Pensamiento Ecologico

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El pensamiento ecológico

Ecological Thought

Roberto Álava
Ruth Gómez
Jorge Riechmann
Mary Spratt
DOI: 10.26754/ojs_arif/a.rif.202014145

Timothy Morton: El pensamiento ecológico (trad. Fernando Borrajo). Barcelona:


Paidós, 2018. 205 pp. 205.

“La ecología equivale a menos Naturaleza y a más conciencia”. Tal sería la


propuesta del filósofo Timothy Morton (Londres, 1968) en esta obra. El pensa-
miento ecológico es un ensayo ecléctico donde se nos presenta una forma ecológica
de pensar, que no tiene tanto que ver con la ciencia como con las humanidades.
La clave del pensamiento ecológico según Morton es precisamente ésta: su ramifi-
cación y diversidad. Parte de la consideración de que todos los seres están conec-
tados entre sí en una “malla” (the mesh); como nada existe por sí mismo, nada es
plenamente “sí mismo”. Lo que contemplamos es una inmensidad de diferencias
infinitesimales, que nos requerirá “pensar a lo grande” (así se titula el capítulo 1 de
la obra). De la mano del arte, la filosofía, la literatura, la música y la cultura popu-
lar, el autor intenta trazar en tres capítulos una nueva estética ecológica: la ecología
oscura (dark ecology, noción que da título a una obra anterior de Morton en 2018),
un pensamiento capaz de expresar la ironía y la incertidumbre en la que nos sitúa
la ecología mortoniana. Si hubiera que resumir esta última en una rápida fórmula
descriptiva, quizá podría ser: darwinismo + budismo + Emmanuel Levinas +
praxis estética. No olvidemos que el autor, en cuanto filósofo también fuera de la
Academia, ha participado en exposiciones tan interesantes como Después del fin del
mundo (CCCB, Barcelona, 25 de octubre de 2017 a 29 de abril de 2018).
El primer capítulo plantea un pensamiento a lo grande, que pretende evadir
la restricción buscando una “ecología sin Naturaleza” (p. 19) que sea grande (y

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no pequeña), espaciosa (y no reducida), global (y no local) y situada en el espacio


exterior (p. 47). Como lema el autor nos propone: “dislocación, dislocación, dis-
locación” (ibid.). Esta actitud se halla en la base de su propuesta filosófica, que se
aleja del antropocentrismo para adoptar una perspectiva en principio más humilde
y colectiva, en la que descuella la vulnerabilidad de cada uno de los seres indivi-
dualmente.
Es central en el libro la idea de malla, entendida como “la interconectividad
de todas las cosas vivas y no vivas” (p. 48). La malla se conforma por las infinitas
ramas, conexiones, pequeñas diferencias y movimientos de lo orgánico y lo inor-
gánico, no privilegiando a nadie ni nada. Pensar a lo grande implica reconocer esta
interconectividad y subrayar la relación simbiótica de todo lo existente. Para el
pensamiento ecológico, no hay nada ahí “afuera”: no hay centros y no hay límites.
La evolución, según la entiende Morton, es crecimiento, muerte e historia, y
se aleja del holismo y la teleología, sobre todo de la idea de progreso. A lo largo
del libro insiste: ¡releamos a Darwin sin anteojeras y con atención! En la malla
las diferencias son infinitesimales, y las especies se difuminan cuanto más nos
adentramos en el conocimiento histórico-evolutivo de la naturaleza. Lo local es
extraño; quienes conforman la malla con nosotros son los seres vivos a quienes
se preferirá llamar extraños forasteros (p. 35, p. 62; quizá la noción mortoniana de
strange strangers se hubiera vertido mejor por extraños extranjeros): aquellos a quienes
nunca podremos conocer del todo, ya que, cuanto más los conocemos, más los
desconocemos. “La existencia es coexistencia” (p. 83). Por eso, recalca Morton,
el pensamiento ecológico debe adoptar una perspectiva y una actitud éticas, de co-
existencialismo (p. 69). Deberíamos adoptar la compasión como sentimiento social y
conciencia de la coexistencia, incluyendo el concepto de la otredad en la realidad.
La esencia de la conciencia ecológica es el descubrimiento de la malla y lo que
ella tiene de siniestro (carácter que resalta la ecología oscura mortoniana). Sinies-
tro, porque nos recuerda a nosotros mismos y porque, si no la tenemos en cuenta,
nos veremos con una base irreal y peligrosa para la teoría y la acción (podría, por
ejemplo, tener consecuencias políticas). A mayor conciencia de la malla, mayor
facilidad tenemos para advertir que el “aquí” incluye el “otro sitio”, y que éste es
“cualquier sitio”. Debemos reconocer, defiende Morton, que la ecología no es una
teoría o una actitud terrenal, sino que abarca más que las disyuntivas de renova-
ción y conservación antropocéntricas.
El capítulo 2 (“Pensamientos oscuros”) comienza con la afirmación de que
vivimos en estrecho contacto con el resto de seres. Este contacto no se limita a la
aniquilación de otros seres vivos, sino que se inscribe dentro de un marco mayor

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de interdependencia. La diferenciación de las especies en el proceso evolutivo su-


cede en largos lapsos de tiempo, y no deja de ser borrosa en sus límites. Los seres
vivos no somos piezas conformadas para encajar en los huecos del entorno, sino
que nuestra adecuación a él es algo más forzada e imprecisa.
Esta reflexión nos conduce a un cambio de perspectiva en la consideración
de lo que es humano y no humano: para Morton, deberíamos ordenar y clasificar
los distintos tipos de vida no a partir de las aptitudes superiores de algunos, sino a
partir de las fragilidades más comúnmente extendidas. Si la supuesta excepcionali-
dad cognitiva del ser humano es una cuestión de grado, sería mejor igualar por lo
alto a todos los seres, esto es, tratarlos a todos como personas, sin importar si lo
son o no. Morton declara estar buscando una nueva forma de animismo (p. 139) y
se adhiere al conexionismo en cuanto a filosofía de la mente: en este sentido, puede
que no necesitemos una conciencia para realizar la mayor parte de las actividades
que decimos inteligentes, puede que una inteligencia artificial (IA) tampoco nece-
site una mente como la humana para estar viva o tener sentimientos. Este espacio
de duda debería conducirnos a un imperativo de deber moral también hacia la
IA. Este cambio en el trato al resto de los seres sería positivo para la democracia,
basada en la coexistencia, la reciprocidad, el reconocimiento y la sinceridad.
Morton da por sentado que en el ecologismo prevalece un paradigma mascu-
lino que concibe la Naturaleza como heterosexual, sana, extrovertida y vigorosa:
“la Naturaleza masculina es el sistema operativo de la personalidad autoritaria” (p.
108), nada menos. Para él, la identidad es simulación, representación y actuación
pública. Para ilustrar esta simulación, apela de forma brillante al test de Turing,
pero esta vez decidiendo entre hombre y mujer, en lugar de entre máquina y hu-
mano. Concluye que la representación binaria del sexo constituye sólo un momen-
to de las distintas formas de sexualidad que han adoptado los seres en la historia
de la vida.
Propone asimismo una vuelta a cierta actitud de amor al prójimo, entendido
éste no solo como humano sino como cualquier ser existente, siguiendo la visión
de la malla (el mundo interconectado, con débiles y difusos límites internos). “Si
tenemos un futuro, habremos decidido cuidar de todos los seres sensibles” (p.
124). La duda es una condición para el pensamiento ecológico, el cual supone la
única esperanza, según el autor, para construir un futuro deseable. Levinasiana-
mente, los seres conscientes tienen una “infinita responsabilidad” hacia todos los
otros seres (ibid.), con los peligros que ello conlleva.
El último capítulo del libro (“Reflexión anticipatoria”) propone una crítica a
cierto ambientalismo, o quizá a todo el ecologismo (Morton defiende no sólo la

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ecología sin naturaleza, sino también la ecología sin ambientalismo, p. 22). Encontra-
mos, primero, que la dicotomía ambientalista entre lo “natural” y lo “artificial” es
la antípoda del pensamiento sobre la malla. La Naturaleza es algo que está “allí”,
lejos, algo que es ajeno al mundo humano, el cual no debe interferir en ella. La Natu-
raleza ha de permanecer en su envase original, como un objeto de museo; los seres
humanos deben dejarla como está. Pero esto, según Morton, no es más que otra
cara del laissez faire. Asumir el calentamiento global como nuestra responsabilidad
implica abandonar esta idea de Naturaleza (que supone “una barrera ideológica
que nos impide ver que todo está interconectado”, p. 127). No se trata de una
amenaza a un medioambiente que tenemos que conservar, por compulsión esté-
tica, pero que no nos afecta inmediatamente: es nuestra casa la que está en llamas.
Da igual si los seres humanos hemos provocado o no el incendio; tenemos que
apagarlo, sólo porque somos seres sensibles. Prescindir de esta idea de naturaleza
cosificada es un paso clave para una acción y una ética ecológicas (como ya argu-
mentara en su libro de 2009, Ecology Without Nature).
Sin embargo, mediante este pensamiento ambientalista no sólo alejamos a los
seres no humanos de la malla de la que dependemos: también a nosotros mismos.
El ambientalismo suele presentarnos escenarios de un ecoapocalipsis futuro (el
arte ambientalista se basa en elegías a una fantasía como la de “Naturaleza”),
que está tan lejos de nosotros como el medioambiente. El autor pregunta en qué
medida estas fantasías apocalípticas lo dejan todo como estaba: ¿y si el desastre
no estuviera por delante de nosotros, sino ya detrás? ¿Y si ya ha sucedido? ¿Y si
fuera la nueva forma del capitalismo para lograr reproducirse? Es seductor, nos
dice Morton, imaginar una fuerza mayor que el capitalismo que acabe con él. Pero
seguir proyectando cataclismos futuros sería otra forma de laissez faire, mientras
nuestra casa sigue en llamas. El capitalismo no puede resolver ningún problema
ecológico, puesto que es reactivo, y lo que requiere una crisis ecológica es planifi-
cación y soluciones a largo plazo, incluso aunque el (presunto) fin fuera inminente
(p. 153).
Prueba de ello son los hiperobjetos que ha puesto en circulación (p. 162 y ss.):
objetos que trascienden de forma masiva nuestra capacidad de concepción, hasta
el punto de que nos resulta más fácil imaginar el infinito que la vida media o las
cadenas de causación de uno de ellos (como el plutonio, pongamos por caso, o
el poliestireno). Ninguna acción a corto plazo, por emergencia o necesidad, re-
solverá este problema. Por este motivo, tampoco serán comunidades —grupos
formados por necesidad— las que lo resolverán, sino colectividades, grupos for-
mados por elección, grupos abiertos en los que quepa la reflexión, y no la prisa.

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“Cómo cuidar del prójimo, esto es, del extraño forastero, y del hiperobjeto, son
los problemas a largo plazo que plantea el pensamiento ecológico. Éste desarrolla
considerablemente el concepto del tiempo y el espacio, obligándonos a inventar
formas de estar juntos que no dependan del interés propio” (p. 169).
El pensamiento ecológico nos dice: “todo está interconectado” (p. 17). Creemos
que es un excelente punto de partida, aunque quizá no lo sean tanto los caminos
“góticos” (p. 34) que Morton recorre a partir del mismo. Hay en esos caminos
una toma de postura ideológica —puramente ideológica— que nos parece cues-
tionable, y que afecta a algunos de los debates ético-políticos más importantes de
nuestra época. Así, en primer lugar, la reivindicación por parte de Morton de un
reduccionismo darwiniano que se opone desde el principio —ontológicamente—
a una visión sistémica y gaiana de la naturaleza (en nuestra opinión, esta última
resulta mucho más congruente con los hechos). No nos convence reducir la vida
a “algunas moléculas autorreplicativas y sus sistemas de transporte” (p. 90): la
concepción termodinámica y simbiótica de la vida (a lo Lynn Margulis) nos parece
mucho mejor fundamentada. Si se quiere en forma de consigna: ¡antes el ascenso
mediante emergencias que la reducción a través de algoritmos! Mas tampoco nos
satisface, en segundo lugar, la difamación de buena parte del pensamiento ecológi-
co como masculinista (y hasta fascista, cuando la máquina mortoniana de fabricar
exageraciones se pone en marcha). Proponer la Naturaleza como un ideologema
masculino que cumple funciones de disciplinamiento (p. 107) halagará sin duda a
más de un oído posmoderno, pero resulta intelectualmente deshonesto: supone
desconocer, sin ir más lejos, el inmenso y valioso trabajo de teóricas ecofeministas
como Vandana Shiva, Maria Mies, Alicia Puleo o Yayo Herrero. La hostilidad de
Morton hacia la deep ecology (que no sería sino “capitalismo liberal disfrazado de
ideología neofascista”, p. 161) parece francamente desenfocada. Finalmente, y en
tercer lugar, desde tales presupuestos no sorprende la ingenuidad tecnolátrica que
asoma aquí y allá en el texto de Morton (por ejemplo, sugiriendo que una idea
sensata sería “construir una central nuclear para alimentar una fábrica de células
de combustible”, p. 153). La cita antepuesta al capítulo 1 del libro resulta muy
significativa: “El patrimonio genético de la biosfera está disponible para todos los
organismos” (p. 39), una frase notoriamente falsa… salvo que uno sea un ingenie-
ro genético atrincherado en su laboratorio.
Suena bien, esto de “el pensamiento ecológico es la intimidad con el extra-
ño extranjero” (p. 68) ¿verdad? Pero para que no fuese mera retórica inductora
de confusión, habría de ir de la mano con el reconocimiento de que los stranger
strangers (los seres vivos no humanos) necesitan su propio espacio para sobrevivir

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y prosperar, su “justa porción de tierra” (y mar y aire: su espacio ecológico, en


suma). Y reconocer también que para eso hace falta un movimiento de autolimi-
tación humana que incluye el decrecimiento económico y la contención demográ-
fica. Mas por ahí no va Morton, claro, quien toma más bien el camino contrario:
le molesta el “lenguaje de los límites” y rechaza de forma explícita el “maltusia-
nismo” (p. 58).
Sospechamos que el discurso de la dark ecology podría financiarlo sin proble-
mas, sin el menor chirrido ideológico, el dark money de la industria del petróleo, lo
cual resulta más bien inquietante. En cualquier caso, una virtud indudable de este
libro repleto de ideas estimulantes e imágenes poderosas (“la subjetividad es como
un colchón de agua: si lo aprietas por un sitio, se hincha por otro”, p. 151) es que
hace reflexionar un montón, aunque a la postre el curioso lector o la atenta lectora
puedan hallarse bastante en desacuerdo con él.
Roberto Álava
Universidad Autónoma de Madrid
roberto.alava@estudiante.uam.es
Ruth Gómez
Universidad Autónoma de Madrid
ruth.gomezs@estudiante.uam.es
Jorge Riechmann
Universidad Autónoma de Madrid
jorge.riechmann@uam.es
Mary Spratt
Universidad Autónoma de Madrid
mary.spratt@estudiante.uam.es

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