CFT 12 Ministros de Jesucristo 2 (José M. Martínez)

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INDICE

TERCERA PA RTE

EL MINISTERIO PASTORAL Sección A:

Cura de almas
Cap. XVI. Concepto bíblico del pastorado . 9 Cap. X V Ü .
Psicología y pastoral............................................................24
C ap. XVIII. El pastor como consejero . . . 38 Cap. XIX.
Problemas de f e .................................................................52
C ap. X X . Sentimientos de c u l p a ......................................62
Cap. XXI. Experiencias de tribulación . . . 78 Cap. XXÜ.
Problemas conyugales . . . . 90
Ca p. X X m . La problemática de la juventud . 106
C a p . X X IV . Problemas en relación con la iglesia. 118
Ca p. XXV. La d i s c i p l i n a ............................................131

Sección B: El pastor como dirigente


C a p . X X V I. La autoridad pastoral . . . . 142
C a p. X X V n . La organización en la iglesia . 151
C ap. XXVm. La función directiva . 160
Cap . XXIX. Las relaciones humanas en la ges
tión d ir e c tiv a ..................................................................71
Cap. XXX. Reuniones administrativas . . . 178 Cap. XXXI.
La dirección del culto . . . . 186
Cap. XXXII. La iglesia local y la evangelización. 197 Cap.
XXXni. La e n s e ñ a n z a .................................................10
C ap . XXXIV. Comunión y servicio . . . . 221
E p íl o g o . 35
S elección bib lio g r á fic a . 41
T e rc e ra p a rte

EL MINISTERIO PASTORAL

Sección A
Cura de almas
Capítulo X V I
CONCEPTO BIBLICO DEL PASTORADO

Necesidad del ministerio pastora]

La predicación, como hemos visto, es una actividad im­


portantísima. Pero resulta insuficiente para lograr plena­
mente los fines del ministerio. Por inspirada que sea, no
pasa de ser un monólogo, con todas las limitaciones que
este tipo de comunicación lleva aparejadas. Al final del me­
jor de los sermones, siempre quedan preguntas sin contestar,
dudas sin desvanecer, problemas sin resolver. Nada diga­
mos de la inoperancia de la predicación cuando la persona
que oye se encuentra, a causa de prejuicios, preocupaciones
o sentimientos negativos, impermeabilizada a las palabras
del predicador. En este caso el fruto del pulpito es nulo.
Pero lo que no se consigue mediante veinte discursos puede
lograrse muchas veces por medio de una conversación.
Desligada del contacto directo con los oyentes, la predi­
cación puede incluso convertirse en mero ejercicio intelec­
tual carente de calor humano, de identificación con el pue­
blo y, por consiguiente, ineficaz para la mayoría del audito­
rio. Falta la receptividad producida por la comunión entre
orador y oyentes. En tal caso, podría reproducirse el comen­
tario que en cierta ocasión se hizo de un ministro cristiano:
«Durante seis días de la semana es invisible, y el domingo,
incomprensible.»
10 JOSÉ M . MARTÍNEZ

Por otro lado, aun los mensajes recibidos con la mejor


disposición espiritual no siempre resultan fáciles de poner
en práctica. La idiosincrasia y las circunstancias de cada per­
sona pueden bloquear sus buenos deseos. Por eso las ense­
ñanzas generales impartidas a través de la predicación de­
ben ser complementadas y aplicadas de modo particular se­
gún la situación de cada oyente. Podría decirse que lo que
el predicador siembra desde el pulpito debe regarlo con sus
contactos pastorales.
El apóstol Pablo comprendió lo inseparable de estas dos
formas de servicio. La maestría con que combinó ambas es,
sin duda, el secreto del éxito que Dios le concedió en lugares
como Tesalónica (I Tes. 2:11) y Efeso (Hec. 20:20).
En los primeros siglos de la Iglesia, se dio gran impor­
tancia a la labor pastoral. Ignacio de Antioquía se distinguió
por el conocimiento que tenía de los miembros de la iglesia.
Cipriano de Cartago exhorta a la diligencia con objeto de
evitar que, por el descuido, perezcan las ovejas de Cristo (1).
También en los días de la Reforma se atribuyó especial
valor a esta faceta del ministerio. Calvino da testimonio de
la abundante cosecha espiritual recogida en Ginebra como
resultado de la obra sistemática de visitación hecha por los
ancianos para tratar de modo íntimo con los miembros de
la iglesia sus problemas espirituales.
Las ventajas de esta obra no son exclusivas de las «ove­
jas». También el pastor se beneficia de ella. En contacto con
su pueblo, aumentará su bagaje de conocimientos relativos
a la naturaleza humana, a los anhelos, inquietudes, necesi­
dades, luchas de Quienes le rodean, lo que le enriquecerá con
ideas y experiencias útilísimas.

El pastor a la luz de la Escritura


En el Antiguo Testamento se presenta repetidas veces a
Dios como el pastor, guía y protector de Israel (Sal. 23:1-4;
l. Epíst. LXVIII.
CURA DE ALMAS 11

28:9; 74:1; 78:52 y s s 80:1; 95:7; 100:3; Is. 40:11;


Jer. 23:3; 31:10; 50:19; Ez. 34:11-22; Miq. 4:6-8). Tam­
bién se usa la figura para designar a los dirigentes políticos
del pueblo, quienes, en su mayoría, cumplieron mal su mi­
sión (II Sam. 7:7; Is. 56:10; Jcr. 2:8; 3:15; 10:21; 22:22;
23:1-4; 25:34-36; 50:6; Ez. 34:2-10; Zac. 10:3; 11:5,
15-17). El estudio de todos estos pasajes es muy iluminador
y todo ministro haría bien en meditarlos detenidamente.
En el Nuevo Testamento, como era de esperar, es Jesús
mismo el primero en apropiarse la metáfora con objeto de
ilustrar su misión en el mundo y la relación que le uniría a
sus redimidos. El es «el buen Pastor» (Jn. 10:11, 14). El
adjetivo que se usa en el original griego es halos, que expre­
sa no sólo la idea de bondad, sino también la de hermosura.
«Es una imagen espléndida que irradia un resplandor de
belleza celestial» (M. Pfliegler). Otros textos dan relieve a
esta imagen (Mt. 15:24; 18:12-14; Me. 6:34; Luc. 12:32;
15:3-7) que, evidentemente, impresionó a los apóstoles. Pe­
dro da a Cristo los títulos de «Pastor y Obispo de vuestras
almas» (I Ped. 2:25) y «Príncipe de los pastores» (I Ped.
5:4). El autor de la carta a los Hebreos ve, asimismo, en El
al «gran Pastor de las ovejas» (Heb. 13:20). En efecto, la
más exquisita dedicación pastoral caracterizó el ministerio
público del Salvador, lo que hizo de El Señor y ejemplo de
los pastores que a lo largo de los siglos habrían de dirigir la
Iglesia. «Sólo en la medida en que vemos la obra pastoral
de Cristo mismo como parte del conjunto de su obra reden­
tora podemos comprender rectamente la primacía de su
propia labor pastoral, así como el carácter y alcance del mi­
nisterio pastoral de la Iglesia. La Iglesia no tiene función
pastoral propia; si hay cristianos que son llamados a ser
pastores, son únicamente subpastores. Del mismo modo que
sólo hay un Sumo Sacerdote, así hay sólo un Buen Pastor.
Sin embargo, pertenecer a la Iglesia de Cristo equivale a es­
tar comprometidos en su obra sacerdotal y pastoral. Es única­
12 JOSÉ M . MARTÍNEZ

mente en este sentido como podemos hablar de «pastores


cristianos» (2).
Cristo mismo enfatizó este significado de la pastoría en
su Iglesia cuando encomendó a Pedro —en el momento de
su restauración— el cuidado de su rebaño (Jn. 21:15-17.
«Apacienta mis corderos... Pastorea mis ovejas.» No eran
los corderos y ovejas de Pedro o del colegio apostólico. Eran
la grey del Señor.
La importancia del ministerio pastoral resalta tanto en
los Hechos como en las Epístolas. Pronto en la Iglesia de
Jerusalén aparecen los ancianos en estrecha colaboración
con los apóstoles (Hec. 11:30; 15:2). Pablo y Bernabé cons­
tituyeron ancianos en cada una de las iglesias fundadas en
su primer viaje misionero (Hec. 14:23). El carácter emi­
nentemente pastoral del ministerio de los ancianos se ad-
/ierte en el mensaje dirigido por el apóstol Pablo a los de
Efeso (Hec. 20:17, 28). Es precisamente en su carta a los
Efesios donde Pablo, en un enfoque teológico del ministe­
rio, sitúa a los pastores (con funciones también de maes­
tros) junto a los apóstoles, profetas y evangelistas (Ef. 4:11).
En sus cartas pastorales da especial atención a los requisitos
de los ancianos (obispos o pastores, términos los tres sinó­
nimos), a su trabajo y a sus relaciones con la iglesia (I y
II Tim. y Tito). De modo resumido, Pedro subraya igual­
mente la obra de pastoreo a que deben dedicarse los an­
cianos, con los que él mismo se identifica (I Ped. 5:1-3).
Todos estos pasajes nos muestran la gran solicitud que los
dirigentes de las iglesias locales deben tener en la cura de
almas.

Responsabilidades pastorales
Nos son sugeridas por la riqueza de la metáfora bíblica
que nos ocupa y confirmadas por la enseñanza de la Escri­
tura. Veamos las más importantes:
2. Frederick Greeves, Theology and the Cure of Souls, p. 9.
CURA DE ALMAS 13

Provisión de alimento espiritual


Los «pastos delicados» (Salm. 23:2) deben ser puestos
al alcance de las ovejas, lo que equivale a decir que la grey
del Señor debe ser instruida en su Palabra (I Tim. 3:16, 17;
I Ped. 1:23-2:3). Tal es la finalidad de la predicación; pero
también ia de los contactes personales (Hec. 8:35; 18:26;
I Tes. 2:11, 12). Los problemas más graves de algunas
iglesias se deben a la desnutrición espiritual que debilita
a sus miembros y los expone a errores, actitudes camales,
debilidades y extravíos de todas clases. Un creyente bien
alimentado espiritualmente tendrá y creará, por lo general,
menos dificultades que el que carece del necesario sustento
de la Palabra. Además, la oveja satisfecha, difícilmente co­
dicia prados extraños.
Protección
En lenguaje incomparable, expone el Señor este aspecto
del trabajo pastoril (Jn. 10:10-15). El encargo solemne que
hizo Pablo a los ancianos de Efeso es igualmente impre­
sionante (Hec. 20:28-30). El pastor, mediante su enseñanza
bíblica y su ejemplo, debe proteger a sus hermanos de los
falsos profetas —incluso los que surgen del seno de la pro­
pia Iglesia— , de las corrientes de pensamiento y formas de
vida de cada época contrarias al Evangelio, de las influen­
cias secularizantes del mundo, de todo precursor del anti­
cristo (I Tim. 4:1-6; II Tim. 3; I Jn. 2:18-20; 4:1-6; Jud.
3-4).
En la práctica, la protección se extenderá más allá de lo
doctrinal. Atenderá a los problemas íntimos de cada per­
sona, a sus dudas, conflictos morales, debilidades, traumas,
etcétera, que pudieran amenazar su integridad espiritual.
Y cuando una oveja ha sufrido alguna herida, el pastor se
esmerará en curarla. Ese es el propósito de Dios (Ez. 34:16).
Dirección
A semejanza de Cristo (Jn. 10:3,4), el pastor fiel con­
duce a sus ovejas. Esta tarea es delicada. No puede llevarse
14 JOSÉ M . MARTÍNEZ

a cabo por la fuerza; el pastor no «arrastra» a sus ovejas;


simplemente las «saca» (exagei auta —literalmente, guía o
conduce afuera, del aprisco a los pastos). El éxito en esta
misión tiene un secreto: el pastor «va delante» del rebaño
(Jn. 10:4). La dirección de sus pasos determina la de las
ovejas. No puede esperarse que éstas lleguen muy lejos si
el pastor se queda atrás. Pocas cosas influyen tanto en la
buena marcha de una iglesia como el ejemplo de sus líde­
res. Por eso exhorta Pedro a los ancianos a que sean mode­
los de la grey (I Ped. 5:3).
Con el estímulo de este ejemplo, el pueblo del Señor
debe ser guiado, según las orientaciones de la Palabra de
Dios, a través de las dificultades, tentaciones, tribulaciones
y también de las oportunidades de servicio que encuentra
a diario en su peregrinar cristiano.
Corrección
Todavía hoy, las piedras y el perro prestan un gran ser­
vicio al pastor cuando una oveja tiende a rezagarse o extra­
viarse. En las cartas de los apóstoles abundan las admoni­
ciones e incluso reprensiones severas. Pablo tuvo que con­
sumir gran parte de su tiempo y de sus energías subsa­
nando errores y rectificando formas de conducta contrarias
al verdadero cristianismo. Recuérdense sus cartas a las igle­
sias de Galacia, Corinto y Colosas. Y en sus consejos de
orientación pastoral dados a Timoteo y Tito, insiste en la
necesidad de corregir todo lo torcido (I Tim. 1:3; 5:20;
6:17; II Tim. 2:14; 4:2; Tito 1:5, 13). Hay una toleran­
cia mal entendida que más bien es infidelidad al Evangelio.
Esto no excluye la necesidad de que, en las acciones co­
rrectivas, se obre con comprensión y mansedumbre (I Tim.
2:24, 25).
Consolación
Por cada vez que el pastor tenga que corregir, se verá
diez veces en la necesidad de consolar. En el zurrón pastoril
nunca debe faltar el aceite suavizador. Cuando el Espíritu
CURA DE ALMAS 15

de Dios está sobre uno de sus siervos, el ministerio es ac­


ción en favor de los abatidos, de los quebrantados de co­
razón, de los cautivos, de los enlutados, de los afligidos, a
quienes debe suministrarse el óleo de gozo contenido en el
mensaje evangélico (Is. 61:1-3).
Dios mismo, el gran Pastor de Israel, prorrumpe en ex­
clamaciones consolatorias cuando su pueblo, después del
cautiverio babilónico, inicia una nueva era de su historia
(Is. 40:1). Jesucristo, con sus numerosos milagros de amor,
infundió aliento a innumerables seres humanos. El Espíritu
Santo es el Parákletos (persona llamada para estar al lado
de otra a fin de ayudarla) (fn. 14:16, 26; 15:26; 16:7). La
traducción de este término en la versión de Reina-Valera
por «Consolador» no es del todo afortunada; pero subraya
una de las acciones que el Espíritu Santo realiza en el creyen­
te. Y los apóstoles, guiados por el Espíritu, fueron grandes
consoladores. El ejemplo de Pablo descuella de modo inspi­
rador (Hec. 16:40; II Cor. 1:4-7; 2:7; Ef. 6:22; Col. 4:B;
I Tes. 2:11; 3:2; 5:14).
La eficacia pastoral no se mide tanto por la ortodoxia
o por el celo desplegados en el trabajo como por el aliento
impartido a cada creyente para proseguir su vida cristiana
con fuerzas renovadas.

Restauración
El pastor cristiano debe tener la misma preocupación
que su Señor por las ovejas perdidas que están lejos del
redil (Luc. 15:4-4; 19:10 y Jn. 10:16). Ha de sentir el an­
helo de alcanzar con el Evangelio a los inconversos. Pero
debe velar con pasión no menor por los que ya pertenecen
a la grey. Sucede a menudo que pastores e iglesias concen­
tran sus esfuerzos en actividades evangelísticas con objeto
de ganar almas; pero casi tan pronto como éstas se han con­
vertido, quedan prácticamente sin la atención y cuidado que
necesitan. En muchos casos, el recién convertido ha de en­
frentarse con conflictos que exceden a su capacidad espiri­
16 JOSE M . MARTINEZ

tual; y sucumbe o se limita simplemente a vegetar en la


experiencia cristiana. Esto puede acontecer también en cre­
yentes más formados, incluso años después de su conversión,
ante el embate de contrariedades o a causa de un debilita­
miento de la fe. En cualquier caso, no debiera faltar el cui­
dado pastoral. También sobre este punto, el capítulo 34 de
Ezequiel (en especial el versículo 16) nos ofrece importan­
tes lecciones.
La obra de restauración debe iniciarse tan pronto como
se ve una anomalía importante en la vida del creyente. No
conviene esperar al enfriamiento total. Entonces puede ser
demasiado tarde. Cuando se observa que la fe de un her­
mano decae, que va abandonando sus responsabilidades en
la iglesia, espaciando su asistencia a los cultos o adoptando
sistemáticamente actitudes negativas; cuando los intereses
temporales desplazan peligrosamente a los intereses espiri­
tuales en la escala de prioridades; cuando algún problema
moral no resuelto le tortura; cuando se intuyen dificultades
serias en su vida íntima o familiar, es hora de proceder a un
acercamiento fraternal con objeto de ayudar a tal hermano y
restaurarlo a una vida de plenitud espiritual.

Características del pastor


Las básicas son las expuestas ya en la primera parte de
esta obra. Sin embargo, hay algunas cualidades especiales
que deben distinguir al ministro en su actividad pastoral.

Conocimiento personal de la grey


«Yo conozco mis ovejas», dijo Jesús (Jn. 10:14). Y las
conoce individualmente, las «llama por su nombre» (Jn.
10:3). El sabe bien lo que hay en cada ser humano (Jn.
2:25). Por eso su acción pastoral se ajusta a la necesidad
particular de cada persona. Las palabras y el modo de obrar
de Jesús con Natanael, con la samaritana, con Leví o con
Zaqueo fueron determinados por el conocimiento que Jesús
CURA DE ALMAS 17

tenía de cada uno de ellos. Lo mismo puede decirse de su


obra de enseñanza entre los apóstoles.
E! pastor ha de conocer a los miembros de su iglesia lo
más íntimamente posible, por difícil que esto sea, sobre
todo en iglesias grandes. Ha de conocer el temperamento de
cada miembro, lo más importante de su vida, su estado de
salud, sus circunstancias familiares, las características de su
situación laboral, su experiencia espiritual, tanto en sus as­
pectos positivos como en los negativos.
Al conocimiento debe unirse el reconocimiento, el respe­
to y la aceptación de cada persona con todas sus peculiari­
dades, con sus virtudes y defectos. Cada una ha de ser de
valor inestimable a ojos del pastor, pues ha sido —y es—
objeto de la gracia de Dios. Cada una ha de poder perca­
tarse de que es tenida en cuenta y amada. Idealmente, todo
creyente habría de poder ver en el pastor una ilustración,
aunque pálida e imperfecta, de Cristo, de quien Pablo dice
con la intensidad emotiva de una relación personal: «Me
amó y se dio a sí mismo por mí» (Gál. 2:20).
La importancia de este punto no podrá enfatizarse nunca
desmesuradamente. Y menos en nuestros días en que las co­
rrientes sociológicas tienden a despersonalízar al hombre. En
una época de masificación creciente en que el individuo es
engullido por la colectividad, prácticamente anulado por es­
tructuras socioeconómicas deshumanizadas y valorado sólo
por lo que produce, el pastor tiene que ser muy consciente
del valor de cada persona en sí. Sería fatal que viera en la
iglesia una empresa y en sus miembros meros productos es­
pirituales o elementos de producción. El pastor trabaja con
hombres y éstos deben ser el objeto de su atención personal
y de su afecto. Ellos mismos son el fin de su obra (Col. 1:28,
29), no un medio más o menos mecánico para montar un
tinglado eclesiástico.
Toda persona se da pronto cuenta y suele responder po­
sitivamente cuando es objeto de interés y afecto, cuando al­
guien se preocupa sinceramente de ella y de sus circunstan-

j
18 JO S É M . MARTÍNEZ

cías. El pastor que comprende este hecho y actúa consecuen­


temente está en condiciones de hacer una gran obra; el que
lo ignora difícilmente verá grandes resultados de su labor.

Simpatía
Cuando nuestros hermanos viven horas de tensión, de
soledad, de amargura, de frustración, nada les hará tanto
bien como la presencia de alguien que se acerque a ellos
con el sentir compasivo que hubo en Cristo Jesús. La iden­
tificación con sus hermanos ha de ser distintivo del minis­
tro. «¿Quién enferma y yo no enfermo?», preguntaba Pa­
blo con vehemencia (II Cor. 11:29).
Aun en los casos en que se haga necesaria la reprensión
o la condenación de un pecado determinado, no puede fal­
tar la caridad. Dos razones obligan a ello. En primer lugar,
el hecho de que también el ministro tiene sus propios defec­
tos (I Cor. 10:12; Gál. 6*1). En días del Antiguo Testa­
mento, el sumo sacerdote debía distinguirse por su magna­
nimidad: «Que se muestre paciente con los ignorantes y de­
bilitados, puesto que él también está rodeado de debilidad»
(Heb. 5:2). En segundo lugar, porque tanto la naturaleza
como la conducta humana, complejísimas, sufren las conse­
cuencias nefastas del pecado. Y el pecado, siempre repro­
bable, debe siempre despertar en nosotros un amor profun­
do hacia el pecador. Este es el sentimiento de nuestro Padre
celestial, a quien debemos imitar (Ef. 5:1, 2).
En la medida en que amamos, ahondamos en el conoci­
miento de nuestros semejantes. Como escribió Nikolai Ber-
diaiev, «no conocemos el último secreto, la última profundi­
dad del corazón humano; esto se revela sólo al que ama» (3).
Sencillez
El pastor ha de apropiarse las palabras de Jesús: «Apren­
ded de mí, que soy manso y humilde de corazón» (Mt.
3. Yon der Bestimmung des Menschen, 1935, p. 150.
CURA DE ALMAS 19

11:29). Sin menoscabo de su dignidad, que debe conservar


en todo momento; sin concesiones a una excesiva familia­
ridad, ei ministro ha de mostrarse siempre sencillo y asequi­
ble. En el momento en que, consciente o inconscientemente,
se sitúa por encima de sus hermanos con aires de superio­
ridad, está cerrando la puerta de acceso a sus corazones. Si
da la impresión —falsa por lo general— de que vive en un
plano espiritual muy elevado en el que sólo cosecha victo­
rias y experiencias inefables en comunión con Dios, en vez
de estimularlos, probablemente los desanimará. El creyente
que se ve zarandeado por mil tentaciones, que duda o fluctúa,
que tropieza una y otra vez, se sentirá muy lejos del «santo»
varón de Dios y tendrá la impresión de que no va a poder ni
entenderle ni ayudarle. Ya antes de iniciar el contacto per­
sonal, se siente juzgado, humillado y rechazado.
El ministro de Jesucristo ha de tener una idea muy clara
de que la comunión de los santos es comunión de pecadores,
entre los cuales se encuentra él mismo. Cuanto más evidente
se haga esta realidad, más fácil resultará la comunicación
entre él y sus hermanos y más fructífera será su labor de cura
de almas.

Tacto
Cada persona debe ser tratada conforme a su situación
concreta. El médico no puede prescribir el mismo trata­
miento para todos sus enfermos. Tampoco Cristo, el gran
Médico espiritual, trató del mismo modo a todos los que
entraron en relación personal con El. Su conversación con
la samaritana fue muy diferente de la que sostuvo con Ni-
codcmo. Con Zaqueo no obró como en el caso del ciego de
nacimiento, ni habló a Leví como al joven rico. A cada uno
dijo y dio lo que necesitaba, siempre sobre la base de un
conocimiento admirable de cada persona y su situación. Y en
todos los casos, con un derroche de delicadeza. Sus palabras
podían causar gozo y tristeza, pero nunca —si se exceptúan
sus diatribas contra escribas y fariseos— fueron hirientes;
20 JOSÉ M . MARTÍNEZ

nunca revelaron reacciones incontroladas o falta de conoci­


miento, sino el tino de una sabiduría y un amor sin límites.
Salvando las distancias entre su peerfección absoluta y
nuestras limitaciones, hemos de tomarlo como ejemplo en
nuestros contactos personales con los demás.

Discreción
Es de lógica elemental que el pastor haya de mantenerse
fiel a la confianza que en él depositan sus hermanos. Aun­
que en el ministerio evangélico no existe la confesión auricu­
lar, no son pocas las personas que abren de par en par su
corazón ante su guía espiritual, a quien hacen confidente
de sus mayores intimidades. Le hacen auténticas confesiones,
cuyo secreto no se puede divulgar, a menos que el ministro
quiera destruir su prestigio e influencia juntamente con el
bienestar de la iglesia. Si en la Escritura se condena la chis­
mografía de algunas mujeres (1 Tim. 5:12, 13), ¿cuánto
más no habrá de reprobarse la indiscreción de un líder cris­
tiano?

Imparcialidad
Con tono extraordinariamente enfático, aconsejó Pablo
a Timoteo que se abstuviera de la parcialidad (I Tim. 5:21).
Desoír este mandamiento es dar cita a los peores problemas
que puedan plantearse en una iglesia.
Una congregación cristiana suele ser un conjunto suma­
mente heterogéneo de personas. Las hay ricas, pobres, cul­
tas, analfabetas, delicadas, vulgares, afables, descorteses, po­
sitivas. negativas, estimuladoras, deprimentes. Es muy fácil
que el pastor se sienta más a gusto relacionándose con los
miembros con quienes más se identifica. Pero debe sacrifi­
car sus predilecciones personales y velar para que nadie pue­
da acusarle justamente de favoritismo, tanto en sus contac­
tos como en la distribución de lugares de servicio dentro de
la iglesia o en la resolución de los litigios que puedan surgir
entre los miembros:
CURA DE ALMAS 21

Dimensiones de la obra pastoral


Aunque se hallan implícitas en lo que ya llevamos ex­
puesto, conviene destacarlas, con algunas observaciones prác­
ticas, como conclusión de este capítulo.
Su amplitud
Debe extenderse a toda la iglesia. Ningún miembro ha
de quedar excluido (Hec. 20:26; Rom. 1:7, 8; Fil. 1:4, 7;
Col. 1:28; I Tes. 1:2).
Este principio resulta, sin embargo, difícil de aplicar
cuando la iglesia tiene un elevado número de miembros.
A partir de los cien, ya es prácticamente imposible que una
sola persona pueda atender pastoralmente a toda la congre­
gación. La solución bíblica es la pluralidad de ancianos.
Y aun esta solución puede completarse con la colaboración
de hermanos fieles debidamente preparados para realizar este
tipo de trabajo (4).
De este modo puede llegarse a la meta ideal de que no
haya ni un solo miembro de la iglesia que no reciba la aten­
ción espiritual que necesita. Los casos más delicados pueden
ser tratados por los dirigentes más aptos. El consejo de Jetro
a Moisés para atender adecuadamente al pueblo de Israel
(Ex. 18:13-26) es una buena pauta.

Su duración
La acción pastoral no puede limitarse temporalmente.
Muchas veces no basta una conversación para solucionar un
4. «En la Iglesia primitiva, todos practicaban la cura de almas.
Cada cristiano sentía preocupación por los demás. Compartía las di­
ficultades del hermano y estaba a su lado en los momentos de nece­
sidad. Procuraba, mediante el consuelo, la exhortación, la instrucción
y el consejo, ordenar la vida espiritual en relación con Dios y con el
prójimo. En esta labor se buscaba, sobre todo, actualizar la salvación
y la curación.» (Walter Wanner, Sígnale aus der Tiefe, Ticfenpsycho-
logie und Glaube, Brunnen Verlag, p. 14.)
22 JOSÉ M . MARTÍNEZ

problema; son necesarias varias. Cuando se ha resuelto una


cuestión, al cabo de un tiempo surge otra. Mientras perma­
nece el creyente en el mundo, está expuesto a dificultades de
modo constante, por lo que la cura de almas es una ocupa­
ción permanente. Pablo, después de tres años en Efeso ab­
sorbido en una labor intensísima de pastoreo, no podía con­
siderar que aquella obra estuviese acabada; por eso exhorta
a los ancianos de la iglesia a que la continúen fielmente
(Hec. 20:28, 31).
A veces sucede que los esfuerzos en el pastoreo parecen
estériles o poco fructíferos. Hay quienes por su edad en la
fe habrían de ser creyentes maduros y, sin embargo, no han
salido de su infantilismo espiritual (Heb. 5:12). Pablo escri­
bía a los Gálatas: «Vuelvo a sufrir dolores de parto hasta
que Cristo sea formado en vosotros» (Gal. 4:19). Esto puede
producir cierto desánimo en el siervo del Señor. La torpeza
de sus hermanos puede entorpecer sus manos en el trabajo.
Henry Martin confesó que a veces era «probado con un dis­
gusto pecaminoso por su obra pastoral» y que frecuente­
mente se sentía «como una piedra hablando a piedras».
Cuando esto acontezca, conviene mirar al Siervo de Dios
por excelencia, el cual «no se cansa ni desmaya», aunque
su ministerio se desarrolle entre cañas cascadas y pábilos
humeantes (Is. 42:3,4).
Su profundidad
No basta conocer superficialmente las situaciones diver­
sas en que nuestros hermanos gozan o sufren, triunfan o son
derrotados. Conviene calar hondo en la naturaleza de js
experiencias, en las causas, en su contextura recóndita. Para
ello es imprescindible un mínimo de conocimiento de la es­
tructura anímica del ser humano y de las fuerzas que actúan
en su comportamiento. De este punto nos ocuparemos en el
capítulo siguiente. Pero anticipemos que cualquier «inmer­
sión» en las profundidades espirituales de nuestros seme­
jantes debe efectuarse con el equipo de la Palabra de Dios
y la asistencia del Espíritu Santo.
CURA DE ALMAS 23

Su altura
La finalidad del ministerio no es simplemente consolar,
instruir o ayudar desde un ángulo meramente temporal. Es
«presentar perfecto en Cristo Jesús a todo hombre» (Col.
1:28); es lograr que cada creyente viva su vida cristiana de
tal modo que en el día de Cristo merezca la aprobación de
su Señor. El campo pastoral debe estar iluminado por los
esplendores del cielo, pues la tarea que en él se lleva a cabo
coadyuva a la realización del propósito divino que tendrá
su perfecta consumación en la glorificación de la Iglesia
(Rom. 8:28-30; II Tes. 1:10-12).

CUESTIONARIO

1. ¿Por qué la obra pastoral es complemento indispensable


de la predicación?
2. Cristo es el Pastor por excelencia. ¿Cómo se puso de ma­
nifiesto su cuidado pastoral durante su ministerio? Men­
cione hechos concretos que sirvan de pauta para sus
«sub-pastores».
3. Señale la relación que puede haber entre las responsabi­
lidades y las características del pastor.
4. Si la obra pastoral debe extenderse a todas las «ovejas»
encomendadas a un ministro, ¿qué debe hacerse en el
caso de que las limitaciones de tiempo impidan un con­
tacto regular con toda la grey?
Capítulo X V II

PSICOLOGIA Y PASTORAL

En el capítulo anterior hicimos notar la necesidad de que


el pastor conozca a las personas entre las cuales debe mi­
nistrar. En palabras del profesor J. G. McKenzie, «es real­
mente imposible exagerar la tremenda desventaja bajo la cual
trabaja el predicador, el educador o el reformador social
cuando carece de un conocimiento de la naturaleza huma­
na, sus tendencias dinámicas, sus sentimientos controlado-
res, su conciencia y su razón» (1).
Pero nada hay más difícil de entender que el ser humano
en su misteriosa complejidad. ¿Qué factores determinan su
carácter? ¿Cómo está estructurada su personalidad? ¿Qué
fuerzas configuran su conducta? ¿Dónde radican las causas
de sus conflictos? ¿Qué se oculta detrás de sus reacciones?
Las respuestas a estas preguntas y otras análogas son de ca­
pital importancia y no siempre las encontramos, al menos
explícitamente, en la Biblia o en nuestras observaciones di­
rectas. De aquí que nos veamos precisados a poseer un mí­
nimo de conocimientos psicológicos.

Lugar de la Psicología en la cura de almas


La Psicología, como disciplina científica, ha tenido un
origen relativamente reciente y está aún lejos de haber lle-
1. Souls in the Making, p. 20.
CURA DE ALMAS 25

gado a conclusiones indiscutibles. Hay discrepancias impor­


tantes entre sus diferentes escuelas. El comportamiento hu­
mano y sus problemas, objeto del estudio de esta ciencia,
no han sido aún aclarados de modo plenamente satisfacto­
rio. Consecuentemente, tampoco puede en muchos casos
proporcionar soluciones eficaces para los desórdenes, graves
o leves, de la personalidad. Además, en este campo suele
mirarse con poca simpatía el valor objetivo de la fe religio­
sa. En algunos casos, la actitud es de franca hostilidad a cual­
quier tipo de religión. De aquí que muchos creyentes hayan
mirado con suspicacia cualquier acercamiento a la Psico­
logía.
Sin embargo, aunque en modo alguno podamos admitir
ciertas opiniones de psicólogos y psiquiatras, fuerza es reco­
nocer que la Psicología nos ayuda a entender la naturaleza
humana. La oposición de algunos teólogos, entre ellos Karl
Barth, a reconocer el derecho de la Psicología a examinar
los fenómenos religiosos no parece justificada. Como ha se­
ñalado Antoine Vergote, esta posición pierde de vista que el
cristiano no sólo es interpelado por la Palabra divina, sino
que marcha delante de ella con toda su humanidad y su asen­
timiento humano, y ahí sí que puede intervenir la Psicolo­
gía (2). En el fondo, sus conclusiones básicas no difieren
de los postulados teológicos fundamentados en la revelación
bíblica. Haremos, pues, bien en apropiamos lo que, a la luz
de la Palabra de Dios, consideremos verdadero y útil para
nuestra tarea pastoral.
Debe haber por nuestra parte una asimilación de los ele­
mentos positivos de la Psicología sin la menor renuncia a
nuestra propia identidad. Puestos a escoger entre la Psico­
logía y la Palabra, optaríamos por ésta. Pero no hay nece­
sidad de tal disyuntiva. La labor del psicólogo puede ser
magníficamente complementada por la del pastor. W. Fearon
Halliday, escribió: «Estamos viviendo en una época de pe-

2. Psychologie religieuse, p. 24.


26 JOSÉ M . MARTÍNEZ

culiar inquietud psíquica, y la mente religiosa no la conside­


rará aparte de la ordenación providencial de Dios de que
importantes descubrimientos psicológicos proporcionen la
llave para calmar esta inquietud» (3). Nosotros diríamos
que la llave la encontramos en la Escritura, pero los des­
cubrimientos psicológicos nos ayudan a usarla con mayor
tino. El testimonio de O. L. Joseph sobre los pastores me­
rece ser tenido en cuenta: «A diferencia del psicólogo pro­
fesional, estos hombres, que a su espíritu religioso y a su
instinto pastoral unieron una mente científica, han diagnos­
ticado motivos, analizado emociones, interpretado deseos que
dan percepciones más claras de la vida, libres de las predis­
posiciones favorables de las teorías y en mayor conformidad
con las realidades de la vida» (4). Esto es especialmente cier­
to en numerosos desórdenes psíquicos causados por proble­
mas morales o espirituales, lo que no excluye la necesidad
de que el pastor remita a un psiquiatra competente los ca­
sos evidentemente patológicos que exigen algo diferente de
la orientación pastoral.
Pablo dijo a los corintios: «Todo es vuestro» (I Cor.
3:21). ¿Por qué no incluir nosotros hoy en ese «todo» los
progresos de la Psicología?

La personalidad humana
El hombre, al igual que todos los seres vivos, es una en-
telequia, es decir, tiende a desarrollarse bajo determinadas
leyes hacia una forma final (en telos éjousin). Existen, sin
embargo, algunas diferencias entre el ser humano y los de­
más seres orgánicos. Una de esas diferencias es la comple­
jidad de su desarrollo, cuya normalidad se ve a menudo im­
pedida por múltiples causas. Otra es el hecho de la perso­
nalidad, la conciencia que el hombre tiene de su identidad
3. Psychology and religious experience, Hodder and Stoughton,
p. 35.
4. The dynamic ministry, The Abingdon Press, p. 117.
CURA DE ALMAS 27

y continuidad, «la función psicológica por la que un indi­


viduo se considera como un Yo uno y permanente»
(Lalande).
La personalidad implica dos ideas indispensables: inte­
gración y unicidad. Al estudiarla, no nos limitaremos a un
segmento determinado de la conducta, sino al funcionamien­
to de la totalidad de la persona. Por otro lado, observamos
que el individuo presenta unos atributos que lo hacen único
y lo distinguen de sus semejantes. «Al referirnos a la perso­
nalidad se hace esencial saber cómo la persona, al expresar
sus necesidades y sus relaciones sociales, funciona como una
unidad recognoscible con rasgos distintivos, impulsos, acti­
tudes y hábitos que le permiten o impiden alcanzar una
adaptación adecuada a su entorno y a sí misma» (5).

Factores dominantes de la personalidad


Hemos de agruparlos en dos: herencia y medio ambien­
te. La influencia de ambos es innegable, por lo que no debe
excluirse ninguno de los dos. Como señaló William James,
las potencialidades innatas de la conducta humana se com­
binan con oportunidades para su realización adquiridas me­
diante la experiencia.
Los factores fisiológicos son importantes, pues constitu­
yen una base indiscutible de fenómenos psicológicos. Es
hecho bien conocido que el funcionalismo humoral o de las
glándulas endocrinas, por su acción sobre el sistema ner­
vioso, influye en el psiquismo. De aquí que, desde tiempos
antiguos, se haya establecido una clasificación de tempera­
mentos según la constitución física del individuo (6).

5. S. Rosenzweig, Encycl. Britannica, art. Personality.


6. Galeno elaboró la teoría de los cuatro temperamentos, deter­
minados por la predominancia de uno de los cuatro humores: tempe­
ramento sanguíneo (predominancia de sangre), temperamento colérico
(predominancia de bilis amarilla), temperamento melancólico (pre­
dominancia de bilis negra) y temperamento linfático (predominancia
28 JO SÉ M . MARTÍNEZ

El pastor deberá tener en cuenta los elementos innatos


de la personalidad de cada individuo, no sólo para com­
prender mejor su comportamiento, sino para, aceptar los
límites que la constitución temperamental impone normal­
mente a una persona en sus reacciones.
Pero la herencia no es decisiva. La influencia del medio
ambiente sobre el carácter y la conducta humanos no es
menor. Las investigaciones de la antropología social han
venido a demostrar que culturas diferentes producen dife­
rentes efectos en las personalidades que se desarrollan den­
tro de ellas.
De singular importancia son las experiencias de la in­
fancia, determinantes de muchas reacciones de la persona
adulta. Las vivencias de los primeros años del niño mar­
can, por lo general, su futuro desarrollo psíquico y sus ac­
titudes sociales. Si ha vivido en una atmósfera familiar en
la que se ha sentido amado, comprendido y deseado, ten­
derá a sentirse seguro y amable fuera del hogar; si, por el
contrario, se ha visto rechazado, se desarrollarán en él sen­
timientos de inseguridad que le llevarán o al aislamiento o
a la hostilidad. La autoridad paterna, ejercida con cordura
y amor, hará de él una persona sumisa; la misma autoridad,
ejercida con dureza despótica, lo convertirá fácilmente en un
rebelde. Si ha sido objeto de una excesiva protección, pue­
de quedar reducido en su capacidad de iniciativa, tendrá
propensión a darse toda clase de gustos y a imponer sus
criterios a otros de modo dominante. La presencia de her­
manos, puede fomentar su sociabilidad, pero puede también
engendrar los celos infantiles que más tarde reaparecen en
forma de rivalidad y competencia en la relación con la so­
ciedad.

de linfa). Las huellas de esta teoría pueden verse aún en las tipologías
morfofisiopsicológicas de Kretschmer (tipos pícnico-ciclotímico, lepto-
sómico-esquizotímico, atlético-enequético y diplásico), K. Conrad, Shel-
don, Pende, etc.
CURA DE ALMAS 29

Las vivencias infantiles pueden tener derivaciones im­


portantes incluso en experiencias religiosas posteriores. En
cierta ocasión una mujer creyente me confesó con gran tur­
bación que a menudo sentía un fuerte impulso de maldecir
a Dios con las palabras más crudas. Al preguntarle acerca de
su niñez, me expuso los dramas vividos en el hogar a causa
del alcoholismo de su padre. Traté de ayudarla a compren­
der que su problema en relación con Dios podía ser una
proyección del resentimiento contra su padre terrenal. Al
parecer, el problema quedó resuelto.
La problemática de la personalidad se agrava debido a
que los efectos de la experiencia, al igual que otras fuerzas
psíquicas, se alojan mayormente en el inconsciente del indi­
viduo, sin que éste advierta su poderosa acción sobre la
conducta. Este hecho nos obliga a considerar otro punto:

La estructura de la personalidad
Al tratar esta cuestión hemos de referimos, aunque sólo
sea de modo esquemático, a algunas de las figuras más pro­
minentes dentro de la Psicología. Ninguna de sus teorías
parece completamente aceptable en su totalidad; pero al
compararlas, puede observarse que se complementan.

Sigmund Freud
Suponía Freud al principio que la mente está dividida
en dos partes: consciente e inconsciente. La primera con­
tiene las ideas y sentimientos que se pueden expresar libre­
mente. La segunda, los pensamientos y sentimientos hechos
inconscientes por mecanismos de represión. Posteriormente,
el gran psicoanalista elaboró una teoría más compleja, según
la cual la estructura de la personalidad consta de tres par­
tes: el ello, el yo y el superyó.
El ello es el deposito de los impulsos derivados de la
constitución genética y tendentes a la preservación y la pro­
pagación de la vida. En esta región se alojan el impulso se­
30 JOSÉ M . MARTÍNEZ

xual (tan preponderante en la Psicología de Freud) y el de


agresividad, imprescindibles para satisfacer las necesidades
biológicas y la perpetuación. El ello actúa bajo el principio
del placer. No está regido por consideraciones lógicas o mo­
rales. Simplemente busca satisfacer necesidades instintivas.
«No puede tolerar la tensión y exige una gratificación inme­
diata. Es exigente, impulsivo, irracional, asocial, egoísta y
amante del placer» (7).
El Yo, en contraste con el ello, actúa en los niveles del
consciente y el preconsciente y regula los impulsos primarios
del ello. El ser humano no puede satisfacer sus necesidades
biológicas sin tener en cuenta la realidad del mundo exte­
rior. Pronto aprende que no puede apoderarse de todo cu anto
desea sin desencadenar a veces sobre sí experiencias más
penosas que el refrenamiento de sus impulsos. Por eso se
dice que el yo está gobernado por el principio de la reali­
dad, ya que domina al ello a fin de que el hombre se aco­
mode al mundo en que vive. La base de su acción es el ra­
ciocinio.
El superyó constituye, por así decirlo, el elemento moral
y judicial de la personalidad. Trata de ajustar la actuación
del ello a las normas morales y costumbres de la sociedad,
especialmente a las establecidas por los padres mediante un
sistema de premios y castigos. El superyó, según Hall y
Lindzey, «representa lo ideal más que lo real, y tiende hacia
la perfección más que hacia el placer».
Del equilibrio entre las tres partes de la personalidad
(ello, yo y superyó) depende el bienestar del individuo.

Cari Gustav Jung


Fue este psicólogo suizo colaborador de Freud durante
algún tiempo; pero después se separó de él para fundar una

7. Calvin S. Hall, Compendio de psicología freudiana, Edit. Pai-


dos, 1971, p. 31. Esta obra es una de las más recomendables para lle­
gar a comprender a Freud.
CURA DE ALMAS 31

nueva escuela. En su teoría de la personalidad destaca la


división del inconsciente en personal y colectivo.
El inconsciente personal contiene recuerdos así como im­
pulsos y deseos propios de cada individuo.
El inconsciente colectivo es una disposición heredada de
los antepasados y constituye un depósito de «arquetipos» o
«grandes imágenes primordiales, representaciones humanas
virtuales de las cosas tal como siempre han sido, transmiti­
das de una generación a otra por la estructura del cere­
bro» (8). Estos arquetipos de carácter universal, han inspi­
rado los mitos, leyendas, fábulas y proverbios que han exis­
tido en la literatura de todos los pueblos. «De este gran de­
pósito surgen las fantasías que se convierten en el gran arte
de la humanidad, las ideas creadoras que son embriones de
filosofías, y las intuiciones que se desarrollan en religiones.
Son impulsos interiores que dan contenido a nuestra
vida» (9). Entre los arquetipos, según Jung, se encuentra
la idea de Dios.
Como puede verse, este depósito incluye mucho más que
los impulsos arcaicos alojados en el ello de Freud.
También es característica de Jung la división de los se­
res humanos en extravertidos e introvertidos. El extraver-
lido se distingue por su correspondencia a los estímulos ex­
ternos y su carácter impulsivo, mientras que el introvertido
concentra su interés y atención en su propio interior y es
reflexivo. Sin embargo, Jung admite también la existencia de
anibivertidos.
Cualquiera que sea el tipo a que un individuo pertenez­
ca, lo ideal es que posea la cuádruple función de la perso­
nalidad: sensación, pensamiento, sentimiento e intuición.
Alfred Adler
Eminente psiquiatra austríaco, trabajó, al igual que Jung,
asociado con Freud hasta que diferencias irreconciliables
8. J. Delay y P. Pichot, Manual de psicología, p. 327.
9. May, The art of counselling, p. 183.
32 JOSÉ M . MARTÍNEZ

los separaron. En su sistema, el motivo dominante en el


comportamiento humano es la pugna por la perfección, que
a menudo adquiere la forma de lucha por la superioridad
en compensación de un sentimiento de inferioridad. El afán
de poder se convierte en una fuerza dinámica de primer
orden. Para Adler, sin embargo, el concepto de poder equi­
vale en muchos casos al de prestigio. Pero el mecanismo es
en todos los casos el mismo. El sentimiento de inferioridad
origina un sentimiento de inseguridad. La ansiedad que ara­
bos producen sólo puede eliminarse mediante una afirmación
influyente de la propia personalidad. Para lograrlo, el hom­
bre recurre a los medios que más fácilmente están a su al­
cance. El niño rehúye la compañía de compañeros más fuer­
tes que él y busca la de otros más débiles a los cuales pue­
de dominar. En los adultos, los esfuerzos realizados para
sobresalir profesionalmente, establecer un negocio próspe­
ro, ocupar posiciones de honor, amasar grandes fortunas, o
la exhibición de títulos, joyas, posesiones, suelen tener la
misma motivación: el sentimiento de inferioridad, padre de
las ansias de poder o grandeza. Aun en el orden espiritual
puede observarse el mismo fenómeno.
A este elemento básico debe unirse en la teoría adleria-
na la influencia ejercida sobre los procesos psicológicos por
la opinión que el hombre tiene de sí mismo y del mundo y lo
decisivo de su vinculación social a sus semejantes.

Otto Rank
Su teoría de la motivación se centra en su concepto de
voluntad. A cualquier tipo de compulsión, ora externa (como
pueden ser las órdenes de los padres) ora interna (acción
de los instintos), la voluntad opone una resistencia. Esa re­
sistencia no debe ser suprimida, sino encauzada hacia nive­
les más altos de desarrollo.
La expresión suprema de la voluntad — voluntad de in­
mortalidad la denomina Rank— es la esencia de nuestra
individualidad. Como fuerza unificadora, equilibradora en­
CURA DE ALMAS 33

tre impulsos e inhibiciones, es el factor psicológico decisivo


en la conducta humana (10).
Rank, que podría aparecer demasiado optimista en cuan­
to a las posibilidades de la voluntad, abre una valiosa pers­
pectiva, hondamente religiosa, cuando señala la «vida en
Cristo» como fuente de una «identidad real» y el amor como
la afirmación positiva de la voluntad en sumisión a algo ma­
yor que la persona misma (11).
Otros psicólogos han ampliado el campo de las motiva­
ciones en sus descripciones de la personalidad. Mencionare­
mos sólo dos más.
Erich Fromm, en su análisis de las necesidades humanas,
da primacía a la que el hombre siente de relacionarse con
sus semejantes para salir de su soledad, de su impotencia y
de su ignorancia. Esta relación está presidida idealmente por
el amor.
Viktor Frankl enfatiza la aspiración a descubrir el sig­
nificado de la vida y la sitúa en primer lugar entre las fuer­
zas motivadoras, dándole identidad propia al negar que sea
una «racionalización secundaria» de impulsos primarios.
Los límites de esta obra nos impiden extendernos en un
análisis crítico de cada una de las teorías expuestas. Pero
en breve síntesis podemos señalar que la conducta humana
está determinada por una complicada combinación de fuer­
zas interiores (necesidades e impulsos) y fuerzas exteriores
(influencia de otras personas —particularmente de los pa­
dres— , costumbres, cultura, religión, etc.). Si las necesida­
des e impulsos son satisfechos adecuadamente, la personali­
dad se desarrolla de modo equilibrado y armonioso. Si no
se satisfacen o se satisfacen mal, se produce la frustración,
la cual, a su vez, da origen a la anormalidad psicológica.
Esta anormalidad se manifiesta unas veces en forma de
agresividad antisocial; otras, en forma de evasión. Agresión

10. Beyond Psychology, p. 50.


11. Recop. de Harold W. Darlin, Man in his ríght mind, p. 77.
34 JO SE M . M ARTÍNEZ

o huida, fight or flight, como lo expresan en inglés los psi­


cólogos. De estos desajustes provienen las neurosis y otros
desórdenes psíquicos.
Debe recordarse, no obstante, que ninguna teoría, ni la
síntesis de todas las teorías, agota la complejidad de la
personalidad y la conducta humanas. Menos la agotaría una
aplicación simplista del principio estímulo-respuesta del be-
haviorismo clásico, pues no se ajustaría a la realidad de la
experiencia en el caso del hombre. El postulado de Watson
de que «la meta del estudio psicológico es la averiguación de
datos y leyes tales que, dado el estímulo, la psicología pueda
predecir cuál será la respuesta; o... dada la respuesta, pue­
da especificar el... estímulo» (12) puede conducir a un de-
terminismo inaceptable. El hombre no es una rata de labora­
torio. Sobre él actúan simultáneamente innumerables estímu­
los, muchos de ellos imperceptibles para el yo consciente.
El hombre, en lo que concierne a su comportamiento, sigue
siendo «ese gran misterio».

Psicología y teología
Como apuntamos líneas arriba, la relación entre Psico­
logía y Teología no ha de ser necesariamente de antagonis­
mo, como algunos han supuesto. Los conflictos surgidos en­
tre ambas se deben generalmente a prejuicios. Hay posturas
que no son rigurosamente científicas y que deben ser aban­
donadas. La Teología ha de estar dispuesta a corregir cuanto
pueda haber en sus dogmas que contradiga, sin suficiente
base bíblica, los hechos evidentes revelados por la Psicolo­
gía. Esta, a su vez, ha de reconocer «las limitaciones inhe­
rentes a cualquier punto de vista científico especializado y,
por consiguiente, conceder la posibilidad de que otros pun­
tos de vista y otras explicaciones de los mismos fenómenos
sean posibles y legítimos» (13).
12. Encycl. Britannica, art. Behaviourism.
13. W. M. Horton, A psychological approach to Theology, p. 23.
CURA DE ALMAS 35

Algunos de los más afamados psicólogos han reconoci­


do la importancia del factor religioso en la salud de la per­
sonalidad. Jung declaró: «Durante los treinta últimos años me
han consultado personas de todos los países civilizados de la
tierra... Entre todos mis pacientes mayores de treinta y cin­
co años no ha habido ninguno cuyo problema en último tér­
mino no fuera el de hallar un sentido religioso a la vida.
Puedo decir que todos ellos enfermaron porque habían per­
dido lo que las religiones vivas de todas las épocas han dado
a sus seguidores y ninguno de los que no recuperaron su
perspectiva religiosa llegó a sanar realmente» (14).
Sin presunción vana, podemos afirmar que la fe cristia­
na supera a cualquier religión en su concepción del hombre.
La revelación bíblica contiene la descripción más profunda
que jamás se ha hecho de la naturaleza humana y de sus
problemas psicológicos. Coincide con mucho de lo expuesto
por las diferentes escuelas de Psicología; pero ahonda más
en las raíces de los conflictos de la personalidad y contribu­
ye de modo más eficaz a su solución.
Reconoce la fuerza tremenda de los impulsos interiores
y de las influencias externas que actúan sobre el individuo,
todo ello en la contextura dramática del pecado en su natu­
raleza intrínseca y en sus manifestaciones. Los conflictos
entre el ello y el superyó freudianos hallan su expresión bí­
blica en la lucha entre la carne y el espíritu. El desajuste
psíquico del hombre se origina en el momento en que el
hombre se rebeló contra Dios e hizo de sí mismo el centro
y la meta de su existencia. Este egocentrismo preside las
motivaciones de la conducta, entre las que prevalecen la sed
de placer y las ansias de prestigio, de superioridad y poder,
con todas sus secuelas de frustración y agresividad (compá­
rese Sant. 4:1-3).
Asimismo, la Teología bíblica muestra el camino a se­
guir para alcanzar el equilibrio psíquico con la plena madu­
rez de la personalidad. Cuando el hombre responde a los
14. Cit. por W. Goulooze, Pastoral Psychology, p. 136.
36 JOSÉ M . MARTÍNEZ

estímulos sobrenaturales del Espíritu y la Palabra de D¡06,


cuando se une espiritualmente a Cristo mediante la fe, se
producen unos efectos de terapéutica psicológica incompa­
rables.
Las promesas de Cristo disipan la ansiedad. El creyente
confía en que las necesidades de primer orden, tales como
la comida, la bebida, el abrigo, etc., serán suplidas por Dios
en la ordenación paternal de su providencia (Mt. 6:25-34).
Los impulsos sexuales, con su fuerza enorme, son encau­
zados a través del matrimonio o por vía de la sublimación
en el sentido cristiano (Mt. 19:9-12; I Cor. 7).
El gran deseo de ser amado y aceptado tiene su cum­
plimiento más perfecto en la experiencia de la gracia de
Dios, quien nos perdona y nos adopta como hijos suyos
(Ef. 1:5-7).
El anhelo de descubrir el significado de la vida se ve
colmado al conocer el propósito del Dios que nos llama a
recobrar acrecentada nuestra dignidad original (Rom. 8:29)
y a ocuparnos en un servicio fructífero (Jn. 15:1-16). En
este servicio hay amplio lugar para desarrollar la capacidad
creadora —otra necesidad psicológica— que Dios mismo
ha concedido a cada uno juntamente con unos dones deter­
minados.
El afán de plena realización humana se ve igualmente
cumplido, pues el creyente en Jesucristo va siendo transfor­
mado moralmente a la imagen de su Señor (II Cor. 3:18).
Sólo así puede lograrse una plena «integración» de la tota­
lidad de la persona, meta de todo tratamiento psicológico.
Esta integración, que tiene a Cristo como centro, genera
actitudes positivas y saludables en relación con los demás
seres humanos y ante la vida con sus variadas experiencias.
Como resultado, también las necesidades sociales son
suplidas satisfactoriamente. El creyente en Cristo es llamado
a salir, en frase de Paul Toumier, «de la soledad a la co­
munidad». El principio del amor, al que tanta importancia
da Erich Fromm, adquiere una fuerza dinámica (II Cor.
CURA DE ALMAS 37

5:14) que vigoriza la personalidad del creyente, a la par que


enriquece espiritualmente a la sociedad.
Por último, la sed o «voluntad de inmortalidad» a que
se refiere Rank, es calmada por la seguridad de vida eterna
que Cristo da a los suyos (Jn. 5:24; 11:25).
Incluso las tensiones o posibles sentimientos de frustra-
ción producidos por la imperfección de la experiencia cris­
tiana son mitigados por la esperanza. Sabe el cristiano que
no ha alcanzado aún la meta, pero ya está en el camino
que conduce a ella. Vive la tensión existente entre el «ya»
y el «todavía no», alentado por la perspectiva radiante que
je presenta la Palabra de Dios (Rom. 8:17-25; Fil. 3:20, 21;
Ap. 21:5-5).
¿Qué escuela de Psicología puede ofrecer más que el
Evangelio para satisfacer las hondas necesidades humanas
y conseguir la plenitud de desarrollo de la personalidad?

CUESTIONARIO

1. ¿Qué existe en común entre la Psicología y la Teología?


2. ¿Cuáles son los factores básicos determinantes de la per­
sonalidad?
3. Expóngase resumidamente la teoría de Freud sobre la es­
tructura de la personalidad.
4. ¿Tiene algún paralelo esta teoría con la teología bíblica?
5. ¿Qué nos enseña la Biblia sobre la integración de la per­
sonalidad humana?
C a p ít u l o X V III

EL PASTOR COMO CONSEJERO

En su obra de visitación (1) y en otras formas de encuen­


tro personal, el pastor tendrá incontables oportunidades de
guiar y ayudar a sus hermanos, aunque éstos no se encuen­
tren en circunstancias especialmente difíciles. Pero habrá ca­
sos en que, a causa de serios conflictos, su labor será más
necesaria y, por consiguiente, exigirán su atención preferente.
La intervención pastoral en tales casos constituye la «cura
de almas».
Algunos de los problemas planteados en esta esfera del
ministerio son específicamente espirituales; otros, de índole
temporal, pero con.repercusiones hondas de tipo religioso. La
enfermedad, la pobreza, los conflictos familiares, las dificul-

1. En los tratados sobre pastoral se ha dado siempre gra-i im­


portancia a esta obra. Si nosotros no nos ocupamos más extensa­
mente de ella no es debido a subestimación de la misma, sino al
hecho de que, por su generalización, es algo que practican con
acierto la mayoría de ministros. Sin embargo, nos permitimos sub­
rayar sucintamente algunas de las normas básicas de la visitación:
a) Practíquese de modo sistemático, dedicando a ella el tiempo
posible durante la semana.
b) Evítese la discriminación. En todo caso, cualquier diferencia
en la frecuencia de las visitas a la misma persona o familia debe
estar determinada por la necesidad espiritual, no por predilección per­
sonal.
CURA DE ALMAS 39

tades laborales, las frustraciones, los defectos temperamenta­


les, los desajustes psíquicos, etc., suelen tener efectos pertur­
badores en las relaciones del individuo con Dios, con sus
semejantes y consigo mismo. En cualquier caso, el pastor de­
biera estar en condiciones de entender y ayudar.
Con esto no queremos decir que el ministro del Evange­
lio haya de considerarse dotado para remediar todas las si­
tuaciones difíciles. Ha de ser consciente de sus limitaciones.
Tiene que saber discernir entre los casos propios de su mi­
nisterio y aquellos en que se necesita un tratamiento especial.
Sobre todo, debe evitar el grave error de practicar a nivel
de aficionado el psicoanálisis o cualquier otra forma de tera­
péutica reservada al psiquiatra. Y cuando llegue a la con­
clusión de que el tratamiento psiquiátrico es necesario, debe­
rá orientar al paciente en la elección de especialista. Algunos
psiquiatras, por sus fuertes prejuicios antirreligiosos, pueden
hacer más daño que bien a una persona creyente o con in­
quietudes religiosas.
Finalidad de la cura de almas
Debe perfilarse claramente en la mente del pastor. La ac­
tuación de éste cuando trata de ayudar a alguien a resolver
c) Escójanse para la visitación las horas más adecuadas.
d) En algunos casos, es casi imperativo que el pastor vaya
acompañado de otra persona, preferentemente de su esposa.
e) Procúrese que cada visita no sea más larga de lo estricta­
mente necesario.
/) La visita, por supuesto, debe tener un carácter religioso. Nor­
malmente —aunque no siempre— puede concluirse con una oración.
Que ésta sea precedida o no de una lectura bíblica y un breve co­
mentario es algo que el visitante debe decidir según los casos.
g) Es útil llevar un registro de las visitas efectuadas con ano­
tación de cuantas observaciones pudieran ser de interés para poste­
riores contactos.
En iglesias grandes con un solo pastor, es indispensable que otros
hermanos (ancianos, diáconos u otras personas debidamente prepa­
radas) colaboren en la visitación.
40 JO SÉ M . MARTÍNEZ

un problema no puede ser una reproducción a nivel indivi­


dual de su predicación desde el pulpito. El predicador y el
maestro deben, en cierto modo, eclipsarse cediendo el lugar al
hombre dispuesto a escuchar, comprender y ayudar. No sig­
nifica esto, como algunos han objetado, que ha de producirse
una dicotomía contradictoria entre el predicador y el pastor.
Quiere decir que éste, en su contacto personal con quien
arrostra un poblema, no puede limitarse a dogmatizar, mo­
ralizar o exhortar piadosamente, sino que debe dirigir su in­
tervención a lograr un diálogo franco y profundo mediante
el cual la persona con quien se habla pueda ver por sí mis­
ma el camino de la solución. El propósito de la cura de almas
«no es aconsejar o dar soluciones prefabricadas a los diver­
sos problemas personales... es crear una relación personal de
tal calidad que la persona beneficiaría se sienta progresiva­
mente en condiciones de descargar sus emociones enclaustra­
das y abrir sus defensas psíquicas enterradas profundamente.
Sólo de este modo la mayoría de las personas obtendrán la
percepción necesaria y las condiciones suficientes para cono­
cer y liberar su capacidad creadora. Entonces se hallan en
una posición que les permite mirarse a sí mismas y a sus
problemas más objetivamente y, en diálogo subsiguiente con
el consejero, determinar sus futuras actitudes y acciones»
(W. L. Carríngton).

Principios y reglas para el diálogo pastoral


No pueden establecerse normas concretas para los con­
tactos personales en la cura de almas. La inmensa variedad
de casos imposibilita toda normativa. «No hay reglas fijas
y estereotipadas para la obra pastoral. Un hombre tiene que
confiar bastante en sus intuiciones y experiencias... Ninguna
fórmula psicológica ni palabra mágica puede serle dada (al
pastor), puesto que no puede tratar a los seres humanos como
si fuesen autómatas que se mueven por rutina» (2). Sin em-
2. Thomas H. Hughes, La psicología de la predicación y de la
obra pastoral, La Aurora, p. 161.
CURA DE ALMAS 41

bargo, existen principios y reglas elementales, dictados por


la experiencia, que deben ser tenidos presentes si no se quie­
re cosechar fracasos deplorables.

La entrevista debe efectuarse en un ambiente de intimidad


Generalmente a solas, en un lugar donde la conversación
no pueda ser oída por terceras personas. Quien se decide a
descubrir su intimidad siempre ha de vencer una gran resis­
tencia y sólo llegará a esa decisión si está seguro de que úni­
camente su consejero espiritual le ve en el momento en que
se desnuda interiormente.
También es importante que no se produzcan interrupcio
nes por llamadas telefónicas u otras causas. Hay momentos
críticos en algunas conversaciones en los que cualquier sus­
pensión puede tener efectos difíciles de reparar.

Debe mostrarse la máxima simpatía desde el principio


En muchos casos la persona entrevistada se siente ini­
cialmente cohibida. Conviene allanarle el camino con afabi­
lidad y delicadeza, pero al mismo tiempo con naturalidad;
las actitudes que revelan afectación predisponen desfavora­
blemente a quienes las detectan. Sobre todo, es importante
que, desde el primer momento, la persona que acude al pas­
tor sienta que éste la ama, se interesa sinceramente por su
bienestar y va a esforzarse por comprenderla.

El pastor ha de saber escuchar


Algunos consejeros bien intencionados, pero con poca
experiencia, tan pronto como captan algo de la cuestión ob­
jeto de la entrevista, inician un largo monólogo en el que
vierten toda clase de reflexiones y consejos. Esta práctica es
un error colosal.
Los psicólogos se muestran unánimes en cuanto a la im­
portancia de la escucha. Hay momentos en la vida de mu­
chas personas cuando la mayor necesidad es encontrar a al­
42 JOSÉ M . MARTÍNEZ

guien con oídos y corazón abiertos en quien poder desahogar


los sentimientos torturadores. Taylor Caldwell, en su obra
«The Man Who Listens» (El hombre que escucha) ilustra
admirablemente este hecho. Prologa su libro con una amplia
cita de Séneca, de la que entresacamos las siguientes líneas:

«¿A quién puede un hombre decir: “¡Aquí estoy!


Heme aquí en mi desnudez, con mis heridas, mi dolor oculto,
mi desesperación, mi perfidia, mi padecimiento,
mi lengua incapaz de expresar mi angustia,
m i terror, mi desamparo”?
¡Escúchame un día... una hora... un momento,
no sea que expire en mi terrible desierto,
en mi silencio solitario!
¡Oh, Dios! ¿No hay nadie que escuche?

La misma expresión patética sigue brotando de millones


de seres humanos. No podría un pastor hallar mayor reto.
El valor terapéutico de la escucha auténtica está amplia­
mente probado. La doctora Frieda Fromm-Reichmann, psi­
coanalista vienesa que se vio obligada a huir del régimen
nazi a América, da al arte de saber escuchar lugar priorita­
rio entre los requisitos indispensables para una psicoterapia
intensiva. Su propia experiencia corroboraba su principio.
De ella se cuenta una anécdota — tal vez un tanto hiperbóli­
ca— altamente ilustrativa. Casi inmediatamente después de
su llegada a los Estados Unidos como refugiada, tuvo que
acceder a otorgar una entrevista a un rico americano que,
conocedor de la reputación internacional de la distinguida
psiquiatra, solicitó insistentemente sus servicios. Cuando al­
gunos años más tarde la doctora Fromm-Reichmann patroci­
naba un fondo benéfico, recibió de ese hombre un generoso
donativo, agradecido por lo mucho que había recibido duran­
te aquel encuentro. Lo sorprendente es que en tal ocasión
ella apenas sabía una palabra de inglés. Desconocía la len­
gua, pero evidentemente dominaba el arte de escuchar.
CURA DE ALMAS 43

En la capacidad de escuchar se incluye la necesidad de


no mostrar sorpresa por nada de lo que se oye. Cualquier
gesto de asombro al oír la confesión de dudas serias o de
graves pecados produce automáticamente un retraimiento por
parte de quien confiesa. Se siente juzgado y condenado antes
de haber acabado de exponer su caso, lo que prácticamente
significa el final de la entrevista. El consejero, por el contra­
rio, debe animar con su comprensión — sin forzar indiscreta­
mente —a que la confesión sea lo más completa posible.
Toda confesión tiene efectos liberadores; descarga la tensión
emocional de quien la hace y facilita el diálogo constructivo.

Los problemas deben considerarse en toda su contextura


Nunca puede analizarse un hecho aisladamente; es ne­
cesario buscar su correlación con otros hechos. Los proble­
mas hay que examinarlos en toda su amplitud y profundidad,
penetrando a ser posible hasta la raíz de las causas. Aun
cuando se trate de problemas espirituales, no puede perderse
de vista la problemática humana, amplia y revesada, que
suele acompañarlos.
Conviene recordar lo expuesto en el capítulo anterior so­
bre la estructura de la personalidad y especialmente el papel
importantísimo que el inconsciente desempeña en la deter­
minación de la conducta. Muchos trastornos psíquicos, con
sus correspondientes repercusiones espirituales, se deben a
traumas cuyo recuerdo ha desaparecido de la memoria cons­
ciente para hundirse en la zona inconsciente, desde la cual
no han cesado de originar conflictos.
No sería del todo bíblico identificamos plenamente con el
aforismo tout comprendre c'est tout pardonner, pero una
comprensión profunda de la naturaleza humana, de las mo­
tivaciones que subyacen bajo la conducta y de las circunstan­
cias que rodean a una persona, nos capacitan para simpati­
zar, requisito indispensable para una cura de almas eficaz.
Lógicamente, el consejero cristiano no puede aprobar lo erró­
neo o pecaminoso. Por el contrario, debe señalarlo en el mo-
44 JOSÉ M . MARTÍNEZ

mentó oportuno, pero de tal modo que la otra persona vea


en él claramente el propósito de auxiliarla, no el de conde­
narla.

Evítense fórmulas simples para resolver problemas


La razón de esta norma es que ningún problema es sen­
cillo cuando mueve a la persona que se enfrenta con él a
buscar orientación y ayuda. Y si los problemas son comple­
jos las soluciones no pueden ser simples.
Algunos asesores cristianos se dirigen al hermano que se
halla en dificultades serias con expresiones parecidas a és­
tas: «Eso te acontece a causa de tu poca fe», «No obtienes
la victoria, porque no quieres realmente», «Confía en el
Señor y todo se resolverá», «La oración cambia las cosas».
Independientemente de lo que pueda haber de cierto en se­
mejantes afirmaciones, es evidente que las situaciones difíci­
les no se resuelven con frases estereotipadas que, además, no
siempre son escogidas adecuadamente. Tampoco es correcto
hacer de la oración un talismán que todo lo resuelva. La ora­
ción es importante, pero en muchos casos se necesita algo
más: abrir nuevas perspectivas mediante una orientación
sabia basada en la Palabra de Dios.

La orientación no es manipulación
Fácilmente, aunque sea de modo inconsciente, el pastor
puede caer en la tentación de aprovechar la influencia de sus
contactos personales con fines ilícitos. Hay deseos buenos
en sí que resultan reprobables cuando se convierten en el
fin primordial.
No es ningún mal, por ejemplo, que un pastor, al hablar
con un inconverso envuelto en problemas, vea en él un po­
tencial miembro de la iglesia; pero si el móvil predominante
que le impulsa a relacionarse con él es el de aumentar el
número de miembros de su congregación, está degradando el
ministerio de la cura de almas. La misma degradación se pro­
CURA DE ALMAS 45

duce si, al ayudar espiritualmente al hermano débil, lo que


contempla en primer plano es el mayor rendimiento de tal
persona en la iglesia. La atención pastoral no debe realizarse
nunca con sentido funcional, especulativo, por más que se
trate de especulación religiosa. El individuo no debe ser
atendido con miras a incrementar el número o el prestigio
de la colectividad eclesial. Debe ser un fin en sí mismo. Po­
demos afirmar con Bonhoeffer que «en la vida las personas
son más importantes que cualquier otra cosa» (3). La rela­
ción pastoral con ellas ha de tener un solo fin: coadyuvar a
la resolución de sus problemas y a la plena realización de
su personalidad en todos los órdenes, lo cual, naturalmente,
incluye en primer término la plenitud de su integración
cristiana.
En la labor que se lleva a cabo con objeto de lograr tal
fin, es deber moral del consejero respetar la personalidad y
la libertad de cada persona y abstenerse rigurosamente de
cualquier tipo de manipulación. Tal vez podríamos parafra­
sear unas palabras de Jesús y decir: «No os afanéis por vues­
tra iglesia, cómo habéis de dirigirla, cómo habéis de estimu­
lar a sus miembros para que sean activos, qué técnicas ha­
béis de enseñarles para que testifiquen más productivamente.
¿No es la vida más que la organización, y el espíritu más que
los sistemas? Buscad primeramente al hombre y su bienestar
espiritual y todas las demás cosas os serán añadidas».

El proceso de la orientación pastoral


Cuando el problema de una persona no es grave una
sola entrevista puede ser suficiente para descubrir el camino
de la solución. En situaciones más complicadas, una conver­
sación será insuficiente y deberá pensarse en una serie de
sesiones. Pero tanto en un caso como en otro conviene tener
en cuenta las fases de la labor de asesoramiento.

3. Letters and papers from prison, Fontana, p. 129.


46 JOSÉ M . MARTÍNEZ

Fase preparatoria
La persona que se acerca al pastor bajo el peso de una
carga moral suele estar nerviosa en los primeros momentos
de la entrevista. Fácilmente puede sentirse atenazada por sen­
timientos de ansiedad o de culpa. En según qué situaciones
puede incluso tener el sentimiento de que una barrera de
hostilidad le separa de su interlocutor. Estos primeros minu­
tos pueden ser realmente embarazosos. De la habilidad del
consejero depende en gran parte que pronto se produzca la
distensión. Para ello es aconsejable que él mismo se en­
cuentre relajado, en actitud afable y de simpatía y que inicie
el contacto con algunas preguntas fáciles sobre la salud, la
familia, el trabajo, etc., del visitante (o visitado, según los
casos), siempre que esos temas, naturalmente, no sean la cau­
sa del conflicto.
A continuación, puede ser útil invitar a la persona a
quien se atiende a que se sienta con toda libertad para ha­
blar francamente y asegurarle que cuanto exponga será con­
siderado estrictamente confidencial. Si se trata de alguien
abrumado por una falta grave, debe el consejero hacer pa­
tente su comprensión subrayando el hecho de que todos so­
mos humanos y estamos expuestos a las peores caídas, que
la comunión de los santos es comunión de pecadores.
Una vez que se ha logrado una atmósfera de tranquilidad
y confianza, puede pasarse a la segunda parte de la entre­
vista.
Fase informativa
En este período, el consejero ha de escuchar atentamen­
te a la persona entrevistada, la cual le irá exponiendo su si­
tuación. No conviene interrumpirla. Sólo en el caso de que
se extendiera excesivamente en detalles triviales podría con­
ducírsela con mucho tacto a los puntos importantes de la
cuestión.
Con suma discreción convendrá a veces guiar la conver­
sación de modo que aparezcan los antecedentes del proble­
CURA DE ALMAS 47

ma, así como las experiencias que pudieran tener alguna re­
lación con el mismo y aportar algún dato para su solución.
La exposición que la persona en conflicto hace puede y
debiera ser auténtica catarsis, es decir, una reacción de li­
beración provocada por la evocación de una emoción repri­
mida que perturba el equilibrio psíquico. Esta purga emocio­
nal puede dar lugar a una intensa agitación de los sentimien­
tos, que en determinados casos produce explosión de llanto. El
consejero debe permitir este desahogo; un intento de conso­
lación mal dirigido puede ser contraproducente. Más bien ha
de reconocer lo natural y saludable de tal reacción. Pero al
mismo tiempo habrá de expresar un sentimiento sincero de
aceptación y aliento.
A medida que el consejero va recibiendo la información
hará de ésta objeto de intensa reflexión. Cuando cree que tie­
ne suficientes datos y vea caminos de solución estará en con­
diciones de iniciar la tercera fase.
Fase orientativa
El problema debe ser presentado en su-perspectiva cris­
tiana. Se ayudará a la persona por él afectada a ver con cla­
ridad las causas, lo que frecuentemente significa más de la
mitad de la solución.
Se procurará, asimismo, mostrar qué aspectos de un pro­
blema pueden resolverse y cuáles pueden, tal vez, continuar
insolubles; en qué casos está indicada la acción de la fe y
cuándo una resignación constructiva. Hay, por ejemplo, for­
mas de conducta que pueden y deben ser modificadas. Pero
hay rasgos congénitos de temperamento que no se pueden
desarraigar. Intentarlo sería someter a una persona a exigen­
cias superiores a sus posibilidades y ajenas al propósito de
Dios. Insistir en ellas es exponer a tal persona a una peligrosa
experiencia de frustración.
Algunos alegan que el poder del Espíritu Santo en el cris­
tiano no tiene límites y que, por consiguiente, no debe haber
defecto que no sucumba a la acción de la gracia. Olvidan
48 JOSÉ M . MARTÍNEZ

estos creyentes que no siempre es voluntad de Dios acabar


en sus hijos con todo tipo de debilidades; a veces permite que
subsistan precisamente para que resalte su poder, no el nues­
tro (II Cor. 12:9). Hay anomalías psíquicas que pueden
acompañar al cristiano más fiel toda su vida. Su solución to­
tal y definitiva sería un milagro tan grande como cualquiera
de las curaciones físicas obradas por Jesús durante su minis­
terio. Y no siempre entra en los planes de Dios realizar tal
milagro. Francis Schaeffer expresa esta verdad con gran pre­
cisión cuando escribe: «La Biblia presenta muy claramente
la posibilidad de los milagros, y en nuestra experiencia hemos
visto milagros, milagros en los que Dios irrumpió en la histo­
ria y en un momento dado sanó física y psíquicamente de
modo total. Pero debemos señalar que la Biblia en primer
lugar y la experiencia después nos enseñan que Dios obra
así algunas veces, pero otras veces no. Y esto no siempre es
cuestión de fe» (4).
Llegado el momento de encarar la solución, el consejero
debe abstenerse de presentarla autoritariamente como una
imposición ineludible. Es mejor que sea la propia persona la
que, convencida de cuál es el camino a seguir, haga su pro­
pia decisión.
No menos importante es prevenirla contra la posibilidad
de que tal camino no sea llano ni fácil. Puede producirse una
liberación total de modo inmediato en algunos casos; pero
lo más frecuente es que la consecución de resultados positivos
exija nuevas luchas en las que posiblemente no siempre se ob­
tendrá la victoria. Cualquier posible retroceso no tiene que
ser causa de desaliento, sino más bien un acicate para prose­
guir el esfuerzo, dejando lo que queda atrás y extendiéndose
a lo que está delante.
Fase estimulante
Es la parte final de la entrevista (o serie de entrevistas).
Debe tener un carácter inspirador. Ha de contribuir a robus-
4. True Spirituality, Hodder and Stoughton, p. 162.
CURA DE ALMAS 49

tecer la confianza en Dios y en sus promesas. Aquí el uso de


textos apropiados de la Escritura — a cuya luz ya se habrá
examinado el problema— es esencial.
Los últimos momentos, por regla general, deben ser de­
dicados a la oración. Puede orar el consejero por la persona
entrevistada; pero es mejor si oran ambos. El resultado suele
ser una sensación de descarga y alivio, de paz inefable en la
persona antes atormentada.
Un efusivo apretón de manos en el momento de la des­
pedida puede ser el sello de una gran experiencia en la que
dos personas, en comunión —divina y humana— , han sido
hondamente enriquecidas.

Escollos a sortear
La labor del pastor como consejero es una de las más
fascinantes, pero tiene dificultades peculiares que el minis­
tro ha de superar. Nos referimos a las más comunes.
Implicaciones emocionales
Es frecuente que en la relación entre consejero y «pa­
ciente» surja el problema de la proyección. Este fenómeno
se da cuando se transfieren a otra persona —en este caso el
pastor— los propios sentimientos. «En lugar de decir "lo
odio", uno puede decir "me odia"; o en lugar de decir "mi
conciencia me perturba", puede decir "él me molesta"» (5).
«En virtud de su función ministerial el pastor está situa­
do en una posición de conflicto simbólico. En su artículo “El
Ministro y la Congregación: un estudio de la ambivalencia",
Rosenzweig señala que el ministro es una figura de autoridad
paternal representativa de Dios. Como tal, es objeto de la
ambivalencia universal hacia la autoridad del padre. Por un
lado, veneración y respeto; por otro, resentimiento, rebelión
y hostilidad» (6).
5. Calvin S. Hall, op. cit., p. 100.
6. E. Mansell Pattison, Baker*s Dict, of Practiccd TheoL, p. 200
50 JO SÉ M . MARTÍNEZ

El pastor que conozca este mecanismo psicológico de de­


fensa no se sentirá excesivamente inquieto ante las actitudes
poco amigables de algunas de las personas a las que debe
atender. Si lo ignora, fácilmente reaccionará con fuertes sen­
timientos negativos, lo que malogrará sus posibilidades de
comunión y comunicación efectivas.
Por otro lado, el pastor mismo puede igualmente ser su­
jeto de proyección en una acción inconsciente de «contra­
transferencia» producida por sus temores o sus impulsos. No
es raro encontrar ministros del Evangelio que por todas par­
tes ven adversarios, grupos de oposición, maquinaciones para
combatirlo, etc. Otros se sienten cohibidos en la cura de al­
mas al descubrir en sí mismos agresividad, represiones con­
flictivas o tendencias afectivas de carácter dudoso. Sus pro­
pios problemas psíquicos pueden perjudicar su obra de con­
sejeros. En tales casos, es recomendable buscar el asesora-
miento de persona competente, a la par que se presenta a
Dios la dificultad en busca de los recursos sobrehumanos de
la gracia.
También debe el consejero prevenirse contra una identi­
ficación incontrolada. Tiene que «llorar con los que lloran»
y acercarse a ellos con simpatía; ha de penetrar en su situa­
ción y compartirla de modo real. Pero no hasta el punto de
que sus emociones debiliten su capacidad para ser un ayu­
dador idóneo.

Excesiva dependencia
La atención y ayuda que el pastor dispensa a una perso­
na puede llevar a ésta a una dependencia exagerada de aquél.
Si esto sucede, tratará de consultarle aun en las cuestiones
más nimias y no se atreverá a tomar sus propias decisiones
sin contar con su beneplácito. Tal relación no es saludable
y el pastor ha de corregirla, pues forma parte de su misión
guiar a sus hermanos a una madurez que les permita soste­
nerse y avanzar por sí solos, sin el apoyo constante de un
asesor.
CURA DE ALMAS 51

Diálogo con personas de diferente sexo


El ministro cristiano no puede dejar de ser afable y com­
pasivo; pero al mismo tiempo ha de mantenerse en guardia
contra los riesgos inherentes a su propia sexualidad. £e pre­
cisa tino y comedimiento al tratar de ayudar a mujeres afli­
gidas, frustradas o hipersensibles. En cualquier caso, el pas­
tor debe mantenerse por encima de toda intrincación.

Ansiedad por los resultados


Es lógico que al consejero le preocupe el fruto de su
trabajo. Pero no hasta el punto de juzgar el valor de su mi­
nisterio por lo visible y lo inmediato de los efectos. Según
testimonio de especialistas en psicoanálisis, por lo menos el
33 % del número total de pacientes que reciben asistencia
psiquiátrica no experimentan ninguna mejoría. Como hemos
visto, muchos de los problemas espirituales están entrelaza­
dos con trastornos psíquicos. No debe extrañarnos que aque­
llos persistan sin que llegue a alcanzarse nunca una completa
solución.
Cuando esto acontezca, el pastor hallará aliento —y podrá
impartirlo— en la esperanza cristiana que apunta a la glo­
riosa liberación final (Rom. 8:21-25).

CUESTIONARIO
1. ¿Cómo debe interpretarse la frase «el pastor como con­
sejero ha de olvidarse de que es predicador»?
2. ¿Cuáles son, a su juicio, las condiciones más importantes
en que ha de desarrollarse una conversación en la prác­
tica de la cura de almas?
3. ¿En qué debe consistir la fase orientativa de la entrevista?
4. ¿Qué problemas plantea la «proyección» en la relación
consejero-entrevistado ?
5. Refiera un caso en el que usted actuó de consejero y ana­
lice lo que considera sus aciertos y sus errores a la luz de
lo estudiado.
C a p ít u l o X IX

PROBLEMAS DE FE

Con este capítulo iniciamos el estudio de una serie de


problemas que frecuentemente son planteados al pastor en
la cura de almas. No son los únicos importantes. Sin embar­
go, los que vamos a considerar no sólo son de los más co­
munes, sino que constituyen la raíz de muchos otros.
Por su naturaleza intrínsecamente religiosa, empezamos
con los relativos a la fe, los cuales pueden inquietar a cre­
yentes y a no creyentes. Parte de lo que vamos a exponer
puede tener aplicación a estos últimos; pero al tratar la cues­
tión en su conjunto tendremos en mente de modo especial
a la persona creyente.
La fe es de importancia capital no sólo desde el punto de
vista teológico; lo es también en el plano existencial. «Por la
fe estáis firmes», escribió Pablo (II Cor. 1:24). Por la fe,
Pedro anduvo sobre las aguas; y cuando el temor debilitó su
confianza, empezó a hundirse (Mt. 14:28-30). A causa de la
fe, pudo escribirse el monumental capítulo 11 de la carta a
los Hebreos. Por la fe, el cristiano logra su victoria sobre el
mundo (I Jn. 5:4). La fe le impulsa a las mayores empresas,
a las renuncias, al sacrificio gozoso, al tesón perseverante.
Con razón Tolstoi la situaba entre las fuerzas por las cuales
viven los hombres.
Pero aun la fe más robusta suele tener sus horas de crisis.
Según William James, «nada hay más común en las páginas
CURA DE ALMAS 53

de la biografía religiosa que la sucesión alternativa de perío­


dos de fe vigorosa y de fe en dificultades» (1).
Cuando la fe flaquea, sobreviene un debilitamiento espiri­
tual general, lo que expone al creyente a frustraciones, lo in­
capacita para una acción vigorosa y, a la larga, lo coloca al
borde de la apostasía. Urge, pues, ayudar a quien se halla en
tal situación.
Como en todos los casos de cura de almas, el pastor debe
actuar con simpatía y comprensión. El Señor atendió solícito
al clamor de un hombre que se debatía entre la fe y la incre­
dulidad (Me. 9:14-27). Cuando Simón Pedro se hundía en el
lago de Genezaret, antes de aludir a la duda de su discípulo,
Jesús, «extendiendo la mano, asió de él» (Mt. 14:31). Es de
valor decisivo que la persona cuya fe vive horas de conflicto
sienta el calor y la fuerza liberadora de la mano pastoral.
Para facilitar su estudio, clasificaremos los problemas de
fe según las causas que más a menudo los originan.

Problemas intelectuales
Contrariamente a lo que algunos piensan, no siempre una
fe en conflicto es consecuencia de algún pecado. Con fre­
cuencia, la dificultad es originada por la reflexión —más o
menos influenciada por corrientes filosóficas o por la expe­
riencia personal— sobre los grandes temas de la revelación
bíblica. No siempre es fácil asimilar de inmediato y honrada­
mente todo lo que la Escritura nos declara acerca de la na­
turaleza de Dios, de su soberanía, de la Trinidad, de la per­
sona de Cristo, de la caída humana, de la expiación del pe­
cado, de la acción del Espíritu Santo, de la paradoja expe­
rimental en la fe del creyente — simul justus et peccator
(justo y pecador al mismo tiempo), como decía Lutero— de
las glorias y miserias de la Iglesia, de la escatología, etc.

1. William James, Varieties of religious experience, The Fonta­


na Libr., p. 80.
54 JO SÉ M . MARTÍNEZ

La persona que piensa tiene un largo camino que recorrer


antes y después de su conversión a Cristo. Y el camino en
algunos puntos es abrupto, a veces doloroso. En cualquier
caso, la misión del pastor no es reprochar los tropiezos, los
detenimientos e incluso los retrocesos momentáneos de quien
transita por él, sino acompañar, guiar y alentar para que el
caminante llegue a buen fin.
La meta es la «plena certidumbre de fe» (Rom. 8:38, 39;
I Tes. 1:5; Heb. 10:22). Pero aun los creyentes que la al­
canzan no están completamente a cubierto de dudas. Hay
personas cuya estructura mental, esencialmente analítica y
racionalista, mantiene abiertos interrogantes en la periferia
de la más sólida certidumbre. En su caso especialmente,
como alguien ha dicho, la duda acompaña a la fe del mismo
modo que la sombra al cuerpo. Pero las preguntas aún no
contestadas, las dificultades teológicas no plenamente resuel­
tas, no tienen efectos debilitantes en el creyente de fe madu­
ra, quien puede seguir afirmando: «Yo sé a quién he creído
y estoy seguro de que es poderoso para guardar mi depósito
para aquel día» (II Tim. 1:12).
Para ayudar al cristiano de fe vacilante, el pastor debe
exponerle adecuadamente la naturaleza y el fundamento de
la fe. No es ésta un salto irracional, como pensaba Kierke-
gaard. Ni es una actitud pragmática decidida por iniciativa
propia. Es la respuesta del hombre a la Palabra de Dios (Rom.
10:17). Esta Palabra nos interpela y nos llama en un plano
diferente, superior al de la mera convicción racional —cier­
to— o al del mero sentimentalismo. Es la voz del Espíritu
de Dios que habla a nuestro espíritu por encima de toda es­
peculación metafísica. Pero nos habla en Cristo, el Cristo
histórico, ahora glorificado, el Cristo de la Escritura. La Pa­
labra en El encarnada llega a nosotros a través de la revela­
ción bíblica, fuente segura de conocimiento de los hechos
salvíficos de Dios y guía segura para su interpretación. Cristo
sanciona la autoridad de las Escrituras y las Escrituras dan
testimonio de Cristo (Jn. 5:39). Sobre esta trabazón maravi­
llosa se apoya nuestra fe.
CURA DE ALMAS 55

La fe cristiana no puede ser probada mediante demostra­


ciones reservadas exclusivamente al campo de las matemáti­
cas, pero estriba sobre un fundamento de hechos, no de ideas,
suficientemente firme para cualquier persona seria, por exi­
gente que sea intelectualmente. La encarnación, la muerte y
la resurrección de Cristo, al igual que sus enseñanzas, son
atestiguadas por hombres que convivieron con El y que en la
defensa de su testimonio arriesgaron o dieron sus propias
vidas. En cuanto a la fidedignidad de sus escritos, las con­
clusiones de la crítica histórico-literaria son positivamente
decisivas (2). Cuando el cristiano descansa sobre tal funda­
mento, su fe se mantendrá a pesar de todas las dificultades,
aunque deberá renovarse constantemente por la acción vivi­
ficadora de la Palabra.
Un auxilio valioso para quienes dudan sinceramente por
motivos intelectuales puede ser la lectura de libros de apolo­
gética cristiana bien seleccionados. El pastor debiera cono­
cerlos para poder recomendarlos (3).

Problemas morales
No todos los conflictos de fe tienen una causa intelec­
tual. A menudo se deben a cuestiones de índole moral. No
importa que la persona que los vive trate de ocultar la ver­
dadera identidad del problema bajo la apariencia de dificul­
tad doctrinal. Muchas objeciones al Evangelio tienen sus
raíces no en la mente sino en la conducta. Ilustrativa de este
hecho es la experiencia de Félix, el gobernador romano ante
el cual hubo de comparecer Pablo (Hec. 24:24-26).
Como hemos visto en el punto anterior, la fe se nutre de
la Palabra en comunión con Dios. Pero el pecado interrumpe
2. Recomendamos la obra del profesor F. F. Bruce ¿Son fide­
dignos los libros del Nuevo Testamento?
3. En la actualidad son especialmente recomendables obras
como Cristianismo básico, de John R. Stott, las de Francis Schaeffer,
y de C. S. Lewis o Cari F. Henry para quienes pueden leer inglés.
56 JOSE M . MARTÍNEZ

esa comunión y nos empuja a la región de las tinieblas (I Jn.


1:6). Aquí se abre un abismo entre la apariencia y la rea­
lidad; y la fe, inevitablemente, entra en crisis. Como atinada­
mente afirmara Bonhoeffer, «sólo el creyente obedece y sólo
el obediente cree» (4).
Pero cometería un error fatal el pastor que se limitara
únicamente a hacer una exposición de los principios éticos
que deben regir la vida humana. De este modo arrastraría a
la persona moralmente enredada al terreno de la ley, del que
Cristo vino a liberarnos. No basta decir al caído, aunque sea
con acentos transidos de emoción: «¡Debes levantarte!» Eso
se lo ha dicho antes él mismo docenas de veces. Tampoco
tendrá mayor efecto extenderse en discursos sobre las con­
secuencias del pecado; ya las ha previsto —y muy clara­
mente— el que se ha deslizado, sin que ello le diera fuerzas
para reaccionar. Generalmente, la persona envuelta en con­
flictos morales se siente impotente para desprenderse de los
lazos que la atan. Lo único que puede resolver su situación
es que alguien la ayude a deshacer las ligaduras, a encon­
trar el camino de la confesión, del diálogo, de la reparación,
de la aceptación, de un nuevo principio de vida.
Una vez resuelto victoriosamente el conflicto, la fe vol­
verá a brillar y actuar con toda su fuerza dinámica en el
creyente.

Problemas espirituales
No pocos creyentes llegan a momentos de perplejidad,
porque en el curso de su desarrollo hacia la madurez cristia­
na han tenido experiencias que han acabado por desconcer­
tarlos. Tales experiencias, por lo general, se deben a una fal­
ta de visión y equilibrio bíblicos. Son muy variadas, pero las
más corrientes se engloban en lo que podríamos denominar
proceso del optimismo al pesimismo. Citaremos sus causas

4. El precio de la gracia, Edic. Sígueme, p. 46.


CURA DE ALMAS 57

más importantes con algunas consideraciones teológicas que


apuntan a la solución.
Carencia de solidez bíblica
Suele acontecer que la persona convertida a Cristo se ve
al principio inflamada por un fuego de entusiasmo. Ha des­
cubierto todo un mundo nuevo, maravilloso. Pero no siem­
pre se mueve y avanza en ese mundo con correcta orienta­
ción. A menos que desde el primer momento alimente su fe
mediante el estudio sistemático de la Escritura, probable­
mente caerá en la parcialidad; sentirá predilección por unos
textos bíblicos determinados y descuidará muchos otros, lo
que le impedirá contemplar en su conjunto la perspectiva
de la revelación; enfatizará unos puntos doctrinales, quizá
secundarios, y omitirá otros fundamentales. Esto siempre es
peligroso; no sólo porque deja al creyente más expuesto a
ser llevado de acá para allá por todo viento de doctrina (Ef.
4:14), sino porque tarde o temprano le enfrentará con viven­
cias turbadoras para las que carecerá de explicación. Le
falta la luz de la totalidad, armoniosa y equilibrada, de la
Palabra de Dios.
Oraciones ardientes no contestadas, fracasos y humillacio­
nes, pruebas que al creyente se le antojan excesivamente du­
ras, decepciones ante ejemplos poco edificantes de otros cris­
tianos, reaparición de tendencias percaminosas que creía
enterradas para siempre y otras experiencias análogas lo con­
funden gravemente. La superficialidad le ha impedido ahon­
dar en lo que la Biblia enseña sobre la soberanía y la pro­
videncia de Dios, la doble naturaleza del creyente, los
recursos inagotables de la gracia u otros grandes temas rela­
cionados con el proceso experimental de la salvación. Y fá­
cilmente pasa de la euforia a la depresión espiritual con el
consiguiente debilitamiento de su fe.
Predominio de los sentimientos
También es frecuente, sobre todo en personas tempera-
nientalmente predispuestas, que los sentimientos constituyan el
58 JO SÉ M . MARTÍNEZ

elemento preponderante de la fe. Muchos ven el prototipo del


cristiano en quien habla, ora y testifica apasionadamente o
da muestras sensacionales de lo que consideran carismas del
Espíritu.
Los sentimientos son inseparables de nuestra personali­
dad y tienen un lugar importante en nuestra experiencia cris­
tiana. No es bíblica la devaluación de las emociones que se
observa en nuestros días. Pero éstas no deben nunca ocupar
el primer lugar, que sólo corresponde a la Palabra recibida
por fe en sumisión inteligente y voluntaria al Señor.
Se caracterizan los sentimientos por su inestabilidad. La
fe que se apoya en ellos es igualmente inestable y los acom­
paña en todos sus altibajos. Esa fe únicamente medra en am­
bientes de excitación emocional o de estímulos psicológicos,
por lo que languidece gravemente cuando se ve privada de
ellos. La tragedia espiritual es muy difícil de evitar cuando
la espiritualidad depende de una atmósfera o de un tipo de­
terminado de experiencia más que de la comunión personal
con Cristo. Es la tragedia acarreada por una forma sutil de
idolatría demasiado extendida, por desgracia, en algunos
sectores evangélicos. Descubrirla y contribuir a desarraigarla
es otra de las responsabilidades pastorales.
En el caso que nos ocupa, no debiera el consejero espiri­
tual sugerir una renuncia a los sentimientos, sino la necesidad
de someterlos al control de una mente iluminada por la Pa­
labra de Dios.

Perfeccionismo
El cristiano se sabe llamado a ser santo, a crecer en la
gracia, a perfeccionar la santificación en el temor de Dios
(I Ped. 1:15; II Ped. 3:18; Rom. 6:6-14; II Cor. 7:1). Y, por
supuesto, su vida debiera experimentar un constante desa­
rrollo en su transformación a la imagen de Jesucristo (Rom.
8:29; II Cor. 3:18). Pero son muchos los creyentes que tie­
nen ideas erróneas sobre la santificación.
CURA DE ALMAS 59

Algunos viven en la paz de su autoaprobación, producto


de la superficialidad. Con una mentalidad legalista, semejante
a la del joven rico del evangelio, viven tranquilos —demasia­
do tranquilos— porque «cumplen» sus deberes cristianos.
En su conducta no hay pecados escandalosos; mantienen la
costumbre de leer la Biblia y orar diariamente; asisten con
regularidad a los cultos, testifican, etc. Pero no han llegado
a percatarse de la verdadera naturaleza del pecado, profun­
damente enraizado en todo ser humano aun después de la con­
versión, ni de sus manifestaciones sutiles. Tampoco han llega­
do a comprender que la esencia del verdadero cristianismo
no es el mero cumplimiento de unos preceptos, sino la iden­
tificación personal con Cristo en una experiencia de rendi­
ción, de comunión y de servicio inspirado en la gratitud
(II Cor. 5:14, 15; Gál. 2:20; Fil. 3:4-11). Los creyentes de
este tipo fácilmente pueden seguir indefinidamente en su
estado de propia complacencia. Pero si de algún modo sus
ojos son abiertos y descubren su verdadero estado espiritual,
pueden pasar por un momento de abatimiento, de auténtica
crisis. Recuérdese la experiencia de Pedro después de la pes­
ca milagrosa (Luc. 5:8). En momentos así, la orientación pas­
toral puede constituir una bendición inestimable.
Otros creyentes sufren a causa de un problema diametral­
mente opuesto al anterior. Desde el principio de su vida cris­
tiana han tenido ansias profundas de una perfección que al
principio veían gozosos al alcance de la mano, pero que nun­
ca llegan a alcanzar. Dados a la introversión, se examinan a
sí mismos continuamente y se sienten torturados no sólo por
el descubrimiento de nuevas manifestaciones de pecado, sino
por múltiples escrúpulos de conciencia o por ideas obsesivas
de culpabilidad que les roban la paz y la capacidad de ocu­
parse fructíferamente en alguna forma de servicio cristiano.
De nuevo, el optimismo inicial se ha trocado en decepción.
Puede tener esta experiencia causas de tipo neurótico,
pero también puede ser consecuencia de un concepto erróneo
de la santificación o incluso de actitudes en el fondo opuestas
a la voluntad y a la gloria de Dios.
60 JOSE M . MARTINEZ

En la práctica, muchos creyentes confunden inconscien­


temente la santificación con la glorificación. Olvidan que la
primera es un proceso, una carrera cuya meta está más allá
de los límites de nuestra vida en la tierra. Nuestra salvación
en su plenitud, nuestra total liberación, todavía no es objeto
de experiencia sino de esperanza. No sólo «la creación gime
a una y a una está con dolores de parto hasta ahora... tam­
bién nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espí­
ritu, nosotros también gemimos en nuestro interior, esperan­
do la adopción, la redención de nuestro cuerpo» y nuestra
transformación a semejanza de Cristo (Rom. 8:20-25. Comp.
Fil. 3:20, 21; I Jn. 3:12).
Por otro lado, conviene asegurarnos que en nuestros an­
helos de perfección no se oculta paradójicamente un elemen­
to pecaminoso. En nuestra aspiración a ser esmejantes a
nuestro Padre celestial puede haber una actitud inspirada por
la más refinada carnalidad. Podemos desear ser santos, como
Dios es santo, no pensando tanto en la gloria que esto repor­
ta a su nombre como en nuestra propia gloria, en la satis­
facción que suele producimos cualquier clase de encumbra­
miento, incluso el espiritual. Fue precisamente la sugerencia
satánica de «ser como Dios» la que hizo caer a Eva.
En cualquier caso, es importante que el creyente com­
prenda el carácter transitorio e imperfecto de nuestra expe­
riencia cristiana en el mundo. Como bien aconseja Francis
Schaeffer, «antes de que Cristo vuelva, no debemos insistir
en “o la perfección o nada", pues, de hacerlo así, acabare­
mos en "nada"» (5).
El que, según el plan de Dios, la perfección no sea alcan­
zada por sus hijos en este mundo nos es altamente beneficioso.
Sólo una conciencia constante de nuestra pecaminosidad y
de nuestra debilidad nos permiten valorar las riquezas in­
mensas de la gracia de Dios, recurso supremo del cristiano
en todo el proceso de su salvación. En esas riquezas halla el
redimido consuelo y perdón cuando cae y estímulo para se-
5. Op. cit., p. 164.
CURA DE ALMAS 61

guir adelante cuando se ha levantado. Para él la gracia no es


un pasaporte para cruzar a su antojo, libre y alternativa­
mente, la frontera entre el reino de Cristo y el de la potestad
de las tinieblas del que un día salió (Col. 1:13). Es el secreto
dinámico que hace efectiva su salvación en una evolución
maravillosa que, según propósito eterno d e Dios, va de la
elección en Cristo a la glorificación por vía de una providen­
cia sabia y amorosa, de un llamamiento eficaz y de una jus­
tificación perfecta, definitiva (Rom. 8:28-30).
Lo expuesto en este capítulo subraya, una vez más, la
necesidad de que el pastor conozca con la mayor profundidad
posible no sólo la naturaleza humana y sus problemas, sino
también la Palabra de Dios, depósito de respuestas y solu­
ciones que deberán usarse bajo la dirección del Espíritu Santo.

CUESTIONARIO

1. ¿Cómo influye la intensidad de la fe en la vida espiritual


del creyente?
2. ¿Es posible una fe vigorosa con dudas? Concrete la res­
puesta y razónela.
3. ¿Cómo trataría usted a una persona con problemas de
fe de tipo intelectual?
4. Exponga un caso en el que se haya observado el paso de
un creyente «del optimismo al pesimismo». Analícelo e
indique el modo de tratarlo.
Capítulo XX

S E N T IM IE N T O S D E CULPA

Por mas que algunos psicólogos se empeñen en eliminar


la idea de culpa, causa —según ellos— de perturbaciones psí­
quicas, el hecho es que innumerables seres humanos se ven
atormentados por sentimientos de culpabilidad.
Tales sentimientos son prácticamente tan universales como
el miedo, el hambre o el amor (1).
El optimismo y el pesimismo han ido sucediéndose a lo
largo de la historia en la apreciación de la condición moral
del hombre y su responsabilidad. Hoy parece predominar un
sentimiento acusatorio. El doctor Sarano ha titulado nuestra
época «el siglo de la mala conciencia», y Jean Guitton ha
escrito: «Hacia 1880, los resultados de un análisis moral po­
día haberse resumido en el siguiente aforismo: aun los cul­
pables son inocentes. En 1945 sería necesario invertir los
términos: aun los inocentes son culpables... Vivimos en la
era de los jueces» (2).
La amplitud de este problema obliga al pastor a pres­
tarle atención, a examinar sus manifestaciones, descubrir sus
causas y proveer la dirección que ayude a resolverlo.

1. Medard Boss, Lebensangst, Schuldgefühle und psychothera-


peutische Befreiung, 1962, p. 13.
2. La philosophie de la culpabilUé, Psyche, París, abril-mayo,
1948, p. 542.
CURA DE ALMAS 63

Concepto de culpa
El doctor Paul Tournier, en el capítulo VII de su mag­
nífica obra Vraie ou Fausse Culpabilité (Culpa verdadera o
ficticia) (3), hace un resumen de las opiniones de eminentes
psicólogos que exponemos sucintamente a continuación.
Según Freud, los sentimientos de culpa son el resultado
de presiones sociales. Nacen en la mente del niño cuando sus
padres le riñen, y no son otra cosa que el temor a perder el
amor de los padres, los cuales, de pronto, se le han vuelto
hostiles.
Para Adler, el sentimiento de culpa surge cuando el indi­
viduo se niega a aceptar su inferioridad. Para Jung, cuando
se rehúsa la aceptación plena de uno mismo.
Especial mención hace de Odier, quien distingue entre
culpa «funcional» y culpa de «valores». La primera es con­
secuencia de una sugestión social, del temor a tabúes o a
perder el amor de otros. La segunda es la conciencia genuina
de que se ha transgredido una norma auténtica; es el juicio
libre que el hombre hace de sí mismo bajo la acción de una
convicción moral.
Tournier reconoce lo que de válido puede haber en estas
opiniones, pero subraya la cautela con que deben analizarse
los sentimientos de culpa, ya que su naturaleza a menudo
es mixta. Cita a Martin Buber en su petición de que la psico­
terapia reconozca la existencia de la «culpa genuina» en
compañía de la culpa «neurótica» o «irreal». Por otro lado,
a ojos de Buber, la culpa genuina siempre gira en tomo a
alguna violación de relaciones humanas, constituye una rup­
tura en la relación Yo-Tú. Es una culpa relativa a otros.
Consciente de lo incompleto de estos conceptos, se refie­
re Tournier a las escuelas psicológicas de Maeder y Rank,
las cuales han añadido una nueva dimensión: la culpa en
relación con Dios. La referencia a Dios ilumina el problema
3. Existe una versión inglesa de este libro con el título Guilt and
Grace, Hodder and Stoughton, Ltd.
64 JO S É M . MARTÍNEZ

notablemente; partiendo de ella, la «culpa ficticia» es la que


resulta de los juicios y sugerencias de los hombres. «Culpa
verdadera» es la que se produce como resultado del juicio
divino.
Esta apretada recopilación de lo escrito por Paul Tour-
nier nos sitúa ante el concepto bíblico de la culpa, insepara­
ble del de pecado. Existe la culpa cuando el hombre desa­
cata la autoridad de Dios y comete transgresión de cualquiera
de los mandamientos revelados en su Palabra (I Jn. 3:4). La
violación puede afectar al propio trangresor o a sus seme­
jantes, pero en el fondo siempre concierne a Dios (Sal. 51:4).
En cualquiera de estos casos, el sentimiento de culpa tiene
un fundamento tan real como triste y sólo puede eliminarse
a la luz de la obra expiatoria de Jesucristo. Pero antes de
ocupamos de la solución del problema nos detendremos en
algunas otras aclaraciones.

Sentimiento de culpa y conciencia


Es evidente la relación existente entre ambos. El senti­
miento de culpa se produce cuando la conciencia hace oír
su voz condenatoria. Pero la conciencia —en su sentido mo­
ral, no psicológico— no es un juez infalible. No tiene una
existencia objetiva, inalterable, casi personal, como algunos
han llegado a suponer. Es más bien la capacidad que el
hombre tiene para discernir entre el bien y el mal, y tal dis­
cernimiento varía grandemente según la configuración moral
de la sociedad en que vive, de acuerdo con sus usos y cos­
tumbres. Los antiguos espartanos no parecían tener remor­
dimientos de conciencia cuando despeñaban desde el Taigeto
a los niños que nacían deformados o visiblemente débiles.
Tampoco hay evidencias de que los aborígenes de Formosa
tuvieran el menor conflicto moral cuando imponían la «caza
de cabelleras» como prueba de hombría indispensable para
poder contraer matrimonio. Ni parece probable que, por con­
sideraciones éticas, lo6 antropófagos hayan tenido jamás pro­
blemas digestivos después de haber engullido carne humana.
CURA DE ALMAS 65

Sin embargo, los problemas de conciencia se han dado


en todos los pueblos y en todos los tiempos. En toda socie­
dad, independientemente del carácter de su normativa mo­
ral, ha habido acciones que se han tenido por buenas y for­
mas de conducta que se han condenado. Y, a pesar de las
aberraciones a que muchas veces se ha llegado, en el fondo
ha subsistido el principio de justicia como factor determi­
nante de la conducta y, por consiguiente, como tje de la con­
ciencia. Quizá lo más interesante es observar que, como se­
ñala C. S. Lewis, todo ser humano se percata de dos hechos
fundamentales: que debe vivir de acuerdo con unos impera­
tivos morales y que vive por debajo de ellos, pues no llega
a cumplirlos (4). De aquí la universalidad de los sentimien­
tos de culpa, así como del concepto bíblico de condenación
(Rom. 2:14 y ss.).
En el caso del cristiano, la conciencia es iluminada por
la revelación bíblica, lo que la hace por un lado más sensi­
ble y por otro más equilibrada. En realidad, el juez del cris­
tiano no es su conciencia, sino Dios mismo a través de su
Palabra, le d a contravención de sus preceptos —y sólo eso—
es pecado. Cualquier otro motivo de remordimiento interior
es causa de «culpa ficticia».
Aunque parezca sorprendente, hay en nuestras iglesias
creyentes con sentimientos de culpa creados no por la Pala­
bra de Dios, sino por sistemas tradicionales de «moralidad»
o «espiritualidad» de corte humano. Falla el concepto mismo
de moral cristiana, pues no se percibe su verdadera natura­
leza: obediencia a Cristo por la dinámica del amor. En pa­
labras de F. F. Bruce, «en la Biblia, la Teología es gracia y
la Etica gratitud». Pero este principio fundamental se ha per­
dido de vista y la vida cristiana se ha convertido para mu­
chos en un nuevo legalismo. La calidad de la fe no se mues­
tra tanto por la sinceridad y el amor auténtico, sino por la
aceptación de unas formas de expresar la piedad en las que
sobresalen múltiples prohibiciones con resabios Victorianos.
4. Mere Christianity, Fontana Books, p. 19.
66 JOSÉ M . M ARTÍNEZ

No es extraño que muchos, fuera de las iglesias, piensen


como el joven que menciona el doctor Bovet: «La religión
es lo que a un hombre no le está permitido hacer» (5). Nos
atrevemos a asegurar que muchos sentimientos de culpa fic­
ticia desaparecerían si las iglesias llegaran a librarse de todos
los «tabúes» que, sin base bíblica, se han introducido en ellas.

Conciencia hipersensible o neurótica


Aun entre creyentes conocedores de la Biblia, puede dar­
se el sentimiento de culpa debido a una apreciación desorbi­
tada de ciertos hechos que, sin ser realmente pecado, se con­
sideran como tal. «Una conciencia afinada y despierta —es­
cribe Reinhold Ruthe— es buena; una conciencia superafi-
nada es morbosa. El neurótico se agita con una conciencia
hipersensible. No hay nada, por insignificante que sea, que
no se someta a la crítica de la conciencia. Se pone el sello
del pecado sobre cosas que nada tienen que ver con el peca­
do. Se reacciona ante pequeñas faltas u omisiones con duros
autorreproches. El arrepentimiento raya en el propio tor­
mento» (6).
Tal hipersensibilidad moral puede ser un síntoma de ver­
dadera neurosis, en cuyo caso debería tratarse con la debida
orientación psiquiátrica. Puede manifestarse, no obstante, en
personas relativamente normales, pero excesivamente intros­
pectivas, que no cesan de examinarse a sí mismas. Refirién­
dose a ellas, afirma el doctor Martin Lloyd-Jones que «tien­
den a estar siempre analizando lo que hacen y preocupándo­
se por los posibles efectos de sus acciones, olfateando siem­
pre la senda de su conducta, siempre llenas de una pesadum­
bre vana... Es obvio el peligro de que tales personas caigan
en la morbosidad» (7).

5. Citado por P Toumier, Guilt and Grace, p. 119.


6. Seelsorge, Brockhaus, p. 141.
7. Spiritual depression, Eerdmans, p. 17.
CURA DE ALMAS 67

Detrás de esta forma de comportamiento, en la zona del


inconsciente puede ocultarse un impulso refinado de propia
afirmación, de ensalzamiento por encima de los demás. «Cuan­
to más severos son consigo mismos, tanto más juzgarán a
otros; cuanto más pulcros, más críticos hacia sus semejan­
tes» (8).
Sea cual sea la causa de una conciencia hipersensible,
siempre deberá el consejero obrar con tacto y amor en su
tarea de guiar a la persona afectada a una comprensión clara
tanto de sus exageraciones como de las auténticas demandas
de Dios.

P ecado y e n fe rm e d a d

Al usar estos dos términos pisamos terreno resbaladizo.


En opinión de algunos, toda conducta no ajustada a la rec­
titud moral es pecado, y de él es plenamente responsable
quien lo comete. A juicio de otros, el pecado no existe. Cual­
quier desviación moral es de carácter patológico. No hay pe­
cadores; sólo hay enfermos. El comportamiento humano está
determinado de modo absoluto por infinidad de factores con­
dicionantes. Es, pues, absurdo cargar sobre el individuo una
responsabilidad que no corresponde a su verdadera natu­
raleza (9).
Es necesario admitir la complejidad que existe en la con­
ducta de todo ser humano, en la que no caben posturas ab­
solutas de «blanco o negro». No debemos caer en posiciones
extremas, ni en la de un moralismo dogmático ni en la de
un determinismo a ultranza. Hemos de establecer la diferen­
cia entre pecado y enfermedad. «Desde el punto de vista
moral, la diferencia estriba en que el pecado se origina en la
voluntad del hombre, el cual es, por consiguiente, responsa­
ble; mientras que la enfermedad moral brota de fuerzas aje-
8. R. Ruthe, op. cit.f 141.
9. Sobre esta cuestión, véase el cap. XI del libro Técnica peico-
analítica y je religiosa, del doctor Paul Toumier.
68 JO SÉ M . MARTÍNEZ

ñas a la voluntad y sobre las cuales el hombre tiene escaso


dominio, si es que algún dominio tiene... Esta es a grandes
rasgos la diferencia principal. Mas es difícil mantenerla en
todos los casos, porque se pasa del uno a la otra en un claros­
curo, a ambos lados del cual hay zonas limítrofes dispu­
tadas» (10).
Hay conducta inmoral que es resultado de anomalías psí­
quicas. Sirva como ejemplo la reincidencia en el robo por
parte del cleptómano. En otros casos puede ser debida a la
acción de fuerzas alojadas en el inconsciente, originadas en
experiencias vividas en los primeros años de la infancia,
cuando aún no existía sentido de responsabilidad. Fuede tam­
bién suceder que la perversión moral sea consecuencia de un
hábito creado a fuerza de repetir actos degradantes. Tal es
el caso del alcohólico. Cuando ya se ha convertido en víctima
del alcoholismo apenas se le puede hacer responsable de sus
reiteradas caídas en la embriaguez, si bien pudo ser respon­
sable en sus primeros pasos hacia el hábito esclavizante. Lo
mismo puede decirse del drogadicto.
Atención especial merece el caso del convertido al Evan­
gelio con un gran lastre de hábitos pecaminosos. Cabe espe­
rar un cambio profundo obrado por el Espíritu de Dios. La
historia de la Iglesia abunda en ejemplos de transformacio­
nes maravillosas (Agustín de Hipona, Juan Bunyan, e tc j.
Pero también se ha visto en la experiencia de creyentes sin­
ceros que, transcurrido algún tiempo después de su conver­
sión, rebrotaron con fuerza alarmante los impulsos de viejos
hábitos. Pueden producirse recaídas y, aun si éstas no llegan
a consumarse, no por eso es menos inquietante el conflicto
interior. Posiblemente la razón es que, del mismo modo que
algunas enfermedades físicas dejan secuelas crónicas, así hay
experiencias que dejan huella con una influencia que perdu­
ra a lo largo de toda la vida en la tierra. De hecho, con mayor
o menor intensidad, todo creyente vive esa lucha entre la
10. Thomas H. Hughes, La psicología de la predicación y la
obra pastoral, La Aurora, p. 178.
CURA DE ALMAS 69

carne —que sobrevive en él— y el Espíritu, pues la tiranía


del pecado no se manifiesta únicamente en los extravíos de
tipo sensual, sino también en el dominio que sobre nosotros
pueden tener pecados como el orgullo, la envidia o el resen»
timiento.
Por supuesto, no todos los pecados tienen los mismos fac­
tores atenuantes. Muchos se cometen deliberadamente, con
buenas posibilidades de evitarlos. Aun en este terreno de lo
que podríamos denominar pecados voluntarios, debe tenerse
en cuenta lo que de condicionante hay en la vida de una
persona. Pero, por otro lado, nunca debe anularse su respon­
sabilidad moral, lo que acabaría con toda posibilidad de re­
solver sus problemas. Sólo los enajenados mentales son total­
mente irresponsables. Como sugiere T. H. Hughes, «a veces
será necesario hablar claro y mantener en alto las grandes
realidades morales, sin condenar, pero sin condonar o excu­
sar el pecado» (11).

Reacciones inadecuadas producidas por el sentimiento


de culpa
Destaquemos las más frecuentes:

Autodefensa
Hay una tendencia innata en el ser humano a rehuir la
culpa, ya que ésta significa deterioro del prestigio. Cualquier
acusación, exterior o interior, provoca un impulso de auto-
justificación. Puede parecer contradictorio que en la misma
persona coexistan el sentimiento de culpa y el empeño o en
negar la culpa, pero esto es lo que sucede a menudo.
Uno de los mecanismos de autodefensa más comunes es
la racionalización, mediante la cual una persona trata de
convencerse a sí misma de que lo que hizo era lo justo y lo
correcto. El que roba puede alegar como justificante su ne-
11. O p . c i t ., p . 182.
70 JO SÉ M . MARTÍNEZ

cesidad en contraste con la suntuosidad y el derroche por


parte de su víctima. Esta «lógica privada», como la denomi­
na Adler, trata de imponerse a fin de salvaguardar el senti­
miento de propia dignidad, indispensable para no hundirse
uno ante sí mismo y ante los demás. Pero, por supuesto, esta
reacción es un autoengaño que raras veces prospera, por lo
que el sentimiento de culpa subsiste.
Otro mecanismo de autodefensa es el de la inculpación,
por el que se descarga la culpa sobre otras personas o sobre
determinadas circunstancias. Esta reacción es tan antigua
como el hombre. Adán atribuyó la responsabilidad de su
caída a la mujer que Dios le había dado, y Eva, a la serpien­
te que la había tentado. Pero la inculpación es tan inefectiva
como la racionalización cuando se trata de eliminar un sen­
timiento de culpa propia. Adán y Eva corrieron a esconderse
cuando, después de su pecado, se apercibieron de la presen­
cia de Dios, cosa que no habrían hecho si de veras hubiesen
estado convencidos de su inocencia.

Agresividad

Es una forma activa de autodefensa. En la inmensa ma­


yoría de los casos, la agresividad tiene su raíz en experien­
cias de frustración. La culpa surge de una frustración moral,
de un fracaso humillante en el comportamiento ético, y cuan­
do otros métodos para tranquilizar la conciencia resultan
inoperantes, se produce una reacción de ira contra los de­
más, especialmente contra aquellos que parecen moralmente
superiores.
Esta fue la reacción de Caín. Y la de muchas otras per­
sonas, incluidos algunos creyentes, que no han entendido en
la práctica el tratamiento bíblico del pecado. Muchas de las
tensiones existentes en las relaciones humanas, aun dentro
de la esfera eclesial, se deben a la hostilidad causada por
sentimientos de culpa no resueltos.
CURA DE ALMAS 71

Autocondena
Esta reacción puede obedecer a la convicción ineludible
de haber obrado injustamente. El sentimiento de culpa en
este caso va acompañado de vergüenza, de menosprecio y
severo reproche hacia uno mismo, a la par que busca medios
de autoexpiación. Quien se cree culpable no se siente satis­
fecho hasta que de algún modo cree haber «pagado» el mal
que ha cometido. Esto explica el arraigo de formas diversas
de sufrimiento o sacrificio en casi todas las religiones desde
tiempos remotos. Aun la persona irreligiosa, consciente o in­
conscientemente, siente la necesidad de alguna forma de pa­
decimiento como retribución a sus delitos. Dostoievski ha
expuesto este hecho en algunas de sus obras con un drama­
tismo estremecedor (12).
A tal punto llega a veces este sentimiento de necesidad
de autoexpiación que origina trastornos dolorosos de la más
diversa índole. «Numerosas enfermedades, tanto físicas como
nerviosas, incluso accidentes, o frustraciones en la vida so­
cial o profesional, se revelan a través del psicoanálisis como
intentos inconscientes de expiación de la culpa. Es una for­
ma de castigo que el paciente se inflige a sí mismo y que
continúa repitiéndose indefinidamente con una especie de
fatalidad inexorable» (13).
Pero puede acontecer también que la autocondena no
sea sino una forma sutil de autodefensa. Existe un recono­
cimiento de culpa que es la corrupción del arrepentimiento.
La persona que se declara culpable y muestra dolor por la
falta cometida despierta, por lo general, una honda simpatía
en los demás. «Para hacerse amar, puede una persona coque­
tear con sus pecados; inconscientemente, por supuesto. Se
humilla para ser ensalzada; se muestra dócil, se acusa a sí
misma y da la impresión de que empieza una nueva vida.
Pero lo que en el fondo ha entrado en juego es un autoen-
12. Las experiencias de Raskólnikov en Crimen y castigo o de
Mitia en Los hermanos Karamazov, por ejemplo.
13. P. Toumier, Guilt and Gracep p. 175.
72 JO SÉ M . MARTÍNEZ

gaño asombroso... La escenificación dramática de los senti­


mientos de culpa tranquiliza la conciencia» (14). El conse­
jero debe estar prevenido contra este ardid. Aceptarlo sería
dejar sin solución real el problema que nos ocupa.

Compensación

El culpable —o quien cree serlo— no ve modo satisfac­


torio de justificar sus faltas o imputar su responsabilidad a
otros. Tampoco se deja arrastrar por su intranquilidad inte­
rior a acciones agresivas, lo que aumentaría su carga de cul­
pa o de autocastigo. Simplemente trata de compensar el mal
hecho con obras nobles. Sólo Dios sabe cuántas iniciativas
filantrópicas no ocultan este sentimiento. No deja de ser un
recurso imaginativo de la mente que contempla a Dios po­
niendo en un platillo de la balanza de su justicia los peca­
dos de los hombres y en el otro sus obras meritorias. Todo
es cuestión de que éste pese más que aquél.
El pastor sabe bien cuán absurda es esta idea desde el
punto de vista teológico, pero debe contar con que son mu­
chos los que inconscientemente se aferran a ella.

£1 único remedio
Lo primero que el consejero ha de hacer es descubrir sí
los sentimientos de culpa son auténticos o ficticios. En este
último caso, ayudará con paciencia a la persona consultante
a comprender lo infundado de su ansiedad. Lo mismo hará
cuando claramente se vea que en vez de pecado hay enfer­
medad. Pero cuando se encuentre con casos de verdadera
culpa, orientará conforme a las enseñanzas bíblicas relativas
al pecado y la redención.
He aquí los puntos básicos de tal orientación:

14. R. Ruthe, op. cit., p. 149.


CURA DE ALMAS 73

Reconocimiento del pecado


Sin menguar un ápice la simpatía hacia el paciente espi­
ritual, sin regatear esfuerzos en el reconocimiento de posibles
condicionamientos, el pastor ha de guiar la conversación de
modo que el pecado aparezca con toda su fealdad. Jamás
puede decir «blanco» o «gris» si Dios ha dicho «negro». La
rectitud moral no es un capricho de Dios; es un imrerativo.
Es el único camino para alcanzar la plena realización huma­
na. Darse al pecado es deshumanizarse. Y hundirse, lejos de
Dios, en una existencia trágica. El mayor daño que se puede
hacer a una persona es decirle: «¡Paz, paz!» cuando no hay
paz (Jer. 6:14), cuando le sobran motivos para no tenerla.
Ninguna enfermedad seria se cura tratando de aminorar su
gravedad. Cada uno debe reconocer su responsabilidad moral.
Pero conviene, al mismo tiempo, hacer notar la universa­
lidad de la culpa (Rom. 3:9-23; I Jn. 1:8, 10). Cualesquiera
que sean las acotaciones críticas que se hagan al texto de
Juan 8:1-11, el episodio que en él se relata refleja impresio­
nantemente la culpabilidad de todos los seres humanos. Aun
los santos deben recordar constantemente qüe sen compañe­
ros en la gracia porque habían sido —y en cierto modo si­
guen siendo— compañeros en el pecado.

Confianza en las promesas divinas de perdón


Abundan en toda la Escritura. Para citar sólo algunas, re­
cordemos textos tan preciosos como Is. 1:18; 55:7; Jer.
31:34; Ez. 33:11; Luc. 1:77; Mt. 9:2-6; Hec. 10:43; I Jn.
1:9.
El perdón otorgado por Jesús a la mujer adúltera y su
constante acercamiento a pecadores de todas clases son ex­
presión del amor perdonador de Dios.
En el perdón divino, a la misericordia se une la justicia.
Ese perdón se basa en la obra expiatoria de Cristo (Rom.
3:24-26; 1 Jn. 1:7; 2:1,2), la cual excluye totalmente cual­
quier intento de autoexpiación. La sangre de Cristo purifica
74 JO SÉ M . MARTÍNEZ

realmente la conciencia (Heb. 9:14), de modo que el cre­


yente pueda verse completamente liberado de todo remordi­
miento. La más monumental exposición que de la gracia de
Dios se conoce la hallamos en los primeros ocho capítulos
de la carta a los Romanos. Empieza con las más negras tene­
brosidades del pecado que hace de todos los hombres reos
ante Dios, pero concluye con un cántico de salvación glorio­
sa. Es el canto inspirado por el triunfo de un Dios decidido
a redimir al hombre de la culpa y de la tiranía del pecado y
acabar con cualquier forma de condenación, todo ello en vir­
tud de la obra del gran Mediador: Jesucristo. «¿Quién acu­
sará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién
condenará? Cristo es el que murió; más aún, el que también
resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que tam­
bién intercede por nosotros.» (Rom. 8:33, 34.)
La persona que comprende el alcance de estos hechos y
los acepta mediante la fe, a menos que padezca de neurosis
obsesiva, se sentirá liberada. No tendrá necesidad de racio­
nalizar su culpa, ni de proyectarla sobre otros, ni de obsti­
narse en expiarla de algún modo, ni de compensarla. La re­
conoce objetivamente; acepta su responsabilidad. Pero sabe
que la gracia de Dios excede a todo pecado. Y descansa. Go­
zoso, hace suya la exclamación paradójica de Agustín de Hi-
pona: ¡Félix culpa! Con los más grandes santos de la Iglesia,
«se siente pesimista respecto a sí mismo, pero optimista en
cuanto a Dios» (15).

Confesión
Según la enseñanza bíblica, debe hacerse directamente a
Dios, como la hizo David después de su doble pecado (Sal.
32:5), pues sólo Dios puede borrar la culpa.
Sin embargo, es también recomendable la confesión al
hermano (Sant. 5:16). La versión española de Reina-Valera
correspondiente a este versículo puede hacer pensar que se

15. P. Toumier, op. cit., p. 160.


CURA DE ALMAS 75

refiere a ofensas personales; pero el término original, parap-


tómata, tiene un significado más amplio. Literalmente expresa
la idea de caída (ptoma) al lado de (para), cerca de algo o de
alguien. Los mejores lingüistas ven en esta palabra un sinó­
nimo de hamartía, el vocablo que generalmente se usa en el
Nuevo Testamento para referirse al pecado. Por eso es pre­
ferible la versión de la Biblia de Jerusalén: «Confesaos mu­
tuamente vuestros pecados.»
Esta práctica nada tiene que ver con la confesión auricu­
lar católica, en la que el sacerdote se arroga —aunque sea
por delegación— la facultad de perdonar pecados. El per­
dón, ciertamente, es prerrogativa divina. Y es suficiente la
confesión hecha a Dios a solas. Sin embargo, hay en la confe­
sión a otra persona una virtud terapéutica indiscutible. En no
pocos casos, produce una sensación más real de descarga, de
liberación. Psicológicamente es una gran ayuda para que se
llegue a sentir la realidad del perdón. En esta cuestión, fre­
cuentemente no basta saber; conviene también sentir. No ol­
videmos que lo más torturante de la culpa es precisamente
el sentimiento que produce.
Por supuesto, no todas las personas están capacitadas para
escuchar una confesión. Les falta madurez y discreción. Pero
si el que confiesa su pecado a Dios encuentra asimismo al­
guien que pueda escucharle con amor y sabiduría, hará bien
en abrirle su corazón, referirle la experiencia de su caída y
después escuchar, de labios del consejero, la absolución que
con toda autoridad brota de la Palabra de Dios. El beneficio
de tal confesión a menudo excede a lo imaginable.
Lógicamente, este tipo de confesión no sólo es aconseja­
ble, sino que se impone cuando el pecado se ha cometido con­
tra una persona determinada. En tal caso, es a ésta a quien
debe también darse cuenta del desliz y a quien se debe pedir
perdón.
Reparación de la falta cuando sea posible
Sólo así se muestra la autenticidad del arrepentimiento.
Este no consiste en un mero sentimiento de pesar por el mal
76 JO SÉ M . MARTÍNEZ

cometido. Lo que se puede corregir debe ser corregido. Si


hay algo que devolver, se devuelve. Así obró Zaqueo. Si hay
algo que romper, se rompe. Si, por el contrario, hay algo que
recomponer, se recompone. Si queda alguna herida por curar,
hay que aplicarse a curarla.
Unicamente de este modo puede tener lugar un nuevo co­
mienzo, esencia de todo arrepentimiento genuino y consecuen­
cia de toda confesión sincera.

Renuncia al pecado
El mismo que dijo a la adúltera: «Ni yo te condeno», aña­
dió: «Vete y no peques más» (Jn. 8:11). El que con Cristo
ha muerto al pecado, no puede seguir viviendo habitualmen­
te en él (Rom. 6:2-4).
La actitud de repudio del pecado por parte del creyente
no equivale a imposibilidad de nuevos lapsos. Esto debe recor­
darlo el consejero a quien ha experimentado la acción libera­
dora de Cristo. Puede haber recaídas que exigirán nuevo arre­
pentimiento, nueva confesión, nuevo principio por la fe en
el Mediador eterno (I Jn. 2:1,2). Pero si prevalece la con­
fianza en la gracia de Dios, ya no habrá lugar para prolonga­
dos sentimientos torturadores engendrados por remordimien­
tos de conciencia. La vida cristiana todavía no será perfecta,
pero será una vida sana y apacible.
CURA DE ALMAS 77

v CUESTIONARIO

1. ¿Qué diferencia existe entre la culpa verdadera y la fic­


ticia.
2. Explique por qué la conciencia no siempre es guía infa­
lible en lo que se refiere a normas de conducta.
3. ¿Cuáles son las características de una conciencia neuró­
tica?
4. El hombre ¿es moralmente libre o es, por el contrario, es­
clavo de un determinismo absoluto? ¿Hasta qué punto?
5. Exponga un caso práctico de reacciones inadecuadas pro­
ducidas en una persona por el sentimiento de culpa.
6. Según la enseñanza bíblica, ¿cuál es el tratamiento ade­
cuado para liberar a una persona de sus sentimientos de
culpa verdadera?
C a p ít u l o X X I

EXPERIENCIAS DE TRIBULACION

El sufrimiento es común a todos los seres humanos. Mien­


tras no se consume la obra redentora de Dios, «la creación
entera gime» (Rom. 8:19-23). Padecimientos físicos y mora­
les ensombrecen con frecuencia la vida de las personas entre
las cuales vive el ministro del Evangelio, lo que exige de él
una labor consolante. Quizá nunca podremos explicar satis­
factoriamente el misterio del sufrimiento, pero siempre podre­
mos acercamos a los que lloran para llorar con ellos y ani­
marlos.
El texto más clásico sobre esta faceta del ministerio es
11 Cor. 1:3-7. Aquí Pablo y sus colegas aparecen como pro­
tagonistas en un doble sentido: como beneficiarios del con­
suelo divino en sus propias tribulaciones y como instrumentos
para confortar a otros atribulados. El verbo, parakaleo, lite­
ralmente significa «llamar para estar al lado» de alguien;
pero la idea predominante es la de consolar, animar, forta­
lecer. El nombre, parakletos, se aplica al Espíritu Santo (Jn.
14:16, 17, 26; 15:26; 16:7). El ministro viene a ser, pues,
un colaborador del Espíritu de Dios. Como tal, se sitúa junto
al afligido para impartirle la ayuda que necesita. Su acción,
por consiguiente, será tanto más eficaz cuanto más lleno esté
del Espíritu.
Por otro lado, teniendo en cuenta que el Espíritu Santo
realiza su obra por medio de la Palabra de Dios, es necesa-
CURA DE ALMAS 79

rio que el consolador humano use adecuadamente esa misma


Palabra. Es esencial que conozca lo que ella enseña sobre el
dolor.

El sufrimiento a la luz de la Escritura

La revelación divina no aclara todos los enigmas relati­


vos a la existencia del mal. Pero nos muestra las diversas fa­
cetas del sufrimiento. Evidentemente éste es considerado como
una intrusión en el orden original de la creación. Constituye
una de las consecuencias del pecado (Gén. 3:16-19). Muchas
veces es el resultado natural de una mala conducta, la cosecha
del pecado (Os. 8:7; Gál. 6:8). Otras, la acción disciplinaria
de Dios, quien paternalmente trata de corregir a su pueblo
(Prov. 3:12; Heb. 12:5-11). En algunos casos, tiene carácter
de prueba destinada al fortalecimiento de la fe y a la madura­
ción del carácter cristiano (I Ped. 1:5-7; Rom. 5:3-5). Ningún
seguidor de Cristo habría de sorprenderse del embate de tri­
bulaciones en su vida (Jn. 16:33; I Ped. 4:12), más bien de­
biera gozarse. Aun las mayores adversidades están bajo el
control de Dios (Job. 1:12; 2:6; Am. 3:6; I Cor. 10:13) y
todo es dirigido para nuestro eterno enriquecimiento moral
conforme al propósito divino (Rom. 8:18, 28; II Cor. 4:17;
Sant. 1:12).
Pero lo más impresionante del testimonio bíblico es que
Dios mismo ha penetrado en la esfera del sufrimiento (Is.
63:9). Lo hizo objetivamente en la persona de su Hijo encar­
nado, el Siervo doliente en su humillación hasta la muerte
de cruz (Is. 53:3-12; Fil. 2:7, 8). De modo maravilloso, me­
diante su propia experiencia de aflicción inigualable, dignificó
el sufrimiento. Ahora, para sus seguidores, es un grandísimo
honor beber de su copa (Mt. 20:23) y participar de algún
modo de sus padecimientos (Rom. 8:17; Fil. 3:10; Col. 1:24).
Estos datos bíblicos, debidamente aplicados al atribulado,
pueden convertirse en el más suave de los bálsamos y en luz
que disipe muchas tinieblas.
80 JO SÉ M . MARTÍNEZ

Son múltiples la6 causas de sufrimiento: pérdidas sensi­


bles, decepciones amargas, fracasos, problemas profesionales,
heridas sentimentales, etc. Ante la imposibilidad de examinar
por separado cada una de ellas, nos limitaremos a tres de las
más frecuentes:

Temores y ansiedades
T. H. Hughes cita al eminente psiquiatra Ernest Jones,
quien en una carta le exponía la opinión de que no hay en el
mundo «necesidad mayor que la liberación de la tiranía del
temor» (1).
El temor normal es un elemento saludable. Nos estimula
para reaccionar frente a los peligros que nos acechan constan­
temente e incluso para prevenirlos. Es un factor creativo que
nos mueve a pensar, trabajar y luchar con objeto de lograr
situaciones en las que nos sintamos más o menos seguros.
Pero fácilmente puede adquirir el temor proporciones desme­
suradas y entonces se convierte en ansiedad, a veces en terror.
Este mal se ha acentuado enormemente en los últimos
tiempos. Los problemas económicos se hacen cada día más
complejos y difíciles. La inflación, las crisis, el aumento de
necesidades creadas por la vida moderna, las dificultades re­
lativas a la vivienda, educación de los hijos, salubridad, etc.,
constituyen una preocupación obsesionante para infinidad de
familias. Si a todo ello añadimos los temores conocidos en to­
das las épocas — temor a la soledad, a dejar de ser amados,
a la deslealtad, a la desgracia imprevista, a la enfermedad, a
la muerte— comprenderemos cuán fácilmente puede caerse
en la ansiedad.
Los efectos del temor desproporcionado siempre son de­
plorables. La ansiedad o produce amilanamiento o genera
agresividad. En todos los casos turba la paz espiritual. En al-

1. Op. cit., p. 195.


CURA DE ALMAS 81

gunos, puede ser causa de serios trastornos psíquicos: depre­


sión, ideas obsesivas, fobias u otras formas de psicosis (2).
¿Cómo puede ayudar el pastor a la persona dominada
por la angustia del temor? Cuando la ansiedad no es de tipo
patológico, las promesas de la Palabra de Dios son de eficacia
incomparable. Puede el ministro hacer reflexiones sobre lo
infundado de muchos temores; puede recordar a la persona
acongojada que el noventa por ciento de nuestros sufrimien­
tos se deben al temor de desgracias que nunca llegan a acon­
tecer. Pero el remedio más activo no radica en la lógica hu­
mana, sino en la fidelidad de nuestro Padre amoroso. Textos
como Mat. 6:25-34; Rom. 8:28, 32; Fil. 4:6, 7, 19, han de­
vuelto la confianza y la paz a millones de personas. La expe­
riencia del creyente en el pasado le hace exclamar: «Hasta
aquí me ayudó el Señor» (1 Sam. 7:12). Ha podido ver el
«oportuno socorro» (Heb. 4:16) aun en los momentos más
difíciles. Y esa experiencia robustece su esperanza en cuanto
al futuro: «Nada me faltará» (Sal. 23:1). Lo importante, pues,
es que alguien le recuerde atinadamente lo que Dios dice
y hace en favor de su pueblo.

Enfermedad
Casi a diario se enfrenta el pastor con ese tipo de tribula­
ción. Ante ella debe actuar con tanta presteza como simpa­
tía, sobre todo cuando la enfermedad es de cierta importan­
cia. El enfermo suele tener sentimientos de soledad e impo­
tencia; fácilmente cae en la ansiedad ante posibles conse­
cuencias irreparables de su dolencia. En tal estado, la visita
pastoral puede ser para él una bendición inestimable.
Tal visita debiera contribuir a crear en tomo al paciente
una atmósfera de santo optimismo. Por supuesto, el pastor no
ha de caer en extravagancias humorísticas impropias de la
2. Recomendamos la lectura del capítulo XI de la obra La
salud de la personalidad, por Leslie D. Weatherhead, Edit. «La Au­
rora».
82 JO S É M . MARTÍNEZ

situación, pero tampoco debe aparecer como si estuviese an­


ticipando un funeral. Un rostro, una actitud y una conversa­
ción que irradian serenidad y confianza ejercen una influencia
saludable sobre el enfermo.
No es posible dar normas para lograr efectos positivos en
las visitas a enfermos, pero hemos de destacar tres puntos que
comúnmente son de gran importancia:

1) La necesidad de desvanecer errores


Algunos enfermos se atormentan pensando que su dolen­
cia es debida a algún pecado, lo que en muchísimos casos
puede no ser verdad.
Es cierto, como han podido comprobar los especialistas
en medicina psicosomática, que el estado espiritual influye
poderosamente en el organismo físico. Ulceras de estómago,
disfunciones gastrointestinales, vértigos, algunas formas diver­
sas de parálisis y de trastornos cardíacos o respiratorios pue­
den tener causas psíquicas o morales, tales como la frustra­
ción, el miedo, la ansiedad, un resentimiento intenso, fuertes
sentimientos de culpa, etc. Pero sería ir demasiado lejos afir­
mar que toda enfermedad es consecuencia de algún pecado.
Esta era la teoría errónea de los amigos de Job que Dios mis­
mo refutó. Como hemos apuntado al referimos al sufrimien­
to en general, Dios puede tener propósitos muy positivos al
permitir el quebrantamiento de nuestra salud o de nuestra
integridad física.
Otro pensamiento que ha turbado a más de un cristiano
es que su dolencia se debe a su escasa fe. Una confianza ple­
na en el poder de Dios —se piensa— obraría indefectible­
mente la curación. A veces esta inquietud se ha hecho colec­
tiva. Creyentes en mayor o menor número se han reunido
para orar por el hermano doliente compartiendo la convic­
ción de que, bajo la acción de una fe suficientemente robus­
ta, el milagro se operará con toda seguridad. La experiencia
de la decepción vivida cuando tal tipo de oración queda sin
respuesta ha creado más de un serio problema espiritual. Pero
CURA DE ALMAS 83

¿tenemos base bíblica suficientemente sólida para abrigar una


certidumbre absoluta respecto a la curación en todos los ca­
sos? Hemos de admitir que, del mismo modo que la ansiedad,
el odio o el sentimiento de culpa influyen desfavorablemente
en la salud física, así la confianza plena en Dios facilita la
curación de una enfermedad. Pero no hasta el punto de que
siempre haya de ser un factor decisivo. Dios puede obrar —y
obra— maravillas de sanidad; pero su soberanía está por en­
cima de nuestra fe.
Es muy importante que el enfermo tenga tranquilidad de
espíritu. A ello contribuirá el que alguien le ayude a disipar
todo error respecto a causas espirituales de su dolencia. Un
ejemplo que aclara lo que llevamos dicho al respecto nos lo
ofrece Timoteo. No hay ni una sola indicación en el Nuevo
Testamento que nos lleve a atribuir sus «frecuentes enferme­
dades» (I Tim. 5:23) a pecados especiales en su conducta o
a falta de fe.

2) La necesidad de fomentar la sumisión


Dios es nuestro Padre amante. El sabe todas las cosas.
Todo lo puede. Su providencia es eminentemente benéfica
(Rom. 8:28). Aun los cabellos de nuestra cabeza están todos
contados (Mt. 10:30) y ni uno sólo cae al suelo sin su consen­
timiento. Pero no siempre entra en sus planes obrar liberacio­
nes espectaculares. Muchas veces es propósito suyo mantener­
nos en estados de debilidad, de aparente derrota, que pueden
acabar con la misma muerte. Pero siempre se manifiesta la glo­
ria de su peder. En unos casos, a través de la restauración; en
otros, dando fuerzas para sufrir o morir. A esa acción sobe­
rana de Dios, la fe debe responder con actitud de sumisión.
Lo que Dios haga siempre será lo mejor para cada uno de sus
hijos. La fe tiene dos vertientes (recuérdese Heb. 11:29-35a
en contraste con ll:35b-38): una bañada en luz; la otra en­
vuelta en sombras; pero ambas son igualmente gloriosas.
El enfermo que entienda esta gran verdad bíblica y se la
apropie descansará interiormente. No insistirá excesivamente
84 JOSE M . MARTÍNEZ

en sus peticiones de curación. Más bien orará diciendo, como


su Salvador: «¡Hágase, Padre, tu voluntad!»

3) La oportunidad de reflexionar sobre la vida


Cuando la enfermedad postra en el lecho a una persona,
ésta suele ocuparse en multitud de reflexiones. Está en condi­
ciones óptimas para darse cuenta de sus limitaciones, de su
debilidad, de la facilidad con que puede ser arrancado de su
trabajo habitual, de su círculo de amistades, de sus diversio­
nes, de su hogar. Puede comprender que sobre las mayores
aspiraciones pende siempre una espada de Damocles. Más o
menos intensamente asoma la idea de la muerte. Ahora todo
ap arece en una nueva perspectiva. De mudo inevitable surge
en la mente de muchos pacientes una serie de interrogantes:
¿Han valido la pena todos los esfuerzos encaminados a alcan­
zar metas temporales? ¿Ha sido correcto el orden de priori­
dades establecido en la vida? ¿No han sido pura mezquindad
de espíritu las ambiciones, las envidias, los resentimientos?
¿No ha sido una gran pérdida la poca importancia otorgada
a los valores espirituales?
El pastor, sin caer nunca en el juicio condenatorio, hará
bien en guiar al enfermo a través de estas reflexiones para que,
si Dios lo sana, dé una nueva orientación a su vida más en
consonancia con el propósito de su Señor.

Observaciones generales sobre visitas a enfermos


La duración de las mismas debe determinarse según el es­
tado del paciente. Nunca debe ser larga. La persona enferma
no está, por lo general, en condiciones de sostener una con­
versación prolongada. El esfuerzo físico y mental la perjudi­
ca. Sólo a medida que vaya recuperándose, podrán los diálo­
gos ser más extensos y profundos. En los casos graves, la vi­
sita debe limitarse a unos breves minutos. Si el pastor per­
manece más tiempo, debería hacerlo con los familiares, reti­
rado a cierta distancia del enfermo, a ser posible en otra ha­
CURA DE ALMAS 85

bitación. No debe olvidarse que la familia del paciente nece­


sita generalmente casi tanta atención pastoral como el pacien­
te mismo.
Salvo excepciones, que apenas llegan a darse, la lectura o
recitación de textos adecuados de la Escritura y la oración no
deben omitirse al visitar a un creyente. En la visita a personas
inconversas, deberá actuarse según las circunstancias acon­
sejen. Que el pastor ore estrechando entre sus manos la del
enfermo puede tener efectos altamente confortantes; sin em­
bargo, no aconsejaríamos esta práctica para todos los casos.
La intuición, la sensibilidad y la discreción guiarán al pastor
en esta cuestión como en tantas otras.
Mención especial merece el dilema planteado por enfer­
medades incurables. ¿Debe darse a conocer al paciente su
verdadera situación? La mayoría de médicos y familiares se
resisten a ello por los serios efectos contraproducentes que
puede tener en el enfermo. Probablemente más de una vez la
prudencia del silencio es recomendable. Pero también son mu­
chos los casos en que un enfrentamiento con la realidad por
parte del paciente es aconsejable. Huelga decir que el anuncio
fatal debe ser hecho con una gran dosis de sabiduría y con
todo el apoyo espiritual de la Palabra de Dios.
Muchos enfermos desahuciados han preferido no ser en­
gañados y no sólo se han sobrepuesto al golpe inevitable, sino
que su conocimiento de la realidad les ha permitido tomar de­
cisiones finales sobre cuestiones de gran trascendencia que, de
otro modo, habrían significado grandes problemas para los
supervivientes, especialmente para sus familiares. Ocultar a
todo enfermo lo clínicamente inevitable es, en cierto modo,
atentar contra la gracia de Dios que tantas maravillas ha obra­
do en lechos de moribundos. Infinidad de testimonios inspi­
radores no se habrían escrito jamás si todos los creyentes hu­
biesen muerto sin saber que se morían. Sin un conocimiento
de la realidad, probablemente muchas personas convertidas en
86 JO S É M . MARTÍNEZ

los últimos días de su vida habrían muerto impenitentes (3).


Se trata, pues, de un problema con implicaciones pastorales
muy serias, por lo que el ministro deberá buscar la dirección
de Dios para obrar como más convenga.
Otro caso delicado es el de enfermedades infecciosas.
¿Debe o no debe el pastor visitar a las personas que las pade­
cen? Su responsabilidad se extiende no sólo a los enfermos,
sino también a los sanos, a quienes podría contagiar. Creemos
que en este caso su deber es doble. No puede excusarse de
visitar al enfermo, pero ha de tomar todas las medidas pro­
filácticas señaladas por los médicos.

iMuerte
El fallecimiento de una persona es uno de los aconteci­
mientos que demandan la presencia del ministro cristiano
cuando el difunto o alguno de sus deudos se incluyen en el
círculo de su ministerio. Su influencia en tal ocasión puede
dejar una huella de simpatía imborrable. Lo hondo de tal
huella depende de la comprensión que el pastor tenga del he­
cho en sí de la muerte y del amor con que se acerque a los
que lloran la partida del ser querido.
En pocos casos se acepta la muerte del familiar amado
como una liberación casi deseada. Esto puede suceder en ca­
sos extremos de enfermos ancianos, incurables, que sufren y
hacen sufrir a quienes les rodean. Pero normalmente la muer­
te cae sobre las familias como un zarpazo atroz, desgarrador.
Existe en algunos cristianos cierta tendencia a minimizar
el horror a la muerte. Llevan más allá de lo humano y lo cris­
tiano la diferencia que ante tal suceso debe haber entre cre­
yentes y no creyentes. Creen que la esperanza cristiana de­
biera capacitar a todo hijo de Dios para reaccionar ante el
fallecimiento del padre, la madre, el hijo, el hermano, como

3. Este hecho indiscutible no excluye lo dudoso de muchas con­


versiones a última hora.
CURA DE ALMAS 87

lo haría ante la ausencia temporal del mismo ser con motivo


de un viaje. Olvidan, al parecer, que es en la Biblia donde
se nos presenta a la muerte como «la reina de los terrores»
(Job 18:14), que Jesús se conmovió profundamente y lloró
ante la tumba de Lázaro y que los cristianos de Jerusalén hi­
cieron «gran lamentación» con motivo de la lapidación de
Esteban (Hec. 8:2).
Muy acertadamente escribe Vemon Grounds acerca de la
muerte: «Es una pérdida irreparable (al menos desde la
perspectiva de la existencia en este mundo), la destrucción
de una relación significante, un sentimiento de vacío interior,
un colapso de planes, un marchitamiento de esperanzas, y a
veces una reestructuración de la vida cuando no quedan fuer­
zas ni ganas para la tarea... En muchos casos es un horror
no mitigado, una tragedia que perfora el caparazón de una
familiaridad profesional. En todos los casos, si se acepta el
punto de vista bíblico, la muerte es una anormalidad horren­
da, una perversión grotesca de un orden creado por Dios,
como una rasgadura violenta de lo que debiera ser un tejido
sin costura. El pastor debiera ser consciente de esto, no mor­
bosamente, pero sí enfáticamente» (4).
Sólo cuando nos percatamos de la magnitud trágica de la
muerte, de su horror y de su parentesco con el pecado, esta­
mos en condiciones de apreciar la excelencia de la gracia de
Dios que en Cristo nos da el triunfo de la vida eterna. No se
trata de minimizar la repulsión y el dolor causados por la
muerte, sino de magnificar a Aquel que «sacó a luz la vida y
la inmortalidad por el Evangelio» (II Tim. 1:10), lo que para
el creyente constituye una fuente de consolación inefable.
Debe el pastor, sin embargo, ser comprensivo cuando una
persona, a pesar de su fe, reacciona negativamente ante la
pérdida de un ser amado. El gran predicador loseph Parker,
famoso por su ministerio en el «City Temple» de Londres,
quien jamás había conocido la duda, llegó al borde del ateís-

4. Baker's, Dict. of Practical Theol., p. 227.


88 JO SÉ M . MARTÍNEZ

mo a raíz del fallecimiento de su esposa. Una experiencia se­


mejante tuvo C. S. Lewis, el gran pensador cristiano conver­
tido del agnosticismo. Estos profundos abatimientos no du­
ran, por lo general, indefinidamente. Lo importante es que la
persona así abatida sienta el calor de un corazón amigo, la
presencia pastoral que aun sin palabras ayude a recuperar la
serenidad y la confianza en Dios.
En cuanto al funeral, conviene subrayar algunas observa­
ciones. Es una ocasión solemne, sumamente propicia para que
el pastor proclame las verdades gloriosas del Evangelio, la pa­
labra de Aquel que dijo: «Yo soy la Resurrección y la Vida;
el que cree en mí, aunque muera, vivirá» (}n. 11:25).
La predicación no debe ser un panegírico del difunto,
pero tampoco puede ser impersonal. Algunos datos biográfi­
cos, determinados rasgos del carácter o de la vida del falle­
cido —si era cristiano, por supuesto— pueden y deben ser
incluidos con sobriedad en la plática, siempre que la aten­
ción principal de quienes escuchan sea fijada en el Creador
más que en la criatura, en el Redentor más que en el redi­
mido.
Tampoco debieran faltar palabras de consolación y alien­
to para los familiares y de reflexión, de admonición, de dis­
creto llamamiento incluso, para los inconversos que a veces
en gran número asisten a un culto fúnebre. Cuídese, no obs­
tante, que —como sucede en algunos lugares— el funeral no
se convierta en un culto de evangelización casi idéntico a cual­
quiera de los cultos evangelísticos normales de una iglesia. No
se pierda de vista en ningún momento la ocasión especial; no
se olvide ni al fallecido ni a los deudos. Bien está que en
estas ocasiones, a través del predicador, hable el evangelista;
pero es aún más importante que hable el pastor. Además, la
experiencia ha demostrado que el impacto espiritual en las
personas ajenas a la iglesia es mayor cuando el culto mor­
tuorio es lo que debe ser que cuando se usa como pretexto
para el fin casi único de evangelizar, y ello con escasa o nula
sensibilidad.
CURA DE ALMAS 89

La labor pastoral no siempre concluye con el funeral. La


muerte puede haber deteriorado grandemente las estructuras
de la vida familiar. Puede afectar a la actividad profesional.
Y nada digamos de la herida moral abierta en el corazón
de los que siguen viviendo. La depresión, el tedio, la indife­
rencia hacia todo, la falta de coraje para reemprender la vida
en una nueva etapa, las ganas de unirse al fallecido, hacen
fácilmente presa en el ánimo de quien ha perdido a un ser en­
trañable. En estos casos, el pastor es llamado no sólo a con­
solar sino a aportar su contribución de guía con objeto de
reorientar y fortalecer las vidas traumatizadas por el golpe
de la muerte (5).
Sin lugar a dudas, las experiencias que el pastor recor­
dará con satisfacción más profunda serán aquellas en que
Dios le usó para consolar y ayudar a sus hermanos en horas
de aflicción.

CUESTIONARIO
1. ¿Qué nos enseña la Biblia acerca del sufrimiento?
2. Analícese la ansiedad de Jacob en Génesis 32 y detállense
especialmente sus causas y el modo como el patriarca la
superó.
3. ¿Qué bendiciones espirituales puede reportar la enferme­
dad física?
4. Mencione alguno de los conceptos erróneos o de las acti­
tudes impropias que el pastor puede tener ante el hecho
de la muerte.
5. Haga una crítica — positiva o negativa— de alguno de
los cultos a que usted ha asistido con motivo del falleci­
miento de un hermano en la fe.
5. Recomendamos encarecidamente la lectura del libro Cuando
me golpeó la muerte, por Joseph Bayly, Edit. Caribe, 1974.
C a p ít u l o X X II

PROBLEMAS CONYUGALES

Aunque generalmente ocultas en la intimidad del matri­


monio, dificultades más o menos graves amenazan la armonía
conyugal de innumerables parejas.
Las situaciones conflictivas en la esfera matrimonial tienen
repercusiones serias tanto en el orden espiritual como en el
social. Un hombre —o una mujer— que no vive en buena re­
lación con su cónyuge difícilmente podrá mantener una au­
téntica comunión con Dios. Como consecuencia, fácilmente
caerá en la amargura o en el resentimiento, circunstancias
propicias para toda suerte de crisis o deslices. Por otro lado,
la tensión afectará a las relaciones con sus hijos, con sus
compañeros, con la Iglesia. Incontables actitudes irascibles,
de oposición sistemática, de intolerancia, de crítica negativa
han tenido su origen en conflictos matrimoniales sin resolver.
La intervención del pastor en estos problemas está, pues,
justificada, aunque es difícil. Pocas personas se deciden a so­
licitarla por temor al menoscabo de su prestigio. Prefieren apa­
rentar un matrimonio normal, aunque estén llegando al borde
del divorcio interior. Cualquier insinuación que se les haga
respecto a posibles dificultades es cortada secamente o des­
viada con finura. Más de una vez hallará el pastor bloqueada
la vía del consejo a matrimonios de su congregación. Sin em­
bargo, en los casos en que la dificultad es tan grave como no­
toria, deberá decidirse a intervenir, superando con la máxima
delicadeza toda barrera que los cónyuges trataran de oponer.
CURA DE ALMAS 91

Señalamos a continuación lo que todo consejero matrimo­


nial cristiano debe tener en cuenta en su actuación.

Concepto bíblico del matrimonio


Es esencial no olvidarlo ni desfigurarlo bajo la influencia
de una ética de situación. Las normas morales de la sociedad
permisiva en que vivimos se vuelven cada vez menos rígidas;
pierden su carácter absoluto y tienden a adaptarse más a los
impulsos primarios del ser humano que a principios perma­
nentes. El concepto de amor se ha prostituido Se identifica
a menudo con la cópula sexual en un plano que en poco o
nada se diferencia de la misma práctica entre irracionales.
Se mira con lenidad creciente cualquier extravío sexual. Las
relaciones pre- o extramatrimoniales, la promiscuidad y el di­
vorcio casi se consideran normales y en muchos casos acon­
sejables. La homosexualidad es defendida abiertamente. Todo
puede ser lícito y conveniente si contribuye a acabar con las
represiones sexuales, causa — según algunos— de múltiples
desequilibrios psíquicos.
Las legislaciones de los países más «civilizados» están
siendo objeto de revisión con objeto de autprizar aun las ma­
yores aberraciones. Con el pretexto de contribuir a una ma­
yor liberación humana, lo que se hace es vestir con ropaje
legal la relajación moral de la sociedad. Es una rendición for­
mal ante las fuerzas de la bestialidad degradada que domina
al hombre.
En los países menos desarrollados culturalmente no exis­
te demasiada preocupación por las modificaciones legislati­
vas, pero en la práctica se observa el mismo relajamiento. En­
vueltas en ese ambiente, las iglesias a menudo se enfrentan
con problemas semejantes a los de la iglesia de Corinto, cuya
licencia moral heredada del paganismo hubo de combatir
Pablo duramente.
La actual situación del mundo exige del ministro cristiano
una exposición clara de la enseñanza bíblica sobre la sexua­
92 JOSÉ M . MARTÍNEZ

lidad. A través de la predicación, de conferencias o de cursi­


llos de orientación prematrimonial —que pueden ampliarse
a matrimonios— , debe proveerse la instrucción necesaria.
Destaquemos esquemáticamente los puntos más sobresa­
lientes.

La sexualidad es inherente a la naturaleza humana


Lo es en virtud del propósito original de Dios. Gén. 1:27
es un texto clave. En él se nos presentan al hombre y la mu­
jer, juntos, como la expresión plena, sublime, de la humani­
dad, en contraposición a todas las corrupciones introducidas
posteriormente por el hombre mismo.
Es elocuente el comentario de Emil Brunner sobre este
versículo: «¡Declaración doble, inmensa en su sencillez lapi­
daria!... Con ella, desaparece todo un universo de mitos
y de especulaciones gnósticas, de cinismo y de ascetismo, de
culto al sexo y de miedo a la sexualidad» (1).
En el relato complementario de la creación del hombre
(Gen. 2) hallamos datos de gran importancia sobre la natu­
raleza de la sexualidad humana, muy superior a la de los
demás animales. Aquí aparece el elemento de comunión de
los sexos en su sentido más elevado, como correspondía a un
ser hecho a imagen de Dios, La sexualidad en el hombre no
estaría determinada simplemente por un instinto fisiológico,
sino por un conjunto de afinidades profundas, tanto físicas
como intelectuales, morales y espirituales.

El matrimonio, provisión divina


En Gén. 2 aparece el hombre en su gran soledad; rodea­
do de seres vivientes en un mundo maravilloso, pero sin que
ninguno de ellos pudiera suplir su necesidad. Sólo cuando

1. L’homme dans la contradiction, cit. por Henri Blocher en su


artículo «La sexualité dans la Bible», Perspectives Reformées, 1975,
núm. 4.
CURA DE ALMAS 93

Dios le proporciona la «ayuda idónea», descubre lo sublime


de la sexualidad de que Dios le había dotado.
La mujer era parte de sí mismo, «hueso de sus huesos y
carne de su carne» (v. 23), su «gloria» (I Cor. 11:7). Aun­
que dos seres distintos, vendrían a constituir una unidad
misteriosa, inefable (Gén. 2:24).
En este acoplamiento total de hombre y mujer se basa
el triple principio que posteriormente había de configurar el
matrimonio según el plan de Dios:
a) «Deja el hombre a su padre y a su madre» (Biblia de
fesuralén). El matrimonio implica el desgajamiento de una
situación familiar previa, imprescindible para que pueda efec­
tuarse adecuadamente, sin problemas, la unión matrimonial.
b) «Se une a su mujer». Se trata de un acto libre, de­
terminado no por voluntades ajenas sino por propia decisión.
El verbo en el original hebreo significa adherirse, pegarse
fuertemente. Es la misma palabra que hallamos en Génesis
54:3 para expresar la experiencia de Siquem con Dina. El
relato en su totalidad es por demás significativo. Primera­
mente, Siquem se deja llevar por la fuerza bruta de su pul­
sión sexual y comete un acto de violación. Su acción queda
dentro de los límites de la animalidad repugnante. Hubo có­
pula física, pero nada más. En cambio, cuando después se
siente atraído hacia Dina por un amor intenso, que hablaba
«al corazón de ella», cuando en su vivencia sexual entran en
juego no sólo su cuerpo sino toda su capacidad afectiva y
una voluntad seria de amar, de unirse totalmente a la rouier
escogida, tiene una experiencia que, con todas sus imperfec­
ciones, refleja la verdadera naturaleza de la unión conyugal.
c) «Se hacen una sola carne». Esta realidad trasciende
lo meramente físico. Incluye los sentimientos más intensos
de ternura y devoción en un acto de mutua entrega sin re­
servas.
Según el ideal bíblico, en el abrazo conyugal hay mucho
más que el contacto de dos cuerpos; hay una fusión de dos
personalidades en su totalidad. De este modo, el acto sexual
94 JOSÉ M . MARTÍNEZ

viene a ser como un sacramento a nivel humano por el que


marido y mujer se infunden recíprocamente la plenitud de
su ser. En el espíritu de esa comunión, desarrollarán juntos
las restantes actividades de su vida y el matrimonio alcanzará
la solidez monógama e indisoluble que Dios ha querido darle
(Mt. 19:4-6). Fuera de ese plano, el matrimonio se toma
vulnerable, frágil; queda expuesto a mil riesgos. Y se degra­
da. «La cópula sin comunión es fornicación» (2).

La corrupción del matrimonio


Desgraciadamente, el pecado trastocó el orden de la crea­
ción y el matrimonio, originalmente fuente de realización y
plenitud humana, se ha convertido en infinidad de casos en
causa de frustración y conflicto.
Desde el momento mismo de la primera transgresión, se
inicia un cambio en la relación entre hombre y mujer. La co­
munión de amor se trueca en una forma de despotismo que
hace del hombre señor de la mujer (Gén. 3:16). La mono­
gamia es sucedida por la bigamia (Gén. 4:19). La familia es
invadida por un espíritu de violencia (Gén. 4:23, 24). La
belleza original del matrimonio desaparece para dar lugar a
la fealdad de matrimonios mixtos en los que la concupiscen­
cia de la carne era el único vínculo de unión (Gén. 6:1, 2).
Este embrutecimiento de la raza provoca el juicio del diluvio.
La historia posterior del mundo está plagada de fornica­
ciones, adulterios, incesto, poligamia, concubinato, homose­
xualidad. Al orden original de la creación ha sucedido el de­
sorden introducido por el pecado. El caos sexual tiende a
acentuarse a causa de la laxitud moral prevaleciente en nues­
tro tiempo. Y seríamos unos ilusos si pensáramos que los
miembros de las iglesias cristianas están completamente a
salvo de su influjo.

2. Ethelbert Stauffer, Kittel's Theol. Dict. of the N. T., vol. I.


p. 630.
CURA DE ALMAS %
La redención del matrimonio

Cuando Jesús, dialogando con los fariseos, reivindicó el


orden original del matrimonio, sus propios discípulos se sor­
prendieron y reaccionaron negativamente (Mt. 19:1-11). «Si
así es la condición del hombre con su mujer, no conviene ca­
sarse» (v. 10). Con toda franqueza estaban expresando la im­
posibilidad de que el hombre, esclavo del pecado, viva con­
forme a la voluntad de Dios en la esfera conyugal. La res­
puesta de Jesús es iluminadora (v. 11). La capacidad para vi­
vir de acuerdo con el plan divino, es dada por Dios mismo
(Mt. 19:11). Forma parte de su obra amplísima de reden­
ción. Dios no sólo quiere salvar nuestra alma, sino nuestra
vida. Su plan es rescatarnos de todas nuestras servidumbres.
Ello incluye su deseo de redimir el matrimonio de toda de­
gradación o frustración y restaurarlo, a pesar de las imper­
fecciones, a su orden original.
En las cartas apostólicas se amplía esta perspectiva. Los
redimidos, que han entrado en una nueva relación con Dios,
han de vivir en relaciones nuevas con sus semejantes. La re­
novación ha de manifestarse especialmente en el matrimonio,
que ha de estar presidido por un amor semejante al de Cristo
(Ef. 5:25-33), por el respeto mutuo, la cordura, la delicadeza
y la espiritualidad cristiana (I Ped. 3:1-7).
Ante esta nueva perspectiva abierta por la Palabra de
Dios, ningún creyente debiera pensar que su matrimonio, de­
teriorado por problemas hondos, no tiene arreglo. Para el
Espíritu de Dios, en su acción renovadora, no existen impo­
sibles.
Sin embargo, caeríamos en una excesiva ingenuidad si
pensáramos que la mera presentación de la verdad bíblica
puede resolver todos los problemas. Es necesario aplicarla
según las diversas situaciones y las causas que las han mo­
tivado.
96 JOSÉ M . MARTÍNEZ

Causas frecuentes de conflictos conyugales

Sin tratar de ser exhaustivos, enumeraremos algunas de


las más corrientes:

Ignorancia en cuanto a la verdadera naturaleza


del matrimonio
Suele pensarse en 61 como el estado en el que va a en­
contrarse una felicidad maravillosa. Pero esa felicidad no se
«encuentra»; se hace a base de prolongados años de esfuer­
zo, de abnegación, de comprensión, respeto y amor recípro­
co. Antes de emprender el camino —y una vez que la pareja
se encuentra ya en él— es imprescindible un mínimo de rea­
lismo y madurez. Ni ella debe ver en él el príncipe soñado
en su adolescencia, ni él en ella el hada encantadora que va
a convertir en dicha todo cuanto ilumine con su presencia.
Ambos cónyuges son humanos, lo que implica un cúmulo
de defectos y debilidades que deben ir superándose en un
afán constante de seguir adelante juntos.

Retraso en la evolución de la adolescencia a la madurez


Caracteriza a la adolescencia un proceso de ruptura, de
desvinculación, tendente a la autonomía y la autoafirmación.
Se manifiesta este proceso particularmente en relación con
los padres. Pero cuando el joven ha logrado su emancipación
ha de entender que debe usar su libertad dignamente. Tratar
de retener su independencia en el matrimonio —lo que suele
engendrar actitudes tiránicas— es sellar de antemano su des­
trucción.
Cuando Pablo, en su carta a los Efesios, establece un símil
entre Cristo y el esposo, presenta al Señor no como a tal,
sino más bien como siervo que se da hasta el supremo sacri­
ficio por amor a la Iglesia. Marido y mujer deben aprender
en la práctica la gloriosa servidumbre del amor.
CURA DE ALMAS 97

Falta de afinidades básicas

No es necesario que marido y mujer tengan el mismo tem­


peramento. Esto más bien puede resultar negativo. Cargas
de electricidad del mismo signo se repelen, y algo análogo
suele suceder en el matrimonio.
Una pareja en la que ambos tengan, por ejemplo, un ca­
rácter dominante o sean fácilmente irritables vivirá en un
estado de tensión casi constante. Es mucho más fácil que
los esposos se complementen si son distintos temperamental­
mente.
Lo importante, casi decisivo, es que entre ambos existan
afinidades básicas, puntos de vista y sentimientos comunes
en cuanto a cuestiones fundamentales: vida espiritual, sensi­
bilidad, vocación profesional, intereses culturales, concepto
de la vida sexual, de la educación de los hijos, del trabajo,
del dinero, de la amistad, de la hospitalidad, de las diver­
siones, etc. Cuanto mayor sea el número y el grado de estas
afinidades, tanto mayor será el número de posibilidades de
lograr un matrimonio armonioso y feliz. Si, por el contrario,
esas afinidades faltan, el matrimonio difícilmente sobrepasa­
rá los límites de una simple coexistencia, pacífica en el me­
jor de los casos, pero opaca, insulsa.

Influencia perniciosa de los padres

No es sin motivo el que en el plan divino se incluya la


norma de que el hombre deje a su padre y a su madre. Para
las madres, sobre todo, resulta difícil aceptar la emancipa­
ción total del hijo. Las más dominantes pretenden mantener
su autoridad sobre éste e imponer sus criterios en el nuevo
hogar que él ha formado. La colisión con la nuera es prácti­
camente inevitable. En estos casos, el hijo y esposo se ve
cogido entre dos fuegos. Por hábil que sea, las tensiones en
su matrimonio irán en aumento.
98 JO SÉ M . MARTÍNEZ

Lo que se dice respecto al esposo y sus padres tiene igual­


mente aplicación a la mujer. En cualquiera de los casos, cuan­
do las pugnas arrecian, se impone un distanciamiento de los
padres, sin que tal distanciamiento haya de significar ene­
mistad.

Ignorancia o desajustes sexuales

Resulta muy elevado el porcentaje de matrimonios seria­


mente deteriorados por este motivo. Es deplorable que tantas
parejas vayan al altar nupcial sin la menor orientación rela­
tiva al factor sexual y su enorme importancia en la sana
convivencia conyugal.
Unas veces la falta está en el marido. Porque desconoce
o porque hace caso omiso de las diferencias entre hombre
y mujer en el juego erótico con sus diversas fases que culmi­
nan en el orgasmo, actúa buscando tan sólo su propia satis­
facción, dejando las más de las veces a la esposa en la más
completa insatisfacción. Esta experiencia, si se repite con
frecuencia, puede conducir a la mujer a una actitud más o
menos consciente de repulsión hacia el acto sexual, sobre
todo si llega al convencimiento de que ella se ha convertido
en un mero objeto de placer para su marido, quien vive este
momento de la relación matrimonial en un plano meramente
físico, sin la aportación de toda la riqueza de sentimientos,
delicadeza y ternura que tal experiencia exige.
Otras veces, la causa del problema radica en la mujer.
La pasividad es consustancial con la naturaleza femenina;
pero a menudo se convierte en resistencia que adquiere las
más diversas formas. En la conciencia de muchas mujeres
subyace un gran estrato de prejuicios opuestos al coito. Esto
sucede especialmente en países de tradición católico-romana,
donde, hasta hace poco, el ayuntamiento camal en el matri­
monio era considerado por muchas mujeres como una impu­
reza tolerada. Esos prejuicios subsisten en muchas mujeres
convertidas al Evangelio que no han llegado a asimilar la
CURA DE ALMAS 99

enseñanza bíblica relativa al sexo y al matrimonio. ¡Ignoran­


cia fatal!
Diferente es el caso de la mujer frígida, cuya condición
se debe no a prejuicios morales o religiosos sino a causas
orgánicas o funcionales. Está anomalía debe ser tratada por
un ginecólogo.
Dado el hecho de que los impulsos sexuales —sobre todo
en el hombre— tienen una fuerza enorme, es imprescindible
que la pareja llegue a un acoplamiento sexual satisfactorio.
Lo contrario es abrir de par en par la puerta a peligrosas
tensiones y tentaciones.
También debiera completarse el asesoramiento pastoral
con el del médico para fijar un criterio relativo al control de
la natalidad o paternidad responsable. Muchas veces la de­
sarmonía sexual en el matrimonio se debe al temor cerval
que la esposa tiene a un nuevo embarazo. A este hecho pue­
den sumarse otros factores que hacen a menudo aconsejable
una limitación en el número de hijos, cosa perfectamente
licita desde el punto de vista cristiano siempre que no se ac­
túe por móviles egoístas. Es difícil entender que sea voluntad
de Dios un nacimiento ilimitado de hijos en los casos en que
la multiplicación de la prole ponga en peligro el compañe­
rismo armonioso de los esposos, lo que al fin de cuentas ocu­
pa el primer lugar en los propósitos de Dios respecto al ma­
trimonio.

Falta de comunicación
La comunión exige comunicación. La falta de ésta ori­
gina situaciones deplorables en más de un cincuenta por cien­
to de matrimonios.
Debe tenerse en cuenta, no obstante, que la comunicación
no es sinónimo de locuacidad. Hay personas que hablan mu­
cho y no dicen nada. Pueden conversar durante horas sobre
trivialidades o sobre terceras personas, pero sin hacer la
100 J 0 8 K M . M ARTÍNEZ

menor declaración acerca de sus pensamientos íntimos, de


sus sentimientos, anhelos, inquietudes, errores o pecados, etc.
El esposo o la esposa —o ambos— nunca llega a tener sufi­
ciente confianza en su cónyuge para abrirse a él plenamente.
Se piensa que desvelar la propia interioridad es poner
al descubierto defectos que pueden perjudicar más que be­
neficiar las buenas relaciones.
Sin duda, la comunicación a nivel profundo tiene sus
problemas. Entraña el temor a la reacción de la otra persona,
sobre todo si ésta es hipersensible o iracunda. Un sentimien­
to de inferioridad puede hacer temer la «derrota» en la dis­
cusión del problema. Preocupa seriamente la posible pérdida
de prestigio como consecuencia de la confesión de faltas y
pecados, la decepción que puede sufrir el otro cónyuge y su
distanciamiento íntimo.
A estos inconvenientes puede añadirse: a) La dificultad
que muchas personas tienen para escuchar, para comprender,
para colocarse en el lugar del otro y penetrar en los conflic­
tos y circunstancias que pueden haber determinado su com­
portamiento. b) Los rasgos temperamentales que a muchas
personas inducen al retraimiento más que a la comunicación,
c) El convencimiento —equivocado— de que todo esfuerzo
de comunicación es inútil. Las frustraciones acumuladas a lo
largo de años se ven como un muro infranqueable.
A pesar de todo, la comunicación sin reservas debe prac­
ticarse con perseverancia; no rehusando los temas de fricción
o controversia, pero controlando los sentimientos de modo po­
sitivo; atacando el problema, no a la persona; esforzándonos
en comprender con el mismo empeño que ponemos para ser
comprendidos; aceptando la posibilidad de que estemos equi­
vocados y estando dispuestos a reconocer nuestros yerros;
desterrando las frases hirientes; perdonando y olvidando el
pasado, sin tratar de resucitar muertos; orando el uno por
el otro, individualmente y juntos. Hay «espíritus» —léase
actitudes, temores, resentimientos, etc.— que sólo son echa­
dos por la dinámica de una fe que recurre a Dios en oración
(Me. 9:29).
CURA DE ALMAS 101

El libro del Cantar de los Cantares es una bella ilustra­


ción de cuanto llevamos dicho sobre la comunicación en el
matrimonio. La estructura del poema es esencialmente una
sucesión de diálogos, entre los que sobresalen los de los dos
grandes protagonistas: el esposo y su amada. En sus relacio­
nes, no todo es ardor romántico, no todo es perfección. Tam­
bién hay egoísmo, negligencia, frustración, distanciamiento
(5:2-8). Pero se reanuda el contacto con un diálogo renova­
do y así el amor se robustece hasta hacerse «fuerte como la
muerte»; se inflama hasta convertirse en llama que «las mu­
chas aguas no podrán apagar» (8:6, 7). Lo que pudo haber
acabado en una dramática separación concluye con el triun­
fo de un amor que supo hallar los cauces de la comuni­
cación.
La experiencia en muchos otros casos ha demostrado lo
inescapable del dilema: comunicarse o perecer (3).

La actuación del pastor en los problemas matrimoniales


Además de las normas generales anotadas al tratar de
la entrevista en la cura de almas, ténganse en cuenta las si­
guientes

Préstese atención a los momentos críticos del matrimonio


En este punto es difícil generalizar. Las tensiones graves
pueden aparecer en cualquier momento. Sin embargo, pue­
den señalarse fases del matrimonio en que las crisis se pre­
sentan con mayor frecuencia.
La primera corresponde al primer año. Son más bien
excepcionales las parejas cuya luna de miel dura más de un
mes. La convivencia íntima pone al descubierto rasgos de
carácter, modos de ser y reaccionar, que antes de la boda
habían pasado inadvertidos. El proceso de acoplamiento es

3. Recomendamos al respecto la obra de Paul Toumier, La ar­


monía conyugal, «La Aurora».
102 JOSÉ M . MARTÍNEZ

más bien un continuo enfrentamiento, lo que, lógicamente, a


menos que predomine la sensatez, hace peligrar la buena
armonía.
Superada la primera fase crítica, suele aparecer una se­
gunda entre los cuatro y los ocho años después de casados.
Los hijos —el caso más normal— acaparan la atención, el
tiempo y el cariño de la madre, de tal modo que paulatina­
mente el esposo se ve privado de la parte que le corresponde.
Por otro lado, es la época en que el hombre suele hallarse
absorbido por sus afanes profesionales, lo cual le lleva a re­
cortar más y más el tiempo que debiera dedicar a su familia.
A menudo hay en esta doble experiencia una relación de
causa a efecto. Si tales hechos no se descubren y corrigen
a tiempo, cada uno de los cónyuges irá encerrándose cada
vez más en su mundo particular y distanciándose del otro.
Al final, ambos acabarán en la más completa soledad. Los
riesgos de esta situación saltan a la vista del menos inte­
ligente.
El tercer período crítico es el climatérico, tanto en el hom­
bre como en la mujer. A los cambios físicos que se inician
alrededor de los cuarenta y cinco años (esta edad es más
bien convencional y puede variar considerablemente) se unen
otros de carácter psíquico. A esta altura de la vida, cuando ya
se vislumbra el inicio del declive, se han recibido muchos
golpes, han surgido muchos problemas —no siempre resuel­
tos— , se han marchitado muchas ilusiones, no todas las re­
flexiones han tenido efectos positivos, suelen hacerse más
hondas y frecuentes las depresiones.
Todas estas circunstancias pueden poner a prueba una
vez más la estabilidad del matrimonio. Muchas parejas que
sortearon con mayor o menor fortuna los escollos de las fa­
ses críticas anteriores, han estado a punto de naufragar — o
han naufragado— en esta época de la vida. La crisis del cli­
materio tiene muchos puntos de semejanza con la de la ado­
lescencia. Destacan sobre todo la inestabilidad emocional en
un momento en que precisamente los sentimientos se hacen
CURA DE ALMAS 103

más intensos. Y si los esposos no se asen fuertemente para


atravesar este período más unidos que nunca, se exponen a
expericncisa tan amargas como destructivas.

Debe abstenerse rigurosamente de la parcialidad


Llegado el momento en que el pastor ha de intervenir,
generalmente convendrá que — por lo menos al principio—
tenga entrevistas con cada uno de los cónyuges por separado.
Por supuesto, cada uno expondrá los hechos a su manera,
haciendo recaer sobre el otro la totalidad o la mayor parte
de la culpa, y se esforzará por ganarse la simpatía del pastor
y, a ser posible, lograr que se ponga de su lado.
Esto último precisamente es lo que un buen consejero
jamás debe hacer. No sólo tiene que oír a las dos partes antes
de formular un juicio, sino que en todo momento ha de sim­
patizar con ambas y ha de hacer cuanto esté a su alcance
por que ambas reciban el apoyo que necesitan. No significa
esto que puede dar la razón a los dos en todo o que deba
aprobar lo reprobable. Pero, aun dentro de la más estricta
justicia, su papel no es el de juez, sino el de mediador; su
misión no es la de condenar a uno y absolver al otro, sino
la de coadyuvar al bien de ambos. Además, sucede que nun­
ca se da el caso en que una de las partes es totalmente ino­
cente mientras que la otra es totalmente culpable. Cada una
debe ser guiada a descubrir su parte de responsabilidad en
el conflicto, a pensar en sus deberes más que en sus dere­
chos, a confesar sus faltas y disponerse a recorrer humilde­
mente el camino de la reconciliación.
Cuando los contactos individuales con cada uno de los
cónyuges avanzan por buen camino y se ve en ambos reco­
nocimiento de culpa propia y buena disposición para la re­
conciliación, puede haber llegado el momento de que el pas­
tor inicie conversaciones con los dos juntos. Su tarea de
consejero no puede darse por terminada mientras no se llegue
al momento en que los cónyuges oran —y quizá lloren—
juntos sellando así la renovación de su amor.
104 JO SÉ M . MARTÍNEZ

En el diálogo, enfatícense los puntos de la enseñanza bíblica


que más convengan a cada caso
En general, ha de admitirse lo devastador del pecado en
las relaciones humanas, incluidas las conyugales, y la inca­
pacidad moral del ser humano, aunque sea creyente, para
reparar por sí mismo un matrimonio cuarteado. Pero, sobre
ese fondo negativo, debe proyectarse la luz de las promesas
de Dios a favor de quienes se someten a la acción de su
Espíritu Santo. El fruto del Espíritu es «amor (el amor ma­
ravilloso descrito en I Cor. 13), gozo, paz, paciencia, benig­
nidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio propio»
(Gal. 5:22, 23). Contra tales virtudes, no hay obra de la
carne que prevalezca. De ellas brotan la comprensión, el
perdón generoso aun para los pecados u ofensas más graves,
la capacidad para reemprender el camino de la esperanza.
El Dios que hace nuevas todas las cosas puede hacer surgir
— lo ha hecho muchas veces— de entre las ruinas de un ma­
trimonio deshecho el edificio de un matrimonio nuevo con
posibilidades insospechadas de mutua satisfacción.
No debiera, sin embargo, fomentarse la esperanza de que
el «nuevo» matrimonio va a ser la encarnación de una feli­
cidad completa, exenta para siempre de nuevos roces. La
obra de Dios en nuestra santificación resulta incompleta en
cualquier esfera mientras estamos en el mundo. No entra en
el propósito divino libramos totalmente de nuestros defectos
y limitaciones en tanto no llega el día de Cristo. No es lógico,
por tanto, esperar más en lo que concierne a la santificación
y transformación del matrimonio. Después de la reparación,
pueden subsistir algunas de las causas de problemas ya rese­
ñadas (factores temperamentales, ausencia de afinidades bá­
sicas, etc.); pero habrá una nueva comprensión de las difi­
cultades y, sobre todo, una nueva actitud que, si no las eli­
mina de modo total, hará posible su superación. Cabe, inclu­
so, la posibilidad de retrocesos temporales. El progreso raras
veces es rectilíneo; más bien suele ser zigzagueante, pero no
deja de ser progreso.
CURA DE ALMAS 105

Quizá la pareja nunca alcanzará el ciento por ciento en


la realización del ideal perfecto del matrimonio, pero si con­
sigue un ochenta, un sesenta o un cincuenta, después de
haber estado a veinte, a diez o a cero, lo ganado no será en
modo alguno despreciable. Lo conseguido consolidará la
unión matrimonial y facilitará el avance de marido y mujer
hacia el plano espiritual en que todas las situaciones tempo­
rales se contemplan y se viven a la luz de la eternidad (I Cor.
7:29-31).

CUESTIONARIO

1. ¿Cuándo debe el pastor intervenir en problemas conyu­


gales?
2. ¿Qué hechos o circunstancias influyen más a menudo en
el deterioro del matrimonio?
3. ¿Cuáles son los factores determinantes de un matrimo­
nio estable y armonioso a la luz del Evangelio?
4. Comente la importancia de la comunicación para el buen
desarrollo de las relaciones conyugales.
5. ¿Cuáles suelen ser las épocas más críticas del matrimo­
nio?
C a p ít u l o X X I I I

LA PROBLEMATICA DE LA JUVENTUD

Objeto especial de la atención pastoral debe ser la juven­


tud. Los jóvenes son básica y potencialmente la futura igle­
sia. Algunos de ellos ya pertenecen como miembros a una
congregación y constituyen en ella un elemento valioso; son,
pues, una promesa y una realidad.
Pero al mismo tiempo suelen plantear problemas impor­
tantes. De aquí que dediquemos a éstos un capítulo especial.
Ignorarlos podría tener consecuencias fatales. Este ha sido
el error de muchos adultos, incluidos muchos padres, quienes
han llegado al más completo divorcio en relación con la ju­
ventud. Incapaces de comprenderla, se dedican a criticarla.
Sin deseos de esforzarse en ayudarla, la rechazan. El pro­
blema generacional no sólo perturba la paz de muchas fa­
milias, sino también la de no pocas iglesias.

Características de la juventud

Usamos el término «juventud» en un sentido amplio, in­


cluyendo y dando lugar preferente a la adolescencia.
Su rasgo más notable es el desarrollo en todos los órdenes:
físico, mental y social. Sin embargo, este desarrollo va siem­
pre acompañado de desequilibrios más o menos pronuncia­
dos, de reacciones contradictorias y desconcertantes.
CURA DE ALMAS 107

Es uno de los períodos más difíciles de la vida. El adoles­


cente se ve envuelto en un torbellino violento. Nada más con­
traproducente que el intento por parte de padres o educa­
dores de minimizar la crisis o de intentar «salvar» al joven
mediante la imposición de una disciplina inadecuada y unas
presiones que en él se traducen en represiones perjudiciales.
Muchos «buenos chicos», piadosos incluso, durante el
período de la pubertad responden muy satisfactoriamente a
lo que los padres, la iglesia y la sociedad en general desea
de ellos. Cuando esto es resultado de una formación sólida
bien recibida durante la infancia y desarrollada en la ado­
lescencia, tal comportamiento puede considerarse sano y nor­
mal. Cuando es consecuencia únicamente del temor al recha­
zamiento, se produce un sometimiento externo a las normas
imperantes en el medio ambiente que rodea al joven, pero
simultáneamente surge en su interior un sentimiento de hos­
tilidad. En cualquier momento puede sobrevenir la ruptura
del joven con el mundo en que ha vivido para adentrarse en
un mundo nuevo que se le antoja más auténtico y promete­
dor. No es, por consiguiente, una acción autoritaria lo que
el joven necesita, sino comprensión y amor. Esto le ayudará,
mucho más que todas las imposiciones, a sortear los escollos
que se le presentan en esta parte del periplo de su vida.
Para llevar a cabo un trabajo pastoral positivo es im­
prescindible un conocimiento mínimo del adolescente.
Consideremos sus características más destacadas:

Afán de autoafirmación
Siente un fuerte impulso a desasirse de los lazos que du­
rante la infancia lo han mantenido dependiente de otros, es­
pecialmente de los padres. El niño ha descubierto el mundo
exterior; el adolescente descubre ahora su mundo interior;
se descubre a sí mismo con los filones misteriores, pero fas­
cinantes. de su personalidad.
Como consecuencia, el joven empieza a pensar por sí
mismo. Ya no acepta ciegamente lo que se le ha enseñado.
108 JO SÉ M . MARTÍNEZ

Se vuelve radical en el sentido etimológico de la palabra, es


decir, trata de llegar a la raíz de todas las cuestiones. Busca
y espera respuesta a todas sus preguntas; no entiende que
pueda haber límites al conocimiento racional de cuanto se re­
fiere al universo, al hombre, a su existencia, a Dios, a la
eternidad.
En su proceso de autodescubrimiento y autoafirmación, el
joven observa con mirada crítica a quienes le rodean, parti­
cularmente a sus padres, maestros y superiores. Descubre sus
defectos, sus inconsistencias, a menudo su hipocresía. Este
descubrimiento le hace sentirse superior; él es, por lo menos,
más sincero.
En algunos casos, el joven choca abiertamente con sus
mayores, se rebela. No puede admitir ni sus ideas ni sus nor­
mas de conducta. La actitud contestataria de la juventud no
es característica exclusiva de nuestro tiempo. Ha existido
siempre, aunque en nuestros días se manifiesta más libre­
mente.
Por supuesto, gran parte de este radicalismo se desvane­
ce al final del tránsito, cuando el joven ha alcanzado ya cier­
ta madurez, a veces para caer en un conservadurismo más
acentuado que el de la generación anterior. Testimonio elo­
cuente de este fenómeno nos lo ofrecen los nuevos burgueses
de los Estados Unidos de América, quienes en sus años mo­
zos se habían propuesto no dejar títere con cabeza en la
sociedad en la que habían vivido y crecido (1).

Inseguridad
Paradójicamente, el adolescente, que tanto se esfuerza por
afirmar su personalidad, se siente inseguro. Ante él se abre
un mundo apasionante, pero complicado, erizado de proble­
mas que desafían su capacidad. Por ello, con las ansias de

1. Véase Los caminos de la juventud hoy, por Francis Schaef-


fer, Edic. Ev. Europeas, pp. 19-21.
CURA DE ALMAS 109

autodeterminación propias de la pubertad, se mezcla el temor


a las equivocaciones.
Por otro lado, al espíritu crítico se une el anhelo intenso
de ser aceptado. Simultáneamente se rechaza el mundo de
los adultos y se busca un lugar entre ellos. Consciente o in­
conscientemente se aspira a ser reconocido y admitido por
ellos.
Cuando el joven encuentra buenos guías adultos que le
tienden una mano amiga, su incorporación a la sociedad adul­
ta se efectúa paulatinamente sin traumas. Si, por el contra­
rio, tropieza con actitudes de menosprecio que hieren su
amor propio, tratará de compensar su inseguridad con la
compañía de amigos de su edad. Se entregará con entusiasmo
al «grupo» y las características de éste determinarán en gran
parte su comportamiento. Seguirá una línea de conducta rec­
ta si el grupo está animado por ideales nobles. Se extraviará
si en el grupo prevalecen tendencias aviesas. La influencia
de buenos amigos ha sido tan benéfica en la vida de muchos
jóvenes como nociva la de amigos tarados. La adolescencia
es la edad más propicia para los grandes comienzos, tanto en
el campo del bien como en el del mal. En este período 9e
han iniciado grandes experiencias religiosas, pero también
carreras de perdición. El adolescente es el más expuesto a
los peligros del alcohol, de las drogas, de las aventuras sexua­
les, de la delincuencia.

Gran sensibilidad
Todo produce en el joven gran impresión: un viaje, un
encuentro importante, la lectura de un libro, una proeza, una
desgracia. Con la misma sensibilidad detecta y se deja im­
presionar por lo justo, lo bello y lo noble que por lo injusto,
lo repulsivo y lo ruin que el mundo puede ofrecer a sus ojo6.
Por regla general, a menos que se haya producido una
corrupción temprana, el adolescente reacciona positivamente
ante la verdad, la rectitud, el amor, y negativamente ante
110 JO S i M . MARTÍNEZ

cualquier forma de injusticia o vileza. Su espíritu es campo


abonado para la semilla de ideales nobles (2).
Esta característica facilita la experiencia religiosa de la
conversión y la plena dedicación al servicio de Cristo. Cuan­
do tal experiencia se produce, suele tener una intensidad su­
perior a la que tendría si se produjera años más tarde.
También, por lo general, son más intensos los problemas
morales. Le preocupan especialmente los conflictos de con­
ciencia originados por las pulsiones sexuales. La masturba­
ción, por ejemplo, le tortura terriblemente. El perjuicio es­
piritual que la falta de orientación puede acarrear al joven
debe impulsar al pastor a proporcionar la oportuna ayuda.

Idealismo entusiasta
Al joven, normalmente, no le interesan demasiado las
cosas en sí. A diferencia de la mayoría de adultos, no se sien­
te cautivado por el dinero, la comodidad o las posiciones es­
tables,^ menos que sucumba a la artificialidad creada por
la sociedad de consumo. En cambio, le atraen fuertemente
los grandes ideales, que pueden ser culturales, deportivos,
artísticos, políticos o religiosos.
Cuando el joven, movido por su idealismo, abraza una
causa, se dedica a ella con todo su ser, sin regatear energías
ni tiempo. Muchos líderes políticos se han percatado de este
valor de la juventud y hacen todo lo posible por ganársela.
En ella encuentran más que una esperanza para el futuro;
hallan inmediatamente elementos de acción de primera cali­
dad que usan — a menudo sin demasiados escrúpulos— para
la realización de sus fines.
Si el joven es ganado por Cristo, en El descubrirá los
ideales más completos y sublimes y fácilmente consagrará a
2. Con esto no queremos dar a entender que el joven no tenga
las propensiones pecaminosas inherentes a todo ser humano, sino sim­
plemente que se encuentra en condiciones más propicias para optar
por el bien.
CURA DE ALMAS 111

ellos su vitalidad juvenil. Responsabilidad de los cristianos


adultos es no malograr esa dedicación con ejemplos poco
edificantes, con un talante de cristianismo apoltronado e ino­
perante. La iglesia, en su conjunto, debe poseer una espiri­
tualidad sana, pletórica de vida, en la que los jóvenes pue­
dan encontrar campo adecuado para la realización de sus
ideales cristianos. Esto les librará de la tentación de buscar
lo que anhelan en otros medios ajenos a la iglesia, más espi­
rituales aparentemente, pero más expuestos a la superficiali­
dad, al sensacionalismo y, a la larga, a la frustración.
En cuanto al idealismo y al entusiasmo de la juventud
debemos añadir una observación. Esas características no
siempre se mantienen de modo estable y constante. No se
olvide lo dicho anteriormente sobre los desequilibrios y la
inseguridad del adolescente, lo que influye en la intensidad
de sus emociones y lo fluctuante de su actuación. A pesar
de ello, sus posibilidades son inestimables. Vale la pena con­
fiar en él. Lo más probable es que vaya superando sus ba­
ches y afianzándose en sus loables aspiraciones.

Dificultades propias de la juventud


Las características que acabamos de mencionar presen­
tan al joven una serie de obstáculos no fáciles de superar:

El problema de la comunicación
Esta dificultad, como vimos en el capítulo anterior, no
es exclusiva de los jóvenes; muchos adultos se enfrentan igual­
mente con ella. Pero en el caso del joven suele resultar más
dolorosa e implica mayores riesgos. Durante los años de la
infancia no han existido apenas barreras en la relación con
los padres; mas ahora, de pronto, el adolescente se siente
solo. Los padres, por incompetencia o por negligencia, no
le comprenden; por consiguiente, no pueden ayudarle a resol­
ver sus dificultades. Interiormente vive distanciado de ellos.
Pero la soledad se le hace irresistible y busca otras personas
112 JOSÉ M . MARTÍNEZ

con quienes pueda comunicarse. Generalmente las encuentra


— como señalamos más arriba — en amigos de su edad. No
insistimos en los riesgos que esto comporta cuando el círculo
de sus amistades es poco edificante. Pero sí es importante
reiterar la magnífica oportunidad que la necesidad de comu­
nicación en el joven presenta a padres y pastores para ayu­
darle haciéndose sus amigo6, dignos de las más íntimas con­
fidencias.

La orientación de la vida
El joven vive mirando ávidamente al futuro: al final de
sus estudios, a su situación profesional, a su matrimonio, etc.
Se da cuenta de la trascendencia de las decisiones que habrá
de tomar, para las cuales no acaba de sentirse autosuficiente.
De las resoluciones que tome depende en gran parte todo el
curso posterior de su vida. Esto, lógicamente, le preocupa,
por lo cual agradecerá cualquier observación o consejo sabio
que le guíe.

Los conflictos sexuales


Este es uno de los problemas más intensos, y también uno
de los más complejos, por cuanto afecta a la totalidad de la
personalidad. El desarrollo sexual no es un fenómeno mera­
mente fisiológico; afecta profundamente a la psique del ado­
lescente en un largo proceso de maduración.
Las dificultades han aumentado en nuestra época, cuan­
do se multiplican los factores de excitación erótica. La pu­
blicidad en revistas y televisión, las modas y costumbres, la
relajación moral, consecuencia de conceptos éticos disolven­
tes, todo allana el camino a la pornografía y al libertinaje
sexual. El joven, sobre todo en las grandes ciudades, es ob­
jeto de un bombardeo casi constante que tiende a destruir
toda resistencia moral y provocar una rendición ante el eros
más vulgar.
CURA DE ALMAS 113

La amplitud de esta cuestión nos impide tratarla aquí con


detalle; pero todo pastor debe poseer un mínimo de Infor­
mación sobre esta problemática y orientar adecuadamente a
los jóvenes de su congregación. Afortunadamente, hoy exis­
ten libros muy recomendables a tal fin. Incluimos algunos
títulos en la parte bibliográfica correspondiente a este ca­
pítulo y al anterior.

Las relaciones familiares


Indirectamente, hemos aludido ya a ellas. La ignorancia
de los padres respecto a los problemas de la adolescencia, un
excesivo paternalismo, un concepto erróneo de la autoridad
y una conducta inconsecuente, alejan irremediablemente a
muchos hijos en el período de su pubertad.
Pero este alejamiento produce una fuerte tensión en el
muchacho (o muchacha). No ha dejado de amar a sus padres.
No quiere perderles el respeto. El distanciamiento le duele en
lo más hondo, pero no puede evitarlo. De la lucha entre el
amor y la incompatibilidad surgen muchas de las depresio­
nes que el joven experimenta.

Problemas espirituales
Son prácticamente los mismos que expusimos en el capí­
tulo XIX y que resumimos brevemente
a) Problemas de tipo intelectual. Confrontación de la
fe con razonamientos propios o con ideas y conceptos halla­
dos en lecturas y conversaciones con otras personas.
b) De tipo moral. Necesidad de interpretar y aplicar las
enseñanzas bíblicas de modo práctico en las diferentes situa­
ciones de la vida.
c) De tipo experimental. Cómo vivir auténticamente lo
que se sabe teóricamente.
d) De tipo social. Cómo reaccionar ante la influencia del
medio ambiente en que el joven vive (colegio, universidad,
oficina, taller, etc.). Se necesita gran sabiduría para discernir
114 JO SÉ M . MARTÍNEZ

entre la verdad y el error, entre el bien y el mal, y mucha


valentía para navegar contra la corriente. Por eso el joven,
a menudo, vacila.
No hay que olvidar que esta problemática espiritual es
especialmente aguda cuando se trata de jóvenes que crecie­
ron en un hogar cristiano. Lo más frecuente es que durante
su infancia hayan aceptado sin dificultad toda la enseñanza
religiosa recibida en casa y en la iglesia. Pero el espíritu crí­
tico de la adolescencia no perdona a la «segunda generación».
El joven tiene que revisar a fondo su fe, sus fundamentos y
motivos, al igual que sus derivaciones prácticas. La fe infan­
til debe evolucionar hasta llegar a ser una fe madura. En
este proceso pueden sobrevenir momentos de crisis que a
quien los vive parecen alarmantes, pues lo empujan al borde
de la incredulidad. En muchos casos, sin embargo, puede
tratarse simplemente —aunque dolorosamente— de una cri­
sis vivificante. Son muy luminosas las palabras de León Tols-
toi dirigidas a un joven: «Cuando te venga la idea de que es
falso todo lo que (en la infancia) habías creído acerca de
Dios, y pienses que no hay Dios, no te asustes por eso .
A todos les pasa lo mismo. Pero no pienses que tu incredu­
lidad proviene de que no hay Dios. Si no crees ya en el Dios
en el que habías creído antes, esto se debe a que en tu fe
había algo que no estaba en regla, y debes esforzarte por
comprender mejor eso a que llamas Dios. Cuando un salvaje
deja de creer en su dios de madera, no quiere decir que no
haya Dios, sino que no es de madera» (3).

Cómo tratar a los jóvenes


Sobre la base del conocimiento de las características y
problemas de los jóvenes, quien trabaja entre ellos debiera
tener en cuenta algunas recomendaciones De su puesta en
práctica dependen las posibilidades de éxito en el intento de
ayudarles.
3. Michael Pfliegler, op. cit., p. 245.
CURA DE ALMAS 115

Deben reconocerse los valores positivos de la juventud


Es puro prejuicio ver en los jóvenes únicamente aspectos
negativos sin descubrir el enorme potencial que en todos los
órdenes encierran. Una actitud excesivamente crítica por par­
te de los adultos generalmente revela, más que los defectos
de los jóvenes, las propias limitaciones de los mayores.

La comprensión y la simpatía tienen valor decisivo


Las actitudes juveniles resultan frecuentemente irritantes
para los mayores. No pocas veces rayan en la insolencia o
caen de lleno en ella. Pero estas actitudes suelen ser resulta­
do de los conflictos interiores que atormentan al joven. El
consejero avisado se esforzará por encajar las provocaciones.
Calará hondo por debajo de las actitudes superficiales, se es­
forzará por comprender cuanto preocupa a esa alma y pro­
curará mantener un diálogo constructivo.
Huelga decir que deben desterrarse totalmente los repro­
ches sarcásticos, las ironías o las actitudes de superioridad.
Nada hay que aleje más a un joven de las personas mayores
como el hecho de que se resalte su inexperiencia en contras­
te con la presupuesta madurez de un adulto. La mejor ma­
nera de cortar toda vía de comunicación efectiva con un ado­
lescente es decirle: «¡Eres todavía un chiquillo!» o lindezas
por el estilo.

Los razonamientos deben prevalecer sobre las imposiciones


Hay líderes de iglesias que, al igual que muchos padres,
pugnan por imponer sus criterios, normas y costumbres a los
jóvenes sin darles razones válidas para que los acepten. Con
alguna frecuencia, las posturas tradicionales carecen de base
sólida, incluso de apoyo bíblico; pero se defienden celosa­
mente. Se pretende obligar a los jóvenes a que las den por
buenas y se sometan a una pretendida autoridad incuestio­
nable. Este modo de actuar sólo puede producir dos resulta­
dos: o el alejamiento del joven o la asfixia de unas inquietu­
116 JO SÉ M . MARTÍNEZ

des que pueden tener no poco de sano y renovador. En este


último caso, la sumisión del joven no es un triunfo, sino un
fracaso empobrecedor.
Este problema puede ser especialmente delicado en las
iglesias cuyos dirigentes se distinguen por una mente estre­
cha, por su formación deficiente, su afincamiento en posicio­
nes estáticas y su incapacidad para revisar constantemente, a
la luz de la Palabra de Dios, sus conceptos y actitudes res­
pecto a las situaciones complejas que se suceden acelerada­
mente en el mundo de nuestros días. Los líderes con respon­
sabilidad pastoral que rehuyen las cuestiones planteadas al
joven por su desarrollo cultural y anatematizan toda duda
intelectual cual si se tratara de un engendro diabólico, están
anulándose a sí mismc* en su capacidad de guías de la ju­
ventud.
Por otro lado, se observa que los jóvenes tienen oídos
abiertos y predisposición favorable para la persona que, res­
petando su personalidad y sus ideas — aunque sean equivo­
cadas— , dialoga con ellos serenamente y con razones serias.

El joven ha de ser guiado a las grandes decisiones espirituales


Está en la edad más adecuada para una conversión fe­
cunda, para rendirse plenamente a Cristo y para establecer
un orden cristiano de prioridades que rija su vida.
Al tratar este punto, hemos de subrayar el peligro de
«forzar» decisiones. Todo apresuramiento, coacción o impul­
so no guiado por el Espíritu puede tener efectos deplorables.
Por el contrario, una presentación seria, amplia, de las gran­
des verdades del Evangelio puede causar un impacto real­
mente decisivo. El enfoque cristiano de la problemática hu­
mana y sus soluciones suelen cautivar al joven. Y aún más
cautivado se siente por la persona misma de Cristo y por el
ideal magnífico de un auténtico discipulado.
CURA DE ALMAS 117

Los jóvenes deben ser usados


Por supuesto, en la medida de sus posibilidades. Hay
responsabilidades que pueden aceptar. A poco estímulo que
reciban, cumplirán las tareas que se les encomienden con una
dedicación que en muchos casos superará a la de personas
mayores.
Téngase en cuenta, no obstante, que usar a un joven no
equivale a manipularlo. La manipulación, como vimos en el
capítulo XVIII, siempre es impropia del ministro cristiano,
pues si en todos los casos significa un abuso, éste resulta
mucho más reprobable cuando es un joven —generalmente
más propenso a la confianza, a la sinceridad y a la nobleza
de miras— el objeto de la manipulación. Evitado este peli­
gro, el joven guiado a ocuparse en detemimadas actividades
en el marco de la iglesia, estará en condiciones de resolver
más fácilmente muchos de sus problemas y efectuar más
felizmente su difícil tránsito a la madurez.
La acción que se desprende de las anteriores recomenda­
ciones debe ser iluminada en todo momento por una finali­
dad: que el joven alcance el plano de una. fe viva en Dios
y de obediencia a su voz (Sal. 119:9, 105; 37:6; Prov. 3 :5 ,6 ).

CUESTIONARIO

1. ¿Qué efectos suele tener en el comportamiento del joven


su afán de autoafirmación?
2. ¿Qué repercusiones espirituales tiene su gran sensibili­
dad?
3. ¿Cuáles son los problemas con que suele enfrentarse el
joven nacido y criado en un hogar cristiano?
4. ¿Qué responsabilidad tiene la iglesia respecto al joven?
5. ¿Cuáles son los principales errores cometidos por los ma­
yores en su trato con los adolescentes?
6. ¿Qué debe encontrar el joven en un pastor?
C a p ít u l o XXIV

PROBLEMAS EN RELACION CON LA IGLESIA

Otro motivo frecuente de preocupación pastoral — el úl­


timo que vamos a considerar— es la serie de dificultades que
a menudo surgen en la relación del creyente con la iglesia
local a la cual pertenece. Las experiencias en este terreno
suelen tener mucho de enojoso y deprimente. Revelan la gran
dosis de carnalidad que subsiste en muchos miembros de
iglesia y pone a prueba la paciencia del ministro. Escogemos
las tres más comunes. A la exposición de cada una uniremos
un análisis de las causas y su tratamiento.

Apatía
Se manifiesta en la resistencia a aceptar responsabilida­
des, en la superficialidad de la comunión fraternal y en lo
irregular de la asistencia a los cultos. En los casos extremos,
la desvinculación con la iglesia llega a ser prácticamente total.
En el fondo, existe un enfriamiento espiritual, por más
que la persona que se halla en tal situación insista en que
sus relaciones con Dios son normales y que el problema sólo
afecta a su relación con la iglesia. Si nos atuviéramos a da­
tos estadísticos, observaríamos que son excepciones rarísimas
los creyentes que, al margen de la comunión con sus herma­
nos, mantienen una vida espiritual intensa. Y en estos casos
excepcionales se produce una inconsecuencia, un autoenga-
CURA DE ALMAS 119

ño, pues nadie puede tener verdadera comunión con Dios si


no la tiene con quienes, como él, son hijos del mismo Padre
(I Jn. 2:9-11; 3:11-18; 4:7-11, 20, 21; 5:1, 2).

Causas
a) Problemas de fe. Para no incurrir en repeticiones,
remitimos al lector al capítulo XIX.
b) Negligencia en el cultivo de la piedad personal. El
descuido de la lectura de la Biblia y la oración, de la adora­
ción (individual y comunitaria), del servicio cristiano según
los dones recibidos del Señor, de la comunión de los santos
o de cualquier otro medio de crecimiento espiritual, conduce
indefectiblemente al enfriamiento, a la pérdida del primer
amor, a la indiferencia, zonas muy próximas a la frontera de
la apostasía.
c) Influencia del mundo. Una excesiva preocupación
por las cosas temporales impide fructificar espiritualmente,
como nos enseña la parábola del sembrador (Mt. 13:22). El
amor al mundo y el amor al Padre son incompatibles (I Jn.
2:15).
La participación en — o mera adhesión mental a— los
errores, idolatrías, inmoralidades y vanagloria del mundo tie­
nen semejantes efectos perniciosos. Recuérdense los cargos
formulados por el Señor contra las iglesias de Pérgamo, Tia-
tira, Sardis y Laodicea (Apoc. 2 y 3).
El triste ejemplo de Demas (II Tim. 4:10) debiera ser
un semáforo en rojo que cerrara al cristiano su avance hacia
la deslealtad. Pero, desgraciadamente, el ex-colaborador de
Pablo ha tenido siempre imitadores.
d) Excesiva atención a las faltas ajenas. No pocos miem­
bros de nuestras congregaciones se escandalizan a la menor
falta que descubren en otros creyentes. Desean — casi exi­
gen— una perfección de la que ellos mismos están muy lejos.
En algunos casos, la conducta de determinados hermanos no
tiene, ciertamente, nada de edificante; es una piedra de tro­
120 JO SÉ M . MARTÍNEZ

piezo. Cristo mismo lo previo y subrayó solemnemente las im­


plicaciones de un comportamiento escandaloso (Mt. 18:6-9).
Otras veces la reacción de disgusto se debe más a un exceso
de sensibilidad o a una proyección de los propios defectos
por parte de la persona afectada que a las faltas en sí de los
demás. En cualquier caso, el tropiezo se debe a desplazamien­
to del apoyo de la fe. Se mira a los hombres más que a Jesús.
Se confunde al Redentor perfecto con los redimidos imper­
fectos.
e) Decepciones en el trato recibido. No faltan los miem­
bros que esperan siempre ser colmados de atenciones. Todo
el mundo debe saludarlos e interesarse por ellos. Consideran
que la iglesia debe reconocer su valía, aunque a menudo ésta
es muy escasa, y llamarlos a ocupar puestos de responsabili­
dad. Pero sucede a veces que sus esperanzas y anhelos dejan
de cumplirse, unas veces por omisión involuntaria de ios de­
más; otras, porque su actuación resulta poco atrayente o
porque sus dones no están a la altura de lo que apetecen.
Entonces sobreviene el despecho carnal, el enfado, el volver­
se indiferentemente de espaldas a la iglesia. Se ha perdido
de vista que el ensalzamiento, en último término, viene de
Dios (I Ped. 5:6).
f) Problemas íntimos no resueltos. Pueden ser persona­
les o familiares; de índole psíquica, moral o social. Si revis­
ten importancia, minan el vigor espiritual, crean sentimien­
tos de culpa y conducen al retraimiento en toda forma de acti­
vidad e incluso, a veces, en la asistencia a los cultos. La con­
vivencia y la colaboración con los demás creyentes produce
una sensación de hipocresía, de que se está representando un
papel para el que uno carece del mínimo de dignidad, y se
opta por el aislamiento, con todos sus peligros inherentes de
defección total.

Tratamiento
Vendrá determinado en cada caso por las causas del pro­
blema. Cada situación exigirá un enfoque distinto del aseso-
CURA DE ALMAS 121

ramiento espiritual. Pero en términos generales puede des­


tacarse la conveniencia de mostrar al creyente apático su gran
responsabilidad delante de Dios. La carta de los Hebreos
abunda en material apropiado para la exhortación en tales
casos. Sus admoniciones (Heb. 2:1-4; 4:1-13; 6:4-12;
10:23-39; 12:1-29) son probablemente las más solemnes de
toda la Biblia.
Convendrá, asimismo, descubrir el egocentrismo que casi
siempre se oculta en las actitudes de desapego respecto a la
iglesia. Con excepción de la primera y la última de las causas
mencionadas en el punto anterior (problemas íntimos de fe
o debidos a conflictos interiores), todas las demás muestran
la influencia nefasta que la soberanía de un yo carnal ejerce
sobre el comportamiento. El creyente debe reconocer su pe­
cado, confesarlo y apartarse de él y renovar su lealtad a Aquel
con quien dice haber muerto y resucitado. La identificación
del cristiano con su Salvador no debe limitarse a un mero
postulado teológico; ha de manifestarse en la práctica. Quien
de veras se apropia las palabras de Gálatas 2:20, a semejan­
za de Cristo, ha de amar a su iglesia y se ha de entregar por
ella, a pesar de todos sus defectos (Ef. 5:25).
Cuando las dificultades se deben a problemas íntimos
—a los que ya nos hemos referido— convendrá, lógicamente,
buscarles una solución. Una vez lograda, todo lo demás se
resolverá sin demasiado esfuerzo.
El uso atinado de la Escritura es, como en todos los casos
de orientación pastoral, de la máxima importancia. El pas­
tor seleccionará los textos más adecuados con el convenci­
miento de que la eficacia de la Palabra de Dios (Heb. 4:12,
13) excede a la de cualquier razonamiento humano.

Discordias entre los miembros


Abundan más de lo que sería de esperar entre cristianos.
Suelen tener su origen en lo que se considera una ofensa,
contra la que generalmente se reacciona con el distanciamien-
122 JOSÉ M . MARTÍNEZ

to o con una abierta animosidad. Si estos problemas de re­


lación proliferan entre los miembros de una iglesia, ésta se
verá en graves dificultades para cumplir la misión que el
Señor le ha encomendado. Crecen las tensiones en su seno
y se crea una atmósfera enervante que amenaza paralizar
incluso a los espíritus más animosos.
Puede darse esta situación aun entre cristianos activos
y fieles en muchos aspectos. Las disensiones entre Evodia y
Sintique en la iglesia de Filipos (Fil. 4:2) son una triste ilus­
tración de este hecho.

Causas
Resultan prácticamente innumerables, por lo que una vez
más nos referimos a los factores más comunes.
a) Falta de madurez cristiana. La carnalidad a la que
alude Pablo en su primera carta a los Corintios se identifica
con el infantilismo espiritual (I Cor. 3:1) y no sólo fue cau­
sa de la escisión de la iglesia en facciones, sino que dio
pábulo a los litigios más vergonzosos (I Cor. 6:1-8).
En el fondo puede haber —y a menudo hay— graves
defectos de educación a nivel humano, amplias zonas del
carácter no santificadas o simplemente una falta de desarrollo
de la personalidad, lo que una y otra vez da lugar a reaccio­
nes primarias. Multitud de personas adultas se comportan
toda su vida como niños mayores.
Estos hechos pueden explicar una conducta carnal, pero
no la justifican. El Evangelio no está destinado únicamente
a transformar nuestras perspectivas eternas. Ha de cambiar
nuestra vida en la tierra. Es precisamente en un contexto de
pleitos y disensiones existentes en la iglesia de Corinto donde
hallamos la gran declaración de Pablo: «Esto erais algunos;
mas ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya
habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús y por
el Espíritu de nuestro Dios» (I Cor. 6:11).
b) Amistades mal cimentadas. No siempre la amistad
entre cristianos es una amistad cristiana, basada en los prin­
CURA DE ALMAS 123

cipios y exigencias de la comunión espiritual. Es más bien


el resultado de afinidades humanas, sin ningún ingrediente
piadoso. Por eso, cuando por un motivo u otro se producen
fricciones, falta el aglutinante por excelencia: el amor cris­
tiano que cubre faltas y restaña heridas. Consecuencia final
es que la amistad se trueca en enemistad.
c) Falta de delicadeza. Con demasiada frecuencia se
confunde la fraternidad cristiana con una familiaridad de
mal gusto, chabacana, irrespetuosa. Ello produce un distan-
ciamiento entre personas sensibles y aquellas que no lo son.
Es una lástima que no siempre la fe se manifiesta a través de
un amor decoroso y benigno (I Cor. 13:4, 4).
d) Falta de lealtad. La murmuración, la divulgación de
intimidades, la ingratitud, el trato desconsiderado u ofensivo
y otras acciones semejantes crean resentimientos muy difíci­
les de eliminar.
e) Roces temperamentales. Así como hay personas que,
por su idiosincrasia, crean a su alrededor una atmósfera de
concordia, las hay que son causa de malestar y disensión.
Conviene en tales casos tomar en consideración los fac­
tores ajenos a la voluntad de la persona «difícil» que influyen
en su conducta. Pero la comprensión no elimina todos los
problemas de relación por parte de tal persona con sus her­
manos y el mal que de ellos se deriva turba igualmente la
paz de la iglesia.
f) Cuestiones económicas o laborales. Con relativa fre­
cuencia se da el caso de conflicto fraternal por motivos pe­
cuniarios. Un préstamo recibido del hermano en un momen­
to de apuro y no devuelto en el tiempo previsto sin causa
justificada; un desacuerdo serio en la gestión de una empre­
sa en común; un abuso en transacciones comerciales entre
hermanos en la fe; una actuación injusta por parte del patro­
no o del empleado, cuando ambos son miembros de la igle­
sia, han destruido muchas relaciones de comunión cristiana
y han cargado la atmósfera de disensión en la iglesia. Re­
cuérdese una vez más I Corintios 6:1-8.
124 JOSÉ M . MARTÍNEZ

En todos los casos, sean cuales sean las causas, la dificul­


tad se agrava cuando hay una excesiva dosis de amor propio,
pues éste impide el reconocimiento y la confesión de errores
o faltas. Cuando se pretende vencer más que cumplir la vo­
luntad de Dios, hay pocas posibilidades de que cualquier
problema de disensión se resuelva.

Cómo actuar
Surgida la disensión, una de las cuestiones a decidir es
quien debe dar el primer paso para la reconciliación. Según
el Nuevo Testamento, cualquiera de las dos partes —ofen­
sora u ofendida— tiene el deber moral de aproximarse a la
otra con objeto de restablecer la buena relación entre ambas
(Mt. 5:23, 24; 18:15-17).
El segundo texto de Mateo (18:15-17) es valiosísimo por
lo concreto de los pasos a dar (1). En primer lugar, debe
procederse al diálogo en privado, no a airear la ofensa en
presencia de terceras personas. Cuando este primer contac­
to se efectúa con espíritu cristiano, es suficiente en la mayoría
de casos para resolver el problema. La humildad y el amor
suelen triunfar aun en las situaciones más enconadas.
Si la primera iniciativa fracasa, debe repetirse en pre­
sencia de testigos. Esta norma está en consonancia con la pres­
cripción veterotestamentaria de Deuteronomio 17:6 y 19:15.
Cuando el segundo paso resulta igualmente infructuoso, la
cuestión debe ser planteada a la iglesia local, la cual decidirá
en conformidad con las prerrogativas disciplinarias que le
han sido otorgadas por el Señor mismo (v. 18). Trataremos
este punto con más amplitud en el capítulo siguiente.
En el proceso de reparación de brechas en la comunión
entre hermanos, deben los líderes de la iglesia guiar a los
miembros en conflicto a actitudes positivas, consecuentes con
1. Las palabras «contra ti» (eis se) del vers. 15 no aparecen en
algunos manuscritos, entre ellos el Sinaítico y el Vaticano; pero, sin
duda, interpretan el sentido del pasaje. Comp. 18:21.
CURA DE ALMAS 125

los grandes privilegios y responsabilidades de todo hijo de


Dios. Nunca es más grande un creyente que cuando se hu­
milla, reconoce sus propias faltas, se sitúa en lugar del ofen­
sor para comprenderle y está dispuesto a perdonar movido
por el amor de Cristo hacia nosotros, que tanto nos compro­
mete. La petición del Padrenuestro en demanda de perdón y
la parábola de los dos deudores (Mt. 18:23-35) obligan seria­
mente a todo cristiano.
Otros textos bíblicos orientadores al respecto, entre mu­
chos más, son: Rom. 12:18, 19; I Cor. 13 (especialmente
ios vs. 4 y 5); Gál. 5:13-15; 6:1, 2; Ef. 4:26, 27, 31, 32;
5 :1 ,2 ; Fil. 2:1-5; Col. 3:12-14; I Ped. 5:5-7.

Bandos y grupos de oposición


Son tan antiguos como la propia iglesia cristiana. Recuér­
dese a los judaizantes en no pocas iglesias apostólicas y las
facciones existentes en la de Corinto.
Conviene, no obstante, que frente a este problema el pas­
tor ejercite toda su capacidad de discernimiento. Movimientos
espirituales grandemente bendecidos y usados por Dios tuvie­
ron su origen en núcleos de disidentes cuyo propósito era
mantener la pureza doctrinal y moral de la iglesia en con­
formidad con el Evangelio. Los reformadores, y posterior­
mente los iniciadores de las iglesias libres, fueron considera­
dos herejes perturbadores de la paz eclesial por los dignata­
rios religiosos de su tiempo. No debe perderse de vista que
la Iglesia debe mantenerse semper reformando y que todo mi­
nistro de Cristo ha de perseverar a la escucha de lo que, a
través de la Palabra, «el Espíritu dice a las iglesias». Habrá
posiblemente casos en que las voces de oposición merezcan
ser atendidas, ya que cualquier actitud de intransigencia se­
ría desafortunada. Pero otras veces —las más, probablemen­
te— el pastor tendrá que arrostrar, prudente pero decidida­
mente, la acción de banderías diversas que, sin provecho al­
guno, amenazan la armonía y prosperidad de la iglesia.
126 JOSÉ M . MARTÍNEZ

Etiología del problema


a) Causas doctrinales. La historia eclesiástica nos en­
seña que nunca han faltado falsos maestros. Se dio ese he­
cho ya en días de los apóstoles, quienes debieron contender
enérgicamente contra judaizantes, racionalistas, ascetas, pre­
gnósticos o simples palabreros promotores de disputas y con­
tiendas (Hec. 15; carta a los Gálatas; I Cor. 15:12 y II Tim.
2:17, 18; cartas a los Colosenses y I de Juan, etc.). Poste­
riormente, herejías de toda laya han ido introduciéndose en
las diversas ramas de la teología cristiana.
Dos factores han contribuido especialmente a este mal:
a) La influencia de las corrientes filosóficas de cada época;
b) El arrumbamiento o simple descuido de determinadas ver­
dades bíblicas, lo que ha producido reacciones pendulares
que han conducido a extremos antibíblicos. Tales factores de­
ben ser tomados en consideración cuando se enjuicia una
postura doctrinal errónea o exagerada, a la que sólo cabe opo­
ner la posición equilibrada de quien ha asimilado adecuada­
mente «todo el consejo de Dios».
b) Morales o de costumbres. Puede surgir la oposición
en una iglesia como resultado de determinadas normas éticas
que se ponen en entredicho o de la diversidad en la interpre­
tación de la libertad cristiana.
He aquí algunos ejemplos: postura ante la ética de situa­
ción, actitud ante el divorcio o ante la celebración de matri­
monios mixtos, enfoque de las responsabilidades político-so­
ciales del cristiano y de la Iglesia, lugar de !a mujer en la
vida de la congregación (uso del velo, posibilidad de orar o
hablar en público), prescripciones relativas a indumentaria,
diversiones, bebida, fumar, etc.
En estas cuestiones, no siempre es fácil distinguir lo bíbli­
co de lo tradicional, lo normativo con carácter perenne y lo
circunstancial, lo intangible y lo que debe cambiar en función
de la evolución de costumbres o circunstancias en cada lugar.
Pero lo cierto es que en numerosas iglesias se da lugar a
serias tensiones y a la formación de grupos antagónicos.
CURA DE ALMAS 127

c) Cuestiones de gobierno eclesiástico. Dado que nadie


es infalible o perfecto, debe admitirse la posibilidad de que
quienes dirigen la iglesia cometan errores o teng¿n deslices.
En la iglesia de Jerusalén, algo funcionó mal en la diaconía
en favor de las viudas (Hec. 6). La murmuración nunca es
noble, pero en este caso espoleó a los apóstoles para resol­
ver una situación que podía hacerse peligrosa. Una crítica
constructiva puede ser el mejor remedio para corregir lo que
deba ser corregido en la actuación de los guías.
Pero no siempre la acción crítica se limita a cauces no­
bles, positivos. A menudo se forman grupos de oposición sis­
temática contrarios a cuanto hacen —esté bien o mal— pas­
tor, ancianos, diáconos o juntas de los diversos departamen­
tos de la iglesia.
d) Diferencias mentales. Por estructura intelectual, por
uí tipo de educación recibida o por temperamento, en toda co­
lectividad humana suele haber dos grupos: el de los progresis­
tas v el de los integristas, el de los renovadores y el de los
conservadores, el de los tolerantes y el de los intransigentes.
Cuando estas diferencias conducen a la polarización de acti­
tudes en una iglesia, ésta fácilmente se escinde.
e) Problemas personales. Pueden ser íntimos, indivi­
duales, con una proyección deplorable en la relación del miem­
bro con la iglesia o sus dirigentes. Lo expuesto en el aparta­
do f) sobre las causas de la apatía puede aplicarse igualmente
en este caso. Algunos creyentes se han caracterizado por sus
habituales intervenciones díscolas en reuniones administrati­
vas de iglesia. G. Fingermann refiere el caso del miembro de
un grupo juvenil que había pedido la palabra, pero, antes de
que hablara, otro se le adelantó exclamando: «¡Pido la pala­
bra en contra!», sin saber siquiera lo que el primero iba a
decir (2). Examinado a fondo su comportamiento, casi siem­
pre se ha descubierto que tales personas tenían serios proble­
mas conyugales o laborales, que sufrían de resentimientos pro­
fundos o que eran víctimas de alguna gran frustración.
2. Conducción de grupos y de masas, Edit. El Ateneo, p. 124.
128 JOSÉ M . MARTÍNEZ

A veces se juntan varios miembros con problemas de ese


tipo y, sin darse apenas cuenta de ello, constituyen un grupo
de oposición.

Acción pastoral
Cuando se trata de cuestiones doctrinales, morales o de
gobierno de la iglesia, conviene dialogar con mente abierta
a la luz de la Palabra de Dios.
En los puntos básicos, sobre los que descansa la integri­
dad del Evangelio, no caben concesiones de ningún género.
La oposición debe ser rechazada con santa energía (Gál. 1:9;
II In. 9-11).
Si se trata de puntos no fundamentales, pero sí suficiente­
mente claros desde el punto de vista bíblico, deben ser asi­
mismo mantenidos en conformidad con la Escritura. En nin­
gún caso debe sacrificarse la verdad en aras de conveniencias
circunstanciales con objeto de soslayar problemas. Ningún mi­
nistro del Evangelio está autorizado para maniobrar maquia­
vélicamente en el gobierno de la iglesia en menoscabo de la
autoridad permanente de la Palabra.
Pero hay casos en los que una postura tolerante y elástica
puede 9er la más recomendable. Esta postura casi se impone
ante cuestiones susceptibles de más de una interpretación se­
ria de la Escritura. Cristianos igualmente fieles y amantes de
la Palabra de Dios sustentan opiniones muy diversas en tomo
a determinados puntos teológicos. Si esas divergencias se man­
tienen dentro de la ortodoxia evangélica, debiera prevalecer
por parte de todos un espíritu de libertad y respeto mutuo.
Puede suceder, sin embargo, que alguien haga de tales
puntos caballos de batalla con espíritu sectario y trate de im­
poner por todos los medios sus opiniones a los demás, o que
tilde de infieles a la Verdad a cuantos no se adhieren a su cre­
do. Esta agresividad, carente de amor y respeto a las opinio­
nes ajenas, puede constituir un serio peligro para la comunión
y la paz entre los creyentes, y en tal caso deberán tomarse las
CURA DE ALMAS 129

medidas adecuadas a fin de salvaguardar la unidad de la


iglesia, siempre indispensable para un testimonio eficaz.
En estas situaciones, una de las soluciones más aconseja­
bles es que los miembros disidentes se adhieran a otras igle­
sias más afines doctrinalmente o que formen una nueva de
acuerdo con sus convicciones. Todo cristiano debe ser fiel a su
conciencia, pero no tiene ningún derecho a fomentar la di­
visión en una iglesia que en las cuestiones básicas se mantie­
ne fiel a la Escritura.
Cuando los bandos y la oposición surgen por motivos
personales, la firmeza y el tacto deben combinarse en dosis
pariguales. A menudo los componentes del grupo opositor
sólo tienen un factor aglutinante: su resentimiento contra al­
guien o contra algo y su espíritu de contradicción. Transcurri­
do algún tiempo, suelen surgir diferencias importantes entre
ellos y el grupo se debilita o desaparece.
Según la situación concreta de cada caso, debe actuarse
de un modo u otro. Unas veces convendrá hacer uso de una
gran paciencia y abstenerse de medidas drásticas, lo que no
significa pasividad o renuncia a un diálogo encaminado a so­
lucionar el problema. En términos generales, la precipitación
no es aconsejable. Sin embargo, puede suceder también que
una prolongación de las dificultades las haga cada vez más
peligrosas y más insuperables. En situaciones así, la acción
reflexiva pero sin demora puede ser el único medio de solu­
ción (I Cor. 5:3-5, 13).
En el capítulo siguiente no6 extenderemos más amplia­
mente sobre la disciplina. Pero ya ahora adelantamos que, en
este terreno, inseparable de los problemas eclesiales, la acción
pastoral debe estar presidida por un espíritu de afable cor­
dura (II Tim. 2:24-26).
130 JO SÉ M . MARTÍNEZ

CUESTIONARIO

L ¿Cuáles son las causas de la tibieza espiritual y cómo


debe tratarse este problema?
2. ¿Cómo deben resolverse las discordias entre hermanos?
Apoye la respuesta en textos bíblicos adecuados.
3. ¿Cuándo los grupos de oposición son pecado en una igle­
sia? ¿Y cuándo son saludables?
4. ¿Cuál debe ser la actuación pastoral en cada uno de los
casos mencionados en la pregunta anterior?
Capítulo X X V

LA DISCIPLINA

En el planteamiento de los diferentes problemas que se


presentan en la cura’ de almas, el pastor no sólo tiene que
actuar como médico espiritual; ha de ser, asimismo, un edu­
cador. Esa es la razón por la que dedicamos un capítulo al
tema de la disciplina.

Significado bíblico del término


En la mente de muchas personas priva la acepción secun­
daria de la palabra «disciplinar»: azotar por castigo. Predo­
mina la idea de acción severa en retribución de una conducta
incorrecta. Pero «disciplina», en español como en latín, tie­
ne el mismo significado primario: enseñanza o educación de
una persona. Idéntico sentido tiene el término hebreo musar
(Dt. 8:5) o el griego paideía (Hec. 7:22; 22:3; Rom. 2:20;
Ef. 6:4; II Tim. 2:25; 3:16; Tit. 2:12).
La enseñanza efectiva implica la comunicación de unas
verdades y, en el orden espiritual, la transformación del ca­
rácter del creyente a semejanza de su Señor. Para ello es
preciso impartir unos conocimientos, exhortar, amonestar, es­
timular, etc. Sin embargo, toda actividad pedagógica exige fir­
meza, rigor y a veces acción correctiva. Por eso, en el An­
tiguo Testamento de modo especial, pero también en el Nue­
vo, los términos musar y paideía respectivamente expresan
132 JOSÉ M . MARTÍNEZ

la idea de castigo (Lev. 26:28; Sal. 6:1; 94:12; Heb. 12:6,


7, 10; Ap. 3:19). No debe, sin embargo, interpretarse tal cas­
tigo en un sentido estrictamente punitivo o —menos aún—
expiatorio. A la luz del Nuevo Testamento, resulta clarísimo
que Cristo pagó por todos nuestros pecados, que «ninguna
condenación hay para los que están en Cristo Jesús» (Rom.
8:1) y que la santa ira de Dios no va a recaer sobre aquellos
a quienes él mismo ha justificado (Rom. 8:33). Pero cada
redimido es un hijo de Dios, a la par que un discípulo del
Hijo por excelencia, en cuya escuela debe ser educado. Cuan­
do fracasen otros medios educativos, Dios usará el azote, no
para castigar, sino para corregir, no como expresión de ira,
sino de amor paternal. Esta es la gran lección expuesta ma­
gistralmente en Hebreos 12:5-11. Agustín de Hipona la ex­
presó con gran acierto: Melius est cum severitate diligere
quam cum lenitate decipere (mejor es amar con severidad
que engañar con lenidad).
A la acción educativa de Dios en su sentido más amplio
ha de responder el creyente con una actitud de autodiscipli­
na, renunciando al error y al pecado y renovando siempre
su dedicación a Dios y a la justicia (Rom. 6:11-13, 19) con
todas las fuerzas de su ser (I Cor. 9:25-27). Pero cuando el
miembro de una iglesia, faltando a sus deberes morales, vive
desordenadamente, la iglesia debe intervenir para llevar a
efecto la oportuna corrección.

La acción disciplinaria de la Iglesia

Según lo expuesto en el punto anterior, la Iglesia «disci­


plina», es decir, instruye, enseña, cada vez que de algún modo
se guía a sus miembros a vivir conforme al propósito de
Dios. La predicación o la enseñanza en público y la exhorta­
ción o la admonición en privado deben contribuir a cumplir
su misión educativa. Pero tiene que incluirse en la disciplina
la acción encaminada a enmendar el comportamiento anticris­
tiano de cualquier miembro.
CURA DE ALMAS 133

Esta función correctiva tiene un doble fin: el propio be­


neficio del creyente que la origina y la salvaguardia del pres­
tigio moral de la iglesia. Este segundo aspecto no puede
desestimarse. En las iglesias apostólicas, tuvo gran relieve.
«Para su propia afirmación y defensa, la Iglesia primitiva tuvo
que ejercer una disciplina estricta. Su bienestar y su propia
vida dependía de la supresión de las perversiones y de la ex­
pulsión de quienes persistían en pecados escandalosos. En al­
gunos casos la tolerancia habría significado infidelidad a Cris­
to y degradación de la comunidad. El deber de mantener una
disciplina adecuada fue una de las tareas más difíciles y más
importantes con que tuvo que enfrentarse la iglesia anti­
gua» (1).
Esta actuación, con antecedentes enraizados en el Anti­
guo Testamento, fue sancionada por el Señor de modo que
no deja a lugar a dudas (Mt. 18:15-17) y establecida en las
primeras iglesias cristanas. Atención especial merece la
energía con que Pablo se esforzó para que se llevara a la
práctica (I Cor. 5).
Algunas intervenciones de tipo disciplinario pueden y
deben ser efectuadas privadamente. Aunque a juicio de bue­
nos comentaristas el sentido de Mateo 18:15 aconseja la re­
tención de «contra ti» (2), la supresión de estas dos palabras
en muchos manuscritos antiguos permite una aplicación más
amplia de la pauta marcada por Jesús (Comp. Sant. 5:16) y
abre el camino para que cualquier creyente, y especialmente
quien ocupa una posición de mayor responsabilidad en la igle­
sia, se dirija al hermano que ha pecado y le amoneste con mi­
ras a su restauración espiritual.
Cuando la amonestación en privado no produce efecto, ni
siquiera en un segundo intento con uno o dos testigos, el
asunto debe ser llevado a la iglesia, a la que corresponde la
decisión disciplinaria final.
1. H. Cariss J. Sidnell, Hastings'Dict. of the apostolic church, I,
p. 303.
2. Véase pág. 128, nota al pie.
134 JO SÉ M . MARTÍNEZ

Los datos del Nuevo Testamento nos permiten establecer


los principios que deben observarse en una iglesia cristiana
cuando ha de resolver el problema planteado por pecados
graves.
a) Prácticamente en todos los casos, aun en los más ex­
tremos, debe buscarse el arrepentimiento del pecador y su
rehabilitación espiritual (II Cor. 2:5-11; II Tim. 2:25, 26).
b) En ninguna circunstancia deben litigar los miembros
de una iglesia ante un tribunal civil. En último término, sus
conflictos han de ser juzgados y decididos en el seno de la
propia congregación (I Cor. 6).
c) Las decisiones relativas a disciplina no son prerroga­
tiva exclusiva de los dirigentes de la iglesia. La excomunión
debe ser decidida por la iglesia, no por el pastor o por el con­
sejo de la misma (I Cor. 5:4).
d) Las medidas disciplinarias han de ser guiadas por el
Espíritu Santo e inspiradas en la Palabra de Cristo, y deben
adoptarse con el elevado sentido de responsabilidad que exi­
ge actuar «en nombre y con el poder» del Señor (I Cor. 5:4).
é) Han de estar presididas, asimismo, por un espíritu
firme, al mismo tiempo lleno de comprensión, mansedumbre
y solidaridad (Gál. 6:1, 2) y con una constante disposición al
perdón tan pronto como se vean signos de arrepentimiento
(II Cor. 2:5-11, en especial los vs. 7 y 10). •
La aceptación de estas directrices librará tanto de una
excesiva laxitud como de una rigurosidad exagerada, males
ambos que han perjudicado gravemente a muchas iglesias a
lo largo de los siglo6.

La excomunión
Constituye la medida extrema de la disciplina por la que
un miembro es excluido de la comunión de la iglesia.
Tiene sus precedentes en el antiguo Israel, en el que los
contaminados y los transgresores de los grandes mandamien­
CURA DE ALMAS 135

tos de la Ley eran excluidos de la comunidad; en unos casos,


temporalmente; en otros, los más graves, de modo definitivo
mediante la muerte. Así se preservaba o restauraba la santidad
de la nación (Lev. 13:46; Núm. 5:2, 3; 12:14, 15; 16; Esd.
7:26; 10:8; Neh. 13:23-25). En la época postexílica, la ex­
comunión era practicada por las autoridades de la sinagoga
con efectos civiles tanto como religiosos (Jn. 9:22; 12:42;
16:2).
La Iglesia cristiana, en conformidad con las enseñanzas de
su Maestro (Mat. 18:18), retuvo la excomunión en el orden
espiritual. El castigo físico nunca entró en la mente de los
primeros cristianos. Y si alguna vez se producía enfermedad
o muerte de carácter disciplinario (I Cor. 11:30), la acción
correspondía a Dios, no a la comunidad eclesial (Comp. Hec.
5:1-10).
El ejemplo más claro de excomunión en el Nuevo Testa­
mento lo hallamos en el caso del incestuoso de Corinto, cuya
referencia bíblica (I Cor. 5) hemos anotado ya varias veces.
La salud moral y el testimonio público de la iglesia estaban
gravemente amenazados. Además no se trataba de un desliz
seguido de arrepentimiento y abandono del pecado, sino de
una conducta escandalosa mantenida con la complicidad de
una tolerancia mal entendida por parte de la iglesia. El mal
debía cortarse de raíz (v. 13). Pero incluso en este caso in­
sólito, la finalidad última de la excomunión, como hemos ob­
servado en los principios bíblicos de la disciplina, era la sal­
vación del transgresor (v. 5) (3).
Hay referencias a otros casos de disciplina en el Nuevo
Testamento, bien que no se nos presentan con la misma pro-
3. «Entregar a Satanás» es una expresión oscura para nosotros.
Vuelve a repetirse en I Tim. 1:20. Objeto de interpretaciones diversas,
parece indicar que fuera de la iglesia se encuentra la esfera de Satanás
(Ef. 2:12; Col. 1:13, etc.), donde el excomulgado es objeto especial
de los ataques del maligno sobre su «carne», posiblemente mediante
enfermedades u otros sufrimientos. Pero son precisamente estos su­
frimientos los que pueden provocar el arrepentimiento salvador.
136 JOSÉ M . MARTÍNEZ

fusión de detalles. Aunque probablemente no de modo ex­


haustivo, nos indican las causas principales de excomunión
en las iglesias apostólicas:
a) Pecados graves de inmoralidad (I Cor. 5). La degra­
dación sexual de los paganos debía contrarrestarse enérgica­
mente en las congregaciones cristianas si no se quería correr
el riesgo de que un poco de levadura leudara toda la masa.
No es menor el peligro en nuestros días.
b) Enseñanza errónea (Gál. 1:8; I Tim. 1:20). Sobre
todo cuando atenta contra los fundamentos doctrinales de la
fe, ya que la modificación de éstos puede significar que una
iglesia cristiana deje de serlo.
c) Contravención descarada de las prescripciones apos­
tólicas (II Tes. 3:14). No es seguro, sin embargo, que en este
caso Pablo pensara en una excomunión total, sino más bien en
un retraimiento por parte de los hermanos en relación con
el «desordenado». Así parece confirmarlo el versículo 15.
d) Espíritu faccioso provocador de divisiones (Tito
3:10). El caso que en este texto se contempla es el del hom­
bre hereje (hairetikós), es decir, el que se adhiere a unas ideas
sectarias y promueve escisiones. Ya antes Pablo había colo­
cado la herejía (haíresis) entre las obras de la carne junto a
las contiendas y las disensiones (Gál. 5:20) y había mostrado
la estrecha relación entre aquélla y el cisma (I Cor. 11:18,
19). La haíresis, por sus perniciosos elementos doctrinales y
sus efectos divisorios, es una amenaza a la integridad de la
iglesia.
Es verdad que la recomendación de Pablo resulta ambi­
gua. ¿Qué significa «desechar» al hairetikós? El verbo griego
paraiteomai tiene gran diversidad de acepciones: pedir a al­
guien que se acerque, obtener algo mediante súplica, excusar­
se, apartar, separar, rehuir, evitar. Esta variedad de signifi­
cados impone cautela antes de identificar la norma paulina
con la excomunión. Sin embargo, la naturaleza del problema
de la «herejía» cismática limita el número de acepciones plau­
sibles. Quien la practica debe ser evitado o separado. Pero,
CURA DE ALMAS 137

dada la pertinacia de tal tipo de personas, parece que la


única manera de evitarlas es su separación o exclusión. En
tal caso, la iglesia no hace sino confirmar la autocondenación
del miembro (Tit. 3:11). Por otro lado, la lenidad respecto a
este problema puede ser fatal. Como bien señala Schlier,
«si la Iglesia accede a la haireseis, ella misma se convertirá
en haíresis» (4).
En cuanto a la duración de la excomunión, nada se in­
dica en el Nuevo Testamento. El principio básico es que el
excomulgado ha de ser readmitido a la comunión de la iglesia
cuando evidencia arrepentimiento y se aparta de la causa de
su exclusión.
En algunos casos, sobre todo cuando ha habido escán­
dalo público, si el arrepentimiento se produce inmediata­
mente o poco después de haber cometido la falta, puede ser
aconsejable mantener alguna medida de disciplina (en algunas
iglesias, la privación de participar de la Santa Cena) durante
un tiempo prudencial. Ello contribuye a salvaguardar, en par­
te al menos, el crédito moral de la iglesia ante el exterior.
Pero no todas las iglesias comparten esta práctica. Algunas
estiman que si el arrepentimiento del excomulgado es reco­
nocido y aceptado, debe desaparecer toda medida disciplina­
ria. Hay razones en pro y en contra de las dos posturas. Lo
más aconsejable puede ser que la iglesia actúe según las cir­
cunstancias especiales de cada caso.
Para concluir, conviene recalcar la necesidad de que cual­
quier forma de disciplina, desde la admonición hasta la ex­
comunión, se lleve a cabo con amor, con oración y con un
deseo profundo de que el hermano disciplinado sea integrado
a una vida cristiana normal. Es triste que a veces se defienda
apasionadamente —farisaicamente quizá— la justicia sin el
menor vestigio de misericordia. Parece buscarse más la retri­
bución que la restauración. En este quehacer del ministerio,
como en todos, debiera haber en nosotros «el sentir que hubo

4. Kittel's Theol. Dict. of the NT, vol. I, 183.


138 JOSÉ M . MARTÍNEZ

en Cristo Jesús» (5). Y el santo temor expresado por Pablo:


«El que piensa estar firme, mire que no caiga» (I Cor. 10:12).

CUESTIONARIO
1. ¿Qué relación existe entre la disciplina en el sentido bí­
blico y la cura de almas?
2. ¿Por qué es necesaria la disciplina correctiva en la igle­
sia?
3. Exponga los fundamentos bíblicos de tal tipo de disci­
plina.
4. ¿Qué significado y qué alcance tiene la excomunión en
el Nuevo Testamento?
5. ¿En qué casos se aplica?

5. Alguien ha sugerido acertadamente que aun las palabras de


Mt. 18:17 debieran ser objeto de una cuidada exégesis. En la práctica
suelen interpretarse en el sentido de que el excomulgado debe ser re­
chazado despectivamente. Es como un gentil o como un publicano.
Pero ¿cómo trató Jesús a esta clase de personas?
Sección B
El pastor como
dirigente
Sección B

EL PASTOR COMO DIRIGENTE

Las responsabilidades de un pastor no se limitan a la


cura de almas. Además de atender individualmente a los
miembros según sus particulares necesidades, ha de prestar
atención a las actividades colectivas de la iglesia. En este
aspecto, se espera que su ministerio provea una aportación
decisiva en la dirección, organización y administración de la
comunidad eclesial.
Con la autoridad propia de sus funciones, y en conformi­
dad con las directrices de la Escritura, debe ejercitar sus do­
tes de líder para descubrir y cultivar dones, estimular a sus
hermanos para el trabajo cristiano y orientar las diversas for­
mas de adoración, testimonio y servicio de modo que la igle­
sia alcance el máximo rendimiento espiritual.
Esta tarea no es fácil. Exigirá una buena dosis de imagi­
nación, celo, energía, paciencia y fe. No siempre es apoyada
por la congregación con la comprensión y la colaboración de­
bidas. Muchas veces hay que trabajar superando los obstácu­
los de prejuicios, indiferencia u oposición. Pero no pueden
regatearse esfuerzos. Una iglesia bien dirigida es, por lo gene­
ral, una iglesia próspera en la que el ministro hallará cumpli­
da compensación a cualquier sinsabor de su liderazgo.
C apítulo X X V I

LA AUTORIDAD PASTORAL

Es inconcebible la acción eficaz de un dirigente si éste


carece de determinadas potestades. Pero es cierto igualmente
que dicha acción puede malograrse si se tiene un concepto
erróneo de la autoridad o se abusa de ella. Las dos posibili­
dades se han convertido a menudo en tristes realidades, según
nos muestra la historia de muchas iglesias locales. Por tal ra­
zón, antes de extendernos en consideraciones sobre la direc­
ción de una iglesia, conviene que procedamos a un breve es­
tudio de la autoridad, tal como aparece en el Nuevo Testa­
mento.
Concepto de autoridad
Los diccionarios definen el término con varias acepciones.
Una de las más adecuadas al sentido bíblico es la dada en
primer lugar por el Oxford Dictionary (Concise): «Poder, de­
recho a exigir obediencia.»
La palabra más usada en el Nuevo Testamento es exousía
(del verbo exesti, ser legal). Originalmente tenía el significa­
do de permiso o libertad para hacer algo; pero su sentido evo­
lucionó hacia el derecho de ejercer funciones de poder o de
gobierno, la facultad de una persona para dar órdenes que
otros deben cumplir (1).
1. W. E. Vine, Expository Dictionary of N. T. Words, vol. i,
página 89.
EL PASTOR COMO DIRIGENTE 143

La autoridad así entendida ha venido a ser un imperativo


en toda sociedad humana. La anarquía, dada la naturaleza
caída del hombre, conduce indefectiblemente al caos. Sin em­
bargo, para que la autoridad resulte benéfica, debe estar ci­
mentada en principios de verdad y de justicia. Si faltan es­
tos, la autoridad se corrompe y da lugar a las mayores cala­
midades sociales.
Desde el punto de vísta cristiano, toda autoridad —en su
sentido más amplio— procede de Dios (Rom. 13:1). La exo-
usía de Dios equivale a su poder, su libertad, su soberanía
sobre todo el universo. En última instancia, todo responde
al propósito de su voluntad (Ef. 1:11). Las esferas de auto­
ridad humanas o satánicas no escapan a su control (Jn. 19:
10, 11; Hec. 26:18; Col. 1:13). Si esto es así en los ámbitos
que le son hostiles, mucho más ha de serlo en su pueblo re­
dimido.

La autoridad en la Iglesia
Partiendo de Dios, de modo escalonado, nos muestra el
Nuevo Testamento las autoridades que, con carácter perma­
nente, absoluto, han de ser reconocidas por la iglesia de to­
dos los tiempos. De su acatamiento depende la validez de la
autoridad del ministro del Evangelio.
1) La autoridéd de Jesucristo. Es inherente a su iden­
tidad divina en igualdad con el Padre (fn. 5:19 y ss.) y confir­
mada en su condición de Mediador perfecto. Por eso, al final
de su estancia física en la tierra, declara: «Toda potestad
(exousía) me es dada en el cielo y en la tierra» (Mt. 28:18).
Jesucristo enseña con autoridad (Mt. 7:29; Me. 1:22; Le.
4:32); ejerce dominio sobre los malos espíritus (Me. 1:26;
Le. 4:36); tiene facultad de perdonar pecados (Mt. 9:6, 8;
Me. 2:10; Le. 5:24); posee autoridad en cuanto concierne a
la salvación del hombre (Jn. 17:2; Mt. 10:32; 11:28-30).
Exaltado a la diestra del Padre «sobre todo principado, auto­
ridad, poder y señorío», ha sido constituido Cabeza suprema
144 JO SÉ M . MARTÍNEZ

de la Iglesia (Ef. 1:21, 22). Ello explica que la Iglesia le in­


voque preferentemente, y con toda propiedad, con el título
de «Señor». A El, sólo a El, debe su lealtad.
2) La autoridad del Espíritu Santo. El es el único Vi­
cario de Cristo dado a la Iglesia. Como sustituto suyo, enseña
y guía a los discípulos al conocimiento de la verdad (Jn. 14:
26; 16:13) con todas sus implicaciones prácticas (Hec. 15:
28). Su acción iluminadora, no la habilidad de los predicado­
res, es el secreto de la comprensión y la aceptación del Evan­
gelio (I Cor. 2; I Tes. 1:5). La autoridad del Espíritu obliga
a la Iglesia —y a las iglesias— a mantenerse a la escucha de
su voz (Ap. 2:7, 11, 17, 29; 3:6, 13, 22) y a los pastores al
cumplimiento de su misión (Hec. 20:28).
3) La autoridad de los apóstoles. De las autoridades in­
trínsecamente divinas, pasamos a las humanas. Por sí mis­
mos, no fueron los apóstoles ni más sabios, ni más santos,
ni más fuertes que el resto de la Iglesia cristiana. Pero reci­
bieron una autoridad especial por delegación del Señor. Ha­
brían de actuar como sus representantes (Mt. 10:1, 40). Por
sus funciones únicas, serían considerados fundamento de la
Iglesia (Ef. 2:20; Ap. 21:14). Especialmente guiados por el
Espíritu Santo, en cumplimiento de la promesa de Jesús (Jn.
14:26; 16:13), darían expresión y transmitirían con toda auto­
ridad la sana «doctrina» del Evangelio (I Tim. 1:10; 4:6)
y su enseñanza sería preceptiva en todas las iglesias (I Cor.
11:2; II Tes. 2:15; 3:6, 7). Su predicación lleva el sello in­
confundible de una autoridad divina; no es palabra de hom­
bres, sino de Dios (I Tes. 2:13), y sus escritos son equipara­
dos a la Escritura del Antiguo Testamento (II Ped. 3:16). Lo
que los apóstoles habían aprendido de Jesús fue enriquecido
por el ministerio del Espíritu Santo, por lo que la tradición
apostólica se convirtió en elemento válido de revelación.
«Aquello que se había recibido del Jesús terrenal y fue trans­
mitido por los apóstoles fue al mismo tiempo convalidado
por el Señor exaltado, mediante su Espíritu, en los apósto­
EL PASTOR COMO DIRIGENTE 145

les, de modo que revelación y tradición apostólica no son sino


dos caras de una misma moneda» (2).
Esta autoridad de los apóstoles fue única, intransferible.
No se ha perpetuado a través de sucesores, como pretende la
Iglesia Católica Romana, sino por medio de sus escritos con­
tenidos en el Nuevo Testamento. Esto nos lleva a otro plano
de autoridad.
4) La autoridad de la Sagrada Escritura. Al desapare­
cer los apóstoles, ¿a quién o a qué se volvería la Iglesia para
determinar todo lo concerniente a su fe y conducta? La auto­
ridad de Jesucristo y del Espíritu Santo, ¿no quedarían al al­
bur del subjetivismo de cada creyente?
El catolicismo romano ha encontrado solución al problema
en la tradición (3) y el magisterio de la Iglesia. Algunos teó­
logos protestantes liberales, siguiendo la línea de Sabatier,
han abogado por una autoridad de la conciencia y de la ra­
zón. Pero la verdad es que sólo la Escritura, bajo la dirección
del Espíritu Santo, constituye la única autoridad para la guía
doctrinal y moral de la Iglesia. Sólo a través de sus páginas
podemos conocer el testimonio profético y apostólico. Sólo en
el sacro depósito de la Biblia podemos hallar lo que de su
revelación ha querido Dios hacer llegar a los hombres. La Es­
critura posee autoridad, una autoridad suprema, porque nos
lleva fidedignamente al conocimiento de Dios, de su Hijo Je­
sucristo y de su Espíritu, a cuya autoridad —como hemos vis­
to— tiene que someterse el pueblo cristiano.
Es por esta razón por lo que la Escritura prima sobre la
Iglesia y no viceversa. No es la Iglesia la que autentifica la Es­
critura, sino ésta la que autentifica a aquélla. La Iglesia no
puede añadir a los escritos canónicos, ni puede enseñar nada
2. F. F. Bruce, Tradiiion oíd and new, The Paternóster Press,
p. 32. Véase también el valioso trabajo de José Grau en los caps. II
y III de su obra El fundamento apostólico.
3. No en la tradición apostólica a la que hemos aludido antes,
sino en la tradición surgida y propagada con posterioridad al período
apostólico.
146 JO SE M . MARTINEZ

que esté en contradicción con sus enseñanzas. Como decía


Lutero, «la Iglesia no puede crear artículos de fe; sólo puede
reconocerlos y confesarlos como un esclavo lo hace con el
sello de su Señor» (4).
Estas aseveraciones, que más de un lector considerará co­
rrectivamente saludables para los católico-romanos, son im­
portantes también para las iglesias protestantes, en las que
demasiado a menudo formas diversas de tradición o interpre­
tación bíblica han privado por encima de la auténtica en­
señanza bíblica. La fe y la conducta de no pocos creyentes
evangélicos son configuradas en algunos puntos más por pos­
turas tradicionales que por la Palabra de Dios. La autoridad
de ésta, en la práctica, resulta inferior a la de la mentalidad
y las costumbres de la iglesia local (5).

La autoridad de los pastores


Es inseparable del ministerio. Una iglesia, integrada siem­
pre por seres humanos, no se diferencia demasiado en algu­
nos aspectos de otras sociedades humanas. Quienes en ella
asumen mayor responsabilidad han de tener algún tipo de
autoridad; de lo contrario, su trabajo es poco menos que
irrealizable.

Origen de esta autoridad


No radica en una posición jerárquica; o en una investidu­
ra decidida por una congregación, sino en el propósito de
Dios que llama a sus ministros, los envía y los usa — al modo
de los antiguos profetas— conforme a su plan (Jer. 1:10; 17-
19; Am. 7:4, 15; Me. 3:13-15; Hec. 20:24; Gál. 1:15-17).
No procede, por tanto, la autoridad del pastor ni de la fun-

4. Cit. por lohn Bright, The authority of the O.T., SCM Press,
p. 34.
5. Recomendamos la magnífica «Introducción» de la obra ya
mencionada de F. F. Bruce, Tradition oíd and new.
EL PASTOR COMO DIRIGENTE 147

ción ministerial en sí ni del llamamiento o reconocimiento


de la iglesia local, sino de la vocación de Dios, a cuya auto­
ridad suprema pastor e iglesia deben sometimiento.

Su naturaleza
No se basa en los dones naturales o espirituales que el pas­
tor pueda tener: conocimiento, elocuencia, personalidad fasci­
nadora, energía, fervor, celo, etc. La autoridad de un ministro
del Evangelio le es otorgada por su Señor. Es la propia de un
representante de Dios. Por ello sólo es lícita cuando el pas­
tor actúa manteniéndose obediente a Dios, fiel en todo a su
Palabra. Ningún ministro puede, arropado en las prerroga­
tivas de su cargo, predicar, enseñar o inducir a la iglesia a
obrar de modo contrario a la Escritura. Tal comportamiento
lo descalificaría automáticamente e invalidaría sus facultades
directivas.
Cuando la autoridad se ejerce con la dignidad y fidelidad
que le son inherentes, los guías de la iglesia son acreedores
al reconocimiento, la estima, el apoyo y la obediencia (I Tes.
5:12, 13; Gál. 6:6; Heb. 13:7, 17). Algunas iglesias han
visto empobrecida su vida espiritual y desprestigiado su tes­
timonio por haber tenido en poco a sus pastores. Es un gran
mal la tiranía del líder, pero no lo es menor la del pueblo.
La Iglesia debe conservar siempre su identidad; debe ser
una comunidad de hombres y mujeres redimidos por Jesucris­
to, santificados por el Espíritu, guiados por la Palabra para re­
conocer y honrar los dones que, comunitariamente, les son
concedidos. Entre esos dones, como vimos al principio de
esta obra, están los ministros del Evangelio.

Su finalidad
Claramente se establece en el Nuevo Testamento que la
autoridad ministerial no tiene otro objeto que la edificación
de la iglesia (II Cor. 10:8; 13:10; Ef. 4:12). Por consiguien­
te, cualquier inclinación a usarla para satisfacer ansias de va­
148 JOSÉ M . MARTÍNEZ

nagloria o de dominio sobre la congregación es un pecado de


perfidia.
La finalidad de la autoridad ministerial establece de por
sí unos límites que jamás debieran ser traspasados. Desgracia­
damente, lo que Pablo evitó siempre, el uso de la autoridad
para destrucción, es la torpeza cometida por algunos pasto­
res. Ejemplo de tristísimo recuerdo lo hallamos en Diótre-
fes (III Jn. 9, 10), el gran dictador que trataba de manejar
autárquicamente la Iglesia conforme a su antojo camal y por
lo6 medios más reprobables. Ningún ministro puede hacer de
la Iglesia campo de su señorío personal. Ni puede imponerle
arbitrariamente las decisiones dictadas por su particular cri­
terio, no siempre iluminado por el Espíritu Santo.
El abuso de autoridad se presenta a veces de modo colec­
tivo. Afecta al conjunto de los dirigentes de la comunidad
cristiana. En contraposición con una democracia poco bíbli­
ca, puede caerse en una «oligocracia» (gobierno en manos de
unos pocos) poco espiritual en la que predomina el afán de
mando. Demasiadas iglesias se han visto perjudicadas por esta
forma de gobierno. El mal ha aumentado cuando los líderes
han sido personas poco formadas, cerradas, intolerantes, escla­
vas de un sentimiento de autosuficiencia o semiinfalibilidad,
y se ha agravado si tales personas han ocupado su posición
en la Iglesia con carácter vitalicio.
No se olvide, por otro lado, que en las iglesias novotesta-
mentarias, el conjunto de la congregación tenía una partici­
pación decisiva en las cuestiones más importantes (Hec. 6:3-
5; I Cor. 5:4, 5). En una comunidad evangélica, los miem­
bros no van a la iglesia; son Iglesia. Toda distinción poco
cuidada entre clero y laicado es peligrosa.
Para que el propósito de la autoridad pastoral — la edifi­
cación de la Iglesia— se cumpla, los guías tienen que mante­
nerse en contacto estrecho con el Señor de la Iglesia, atentos
a su Palabra y sensibles a la dirección del Espíritu Santo, en
actitud humilde y de servicio, no de señorío, recordando las
palabras de Jesús que encontramos en Lucas 9:35 y 22:24-26.
EL PASTOR COMO DIRIGENTE 149

También es importante que las funciones de gobierno se


lleven a cabo con participación de miembros espiritualmente
dotados para ello. De aquí que en las iglesias que tienen un
solo pastor éste sea asistido en sus funciones de dirección por
un consejo de ancianos o de diáconos. En la medida en que
estos hombres hacen aportaciones valiosas —mediante suge­
rencias, iniciativas, consejos, críticas y una acción responsa­
ble— y no son meros peones o figuras de adorno en tomo al
pastor, el gobierno de la iglesia se robustece. Siempre es
conveniente que la autoridad pastoral sea una autoridad com­
partida.
Igualmente recomendable es que los dirigentes de una
iglesia vivan en contacto con los restantes miembros de la
misma. El diálogo se hace necesario no sólo para instruir y
orientar, sino para recoger con mente abierta las opiniones,
sentimientos o inquietudes de los hermanos respecto a la vida
congregacional. No todas las opiniones ni todos los juicios
serán aceptables; pero en muchas ocasiones un oído abierto
a la voz de los miembros puede hacer mucho más eficaz la
labor de dirección. Recordemos la sensatez de los apóstoles
ante las quejas provocadas por la desatención de que eran
objeto !•: viudas griegas en la iglesia de Jerusalén (Hec. 6:1-
7). Es interesante, tal vez, notar el contenido del versículo 7.
¿Habría alguna relación entre la solución del problema ecle­
siástico y la formidable expansión de la iglesia?
Como síntesis de este capítulo, citamos las palabras del
centurión que, con las naturales diferencias, debiera apro­
piarse todo pastor: «Porque también yo, que soy un subalter­
no, tengo soldados a mis órdenes y digo a éste: “Vete", y va;
y a otro: 'Ven”, y viene; y a mi siervo: "Haz esto", y lo hace»
(Mt. 8:9). La autoridad del ministro es auténtica y eficaz en
la medida en que él mismo está sometido a la cuádruple au­
toridad, antes expuesta, que rige la Iglesia de Jesucristo.
150 JO SÉ M . MARTÍNEZ

CUESTIONARIO

1. Detalle algunos de los conceptos erróneos de autoridad.


2. ¿Quién ejerce la autoridad en la iglesia de Jesucristo?
3. ¿En qué consiste la autoridad de los pastores?
4. ¿Cuál es su fundamento?
5. ¿Cómo debe ejercerse?
Capítulo X X V II

LA ORGANIZACION EN LA IGLESIA

Una iglesia no es una organización, sino un organismo


vivo. Lo que importa es su vida, no su estructuración. Esta
es la opinión de algunos que miran con reservas cualquier
ordenación meticulosa de la comunidad cristiana. Y hasta
cierto punto tienen razón.
Sin embargo, toda forma de vida, por rudimentaria que
sea, muestra un orden maravilloso; no existe la vida sin orga­
nización. En cualquier ser vivo se observa una adaptación de
sus partes y una coordinación de funciones que permiten la
realización de su finalidad vital. Este fenómeno, que en los or­
ganismos vegetales o animales se presenta individualmente de
forma natural, se observa también en agrupaciones colectivas
(abejas, hormigas, etc.) donde instintivamente se establece una
organización que regula su actividad.
La humanidad no habría salido del paleolítico si no hu­
biese ¡do perfeccionando sus formas de organización. Ningu­
na empresa humana habría prosperado sin un mínimo de or­
den social. Los objetivos de una colectividad no se alcanzan
fácilmente por la iniciativa aislada, incoherente, de los indi­
viduos que la componen. Ha de orientarse y coordinarse del
modo más eficaz posible. Y la iglesia no escapa a los princi­
pios que rigen el desarrollo de los grupos humanos. Admita­
mos el hecho de que una iglesia, por bien organizada que
esté, si carece de vida espiritual, es una iglesia difunta. Pero
152 JOSÉ M . MARTÍNEZ

también es cierto que una iglesia viva desorganizada está


expuesta a problemas que pueden anular o mermar sensible­
mente su vitalidad. La organización no sustituye a la vida,
pero es indispensable a su mejor desarrollo.
En Israel no fueron suficientes la fe y el arrojo de Moisés
para conducir al pueblo. Fue necesaria una organización sen­
sata y minuciosa (Ex. 18:13-27; Deut. 1:9-18; Núm. 1-4).
Llama igualmente la atención el esmero con que David pla­
neó la construcción del templo y el servicio del culto (I Crón.
22:2-26:32).
En el período postexílico, la sinagoga —centro de la
vida religiosa judía— realizaba funciones más simples, pero
estaba asimismo organizada, y fue precisamente su estructura
orgánica la que, al parecer, sirvió de pauta para la organiza­
ción de las primeras iglesias cristianas.
En las iglesias del primer siglo, la acción del Espíritu y
el ejercicio de sus dones no estaban reñidos con sanas for­
mas de gobierno y organización. Los apóstoles fueron un ele­
mento importantísimo de cohesión, orden y dirección. Al fren­
te de las iglesias que iban surgiendo como fruto de la labor
apostólica, se constituían ancianos (Hec. 14:23). Las necesi­
dades de orden temporal o administrativo se suplieron, con
habilidad organizativa santificada, mediante el diaconado
(Hec. 6:1-6). La obra entre las mujeres hizo, sin duda, patente
la necesidad de diaconisas (Rom. 16:1). Las anomalías en la
celebración del culto observadas en algunos lugares impusie­
ron unas normas para que «con decoro y orden» (I Cor. 14:
40) se lograse la edificación espiritual.
Lo expuesto es suficiente para que el pastor se percate de
la importancia de la organización en la iglesia y de la necesi­
dad de dedicar a ella toda su habilidad de líder. Deplorable­
mente, más de un ministro ha fracasado en este terreno. Hay
hombres de Dios, excelentes predicadores, buenos maestros
y consejeros magníficos, que carecen de iniciativa y visión en
cuanto a organización se refiere. Jowett se refiere al predicador
como «hombre de negocios». Aludiendo a la parábola del
EL PASTOR COMO DIRIGENTE 153

mercader (Mt. 13:45), afirma: «Nuestro Maestro ordena, asi­


mila y santifica los instintos y aptitudes empresariales en el
ministerio del Reino. Los talentos y facultades usados en los
asuntos del mundo han de ser usados en 1qs intereses de los
negocios del Padre. Los “hijos de este muncl0” no han de ser
más sagaces que “los hijos de luz”» (1).
Por supuesto, no es posible presentar patrones de organi­
zación. Lo que en una iglesia puede resultar excelente puede
ser en otra causa de fracaso. El organizador ha de tener
siempre en cuenta los múltiples factores que intervienen en
la vida de una iglesia: su origen, su tradición, el número de
miembros, su nivel cultural y social, su idiosincrasia, el tipo
y la calidad de los dones espirituales existentes, etc. Las igle­
sias denominacionales suelen tener ya sistemas de organiza­
ción más o menos comunes. Pero no siempre tales sistemas
son los más adecuados, precisamente porque no se ajustan a
los factores mencionados.
Sin propugnar reformas —y menos rupturas__que pudie­
ran resultar contraproducentes, y sin entrar en la cuestión de
formas de gobierno (episcopal, presbiteriana o congregacio-
nal), señalamos a continuación, sucintamente, algunos puntos
básicos que pueden servir de orientación en todos los casos.

Factores determinantes de la organización


Por vía negativa, deben excluirse todos Aquellos que tien­
den a convertir la «máquina» organizacional en un fin en vez
de un medio. No tiene sentido, por ejempl0> empeñarse en
tener un consejo de ancianos compuesto por siete miembros
si en la iglesia sólo hay dos hermanos idóneos para tal mi­
nisterio, o elevar el número de clases de la Escuela dominical
a diez si únicamente hay maestros para un máximo de cinco
o mantener una junta de jóvenes si solamente se cuenta con
adultos, o multiplicar innecesariamente el número de juntas

1. Op. cit., p. 214.


154 JOSÉ M . MARTÍNEZ

y comisiones. Lo que otras congregaciones tienen o hacen, aun


dentro de la propia denominación, no debiera ser nunca mol­
de rígido al que someter las estructuras de cada iglesia local.
Uno de los secretos de la buena organización es la libertad
combinada con la imaginación y la agilidad.
Como factores orientativos de cualquier tipo de organiza­
ción podemos mencionar los siguientes:

Los objetivos de la iglesia


Es imposible realizar una obra efectiva si no se tiene una
idea clara de las metas a alcanzar. «Se admite generalmente
que el éxito de una empresa (sea privada o pública) depende
de los objetivos, de los principios y de las prácticas que se
fijan los hombres que la controlan y dirigen» (2).
En la iglesia, los objetivos fundamentales no son fijados
por sus dirigentes; han sido previamente determinados por
Dios mismo. Pueden resumirse en cuatro:
a) Adoración. El pueblo de Dios es una comunidad de
redimidos. De sus fieles se espera un sentimiento de gratitud
que los mueva a una alabanza gozosa, sincera, inspirada en
la verdad que Dios les ha dado a conocer y en la nueva vida
que, por su Espíritu, han recibido. Por eso la Iglesia, a seme­
janza del antiguo Israel, se siente llamada a adorar. El culto
a su Señor se ha considerado siempre uno de sus objetivos
(Jn. 4:23, 24; Hec. 2:42, 47; Fil. 3 :3-Biblia de Jerusalén).
b) Edificación. El crecimiento espiritual de cada cre­
yente y de la iglesia en su conjunto es otra de las finalidades
de la actividad eclesial. Frecuentemente se compara la Iglesia
en el Nuevo Testamento a una casa o templo en construcción
(I Cor. 3:9-10; Ef. 2:20-22; I Pedr. 2:5). El Constructor por
excelencia es Cristo (Mt. 16:18). Debe observarse que los
textos antes citados de Efesios y I Pedro están en voz pasi­
va. Pero la iglesia no desempeña en esta edificación el papel
inerte, totalmente pasivo, de simple material. Tiene una parte
2. Dick Carlson, La dirección moderna, Ed. Deusto, p. 15.
EL PASTOR COMO DIRIGENTE 155

activa en la edificación (1 Cor. 3:10; 14:4; Ef. 4:12; I Tes.


5:11; Jud. 20). Es edificada y edificadora al mismo tiempo.
Esta obra implica la predicación, la enseñanza, la cura de
almas y la comunión fraternal, todo lo cual ha de ser igual­
mente considerado como fines de la iglesia.
c) Evangelización. Se haría interminable la lista de re­
ferencias bíblicas que destacan esta responsabilidad del pue­
blo cristiano. La gran misión de la Iglesia es proclamar el
Evangelio, dar testimonio de Jesucristo. Todo cristiano es lla­
mado a convertirse en embajador de Cristo que, después de
anunciar fielmente la buena nueva, diga a los hombres: «Re­
conciliaos con Dios» (II Cor. 5:20).
d) Servicio. Finalidad de la iglesia es también el servi­
cio, la diakonía. La fe no se expresa únicamente a través de
una proclamación oral de la Palabra de Dios. La fe hace que
la Palabra se encame en los creyentes. «Obra por el amor»
(Gál. 5:6). Es, por consiguiente, misión de toda la iglesia aten­
der a las necesidades de todo tipo que descubra en su seno,
entre sus miembros, o a su alrededor (Hec. 4:35; 11:29, 30;
Rom. 12:13, II Cor. 8 y 9; Gál. 6:9, 10; I Jn. 3:16, 17, entre
muchos otros).
Hacia la consecución de los objetivos mencionados dirige
el Espíritu Santo a la Iglesia. Muchas veces se alcanzan de
modo espontáneo cuando los creyentes tienen una vida espiri­
tual exuberante, aun sin haber tenido grandes preocupaciones
por la organización de su actividad. Sin embargo, y aun a ries­
go de parecer excesivamente reiterativos, debemos recalcar
que la vida — incluida la espiritual— tiende de por sí a or­
denarse en estructuras orgánicas de algún tipo. Como en las
iglesias apostólicas, el proceso de realización de los fines asig­
nados a la Iglesia también hoy impone unas formas, más o
menos elaboradas, de organización.
Las necesidades
No es suficiente tener una visión clara de los objetivos a
lograr. Tan pronto como nos disponemos a alcanzarlos, tro­
pezamos con problemas y menesteres de toda índole.
156 JOSÉ M . MARTÍNEZ

Ya hemos visto algunas de las necesidades de las iglesias


apostólicas en su origen (dirección, orden en el servicio y en
el culto, etc.), de las que surgieron los cuerpos de ancianos y
de diáconos y normas que regulaban la adoración y el testi­
monio. Parece que nunca se dio un solo paso en el camino de
la organización que no respondiera a una necesidad, y este
precedente debiera tenerse muy en cuenta en toda acción or­
ganizativa eclesiástica. También en la iglesia tendría que apli­
carse el principio de que la función crea el órgano y no a la
inversa. Nada debiera hacerse por mero prurito organizador.
En iglesias poco numerosas, la organización puede y debe
ser simple. Los diversos trabajos pueden efectuarse sin dema­
siadas complicaciones estructurales. Pero a medida que la igle­
sia crece, sus funciones, orientadas siempre a la consecución
de los objetivos antes señalados, exigirán una mayor organiza­
ción. Además de un consejo de ancianos (3), resultará conve­
niente coordinar las diferentes actividades mediante juntas,
comisiones o simplemente personas responsables que dirijan
y participen en las labores a realizar (escuela dominical, ac­
tividades de jóvenes, de señoras, de matrimonios, coro, lite­
ratura, equipos de evangelización, sostenimiento de puntos de
misión, grupos de comunión y estudio bíblico, diaconía, etc.).
Surgida la necesidad, los líderes de la iglesia deberán buscar
el medio más apropiado para suplirla de modo efectivo, lo
que a menudo aconsejará una ampliación o reforma de la
organización.

Recursos
En la base de toda organización, además de una visión
clara de los objetivos y de las necesidades, es preciso cono­
cer los recursos de que se dispone para suplir éstas. Es
axiomático que toda empresa humana es irrealizable si se
carece de los medios indispensables para llevarla a cabo. El

3. En muchas iglesias, los diáconos asumen funciones propias


de los ancianos en colaboración con el pastor.
EL PASTOR COMO DIRIGENTE 157

Señor mismo llamó la atención de los discípulos sobre esta


verdad (Le. 14:28-30).
El principio apuntado concierne primordialmente a los
recursos personales. Antes de que los líderes de una iglesia
decidan un plan concreto de organización y acción, han de
ver si cuentan con las personas idóneas necesarias para rea­
lizar lo proyectado. Lo contrario lleva, por lo general, al fra­
caso.
Invitar a predicar a quien no está dotado para ello, dar
responsabilidades de enseñanza a quien antes no ha apren­
dido o decisiones análogas son defectos graves que debieran
desterrarse lo antes posible de nuestras congregaciones. No
bastan el fervor y la buena fe para paliar la incompetencia
con que se llevan a cabo muchas actividades, tanto espiritua­
les como administrativas, en gran número de iglesias.
Quizás alguien alegará que los dones del Espíritu Santo
pueden suplir las deficiencias humanas. Pero, como vimos al
estudiar los requisitos del ministro, lo normal es que no haya
discordancia entre los carismas espirituales y los dones na­
turales de capacidad intelectual y carácter, dones que, por
otro lado, han de cultivarse hasta alcanzar su necesario de­
sarrollo. Ni la Biblia ni la experiencia nos proporcionan base
para esperar que el Espíritu Santo use a personas ineptas o
negligentes.
Lo que sí debe hacerse es mantener siempre los ojos abier­
tos y buscar la dirección de Dios a fin de descubrir las perso­
nas y los dones que, debidamente cultivados, vengan a ser
el material humano indispensable para llevar a cabo los pla­
nes de acción de la iglesia.
Al examinar los recursos humanos, tan importante casi
como la capacidad es el factor tiempo. Hay personas bien
dotadas que serían útilísimas en trabajos diversos de la igle­
sia, pero que están totalmente absorbidas por sus ocupacio­
nes seculares. Valdrá la pena instarlas a que reconsideren el
orden de prioridades en su vida. Sería una bendición para
ellos y para la iglesia que dedicasen más horas a los negocios
158 JOSÉ M . MARTÍNEZ

celestiales, aunque ello les exigiera sacrificios. Pero si no


pueden o no quieren tomar esa decisión, debe prescindirse
de su colaboración, pues ésta sólo sería nominal y, por ende,
inefectiva.
Paralelamente al estudio de los recursos humanos, los lí­
deres de la congregación deben considerar sus recursos ma­
teriales. Hay programas de actividad cuya realización exige
dispendios, a veces cuantiosos (sostenimiento total o parcial
de ministros, adquisición o alquiler de lugares de culto y su
mantenimiento, literatura, materiales audiovisuales, recreati­
vos, publicidad, etc.). Lógicamente no debe proyectarse nada
que rebase las posibilidades económicas de la iglesia.

Objeto de la organización
La finalidad de toda organización es utilizar y coordinar
los diversos recursos, humanos y materiales, con miras a con­
seguir un fin propuesto.
En lo que respecta a la iglesia, el texto de Efesios 4:12
es realmente iluminador. El ministerio cristiano tiene —como
vimos— un propósito: el perfeccionamiento de los santos para
la obra del ministerio de la iglesia, para la edificación del
cuerpo de Cristo. El término katartizo (traducido por «perfec­
cionar» en la versión española de Reina Valera) tiene gran
riqueza de matices. Significaba reparar o remendar (Mat.
4:21), completar (I Tes. 3:10) y también adecuar, ordenar,
disponer, ajustar. Todas las acepciones del verbo tienen su
aplicación en la iglesia. Las roturas que en ella se producen
a causa del pecado deben ser reparadas. También debe com­
pletarse lo que aún es parcial e imperfecto. Pero es el tercer
significado el que mejor cuadra con el contexto. El conjunto
de los miembros con sus dones respectivos, debe ser coordi­
nado para que la iglesia cumpla el propósito de Dios. Sólo
así «todo el cuerpo recibe trabazón y cohesión por medio de
toda clase de junturas que llevan la nutrición según la activi­
dad propia de cada una de las partes, realizando así el ere-
EL PASTOR COMO DIRIGENTE 159

cimiento del cuerpo para su edificación en el amor» (Ef.


4:16). No podría hacerse una descripción más depurada de
lo que debe ser la organización en una iglesia cristiana.
En lenguaje profano, Gregorio Fingermann no hace sino
aplicar un principio semejante para que una empresa cual­
quiera se convierta en un ente productivo: «Esto sólo puede
conseguirse mediante una conducción inteligente que sepa or­
ganizar (la empresa) de tal modo que cada una de las sec­
ciones se integren en un todo y cooperen para el mismo ob­
jetivo» (4).
Los departamentos de una iglesia nunca deben ser com­
partimentos estancos. Los responsables de las diferentes acti­
vidades nunca pueden actuar por su propia cuenta indepen­
dientemente de los demás y del conjunto. Todos los dones y
valores, todas las iniciativas, todos los trabajos, deben efec­
tuarse con la misma armonía con que operan los múltiples
miembros y órganos del cuerpo. Lograr esto es la gran fina­
lidad de la organización.

CUESTIONARIO

í. ¿Es necesaria la organización en una entidad como la


iglesia, de naturaleza eminentemente espiritual? ¿Por
qué?
2. ¿Son de algún modo aplicables a la iglesia cristiana los
antecedentes de organización que hallamos en el Antiguo
Testamento? Explique cómo.
3. ¿Qué criterios básicos deben regir la organización de
una iglesia local?
4. ¿Cuál debe ser la relación entre organización y «dones»?

4. Conducción de grupos y de masas, Edit. «El Ateneo», p. 205.


Capítulo X X V III
LA FUNCION DIRECTIVA

A la vista de los objetivos a lograr, de las necesidades a


suplir y de los recursos disponibles, la coordinación de éstos
exige la determinación de estructuras adecuadas y una acción
eficaz.

Estructuración
¿Cuántos departamentos o secciones debe tener la iglesia
para desarrollar satisfactoriamente sus actividades? ¿Cuál es
su objetivo? ¿Cuáles deben ser sus órganos rectores? ¿Cómo
deben configurarse? ¿Cuáles van a ser sus facultades? ¿Cómo
van a constituirse? ¿Por cuánto tiempo? ¿Por qué normas han
de regirse?
En las iglesias pequeñas, como ya dijimos, la organización
puede ser muy simple; pero a medida que la iglesia crece se
irá haciendo necesaria una estructuración más compleja. En
este caso es aconsejable la elaboración de un organigrama en
el que de manera sinóptica aparezcan claramente todos los
elementos de la estructura.
En la página siguiente damos un ejemplo que, con las mo­
dificaciones pertinentes, podría adaptarse en una iglesia me­
dianamente numerosa.
Conviene añadir que el organigrama debe ser complemen­
tado con la exposición clara y precisa —preferentemente por
(1) Servicio susceptible de ser realizado con la colaboración de un equipo.
162 JOSÉ M . MARTÍNEZ

escrito— de las funciones, responsabilidades y formas de ac­


tuación de cada consejo, junta, comisión o persona encarga­
das de un trabajo.
Cada uno de los elementos estructurales consignados en
el ejemplo de organigrama merecería ser estudiado por sepa­
rado; pero ello escapa a nuestras posibilidades de espacio.
Además, varios de ellos pueden ser inexistentes en iglesias
poco numerosas. Por ello renunciamos a la explicación deta­
llada. Sin embargo, creemos conveniente destacar las funcio­
nes propias de algunos de esos elementos, no porque sean los
más importantes, sino porque son imprescindibles para asegu­
rar un buen orden administrativo aun en las iglesias más pe­
queñas. Nos referimos a las funciones burocráticas de secre­
taría y tesorería.
Es responsabilidad del secretario:
— Llevar con la debida escrupulosidad el libro de actas
de las asambleas administrativas (y otro del consejo de la
iglesia si también fuese secretario del mismo).
— Mantener al día el libro registro de miembros, ano­
tando en él con toda puntualidad los datos pertinentes, tales
como los relativos a su filiación completa, fecha de ingreso
en la iglesia y —si la hubiere— de baja por traslado, defun­
ción o excomunión.
— Atender a la correspondencia de la iglesia que no sea
estrictamente de carácter pastoral.
Toda esta documentación debe ser asimismo custodiada
por el secretario con celo y seguridad.
Funciones del tesorero:
— Responsabilizarse y custodiar con las máximas garan­
tías los fondos de la iglesia.
Es recomendable depositar dichos fondos en un banco o
caja de ahorros abriendo una cuenta a nombre del tesorero y
de uno o más miembros del consejo de la iglesia designados
por éste.
EL PASTOR COMO DIRIGENTE 163

— Efectuar los pagos acordados por el consejo de la


iglesia.
— Anotar en el libro de caja todas las entradas y sali­
das que se produzcan.
Cuando el volumen o complejidad de las cuentas lo hace
aconsejable, puede el tesorero ser asistido por un contable.
Un principio elemental de prudencia aconseja que en el
momento de contar las ofrendas el tesorero sea asistido como
mínimo por dos diáconos.
Una línea similar de cautela aconseja que el pastor se
abstenga de asumir responsabilidades propias del tesorero.
El manejo de dinero, salvo en casos muy especiales (Hec.
11:29, 30), fácilmente puede comprometer su ministerio.
Pero el hecho de que el pastor no intervenga directamen­
te en las funciones de tesorería —al igual que en las de se­
cretaría— no significa que haya de mantenerse totalmente al
margen de las mismas. Más bien debe inspeccionarlas dis­
cretamente y, cuando sea necesario, orientar a los responsa­
bles del trabajo burocrático.

Acción directiva
No basta una estructuración atinada de la iglesia. Es ne­
cesario que los diferentes elementos de la estructura funcio­
nen satisfactoriamente. Para ello tanto el consejo de la igle­
sia como los responsables de las diferentes actividades han
de seguir los principios directivos fundamentales:

Planificación
Es vital reconocer que una iglesia cristiana es, sobre
todo, una comunidad espiritual y que la dirección del Espí­
ritu debe prevalecer sobre toda estrategia humana (Hec. 16:6-
10). Pero esto no excluye la planificación. Pablo, siempre sen­
sible a la guía del Señor, dedicó buena parte de su tiempo a
trazar planes (Rom. 1:13; 15:22-28; II Cor. 1:15, 16).
164 JO SÉ M . MARTÍNEZ

En ninguna empresa humana se trabaja improvisadamen­


te. Es preciso «anticipar los objetivos deseados y los proble­
mas, así como las soluciones. Planificar es dar cuerpo al pen­
samiento, a los sueños y propósitos de tal forma que se lle­
guen a localizar, identificar y escalonar los actos y los resul­
tados que conducirán a nuestros objetivos. Es elaborar los
proyectos cuyo trazado nos proponemos seguir. Es adminis­
trar el empleo de nuestro tiempo, de nuestros recursos y de
nuestro esfuerzo con el fin de realizar lo que queremos ha­
cer» (1).
Conviene, no obstante, tener en cuenta que los proyectos
deben ser mesurados, en consonancia con las posibilidades de
rcaiización. La megalomanía a la hora de planificar 6e con­
vierte generalmente en fracaso a la hora de ejecutar.
La planificación es posible en todas las actividades de la
iglesia. Tal vez la predicación es la única que debe mante­
nerse en un plano de mayor autonomía, libertad y espontanei­
dad, aunque la experiencia ha demostrado que series espe­
ciales de sermones sobre temas o textos bíblicos previamente
determinados pueden ser también un gran acierto. Todas las
restantes formas de trabajo aconsejan —más bien exigen—
la elaboración de un plan, el cual resultará tanto más eficaz
cuanto más minuciosamente se prepare.
La concreción de los planes es de máxima importancia.
Muchos proyectos fracasan por su ambigüedad. Después de
perfilar claramente los propósitos a lograr, deben precisarse
con la misma claridad las líneas de acción, las personas que
han de participar en ella, las responsabilidades de cada una,
sus posibilidades en cuanto a tiempo, el material de que dis­
pone y el modo de usarlo, etc. El descuido o defecto en cual­
quier parte de la planificación puede hacer fracasar el con­
junto de la misma.

1. Dick Carlson, op. cit., p. 39.


EL PASTOR COMO DIRIGENTE 165

Delegación de funciones
En cierto modo, este aspecto de la labor directiva queda
incluido en la planificación, pero le damos un lugar propio
por su especial relieve.
Ningún pastor puede hacer todo el trabajo de una iglesia.
Ni siquiera un buen consejo de ancianos o de diáconos es
capaz de lograrlo. El responsable principal de una sección de
la iglesia tampoco es suficiente para realizar todo lo que la
buena marcha de la misma exige. Esta realidad obliga a una
delegación escalonada de funciones y responsabilidades. «Don­
de no existe delegación todo funciona lentamente y llega a la
paralización» (D. Prime). Moody decía que prefería poner
mil hombres a trabajar que hacer él mismo el trabajo de
mil hombres.
Evidentemente, todo acto de delegación implica un ries­
go. Es posible que la persona a quien se encomienda una fun­
ción no sea tan competente como el pastor o dirigente que
delega, aunque esto no siempre sea así. Pero en cualquier
caso, la delegación es insoslayable. Negarse a ella es atarse a
obligaciones secundarias, a veces triviales, que impiden al
dirigente cumplir eficientemente su misión primordial. El
ejemplo ya mencionado de Moisés (Ex. 18:13-27) y el de los
apóstoles ante el problema de las viudas en la iglesia de Je-
rusalén (Hec. 6:1-6) son ilustraciones decisivas al respecto.
No debe, sin embargo, procederse precipitadamente a la
hora de delegar. No pueden otorgarse responsabilidades a
quienes carecen de un mínimo de cualidades para llevar a
cabo la tarea que se les encomienda. Cualquiera que sea el
tipo de actividad que se desarrolla en la iglesia, es impres­
cindible que quien la realice reúna por lo menos los siguien­
tes requisitos: a) Fe reconocida y buen testimonio cristiano,
b) Sentido de responsabilidad, al que debe unirse el celo y
la perseverancia, c) Capacidad, aunque sólo sea potencial,
para la obra que se le ha de asignar. Los ejemplos menciona­
dos de Moisés y los apóstoles confirman la necesidad de sumo
cuidado en el momento de seleccionar colaboradores. Aten­
166 JO SÉ M . MARTÍNEZ

ción especial merecen los textos de Exodo 18:21 y Hechos


6:3.
Respecto a la delegación de funciones, hay un punto que
no debemos omitir. Es el relativo a su delimitación. No sólo
conviene precisar lo que cada uno debe hacer, lo que ya de
por sí fija los límites de su actividad; debe concretarse igual­
mente el límite temporal de su responsabilidad.
Con las debidas excepciones, no son recomendables los
cargos vitalicios. Pueden quedar incluidos en esas excepcio­
nes —aunque no necesariamente— los pastores o ancianos.
Pero la experiencia hace aconsejable que los hermanos desig­
nados para cualquier otra responsabilidad lo sean para un
período de tiempo determinado: de uno a cinco (como máxi­
mo) años. Transcurrido ese período, debe existir la posibili­
dad de remoción.
Salvo casos más bien raros, la permanencia en un puesto
de trabajo agota las ideas y a menudo es causa de debilita­
miento en la obra que debe realizarse. Por otro lado, en el
transcurso del tiempo, suelen ir surgiendo nuevos valores,
hermanos bien dotados para efectuar un relevo del que pue­
de derivarse un mayor beneficio para la iglesia.
Si al final del tiempo prefijado, se estima que una persona
sigue en buenas condiciones de servicio y que es preferible
que continúe en su puesto, no hay razón para que obligatoria­
mente deba cesar. De no ser así, conviene que sea sustituida.
Pero el cambio no resultará nunca embarazoso si ya estaba
previsto como algo normal.
Más difícil es el caso en que se hace necesario el relevo
a causa de la ineficacia o negligencia de quien aceptó una
responsabilidad y no cumple su deber. Este problema exige
mucha delicadeza. Lo ideal es hacer todo lo posible por que
tal hermano reaccione positivamente. Es deber pastoral alen­
tarle y ayudarle a fin de que, superadas sus dificultades, efec­
túe satisfactoriamente su labor. Pero cuando la reacción siga
siendo negativa, sin esperanzas de enmienda, indudablemente
se tendrá que proceder del modo más cristiano posible a la
EL PASTOR COMO DIRIGENTE 167

sustitución del colaborador inservible. Quizá el fracaso se


ha debido a que el trabajo no correspondía a los dones de
la persona, en cuyo caso un traspaso a otro campo de acti­
vidad cristiana puede ser una solución. Conviene, no obstante,
asegurarse dentro de lo posible, de que en ese nuevo campo
no va a repetirse la experiencia anterior.

Adiestramiento
Las personas escogidas para efectuar una labor determi­
nada pueden carecer de la formación que fuera de desear
para una actuación eficiente. Por tal motivo, deben buscarse
todos los medios posibles para su mejor capacitación. El Se­
ñor dedicó la mayor parte del tiempo de su ministerio a ins­
truir sólidamente a los apóstoles.
Creyentes que empiezan a predicar, maestros de escuela
dominical, visitadores, responsables de departamentos o gru­
pos, precisan, por lo general, de perfeccionamiento en sus
actividades respectivas. De aquí la necesidad de clases siste­
máticas o cursillos especiales de adiestramiento a cargo de
personas suficientemente competentes dé la propia iglesia o
de fuera.
En la instrucción deben combinarse la parte teórica con
la práctica. Y no debe olvidarse la necesidad de paciencia.
Los maestros no se hacen en un día. Jesús necesitó años para
formar a los apóstoles y aún al final de su aprendizaje reve­
laron no pocos defectos. Esperar la perfección es aspirar a
lo imposible. No obstante, nadie debiera dar definitivamente
por buena la mediocridad. La obra más gloriosa del mundo
merece la más escrupulosa capacitación.

Control
No pocos planes magníficamente elaborados, iniciados con
entusiasmo y por personas capaces y con medios y métodos
de gran calidad, han fracasado en su realización. Una de las
causas más frecuentes de esta experiencia ha sido la falta de
168 JOSÉ M . MARTÍNEZ

inspección o control por parte de los órganos rectores supe­


riores.
Fácilmente en el curso de toda gestión aparecen factores
que la entorpecen y hasta pueden llegar a hacerla nula en sus
resultados. La pérdida de la visión de los objetivos, la des­
viación de las directrices trazadas en la planificación, la ne­
gligencia, el desánimo o la inconstancia de las personas res­
ponsables de una actividad suelen ser causas, entre otras, de
que nunca se lleguen a alcanzar los objetivos deseados.
Citando una vez más a Jowett, «pienso que sería útil,
aunque sorprendente y quizás humillante, que se designara
ocasionalmente una comisión de vigilancia que examinara
concienzudamente los libros de actas de la iglesia con objeto
de exhumar todas las resoluciones que, habiendo llegado a
nacer, nunca se desarrollaron, y todas las que —por alguna
causa desafortunada— fueron olvidadas y murieron por ina­
nición o negligencia. El informe de tal comisión proporcio­
naría materia para una reunión sumamente importante y sig­
nificativa... Sería una reunión sombría y melancólica. Sería
como pasar una hora en un cementerio. Pero estoy seguro de
que la experiencia no sería sin provecho...» (2).
És imprescindible que quienes tienen la máxima respon­
sabilidad de dirección se mantengan vigilantes y atentos a
cualquier defecto en los diversos trabajos que se efectúan y
tomen con tacto las medidas oportunas para subsanarlo.

Coordinación
Aunque sea volver a lo expuesto sobre el objeto de la
organización, hemos de enfatizar la importancia de la coor­
dinación, ahora como parte de la acción directiva.
Es posible que algunas personas trabajen bien en un de­
partamento de la iglesia y que, sin embargo, la marcha del
mismo sea insatisfactoria. También puede acontecer que al­
gunos departamentos de la iglesia funcionen bien aislada-
2. Op. cit.t pp. 233, 234.
EL PASTOR COMO DIRIGENTE 169

mente, pero que los objetivos globales de la iglesia no se


alcancen. En cualquiera de los casos, la razón puede radicar
en una excesiva autonomía de personas o departamentos, o
bien en perjudiciales roces entre sí. El resultado siempre es
una merma en el rendimeinto de la actividad de conjunto.
En tales situaciones, los dirigentes situados en la cúspide de
la estructura deben actuar con objeto de resolver los proble­
mas y mantener la cohesión y armonía indispensables para
una acción robusta de la totalidad del cuerpo que es la iglesia.

Revisión
Periódicamente —por lo menos una vez al año— debe
procederse a una revisión de todo el trabajo efectuado. Con
la máxima objetividad posible deben examinarse los resulta­
dos y ver hasta qué punto se han alcanzado las metas pro­
puestas al principio del período, considerar tanto los éxitos
como los errores y defectos y determinar las causas.
Un estudio de este tipo ha de completarse con unas con­
clusiones. Lógicamente se mantendrá cuanto a juicio de los
dirigentes haya sido positivo y ofrezca perspectivas de seguir
siéndolo y se corregirá o suprimirá todo aquello que se esti­
me negativo. En algunos casos, bastará con estimular y dar
nuevo impulso a la acción de cada persona o de cada depar­
tamento. En otros, tal vez será necesario modificar la estruc­
tura o la planificación, perfeccionar el adiestramiento, incre­
mentar el control o prestar mayor atención a la coordinación.
Toda experiencia del pasado ha de ser una contribución de
primer orden para determinar la acción directiva de cara
al futuro. —
170 JO SÉ M . MARTÍNEZ

CUESTIONARIO

L ¿Qué funciones administrativas considera indispensables


en una iglesia, aunque ésta sea pequeña?
2. ¿Cuáles son los elementos esenciales de la acción direc­
tiva?
5. Exponga las ventajas más importantes de la delegación de
funciones.
4. ¿Por qué es necesaria la función directiva de control?
Capítulo X X IX

LAS RELACIONES HUMANAS EN LA GESTION


DIRECTIVA

Ellas son las que ponen de relieve la capacidad de un


dirigente. En pocas empresas —mucho menos en una igle­
sia— tiene éxito el «dictador». A la larga es imposible go­
bernar eficientemente usando medidas impuestas por un po­
der absoluto. Tampoco se puede caer en el extremo opuesto,
en el principio fisiocrático de laissez faire (dejad hacer) apli­
cado radicalmente, de modo que toda actividad se deje a la
iniciativa privada de cada persona. Entre esos dos extremos,
el líder ha de moverse con tanta energía como tacto y deli­
cadeza.
Estas cualidades deben ser aún más notables en la direc­
ción de una iglesia, donde no caben recursos ajenos a su na­
turaleza. En una empresa industrial o comercial, los estímu-
mulos de posibles ascensos con las consiguientes mejoras eco­
nómicas juegan un papel importante en la relación dirigente-
dirigido. La posibilidad de sanciones de tipo diverso es otra
baza en manos de un gerente. Pero en una iglesia no hay
más estímulos que los puramente espirituales ni más coer­
ción que la de la propia conciencia moral de cada uno. Por
tal motivo, resulta más difícil conducir una iglesia que una
sociedad mercantil y se exige de sus líderes el cumplimiento
de las condiciones esenciales de toda buena dirección com­
patibles con el carácter del ministerio cristiano. De hecho,
172 JO SÉ M . MARTÍNEZ

esas condiciones son las decisivas en cualquier clase de ac­


ción directiva.
Las resumimos a continuación.

Conocimiento de los seres humanos


Será bueno recordar aquí lo dicho en el capítulo XVI
acerca de la primera característica del pastor, su conocimien­
to de la grey, y aplicarlo de modo especial a cuantos miem­
bros se han de relacionar con él para efectuar el trabajo de
la iglesia.
El dirigente ha de conocer a sus colaboradores, a cada
uno de los componentes del consejo, junta, comisión o equipo
que deba presidir. Debe estudiar el temperamento, las reac­
ciones, las actitudes de cada uno, así como las consecuencias
que se derivan de estos factores en las relaciones entre ellos
y en la acción del conjunto. No transcurrirá mucho tiempo
sin que descubra sus diferencias y afinidades. Casi en todos
los grupos se encuentra la persona dinámica, entusiasta, apor­
tadora de sugerencias. Se halla igualmente la persona menos
impulsiva, pero fácil, abierta, comprensiva, excesivamente
dócil, carente de capacidad crítica y de iniciativas propias;
o la persona rígida, inflexible en sus ideas, prácticamente in­
capaz de colaborar cuando las decisiones no se ajustan a su
particular criterio. Sólo teniendo en cuenta el hecho de la
diversidad podrá el dirigente orientar su trabajo hacia una
labor de conjunto en la que prevalezca la unidad.
No es menos importante recordar la complejidad de cada
persona, a la que nos hemos referido en páginas anteriores,
con sus contradicciones. En el mismo individuo pueden con­
currir simultáneamente el afecto y la antipatía, el respeto y
el resentimiento, el deseo de una mayor aproximación y la
tendencia al distanciamiento, el espíritu de colaboración y el
de oposición.
Las variaciones que suelen producirse en el comporta­
miento humano también han de ser tomadas en considera-
EL PASTOR COMO DIRIGENTE 173

ción. Fingermann, refiriéndose a un estudio de Joussain so­


bre el dinamismo de los grupos, observa «la facilidad con que
(los grupos humanos) pasan de un estado de exaltación e im­
pulsividad a otro de apatía e indolencia y viceversa», y llega
a la conclusión de que esta alternancia es normal, determi-
' nada por la ley del ritmo (1). No debe, pues, el dirigente
sentirse demasiado impresionado ni por las manifestaciones
de euforia ni por los momentos bajos de depresión de aque­
llos con quienes ha de laborar. Procurará, no obstante, tener
presente la mencionada ley para no exigir sobreesfuerzos que
provoquen a su tiempo un excesivo agotamiento.

Atención a la persona
Muchas empresas se ven envueltas en serios problemas
porque sus gerentes no han valorado suficientemente el ele­
mento humano de los trabajadores. Cada productor es con­
siderado como una pieza en el mecanismo de la organización;
lo único que se valora en él es su rendimiento. Esto puede
suceder también en la iglesia, con lo que se anula el espíritu
eminentemente pastoral que debe presidir toda acción rectora.
Existen dos conceptos de grupo, a los que corresponden
dos formas de relación, que debemos distinguir. En alemán se
expresan con gran precisión al usar los términos Gesellschaft
y Gemeinschaft, que podríamos traducir aproximadamente
por sociedad y comunidad. En la primera predominan los in­
tereses de la entidad, mientras que en la segunda se valora
preferentemente la posibilidad de que cada miembro disfrute
de una comunión y una solidaridad con los restantes miem­
bros que le sean una fuente de satisfacción. Pues bien, la
iglesia ha de ser —más que cualquier otra asociación huma­
na— una comunidad, una auténtica manifestación de la koi-
nonia del Nuevo Testamento.

1. G. Fingermann, op. cit., 143.


174 JO SÉ M . MARTÍNEZ

La organización cumplirá más plenamente sus fines si las


personas que han de ejecutar un trabajo determinado se sien­
ten respetadas, amadas y atendidas. Por eso el pastor o cual­
quier dirigente en la iglesia tiene que preocuparse de quienes
laboran bajo su dirección y prestar atención a sus problemas,
sus inquietudes, sus crisis, al igual que a sus experiencias de
gozo, sus anhelos, sus realizaciones.

Reconocimiento de sus necesidades sociales


De hecho, la comunidad sólo se logra plenamente cuan­
do los miembros ven satisfechas una serie de necesidades bá­
sicas de tipo social. Louis Debarge menciona las siguientes:
acción, integración, información, participación, estima, sos­
tén y comunicación (2). Creemos que el sentido de cada una
es tan claro que huelga extendernos en más amplias conside­
raciones. Sin embargo, el líder hará bien en meditar deteni­
damente en cada una de esas necesidades y ver hasta qué
punto su actuación contribuye a que sean suplidas.

Capacidad integradora
El pastor, o quien asume funciones de dirección de cual­
quier tipo, ha de desarrollar su labor con personas diversas,
como hemos visto. No sólo los temperamentos de tales per­
sonas difieren entre sí. También suele haber discrepancias en
las ideas y en las actitudes, las cuales actúan con fuerza cen­
trífuga entre los componentes del grupo. Para contrarrestarla
se precisa de un poder centrípeto, de convergencia, que los
mantenga cohesionados. Es el poder que debe distinguir a la
persona situada en la cúspide de la dirección. Su interven­
ción catalizadora hará que se resuelvan pugnas, se combinen
puntos de vista distintos y se obtenga como resultado final
una unidad de acción.

2. Psicología y Pastoral, Herder, p. 132 y ss.


EL PASTOR COMO DIRIGENTE 175

Sin negarse a sí mismo, sin despojarse de sus propias


ideas, debe renunciar a imponerlas a toda costa e incluso ha
de situarse por encima de ellas. Con sincero respeto hacia las
opiniones ajenas, se esforzará por ver todo lo que de posi­
tivo puede haber en las diferentes posiciones de los demás,
aun lo aprovechable de lo negativo —que también puede
haberlo— con objeto de aglutinar criterios y llegar a con­
clusiones que merezcan el beneplácito unánime de todos. El
buen dirigente es experto en la dialéctica hegeliana; del en­
frentamiento entre la tesis y la antítesis, hace surgir la sín­
tesis. Naturalmente, sólo cuando ello es posible.
El capítulo 15 de los Hechos de los Apóstoles nos ofre­
ce la ilustración práctica más perfecta de una difícil acción
integradora.

Capacidad estimuladora
Los seres humanos —los cristianos incluidos— no gustan
de ser empujados por la fuerza. Responden más fácilmente
de modo positivo cuando son atraídos por un objetivo de su
agrado. Las imposiciones casi siempre provocan resistencia.
Los estímulos incrementan la diligencia y el entusiasmo in­
dispensable para la consecución de un propósito importante.
Especial eficacia tienen los móviles que proporcionan a un
hombre la sensación de que es creador de algo importante, de
que así su persona adquiere mayor realce y su vida un signifi­
cado más digno.
En este terreno, los dirigentes de la iglesia cuentan con
los alicientes más maravillosos. No pueden ofrecer ventajas
materiales, pero sí lo que Dios mismo ofrece: los goces de
una vida sublime, creadora, realmente digna de ser vivida,
que además cuenta con promesas de alcance eterno (Mt.
19:27-29). ¿Puede haber empresa terrena que proporcione
mayores alicientes que los «negocios» de nuestro Padre ce­
lestial? ¿Hay recompensa mayor que el gozo de saberse usa­
do por Dios en la gran obra del Evangelio para la salvación
176 JOSÉ M . MARTÍNEZ

—en su sentido más amplio— de otros seres humanos y para


la extensión del Reino de los Cielos en la tierra?
Si, bajo la dirección del Espíritu Santo, los líderes de una
iglesia logran prender esos estímulos del corazón de sus her­
manos, éstos realizarán cualquier sacrificio para cumplir la
misión que se les encomiende.
La gloriosa motivación del Evangelio fue la fuerza que
indujo a los primeros cristianos —con desprecio de sus inte­
reses temporales y de sus propias vidas— a ser testigos de
Cristo hasta lo último de la tierra.

Capacidad para aceptar sugerencias y criticas


No todas las personas situadas en posiciones de gobierno
tienen esa virtud. Su hipersensibilidad y su amor propio les
impide oír, directa o indirectamente, cuanto no se ajusta al
esquema de sus propias ideas. Irritante en extremo les resul­
ta toda forma de crítica, tras la cual ven siempre animosidad
personal.
Tal tipo de reacción descalifica a un líder. Nadie es tan
sabio, ni hace todas las cosas de modo tan perfecto, que no
tenga necesidad de las sugerencias o de las observaciones crí­
ticas de otros. El dirigente auténtico no sólo las escucha con
entereza, sino con gratitud. Las opiniones ajenas —atinadas
o erróneas— siempre pueden contribuir a enriquecer las
nuestras propias, a rectificarlas o a confirmarlas.
Aunque no todas las sugerencias pueden ser aceptadas,
el dirigente aplaudirá tantas como pueda y las incorporará,
con las modificaciones que convengan, en el desarrollo de su
gestión. Una sugerencia aceptada estimula y atrae a quien
la hace; una sugerencia secamente rechazada desanima y ale­
ja. En e! primer caso, se facilita la dirección; en el segundo,
se entorpece.
En los casos en que la crítica revela sin lugar a dudas
una actitud de oposición irrazonable, inspirada en motivos
EL PASTOR COMO DIRIGENTE 177

poco nobles, el dirigente tiene que mantener su estabilidad


emocional, sobre todo en presencia de otros, y actuar con
serenidad. En el momento oportuno procurará un contacto
personal con el opositor a fin de resolver el problema. Si el
resultado es negativo, continuará manteniendo su dominio
propio con paciencia y espíritu de oración. Sólo en casos ex­
tremos debería pensarse en soluciones radicales que — por
supuesto— deberían ser tomadas con el consenso de los má­
ximos responsables de la iglesia.
En resumen: la clave decisiva para lograr relaciones fruc­
tíferas en la dirección de la iglesia es el fruto del Espíritu
Santo (Gál. 5:22, 23).
Y sólo el poder del mismo Espíritu, con su acción vivi­
ficadora, puede hacer de toda estructura, de toda organiza­
ción y de toda gestión rectora medios para hacer más eficaz
el desarrollo de la vida de la iglesia, evitando así que se con­
vierta en maquinaria pesada, fría, muerta.

CUESTIONARIO

1. ¿Por qué son especialmente importantes las relaciones hu­


manas en la dirección de una iglesia?
2 ¿Qué debe hacer el dirigente ante la diversidad de las
personas con las que ha de trabajar?
5. ¿Cómo ha de reaccionar ante la «ley del ritmo» en sus
diferentes manifestaciones entre sus colaboradores?
4. Debe atenderse a la persona si quiere lograrse de ella un
buen trabajo. Amplíe razonadamente este principio.
5. ¿Cuáles deben ser las características principales del diri­
gente?
Capítulo XXX

REUNIONES ADMINISTRATIVAS

Prácticamente todas las iglesias locales, sea cual sea la


denominación a que pertenezcan, tienen reuniones más o me­
nos periódicas para tratar los asuntos relativos a la vida de
la congregación y sus actividades. Asimismo, el consejo de la
iglesia y las diferentes juntas celebran sus propias sesiones
a fin de estudiar, discutir y decidir cuantas cuestiones sean
de su competencia. Tanto en un caso como en otro, el pastor
—o quien actúe de presidente— ha de aportar su capacidad
directiva para que tales reuniones se desarrollen con orden
y efectividad.

Reuniones de iglesia

Su objeto
Puede variar según la forma de gobierno. La finalidad
de algunas asambleas administrativas es casi exclusivamente
informativa. Así sucede casi siempre en las iglesias en que
sus consejos respectivos tienen amplias facultades de deci­
sión, si bien las resoluciones más importantes de sus guías
suelen ser sometidas a ratificación de la asamblea. En otros
casosf las perrogativas del consejo de iglesia son más limita­
das y las cuestiones más importantes son discutidas y decidi­
das por el pleno de la congregación, aunque ésta, por regla
EL PASTOR COMO DIRIGENTE 179

general, trabaja sobre una base previamente preparada por


el consejo.
Tanto la información como la discusión — si procede—
y las decisiones finales pueden estar motivadas por los asun­
tos más diversos. Los más frecuentes, especialmente en las
iglesias de tipo congregacional, son los concernientes a la
situación y desarrollo espiritual, al estado económico, a pro­
yectos especiales, gastos extraordinarios, casos de disciplina,
admisión de nuevos miembros, elección de pastor, ancianos,
diáconos u otros oficiales designados para asumir otras res­
ponsabilidades especiales.

Su importancia
Son muchos los miembros de la iglesia que subestiman
las asambleas administrativas. Con una apreciación errónea
de lo que la vida de la iglesia significa, opinan que lo único
valioso para ellos es el culto. La bendición espiritual que de
él reciben justifica su asistencia y participación en él. En
cuanto a las reuniones administrativas, no tienen el menor
interés. Opinan que su presencia es innecesaria. Tienen plena
confianza en quienes dirigen la iglesia y lo que ellos y los
demás hermanos presentes decídan lo darán por bueno. Des­
pués es frecuente oírles hacer comentarios poco edificantes
que revelan su desconocimiento de lo tratado en la asamblea
o criticar desconsideradamente lo que en ella se dijo y se
acordó.
Pero, consideraciones negativas aparte, la importancia de
ías sesiones administrativas se desprende de la naturaleza de
la iglesia y su ministerio. No puede establecerse una dicoto­
mía —que sería funesta— entre lo espiritual y lo adminis­
trativo. En la iglesia, todo —incluido lo material— tiene un
carácter sagrado. Todo contribuye al sostenimiento y exten­
sión de la obra de Dios. Sólo la incomprensión o la indife­
rencia pueden mantener a un miembro ausente de su congre­
gación en el momento en que ésta examina su situación y toma
sus decisiones.
180 JOSÉ M . MARTÍNEZ

El pastor debe enfatizar estos hechos una y otra vez con


objeto de evitar que se debilite en los creyentes el sentido de
solidaridad y responsabilidad comunitaria.

Su preparación
Las reuniones administrativas pueden ser ordinarias o
extraordinarias, según se celebren en fechas y con un orden
del día previstos o, por el contrario, sean motivadas por asun­
tos imprevistos y urgentes.
Tanto en un caso como en el otro, la reunión debe ser
formalmente convocada y anunciada, por lo menos, en el cul­
to más concurrido del domingo anterior a la asamblea. Para
las reuniones ordinarias es conveniente hacer la convocato­
ria con un mínimo de dos semanas de antelación, señalando
el día y la hora de la sesión, así como el orden del día co­
rrespondiente.
Por supuesto, cualquier asunto que deba ser presentado
a la consideración de la asamblea, tiene que haber sido pre­
viamente estudiado a fondo por el consejo de la iglesia (1).
De modo especial el presidente (normalmente el pastor) ha
de estar bien informado y en condiciones de razonar las pro­
puestas o recomendaciones que el consejo tuviera que pre­
sentar, así como de responder a las preguntas que se le pu­
dieran hacer. Muchas reuniones administrativas han resulta­
do pesadas, difíciles, a veces desastrosas, por haber faltado
la preparación indispensable.

Su desarrollo
Es aconsejable que un breve período devocional preceda
a la párte propiamente administrativa.

1. Los nuevos asuntos que pudieran surgir en el curso de una


asamblea no deben, por lo general, discutirse en la misma sesión; suele
ser preferible tomar nota de ellos para su estudio y posible exposición
en una reunión ulterior.
EL PASTOR COMO DIRIGENTE 181

A continuación debe darse lectura al acta correspondiente


a la asamblea anterior, después de lo cual habrá lugar para
que, si procede, se hagan las enmiendas oportunas.
Seguidamente puede informarse de los estados de cuen­
tas de la iglesia, sobre los que debe recabarse la aprobación
de la misma previa la respuesta a cualquier pregunta que en
relación con los mismos se pudiera hacer a la presidencia.
Parte importante de una sesión de negocios puede ser la
información relativa a las actividades de la iglesia, a sus pla­
nes de acción, a sus problemas y necesidades. En tal informa­
ción debiera privar siempre la objetividad exenta de triun-
falismos.
Además es recomendable dar lugar a que la asamblea se
manifieste y haga sus observaciones sobre lo expuesto.
Después de la información, deben presentarse uno tras
otro los asuntos enumerados en el orden del día. A la pre­
sentación de cada uno hecha por la presidencia, seguirán las
intervenciones de los miembros para expresar su opinión. La
discusión, si la hay, debe ser dirigida con serenidad, elasti­
cidad y firmeza combinadas, de acuerdo con las normas parla­
mentarias generalmente reconocidas como básicas e impres­
cindibles para el buen orden (2). Aquí la habilidad del pre-

2. Son famosas las reglas de orden de Robert (Robert’s rules of


order). Pero puede ser suficiente que un pastor conozca tan sólo las
reglas más elementales. Es adecuado el resumen que hace Alejandro
Treviño en su libro El predicador: «¿r) Presentar los asuntos por
medio de proposiciones verbales o escritas, b) Discutir sólo las pro­
posiciones secundadas, c) No admitir nueva proposición mientras la
primera esté en pie, con excepción de la que se haga para reformarla,
aplazarla o referirla a una comisión para su estudio. Suele también
admitirse la de levantar la sesión. Estas proposiciones no se discuten.
Se ponen a votación tan pronto como son secundadas, d) Cada miem­
bro tiene derecho de hablar sólo dos veces sobre el mismo asunto.
Se requiere el consentimiento de la iglesia para concederle de nuevo
el uso de la palabra, e) No permitir que se introduzcan asuntos ajenos
al que está a discusión, f) Toda proposición debe explicarse bien
182 JOSÉ M . MARTÍNEZ

sidente es decisiva para evitar que la reunión se prolongue


más de lo estrictamente necesario, caiga en el tedio o se agite
peligrosamente.
Oídas todas las intervenciones, si procede tomar una de­
cisión, el presidente debe disponer la votación de acuerdo con
las normas establecidas por la propia iglesia. Se presupone
que la minoría acatará noblemente la decisión de la mayoría.
Las sesiones ordinarias suelen acabar con un período de­
dicado a ruegos y preguntas o exhortaciones.
De todo lo tratado y acordado, el secretario levantará acta
que se presentará para su aprobación en la asamblea si­
guiente.

Reuniones de junta
Son las celebradas por el consejo de la iglesia o por cual­
quiera de las juntas que dirigen sus diversos departamentos.
Fundamentalmente no difieren de las reuniones adminis­
trativas de iglesia sino en su carácter más restringido, tanto
por el número de miembros que participan en ellas como por
la autoridad con que toman sus decisiones, ya que las más
trascendentales suelen (en muchas iglesias deben) ser some­
tidas al pleno de una asamblea.
Pero las funciones propias de esos órganos rectores con­
fieren a sus reuniones una capital importancia. Tales órganos
son — en el aspecto humano— los motores de la iglesia. Los
miembros que los componen, aun individualmente, deben ser
propulsores de sus actividades diversas. Pero es en su actua­
ción conjunta donde radica la mayor fuerza de su gestión.
Ello hace imprescindible la celebración de reuniones periódi-

antes de tomar la votación, g) La votación se toma primero por la afir­


mativa y en seguida por la negativa, h) Los asuntos se deciden y ter­
minan por el voto de la mayoría... Generalmente el presidente no
vota sino cuando su voto sirve para decidir un empate o cuando la
votación se hace por papeleta.» (Pp. 93, 94.)
EL PASTOR COMO DIRIGENTE 183

cas en las que se estudia cuanto afecta a la iglesia (o al de­


partamento correspondiente) y se toman las resoluciones que
se estiman más convenientes. Si en tales reuniones prevale­
cen el amor a Cristo y a los hermanos, el celo por la exten­
sión del Evangelio, el entusiasmo, la abnegación y el espíri­
tu de unidad, la iglesia prosperará. Si, por el contrario, se
desarrollan en un clima de rutina, tibieza, desánimo o con
espíritu de rivalidad, lo más probable es que la iglesia de­
caiga y quede sumida en un estado de enervamiento espi­
ritual.
Aquí una vez más tenemos que destacar la necesidad pri-
mordialísima de la presidencia suprema del Espíritu Santo,
sin la que todos los esfuerzos humanos resultan estériles. No
se pierda de vista que en El se encuentra el origen de toda
fuerza auténticamente motriz que impulsa a la Iglesia. Pero,
como ya vimos, su presencia y presidencia no excluyen el
orden; más bien lo exigen.
Es por esta razón por lo que ninguna sesión de consejo
(o junta) debiera tener lugar sin una preparación y dirección
concienzudas. También estas reuniones han de ser convoca­
das y preparadas adecuadamente; deben desarrollarse de
acuerdo con un orden del día que, con las variantes que pro­
cedan, siga una línea semejante a la expuesta para las reu­
niones de iglesia. También tienen que observarse —aunque
quizá con menos rigurosidad— las reglas parlamentarias y
ha de registrarse lo tratado y acordado en un libro de actas.
El buen proceso de la reunión depende en gran parte de
la disposición física, mental y espiritual de quienes partici­
pan en ella. Ello hace aconsejable atenerse a algunas reco­
mendaciones:

De carácter físico

Evítense los lugares con luz insuficiente y sin ventilación.


En estas circunstancias, la mente se embota fácilmente y pier­
de gran parte de su capacidad.
184 JOSE M . MARTINEZ

— Procúrese no prolongar la reunión cuando se obser­


van síntomas evidentes de cansancio. Es más aconsejable le­
vantar la sesión para continuarla otro día a la mayor breve­
dad posible.
— Utilícense asientos cómodos (no necesariamente lujo­
sos). La incomodidad prolongada ejerce una influencia irri­
tante sobre los nervios, factor peligroso en momentos de dis­
cusión. La disposición de los asientos alrededor de una mesa
— y aun sin ella, pero en forma más o menos rectangular o
circular— facilita el diálogo.

De carácter espiritual
Indudablemente son de mayor entidad que las de tipo
físico. Es decisivo que los miembros de junta participen en
sus sesiones con una predisposición adecuada. Si llegan a la
reunión agobiados por las preocupaciones del día, por con­
flictos laborales, familiares o personales, su aportación será
muy probablemente pobre, defectuosa o incluso irrazonable­
mente negativa tanto en sus palabras como en sus actitudes.
De aquí la conveniencia de dedicar la primera parte de la
reunión a prepararse todos espiritualmente mediante la lec­
tura de un texto de la Palabra de Dios, un breve comentario
sobre el mismo y un período de oración. Un miembro del
consejo de una iglesia evangélica libre de Suiza refería hace
tiempo al autor cómo la introducción de esta práctica había
transformado las reuniones de tal consejo haciéndolas mucho
más ágiles y armoniosas.
No podemos concluir este capítulo sin mencionar el ideal
a que debiera aspirarse en toda reunión en la que se delibera
y toman decisiones que afectan a la vida y misión de una
congregación cristiana. Ese ideal lo hallamos en el magnífico
ejemplo registrado en Hechos 15. Por espinosas que fuesen
las cuestiones debatidas, al final siempre debería poder de­
cirse: «Ha parecido bien al Espíritu Santo y a nosotros...»
(Hec. 15:28). Esta identificación entre Espíritu e Iglesia en
EL PASTOR COMO DIRIGENTE 185

días apostólicos libró a la cristiandad de un desastre a la par


que le dio un mayor impulso misionero. Y puede obrar ma­
ravillas semejantes en las iglesias de nuestros días.

CUESTIONARIO

1. Mencione algunos de los antecedentes novotestamentarios


de las reuniones administrativas de iglesia.
2. ¿Cómo deben prepararse tales reuniones?
3. Detalle las normas que considere básicas para el buen de­
sarrollo de una asamblea administrativa.
4. ¿Cuál debería ser la predisposición espiritual de cuantos
participan en una sesión sobre problemas o necesidades
de la iglesia?
Capítulo X X X I

LA DIRECCION DEL CULTO

Las funciones directivas del pastor, trascendiendo toda


acción administrativa, hallan su más alta esfera en las acti­
vidades cúlticas. El pastor no es solamente director de una
santa empresa; es también prepósito de una comunidad de
adoradores. Esta faceta del quehacer ministerial es una de las
más radiantes, pero al mismo tiempo una de las más exi­
gentes.
Se espera que cada culto depare a cuantos participan en
él una experiencia de auténtico encuentro con Dios. Puede
ser el culto fuente inefable de gozo, de adoración, de cono­
cimiento esclarecedor, de reflexiones fecundas —aunque a
menudo dolorosas— , de desahogo espiritual, de consuelo, de
estímulo. Puede ser, asimismo, una hora de conflicto, de ten­
siones tremendas, un punto de encrucijadas en que se tomen
las decisiones más trascendentales.
Los resultados dependen de muchos factores. Mientras la
iglesia está congregada, actúa Dios por medio de su Espíritu
y de su Palabra; pero también están en acción fuerzas malig­
nas que nos incitan de continuo a la incredulidad, a la duda,
a la indiferencia o al autoengaño. Y también interviene el mi­
nistro. Por supuesto, la responsabilidad final del resultado en
cada persona recae sobre ella misma. Pero no es cosa de
EL PASTOR COMO DIRIGENTE 187

poca monta la parte que el dirigente tiene en el fruto o en


la esterilidad del culto.
Lo que acabamos de decir no se refiere únicamente a la
predicación, sino a todas y cada una de las partes del servi­
cio religioso. Muchos buenos sermones han sido malogrados
por la irreverencia, o por la pobrísima calidad del resto del
culto. De aquí la conveniencia de algunas líneas orientativas
sobre el modo de conducirlo.

Observaciones generales
Desde el primer momento, todo ha de contribuir a crear
una atmósfera espiritual propicia a la comunión con Dios.
Sea cual sea el lugar en que la iglesia se congrega, un templo
impresionante o una sencilla sala, ya antes de que el culto
empiece tendría que respirarse reverencia y espíritu de ora­
ción. A tal efecto es imprescindible la educación de los miem­
bros de la iglesia.
Dentro de la gran diversidad que puede haber — y que
hay según las diferentes tradiciones eclesiásticas— , deberían
mantenerse en todo culto unas constantes equilibradas de so­
lemnidad, orden, sencillez, naturalidad y calor de vida espi­
ritual.
No es recomendable la introducción de elementos jocosos,
a pesar de lo populares y atractivos que resultan en algunos
lugares. Pero igualmente debe huirse de una seriedad mal
entendida que dé a todos los cultos aspecto de funeral. Un
gozo serio y una seriedad gozosa debieran presidir toda reu­
nión en la que se adora a Dios y se escucha su Palabra.
Un defecto que debe evitarse es la rutina, pues influye
negativamente en la temperatura espiritual. Este mal es tan
frecuente en iglesias con liturgia minuciosamente elaborada
como en las de tipo libre, donde predomina la espontanei­
dad. También en muchas de estas últimas es fácil prever el
orden invariable que va a seguirse y las frases estereotipa­
188 JO SÉ M . MARTÍNEZ

das que, monótonamente, van a servir de introducción a cada


una de las partes del servicio.
Tanto los cultos con liturgia como los que carecen de
ella han de ser preparados cuidadosamente. Ha de evitarse
a toda costa que caigan en la servidumbre de usanzas tedio­
sas o en la de una improvisación fruto de la negligencia. Se­
ría intolerable que un predicador ocupara el pulpito sin lle­
var, aunque sólo fuese mentalmente, un bosquejo de su ser­
món. Igualmente injustificable es que el pastor —o la per­
sona que le sustituya— dé principio a un culto sin haber
pensado atentamente y decidido el modo de presentar cada
uno de los elementos que forman parte del acto cúltico o se
incorporan a él.
Posiblemente ni la imaginación más exuberante logrará
una diversidad tal que haga de cada culto una novedad.
Tampoco es necesario. Un servicio religioso no tiene como
finalidad exhibir el talento imaginativo de quien lo dirige,
sino glorificar a Dios y ser medio de bendición a quienes
participan en él; su naturaleza y fines imponen unos límites;
pero dentro de ellos, vale la pena buscar un mínimo de va­
riedad.
Aún más decisivo que la diversidad y la meticulosidad
con que se ha preparado la totalidad del culto es el espíritu
con que se dirige. Ese espíritu debe revelar unción de lo alto
desde los momentos iniciales, lo que únicamente se logra si
antes se ha pasado un tiempo de comunión con Dios. Aquí
no valen sucedáneos de factura humana. Ni el entusiasmo, ni
las formas de solemnidad piadosa, ni la entonación — todo
lo cual está expuesto al artificio— pueden sustituir lo que
realmente da dignidad y valor a la conducción de un culto:
el sentimiento de que se está en la presencia de Dios. Esto
origina inevitablemente una tensión, aunque frecuentemente
y de modo paradójico vaya acompañada de una sensación
de paz. Es la tensión que produce un elevado sentido de
responsabilidad. Y no es fácil comprender que un pastor
EL PASTOR COMO DIRIGENTE 189

llegue a verse libre de ella, por más años que lleve en el


ministerio.

Partes del culto


De acuerdo con lo señalado anteriormente, puede ser pre­
ferible no encadenarse adoptando un orden determinado. La
libertad cristiana también debe tener acceso al santuario. Pero
cualquiera que sea la disposición de las partes del culto,
cada una debe alcanzar la máxima calidad espiritual. Nos
referiremos brevemente a las más comunes.

El canto
Desde tiempos remotos, los cánticos han ocupado un lu­
gar destacado en la adoración a Dios. En Israel, muchos de
los salmos eran cantados total o parcialmente por el pueblo.
En las iglesias apostólicas, el canto era normal (I Cor. 14:15;
Col. 3:16) (1) y siguió siéndolo en siglos posteriores. Lutero
lo usó como elemento valiosísimo para impulsar la Reforma.
Algo análogo hizo Calvino para la edificación de las iglesias
reformadas, aunque dando preferencia a los salmos del An­
tiguo Testamento como contenido. Himnos inmortales reso­
naban en las reuniones de los grandes avivamientos. Y to­
davía hoy, para muchos creyentes, el himnario es el libro
más querido después de la Biblia. ¡Lástima que tanto en
España como en Hispanoamérica la mayoría de los himnos
sea aún excesivamente pobre, tanto desde el punto de vista
poético como desde el musical!
La selección de cánticos ha de efectuarse según el tema
de la predicación, en tomo al cual debiera girar todo el cul­
to. Esta observación es de particular importancia en lo que
concierne al himno que haya de cantarse después del sermón.
1. Al parecer, algunos de los grandes textos del Nuevo Testa­
mento eran himnos mediante los cuales la Iglesia expresaba puntos
fundamentales de su fe. Por ejemplo, Fil. 2:6-11; I Tim. 3:16; II Tim.
2:11-13, etc.
190 JO S É M . MARTÍNEZ

En las iglesias que tienen coro, nunca éste debiera suplan


tar a la congregación en su privilegio de cantar sus alaban­
zas a Dios. Por otro lado, la participación del coro o el
canto de solos, dúos, cuartetos, etc., debiera ser un medio
más para la inspiración espiritual de los oyentes, jamás una
exhibición vanidosa de arte musical.

La lectura bíblica
Puede haber más de una. Cuando, además de la porción
bíblica sobre la cual se va a predicar, se escoge otro texto
adicional, éste debiera estar en consonancia con aquélla.
Es esencial que se lea con la máxima corrección. Defectos
en la pronunciación, en la entonación, en los énfasis o en las
pausas influyen siempre desfavorablemente. Por eí contrario,
una lectura en la que se ponen a contribución no sólo los
órganos fonéticos, sino la inteligencia y los sentimientos, una
lectura en la que se hace vivir el contenido del texto, puede
ser tan cautivadora como el más elocuente de los sermones.

La oración
En las iglesias en que se ora espontáneamente, no debería
confundirse la espontaneidad con la ausencia total de ideas
en el momento de empezar la oración. Si no quiere caer en
tópicos trillados y en innumerables frases de molde, que van
repitiéndose domingo tras domingo hasta la saciedad, el pas­
tor debe pensar con antelación en los puntos básicos de sus
oraciones públicas. Infinidad de veces tendrá la experiencia
de que, mientras ora, le vienen ideas, sentimientos y motivos
de plegaria imprevistos. La acción del Espíritu Santo puede
introducir en la oración tantos elementos nuevos como en la
predicación, sin que ello excluya tanto en un caso como en
otro la conveniencia de una preparación previa.
Sin duda, el primer requisito de la oración en público
es la sinceridad. Debe brotar de un corazón que siente lo
que los labios dicen.
EL PASTOR COMO DIRIGENTE 191

No ora el pastor en nombre propio; lo hace dando expresión


—hasta donde esto es humanamente posible— al sentir de la
congregación, aunque al mismo tiempo la guíe tanto en la
alabanza como en la confesión, las súplicas y la intercesión.
El contenido estará inspirado en los grandes temas de la
Biblia: la majestad de Dios, lo maravilloso de sus obras, las
riquezas inescrutables de su gracia, su fidelidad, sus prome­
sas, la persona y la obra de Jesucristo, la acción del Espíritu
Santo, la vida cristiana con sus bendiciones y sus problemas,
el pecado que hemos de confesar, la esperanza del triunfo final
de la gracia, las glorias de la escatología cristiana y muchos
más.
Factores determinantes del contenido de la oración deben
hallarse también en las circunstancias especiales que pueden
concurrir en muchos casos y que afectan vivamente a la igle­
sia: sus proyectos, sus logros, sus necesidades, sus debilida­
des y pecados, su necesidad de constante renovación para
responder dignamente a la vocación divina. Ocasionalmente
los problemas de la ciudad, del propio país, de otros países
o del mundo entero tendrán igualmente cabida en Ja oración
del culto.
Por lo que respecta a la voz, hemos de enfatizar la natu­
ralidad como factor que no debe descuidarse. Resulta incom­
prensible —a veces ridículo— que una persona use al hablar
con Dios un tono diferente del que normalmente usa al ha­
blar con sus semejantes. Hay que evitar tanto la entonación
«catedralicia» como la «tribunicia». Ni voces excesivamente
solemnes o quejumbrosas ni clamores desmesuradamente fo­
gosos o estridentes. Al igual que la predicación, la oración
tiene que distinguirse por la llaneza en sus formas de expre­
sión. Su grandeza radica en el contenido y en el espíritu que
la inspira.
El sermón
En las iglesias evangélicas, la predicación es la parte más
prominente del culto. Esta práctica concuerda con lo que sa­
192 JOSÉ M . MARTÍNEZ

bemos de las iglesias apostólicas, en las que la comunicación


del mensaje de Dios ocupaba un lugar de primacía (I Cor.
14:1-4). Este especial relieve de la predicación ha sido, sin
duda, la causa de que muchas iglesias protestantes hayan dado
al pulpito un lugar central en sus templos.
Sin menoscabar la entidad de las otras partes, es lógico
que el sermón sea considerado como el tuétano del culto. Siem­
pre lo que Dios nos diga a través de la exposición de su
Palabra será más importante que lo que nosotros podamos
decirle a El mediante nuestros cantos y oraciones.
No vamos a entrar en consideraciones sobre la predica­
ción en sí, pues ello nos llevaría a la repetición de ideas,
principios y observaciones que el lector encontró ya en el
primer volumen de esta obra. Nos limitaremos únicamente a
recordar y recalcar que el sermón, a diferencia de la lec­
ción dada en una clase o de una conferencia, es un mensaje
que tiene por objeto enfrentar al oyente con Dios y moverle
a una respuesta a su Palabra.

La ofrenda

Muchas iglesias dedican una parte del culto a recoger las


ofrendas de sus miembros destinadas a su propio sostenimien­
to económico o a otros fines propios de una comunidad cris­
tiana, como puede ser el apoyo a causas misioneras o filan­
trópicas.
No existen motivos suficientemente poderosos para renun­
ciar a esta práctica, ni siquiera la presencia en el culto de
personas no creyentes. Pero es conveniente destacar su carác­
ter, eminentemente espiritual en el fondo. La ofrenda no es
sólo un testimonio de solidaridad. Es el reconocimiento por
parte del creyente de que todo lo que somos y poseemos pro­
cede de Dios. Es una manifestación de gratitud a Dios y de
dedicación a la causa del Evangelio. Por todo ello, tiene hon­
rosa cabida en el culto.
EL PASTOR COMO DIRIGENTE 193

Los anuncios
Es costumbre bastante generalizada dedicar unos minutos
a anuncios diversos. Esta es tal vez una de las partes que
más se deben cuidar. De lo contrario, se produce una ruptura
del hilo espiritual del culto. Es innegable que muchos de los
anuncios que se hacen desde el pulpito, por su naturaleza o
por sus detalles, constituyen un elemento extraño y, por
consiguiente, de efectos disruptivos. Esta es la razón por la
que algunas iglesias han optado por suprimirlos totalmente
insertándolos en el boletín informativo que se distribuye a
la salida.
Hay, sin embargo, hechos, acontecimientos, actividades,
proyectos que, por su entidad, conviene presentar con oca­
sión del culto. En este caso, los anuncios fácilmente pueden
adquirir un matiz de estímulo o edificación que los eleva casi
a la altura del canto, la oración o la predicación.
Si la iglesia no edita boletín dominical, pueden fijarse por
escrito en lugar bien visible aquellos anuncios, notas y obser­
vaciones que estén menos en consonancia con el carácter
del culto.
En cuanto al momento que ha de dedicarse a la informa­
ción, cada pastor escogerá el que estime más adecuado; pero
la experiencia aconseja que nunca sea la parte final. Después
de la predicación, nada tendría que distraer la mente de quie­
nes la han escuchado. Las reflexiones, a menudo serias y pro­
fundas, originadas por la exposición de la Palabra de Dios,
no debieran ser interrumpidas por otros elementos de tipo in­
ferior. La última impresión con que salga una persona del
culto debiera ser siempre la dejada por el mensaje de la Pa­
labra y la oración.

Cultos especiales
Además de los cultos normales celebrados cada domingo
(y en muchas iglesias el de oración otro día de la semana),
toda iglesia tiene con mayor o menor frecuencia servicios de
194 JO SÉ M . MARTÍNEZ

carácter especial, tales como los de bautismo, cena del Se­


ñor, bodas, entierros, conmemoraciones, etc.
La diversidad teológica y de formas de las diferentes igle­
sias nos impide sugerir modos de dirigir tales servicios. Pero
creemos importante añadir algunas observaciones suplementar
rias a las generales expuestas anteriormente.
a) Debe tenerse muy en cuenta el motivo y las circuns­
tancias particulares del culto. El autor recuerda la concen­
tración de varios centenares de personas —en su mayoría
miembros de varias iglesias— reunidas en el campo para
pasar un día de confraternidad cristiana. Había de culminar
la jornada con un culto al aire libre. El entusiasmo del canto
en los momentos iniciales hacía prever una hora grande.
Pero el predicador, sin prestar la menor atención al marco
ambiental en que el culto se celebraba, se limitó a predicar
un breve sermón sobre la providencia de Dios que en el ser­
vicio normal de cualquier iglesia habría sido medianamente
aceptable, pero que en aquella ocasión dejó fría y vacía a la
multitud.
En algunos cultos nupciales, apenas se menciona el sig­
nificado cristiano del matrimonio, sus bendiciones y sus de­
beres. Se pierde de vista ^ la pareja que va a casarse y se
piensa casi exclusivamente en las muchas personas nuevas a
las que se quiere inyectar una dosis masiva de «Evangelio
para inconversos».
Algo semejante sucede a veces con motivo de un funeral,
como apuntamos en el capítulo XXI. No negamos la necesi­
dad de tener en cuenta la presencia de inconversos en cual­
quier culto especial y el deber de exponer la Palabra de Dios
de modo que pueda producir impacto en ellos. Pero esto se
logra a menudo de modo mucho más efectivo si con natu­
ralidad y un mínimo de profundidad se presentan las grandes
enseñanzas de la Biblia relativas al motivo especial del culto.
b) Lo imprescindible de una preparación meticulosa en
los casos en que sea necesaria.
EL PASTOR COMO DIRIGENTE 195

Piénsese, por ejemplo, en un culto de bautismos en una


iglesia en la que esta ordenanza del Señor se practica por in­
mersión. Hay multitud de detalles que han de estar debida­
mente previstos si no se quiere que el culto resulte desorde­
nado y hasta irrisible. La provisión adecuada de túnicas tupi­
das, la instrucción de los que han de ser bautizados en cuanto
al momento y la forma en que han de ser sumergidos, la can­
tidad y la temperatura del agua, la determinación de la per­
sona —o personas— que han de acompañar a la que ha de
ser bautizada hasta el bautisterio y después cuando salga de
él, etc. Cualquier preparativo debe estar concluido por lo
menos quince minutos antes de que dé comienzo el culto.
Análoga meticulosidad debe observarse respecto a las
partes de un culto nupcial. En tal tipo de servicio suele darse
importancia a la ornamentación floral. Es recomendable que
esta no resulte extravagante y mucho menos discriminatoria
en comparación con otras bodas celebradas en la misma
iglesia.
De gran importancia para el buen desarrollo de la cere­
monia de enlace es que previamente el pastor —quien, sin
duda, habrá orientado a los contrayentes antes de la boda
en los puntos más importantes de las relaciones matrimonia­
les— les instruya también en cuanto a los pormenores del
acto ceremonial.
3) Ningún culto especial debe dejar de ser un culto.
En ningún caso debe permitirse que éste se convierta en un
acto social en el que unas personas determinadas ocupen el
lugar más destacado. El centro y la máxima relevancia co­
rresponden a Dios y a El debe tributarse la suprema gloria.
De todo lugar en que se celebra un acto de adoración y
exposición de la palabra debieran poder decir cuantos asis­
ten a él: «Es casa de Dios y puerta del cielo» (Gén. 28:17).
196 JOSÉ M . MARTÍNEZ

CUESTIONARIO

1. Señale las razones por las cuales todo culto debe prepa­
rarse y desarrollarse con el máximo esmero.
2. Haga un análisis crítico de los cultos de alguna de las
iglesias que usted conoce.
3. ¿Qué requisitos, en su opinión, deben reunir los himnos
que se cantan en un culto?
4. ¿Cuáles han de ser las características de un culto consi­
derado en su conjunto?
Capítulo X X X II

LA IGLESIA LOCAL Y LA EVANGELIZACION

Tres aspectos esenciales de la vida de la iglesia: la evan-


gelización, la enseñanza y la comunión, constituyen otros
tantos campos en los que el pastor — bajo la suprema guía
del Espíritu Santo— ha de desarrollar funciones directivas.
La interrelación de esas tres manifestaciones de vida ecle-
sial no debe perderse de vista. Se dan simultáneamente y se
complementan entre sí, hasta el punto de que cualquier de­
fecto en una de ellas repercute indefectiblemente en las de­
más. Sin embargo, a fines didácticos, vamos a separarlas.
Por lo que concierne a la evangelización y la enseñanza,
consideradas desde el punto de vista bíblico-teológico, remi­
timos al lector al capítulo I. Cuanto exponemos en éste y
en el siguiente se refiere más bien a sus facetas prácticas.

Responsabilidad de la Iglesia en la evangelización

Reiteremos lo señalado al principio de esta obra. La ta­


rea de anunciar el Evangelio no es exclusiva de los ministros.
Está encomendada a todo el pueblo de Dios. Todo cristiano
es llamado a ser un testigo de Cristo. Toda iglesia local ha
de sentir una honda preocupación por la salvación de los in­
conversos. Como bien decía Campbell Morgan, «una iglesia
evangélica es necesariamente evangelística». Lo es en razón
198 JO SÉ M . MARTÍNEZ

de la orden recibida por la Iglesia de labios de su Señor


(Mt. 28:18-20).
Lo es, asimismo, por el imperativo de una fuerza espiri­
tual. Cuando el amor de Cristo nos constriñe, nos converti­
mos en sus embajadores (II Cor. 5:14, 15, 20). «No pode­
mos dejar de decir lo que hemos visto y oído» (Hec. 4:20).
Esta fue la energía generada por el Espíritu Santo a partir
de Pentecostés que induciría a los discípulos a anunciar el
Evangelio en todas partes, a pesar de todos los riesgos (Hec.
8:4).
De aquí que toda iglesia sana es una iglesia que evange­
liza. De un modo u otro, todas sus actividades rezumarán tes­
timonio de Cristo ante el mundo; desprenderán el «olor de su
conocimiento» (II Cor. 2:14). Esto no depende tanto de
unos planes o de unos métodos —aunque éstos tengan tam­
bién su lugar, como veremos— , sino de la intensidad de vida
espiritual de sus miembros. Cuando se vive en la plenitud del
Espíritu Santo, la evangelízación en una u otra forma es ine­
vitable.
Lo que acabamos de exponer ha de tenerse muy presente
para no caer en el error de aislar la evangelización desgaján­
dola del conjunto de la vida de la iglesia, con lo que fácil­
mente puede dejar de ser acción nacida del Espíritu para con­
vertirse en obra de la «carne». Michael Green expresó este
peligro muy objetivamente en el Congreso Internacional sobre
Evangelización celebrado en Lausana en 1974: «No se puede
aislar la predicación de la Buena Nueva sin destruirla. No se
puede seguir siendo fiel al Nuevo Testamento y decir: “La
evangelización es primordial; la comunión, la adoración y el
servicio son completamente distintos y no tienen nada que
ver con ella.” No tenemos ninguna libertad para separar lo
que Dios ha juntado. Somos llamados a ser la iglesia tanto
como a proclamar la Buena Nueva. Las dos cosas están in­
disolublemente unidas. Cuando la adoración, la enseñanza,
la oración, la comunión de la iglesia primitiva de Jerusalén
EL PASTOR COMO DIRIGENTE 199

eran ardorosas fue precisamente cuando Dios aumentaba dia­


riamente el número de sus componentes» (1).
Otro peligro del que toda iglesia debe huir es la valoración
del trabajo evangelístico por los resultados, pues tal valoración
nos impele a lograr «conversiones» sea como sea, incluidas
técnicas contrarias a los fundamentos bíblicos de la evange-
lización.
Somos responsables de la fidelidad con que cumplimos la
gran comisión de Cristo a su Iglesia, pero no de los logros.
El fruto cosechado por Pablo en Atenas no fue demasiado
alentador (Hec. 17:32-34). Por supuesto, la ausencia de resul­
tados debe movernos a examinamos a nosotros mismos y tra­
tar de descubrir posibles defectos o pecados con actitud hu­
milde de arrepentimiento. Pero mantenernos en la idea de
que siempre que evangelizamos ha de haber una respuesta
positiva al Evangelio por parte de los inconversos es ir más
allá de lo que el Nuevo Testamento nos enseña. Tal error
suele producir uno de estos dos defectos: o desánimo o acti­
vismo desenfrenado.
En el fondo, puede ocultarse un espíritu triunfalista, un
afán de vanagloria, una debilidad ante aureolas estadísticas
que nos lleva a aquilatar el valor del ministerio evangelístico
por el número de «decisiones» que se consiguen mediante
él. Cuando tal cosa sucede, no hemos caído en un error;
hemos caído en un pecado que hemos de confesar y al que
debemos renunciar.
Sorteados los escollos de una evangelización inconexa o
excesivamente preocupada por sus logros, podemos pensar
en los diferentes modos de hacerla más efectiva.

Metodología de la evangelización
El aforismo de que Dios no usa métodos sino personas
contiene mucho de verdad. El Nuevo Testamento poco o nada

1. Let tiñe earth hear his voice, p. 175.


200 JO S É M . MARTÍNEZ

nos dice de técnicas evangelísticas. La evangelización se lle­


vaba a cabe de modo natural porque los creyentes vivían
realmente en un plano sobrenatural. Como declaró Richard C.
Halverson en el Congreso Mundial sobre Evangelización ce­
lebrado en Berlín en 1966, «la evangelización nunca pareció
en el Nuevo Testamento ser una cuestión inquietante. Es
decir, no hallamos a los apóstoles apremiando, exhortando,
reprendiendo, planeando u organizando programas evangelís-
ticos. En la iglesia apostólica, la evangelización era algo que
se daba por descontado y funcionaba sin técnicas o progra­
mas especiales. La evangelización simplemente acontecía.
Fluía sin esfuerzo de la comunidad de creyentes a semejanza
de la luz que irradia el sol; era automática, espontánea, cons­
tante, contagiosa» (2). Y, a renglón seguido, cita Halverson
palabras no menos significativas de Roland Alien: «Lo que
hallamos en el Nuevo Testamento no es un llamamiento an­
sioso a los cristianos para que extiendan el Evangelio, sino
notas dispersas aquí y allá que sugieren cómo el Evangelio
se iba difundiendo... Por espacio de siglos, la iglesia cris­
tiana prosiguió su expansión por su propia gracia inherente
y produjo incesantemente misioneros sin ninguna exhortación
directa.»
Al hablar de métodos, hemos de insistir en sus peligros,
sobre todo el de mecanizar una actividad eminentemente
espiritual y aplicar procedimientos comerciales que no siem­
pre encajan con la verdadera dinámica de la evangelización,
sino que más bien la pervierten. Pero los riesgos no han de
excluir el estudio y el uso de medios que puedan facilitar
la comunicación del Evangelio. Pablo revela una estrategia
misionera y un método de trabajo al escoger las grandes
ciudades como centros de su actividad y las sinagogas como
vía de penetración con el mensaje de Cristo.
Hay un sinfín de métodos que, bajo la dirección del Es­
píritu Santo, pueden resultar eficaces en la evangelización.

2. One race, one Gospel, one task, p. 343.


EL PASTOR COMO DIRIGENTE 201

Pero su aplicación debe efectuarse teniendo en cuenta algu­


nos principios generales:
a) Todo método debe seleccionarse y adaptarse según el
entorno cultural, social y de costumbres de cada lugar.
b) No debe adoptarse ningún método que, por diferen­
tes motivos, no pueda utilizarse con un mínimo de recursos
que hagan probable su efectividad.
c) Ningún método debe ser considerado como el único
que asegure grandes resultados en todos los casos.
d) Técnicas evangelísticas excesivamente simplificadas
resultan defectuosas al tratar de comunicar la gran riqueza
espiritual del Evangelio a los seres humanos, tan complejos
y diversos entre sí.
é) Si el mensaje evangelístico ha de ser cristocéntrico, el
método de evangelización debe ser eclesiocéntrico. La evan-
gelización no tiene como objetivo único la salvación de los
pecadores, sino su integración en la Iglesia, cuerpo de Cristo,
lo que lleva aparejada su incorporación a una iglesia local.
En el Nuevo Testamento, la evangelización parte de las igle­
sias y su fruto es recogido en ellas. En algunos casos, los or­
ganismos evangelísticos paraeclesiásticos pueden ser una ayu­
da a las iglesias, pero en otros pueden contribuir a su debili­
tamiento. Sólo en la medida en que los métodos contribuyen
a consolidar la posición novotestamentaria de la Iglesia son
válidos. Citando a Howard A. Snyder, diremos que «la Igle­
sia es el agente de Dios en la evangelización. Hablar de
obra evangelizadora sin relacionarla con la Iglesia es perder
la perspectiva bíblica y desarrollar una evangelización incom­
pleta» (3).

Medios de la iglesia para la evangelización


El uso de los grandes medios de comunicación, como la ra­
dio, la televisión o la prensa están en la mayoría de los casos
3. Let the earth hear his voice, p. 327.
202 JOSÉ M . MARTÍNEZ

fuera de las posibilidades de una iglesia local, aunque puede


ésta participar colaborando con otras iglesias o entidades que,
al sumar recursos humanos y económicos, están en condicio­
nes de utilizar dichos medios. Pero hay otros caminos abiertos
a cualquier iglesia, por pequeña que sea. A ellos vamos a re­
ferimos en particular.

Los cultos
Para las personas no creyentes que asisten a una iglesia y
llegan a convertirse, los cultos pueden ser en la mayoría de
los casos el factor más importante de su experiencia religio­
sa. La Palabra de Dios llega a ellas a través de la predicación
directa con una fuerza que raramente se alcanza por otros
medios.
Este resultado no se produce únicamente mediante los
tradicionales cultos «de evangelización». Algunas iglesias ca­
recen de ellos y no por ello dejan de ver fruto abundante de
conversiones. Nada objetable hay en los cultos netamente
evangelísticos, en los que toda la predicación se centra en
la necesidad espiritual del pecador, en la obra redentora de
Cristo y en las exigencias divinas del arrepentimiento y la fe
en El como único camino de salvación, al final de los cuales
se hace una invitación a los inconversos para que se rindan
a Jesucristo.
Pero a menudo se ha observado que tal tipo de predica­
ción resulta demasiado parcial. No presenta toda la perspec­
tiva bíblica de la salvación. Tiende a abaratar el Evangelio;
enfatizando sus ofertas, se silencian sus demandas; se agranda
tanto la figura del Salvador que no llega a verse la del Se­
ñor. De este modo se consiguen conversiones fáciles, pero su­
perficiales, en muchos casos espurias.
Cuando, en cambio, se predica en cultos no estrictamen­
te evangelísticos, es más fácil ir exponiendo «todo el consejo
de Dios», lo que a la larga contribuye mucho más eficazmente
a que la experiencia de conversión sea más sólida. No pocas
personas han recibido las influencias más decisivas para con­
EL PASTOR COMO DIRIGENTE 203

vertirse a Cristo en cultos de «edificación» e incluso en reu­


niones de oración. Juan Wesley no se convirtió por la fuerza
de un gran sermón dirigido a almas perdidas, sino por la pie­
dad inspiradora de los hermanos moravos con quienes entró
en contacto.
La Palabra de Dios, toda la Palabra, es «viva y eficaz»
(Heb. 4:12). Cuando se predica fielmente, nunca vuelve a
Dios vacía (Is. 55:11). Por eso, como señala J. I. Packer
con aguda visión, «es una equivocación suponer que los ser­
mones evangelísticos son una clase especial de sermones con
estilo peculiar propio; los sermones evangelísticos son sim­
plemente sermones bíblicos, la clase de sermones que inevita­
blemente se predican si se predica la Biblia bíblicamente...
Toda la Escritura, de un modo u otro, da testimonio de Cris­
to, y todos los temas bíblicos están relacionados con El. Por
consiguiente, todo verdadero sermón anunciará de alguna ma­
nera a Cristo, por lo que será más o menos directamente
evangelístico. Algunos sermones, por supuesto, tendrán más
que otros la finalidad concreta y exclusiva de convertir a los
pecadores. Pero no se puede presentar al Señor Jesucristo
como la Biblia lo presenta, como la respuesta de Dios a todos
los problemas en la relación del pecador con El, sin que tal
presentación sea siempre evangelística... Si en nuestras igle­
sias se piensa en reuniones y sermones «evangelísticos» como
algo especial, diferente de lo normal, ello constituye un vere­
dicto condenatorio contra nuestros cultos normales del do­
mingo» (4).
Nos permitimos añadir que las posibilidades evangelísti-
cas en este terreno aumentan cuando la predicación es expo­
sitiva, especialmente si las exposiciones cubren total o par­
cialmente los diferentes libros de la Biblia.
Campañas especiales de evangelización
Lo expresado en el punto anterior no invalida la posi­
bilidad y conveniencia de esfuerzos evangelísticos especiales.
4. Evangelism and the sovereignty of Godt pp. 54, 55.
204 JOSÉ M . MARTÍNEZ

Una iglesia —o conjunto de iglesias— hará bien en organi­


zar cultos extraordinarios en su templo o reuniones en salones
públicos a fin de atraer a un mayor número de personas a
escuchar el Evangelio.
Esta acción exige una preparación meticulosa. No sólo
deben seleccionarse cuidadosamente los temas de los sermo­
nes o conferencias y los oradores. Es imprescindible promover
interés entre los creyentes para que oren por la campaña y
colaboren en el trabajo de invitar a personas alejadas de la
iglesia. Deben usarse con la máxima eficiencia los medios de
publicidad disponibles. El canto, coral y congregacional, ha
de alcanzar la máxima calidad. Es necesario escoger y adies­
trar a un número suficiente de creyentes que puedan estable­
cer contacto personal con los visitantes. Y no puede descui­
darse la atención debida a cuantas personas llegan a intere­
sarse en el Evangelio, o incluso a convertirse, durante la cam­
paña. Es imprescindible mantenerse en comunicación con
ellas con objeto de ayudarlas en su desarrollo espiritual. La
labor de riego posterior a una campaña de evangelización es
tan importante como la de siembra durante la misma.
En cuanto a la campaña en sí, conviene llevarla a cabo
con el máximo vigor y ambición espiritual, pero rehuyendo
la tentación varias veces apuntada de dejarse obsesionar por
los resultados.
La predicación debe ser bíblicamente sustanciosa, ha de
responder a la necesidad más profunda del ser humano y ha
de contener una invitación. Pero ésta ha de ser hecha con
dignidad, sin insistencias que traspasen los límites del respeto
a una libre decisión, sin coacciones psicológicas impropias de
la fe en la acción del Espíritu Santo. Forzar o acelerar un pro­
ceso de conversión es tan irracional como hacer caer a palos
la fruta de un árbol. La experiencia ha mostrado en demasia­
dos casos lo fatal de presiones desmesuradas para lograr la
conversión. Cuando se consigue una «decisión», una profe­
sión de fe, totalmente inmadura, ésta es generalmente segui­
da de una reacción negativa, muchas veces de un alejamien­
to total y definitivo del Evangelio.
EL PASTOR COMO DIRIGENTE 205

Una vez más hemos de recalcar que los inconvenientes no


deben llevarnos a repudiar un método. Los abusos observa­
dos en algunas campañas no son motivo para suprimirlas,
sino para perfeccionarlas.

Grupos de estudio bíblico


Este sistema está extendiéndose ampliamente por todo el
mundo. La razón es que muchas personas reacias a asistir
a los cultos de una iglesia aceptan más fácilmente la invita­
ción a una pequeña reunión de carácter íntimo celebrada en
una casa particular.
Existen precedentes novotestamentarios valiosos para este
tipo de evangelización. Cristo mismo, Pedro, Pablo y los de­
más apóstoles llevaron a cabo un gran ministerio evangelísti-
co «por las casas» (Mt. 9:10-13; Le. 19:5-10; He. 2:46;
10:23-48; 13:7-12; etc.). En nuestros días simplemente asis­
timos al redescubrimiento del valor de este método de ex­
tender el Evangelio.
Esta actividad, como su nombre indica, debe tener como
centro la Biblia. Pero, a diferencia de un culto, en el grupo
no se predica. Se estudia la Escritura con la participación de
todos los que asisten, creyentes e inconversos. En un ambien­
te de libertad y espontaneidad, cada uno puede expresar no
sólo sus opiniones, sino también sus inquietudes, problemas
o necesidades espirituales. Y si al estudio bíblico se une
—debe unirse— el interés humano de los creyentes hacia los
participantes del grupo que aún no lo son, el fruto espiritual
es prácticamente seguro.
Una gran ventaja de este método es que permite la cola­
boración de muchos miembros de la iglesia que posiblemente
no se sentirían capacitados para otras formas de evangeli­
zación.
Peligro que debe evitarse a toda costa es que las reuniones
del grupo degeneren en meras tertulias sobre temas ajenos a
la Biblia o que abran portillo a excesivas franquezas, a críticas
206 JOSÉ M . MARTÍNEZ

malsanas, a comentarios que se conviertan en piedras de tro­


piezo para las mismas personas a quienes se quiere ganar
para Cristo.
Otro riesgo radica en la posibilidad de que el grupo,
cuanto más satisfaga a sus componentes, más los exponga a
hacer de él algo demasiado importante. Los creyentes pue­
den sentirse más atraídos hacia él que hacia la iglesia, donde
necesariamente la comunión espiritual no puede ser tan ínti­
ma con todos. Esto, lógicamente puede ocasionar problemas.
Para obviar este inconveniente, puede ser aconsejable variar
periódicamente la composición de los grupos y mantener con­
tacto estrecho entre los dirigentes de los mismos y los líderes
de la iglesia.
Volveremos a esta cuestión en el capítulo sobre «Comu­
nión y servicio».

Uso de literatura
Constituye un medio duradero de comunicación del Evan­
gelio, de alcance amplísimo e incalculable. Debidamente apro-
chado puede llegar a ser uno de los vehículos más eficaces
para llevar el mensaje de Cristo al mundo. Así lo confirman
las estadísticas. T. E. Lloyd, Secretario de la «Africa Inland
Mission», asegura que la literatura cristiana ocupa hoy el nú­
mero uno absoluto en las prioridades de la planificación mi­
sionera. Y el gran misionero de la América Latina, Kenneth
Strachan, declaró: «El ochenta y cinco por ciento de todos
los latinos ganados para Cristo se han convertido como resul­
tado de un libro cristiano, de un periódico, de un folleto, de
una Biblia, por los que llegaron a la convicción de peca­
do» (5). Estos datos han venido a confirmar lo que casi pro-
féticamente intuyó Lutero cuando hace cuatro siglos excla-

5. Citados por Jack McAlister en su trabajo sobre Literature and


evanpelism, presentado en el Congreso Mundial de Berlín, One race,
one Gospel, one task, p. 515.
EL PASTOR COMO DIRIGENTE 207

mó: «¡Debemos lanzar contra el diablo el tintero del im­


presor! »
La distribución de literatura evangélica se lleva a cabo
por la mayoría de miembros de nuestras iglesias en sus con­
tactos personales. Regalan ejemplares del Nuevo Testamen­
to, evangelios o folletos por su propia iniciativa, lo cual es
magnífico. Pero existe otro campo no siempre suficientemen­
te explotado. Es el de la venta de Biblias (o porciones bíbli­
cas) y libros evangélicos en puestos especiales de la ciudad
o mediante visita domicilaria. La venta siempre será algo
aleatorio, pero el ofrecimiento del libro permite un contacto
personal que puede ser en muchos casos el principio de re­
sultados muy positivos.
Todo pastor haría bien en estimular a los miembros de
su iglesia que considerase idóneos para dedicarse a este tipo
de trabajo. Pero al mismo tiempo habría de guiarlos en la
selección del material. Uno de los grandes defectos que se
observan en muchos países es la pobre calidad, tanto en con­
tenido como en presentación, de gran parte de los libros y
folletos que se distribuyen. La corrección de este defecto es
indispensable para que el uso de la literatura sea realmente
eficaz.

La obra personal
Este método es tan antiguo como el Evangelio nisino. El
Señor lo practicó a menudo de modo admirable. Sus contac­
tos con la samaritana, con Nicodemo o Zaqueo son otras
tantas lecciones magistrales sobre el arte de comunicar la
buena nueva mediante el diálogo a nivel individual. La ex­
pansión de la iglesia primitiva tuvo como secreto el testi­
monio de los cristianos en cualquier lugar en que se encon­
traran (Hec. 8:4). Todavía hoy la evangelización personal
excede en eficacia a cualquier otro sistema.
Algunos creyentes parecen naturalmente dotados para
este tipo de trabajo y lo realizan atinadamente sin el menor
esfuerzo. Otros, por el contrario, encuentran sumamente di­
208 JO SÉ M . MARTÍNEZ

fícil establecer contactos personales y orientar una conver­


sación hacia el Evangelio. Esta dificultad, que suele ser la de
la mayoría de miembros de una iglesia, hace recomendable
que el pastor o alguna otra persona idónea instruya a los
creyentes mediante clases especiales en lo tocante a los prin­
cipios de la cvangelización personal (naturaleza, contenido,
modo de practicarla, etc.).
En la actualidad existen numerosos libros sobre este tema.
No todos son igualmente valiosos. Algunos adolecen de exce­
siva simplicidad; otros son poco prácticos. Quizá lo más acon­
sejable es que el propio pastor recoja material de diversas
fuentes y dé su propia orientación según las características
ambientales, religiosas y humanas de las personas a las cua­
les se desea evangelizar.
Otros medios valiosos al alcance de una iglesia para la
difusión del Evangelio pueden ser la proyección de películas,
los cultos al aire libre, los contactos personales mediante
encuestas, las visitas a hospitales, la visitación domiciliaria
y muchos más. La selección de tales medios, así como la ins­
trucción de los creyentes que, según sus respectivos dones,
hayan de utilizarlos, pueden contribuir grandemente a una
acción evangelizadora sumamente fructífera.
En conclusión: bajo la dirección del Espíritu, a la luz de
la Palabra, el pastor debe orientar y estimular a la iglesia
de modo que sus miembros puedan hallar modos adecuados
de comunicar eficazmente el mensaje de Jesucristo, origen y
objeto de su fe.
EL PASTOR COMO DIRIGENTE 209

CUESTIONARIO

1. ¿Por qué una iglesia evangélica ha de ser evangelizadora?


2. ¿Cuál es el secreto de una evangelización eficaz?
3. A la luz del Nuevo Testamento, ¿qué lugar deben ocupar
los métodos en la evangelización?
4. ¿Qué principios básicos deben tenerse en cuenta en la se­
lección de métodos evangelísticos?
3. Exponga el valor de cualquier culto (aunque no sea es­
trictamente de evangelización) como contribución de pri­
mer orden a la acción evangelizadora de la iglesia.
6. En su experiencia personal, ¿en el uso de qué métodos
ha visto resultados más positivos y estables?
Capítulo X X X III

LA ENSEÑANZA

La cvangelización y la enseñanza, como vimos en el capí­


tulo I, son inseparables. Así aparecen en la gran comisión
(Mt. 28:19, 20). Así las entendió Pablo (II Tim. 1:11). Y así
las vio la Iglesia cristiana de los primeros siglos, en la que
tanta importancia adquirió la catequesis. La razón es que el
fruto de la evangelización se malogra si no va acompañado
y seguido de la instrucción. No basta con que la semilla sem­
brada llegue a germinar; la planta nacida necesita un cultivo
esmerado para que se desarrolle plenamente.
La educación, sin embargo, no es tarea fácil, ni en el
plano secular ni en el religioso. Sus normas no están dicta­
das, como antiguamente se creía, únicamente por el sentido
común y un caudal más o menos rico de experiencias. La
pedagogía se apoya en principios de carácter científico que
no se pueden ignorar. Y el pastor, como dirigente de la la­
bor educativa en la iglesia, debe conocerlos — al menos los
más fundamentales— y aplicarlos.
En este terreno, también debe contarse en primer lugar
con la presencia y la acción docente del Espíritu Santo (Jn.
14:26). Sin su intervención, sería imposible la verdadera edu­
cación cristiana, ya que el propósito de ésta no es simple­
mente impartir unos conocimientos, sino convertir en el cre­
yente la verdad en vida. La auténtica formación bíblica se
manifiesta a través de una doble transformación, la del cora­
EL PASTOR COMO DIRIGENTE 211

zón y la de la conducta, no a través de un credo ortodoxa­


mente expresado. Y tal transformación sólo puede efectuarla
el Espíritu de Dios.
Pero, como hemos observado en otras esferas, la acción
del Espíritu Santo no anula la humana. Y en lo que concier­
ne a la enseñanza, tanto el ministro como la iglesia deben
extremar su diligencia para hacerla lo más eficaz posible.

Alcance de la instrucción cristiana

Ampliando lo expuesto, hemos de enfatizar el carácter


eminentemente práctico de la enseñanza en la iglesia. Toda
actividad docente ha de estar orientada hacia la totalidad
de la persona, de modo integral. Ha de llegar a la mente de
aquellos a quienes se enseña, pero también a la zona de sus
sentimientos y a la de la voluntad, pues la meta final es la
conformación de la vida según el patrón moral establecido
por Dios en su Palabra.
La gnosis del Nuevo Testamento es más que mero cono­
cimiento intelectual; en la mayoría de los casos significa o
implica un conocimiento experimental. Así, conocer a Dios
es mucho más que tener una idea correcta de su persona y
de sus atributos; es tener una relación personal con El que
afecta el modo de vivir. Enfáticamente declara Juan refirién­
dose a Cristo: «En esto sabemos que le conocemos, si guar­
damos sus mandamientos. El que dice: Yo le conozco, y no
guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso y la verdad
no está en él» (I Jn. 2:3, 4).
La enseñanza de la fe cristiana exige, indudablemente,
impartir el conocimiento de la Sagrada Escritura. Todo cris­
tiano debiera estar familiarizado con la historia bíblica, con
sus personajes y sus hechos más notables, con las lecciones
que de ellos se desprenden, con los mensajes de los profe­
tas, con los cánticos de los salmistas, con los grandes man­
damientos de Dios, con sus promesas, con las orientaciones
212 JO SÉ M . MARTÍNEZ

éticas de los libros sapienciales. Debiera conocer, sobre todo,


el Nuevo Testamento y sus grandes enseñanzas, con una vi­
sión clara tanto de la perspectiva histórica como de la doc­
trinal.
Pero tales conocimientos no han de quedar alojados en
la mente. Están destinados a despertar sentimientos. Dios
quiere usarlos para producir arrepentimiento, fe, amor, gozo,
paz, sentido de responsabilidad. Y aun esto es insuficiente.
El conocimiento bíblico no ha de detenerse en el campo de
las emociones. Ha de invadir victoriosamente el de la ac­
ción. Al primer triunfo de la conversión deben seguir muchos
más en el proceso de la santificación, durante el cual el cre­
yente ha de ir siendo transformado a la imagen moral de
Jesús. Lo que de la Biblia se aprende ha de configurar la
conducta en todos los ámbitos: en el hogar, en la escuela
o la universidad, en el taller o la oficina, en el vecindario,
en la calle, en la ciudad, en el país.
No siempre es fácil determinar la actitud o el compor­
tamiento cristianos frente a algunos problemas morales.
¿Cuál debe ser la actitud del creyente ante la eutanasia,
por ejemplo, o la adición a las drogas, la mentira profesio­
nal, etc.? ¿Qué debe opinar sobre el servicio militar o sobre
la guerra? ¿Qué posición debe adoptar ante cuestiones de
carácter político o social? Es triste que muchos cristianos,
ante tales problemas, divagan confusos sin saber ni qué ha­
cer ni siquiera qué pensar.
Es verdad que la Biblia no contiene una respuesta para
cada una de las preguntas que la evolución del mundo pueda
plantear. Pero sus principios, absolutos y válidos para todos
los tiempos, pueden iluminar siempre el camino del creyente
y capacitarle para andar rectamente a lo largo de su vida. Es
indispensable, no obstante, que estos principios se apliquen
adecuadamente. A ello debe aspirar la enseñanza impartida
en la iglesia.
EL PASTOR COMO DIRIGENTE 213

Clave de la enseñanza eficaz

La especial naturaleza de la enseñanza religiosa y lo


trascendental de sus fines no excluye la aplicación de princi­
pios y normas didácticas que hoy se consideran imprescin­
dibles en todas las ramas de la docencia.
Ante la imposibilidad de exponer, aunque fuera de mane­
ra resumida, los fundamentos de una sana pedagogía, nos limi­
taremos a destacar lo que ha venido a constituir el centro de
la filosofía de la educación: la relación entre maestro y alum­
no y el papel que cada uno desempeña en el proceso de
enseñar-aprender.
El concepto del maestro como sujeto activo único, que
relega al alumno al de mero recipiente pasivo de unos cono­
cimientos, está prácticamente descartado. Tomás de Aquino,
anticipándose a John Dewey, ya descubrió la necesidad de
que el alumno participara activamente en el aprendizaje. Com­
paraba la función del maestro a la del médico. Del mismo
modo que éste no sana al enfermo, sino que simplemente fa­
cilita la recuperación del organismo que se cura a sí mismo,
así el enseñador facilita — no sustituye— la actividad propia
del alumno en el proceso instructivo.
Lowell E. Brown y B. Reed observan al respecto que
Jesús, el Maestro por antonomasia, ya puso en práctica este
principio. No sólo instruía a sus discípulos mediante la pa­
labra; exigía de ellos la acción. Aunque los apóstoles estaban
aún lejos de haberlo aprendido todo, pronto fueron enviados
por el Señor a predicar. Los milagros obrados por El eran en
el fondo otro método de enseñanza y en varias ocasiones
(multiplicación de los panes y los peces, transformación del
agua en vino, la acción de andar sobre las aguas del lago)
hizo participar en ellos a quienes le rodeaban (1).
Los mismos autores perfilan con gran acierto las funcio­
nes de maestro y alumno que resumimos:

1. Y our Sunday School can grow , G/L Publications, p. 15.


214 JO SÉ M . MARTÍNEZ

1) Funciones del maestro


a) Guiar. Como si se tratase de escalar una montaña, el
maestro no se limita a dar explicaciones acerca de cómo efec­
tuar la ascensión, sino que, previo un mínimo de instruccio­
nes, se pone en marcha y dirige a los alumnos hacia la cima.
b) Estimular. Para ello formulará preguntas y sugerirá
actividades, por medio de las cuales el alumno realizará su
propio trabajo de aprendizaje. Lo más fascinante en nuestra
vida es aquello que descubrimos por nosotros mismos.
c) Cuidar. Para enseñar de modo efectivo, el maestro
ha de establecer una relación a nivel personal con sus alum­
nos. Ha de convertirse en amigo de ellos. Y en su dedicación
debe ser un ejemplo tanto como un comunicador de la ver­
dad de Dios.

2) Funciones del alumno


a) Recibe las instrucciones que le permiten avanzar en
su propia actividad cognoscitiva.
b) Explora. El alumno necesita oportunidades para efec­
tuar su propia investigación en la materia que se estudia.
c) Descubre. Es el resultado de una exploración ade­
cuada.
d) Se apropia lo descubierto y asume una responsabili­
dad. Esto es de especial importancia en lo que se refiere al
conocimiento religioso. La verdad descubierta debe tener una
aplicación en el modo de vivir.
Podemos añadir que sólo en la medida en que se realizan
todas estas funciones, el maestro realmente enseña y el alum­
no aprende.
En la práctica, lo expuesto significa que los alumnos han
de disponer de material de investigación y de campo de ac­
ción. Tratándose de instrucción bíblica, es vital que la igle­
sia provea libros y material adecuado, así como oportunida­
des de trabajo.
EL PASTOR COMO DIRIGENTE 215

Actividades educativas en la iglesia


Pueden ser muy diversas y deben complementarse entre
sí. Señalamos las más importantes.

El contacto personal
Richard Baxter dedica una tercera parte de su inmortal
obra, The Reformed Pastor, a esta forma de instrucción.
Puede ser, sin duda, la más efectiva, pues tiene a su favor
ventajas insuperables. Permite conocer la posición de la per­
sona con quien se habla, su nivel de comprensión de la Pala­
bra de Dios, el punto a que ha llegado en la aplicación prác­
tica de sus enseñanzas, sus anhelos, sus problemas. Hace
posible, asimismo, que tal persona haga preguntas y pida to­
das las aclaraciones necesarias.
Por otro lado, la instrucción personal se efectúa en un
plano que facilita una relación humana viva. A través de ella
no se obtiene únicamente instrucción; se recibe comprensión,
simpatía, estímulo.
A menudo, lo que no se logra mediante ninguna otra
forma de enseñanza, se consigue a través del diálogo íntimo.

La predicación
Es una fuente valiosísima de formación cristiana, máxime
si es de carácter expositivo. Adolece de un defecto: la parti­
cipación del oyente se limita exclusivamente a escuchar, lo
cual reduce considerablemente sus posibilidades de aprender,
según se desprende de lo indicado en el punto anterior. Sin
embargo la predicación tiene una gran ventaja: llega a la in­
mensa mayoría de los miembros de una iglesia, cosa que no
se consigue por otros medios. Además, ofrece la posibilidad
de exponer la verdad bíblica en toda la amplitud de sus
vertientes: histórica, doctrinal, moral y existencial. La pre­
dicación sistemática sólida y variada a lo largo de los años
puede convertir el púlpito en una auténtica cátedra desde la
216 JO SÉ M . MARTÍNEZ

cual la congregación reciba enseñanza bíblica de primerísima


calidad.

La escuela dominical
Sería difícil encontrar una iglesia evangélica sin tal es­
cuela. La obra iniciada por Roberto Raikes en Gloucester
hace dos siglos evolucionó hasta venir a ser el brazo derecho
de innumerables iglesias locales en la enseñanza religiosa,
especialmente entre los niños. En algunos países, sobre todo
en los Estados Unidos, las escuelas dominicales han adquiri­
do una importancia asombrosa. En sus clases, y en cifras
elevadísimas, niños y adultos adquieren una esmerada forma­
ción religiosa.
Desgraciadamente, no puede decirse lo mismo de todos
los lugares en que funciona una escuela dominical. Unas ve­
ces por carencia de recursos, otras por falta de visión, la
labor de este vital departamento de la iglesia se ha desarro­
llado en condiciones de incompetencia sumamente deplora­
bles. Señoras ya entradas en años, con escasa formación bí­
blica y nula capacitación pedagógica, actuando como maes­
tras; clases excesivamente numerosas con niños de todas las
edades; aulas exiguas y sin ventilación; mobiliario incómo­
do; falta de material adecuado y otros factores negativos con­
vierten más de una escuela dominical en mera guardería in­
fantil de la más pobre calidad.
Debemos reconocer que no todas las iglesias están en
condiciones de suplir satisfactoriamente todas sus necesida­
des. Pero la importancia de la enseñanza exige que a ésta
se le dé un lugar preferente. Por tal motivo, deberían corre­
girse los defectos anteriormente apuntados.
En toda escuela dominical es imperativo:
a) Establecer un sistema graduado de clases según las
diferentes edades, incluidos jóvenes y adultos.
b) Formar adecuadamente a los maestros mediante cur­
sillos especiales.
EL PASTOR COMO DIRIGENTE 217

c) Aprovechar las salas o habitaciones disponibles des­


tinadas a aulas, adaptarlas y equiparlas con miras a la en­
señanza.
d) Organizar la labor docente.
e) Proveer el material necesario para el maestro (diccio­
narios bíblicos, concordancias, comentarios, atlas bíblico, tra­
tados de pedagogía y de psicología, en especial los relativos
a la edad correspondiente, etc.), para el alumno (revista — si
la hay— , cuaderno de trabajo, cuaderno de dibujo, láminas,
etc.) y para el uso durante la clase (mapas de pared, frane-
lógrafo, diapositivas, filminas, trabajos manuales).
f) Determinar el horario de clases más apropiado. Este
debe decidirse con la máxima elasticidad, de acuerdo con las
circunstancias de cada iglesia. En algunos lugares es posible
tener todas las clases a una hora diferente de la del culto.
En otros, las clases para niños se dan a la misma hora. En
tal caso, si la instrucción bíblica sistemática ha de alcanzar
a toda la congregación, es necesario buscar otra hora para
jóvenes y adultos el domingo mismo u otro día de la semana.
El adjetivo «dominical» de la escuela de la iglesia no debe
tener un carácter absoluto. Lo importante de la enseñanza
no es que se imparta en domingo precisamente, sino que esté
al alcance del mayor número posible de personas, aunque ello
obligue a trasladar la clase a otro día de la semana.

Clases especiales
Tienen una finalidad más limitada que cualquiera de las
ofrecidas a los miembros de la iglesia en general, pues res­
ponden a una necesidad específica.
Mencionamos algunos ejemplos:
a) Clases para nuevos convertidos. Son muy recomen­
dables. Los recién nacidos espiritualmente necesitan ser ins­
truidos de inmediato tanto en las doctrinas fundamentales
como en los aspectos prácticos de la vida cristiana. También
necesitan el calor que proporciona el contacto estrecho con
218 JO SÉ M . MARTÍNEZ

otros hermanos. Ambas necesidades pueden ser suplidas en


una clase exclusiva para ellos.
b) Clases para líderes. Están destinadas a cuantos de­
sean ampliar su formación con objeto de servir en esferas
de mayor responsabilidad: predicación, enseñanza, cura de
almas, etc.
c) Clases para actividades especiales, como pueden ser
evangelización personal, la obra de distribución de literatu­
ra, el ministerio de visitación, el trabajo entre los jóvenes, etc.
d) Campamentos. Deparan oportunidades magníficas de
intensa actividad educativa. En un marco de aislamiento que
favorece la concentración mental y espiritual, por espacio de
dos semanas aproximadamente, pueden realizarse estudios bí­
blicos y tenerse charlas o coloquios sobre temas determi­
nados.
Como elementos formativos, se añaden el contacto per­
sonal más íntimo entre el enseñador y los participantes en el
campamento, la convivencia estrecha de todos y los trabajos
en los que inevitablemente todos tienen que colaborar. Los
problemas y roces que a menudo surgen de estas circunstan­
cias también son, en el fondo, un factor educativo.
e) Retiros y conferencias. La vida moderna, con la re­
ducción de la semana laboral y sus posibilidades crecientes
de movilidad, permiten con relativa facilidad la celebración
de conferencias o retiros de uno o dos días de duración en
lugares adecuados. Tienen muchas de las características de
un campamento, aunque reducidas por ser reducido el tiem­
po de que se dispone.
Tales retiros son especialmente aconsejables para grupos
con características particulares: dirigentes de la iglesia, ense-
ñadores, matrimonios de edades determinadas, jóvenes, etc.
La temática de tales encuentros conviene que esté cen­
trada en cuestiones concretas de máximo interés para la vida
espiritual y el trabajo de los participantes.
EL PASTOR COMO DIRIGENTE 219

Planificación y coordinación de la enseñanza


El pastor ha de contemplar el campo de la docencia en
la iglesia en todas sus dimensiones. Ha de ver todas las ne­
cesidades y, a la vista de ellas, ha de estudiar ccn sus cola­
boradores el mejor modo de suplirlas. Ello exige planifica­
ción y coordinación. La predicación, las lecciones de la es­
cuela dominical, los estudios en grupos juveniles y las clases
especiales, retiros, campamentos, etc. deben ser como ramas
de un mismo árbol, cuyo fruto es la formación cristiana in­
tegral de los miembros de la iglesia y de sus hijos.
Sólo así se evitan lagunas y repeticiones. Casos se han
dado en que la enseñanza en los diferentes departamentos
de una iglesia, por su inconexión, ha girado en tomo a par­
tes muy limitadas de la Biblia con omisión de libros enteros
del Antiguo y del Nuevo Testamento importantísimos. Igual­
mente se han descuidado doctrinas o cuestiones morales de
no menor importancia. Por el contrario, ha sucedido también
que los mismos alumnos, en diferentes secciones, han estu­
diado los viajes del apóstol Pablo — por ejemplo— tres ve­
ces consecutivas en el espacio de seis meses.
La coordinación es absolutamente indispensable cuando
la instrucción es dada a las mismas personas por diferentes
enseñadores. En tal caso, éstos habrían de ir más allá de
una planificación coordinada de las lecciones y lograr una
auténtica comunión entre sí que hiciera más fecunda su labor
en torno al alumno, quien es al fin de cuentas el centro de
la actividad docente. La enseñanza bien dirigida es el mejor
medio para que se cumpla el propósito apostólico que debie­
ra animar a todo ministro del Evangelio: «presentar perfecto
en Cristo Jesús a todo hombre» (Col. 1:28).
El pastor, en su función de educador y director de edu­
cadores, tiene responsabilidades tan grandes como sus opor­
tunidades y como el premio que la Palabra de Dios le pro­
mete (Dan. 12:3).
220 JOSÉ M . MARTÍNEZ

CUESTIONARIO

1. ¿En qué consiste la enseñanza religiosa que debe impar­


tirse en la iglesia?
2. ¿Por qué es importante la participación activa del alumno
en el proceso de aprendizaje?
3. ¿Cuáles son las funciones esenciales del maestro?
4. Analice críticamente la labor de enseñanza en alguna de
las iglesias que usted conoce.
C apítulo XXXIV

COMUNION Y SERVICIO I

El cuadro que la primera iglesia cristiana nos presenta


en el libro de los Hechos no puede ser más sugestivo. Llenos
del Espíritu Santo, los discípulos evangelizan. Como resulta­
do, miles de personas nacen a una vida nueva mediante la
fe en Jesucristo. La nueva comunidad es alimentada por «la
doctrina de los apóstoles» y crece al calor de una comunión
maravillosa (Hec. 2:41, 42) que impulsa el testimonio y el
servicio. Esa comunión sigue siendo indispensable para el
sano funcionamiento espiritual de toda la iglesia.

Significado de la comunión en el Nuevo Testamento

La palabra del original griego, koinonía, significa parti­


cipación o compañerismo, aunque entre los griegos se usaba
especialmente cuando quería expresarse una relación interior
entre dos o más personas. La amistad era su expresión su­
prema.
En el Nuevo Testamento la hallamos en Lucas 5:10 para
indicar una asociación de tipo laboral. Pero generalmente hace
referencia a la relación del cristiano con Dios —o con Cris­
to— y a la de los creyentes entre sí. Entre Cristo y el hom­
bre se establece una comunión de naturaleza humana por la
encamación (Heb. 2:14). Entre el creyente y Dios se crea
222 JO SÉ M . MARTÍNEZ

una comunión de naturaleza divina por la fe en sus prome­


sas (II Ped. 1:4).
El cristiano queda así unido a su Señor, de cuya humi­
llación y exaltación es hecho participante (Fil. 3:10; I Ped.
4:13; comp. Rom. 8:17). La cruz es incorporada a su expe­
riencia personal (Gál. 2:20). Con Cristo se entrega, obedien­
te al Padre, en servicio a favor de los demás (I Jn. 3:16).
La unión con Cristo debe regir todas sus relaciones. Este es
el punto de partida de la comunión eficaz con nuestros her­
manos (Jn. 15:12:13).
Complemento de esta verdad lo hallamos en la enseñanza
de Pablo sobre la Cena del Señor, testimonio de nuestra iden­
tificación con Cristo que nos obliga a una lealtad sin compro­
misos y a un reconocimiento abnegado de la unidad del cuer­
po de Cristo (I Cor. 10:16 y ss.).
Esta unidad del cuerpo del Señor, la Iglesia, es la base de
la comunión de los creyentes entre sí. La participación de
unos mismos beneficios y responsabilidades en Cristo esta­
blece un vínculo sagrado de amor. La comunión con Dios
no puede existir sin la comunión con sus hijos (I Jn. 1:3).
Exige rectitud de vida, andar «en luz» (I Jn. 1:7), lo que
incluye un amor sincero hacia todos los hermanos (I Jn. 2:9,
10; 3:14-18; 4:7-11).
Vemos aspectos prácticos de tal amor no sólo en el des­
prendimiento material de los primeros cristianos (Hec. 2:44,
45), sino en una relación espiritual de mutuo estímulo y edi­
ficación (Col. 3:16; Heb. 3:13; 10:23) y de desahogo espi­
ritual mediante la confesión de los unos a los otros (Sant.
5:16). Fue, sin duda, este santo compañerismo lo que con­
virtió a las iglesias cristianas, a pesar de todos sus defectos,
en centros de simpatía, de comunicación gozosa. El poder de
atracción de la comunión cristiana ganó a muchos paganos
para Cristo y los que permanecían lejos se veían obligados a
exclamar: «¡Mirad cómo se aman!»
EL PASTOR COMO DIRIGENTE 223

Elementos de la comunión
El análisis del tema a la luz de lo expuesto nos permite
descubrir los factores primordiales de la comunión cristiana:

Conciencia corporativa
Dios salva a cada ser humano individualmente, pero no
para vivir su salvación de modo aislado. Nuestra unión con
Cristo nos hace miembros de su cuerpo, la Iglesia. Nuestra
responsabilidad no concierne únicamente a nuestra relación
con El; tiene que ver también con todos sus redimidos. «So­
mos miembros los unos de los otros» (Rom. 12:5). Ningún
cristiano consciente del propósito divino puede desentenderse
de sus hermanos en la fe (I Cor. 12:21). No puede jamás
hacer suya la pregunta de Caín (Gén. 4:9b). Ha de gozarse
con los que se gozan y llorar con los que lloran (Rom. 12:15).
«Ninguno de nosotros vive para sí y ninguno muere para sí»
(Rom. 14:7). La voluntad de Dios respecto al Cuerpo de
Cristo es que «los miembros todos se preocupen los unos por
los otros» (I Cor. 12:25).
Esta conciencia debe tener una proyección amplísima; la
comunión cristiana debe extenderse a todos los creyentes.
Cualquier forma de discriminación es pecado. Como alguien
ha dicho, la iglesia no es una segregación sino una congrega­
ción. Indudablemente, es más fácil relacionamos con otros
cuando median determinadas afinidades; pero la fraternidad
cristiana debiera ser tan inclusiva como la gracia de Dios,
quien no hace acepción de personas (Hec. 10:34).

Comunicación
Lo dicho en el capítulo XXII sobre la comunicación en
el matrimonio tiene, en términos generales, aplicación a las
relaciones fraternales en la iglesia. Todo creyente debiera po­
der hallar entre sus hermanos personas que merecieran su
confianza para hacerles partícipes de su mundo interior, por
pobre y oscuro que éste sea.
224 JOSÉ M . MARTÍNEZ

La base de una comunicación efectiva radica en el amor,


que acepta al otro tal como es, con todas sus imperfecciones,
y en la humildad, que confiesa las propias faltas despojada
de una excesiva autoestimación. Hay debilidades, problemas
y fracasos que deben exteriorizarse si la comunión ha de ser
medio de ayuda mutua. Nada nos perjudica —y perjudica a
los demás— tanto como el empeño en aparecer siempre como
hombres o mujeres en los que todo es digno de alabanza.
Lawrence O. Richards, comentando el texto de II Corintios
1:3-7, afirma que nuestra capacidad para ministrar consue­
lo y ayuda a otros depende de nuestra propia experiencia de
dificultad. «De algún modo — dice— ser humano y estar su­
jeto a todas las presiones de la existencia humana es básico
para estar en condiciones de ayudar espiritualmente a otros...
Es trágico creer que para cumplir ese ministerio necesitamos
haber «llegado» espiritualmente, que hemos de ser cristia­
nos «victoriosos». Ninguno de nosotros ha llegado. Todos
estamos sujetos a la soledad, a frustraciones, a fracasos, a la
desesperación. Todo esto, tanto como la paz y el gozo del
Evangelio, forma parte de nuestro patrimonio. Cuando pug­
namos por ocultar a los demás nuestra humanidad construi­
mos muros en vez de puentes» (1).
Por demás es decir que este tipo de comunicación exige
un clima de confianza mutua y de lealtad. La persona que
divulga lo que le ha sido dicho en la intimidad y hace de
dominio público lo que tenía carácter confidencial está di­
namitando los puentes de la comunicación, con lo que arrui­
na la comunión.

Ayuda mutua
El solo hecho de que una persona pueda establecer una
vía de comunicación auténtica con otras ya es en sí una gran
asistencia. Sus efectos liberadores son muchas veces maravi­
llosos. El intercambio de conocimientos espirituales, senti-
1. The new face for the church, Zondervan Publ. House, p. 159.
EL PASTOR COMO DIRIGENTE 225

mientos y testimonios de experiencias personales es honda­


mente inspirador. Provee consuelo y estímulo para proseguir
con esperanza gozosa la carrera cristiana.
Pero el auxilio fraternal debe manifestarse también ma­
terialmente, como ya hemos observado. La comunidad de bie­
nes en la primera iglesia cristiana (Hec. 2:44-47; 4:32-37) y
las ofrendas recogidas en diversas iglesias en favor de los
hermanos pobres de Judea (Hec. 11:27-30) y Jerusalén (Rom.
15:26; II Cor. 8 y 9) atestiguan el espíritu de amor que pre­
sidía la comunión de aquellos creyentes. Ese amor velaba
por el bienestar de la persona en su totalidad. No se sepa­
raba lo espiritual de lo material, lo eterno de lo temporal, el
alma del cuerpo. El propósito integral de la redención por
parte de Dios (I Tes. 5:23) hallaba correspondencia y expre­
sión en los aspectos varios de la fraternidad en Cristo.
La Iglesia hoy tiene que recobrar lo que de esos tres ele­
mentos de la comunión cristiana ha perdido.

Necesidad de la comunión
El ser humano es sociable por naturaleza. Nuestra perso­
nalidad no puede desarrollarse sin el contacto con otras per­
sonas. Cuanto más estrecho es ese contacto tanto más enri-
quecedor resulta. Pero la sociedad de nuestro tiempo se des­
humaniza más y más. Con más medios para suplir sus nece­
sidades materiales y proporcionarse placer, las personas, en
gran mayoría, se sienten mucho más solas porque las relacio­
nes humanas son cada día más impersonales.
La iglesia debiera ser un refugio para quienes viven abru­
mados por su soledad, inconversos o creyentes. Pero esto
sólo es factible cuando entre los miembros hay una comunión
genuina, cuando el amor de Dios brilla a través del amor de
sus hijos y cada uno se siente querido y aceptado, a pesar de
su carga de defectos.
Por otro lado, la comunión cristiana es indispensable para
el crecimiento espiritual. La enseñanza, con todos sus valores,
226 JO SÉ M . MARTÍNEZ

por eficaz que sea, no puede resolver todos los problemas que
a menudo preocupan a una persona a menos que vaya acom­
pañada de una intercomunicación franca a nivel profundo.
En iglesias grandes — y también en muchas pequeñas—
la comunión verdadera resulta difícil. Los contactos de los
miembros entre sí se limitan a unas palabras de saludo des­
pués del culto o a algunas conversaciones superficiales. Esto,
de por sí, es hermoso y hace bien; pero es insuficiente. Aun
quienes tienen mayor relación por pertenecer a una junta, a
una comisión o a un grupo de trabajo, aparte de la discusión
de los asuntos en que se ocupan, ppco o nada dialogan sobre
lo que para cada uno es de supremo interés: sus inquietudes,
sus conflictos o sus alegrías personales, tanto de carácter es­
piritual como temporal. Nada digamos de aquellos que, por
no estar encuadrados en ningún grupo especial, viven para­
dójicamente aislados en medio de la comunidad; son grandes
solitarios en la familia de la fe. Por lo general, su desarrollo
espiritual es defectuoso.
Deber de los dirigentes de la iglesia es evitar que abunde
ese tipo de experiencia. Pero ¿puede hacerse algo para impe­
dirlo? ¿Acaso está a su alcance la producción de una comu­
nión en la que todos los miembros participen con tanta in­
tensidad como profundidad?

Cómo fomentar la comunión en la iglesia

Es evidente que la comunión cristiana sólo florece como


resultado de la fe que obra por el amor. Si falta esta fe di­
námica, no puede haber ni amor a Dios ni amor a los her­
manos, y sin amor toda comunión digna del concepto novo-
testamentario es imposible. De la manera que la evangeliza-
ción se lleva a cabo de modo espontáneo cuando el creyente
está lleno del Espíritu y de la Palabra, así sucede con la co­
munión. No hay programa ni técnica que pueda producir lo
que es privativo de la vida espiritual abundante.
EL PASTOR COMO DIRIGENTE 227

No obstante, algo puede hacerse para encauzar las an­


sias de confraternidad que generalmente hay en toda iglesia.
Para ello es necesario:

Estimular la comunión mediante la enseñanza


A través de la predicación, de conferencias, de conversa­
ciones privadas o en grupos, debe instruirse a los creyentes
en lo tocante a sus relaciones mutuas. Es imprescindible que
entiendan la naturaleza de la comunión, su necesidad y sus
requisitos.

Promoverla adecuadamente
A tal efecto, puede recomendarse el cultivo de amistades
cristianas entre los miembros de la iglesia que permitan una
comunión espiritual de cierta profundidad. Esto resultará
más fácil al principio si se intenta con personas afines. A me­
nudo, tales amistades surgen de modo natural. Pero es in­
dispensable que en cualquier caso no se nutra de las afini­
dades humanas sino de la comunicación espiritual. De lo con­
trario, cada uno de los amigos seguirá sintiéndose abrumado­
ramente solo ante sus problemas espirituales, en el fondo
los más serios e inquietantes.
Puede ser asimismo aconsejable que tales amistades, en
su inicio, unan a las personas de dos en dos. El doctor Hans
Bürki, en su libro Zweierschaft (Emparejamiento), recomien­
da esta comunión de dos. Sin embargo, aparte del matrimo­
nio, puede tener sus inconvenientes. A menos que se viva
con miras a hacerla productiva en todos los órdenes y am­
pliarla en el seno de la comunidad cristiana, fácilmente se
convertirá en un diminuto círculo estéril, con posibilidades
de degenerar en pecaminoso.
Lo ideal es que se formen núcleos no muy numerosos en
los que los creyentes tengan oportunidad de vivir más inten­
samente la experiencia de la comunión.
228 JO SÉ M . MARTÍNEZ

Este tipo de núcleos se origina a veces espontáneamente


entre personas ocupadas en la misma actividad de la iglesia.
Pero, como hicimos notar, no siempre la actividad genera
comunión; a menudo es causa de fricción. En los grupos de
trabajo es importante que sus componentes estén unidos no
sólo por la labor que realizan juntos, sino por un intercam­
bio de experiencias y sentimientos personales que afectan
hondamente a cada uno de ellos.
La importancia creciente que el movimiento de núcleos
está adquiriendo en muchas partes del mundo nos obliga a
dedicarles un punto aparte.

Grupos de estudio bíblico y comunión


Contrariamente a lo que algunos puedan suponer, no son
una novedad. Tienen antecedentes en los grupos apostólicos
y en las reuniones que los primeros cristianos tenían en las
casas (Hec. 1:13, 14; 2:46; Rom. 16:5; 1 Cor. 16:19; Col.
4:15; Film. 2).
Uno de los factores que más contribuyeron al éxito de la
obra de Juan Wesley fue la organización de «clases» o gru­
pos que no excedían de quince participantes. En ellas se re­
cibía instrucción y fuerte apoyo moral, pero al mismo tiempo
se animaba a los presentes a referir sus experiencias. Además
de las clases, había subgrupos más pequeños denominados
bands, compuestos por no más de cuatro personas, las cuales
se reunían semanalmente en un ambiente de comunión más
íntima que les permitía exponer y discutir sus problemas es­
pirituales, incluidos sus pecados y tentaciones.
George Whitefield, contemporáneo de Wesley, escribía
a sus convertidos: «Hermanos... digámonos llana y libre­
mente lo que Dios ha hecho en nuestras almas; para hacer
eso, como otros lo han hecho, lo mejor es formar pequeños
grupos de cuatro o cinco personas y tener una reunión una
vez por semana para contaros lo que tengáis en vuestros co­
razones, para que podáis orar y confortaros unos a otros se­
EL PASTOR COMO DIRIGENTE 229

gún sea la necesidad. Nadie, excepto quien las ha experi­


mentado, puede hablar de las ventajas inexplicables de tal
unión y comunión de almas... Nadie —pienso yo— que de
verdad ame su alma y a su hermano como a sí mismo podrá
avergonzarse de abrir su corazón para tener consejo, repro­
che, admonición u oraciones según la ocasión lo demande.
Una persona sincera lo estimará como una de las más gran­
des bendiciones» (2).
Esta orientación de la comunión cristiana fue una gran
bendición para muchos en una época en que los nuevos sis­
temas de vida impuestos por la industrialización deterioraban
seriamente las relaciones humanas. La situación en nuestro
tiempo es todavía peor. De aquí el entusiasmo que aun en el
mundo secular se siente por los pequeños grupos, los cuales,
en opinión del eminente psicólogo Cari R. Rogers, son «el
fenómeno social de mayor expansión» en los Estados Unidos,
sin duda porque «ayudan a abrirse camino a través de la
alienación y la deshumanización de nuestra cultura» (3). En
muchos otros países se observa el mismo fenómeno, especial­
mente en el campo religioso. Ello explica la proliferación de
las comunidades de base dentro de la Iglesia Católica y de
numerosos grupos, diversos en su enfoque, en el campo pro­
testante.
Entre estos últimos, los más positivos son los de estudio
bíblico. Otros, más influenciados por una dinámica de gru­
pos en los que la psicología desplaza a la Biblia, pueden crear
más problemas que los que solucionan. En ellos se sigue,
más o menos, la técnica del sensitivity training (entrenamien­
to de la sensibilidad) a base de la autoacusación y la crítica
recíproca, que frecuentemente resulta hiriente en extremo.
Más bibliocéntricos son los sharing groups (grupos de
participación), en los que se da gran importancia a la comu-
2. Cit. por John Stott en One people: laymen and clergy in
God’s Church. Inter-Varsity Press, p. 88.
3. Cit. por Robert C. Leslie en Sharing groups in the church,
Abingdon Press, p. 19.
230 JOSÉ M . MARTÍNEZ

nicación de sentimientos. Algunos de ellos parecen ceñirse


más a determinados patrones psicológicos que a una línea más
libre y espontánea de respuesta a la Palabra de Dios, y con
facilidad pueden provocar un tipo morboso de introspección.
Sin embargo, bien dirigidos, han sido de ayuda a muchas
personas.
El análisis de las experiencias acumuladas en este campo
parece aconsejar reuniones de grupos, compuestos por un
número no superior a doce personas cada uno, en los que
se estudie la Escritura con espíritu abierto y se dé oportuni­
dad no sólo para exponer opiniones sobre el texto bíblico,
sino también —y sobre todo— para la aplicación práctica del
texto en la vida de los participantes. Cada uno de éstos ha
de hacerse dos preguntas: «¿Qué dice, qué significa la por­
ción leída?» Y «¿Qué me dice a mí?»
En respuesta a la última pregunta, los componentes del
grupo deben sentirse con libertad para presentar sus proble­
mas morales o espirituales, sus dudas, sus derrotas, lo mismo
que sus experiencias más positivas. Es básico que nadie haga
alardes de triuníalismo, que no se muestre espiritualmente
superior a los demás o que sus intervenciones entrañen un
juicio condenatorio respecto a otro u otros de los presentes,
lo cual siempre produce efectos de cohibición y distan-
ciamiento.
Las necesidades y preocupaciones de cualquier tipo que
inquietan a un miembro debieran ser compartidas por los de­
más en oración y, a ser posible, de modo práctico.
Toda la actividad de estos grupos debiera ser regida por
la naturalidad, la libertad, la autenticidad, la simpatía, la
aceptación mutua en amor, el respeto y la máxima discre­
ción. Cuando prevalecen estas características, los grupos con­
tribuyen de modo eficaz a la instrucción cristiana y hacen
más viva y eminentemente provechosa la comunión fraternal.
Mencionados los beneficios que los grupos pueden repor­
tar, es saludable aludir también a sus posibles inconvenien­
EL PASTOR COMO DIRIGENTE 231

tes. Los guías de una iglesia han de estar atentos a ellos y


tratar de remediarlos.
Los componentes de un grupo, en cuyo seno llegan a tener
una notable experiencia positiva, con facilidad menosprecian,
más o menos inconscientemente, al resto de la iglesia y sus
actividades; fuera de su pequeño círculo sólo ven superficia­
lidad y falta de autenticidad. La tentación al orgullo espiri­
tual, a la falta de comprensión y caridad es en tales casos
muy fuerte. A poco que se caiga en ella, el grupo puede con­
vertirse en semillero de murmuraciones y discordias dentro
de la iglesia.
También existe el riesgo —como adelantamos en ei ca­
pítulo sobre evangelización— de que cada grupo se convier­
ta en una capillita, que sus miembros vivan en y para él con
tal intensidad que pierdan su interés por cualquier otra acti­
vidad fuera del mismo en el marco más amplio de la iglesia
a la que pertenecen, lo que revela una ausencia total de con­
ciencia corporativa.
Otras veces sucede que se apodera del grupo un gran
ardor «proselitista». Se intenta ganar a toda costa, a veces
con grandes presiones, a otros creyentes para que se unan a
ellos o formen nuevos grupos, aun sin la seguridad de que
éstos puedan tener un guía adecuado. Pero hay personas que
nunca se integrarán en un círculo en el que, aun equivocada­
mente, puedan ver un atentado a su intimidad personal. Pre­
juzgar sobre la base de este hecho la sinceridad y la piedad
de tales personas es crear tensiones conflictivas.
Las dificultades apuntadas muestran el imperativo de
velar para que los grupos, medio de comunión, no se con­
viertan en elementos de anti-comunión. Insistimos en lo
aconsejable de tales núcleos, pero también en la necesidad
de que al frente de ellos haya siempre personas maduras, bien
formadas y leales a la iglesia. Si no puede disponerse de tales
personas, es preferible no iniciar experimentos de resultados
inciertos. En este caso, lo más recomendable es que los guías
de la iglesia formen unos grupos iniciales en los que ellos
232 JOSÉ M . MARTÍNEZ

mismos participen juntamente con los líderes futuros de nue­


vos grupos, los^cuales recibirán así una formación práctica.
Y si el plan, pc5r diversas circunstancias, resulta inviable o
presenta pocas posibilidades de realización satisfactoria, es
preferible aplazar su puesta en práctica y orar para que Dios
lo haga factible.
Además, debe tenerse en cuenta que, aunque el ideal es
que todos los miembros de una iglesia puedan estar incluidos
en alguna esfera satisfactoria de comunión, sería una utopía
esperar que todos lleguen a esa inclusión, pues no todos es­
tán interesados en ella. «Intentar organizar toda una iglesia
en pequeños grupos de participación pasa por alto este he­
cho importante y condena el programa al fracaso antes de que
dé comienzo. Los mejores grupos no son organizados; más
bien son promovidos» (4).

£1 servicio, fruto de la comunión


Ni el cristiano, ni el grupo, ni la iglesia pueden vivir sólo
para sí mismos. La koinonía del Nuevo Testamento va acom­
pañada de la diakonía. La comunión fomenta el servicio. En
él radica lo esencial del ministerio de la iglesia.
El servicio puede tener dos formas: testimonio y acción.
Los primeros cristianos, fortalecidos por la comunión que
tenían entre sí, llenos del Espíritu Santo, se convirtieron en
testigos de Jesucristo que no cesaban de proclamar la buena
nueva. Y no se limitaron a hablar. Sus obras hablaban tan
elocuentemente como sus palabras. Impulsados por el amor,
afrontaron toda suerte de necesidades con abnegación admi­
rable. Todos se sentían solidarios de todos. Los bienes eran
repartidos «según la necesidad de cada uno» (Hec. 2:45),
con lo que por primera y única vez se realizaba la aspiración
suprema del más puro comunismo. Esta experiencia consti­
tuía la interpretación práctica de Romanos 12:5, y, aunque

4. Robert C. Leslie, op. cit.t p. 47 .


EL PASTOR COMO DIRIGENTE 233

no haya de repetirse al pie de la letra en todos los casos, el


espíritu que la inspiró habría de revivir en la Iglesia de hoy.
Asimismo, el servicio cristiano tiene dos esferas: la inte­
rior y la exterior, la iglesia y el mundo. El principio de Gá-
latas 6:10 es lógico. La caridad y el servicio deben empezar
por la propia casa de Dios, pero la iglesia j_más ha de con­
vertirse en un ghetto. Ha de proyectarse hacia fuera. Ha de
encarnar el amor de Dios hacia el mundo entero. Es bíblico
que el pueblo de Dios dé prioridad a la evangelización, pero
ésta no puede desvincularse de una honda preocupación por
los males que afligen a la humanidad. En esto Jesús nos ha
dejado un ejemplo sin parangón (Mat. 4:23; 9:35, 36; Luc.
4:16-21; Hec. 10:38).
La Historia de la Iglesia nos ofrece páginas brillantes en
las que la acción misionera aparece unida a la promoción
de la justicia, del socorro a los menesterosos, de la cultura,
del bienestar humano en general. Es alentador que, tras casi
un siglo de indiferencia social, la Iglesia esté recobrando en
nuestros días el sentido de su responsabilidad como sal de la
tierra y luz del mundo. Así se puso de relieve en el «Pacto
de Lausana» aprobado en el Congreso Internacional sobre
Evangelización en 1974, del que entresacamos las siguientes
líneas: «Damos expresión a nuestro arrepentimiento por nues­
tra negligencia y por haber considerado que la evangeliza­
ción y la preocupación social se excluyen mutuamente. Aun­
que la reconciliación con el hombre no es reconciliación con
Dios, ni es la acción social evangelización, ni la liberación
política es salvación, afirmamos, sin embargo, que la evange­
lización y el compromiso sociopolítico forman parte de nues­
tro deber cristiano» (5).
En la esfera de la iglesia local debería enfatizarse la inse­
parabilidad de comunión y servicio, incluido el que ha de
prestarse directa o indirectamente a la comunidad social en
que se halla inserta y ante la cual testifica. No es difícil per-
55. The Lausanne Covenant, exposición y comentario por fohn
Stott, World Wide Publications, p. 25.
234 JO SÉ M . MARTÍNEZ

catarse de las necesidades existentes en tomo a la iglesia que


equivalen a oportunidades diacónicas: familias atribuladas,
enfermos, ancianos, matrimonios rotos o en trance de disolu­
ción, personas desplazadas por la migración envueltas en pro­
blemas de adaptación, jóvenes sin calor de vida familiar, po­
bres, analfabetos, etc. Si los cristianos hoy tuviéramos ojos
y corazón más sensibles a estas situaciones dramáticas y ac­
tuáramos con la compasión que caracterizó a nuestro Señor
(Mt. 14:14), la influencia de la iglesia produciría maravillas
análogas a las que se vieron en los tiempos apostólicos.
El pastor con visión descubrirá en esta perspectiva posi­
bilidades insospechadas para la efectividad de su ministerio.

CUESTIONARIO

1. ¿Qué manifestaciones tuvo la comunión cristiana en la


iglesia primitiva?
2. ¿Por qué la comunión fraternal es un imperativo?
3. ¿Qué ventajas y qué peligros pueden observarse en los
grupos pequeños de estudio bíblico y comunión?
4. ¿Qué posibilidades de servicio práctico tienen hoy las
iglesias cristianas?
5. ¿En qué sentido y hasta qué punto debe contribuir la
iglesia a la «liberación» humana?
EPILOGO

Al llegar a la conclusión de esta obra, la grandiosidad


del ministerio cristiano nos maravilla. Pero al mismo tiempo
nos amilana. Sus dificultades se han hecho más patentes y
de nuevo, con mayor fuerza, vuelve a nuestra mente la pre­
gunta del apóstol: «¿Quién es capaz para esto?» (II Cor.
2 : 16).
La labor ministerial ha sido ardua en todos los tiempos.
Pero hoy, quizá más que nunca, exige valor a toda prueba.
La Iglesia se enfrenta con un mundo que se jacta de vivir
en una era poscristiana, y cuando trata de responder adecua­
damente a este reto exterior descubre su propia debilidad
interior. En ese doble frente, la evangelización del mundo y
el avivamiento de la propia Iglesia, el ministro ha de librar
sus combates. Conviene, por tanto, que, además de predica­
dor, pastor, consejero, organizador y muchas cosas más, sea
un estratega. Su éxito dependerá del conocimiento que tenga
tanto del adversario como de sus propias posibilidades y de
los refuerzos que puede recibir.
El soldado de Jesucristo no puede cerrar los ojos a los
poderes que hoy combaten contra la fe cristiana. En los cam­
pos de la filosofía, la antropología, la sociología y la psico­
logía, el ateísmo gana terreno. El secularismo pugna por des­
terrar toda inquietud religiosa de tipo trascendente. La sal­
vación en su aspecto espiritual, con su proyección escatoló-
gica ultraterrena, es descartada como un mito pasado de
236 JO SÉ M . MARTÍNEZ

moda. Lo único que importa es lo de este «siglo», lo tempo­


ral, lo meramente mundano. Y el materialismo, tanto el lla­
mado científico como el práctico, realiza conquistas devasta­
doras. La sociedad de consumo ha vuelto a entronizar, más
alto que nunca, a Mammón, dios de las riquezas. La obsesión
de poseer y gozar de placer domina a la inmensa mayoría de
seres humanos. Las reivindicaciones sociales que se propug­
nan, justas en muchos casos, tienen generalmente un fondo
más hedonista que moral. Muchos movimientos humanistas
de liberación son terriblemente incompletos, porque tratan
de redimir al hombre de la pobreza y la opresión — lo cual
es muy loable— , pero no de su egoísmo innato, causa de
toda perturbación social. Y en su afán materialista matan
toda inquietud espiritual. Resultado: «Surge un tipo de hom-
que, sin lamentarlo, va perdiendo sus vínculos con el Crea­
dor y no conoce ya las dudas de la fe ni los conflictos de
conciencia» (1).
En el orden moral, tiende a prevalecer el relativismo. Más
y más se extiende la idea de que no existen valores éticos
absolutos. El relativismo y el subjetivismo son las caracterís­
ticas de la «ética de situación» de nuestro tiempo, en cuyos
postulados no pueden encajar los principios inalterables de
la revelación bíblica. La máxima de Agustín, «ama y haz lo
que quieras», ha sido degradada al desarraigarla de su con­
texto religioso y convertirla en salvoconducto para llegar a
puntos prohibidos por la normativa bíblica.
A la «nueva moral» se unen algunas corrientes psicoló­
gicas que ven en los principio? morales del Evangelio peli­
grosas causas de represión y de neurosis diversas. Este punto
de vista tiene especial aceptación en el terreno de la sexua­
lidad. donde observamos una situación análoga a la que pre­
valecía en los dias de mayor decadencia de la civilización
grecorromana, con la consiguiente desvalorización del matri­
monio, la paternidad, la familia, y con el florecimiento de

1. Michael Pfliegler, op. cit., 177.


EPÍLOGO 237

inevitables secuelas: amor libre, promiscuidad, así como ho­


mosexualidad, divorcio y aborto fácilmente legalizados. En
una sociedad imbuida de ideas tan disolventes y entregada a
prácticas tan generalizadas, mantener el testimonio de la
verdad bíblica sin claudicaciones exige temple de profeta.
Pero no son los ataques frontales procedentes del exterior
los más peligrosos para la Iglesia cristiana. Más graves son
los que se originan en su interior. Las herejías y los dogmas
antibíblicos surgidos en el seno de la cristiandad han dañado
más a la Iglesia que todas las persecuciones y todas las filo­
sofías no cristianas juntas.
Hoy, cuando todavía se lucha en las brechas abiertas por
el racionalismo hace dos siglos, hemos de hacer frente a otro
gran peligro: el sincretismo, la tendencia a conciliar las doc­
trinas más dispares entre sí, el prurito de establecer un sis­
tema en el que quepan todas las creencias bajo el principio
supremo del respeto mutuo y el mutuo reconocimiento. Se
trata de un movimiento más avanzado que el ecumenismo,
pues aspira a englobar no sólo las diferentes confesiones cris­
tianas, sino todas las ideologías en una acción unificadora
de sesgo netamente humanista. En esta amalgama, por su­
puesto, no hay lugar para posturas abiertamente evangélicas.
El mensaje cristiano ha de despojarse de toda pretensión de
superioridad o exclusividad emanada de una auténtica reve­
lación divina. Según la dogmática sincretista, Cristo puede
ser un camino, pero no el camino; una faceta de la verdad,
pero no la verdad, un elemento vital, pero no la vida; ase­
gurar que «no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hom­
bres en el que puedan ser salvos» (Hec. 4:12) es una decla­
ración totalmente inadmisible para la mente del hombre mo­
derno. De este modo se atenta contra la integridad del Evan­
gelio extrayendo de él como válido sólo aquello que consti­
tuye factor común de otras religiones, reduciéndolo a lo que
Kierkegaard denominaba «cristianismo vaporizado, concien­
cia cultural, hez del cristianismo».
Todas estas corrientes de pensamiento influyen en la so­
ciedad no cristiana. Pero se introducen, asimismo, en la Igle­
238 JO SÉ M . MARTÍNEZ

sia, donde causan graves daños. Muchos creyentes o son


seducidos por las nuevas ideas o se dejan contagiar del mate­
rialismo y la indiferencia que prevalecen a su alrededor, lo
que da como resultado el debilitamiento de su vida espiri­
tual y la inefectividad de su testimonio.
¿Qi)é hacer en tales circunstancias? También entre mu­
chos líderes cristianos reina el desconcierto. ¿Debe adoptarse
una actitud de resignación fatalista ante la imposibilidad de
cambiar o detener esas corrientes del mundo moderno? ¿Ha
de encastillarse la Iglesia en sus posiciones y aislarse de toda
influencia exterior? ¿Tiene que mantener su fe y proclamarla
siguiendo las mismas tácticas de otros tiempos? ¿O debe
abrirse, evolucionar y adaptarse a la nueva situación?
Todas estas formas de estrategia se han ensayado con re­
sultados poco satisfactorios. La resignación conduce a la in­
movilidad; el aislamiento, a la inoperancia; el tradicionalis­
mo, a menudo, al anacronismo estéril. Pero la evolución y la
adaptación ¿no engendran tipos de testimonio igualmente
infecundos?
Esto último —gran tentación en nuestros tiempos— es
lo que sucede cuando la Iglesia pierde de vista su naturaleza
y su misión, cuando trata de paliar su infructuosidad median­
te actividades que le son impropias, sin resolver el problema
básico que es el avivamiento de la fe y la recuperación del
poder espiritual. El diagnóstico presentado por Jórg Zink con
motivo de su versión popular del Nuevo Testamento al ale­
mán es digno de reflexión: «Durante veinte años nos hemos
ocupado en actividades. Durante veinte años hemos vivido
cara al exterior, tratando de adentramos en la esfera de la
sociedad, en la publicidad, en la política, en el mundo labo­
ral, en las polémicas de la filosofía, la psicología o la peda­
gogía. En nuevas olas sucesivas, se ha lanzado la Iglesia ha­
cia el mundo alcanzando cada vez nuevos dominios y pe­
netrando en ellos (cuando lo ha conseguido). Y las iglesias,
al mismo tiempo —contrariamente a lo que cabía esperar—
nada han ganado en credibilidad, sino que han perdido en
EPÍLOGO 239

significación. El cuadro de la Iglesia aparece a mis ojos como


una actividad circular que se expande en todas direcciones,
mientras que en el interior del círculo se extiende el vacío.
Quienes en serio desean ser cristianos empiezan a tener ham­
bre. Quisiera hacer una advertencia. Una cosa es necesaria,
no una multiplicación de cosas» (2).
¿Y qué es esa cosa necesaria? La fidelidad al Evangelio.
Pueden variar las formas de culto, los métodos de evangeli-
zación, el lenguaje empleado, los sistemas de organización de
la iglesia, las tradiciones, los modos de relacionarnos con la
sociedad. Pero el Evangelio en sí es intocable. No podemos
modificar su mensaje. No podemos alterar ni sus hechos, ni
sus verdades, ni sus exigencias.
Tampoco tenemos motivo para hacerlo. Las necesidades
humanas más profundas siguen siendo hoy las mismas de to­
dos los tiempos. La amargura de la soledad, los sentimientos
de frustración, de culpa y de impotencia moral, la necesidad
de amor verdadero, las ansias de inmortalidad subyacen en
toda conciencia humana y claman por una voz autorizada que
traiga luz y paz. Esta es la voz de Dios que resuena cada vez
que se proclama la Buena Nueva, el Evangelio de la redención
en Jesucristo.
El siervo del Señor no tiene por qué avergonzarse de su
mensaje. Este sigue siendo actualmente lo que era en días
apostólicos, poder de Dios para salvar a todo aquel que cree.
El Evangelio no ha perdido su eficacia para llenar el cora­
zón humano con el gozo del perdón y de una vida transfor­
mada. Tampoco ha perdido su capacidad para convertir al
discípulo de Jesús en sal de la tierra y luz del mundo. Tanto
en su vertiente individual como en su vertiente social, el
Evangelio es aún —y seguirá siendo— la respuesta más com­
pleta, la más positiva, a los anhelos más serios que palpitan
en el ser humano.

2. Cit. por Adolf Kóberle, Der Gartner, 19 sept. 1976.


240 JO SÉ M . MARTÍNEZ

En esa energía intrínseca del Evangelio y en el poder del


Espíritu de Dios, encuentra el ministro de Cristo los refuer­
zos necesarios para proseguir su lucha con denuedo.
Puede decir con Elíseo: «Más son los que están con no­
sotros que los que están con ellos» (II Rey. 6:16). Sabe que
a su lado, frente a todos los poderes anticristianos, visibles e
invisibles, humanos y satánicos, actúan las fuerzas del Reino
de su Señor. No importa lo aparentemente incierto del com­
bate. Los avances del adversario y los retrocesos del pueblo
de Dios no son nunca definitivos. El soldado de Cristo sabe
que bajo cualquier forma de humillación palpita el espíritu
de la resurrección. Vislumbra la gloria del triunfo final. En
su interior oye anticipadamente el gran clamor: «¡Aleluya,
porque el Señor nuestro Dios Todopoderoso reina!» (Apoc.
19:6). Comprende que su ministerio es una epopeya maravi­
llosa. Y marcha adelante, convencido de que no hay vida más
digna ni más grande que la que se vive al servicio del «Rey
de reyes y Señor de señores».
S elecció n bibliográfica

Las obras aparecen en grupos lingüísticos por orden alfa­


bético de autores.

I P a rte

H. Harvey, El pastor, Casa Bta. de Publicaciones, El Paso.


Francisco Lacueva, La Iglesia cuerpo de Cristo, CLIE.
C. H. Spurgeon, Discursos a mis estudiantes, Casa Bta. de
Publicaciones.
John Stott, El cuadro bíblico del predicador, CLIE.
A. Treviño, El predicador, Casa Bta. de Publicaciones.
John Williams, Iglesias vivientes, Literatura Bíblica.

Richard Baxter, The reformed pastor, The Religious Trate


Society.
Charles Bridges, The Christian ministry, The Banner of Truth.
J. H. Jowett, The preacher, his Ufe and work, Hodder and
Stoughton.
Mariscal Montgomery, The path to leadership, Collins.
Derek Prime, A Christian’s guide to leadership, Hodder and
Stougthon.
J. Oswald Sanders, Spiritual leadership, Lakeland.
John Williams, Living churches, The Paternóster Press.
242 JOSE M . MARTÍNEZ

II P a r te

Karl Barth, La proclamación del Evangelio, Ed. Sígueme.


A. W. Blackwood, La preparación de sermones bíblicos,
C.B.P.
Juan A. Broadus, Tratado sobre la predicación, C.B.P.
Juan A. Broadus, Historia de la predicación, C. B. P.
James D. Crane, El sermón eficaz, C.B.P.
Tomás H. Hughes, La psicología de la predicación y de la
obra pastoral, «La Aurora».
J. H. McBumey y E. Wrage, El arte de bien hablar, Argos.
Samuel Vila, Manual de Homilética, CLIE.'

John E. Baird, Preparing for platform and pulpit, Abingdon


Press.
Baker's, Dictionary of Pradical Theology, Marshall and Scott.
Artliur S. Hoyt, The work of preaching, The Macmillan Com-
pany.
H. Jeffs, The art of sermón illustration, James Clarke and Co.
C. W. Koller, Expository preaching without notes, Baker
Book House.
Martyn Lloyd-Jones, Preaching and preachers, Hodder and
Stoughton.
Clarence A. Macartney, Preaching without notes, Abingdon.
W. Edwin Sangster, The craft of sermón construction, The
Epworth Press.
W. Edwin Sangster, Power in preaching, The Epworth Press.
C. H. Spurgeon, Lectures to my Students (II), Passmore and
Alabaster.
James. S. Stewart, Preaching, Hodder and Stoughton.
Merrill F. Unger, Principies of expository preaching, Zon-
dervan.

Rudolph Bohren, Predigtlehre, Chr. Kaiser.


F. Klostermann y R. Zerfass, Praktische Theologie heute,
Kaiser/ Grünewald.
Adolph Pohl, Anleitung zum Predigen, J. G. Oncken.
SELECCIÓN BIBLIOGRÁFICA 243

III P a r te

SELECCION DE OBRAS SOBRE PASTORAL EN


GENERAL (1):
C. W. Brister, El cuidado pastoral en la iglesia, C.B.P.
Louis Debarge (católico), Psicología y Pastoral, Herder.
Thomas H. Hughes, La psicología de la predicación y de la
obra pastoral, «La Aurora».
Jorge A. León, Psicología de la experiencia personal, Edito­
rial Caribe.
Michael Pfliegler (católico), Teología Pastoral, Herder.

RELATIVAS A LOS DIVERSOS CAPITULOS DE


NUESTRA OBRA:
Capítulos XV I I - XVI I I
lean Delay y Pierre Pichot, Manual de Psicología, Toray-
Masson.
Calvin S. Hall, Compendio de Psicología Freudiana, Paidos.
O. Hallesby, Temperamento y fe cristiana, Edit. Caribe.
P. Daco, Tu personalidad, Daimón.
Daniel Lagache, El Psicoanálisis, Edit. Paidos.
Clyde M. Narramore, Enciclopedia de problemas sicológi­
cos, Zondervan.
Jay E. Adams, Competent to counsel, Presbyterian and Re-
formcd Publishing House.
Harold W. Darling, Man in his right mind, the Paternóster
Press.
William Goulooze, Pastoral Psychology, Baker Book House.
Malcom A. Jeeves, Psychology and Christianity: the view
both ways, Inter-Varsity Press.
David Stafford-Clark, Psychiatry today, Penguin Books.
Karl R. Stolz, Pastoral Psychology, Abingdon-Cokesbury.
(1) Pueden incluirse la mayoría de títulos de la I parte.
244 JO SÉ M . MARTÍNEZ

Capítulo X IX

Arana, P., Progreso, técnica y hombre, Ediciones Evangéli­


cas Europeas.
Berkouwer, ¡ncertidumbre moderna y fe cristiana, Ediciones
Evangélicas Europeas.
Bigg, D., La racionalidad de la revelación, Ediciones Evan­
gélicas Europeas.
Escobar, S., Padilla, R. y Myamouchi, E. ¿Quién es Cristo
Hoy?, Editorial Certeza.
Pieters, Albert, Hechos y misterios de la fe cristiana, Edito­
rial CLIE.
Schaeffer, F. A., Huyendo de la razón, Ediciones Evangéli­
cas Europeas.
Schaeffer, F. A., La verdadera espiritualidad, Logoi.
Stott, John R. W., Creer es también pensar, Editorial Certeza.
Stott, John R. W., Cristianismo básico, Editorial Certeza.

Ramm, Bemard, The Christian view of Science and Scripture.


The Paternóster Press.
Simpson, P. C., The fací of Christ, Hodder and Stoughton.
Young, Edward J., Thy Word is truth, The Banner of Truth
Trust.

Capítulo X X

Paul Toumier, Técnica psicoanalítica y fe religiosa, «La


Aurora».
Paul Toumier, Guilt and grace, Hodder and Stoughton.
Martyn Lloyd-Jones, Spiritual depression, Eerdmans.

Capítulo X X I

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Leslie D. Weatherhead, La salud de la personalidad, «La
Aurora».
SELECCIÓN BIBLIOGRÁFICA 245

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tenary Press.
A. E. Wilder Sraith, The paradox of pain, Harold Shaw Pu-
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T. Bovet, El matrimonio, ese gran misterio, Fomento de Cul­
tura, Ediciones, Valencia.
W. U. Capper y H. U. Williams, Sexo y matrimonio, Ed.
Certeza.
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gélicas Europeas.
Paul Tournier, La armonía conyugal, «La Aurora».
W. Trobisch, Yo me casé contigo, Ed. Sígueme, Salamanca.
H. Norman Wright, Comunicación, clave de la felicidad con­
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London.

Capítulo XXI I I
Guy Avanzini, Los años de la adolescencia, Nova Terra.
Carlos T. Gattinoni, fuventud en acción, «La Aurora».
José Llopis, La orientación del adolescente y la «guidance of
youthv>, Herder.
Francis Schaeffer, Los caminos de la juventud hoy, Edicio­
nes Evangélicas Europeas.
F. W. Stewart, Un estudio de la adolescencia, «La Aurora».

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people, Scripture Union, London.
246 JOSÉ M . MARTÍNEZ

Günther Klempnauer, fugend aktuell, R. Brockhaus.


Walter Wanner, fugend aktiv, Brunen-Verlag GmbH.

Capítulos X X V I - X X I X

Dick Carlson, La dirección moderna, Editorial Deusto.


G. S. Dobbins, Aprenda a ser líder, Casa Bautista de Publi­
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G. Fingermann, Conducción de grupos y masas, «El Ateneo».

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J. A. Kay, The nature of Christian worship, Epworth Press.
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John Stott, The Lausanne Covenant, Worl Wide Publications,

Becker, Gudjons, Koller, Christen nehmen Stellung: Gruppen-


dynamic, Rolf Kühne.

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