Monólogo de Efrain

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En este monólogo, Efraín reflexiona sobre su amor por María y sus sentimientos tras los

acontecimientos que marcaron su vida.

(Efraín se encuentra solo en la hacienda, mirando hacia el horizonte. El sol está por ponerse, y una
brisa suave acaricia su rostro. Sus ojos reflejan una mezcla de nostalgia y melancolía.)

Efraín:

María... tu nombre resuena en mi alma como una melodía eterna, una canción que el viento
susurra entre los árboles de esta hacienda que guarda tantos recuerdos de nosotros. Aquí, en cada
rincón, en cada flor y en cada suspiro de la naturaleza, encuentro vestigios de nuestro amor, de
esos días llenos de dicha y esperanza.

Recuerdo cuando llegaste a mi vida, como un rayo de luz que ilumina el corazón más oscuro. Tus
ojos, tan llenos de vida, me miraban con una pureza que nunca he vuelto a encontrar. Era
imposible no perderse en ellos, no soñar con un futuro juntos, lleno de amor y felicidad.

(Se lleva una mano al pecho, como si intentara calmar el dolor que siente.)

Pero el destino, cruel y caprichoso, tenía otros planes para nosotros. ¿Por qué, María? ¿Por qué
tuviste que partir tan pronto, dejando un vacío que nada ni nadie puede llenar? A veces me
pregunto si todo fue un sueño, si realmente exististe o si fuiste una fantasía creada por mi mente
para soportar la soledad.

La vida sin ti es una interminable sucesión de días grises, un mar de tristeza que amenaza con
ahogarme. No hay consuelo en saber que te fuiste amando, porque ese amor se quedó atrapado
en el tiempo, incapaz de crecer, de florecer como merecíamos.

(Sus ojos se llenan de lágrimas, pero no permite que caigan.)

Prometí ser fuerte, seguir adelante, pero cada paso que doy es una lucha contra el deseo de
rendirme, de dejarme llevar por la marea de recuerdos que me atormentan. Es en estos momentos
de soledad, cuando el silencio se hace insoportable, que siento tu presencia más cerca, como si
pudieras escuchar mis pensamientos, como si estuvieras aquí, a mi lado.

María, mi dulce María, ¿dónde estás ahora? ¿Puedes verme desde el cielo, desde ese lugar donde
espero encontrarte algún día? Si puedes oírme, quiero que sepas que mi amor por ti no ha
disminuido. Sigue siendo tan fuerte, tan verdadero como el primer día. Eres y siempre serás la
dueña de mi corazón.

(Pausa, respira profundamente.)

Debo encontrar la manera de honrar tu memoria, de vivir una vida que merezca la pena, aunque tú
no estés aquí para compartirla conmigo. Tal vez, algún día, el dolor se convierta en una dulce
nostalgia, y pueda recordar sin llorar, sin sentir que el mundo se derrumba a mi alrededor.

Hasta entonces, María, viviré con la esperanza de que, en algún lugar, en algún momento, nuestros
caminos se volverán a cruzar. Y entonces, por fin, podré abrazarte de nuevo y decirte lo mucho que
te he amado y te amo.

(Efraín cierra los ojos)


(Dulcinea está en el campo, rodeada de flores silvestres. El sol de la tarde tiñe el cielo de un cálido
anaranjado. Se sienta en una piedra, mirando a lo lejos con una expresión pensativa y
melancólica.)

Dulcinea:

Mi nombre es Dulcinea del Toboso... aunque para algunos soy solo Aldonza Lorenzo, una simple
labradora. Pero para él, para el noble caballero Don Quijote de la Mancha, soy la dama más
hermosa y virtuosa que jamás haya existido. ¿Cómo pudo nacer tal ilusión en su mente? ¿Qué
magia transformó mi humilde figura en la musa de sus sueños y hazañas?

(Se acaricia el cabello, con un aire de ensueño.)

Nunca me he visto como él me ve. En el espejo solo encuentro a una mujer común, curtida por el
sol y el trabajo. Pero en sus ojos, soy una reina, una inspiración, la razón de su existencia. Es
extraño cómo alguien puede elevarte tan alto sin siquiera conocerte realmente. Me pregunto si
alguna vez me ha visto de cerca, si ha notado los detalles de mi rostro, mis manos, mi voz.

A veces, cuando escucho las historias de sus aventuras, no puedo evitar sonreír. Ese loco
maravilloso ha enfrentado gigantes que solo él puede ver, ha desafiado ejércitos invisibles, todo en
mi nombre. Me ha convertido en una leyenda, en un símbolo de pureza y amor. Y aunque nunca he
buscado esa gloria, no puedo evitar sentir una extraña mezcla de orgullo y tristeza.

(Se levanta y comienza a caminar lentamente entre las flores.)

La verdad es que no sé quién soy más: ¿Dulcinea, la musa de un caballero errante, o Aldonza, la
mujer de carne y hueso que vive su vida en la rutina diaria? Sus sueños han dado un nuevo sentido
a mi existencia, pero también me han puesto una carga pesada en los hombros. Ser el ideal
inalcanzable, la perfección que nunca podré encarnar plenamente... es una paradoja que me duele
y me honra al mismo tiempo.

Don Quijote, mi caballero... si supieras que tu Dulcinea es tan real como tus molinos de viento,
¿seguirías amándome con la misma intensidad? ¿O te desilusionarías al descubrir que no soy más
que una mujer común, con mis imperfecciones y mis días grises?

(Se detiene y mira hacia el horizonte, como si buscara una respuesta en la distancia.)

Tal vez nunca lo sepa. Tal vez es mejor así, que cada uno viva en su mundo, en sus sueños y
realidades. Yo, en mi vida sencilla y tangible; él, en su universo de nobleza y fantasía. Pero en algún
rincón de mi corazón, guardo el anhelo de conocerle, de hablarle, de agradecerle por hacerme
parte de su épica.

Don Quijote, dondequiera que estés, quiero que sepas que tu Dulcinea piensa en ti, que agradece
cada gesto de amor y valentía que has realizado en su nombre. Aunque no pueda ser la mujer que
imaginas, espero que mi existencia te haya dado la fuerza para seguir adelante, para luchar por tus
ideales, por tu visión del mundo. (Sonríe con ternura y tristeza.)

Quizás, en el gran tapiz de la vida, nuestras historias están entrelazadas de maneras que ni tú ni yo
podemos comprender. Y aunque nuestros caminos nunca se crucen en la realidad, siempre serás
parte de mí, de mi leyenda, de mi ser.

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