Cuándo Surge La Literatura Infantil
Cuándo Surge La Literatura Infantil
Cuándo Surge La Literatura Infantil
En el siglo XVIII se extendió la idea de que los niños eran diferentes a los
adultos y que, por tanto, necesitaban atenciones propias. Justo a esa nueva
consideración social de la infancia, el comercio del libro se dio cuenta que
existía un público lector diferenciado por la edad, al que podía dirigir
expresamente sus productos literarios impresos.
Aunque eso no se correspondió con una literatura para los niños que fuera
importante de verdad (no veremos ese reflejo hasta la 2ª mitad del siglo XIX,
con Andersen, los Grimm y algunos autores de libros de aventuras), sí es
cierto que, en la Francia ilustrada de aquel siglo XVIII floreció lo que se ha
llamado luego, un poco curiosamente, «la primavera para la infancia»,
extendiéndose enseguida por toda Europa; fue en ese momento cuando la
literatura para niños empezó a disponer de una relativa autonomía, aunque
no podemos olvidar que estuvo muy condicionada por clarísimas intenciones
didácticas (era, recordémoslo, el Siglo de la Razón); además, las lecturas
infantiles no tenían carácter popular, sino que se dirigían, como ya había
sucedido en siglos anteriores, a los hijos de las clases privilegiadas, tanto
social como económicamente: las colecciones de fábulas de los españoles
Iriarte y Samaniego o Leprince de Beaumont serían un buen ejemplo de ello.
El didactismo y las tendencias moralizantes se adueñaron casi por
completo de la literatura que se escribía para niños en las últimas décadas
del XVIII, hasta el punto de que es muy difícil encontrar una sola obra escrita
para los niños que no se encuadre en esa corriente. Pero no podemos olvidar
que el mundo de la LIJ es, al menos en parte, una consecuencia de la
fascinación que el niño ejerce sobre el adulto aunque también del deseo de
protección de los adultos, sobre todo en el ámbito familiar. Por eso, durante
cientos y cientos de años, los adultos han contado a los niños relatos que
expresan los conflictos del alma infantil, sin eludir la maldad, el castigo, la
fealdad o el miedo, porque también forman parte de su mundo; son relatos
que han estado vivos, muchos aún lo están, en la memoria de los pueblos,
transmitidos de generación en generación, y recogidos por escrito, en
diversas versiones, al menos durante los últimos trescientos años.
P. C. Cerrillo (2013). LIJ. Literatura mayor de edad.