El Bagrecico
El Bagrecico
El Bagrecico
Los peces niños y jóvenes le miraban y escuchaban con admiración. “¡Ese viejo
conoce el mar!”
Tanto oírlo, un bagrecico
se le acercó una noche de
luna
y le dijo: “abuelo, yo
también quiero conocer el
mar”.
- ¿Tú?
-Sí, abuelo.
-Bien, muchacho. Yo tenía tu
edad cuando realicé la gran proeza.
Vivían en ese remanso de un riachuelito de la selva alta del Perú, un riíto con
lecho de piedras
menudas y delgado
rumor.
Palmeras y otros
árboles, desde las
márgenes del remanso,
oscurecían las aguas.
Esa noche, en un rincón
de la pozuela iluminada
tenuemente por la luna,
el viejo bagre enseñó al
bagrecico cómo debía
llevar a cabo su viaje al
lejano mar.
“Tienes que volver”, le
dijo, despidiéndolo, el
viejo bagre, quien era el único que sabía de aquella aventura.
El bagrecico sentía pena por su madre.
Y cuando el riachuelo se estremecía con el amanecer, el bagrecico partió aguas
abajo.
Ella, preocupada porque no lo había visto todo el día, anduvo buscándolo. “¿Qué te
sucede?”, le preguntó el anciano bagre con la cabeza afuera de un hueco de la
orilla, una de sus tantas casas.
- ¿Usted sabe dónde está mi hijo?
-No. Pero lo que te puedo decir es que no te aflijas. El muchacho ha de volver.
Seguramente ha salido a conocer el mundo.
- ¿Y si alguien lo pesca?
-No creo. Es muy sagaz. Y tú comprendes que los hijos no deben vivir todo el
tiempo en la falda de la madre. Torna a tu casa… El muchacho ha de volver.
La madre del bagrecico, más o menos tranquilizada con las palabras del viejo
filósofo, regresó a su casa.
El bagrecico, mientras
tanto, continuaba su
viaje.
Después de dos días y
medio que entró por la
desembocadura del
riachuelo en un riachuelo
más grande.
El nuevo riachuelo corría
por entre el bosque
haciendo tantos zigzags,
que el bagrecico se
desconcertó. “Este es el
río de las mil vueltas que
me indicó el abuelo”,
recordó …
Su cauce era de piedras y, partes, de arena, salpicado de pedrones, sobresaliendo
de las aguas con plantas florecidas en el légamo de sus superficies; hondas pozas
se abrían en los codos con multitud de peces de toda clase y tamaño; sonoras
corrientes … El bagrecico seguía, ora nadando con vigor, ora dejándose llevar
por las corrientes, con las aletas y barbitas extendidas, ora descansando o
durmiendo bajo el amparo de verdes cortinas de limo…
Se alimentaba lamiendo las piedras, con los gusanillos que había debajo de ellas
o embocando los que flotaban en los remansos.
- ¡De lo que me escapé! - se dijo, temblando.
En una poza casi muerde un anzuelo con
carnada de lombriz… iba a engullirlo,
pero se acordó del consejo del abuelo:
“antes de comer, fíjate bien en lo que va a
comer”; así, descubrió el sedal que
atravesando las aguas terminaba en la
orilla, en las manos del pescador, un
hombre con aludo sombrero de paja…
Los riachuelos de la selva alta del Perú son
transparentes; de ahí que los peces pueden
ver el exterior.
En una corriente, colmada de la luz de la mañana límpida, una vieja magra, todas
arrugas, metida en las aguas hasta las rodillas,
pescaba con las manos, volteando las piedras.
El bagrecico se libró de las garras de la
pescadora, pasando a toda velocidad… “¡La
misma muerte!, se dijo, volviendo a mirar, en
su carrera, a la huesuda anciana, y esta le
increpó con el puño en alto: “¡Bagrecico
bandido!”.
Dentro del follaje de un árbol añoso, que
cubría la mitad del riachuelo, cantaban un montón de pájaros. El bagrecico, con
las antenas de sus barbas, percibió las melodías de esos músicos y poetas de los
bosques, se detuvo a escucharlos.
En las extensas curvas de este río caudaloso hierven terribles remolinos que son
prisiones no solo para las balsas y canoas que, por descuido de las bogas, entran
en ellos, sino también para los propios peces. Sin embargo, nuestro vivaz
bagrecico los sorteaba manteniéndose firme a lo largo de las corrientes que pasan
bordeándolos.
Cerros de sal piedra marginan también, en ciertos trechos, este río bravo.
Blancas montañas resplandecientes. Al bagrecico se le ocurrió lamer una de esas
minas durante una media hora, luego reanudó su viaje con mayor impulso.
Un espantoso fragor que venía de aguas abajo, le aterrorizó de sobremanera. Pero
él juzgó que, seguramente,
procedía de los “malos pasos”,
debidos al impresionante salto del
río por sobre una montaña, grave
riesgo del cual le habló mucho el
abuelo… A medida que avanzaba
el estruendo era más pavoroso…
¡Los malos pasos a la vista!...
Nuestro viajero temerario se
preparó para vencer el peligro… se
sacudió el cuerpo, estiró las aletas
y las barbitas, cerró los ojos y se
lanzó al torbellino rugiente…
Quince kilómetros de cascadas, peñas, aguas revueltas y espumantes, pedrones,
torrentes, rocas…
El bagrecico iba a merced de la furia de las aguas… aquí, chocó contra una roca,
pero reaccionó en seguida; allá, un tremendo oleaje le varó sobre un pedrón,
pero, con felicidad, otra ola le devolvió a las aguas…
Fin