Material III Gustavo-Bueno-Symploke Pages
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1. EL SABER FILOSÓFICO
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Carl Sagan, astrofísico y biólogo, autor de una serie de divulgación científica,
Cosmos, con una audiencia estimada en 250 millones de personas, comienza su relato
en la orilla del océano cósmico con el mismo temblor desafiante en la voz:
"El cosmos es todo lo que es, lo que fue o lo que será alguna vez. La
superficie de la Tierra es la orilla del océano cósmico. Desde ella hemos
aprendido la mayor parte de lo que sabemos. Recientemente nos hemos
adentrado un poco en el mar, vadeando lo suficiente para mojamos los dedos de
los pies, o como máximo para que el agua nos llegara al tobillo. El océano nos
llama. Hay una parte de nuestro ser conocedora de que nosotros venimos de allí.
Deseamos retornar. No creo que estas aspiraciones sean irreverentes, aunque
puedan disgustar a los dioses, sean cuales fueren los dioses posibles... Los
mundos son algo precioso... Si adoptamos una perspectiva intergaláctica
veremos esparcidos, como la espuma marina sobre las ondas del espacio,
innumerables zarcillos de luz, débiles y tenues. Son las galaxias. Algunas son
viajeras solitarias; la mayoría habitan en cúmulos comunales, apretadas las unas
contra las otras errando eternamente en la gran oscuridad cósmica. Tenemos
ante nosotros el Cosmos a la escala mayor que conocemos. Estamos en el reino
de las nebulosas, a ocho mil millones de años luz de la Tierra, a medio camino
del borde del universo conocido.
Una galaxia se compone de gas y de polvo y de estrellas, de miles y miles
de millones de estrellas. Cada estrella puede ser un sol para alguien. Dentro de
una galaxia hay estrellas y mundos y quizás también una proliferación de seres
vivientes y de seres inteligentes y de civilizaciones que navegan por el espacio.
Pero nosotros, los hombres, todavía lo ignoramos. Apenas estamos empezando
nuestras exploraciones... Una de estas galaxias es M31, que vista desde la Tierra
está en la constelación de Andrómeda. Es, como las demás galaxias espirales,
una gran rueda de estrellas, gas y polvo. M31 tiene dos satélites pequeños,
galaxias elípticas enanas unidas a ella por la gravedad, por las mismas leyes de
la física que tienden a mantenerme sentado en mi butaca. Las leyes de la
naturaleza son las mismas en todo el Cosmos. Estamos ahora a dos millones de
años luz de casa.
Más allá de M31 hay otra galaxia muy semejante, la nuestra, con sus
brazos en espiral que van girando lentamente, una vez cada 250 millones de
años. Ahora, a cuarenta mil años luz de casa, nos encontramos cayendo hacia la
gran masa del centro de la Vía Láctea. Pero si queremos encontrar la Tierra,
tenemos que redirigir nuestro curso hacia las afueras lejanas de la galaxia, hacia
un punto oscuro cerca del borde de un distante brazo espiral... La Vía Láctea
contiene unos 400 mil millones de estrellas de todo tipo que se mueven con una
gracia compleja y ordenada... Cada sistema estelar es una isla en el espacio,
mantenida en cuarentena perpetua de sus vecinos por años luz.
Hemos llegado ya al patio de casa, a un año luz de distancia de la Tierra.
Hay un enjambre esférico de gigantescas bolas de nieve compuestas por hielo,
rocas y moléculas orgánicas que rodea el Sol: son los núcleos de los cometas.
De vez en cuando el paso de una estrella provoca una pequeña sacudida
gravitatoria, y alguno de ellos se precipita amablemente hacia el sistema solar
interior. Allí el Sol lo calienta, el hielo se vaporiza y se desarrolla una hermosa
cola cometaria.
Nos acercamos a los planetas de nuestro sistema: son mundos pesados,
cautivos del Sol, obligados gravitatoriamente a seguirlo en órbitas casi
circulares, y calentados principalmente por la luz solar. Plutón, cubierto por
hielo de metano y acompañado por su solitaria luna gigante, Carente, está
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iluminado por un Sol distante... Los mundos gaseosos gigantes, Neptuno,
Urano, Saturno -la joya del sistema solar- y Júpiter están todos rodeados por un
séquito de lunas heladas. En el interior de la región de los planetas gaseosos y
de los icebergs en órbita están los dominios cálidos y rocosos del sistema solar
interior. Está por ejemplo Marte, el planeta rojo, con encumbrados volcanes,
grandes valles de dislocación, enormes tormentas de arena que abarcan todo el
planeta y con una pequeña probabilidad de que existan algunas formas simples
de vida. Todos los planetas están en órbitas alrededor del Sol, la estrella más
próxima, un infierno de gas de hidrógeno y de helio ocupado en reacciones
termonucleares y que inunda de luz el sistema solar.
Bienvenidos al planeta Tierra: un lugar de cielos azules de nitrógeno,
océanos de agua líquida, bosques frescos y prados suaves, un mundo donde se
oye de forma evidente el murmullo de la vida. Este mundo es en la perspectiva
cósmica conmovedoramente bello y raro; pero además es de momento único, el
único mundo donde sabemos con certeza que la materia del Cosmos se ha hecho
viva y consciente... La Tierra es nuestro hogar, nuestra madre. Nuestra forma de
vida nació y evolucionó aquí. La especie humana está llegando aquí a su edad
adulta. Es sobre este mundo donde desarrollamos nuestra pasión por explorar el
Cosmos, y es aquí donde estamos elaborando nuestro destino, con cierto dolor.
Ha de haber muchos más mundos de este tipo esparcidos por el espacio, pero
nuestra búsqueda de ellos empieza aquí, con la sabiduría acumulada de nombres
y mujeres de nuestra especie, recogida con un gran coste durante un millón de
años. Tenemos el privilegio de vivir entre personas brillantes y
apasionadamente inquisitivas, y en una época en la que se premia generalmente
la búsqueda del conocimiento. Los seres humanos, nacidos en definitiva de las
estrellas y que de momento están habitando ahora un mundo llamado Tierra,
han iniciado el largo viaje de regreso" (Cosmos, extracto de pp. 4-14, 1980).
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gencia sea la única o la más perfecta de las combinaciones posibles en el universo, la
teoría de la evolución biológica de Darwin ha despojado a la especie humana de sus
privilegios biológicos. Más que la cúspide de la creación o de la evolución, la poderosa
aleatoriedad del proceso de selección natural ilustra acerca de la fragilidad consustancial
de nuestros logros biológicos. Aunque estudiamos la inteligencia de las ballenas y de los
simios, nuestra biología y psicología siguen siendo provincianas a escala cósmica.
Incluso el atributo de la racionalidad que desde Aristóteles exhibimos con orgullo,
como galardón específico, ha sido puesto en entredicho desde Freud. A medida que
empezamos a producir mecanismos que piensan y aprenden con más rapidez y eficacia
que nosotros mismos –inteligencia artificial– estamos dejando de disfrutar de la
exclusiva de tomar decisiones y de manipular el medio ambiente de manera compleja e
inteligente.
Posición del sol en la Vía Láctea, vista de frente. La Galaxia gira, como se ve, una vez cada
250 millones de años. Como resultado de esta rotación, el Sistema Solar gira alrededor del centro de la
Galaxia una vez cada 250 millones de años, moviéndose a una velocidad de 220 Km por sg.
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resumió, de un modo paradigmático, el campo de la filosofía en las siguientes
preguntas:
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vinculado a la percepción sensorial, primaria e ingenua. El conocimiento dóxico versa
sobre las apariencias, no sobre la realidad. Se trata de un conocimiento fenoménico y,
en consecuencia, engañoso e, incluso, falso. De ahí que sea catalogado como un conoci-
miento inferior, empírico, característico de la gente no instruida, inculta (saber vulgar).
Actualmente esta valoración negativa sobrevive cuando se homologa la opinión al
sentido común o al conocimiento ordinario que, por su carácter acrítíco, asistemático y
contradictorio, se opone al conocimiento científico: explicativo, sistemático, metódico y
crítico. La creencia popular de que la dedalera es un estimulante cardíaco, porque sus
hojas se asemejan a un corazón seria de este género.
Dentro de la doxa Platón diferenciaba dos niveles: la eikasía o conjetura, que
se correspondía, en el mito de la caverna, al conocimiento de las sombras que los
esclavos encadenados a la pared veían reflejadas en el fondo. Este grado ínfimo de
conocimiento, perfectamente ilustrado en el ejemplo anterior de la dedalera, se basa en
analogías superficiales y metáforas. Un grado superior, pero todavía engañoso y
superficial, de conocimiento se corresponde con la pistis, que se puede traducir como fe
o creencia, cuyo objeto son las imágenes de las cosas solidificadas por la imaginación.
Creer que el rayo es un signo de la ira de los dioses, que las rogativas pueden producir
lluvias en tiempos de sequía o que el horóscopo, la quiromancia o la cartomancia
pueden aseguramos el futuro ilustran el nivel cognoscitivo en el que todavía sigue
amparándose la superstición, no por popular y extendida, más verdadera. La doxa es
siempre un pseudo-conocimiento.
Episteme suele traducirse como conocimiento científico, pero para los griegos
no tenía aún el carácter especializado, que hoy se atribuye a la ciencia. Para ellos era un
saber absolutamente necesario, porque penetraba hasta las causas y fundamentos de las
cosas; objetivo, porque dependía de la naturaleza misma y no de nuestras construcciones
artificiales; sistemático, porque estaba organizado de acuerdo con parámetros lógicos y
racionales: no era el resultado de una mera acumulación sin orden ni concierto. En
consecuencia era un conocimiento pleno, total, no fragmentario, ni parcial, ya que
versaba sobre la realidad misma, comprendía sus conexiones profundas, necesarias y
últimas, de modo que era capaz de dar razón del por qué íntimo de las cosas. El
significado de episteme ha variado a lo largo de los siglos, pero su vieja aspiración de
alcanzar un conocimiento cierto, verdaderamente explicativo, bien fundamentado,
organizado sistemáticamente y, a ser posible, riguroso y exacto, sigue viva en las
ciencias y en la filosofía
Platón distinguió dos grados de conocimiento dentro de la episteme: la diánoia
o conocimiento discursivo, que parte de ciertas hipótesis o presupuestos y deduce ló-
gicamente sus consecuencias, y el noema o conocimiento intuitivo, que considera las
Ideas en sí mismas de las que alcanza una visión directa e inmediata. La diánoia
procede por demostración y su prototipo se encuentra en las matemáticas; sólo está
limitada por la hipótesis que asume como puntos de partida irrebasables, salvo en caso
de contradicción, por lo que su modo de proceder se asemeja mucho a los que hoy
conocemos con el nombre de ciencias. El noema, en cambio, accede directamente a la
verdadera realidad en-sí, las Ideas, cuya transparencia estructural las hace evidentes; al
trabajar con el mundo de las Ideas Platón inaugura la dimensión ontológica de la
filosofía académica.
Es fácil advertir que esta influyente tipología del conocimiento, reformulada y
matizada profusamente por la tradición racionalista, goza de una cierta atemporalidad,
que no se compadece bien con la historicidad que afecta a todos los productos
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culturales. Los racionalistas tenderán a concebir el conocimiento sub specie aeterni-
tatis. Se trata de un defecto que habrá que corregir. En cambio, puede considerarse un
logro de las tendencias racionalistas el haber acertado a articular, frente al escepticismo
y al relativismo, criterios precisos pora discriminar el conocimiento verdadero, válido y
cierto, del conocimiento falso, inadecuado y confuso. Discriminar, cribar, seleccionar
sigue siendo una tarea inexcusable del pensamiento racional.
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productivas básicas de gran utilidad práctica en la sociedad capitalista avanzada. Y
viceversa: una técnica utilitaria puede generar conocimiento teórico; por ejemplo, la
necesidad de achicar agua en las minas y mantener la rentabilidad condujo a la máquina
de vapor de Watt y más tarde, gracias a Carnot, Joule y Thomson a la creación de una
ciencia teórica altamente especializada: la Termodinámica.
Una vez dinamizada y ubicada en un contexto evolucionista, ¿sigue siendo
operativa la distinción entre conocimiento teórico y práctico? Desde un punto de vista
dialéctico, aunque teoría y praxis forman parte de un sistema de conceptos conjugados
mutuamente referidos los unos a los otros, puede ensayarse un criterio más profundo de
discriminación: considerar el conocimiento teórico como una práctica desconectada del
resto del mismo sistema por un proceso de idealización o de paso al límite, que le
confiere un cierto grado de autonomía operatoria. De ahí el carácter especulativo,
abstracto, universal y necesario del que parece gozar. En cambio, el conocimiento
práctico mantiene una conexión y una dependencia evidente con otras esferas del
sistema, por pobre y rutinaria que en sí misma pueda parecer (v. g. la fabricación
cotidiana del pan). Esta incardinación en las necesidades vitales primarias dota al
conocimiento práctico de una superioridad mundana evidente, distorsionando, de rebote,
la apreciación práctica de las actividades teóricas con las que se enfrenta. En una
sociedad religiosa la oración aparece como la actividad práctica más útil, porque está
conectada con los procesos de producción (cosechas, construcción de viviendas,
alimentación, defensa...) y reproducción fundamentales (nacimientos, matrimonios,
muertes), obturando las especulaciones científicas y naturalistas en competencia.
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portadores, cada vez en minoría más exigua y gravemente impedidos para una
reproducción eficaz. De este modo el nicho ecológico de cada población actuaría como
un mecanismo de control ontológico en el pleno sentido de la palabra.
Este modelo general, como ha sugerido Stephen Toulmin, permite replantear,
bajo una misma perspectiva, la evolución general de las especies y la criba selectiva de
los conocimientos humanos colectivos, que son las culturas, de un modo menos
ideológico y más riguroso de lo que Comte atisbó en su famosa Ley de los tres
estadios.
"El esquema populacional directo de Darwin tal vez no brinde en todos los casos la
respuesta correcta, pero ciertamente proporciona una forma legítima de respuesta.
El equilibrio entre la variación y la selección dentro de una población de elementos
componentes, constituye, como es evidente, uno de los procesos posibles por los
que las entidades históricas conservan su identidad transitoria. La tarea de explorar
las implicaciones de un enfoque evolucionista de nuestros problemas teóricos -en
el sentido populacional, "no progresivista"- puede llevarnos más allá de los limites
de las ciencias especiales y exigirnos la reevaluación de nuestras categorías y
esquemas de análisis aun en el nivel filosófico más general. Nuevamente, nuestras
ideas sobre la comprensión humana deben marchar a la par de nuestras ideas
sobre el mundo que debemos comprender" (Human Understanding, 1972).
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1.3.1. Naturaleza y Cultura
"Habiendo visto una vez -cuenta Diógenes Laercio de Diógenes el Cínico- que
un muchacho bebía con las manos, sacó su colodro del zurrón y lo arrojó
diciendo: 'un muchacho me gana en simplicidad y economía'. Arrojó también el
plato habiendo igualmente visto que otro muchacho, cuyo plato se había
quebrado, puso las lentejas que comía en una poza de pan". (Vida de los
Filósofos más ilustres, libro VI).
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