Charla. Fórmula Profesión Religiosa
Charla. Fórmula Profesión Religiosa
Charla. Fórmula Profesión Religiosa
Esta posterior consagración tiene, sin embargo, una peculiaridad propia respecto a la primera, de la que
no es una consecuencia necesaria. En realidad, todo renacido en Cristo está llamado a vivir, con la fuerza
proveniente del don del Espíritu, la castidad correspondiente a su propio estado de vida, la obediencia a
Dios y a la Iglesia, y un desapego razonable de los bienes materiales, porque todos son llamados a la
santidad, que consiste en la perfección de la caridad. Pero el Bautismo no implica por sí mismo la
llamada al celibato o a la virginidad, la renuncia a la posesión de bienes y la obediencia a un superior, en
la forma propia de los consejos evangélicos. Por tanto, su profesión supone un don particular de Dios no
concedido a todos, como Jesús mismo señala en el caso del celibato voluntario (cf. Mt 19, 10-12).
A esta llamada/DON corresponde, por otra parte, un don específico del Espíritu Santo, de modo que la
persona consagrada pueda responder a su vocación y a su misión. Por eso, como se refleja en las
liturgias de Oriente y Occidente, en el rito de la profesión monástica o religiosa y en la consagración de
las vírgenes, la Iglesia invoca sobre las personas elegidas el don del Espíritu Santo y asocia su
oblación al sacrificio de Cristo.
Como expresión de la santidad de la Iglesia, se debe reconocer una excelencia objetiva (Vita consecrata
18) a la vida consagrada, que refleja el mismo modo de vivir de Cristo. Precisamente por esto, ella es
una manifestación particularmente rica de los bienes evangélicos y una realización más completa del fin
de la Iglesia que es la santificación de la humanidad. La vida consagrada anuncia y, en cierto sentido,
anticipa el tiempo futuro, cuando, alcanzada la plenitud del Reino de los cielos presente ya en germen y
en el misterio, los hijos de la resurrección no tomarán mujer o marido, sino que serán como ángeles de
Dios.
Las varias vocaciones o dones particulares están ordenados a la común edificación de la iglesia (cf 1 Cor
14,12). El elemento eclesiológico es, pues, fundamental para comprender la vida cristiana , y esta
variedad se explica solamente relacionándola con la comunidad eclesial'. Consiguientemente, el Vat. II
afirma que "los consejos evangélicos, mediante la caridad hacia la que impulsan, unen especialmente
con la iglesia y con su misterio a quienes los practican" (LG 44). Muy pronto la iglesia y los religiosos
sintieron la necesidad de sacramentalizar esta elección de vida cristiana en un gesto simbólico y festivo,
cumplido en el seno de la comunidad eclesial. Nacieron así los ritos de la profesión monástica y de la l
consagración de vírgenes.
El estado religioso es una forma de vida aprobada por la Iglesia y tiene una dimensión misional, a favor
del mundo. Es algo que supera el ámbito entre Dios y yo sino que tiene repercusiones públicas y
jurídicas. La persona se compromete públicamente y adquiere un compromiso con la Iglesia, con el
mundo y con la propia comunidad.
Esto significa que la consagración supone asumir una responsabilidad, una visibilidad pública y eclesial.
Todo en la vida del consagrado se modifica: las relaciones con los hermanos, el lugar que se ocupa en la
Iglesia. Dice LG que la consagración concede “un título nuevo y especial” (LG44).
Es parte de la fórmula y del compromiso. No se añade como un cuarto voto pero en todo el conjunto
tiene el mismo valor. Es la persona, movida por el espíritu, con su libertad, la que se mueve a ello, la que
se siente llamada a seguir a Cristo en un camino de configuración concreta. Entonces, no menos
importante que los votos esta promesa. Esto no es camino individual, sino camino de comunión, camino
fraterno. Prometemos algo que nos viene grande, la PERFECTA VIDA COMÚN. En el ideal objetivo tantas
veces fracasaremos, ¿qué es la vida perfecta común?, sino aquella en la que prometes no desesperar, no
desesperar de ti ni de tu hermana y seguir intentándolo. La gran herida, o la gran distancia, para la vida
común es la confianza. Confiar en los demás es nuestro mayor deseo, encontrar alguien en quien poner
la vida, con quien descansarla, y a la vez y por eso, nuestro mayor temor. Quien promete la perfecta
vida común se ofrece también a confiar primero. Ofrecer confianza como el que ama primero. Poner el
corazón en juego, crear vínculos de amistad, tejer la comunión, edificar una comunidad no será posible
si nos salvaguardamos detrás de muros, si protegemos nuestro espacio. La comunión será posible si
salimos hacia el otro, si salimos en camino hacia él, y si dejamos que en nuestro espacio entren más.
Que sea la que profesa la que porte las ofrendas. Y nosotras, además, firmamos sobre el altar. Nos
unimos a esta ofrenda de Cristo. Somos nosotras las que nos ofrecemos, las que nos unimos a la ofrenda
de Cristo al Padre, nuestros días, nuestas horas, para que Él, por su Espíritu en nosotras nos santifique.