El Texto Espectacular (Capítulo II Completo)
El Texto Espectacular (Capítulo II Completo)
El Texto Espectacular (Capítulo II Completo)
Marco De Marinis, “El texto espectacular”. En: De Marinis, Marco. Semiotica del
teatro. L’analisi testuale dello spettacolo. Milano: Bompiani, 1982. Cap. 2 pp. 60-70.
Traducción de Gerardo Camilletti para la Cátedra “Análisis de textos dramáticos y
espectaculares I”. Departamento de Artes Dramáticas - IUNA, 2001.
2. El texto espectacular
1
Como hipotetiza Metz (1970), y como la investigación semiótica de los últimos años está ampliamente
demostrando, aquella “unidad de manifestación” que era llamada habitualmente mensaje, es en realidad,
casi siempre (salvo raros casos de univocidad elemental) el texto, resultante de la “coexistencia de varios
códigos o al menos de varios subcódigos” (Eco, 1975: 86), y compuestos, por lo tanto, por más mensajes
distintos y dentro de sus “entretejidos”. “El mensaje propiamente dicho –precisa Metz (ibid. :135)- es sólo
la parte (o el aspecto, el nivel) del texto que remite a un solo código, en otras palabras en un texto hay
tantos mensajes como códigos”. Tan claro que la pluralidad de códigos propia de un texto se ve no sólo y
no tanto, en sentido horizontal (texto como conjunto de mensajes sucesivos organizados en códigos
Marco De Marinis, “El texto espectacular” 2
diversos) como en sentido vertical (texto como conjunto de mensajes cada uno de los cuales es a menudo
interpretable sobre la base de más códigos). Se trata, pues, de poner en crisis definitivamente la idea de
que existen “lenguajes” lineales y homogéneos, regulados en un único sistema formal (ver adelante, en
2.5).
Para la distinción entre discurso (concreto) y texto (teórico), cf. más adelante.
2
Nuestra definición se confronta con aquella, similar en parte, propuesta por Ruffini (1978 a: 221).
Concibiendo el texto espectacular como un conjunto de unidades, no pensamos en una sumatoria estática
de elementos paratácticos sino en una entidad unitaria capaz de integrar dinámicamente sus componentes
(de aquí el acento puesto en la completud y la coherencia), incluso si no siempre en la misma medida y
con la misma fuerza. Tendremos, de todos modos que volver sobre la cuestión en el próximo capítulo,
cuando hablemos de los grados de dinamicidad de la estructura textual del espectáculo. Dicho esto, ocurre
precisamente que, en el caso de texto espectacular, también las “partes” constitutivas –como se verá- son,
en un cierto nivel, de los textos. Por consiguiente, resta la consideración unitaria del (macro)-texto
espectacular, se presenta la posibilidad de análisis autónomos de los textos parciales que lo componen (cf.
más adelante, en 2.7).
La expresión texto espectacular está introducida, por cuanto nos consta, por el mismo Ruffini (1974 a,
1976 a, 1976 b). Pero la concepción del espectáculo como texto semiótico complejo circula ya desde hace
algunos años en los estudios de semiótica teatral, tal vez bajo otras denominaciones y con varias
diferencias: cf. Koch (1969), Bettetini (1975 y 1977), Pavis (1976, 1980 a), Gulli Pugliatti (1976), Ertel
(1977), Pastorello (1979), Elam (1980), Ubersfeld (1981). Hemos preferido la expresión texto
espectacular a otros posibles porque parece que fuera la única capaz de escapar de la ambigüedad y los
inconvenientes que presentan denominaciones como texto-escena, texto escénico o texto teatral. En
cuanto a esto, las primeras dos insisten sobre la dicotomía texto dramático/puesta en escena que la
semiótica del teatro deberá encargarse de superar en sentido unitario, eligiendo a su único objeto de
investigación, el espectáculo, esto es, la transcodificación espectacular de un Texto Dramático. La tercera
denominación, en cambio, está demasiado (y demasiado amplia) usada con referencia al Texto Dramático
para poder estar todavía disponible para otros usos.
Marco De Marinis, “El texto espectacular” 3
5
Cf. Molinari (1968). Para un análisis de las analogías y diferencias entre aquellos que el autor llama
“rituales teatrales” y “rituales deportivos”, cf. Campeanu (1975: 99). La diferencia principal residiría en el
hecho de que, mientras en el segundo “la conformidad con las convenciones carece de cualquier
programa, asegura por lo tanto la imprevisibilidad total del final [...] Al contrario, en el ritual teatral, hay
siempre un programa obligatorio para los protagonistas, cuyo descubrimiento constituye la atracción de
los espectadores” (Sobre los límites que supone esta aserción, ver más adelante, en 4.6, donde
examinaremos las convenciones teatrales, proponiendo una clasificación tripartita). Afirmaciones
similares a aquellas de Campeanu a Goffman (1974: 136), confrontando la performance teatral con los
juegos los deportes términos de frame analysis.
Marco De Marinis, “El texto espectacular” 5
TTDD, a las que algunos estudiosos del teatro continúan restringiendo la clase de
espectáculos teatrales6.
Diciendo “teatro de representación” y “teatro de presentación”, queremos,
obviamente aludir a dos extremos, dos polaridades entre las cuales –como escribe
Ottolenghi (1979: 29)-
Es por lo tanto posible disponer los eventos teatrales singulares [...], con relación a la mayor o
menor presencia de elementos que se muestran a sí mismos, o de signos que remiten a otros
distintos de sí.
Es posible distinguir diversos modos de ponerse, de la exposición total de sí (la confesión pública)
a la presentación del propio rol social o de trabajo (la bailarina, el boxeador), hasta la
representación absoluta de otro distinto de sí (la máscara, el personaje) (ibid. : 31-32)
Esto significa que, si es muy difícil –si no imposible- encontrar hechos teatrales
de representación en los que esté ausente del todo algún aspecto presentativo y
autorreflexivo (no fuese otro que aquel –ineliminable- constituido por la materialidad
real del evento escénico en cuanto tal, resulta muy arduo pensar en hechos teatrales de
presentación del todo privados de componentes representativos y simbólicos. Como se
verá en el capítulo 4., resulta decisivo, considerar, las convenciones productivas en el
interior de las que los fenómenos teatrales en cuestión se sitúan. En el teatro de
representación, la puesta en escena, a fuerza de los estatutos convencionales que la
fundan, funciona globalmente como sistema semiótico transparente de renvoi y como
evento ficticio, pues pudiendo obviamente contener en su interior también elementos
presentativos, privados en sí – por lo menos en primera instancia- de estatuto simbólico:
acciones reales, objetos verdaderos, etc. Exactamente lo contrario sucede para las
ocurrencias teatrales que se ubican en gran parte, o del todo, fuera de los estatutos de la
representación. En estos casos, las convenciones productivas del espectáculo sí hacen
que eso –aunque, pudiendo contener elementos ficticios que remitan a otro distinto de
sí- se ponga generalmente como presencia autorreflexiva y no-ficcional. Y aquí
6
Cf., por ejemplo, Jansen (1973: 78), Gulli Pugliatti (1976, 1978 a e b), Serpieri (1977), etcétera. Con la
aclaración "tradicionales", se quiere aludir a las pretensiones normativas de “fidelidad” al texto que –
como hemos visto- afloran continuamente en los trabajos de este tipo.
Marco De Marinis, “El texto espectacular” 6
El arte cuyos productos son comunicados en el espacio y en el tiempo, vale decir que, por ser
comunicados, exigen necesariamente el espacio y el tiempo. [...] Es esto que implica la definición
delimitativa del “espectáculo” tout court: una obra de arte comunicada obligatoriamente en el
espacio y en el tiempo.
7
De todos modos es muy arduo pensar en espectáculos para los cuales sean del todo procesos exclusivos
de semantización y de metaforización en la recepción. Su entidad dependerá ya sea de las convenciones
del espectáculo en cuestión como de las características de la competencia receptiva. En el capítulo 4.,
hablaremos de las convenciones representativas como convenciones “(cuasi)-generales”, en cuanto tales,
por un lado, fundan esa amplísima categoría de hechos teatrales que está bajo el nombre de “teatro de
representación”, y por otro lado, dan cuenta de dinámicas de significación (denotativa y/o connotativa) in
absentia, propiamente, de cualquier manera, de todos los espectáculos, incluso en medida y modalidad
muy diversas.
8
Para entenderlo, aquellas del tipo: “es teatro todo lo que de un modo o de otro es designado como
teatral”. Del mismo género, incluso más restrictivo, son las definiciones basadas en criterios de
aceptación sociológica, como aquella que Metz (1971: 26) da, en primera aproximación, del cine: “el
cine no es otra cosa que el conjunto de mensajes que la sociedad llama cine” (cf. Odin, 1977: 25-26). Del
mismo modo, en nuestro caso, se podría decir que “es teatro el conjunto de hechos-fenómenos que son
(han sido/serán) designados/concebidos/vividos como teatrales por la sociedad en su conjunto o por cada
uno de los individuos que la componen: . Operando una primera, aunque vaga, delimitación del campo de
los objetos, sobre los cuales deberá ejercitarse el análisis, una formulación similar puede de todos modos,
constituir un buen punto de partida para ulteriores definiciones, necesariamente más restrictivas, dotadas
de mayor capacidad descriptiva y explicativa: en este sentido quien escribe la proponía en De Marinis
(1978: 68).
Marco De Marinis, “El texto espectacular” 7
Decidimos, por tanto, que la clase /espectáculo teatral/ está constituida por todos
aquellos fenómenos espectaculares que poseen las dos propiedades apenas
enunciadas11. Se llega así a la siguiente definición: los espectáculos teatrales son
aquellos fenómenos que van a un destinatario colectivo, el público (que está presente
físicamente en la recepción), en el momento mismo de su producción (emisión). Por
producción entendemos, naturalmente, la producción del espectáculo teatral en su
integridad (íntegro) y como tal (o sea –lo veremos más adelante- como integración en
un TE unitario y coherente de varios textos parciales) y no aquella con sus partes
singulares (de textos parciales singulares, exactamente), la cual puede preceder, y por lo
demás precede, a la comunicación teatral: piénsese en TD, cuando hay, en escenografía,
en vestuario, en música. Insistir sobre la condición de simultaneidad entre producción y
comunicación (entre emisión y recepción) significa, para nosotros, poner el acento en el
9
En el caso, muy frecuente, de emisor múltiple (se piensa, por ejemplo, en los equipos de producción
teatral en su forma, por así decir, estándar: autor, director, actores, escenógrafo, otros técnicos) será
suficiente la comprensión de una parte de eso: en general los actores, también las marionetas (con los
maniobradores escondidos tras el “retablo”), etc.
10
Sobre la interacción teatral como comunicación, y sobre su carácter constitutivamente manipulador, cf.
más adelante, en 6.
11
Para la noción de espectáculo, cf., además del ya citado Kowzan, también Molinari y Ottolenghi (1979:
7), quienes parten de una definición muy general para después precisarla introduciendo el concepto de
intencionalidad: “Llamaremos, por lo tanto, espectáculo, a todo eso que viene afirmado por un espectador
que observa: el término espectáculo es entonces más amplio y abarcativo, y no por nada se habla de
espectáculo a propósito de un mar tempestuoso y de un terremoto. Por eso, será oportuna alguna
limitación que podría ser la sobre la base de alguna convención de Eco, pero también una consideración
y parte subjetiva, de quien dispone o prepara: en este caso espectáculo será todo eso que viene dispuesto
intencionalmente para ser observado, pero también visto (cursiva nuestra). Así se eliminará del concepto
todos los fenómenos naturales y la casualidad de la vida.” Para integrar esta definición desde el punto de
vista del emisor con otra de parte del destinatario, podremos satisfacerlo (desde el momento que esto que
aquí le interesa es exclusivamente definir/distinguir lo teatral en el espectáculo) de una breve
delimitación sociológica del objeto (cf. también la nota 8), afirmando, por ejemplo, que /espectáculo/ es
“todo eso que, en una sincronía dada, viene designado como tal por la sociedad en su conjunto, o por
algunos de los individuos que la componen”.
Marco De Marinis, “El texto espectacular” 8
habitualmente, con la partitura musical: podríamos por esto afirmar que una obra
musical es repetible en general, como lo es una literaria o arquitectónica 17.
Pero podremos decir que una obra musical, por ejemplo un concierto, es
íntegramente reproducible (o sea, exactamente duplicable) de la misma manera que un
film, una fotografía o un texto literario?. Ciertamente no 18. Y las razones de este hecho
permiten echar luz sobre otro orden de causas que explica y funda la irrepetibilidad del
espectáculo teatral. En efecto, también para admitir que la elaboración de un sistema de
notación complejo nos permita un día registrar integralmente e integralmente continuar
una cierta ocurrencia teatral, determinando de manera unívoca las clases de ejecuciones
pertenecientes a la obra19, tendremos igualmente que hacer con un tipo de reproducción
muy distinta de aquella que se encuentra en el cine, en la fotografía o en televisión
(también en pintura y escultura, ya que pueden servirse de instrumentos electrónicos) 20.
Mientras en estos casos podemos hablar de copias materialmente idénticas (hasta cierto
del TD y en el caso del guión técnico, véase también la nota 32 del capítulo 1.
17
Sobre caracteres “alográficos” de la literatura y de la arquitectura, cf. siempre Goodman (ibid). En
particular, “un escrito literario está en una notación y, al mismo tiempo es una obra eso mismo”(179).
18
Sobre las diferencias también sensibles que siempre median entre varias ejecuciones de una misma
partitura, en relación con ciertos rasgos musicales como el tiempo, el timbre, la expresividad, no es el
caso aquí de extenderse mucho. Hay, en cambio, que recordar que la notación musical tiene una rica
fenomenología histórica, en la que, a las partituras rígidas y detalladísimas, les suceden otras “en puntos
largos o larguísimos”, por decir así, que dejan un espacio siempre mayor a la iniciativa del ejecutante
(intérprete) y a la improvisación, y que frecuentemente, por añadidura, no hacen uso de sistemas
notacionales en sentido estricto. Sobre la escritura musical del novecientos y sobre las nuevas
“notaciones” (o grafías), que se colocan entre los extremos de la “música sólo para oír” y los de la
“música sólo para ser leída”, cf. AAVV (1974) y, sobre todo, Lombardi (1980, 1981). “Se puede tentar un
análisis del mare magnum de la producción musical contemporánea, definiendo [...] cuatro modos
diversos de poner en relación el sonido con la escritura musical, que son: 1. -Escritura de proyecto. Como
tal tenemos ante todo: a) la notación tradicional y aquella a la que hemos vuelto en los años setenta, en la
cual confluyen parcialmente las convenciones arbitrarias, que puede ser llamada escritura
trans/tradicional. Se pueden enumerar otras grafías que de tanto en tanto, serán sucesivamente descriptas:
b) escritura de acción, que entra directamente en la proyectualidad y no constituye, como sustentaban
Stokhausen y Guaccero, un género en sí. c) proyectos para la música electrónica, d) proyectos para la
música computarizada, e)procedimientos mecánicos de escritura, f) proyectos de música sonora.- 2.
Música para leer y para ver, que consiste en escrituras de proyectos que son destinados a permanecer en
silencio físico, mediante una percepción distinta, o bien especulaciones metatextuales sobre la escritura:
a) proyectos de música conceptual, b) metanotaciones, c) proyectos de poesía visual. -3.Grados
intermedios de música para leer, escuchar y ver, que se vehiculan a través de formas heterogéneas de
comunicación, escritas con: a proyectos para acciones interdisciplinarias, b) proyectos suplementarios. –
4.Música sólo para oír, improvisación, y con esto, inutilidad de la página escrita.” (Lombardi, 1981: 17)
19
Entre todos lo géneros teatrales, el ballet es aquel que está más cerca de esta posibilidad. Como ya
hemos dicho, según Goodman, la “notación Laban” de la danza satisface en gran parte los requisitos
notacionales. Tan claro de todos modos que –a parte del interés que la exausitividad de la notación puede
tener desde otros puntos de vista- ella no es necesaria, como oportunamente precisa Goodman, para
reconocer el carácter de partitura de una transcripción: “como es obvio, una partitura no debe capturar
toda la sutileza y la complejidad de una ejecución [...]. la función de una partitura es aquella de
especificar las propiedades esenciales que una ejecución debe poseer para pertenecer a la obra” (p.181).
20
Todas las artes autográficas, esto es, desprovistas de sistemas notacionales en sentido estricto. Tampoco
el libreto cinematográfico (o televisivo) hace excepciones, su caso puede ser comparado al del guión
dramático, que hemos discutido ampliamente en el capítulo 1. Como en el TD, también el libreto técnico
cinematográfico, el lenguaje de la parte didascálica no satisface todos los requisitos de la notacionalidad.
Marco De Marinis, “El texto espectacular” 11
21
También Goodman insiste sobre el hecho de que la pertenencia de una obra de arte alográfica
susceptible de notación no asegura su perfecta duplicabilidad, que evidentemente depende otros factores:
las ejecuciones de la partitura más minuciosa no son del todo duplicados exactos la una de la otra, pero
varían ampliamente y de muchos modos. Una copia suficientemente buena y el cuadro original se
asemejan mucho más que dos ejecuciones de una suite de Bach en obra de Piatigorsky y de Casals”
(p.168). Pero tan claro que –como en el caso del teatro- el discurso vale no sólo por las diferencias entre
ejecuciones (interpretaciones) distintas de una obra sino por aquellas, ciertamente más leves y menos
significativas, que transcurren entre réplicas diversas de una misma ejecución-interpretación.
22
Nuestra noción de reproductibilidad técnica es un tanto distinta de aquella homónima y famosa de
Walter Benjamin. La diferencia es que en Benjamin, ella no se refiere a la posibilidad de registro
fotográfico, sonoro o audiovisual de la obra de arte (en tal sentido, obviamente, también un espectáculo
teatral o una obra musical son reproducibles) pero en la facultad que ciertos tipos de obras tienen que ser
suplicados más o menos exactos en un número más o menos vasto de ejemplares.
23
Al respecto, cf. más adelante, en 2.4. Como demuestra el caso de la obra musical, la transitoriedad, si
representa imposible la reproductibilidad técnica, no impide, sin embargo la repetibilidad.
Marco De Marinis, “El texto espectacular” 12
Queda ahora por hacer una última precisión. Hemos dicho ya cómo incluso en el
caso de obras reproducibles técnicamente (duplicables) no se puede nunca hablar de
copias perfectas, esto es, de “dobles absolutos”. Y esto en el plano del enunciado en sí,
del co-texto. Si después pasamos a considerar el problema desde el punto de vista de la
enunciación y de la recepción, el concepto de reproductibilidad integral viene sometido
a ulteriores limitaciones. Es evidente, en efecto, cómo incluso, las obras perfectamente
duplicables, varían de manera irrepetible, por causa y en función de las variaciones del
contexto pragmático, de los receptores, etc. Incluso si el texto-en-sí repite idéntico,
aquello que cambia siempre, inevitablemente (constituyendo así un evento irrepetible),
es el texto-en-situación, esto es “el juego de acción comunicativa” (Schmidt, 1973) cuya
obra tiene lugar con la ayuda del conjunto de factores contextuales. Piénsese en las
copias de un film proyectadas en diversas salas y para diversos espectadores, o en
lectores de varios ejemplares de un texto literario. Pero piénsese también,
recíprocamente, en el film que un mismo espectador vuelve a ver después de un tiempo
o en la novela leída nuevamente por la misma persona en circunstancias diferentes. Por
otra parte, más en general:
Es imposible que dos eventos sean idénticos en cada aspecto contemplable, dado que ellos deben
distinguirse por la localización espacio-temporal. Para afirmar luego de ser en presencia de una
repetición, es necesario presuponer la irrelevancia, la accidentalidad de la localización espacio-
temporal y la posibilidad de que la misma cosa ocurra en lugares y momentos diferentes
(Amsterdamski, 1981: 76).
Esto dice, sobre todo, que mentira y verdad, ficción y realidad, simulación y
acciones reales, comunicación y seducción, exhibición y ocultamiento constituyen la
materia prima de que están hechas las interacciones teatrales no menos que las
contenga (en modo más o menos consciente y explícito) también otros conocimientos (códigos y
convenciones, libretos intertextuales, inferencias cotextuales y contextuales), sin los cuales el espectador
no estará en condiciones de reconocer como tal una ocurrencia teatral, reconduciéndola a la clase relativa,
ni mucho menos, de comprenderla y de interpretarla (cf. al respecto el capítulo 7).
27
Wolf (ibid: 91 ss). Tengamos, además, presente que las concepciones de Goffman en estos años
tienen, también al respecto, cambios relevantes. Ella hoy lleva a distinguir mucho más netamente de un
tiempo entre teatro y vida cotidiana: véase por ejemplo la confrontación que Gooffman (1974: 138-144)
realiza entre la performance teatral y la actual face-to-face interaction, sobre la base de la frame
analysis. (Para la noción de frame, cf. abajo, en 4.6.2).
Marco De Marinis, “El texto espectacular” 15
1969: 291).28
Rendimos cuenta de las críticas que pueden ser hechas a nuestra definición del
espectáculo teatral y también de sus limitaciones objetivas. En particular, podría ser
reprochado que, limitándonos a definir al espectáculo teatral (y, por consiguiente, el
correspondiente TE) exclusivamente sobre el plano pragmático-contextual, pasamos en
modo excesivo los aspectos co-textuales, tanto expresivos como de contenido. Pero las
razones que juegan a favor de nuestra elección son numerosas. (a) Una definición del
espectáculo teatral basada en el contenido es manifiestamente imposible: como ha
afirmado hace poco Ertel (1979: 166), no existen significados específicos del teatro, que
el teatro estará selectivamente encargado de transmitir. Pero el riesgo de una
aproximación contenidista al teatro es, sobre todo, la de volver a poner en juego el TD,
vinculando a esta última definición del espectáculo: lo que parece suceder, por ejemplo,
cuando –como hemos visto en 1- se afirma que los espectáculos teatrales están
constituidos sólo por las puestas en escena de TTDD.29 (b) Descuidando el plano
semántico por el pragmático, el enunciado por la enunciación, el “qué cosa” por el
“cómo”, nuestra definición, intenta afirmar y confirmar a su manera, un dato que
emerge siempre con mayor nitidez, y no desde hoy, de las reflexiones teóricas y de las
prácticas de búsqueda del teatro contemporáneo: o sea, que el teatro, más que producto,
es producción, proceso más que resultado. No sólo –como ya está claro- un teatro
28
Una indagación bastante profundizada sobre las analogías y las diferencias existentes entre el
“comportamiento en la vida social real” y la “performance teatral” es intentada por Burns (1972), la cual,
sirviéndose de la historia del teatro, de la microsociología y de la etnometodología, se propone una
indagación interdisciplinaria sobre el “fenómeno de la teatralidad así como es manifestado en teatro y en
la vida social” (p.6). Cf. también más adelante, en 6.6.
29
Como ya se ha dicho, uno de los límites de la también rigurosa e interesante aproximación de Ruffini
(1978 a), reside –según nuestro parecer- precisamente en la interdependencia que instaura entre TD y TE,
definiendo a uno mediante el otro y viceversa (cf. supra, en 1.6)
Marco De Marinis, “El texto espectacular” 16
nunca se limita a sus espectáculos, pero existen, sin embargo, casos de teatros “sin
espectáculo” (piénsese en la animación teatral, en la actividad parateatral de Grotowski
en los años setenta, etc.) respecto a los que resultan completamente desubicadas e
inadecuadas las aproximaciones críticas tradicionales, consistentes en evaluar desde el
exterior (y de arriba) los productos creativos de una realidad (el grupo, los actores) de
la que no se sabe nada, de la que se ignora completamente (se quiere ignorar: es la
famosa “ignorancia crítica”) técnicas de trabajo, modos de vida y tradiciones culturales.
(c) Ultima, pero no menor ventaja de nuestra definición es la de aumentar al máximo
los límites del género contra toda tentación de específico, resultando así incluidos
(siendo también de modo transitorio) varios fenómenos tradicionalmente excluidos de
este ámbito pero que nuestra sensibilidad actual de espectadores/estudiosos de teatro
tiene interés hoy en considerar como “teatrales”, como ligados, de algún modo o desde
algún punto de vista, al universo teatro. Pensamos en los ritos orientales de trance y de
posesión, como en las fiestas de nuestras tradiciones occidentales, en los espectáculos
deportivos como en las ceremonias militares. Pero pensamos también en la marcha de
aproximación al espectáculo que está en acto desde hace varios años en la búsqueda
artística de vanguardia, y sobre la base de la que las artes visuales, la música y la misma
literatura (piénsese en las “veladas de poesía”) tienden, desde hace un tiempo, a
reunirse, parcialmente, bajo la etiqueta transgenérica e intermediaria del teatro,
trabajando, exactamente sobre aquellos elementos de teatralidad nacido en los
principios por nosotros definidos antes: la exhibición física, la copresencia real de
emisor y destinatario, la simultaneidad de producción y comunicación, el carácter
efímero e irrepetible de la obra entendida como evento y acción.