Primer Teórico Psicopatología

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Licenciatura en Musicoterapia

Psicopatología
Profesora Titular Dra. Inés Sotelo

Teórico 1

Comienzos de la psicopatología

Para situar los inicios de una disciplina, es necesario establecer los


acontecimientos que le han dado lugar, así como a que campo del
conocimiento corresponde.

En este recorrido situaremos esos inicios de la disciplina, su relación con la


psiquiatría y la Salud Mental, así como su interlocución y transformación a
partir de la teoría psicoanalítica creada por Freud.

En este largo siglo se han producido transformaciones entramadas con la


época, los cambios sociales, las guerras, las transformaciones políticas, el
lugar de la autoridad en los Estados y en las familias, el protagonismo de la
mujer y su conquista de los espacios, antes reservados a los hombres, la
infancia y el lugar de los niños… y esta inmensa lista que podríamos proseguir
nos anuncia también las variaciones en las presentaciones clínicas, los
síntomas de cada época , lo femenino, el cuerpo, el consumo, los ideales, la
violencia, es decir todo aquello que señala el sufrimiento psíquico, lo que no
anda, lo que obstaculiza la vida de las personas en su intimidad, en su trabajo,
en el amor, en el lazo con otros.

La Psicopatología, término acuñado por Emminghaus en 1878, tiene su raíz


etimológica del griego: PSYKHE, alma, PHATOS sufrimiento, es decir
conocimiento del padecimiento psíquico.

Es la disciplina que produce un ordenamiento médico de acuerdo al origen de


la enfermedad, la anatomía, la fisiología y la nosología (síntomas, diagnóstico,
duración, evolución).

En su libro “Los fundamentos de la clínica”, Bercherie (1986) establece que el


primer tiempo de esta disciplina será sincrónica, del aquí y ahora, sin teoría
psicopatológica. Recién en un segundo tiempo surgirá la clínica diacrónica con
la búsqueda del origen y mecanismo de la locura.

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La psicopatología como ciencia intentará describir, explicar y ahondar en la
causa de la enfermedad mental.

Jaspers fundó el campo de la psicopatología de modo sistemático, campo que


busca “lo expresable en conceptos, lo comunicable, lo que se puede exigir en
reglas y se deja comprender en algunas relaciones", fundando entonces una
disciplina que va mas allá de las descripciones sintomáticas o clasificaciones.

“El objeto de la psicopatología es el acontecer psíquico realmente consciente.


Queremos saber qué y cómo experimentan los seres humanos, queremos
conocer la dimensión de las realidades anímicas. Y no sólo el vivenciar de los
hombres sino que también queremos investigar las condiciones y las causas de
las que depende, las relaciones en que está y las maneras como se expresa
objetivamente” (Jaspers 1913: 15) Buscará reglas generales imprescindibles
para la construcción de un sistema explicativo –comprensivo-existencial. Desde
esta perspectiva se comprenden los sentidos (celos, ira, alegría) y se explica lo
incomprensible (alucinaciones, delirios).

La psicopatología de Jaspers tiene una visión que articula la ciencia con la


visión antro filosófica; el interés estará puesto en el estudio del hombre, el alma
a la que se accede a través de su conciencia, su ser en el mundo. Ser que
evoluciona y produce desarrollos de la personalidad en ese devenir que puede
verse interrumpido por rupturas, por un proceso mórbido.

El concepto de comprensión, que Lacan discute en el Seminario 3 (1955-56),


está presente en las relaciones de comprensión en el desarrollo de la
personalidad y al sufrir discontinuidades se produce una detención, un
sinsentido que conduce a la búsqueda de la causa.

En nuestro recorrido nos acercaremos a las diversas perspectivas teóricas, ya


que se trata de un campo de teorías y practicas heterogéneas.

El modo de entender lo normal y lo patológico, el síntoma, la concepción de


sujeto y de cura, dividirá los campos de interpretación del acontecimiento, es
decir del “sufrimiento humano estructurado como un mensaje” (Laurent 2000:
19) y encontraremos así que en las diversas épocas coexisten a la vez diversas
lecturas, clasificaciones, modos de entender la causa de la enfermedad que
tendrán por supuesto consecuencias en la clínica y en el tratamiento de la
enfermedad mental.

Paradigmas de la psiquiatría

El termino psicopatología, surge en el campo de la medicina a fines del siglo


XIX y fue acuñado por EMMINGHAUS en 1878, y se transforma en una
disciplina autónoma cuyo objeto de estudio es la anormalidad psíquica, es decir

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aquello que se aparta de la norma, aunque en su etimología encierra también
el sufrimiento que esa anormalidad conlleva.

En el Siglo VIII se abre el campo de lo patológico en el campo medico con los


avances que permitieron establecer el funcionamiento típico o normal de los
sistemas del organismo, así como las desviaciones patológicas.

Un siglo después, tendrá su origen la psicopatología, dándole su estatuto a lo


psíquico como un sistema especializado.

Nos adentraremos en un breve recorrido histórico que permita ponderar el


desarrollo de la psiquiatría, su relación con la medicina así como el surgimiento
de diversas teorías acerca del padecimiento mental, que estarán sostenidas en
diversas concepciones de la locura y de su tratamiento.

Lanteri-Laura (1998) nos acercara a los modos que se entendió la enfermedad


mental en distintos momentos en la historia estableciendo aquello que da en
llamar los paradigmas de la psiquiatría, tomando el término PARADIGMA
definido por T.S. KUN en su libro La estructura de las revoluciones científicas.

El filosofo dirá: “Considero a los paradigmas como realizaciones científicas


universalmente reconocidas que, durante cierto tiempo, proporcionan modelos
de problemas y soluciones a una comunidad científica”. Cuando surgen
acontecimientos o fenómenos que no pueden ser totalmente abarcados por los
conceptos de esa ciencia normal, se produce una crisis en ese campo de
conocimiento que desembocara en un nuevo paradigma.

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Primer Paradigma: de la alienación mental

El primer paradigma será el de la alienación mental que tiene vigencia


principalmente desde finales del siglo XVIII hasta mitad del siglo XIX hasta la
publicación en 1864 de La no existencia de la monomanía por J.Falret -.

Para entender la estructura del discurso medico es fundamental ponderar la


importancia de la MIRADA, tal como lo subraya Bercherie “…la clínica
psiquiátrica es esencialmente observación morfológica (Charcot) la descripción
formal de las perturbaciones psicopatológicas. La mirada parece constituir la
metáfora que obsesiona a esta práctica y que transparenta la relación que la
estructura” (Bercherie 1986: 7).

Una investigación reciente de Laura Valcarce publicada en su libro “Las


presentaciones de enfermos de Lacan” (2015) nos acerca a la psiquiatría de la
época a través del dispositivo de presentación de enfermos, herramienta
fundamental para construir el cuerpo conceptual de la psiquiatría.

En este periodo, la locura es introducida en el campo de la medicina como


enfermedad mental, opuesta a las otras enfermedades medicas , estableciendo
Pinel que se trata de una enfermedad con variaciones, lo cual conduce a
proponer un solo modo de tratamiento: el tratamiento moral , con internación y
alejado de todo aquello que dio origen a la perdida de razón.

Bercherie señala que “la clínica como método consciente de sí mismo y


sistemático, apareció en una fecha precisa y con un autor particular, Pinel”
(Bercherie 1986: 8) quien fuera nombrado director del hospital de Bicetre en
1793. Tiempos de rupturas, construcciones, entre las grandes escuelas:
francesa, alemana e italiana.

Será con Esquirol en 1817 que comenzaran las presentaciones de enfermos


como práctica en la Salpetriere, y nos recuerda Laura Valcarce las palabras de
Foucault “todo gran jefe de servicio, aunque no sea profesor, utilizara desde
1830 o 1835 ese sistema de presentación clínica de enfermos, es decir el juego
entre el examen médico y la actividad profesoral” (Foucault 1973-1974: 219).

El modo de interrogar será crucial, el enfermo no debía hilvanar un relato sino


responder a las preguntas del médico, que son siempre las mismas, que siguen
un orden y el enfermo debe entender que sus respuesta solo dan asidero a lo
que el médico ya sabe, el campo de saber está constituido ya en la mente del
médico.

Tal como afirma Foucault, es el médico el dueño de la palabra, será medico y


maestro al mismo tiempo; la palabra del médico aparece como poseedora de
poder y “el gran amplificador del poder psiquiátrico que se trama en la vida

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cotidiana del asilo va a sr ese famoso rito de presentación clínica del enfermos”
(Foucault 1973-1974: 221) El objetivo será obtener la confesión del enfermo o
la actualización de la crisis misma, lo cual está en relación con el saber acerca
de la enfermedad pero no del enfermo.

El médico será amable, paternal, dejara hablar tanto como mirar y deberá ser
flexible y hacer las preguntas con naturalidad pero sin olvidarse de todo
aquello que debe preguntar. Pinel trataba de situar el tratamiento moral en
relación a la causa. En los casos donde la lesión era del orden orgánico no
había posibilidad de tratamiento. El tratamiento moral apunta a corregir las
ideas y pasiones del alienado, apelando a su resto de razón para comunicarse
con el médico (Alcuaz).

En este periodo, fines del siglo XIII el asilo reemplaza al gran encierro donde
los locos eran encerrados con los criminales y mendigos, para proteger a la
sociedad, pero sin considerarlos enfermos a tratar por la ciencia.

Se produce entonces una transformación de la nosología, la terapéutica, lo


institucional y lo legal.

“De hecho, con Pinel la locura se transforma en una enfermedad, es necesario


confiarla a los médicos y es finalmente la solución que se le brinda a los
revolucionarios y sus sucesores para regular el problema sin traicionar sus
principios de libertad. Para Michel Foucault, el surgimiento de lo que él
denomina el “personaje médico” y la creación del asilo constituyen, entonces,
una versión nueva de la domesticación de la insensatez por la razón. Y es
cierto que el asilo constituirá un terrible lugar de enfermedad y de alienación.
Pero Pinel no es solamente el padre del asilo, es también quien reubica la
locura dentro de la dimensión humana: si queda algo de razón en cada loco, es
porque el loco sigue siendo un ser humano. Hegel va a teorizar la perspectiva
de Pinel. Para él la locura es “una simple perturbación, una simple
contradicción en lo profundo de la razón, que todavía está presente”. El
hombre, según él, “tiene por así decir, el privilegio de la locura”, entonces al
hombre solamente, “le es dado pensarse en un estado de completa abstracción
de sí”. Para medir la importancia del paso que esto significa, hay que saber que
este análisis está lejos de ser compartido por los pensadores de la época,
incluso de los iluministas. Para Kant, por ejemplo, la locura es locura completa.
Situada por fuera de la razón, concuerda con la imposibilidad de toda
terapéutica, y el encierro es su único destino. “Como las fuerzas del sujeto”,
explica él, “a diferencia de lo que pasa en las enfermedades físicas, no
participan en la curación, y que ésta no puede ser conseguida sino con el uso
del entendimiento del sujeto, todos los métodos terapéuticos son ineficaces”
(Coupechoux 2010).

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En 1789 la declaración de los derechos del hombre extiende el estatuto de
sujeto de derecho a todos los hombres y no sólo a aquellos que tenían
bienes. El sujeto de derecho implica la capacidad general del hombre de
pertenecerse y de adquirir. Es decir no sólo poseer bienes sino su persona.
Con esto se puede imputar al loco su locura y ya no a otros espíritus (antes se
los llamaba alienados del espíritu) (Alcuaz).

La obra de Falret, “La no existencia de la monomanía” del año 1864, pone en


crisis el paradigma ya que demostraba que la enfermedad mental no era única
sino que se trataba de una serie de especies mórbidas.

Segundo Paradigma: de las enfermedades mentales

Esta crisis conduce a los investigadores a establecer la variedad de


presentaciones clínicas, estableciendo una precisa semiología a través de la
observación clínica del paciente y la evaluación diagnostica.

La enfermedad mental queda así claramente en el campo de la medicina, y se


establece la importancia de la dimensión diacrónica, no solo el aquí y ahora
sino también el curso evolutivo de las entidades clínicas

Esta nueva semiología permitirá conjeturar un pronóstico como así también los
modos de tratamiento. Será una época extraordinaria, donde los grandes
maestros de la psiquiatría establecieron las nosografías con las que aun
contamos.

Un nuevo concepto de enfermedad mental recorre los nosocomios y las


escuelas, y será Falret (1794-1870), de la escuela francesa, quien describirá la
“locura circular” en la que alternan episodios de exaltación con los de
depresión. La discontinuidad, el corte, las diferencias permiten pensar en
diversas enfermedades, caracterizadas por rasgos comunes y constantes en
cada unidad discreta.

Surgiría así una nueva semiología psiquiátrica que considera un criterio


evolutivo y anatomo patológico, los síntomas responden a una causa y se
relacionan entre si constituyendo un cuadro típico con síntomas centrales y
secundarios.

Falret considera que la enfermedad afecta totalmente al enfermo en sus


funciones psíquicas, el enfermo mental está afectado deficitariamente en todas
sus facultades. Por otra parte la enfermedad mental supone irresponsabilidad
de sus actos, lo cual tendrá consecuencias cruciales en el ámbito jurídico y
ciudadano.

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En la Escuela Alemana, encotraremos Kraepelin (1856-1926), que ha escrito 8
ediciones de su tratado de psiquiatría y será en la quinta edición que cambia
los criterios de clasificación nosológicos , destacando la importancia de la
evolución de la enfermedad en la paranoia y la demencia precoz llegando en su
octava edición a presentar las “enfermedades psicógenas “ y la “histeria”.

En estos tiempos surgirá Freud (1856-1939), y la teoría psicoanalítica que


comenzaba a gestarse, pondrá en crisis este paradigma.

“En la escuela alemana tenemos que mencionar también la importancia de un


autor, Bleuler (1857-1939), quien debatirá con Kraepelin en relación a la noción
de demencia precoz. Bleuler publica en 1911 su libro Demencia precoz o el
grupo de las esquizofrenias, con la palabra esquizofrenia no cambia solamente
de nombre criticando la demencia de Kraepelin sino que pone en juego un
cambio de concepción de la enfermedad mental que dominaba desde la mitad
del siglo XIX. El criterio psicopatológico de Bleuler incluye los conceptos
freudianos, aunque el autor hace una lectura descontextuada de los mismos ya
que los despoja de la etiología sexual, para explicar el funcionamiento de los
síntomas. Por otro lado Bleuler establece lo que Ey (1900-1977) denominará
hiato clínico etiológico al cuestionar que el cuadro clínico sea dependiente de la
causa, es decir que puede haber síntoma fundamentales -para el diagnóstico-
pero de naturaleza secundaria-es decir que no surgen directamente de la
causa. Para Kraepelin el síntoma fundamental era de naturaleza primaria. Se
cuestiona así el paralelismo psicofísico de Kraepelin. Será Jaspers, dentro de
la escuela alemana, quien continuará con el cuestionamiento al paralelismo
psicofísico con su binomio comprensión-explicación” (Alcuaz).

La crisis se producirá por la década de 1920 con la multiplicación de


presentaciones de difícil clasificación, el cuestionamiento de las teorías de
localizaciones cerebrales de las enfermedades y por supuesto el surgimiento
del psicoanálisis, teoría acuñada por Freud que será sin duda una fuerte
incidencia sobre muchos psiquiatras.

En el año 1926 Bleuler, con fuerte influencia de la teoría freudiana, escribe un


trabajo que presentara en un congreso que implica la noción de estructura
psicopatológica.

Tercer Paradigma: de las estructuras psicopatológicas

Lanteri-Laura (1998), ubica el surgimiento del paradigma de las grandes


estructuras psicopatológicas en 1926 y la fecha de su declinación en 1977.

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La noción de de estructura que se impuso en los 20 y 40, tiene su origen en la
teoría de la forma (Gestalt), que se opuso a la psicología experimental de
Wundt (1832-1920), maestro de Kraepelin.

En esta época se establece la oposición neurosis y psicosis, separándolas de


cuadros neurológicos o de la clínica médica.

Destacaremos a Jaspers en Alemania, quien establece una fenomenología a


través de un procedimiento empírico, estudiando los estados que experimentan
los pacientes, separando los fenómenos comprensibles de aquellos que
divergen de la personalidad previa, que dan cuenta de ruptura y discontinuidad.

El siglo XX encontrara a la psiquiatría en ese momento bisagra en el cual el


psicoanálisis, la psicología de la forma con Kofka y Kohler, asi como los
cambios operados en la Neurología ocupan un gran espacio en la cultura y en
la ciencia surgiendo el concepto de estructura en oposición a la psicología
experimental de Wundt. La Psicología de la Gestalt sostiene que el campo
perceptivo supone la percepción de una “entidad organizada” donde los
elementos están en relación unos con otros.

Por su parte Gelb y Goldstein en Alemania, avanzan en el terreno de la


neurología estudiando las lesiones cerebrales de los excombatientes de la
primera guerra , concluirán en una concepción globalista en Neurología, el
cerebro funciona como una estructura, como una totalidad organizada,
articulada, los efectos de una lesión repercuten en la totalidad de su
funcionamiento.

“Entre los años 20 y 30 en Francia y Alemania las nuevas corrientes introducen


una crítica a la semiología psiquiátrica clásica debido a su carácter
fragmentador del análisis, ya que no tiene en cuenta el funcionamiento de la
totalidad del sujeto. También en Francia el grupo de la Evolution psychiatrique
criticará las teorías constitucionales que explicaban la patología mental. Se
empieza por el contrario a otorgar importancia a la historia individual, al valor
de los acontecimientos vitales. Se entiende en este momento que la
psicopatología es una disciplina que trasciende el análisis descriptivo para
determinar el trastorno fundamental, la perturbación generadora que está en la
base de la patología mental y determina ese análisis descriptivo. La
psicopatología contemplará el funcionamiento psíquico en su totalidad y ya no
las facultades alteradas en forma aislada” (Alcuaz).

El paradigma estructural tendrá su crisis porque fue perdiendo precisión y


porque el desarrollo de la industria farmacológica amplió el campo de
tratamiento por la vía de psicofármacos, lo cual requirió de clasificaciones que

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posibilitaran el uso de los mismos, ya que los fármacos resuelven síntomas, no
estructuras clínicas que no son medicables.

Con Lacan

Jacques Lacan era medico, hizo su formación en psiquiatría, y sin duda no


podemos ubicarlo en estos paradigmas. Como psicoanalista presentará la
tensión entre psiquiatría y psicoanálisis en Congresos, escritos y a partir de
1953 en su Seminario anual que dictara hasta el año 1979.

Lacan presenta en el Coloquio de Bonneval en 1946 una ponencia que luego


será publicada en los escritos bajo el titulo “Acerca de la causalidad psíquica”,
afirmando en el seminario 14:

“Lo que el psicoanálisis tiene para saber no es un saber de clasificación, no es


un saber de lo general: el nombre no es una etiqueta que se pega sobre una
cosa. No porque no tenga una función clasificatoria, sino porque en su función
clasificatoria, en su función de designar la cosa, tropieza ante el Sujeto: falta,
ruptura, agujero” (Lacan 1967-68, inédito).

Desde la perspectiva de Lacan, el diagnostico es posible en tanto la


localización del sujeto en transferencia y en su lazo con el Gran Otro.

En el Coloquio de Bonneval critica fuertemente la posición de Henry Ey quien


sostiene un modelo órgano-dinámico, en tanto Lacan buscara la estructura en
el fenómeno, la estructura de lenguaje y su efecto subjetivo.

Afirma Claudio Godoy (2013) que con esta presentación en Bonneval se


produce la ruptura entre el 3ª paradigma y la perspectiva Lacaniana.

Mientras que en la primera parte de este texto de Lacan desarrolla su crítica a


la teoría organicista de H. Ey, la segunda parte, titulada "La
causalidad esencial de la locura", retoma el caso de Aimée y el concepto de
locura en Hegel.

El acento no estará puesto en la clínica diferencial neurosis y psicosis sino en


la causalidad psíquica, en su concepción de aparato psíquico donde normal y
patológico se entrelazan sin solución de continuidad; esto se vincula con lo
que trabajaremos en el texto de Freud sobre la psicopatología de la vida
cotidiana. La teoría de lo imaginario, presente en el campo de las psicosis y de
las neurosis señala esa continuidad.

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Es un texto que plantea entonces una ruptura que podríamos pensar con
Godoy (2013) como nuevo paradigma, planteando las relaciones entre “causa”
y “libertad” así como entre “verdad “ y locura”. Dirá Lacan “Hemos de ver que la
cuestión de la verdad condiciona en su esencia el fenómeno de la locura y que
de querer soslayarlo se castra a este fenómeno de la significación con cuyo
auxilio pienso mostrar que aquel tiene que ver con el ser mismo del hombre”
(Lacan 1946: 153).

Henry Ey plantea el problema de libertad y razón de estatuto biológico y las


razones de desaparición de la razón en la locura, con la afirmación que enoja a
Lacan "las enfermedades mentales son insultos y trabas a la libertad, (dado
que) no son causadas por la actividad libre, es decir, puramente psicogenética"
(Lacan 1946: 148), y esto será porque algo del orden de la res
extensa coarta la libertad propia e intrínseca de dicha subjetividad.

Ahora bien, y como veremos, lo que Lacan intentará hacer, es introducir la


noción de causalidad en el campo mismo de la subjetividad, encontrar una
causalidad propia e intrínsecamente psíquica, no reducible a lo orgánico.

En el apartado 2, La causalidad esencial de la locura, “no podemos olvidar que


la locura es un fenómeno de pensamiento”.

Lacan interpela a Ey quien sostiene: “Dónde estaría el error -escribe en la


página 170 de su libro, Hallucinations et délire- y dónde, por lo demás, estaría
el error y el delirio, si los enfermos no se equivocasen. Todo en sus
afirmaciones y sus juicios nos revela en ellos el error (interpretaciones,
ilusiones, etc.)". Y en la página 176, al plantear las dos "actitudes posibles"
ante la alucinación, define de este modo la suya: "Se la considera como un
error que hay que admitir y explicar como tal sin dejarse arrastrar por su
espejismo. Ahora bien, su espejismo induce necesariamente, si no se tiene
cuidado, a fundarla en fenómenos afectivos, y con ello, a construir hipótesis
neurológicas que son, cuando menos inútiles, pues no Ilegan a lo que da
fundamento al síntoma mismo: el error y el delirio."
¿Cómo no asombrarse, entonces, de que, tan bien prevenido contra la
tentación de fundar sobre una hipótesis neurológica el "espejismo de la
alucinación concebida como una sensación anormal", se apresure a fundar
sobre una hipótesis semejante lo que éI llama "el error fundamental" del delirio,
y de que, negándose con todo derecho, en la página 168, a hacer de la
alucinación como sensación anormal "un objeto ubicado en los pliegues del
cerebro", no titubee en situar allí mismo el fenómeno de la creencia delirante,
considerado como fenómeno de déficit?” (Lacan 1946: 163).

“Con respecto a la pertenencia del fenómeno al sujeto, Ey insiste en ello y no


se podría insistir demasiado en lo evidente: la alucinación es un error "amasado

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con la pasta de la personalidad del sujeto y hecho con su propia
actividad". Dejando aparte las reservas que me inspira el empleo de las
palabras "pasta y actividad", me parece claro, en efecto, que en los
sentimientos de influencia y de automatismo el sujeto no reconoce sus propias
producciones en su calidad de suyas. En esto, todos estamos de acuerdo: un
loco es un loco. ¿Pero lo notable no es más bien que tenga que conocerlo? ¿Y
el problema no consiste acaso en saber qué conoce de éI sin reconocerse allí?
Porque un carácter mucho más decisivo, por la realidad que el sujeto confiere a
tales fenómenos, que la sensorialidad experimentada por éste en ellos o que la
creencia que les asigna, es que todos, sean cuales fueren, alucinaciones,
interpretaciones, intuiciones, y aunque el sujeto los viva con alguna extrañeza,
son fenómenos que le incumben personalmente: lo desdoblan, le responden, le
hacen eco, leen en él, así como él los identifica, los interroga, los provoca y los
descifra. Y cuando llega a no tener medio alguno de expresarlos, su perplejidad
nos manifiesta asimismo en él una hiancia interrogativa: es decir que la locura
es vivida íntegra en el registro del sentido.

El patético interés que así conlleva da una primera respuesta al problema que
acerca del valor humano de su fenómeno hemos planteado. Y su alcance
metafísico se revela en la circunstancia el fenómeno de la locura no es
separable del problema de la significación para el ser en general, es decir, del
lenguaje para el hombre.

El lenguaje del hombre, ese instrumento de su mentira, está atravesado de


parte a parte por el problema de su verdad: la palabra no es signo, sino nudo
de significación.

Emprendamos este camino para estudiar las significaciones de la locura, como


nos invitan a hacerlo los modos originales que muestra el lenguaje, esas
alusiones verbales, esas relaciones cabalísticas, esos juegos de homonimia,
esos retruécanos que han cautivado el examen de un Guiraud, y diré ese
acento de singularidad cuya resonancia necesitamos oír en una palabra para
detectar el delirio, esa transfiguración del término en la intención inefable, esa
fijación de la idea en el semantema (que tiende aquí, precisamente, a
degradarse en signo), esos híbridos del vocabulario, ese cáncer verbal del
neologismo, ese naufragio de la sintaxis, esa duplicidad de la enunciación, pero
también esa coherencia que equivale a una lógica, esa característica que
marca, desde la unidad de un estilo hasta las estereotipias, cada forma de
delirio, todo aquello por lo cual el alienado se comunica con nosotros a través
del habla o de la pluma” (Lacan 1946: 166).

Siguiendo el recorrido de Laura Valcarce (2015) entendemos que Lacan, que


viene de la medicina, que reconoce como su único maestro en psiquiatría a De

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Clerambau, se sirve de las presentaciones de enfermos pero incluyéndose
como psicoanalista lo cual produjo una modificación en la estructura del
dispositivo en cuanto tal ya que le da un estatuto particular los tres
componentes: entrevistado, entrevistador y asistencia.

La presentación se desarrolla en el marco de una entrevista entre entrevistador


y paciente, ante la asistencia. Laura Valcarce (2015) sostiene que el lugar
estratégico del entrevistador crea las condiciones para habilitar la función de
los otros dos componentes del dispositivo y su función está vinculada al deseo
del analista, lo cual modifica absolutamente el dispositivo heredado de la
medicina.

El entrevistador no encarna el lugar del maestro, ni del que encarna el saber ni


el Ideal; la entrevista está orientada por la ética que comanda la posición, del
analista.

Ese lazo particular entre el paciente y en entrevistado no apunta a ilustra o


demostrar los fenómenos de las psicosis sino que al analista corresponde la
“sumisión completa a las posiciones subjetivas del enfermo” (Lacan 1958).

DSM

El primer manual de clasificación de enfermedades mentales de la psiquiatría


americana surge en 1952 con el propósito de crear un lenguaje común en
psiquiatría.

El surgimiento del DSM, manual diagnóstico y estadístico de las enfermedades


mentales, puede leerse en esta vía. “El primer manual de clasificación de las
enfermedades mentales de la psiquiatría americana surge en 1952 con la idea
de crear un lenguaje común en psiquiatría y de diagnosticar con fidelidad”
(Alcuaz). La evolución y la etiología pierden relevancia a la hora de diagnosticar
una enfermedad mental, y en su lugar lo que este manual resalta es la
descripción de síntomas que el paciente presenta. Ya no se tiene en cuenta la
estructura, sino que los síntomas se ajusten a la descripción para, de este
modo, hacer el diagnóstico.

Lanteri – Laura (1998) duda de que con este manual se introduzca un nuevo
paradigma, proponiendo aún un tiempo de espera de los progresos de los
conocimientos psiquiátricos y de campos afines.

El DSM maneja el concepto de síndrome de la medicina: agrupamiento de


síntomas que conducen a más de una etiología. Aparece en el 2° paradigma y
será usado por el DSM III, afirmando el autor que pretende ser a-teórico y

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basarse solo en la realidad clínica cuando, en verdad, tiene antecedentes en
los trabajos de Jaspers y de Schneider a la vez que sólo sostiene del concepto
de síndrome, la apariencia semiológica y la cohesión.

Recordemos entonces la definición antes enunciada: “…un paradigma


constituye el conjunto de saber establecido que sostiene a la ciencia normal en
su función, opera como una referencia eficaz que permite resolver los
problemas planteados en un campo científico dado. No se trata por lo tanto de
una teoría en particular, sino de un marco en el interior del cual son posibles un
conjunto de teorías” (Khun 1962).

Juan Carlos Stagnaro (2007) explica que el DSM es un instrumento creado en


los Estados Unidos cuyo uso rápidamente traspasó sus fronteras teniendo una
gran influencia en la elaboración del capítulo de Trastornos Mentales de la
Clasificación Internacional de Enfermedades (CIE 10) de la Organización
Mundial de la Salud (OMS). Sostiene que esta clasificación puede ser utilizable
en cualquier parte del mundo, aunque de hecho no es lo que sucede: “El DSM
se aplica en Estados Unidos, obviamente, porque es el nomenclador nacional y
la clasificación de la OMS (CIE 10) es la utilizada en las estadísticas de
muchos países- en la Argentina es la clasificación oficial y todos los hospitales
deberían tener sus estadísticas en base a esa clasificación, aunque muchas
veces no la tienen, porque los mismos profesionales no la utilizan- pero,
potencialmente, su uso abarcaría toda América del Norte, toda Europa
occidental y algunos países de la órbita del Este y también países
latinoamericanos”.

Tomaré el recorrido de Carolina Alcuaz: “El DSM retoma el psicoanálisis


freudiano y una concepción psicobiologista según la cual la personalidad
reacciona a factores psicológicos, sociales, biológicos. Este concepto de
reacción fue más importante que las determinaciones genéticas,
constitucionales o metabólicas. En ese momento las desmedicalización,
apuntando más bien a la diversidad de terapias.

El DSM II en 1968 continúa la lógica anterior (si bien no utiliza el concepto de


reacción tiene una influencia marcada por el psicoanálisis que se observa en
las categorías de: neurosis, psicosis y personalidades patológicas) hasta su
revisión impulsada por las críticas a la dificultad de obtener diagnósticos
confiables y válidos independientes de las teorías psicopatológicas en juego.
La falta de consenso diagnóstica de las patologías mentales resultaba de la
diversidad de teorías psiquiátricas y de un desacuerdo sobre las causas de las
enfermedades y sobre la noción de síndrome. El DSM III se edita en 1980, las
asociaciones de psicoanalistas americanos proponían en vano la diferencia
entre un manual de clasificación epidemiológica y un manual diagnóstico útil al
clínico. El término neurosis, de importancia para el psicoanálisis, se volverá

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obsoleto a través de las siguientes ediciones. Ya el DSM III presenta 500
páginas a diferencia de los anteriores de 150 páginas. El DSM IV en 1994
tendrá 1000 páginas que darán cuenta del proceso de infinitización diagnóstico
y clasificatorio.

Si el DSM III se crea para obtener un lenguaje común entre los investigadores y
los clínicos, sosteniendo un ateorismo etiológico, el DSM IV se presentará
como un manual que podrá servir como instrumento de enseñanza de
psicopatología y como instrumento educativo. Ya no es sólo un libro de
clasificación sino que supone una terapéutica que se desprende del
diagnóstico. Luego de la observación del síntoma, se procede a su clasificación
diagnóstica y a una terapia estandarizada y sintomática que se desprende de la
misma. El fracaso terapéutico se explica por un error, ya sea en la precisión de
la clasificación o en la elección de la medicación. Este enfoque supone
considerar que el comportamiento humano es codificable sin tener en cuenta la
historia personal, los significantes propios de cada sujeto etc...Por otro lado no
se tiene en cuenta la dimensión de sentido y goce propia de muchos síntomas.
Es una clínica ligada únicamente al medicamento y a las terapias cognitivo
conductuales que se encargarían de hacer cumplir el seguimiento de la terapia
medicamentosa por el paciente. El paciente queda de este modo despojado de
toda subjetividad. El DSM va en contra de la clínica psiquiátrica clásica y de los
aportes del psicoanálisis. Se presenta como un manual sobre el cual no se
necesita una formación psiquiátrica especializada para su uso, tanto médicos
como trabajadores sociales, terapeutas, y otros profesionales de la salud
podrían utilizarlo. Los diagnósticos y terapias son estándares y la desregulación
de la prescripción de los medicamentos lleva a un sobreconsumo. Las TCC son
complementarias de esta lógica, pueden ser codificadas, entrar en una lógica
contable rentable y codificada en términos de tiempo. Se basan en una
reeducación del comportamiento desviado, convirtiendo las terapias en meras
pedagogías que corregirían los disfuncionamientos de los pacientes- ya que los
síntomas quedan reducidos al trastorno-.Se pierde así la formación en un saber
especializado que permita sostener una política del uno por uno frente a los
casos subrayando la dimensión subjetiva de los mismos”.

Lo normal y lo patológico. El orden medico

El recorrido que hemos realizado nos permite conjeturar que la línea que divide
salud y enfermedad, normal y patológico es variable y estará condicionada por
factores de variada índole, desde orgánicos a filosóficos, sociológicos,
culturales.

14
Autores como Georges Canguilhem (Lo normal y lo patológico) o Michel
Foucault (El nacimiento de la clínica) y Clavreul (El orden médico) nos acercan
a este aspecto apasionante que implica además una posición ética frente al
sufrimiento mental y su tratamiento ya que la consideración del cuerpo para la
medicina, sustancia extensa, se pondrá en tensión con la sustancia gozante,
del discurso psicoanalítico, tal como las llama J. Lacan.

El médico en la actualidad es convocado desde diversos espacios: la fisiología,


la industria farmacológica, los nuevos tratamientos con productos que deberá
distribuir y dosificar entre aquellos que demandan su intervención para alcanzar
la cura, el alivio del sufrimiento: los pacientes.

En este sentido Clavreul nos advierte: “…. esta misma ciencia ha producido
unas sustancias tranquilizantes o alucinógenas cuyo uso pone en juego
justamente esta dimensión del cuerpo gozante. El médico, en este caso, se
encuentra netamente introducido, en la administración de esos productos, en
una dimensión no prevista en su formación científica: la de la ética” (Vicens
1983: 20).

En tanto Antoni Vincens asegura que “La demanda del enfermo y el goce del
cuerpo son pues dos referencias que comprometen al médico más allá de sus
puntos de apoyo estrictamente científicos. Es ahí, sigue argumentando Lacan,
donde el psicoanálisis –cuya aparición histórica no es ajena al desarrollo de la
ciencia – puede aportar su teoría de la praxis (Vicens 1983: 20).

Entendemos con Lacan que el goce no es placer, es mas bien del orden de la
tensión, del gasto, del exceso, de ese plus que lleva a mas ; el placer en
cambio es reducción de tensión y nos mantienen a cierta distancia del goce.

“M. Balint establece una trilogía así: The doctor, his Patient, and the Illness,
[“El médico, su enfermo y la enfermedad”]. En efecto, la existencia de un tercer
factor, “la enfermedad”, permite salirse de las consideraciones sobre la
relación médico-enfermo. En efecto, gracias a esta separación, la medicina ha
podido aislar lo que constituye su objeto: la enfermedad, y hacer su estudio
considerándola como semejante en todos los hombres, salvo algunas variantes
que dependen tanto de la enfermedad misma como del hombre sobre el cual
evoluciona. No cabe duda de que es sólo esta distinción lo que ha permitido
que la medicina occidental se desarrollara” (Clavreul 1983: 79).

“En el orden médico, el enfermo se define como la suma de dos elementos: el


hombre más la enfermedad. O más bien, el hombre se define como constituido
por el enfermo a quien se le ha eliminado la enfermedad: hombre = enfermo-
enfermedad. Al curar a los enfermos, al separarlos de su enfermedad, el

15
médico procede como el escultor que libera de la piedra informe la imagen del
Hombre, del hombre ideal.

Al desarrollar su discurso referido a las enfermedades, la medicina contribuye,


pues, a constituir la condición del hombre “normal”. Al identificar una cantidad
cada vez mayor de enfermedades, al caracterizarlas por su sintomatología, al
combatirlas, la medicina ha ganado derecho de ciudadanía entre las disciplinas
que contribuyen a la constitución de nuestra civilización. Incluso se ha
convertido en el modelo donde se ven representados los ideales que
preconiza” (Clavreul 1983: 80).

“Gracias a Hipócrates, la medicina ha salido de las recetas más o menos


satisfactorias que a veces reclaman los enfermos. Establece la salud como un
deber que se le impone a todo ciudadano. El enfermo está allí como mero
informante de la situación de un cuerpo que falla. Se supone que colabora con
el médico en la medida en que puede identificarse (…)” (Clavreul 1983: 81).

Al definir las enfermedades mentales por el hecho de que presentan síntomas


cuya causa no es reconocible en el discurso médico, la medicina los arroja en
el registro de un imaginario que se opone a lo “real”, lo real tal y como lo
piensan los médicos. Así concebido, lo imaginario es sólo inexistencia, nada en
absoluto. La respuesta “Usted no tiene nada” que da el médico al enfermo
“funcional”, a la histérica o al fóbico, etc., significa la inexistencia de esos
síntomas en el discurso médico, y en última instancia la inexistencia del
consultante en tanto tal” (Clavreul 1983: 210).

“No se trata de vencer los síntomas, sino de interpretarlos. La clínica


psicoanalítica comienza ahí, en las manifestaciones de la transferencia, en el
sitio donde se detiene la clínica médica.

Sin embargo, los médicos no ignoran la importancia de la adhesión del enfermo


a su médico en términos de “confianza”, sea que intenten favorecerla o que la
desbaraten cuando el enfermo, por miedo, desconfianza o pudor oculta ciertos
síntomas o se niega al tratamiento. Pero esta comprobación tiene importancia
sólo como elemento contingente, inescencial para la práctica médica
propiamente dicha. La evolución de la enfermedad depende de que se
observen los ritos médicos, independientemente de los sentimientos
conscientes o inconscientes que el enfermo tiene hacia su médico” (Clavreul
1983: 213).

“El diccionario de Ducrot y Todorov no va mucho más lejos al definir al síntoma


como “signo natural”. Porque si el signo sigue perteneciendo al dominio de la
lingüística ¿qué significa esto de que la naturaleza habla? Al reconocer que la
relación con lo “real” descrita por el síntoma “no es del tipo significante-

16
significado” sino del tipo “signo-referente”, se diría que se la quiere mantener
asociada con las categorías lingüísticas, lo cual se precisa cuando se añade
que no por ser “natural” el síntoma médico es menos convencional, y el
ejemplo dado es el siguiente: “No se tose del mismo modo en Francia que en
nueva Zelanda1.”” (Clavreul 1983: 229).

“Los signos médicos no obedecen a las leyes de la lingüística. Si se agrupan lo


hacen en síndromes y no en sintagmas o paradigmas. El sobrevenir de un
signo insólito no viene a constituir una metáfora. No hay nada en él que
pertenezca al orden de la alusión, y no hay una poética de los signos médicos.
Un médico nunca sospechará que un signo pueda mentir, porque si engaña es
debido a que el médico puede equivocarse, y no a que el organismo mienta”
(Clavreul 1983: 233).

Sobre el síntoma. Está claro que para el médico el síntoma se ha convertido en


sinónimo de signo, en el sentido en que Lacan lo define, y no en una relación
significante-significado como lo definen los lingüistas. Por tanto, ante un
síntoma la tarea de los médicos es reductora. Un síntoma remite, si no de
hecho, de derecho, a alguna cosa. Tras el síntoma médico no hay ningún
Sujeto. Ese es el resultado del rechazo de la ontología de la enfermedad.

El síntoma psiquiátrico (neurótico, psicótico o perverso) plantea un problema


diferente, pero la actitud médica sigue empleando la misma metodología.
Consiste en leer los síntomas como representantes de algo (infección,
intoxicación, degeneración, perturbaciones hormonales, etc.), en intentar al
menos agruparlos en síndromes (esquizofrenia, paranoia, neurosis obsesiva…)
que constituyen otras tantas entidades nosológicas. Y existe también una
actitud médica que consiste en asociar el síntoma con una categoría fundada,
erróneamente o no, sobre la teoría psicoanalítica (fijación afectiva, estadio del
desarrollo libidinal, estructura…)” (Clavreul 1983: 238).

“(…) Ocupando un sitio en la cadena de significantes a través de la cual el


Sujeto se representa.

Lo cierto es que todo síntoma ha de ser considerado en dos vertientes, en una


de ellas puede interpretarse como signo (es la complacencia somática de la
que habla Freud, la referencia última al cuerpo que pone en evidencia todo
análisis de un neurótico); la otra vertiente es aquella en la que todo síntoma
puede constituirse como significante (…)” (Clavreul 1983: 239).

1
T. Todorov v O. Ducrot, Diccionario enciclopédico de las ciencias del lenguaje. Siglo XXI.

17
Freud y la psicopatología de la vida cotidiana

En el año 1901, en tiempos del segundo paradigma, el de las enfermedades


mentales, Sigmund Freud escribía “Psicopatología de la vida cotidiana”.

Freud hizo su formación en medicina, neurología y en tiempos de sus primeras


publicaciones psicoanalistas y estudios sobre la histeria, publica este tratado de
300 páginas en el que introduce lo psicopatológico en la vida cotidiana, en “la
normalidad”. Otro aspecto muy relevante es que en todos los capítulos, dará
testimonio de su “anormalidad”, de su “patología”, introduciendo así una tensión
entre el saber del médico y el saber del psicoanalista; entre lo normal y lo
patológico.

Sobre el final destacaremos las diferencias que Freud señala entre los
neuróticos y los paranoicos o esquizofrénicos; también hablara de normales,
pero no duda en ponerse como ejemplo psicopatológico.

El olvido de los nombres propios

Comenzará dando el ejemplo del olvido de nombres propios, llegando a la


conclusión de que ese episodio, trivial y de escasa importancia práctica, de
fracaso de una función psíquica —el recordar—, admite un esclarecimiento ya
que no sólo se produce un olvido, sino un recuerdo falso.

Frente al olvido se intenta buscar el nombre perdido pero acuden a la memoria


nombres sustitutivos que aunque se reconocen como incorrectos, insisten en
aparecer; conjetura entonces Freud que el nombre o los nombres sustitutivos
mantienen un nexo pesquisable con el nombre buscado.

Y entonces Freud dará un testimonio: “…me empeñaba yo vanamente en


recordar el nombre del maestro de cuya mano proceden, en la catedral de
Orvieto, los grandiosos frescos sobre las «cosas últimas». En lugar del
buscado —Signorelli— se me imponían otros dos nombres de pintores —
Botticelli y Boltraffio—, que enseguida y de manera terminante mi juicio
rechazaba por incorrectos. Cuando otra persona hubo de comunicarme el
nombre verdadero, lo discerní al punto y sin vacilar. La indagación de los
influjos y los caminos asociativos por los cuales la reproducción se había
desplazado de aquella manera —desde Signorelli hasta Botticelli y Boltraffio—,
me condujo a las siguientes conclusiones:

a. La razón de que se me pasara de la memoria el nombre de Signorelli no


debe buscarse en una particularidad del nombre como tal, ni en un carácter

18
psicológico del nexo en que se insertaba. El nombre olvidado me era tan
familiar como uno de los nombres sustitutivos —Botticelli—, y muchísimo más
que el otro —Boltraffio—, de cuyo portador apenas sabía indicar otra cosa que
su pertenencia a la escuela de Milán. Y en cuanto al nexo dentro del cual
sucedió el olvido, me parece inocente y no produce un ulterior esclarecimiento:
Viajaba yo en coche con un extraño desde Ragusa, en Dalmacia, hacia una
estación de Herzegovina; durante el viaje dimos en platicar sobre Italia, y yo
pregunté a mi compañero si ya había estado en Orvieto y contemplado allí los
famosos frescos de X.

b. Esté olvido de nombre sólo se explica al recordar yo el tema


inmediatamente anterior de aquella plática, y se da a conocer como una
perturbación del nuevo tema que emergía por el precedente. Poco antes de
preguntarle a mi compañero de viajé si ya había estado en Orvieto,
conversábamos acerca de las costumbres de los turcos que viven en Bosnia y
en Herzegovina. Yo le había contado lo que me dijera un colega que ejerció
entre esa gente, y era que suelen mostrar total confianza en el médico y total
resignación ante el destino. Cuando es forzoso anunciarles que el enfermo no
tiene cura, ellos responden: «Herr {señor}, no hay nada más que decir. ¡Yo sé
que si se lo pudiera salvar, lo habrías salvado!». — En estas frases ya se
encuentran las palabras y nombres: Bosnia, Herzegovina, Herr, que se pueden
interpolar en una serie asociativa entre Signorelli y Botticelli - Boltraffio.

c. Supongo que la serie de pensamiento sobre las costumbres de los turcos en


Bosnia, etc., cobró la capacidad de perturbar un pensamiento siguiente porque
yo había sustraído mi atención de ella antes que concluyera. Lo recuerdo bien;
quería yo contar una segunda anécdota que en mi memoria descansaba
próxima a la primera. Estos turcos estiman el goce sexual por sobre todo, y en
caso de achaques sexuales caen en un estado de desesperación que ofrece un
extraño contraste con su resignada actitud ante la proximidad de la muerte.
Uno de los pacientes de mi colega le había dicho cierta vez: «Sabes tú, Herr,
cuando eso ya no ande, la vida perderá todo valor»” (Freud 1901: 10-11).

Finalmente Freud sostiene aquello que estará en el pilar de la teoría


psicoanalítica: “Yo sofoqué la comunicación de ese rasgo característico por no
querer tocar ese tema * en plática con un extraño. Pero hice algo más: desvié
mi atención también de la prosecución de estos pensamientos, que habrían
podido anudárseme al tema «muerte y sexualidad».

Estaba por entonces bajo el continuado efecto de una noticia que había
recibido pocas semanas antes, durante una breve residencia en Trafoi. Un
paciente que me importaba mucho había puesto fin a su vida a causa de una
incurable perturbación sexual. Sé con precisión que en todo aquel viaje a
Herzegovina no acudió a mi recuerdo consciente ese triste suceso, ni lo que

19
con él se entramaba. Pero la coincidencia Trafoi - Boltraffio me obliga a
suponer que en aquel tiempo la reminiscencia de lo ocurrido con mi paciente,
no obstante el deliberado desvío de mi atención, se procuró una acción
eficiente dentro de mí.

d. Ya no puedo concebir el olvido del nombre de Signorelli como algo casual.


Debo admitir el influjo de un motivo en este proceso. Fueron unos motivos los
que me hicieron interrumpirme en la comunicación de mis pensamientos (sobre
las costumbres de los turcos, etc.) y, además, me influyeron para excluir que
devinieran concientes en mi interior los pensamientos a ello anudados, que
habrían llevado hasta la noticia recibida en Trafoi.

Por tanto, yo quise olvidar algo, había reprimido algo. Es verdad que yo quería
olvidar otra cosa que el nombre del maestro de Orvieto; pero esto otro
consiguió ponerse en conexión asociativa con su nombre, de suerte que mi
acto de voluntad erró la meta, y yo olvidé lo uno contra mi voluntad cuando
quería olvidar lo otro adrede.

La aversión a recordar se dirigía contra uno de los contenidos; la incapacidad


para hacerlo surgió en el otro. El caso sería más simple, evidentemente, si
aversión e incapacidad de recordar hubieran recaído sobre un mismo
contenido. — Y, por su parte, los nombres sustitutivos ya no me parecen tan
enteramente injustificados como antes del esclarecimiento; me remiten (al
modo de un compromiso) tanto a lo que yo quería olvidar como a lo que quería
recordar, y me enseñan que mi propósito de olvidar algo ni se logró del todo ni
fracasó por completo."

e. Asaz llamativa es la índole del enlace que se estableció entre el nombre


buscado y el tema reprimido (el tema de «muerte y sexualidad», dentro del cual
intervienen los nombres Bosnia, Herzegovina, Trafoi). El esquema que ahora
intercalo [figura 1], trayéndolo del ensayo de 1898, procura figurar gráficamente
ese enlace” (Freud 1901: 11-12).

Figura 1

20
“En otros casos sobreviene una sofocación sin perturbación funcional o, como
podemos decir con acierto, sin síntomas.

Resumamos ahora las condiciones para el olvido de un nombre con recordar


fallido:

1) cierta predisposición para su olvido;

2) un proceso de sofocación trascurrido poco antes, y

3) la posibilidad de establecer una asociación extrínseca entre el nombre en


cuestión y el elemento antes sofocado. Es probable que no debamos exagerar
esta última.

En un abordaje superficial, uno tendería a rechazar este último reclamo y a


considerar suficiente la contigüidad en el tiempo, a despecho de contenidos
enteramente dispares. Pero en una indagación profundizada se descubre, para
más y más casos, que los dos elementos enlazados por una asociación
extrínseca (el reprimido y el nuevo) poseen por añadidura un nexo de
contenido, cuya existencia se puede demostrar también en el ejemplo de
«Signorelli». El valor de la intelección que hemos ganado con el análisis del
ejemplo de «Signorelli» depende, claro está, de que queramos declarar típico
este caso, o lo consideremos sólo un suceso aislado. Y bien, debo aseverar
que el olvido de nombres con recordar fallido, tal como lo resolvimos en el caso

21
es de frecuentísima ocurrencia. Casi todas s veces que pude observar en mí
mismo este fenómeno, fui capaz de explicármelo también por represión, de la
manera ya consignada” (Freud 1901: 13-14).

El trabajo de Freud, continuará por los recuerdos de infancia, los errores de


escritura y lectura, el trabarse al hablar, en estos capítulos, diferenciara que
ciertos síntomas neurológicos o de patologías psiquiátricas tienen una
presentación similar, convocando la sutileza y precisión del clínico.

“El trastabarse, o tartamudear, señala Freud puede deberse al grado previo de


una “parafasia”, pero también a fatiga, estados perturbadores.

Entre estas dos variedades de la génesis del trastrabarse, el rasgo común


residiría en la simultaneidad de la excitación, y el rasgo diferenciador, en
situarse dentro o fuera de la misma oración o texto” (Freud 1901: 59-60).

He formado aquí dos grupos de casos; a todos aquellos en que el efecto fallido,
o sea, el no cumplimiento de la intención, parece lo esencial, los designo como
«trastrocar las cosas confundido» {«Vergreifen»]; y a aquellos otros en que
más bien la acción toda parece desacorde con el fin, los llamo «acciones
sintomáticas y contingentes». Claro está que esta demarcación no se puede
trazar netamente; bien echamos de ver, en efecto, que todas las clasificaciones
utilizadas en este ensayo sólo poseen un valor descriptivo y contradicen la
unidad interna del campo de fenómenos. Es evidente que no avanzaremos
mucho en la inteligencia psicológica del «trastrocar las cosas confundido» si lo
subsumimos bajo la ataxia y, en especial, la «ataxia cortical». Intentemos,
mejor, reconducir cada ejemplo a las condiciones que le son propias” (Freud
1901: 160).

“La acción fallida era, entonces, una figuración simbólica de un pensamiento


que en verdad no estaba destinado a su admisión seria y conciente, pues de
hecho el neurólogo sabe bien que el enfermo permanece apegado a él en tanto
y en cuanto espera recibir un beneficio, y que sólo en aras del auxilio psíquico
puede él permitirse sentir un interés desmedidamente cálido hacia sus
pacientes. Numerosas observaciones que otros han hecho en sí mismos
prueban que en ese equivocado, aunque provisto de sentido, manejo con las
llaves no es en modo alguno una particularidad de mi persona” (Freud 1901:
161).

“Es sabido que en casos graves de psiconeurosis suelen aparecer, como


síntomas patológicos, unas lesiones autoinferidas, y nunca se puede excluir
que un suicidio sea el desenlace del conflicto psíquico. Ahora bien, yo tengo
averiguado, y puedo documentarlo con ejemplos convincentes, que muchos
daños en apariencia casuales sufridos por estos enfermos son en verdad

22
lesiones que ellos mismos se infligieron. Hay en permanente acecho una
tendencia a la autopunición, que de ordinario se exterioriza como
autorreproches, o presta su aporte a la formación de síntoma; ella saca hábil
partido de una situación externa que por casualidad se le ofrece, o aun ayuda a
crearla hasta alcanzar el efecto dañino deseado. Tales sucesos no son en
modo alguno raros incluso en casos de relativa gravedad, y denuncian la
participación del propósito inconciente mediante una serie de rasgos
particulares —p. ej., la llamativa versión que los enfermos guardan del
supuesto accidente—“ (Freud 1901: 175-176).

Acciones casuales y sintomáticas

Las acciones hasta aquí descritas, en las que discernimos la ejecución de un


propósito inconciente, aparecían como perturbaciones de otras acciones
deliberadas y se disimulaban con el manto de la torpeza. Las acciones
casuales, que debemos considerar ahora, sólo se distinguen del trastrocar las
cosas confundido por desdeñar apuntalarse en una intención conciente y no
hacerles falta entonces aquel disimulo. Aparecen por sí, y se las acepta porque
no se sospecha en ellas un fin ni un propósito. Se las ejecuta «sin intención
alguna», de manera «puramente casual», «como para tener ocupadas las
manos», y se da por sentado que con ese informe se pondrá término a toda
busca de un significado de la acción. A fin de gozar de esa excepcionalidad,
estas acciones, que ya no pueden apelar a la torpeza como disculpa, han de
llenar obligatoriamente ciertas condiciones: no deben ser llamativas, y es
preciso que sus efectos sean desdeñables. He recopilado gran número de
estas acciones casuales observadas en mí mismo y en otros, y tras indagar a
fondo cada uno de los ejemplos opino que merecen más bien el nombre de
acciones sintomáticas. Expresan algo que el actor mismo ni sospecha en ellas
y que por regla general no se propone comunicar, sino guardar para sí. Por
ello, tal como todos los otros fenómenos considerados hasta aquí, desempeñan
el papel de unos síntomas. La más rica cosecha de tales acciones casuales o
sintomáticas se recoge, en verdad, a raíz del tratamiento psicoanalítico de los
neuróticos. No puedo abstenerme de mostrar, con dos ejemplos de este origen,
cuán lejos llega, y cuan fino es, el determinismo de estos inaparentes sucesos
desde unos pensamientos inconcientes. La frontera entre las acciones
sintomáticas y el trastrocar las cosas confundido es tan borrosa que habría
podido incluir estos ejemplos en el capítulo precedente.

1. Una casada joven tiene una ocurrencia durante Ja sesión; me refiere que
ayer, mientras se cortaba las uñas, «se lastimó la carne, empeñada en quitar
del álveo de la uña la fina cutícula». Esto es tan poco interesante que uno se
pregunta, con asombro, para qué en verdad se lo recuerda y menciona; así,

23
uno da en conjeturar que está frente a una acción sintomática. Y, en efecto, fue
el anular el dedo en el cual se cumplió esa pequeña torpeza; el dedo donde se
lleva la alianza matrimonial. Era además su aniversario de boda, lo cual presta
a la vulneración de la fina cutícula un sentido bien preciso, fácil de colegir. Al
mismo tiempo, ella narra un sueño que alude a la torpeza de su marido y a su
anestesia como esposa. Ahora bien, ¿por qué se lastimó el anular de la mano
izquierda, puesto que la alianza matrimonial se lleva en la mano derecha {en el
país de la paciente}? Su marido es jurista, «doctor en derecho», y de
muchacha su inclinación secreta perteneció a un médico (se dice por chanza:
«doctor en izquierdo»). Por otra parte, un matrimonio «de la mano izquierda»
tiene su significado preciso” (Freud 1901: 188-189).

Operaciones fallidas

En este capítulo, Freud sostiene la importancia de descubrir la prueba


psicológica de la causa de la motivación inconsciente. Referirá a los estudios
de Bleuler y Jung acerca de los experimentos de asociación de palabras,
también probados en las indagatorias penales, destacando que:

“Un rasgo llamativo y universalmente señalado en la conducta de los


paranoicos es que otorgan la máxima significación a los pequeños detalles, en
que ordinariamente no reparamos, del comportamiento de los demás; de ellos
extraen interpretaciones y las convierten en base de unos extensos
razonamientos. Por ejemplo, el último paranoico que examiné infería que todos
cuantos lo rodeaban se habían puesto de acuerdo, pues en la estación, cuando
él partía de viaje, habían hecho cierto movimiento con la mano. Otro tomaba
nota de la manera de andar la gente por la calle, cómo manejaban el bastón,
etc. Vale decir que el paranoico desestima, en su aplicación a las
exteriorizaciones psíquicas de los demás, la categoría de lo contingente, de lo
que no exige motivación, que el hombre “normal” considera una parte de sus
propias operaciones psíquicas y actos fallidos. Todo cuanto nota en los otros
es significativo, todo es interpretable. ¿Cómo llega a esto? Probablemente —
aquí como en tantísimos casos parecidos— proyectando a la vida anímica de
los demás lo que inconscientemente está presente en la suya propia.

En la paranoia, esfuerza su paso hasta la conciencia mucho de aquello cuya


presencia inconsciente en normales y neuróticos sólo por medio del
psicoanálisis se puede demostrar.- Entonces, en cierto sentido el paranoico
tiene razón en esto; discierne algo que al normal se le escapa, su visión es más
aguda que la capacidad de pensar normal, pero el desplazamiento sobre los
otros del estado de cosas así discernido quita validez a su discernimiento. Por
eso, no se espere de mí que justifique las diversas interpretaciones paranoicas.

24
Sin embargo, la parte de justificación que concedemos a la paranoia con esta
concepción nuestra de las acciones casuales nos facilitará el entendimiento
psicológico del sentimiento de convicción que, en el paranoico, se anuda a
todas estas interpretaciones” (Freud 1901: 248).

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