?? Lilian Peake - Extraño Conocido

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Extraño conocido

Adrianne estaba decidida a casarse con su prometido, Clifford Denning, pero,


¿sería correcta su actitud? Murray, el hermano de Clifford le advirtió que se
precipitaba al desastre si persistía en el empeño de casarse.
La joven hizo caso omiso a los consejos de su altanero futuro cuñado. ¿Qué
tenía que ver con él? Si en algún momento ella titubeó, al darse cuenta que Murray
podría estar en lo justo, su personalidad no le permitió defraudar a Clifford.
¡Que Murray viviese su vida al lado de la hermosa Gretel Steel y que los
dejara a ella y a Clifford en paz!

CAPÍTULO 1
ERA UNA tarde bochornosa y el sol, brumoso por las nubes, brillaba a intervalos
sobre el oscuro cabello del hombre que estaba sentado junto a la ventana del café.
Contemplaba las flores del parque municipal, entremezcladas con el verdor de los
diferentes árboles y el frondoso follaje de los arbustos en flor. Meneaba la taza de
té, distraídamente. Parecía tener algún problema al cual no le encontraba solución.
No habría notado la presencia de la joven que estaba al otro lado del salón, de no
ser por su perrito. El animal, un terrier, se puso de pie, se estiró y se sacudió.
Esperaba que su ama se levantara para irse. Levantó el hocico y frunció la nariz. Bajó
la cabeza y siguió el rastro, olfateando, hasta los pies del hombre. Metió el hocico en
la mano del desconocido, que estaba dispuesto a acariciarlo.
Sorprendida, Adrienne observaba. No comprendía cómo su perro se había
acercado a un completo extraño que, sin embargo, le era conocido.
-Flick —lo llamó perturbada-. ¡Flick, ven acá! —el animalito, demasiado
entusiasmado se negó a obedecerla.
La chica se dirigió a la mesa y se inclinó para coger a Flick, pero éste la evadió
metiéndose debajo de la mesa. Ella lo siguió y al hacerlo su frente se golpeó con el
borde de la mesa. Atontada, se tambaleó y el hombre extendió las manos para evitar
que cayera.
El extraño perdió el equilibrio al ladear la silla y empujó la mesa. La taza de té se
derramó, pero él la ignoró y levantó a la chica de su torpe postura. Ella se frotó la
frente tratando de disminuir el dolor.
—¿Está bien? —preguntó preocupado—. Buen golpe se dio —le examinó la
frente—. No fue tan grave, aunque no dudo que le duela.
— Lamento lo de su té —murmuró al ponerse de pie y recordar a su perro que
lamía el té que goteaba al suelo—. No resiste el azúcar —explicó riendo—. Pediré otra
taza.
—De ninguna manera. Invito yo. Siéntese —cogió una silla—. Pediré dos tazas
más.
El perro brincó a la silla junto a la de ella, colocó sus patas sobre la mesa y lamió
el té derramado. El hombre rió y Adrienne puso al animal en el suelo.
— ¡Basta, Flick, pórtate bien!
-Vi lo que sucedió. ¿Ya se siente bien? -preguntó amablemente la camarera al
limpiar la mesa.
—¿Sabe?, es la primera vez que una mujer cae a mis pies. Lo anotaré en mi diario
—Adrienne se ruborizó-. Tendrá un moretón, pero pudo haber sido peor.
Observó a la joven de cabello rubio, cejas arqueadas y mejillas apenas
coloreadas. Ella percibió su examen aunque tenía la vista en su taza de té. Sus
pensamientos giraban igual que el remolino que se formaba en la taza. Aquel hombre la
intrigaba porque a pesar de ser extraño, le parecía conocido.
—¿Cómo se llama su perro? —su voz controlada, educada, la distrajo de su
abstracción. Tenía ojos serenos que sugerían firmeza de carácter, una personalidad
que irradiaba fuerza, confianza y comprensión que trasmitía al que estuviese con él.
—Flick —respondió la chica con la cabeza inclinada.
—¿Y usted? —ella levantó la cabeza y al notar su sonrisa intuyó que su primera
intención fue indagar su nombre. La miraba intrigado y ella se sonrojó. Era la primera
vez que conocía a un hombre en esas circunstancias y no sabía cómo actuar. ¿Debía
decirle su nombre? Claro, tendría que hacerlo, no sabía cómo negarse.
—Adrienne Garrón —ansiaba preguntarle su nombre al desconocido, pero su
timidez le selló los labios y por más que lo intentó no pudo pronunciar palabra.
—¿Por qué Flick? -la pregunta inesperada la turbó por un momento.
—Por la forma en que agita la cola —respondió intrigada por la atención de que
era objeto. ¿Qué buscaría ese hombre?-. Lo sugirió mi madre.
—¿Vive con ella?
— Sí, es viuda -dijo a secas, deseando que no le hiciese más preguntas. El tipo no
tenía por qué saber dónde ni con quién vivía.
Deseó que el incidente no hubiera sucedido y que no estuviese hablando
con un extraño, por más tranquilo y bien parecido que fuese. Tocó al perro con el
pie para que se moviera. Sólo él la libraría de esa torpe situación de la cual no sabía
cómo salir.
Al levantar los ojos hacia el hombre a quien perturbó en su tranquilidad, se dio
cuenta de que él noto el movimiento de su pie y que adivinaba su intención. La molestó
esa aparente omnisciencia. Era un desconocido y no tenía por qué mirarla de esa
forma.
Él sonrió, pero ella se mantuvo seria. Al parecer él se daba cuenta de que la
irritaba y lo hacía con premeditación. Adrienne echó su silla hacia atrás.
—Flick, ¿de modo que es Flick? -el hombre acarició al animal.
—Gracias por el té -murmuró molesta por la forma en que el perro le frotaba la
nariz al extraño, como si fuese su amigo-. Lamento lo sucedido.
Cuanto más pronto saliera del café, más pronto retornaría a la normalidad. Se
despediría y nunca volvería a ver a ese hombre. Por más que lo intentaba no lograba
comprender la simpatía de Flick hacia él.
—Flick—volvió a llamarlo—. ¡Flick!
El perro la miró sorprendido por la voz áspera de su ama. Estaba inquieta porque
el hombre parecía querer salir con ellos. Finalmente, con el perro en medio, salieron a
la intemperie donde el sol había ganado la lucha contra los nubarrones.
— Un día hermoso —dijo el hombre y Adrienne no contestó. ¿No se daba cuenta
de que ella quería deshacerse de él? Caminó a su lado mientras Flick brincaba
intentando coger un pequeño trozo de madera.
-¿Vive lejos de aquí? -preguntó él.
—No demasiado.
—¿Me permite acompañarla?
Le miró disgustada y quería decirle que no, pero no pronunció la palabra, no sólo
por timidez sino que pensó que no debía ser desatenta. Había algo en él que la
intimidaba, alguna fuerza innata, especial. Además, estaba en deuda con él por haber
roto momentáneamente su tranquilidad.
— Si lo desea —replicó más animada de lo que hubiese querido. Caminaron juntos
como si fuesen antiguos amigos. Flick brincaba y gruñía feliz al tener un nuevo amigo
con quien jugar. Él lo entretenía arrojando el pedazo de madera que Flick recogía y
traía entre los dientes.
Adrienne, que por lo general no era muy conversadora, estaba decidida a no
conversar más con él. Además, temía que interpretara mal las cosas pensando que ella
propiciaba alguna relación.
-¿Trabaja para ganarse la vida? -le preguntó al salir del parque.
—Sí—respondió molesta por su audacia.
—¿Aquí? -persistió.
— Sí —asintió sabiendo que seguiría preguntando—. Soy secretaria de un
escritor.
-¿De veras? ¿Es famoso? ¿Debo conocerlo? ¿Puedo saber su nombre?
Eran las mismas preguntas que siempre le hacían cada vez que mencionaba el tipo
de trabajo que desempeñaba. Todos mostraban interés por saber si el escritor era
famoso.
-Trabajo para Clifford Denning.
—Ah —el hombre parecía desilusionado, igual que muchos-. No lo conozco. ¿Qué
tipo de obras escribe? ¿Novelas?
— Pues... un poco de todo —no quería que siguiese interrogándola.
—¿Es novelista?
—Él, bueno, él... —decidió decirle parte de la verdad—. Sí, escribe novelas.
Su tono fue tajante. No iría a confiarle a un perfecto extraño lo que no tenía
permitido divulgar ni a los amigos más cercanos del autor, es decir que el hombre era
famoso por su seudónimo Damon Dañe, popular escritor de novelas de misterio y que
sus libros, casi todos en edición de bolsillo, le proporcionaban fuertes ingresos que le
permitían vivir con comodidad.
Antes de dedicarse a escribir tales novelas, Clifford Denning intentó crear lo
que él llamaba novelas «reales», de un verdadero interés literario. Falló, pero logró
hacer amistad con algunas figuras conocidas en el mundo de la literatura. A base de
sus novelas concebidas pero no escritas, merecía el respeto de aquéllos. Por eso le
exigió a su secretaria que mantuviera el secreto.
-¿Son complicadas las novelas que escribe su jefe? ¿O quizá los mortales
comunes como yo pueden comprenderlas? ¿Las comprende usted?
—Eh... sí.
-Bueno, ya dimos un paso importante -¿cuándo dejaría de sondearla?—. Si usted
las entiende, no dudo que podré hacerlo también. ¿Son románticas, históricas,
políticas o de ciencia ficción? -Adrienne no contestó—. ¿Y bien? —insistió.
—No me permiten decirlo —tan pronto pronunció las palabras se arrepintió. Su
declaración implicaba intriga y encubrimiento y el hombre lo captó al instante.
—¿Conque existe misterio? —la palabra «misterio» la hizo respingar. Estaba más
cerca de la verdad de lo que él mismo sospechaba. ¿Quién era? ¿Algún periodista en
busca de un jugoso escándalo para desplegar en los titulares de los diarios?
-Vivo aquí... adiós, señor... -se detuvo en una callecita angosta que desembocaba
en la gran avenida. Flick se adelantó corriendo a la casa.
-Si me lo permite, señorita Garrón, me gustaría volver a verla.
-Pero yo... no -se apartó deseando que Flick estuviese a su lado.
—¿Podríamos vernos para dar un paseo y tomar el té en el parque? —la
interrumpió.
-No, gracias -aspiró profundo.
-¿Tal vez esta misma noche? Verá, he llegado hoy a esta ciudad y no la conozco.
Sería grato disfrutar de compañía femenina.
Adrienne quería decir que de nada servirían sus ruegos, porque estaba
comprometida; que algún día se casaría con su jefe ya que no era sólo su secretaria, y
que era un secreto que ni su madre conocía.
Levantó la cabeza y se dio cuenta de que era bastante más alto que ella, que su
tupido cabello oscuro estaba despeinado por la brisa y que tenía dedos largos y
sensibles y manos bien cuidadas. Se preguntó cuál sería su ocupación.
La chica se ruborizó y desvió la mirada. Era indispensable que no cediera a la
súplica enternecedora de sus ojos. Sin embargo, no podía negar que se sentía halagada.
Pero estaba comprometida y le debía lealtad a Clifford, su futuro esposo, aunque el
extraño fuese peligrosamente atractivo.
— Señorita Garrón, si sus pensamientos de estos últimos minutos se hubiesen
registrado en una gráfica veríamos un intrigante patrón de alzas y bajas. Imagino que
el patrón se estabilizó al tomar la decisión correcta. ¿Me dirá que sí? -habló con
absoluto aplomo. En ese momento Flick regresó corriendo y se abalanzó contra las
piernas de su ama, con lo cual ella perdió un poco el equilibrio—. ¡Oye, perrito, ya le
has dado bastantes molestias a tu dueña! Entonces, señorita Garrón, ¿sí o no?
— Bueno yo...
— De modo que acepta. Considero que un titubeo indica aceptación.

Sobre todo en las mujeres que no rechazan de inmediato. La veré aquí mismo,
esta noche, a las siete y media.
Se inclinó, apartó a Flick de sus pies y lo acarició. Sonrió, despidiéndose y
prosiguió su camino.
—¿Eres tú Adrienne? -la recibió la voz de su madre. El énfasis en la última sílaba
de su nombre que a veces usaba como artificio, la molestaba—. Me duele la cabeza y
estoy acostada en la oscuridad. ¿Podrás encargarte de todo, querida? ¿Prepararás el
té? Te ayudaría si pudiese, pero... - Adrienne estaba acostumbrada a las jaquecas de
su madre quien, a menudo, le repetía que se debían a la tensión. Sin embargo, la señora
sucumbía a su dolencia de buena gana ya que le daba cierta importancia y, según ella,
significaba que su poder mental era superior al del resto de los mortales. Por otro
lado, le proporcionaba una excusa para no hacer el trabajo casero, el cual relegaba en
su hija.
Adrienne suspiró cansada porque le habría gustado que alguna vez, y para variar,
le sirviesen a ella.
— ¡Sácalo de aquí! -gritó la voz petulante de Loma Garrón cuando vio que Flick se
metía en su alcoba. El perrito salió disparado.
La casa donde vivían no era muy grande, pero bastaba para sus necesidades.
Loma Garrón, a quien le gustaba lo pintoresco, se recreaba con su antigüedad. Las dos
pequeñas alcobas de techo inclinado y ventanas batientes eran cómodas. La sala era
alargada y le proporcionaba a Loma el telón de fondo adecuado para desplegar sus
toques artísticos personales. Tenía gusto por las rarezas que descubría en tiendas de
antigüedades y en los bazares y, desde luego, la hija se encargaba de limpiarlas.
La cocina era también pequeña y parecía serlo mucho más debido al moderno
equipo comprado con el dinero que dejó el difunto marido de Loma. Su muerte
prematura, acaecida seis años antes, la dejó postrada y su hija ocupó el lugar del
padre en el hogar. No sólo ganaba el sustento sino que tomaba todas las decisiones.
Adrienne preparó la comida del perro que esperaba sentado sobre sus patas
traseras y con la lengua fuera. Tan pronto como le colocó el tazón, empezó a comer
como si no lo hubiera hecho durante varios días.
Mientras hacía la cena, la joven pensó en el desconocido. No podía
apartar de su mente la idea de que lo había visto antes, por imposible que fuera.
Se encogió de hombros intentando olvidarse de él; no pensaba acudir a la cita. No era
de las que salían con un desconocido cuyo nombre ignoraban.
Cuando estaba casi lista la cena, su madre le gritó que no podría probar bocado
porque el terrible olor que emergía de la cocina le había agravado la jaqueca- Adrienne
suspiró. De no haber estado tan ensimismada, le habría preguntado a su madre lo que
le apetecía comer.
Flick terminó su cena y se tumbó tranquilamente. Adrienne lo acarició detrás de
las orejas y le dio un poco de agua. Luego lo dejó salir.
La joven cenó sola. Recogió los platos y limpió la cocina. Para entonces él estaría
esperándola en vano y ella se sentía molesta por no haber acudido. El hombre parecía
decente y no le habría hecho daño alguno. Debería ir a decirle que lo sentía, pero sería
ridículo ya que al verla pensaría que acudía a la cita.
Las manecillas del reloj prosiguieron su marcha. Era imperdonable dejar a alguien
plantado, aunque fuese un extraño. Sintió lástima por él. Una hora después, Adrienne
se dejó caer en una silla desalentada. Había desperdiciado la oportunidad y nunca
volvería a verlo.

CAPÍTULO 2

A LA MAÑANA siguiente, antes de irse al trabajo, Adrienne llevó el desayuno a


su madre a la cama. Loma estaba sentada, reclinada en una almohada, tenía los ojos
cerrados y las manos cruzadas sobre la manta. Estaba oyendo la música del aparato de
radio. Igual que su hija era rubia, de cutis pálido y aspecto muy joven, a pesar de sus
cuarenta y seis años. Su rostro no tenía arrugas de preocupación o compasión. Era la
imagen misma de una persona egoísta.
—Me levantaré dentro de unos minutos -anunció-. El comité de damas vendrá a
tomar café -suspiró—. Ojalá no fuese la reunión aquí. ¿Te has encargado...?
-¿De los trastos? Sí. Todo está limpio y en su sitio. Te prepararé la cafetera de
modo que sólo tendrás que conectarla.
—¿Qué haría sin ti? —Loma extendió la mano para tocar la de su hija.
-No te preocupes, siempre estaré contigo, ¿no? -se encogió de hombros. Ésa
sería su vida, pensó mientras caminaba a la residencia de Clifford Denning. Al casarse
con él estaría cerca de su madre y la ayudaría en lo que fuese necesario.
Adrienne llamó al perrito, se lo llevaba a diario. Su madre se negaba a cuidarlo.
No quería asumir ni esa responsabilidad.
En el momento en que Adrienne pasó por el lugar donde debió encontrarse con el
extraño, desvió la cabeza, sintiéndose culpable. Flick iba bastante adelante, conocía el
camino. Clifford nunca mostró afecto por el perrito y en su vida no cabían los animales.
Hasta ese momento lo había tolerado con tal de contar con los servicios de su
secretaria que ahora era su novia. Las cosas seguirían igual.
La casa de Clifford era grande y más vieja que la de Loma. Eso sí, estaba en
mejores condiciones. La sala era espaciosa, con techo de grandes vigas y una gran
chimenea de ladrillo rojo. Por las ventanas del fondo se veía el jardín lleno de rosas,
varios bancos de madera y un caprichoso caminito asfaltado. Había una arboleda al
final con una pequeña cabaña que era la oficina de Adrienne. A Clifford le molestaba
escuchar el tecleo de la máquina de escribir.
A la joven no le molestaba la actitud de su prometido ya que le gustaba estar
sola y tranquila. Cuando soplaba un fuerte viento, los árboles se mecían y murmuraban.
En el verano, sombreaban la cabaña y proyectaban formas de encajes por la ventana.
En el invierno, los árboles quedaban desnudos, pero semejaban un ejército protector
contra la nieve y el intenso frío.
Su perro siempre la acompañaba. En los días soleados dejaba la puerta abierta
para que entrara y saliera a su antojo. En época de frío, el animalito arañaba la puerta
y ella lo dejaba salir algunos ratos.
Clifford nunca aparecía por allí. Dictaba sus novelas en la casa, en el primer piso,
y la joven esperaba pacientemente, mientras él formaba las frases, las pronunciaba y
las corregía.
Adrienne no tenía horario fijo. A veces no era necesario ir por la mañana y
trabajaba por la tarde. Al convertirse en su prometida, su jefe no cambió, siendo la
única diferencia el que Clifford la recibiera, en ocasiones, con un beso distraído.
La joven descorrió el pestillo y subió la escalera. El autor estaba en la cama,
igual que había dejado a su madre. Era lo usual ya que no se levantaba hasta media
mañana. Alegaba que sus pensamientos fluían mejor al estar relajado y lo lograba
permaneciendo en el lecho. Se quejaba de tener el corazón débil, y sostenía que era
preciso cuidarse y descansar su cuerpo lo más posible.
Flick entró en la alcoba y cogió una pantufla de Clifford por lo que su ama lo
amonestó. Adrienne todavía se sentía cohibida ante su prometido y no sabía si darle
los buenos días con un beso. Él, indiferente, no se dio cuenta de la falta de la caricia
porque estaba molesto por los juegos del animal.
— Sácalo de aquí -dijo petulante y ella obedeció. El perrito corrió por el pasillo y
se puso a olfatear las puertas cerradas, deteniéndose ante una de ellas con evidente
señal de alegría e inquietud.
Adrienne oyó que su novio la llamaba impaciente, así que cerró la puerta y se
olvidó de Flick. Sabía que tarde o temprano iría a la cocina donde la señora Masters, el
ama de llaves, lo mimaría.
Sacó su libreta de un cajón y se dispuso a tomar el dictado. Observó a su novio
mientras esperaba que le diera forma a sus pensamientos. Tenía cuarenta y tres años,
sólo tres años menos que su madre, y su rostro, al igual que el de su progenitora,
estaba fresco. Contrastaban en colorido, Loma tenía el rostro pálido y Clifford lo
tenía sonrosado. Sus mejillas eran llenas, las de su madre eran delgadas. Tenía ei pelo
castaño, con algunas canas, y el cuerpo rollizo. A pesar de su condición física no
disminuía la ingestión de alimentos. En un momento dado, la chica se dio cuenta de que
empezaba a mostrar su edad, pero como ella era dieciocho años menor que él podría
proporcionarle la fuerza física y moral que necesitaría.
Interrumpieron el trabajo cuando la señora Masters, una mujer alta, delgada y
muy amable, les trajo el café de media mañana. Intercambió algunas palabras con
Adrienne antes de retirarse.
Bebieron el café en silencio. Adrienne no se atrevía a hablar. Sabía que Clifford
planeaba los siguientes párrafos o todo un capítulo. Sonriendo resignadamente, aceptó
que estaba bien entrenada como secretaria suya. Sería buena esposa al no hablar
fuera de tiempo para no interrumpir sus meditaciones. Los libros eran su vida y
ninguna mujer debía interferir en lo que le agradaba al esposo.

Trabajaron hasta la hora de la comida. Al dejar a Clifford para irse a casa, se


inclinó para recibir un beso. Distraído, él levantó la boca y la besó en la mejilla. Ella
ahogó su decepción diciéndose que no debía ser egoísta; él pensaba en el trabajo.
Debía aprender a no mezclar el trabajo con la vida privada.
Su madre estaba levantada y le informó que su reunión tuvo éxito. Sin
resentimiento, yaque era quien siempre lo hacía en casa, Adrienne recogió y lavó los
platos antes de preparar la comida. Su madre puso la mesa y se sentó suspirando, tuvo
una mañana muy activa, según ella.
Al regresar al trabajo, la chica se dirigió a la cabaña. Abrió la puerta y Flick.
entró alegremente olfateando los conocidos rincones. Luego, salió para internarse en
la arboleda. Adrienne mecanografió durante un buen rato hasta que escuchó el ladrido
inquieto de Flick. Pensó que habría encontrado algún gato. La puerta de la cabana se
abrió. — ¿Cómo está el moretón? —le preguntaron.
Adrienne se volvió atónita. No podía creerlo, allí estaba el extraño. Sonreía
divertido por la sorpresa y la confusión que notó en ella. La joven no pudo contestar
porque el corazón le latía demasiado aprisa.

—Azul, tal como lo esperaba, un azul como el de sus ojos —se acercó y le tocó la
hinchazón de la frente.
— Hola, perrito, volvemos a encontrarnos —agregó al ver que Flick le gruñía y
olfateaba los pies—. Nos divertimos juntos esta mañana, ¿verdad?
—¿Qué quiere decir?
-Conque tu ama puede hablar. Empezaba a dudarlo -bajó a Flick-. Llegó a mi
habitación al reconocer mi rastro y lo dejé entrar.
—¿Se aloja aquí? —el extraño asintió—. Comprendo, Flick reconoció ayer el olor
de la casa en sus zapatos.
— Una lógica detectivesca muy astuta. Su novio debería usarla en alguno de sus
libros.
—¿Qué sabe de las novelas de Clifford?
—Mucho, ¡no sabe cuánto! Después de todo, soy su hermano. Sí, supuse que eso la
sorprendería. ¿Nunca me mencionó? Era de esperarse, no le caigo muy bien que
digamos y nunca fui santo de su devoción.
-Por eso...
—Por eso, ¿qué?
— Me pareció que tenía un aire conocido. Estaba casi segura que lo había visto
antes, aunque no podía ser.
— Dios mío, ¡no me diga que me parezco a mi querido hermano! ¡No lo soportaría!
— Pero... ayer me hizo preguntas sobre sus libros, ¿por qué? —aspiró
profundamente—. ¡Me estaba poniendo a prueba! ¿Para indagar cuánto divulgaría? —él
asintió—. ¡ Y se las arregló para citarme sabiendo que estoy comprometida!
-No me rechazó.
-Yo... yo... -no pudo defenderse-. Nunca dije que acudiría.
—Tampoco dijo que «no», como habría hecho cualquier chica buena
comprometida. ¿Por qué no me dijo la verdad? ¿Qué habría pasado si yo no fuese un
hombre decente? ¡Debe amar mucho a mi hermano!
De modo que también eso estaba en tela de juicio.
—Tan pronto como me enteré del compromiso de mi hermano, tuve curiosidad
por conocer a la chica que se ataría a él de por vida. Sabía que no podía ser por amor
-su arrogancia era insoportable-. Sospeché que sería por su dinero. Tenía razón, ¿no?
— Está equivocado.
—Perdóneme, pero no lo creo —la observó atento—. A menos que sea por piedad.
—Claro que no. Es... por... — no podía pronunciar las palabras.
—No me diga que le ama.
—No se deje guiar por sus prejuicios fraternales. Él tiene cualidades.
—¿De veras? Eso es noticia, lo conozco desde hace mucho.
—Usted es menor que él.
—Aunque quisiese no podría negar esa declaración, desde luego que soy menor,
nos separan siete años.
—Entonces, tiene usted treinta y siete años.
— ¡Santo cielo, perrito, la chica sabe hacer cuentas!
—Siento lo de anoche. ¿Me esperó mucho tiempo? —preguntó antes de proseguir
con su trabajo.
—No esperé ni un segundo. Nunca tuve intención de acudir. ¿Y usted?
—Tampoco -se maldijo por incauta. Empezó a mecanografiar esperando que se
diera por aludido y saliera. No le era grato el hermano de su prometido.
-La señora Masters me pidió que le dijera que el té está listo.
—Por lo general, lo tomo aquí, mientras trabajo. —Ah, pero hoy será en la sala,
en mi honor.
A regañadientes caminó con él por la arboleda y por el sendero curvo, atravesó el
jardín y llegó a la casa. Flick los acompañó brincando alrededor de él sin que pareciera
molestarle.
—Por lo menos le caigo bien al perrito - sonrió.
—Habéis tardado mucho —les dijo Clifford con tono de sospecha—.
Parece que os conocéis.
—Muy astuto, hermano, pero no es de extrañar por tus dotes de detective —le
indicó un sillón a Adrienne—. En efecto, nos conocimos ayer en el parque —se sentó y
observó cómo la joven servía el té. Al recibir su taza la miraba, pero le hablaba a su
hermano-. Si he de ser honesto, entablé conversación con ella — Adrienne derramó un
poco de té y se sonrojó. Estaba furiosa.
—¿Qué diablos quieres decir?
—No es cierto, Clifford — protestó la joven —. La culpa la tuvo el perro... —Lo
siento, mi querida Adrienne, digo la verdad -a la chica le molestó que usara su nombre
de pila-. Fue muy fácil. Nunca me fue más fácil trabar amistad con una mujer —con
satisfacción maliciosa observó el enfado de la joven, luego se volvió a su hermano—. Tu
prometida aceptó salir anoche a dar un paseo conmigo.
— ¡No lo hice! -gritó enfurecida por la forma en que tergiversaba la verdad—.
¡Nunca acepté acudir a la cita!
—Claro que sí. Aceptó tácitamente. Todos sabemos que cuando no se pronuncia el
monosílabo de negación, es que se acepta. —¿Sabías quién era ella? —inquirió intrigado
Clifford.
—Sí, porque me dio su nombre con la mejor voluntad y no preguntó el mío. Eso me
extrañó -sonrió engatusador-. ¿Nunca pregunta el nombre de la persona con quien va a
salir? ¿Son tan cortas sus aventuras que no vale la pena saber con quién las corre?
¿Sus relaciones son de una sola noche? —se burló de la ira de la joven y agregó
dirigiéndose a su hermano—: Tu novia parece querer zarandearme —y con burla
añadió—: No es conveniente maltratar a tu futuro cuñado. A propósito, hermano, haz
el favor de presentarnos oficialmente.
-Adrienne, éste es Murray, mi hermano menor. Murray, mi prometida, Adrienne
Garrón. ¡Pero esto es ridículo! No creo ni una palabra, Murray. Adrienne no es de las
que saldrían con un desconocido, ¿verdad, querida?
-Bien sabes que no —respondió mientras colocaba la mano en su brazo. Él se la
acarició y Murray, con una sonrisa burlona, los observó.
—El galán sale después de grandes muestras de amor. La heroína corre tras él
ansiosa de continuar —chasqueó la lengua disgustado—. Es como presenciar una Obra
banal de teatro con malos actores. ¿Cuándo cobrarán vida los personajes principales?
Flick se despertó al escuchar los pasos de su ama y la siguió.
-¡Oye, Flick! -el perro se volvió al escuchar su nombre-. ¿Vienes a dar un paseo
conmigo? Adrienne, ¿tienes correa para él?
—Sí, está en el vestíbulo, ¿por qué?
- Deseo pasear y quiero llevarlo.
—¿Podrías pedirme permiso?, es mi perro.
—El animalito me lo está pidiendo, ¿no te das cuenta? —Flick corría alrededor de
las piernas de Murray, quien se inclinó para acariciarlo-. Por el momento, Flick es el
único amigo que tengo... ¿puedo llevármelo?
—Si quieres... —respondió a regañadientes. La actitud del animal la puso celosa,
sobre todo porque él la desconcertaba.

Adrienne seguía escribiendo a máquina cuando Murray regresó. La puerta se


abrió y Flick entró jadeando antes de echarse junto al escritorio.
-Te lo devuelvo sano y salvo -Murray se dirigió a un archivo contra el cual se
reclinó con los brazos cruzados-. No te extrañó. Jugamos y corrimos. ¿Lo haces tú?
-Por supuesto.
—Tenernos algo en común. Eso nos acerca y permite una mejor comprensión.
Después de todo, pronto seremos parientes, por lazos matrimoniales.
—No hace falta que me lo recuerdes -replicó con ironía. —Me doy cuenta que
haremos buena amistad como cuñados —se acercó a la máquina de escribir y leyó
algunas palabras-. La suerte de Láser por Damon Dañe —inspeccionó las estanterías y
leyó algunos de los demás títulos— . Gamma dos por Damon Dañe, Quasar Fantastic
por Damon Dañe. ¡Qué forma de producir! ¿Ha escrito algo de ciencia ficción? —No,
todas son novelas de misterio.
—Es pura tontería -aseguró después de leer algunas oraciones del libro que
escribía—. No me extraña que desee mantenerlo en secreto. Supongo que sabes con
quién y con qué te casarás. Nunca tuvo más inteligencia que la de una golondrina. ¡Y
estoy menospreciando a los pajarillos! - Le va bien con su obra - repuso a la defensiva.
—Tienes razón y seguro que eso te agrada. Pronto compartirás su fortuna.
—No me digas que estás celoso —dijo apesadumbrada.
-De qué, ¿de su chica o de su fortuna?
—De su fortuna ya que no dudo que tus ingresos son mucho menores que los de
él.
—Palabras rimbombantes para una joven e ignorante secretaria. No sabes lo que
gano ni cuánto tengo en el banco. Tampoco sabes nada de mí ni de mi trabajo.
—En cambio sé que odias a tu hermano y puesto que seré su esposa también me
odias a mí.
-Odio no es la palabra adecuada. Mi hermano me es indiferente y lo mismo reza
para la persona que sea lo bastante tonta como para aceptar ser su esposa.
Se hizo un silencio molesto. Adrienne fijó la vista en las palabras
mecanografiadas. Murray se inclinó y le levantó la barbilla mirándola.
—¿Por qué me haces decir cosas que te hieren? Sé que así es porque lo veo en
tus ojos. Te conozco desde hace unas cuantas horas, pero por algún motivo y a pesar
de ser tan joven e inocente, deseo herirte. Ninguna mujer me hizo reaccionar así. Lo
opuesto sí, aliviar en vez de lastimar.
-Ya te lo dije -replicó-. Por considerarme tu futura cuñada hieres a tu hermano a
través de mí. Recuerda que dentro de poco seré parte de él.
—Vaya con la psicóloga —le soltó la barbilla—. Si me descuido, no tardarás en
tenerme acostado en el sofá -salió sin decir más.
Adrienne trató de olvidarse de él, pero su presencia dominaba en la habitación.
Sus ojos lo veían, sus oídos escuchaban su voz y su mente recordaba sus palabras.
Estaba desconcertada.

CAPÍTULO 3

CUANDO Adrienne llegó al trabajo a la mañana siguiente, Clifford parecía estar


soñoliento y se esforzó por incorporarse. No se había afeitado, cosa extraña en él.
Estaba pálido, pero su voz tenía el timbre habitual. La bandeja que estaba a su lado
indicaba que había desayunado.
-No estoy muy bien, querida. Tengo que cuidarme, ¿lo comprendes? —le tomó la
mano y la acercó para darle un beso fugaz en la mejilla. Adrienne estaba sorprendida y
algo preocupada. Por lo general no era tan demostrativo con ella-. ¿Comprendes que al
casarnos nuestra vida no será igual a la de otras parejas? Necesito cuidarme a causa
de mi corazón. ¿Lo comprendes, verdad? —repitió con deseos de que ella lo calmara.
-Claro que sí, Clifford.
-Allí encontrarás un capítulo manuscrito -le indicó un cajón al otro lado de la
habitación—. Anoche, después de tu partida, me sentí inspirado. —¿Por qué no me
llamaste? Habría venido.
-Lo sé, querida, pero no me aprovecharía de tu bondad -le acarició la mano—. Al
acabar el capítulo, puedes irte. Tómate la tarde libre y llámame esta noche, es posible
que para entonces me sienta mejor.
—Te veo alicaída. ¿Pasa algo malo? —preguntó Murray al aparecer en el pasillo.
—Es Clifford. No se siente bien.
— ¿Qué le pasa? —preguntó molesto.
— Es su corazón. ¿No sabes que tiene una afección cardiaca?
—¿Eso te ha dicho?
—¿No lo crees? -qué inhumano era-. ¿Cómo puedes permitir que tus prejuicios te
cieguen tanto? ¿Por qué eres tan duro con él, sobre todo sabiendo que está enfermo?
— Hablas como la típica prometida preocupada por su amado —habló con
cinismo-. Mi querida muchacha, ya que vas a ser su esposa, permíteme que te
tranquilice. No sufre ninguna dolencia, se la imagina porque le conviene.
—Sube y cerciórate, verás que está realmente enfermo -la enfadaba su
escepticismo.
—Lo haré —antes que ella terminara de hablar ya había subido la escalera. En el
descansillo se volvió y añadió—: ¿Ha desayunado?
-Sí.
-Tal como lo pensé. El día que mi hermano deje de comer, sabré que está
enfermo.
Adrienne se pasó la tarde paseando con Flick. Almorzó con su madre que la ayudó
de mala gana con la vajilla. Cuando Adrienne le dijo que no trabajaría esa tarde porque
su jefe no se sentía bien, la señora se inquietó, no por el hombre a quien no conocía,
sino porque Adrienne se quedaría en casa.
-Me gustaría descansar unas cuantas horas, querida, tengo dolor de cabeza y
debo descansar antes de la reunión en casa de la señora Manley.
-Está bien, mamá. Saldré y me llevaré a Flick.
—No creas que quiero echarte de casa, amor, pero sólo descanso al estar sola
—dijo, dándole una palmadita cariñosa en la mano.
Adrienne fue a dar un largo paseo por el campo y permitió que Flick correteara a
su antojo. Después fueron al café del parque. Al entrar, lanzó una mirada temerosa a
su alrededor, pero Murray no estaba allí.
Esa noche, Clifford se sentía un poco mejor, aunque sin ganas de trabajar. Le
sugirió a la joven que regresara al día siguiente por la mañana. Flick la esperaba en el
pasillo.
—Vamos —le dijo la chica al animal—. Iremos a dar otro paseo —le colocó la
correa en el collar.
—¿Puedo acompañarte? —Murray estaba junto a la puerta de la sala. La joven
titubeó, pero él no esperó su contestación. La siguió a la calle-¿A dónde vas?
—Por lo general voy al campo.
-Allí iremos -le quitó la correa, haciéndola enfadar, aunque no protestó. ¿Por qué
no podía decirle, como lo hubiesen hecho otras, que el perro era de ella y que él era un
entrometido?
-¿Qué hiciste esta tarde? No estabas en la cabana -así que la fue a buscar, tal
vez con el propósito de molestarla.
—Hice lo mismo que estoy haciendo, fui a pasear.
-¿Sola?
-Con Flick.

—¿Es así cómo te entretienes en tus horas libres? ¿No tienes alguna afición o
pasatiempo favorito?
—Pasear es mi hobby. Me saca de casa.
—¿Es eso necesario? ¿Trabaja en casa tu madre?
-Mi madre no trabaja. Le gusta quedarse sola en ocasiones, descansa...
demasiado.
-¿Está enferma?
-Se parece un poco a Clifford. En ocasiones está bien, en otras, está enferma.
Tiene jaquecas.
- ¿No ha ido a ver al médico?
- Sí, le recetó unas pildoras, pero no le ayudaron - levantó la cabeza y al verlo
pensativo deseó confiar en él-. Desea tenerlas porque, al parecer, las disfruta. Si no
fuese mi madre y si no diera la impresión de ser cruel, diría que... bueno, las utiliza
como excusa para evitar asumir responsabilidades.
-¿Otra vez la psicóloga? Erraste la profesión -murmuró sonriendo. Adrienne se
sonrojó y desvió el rostro. Habían llegado al campo. Murray se inclinó para quitarle la
correa a Flick, que salió corriendo. —¿De qué responsabilidad se libra tu madre? —Del
trabajo casero, la cocina y otras cosas. Todo lo hago yo. —¿Nq tienen quién las ayude?
-¡Santo cielo, no! No podemos permitírnoslo. Cuando no estoy trabajando con
Clifford me encargo de la casa.
— Así que dedicas tu tiempo a atender a tu madre, y a tu prometido ¿Vas
. de un seudoinválido al otro?
—No lo considero así. Lo acepto como un modo de vida. - ¿Nunca sales? ¿Tu única
distracción es pasear?
¿Qué tiene de malo? —Está bien -le dio una palmadita en el hombro-. No te
ofendas con tanta facilidad.
Caminaban por el sendero, paralelo a la cerca que al llegar al trigal se
estrechaba. Murray permitió que ella fuera adelante. Flick se había perdido de vista.
Al ampliarse de nuevo el sendero reanudaron la marcha uno al lado
del otro.
—Murray —murmuró tímida y él sonrió amable—. ¿En qué trabajas?
- Sabía que me harías la pregunta. Adivina.
—El día en que te conocí pensé que podías ser periodista o... detective
-al soltar él la carcajada, ella agregó a la defensiva-: Haces muchas preguntas.
— Estás despistada. Participo en un proyecto de investigación en una
universidad.
-¿Sobre qué materia?
—Te lo diré de forma más sencilla... no por menospreciar tu inteligencia. Se trata
de investigar los efectos que causa una dieta en ciertas partes del cuerpo humano
—ella esperó más explicaciones, pero eso fue todo.
-¿Eres profesor universitario?
-Hasta cierto punto sí.
-¿Estás casado?
— No —rió de nuevo—. ¿Te interesa saberlo porque serás mi cuñada o por simple
curiosidad?
-Por las dos cosas -la pregunta la confundió y por eso respondió con ambigüedad.
Llegaron a unos peldaños que servían para atravesar la cerca. Flick pasó por
debajo. Murray se subió primero y luego, tomándola de la cintura, la ayudó a saltar.
— Ligera como una pluma —comentó ruborizándola—. ¡Es raro encontrar tanta
timidez en alguien de tu generación! Hablando de generaciones, ¿cuántos años tienes,
Adrienne?
-Veinticinco -le informó de buena gana.
— Mi hermano tiene cuarenta y tres, lo que significa que tiene dieciocho años
más que tú. Supongo que lo sabes -ella asintió-. ¿No te preocupa?
-¿Por qué habría de preocuparme? -de nuevo estaba tensa-. Cuando se ama...
-¿Le amas, Adrienne?
-¿Habría aceptado casarme con Clifford si no fuese así?
—Tal vez.
— Supongo que tienes novia —cambió de tema. -Dado que la pregunta es retórica,
no necesito contestar. -¿Me estás diciendo que no me meta en asuntos ajenos?
-Otra pregunta retórica, pero contestaré. ¡Sí! -el desaire la silenció-. ¿Cuánto
hace que enviudó tu madre?
—Seis años. Mi padre era más de veinte años mayor que ella. —Ahora comprendo.
Es tradición en la familia — al ver que no comprendía agregó—: Casarse con alguien
bastante mayor. Me pregunto cómo me iría casado con una chica dieciocho años menor
que yo —movió la cabeza—. No me atrae, sería como casarme con una niña. Prefiero
una más madura. Está oscureciendo, más vale que regresemos -llamó al perrito con un
silbido. Adrienne estaba celosa por el cariño del perro hacia Murray.
- ¿.Estará sola tu madre?
—Sí, a esta hora habrá regresado de la reunión y ha de estar viendo la televisión.
—Tu vida es muy solitaria, eso explica la compañía de Flick. —No sé lo que haría
sin él -murmuró seria. La mirada escudriñadora que le dirigió Murray fue tan
reveladora como lo habría sido una radiografía de su mente y deseó que no fuera tan
perspicaz.
Al regresar, Adrienne sintió que la alcoba de Clifford tenía ambiente de cuarto
de enfermo. Lo peor era que él parecía regocijarse en ello. Sus hábitos estaban
condicionados a llevar una prematura vida de anciano.
A menudo la joven se preguntaba por qué Clifford le propuso matrimonio. No
estaba preparado mentalmente para un compromiso así ya que no parecía estar
dispuesto a aceptar a otra persona en su mundo privado. Su mente era más importante
que su cuerpo. El temor aguijoneó a Adrienne porque no podría casarse con una mente.
En el matrimonio existían más facetas que la de compartir pensamientos. Existía el
lado físico que permitía un intercambio corporal, una unión por amor. Recordó que él le
advirtió que no llevarían el mismo tipo de vida que las demás parejas. Tuvo deseos de
hablar con Murray ya que propiciaba las confidencias e inspiraba confianza. Pero le
contestaría con cinismo, aunque de forma razonable, se burlaría de ella, quizá.
Toda la mañana escribió al dictado ya que Clifford estaba más animado. Las
palabras no dejaron de fluir. Al salir ella de su alcoba, a la hora de la comida, Murray
también salió de la suya. De inmediato notó que sus relaciones volvían a la hostilidad
inicial.
—Hola -saludó retador-. ¿Has trabajado mucho? -al ver que ella fruncía la
frente, añadió-: Es mi mente masculina... eh... y... después de todo estás comprometida
con él. -No hicimos más que trabajar. —De acuerdo —hizo un gesto conciliador—.
_De acuerdo hermano, estoy seguro de que hicisteis eso. Pero si yo estuviese
trabajando toda la mañana con una atractiva mujer en mi alcoba...
Esa tarde la joven mecanografió el dictado matutino. Iba por la mitad cuando
Murray entró. Flick mostró su afecto por el nuevo amigo, que jugaba con él con
rudeza, pero con cariño.
Adrienne se quedó sentada, esperado con las manos entrelazadas. Aquel hombre
lo llenaba todo con su personalidad. Él se levantó, se sacudió los pelos del animal y la
observó.
-Veo que mi futura cuñada me da la misma bienvenida.
-No me gusta que me llames así.
—¿Por qué? —se sentó en el escritorio y metió las manos en los bolsillos-.
¿Cambiaste de parecer y no te casarás con mi hermano? No te culparía.
-No, nada me haría cambiar de opinión. Sólo que «cuñada» me recuerda la
relación que tendré contigo.
-Tus respuestas mejoran -repuso después de carcajearse-. Mi presencia por lo
menos te agudiza el cerebro. Tendremos que mantenernos en contacto cuando me vaya
para que no pierdas tu ingenio. -¿Te vas?
-Todavía no. ¿Deseas que lo haga? -No -se sonrojó—. Acabas de llegar.
—Para tu información, pasaré casi todas mis largas vacaciones aquí —la miró
pensativo y la chica no contestó. Levantó la mano izquierda de ella-. ¿Por qué no te ha
regalado un anillo de compromiso mi hermano?
- Por el momento desea que nuestro matrimonio se mantenga en secreto. -¿Está
avergonzado de ti?
—Por supuesto que no. No quiere publicidad. Dice que empeoraría su enfermedad.
Además, la prensa podría descubrir su verdadero nombre.
—¿Qué tendría de malo? Nunca he oído disculpas tan tontas. Hay una forma de
lograr que te lo dé. ¡Le diré que si él no lo compra lo haré yo! — antes que ella
contestara se dirigió a la puerta—.Me pidieron que te informara que el té está
preparado en la sala.
Al llegar ella el ambiente estaba tenso. Parecía que los hermanos acababan de
discutir. Ambos la observaron. Murray estaba sentado en un taburete "al lado de un
sillón.
— Ven a sentarte aquí, Adrienne —la invitación más bien era una orden y aunque
le molestó, obedeció—. ¿Quieres que te compre un anillo, Adrienne? ¿Te
agradaría? -le preguntó Clifford.
—De modo que eso ha sido la causa de la discusión. -Por Dios, ¡no le preguntes,
díselo! Claro que desea un anillo -tomó la mano izquierda de ella-. Mírala, desprovista
de adornos. Es tuya, hombre, deberías gritarlo a los cuatro vientos.
— ¿Quieres un anillo, Adrienne? —insistió Clifford calmadamente. La joven
retiró la mano de los dedos de Murray que había empezado a acariciarla de forma
sutil. Clifford los observaba inquieto y desconfiado. Murray lo sabía y le provocaba. De
nuevo eran niños atormentándose y adolescentes rivalizando. La pelea era más
encarnizada, las armas más complejas y la embestida más feroz. Por algún motivo
personal, Murray encelaba a su hermano. Adrienne percibió la creciente tensión y odió
a Murray por el dolor que le provocaba a su hermano, el más débil de los dos.
—Si llevara tu anillo tendríamos que anunciar nuestro compromiso. No te
gustaría la publicidad, Clifford. Tú mismo me lo dijiste —Adrienne contestó lo que su
prometido deseaba escuchar. Además, el tono indicaba que para ella el asunto quedaba
terminado, pero Murray no quedó satisfecho.
—¿Quién sabrá que tú eres el novio si no lo anuncias? Esa cosa tan terrible
llamada «publicidad» a la cual temes, no tendría nada que decir en este asunto.
—Estás equivocado —intercaló la joven—. Tendría que decírselo a mi madre que
es la gaceta de noticias sociales —dijo para suavizar la crítica.
— ¿No se lo has dicho? ¡ Pensé que una madre era la primera en enterarse de
esas cosas!
—Debo ir a trabajar —se puso de pie. Murray cogió, colocó su brazo en los
hombros de la joven y la acercó a sí. Miró retador a su hermano. Clifford se encendió
desde el cuello hasta la frente. Apretó los labios como si fuese un pequeño a quien le
quitaron un juguete para dárselo a otro niño. Con decisión ajena a su personalidad, se
acercó y atrajo hacia sí a su prometida. Murray sonrió, contento de haber logrado su
propósito.
—Pronto te compraré un anillo -le prometió Clifford.
—Me agradará sobremanera —respondió mirando desafiante a Murray.

Varias mañanas después, Adrienne estaba trabajando en la cabaña cuando


Murray apareció con dos tazas de café.
- Una para ti - la colocó en el escritorio -. La otra para mí - tomó una galleta de
su plato y se la arrojó a Flick—. Mis disculpas por interrumpir a la secretaria perfecta
—murmuró—. Estoy muy aburrido —buscó dónde sentarse y escogió una silla plegable
junto a la pared-. La señora Masters me insinuó de forma muy clara que saliera de la
cocina, a pesar de que escuché con paciencia todas las quejas que quiso darme sobre
sus achaques.
-Al no tener nada mejor que hacer, viniste aquí como último recurso. Supongo
que la futura cuñada es mejor que nada. -Correcto.
—No puedes quedarte mucho tiempo. Estoy ocupada. —Como siempre, me recibes
muy bien. Vine a preguntarte si darías el paseo acostumbrado esta tarde.
-Si el tiempo lo permite, sí, ¿por qué?
-¿Me permites que te acompañe? No tengo nada mejor que hacer y la compañía
de mi hermano no me atrae. Se pasa el tiempo rumiando sus malditas novelas.
—¿De nuevo reconoces que estar conmigo es mejor que no hacer nada? Puedes
hacerlo.
-Muy amable por tu parte. ¿Voy a buscarte a tu casa? -Si lo deseas... ¿Te parece
bien a las siete? - Adríenne tuvo que ocultar su placer.
-Lo anotaré en mi diario -sacó el librito con un gesto ceremonioso y apuntó—:
Siete, p.m. paseo con mi futura cuñada y su perro —guardó el diario y salió riendo.
Cuando se presentó a las siete, Adrienne lo estaba esperando. Llevaba unos
pantalones azules muy ajustados, una blusa sin mangas y un jersey por si hacía frío. La
emoción hacía presa de ella. A su madre le había dicho que era hermano de su jefe y
que estaba pasando sus vacaciones en casa del señor Denning. Loma Garrón estaba
recostada en el sofá, en su postura habitual, Pero mas maquillada y perfumada.
Adrienne se preguntó por qué se habría molestado.
—Qué gusto saber que me esperabas impaciente —murmuró provocador cuando
ella abrió la puerta-. ¿Contaste las horas que faltaban para vemos? «No sólo las horas,
sino los minutos y segundos», quiso decirle.

—Llevamos poco tiempo comprometidos -contestó de forma evasiva. —Eso nada


tiene que ver. La verdad es que los novios hacen muchas otras cosas además de salir
juntos. Nosotros no mantenemos un romance todavía y es la segunda vez que paseo
contigo.
—Clifford no puede andar mucho a causa de su afección cardiaca. —Por Dios,
muchacha. ¡Él no tiene corazón!
—¿Cómo puedes estar tan seguro? No sabes nada del asunto, no eres médico. Te
dejas influir por los prejuicios.
—Di lo que quieras —rió divertido—. Comprendo a mi hermano mejor que tú.
Llegará el momento en que la situación cambie, pero todavía no estás casada con él -le
arrojó una ramita a Flick-. Dime, ¿tolera Clifford a tu perro?
—No soporta tenerlo cerca.
-¿Y piensas casarte con ese hombre? Debes estar loca -volvió la cabeza para
observarla.
—Me enfrentaré a ese problema a su debido tiempo —murmuró.
—Enfréntate a él ahora porque sé lo que pasará. El día de tu boda te despedirás
de Flick -sus ojos mostraban crueldad-. Me lo harás saber, por favor. Me encargaré
del animal, incluso te lo compraré.
—Gracias por la oferta, pero no será necesaria —replicó pálida.
-Espera y verás. Llegará el día en que tenga que decirte que te lo advertí.
Sentémonos, quiero hablar contigo - Adrienne se sobresaltó por el tono severo-. Seré
galante y te daré algo en qué sentarte.
-¿No tendrás frío?
—Si me da frío, me abrazarás, ¿no? — sonrió y se sentó. Le indicó que se sentara
a su lado. Sus hombros se tocaban y el roce la molestaba, pero él no parecía darle
importancia alguna. Adrienne encogió las piernas y se las abrazó meciéndose. Flick se
acomodó a su lado.
El sol empezaba su descenso en el horizonte. El oeste irradiaba color, Adrienne
lo miraba fascinada.
—¿No podría trabajar tu madre? -preguntó él de pronto. El ensueño de la joven
se desvaneció y volvió a la realidad bruscamente. -¿Trabajar mi madre? ¡Eso sería
perder dignidad! Se pasa la vida asistiendo a reuniones por la mañana y por la tarde.

— Su problema es el aburrimiento -diagnosticó como si fuese doctor-. El trabajo


sería su salvación. Creo que podría ser voluntaria en algún hospital de ancianos
enfermos. Sería buena terapia tanto para ella como para los pacientes que visitaría.
¿La afectó mucho la muerte de tu padre?
— Se desmoronó —respondió intrigada por su interés—. Él fue su apoyo en todo.
Murió repentinamente, de un ataque al corazón. Tenía poco más de sesenta años y era
bastante mayor que mi madre. Él quiso retirarse pero mi madre creyó que haría falta
el dinero e insistió en que siguiese trabajando.
—Esta noche alabó las ventajas de tener un «hombre fuerte» en casa -continuó
después de un momento de silencio-. No estando tu padre, te viste obligada por las
circunstancias a ocupar su puesto. Ahora eres el factor «fuerza» en su vida. Por eso la
asusta la idea de que la abandones.
-Cuando me case con Clifford no la abandonaré -recalcó tratando de convencerse
de que era lo correcto—. Viviré cerca de ella y podré verla y ayudarla todos los días.
-¿Es ése el papel que asumiste, parte ama de casa, cocinera, compañera y
proveedora? ¿Estás dispuesta a pasar el resto de tu vida pasivamente, dividiendo tu
cariño y lealtad entre un esposo y una madre supuestamente «enfermos»?
— Lo acepto. No estoy ciega y no lucharé contra ello —se encogió de hombros.
—Ya lo veo. No serías tú si lo hicieras. Ahora que he conocido a tu madre las
piezas empiezan a encajar como en un sencillo rompecabezas. Tu personalidad va bien
con el cuadro.
—¿Qué quieres decir? —preguntó a la defensiva.
—Sin darte cuenta, las demandas quejumbrosas e incesantes de tu madre te
condicionaron a aceptar, a ciegas y sin pensarlo, las demandas parecidas de tu
prometido. La manía de mi hermano con respecto a su salud, su constante deseo de que
lo atiendan no te parecen extraordinarios porque tu madre sufre del mismo mal. Por
eso lo aceptas sin chistar como tu futuro compañero y no te molesta la idea de
servirlo el resto de tu vida -dijo con crueldad—. El amor nada tiene que ver con ello,
es el hábito, el viejo reflejo condicionado de Pavlov el que te motiva.
Ella se movió impaciente. Estaba asustada por el cuadro que le pintaba. Era
demasiado real.
-¿Deseas tener hijos? -preguntó interesado.
-Por supuesto.
-Mala suerte para ti. Clifford juró que nunca los tendría. No soporta el ruido que
hacen. ¿No te lo dijo? No todos los hombres nacen con instinto paternal.
Adrienne volvió a abrazarse las piernas flexionadas y apoyó la barbilla en las
rodillas. Estaba inquieta y no quería escuchar aquellas palabras que la atormentaban.
Ahora comprendía su temor inicial cuando él le dijo que quería hablar con ella.
—¿Tienes que hablar siempre de lo mismo?
—Quiero que aceptes la verdad, Adrienne -dijo amable-. Mi hermano es débil.
Desea que te conviertas en su esposa porque eres joven y activa. Tú lo harás vivir.
Mentalmente, Clifford es diez años mayor de lo que es en realidad —le tocó el
hombro-. ¿Me escuchas?
Adrienne no contestó porque no confiaba en lo que diría. —Si tuvieses un niño,
tal vez él sería el padre y digo tal vez porque nunca sería su verdadero padre —se
recostó apoyando la cabeza en las manos y cerró los ojos—. Debo añadir que no sólo
tendréis camas separadas sino que dormiréis en habitaciones distintas. No será un
verdadero matrimonio.
—¿Quieres callarte? —gritó sin poder reprimir la ira—. ¿Por qué hablas así?
¿Para vengarte de tu hermano? ¿Para herirme? ¿Para hacerme infeliz antes de que me
case con él?
—Mejor decírtelo antes que después, cariño. — ¡No me llames así!
-¿Porqué? —se acercó a ella-. ¿Te excita, perturba y saca a flote cierta
sensualidad normal en todos? Es un sentimiento que mi hermano, ignorante de las
necesidades de una mujer nunca sacó a la luz. Es un sentimiento que te descontrola
porque al despertar en ti, temes no poder aplacarlo antes que te conduzca a regiones
desconocidas -se acercó más-. Te «reduciría», así creo que lo llamarías, en tu
subconsciente mojigato, al plano de una mujer viva, con deseos y pasiones.
Él no la tocó, pero ella sentía como si tuvieran un íntimo contacto. —¿Sabes?, no
podrás vivir casada suprimiendo esos deseos —continuó— . Emergerán a la superficie
cuando menos lo esperes. Eres joven. No podrás soportar la frustración y vivirás en un
infierno.
—¿Cómo puedes hablar con tanto conocimiento sobre un tema que no conoces?
—preguntó desesperada-. No estás casado.
—Vi los resultados en mi trabajo. Presencié las tensiones y los trastornos que tal
sufrimiento, no existe otra palabra para calificarlo, puede causar en
mujeres y hombres —tomó la mano izquierda de ella entre las suyas y Adrienne
no intentó retirarla.
—Escúchame bien. El matrimonio no es sólo compartir los bienes terrenales. Es
entregarse al ser amado, es un acto íntimo...
-¡Cállate! -retiró la mano y se cubrió los oídos-. ¿Crees que no lo sé?
-De modo que conoces lo que es la vida; llegué a dudarlo. Sin embargo, es algo
que la esposa de mi hermano deberá saber. El sexo y todo su atractivo no le interesa a
Clifford. Ya lo descubrirás. Si después de casada quieres anular el matrimonio no será
difícil. Seguirás siendo pura e inmaculada. Cualquier doctor lo atestiguaría...
— ¡Me niego a seguir escuchándote! —se puso de pie y se alejó. Flick la siguió y
Murray los alcanzó. Colocó el brazo en los hombros de ella.
-Lamento haberte herido de nuevo, pero no podía quedarme callado. No puedo
permitir que vayas al matrimonio sin conocer la verdad.
-No te creo. Pienso que odias tanto a Clifford que haces lo indecible para
desilusionarme.
-Lástima, ojalá pudiese convencerte de que hablo con imparcialidad —estaban
cerca de la casa cuando añadió—: Quiero saber si lo que te dije te hizo cambiar de
opinión.
—Eso es lo que deseas que haga, ¿no? Así serías el vencedor. La respuesta es
«no». Estoy más decidida que nunca.
— ¡Al fin mujer! Sientes lástima por el desvalido sin pensar que esa simpatía no
tiene razón de ser. Debí saber que sería inútil —se dio la vuelta y se alejó furioso
dando grandes zancadas.
La actitud firme de Adrienne se hizo añicos como si fuese un objeto de
porcelana que cayó al suelo. Tenía las palabras grabadas en su mente. Le disminuían
por completo la confianza en el futuro, con gran desconcierto interno, porque sabía
que Murray tenía razón.

CAPÍTULO 4

CLIFFORD no había desayunado cuando Adrienne se presentó a trabajar. Como


de costumbre, seguía en la cama. -La señora Masters está resfriada, querida. No
permití que se acercara. Sería correr demasiados riesgos.
—Te traeré el desayuno - le ofreció de inmediato -. Dime qué quieres...
—él le enumeró todo lo que desayunaba.
—Busca en la cocina y encontrarás todo, pero mantente lejos de la señora
Masters —Adrienne se enterneció por la preocupación-. ¡No quiero que me traigas los
gérmenes! —ese comentario la desilusionó por completo.
Clifford era irritante en cuanto a la comida. El pomelo debía cortarse en
secciones y tenía que estar libre de semillas; el tocino, frito de forma especial; el
huevo firme, pero no demasiado cocido. Las instrucciones fueron tan largas y
detalladas que Adrienne tuvo ganas de tomarlo en taquigrafía.
—¿Qué diablos pasa, estás convertida en la abnegada esposa? —exclamó Murray
al entrar en la cocina.
-La señora Masters tiene catarro -murmuró. —Lo sé, fui a verla, pero no está tan
incapacitada.
- Clifford teme contagiarse si ella se le acerca.
—De modo que la doncella complaciente, la prometida fiel obedece al instante las
órdenes del amo —sonrió—. No me interpretes mal, por favor.
— Alguien tiene que alimentarlo —ignoró el comentario.
-Él no puede alimentarse solo, ¿verdad? No puede salir de la cama a la cual se
aferra como recién nacido al pecho de su madre. —Me ofrecí para hacerlo...
—No me cabe la menor duda. Estás practicando para después de la boda.
Observarás que no dije luna de miel. No la tendréis. Para él será trabajar y nada de
tonterías -Adrienne reaccionó de forma violenta y él llamó a Flick—. ¡Sálvame,
protégeme! Tu ama está a punto de abalanzarse sobre mí
-se inclinó y le murmuró al perro-: Ojalá lo haga. La atraparía y no la soltaría.
— Con permiso - dijo Adrienne para que la dejara pasar.
— ¡Santo cielo! —exclamó Murray al ver el contenido en la bandeja—. No es
posible que coma todo eso. ¡Válgame Dios, su feroz apetito lo engordará tanto que su
corazón terminará por no soportarlo! Dile que eso pienso. Y si continúas
sobrealimentándolo después de casados, te convertirás en una viuda joven, aunque no
muy alegre.
— ¡Cómo quisiera que no bromearas al respecto!
—Mi querida muchacha, no bromeo. Lo digo en serio. Sé de lo que estoy hablando
-extendió las manos para quitarle la bandeja-. Permíteme.
Clifford se quejó de la postura que tenía y le pidió a Adrienne que le acomodara
las almohadas. Murray sonreía burlón al observar las maniobras.
—No quiero pescar un catarro, cierra la ventana —miró desafiante a su hermano
pero éste no se inmutó.
-¿Quieres que me vaya? -le preguntó Adrienne.
-Por favor, querida. Me gusta pensar mientras como y no puedo hacerlo estando
acompañado.
— ¡Dios mío! —escuchó que decía Murray mientras la seguía—. Sin faltarle el
respeto a tu madre, mi hermano es su doble. ¡Has de sentirte muy a gusto en su
compañía! Dije que estabas condicionada y no me equivoqué. Saca a su futura esposa
de su alcoba porque no le permite pensar. ¡Pensar! Teniéndote cerca ningún hombre
querría pensar, actuaría... así -la tomó de los brazos y la volvió para que se enfrentara
a él. Ella luchó y él la soltó—. ¿Qué te pasa, me temes?
-No. tengo cosas que hacer.
— E- es toda una amita de casa, ¿no? -No me insultes.
— No es insulto. En el lenguaje masculino es un cumplido. Pero para qué te lo
digo, si no estás comprometida con un hombre sino con una máquina dictadora.
—Por favor, Murray, ¿quieres dejarme en paz? —suplicó tratando de contener la
ira-. ¿Dejarás de inci... molestarme?
— De acuerdo —sus ojos brillaron—. Dejaré de incitarte por el momento - salió
seguido por Flick.
—Sólo estoy un poco resfriada, querida -dijo la señora Masters cuando Adrienne
se ofreció a hacer la comida-. Si me mantengo lejos del señor Denning no pasará nada.
Estoy segura de que su hermano le subirá la comida.
—Se me está terminando el papel, así que antes de volver, iré al centro. Cogeré
el autobús -le dijo a Clifford al asomarse por la puerta.
—No vayas en autobús. Murray te llevará, no tiene nada que hacer.
—No, gracias. Prefiero ir sola. No quiero molestarlo.
—No tendrá inconveniente —insistió Clifford-. Creo que está en su habitación.
A regañadientes llamó a la puerta de Murray y Flick salió corriendo.
Murray estaba abstraído.
-¿Sí?
—Siento molestarte, no creí que estuvieses ocupado.
—Trabajaba. ¿Qué quieres además de tu perro? —no la invitó a pasar.
-Clifford sugirió que me llevaras al centro esta tarde a comprar papel para la
máquina de escribir, pero olvídalo. Iré en autobús, de hecho, prefiero hacerlo—lo
desafió.
-En ese caso, seré perverso. Te llevaré. Regresa a las dos y cuarto en punto. No
llegues tarde -cerró la puerta.
Adrienne llegó a tiempo. A la hora fijada se presentó con su perro. Murray entró
en el vestíbulo.
-Muy bien, tengo pasión por la puntualidad, la exijo en mis mujeres.
-No sabía que tuvieses alguna, y si las tienes no soy una de ellas -replicó
incómoda.
—Claro que no lo eres. Tienes un letrero bien claro que dice: «Peligro, no
acercarse». Tocarte es como hacerlo con un objeto radiactivo. Debe usarse el control
remoto.
Conforme se acercaban al centro el tráfico se hacía más pesado y Murray se
impacientó un poco al enterarse de que la papelería que buscaban quedaba al otro
extremo. Se quedaron parados detrás de un autobús y tuvieron que esperar hasta que
los pasajeros bajaron.
En ese momento una señora, que iba cargada de paquetes y empujaba un
cochecito de niño, tropezó y perdió el equilibrio. Para evitar la caída se aferró al
cochecito que se inclinó violentamente golpeando al niño en la cabeza. El niño empezó a
llorar con fuerza.

-Quédate aquí -le dijo a Adrienne después de aparcar el coche junto a la cera.
Salió rápidamente y cogió al niño. Le examinó la cabeza minuciosamente, parecía estar
tranquilizando a la madre. Después de un momento la señora sonrió y le dio las gracias.
—Todo está bien —le informó a la joven al regresar al coche—. Le dije que el
niño no tenía daño alguno y le ofrecí llevarla al hospital más cercano si quería
cerciorarse. Aceptó mi palabra.
—¿Cómo sabes que el niño está bien? —lo retó—. No eres médico. —Hace años
hice un curso de primeros auxilios porque sabía que me sería útil. Algún día, tendré
que curarte después de la primera pelea con tu esposo, aunque eso és tan poco
probable como que un hombre llegue al sol. Clifford nunca usa la fuerza bruta. Discute
y discute hasta que su adversario capitula con tal de no escuchar más. Ése es otro
aspecto que no conoces en él, ¿verdad?
-Según tú, Clifford no tiene cualidades. Por eso no tomo en serio lo que dices.
Tienes demasiados prejuicios respecto a él.
-Nadie es tan sordo... Está bien, acepto, aunque me parezca increíble. Le amas y
dicen que el amor es ciego. Al principio puede serlo, pero se va perdiendo esa ceguera,
ante la realidad cotidiana. Cuando sea demasiado tarde para evitarlo, vendrás a
decirme que tenía razón.
Adrienne compró el papel que necesitaba y aprovechó para hacer algunas
compras para la casa. Murray la siguió llevando el carrito.
-Cualquiera diría que me estás entrenando para ser tu futuro marido -comentó al
salir del supermercado-. ¿Fuiste alguna vez de compras con Clifford? —ella lo negó
con un gesto—. ¿Nunca? —pasaron al lado de un café—. ¿Has salido a tomar una taza
de té con él? ¿No? Bueno, tomarás una conmigo. ¿Pastelillos de crema? -le preguntó a
Adrienne-. ¿No? Muchacha sensible. No son dañinos para la salud, sólo para la figura.
Ya tendrás tiempo para ganar peso al comer para compensar tus frustraciones
—sonrió Por la mirada que advirtió en los ojos de ella-. No me crees, ¿verdad? Eres
tan inmadura y tan poco mundana que no comprendes lo que digo —se reclinó y la
contempló-. Después de casada, cuando descubras que mi hermano es un témpano,
algún hombre despertará esos deseos que reprimes con tanto celo. ¡Imagino lo que
será para la persona que compartirá ese despertar!
—Joan Smithers comentó esta mañana que un hombre sospechoso ronda por el
pueblo - le dijo Loma antes que su hija saliera a dar el acostumbrado paseo con su
perro—. Le vieron vagando por la escuela y por los campos. —No te preocupes, mamá
—le tranquilizó Adrienne—. Me llevo a Flick. —No eres tú quien me preocupa. Sé que
sabes cuidarte. Me quedo sola y estoy asustada, por favor, no tardes.
Adrienne sonrió con tristeza. Debía saber que su madre no se preocuparía por
ella. En la vida de Loma Garrón sólo Loma y su bienestar importaban. Fue algo que
aprendió desde muy pequeña. Tal como Murray le había dicho, su madre la había
condicionado tanto que aceptaba sin protestas ocupar un segundo lugar en la vida de
los demás.
Al pasear por el campo pensó en Murray. Le habría gustado tenerlo a su lado,
hablándole, haciéndola reír o enfadar. Inclusive aceptaría sus ironías. Pero Murray no
era para ella. Su mundo, cualquiera que fuese, era tan diferente al de ella como lo era
la atmósfera lunar de la terrestre. Cuando partiera, que sería pronto, se llevaría
mucho más que su persona. Se llevaría su sentido del humor, su energía y su vitalidad.
También se llevaría parte de ella...
Durante varios días no vio a Murray. Sabía que estaba allí porque le había oído
hablar con la señora Masters y jugar con Flick en la cocina. Se preguntó si estaría
evitándola, pero decidió que era pensar con optimismo. Seguro que ella le era
indiferente.
Una mañana llevó a Flick a la cocina antes de subir a la habitación de Clifford.
Escuchó voces y se detuvo al oír la voz de Murray.
—Por todos los diablos, hermano, acariciarla de vez en cuando. Va a ser tu
esposa. No puedes seguir tratándola como a una empleada y enviar a casa después de
terminado el trabajo. Tengo que decirte que es tan ingenua como tú y que no debes
esperar que «te ayude». Si quieres ese tipo de «ayuda»,
cásate con una viuda.
Adrienne se apartó de la puerta y no escuchó la respuesta de Clifford.
—¿Qué, que es fría? ¡Cuánto daría por probarte que no lo es! Intenta besarla y
no me refiero a su mejilla. Ya verás cómo reacciona. Si eso crees.. • Dios mío, si eso
sospechas, no tienes derecho a casarte con ninguna mujer, y mucho menos con una tan
atractiva y tan deseable.
La joven corrió a la cocina. Levantó a Flick, y lo colocó contra su ardiente mejilla.

— El señor Denning está hablando con su hermano —le explicó a la señora


Masters.
-Ya han terminado, querida, puedes subir -le dijo la señora al escuchar que se
abría la puerta. Adrienne subió la escalera con la esperanza de que Murray se hubiese
ido a su habitación. Por desgracia la observaba desde el descansillo.
—¿Has estado aquí mucho tiempo? —preguntó ceñudo.
—No —evitó mirarlo de frente —. ¿Puedo entrar?
— No me lo preguntes a mí, ¿acaso soy el guardián de mi hermano? —la amargura
en su voz la sorprendió.
Clifford la cogió del brazo. Iba a darle un beso en la mejilla, pero encontró su
boca. Sus labios se unieron, pero la besó como si fuese un adolescente tímido.
Adrienne no sintió emoción alguna, en cambio, el escritor parecía satisfecho.
-Siéntate, querida, me siento mejor. Creo que me levantaré pronto.
-Me alegro mucho, Clifford -la mano de él retenía la de ella-. ¿Quieres dictarme
un poco?
-Sí, tengo la mente lúcida esta mañana. Debe ser el efecto que causas en mí.
Adrienne esbozó una débil sonrisa. Tenía ganas de decir que no era ella sino la
influencia de su hermano lo que le había dado aquella confianza y valentía ficticias. Por
desgracia pronto olvidaría y necesitaría que Murray le j aplicara otra inyección de
valor.
-¿Estás ocupada esta noche? —le preguntó Clifford al terminar de | dictar.
—No, daré mi acostumbrado paseo.
—¿No prefieres pasar un rato aquí conmigo en lugar de eso? — le cogió el |brazo
y le suplicó con los ojos.
—Claro que sí. Me gusta la idea —se sentía inquieta sin saber por qué.
Más tarde, al regresar, Murray estaba en la sala. Se puso de pie al verla. Al
sentarse junto a Clifford, Murray se reclinó y los miró con un gesto burlón. Clifford la
abrazó con aire de reto.
—Es evidente que estorbo —murmuró—. No quiero molestar. ¿Dónde ^está Flick?
— Con la señora Masters. ¿ Por qué ?
-Lo llevaré a pasear -era una afirmación que ella no podía refutatar.

Adrienne se vio forzada a quedarse sentada muy quieta, al lado de su prometido


mientras escuchaba que el animalito se volvía loco de alegría al intuir que saldría con
Murray. Al parecer también la habían desplazado a un segundo lugar en las
preferencias afectivas del perro. No soportaba los sentimientos que le causaba ese
hombre que parecía querer destrozarle la vida. Cuando regresara le diría bien claro
que la dejara en paz lo mismo que a su prometido. Pero no lo vio esa noche.
El tiempo se le hizo muy largo. Clifford encendió la televisión y vieron algunos
programas. Al apagar el aparato habló sólo de su trabajo. Adrienne intentó varias
veces cambiar el tema, pero él no mostró interés. Nada que no fueran sus novelas le
importaba y no sabía hablar de otra cosa.
Al anochecer la abrazó y la besó. Fue torpe y cohibido, pero ella se esforzó por
corresponderle con la poca experiencia que tenía. Intentó de forma inocente ayudarlo
a mostrar sus sentimientos, pero él encendió la luz. Al mirarlo observó su aire
complacido. Él debía pensar que su experimento había tenido éxito.
Adrienne tuvo que aceptar que su prometido no la excitaba, aunque algo sentía
por él, algo que no podía definir. Su propuesta de matrimonio no había sido un impulso
pasajero. La quería como su compañera de por vida, siempre y cuando ella
desempeñara el papel subordinado y poco exigente que él le había adjudicado en la
trama que había escrito sobre su propia vida.
Al día siguiente no vio a Murray. Mientras estaba en la cabaña escribiendo, se
detuvo varias veces esperando oír sus pasos. A media mañana y a media tarde la
señora Masters le trajo el café y el té respectivamente. Añoraba la presencia de él.
Con eso le bastaría, no pretendía escuchar la voz ni sentir su contacto. Pero debía
pensar que no era Murray con quien estaba comprometida.
Esa tarde fue a dar su cotidiano paseo. Se dirigió a una zona donde crecían las
flores silvestres al lado de los arbustos. Aspiró el aroma veraniego, fuerte y
embriagador y se dejó llevar a un mundo de ensoñación. Un poco más adelante vio un
hombre parado. Se detuvo pensando que era parte de su ensueño. No creía que
estuviese esperándola. Flick lo reconoció y corrió hacia él. Murray acarició al animal.
—Eres una bola de fuego —murmuró acariciándolo—. Hola —le quitó la correa de
las manos sin darle explicaciones.
-¿Cómo sabías que vendría? -preguntó ocultando su placer.
-Fue un presentimiento. En vez de ir al campo iremos al parque. Espero que el
café esté abierto.
-En esta época del año no cierran hasta que oscurece, pero me gusta más ir al
campo —objetó. No quería que él le dijera lo que tenía que hacer—. ¿Y si no quiero?
-Mala suerte, porque vamos a ir —la cogió de la mano y ella no pudo zafarse-.
Estoy de vacaciones y necesito la compañía de una mujer, aunque ésta sea mi futura
cuñada. Quiero conocerte un poco mejor.
Se sentaron en una mesa y Flick se acomodó debajo de ella mientras tomaban el
té.
—Si tanto te disgusta tu hermano, ¿por qué pasas tus vacaciones con él?
-No acostumbro hacerlo -rió-. Las paso en Europa, en las costas solitarias del
norte de Inglaterra o al oeste de Escocia. Vine con el propósito de conocer a la futura
esposa de mi hermano.
-¿Para examinarme como a un animal?
—Ni soy veterinario ni eres animal, en el estricto sentido de la palabra. Habría
sido más correcto decir que vine a conocerte.
-¿Pasé la prueba?
-Nunca divulgo el resultado de mis exámenes -sonrió enigmático-. Va contra la
ética profesional. Cualquier... veterinario te lo diría. Pero sí puedo decir que de
antemano decidí que si no aprobaba la elección de mi hermano, se lo diría con
franqueza y partiría de inmediato. El hecho de que todavía esté aquí, debe darte una
clave sobre mis observaciones y conclusiones en cuanto a lo que a ti se refiere.
~Dicho en otras palabras, me apruebas.
~Si no te conociera un poco, pensaría que buscas cumplidos. Digamos que no me
disgustas -apartó su mano de la de ella.
Adrienne se ruborizó, molesta por la forma en que se había expresado. Él a miró
indolente. Guardaron silencio mientras observaban a la gente entrar el café y pararse
en fila en el mostrador de autoservicio. Había varias parejas jóvenes, tomadas de la
mano o abrazadas. La joven los miró, inconsciente de la envidia que sentía y se sonrojó
al darse cuenta de que Murray la observaba. Él volvió la cabeza y dirigió la mirada al
parque a través de la ventana.
—Debe extrañarte que no existan lazos afectivos entre mi hermano y yo. El
tenía siete años cuando nací y hasta entonces había estado muy consentido. Tuvo celos
al verse deshancado en el afecto de nuestros padres. Llegó a odiarme tanto que
fabricó mentiras para acusarme. Yo era demasiado pequeño para darme cuenta de que
lo hacía para recobrar toda la atención y lo odié. Empezó a sentirse «enfermo» y
mientras más lo cuidaban, peor se sentía. ¿Te estoy aburriendo?
Ella negó con la cabeza y lo animó a proseguir.
—Desarrolló dolencias en todo el cuerpo y por último decidió que el corazón era
su punto más vulnerable. Lo llevaron a los mejores especialistas y cuando le dijeron
que era un hombre sano no lo creyó. Logró convencer a nuestros padres de que sí
estaba enfermo y al cuidarlo a él me descuidaron a mí. Por fin había ganado la batalla.
¿Comprendes ahora por qué te dije que su corazón está tan sano como el tuyo o el
mío? ¿Que todo es producto de su imaginación? ¿Que lo utiliza para llamar la
atención? -- vio que ella dudaba y añadió con amargura—: Veo que no te he convencido.
Te digo que la historia se repite —volvió a tomar la mano de Adrienne—. Si te digo que
sé de lo que te hablo, que yo... —apartó la mano de ella—. ¿De qué diablos sirve que te
dé explicaciones? No me creerás.
— En efecto, no cambiaré de opinión —jugueteaba con el salero y el pimentero
como si fuesen piezas de ajedrez.
— Ya veremos, aún no he terminado —le quitó el salero y el pimentero. —¿Dónde
vives, Murray? —preguntó después de un momento.
—En un apartamento cercano al sitio donde trabajo. Tendrás que ir a verlo — la
invitación la entusiasmó, a pesar de que la hizo con indiferencia—. En tren desde aquí,
es un viaje de dos o tres horas.
-¿Tienes muchos... amigos? -se aventuró a preguntar.
— Unos cuantos, ¿por qué? -sonrió-, ¿Quieres saber cuántos son mujeres? -ella
lo negó-. Es hora de regresar. Vamonos, perrito.
La noche había caído cuando llegaron al final de la callejuela. Murray colocó las
manos sobre sus hombros y la acercó. Ella se puso rígida, deseaba ver el rostro de
Murray, pero no había luz ni luna. Sentía su aliento cerca del
— Voy a besarte, Adrienne —dijo tranquilo y seguro—. Te besaré como mi
hermano nunca lo hará en su vida, ni siquiera cuando estéis casados —sus manos se
deslizaron por los brazos de la joven—. Abre los puños —tuvo que abrírselos él. Su voz
se suavizó—. Coloca tus brazos alrededor de mi cuello, amor -la palabra ya no le
molestó-. Relájate y apóyate en mí -murmuró.
Ella obedeció como si estuviese hipnotizada. Él la atrajo hacia sí y la besó con
tanto ardor que la hizo olvidar cualquier deseo de resistencia. Al dejar de besarla,
Adrienne había perdido la voluntad y seguía con los labios entreabiertos. El segundo
beso fue diferente. Era persuasivo y exigente, y, sin darse cuenta, ella le
correspondió.
—Lo sabía, ¡sabía que eras apasionada!
Adrienne estaba reclinada contra su pecho embelesada, pero sus palabras le
hicieron volver a la realidad. Su gozo murió bruscamente. De un tirón se apartó de él.
¿Qué le había dicho a Clifford? Que daría cualquier cosa por probar que no era fría.
-¡De modo que fue un experimento! Lo hiciste para probar que tenías razón.
Ahora sabes que no soy frígida y que tengo sentimientos. Que un hombre puede
excitarme, sobre todo un experto como tú. Puedes ir a decirle a Clifford que tenías
razón en cuanto a mí.
—¿Nos oíste ayer? —había aspereza en su voz.
- Sí, sin quererlo. Y esta noche te dedicaste a averiguar lo que yo sentiría al
actuar como le aconsejaste a tu hermano que lo hiciera él. Ahora que tienes los
resultados ve a jactarte de que tuviste éxito...
—¿Quieres callarte? —la volvió a tomar en sus brazos, pero la joven logró
zafarse.
~¿Qué pensabas hacer, enseñarme a besar para que tuviera «experiencia» para
«ayudar» a mi prometido en lo que necesita? -él le cubrió la boca con la mano para
evitar que siguiera hablando, pero ella volvió la cabeza enfurecida—. ¿O es que querías
que me enamorara de ti para ganar otra V1ctoria sobre tu hermano? De un solo golpe
le quitarías a su novia y le harías Pagar por todos los años de infelicidad que te causó
en la niñez.
Lloraba porque el daño estaba hecho. Amaba a aquel hombre como
—Claro que no quiere contagiarte -murmuró Murray burlón-. Si te pones enferma
no habrá quién lo mime y eso sería una calamidad.
-Por favor, no te inmiscuyas.
—Perdonaré tu rudeza porque estás ofuscada —se encogió de hombros, reclinado
contra la cómoda, con los brazos cruzados.
¡Cómo odiaba su sarcasmo! Pero no podía desquitarse porque, aunque sonreía, sus
ojos le advertían que no toleraría rabietas.
—Tómate el día libre, querida, no tienes por qué quedarte.
—No me iré a casa, Clifford. Estaré abajo en caso de que necesites algo. Vendré
cuando me llames —salió y Murray la siguió.
-¿Si yo te llamase vendrías? -murmuró en la escalera.
- ¡De ninguna manera! —replicó altiva, mintiendo.
- Después de lo de anoche vendrías sin dudarlo y sin el menor escrúpulo —habló
medio en broma, medio en serio.
- ¡Déjame en paz! — corrió escaleras abajo.
Por la tarde se sentó en la sala a leer lo que había mecanografiado. Murray
estaba en su habitación y Clifford dormía. El teléfono sonó, ella contestó de
inmediato para que no fuera a despertar al escritor.
—¿Puedo hablar con el profesor Denning, por favor? —era la voz de una mujer.
-¿Con el señor Clifford Denning o...?
—No, el doctor Murray Denning. Tengo entendido que se aloja ahí.
—¿Quién le llama? —preguntó amable en calidad de secretaria. —Dígale que soy
Gretel Steel, por favor -Adrienne subió la escalera con pies de plomo y llamó a la
puerta. -¿Sí?-preguntó Murray.
—¿Profesor Denning?—inquirió.
-Soy yo.
—Hay una llamada telefónica para ti. Una dama llamada Gretel Steel. ~ -Gracias
-sus ojos se iluminaron y bajó rápidamente. —Murray al habla. Gretel, querida, qué
alegría oír tu voz. ¿Cuándo has vuelto?
Adrienne pasó de largo e ignoró su voz. Así que ésa era su amiga secreta, la
mujer de la cual no quería hablar. Su voz parecía pertenecer a una joven agradable y
era evidente que él la estimaba mucho. Adrienne se reclinó en el respaldo del sillón y
cerró los ojos. Su corazón sufría y las lágrimas reprimidas eran de desesperación.
¡Cómo se estaría burlando de la prometida de su hermano por su ignorancia y falta de
educación!
—¿Cuándo puedo verte? —oyó que decía—. Podemos encontrarnos a medio
camino. Reserva habitación en algún sitio, quédate una noche, tal vez. -por fin colgó y
entró en la sala donde se sentó en una silla frente a la chimenea.
-¿Y bien? ¿No empezarás el interrogatorio? -la retó.
—Me dijiste que eras un profesor dedicado a la investigación... —lo acusó.
-De hecho, eso soy. Doy clases y alguna conferencia, pero también realizo
investigaciones.
—¿Perteneces a un círculo intelectual? —él asintió y ella preguntó—: ¿Cuánto
hace que obtuviste el doctorado?
-¿Mi...?—frunció la frente.
-Tu doctorado.
—Ah, siento ser tan torpe. Hace algunos años.
-¿La señorita Steel es tu amiga?
—Muestras mucha curiosidad en cuanto a las mujeres de mi vida, me pregunto
por qué. Para que te enteres, es la señora Steel. Es viuda, era la esposa del profesor
David Steel que murió trágicamente hace un año en un accidente de aviación —hizo una
pausa—. David fue mi mejor amigo.
—Lo lamento.
—Ella acaba de regresar después de pasar un año realizando investigaciones en
una universidad, en Australia. Su hermana vive allí y se quedó con ella mientras se
recuperaba de la pérdida de su esposo.
-¿Es tu colega?
-Correcto, soy su jefe, así que la veré con frecuencia de ahora en adelante
—sonrió—. ¿Has terminado? Si persistes en hacerme más preguntas respecto a ella,
creeré que estás celosa.
La joven se sonrojó y trató de concentrarse en las hojas que tenía delante.
—¿Lo estás, Adrienne? —se inclinó hacia adelante.
-Recuerda que estoy comprometida -respondió simulando calma.
-Todavía no te ha comprado el anillo -murmuró después de verle la no izquierda.
— ¿De haber llevado un anillo, habrías evitado lo de anoche? —No, nada me
hubiese detenido —respondió firme. Clifford la llamó y ella corrió veloz. Lo encontró
sentado y le pidió un vaso de agua, estaba abochornado. —¿Cómo te sientes?
- Igual. ¿Dónde está Murray?
-Abajo -contestó-. ¿Quieres que lo llame? -Clifford asintió.
- ¿Y bien? -preguntó Murray.
-Tiene mucho calor. ¿Crees que deberíamos llamar al médico? Murray no
contestó. Entró en la habitación y colocó la mano en la frente de su hermano, luego le
tomó el pulso. Adrienne le observó asombrada. —Las clases de primeros auxilios siguen
siendo útiles —explicó al terminar.
—¿Estoy bien? —preguntó ronco Clifford.
—Tan bien como lo estaría cualquier persona con fiebre y resfriado — Murray
salió y al poco rato llamó a Adrienne. Le enseñó dos pastillas—. Siempre tengo éstas en
caso de emergencia. Déselas con un vaso de agua... enfermera.
Hizo lo que le ordenó sin chistar. Bajo esas circunstancias era lo más natural.
Clifford se tomó las pastillas con un placer inmenso, como si contuviesen algún
ingrediente mágico. Adrienne se quedó con él casi toda la tarde. Parecía mejorar y
animarse, aunque no habló gran cosa.
A la hora del té lo dejó con la promesa de que vendría un poco más tarde. A su
madre le dijo que su jefe estaba resfriado y que regresaría al terminar su trabajo. La
señora lo aceptó por estar acostumbrada al horario flexible de su hija.
—No regreses tarde, no tanto como anoche —le advirtió—. No me gusta
quedarme sola demasiado tiempo, querida.
Adrienne recordó con placer y dolor lo que la había entretenido la noche
anterior. Le prometió a su madre que regresaría más temprano.
Clifford cenó bastante bien. Ella recordó que Murray le había dicho que sólo
creería en la enfermedad de su hermano cuando perdiese el apetito. La señora
Masters recogió la bandeja y Clifford le dio unas hojas que había escrito en su
ausencia.
-Son pocas, querida, con mala letra, pero te agradecería que las mecanografiaras
hoy mismo.
Ella se las llevó a la cabana y Flick la siguió para echarse a sus pies, como era su
costumbre. Oscurecía, de modo que encendió la luz. Un poco más tarde, escuchó un
ruido y su corazón latió con más fuerza al pensar que podría ser Murray.
Un rostro miraba por la ventana. Adrienne abrió la boca para gritar, pero no
emitió sonido alguno. Flick, alerta, se puso a gruñir. Los ojos de aquel horrible rostro
miraron al perro que saltaba hacia la ventana. El hombre desapareció. Adrienne quedó
petrificada de terror al pensar que podía entrar. Flick corrió hacia la puerta y brincó
varias veces con lo que ahuyentó al intruso. Después de diez minutos angustiosos, ella
se acercó a la salida, tenía que ser valiente e irse a casa.
—V-ven, Flick —murmuró—. Quédate conmigo. Al salir de la cabaña empezó a
correr entre los árboles acompañada por el perro. Abrió la puerta de la cocina que
estaba a oscuras. La señora Masters debía estar en el primer piso. A tientas atravesó
la cocina y entró en la sala. Poco faltó para que se desplomara en los brazos de
Murray. Estaba lívida de terror, temblaba y los dientes le castañeteaban.
-¿Qué pasa? -preguntó Murray, pero ella no pudo contestar. Flick, todavía
excitado, gruñía-. ¿Qué pasa, Adrienne? Dime -la abrazó en su afán de calmarla. I
-De-be haber sido el hombre del cual me habló mi madre, al que han
| visto rondar por el pueblo.
-Voy a inspeccionar -la sentó en un sillón.
- No, no lo hagas - se aferró a su mano -. Podría estar ahí, te hará daño. -No te
preocupes por mí. Sé cuidarme -se soltó de su mano y sonrió. —Ni rastro de él —dijo
al regresar—. Sin embargo, he notado que ha roto la cerca. Ha debido venir desde el
campo para entrar en el jardín. Voy a llamar a la policía.
—Murray, no le digas nada a Clifford. Se preocuparía —le suplicó.
-No tenía pensado hacerlo. Además, preocuparlo es decir poco, se volvería loco,
pero no por ti, no te engañes, sino por sus preciados libros que guarda en esa cabaña
-al regresar de hacer la llamada añadió-: Me informaron que la policía está pendiente y
que debemos avisarles en caso de volver a verlo -la miró amable-. ¿Estás más calmada?
~ Siento haberme abalanzado sobre ti, estaba aterrorizada. ~Me di cuenta. ¡Sé
que no fue por amor! Te sugiero que no trabajes en la cabaña por las noches hasta que
capturen al merodeador. Si no hubiese estado Flick... -acarició al perro-. Cuida de tu
ama, animalito. Cuídala bien. Adrienne, más vale que dejes tus paseos por el momento,
es peligroso
—Tampoco le diré nada a mi madre. Le preocuparía quedarse sola.
—Es extraordinario lo mucho que se parecen tu madre y tu prometido. ¿Es que
siempre tienen prioridad? -se sentó.
— Sí —reclinó la cabeza y cerró los ojos, todavía estaba asustada. Sabía que
Murray la observaba.
-¿Así que tampoco piensas primero en tu vida? -Adrienne abrió los ojos y lo miró
con fijeza—. Consideras que no debes anteponer tus intereses personales y que la
única razón de tu vida es servir a los demás, obedecer sus órdenes y anticipar sus más
leves caprichos. Tus deseos ocupan un segundo lugar. Si no cambias, de forma
drástica, el curso de tu vida, pasarás el resto de tus días repartida entre tu esposo y
tu madre en tu afán de darles apoyo. Llegará un momento en que el peso será tan
grande que quedarás deshecha por el esfuerzo. Serás un manojo de nervios.
La joven no dijo palabra. Sabía que era cierto, pero evitarlo estaba fuera de su
alcance. Los sucesos la arrastraban y era como estar en una barca sin remos. Debido a
las circunstancias, no contaba con los medios para guiar su propio curso y se dejaba
llevar por la corriente. Murray vino a sentarse en el brazo de su sillón y le asió la
muñeca. Sin duda notaría su pulso acelerado.
— ¿Quieres que te dé algo para calmarte?
—¿Te refieres a una bebida? No, gracias —dijo en vez de decirle que, \ mientras
él estuviese a su lado, no se calmaría.
— No, la bebida te estimularía. Me refería a un calmante.
—No, gracias. Pronto estaré bien. Tengo que ir a la cabaña a ordenar todo.
— Iré contigo y te acompañaré a tu casa.
Agradecida por su consideración, le apretó ligeramente los dedos. Se dio cuenta
de lo que hizo y quiso retirar la mano, pero él se lo impidió. Adrienne se puso de pie y
logró zafarse.
—Voy ahora mismo.
—¿Tienes frío? -le preguntó mientras le rodeaba los hombros con el brazo.
-Dejé mi jersey en la silla. Salí tan deprisa que se me olvidó -ya en el vestíbulo
añadió—: Debo despedirme de Clifford. Flick, quédate aquí.
-Vete tranquila, lo cuidaré mientras le das un beso apasionado a tu amado —el
sarcasmo la molestó. Al parecer nunca existió armonía entre los dos.
-¿Terminaste de mecanografiar lo que te di? -preguntó Clifford al verla entrar.
-Me falta un poco, pero lo terminaré mañana por la mañana.
—Gracias, querida, por trabajar hasta tan tarde. Espero que no estés
cansada—dijo distraído mientras examinaba las hojas.
—¿Te sientes mejor? —preguntó en vez de contestarle.
-Un poco, gracias —dijo animado al tratarse de su salud.
—Mañana estarás del todo bien.
—Lo dudo, estas enfermedades suelen alargarse. Además, debo ser precavido,
nunca estoy del todo bien.
- Lo sé, trataba de animarte.
-Me doy cuenta de ello, pero hace mucho que acepté que nunca estaré
físicamente apto como los demás hombres -le tomó la mano-. ¿Te das cuenta, verdad?
Ella asintió y se esforzó en sonreír. ¿Qué trataba de decirle? ¿Algo que ya sabía,
o sea que su vida de casados sería «diferente» ? ¿Que sólo podía ser su esposa de
nombre? Sus pensamientos la asustaron. ¿Estaría empezando a rechazar la idea?
Ahora que se conocía mejor, sospechaba que después de unos cuantos meses sin amor
físico, estaría insatisfecha. ¿Qué le pasaba? Todo se debía al cansancio y al susto que
se había llevado. Esos minutos de terror la conmovieron más de lo que había creído. Se
inclinó para darle un beso, pero él la rechazó.
—No, no debes contagiarte mi resfriado —parecía contento de que existiera una
barrera que evitara el contacto físico.
Murray la acompañó a casa y rechazó la invitación que le hizo para entrar.
-Me voy mañana -le anunció.
~¿Por mucho tiempo? —preguntó entristecida y temerosa de la contestación.
~ Unos cuantos días, voy a ver a Gretel. No te preocupes por Clifford. Es un poco
hipocondríaco. Sufre de un exceso de imaginación que en parte •site en sus novelas. Lo
que le queda, lo vuelca en sus enfermedades y achaques imaginarios. ¡Quítale eso y no
tiene motivación para vivir! Es irónico, ¿verdad? Te ama porque refuerzas sus
ilusiones, no te burlas de ellas, las tomas en serio. Si lo sabes y te satisface lo que
será tu vida a su lado, todo marchará bien. Pero una vez que empieces a dudarlo...
Adrienne logró verle el rostro con ayuda de la luz de la ventana Mostraba una
tristeza resignada que la hizo desear abrazarlo y hacerlo olvidar lo que le preocupaba.
—Que te diviertas. Imagino que Gretel se pondrá feliz al verte de nuevo.
—El gusto será mutuo. Buenas noches, Adrienne.
—Adiós, Murray —se alejó, al parecer sin sentir ninguna emoción especial en la
despedida.

CAPÍTULO 6
MURRAY no regresó el día que lo esperaban ni se comunicó con ellos en toda la
semana. La vida seguía su curso, Adrienne tomaba dictado por las mañanas y
mecanografiaba por las tardes.
-¿Va a volver tu hermano? - le preguntó un día a Clifford.
—Con Gretel aquí no se puede asegurar —se encogió de hombros.
-¿Y las cosas que ha dejado aquí?
—Pedirá que se las enviemos, no será la primera vez que lo hace. Además debe
haberse llevado bastante.
-¿Se van a casar?
-No existe impedimento —hizo un gesto que daba a entender que los asuntos de
su hermano no le interesaban-. Hace años, estaba enamorado de Gretel, pero ella se
casó con otro.
-¿Por eso no se casó Murray?
-No se lo pregunté —estaba impaciente por proseguir con el trabajo—. ¿Dónde
nos quedamos?
Pasaron diez días, Adrienne perdió la esperanza de volverlo a ver. Sería lo mejor
ya que ella estaba comprometida con Clifford que la necesitaba y amaba.
-Adrienne, creo que invitaré a mis amigos a una velada literaria, esperan que
corresponda a su invitación y no debo defraudarlos. En cuanto me reponga del
resfriado buscaré la lista de direcciones y te dictaré una carta, vendrán más de doce
personas, todos escritores —le dijo Clifford -. La última vez que vinieron no
trabajabas para mí. Te gustará su compañía, querida. Desde luego, sabes que no
deberás decir nada sobre mi abajo ni divulgar mi seudónimo. No es conveniente que un
grupo tan distinguido de literatos lo sepa.
~Lo sé, Clifford, y lo mismo es aplicable a nuestro compromiso.
~Sabía que lo comprenderías -se sentó a su lado y por primera vez en
°s días la abrazó-. Estoy orgulloso de ti y te tengo mucho afecto –era evidente
que no se animaba a decirle que la «amaba» — . Me preocupa la publicidad y no quiero
que nada afecte a mi trabajo ni a mi salud. No l0 soportaría.
Adrienne le tranquilizó diciéndole que lo comprendía y que ése era el motivo por
el cual decidieron no utilizar anillo de compromiso. Clifford estaba tan complacido que
le dio un beso en los labios. En esa ocasión ella le correspondió con el ardor
despertado por Murray y aunque no fue tan intenso, cohibió a Clifford que se apartó
de ella sin saber qué hacer.
Humillada, la joven se sonrojó y decidió que jamás repetiría el incidente El amor
físico no encajaba en la vida de Clifford, su existencia era demasiado sombría, seria e
inocente como para que hubiese lugar para los placeres del amor.
Estaban en pleno verano y los árboles, que rodeaban y dominaban la cabana,
estaban cubiertos de hojas. Adrienne estaba escribiendo a máquina y tenía la puerta
abierta. De pronto un ruido asustó a la joven y la hizo recordar al merodeador. Flick
corrió hacia el hombre que sonreía desde el umbral.
— ¡Murray! —el terror se tornó alegría—. ¡Has vuelto!
—Ha merecido la pena marcharme. Mi futura cuñada y su perro me han recibido
con mucho alborozo.
—Me has asustado, pensé que era...
- ¿ Aquel hombre? No le habrías recibido con la misma alegría que a mí. —Estaba
segura de que no regresarías, Clifford dijo... -no quiso decirlo para que no fuese de
mal agüero.
-¿Qué dijo Clifford?
—Algo con respecto a Gretel y a ti, pensé que os habríais casado.
—¿De veras? ¿De haber sido así, cómo habrías reaccionado?
—Os hubiera deseado mucha felicidad — sonrió forzada.
-No estoy casado... todavía, puedes guardar los buenos deseos para más
adelante. Sigo soltero, aunque no estoy libre de afectos y de preocupaciones
amorosas.
Así que seguía amando a Gretel. Era posible que ella no le correspondiera por el
momento, llevaba poco tiempo viuda. Adrienne estaba segura de ninguna mujer
resistiría los encantos de Murray y que el matrimonio con Gretel era inevitable.
-Hablamos largo y tendido sobre el pasado y el futuro. El año que ha pasado en
Australia le ha sido de mucho provecho. Está más serena y ansia empezar a trabajar.
—Igual que yo —sonrió con coquetería.
- Has adquirido cierta desfachatez que te favorece. ¿Qué ha pasado? ¿Te ha
liberado mi hermano?
—No. Tengo que hacer las invitaciones para que un grupo de literatos se reúna
aquí.
- ¡Ay no!-gimió-. ¿Por qué he vuelto tan pronto?
- No estás incluido en la lista de invitados.
- ¡Conque ésas tenemos!
- A mí sí me invitaron.
—En ese caso, no asistiré —antes de que ella contestara chasqueó los dedos y
Flick se acercó brincando-. ¿Me has echado de menos, perrito? Seguramente más que
tu ama. Se porta groseramente conmigo, ¿qué debo hacer, darle unos azotes? Se los
merece -al levantar la vista notó que ella estaba cohibida—. He hecho un largo viaje en
coche —dijo después de desperezarse—. ¿Cuándo será esa maldita velada literaria?
-El próximo fin de semana.
—Presiento que estaré ocupado —sugirió antes de salir.
-Mamá, llegaré más tarde que de costumbre, no me esperes despierta. No tengo
idea a qué hora regresaré.
—Querida, ten en cuenta que me quedaré sola. Tendrás que disculparte y
regresar antes que termine. ¿Es indispensable que asistas? Sólo eres la secretaria del
señor Denning y te invitó por compromiso.
Adrienne no podía aclararle las cosas porque si Loma se enteraba que era la
prometida de Clifford, al instante todo el pueblo lo sabría. De todas laneras, sintió
gran alivio con la actitud más o menos tranquila de su Progenitura. Sin embargo,
cuando volvió para vestirse, Loma se mostró terca y porfiada como sólo ella podía
serlo.
-¿Por qué no puedo ir contigo? Nunca salgo a ningún sitio -dijo Celosa-. Regresa y
pregúntale al gentil señor Denning si puedes llevarme, debe ser un hombre agradable.
Será maravilloso conocer a tanta gente inteligente.
—No, mamá, sería aprovecharnos de su bondad —no podría pedirle el favor a
Clifford. Pensándolo mejor, su madre pronto sería su suegra y tarde o temprano la
conocería. Loma se dio cuenta del titubeo de su hija y la presionó aún más.
—Querida, me quedaré sola y desvalida, sobre todo porque no han capturado al
merodeador. ¿Quién sabe lo que encontrarás a tu regreso? ¡Podría suceder cualquier
cosa!
No fueron las palabras persuasivas las que la convencieron. Sería una buena
oportunidad para que el futuro yerno conociese a su suegra. Clifford no pondría
reparos.
—Anda, querida ve a preguntarle al señor Denning.
—De acuerdo, iré.
Loma se felicitó de haber convencido a su hija. Flick intentó seguir a su ama,
pero ella le cerró la puerta; no se arriesgaría a que el animal pusiera de mal humor a su
prometido.
—¿Qué pasa? —le preguntó Murray en la casa de su hermano.
—Es mi madre.
—¿Está enferma?
-No, quiere que la inviten a la fiesta.
—Merece nuestras felicitaciones, no mucha gente tendría el valor de querer
asistir a una reunión de seudointelectuales tan distinguidos y orgullosos de sí mismos.
—¿Crees que Clifford se molestaría? No se conocen.
—En ese caso, es hora de que lo hagan.
- Ella no sabe que estoy comprometida con él.
—También debe saberlo. No comprendo el deseo de guardar el secreto.
— ¡No se lo dirás a mi madre!, ¿verdad? — le colocó la mano en el brazo. —¿Qué
diablos crees que soy? —le había ofendido.
Adrienne se disculpó y fue a ver a Clifford que aceptó de mala gana, aunque más
bien parecía asustado que ofendido. Loma recibió la noticia con gran alegría y su hija
sintió lástima por ella ya que fuera de sus aburridas reuniones, salía poco y llevaba una
vida monótona.
—¿Veré a ese joven, Murray? -preguntó Loma.
—A propósito, mamá, él es profesor universitario, es doctor.
_De haberlo sabido cuando lo conocí... -no explicó lo que hubiese pasado.
Lorna se vistió con sus mejores galas y se maquillo el lozano rostro con sumo
cuidado. Parecía más joven que de costumbre y Adrienne se sentía orgullosa de la
belleza de su madre.
Adrienne se puso un vestido que había comprado con motivo de su compromiso,
pero que no tuvo ocasión de estrenar. Era azul claro, sin mangas y le delineaba su
esbelta figura.
La señora Masters les abrió la puerta y Flick, ni corto ni perezoso, corrió a la
habitación de Murray. Mientras el ama de llaves cogía el abrigo de Lorna, Adrienne
corrió detrás de Flick. La puerta se abrió cuando ella tiraba del collar del perro y se
cohibió por la sonrisa de admiración que le dedicó
Murray.
-Si el ama de Flick me mostrara el afecto que me tiene su perro, me sentiría
halagado. Será una cuñada muy decorativa y un miembro agradable en la familia
Denning.
-¿Quieres callarte? -murmuró Adrienne-. Mi madre está abajo.
-Lo siento -se puso la chaqueta-. Estoy casi listo.
-¿Vas a asistir? Pensé que encontrarías algún pretexto.
-He cambiado de opinión.
- ¡ Qué alegría volver a verla! — saludó a Loma al pie de la escalera.
— Buenas noches, profesor Denning, doctor Murray Denning. Adrienne me lo
dijo. Varias veces me pregunté cuándo vería de nuevo al guapo amigo de mi hija.
—No es nada mío, mamá. No comprendes, él es... —Lo ve, Loma —murmuró
Murray mirando de soslayo a Adrienne—. Me está repudiando, ya no me ama.
-Se equivoca -Loma observó preocupada a su hija-. No puede evitar amarlo. ¡Es
usted tan gentil!
Murray soltó la carcajada y Adrienne lo miró enfurruñada. Clifford apareció en
la puerta de la sala, se mostraba retraído e indeciso. Sus ojos no se despegaban de su
futura suegra y parecía querer aferrarse a ella como si fuese un niño buscando el
apoyo de algún adulto. Murray los presentó y Orna Pareció encantada con los
hermanos.
~ ¡Qué alegría conocerlo por fin, señor Denning! Mi hija me ha hablado mucho de
usted...
Clifford le hizo una pregunta silenciosa a la chica y ella le respondió con un gesto
negativo. Tranquilizado, respiró profundamente al saber que su futura suegra ignoraba
el compromiso que tenía con su hija. Llevó a Lorna a la sala y le explicó que no era una
fiesta sino una runión de intelectuales Murray sonreía burlón. Clifford presentó a
Adrienne como su secretaria.
Su madre, que por naturaleza era «snob» encajó dentro del grupo. Se sentó al
lado del anfitrión y logró inmiscuirse en la conversación que sostenía con otro hombre.
Adrienne se sorprendió de la habilidad de su madre para adaptarse al grupo y para
conversar en el lenguaje de ellos, a pesar de vivir aislada de todo. La chica no tenía
esa seguridad ni adaptabili-dad. Dudaba y no sabía dónde sentarse.
—Deja de portarte como un conejillo asustado —murmuró Murray tirando de ella
hacia el sofá donde estaba sentado-. No son superiores, cariño, sólo aparentan serlo
-ella le agradeció el apoyo que le brindaba-. Tendrás que sobreponerte cuando estés
casada. Necesitarás adquirir más confianza porque de lo contrario este grupo te
anulará por completo -le rodeó la cintura, Clifford le miró acusador—. ¿Te fijaste
cómo se forman pequeños grupos? Se pueden clasificar: los siempre esperanzados o
escritores sin obra publicada; los que venden sus escritos o los independientes. En el
éxito existen escalafones y sólo se llega a la cima con habilidad y suerte. — ¿Dónde
colocas a Clifford en esa jerarquía? —En calidad de hermano y no de crítico literario,
tomando en cuenta su talento, lo colocaría en el fondo; pero si se trata de medir el
éxito, en la cúspide. Escoge.
De pronto la puerta se abrió de par en par y todos los rostros masculinos se
animaron. La chica que entró era joven, aunque de apariencia mundana.
Era fascinante y mostraba su esbeltez gracias a un despampanante vestido.
- ¡Clifford, querido! -extendió los brazos y se le acercó. Él le acercó la mejilla y
permitió que lo besara-. Encantada de verte -miró a su alrededor, todos los señores
estaban de pie-. ¿Dónde está tu maravilloso hermano de quien tanto me has hablado?
Tranquilizado de verse libre de ser el foco de atención, Clifford le indico a
Murray, quien en ese momento sonreía. La chica tendió sus redes y-al parecer, pescó a
Murray. Él tomó la mano que le ofrecía y se alejó con ella
—Encantado, señor Denning.
—Los dioses me favorecieron al brindarme la ocasión de conocerla, dijo burlón.
La chica lo obsequió con una sonrisa encantadora. Murray se sentó en un sillón y ella lo
hizo en el taburete frente a él.
-Sabe? —preguntó en voz alta para que Adrienne la escuchara por encima del
murmullo de voces-. No soy escritora, soy artista. -/Cómo se llama?
-Désirée, Désirée Charters. Su nombre es Murray, según me informó Clifford.
¿Puedo llamarlo así?
— ¿ Por qué no? - respondió divertido. -¿También escribe? -preguntó agitando
las pestañas.
— Sólo letras —respondió y ella soltó la carcajada. —¿A qué se dedica?
—insistió—. ¿Es muy inteligente?
— Hago lo posible por aparentarlo. Me dedico a la investigación... —la chica se
quedó callada. Adrienne estaba muy celosa, pero trataba por todos los medios de
ocultarlo.
—Hola, soy Augustus Charles —le dijo un desconocido a su lado—. ¿Quién es
usted? —el hombre era desagradable. Tenía los ojos hinchados, no se había afeitado y
su cabello canoso era demasiado largo. Adrienne imploró ayuda con los ojos, pero
Clifford se hizo el desentendido.
-Me llamo Adrienne Garrón.
-¿Eres escritora?
—No, sólo mecanografío.
—En serio, ¿qué tipo de obras creas? —dijo después de reírse de lo que pensó
que era una broma.
—Mecanografío los libros del señor Denning, soy su secretaria.
-Una especie encantadora —sonrió lascivo.
Adrienne volvió los ojos suplicantes hacia Murray, quien la observaba, Pero
tampoco parecía querer ayudarla.
Sirvieron las bebidas y Augustus tomó dos copas; una se la ofreció a Adnenne y
la otra se la bebió de un solo trago. Antes de que retiraran la bandeja, logró coger
otra copa.
La nueva admiradora de Murray no lo dejaba en paz y ambos parecían 'divertirse.
Adrienne envidiaba a la chica por la forma en que coqueteaba con él.
Existe sólo una cosa que se puede hacer con una secretaria –dijo Augustus ya en
estado de ebriedad -. Esto - la besó en la mejilla y le volvió el rostro pero la joven
estaba preparada y al esquivarlo, dejó caer el vaso que tenía en la mano, derramando
la bebida en su vestido.
— ¡Adrienne! -exclamó Clifford como si ella fuese la culpable.
- ¡ Ay, querida! - gimió su madre.
Murray trató de ponerse de pie para ayudarla, pero su amiguita se lo impidió.
Adrienne, abochornada por la humillación sufrida, corrió a la cocina.
— ¡Qué pena, señorita Garrón! -murmuró la señora Masters-, La mancha ha
desaparecido y el vestido se secará pronto -Adrienne le dio las gracias.
—¿Puedo ayudarte? —preguntó Murray al abrir ella la puerta.
—Has llegado de demasiado tarde —le acusó.
- Sólo me he ofrecido...
—¿Cómo has podido desembarazarte de tu amiguita? —replicó con amargura.
-No vuelques tu ira en mí, jovencita -repuso-. No ha sido culpa mía.
Si has permitido que un libertino te besara...
—No fue así y lo sabes -estaba a punto de llorar-. ¿Quién eres para criticarme?
¿Qué me dices del ave de rapiña que te ha capturado? No la has rechazado...
— Amor, yo no estoy comprometido —le levantó la barbilla—. Puedo flirtear todo
lo que quiera, aunque no cuente con tu aprobación —le soltó la barbilla-. Claro que la
aliento, soy humano, y mientras no me dé el alto, le seguiré el juego. Me gustan las
mujeres que saben lo que quieren y lo obtienen -la mirada de sus ojos la estremeció-.
La estoy embriagando, ¿sabes por qué? Porque confesó que olvida sus inhibiciones y
me aprovecharé de ello -la hería intencionadamente porque notaba la angustia en su
rostro—. Más tarde la llevaré a su casa en mi coche -notó que Adrienne tenía los ojos
llenos de lágrimas y que le temblaban los labios—. Creo que estás celosa. Siempre me
gustó entregar los premios de consolación, sobre todo a las chicas hermosas. Tal vez
esto te mantenga contenta -le inclinó la cabeza hacia atrás y le dio un beso en los
labios.
— ¡Adrienne! - la amonestó Clifford.
-No tiene importancia, hermano, ella no tiene la culpa, fui yo el que la besó. Sólo
sigo el ejemplo que me dio uno de tus compañeros amorales Hombres, mujeres, todos
son iguales. De estar en tu lugar, les anunciaría que esta chica me pertenece. Anuncia
el compromiso. Eso nos mantendrá a Hasta que no lo hagas... —cogió a Adrienne y la
volvió a besar. Su hermano los observó sin protestar y regresó a la sala—. ¡Dios mío! —
Murmuró Murray— • ¿Te das cuenta del marido que te tocará? No es hombre. ¡En vez
de golpearme, se limitó a observar!
Subió la escalera y cerró violentamente la puerta de su habitación. Adrienne fue
al comedor para calmarse. Al volver a la sala, Clifford estaba al lado de su madre como
si nada hubiera ocurrido. Augustus estaba junto a Désirée quien buscaba a Murray con
los ojos.
La señora Masters trajo los bocadillos en un carrito de servicio y Adrienne la
ayudó a servir. Loma le sirvió a Clifford.
Un joven que dijo llamarse Martin Stevens le ofreció un bocadillo de queso y la
joven se lo agradeció.
—¿Eres escritor? —le preguntó.
-Escribo artículos para revistas literarias. También escribo críticas literarias,
desde luego sólo sobre las mejores obras, como las que escribe Augustus. Son tan
embrolladas que ni los críticos las comprenden, aunque simulamos que sí para que no
nos consideren tontos - Adrienne rió-. Es la primera vez que asistes a estas reuniones,
jamás te vi. ¿Qué es lo que te gusta a ti?
-Los hombres encantadores -dijo una voz a su(espalda.
—Entonces, retírate —replicó Martin de buen humor al comentario de Murray—.
Estoy tratando de ganar su interés como para que acepte salir conmigo.
-Lo siento, pisas terreno privado, la chica tiene dueño —aseguró, abrazando a
Adrienne.
Martin los miró a los dos antes de buscar el anillo en la mano izquierda de
Adrienne.
—Ya sé que no existe evidencia, pronto la habrá —para reforzar lo dicho le dio
un beso en la frente. Martin se encogió de hombros y se alejó. Murray fue sentarse
en el sillón que dejó Augustus; Désirée, sentada en el taburete, Precia una tigresa al
acecho.
Adrienne se quedó en el centro de la sala; temerosa de que Augustus la se diara
se acercó a su madre, quien le hizo un lugar a su lado. Clifford, al otro lado de su
madre, la miraba con reproche.
~Si no quieres que tu futuro esposo enferme del corazón, te aconsejo que
detengas a tu madre, lo está sobrealimentando. Tal vez no te diste cuenta, pero ha
engordado. Sigue mi consejo y alimenta su apetito con otras cosas —murmuró Murray
que se había acercado.
Al terminar la velada Murray cumplió lo prometido, llevó a Désirée a su casa.
—¿Quieres que mañana vayamos a comprar el anillo? -le preguntó Clifford a
Adrienne mientras Loma buscaba su abrigo.
—¿Estás seguro...?
-Sí, el consejo de Murray es bueno.
De modo que el beso de Murray logró el efecto deseado, es decir, forzar la
situación. Clifford la besó emulando a Murray, pero su caricia no fue lo mismo. Murray
tenía razón, su hermano necesitaba de alguien que lo ayudase y ella tenía poca
experiencia.
—Fue una fiesta encantadora, Adrienne —ronroneó Loma con afectación— . Ese
hombre encantador y famoso, Augustus Charles, aceptó inaugurar nuestra kermesse.
Me preguntó si habría algún hotel cercano con licencia porque no le gustaría quedarse
«seco». ¿Qué habrá querido decir?
-Que le gustan las copas -explicó sonriendo por la ingenuidad de su madre.
—Querida, ¿cómo permitiste que esa grosera de Désirée se llevara a tu novio?
-¿Qué novio?
—Lo sabes muy bien, Murray —no pudo resistir la tentación de añadir-: El doctor
Murray Denning.
-Mamá, no es mi novio.
—Entonces, ¿quién es tu novio? —preguntó intrigada.
— Entremos en la sala -respondió Adrienne cansada-. Clifford me pidió que no lo
dijera, pero...
-¿Clifford? No puede ser, ¡es tu jefe! -su voz se tomó aguda. -Estoy
comprometida con él, mamá. Hace unas semanas me propuso matrimonio y lo acepté.
No quería que nadie lo supiese todavía.
— Pero si es casi de mi edad.
—Tiene cuarenta y tres, tres años menos que tú.
—¿Y Murray?—inquirió.
—Será mi cuñado-contestó apesadumbrada.
— ¡Clifford, mi yerno!—murmuró atónita. -Deberías felicitarme -gimió al borde
de las lágrimas.
-Querida, lo siento, me alegro por ti. Sólo que no me hago a la idea de que pronto
te casarás... ¿Qué pasará conmigo? -se quejó.
-Estaré cerca de ti. Te veré todos los días -la calmó, olvidándose de sus propios
problemas.
-Me quedaré sola, sola. Nunca pensé que te casarías y que me abandonarías
-miraba con fijeza la pared blanca que tenía enfrente.
-Estás cansada, mamá. Ya te acostumbrarás.
Mientras ayudaba a su madre a acostarse, Adrienne se preguntó si ella misma
podría hacerse a la idea del matrimonio con Clifford.

CAPÍTULO 7

LAS DUDAS de Adrienne de la noche anterior se convirtieron en un plan a la


mañana siguiente. Después de casarse con Clifford escogería el momento adecuado
para pedirle que permitiera que su madre se fuese a vivir con ellos. Había varias
habitaciones vacías en la casa y su madre podría contar con una para ella de modo que
no estorbaría. Pero esa idea de compartir su hogar con ella la deprimía. Mientras más
lo pensaba, más acorralada se sentía.
Clifford la llevó a la joyería más importante de la ciudad. Él escogió un anillo con
un diamante engarzado en medio de una estrella de pequeños brillantes. Pagó una suma
importante.
—Adrienne, me es difícil hablar y actuar, pero... no sabes cuánto te estimo —la
besó con torpeza—. Te necesito, querida. Agradezco todo lo que has hecho por mí y el
placer que me darás al ser mi esposa. Tu presencia ami lado me hace muy feliz.
Adrienne estaba enternecida. Se inclinó y lo besó. Él no le correspondió, en
cambio le sonrió.
—¿Quieres que brindemos por nuestro compromiso? —Clifford asintió. Murray
entró en ese momento y notó la tensión en el ambiente. Adrienne le mostró su mano
izquierda retándole con una sonrisa.
— ¡Conque se ha animado a dar el paso! Ese anillito debe haberle costado una
fortuna —exclamó impávido.
-Vamos... a brindar -tartamudeó Clifford inseguro-. ¿Nos acompañarás?
—No contéis conmigo, no es mi compromiso —salió de la habitación.
-¡Es perfecto! —exclamó Loma al ver el anillo—. Deja que me lo pruebe —le
quedaba un poco grande-. Te envidio, querida, ¡ya me imagino lo que ha costado!
El anillo de compromiso no cambió la relación entre Clifford y Adrienne. Seguía
trabajando para él, regresando a casa a las horas habituales de vez en cuando pasaba
una velada con su prometido. En cambio, Murray va no bromeaba y se mostraba más
distante. Mientras Adrienne trabajaba, se llevaba a Flick a dar largos paseos. Ella los
veía partir deseando acompañarlos para reanudar la amistad con Murray. El dichoso
anillo se había convertido en una barrera entre su cuñado y ella.
¿Qué tonterías pensaba? Murray sería su cuñado y amaba a Gretel. Ella,
Adrienne, tenía a Clifford que la necesitaba. No debía olvidarlo.
El día de la kermesse amaneció ventoso y nublado, pero poco a poco se fue
despejando. La joven fue a ver a su prometido antes de regresar a comer a su casa.
-Clifford, quiero que me prestes a tu prometida esta tarde. ¿Te molestaría que
me acompañase a la fiesta? -preguntó Murray.
-Pero... -intercaló Adrienne.
-¿Pensabas ir, no? -ella asintió-. Entonces, irá contigo.
- ¿Te molestaría? - le preguntó a su novio que no se atrevió a rechazar la
propuesta.
-No te preocupes, no pienso fugarme con ella ni violarla –aseguró Murray.
—No me molesta —respondió sonrojado y cohibido.
-Eso me imaginé -dirigió la vista a Adrienne-. No quiero perderme el discurso
inaugural de Augustus Charles. Iré a buscarte a las dos y media en punto. ¿Irá tu
madre?
-Sí, pero se irá antes.
- ¿Quieres que vayamos andando o en coche?
—Prefiero caminar, no queda lejos.
-Eso haremos. Flick estará encantado.
—Llevaste a Désirée a su casa la otra noche —comentó ella cuando se Erigían al
centro.
-Así fue -no dijo más. Esperaba la siguiente pregunta.
—¿Lograste...? —miraba al perrito al hablar, como si no le diera importancia a la
pregunta.
-Claro... la besé al despedirme... Es toda una experta. Sus labios fueron
irresistibles.
¡ Ah! - masculló entre dientes.
—¿Qué pensaste, que no resistiría sus encantos? Te equivocas, soy muy
exigente al elegir mis compañeras. ¿Satisfecha? -ella asintió tranquilizada— . No tenía
por qué decírtelo, debí mantenerte en suspenso. Después de todo, mi vida privada no
te incumbe.
—Clifford me dijo que estuviste enamorado de Gretel.
—Así fue —no dio más explicación y la chica no quiso proseguir con el sondeo.
La música grabada que se oía a través de los amplificadores les indicó que se
acercaban. Poco después Adrienne divisó a su madre en el puesto de pasteles. Se
acercaron a ella.
—Se me hace la boca agua —declaró Murray—. ¿Cuál me recomienda?
-Desde luego, éste -le señaló un pastel de crema. Murray preguntó el precio y
entregó el dinero. Loma lo metió en una caja y se lo entregó, pero él se lo devolvió con
una sonrisa.
—Para la futura suegra de mi hermano.
—¿Lo dice en serio? —sonriente le dio las gracias.
-¿En dónde está Augustus Charles? Ah, allá está.
Tambaleándose, Augustus subía las gradas del estrado desde donde inauguraría
la fiesta. Tenía el rostro colorado y los ojos vidriosos. Era evidente que había calmado
su sed. Lo presentaron como un «novelista renombrado», lo cual era un tanto
exagerado, y lo recibieron con grandes aplausos. Era difícil comprender lo que decía,
no sólo por lo intrincado de sus frases, sino por la falta de coordinación en la
pronunciación. Sin embargo, logró que el público riera, pensara y se pusiera serio.
— No ha resultado tan catastrófico como pensé —murmuró Murray. —¿Eso te ha
decepcionado? —rió Adrienne.
—Sí. Tenía ganas de decirle a mi hermano que uno de sus colegas literatos se
había puesto en ridículo frente a cientos de personas.
-¡Eres cruel!
-A veces lo soy, ten cuidado.
—Devuélveme mi ¡ierro, por favor —replicó quitándole la correa. í>e inclinó y
tomó a Flick en sus brazos. Vio que su madre abandonaba el puesto de pasteles y que
alguien ocupaba su lugar. Adrienne se dirigió hacia ella y Murray la siguió. Su madre
tenía un niño en brazos. (
- Es la nieta de Joan Smithers - les informó Loma-. ¿No es un primor
Tiene seis semanas —Adrienne la miraba embelesada. De pronto le entregó el
perro a Murray.
-¿Puedo cogerla un rato, mamá?
-Claro que sí, a su madre no le molestará. Me voy al puesto porque glanche tiene
que ir a otro sitio.
—Te han dejado con el paquetito —comentó Murray al ver que Adrienne miraba a
la niñita con cariño.
-¿No es preciosa, Murray? ¿A quién se parecerá, a su madre o a su padre?
-levantó la vista y vio compasión en el rostro de Murray. También había piedad y
desesperación -. ¿Qué pasa?
-Querida, si tanto te gustan los niños...
-Clifford cambiará de opinión. Tiene que hacerlo. Sé que lo hará -besó la frente
de la niña.
-¿No crees que ya deberías devolverla a su madre?
-Supongo que sí -buscó a la abuela y llegó hasta ella protegiendo a la niña de los
empujones-. Le devuelvo a su hermosa nieta sana y salva, señora Smithers.
—¿No es un encanto? —rió la abuela. En eso notó los brillantes en el dedo de
Adrienne y levantó la cabeza para ver a Murray -. Pronto tendrás los tuyos, ¿no?
-No lo sé, ojalá que sea pronto -Adrienne se ruborizó ante la equivocación de la
señora que seguramente creyó que Murray era su prometido. Luego se dirigió al stand
de la joyería y tomó una de las piezas que se exhibían.
-¿Te gusta? -le preguntó a Murray levantando un medallón en forma de camafeo.
-E adecuado a la personalidad de la joven que lo tiene en las manos. ¿Lo quieres?
-se llevó la mano al bolsillo.
—No —Adrienne lo colocó de nuevo en su lugar.
~Es tuyo —se lo entregó después de pagarlo—. En vez de darte un niño te doy el
camafeo. Permíteme ayudarte.
~Lo cuidaré siempre -le dio las gracias y cogió el camafeo como si fuese el
objeto más preciado del mundo.
¡Lo dices en serio!
Augustus, que estaba entre la muchedumbre, divisó a Adrienne y se dirigió
tambaleándose hacia ella. Le puso el brazo en los hombros y le sonri6 de forma
descarada. No había visto a Murray.
- ¡Vaya, si es nuestra pequeña secretaria! -le dio un beso repentino en la mejilla,
ella se encogió como si la hubiese tocado un reptil.
— ¡Quita las manos! —exclamó Murray. Augustus se sobresaltó y sonrió culpable.
-¡Y el caballero andante decidió convertirse en una mujer honesta!
Fe-felicidades, amigos. Siento haberme entrometido -se alejó tambaleándose como
había llegado.
-Regresemos -masculló muy entre dientes-. ¿Dónde está tu madre?
Encontraron a Loma en el puesto de pasteles y se despidieron de ella. Flick, libre
de la correa, corría delante de ellos. Murray la dejó al final de la calle. Adrienne miró
el anillo en el dedo y luego el.camafeo en el cuello, sabía cuál de los dos era el más
preciado.
La mañana siguiente del lunes no empezó bien. Loma despertó con una de sus
jaquecas y se quejó durante el desayuno. Flick parecía haberse contagiado del mal
humor reinante. Adrienne se sentía desganada, sabía que ' no había cura para el amor
no correspondido. Al llegar a casa de Clifford, Murray hablaba por teléfono. La saludó
indiferente y prosiguió con la conversación.
—Mira, Gretel, necesito verte pronto. ¿Podrás venir a quedarte aquí por unos
días? Clifford tiene habitaciones disponibles, podemos alojarte. ¿Sí? ¡Magnífico! Me
comunicaré contigo antes de hacer los preparativos definitivos.
Seguía hablando cuando Adrienne subió al primer piso. Clifford la saludó con un
beso, ese contacto se había convertido ya en un ritual, y le dijo que tenía un montón de
hojas para que las mecanografiara.
—He estado escribiendo casi toda la noche.
Adrienne se preguntó si él seguiría con esa rutina al estar casado, pero si
Murray tenía razón en cuanto a que la pareja tendría habitaciones separadas, no
tendría la menor importancia. Se llevó las hojas a la cabana y empezó a trabajar. Flick
se acostó junto a la puerta. A media mañana, Murray trajo el café.
- Tengo mucho trabajo - le anunció severa.
—¿Sugieres que me vaya?
—Puedo recurrir al perro para sacarte —asintió sonriendo.
-Presiento que estás de mal humor, pero tengo muchas cosas desagradables que
decirte.
Adrienne tomó un sorbo de café. Sabía que la esperaba otro sermón.
-¿Sabes que al casarte tendrás que olvidarte de Flick?
—¿Qué quieres decir?
-Clifford no permitirá que se quede en la casa. Tendrás que dejarlo con tu
madre.
- ¡Imposible! Mi madre odia a los perros.
-Ya son dos los que los odian. Tendrás que regalarlo o eliminarlo.
—Te gusta ser cruel. ¡Gozas lastimando a la gente, sobre todo a mí!
—Mi querida Adrienne, no me gustan tus acusaciones. No soy brutal ni sádico.
Digo la verdad y si eso te lastima, ya es hora de que te enfrentes a los hechos. Repito,
tendrás que deshacerte del animalito. Tus ilusiones se desvanecerán con el
matrimonio.
-¿Por qué me hablas de esa forma?
- Porque al verte el sábado con aquel niño me di cuenta de lo mucho que te
engañas. ¿Cómo puedo meterte en la cabeza el hecho de que con Clifford no tendrás
hijos?
-Cambiará después de casado.
- ¿Por qué habría de cambiar? ¿De qué poderes especiales estás dotada? Él no es
un jovencito, ha cumplido cuarenta y tres años y desde que lo recuerdo, siempre ha
sido igual. Su vida no cambiará teniendo esposa, sobre todo una tan retraída como tú.
Es hora de que salgas de tu mundo de ensueño. Seguirás mecanografiando sus obras,
sería peligroso contratar a otra secretaria porque su secreto podría salir a flote.
¿Has hablado con él a este respecto?
—No, ni siquiera pensé en ello.
—Parece que no pensaste en muchas cosas. Empieza a hacerlo —las Palabras eran
un constante martilleo.
—Por favor deja de sermonearme —suplicó desvalida. -¿Le dijiste que te di ese
camafeo? -continuó implacable. -No.
, ~~¿Acaso tienes miedo que te castigue por aceptar obsequios de otro hombre?
Mi querida muchacha, mi hermano es poco masculino y no posee ninguna de las pasiones
primitivas que hacen valiosa la vida.
-¿Sigues con tus prejuicios?
—¿Aún no me tomas en serio? ¿Crees que hablo por rencor y que soy Un hermano
mezquino? Juro que tendré que hacer algo drástico para que me entiendas —salió
dando un portazo.
Ese día que había empezado con malos auspicios le deparaba más infortunios a
Adrienne. Estaba tomando dictado en la sala cuando Flick abrió la puerta con el hocico
y corrió hacia su ama con algo suave y rojo dentro de la boca.
— ¡Tiene mi pantufla! ¡Quítasela de inmediato y saca a esa bestia de aquí! Bien
sabes que no soporto los perros. ¿Cómo la encontró? Debió ir a mi alcoba. No permitiré
que ronde por la casa. Tendré que decirle a la señora Mastersque lóate.
La furia que sintió Adrienne fue algo desproporcionado a su naturaleza. En
realidad iba dirigida contra Clifford por expresar su odio hacia los perros, pero como
no podía desquitarse con su prometido, lo hizo con el animal. Nunca le había pegado y
Flick no comprendió el motivo del ataque. Dejó caer la cola e inclinó la cabeza, pero no
soltó la pantufla.
— ¡Suéltala! — le ordenó la chica—. ¡Perro malo!
—Por Dios santo —gimió Clifford—. ¿Es que no puedes hacer algo para controlar
al animal?
Adrienne se abalanzó sobre el perro, pero de inmediato se dio cuenta de que no
era buena táctica. Flick pensó que jugaba con él y dio un paso atrás topándose con las
piernas de Clifford que brincó como si le hubiesen disparado. Adrienne cogió la
pantufla, pero Flick tiró más fuerte. Temerosa de que se desgarrara, la soltó. Flick
corrió al jardín. La chica dejó la libreta y el lápiz y corrió tras él sin alcanzarlo. El
perro correteaba y se escondía, siempre fuera de su alcance. En el momento que ella
creyó poder atraparlo, hizo un falso movimento y cayó sintiendo un intenso dolor en la
parte baja de la espina dorsal. Intentó ponerse de pie, el dolor se agudizó. Le entró
pánico y gritó. Flick soltó la pantufla y se dio cuenta de que algo andaba mal. No dejó
de ladrar hasta que Clifford apareció por la puerta de la cocina.
-¿Qué te pasa, Adrienne?
—No puedo moverme.
—¿No puedes moverte? —preguntó incrédulo y sin abandonar la cocina, levantó la
voz—. ¡Murray! Murray, Adrienne se ha caído.
-¡Voy! -gritó Murray y Adrienne le dio las gracias al cielo por su fuerza y
carácter sólido. Debió moverse a la velocidad de la luz porque estaba a su lado en un
abrir y cerrar de ojos.
-¿Te molesta? -trató de levantarla con gentileza.
—Me he hecho daño en la espalda —murmuró con lágrimas en los ojos.
-Te ayudaré. Aprieta los dientes. Voy a colocarte en mejor postura. Ahora te
levantaré. Coloca tu brazo alrededor de mi cuello. Trataré de mantenerte tan recta
como pueda. Dime si te hago daño.
Le dolía, pero como él no podía evitarlo, Adrienne no se quejó. Apoyó la mejilla en
el hombro y cerró los ojos.
-Siento causarte tantas molestias, Murray.
-¿En qué habitación la coloco? ¿En la tuya? -le preguntó a Clifford.
— ¡Santo cielo, no! Llévala a la habitación de la señora Masters —exclamó
horrorizado.
—La llevaré a la mía —anunció decidido Murray—. Pronto te casarás con ella y
tendrás que permitirle el acceso a tu habitación. Tendrá derecho a permanecer en ella
día y noche si así lo desea -la acostó con suavidad sobre su cama y le quitó los zapatos.
Estaba muy pálida.
—Cada movimiento, por pequeño que sea, me causa un dolor muy intenso -se
humedeció los labios resecos-. ¿Qué debo hacer, Murray?
-¿Permitirás que te examine la espalda? Necesito averiguar la causa del dolor.
-¿De qué serviría? No sabrías...
—Adrienne, soy médico —la interrumpió—. No soy científico ni doctor en
filosofía. Soy doctor en medicina. Si no me crees, pregúntaselo a mi hermano.
—Te creo, pero me has sorprendido —contestó ella con voz temblorosa.
~¿Permitirás que te examine? Si no te fías de mí llamaremos a tu madre o a
Clifford.
~Tengo confianza en ti, Murray -asintió después de molestarse al escuchar el
nombre de su prometido.
~ Dime exactamente qué ha pasado.
Al terminar de referirle lo ocurrido, él le pidió que se acostara de lado y volvió a
ayudarla. Al terminar con la exploración la acostó sobre la espalda.
—¿Te he hecho daño?
-Tú no, pero me duele al moverme. Empiezo a sentir dolor en las piernas. ¿Cuánto
tiempo durará, Murray?
-Es difícil saberlo, puede tardar días o semanas. Estoy casi seguro de que te
desgarraste un ligamento en la base de la columbra vertebral —se sentó a su lado y le
cogió la mano para medirle el pulso-. Al principio tendrás muchos dolores. Sólo puedo
administrarte analgésicos para mitigar la molestia. ¿Quieres llamar a un médico?
—No, gracias, confío en tu diagnóstico.
—De todos modos, le llamaré por teléfono para no faltar a la ética profesional.
¿Estarás bien si te dejo sola unos minutos? No vayas amoverte.
-No podría aunque quisiera -sonrió desvalida.
-Al fin te tengo donde quería -abandonó su comportamiento profesional y ella
sonrió dolorida.
Murray se fue y regresó a los pocos minutos.
-Logré hablar con tu médico y, al parecer, ha leído algunas de mis publicaciones.
Iré a su oficina para que me dé la receta. Está de-acuerdo conmigo en cuanto al
tratamiento y el diagnóstico. El descanso en cama y el tiempo se encargarán de
curarte.
—Eso es imposible -protestó pensando que debería existir alguna cura
milagrosa-. ¿Qué pasará con Clifford, mi madre y el trabajo?
—Nada, tendrán que arreglárselas sin ti -dijo severo.
-Clifford no puede hacerlo, hay tanto que mecanografiar...
— Intenta levantar las piernas y obtendrás la respuesta -replicó
impaciente.
— No puedo, el más leve movimiento me causa dolor —lloró de frustración—.
M-mi pañuelo, no lo encuentro.
Murray le dio el suyo y se alejó a la ventana para que llorara tranquila.
— Supongo que estás acostumbrado a ver enfermos y ya no te afecta el
sufrimiento ajeno. Con los a-años te has endurecido... —comentó injustamente.
—No digas tonterías. ¿De qué serviría la conmiseración?
— Mucho, no sabes c-cuánto... —lloriqueó.
—Querida muchacha, te tienes tanta lástima que no te hace falta mi
conmiseración. He visto a personas mucho más enfermas, con bastante mas fortaleza.
-Eres cruel -lo acusó.
-Si has terminado de llorar, iré por la receta -anunció momentos después-. Le
pediré a Clifford que suba, él te dará toda la atención que necesitas.
Murray bajó y llamó a su hermano. Al parecer discutieron, pero Murray salió
victorioso porque se escucharon unos pasos en la escalera. Clifford entró con el rostro
impávido.
-¿Estás tan mal que no puedes sentarte? -la miró incómodo.
-Acertaste -replicó enfadada-. Lo siento, Clifford, pero me duele mucho.
-¿Qué pasará con mi trabajo?
-No lo sé. Así como estoy será imposible trabajar. Tendrás que escribir a mano y
cuando me sienta mejor me pondré al día.
Clifford se dirigió a la ventana. La muchacha pensó que todos la culpaban de
haber cometido una falta imperdonable cuando en realidad la víctima era ella.
-El perro tuvo la culpa, no sé cómo no puedes controlarlo mejor. Le haces
demasiadas fiestas y lo quieres como si fuese un ser humano...
Adrienne no lo podía creer. ¿Estaría celoso del perro?
— Después de que nos casemos, tendremos que... —Murray regresó y Clifford
aprovechó el momento para salir.
-¿Qué te decía mi hermano? Pareces enfadada.
-Estaba a punto de decirme que tendremos que deshacernos de Flick...
-Te lo repetí hasta cansarme -respondió Murray indiferente-. Está escrito en las
cartas.
-No puedo permitir que Flick corra esa suerte. Es mío y nadie tiene derecho a
quitármelo -contestó desesperada.
- Pierdes el tiempo apelando a mí -su tono fue neutral-. Cuando te cures le
pedirás de rodillas a mi hermano que te permita conservar a Flick. Le encantará, ya
que tiene delirios de grandeza. Es la primera vez que veo que Una chica se encuentra
en el dilema de escoger entre el hombre que ama... y un perro.
~Y a ti note importa.
~ Tienes razón. Es tu problema y tu decisión —ella empezó a llorar de nuevo-
Estás a punto de volver a acusarme de crueldad. Deja de llorar, aunque sólo sea para
que tomes la medicina -le dio un vaso con agua y dos pastillas y luego añadió-:
Tendremos que llamar a tu madre para informarla de que te quedarás aquí unos días —
Adrienne quiso objetar algo, pero i prosiguió — : Hay alcobas vacías y la señora
Masters te preparará una de ellas. Le guste o no a Clifford, tendrá que ir a tu casa
para traerte ropa de dormir o lo que necesites. No me contradigas, te sería
insoportable el movimiento que requeriría llevarte a casa ahora. Tendrás que ser
valiente y mostrar paciencia. Aunque no me creas, el tiempo es la mejor cura -dijo
amablemente sentado al borde de la cama-. Le pediré a la señora Masters que te
prepare una cama. ¿Estarás bien mientras lo hago?
— Lamento haber mojado tu funda con mis lágrimas —dijo en vez de admitir qué
deseaba que él se quedara con ella para siempre.
— Sobreviviré... ¡Peores cosas me han sucedido en mi vida de médico! Al final fue
Murray el que llevó a Flick a casa de Loma.
— ¡Es tu futura esposa, no la mía! ¿No puedes asumir responsabilidades? — le
preguntó Murray a Clifford antes de salir.
Lama acompañó a Murray. Al principio se mostró preocupada por su hija, pero no
tardó en lamentarse por la soledad en que quedaría.
—Tendrás la compañía de Flick —le recalcó su hija.
— Ésa es otra cosa, tendré que alimentarlo y pasearlo.
—Yo me encargaré de eso - aseguró Murray -. Me gusta el animal.
—No comprendo cómo puede tenerle cariño después de los estragos que ha
causado hoy. De no haber sido tan malo...
—No fue por maldad, mamá. Es juguetón y Clifford se sulfuró tanto que perdí la
cabeza.
—Estoy de acuerdo con tu prometido. Iré a pedirle disculpas por lo sucedido.
Creo que ese perro...
—¿No quiere entregarle a su hija lo que le ha traído?
—Gracias por recordármelo —abrió una gran bolsa y sacó algo de ropa y otras
cosas. Con tacto, Murray se dirigió a la ventana-. ¿Cuándo regresarás a casa?
— Imposible antes de una semana, Loma —respondió Murray. —¿Cómo lo sabe?
¿Ha llamado al médico?
— No, pero le llamé por teléfono y le recetó unas pastillas además de ordenarle
absoluto reposo. Además, si la llevamos a su casa, tendrá que hacerse cargo de ella.
—No podría... quiero decir que con las jaquecas que sufro nunca sé si estaré
bien.,
-¿Lo ve? Por eso debemos cuidarla aquí.
-Tiene razón -suspiró tranquilizada-. Bueno, iré a ver a ese hombre encantador,
el señor Denning, a quien pronto llamaré Clifford.
-La habitación de al lado está preparada. Te llevaré y te quedarás acostada.
—Faltan muchas horas para que caiga la noche —protestó ella.
-Adrienne, no simules que todo está normal. Acepta la situación, relájate y
resígnate. Sólo así te recuperarás pronto -desafiante, ella intentó levantar las piernas
para bajarse y demostrarle que no estaba tan incapacitada como él pensaba, pero se
puso pálida por el dolor—. ¿Me crees ahora?
-Sí -murmuró.
Murray la levantó con sumo cuidado, ella apretó los dientes. La llevó a la
habitación contigua y la colocó sobre la cama.
-¿Se fue ya mi madre? -le preguntó a la señora Masters después de quedar
acostada y en camisón.
—No, señorita Garrón, está con el señor Denning.
-¿Está Murray, es decir el doctor Denning con ellos?
-No, si no me equivoco se quedó en su habitación, ¿lo necesita?
— Ya le causé bastantes molestias. ¿Tiene algo fácil de leer?
— Veré si hay alguna revista —la señora salió y entró Murray. Él notó las mejillas
arreboladas, el cabello cepillado, los ojos demasiado brillantes y el gesto de dolor al
hacer el más leve movimiento.
-¿Cómo te sientes?
-Un poco mejor, gracias. Esas pastillas son extraordinarias. Creo que la
recuperación será inmediata.
-Puede ser. La mitad de la batalla se ganó al tener deseos de mejorar.
-Murray, cuéntame algo de tu vida.
-Otro día -respondió antes de salir. El rechazo la molestó; presentía de ella
nunca encajaría en su ambiente profesional. Era un círculo social cerrado y no
cualquier extraño se desenvolvía bien en él.
Seguramente Gretel era doctora y pertenecía al grupo. Además no tardaría en
casarse con Murray que la había esperado durante tantos años.
La señora Masters entró con varias revistas y le informó de que su madre e
había ido y le enviaba todo su cariño. Murray apareció a la hora de la cena
—Mi querida muchacha, la mayoría de las mujeres darían cualquier cosa por
ocupar tu lugar y dejar que los demás se las arreglen solos. Tú, en cambio, te
preocupas porque crees que el mundo cesará de girar sin tu ayuda.
—No me gusta causar tantas molestias, pero más que nada, haberte perturbado.
—Estoy acostumbrado. Solían requerir mis servicios día y noche.
-¿Estuviste mucho tiempo ejerciendo tu profesión?
— Sí, trabajé con un médico de medicina general durante dos años —se volvió a
sentar en la cama—. Luego quise especializarme y como no estaba casado ni me ataba
lazo alguno, trabajé y logré lo que pretendía.
-¿Y ahora?
-Soy profesor de cardiología y jefe del departamento de cardiología clínica en la
universidad. Me dedico a la investigación de las enfermedades del corazón, sobre todo
los efectos que causan las dietas en ese órgano importantísimo de nuestro cuerpo.
—¿Por eso trataste de convencerme de que Clifford no sufre del corazón?
-preguntó arrepentida de no haberle creído.
—Vuelvo a repetirte, con profundo conocimiento de causa, que eso no debe
preocuparte. Clifford me pidió que lo examinara con minuciosidad en varias ocasiones.
No le encontré ninguna afección.
-¿No te creyó?
— No, y no sé si es porque soy su hermano o porque así le conviene. Sospecho que
es por la segunda razón.
—¿Por qué no consulta con otro especialista?
— ¡ Magnífica pregunta, pero al otro tendría que creerle! - se rió y se puso de pie
para ir por la medicina—. Esto te ayudará a dormir*
— Murray, ¿por qué... ?
—¿Es que no terminarás de hacer preguntas?
—¿Por qué no me dijiste que eras médico?
-Dulce y querida Adrienne, estoy de vacaciones y no deseaba divulgarlo. Cuando
la gente se entera de que hay un médico en casa, suelen volcar en él todas sus penas
—le tomó la mano y la entrelazó entre la suya. Ella se ruborizó y trató de soltar la
mano—. ¡No te ofendas, no me refería a ti!
—Entonces, ¿por qué me lo ocultaste?
—No quise que se lo dijeses a tu madre. Imagina lo que hubiese pasado cuando
fui a tu casa. No me habría dejado en paz hasta que le diagnosticara el motivo de sus
jaquecas y de sus malestares. ¡Sé honesta y admítelo!
—Tienes razón. ¡Te prometo que no le diré nada! La pastilla está surtiendo
efecto pero quiero seguir hablando —murmuró bostezando.
— Nunca te vi tan habladora. Deberías hacerlo con más frecuencia. ¡Con unas
cuantas de esas pastillas podrías animarte a decirle a un hombre que lo amas!
-Hablando de amor, ¿te casarás con Gretel?
-No seas indiscreta. No tengo obligación de responder a tus preguntas. Todavía
no eres mi cuñada y no tienes derecho a investigar mi vida privada.
Adríenne cerró los ojos. No deseaba ser su cuñada. Quería ser algo mucho más
cercano... ¿Desvariaba? ¿Qué efecto le hacían esas pastillas? Caía en un sopor
profundo y en su sueño había un hombre. No le podía ver el rostro a causa de la
oscuridad. El la besó con ternura. El extraño desapareció y ella intentó correr tras él
para saber quién era, pero sus piernas no le obedecieron. Terminó por dormirse
profundamente.

CAPÍTULO 8

AL DESPERTAR a la mañana siguiente, se sintió desconcertada. Al recordar lo


sucedido movió las piernas pero el dolor fue insoportable. Estaba tan incapacitada
como el día anterior, eso la desalentó. Murray entró lleno de energía y optimismo.
-¿Has dormido bien? -inquirió interesado-. ¿Soñaste que escalabas montañas o
que corrías por los prados con Flick?
— No soñé nada, excepto al principio —murmuró titubeante. —¿Fue agradable?
Cuéntame tu sueño.
—No merece la pena.
-¿Cómo sigue el dolor? ¿Tienes más movimiento en las piernas? ¿No hay la más
leve mejoría? —Creo que un poquito.
— No podemos esperar un milagro —le tocó la frente—. No tienes tanta fiebre
como tenías a las tres de la madrugada.
-Gracias por haberme calmado. -Es mi obligación.
— Señorita Garrón, ¿quiere que la asee un poco? —preguntó la señora Masters y
Murray sonrió al ver la expresión en el rostro de la joven.
-Puedo hacerlo sola, no estoy inválida.
—Déjate de tonterías, haremos un experimento. Vamos a ver si puedes sentarte.
Señora Masters, acomode las almohadas mientras la levanto. ¿Puedes soportarlo?
— Creo que sí.
— Muy bien, progresamos. La señora Masters te traerá una vasija con agua y
podrás lavarte.
—Quise decir en el baño, no en la cama —gimió—. Esperaba ponerme de Pie. No
puedo quedarme acostada...
—Considérate afortunada de haber llegado a este punto. Tan pronto como
acabes de desayunar querrás volver a acostarte.
Clifford entró y se mantuvo detrás de Murray; Adrienne le extendió la mano
para animarlo a acercarse. Con reticencia se la cogió.
—Anda, bésala —ordenó la voz irritada de su hermano—. ¿No ves que te lo pide?
¿Quieres que te enseñe cómo hacerlo?
—Ahora que está sentada, ¿podrá tomar mi dictado? —preguntó después de
haber cumplido con su deber de besarla.
-¡Por todos los diablos, Clifford! ¿Eres tan insensible? ¿No puedes pensar en
otra cosa que no sea tu trabajo? ¿No puedes anteponer el bienestar de tu prometida
siquiera por esta vez? -salió disgustado y Clifford lo siguió.
—¿Puedo entrar, querida? —preguntó Loma asomando la cabeza—. ¡Qué cómoda
estás! ¡Qué suerte estar ociosa! Yo, en cambio, tengo muchas cosas que hacer en casa.
—Lo siento, mamá, me levantaría si pudiese.
—Querida, no quise decir eso. Sé que no puedes hacer otra cosa. La verdad es
que Flick me mantiene muy ocupada...
. -Tal vez la señora Masters quiera encargarse de cuidarlo. Clifford dará su
consentimiento siempre y cuando lo limiten a la cocina.
—Necesito que el perro me acompañe por las noches. ¡Me aterra quedarme sola!
Casi no dormí anoche.
—No puedo hacer nada, mamá; Murray dijo que tardaré varios días en volver a la
normalidad.
-No te preocupes, me las arreglaré, no tengo remedio. No te preocupes, no soy
tan inútil. Puedo tomar dictado directo a la máquina, aunque escriba sólo con dos
dedos. Sabes que soy capaz de hacerlo. Ya lo hemos hablado. No debes angustiarte
por el trabajo de tu prometido. Empezaré a ayudarlo esta mañana.
-Pero, mamá -Adrienne levantó la cabeza y el dolor hizo que la volviese a
apoyar—. Él no soporta el tecleo, por eso lo hago en la cabana.
—Deja de angustiarte, dice que dadas las circunstancias soportará el ruido. Debo
bajar, está impaciente por empezar.
-¿Qué demonios ha pasado? -preguntó Murray al entrar. Adrienne se • lo explicó.
—¿Te das cuenta, Murray? Ella conocerá su seudónimo y lo divulgará... —Lo dudo.
Creo que estará tan halagada de la confianza que él deposita en ella que guardará el
secreto. Se sentirá muy importante. Perdona mi franqueza en cuanto a tu madre.
—Conozco sus defectos, he vivido con ella bastante tiempo.
—Es extraordinaria la forma en que ves los defectos de tu madre y no los de tu
prometido.
En el curso del día la señora Masters entró a ver a la joven varias veces, Murray
alguna que otra vez; pero la tierra debió tragarse a Clifford y a Loma. El tecleo lento
de la máquina de escribir se escuchaba y Adrienne se sentía molesta al recordar que
debería estar trabajando y no acostada en la cama. Pasó otra noche inquieta, pero
tuvo cuidado de no despertar a Murray. Por la mañana, decidió que se levantaría,
aunque Murray le ordenase lo contrario.
—¿Qué tal has dormido? —ella se encogió de hombros y no quiso decirle la
verdad —. Por lo que veo, no muy bien. ¿Te has pasado la noche en vela? ¿Por qué no
me has llamado?
-No habría sido justo que te perturbara.
-Si todos los pacientes fuesen tan considerados como tú, los médicos tendrían
una vida bastante tranquila.
-No eres mi médico.
-De acuerdo; de todos modos pude haberte dado algo para dormir.
—¿Qué importancia tiene si duermo o no? No hago nada durante el día, me limito
a observar el techo...
— Deja de sentir lástima por ti, porque de lo contrario usaré las tácticas de los
cavernícolas y te tiraré del cabello hasta que pidas piedad.
— Por favor, deja que intente ponerme de pie —sonrió tímidamente.
— Admiro tu espíritu de lucha. Es algo a tu favor —le levantó la mano—. ¿De
veras quieres intentarlo, a pesar del dolor que te causará? -ella asintió esperanzada—.
Está bien, lo haremos un poco más tarde —prometió antes de irse.
Cumplió su palabra. Ella estaba medio sentada, leyendo, después del té de las
cinco, cuando Murray entró, le quitó el libro de las manos cerrándolo de golpe.
— ¡ Ya no sé en qué página estaba!
— Mala suerte. Tendrás tiempo de buscarla después. Dijiste que querías andar y
eso harás. Si te duele, recuerda que lo haces contra las indicaciones del médico
—observó la cama—. Antes que te destape quiero saber si estás presentable. ¿Te das
cuenta de lo considerado que soy? -ella se ruborizó y se arregló el camisón por debajo
de las sábanas — . No tienes que ser vergonzosa conmigo. Anda vamos —levantó la
manta y con mucho cuidado le ladeó las piernas para que quedara sentada en el borde
de la cama—. ¿Te duele? —ella asintió—. ¿Quieres proseguir? ¡Bravo! —el elogio la
halagó. Murray le colocó las manos debajo de las axilas y lentamente la puso de pie,
luego la sostuvo rodeándole la cintura con el brazo—. ¿Continuamos? —Sí, por favor.
—Te lo advierto, cuando empieces a andar sufrirás un dolor agudo. Coloca tu
brazo en mi cintura.
-¿Dónde está Flick? -preguntó obedeciéndole.
—Encerrado en mi habitación. No nos causará problemas.
Con una lentitud pasmosa se dirigieron al baño, Murray mostraba una paciencia
de santo. Cada paso era un martirio para Adrienne, pero no se dio por vencida. En el
descansillo se detuvieron, Adrienne tenía la frente perlada de sudor. Murray se la
enjugó con su pañuelo y ella se lo agradeció. Por fin llegaron a la puerta del baño.
-¿Podrás sola o quieres que llame a la señora Masters? —Gracias, puedo
sola—murmuró estoica. -Llámame cuando hayas terminado. Diez minutos más tarde oyó
llamar a la puerta.
-¿Estás lista? -preguntó-. Te pedí que me llamaras -ella no contestó—. Abre la
puerta. ¡Déjame entrar! —Adrienne murmuró algo incomprensible—. Soy médico,
conozco cada parte del cuerpo humano, sea femenino o masculino., ¡No tienes por qué
sentirte cohibida conmigo! —Murray abrió la puerta y la encontró sentada en la orilla
de la bañera con eJ rostro pálido—. ¡Vaya lugarcito que escogiste para descansar!
¿Quieres desandar lo andado? -la levantó en brazos con cuidado. — Bájame, quiero
caminar. —Si no te estás quieta, te daré un tunda, a pesar de tu estado.
—No puedes hablarle así a tu futura cuñada -escondió el rostro avergonzada.
—Puedo hablarle en la forma que se me antoje -respondió con aspereza. La llevó
a la alcoba y con ternura, la colocó entre las sábanas antes de entregarle el libro.
— Ya puedes buscar la página donde te quedaste.
—Gracias por todo, Murray —murmuró sonriendo con timidez—. Eres un
magnífico doctor.
-No seas tonta. Todo lo que hice pudo hacerlo tu prometido -Adrienne se
desmoralizó por el comentario-. Debes sentirte satisfecha por tus logros -agregó con
suavidad.
-Lo estoy, pero fue doloroso -repuso con la cabeza en la almohada.
— Para ser una chica tan esbelta y retraída tienes valor y tenacidad. Cuando
decides algo, lo llevas a cabo hasta el final, ¿no? Nada hará que te desvíes de la meta.
Por lo tanto, he llegado a la conclusión de que, diga lo que diga, nada podrá impedir que
te cases con mi hermano.
Loma, que seguía trabajando para Clifford, subió a ver a su hija antes de irse a
casa. Sus ojos brillaban, sus movimientos eran más decididos y, en general, mostraba
más vigor. Tenía algo que hacer y una razón para vivir. La «terapia» resultó
provechosa.
—Clifford me prestó muchos de sus libros, querida, y me paso las noche leyendo.
Ya no me siento tan sola.
Clifford fue a visitarla y también le aseguró que todo marchaba viento en popa.
Tanto él como Loma trataron de decirle, en forma sutil, que ella no era indispensable.
Su novio se mostró más afectuoso que de costumbre. Se sentó en una silla a su lado y
la besó con más decisión. Adrienne tuvo la impresión de que practicaba para lograr una
relación más profunda. Trató de corres-ponderle con el mayor calor que pudo. ¿Cuánto
duraría ese cambio de actitud para con ella? ¿Le habría hablado otra vez Murray? ¿Lo
habría «programado», alimentándolo con instrucciones de cómo tratar a su prometida?
— Pareces turbada, ¿por qué? —preguntó Murray un poco más tarde.
-Clifford acaba de salir.
-¿No me dirás que te besó?
—Si he de se franca, pensé que volviste a tocar el tema con él.
-¿Te refieres a que le aconsejé cómo tratarte?
—Es que cada vez que hablas con él al respecto... él se muestra más tierno.
-¿De modo que eres lo bastante lista para darte cuenta de eso? ¿No te
desilusiona saber que, a su edad, tenga que recurrir a su hermano menor para que lo
ayude? ¿Es que tendré que mantenerme a su lado durante los primeros meses del
matrimonio para seguir aconsejándole? ¿En calidad de qué crees que lo aconsejo, como
médico o como hombre de experiencia? —Como médico, por supuesto. —Entonces,
¿crees que he llevado una vida intachable? Adrienne escondió el rostro. No poseía la
habilidad de adivinar el pasado. Sólo sabía que su presencia la perturbaba y que su
fuerza y personalidad arrebatadora la hacían desear que la cortejara, tal como su
futuro esposo nunca lograría hacerlo.
Esa noche estaba inquieta y cada vez que se movía sentía un intenso dolor en la
espalda. Murray le había dicho que lo llamara en caso de sufrir insomnio. No quiso
molestarlo. En eso oyó un ruido en el descansillo y la puerta se abrió.
— Ya me lo imaginaba, no puedes dormir y no te quejas.
— No te llamé, ¿por qué entraste?
-El médico debe cerciorarse del estado de un paciente -encendió la lámpara y
sonrió.
-No s*by tu paciente -era injusta, pero no pudo contenerse.
-No dije «mi» paciente. Dije «un» paciente -el tono amable la avergonzó.
—No tomaré pastillas para dormir —rechazó el medicamento. -¿Porqué?
—Hacen que sueñe...
—Me aseguraste que no habías soñado.
Adrienne lo observó intrigada. En la penumbra de la habitación, con el rostro
medio oculto, parecía enigmático y misterioso. ¿Habría sido un sueño el de la otra
noche o la habría besado? Al verlo parado como una sombra, Adrienne consideró que
sería capaz de cualquier cosa.
—Anda, tómala. No saldré hasta que la hayas tomado.
—Murray, ¿puedo hacerte una pregunta?
—¿En calidad de doctor, hombre o futuro cuñado?
—Como doctor.
—Dime —su tono era neutral.
-¿Podré tener hijos más adelante? -murmuró temerosa de la respuesta.
—¿Qué te hace dudarlo?
-Mi... mi espalda.
—¿Eso es todo? -ella asintió-. Tu espalda dejará de molestarte en poco tiempo si
te cuidas de no alzar objetos pesados y de no caerte para atrapar a tu perro. No
existe motivo para que no tengas familia. ¿Te satisface la respuesta?
-Sí, gracias.
—¿Hablaste de esto con Clifford? —ella lo negó—. Querida, ¿cuántas veces he
de decirte que mi hermano no tendrá familia? Te lo digo de forma categórica ya que lo
ha decidido y nunca cambiará de opinión. —Estoy convencida de que le haré cambiar de
idea. - ¡Te aseguro que no! No sigas engañándote. ¿Es que no te das cuenta de que sé
muy bien lo que digo? -Tienes prejuicios. -Eres una niña tonta.
—No lo soy. Quiero irme a casa, mañana —sollozó. -¿Quieres huir de la verdad?
Cada vez que quiero aclararte las cosas cierras los oídos a mis palabras. Está bien,
quieres familia, lo cual es natural en una mujer joven comprometida. Pero -le cogió la
cabeza y la volvió hacia él -. ¿Me escuchas? Seamos realistas porque es la única
manera de que logre salvar la barrera que levantas en cuanto hablamos de mi hermano.
¿Has pensado que tu prometido no podrá dártelos? ¿Eres tan inocente, tan poco
mundana que no sabes que el deseo sexual no es constante, que la necesidad del amor
físico varía de hombre a hombre y que algunos la experimentan muy rara vez?
-¿Tratas de decir que Clifford...? -lo miró asustada. — Sé lo que estás pensando,
pero no es lo que quise decir. Lo que quiero hacerte ver es esto: Clifford necesita una
mujer que lo mime, que lo trate como una madre. No necesita una jovencita apasionada,
lo cual adivino debajo de tu reserva, ni una mujer que le exija amor físico y alimento
intelectual —su tono se tornó más persuasivo—. Adrienne, debes escucharme. Te
hablo como doctor, no como hermano con «prejuicios». Mi experiencia me permite ver
las cosas de forma imparcial, casi aséptica como s¡ no estuviesen contaminadas
por los «gérmenes de una emoción comprometida».
—¿Cómo puedes saber si mi necesidad de amor físico no es igual a la de Clifford,
que soy apasionada, que le exigiré algo?
~ ¡Muchacha ingenua! Recuerdo una noche no muy lejana en la cual te besé y
confesaste que te excité. Me correspondiste con una pasión intensa
—se sentó en la cama, se inclinó y le cogió la cabeza entre las manos-. ¿Te
gustaría que repitiese la caricia para que te des cuenta de la magnitud de tus deseos?
-murmuró.
Adrienne ya no lloraba y la medicina empezaba a hacer efecto. Si él la hubiese
tomado en sus brazos, no habría tenido la fuerza de resistirse.
-Bella durmiente —murmuró Murray y ella lo escuchó antes de caer en un sueño
profundo.
—¿Todavía deseas irte a casa? -le preguntó a la mañana siguiente. —Sí, por favor
-repuso tímida.
-¿Quién te cuidará? Estando tu madre aquí, te quedarás sola. —Ella me dará mis
alimentos, es todo lo que necesito. Tú prometiste llevar a Flick a pasear.
— Tienes todo planeado. Está bien, pero la responsabilidad es tuya. Puedes irte a
casa... mañana -vio su desilusión-. Lamento que no se pueda hacer hoy. Tengo cita con
un compañero en la ciudad. No creo que regrese tarde, pero lo será para llevarte.
Puesto que soy el único hombre fuerte de la familia, tendrás que esperar a que te
pueda llevar.
— ¡Murray! —quería detenerlo tan siquiera unos minutos—. ¿Qué pasará con
Flick?
—Está con la señora Masters. Ella lo cuidará, no te preocupes. No estarás
desamparada, no te abandono. Aún no desapareceré de tu vida. Creo que me
extrañarás y no lo tomo como cumplido, ya que sólo necesitas de mi ayuda.
Adrienne se quedó triste y desalentada. Su madre y Clifford fueron a verla,
pero no la animaron. Loma estaba encantada con el trabajo.
—No mejores demasiado pronto —le instó riendo—. Si no tengo algo que hacer
volverá a dominarme la apatía.
Con la ayuda de la señora Masters, Adrienne volvió a ir al baño, inqluso logró
regresar sola apoyándose en un bastón. Deseó presumir ante Murray de su notable
mejoría, pero él no regresó. Todos se fueron a la cama. Adrienne despertó de un sueño
inquieto a las dos de la mañana, al escuchar que se abría la puerta de la fachada.
¿Con quién habría estado Murray? Despertó muy cansada. —Pregúntame dónde
estuve anoche —le instó Murray al día siguiente.
-No me interesa.
-¡Tu curiosidad es obvia! Te daré la información de buena gana: por casualidad
me topé con Désirée Charters —Adrienne levantó la cabeza—. Sabía que eso te haría
reaccionar de forma violenta. Ella sugirió que cenáramos juntos y luego fuésemos a
bailar.
—¿Te divertiste? —volvió la cabeza para ocultar los celos, pero el rubor la
delató.
—Sí —se acercó y le cogió la barbilla para verle los ojos. Notó la expresión
desconsolada y sonrió satisfecho—. Muy bien, deseas irte a casa. ¿Se lo has dicho ya a
Clifford y a tu madre? -ella lo negó.
-Ayer me levanté durante un buen rato -le informó llena de orgullo-. Estuve
andando con la ayuda de un bastón.
—Seguro que te dolió.
— Sí, pero me aguanté. No puedo quedarme todo el tiempo en la cama. -¡Conque
me aguanté! -imitó su voz-. Eres estoica, ¿no? Yaque eres
tan hábil, enséñame cómo andas —le entregó el bastón que colgaba del respaldo
de la silla. Adrienne se incorporó y se puso de pie con cuidado. Dio unos pasos mientras
él la observaba con ojo clínico. Fue desde la cama a la' ventana.
— Me siento como una viejecita - murmuró.
— Ese aspecto tienes —comentó duramente. -¿Me das el visto bueno?
— Has pasado la inspección, pero lo que te sobra de valor y decisión te falta de
agilidad. Puedes irte a casa.
-No es que quiera hacerlo, sino...
—Piensas que es lo correcto.
—Agradezco todo lo que tú y la señora Masters habéis hecho.
— Pero ya no deseas mis cuidados.
— ¡Nada de eso! Desearía que fueras a verme allí.
— ¡Qué gentil! No deseas mi compañía, sólo mis conocimientos médi-I eos. Anda,
vístete y te llevaré en coche.
-¿Y Flick?
— Primero te llevaré a ti, luego a él.
- Murray, ¿ le informarás a mi madre y a Clifford?
—Sí, seré tu mensajero. — Lo siento, Murray. Iría personalmente, pero —señaló
su incapacidad.
Al terminar de vestirse se sentó a esperarlo. Él la levantó en brazos y ella
protestó.
— Todavía no debes subir ni bajar escaleras. Tardarías una hora en bajar. Anda,
no te avérgüences, abrázame y ponte cómoda. ;Esto me gusta! -sonrió al abrazarlo ella.
La llevó al coche y la colocó casi acostada en el asiento de atrás. Dobló una manta
y se la colocó debajo de la cabeza. Ella protestó diciendo que eso no era necesario
para un trayecto tan corto.
—La más pequeña sacudida podría empeorar tu mejoría y dejarte tal como
empezaste.
Al llegar a su casa, Murray la sacó del coche e insistió en llevarla en brazos.
Adrienne se obstinó en caminar, temerosa de los comentarios de los vecinos.
—Pensarán que atraviesas el umbral en brazos, como feliz recién casada. -No es
obligación de los médicos llevar en brazos a los enfermos, a menos que tengan
intenciones ocultas.
—Deja de provocarme, mujer. No te va y es peligroso. No eres mi paciente y no
soy tu médico. Recuérdalo —le advirtió en tono serio. La sentó en un sillón en la sala y
ella se reclinó suspirando. —Da gusto estaren casa. Siento como si hubiese estado
enferma, lo cual no es cierto.
—Es a causa del dolor y no creas que no conozco la agonía que has sufrido. Una
espalda lastimada puede ser muy dolorosa, tanto en lo físico como en lo mental, para
una persona activa como tú. Dime dónde está la ' cocina y haré un poco de té.
—¿Sabes cómo prepararlo? -inquirió sorprendida.
— ¡ Me insultas! Claro que sé hacerlo. Un médico dedicado a la investigación no
está atendido por las enfermeras en todo momento. Por desgracia, son pocas las veces
que tengo algo que ver con ellas. Dime, ¿dónde está la cocina?
Al regresar comentó:
-Encontré una bandeja y unas galletas. Hacía mucho que no tenías tan buen
semblante —ella no podía decirle que el brillo en sus ojos y el rubor en sus mejillas se
debían a su presencia y que tan pronto como se fuera se deprimiría—. Se te ve serena.
¿No te hace falta algo o alguien?
-No.
-¿No extrañas a tu novio? -inquirió burlón.
— Por supuesto, a pesar de que nunca vino a casa.
— ¡ No me digas!
—¿Como iba a hacerlo, si mi madre no sabía que estábamos comprome-Itidos?
Tuve que decírselo cuando ella pensó... que tú eras mi novio. —¿Cómo reaccionó al
saber la verdad?
— Se escandalizó y se puso triste al saber que se quedaría sola. -Asumió el papel
de mártir -murmuró.
— He decidido pedirle a Clifford que permita que ella venga a vivir con |nosotros
después del matrimonio —declaró de pronto Adrienne.
-Bromeas -se puso de pie y ella lo negó-. ¿Quieres decir que estarías dispuesta a
cargar con el peso de los dos? ¡Tu apatía, tu humilde aceptación de lo que te depara el
destino me enfurece! —cerró los puños y los metió en los bolsillos—. ¡Hay momentos en
que eres muy torpe e ingenua y me dan ganas de sacudirte hasta que pidas piedad! -se
dirigió a la puerta-. Iré por Flick.
Adrienne se quedó sentada muy rígida, intentó ponerse de pie y caminar, pero
cambió de opinión. Cerró los puños y golpeó el brazo del sillón. No permitiría dudas en
cuanto a su decisión de vivir al lado de Clifford. Sabía que amaba más a Murray y, sin
embargo, sentía afecto por el hermano desvalido que la necesitaba. Lo ayudaría. El
amor que sentía por Murray era mayor que el que sentía por Clifford, pero éste la
necesitaba y ella le tenía afecto. Desde el principio, su novio le confesó que no era
igual a los demás hombres en cuanto a la necesidad de amor y ella lo había aceptado.
No le importaba lo que Murray dijese en cuanto a las pasiones normales en una mujer.
Adrienne estaba convencida de que podría reprimirlas hasta que ya no tuviesen
importancia. Si no podía tener hijos se haría a la idea de vivir sin ellos.
La puerta de entrada se abrió y Flick entró ladrando, feliz de ver a su dueña
después de tanto tiempo. Brincó a su regazo y le lamió Sas manos. Pensó que todo
sería soportable siempre y cuando no le quitaran al perro.
— Por Dios, le muestras más afecto al animal que al hombre de tu vida. —Gracias
por cuidar a Flick. No sabes cuánto te lo agradezco —respondió evadiendo el tema ya
que sabía que Murray tenía razón.
— No creas que ya puedes salir a pasear con él. Vendré todas las tardes Para
sacarlo.
—¿Estás seguro de que quieres hacerlo?
-Sí. Todo el mundo debe hacer ejercicio, incluyendo a los especialistas de
corazón como yo; y los novelistas como Clifford. Dile a tu futuro esposo que lo
necesita. ¡Santocielo, la realeza en persona! —exclamó al acercarse a la ventana
después de escuchar que un coche se detenía-. Clifford trae a tu madre. ¿Dónde están
las fanfarrias y el tapete rojo para recibir a la gran visita?
-¡Qué casualidad encontrarte aquí, Murray! -exclamó Loma encantada. Flick
abandonó el regazo de Adrienne y se puso a olfatear los zapatos de Clifford que dio un
paso atrás con la franca intención de asestarle una patada.
— ¡Flick! —gritó Murray y el perro se le acercó. Miró a su hermano con rencor
pero éste se hizo el desentendido.
—¿Clifford? —murmuró Adrienne sonriendo y levantando los brazos para
atraerlo y darle un beso. Intentaba demostrarle a Murray lo equivocado que estaba en
cuanto a la personalidad de su hermano. Su intento falló y Murray, impasible, lo notó.
-¿Quién quiere tomar un refresco, una taza de café? -ofreció Loma, preocupada
por la tensión-. ¿Galletitas, pastel hecho en casa? -por lo visto su madre conocía el
punto débil de Clifford.
-Acabamos de tomar el té que Murray hizo el favor de preparar.
-Qué amable, pero pueden también tomarse una taza del delicioso café que
preparo.
¿Desde cuándo preparaba su madre café delicioso? De hecho, resultó casi
pésimo. Las galletas eran de pastelería barata y el pastel estaba un poco duro, pero
Clifford no paró de comer, alabando todo.
-Será fácil complacer a tu novio cuando te cases con él. Con saciarle el apetito
bastará. No necesitarás despliegues amorosos. Mantenle la despensa bien surtida y
será un hombre feliz. ¡En cambio, tú serás la mujer más frustrada! - murmuró Murray
-. Quiero recordarte que tu condición dista de ser normal. Tendrás que ayudarte de un
bastón durante una buena temporada —añadió en voz alta.
— No permitiré que andes, Adrienne, estarás en la cama — le dijo Loma. ~
-Mamá, puedo andar con bastón -aseguró—. Murray, ¿no crees que debo intentar
volver a la vida normal en vez de quedarme acostada todo el día?
-Desde luego, pero con las limitaciones que te imponga el dolor. Si se-vuelve
insoportable, cesas de moverte. Así es de simple. Tu espalda recobrará fuerzas cada
día que pase.
- ¡ No volverá a trabajar! - Loma delató su inquietud de perder el trabajo que
tanto valoraba y la compañía de su jefe temporal, no como hombre sino como novelista
de renombre.
-No veo inconveniente en que lo haga a su debido tiempo -respondió
Murray.
—Eso tardará bastante. Debimos llamar al doctor, no es demasiado tarde para
hacerlo...
-Ay, mamá, no necesito un doctor. Sólo confirmará que mi espalda mejora y que
tendré que cuidarme. Mira, ya puedo moverme -se puso de pie y sonriendo ocultó el
dolor que sintió al enderezarse.
- ¡Bien hecho! ¡Muy pronto correrás por los campos con Flick! —exclamó Murray a
quien no logró engañar.
-Sí' pero... aún no está lista para eso -tartamudeó la madre inquieta.
—Adrienne, ¿quieres quedarte aquí o subes a tu alcoba? —preguntó Murray
antes dé irse.
-Me quedo aquí -contestó desafiando a su madre.
—Muy bien, esta tarde, cuando venga por Flick, te subiré. A menos que tu novio
desee tener el placer de hacerlo —miró burlón a su hermano.
-Si fuese fuerte lo haría -dijo después de aclararse la garganta-. Loma, tú sabes
que mi corazón es frágil.
- Pobrecito, tú sufres de eso y yo de esto - se tocó la frente -. Hacemos buena
pareja, ¿no te parece? Quiero que sepáis que a pesar de nuestras dolencias, Clifford y
yo hemos logrado avanzar en su trabajo.
—Entonces, será usted la suegra ideal. Su yerno contará con su ayuda — Loma no
notó el sarcasmo y se sintió halagada.
—Estos últimos días no has hecho más que llevarme en brazos —comentó
Adrienne cuando Murray la subió a su habitación después de pasear a
Flick.
— ¡Eres un fardo insoportable! —sonrió—. ¿Qué harás si no puedes dormir? No
estaré a tu lado para darte las pastillas...
— Sobreviviré.
Menos mal que eres valiente porque necesitarás serlo en tu matrimonio le cogió
la mano y parecía querer quitarle el anillo de compromiso-rompe el compromiso antes
de que sea demasiado tarde
Gracias por el consejo -retiró la mano- Clifford me necesita.
-¡Permíteme dudarlo!- contesto con acritud antes de abandonar la habitación

CAPÍTULO 9

A PESAR de la profecía pesimista de Loma, la espalda de Adrienne mejoró a


pasos agigantados. A los quince días ya andaba bien, aunque todavía requería de la
ayuda del bastón para subir y bajar la escalera. Daba paseos cortos con Flick. Loma se
sentía contenta de que todavía no mostraba deseos de reanudar el trabajo. Una
mañana, la joven decidió darle una sorpresa a Clifford. Acompañada del perro fue a su
casa. Murray le abrió la puerta y acarició al perro. —¿Qué haces aquí?
— Ya estoy en condiciones de trabajar. -¿Y si el médico te lo prohíbe?
—Mi médico es comprensivo y acepta mis sugerencias. No me negará el permiso.
—No me tientes. ¿Qué tratas de hacer; provocarme?
— Lo siento, pero la verdad es que ya puedo normalizar mi vida.
— De acuerdo, pero hazlo con cuidado. ¿Cómo le darás la noticia a tu madre? Le
privarás de un pasatiempo y la sumirás de nuevo en su problema psicológico. Tendrás
que soportarla durante varias semanas.
— Eso tiene que ocurrir tarde o temprano. Ella lo sabe y no puedo dejar de
trabajar por consideración a su bienestar mental.
— Supongo que cobras un sueldo —ella asintió—. Después de casarte seguirás
trabajando. ¿Te seguirá pagando tu sueldo o dejará de pagártelo? No me digas que
tampoco hablaste de esto con él. '
— No se me ocurrió.
—¿No crees que es hora de que pienses en muchas cosas? —ella se levantó con
rapidez.
-Cada vez que se te presenta la oportunidad intentas disuadirme del matrimonio.
Sigo pensando que lo haces para vengarte de él porque lo odias.
~ Escoge mejor tus palabras —replicó enfurecido—. Sólo me motiva mi
experiencia como médico. Me preocupa tu bienestar futuro en calidad de ser humano,
como miembro de la sociedad en que vivimos. Lo hago porque si te conviertes en mi
cuñada tendrás problemas. Si buscas un chivo expiatorio, piensa que es mi fe ciega en
la medicina preventiva. Trato de protegerte de las consecuencias que sufrirás por tu
ingenuidad.
Adrienne estaba al borde de las lágrimas por no poderle responder con la misma
efectividad. No deseaba reconocer que Murray tenía razón. Se dirigió a la escalera y
Murray la observó mientra subía. Al entrar en la habitación de Clifford, Loma la
recibió con una falsa sonrisa. Clifford, como de costumbre, estaba en la cama.
Loma estaba sentada en la única silla de la habitación y tenía la máquina de
escribir sobre las piernas. Adrienne se sentó en la cama. Clifford colocó su mano
sobre la de ella, lo cual le bastó para sentirse amada. Loma frunció el ceño preocupada,
quizá porque su trabajo temporal peligraba o porque su hija se casaría pronto.
-Me alegra mucho verte tan bien. ¿Estás preparada para reanudar el trabajo?
—Sí—respondió decidida.
-Clifford es paciente y comprensivo conmigo. Soy lenta, pero me espera hasta
que termino. Hago bien las cosas, ¿no, Clifford? —Loma era infantil en su deseo de
recibir alabanzas —. Estoy dispuesta a seguir mientras Clifford lo desee. Quiero
decir, si todavía no puedes...
— Mamá, estoy ansiosa por empezar —aseguró—. No dudo que Clifford aprecie
tu ayuda.
—Más que eso, no sé lo que habría hecho sin ella —sonrió con tanto calor que
Loma se llenó de placer. Adrienne observó a su novio y le extrañó su actitud aduladora.
Nunca se había mostrado tan amable. Eso le dio ánimos para pensar en preguntarle si
permitiría que su madre viviese con ellos.
A la mañana siguiente reanudó su rutina. Al salir con Flick, su madre la observó
por la ventana. Se había quejado de tener jaqueca. Pero el trabajo de Clifford
avanzaba más rápidamente si era ella la que escribía a máquina.
En todo el día no vio a Murray. Cuando fue por Flick, después del trabajo, la
señora Masters le informó que el doctor estaba trabajando y que pronto llegaría su
amiga para quedarse unos cuantos días.
-¿Se refiere a Gretel Steel? -Sí.
Esa noche, Adrienne se acostó pronto, estaba agotada. Su madre le repetía
insistentemente que se lo había advertido y su hija tuvo deseos de gritarle que se
callara. Cuando Murray fue por Flick estaba en la cama y oyó que le preguntaba a | su
madre por ella.
-Ha empezado demasiado pronto a trabajar -le explicó Loma-. Está agotada.
— Su hija es muy terca, ¡ya me he dado cuenta de ello!
—¿Quiere verla?
-Más vale. No necesita acompañarme, sé cuál es el cuarto. 2ntró en su habitación
y se la quedó mirando.
-¿Así que te has excedido, verdad? —No, como ves, me cuido y descanso. —Eso
es una mentira. Te advertí que tardarías en recuperar las fuerzas —observó su rostro
pálido y tomó su mano para medirle el pulso—. No puedes disimular conmigo.
—Me enteré de que tu amiga vendrá a quedarse en casa de Clifford.
—¿Mi qué?
—Tu amiga, la doctora Gretel Steel.
— Ah, Gretel, en efecto, es mi amiga -sonrió burlón-. Tu madre me ha hablado de
la frecuencia de sus jaquecas. Sospecho que alguien le ha dicho que soy médico —la
acusó.
—No he sido yo, te lo aseguro.
—Estoy seguro de que tampoco ha sido Clifford. No lo haría porque tiene miedo
de que yo tome represalias y divulgue su secreto. ¿Qué edad crees que tenemos mi
hermano y yo? No somos niños o por lo menos yo he crecido.
— ¡ Qué forma tan sutil de insinuar que Clifford no ha madurado !¿No se te
ocurre pensar que mi madre no lo sabe y que si te hizo la confidencia fue porque sabía
que la escucharías? La gente intuye que eres de los que saben escuchar con paciencia.
—Es bueno saberlo.
Impulsivamente, Adrienne buscó la mano de Murray tal como lo hizo infinidad de
veces con Clifford. Contraria a la reacción de su prometido, el hermano no retiró la
suya.
-¿De veras confías en mí? -le preguntó con un brillo extraño en los ojos.
-Completamente -lo miró de frente.
-Me dejas atónito. Hasta ahora has ignorado todas mis advertencias sobre tu
futuro al lado de mi hermano -le soltó la mano.
-Eso es diferente.
—No lo es. Eres obstinada, sorda y tienes prejuicios debido a la relación que
existe entre nosotros.
—¿Otro sermón?
-Buenas noches, Adrienne -se despidió de pronto y salió.
Pasaron algunos días antes que volviera a ver a Murray. Probablemente estaría
revisando su trabajo antes de la llegada de Gretel. No sabía cuándo se presentaría
ésta y no quiso preguntárselo a Clifford. Lo más probable era que no supiera nada
porque vivía en su propio mundo.
Loma seguía enfurruñada por haber perdido el trabajo. Reanudó su rutina de
desayunos y reuniones y se quejaba de lo vacías que eran las señoras que ignoraban lo
que era trabajar de verdad. Fue tan astuta en sus comentarios que inculcó un
sentimiento de culpa en su hija.
Adrienne le pidió a la señora Masters que le dijera al doctor Denning que a
partir de ese día, ella pasearía a Flick. Murray no se volvió a presentar en su casa. Una
tarde Calurosa de agosto, Adrienne se dirigía al campo con Flick. A lo lejos se
escuchaba el retumbar de algunos truenos, pero el sol todavía se filtraba por algunos
huecos despejados en el cielo. En eso vislumbró una figura conocida que parecía estar
esperándola.
—Tenía ganas de dar un paseo. ¿Has ido al campo después de la caída? ¿No?
Iremos ahora. ¡Si resulta mucho esfuerzo, te llevaré en brazos!
— No lo será -replicó. Llegaron al sendero que los llevaría al campo, pero Flick,
que se había acostumbrado a seguir la carretera, siguió de frente. Murray silbó y el
animal regresó feliz de poder volver a corretear por las praderas.
-Para que no tropieces y te hagas daño -anunció tomándola de la mano y
quitándole la correa de Flick.
-¡Me has echado de menos! Sí, he tenido mucho que hacer -se quedó callado.
-¿Trabajarás con Gretel cuando venga?
-Lo dudo, viene de vacaciones. ¿Qué es lo que tratas de saber? -le cogió el brazo
y la obligó a mirarlo—. Eres terca y curiosa. No hay regla que indique que un cuñado
debe divulgar sus secretos a la cuñada. —Todavía no me he casado —replicó ofendida.
-Vaya, ¿hay grietas en tu armadura? ¿He logrado por fin descubrir tus
emociones más profundas y tocar tu fibra sensible?
— ¡ De ningún modo! — trató en vano de retirar la mano —. Tus tácticas no me
intimidan, al contrario, me vuelven más obstinada.
-Por lo menos reconoces que eres obstinada. Eso constituye un avance por mi
parte. Creo que deberíamos resguardarnos -sugirió al escucharse un trueno
ensordecedor-. Pronto se desencadenará una tormenta. Si no queremos empaparnos,
tendremos que andar rápidamente - dijo al vislumbrar una I pequeña construcción que
podría protegerlos de la lluvia-. No traes abrigo I y estarás mojada antes de que
lleguemos a ese cobertizo.
Lograron llegar a tiempo para que el aguacero no los alcanzara. Adentro I había
algunas máquinas agrícolas y el suelo estaba cubierto de paja. No I había dónde
sentarse.
-¿Te asustan los truenos? -le preguntó rodeándole la cintura. Adrienne negó con
la cabeza. La ternura de la voz de Murray hizo que se (ruborizara. Flick olfateaba
todo. De pronto un rayo iluminó la oscuridad y ¡Adrienne se sobresaltó. Murray la
abrazó y le sonrió para tranquilizarla.
Sin pensarlo, ella le abrazó por debajo de la chaqueta que tenía abierta. Sin
darse cuenta cedía al deseo que sentía de estar junto a él. La tensión que ; creó fue
insoportable. Él la miraba muy serio y sondeaba las profundidades de su ser con los
ojos. Ambos se olvidaron de la tormenta, de Clifford y su futuro matrimonio, de todo,
excepto de que eran un hombre y una nujer que sentían una fuerte atracción mutua.
—¿Qué quieres de mí, Adrienne? —no supo qué contestarle porque ni £ misma lo
sabía. Apoyó la cabeza en su pecho y escuchó los fuertes latidos de su corazón—.
¿Adrienne? —insistió, pero ella no pudo hablar.
Murray la acostó sobre la paja que cubría el suelo. Adrienne no oyó el trueno que
retumbó en el cielo. Murray la besó y la privó del deseo de resistirse.
—Tranquila, Adrierine, no temas. Entrégate, mi amor, no me rechaces.
Adrienne le abrazó con pasión. Los latidos de su corazón retumbaban en sus
oídos. No le parecía que hubiera nada malo en corresponder a las ardientes caricias de
Murray.
—¿Deseas que siga, amor? Si lo hago, serás mía y no podrás arrepentirte.
Dímelo, dímelo pronto.
Toda su educación, sus convicciones, su capacidad de razonar velada por el
éxtasis, le decían que se detuviera. No podía entregarse a un hombre que, estaba
segura, no la amaba. De pronto, sintió una ira profunda contra él por haberla excitado
de la forma que lo hizo. Él le había preguntado si seguía, como si hubiese sido ella la
que hubiera provocado el incidente. Le había advertido que si continuaban la haría
suya, lo cual indicaba que quería apartarla de su hermano.
Antes de que contestara, él presintió la respuesta. Se puso tenso y se apartó.
-Clifford -gimió-. Me necesita. No puedo abandonarlo. Tienes que comprender.
¡Sé por qué lo hiciste! Para vengarte, le odias tanto que me tomarías para que nunca
olvide que fuiste el primer hombre que me poseyó. ¡Qué triunfo tan mezquino!
—De modo que Clifford resulta vencedor una vez más. Escogió a su novia muy
bien. ¡Siempre leal, esclava del deber, el cordero dispuesto a ir al sacrificio! -la burla
fue cruel-. ¿Qué diablos tratabas de hacer? ¿Buscarte un amante antes de llevar el
anillo de matrimonio? ¿Un amante que te compensaría por adelantado de los fallos
sexuales de tu futuro esposo? — ¡ Deja de insultarme dando a entender que soy una...!
—¿Insultarte? ¿Dónde aprendiste esa actitud victoriana hacia el sexo? No es pecado,
es algo que une a los verdaderos amantes y los mantiene juntos por el resto de sus
vidas.
-Desde que te conocí, no has dejado de incitarme. ¡Conozco tus motivos! Lo
hiciste para que me diese cuenta de lo que me perdía al estar casada con Clifford.
-¡Qué perspicaz eres! Claro que intenté abrirte los ojos. ¿De qué otra forma
podía sacarte de tu inocencia, de tu patética ignorancia de lo que debe ser un
verdadero matrimonio?
Murray no la amaba. Todo había sido un acto premeditado para enseñarle los
placeres del amor, que le serían negados al ser la esposa de Clifford
—Nunca conocí a una chica tan ávida de caricias. ¿Crees que podrás vivir sin
amor físico y que no lo necesitas? Eres la mujer más apasionada que he conocido en mi
vida y eso es decir mucho, ya que tengo treinta y siete años. ¿Dónde ocultarás todo
ese fuego cuando estés casada? Te lo diré. Lo ocultarás en tu mente hasta que algún
día explote como una bomba y convierta tu mundo en escombros. Como doctor, quiero
explicarte lo que será tu vida un año después de casada -ella se tapó los oídos, pero él
le quitó las manos con brusquedad-. Te obligaré a escucharme. Te convertirás en una
neurótica. Te parecerás a Clifford. Intentarás vivir fingiendo enfermedades. Lo he
visto en muchas personas. Nunca conocerás la verdadera felicidad. Tendrás todos los
síntomas causados por la represión. Por ser como eres, no hallarás alivio para tu pesar
y frustración, aunque tengas un amante. Simularás que eres diferente a las demás
mujeres hasta que explotes -le soltó las muñecas—. ¡Cuando eso suceda no estaré a tu
lado para ayudarte! No esperes que asista a tu boda. De ahora en adelante procuraré
no acercarme a ti -se disponía a salir.
—No puedes irte con esta tormenta, no puedes dejarme sola... -gimió.
-Eso crees, ¿verdad? -se levantó el cuello de la chaqueta, metió las manos en los
bolsillos y salió.

CAPÍTULO 10

La doctora, acercándose a Adrienne le dijo cordialmente: -Por favor, llámame


Gretel. ¡Yo te llamaré Adrienne!
ADRIENNE esperó a que cesara la tormenta. Mientras tanto la envolvió la
penumbra. El granero le recordaba las palabras cariñosas que Murray había
pronunciado cuando la abrazaba. Por fin llegó el momento de salir de allí. Caminó con
pesadez por el sendero enlodado. No sabía si habrían capturado al merodeador y
estaba asustada. Sin embargo, llegó a casa sana y salva y su madre la recibió con gran
alivio.
Pensó que Murray la evitaría cuando llegó al trabajo al día siguiente. Sin
embargo, al abandonar la habitación de Clifford, Murray la alcanzó en el descansillo.
Sin decir palabra le entregó la correa de Flick. -¿Llegaste bien a casa anoche? —Sí,
gracias.
Murray regresó a su habitación cerrando la puerta de golpe. Adrienne bajó la
escalera, llegó a la cabaña, colocó las manos temblorosas sobre la máquina de escribir
y empezó a mecanografiar.
Gretel llegó al día siguiente y antes de verla, Adrienne oyó su voz melodiosa y
amable; reía de forma agradable. Adrienne estaba loca de celos. Cuando Murray las
presentó vio que Gretel era una atractiva morena de mirada amable y que de toda su
persona emanaba encanto. Murray la había amado en el pasado y seguramente seguía
sintiendo lo mismo por ella.
La doctora miró a Adrienne de forma inquisitiva y luego se volvió hacia Murray.
Parecía que se comprendían sin decir palabra.
—Por fin tengo el gusto de conocer a la prometida de Clifford. ¿Cuándo será la
boda? ¿Nos invitarán? —le preguntó a Murray.
—No lo sé, no será pronto, doctora Steel —respondió la chica.
-¿No sabes la fecha del feliz evento? Creí que las novias contaban con ansia los
días que les faltaban para llegar al altar. Así me sucedió a mí.
-Aún no conoces a Clifford -murmuró Murray guiándola adelante--Es otro placer
que te espera cuando él se anime a levantarse de la cama.
Transcurrieron los días y el mes de agosto terminó. Los frescos días de
eptiembre llegaron y Gretel aún no se había ido. Adrienne y Murray se ^eían muy
pocas veces y además Gretel le acompañaba siempre. Cuando adrienne los oía reírse en
la habitación de Murray, los celos la atormentaban. ¿Qué hacían allí dentro?
Una mañana se encontró a Murray en el descansillo de la escalera, staba solo.
Adrienne le imploró con los ojos que la tratara como solía hacerlo, con calor humano y
no con indiferencia. Pero él se mantuvo distante.
-Ha llegado esta carta de mi viejo amigo Augustus Charles -le dijo riifford
cuando ella estaba a punto de irse-. Nos invita a otra velada literaria. Como verás, ha
invitado a «mi querida y dulce secretaria». Le causaste buena impresión, querida. Lo
que no comprendo es que también fnvita a «tu amigo». ¿A quién se referirá?
Adrienne se sintió cohibida y le explicó que Augustus la vio en la kermesse con
Murray y que seguramente supuso que él sería su «amigo».
—¿Le sacó del error mi hermano? —preguntó ceñudo.
-Murray se dio cuenta de que Augustus estaba demasiado... borracho para
explicaciones. Además, nuestras relaciones se mantienen secretas.
—¿Te gustaría que lo anunciásemos? Si eso es lo que quieres... llevas mi anillo —le
cogió la mano.
Ella asintió. Ya nada podía hacer. Al ser del dominio público, la barrera entre
Murray y ella se volvería infranqueable. Por otro lado, tal vez olvidaría al hermano
cuando el compromiso se hiciera oficial.
I—¿Por qué no puedo ir contigo? —le preguntó Loma al enterarse de la velada-.
Pregúntale a Clifford, pídele que me consiga una invitación. ¡Por favor, hijita!
Adrienne se mostró inconmovible. En ocasiones sabía cómo mostrarse |firme con
su madre.
La noche de la velada, mientras Adrienne se vestía, Loma le hizo tal escena que
se preguntó si sería conveniente dejarla sola. Loma lloró, sollozó, desvarió y se quejó
de dolores en todo el cuerpo. Al ver que nada conmovería a su hija, dejó de actuar.
Terminó diciendo que se iba a la cama y que deseaba que su hija se divirtiese.
— ¡Olvídate de que tu pobre madre se queda sola y abandonada! Cuando Adrienne
llegó a la casa de Clifford, la recibió Murray, vestido con mucha elegancia.
—¿Asistirás a la reunión?
Gretel, que en ese momento bajaba la escalera, contestó por él. —Así es.
También me invitaron a mí.
—Mi querida Gretel, tendrás la oportunidad de ver el mundo literario en acción.
Te espera una velada muy entretenida -le dijo Murray con sarcasmo.
Gretel sonrió y elogió el vestido de Adrienne.
—Blanco, mí color favorito. Cómo quisiera ser más joven para llevar el blanco con
tanta gracia y elegancia. ¡Ay, se me han olvidado mis guantes! —se dio la vuelta y subió
la escalera.
—Por favor, ¿me permites pasar? —le pidió Adrienne a Murray, que le bloqueba
el acceso a la sala.
—A su debido tiempo. La pureza personificada, intocada por el hombre
—comentó, apoyado contra la pared. Por fin la dejó pasar.
Llegaron tarde a la reunión. La sala estaba atestada de gente y no había sitio
para sentarse. Al ver entrar a Adrienne precediendo a Clifford, los invitados
levantaron sus rostros aburridos en espera de una novedad. Los que asistían por
primera vez esperaban ver un coloquio interesante. No se daban cuenta de que ellos
eran los que deberían participar. Nadie podía proporcionarles la euforia que deseaban.
Les hicieron sitio en el sofá. Su novio, en vez de abrazarla para estar más
cómodos en el estrecho lugar, juntó las manos y las metió entre las rodillas. Adrienne
se sintió desleal por considerar ridicula su postura.
Murray entró, seguido por Gretel, y de inmediato los localizó. Se hicieron las
presentaciones e introdujeron a Murray como el señor Denning, hermano del querido
amigo, el eminente escritor, Clifford Denning. A Gretel la presentaron como la señora
Steel. Por lo visto, ambos optaron por mantenerse en el anonimato ante aquella
concurrencia apática y engreída. De pronto Désirée Charters hizo su entrada triunfal.
Vestía de forma extravagante, falda negra ceñida y blusa corta que dejaba al
descubierto la sugestiva cintura. Desde luego, notó la admiración de los hombres y la
envidia de las mujeres. Al ver a Murray desplegó todo su encanto.
Murray se inclinó para murmurarle algo a Gretel quien rió antes de susurrarle la
respuesta. Deliberadamente, abrazó a la señora Steel cuando Désirée se acercaba
caminando con coquetería.
Adrienne no oyó la presentación, pero por el ceño fruncido de Désirée supuso
que Murray la había presentado como su novia. Pero la actriz no era de las que se
amilanaban ante la competencia. Se sentó a los pies de Murray para contemplarlo con
estudiada adulación.
Celosa en extremo, Adrienne los observaba. Al darse cuenta de que el doctor lo
había notado, desvió los ojos y se puso a estudiar las pinturas que colgaban de la
pared. Augustus se paró frente a ella ofreciéndole una copa y al tomarla, él vio el
anillo de compromiso. Se volvió a mirar a Murray y estaba a punto de decir algo cuando
Clifford habló:
-¿No tienes algo más fuerte que jerez? —y en calidad de anfitrión fue a
traérselo. Clifford se lo bebió de un trago y pidió otra copa. Murray, que lo observaba,
parecía preocupado.
-¿Te diviertes, hermosa? -preguntó Augustus con aliento alcohólico—. No
recuerdo tu nombre, pero no tiene importancia porque para mí siempre serás la
«secretaria» -le guiñó el ojo a Clifford y le preguntó a ella-: ¿Te gustan mis cuadros? -
la empujó hacia la pared-. Obsérvalos de cerca, querida. Quiero tu opinión más sincera.
Adrienne le pidió a Clifford con señas que la sacara del apuro, pero fue en vano.
Por fortuna, un invitado intervino y se llevó al anfitrión.
-Clifford está bebiendo más de la cuenta. No está acostumbrado. Más vale que
se lo adviertas —le murmuró Murray acercándose a ella.
-No es mi responsabilidad -replicó molesta.
- Vas a ser su esposa. ¿No te preocupa su bienestar? —No me hará caso.
— Mal principio para un matrimonio. Debes tener alguna influencia sobre el, lo
que pasa es que no quieres asumir la responsabilidad.
-Sólo se ha tomado dos copas, ¿por qué te preocupas? -Te equivocas. Se ha
tomado la tercera mientras la dabas la espalda. Dile que es malo para su corazón, eso
lo convencerá.
-Tú eres el doctor. ¡Díselo tú! - la mirada que Murray le lanzó antes de regresar
al lado de Gretel, la hizo estremecer.
—¿Has regañado con tu novio? -le preguntó Augustus que estaba de nuevo a su
lado—. Está rodeado de admiradoras y tú estás aquí conmigo Veo que todavía llevas el
anillo. Debe ser una riña reciente. Lástima, la secretaria se iba a convertir en una
mujer honesta.
— No estoy comprometida con él -replicó indignada. -Entonces, ¿quién es el
afortunado? -sin darse cuenta la chica miró a Clifford y Augustus fue bastante
astuto, a pesar de su ebriedad, para darse cuenta-. ¿De veras es Clifford? -rió con
tanto estrépito que todos los invitados se volvieron a verlo-. Escuchen todos. Entre
nosotros hay una pareja que se ha comprometido en secreto. ¡Nuestro compañero,
Clifford Denning tiene compañera! -se escuchó un murmullo de incredulidad. Augustus
levantó el brazo de Adrienne como si se tratara de un campeón de boxeo-. Se casará
con su secretaria. ¡Nuestro Clifford está comprometido!
-Bravo, amigo, ¡felicidades! -gritaron en medio del aplauso general. Clifford
estaba colorado por la vergüenza y por la bebida. Se puso de pie.
-Iba... iba a -por lo visto le costaba trabajo ordenar sus pensamientos -. Iba a
anunciarlo esta noche, pero mi querido amigo Augustus se me ha adelantado. Nuestro
anfitrión ha sido muy amable en anunciarlo -declaró angustiado como si estuviese
amenazado por algo invisible y se dejó caer exhausto en el sofá como si hubiese
dictado una larguísima conferencia.
-Un beso para sellar el compromiso. Anda, hombre, ponte de pie y haznos una
demostración -gritó Augustus empujando a Adrienne hacia su prometido. Pero la
personalidad apocada de Clifford no podía cumplir con las demandas que le hacía el
grupo, ansioso de una distracción. Augustus, que no deseaba privar a sus invitados de
un espectáculo, empujó aún más a Adrienne hacia Clifford.
— Secretaria, dale tú el beso ya que él no se atreve. -¡Demuéstrales que eres
hombre, hermano! -se burló Murray. Azuzado por el reto de Murray, Clifford le dio un
beso en la boca a su novia.
-Sigue besándola, no te detengas. ¡Así se hace! ¡A ella le encanta! —exclamó
Murray.
Clifford obedeció y Adrienne se quedó quieta, soportando el beso con odio y
disgusto. La pasión dormida de Clifford, despertada ahora por las copas, emergió a la
superficie. Esa pasión que ella trató de avivar en él en varias ocasiones, le repugnó en
ese momento. Le era imposible correspon-derle y deseaba que terminara. Recordó los
besos de Murray tan diferentes... maldijo sus pensamientos desleales. Las risotadas
parecían burlarse de ella y Adrienne no lo soportó y empezó a resistirse. Clifford la
soltó y buscó la aprobación de su hermano. Adrienne se desplomó en el asiento.
— ¡La agotaste, bravo! -las risas se calmaron. Alguien puso un disco, otro levantó
las alfombras.
— Ya que estamos de celebración, bailaremos un poco —anunció Augustus.
Cuando las parejas empezaron a bailar, Adrienne se animó a levantar la cabeza.
Désirée tiraba de Murray para llevarlo a la pista improvisada; Gretel sonreía, parecía
no importarle. Désirée bailaba muy junto a su compañero que le acariciaba la espalda
descubierta. Adrienne le dirigió una mirada compasiva a Gretel. ¿Es que él no se daba
cuenta de lo que sentía una mujer que le amaba al verlo en brazos de otra? Enferma
de celos, desvió la vista. Miró su reloj, pero era demasiado pronto para irse a casa. ¿A
qué hora terminaría la velada? La música terminó y empezó otra canción. Murray
llevaba a Gretel a la pista. La miraba con cariño y escuchaba atento lo que ella le decía.
¿Es que trataba a todas las mujeres igual?
En eso recordó las palabras de aquella tarde tormentosa: «Si sigo, no habrá
arrepentimientos. ¡Serás mía!» De haberle permitido comprobarlo, seguramente la
habría abandonado igual que debió hacerlo con infinidad de mujeres.
La velada se prolongó hasta pasada la medianoche. Murray y Gretel fueron los
primeros en retirarse. Murray salió sin volverse a mirarla, como si hubiese olvidado
que existía.
Era una noche agradable, pero Adrienne se estremeció antes de colocarse el
abrigo sobre los hombros. Se sentó en el asiento delantero del coche de Clifford y
cerró los ojos. La fiesta había sido un fracaso y el anuncio del compromiso, una farsa.
Ahora que los efectos del alcohol habían desaparecido, Clifford era el mismo de
siempre, retraído y silencioso.
—¿Pasa algo malo? —preguntó Adrienne al sentir que el coche disminuía la
velocidad-. Todavía no hemos llegado a casa.
-Alguien está en apuros -murmuró Clifford-. Nos hace señas. Seguramente
quiere que lo llevemos.
Adrienne fijó la vista a través del parabrisas. Los faros del coche iluminaron la
figura del hombre que tenían enfrente, con los brazos y las piernas extendidas,
parado en medio de la carretera.
-¡No te detengas! -gritó-. ¡Es aquel hombre! ¡Continúa, Clifford, no te pares!
-¿Qué hombre? -preguntó frenando el vehículo-. Querida, el pobre está en
apuros, ¿no lo ves? -abrió la ventanilla-. ¿Sucede algo? -le preguntó al individuo.
—No pares, Clifford —gritó ronca-. Es aquel hombre, el que se asomó por la
ventana de la cabana —al ver que no comprendía recordó que nadie le había comentado
el asunto-. ¡Es el merodeador que andan buscando, podría matarnos!
—No te pongas histérica, querida —el hombre se acercó al coche por el lado del
asiento de Adrienne. En una mano tenía un ladrillo y con la otra trataba de abrir la
puerta.
— ¡Abran! -le ordenó a Adrienne.
— Este hombre está loco —murmuró Clifford preocupado por fin. —Te lo dije,
¿por qué no me escuchaste?
— ¡ Abran la puerta o romperé el cristal!
-¡No! -exclamó la chica-. ¡Arranca, Clifford! -pero Clifford estaba petrificado
por el miedo.
El hombre rompió el cristal de un solo golpe. Una mano se apoderó de la muñeca
de Adrienne. El abrigo se le deslizó de los hombros mientras el hombre tiraba con
fuerza de su brazo a través de la ventana rota. Gritó y trató de soltarse, pero al
hacerlo sufrió un profundo corte. Gritó de dolor y la sangre empezó a fluir. El hombre,
sin inmutarse, buscó el mecanismo y abrió la puerta, luego arrastró a la chica.
— ¡Clifford! — gritó Adrienne —. ¡Clifford, ayúdame!
-No puedo, querida, si falla mi corazón moriré -murmuró, aterrado, sin moverse.
El hombre la llevó hacia la hierba y la empujó. El horrendo rostro se le acercaba.
De pronto se escuchó el chirrido de unos frenos, un grito y varios golpes sobre la
espalda del malhechor, que soltó a Adrienne, le dio un puñetazo al desconocido y
después salió huyendo. El salvador ayudó a Adrienne a ponerse de pie.
-Señorita, necesita que la vea un doctor. Tiene una profunda herida en el brazo
-la ayudó a subirse al coche-. Señor, lamento tener que decirle esto, pero ¿no se dio
cuenta de que la señorita estaba en peligro? -preguntó despectivamente a Clifford.
— Lo sé, lo sé —gimió Clifford—. ¡Estoy enfermo, es mi corazón!
-Con todo respeto, señor, ¡ese hombre pudo haberla matado!
Clifford movió la cabeza de forma desvalida. Adrienne, pálida y atontada, con el
vestido empapado de sangre, trató de taponarse con un pañuelo la herida que seguía
sangrando. Dudaba que Clifford pudiese conducir el tramo que faltaba para llegar a
casa.
— Llévela al hospital y luego llame a la policía. Ese hombre es peligroso. —¿La
policía? No, no, a la policía no. Tampoco al hospital. La llevaré a casa, mi hermano es
médico. Él la atenderá.
Puso el coche en marcha y ni siquiera le dio las gracias al desconocido. Adrienne
logró hacerlo aunque sus palabras le parecieron inadecuadas.
—En realidad no hice gran cosa, señorita. Me preocupa su herida; por favor, que
se la curen lo antes posible — se despidió con un gesto de la mano.
Clifford estaba ensimismado y no decía nada. Adrienne cerró los ojos y trató en
vano de borrar de su mente el incidente.
—¿Por qué no quieres llevarme al hospital? Prefiero que me atiendan allí en vez
de molestar a Murray.
—No, querida, si te llevo al hospital tendré que entrar contigo. No soportaría la
tensión de llenar los formularios, las preguntas, la espera... recuerda mi estado de
salud.
—Está bien, pero podrías llamar a la policía para proteger a los demás -repuso
cansada e irritada.
—No puedo. Piensa en la publicidad, piensa en las consecuencias...
Quiso preguntar cuáles serían las consecuencias. ¿La reputación de la cual
gozaba? ¿Tenía tanta importancia? ¿Era tan egoísta que anteponía su amor propio a
una emergencia? Escandalizada por su actitud, guardó silencio.
—Gracias a Dios que Murray está en casa —murmuró Clifford al llegar y ver el
coche. Gretel, que se encontraba en el vestíbulo, llamó a Murray al ver a Adrienne.
— ¡Dios santo! ¿Qué ha pasado? -preguntó Murray angustiado al ver la herida en
el brazo de Adrienne.
Clifford se desplomó en la silla del vestíbulo, con la cabeza entre las manos. No
decía nada así que Adrienne refirió el desdichado incidente. —Tendremos que darle
unos puntos —declaró, mirando a Gretel. —Debemos llevarla al hospital —dijo la
doctora.
— No tenemos tiempo. Ha perdido demasiada sangre. Lo haré aquí -miró
disgustado a su hermano-. Encárgate de él, sólo está conmocio-nado. Sabrás cómo
tratarlo, Gretel. Adrienne, vamos arriba -ordenó. Ella intentó subir la escalera, pero él
la levantó en brazos y la subió.
-Mi vestido, te llenarás de sangre -murmuró. Murray no contestó y la llevó a su
habitación donde la sentó en la cama.
—Quítate el vestido. Vamos, muchacha, no es el momento de ser púdica.
¡Quítatelo!
Adrienne obedeció y respingó cuando el vestido le tocó la herida. Él la ayudó a
pasárselo por la cabeza y lo arrojó al pasillo. La combinación también estaba
manchada.
-Quítate eso también -al ver que Adrienne estaba decidida a no hacerlo, no
insistió. La llevó al baño y con sumo cuidado, le lavó la herida. Al regresar a la alcoba,
abrió su estuche de médico.
—¿Siempre lo llevas contigo?
— Sí, debo estar preparado para cualquier emergencia. Adrienne, esto te dolerá,
no tengo medios para anestesiarte. ¿Podrás soportar el dolor?
La chica asintió y apretó los dientes. En el estado de «shock» en que se
encontraba no soportó el dolor. Gritó y se aferró a la chaqueta de Murray, pero al
darse cuenta de lo que hacía, retiró la mano.
-Agárrate a mí, no me molesta -dijo severo-. Te estás portando con mucha
valentía.
Alentada por su tono, volvió a asirse de la chaqueta, se mordió el labio y
descansó la cabeza en su brazo sano. Por fin, cuando pensó que el dolor nunca
acabaría, Murray había terminado de suturar. La vendó y suspiró.
—Quiero que me digas si Clifford te ha protegido de alguna forma —preguntó al
guardar sus instrumentos.
-No tuvo que hacerlo. Un hombre de otro coche se detuvo -intentó no
desprestigiar a Clifford.
—¿Tratas de ocultar la cobardía de mi hermano? ¿Es que se quedó sentado,
observando el ataque que pudo haberte costado la vida? Quiero saberlo, Adrienne.
—Dijo que su corazón fallaría si intentaba detener al atacante.
—¿Y después de eso, sigues con la intención de ser su mujer? ¿Con un hombre
tan pusilánime? -ella no contestó-. En ese caso, ¡mereces la suerte que te depara el
destino!
Murray estaba furioso; Adrienne, lívida y tensa. Le pedía piedad y comprensión
con la mirada, pero él se mostró impasible. Las lágrimas contenidas se desbordaron.
— Murray, por favor, Murray... —extendió los brazos. Él no se movió.
Sollozando, Adrienne se le acercó tambaleante. Lo abrazó de la misma forma que
lo había hecho en el cobertizo. Apoyó la mejilla en su hombro como si deseara que su
fortaleza le diese consuelo. Murmuró su nombre repetidas veces. Murray seguía sin
moverse. De pronto, como si ese contacto le fuese insoportable la apartó de sí.
Temblaba de furia.
—Hay ocasiones en que sacas a flote al hombre que hay en mí, y no al médico. ¡
Ésta es una de ellas! No permitiré que me uses como sustituto de mi hermano. Si
quieres cariño, consuelo, amor, búscalos a su lado, no conmigo.
Atormentada por su ira, hizo el último gesto de súplica, se sentó y colocó las
palmas de las manos hacia arriba sobre las rodillas. Luego se desplomó, hecha un mar
de lágrimas. Era muy desgraciada. Murray salió de la habitación.

CAPÍTULO 11

DESCONSOLADA, Adrienne murmuraba el nombre de Murray. No fue necesario


que la hiciese suya aquella noche. Su alma le pertenecía, aunque él no poseyera su
cuerpo. Por fin abrió los ojos a la realidad, no podría casarse con Clifford. Le
pertenecía a Murray, aunque él no la amase. Ningún hombre significaría lo que él
significaba para ella. Cosa extraña, se calmó al aceptar la verdad. Dejó de sollozar y
permaneció, agotada, sobre la cama. Se había desahogado ya. Se encontraba tranquila,
serena, después de la tormenta. Cuando Murray regresó, debió pensar que dormía
porque entró con sigilo.
-Lo siento, he empapado tu almohada -murmuró.
—No importa, sólo son lágrimas.
Lo dijo para tranquilizarla, pero la entristeció. Le recordó el mundo que le era
desconocido. Un mundo que seguía siendo misterioso, donde el profesor, el médico
instruido, el jefe de un departamento actuaba a diario. Ella sólo conocía su bondad, su
deseo de sanar al prójimo, sus besos y sus caricias, pero también conocía su dureza y
su ironía.
-¿Tienes abrigo? —le preguntó en tono seco.
-Está en el coche de Clifford.
- Iré por él. Necesitas cubrirte —señaló la combinación manchada de sangre.
-¿Y mi vestido?
- La señora Masters se encargará de él - salió por el abrigo y al regresar la
ayudó a ponérselo—. ¿Te duele el brazo? —preguntó al notar que apretaba los dientes.
—Sí, mucho.
- El dolor desaparecerá después de algunos días. -¿Y Clifford?-preguntó
mientras bajaba la escalera.
-No te preocupes, mi colega atiende a tu gallardo prometido. Gretel sabrá cómo
cuidarlo. No permitirá que se muera —replicó con sarcasmo—. Te aconsejo que te
quedes en cama unos dos días -le sugirió en la oscuridad del coche—. Este suceso te ha
conmocionado en varios sentidos. Tal vez ahora ya sepas lo poco galante que es mi
hermano.
—No es eso, es el susto que me llevé. No estabas allí. Ese hombre es un loco.
Pensé que me mataría.
- Comprendo mucho más de lo que piensas.
—Entonces, ¿por qué...? —iba a preguntar por qué la ponía a prueba. Bastante la
había humillado, no tenía necesidad de seguir haciéndolo.
—¿Podrás manejar a tu madre?
—Sí, gracias —¡su madre! Se le había olvidado que tendría que enfrentarse a las
quejas y reclamaciones con que la recibiría. No deseaba que Murray las presenciara,
pero él permaneció en la casa. La escena resultó tal como se la imaginó. Adrienne trató
de restarle importancia a la actitud de Clifford ante el peligro. Murray, implacable,
refirió la verdad escueta sin ocultar nada.
— ¡Pobre Clifford! Claro que no pudo hacer nada debido a su salud. Dígale que le
perdono de todo corazón.
—Loma, hablamos de su hija. De no haberse presentado el desconocido, pudieron
haberla violado o asesinado. ¿Es que no le importa?
—No creo que hubiese llegado a tanto —afirmó con su acostumbrado afán de
ignorar los hechos sórdidos de la vida-. Ella está bien, ¿no? Sólo tiene un raspón en el
brazo.
—¿Raspón, mamá? La herida es tan profunda que han tenido que darme varios
puntos. ¿No comprendes? —miró a Murray que parecía haber perdido la esperanza de
inculcarle un poco de responsabilidad a aquella mujer egoísta.
—Me imagino que Clifford habrá llamado a la policía para que capturen a ese
hombre. Es una amenaza pública.
—No, mamá, no informó a la policía.
—Entonces, tendré que hacerlo yo. No estaré tranquila hasta que capturen a ese
loco -corrió al teléfono en el pasillo. Adrienne se levantó para evitar que lo hiciese,
pero Murray la detuvo.
—Deja que lo haga.
—Murray, por favor, créeme, lamento haberte inmiscuido en este asunto.
—No tiene importancia. Mientras más veo a tu madre, más cuenta me doy de lo
preparada que estás para soportar el egoísmo extremo de mi hermano.
—¿Le ha avisado a él? Me alegro —la oyeron decir después de dar la reseña
completa del ataque sufrido por su hija-. Tal vez ahora puedan atrapar a ese hombre
que nos tiene atemorizadas. Sí, mañana. Se lo diré. Buenas noches —regresó a la
sala—. El hombre que te salvó, avisó a la policía. Querida, vendrán mañana para que
firmes el acta. Te quedarás en casa, ¿verdad, amor? No podrás ir a trabajar con esa
herida en el brazo. Iré a ayudar a Clifford —estaba entusiasmada.
—Tengo que terminar algo que he dejado empezado, mamá. Debo hacerlo.
—Adrienne, te ordené reposo absoluto durante dos días... — la amonestó
Murray.
—Terminaré lo que tengo pendiente, aunque muera en el intento —replicó
decidida.
—Eres el diablillo más obstinado que se ha cruzado por mi camino...
—Te agradezco tu preocupación, pero con o sin dolor, estoy decidida -repuso
muy digna.
—¿Es que nada te puede hacer cambiar de opinión? ¿Es que te mantienes sorda a
toda razón, por lógica y atinada que sea?
-Te diré lo que haremos -intercaló Loma animada-. Terminarás de escribir a
máquina mientras Clifford me dicta. Puedo utilizar la máquina portátil que usé la vez
anterior.
—Si así lo quieres, mamá...
-Ahora vete a la cama y tómate algo caliente -ordenó Murray.
—Le prepararé el baño. jDios mío, cuánta sangre! —trataba de nuevo de ser el
foco de atención.
—Está bien, ve a trabajar, pero al terminar regresas a casa y si te niegas a
seguir mi consejo, si te atreves a desobedecerme, te llevaré a tu habitación, te
desvestiré yo mismo y te meteré en la cama. ¿Has comprendido? — Adrienne se
ruborizó y asintió.
—Terminaré lo que tengo pendiente y regresaré a descansar. Gracias por todo,
Murray. Lamento la forma en que me he comportado.
-Tendrás que pedirle a tu médico que te quite los puntos. No estaré aquí para
hacerlo porque me iré dentro de poco.
La ayuda de Loma benefició a Clifford. Adrienne había pasado la noche casi en
vela por el dolor y su escaso sueño se vio poblado de pesadillas. Pensó también, una y
otra vez, en la forma en que rompería el compromiso.
Al devolver el anillo tendría que renunciar a su puesto, aunque fuese su sustento.
¿Qué harían ella y su madre sin el sueldo? En ese pueblo no encontraría un trabajo
adecuado y la ciudad más cercana estaba a unos diez kilómetros de distancia. ¿Cómo
se desplazaría sin coche y sin contar con un buen servicio de transporte? Tendría que
aplazar las cosas hasta que resolviera el problema. Por lo menos Clifford no le exigía
nada.
De pronto Flick levantó las orejas. Gruñó y se acercó a la puerta ladrando. ¿Sería
Murray? El corazón le latió con fuerza. No podría ser nadie más, sin embargo, Flick no
se portaba como si fuese él. Un extraño apareció y preguntó si podía entrar. La señora
Masters venía corriendo, pero al verlo entrar regresó a la casa.
— Soy Parker del Morning Review, el diario local —mostró su credencial y se
sentó en la silla-. ¿Es usted la señorita Adrienne Garrón?
-Sí, pero no quiero hacer declaraciones a la prensa.
—No quiero una declaración. Me bastarán algunos detalles, señorita Garrón. El
hombre que la atacó ha constituido una constante amenaza para los habitantes de esta
comarca. Todos esperan leer la noticia del día -rió tratando de tranquilizar a
Adrienne. Miró el vendaje de su brazo—. ¿Él le hizo eso?
—Por fortuna un desconocido se detuvo para ahuyentar al hombre -terminó
después de contar lo sucedido.
—¿Estaba sola? —preguntó mientras anotaba los datos en su libreta—. Tengo
entendido que el señor Clifford Denning la acompañaba.
—Así fue, mi prometido estaba conmigo —murmuró cayendo en la trampa.
- Desde luego él se hizo cargo del atacante.
— Bueno... no fue necesario. Ya le dije que el desconocido... -estaba hablando de
más—. Mi prometido sufre del corazón.
—Comprendo -entrecerró los ojos y dio a entender que comprendía la actitud
apática de su novio. Se puso de pie, le dio las gracias y levantó la vista hacia las
estanterías.
— ¡ Ah, las novelas de Damon Dañe, mi autor favorito, no he dejado de leer
ninguno de sus libros! —sus ojos, acostumbrados a seguir la más leve pista, se fijaron
en la hoja que había en la máquina de escribir. Le bastó leer unas frases-. ¿Conque
Clifford Denning es Damon Dañe?
— Por favor, él no quiere que se divulgue su nombre verdadero. No debe
publicarse. Prométame que no...
—La libertad de prensa, señorita Garrón es primordial —agitó su libreta—. La
verdad saldrá a la luz. Se sabrá de alguna manera, aunque yo no lo mencione en mi
artículo -los ojos le brillaban porque tenía material para llenar toda una plana con un
artículo firmado por él. Incluso, podría valerle un ascenso. Salió apresuradamente,
impaciente por escribir su reportaje.
Adrienne prosiguió con el trabajo como una autómata. ¿Debería informarle a
Clifford sobre los hallazgos del reportero, o esperar que el joven se hubiese apiadado
de ella y decidiera no divulgar nada?
—Hice todo lo posible por no dejarlo pasar, querida —dijo la señora Masters
cuando Adrienne entró en la cocina-. Le dije que el señor Denning estaba ocupado y me
preguntó si tenía secretaria. Le dije que estabas en la cabana y antes que pudiese
detenerlo estaba hablando contigo.
—Sabía mi nombre, señora Masters.
—La policía se lo proporcionó. Dijo que todos los días llamaban allí, a la estación
de bomberos y al hospital para enterarse de lo que podría ser noticia. ¡Esos
reporteros husmean por todas partes!
Clifford se escandalizó al enterarse. Presa de la ira, le echó la culpa a Adrienne
diciendo que era indiscreta. No creyó posible que el joven fuera lo bastante astuto
como para descubrir la verdad.
La historia pasmó a los habitantes de la localidad. «Famoso Autor Observa
Mientras Atacan a su Prometida. Damon Dañe, escritor de atrevidas novelas
detectivescas, de héroes intrépidos, se mantiene pasivo mientras observa cómo casi
violan a su secretaria que es también su prometida. Un desconocido ahuyentó al
atacante. Parece irónico, pero es la verdad. Clifford Denning vive aislado en una
espléndida casa y oculta su seudónimo porque odia la publicidad. Su novia confesó que
era un secreto y suplicó que no se publicara. Nunca se le hizo tal promesa...»
-Querida, ¿tenías que decirle todas esas cosas a ese odioso reportero? ¡Qué dirá
Clifford!
-Mamá, no se lo dije. Lo averiguó -Adrienne se levantó para contestar el
teléfono. Era Murray.
-¿Te has propuesto provocar el ataque cardíaco que tanto ha temido Clifford?
¿Tenías que contar toda la historia para que todo el mundo se enterara? Supongo que
sabes que has arruinado su imagen y que se mantendrá enfurruñado toda la vida.
Escucha esto: «Famoso escritor de novelas detectivescas se mantiene pasivo mientras
permite que un criminal asalte a la chica que ama» -le leyó.
—Murray, ¡debes creerme! No le dije nada de eso al reportero. Él está
preparado para descubrir secretos. ¡Lo sabes muy bien!
-Te creo, pero nadie más lo hará. Tuve que soportar la perorata de mi querido
hermano cuando abrió el periódico esta mañana.
-Voy a ir ahora mismo a explicarle todo. Lamento que hayas tenido que ser tú el
que lo haya soportado.
-¡Yo también! -ella empezó a protestar-. Está bien, no fue tu intención. El no te
creerá. ¡Menos mal que Gretel y_yo nos iremos pronto de esta casa!
Clifford se negó a verla. La señora Masters hizo todo lo posible, pero fue en
vano. Él se mantuvo firme.
—Lo siento, querida, todo ha sido culpa mía. Nunca debí permitirle la entrada a
ese reportero.
-Fue inevitable, él tomó la iniciativa.
Murray salió de la habitación y la vio parada, desvalida, frente a la puerta de la
habitación de su hermano. La señora Masters, muy discreta, se retiró. AI enterarse
de lo que pasaba, Murray soltó una carcajada.
— ¡De modo que se niega a verte! ¡Imagínate los titulares: «Autor famoso,
resentido, se niega a ver a la chica que ama»! ¿Qué hará después de casados cuando
hagas algo que le disguste? ¿Cerrarte la puerta y dejarte en la calle? ¡Qué vida tan
placentera te espera! -entró en su habitación y dio un portazo.
—Lo engatusaré para que te vea —Loma encantada aceptó la propuesta de su hija
de que intercediera por ella—. ¿Puedo decirle que estás angustiada?
.
Sin contestar a la pregunta de su madre, Adrienne salió.
«Éste es el principio del fin», se dijo. Ya no existía impedimento para romper el
compromiso. No podía seguir trabajando para un hombre tan infantil. Tampoco podía
seguir comprometida. Tendría que buscar otro empleo; aunque se desplazara en
bicicleta. ¿Cómo devolverle el anillo si se negaba a verla? Iría a la casa, abriría la
puerta de su habitación, entraría y se lo devolvería. Lo haría al día siguiente.
— No quiere verte todavía, querida —le informó Loma a su hija a la hora de la
comida—. Dice que quiere darte una lección.
De no haber estado tan desconsolada, Adrienne se habría reído igual que
Murray. Había sido la víctima de un ataque brutal y Clifford se portaba como si ella
fuese la culpable. De no haber sido por el desconocido...
A la mañana siguiente salió antes que su madre, dejó a Flick con la señora
Masters y subió corriendo la escalera. Antes de perder el valor, movió el picaporte de
la puerta, pero tenía llave.
—¿Quién es? —preguntó una voz petulante.
Adrienne no contestó porque de saber que ella estaba allí, no le abriría. La
puerta de Murray también estaba cerrada. Iría a buscarlo para que la ayudara. Nadie
contestó. Le llamó en voz alta. La señora Masters, que estaba a media escalera, la oyó.
—El doctor Denning se fue anoche. -¿Y Gretel?
—La señora Steel también. Sólo está el señor Clifford. -Bueno, no importa
-mintió, porque la entristeció el hecho de saber que nunca volvería a ver a Murray. Fue
por Flick a la cocina.
— Señora Masters, ¿le dejó alguna dirección el doctor? —al ver que la señora se
mostraba intrigada añadió-: Él me curó el brazo y quiero hacerle una pregunta al
respecto.
— Sí, aquí la tengo —Adrienne copió la dirección y el número telefónico.
Fue a dar un paseo ya que no tenía nada que hacer. Al regresar a casa no despegó
los ojos del teléfono. Tenía deseos de comunicarse con Murray, pero no sabía qué
decirle. Suspiró... nunca se animaría a llamarlo.

CAPÍTULO 12

A DRIENNE recurrió a su médico para que se hiciese cargo de la herida. r-\


Después de lo que le pareció un eternidad, le quitarían los puntos. No había logrado
ver a Clifford y dejó de intentarlo. Loma estaba feliz trabajando y Adrienne se
encargaba de la casa. Tal vez esa era la solución: su madre se ganaría el sustento y ella
se quedaría en casa, aburriéndose cada vez más. ¡Qué ironía! Los papeles habían
cambiado. Vislumbraba un gris futuro, vegetando y enloqueciendo de tedio. Miró el
anillo de Clifford que todavía estaba en el dedo. Su brillo parecía burlarse de ella. Le
encargaría a su madre que se lo devolviese.
-Se lo llevaré -aceptó de buena gana Loma-. Siempre consideré que era
demasiado viejo para ti. Murray sería mucho mejor para ti.
-Mamá, Murray se casará con Gretel, la ama desde hace muchos años.
—¿Quién te lo dijo? —inquirió desconcertada.
—Clifford, y Murray no lo negó.
-Eso no significa que siga amándola.
—Mamá, se fue sin despedirse de mí, así que... -la esperanza renació por un
instante.
-Ya regresará. Lo presiento -aseguró complacida.
Adrienne esperó que el teléfono sonara durante toda la tarde y que Clifford,
arrepentido, insistiera en mantener el compromiso. Nadie la llamó. Al ver que su madre
no había regresado a la hora de la cena, la chica, preocupada, llamó a casa de Clifford.
Oyó la voz de la señora Masters.
—Sí, tu madre está con el señor Denning en su habitación. Siguen trabajando. No
te preocupes, pronto llegará a casa.
Cuando Loma llegó, le anunció a su hija con aire triunfante:
—Querida, felicítame, ¡voy a casarme con Clifford!
- ¡No puede ser cierto!-gritó Adrienne.
-Lo es, amor —hizo un gesto compungido-. Sólo tengo tres años más que él.
-¿Quieres decir que Clifford te propuso matrimonio?
—No lo dijo muy claramente -admiró el anillo en su dedo-. Siempre codicié este
anillo, es precioso -la franqueza y tranquilidad de su madre la dejaron sorprendida.
¡No era posible que Clifford cambiara de afectos con tanta facilidad! -. Se lo sugerí
diciéndole que éramos el uno'para el otro. Le dije que lo cuidaría como se merece.
Tenemos muchas cosas en común.
Su madre tenía razón. Después de todo no era tan ingenua, al contrario, era muy
astuta.
—Por fin, dijo que sería un estupendo arreglo -seguía admirando el anillo.
-¿Qué pasará conmigo? -Adrienne quería llorar, igual que lo hizo su madre cuando
se enteró del compromiso de su hija.
-Cuando nos casemos, viviré en su casa y tú te quedarás aquí. ¿No te importará
quedarte sola? Tienes a Flick. Clifford me pidió que te dijera que esperaba contar con
tu comprensión. Quiere verte para aclarar algunas cosas ahora que va a ser tu
padrastro.
Al día siguiente, después de haber conocido la noticia del compromiso de su
madre, Adrienne salió a dar un paseo con Flick. Tenía que librarse de su pesar
recorriendo el campo abierto. Necesitaba pensar, respirar y planear su futuro.
Sin darse cuenta, sus piernas la llevaron al cobertizo donde Murray y ella se
habían resguardado de la tormenta. Sólo allí podría encontrar la respuesta. Su lógica
no tenía fundamento, pero no pudo rechazar el deseo. Al acercarse, imaginó que lo
encontraría con los brazos abiertos y que ella correría a él para que la protegiera con
su cariño.
Se lo imaginó tan intensamente que se desilusionó al ver que el cobertizo estaba
desierto. La paja esparcida se agitó con la brisa que entraba por la abertura. Le
parecía escuchar: «¿Sigo adelante? No habrá arrepentimientos, serás mía.»
Todo aquello formaba parte del pasado; reconoció que Murray había sido muy
considerado al haberse reprimido y permitir que ella decidiera. Otros habrían
proseguido sin tener en cuenta los sentimientos femeninos.
Se acostó y dejó correr las lágrimas. Flick se le acercó y Adrienne lo abrazó,
humedeciéndole la cabeza con su llanto. El animal la animaba curiosamente, como si
quisiera consolarla.
Agotada de tanto llorar se levantó y se limpió las mejillas. Durante un segundo le
pareció ver la silueta de Murray en el umbral. Desde luego, era sólo imaginación.
Decidió que tan pronto como llegase a casa, le llamaría para decirle que había roto el
compromiso y que su madre se casaría con Clifford. Después de darle la noticia
colgaría.
Sabía que de nada serviría ya que pronto él se casaría con Gretel. Por lo menos le
quedaría la satisfacción de haberle informado sobre su decisión.
Antes de perder el ánimo marcó su número. El timbre sonó y sonó y nadie
contestó. Era mediodía, seguramente estaba trabajando. Siguió esperando a que
sucediese un milagro, al mismo tiempo se reprochaba a sí misma ser tan ilusa. El
milagro se realizó.
-Casa del profesor Denning. ¿En qué puedo ayudarla? -preguntó Gretel.
-Gracias, no... tiene importancia.
-¿Quién es? -insistió Gretel-. El profesor Denning ha salido. Soy la doctora
Steel. ¿Puedo tomar su mensaje?
Adrienne sabía que tendría que dar su nombre. Murray no descansaría hasta
averiguar quién le había llamado.
— Soy Adrienne Garrón. No tiene importancia, doctora Steel. Gracias de todos
modos.
Desilusionada, se sentó en un sillón y escondió la cabeza en las manos. Gretel
estaba en su apartamento. ¿Qué otra cosa esperaba? Pronto se casarían y ella tenía
derecho a estar allí.
Se preparó una taza de té que no la animó. Su madre regresó con una euforia que
la sumió aún más en una profunda depresión. Loma le anunció que volvería
inmediatamente al lado de Clifford.
— Ven conmigo, querida. Clifford quiere verte y desea saber que lo perdonas y
que nos deseas mucha suerte.
— No, gracias, mamá. Dile que comprendo y que me alegro por los dos.
— Puesto que tienes a Flick no te sentirás abandonada —recalcó Loma al salir.
Adrienne no sabía lo que haría el resto de la tarde. De pronto el teléfono sonó.
Angustiada pensó que podría ser Murray, pero se dijo que eran ilusiones ya que sólo
sería su madre instándola a que fuese a ver a su futuro padrastro.
—Gretel me ha dicho que has llamado esta tarde -repuso Murray con frialdad.
-Le dije a la doctora Steel que no tenía importancia, no era necesario que me
llamaras —replicó irritada.
— Ya que me tomé la molestia, haz el favor de decirme lo que querías —contestó
igual de irritado.
—Quería informarte que ya no estoy comprometida con tu hermano —dijo con
voz débil—. Mi madre se casará con él. Pensé que te gustaría saberlo —colgó el
auricular.
Dejó que las lágrimas fluyeran, era más fácil que intentar contenerlas. Había
querido oír su voz, pero ante su irritación se arrepintió de haberlo llamado. El teléfono
volvió a sonar. Se cubrió los oídos, corrió escaleras arriba, pero ¡ no contestaría! Por
fin capituló y decidió contestar tan sólo para saber quién llamaba. Si era Murray
dejaría el aparato descolgado.
— ¡Adrienne! ¡Adrienne! ¿Quieres contestar? ¿Estás ahí? Si no contestas o
cuelgas, te juro que llamaré a la policía para que vaya a investigar qué pasa. ¿Me
escuchas?
— Sí -murmuró.
—Ahora que prestas atención quiero que respondas a tres preguntas. Primero,
quiero saber si es cierto que rompiste el compromiso con mi hermano.
—Sí —respondió con voz muy débil.
—En segundo lugar, ¿entendí bien cuando dijiste que tu madre se casará con él?
-Sí —repitió.
—La última pregunta. Después de escucharme podrás colgar si deseas hacerlo.
¿Te casarás conmigo? —Adrienne abrió la boca, pero no emitió ningún sonido-.
¡Adrienne!
-¿Porqué?
-¿Por qué? —gritó-. ¿Por qué le propone matrimonio un hombre a una mujer?
Porque la ama, porque la quiere más que a todas las mujeres en el mundo. ¿Contestarás
a mi pregunta?
—Pero, Murray...
—Ten piedad, respóndeme. ¿Me amas?
—Por supuesto —dijo sin titubeos y con toda claridad.
—Por supuesto, dices —la imitó impaciente—. Entonces, ¿porqué no me
contestas?
— Me casaré contigo, Murray. En realidad nunca quise hacerlo con nadie más.
—Está bien, me diste la respuesta que quería. Hablaremos más adelante —el
silencio y la distancia los mantenía apartados. Adrienne ansiaba acariciarle, sentirle
cerca.
- ¡Murray! -él notó su angustia porque habló de inmediato.
—No pasa nada, querida. No me aparté de ti. Trataba sólo de ordenar el caos en
que me encontraba. ¿Vendrás a verme? Iría por ti, pero, por desgracia, tengo
compromisos hasta mañana a la hora de comer. Arreglaré mis asuntos de modo que me
quede la tarde libre.
—¿Mañana, Murray? ¿Cómo podré...?
—Sí, mañana. Abandónalos y que esos dos se las arreglen solos. Bastante les
facilitaste la vida. Tienes que pensar en mí y eres mía. No permitiré que sigan
abusando de ti -le dio el horario de los trenes-. Coge el tren y estarás aquí en tres
horas. Te esperaré en la estación. Adrienne... ¡Dios mío! ¡Qué manera de hablarle a la
chica a la cual acabas de proponerle matrimonio! Ni siquiera puedo tocarte.
¡Prométeme que vendrás mañana!
-Prometido -murmuró, en eso recordó a Flick-. Murray, ¿qué pasará con Flick?
-Tráelo, es parte de la familia. ¡Gracias a él nos conocimos! ¿Recuerdas?
Adrienne subió al tren para ir a encontrarse con su amado. Viajó con los ojos
cerrados, soñando despierta. Flick dormitaba a sus pies. Había dos pasajeros en su
compartimento, pero ella no los tenía en cuenta. Nada importaba más que el hecho de
que se casaría con Murray.
—No puedes abandonarme así. ¿Qué haré sin ti? —había protestado su madre
llorando. Pero Adrienne ya estaba decidida y no le remordía la conciencia. Su madre no
tardaría en compartir su vida con Clifford.
-Mamá, estoy decidida a irme -aseguró.
— Murray no tiene tanto talento como Clifford, pero.. .~
— Mamá, creo que debes saber que Murray es médico.
—No, querida, no es médico, es doctoren filosofía. Tú me lo dijiste.
— Es doctor en medicina.
-Entonces, ¿te casarás con un doctor? -abrazó embelesada a su hija-.
¡Fantástico! Debes ir a su lado mañana mismo. ¡Qué comodidad tener un médico en la
familia! Notifícame la fecha de la boda, me compraré un vestido nuevo.
Adrienne viajó insensible al paisaje, sólo veía el rostro de Murray. De pronto el
tren disminuyó la marcha. Entraban en una terminal bulliciosa, de techo alto
abovedado. Adrienne calmó a Flick que se impacientó. La puerta del vagón se abrió.
Flick empezó a ladrar.
-¿Adrienne? -Murray estaba en la puerta y Flick estaba loco de alegría. Murray
lo acarició diciendo-: Tus ladridos me trajeron aquí.
Adrienne se volvió y sus ojos se encontraron. Sonrieron, pero aparte de eso no
pasó nada. Por primera vez, se sintió indecisa. ¿Qué había hecho? Huyó de casa para
encontrarse con un extraño conocido.
-Lamento que tengamos que andar bastante, pero tu vagón ha quedado en el
extremo de la plataforma.
—¿Tienes tu coche?
—Sí, lo estacioné en una callejuela.
- Lamento causarte tantas molestias. -¿Has comido ya?
—No, no tengo hambre.
—Debes comer. Pararemos en algún sitio antes de ir a mi apartamento.
—No, gracias, no podría probar bocado.
-Está bien, iremos directamente al hogar.
¿Al hogar? ¿Cuál era su hogar? Era el de él, no el de ella. En el coche Adrienne
cerró los ojos y recordó cómo se había imaginado el encuentro. Pensó que correría a
cobijarse en los brazos de su amado y que se besarían con pasión. ¿Habría soñado
todo? ¿Por qué le propuso matrimonio? ¿Por piedad?
—¿Cansada?
—No, pensaba.
—¿En qué pensabas, Adrienne?
—Nada importante —no se atrevió a decirle que pensaba que él le tenía lástima.
—¿Te arrepientes?
-No.
-¿Qué te pasa? ¿Extrañas a mi hermano?
-Vamonos a tu casa.
— A nuestro hogar—la corrigió.
—A tu casa.
El apartamento de Murray era amplio y estaba amueblado con gusto. Contaba con
una sala cómoda y dos habitaciones más. La cocina era el sueño de toda ama de casa.
- Ven, Adrienne, te daré una bebida. —Gracias, no me apetece.
-Te tomarás una copa, aunque tenga que forzarte a ello. -No he comido en varias
horas -tomó la copa. —Te daré unas galletas. Oye, Flick -gritó Murray desde la cocina
después de darle un poco de agua-. Esto es tuyo. Lo compré para ti. Le dio un hueso.
Sentándose en una silla frente a ella le preguntó:
—¿Fue cansado el viaje?
-No, Flick se portó bien -le ocultó sus ilusiones.
-¿Y tú?
—Siempre me porto bien —respondió a la defensiva.
—¿De veras? —su expresión dio a entender que recordaba la noche de la
tormenta.
-¿En dónde está Gretel? -preguntó ruborizada.
—Trabajando.
—Cuando te telefoneé tú no estabas y ella sí.
-¿Conque eso es lo que te tiene molesta? Vino por unos papeles importantes que
yo había olvidado. El teléfono sonó cuando ella subía la escalera -se levantó y se
acercó para tomarle la mano. El corazón de Adrienne latió más aprisa, pero Murray
sólo quiso examinarle la herida—. Veo que ha cicatrizado bien.
—Gracias. Murray, ¿por qué me pediste que me casara contigo? ¿Por piedad? —él
le soltó la mano con brusquedad.
-¿Por qué aceptaste, es que soy mejor que nada? ¿Qué les pasaba? ¿Estaría él
tan inseguro de ella como ella lo estaba de él? Murray la atrajo para ponerla de pie
frente a él.
—Adrienne, anoche confesaste que me amabas. Desde que nos encontramos en la
estación no me has demostrado que sea verdad.
—¿Cómo puedes decir eso? Yo... -no pudo decirle que lo amaba sobre todas las
cosas.
Murray extendió las manos con las palmas hacia arriba, la invitaba a que colocara
las de ella encima. ¿Le estaría facilitando las cosas? En vez de tomar las manos metió
los brazos debajo de la chaqueta abierta y se aferró a él para ocultar las lágrimas que
estaban a punto de fluir. Murray se quedó quieto, luego él también la abrazó y la besó
con pasión.
-Me has tenido en ascuas. ¿Qué te ha sucedido?, parecías una extraña...
— Lo mismo que tú. Estabas tan impávido que me pregunté si no habría sido un
sueño.
—Lee este papel y dime si es un sueño. Es la licencia de matrimonio. Esta tarde
compraremos el anillo y mañana nos casaremos.
— Murray, mi madre quiere asistir a la boda. No puede ser mañana. No le daría
tiempo... —él tiró de ella hacia el sofá y la abrazó sonriendo feliz.
—Como ésta es nuestra primera pelea, llamaremos a Flick para que sea el arbitro
-silbó y Flick entró saltando, luego se sentó en sus patas traseras-. ¿Lo ves? Estás
esperando para pronunciar el fallo. Querida futura esposa mía, en este momento
declaro que no invitaremos a mi futura suegra ni a mi hermano a la boda -le levantó la
barbilla-. ¡Santo cielo! ¡Qué relación tan complicada, mi hermano será mi suegro!
Cuanto antes lo olvide, mejor. Y bien, señorita Garrón, ¿vas a discutir e insistir en que
venga tu madre? ¡Si viene, cancelo todo!
—No, doctor. Haré todo lo que diga —se acurrucó en su pecho.
-Dadas las circunstancias, mi amor, esto es una provocación peligrosa — murmuró
junto a sus labios—. Lograré controlarme durante las veinticuatro horas que faltan.
—Murray, no me has dicho que me amas. Hiciste que yo te lo confesara...
— Supongo que quieres saber cuándo empezó todo.
— Sí, por favor.
— Aquel día en el café del parque, estaba yo, como tú sabes, bebiendo una taza
de té mientras pensaba en mi trabajo. De pronto vi entrar a una mujer joven, muy
atractiva, con su perro. Siendo hombre, tu figura fue lo primero que me atrajo.
Pensaba en la forma de abordarte cuando tu perro solucionó el problema.
—Al decirte mi nombre, ¿supiste quién era?
—Claro, y me di cuenta de que era demasiado tarde porque estabas
comprometida con mi hermano. Clifford me lo había contado por escrito y decidí pasar
dos días de vacaciones en su casa para darle el visto bueno a mi futura cuñada. ¡Me
preguntaba qué clase de chica aceptaría casarse con él! Estaba convencido de que lo
hacía por interés, ya que no es pobre. Pensé que pasados los dos días, la abandonaría a
su incierto futuro.
—Cosa que no hiciste.
-No, porque cuando conocí a la chica, decidí que era necesario actuar. Querida,
eras tan inocente, tan franca, tan cautivadoramente honesta que no tuve más remedio
que protegerte. Debo reconocer que mis motivos no fueron del todo altruistas, me
había enamorado de ti.
—¿Por eso te empeñaste en hacerme cambiar de opinión?
— ¡Deja de contorsionarte, querida, me perturbas! No del todo. ¡No me dejes sin
dignidad! Como doctor y conociendo el carácter de mi hermano, sabía que las
consecuencias para ti serían desastrosas. Sabía que de casarte con él terminarías
sufriendo agonías mentales y físicas. Era necesario que te hiciera cambiar de opinión,
no porque te deseara para mí, sino porque consideré mi deber advertirte. Te
mostraste tan terca como una muía. Casi me di por vencido -apoyó la mejilla contra el
cabello de Adrienne-. ¿Recuerdas cuando fui a encontrarme con Gretel? Estaba muy
deprimido, creí que Clifford me había ganado la partida, así que estuve fuera más de la
cuenta.
—Sí, y pensé que jamás volvería a verte.
—No estabas equivocada. Poco faltó para que no regresara.
-¿Porqué?
—No podía soportar ver que la mujer que amaba desperdiciaría su vida casándose
con un hombre que no la quería, que sólo la necesitaba por razones egoístas. Fue
entonces cuando decidí reanudar la lucha. Aunque no lograra hacer que me amaras, por
lo menos podría evitar que arruinaras tu vida —hizo una pausa—. Descubrí que eras una
coqueta incorregible y terca que no me permitía hacer una brecha en su armadura.
— Lograste hacerlo.
—¿Cuándo fue eso, después de la reunión en casa de Augustus?
—Ésa fue la última barrera, pero el proceso fue gradual. Mi resistencia cedía, a
pesar de que creías que permanecía insensible a tus palabras. Cada día te amaba más.
—¿Trataste de decírmelo aquella noche en que curé tu brazo?
—Me rechazaste —asintió.
—Cariño, ¿qué otra cosa podía hacer? Esa noche estuve a punto de olvidar mi
resolución de no tocarte. Deseé tomarte en mis brazos y decirte que te amaba... Fue
un martirio verte tan acongojada y lastimada sin que pudiese ofrecerte consuelo.
—¿Por qué no lo hiciste? -preguntó angustiada.
— Porque estaba convencido de que no me creerías. Pensé que, como no confiabas
en mí, me habrías acusado de querer vengarme de mi hermano.
—Estaba segura de que amabas a Gretel.
—Eso fue hace muchos años, hace mucho que lo olvidé. Dudo que ella vuelva a
casarse, y menos con alguien como yo.
—Pero en la reunión de Augustus...
—Nos confabulamos para mantener a raya a Désirée -sonrió burlón-. Surtió
efecto.
—Parecías divertirte.
—No lo niego. ¿Qué hombre en sus cabales no lo habría hecho teniendo a dos
mujeres «adorándolo», sobre todo cuando la que verdaderamente amaba lo miraba con
tanta frialdad?
Un rato después dijo:
—Hablemos de asuntos más importantes. Reservé una habitación para ti en un
hotelito cercano. Llevaremos tus maletas esta tarde, pero primero comeremos.
Después te compraré el anillo. En menos de veinticuatro horas éste será tu hogar y tú
serás mi esposa. Sólo entonces terminaré algo importante que se quedó a medias.
—Sí, doctor, lo que diga -le miró embelesada
—¿Te das cuenta, Flick? Ella vuelve a las andadas. Creo que me provoca, a pesar
de mis advertencias -le tomó el rostro en las manos y le escudriñó los ojos—. ¿Lo
estás haciendo? —la sonrisa de ella le dio la respuesta—. Te advierto, estás jugando
con fuego —ella asintió—. De acuerdo, amor, aquí es donde te quemas los dedos.
La estrechó en sus brazos y se apoderó de sus labios. Flick, con mucho tacto, se
estiró antes de dirigirse a la cocina y enroscarse tranquilo en uno de los rincones.

Lilian Peake - Extraño conocido (Harlequín by Mariquiña)

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