Inteligencia Ecológica
Inteligencia Ecológica
Inteligencia Ecológica
N° 1 (2023): 60 – 72
https://10.35383/apuntes.v6i1.797
e-ISSN:2663-4910
Universidad Católica Santo Toribio de Mogrovejo
ARTÍCULO DE REVISIÓN
Fechas importantes
Recibido: 24-10-2022
Aceptado: 27-07-2023
Publicado online: 31-07-2023
Resumen
El presente trabajo se elaboró en base a una revisión de libros y artículos sobre la Inteligencia
Ecológica como una herramienta psicológica que podría desarrollar en el individuo, la capacidad
para modificar su comportamiento consumista y adoptar una responsabilidad ética frente la
contaminación ambiental que está perjudicando la salud física y mental de todas las personas; a
través del cambio de creencias y de la concientización sobre los efectos nocivos que genera cada
fase de producción industrial.
Se identifican aquellas barreras psicológicas de inacción frente al cambio climático, entre ellas: la
falta de métodos para frenar la contaminación ambiental, las ideologías limitantes, la influencia
de las masas que promueven el consumismo, el miedo al cambio, las pérdidas financieras que
representa una producción ecológica y la aplicación inadecuada de las campañas de
sensibilización, todas ellas denominadas como “Dragones de Inacción” que impiden el desarrollo
de habilidades pro-ambientales.
Finalmente, se recomienda al modelo ABC de la Terapia Racional Emotiva Conductual (TREC) de
Albert Ellis, como una alternativa frente a la crisis ecológica; para que, con la modificación de
creencias irracionales sobre el medio ambiente, se pueda suscitar una conducta pro ambiental en
la población. Todo ello, por medio de la aplicación de programas de intervención grupal a nivel
educativo y social, con debates filosóficos, empíricos, pragmáticos, que promuevan actitudes
prosociales para salvaguardar el bienestar de la persona a través del cuidado de la naturaleza.
Abstract
The present work was elaborated based on a review of books and articles on Ecological
Intelligence as a psychological tool that could develop in the individual, the capacity to modify his
consumerist behavior and adopt an ethical responsibility towards environmental pollution that is
damaging the physical and mental health of all people; through the change of beliefs and
awareness of the harmful effects generated by each phase of industrial production.
Those psychological barriers of inaction in the face of climate change are identified, among them;
the lack of methods to curb environmental pollution, limiting ideologies, the influence of the
masses that promote consumerism, fear of change, the financial losses that ecological production
represents and the inadequate application of awareness campaigns, all of them denominated as
"Dragons of Inaction" that prevent the development of pro-environmental skills.
Finally, the ABC model of Rational Emotive Behavioral Therapy (REBT) by Albert Ellis is
recommended as an alternative to face the ecological crisis; so that, with the modification of
irrational beliefs about the environment, a pro-environmental behavior can be provoked in the
population. All this, through the application of group intervention programs at educational and
social level, with philosophical, empirical, pragmatic debates, which promote prosocial attitudes
to safeguard the welfare of the person through the care of nature.
Introducción
Pueden ser muchos los beneficios que la tecnología y las industrias proporcionan, pero
traen consigo otros efectos negativos a largo plazo. Si bien es cierto, la voluntad de Dios sobre
su creación se debe manifestar por medio de la participación responsable del hombre al
disponer correctamente de los recursos naturales; los diferentes descubrimientos en el campo
Y pese a que hayan surgido campañas para frenar el cambio climático y generar nuevos
conceptos de sostenibilidad medioambiental, que advierten los problemas ecológicos del
mundo, muchas de ellas forman parte del movimiento denominado Revolución Verde, donde
priman las cuestiones económicas más que las razones éticas (Goleman, 2009). Todo ello,
debido al surgimiento de doctrinas e ideologías que reducen al hombre a un ser artificial y
débil, cosificándolo y quitándole su valor antropológico (Suarez et al., 2022) por lo cual, es
mucho más fácil vulnerar sus derechos.
Desde esta perspectiva, el cambio ecológico depende de los consumidores, dado que
muchas empresas difícilmente estarán dispuestas a tomar medidas para frenar la
contaminación ambiental, que pueda perjudicar sus ganancias. Por ello, se hace necesario un
consumo consciente, es decir, consumir por valores más que por el impulso que genera la
publicidad de muchos productos (Goleman, 2009). Además, es indispensable analizar las
causas desde su origen, donde necesariamente se tendría que afrontar la grave crisis moral
que subyace a esta problemática (Juan Pablo II, como se citó en Vela, 2003).
Por todo lo expuesto, el presente artículo tiene como objetivo difundir el concepto de
Inteligencia Ecológica como un conjunto de competencias que se pueden desarrollar para
evitar la ejecución de conductas que dañen el medio ambiente; no solo para salvaguardar la
naturaleza, sino también por consideración a los derechos humanos, en este caso, el derecho
a la vida, a la salud y a la integridad; pues el bienestar de todos depende en gran medida de
un ambiente sano y sustentable. Asimismo, se explican aquellas causas psicológicas que
impiden tomar acción sobre este problema y se propone un modelo al modelo de intervención
psicoterapéutica ABC de la TREC como un medio para promover un comportamiento ético y
pro ambiental a nivel individual y social.
A lo largo del siglo pasado, la inteligencia representó un objeto de estudio que produjo
gran interés y asombro dentro de la psicología, pues su implicancia en la educación y conducta
humana fue muy reconocida (Sospedra et al., 2022). Asimismo, fue valorada como un factor
decisivo para el éxito y desarrollo socioeconómico de las personas (Ardila, 2011) cuyas
capacidades estaban íntimamente asociadas a aspectos racionales y mentales (Rodríguez,
2010).
De este modo, se llegó a reconocer que las personas poseían capacidades distintas
(Suárez et al., 2010) las cuales aplicaban en los diferentes contextos socio-culturales y
desarrollaban en base a la influencia del ambiente, las experiencias y la educación recibida
(Mesa, 2018). En este sentido, los diversos tipos de inteligencia dependen, más allá de las
predisposiciones genéticas, de una preparación previa desarrollada bajo la capacidad de
decisión y de la cultura.
Es bajo este panorama, que logra acuñar el concepto de Inteligencia Ecológica (I-ECO)
definiéndola como la adaptabilidad al entorno natural y capacidad para percibir las conexiones
entre los sistemas naturales y la actividad humana, especialmente en aquellos puntos claves
de su intercepción (Goleman, 2009). Con el desarrollo de tales habilidades, las percepciones,
interpretaciones y suposiciones sobre el entorno, se logran modificar (Rodríguez, 2010), lo
cual permite una armonía entre el estilo de vida y el ambiente natural.
Por consiguiente, es posible actuar de forma más inteligente cuando se anticipan los
efectos ecológicos de la propia forma de vivir; en este caso, se podría utilizar la Inteligencia
Ecológica como mecanismo que permita un cambio verdadero y positivo en la conducta
(Rodríguez, 2010). Además de promover un cambio personal, la I-ECO se extiende a nivel
colectivo, pues alguien inteligente ecológicamente trata de compartir sus conocimientos y
actitudes y participa activamente para mejorar el ciclo productivo, tratando de generar
políticas que protejan el medio ambiente dentro de la actividad industrial (Segado, 2010).
Este análisis se puede ejercer a nivel individual y colectivo, en base a tres grandes
dimensiones: la geosfera, la biosfera y la sociosfera. La primera de ellas, la Geosfera, implica
la valoración de los efectos de las actividades humanas en los elementos básicos del medio
ambiente. La Biosfera consiste en estimar los daños provocados por hábitos nocivos en el
organismo de las personas y demás especies, ya sea en animales o plantas. Por último, en la
sociosfera se evalúa las condiciones de los obreros, cuando realizan sus actividades
manufactureras y de transporte, referentes a cada fase del proceso productivo (Goleman,
2009).
En el ámbito de la psicología, existen varias teorías que podrían explicar, de uno u otro
modo, las razones que impiden a la persona cambiar sus conductas para favorecer el medio
ambiente. Al respecto, los postulados de Gifford (2011) señalan la existencia de 29 barreras
psicológicas involucradas en la actitud pasiva frente al cambio climático, las cuales son
denominadas como “Dragones de Inacción” y se encuentran agrupadas en siete categorías
(Alfonso & Prieto, 2022), las mismas que son mencionadas y descritas a continuación:
Asimismo, Blake (1999) supo identificar algunas barreras que evitan la ejecución de
una acción, las cuales están basadas en la individualidad, la responsabilidad y la practicidad.
Entre las barreras individuales, se pueden encontrar aquellas limitaciones intrínsecas de la
persona, que se sustentan en el temperamento, la actitud y las creencias poco racionales.
Respecto a las barreras de responsabilidad, están las que se asocian a creencias desarrolladas
bajo un locus de control interno o externo; ya sea al creer en el autocontrol de la conducta o
al atribuir el manejo de la propia vida a agentes externos. Por último, las barreras de
practicidad, hacen referencia a factores sociales u organizaciones que limitan a la persona para
que actúe a favor del medio ambiente, de manera independiente a sus intenciones u opiniones.
Bajo este postulado, las actitudes conformistas que muchas personas mantienen ante las
alarmas de la contaminación y el cambio climático se desarrollan debido a creencias
irracionales, a un locus de control externo y a la influencia de una sociedad consumista.
La Terapia Racional Emotiva Conductual (TREC), fue formulada por Albert Ellis, como
uno de los primeros sistemas terapéuticos del movimiento cognitivo-conductual (Lega et al.,
2017; Ruíz et al., 2012). Subraya la existencia de creencias irracionales consideradas como
exigencias hacia uno mismo y hacia el ambiente (Rovira & Pastells, 2009; Ruíz et al., 2012)
las cuales son responsables de la formación de desórdenes emocionales; creencias que, al ser
modificadas, podrían favorecer un cambio a nivel emocional y conductual (Ruíz et al., 2012).
Desde esta perspectiva, Ellis (1990) señala que a través de la TREC es posible cambiar
las conductas y creencias irracionales que autoperpetúan las barreras de inacción. En base al
modelo ABC, los sucesos activadores (A ) como la publicidad y el modelo de consumo que las
personas perciben de su realidad, pueden suscitar percepciones e ideas irracionales de
inacción (B ) tales como: “no vale la pena dejar de comprar lo que me gusta si los demás
tampoco lo harán”, “mis amigos me aceptarán mucho más si compro lo que ellos tienen”,
“quizás más adelante cambie un poco mis hábitos”, “la culpa de la contaminación ambiental
no es mía”; pensamientos que como consecuencia (C ) provocan conductas de inacción
acompañadas de emociones de una alienación psicológica que se caracteriza por una falta de
interés en el cuidado de su entorno socio-ambiental (Montero, 2004) donde se subestiman las
conductas contaminadoras y al mismo tiempo, se anima a las empresas a continuar con la
elaboración de productos tóxicos, respaldándose en grandes campañas de marketing que
mantienen a las personas repitiendo una y otra vez este círculo vicioso.
En este sentido, la estructura del modelo ABC, se entendería del siguiente modo: A,
corresponde a los acontecimientos activadores o estimulantes del comportamiento de
consumo; C representa las reacciones cognitivas y emocionales que originan el consumo en
sí y B las creencias de alienación que surgen en base a A que de alguna manera pueden
explicar a C ; y que constituyen un mediador primordial entre A y C (Ellis 1984; Lega et al.,
2017; Ruíz et al., 2012). En resumen, la persona no puede desarrollar conductas que dañen
Por consiguiente, “la TREC se centra en sustituir las actitudes y creencias (B) que
producen la respuesta cognitiva, emocional y conductual (C), para después cambiar los
estímulos de la situación (A)” (Rovira & Pastells, 2009, p. 155). De modo que, la solución a
las actitudes de inacción podría darse modificando aquellos pensamientos que provocan
acciones irresponsables y perjudiciales para el ambiente; por lo tanto, si las personas cambian
de perspectiva, todos aquellos eventos activadores también se verán sustituidos por otros
mucho más adaptativos. Para ello, se pueden utilizar diferentes técnicas emotivo
experienciales, que se centren en cambiar las percepciones y actitudes, esperando un cambio
en los síntomas y el problema.
Por último, la (E) representa las nuevas filosofías eficaces, que pueden crear en las
personas nuevas conclusiones y otro sentido de su realidad psicosocial; para que tenga lugar
la adopción de una conducta ecológica, al ser reforzadas por los nuevos cuestionamientos
generados en base a los diferentes debates (D) de la TREC. En este sentido, el pensamiento
irracional sobre la conducta consumista puede sufrir modificaciones nucleares, cambiando así
la perspectiva sobre la crisis ecológica que actualmente se vive.
caso, su aplicación para modificar las ideas y comportamientos irracionales sobre el fenómeno
de la contaminación ambiental, podría obtener excelentes resultados; poniendo en práctica la
propuesta de realizarlo bajo la modalidad grupal en el campo educativo y social.
Conclusiones
Todas las actitudes negativas frente a la polución ambiental, sacan a relucir la grave
crisis moral y la falta de principios éticos de la sociedad actual, donde el individuo olvida su
papel de administrador responsable de la naturaleza y el deber de cuidarla, siendo que el vivir
en un ambiente sano, constituye un derecho de toda persona.
inherente al ser humano, el cual debe vivir respetando la dignidad, la integridad y los derechos
propios y de los demás, a través del cuidado de la madre naturaleza.
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