PROBLEMATIZAR EL LENGUAJE. O. Amaya

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PROBLEMATIZAR EL LENGUAJE: INTRODUCCIÓN

A UN POSIBLE ABORDAJE

Oscar Amaya

Ya no quiero vivir así


repitiendo las agonías del pasado
con los hermanos de mi niñez…
Es muy duro sobrevivir
aunque el tiempo ya los ha vuelto desconfiados
tenemos algo para decir:
no es la misma canción de dos por tres
las cosas ya no son como las ves…

Charly García

Hay una lengua que yo hablo o que me habla en todas las lenguas.
Una lengua a la vez singular y universal que resuena
en cada lengua nacional cuando quién la habla es un poeta.
En cada lengua fluyen la leche y la miel.
Y esa lengua yo la conozco, no necesito entrar en ella, brota de mí, fluye,
es la leche del amor, la miel de mi inconsciente.
La lengua que se hablan las mujeres cuando nadie las escucha para corregirlas.

Helene Cixous

No resulta sencillo introducirnos en el estudio del lenguaje, un objeto de estudio con


definiciones, propiedades y rasgos que rebasan el estudio desde una perspectiva
unidisciplinar. Detengámonos en algunxs de ellxs:

-sistema de signos que opera como código de representación y comunicación;


-facultad específica del ser humano para expresar significados (pensamientos y sentimientos)
por medio de sonidos articulados u otro sistema de signos equivalente;
-producto particular de la facultad lingüística: lenguas, gramáticas e idiomas;
-modos de utilización de la lengua: habla, acto lingüístico;
-proceso de adquisición de un conocimiento especializado y de usos específicos;
-sistema de comunicación estructurado para el que existen contextos de uso y un conjunto de
principios combinatorios formales.

Si concebimos al estudio del lenguaje como una reflexión y práctica de carácter


multidisciplinario -dada la naturaleza compleja de este objeto- es necesario entender que
disciplinas como la lingüística, la semiótica o la semiología, desde este espíritu científico,
comienzan a constituirse a través de la convergencia de problematizaciones, es decir, una
práctica de pensamiento que cuestiona saberes vigentes respecto de contextos, sujetos,
fenómenos u otros objetos de conocimiento; se trata de una modalidad epistémica de la
discontinuidad respecto de una comprensión anterior sostenida como válida, fundando por
ello un espacio de interrogación crítica.

Esta modalidad de abordaje sostiene que no se trata de un estudio desde los modos
tradicionales de demarcación disciplinaria rígida y fija, puesto que las problemáticas en torno
al lenguaje no deberían buscar el establecimiento de fronteras disciplinarias, sino favorecer la
integración y producción de saberes en pos del estudio de un objeto complejo, de
conocimiento confluyente de las disciplinas ya mencionadas, junto a las ciencias de la
comunicación, la sociología, la antropología, la filosofía, el psicoanálisis y la psicología, entre
otras disciplinas que abordan la investigación en torno al lenguaje.

Una concepción multidisciplinaria plantea que lo real no constituye un fenómeno obvio y


unívoco que pueda comprenderse de modo inmediato, sino que se manifiesta como complejo,
contradictorio y opaco. Las características de un fenómeno complejo como el lenguaje no
están dadas, no son directamente “observables” y accesibles a la “experiencia directa”, puesto
que no resulta posible una “lectura directa” de la experiencia del lenguaje, del discurso, debido
a que “toda experiencia está cargada de teoría”. En otros términos, todo observable supone
una previa construcción de relaciones por parte del teórico e investigador, y por ello es
interpretado como inferencia, hipótesis, conjetura. Del mismo modo, no resulta posible
sostener que el lenguaje “refleja a la realidad” cuando la nombra. Detengámonos en los
siguientes textos:

El hombre camina días enteros entre los árboles y las piedras. Raramente el ojo se detiene en una cosa, y
es cuando la ha reconocido como el signo de otra: una huella en la arena indica el paso del tigre, un
pantano anuncia una vena de agua, la flor del hibisco el fin del invierno. Todo el resto es mudo es
intercambiable; árboles y piedras son solamente lo que son.

Finalmente el viaje conduce a la ciudad de Tamara. Uno se adentra en ella por calles llenas de enseñas
que sobresalen de las paredes. El ojo no ve cosas sino figuras de cosas que significan otras cosas: las
tenazas indican la casa del sacamuelas, el jarro la taberna, las alabardas el cuerpo de guardia, la
balanza el herborista. Estatuas y escudos representan leones delfines torres estrellas: signo de que algo
—quién sabe qué— tiene por signo un león o delfín o torre o estrella. Otras señales advierten sobre
aquello que en un lugar está prohibido: entrar en el callejón con las carretillas, orinar detrás del quiosco,
pescar con caña desde el puente, y lo que es lícito: dar de beber a las cebras, jugar a las bochas, quemar
los cadáveres de los parientes. Desde la puerta de los templos se ven las estatuas de los dioses,
representados cada uno con sus atributos: la cornucopia, la clepsidra, la medusa, por los cuales el fiel
puede reconocerlos y dirigirles las plegarias justas. Si un edificio no tiene ninguna enseña o figura, su
forma misma y el lugar que ocupa en el orden de la ciudad basta para indicar su función: el palacio real,
la prisión, la casa de moneda, la escuela pitagórica, el burdel. Hasta las mercancías que los comerciantes
exhiben en los mostradores, valen no por sí mismas sino como signo de otras cosas: la banda bordada
para la frente, quiere decir elegancia; el palanquín dorado, poder; los volúmenes de Averroes, sapiencia;
la ajorca para el tobillo, voluptuosidad. La mirada recorre las calles como páginas escritas: la ciudad dice
todo lo que debes pensar, te hace repetir su discurso, y mientras crees que visitas Tamara, no haces sino
registrar los nombres con los cuales se define a sí misma y a todas sus partes.

Cómo es verdaderamente la ciudad bajo esta apretada envoltura de signos, qué contiene o esconde, el
hombre sale de Tamara sin haberlo sabido. Afuera se extiende la tierra vacía hasta el horizonte, se abre
el cielo donde corren las nubes. En la forma que el azar y el viento dan a las nubes el hombre ya está
entregado a reconocer figuras: un velero, una mano, un elefante...

II

De la ciudad de Zirma los viajeros vuelven con recuerdos bien claros: un negro ciego que grita en la
multitud, un loco que se asoma por la cornisa de un rascacielos, una muchacha que pasea con un puma
sujeto con una traílla. En realidad, muchos de los ciegos que golpean con el bastón el empedrado de
Zirma son negros, en todos los rascacielos hay alguien que se vuelve loco, todos los locos se pasan horas
en las cornisas, no hay puma que no sea criado por un capricho de muchacha. La ciudad es redundante:
se repite para que algo llegue a fijarse en la mente. Vuelvo también yo de Zirma: mi recuerdo comprende
dirigibles que vuelan en todos los sentidos a la altura de las ventanas, calles de tiendas donde se dibujan
tatuajes en la piel de los marineros, trenes subterráneos atestados de mujeres obesas que se sofocan.
Los compañeros que estaban conmigo en el viaje, en cambio, juran que vieron un solo dirigible
suspendido entre las agujas de la ciudad, un solo tatuador que disponía sobre su mesa agujas y tintas y
dibujos perforados, una sola mujer gorda apantallándose en la plataforma de un vagón. La memoria es
redundante: repite los signos para que la ciudad empiece a existir.

Se trata de fragmentos de “Las Ciudades Invisibles” del escritor Italo Calvino, que nos invitan a
reflexionar que el mundo –una ciudad, unas personas, unos objetos- para ser comprendido,
debe ser “leído” como conjuntos de signos a fin de ser accesible a su posible interpretación. La
mirada de los sujetos permite descubrir las cosas a partir de los signos, resignificando todo
aquello que les rodea. Ocurre que a las cosas en sí mismas, a la realidad, no la alcanzan a
conocer: permanecen “invisibles” agazapadas detrás de una trama de signos.

Calvino parece sugerirnos que fuera de lo que los sujetos observan, miran, reconocen y
resignifican como signos de algo, de otra cosa, los objetos son sólo existencias que pasan y no
importan demasiado en sí mismas.

De este modo, alguien atraviesa la ciudad, entra y sale de Tamara o Zirma habiendo aprendido
códigos y discursos que se imponen a través de signos: los nombres para designar las cosas, las
escenas, las situaciones, les otres, pero sin conocer en realidad a estas ciudades y sus
habitantes. Es decir, las ciudades siguen siendo invisibles.

Posicionamientos en torno al lenguaje

Una formación universitaria en Psicopedagogía o en Letras no puede prescindir de una


conceptualización en torno al lenguaje, en tanto objeto de indagación crucial en las
incumbencias habilitantes que estas formaciones otorgan para un futuro desempeño
profesional.

Para construir dicha conceptualización, proponemos considerar la función de la palabra en las


prácticas discursivas. Afirmamos que la palabra cumple la función de:
a) instrumento
b) encuadre
c) material discursivo
d) incompletud

a) Cumple esta función porque el instrumento es la interpretación (de una persona, de una
obra literaria). Tanto en la elaboración de un diagnóstico, una crítica o una creación, se trata
de configurar una estructura discursiva: una labor que se enuncia, que se nombra; un
instrumento de análisis de aquello que acontece y que se lleva a cabo a través de la palabra.

b) como encuadre en tanto que la escena psicopedagógica así como la literaria constituyen
experiencias discursivas, que se acotan, se limitan, se organizan, se enmarcan a través del
lenguaje. Encuadre como posibilidad y contención de una experiencia.

c) cumple la función de ser material porque todo aquello que acontece deviene en discurso. El
sentido de una experiencia, lo interpretado respecto de ella necesariamente se nombra y ello
se materializa a través de la palabra. El contenido de una experiencia se torna accesible a
través de la palabra.

d) la función de incompletud en tanto que la estructura de toda práctica discursiva no está


cerrada, ni puede suturarse en signo estable: la producción discursiva genera sentido, pero no
un sentido pleno y acabado; por ello también genera incertidumbre. Es la estructura abierta de
la palabra la genera esta incompletud, puesto que no puede conducirnos a la posesión de una
“verdad” o sentido previamente determinado. La experiencia vivida no puede ser capturada en
plenitud por la palabra: se trata en todo caso de una búsqueda hacia ciertas certidumbres
provisorias.

Detengámonos en estas funciones: en tanto instrumento, podemos pensar junto a Alféri que el
lenguaje permite que un pensamiento se configure en un enunciado posible. Hecho oración o
frase, debe a la sintaxis el ritmo que la conduce y el de la referencia por el cual el enunciado
nos orienta hacia la comprensión de las cosas. Un pensamiento entonces, se articula de
manera sintáctica; participa, pues, de la frase entendida como operación discursiva, como
puesta en ritmo en la lengua, para así emanar una semántica posible en la aventura del
comprender. Ocurre que el lenguaje es más que un conjunto de “frases ya formadas”; la
dialéctica entre el lenguaje y los pensamientos tiene su lugar propio en este “exceso” que
genera la búsqueda de sentido.

El pensamiento no es un “imperio” dentro de otro “imperio mayor” que sería la lengua, sino el
avance que el lenguaje produce sobre sí mismo: el lenguaje posible para un conocimiento
posible. No se trata de que el pensamiento sea un imperio desde el cual el avance del lenguaje
padecería una perpetua posterioridad, puesto que el lenguaje no constituye el “ropaje” de un
pensamiento ya constituido.

Ante toda intuición, sensibilidad y búsqueda, la posibilidad del lenguaje es objeto de la


decisión de asumirlo. Un enunciado, un nuevo enunciado, es posible en la medida en que se lo
busque: se trata de una búsqueda creativa. Pensar, conocer, comprender quiere decir: buscar
una frase; de este modo tanto hablar como escribir constituyen la posibilidad de encontrar una
frase: inauguran un mundo discursivo. Se trata entonces, de llevar a cabo una experiencia, de
llevarla hasta su término: diciéndola, escribiéndola.

En tanto encuadre y material, el lenguaje se aleja de sí cuando se lo arroja al mundo y en esa


distancia comienza a desplegar su forma y también su contenido, apareciendo como una orilla
o borde desde el cual les sujetos se asoman al conocimiento del mundo y a su eventual
comprensión. La posibilidad del lenguaje y su límite, al mismo tiempo: se trata de un crepitar,
un estruendo, un fulgor entre formas de hablar y contenidos de ese hablar, de una articulación
entre sentidos y sonidos/trazos. El lenguaje como forma de descubrimiento, desde las
mismidades, de las otredades, de las ajenidades.
En tanto incompletud, la producción de sentido se articula en el estrecho desfiladero del habla
y de lo que ese habla calla; de la escritura y de lo que esa escritura omite trazar. Es decir que el
sentido no se produce sólo en aquello que se materializa en el significante, sino en el peso
significativo de lo no dicho (lo entredicho): el sentido irrumpe por aquello que no se dice; lo
que literalmente se formula hace precipitar aquello latente que resuena. Afirma Halac (2020):
“la lengua en una nueva caja de resonancia desentierra estertores de su pasado, que guardaba
hasta entonces en silencio”.

Los obstáculos epistémicos en la comprensión del lenguaje

El conocimiento de lo real es una luz que siempre proyecta alguna sombra.


Lo real no es jamás “lo que podría creerse”, sino siempre
aquello que debiera haberse pensado.

Gastón Bachelard

Esta noción es presentada por el epistemólogo francés Gastón Bachelard en su obra “La
formación del espíritu científico. Contribución a un psicoanálisis del conocimiento objetivo”. Allí
se explicita una caracterización no cartesiana de la dinámica del conocimiento científico, que
se opone al dualismo sujeto/objeto y al reduccionismo en la interpretación filosófica de este
tipo de conocimiento: se trata de un proceso de producción y superación de obstáculos “en el
acto mismo de conocer, donde aparecen por una especie de necesidad funcional, los
entorpecimientos y las confusiones” del científico en su labor investigativa. Obstáculos que son
causa de estancamiento e incluso retroceso, inercias del pensamiento científico. Para este
epistemólogo “se conoce en contra de un conocimiento anterior, destruyendo conocimientos
mal adquiridos o superando aquello que, en el espíritu mismo, obstaculiza a la
espiritualización”.

En otras palabras, la articulación de lo teórico con lo experiencial, al concretizar las hipótesis


científicas, implica necesariamente revisar críticamente las teorías, lo que a su vez conlleva a
perfeccionar los métodos de la experiencia investigativa: se trata de una reorganización
dialéctica del saber científico. En efecto, para la epistemología bachelardiana el objeto de
conocimiento científico “no es inmediato, la marcha hacia el conocimiento no es inicialmente
objetiva. Es decir que la “objetividad” en el conocimiento del objeto no se encuentra desde el
principio sino al final del proceso, puesto que es el resultado de las vicisitudes de la historia de
la actividad de la razón teórica y la experimentación. El objeto de un conocimiento no participa
de la dualidad sujeto-objeto, no es una cosa que enfrenta al sujeto sino un ´proyecto´” (ob.cit.)

Bachelard sostiene que en la vida científica los problemas no se plantean por sí mismos, es
necesario que el científico se plantee problemas en torno a su objeto de conocimiento: “es
precisamente este sentido del problema el que sindica el verdadero espíritu científico”. Para el
espíritu investigativo, el conocimiento constituye una respuesta a la formulación de una
pregunta: “si no hubo pregunta, no puede haber conocimiento científico. Nada es espontáneo.
Nada está dado. Todo se construye”. Es por ello que pone de relieve que “entre la observación
y la experimentación no hay continuidad, sino ruptura”.

Por estas cuestiones, el autor plantea que los obstáculos epistemológicos se incrustan en el
conocimiento no formulado, no explicitado por el científico; también en el conocimiento que
no se transforma a sí mismo: “llega un momento en el que el espíritu prefiere lo que confirma
su saber a lo que lo contradice, en el que prefiere las respuestas a las preguntas. Entonces el
espíritu conservativo domina, y el conocimiento espiritual se detiene”. Advienen entonces los
obstáculos epistemológicos.

Más allá de la diversidad que adquieren, estos obstáculos se muestran como un detenimiento
en el proceso dialéctico y constructivo de las ciencias, y ello porque aquel cuerpo de ideas
preexistentes no permite la reorganización del saber. Los obstáculos se conforman tanto
cuando la teoría se encuentra en proceso de desarrollo, como cuando se encuentra ya en
desarrollo pleno. En el primer caso, se trata de una concepción precientífica que se opone a la
producción de la teoría; en el segundo se trata de formas residuales de filosofías espontáneas
del sentido común, que detienen la reformulación de las instancias del proceso allí donde
aparezcan, manifestando una resistencia del pensamiento al proceso transformador del
pensar.

Para Bachelard “la ciencia moderna es cada vez más una reflexión sobre la reflexión”. Cuando
se produce un obstáculo epistemológico en sus diversas formas y momentos de aparición en el
proceso de investigación, sucede que las preguntas que se intentan formular en un campo de
indagación científica –en nuestro caso el lenguaje- son desviadas o incompletamente
formuladas. Ocurre que las cuestiones problemáticas giran en redondo sin progresar en su
comprensión: se produce un detenimiento sin salida, debido a la presencia de otra versión
explicativa subyacente, no advertida por el científico, que impide su teorización precisa. Es así
que el científico “se siente impedido de variar las condiciones, de salir de la contemplación de
lo mismo y buscar lo otro, de dialectizar la experiencia”.

El científico debe poseer entonces, una sostenida capacidad de autorreflexión: “el espíritu
científico debe formarse reformándose”, puesto que el conocimiento objetivo nunca estará
finalizado: “hay que inquietar la razón y desarreglar los hábitos del conocimiento objetivo”.
Este epistemólogo sostiene que un descubrimiento objetivo es inmediatamente una
rectificación subjetiva: “si el objeto me instruye, me modifica. Del objeto reclamo, como
principal provecho, una modificación espiritual”.

Decimos más arriba que el campo multidisciplinar de estudio del lenguaje no se limita a las
fronteras de un quehacer discursivo disciplinario determinado, puesto que la comprensión de
las prácticas discursivas se entraman en toda actividad humana.

Es por ello resulta necesario indagar ciertas concepciones que el sentido común manifiesta
respecto de una presunta “correspondencia” o “reflejo” entre lenguaje y realidad, por
ejemplo. Estas representaciones, en términos de obstáculos epistémicos, forman parte del
propio proceso de aprendizaje: su visibilidad, a través de la comprensión de sus condiciones de
producción, redunda en la posibilidad de articulación del campo multidisciplinario de estudio
del lenguaje con las prácticas y saberes que les sujetos vienen construyendo tanto a lo largo de
su formación, como previo al ingreso a la Facultad. Observemos algunos de estos obstáculos:

-exponentes del inductivismo ingenuo, con creencias esencialistas o realistas acerca del
lenguaje, derivados de usos cotidianos del lenguaje natural. La secuencia directa observación-
teoría resulta verosímil y aproblemática para les estudiantes, a partir de la creencia de que la
experiencia constituye una fuente de conocimientos fehacientes, donde el dato empírico suele
ser considerado infalible;
-formación cientificista de carácter sustancialista impartida en la formación en la escuela
media, según la cual se valorizan los conocimientos dirigidos hacia las propiedades internas,
definitivas y supuestamente naturales de los objetos, independientemente de los contextos en
que se encuentran;
-rasgos de pensamiento escolástico imbuido en la formación de escuelas primaria y media de
corte confesional.
En relación al primer obstáculo epistémico mencionado, se torna dificultoso para les
estudiantes la comprensión de definiciones del lenguaje en tanto conjunto de signos o
símbolos arbitrarios y convencionales sin relación con la realidad. Resulta -en tanto concepción
científica- contraintuitiva en relación a los usos cotidianos del lenguaje, sostenido en la
creencia de que habría algún tipo de correspondencia íntima entre la palabra y la cosa,
revelando así una concepción esencialista del lenguaje.

También observamos concepciones desde el sentido común: la creencia de que el lenguaje


constituye una suerte de nomenclatura o listado de nombres referidos a objetos existentes en
el mundo. Esto conlleva a la ilusión del nombre como palabra verdadera, palabra “revelada”
que nombra la esencia de la cosas.

Respecto de la relación entre lenguaje y comunicación, observemos algunos obstáculos:

-el fetiche o la ilusión de un “ideal comunicativo”: todo puede ser comunicable y por ende
entendible, como si hubiese una transparencia o accesibilidad; además de modo eficiente e
inmediato por la existencia de la conectividad electrónica;
-creencias arraigadas respectos del sentido común que pueden enunciarse del siguiente modo:
si se pudiese conversar “honestamente”, si fuera posible “dejar de lado” la ideología, el
dogmatismo y los desacuerdos y las personas se dispusieran a escuchar al otro, podrían
descubrir que aquellos de los que los “separa un abismo insalvable” no resultan tan distintos
unos de otros. El obstáculo epistémico de este planteo que suele pensare a sí mismo como
“humanista” y “bien intencionado” es la convicción de que las pasiones y las ideas de las
personas emanan del interior de ellas y no por oposición a otras.

Estos obstáculos no permiten considerar:


-el carácter intransferible de la experiencia; el carácter inenarrable e inexpresable de una
experiencia límite, que exceden parcial o totalmente al lenguaje;
-el carácter constitutivo del malentendido, de la distorsión y la ambigüedad así como de la
indeterminación del sentido;
-la existencia del conflicto y el malestar, constitutivos de toda comunicación humana,
inherente a las adscripciones identitarias de les sujetos. La creencia de que siempre se puede
ser más tolerante, más hospitalario y menos doctrinario, se apoya en el planteo que la vía para
la convivencia es aceptar que las diferencias entre las personas son “ilusorias” porque en
verdad “todos somos más parecidos de lo que suponemos”. Este obstáculo, en realidad,
constituye una negación no sólo del desacuerdo y la denominada “tolerancia”, sino también de
los elementos constitutivos de los posicionamientos subjetivos y las marcas identitarias en les
sujetos (y del malestar que esto conlleva).

En busca de nuestro objeto de estudio

Es así que Lingüística y Semiótica y Lingüística proponen entonces a sus estudiantes:


-reflexionar sobre las características de la comunidad de pensamiento a la que pertenecen,
cuyas producciones van a interpretar y en la que van a tomar la palabra, tanto a través de sus
intervenciones como de sus producciones de escritura;
-analizar los modos de decir dominantes en este espacio académico; -comprender cómo son
evaluadas las distintas voces en las discusiones teóricas;
-distinguir los componentes que orientan toda interlocución social. En términos de
interrogantes:
¿para qué, con qué propósito?
¿para quién, con quién, con quiénes?
¿quién o quiénes lo deciden, por qué?
¿a quién o a quiénes le sirve?
¿qué intereses satisface, contra quién o quiénes puede ser utilizada?
¿quiénes la financian?

Nuestra propuesta aspira a alcanzar la comprensión de que en la medida en que un lector,


locutor o receptor sea consciente de las reglas que rigen las comunidades discursivas a las que
pertenece, se encontrará en mejores condiciones de interpretar sus dinámicas y de decidir
cómo intervenir en ellas para incidir en su dinámica así como para no quedar excluido o
perjudicado.

Quizás se trate de encontrar la manera -desde el lenguaje, hacia el lenguaje- para nombrar,
para descubrir, para agradecer, para peticionar… una aventura, una gesta que implica
comenzar a escuchar, llevar a cabo un acto de acallamiento, para luego enunciar una voz
propia. Tal como afirma Halac, la lengua debería quedar a resguardo, en estado de
expectación, quizás recordando que también es un órgano que habita en el interior de nuestra
boca.
Lenguas pasan a mi lengua, se comprenden, se llaman, se tocan, se alteran, con ternura,
con temor, con voluptuosidad; mezclan sus pronombres personales, en el bullir de las
diferencias. Impiden a “mi lengua” tomarse por mía; la inquietan y la hechizan.
Necesidad, en el interior de mi lengua, de los juegos y migraciones de palabras, de letras,
de sonidos; mis textos nunca dirán lo suficiente sus bondades: la agitación
que no permite que se erija una ley; la apertura que deja expandirse lo infinito.

Héléne Cixous

Bibliografía

• Alféri, P. (2006) Buscar una frase. Buenos Aires, Amorrortu.


•Bachelard, G. (1979) La formación del espíritu científico. México, Siglo XXI.
•Cisoux, H. (2015) La llegada a la escritura. Buenos Aires, Amorrortu.
•Halac, G. (2020) Espacios revelados. Prácticas artísticas en territorio. Córdoba, Ediciones
DocumentA.

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