Anticlericalismo en Colombia

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Trashumante.

Revista Americana de Historia Social


ISSN: 2322-9381
Universidad de Antioquia

Quezada, William Elvis Plata


Gustavo Arce Fustero. De espaldas a Cristo. Una historia del anticlericalismo en
Colombia, 1849-1948. Medellín: Editorial Universidad de Antioquia, 2018, 290 pp.
Trashumante. Revista Americana de Historia Social, núm. 15, 2020, Enero-Junio, pp. 178-182
Universidad de Antioquia

DOI: 10.17533/udea.trahs.n15a09

Disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=455662846009

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Reseña

Gustavo Arce Fustero. De espaldas a Cristo. Una historia


del anticlericalismo en Colombia, 1849-1948. Medellín:
Editorial Universidad de Antioquia, 2018, 290 pp.

William Elvis Plata Quezada*

G ustavo Arce Fustero es un historiador y sociólogo español que tuvo una expe-
riencia de estudios en Colombia a comienzos de la década de 2000. Mientras
cursaba su maestría en la Universidad Industrial de Santander inició una interesante
investigación sobre los imaginarios clericales y anticlericales en España y Colombia,
que continuó y amplió en su tesis doctoral de la cual se deriva el libro que reseñamos.1
Se trata de un texto sustentado en una amplia bibliografía, así como en do-
cumentación hallada en el Archivo Central del Cauca (Popayán) y en diversos
periódicos especialmente de Bogotá, Popayán y Bucaramanga. Se sirve además de
panfletos, opúsculos y hojas sueltas que reposan en bibliotecas que no se mencio-
nan. A nivel teórico la obra se basa en clásicos de la sociología y de la antropología
de la religión y de la cultura, como Max Weber, Émile Durkheim, Clifford Geertz,
Claude Lévi-Strauss y Norbert Elias.
Arce presenta el anticlericalismo, objeto de su trabajo, como producto de la
modernidad que generó una crisis de sentido entre la cosmovisión secularizada,
que intentó apartar a la institución eclesiástica de la sociedad, y la intransigencia
de la Iglesia a ceder su papel tradicional. El autor considera que en este contexto
el liberalismo de los siglos XIX y XX procuró desacralizar la figura del cura
para salvaguardar la esencia del cristianismo, supuestamente corrompido por
dichos “emisarios” de Dios. El anticlericalismo conllevaba la desacralización o
secularización de la figura del sacerdote católico, aquel comprometido en política,
que, según el liberalismo, había abandonado su función espiritual por dedicarse a
cuestiones mundanas.

* Profesor Asociado, Escuela de Historia, Universidad Industrial de Santander.


1. Gustavo Arce Fustero, “De santos y de diablos: una historia comparada del conflicto político
social y simbólico entre clericales y anticlericales en España y Colombia (1930-1948)” (Tesis
de maestría en Historia, Universidad Industrial de Santander, 2003); Gustavo Arce Fustero, “De
espaldas a Cristo: una historia del conflicto anticlerical en la Colombia contemporánea (1849-
1948)” (Tesis de doctorado en Historia, Universidad de Zaragoza, 2015).

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De acuerdo con el autor, el anticlericalismo colombiano inició a mediados


del siglo XIX y se nutrió de las polémicas surgidas a propósito de las reformas
liberales en materia eclesiástica (1850-1863). La “cosmovisión” liberal en su afán
de procurar la “civilización” y el “progreso” del país vio como un obstáculo
el poder e influencia social del clero católico, por lo cual orientó varias de las
reformas a reducir dicho poder e influencia en lo político, educativo, económico
y social. En este punto, Arce sitúa la intransigencia católica y la unión entre clero
y conservadores como reacción defensiva a las reformas liberales.
La Regeneración y la guerra de los Mil Días fueron decisivas, según el autor,
para la consolidación de una cosmovisión maniquea que dividió el escenario entre
“buenos y malos”, es decir, entre liberales y conservadores. El bipartidismo se
fortaleció con la idea de pertenencia a un partido por la tradición, la cultura y la
filiación de sangre; la sangre de los antepasados que murieron por sus ideales. Para
el caso liberal, y en el desarrollo de la idea anticlerical, esta sangre derramada fue
vista como una consecuencia de la legitimación de la violencia ejercida por el
sacerdote, quien habría incitado a la violencia y a la guerra en los años precedentes.
Una de las tesis principales de la obra tiene que ver con lo que el autor llama una
“iconoclastia” popular incitada. Según Arce, las élites liberales elaboraron una serie
de imágenes anticlericales que incitaron a sectores del pueblo a atacar símbolos,
templos, conventos y lugares sagrados durante los levantamientos armados. Estas
imágenes eran las del “cura malo” que daba la espalda a su ministerio y profanaba su
misión al actuar en política. Este cura perdía su condición sagrada; por tanto, debía
rechazarse y aun atacarse. En contraposición, se encontraba la imagen del “cura
bueno”: aquel que solo se dedicaba a lo sagrado y no salía de las puertas del templo
más que para ir a hacer obras de caridad o ejercer su ministerio. Este sacerdote sí
guardaba su dignidad y debía ser respetado. De manera que atacar al “cura malo” y
a sus símbolos podía llegar a ser un acto de purificación, de fe popular.
Las guerras civiles del siglo XIX habrían inculcado en la cultural popular la
agresión y el sacrilegio de objetos sagrados. Arce registra acciones que van desde
tomar licor en los cálices, mutilar imágenes sagradas, hasta tener relaciones sexuales
en las iglesias. Esta acción popular tuvo dos momentos cúlmenes: la guerra de los
Mil Días (1899-1902) y el Bogotazo (1948). La idea liberal de recuperar la esencia
del cristianismo verdadero de las manos de los curas malos tomó forma en la fe
popular e iconoclasta de un sector del pueblo, el cual asimiló al clero con el partido
conservador y en consecuencia buscó la “purificación” del cristianismo a través de
dichos actos.
Por su parte, la Regeneración procuró solidificar el proyecto de nación según
una cosmovisión conservadora. Dicha cosmovisión reivindicaba el componente
social y público del catolicismo a tal punto que ser católico se convertía en
sinónimo de ser colombiano. Esto traía graves consecuencias, pues dejaba como
apátridas a los protestantes, masones y, por supuesto, a los liberales que negaban su
condición de católicos, pese a las protestas de varios de ellos, como Rafael Uribe
Uribe. El autor presenta la satanización del otro como un elemento clave para

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Reseña

reforzar el bipartidismo, como un instrumento privilegiado para consolidar cada


grupo. Por ello, la “intransigencia con el error” expresada por el catolicismo y por
el partido conservador se asumió como prueba de fortaleza de principios.
Este discurso del partido conservador sobre el liberal, si bien se amainó un
poco tras la guerra de los Mil Días, reapareció con ímpetu durante la República
Liberal (1930-1946). Una vez más, las reformas liberales fueron el detonante de la
intransigencia conservadora: el matrimonio civil, la educación laica y la reforma
constitucional, según Arce, se leyeron como parte de una persecución a la Iglesia,
porque buscaban poner la fe cristiana en lo privado y no en la conciencia pública.
Este esquema binario permeado por lo religioso fortaleció el bipartidismo: los
liberales respondieron avivando sus antiguas concepciones y prácticas anticlericales,
y todos fueron arrastrados hacia una nueva guerra religiosa donde cada grupo
defendía el “verdadero cristianismo”.
El autor puntualiza luego la relación entre religión, violencia y bipartidismo.
Para Arce la violencia en Colombia fue sacralizada: tanto las ideas liberales como
conservadoras se relacionaron con un halo atemporal y sagrado: la sangre de
los antepasados suscribía la acción en una tradición y la intransigencia hacia el
otro sacralizaba la acción partidista. En este contexto, el autor sitúa el paso de la
violencia simbólica a la violencia real con el propósito de detallar las fronteras
y depurar la identidad partidista y la cosmovisión de la realidad social. Así, cada
partido respondió a la crisis de sentido generada por la modernidad, puesto que
cada uno brindó una explicación coherente y lógica de la realidad en la que la vida
y la muerte tenían propósito y coherencia.
Finalmente, el autor recrea la reacción destructiva del pueblo ante la muerte de
Jorge Eliécer Gaitán el 9 de abril de 1948. Arce da poco peso a factores como el
consumo de alcohol o a la posible influencia de figuras desestabilizadoras y, en cambio,
considera que dicha destrucción se sitúa en una cultura anticlerical e iconoclasta
arraigada en el pueblo que, si bien ya se había manifestado en la historia del país, nunca
se había presentado de la manera como lo hizo aquellos días aciagos de abril de 1948.
Es quizá el capítulo más débil y menos sustentado de todo el libro.
La obra concluye que el anticlericalismo en Colombia fue un vehículo crucial
para la formación de identidades colectivas y políticas, y dotó de significación a
muchas de las acciones y estrategias desacralizadoras y, por ende, secularizadoras del
liberalismo. Asimismo, el anticlericalismo consolidó la sacralización de las fronteras
políticas entre los conservadores y liberales.
Hagamos a continuación una valoración de esta obra. Ante todo, el análisis
del anticlericalismo como elemento del conflicto político bipartidista es una
valiosa aportación de Arce, quien desarrolló ideas ya expuestas previamente por
José David Cortés y Fernán González, quienes señalaron la importancia que tuvo
la cuestión religiosa en la formación de la identidad del partido conservador y
liberal.2 Sin embargo, la contribución de Arce se encuentra en la presentación del

2. José David Cortés, Curas y políticos. Mentalidad religiosa e intransigencia en la diócesis de Tunja, 1881-

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anticlericalismo colombiano y la iconoclastia como un elemento cultural que,


paradójicamente, se justificaba en lo sagrado.Así, el anticlericalismo jamás pretendió
acabar la religión sino redefinirla y purificarla, debido a que para este la esencia
del cristianismo se había corrompido cuando el clero le dio la espalda a Cristo al
participar en política. La idea de la supuesta sacralización del anticlericalismo hizo
que Arce leyera el Bogotazo desde otra lógica: se vio la destrucción como un acto
de tabula rasa para empezar de nuevo.
Arce no logra explicar el proceso de asimilación y arraigo cultural del
anticlericalismo en el pueblo. Es decir, la “fe popular” —como la llama el autor—
expresada en la iconoclastia no fue bien articulada con el discurso anticlerical de
la élite liberal. Ciertamente, las fuentes de las élites liberales expresan ideas que
se refieren a la intención de buscar purificar el cristianismo ante una supuesta
corrupción del clero. Sin embargo, Arce no explica el proceso de recepción y
asimilación de dichas ideas entre los sectores populares. Al final queda la duda
de por qué el pueblo consideraba que beber aguardiente en los cálices o
tener relaciones sexuales en las iglesias significaba que se estaba purificando o
recuperando la esencia del cristianismo. El autor presenta una somera explicación
en lo que respecta a este punto. No obstante, una cosa es considerar al cura como
politiquero, y por ende tratarlo como tal, y otra muy distinta la profanación de los
recintos e imágenes sagradas. En consecuencia, anticlericalismo e iconoclastia no
son sinónimos, ni consecuentes, como al parecer lo entiende Arce.
Esta falencia del texto se encuentra en el acercamiento metodológico. Desde
el inicio Arce deja claro que el anticlericalismo no buscó reformas teológicas o
doctrinales, sino la desacralización de la institución eclesiástica y su influencia en el
campo social. Pero el simple hecho de considerar a la Iglesia como una institución
sagrada que solamente debe enfocarse en el campo espiritual obedece a una
concepción teológica en la cual la Iglesia pierde su papel de salvadora del mundo,
algo que no puede aceptar dicha institución religiosa. Su teología la considera
como mediadora de la presencia de Cristo en el mundo, como sacramento, es decir,
medio de distribución de las gracias divinas. Esta concepción ayuda a comprender
una de las razones principales del ardor con que el catolicismo ha abordado a lo
largo de su historia la defensa de su presencia y acción en lo público. Arce, desde
el momento en que ignora la comprensión teológica del anticlericalismo, divide
el camino entre el anticlericalismo y la iconoclastia sin un punto de encuentro y
explicación en el libro.
Por otra parte, en pos de probar una hipótesis delineada con antelación (el
anticlericalismo como identidad liberal) el autor hace un uso un tanto descuidado
de las fuentes, las cuales simplemente articula al hilo argumentativo, olvidando
contextualizarlas. No hace, entonces, distinciones regionales (es claro que el
liberalismo del centro del país no es igual en la costa Caribe, Santander o Cauca);

1918 (Bogotá: Ministerio de Cultura, 1998); Fernán González, Poderes enfrentados: Iglesia y Estado
en Colombia (Bogotá: Centro de Investigación y Educación Popular, 1997) 119-314.

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ni diferencia muy bien las épocas: no es lo mismo el liberalismo o el conservatismo


antes de 1863 que después de la guerra de los Mil Días. Tampoco tiene en cuenta
la diversidad y las corrientes internas de la Iglesia católica. A pesar de su aparente
homogeneidad, aún en el siglo XIX, el catolicismo se caracteriza por su diversidad
interna, por la existencia de corrientes político-religiosas que iban desde la
intransigencia hasta la conciliación con el liberalismo o con el socialismo. Esto no
lo considera el autor. ¿No es posible pensar que, acaso, muchos de los anticlericales
liberales no eran menos católicos que sus enemigos políticos conservadores? De
hecho, al justificar las acciones anticlericales e iconoclastas como medios para una
supuesta “purificación de la fe”, podía pensarse que quizá había una actitud de
fe sincera en los actores. Esto significa que la historia del Estado y de las luchas
políticas en el país debería repensarse y mirarse desde otras lógicas distintas a las
estructuras partidistas y dar mucha más importancia a las que están inmersas en
intereses económicos, familiares y, por supuesto, en la fe y la religión, expresadas
de muchas maneras.

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