Ensayo Kentukis

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¿De qué manera los Kentukis exhiben la inmoralidad de los personajes?

En un mundo paralelo, no tan diferente al nuestro, situado en el siglo XXI, se encuentran


aparatos electrónicos que merodean en la casa de todas las personas del mundo. Los Kentukis
son aparatos con forma de animales y son controlados remotamente desde la computadora o
tableta de alguien anónimo. La novela escrita por Samanta Schweblin está compuesta por
capítulos donde se narran historias similares en temas, pero divergentes en personajes y
situaciones. En la novela se abordan los costados de la implementación de la tecnología en la
vida cotidiana. Dentro de los conceptos de cultura y representación, se analizará a través de los
contenidos, formas y estilo ¿De qué manera los Kentukis exhiben la inmoralidad de los
personajes?

En todas las historias, quien controla o quien tiene un Kentuki, se encuentra en un


espacio cerrado. Lo es así en el caso de Emilia: “Sentada en el escritorio del pasillo, se enderezó
en la silla para aliviar el dolor de espalda” (Schweblin, 2018, página 16). Además de aclarar el
espacio, se da un indicio lógico. Se infiere que la mujer es de edad avanzada al mencionar un
dolor en su cuerpo. Poco más tarde, se revela el íntimo problema de los personajes. “Ya nadie iba
a devolvérselo (su hijo), y Emilia todavía no había decidido a quién echarle la culpa.”
(Schweblin, 2018, página 16). La metáfora impura se refiere a que nadie le podrá regresar el
tiempo perdido con su hijo. El tiempo verbal pretérito pluscuamperfecto del indicativo acentúa el
arrepentimiento de la madre.

En la historia de Alina, el país extranjero donde se encuentra (México), el hotel alejado y


su habitación, la limitan de construir relaciones duraderas. Hay que añadir que la relación con su
pareja era frágil. “Nunca antes lo había acompañado a una de sus residencias artísticas, así que
medía sus movimientos cuidando de no molestarlo ni meterse en sus espacios.” (Schweblin,
2018, página 21). Las residencias los separaban a ambos y Alina quedaba sola durante el día. A
través de un matriz actancial se encuentra que Alina compró el Kentuki para llamar la atención
de su pareja, sin embargo, además de que no lo consigue, al final termina por destrozar la
relación con el “ser” Kentuki.
Por otra parte tenemos a un personaje llamado Marvin. Su identidad es un niño de
aproximadamente 10 años que tiene una conducta curiosa e inocente y él controla un Kentuki.
“Sentado en la silla del escritorio de su padre, Marvin hamacaba los pies” (30). La historia de
Marvin en todo momento se desarrolla en la oficina de la casa. A través de una matriz actancial,
se concluye que Marvin deseaba ver y tocar la nieve, pues ésta le recordaba a su madre fallecida.
Sin embargo, su final es desalentador. El Kentuki que controlaba, cayó y rodó cuesta abajo,
impidiéndole alcanzar su objeto deseado. Aquello destroza las esperanzas de Marvin, y tal vez,
por primera vez, se permite sentir la aflicción de la pérdida de su madre.

Los tres personajes analizados muestran un rechazo a su realidad. Enfrentarla es más


complicado que evadirla, por lo que deciden refugiarse en un mundo nuevo, en donde el
anonimato protege a Emilia y a Marvin, y la desesperación inunda a Alina. De cualquier manera,
la soledad de los personajes deriva de los espacios donde se encuentran y se demuestra a través
de ellos.

Se analiza otro elemento de las formas. El narrador extradiegético y omnisciente hace


posible conocer el discurso de los personajes, su perspectiva, su forma de ver el mundo. Por
ejemplo, se encuentra que Alina tiene una discordancia en la percepción de sí misma: “Si Sven
todo lo sabía, si el artista era un peón abocado y cada segundo de su tiempo era un paso hacia un
destino irrevocable, entonces ella era exactamente lo contrario. La inartista. Nadie, para nadie y
nunca nada.” (Schweblin, 2018, página 56). En la cita se encuentra una antítesis de conceptos, en
la que Alina se compara con Sven. Su idea se refuerza con la repetición del pronombre
indefinido y el adverbio de tiempo, que a su vez es un pleonasmo y una hipérbole. Lo anterior
explica el inicio de sus futuros problemas.

Alina decide expresar sus emociones reprimidas con la herramienta a la mano: un


Kentuki. Descubre que éste funciona como una mascota, quien, según ella, debe obedecerla sin
decir palabra. Después de tanto encierro, comienzan a notarse los efectos de la soledad en la
salud mental de Alina, quien ha sustituido gastar el dinero de su pareja, por modificar el aspecto
del Kentuki. Esto incluye dibujar una esvástica en su frente, cortarle las alas y pico de cuervo, y
además, creer que un señor pervertido es quien controla a su aparato. “La esperaba ansioso cada
día para verla llegar de correr, de la biblioteca, de tomar sol, del kiosco, verla simplemente
despertar. Estaba ahí frente a las decapitaciones, paralizado de terror…” (Schweblin, 2018,
página 218). Al final, se revela que un niño es quien controla el cuervo. El ritmo de las últimas
páginas se torna rápido, con el fin de generar tensión en el lector y asimilar la situación
emocional de Alina.

Eva es la ama del Kentuki de Emilia, quien se encariña con Eva y muestra dependencia
emocional hacia ella. Emilia genera prospecciones sobre las decisiones que tomará respecto a su
relación con su hijo y con Eva. Esto demuestra que Emilia tiene una conducta ansiosa y
preocupada, lo que provoca que sobrepiense su situación con las relaciones que mantiene.
El único tema de conversación que tiene con su hijo se basa en los Kentukis. A través de una
matriz actancial, se encuentra que Emilia desea mantener esa relación viva. Sin embargo, en
algún punto en el camino, la madre se pierde de su objetivo. El opositor es la tecnología.

Emilia deja de lado a su hijo para concentrarse en su ama, quien resulta no corresponder
el cariño que Emilia le tenía. El Kentuki de Emilia le mandó fotos a Eva, ésta última llamó para
decirle: “«Su conejita acaba de mandarme fotos de usted [...] Fotos de su casa repleta de fotos
nuestras». Eva miró el teléfono y le dijo algo a Klaus, que se rió a carcajadas”.(Schweblin, 2018,
página 207). El diminutivo de conejo expresa confianza y cariño, sin embargo, contrasta con el
pronombre usted, el cual se utiliza para denotar respeto al interlocutor. Las oraciones muestran la
ironía de Eva, quien junto con Klaus, se mofan de Emilia. Emilia malinterpretó su relación con
Eva e inevitablemente hace que la madre piense en su problema inicial: la relación perdida con
su hijo.

Eva y Alina muestran una conducta exhibicionista, la cual afecta a su público. Emilia es
una señora de edad avanzada a quien le muestran imagenes no consensuadas de actos sexuales.
Lo mismo le pasa al niño que controla el cuervo de Alina. Este tipo de conducta altera la
cosmovisión de ambos. Emilia considera el tema un tabú y algo ajeno para su generación,
mientras que la percepción del mundo del niño se ve perturbada. Ambas historias son un ejemplo
de cómo a través de la tecnología la moral de los personajes se ve expuesta y el bienestar de
otros se pone en riesgo.

Las historias en un inicio tienen un ritmo moderado, pues no hay razón para apresurarse.
En la vida cotidiana no se espera que el aparato electrónico que compras dé algún problema. La
mayoría de las historias parecen comunes, hasta que la tecnología interfiere con la realidad de su
día a día. Como se ha expresado anteriormente, las historias contienen indicios que las hacen
predecibles. Este es el caso de la historia de Alina que nunca había acompañado a Sven a una de
sus residencias artísticas, y cuidaba de no molestarlo ni meterse en sus espacios. En el último
capítulo, Alina decide entrar a la exposición de su pareja. Fue un error de su parte, pues al entrar
al espacio de Sven, lo termina por conocer y también a ella. Se ve a sí misma en las pantallas y
descubre que él solo la utilizó para su destino, su gloria y los aplausos.

Cada una de las historias termina en su problema inicial. Todos los personajes regresan a
la realidad que tanto deseaban escapar. En cada historia se encuentra la malicia, la ignorancia y la
inmoralidad de los personajes. Schweblin no quería una historia con un final inesperado. La
autora escribe “Kentukis” para que su audiencia reflexione sobre los efectos que la tecnología
puede generar en nuestro mundo y si realmente tenemos control sobre ello. Esto se manifiesta
durante la última psiconarración de Alina: “...por primera vez se preguntó, con un miedo que casi
podría quebrarla, si estaba de pie sobre un mundo del que realmente se pudiera escapar.”
(Schweblin, 2018, página 221).

Referencias:
Schweblin, S. (2018). Kentukis. (3.a ed.) Penguin Random House.

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