Cap ¡Tulo II-el Utilitarismo

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Capítulo II.

Que es el utilitarismo
Es un error el suponer q quienes definen utilitarismo oponen la utilidad al placer. La teoría de la utilidad, ha
entendido por esta no algo q hubiera q contraponer al placer, sino el placer mismo, juntamente con la ausencia
de dolor: y q en vez de oponer lo útil a lo agradable o a lo decorativo, han declarado siempre q lo útil significa
estas cosas.

El credo q acepta la Utilidad o Principio de la mayor felicidad como fundamento de la moral, sostiene q las
acciones son justas en la proporción con q tienden a promover la felicidad, e injustas en cuanto tienden a
promover lo contrario. Se entiende por felicidad el placer y la ausencia de dolor, ambas son las únicas cosas
deseables como fines, y todas las cosas deseables lo son o por el placer inherente a ellas mismas, o como
medios para la promoción de placer y la prevención del dolor. Suponer q la vida no tiene un fin más elevado q
el placer es un egoísmo y una doctrina digna solo del cerdo. Sin embargo, la generalidad de los escritores
utilitaristas pone la superioridad de lo mental sobre lo corporal, principalmente en la mayor permanencia,
seguridad y facilidad de adquisición de lo primero. Es perfectamente compatible con el principio de utilidad
reconocer el hecho de q algunas clases de placer son mas deseables y valiosas q otras. Sería absurdo suponer q
los placeres dependen solo de la cantidad, siendo así q al valorar las demás cosas, se toman en consideración la
cualidad tanto como la cantidad. Q hace q un placer en cuanto placer sea más valioso q otro, prescindiendo de
su superioridad cuantitativa? solo encuentro una respuesta posible; si, de dos placeres, hay uno al cual,
independientemente de cualquier sentimiento de obligación moral, dan una decidida preferencia todos o casi
todos los q tienen experiencia de ambos, ese es el placer más deseable. Si quienes tienen un conocimiento
adecuado de ambos, colocan a uno tan por encima de otro, q aun sabiendo q han de alcanzarlo con un grado de
satisfacción menor, no lo cambian por ninguna cantidad de otro placer, está justificado atribuirle al goce
preferido una superioridad cualitativa tal, q la cuantitativa resulta de pequeña importancia. Quienes tienen un
conocimiento igual y una capacidad igual de apreciar y gozar, dan una marcada preferencia al modo de
existencia q emplea sus facultades superiores. Un ser de facultades más elevadas necesita más para ser feliz,
probablemente es capaz de sufrir más agudamente, y accede más puntos de acceso al sufrimiento q uno de un
tipo inferior, pero, a pesar de estas desventajas, nunca puede desear hundirse en lo q él considera un grado
inferior de la existencia. Podremos dar la explicación q queramos de esta repugnancia; pero su denominación
más apropiado es el sentido de la dignidad, el cual es poseído en una u otra forma, por todos los seres humanos,
aunq no en una exacta proporción con sus facultades más elevadas, y constituye una parte tan esencial de la
felicidad de aquellos en quienes es fuerte, q nada q choque con él puede ser deseado por ellos, excepto
momentáneamente. Todo el q supone q esta preferencia lleva consigo un sacrificio de la felicidad, confunde las
ideas bien distintas de felicidad y satisfacción. Los seres cuya capacidad de gozar es baja, tienen mayores
posibilidades de satisfacerla totalmente, y un ser dotado superiormente siempre sentirá q, tal como está
constituido el mundo, toda la felicidad a la que puede aspirar será imperfecta, pero puede aprender a soportar
sus imperfecciones.

Es mejor ser un hombre satisfecho que un cerdo satisfecho, es mejor ser Sócrates insatisfecho, que un loco
satisfecho. Y si el loco o el cerdo son de distinta opinión, es porque sólo conocen su propio lado de la cuestión.
El otro extremo de la comparación conoce ambos lados.

Por debilidad de carácter, los hombres se deciden a menudo por el bien más próximo, aunque saben q es menos
valioso; y esto tanto cuando la elección se hace entre dos placeres corporales, como cuando se hace entre lo
corporal y lo espiritual. Buscan el halago sensual q perjudica a la salud, aunq saben q la salud es un bien mayor.
La capacidad para los sentimientos más nobles es una planta muy tierna q muere con facilidad, no sólo por
influencias hostiles, sino por la mera falta de alimentos. En la mayoría de las personas jóvenes muere
prontamente, si las ocupaciones a q les lleva su posición, o el medio social en q se encuentran no son favorables
al ejercicio de sus facultades. Los hombres se adhieren a los placeres inferiores, no porque los prefieran, sino
porque son los únicos a q tienen acceso, o los únicos de q pueden gozar duraderamente. No puede haber
apelación sobre la cuestión de cuál es el más valioso entre dos placeres, o cuál es el modo de existencia más
grato a los sentimientos, debe admitirse como final el juicio de aquellos q están más capacitados por el
conocimiento de ambos, o, si difieren entre sí, el de la mayoría. ¿Qué método hay para determinar cuál es el
más agudo entre dos dolores, o cuál es la más intensa entre 2 sensaciones placenteras, sino el sufragio general
de los q están familiarizados con ambos? ¿Q puede decidir si un placer particular merece adquirirse a costa de
un dolor particular, excepto los sentimientos y el juicio de los expertos? Por tanto, cuando declaran q, los
placeres derivados de las facultades superiores son preferibles a los de naturaleza animal, separada de las
facultades superiores, es q tienen el mismo derecho a dar un dictamen sobre este asunto.

Me he detenido en este punto, por ser parte necesaria de una concepción justa de la Utilidad o Felicidad,
consideradas como regla directiva de la conducta humana. Pero no es una condición indispensable para la
aceptación del criterio utilitarista; porque no es ese criterio la mayor felicidad del propio agente, sino la mayor
cantidad de felicidad general. Según el Principio de la Mayor Felicidad, el fin último por razón del cual son
deseables todas las otras cosas, es una existencia exenta de dolor y abundante en goces, en el mayor grado
posible, tanto cuantitativa, como cualitativamente.

El método comparativo es el q mejor proporciona la comprobación de la superioridad cualitativa; y la regla para


medirla con relación a la cantidad, es la preferencia q sienten los q tienen mejores oportunidades de experiencia,
junto con los hábitos de la reflexión y propia observación. Siendo éste, según la opinión utilitarista, el fin de los
actos humanos, es también necesariamente su criterio de moralidad. Podemos, definirlo como el conjunto de
reglas y preceptos de humana conducta por cuya observación puede asegurarse a todo el género humano una
existencia como la descrita en la mayor extensión posible; y no sólo al género humano, sino hasta donde la
naturaleza de las cosas lo permita a toda la creación consciente.

Contra esta doctrina, surge, otra clase de objetantes, q dice q la felicidad no puede ser en ninguna de sus formas
objeto de la vida y de la acción humanas. En primer lugar, porq es inalcanzable, y preguntan: ¿q derecho tienes
a ser feliz? En segundo lugar, dicen que los hombres pueden obrar sin felicidad. Con respecto a la primera de
estas objeciones podría decirse algo a favor de la teoría utilitarista. En efecto, la utilidad no sólo incluye la
búsqueda de la felicidad, sino también la prevención o mitigación de la desgracia; y si la primera es quimérica,
quedará el gran objetivo y la necesidad imperativa de evitar la segunda. Sin embargo, cuando se afirma la
imposibilidad de la felicidad humana, este aserto, es al menos, una exageración. Si entendemos por felicidad la
continuidad de las excitaciones altamente placenteras, es bien evidente que esto es imposible, un estado de
placer exaltado dura sólo un momento. La felicidad a q se referían no era la de una vida en continuo éxtasis,
pero sí una existencia integrada por momentos de exaltación, dolores escasos y transitorios y muchos y variados
placeres, con predominio de los activos sobre los pasivos, y poniendo como fundamento de todo, no esperar de
la vida más de lo que puede dar. Una vida así compuesta siempre ha merecido el nombre de felicidad. La
miserable educación actual y las circunstancias sociales son el único obstáculo a su logro por parte de casi
todos.

Los principales elementos q integran una vida satisfecha son dos: la tranquilidad y el estímulo. Cualquiera de
ellos suele considerarse suficiente por sí mismo para dicho resultado. Lejos de ser incompatibles, se dan
naturalmente unidos. La prolongación del uno, sirve de preparación y suscita el deseo del otro.

En un mundo en q hay tanto de interesante, tanto q gozar, y también q corregir y mejorar, todo el q posea
moderada cantidad de moral y de requisitos intelectuales, es capaz de una existencia envidiable; a menos q esa
persona, por malas leyes o por sujeción a la voluntad de otros, sea despojada de la libertad para usar de las
fuentes de la facilidad a su alcance, no dejará de encontrar envidiable esa existencia, si escapa a las maldades
positivas de la vida, a las grandes fuentes de sufrimiento físico y mental, tales como la indigencia, la
enfermedad, o la malignidad.

En resumen, todas las grandes causas del sufrimiento humano pueden contrarrestarse con el cuidado y el
esfuerzo del hombre. Todo hombre lo bastante inteligente y generoso para aportar a la empresa su esfuerzo, por
pequeño e insignificante q sea, obtendrá de la lucha misma un noble goce q no estará dispuesto a vender por
ningún placer egoísta.

Esto lleva a una estimación de lo q dicen nuestros objetantes sobre la posibilidad, y la obligación de obrar sin
ser feliz. Es posible obrar sin ser feliz; lo hace el 90 % de los hombres. Suelen hacerlo voluntariamente el héroe
o el mártir, en aras de algo q aprecian más q su felicidad personal. Pero este algo ¿q es, sino la felicidad de los
demás, o alguno de los requisitos de la felicidad? Es noble la capacidad de renunciar a la propia felicidad; pero,
este sacrificio debe hacerse por algún fin, no es un fin en sí mismo. Se debe toda clase de honores a aquel q
puede renunciar al goce personal de la vida, cuando con su renunciación contribuye dignamente a aumentar la
felicidad del mundo. El mejor modo de servir a los demás es la renunciación a la propia felicidad. Y, por
paradójico que sea, la capacidad de obrar conscientemente sin pretender ser feliz, es el mejor procedimiento
para alcanzar en lo posible la felicidad. La moral utilitarista reconoce al ser humano el poder de sacrificar su
propio bien por el bien de los otros. Sólo rehúsa admitir q el sacrificio sea un bien por sí mismo. Un sacrificio q
no aumenta ni tiende a aumentar la suma total de la felicidad, lo considera desperdiciado. Los detractores del
utilitarismo no reconocen q la felicidad en q se cifra la concepción utilitarista de una conducta justa, no es la
propia felicidad del q obra, sino la de todos. Porq el utilitarismo exige a cada uno que entre su propia felicidad y
la de los demás, sea un espectador imparcial y desinteresado. En la norma áurea de Jesús de Nazaret, leemos
todo el espíritu de la ética utilitarista: Haz como querrías q hicieran contigo y ama a tu prójimo como a ti
mismo. En esto consiste el ideal de perfección de la moral utilitarista. Como medios para conseguir la
aproximación a este ideal, el utilitarismo exigiría los siguientes: primero, q las leyes y disposiciones sociales
colocaran la felicidad o el interés de cada individuo del modo más aproximado, en armonía con el interés
común; segundo, q la educación y la opinión, usaran su poder para establecer en la mente de cada individuo una
asociación entre su propia felicidad y el bien de todos; especialmente entre su propia felicidad y los modos de
conducta, q la consideración de la felicidad universal prescribe. Así, el individuo no sólo sería incapaz de
concebir su felicidad en oposición con el bien general, sino q uno de los motivos de acción habituales en él sería
promover el bien general.

Los detractores del utilitarismo reprochan q su criterio sea demasiado elevado para la humanidad. Dicen q es
exigir demasiado el q la gente deba obrar siempre con el fin de promover los intereses generales de la sociedad.
Pero esto es equivocar la verdadera significación de un criterio de moral. Es asunto de la ética decirnos cuáles
son nuestros deberes, o con q método podemos conocerlos. Pero ningún sistema de ética exige q el único
motivo de cuanto hacemos haya de ser un sentimiento del deber. El motivo no tiene nada q ver con la moralidad
de la acción, aunq sí con el mérito del agente: El q salva a otra persona q se ahoga, hace lo q es moralmente
justo, bien sea su motivo el deber, o la esperanza de ser pagado por el esfuerzo; el que traiciona al amigo que
confía en él, es culpable de un crimen, aunque su objeto sea servir a otro amigo al cual esté muy obligado. Pero
hablando sólo de los actos cuyo motivo es el deber y la obediencia directa a los principios, es una falsa
interpretación del modo de pensar utilitarista. La inmensa mayoría de las acciones buenas no se realizan en
provecho del mundo, sino de los individuos, de cuyo bien depende el del mundo. La multiplicación de la
felicidad es, según la ética utilitaria, el objeto de la virtud. En los casos de omisión -actos q se prohíben por
consideraciones morales, aunq sus consecuencias pudieran ser benéficas en un caso particular- sería indigno de
un agente inteligente no darse cuenta de q una acción de esa clase, practicada con generalidad, sería injuriosa
generalmente. Ese es el fundamento de la obligación de abstenerse de ella, abstenerse de cualquier cosa q sea
perniciosa para la sociedad.

Ningún criterio ético conocido decide q una acción sea buena o mala porq la realice un hombre bueno o malo.
Estas consideraciones no son apropiadas a la estimación de los actos, sino de las personas. Tienen la opinión de
q la mejor prueba de un buen carácter son las buenas acciones.

Si esta objeción quiere decir que muchos utilitaristas miden exclusivamente la moralidad de los actos con el
criterio utilitario, y no subrayan suficientemente las otras bellezas del carácter que contribuyen a hacer amable o
admirable al ser humano, esto podría admitirse.
Otros errores comunes en la interpretación de la ética utilitarista: no es raro oír hablar de la utilidad como
doctrina atea; la cuestión depende de q idea se tiene del carácter moral de la Divinidad. Si es verdadera la
creencia de q Dios desea ante todo la felicidad de las criaturas, y que éste fue el objeto de la creación, el
utilitarismo no sólo no es una doctrina atea, sino que es más religiosa q ninguna otra.

Cualquier desviación, incluso involuntaria, de la verdad, tiene gran influencia, sobre el debilitamiento de
nuestra confianza en la veracidad de los asertos humanos, y el q, por su conveniencia personal o la de algún
otro, hace lo q de él depende por privar a la humanidad de un bien e infligirle un mal q dependen, de la mutua
confianza q los hombres ponen en sus palabras, obra como uno de sus peores enemigos. Sin embargo, todos los
moralistas reconocen q esa regla, admite excepciones. Las principales se dan cuando la omisión de algún hecho
(como dar malas noticias a una persona gravemente enferma) salvaría a un individuo (especialmente a un
individuo q no sea uno mismo) de una desgracia. Más para q una excepción tenga el menor efecto posible sobre
la confianza en la veracidad, debería reconocerse y definir sus límites. Y si el principio de utilidad es bueno
para algo, debe ser bueno para aquilatar esas utilidades q chocan entre sí, y señalar la zona en q cada una
prepondera.

Los defensores de la utilidad se sienten llamados a replicar objeciones tales como de q antes de la acción no hay
tiempo para calcular o sopesar los efectos de una línea de conducta sobre la felicidad general. Yo admito, q la
humanidad todavía tiene mucho q aprender respecto de los efectos de los actos sobre la felicidad. Pero una cosa
es considerar que las reglas de moralidad son mejorables, y otra pasar por alto las generalizaciones intermedias,
y pretender probar directamente cada acto individual por medio del primer principio. La proposición de que la
felicidad es el fin y el objetivo de la moralidad no significa que no deba trazarse un camino hacia esta meta, o q
a las personas q allá van no se les pueda aconsejar que tomen una dirección mejor que otra. Todas las criaturas
racionales salen a la vida con una opinión formada sobre lo que es justo e injusto. Y es de suponer q sigan
haciéndolo en tanto la previsión sea una cualidad humana. Cualquiera sea el principio fundamental de
moralidad q adoptemos, necesitamos para su aplicación principios subordinados. Puesto q la imposibilidad de
obrar sin éstos es común a todos los sistemas. Pero razonar gravemente como si tales principios secundarios no
pudieran existir, y como si la humanidad hubiera permanecido sin extraer consecuencias grales. de las
experiencias de la vida, es un absurdo.

Si la utilidad es la última fuente de la obligación moral, puede ser invocada para decidir entre los deberes y
derechos cuando sus demandas son incompatibles. Aunq sea un criterio de difícil aplicación, es mejor que nada.
En cambio, en otros sistemas, todas las leyes morales invocan una autoridad independiente, y no hay ningún
imperativo común para mediar entre ellas. Sólo en los casos de conflicto entre los principios secundarios es
cuando se requiere apelar a los primeros principios. No hay ningún caso de obligación moral q no implique
algún principio secundario; y si se trata de uno solo, apenas pueden caber dudas reales de cuál es en la mente de
la persona que reconoce dicho principio.

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