Recuerdo de Teodoro Miciano
Recuerdo de Teodoro Miciano
Recuerdo de Teodoro Miciano
POR
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desaparición de un amigo cordial y de un artista admirado a la vez, viene
a ser como el golpe irracional que corta una existencia de la que aún
esperábamos mucho y que interrumpe proyectos y esperanzas. Habíamos
estado juntos el domingo y el lunes anteriores, forjando comunes planes
de un viaje inmediato a Florencia donde Miciano había de recoger la
Medalla de oro otorgada a sus obras de grabado, presentadas en la cuarta
Exposición Bienal Italiana de la Gráfica de Arte que la ciudad del Arno
celebra regularmente en el Palazzo Strozzi y a la que había sido espe-
cialmente invitado. La exposición había tenido una tramitación acciden-
tada; nuestro compañero Pérez Comendador, entonces director de la Aca-
demia Española de Bellas Artes en Roma y que durante sus años de estan-
cia en la Ciudad Eterna siempre había tratado ,de que los grabadores
españoles asistieran a la Bienal de Florencia, donde ya algunos consi-
guieron premios, había recibido del Comité de la Bienal la invitación para
que Miciano concurriera, otorgando a su envío la consideración de home-
naje personal a un grabador español de tan larga historia.
En este año de 1974 el tema monográfico elegido era: La gráfica del
realismo al simbolismo. Figuraba allí una sección dedicada a nuestro
Mariano Fortuny, y, en la parte moderna, Teodoro Miciano presentaba
una selección de sus obras como artista especialmente invitado, destacado
de la contribución de otros jóvenes grabadores españoles que estaban dis-
puestos a exponer (1). Las obras de Miciano, especialmente sus ilustra-
ciones grabadas al Quijote, hicieron impresión y el Jurado le otorgó la
(1) Por desgracia, y por una de esas caprichosas frivolidades de nuestra Administración, el
Ministerio de Asuntos Exteriores o la Embajada en Roma se negaron, a última hora, a que
España concurriera a la Bienal, con gran desaire para el profesor Nocentini, director de la Bienal
y buen amigo de España, a más de correspondiente de nuestra Academia. Como Miciano había
sido invitado especialmente, sus obras, a pesar de tan absurda decisión, figuraron en la Exposi-
ción y obtuvieron la Medalla de Oro. Como nuestro grabado es poco conocido fuera de España,
las obras de Miciano causaron una favorable sorpresa en Florencia, según me ha comunicado
Pérez Comendador, que con tanto entusiasmo procuró, durante su estancia al frente de la Acade-
mia de Roma, estrechar los lazos artísticos de Italia y España en el campo de las artes. ¡Cuánto
mejor irían las relaciones culturales con otros países si no estuvieran confiadas al angosto crite-
rio de los diplomáticos de carrera, tan limitados por sus deformaciones profesionales y tan reacios
a dejarse asesorar por los que entienden!
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Medalla de oro, que Miciano hubiera recibido en el acto de la clausura
de la Bienal, si la muerte no hubiera cortado súbitamente el hilo de su
vida.
No es fácil ya, en el último tercio de la vida, anudar amistades nuevas ;
la de Miciano fue para mí un inesperado regalo en los años en que ya
nos resignamos a no ensanchar el círculo de nuestros afectos. Las cali-
dades humanas de Miciano, el destino y la coincidencia en inclinaciones
y gustos colaboraron en hacer fácil entre nosotros el estrechamiento de
lazos amistosos y la frecuente y dilecta comunicación. La atracción que el
arte de grabar ejercía sobre mí desde que en mis años de juventud me vi
llevado a cultivar su historia y su frecuentación cuando, en 1930, una
serie de circunstancias concomitantes hicieron que tuviera que hacerme
cargo, durante doce años, de la Sección de Estampas de la Biblioteca
Nacional, y la maestría excepcional que en la práctica de este arte tuviera
Miciano, hicieron asequible que esta relación amistosa tuviera un funda-
mento mayor que el mero trato y relación de compañerismo, primero
como profesores ambos de la Escuela de Bellas Artes de Madrid, después,
suplementariamente, como miembro de la Academia, en cuyo ingreso, ya
lo he dicho, actué como su padrino al contestar a su discurso. Pero nada
de eso hubiera consolidado nuestra amistad sin mi elevada apreciación
de sus cualidades humanas, su cultura, su ingenio y su bondad. Cualidades
más valiosas porque no las exhibía ; su sencillez y su modestia, su talante
tranquilo y silencioso, hacían que él, buen observador de la vida desde
su pacífico rincón, abroquelado en su filosofía de hombre sensible, poco
amigo de vanidades y de ruido, esperase la buena nueva de la simpatía,
sin "ser del vano dedo señalado", como dijo el poeta. Era nuestro des-
aparecido compañero de los que gozan de la vida en la reclusión intro-
vertida de su intimidad, sin prodigarla a los cuatro vientos.
Nació Teodoro Nicolás Miciano Becerra en la señorial ciudad de Jerez
el 26 de diciembre de 1903. Su familia era gaditana, pero su abuelo
había sido notario en Jerez y su familia gozaba de una acomodada posi-
ción. Por sus antepasados corría una veta de vocación artística que en su
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padre mostró ya inclinaciones no desarrolladas, pero manifiestas. Una
hermana del padre casó con un pintor jerezano, D. Nicolás Soro Alvarez,
que en Sevilla, por los finales del siglo, estudió con Gonzalo Bilbao y fue
compañero del delicado artista y proyectista de jardines Javier de Win-
thuysen, de abolengo de marinos de los Países Bajos, en España estable-
cidos desde el xvn. Soro, que era padrino de nuestro desaparecido com-
pañero, era profesor de pintura en la Escuela de Artes y Oficios de Jerez
y pronto descubrió, en el sobrino Teodoro, desde la niñez, dotes artísticas
excepcionales que procuró fomentar. Nuestro compañero era el último de
cinco hermanos entre los que hubo otros ejemplos de inclinación artís-
tica (2). Reveses de fortuna hicieron que el padre de Miciano tomase la
decisión, hacia 1913 ó 14, He marchar a América con toda su familia
para buscar nuevos horizontes en la Argentina. Pero los tíos de Miciano,
Nicolás Soro y su esposa, decidieron quedarse con su ahijado, el futuro
artista, para el que fueron como sus padres desde entonces; educóse, pues,
Miciano en el hogar de un pintor, con lo que ello supone de precoz fami-
liaridad con las prácticas del arte. Soro fue, pues, su primer maestro de
dibujo y pintura, estudios que hizo compatibles con el bachillerato que
siguió en su ciudad natal. Pasó luego—últimos años del segundo decenio
del siglo—a cursar en la Escuela de Bellas Artes de Sevilla, donde
alcanzó aún como profesor a un viejo pintor de historia como Virgilio
Mattoni (1852-1923), sevillano, discípulo de Eduardo Cano. Recibió allí
también las lecciones de dos pintores más al nivel de los tiempos como
Gonzalo Bilbao (1860-1938) y Gustavo Bacarisas (1873-1972), de los
los pocos que, en su tiempo, se asomaban al mundo y no se recluían en
el huerto clausurado de su patria chica. Miciano frecuentó la Universidad
y pensó utilizar su formación artística para una carrera de arquitecto,
llegando a ingresar en la Escuela de Arquitectura de Madrid, pero su pura
vocación artística pudo más y, dejando la arquitectura, siguió los cursos
de nuestra Escuela de Bellas Artes. Allí fue compañero de muchos artis-
(2) Un hermano de nuestro compañero, con habilísimas dotes de dibujante, llegó a ser en
América colaborador de Walt Disney en su producción de movies, de dibujos animarlos.
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TEODORO MICIANO
Grabado en madera.
tas que fueron luego amigos míos y algunos de ellos también miembros
de esta Academia. La tierra andaluza le atraía y pronto, definidas ya sus
vocaciones múltiples y compatibles por el dibujo, el grabado, la ilustra-
ción y el libro, fue profesor de "Arte aplicado a las artes gráficas" en la
Escuela de Artes y Oficios de Jerez, donde había comenzado a familia-
rizarse con el arte, en el hogar de su tío y maestro.
Miciano se formó en unos años en que la renovación del arte español,
en un sentido más europeo y abierto, hay que buscarla, más que en la
pintura oficial, la de las Exposiciones Nacionales, en el palenque del arte
libre, en los ilustradores, los cartelistas, en las corrientes que trataban de
imponerse sobre la arraigada veta nacionalista de los pintores, demasiado
obsesionados por el pintoresquismo regionalista, por los tópicos del rea-
lismo folklórico, un tanto estrecho a veces y que en muchos casos coincidía
con lo que Rafael Benet ha llamado "Za escuela del azafrán y el pimentón".
El afán de estilo, que del siglo xix nos llegaba a través del prerrafaelismo
y del movimiento decorativista de William Morris, se intensificó con el
Modernismo. Los dibujantes, ilustradores y cartelistas del segundo dece-
nio del siglo xx constituyen, concretamente en Madrid, un notable grupo
de artistas con personalidad y estilo que no han tenido aún el estudio de
conjunto que merecen ; desgraciadamente su producción se perdió en obras
efímeras, no museables: publicidad, revistas, ilustración, carteles... Algún
día habrá de estudiarse esta producción que ilustraron en Madrid artistas
como Sancha, Penagos, Ribas, Bartolozzi, Marco, Moya del Pino, Larraya,
Bagaría y tantos otros hasta Sainz de Tejada, quien ya alcanzó el reconoci-
miento oficial de llegar a profesor numerario de Ilustración; el primero
que en Madrid hubo en nuestra Escuela de Bellas Artes. Todos ellos, en
comparación con los ilustradores realistas del siglo xix, tienen en común
ese mayor cosmopolitismo del estilo que derivan del movimiento decora-
tivista de principios del siglo y, en general, del modernismo. "Estilo, estilo,
estilo", decía Zuloaga en aquel catecismo estético breve que yo publiqué.
El estilo, la estilización, la búsqueda de ritmos que diesen unidad y cohe-
rencia estética a las composiciones, salvándolas del prosaísmo realista de
muchos pintores españoles, es lo que separa a este grupo a que aludo
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de aquellos que no alcanzaron ni buscaron tales metas. Es, en suma, lo que
distingue a Zuloaga, Anglada, los Zubiaurre..., por ejemplo, de contem-
poráneos suyos como los sorollistas Chicharro, Sotomayor, Ortiz Echagüe,
Zaragoza, Cubells, etc., etc., por poner unos cuantos ejemplos que podrían
prodigarse en los dos grupos. Cabría estudiar a todos los pintores y artis-
tas españoles de la primera mitad del siglo con este criterio diferencial
y la evidencia quedaría patente ; hubo algunos —A. Miguel Nieto— que
comenzaron con afán de estilo y derivaron cada vez más al realismo neto.
Los realistas eran los que, generalmente, se estimaban más castizos, usando
y abusando de este término, los que renegaban de lo extranjero, los nacio-
nalistas cerrados, los que invocaban siempre a Velázquez, restringiendo el
alcance del arte de Velázquez al de un mero genial copista del natural,
cerrando sus ojos a lo que Velázquez comporta de distinción, de síntesis
y..., en definitiva, de estilo. Esta división podría darse también entre los
escultores; los realistas, a su modo, siguen la senda que ilustró Benlliure,
mientras los que mirando a Rodin, a Maillol, a Mestrovic—que tuvo
mucha influencia entre los españoles que buscaron la renovación—quisie-
ron alcanzar en sus obras la impronta del ritmo y la estilización: Capuz,
Inurria, para mencionar artistas fallecidos, son un ejemplo. Algunos em-
plean un tanto peyorativamente la palabra manierismo para designar esa-
proclividad artística hacia el estilo, que, en pintura, escultura, dibujo
o ilustración se manifiesta a través de varias generaciones de artistas espa-
ñoles en los primeros decenios del siglo.
Pues bien, Teodoro Miciano, desde su obra juvenil (3), en gran parte
perdida, no coleccionada por él sino en escasos y ocasionales ejemplos,
representa esa tendencia, viva en los tiempos de su formación, de aspirar
en sus líneas, su dibujo, sus composiciones a esa calidad de estilo que
representó una novedad moderna en nuestro arte nacional. Como está por
hacer la historia de nuestro arte del siglo xx con criterios estéticos de
algún valor, sin pensar demasiado en nuestro décalage de la evolución del
(3) Miciano realizó desde muy joven muchas ilustraciones para literatura de niños. Ilustró
cuentos, libros de texto, incluso un álgebra (!). Colaboró a veces con Penagos y realizó muchos
proyectos para la Casa Fournier, de Vitoria.
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arte fuera de nuestro país, conviene apuntar a estos criterios diferenciales
que, a propósito de un artista particular, nos impone la necesidad de
encuadramientos diferenciales básicos. Miciano, desde joven, en ilustra-
ciones, acuarelas, dibujos y carteles que cultivó generosamente, se inclina
por el estilo frente al seco realismo documental, lo que supone que, ante
los maestros que Sevilla le ofrecía en su tiempo, él caía más del lado
de Bacarisas que del de Gonzalo Bilbao, con buen instinto de artista.
Valgan estas premisas estilísticas para sentar las coordenadas críticas que
sirvan para el juicio antes de enumerar los pasos de su curriculum bio-
gráfico.
No es de extrañar por ello que desde el primer momento le veamos
encaminado a la atención a las artes gráficas, aquellas en las que un
aliento más progresivo parecía indicarse desde los primeros años del siglo
en el mundo artístico español (4). Miciano, trabajador infatigable, no
resignado como otros al dolce far niente, a la rutina de la enseñanza,
había encontrado su camino: algo pintó, pero su esfuerzo se concentró
pronto en el dibujo y en el grabado.
La guerra le sorprende en Madrid; heroicamente da cara a la vida,
sin timidez, se penetra de la tremenda realidad de aquellos años en los
que decide casarse con su esposa, jerezana de familia oriunda de Cata-
luña, con la que marcha a Barcelona, ya terminada la contienda, en 1942.
Sus quince años cumplidos de estancia en la ciudad condal fueron de acti-
vidad fecunda y copiosa e influyeron decididamente en su orientación
artística. Sus talentos de ilustrador y grabador supieron ser estimados
mejor en la capital catalana, de vida más rica y próspera y de mayor
(4) No cabe negar, dentro de la relatividad con que puede hablarse de esta época del arte
en España, un cierto interés estético por el libro en los primeros decenios del siglo xx, en con-
traposición a la prosaica vulgaridad de las ediciones españolas del siglo xix; los libros—las
portadas sobre todo—de la Editorial Renacimiento, las ediciones de Yalle-Inclán. iniciativas como
la Biblioteca Corona de Pérez de Ayala y Mesa, las publicaciones de la Residencia de Estu-
diantes, las de la RevUta de Occidente o Cruz y Raya, las revistas ilustradas—La Esfera—, la
publicidad de las casas industriales que se ocuparon de dignificarla, la obra de los caricaturistas
y dibujantes, los concursos de carteles, tan frecuentes en los decenios segundo al cuarto, repre-
sentan un remozamiento evidente, no continuado en los años posteriores... Como siempre en
España, apogeos efímeros.
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refinamiento en apreciar las artes gráficas. Con el gran editor Oliva de
Vilanova, bien conocido por los excelentes libros ilustrados que publicó,
colaboró asiduamente y su nombre y sus grabados fueron bien conocidos
en Cataluña en aquellos años (5): desde allí enviaba obras a las Expo-
siciones Nacionales que le proporcionaron triunfos cuando ya era un
artista maduro. Tercera medalla obtuvo en 1950 por sus Títeres en Si-
güenza, aguafuerte con aguatinta exquisitamente trabajado. Cinco años
después, en 1955, obtuvo la segunda medalla en la Nacional por su gra-
bado Vieja Barcelona: La Catedral, de insuperable técnica y delicadezas
de entonación poco frecuentes en el manejo del aguatinta en los graba-
dores españoles de su tiempo. Había alcanzado ya en 1949 la primera
medalla en la Exposición Nacional de Artes Decorativas por un envío
de ochenta xilografías hechas con destino a ilustraciones de libros. En el
mismo año, en el Concurso Nacional de grabado, la dirección de Bellas
Artes había convocado como tema una composición ejecutada a buril,
procedimiento tan escasamente utilizado en nuestros días por los artistas;
sin disputa alguna el premio fue para Miciano por su grabado Diana
y Acteón, que aquí se reproduce. Pero que lo que caracterizó a Miciano
fue su dominio de todas las técnicas de grabado, que pocos artistas en
España, y en general en nuestro tiempo, practican a la vez y con análoga
perfección en cualquier especialidad. Barcelona había reconocido sus mé-
ritos al serle otorgada, por oposición, en 1953 la Cátedra de Procedi-
mientos de Ilustración del Libro en el inestimable Conservatorio de las Artes
(5) En el artículo que dedica a Miciano Josep M.a de Riquer y Palau en su libro Els Ex-
libris y l'ex-librisme. Assaig historie raonat, vol. I (Ed. Milà, Barcelona, 1952), se dice de él entre
otras cosas: «Especializado en el grabado en madera, aguafuerte y litografía artística, reside en
Barcelona desde el año 1942, donde celebró exposiciones individuales de óleos, acuarelas, dibujos
y grabados que llamaron la atención de los inteligentes. Concurrió a las Exposiciones nacionales
de 1943, 1945, 1949 y 1950 y obtuvo premios nacionales, 1.a, 2.a y 3.a medallas... Se ha dedicado
a la ilustración de libros para bibliófilos con xilografías, aguafuertes y litografías... Como ex-
librista es autor, entre otros, del del Marqués de Mura, Doctor Tolosa, Manuel de Foronda,
Eusebio Güell, Luis G. Marcet, Juan P. Miciano, Dr. J. Catasás, Asociación de Bibliófilos de
Barcelona, Juan Guarro, etc., que ha grabado en madera, talla dulce y aguafuerte. Está concep-
tuado como verdadero maestro en su arte.» Miciano, en sus años de Barcelona, fue asesor y di-
rector artístico de varias editoriales y dirigió la revista Mundial, además de ocuparse activamente
en la ilustración.
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TEODORO MICIANO
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TEODORO MICIANO
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grabado, grupo que hubieran sido escuela capaz de ensanchar también el
estrecho concepto que, desde hacía muchos años, imperaba en la enseñanza
del grabado en Madrid. No pudo ser, por una de esas torpezas de la
Administración que tantos y tan irreparables daños causan a las más deli-
cadas realidades que la burocracia toca siempre con su pata pesada. Por
un favor personal, nada justificado, el Ministerio introdujo en el tribunal
encargado de juzgar el concurso-oposición (6) a un viejo grabador más
hábil en buscar favores oficiales que en la práctica de su arte, quien votó,
con actitud hostil e inexplicable, en contra de la concesión a Miciano de
la plaza por concurso, rompiendo la unanimidad y haciendo que nuestro
compañero., disgustado, se retirase de la oposición, que, además, quedó
desierta. La competencia y el brillante historial artístico de Miciano esta-
ban por encima de estas mezquindades, pero la irreflexiva actuación de
tal sujeto privó a la Escuela del que hubiera sido su mejor profesor de
grabado desde su creación. ¡Miserias administrativas! Miciano calló, y yo
mismo, siendo su amigo, tardé en enterarme de la enormidad cometida,
porque ni siquiera se quejó de la injusticia. Ya escribí al contestar a su
discurso de ingreso en la Academia que Miciano era "uno de esos raros
seres que se satisfacen con merecer, aunque no lleguen a obtener lo que
merecen; sobre estos hombres, tan escasos hoy, se han asentado siempre
la excelencia y la calidad". Y ellos son, generalmente, las víctimas fáciles
de los intrigantes y los arribistas...
Ello no fue sino una de las muchas adversidades que nuestro dilecto
compañero hubo de sufrir en su larga vida de trabajo, desentendido no
ya de arribismos y de intrigas, sino descuidado hasta el límite posible
en defender sus legísimos intereses. Artista hasta la médula, jamás pen-
saba en el dinero ni en la pérfida condición humana, propicia siempre
a aprovecharse del trabajo y de la delicadeza de sus semejantes. Caso
(6) Como es sabido, las cátedras de las Escuelas Superiores de Bellas Artes se rigen por el
régimen de concurso-oposición, lo que quiere decir que cuando entre los solicitantes existe alguna
personalidad eminente, con curriculum que lo justifique, puede otorgarse la cátedra sin necesidad
de hacer los ejercicios de oposición. Pero para ello ha de haber unanimidad entre los miembros
del tribunal.
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extremo e historiable es precisamente el que se refiere a la magna em-
presa de su carrera de grabador: el de la ilustración de la gran edición
de bibliófilo del Quijote, tarea colosal que le llevó veintiún años de su
fecunda vida. Se trataba de una iniciativa que no tiene semejante en la
historia del libro español y de las ediciones ilustradas de la obra de Cer-
vantes. La excelencia del arte de Miciano fue, sin duda, la que alentó
a dos amigos .y paisanos suyos jerezanos, los hermanos Jurado, a idear
esta edición que habría de ser única entre las 1.300 que, ilustradas, se
hicieron del libro magno de la literatura española. Planeada la obra, que
Miciano acogió con entusiasmo, nuestro compañero se puso a grabar infa-
tigablemente las láminas a página entera, las cabeceras de capítulo, los
culs de fampe y las iniciales que copiosamente enriquecen esta obra mag-
nífica. Puso empeño en que su trabajo ilustrase no sólo los pasajes clásicos
del libro cervantino, sino muchos otros episodios que nunca habían sido
representados; entre ellos citaba Miciano la visita a Cervantes del séquito
del Embajador francés, presentado por la Licenciado Máiquez de Torres,
en la segunda parte. Las láminas se grabaron con aguafuerte y aguatinta,
empleando en algunas la técnica del mezzotint o grabado al humo, así
como el barniz blando, el aguatinta al azúcar o a la sal... En estas láminas
Miciano superpuso muchas veces con peculiar alarde imaginativo el mundo
real y el de los sueños, como enfoque especialmente apto para expresar
la ambivalente exaltación imaginativa del hidalgo caballero de la Triste
Figura, fusión para la que la técnica del aguatinta, tan pictórica, se pres-
taba especialmente. Las cabeceras, iniciales y finales de capítulo van
grabados en aguafuerte de línea. Difícil es mostrar preferencias entre los
grabados con que Miciano enriqueció esta edición, pero acaso me atreva
a decir que las mías irían, acaso, por la gracia y el primor ilustrativo,
a las cabeceras de capítulo, del ancho de la caja de la impresión, por la
novedad y la finura de la imaginación, rica y documentada a la vez; son
escenas llenas de observación en la descripción encantadora de viejos
pueblos españoles con sus edificaciones populares, sus casonas hidalgas,
sus posadas, plazas, ejidos, picotas, tipos que sirven de coro a las figuras
protagonistas en los cientos de incidentes que esmaltan el texto cervantino.
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Y todo ello con el preciso lenguaje del aguafuerte a línea pura, que tan
magistral dominio del dibujo exige, tanto en cuanto a fluencia y riqueza
de imaginación, como de humor e ingenio y adaptabilidad fácil y va-
riada al texto. Miciano se cuidó no solamente de la ilustración, sino del
planeamiento del libro con todas las exigencias de la más depurada biblio-
fília y las posibilidades que le ofrecía su preparación y gusto en este
campo (7).
Pues bien, la amistad y paisanaje con los hermanos Jurado, que em-
prendieron y financiaron la obra, fueron causa de que Miciano, artista
y caballero incapaz de pensar en las precisiones legales que una obra de
este alcance y duración comportaba, ni exigiese ni necesitase un contrato
previo antes de emprender la ingente tarea de más de veinte años. Lapso
de tiempo tan grande dio lugar a que, uno tras otro, los dos hermanos
editores murieran y a que Miciano se encontrase desamparado para exigir
a sus sucesores la liquidación de sus honorarios por su tarea en la compo-
sición e ilustración de este libro, obra maestra de su vida, que tuvo que
valer en el mercado una cantidad respetable —creo que el libro es, además,
una rareza—, quedando sin remuneración su trabajo. Callado y sufrido
como Miciano era, la tremenda frustración y el abuso que suponía esta
incalificable injusticia influyeron sin duda en su salud, ya quebrantada,
y pusieron, a buen seguro, amargura en su experiencia humana. No era,
(7) Se tiraron solamente 300 ejemplares en papel de hilo Guarro, verjurado, en pliegos
de 8 páginas de 52 x 72 cms. La caja del texto, a dos columnas, tiene 16 x 23 cms. El texto se
imprimió en tipo Perpetua, de gran nitidez y elegancia, empleando varios cuerpos. La impresión,
a dos tintas, la hizo la Casa S. A. D. A. C , de Barcelona. Las ilustraciones a lámina entera
miden 16 X 22; las cabeceras al aguafuerte, con escenas del texto del capítulo correspondiente,
tienen 16 x 6 cms. Las letras iniciales o capitulares, representando un personaje de la obra,
miden 45 x 45 mm., y los finales de capítulo, también ilustrativos del contenido del mismo,
tienen dimensiones varias, según el espacio dejado en blanco al terminar el texto. El número
total de grabados que lleva la edición es el siguiente: 80 láminas a página entera, 128 cabeceras
de capítulo, 125 iniciales y 432 finales. En total, 432 grabados. Hay que puntualizar que llevan
ilustración incluso los textos accesorios de Privilegios, Dedicatorias, Tasas, Prólogos, Aprobacio-
nes, Loas, etc. No cabe mayor record en la total ilustración del libro cervantino. Sobre los 300
ejemplares normales se añadieron 30 en papel Holanda y 10 en Japón Imperial de mayor for-
mato. La estampación de los grabados fue hecha en los tórculos barceloneses de Mélich, Medi-
naceli y Plá.
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TEODORO MICIANO
Bombardeo,
Litografía para ilustrar un poema del libro Elegies de guerra, de Miguel Dolo.
sin embargo, un hombre amargado; su trabajo era su goce, pero las
oportunidades de remuneración no fueron muy generosas a lo largo de su
existencia y sólo la modestia y contención de su vida, compensada por la
fiel y asidua compañía de una esposa ejemplar, hicieron posible la sose-
gada y tranquila dicha de su hogar. Sus hábitos de trabajo constante y la
bondad de su condición, unidos a su carácter sencillo, observador y taci-
turno, no anulaban en él una vivísima punta de ingenio de la más fina
solera andaluza, ingenio que brotaba fácil y sutil en la intimidad, entre
buenos amigos. Tenía frases lapidarias que esmaltaban sus juicios y caían
como una losa sobre las personas o las cosas a las que sólo en alguna rara
ocasión dedicaba los dardos de su humor.
Sobre las dedicaciones a la enseñanza y a la ilustración, que caracte-
rizan su vida, Miciano tomó sobre sí, para satisfacer su afán de trabajo
y para ayudarse en su vida, otras muchas tareas. Desde joven se presentó
a concursos de carteles, en los que obtuvo numerosos premios, especial-
mente en su región andaluza, así como en el concurso del Instituto Na-
cional de Previsión (1930), en el de Blanco y Negro (1932), en el de la
Asociación de la Prensa (1935) o en el de la Cruz Roja Internacional.
Se presentó también a concursos para premiar sellos de correos; en ellos
obtuvo setenta y seis premios. Fue seleccionado entre los artistas que ejecu-
taron sellos para la O. N. U., siendo designado Artista miembro de la
Organización de las Naciones Unidas y obtuvo la Medalla de Oro de la
Exposición Internacional de Exlibris de Río de Janeiro de 1956. Pero
renuncio a enumerar todas las recompensas recibidas por Miciano como
premio a sus obras y a dar la lista de las Exposiciones que realizó en
su vida. Solamente me interesaría dar en una nota una lista, que no me
atrevo a considerar como completa, de los libros ilustrados por Miciano
fuera de su Quijote monumental (8).
(8) Se detallan algo más en los apéndices al discurso de ingreso en la Academia de Bellas
Artes, que versó sobre Breve historia del aguatinta (De Goya a Picasso), Madrid, 1972. Se
enumeran allí también los trabajos literarios, libros y artículos de Miciano (véase pág. 66). Lo
que incluiré a continuación es la relación de los principales libros ilustrados por Miciano, coni-
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Todos los libros ilustrados por Miciano tienen interés, pero quiero
especialmente llamar la atención, por su rareza, su valor literario y por
las litografías de Miciano que acompañan al texto, sobre el libro de Miguel
Dolç Elegies de guerra. La obra de Dolç, un excelente humanista de nues-
tros días, es acaso uno de los libros de poesía sobre la guerra civil más
hondos y auténticos de esta temática en nuestra literatura contemporánea
y las sobrias e intensas litografías de Miciano son dignas de tan hermoso
texto. Dolç, latinista y humanista además de excelente traductor del griego
y el latín, ha vertido a nuestra lengua textos de Marcial, Ovidio, Quinti-
liano, Marco Aurelio, Cebes. Excelente poeta en su lengua vernácula, dejó,
en el libro ilustrado por Miciano, uno de los más hondos testimonios de
nuestra guerra civil, literariamente hablando. El libro fue prologado por
Juan Estelrich y lo publicó como editora María Montserrat Borras (plaza
de Cataluña, 7, Barcelona) en 1948. La litografía de Miciano que se re-
produce en estas páginas ilustra el poema Bombardeig. Es la 1.a que figura
pletando y puntualizando los datos que el apéndice a dicho discurso incluye. Miciano ilustró,
además del Quijote, su obra capital, los siguientes libros:
— JOSÉ M." PEMÁN: El barrio de Santa Cruz (con litografías y grabados en madera). Je-
rez, 1931.
— Cuentos árabes de Yeháv (16 grabados en madera y 3 litografías). Edición de Tomás García
Figueras. 1934.
— Luis DE ARMIÑÁN: Las hermanas de Cervantes (Publicaciones del Palacio de Perelada).
Barcelona, 1937.
— EMERSON: Hombres representativos (siete grabados en boj). Barcelona, 1943.
— CERVANTES: La Ilustre Fregona (cinco monotipias). Barcelona, 1944.
— ALARCÓN: El Capitán Veneno. 1945.
— LOPE DE VEGA: Fuenteovejuna. (Creo que se publicó en el decenio 40, pero no estoy
seguro de ello.)
— ANTONIO DE VILLEGAS : El Abencerraje (siete láminas en boj). Barcelona, 1946.
— MONCADA: Expedición de catalanes a Grecia (80 grabados en boj). Asociación de Biblió-
filos de Barcelona, 1947.
— AGUSTÍN DE FICUEROA: El reloj parado, prólogo de Azorín. Barcelona, 1947.
— CAMILO JOSÉ CELA: Del Miño al Bidasoa. Barcelona, 1952.
— MIGUEL DOLÇ: Elegías de guerra (10 litografías). Barcelona, 1958.
— F. MARTÍ IBÁÑEZ: Los buscadores de sueños (Cuentos). 1964.
— CERVANTES: La Ilustre Fregona (6 aguafuertes y ornamentación en madera). Madrid, 1970.
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en el libro. En la 2. a , escena de huida de campesinos, con un fondo de
pueblo bombardeado y bajo un sombrío cielo de grises nubarrones parece
una tremenda versión renovada del "Yo lo vi..." de Goya en sus Desastres
de la guerra. Muy bella es la 3. a litografía (soldado con casco y capote,
erguido y solitario ante un cielo nocturno tachonado de estrellas, mientras
a lo lejos salpican el campo explosiones distantes). Es ilustración al poema
Campament nocturn. En la 4.a litografía, "Al front", se representa una
marcha militar de soldados en masa bajo las diagonales de una lluvia
implacable. En la 5.a ilustración (Hispüal de sang) un combatiente, del
que sólo vemos cabeza y hombros, expira en un triste camastro mientras
trágicas sombras se proyectan sobre el muro. En la 6.a litografía (Retorn
del fill mort) una madre campesina, como una Piedad trágica, sostiene
el torso desnudo de un adolescente muerto. La 7.a litografía, que ilustra
el poema Sense tomba, una monda calavera en el campo, en primer tér-
mino, entre matas salvajes y cardos, mientras se adivinan restos de batalla
lejana. La 8.a ilustración litogràfica de Miciano al libro de Dolç (Llars
enrunades) una vieja campesina, con pañuelo a la cabeza, huye entre los
escombros de una casa que se derrumba. La 9.a litografía (Mutilat) nos
presenta un herido de guerra, vendada la cabeza, demacrado; con rostro
febril y consumido, capote militar y la mano al pecho se destaca sobre un
vago fondo de sala de hospital con camas de heridos bajo los cobertores.
Al final, la número 10 (Alma Pax), representa el anhelo de recupera-
ción de la paz y de la vida: unas manos de mujer levantan en alto a un
bello y desnudo niño, bajo el arco roto, destrozado, recuerdo de la guerra ;
sobre lo que fue clave, vuela la paloma de la paz.
Es el libro de Dolç con las litografías de Miciano uno de los más
bellos libros que sin duda dieron testimonio literario y artístico
como canta el poeta con amargura y sin espejismos triunfalistas, tan pro-
digados por otra parte. Sería de desear que de este libro, tan poco divul-
gado por su corta edición, se hiciera otra más popular, reproduciendo las
litografías de Miciano..
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Para terminar, incluiré algún pormenor que me interesa destacar de
su actividad de grabador y de Académico. Cuando en 1959, siendo
Director general de Bellas Artes mi buen amigo D. Antonio Gallego
Burín, preparaba la convocatoria para los Concursos Nacionales, entre
los que se incluía siempre el grabado, me preguntó qué tema me pare-
cía nuevo o interesante para el concurso de aquel año. Pensé que sería
atractivo proponer a los grabadores españoles una competición para esti-
mular el cultivo de una técnica muy poco o nada practicada entre nosotros :
el mezzotint, grabado al humo o manera negra. Este procedimiento, des-
cubierto en el siglo xvn por el alemán Luis de Siegen en Amsterdam
y mantenido secreto algún tiempo, fue aprendido después por el príncipe
Ruperto y dado a conocer por él en Inglaterra, donde no encontró su
apogeo hasta el siglo xvm, alcanzado principalmente por los grabadores
que reprodujeron los retratos de Reynolds en gran tamaño. Goya, siempre
curioso de aprender y no desconocedor de los grandes grabadores ingleses
de su tiempo, aprendió, no sabemos a través de quién, la nueva técnica,
a la que aportó acaso el primer grabado al humo de creación original en
la historia del procedimiento, el llamado Coloso, del que sólo tres o cuatro
pruebas se conocen. Mi propuesta era un tanto arriesgada, porque en rea-
lidad no me constaba que algún grabador español practicase el grabado
al humo. Creo que Miciano era, a lo que yo sé ahora, el único que lo
conocía. Se presentó, pues, al concurso con su'mezzotint La fuente y, natu-
ralmente, obtuvo el premio. La plancha se conserva, pues, en la Calco-
grafía Nacional (9).
La relación sumaria de la obra de Miciano como grabador probará
al que entienda algo de esto que no ha habido nunca en nuestro país un
artista como él, dominador de todas las direcciones de este bello y un
tanto postergado arte; buril, aguafuerte, aguatinta, madera, mezzotint,
en todas estas direcciones ha dejado Miciano obras excelentes, ejecutadas
(9) Otro gran mezzotint conozco de Miciano: su grabado La Piedad, que obtuvo el primer
premio en la Exposición de arte religioso celebrada en Barcelona con motivo del XXXV Congreso
Eucarístico Nacional. Miciano, por mi conducto, regaló una prueba a la Biblioteca Nacional de
Madrid, donde se conserva en su Gabinete de Estampas.
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con sabiduría de dibujante y ejecución magistral. Por ello mismo nos cabe
lamentar que la sociedad española, al menos en la etapa madrileña de
nuestro compañero, no haya sabido estimar adecuadamente sus méritos,
más reconocidos por el ambiente artístico barcelonés o por las recompensas
internacionales que recibió. Como lamento también que, absorbido en su
trabajo y acuciado por su lucha dura con la vida, no haya tenido tiempo
y aliento para dejarnos completo registro de su copiosa obra grabada a lo
largo de una fecunda existencia. En las búsquedas que, ayudado por la
solicitud de su esposa, he hecho entre sus papeles y carpetas, después de
la muerte de nuestro compañero, sólo hemos encontrado pruebas de una
pequeña parte de los grabados ejecutados por Miciano. Ni siquiera foto-
grafías; no obstante, puedo presentar ilustrando este trabajo un ejemplo
de cada uno de los procedimientos de grabado utilizados por Miciano en
su vida. Mi intención, alimentada desde hace años, había sido solicitar de
él noticias para intentar reconstituir, en lo que se pudiera, el catálogo
de su obra grabada. Difícil hubiera sido, pero, en todo caso, sus dolen-
cias, sumadas a las mías y a mis viajes de estos últimos años, no me
dieron holgar para ni siquiera iniciar esta labor que lamento no haber
podido llevar a cabo.
Miciano no era solamente un artista fecundo, sino un hombre de ex-
traordinaria cultura literaria y técnica. Siempre coleccionó obras y tra-
tados sobre el grabado, cuya historia y oficio conocía de modo completo.
Percatado del desconocimiento que de las artes de grabar sigue existiendo
en España fue recogiendo notas y materiales para un manual expositivo
de su historia y su técnica a lo largo de los tiempos. Cuando hace un año
el Instituto de España solicitó de las Academias la colaboración de sus
miembros para unos cursos expositivos, dictados por especialistas, Miciano
ofreció unas lecciones sobre Técnica e historia del grabado original que
profesó en el pasado curso, en los locales de la Calcografía Nacional, y
que vieron la luz publicados por el Instituto en la pasada primavera, poco
antes de la muerte de nuestro compañero. En realidad eran sólo un resu-
men de un más extenso trabajo al que se refirió con frecuencia en el curso
de sus conferencias. Después de la muerte de Miciano el Presidente del
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Instituto de España, D. Manuel Lora Tamayo, que tenía en mucha esti-
mación a Miciano, me instó para que averiguara si, entre los papeles deja-
dos por el artista, existía el manuscrito al que aludió Miciano en su curso.
Tras el minucioso escudriño de su estudio, la señora de Miciano pudo
un día comunicarme que se había encontrado de puño y letra del artista
el texto de ese trabajo sobre el grabado, lo que puse en conocimiento del
Director del Instituto de España, que tiene la intención de publicar esta
nueva y valiosa contribución de Miciano al estudio del arte de grabar, lo
que vendría a ser de gran utilidad para los que a ello se dediquen y cons-
tituirá un homenaje postumo a la memoria de nuestro llorado amigo y
compañero.
De su modestia tengo la más directa prueba con motivo de su elección
al sillón académico. Siendo, como era Miciano, el primer grabador de
España, nunca había pensado en que le llamásemos a la Academia. Por-
que, en efecto, fue llamado a ella al contrario de lo que suele ser co-
rriente : que el candidato posible aspire por su cuenta a ingresar en la
Corporación y busque, a veces acuciosamente, amigos o apoyos que le
lubrifiquen el acceso. El caso de Miciano fue distinto; cuando la Calco-
grafía Nacional pasó por un momento de crisis al quedarse sin el personal
que la servía, se planteó la necesidad de incorporar al seno de la Acade-
mia a una persona especialmente competente en el grabado para poner
orden en las tiradas y proceder a una reorganización técnica del estable-
cimiento. En seguida pensamos en Miciano, que, sorprendido y modesto,
aceptó venir a ocupar una plaza de numerario y ya, aun antes de tomar
posesión, comenzó a estudiar los problemas de la Calcografía y a proponer
soluciones que fueron encauzando la marcha de sus trabajos hasta su
muerte. Que desgraciadamente nos privó de una colaboración inestimable;
su competencia, su seriedad, su modestia y excelentes condiciones humanas
hicieron milagros y todos esperábamos aún mucho más de el, si su vida
no hubiera sido segada inesperadamente el día 12 de junio pasado. La
Academia ha perdido uno de sus más valiosos colaboradores y el que esto
escribe un dilecto amigo insustituible. Descanse en paz.
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