Corazón Consagrado Por Rebecca Barba

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Integrantes: José Luis Zapata Páez – Laura María Flechas Ocampo – Laura Edith

Murcia Semillas.
Para: Camila Andrea Castañeda Roncancio
Comunidad Católica MagnificArte
Teología del cuerpo.
16 / 09 / 2024

Corazón consagrado por Rebecca Barba

El misterio del amor y la entrega puede generar confusión o dudas en algún


momento de la vida, cuando se experimenta la tensión entre los deseos del corazón y lo que
parece ofrecer el mundo. A través de este módulo, junto a la guía de San Juan Pablo II, se
desea descubrir cómo el celibato revela verdades profundas sobre el amor humano y divino
para todos nosotros. Entendiendo esto, el celibato más que una opción de vida es una señal
viva hacia el amor total, una llamada a la libertad interior y un corazón consagrado a lo que
es eterno. Con ello, se descubre:

1. La belleza del celibato como señal para todos los cristianos, no sólo para los
consagrados.
2. Como este estilo de vida puede mostrarnos un camino hacia un amor más profundo,
más libre, más pleno.
3. Cómo las enseñanzas de Juan Pablo II iluminan nuestras relaciones y vocación
como seres humanos.

Celibato: Un llamado desde el corazón Bautismal.

Continuando el regalo de Dios, se sabe que no todos compartimos los mismos


sacramentos, pero el Bautismo sí. Con ello, obtenemos una marca que nunca se va a borrar,
el cual es el carácter. Dichos carácter es la incorporación a la iglesia, la cual ha sido
constantemente atacada por las obras del maligno, su objetivo es alejarnos de Cristo a
través de experiencias difíciles que se ponen en el camino que involucren a los hermanos de
la iglesia como principales víctimas. Esto viene del pecado original, el cual fue la
desobediencia de Adán y Eva hacia Dios por la duda, no obstante, el bautismo llega a
nuestras vidas para limpiar dicho pecado.
Al ser miembros de la iglesia, somos herederos de los bienes espirituales que la
iglesia posee, el reino de Dios, el cual es la mayor realidad de la vida, la realidad
sobrenatural. Teniendo esto en cuenta, los tesoros de la iglesia son los sacramentos, que nos
convierten en coherederos de Cristo como lo dice Romanos 8; 17: “también que hace mi
bautismo me ha hecho templo del Espíritu Santo”. Con ello, el bautismo nos hace participes
del sacerdocio de los bautizados. Se encentran dos diferencia, el sacerdocio del bautismo es
el sacramento en el que todos participamos por ser miembros de la iglesia, es decir
servidores o laicos de la iglesia. Mientras que la ordenación sacerdotal es el sacramento que
consagra a los sacerdotes para evangelizar desde la iglesia al mundo, entregándose así
dentro de su vocación.

Entendiendo la consagración propia, se entiende que se puede vivir en celibato,


donde Dios es el amor de la vida convirtiéndose en la persona a quien se amará más. Al
estar consagrado a Dios por el bautismo, son regenerados del pecado original y ungidos por
el espíritu Santo según la carta del Lumen Gentium. La consagración bautismal es lo que
permite vivir la vida nueva con Dios, puesto que se encuentra una presciencia activa que
trabaja la purificación de todo lo impuro que habita en el alma hasta configurarla con la
fraternidad y fidelidad de Jesús.

¿Por qué somos célibes? Porque en nosotros hemos amado en algún momento de
nuestras vidas, si vamos a ir al cielo, entonces tenemos que aprender a amar. Nuestra
responsabilidad, pero a la ves gozo es aprender a amar; porque si ese es el llamado con el
que Dios nos creó, entonces se debe satisfacer el amor del corazón viviendo la castidad.
Más que una regla, es un acto de amor que te das como regalo del cielo, la castidad te
permite vivir en pureza, te fortalece, actúa como la sal que te protege del mundo hiper-
sexualizado por el que ha caído la humanidad.

Cuando se habla del celibato Cristiano, también apostólico, se entiende que se viva
el reino de los cielos en la tierra porque adelantas tu experiencia de vida que vas a vivir en
el cielo, puesto que el matrimonio que se conoce no se vive en el cielo. El celibato permite
volver al orden de la categoría en el amor, ya que puedes abrazar el amor como autentico
Cristiano sabiendo que todos le pertenecemos a Dios en estado de alta virtud. El celibato se
refiere al estilo de vida apostólico y a la consagración de la castidad.
Virginidad y Matrimonio: Caminos de amor en la reflexión de San Pablo

El celibato es una decisión voluntaria, la cual, viene desde el compartimiento donde


vivían el hombre y la mujer en los tiempos del hombre histórico; además de ser un don
Carismático. Implica un esfuerzo espiritual, puesto que la decisión implica la renuncia. A
partir de Corintios I, capitulo 7, se evidencian los argumentos de los Santos desde el
evangelio. Dentro de éste libro de la biblia, se profundiza el tema del Celibato.

En Corintios I (1; 1), Pablo desearía que todos fueran célibes para vivir con mayor
cercanía el reino de los cielos, pero en ésta época el maniteísmo (rechazo a las cosas
materiales) engañaba a las personas con la vida puritana, es decir el repudio hacia el
cuerpo. En realidad, los griegos se encargaban de difundir el maniteismo en los cristianos.
En los problemas que se ven en el matrimonio, Pablo quiere hacer ver que en la vida
conyugal se debería traer gozo; en otras palabras, el verdadero amor conyugal es difícil, eso
también implica la entrega. Pablo explica que la decisión de la continencia es un don, no
sólo porque es un llamado de Dios, sino porque es un estilo de vida que te permite entrenar
tu estancia en la vida eterna dentro del reino de los cielos.

Una de las principales obligaciones de la vida consagrada es la oración diaria, la


cual se puede evidenciar en la cita de Corintios I (7; 32 - 34): “El que no está casado, se
preocupa de las cosas del señor, de cómo agradar al señor. El que está casado, se debe
preocupara por agradar a su mujer”. Esto da a entender que las personas consagradas
pueden dedicarse de manera exclusiva a agradar a Dios y como contribuir al crecimiento de
la iglesia. El carácter esponsal del celibato se entiende por la consagración hacia el reino de
los cielos. La división también se puede presental, pues al estar privado del matrimonio, se
puede encontrar el vacío si no comprende la unificación o la virtud de la Comunión con el
señor. Para alcanzar la unificación, se debe estar elevando el corazón del célibe en el señor,
orar y trabajar siendo ésta la regla de San Benito.

Con Corintios I (7; 31) “la apariencia de éste mundo que pasa” se puede entender un
factor crucial del matrimonio y ésta relacionado con la resurrección. En el cielo Jesús no va
a estar casado contigo; aunque la realidad es muy triste, a eso se refiere Pablo en esta
encíclica, a no apegarse a los bienes de éste mundo que pasa, el matrimonio está dentro de
esos bienes. El matrimonio también se vuelve un ídolo al caer en la obsesión con casarse,
pero no es tu culpa, eso puede surgir de una herida de un matrimonio disfuncional o del
matrimonio vivido con tus padres. Por eso, San Pablo dice que “los que tienen mujer, que
vivan como si no la tuviesen”, no se refiere a desentenderse con la mujer, sino que da un
aviso de una nueva vida que está por llegar. “El deseo de la felicidad verdadera aparta al
hombre del apego desordenado a los bienes de éste mundo y tendrá su plenitud en la
virtud y la bienaventuranza de Dios”, ésta buena felicidad desapegan a los célibes de los
bienes del mundo. Por eso, el matrimonio se debe vivir como etapa de vocación definitiva,
la cual se ve tras alcanzar el reino de los cielos al haberse entregado al amor total, que no es
eterno, pero si un regla que permite experimentar el gran amor con el que siempre Dios nos
rodea.

La abstención al matrimonio hace libre la necesidad de vivir el sacramento en


idolatría, inclusive del pecado de la Lujuria. ¿Es el matrimonio un escape a la
concupiscencia? Sabemos que la concupiscencia es la inclinación al mal, dentro del
noviazgo se ve la tentación al abrazarse en fornicación; pero Pablo nos recuerda su llamado
a vivir célibes, porque esa virtud permite proteger el corazón, desarrollar un carisma y
perseverar por el llamado a la santidad. El matrimonio santifica, porque enseña a amar por
medio del motor del Eros y la virtud del Ágape y si se elige el matrimonio como vocación,
se debe vivir con el designio creador de Dios (hombre originario).

En el derecho conyugal, el matrimonio es una alianza ordenada en pro de cada uno


de los esposos, en la procreación, en la enseñanza de los hijos y sobretodo en el principio
creador de Dios padre. Las relaciones conyugales deben venir del fruto del don de Dios que
les pertenece, es decir que con la Gracia que Dios da en el matrimonio, los esposos pueden
fortalecer su recíproco vínculo personal y a la vez el vínculo de ser templos del Espíritu
Santo.

Las palabras de Cristo

En la virginidad Cristiana, se refiere a la característica física de donarse


exclusivamente a Dios, donde se abraza libremente a Dios. No importa la situación
concreta, pues las vocaciones se iluminan unas a otras. La continencia es el signo final del
amor y por ello se convierte en una brújula en el camino hacia el reino de los cielos.
Del dialogo con los sabueseos para iluminar la cuestión del divorcio y al adulterio,
Jesús retoma el principio del hombre originario con la frase: ¿No habéis leído que el
creador en el principio creó al hombre y la mujer? Y después de eso ¿No serán una carne?
“La razón por la que repudiaron a su mujer fue por endurecer su corazón y recibir el
consentimiento de Moisés para repudiar a sus mujeres. Quiénes se hacen eunucos por sí
mismos, lo hacen para llegar al reino de los cielos” Los eunucos eran varones que no se
unían al matrimonio para no poseer ningún tipo de tara, es decir defectos físicos que no les
permite ver el reino de los cielos. En el caso de los castrados, los gobernadores asignaban a
eunucos de ésta categoría para cuidar a sus mujeres.

Génesis 1; 28 nos dice: “ser fecundos y multiplíquense”, orden de Dios que se


retoma con la promesa de Abram de multiplicar su descendencia de generación en
generación. En cuanto a la continencia, Jesús explica que el Estado de deficiencia física o la
decisión voluntaria es marcado por el reino de los cielos. En la escatología, se cita a Jesús
en su referencia a “cuando resuciten de los muertos, no van a tomar mujer”, dando a
entender que al llegar al cielo, no habrá matrimonio, sino un encuentro personal con Dios
en el reino que se construyó en el cielo desde la tierra. En la condición que tendremos en el
cielo, podemos poseernos a ser un don sincero a Dios, la plenitud donde todos estamos
unidos centrados en el amor de Dios, pero individualmente; la glorificación de todo nuestro
ser gracias a la unión perene con Dios. En escatología, todo cuerpo, sombra o límite llegará
a su plenitud; de manera que nos amaremos más en el cielo al poseer una comunión
perfecta.

El modo de ser varón o mujer indica la virginidad escatológica del hombre


resucitado, en el que se indica la revelación absoluta y eterna del significado de nuestro
cuerpo con Dios en el misterio de los Santos. La virginidad por el reino es un anticipo del
reino de Dios adelantando la realidad del cielo aquí en la tierra. Si Jesús hace posible la
virginidad por anticipación para llegar al reino de Dios, se debe trabajar la vocación de la
castidad en la vida terrena de manera voluntaria y sobrenatural, es decir vivir la decisión
por el reino de los cielos. El que entiende, encuentra una motivación particular, que se
corresponda de modo adecuado y pleno, declarado por el reino de los cielos. Después de
todo, el que renuncia al matrimonio, está renunciando a ser co-creador con Dios para la
generación, puesto que se debe estar convencido por un bien mayor, que es el cielo. No
sólo en las vocaciones religiosas y consagradas se renuncia, también se renuncia en todas
las vocaciones.

Cuando Cristo llama a una persona, es porque ha considerado que se está listo para
vencer la concupiscencia, si el hombre de hoy no puede vivir las exigencias del evangelio,
es por la voluntad propia de no decidir la redención, más no por el acto redentor de Cristo.
La virginidad no es una negación de la feminidad y masculinidad, sino un estilo de vida en
plenitud, porque el célibe está llamado a realizar su vocación del amor viviendo como hijo,
esposo y padre amado. La vida de los célibes se convierte en una terapia espiritual para un
mundo que ha convertido el sexo en un ídolo.

El mundo puede juzgar al ser rechazado por los seminarios si eligen el sacerdocio
como vocación, pero una persona no va al seminario por ser sacerdote, sino por responder
al llamado que Dios le ha hecho. Hay que aclarar que Dios no sólo está en el seminario,
también se encuentra en los otros espacios de la vida, ahí es donde se encuentran las demás
vocaciones. Si se genera una herida de rechazo en esta situación, el obispo debe discernir
las razones del porque no se puede ingresar al seminario en éste momento, recibir la
explicación y sanar la herida del rechazo en algún retiro espiritual. El miedo que ven los
jóvenes para servirle a Dios se da porque lo ven como algo pequeño; por eso, hay que
ayudarles a ver el gozo de la donación, que vena la lucha constante por mantener el
matrimonio. Recordar que el enemigo no quiere vocaciones, por eso atacará más a los
jóvenes que sientan el llamado a servirle a Dios desde la consagración y por eso los hace
dudar, para alimentar sus heridas.

Celibato y Vocación: Un camino para todos.

Todo comienza con Dios en cada estado de vida, ya que él ha decidido crear al
hombre y a la mujer a su imagen y semejanza; al encentrarse en éste dogma la vocación
universal, todos son llamados a semejarse a Dios por consiguiente. La espiritualización será
la perfecta integración de todo el ser, se debe realizar el don con la mayor sinceridad;
mientras que la divinización es la transformación en Dios que él impreso en el bautismo y
se potenciara cuando se alcance el cielo encontrándose con Dios.
Ahora el célibe se encuentra una nueva realidad con Dios cuando llegue al cielo,
para eso el célibe se anticipa viviendo su virginidad de forma exclusiva desde su
esponsalidad con Dios. Esa esponsalidad se empieza a vivir en la tierra, consagrando su
virginidad para conquistar al señor; pues el señor quiere que todos sean esposos de lo
absoluto de manera definitiva. El consagrado encuentra tres tipos de Eunucos: los que
nacieron en esa condición desde el seno materno, eunucos hechos por otro hombre a través
de la castración; y aquellos que se hacen eunucos por voluntad propia, el cual será el
camino que el célibe va a tomar. Dios quiere que todos se sientan plenos y amados. Por eso,
no se puede vivir el matrimonio en idolatría, debido a que una persona no va a llenar ese
amor a plenitud y el sacramento no será eterno al estar ligado en ésta tierra. Sólo Dios
puede llenar la dimensión virginal del corazón, porque él prepara para encontrarse uno a
uno en el reino de los cielos, puesto todos al final anhelan vivir en paz y armonía con Dios.

Del placer al amor verdadero hay muchas rayas de distancia, eso se ve en el amor de
hermanos, el cual muestra mucha familiaridad y lealtad. Sin embargo, el amor de un
sacerdote tiene su mirada en la entrega total a la iglesia. El amor que Jesús entrego a su
iglesia como su amada son todas las personas.

La virginidad confirma el significado esponsal del cuerpo y alma. El significado del


cuerpo se expresa en la capacidad de amar, en la continencia que se vive la virtud de la
castidad. Si el celibato real es la renuncia real a los placeres del mundo por consagrarse a la
espera, la fecundidad viene con el apoyo a los demás para alcanzar el reino de los cielos.

La vocación del amor

Celibato, el fin último de todos los hombres:

En la vida, hay dos maneras de realizar nuestra vocación de amar, la cual ésta
llamado a realizar plenamente su sexualidad; cuya cual es toda manera de ser una persona.
La sexualidad se entiende como una manera de entrega constante a los demás y una manera
más profunda y duradera, pues lo que hace más feliz a una persona es el amar y ser amado.
Por lo tanto, el matrimonio y la virginidad son las dos maneras de realizar la vocación del
amor.
La virginidad cristiana consta del estilo de vivir alegremente por consagrarse a la
entrega total al señor adelantándose a vivir con él, tal y como se convivirá en el cielo con
Dios. Así pues, la virginidad cristiana consagrada implica un juramento definitivo de votos
de pobreza, castidad y obediencia; dicha entrega se da de modo radical. La virginidad y el
celibato por el reino de Dios confirman la dignidad del matrimonio, puesto que el
matrimonio y la virginidad son dos modos de expresar y de vivir el único misterio de la
alianza de Dios con su pueblo. Cuando no se estima el matrimonio, no puede existir la
virginidad consagrada; cuando la sexualidad humana no se considera un gran valor donado
por el creador, pierde significado la renuncia por el reino de los cielos. Como Cristo me
llama, él quiere porque sabe lo que me hace feliz. La sexualidad de la persona implica toda
la identidad de ser hombre o mujer, porque Dios nos quiere llamarnos para ser plenamente
hombres y plenamente mujeres.

Entendiendo esto, nos consagramos plenamente totales para experimentar el


evangelio, como los eunucos entregados plenamente a Dios a voluntad. Las bodas del
cordero refieren al grito que llega al célibe para vivir entregado a Dios en son de amado por
Jesús al ser miembro de la iglesia. El llamado universal de Dios es el amor, pero la vivencia
de la vocación es de carácter libre, además de ser llamado por don sobrenatural. La clave
para responder a la vocación es el discernimiento. El célibe vive el significado esponsal
entregándose a Dios, viven una relación esponsal con las personas que conviven en
cuestión de su necesidad.

La fecundidad es lo más hermosa, ya que Cristo nace de dos vírgenes, la del


espíritu, que es la gracia sobrenatural; y el nacimiento por María, el cual fue un nacimiento
virgen en carne propia. Los consagrados se abren al espíritu Santo para dar fruto desde lo
pequeño, pero en convivencia con trabajo tradicional. Lo que se impulsa en las vocaciones
es la soledad tras haber renunciado para renovar el ofrecimiento a Jesús, bien sea en su cruz
o en la salvación de las personas.

¿Cuál es la vocación más grande?

Si se ve el celibato se ve desde las categorías desde el orden temporal, entonces lo


estamos viendo como una renuncia; tal vistazo es distinto cuando se ve esa renuncia
entregando ese sí por darlo todo por Dios. Es la luz el reino del cielo porque lo que
ganamos es todo, eso se evidencia así al ver un Celibato gozoso testimoniando que el cielo
es real.

Mateo (19; 29) “Y todo aquel que haya dejado casas, hermanos, hermanas, padre,
madre, hijos o hacienda por mi nombre; recibirá el ciento por uno y heredará vida eterna”.
Esto quiere decir que al entrar a la vida consagrada una persona se sacrifica al no darse
lujos por renunciar a ellas para entregarte al señor. En realidad, el consagrado también
recibe tesoros sin esperarlo por el hecho de cumplir tu misión como consagrado
evangelizando o atendiendo el llamado de Dios. Para vivir la pobreza en casa, hay que
fructificar los bienes que Dios te ha dado en pro de los demás mirando su necesidad. La
castidad se vive renunciando a todos los hombres o a las mujeres menos a uno, quien es
aquel que lleva a la redención por alcanzar el cielo confiando plenamente en él; el orden del
amor que entrega Jesús en la gran espera, la cual se verá al encontrase con él. En otras
palabras, el gran sí al amor es la forma adecuada de vivir la castidad, ya que la entrega se
puede dar en el amor a los hijos, familias o en este caso a Dios.

Sólo en el grado que se experimente la libertad de la concupiscencia, el ethos, el


elemento propio de una cualidad o virtud espiritual; de las vocaciones cristianas puede
cobrar sentido. Ambos célibes y casados son capaces de vivir estas vocaciones por el poder
de la redención de Cristo. No se puede vivir el celibato sin la redención, pues la gracia de
Dios es aquellos y único que puede capacitar para vivir el amor desde la renuncia. Cabe
recordar que esto no es malo, puesto que de la renuncia de algo bueno siempre llega un bien
mayor.

En la comprensión correcta del celibato, corintios I (7; 38) “el que se casa obra bien,
pero el que no se casa obra mejor”. Si se entiende el caso del bien mayor, se alcanza la
virtud de comprender el don de vivir la vocación del amor desde el celibato. En
comprensión general, se puede entender que la mejor vocación es “la mía”, puesto que en
ella se demuestra que de verdad se ama por la decisión de entregarse en totalidad. En la
vida consagrada, los célibes también necesitan ser reconocidos por un mérito, no por
cualquiera, sino por el mayor de los méritos al ser su virginidad y vida entregada al señor.
Tras esto, el hombre es libremente de entregar su vida a Dios, por eso su sexualidad es más
profunda y plena, porque su celibato es sincero; entre más sincero sea la virginidad, más
virtuosa será la realización de la vocación de la persona. Si la vocación implica dar vida,
ésta se puede dar a través de los consejos hacia los demás, acompañando a alguien o el
simple hecho de escuchar y estar atento a la necesidad de los demás.

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