Bloque VII
Bloque VII
Bloque VII
El nuevo sistema político pretendía dotar de estabilidad al régimen liberal solucionando los
problemas del régimen de Isabel II. Tenía las siguientes características:
El sistema se rigió por la Constitución de 1876, elaborada por una asamblea constituyente en
la que el partido de Cánovas tenía la mayoría. Volvía en lo básico a la Constitución moderada
de 1845, aunque incorporando algunos elementos de la Constitución de 1869:
El Partido Conservador, creado por Cánovas del Castillo aglutinaba a antiguos miembros
del Partido Moderado y de la Unión Liberal. Tras el asesinato de Cánovas, le sucedieron
Francisco Silvela, Antonio Maura y Eduardo Dato.
El reparto del poder entre el Partido Conservador y el Partido Liberal a través del turnismo
significó la marginación de los movimientos opuestos a la Restauración. Tras la presencia del
carlismo y el republicanismo, aparecen el movimiento obrero y el nacionalismo, que no
fueron significativos hasta comienzos del siglo XX en la crisis y desaparición del sistema
canovista.
Carlismo:
La caída de Isabel II provocó la Tercera Guerra Carlista (1872-1876), pero tras la derrota de
1876 perdió buen parte de sus apoyos por dos motivos: la alianza entre la Iglesia, la Santa
Sede y el Sistema de la Restauración, y la aparición de movimientos nacionalistas vasco y
catalán.
Republicanismo:
Todos los republicanos defendían la República como forma de soberanía popular, el apoyo a
reformas de carácter social, el anticlericalismo y el apoyo a la ciencia moderna y al progreso.
Su principal apoyo estaba en las grandes ciudades, donde obtenían una pequeña
representación parlamentaria. A principios del s. XX apareció la Unión Republicana y de
Alejandro Lerroux.
Nacionalismo:
El proyecto nacional del estado liberal centralista fracasó por la débil modernización de
sectores como la enseñanza, las comunicaciones y los periódicos de ámbito local o
provincial, más que nacional.
A inicios del s. XIX surgieron movimientos regionalistas que pretendían recuperar aspectos
lingüísticos, etnográficos, culturales, institucionales, etc. A finales de siglo comienza una
reivindicación política con la inmigración a Cataluña y el País Vasco, que arraigó al principio
en la pequeña y mediana burguesía, ya que las élites locales estaban integradas en el sistema
canovista a través del caciquismo.
Movimiento obrero:
Las transformaciones económicas y sociales del siglo XIX en España hicieron aparecer
reclamaciones sobre las condiciones de vida de la población. El movimiento obrero tuvo
origen entre 1830 y 1840 en la industria textil de Cataluña con estallidos de carácter luddita.
Las consecuencias de la desamortización dieron lugar a levantamientos de jornaleros en el
campo. Además, la libertad de asociación y la visita de Giuseppe Fanelli, impulsaron del
cantonalismo.
La presidencia de Serrano prohibió este movimiento, pero los gobiernos liberales de Sagasta
las legalizaron. Además, el movimiento obrero se dividió en dos corrientes ideológicas: el
socialismo y el anarquismo, que rechazaba la vía parlamentaria.
El anarquismo fue el sector mayoritario y estaba presente especialmente en Andalucía y
Cataluña. Se dividió en dos tendencias:
El socialismo estaba representado por el Partido Socialista Obrero Español, fundado en 1879.
El partido se declaraba de inspiración marxista y asistió a los congresos de la Segunda
Internacional. Se creó la Unión General de Trabajadores (UGT) como sindicato vinculado al
partido y Pablo Iglesias fuera elegido el primer diputado socialista del Parlamento español.
Las transformaciones económicas y sociales del siglo XIX en España hicieron aparecer
reclamaciones sobre las condiciones de vida de la población, tanto en los núcleos industriales
como entre los jornaleros, relacionadas con ideologías del movimiento obrero internacional.
El movimiento obrero tuvo origen entre 1830 y 1840 en la industria textil de Cataluña con
estallidos de carácter luddita. Poco después, aparecen diversos tipos de asociacionismo
obrero (sociedades de socorros mutuos, sociedades de resistencia), que son a menudo
prohibidas. En 1840 se crea en Barcelona la Sociedad Mutua de Protección de Tejedores de
Algodón. Las consecuencias de la desamortización dieron lugar a levantamientos de
jornaleros en el campo. Durante el Sexenio Revolucionario las asociaciones obreras se
extendieron y se implantaron por buena parte del país. La libertad de asociación
(Constitución de 1869) y la visita de Giuseppe Fanelli, supusieron un impulso del
levantamiento cantonal. En este periodo apareció la AIT, vinculada al anarquismo.
La presidencia de Serrano en 1874 prohibió este movimiento, pero los gobiernos liberales de
Sagasta las toleraron y legalizaron. Además, el movimiento obrero se dividió en dos
corrientes ideológicas: el socialismo y el anarquismo. Ambos defendían un modelo
colectivista que acabara con la propiedad privada y la sociedad de clases, pero los anarquistas
rechazaban la vía parlamentaria y cualquier tipo de autoridad. En cambio, los socialistas
aceptaban la participación en los procesos electorales y defendían la dictadura del
proletariado.
El socialismo fue una corriente minoritaria en comparación con los anarquistas y fue
asentándose en Madrid, Asturias, País Vasco, y en el medio rural de Castilla-La Mancha y
Extremadura. Estaba representado por el Partido Socialista Obrero Español, fundado en 1879
por un grupo de tipógrafos entre los que estaba Pablo Iglesias. El partido se declaraba de
inspiración marxista y asistió a los congresos de la Segunda Internacional. Se creó la Unión
General de Trabajadores (UGT) como sindicato vinculado al partido y concurrieron a los
procesos electorales en coalición con los republicanos, consiguiendo que Pablo Iglesias fuera
elegido el primer diputado socialista del Parlamento español en 1910.
La pérdida de Cuba, Puerto Rico, Filipinas y otras islas en el Pacífico en 1898 acabó
definitivamente con el imperio colonial español. En España hubo una sensación de
desmoralización y fracaso, ya que el desastre confirmaba su percepción de la decadencia del
país. Sin embargo, las consecuencias políticas y económicas tuvieron poca trascendencia.
Cuba tuvo en el siglo XIX un gran desarrollo económico. Sin embargo, no consiguió resolver
el problema de su relación con la metrópoli, dando lugar a la Guerra de los Diez Años (1868-
1878) durante el sexenio revolucionario. Debido al conflicto, se aplicaron reformas muy
limitadas y en 1895 estalló un nuevo levantamiento, en el que se terminó involucrando
Estados Unidos. La armada española fue derrotada en Filipinas y Cuba, y se firmó la Paz de
Paris.
Las guerras coloniales provocaron la muerte de más de 100.000 soldados. Las bajas fueron
resultado principalmente de las enfermedades infecciosas, de la mala alimentación y del
equipamiento deficiente. La repatriación tras la derrota aumentó el número de bajas. Además,
el sistema de reclutamiento fue cada vez más cuestionado, ya que los soldados eran la
mayoría de familias pobres que no podían redimirse de las quintas.
Las repercusiones económicas se debieron a las deudas contraídas para sufragar la guerra, a
la pérdida de los ingresos que procedían de las colonias, al encarecimiento del precio de los
productos que procedían de estos territorios y a la pérdida de un mercado para los productos
peninsulares. Sin embargo, la repatriación de capitales provocó el desarrollo de la banca y el
crecimiento de las inversiones en España.
La población española se duplicó durante el siglo XIX (de 10,5 millones en 1797 a 18,6
millones en 1900), aunque el crecimiento fue menor que en otros países. La razón fue que en
España se mantuvo más tiempo el régimen demográfico antiguo, además de su limitada
modernización económica y social.
La mortalidad se mantuvo muy alta debido a las mortandades catastróficas provocadas por
las guerras (Independencia, carlistas, guerras coloniales, etc.) y las epidemias de fiebre
amarilla, tifus y sobre todo cólera. Pero la principal fue la tardanza en implantar medidas
higiénico-sanitarias que en Europa redujeron las enfermedades endémicas (tuberculosis,
viruela, difteria, sarampión, etc.). Las crisis de subsistencia agravaban esta situación, ya que
las enfermedades actuaban sobre una población debilitada por la mala alimentación, debida al
atraso de la agricultura por las incidencias meteorológicas y los deficientes transportes. La
construcción del ferrocarril facilitó el comercio de los cereales y ayudó a solucionar esta
situación.
La mortalidad aumentó también por las malas condiciones de vida de las clases populares,
que se caracterizaban por el hacinamiento, la falta de higiene, los problemas de
abastecimiento de agua y la mala atención sanitaria.
La natalidad se mantuvo también por encima de otros países, aunque condicionada por las
oscilaciones provocadas por los conflictos bélicos y las hambrunas, que provocaban un
déficit de matrimonios; y por las epidemias, que provocaban más mortalidad entre la
población joven.
La emigración fue escasa en la primera mitad del siglo, debido a la independencia de las
colonias americanas y a una legislación que restringía las salidas. Se mantuvo una emigración
que se dirigía al norte de África y al sur de Francia, de carácter temporal. Una novedad de
periodo fue el exilio político que acompaño el fin de la guerra de la Independencia.
Esta situación hizo que el incremento total de la población de España no fuera muy distinto
en las primeras décadas del de otros países europeos, que sí estaban sufriendo un intenso
proceso emigratorio, como Gran Bretaña y Alemania. Cuando a mediados de siglo se
eliminaron las restricciones legales para la emigración hacia América, fue cuando se produjo
la mayor diferencia en el crecimiento frente a otros países. Las regiones de las que más
emigrantes partieron fueron Galicia y, en menor medida, Canarias, Asturias y Cantabria.
La distribución interior de la población continuó la tendencia que venía produciéndose en
los siglos anteriores, y el crecimiento demográfico fue mayor en la zona costera, sobre todo
en el Levante y Andalucía, y menor en las regiones interiores, excepto Madrid. La mayor
parte de la población seguía siendo rural, aunque con el desarrollo del ferrocarril en la
segunda mitad de siglo, hubo un movimiento migratorio del campo a las ciudades y zonas
industriales.
Junto con la implantación del régimen liberal apareció un nuevo tipo de sociedad estructurada
en clases que sustituyó a la sociedad estamental del Antiguo Régimen. En este sistema, los
límites entre los distintos grupos eran más difusos y eran estructuras abiertas:
- La nueva clase alta se configuró por la alianza entre la antigua alta nobleza y la alta
burguesía. Siguieron controlando las instituciones del país y la economía, a partir de
la propiedad de tierras. Su estatus se consolidó tras la adquisición de las tierras
desamortizadas, al amparo de negocios como el ferrocarril y de la adquisición de
títulos de deuda pública.
- La clase media se expandió de manera tímida. Estaba formada por comerciantes,
industriales, altos funcionarios, profesionales liberales, etc. Fue más numerosa en
regiones como Cataluña y el País Vasco.
- La clase baja seguía siendo la mayoría de la población. Estaba constituida por
campesinos, artesanos, obreros y criados, entre los que existían muchas diferencias.
Las peores condiciones vida eran las de los jornaleros y los obreros industriales.
6. La industrialización de España y su dependencia exterior durante el siglo XIX.
La industrialización española en el siglo XIX fue más tardía y débil que en los países más
desarrollados de Europa, aunque similar a otros países del mediterráneo y de la Europa
Oriental. Además, se produjo una dependencia de las políticas e iniciativas estatales, y de las
inversiones y la tecnología extranjera.
La economía siguió dominada por el sector agrario, que mantenía la baja productividad, una
mala estructura de la propiedad (latifundios y minifundios), una escasa centralización y un
desarrollo técnico. Mientras, en el reducido sector secundario coexistían la producción
artesanal tradicional y las iniciativas de la revolución industrial, concentradas en Cataluña
(sector textil) y el País Vasco (siderurgia). Otros sectores como la minería y el ferrocarril
también se desarrollaron a partir de las reformas legales del bienio progresista.
- La escasa demanda interna del país, que se debió a la poca población, a su escaso
poder adquisitivo y a la pérdida de las colonias americanas.
- La ausencia de una auténtica reforma agraria. La desamortización mantuvo
grandes propiedades en manos de una burguesía que, a menudo, era absentista. Por
ello, la productividad agraria creció muy lentamente. Esto implicó un crecimiento de
la población y la demanda interna, y no se liberó mano de obra ni capitales.
- La falta de capitales, que se debió a las guerras del siglo XIX y a los problemas de la
Hacienda. Hubo que recurrir a capital exterior, generando dependencia y una
orientación a la búsqueda de beneficio rápido.
- La debilidad y poco dinamismo empresarial de la burguesía española, que
invirtió en la adquisición de las tierras desamortizadas para reforzar su estatus social.
También invirtió en otros sectores con un afán especulativo, buscando beneficios en
el ferrocarril, la minería o comprando Título de Deuda Pública.
- La escasez de materias primas y de las fuentes de energía.
- La deficiente red de comunicaciones y la inexistencia de un mercado interior,
debido al complicado relieve de la península, la ausencia de canales navegables y la
persistencia de aduanas y trabas internas. La red de ferrocarriles se desarrolló
recurriendo a capital, tecnología y hierro extranjero, lo que no favoreció una
expansión de la siderurgia.
- La escasez de innovaciones tecnológicas propias y la dependencia externa.
- La política económica proteccionista, que reservaba el mercado interno a costa de
mantener una escasa competitividad.
El principal sector productivo fue el del algodón, que abastecía al mercado interior, a Cuba y
a Puerto Rico de este producto. Además, se concentraron en Cataluña otras industrias textiles
como la lana, la seda o el lino. También aparecieron industrias metalúrgicas y mecánicas.
Solo algunos núcleos laneros tradicionales (Béjar, Alcoy, Antequera, …) se modernizaron y
mantuvieron.
El País Vasco despegó hacia el último tercio del silgo y aparecieron los primeros altos hornos
(hermanos Ibarra). Colaboró con Gran Bretaña intercambiando hierro por coque. Las
exportaciones de hierro de Vizcaya provocaron una acumulación de capital que se reinvirtió
en la construcción de altos hornos. En la década de 1880 aparece la fabricación de acero en
sustitución del hierro dulce. Gracias al proteccionismo estatal, algunas empresas se
fusionaron en Altos Hornos de Vizcaya, que iba a dominar la siderurgia española.
A partir de aquí, también hubo otros dos sectores que conocieron un desarrollo: la minería,
que se desarrolló sobre todo en el País Vasco, y el ferrocarril, que sufrió un retraso debido a
la escasez de capital y tecnología, y que adoptó una estructura radial en torno a Madrid.