Inteligencia Ecológica

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Apuntes de bioética Vol. 6.

N° 1 (2023): 60 – 72

https://10.35383/apuntes.v6i1.797
e-ISSN:2663-4910
Universidad Católica Santo Toribio de Mogrovejo

ARTÍCULO DE REVISIÓN

La Inteligencia Ecológica como alternativas frente


a la contaminación ambiental
Ecological Intelligence as alternative to environmental contamination

Fernández-Dávila, Marli Judit *, 1, a * Autor corresponsal


1
maferdav01@gmail.com Universidad de San Martín de Porres, Lima, Perú
a Bachiller en Psicología
https://orcid.org/0000-0002-8058-6413

Fechas importantes
Recibido: 24-10-2022
Aceptado: 27-07-2023
Publicado online: 31-07-2023

Resumen
El presente trabajo se elaboró en base a una revisión de libros y artículos sobre la Inteligencia
Ecológica como una herramienta psicológica que podría desarrollar en el individuo, la capacidad
para modificar su comportamiento consumista y adoptar una responsabilidad ética frente la
contaminación ambiental que está perjudicando la salud física y mental de todas las personas; a
través del cambio de creencias y de la concientización sobre los efectos nocivos que genera cada
fase de producción industrial.
Se identifican aquellas barreras psicológicas de inacción frente al cambio climático, entre ellas: la
falta de métodos para frenar la contaminación ambiental, las ideologías limitantes, la influencia
de las masas que promueven el consumismo, el miedo al cambio, las pérdidas financieras que
representa una producción ecológica y la aplicación inadecuada de las campañas de
sensibilización, todas ellas denominadas como “Dragones de Inacción” que impiden el desarrollo
de habilidades pro-ambientales.
Finalmente, se recomienda al modelo ABC de la Terapia Racional Emotiva Conductual (TREC) de
Albert Ellis, como una alternativa frente a la crisis ecológica; para que, con la modificación de
creencias irracionales sobre el medio ambiente, se pueda suscitar una conducta pro ambiental en
la población. Todo ello, por medio de la aplicación de programas de intervención grupal a nivel
educativo y social, con debates filosóficos, empíricos, pragmáticos, que promuevan actitudes
prosociales para salvaguardar el bienestar de la persona a través del cuidado de la naturaleza.

Palabras clave: Evaluación del impacto ambiental; Contaminación; Comportamiento;


Sensibilización ambiental.

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Abstract
The present work was elaborated based on a review of books and articles on Ecological
Intelligence as a psychological tool that could develop in the individual, the capacity to modify his
consumerist behavior and adopt an ethical responsibility towards environmental pollution that is
damaging the physical and mental health of all people; through the change of beliefs and
awareness of the harmful effects generated by each phase of industrial production.
Those psychological barriers of inaction in the face of climate change are identified, among them;
the lack of methods to curb environmental pollution, limiting ideologies, the influence of the
masses that promote consumerism, fear of change, the financial losses that ecological production
represents and the inadequate application of awareness campaigns, all of them denominated as
"Dragons of Inaction" that prevent the development of pro-environmental skills.
Finally, the ABC model of Rational Emotive Behavioral Therapy (REBT) by Albert Ellis is
recommended as an alternative to face the ecological crisis; so that, with the modification of
irrational beliefs about the environment, a pro-environmental behavior can be provoked in the
population. All this, through the application of group intervention programs at educational and
social level, with philosophical, empirical, pragmatic debates, which promote prosocial attitudes
to safeguard the welfare of the person through the care of nature.

Keywords: Environmental impact evaluation; Pollution; Behavior; Environmental awareness.

Introducción

Durante siglos, el ser humano se ha beneficiado de los recursos que la naturaleza le


ha ofrecido (Rodríguez, 2010). Sin embargo, en la actualidad, la devastación y contaminación
han llegado a afectar elementos naturales como el aire, el agua y el suelo que, a su vez,
deterioran la calidad de vida de las personas (Araujo, 2010). Las llamadas enfermedades de
la civilización, entre ellas, los trastornos endocrinos y trastornos del sistema inmunológico, son
causadas por los agentes contaminantes del ambiente, pues el organismo queda atrapado en
niveles bajos de antioxidantes, que lo predisponen al estrés oxidante y a la inflamación crónica
(Goleman, 2009), por ende, a un sinfín de dolencias.

Diversos compuestos químicos como el plomo, el mercurio, el diésel y los pesticidas


son capaces de alterar el ADN provocando trastornos a nivel físico que, como consecuencia,
acarrean otros problemas psicológicos debido al estrés oxidativo (Goleman, 2009). Sumado a
ello, la gran cantidad de toxinas y sustancias cancerígenas que contienen los alimentos
procesados aumentan el riesgo de desarrollar enfermedades congénitas durante el embarazo
(Araujo, 2010; Goleman, 2009).

Pueden ser muchos los beneficios que la tecnología y las industrias proporcionan, pero
traen consigo otros efectos negativos a largo plazo. Si bien es cierto, la voluntad de Dios sobre
su creación se debe manifestar por medio de la participación responsable del hombre al
disponer correctamente de los recursos naturales; los diferentes descubrimientos en el campo

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agrícola e industrial alcanzan niveles críticos de destrucción que agravian no solamente al


medio ambiente, sino también a la persona en sí misma (Juan Pablo II, como se citó en Vela,
2003).

Y pese a que hayan surgido campañas para frenar el cambio climático y generar nuevos
conceptos de sostenibilidad medioambiental, que advierten los problemas ecológicos del
mundo, muchas de ellas forman parte del movimiento denominado Revolución Verde, donde
priman las cuestiones económicas más que las razones éticas (Goleman, 2009). Todo ello,
debido al surgimiento de doctrinas e ideologías que reducen al hombre a un ser artificial y
débil, cosificándolo y quitándole su valor antropológico (Suarez et al., 2022) por lo cual, es
mucho más fácil vulnerar sus derechos.

Las políticas capitalistas deshumanizan estos derechos e intereses de la persona, las


cuales quedan alejadas del cuidado de la naturaleza y se aproximan más a deseos efímeros
que se satisfacen a costa del daño medioambiental. Peor aún, la mayor parte de individuos
desconocen o no quieren aprender sobre el impacto ecológico que causa la elaboración de
muchos productos (Goleman, 2009). Por ello, se han convertido en objeto de una alienación
que les hace perder el sentido de la vida (Juan Pablo II, como se citó en Vela, 2003) olvidando
así su identidad y su dignidad ontológica, sumergidos en sus impulsos y deseos subjetivos
(Suarez et al., 2022).

Bajo estas circunstancias, la Inteligencia Ecológica resulta sumamente necesaria para


conocer y desarrollar aquel potencial intrínseco del ser humano que mejoraría su relación con
el medio natural, y que representa no solo la preservación del mundo natural, sino también,
el de su propio bienestar. Se sustenta en aquella sensibilidad para captar los mensajes de la
madre naturaleza (Goleman, 2009) que acompaña su compromiso para protegerla con justicia
y caridad (Juan Pablo II, como se citó en Vela, 2003) la misma que debe estar apoyada por
principios morales y éticos basados en el respeto, la responsabilidad, compromiso y la justicia.

Desde esta perspectiva, el cambio ecológico depende de los consumidores, dado que
muchas empresas difícilmente estarán dispuestas a tomar medidas para frenar la
contaminación ambiental, que pueda perjudicar sus ganancias. Por ello, se hace necesario un
consumo consciente, es decir, consumir por valores más que por el impulso que genera la
publicidad de muchos productos (Goleman, 2009). Además, es indispensable analizar las
causas desde su origen, donde necesariamente se tendría que afrontar la grave crisis moral
que subyace a esta problemática (Juan Pablo II, como se citó en Vela, 2003).

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Por todo lo expuesto, el presente artículo tiene como objetivo difundir el concepto de
Inteligencia Ecológica como un conjunto de competencias que se pueden desarrollar para
evitar la ejecución de conductas que dañen el medio ambiente; no solo para salvaguardar la
naturaleza, sino también por consideración a los derechos humanos, en este caso, el derecho
a la vida, a la salud y a la integridad; pues el bienestar de todos depende en gran medida de
un ambiente sano y sustentable. Asimismo, se explican aquellas causas psicológicas que
impiden tomar acción sobre este problema y se propone un modelo al modelo de intervención
psicoterapéutica ABC de la TREC como un medio para promover un comportamiento ético y
pro ambiental a nivel individual y social.

Evolución conceptual de la Inteligencia Ecológica

A lo largo del siglo pasado, la inteligencia representó un objeto de estudio que produjo
gran interés y asombro dentro de la psicología, pues su implicancia en la educación y conducta
humana fue muy reconocida (Sospedra et al., 2022). Asimismo, fue valorada como un factor
decisivo para el éxito y desarrollo socioeconómico de las personas (Ardila, 2011) cuyas
capacidades estaban íntimamente asociadas a aspectos racionales y mentales (Rodríguez,
2010).

Posteriormente fue evolucionando bajo diferentes concepciones, comenzando por los


trabajos presentados por Gardner en 1983, donde su teoría de las Inteligencias Múltiples
demostró que la inteligencia se podía concebir y explicar desde otras perspectivas. Bajo su
punto de vista, propuso desestimar el concepto unitario de la inteligencia y argumentó que
no tenía un origen genético, pero admitió que existía una predisposición biológica en su
desarrollo (Mesa, 2018). También identificó más de un tipo de inteligencia, las cuales eran
independientes, pero interactuaban y se potenciaban de manera recíproca, siendo estas: la
inteligencia lingüística, lógico-matemática, espacial, musical, cinestésica, intrapersonal,
interpersonal, naturalista y espiritual (Mesa, 2018; Sospedra et al., 2022).

De este modo, se llegó a reconocer que las personas poseían capacidades distintas
(Suárez et al., 2010) las cuales aplicaban en los diferentes contextos socio-culturales y
desarrollaban en base a la influencia del ambiente, las experiencias y la educación recibida
(Mesa, 2018). En este sentido, los diversos tipos de inteligencia dependen, más allá de las
predisposiciones genéticas, de una preparación previa desarrollada bajo la capacidad de
decisión y de la cultura.

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Esta visión pluralista, permitió a Gardner descubrir un potencial que se asocia


directamente con el cuidado del medio ambiente: la Inteligencia Naturalista. Esta inteligencia
es descrita como la habilidad para hacer distinciones y clasificaciones de los diversos
componentes del medio natural, ya sean de animales o plantas, y utilizarlos para una
observación y experimentación reflexiva sobre el entorno y frecuentes cuestionamientos
(Gardner, 1995). Se podría resumir en el amor y curiosidad por las características de la
naturaleza, que conduce al deseo de cuidarla y preservarla.

Más adelante, surge un nuevo concepto de inteligencia, en el cual no sólo se valora


las capacidades para el razonamiento y el aprendizaje, sino también, al manejo inteligente de
la vida afectiva, ya sea de sentimientos y/o emociones. De este modo, Goleman en 1995
popularizó este concepto en el ámbito científico, educativo y empresarial (García-Ancira, 2020;
Rodríguez, 2010; Tacca et al., 2020), argumentando que, en el éxito personal y profesional,
las competencias emocionales y habilidades blandas son mucho más determinantes que la
capacidad intelectual.

Luego de revolucionar el mundo empresarial con su concepción de inteligencia


emocional, Goleman observó que no bastaba con ser inteligente emocionalmente (Segado,
2010). Por ello, decide ampliar su concepto tratando de responder a las nuevas necesidades
y preocupaciones del hombre moderno; es decir, intentaba explicar el modo de utilizar las
capacidades intelectuales y emocionales para salvaguardar los recursos del medio ambiente,
en base a la adopción de actitudes y conductas pro ecológicas (Rodríguez, 2010).

Es bajo este panorama, que logra acuñar el concepto de Inteligencia Ecológica (I-ECO)
definiéndola como la adaptabilidad al entorno natural y capacidad para percibir las conexiones
entre los sistemas naturales y la actividad humana, especialmente en aquellos puntos claves
de su intercepción (Goleman, 2009). Con el desarrollo de tales habilidades, las percepciones,
interpretaciones y suposiciones sobre el entorno, se logran modificar (Rodríguez, 2010), lo
cual permite una armonía entre el estilo de vida y el ambiente natural.

En palabras de Goleman (2009) la I- ECO consiste en ser capaz de vivir evitando, en


la medida de lo posible, causar daños a la naturaleza, comprendiendo las consecuencias que
tienen sobre el medio ambiente y considerando cada decisión tomada en la vida diaria. Lo
interesante es que, mientras más se actúa a favor de la naturaleza, más beneficiadas serán
las personas, puesto que, si los recursos naturales se preservan, su salud y calidad de vida
serán mejores.

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Por consiguiente, es posible actuar de forma más inteligente cuando se anticipan los
efectos ecológicos de la propia forma de vivir; en este caso, se podría utilizar la Inteligencia
Ecológica como mecanismo que permita un cambio verdadero y positivo en la conducta
(Rodríguez, 2010). Además de promover un cambio personal, la I-ECO se extiende a nivel
colectivo, pues alguien inteligente ecológicamente trata de compartir sus conocimientos y
actitudes y participa activamente para mejorar el ciclo productivo, tratando de generar
políticas que protejan el medio ambiente dentro de la actividad industrial (Segado, 2010).

Un concepto clave dentro de la I-ECO ya indicado por Goleman (2009) corresponde a


la Transparencia Radical, la cual consiste en tomar acción frente a la compra, venta,
adquisición y fabricación de un producto bajo el conocimiento de los efectos negativos en
cada fase productiva. Cumple la finalidad de preservar los recursos de la naturaleza para todas
las personas, incluyendo a las presentes y futuras generaciones (Rodríguez, 2010). La
Transparencia Radical, además de permitir una visión clara sobre el consumo, apoya el análisis
del ciclo vital; tomando en cuenta las materias empleadas, el nivel de energía consumida, el
tipo de toxinas y la contaminación producida (Goleman, 2009). Es decir, proporciona un
análisis detallado sobre tales efectos, aun cuando dicha información no sea de fácil acceso.

Este análisis se puede ejercer a nivel individual y colectivo, en base a tres grandes
dimensiones: la geosfera, la biosfera y la sociosfera. La primera de ellas, la Geosfera, implica
la valoración de los efectos de las actividades humanas en los elementos básicos del medio
ambiente. La Biosfera consiste en estimar los daños provocados por hábitos nocivos en el
organismo de las personas y demás especies, ya sea en animales o plantas. Por último, en la
sociosfera se evalúa las condiciones de los obreros, cuando realizan sus actividades
manufactureras y de transporte, referentes a cada fase del proceso productivo (Goleman,
2009).

En resumen, mitigar los problemas ecológicos depende de la implementación de


políticas basadas en los conceptos de Transparencia Radical, el análisis del ciclo de vida y la
valoración de la geosfera, biosfera y sociosfera (Goleman, 2009) que puestas en práctica
permitirían cuantificar los daños acarreados por cada estilo de vida, dejando de lado las
tendencias consumistas y adoptando una conducta pro-ambiental (Segado, 2010) de modo
que, las empresas que apuesten por apoyar la sostenibilidad sean recompensadas y las que
se resisten al cambio tengan que desaparecer (Goleman, 2009) generando así un gran impacto
positivo para el mundo.

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Barreras de inacción que impiden el desarrollo de la Inteligencia Ecológica

En el ámbito de la psicología, existen varias teorías que podrían explicar, de uno u otro
modo, las razones que impiden a la persona cambiar sus conductas para favorecer el medio
ambiente. Al respecto, los postulados de Gifford (2011) señalan la existencia de 29 barreras
psicológicas involucradas en la actitud pasiva frente al cambio climático, las cuales son
denominadas como “Dragones de Inacción” y se encuentran agrupadas en siete categorías
(Alfonso & Prieto, 2022), las mismas que son mencionadas y descritas a continuación:

Cognición Limitada. Es la falta de conocimiento de las formas en que se puede


apoyar, implementar o resolver una conducta a favor del medio ambiente. Lo sustenta el
entumecimiento ambiental, la ignorancia, el cerebro antiguo y bajos niveles de pensamiento
crítico y autoeficacia (Gifford, 2011). La poca consciencia de la realidad y la falta de recursos
para actuar a favor del medio ambiente, hacen que muchas personas se mantengan inactivas
y no intenten cambiar su estilo de vida.

Ideologías. Se trata de aquellas creencias o cosmovisiones que promueven la


aceptación de la existencia de poderes supra-humanos y la idea de que la salvación vendrá
de la tecnología (Gifford, 2011). Estas conceptualizaciones desarrollan una actitud pasiva,
porque se espera a que las cosas mejoren sin invertir ningún esfuerzo a través de un locus de
control externo.

Comparación con otras personas. El proceso para desarrollar un comportamiento


ecológico se ve obstaculizado por las normas sociales, la comparación social, las redes sociales
y la inequidad percibida (Gifford, 2011). El hombre influenciado por las masas, desarrolla
actitudes conformistas que atentan contra el cuidado ambiental, al perseguir lo impuesto por
la sociedad y la moda.

Costos Hundidos. Hace referencia a diferentes inversiones que dificultan una


industria ecológica, tal es el caso de las finanzas, metas y aspiraciones o el impulso de un
comportamiento y valores que entran en conflicto con el cambio (Gifford, 2011). En
consecuencia, las empresas evitan fabricar productos ecológicos, ya que son menos rentables
en el mercado actual.

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Discrepancia. Además de que los programas ecológicos y pro ambientales son


percibidos como inadecuados, existe una desconfianza hacia las autoridades que los impulsan,
haciendo que las personas se resistan a recibir orientaciones y prefieran negar la problemática
(Gifford, 2011). Muchas publicidades que sensibilizan sobre el daño ambiental, son lanzadas
de manera inadecuada y/o son ejecutadas por personajes que inspiran desconfianza en la
población.

Riesgo Percibido. Es la percepción de que un cambio de conducta puede representar


riesgos a nivel funcional, financiero, físico, social y/o psicológico (Gifford, 2011). Se basa en
la resistencia al cambio, las personas tienen miedo de cambiar sus hábitos; por lo cual, se
hace indispensable una capacitación constante sobre las ventajas y desventajas de los
cambios que se desean implementar.

Comportamiento Limitado. En estos casos, el individuo piensa que no es necesario


hacer ningún esfuerzo para ayudar a frenar la problemática, pues el comportamiento de las
personas puede cambiar por sí solo. También, puede creer que los agentes externos como las
grandes industrias, son los únicos que deben acceder al cambio (Gifford, 2011). Por ende, se
deja de lado la responsabilidad individual que se tiene frente a la polución ambiental y se
subestima el hecho de que pequeñas acciones particulares también contribuyen al daño
general.

Asimismo, Blake (1999) supo identificar algunas barreras que evitan la ejecución de
una acción, las cuales están basadas en la individualidad, la responsabilidad y la practicidad.
Entre las barreras individuales, se pueden encontrar aquellas limitaciones intrínsecas de la
persona, que se sustentan en el temperamento, la actitud y las creencias poco racionales.
Respecto a las barreras de responsabilidad, están las que se asocian a creencias desarrolladas
bajo un locus de control interno o externo; ya sea al creer en el autocontrol de la conducta o
al atribuir el manejo de la propia vida a agentes externos. Por último, las barreras de
practicidad, hacen referencia a factores sociales u organizaciones que limitan a la persona para
que actúe a favor del medio ambiente, de manera independiente a sus intenciones u opiniones.
Bajo este postulado, las actitudes conformistas que muchas personas mantienen ante las
alarmas de la contaminación y el cambio climático se desarrollan debido a creencias
irracionales, a un locus de control externo y a la influencia de una sociedad consumista.

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La Terapia Racional Emotiva Conductual como una propuesta psicoterapéutica


para superar las barreras de inacción

La Terapia Racional Emotiva Conductual (TREC), fue formulada por Albert Ellis, como
uno de los primeros sistemas terapéuticos del movimiento cognitivo-conductual (Lega et al.,
2017; Ruíz et al., 2012). Subraya la existencia de creencias irracionales consideradas como
exigencias hacia uno mismo y hacia el ambiente (Rovira & Pastells, 2009; Ruíz et al., 2012)
las cuales son responsables de la formación de desórdenes emocionales; creencias que, al ser
modificadas, podrían favorecer un cambio a nivel emocional y conductual (Ruíz et al., 2012).

Los acontecimientos, cogniciones y consecuencias involucrados en los trastornos, así


como las conductas desadaptativas, pueden analizarse bajo el esquema ABC de la TREC;
donde los sucesos activadores (A) no pueden provocar por sí mismos ninguna emoción,
cognición o conducta (C); sino que, necesitan una percepción e interpretación equivocada de
los eventos (B) (Ellis, 1984; Ellis & Dryden, 1987; Ellis & Grieger, 1990) para generar dichos
resultados.

Desde esta perspectiva, Ellis (1990) señala que a través de la TREC es posible cambiar
las conductas y creencias irracionales que autoperpetúan las barreras de inacción. En base al
modelo ABC, los sucesos activadores (A ) como la publicidad y el modelo de consumo que las
personas perciben de su realidad, pueden suscitar percepciones e ideas irracionales de
inacción (B ) tales como: “no vale la pena dejar de comprar lo que me gusta si los demás
tampoco lo harán”, “mis amigos me aceptarán mucho más si compro lo que ellos tienen”,
“quizás más adelante cambie un poco mis hábitos”, “la culpa de la contaminación ambiental
no es mía”; pensamientos que como consecuencia (C ) provocan conductas de inacción
acompañadas de emociones de una alienación psicológica que se caracteriza por una falta de
interés en el cuidado de su entorno socio-ambiental (Montero, 2004) donde se subestiman las
conductas contaminadoras y al mismo tiempo, se anima a las empresas a continuar con la
elaboración de productos tóxicos, respaldándose en grandes campañas de marketing que
mantienen a las personas repitiendo una y otra vez este círculo vicioso.

En este sentido, la estructura del modelo ABC, se entendería del siguiente modo: A,
corresponde a los acontecimientos activadores o estimulantes del comportamiento de
consumo; C representa las reacciones cognitivas y emocionales que originan el consumo en
sí y B las creencias de alienación que surgen en base a A que de alguna manera pueden
explicar a C ; y que constituyen un mediador primordial entre A y C (Ellis 1984; Lega et al.,
2017; Ruíz et al., 2012). En resumen, la persona no puede desarrollar conductas que dañen

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el medio ambiente sin percibir, interpretar y valorar de manera errónea su entorno; no


obstante, tampoco es posible hacer estas valoraciones y actuar en consecuencia sin que
previamente hayan surgido eventos activadores que; en este caso serían los estímulos
publicitarios (Ruíz et al., 2012) que buscan generar tales efectos psicológicos en la población.

Por consiguiente, “la TREC se centra en sustituir las actitudes y creencias (B) que
producen la respuesta cognitiva, emocional y conductual (C), para después cambiar los
estímulos de la situación (A)” (Rovira & Pastells, 2009, p. 155). De modo que, la solución a
las actitudes de inacción podría darse modificando aquellos pensamientos que provocan
acciones irresponsables y perjudiciales para el ambiente; por lo tanto, si las personas cambian
de perspectiva, todos aquellos eventos activadores también se verán sustituidos por otros
mucho más adaptativos. Para ello, se pueden utilizar diferentes técnicas emotivo
experienciales, que se centren en cambiar las percepciones y actitudes, esperando un cambio
en los síntomas y el problema.

Posteriormente, Ellis (1990) propone nuevos elementos al modelo ABC; la D y la E,


con la finalidad de mejorar estas creencias y promover un cambio de comportamiento. Desde
esta intervención, se pueden encontrar los debates D donde las personas a través de un
programa grupal, pueden aprender ideas alternativas a sus creencias irracionales sobre el
impacto ambiental de sus conductas; tales como “Soy responsable del cuidado del ambiente
que me rodea”, “no puedo cambiar al mundo, pero si puedo cambiar mis hábitos”, “las
pequeñas acciones también contribuyen al gran problema”. En este sentido, a través de los
debates racionales, empíricos, pragmáticos y filosóficos, y haciendo cuestionamientos desde
el nivel práctico, lógico y experiencial; las creencias sobre su interacción con el ambiente,
pueden ser modificadas, induciendo a su vez, el desarrollo de hábitos más prosociales como
amigables con su entorno (Ellis & Grieger, 1990).

Por último, la (E) representa las nuevas filosofías eficaces, que pueden crear en las
personas nuevas conclusiones y otro sentido de su realidad psicosocial; para que tenga lugar
la adopción de una conducta ecológica, al ser reforzadas por los nuevos cuestionamientos
generados en base a los diferentes debates (D) de la TREC. En este sentido, el pensamiento
irracional sobre la conducta consumista puede sufrir modificaciones nucleares, cambiando así
la perspectiva sobre la crisis ecológica que actualmente se vive.

En consecuencia, se pueden desarrollar diferentes programas basados en el modelo


de la TREC, puesto que sus técnicas y estrategias han sido objeto de diversas investigaciones
que avalan su eficacia en la intervención de conductas y creencias mal adaptativas. En este

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caso, su aplicación para modificar las ideas y comportamientos irracionales sobre el fenómeno
de la contaminación ambiental, podría obtener excelentes resultados; poniendo en práctica la
propuesta de realizarlo bajo la modalidad grupal en el campo educativo y social.

Conclusiones

La Inteligencia Ecológica es la capacidad de adoptar un estilo de vida evite dañar,


dentro de lo posible al medio ambiente, teniendo presente que cada decisión tomada en la
rutina diaria puede tener un impacto en los ecosistemas. Es el uso consciente y responsable
de los recursos naturales, evitando un comportamiento consumista, para salvaguardar el
planeta y por ende a la persona; dado que, si se preserva el entorno natural, se le puede
proporcionar un ambiente que no exponga negativamente su salud e integridad.

Todas las actitudes negativas frente a la polución ambiental, sacan a relucir la grave
crisis moral y la falta de principios éticos de la sociedad actual, donde el individuo olvida su
papel de administrador responsable de la naturaleza y el deber de cuidarla, siendo que el vivir
en un ambiente sano, constituye un derecho de toda persona.

Existen ciertas barreras psicológicas que evitan la toma de conciencia y mantienen a


las personas resignadas a la destrucción del planeta, que según la teoría de Gifford (2011)
son las siguientes: la cognición limitada, presencia de ideologías, comparación con otras
personas, costos hundidos de las industrias, discrepancia con los programas pro ambientales,
riesgo percibido en el cambio y un comportamiento limitado.

Estas barreras, pueden considerarse como creencias irracionales que pueden


modificarse por medio de la TREC de Albert Ellis. En primera instancia, se podrían analizar sus
mecanismos de desarrollo mediante el esquema ABC, para luego aplicar las diferentes técnicas
cognitivas y conductuales emotivo experienciales, con la finalidad de que las percepciones
sobre el medio ambiente, sean más racionales y proactivas y propicien conductas ecológicas.
Una vez desarrollada la Inteligencia Ecológica de forma personal, se puede practicar de
manera colectiva, a través de su difusión de información.

Por todo lo mencionado, es posible frenar el fenómeno de la contaminación ambiental


por medio del conocimiento del concepto de Inteligencia Ecológica como una capacidad que
se puede desarrollar con el cambio de mentalidad y la modificación de creencias irracionales
que genera la terapia racional emotiva, partiendo siempre desde la responsabilidad ética

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inherente al ser humano, el cual debe vivir respetando la dignidad, la integridad y los derechos
propios y de los demás, a través del cuidado de la madre naturaleza.

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Cómo citar este trabajo


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Financiación
El desarrollo y/o publicación del presente artículo no fue financiado por ningún organismo de los
sectores público o privado.

Conflicto de interés
El autor del artículo declara no tener ningún conflicto de intereses en su realización.

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