?? Lilian Peake - Extraño Conocido
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CAPÍTULO 1
ERA UNA tarde bochornosa y el sol, brumoso por las nubes, brillaba a intervalos
sobre el oscuro cabello del hombre que estaba sentado junto a la ventana del café.
Contemplaba las flores del parque municipal, entremezcladas con el verdor de los
diferentes árboles y el frondoso follaje de los arbustos en flor. Meneaba la taza de
té, distraídamente. Parecía tener algún problema al cual no le encontraba solución.
No habría notado la presencia de la joven que estaba al otro lado del salón, de no
ser por su perrito. El animal, un terrier, se puso de pie, se estiró y se sacudió.
Esperaba que su ama se levantara para irse. Levantó el hocico y frunció la nariz. Bajó
la cabeza y siguió el rastro, olfateando, hasta los pies del hombre. Metió el hocico en
la mano del desconocido, que estaba dispuesto a acariciarlo.
Sorprendida, Adrienne observaba. No comprendía cómo su perro se había
acercado a un completo extraño que, sin embargo, le era conocido.
-Flick —lo llamó perturbada-. ¡Flick, ven acá! —el animalito, demasiado
entusiasmado se negó a obedecerla.
La chica se dirigió a la mesa y se inclinó para coger a Flick, pero éste la evadió
metiéndose debajo de la mesa. Ella lo siguió y al hacerlo su frente se golpeó con el
borde de la mesa. Atontada, se tambaleó y el hombre extendió las manos para evitar
que cayera.
El extraño perdió el equilibrio al ladear la silla y empujó la mesa. La taza de té se
derramó, pero él la ignoró y levantó a la chica de su torpe postura. Ella se frotó la
frente tratando de disminuir el dolor.
—¿Está bien? —preguntó preocupado—. Buen golpe se dio —le examinó la
frente—. No fue tan grave, aunque no dudo que le duela.
— Lamento lo de su té —murmuró al ponerse de pie y recordar a su perro que
lamía el té que goteaba al suelo—. No resiste el azúcar —explicó riendo—. Pediré otra
taza.
—De ninguna manera. Invito yo. Siéntese —cogió una silla—. Pediré dos tazas
más.
El perro brincó a la silla junto a la de ella, colocó sus patas sobre la mesa y lamió
el té derramado. El hombre rió y Adrienne puso al animal en el suelo.
— ¡Basta, Flick, pórtate bien!
-Vi lo que sucedió. ¿Ya se siente bien? -preguntó amablemente la camarera al
limpiar la mesa.
—¿Sabe?, es la primera vez que una mujer cae a mis pies. Lo anotaré en mi diario
—Adrienne se ruborizó-. Tendrá un moretón, pero pudo haber sido peor.
Observó a la joven de cabello rubio, cejas arqueadas y mejillas apenas
coloreadas. Ella percibió su examen aunque tenía la vista en su taza de té. Sus
pensamientos giraban igual que el remolino que se formaba en la taza. Aquel hombre la
intrigaba porque a pesar de ser extraño, le parecía conocido.
—¿Cómo se llama su perro? —su voz controlada, educada, la distrajo de su
abstracción. Tenía ojos serenos que sugerían firmeza de carácter, una personalidad
que irradiaba fuerza, confianza y comprensión que trasmitía al que estuviese con él.
—Flick —respondió la chica con la cabeza inclinada.
—¿Y usted? —ella levantó la cabeza y al notar su sonrisa intuyó que su primera
intención fue indagar su nombre. La miraba intrigado y ella se sonrojó. Era la primera
vez que conocía a un hombre en esas circunstancias y no sabía cómo actuar. ¿Debía
decirle su nombre? Claro, tendría que hacerlo, no sabía cómo negarse.
—Adrienne Garrón —ansiaba preguntarle su nombre al desconocido, pero su
timidez le selló los labios y por más que lo intentó no pudo pronunciar palabra.
—¿Por qué Flick? -la pregunta inesperada la turbó por un momento.
—Por la forma en que agita la cola —respondió intrigada por la atención de que
era objeto. ¿Qué buscaría ese hombre?-. Lo sugirió mi madre.
—¿Vive con ella?
— Sí, es viuda -dijo a secas, deseando que no le hiciese más preguntas. El tipo no
tenía por qué saber dónde ni con quién vivía.
Deseó que el incidente no hubiera sucedido y que no estuviese hablando
con un extraño, por más tranquilo y bien parecido que fuese. Tocó al perro con el
pie para que se moviera. Sólo él la libraría de esa torpe situación de la cual no sabía
cómo salir.
Al levantar los ojos hacia el hombre a quien perturbó en su tranquilidad, se dio
cuenta de que él noto el movimiento de su pie y que adivinaba su intención. La molestó
esa aparente omnisciencia. Era un desconocido y no tenía por qué mirarla de esa
forma.
Él sonrió, pero ella se mantuvo seria. Al parecer él se daba cuenta de que la
irritaba y lo hacía con premeditación. Adrienne echó su silla hacia atrás.
—Flick, ¿de modo que es Flick? -el hombre acarició al animal.
—Gracias por el té -murmuró molesta por la forma en que el perro le frotaba la
nariz al extraño, como si fuese su amigo-. Lamento lo sucedido.
Cuanto más pronto saliera del café, más pronto retornaría a la normalidad. Se
despediría y nunca volvería a ver a ese hombre. Por más que lo intentaba no lograba
comprender la simpatía de Flick hacia él.
—Flick—volvió a llamarlo—. ¡Flick!
El perro la miró sorprendido por la voz áspera de su ama. Estaba inquieta porque
el hombre parecía querer salir con ellos. Finalmente, con el perro en medio, salieron a
la intemperie donde el sol había ganado la lucha contra los nubarrones.
— Un día hermoso —dijo el hombre y Adrienne no contestó. ¿No se daba cuenta
de que ella quería deshacerse de él? Caminó a su lado mientras Flick brincaba
intentando coger un pequeño trozo de madera.
-¿Vive lejos de aquí? -preguntó él.
—No demasiado.
—¿Me permite acompañarla?
Le miró disgustada y quería decirle que no, pero no pronunció la palabra, no sólo
por timidez sino que pensó que no debía ser desatenta. Había algo en él que la
intimidaba, alguna fuerza innata, especial. Además, estaba en deuda con él por haber
roto momentáneamente su tranquilidad.
— Si lo desea —replicó más animada de lo que hubiese querido. Caminaron juntos
como si fuesen antiguos amigos. Flick brincaba y gruñía feliz al tener un nuevo amigo
con quien jugar. Él lo entretenía arrojando el pedazo de madera que Flick recogía y
traía entre los dientes.
Adrienne, que por lo general no era muy conversadora, estaba decidida a no
conversar más con él. Además, temía que interpretara mal las cosas pensando que ella
propiciaba alguna relación.
-¿Trabaja para ganarse la vida? -le preguntó al salir del parque.
—Sí—respondió molesta por su audacia.
—¿Aquí? -persistió.
— Sí —asintió sabiendo que seguiría preguntando—. Soy secretaria de un
escritor.
-¿De veras? ¿Es famoso? ¿Debo conocerlo? ¿Puedo saber su nombre?
Eran las mismas preguntas que siempre le hacían cada vez que mencionaba el tipo
de trabajo que desempeñaba. Todos mostraban interés por saber si el escritor era
famoso.
-Trabajo para Clifford Denning.
—Ah —el hombre parecía desilusionado, igual que muchos-. No lo conozco. ¿Qué
tipo de obras escribe? ¿Novelas?
— Pues... un poco de todo —no quería que siguiese interrogándola.
—¿Es novelista?
—Él, bueno, él... —decidió decirle parte de la verdad—. Sí, escribe novelas.
Su tono fue tajante. No iría a confiarle a un perfecto extraño lo que no tenía
permitido divulgar ni a los amigos más cercanos del autor, es decir que el hombre era
famoso por su seudónimo Damon Dañe, popular escritor de novelas de misterio y que
sus libros, casi todos en edición de bolsillo, le proporcionaban fuertes ingresos que le
permitían vivir con comodidad.
Antes de dedicarse a escribir tales novelas, Clifford Denning intentó crear lo
que él llamaba novelas «reales», de un verdadero interés literario. Falló, pero logró
hacer amistad con algunas figuras conocidas en el mundo de la literatura. A base de
sus novelas concebidas pero no escritas, merecía el respeto de aquéllos. Por eso le
exigió a su secretaria que mantuviera el secreto.
-¿Son complicadas las novelas que escribe su jefe? ¿O quizá los mortales
comunes como yo pueden comprenderlas? ¿Las comprende usted?
—Eh... sí.
-Bueno, ya dimos un paso importante -¿cuándo dejaría de sondearla?—. Si usted
las entiende, no dudo que podré hacerlo también. ¿Son románticas, históricas,
políticas o de ciencia ficción? -Adrienne no contestó—. ¿Y bien? —insistió.
—No me permiten decirlo —tan pronto pronunció las palabras se arrepintió. Su
declaración implicaba intriga y encubrimiento y el hombre lo captó al instante.
—¿Conque existe misterio? —la palabra «misterio» la hizo respingar. Estaba más
cerca de la verdad de lo que él mismo sospechaba. ¿Quién era? ¿Algún periodista en
busca de un jugoso escándalo para desplegar en los titulares de los diarios?
-Vivo aquí... adiós, señor... -se detuvo en una callecita angosta que desembocaba
en la gran avenida. Flick se adelantó corriendo a la casa.
-Si me lo permite, señorita Garrón, me gustaría volver a verla.
-Pero yo... no -se apartó deseando que Flick estuviese a su lado.
—¿Podríamos vernos para dar un paseo y tomar el té en el parque? —la
interrumpió.
-No, gracias -aspiró profundo.
-¿Tal vez esta misma noche? Verá, he llegado hoy a esta ciudad y no la conozco.
Sería grato disfrutar de compañía femenina.
Adrienne quería decir que de nada servirían sus ruegos, porque estaba
comprometida; que algún día se casaría con su jefe ya que no era sólo su secretaria, y
que era un secreto que ni su madre conocía.
Levantó la cabeza y se dio cuenta de que era bastante más alto que ella, que su
tupido cabello oscuro estaba despeinado por la brisa y que tenía dedos largos y
sensibles y manos bien cuidadas. Se preguntó cuál sería su ocupación.
La chica se ruborizó y desvió la mirada. Era indispensable que no cediera a la
súplica enternecedora de sus ojos. Sin embargo, no podía negar que se sentía halagada.
Pero estaba comprometida y le debía lealtad a Clifford, su futuro esposo, aunque el
extraño fuese peligrosamente atractivo.
— Señorita Garrón, si sus pensamientos de estos últimos minutos se hubiesen
registrado en una gráfica veríamos un intrigante patrón de alzas y bajas. Imagino que
el patrón se estabilizó al tomar la decisión correcta. ¿Me dirá que sí? -habló con
absoluto aplomo. En ese momento Flick regresó corriendo y se abalanzó contra las
piernas de su ama, con lo cual ella perdió un poco el equilibrio—. ¡Oye, perrito, ya le
has dado bastantes molestias a tu dueña! Entonces, señorita Garrón, ¿sí o no?
— Bueno yo...
— De modo que acepta. Considero que un titubeo indica aceptación.
Sobre todo en las mujeres que no rechazan de inmediato. La veré aquí mismo,
esta noche, a las siete y media.
Se inclinó, apartó a Flick de sus pies y lo acarició. Sonrió, despidiéndose y
prosiguió su camino.
—¿Eres tú Adrienne? -la recibió la voz de su madre. El énfasis en la última sílaba
de su nombre que a veces usaba como artificio, la molestaba—. Me duele la cabeza y
estoy acostada en la oscuridad. ¿Podrás encargarte de todo, querida? ¿Prepararás el
té? Te ayudaría si pudiese, pero... - Adrienne estaba acostumbrada a las jaquecas de
su madre quien, a menudo, le repetía que se debían a la tensión. Sin embargo, la señora
sucumbía a su dolencia de buena gana ya que le daba cierta importancia y, según ella,
significaba que su poder mental era superior al del resto de los mortales. Por otro
lado, le proporcionaba una excusa para no hacer el trabajo casero, el cual relegaba en
su hija.
Adrienne suspiró cansada porque le habría gustado que alguna vez, y para variar,
le sirviesen a ella.
— ¡Sácalo de aquí! -gritó la voz petulante de Loma Garrón cuando vio que Flick se
metía en su alcoba. El perrito salió disparado.
La casa donde vivían no era muy grande, pero bastaba para sus necesidades.
Loma Garrón, a quien le gustaba lo pintoresco, se recreaba con su antigüedad. Las dos
pequeñas alcobas de techo inclinado y ventanas batientes eran cómodas. La sala era
alargada y le proporcionaba a Loma el telón de fondo adecuado para desplegar sus
toques artísticos personales. Tenía gusto por las rarezas que descubría en tiendas de
antigüedades y en los bazares y, desde luego, la hija se encargaba de limpiarlas.
La cocina era también pequeña y parecía serlo mucho más debido al moderno
equipo comprado con el dinero que dejó el difunto marido de Loma. Su muerte
prematura, acaecida seis años antes, la dejó postrada y su hija ocupó el lugar del
padre en el hogar. No sólo ganaba el sustento sino que tomaba todas las decisiones.
Adrienne preparó la comida del perro que esperaba sentado sobre sus patas
traseras y con la lengua fuera. Tan pronto como le colocó el tazón, empezó a comer
como si no lo hubiera hecho durante varios días.
Mientras hacía la cena, la joven pensó en el desconocido. No podía
apartar de su mente la idea de que lo había visto antes, por imposible que fuera.
Se encogió de hombros intentando olvidarse de él; no pensaba acudir a la cita. No era
de las que salían con un desconocido cuyo nombre ignoraban.
Cuando estaba casi lista la cena, su madre le gritó que no podría probar bocado
porque el terrible olor que emergía de la cocina le había agravado la jaqueca- Adrienne
suspiró. De no haber estado tan ensimismada, le habría preguntado a su madre lo que
le apetecía comer.
Flick terminó su cena y se tumbó tranquilamente. Adrienne lo acarició detrás de
las orejas y le dio un poco de agua. Luego lo dejó salir.
La joven cenó sola. Recogió los platos y limpió la cocina. Para entonces él estaría
esperándola en vano y ella se sentía molesta por no haber acudido. El hombre parecía
decente y no le habría hecho daño alguno. Debería ir a decirle que lo sentía, pero sería
ridículo ya que al verla pensaría que acudía a la cita.
Las manecillas del reloj prosiguieron su marcha. Era imperdonable dejar a alguien
plantado, aunque fuese un extraño. Sintió lástima por él. Una hora después, Adrienne
se dejó caer en una silla desalentada. Había desperdiciado la oportunidad y nunca
volvería a verlo.
CAPÍTULO 2
—Azul, tal como lo esperaba, un azul como el de sus ojos —se acercó y le tocó la
hinchazón de la frente.
— Hola, perrito, volvemos a encontrarnos —agregó al ver que Flick le gruñía y
olfateaba los pies—. Nos divertimos juntos esta mañana, ¿verdad?
—¿Qué quiere decir?
-Conque tu ama puede hablar. Empezaba a dudarlo -bajó a Flick-. Llegó a mi
habitación al reconocer mi rastro y lo dejé entrar.
—¿Se aloja aquí? —el extraño asintió—. Comprendo, Flick reconoció ayer el olor
de la casa en sus zapatos.
— Una lógica detectivesca muy astuta. Su novio debería usarla en alguno de sus
libros.
—¿Qué sabe de las novelas de Clifford?
—Mucho, ¡no sabe cuánto! Después de todo, soy su hermano. Sí, supuse que eso la
sorprendería. ¿Nunca me mencionó? Era de esperarse, no le caigo muy bien que
digamos y nunca fui santo de su devoción.
-Por eso...
—Por eso, ¿qué?
— Me pareció que tenía un aire conocido. Estaba casi segura que lo había visto
antes, aunque no podía ser.
— Dios mío, ¡no me diga que me parezco a mi querido hermano! ¡No lo soportaría!
— Pero... ayer me hizo preguntas sobre sus libros, ¿por qué? —aspiró
profundamente—. ¡Me estaba poniendo a prueba! ¿Para indagar cuánto divulgaría? —él
asintió—. ¡ Y se las arregló para citarme sabiendo que estoy comprometida!
-No me rechazó.
-Yo... yo... -no pudo defenderse-. Nunca dije que acudiría.
—Tampoco dijo que «no», como habría hecho cualquier chica buena
comprometida. ¿Por qué no me dijo la verdad? ¿Qué habría pasado si yo no fuese un
hombre decente? ¡Debe amar mucho a mi hermano!
De modo que también eso estaba en tela de juicio.
—Tan pronto como me enteré del compromiso de mi hermano, tuve curiosidad
por conocer a la chica que se ataría a él de por vida. Sabía que no podía ser por amor
-su arrogancia era insoportable-. Sospeché que sería por su dinero. Tenía razón, ¿no?
— Está equivocado.
—Perdóneme, pero no lo creo —la observó atento—. A menos que sea por piedad.
—Claro que no. Es... por... — no podía pronunciar las palabras.
—No me diga que le ama.
—No se deje guiar por sus prejuicios fraternales. Él tiene cualidades.
—¿De veras? Eso es noticia, lo conozco desde hace mucho.
—Usted es menor que él.
—Aunque quisiese no podría negar esa declaración, desde luego que soy menor,
nos separan siete años.
—Entonces, tiene usted treinta y siete años.
— ¡Santo cielo, perrito, la chica sabe hacer cuentas!
—Siento lo de anoche. ¿Me esperó mucho tiempo? —preguntó antes de proseguir
con su trabajo.
—No esperé ni un segundo. Nunca tuve intención de acudir. ¿Y usted?
—Tampoco -se maldijo por incauta. Empezó a mecanografiar esperando que se
diera por aludido y saliera. No le era grato el hermano de su prometido.
-La señora Masters me pidió que le dijera que el té está listo.
—Por lo general, lo tomo aquí, mientras trabajo. —Ah, pero hoy será en la sala,
en mi honor.
A regañadientes caminó con él por la arboleda y por el sendero curvo, atravesó el
jardín y llegó a la casa. Flick los acompañó brincando alrededor de él sin que pareciera
molestarle.
—Por lo menos le caigo bien al perrito - sonrió.
—Habéis tardado mucho —les dijo Clifford con tono de sospecha—.
Parece que os conocéis.
—Muy astuto, hermano, pero no es de extrañar por tus dotes de detective —le
indicó un sillón a Adrienne—. En efecto, nos conocimos ayer en el parque —se sentó y
observó cómo la joven servía el té. Al recibir su taza la miraba, pero le hablaba a su
hermano-. Si he de ser honesto, entablé conversación con ella — Adrienne derramó un
poco de té y se sonrojó. Estaba furiosa.
—¿Qué diablos quieres decir?
—No es cierto, Clifford — protestó la joven —. La culpa la tuvo el perro... —Lo
siento, mi querida Adrienne, digo la verdad -a la chica le molestó que usara su nombre
de pila-. Fue muy fácil. Nunca me fue más fácil trabar amistad con una mujer —con
satisfacción maliciosa observó el enfado de la joven, luego se volvió a su hermano—. Tu
prometida aceptó salir anoche a dar un paseo conmigo.
— ¡No lo hice! -gritó enfurecida por la forma en que tergiversaba la verdad—.
¡Nunca acepté acudir a la cita!
—Claro que sí. Aceptó tácitamente. Todos sabemos que cuando no se pronuncia el
monosílabo de negación, es que se acepta. —¿Sabías quién era ella? —inquirió intrigado
Clifford.
—Sí, porque me dio su nombre con la mejor voluntad y no preguntó el mío. Eso me
extrañó -sonrió engatusador-. ¿Nunca pregunta el nombre de la persona con quien va a
salir? ¿Son tan cortas sus aventuras que no vale la pena saber con quién las corre?
¿Sus relaciones son de una sola noche? —se burló de la ira de la joven y agregó
dirigiéndose a su hermano—: Tu novia parece querer zarandearme —y con burla
añadió—: No es conveniente maltratar a tu futuro cuñado. A propósito, hermano, haz
el favor de presentarnos oficialmente.
-Adrienne, éste es Murray, mi hermano menor. Murray, mi prometida, Adrienne
Garrón. ¡Pero esto es ridículo! No creo ni una palabra, Murray. Adrienne no es de las
que saldrían con un desconocido, ¿verdad, querida?
-Bien sabes que no —respondió mientras colocaba la mano en su brazo. Él se la
acarició y Murray, con una sonrisa burlona, los observó.
—El galán sale después de grandes muestras de amor. La heroína corre tras él
ansiosa de continuar —chasqueó la lengua disgustado—. Es como presenciar una Obra
banal de teatro con malos actores. ¿Cuándo cobrarán vida los personajes principales?
Flick se despertó al escuchar los pasos de su ama y la siguió.
-¡Oye, Flick! -el perro se volvió al escuchar su nombre-. ¿Vienes a dar un paseo
conmigo? Adrienne, ¿tienes correa para él?
—Sí, está en el vestíbulo, ¿por qué?
- Deseo pasear y quiero llevarlo.
—¿Podrías pedirme permiso?, es mi perro.
—El animalito me lo está pidiendo, ¿no te das cuenta? —Flick corría alrededor de
las piernas de Murray, quien se inclinó para acariciarlo-. Por el momento, Flick es el
único amigo que tengo... ¿puedo llevármelo?
—Si quieres... —respondió a regañadientes. La actitud del animal la puso celosa,
sobre todo porque él la desconcertaba.
CAPÍTULO 3
—¿Es así cómo te entretienes en tus horas libres? ¿No tienes alguna afición o
pasatiempo favorito?
—Pasear es mi hobby. Me saca de casa.
—¿Es eso necesario? ¿Trabaja en casa tu madre?
-Mi madre no trabaja. Le gusta quedarse sola en ocasiones, descansa...
demasiado.
-¿Está enferma?
-Se parece un poco a Clifford. En ocasiones está bien, en otras, está enferma.
Tiene jaquecas.
- ¿No ha ido a ver al médico?
- Sí, le recetó unas pildoras, pero no le ayudaron - levantó la cabeza y al verlo
pensativo deseó confiar en él-. Desea tenerlas porque, al parecer, las disfruta. Si no
fuese mi madre y si no diera la impresión de ser cruel, diría que... bueno, las utiliza
como excusa para evitar asumir responsabilidades.
-¿Otra vez la psicóloga? Erraste la profesión -murmuró sonriendo. Adrienne se
sonrojó y desvió el rostro. Habían llegado al campo. Murray se inclinó para quitarle la
correa a Flick, que salió corriendo. —¿De qué responsabilidad se libra tu madre? —Del
trabajo casero, la cocina y otras cosas. Todo lo hago yo. —¿Nq tienen quién las ayude?
-¡Santo cielo, no! No podemos permitírnoslo. Cuando no estoy trabajando con
Clifford me encargo de la casa.
— Así que dedicas tu tiempo a atender a tu madre, y a tu prometido ¿Vas
. de un seudoinválido al otro?
—No lo considero así. Lo acepto como un modo de vida. - ¿Nunca sales? ¿Tu única
distracción es pasear?
¿Qué tiene de malo? —Está bien -le dio una palmadita en el hombro-. No te
ofendas con tanta facilidad.
Caminaban por el sendero, paralelo a la cerca que al llegar al trigal se
estrechaba. Murray permitió que ella fuera adelante. Flick se había perdido de vista.
Al ampliarse de nuevo el sendero reanudaron la marcha uno al lado
del otro.
—Murray —murmuró tímida y él sonrió amable—. ¿En qué trabajas?
- Sabía que me harías la pregunta. Adivina.
—El día en que te conocí pensé que podías ser periodista o... detective
-al soltar él la carcajada, ella agregó a la defensiva-: Haces muchas preguntas.
— Estás despistada. Participo en un proyecto de investigación en una
universidad.
-¿Sobre qué materia?
—Te lo diré de forma más sencilla... no por menospreciar tu inteligencia. Se trata
de investigar los efectos que causa una dieta en ciertas partes del cuerpo humano
—ella esperó más explicaciones, pero eso fue todo.
-¿Eres profesor universitario?
-Hasta cierto punto sí.
-¿Estás casado?
— No —rió de nuevo—. ¿Te interesa saberlo porque serás mi cuñada o por simple
curiosidad?
-Por las dos cosas -la pregunta la confundió y por eso respondió con ambigüedad.
Llegaron a unos peldaños que servían para atravesar la cerca. Flick pasó por
debajo. Murray se subió primero y luego, tomándola de la cintura, la ayudó a saltar.
— Ligera como una pluma —comentó ruborizándola—. ¡Es raro encontrar tanta
timidez en alguien de tu generación! Hablando de generaciones, ¿cuántos años tienes,
Adrienne?
-Veinticinco -le informó de buena gana.
— Mi hermano tiene cuarenta y tres, lo que significa que tiene dieciocho años
más que tú. Supongo que lo sabes -ella asintió-. ¿No te preocupa?
-¿Por qué habría de preocuparme? -de nuevo estaba tensa-. Cuando se ama...
-¿Le amas, Adrienne?
-¿Habría aceptado casarme con Clifford si no fuese así?
—Tal vez.
— Supongo que tienes novia —cambió de tema. -Dado que la pregunta es retórica,
no necesito contestar. -¿Me estás diciendo que no me meta en asuntos ajenos?
-Otra pregunta retórica, pero contestaré. ¡Sí! -el desaire la silenció-. ¿Cuánto
hace que enviudó tu madre?
—Seis años. Mi padre era más de veinte años mayor que ella. —Ahora comprendo.
Es tradición en la familia — al ver que no comprendía agregó—: Casarse con alguien
bastante mayor. Me pregunto cómo me iría casado con una chica dieciocho años menor
que yo —movió la cabeza—. No me atrae, sería como casarme con una niña. Prefiero
una más madura. Está oscureciendo, más vale que regresemos -llamó al perrito con un
silbido. Adrienne estaba celosa por el cariño del perro hacia Murray.
- ¿.Estará sola tu madre?
—Sí, a esta hora habrá regresado de la reunión y ha de estar viendo la televisión.
—Tu vida es muy solitaria, eso explica la compañía de Flick. —No sé lo que haría
sin él -murmuró seria. La mirada escudriñadora que le dirigió Murray fue tan
reveladora como lo habría sido una radiografía de su mente y deseó que no fuera tan
perspicaz.
Al regresar, Adrienne sintió que la alcoba de Clifford tenía ambiente de cuarto
de enfermo. Lo peor era que él parecía regocijarse en ello. Sus hábitos estaban
condicionados a llevar una prematura vida de anciano.
A menudo la joven se preguntaba por qué Clifford le propuso matrimonio. No
estaba preparado mentalmente para un compromiso así ya que no parecía estar
dispuesto a aceptar a otra persona en su mundo privado. Su mente era más importante
que su cuerpo. El temor aguijoneó a Adrienne porque no podría casarse con una mente.
En el matrimonio existían más facetas que la de compartir pensamientos. Existía el
lado físico que permitía un intercambio corporal, una unión por amor. Recordó que él le
advirtió que no llevarían el mismo tipo de vida que las demás parejas. Tuvo deseos de
hablar con Murray ya que propiciaba las confidencias e inspiraba confianza. Pero le
contestaría con cinismo, aunque de forma razonable, se burlaría de ella, quizá.
Toda la mañana escribió al dictado ya que Clifford estaba más animado. Las
palabras no dejaron de fluir. Al salir ella de su alcoba, a la hora de la comida, Murray
también salió de la suya. De inmediato notó que sus relaciones volvían a la hostilidad
inicial.
—Hola -saludó retador-. ¿Has trabajado mucho? -al ver que ella fruncía la
frente, añadió-: Es mi mente masculina... eh... y... después de todo estás comprometida
con él. -No hicimos más que trabajar. —De acuerdo —hizo un gesto conciliador—.
_De acuerdo hermano, estoy seguro de que hicisteis eso. Pero si yo estuviese
trabajando toda la mañana con una atractiva mujer en mi alcoba...
Esa tarde la joven mecanografió el dictado matutino. Iba por la mitad cuando
Murray entró. Flick mostró su afecto por el nuevo amigo, que jugaba con él con
rudeza, pero con cariño.
Adrienne se quedó sentada, esperado con las manos entrelazadas. Aquel hombre
lo llenaba todo con su personalidad. Él se levantó, se sacudió los pelos del animal y la
observó.
-Veo que mi futura cuñada me da la misma bienvenida.
-No me gusta que me llames así.
—¿Por qué? —se sentó en el escritorio y metió las manos en los bolsillos-.
¿Cambiaste de parecer y no te casarás con mi hermano? No te culparía.
-No, nada me haría cambiar de opinión. Sólo que «cuñada» me recuerda la
relación que tendré contigo.
-Tus respuestas mejoran -repuso después de carcajearse-. Mi presencia por lo
menos te agudiza el cerebro. Tendremos que mantenernos en contacto cuando me vaya
para que no pierdas tu ingenio. -¿Te vas?
-Todavía no. ¿Deseas que lo haga? -No -se sonrojó—. Acabas de llegar.
—Para tu información, pasaré casi todas mis largas vacaciones aquí —la miró
pensativo y la chica no contestó. Levantó la mano izquierda de ella-. ¿Por qué no te ha
regalado un anillo de compromiso mi hermano?
- Por el momento desea que nuestro matrimonio se mantenga en secreto. -¿Está
avergonzado de ti?
—Por supuesto que no. No quiere publicidad. Dice que empeoraría su enfermedad.
Además, la prensa podría descubrir su verdadero nombre.
—¿Qué tendría de malo? Nunca he oído disculpas tan tontas. Hay una forma de
lograr que te lo dé. ¡Le diré que si él no lo compra lo haré yo! — antes que ella
contestara se dirigió a la puerta—.Me pidieron que te informara que el té está
preparado en la sala.
Al llegar ella el ambiente estaba tenso. Parecía que los hermanos acababan de
discutir. Ambos la observaron. Murray estaba sentado en un taburete "al lado de un
sillón.
— Ven a sentarte aquí, Adrienne —la invitación más bien era una orden y aunque
le molestó, obedeció—. ¿Quieres que te compre un anillo, Adrienne? ¿Te
agradaría? -le preguntó Clifford.
—De modo que eso ha sido la causa de la discusión. -Por Dios, ¡no le preguntes,
díselo! Claro que desea un anillo -tomó la mano izquierda de ella-. Mírala, desprovista
de adornos. Es tuya, hombre, deberías gritarlo a los cuatro vientos.
— ¿Quieres un anillo, Adrienne? —insistió Clifford calmadamente. La joven
retiró la mano de los dedos de Murray que había empezado a acariciarla de forma
sutil. Clifford los observaba inquieto y desconfiado. Murray lo sabía y le provocaba. De
nuevo eran niños atormentándose y adolescentes rivalizando. La pelea era más
encarnizada, las armas más complejas y la embestida más feroz. Por algún motivo
personal, Murray encelaba a su hermano. Adrienne percibió la creciente tensión y odió
a Murray por el dolor que le provocaba a su hermano, el más débil de los dos.
—Si llevara tu anillo tendríamos que anunciar nuestro compromiso. No te
gustaría la publicidad, Clifford. Tú mismo me lo dijiste —Adrienne contestó lo que su
prometido deseaba escuchar. Además, el tono indicaba que para ella el asunto quedaba
terminado, pero Murray no quedó satisfecho.
—¿Quién sabrá que tú eres el novio si no lo anuncias? Esa cosa tan terrible
llamada «publicidad» a la cual temes, no tendría nada que decir en este asunto.
—Estás equivocado —intercaló la joven—. Tendría que decírselo a mi madre que
es la gaceta de noticias sociales —dijo para suavizar la crítica.
— ¿No se lo has dicho? ¡ Pensé que una madre era la primera en enterarse de
esas cosas!
—Debo ir a trabajar —se puso de pie. Murray cogió, colocó su brazo en los
hombros de la joven y la acercó a sí. Miró retador a su hermano. Clifford se encendió
desde el cuello hasta la frente. Apretó los labios como si fuese un pequeño a quien le
quitaron un juguete para dárselo a otro niño. Con decisión ajena a su personalidad, se
acercó y atrajo hacia sí a su prometida. Murray sonrió, contento de haber logrado su
propósito.
—Pronto te compraré un anillo -le prometió Clifford.
—Me agradará sobremanera —respondió mirando desafiante a Murray.
CAPÍTULO 4
-Quédate aquí -le dijo a Adrienne después de aparcar el coche junto a la cera.
Salió rápidamente y cogió al niño. Le examinó la cabeza minuciosamente, parecía estar
tranquilizando a la madre. Después de un momento la señora sonrió y le dio las gracias.
—Todo está bien —le informó a la joven al regresar al coche—. Le dije que el
niño no tenía daño alguno y le ofrecí llevarla al hospital más cercano si quería
cerciorarse. Aceptó mi palabra.
—¿Cómo sabes que el niño está bien? —lo retó—. No eres médico. —Hace años
hice un curso de primeros auxilios porque sabía que me sería útil. Algún día, tendré
que curarte después de la primera pelea con tu esposo, aunque eso és tan poco
probable como que un hombre llegue al sol. Clifford nunca usa la fuerza bruta. Discute
y discute hasta que su adversario capitula con tal de no escuchar más. Ése es otro
aspecto que no conoces en él, ¿verdad?
-Según tú, Clifford no tiene cualidades. Por eso no tomo en serio lo que dices.
Tienes demasiados prejuicios respecto a él.
-Nadie es tan sordo... Está bien, acepto, aunque me parezca increíble. Le amas y
dicen que el amor es ciego. Al principio puede serlo, pero se va perdiendo esa ceguera,
ante la realidad cotidiana. Cuando sea demasiado tarde para evitarlo, vendrás a
decirme que tenía razón.
Adrienne compró el papel que necesitaba y aprovechó para hacer algunas
compras para la casa. Murray la siguió llevando el carrito.
-Cualquiera diría que me estás entrenando para ser tu futuro marido -comentó al
salir del supermercado-. ¿Fuiste alguna vez de compras con Clifford? —ella lo negó
con un gesto—. ¿Nunca? —pasaron al lado de un café—. ¿Has salido a tomar una taza
de té con él? ¿No? Bueno, tomarás una conmigo. ¿Pastelillos de crema? -le preguntó a
Adrienne-. ¿No? Muchacha sensible. No son dañinos para la salud, sólo para la figura.
Ya tendrás tiempo para ganar peso al comer para compensar tus frustraciones
—sonrió Por la mirada que advirtió en los ojos de ella-. No me crees, ¿verdad? Eres
tan inmadura y tan poco mundana que no comprendes lo que digo —se reclinó y la
contempló-. Después de casada, cuando descubras que mi hermano es un témpano,
algún hombre despertará esos deseos que reprimes con tanto celo. ¡Imagino lo que
será para la persona que compartirá ese despertar!
—Joan Smithers comentó esta mañana que un hombre sospechoso ronda por el
pueblo - le dijo Loma antes que su hija saliera a dar el acostumbrado paseo con su
perro—. Le vieron vagando por la escuela y por los campos. —No te preocupes, mamá
—le tranquilizó Adrienne—. Me llevo a Flick. —No eres tú quien me preocupa. Sé que
sabes cuidarte. Me quedo sola y estoy asustada, por favor, no tardes.
Adrienne sonrió con tristeza. Debía saber que su madre no se preocuparía por
ella. En la vida de Loma Garrón sólo Loma y su bienestar importaban. Fue algo que
aprendió desde muy pequeña. Tal como Murray le había dicho, su madre la había
condicionado tanto que aceptaba sin protestas ocupar un segundo lugar en la vida de
los demás.
Al pasear por el campo pensó en Murray. Le habría gustado tenerlo a su lado,
hablándole, haciéndola reír o enfadar. Inclusive aceptaría sus ironías. Pero Murray no
era para ella. Su mundo, cualquiera que fuese, era tan diferente al de ella como lo era
la atmósfera lunar de la terrestre. Cuando partiera, que sería pronto, se llevaría
mucho más que su persona. Se llevaría su sentido del humor, su energía y su vitalidad.
También se llevaría parte de ella...
Durante varios días no vio a Murray. Sabía que estaba allí porque le había oído
hablar con la señora Masters y jugar con Flick en la cocina. Se preguntó si estaría
evitándola, pero decidió que era pensar con optimismo. Seguro que ella le era
indiferente.
Una mañana llevó a Flick a la cocina antes de subir a la habitación de Clifford.
Escuchó voces y se detuvo al oír la voz de Murray.
—Por todos los diablos, hermano, acariciarla de vez en cuando. Va a ser tu
esposa. No puedes seguir tratándola como a una empleada y enviar a casa después de
terminado el trabajo. Tengo que decirte que es tan ingenua como tú y que no debes
esperar que «te ayude». Si quieres ese tipo de «ayuda»,
cásate con una viuda.
Adrienne se apartó de la puerta y no escuchó la respuesta de Clifford.
—¿Qué, que es fría? ¡Cuánto daría por probarte que no lo es! Intenta besarla y
no me refiero a su mejilla. Ya verás cómo reacciona. Si eso crees.. • Dios mío, si eso
sospechas, no tienes derecho a casarte con ninguna mujer, y mucho menos con una tan
atractiva y tan deseable.
La joven corrió a la cocina. Levantó a Flick, y lo colocó contra su ardiente mejilla.
CAPÍTULO 6
MURRAY no regresó el día que lo esperaban ni se comunicó con ellos en toda la
semana. La vida seguía su curso, Adrienne tomaba dictado por las mañanas y
mecanografiaba por las tardes.
-¿Va a volver tu hermano? - le preguntó un día a Clifford.
—Con Gretel aquí no se puede asegurar —se encogió de hombros.
-¿Y las cosas que ha dejado aquí?
—Pedirá que se las enviemos, no será la primera vez que lo hace. Además debe
haberse llevado bastante.
-¿Se van a casar?
-No existe impedimento —hizo un gesto que daba a entender que los asuntos de
su hermano no le interesaban-. Hace años, estaba enamorado de Gretel, pero ella se
casó con otro.
-¿Por eso no se casó Murray?
-No se lo pregunté —estaba impaciente por proseguir con el trabajo—. ¿Dónde
nos quedamos?
Pasaron diez días, Adrienne perdió la esperanza de volverlo a ver. Sería lo mejor
ya que ella estaba comprometida con Clifford que la necesitaba y amaba.
-Adrienne, creo que invitaré a mis amigos a una velada literaria, esperan que
corresponda a su invitación y no debo defraudarlos. En cuanto me reponga del
resfriado buscaré la lista de direcciones y te dictaré una carta, vendrán más de doce
personas, todos escritores —le dijo Clifford -. La última vez que vinieron no
trabajabas para mí. Te gustará su compañía, querida. Desde luego, sabes que no
deberás decir nada sobre mi abajo ni divulgar mi seudónimo. No es conveniente que un
grupo tan distinguido de literatos lo sepa.
~Lo sé, Clifford, y lo mismo es aplicable a nuestro compromiso.
~Sabía que lo comprenderías -se sentó a su lado y por primera vez en
°s días la abrazó-. Estoy orgulloso de ti y te tengo mucho afecto –era evidente
que no se animaba a decirle que la «amaba» — . Me preocupa la publicidad y no quiero
que nada afecte a mi trabajo ni a mi salud. No l0 soportaría.
Adrienne le tranquilizó diciéndole que lo comprendía y que ése era el motivo por
el cual decidieron no utilizar anillo de compromiso. Clifford estaba tan complacido que
le dio un beso en los labios. En esa ocasión ella le correspondió con el ardor
despertado por Murray y aunque no fue tan intenso, cohibió a Clifford que se apartó
de ella sin saber qué hacer.
Humillada, la joven se sonrojó y decidió que jamás repetiría el incidente El amor
físico no encajaba en la vida de Clifford, su existencia era demasiado sombría, seria e
inocente como para que hubiese lugar para los placeres del amor.
Estaban en pleno verano y los árboles, que rodeaban y dominaban la cabana,
estaban cubiertos de hojas. Adrienne estaba escribiendo a máquina y tenía la puerta
abierta. De pronto un ruido asustó a la joven y la hizo recordar al merodeador. Flick
corrió hacia el hombre que sonreía desde el umbral.
— ¡Murray! —el terror se tornó alegría—. ¡Has vuelto!
—Ha merecido la pena marcharme. Mi futura cuñada y su perro me han recibido
con mucho alborozo.
—Me has asustado, pensé que era...
- ¿ Aquel hombre? No le habrías recibido con la misma alegría que a mí. —Estaba
segura de que no regresarías, Clifford dijo... -no quiso decirlo para que no fuese de
mal agüero.
-¿Qué dijo Clifford?
—Algo con respecto a Gretel y a ti, pensé que os habríais casado.
—¿De veras? ¿De haber sido así, cómo habrías reaccionado?
—Os hubiera deseado mucha felicidad — sonrió forzada.
-No estoy casado... todavía, puedes guardar los buenos deseos para más
adelante. Sigo soltero, aunque no estoy libre de afectos y de preocupaciones
amorosas.
Así que seguía amando a Gretel. Era posible que ella no le correspondiera por el
momento, llevaba poco tiempo viuda. Adrienne estaba segura de ninguna mujer
resistiría los encantos de Murray y que el matrimonio con Gretel era inevitable.
-Hablamos largo y tendido sobre el pasado y el futuro. El año que ha pasado en
Australia le ha sido de mucho provecho. Está más serena y ansia empezar a trabajar.
—Igual que yo —sonrió con coquetería.
- Has adquirido cierta desfachatez que te favorece. ¿Qué ha pasado? ¿Te ha
liberado mi hermano?
—No. Tengo que hacer las invitaciones para que un grupo de literatos se reúna
aquí.
- ¡Ay no!-gimió-. ¿Por qué he vuelto tan pronto?
- No estás incluido en la lista de invitados.
- ¡Conque ésas tenemos!
- A mí sí me invitaron.
—En ese caso, no asistiré —antes de que ella contestara chasqueó los dedos y
Flick se acercó brincando-. ¿Me has echado de menos, perrito? Seguramente más que
tu ama. Se porta groseramente conmigo, ¿qué debo hacer, darle unos azotes? Se los
merece -al levantar la vista notó que ella estaba cohibida—. He hecho un largo viaje en
coche —dijo después de desperezarse—. ¿Cuándo será esa maldita velada literaria?
-El próximo fin de semana.
—Presiento que estaré ocupado —sugirió antes de salir.
-Mamá, llegaré más tarde que de costumbre, no me esperes despierta. No tengo
idea a qué hora regresaré.
—Querida, ten en cuenta que me quedaré sola. Tendrás que disculparte y
regresar antes que termine. ¿Es indispensable que asistas? Sólo eres la secretaria del
señor Denning y te invitó por compromiso.
Adrienne no podía aclararle las cosas porque si Loma se enteraba que era la
prometida de Clifford, al instante todo el pueblo lo sabría. De todas laneras, sintió
gran alivio con la actitud más o menos tranquila de su Progenitura. Sin embargo,
cuando volvió para vestirse, Loma se mostró terca y porfiada como sólo ella podía
serlo.
-¿Por qué no puedo ir contigo? Nunca salgo a ningún sitio -dijo Celosa-. Regresa y
pregúntale al gentil señor Denning si puedes llevarme, debe ser un hombre agradable.
Será maravilloso conocer a tanta gente inteligente.
—No, mamá, sería aprovecharnos de su bondad —no podría pedirle el favor a
Clifford. Pensándolo mejor, su madre pronto sería su suegra y tarde o temprano la
conocería. Loma se dio cuenta del titubeo de su hija y la presionó aún más.
—Querida, me quedaré sola y desvalida, sobre todo porque no han capturado al
merodeador. ¿Quién sabe lo que encontrarás a tu regreso? ¡Podría suceder cualquier
cosa!
No fueron las palabras persuasivas las que la convencieron. Sería una buena
oportunidad para que el futuro yerno conociese a su suegra. Clifford no pondría
reparos.
—Anda, querida ve a preguntarle al señor Denning.
—De acuerdo, iré.
Loma se felicitó de haber convencido a su hija. Flick intentó seguir a su ama,
pero ella le cerró la puerta; no se arriesgaría a que el animal pusiera de mal humor a su
prometido.
—¿Qué pasa? —le preguntó Murray en la casa de su hermano.
—Es mi madre.
—¿Está enferma?
-No, quiere que la inviten a la fiesta.
—Merece nuestras felicitaciones, no mucha gente tendría el valor de querer
asistir a una reunión de seudointelectuales tan distinguidos y orgullosos de sí mismos.
—¿Crees que Clifford se molestaría? No se conocen.
—En ese caso, es hora de que lo hagan.
- Ella no sabe que estoy comprometida con él.
—También debe saberlo. No comprendo el deseo de guardar el secreto.
— ¡No se lo dirás a mi madre!, ¿verdad? — le colocó la mano en el brazo. —¿Qué
diablos crees que soy? —le había ofendido.
Adrienne se disculpó y fue a ver a Clifford que aceptó de mala gana, aunque más
bien parecía asustado que ofendido. Loma recibió la noticia con gran alegría y su hija
sintió lástima por ella ya que fuera de sus aburridas reuniones, salía poco y llevaba una
vida monótona.
—¿Veré a ese joven, Murray? -preguntó Loma.
—A propósito, mamá, él es profesor universitario, es doctor.
_De haberlo sabido cuando lo conocí... -no explicó lo que hubiese pasado.
Lorna se vistió con sus mejores galas y se maquillo el lozano rostro con sumo
cuidado. Parecía más joven que de costumbre y Adrienne se sentía orgullosa de la
belleza de su madre.
Adrienne se puso un vestido que había comprado con motivo de su compromiso,
pero que no tuvo ocasión de estrenar. Era azul claro, sin mangas y le delineaba su
esbelta figura.
La señora Masters les abrió la puerta y Flick, ni corto ni perezoso, corrió a la
habitación de Murray. Mientras el ama de llaves cogía el abrigo de Lorna, Adrienne
corrió detrás de Flick. La puerta se abrió cuando ella tiraba del collar del perro y se
cohibió por la sonrisa de admiración que le dedicó
Murray.
-Si el ama de Flick me mostrara el afecto que me tiene su perro, me sentiría
halagado. Será una cuñada muy decorativa y un miembro agradable en la familia
Denning.
-¿Quieres callarte? -murmuró Adrienne-. Mi madre está abajo.
-Lo siento -se puso la chaqueta-. Estoy casi listo.
-¿Vas a asistir? Pensé que encontrarías algún pretexto.
-He cambiado de opinión.
- ¡ Qué alegría volver a verla! — saludó a Loma al pie de la escalera.
— Buenas noches, profesor Denning, doctor Murray Denning. Adrienne me lo
dijo. Varias veces me pregunté cuándo vería de nuevo al guapo amigo de mi hija.
—No es nada mío, mamá. No comprendes, él es... —Lo ve, Loma —murmuró
Murray mirando de soslayo a Adrienne—. Me está repudiando, ya no me ama.
-Se equivoca -Loma observó preocupada a su hija-. No puede evitar amarlo. ¡Es
usted tan gentil!
Murray soltó la carcajada y Adrienne lo miró enfurruñada. Clifford apareció en
la puerta de la sala, se mostraba retraído e indeciso. Sus ojos no se despegaban de su
futura suegra y parecía querer aferrarse a ella como si fuese un niño buscando el
apoyo de algún adulto. Murray los presentó y Orna Pareció encantada con los
hermanos.
~ ¡Qué alegría conocerlo por fin, señor Denning! Mi hija me ha hablado mucho de
usted...
Clifford le hizo una pregunta silenciosa a la chica y ella le respondió con un gesto
negativo. Tranquilizado, respiró profundamente al saber que su futura suegra ignoraba
el compromiso que tenía con su hija. Llevó a Lorna a la sala y le explicó que no era una
fiesta sino una runión de intelectuales Murray sonreía burlón. Clifford presentó a
Adrienne como su secretaria.
Su madre, que por naturaleza era «snob» encajó dentro del grupo. Se sentó al
lado del anfitrión y logró inmiscuirse en la conversación que sostenía con otro hombre.
Adrienne se sorprendió de la habilidad de su madre para adaptarse al grupo y para
conversar en el lenguaje de ellos, a pesar de vivir aislada de todo. La chica no tenía
esa seguridad ni adaptabili-dad. Dudaba y no sabía dónde sentarse.
—Deja de portarte como un conejillo asustado —murmuró Murray tirando de ella
hacia el sofá donde estaba sentado-. No son superiores, cariño, sólo aparentan serlo
-ella le agradeció el apoyo que le brindaba-. Tendrás que sobreponerte cuando estés
casada. Necesitarás adquirir más confianza porque de lo contrario este grupo te
anulará por completo -le rodeó la cintura, Clifford le miró acusador—. ¿Te fijaste
cómo se forman pequeños grupos? Se pueden clasificar: los siempre esperanzados o
escritores sin obra publicada; los que venden sus escritos o los independientes. En el
éxito existen escalafones y sólo se llega a la cima con habilidad y suerte. — ¿Dónde
colocas a Clifford en esa jerarquía? —En calidad de hermano y no de crítico literario,
tomando en cuenta su talento, lo colocaría en el fondo; pero si se trata de medir el
éxito, en la cúspide. Escoge.
De pronto la puerta se abrió de par en par y todos los rostros masculinos se
animaron. La chica que entró era joven, aunque de apariencia mundana.
Era fascinante y mostraba su esbeltez gracias a un despampanante vestido.
- ¡Clifford, querido! -extendió los brazos y se le acercó. Él le acercó la mejilla y
permitió que lo besara-. Encantada de verte -miró a su alrededor, todos los señores
estaban de pie-. ¿Dónde está tu maravilloso hermano de quien tanto me has hablado?
Tranquilizado de verse libre de ser el foco de atención, Clifford le indico a
Murray, quien en ese momento sonreía. La chica tendió sus redes y-al parecer, pescó a
Murray. Él tomó la mano que le ofrecía y se alejó con ella
—Encantado, señor Denning.
—Los dioses me favorecieron al brindarme la ocasión de conocerla, dijo burlón.
La chica lo obsequió con una sonrisa encantadora. Murray se sentó en un sillón y ella lo
hizo en el taburete frente a él.
-Sabe? —preguntó en voz alta para que Adrienne la escuchara por encima del
murmullo de voces-. No soy escritora, soy artista. -/Cómo se llama?
-Désirée, Désirée Charters. Su nombre es Murray, según me informó Clifford.
¿Puedo llamarlo así?
— ¿ Por qué no? - respondió divertido. -¿También escribe? -preguntó agitando
las pestañas.
— Sólo letras —respondió y ella soltó la carcajada. —¿A qué se dedica?
—insistió—. ¿Es muy inteligente?
— Hago lo posible por aparentarlo. Me dedico a la investigación... —la chica se
quedó callada. Adrienne estaba muy celosa, pero trataba por todos los medios de
ocultarlo.
—Hola, soy Augustus Charles —le dijo un desconocido a su lado—. ¿Quién es
usted? —el hombre era desagradable. Tenía los ojos hinchados, no se había afeitado y
su cabello canoso era demasiado largo. Adrienne imploró ayuda con los ojos, pero
Clifford se hizo el desentendido.
-Me llamo Adrienne Garrón.
-¿Eres escritora?
—No, sólo mecanografío.
—En serio, ¿qué tipo de obras creas? —dijo después de reírse de lo que pensó
que era una broma.
—Mecanografío los libros del señor Denning, soy su secretaria.
-Una especie encantadora —sonrió lascivo.
Adrienne volvió los ojos suplicantes hacia Murray, quien la observaba, Pero
tampoco parecía querer ayudarla.
Sirvieron las bebidas y Augustus tomó dos copas; una se la ofreció a Adnenne y
la otra se la bebió de un solo trago. Antes de que retiraran la bandeja, logró coger
otra copa.
La nueva admiradora de Murray no lo dejaba en paz y ambos parecían 'divertirse.
Adrienne envidiaba a la chica por la forma en que coqueteaba con él.
Existe sólo una cosa que se puede hacer con una secretaria –dijo Augustus ya en
estado de ebriedad -. Esto - la besó en la mejilla y le volvió el rostro pero la joven
estaba preparada y al esquivarlo, dejó caer el vaso que tenía en la mano, derramando
la bebida en su vestido.
— ¡Adrienne! -exclamó Clifford como si ella fuese la culpable.
- ¡ Ay, querida! - gimió su madre.
Murray trató de ponerse de pie para ayudarla, pero su amiguita se lo impidió.
Adrienne, abochornada por la humillación sufrida, corrió a la cocina.
— ¡Qué pena, señorita Garrón! -murmuró la señora Masters-, La mancha ha
desaparecido y el vestido se secará pronto -Adrienne le dio las gracias.
—¿Puedo ayudarte? —preguntó Murray al abrir ella la puerta.
—Has llegado de demasiado tarde —le acusó.
- Sólo me he ofrecido...
—¿Cómo has podido desembarazarte de tu amiguita? —replicó con amargura.
-No vuelques tu ira en mí, jovencita -repuso-. No ha sido culpa mía.
Si has permitido que un libertino te besara...
—No fue así y lo sabes -estaba a punto de llorar-. ¿Quién eres para criticarme?
¿Qué me dices del ave de rapiña que te ha capturado? No la has rechazado...
— Amor, yo no estoy comprometido —le levantó la barbilla—. Puedo flirtear todo
lo que quiera, aunque no cuente con tu aprobación —le soltó la barbilla-. Claro que la
aliento, soy humano, y mientras no me dé el alto, le seguiré el juego. Me gustan las
mujeres que saben lo que quieren y lo obtienen -la mirada de sus ojos la estremeció-.
La estoy embriagando, ¿sabes por qué? Porque confesó que olvida sus inhibiciones y
me aprovecharé de ello -la hería intencionadamente porque notaba la angustia en su
rostro—. Más tarde la llevaré a su casa en mi coche -notó que Adrienne tenía los ojos
llenos de lágrimas y que le temblaban los labios—. Creo que estás celosa. Siempre me
gustó entregar los premios de consolación, sobre todo a las chicas hermosas. Tal vez
esto te mantenga contenta -le inclinó la cabeza hacia atrás y le dio un beso en los
labios.
— ¡Adrienne! - la amonestó Clifford.
-No tiene importancia, hermano, ella no tiene la culpa, fui yo el que la besó. Sólo
sigo el ejemplo que me dio uno de tus compañeros amorales Hombres, mujeres, todos
son iguales. De estar en tu lugar, les anunciaría que esta chica me pertenece. Anuncia
el compromiso. Eso nos mantendrá a Hasta que no lo hagas... —cogió a Adrienne y la
volvió a besar. Su hermano los observó sin protestar y regresó a la sala—. ¡Dios mío! —
Murmuró Murray— • ¿Te das cuenta del marido que te tocará? No es hombre. ¡En vez
de golpearme, se limitó a observar!
Subió la escalera y cerró violentamente la puerta de su habitación. Adrienne fue
al comedor para calmarse. Al volver a la sala, Clifford estaba al lado de su madre como
si nada hubiera ocurrido. Augustus estaba junto a Désirée quien buscaba a Murray con
los ojos.
La señora Masters trajo los bocadillos en un carrito de servicio y Adrienne la
ayudó a servir. Loma le sirvió a Clifford.
Un joven que dijo llamarse Martin Stevens le ofreció un bocadillo de queso y la
joven se lo agradeció.
—¿Eres escritor? —le preguntó.
-Escribo artículos para revistas literarias. También escribo críticas literarias,
desde luego sólo sobre las mejores obras, como las que escribe Augustus. Son tan
embrolladas que ni los críticos las comprenden, aunque simulamos que sí para que no
nos consideren tontos - Adrienne rió-. Es la primera vez que asistes a estas reuniones,
jamás te vi. ¿Qué es lo que te gusta a ti?
-Los hombres encantadores -dijo una voz a su(espalda.
—Entonces, retírate —replicó Martin de buen humor al comentario de Murray—.
Estoy tratando de ganar su interés como para que acepte salir conmigo.
-Lo siento, pisas terreno privado, la chica tiene dueño —aseguró, abrazando a
Adrienne.
Martin los miró a los dos antes de buscar el anillo en la mano izquierda de
Adrienne.
—Ya sé que no existe evidencia, pronto la habrá —para reforzar lo dicho le dio
un beso en la frente. Martin se encogió de hombros y se alejó. Murray fue sentarse
en el sillón que dejó Augustus; Désirée, sentada en el taburete, Precia una tigresa al
acecho.
Adrienne se quedó en el centro de la sala; temerosa de que Augustus la se diara
se acercó a su madre, quien le hizo un lugar a su lado. Clifford, al otro lado de su
madre, la miraba con reproche.
~Si no quieres que tu futuro esposo enferme del corazón, te aconsejo que
detengas a tu madre, lo está sobrealimentando. Tal vez no te diste cuenta, pero ha
engordado. Sigue mi consejo y alimenta su apetito con otras cosas —murmuró Murray
que se había acercado.
Al terminar la velada Murray cumplió lo prometido, llevó a Désirée a su casa.
—¿Quieres que mañana vayamos a comprar el anillo? -le preguntó Clifford a
Adrienne mientras Loma buscaba su abrigo.
—¿Estás seguro...?
-Sí, el consejo de Murray es bueno.
De modo que el beso de Murray logró el efecto deseado, es decir, forzar la
situación. Clifford la besó emulando a Murray, pero su caricia no fue lo mismo. Murray
tenía razón, su hermano necesitaba de alguien que lo ayudase y ella tenía poca
experiencia.
—Fue una fiesta encantadora, Adrienne —ronroneó Loma con afectación— . Ese
hombre encantador y famoso, Augustus Charles, aceptó inaugurar nuestra kermesse.
Me preguntó si habría algún hotel cercano con licencia porque no le gustaría quedarse
«seco». ¿Qué habrá querido decir?
-Que le gustan las copas -explicó sonriendo por la ingenuidad de su madre.
—Querida, ¿cómo permitiste que esa grosera de Désirée se llevara a tu novio?
-¿Qué novio?
—Lo sabes muy bien, Murray —no pudo resistir la tentación de añadir-: El doctor
Murray Denning.
-Mamá, no es mi novio.
—Entonces, ¿quién es tu novio? —preguntó intrigada.
— Entremos en la sala -respondió Adrienne cansada-. Clifford me pidió que no lo
dijera, pero...
-¿Clifford? No puede ser, ¡es tu jefe! -su voz se tomó aguda. -Estoy
comprometida con él, mamá. Hace unas semanas me propuso matrimonio y lo acepté.
No quería que nadie lo supiese todavía.
— Pero si es casi de mi edad.
—Tiene cuarenta y tres, tres años menos que tú.
—¿Y Murray?—inquirió.
—Será mi cuñado-contestó apesadumbrada.
— ¡Clifford, mi yerno!—murmuró atónita. -Deberías felicitarme -gimió al borde
de las lágrimas.
-Querida, lo siento, me alegro por ti. Sólo que no me hago a la idea de que pronto
te casarás... ¿Qué pasará conmigo? -se quejó.
-Estaré cerca de ti. Te veré todos los días -la calmó, olvidándose de sus propios
problemas.
-Me quedaré sola, sola. Nunca pensé que te casarías y que me abandonarías
-miraba con fijeza la pared blanca que tenía enfrente.
-Estás cansada, mamá. Ya te acostumbrarás.
Mientras ayudaba a su madre a acostarse, Adrienne se preguntó si ella misma
podría hacerse a la idea del matrimonio con Clifford.
CAPÍTULO 7
CAPÍTULO 8
CAPÍTULO 9
CAPÍTULO 10
CAPÍTULO 11
CAPÍTULO 12