Interpretacion Del Principio de Razonabi
Interpretacion Del Principio de Razonabi
Interpretacion Del Principio de Razonabi
INTRODUCCIÓN
El presente trabajo es un resumen de los aspectos teóricos más relevantes de la tesis que
defendiera para optar el grado de maestro en derecho constitucional, en el cual se abordó el
problema de la interpretación del principio de razonabilidad en la imposición de sanciones
administrativas por la Administración Pública, en particular por la Municipalidad Provincial
de Trujillo; y que por exigencias metodológicas propias llevó el título de “Deficiencias en la
interpretación del principio de razonabilidad en los expedientes judiciales de impugnación a
las sanciones administrativas de la Municipalidad Provincial de Trujillo: 2011-2014”1.
Los resultados obtenidos nos permitieron confirmar parcialmente las hipótesis planteadas al
haberse podido determinar que a nivel de las resoluciones administrativas existió una mayor
deficiencia en la interpretación del referido principio, puesto que en casi la totalidad de los
casos analizados no se observaron los criterios mínimos para una adecuada interpretación; en
tanto que a nivel de las sentencias del Poder Judicial si verificó una adecuada interpretación en
por lo menos la mitad de las muestras analizadas, mientras que en otra mitad la interpretación
fue deficiente; concluyéndose de esa manera que aún no se viene interpretando adecuadamente
el principio de razonabilidad como principio rector de la potestad administrativa sancionadora
y, por ende, como límite del poder exigible en un Estado Constitucional de Derecho.
Asimismo, este principio ha sido abordado por la jurisprudencia nacional y ha sido también
objeto de profundos estudios en la doctrina constitucional nacional y comparada, donde se ha
discutido tanto su naturaleza jurídica, así como su concepto y alcances frente a otros principios
Asimismo, uno de los aspectos esenciales para efectos de verificar la observancia del principio
de razonabilidad es la motivación del acto sancionador, ello por cuanto, como ha señalado el
Tribunal Constitucional, “(...) el deber de motivar las decisiones administrativas alcanza
especial relevancia cuando en las mismas se contienen sanciones. En la medida que una
sanción administrativa supone la afectación de derechos, su motivación no sólo constituye una
obligación legal impuesta a la Administración, sino también un derecho del administrado, a
efectos de que éste pueda hacer valer los recursos de impugnación que la legislación prevea,
cuestionando o respondiendo las imputaciones que deben aparecer con claridad y precisión en
el acto administrativo sancionador” (STC N° 2192-2004-AA/TC).
Sin embargo, a la luz de los resultados del trabajo se demostró que no existió una adecuada
interpretación del principio de razonabilidad por parte de la Administración Pública al imponer
sanciones administrativas, puesto que se verificó que realizaba una aplicación mecánica de las
normas que regulan las sanciones administrativas, sin considerar los criterios establecidos para
efectos de graduar la sanción y de esa manera establecer sanciones razonables con relación a
las infracciones cometidas. Es más, uno de los argumentos esgrimidos era que dicho principio
ya había sido considerado al momento de regular las infracciones y sanciones en su respectiva
ordenanza municipal, lo cual se ha podido determinar no es del todo correcto.
1. EL PRINCIPIO DE RAZONABILIDAD
La noción que se tiene acerca de lo razonable y, por ende, de la razonabilidad no aparece del
todo precisa, mucho más si se trata de calificar su naturaleza jurídica, es decir, si en realidad
estamos ante un principio, una regla u otro tipo de especie normativa; y es que si se observa la
legislación nacional se tiene, por un lado, que tanto la Constitución como el Código Procesal
Constitucional hacen referencia al “examen” de razonabilidad y de proporcionalidad del acto
3
restrictivo2; mientras que, por otro lado, la Ley del Procedimiento Administrativo General, Ley
N° 27444, hace referencia al “principio” de razonabilidad3.
De igual manera en la doctrina y jurisprudencia se utilizan otros términos tales como “test”,
“control”, “máxima”, “juicio”, “postulado normativo”, “escrutinio”; y se habla así del test de
proporcionalidad, del control de proporcionalidad, de la máxima de razonabilidad, del juicio
de razonabilidad o del postulado de razonabilidad.
Es cierto que en la doctrina es frecuente hablar del principio de razonabilidad o del principio
de proporcionalidad, con lo cual se tendría la noción de que nos encontramos ante un principio
jurídico; sin embargo, como se verá más adelante, los principios resultan ser un tipo de norma
que presentan características específicas a las que no necesariamente se adecuan los
contenidos de la razonabilidad o la proporcionalidad, de allí que se les atribuya también otras
denominaciones respecto de su naturaleza jurídica.
Sobre la definición de principio no existe uniformidad, sino que existe una serie de nociones
que tienden a identificar su naturaleza jurídica de acuerdo a cada contexto. En este sentido
Oteiza (2011), en su trabajo sobre principios procesales, explica que existe una variedad de
significados de estos principios señalando, por ejemplo, que el primero de ellos identifica
máximas o aforismos elaborados en el pasado y que son parte de una determinada cultura
jurídica; el segundo se vincula con los recaudos formales o externos que todo orden debe
2 El artículo 200 de la Constitución Política del Perú en relación al ejercicio de las acciones de habeas corpus y
amparo durante los regímenes de excepción establece que: “Cuando se interponen acciones de esta naturaleza en
relación con derechos restringidos o suspendidos, el órgano jurisdiccional competente examina la razonabilidad y
la proporcionalidad del acto restrictivo”. Por su parte, el artículo 23 del Código Procesal Constitucional hace
referencia a la razonabilidad y proporcionalidad al disponer que: “Los procesos constitucionales no se suspenden
durante la vigencia de los regímenes de excepción. Cuando se interponen en relación con derechos suspendidos,
el órgano jurisdiccional examinará la razonabilidad y proporcionalidad del acto restrictivo, atendiendo a los
siguientes criterios (…)”.
3 La Ley N° 27444 se refiere al principio de razonabilidad en dos disposiciones, la primera en el numeral 1.4
artículo IV del Título Preliminar, en los términos siguientes: “Principio de razonabilidad.- Las decisiones de la
autoridad administrativa, cuando creen obligaciones, califiquen infracciones, impongan sanciones, o establezcan
restricciones a los administrados, deben adaptarse dentro de los límites de la facultad atribuida y manteniendo la
debida proporción entre los medios a emplear y los fines públicos que deba tutelar, a fin de que respondan a lo
estrictamente necesario para la satisfacción de su cometido”; y en el inciso 3 del artículo 230 al señalar:
“Razonabilidad.- Las autoridades deben prever que la comisión de la conducta sancionable no resulte más
ventajosa para el infractor que cumplir las normas infringidas o asumir la sanción (…)”.
El último significado que menciona el citado autor está referido a la definición formulada por
Robert Alexy (1997), para quien “Los principios son mandatos de optimización, que están
caracterizados por el hecho de que pueden ser cumplidos en diferente grado y que la medida
debida de su cumplimiento no solo depende de las posibilidades reales sino también de las
jurídicas, la cual está determinada por los principios y reglas opuestos”. (p.86)
Sin embargo, ha sido Ávila (2011) quien ha logrado plantear una distinción bastante clara
sobre las diversas especies normativas que componen el Derecho, precisando además la
definición de cada una de ellas. Así, en primer lugar, distingue entre normas de primer grado y
normas de segundo grado, ubicando dentro de las primeras a las reglas y a los principios, y
dentro de las segundas a los postulados normativos, explicando luego que existen postulados
hermenéuticos (postulado de la coherencia) y postulados normativos aplicativos
(proporcionalidad, razonabilidad y prohibición de exceso).
Respecto de las reglas sostiene que: “Son normas inmediatamente descriptivas, primariamente
retrospectivas y con pretensión de decidibilidad y comprensión, para cuya aplicación se exige
la evaluación de la correspondencia, siempre centrada en la finalidad que les da soporte y en
los principios que les son axiológicamente superiores”; en tanto los principios: “Son normas
inmediatamente finalistas, primariamente prospectivas y con pretensión de
complementariedad y de parcialidad, para cuya aplicación requieren una evaluación de la
correlación entre el estado de cosas que ha de promoverse y los efectos derivados de la
conducta considerada como necesaria para su promoción”. (Ávila, 2011, p.163).
Sobre los postulados normativos refiere que: “Son normas inmediatamente metódicas, que
estructuran la interpretación y la aplicación de principios y reglas mediante la exigencia, más o
menos específica, de relaciones entre elementos con base en criterios” (Ávila, 2011, p.163).
Luego precisa que algunos postulados se aplican sin presuponer la existencia de elementos y
criterios específicos, como la ponderación de bienes que consiste en un método destinado a
atribuir pesos a elementos que se entrelazan sin referencia a puntos de vista materiales que
orienten esa valoración; en tanto que la aplicabilidad de otros postulados depende de
determinadas condiciones, como el postulado de la igualdad que estructura la aplicación del
5
derecho cuando hay relación entre dos sujetos en función de elementos y la relación entre ellos
(Ávila, 2011, p.163).
En ese orden concluye que: “El postulado de la razonabilidad se aplica, en primer lugar, como
directriz que exige la relación de las normas generales con las individualidades del caso
concreto; en segundo lugar, como directriz que exige una vinculación de las normas jurídicas
con el mundo al que hacen referencia; y en tercer lugar, como directriz que exige la relación de
equivalencia entre dos magnitudes”. (Ávila, 2011, pp. 164-165)
El postulado de la proporcionalidad en cambio: “Se aplica en los casos que exista una relación
de causalidad entre un medio y un fin concretamente perceptible. La exigencia de realización
de varios fines, todos constitucionalmente legitimados, implica la adopción de medidas
adecuadas, necesarias y proporcionales en sentido estricto”. (Ávila, 2011, p.165)
Laura Clérico (2009), por su parte, señala que las “reglas” que determinan cómo los principios
deben ser aplicados son reglas de segundo grado. Así sostiene que: “Los mandatos de
adecuación técnica (o idoneidad) y del medio alternativo menos gravoso son reglas de
segundo grado que determina qué es posible en relación con la satisfacción de un principio
teniendo en cuenta las posibilidades fácticas. El mandato de la proporcionalidad en sentido
estricto es una regla de segundo grado, que determina la satisfacción posible del principio bajo
consideración de las posibilidades jurídicas. En ese orden considera que: el mandato de
proporcionalidad en sentido amplio y sus tres submandatos tienen carácter de reglas”. (p.30)
Sin embargo, existen otras posturas que consideran que si estamos ante de un principio, como
el caso de Sarmiento (2004), quien va a defender la naturaleza del control de proporcionalidad
como principio, entendido como un mandato que goza de un elevado nivel de generalidad en
el supuesto de hecho, pero dotado de un consecuente taxativo; en ese sentido refiere que tal
concepción no rompe con la teoría de Alexy, quien considera que tanto el antecedente como el
consecuente de los principios son indeterminados, en tanto que por su parte –Sarmiento-
considera que sólo el antecedente está sometido a una apertura total, ya que el consecuente es
siempre una respuesta taxativa: la actuación es proporcionada o desproporcionada, y tertium
6
non datur. El principio de proporcionalidad, por tanto, es un principio jurídico, con
antecedente abierto y consecuente cerrado.
De igual manera hay autores que tratan el tema bajo el nombre de test de razonabilidad o test
de proporcionalidad, entre quienes se encuentra Vásquez (2016), quien concibe al test “como
herramienta argumentativa, como método que permita operacionalizar a la razonabilidad a
través de categorías” (p. 28). En ese orden señala: “Un test no es otra cosa que la construcción
de una serie de categorías que se integran por un objetivo específico, una construcción de
varios criterios tipo check list. Se tratan de criterios o categorías objetivas que se aplican de
forma prudencial a partir de las circunstancias del caso”. (Vásquez, 2016, p.29)
En el ámbito doctrinario, Barroso (como se citó en León Untiveros, 2009) ha señalado que “el
principio de razonabilidad es un parámetro de valoración de los actos del Poder Público para
verificar si éstos están de acuerdo con el valor superior inherente a todo ordenamiento
jurídico: la justicia” (p.298).
Asimismo Ávila (2011) refiere que: “El postulado de la razonabilidad se aplica, en primer
lugar, como directriz que exige la relación de las normas generales con las individualidades
del caso concreto; en segundo lugar, como directriz que exige una vinculación de las normas
jurídicas con el mundo al que hacen referencia; y en tercer lugar, como directriz que exige la
relación de equivalencia entre dos magnitudes”. (p.164)
7
Por su parte Cassagne (2002) considera a este principio como una garantía sustantiva de los
administrados al señalar que: “El art. 28 (de la Constitución argentina), al prescribir que los
derechos no pueden ser alterados por las leyes que reglamentan su ejercicio, consagra el
principio de la razonabilidad o justicia como regla sustancial del comportamiento del Estado,
estatuyendo un principio que, aun cuando parezca referirse a las leyes formales, se extiende
también a las leyes en sentido material y a los actos administrativos”; en ese sentido refiere
que “la razonabilidad, en cuanto exige que los actos estatales posean un contenido justo,
razonable y valioso, completa e integra la legitimidad, dejando la ley formal de ser así el único
fundamento de validez de los actos estatales”; de esa manera concluye en que “todos los actos
que produce la Administración Pública han de contar con un fundamento de legalidad y, a la
vez, de razonabilidad o justicia, fundamento este último que rige tanto para la actividad
reglada como para la discrecional”. (p.28)
En esa misma línea Barak (2017) va a sostener que: “Una decisión es razonable si se ha
llegado a ella con posterioridad a la asignación del peso adecuado a cada uno de los diversos
factores que deben haber sido considerados y si dicha decisión pondera de manera adecuada
los diversos factores relevantes. En la médula de la razonabilidad se encuentra la noción de
ponderación”. (p.411)
8
toman en ese contexto, respondan a criterios de racionalidad y que no sean arbitrarias” (STC
N° 1803-2004-AA/TC, f. 12).
Luego también ha referido que “por virtud del principio de razonabilidad se exige que la
medida restrictiva se justifique en la necesidad de preservar, proteger o promover un fin
constitucionalmente valioso. Es la protección de fines constitucionalmente relevantes la que,
en efecto, justifica una intervención estatal en el seno de los derechos fundamentales. Desde
esta perspectiva, la restricción de un derecho fundamental satisface el principio de
razonabilidad cada vez que esta persiga garantizar un fin legítimo y, además, de rango
constitucional” (STC N° 2235-2004-AA/TC, f. 6).
Como se puede ver, una de las características que subyacen de la norma administrativa acotada
es que el principio de razonabilidad opera frente a actos que limiten derechos; otra de las
características sería que tiende a buscar un equilibrio entre los derechos individuales y los
fines públicos a tutelar; en tanto que una tercera característica, que sería la más importante, es
que tiene por objeto evitar que los actos de poder (norma, resolución o acto administrativo)
por las que se restrinja derechos (ej. sanción administrativa) no devengan en excesivos o
arbitrarios, sino lo estrictamente necesarios para lograr su finalidad, es decir, que sean
razonables, no sólo en sí mismos, sino frente a todo el ordenamiento jurídico, pues solo así
podría considerarse que es justa5. Es decir, implica encontrar un punto de equilibrio en el
sentido que no basta conformarse con que el acto emitido sea conforme a la ley formal, sino
que además sea acorde con los imperativos de justicia material, de tal manera que puede
apreciarse en todo momento como un Derecho justo.
5 Así explica Sapag (2008) al señalar que: “La razonabilidad actúa como un factor justificador del ordenamiento
jurídico. Cuando el legislador sanciona una norma, cuando el juez dicta una sentencia, o el administrador emite un
acto administrativo, se busca en todos los casos generar los medios necesarios para lograr una finalidad querida.
En este proceso de creación normativa o de interpretación jurídica aparece generalmente más de una alternativa
frente a una misma finalidad6. Cuando la norma sea razonable, no sólo en sí misma, sino frente a todo el
ordenamiento jurídico, sólo así podrá considerarse que es “derecho” y así, justa” (p. 161).
9
1.3. Breves referencias sobre su origen y evolución
Según refiere Cianciardo (2004), “el punto de partida del desarrollo que concluiría en los
Estados Unidos con la formulación de la idea de razonabilidad lo constituye la garantía del
debido proceso legal, institución que hunde sus raíces en el derecho de Inglaterra” (p.32).
Los antecedentes del debido proceso legal (due process of law) se remontan a la Carta Magna
impuesta por los nobles ingleses al rey Juan Sin Tierra7, cuya disposición se fue repitiendo en
sucesivas publicaciones con ciertos matices hasta llegar a las colonias que Inglaterra había
implantado en suelo americano, sirviendo de base a la Enmienda V de la Constitución
estadounidense de 1971, al establecer que “nadie puede ser obligado a declarar contra sí
mismo ni ser privado de su vida, de su libertad y de sus bienes sin el debido proceso legal”,
disposición que a través de la Enmienda XIV se extendió a los estados federales, siendo
mencionada por primera vez por la Corte Suprema en 1985” (Cianciardo, 2004, p.32-33).
En un primer momento el debido proceso legal fue interpretado como una garantía de índole
exclusivamente procesal (debido proceso adjetivo); sin embargo, ello empezó a cambiar
cuando en 1869, en un obiter dictum (caso Hepburn v. Griswold) se afirmó que el debido
proceso de la Enmienda V restringía los poderes del Congreso no sólo respecto a los derechos
procesales reconocidos por el common law, sino también a los derechos sustantivos (debido
proceso sustantivo). Luego de algunos retrocesos, se terminó imponiendo este criterio cuando
la Suprema Corte, en el caso “Stone v. Famers Loan Co.” (1886) afirmó: “de lo que se ha
dicho no debe inferirse que este poder de limitación o regulación es ilimitado en sí mismo. El
poder de regular no es el poder de destruir, y limitación no es equivalente a destrucción (…)”;
sin embargo, el paso definitivo se dio en el caso “Chicago Milwaukee & Saint Paul v.
Minnesota”, donde se declaró la inconstitucionalidad de una tarifa sobre la base de que era
6 “La evolución jurisprudencial acaecida en el siglo XX en torno a la cláusula del debido proceso legal, contenida en
las enmiendas V y XIV a la Constitución de los Estados Unidos, dio luz al análisis y control de la razonabilidad de las
leyes federales y estaduales por parte de los jueces15. Esta garantía de razonabilidad es reconocida como la
cláusula del debido proceso legal sustantivo (substantive due process of law)” (Sapag, 2008, pp.163-164).
7 En efecto en el artículo XXXIX de la Carta Magna se establecía que: “Ningún hombre libre será tomado o
aprisionado, desposeído de sus bienes, proscrito o desterrado, o de alguna manera destruido; no Nos
dispondremos sobre él, ni lo pondremos en prisión, sino por el juicio legal de sus pares, o por la ley del país”.
Recuperado de:
http://hum.unne.edu.ar/academica/departamentos/historia/catedras/hist_medi/documentos/occidente/carmagn
a.pdf. Consultado el 25 de octubre de 2016.
10
irrazonable puesto que impedía a una empresa una ganancia prudente en relación con el capital
que había invertido en el negocio” (Cianciardo, 2004, p.33-35).
Pese a las limitaciones en torno a su definición por parte de la Suprema Corte, “desde fines del
siglo XIX el debido proceso sustantivo consistió básicamente en una garantía de la
razonabilidad de las decisiones de cualquiera de los órganos del Estado: es irrazonable toda
decisión que afecta los derechos fundamentales protegidos por la Constitución. Tras una
evolución de décadas, la Suprema Corte reconoció como garantía constitucional el principio
de razonabilidad” (Cianciardo, 2004, p. 35).
“El Tribunal Federal alemán rápidamente consideró que los principios tradicionales del
derecho administrativo eran principios constitucionales, y así llevó la máxima de la
proporcionalidad al control de los actos estatales que regulan o intervienen sobre los derechos
fundamentales. Tanto la jurisprudencia como la doctrina constitucional alemana entienden a
este principio como el máximo criterio delimitador del contenido esencial de los derechos, y
es considerado una institución primordial del derecho constitucional alemán” (Sapag, 2008, p.
171).
“En síntesis, en la actualidad se considera que, en sentido amplio, el principio está compuesto
por tres subprincipios: de adecuación o idoneidad, de indispensabilidad o necesidad y de
proporcionalidad en sentido estricto o razonabilidad” (Cianciardo, 2004, p. 47). “Se trata de
8 Según Sapag (2008) “la idea de proporcionalidad se remonta a un criterio tradicional del derecho penal: la
exigencia, por un lado, de que las penas deben ser graduadas en forma proporcional al delito; por el otro, de que
se establezcan con algún grado de proporcionalidad sobre la base de la importancia social del hecho y el bien
jurídico protegido. Esta exigencia de proporcionalidad surge de un concepto clásico del derecho penal conocido
como la “prohibición de exceso”55, que se remonta a la jurisprudencia del Tribunal Superior de lo Contencioso-
Administrativo de Prusia (1875-1941)”. (p.170).
11
tres aspectos conforme a los cuales se compara la proporción existente entre el principio
protegido por el medio arbitrado y el principio protegido por la finalidad querida. En
definitiva, se controla la constitucionalidad de los actos de gobierno sobre la base de un
análisis entre la medida y los fines pretendidos o, dicho de otro modo, entre los costos y los
beneficios de una medida” (Sapag, 2008, pp. 171-172).
Asimismo en la doctrina hay autores que postulan la unicidad de ambos principios, es decir,
que no habría que atribuirle diferencias y que, por tanto, estaríamos ante un mismo principio.
En esta postura encontramos a Jorge Coviello (2011) para quien “la diferencia entre uno y otro
principio es inexistente e innecesaria en nuestro ordenamiento; de esta manera, es preferible
seguir hablando de razonabilidad sin perjuicio de que se los considere sinónimos” (p.148);
igualmente Tirado Barrera (2011) considera que: “Si bien es cierto que la Constitución habla
de la razonabilidad y de la proporcional del acto restrictivo, de ello no se deriva –
necesariamente- que debamos hablar de principios distintos y que debamos argumentar
respecto de la forma en que, siendo distintos, puedan integrarse armónicamente. Ello,
básicamente, porque el contenido otorgado a la razonabilidad se integra exactamente en el
contenido del subprincipio de adecuación”. (pp. 460-461)
Sin embargo, existe por otro lado también una doctrina bastante consolidada que plantea que si
existen diferencias entre ambos. En esa línea Martínez y Zúñiga (2011) sostienen que: “Si bien
razonabilidad y proporcionalidad son conceptos parecidos, que apuntan al mismo objetivo de
evitar la arbitrariedad, lo cierto es que un estudio más detenido de ambos lleva a concluir que
12
estricta y formalmente no son lo mismo. Como se verá más adelante, en Estados Unidos, país
donde la razonabilidad es un parámetro amplísimo de control de los poderes públicos que
arranca de la cláusula del “process of law”, resulta inconducente hablar de “principio de
razonabilidad” a menos que nos situemos en el ámbito del Derecho Penal. (…) no obstante, sí
parece existir una relación entre ambos principios, de género a especie. Ello, porque la idea de
razonabilidad abarca la proporcionalidad, siendo esta una consecuencia o manifestación de
aquella, mediante la cual se puede llegar a determinar si una actuación estatal es o no
jurídicamente la más adecuada para perseguir un determinado fin”. (p. 201)
Refieren asimismo los citados autores que: “Si bien en Estados Unidos y en Alemania los
principios de razonabilidad y de proporcionalidad se manifiestan en test o parámetros
concretos de control de los actos potestativos de los poderes públicos, sus ámbitos de
aplicación son diferentes. Así, en Estados Unidos el test resulta aplicable fundamentalmente a
los actos de regulación o limitación de la actividad económica y de la propiedad. Por su parte,
en Alemania y en los países en que opera el juicio de proporcionalidad, este se aplica en
general a todo acto de regulación o limitación del ejercicio de derechos”. (Martínez y Zúñiga,
2011, p. 202)
Ávila (2011) por su parte cuestiona la falta de diferenciación de cierta doctrina al señalar que
“al no diferenciar la proporcionalidad de la razonabilidad y de la prohibición de exceso, la
doctrina olvida que esos postulados sirven de parámetro para relacionar elementos diferentes
en situaciones distintas” (p. 158). En ese sentido explica que: “El examen de razonabilidad-
equivalencia investiga la relación de dos magnitudes o entre una medida y el criterio que
informa su fijación; el examen de proporcionalidad investiga la relación entre la medida
adoptada, su finalidad y el grado de restricción causado en los derechos fundamentales
afectados”. (Ávila, 2011, p.158)
En nuestro medio, Indacochea (2008) admite también la falta de identidad entre ambos
principios; así refiere que: “La razonabilidad es entendida como una exigencia de adecuación
de toda medida limitativa o restrictiva a las circunstancias que la originaron y a los fines que
ésta persigue, existiendo una resistencia de la jurisprudencia a brindar una definición abstracta
de lo razonable, dando sólo ciertas referencias que la conciben como una exigencia de
“justificación racional”, lo que nosotros hemos denominado como aceptabilidad, y que supone
que deban expresarse razones aceptables para justificar su adopción”; por otro lado, “la
proporcionalidad se presenta como un parámetro complejo, integrado a su vez por tres
exigencias articuladas entre sí y que se encuentran encaminadas a asegurar que toda medida
limitativa que se adopte, (i) sea eficaz para obtener el fin que se persigue con ella; (ii) no
limite la libertad más allá de lo estrictamente necesario, y por último, (iii) no implique una
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restricción desproporcionada o excesiva del contenido del bien jurídico constitucional del que
se trate”; de ese modo concluye que “razonabilidad y proporcionalidad no se identifican,
aunque ésta última sí puede ser equiparada con el método de la ponderación entre principios
constitucionales”. (p.107)
Frente a todas estas opiniones, encontramos a Barak (2017) quien se plantea la cuestión de
cuál es la relación existente entre la proporcionalidad y la razonabilidad, si son dos conceptos
diferentes completamente separados o, por el contrario se superponen; para lo cual dicho autor
parte por distinguir los componentes de ambos principios, señalando así que la
proporcionalidad incluye cuatro componentes: un fin adecuado, una conexión racional entre la
promoción del fin de la medida y los medios escogidos por la medida que restringen el
derecho fundamental; una relación necesaria entre la realización del fin de la medida y los
medios escogidos; y una relación proporcional en sentido estricto (ponderación) entre la
importancia social marginal de los beneficios obtenidos a través del cumplimiento del fin de la
medida y la importancia social marginal de prevenir la vulneración del derecho fundamental;
mientras que en cuanto a los componentes de la razonabilidad, por un lado sostiene que no
existe consenso acerca de esta cuestión y que la noción de “razonabilidad” presenta muchas
variables en diversos contextos, incluso dentro del derecho administrativo; y por otro lado, que
la razonabilidad es un concepto normativo, que se llega a él a través de un proceso evaluativo
– más que a través de un proceso descriptivo; no está atada a una lógica deductiva, por el
contrario ella se determina con base en la identificación de las consideraciones relevantes y su
ponderación de acuerdo con sus peso.
Finalmente, considera el mencionado autor que existe una relación entre ambos principios en
el contexto de los derechos fundamentales que se basa en las definiciones de estas nociones,
señalando en ese sentido que: “Un examen minucioso acerca de la proporcionalidad (de
acuerdo a su definición común) y de la razonabilidad “en sentido fuerte”, muestra una
semejanza significativa entre las dos situaciones en las cuales la importancia social marginal
de los beneficios que se obtienen con el logro del fin de la medida deben ser evaluados con
respecto a la importancia social marginal de prevenir la vulneración causada a un derecho
fundamental; en este caso, la semejanza entre razonabilidad y proporcionalidad se expresa a
través del componente de la ponderación”. (Barak, 2017, p.415)
En tal sentido, si bien existe un cierto nivel de relación entre ambos principios, sobre todo en
lo que se refiere a la ponderación de los “derechos” en juego, el principio de razonabilidad
presenta características que lo diferencian del principio de proporcionalidad, no solo a partir
de sus orígenes y de haber seguido una evolución en diferentes sistemas jurídicos
(angloamericano vs. europeo-continental), sino además por presentar una estructura y una
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metodología propia, que permite adecuarlo de modo más flexible a los parámetros de control
del ejercicio del poder.
1. 5. El principio de proporcionalidad
Según Cianciardo (2004) “lo primero que se exige de una medida es que tenga un fin.
Lo segundo, que sea adecuada para el logro de ese fin. Es decir, que sea capaz de causar
su objetivo. El sub principio de adecuación tiene por finalidad controlar una cosa y otra”
(p.62).
Como refiere por su parte Bernal (2007), “según el subprincipio de idoneidad, toda
intervención en los derechos fundamentales debe ser adecuada para contribuir a la
obtención de un fin constitucionalmente legítimo” (p.42).
En ese orden Ávila (2011) sostiene que “la adecuación exige una relación empírica entre
el medio y el fin: el medio debe llevar a la realización del fin. Ello exige que el
administrador utilice un medio cuya eficacia (y no el medio, él mismo) pueda contribuir
15
a promover en forma gradual el fin” (p.148). En el mismo sentido Clérico (2009)
sostiene que “el mandato de la adecuación técnica se satisface cuanto se puede
comprobar una relación empírica entre el medio escogido y el fin perseguido por la
medida” (p.40).
Según Clérico (2009) este examen se aborda con la pregunta “¿se puede evitar la
restricción del derecho a través de otro medio, o por lo menos, reducir el grado de
afectación? La respuesta a esta interrogante presupone una comparación entre medios.
Esta comparación constituye el núcleo del examen del medio alternativo menos
gravoso” (p.101).
Bernal (2007), por su parte, explica que “de acuerdo al subprincipio de necesidad, toda
medida de intervención en los derechos fundamentales debe ser la más benigna con el
derecho intervenido, entre todas aquellas que revisten la misma idoneidad para
contribuir a alcanzar el objetivo propuesto” (p.42).
Como se puede ver, a este examen se llega luego de haberse analizado y superado los
exámenes de adecuación y de necesidad, es decir, que la medida dictada es idónea para
alcanzar el fin propuesto y es la menos o igualmente restrictiva que las otras medidas
alternativas; por lo que se requiere finalmente examinar si la medida es proporcional en
sentido estricto, es decir, si importa más beneficios o ventajas para el interés general que
perjuicios sobre los derechos fundamentales afectados.
Este examen tiene como objeto a la ponderación, la cual está compuesta por tres
elementos: la ley de la ponderación, la fórmula del peso y la carga de la argumentación,
según la tesis de Alexy. La ponderación es el mecanismo para resolver los conflictos
entre principios (o derechos fundamentales). La Ley de la ponderación se formula así:
“cuanto mayor es el grado de la no satisfacción o de afectación de uno de los principios,
tanto mayor debe ser la importancia de la satisfacción del otro”; y se concreta a través
de tres variables en la fórmula del peso: 1) el grado de afectación de los principios en el
caso concreto, 2) el peso abstracto de los principios relevantes, 3) la seguridad de las
apreciaciones empíricas. En los casos en que existiera un empate entrarían en juego las
reglas de la carga de la argumentación; por ejemplo, la que establece una prioridad en
favor de la libertad, o a favor de la constitucionalidad de una ley. (Atienza, 2012, pp.14-
15)
17
1.6. Fundamento constitucional del principio
Como refiere Grández (2010): “El fundamento del principio de proporcionalidad hay que
encontrarlo, no en una cláusula solitaria de la Constitución, sino en los confines mismos del
modelo de Estado Constitucional, construido sobre premisas antropocéntricas, esto es, sobre el
reconocimiento de la libertad y la dignidad humanas como razón última del propio sistema
político”. (p. 339)
Bernal (como se citó en Grández, 2010) sostiene que “el principio de proporcionalidad admite
varias fundamentaciones complementarias, a saber: i) la propia naturaleza de principios de los
derechos fundamentales; ii) el principio del Estado de Derecho; iii) el principio de justicia; iv)
el principio de interdicción de la arbitrariedad” (p.339).
Según Vicente Sola (como se citó en Cassagne, 2012) “Uno de los principios que orienta al
Estado contemporáneo es el de que los actos estatales no deben sólo emanar de autoridad
política elegida por el pueblo y ser el resultado de procedimientos preestablecidos: los actos
practicados en nombre de un Estado democrático de Derecho, también, además de ser
legítimos (…) deben reflejar los valores e intereses de la población”. “Precisamente, la
legitimidad de los actos abarca tanto la legalidad como la razonabilidad – o justicia – de los
mismos”. Luego, el propio Cassagne (2012) va a precisar que: “El principio de razonabilidad
resulta ser, entonces, un principio cardinal de nuestro Estado de Derecho. (p.687).
De igual manera Sarmiento (2004) sostendrá que: “El principio de proporcionalidad encuentra
su fundamento en la cláusula del Estado de Derecho (…). Si dicha cláusula se ha visto
transformada merced a un cambio de paradigma, nos encontraremos ante un tránsito que
inevitablemente ha de afectar a la concepción del principio de proporcionalidad, especialmente
desde su función de control jurídico a la Administración. (…) En el plano del control de
proporcionalidad, el cambio se manifestará con una mayor legitimación del escrutinio intenso,
de fondo, de “oportunidad”, sobre las decisiones de los poderes públicos, y muy especialmente
de la Administración”. (p.48)
18
Por todo ello, se puede asumir que el principio de razonabilidad, al igual que el de
proporcionalidad, se levanta como uno de los pilares esenciales del Estado Constitucional, en
tanto constituye parámetro de control de los actos de poder para la vigencia efectiva de los
derechos fundamentales.
Dicho modelo de Estado, según Cárdenas (2007), se caracteriza, entre otros, porque admite
que el derecho no sólo está conformado por reglas sino además por principios y otro tipo de
normas; las normas que no son reglas no pueden interpretarse con los métodos tradicionales,
sino que se debe acudir al principio de proporcionalidad, la teoría del contenido esencial, la
razonabilidad; en tal sentido, las normas jurídicas se interpretan desde la Constitución.
Por otro lado, en Alemania el Tribunal Constitucional Federal ha intentado justificar también
este principio recurriendo al “principio del Estado de Derecho”, al expresar que “en la
República Federal de Alemania el principio de proporcionalidad tiene rango constitucional. Se
deriva del principio de Estado de Derecho, en razón de la esencia misma de los derechos
fundamentales que, como expresión de la libertad general de los ciudadanos frente al Estado,
no pueden ser limitados por el Poder Público más allá de lo que sea imprescindible para la
protección de los intereses públicos". “Según surge de la definición, en primer lugar, el
concepto de estado de derecho es empleado en un sentido material, como expresión de idea de
justicia; y, en segundo lugar, el principio se deriva, en rigor, del derecho general de libertad,
que exige que toda restricción sea proporcionada” (Cianciardo, 2004, p.55).
Finalmente cabe efectuar algunas precisiones en torno a la vinculación existente también entre
el principio de razonabilidad y el denominado “debido proceso sustantivo”, el cual viene a ser
una de las dimensiones del debido proceso legal.
Según la concepción actual el debido proceso presenta dos dimensiones: una adjetiva o formal
y una sustantiva o material. “El debido proceso adjetivo se entiende como un derecho
complejo de carácter procesal, que comprende un conjunto de derechos esenciales que
impiden que los derechos sucumban ante la ausencia de un proceso o procedimiento. Se tratan
de derechos procesales que deben respetarse al interior de cualquier proceso o procedimiento,
por ejemplo: derecho de contradicción, a la publicidad del proceso, a resoluciones
debidamente motivadas, a impugnar, a probar o a producir prueba, a la eficacia de las
resoluciones, al plazo razonable, etc.” (Bustamante, 2001, pp.207-215). “El debido proceso
sustancial, en cambio, exige que todos los actos de poder, como normas jurídicas, actos
administrativos o resoluciones judiciales, sean justos, es decir que sean razonables y
respetuosos de los valores superiores, de los derechos fundamentales y de los demás bienes
jurídicos constitucionalmente protegidos” (Bustamante, 2001, p.205).
El derecho administrativo sancionador es la rama del derecho público que tiene por objeto (de
estudio) la potestad sancionadora de la Administración. Como se sabe la Administración
21
Pública para realizar sus fines está dotada de un conjunto de potestades, que no son más que
las expresiones específicas del poder público, entre las cuales se encuentran la potestad de
mando, la potestad administrativa y la potestad sancionadora en general.
Asimismo “la potestad sancionadora tiene como fundamento asegurar el cumplimiento de los
deberes de los ciudadanos y el respeto al orden público en el desarrollo de sus actividades. Sin
dicha atribución, la Administración no podría ejercer coacción alguna frente a quienes
vulneran las normas, en tanto no existiría ningún castigo por atentar contra los derechos de sus
conciudadanos o desacatar las obligaciones impuestas por el Estado” (Gómez, Isla y Mejía,
2010, p.135).
En el ordenamiento jurídico peruano, según Rojas (2015), es posible identificar dos modos
genéricos de derecho sancionador: un derecho sancionador privado y un derecho sancionador
público, potestad sancionadora del Estado o ius puniendi. A su vez, en el ius puniendi se
identifican las siguientes manifestaciones: el Derecho penal, el Derecho disciplinario, el
Derecho administrativo sancionador, las sanciones parlamentarias, las consecuencias
accesorias, los procedimientos de ratificación de magistrados y las facultades disciplinarias de
los jueces.
Finalmente, se ha dicho con acierto que: “El Derecho Administrativo Sancionador está
presente en la interrelación cotidiana del Estado con sus administrados, es decir, aparece en
cada sector de la vida diaria en que el Estado tiene presencia para regular dicha actividad. Así
por ejemplo, si una empresa de telecomunicaciones infringe la normatividad del sector, puede
22
ser pasible de una sanción si incurre en alguno de los supuestos calificados como infracción.
Igual sucede con el conductor de un vehículo: cuando infringe la normatividad del sector, se le
impone una multa administrativa. (Rojas, 2015, p.67).
“No obstante a que en gran parte de la doctrina se defiende que infracción penal e
infracción administrativa poseen la misma naturaleza, dado que delito e infracción
administrativa son manifestaciones de la potestad punitiva del Estado, ello no equivale a
asumir la llamada tesis cuantitativa en la medida que no siempre hay una correlación
entre infracciones administrativas y delitos” (Gómez y Sanz, 2013, p.91-92).
“La pena que se exterioriza en el campo del derecho administrativo no tiene carácter
criminal. Se impone como instrumento de derecho para preservar el orden jurídico
institucional con la distribución de competencias y el señalamiento de penas de igual
23
carácter. En manera alguna implica la privación de la libertad individual” (Rebollo et
al., 2005, p.97).
García de Enterría (2000) lo define así: “Por sanción entendemos aquí un mal infligido
por la Administración a un administrado como consecuencia de una conducta ilegal.
Este mal (fin aflictivo de la sanción) consistirá siempre en la privación de un bien o de
un derecho, imposición de una obligación de pago de una multa”. (p.161)
Según Rebollo et al. (2005) “puede definirse la sanción administrativa como el castigo
impuesto por la administración pública” (pp. 24-25). De tal definición deducen que las
sanciones administrativas las imponen las autoridades administrativas, no jueces ni
tribunales; han de tener un contenido aflictivo, esto es, han de consistir en un mal, en un
perjuicio que se impone a un ciudadano; han de entrañar una privación o restricción de
derechos o de cualquier ventaja, o el surgimiento de nuevos deberes; y han de imponer
el mal como un castigo, o sea, que el perjuicio que causan al ciudadano es buscado,
directa y deliberadamente, como una respuesta a la conducta ilegal realizada y como
expresión del reproche que merece esa conducta (Rebollo et al., 2005).
Por su parte Gómez, Isla y Mejía (2010) sostienen que: “La sanción es una decisión de
la Administración Pública que afecta la esfera jurídica -en particular, la patrimonial- de
las personas naturales o jurídicas que violan el ordenamiento jurídico. Es la
consecuencia jurídica establecida ante la verificación de la conducta previamente
tipificada como infracción administrativa”. (p. 136)
Asimismo señalan que: “La finalidad de la sanción es disuadir y castigar una conducta
ilícita. Mediante la sanción, la Administración ejerce coerción en los individuos para
que se ciñan al cumplimiento de las leyes causando dos efectos. El primero, disuasivo,
pues procura evitar que se sigan cometiendo en el futuro conductas como la sancionada
por el infractor o por terceros. El segundo, correctivo, pues suspende 1a comisión de la
conducta infractora y devuelve a 1a sociedad el equilibrio perdido”. (Gómez et al.,
2010, p. 136).
“Se trata, así, de un cauce formal, dirigido a la emisión de una resolución definitiva; sin en
otros procedimientos administrativos la omisión de los actos de trámite o las fases
preliminares no tienen excesiva relevancia, en los procedimientos sancionadores de manera
específica tienen una importancia extraordinaria porque en el correcto ejercicio de la potestad
sancionadora está en juego el derecho fundamental de defensa” (Gómez y Sanz, 2013, p. 693).
“La aplicación al derecho administrativo sancionatorio de los principios del derecho penal no
tiene explicación diversa a la de ser una ciencia ya formada, lo suficientemente disciplinada y
lo necesariamente reglada, que las tesis que las han depurado y los postulados que la han
regido deben ser aprovechados por una rama que apenas está en proceso de elaboración. Lo
25
cual no significa, en manera alguna, que haya razón de dependencia, de subordinación o
subalternidad. La potestad sancionadora de la administración se legitima autónomamente
porque tiene los mismos títulos que la potestad penal” (Ossa Arbeláez, 2000, p.178).
Porque no todo se encuentra en la legislación. “También los principios generales del derecho y
aún la jurisprudencia estructuran un esquema por el cual ha de guiarse el intérprete y
conducirse el operador jurídico” (Ossa Arbeláez, 2000, p.184).
Como afirma Ramírez, “una de las consideraciones más importantes del concepto mismo de
sanción administrativa se encuentra relacionado con los principios que deben regir la actividad
sancionadora, pues ésta se encuentra presidida por una serie de máximas que rigen el
susodicho ejercicio, como lo son: el principio de legalidad, en sus dos vertientes: tipicidad y
reserva de ley; culpabilidad, proporcionalidad, interdicción de la analogía, non bis in ídem,
entre otros. La aplicación de tales principios son únicamente exigibles en los casos en que se
manifieste el ius puniendi del Estado” (Ramírez, 2010, p.286).
a) Legalidad.- Sólo por norma con rango de ley cabe atribuir a las entidades la potestad
sancionadora y la consiguiente previsión de las consecuencias administrativas que a
título de sanción son posibles de aplicar a un administrado, las que en ningún caso
habilitarán a disponer la privación de libertad.
f) Concurso de Infracciones.- Cuando una misma conducta califique como más de una
infracción se aplicará la sanción prevista para la infracción de mayor gravedad, sin
perjuicio que puedan exigirse las demás responsabilidades que establezcan las leyes.
27
c) Cuando la conducta que determinó la imposición de la sanción administrativa
original haya perdido el carácter de infracción administrativa por modificación en el
ordenamiento, sin perjuicio de la aplicación de principio de irretroactividad a que se
refiere el inciso 5.
i) Presunción de licitud.- Las entidades deben presumir que los administrados han
actuado apegados a sus deberes mientras no cuenten con evidencia en contrario.
k) Non bis in ídem.- No se podrán imponer sucesiva o simultáneamente una pena y una
sanción administrativa por el mismo hecho en los casos en que se aprecie la identidad
del sujeto, hecho y fundamento.
Dentro de las sanciones pecuniarias (artículo 13) considera a la multa, señalando que “es la
sanción pecuniaria que por excelencia impondrán los órganos municipales competentes; la
misma que será gravada de acuerdo al incumplimiento de una disposición legal o
reglamentaria que establezca obligaciones o prohibiciones de naturaleza administrativa. Puede
ser aplicada como sanción principal o en forma complementaria a otra sanción no pecuniaria.
Su imposición y/o pago no libera, ni sustituye la obligación del infractor de la ejecución de
una prestación de hacer o de no hacer, para subsanar el hecho que la generó; como tampoco el
cumplimiento de un deber legal”.
Respecto de las sanciones no pecuniarias (artículo 14) establece que “son las cargas de
connotación no dineraria, que son impuestas a un administrado infractor a la conclusión de un
procedimiento administrativo sancionador; contienen obligaciones de hacer o no hacer,
distintas de las obligaciones comerciales o civiles y demás del derecho privado”. Asimismo
clasifica a este tipo de sanciones (artículo 15) en las siguientes:
a. Suspensión de autorización o licencia
b. Anulación de autorización o licencia
c. Declaración de inhabitabilidad de inmueble
d. Clausura (temporal o definitiva)
e. Decomiso (confiscación de artículos y productos)
f. Retención de productos, equipos y mobiliario
g. Retiro (de elementos materiales)
h. Inutilización: (destrucción parcial o total)
i. Demolición (total o parcial)
j. Paralización de obra (temporal o definitiva)
k. Inmovilización de bienes, animales, productos y/o maquinarias
l. Erradicación (total o parcial)
29
m. Reversión de puesto
n. Sacrificio (de animales)
o. Suspensión de actividad, evento y/o espectáculo público
p. Reparación (reposición de la situación material existente antes de la infracción)
q. Otras sanciones que importen obligaciones de dar, hacer o no hacer y/o supongan
una afectación a la posesión de bienes o derechos del administrado infractor.
En cuanto a la naturaleza del procedimiento sancionador (artículo 44) dispone que: “El
procedimiento administrativo sancionador es el conjunto concatenado de actos procesales que
deben seguir los órganos de instrucción y de resolución de la Municipalidad Provincial de
Trujillo para imponer una sanción administrativa”; asimismo precisa que: “A través de este
procedimiento se establece una relación procedimental entre la administración municipal y el
administrado infractor; dentro de la cual no es posible establecer fórmulas conciliatorias por
no tratarse de aspectos disponibles por las partes, sino de protección del interés público
involucrado en la definición de la existencia o no de infracción al ordenamiento
administrativo”.
Asimismo, sobre las etapas del procedimiento administrativo sancionador (artículo 47) señala
las siguientes: 1. Actos previos. 2. Inicio del procedimiento administrativo sancionador. 3.
Adopción de medidas de carácter provisional, de mediar circunstancias que determinen la
existencia de peligro a la salud, higiene o seguridad pública, o vulneración a las normas de
urbanismo y/o zonificación; conforme a lo establecido en el Título IV de la presente
ordenanza. 4. Presentación de descargos y/o alegatos por el administrado presuntamente
infractor. 5. Etapa de actuación probatoria o de instrucción. 6. Conclusión de la etapa de
instrucción. 7. Imposición o no de sanción. 8. Interposición de recursos administrativos.
Por otro lado, respecto al inicio de dicho procedimiento (artículo 58) establece que: “El
procedimiento administrativo sancionador se promueve: 1. Por propia iniciativa (de oficio),
luego de que es detectada la presunta comisión de una infracción, conforme a lo establecido en
el Artículo 51º de la presente ordenanza. 2. Como consecuencia de orden superior. 3. Por
petición motivada de otros órganos o entidades. 4. Por denuncia formulada por vecinos o
terceros”. Asimismo (artículo 59) precisa que: “El procedimiento administrativo sancionador,
como unidad procesal se instaura a través del acto de notificación de la resolución o acto
administrativo detallado en el Artículo 60º de la presente ordenanza, la cual será producto de
la conclusión de los actos previos correspondientes”.
Cabe tener en cuenta también que el Cuadro de Infracciones y Sanciones aprobado por dicha
ordenanza, contiene un régimen de sanciones fijas, por un lado, y por el otro establece una
previsión de sanciones complementarias, las cuales son entendidas como acumulables a la
principal que generalmente es una multa. Citaremos dos casos de infracciones para demostrar
lo dicho: la infracción Código A-201 “Por construir sin licencia de obra, sin perjuicio de la
regularización respectiva”, es sancionada con el 10% del VOE (Valor de Obra Efectuada) mas
las sanciones de retención de productos, equipos y mobiliario, demolición, paralización de
obra definitiva, inmovilización de bienes, animales, productos y/o maquinarias, y erradicación;
la infracción con Código B-310 “Por desarrollar actividades en establecimiento comercial,
industrial y/o de servicio distintas a las establecidas en Autorización Municipal”, se sanciona
con multa del 35% UIT y con suspensión de autorización o licencia, clausura temporal por 45
días hábiles, retención de productos, equipos y mobiliario, e inmovilización de bienes,
animales, productos y/o maquinarias, y erradicación.
Dicho modelo de Estado “se caracteriza por el principio de constitucionalidad, es decir, por la
primacía de la Constitución sobre la ley y por el funcionamiento de una jurisdicción que
entienda de la constitucionalidad de los actos del Estado, incluida la propia ley” (García, 1991
p.33). Se caracteriza, entre otros, porque “admite que el derecho no sólo está conformado por
reglas sino además por principios y otro tipo de normas; las normas que no son reglas no
pueden interpretarse con los métodos tradicionales, sino que se debe acudir al principio de
proporcionalidad, la teoría del contenido esencial, la razonabilidad, entre otras; en ese orden,
31
se afirma que las normas jurídicas se interpretan desde la Constitución” (Cárdenas, 2007,
p.39).
Por ello se puede asumir con certeza que el principio de razonabilidad, al igual que el
principio de proporcionalidad, se levanta como uno de los pilares esenciales del Estado
Constitucional, en tanto constituye parámetro de control constitucional de los actos de poder
para la vigencia efectiva de los derechos fundamentales.
La potestad sancionadora de la Administración, como expresión del poder punitivo del Estado,
se encuentra sometida a los límites normativos de la Constitución, entre los cuales se
encuentran el principio de razonabilidad y el principio de proporcionalidad.
Según Vicente Sola (como se citó en Cassagne, 2002), “uno de los principios que orienta al
Estado contemporáneo es el de que los actos estatales no deben sólo emanar de autoridad
política elegida por el pueblo y ser el resultado de procedimientos preestablecidos: los actos
practicados en nombre de un Estado democrático de Derecho, también, además de ser
legítimos (…) deben reflejar los valores e intereses de la población”. “Precisamente, la
legitimidad de los actos abarca tanto la legalidad como la razonabilidad – o justicia – de los
mismos”. Luego, el propio Cassagne va a precisar que: “El principio de razonabilidad resulta
ser, entonces, un principio cardinal de nuestro Estado de Derecho” (p. 458).
Por su parte, para Tirado Barrera (2011), “resulta claro advertir como el creciente proceso de
constitucionalización, la exigencia de la vigencia práctica de los derechos fundamentales y la
racionalización en el ejercicio del poder, hacen que el principio de proporcionalidad y el
Derecho administrativo se encuentran íntimamente relacionados, pues aquel se constituye
como el instrumento técnico más idóneo para asegurar que: «[...] el ejercicio de los derechos
fundamentales no pueda ser restringido más allá de lo estrictamente necesario para la tutela de
los intereses públicos” (p.458).
32
En ese sentido la Constitución (artículo 200) consagra los principios de razonabilidad y de
proporcionalidad, como criterios de control constitucional limitados al contexto de los estados
de excepción; sin embargo, el ámbito de su aplicación fue extendido por el Tribunal
Constitucional, con la STC N° 0010-2002-AI/TC, al señalar que: “El principio de
proporcionalidad es un principio general del derecho expresamente positivizado, cuya
satisfacción ha de analizarse en cualquier ámbito del derecho. En efecto, en nuestro
ordenamiento jurídico, este se halla constitucionalizado en el último párrafo del artículo 200
de la Constitución. En su condición de principio, su ámbito de proyección no se circunscribe
sólo al análisis del acto restrictivo de un derecho bajo un estado de excepción, pues como lo
dispone dicha disposición constitucional, ella sirve para analizar cualquier acto restrictivo de
un atributo subjetivo de la persona, independientemente de que aquel se haya declarado o no.
Y las penas, desde luego, constituyen actos que limitan y restringen esos derechos de la
persona”.
En ese orden Rebollo et al. (2005) van a sostener que: “La sanción debe ser proporcionada a la
gravedad de la infracción. Es ahí donde se inserta el principio de proporcionalidad. En un
primer momento, este principio debe ser tenido en cuenta por el legislador al establecer el
marco sancionador; y en un segundo momento, cuando el órgano sancionador tiene que fijar
una sanción concreta dentro del marco legal. En ese segundo momento, la concreción de la
sanción no se deja a la libre decisión del órgano administrativo sancionador, sino que el
legislador marca una serie de circunstancias propias, aunque muchas de ellas se repiten en
todas las leyes: el beneficio obtenido por la comisión de la infracción, el daño causado, el
número de infracciones cometidas, la negligencia o intencionalidad del infractor, la posición
dominante del infractor en el mercado, etc.”. (p.36)
Dichos niveles de aplicación son entendidos por Quirós (1996) bajo la denominación de
proporcionalidad abstracta y proporcionalidad subjetiva. Así señala dicho autor que: “La
proporción se hace operativa en el derecho sancionador en dos campos perfectamente
diferenciados: a) la denominada “proporcionalidad abstracta”, que sujeta al legislador a
observar la ecuación conducta/correctivo en la redacción de la norma; y b) “proporcionalidad
subjetiva”, por lo que el llamado a la aplicación singular de aquella norma (la Administración
33
inicialmente, los jueces en definitiva) han de ponderar todas las circunstancias concurrentes
para graduar –seleccionar- el castigo”. (p.39)
El principio de razonabilidad es, entonces, un principio constitucional que se aplica a todos los
ámbitos del derecho, entre ellos, el Derecho Sancionador. En este ámbito, la Ley 27444 ha
regulado dicho principio con referencia específica a la potestad sancionadora de la
Administración, al señalar en su artículo 230 inciso 3 que: “Las autoridades deben prever que
la comisión de la conducta sancionable no resulte más ventajosa para el infractor que cumplir
las normas infringidas o asumir la sanción. Sin embargo, las sanciones a ser aplicadas deberán
ser proporcionales al incumplimiento calificado como infracción, debiendo observar los
siguientes criterios que en orden de prelación se señalan a efectos de su graduación (…)”. Ello
importa, evidentemente, que tanto el constituyente como el legislador, han reconocido
plenamente tanto el principio de razonabilidad como el de proporcionalidad como principios
limitadores del poder punitivo del Estado, frente a las restricciones de los derechos
fundamentales, insertando de ese modo al Estado peruano en los contornos del Estado
Constitucional de Derecho.
Como se puede ver, la regulación prevista en las normas acotadas está referida principalmente
al principio de razonabilidad, incluyendo dentro de su contenido a la proporcionalidad, sin
que se refiera explícitamente a la estructura tríadica de este principio, pues como se ha visto el
principio de proporcionalidad implica examinar la medida mediante sus tres subprincipios:
adecuación, necesidad y proporcionalidad en sentido estricto, para determinar si es
constitucionalmente válida, es decir, si se aplica o no la medida adoptada; en tanto que el
principio de razonabilidad va más allá, pretende alcanzar un equilibrio en el ejercicio del
poder con relación a los derechos restringidos, sin necesariamente dejar de aplicar las medidas
sino que éstas deban ser moduladas o racionalizadas a fin de alcanzar el “derecho justo”, es
decir, como señala Barroso, es un parámetro de valoración de los actos del Poder Público para
verificar si éstos están de acuerdo con el valor superior inherente a todo ordenamiento
jurídico: la justicia.
Ello justifica por tanto que las leyes en materia sancionadora dispongan una serie de criterios
para efectos de determinar la sanción aplicable al caso concreto una vez que ya ha sido
acreditada la infracción y la responsabilidad del infractor, por lo que el principio de
razonabilidad opera en estos casos como un instrumento de racionalización de la sanción o
sanciones a imponerse para que de esa manera no aparezcan como excesivas o irrazonables y,
por tanto, injustas.
En lo que sigue desarrollaremos en forma breve cada uno de los criterios previstos en la Ley
N° 27444 para la graduación de las sanciones administrativas, advirtiendo que si bien de
acuerdo a la norma anterior se debía seguir un orden de prelación, con la modificatoria
actualmente ya no se establece un orden sino que pueden observar indistintamente.
35
a) El beneficio ilícito resultante por la comisión de la infracción
Toda infracción administrativa implica en primer lugar el incumplimiento o la
contravención de una norma administrativa. Sin embargo, no toda infracción
puede generar el mismo beneficio al infractor, o por lo menos no en la misma
intensidad, por lo que la sanción, en aras de la justicia, deberá tener en cuenta este
criterio.
Según Gómez, Isla y Mejía (2010): “El beneficio ilícito es el beneficio real o
potencial producto de la infracción administrativa. Es lo que percibe, percibiría o
pensaba percibir el administrado cometiendo la infracción menos lo que
percibiría si no la hubiera cometido. Así, por ejemplo, si un proveedor hubiera
percibido 100 unidades respetando la ley, pero percibe (o percibiría o cree que va
a percibir) 150 unidades al cometer la infracción, el beneficio ilícito es de 50
unidades. También es lo que el proveedor ahorra, ahorraría o pensaba ahorrar
cometiendo la infracción administrativa. El beneficio ilícito, no es utilidad ni
ganancia en sentido contable o financiero, sino que en términos económicos se
entiende que el infractor se encuentra en una mejor situación (se ha procurado un
beneficio) infringiendo el ordenamiento jurídico”. (pp. 134-136).
Por otra parte “las infracciones con baja probabilidad de detección son aquellas
que resultan muy difícil de ser detectadas por la autoridad, sea porque significan
36
el empleo de informes periciales, largas investigaciones, desplazamiento de la
autoridad en diligencias de inspección, o porque los consumidores no las detectan
con facilidad o porque les resulta más costoso (en términos de tiempo y búsqueda)
denunciar al proveedor” (Gómez, Isla y Mejía, 2010, p. 141).
Como señala Morón Urbina (2011), este criterio implica “análisis de costo
beneficio, de modo que a mayor perjuicio económico ocasionados a los intereses
públicos mayor será la sanción” (p.700).
e) La reincidencia
Según el contenido de la misma norma la reincidencia se produce por la comisión
de la misma infracción dentro del plazo de un (1) año desde que quedó firme la
resolución que sancionó la primera infracción. Este criterio constituye por tanto
un agravante de la responsabilidad del infractor, puesto que ya había sido
sancionado por la misma falta o infracción sin haber corregido su conducta, lo que
justifica que se incremente o agrave la sanción correspondiente.
Así se observa que en su artículo 3 solo hace una referencia del principio al señalar que: “La
potestad sancionadora de la Municipalidad Provincial de Trujillo se rige plenamente por los
principios especiales del procedimiento administrativo sancionador previstos en el Art. 230 de
la Ley 27444, es decir: Legalidad, Debido Procedimiento, Razonabilidad, Tipicidad,
Irretroactividad, Concurso de Infracciones, Continuación de Infracciones, Causalidad,
Presunción de Licitud, Non Bis In Ídem”.
Por tanto, para efectos de tener en cuenta la aplicación del mencionado principio en las
sanciones que impone la Municipalidad Provincial de Trujillo, debe recurrirse a la Ley del
Procedimiento Administrativo General, en la que se establece un desarrollo detallado del
38
principio bajo estudio, sin dejar de considerar los alcances brindados por la doctrina y la
jurisprudencia tanto del Poder Judicial como del Tribunal Constitucional.
Sin embargo las sanciones previstas en dicha ordenanza, al estar reguladas en forma fija,
especialmente las multas, son entendidas como de aplicación inmediata y mecánica al
determinarse la infracción respectiva, sin preverse un margen, entre mínimo y máximo, para
efectos de graduar la sanción de acuerdo con los criterios previstos en el artículo 230 de la Ley
27444 y, por ende, aplicar el principio de razonabilidad. Dicha situación podría generar que la
Municipalidad aplique las mismas sanciones a infracciones que si bien formalmente serían las
mismas, en los hechos presentan circunstancias diferentes que, de acuerdo a los criterios
previstos merezcan una sanción gradualmente diferente, por lo que justificaría una revisión
exhaustiva del cuadro de sanciones.
La motivación viene a constituir uno de los requisitos de validez del acto administrativo en la
medida que es la única forma de justificar racionalmente el sentido de su emisión, es decir,
porqué se decidió de tal o cual manera. Por ello la Ley 27444 lo regula en su artículo 3 como
requisito de validez al señalar que: “El acto administrativo debe estar debidamente motivado
en proporción al contenido y conforme al ordenamiento jurídico”.
Asimismo la motivación constituye uno de los derechos y garantías que compone el principio
del debido proceso administrativo o debido procedimiento, conforme se puede ver de su
regulación en el numeral 1.2 artículo IV del Título Preliminar al señalar que: “Los
administrados gozan de los derechos y garantías implícitos al debido procedimiento
administrativo. Tales derechos y garantías comprenden, de modo enunciativo más no
limitativo, los derechos a (…) obtener una decisión motivada, fundada en derecho, emitida por
autoridad competente, y en un plazo razonable (…)”.
39
El Tribunal Constitucional, en ese sentido, ha señalado que “(...) el deber de motivar las
decisiones administrativas alcanza especial relevancia cuando en las mismas se contienen
sanciones. En la medida que una sanción administrativa supone la afectación de derechos, su
motivación no sólo constituye una obligación legal impuesta a la Administración, sino también
un derecho del administrado, a efectos de que éste pueda hacer valer los recursos de
impugnación que la legislación prevea, cuestionando o respondiendo las imputaciones que
deben aparecer con claridad y precisión en el acto administrativo sancionador. De otro lado,
tratándose de un acto de esta naturaleza, la motivación permite a la Administración poner en
evidencia que su actuación no es arbitraria sino que está sustentada en la aplicación racional y
razonable del derecho y su sistema de fuentes” (STC N° 2192-2004-AA/TC, f. 11).
El principio de razonabilidad por su parte, tal como se tiene señalado, es un principio que debe
observarse especialmente cuanto se creen obligaciones, se califiquen infracciones, se
impongan sanciones o se establezcan restricciones a los administrados, por lo que en estos
casos las decisiones tendrán que fundamentar la aplicación de dicho principio al caso concreto,
por lo que la forma o medio idóneo para cumplir dicha exigencia será a través de la
motivación, pero no cualquier motivación, sino aquella que explique de modo suficiente y
coherente las razones o motivos que llevaron a emitir la decisión.
Por ello se puede afirmar que la motivación –la debida motivación–, es una condición
necesaria para materializar y legitimar la observancia del principio de razonabilidad, así como
el de proporcionalidad, de las decisiones de la Administración y sobretodo de las decisiones
que impongan sanciones administrativas.
Uno de los primeros casos en los que el Tribunal recurrió a los mencionados principios es en
la STC N° 865-1996-AA/TC, en donde va a señalar que “a tenor de lo dispuesto en el Artículo
200º último párrafo de la Constitución este Colegiado está facultado, cuando se interponen
acciones de garantía, para evaluar la razonabilidad y la proporcionalidad del acto lesivo, no
resultando en el caso bajo análisis razonable ni proporcional la sanción tan drástica establecida
en el Artículo 5º del Decreto Supremo Nº 017-96-PCM que impide al servidor público
40
declarado excedente volver a ingresar a laborar en la Administración Pública, siempre que
haya puesto vacante, autorización legal para cubrirlo y haya sido evaluado favorablemente”;
sin embargo, como es evidente, aún no se advierte un mayor desarrollo de tales principios, lo
que ocurrirá en casos posteriores.
41
Finalmente, el Tribunal desarrolla también algunas precisiones en torno a dichos principios en
la STC N° 00535-2009-PA/TC en donde va a señalar que: “13. (…) este Colegiado considera
que el establecimiento de disposiciones sancionatorias, tanto por entidades públicas como
privadas, no puede circunscribirse a una mera aplicación mecánica de las normas, sino que se
debe efectuar una apreciación razonable de los hechos en cada caso concreto, tomando en
cuenta los antecedentes personales y las circunstancias que llevaron a cometer la falta. El
resultado de esta valoración llevará a adoptar una decisión razonable y proporcional”. “14. En
este sentido, se debe tener en cuenta el principio de proporcionalidad, el cual está estructurado
por tres subprincipios: (i) el de idoneidad o de adecuación; (ii) el de necesidad; y (iii) el de
proporcionalidad en sentido estricto. Esto supone que el Tribunal deberá evaluar todas las
posibilidades fácticas (idoneidad y necesidad), a efectos de determinar si, efectivamente, en el
plano de los hechos, no existía otra posibilidad menos lesiva para los derechos en juego que la
decisión adopta”. “15. A su vez, el principio de razonabilidad conduce a una valoración
respecto del resultado del razonamiento del juzgador expresado en su decisión, mientras que el
procedimiento para llegar a este resultado sería la aplicación del principio de
proporcionalidad”. “16. La razonabilidad es un criterio íntimamente vinculado a la justicia y
está en la esencia misma del Estado constitucional de derecho. Se expresa como un
mecanismo de control o interdicción de la arbitrariedad en el uso de las facultades
discrecionales, exigiendo que las decisiones que se tomen en ese contexto respondan a
criterios de racionalidad y que no sean arbitrarias. Como lo ha sostenido este Colegiado, esto
“implica encontrar justificación lógica en los hechos, conductas y circunstancias que motivan
todo acto discrecional de los poderes públicos”.
Luego, ya en torno a la misma controversia el Tribunal precisará que: “23. Al analizar todos
los elementos de juicio del caso, resulta cuestionable para este Tribunal que en el proceso
disciplinario que culminó con la separación definitiva del demandante, la Comisión
Disciplinaria y el Tribunal de Honor hayan omitido la valoración de toda prueba o elemento
contextual que atenúe la responsabilidad asumida por él, cuando ésta representa la única
garantía de justicia y proporcionalidad entre la falta cometida y la sanción a imponerse”. “24.
Por este motivo, este Tribunal Constitucional considera que la relación entre los hechos y la
sanción impuesta (…) en el presente caso, resulta desproporcionada y sin una base objetiva
que la sustente, violando el principio de razonabilidad con el que se debe actuar en uso de sus
facultades discrecionales”. “27. Por esta razón es que el Tribunal Constitucional considera que
la demanda de autos es fundada en la medida que la decisión (…) es desproporcionada, no
porque el consumo de marihuana en el campus universitario no amerite una sanción grave,
sino porque la estructura del régimen disciplinario es ambigua e indeterminada, afectando los
principios de proporcionalidad y razonabilidad reconocidos en los artículos 3º, 43º y 200º de la
Constitución”.
42
5. EL PRINCIPIO DE RAZONABILIDAD Y LA POTESTAD SANCIONADORA EN
LA JURISPRUDENCIA DE LA CORTE SUPREMA
La Corte Suprema por su parte ha venido aplicando también, en diversos casos, los principios
de razonabilidad y de proporcionalidad en materia sancionadora administrativa, cuyos criterios
no han sido aún muy concluyentes como veremos a continuación.
43
Asimismo, en el caso signado como Apelación N° 4304-2013-LIMA, respecto de una
impugnación de sanción interpuesta por una entidad financiera contra la Superintendencia de
Banca y Seguros – SBS, la Corte Suprema señaló que: “El principio de razonabilidad se
expresa como un mecanismo de control o interdicción de la arbitrariedad que implica
encontrar justificación lógica en los hechos, conductas y circunstancias que motivan todo acto
discrecional de los poderes públicos”. (Fundamento Quinto).
Lo expuesto entonces implica que la norma sancionadora debe regular las condiciones
necesarias como para que la autoridad administrativa puede adecuar la sanción respectiva a las
exigencias de la razonabilidad y de la proporcionalidad, de acuerdo con el contenido de ambos
principios, proscribiendo de ese modo las sanciones mecánicas; ello requiere por tanto, que la
norma sancionadora regule un sistema de infracciones y sanciones previendo, por un lado,
sanciones con un margen tal que permita su graduación, en específico las multas, las que
deben prever un máximo y un mínimo; y de otro lado, la posibilidad de que las sanciones
complementarias se apliquen en forma eventual y no obligatoria respecto de cada infracción,
ya que solo de ese modo el aplicador podrá adecuar la sanción a las exigencia del principio de
razonabilidad y de proporcionalidad, de ser el caso.
45
CONCLUSIONES
4. Se ha podido demostrar sin embargo que la interpretación realizada por el Poder Judicial
del principio de razonabilidad en las sanciones administrativas es en parte adecuada, ya
que solo en la mitad de los expedientes analizados cumple con observar todos los
aspectos mínimos de la interpretación, mientras que en la otra mitad no los cumple por lo
que en esa parte la interpretación es aún deficiente.
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