Historia - Ensayo 2
Historia - Ensayo 2
Historia - Ensayo 2
801-20-9773
2023
Introducción
Para este ensayo, estaré hablando sobre el sistema de minería y encomienda establecido
en Puerto Rico durante la época española colonial temprana (1508-1542), la crisis de la decada
de 1530 y las leyes nuevas de 1542.
Dado que los caciques no eran en realidad tan numerosos como los encomenderos, los
mismos españoles atribuyeron este estatus social y político a unos pocos individuos. No eran
caciques anteriores a la conquista, pero así los llamaban los documentos españoles de la época.
Además, los repartimientos fomentaron la desintegración de las comunidades y la expulsión y
concentración de un gran número de indígenas en otros lugares.
Un real decreto de 1503 estipulaba que los indios que entraran al servicio de los
españoles serían bien tratados, pagados y convertidos al cristianismo. En la práctica, sin
embargo, los creyentes podían ser tratados, y la mayoría de las veces lo eran, como poco menos
que esclavos. Algunos contemporáneos dijeron que el trato a los pueblos indígenas era en
realidad peor que el trato a los esclavos negros. Después de todo, representaban una inversión de
capital que merecía atención; estos, no.
Comenzando en 1509, el oro de los ríos borinqueños fue como un imán que atrajo a un
creciente número de conquistadores. Según Brau, unos 300 españoles habitaban la Isla en 1510.
Este número siguió creciendo hasta finales de la década. Aunque el bando conquistador nunca
fue muy grande, y era ínfimo en comparación con los 50,000 a 70,000 taínos que se estima
vivían en Borinquén antes de la conquista, una población de varios centenares (tal vez un millar)
de españoles es significativa, si tomamos en cuenta los pocos miles que, según cálculos expertos,
viajaron a las Antillas antes de 1520.
La minería del oro monopolizó la atención y energías de esos españoles. Como expertos
que eran en la exploración del codiciado metal por cauces y riberas en La Española, no tardaron
en comprender que una riqueza de proporciones similares existía en los ríos borriqueños. Surgió
entonces todo un complejo económico alrededor del oro. Este comprendía las técnicas y aparatos
para minar y fundir el metal, los conucos que proporcionaban alimentos a los campamentos
mine-ros, y los establecimientos de comercio y transporte que facilitaban los tratos internos, así
como la importación y exportación de toda clase de artículos. Sin duda, la piedra angular de
dicho complejo era la fuerza de trabajo que lo hacía todo posible: los taínos encomendados o
esclavizados.
En un principio las minas de oro principales estaban localizadas en los plácidos ríos de la
costa norte, como el Toa (La Plata), el Cibuco, y el Luysa (Rio Grande de Loíza); los ríos y
quebradas que caen por la vertiente norte de la Sierra de Luquillo; y las arenas del occidental río
Guaorabo (Río Grande de Añasco). Más tarde, al agotarse los yacimientos primarios, llegar más
españoles y "pacificarse" zonas rebeldes, la búsqueda de oro dio con ricos veneros en la gran
región central del Otuao, que comprendía la parte oeste de la Cordillera Central y en la comarca
oriental del Daguao, cerca del Naguabo moderno.
Durante casi todo este período (1511-1521), el complejo minero dejó provechosos
beneficios. En octubre de 1510 había comenzado la primera fundición en Caparra. Se sacaron
14,068 pesos, de los cuales una quinta parte tocó al Rey. Al año siguiente, las dos fundiciones
rindieron 34,241 pesos. Entre agosto de 1512 y agosto de 1513, período en que empezó a
fundirse oro en San Germán, los fuelles dejaron la enorme suma de 116,247 pesos, sin contar el
oro que seguramente salía ilegalmente de la Isla para evitar el pago del quinto real.
La producción se mantuvo entre 100,000 y 200,000 pesos anuales durante los próximos
años, a pesar de la muerte de muchísimos de los trabajadores taínos. Cuando en 1518 el tesorero
Andrés de Haro escribe un largo informe al nuevo Rey, Carlos V (nieto de los Reyes Católicos),
expone que aunque de año en año fluctúa el producto de las fundiciones, "comúnmente se hacen,
en dos años, tres fundiciones en dos pueblos que hay en esta isla; y se suelen fundir en ellas en
la ciudad de Puerto Rico a L U [50,000] pesos cada fundición, y en la villa de San Germán, a
diez y doce mil cada fundición porque son más pobres las minas; que son, en los dichos dos
años, ciento ochenta y seis mil pesos, de que pertenece a Vuestra Alteza el quinto, lo cual es,
como digo, a los que se ha comúnmente visto, pero suele crecer y menguar en cantidad"¹
El censo de Lando admite muchas dudas acerca de los distintos grupos o categorías
recensados. No obstante, la imagen que el documente ofrece no puede estar más clara en cuanto
a sus rasgos genera-les: la gente esclava componía la gran mayoría de los que habitaban la Isla
en 1530-31. Por cada español libre existían varios indios encomendados y esclavos, y una
proporción aún mayor de esclavos negros.
La crisis estalló a fines de la década de 1520 a 1530. Su causa más inmediata fue el
evidente agotamiento de las minas de oro, en las que todavía laboraba la mayoría de los
españoles, ahora con una fuerza trabajadora mixta de indios y africanos. Pero a la decepción de
no hallar oro suficiente se unieron otros motivos. Los colonos se hallaban endeudados con los
comerciantes por esclavos y mercancías comprados a crédito. Sin oro con qué saldar sus deudas,
muchos consideraron escapar de la Isla llevándose sus esclavos.
Otra causa era que los esclavos podrían rebelarse, buscar venganza y tomar control de la
colonia. La sensación que experimentaban los colonos era de estar “en tierra de frontera”, como
se lee en un escrito de la época. En este caso la frontera no se refería únicamente a los indios de
Barlovento y los corsarios franceses que comenzaban a husmear las aguas antillanas, sino que en
el interior de la Isla también existía una frontera que proteger. La aguda necesidad de
trabajadores era lo único que aplacaba el temor al exceso de esclavos. A fin de cuentas, los
colonos tenían que balancear sus miedos contra la utilidad del trabajo de los esclavos. El cabildo
de Puerto Rico, en carta a su Majestad en 1534, expresó el dilema de los esclavistas de la
siguiente manera: los españoles, decían, están “como [el] que tiene al lobo por las orejas, que ni
es bueno de soltar ni de tenerle; al fin no podemos vivir sin gente negra; porque ellos son los
labradores; y acá ningún español se da al trabajo…”².
españoles. De ahí que el censo de Lando incluyera una categoría aparte para los matrimonios de
españoles e indias. Sabemos, sin embargo, que los conquistadores sostuvieron relaciones con las
indias sin mucho recato u ocultación. De dichas uniones los hijos no eran ni españoles ni indios,
sino mestizos. Tal vez porque en los documentos no hay referencias a ellos y el censo de Lando
no los enumera como tales, nuestros historiadores no les han concedido mucha atención a los
mestizos de la época de la colonización. Educados principalmente por sus madres, los mestizos
aprendieron las amenazadas tradiciones taínas en un medio orientado hacia las formas de pensar
y actuar españolas. Trasmitieron a sus hijos una cultura rica en elementos de ambos lados. De esa
cultura, tanto como de las de los africanos y los criollos hijos de españoles, se nutrió lo que el
escritor puertorriqueño José Luis González llama el “primer piso” de nuestra formación cultural.
Por último, el mestizaje rompió barreras entre los indios y los negros. Las uniones entre ellos
debieron ser frecuentes. Existen abundantes referencias a los “indios y negros alzados” en las
fuentes de la época.
Y por último, Las Leyes Nuevas de 1542. Las Leyes Nuevas son leyes que entraron en
vigor el 20 de noviembre de 1542, encaminadas a mejorar las condiciones de los pueblos
indígenas de España, principalmente a través de la revisión del sistema que se iba a implantar.
Estas leyes recordaron solemnemente la prohibición de la servidumbre de los indios y abolieron
los encomendaos, que ya no eran hereditarios y se perdían con la muerte de los existentes. Las
decisiones más importantes a favor de los pueblos indígenas fueron:
La llegada de las nuevas leyes provocó una rebelión de los colonos peruanos
(encabezados por Gonzalo Pizarro) que acudieron a eliminar al virrey Blasco Núñez Vela, quien
pretendía implementarlas (aunque es probable que esta rebelión planteó simplemente la cuestión
de expulsar a los cuadras para conseguir mayor independencia de la corona española). La
inquietud cundió en la corte española y Carlos V estaba convencido de que la pérdida del
encomendado supondría la ruina económica de la colonización. Finalmente, el 20 de octubre de
1545 se abolió el Capítulo 30 de las Leyes Nuevas, que prohibía la fe hereditaria. Esto resultó en
la reunión de una nueva junta, la Junta de Valladolid (1551-1552), donde las opiniones de
Bartolomé de las Casas y Juan Ginés de Sepúlveda chocaron en una disputa intelectual conocida
como la Ensalada o Conflicto. Indígenas a los que se dirigieron escritores ilustres como
Francisco de Vitoria. Desde entonces, las leyes coloniales españolas han tratado de mejorar la
situación de los indios en América. Este conjunto de leyes a menudo se ha descrito como
hipócrita porque no impidió la explotación de los indígenas por parte de los colonos y los
funcionarios. Lo positivo sería que al menos existieron y no siempre fueron papeles durante su
vigencia.
1521-1550”. Puerto Rico 5 Siglos de Historia, 1era ed. McGraw-Hill, 1993. (pp.191-199).
Rico, Parte I. Suplemento 16. Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras.