Seminario de Literatura y Filosofía
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Seminario de Literatura y Filosofía
LITERATURA Y
FILOSOFÍA
Nombre: ____________________________
Grupo: ___________
CONTENIDO
BLOQUE I
sujeto en la literatura y la filosofía
FILOSOFÍA
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BLOQUE I. La construcción del sujeto en la literatura y la filosofía
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busca descubrir la esencia intemporal de las cosas, la realidad
verdadera, mientras que la novela hunde sus raíces en la corriente
BLOQUE I
irreversible del tiempo, y su “verdad” está hecha de tiempo.
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BLOQUE I. La construcción del sujeto en la literatura y la filosofía
NARRARSE A SÍ MISMO:
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implicada en el ejercicio mismo del pensamiento (en primera instancia,
dubitativo).
BLOQUE I
No obstante, podría preguntarse:
Con la pregunta por el qué del sujeto, Descartes llega a la fórmula: “No
soy más que una cosa que piensa, un espíritu, un entendimiento, una
razón. (…) Una cosa que duda, entiende, afirma, niega, quiere o no
quiere, imagina o siente”.
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BLOQUE I. La construcción del sujeto en la literatura y la filosofía
Pero la más dura crítica a las filosofías del sujeto fue lanzada por
Friedrich Nietzsche. La primera, frente a la tradición filosófica con
pretensiones de autofundamentación, tiene como punto neurálgico el
lenguaje: la filosofía de la subjetividad ha hecho abstracción de la
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mediación lingüística con la que ha podido decir concluyentemente yo
soy y yo pienso, olvidando los recursos retóricos (ocultos) en nombre de
BLOQUE I
la inmediatez de la reflexión. Nietzsche, en Verdad y mentira en sentido
extramoral, lleva hasta las últimas consecuencias su sospecha radical en
el lenguaje. Sostiene allí que todo lenguaje es figurado y, por ello,
mentiroso.
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BLOQUE I. La construcción del sujeto en la literatura y la filosofía
Es por ello que Ricoeur considera tan cercano a J. Greish, ya que éste
afirma que nuestro tiempo puede considerarse como la edad
hermenéutica de la razón, en cuanto el hombre es un ser anclado en el
lenguaje, un ser eminentemente simbólico y, por tanto, susceptible de ser
interpretado; asimismo, porque insinúa la imposibilidad de sentar un
fundamento último: la palabra hermenéutica, según la perspectiva
ricoeuriana, despoja al “yo” de su gloria, a la vez que conforta su arrojo
de existir.
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LA IDENTIDAD NARRATIVA COMO CONSTRUCCIÓN DE UNA
TRAMA
BLOQUE I
Atendiendo a las indicaciones que ofrecen la hermenéutica y la
fenomenología sobre el lenguaje como estructura de nuestro ser-en-el-
mundo y, por ende, como condición de posibilidad del acceso al sujeto,
gran parte de la obra ricoeuriana se ha ocupado de hacer visibles los
tejidos lingüísticos, en sus dimensiones argumentativa, retórica y poética,
insertos en la cotidianidad.
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BLOQUE I. La construcción del sujeto en la literatura y la filosofía
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sentido que, con posterioridad, hace que la fábula (mythos) aparezca
como verosímil, incluso necesaria”.
BLOQUE I
Hace su aparición en el escenario el problema del acontecimiento. Con
Donald Davidson, en su obra Essays on actions and events, se había
puesto en duda que el acontecimiento, en cuanto ocurrencia, tuviera
derecho a un estatuto ontológico o pudiera constituir el objeto de una
descripción impersonal.
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BLOQUE I. La construcción del sujeto en la literatura y la filosofía
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La dialéctica consiste en que, según la línea de concordancia, el
personaje saca su singularidad de la unidad de su vida considerada como
BLOQUE I
la totalidad temporal singular que lo distingue de cualquier otro. Según la
línea de discordancia, esta totalidad temporal está amenazada por el
efecto de ruptura de los acontecimientos imprevisibles que la van
señalando (encuentros, accidentes, etc.); la síntesis concordante-
discordante hace que la contingencia del acontecimiento contribuya a la
necesidad en cierto sentido retroactiva de la historia de una vida, con la
que se iguala la identidad del personaje.
Por tanto, la ontología que nos corresponde no puede ser otra que una
ontología “militante y rota”. Decimos “rota” en el sentido que toma Le con
flit des interprétations: es una ontología no separable de la interpretación,
por lo tanto, una ontología que reconoce como único acceso al ser, como
la única manera de hablar de él, la forma que adopta la hermenéutica.
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BLOQUE I. La construcción del sujeto en la literatura y la filosofía
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hermenéutica: pasando por una hermenéutica la filosofía reflexiva sale
de la abstracción y encuentra en la interpretación de signos el camino
BLOQUE I
largo de la toma de conciencia”.
Ahora bien, ¿qué tendría que decir una propuesta de este tipo a los
filósofos y a la Filosofía? Quizás se haya olvidado que el mundo es una
interpretación hecha por nosotros, y que, por ser interpretación, la
filosofía no riñe nunca con la poética, con la metáfora, con la narración,
con la retórica. Quizás, también, se esté invitando a considerar en un
tono más moderado (humilde, si se quiere) el trabajo filosófico, “sin
pretender lecturas absolutas o totalitarismos, porque (la filosofía) ha
aprendido que la realidad y la verdad están abiertas a múltiples
interpretaciones y, que, en última instancia, más que una realidad o una
verdad existe una variedad de discursos que las constituyen y explican”.
CUESTIONES EN DISCUSIÓN
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BLOQUE I. La construcción del sujeto en la literatura y la filosofía
Queda esto por discutir. Por ahora, digamos que el intento de poner en
intriga un personaje se corresponde con la lucha que los seres humanos
establecemos cuerpo a cuerpo contra nuestro ser-para-la-muerte, que se
patentiza en nuestra experiencia temporal confusa, informe y, en el
fondo, muda; narrarse a sí mismo –o interpretarse en la lectura de obras
literarias– tiene la virtud de “debilitar el aguijón de la angustia frente a la
nada desconocida, dándole imaginariamente el contorno de tal o cual
muerte, ejemplar por un motivo o por otro”.
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¿Podría vislumbrarse en la postura de Ricoeur una autofundación,
ahora más consciente de sus limitaciones?
BLOQUE I
b. En segundo lugar, si el cogito cartesiano es, según Ricoeur, ahistórico,
el sí mismo que se narra no tiene anclaje topográfico. Quizá en este
trabajo no nos detengamos en el problema espacial de la narración, pero
valdría la pena que no pasara desapercibido. Garrido Domínguez afirma:
“A primera vista el espacio desempeña dentro del relato un contenido
puramente ancilar: es el soporte de la acción. Sin embargo, una
consideración un poco más atenta revela de inmediato que el espacio en
cuanto componente de la estructura narrativa adquiere enorme
importancia respecto de los demás elementos, en especial, el personaje,
la acción y el tiempo”.
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BLOQUE I. La construcción del sujeto en la literatura y la filosofía
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Con nuestras narraciones, por ejemplo en ciencias sociales, en
etnografía o en historia, por poner un ejemplo, los otros tienen que
BLOQUE I
soportar, incluso padecer o sufrir nuestras interpretaciones sobre ellos.
Tal vez sea oportuno escuchar a Habermas: “Los sujetos hablantes son,
o bien señores o bien pastores de su sistema de lenguaje. O bien se
sirven del lenguaje en términos de creación de sentido, para alumbrar
innovadoramente su mundo, o bien se mueven ya siempre dentro del
horizonte de la apertura o alumbramiento del mundo, que el propio
lenguaje se cuida de efectuar para ellos”. Se hace apremiante
comprender que la narración requiere volver al diálogo entre dos sujetos
igualmente capaces de alzar la voz.
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BLOQUE I. La construcción del sujeto en la literatura y la filosofía
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RENACIMIENTO Y HUMANISMO 29
BLOQUE I
vacío en la naturaleza con potencias, con sombras, con especies, con
razones." (De sap., 26). No podía ser mejor expresada, en el lenguaje
neoplatónico y escolástico, la originalidad del hombre como sujeto frente a
la objetividad de naturaleza. Un mito expresa, según Bouillé, esa
autoformación del hombre que se duplica con respecto a su naturaleza y se
convierte en sabio: el mito de Prometeo. Así como Prometeo entró en la
mansión divina para robar el fuego y darlo a los hombres, así el sabio que
abandona el mundo sensible y penetra en el palacio del cielo, lleva al
hombre el fuego de la sabiduría y así lo refuerza y lo reanima. En virtud de
este fuego el hombre "se conquista a sí mismo, se posee y queda suyo,
mientras que el necio queda deudor de la naturaleza, oprimido por el
hombre substancial y no se pertenece nunca a sí mismo" (De 8). Así
Prometeo simboliza al hombre que llega a la conquista de sí mismo, el
hombre que, por sí mismo, se forma y se posee, en su pura subjetividad
espiritual. Bouillé expresa con gran energía y profundidad el resultado al
que tiende toda la especulación del humanismo
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BLOQUE I. La construcción del sujeto en la literatura y la filosofía
30 FILOSOFIA MODERNA
343. MONTAIGNE
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RENACIMIENTO Y HUMANISMO 31
BLOQUE I
de Sabunde en Toulouse en 1436): el o
naturalis, libro de apologética que intentaba demostrar la verdad
de la fe católica mediante el estudio de las criaturas y del hombre más que
con el apoyo de los textos sagrados y de los doctores de la Iglesia. En el año
1571 se retiró a su castillo para dedicarse al estudio. Los primeros frutos de
su trabajo (Ensayos, I, 2-20, 32-48, fueron simples colecciones de
hechos y de sentencias, extraídas de escritores antiguos y modernos, en las
que aún no aparecía la personalidad del autor. Pero más tarde esta
personalidad empezó a ser el verdadero centro de la meditación de
Montaigne, que el carácter de una "pintura del yo" (I, 26, II, 7,
10, 17, 37). En el año 1580 publicó los primeros dos libros de los Ensayos.
En año Montaigne Francia y viajó por Suiza, Alemania e
y permaneció en durante el invierno Fue nombrado
alcalde de Burdeos, y por ello tuvo que regresar a su patria; pero las
ocupaciones del cargo no le impidieron atender al estudio y a la meditación.
En 1582 publicó una segunda edición de los Ensayos ampliada, y en el
todavía publicó otra con numerosos aditamentos los dos primeros libros
y un tercer libro. En este tercero la pintura del yo es el tema principal.
Montaigne esperaba hacer una nueva edición de su obra con nuevas
adiciones cuando murió en su castillo el 13 de septiembre de 1592.
El título de la obra de Montaigne indica claramente su naturaleza.
Ensayos quiere decir experiencias (no tentativas): Montaigne pretende
recoger las experiencias humanas expresadas en los escritos de los autores
antiguos y modernos y ponerlas a prueba en relación con sus propias
experiencias. La mirada dirigida siempre sobre sí mismo; la meditación
interior, ya no religiosa, sino laica y y dirigida, por tanto, no tan
sólo al propio yo espiritual, sino a todos los asuntos y las cosas humanas; y
al mismo tiempo, el continuo dialogar con los demás y la continua
comparación entre las experiencias propias y las ajenas, constituyen los
trazos esenciales de la obra de Montaigne. Esta, en realidad, no es
en el sentido de contener un conjunto sistemático de sino que es
un auténtico y verdadero filosofar en ,el sentido moderno de la palabra.
Descanes y Pascal son sus descendientes directos. Ante esta actitud pierden
valor las cualidades personales en que se insiste habitualmente para
determinar la posición histórica de su pensamiento. En realidad, ha pasado
de una orientación estoica a una orientación escéptica, para el
equilibrio en una socrática; pero sólo esta última constituye la
sustancia de su y de su pensamiento. El y el epicureismo
no son para él doctrinas a las que adicto, sino experiencias a través
las cuales llega al equilibrio que le es propio. En la experiencia del
estoicismo el reconocimiento del de dependencia en que el
hombre se encuentra respecto a las cosas; en la experiencia del escepticismo
adquiere el medio para librarse, en todo lo que sea posible, de esta
dependencia y para reducir las cosas a su justo valor. De este modo aclara,
ejemplo, las preocupaciones que ligan al hombre con el futuro.
nunca estamos de nosotros, sino siempre más allá de
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BLOQUE I. La construcción del sujeto en la literatura y la filosofía
32 FILOSOFIA MODERNA
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Y HUMANISMO 33
BLOQUE I
de mi libro". libro llega claramente a definir su filosofar como
una incesante experiencia de sí "Si mi alma pudiese tomar pie, yo
no me experimentaría, me resolvería (je ne je me
pero está siempre en aprendizaje y a prueba" (III, 2, p. 29).
Montaigne tiene siempre despierto el sentido de la problematicidad de la
existencia; la existencia es para él un problema siempre abierto, una
experiencia continua que nunca puede concluir definitivamente, y, por
tanto, debe aclararse incesantemente a sí misma. Para conseguir tal
aclaración no importa considerar una vida humilde y sin brillo. "De igual
manera se refiere la filosofía moral a una vida popular y privada que a una
vida de sustancia más rica: cada hombre lleva entera la forma de la
condición humana." Por esto no pretende comunicarse con los demás
mediante alguna contraseña particular y rara, sino sólo por su ser universal,
"como Miguel de Montaigne, no como gramático o poeta o jurisconsulto"
Y conformarse consigo mismo, no como conciencia de un
ángel o de un caballo, sino como conciencia de un hombre. "Yo" hablo
buscando e ignorando, adaptándome decididamente a creencias comunes
y legítimas. Yo no enseño en absoluto, yo relato" p. 30). Este filosofar
autobiográfico, que dirigiéndose a la humanidad misma del propio yo,
comprende y aprehende igualmente la singularidad absoluta del individuo y
la extrema universalidad de la condición humana, es el fruto más maduro del
Humanismo y marca la iniciación de la filosofía moderna. Descartes, en el
Discurso del método, procederá de igual manera para llegar al principio
fundamental del saber científico: la historia de sus estudios, de sus
dudas, de sus investigaciones.
De esta actitud nace la aceptación serena de la condición humana, tan
alejada de la exaltación como del desaliento, que es característica de
Montaigne. A la afirmación de Séneca "Cosa vil y
abyecta es el hombre si no se eleva por encima de la humanidad", contesta:
"He aquí una frase aguda y un deseo tan inútil como absurdo: hacer el puño
más grande que la mano, el paso más largo que la pierna, es imposible y
monstruoso. El hombre no puede elevarse por encima de sí mismo y de la
humanidad, ya que no puede ver más que con sus ojos ni sujetar nada que
huya de ser su presa." El hombre no puede ni debe intentar ser más que
hombre. Montaigne añade: "Es cierto que esto podrá conseguirlo con la
ayuda divina ; pero es evidente que el de la gracia sobrenatural cae
fuera de las posibilidades y de los límites humanos. El hombre debe
aceptarse tal como es." Esta aceptación es tema de uno de los más notables
Ensayos, el del arrepentimiento (III, 2), del que han sido tomados los
textos que acabamos de citar. En este Ensayo, Montaigne, aun valorando
positivamente el arrepentimiento moral que es un serio empeño en la
reforma de sí mismo, excluye y condena el arrepentimiento, que implica
desaprobación por parte del hombre de la condición humana. Yo puedo
dice, diferente; puedo condenar y disgustarme de mi forma
universal y rogar a Dios para mi reforma radical y excusarme de mi
debilidad natural. Pero esto no puedo llamarlo arrepentimiento más de lo
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BLOQUE I. La construcción del sujeto en la literatura y la filosofía
34 FILOSOFIA MODERNA
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BLOQUE I
DEL COGITO NARRATIVO
CAPITULO I
DESCARTES
395. Y OBRAS
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BLOQUE I. La construcción del sujeto en la literatura y la filosofía
164 FILOSOFIA MODERNA
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BLOQUE I
la luz (1664); Cartas entre las cuales son notables dirigidas a
la princesa Isabel del Regulae ad (1701);
Inquisitio veritatis per lumen naturale (La búsqueda de la verdad por medio
de la razón natural) (1701).
397. EL METODO
BLOQUE I
procedimiento matemático. "Aquellos largos encadenamientos de
raciocinios, simples y fáciles, de los cuales se sirven usualmente los
geómetras para alcanzar sus más difíciles demostraciones, me habían dado
ocasión de imaginar que todas las cosas de que el hombre puede tener
se siguen del mismo modo y que, con tal de de
aceptar como verdadera una cosa que no lo sea y que se respete siempre el
orden necesario para deducir una cosa de otra, no habrá ninguna cosa tan
lejana a la que al fin no se pueda llegar, ni nada tan oculto que no se pueda
descubrir." (Disc., II.) Las ciencias matemáticas ya han llegado,
prácticamente, a posesión del método. Pero no se trata solamente de
tomar conciencia de este método, es decir, de abstraerlo de las matemáticas
y darle una formulación general, para poderlo aplicar a todas las del
saber. Esta aplicación no sería posible no se hubiera probado de antemano
el valor universal del método. Es menester, pues, justificar el método mismo
y la posibilidad de su aplicación universal, llegando a su fundamento último,
esto es. a la subjetividad del hombre como pensamiento o razón. El hecho
de que las matemáticas estuvieran ya en posesión de la práctica del método
facilitó sin duda la tarea de Descartes; pero ésta empieza verdaderamente
con la justificación (o fundamentación) de las reglas metódicas, justificación
que es la única que permite y autoriza la aplicación de las mismas a todos los
dominios del saber humano. Descartes debía, pues: 1) formular las reglas del
método, teniendo presente sobre todo el procedimiento matemático en el
cual ellas están ya de alguna manera presentes; 2) fundamentar con una
investigación metafísica el valor absoluto y universal del método; 3)
demostrar la fecundidad del método en las diversas ramas del saber. Tal fue,
en efecto, su objetivo.
Descartes define el método como el conjunto de "reglas ciertas y fáciles
que hacen imposible para quien las observe exactamente tomar lo falso por
verdadero y, sin ningún esfuerzo mental inútil, sino aumentando siempre
gradualmente su ciencia, le conducirán al de todo
lo que es capaz de conocer" (Reg., IV). El método debe conducir de una
manera fácil y segura al hombre, no sólo al conocimiento sino
también "al punto más alto" I) pueda llegar: esto es, al mismo
tiempo, "al dominio del mundo y a la prudencia de la vida". En las
ad ingemi, Descartes había expuesto no sólo las reglas
fundamentales, sino también las modalidades y las condiciones de su
aplicación: para ello había enumerado veintiuna reglas y luego, desanimado,
había interrumpido su obra. En la segunda parte del Discurso del método
reduce a cuatro las reglas fundamentales.
La primera es la de la "La primera es la de no aceptar nunca
ninguna cosa por verdadera si no se la reconoce verdaderamente como tal: o
sea, evitar diligentemente la precipitación y la prevención; y no comprender
en mis juicios nada más que lo que se presente tan clara y distintamente a mi
espíritu que yo no tenga ninguna ocasión de ponerlo en duda." La evidencia
es contrapuesta por Descartes a la conjetura, que es aquello cuya verdad no
aparece a la mente de modo inmediato. El acto por el cual el alma llega a la
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BLOQUE I. La construcción del sujeto en la literatura y la filosofía
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BLOQUE I
totalmente evidente
Estas reglas tienen en sí mismas su justificación. El hecho de que las
matemáticas se sirvan de ellas con éxito, no constituye una comprobación,
porque podrían tener utilidad práctica para fines de las matemáticas y,
no obstante, estar desprovistas de validez absoluta y, por consiguiente, ser
inaplicables fuera de ellas. Descartes debe, pues, llevar a cabo una
investigación que las justifique, llegando hasta su raíz; y esta raíz no puede
ser otra que el principio único y simple de toda ciencia y de todo arte: la
subjetividad racional o pensante del hombre.
398. EL "COGITO"
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BLOQUE I
porque es evidente, la regla de la evidencia es anterior al mismo cogito como
de su y la pretensión de justificarla en virtud del cogito
es ilusoria. Pero, ¿el cogito y la evidencia son verdaderamente dos principios
diversos entre los cuales sea menester establecer la prioridad? ¿Es el cogito
sólo una entre las muchas evidencias que la regla de la evidencia garantiza
como verdadera? En realidad, el cogito no es una evidencia, sino mas bien la
evidencia en su fundamento metafísico: es la evidencia que la existencia del
sujeto que piensa tiene por sí misma, o sea, la transparencia absoluta que la
existencia humana, como espíritu y razón, posee confrontada consigo
misma. La evidencia del cogito es una relación intrínseca al yo y por la cual
el yo se une inmediatamente con su propia existencia. Esta relación no
recibe su valor de ninguna regla, sino que tiene sólo en sí misma el principio
y la garantía de su certeza. La regla de la evidencia, provisionalmente
inferida de la consideración de las matemáticas, halla en esta relación su
última raíz y su justificación absoluta: se convierte así verdaderamente en
universal y es susceptible de aplicación en todos los casos. Dice, en efecto,
Descartes, respondiendo a una objeción análoga (Carta a Clercelier,
1646, IV, 443): "La palabra principio se puede tomar en
diversos una cosa es buscar una noción común que sea tan clara y
general que pueda servir como principio para probar la existencia de todos
los seres, los que se conocerán y otra cosa es buscar un ser,
cuya existencia nos sea mas conocida que de los otros, de manera que nos
pueda servir como principio para conocerlos."
Esto permite responder a otra pregunta (también tradicional en la crítica
cartesiana): si el cogito es o no un razonamiento. En este caso supondría
una premisa mayor: "todo lo que piensa, existe", y (como observa
Gassendi) no sería un principio. El mismo Descartes ha afirmado
decididamente contra sus críticos el carácter inmediato e intuitivo del
cogito. Y en realidad la identidad entre la evidencia (en su principio) y el
cogito establece también la identidad entre el cogito y la que es el
acto de la evidencia. Si la intuición, según se ha visto 397), es el acto con
cual la mente llega a ser transparente a sí misma, la intuición primera y
fundamental es aquella con la cual llega a ser transparente a sí misma la
existencia de la mente, esto es, del sujeto que piensa. El cogito, como
evidencia existencial originaria, es la intuición existencial originaria del
sujeto que piensa.
El sujeto pensante, definido por la autoevidencia existencial, es, según
Descartes, una sustancia IV; III). Descartes acepta
aparentemente la noción escolástica de sustancia y entiende por tal el sujeto
inmediato de cualquier atributo del que tengamos una idea real. Pero,
realidad, aquella noción experimenta en él una metamorfosis radical. La
sustancia pensante no es más que el pensamiento existente. La sustancia del
yo no implica el reconocimiento de algún suyo desconocido,
sino que solamente expresa la relación intrínseca, por la cual el yo es la
evidencia de su existencia. De manera análoga, el carácter sustancial
de la extensión (a la que se reduce la corporeidad de las cosas) significará
solamente la objetividad de la extensión con respecto a los demás caracteres
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BLOQUE I. La construcción del sujeto en la literatura y la filosofía
399. DIOS
El principio del cogito no encierra al hombre en la interioridad de su yo.
Es un principio de abertura hacia el mundo, hacia una realidad que está más
allá del yo. basándose en él, yo no estoy seguro mas que de mi
existencia; pero mi existencia es la de un ser que piensa, es decir, de un ser
que tiene ideas. El uso del término idea para indicar cualquier objeto del
pensamiento en general es una novedad terminológica de Descartes. Según
los escolásticos, era la esencia o el arquetipo de las cosas subsistente en
la mente de Dios (el universal ante rem). Descartes define la idea como "la
de un pensamiento, por la inmediata percepción de la cual soy
consciente de ese pensamiento" II, Def. 2). Esto significa que la idea
expresa el carácter fundamental del pensamiento por el cual el pensamiento
tiene conciencia de sí mismo de una manera inmediata. Toda idea posee en
primer lugar una realidad como acto de pensamiento, y esta realidad es
puramente subjetiva o mental. Pero, en segundo lugar, tiene también una
realidad que Descartes llama escolásticamente objetiva, en cuanto representa
un objeto: en este sentido las ideas son "cuadros" o "imágenes" de las cosas.
Ahora bien, el cogito me da la seguridad de que las ideas existen en mi
pensamiento como actos del mismo, ya que forma parte de mí como sujeto
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DESCARTES 173
BLOQUE I
en la realidad. Son para mí ideas la tierra, el cielo, los astros y todas las cosas
percibidas por los sentidos: como ideas, existen en mi espíritu. Pero,
¿existen realmente las cosas correspondientes fuera de mi pensamiento?
Este es el problema ulterior que se presenta a la investigación cartesiana.
Descartes divide en tres categorías todas las ideas: las que me parecen haber
nacido en mí (innatas); las que me parecen extrañas o que me llegan de
fuera (adventicias), y las formadas o halladas por mí mismo (facticias).
Pertenece a la primera clase, la capacidad de pensar y de comprender las
esencias verdaderas, inmutables y eternas de las cosas; a la segunda, las ideas
de las cosas naturales; a la tercera, las ideas de las cosas quiméricas o
inventadas Cartas a 16 junio 1641. III, 383).
Ahora bien, entre todas estas ideas no hay ninguna diferencia si se
consideran desde el punto de vista de su realidad subjetiva, esto como
actos mentales; pero si se consideran desde el punto de vista de su realidad
objetiva, o sea, de las cosas que representan o de que son imágenes, son muy
diferentes unas de otras.
Desde este punto de vista pueden ser examinadas para descubrir la causa
que las produce. Ahora bien, las ideas que representan a otros hombres o
cosas naturales, no contienen nada tan perfecto que no pueda ser producido
por mí. Pero por lo que se refiere a la idea de esto es, a una sustancia
infinita, eterna, omnisciente, omnipotente y creadora, es difícil suponer que
pueda haberla creado yo mismo. idea de Dios es la única en la cual hay
algo que no ha podido venir de mí mismo, en cuanto yo no poseo ninguna
de las perfecciones que están representadas en esta idea. Descartes afirma, en
general, que la causa de una idea debe siempre tener al menos tanta
perfección como la representada por la idea. Por esto, la causa de la idea de
una sustancia infinita no ser más que una sustancia infinita; y la
simple presencia en mí de la idea de Dios demuestra la existencia de Dios.
Esta demostración cartesiana tiene como modelo, sin duda, las
demostraciones escolásticas, basadas en el principio de causalidad; pero, a
diferencia de no parte de las cosas sensibles para llegar, a través de la
imposibilidad de remontarse hasta el a la causa primera, sino que
parte de la simple idea de Dios y pasa inmediatamente su contenido
representativo a su causa. La prueba se funda de este modo únicamente en la
naturaleza que Descartes atribuye a las ideas, y es típica del cartesianismo.
En segundo lugar, puedo llegar a reconocer la existencia de Dios, según
Descartes, por la misma consideración de la finitud de mi yo. Yo soy finito e
imperfecto, como se demuestra por el hecho de que dudo. Pero si fuese la
causa de mí mismo, me habría dado las perfecciones que concibo y que
están precisamente contenidas en la idea de Dios. Es, pues, evidente que no
me he creado a mí mismo y que ha debido crearme un ser que tiene todas
las perfecciones cuya simple idea yo poseo. El punto de partida de esta
segunda prueba es también la presencia en el hombre de la idea de Dios;
además, esta segunda prueba está fundada en el reconocimiento por parte
del hombre de su propia limitación. Descartes establece una estrecha
conexión entre la naturaleza finita del hombre y la idea de Dios. "Cuando
reflexiono sobre mí dice III), no solamente conozco que soy
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BLOQUE I. La construcción del sujeto en la literatura y la filosofía
BLOQUE I
tanto más dudar de si su naturaleza no será tan imperfecta que le
engañe incluso en las cosas que parecen más evidentes. El ateo no podrá,
pues, alcanzar la ciencia, esto es, el conocimiento cierto y seguro, si no
reconoce que ha sido creado por un verdadero Dios, principio de toda
verdad, que no puede ser un engañador VI, 4). De este modo, la
primera y más fundamental función que Descartes reconoce en Dios es la de
ser el principio y garantía de toda verdad. Y, en realidad, el concepto
cartesiano de Dios está desprovisto de todo carácter religioso. Como notará
Pascal (Pensées el Dios de Descartes no tiene nada que ver con el Dios
de Abraham, de Isaac, de Jacob, con el Dios cristiano; es simplemente el
autor de las verdades geométricas y del orden del mundo. Se podría aquí
esperar que un Dios invocado como garantizador de las verdades evidentes
debería de alguna manera vincularse a estas y que estas verdades
fuesen reconocidas por Descartes como independientes de Dios. Pero la
doctrina cartesiana sobre este punto es precisamente la contraria. Las
llamadas verdades eternas que expresan la esencia inmutable de las cosas, no
son de ninguna manera independientes de la voluntad de Dios: Dios ha
creado estas verdades eternas como ha creado todas las criaturas. Dice
Descartes: "Preguntáis qué ha necesitado Dios para crear estas verdades, y
yo os digo que El ha sido libre para hacer que no fuese verdad que todas las
líneas tiradas desde el a la circunferencia fueran iguales, lo mismo
que fue libre para no crear el mundo. Y es cierto que estas verdades no están
unidas a su esencia más necesariamente que las otras criaturas" (Lettres
de 27 de mayo de 1630; Cfr. también las cartas al mismo
Mersenne de 15 de abril y de 6 de mayo de
Esta doctrina se enlaza estrechamente, aunque parezca una paradoja, con
el núcleo central del cartesianismo. Las verdades eternas podrían ser
independientes de Dios sólo si fueran necesarias para él mismo; y podrían
ser tales para él sólo si formaran parte de la necesidad de su naturaleza. Pero
en tal caso, la razón que en las mismas se manifiesta sería la misma razón
divina; y la razón humana y la divina según el viejo concepto
del estoicismo. Pero Descartes afirma que la razón es una facultad
específicamente humana; ve en Dios más bien una potencia inagotable, es
decir, una infinidad de potencia más que una infinidad de entendimiento; en
consecuencia, le reconoce la más amplia facultad de arbitrio, pero al mismo
tiempo adjudica sólo al hombre la responsabilidad y la guía de la razón. Del
mismo modo que la reducción de las verdades eternas a decretos de Dios nú
es más que la transcripción teológica del postulado de su inmutabilidad, así
también esta evita la identificación de la razón humana
con Dios.
400. EL MUNDO
BLOQUE I
una sustancialidad parcial o imperfecta. Para Descartes, reconocer que el
cuerpo es sustancia significa, en primer lugar, hacer posible la consideración
y el estudio del cuerpo como tal, es decir, sin referencia al alma ni a sus
facultades: de modo que a Descartes le parece aquel reconocimiento como
la primera condición para el estudio del cuerpo humano y, en este
sentido, influyó en el desarrollo de los estudios biológicos.
De todas formas, tanto como cuerpo humano o como cuerpo natural, la
sustancia corpórea tiene, según Descartes, un solo carácter fundamental, que
es la extensión.
La materia pueda ser concebida falta de todas las cualidades que podamos
atribuirle (peso, color, etc.), pero no privada de la extensión en longitud,
anchura y profundidad: este es, pues, su atributo fundamental
II, 4). El concepto de espacio geométrico se con la extensión; es
fruto de la por la cual se eliminan de los cuerpos sus
propiedades, reduciéndolos a su atributo fundamental II, 11). La
reducción cartesiana de la corporeidad a la extensión es el fundamento del
riguroso mecanismo que domina toda la física cartesiana. Todas las
propiedades de la materia se reducen a su divisibilidad en partes y a la
movilidad de estas partes (Ibid, II, 23). El movimiento de partes extensas
debe, pues, ser el único principio de explicación de todos los fenómenos de
la naturaleza.
Descanes considera que la primera causa del movimiento es Dios mismo,
ue al principio creó la materia con una determinada cantidad de reposo y
e movimiento, y luego conserva en ella inmutable esta cantidad. En efecto,
Dios es inmutable, no sólo en sí mismo, sino también en todas sus
operaciones; de manera que, exceptuando aquellos movimientos que la
experiencia nos revela y que no suponen ningún cambio en los decretos de
Dios, ninguna otra variación debemos suponer en sus obras II, 36).
De este principio de la inmutabilidad divina saca Descartes las leyes
fundamentales de su física. De la inmutabilidad divina se deduce, en efecto,
como primera ley de la naturaleza, el principio de cualquier cosa, en
cuanto es simple e indivisa, persevera siempre en el mismo estado y no
puede ser cambiada más que por una causa externa II, 37). La
segunda ley, también derivada de la inmutabilidad divina, es que todo tiende
a moverse en línea recta II, 39). La tercera ley es el principio de
conservación del movimiento, por el cual en el choque de los cuerpos entre
sí el movimiento no se pierde, sino que su cantidad permanece constante
Estas tres bastan, según Descartes, para explicar todos los
fenómenos de la naturaleza y la estructura de todo el universo, que es un
mecanismo gigantesco, del cual está excluida toda fuerza animada y toda
causa final. Como Bacon, Descartes considera razonable atribuir el finalismo
de la naturaleza al dominio de la ética; pero cree que esta consideración es
"ridicula y estúpida" en la física: "ya que, dice 3), no dudamos
de que existen, o existieron en un tiempo y han cesado ya de existir, muchas
cosas que no han sido nunca ni comprendidas por los hombres y que,
por tanto, no les fueron de ninguna Es, pues, un simple acto de
45
BLOQUE I. La construcción del sujeto en la literatura y la filosofía
soberbia imaginar que todo haya sido creado por Dios para el exclusivo
provecho del hombre. Con la única acción de las tres leyes expuestas,
pretende Descartes poder explicar cómo se ha formado el orden actual del
mundo, a partir del caos. La materia primitiva estaba compuesta de
partículas iguales en magnitud y movimiento; estas partículas se movían
alrededor de su propio centro o unas con respecto de otras, de manera que
formaban remolinos fluidos que, combinándose diversamente entre ellos, han
dado origen al solar y, por tanto, a la Tierra.
No sólo el universo físico, sino también las plantas y los animales y el
mismo cuerpo humano, son puros mecanismos. Para explicar la vida de los
cuerpos orgánicos no es menester admitir un alma vegetativa o sensitiva, sino
sólo las mismas fuerzas mecánicas que actúan en el resto del universo.
Descartes ve una confirmación del carácter puramente del
organismo humano en la circulación de la sangre, que atribuye al mayor
calor que hay en el corazón V). La circulación había sido ya
y descrita por Harvey (1628), que le había atribuido como causa
la contracción y dilatación del músculo cardíaco. Pero Descartes cree
(equivocadamente) que puede corregir la explicación de Harvey, porque,
dice, "suponiendo que el corazón se mueva del modo que Harvey describe,
es menester imaginar alguna facultad que produzca este movimiento, y la
naturaleza de esta facultad es mucho más difícil de concebir que todo lo que
se pretende explicar con ella" (Description corps 18;
XI, 243).
401. EL HOMBRE
BLOQUE I
Sin embargo, a las pasiones acompaña un estado de servidumbre, del cual
el hombre debe procurar librarse. Casi siempre hacen aparecer el bien y el
mal que representan mucho más grandes e importantes de lo que son, y, por
ello, nos inducen a huir del uno y buscar el otro con más ardor de lo que es
conveniente II, 138). El hombre debe dejarse guiar, en cuanto sea
posible, no por las pasiones, sino por la experiencia y por la razón, y sólo así
podrá distinguir en su justo valor el bien y el mal y evitar los excesos. En
este dominio sobre las pasiones consiste la y ésta se obtiene
extendiendo, a pesar de las pasiones, el dominio del pensamiento claro y
distinto y separando este dominio en cuanto sea posible de los movimientos
de la sangre y de los espíritus vitales de los que dependen las pasiones y con
los cuales habitualmente está unido III,
Precisamente en este progresivo dominio de la razón, que restituye al
hombre el uso íntegro del libre albedrío y le hace dueño de su voluntad, está
la característica de la moral cartesiana. En la tercera parte del Discurso del
Método, antes de comenzar con la duda el análisis metafísico, Descartes
había establecido algunas reglas de moral provisional, destinadas a evitar que
"permaneciese irresoluto en sus acciones mientras la razón le a
serlo en sus juicios".
Ni siquiera después ha dado la exposición de su moral definitiva, esto es,
fundada en el método y, por tanto, enteramente justificada. Pero las Cartas
a la princesa Isabel y las Pasiones del alma permiten determinar dentro de
qué límites la moral provisional del Discurso puede considerarse como
definitiva. La primera regla provisional era obedecer a las leyes y a las
costumbres del país, conservando la religión tradicional y ateniéndose en
todo a las opiniones más moderadas y mas alejadas de los excesos. Con esta
regla renunciaba de una manera preliminar a extender su crítica al dominio
de la moral, de la religión y de la realidad, esta regla expresa un
aspecto no provisional, sino definitivo, de la personalidad de Descartes,
caracterizada por el respeto hacia la tradición religiosa y política. "Tengo la
religión de mi rey", "Tengo la religión de mi nodriza", respondió al ministro
protestante que le preguntaba sobre ello. En distinguía dos
dominios diferentes: el uso de la vida y la contemplación de la verdad. En el
primero, la voluntad tiene la obligación de decidirse sin esperar la evidencia;
en el segundo, tiene la obligación de no decidirse hasta que haya alcanzado
la evidencia (Resp., II). En el dominio de la contemplación, el hombre no
puede contentarse más que con la verdad en el dominio de la
acción el hombre puede contentarse con la probabilidad III). La
primera regla de la moral provisional tiene, pues, con ciertos límites, para
un valor permanente y definitivo.
La segunda máxima era la de ser lo más firme y resuelto posible en el
obrar, y la de seguir con constancia aun la opinión más dudosa, una vez que
la hubiera aceptado. Esta regla también está inspirada por las necesidades
de la vida, que obligan muchas veces a actuar aun con la falta de elementos
y definitivos. Pero, evidentemente, la regla pierde todo carácter
provisional si la ya está en posesión de su método. En tal caso, en
47
BLOQUE I. La construcción del sujeto en la literatura y la filosofía
FILOSOFIA MODERNA
efecto, implica que "se tenga una firme y constante resolución de seguir
todo lo que la sin que nos dejemos desviar por las pasiones o
los apetitos" (Carta a Isabel, 4 agosto IV,
La tercera regla era procurar vencerse más bien a sí mismo que a la
fortuna y esforzarse en cambiar los pensamientos propios más que el orden
del mundo. Descartes sostuvo constantemente que nada está enteramente en
nuestro poder, excepto nuestros pensamientos, puesto que ellos dependen
sólo de nuestro libre albedrío y colocó el mérito y la dignidad
del hombre el uso que sabe hacer de sus facultades, uso que le hace
semejante a Dios I I I , 152). Esta regla quedó como fundamento básico
de la moral de Descartes y expresa, en la formula tradicional del precepto
estoico, el espíritu del cartesianismo, el cual exige que el hombre se deje
conducir únicamente por la propia razón y bosqueja el ideal mismo de la
moral cartesiana, el de la prudencia. "No hay nada, dice Descartes (Carta a
Isabel, 4 agosto 1645; IV, 265), que nos impida estar contentos,
el deseo, la nostalgia y el arrepentimiento; pero, si hacemos siempre
todo lo que nos dicta nuestra razón, no tendremos jamás ningún motivo de
arrepentimos, aunque los acontecimientos nos muestren, después, que nos
hemos engañado sin culpa nuestra. No deseamos tener, por ejemplo, más
brazos o más lenguas que las que tenemos; pero en cambio deseamos más
salud o más riqueza; esto sucede porque nos imaginamos que estas cosas
podrían ser conseguidas con nuestra conducta o que son a nuestra
naturaleza, lo cual no es propio de las otras. Podremos librarnos de esta
opinión considerando que, por haber siempre seguido el consejo de nuestra
razón, no hemos omitido nada de lo que estaba en nuestro poder, y que las
enfermedades y los infortunios no son menos naturales para el hombre que
la prosperidad y la salud." Este es el único medio de alcanzar el supremo
bien, la felicidad de la vida. "Así, como un vaso pequeño puede llenarse del
mismo modo que un vaso grande, aunque contenga menor cantidad de
líquido, también, si cada uno pone su satisfacción en el cumplimiento de sus
deseos regulados por la razón, aun el más pobre y menos favorecido por la
naturaleza y por la fortuna podrá estar contendo y satisfecho, aunque
disfrute de una cantidad menor de bienes." IV, 264). Este precepto
estoico tiene aquí un significado genuino en virtud de la regla cartesiana del
pensar clara y distintamente, regla que impone tener en cuenta los límites de
las posibilidades humanas y conformar a estos límites los deseos
y
Que razón humana se encuentre de repente ante la necesidad de
reconocer propios límites, lo había ya reconocido Descartes, al
considerar el problema del error. El hombre no tiene solamente una idea real
positiva de Dios, esto es, de un ser soberanamente perfecto, sino también
una cierta idea negativa de la nada, es decir, de lo que está infinitamente
alejado de toda perfección. Está colocado el hombre entre el ser y el no ser;
si considera que ha sido creado por el ser perfecto, no encuentra nada en sí
que pueda conducirlo a error; pero, si considera que participa de la nada, en
cuanto no es él mismo el ser supremo, se a una infinidad
de defectos, entre los cuales está la posibilidad del error IV). Ahora
el error depende, según Descartes, del concurso de dos causas, del
entendimiento y de la voluntad. Con el entendimiento el hombre no afirma
48
DESCARTES - 181
BLOQUE I
entendimiento y puede, por tanto, afirmar o negar aun lo que el
entendimiento no llega a percibir clara y distintamente. En esto reside la
posibilidad del error. Si yo afirmase o negase, esto diese mi juicio
solamente entre lo que el entendimiento me hace concebir con suficiente
claridad y distinción, y si me abstuviese de dar mi juicio sobre las cosas que
no tienen claridad ni distinción suficiente, no podría nunca engañarme.
Pero, puesto que mi voluntad, que es siempre libre, puede faltar a esa regla,
y dar el asentimiento aun a lo que no es claro ni evidente, nace la posibilidad
del error. Yo podré adivinar por mera casualidad; y aun así habré usado mal
de mi libre albedrío. Pero podré también haber lo que no es
verdadero, en este caso habré caído sin más en error. El error no depende,
pues, en ningún caso de Dios, el cual ha dado a nuestro entendimiento la
máxima extensión compatible con su limitación y a nuestra voluntad la
máxima perfección, haciéndola libre. Depende solamente del mal uso que
hagamos de nuestro libre albedrío, al no abstenernos de juicio en los casos
en que el entendimiento no nos ha iluminado suficientemente IV;
I, 34).
La posibilidad del error está fundada en el libre albedrío, como el libre
albedrío se funda también en la posibilidad de la epoché, de la suspensión
del juicio, de que Descartes se ha valido al comienzo de su procedimiento.
¿En qué consiste exactamente el libre albedrío? Consiste, responde
Descartes IV), en "que nosotros podemos hacer una cosa o no
hacerla (esto es, afirmar o negar, seguir o huir) o mas bien solamente
en esto: que para afirmar o negar, seguir o rehuir las cosas que el
entendimiento nos propone, obramos de manera que no sentimos ninguna
fuerza exterior que nos a ello". Descartes añade que, para ser libres,
no es necesario que seamos indiferentes ante la selección de uno u otro de
los contrarios. Esta indiferencia es más bien "el grado más bajo de la
libertad", y es un defecto del conocimiento más bien que una perfección de
la voluntad. El grado más alto de la libertad se alcanza cuando el
entendimiento posee nociones claras y distintas que dirigen la elección y la
decisión de la voluntad. En este caso, en efecto, se conoce claramente lo que
es verdadero y lo que es bueno, y no nos encontramos en la penosa situación
de tener que deliberar sobre el juicio y la elección que se ha de hacer
IV). En la doctrina cartesiana del libre albedrío, se ha visto algunas veces la
oscilación entr.e dos conceptos diversos de libertad que se excluyen: la
libertad como indiferencia para actos opuestos, y la libertad como
determinación racional. En realidad, Descartes ve la de la libertad
(como indica el pasaje citado) en proceder de manera que no noy
sintamos obligados por ninguna fuerza exterior" La libertad es un hecho
íntimo constitutivo de la conciencia, de tal manera que Descartes aduce
como único y fundamental testimonio de ella el de la experiencia interior
(Princ. I, 39). Ahora bien, es evidente que cuando el hombre obra
según el juicio de la propia razón, obra de manera que no se siente obligado
por ninguna fuerza exterior, porque la razón es él mismo, su subjetividad
pensante. La libertad es en este caso porque la razón es el principio
49
BLOQUE I. La construcción del sujeto en la literatura y la filosofía
182 MODERNA
BLOQUE I
elección de la ocupación que ha de seguir en la El mismo declara haber
escogido deliberadamente la de científico, después de haber considerado a
fondo las varias ocupaciones de los hombres. "Había experimentado tan
grandes satisfacciones, dice III), desde que había empezado a
servirme de este método, que no creía pudiera experimentar otras más
dulces ni más inocentes en esta vida; y descubriendo todos los días alguna
verdad que me parecía bastante importante y comúnmente ignorada por los
demás hombres, la satisfacción que sacaba de ello llenaba de tal manera mi
espíritu, que nada de lo demás me importaba." Con todo, al fin del mismo
Discurso, Descartes se muestra consciente de los límites de sus posibilidades,
debido, sobre todo, a la brevedad de la vida y a la falta de un número
suficiente de experimentos. Descartes partió de principios generalísimos
para explicar los particulares de la naturaleza; pero reconoce que
tos fenómenos, la mayoría de las veces, pueden explicarse de distintas
maneras, partiendo del de los mismos principios; y cuál de estas
maneras sea la verdadera es cosa que sólo el experimento puede decidir. La
posibilidad de hacer experimentos es, pues, el límite de la explicación
científica. "Veo claramente, dice VI), el camino que hay que seguir;
pero veo también que los experimentos necesarios para este fin tales y
tantos, que ni mis manos mis riquezas, aunque tuviese mil veces más,
podrían bastar para todos; y deberé contentarme con progresar en el
conocimiento de la naturaleza de un modo limitado a las experiencias que
podré hacer." El experimento es, pues, para Descartes, la confirmación de
una doctrina científica más que su punto de partida. En esto su método
difiere del de Galileo, que se atiene estrechamente a los resultados de la
experiencia. El desarrollo ulterior de la ciencia debía ser más conforme al
método de Galileo que al de Descartes. Pero la ob'ra de Descartes, por un
lado, abría las más amplias perspectivas a la explicación mecánica del mundo
por otro, establecía, con el principio de la subjetividad racional del
hombre, el primero y fundamental supuesto del pensamiento moderno.
BIBLIOGRAFÍA
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BLOQUE I. La construcción del sujeto en la literatura y la filosofía
52
BLOQUE I
partir del estoicismo cristiano renacentista y de Montaigne, de modo que antes
de encontrarse con Beeckman, entrará en un período de incertidumbre análogo
al escepticismo de Montaigne (Gilson, 1976, pp. 93 y 139), quién abrió una
escisión importante entre ciencia y sabiduría, divorcio que Descartes intentará
reparar hasta hacer de ambas una sola cosa. Si la ciencia era un intento de sa-
ber acerca del mundo y la sabiduría una especie de arte para dirigir la acción
humana, Descartes intentará unificar ambas en un solo saber ejercido por un
único sujeto cognoscente, a saber, el cogito. Se trata de ver hasta qué punto ese
intento iba a ser viable.
Montaigne y Descartes tenían puntos en común. a ambos les unía su
amor a la verdad y el afán de buscarla (Chamizo, 1982, p. 74). Pero, el ensayo
montañista revela a su autor que la verdad trasciende la capacidad humana; el
hombre es el eterno buscador de una verdad siempre inalcanzable. Mientras
que el método cartesiano permite a su autor comprender que la verdad no está
más allá de nuestras posibilidades, el sujeto cognoscente llega a poseerla con
seguridad. Lo epistemológico en Descartes es garantía de un saber metafísico
evidente. Montaigne, en cambio, toma como punto central para su obra el «co-
nócete a ti mismo», pero ese conocimiento se resuelve en experiencia vivida, en
la aceptación de una particularidad que no puede trascender universalmente sus
propios límites y que lejos de afirmarse como realidad substante, se conforma
con ser un yo que siempre resulta extraño a sí mismo y en continuo movimiento
(Navarro 2005, p. 135).
Si la contradicción y el movimiento son esencia de la realidad, Montaigne
habrá de aprender a conducirse sabiéndose él mismo contradicción, luego no se
trata de superarla definitivamente, sino de que la condición humana no impida
el ejercicio mismo de la vida. Se trata de vivir a pesar de nuestra mala y pésima
condición. Es a esa supuesta esencia a la que Descartes de ninguna manera
quiere plegarse. Piensa que sí se puede superar la contradicción, pues si bien la
experiencia confirma una y otra vez lo cambiante que es todo, comenzando por
la propia opinión humana y los discursos de la razón acerca de la realidad, el
hecho de que haya un sujeto capaz de saber que duda y que se contradice ya le
da una cierta ventaja sobre ese saber dudoso y contradictorio. Si el yo montañis-
ta ha de estar sujeto a los límites de su particularidad contradictoria, el sujeto
cartesiano se sitúa por encima de esos límites y se descubre a sí mismo como
realidad substante primera e idéntica en el orden del conocimiento a pesar de
la variedad de sus percepciones.
Luego, en el ejercicio de la duda Descartes alcanza algo muy distinto a lo
que Montaigne nos ofrece. Para Montaigne el escepticismo es un producto de la
vida (Casals, 1986, p. 66); en cambio, para Descartes la salida del escepticismo
es posible y permite vivir la vida con seguridad, la condición es que haya método,
porque en ese caso a partir de la duda se revelan las primeras verdades
infalibles
53
BLOQUE I. La construcción del sujeto en la literatura y la filosofía
54
BLOQUE I
la eficacia del método: lo probable, lo verosímil, lo contingente, lo sensible.
Es decir, lo que había sido expulsado del orden teórico, es reintroducido en el
orden práctico (Gilson, 1976, p. 245). El padre del racionalismo parecía pasarse
a las filas empiristas. Quizá por ello Laporte califica a Descartes de empirista
radical e integral (Laporte, 1988, p. 477). En esa línea, Kennington afirma que
el fundador del racionalismo moderno, no era él mismo un racionalista (2004,
p. 79).
Existen dos parámetros distintos en la filosofía cartesiana: el del mundo
teórico y el del mundo práctico. En el primero la aplicación del método se hace
con las verdades metafísicas, las matemáticas y los primeros postulados de la
física, es decir, se alcanza lo necesario y evidente, lo absolutamente cierto e
indubitable. En cambio, en el mundo práctico, la aplicación del método no lleva
a los mismos resultados, pues en los asuntos de la vida hace falta contar con lo
corporal, es decir, no con conocimientos claros y distintos, sino con los oscuros
y confusos, pues tal es la condición de lo que procede de la experiencia sensible,
con la que necesariamente hay que contar, puesto que la moral atañe a la unión,
no tan sólo a la res cogitans. ¿A qué obedece esta especie de esquizofrenia car-
tesiana (Nájera, 2003, p. 27)?, ¿no introduce ese doble parámetro una escisión en
la soñada ciencia única? Eso es lo que nos proponemos examinar a continuación,
partiendo de la deuda que Descartes tiene con Michel de Montaigne.
55
BLOQUE I. La construcción del sujeto en la literatura y la filosofía
ficiencia estoicas (Gouhier, 1987, p. 84). Era preciso mostrar toda la falibilidad
y miseria humana para que el hombre abandonara el infundado orgullo al que
le conducía el ejercicio de su razón y pudiera confiar en la sabiduría que sólo
la fe proporciona. La nulidad del hombre comparecía sin dificultad cuando se
le miraba desnudo de toda ayuda divina, sin la gracia. Sólo esa conciencia de
«nada» capacitaba al hombre para un adecuado reconocimiento del verdadero
alcance de su saber.
Lo importante ahora es destacar que no sólo Descartes conoce la obra
de Montaigne, sino que además en lugar de abandonar su postura moral, la
reintroduce y defiende, aunque lo haga en un marco filosófico más amplio,
el que él mismo ha inaugurado con su método. De ahí que se pueda afirmar
con Faye (1998, p. 295), que si bien Descartes supondrá una revolución en el
mundo científico, no ocurre así en el mundo moral, que emerge en continuidad
con la sabiduría de Montaigne y de su discípulo Charron –que también cono-
cía Descartes. Con la salvedad de que lo práctico en Descartes se refiere a lo
técnico y a lo moral, cosa que no ocurría en los autores anteriores. Pero, por
lo que respecta a la moral, el probabilismo es terreno común a todos ellos. No
es posible un conocimiento científico, esto es, claro y distinto, evidente, por lo
que se refiere a la moral.
El Discurso es la respuesta a los Ensayos. Son muchos los autores que
lo avalan. Leon Brunschvicg piensa que Descartes emprende esa respuesta a
Montaigne; su influencia es clara y Descartes, vuelto al moralista francés, va
a intentar una conquista positiva de los tesoros que Montaigne esconde (1945,
pp. 97, 106 y 108). Para Armogathe: «La publicación del Discurso del Método
en 1637 marcaba el alba de la edad moderna, al precio de algunos clichés: el
método, la duda, el uso de la razón, la preocupación por las ideas claras y dis-
tintas. Este lugar común de un cartesianismo sin padre ni madre ha sobrevivido
a todas las rectificaciones, y el mito de la ruptura radical persiste, al precio de
múltiples olvidos, para comenzar por el contenido de los Ensayos que acompaña
el Discurso y que ilustran el método» (2000, p. 1). Chamizo señala que Descartes
acentúo tanto que él hacía algo nuevo, que no parecía admitir ninguna deuda
entre él y sus predecesores más inmediatos, o si acaso tal deuda era sólo nega-
tiva, puesto que el autor del Discurso venía a «eliminar los errores y prejuicios
de los filósofos del pasado» (1988, p. 61). Lemaire, habla de Montaigne como
el precursor de Descartes (1992, p. 7). Según Toulmin tanto Descartes como
Pascal se vieron fascinados por Montaigne, cuyos Ensayos Descartes estudió
en la Flèche (2001, p. 75). El Discurso es el libro más montañista de Descartes
y el que le permite construir una filosofía contra Montaigne, sostiene Melehy
(1997, p. 96). La influencia de Montaigne en Descartes la deja sentir Rodis-
Lewis principalmente a través de Pierre Charron, cuya obra, La Sagesse, llega
a Descartes en 1619, regalo de un jesuita (1995, pp. 71-76; Thweatt, 1980, p. 19.).
56
BLOQUE I
Gadofre señala que es entre 1618 y 1628 cuando más se deja sentir la influencia
montañista en Descartes (1987, p. 27).
Montaigne escribe sus Ensayos de modo autobiográfico, y así es como
está redactado el Discurso. Ambas obras están escritas en francés y dirigidas
al gran público. Montaigne advierte que no quiere instruir a nadie y en ese
mismo punto coincide con él Descartes, quien no parece desear una reforma
del saber en general, sino del suyo.1 Los dos autores quieren que la educación
sea fruto de un pensamiento ejercido libremente y no tan sólo resultado de lo
aprendido de memoria, donde se repite lo que alguna supuesta autoridad ex-
terna a la propia razón haya enseñado como canónico y definitivo. Montaigne
además quiere evitar la esterilidad a la que conduce –según él– la metafísica
(Llins, 1998, p. 290).
Tanto Descartes como Montaigne han buscado en la poesía, en la historia,
y en la filosofía el cómo conducirse en la acción. Sin embargo, esas artes les
han mostrado lo variado que son el discurrir y el actuar humanos. Nuestros
autores han viajado por el mundo, esa escuela tan recomendada por Montaig-
ne. Los viajes –algunos de ellos a través de los libros en el caso de Montaigne
(Navarro, 2005, p. 197)– les han instruido en una sabiduría empírica irrefutable:
la enorme diversidad de normas y costumbres que existen entre los hombres.
Buscan la unidad de la diversidad, pero ¿dónde encontrarla? Deciden volverse
hacia el único objeto que merece la pena ser estudiado y cuyo camino casi no
se ha emprendido: el yo. No hay norma común, ni medida adecuada para tanta
variedad. El concepto de naturaleza, como medida universal y común de lo hu-
mano es abandonado tanto por Montaigne como por Descartes. El yo moderno
inicia su andadura.
eL yo en MontaIgne y en Descartes
1 En interesante hacer notar que, si bien Descartes insiste en que él no quiere reformar
el saber de los demás, sino tan sólo él suyo mismo, las contradicciones sobre este punto en el
Discurso permiten sospechar que la reforma que Descartes pretendía llevar a cabo se iniciaba
con él ciertamente, pero el alcance que pretendía era universal. De ahí que sus fórmulas en este
punto, a diferencia de las de Montaigne, parecen sugerir muchas veces lo contrario de lo que
afirman.
57
BLOQUE I. La construcción del sujeto en la literatura y la filosofía
58
BLOQUE I
Si la realidad es la misma para todos, pero el juicio no, entonces el problema
está en el sujeto que conoce; más en concreto: nuestro conocer es problemático
siempre porque está mediado por la corporalidad sensible, parte constituyente
de ese yo: «nuestra comprensión, nuestro juicio y, en general, las facultades de
nuestra alma padecen con las continuas alteraciones del cuerpo» (Essais II,
XII, p. 547). Los juicios, siempre diversos, causan en nosotros incertidumbre
e inseguridad. Por eso insiste Montaigne: «recibimos las cosas según lo que
somos y nos parecen, y este parecer nuestro es incierto y controvertible […]
¿serán nuestros sentidos los que presten a los objetos diversas condiciones sin
que los objetos en sí tengan más que una?» (Essais II, XII, p. 584) –recuérdese
la polémica moderna en torno a las cualidades secundarias.
¿No se puede supera la barrera de los sentidos?, ¿acaso el alma puede
alcanzar una hegemonía absoluta sobre el cuerpo? Si Descartes toma en serio
a Montaigne e intenta ir más allá de él, debe procurar al menos dos cosas: pri-
mero, lograr un método que nos evite pasar por lo sensible; segundo, alcanzar
una ciencia que nos ayude a controlar y dominar lo sensible, pues se presenta
siempre como una amenaza para el conocimiento de la verdad. Que el método
cartesiano pretenda un acceso directo a lo inteligible no es casual, como tam-
poco lo es que el propósito cartesiano primero y último sea hacernos dueños y
poseedores de la naturaleza, de la res extensa, lo cual incluye al propio cuerpo.
Volveremos sobre ello.
Si el retiro muestra que no somos capaces de conocernos a nosotros mismos
de modo claro, ¿de dónde puede nacer –se pregunta Montaigne– la pretensión
de conocer lo que sean las cosas o lo que sea el mismo Dios, sino de nuestro
infundado orgullo y vanidad? No obstante, la conciencia de seres encarnados,
sensibles, envueltos en el movimiento y el cambio son la mejor arma frente a
esa arrogante vanagloria y toda pretenciosa autosuficiencia. El hombre es im-
perfecto y ninguna facultad haya en él que le permita superar esa condición. A
ello contribuye también la meditación acerca de la enfermedad y la muerte. ¿Qué
son éstas para Montaigne, sino las aliadas perfectas de la constatada y evidente
nulidad y fragilidad humana, a la vez que un motivo de verdadera esperanza?
Montaigne había afirmado que la salud era una consideración
principal en la vida de los hombres. La enfermedad y aflicciones embotan
el alma y puede impedir la acción (Essais I, II, p. 16). Pero, por otro lado, es
algo natural y común, se muere más por enfermedad que de vejez (Essais I,
II, p. 312). El hombre no debiera temer la muerte, pues todo lo vivo participa
de ella. El vul-go la ve con miedo y, por eso, no piensa en ella. A los ojos de
Montaigne, no sólo se precisa pensar en ella, sino que además hay que
aprender que no es un mal. Ante ella no cabe fingir. Es el momento donde se
juzgan todos los actos de nuestra vida. Es preciso acercarse a la muerte para
estudiarla e interpretar la vida desde ella. Nos enseña, entre otras cosas, que
el mundo no nos retiene,
59
BLOQUE I. La construcción del sujeto en la literatura y la filosofía
de ahí que la muerte sea remedio para todos los males, pues con ella llega la
seguridad, la indolencia, la impasibilidad. Nos librará de nuestra permanente
contradicción. Sólo somos un hombre, lo que es para Montaigne sinónimo de
irremediable imperfección.
La religión con su poderosa sabiduría viene en ayuda del hombre ante la
muerte. No se ha de abandonar el mundo sin el consentimiento de quien nos
ha puesto en él. Y además, no hay que pensar que estamos en este mundo sólo
para nosotros mismos, sino para gloria de Dios y servicio de los otros. quizá
también por esta razón piensa Montaigne que la vuelta al mundo, con los otros,
es obligada. Ha de salir de su retiro.
Frente a esas apreciaciones montañistas, se puede afirmar que las aspi-
raciones cartesianas muestran una gran estima en las capacidades de la razón
humana, lo cual se traduce en poder sobre la naturaleza. Descartes nos asegura
que siguiendo el nuevo método podremos llegar a «convertirnos en dueños y
poseedores de la naturaleza» (Discours, AT, VI, p. 62). Esto es no sólo un voto
de confianza a favor de la ciencia, cosa que le parecía a Montaigne imposible,
fantasía y orgullo, sino prácticamente una promesa de salvación para los hom-
bres, pues la ciencia puede llegar a liberarnos de la enfermedad y, quizá, de la
muerte. Escribe Descartes: «lo cual es muy de desear –ser dueños y poseedores–,
no sólo para la invención de una infinidad de artificios que nos permitirían gozar,
sin ningún trabajo, de los frutos de la tierra y de todas las comodidades que hay
en ella, sino muy principalmente también para la conservación de la salud, que
es sin duda el principal bien y el fundamento de todos los demás bienes de esta
vida, porque aún el espíritu depende tanto del temperamento y de la disposición
de los órganos del cuerpo, que si es posible hallar algún medio para hacer que
los hombres comúnmente sean más sabios de lo que hasta aquí lo han sido, creo
que en la medicina es donde hay que buscarlos» (Discours, aT, VI, p. 62). La
medicina misma –de la que tanto desconfiaba Montaigne– nos ayudará incluso
en la tarea moral, ya que contribuirá a hacernos más sabios, más verdaderos,
en la medida en que seamos menos dependientes de lo corporal, en la medida
en que esté de modo seguro bajo nuestro dominio.
¡Qué distinto resulta el hallazgo cartesiano una vez retirado a sus cuarteles
de invierno! Cansado de la variedad del mundo decide pasar por la escuela mon-
tañista con el deseo de abandonarla para siempre. Hace de la duda parte de un
método que resuelva de modo definitivo y para siempre la fragilidad y nulidad
de la condición humana. Tampoco el retiro cartesiano busca un conocimiento
que tome en cuenta la mirada divina, en ese sentido es tan mundanal como el
montañista. Quiere como Montaigne la máxima soledad, el máximo alejamiento
de la tradición, de lo heredado, de lo aprendido. El resultado, sin embargo, es
bien diverso: lejos de encontrar la humillación que se desprende de la nulidad de
la propia condición, comparece un cogito, un alma indubitablemente existente,
60
BLOQUE I
máximamente evidente, y liberado de lo corporal en el ejercicio de su acción
más propia, es decir, en su pensar, donde no necesita de lo sensible. El cogito
es una realidad permanente que se sitúa por encima de la contradicción a la
que tan sólo podría conducir un pensar ejercido sin método, sin guía. El cogito
cartesiano se alza confiado con una identidad que le define y que permanece
inalterable y a resguardo de cualquier cambio. El cogito es inmortal. La muerte
es asunto del cuerpo, no del alma. ¿Por qué no albergar la esperanza de poder
alargar la vida corporal mediante el servicio de la medicina?
Descartes nos propone una especie de «paraíso en la tierra», sin ninguna
relación con la sentencia dada al hombre en el Génesis (Kennington, 2004, p.
130). El mundo práctico cartesiano se traduce en beneficios alcanzados y dados
al hombre con su sólo esfuerzo y saber. Se conseguirá remediar los malos efec-
tos de la caída original. Aquellos bienes se vislumbran en las tres ramas de la
ciencia que hacen referencia a lo práctico: la mecánica, la medicina y la moral.
Lo primero nos asegura eficacia, bienestar, disfrutar de mil artilugios nuevos y
nos ahorra esfuerzos. Lo segundo nos alcanza el fundamento de todos los demás
bienes, como ya se ha mencionado: la salud. El tercero nos facilita disfrutar de lo
más placentero de la vida a condición de aprender a usar de nuestras pasiones, en
lugar de que sean ellas las que nos gobiernen. Según Kennigton, con Descartes
la ciencia que conduce al hombre hasta la felicidad no es el tradicional estudio
sobre la excelencia del alma, la ciencia moral y política, menos aún la teología,
que muestra el camino para ganar el cielo –Descartes se ocupa de este mundo
sin conexión con ningún otro posible–, sino la medicina, es decir, la ciencia
del cuerpo (Kennington, 2004, p. 193). Por eso cuando Descartes comienza
el estudio de las pasiones, nos presenta su trabajo como la investigación de un
físico, a la que sigue una segunda parte enteramente moral.
La vuelta hacia el yo que se emprende con Montaigne y que va a inaugurar
un nuevo modo de filosofar con Descartes presenta importantes diferencias entre
nuestros autores. En Montaigne el yo es empírico y, en principio, particular.
Montaigne se quiere conocer a sí mismo, por eso se investiga. No obstante, el
estudio de su singularidad revelará la esencia misma del hombre: lo particular
revela la condición humana. En Descartes el yo es metafísico, busca verdades
seguras y desencantado de la diversidad externa decide investigar en él mismo
con la esperanza de encontrar alguna verdad indubitable que le ayude a superar
el escepticismo al que todo lo demás le invita. El cogito va a ser el punto de
partida de su filosofía, aunque cederá su puesto de principio a Dios.
La diferencia es claramente apuntada por Navarro (2005, pp. 111 y 113):
Montaigne nunca substancializa el yo, no es una instancia objetiva dentro del
alma, el yo designa un sujeto que no puede ser objetivado. Si la búsqueda
inte-rior lleva a Descartes al éxito de encontrar una sustancia autosuficiente
con una identidad definida para siempre, en ese sentido el fracaso montañista
es claro,
61
BLOQUE I. La construcción del sujeto en la literatura y la filosofía
el yo sólo puede aspirar a ensayarse una y otra vez, y no deja de hacerlo porque
nunca alcanzará algo así como una identidad definitiva. De todo lo anterior se
desprende que el yo cartesiano parece representar el optimismo frente al pesi-
mismo que acompaña el yo montañista. al menos en un primer momento.
Pero, ¿qué más se sigue de ese retiro que ambos emprenden? Algo se ha
clarificado en cuanto al estatuto epistémico y ontológico del yo tanto en Mon-
taigne como en Descartes, pero ¿qué decir de la filosofía?, ¿vale la pena cultivarla
y esperar de ella el que nos guíe en la conducción de la propia vida? No hay
que perder de vista que es eso lo que buscan ambos autores y que el análisis
epistemológico y la metafísica –de corte nominalista en el caso de Montaigne
y sustancialista en el caso cartesiano– son pasos previos y necesarios antes de
desembocar en el uso práctico de la reflexión filosófica.
La sabiduría que Montaigne ha adquirido en el retiro voluntario que practica
le ha confirmado que el hombre que filosofa inventa y finge. La facultad que más
se ejercita al filosofar es la imaginación, pues no es más que fantasía lo que el
hombre cree saber acerca de la realidad, ésta siempre permanece más allá del co-
nocimiento que la razón particular de cada uno alcanza. Montaigne al encontrarse
con los límites de la razón, ha encontrado que todo saber es mudable, parcial,
especialmente el del filósofo. No cabe hallar normas universales de conducta. Por
tanto, ¿qué podría servir de fundamento a la conducta del hombre? Unos mínimos
prácticos sapienciales que comienzan con la tolerancia y coincidirán con la moral
cartesiana (Chamizo, 1988, p. 74). Por tanto, la filosofía en tanto que ciencia es
alejamiento de cualquier conocimiento real –aunque cabría plantearle a Montaigne
la objeción de que tal afirmación exige cierto conocimiento de lo verdadero–;
y como sabiduría queda reducida a unas pocas pautas, que más proceden de la
costumbre y práctica social que del ingenio humano. Montaigne se conforma
con lo probable, con lo verosímil para conducir la propia vida y cualquier tipo de
seguridad en ese terreno y fuera de la certeza de la fe –con la que él no cuenta para
desarrollar su saber, como tampoco hará Descartes más tarde– es quimérico.
El factum moral esencial del que parte Montaigne es el reconocimiento
de la propia nulidad, flaqueza y miseria. Esa es la experiencia fundamental
que hará que el hombre obedezca las creencias en las que ha nacido, sostenga
las opiniones más moderadas y menos extravagantes, odie la arrogancia y la
autosuficiencia, se aleje de las novedades, aprenda a sufrir lo que no se puede
cambiar y se ajuste a las costumbres de su país. En síntesis, ese mínimo sapien-
cial montañista es el contenido de lo que años más tarde habría de ser la moral
provisional del Discurso del Método.
62
BLOQUE I
Una vez más es sorprendente el fruto tan distinto que obtiene Descartes de
su retiro, está vez por relación a la filosofía. Para ello no hay que perder de vista
el papel fundamental que juegan los sueños cartesianos del 10 de noviembre de
1619. Si bien es cierto que a veces se han querido presentar con cierto tinte místico
esos tres sueños, es fácil advertir que se trata de un episodio psicológico más bien
que de orden sobrenatural. Descartes se toma la molestia de interpretar los sueños
y lo llamativo es que a partir de ese momento el gran genio francés descubre su
tarea en el mundo: él será el encargado de reconstruir todo el edificio del saber.
Descartes se sirve de una razón que interpreta en función de lo soñado. A raíz
de ese episodio –tantas veces pasado por alto– él imagina, proyecta un sistema
deductivo universal para conocerlo todo. Tanto Kennington como Grimaldi co-
inciden en señalar que la interpretación del sueño acentúa la superioridad de la
imaginación frente a la razón (Kennington, 2004, p. 89; Grimaldi, 2006, p. 22).
Remo Bodei insiste en la misma idea: la imaginación cartesiana será fuertemente
excitada antes de que el cogito se descubra como sustancia pensante y su pensar
como el atributo que la define (Bodei, 1995, p. 369).
63
BLOQUE I. La construcción del sujeto en la literatura y la filosofía
64
BLOQUE I
deseo de aprender a distinguir lo verdadero de lo falso para ver claro en mis
acciones y andar con seguridad en esta vida» (Discours, aT, VI, p. 10). Justo
para alcanzar ese propósito decidió abandonar las opiniones que hasta entonces
había aceptado porque: «creí firmemente que por este medio lograría dirigir mi
vida mucho mejor» (Discours, AT, VI, p. 10). Finalmente en la sexta parte del
Discurso aludió a los frutos que se seguirían de su método: «hallar la solución
de algunas dificultades pertenecientes a las ciencias especulativas o tratar de
ordenar mis costumbres […] es posible llegar a conocimientos muy útiles para
la vida y que, en lugar de la filosofía especulativa enseñada en las escuelas, es
posible encontrar una práctica por medio de la cual […] convertirnos como en
dueños y poseedores de la naturaleza» (Discours, aT, VI, pp. 61-62).
La filosofía práctica cartesiana, frente a la especulativa que se da en las
escuelas y que aspira a sustituir, comprende la acción humana. Por un lado, la
acción ejercida sobre lo que no es el hombre, esto es, la naturaleza, el mundo
físico; por otro lado, la acción dirigida sobre lo que es el hombre, esto es, la
unión de alma y cuerpo. La filosofía práctica en Descartes aspira a dominar
la vida, tanto la del mundo natural como la propia; es decir, busca liberarla de
la amenaza de la inseguridad y de la incomodidad del error. En definitiva, el
espíritu humano aspira a ser independiente del mundo natural y que sea éste
el que pase a depender de aquél (Grimaldi, 2006, p. 11) y no al revés, es decir,
que sea la res extensa quien se ajuste a la res cogitans. Operación que exige la
veracidad divina y que la acción en el orden técnico y en el orden moral sea
reducida a utilidad.
Descartes busca la verdad y quiere que ésta acabe siendo útil al propósito
práctico de su filosofía. La utilidad define la acción, tanto a nivel técnico como
moral. La acción útil en lo técnico se traduce en dominio de la naturaleza; la
acción útil en lo moral se traduce en la destreza que adquiere la voluntad –único
agente, según Descartes– para que el cuerpo no nos disturbe, puesto que ¿qué
distrae a la res cogitans sino lo que procede de la res extensa? Luego el hombre
ha de aprender a dominar su cuerpo, igual que aprende a dominar la naturaleza.
Ahí radica el fin de la filosofía cartesiana, y de ahí la importancia de la última
obra publicada un año antes de su muerte.
Ahora bien, ese dominio sobre la vida exige pagar un precio muy
alto. Conforme a lo que Grimaldi ha calificado como lógica de lo
imaginario, el autor del Discurso establece las condiciones que ha de tener la
realidad para que nada se resista a esa seguridad que está buscando: la
realidad ha de excluir la contingencia, el azar, el accidente. Hay que diseñar
la realidad según las condi-ciones que establece, antes que el método del
saber, la imaginación cartesiana (Grimaldi, 2006, p. 65). Descartes antes de
dar prioridad a la razón concede un papel protagonista a la imaginación:
hagamos como si, imaginemos que, supongamos que… No se puede pasar
por alto este modo de hacer.
65
BLOQUE I. La construcción del sujeto en la literatura y la filosofía
66
Montaigne y Descartes ante la conplejidad de la acción...
BLOQUE I
Retomamos la tesis del comienzo: ¿en qué se manifiesta la deuda de Des-
cartes con Montaigne en moral? Montaigne busca en sus Ensayos como con-
ducirse en la vida desde un punto de vista natural y no racional, marcando así
una diferencia entre lo natural y lo racional, y habla de una condición humana
débil e imperfecta. Descartes, entre sus primeras inquietudes, también busca
estudiar la moral (Baillet, 1691, II, p. 111). En ese primer momento concibe la
filosofía cómo un método de perfeccionamiento espiritual (Mesnard, 1936, p.
13) y seguro de no poder alcanzarlo al margen de la verdad, investiga cómo
se ha de desarrollar el bien juzgar para el bien hacer. Su posición es que hay
un sujeto potencialmente capaz de alcanzar la verdad desde su sola razón, una
vez amueblada por la divinidad. Ahora bien, existe un divorcio entre razón y
voluntad. La primera se dedica a investigar la verdad desde un punto de visto
científico –según el método–, y la segunda busca cómo actuar del mejor modo
frente a la contingencia probable. Muy pocos son los que se pueden dedicar a
la primera tarea, quizá Descartes y alguno más –como se constata en la última
parte del Discurso–, pero la mayoría de los mortales están más apremiados por
el gobierno de su vida cotidiana como la tarea más urgente (Mesnard, 1936, p.
161). Por tanto, al final el hombre no científico, es decir, la inmensa mayoría,
ha de atenerse a la utilidad y al pragmatismo de la moral provisional si quiere
seguir los pasos de Descartes. Es decir, se ha de conformar con una moral que
en su parte más esencial no difiere mucho de la montañista, y que al igual que
ella está divorciada de la verdad en el orden práctico.
67
BLOQUE I. La construcción del sujeto en la literatura y la filosofía
Kant
EL COGITO CARTESIANO.
BÚSQUEDA DE UN CONCEPTO GENERALÍSIMO DE LA
SUBJETIVIDAD.
68
concepto generalísimo. De tal modo poseeremos una base teórica concreta sobre la cual
construir una filosofía de la subjetividad.
BLOQUE I
Enunciación e interpretación preeliminar del cogito
[…] hay que acabar declarando que esta proposición: yo soy, yo existo, es
necesariamente verdadera siempre que la pronuncio o concibo.
69
BLOQUE I. La construcción del sujeto en la literatura y la filosofía
a la prueba ontológica: ésta, derivando la existencia desde las notas que implica
perfección, no hace más que pretender que se derive la nota existencial a partir de una
nota esencial. Dicho brevemente, pretende que un ente tome su existencia efectiva de su
definición. El cogito, por su parte, no afirma implícitamente que un ser pensante en
general debe existir por su mera definición, sino que por el contrario, descubre un ser
pensante efectivo, en concreto, aquél del que predica la existencia.
Podrá suceder acaso que estas mismas cosas, que supongo que no existen,
por no serme conocidas, no sean diferentes de mí que lo soy. Nada sé de
esto ni de ello me ocupo ahora, pues no puedo aventurar juicios sobre cosas
que no conozco: sé que existo y trato de saber lo que soy, ya que me
conozco como existente. Muy cierto es que el conocimiento de mi ser,
considerado de este modo preciso [según la duda metódica], no depende de
las cosas cuya existencia todavía desconozco, y tampoco, por lo tanto, de
ninguna de las que puede fingir mi imaginación.8
70
deriva su indubitabilidad, mientras que la segunda nos los muestra de manera oscura y
confusa, dando lugar a la duda y al error en el caso de que el juicio no se abstenga.
BLOQUE I
El advenimiento del dualismo cuerpo-mente
[…] no sólo conozco que existo, al ver que soy una cosa que piensa, sino
que además se ofrece a mi espíritu cierta idea de la naturaleza corpórea;
dudo por esto, si la naturaleza pensante que en mí se da –o mejor, que soy
yo mismo- es distinta de esta naturaleza corpórea, o si las dos son una
misma cosa, y supongo aquí que todavía no encuentro razón alguna para
convencerme de lo uno o de lo otro; de donde se sigue que me es indiferente
negar o afirmar, o simplemente abstenerme de formar juicio alguno sobre el
asunto.[…]
Esta indiferencia no sólo se extiende a las cosas que en el intelecto no
conoce, sino en general a todas las que no ve con entera claridad cuando la
71
BLOQUE I. La construcción del sujeto en la literatura y la filosofía
voluntad delibera sobre ellas; porque por probables que sean las conjeturas
que me inclinan a juzgar sobre alguna cosa, la simple idea de que no sean
más que conjeturas, y no razones ciertas e indudable, basta para darme
motivo de juzgar todo lo contrario […] Pero si me abstengo de emitir mi
opinión sobre alguna cosa, cuando no la concibo clara y distintamente, es
evidente que obro bien y que no me engaño.
[…] basta que me sea posible concebir clara y distintamente una cosa
separada de otra, para estar cierto de que la una es distinta o diferente de la
otra […] Por lo tanto, como conozco con certeza que existo y encuentro a la
vez que lo único que necesariamente pertenece a mi naturaleza o esencia es
ser una cosa que piensa, una substancia cuya esencia o naturaleza se reduce
a pensar. Y aunque acaso poseo un cuerpo, al que estoy unido muy
estrechamente […] es evidente que yo, o mejor [dicho], mi alma, por la cual
soy lo que soy, es entera y verdaderamente distinta de mi cuerpo, sin el cual
puede ser o existir.13
72
subsistencia como nota esencial, mientras de Descartes afirma de la res cogitans que
existe al menos mientras dure su pensar.
BLOQUE I
La crítica kantiana al cogito cartesiano
73
BLOQUE I. La construcción del sujeto en la literatura y la filosofía
74
que dicha proposición sea verdadera. Se trata, como reconoce Hintikka, de una
performance, mediante la cual el sujeto, al intentar negarse a sí mismo la existencia, se
BLOQUE I
topa con ella. Así, la expresión lingüística del cogito es secundaria, puesto que lo
esencial del cogito es la performance –en oposición a su expresión- y ésta –según
Hintikka- no supone necesariamente el verbo “cogito” sino que es suficiente un “verbo
de intelección” como “dubito”. Sin embargo, si rastreamos una suerte de definición de
“cogito” en las Meditaciones, encontramos en la segunda Meditación, el conocido
pasaje en que Descartes se refiere a sí mismo, en tanto res cogitans, en los siguientes
términos:
Pero, en fin, ¿qué soy? Una cosa que piensa. ¿Y qué es una cosa que piensa?
Una cosa que duda, entiende, concibe, afirma, niega, quiere, no quiere,
imagina y siente.17
Aunque se ponga en duda la realidad empírica del mundo exterior, aunque los
contenidos mentales –es decir, los pensamientos- sean considerados ideales –i.e. sin un
contenido real independiente de la mente-, aún así, en tanto se los considere como
contenidos mentales sin ocuparnos de su realidad o idealidad, entonces nos topamos
con que son contenidos de consciencia para dicha consciencia.19 Toda percepción
75
BLOQUE I. La construcción del sujeto en la literatura y la filosofía
Ahora bien, si atendemos al uso del verbo “cogito” en la obra cartesiana -en
especial en la formulación del cogito que nos hemos apropiado-, se nos hace patente
que su uso es intransitivo, es decir, carente de un objeto directo. Sin embargo, hemos
comprendido el cogito como la toma de consciencia o apercepción de un objeto, por lo
que resulta extraño, que gozando el cogito de una esencia relacional no se especifique
su objeto. Leibniz, por su parte, consciente de la co-originalidad
(Gleichurspünglichkeit) o co-pertenencia (Zusammengehörigkeit) del sujeto y del
objeto, remedió la omisión de éste último en la expresión “cogito ergo sum”,
añadiéndole “et varia a me cogitantur”, con el fin de mostrar que la res cogitans o,
mejor dicho, el pensar supone siempre un objeto pensado21. Kant, por su parte, afirma
que “yo pienso” es una proposición que expresa una intuición empírica indeterminada,
es decir, una intuición en general22. El cogito es entonces, por su constante uso
intransitivo, no el pensar entendido como concebir o representar un objeto particular,
sino que por el contrario, se refiere a una concepción o representación en general, i.e.
de un objeto cualquiera. Nuevamente, la performance del cogito no se centra en la toma
de consciencia del objeto particular, sino en la necesidad de la apercepción, de que todo
76
pensamiento sea mío. Podemos entonces definir “cogito” en nuestra fórmula “ego
cogito, ergo sum”, de dos formas convergentes. En primer lugar, considerado desde el
BLOQUE I
objeto del pensamiento, el cogito supone que este es representado por un sujeto, al cual
le pertenece como representación; adicionalmente, desde la perspectiva de la
consciencia, descubrimos que el cogito es el concebir -el captar, representar, etc.- el
pensamiento en sus múltiples y diversos modos. En resumen, el cogito es
intencionalidad aperceptiva sintética, puesto que se refiere a una multiplicidad de
percepciones las cuales le son dadas.
77
BLOQUE II. La reflexión filosófica y la
BLOQUE II. PROBLEMAS SOCIALES EN LA
representación de problemas sociales
LITERATURA
BLOQUE II
ÉTICA CAPITULO
Y POLÍTICA
n
RENACIMIENTO Y POLÍTICA
Nicolas Maquiavelo
345. MAQUIAVELO
79
BLOQUE II. La reflexión filosófica y la representación de problemas sociales
Y POLITICA 9
80
40 FILOSOFIA
BLOQUE II
elección: seguir el camino que permita vivir seguro y que después de la
muerte da la o seguir el otro camino, que hace vivir en continuas
angustias y que, después de la muerte, depara la infamia 1, 9). Pero es
imposible que la segunda alternativa sea preferida por quien, por fortuna o
virtud, de simple particular, se convierte en príncipe de una república, si
conoce verdaderamente la historia y saca partido de sus enseñanzas
I, 10).
Aun así, una vez aceptada y reconocida como propia la tarea política, es
imposible quedarse a medio camino. Tiene ésta exigencias que provienen de
la materia en la que actúa, o sea, la naturaleza de los hombres. No se pueden
hacer cálculos sobre la buena voluntad de los hombres. El hombre, por
naturaleza, no es bueno ni malo; pero puede ser lo uno y lo otro. El
político, si quiere triunfar en sus designios, tiene que hacer sus cálculos
el caso peor: o sea, presuponer que todos los hombres son malos y que
habrán de manifestarle su malignidad en la primera ocasión 1, 3). El
político, pues, no puede hacer "profesión de bueno"; tiene que
"poder ser bueno, y usarlo o no usarlo, según la necesidad" No
debe apartarse del bien, si le es posible; pero ha de saber emplear el mal si le
es necesario 19). Ciertamente, hay expedientes muy crueles,
contrarios a cualquier modo de vivir, no sólo cristiano sino humano, y tales
que cualquier hombre debe rehuirlos. En tal caso "es preferible vivir más
bien como particular que como rey tanta ruina hombres". Y, no
obstante, si no se puede o no se quiere renunciar a ello hay que recurrir
resueltamente al mal y evitar los caminos intermedios que no conducen a
nada 1, 26). Así, Maquiavelo sitúa crudamente al político frente a las
duras y tristes exigencias de su cargo. Ciertamente, le asalta la duda de si
combatir el mal con el mal, el fraude con el fraude, la violencia con la
violencia, la traición con la traición, permite conducir la comunidad al
verdadero orden de su forma política. Pero contesta a duda observando
que algunas veces se han mantenido en el poder aquellos que, después de
haber llegado a él a través de la crueldad y la perfidia, no han insistido en
ellas, sino que todo lo han dirigido a la mayor utilidad posible de sus
subditos. Estos "con Dios o con los hombres pueden aportar algún remedio
a su estado". Los demás es imposible que se 8).
En otros términos: el límite de la actividad política está en la naturaleza
de esta misma actividad. La tarea política no tiene necesidad de decidir
desde exterior la propia moralidad, la norma que la justifique y le
imponga sus límites. Se justifica por sí misma, por su exigencia intrínseca
conducir a los hombres a una forma ordenada y libre de convivencia, y halla
su límite en la posibilidad de éxito de los medios adoptados. Algunos
medios extremos y repugnantes son impolíticos porque se vuelven contra
quien los emplea y hacen imposible el mantenimiento del estado. El
dominio de la acción política se extiende a todo lo que ofrece la garantía del
éxito, que no es más que la estabilidad y el orden die la comunidad política.
Por primera vez desde ese dominio es escrutado y valorado con
81
BLOQUE II. La reflexión filosófica y la representación de problemas sociales
RENACIMIENTO Y POLITICA 41
346. BOTERÒ
BLOQUE II
ofrecen las máximas de una sabiduría mundana que tiene sus raíces en la
actividad política y está orientada a iluminarla y guiarla. Guicciardini
considera inútil y desatinado ocuparse de los problemas que se a la
realidad sobrenatural o invisible: "Los filósofos y teólogos y los
que escriben sobre cosas sobrenaturales y que no se ven, dicen mil
desatinos ; en efecto, los hombres están a oscuras de estas cosas, y estas
disquisiciones han servido y sirven más para ejercitar el ingenio que para hallar
la verdad" 125). Por motivos análogos rechaza la pensar que
se pueda conocer el futuro, es un sueño, y los astrólogos no adivinan más
que un hombre cualquiera que juzgue por casualidad (Ibid, 207). El
verdadero interés de Guicciardini va dirigido al hombre, y particularmente al
hombre en sus relaciones sociales, en su actividad política. Al hombre hay
que juzgarlo no en relación al trabajo que está realizando, sino respecto a
cómo lo realiza. De hecho, no escoge la clase social en que nace o la
hacienda y la suerte con que tiene que vivir. Pero escoge su conducta en su
clase o con sus recursos o ante su suerte. Y por esta conducta debe ser
juzgado 216). Pero, por lo que respecta a su conducta, el hombre sólo
puede confiarse a la reflexión o a la experiencia. "Sabed que quien gobierna
arbitrariamente, al final tropieza con arbitrariedades; lo correcto es pensar,
examinar y considerar bien las cosas, aun las más insignificantes; advirtiendo
que, si obrando así, las cosas salen bien con dificultad, pensemos en lo que
les podrá suceder a los que se dejan llevar por la corriente" 187). El
"dejarse llevar por la corriente" equivale al "dejarse gobernar por la suerte" de
Maquiavelo. Como Maquiavelo, Guicciardini quiere la participación activa
del hombre en la realidad política, un realismo despierto y operante, que
corrija, aun cuando no pueda desviarlo del todo, el curso de la fortuna. Por
esto aprecia positivamente la fe. "Fe no es más que creer con firme opinión
y casi certidumbre las cosas que no son razonables; o, si son razonables,
creerlas con más seguridad de lo que permiten las razones." La fe produce la
obstinación; y la obstinación, en un mundo sometido a miles de azares y
accidentes, puede hallar por fin el camino del éxito. Así pues, con razón, se
dice: "quien tiene fe lleva a cabo cosas grandes" 1). No obstante, ni
la fe ni la sagacidad, aun pudiendo modificar muchas cosas, son suficientes
para asegurar el éxito. La fortuna toma mucha parte en las cosas humanas,
una fortuna que es pura casualidad sin ningún orden o ley providencial. El
orden providencial, si existe, es impenetrable para los hombres. "No se diga:
Dios ha ayudado a fulano porque era bueno; zutano ha acabado mal porque
era malo; pues muy a menudo se ve lo contrario. Por eso tampoco hemos de
decir no existe la de Dios, pues sus designios son tan profundas
que merecidamente son llamados multa" 2). Aun con ello es
evidente que la "máquina mundana ', el orden natural de las cosas, estimula
a los hombres a la actividad. Por ejemplo, si los hombres no piensan en la
muerte, aunque sepan que han de morir, esto no sucede porque la muerte
esté lejana, cuando está muy cerca y siempre amenazando, sino porque si los
hombres pensasen en la muerte, el mundo estaría "lleno incuria y
160).
83
BLOQUE II. La reflexión filosófica y la representación de problemas sociales
RENACIMIENTO Y POLITICA 43
84
44 FILOSOFIA MODERNA
BLOQUE II
entre las que producen el amor, la principal es la justicia, y entre las que
procuran la reputación, la es la prudencia. La justicia tiene que
ser garantizada por el príncipe, tanto en las propias relaciones con los
subditos como en las relaciones de los subditos entre sí. La prudencia
exige que el príncipe se deje guiar en sus deliberaciones exclusivamente
por interés. "Y por eso no hay que fiarse de la amistad, ni de la
afinidad, ni de la unión, ni de ningún otro vínculo en el que, quien trate
con él, no tenga como base el interés" (Della di stato, ed. 1589, 60).
Preocupado como está por la conservación del estado más que por su
fundación y su ampliación, Botero prefiere los caminos cautos de la
prudencia, condena las grandes ambiciones y los grandes proyectos y
desconfía de la astucia demasiado sutil. La diferencia entre prudencia y
la astucia estriba en la elección de los la prudencia sigue lo
honrado más que lo útil; la astucia no tiene en cuenta más que el interés.
Pero la sutileza de la astucia es un obstáculo para la ejecución; del mismo
modo que un reloj, cuanto más complejo es, más fácilmente se estropea,
así los proyectos y las empresas fundadas sobre una demasiado
minuciosa, resultan en su mayor parte estériles 70). En cuanto a la
religión, Botero, que vive en el clima de la contrarreforma, la considera
como uno de los fundamentos del estado, y aconseja al príncipe que se
rodee de un "consejo de conciencia" constituido por doctores de teología
y de derecho canónico, "porque, de lo contrario, cargará su conciencia y
hará cosas que luego habrá que deshacer si no quiere dañar su alma y la
de sus sucesores". Un maquiavelismo temeroso de Dios, pues, en el que se
encuentran alineados, como medios de gobierno, preceptos de moral y de
religión, y máximas procedimientos tortuosos.
85
BLOQUE II. La reflexión filosófica y la representación de problemas sociales
RENACIMIENTO Y POLITICA
86
46 FILOSOFIA MODERNA
BLOQUE II
Los ciudadanos consideran que a Dios le place culto vario y diferente;
por eso consienten que cada uno crea lo que prefiera. Queda prohibida
tan sólo la niega la inmortalidad del alma y la providencia
divina; pero quien la profesa no es castigado, sino que sólo se le impide
difundir su creencia. La república de Utopía es, pues, un estado conforme
a la razón, en el que los mismos principios de la religión son los que la
razón puede defender y hacer valer: sólo no hay lugar para la intolerancia.
Si Tomás Moro había idealizado en el estado de Utopía la estructura de
una comunidad conforme a la razón, Juan se coloca, por el
contrario, en el plano de la realidad política y analiza los
principios jurídicos de un estado racional. Bodín nació en Angers el año
1530 (o 1529), fue jurista y abogado en París y tuvo mucha influencia en
la corte del rey Enrique III. Murió en 1596 (o 97). En los limes de la
(1576), se propone aclarar la definición del estado que da al
principio de su obra: "La república es un gobierno recto de muchas
familias, y de lo que a las mismas es común, con poder soberano." Pero la
validez propia del estado reside en su última determinación, en la
soberanía. Esta, la concibe Bodín sin límites, excepto los impuestos por la
ley de Dios o de la naturaleza. El poder absoluto y soberano del estado
no es un arbitrio incondicionado, porque tiene su norma en la ley divina
y natural, norma que le viene de su intrínseco, la justicia. No existe
poder soberano donde no hay independencia del poder estatal de todas las
leyes y capacidad de hacer y deshacer las leyes. La soberanía no es un
atributo puramente negativo que consiste en estar dispensado y libre de
las leyes y costumbres de la república. Se puede tener esta dispensa como
lo consiguió en Roma Pompeyo el Grande, sin poseer soberanía. Consiste,
por lo contrario, en el poder positivo de dar leyes a los subditos o de
suprimir las leyes inútiles y hacer otras: esto no puede hacerlo quien está
a las leyes o quien recibe de otro el poder que posee I, 9.a
1576, 131-132). El límite intrínseco del poder soberano, sometido a
la ley natural y divina, permite establecer la regla de que el príncipe
soberano está obligado a observar los compromisos por él contraídos,
tanto con sus propios subditos como con el extranjero. El garantiza a los
subditos pactos y las obligaciones mutuas, y esta obligado a respetar la
justicia de todas sus acciones. Un príncipe no puede ser perjuro
148). En conformidad con estos principios, Bodín afirma, por un lado, la
indivisibilidad del poder soberano, por la que no puede al
mismo tiempo a uno, a pocos o a toaos (acepta la antigua clasificación de
las formas de gobierno en monarquía, aristocracia y democracia); pero,
por otro lado, afirma enérgicamente el de soberanía, que no
puede prescindir de la divina y natural. "La más notable diferencia
entre el rey y el tirano es que el rey se conforma a las leyes de la
naturaleza, el tirano las pisotea; el uno cultiva la piedad, la justicia y la fe,
el otro no tiene Dios, ni fe, ni ley" II, 4, 246). Sostenedor de la
monarquía francesa, Bodín considera el gobierno monárquico como el
mejor de todos, siempre que sea moderado por el gobierno aristocrático y
87
BLOQUE II. La reflexión filosófica y la representación de problemas sociales
RENACIMIENTO Y POLITICA 47
348. EL
88
48 FILOSOFIA MODERNA
BLOQUE II
son, por tanto, inherentes a la comunidad humana en cualquier momento
y también en ks relaciones de guerra. La consideración del estado de
guerra permite separar del conjunto de las reglas jurídicas aquellas que no
dependen de la voluntad y de las convenciones humanas, sino que se
vinculan a la misma naturaleza racional del hombre. Se explica, pues, que
precisamente de la consideración estado de guerra hayan
deducidas las reglas fundamentales y la naturaleza del derecho natural.
Alberico Gentile nació en Castello San Genesio el año 1552, se doctoró
en la Universidad de y fue profesor de Derecho en Oxford; murió
en 1611. En su obra De jure belli (1588) llega a formular el concepto de
derecho natural partiendo del problema de guerra es o no conforme a
tal derecho. Su respuesta es negativa. Todos los nombres son miembros de
un único gran cuerpo que es el mundo y, por eso, están ligados por un
amor recíproco. En esta originaria unidad radica el derecho natural, que
es un instinto natural e inmutable. Por naturaleza, pues, el hombre no es
enemigo de otro hombre y no se hacen la guerra. La guerra surge cuando
los hombres se niegan a seguir su propia naturaleza. Pero hay una guerra
justa, y es la defensiva, puesto que el derecho a la defensa es una regla
eterna que, si bien no ha sido escrita, ha nacido con los hombres. Pero no
son, en cambio, justas las guerras ofensivas y de religión: estas últimas
porque la religión es de tal naturaleza, que nadie tiene que ser obligado a
profesarla por la violencia, y por eso hay que considerarla libre (De jure
I, 9). Pero la guerra que es posible tan sólo en el ámbito de una
comunidad humana, no suspende las reglas fundamentales de derecho, que
son propias de toda comunidad y por eso naturales. El respeto a los
prisioneros, a las mujeres y a los niños, a las ciudades, y el no hacer uso
de armas fraudulentas, forman parte de estas reglas, que no son propias de
un pueblo en particular, sino de toda la humanidad.
El principio de la soberanía popular fue por primera vez afirmado por
Juan Althusio nacido el año en una aldea del condado de
Wittegenstein-Berlebufg. Fue profesor de la Universidad de Herborn y
murió el de agosto de 1638. En su Política digesta (1603)
recoge de la doctrina de que la esencia del estado consiste en la
soberanía, que también considera única, indivisible e intransmisible. Pero
esta soberanía, Althusio, reside en el pueblo. Toda comunidad
humana se constituye a través de un contrato, tácito o
expreso, que la convierte en corpus en organismo viviente.
Este contrato se funda en un sentimiento natural y es regulado por leyes
que son, en parte, o sea,
concernientes a las relaciones recíprocas entre los miembros, y, en parte,
leges directionis que conciernen a las relaciones entre los
varios miembros de la comunidad y el gobierno. El estado queda definido
como "una comunidad pública universal por la cual ciudades y provincias
se comprometen a poseer, constituir, ejercer y defender la soberanía
regni) mediante la mutua comunicación de cosas y de obras fuerzas y
gastos comunes" 9, 1; ed. 1617, 114). La soberanía o
89
BLOQUE II. La reflexión filosófica y la representación de problemas sociales
RENACIMIENTO Y POLITICA 49
90
50 FILOSOFIA MODERNA
BLOQUE II
naturaleza, el derecho natural se distingue del derecho de gentes
en que éste no nace de la naturaleza, sino del consentimiento de
todos los pueblos, o de algunos de ellos, y está encaminado a la utilidad de
todas las naciones.
Por su mismo origen, el derecho natural es propio del hombre, por ser el
único ser racional, aun cuando se refiera a actos (como criar la prole) que
son comunes a todos los animales I, 1, lo define como
mandato de la recta razón, que indica la fealdad moral o la necesidad moral
inherente a una acción cualquiera, según esté de acuerdo o en desacuerdo
con la propia naturaleza racional". Las acciones a las que se refiere su
mandato, son obligatorias o ilícitas de por sí, y por lo tanto se consideran
necesariamente prescritas o prohibidas por Dios. En esto el derecho natural
se diferencia, no tan sólo del derecho humano, sino también del derecho
positivo divino; éstos no prescriben o prohiben las acciones que de por sí y
por naturaleza propia son obligatorias o ilícitas; sino que las hacen ilícitas
prohibiéndolas, y obligatorias, prescribiéndolas. El derecho natural es, pues,
tan inmutable que ni siquiera puede ser variado por Dios. "Como Dios no
puede hacer que dos y dos no sean cuatro, tampoco puede hacer que lo que
por su intrínseca razón es malo no sea malo" I, 1, 10). Por
consiguiente, la verdadera prueba del derecho natural es la que se obtiene a
priori, mostrando el acuerdo o desacuerdo necesario de una acción con la
naturaleza racional y social. La prueba a posteriori, se toma de aquello que
todos los hombres o los más civilizados admiten como legítimo; esta prueba
es sólo probable y se funda en la presunción de que un efecto universal
requiere una universal I, 1, 12).
El derecho natural se distingue del derecho positivo en que éste no se
origina de la naturaleza, sino de la voluntad, y puede ser humano o divino
I, 1, Pero sólo el derecho natural proporciona el criterio de la
justicia y de la injusticia: "Por injusto se entiende aquello que repugna
necesariamente racional o social" I, 2, 1).
La guerra, según no es contraria al derecho natural. El objeto de
la guerra es la conservación de la vida de los miembros o la adquisición de lo
que es necesario para la vida; y este fin lo dicta la misma naturaleza. Ni
siquiera el de la fuerza es contrario a la naturaleza, la cual ha dado a
todos los animales fuerzas suficientes para ayudarse o matarse unos a otros.
distingue tres clases de guerras: la publica, la privada y la mixta. La
pública es que hace quien ejerce el gobierno; la privada es la que hace
quien está privado de derecho jurisdiccional; la mixta es aquella en que una
parte y la otra privada I, 3, 1). Precisamente de la
consideración del derecho de guerra saca su análisis sobre la
naturaleza del poder político. El sumo poder político
es aquel cuya acción no está supeditada al derecho de otro, de modo
que pueda ser anulado por el arbitrio de otra voluntad humana. se
opone a la tesis de Althusio de que el sumo poder reside sólo en el pueblo y
de que le sea lícito coaccionar y castigar a los reyes que usan mal de su
poder. Admite, sin embargo, la tesis contractual, por la que cada comunidad
91
BLOQUE II. La reflexión filosófica y la representación de problemas sociales
Y POLITICA
humana está fundada en un pacto originario. No niega que este pacto haya
podido transferir la soberanía del pueblo al príncipe. como existen
muchas maneras de vivir, unas mejores y otras peores, y cada cual puede
escoger la que le plazca, del mismo modo el pueblo puede escoger la forma
de gobierno que prefiera; y el derecho se mide, no por la excelencia de esta
o «fe aquella forma (cosa sujeta a los juicios más diversos), sino por la
voluntad del pueblo. Precisamente pueden existir causas por las que el
pueblo renuncia por completo al derecho de mandar y se confía a por
ejemplo, cuando es regido por una ley que pone en peligro su vida y no
puede encontrar quien lo defienda, o cuando está oprimido por la miseria y
no puede conseguir de ninguna otra manera lo que necesita para su
sustento" I, 3, 8). Es, pues, posible y conforme al derecho natural
que la soberanía sea íntegramente transferida del pueblo al príncipe. Pero
también es posible que la misma sea transferida con determinadas
condiciones y que el príncipe prometa a Dios y a los subditos observar
algunas reglas a las que no estaría obligado sin esa promesa y, por tanto, no
pertenecen al derecho natural y divino y al derecho de gentes, a cuya
observancia todos los reyes están obligados, aun sin tal promesa. Esta
limitación no implica que el príncipe reconozca la soberanía del poder
popular es con su supremo poder I, 3,
16). excluye el derecho por parte del pueblo a deponer al príncipe;
pero admite que este principio pueda tener excepciones, en casos de
extrema necesidad o en determinadas circunstancias. Y enumera los casos en
que tal necesidad o tales circunstancias se verifican. Pueden ser determinadas
por una cláusula del contrato en el que la soberanía ha sido transferida al
príncipe, o por las condiciones de esta transferencia, siempre que el príncipe
falte a tales cláusulas o condiciones I, 4, 8-14).
En el pensamiento de al derecho natural se une la religión natural,
que es tal, porque está fundada en la razón. "La verdadera religión,
dice II, 20, 45), que es común a las edades, se funda
esencialmente en cuatro enunciados. El primero, que Dios existe y es uno.
El segundo, que Dios no es ninguna de las cosas que se ven, sino muy
superior a ellas. El tercero, que las cosas humanas son cuidadas por Dios y
juzgadas con perfecta equidad. El cuarto, que Dios mismo es el autor de
todas las cosas exteriores." Estos principios de la religión natural son tan
racionalmente sólidos y refrendados por la tradición, que no pueden ser
puestos en duda. Por tanto, no admitirlos constituye una culpa que puede
ser castigada. Pero no pueden ser castigados los que no admiten nociones
que no son igualmente evidentes, como, por ejemplo, que no puede existir
más que un solo Dios, que Dios no es ni el cielo, ni la tierra, ni el sol,
aire, ni nada de lo que vemos; que el mundo no existe ab aeterno y que
incluso la materia ha sido creada por Dios. Estas nociones se han
obscurecido en muchos pueblos, y tal obscurecimiento no puede
atribuírseles como culpa. En cuanto a la religión cristiana, añade a la religión
natural muchas cosas que no pueden ser creídas a base de argumentos
naturales, sino tan sólo con el fundamento histórico de la resurrección y de
los milagros. Creer en el cristianismo solamente es posible con la ayuda
de Dios, y, por consiguiente, quererlo imponer con las armas es
cosa contraria a la razón II, 20, 48-49). Ni tampoco es posible
92
52 MODERNA
BLOQUE II
La obra de no representa tan sólo un grandioso intento para
fundamentar racionalmente el mundo de la política y del derecho. Es
también el primer acto de fe en la razón humana, la primera manifestación
de la voluntad decidida, característica de la especulación moderna, de
a la razón y de fundar en ella todos los aspectos esenciales del
hombre y mundo.
BIBLIOGRAFÍA
§ 345. De las obras de Maquiavelo, véase la edición de Mazzoni y Casella, Florencia, 1929. P.
N. M. e i suoi tempi, 3.a ed, 1912: De Storia della Lett. Bari, 1912,
67-112; Meinecke, Die Idee der in der Geschichte, 1924. Un
Maquiavelo es presentado por Turín, 1930; G. Sasso, N. storia
del tuo pensiero Nápoles, 1958.
§ 346. Los Recuerdos y civiles de en Opere inedite, edic.
Florencia, 1857; Escritos autobiográficos y raros, edic. Palmar Bari, 1936. Botero, De ¡a razón
de y de ¡as de la grandeza de la ciudad, Venecia, Del último escrito, edición de M.
De Bernardi, Turín, 1930.
§ 347. Tomás Moro, De óptimo statu deque nova insula edic.
1895. E. Monis et les de la París, 1927. J.
de París, de abditis rerum
edic. Noack, 1857. J. B. et son París. 1853; Dilthey, del hombre
passim.
§ 348. Del De belli, de Alberico Gentile, existe la moderna de la edición de
1612 por C. Philipson, Oxford, 1933. Solmi, De Del Vecchio, Giannini, Alberico Gentile,
en dell'Istituto italiano di diritto internazionale", Roma, 1933. Politica
digesta et sacris et profanis illustrata, 1610. Otto Von
Althusius und die der 1880; trad. ¡tal.
de Turín, 1943. De Opera Amsterdam, 1679, Basilea, 1732. De
jure ac pacis, París, 1625, 1632, 1646; Amsterdam, 1553. Hay una reproducción fotogràfica de
la edición de 1646, por la Fundación Dilthey, ob. 39 sigs. H. G.
of of Nueva 1917; Die des
H. Gotinga, 1909; Bari, 1948; P. Ottenwàlder, Zur des H.
F. de Le origini e culturali del pensiero Florencia, 1967.
93
BLOQUE III. La literatura
BLOQUE III
Bloque ante
III. La literatura
otros discursosante otros
discursos:
95
BLOQUE III. La literatura ante otros discursos
96
"Nada exige que s .e resuelva la oposición filosofía-litera
tura; por el contrario, juzgarla permanente y siempre nueva
BLOQUE III
nos da seguridad de que la esclerosis de las palabras na se
ci.J1a sobre nosotros corno un casquete de hielo".� La con
frontación de la literatura y la filosofía parece encerrada
en l;)n circulo inmemorial. Según Diógenes Laercio, Los pi
tagóricos hablan acusado a Empédocles, el filósofo poeta,
de haber divulgado los secretos de su secta, utilizando para
hacerlos públicos formas poéticas tomadas de Hotnero. 6
Péro, en su vida de Plat0n, donde cuenta que, según Akimos,
''Platón utilizó mucho las obras del poeta cómico Epicarmo',
Diógenes Laercio cita del propio Epicarmo e·ste pasaje:
"Quienquiera tome mis versos, los despojará de su rítmo,
/le·s dará una vesti.menta de púrpura y los engalanará / y
llegando a ser irresistible, convencerá a los más rebeldes'.'
En el gran debate de lo exotérico y lo esotérico, de la mostra
do y lo oculto, filosofía y literatura estan en el engranaje,
como si, en un intercambio perpetuo, la una diera a la otra,
y ésta a aquella, el impulso inicial que las hace moverse: al
trazar la figura de "Sócrates músico", Platón mismo sumer
gió mi.to y lagos en un mismo fondo originario."
Literatura y filosofía están "mezcladas" inexb·icablemeu
te .� Al menos lo estuvieron hasta el momento en que la his
toria estableció entre ellas una especie de reparto oficial.
Este momento se sitúa a fines del siglo XVIIr, cuando el tér
mino "literatura" comenzó a ser utilizado en su significación
moderna. 10 Diderot asistió a este cambio decisivo que vio
97
BLOQUE III. La literatura ante otros discursos
98
[ ..• j El arte se detüme en alguna parte, .puesto q:ue se le ha im
puesto un limite más allá del cual no puede pasar, Limite que por
BLOQUE III
otra parte ya ha sido verdaderamente alcanzado desde hace mu
cho tiempo y que no puede volver atrás.11
99
BLOQUE III. La literatura ante otros discursos
100
lectores y comentaristas, eón frecuencia pasa inadvertida.
En otro nivel, el argumento filosófico cumple con respecto
BLOQUE III
al texto litetarío el papel de un verdadero operador formal:
es Jo que s1Jcede cuando se diseña el perfil de un personaje
se oeganiza el ritmo general de un relato, incluso se engálana
su decorado, o estructw-a el rmodo de la narración. En fin,
el texto literario también puede llegru- a ser el soporte de un
mensaje especulativo, cuyo contenido filosófico se s.itúa a
menudo en el plano de una comunicación ideológica. Res
ponder a la pregunta: "¿En qué piensa la literatura?", es te
ner en cuenta todos estos órdenes de consideración, y, por
lo. menos al comienzo, no privilegiar ninguno ele ellos: tal es
la condición para que, de la lectura de textos literarios, pue
da en su momento obtenerse enseñanzas filosóficas.
101
BLOQUE III. La literatura ante otros discursos
102
SiguiendG este camino, se tratará de escapar a un.a con
frontacíón fronta1 de la literatura y la filosofía.
BLOQUE III
¿Cótno presentar este trabajo de manera tal que eleve la
disparidad al rango de un principio? Para comenzar, enume
ramos titulos de libros en ordert cr'onológicó. Pero es ev:iden
tem.ente imposible sacar algo de esto, sino fuese porque
suscita la ilusión de una línea de evolución continua: podría
entonces creerse que la literatura, a imagen del héroe de
una de sus fábulas, S'e consagró a la exploración progresiva
del espaóo que la define, con el propósito ele investirla final
mente como totalidad, y de identificarse ella misma a través
de ese gesto de apropiación, al final de un proceso en el cual
eJ pensamiento filosófico sena intervenido como una media
ción. No se obtendrá más que un modo de clasificación de
los textos que repos· a sobre una tipología, y que organiza,
de una vez por todas, los modos según los cuales se realiza
lo que se llamará para terminar, cuando llegue el momento
de proponer una lectura transversal de todas estas obras,
"filosofía Jiteraria".
Estas formas de exposición, cronológica y tipológica, al
ser separadas., no resta ya sino examinarlas, y es esto lo
que vamos a adoptar, aunque presente sus inconvenientes.
Reposa en un reagrupamiento temático., ordenado en t0rno
a tres enunciados que dan título a las partes de la presente
obra: "Los caminos de la historia'', "En el fondo de las cosas",
"Todo debe desaparecer". Las.facilidades de la crítica temá
tica bM condLicido a extravíos que han terminado por desa
ereditar por completo la n oción de "tema", a la que hoy en
día no se le reconoce ninguna validez. Es esta noción la que
nos proponemos rehabilitar, desplazando su campo de apli
cación y moelificando los principios ele su funcionamiento.
"Terna" oe)Je entenderse en e) sentido musical del término:
Jo qµe proponemos es mostrar <':ómo maneras de pensar li
terari?J.s, que a primera vista Jo separan todo, no tienen sin
embargo nada que hacer sino proponer, a partir de tales
temas, s_ u s variaciones, que explotan de manera indefini
m
daente abierta sus diversas posibilidades.
Es-así como Madame de Stael, George Sand y Raymon,d
Queneau han segµido, cada uno a su manera, "los caminos
de la historia'', haciendo de la literatura �ma especie de má
quina para, explorar las sendas del devenir humano, en una
103
BLOQUE III. La literatura ante otros discursos
104
BLOQUE III
Poesía y filosofía:
¿Gradación de la verdad o del conocimiento?
Mucho se ha hablado de los orígenes y de los horizontes que comparten la poesía y la filosofía. Gran
parte de los reparos hacia la poesía se ubican del lado de la filosofía. Platón es el primero en enfrentar a
la poesía y, a partir de allí, el pensamiento occidental se encumbró en una larga y compleja discusión.
La querella que propuso y desarrolló la antigüedad clásica tiene que ver con los conceptos de imitación y
amor a la sabiduría. Según esto, la poesía sería más imitativa que la filosofía, pues está última está
más cerca de la verdad. Pensadores modernos como Nietzsche y Heidegger han puesto esta afirmación
en tela de juicio, y más recientemente Gadamer, Derrida, Deleuze y Rorty, entre otros, han tratado de
restablecer el contenido de verdad de la literatura. Porque "es la filosofía, más reciente en el tiempo, más
advenediza y moderna, la que hinca su aguijón en la carne de la poesía, y le inyecta su propio veneno (la
reflexión, el trabajo del concepto, el sistema, la pregunta, la exigencia de fundamento, la constante
crítica, el escepticismo, el análisis riguroso, en definitiva, todo lo que es defensa del principio de
realidad, inteligencia, duda y razón". 1
No obstante es posible establecer lazos dinámicos, dialógicos y creativos entre el pensamiento y el
poema, entre la metáfora y el concepto, entre la realidad y el placer, entre las razones y los sueños. Una
dialogía histórica , sin duda, pero como se ven las cosas, demasiado actual.
Hagamos, pues, un conciso recorderis de esta vieja querella que ha impedido ver la
interdisciplinariedad y encontrar los criterios de verdad del pensamiento complejo del hombre, hoy
105
BLOQUE III. La literatura ante otros discursos
globalizado, fragmentado, pero con un afán de alcanza un día la transdisciplinariedad. En el famoso
Diálogo de La República, Platón expulsa a los poetas, o quizá sea más acertado decir a los poemas
imitativos (dramáticos sobre todo y algunos pasajes de los poemas épicos). "La poesía imitativa -dice
Platón a Glaucón- nos hace viciosos y desgraciados a causa de la fuerza que da a estas pasiones sobre
nuestra alma, en vez de mantenernos a raya y en completa dependencia, para asegurar nuestra virtud y
nuestra felicidad". 2
Lo interesante de esta revisión, es observar como Platón no únicamente expulsó de la ciudad a los
poetas considerados imitativos y que deformaban las raíces de la cultura y de la verdad, sino que
también proclamó la necesidad de otro tipo de poetas, los épicos y sobre todo los líricos. Esta clase de
poetas no imitan sino que son auténticos inspirados y enunciativos. De manera que los poetas imitativos
construyen ficciones, haciéndoles decir todo tipo de cosas a sujetos (personajes) ficticios; de allí que
Platón exprese en un pasaje de la República su molestia porque el poeta dramático ("imitativo") se
oculte bajo la voces de otras personas (personajes) y la voz del poema o narración no sea simple,
directo. Deducimos entonces, que es a estos poetas que imitan las voces de otros haciendo parecer que
saben todo tipo de cosas, a los que Platón expulsa de la ciudad ideal.
Y así mi querido Glaucón, cuando oigas decir a los admiradores de Homero que este poeta ha
formado la Grecia, y que, leyéndole, se aprende a gobernar y conducir bien los negocios
humanos, y que lo mejor que se puede hacer es someterse a sus preceptos, deberás tener toda
clase de miramientos y de consideraciones con los que empleen este lenguaje, como si estuvieran
dotados del mayor éxito, y hasta concederles que Homero es el más grande poeta y el primero
entre los trágicos; pero al mismo tiempo no pierdas de vista que en nuestro Estado no podemos
admitir otras obras de poesía que los himnos a los dioses y los elogios de los hombres grandes;
porque tan pronto como des cabida a la musa voluptuosas, sea épica, sea lírica, el placer y el
dolor reinarán en el Estado en lugar de las leyes, en lugar de esta razón, cuya excelencia han
reconocido todos los hombres en todos los tiempos.3
Si en el libro X de La República, Platón arremete contra los poetas, en el Ión, dedicado a la poesía, el
descrédito de éstos parece relativizarse. Los poetas que no son imitativos son "inspirados", dice Platón a
propósito del rapsoda Ion que ensalza la poesía de su maestro Homero."Por qué no es en virtud del arte,
ni de la ciencia, el hablar tú de Homero como lo haces, sino por una inspiración y una posesión divinas.
Y lo mismo que los coribantes no sienten ninguna otra melodía que la del dios que los posee, no olvidan
las figuras y palabras que corresponden a este aire, sin fijar su atención en todos los demás, de la misma
manera tú, Ion, cuando se hace mención de Homero, apareces sumamente afluente mientras que
permaneces mudo tratándose de los demás poetas". 4
De manera que poetas y filósofos no están alejados sino por un grado de verdad que anula unos
géneros poéticos y reivindica otros. Sultana Wahnón escribe que "cuando el poeta se presentaba a sí
mismo en primera persona, en lugar de imitar lo que otros personajes ficticios decían, el contenido de la
poesía podía ser tan o incluso más "verdad" que el de la filosofía. Sólo esto explica esa admiración,
rayana en la incredulidad, con la que Platón habla en el Ion de los poetas inspirados, en quienes llega a
reconocer la presencia misma de la divinidad -reconocimiento que se hace manifiesto precisamente en el
hecho de considerarlos "servidores" e "interpretes" de los dioses"5 . La antigüedad clásica hasta el
aparecimiento del Romanticismo consideraba que los bellos poemas no tenían carácter humano, es decir
que no eran obra de los hombres sino de los dioses. Los poetas eran inspirados por las musas, de allí su
intermediación entre los dioses y los hombres.
En otro Diálogo muy importante, el Fedro 6 , aparecen los poetas y los filósofos -a pesar de que se
condena la escritura y cierta poesía-, compartiendo el nivel más elevado en la jerarquía de las almas, lo
que equivale a decir que tanto los poetas inspirados (líricos y épicos), como los filósofos estarían por
igual cerca de la verdad. De suerte que no únicamente hay un amante de la sabiduría que sería el
filósofo, sino también un amante de las musas, un ser inspirado y poseído por el don divino que lo
impulsa a alcanzar la verdad.
BLOQUE III
aún más; los discursos filosóficos son hijos de la razón; mientras que los poéticos no lo son. La
admiración de Platón a los poetas inspirados es porque estos pueden decir "cosas de tanto precio y valor"
sin necesidad de que la razón les de su validez.
Es a esta capacidad del poeta para enunciar pensamientos sin necesidad de argumentarlos
racional o lógicamente a la que Platón da el nombre sagrado de inspiración. Bien por impotencia
para explicarlo racionalmente, bien por gusto de explicarlo metafóricamente, bien por auténtica
convicción, el caso es que Platón viene a sostener que, si los poetas inspirados dicen cosas de
tanto valor sin cumplir los requisitos que al filósofo se le exigen, es porque no las componen con
razón o ciencia: dicho de otro modo, porque su modo de producción de verdades se atiene a leyes
diferentes de aquellas que rigen las propuestas, ya que Platón define a los poetas inspirados
precisamente por no ser "dueños de la razón". 7
El propio Platón en el Fedro escribe que el poeta no puede escribir en medio de una lucidez racional,
sino en una lucidez irracional:
El poeta es una cosa ligera, halada, sagrada; él no está en disposición de crear antes de ser
inspirado por un dios, que se halla fuera de él, ni antes de haber dejado de ser dueño de su
razón; mientras conserva esta capacidad o facultad, todo ser humano es incapaz de realizar una
obra poética. 8
No ser dueños de la razón, es estar locos, pero para Platón esto no es vergonzoso sino todo lo
contrario, pues al donarnos la locura los dioses, es mejor ésta que la cordura de los hombres. De allí que
uno de los poetas y pensadores románticos más esenciales para la modernidad como Hölderlin, diga en
el Hiperión que representa la búsqueda de lo griego clásico: "el hombre es un dios cuando sueña y un
mendigo cuando piensa". La poesía está tan llena de pensamientos como la filosofía, no las diferencia el
grado de adecuación de esos pensamientos a la verdad, sino el modo de ser producidos: mediante el
razonamiento los de la filosofía (las ideas) o mediante la inspiración los de la poesía (Mitos). Una de las
mujeres que en pleno siglo XX, reflexionó sobre el verbo poético frente al logos razonador, es María
Zambrano. En su imprescindible relectura platónica, escribe:
El logos, -palabra y razón- se escinde por la poesía, que es la palabra, sí, pero irracional. Es,
en realidad, la palabra puesta al servicio de la embriaguez. Y en la embriaguez el hombre es ya
otra cosa que hombre; alguien viene a habitar su cuerpo; alguien posee su mente y mueve su
lengua; alguien le tiraniza. En la embriaguez el hombre duerme, ha cesado perezosamente en su
desvelo y ya no se afana en su esperanza racional. No sólo se conforma con las sombras de la
pared cavernaria, sino que sobrepasando su condena, crea sombras nuevas y llega hasta hablar
de ellas y con ellas. Traiciona a la razón usando su vehículo: la palabra, para dejar que por ella
hablen las sombras, para hacer de ella la forma del delirio. El poeta no quiere salvarse; vive en
la condenación y todavía más, la extiende, la ensancha, la ahonda. La poesía es realmente, el
infierno.9
Si el poeta comunica pensamientos, verdades tales o mejores que el filósofo, lo hace sin pensar, puesto
que estas vienen dadas por la inspiración que le ofrece las musas. De suerte que el filósofo dice verdades
pensando y el poeta dice verdades sin pensar, pues está en un estado alterado. Este aspecto, desde luego,
es una paradoja y los malentendidos no se hicieron esperar a lo largo de la historia del pensamiento
occidental. La filosofía contemporánea intenta rectificar devolviéndole a los poetas no únicamente la
expresión de su poetizar como un estado original y creativo, sino que ese poetizar es pensar. La poesía,
digamos, es otra forma de conocimiento. Con respecto a esto último, podemos citar a Aristóteles, puesto
que en la Poética, el estagirita, reconoce que la poesía (imitativa por cierto) es una vía de conocimiento,
pero no en la misma medida que el filosofía. "La poesía -escribió- es más filosófica y noble que la
historia, pues la poesía dice más bien las cosas generales y la historia las particulares" 10. Si bien
107
BLOQUE III. La literatura ante otros discursos
Aristóteles, por diferencia a Platón, reconoce en la mímesis el modo de producción característico del
poeta, no distingue entre la lucidez filosófica y el delirio poético; por consiguiente, Aristóteles tampoco
considera que el discurso poético esté a la altura del filosófico en su grado de acercamiento a la verdad.
Será el pensador Pseudo Longino, entre los antiguos, el único que concatena, relaciona y dialectiza la
literatura y la filosofía. En su tratado Sobre Lo Sublime (I. d.C.), Longino caracteriza este estilo como
"cierta elevación y magnificencia en el lenguaje, y no de otra parte obtienen su celebridad y logran
vestirse con perdurable gloria los más grandes poetas y escritores"11. Longino localiza el origen menos
en la técnica discusiva y más en la concepción misma de los pensamientos elevados. Estilo sublime y
pensamientos elevados quedan así unidos. Longino no le atribuye este arrebato sublime a los dioses sino
a la naturaleza misma del poeta, a su talento innato, a lo que él denomina como "pasión y entusiasmo".
Sin embargo, requieren de disciplina para su impulso, de lo contrario pueden ser peligrosos. Por otra
parte, el esteta griego observa que si bien filósofos, historiadores y poetas comparten los mismos niveles
del conocimiento, deja claro que los primeros alcanzan lo sublime sólo en la medida en que se acercan a
lo poético. De allí que la grandeza de Platón, su lenguaje elevado y grave, se pueda comprender por la
influencia de Homero. Tal vez por esto podemos adivinar su implacable y tortuosa lucha interna, pues
como dice María Zambrano, la mayor de estas luchas, "es la de haberse decidido por la filosofía quien
parecía haber nacido para la poesía. Y tan es así, que en cada diálogo pasa siquiera rozándola".12
De la explicación mítica de Platón pasamos con Longino a la teoría antropológica, puesto que es la
cualidad humana de la "pasión" la que explica la diferencia entre el modo de producción de la verdad,
tanto en los poetas como en los filósofos. El don del los poetas es divino pero en el sentido de un don
que la naturaleza les ha dado para que cultiven con disciplina. De modo que la vía del conocimiento de
los poetas obedece tanto a la pasión como al talento, es decir que poseen una fuerza racional en lo que
dicen, pero en cómo lo dicen, están impulsados por lo ilógico e irracional. Esto sería los sublime:
pensamiento y entusiasmo.
Longino deja claro que la sola imagen espontánea y vacía, no puede constituir lo sublime; requiere
entonces, establecer una tensión entre la retórica y la filosofía. Como en Longino, Kant (S. XVIII)
observa que el poeta piensa, pero lo hace de una forma diferente. Si el filósofo trabaja con ideas, el
poeta lo hace con imágenes, con un lenguaje figurado. Kant, además precisará que la poesía auténtica,
siempre dará que pensar.
La estética de los siglos XVIII y XIX retomaron los planteamientos de Psudo Longino y redifinieron
las fronteras entre filosofía y literatura. Una de las obras capitales de ese estadio epocal, es justamente la
Crítica del Juicio de Immanuel Kant y los innumerables manifiestos y tratados que produjo el
romanticismo poético. Son los tiempos en que se funda la autonomía de la estética, diferenciando los
ámbitos de la belleza del conocimiento y de la ética. El placer estético vale por sí mismo y no requiere
de ninguna justificación externa; este será una de las máximas ideas. Kant estableció la existencia de la
facultad humana de juzgar y la denominó "juicio de gusto" o "juicio estético"; es decir, capacidad de
juzgar lo bello por el sentimiento de satisfacción o descontento que provoca en el sujeto, sin apoyarse en
la moral ni en las leyes cognoscitivas. Este juzgamiento es, pues, desinteresado y no ejerce
intencionalidad alguno sobre el objeto en cuestión. Kant piensa que cuando se pregunta por la belleza de
algo o un objeto, no se trata de valorar la existencia de ese algo o ese objeto, sino sólo aquello que toca a
la satisfacción que su "representación" produce.
Kant establece una diferencia importante entre la belleza libre (el arte) y la adherente o dependiente (la
belleza humana, un paisaje, animal o monumento, etc.). Al respecto escribe:
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Para juzgar una belleza de la naturaleza como tal no necesito tener con anterioridad un
concepto de la clase de cosa que el objeto deba ser, es decir, no necesito conocer la finalidad
material (el fin), sino que la mera forma, sin conocimiento del fin, place por sí misma en el juicio.
Pero cuando el objeto es dado como un producto del arte, y como tal debe ser declarado bello,
debe entonces, ante todo, ponerse a su base un concepto de lo que deba ser la cosa, porque el
arte siempre presupone un fin en la causa (y en la causalidad) y como la concordancia mutua de
BLOQUE III
lo diverso en una cosa, con una determinación interior de ella como fin, es la perfección de la
cosa, deberá tenerse en cuenta en el juicio de la belleza artística también la perfección de la
cosa, la cual no es cuestión en el juicio de una belleza natural (como tal). 14
La belleza artística no puede ser juzga únicamente por el puro juicio estético o de gusto. Este tipo de
juicio es "lógicamente condicionado", en la medida en que tiene que atender al concepto de que la cosa
deba ser y no sólo a la satisfacción que su contemplación produce. Se enlazan así "la satisfacción
estética con la intelectual". De suerte que las obras de arte no son meros juegos de sensaciones que
deban ser juzgados por el puro juicio estético o juicio de gusto, sino que también se debe usar la razón,
reflexionando sobre la perfección de la obra en relación con su finalidad. Kant arma así una dinámica
que hace que las bellezas artísticas necesiten de algo más que un concepto previo acerca de su finalidad,
porque necesitan de "genio" tanto a la hora de la producción como a la hora de la recepción; es decir a
la hora de su juzgamiento. Ni puro concepto ni mera sensación. Pero, si no es lo uno ni lo otro, ¿qué ata
al juicio artístico?; Kant propone La Imaginación. La poesía se caracteriza por la "abundancia de
pensamientos" y de "representaciones", pues ella pone la imaginación en libertad elevándose
estéticamente hasta las ideas. Por esta razón, Kant considera a la poesía como la más bellas de las bellas
artes, como la más superior de todas. Este vínculo entre poesía y pensamiento será refrendado por Hegel
que, en principio, establece una diferenciación entre la imaginación ordinaria y la creadora. La primera
"descansa más bien en el recuerdo de circunstancias vividas, de experiencias sin ser creadora
propiamente hablando. El recuerdo conserva y hace vivir los detalles y el lado exterior de los
acontecimientos, con todas las circunstancias que lo han acompañado, sin resaltar el lado general". La
segunda que es donde ubica a la poesía, es "la imaginación creadora de arte, o fantasía, es la de un gran
espíritu y una gran alma, la que capta y engendra representaciones y formas con las que da una
expresión figura, sensible y precisa a los intereses humanos más profundos y más generales"15. El hecho
de que Hegel observe un diálogo entre poesía y pensamiento no quiere decir que las identifique, como no
lo hizo Longino ni tampoco Kant. La poesía es fruto de la capacidad de pensar, pero de una capacidad
específica que es la imaginación. No obstante, la imaginación no es locura o privación de la razón, ni
tampoco pasión como en Longino, sino pensamiento mismo, vía de acceso al conocimiento. Por eso
Hegel concluirá que la filosofía piensa en conceptos y la imaginación poética en intuiciones o "ideas
estéticas". De suerte que la famosa diferencia propuesta por Platón del delirio o de la imitación en
Aristóteles, se salva porque tanto la poesía como la filosofía piensan y conocen, cada una a su manera, y
mediante medios diferentes.
Las limitaciones no las tiene la poesía sino la filosofía, puesto que esta última no puede excederse de la
experiencia sensible; la poesía, en cambio crea una realidad nueva, "otra naturaleza" 16. Cuando la razón
ancla, por así decirlo, en la experiencia concreta, la imaginación poética transciende esa realidad, la
transforma en algo distinto que supera esa naturaleza.
Queda así esbozado los senderos más relevantes de la querella entre poesía y filosofía. Los pensadores,
estetas y humanistas contemporáneos, le han dedica estudios especiales a esta dialogía. Después de
Nietzsche la filosofía sistemática se volvió poética y narrativa. Cada día comprendemos más las
invasiones que en una y otra suceden. Para María Zambrano, por ejemplo, la filosofía es una búsqueda
guiada por un método, de allí su querer ser, su historia universal; en cambio la poesía es un encuentro
con el hombre concreto, individual, por eso es hallazgo, don, gracia 17. Y Diego Romero de Solis anota
que "el mundo más real, por ser el más espiritual de todos los mundos posibles, es el de la imaginación
creadora, que no es tarea sólo de la poesía, de la literatura o del arte, sino también, acaso hoy más que
nunca (porque el horror y el miedo crecen como incendios de la nada), de la filosofía (una filosofía que
no sea sistemática, que intuya un humanismo trágico y postule una estética del sueño)". 18-19
Esta filosofía antisistemática o literatura reflexiva es la que es englobada por la imaginación poética.
La contemporaneidad no puede seguir dividida entre concepto y metáfora, no puede seguir al margen de
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BLOQUE III. La literatura ante otros discursos
la sensibilidad y la emoción que producen los poemas y las narrativas. En la base del pensamiento de
Richard Rorty 20 están las narrativas que como argumentación él utiliza, y con los cuales intenta sanar la
fisura entre estudios filosóficos y literarios. Para este pensador el ejercicio de la escritura narrativa y
poética cumple con un papel definitivo "en la cultura democrática liberal, así como en el rechazo
contundente de las prácticas inaceptables y deshumanizadoras manifestadas en el recurso a la crueldad o
la humillación"21. En otras palabras, Rorty en vez de apegarse a planteamientos lógicos es
argumentativo, retórico y persuasivo, intentando hacer una defensa pluralista y dialógica, donde la
divergencia de puntos de vista y opiniones tengan sus sitios de encuentro. La utilización de la metáfora,
la forma como evita hacer afirmacines literales explícitas, la repetida alusión a imágenes lúcidas en
lugar de argumentos teóricos, y sobre todo, el desarrollo de interpretaciones globales, contrapuestas a los
análisis críticos y rigurosos del pensamiento de los filósofos que él estudia, hace que tanto la escritura
como el pensamiento que despliega sea dialógico, creativo y crítico.
Derrida es otro de los pensadores contemporáneos que asume la defensa del discurrir de la verdad en la
literatura; no obstante, según Rorty, el francés se ubica para su defensa demasiado del lado del discurso
de la filosofía. Frente a esto, Rorty observa que si bien es cierto que la praxis de la deconstrucción
propuesta por Derrida para interpretar los textos, borra de cierta manera las fronteras entre filosofía y
literatura, perpetúa, sin embargo, el dominio fundamental del discurso filosófico al utilizar los mismos
instrumentos de la razón. Con este proceder tanto Nietzsche, Heidegger, Gadamer22, Derrida, Blanchot y
el propio Rorty, para sólo nombrar algunos, se ubican en un campo denominado filosofía periférica o de
frontera.
La novela moderna, por ejemplo, es el género más asimilado dentro de la práctica periférica de la
filosofía contemporánea, tal vez por el hecho de que en la modernidad ya no están vigentes los grandes
sistemas de pensamiento, sino que hoy se descubre la verdad fragmentariamente encarnada en obras
narrativas y poéticas. Tal vez por esto, Ernesto Sábato dijo que la novela moderna, al haber "adquirido
dignidad filosófica y cognoscitiva, es el método de indagación más sutil que poseemos". Qué decir de
obras como las de Goethe, Schiller, Hölderlin, Novalis para el caso del romanticismo; o de Baudelaire
con el simbolismo y Rimbaud con el surrealismo; o El Quijote donde se instaura el subjetivismo
moderno y al función trascendental de la perspectiva del pensamiento a partir de la narrativa; o Balzac
donde Engels descubrió las claves del socialismo, lo mismo en Dostoyewski y Kafka, más tarde
Kundera con respecto al existencialismo y la degradación de los valores; o en James Joyce en lo
referente a la revolución lingüística; o en Pessoa donde la filosofía lógico-científica queda sobreseída
por la potencia y clarividencia del poetizar filosófico o de la meditación esencial, etc. Porque como
escribe Antonio Blanch:
La verdad que pretende desvelar el espíritu creativo del esteta no es la verdad abstracta sino la
más concreta y singular de las cosas que está contemplando o de las experiencias que está
viviendo. Una verdad que, además, es aprehendida en todo su esplendor, gracias a que el artista,
en su fundamental tarea contemplativa, se entrega a ella desde la integridad de su persona,
poniendo a contribución de esta experiencia su mundo afectivo e imaginario, junto a la más fina e
intensa percepción que le procuran los sentidos. Por ello las formas lingüísticas con que intenta
luego representar este acontecimiento son casi siempre modificaciones retóricas del lenguaje
común, vitalmente intensas, más que conceptualmente precisas, muy imaginativas también y casi
siempre metafóricas.23
De suerte que la metáfora y el concepto son dos formas distintas de percibir la realidad, pero la ventaja
de la primera reside en que la metáfora permite dar el salto hacia un más allá que el concepto no puede.
El discurso filosófico cuando es lúcido y humanista, se sirve de las imágenes poéticas, pues sabe e
intuye como el viejo Platón que el sólo concepto no podrá jamás atrapar verdad absoluta alguna.
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Bibliografía
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Renacimiento. Madrid: Debate.
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la época del cine. Madrid: Debate.
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Compagnon, Antoine. (2015). El demonio de la teoría: Literatura y sentido común. Madrid:
Acantilado.
Catelli, Nora; Llovet, Jordi et al (2015). Teoría literaria y Literatura comparada. Barcelona:
Ariel.