Carta Al Hermano Daniel Santander

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Destinatario: Daniel Santander

Alusivo al mensaje de 1888

01 de abril 2022

Amigo Daniel, mi intención de escribirte esta carta es por el vivo deseo que veo en ti
en continuar aprendiendo de las escrituras. La búsqueda permanente de la luz que
es visible en tu actitud, te llevará en aumento del conocimiento hasta que la verdad
sea más clara para ti. (Prov. 4:18) Estos pequeños renglones que me place escribirte,
es solo un breve introito de lo que muchas veces nos has invitado a considerar en el
grupo, para una búsqueda mejor del mensaje de 1888.

Hay un tema que es sumamente preciosísimo; ese es uno de los muchos adjetivos
con los que la mensajera del Señor se refiere al mensaje de Minneapolis. Quisiera
brevemente expresarte una de las premisas que debía considerarse para saber sobre
el mensaje de “La eficacia de la sangre de Cristo [que] tenía que ser presentada al
pueblo con poder renovado, para que su fe pudiera echar mano de los méritos de esa
sangre.” (TM, 95)

De este mensaje la sierva del Señor nos dice: “Este mensaje tenía que presentar en
forma más destacada ante el mundo al sublime Salvador, el sacrificio por los pecados
del mundo entero. Presentaba la justificación por la fe en el Garante; invitaba a la
gente a recibir la justicia de Cristo, que se manifiesta en la obediencia a todos los
mandamientos de Dios.” (TM, 91-92)

Quiero que consideres esta cita con detenimiento, ya que la parte recalcada es
señalada por el mundo evangélico como universalismo; es de lo que Walter Martin
acusó a Ellen White al leer sus escritos. Los protestantes consideran que el sacrificio
de Cristo solo fue realizado por sus escogidos, porque consideran que decir que si
Cristo se ofreció para el sacrifico de los pecados del mundo entero, deben considerar
que también todo el mundo debe resucitar para salvación. Esa conclusión se debe a
una mala comprensión de Romanos 6:5; no veo necesario explicarte el texto, porque
considero que estas familiarizado con lo que Pablo está tratando allí. Pasa lo mismo
con el libro Juan 10:11,15 donde los evangélicos hacen ver que Cristo solo ha venido
por sus ovejas, (los que aceptaran) y que su sacrificio es meramente limitado a su
pueblo. Esta verdad preciosa de la que fueron receptáculos los mensajeros de 1888,
no es posible que el mundo evangélico pueda verlo, a menos que demos a conocerlo
y que pronto podamos ser nosotros mismos iluminados por su gloria (Apoc. 18;1)

Es por eso que encarecidamente te ruego que no dudes de la eficacia de la obra


sacrificial de Cristo. Esa palabra (Eficaz) lo observarás muy a menudo en los escritos
de Ellen White, te ruego que no lo ignores.

“El exaltado Salvador ha de aparecer en su obra eficaz como el Cordero inmolado,


sentado en el trono, para dispensar las inapreciables bendiciones del pacto, los
beneficios que pagó con su vida en favor de toda alma que había de creer en él.”
((TM, 91-92)

“Los siglos y las edades nunca podrán aminorar la eficacia de este sacrificio
expiatorio”. (TM, 92)

“…mientras confesamos nuestros pecados e invocamos la eficacia de la sangre


expiatoria de Cristo, nuestras oraciones han de ascender al cielo, con la fragancia de
los méritos del carácter de nuestro Salvador.” (TM, 92)

La hermana White hablando del mensaje que trajeron los mensajeros de 1888, hace
hincapié en la importancia de considerar la eficacia de la obra sacrificial de Cristo.
Sería bueno que le dieras lectura toda esa sesión del libro ya antes citado, para que
puedas ver lo que estos hombres presentaban, (“Presentaba la justificación por la fe
en el Garante”) y veas lo esencial de conocer, donde descansa la fe.

Hace unos meses atrás que estuvo fresco el tema de la naturaleza de Cristo, me
agrado la manera sencilla y nítida como abordaste el asunto; lo respaldaste con el
sermón del pastor Prescott, que claramente fue apoyada por el espíritu de profecía.
Por lo tanto, deseo que, de la misma manera, consideres el capítulo que pongo a
continuación:

“Por tanto, así como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la
muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, pues todos pecaron. Porque antes
de ser dada la Ley, el pecado ya estaba en el mundo, porque el pecado no se atribuye
cuando no hay Ley. Por eso, la muerte reinó desde Adán hasta Moisés, aun en los
que no pecaron quebrantando un mandato, como lo hizo Adán, que era figura del que
había de venir. Pero el don gratuito no es como el delito. Porque si por el delito de
uno, murieron los muchos; mucho más copiosamente se derramó sobre los
muchos, la gracia y el don, por la gracia de un solo hombre, Jesucristo. Ni el
don gratuito es como con el pecado de aquel hombre. Porque a la verdad el juicio
vino por un pecado para condenación, pero la gracia vino de muchos delitos para
justificación. Porque, si por el delito de uno reinó la muerte, mucho más reinarán en
vida por uno solo, por Jesucristo, los que reciben la abundancia de la gracia y del
don gratuito de la justicia. Así, como por el delito de uno vino la condenación a
todos los hombres, así también por la justicia de uno solo, vino a todos los hombres
la justificación que da vida. Porque, así como por la desobediencia de un hombre
los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno los
muchos serán constituidos justos.” (Romanos 5:12-19)

En la tarde del domingo 31 de octubre de 1895, W.W. Prescott predicó en el encuentro


campestre de Armadale, en Victoria, Australia. Ellen White oyó su predicación, así
como las que fue presentando sucesivamente, y quedó impresionada, expresando su
gratitud por el mensaje de Prescott en términos entusiastas, en diversas cartas
enviadas a diferentes destinatarios, así como públicamente en un artículo en Review
& Herald. Puesto que White Estate no ha publicado todavía todas esas cartas, es
imposible dar la referencia exacta de cada una de ellas. Reproduciremos aquí
diversos fragmentos de las mismas, así como una parte del artículo citado en la
Review & Herald:

“Acabo de oír el discurso dado por el profesor Prescott. Fue un poderoso llamamiento
a nuestro pueblo... Maggie Hare ha tomado por escrito los discursos del profesor
Prescott y los míos, a fin de publicarlos. Temo que sus sermones no parezcan los
mismos, cuando no sea él quien los dé a viva voz, pues sus palabras son
pronunciadas en demostración del Espíritu y con poder, con el rostro iluminado
por la luz celestial. La presencia del Señor está día tras día en nuestras reuniones
(Manuscrito 19, 1895).

“El Señor ha visitado a Prescott de una forma especial y le ha dado un mensaje


especial para el pueblo... la verdad está fluyendo a su través en ricas corrientes; dice
la gente que la Biblia es ahora para ella una nueva revelación (Manuscrito 47, 1895).

“Aquellos que desde el encuentro de Minneapolis han tenido el privilegio de escuchar


las palabras pronunciadas por los mensajeros de Dios: A.T. Jones, E.J. Waggoner
y W.W. Prescott... Ha estado brillando la luz del cielo. La trompeta ha dado un sonido
certero... Ha estado brillando luz sobre la justificación por la fe y la justicia imputada
de Cristo. El Señor ha enviado a Prescott; no es un vaso vacío, sino lleno del
tesoro celestial. Ha presentado verdades en un estilo sencillo y claro, rico en
alimento. W.W. Prescott ha estado llevando las palabras ardientes de verdad, tal
como las oí de alguien en 1844; la inspiración del Espíritu Santo está sobre él.
Prescott nunca había tenido un poder tal al predicar la verdad (Carta W 32, 1895).

“Prescott ha gozado del derramamiento del Espíritu Santo desde su venida aquí;
distinguimos la voz del Buen Pastor. La verdad procedió de sus labios de una forma
en la que nunca antes la había oído el pueblo; los oyentes dicen que ese hombre está
inspirado. Prescott ha hablado muchas veces en el encuentro campestre de
Armadale bajo la inspiración del Espíritu Santo (Carta W 84, 1895).

“La gente pedía reproducciones escritas de los mensajes de Prescott; se


comportaron como un rebaño famélico, suplicando por copias de esos mensajes.
Quieren leer y estudiar cada uno de los puntos presentados. La mente de Prescott ha
sido fructífera en la verdad; que Dios pueda guiarnos a toda verdad. 2 Por la tarde
[del 31 de octubre], el profesor Prescott dio una muy preciosa lección, valiosa como
el oro. La carpa estaba llena, y muchos permanecían de pie en el exterior. Todos
parecían fascinados por la palabra, a medida que él presentaba la verdad en líneas
tan nuevas para los que no eran de nuestra fe. La verdad quedó separada del error,
y el Espíritu divino la hizo brillar como a joyas preciosas. Se mostró que la obediencia
perfecta a todos los mandamientos de Dios es esencial para la salvación de las almas.
La obediencia a las leyes del reino de Dios revela lo divino en lo humano, santificando
el carácter. El Señor está obrando poderosamente mediante sus siervos que están
proclamando la verdad, y ha dado al hermano Prescott un mensaje especial para
el pueblo. El poder y el Espíritu de la verdad proceden de labios humanos en
demostración del Espíritu y poder de Dios (The Australian Camp meeting, Review
& Herald, 7 enero 1896).

Creo, amigo Daniel, que no hace falta colocar más cita sobre el respaldo que tuvo el
sermón de Prescott en el campestre de Armadale.

Reproducimos a continuación la predicación que dio W.W. Prescott la noche de aquel


domingo (31 octubre 1895) en la reunión campestre de Armadale, cerca de
Melbourne. Se lo puede encontrar (en inglés) en The Bible Echo del 6 enero 1896, 4
y 5, vol. II, nº 1, y 13 enero 1896, 12, vol. II, nº 2. 3

El Verbo se hizo carne (W.W. Prescott)

“En el principio ya existía el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios
(Juan 1:1). Y el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros”. (vers. 14).

El tema de la redención será la ciencia y el canto por las edades eternas, y bien puede
ocupar nuestras mentes durante nuestra breve morada aquí. No hay ninguna otra
porción de ese gran tema que demande tanto de nuestras mentes a fin de poder
apreciarlo, como el tema que vamos a estudiar esta noche: “El Verbo se hizo carne,
y habitó entre nosotros”. Por él “fueron hechas” todas las cosas. Ahora, él mismo “fue
hecho”. El que tenía toda la gloria con el Padre, la deja a un lado, y es hecho carne.
Deja a un lado su modo divino de existencia, y toma el del hombre: Dios se manifiesta
en la carne. Esa verdad es el fundamento mismo de toda verdad. Una verdad
reconfortante El que Jesucristo se hiciera carne, el que Dios se manifestase en la
carne, es una de las verdades que más ánimo traen, una de las verdades más
instructivas, una verdad en la que debiera gozarse la humanidad. Esta tarde quisiera
estudiar esa cuestión teniendo en vista nuestro presente beneficio personal.
Concentremos al máximo nuestras mentes, pues comprender que el Verbo se hizo
carne y habitó entre nosotros requiere todas las energías de nuestra mente.
Consideremos, primeramente, qué clase de carne fue, pues ahí está el fundamento
mismo de la cuestión, en lo que tiene que ver personalmente con nosotros. Por cuanto
los hijos participan de carne y sangre, él también participó de lo mismo, para destruir
por la muerte al que tenía el imperio de la muerte, a saber, al diablo. Y librar a los que
por el temor de la muerte estaban por toda la vida sujetos a servidumbre. Porque de
cierto, no vino para ayudar a los ángeles, sino a los descendientes de Abrahán. Por
eso, debía ser en todo semejante a sus hermanos, para venir a ser compasivo y fiel
Sumo Sacerdote ante Dios, para expiar los pecados del pueblo. Y como él mismo
padeció al ser tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados (Heb 2:14-
18). Para que, sujetándose a la muerte, tomando sobre sí la carne de pecado, pudiera
destruir mediante su muerte al que tenía el imperio de la muerte. Porque de cierto, no
vino para ayudar a los ángeles, sino a los descendientes de Abrahán (Heb 2:16). En
el siguiente versículo se nos da la razón de ello: 4 Por eso, debía ser en todo
semejante a sus hermanos, para venir a ser compasivo y fiel Sumo Sacerdote ante
Dios, para expiar los pecados del pueblo. A Abraham fueron hechas las promesas, y
a su simiente. No dice: A las simientes, como refiriéndose a muchos, sino a uno: A tu
simiente, la cual es Cristo (Gál 3:16). Viene verdaderamente en ayuda de la simiente
(o descendencia) de Abraham, haciéndose él mismo simiente de Abraham. Dios,
enviando a su propio Hijo en semejanza de carne de pecado, y a causa del pecado,
condenó el pecado en la carne; para que la justicia que requiere la ley se cumpla en
nosotros, que no andamos según la carne, sino según el Espíritu (Rom 8:3- 4). Por lo
tanto, podéis ver que la Escritura expone claramente que Jesucristo tenía
exactamente la misma carne que nosotros: carne de pecado, carne en la que nosotros
pecamos; carne, sin embargo, en la que él no pecó jamás. Pero llevó nuestros
pecados en esa carne de pecado. No olvidéis ese punto. No importa cómo lo hayáis
podido considerar en el pasado, vedlo ahora tal como está en la Palabra; y cuanto
más lo veáis en esa forma, más razón tendréis para agradecer a Dios porque así sea.

El pecado de Adán, un tipo (un pecado representativo) ¿Cuál era la situación?


Adán había pecado, y siendo él la cabeza de la familia humana, su pecado fue un
pecado representativo, un tipo. Dios había hecho a Adán a su propia imagen, pero
esa imagen se perdió por el pecado. Adán engendró entonces hijos e hijas, pero los
engendró a su propia imagen, no a la de Dios (Gén 5:3). Todos somos descendientes
de un linaje tal, pero siempre a imagen de Adán. Así continuaron las cosas durante
cuatro mil años, y entonces vino Jesucristo, de carne y en carne, hecho de mujer,
hecho bajo la ley; nacido del Espíritu, pero en carne. ¿Qué carne pudo tomar, si no
es la carne que había en aquel tiempo? No sólo eso, sino que fue la carne que él
mismo dispuso que había de tomar; porque podéis ver que se trataba de auxiliar al
hombre en la dificultad en la que este había caído, y el hombre es un agente moral
libre. La obra de Cristo ha de ser, no la de destruirlo, no la de crear una nueva raza,
sino re-crear al hombre, restaurar en él la imagen de Dios. Vemos a aquel que fue
hecho un poco menor que los ángeles, a Jesús, coronado de gloria y de honra a causa
del padecimiento de la muerte, para que por la gracia de Dios experimentase la
muerte en provecho de todos (Heb 2:9). Una raza condenada y desvalida Dios hizo
al hombre un poco menor que a los ángeles, pero el hombre cayó mucho más bajo
por su pecado. Queda totalmente separado de Dios, pero ha de ser elevado de nuevo.
Jesucristo vino para realizar esa obra, y a fin de ello, vino, no allí donde estaba el
hombre antes de su caída, sino donde estaba después de haber caído. Tal es la
lección contenida en la escalera de Jacob. Esta descansaba sobre el terreno en
donde estaba Jacob, pero su extremo superior alcanzaba hasta el cielo. Cuando
Cristo viene a rescatar al hombre del pozo en el que está, no se acerca a la entrada
del pozo para mirar y decirle: ‘Sube hasta aquí, y yo te ayudaré’. Si el hombre pudiera
por sí mismo retornar hasta el punto en el que cayó, sería igualmente capaz de lograr
el resto. Si pudiera dar un solo paso por sí mismo, podría recorrer todo el camino;
pero debido a que el hombre está rematadamente arruinado, débil, herido y
destrozado, de hecho, absolutamente desvalido, Jesucristo viene allí donde él se
encuentra y se une con él. Toma su carne y se hace un hermano suyo. Jesucristo es
nuestro hermano en la carne; nació en la familia.

“Tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo único”. Sólo tenía un Hijo, y lo entregó.
Y ¿a quién lo entregó? “Un niño nos es nacido”. Un niño nos es nacido Isaías 9:6.

Hasta en el propio cielo ha introducido cambios el pecado, puesto que Jesucristo, a


causa del pecado, tomó sobre sí la humanidad, y la lleva ahora. La seguirá llevando
por la eternidad. Jesucristo vino a ser el Hijo del hombre, tanto como el Hijo de Dios.
Nació en nuestra familia. No vino como un ser angélico, sino que nació en la familia y
creció en ella; fue un niño, un joven, un adulto, un hombre en la flor de la vida, en
nuestra familia. Es el Hijo del hombre, nuestro pariente, llevando la carne que
nosotros llevamos. Adán era el representante de la familia; por lo tanto, su pecado
fue un pecado representativo. Cuando vino Jesucristo, vino a tomar el lugar del
Adán que cayó. El primer Adán fue hecho un ser viviente. El postrer Adán, un
espíritu vivificante (1 Cor 15:45). El segundo Adán es Jesucristo hombre, y vino
para unir la familia humana con la divina. Dios nos es presentado como el “Padre de
nuestro Señor Jesucristo, de quien toma nombre toda la familia de los cielos y de la
tierra” (Efe 3:14-15). Jesucristo, el Hijo del Dios viviente, vino a esta parte de la familia
a fin de poder restaurarla, para que pudiera existir... Una familia nuevamente unida,
en el reino de Dios Jesús vino, y tomó la carne de pecado que esta familia había
atraído sobre sí al pecar, y le trajo salvación, condenando al pecado en la carne. Adán
fracasó en su puesto, y por el delito de uno, los muchos fueron constituidos
pecadores (Rom 5:15). Jesucristo se dio a sí mismo, no sólo por nosotros, sino
a nosotros, uniéndose a la familia, a fin de poder tomar el lugar del primer Adán,
y como cabeza de la familia, rescatar aquello que se perdió en el primer Adán.
La justicia de Jesucristo es una justicia representativa, como también lo fue el
pecado de Adán; y Jesucristo, como segundo Adán, reunió consigo a toda la
familia. Pero desde que el primer Adán ocupó su lugar ha habido un cambio, y la
humanidad es humanidad pecaminosa. Se perdió el poder de la justicia. Para redimir
al hombre de la posición en la que había caído, Jesucristo viene y toma la carne
misma que posee ahora la humanidad; viene en carne pecaminosa, y toma el asunto
allí donde Adán fue probado y falló. Fue hecho, no ya hombre, sino que fue hecho
carne, fue hecho humano, y reunió consigo a toda la humanidad, la abrazó en su
mente infinita y se tuvo como el representante de toda la familia humana. Adán
fue tentado al principio en lo referente al apetito. Cristo vino, y después de haber
ayunado cuarenta días, el diablo lo tentó a que usara su poder divino para satisfacer
su propio apetito. Y observad: fue en carne pecaminosa como fue tentado, no en la
carne que Adán poseía cuando cayó. Es una verdad terrible, pero a mí me alegra
terriblemente que así sea. Se deduce necesariamente que al nacer, al ser nacido en
la misma familia, Jesucristo es mi hermano en la carne, “por eso, no se avergüenza
de llamarlos hermanos” (Heb 2:11). Ha venido a la familia, se ha identificado con ella.
Es a la vez Padre y Hermano de la familia. Como Padre de la familia, es su
representante. Vino a redimirla, condenando al pecado en la carne, uniendo la
divinidad con la carne de pecado. Jesucristo hizo la conexión entre Dios y el hombre
a fin de que el Espíritu divino pudiera morar en la humanidad. Recorrió el camino en
favor de la humanidad. Llevó nuestros dolores Y vino junto a nosotros. No está alejado
de nosotros ni en un simple paso. Se hizo semejante a los hombres (Fil 2:7). Lleva
ahora la semejanza de hombre, y al mismo tiempo posee la divinidad; es el divino Hijo
de Dios. Así, mediante la unión de la divinidad con la humanidad restaurará al hombre
a la semejanza de Dios. Al tomar el lugar de Adán, Jesucristo tomó nuestra carne.
Tomo nuestro lugar por completo, a fin de que nosotros pudiéramos tener su lugar.
Tomó nuestra posición con todas sus consecuencias –y eso significa la muerte–, a fin
de pudiéramos obtener la suya con todas sus consecuencias –y eso significa vida
eterna. Al que no tenía pecado, Dios lo hizo pecado por nosotros, para que nosotros
seamos hechos justicia de Dios en él (2 Cor 5:21). Él no fue pecador, pero se
ofreció para que Dios lo tratara como si lo fuese, a fin de que nosotros, que
somos pecadores, pudiésemos ser tratados como si fuésemos justos.
(considera esto con detenimiento) Él llevó nuestras enfermedades, y sufrió nuestros
dolores. Y nosotros lo tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido (Isa 53:4).
Los dolores que llevó fueron nuestros dolores, y es un hecho cierto que se identificó
de tal manera con la naturaleza humana, que llevó en sí mismo todos los dolores y
penas de la totalidad de la familia humana. 7 Pero él fue herido por nuestras
rebeliones, molido por nuestros pecados, el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por
su llaga fuimos curados (Isa 53:5). Lo que estaba hiriéndole a él, nos estaba sanando
a nosotros. Estaba siendo herido a fin de que pudiésemos ser sanados. Todos nos
descarriamos como ovejas, cada cual se desvió por su camino. Pero el Eterno cargó
sobre él el pecado de todos nosotros (Isa 53:6). Y entonces murió, puesto que fue
puesta sobre él la iniquidad de todos nosotros. En él no hubo pecado, pero los
pecados del mundo entero fueron puestos sobre él. He aquí el Cordero de Dios,
llevando los pecados del mundo entero. Él es la víctima por nuestros pecados. Y
no sólo por los nuestros, sino también por los del mundo entero (1 Juan 2:2). El
precio pagado por cada alma Quisiera que vuestras mentes capten la verdad de
que, tanto si un hombre se arrepiente, como si no lo hace, Jesucristo ha llevado
sus dolores, sus pecados, sus pesares, y se lo invita a que los deposite sobre
Cristo. Aunque todo pecador en este mundo se arrepintiese con toda su alma y
volviese a Cristo, el precio se pagó ya con anterioridad. Jesús no esperó hasta
que nos arrepintiésemos, antes de morir por nosotros. Siendo aún pecadores,
Cristo murió por nosotros (Rom 5:8). En esto consiste el amor: No en que nosotros
hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo como
víctima por nuestros pecados (1 Juan 4:10). Cristo murió por el bien de cada alma
aquí reunida; ha llevado sus penas y dolores; pide simplemente que las depositemos
sobre él y le permitamos llevarlas. Cristo, nuestra justicia Más aún: cada uno de
nosotros estaba representado en Jesucristo cuando el Verbo fue hecho carne y
habitó entre nosotros. Estábamos todos allí en Jesucristo. Todos estuvimos
representados en Adán, según la carne; y al venir Cristo como el segundo Adán,
anduvo hasta el lugar del primer Adán, de forma que todos estamos
representados en Cristo. Él nos invita a entrar en la familia espiritual. Ha formado
esa nueva familia, de la cual él es la cabeza. Es el nuevo hombre. En él tenemos la
unión de lo divino con lo humano. En esa nueva familia está representado cada
uno de nosotros. Por decirlo así, el mismo Leví, que recibe los diezmos, pagó el
diezmo por medio de Abrahán. Porque Leví aún estaba en los lomos de su padre
cuando Melquisedec le salió al encuentro (Heb 7:9-10). Cuando Melquisedec dio la
bienvenida a Abrahán, quien regresaba de una lucha victoriosa, este le dio la
décima parte de todo. Leví estaba aún en el seno de su padre Abrahán; pero
dado que fue un descendiente de él, lo que Abrahán hizo, dice la Escritura que
lo hizo Leví en Abrahán. Leví desciende de Abrahán según la carne. Aún no
había nacido cuando Abrahán pagó el diezmo, pero puesto que Abrahán lo
pagó, él lo pagó igualmente. En la familia espiritual sucede exactamente lo
mismo. Lo que hizo Cristo como cabeza de esa nueva familia, lo hicimos
nosotros en él. Era nuestro representante; se hizo carne; se hizo nosotros. No se
hizo simplemente un hombre, sino que se hizo carne, y cada uno que hubiera de
nacer en su familia estaba representado en Jesucristo cuando él vivió aquí en la
carne. Veis pues que todo cuanto hizo Cristo le es acreditado a cualquiera que
se una a esa familia, como habiéndolo hecho en Cristo. Cristo no era un
representante ajeno, separado de él, sino que de igual forma en que Leví pagó
el diezmo en Abrahán, todo el que naciera posteriormente en la familia espiritual
de Cristo, hizo lo que Cristo hizo. El nuevo nacimiento Ved lo que eso significa en
relación con los sufrimientos vicarios. No es simplemente que Jesucristo viniese del
exterior, y viniese a nuestro lugar como lo haría un forastero; sino que uniéndose a
nosotros por el nacimiento, toda la humanidad fue reunida en la divina Cabeza:
Jesucristo. Él sufrió en la cruz. Por lo tanto, en Jesucristo, fue toda la familia la que
fue crucificada. El amor de Cristo nos apremia, al pensar que si uno murió por todos,
luego todos han muerto (2 Cor 5:14). Lo que demanda nuestra experiencia es que
entremos en el hecho de que fuimos muertos en él. Pero si bien es cierto que
Jesucristo pagó todo el precio, llevó todo pesar, fue la humanidad misma, es
igualmente cierto que ningún hombre recibe beneficio de ello a menos que reciba a
Cristo, a menos que nazca de nuevo. Sólo los que nacen dos veces pueden entrar en
el reino de Dios. Los que son nacidos en la carne tienen que volver a nacer, han de
nacer del Espíritu a fin de que lo que Cristo hizo en la carne pueda serles de beneficio
a fin de poder estar verdaderamente en él. La obra de Cristo consiste en
otorgarnos el carácter de Dios, y entonces Dios ve a Cristo y el carácter perfecto
de él, en lugar de ver nuestro carácter pecaminoso. En el mismo momento en que
nos vaciamos de nosotros mismos, o permitimos a Cristo que nos vacíe del yo y
creemos en Jesucristo, recibiéndole como a nuestro Salvador personal, Dios lo ve a
él como realmente a nuestro representante. Entonces no nos ve a nosotros ni a todo
nuestro pecado. Ve a Cristo. Nuestro representante en las cortes celestiales Hay un
solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre (1 Tim
2:5). Hay ahora un hombre en el cielo: Jesucristo hombre, que lleva nuestra
naturaleza humana; pero no se trata más de carne de pecado; está glorificada.
Habiendo venido aquí y habiendo vivido en carne de pecado, murió; y “en cuanto
murió, al pecado murió una vez por todas; pero en cuanto vive, para Dios vive” (Rom
6:10). Al morir, se deshizo de la carne de pecado y resucitó glorificado. Jesucristo
vino aquí como nuestro representante. Recorrió el camino que lleva nuevamente al
cielo, estando en la familia. Murió al pecado y resucitó glorificado. Vivió como Hijo del
hombre, creció como Hijo del hombre, ascendió como Hijo del hombre. Y hoy
Jesucristo, nuestro propio Hermano –Jesucristo hombre–, está en el cielo y vive para
interceder por nosotros. Ha pasado por cada una de nuestras experiencias. ¿Ignora
acaso lo que significa la cruz? Fue al cielo por el camino de la cruz, y nos dice: “Ven”.
Eso hizo Cristo, al ser hecho carne. Nuestras mentes quedan estupefactas. ¿Qué
lenguaje humano puede expresar la obra efectuada a favor nuestro, cuando “el Verbo
se hizo carne y habitó entre nosotros”? ¿Cómo podremos expresar lo que Dios nos
ha dado? Al darnos a su Hijo, dio el don más precioso del cielo, y lo dio para no
volverlo a tomar. Por toda la eternidad el Hijo del hombre llevará en su cuerpo
las marcas que hizo el pecado; será por siempre Jesucristo, nuestro Salvador,
nuestro Hermano mayor. Eso es lo que Dios ha hecho por nosotros al darnos a su
Hijo. Cristo, identificado con nosotros Esa unión de lo divino con lo humano ha traído
a Jesucristo muy cerca de nosotros. No hay nadie tan degradado como para que
Jesucristo no pueda estar allí con él. Se identificó completamente con esta familia
humana. En el juicio, cuando haya que enfrentarse a las recompensas y castigos,
dirá: En cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos pequeñitos, a mí lo hicisteis
(Mat 25:40). Cristo da a cada miembro de la familia humana la misma consideración
que a sí mismo. Cuando sufre la humanidad, él sufre. Él es humanidad, se ha unido
a esta familia. Es nuestra cabeza; y cuando en alguna parte del cuerpo hay un latido
de dolor, la Cabeza lo siente. Se ha unido a nosotros, uniéndonos en ello con Dios,
puesto que leemos: La virgen concebirá y dará a luz un hijo, y lo llamarán Emmanuel,
que significa: Dios con nosotros (Mat 1:23). 10 Unidad en Cristo Jesucristo se unió de
tal manera con la familia humana, que puede estar con nosotros estando en nosotros,
de la misma forma en que Dios estuvo con él estando en él. El propósito mismo de
su obra fue poder habitar en nosotros, y hacer que –representando al Padre–, los
hijos, el Padre y el Hermano mayor resultasen unidos en él. Veamos cuál fue su mente
en aquella postrera oración: Para que todos sean uno, como tú, oh Padre, en mí, y yo
en ti. Que también ellos sean uno en nosotros (Juan 17:21) Yo les di la gloria que me
diste, para que sean uno, así como nosotros somos uno. Yo en ellos, y tú en mí. Que
lleguen a ser perfectamente unidos, para que el mundo conozca que tú me enviaste,
y que los amaste a ellos, así como me amaste a mí. Padre, que aquellos que me has
dado, estén conmigo donde yo esté, para que vean mi gloria, la que me has dado.
Por cuanto me has amado desde antes de la creación del mundo. Padre justo, aunque
el mundo no te ha conocido, yo te he conocido; y ellos han conocido que tú me
enviaste. Yo les di a conocer tu Nombre, y seguiré dándolo a conocer (vers. 22-26).
Y las últimas palabras de su oración fueron: Para que el amor con que me has amado
esté en ellos, y yo en ellos (Juan 17:21-26) Al ascender, estas fueron sus últimas
palabras dirigidas a sus discípulos: Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin
del mundo (Mat 28:20). Estando en nosotros, está con nosotros por siempre. Con el
fin de hacer eso posible, a fin de poder morar en nosotros, vino y tomó nuestra carne.
Esa es también la forma en la que opera la santidad de Jesús. Él poseía una santidad
que le permitió venir y morar en carne pecaminosa, y glorificarla mediante su
presencia en ella; y eso es lo que hizo, de manera que al resucitar de los muertos fue
glorificado. Su propósito era que, habiendo purificado la carne pecaminosa mediante
la morada de su presencia, pudiese venir ahora y purificar la carne pecaminosa en
nosotros, y glorificarla en nosotros. Transformará el cuerpo de nuestra bajeza, para
que sea semejante a su cuerpo de gloria, por el poder que tiene de sujetar todas las
cosas a sí (Fil 3:21). Porque a los que de antemano conoció, también los predestinó
a que fuesen modelados a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre
muchos hermanos (Rom 8:29). La elección de la gracia Permitidme que os diga que
lo anterior encierra todo lo concerniente a la predestinación. Existe una
predestinación: se trata de una predestinación del carácter. Hay una elección: es
la elección del carácter. Todo el que cree en el Señor Jesucristo, es elegido, y todo el
poder de Dios está tras esa elección a fin de que pueda llevar la imagen de Dios.
Llevando esa imagen, está predestinado por toda la eternidad al reino de Cristo. Pero
todo el que no lleva la imagen de Dios está predestinado a la muerte. Es una
predestinación de Dios en Jesucristo. Cristo provee el carácter, y lo ofrece a todo
aquel que cree. El corazón y vida del cristianismo Entremos en la experiencia de que
Dios nos ha dado a Jesucristo para que more en nuestra carne pecaminosa, para
obrar en nuestra carne pecaminosa lo que obró cuando estuvo aquí. Vino y vivió aquí
para que pudiésemos, mediante él, reflejar la imagen de Dios. Tal es la esencia misma
del cristianismo. Cuanto se oponga a ello, no es cristianismo. Amados, no creáis a
todo espíritu, sino probad si los espíritus son de Dios; porque muchos falsos profetas
han salido al mundo. En esto conoced el Espíritu de Dios: Todo espíritu que reconoce
que Jesucristo ha venido en carne, es de Dios. Y todo espíritu que no reconoce a
Jesús, no es de Dios. Este es del anticristo, que habéis oído que ha de venir, y que
ahora ya está en el mundo. Hijos, vosotros sois de Dios, y los habéis vencido, porque
el que está en vosotros es mayor que el que está en el mundo (1 Juan 4:1-3). Eso no
puede significar simplemente el reconocimiento de que Jesucristo estuvo aquí y vivió
en la carne. Hasta los diablos reconocen tal cosa. Saben que Cristo vino en la carne.
La fe que viene del Espíritu de Dios dice: ‘Jesucristo ha venido en mi carne; lo he
recibido’. Ese es el corazón y vida del cristianismo. El problema con el cristianismo de
hoy es que Cristo no mora en los corazones de los que profesan su nombre. Para
ellos es un forastero; se lo mira de lejos, a modo de ejemplo. Pero es más que un
ejemplo para nosotros. Nos dio a conocer cuál es el ideal de Dios para la humanidad,
y entonces vino y lo vivió entre nosotros a fin de que podamos ver en qué consiste
llevar la imagen de Dios. Entonces murió y ascendió a su Padre, enviando su Espíritu,
su propio representante, para que viviese en nosotros, para que la vida que vivió en
la carne, podamos volver a vivirla. Eso es cristianismo. Cristo ha de morar en el
corazón No basta con hablar de Cristo y de la belleza de su carácter. El cristianismo
sin Cristo morando en el corazón, no es genuino cristianismo. Sólo es un cristiano
genuino aquel que tiene a Cristo morando en su corazón, y podemos solamente vivir
la vida de Cristo cuando él mora en nosotros. Quiere que nos aferremos a la vida y
poder del cristianismo. No os sintáis satisfechos con menos que eso. No deis oído a
nadie que os lleve por ningún otro camino. Cristo en vosotros, la esperanza de gloria
(Col 1:27). 12 Su poder, su presencia morando ahí, eso es cristianismo. Es lo que hoy
necesitamos; y estoy agradecido porque haya corazones que estén anhelando esa
experiencia, y que la reconocerán cuando llegue. No hace diferencia alguna cuál
pueda ser vuestro nombre o denominación. Reconoced a Jesucristo y permitidle que
more en vosotros. Siguiéndole a donde os lleve, sabremos en qué consiste la
experiencia cristiana, y qué es morar en la luz de su presencia. Os digo que se trata
de una verdad sublime. El lenguaje humano es incapaz de expresar mejor lo
contenido en estas palabras: “El Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros”. Esa
es nuestra salvación. El objeto de estas puntualizaciones no es meramente establecer
una línea de pensamiento. Es traer nueva luz a nuestra alma y expandir nuestros
conceptos sobre la palabra de Dios y el don de Dios, a fin de que podamos apreciar
su amor por nosotros. Lo necesitamos. Nada menos que eso nos bastará, en vista de
lo que tenemos que enfrentar: el mundo, la carne y el diablo. Pero el que está por
nosotros es más poderoso que el que está contra nosotros. Tengamos en nuestras
vidas diarias a Jesucristo, el “Verbo” que “se hizo carne”.

Amigo Daniel, este es el sermón de Prescott que fue dirigido por el Espíritu Santo. Si
te tomas tiempo de analizar cada palabra subrayada o remarcada en negritas, podrás
darte cuenta que son justamente las mismas por las cuales se nos llama forencista y
universalista. Hay muchos más artículos en mi muro, que podrás observar que repite
justamente las palabras que Prescott utiliza y que sin embargo han tenido resistencia,
a pesar de tener la aprobación del espíritu de profecía.

Estas son algunas de las palabras que repetimos nosotros, que son consideradas
como forensitas y universalistas; tonos despectivos que califican lo que la sierva le
llamo preciosísimo mensaje. Observa:

 Pecado representativo
 Justicia representativa
 Tratados legalmente justos
 Precio pagado con anterioridad
 Justificación o perdón previo al arrepentimiento
 Toda la familia humana está en Cristo (representada)
 Toda la humanidad fue reunida en la divina Cabeza:
 Etc..

Te agradezco que hayas considerado la lectura de esta carta.

Remite: Esaú Jiménez L.

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