Leonardo Boff - Volver A La Normalidad Es Autocondenarse

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Leonardo Boff: Volver a la “normalidad”

es autocondenarse

Cuando pase la pandemia del coronavirus no nos estará


permitido volver a la “normalidad” anterior. Sería, en primer
lugar, un desprecio a los miles de personas que han muerto
asfixiadas por el virus y una falta de solidaridad con sus
familiares y amigos. En segundo lugar, sería la demostración de
que no hemos aprendido nada de lo que, más que una crisis, es
una llamada urgente a cambiar nuestra forma de vivir en
nuestra única Casa Común. Se trata de un llamamiento de la
propia Tierra viva, ese superorganismo autorregulado del que
somos su parte inteligente y consciente.

El sistema actual pone en peligro las bases de la vida

Volver a la anterior configuración del mundo, hegemonizado por


el capitalismo neoliberal, incapaz de resolver sus
contradicciones internas y cuyo ADN es su voracidad por un
crecimiento ilimitado a costa de la sobreexplotación de la
naturaleza y la indiferencia ante la pobreza y la miseria de la
gran mayoría de la humanidad producida por ella, es olvidar que
dicha configuración está sacudiendo los cimientos ecológicos
que sostienen toda la vida en el planeta. Volver a la
“normalidad” anterior (business as usual) es prolongar una
situación que podría significar nuestra propia autodestrucción.

Si no hacemos una “conversión ecológica radical”, en palabras


del Papa Francisco, la Tierra viva podrá reaccionar y
contraatacar con virus aún más violentos capaces de hacer
desaparecer a la especie humana. Esta no es una opinión
meramente personal, sino la opinión de muchos biólogos,
cosmólogos y ecologistas que están siguiendo
sistemáticamente la creciente degradación de los sistemas-vida
y del sistema-Tierra. Hace diez años (2010), como resultado de
mis investigaciones en cosmología y en el nuevo paradigma
ecológico, escribí el libro Cuidar la Tierra-proteger la vida: cómo
evitar el fin del mundo (Record). Los pronósticos que adelantaba
han sido confirmados plenamente por la situación actual.
El proyecto capitalista y neoliberal ha sido rechazado

Una de las lecciones que hemos aprendido de la pandemia es la


siguiente: si se hubieran seguido los ideales del capitalismo
neoliberal –competencia, acumulación privada, individualismo,
primacía del mercado sobre la vida y minimización del Estado–
la mayoría de la humanidad estaría perdida. Lo que nos ha
salvado ha sido la cooperación, la interdependencia de todos
con todos, la solidaridad y un Estado suficientemente equipado
para ofrecer la posibilidad universal de tratamiento del
coronavirus, en el caso del Brasil, el Sistema Único de Salud
(SUS).

Hemos hecho algunos descubrimientos: necesitamos un


contrato social mundial, porque seguimos siendo rehenes del
obsoleto soberanismo de cada país. Los problemas mundiales
requieren una solución mundial, acordada entre todos los
países. Hemos visto el desastre en la Comunidad Europea, en la
que cada país tenía su plan sin considerar la necesaria
cooperación con otros países. Fue una devastación
generalizada en Italia, en España y últimamente en Estados
Unidos, donde la medicina está totalmente privatizada.

Otro descubrimiento ha sido la urgencia de un centro plural de


gobierno mundial para asegurar a toda la comunidad de vida (no
sólo la humana sino la de todos los seres vivos) lo suficiente y
decente para vivir. Los bienes y servicios naturales son escasos
y muchos de ellos no son renovables. Con ellos debemos
satisfacer las demandas básicas del sistema-vida, pensando
también en las generaciones futuras. Es el momento oportuno
para crear una renta mínima universal para todos, la persistente
prédica del valiente y digno político Eduardo Suplicy.

Una comunidad de destino compartido

Los chinos han visto claramente esta exigencia al promover


“una comunidad de destino compartido para toda la
humanidad”, texto incorporado en el renovado artículo 35 de la
Constitución china. Esta vez, o nos salvamos todos, o
engrosaremos la procesión de los que se dirigen a la tumba
colectiva. Por eso debemos cambiar urgentemente nuestra
forma de relacionarnos con la naturaleza y con la Tierra, no
como señores, montados sobre ella, dilapidándola, sino como
partes conscientes y responsables, poniéndonos junto a ella y a
sus pies, cuidadores de toda la vida.

A la famosa TINA (There Is No Alternative), “no hay (otra)


alternativa” de la cultura del capital, debemos confrontar otra
TINA (There Is a New Alternative), “hay una nueva alternativa”.
Si en la primera alternativa la centralidad estaba ocupada por el
beneficio, el mercado y la dominación de la naturaleza y de los
otros (imperialismo), en esta segunda será la vida en su gran
diversidad, también la humana con sus muchas culturas y
tradiciones la que organizará la nueva forma de habitar la Casa
Común. Eso es imperativo y está dentro de las posibilidades
humanas: tenemos la ciencia y la tecnología, tenemos una
acumulación fantástica de riqueza monetaria, pero falta a la
gran mayoría de la humanidad y, lo que es peor, a los Jefes de
Estado la conciencia de esta necesidad y la voluntad política de
implementarla. Tal vez, ante el riesgo real de nuestra
desaparición como especie, por haber llegado a los límites
insoportables para la Tierra, el instinto de supervivencia nos
haga sociables, fraternos y todos colaboradores y solidarios
unos con otros. El tiempo de la competencia ha pasado. Ahora
es el tiempo de la cooperación.

La inauguración de una civilización biocentrada

Creo que inauguraremos una civilización biocentrada, cuidadosa


y amiga de la vida, como algunos dicen, “la tierra de la buena
esperanza”. Se podrá realizar el “bien vivir y convivir” de los
pueblos andinos: la armonía de todos con todos, en la familia,
en la sociedad, con los demás seres de la naturaleza, con las
aguas, con las montañas y hasta con las estrellas del
firmamento.

Como el premio Nobel de economía Joseph Stiglitz ha dicho con


razón: “tendremos una ciencia no al servicio del mercado, sino
el mercado al servicio de la ciencia”, y yo añadiría, y la ciencia
al servicio de la vida.

No saldremos de la pandemia de coronavirus como entramos.


Seguramente habrá cambios significativos, tal vez incluso
estructurales. El conocido líder indígena, Ailton Krenak, del
valle del Río Doce, ha dicho acertadamente: “No sé si saldremos
de esta experiencia de la misma manera que entramos. Es como
una sacudida para ver lo que realmente importa; el futuro es
aquí y ahora, puede que mañana no estemos vivos; ojalá que no
volvamos a la normalidad” (O Globo, 01/05/2020, B 6).

Lógicamente, no podemos imaginar que las transformaciones se


produzcan de un día a otro. Es comprensible que las fábricas y
las cadenas de producción quieran volver a la lógica anterior.
Pero ya no serán aceptables. Deberán someterse a un proceso
de reconversión en el que todo el aparato de producción
industrial y agroindustrial deberá incorporar el factor ecológico
como elemento esencial. La responsabilidad social de las
empresas no es suficiente. Se impondrá la responsabilidad
socio-ecológica.

Se buscarán energías alternativas a las fósiles, menos


impactantes para los ecosistemas. Se tendrá más cuidado con
la atmósfera, las aguas y los bosques. La protección de la
biodiversidad será fundamental para el futuro de la vida y de la
alimentación, humana y de toda la comunidad de la vida.

¿Qué tipo de Tierra queremos para el futuro?

Seguramente habrá una gran discusión de ideas sobre qué


futuro queremos y qué tipo de Tierra queremos habitar. Cuál
será la configuración más adecuada a la fase actual de la Tierra
y de la propia humanidad, la fase de planetización y de la
percepción cada vez más clara de que no tenemos otra casa
común para habitar que ésta. Y que tenemos un destino común,
feliz o trágico. Para que sea feliz, debemos cuidarla para que
todos podamos caber dentro, incluida la naturaleza.

Existe el riesgo real de polarización de modelos binarios: por un


lado, los movimientos de integración, de cooperación general y,
por otro, la reafirmación de las soberanías nacionales con su
proteccionismo. Por un lado, el capitalismo “natural” y verde y
por otro lado el comunismo reinventado de tercera generación
como pronostican Alain Badiou y Slavoy Zizek.

Otros temen un proceso de brutalización radical por parte de los


“dueños del poder económico y militar” para asegurar sus
privilegios y sus capitales. Sería un despotismo de forma
diferente porque se basaría en los medios cibernéticos y en la
inteligencia artificial con sus complejos algoritmos, un sistema
de vigilancia sobre todas las personas del planeta. La vida
social y las libertades estarían permanentemente amenazadas.
Pero a todo poder le surgirá siempre un contrapoder. Habría
grandes enfrentamientos y conflictos a causa de la exclusión y
la miseria de millones de personas que, a pesar de la vigilancia,
no se conformarán con las migajas que caen de las mesas de
los ricos epulones.

No pocos proponen una glocalización, es decir que el acento se


ponga en lo local, en la región con su especificidad geológica,
física, ecológica y cultural pero abierta a lo global que involucra
a todos. En este biorregionalismo se podría lograr un verdadero
desarrollo sostenible, aprovechando los bienes y servicios
locales. Prácticamente todo se realizará en la región, con
empresas más pequeñas, con una producción agroecológica, sin
necesidad de largos transportes que consumen energía y
contaminan. La cultura, las artes y las tradiciones serán
revividas como una parte importante de la vida social. La
gobernanza será participativa, reduciendo las desigualdades y
haciendo que la pobreza sea menor, siempre posible, en las
sociedades complejas. Es la tesis que el cosmólogo Mark
Hathaway y yo defendemos en nuestro libro común El Tao de la
Liberación (2010) que fue bien acogida en el ambiente científico
y entre los ecologistas hasta el punto de que Fritjof Capra se
ofreció a hacer un interesante prefacio.

Otros ven la posibilidad de un ecosocialismo planetario, capaz


de lograr lo que el capitalismo, por su esencia competitiva y
excluyente, es incapaz de hacer: un contrato social mundial,
igualitario e inclusivo, respetuoso de la naturaleza en el que el
nosotros (lo comunitario y societario) y no el yo (individualismo)
será el eje estructurador de las sociedades y de la comunidad
mundial. El ecosocialismo planetario encontró en el franco-
brasileño Michael Löwy su más brillante formulador. Tendremos,
como reafirma la Carta de la Tierra, así como la encíclica del
Papa Francisco “sobre el cuidado de la Casa Común”, un modo
de vida verdaderamente sostenible y no sólo un desarrollo
sostenible.

Al final, pasaremos de una sociedad industrial/consumista a una


sociedad de sustentación de toda la vida con un consumo
sobrio y solidario; de una cultura de acumulación de bienes
materiales a una cultura humanístico-espiritual en la que los
bienes intangibles como la solidaridad, la justicia social, la
cooperación, los lazos afectivos y no en última instancia la
amorosidad y la logique du coeur estarán en sus cimientos.
No sabemos qué tendencia predominará. El ser humano es
complejo e indescifrable, se mueve por la benevolencia, pero
también por la brutalidad. Está completo, pero aún no está
totalmente (terminado). Aprenderá, a través de errores y
aciertos, que la mejor configuración para la coexistencia
humana con todos los demás seres de la Madre Tierra debe
estar guiada por la lógica del propio universo: este está
estructurado, como nos dicen notables cosmólogos y físicos
cuánticos, según complejas redes de inter-retro-relaciones.
Todo es relación. No existe nada fuera de la relación. Todos se
ayudan mutuamente para seguir existiendo y poder co-
evolucionar. El propio ser humano es un rizoma (bulbo de raíces)
de relaciones en todas las direcciones.

Si se me permite decirlo en términos teológicos: es la imagen y


semejanza de la Divinidad que surge como la relación íntima de
tres Infinitos, cada uno singular (las singularidades no se
suman), Padre, Hijo y Espíritu Santo, que existen eternamente el
uno para el otro, con el otro, en el otro y a través del otro,
constituyendo un Dios-comunión de amor, de bondad y de
belleza infinita.

Tiempos de crisis como el nuestro, de paso de un tipo de mundo


a otro, son también tiempos de grandes sueños y utopías. Ellas
son las que nos mueven hacia el futuro, incorporando el pasado,
pero dejando nuestra propia huella en el suelo de la vida. Es
fácil pisar la huella dejada por otros, pero ella no nos lleva a
ningún camino esperanzador. Debemos hacer nuestra propia
huella, marcada por la inagotable esperanza de la victoria de la
vida, porque el camino se hace caminando y soñando. Así pues,
caminemos.

*LEONARDO BOFF ES ECOTEÓLOGO, FILÓSOFO Y HA ESCRITO: CUIDAR LA


TIERRA-PROTEGER LA VIDA: CÓMO ESCAPAR DEL FI DEL MUNDO, RECORD,
RIO 2010 Y TROTTA 2011.

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