Bloque VII

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BLOQUE VII. Siglo XIX. La Restauración Borbónica (1874-1902) y la economía.

1. El sistema canovista: Constitución de 1876, bipartidismo, turnismo, caciquismo y


fraude electoral.

El Sistema de la Restauración devolvió al trono de España a los Borbones y se extendió entre


1874 y 1923. Su creador fue Antonio Cánovas del Castillo, que ya durante el Sexenio
Revolucionario, había conseguido que Isabel II renunciara a sus derechos al trono a favor de
su hijo Alfonso y había fundado el Partido Alfonsino.

El Manifiesto de Sandhurst, redactado por Cánovas y publicado por Alfonso de Borbón


recogía los principios para la futura implantación en España de un régimen constitucional
estable. Sin embargo, el pronunciamiento del general Martínez Campos en Sagunto
aceleró el proceso y Cánovas se hizo con el poder y la Regencia en nombre del futuro rey.

El nuevo sistema político pretendía dotar de estabilidad al régimen liberal solucionando los
problemas del régimen de Isabel II. Tenía las siguientes características:

- Monarquía moderada y constitucional, basada en los principios del liberalismo,


pero sin democracia.
- Defendía los valores tradicionales con algunas libertades individuales e incluso
con un cierto intervencionismo social.
- La Corona y las Cortes compartían la soberanía y el poder legislativo.
- Intentaba eliminar el papel político de los militares que fueron la causa principal
de la inestabilidad del reinado de Isabel II con sus constantes pronunciamientos.
- Crea el sistema de turnos. Existirían dos partidos políticos principales: el
Conservador y el Liberal, que se alternarían en el poder de una manera
previamente establecida, constituyendo las elecciones un mero trámite para
legitimar al sistema.
- Era centralista. Tras la tercera Guerra Carlista suprimió los fueros vascos
sustituyéndolos por un Concierto económico.

El sistema se rigió por la Constitución de 1876, elaborada por una asamblea constituyente en
la que el partido de Cánovas tenía la mayoría. Volvía en lo básico a la Constitución moderada
de 1845, aunque incorporando algunos elementos de la Constitución de 1869:

- La soberanía era compartida por el rey y las Cortes.


- La división de poderes otorgaba una amplia capacidad al rey (tenía el poder
ejecutivo y compartía el legislativo con unas Cortes bicamerales). El Congreso se
elegía por sufragio censitario y el Senado se convertía en una cámara oligárquica
en la que la mitad de los miembros ocupaban su cargo por derecho o por
designación del Rey. El poder judicial residía en los Tribunales de Justicia y se
imponía la uniformidad legal por todo el país, por lo que se eliminaron los fueros
vascos.
- La declaración de derechos era escasa y se volvía a la confesionalidad del
Estado, aceptando la tolerancia religiosa.

Los dos partidos dinásticos que se alternaron en el gobierno fueron:

El Partido Conservador, creado por Cánovas del Castillo aglutinaba a antiguos miembros
del Partido Moderado y de la Unión Liberal. Tras el asesinato de Cánovas, le sucedieron
Francisco Silvela, Antonio Maura y Eduardo Dato.

El Partido Liberal (antes Fusionista) reunía a grupos procedentes de los partidos


progresistas del Sexenio y de los Unionistas, además de los republicanos de Castelar. Su
principal líder fue Sagasta y, tras su muerte, destacó José Canalejas.

El Sistema de la Restauración consiguió pacificar el país, acabando con el conflicto carlista y


la Guerra de Cuba. También logró incorporar elementos democráticos del sexenio, sobre todo
durante los gobiernos liberales (libertad de cátedra, Ley de Asociaciones, juicio por jurado,
matrimonio civil, el sufragio universal masculino…). Además, solucionó la alternancia en el
gobierno gracias al turnismo. El rey otorgaba la presidencia del Gobierno a uno de los dos
partidos, se convocaban elecciones que debido a la farsa electoral (pucherazo, encasillado,
la compra de votos) eran ganadas siempre por el partido que las había convocado. El
turnismo alcanzó su máxima expresión en el Pacto del Pardo (1885).

Los problemas de la Restauración fueron la generalización del caciquismo (que extendió la


corrupción), restricción de otras opciones políticas, la creciente agitación social (huelgas,
terrorismo anarquista…) y conflictos internacionales como el desastre del 98.

El anquilosamiento del régimen político canovista, mientras la sociedad y la economía


española se estaban transformando radicalmente, fue el origen de los problemas con los que
se encontró el país en las primeras décadas del siglo XX.
2. La oposición política al sistema canovista: carlismo, nacionalismo, republicanismo y
obrerismo revolucionario.

El reparto del poder entre el Partido Conservador y el Partido Liberal a través del turnismo
significó la marginación de los movimientos opuestos a la Restauración. Tras la presencia del
carlismo y el republicanismo, aparecen el movimiento obrero y el nacionalismo, que no
fueron significativos hasta comienzos del siglo XX en la crisis y desaparición del sistema
canovista.

Carlismo:

La caída de Isabel II provocó la Tercera Guerra Carlista (1872-1876), pero tras la derrota de
1876 perdió buen parte de sus apoyos por dos motivos: la alianza entre la Iglesia, la Santa
Sede y el Sistema de la Restauración, y la aparición de movimientos nacionalistas vasco y
catalán.

La ideología carlista se basaba en su oposición al liberalismo y en la defensa de la religión


católica y de los fueros vasco-navarros.

La Unión Católica de Alejandro Pidal entra en el Partido Conservador, mientras los


integristas de Ramón Nocedal rompen temporalmente con Carlos VII. A partir de 1890, el
marqués de Cerralbo reorganizó el carlismo, que empezó a tener una pequeña representación
parlamentaria. Las tendencias del carlismo en ocasiones eran nombradas Comunión Católica-
Monárquica.

Republicanismo:

Tras la fallida experiencia del Sexenio Revolucionario, el republicanismo estaba fragmentado


por su liderazgo (Pi y Margall - Partido Ferderal; Castelar - Partido Republicano Histórico;
Zorrilla - Partido Republicano Progresista; Salmerón - Partido Centralista), apoyos sociales y
objetivos, que iban del centralismo al federalismo, y del posibilismo a la vía revolucionaria.

Todos los republicanos defendían la República como forma de soberanía popular, el apoyo a
reformas de carácter social, el anticlericalismo y el apoyo a la ciencia moderna y al progreso.

Su principal apoyo estaba en las grandes ciudades, donde obtenían una pequeña
representación parlamentaria. A principios del s. XX apareció la Unión Republicana y de
Alejandro Lerroux.

Nacionalismo:

El proyecto nacional del estado liberal centralista fracasó por la débil modernización de
sectores como la enseñanza, las comunicaciones y los periódicos de ámbito local o
provincial, más que nacional.
A inicios del s. XIX surgieron movimientos regionalistas que pretendían recuperar aspectos
lingüísticos, etnográficos, culturales, institucionales, etc. A finales de siglo comienza una
reivindicación política con la inmigración a Cataluña y el País Vasco, que arraigó al principio
en la pequeña y mediana burguesía, ya que las élites locales estaban integradas en el sistema
canovista a través del caciquismo.

En Cataluña, la Renaixença pretendía recuperar el catalán, la historia y las tradiciones. Tras


el fracaso del federalismo, se pasó al ámbito político: Valentí Almirall reclamó la autonomía
de Cataluña; Prat de la Riba agrupó el catalanismo en la Unió Catalanista, cuyo programa
(Bases de Manresa) defendía un proyecto autonomista basado en recuperación de las
instituciones anteriores a los Decretos de Nueva Planta, el catalán como lengua oficial y los
cargos públicos para los catalanes. En 1901 se creó la Lliga Regionalista, dirigida por
Francesc Cambó y Prat de la Riba.

En el País Vasco ya desde el siglo XVIII y en el Romanticismo se exaltó el euskera y a los


vascos como una etnia diferenciada. La derrota carlista de 1876 y la derogación parcial de sus
fueros provocaron un movimiento con ideas racistas y xenófobas del darwinismo social. El
principal ideólogo fue Sabino Arana que fundó el Partido Nacionalista Vasco y cuyo apoyos
fueron las clases medias que rechazaban la inmigración. El PNV defendía la creación de un
Estado vasco independiente, un antiespañolismo, la exaltación racista y xenófoba de la raza
vasca, y la promoción de la lengua y cultura vasca.

En Galicia fue más tardía la defensa de su tradición debido a su atraso económico y a la


ausencia de grandes núcleos urbanos. El Rexurdimento, centrado en el ámbito cultural y
lingüístico tuvo figuras como Rosalía de Castro y Eduardo Pondal. También destacaron
Alfredo Brañas, las irmandades de fala o la Asociación Regionalista Galega de Murguía.

Movimiento obrero:

Las transformaciones económicas y sociales del siglo XIX en España hicieron aparecer
reclamaciones sobre las condiciones de vida de la población. El movimiento obrero tuvo
origen entre 1830 y 1840 en la industria textil de Cataluña con estallidos de carácter luddita.
Las consecuencias de la desamortización dieron lugar a levantamientos de jornaleros en el
campo. Además, la libertad de asociación y la visita de Giuseppe Fanelli, impulsaron del
cantonalismo.

La presidencia de Serrano prohibió este movimiento, pero los gobiernos liberales de Sagasta
las legalizaron. Además, el movimiento obrero se dividió en dos corrientes ideológicas: el
socialismo y el anarquismo, que rechazaba la vía parlamentaria.
El anarquismo fue el sector mayoritario y estaba presente especialmente en Andalucía y
Cataluña. Se dividió en dos tendencias:

- el anarcosindicalismo defendía mejoras laborales mediante la Confederación


Nacional del Trabajo (CNT) y la Federación de Trabajadores de la Región Española
(FRTE).
- el anarcomunismo, que defendía la violencia y protagonizó diferentes atentados: la
Mano Negra en Andalucía, los asesinatos de Cánovas y Canalejas, etc.

El socialismo estaba representado por el Partido Socialista Obrero Español, fundado en 1879.
El partido se declaraba de inspiración marxista y asistió a los congresos de la Segunda
Internacional. Se creó la Unión General de Trabajadores (UGT) como sindicato vinculado al
partido y Pablo Iglesias fuera elegido el primer diputado socialista del Parlamento español.

La Iglesia respondió al avance de los movimientos obreros mediante el catolicismo social,


promoviendo la creación de Círculos Católicos Obreros y de Sindicatos Obreros Católicos.
3. Los orígenes y la evolución del movimiento obrero español durante el siglo XIX.

Las transformaciones económicas y sociales del siglo XIX en España hicieron aparecer
reclamaciones sobre las condiciones de vida de la población, tanto en los núcleos industriales
como entre los jornaleros, relacionadas con ideologías del movimiento obrero internacional.

El movimiento obrero tuvo origen entre 1830 y 1840 en la industria textil de Cataluña con
estallidos de carácter luddita. Poco después, aparecen diversos tipos de asociacionismo
obrero (sociedades de socorros mutuos, sociedades de resistencia), que son a menudo
prohibidas. En 1840 se crea en Barcelona la Sociedad Mutua de Protección de Tejedores de
Algodón. Las consecuencias de la desamortización dieron lugar a levantamientos de
jornaleros en el campo. Durante el Sexenio Revolucionario las asociaciones obreras se
extendieron y se implantaron por buena parte del país. La libertad de asociación
(Constitución de 1869) y la visita de Giuseppe Fanelli, supusieron un impulso del
levantamiento cantonal. En este periodo apareció la AIT, vinculada al anarquismo.

La presidencia de Serrano en 1874 prohibió este movimiento, pero los gobiernos liberales de
Sagasta las toleraron y legalizaron. Además, el movimiento obrero se dividió en dos
corrientes ideológicas: el socialismo y el anarquismo. Ambos defendían un modelo
colectivista que acabara con la propiedad privada y la sociedad de clases, pero los anarquistas
rechazaban la vía parlamentaria y cualquier tipo de autoridad. En cambio, los socialistas
aceptaban la participación en los procesos electorales y defendían la dictadura del
proletariado.

El anarquismo fue el sector mayoritario y estaba presente especialmente en Andalucía y


Cataluña. Se dividió en dos tendencias:

- el anarcosindicalismo defendía las huelgas para conseguir mejoras laborales a través


de la Federación de Trabajadores de la Región Española (FRTE) y de la
Confederación Nacional del Trabajo (CNT).
- el anarcomunismo, que defendía la acción directa y la violencia. Protagonizó
diferentes atentados: la Mano Negra en Andalucía, los asesinatos de Cánovas y
Canalejas, el atentado en el Liceo, etc. Estos hechos provocaron una fuerte represión
por parte del gobierno.

El socialismo fue una corriente minoritaria en comparación con los anarquistas y fue
asentándose en Madrid, Asturias, País Vasco, y en el medio rural de Castilla-La Mancha y
Extremadura. Estaba representado por el Partido Socialista Obrero Español, fundado en 1879
por un grupo de tipógrafos entre los que estaba Pablo Iglesias. El partido se declaraba de
inspiración marxista y asistió a los congresos de la Segunda Internacional. Se creó la Unión
General de Trabajadores (UGT) como sindicato vinculado al partido y concurrieron a los
procesos electorales en coalición con los republicanos, consiguiendo que Pablo Iglesias fuera
elegido el primer diputado socialista del Parlamento español en 1910.

La Iglesia intentó responder al avance de los nuevos movimientos obreros mediante el


catolicismo social, promoviendo la creación de Círculos Católicos Obreros y de Sindicatos
Obreros Católicos, que lograron un notable arraigo en el medio rural.
4. Las consecuencias para España de la crisis del 98 en los ámbitos económico, político e
ideológico.

La pérdida de Cuba, Puerto Rico, Filipinas y otras islas en el Pacífico en 1898 acabó
definitivamente con el imperio colonial español. En España hubo una sensación de
desmoralización y fracaso, ya que el desastre confirmaba su percepción de la decadencia del
país. Sin embargo, las consecuencias políticas y económicas tuvieron poca trascendencia.

Cuba tuvo en el siglo XIX un gran desarrollo económico. Sin embargo, no consiguió resolver
el problema de su relación con la metrópoli, dando lugar a la Guerra de los Diez Años (1868-
1878) durante el sexenio revolucionario. Debido al conflicto, se aplicaron reformas muy
limitadas y en 1895 estalló un nuevo levantamiento, en el que se terminó involucrando
Estados Unidos. La armada española fue derrotada en Filipinas y Cuba, y se firmó la Paz de
Paris.

En el ámbito internacional, como consecuencia de la derrota, España quedó relegada a un


papel secundario. Cuba se constituyó como república independiente tutelada por Estados
Unidos. El resto de colonias fueron ocupados directamente por Estados Unidos y el resto de
las islas del Pacífico fueron vendidas a Alemania.

Las guerras coloniales provocaron la muerte de más de 100.000 soldados. Las bajas fueron
resultado principalmente de las enfermedades infecciosas, de la mala alimentación y del
equipamiento deficiente. La repatriación tras la derrota aumentó el número de bajas. Además,
el sistema de reclutamiento fue cada vez más cuestionado, ya que los soldados eran la
mayoría de familias pobres que no podían redimirse de las quintas.

Las repercusiones económicas se debieron a las deudas contraídas para sufragar la guerra, a
la pérdida de los ingresos que procedían de las colonias, al encarecimiento del precio de los
productos que procedían de estos territorios y a la pérdida de un mercado para los productos
peninsulares. Sin embargo, la repatriación de capitales provocó el desarrollo de la banca y el
crecimiento de las inversiones en España.

En el ámbito político, la derrota puso en cuestión el sistema de la Restauración. Los


nacionalismos periféricos, sobre todo el catalán, se fortalecieron. También se reforzó el
republicanismo y los movimientos obreros, que se presentaban como alternativa al régimen.
Los partidos del turno intentaron reformar el régimen mediante el “revisionismo político”. De
esta forma, el régimen político sobrevivió al desastre e incluso la monarquía se consolidó tras
la asunción de la Corona por Alfonso XIII en 1902.

En el plano ideológico, surgió un movimiento intelectual, la "generación del 98", que


comenzó a reflexionar sobre las causas de la decadencia de España y sus posibles soluciones.
El regeneracionismo de Joaquín Costa planteó incluso un programa y un partido político para
sustituir al sistema oligárquico de la Restauración. Costa defendía la modernización de la
economía a través de un programa de obras públicas (comunicaciones, obras hidráulicas, …)
y la redistribución de la tierra. A la vez, promovía el desarrollo de la educación y pretendía
acabar con el caciquismo, favoreciendo la autonomía de los ayuntamientos. Aunque su
movimiento político no tuvo éxito, sus ideas tuvieron una gran influencia hasta la Guerra
Civil.
En el aspecto militar, la derrota provocó una oleada de antimilitarismo y un gran
desprestigio de los militares. Estos respondieron con un creciente corporativismo y con
críticas a los políticos y a la prensa. La escalada militar en el norte de África en las décadas
siguientes se utilizó por parte de un sector del ejército como una forma de resarcirse de la
derrota.
5. La evolución demográfica y la estructura de la población en el siglo XIX.

La población española se duplicó durante el siglo XIX (de 10,5 millones en 1797 a 18,6
millones en 1900), aunque el crecimiento fue menor que en otros países. La razón fue que en
España se mantuvo más tiempo el régimen demográfico antiguo, además de su limitada
modernización económica y social.

El retraso en el inicio de la transición demográfica en España se debió sobre todo al


mantenimiento de una alta tasa mortalidad. La tasa de natalidad española también se
mantuvo con valores altos. En estas condiciones, la esperanza media de vida no llegaba a
los 35 años. Además, la emigración fue importante en algunos momentos del siglo. Por todo
ello, el crecimiento fue más alto en la primera mitad (0,5% frente a un 0,43% en la segunda
mitad).

La mortalidad se mantuvo muy alta debido a las mortandades catastróficas provocadas por
las guerras (Independencia, carlistas, guerras coloniales, etc.) y las epidemias de fiebre
amarilla, tifus y sobre todo cólera. Pero la principal fue la tardanza en implantar medidas
higiénico-sanitarias que en Europa redujeron las enfermedades endémicas (tuberculosis,
viruela, difteria, sarampión, etc.). Las crisis de subsistencia agravaban esta situación, ya que
las enfermedades actuaban sobre una población debilitada por la mala alimentación, debida al
atraso de la agricultura por las incidencias meteorológicas y los deficientes transportes. La
construcción del ferrocarril facilitó el comercio de los cereales y ayudó a solucionar esta
situación.

La mortalidad aumentó también por las malas condiciones de vida de las clases populares,
que se caracterizaban por el hacinamiento, la falta de higiene, los problemas de
abastecimiento de agua y la mala atención sanitaria.

A comienzos del siglo XX cambió la tendencia y empezó a descender rápidamente la


mortalidad, aunque con algunas crisis, como la gripe de 1918.

La natalidad se mantuvo también por encima de otros países, aunque condicionada por las
oscilaciones provocadas por los conflictos bélicos y las hambrunas, que provocaban un
déficit de matrimonios; y por las epidemias, que provocaban más mortalidad entre la
población joven.

La emigración fue escasa en la primera mitad del siglo, debido a la independencia de las
colonias americanas y a una legislación que restringía las salidas. Se mantuvo una emigración
que se dirigía al norte de África y al sur de Francia, de carácter temporal. Una novedad de
periodo fue el exilio político que acompaño el fin de la guerra de la Independencia.

Esta situación hizo que el incremento total de la población de España no fuera muy distinto
en las primeras décadas del de otros países europeos, que sí estaban sufriendo un intenso
proceso emigratorio, como Gran Bretaña y Alemania. Cuando a mediados de siglo se
eliminaron las restricciones legales para la emigración hacia América, fue cuando se produjo
la mayor diferencia en el crecimiento frente a otros países. Las regiones de las que más
emigrantes partieron fueron Galicia y, en menor medida, Canarias, Asturias y Cantabria.
La distribución interior de la población continuó la tendencia que venía produciéndose en
los siglos anteriores, y el crecimiento demográfico fue mayor en la zona costera, sobre todo
en el Levante y Andalucía, y menor en las regiones interiores, excepto Madrid. La mayor
parte de la población seguía siendo rural, aunque con el desarrollo del ferrocarril en la
segunda mitad de siglo, hubo un movimiento migratorio del campo a las ciudades y zonas
industriales.

Junto con la implantación del régimen liberal apareció un nuevo tipo de sociedad estructurada
en clases que sustituyó a la sociedad estamental del Antiguo Régimen. En este sistema, los
límites entre los distintos grupos eran más difusos y eran estructuras abiertas:

- La nueva clase alta se configuró por la alianza entre la antigua alta nobleza y la alta
burguesía. Siguieron controlando las instituciones del país y la economía, a partir de
la propiedad de tierras. Su estatus se consolidó tras la adquisición de las tierras
desamortizadas, al amparo de negocios como el ferrocarril y de la adquisición de
títulos de deuda pública.
- La clase media se expandió de manera tímida. Estaba formada por comerciantes,
industriales, altos funcionarios, profesionales liberales, etc. Fue más numerosa en
regiones como Cataluña y el País Vasco.
- La clase baja seguía siendo la mayoría de la población. Estaba constituida por
campesinos, artesanos, obreros y criados, entre los que existían muchas diferencias.
Las peores condiciones vida eran las de los jornaleros y los obreros industriales.
6. La industrialización de España y su dependencia exterior durante el siglo XIX.

La industrialización española en el siglo XIX fue más tardía y débil que en los países más
desarrollados de Europa, aunque similar a otros países del mediterráneo y de la Europa
Oriental. Además, se produjo una dependencia de las políticas e iniciativas estatales, y de las
inversiones y la tecnología extranjera.

La economía siguió dominada por el sector agrario, que mantenía la baja productividad, una
mala estructura de la propiedad (latifundios y minifundios), una escasa centralización y un
desarrollo técnico. Mientras, en el reducido sector secundario coexistían la producción
artesanal tradicional y las iniciativas de la revolución industrial, concentradas en Cataluña
(sector textil) y el País Vasco (siderurgia). Otros sectores como la minería y el ferrocarril
también se desarrollaron a partir de las reformas legales del bienio progresista.

Las causas de la debilidad industrial de España fueron diversas:

- La escasa demanda interna del país, que se debió a la poca población, a su escaso
poder adquisitivo y a la pérdida de las colonias americanas.
- La ausencia de una auténtica reforma agraria. La desamortización mantuvo
grandes propiedades en manos de una burguesía que, a menudo, era absentista. Por
ello, la productividad agraria creció muy lentamente. Esto implicó un crecimiento de
la población y la demanda interna, y no se liberó mano de obra ni capitales.
- La falta de capitales, que se debió a las guerras del siglo XIX y a los problemas de la
Hacienda. Hubo que recurrir a capital exterior, generando dependencia y una
orientación a la búsqueda de beneficio rápido.
- La debilidad y poco dinamismo empresarial de la burguesía española, que
invirtió en la adquisición de las tierras desamortizadas para reforzar su estatus social.
También invirtió en otros sectores con un afán especulativo, buscando beneficios en
el ferrocarril, la minería o comprando Título de Deuda Pública.
- La escasez de materias primas y de las fuentes de energía.
- La deficiente red de comunicaciones y la inexistencia de un mercado interior,
debido al complicado relieve de la península, la ausencia de canales navegables y la
persistencia de aduanas y trabas internas. La red de ferrocarriles se desarrolló
recurriendo a capital, tecnología y hierro extranjero, lo que no favoreció una
expansión de la siderurgia.
- La escasez de innovaciones tecnológicas propias y la dependencia externa.
- La política económica proteccionista, que reservaba el mercado interno a costa de
mantener una escasa competitividad.

La industrialización en España comenzó en la década de 1830, en el sector textil catalán.


La burguesía industrial había aprovechado las ventajas del comercio con América en el siglo
XVIII y repartió su capital tras la independencia de las colonias. Ello favoreció un cambio de
las técnicas de producción, la aparición de fábricas en sustitución del trabajo a domicilio y el
comienzo de la mecanización (hiladores y telares mecánicos) y las nuevas fuentes de energía
(hidráulica y máquinas de vapor impulsadas con carbón).
La industria catalana se vio favorecida por la legislación proteccionista de los liberales
moderados que defendían la sustitución de las importaciones británicas. Los industriales
textiles catalanes se integraron en el mercado nacional y crearon las primeras asociaciones
patronales (Junta de Fábricas).

El principal sector productivo fue el del algodón, que abastecía al mercado interior, a Cuba y
a Puerto Rico de este producto. Además, se concentraron en Cataluña otras industrias textiles
como la lana, la seda o el lino. También aparecieron industrias metalúrgicas y mecánicas.
Solo algunos núcleos laneros tradicionales (Béjar, Alcoy, Antequera, …) se modernizaron y
mantuvieron.

La industria siderúrgica comenzó en Andalucía hacia 1830, en torno a Málaga, intentando


aprovechar los minerales de la región y el carbón vegetal. Asturias, aprovechando los
yacimientos de la cuenca del Nalón, concentró la producción española en el eje Mieres-La
Felguera.

El País Vasco despegó hacia el último tercio del silgo y aparecieron los primeros altos hornos
(hermanos Ibarra). Colaboró con Gran Bretaña intercambiando hierro por coque. Las
exportaciones de hierro de Vizcaya provocaron una acumulación de capital que se reinvirtió
en la construcción de altos hornos. En la década de 1880 aparece la fabricación de acero en
sustitución del hierro dulce. Gracias al proteccionismo estatal, algunas empresas se
fusionaron en Altos Hornos de Vizcaya, que iba a dominar la siderurgia española.

A partir de la exportación minera y la siderurgia, se construyeron otras empresas auxiliares,


de maquinarias y herramientas, ferroviarias, compañías navieras, etc. Este desarrollo se vio
reflejado en la construcción del puerto exterior de Bilbao y de un sector financiero.

A partir de aquí, también hubo otros dos sectores que conocieron un desarrollo: la minería,
que se desarrolló sobre todo en el País Vasco, y el ferrocarril, que sufrió un retraso debido a
la escasez de capital y tecnología, y que adoptó una estructura radial en torno a Madrid.

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