
sito. F rançois e ra m uy in te lig e n te y asim ilaba con rapidez
las enseñanzas de la escuela, p ero su ín d o le b u rlo n a lo in­
clin ab a a to m a r las cosas p o r el lado cóm ico y exp lo tab a
sus co n o cim ien to s en lo q u e p o d ían servir a su gusto p o r
la farsa.
P ara felicidad de las letras francesas el m al viento que lo
arrastrab a com o a u n a hoja m uerta, según la expresión de
su sofisticado ém ulo del siglo XIX, Paul Verlaine, en c o n tró
el sen d ero de la p oesía y se sublim ó en u n a de las obras más
altas de su lírica. El espíritu b u rló n y al m ism o tiem po m e­
ditativo y tie rn o de François, tuvo p a ra con su p ro te c to r dos
recu erd o s q u e expresan dos aspectos m uy distintos de sus
senüm ientos. U no aparece en el Lais o p e q u e ñ o testam en­
to al despedirse de París p a ra ir a A nger con el lírico p re­
texto de curarse de u n a m o r desdichado; p ero en verdad
p a ra despojar de sus escudos a u n cofrade de m aese Gui­
llaum e, q u ien le deja el h o n o r m uy discutible de su tienda
y su pabellón. En versos posteriores del Gran testamento afir­
LA CIUDAD CRISTIANA 1471

m a que fue p a ra él “algo más que su p a d re ” y le reconoce


con ag radecim iento su te rn u ra casi m aternal.
C ontradicción a p a re n te y en estrecha d e p e n d en c ia de
los dos m ovim ientos constantes de su carácter: la b u rla m a­
liciosa fren te a la seriedad infantil del canónigo y el a rre ­
p en tim ien to , siem pre algo tardío, de u n a consideración
posterior.

U n e s t u d ia n t e d e l s ig l o XV

E ntró en la universidad muy jo v en y gracias al ren o m b re


de su tío obtuvo m uy ráp id am en te su licencia com o m aes­
tro en artes.
Las prim eras letras las hizo en el Colegio de F oaurre
d o n d e las clases com enzaban a las seis de la m añ an a en sus
aulas anchas y casi desiertas, con sus pisos de p ied ra tapiza­
dos de paja p a ra q u e tom aran asiento los alum nos y un pùl­
pito al fren te, desde el cual el profesor dictaba sus leccio­
nes sentado en u n austero banco de m adera. Las ventanas
no ten ían vidrios y el frío viento del am an ecer e n tra b a p o r
todas partes y h elab a los dedos de los m uchachos sobre los
ap u n te s y hacía bailar la lum bre de las teas.
En invierno la tem p e ra tu ra era tre m en d a y a los olores
de los cuerpos se m ezclaban el relen te agrio de la paja h ú ­
m ed a y del b a rro traíd o p o r los suecos y las botas de los co­
legiales. El m aestro acen tu ab a sus lecciones con o p o rtu n o s
p unterazos y el golpe de la féru la sobre los dedos e n tu m e ­
cidos hacía sen tir el precio de la gram ática. Villon fue p ro n ­
to fam oso e n tre los com pañeros. La vena satírica de su ins­
1472 RUBEN CALDERON BOUCHET

p iración p o ética supo hallar el cam ino de la alegría en esa


sórd id a atm ósfera de saber y m iseria. C om o e ra sobrino de
u n canónigo gozó de algunas ventajas y en el com ienzo de
su c a rre ra supo aprovecharlas bien. T enía d o n d e vivir y po­
día e n c o n tra r las lecturas exigidas en la biblioteca de mais-
tre G uillaum e Villon sin necesidad de alquilar libros o pa­
gar copistas.
C om o p o r su condición frecu en tab a m ás a los alum nos
po b res que a los ricos, conoció los fam osos pensionados
d o n d e vivían los becarios y debió divertirse lo suyo ayudan­
do a violar las reglas m onásticas de esos establecim ientos.
En ellos estaba p ro h ib id o h a c er e n tra r p erro s o m ujeres,
p e ro p ro b ab le m e n te un o s y otras e n tra ría n a su tu rn o para
ro m p e r la ru tin a de los castos estudios.
La vida estudiantil de esa época ofrecía a u n espíritu co­
m o el de François todas las variedades sociales q u e su gus­
to p o r la diversidad y la aventura po d ía desear. En ellas se
rozaban ricos y pobres, nobles y pecheros, burgueses p ro ­
cedentes de las esferas com erciales y tru h a n e s provenientes
de todas partes. H abía clérigos vagabundos, sacerdotes p er­
didos y aspirantes a santos. M uchachas de g én ero alegre co­
m o la grosse Margot o la belle Heaulmiére o esa o tra llam ada
Isabeaux con la que se e n tre te n ía Villon c u an d o tuvo su des­
graciado d u elo con Felipe Serm oise. Todo este m u n d o abi­
g a rra d o se m ezclaba en los callejones llenos de b a rro , e n ­
tre los olores a o rín de caballos y el aro m a de los figones
con sus m uestras de pollos à la brochette.
M uchos estudiantes g an ab an sus vidas hacien d o de
m an d a d e ro s en las casas de com ercio o sirviendo de p re­
ceptores a jóvenes ricos. O tros m endigaban su sustento po r
las calles de París o en los atrios de las num erosas iglesias.
LA CIUDAD CRISTIANA 1473

Esta situación no les im pedía, en cu an to pisaban las aulas,


c e d er a las tentaciones de la época y sentirse d ueños de ge­
nealogías capaces de co m p etir con las de los m ás grandes
señores. François debió sentir más de u n a vez la vanidad de
un sueño sem ejante. C orre la leyenda q u e en cierta o p o r­
tu n id ad p reg u n tó a su tío si e n tre sus antepasados no ha­
b ría algún noble venido a m enos. M aistre Villon debió son­
re ír con la p re g u n ta del joven, p ero p erfe c ta m e n te sobrio
respecto a los orgullos genealógicos, convenció a François
de la in ep titu d de a lim en tar esas im aginaciones, trayéndo-
lo a la realidad de sus pobres orígenes.
La universidad ofrecía un cam bio en el status social y
d e n tro de u n a sociedad d o n d e la nobleza se co n tab a p o r la
excelencia de los antepasados, era lógico que el aspirante a
notario, o canónigo, o m édico, buscara buenos a n te c e d en ­
tes a su fu tu ra profesión.
El cine am ericano, con esa absoluta falta de respeto p o r
la realidad histórica q u e lo caracteriza, h a hecho de Villon
u n a suerte de b an d o le ro rom ántico en uso generoso de u n a
larga espada y u n a am plia capa. A dm inículos q u e el p o e ta
n u n c a tuvo y q u e reem plazó p ara p rotegerse de la morte sai­
son y de los m alos en cu en tro s con u n a daga y u n a p añ o le­
ta tejida p o r su m ad re con lana de alguna p re n d a vieja del
canónigo.
C u án to tiem po sop o rtó François la disciplina de los es­
tudios universitarios, no se sabe con precisión. En 1451 era
m aestro en artes y la fech a es indicio claro de su contrac­
ción a los libros y de su o bediencia a los b u en o s consejos
del canónigo, p e ro po r esa m ism a época se deja llevar p o r
su h u m o r vagabundo y an d a p o r la ciudad en co m p añ ía de
algunos m alos estudiantes y de otros personajes con fam a
1474 RUBEN CALDERON BOUCHET

b ien ad q u irid a d e notorios rufianes. De sus prim eros pasos


d a ta su re n o m b re de p o e ta ch an cero y co au to r de travesu­
ras hum orísticas com o el ro b o de la fam osa p ied ra llam ada
Pet au Diable. P ro b ab lem en te e ra u n a insignia cuyo n o m b re
in dicaba la calle a la que perten ecía; no sé si p o r alguna ra­
zón histórica o p o r la natu raleza particu lar de su construc­
ción, era codiciada p o r los estudiantes y, p o r lo visto, fu er­
tem e n te apreciad a p o r la fam ilia b u rg u esa cuyo portal
a d o rn a b a . Villon con u n a pan d illa de m uchachos la sacó
de su lugar y la trasladó en triunfo al b arrio de Saint-Hilai-
re d o n d e vivían sus amigos. Allí fue recibida en u n a cere­
m o n ia grotesca, con gran diversión del vecindario.
A q u ien la farsa no le causó n in g u n a gracia fue a la d u e­
ñ a de la piedra, viuda de u n n otario del rey, m aese G erad
d e B ruyères y, p o r lo que luego aconteció, dam a m uy poco
d ispuesta a que su p ro p ied ad sirviera al placer de los estu­
diantes. P resentó sus quejas a la ju sticia y un piq u ete de ar­
q u ero s e n tró en los dom inios del barrio de Saint-H ilaire y
tom ó la p ied ra insignia para volverla a su lugar de origen.
La in terv en ció n policial causo u n tum ulto m ayúsculo y
los jó v en es latinistas, apoyados p o r todos los habitantes de
esa zona y algunos m alandrines sin oficio en busca de alga­
radas propicias a las depresiones, se trasladaron en pleno
hasta la casa de la viuda de Bruyères y rec u p e raro n el ído­
lo. El b arrio de Saint-EIilaire en pleno festejó el triunfo de
la b u e n a causa con u n a form idable p a rra n d a a los pies de
la piedra.
P or inclinación tem p e ra m en ta l y u n gusto hacia la vida
irre g u la r q u e iba en a u m e n to , Villon participó en otras ha­
zañas m enos in o cen tes y e n tró en contacto con la hez de
ese m u n d o de m alos clérigos, de rufianes y rateros de po­
LA CIUDAD CRISTIANA 1475

ca m onta. C itado a c o m p arecer an te el p reboste de la ciu­


d ad m o n sieu r R o b ert d ’Estouteville p a ra d a r c u e n ta de sus
desórdenes, François con su desenfado y sim patía hab itu a­
les conquistó al fu n cio n ario d ed icán d o le u n a b alada en la
q u e se refe ría a su rec ien te casam iento. Es aquella q u e co­
m ienza con esos dos versos tan ju sta m e n te elegidos p o r la
frescura de su inspiración:

A u point du jour, que l ’épervier s ’ébat,


M u de plaisir et par noble coutume...

La balada e n c ie rra en su prim era estrofa el acróstico de


A m broise q u e era el n o m b re de la am ada de R o b ert d ’Es­
touteville. Es la p rim e ra vez que se libra de m ayor castigo
p o r la gracia de la poesía. Villon usará el m ism o recurso en
cuanto la ocasión lo exija y siem pre hallará e n tre la noble­
za y el clero u n e n te n d im ie n to francés b ien dispuesto a fes­
tejar su ingenio y a p erd o n ar, en aras de la poesía, las fecho­
rías del poeta.

Av en tu r a s d e u n l a d r ó n p r o f e s io n a l

H ay en la vida de François Villon la leyenda de u n d e­


se n cu e n tro am oroso, cuyo triste desenlace h a servido a sus
lau d ad o res p a ra d o rar la historia de este m uchacho p erd i­
do. E n am o rad o de C atalina de Vaucelles se vio alejado de
ella p o r la violenta intervención de la d u e ñ a del Pet tu Dia­
ble, que n u n c a p e rd o n ó la osadía del jo v en estudiante y que
no c o n te n ta con sacar a C atalina de París p a ra sustraerla al
1476 RUBEN CALDERON BOUCHET

cortejo de Villon le hizo p ro p in a r al p o b re François u n a


form id ab le paliza p o r cuatro m alandrines dedicados a esos
m enesteres.
A lgunos críticos su p o n e n q u e El pequeño testamento canta
en sus p rim eras estrofas el despecho de esos am ores co n tra­
riados p e ro otros, m enos sensibles a los aspectos ro m án ti­
cos del estro de Villon, atribuyen el lam ento a su gusto sa­
tírico p o r las form as convencionales de la poesía lírica de
su época. Leyéndolo, sin g ran conocim iento de su vida, las
estrofas dedicadas a lam e n ta r el a m o r p e rd id o tien en un
tufillo a b ro m a q u e inclina a p en sar en la verdad de la se­
g u n d a opinión.
Villon n o d a la im presión d e ser u n tránsfuga del o rd en
b u rg u és caído en el arroyo p o r la m ediación de u n suceso
desgraciado, es u n hijo au téntico de las callejas sórdidas, de
los tugurios m al alum brados y de ese h am b re feroz q u e se
transm ite de gen eració n en gen eració n en los pobladores
de las suburras. Basta re c o rd a r el com ienzo de su c a rre ra
crim inal p a ra apreciar todo el h o rro r de su vida lam en ta­
ble. V erlaine fue u n burg u és encanallado y Francis Careo,
u n o d e los m ejores biógrafos de Villon e h isto riad o r p e n e ­
tra n te de los bajos barrios parisienses, u n gran b u rg u és afi­
cio n ad o a curiosear la vida de los picaros, p ero Villon fue
u n verd ad ero m iserable, u n p ro d u cto cabal de la resaca
ciudadana, q u e p o r la gracia de su genio y la m isericordia
de N uestra S eñora, p u d o escapar al sino de u n a existencia
m arcad a p ara siem pre p o r el delito.
El cinco de ju n io de 1455 hacia las nueve de la n o ch e es­
taba Villon en co m p añ ía de u n a m uch ach a de g én ero ale­
gre llam ada Isabel, cu ando fue in terp elad o groseram ente
p o r u n m al sacerdote llam ado Felipe Serm oise. De los in­
LA CIUDAD CRISTIANA 1477

sultos se pasó a los hechos y salieron a relu cir sendas dagas


con las que am bos se h irie ro n m utu am en te. Villon debió
re c u rrir a u n b a rb e ro p a ra que le vendase u n a h e rid a en el
labio y Serm oise fue llevado al hospital con u n a p u ñ alad a
e n el ano.
Felipe Serm oise m u rió com o consecuencia de su pelea
con Villon y a u n q u e p e rd o n ó a su h e rid o r asum iendo so­
b re sí la responsabilidad de la reyerta, n u estro François, te­
m eroso del rig o r de la justicia, se escapo de París.
Seguir la h u ella de Villon en este p rim er d estierro es ta­
rea de eru d ito . Si estuvo en Bourg-la-Reine en caza de un
b arb ero o vivió en A njou, es difícil decirlo. U n pasaje del
Testamento hace refe re n c ia al b arbero de Bourg-la-Reine y a
u n a abadesa de costum bres poco m onacales llam ada Hu-
gu ette d u H am el, con la que Villon tuvo relaciones más
que cordiales. De esa época data, p ro b ab lem en te, su ingre­
so a la Coquille, fam osa b a n d a de asaltantes y ladrones afa­
no sam en te p erseg u id a p o r la ju sticia del rey. Esta co rp o ra­
ción de d elin cu en tes protegía a los suyos y Villon debe
haberse acogido a sus cuidados p a ra paliar las p en u rias del
destierro.
H acia fines de 1456 estaba nuevam ente en París y dis­
puesto a escribir el Lais o p eq u eñ o testam ento. El tiem po
era m uy frío e invitaba a las veladas cerca del fuego. V ien­
do a rd e r los tizones e n la chim enea, tom o la plu m a y co­
m enzó u n largo p o e m a d o n d e se d esp ed ía de París p ara vi­
sitar A ngers con el p retex to de curarse de sus reales o
fingidas desventuras am orosas. La existencia de ciertos in­
discretos do cu m en to s policiales revelan la p rep aració n de
u n robo en la capital de A njou y la m ención de esa dame:
1478 RUBEN CALDERON BOUCHET

Qui m ’a étéfélonne et dure.

Parece u n sim ple pretex to poético p ara no ser m enos


q u e otros rim adores llorones de su tiem po. En sus versos
deja sus im aginarias riquezas y sus reales m iserias a u n
m o n tó n de personajes traídos a cu en to p o r las exigencias
b u rlonas del tem a.
N o sabem os lo que sucedió de inm ediato, p ero unos m e­
ses más tarde se tuvo conocim iento de un asalto con fractu­
ra y violencia p ro d u cid o en el rico colegio de Navarra.
U no de los cóm plices, ch arlatán e m p e d e rn id o y gran
b e b e d o r de vino an te los ojos de Dios, reveló todo el asun­
to a u n cu ra q u e supo desatarle la len g u a con unos vasos
o p o rtu n o s. P o r él se supo q u e el robo al colegio de Nava­
rra h a b ía sido realizado p o r Colin des Cayeux, p o r u n reli­
gioso llam ado D am p Nicolas, p o r alguien que resp o n d ía al
ap o d o de Petit Je a n y p o r el m aestro François Villon.
El papel desem p eñ ad o p o r el in fo rm an te, Guy Tabarie,
fue poco expuesto y p o r lo tanto recibió com o pago sólo
diez escudos. El resen tim ien to provocado p o r su m agro bo­
tín dio p áb u lo a su indiscreción y contó tam bién que Villon
h a b ía p a rtid o en dirección a A ngers con el propósito de co­
n o c e r la ve rd a d e ra situación económ ica de u n fraile am igo
de su tío a q u ien se lo hacía d u e ñ o de quinientos o seiscien­
tos escudos. A su re to rn o proyectaba, en co m pañía de sus
cóm plices, desvalijar a ese sacerdote.
La ju sticia del rey e ra lenta; pasó todo un año después
de la declaración de Guy Tabarie a su ocasional confidente
y de la d e n u n c ia form al h e c h a an te las autoridades p o r es­
te últim o, p a ra que la policía detuviera a Tabarie. In te rro ­
LA CIUDAD CRISTIANA 1479

gado sobre el suceso Guy Tabarie g u ard ó silencio, p ero so­


m etido a la to rtu ra del caballete soltó todo lo q u e sabía y
cargó sobre Villon el peso de la culpa.
Convicto de hom icidio, acusado de robo con violación y
fractura, sospechoso de p e rte n e c e r a la Coquille, Villon d e­
cidió p e rm a n ec e r fu era de París y se lim itó a so ñ ar con un
fu tu ro re to rn o a la ciudad, lejos de esas cam piñas tan can­
tadas p o r los poetas bucólicos, p ero de las q u e abom inaba
con todo su corazón m ientras iba dejando sobre las zarzas
pedazos de su piel.
La p reten sió n de seguir sus pasos conform e con los iti­
nerarios ocasionalm ente indicados en sus obras es u n poco
vana. Sabem os que estuvo en Blois y en la corte del p rínci­
pe po eta C harles de O rleans. En la ciudad liberada por
S a n ta ju a n a pasó un o s meses en u n fétido calabozo som eti­
do a la to rtu ra del ag u a hasta q u e d a r con el vientre com o
un odre. El nacim ien to de M arie d ’O rleans, hija del p rínci­
pe, fue ocasión de u n a am nistía p a ra los presos que, p o r al­
gu n a razón, m ereciero n la m isericordia del gobierno. Vi­
llon era p o e ta y C harles de O rleans lo sabía y a u n q u e
form ado en u n estilo m uy artificioso ap reciab a la calidad
de la o b ra de Villon. El 19 de diciem bre de 1457 vio nueva­
m en te el sol y después de agradecer al santo n o m b re de
M aría q u e tan favorable le había sido siem pre, desapareció
de O rlean s sin dejar m ás rastro q u e algunos versos en las
m anos de su salvador. La causa de su prisión en la ciudad
de O rlean s debe h a b e r sido grave pues según su p ro p ia
confesión en versos le co rresp o n d ía la p e n a de m uerte.
E n el año 1461 se e n c u en tra nuevam ente preso en la ciu­
dad de M eung y, cosa ex trañ a en Franyois Villon, n o acepta
su suerte con la sum isión y el sentim iento de culpabilidad
1480 RUBEN CALDERON BOUCHET

habituales. Se reb ela y protesta pidiendo a Dios cu enta de la


injusticia com etida co n tra él p o r el obispo de M eung, T hi­
b a u t d ’Auxigny. Supongo que la causa no e ra de gran im por­
tancia, dadas las costum bres de François y que recibió un
trato dem asiado severo p o r asunto de poca m onta. En esta
o p o rtu n id a d el p e rd ó n vino del m ism o rey de Francia, Luis
XI y Villon lo rec u e rd a en el Gran testamento d o n d e dice:

Ecrit l ’ai l ’an soixante et un,


que le bon roi me délivra
de la dure prison de M eung
et que vie me recouvra...

De nuevo e n Paris no tard a en ser alojado en los calabo­


zos del C hatelet p a ra p u rg ar el asalto al colegio de Navarra.
El canónigo Villon p u d o librarlo m ediante el pago de u n a
b u e n a m ulta y François se sintió vivir al resp irar el aire de
las viejas calles de su am ada ciudad. P ero la suerte n o q u e­
ría a b a n d o n arlo sin hacerle p ro b a r el in fo rtu n io hasta las
heces. C o m prom etido en u n a riñ a callejera d o n d e fue h e ­
rid o de daga u n pasante de notario, fue encarcelado o tra
vez y c o n d e n a d o a m u erte de horca. François apeló al p ar­
lam en to y m ientras esperaba el resultado de su p ed id o es­
cribió el fam oso c u arteto d o n d e se burla, con atroz ironía,
de su p o b re destino de paria:

Je suis François dont il me poise,


né de Paris emprès Pontoise,
et de la corde d ’une toise
sçaura mon col que mon cul poise.
LA CIUDAD CRISTIANA 1481

P ero o tra vez tuvo su e rte y el p a rla m e n to hizo lu g ar a


su p e d id o y cam bió la p e n a de m u e rte p o r u n d e stie rro
p o r diez años d e la villa de París. Esta vez se fue sin d ejar
rastros.
A ciencia cierta n o se sabe m ás n a d a de Villon. U n a tra­
dición recogida p o r Rabelais nos dice q u e pasó sus últim os
años en Saint M aixent en Poitou bajo la protección del
abad de ese lugar. Y el capítulo XIII del cuarto libro de Pan-
tagruel afirm a q u e allí, p ara e n tre te n e r al pueblo, se dio en
rep re sen ta r la Pasión en la lengua de la región.

V il l o n y e l o t o ñ o m e d ie v a l

La crítica literaria h a exam inado con lu p a los tem as y las


fuentes m edievales e n la poesía de François Villon. Faena
tediosa p e ro im prescindible p ara ubicar a n u estro p o e ta en
las co rrien tes literarias de su tiem po. De este trabajo m in u ­
cioso y len to llevado a térm ino p o r prolijos especialistas
surge clara la in tré p id a originalidad de Villon.
Sin lugar a d u d as se inspiró en u n a tem ática transitada
hasta el ag o tam ien to p o r poetas an terio res y, com o todos
ellos, rin d ió culto a m uchos de los lugares com unes más
co n cu rrid o s de su tiem po.
P ero en cuanto a b a n d o n a el trato convencional del tó­
pico im puesto p o r el uso de las buenas letras, un soplo de
vigorosa frescura sacude las viejas m uletillas y hace e n tra r
la vida real o la m u e rte verdadera, en versos, que según
K laeber H aedens, alcanzan p o r m om entos, u n a perfección
absoluta.
1482 RUBEN CALDERON BOUCHET

Pero Villon interesa tam bién com o testigo de su tiem po


y a u n q u e no fue u n cronista com o Froissart, ni un historia­
d o r ocasional com o su coetáneo Com m ynes, la m irada que
a rro ja sobre el m u n d o refleja tres aspectos de la sociedad
m edieval, im prescindibles p ara conocer con p ro fu n d id ad la
decadencia de la C iudad Cristiana.
E n p rim e r lugar, u n realism o descarnado, d u ro y cruel,
en d o n d e confluyen dos sentim ientos a p a re n te m e n te con­
trapuestos: el deseo inm enso de vivir a n ch a y p o d ero sam en ­
te y el h o rro r inspirado p o r n u e stra situación de caducidad
y m iseria. Es difícil saber cuál de estos dos sentim ientos p re­
valece sobre el otro, p ero am bos siguen el ritm o de la vita­
lidad del poeta. A la ju v e n tu d alocada y envuelta en las de­
licias de la carne:

Corps fém inin, qui tant es tendre,


Poli, souef si précieux...

sucede la ed a d del d esen can to que trae la ex periencia de la


e n fe rm e d a d y la m uerte:

Quiconque meurt a douleur


Telle qu ’il perd vent et haleine
Son fiel se créve sur son coeur,
Puis sue, Dieu sait quelle sueur.

En segundo lugar, expresa u n a visión desen can tad a de


los ideales trovadores sobre el am or cortés. Este hijo de los
arrabales no h a visto m ás que prostitutas explotadas p o r r u ­
fianes sórdidos y luego convertidas en viejas alcahuetas lle­
nas de h arap o s y m iseria.
LA CIUDAD CRISTIANA 1483

P o r últim o, otro p ar de sentim ientos d o n d e se conjugan


el tem o r al vacío dejado p o r la m u erte con u n a hum ilde
confianza en la divina m isericordia.
El deseo de vivir lo llevó lejos de los libros a buscar
aventuras p o r las calles de París, llenas de vagabundos,
pro stitu tas y rateros. Las aspiraciones de su fantasía d eb ie­
ro n ch o car c o n tra esa realid ad só rd id a y b ru tal. Si en sus
sueños escolares, c u a n d o p reg u n ta b a al can ónigo Villon
p o r su genealogía, se im aginó envuelto e n aventuras lle­
nas de colorido y m ovidas peripecias, la realid ad lo colocó
en m edio de las tru h a n e ría s de u n a b a n d a de h a m p o n e s
sacudidos p o r resen tim ien to s y apetitos groseros. Si algu­
n a vez p en só e n la m u je r con la in te n c ió n de hallar u n
am o r lim pio, co n o ció las form as m ás canallas de la lu juria
crapulosa en los b u rd e le s d o n d e se acostum bró a p e rn o c ­
tar en c o m p a ñ ía d e ram eras y delin cu en tes. De los prostí­
bulos extrajo la e x p e rien c ia q u e le sirve p a ra describir la
vida de los ru fia n es y esa le n ta d eg rad ació n de la belleza
fem e n in a tal com o a p arece en su b a la d a Les Regrets de la
Belle Heaulmière.
C u ando h a b la del a m o r lo hace en el to n o convencional
de la vieja poesía trovadoresca, p ero no disim ula la burla
ín tim a que lo an im a y lo hace re ír gro seram en te de todos '
esos idealism os de alcoba.
La com plejidad d e François Villon no debe ser exagera­
da. N ació en u n a é p o ca com plicada y con u n rico tem p era­
m en to p a ra d ar pábulo a todas las pasiones de su fuerte áni­
m o. C reció en u n a situación difícil y su clara inteligencia,
su im aginación viva y jo c u n d a , su gusto in n ato p o r las b ro ­
m as y su indigencia crónica, lo predispusieron p a ra saltar
ráp id a m e n te los cercos de las convenciones y h a c er u n a éti-
1484 RUBEN CALDERON BOUCHET

ca a su m edida, d o n d e no hallara vallas p ara la satisfacción


in m ed iata de sus deseos.
D u ra n te su ju v e n tu d alocada todos estos m alos im pulsos
se d iero n m añ a p a ra vencer la floja resistencia de su educa­
ción cristiana, p ero ese trasfondo persistía en m edio de las
farsas, groserías y procacidades de su inspiración poética,
p o rq u e de p ro n to lo d e te n ía el sonido de u n a cam pana
q u e tocaba el ángelus y se p o n ía a rezar para d ar salida al
p e d id o de su corazón:

Finalement, en écrivant,
ce soir, seulet, étant en bonne,
dictant ces lais et décrivant,
j ’ouis la cloche de Sorbonne,
qui toujours a n eu f heures sonne
le salut que l ’A nge prédit;
si suspendis et y mis bonne
por prier comme le coeur dit.

Se trata, in d u d ab le m e n te, de u n a persistencia, m uy


p ro n to ap ag ad a p o r el ru id o del m u n d o y la lo cu ra que lo
a rra stra p o r el cam ino del pecado. Pero lejos de desapare­
cer, este sen tim ien to crece con los años y las am arguras de
sus desdichas. Villon d escubrirá su conciencia y tratará de
justificarse buscando excusas que él m ism o rechaza, hasta
q u e la presión de los años — apenas ten ía tre in ta p ero esta­
b a q u e b ra n ta d o en su salud y en su espíritu— lo h acen caer
de rodillas im p lo ran d o la m isericordia de Dios.
R ecu erd a los años de estudio y lam en ta su p ro p ia culpa­
b ilidad en sus m iserias y caídas. Este estado de alm a le ins­
LA CIUDAD CRISTIANA 1485

p ira u n a com posición d o n d e el corazón discute con el


cu e rp o y esgrim en argum entos nacidos de sus propias con­
tradicciones.
Villon ha en c o n trad o su conciencia y su vieja alm a de
siervo cristiano lo alcanza nel mezzo del cammin de la vida y
le inspira esos sentim ientos lúgubres y desolados llenos de
u n a tristeza infinita q u e aparece alim entada, com o dice
K laeber H aedens, con el corazón m ism o del invierno.
Es la voz del n iñ o Villon p erdido en la oscuridad del si­
glo y que busca a su m ad re en los portales de las antiguas
iglesias. N o razo n a más, ni trata de justificar sus pecados, se
p o n e de rodillas y llora h u m ild em en te confiando en la m i­
sericordia de Dios p a ra con el p ecad o r a rrep en tid o .

Prince Jésus, qui sur tous as maistrie,


garde q u ’E nfer n ’ait de nous seugneurie:
a luí n ’avons que faire ni que souldre.
hommes, ici n ’a point de moquerie;
maiz priez Dieu que tous nous veuille absoudre.

Se h a discutido m u ch o sobre la psicología de Villon y se


h a ex am in ad o con fino escalpelo la c o h e re n c ia ín tim a de
sus sentim ientos, pues en u n a m ism a o b ra com o el Testa­
mento aparece en fran co contraste la so c arro n ería callejera
del p icaro y el p ro fu n d o a rre p e n tim ie n to del p e n ite n te ,
com o si am bos estados de ánim o se h u b ie ra n dado al mis­
m o tiem po. Es o p in ió n de algunos críticos q u e el Gran tes­
tamento, com o m uchas iglesias m edievales, h a sido realiza­
do en d iferen tes épocas y bajo diversas inspiraciones. Esto
explica la diferen cia de sus estilos y la variedad de sus emo-
1486 RUBEN CALDERON BOUCHET

d o n e s . Al m ism o tiem po b reg a p o r la c o h e re n c ia ín tim a


d e u n alm a q u e pasó del p ecad o a leg rem en te consentido,
p e ro co n o cid o com o pecado, al a rre p e n tim ie n to y la p e n i­
tencia.
INDICE

P r esu pu esto s e s p ir it u a l e s

d e la C iu d a d C r is t ia n a

Cap. I. El libro .............................................................. 13


Cap. II. C arácter ecum énico de la prom esa
h e c h a p o r Yavé .............................................. 53
Cap. III. Israel se constituye sobre la fe ................... 109
Cap. IV. Israel bajo la influencia h elénica ............... 161
Cap. V. L a form ación de la conciencia cristiana .. 199
Cap. VI. La cuestión histórica ................................... 235
Cap. VII. Pablo de Tarso ...............>.............................. 273
Cap. VIII. Las interp retacio n es sugeridas
p o r Cristo y el fen ó m en o de laicización
de la C iu dad C ristiana ................................. 315
Cap. IX. ¿H ubo m uchos mesías? .............................. 363
Cap. X. P roblem a que p lantea la institución
de la Iglesia ..................................................... 409
1488 RUBEN CALDERON BOUCHET

FORMACION DE LA CIUDAD CRISTIANA

Cap. I. La Iglesia y el Estado en la época


de los m ártires .............................................. 441
Cap. II. La conversión de C onstantino ................... 497
Cap. III. El pen sam ien to político de San A gustín .. 535
Cap. IV. La vida m onástica ......................................... 587
Cap. V. La conversión de los francos ..................... 621
Cap. VI. Los carolingios .............................................. 649
Cap. VIL La teo ría general del Estado
en los siglos X, XI y XII ............................... 681

A pogeo d e la C i u d a d C r is t ia n a

Cap. I. El R eino de Dios ........................................... 723


Cap. II. La Iglesia, c u erp o m ístico de Cristo ....... 753
Cap. III. La cristiandad ................................................ 793
Cap. IV. El papado hasta la refo rm a g reg o rian a .. 815
Cap. V. El Santo Im perio R om ano G erm ánico
de O ccidente (I) ............................................ 831
Cap. VI. La refo rm a greg o rian a ................................ 859
Cap. VII. El Santo Im perio R om ano G erm ánico
de O ccid en te (II). Los H o h en stau fen .... 885
Cap. VIII. El feudalism o ................................................ 909
Cap. IX. La reyecía ...................................................... 961
Cap. X. El régim en de trabajo .................................. 993
Cap. XI. La vida intelectual ...................................... 1041
LA CIUDAD CRISTIANA 1489

Cap. XII. O rganización de los estudios 1067


Cap. XIII. La defensa de la inteligencia ....... 1091
Cap. XIV. A m an era de resum en ................... ¿............ 1121

D e c a d e n c ia d e la C iu d a d C r is t i a n a

Cap. I. La espiritualidad religiosa al fin


de la Edad M edia (I) 1131
Cap. II. La espiritualidad religiosa al fin
de la E dad M edia (II) ................................... 1157
Cap. III. La vida intelectual
en los siglos XIV y XV ................................. 1177
Cap. IV. La filosofía política en la universidad
del siglo XIV ................................................... 1197
Cap. V. La querella de Bonifacio VIII
y Felipe el H erm oso ..................................... 1211
Cap. VI. El p apado de Avignon ................................ 1237
Cap. VII. Las ciudades italianas
en los siglos XIV y XV ................................. 1269
Cap. V ili. T rasfondo ideológico de la q u erella ........ 1291
Cap. IX. Trasfondo intelectual de la revuelta (I).
G uillerm o de O ckham : su idea
de Iglesia .......................................................... 1321
Cap. X. T rasfondo intelectual de la querella (II).
M arsilio de P adua, ideólogo
del Estado laico .............................................. 1339
Cap. XI. Síntesis d o ctrin aria del Defensor Pacis ......1357
C ap. X II. L a G u e r r a de los C ie n A ñ o s ......................... 1 387
1490 RUBEN CALDERON BOUCHET

Cap. XIII. La Inglaterra de los siglos XIV y XV ........ 1413


Cap. XIV. L a tin id a d española ..................................... 1427
Cap. XV. P rogreso del individualism o
económ ico al fin de la E dad M edia ........ 1447
Cap. XVI. François Villon y el fin
de la E dad M edia .......................................... 1467
O T R A S O B R A S ]
DEL SELLO EDITO R IAL
Edberto O scar Aceveáo
• CONTROVERSIAS VIRREINALES
RIOPLATENSES
• IA INTENDENCIA DEL PARAGUAY EN
EL VIR R E IN áív! yp S R io u u i mmrn

Luis O scar Colmenares


• MARTIN GÜEMES

Jorge A . Ferrer
• RONDEAU

Roberto Dromí
• CIUDAD Y M UNICIPIO

Rodolfo S. Follari
• EL N O VEN TA EN SA N LUIS

Carlos G oñi Demarchi - N icolás Scala -


G erm án Berraondo
• YRIGOYEN Y LA G R AN GUERRA

A b e la rdo Levaggi
• JUDICATURA Y POL TICA
• LA IN Q U ISIC IO N EN
HISPANOAMERICA

Bernardo Lozier A lm azán


• MARTIN DE ALZ A G A

Vicente G. Quesada
• MEMORIAS DE U N VIEJO
(Introducción y arreglo de la edición por Isidoro Ruiz Moreno}

Laura San M a rtin o de Dromi


• DOCUMENTOS CONSTITUCIONALES
ARGENTINOS
• ARG ENTINA CONTEM PO RANEA
• INTENDENCIAS Y PROVINCIAS EN LA
« n rT/ * \ rM * * ffü -
flIO I V^KIM M K O C IN I llNM

Héctor José Tanzi


• JU A N JOSE PASO

Néstor Daniel Villa


• SANTA BRIGIDA DE SUECIA
• EDUCACIO N, IGLESIA Y ESTADO
• T IN K U N A K O
La Ciudad Cristiana es, como toda obra clásica del
pensamiento, una fuente de ideas que permanentemente
se renuevan, renacen y se resignifican.
Su lenguaje no es apocalíptico ni inquietante; una
enérgica serenidad intelectual nos permite, durante el viaje
espiritual, detenernos a observar los campos,
emocionarnos con la poesía, llorar a los muertos,
agitarnos con el olor de la pólvora, confundirnos con el
santo y el héroe y reconocernos en el pecador que reza.
Rubén Calderón Bouchet nos trae la vigorosa y refrescante
brisa de un pensamiento que nació a orillas del Jordán y
que, después de dos mil años, sopla virilmente sin esperar
y con toda la Esperanza.

9789875070714

C iudad A rgen tin a

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