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RETORNO

La hegemonía mundial y su disputa

Raúl Ornelas*

R ESUMEN

En este trabajo proponemos algunos debates en torno al concepto de hegemonía y presentamos un resumen del
enfoque que hemos desarrollado en el Instituto de Investigaciones Económicas de la UNAM. La primera parte
está dedicada a repasar brevemente los debates acerca de la hegemonía, particularmente en dos terrenos: su
concepto y la idea del declive o permanencia de la hegemonía de Estados Unidos. La segunda parte del texto
presenta nuestra conceptualización de la hegemonía, y en particular, se ofrecen algunos indicadores sobre la
disputa actual por la hegemonía mundial. El argumento central de nuestro trabajo es que la hegemonía
estadounidense no puede verse únicamente en términos militares sino que debemos prestar atención a dos de
sus pilares en constante desarrollo: el predominio cultural y la transformación de sus bases económicas
internacionalizadas.

El concepto de hegemonía es importante para la crítica del capitalismo, en tanto ofrece un panorama de las
relaciones de poder. Concebida como la construcción de una visión socialmente aceptada donde predominan los
proyectos del sujeto hegemónico, la hegemonía ofrece una “medida” de dichas relaciones y establece las tendencias
en la disputa por la supremacía en escala planetaria. En este trabajo proponemos algunos debates en torno a
este concepto y presentamos un resumen del enfoque que hemos desarrollado en el Instituto de Investigaciones
Económicas de la UNAM sobre la hegemonía.

La primera parte está dedicada a repasar brevemente los debates acerca de la hegemonía, particularmente en
dos terrenos: su concepto y la idea del declive o permanencia de la hegemonía de Estados Unidos. La segunda
parte del texto presenta nuestra conceptualización de la hegemonía. El tercer apartado plantea dos ideas gen-
erales sobre las perspectivas de la hegemonía mundial contemporánea.

*Licenciatura y Maestría en Economía por la UNAM y de Doctor en Ciencias Económicas y de Gestión por la Universidad de París X -
Nanterre. Actualmente es investigador y profesor del Posgrado de Estudios Latinoamericanos de esta misma institución.
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El argumento central de nuestro trabajo es que la hegemonía estadounidense no puede verse únicamente en
términos militares sino que debemos prestar atención a dos de sus pilares en constante desarrollo: el predominio
cultural y la transformación de sus bases económicas internacionalizadas.

En los años anteriores nos hemos dedicado a estudiar la dimensión económica de la hegemonía contemporánea
y, sobre la base de lo analizado en ese terreno, queremos abordar los aspectos centrales de la hegemonía.

LA HEGEMONÍA COMO OBJETO DE ESTUDIO

La tarea más importante que se propone este trabajo, es establecer los marcos del análisis y los debates que
atraviesan el tema de la hegemonía. En efecto, en nuestro trabajo de investigación hemos constatado que la
mayor dificultad para analizar la hegemonía es de orden conceptual. El pensamiento crítico ha usado este
concepto con una gran flexibilidad, yendo desde la asociación con el concepto de dominación hasta la construcción
de conceptualizaciones de inspiración gramsciana. Resulta por tanto indispensable comenzar por establecer
algunas coordenadas que permitan saber de qué estamos hablando.

Nuestro argumento está fundado en la importancia del contenido concreto (valor de uso) de las actividades, de
donde se deriva la “producción estratégica”1 , es decir, las actividades que son esenciales para la reproducción
del capitalismo, y cuyo control significa detentar el liderazgo económico en escala internacional, monopolizando
mercados, recursos y ganancias. Este método nos permite desmontar los procedimientos epistemológicos y
heurísticos de la economía convencional, que tienden a dejar de lado las relaciones de poder en sus análisis de
los procesos económicos. El enfoque de la producción estratégica busca establecer quiénes son los agentes que
logran imponer sus patrones tecnológicos y, por ese medio, consiguen encausar la competencia entre grandes
empresas en su beneficio.

Esa propuesta, enriquecida con una recuperación y reinterpretación del análisis que Gramsci desarrolló para
analizar las posibilidades de una transformación radical de la Italia de inicios del siglo XX, nos ha servido como
base para formular un concepto de hegemonía que tome en cuenta los aspectos cualitativos del conflicto de
poder que subyace en las relaciones mundiales capitalistas y que entiende la hegemonía como una construcción
social. El concepto de hegemonía explica los procesos mediante los cuales el interés de un agente (o de una

1 Véase Ceceña y Barreda (1995) y Ornelas (2001).


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coalición de agentes) se transforma en la visión socialmente aceptada, y por tanto, dominante2 . Para este
enfoque, la construcción del poder sobre la sociedad posee dos vertientes que se alimentan una a la otra: la
coerción y la formación de consenso. Consideramos la hegemonía como la capacidad de sujetos formados por
empresas y “sus” Estados3 de determinar las tendencias generales de reproducción de la sociedad capitalista en
escala mundial.

En forma tradicional, la hegemonía es vista como el resultado directo de la potencia de los actores, por lo que
son los aspectos cuantitativos los que mayor atención reciben. Así, por ejemplo, en términos económicos es muy
común comparar agregados económicos como el PIB, la deuda, el déficit comercial. Ello resulta en visiones
burdas de la disputa de la hegemonía mundial.

Para el desarrollo de nuestro concepto de hegemonía, hemos formulado algunas proposiciones generales:

En primer lugar, la hegemonía es multidimensional. Pensamos que es un error plantear que una potencia
exclusivamente militar o demográfica o económica sea el hegemón o pueda siquiera aspirar a serlo. Dados los
alcances mundiales de la hegemonía, se requiere que el hegemón y sus rivales cuenten con capacidades de
acción en los terrenos esenciales donde se disputa y se construye la hegemonía. Nuestro enfoque identifica
tres dimensiones principales de disputa:
· la dotación de recursos y la competencia económica,
· las relaciones políticas y militares
· el conjunto de relaciones culturales.

2 “La hegemonía, en estos términos, no puede ser circunscrita al poder económico o militar, aunque éstos formen parte de los
argumentos de construcción de los discursos de verdad. El poderío militar y la organización económica, para ser eficaces, deben
convencer de su infalibilidad y de su inmanencia, pero deben estar también integrados a una visión de mundo capaz de brindar una
explicación coherente en todos los campos, incluso en el de la vida cotidiana. En la capacidad para universalizar la propia concepción
del mundo, que obnubile la perspectiva de un mundo pensado sobre otras bases (haciéndolo aparecer en el mejor de los casos como
deseable, pero imposible), está el soporte de la dominación. La dominación no sólo se impone a través de los sistemas productivos,
de los movimientos de la moneda o de las invasiones militares. La dominación se reproduce en lo cotidiano y en la creación de
sentidos comunes que perciben y reproducen las relaciones sociales como relaciones de poder.” Ceceña (2004:39-40).
3 En extenso, debemos hablar de las relaciones de las empresas con los Estados, donde las relaciones con el Estado de su territorio
“de origen” son importantes, pero se ven influidas por las relaciones que las grandes corporaciones establecen con los Estados de los
países receptores de sus inversiones.
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En segundo lugar, al hablar de construcción y disputa, damos por sentado que la hegemonía no puede ser
compartida. En ciertos periodos de la historia la disputa ha sido tan intensa que no existía una hegemonía
mundial, pero una vez establecida, ella es detentada por un sujeto. De acuerdo con nuestra definición,
postulamos que el hegemón actual lo constituyen las grandes empresas transnacionales y el Estado de
Estados Unidos. En este aspecto, nos diferenciamos de otra de las propuestas más difundidas por el pensamiento
dominante en las ciencias sociales: la idea de la interdependencia y la “multipolaridad” del mundo
contemporáneo.
En tercer lugar, ligado con lo anterior, nuestro concepto de hegemonía busca superar la fetichización de las
relaciones sociales, al plantear que la construcción y disputa de la hegemonía conciernen centralmente a un
sujeto, el sujeto hegemónico. Tradicionalmente, dada la amplitud del objeto de estudio implicado, la hegemonía
ha sido conceptualizada como medida de “relaciones objetivas”, a menudo referidas a la potencia militar y/o
económica de las naciones. Este procedimiento básico es importante, pero da como resultado visiones cosificadas
de la hegemonía, fundamentalmente bajo la forma de una correlación de fuerzas.
Al introducir la cuestión del sujeto, nuestra propuesta busca ir más allá de las “medidas” de la hegemonía para
establecer los vehículos de su disputa y los mecanismos con los que funciona. En ese sentido es central la idea
de “visión del mundo” como expresión de un complejo de relaciones sociales: así, no sólo debemos tomar en
cuenta la correlación de fuerzas sino también la existencia de sujetos con proyectos de sociedad que se disputan
la hegemonía.

A partir de esta caracterización, queremos señalar las insuficiencias que consideramos recurrentes en el análisis
de la hegemonía, concentrando nuestra exposición en los aspectos económicos.

En primer lugar, se tiende a considerar la hegemonía como una relación entre naciones. Siguiendo la tradición
del positivismo en el estudio de las relaciones internacionales, la hegemonía es vista como una relación entre las
potencias del planeta. Ello implica una insuficiencia grave en el análisis de la hegemonía pues deja de lado una
de las dimensiones esenciales del capitalismo: la formación del mercado mundial y la creciente interpenetración
de las sociedades (especialmente en lo que toca a la cultura y la economía).

Nuestra propuesta es considerar la hegemonía como un proceso de construcción y transformación de relaciones


sociales. Desde la perspectiva de los sujetos, la hegemonía refiere el conflicto entre visiones del mundo basadas
en un complejo de relaciones sociales: el control de la producción estratégica, el poderío militar y las capacidades
político-diplomáticas, la proyección de valores e imaginarios fuera de los espacios nacionales que los “fabrican”.

La segunda insuficiencia que subrayamos concierne las argumentaciones acerca del declive de la hegemonía
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estadounidense que se ocupan en especial de las relaciones económicas. Estas las podemos resumir en dos
grandes vertientes:

La primera, funda el declive de la hegemonía de Estados Unidos en medidas macroeconómicas (déficit gemelos,
deuda) y en los evidentes retrocesos de las empresas estadounidenses en buen número de actividades económicas.

Como señalamos, el capitalismo, y muy particularmente el capitalismo estadounidense, no puede ser reducido
al ámbito de lo nacional. Los desequilibrios macroeconómicos también pueden ser leídos como indicadores de
una posición de fuerza de los agentes dominantes de ese país, especialmente en lo que toca a una capacidad de
endeudamiento casi ilimitada y al papel de dólar como dinero mundial. En todo caso, aún cuando esa posición de
fuerza se erosiona crecientemente, tales desequilibrios atañen más al bienestar de la población y a la rentabilidad
de los pequeños y medianos entes económicos, que a las bases productivas y a las fuentes de beneficios de las
grandes corporaciones.

De este modo, el segundo factor mencionado por los defensores de la idea de un declive de la hegemonía
estadounidense, completa nuestro argumento. El retroceso y a menudo el desplazamiento de capitales
estadounidenses de numerosas actividades habla de una agudización de la competencia; sin embargo, hegemonía
y liderazgo económico (entendido como la construcción de un “óptimo” productivo en escala mundial en el nivel
de ramas de la producción particulares) refieren precisamente una disputa que es resuelta no sólo mediante la
fuerza, sino mediante la incorporación parcial, subordinada, de las visiones e intereses de los contendientes
hegemonizados.

Al estudiar la competencia capitalista, observamos que al menos hasta el año 2000, las empresas estadounidenses
no han sido desplazadas de sus posiciones líderes en prácticamente todos los rubros estratégicos, desde la
informática hasta los energéticos, pasando por la fabricación de armas, el control de las reservas alimenticias y
la posesión de los mayores bancos de información. Correlativamente, el avance de sus competidores se produce
en las actividades de menor complejidad tecnológica y en donde los métodos de producción no requieren de
innovaciones radicales. Paradigmas tecnológicos y mercados rentables son los dos pilares del liderazgo económico
estadounidense.

En ese sentido, lo esencial es quién controla los nodos estratégicos de la producción-reproducción capitalista. Al
analizar de este modo la competencia entre empresas (y no entre naciones), podemos observar que la división
espacial del trabajo, que expresa la industrialización de diversas regiones fuera de Estados Unidos desde 1950,
coexiste con sistemas productivos internacionalizados organizados por las grandes corporaciones. De entre esos
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sistemas es el organizado por las empresas estadounidenses el que mayor expansión, eficiencia y por tanto,
rentabilidad presenta.

La segunda vertiente de análisis argumenta el declive de la hegemonía estadounidense desde una visión que
pretende ser histórica, comparando la posición actual de Estados Unidos con la que éste ocupaba en los años 50,
tras el final de la segunda guerra mundial. Es de sobra conocido que en razón de la devastación humana y
económica que resultó del conflicto bélico, Europa y Asia se encontraban completamente postradas: las potencias
coloniales como Inglaterra y Francia, al igual que las grandes potencias de la industrialización tardía como
Alemania y Japón vieron destruidas las bases económicas y sufrieron enormes pérdidas humanas. En ese contexto,
la posición predominante de Estados Unidos, y muy especialmente de las empresas estadounidenses, grandes
beneficiarias de la guerra, era “artificialmente” sólida.

Esta segunda vertiente plantea que desde los años sesenta asistimos al lento e incontenible descenso de la
posición de Estados Unidos en todos los terrenos fundamentales para la hegemonía: tanto en términos militares
y políticos como en el dominio económico, los agentes estadounidenses ya no representan la concentración de
poder que tenían en 1950 cuando se estableció el nuevo reparto del mundo. El corolario de este argumento es
el tránsito a una “multipolaridad” o la existencia de una larga fase de ausencia de hegemonía4. En la mayoría de
los estudios que adhieren a esta idea, se vislumbra a la región asiática como el principal candidato a ocupar la
posición hegemónica.

Desde nuestra perspectiva, este argumento adolece de una insuficiencia elemental: dejar de lado el conflicto
social, rasgo inherente del capitalismo.

En primer lugar, la industrialización de otras regiones del mundo fuera de Estados Unidos se hizo como una
forma de apuntalar al hegemón frente a desafíos sociales que, impulsados por estallidos de las clases oprimidas,
buscaron establecer sistemas de relaciones sociales no capitalistas.

En segundo lugar, aun siendo hegemónico tras la guerra, el capitalismo estadounidense carecía de los recursos
para ocupar el conjunto de las regiones desarrolladas, que diezmadas y destruidas, contaban con una importante
herencia de desarrollo industrial y social.

4Con variantes esta es la postura de autores como Wallerstein, Arrighi, Frank, Amin. Ver los trabajos al respecto en Dos Santos,
2003.
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Estos dos factores, la necesidad estadounidense de contener al mal llamado “bloque socialista” y la acción de los
agentes locales, impulsaron la reconstrucción de socios-competidores en diversas regiones del planeta. Sin
duda, las experiencias de reconstrucción en Alemania y Japón son los mejores ejemplos de ello; asimismo, es
necesario subrayar el peso determinante de las empresas transnacionales de Estados Unidos en el desarrollo del
capitalismo en Asia, no sea más que en el nivel de la provisión de los patrones tecnológicos que han dado
dinamismo a las economías de esa región.

Así, la pregunta de por qué Estados Unidos no tiene la misma posición que en 1950, debe ser sustituida por el
interrogante de cómo ha hecho ese país para mantenerse como líder económico y hegemón mundial en los
marcos de un intenso proceso de desarrollo capitalista en escala planetaria, proceso acelerado por la caída del
único freno igualmente poderoso entre 1989 y 1991. En efecto, lo que sorprende no es que empresas coreanas,
taiwanesas y más recientemente las empresas chinas, como antes las alemanas y japonesas, presenten dinámicas
económicas ascendentes en el largo plazo, pues ello se ha hecho dentro de actividades en general maduras y de
bienes de consumo generalizado. Lo crucial es que los agentes estadounidenses (empresas, centros de
investigación y complejo militar industrial) han logrado mantenerse a la vanguardia del desarrollo científico y
tecnológico; y aún más, han dotado al capitalismo de un relativo nuevo aliento con el desarrollo de fuerzas
productivas que van desde la revolución informática hasta la ingeniería genética y la exploración del espacio
exterior, pasando por la provisión de imaginarios y las boyantes “industrias culturales” estadounidenses.

HACIA UN CONCEPTO DE HEGEMONÍA

A partir del concepto propuesto de hegemonía, hemos formulado una metodología que considera tres dimensiones
esenciales de la hegemonía:

La dimensión económica que constituye el fundamento de la hegemonía en el largo plazo, en tanto genera las
condiciones de posibilidad para la expansión fuera de las fronteras de cada potencia. En términos de las visiones
de mundo, la dimensión económica provee los paradigmas tecnológicos que orientan el desempeño del conjunto
del sistema: el líder económico mundial aparece como aquél que posee los mejores métodos productivos, y en
virtud de ello, aquél que controla las fuentes de ganancias. Esta dimensión comprende dos conjuntos de aspectos.
Por una parte, los acervos “naturales” de cada sujeto que disputa la hegemonía: territorio, recursos naturales y
población. Por otra, la producción estratégica, la posición que los sujetos en disputa poseen en las actividades
que determinan la reproducción del capitalismo.
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En términos concretos, podemos especificar las siguientes dimensiones para establecer un panorama de la
correlación de fuerzas en la dimensión económica de la hegemonía o liderazgo económico mundial:

Superficie territorial y territorio habitable.


Recursos naturales: petróleo, gas, biodiversidad, agua.
Población y población económicamente activa.
Núcleo tecnológico (informática, telecomunicaciones, internet e ingeniería genética)5.
La dimensión político militar constituye el terreno de mediación y de sanción del orden establecido a través de la
fuerza y las presiones; asimismo, es el escenario donde se reconfiguran los imaginarios y sus sustratos materiales,
especialmente a través de la apropiación de recursos y territorios. En términos de las visiones de mundo, los
dispositivos políticos y militares “fabrican” la invencibilidad del hegemón. Aún siendo un aspecto ampliamente
estudiado, resulta esencial repasar las capacidades políticas y militares en forma concreta, por lo que se requiere
estudiar:

Las capacidades militares, tomando centralmente: las tres armas del ejército y las llamadas armas tácticas.

EL GASTO MILITAR.

La investigación militar para el desarrollo de armamento y para perfeccionar el control social (ciencias cognitivas).

Las estrategias militares y sus transformaciones.

Dada su complejidad, acotamos el dispositivo político a la formación de coaliciones y a la actitud de las potencias
frente a los principales conflictos mundiales.

Finalmente, la dimensión cultural comprende las prácticas sociales creadoras de sentido, de proyectos de sociedad.

5 En nuestra primera investigación además del núcleo tecnológico (entonces circunscrito a la informática) se consideraban otras
cuatro actividades: los metales estratégicos, los energéticos, la industria química y los alimentos básicos. En tanto nuestro trabajo
enfatiza los aspectos de creación de visiones generales, nos limitamos al núcleo tecnológico en tanto proveedor de las tecnologías y
los métodos de producción socialmente dominantes. Para el resto de las actividades véase Ceceña y Barreda (1995) y Porras (2004).
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Se trata de instancias y prácticas sociales muy variadas, desde las instituciones básicas de la sociedad capitalista
(la familia nuclear, la escuela, las iglesias, la fábrica/oficina y el ejército) hasta las “industrias culturales” (Adorno
y Horkheimer), que generan, en permanencia valores, explicaciones y perspectivas. Estos, a su vez, en conjunto
constituyen densos mecanismos de cohesión y de control social.

Si bien el papel de las instituciones “tradicionales” del capitalismo ha sido estudiado con amplitud, queremos
destacar la importancia de las industrias culturales, que, de modo similar a lo que la ingeniería genética hace en
el nivel microscópico, representan un avance radical en la “proletarización del mundo”. Las industrias culturales
logran convertir en mercancías, espacios y prácticas sociales que han estado al margen de las relaciones económicas
hasta los inicios del siglo XX, y que en el horizonte milenario, constituyen los fundamentos de la sociedad
(universo de la comunicación). En términos de la formación de visiones de mundo, la dimensión cultural provee
de los dispositivos más específicos para generalizar los intereses y estrategias de los sujetos hegemónicos como
visión socialmente aceptada: son la “fábrica” del imaginario social.

Para analizar esta dimensión proponemos:

Problematizar el papel que juega el modo de vida americano, en tanto paradigma cultural dominante. Se trata
de establecer sus alcances y contradicciones, así como la existencia de propuestas alternativas y la realidad
(o no) de los procesos de mestizaje cultural.
Distribución mundial de las industrias culturales: medios masivos de comunicación (escritos, televisivos y por
internet), dispositivos publicitarios y de construcción de patrones de consumo, producciones cinematográficas
y musicales.
El desarrollo y aplicación de esta propuesta teórico-metodológica dará como resultado una visión más integral
de la hegemonía y abrirá nuevos debates no sólo en torno a la situación actual de la dominación, sino acerca de
las posibilidades de transformar nuestras sociedades.

DOS PROPUESTAS POLÉMICAS SOBRE LA HEGEMONÍA CONTEMPORÁNEA

A partir de investigaciones parciales sobre algunos de los aspectos mencionados, centralmente en lo que toca a
la producción estratégica y las estrategias militares (nueva doctrina militar de Estados Unidos), queremos avanzar
dos propuestas sobre la configuración actual de la hegemonía.

En primer lugar, planteamos que en tanto construcción histórica, en la etapa actual donde no existen contrapesos
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efectivos a la dominación capitalista, la dinámica hegemónica no requiere para su funcionamiento, necesariamente,


de relaciones consensuales.

Como sabemos, Gramsci utiliza la metáfora del centauro “mitad hombre, mitad bestia” para describir esta
dinámica: consenso y coerción constituyen los mecanismos mediante los cuales se construye una visión del
mundo socialmente aceptada. En ese orden de ideas, diversos autores sostienen que una prueba del declive de
Estados Unidos como hegemón mundial lo constituye el unilateralismo belicista en vigor desde los años 80. Esta
política de la agresión y amenaza permanente, nombrada ahora por Bush hijo como “guerra preventiva”, expresaría
la incapacidad de Estados Unidos para concertar con otras potencias sus acciones internacionales. En el mismo
sentido, la profunda inestabilidad social y el aumento de las movilizaciones sociales que reclaman un cambio de
rumbo, son vistos como otros tantos signos de la crisis del modelo capitalista vigente.

Nuestra hipótesis es que esa relativa falta de consenso no agota la dinámica de la hegemonía: desde nuestra
perspectiva, que coloca al conflicto social en el centro del problema, en el contexto actual de extrema atomización
social, las relaciones consensuales no son las mismas que las de etapas anteriores.

Si la dinámica constituyente de la hegemonía es el conflicto social, la densificación de las relaciones sociales


(proletarización del mundo, de las personas y de la vida misma) y la disgregación de los actores contestatarios
del orden social, determinan que los agentes hegemónicos cuenten con mayores medios y una más amplia
libertad para imponer sus estrategias y visiones de mundo. Por ello, las mediaciones (estatales pero no sólo) que
fungían como creadoras de consenso se erosionan y vacían de contenido. Acaso el mejor ejemplo de ello es el
lamentable estado que guardan las “grandes” democracias occidentales: elecciones con gran abstencionismo y
fraudes, ascenso de las expresiones políticas de ultraderecha, total descrédito de los “hombres políticos”, etc.

En este marco, proponemos discutir dos perspectivas de análisis que buscan explicar estos cambios en la
construcción de la hegemonía.

La primera propone distinguir entre la hegemonía de Estados Unidos y la hegemonía del capitalismo en tanto
proyecto societal (Ceceña, 2004). Esta distinción ayuda a esclarecer el por qué, a pesar de las crisis recurrentes
del sistema y el descontento generalizado, no han emergido hasta la fecha proyectos de sociedad con una
visión de mundo alternativa a la del capitalismo. Y es en ese aparente callejón sin salida, donde se sostiene
la preeminencia del sujeto hegemónico.
La segunda formula el fascismo societario6 (Santos, 2005) como la solución de recambio del capitalismo en la
época de la globalización neoliberal. En esencia, se postula el surgimiento de un régimen que sin abandonar
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las “formas” democráticas, consagra, por medios profundamente autoritarios, las diversas formas de exclusión
social. Así, se acentúa el control social y se limitan fuertemente las capacidades contestatarias de gran parte
de la población.
En conjunto, ambas propuestas señalan la existencia de nuevas configuraciones hegemónicas, donde los valores
políticos de la democracia occidental dejan de ser centrales.

La segunda propuesta subraya el papel absolutamente central de la cultura como conjunto de prácticas sociales
que da cohesión y alcance a la hegemonía estadounidense. Una de las principales objeciones que se han hecho
al uso del concepto de hegemonía en el plano internacional es la inexistencia de un “gobierno mundial” o al
menos que abarque el conjunto de las regiones económicamente desarrolladas. De un modo diferente al de las
instituciones políticas, las prácticas culturales proveen progresivamente de instancias y mecanismos que influyen
y orientan el funcionamiento de las sociedades en escala mundial.

La unificación del imaginario mundial en pautas de consumo sumamente homogéneas, al menos en el caso de
las grandes ciudades, proporciona un ejemplo conocido de estos procesos culturales que tienden a unificar al
mundo.

Pensamos que la preeminencia cultural de Estados Unidos es la piedra de toque de la disputa por la hegemonía.
El papel del “modo de vida americano” ha proporcionado un horizonte de civilización cuyo alcance mundial no
tiene precedentes en la historia. Y aún en medio de la crisis del neoliberalismo, este proyecto societal es
aceptado por amplias franjas de la población, teniendo en el “subproletariado” de las grandes metrópolis uno de
sus sostenes más importantes.

Si en otras dimensiones de la construcción de la hegemonía constatamos una disputa creciente y en ocasiones

6 “El fascismo societario está formado por una serie de procesos sociales mediante los cuales grandes segmentos de la población son
expulsados o mantenidos irreversiblemente fuera de cualquier tipo de contrato social... Son rechazados, excluidos y arrojados a una
suerte de estado de naturaleza hobbesiana, sea porque nunca han formado parte de contrato social alguno y probablemente nunca
lo hagan (me refiero a los descastados precontractuales de cualquier parte del mundo y el mejor ejemplo es tal vez la juventud de los
ghettos urbanos), o porque fueron excluidos o expulsados de algún contrato social del que eran parte (éstos son los desclasados
poscontractuales, los millones de obreros del posfordismo, los campesinos después del colapso de los proyectos de reforma agraria
u otros proyectos de desarrollo).” Santos (2001:32-33).
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un cuestionamiento abierto a la posición estadounidense, en el terreno cultural no existe una alternativa con
suficiente peso: los principales rivales económicos y políticos de Estados Unidos basan su poderío en el mismo
proyecto civilizatorio.

Es con este programa de investigación que nos proponemos avanzar en el estudio de la construcción de la
hegemonía mundial, tratando de demostrar la hipótesis de que el hegemón estadounidense ha logrado transformar
las bases de su liderazgo y continúa marcando las pautas del desarrollo capitalista contemporáneo.

BIBLIOGRAFÍA

CECEÑA , Ana Esther [2004] Estrategias de construcción de una hegemonía sin límites, en Ana Esther Ceceña
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SANTOS, Boaventura de Souza [2005] Reinventar la democracia, Buenos Aires, CLACSO.

SANTOS, Boaventura de Souza (2001) Nuestra América. Para reinventar un paradigma subalterno de reconocimiento
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