Guía-De-Lectura-Comprensiva-3-Básico JUSTINA

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Lenguaje y Comunicación 3° Año

¡Hola, niños y niñas!


Los invito a responder la siguiente guía.
Escriban en sus cuadernos las respuestas.

Guía de lectura comprensiva.

Justina.

Lee en silencio el siguiente cuento:

Llamarse Justina es un castigo eterno, pensaba Justina. Claro que


existía la posibilidad de que la llamaran Tina, pero eso le gustaba
todavía menos.

Hubo momentos en los que Justina pensó rebelarse y poner una


querella criminal contra sus padres o quemar su certificado de
nacimiento. La abuela de la cual heredó el nombre vivía en el
campo, en un pueblo de la cordillera de Temuco. A veces se referían
a ella como una campesina supersticiosa, lo que para Justina
significaba ser una bruja.

Llamarse Justina y tener una abuela bruja del mismo nombre eran
demasiadas tragedias para una niña. Lo importante era que sus
amigas jamás se enteraran de la existencia de la abuela campesina.

Llegó el verano y con él las vacaciones, la playa, los paseos. Pero


ese verano todo iba a resultar diferente. La mamá anunció durante
el almuerzo:

—Este año iremos a veranear al campo.

— ¿A qué hotel vamos a ir?

— A ningún hotel. Alojaremos en la casa de la abuela Justina.


Lenguaje y Comunicación 3° Año

La noticia horrorizó a Justina. No podía imaginar nada más atroz


que pasar el verano con la abuela.

Después de Año Nuevo, cargaron el auto y emprendieron el viaje.


Los últimos 30 kilómetros del camino eran de tierra. Llegaron
cansados, traqueteados y empolvados.

La abuela Justina vivía en una vieja casa de adobe, rústica y fresca,


con un amplio corredor lleno de enredaderas y un huerto colmado
de flores, arbustos y árboles frutales. La abuela estaba sentada en
un sillón de mimbre. A su alrededor había
seis gatos perezosos y un perro de lanas dormido.

A Justina no le gustó nada lo que veía a su alrededor. Lo que más


la desconcertó fue su abuela. Esperaba encontrar a una campesina
supersticiosa y siniestra, pero no a una anciana menuda, frágil y
extremadamente dulce.

En los días siguientes, Justina fue descubriendo otras cosas de su


abuela, además de la dulzura. Cocinaba como los ángeles, por
ejemplo. Siempre tenía postres caseros deliciosos, y para la hora del
té horneaba panecillos de huevo y hojaldres con azúcar flor.

Después de la siesta, la abuela Justina y su nieta salieron de la


casa. La anciana caminaba despacio, con pasitos cortos, pero
firmes. Entraron en el bosque por un sendero casi cubierto de
helechos. Anduvieron mucho.

— ¿Estás cansada?

—No, abuela.

Así llegaron a un claro del bosque, una especie de pared rocosa


muy alta, de la que caía una cascada impresionante.

—En verano, cuando yo era niña como tú, me escapaba y me


bañaba debajo de la cascada. Así fue como descubrí un túnel detrás
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de ella. Atraviesa la pared rocosa y sale al valle. ¿Quieres que lo


crucemos?

— ¿Nos vamos a mojar?

— ¿Y eso te importa mucho?

—No, nada.

—Vamos, entonces.

La abuela y su nieta pasaron por debajo de la cascada. Detrás de


ella se abría el túnel y al final, la débil luz que señalaba la salida al
valle. Cuando llegaron allí, se sentaron en una roca. Justina estaba
deslumbrada por la belleza secreta del lugar.

—Vamos, ya nos hemos secado —dijo la abuela. Para volver


daremos un rodeo. Es un sendero de cabras salvajes.

El rodeo era por un sitio escarpado. Llegaron a la casa al


anochecer.

— ¿Dónde se habían metido? Las anduve buscando toda la tarde.


Tu papá se cayó y tiene la pierna muy mal; está muy hinchada y
amoratada. Le resulta imposible caminar.

—Le prepararé un emplasto de hierbas. Mientras tanto que se quede


quieto —dijo la abuela y tomó de la mano a su nieta y la llevó al
fondo del huerto.

—Las plantas nos quieren, las plantas curan. Recoge esas dos
hojas de nalca. Vamos a cortar hojas de chilca, cardo negro, cabello
de ángel, granadilla, ortiga. Luego haremos una especie de “humita”
con las hierbas machacadas y la pondremos a cocer. Se orea un
poco y cuando aún esté tibiecita se la pondremos a tu papá en la
pierna durante tres días —dijo la abuela.
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En realidad, no fue necesario esperar tanto. Al segundo día, la


hinchazón había desaparecido y el papá caminaba normalmente.

— ¿Y cómo lo hiciste, abuela?

—Yo no lo hice, lo hicieron las plantas.

Durante el resto del verano Justina aprendió el nombre de cada


planta y de cada flor curativa. Al terminar las vacaciones, la niña
estaba muy orgullosa de llamarse Justina, como su abuela.

—Al despedirme de ella —dijo Justina a su mamá— me dio una


ramita de canelo. Me dijo que la pusiera en la pared, junto a mi
cama, y que al mirarla me acordaría de ella.

Han pasado los años y todavía la ramita de canelo está sobre la


cama de Justina, protegiéndola y avivando el recuerdo de un
maravilloso verano en el que descubrió la magia sanadora de las
personas buenas.

Díaz, J. (2012). Justina. En Contar con los dedos (pp. 73-83).


(12ª ed). Santiago de Chile: Zig-Zag.

Responde en tu cuaderno.

a) Describe y dibuja el lugar donde vivía la abuela de Justina.


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b) ¿Qué época del año se menciona en el relato? Dibuja lo característico de esa


estación

c) ¿Qué le ocurrió al papá de


Justina? Dibújalo.

d) ¿Por qué la abuela desconcertó tanto a Justina?

e) ¿Por qué Justina quería quemar su certificado de nacimiento?


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f) Enumera tres actividades que realizó Justina con su abuela.

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