(Keiji Nishitani) La Religion y La Nada
(Keiji Nishitani) La Religion y La Nada
(Keiji Nishitani) La Religion y La Nada
La religión y la nada
Introducción de
James w. Heisig
Traducción de
Raquel Bouso García
Ediciones Siruela
l.
Índice
Introducción
J a mes W. H e i s i g 9
Prefacio
K e ij i N i s h i t a n i 31
La religión y la nada
1 . ¿Qué es la religión? 37
Notas 355
Glosario 361
Algunos hombres nunca han oído hablar de los escritos asiáticos y otros ja
más se convencerán de que haya algo de valor en ellos . . . A todos nos encanta
excusar o encubrir nuestra ignorancia y rara vez estamos dispuestos a permitir al
guna excelencia más allá de los límites de nuestros propios logros; igual que los
salvajes, que imaginaron que el sol salía y se ponía sólo para ellos y no podían
imaginar que las olas que rodeaban su isla dejaran coral y perlas en cualquier otra
playa!.
L a E s c u e l a de K i o t o
Junto con Kitaro Nishida (1870-1945) y Hajime Tanabe (1885-1962),
1 Sir William Jones, A Grammar of the Persian Language (1771), en The Works of Sir
William Jones (Londres: G. G. y J. Robinson, 1799), vol. 2: págs. 1 2 1 - 1 22.
9
Nishitani es el tercer pilar en una línea de pensadores originales que han
ocupad..o cátedras de filosofía y religión en la Universidad de Kioto y que
han llegado a ser conocidos como la «Escuela de Kioto)}: la primera pre
sencia de Japón en la filosofía mundial2•
La historia de la filosofía occidental empezó a conocerse en Japón ha
ce poco más de cien años, con la apertura general del país en 1859, des
pués de dos siglos de aislamiento del mundo exterior. El interés por las
ideas occidentales que habían permanecido candentes durante el domi
nio del sistema feudal cobró vida de nuevo y con gran pasión. Como
símbolo del cambio se inauguró en seguida un proyecto para traducir,
aunque fueran mal asimilados, más de 30.000 «clásicos)} de la literatura oc
cidental, y en 1862 el primer grupo de dieciséis estudiantes jóvenes fue
enviado a estudiar a Europa3• Algunos de los que se concentraron en el
estudio de la filosofía se sintieron atraídos por las corrientes del neokan
tismo y neohegelianismo, mientras otros se encaminaron al estudio de la
filosofía griega, medieval y moderna. A partir de 1877, algunos profe�o
res europeos fueron invitados a enseñar en las universidades de Japón. De
esta manera, las ideas filosóficas de Occidente llamaron la atención de la
generación joven del nuevo Japón. Pensadores budistas ansiosos de «mo
dernizar» su pensamiento fueron de los primeros en volver sobre la tradi
ción intelectual japonesa a la luz de estos acontecimientos. Aunque la
2 Para más detalles e informes bibliográficos sobre la Escuela de Kioto, véanse los ar
tículos sobre «Nishida Kitaro», «Tanabe Hajime», «Nishitani Keiji» y «The Kyoto Schooh
en la ROlJtledge Encyclopedia of Philosophy (Londres: Routledge, 1998); y mis ensayos «The
Religious Philosophy of the Kyoto School., en T. Unno y J. Heisig (eds.), The Re/igiolJs
Philosophy of Tanabe Hajime (Berkeley: Asian Humanities Press, 1 990), 1 2-45; Y «Philo
sophy as Spirituality: The Way of the Kyoto Schooh), en BlJddhist SpiritlJality. VollJme 2:
LAter China, Korea, Japan, and the Modern World, Takeuchi Yoshinori et al. (eds.) (Nueva
York: Crossroad, 1 999), 367-388.
3 El primer grupo que fue al extranjero salió en el año 1 860 a los Estados Unidos pa
ra ratificar un tratado sobre la apertura del país. En sus reportajes los enviados hablan de
una cultura «ostentosa» y «llena de buenos principios que no son observados por la ma
yoría del pueblo». No hay que sorprenderse de que los primeros alumnos no fueran en
viados allí para el estudio de la [¡Josona. Nishida fue uno de los pocos académicos japo
neses que tuvo interés por los escritos de William James, aunque sus escritores favoritos
eran de países europeos.
10
mayor parte del trabajo de estos pioneros fuera prematuro y careciera de
sentido crítico, trazó un derrotero que al cabo de una generación daría
como fruto a su primer pensador original en la persona de Nishida. Los
escritos de Nishida marcaron el tono de la Escuela de Kioto en dos sen
tidos: primero intentó ofrecer una contribución netamente oriental a la
tradición filosófica occidental, por medio del uso de conceptos clave bu
distas en relación a preguntas filosóficas perennes; y segundo, trató de en
riquecer la autocomprensión budista sometiéndola a los rigores de la fi
losofia europea.
El catalizador que decidió a Nishida a ponerse en camino hacia una
filosofia propia se desarrolló durante los diez años que permaneció sen
tado en meditación bajo la dirección de un maestro zen, que le había
asignado el koan mu: mada». A pesar de que la variedad de sistemas de ¡
pensamiento zen no parecen haber influido en la maduración de sus ideas
filosóficas como tales, la disciplina de la meditación fue decisiva para él.
Por un lado, convenció a Nishida de que la filosofia no comienza por sa
ber cosas a través de una lógica objetiva, sino por conocer cosas a través de
la experiencia «inmediata» o «pura». Por otro lado, le mostró que la filo
sofia no acaba en la inefabilidad de la experiencia inmediata, sino que
desde allí tiene que empezar a expresar lo más claramente posible la es
tructura de la realidad y el lugar del significado y la acción humana den
tro de ella. Pues si las puras ideas trasplantadas de la filosofia occidental
tienen que echar raíces en la experiencia vivida del Japón, también el ti
po de experiencia pura cultivada en la meditación budista tiene que ma
durar hasta la autoexpresión, bajo el ojo crítico del pensamiento filosó
fico.
Nishida nunca dejó Japón para ir al extranjero, pero alentó a comien
zos de los años veinte a su joven discípulo Tanabe para que realizara su
sueño de ir a Alemania, y pudiera estudiar con Husserl, Cohen y Natorp,
y además se acercara a Heidegger. El carácter religioso de las preocupa
ciones filosóficas de Tanabe no estaba asociado a ninguna secta budista: a
diferencia de Nishida, sin embargo, se decantó hacia el Soto zen de Dogen
más que alRinzai zen, centrado en los koan, para más tarde dirigirse de
forma entusiasta al budismo de la T ierra Pura y al cristianismo por su ins
piración filosófica. El factor unificador para Tanabe fue la lógica y la dia
léctica de Hegel. Nishitani, alumno de Nishida y de Tanabe, que también
había estudiado en Alemania, ya se había sentido atraído por Nietzsche
11
desde su juventud, una influencia que perduró toda su vida. Igual que en
el caso de Nishida, la conexión primaria de Nishitani con el budismo fue
el zen, tanto el Rinzai como el Soto. Al igual que Tanabe, Nishitani se su
mergió profundamente en el pensamiento cristiano, principalmente por
medio de la lectura de los místicos y de los existencialistas europeos.
A pesar de la presencia constante de la historia intelectual de Occi
dente en los escritos de la Escuela de Kioto, donde se instruyeron estos
filósofos, y de su insistencia en el papel que el pensamiento japonés tenía
que representar en el foro mundial de la filosoBa, el contacto personal
con filósofos contemporáneos fuera de Japón estuvo prácticamente au
sente durante el periodo formativo en el contexto de la Universidad de
Kioto. El diálogo con la filosoBa occidental fue meramente libresco, pues
ni solicitó ni llegó a atraer la atención de la comunidad fli osófica de Eu
ropa y los Estados Unidos, por no mencionar la de los propios países asiá
ticos. En parte este enclaustramiento fue debido a la inaccesibilidad, has
ta hace poco, de las obras de estos fli ósofos en las lenguas occidentales.
Otro factor que dificultó esta apertura fue la suposición más o menos tá
cita de que sólo el Oriente budista, y quizá sólo Japón como único país
empeñado libremente en la modernización y fuera de las presiones de las
reglas coloniales, estaba en condiciones de generar una filosoBa que pu
diera tender un puente entre el Oriente y el Occidente.
El lanzamiento de la Escuela de Kioto, y por lo tanto de la filosoBa ja
ponesa, en el foro mundial, no fue el resultado de determinados esfuer
zos de los filósofos mismos o de sus discípulos en Japón, sino de iniciati
vas tomadas por filósofos y estudiosos de la religión occidentales. Una
cierta cantidad de traducciones en años recientes, así como también una
oleada de jóvenes estudiosos de países occidentales capaces de leer los
textos originales y de conversar en japonés, ha atraído la atención del
mundo hacia esta filosoBa e incitado a una reanimación del interés por el
pensamiento de la Escuela de Kioto en Japón. Irónicamente, sólo después
del fallecimiento de Nishida, Tanabe y Nishitani, la filosoBa de la Escue
la de Kioto ha podido sobrepasar la etapa en que fue un acontecimiento
casi exclusivamente japonés, en el que habían participado unas pocas per
sonas conocedoras del idioma, para presentarse en un foro común de ideas
en el cual filósofos de todo el mundo pueden dialogar y debatir.
Sin embargo, debido al relativo enclaustramiento de los filósofos de la
Escuela de Kioto y a la falta de crítica directa por parte de sus contempo-
12
ráneos extranjeros, su pensamiento fue lo suficientemente libre para tomar
directrices nuevas, cosa que tal vez no habría sido posible bajo la vigilan
cia de ojos extraños. Del mismo modo, la falta de afinidades entre su pro
pio lenguaje y el griego y latín de la antigüedad, como también la falta de
cbmprensión por parte de sus coetáneos del vocabulario inventado para
traducir la terminología filosófica occidental, dio un sabor enteramente
diferente al marco lingüístico dentro del cual trabajaron. Pues las palabras
filosóficas que estos pensadores tomaron prestadas de Occidente fueron en
general traducidas sólo por su denotación literal, sin prestar atención a las
connotaciones que yacían bajo la superficie, a los sentimientos, la historia
y las alusiones literarias que estas palabras muchas veces abarcaban. En es
te sentido, a pesar de sus logros respecto a un pensamiento radicalmente
vernáculo, el lenguaje de la Escuela de Kioto siguió siendo tan extraño pa
ra el lector en general como el resto de la filosofía occidental.
Por otro lado, la etimología y las resonancias históricas de los caracte
res chinos motivaron al ftlósofo japonés asociaciones distintas que diri
gieron su pensamiento en otras direcciones. Mucho antes de que los tra
bajos de Heidegger fuesen traducidos al inglés, y mientras en Occidente
se empeñaban en diatribas sobre cómo resolver sus juegos de palabras en
la traducción, la filosofía japonesa mostró su disposición natural para in
tentar introducir en la filosofía el maravilloso mundo dentro de los mun
dos del lenguaje. El resultado es que la mayor parte de las connotaciones
de la lengua vernácula han tenido que ser sacrificadas al traducir sus es
critos a idiomas occidentales.
Las purgas de la intelligentsia que tuvieron lugar tras la posguerra cau
saron un cierto estigma al nombre de la Escuela de Kioto debido a su su
puesta colaboración con el gobierno militar. Pero con el paso del tiem
po un examen más minucioso de esos acontecimientos, así como también
la recepción entusiasta de traducciones de sus escritos a idiomas occiden
tales, contribuyeron a darle un juicio más equilibrado. Hoy día su filoso
fía es aceptada como una aportación importante a la historia de la ftlosofÍa
mundial, y sus elementos «nacionalistas» son más bien reconocidos como
secundarios, o al menos como una trivialización no necesaria a sus inspi
raciones fundamentales4•
' Véase James Heisig y John Maraldo (eds.), Rude Awakenings: 2m, the Kyoto Sehoo1,
ar¡d the Questiol1 if Nationalism (Honolulu: University of Hawaii Press, 1 994).
13
» .!
A lo largo de su búsqueda fIlosófIca, y no obstante las vicisitudes po
líticas y sociales, jamás hubo ningún intento de separar 6l0sofia de reli
gión. Además, respecto a Tanabe y Nishitani, podemos decir que el cris
tianismo estuvo siempre presente en su pensamiento flI osófc
I o. Hablando
de su relación con el cristianismo, Tanabe se refIrió a sí mismo en 1948
como un cristiano en curso que nunca llegaría a ser un cristiano de he
cho. Nishitani habló más tarde de sí mismo en términos semejantes: ein
gewordener Buddhist y ein werdener Christ5• Las demarcaciones de fIlosofia y
religión que caracterizan la tradición intelectual de Occidente caracteri
zan a estas filosofias, en general, por su ausencia. En este espíritu, los fI
lósofos de la Escuela de Kioto tendieron sus puentes hacia el Occidente
tanto en la filosofia como en el cristianismo sin abandonar nunca su ma
triz natal del pensamiento budista.
E l c a m i n o de N i s h i t a n i a la filo s ofía
Mucho más que Nishida y Tanabe, Nishitani hace girar su pensa
miento en torno a un eje mundial. Sobre todo en sus últimos años, mu
chos fIlósofos extranjeros fueron a visitarle y a gozar de su cordial acogi
da. Más de un académico fue a su pequeña casa en Kioto para estar durante
horas debatiendo con este simpático anciano. Como Tanabe, Nishitani
había estudiado en Alemania y más tarde, ya mayor, viajó varias veces a
Europa y a los Estados Unidos para dar conferencias. La feliz combina
ción de la publicación de su trabajo principal, Shükyo to wa nani ka, tra
ducido al inglés (Relígion and Nothingness, 1982) y al alemán ( Was ist Re
lígion?, 1982), el creciente número de académicos occidentales capaces de
leer con fluidez los textos originales y el enorme genio encantador del
mismo Nishitani, ayudó a llevar el pensamiento de los fIlósofos de Kioto
a una audiencia más amplia. Sin embargo, dadas las tendencias de la fIlo
sofia continental y norteamer icana contemporáneas, fueron los teólogos
y los estudiosos del budismo los más atraídos por las ideas de Nishitani.
Sólo después de su muerte, lugares más próximos, como Corea, Taiwan
y Hong Kong, comenzaron a mostrar interés por él y por los otros filó
sofos de la Escuela de Kioto. A pesar de todos sus sentimientos cosmo
politas, Nishitani mismo siguió a Nishida y Tanabe al mostrar preferen-
'Tanabe Hajime zensh¡;¡ [Obras completas de Tanabe Hajime]' 15 vols., Chikuma Shok
Tokio 1 964, 10: 260.
14
cia hacia los países de Occidente, como habían hecho virtualmente todos
los fIlósofos japoneses desde la era Meiji.
El «eje mundial» del pensamiento de Nishitani no se defIne tanto por
la geografia y la apertura a otras culturas cuanto por un empeño en pro
teger la nobleza de nuestro común espíritu humano contra los empobre
cimientos que acompañaban el avance de la civilización global. Al de
fenderse contra la Inquisición, Galileo habló sobre lo que ha vuelto a ser
la suposición central de la ciencia moderna: «No pregunto cómo se va al
cielo», dijo, «sino cómo va el cielo». Fue una dicotomía que Nishitani
nunca aceptó. No solamente Occidente se ha equivocado al separar la fI
losofia y la religión, sino que también la separación de la búsqueda reli
giosa de la científIca le pareció fundamentalmente equivocada. Todo lo
que se refIere a la existencia humana, insistía, tiene su dimensión religio
sa. La ciencia es siempre una empresa humana al servicio de algo «más»
que la ciencia misma. Cuando el elemento existencial se ha sacrifIcado en
la búsqueda de la certeza científIca, «lo que nosotros llamamos vida, alma
y espíritu -incluyendo a Dios- tienen su casa corrompida». La respuesta
de Nishitani al desafio no fue la de superar la mera preocupación psico
lógica por un yo verdadero, sino la de insistir que es sólo en el paisaje in
terior o terruño del yo verdadero donde los hechos concretos de la na
turaleza «se manifIestan justo como son, en su verdad más grande»6.
La preocupación por el yo verdadero, un tema central en la historia
de las ideas budistas, alcanza con Nishitani su punto más alto en la Es
cuela de Kioto. Él lo consideró el punto focal del trabajo de Nishida e
interpretó la fuosofia de Tanabe como una variación del mismo tema'.
En relación con esto, sus propios escritos sacan a la superfIcie, a través de
alusiones textuales y confrontación directa con los textos originales, mu
chos de los elementos zen de los escritos de Nishida. Los esfuerzos de D.
T. Suzuki por extender el zen a través del contacto con el budismo de
la T ierra Pura también reverberan en los escritos de Nishitani, aunque
no tan profundamente como en Tanabe. Además, Nishitani se dirigía
directamente a la teología cristiana tanto para buscar inspiración como
'"Science and Zen», F. Franck (ed.), The Buddha Eye: An Anthology ofthe Kyoto School
(Nueva York: Crossroad, 1991), 1 20, 126.
7 Véase su libro Nishida Kitaro, trad. de S. Yamamoto y J. Heisig (Berkeley: Univer
sity of California Press, 199 1).
15
•
para aclarar su propia posición religiosa en relación con la occidental.
Quizá el estímulo más fuerte para que Nishitani ampliara la perspec
tiva fllosófica de Nishida fueron los libros de Nietzsche, cuya sombra
queda siempre en el fondo como una inteligencia gris. La fuerte impre
sión recibida al leer Así habló Zaratustra durante sus años universitarios, le
dejó a Nishitani dudas tan profundas que, al final, sólo una combinación
del método filosófico de Nishida y el estudio del budismo zen pudieron
salvarle de una incapacitación tota18• Como académico Nishitani había
traducido y comentado obras de Plotino, Aristóteles, Boehme, Descartes,
Schelling, Hegel, Bergson, y Kierkegaard, todos los cuales dejaron una
marca en su pensamiento. Pero cuando leía a Nietzsche, como también a
Eckhart, D6gen, Han-shan, Shih-te, los poetas zen y el Nuevo Testa
mento, lo hacía a través de la lente de sus propias y eternas preguntas es
pirituales, lo cual convirtió esas lecturas en algo poderoso y atractivo.
Los fundamentos del acercamiento de Nishitani al yo verdadero co
mo una idea filosófica están presentes en un primer libro sobre «la sub
jetividad elemental». Este término (que él mismo introdujo en el japo
nés al traducir a Kierkegaard) no era del gusto de Nishida, pero la meta
de Nishitani no era diferente a ésa de su maestro: crear la base filosófica
para una existencia individual total y válida, que serviría de base para una
nueva existencia social, para el avance de la cultura humana, y para una su
peración de los excesos de la edad moderna. Escrito a la temprana edad
de cuarenta años y bajo la influencia dominante de Nishida, esta obra
contiene en germen su propia posición madura como filósofo.
Al igual que con Nishida, el talón de Aquiles de la postura suma
mente individual de Nishitani para con la historia fue su aplicación a
problemas de la historia actual. En un intento de prestar apoyo durante
los años de la guerra del Pacífico a elementos de la marina y del gobier
no que quisieron poner una cierta dosis de sobriedad a las payasadas de
mentes del ejército japonés en Asia, sus comentarios sobre el rol de la
cultura japonesa en los otros países de Asia se mezclaron facilmente con
las peores ideologías de la época, y las distinciones sutiles que para él
-como para Nishida y Tanabe, que fueron arrastrados por el mismo re
molino- eran tan importantes, inspiran hoy poca simpatía a la luz de los
8 Sobre este punto, véase la introducción del traductor, Graham Parkes, al libro de
Nishitani, The Seif-Overcoming of Nihilism (Albany: SUNY Press, 1 990).
16
subsiguientes acontecimientos. Nishitani sufrió una purga después de la
derrota de Japón, perdió su cátedra en la Universidad de Kioto y nunca
retomó estas cuestiones en sus escritos ni en el foro público. Aunque si
guió escribiendo sobre Japón y la cultura del Este, lo hizo a una prudente
distancia de sus opiniones anteriores y del ataque implacable de los crí
ticos marxistas.
El p u n t o de v i s t a de la v a c u i d a d
E n vez d e «la lógica d e [ocus» d e Nishida y «la lógica d e l o específico»
de Tanabe, Nishitani elaboró lo que él llamó «el punto de vista de la va-
. cuidad». Él no veía esta postura como un mero punto de vista que uno
pueda asumir objetivamente y sin esfuerzo, sino como el logro de un dis
ciplinado e impávido encuentro con la duda. La larga lucha con el nihi
lismo que ya había quedado atrás no fue un mero trabajo académico. En
su juventud, a la edad de apenas veinte años, Nishitani había caído en una
desesperación profunda en la cual «la decisión de estudiar filosoña fue,
por melodramático que suene, cosa de vida o muerte para mí»9. No sor
prende que esto llegara a ser el punto de partida para su descripción de
la búsqueda religiosa: «Advertimos la religión como necesidad o como
algo imprescindible para la vida sólo en los momentos en los que todo
pierde su necesidad y utilidad»lO.
Para Nishitani el aspecto perverso, sin sentido y trágico de la vida es
un hecho innegable. Pero es más que un simple hecho: es la semilla de la
conciencia religiosa. La pregunta sobre el significado de la vida surge ini
cialmente no por estar sentado pensando con calma sino por estar en me
dio de acontecimientos fuera de su propio control. Normalmente, noso
tros nos enfrentamos a estas dudas retirándonos a una de esas consolaciones
disponibles -racional, religiosa, o lo que sea- con que toda sociedad pro
vee a sus miembros para proteger la cordura colectiva. Para Nishitani el
primer paso a la duda radical es permitir que uno mismo esté tan lleno
de ansiedad que aun la fr ustración más simple y más privada pueda reve
lársele como síntoma de la carencia radical de sentido que aflige a toda la
existencia humana. Luego, uno se entera de que este sentido de algo «úl-
17
timo» sigue estando centrado en lo humano y por lo tanto queda in
completo. Entonces uno se entrega a sí mismo enteramente a la duda, así
que la tragedia de la existencia humana se muestra como síntoma de la
tragedia total del mundo del ser y del devenir. En este punto, dice Nis
hitani, es como si una sima inmensa se hubiera abierto bajo los pies, en
medio de la vida ordinaria -a saber, un «abismo de nihilidad».
Filosofías enteras han sido construidas sobre la base de esta nihilidad,
y Nishitani se lanzó con toda su alma al estudio de ellas, no con la meta
de rebatirlas sino para encontrar la llave de lo que él llamó la «autosupe
ración del nihilismo». Llegó a comprender que debe ser permitido au
mentar en la persona la conciencia de la nihilidad hasta que toda la vida
se convierta en un gran signo de interrogación. Sólo con tal acto supre
mo, el de negar el significado de la existencia tan radicalmente y hasta el
punto de que uno llegue a ser la negación misma y esté consumido por
ella, puede tener lugar la posibilidad de su separación definitiva. La libe
ración de la duda que simplemente transporta a uno fuera del abismo de
la nihilidad y lo devuelve a una Weltanschauung donde las cosas de la vi
da recuperan su sentido, no merece el nombre de liberación, protesta
Nishitani. La nihilidad misma, en la plenitud de su negación, tiene que
. ser confrontada cara a cara si uno pretende hacerla esclarecer como algo
relativo a la conciencia y experiencia humanas. Con esta afirmación la
realidad revela su secreto de una vacuidad absoluta que restituye el mun
do del ser. En el idioma filosófico de Nishitani, «la vacuidad puede ser
denominada el campo del "hacer ser" (Ichtung) en contraposición a la
nihilidad, que es el campo de la "anulación" (Nichtung)>>II.
En otras palabras, para Nishitani la religión no es tanto una búsqueda
del absoluto como un despertar a la propia existencia humana, es decir,
una aceptación de la vacuidad que abraza este mundo en su totalidad de
ser y devenir. En esa aceptación -que representa una «apropiación encar
nada»- la mente se ilumina tan brillantemente como le es posible. La rea
lidad que vive y muere en todas las cosas que llegan a ser y dejan de ser
en el mundo está «realizada» en el sentido total del término: uno partici
pa en la realidad y por lo tanto sabe que uno es real. Éste es el punto de
vista de la vacuidad.
Como la vacuidad es considerada un «punto de vista», no se trata de un
11
La religión y la nada, ver pág. 180.
18
rd
terminus ad quem sino de un terminus a quo, es decir, la inauguración de un
nuevo modo de mirar las cosas de la vida, un nuevo método para valorar
el mundo y reconstruirlo. Para Nishitani la vida en su totalidad vuelve a
ser un tipo de «doble exposición» en la cual uno puede ver las cosas tal
como son y a la vez verlas transparentemente hasta su relatividad y tran
sitoriedad. Lejos de embotd;r el propio sentido crítico, lo refuerza. Para
regresar al caso de la ciencia, desde el punto de vista de la vacuidad el en
caprichamiento moderno con los hechos y las explicaciones se manifies
ta por lo que es: una santificación del yo imperial que voluntariamente
sacrifica la realidad inmediata del yo verdadero a la ilusión de un conoci
miento y control perfectos. La personificación o humanización del abso
luto, como cualquier intento de refrenarlo dogmáticamente aun con el
aparato más adelantado y las teorías más fidedignas, es a lo sumo una cu
ra provisional del peligro perpetuo de estar abrumado por la nihilidad.
Sólo una mística de lo cotidiano, sólo un mor ir-en-el vivir y vivir-en-el
morir puede conducir nuestra conciencia a reconocer la verdadera vacui
dad de lo absolutamente real.
En general, hay que reconocer que Nishitani favoreció el término
«vacuidad» (sáns., sunyata) más que «la nada absoluta» de Nishida y Tana
be. Eso se debe en parte al hecho de que su correspondiente carácter chi
no, el que se usa normalmente para «el cielo», le parece capturar la am
bigüedad de una vacuidad-en-la plenitud que él pretende. En este acto
de ver que es al mismo tiempo un hacer transparentar, uno se ha rescatado
\
del egoísmo centrípeto de sí mismo y entregado al éxtasis de un «yo que
no es un yo». AquÍ tenemos lo que Nishitani considera la esencia de la
conversión religiosa.
Nishitani siempre insistió en que, en principio, la conversión conlle
va un compromiso con la historia. Aunque valorizó, repitiéndolo a me
nudo, la correlación zen entre la «gran duda» y la «gran compasión» Oos
caracteres chinos para ambos términos tienen la misma pronunciación en
japonés, daihl), sus escritos posteriores contienen numerosas censuras del
budismo por su «rechazo despegado del mundo y de entrar en los asun
tos de la sociedad humana», por su «falta de ética y de conciencia histó
rica», y por su «fracaso en no confrontar la ciencia y la tecnología» 12 .
Sin embargo, en sus principales discusiones filosóficas sobre la histo-
12
Obras de Nis/¡itani Keiji, 17: 141, 148-150, 154-155,230-231.
19
> •
ria, Nishitani tiende a criticar las perspectivas cristianas de la historia, des
de la perspectiva de la vacuidad inspirada por el budismo, sin tomar en
cuenta la mayor sensibilidad del cristianismo por los problemas de la mo
ral actual. Según él la vacuidad o la nada no pueden llegar a ser plenas al
doblar el tiempo periódicamente en sí mismo, como las estaciones que se
repiten año tras año, o al ofrecer un principio evolucionista que apunta a
un fin del tiempo en el cual todas las frustraciones de la nihilidad serán
trastocadas, como se ve en el caso de la escatología cristiana. Nishitani
concibió la liberación del tiempo como un tipo de tangente que toca el
círculo de tiempo repetitivo en su circunferencia más exterior o que cor
ta la línea recta de su progreso hacia adelante. Como Nishida, prefirió la
imagen de un «ahora eterno» que atraviesa ambos mitos del tiempo para
llegar al no-tiempo del momento del despertarse. Lo que el teísmo cris
tiano, especialmente en su imagen personalizada de Dios, gana por un la
do en su capacidad de juzgar la historia, por otro lado muchas veces lo
pierde por su fracaso en entender la omnipresencia del absoluto en todas
las cosas justo como son. Para Nishitani la postura de la vacuidad perfec
ciona la dimensión personal de la vida humana al añadir la dimensión de
un amor impersonal y sin diferenciación. Él ve este amor en lo que la
cristiandad reverencia en un Dios que hace que el sol ilumine igual al jus
to y al injusto, y que se vacía kenóticamente en Cristo13• Lejos de negar
la conexión de k, absoluto con lo personal, es el énfasis en lo impersonal
lo que le permite pronunciar en sus últimos escritos: «Lo personal es la
forma básica de existencia»14.
Situar a Nishitani
en l a h i s t o r i a m u n d i a l d e l a fil osofía
Para situar la contribución filosófica de Nishitani en la historia inte
lectual del mundo, no es suficiente con canalizar sus ideas por uno de los
conductos familiares y compararle a lo que es ya familiar. Más bien resul
ta necesario el siguiente planteamiento: ¿Qué· tiene la ftlosofa
i que apren
der de Nishitani?
La prudencia del historiador de las ideas intenta evitar generalizacio
nes sobre 10 que pudo y no pudo haberse pensado sin los escritos de cier-
20
.. J
tos individuos. Sin embargo, es cierto que a través del pensamiento de
Nishitani como también de Nishida y Tanabe el estudio de la filosofia oc
cidental en Japón se vio enriquecido con temas de la propia tradición
oriental. Por esta razón, la Escuela de Kioto representó un momento de
cisivo: la filosofia en Japón nunca podrá ser igual después de ella. La ra
dicalidad de sus planteamientos, así como su propia elaboración en aquel
mismo contexto intelectual hace dificil prescindir del conjunto de sus es
critos. Por la misma razón, si un día la aportación del pensamiento orien
tal llegara a tener un impacto de proporciones similares en Occidente, los
nombres de Nishitani y sus maestros figurarán de forma preeminente.
Si hacemos extensiva esta misma pregunta al contexto de la filosofia
occidental, ésta adquiere connotaciones más fuertes: ¿qué tiene que apren
der de Nishitani que no haya podido formular por sí misma? Esta pre
gunta pone al descubierto una cuestión latente desde hace por lo menos
un siglo, es decir, la posibilidad de que las lenguas, las literaturas, las reli
giones y las bellas artes del extremo Oriente contengan ideas y verdades
que no han podido ser planteadas en el lenguaje característico de la filo
sofia de Occidente desde sus orígenes hasta sus desarrollos postmodernos.
Para empezar a contestar a la pregunta es obvio que tenemos que es
cuchar la respuesta de Nishitani mismo sobre lo que la filosofia occiden
tal necesitaba y no era capaz de alcanzar con sus propios esfuerzos y fuen
tes. No hay duda de que eso es precisamente lo que Nishitani mismo
creía. El problema es que sus propias opiniones sobre el asunto no son en
teramente fidedignas. Esto es lo que sucede precisamente con un con
junto de ideas acerca de la unicidad étnica japonesa, la interacción de cul
turas en un nuevo orden mundial y la praxis social. Pero estas opiniones
privadas más bien debían ser consideradas desde su propio sistema con
ceptual, de su filosofia política y de su teoría de la cultura, aunque hoy a
los occidentales -como también a muchos de los herederos de la fli oso
fia de Kioto en Japón- nos parecen provincianas en contraste con lo que
la Iluminación europea ha aportado al mundo moderno. Además hay
otras ideas demasiado dificiles de apoyar críticamente para poder abrir
perspectivas nuevas. En particular se piensa sobre la falta de comprensión
del papel que juegan las relaciones interpersonales para engendrar de
mandas éticas, un papel cuyo descuido afecta a la interpretación de varias
doctrinas cristianas centrales.
No obstante, hay mucho más en su pensamiento, en verdad tanto más
21
-
J
que uno puede hablar de Nishitani sin tener que considerar esas ideas -es
decir, considerarlas errores de juicio, descuidos, o a veces como simple
falta de claridad- y aún aprender del cuerpo principal de escritos que él
nos dejó. Esto no es diferente a la forma en que la historia de la fIlosona
ha tratado a sus pensadores más destacados a través de los siglos. Los más
solícitos discípulos japon�es de la Escuela de Kioto, como también los
detractores más fervientes, no deberían sentirse demasiado desilusionados
al saber que en el mundo de la filosona aun las luces más brillantes pro
yectan sus sombras.
El público para el que Nishida escribió fue enteramente japonés. Co
mo Tanabe, jamás escribió un ensayo en un idioma extranjero o pensando
en una audiencia occidental. Se puede imaginar que este hecho le causaba
dudas acerca de la universalidad de su contribución. Desde el principio
Nishida alentó a sus discípulos a que estudiaran en el extranjero, pero no
los alentó a traducir o a hacer traducir sus trabajos a lenguas occidentales.
Del mismo modo, se resistía a ser nombrado miembro de algún movi
miento filosófIco extranjero. Con Nishitani la situación cambió. Dio con
ferencias en Europa y América, colaboró activamente con traductores de
sus escritos y dio a entender que su meta era que su pensamiento fuera leí
do y criticado por filósofos occidentales. A diferencia de Nishida y Tana
be, aunque ya octogenario, desempeñó un rol principal dentro de Japón al
animar discusiones con filósofos de Occidente. y no se puede negar la pro
babilidad de que sus coloquios con pensadores occidentales que trabajaban
y enseñaban en Japón tuvieran un impacto en sus últimos escritos.
En la base de todo eso, la pregunta sobre qué tiene que aprender el
Occidente de la filosona de Oriente no fue secundaria para Nishitani. Si
le hubiera sido preguntado a secas, la respuesta habría sido: Nada. Preci
sando más, la nada absoluta. Eso es 10 que la fliosona heredada de Occi
dente, la cual raramente sobrepasa una <<nada relativa», tiene que aprender
si quiere abrazar la filosona de Japón.
I ación importante. De 10 que se ha
Aquí hace falta añadir una clarifc
bla aquí es de la filosona, no de ideas budistas. Las dos no son inconexas,
pero del mismo modo que la Escuela de Kioto no es el lugar adecuado
para estudiar la filosona occidental, tampoco es adecuada para conocer el
pensamiento budista en sus formas tradicionales. Las dos tradiciones apor
tan cada cual sus ideas, pero son reelaboradas de una forma tal que las
ideas originales muchas veces permanecen sólo en forma derivada. Sin
22
duda uno puede preguntar qué tiene que aprender el pensamiento bu
dista de los fIlósofos de Kioto, y de hecho mucho ha sido aprendido, pe
ro esta pregunta queda fuera de este enfoque.
Dicho eso, se pueden destacar tres aspectos principales de esa nada que
Nishitani, junto con Nishida y Tanabe, presentan a la ftlosofia mundial
con su aportación característica:
Una manera de entender la sabiduría de Oriente. Aunque Nishitani pu
diera haber sido un poco demasiado generoso en cuanto a su propia ha
bilidad de representar el «Oriente» como tal, lo que nos ofrece es la pro
mesa de presentar una parte del Oriente a una parte del Occidente. No
se habla aquí de tomar algunas frases o conceptos de su tierra natal para
trasplantarlos, en oposición a algo familiar, en nuestra tierra. Se trata más
bien de luchar con el lenguaje y el contexto de ideas claves como no-yo,
iluminación, no-hacer y vacuidad, y referir sus ideas a problemas peren
nes de la ftlosofa
i occidental. P uede ser que un día la lengua clásica chi
na consiga estar en compañía del griego, francés, alemán, inglés y latín
como una herramienta indispensable para el estudio de la ftlosofia. Pero
antes de que esto se reconozca como problema, uno tiene que entender
muchas cosas sobre lo que la sabiduría de Oriente puede ofrecer en cuan
to a una perspectiva distinta en cuestiones fundamentales de ftlosofia. La
Escuela de Kioto es una vía para este reconocimiento. Es como un re
molcador que conduce lentamente a un buque a una nueva alta mar. Que
yo sepa, no hay nada en la historia de la ftlosofia occidental que pueda
considerarse capaz de desempeñar este papel.
Una lógica nueva. Entiendo el término «lógica» aquí en el doble senti
do de un modelo general para la organización del pensamiento y de un
estudio de las reglas de relaciones entre conceptos particulares. En cuan
to al primero, la lógica de la vacuidad, como la lógica de locus de Nishi
da y la lógica de lo específIco de Tanabe, ofrece estímulos para hacer pre
guntas que de otra manera no se plantearían. En cuanto al segundo, la
común preferencia de los pensadores de Kioto por el copulativo soku, que
sirve para relacionar ideas opuestas, en general, ha llamado la atención a
gran número de pensadores occidentales en un modo y un grado jamás
visto anteriormente. Y lo ha hecho no sólo en la crítica de la lógica aris
totélica, sino en el aspecto positivo de construir una lógica para la expe
riencia religiosa.
Un compromiso con la filos#a como proceso de traniformación. Hoy en día es
23
bien conocido que la distinción entre la religión y la 6l0sofÍa, como se di
jo anteriormente, y que la filosofía occidental se ha esmerado en conser
var, no es válida en muchas tradiciones de Oriente. Las obras de Nishitani,
desde la filosofía, han hecho mucho para suprimir ese prejuicio. Mirando
la pregunta más atentamente, se ve que los modelos de autotransforma
ción que animan su manera de pensar difieren considerablemente de los
clásicos modelos occidentales, sean filosóficos o religiosos. En lugar de
pensar mediante metáforas de unidad con un Otro, de etapas en la via per
fectiones, catarsis, el ascenso a la iluminación, etc., se habla del descenso a
la nada, del abandono de la subjetividad, de la transcendencia de la razón,
todo en el contexto de cumplir la vocación filosófica.
Para aceptar a un pensador como Nishitani como maestro filosófico
es preciso que las personas entrenadas en la tradición intelectual de Oc
cidente posean una mentalidad abierta y generosidad para tolerar lo que
parecen «malas» interpretaciones o al menos informaciones «erróneas» de
la 6l0sofÍa clásica y moderna. La importancia de lecturas equivocadas de
textos clásicos es bien conocida en el mundo de los sabios budistas, pero
no se tolera tan Iacilmente en la tradición 6l0sófica occidental. No se
puede negar que la comprensión de Nishida para los escritos de James y
Bergson, de Tanabe para los de Hegel, de Nishitani para Descartes y
Aristóteles, dejan al lector con no pocas dudas sobre la habilidad de esos
filósofos japoneses para navegar por textos extraños a su cultura e idioma.
Al mismo tiempo, cuanto más se acerca uno a sus escritos, tanto más des
cubre una creatividad tremenda y una perspectiva encantadoramente fa
miliar. Si Nishitani hubiera estudiado más la literatura secundaria sobre
Kant, Descartes y Sartre, a lo mejor no habría emprendido un ataque tan
directo contra la idea del yo transcendental; si hubiera leído más sobre la
historia de la teología, a lo mejor no habría forjado su interpretación de
la doctrina de la concepción inmaculada de María; etc. Para los que pre
fieren una postura paternal hacia los pensadores budistas y occidentales,
no harán falta razones. Para los que buscan una fraternidad con el Orien
te por medio de la vía filosófica, no hay camino mejor.
La religión y la nada, el opus magnum de Nishitani, es también el pri
mer libro suyo traducido al español, donde la Escuela de Kioto es prác
ticamente desconocida'S, y no se sabe cómo va a ser recibido. William Ja-
15 Hay dos traducciones de la obra inaugural de Nishida, Zen no kenkyü; Ensayo sobre
24 ,
mes habla de las tres etapas clásicas en el desarrollo de una teoría. Prime
ro es desechada como una tontería; luego es reconocida como verdade
ra, pero obvia e insignificante; finalmente, es reconocida como algo tan
importante que sus adversarios iniciales adquieren fama por haberla des
cubierto'6. En este esquema hay que temer menos a los occidentales que
por el momento rechazan las novedades de la Escuela de Kioto viéndo
las como inmaduras y sin importancia filosófica, que a los que las abra
zan con demasiado entusiasmo desde el principio. Aquéllos pueden ser
corregidos con el tiempo; éstos sólo quedan desencantados. Hay que leer
a Nishitani con sospecha y con ojo crítico, pero hay que leerlo. Y, desde
luego, hay que abrir un diálogo con lo desconocido. Para Nishitani, en
fin, ésta fue el alma de toda búsqueda filosófica y'la única salvación del
egoísmo y colectivismo que siguen amenazando a la civilización humana.
James W Heisig
el bien, trad. de Anselmo Mataix y José M.' de Vera (Madrid : Revista de Occidente,
1963), y La illdagaci6n del bietl, trad. de Alberto Luis Bixio (Barcelona: Gedisa, 1995). Ade
más hay traducciones de selecciones de las obras de los fllósofos de Kioto hechas por el
.
intelectual mexicano Agustín Jacinto Zavala en Textos de lafilosol
f ajaponesa modema: An
tología, vol. I (Zamora: El Colegio de Michoacán, 1995) y La otra filosofla japonesa: Anto
logía, vol. 11 (1997) .
16 «Pragmatism's Conception of Truth., Pragmatism atld Otl1er Essays (Nueva York:
Washington Square Press, 1967), 87.
25
b
«
N o t a sobre la tradu c c i ó n
E l libro que e l lector tiene entre sus manos s e inserta e n una reciente
pero ya amplia tarea de divulgación del pensamiento del filósofo japonés
Keiji Nishitani (1 900- 1 990) , en concreto en lo que se refiere a la traduc
ción de sus obras a lenguas occidentales. Por esta razón, y por lo que se
dirá a continuación, podemos hablar de una labor colectiva.
En primer lugar, la traducción al español se ha hecho sobre la traduc
ción y edición inglesa Religíon and Nothíngness (Berkeley: University of
California Press, 1 982) de Jan Van Bragt, quien ya había publicado junto a
Yamamoto Seisaku, previamente, una primera versión en diferentes nú
meros del Eastern Buddhíst entre 1 970-1 980'. Examinada por el propio Nis
hitani, esta edición modificaba y ampliaba el texto original japonés que
había aparecido en 1 961 bajo el epígrafe Shükyo to wa nani ka [¿Qué es la
religión?] . Van Bragt, además de sugerirle al autor el nuevo título, trabajó
con él con el fin de adaptar el contenido de la obra, en la medida de lo
posible, para una mejor comprensión por parte del público occidental.
En segundo lugar, la presente versión ha sido revisada p�r James W Hei
sig, director del Nanzan Institute for Religion and Culture de Nagoya Oa
pón) y colaborador de Van Bragt en la versión inglesa, y por dos directores
de esta colección, Victoria Cirlot y Amador Vega, durante una estancia en
la Universidad de Nanzan. En ese período se cotejó el texto en español con
el original japonés y se confrontó también con la versión alemana, a la que
se recurrió para aclarar algún pasaje o concepto cuyo significado quedaba
mejor precisado con la ayuda del vocabulario filosófico alemán2•
1 Existe una traducción anterior en inglés, pero sólo de! primer capítulo, de Janice D.
Rowe incluido en Phi/osophical 'studies �Japan, 2 (Tokio: Japanese National Commision
for Unesco, 1 960). Sobre la traducción de Van Bragt véase su artículo «Translating Shükyo
to wa nani ka into Religion and Nothillgllesso en Taitetsu Unno (ed.), The Religious Phi/o
sophy � Nishitalli Keiji (Berke!ey: Asian Humanities Press, 1 989).
2 La edición alemana ( Was ist Religion?, trad. de Dora Fischer-Barnicol, Frankfurt a.
27
--
Esta puesta en común ha hecho posible establecer una serie de equiva
lencias en español de términos técnicos budistas y de los términos fuoSófi
cos que emplea Nishitani de origen sino-japonés o sánscrito de dificil tra
ducción, así como del vocabulario específico inglés y alemán. El glosario
que figura al final del libro sigue la propuesta de Van Bragt pero se ha ade
cuado a las necesidades de nuestra lengua y en ocasiones se amplía para fa
cilitar el acceso al peculiar lenguaje del autor y de su tradición. No ha sido
una tarea facil pues la terminología budista no está claramente f�ada en es
pañol y la complejidad del estilo y del vocabulario utilizado por Nishitani
nos ha obligado en ocasiones a introducir neologismos, a utilizar excesiva
mente marcas tipográficas para expresiones que suenan extrañas en nuestra
lengua e incluso a tomar prestadas con frecuencia palabras de otras lenguas
cuyas connotaciones se perderían con la traducción. Con todo, el lengua
je de Nishitani poco a poco se apodera del lector, que en seguida logra fa
miliarizarse con sus expresiones. Ya Van Bragt destacó en su introducción
que el estilo del autor guarda cierto parecido con el de Heidegger y que
¡
viene a ser como una «espiral de repetición». La lógica de su argumenta
ción filosófica procede de forma elusiva y circular, volviendo una y otra vez
sobre un tema, añadiendo nuevos aspectos y evitando un desarrollo directo
y lineal de la obra. Por tanto, la mejor forma de leerla parece ser acompa
ñar a Nishitani por el recorrido de su pensamiento, dejarse llevar por el fluir
de su discurso y dejar que el eco de sus palabras resuene en nuestros oídos.
Por otro lado, Nishitani siempre fue consciente de los límites del len
guaje para transmitir el pensamiento y realizó grandes esfuerzos para ser
comprendido. Ya en 1 943 se defendía así contra ciertas críticas sobre la in
diferencia de los fuósofos al cultivo de un idioma inteligible y atractivo
que, según se le dij o, «mereciera el nombre de japonés», en alusión a la
elevada tradición de escritura nacional: «Los que nos dedicamos hoy a la
fuosofia estamos inmersos en una corriente heredada de Occidente, por
tanto nos resulta sumamente dificil expresar nuestras ideas solamente con
el idioma japonés actual. No es que hacerlo sea completamente imposi
ble pero el coste sería no lograr hacernos entender; por eso, lo natural es
que creemos nuevas palabras para expresarnos»).
M.: Insel, 1982, 1 986) también incluye comentarios añadidos al texto original realizados
en colaboración con el autor.
3 AA. W., Kindai no chokoku [La superación de la modernidad) (Tokio: Toyamabo,
28
En cuanto a la presente obra , dentro de la producción fIlosófica del au
tor puede decirse que representa su opus magnum pues contiene lo esen
cial de su pensamiento y aborda los temas que principalmente le preo
cuparon (el diálogo con la tradición filosófico-religiosa occidental,
especialmente con el cristianismo; el nihilismo, la secularización y el ateís
mo; la oposición entre ciencia y religión; su formulación del punto de
vista de la vacuidad y su relación con el tiempo o la historia, etc.) . LA re
ligión y la nada constituiría uno de los veintiséis volúmenes que forman sus
Obras completas de Nishitani Keiji (Tokio: S6bunsha, 1 990- 1995) . Hasta el
momento sólo contamos con dos obras más traducidas a una lengua oc
cidental (inglés) : Nishida Kitaro (trad. de S. Yamamoto y J. Heisig, Berke
ley: University of California Press , 1 99 1 ) y The Self- Overcoming oJ Nihilism
(trad. de G. Parkes y S. Aihara , Albany: State University of New York
Press , 1 990) así como una serie de artículos. En cuanto a fuentes secun
darias , desde el casi pionero estudio de Hans Waldenfels (Absolute Nichts,
Friburgo i. Br. , 1 976) la bibliografia se ha venido incrementando con nu
merosos estudios tanto asiáticos como occidentales , hecho que demuestra
la creciente atención que se presta a la filosofia de la Escuela de Kioto.
Para concluir, retomando lo que se dijo al principio sobre la presente
traducción como una labor colectiva , ha resultado de gran ayuda la in
cansable dedicación de James W Heisig, las sugerencias de Luis o. Gó
mez , de la Universidad de Michigan , y la amabilidad de la hija de Nishi
tani , Yata Toshiko, quien nos proporcionó las fotografias que aparecen en
el libro y nos recibió en la casa de su padre en Kioto. Por tanto, querría
expresar mi agradecimiento a todas las personas que han formado parte
de este proyecto, especialmente a Amador Vega , de quien surgió la idea,
por hacerme partícipe de él y por darme a conocer la obra de Nishitani ,
pues su interés por ella se remonta a sus años de estudiante en Friburgo.
Las palabras de Yata Toshiko en una carta reciente expresan la gran satis
facción que supone formar parte de esta cadena de relaciones que atra
viesan el tiempo y el espacio y el deseo de que la recepción de la obra re
presente la unión de nuevos eslabones: «Mi padre siempre me decía "no
creo que sea la clase de libro que mucha gente lea entero y de una vez ,
pero ojalá unos pocos l o lean detenidamente palabra por palabra . . .". Me
1 979), pág. 249. Los ataques provenían de Kobayashi Hideo ( 1 902- 1 983), un crítico lite
rario muy influyente en Japón.
29
quedé impresionada al oír el relato del encuentro con el libro de mi pa
dre en Friburgo y me hizo recordar sus palabras. Desde luego, él nunca
hubiera imaginado que algún día un visitante de España me hiciera sen
tir de esa manera. Les agradezco muchísimo todos sus esfuerzos para
completar la traducción en español y espero con ansia su publicación.
Desde esta mañana el invierno ha regresado a Kioto dejando el paisaje
cubierto de nieve. En estos días de frío cuídense mucho, y no olviden ve
nir a vernos de nuevo».
30
Prefacio
De los seis ensayos que componen este libro, los cuatro primeros y
parte del último han sido publicados previamente en la serie Conferencias
sobre la religión contemporánea (vols. 1 , 2, 4 Y 6, Tokio: Sóbunsha, 1 954-
1 955) . En un principio se me pidió que escribiera un artículo para el pri
mer volumen bajo el epígrafe «¿Qué es la religión?» pero me di cuenta
de que lo que había escrito no expresaba adecuadamente lo que quería
decir y continué en un segundo artículo con un título diferente. Aún me
parecía que no había hecho j usticia al tema, por lo que continué escri
biendo hasta que concluí cuatro ensayos. Incluso entonces, sentí que de
bía decirse algo más sobre el asunto y, de ese modo, añadí dos ensayos
más, los cuales comprenden los dos capítulos finales de este libro. De es
ta forma, no tiene nada de extraño que estas páginas no posean la unidad
sistemática de una obra escrita desde el principio hasta el fin con un plan
preconcebido. A pesar de todo, espero que la obra consiga revelar la uni
dad de pensamiento que la recorre.
Me temo que algunos lectores tendrán la impresión de que el conte
nido de lo que sigue no se corresponde con el título. Al ver la palabra re
ligión en la cubierta y echar un vistazo al título del primer capítulo, ca
bría esperar el libro de un especialista en historia de las religiones que
analizase el tipo de fenómeno que caracteriza las diferentes religiones his
tóricas y que explicase los rasgos universales de lo que denominamos re
ligión. Creo que eso es precisamente lo que tenían en mente los editores
de Conferencias sobre la religión contemporánea cuando me propusieron una
contribución. Sin embargo, los contenidos reales y la línea de pensa
miento que se encuentran en estas páginas son de otra índole. Sugieren
que el fenómeno de la religión y la pregunta «¿Qué es la religión?» pue
den adquirir un sentido totalmente distinto al de esas expectativas: el in
tento de llegar a conclusiones propias planteando las preguntas que uno
mismo se hace. En una primera aproximación, el autor parte de las pre
guntas de algún otro, trata su tema con objetividad científica y ofrece
31
conclusiones basadas en hechos históricos. En una segunda aproxima
ción, lo que se busca es lo que llamamos el «terruño» (moto) de la reli
gión , ahí donde surge del hombre mismo como sujeto, como ser vivo en
el presente.
Naturalmente, incluso en este segundo caso es necesario fundamen
tarse en los hechos que nos han sido transmitidos desde el pasado. Pero,
al mismo tiempo, existe la actitud adicional de encontrar explicaciones
que sean convincentes para uno mismo como individuo de hoy en rua , y
de dirigir, en ese sentido, la propia atención más a lo que debe ser que
simplemente a lo que ha sido. La postura de dirigir la propia mirada del
presente al pasado se complementa con la de dirigirla del presente al fu
turo. Desde este enfoque, el significado fundamental de la religión -qué
es- no es concebido en términos de una comprensión de lo que ha sido.
Nuestras reflexiones tienen lugar en la frontera en donde comprender lo
que ha sido se convierte constantemente en una investigación de lo que
debe ser; y, por el contrario, en donde la concepción de lo que debe ser
no deja de ser una aclaración de lo que ha sido. Es en este sentido, y de
acuerdo con mis propios intereses , como he interpretado la pregunta que
señala el punto de partida del primer capítulo. Por tanto, desde el prin
cipio mi interés ha sido qué significa plantear la cuestión «¿Qué es la re
ligión?».
La indagación sobre la religión aquí ensayada se desarrolla a través de
los problemas que se consideran ocultos en la base de la frontera histórica
de lo que denominamos mundo moderno, con el objeto de ahondar en el
fondo de la existencia humana y, al mismo tiempo, buscar de nuevo las
fuentes de la realidad misma. Al hacerlo, me sitúo de lleno en tierra de na
die, a caballo entre los dominios de lo religioso y lo antirreligioso, o irre
ligioso (el desinterés por la religión será aquí considerado como algo que
ya implica alguna clase de relación con ella) , en un ámbito incierto y fluc
tuante. En tanto que se está tratando la religión como un todo, no inten
to apoyarme en los principios o doctrinas de alguna religión en particu
lar, y cualquier observación hecha al respecto puede ser considerada como
explicativa de la discusión principal. Puesto que los puntos de vista anti
rreligiosos o irreligiosos se oponen o expresan su falta de interés por la re
ligión en general, y no simplemente por alguna en concreto, se deduce
obviamente que una investigación sobre asuntos religiosos, desde el pro
pósito general descrito arriba, debe cuestionar la religión como tal.
32
Ya que en la modernidad el concepto universal de religión llegó a ad
quirir un significado propio, forzosamente tuvo que nacer lo que ahora
denominamos ftlosofia de la religión. En este sentido, puede decirse que
los ensayos aquí reunidos siguen la dirección de las ftlosofias de la reli
gión anteriores. Con todo, desde la época de los sistemas clásicos del si
glo XIX, todas las filosofias de la religión se han basado en algo inmanente
al hombre, como la razón, la intuición o el sentimiento. En mi opinión,
desde entonces ha resultado imposible mantener ese punto de vista, da
da la naturaleza de las preguntas que mientras tanto han hecho surgir el
pensamiento del último Schelling, Schopenhauer, Kierkegaard, o inclu
so Feuerbach y Marx, y, principalmente, a causa de la aparición de pos
turas como el nihilismo de Nietzsche. Por consiguiente, aquí nuestras
consideraciones se sitúan en el punto en que las ftlosofias de la religión
anteriores han dejado de funcionar o han sido superadas. De esta mane
ra, puede decirse que discurren junto a las filosofias de la existencia con
temporáneas, las cuales incluyen un punto de vista de una u otra clase de
trascendencia.
Por último, este libro trata directamente algunos conceptos budistas
fundamentales, como siinyatii y karma, y hace uso de cierto número de
términos relacionados con determinadas sectas budistas, como «llegar a
ser manifiesto», «circumincesióm, «emergencia a la naturaleza de», etc.
Pero perrnítanme repetir: esto no quiere decir que desde el principio se
adopte una postura sobre las doctrinas del budismo como una religión
concreta o sobre las de una de sus sectas. He tomado prestados estos tér
minos sólo en tanto que iluminan la realidad, la esencia y la actualidad del
hombre. Por tanto, extraídas del marco de sus determinaciones concep
tuales tradicionales, han sido utilizadas más bien libremente, y en alguna
ocasión -aunque no se indique en cada caso-, han sido introducidas pa
ra sugerir correlaciones con conceptos de la ftlosofia contemporánea.
Desde el punto de vista de las determinaciones conceptuales tradiciona
les, esta forma de emplear la terminología puede parecer a veces des
cuidada y a veces ambigua. En la medida de lo posible es mejor evitar
problemas de este tipo, aunque no siempre lo es cuando se intenta, co
mo en este caso, adoptar un punto de vista a un tiempo dentro y fuera
de los confines de la tradición. Con respecto a esto, no puedo más que
confiar en la indulgencia del lector.
33
Un gran número de personas han hecho todo lo posible para la pu
blicación de este libro, entre las cuales me gustaría destacar aquí los nom
bres de Minamoto Ry6en y Ohora Masakazu. Por su amable ayuda y du
ro trabaj o, expreso mi más sincera gratitud.
Keiji Nishitani
Kioto, Japón
34
sd
La religión y la nada
-
1 . ¿ Q u é es l a religión?
I
planteando preguntas como éstas, ahí también emerge la necesidad de la
religión. En suma, la relación que tenemos con la religión es contradic
toria: para quienes no es una necesidad, precisamente por esa razón es una
necesidad. De ninguna otra cosa puede decirse lo mismo.
A la pregunta ¿por qué necesitamos los conocimientos y las artes? po
demos contestar que son necesarios para el progreso de la humanidad, pa
ra la felicidad de los hombres, para el cultivo de lo individual y así suce
sivamente. Con todo, aunque digamos por qué los necesitamos eso no
implica que no podamos pasar sin ellos. Los conocimientos y las artes
pueden ser indispensables para vivir bien, pero no lo son para vivir. En
este sentido, pueden ser considerados un lujo.
Por otra parte, el alimento es necesario para la vida. Nadie se dirigi
ría a otro para preguntarle por qué come. Bien, quizás un ángel o algún
otro ser celestial que no tuviera necesidad de comer podría hacer esas
preguntas, pero no los seres humanos. Obviamente la religión no es de la
clase de necesidad del alimento, a juzgar por la mucha gente que en con
diciones normales pasa sin ella, sin que esto signifique que sea meramen
te algo que necesitamos para vivir bien. La religión tiene que ver con la
vida misma. El hecho de que nuestras vidas concluyan en la extinción o
en la consecución de la vida eterna es un asunto de la máxima impor-
37
.
tancia para la vida misma. No puede decirse de la religión que es un lu
jo en ningún sentido porque, en efecto, es una necesidad indispensable
para mucha gente que no la ve como tal. El rasgo distintivo de la religión
reside en que se sitúa al margen de la mera vida de la naturaleza y de la
cultura. Por tanto, decir por ej emplo que necesitamos la religión en aras
del orden social, del bienestar humano o de la moral pública, es un error
o, al menos, una confusión de prioridades. La religión no debe conside
rarse desde el punto de vista de la utilidad, sino de la vida. Una religión
que se preocupa principalmente por su utilidad es testigo de su propia de
generación. Uno puede preguntarse por la utilidad de cosas como el ali
mento para la vida natural o los conocimientos y las artes para la cultura.
De hecho, esta pregunta por la utilidad debería ser una preocupación
constante en este tipo de cuestiones; nuestro modo de ser cotidiano se re
duce a estos niveles de vida natural y cultural. Sin embargo, la necesidad
de la religión, el hecho de que sea algo imprescindible para la vida hu
mana consiste en que quiebra y trastoca el modo de ser cotidiano, ade
f
más de devolvernos a la fuente elemental de la vida d nde la vida misma
es vista como inútil.
Sobre lo dicho deberían advertirse dos aspectos. Primero, la religión
es siempre un asunto individual que afecta a la persona. Esto la sitúa al
margen de cosas como la cultura que, aunque se relacione con lo indivi
dual, no tiene por qué afectar personalmente. De acuerdo con esto, no
podemos entender la religión desde fuera de sí misma. La clave para en
tenderla es la búsqueda religiosa; no existe otra forma. É ste es el aspecto
más importante a considerar en relación a la esencia de la religión.
Segundo, desde el punto de vista de la esencia de la religión, pregun
tar cuál es su fin para nosotros es un error que delata claramente una ac
titud que intenta entenderla al margen de la búsqueda religiosa. Esta pre
gunta debe ser sustituida por otra que provenga del interior de la propia
persona que la plantea: no hay otro camino que pueda conducir a una
comprensión de la religión y al propósito que sirve. La pregunta de sen
tido opuesto que lleva a cabo esta sustitución es la que plantea «¿con qué
fin existo?». Podemos preguntarnos de cualquier otra cosa qué fin tiene
para nosotros, pero no de la religión. En lo que se refiere a las demás co
sas podemos hacer de nosotros mismos un telos como individuos, como
hombres o como humanidad y evaluarlas en función de nuestra vida y
nuestra existencia. Podemos ponernos en el centro y medida del signifi-
38
cado de todas las cosas como contenidos de nuestras vidas en tanto que
individuos/hombre/humanidad. Sin embargo, la religión altera la postu
ra desde la cual nos pensamos como telos y centro de todas las cosas, pues
en lugar de eso plantea como punto de partida con qué fin existo.
Advertimos la religión como necesidad o como algo imprescindible
para la vida sólo en los momentos en los que todo pierde su necesidad y
utilidad. ¿Después de todo, por qué existimos? ¿En última instancia,
nuestra existencia y la vida humana carecen de sentido? 0, ¿si todo tiene
un sentido o un significado, dónde lo encontramos? La búsqueda reli
giosa se despierta en nuestro interior cuando empezamos a dudar de es
ta forma del sentido de nuestra existencia, cuando comenzamos a cues
tionamos a nosotros mismos. Estas preguntas y la búsqueda se hacen
patentes cuando se resquebraj a nuestro modo de ser, según el cual pen
samos y consideramos todo, y se trastoca el modo de vida que nos sitúa
en el centro de todo. Por eso, la pregunta por la religión en la forma ¿por
qué la necesitamos? oscurece desde el principio el camino a su propia res
puesta, porque impide que lleguemos a cuestionarnos a nosotros mismos.
El momento en que las cosas necesarias para la vida, incluidos los co
nocimientos y las artes, pierden su necesidad y utilidad, aparece con los
problemas personales acuciantes como la muerte, la nihilidad o el peca
do, o en cualquiera de esas situaciones que suponen una negación funda
mental de nuestra vida, existencia e ideales, y privan de arraigo a nuestra
existencia poniendo en tela de juicio el sentido de la vida. Esto puede
ocurrir cuando nos enfrentamos cara a cara con la muerte por una en
fermedad o alguna otra cosa, o cuando el giro de los acontecimientos sus
trae a la vida aquello que hacía que mereciera la pena.
Tomemos como ejemplo a alguien para quien la vida se convierte en
sinsentido como resultado de la pérdida de un ser amado o por el fraca
so de una empresa en la que lo había arriesgado todo. Todo aquello que
una vez le había sido útil no sirve para nada. El mismo proceso tiene lu
gar cuando uno se encuentra cara a cara con la muerte y la propia exis
tencia se pone de relieve contra el trasfondo de la nihilidad. Multitud de
preguntas surgen a la vez: ¿por qué he estado vivo?, ¿de dónde vengo y
adónde voy? Aquí aparece un vacío que nada en el mundo puede llenar,
un amplio abismo se abre en el suelo sobre el que uno se sostiene. Fren
te a este abismo, ninguna de las cosas que constituían hasta entonces la sus
tancia de la vida conservan su utilidad.
39
De hecho este abismo se encuentra siempre a nuestros pies. En el ca
so de la muerte no nos encaramos a algo que nos espera en un futuro si
no a algo que viene al mundo con nosotros desde nuestro nacimiento.
Nuestra vida choca con la muerte a cada paso; todo el tiempo mantene
mos un pie plantado en el valle de la muerte. Nuestra vida permanece en
el borde del abismo de la nihilidad, al cual puede regresar en cualquier
instante. Nuestra existencia es a la vez una no-existencia, oscila desde y
hacia la nihilidad, feneciendo sin cesar y sin cesar recobrando su existen
cia. Esto es lo que se denomina el devenir incesante de la existencia.
La nihilidad se refiere a aquello que vuelve en sinsentido el sentido de
la vida. Por eso, el que nos cuestionemos a nosotros mismos y el que sur
ja el problema de por qué existimos quiere decir que la nihilidad ha emer
gido del fondo de nuestra existencia y que ésta se ha convertido en una
p
cuestión relevante. La aparición de esta nihilidad indi a nada menos que
la conciencia de la propia existencia ha penetrado eH- nosotros con una
profundidad extraordinaria. \ I
Normalmente avanzamos en la vida con la mirada puesta en esto o en
aquello, siempre preocupados por algo dentro o fuera de nosotros. Estas
ocupaciones impiden que la conciencia se haga más profunda, bloquean
el camino hacia la apertura de ese horizonte en el que aparece la nihili
dad y en donde se cuestiona el propio ser. Esto sucede incluso con los
conocimientos y las artes, y con todas las ocupaciones culturales. Sin em
bargo, cuando este horizonte se abre, en el fondo de esas ocupaciones
que mantenían a la vida en movimiento continuo algo parece detenerse
y permanecer ante nosotros. Ese algo es el sinsentido, que se mantiene a
la espera, en el fondo de esas muchas ocupaciones que dan sen� a la
vida. É ste es el punto en el que el sentimiento de la nihilidad, fIuel sen
timiento de «todo es lo mismo» que encontramos en Nietzsche y en Dos
toievski, interrumpe el ritmo incesante de avance de la vida y lo hace re
troceder. En un dicho zen, se dice que este sentimiento «arroja luz a lo
que está directamente a nuestros pies».
En el desarrollo de nuestra vida cotidiana, siempre queda atrás el sue
lo a nuestros pies, pues nos rnovemos ininterrumpidamente hacia adelan
te; lo pasamos por alto. Retroceder para arrojar luz sobre lo que está a los
pies de uno mismo -«retroceder para llegar al sí mismo», como dice otro
antiguo dicHo zen- indica una conversión en la vida misma. Esta con
versión fundamental en la vida está ocasionada por la apertura del hori-
40
zonte de la nihilidad en el fundamento de nuestra vida, y representa na
da menos que la conversión del modo de ser egocéntrico (o antropocén
trico) , que siempre pregunta qué utilidad tienen las cosas para nosotros (o
para los hombres) , a una actitud que pregunta con qué fin existimos. Ha
cemos nuestra realmente la pregunta «¿qué es religión?» sólo cuando nos
encontramos en este viraje decisivo.
II
Podemos abordar la religión desde diversos ángulos , pues en sí es una
realidad multifacética. Comúnmente se define como la relación del hom
bre con un absoluto como, por ejemplo, Dios. Sin embargo, ya que esta
definición puede ser demasiado restrictiva hay quienes prefieren hablar,
por ej emplo, en términos de la idea de lo sagrado. No obstante, si se to
ma esta relación de forma más concreta todavía se sugieren otros ángulos
de aproximación. Podemos referirnos a la relación del hombre con Dios
como el abandono de la propia voluntad para vivir de acuerdo con la vo
luntad de Dios, o como la visión o el conocimiento de Dios , o bien, co
mo la revelación de Dios en uno mismo. Además, esta relación puede ser
pensada como la percepción inmediata de la dependencia absoluta de la
propia existencia hacia la existencia divina , o como el llegar a ser uno con
Dios del hombre. También puede opinarse que sólo en la religión el hom
bre llega a ser de verdad él mismo, alli donde el sí mismo encuentra su
«rostro original». Por otra parte, es posible considerar la esencia de la re
ligión como hace Schleiermacher en sus Reden über die Religion [Sobre la
religión] , como intuición de lo infinito en lo finito, como una «intuición
del universo». Por supuesto, cada una de estas perspectivas está abierta a
la crítica por varios motivos. En vez de discutirlas aquÍ , me gustaría abor
dar la religión desde un ángulo diferente y considerarla como un desper
tar a la realidad, o aún mej or, como una realización real de la realidad.
Con «realizar la realidad» me refiero a nuestro hacer real la realidad a
la vez que la realidad se hace real a sí misma en nuestra conciencia. La pa
labra inglesa realize (realizar) con su significado anfibológico de «actuali
zan> (actualize) y «comprender» (understand) es especialmente adecuada pa
ra lo que quiero expresar, aunque el sentido de «comprender» (understand)
no connota necesariamente el sentido de la realidad al venirse a realizar
en nosotros. Sea como fuere, uso el término para indicar que nuestra ca
pacidad para percibir la realidad supone que la realidad se realiza (actua-
41
liza) a sí misma en nosotros; ésta es la única forma en la que podemos rea
lizar (apropiar a través del entendimiento) el hecho de que así la realidad
se está realizando en nosotros , y que, al hacerlo, tiene lugar la autorreali
zación de la realidad misma.
De esto se sigue que la realización, en este sentido de apropiación , di
fiere del conocimiento filosófico. No hablo de conocimiento teórico si
no de apropiación verdadera (el proprium tomado aquí como el abrazar la
totalidad del hombre: cuerpo y mente) . Esta apropiación verdadera pro
vee a nuestro modo de ser de su determinación esencial. La percepción
de la realidad es nuestro modo propio de ser real, y constituye la realidad de
nuestra existencia porque se da a la misma vez que la autorrealización
de la realidad misma. En este sentido, la realidad de nuestra eKÍstencia,
como apropiación de la realidad, pertenece a la realidad misma como su
autorrealización. Es decir, la autorrealización de la realidad sólo puede te
ner lugar al hacer que nuestra existencia llegue a ser verdaderamente real.
Sin duda , surgirá la pregunta de qué significa realidad. Si la pregunta
es formulada meramente en la forma acostumbrada como una petición
de conocimiento en espera de una respuesta simple y conceptual, enton
ces es poco apropiada para la realidad a la que me estoy refiriendo aquí.
La pregunta ha de ser devuelta a la realidad misma para que sea real, es
decir, formulada con la totalidad del yo: cuerpo rmente. La pregunta
que pregunta por la realidad debe convertirse en algo que pertenezca a la
realidad. De esta forma , quisiera intentar interpretar la búsqueda religio
sa como la persecución que el hombre lleva a cabo de la verdadera reali
dad de una manera real (esto es, ni teoréticamente ni en forma concep
tual, como hacemos en el conocimiento vulgar y en el filosófico) y, desde
la misma óptica, intentar responder a la pregunta por la esencia de la re
ligión siguiendo el proceso de la persecución real de la verdadera realidad.
42
G
Al pasar del punto de vista cotidiano al de las ciencias naturales, en
contramos que más que los sucesos y fenómenos, son vistos como rea
lidad los átomos, o la energía que los constituye o las leyes científicas
que regulan esa energía. El investigador de las ciencias sociales, por su
parte, podría postular que la realidad está basada en las relaciones eco
nómicas que toda actividad humana suscita. O un metansico podría ar
gumentar que todas esas cosas son únicamente las apariencias del mun
do fenoménico y que la verdadera realidad ha de ser buscada en las Ideas
que residen tras él.
El problema con estas realidades diversas es que carecen de unidad en
tre sí y que incluso parecen contradecirse. Por una parte, aun si se asume
que las cosas del mundo exterior son reales, en el fondo no pueden ser
separadas de las leyes matemáticas y de las ciencias naturales. El espacio
que ocupan las cosas del mundo exterior y los movimientos que ej ecu
tan se ajustan a las leyes de la geometría y la dinámica. En efecto, las co
sas no pueden existir lej os de esas leyes. Es más, nuestro dominio de esas
leyes subyace de forma evidente en la tecnología que hemos desarrollado
para controlar y mejorar las cosas. De manera similar, tanto los fenóme
nos de la conciencia como los sentimientos y los deseos no pueden ser
separados de las leyes de la fisiología y la psicología; ni tampoco las cosas
más concretas de la vida humana pueden ser consideradas al margen del
tipo de relaciones que las ciencias sociales consideran reales.
Por otra parte, ningún naturalista negaría que los alimentos que come
o los niños que se sientan a su mesa son realidades individuales. Ningún
sociólogo moderno dejará de considerar real la admiración que siente por
una escultura griega o la tristeza que experimenta durante la estación de
lluvias. En este aspecto el científico no difiere de los hombres de la anti
güedad. Lo mismo puede decirse del metansico. En efecto, la relación en
tre las ideas y los objetos sensibles, el problema más largamente debatido
en la metansica, conduce a la discusión de decidir qué es lo real.
En resumen, hay graves discrepancias y contradicciones entre los di
versos puntos de vista de la vida cotidiana, la ciencia, la fuosona y lo que
cada uno de ellos dice sobre lo real. Lo que el científico considera real
desde el punto de vista de su ciencia y desde su experiencia en la vida co
tidiana está completamente reñido entre sí y sin embargo es incapaz de
negar ninguno de ellos. Decidir qué es lo verdaderamente real no es al
go tan simple.
43
•
La muerte y la nihilidad deben añadirse a las cosas ya mencionadas
pues también son reales. La nihilidad es la negatividad absoluta respecto
al ser de la diversidad de las cosas y los fenómenos a los que nos hemos
referido; la muerte es la negatividad absoluta respecto a la vida misma.
Por tanto, si se dice que la vida y las cosas son reales , entonces la muerte
y la nihilidad son igualmente reales l . Donde hay seres finitos -y todas las
cosas son finitas- debe haber nihilidad; donde hay vida, debe haber muer
te. Frente a la muerte y la nihilidad toda vida y toda existencia pierde su
certeza y su importancia como realidad, y se ven irreales. Desde tiempos
inmemoriales el ser humano ha expresado constantemente esa fugaz tran
sitoriedad de la vida y de la existencia como un sueño, una sombra , o la
trémula neblina del calor veraniego.
Luego esto nos lleva a otro sentido de lo real completamente diferen
te de los diversos significados discutidos hasta ahora. Como ejemplo de
este sentido de lo real recupero un pasaje de Memorias de la casa muerta
de Dostoievski , que deja constancia de cómo un día de verano durante
el periodo de encarcelamiento del autor, mientras trabajaba transportan
do ladrillos por la orilla del río, de repente, se quedó paralizado por el
paisaje circundante y le sobrevino una profunda emoción. �editar so
bre las estepas yermas y desoladas , el brillo del sol en lo alto del azul in
menso de la bóveda celeste y el canto lejano de la quirguis que flotaba en
su camino, río a través , escribe:
44
l E
la mujer que cuida de su rebaño, la pobre tienda, el pájaro que vuela- son
cosas con las que estamos en contacto en nuestras vidas cotidianas. Ha
blamos de ellas como cosas reales en el sentido corriente de la palabra, y
de ahí pasan a nuestras teorías científicas y filosóficas. Sin embargo, no es
frecuente que tales cosas comunes se conviertan en focos de una con
centración tan intensa, que acaparen nuestra atención hasta un punto ca
si anormal. Ni tan siquiera surgen de la reflexión científica o metaflsica.
Cosas que acostumbramos a tratar como reales le potenciaron su realidad
en una dimensión completamente diferente. Vio las mismas cosas que to
dos nosotros vemos, pero el significado de su realidad y el sentido de lo
real que experimentó en ellas al percibirlas tan reales, son del todo dife
rentes cualitativamente. Así fue capaz de olvidar su propia desdicha y
abrir los ojos al «mundo de Dios».
Más tarde, en El adolescente y en Los hermanos Karamázov, Dostoievski
nos dice que Dios puede ser hallado en una simple hoja al amanecer, en
un rayo de luz solar o en el llanto de un niño. Esta forma de hablar su
giere una gran armonía entre todas las cosas del universo que las hace ser
y las sostiene en dependencia y en cooperación mutuas, un orden místi
co que gobierna todas las cosas, por lo que Dios puede ser visto en las
cosas más triviales. Podemos decir que éste es el contexto en el que las
cosas cotidianas llegan a ser en el profundo sentido de lo real que tiene el
autor. Sabemos por Memorias de la casa muerta que su peculiar sensibilidad
estaba relacionada con la privación de la libertad de su vida en prisión;
sin embargo, la experiencia de este sentido de lo real no requiere cir
cunstancias tan particulares. Por el contrario, es una experiencia abierta a
cualquiera y a todos. Es lo que han venido testimoniando los poetas y las
personas religiosas de todas las épocas.
A pesar de que normalmente pensemos las cosas del mundo exterior
como reales, de hecho, no conseguimos estar en contacto con su reali
dad. Me atrevería a decir que en efecto no lo estamos. Nos resulta suma
mente excepcional fijar nuestra atención en las cosas tanto como para
perdernos en ellas; en otras palabras, convertirnos en las cosas que esta
mos mirando. Ver directamente a través de ellas el mundo de Dios o el
universo en su infinitud es aún más excepcional. Estamos acostumbrados
a contemplar las cosas desde el punto de vista del yo. Podría decirse que
las miramos desde el reducto del yo o que nos sentamos como especta
dores en la caverna del yo. Se recordará que Platón comparaba nuestra re-
45
lación ordinaria con las cosas con el estar atrapado dentro de una caver
na observando en sus paredes el ir y venir de sombras a las que se llama
realidad.
Considerar las cosas desde el punto de vista del yo es verlas siempre
como meros objetos , es decir, examinar las cosas desde fuera de la esfera
interna del yo. Esto quiere decir asumir una posición frente a las cosas
desde la cual el yo y las cosas permanecen separados uno de otro. Este
punto de vista de separación sujeto-objeto, u oposición entre interior y
exterior, es lo que llamamos el campo de la conciencia. Y en este cam
po normalmente relacionamos las cosas por medio de conceptos y repre
sentaciones. Por tanto, por todo lo que hemos dicho acerca de la reali
dad de las cosas, éstas no pueden manifestarnos verdaderamente su realidad
real. En el campo de la conciencia no es posible estar en contacto con las
cosas tal como son, esto es , reconocerlas en su propio modo de ser y en
su propio terruño. En el campo de la conciencia , el yo siempre ocupa la
escena central.
También pensamos en nosotros, en nuestros pensamientos íntimos,
sentimientos y deseos como reales. Sin embargo, también aquí se ha de
poner en duda si estamos en contacto de verdad con nosotros mismos , si
nuestros sentimientos, deseos , etc. , se nos presentan como son realmente
en sentido estricto y si deberían presentarse en su terruño y modo de ser
propios. Estamos separados de nosotros mismos , precisamente \ porque
siempre nos enfrentamos a las cosas desde un lugar separado de ellas y por
la distancia que de esta manera obtenemos. 0, dicho en términos positi
vos, sólo podemos estar en contacto con nosotros mismos mediante un
modo de ser que nos ponga en contacto con las cosas desde ellas mismas.
Por supuesto, estamos acostumbrados a colocarnos frente a lo que está
fuera y examinarlo desde dentro, y de este modo, a pensarnos como si es
tuviéramos en nuestro terruño y en contacto con nosotros mismos. Esto
es lo que se llama autoconciencia. A pesar de que el yo, de hecho, es ego
céntrico en su relación con el exterior, es un yo separado de las cosas y
encerrado en su propio interior. Es un yo que continuamente se enfren
ta a sí mismo de esta forma , siempre se coloca contra sí mismo, es decir,
como una cosa llamada yo y separada del resto de las cosas. É ste es el yo
de la conciencia en el que una representación suya , en la forma de una
cosa u otra, está interviniendo siempre impidiéndole estar en su terruño
real y verdaderamente. En la conciencia el yo no está en contacto consi-
46
b =
go mismo real y verdaderamente, y puede decirse lo mismo en el caso de
la conciencia interior de los sentimientos, deseos, y cosas parecidas.
Efectivamente las cosas, el yo, los sentimientos, etc., son reales. Sin
embargo, en el campo de la conciencia donde normalmente son toma
dos por reales, no están presentes en su verdadera realidad, sino tan sólo
en forma de representaciones. Mientras el campo de separación entre in
terior y exterior no sea derrumbado y mientras no tenga lugar una con
versión de este punto de vista, la ausencia de unidad y la contradicción
que comentábamos antes no puede salvarse y prevalecerá entre las cosas que
tomamos por reales. Una contradicción de este tipo se descubre, por ejem
plo, en la oposición entre materialismo e idealismo; pero se presenta in
cluso antes en el nivel del pensamiento; está ya bajo la superficie de nues
tro modo cotidiano de ser y de pensar. El campo que yace en la base de
nuestras vidas cotidianas es el campo de la conciencia: de una separación
esencial entre el yo y las cosas, dentro de la cual de ningún modo puede
tener lugar un auténtico hacerse presente de la realidad. La realidad en es
te campo aparece tan sólo en forma fragmentaria, en forma de contra-
'
dicciones en sí ineludibles.
Este punto de vista, que podríamos denominar mejor la autocontra
dicción de la realidad, ha ej ercido sobre nosotros un control poderoso,
sobre todo desde la aparición de la autonomía subjetiva del ego en los
tiempos modernos. Esta aparición se muestra de una forma más enérgi
ca en el pensamiento de Descartes, el padre de la fuosofia moderna. Co
mo es de todos sabido, Descartes establecía un dualismo entre la res cogi
tans (cuya esencia es e! pensamiento o conciencia) y la res extensa (cuya
esencia es la extensión fisica) . Por una parte, situaba al ego como una rea
lidad más allá de toda duda, que ocupaba la posición central respecto al
resto de lo existente. Su cogito, ergo sum expresa el modo de ser de ese ego
como afirmación egocéntrica de su propia realidad. Por otra parte, junto
con esto, las cosas de! mundo natural aparecían como comportamientos
sin vida en relación con el ego interior. Se convertían, por así decirlo, en
un mundo de muerte frío y exánime. Incluso los animales y el cuerpo
humano se pensaban como mecanismos.
Podríamos decir que la visión mecanicista del mundo, y su transfor
mación en algo inerte, estaba ya implícita en la identificación de Descar
tes de la materia con la extensión y en su consideración de esta extensión
como esencia de las cosas. Esto posibilitó la imagen del mundo que en-
47
.
contramos en la ciencia natural moderna y descubrió la manera de con
trolar la naturaleza con la tecnología científica. Pero tuvo otras conse
cuencias. Para el hombre egocéntrico, el mundo llegaba a parecerse mu
cho a una materia prima; con el manej o de su gran poder y autoridad
sobre el mundo natural , se rodeaba de un mundo frío y sin vida. Inevi
tablemente, cada ego individual se convertía en una isla solitaria y bien
fortificada que flotaba en un mar de materia muerta. La vida de la natu
raleza y de sus criaturas se extinguía; se secaba la corriente de vida que
fluía en el interior de los hombres y de todas las cosas y que los mante
nía en estrecha relación.
La idea de la vida como un vínculo vivo había sido central en la vi
sión del mundo precientífica, precartesiana. La vida entonces estaba viva
no sólo en el sentido de las vidas individuales sino, al mismo tiempo y de
una forma muy real, como algo que unía a padres e hij os, hermanos y
hermanas, y de ahí a todos los hombres. Era com si cada hombre indi
,
vidual naciera de la misma vida, como las hojas individuales de un árbol
que brotan, crecen y caen una por una, y todavía comparten por igual
la vida del árbol . No sólo los hombres sino todos los seres vivos pertene
cían al gran árbol de la vida. Incluso el alma (o psique) no era más que el
mostrarse de la vida: al aparecer como hombre, tomaba la forma de un
alma humana; al aparecer como planta y animal, tomaba la forma de alma
de aquella planta o animal , pues también se creía que las plantas y los ani
males tenían sus propias almas.
También se pensaba que una afinidad comprensiva regía entre las almas
del hombre y del resto, partiendo de que en el fondo la vida �inculaba a
todas las cosas individuales. Esta simpatía indicaba un contacto previo al de
la conciencia y más inmediato, lo que significaba que apuntaba al campo
del encuentro más inmediato entre hombre y hombre en el terreno de los
instintos e impulsos que subyacen en todo pensamiento, sentimientd y de
seo. Más aún, se creía que esta misma simpatía no existía únicamente en
tre los hombres sino entre todos los seres vivos. En otros términos, se pen
saba que la conexión vital que unía a los seres individuales unos con otros
aparecía como un campo de simpatía anímica entre individuos. Desde lue
go esta visión queda totalmente destituida por la moderna visión mecani
cista de la naturaleza. Sin embargo, ¿es motivo suficiente para descartarla
simplemente como anticuada?
Una noche de verano, un mosquito vuela desde el exterior hacia mi
48
L
habitación. Zumba alegremente, como si estuviera regocijándose por ha
ber encontrado a su presa. Con un simple movimiento lo coj o y lo aplas
to en la palma de mi mano y en ese momento final emite un sonido es
tridente de dolor. No hay otra palabra para describirlo: el sonido que
emite es diferente del aullido de un perro o de los gritos humanos , pero
en su esencia es el mismo sonido de dolor. Puede ser que cada uno de
esos sonidos no sea más que las vibraciones del aire moviéndose en dife
rentes longitudes de onda , pero todos ellos poseen una misma cualidad o
esencia que nos hace percibirlos como señales de dolor. Nuestra intuición
inmediata del dolor en el sonido de un mosquito ¿no tiene lugar en el
campo de la simpatía anímica? , además, ¿podríamos dejar de ver en esto
la antigua creencia de que los animales tienen alma? En este sentido, in
dependientemente de todo lo que defiendan los modernos fisiólogos me
canicistas o psicólogos funcionalistas ocupados en· intentar eliminar la
noción de alma , no podemos sino decir que hay algo, incluso en los ani
males , para lo que no tenemos otro nombre que uno que nos ha legado
el pasado: el alma.
Por supuesto, tan sólo el hecho de decir en qué debe consistir ese al
go es otro problema. Puede que ya no sea necesario pensar el alma co
mo una sustancia especial. Quizás incluso no sea posible continuar pen
sando en ella como algo con existencia independiente que se aloja
dentro del cuerpo. Este enfoque requiere considerar también el cuerpo
como algo independiente, como un objeto inánime con una existencia
propia separada del alma, lo que supone considerar al cuerpo y al alma
como sustancias distintas y, por tanto , intentar determinar cómo llegan a
umrse.
También puede abordarse la cuestión en sentido contrario. Por ejem
plo, Schopenhauer toma la «voluntad de vivir» como la «cosa en sí» y
considera al cuerpo, en tanto que organismo, como la objetivización de
esa voluntad , la forma bajo la que aparece al oj o humano. Bergson ex
presa una idea similar cuando dice que el cuerpo en su aspecto material
representa un punto de relajación para la tensión inherente a la vida se
gún avanza creativamente. En ambos casos los individuos aparecen como
individualizaciones de algo más -ya sea voluntad o vida- que está traba
jando en su interior. É sta es otra forma posible de considerar el alma. En
esta misma línea, los pueblos antiguos imaginaban que un alma podía
adoptar sucesivamente una variedad de cuerpos animales diferentes , creen-
49
cia que conducía a nociones como reencarnación y metempsicosis. Pue
de que queramos descartar tales ideas como fantasías extravagantes, pero
deberíamos ver todavía tras ellas la concepción del alma a la que nos aca
bamos de referir. ...
No podemos detenernos en la perspectiva de la vida preconsciente y
.. de la simpatía que hemos descrito, aún incluso admitiendo que no pode
mos mantener contacto con la realidad en el campo de la conciencia y de
la autoconciencia. De hecho, más de una religión se ha basado en el re
greso a ese nivel preconsciente, pero en él resulta imposible conseguir un
contacto más profundo con la realidad. En vez de regresar de este cam
po de la conciencia a uno preconsciente o subconsciente, necesitamos bus
car un punto de vista nuevo que pase a través del campo de la concien
cia derrumbándola, para ofrecernos un horizonte más amplio.
III
Es un hecho incuestionable que hoy día nuestro yo es un ego de tipo
cartesiano, constituido por la autoconciencia como lo que asegura el mun
do y todas las cosas que hay en él. La vida, la voluntad, el intelecto, etc.,
se asocian al ego como sus facultades o actividades intrínsecas. Somos in
capaces de concebir la subj etividad del individuo sin asignar al mismo
tiempo a cada individuo su propio ego, completamente independiente e
irremplazable. Designamos como suj eto a aquella entidad que de ningu
na manera puede ser hecha obj eto, o que nunca puede ser derivada de
otra cosa, sino que más bien es el punto de partida desde el cual puede
considerarse todo lo demás. La fórmula para expresarlo es, por supuesto,
cogito, ergo s u m o Sin embargo, esta frase célebre encierra un problema fun
damental. De entrada, Descartes tomaba el cogito como una verdad evi
dente de forma inmediata, la única alejada de toda duda y que por ello
podía servir como punto de partida para pensar todo lo demás. Puesto
que el cogíto, ergo sum era evidente en sí mismo, no veía en él ningún pro
blema; o sea, se quedaba satisfecho con pensar el cogito desde el campo del
propio cogito. Sin embargo, ¿no reside aquí en efecto una dificultad? El co
gito por su autoevidencia total ¿nos proporciona realmente un punto de
vista adecuado desde el cual pensarlo?, ¿esta autoevidencia no necesita
manifestarse en un nivel más elemental?
Con esto no pretendo sugerir que el origen del cogito se explique en
base a algo como la vida preconsciente de la materia aludida anterior-
50
mente. Un enfoque como ése está totahn¡ente alejado de la cuestión. El
hecho de que lo que conoce deba generarse desde lo conocido, o cons
tituirse por ello, es absolutamente inconcebible, ya que el conocimiento
implica siempre una trascendencia de lo que es conocido. Tampoco su
giero que el cogito se explique por algo como Dios. No tengo en mente
que el cogito pueda ser explicad", a partir de otra cosa, ya sea superior o
inferior, y, en definitiva , reducido a ella. Más bien pretendo volver al fun
damento de la subjetividad del cogito y considerar su origen desde un
punto en el cual la orientación del sujeto hacia su fundamento sea más
radical y vaya más al fondo que el cogito. El sujeto no puede surgir de al
go objetivo. Cogito, ergo sum puede ser la verdad directa más evidente, pe
ro ese campo desde el que pensamos el cogito debería ser el campo desde
el cual el cogito es todo menos evidente. La vía que conduce a sacar a la
luz el hecho evidente del cogito, lejos de ser una y única , no es más que
una de las formas posibles de examinar el hecho mismo, un punto de vis
ta filosófico entre otros. Más explícitamente , es la expresión de un modo
particular de ser de la época, es decir, el modo de ser egocéntrico. En
efecto, pensar el cogito, ergo sum partiendo del cogito, ergo sum -esto es , con
siderar la autoconciencia y su evidencia como reflejada en la esfera de la
propia autoconciencia- sólo es natural para el ego que es sujeto del cogito.
Podríamos decir, incluso, que este ego surge en un campo en el que la
autoconciencia se refleja a sí misma a cada momento. Por tanto, la evi
dencia de la autoconciencia -el hecho de que el yo sea evidente para sí
mismo- nos impone la necesidad de examinarla desde un campo que la
trasciende.
Como se mencionó antes , la evidencia del cogito no puede derivarse
del campo de algo que sea completamente otro respecto al ego, ya sea es
te algo la vida, la materia o Dios. Pero porque este ego es considerado
como autoconciencia que se refleja a cada momento y el cogito es consi
derado desde el punto de vista del propio cogito, se convierte en un mo
do de ser encerrado en sí mismo. En otros términos , el ego equivale al
yo en estado de autoapego.
Además , esto explica cómo surgen en el sí mismo problemas que tie
nen sus raíces en la esencia del modo de ser egoísta. Pensemos en la di
versidad de dudas , ansiedades y demandas éticas, filosóficas y religiosas re
lacionadas con la esencia del modo de ser del ego. Por ejemplo, el egoísmo,
la bondad y la maldad de la naturaleza humana , el mal radical y el peca-
51
do, la soledad y la pérdida de identidad en la sociedad, la posibilidad del
conocimiento, y la búsqueda de salvación o liberación son cuestiones re
lacionadas con el modo de ser del ego que está centrado y absorto en sí
mismo. Las cuestiones de este tipo y su propio modo de ser se convier
ten con el tiempo en interrogantes para el ego. Cogito, ergo sum es la más
evidente de las verdades de forma inmediata pero, al ser considerada des-
..
de. el campo del cogito, resulta problemática y, en un nivel más fundamen-
tal, dudosa. Su autoevidencia se convierte en una especie de decepción o
falacia para sí misma, ya que la comprensión del ego ha sido bloqueada
desde su propio fundamento elemental. Este proceso se halla implícito
desde el principio en el origen del propio ego.
Por esta razón, la autoconciencia del cogito, ergo sum requiere ser pen
sada sin abandonar su subjetividad y proceder desde un campo, que he
venido denominando elemental, más básico que la autoconciencia. Por
supuesto, al decir pensar no me refiero al tipo de pensamiento objetivo
común. Pensar el ego desde un campo elemental supone que el ego mis
mo descubre de forma subjetiva un campo elemental de la existencia en
su interior. En otras palabras, se puede hablar de un ego que llega a ser
un sí mismo realmente, esto es, un despertar elemental. Esta forma de
pensar el cogito es pensamiento existencial: un pensamiento más elemen
tal debe señalar un modo de ser del yo más elemental. Desde esta pers
pectiva, el cogito, ergo sum cartesiano puede asegurar su propia verdad só
lo cuando se derrumbe el campo de la autoconciencia y se abra a través
de un campo del sí mismo más elemental, pues donde esto no tiene lu
gar, el yo de esa autoconciencia llega a ser al final, para él mismo, false
dad y desilusión.
Esta cuestión sale a la luz en la filosof1a antigua y de manera especial,
y de un modo más acusado, en la religión. Por eso la religión es el des
cubrimiento de la problemática del modo de ser del yo cotidiano; en ello
reside el significado especial que tiene la religión. En este sentido la reli
gión también ha sido el camino de un gran ego cogito elemental para cla
rificar el ego s u m o
Para explicar esto de forma más concreta, intentaré comparar el mé
todo de duda que adopta Descartes para llegar a su cogito, ergo sum con la
duda religiosa. La duda y la incertidumbre aparecen en la antecámara de
la religión, pues son Visibles, por ejemplo, en las cuestiones mencionadas al
principio de este capítulo referidas a la vida y la muerte del yo y a la tras-
52
cendencia de todas las cosas que van y vienen en el mundo. La incerti
dumbre fundamental sobre la existencia de uno mismo y de los demás es
tá contenida en el dolor por la pérdida defmitiva de un ser amado. Esta
duda adquiere diversas formas y se expresa de varias maneras. Por ej em
plo, el zen habla del «hacerse presente de la gran duda». Su caracteriza
ción de «grande» parece depender, por algún motivo, del contenido de la
duda misma. Seguramente el asunto de mayor preocupación, y el más
elemental, es la condición de incertidumbre básica en cuanto a la exis
tencia humana en el mundo y la existencia del yo y de los demás, así co
mo el sufrimiento que implica. Como dice un refrán chino «nacimiento
y muerte: el gran asunto». La palabra «grande», entonces, puede referirse
también a la conciencia de nuestro modo de ser y a la manera de existir
como respuesta a este «gran asunto». Este aspecto es el más significativo.
Como se observó antes, despertamos a la muerte o a la nihilidad cuan
do las vemos en nuestro interior, como constitución de la base de nues
tra vida y de nuestra existencia. Despertamos a su realidad cuando las ve
mos como la extensión más allá del dominio subjetivo, yaciendo ocultas
en el fondo de todo lo existente, en el fondo del mundo mismo. Este des
pertar implica algo más que una mera mirada contemplativa a la muerte
y la nihilidad; implica que uno realiza su presencia en su propia existen
cia a partir de la nihilidad en el fundamento de su existencia, desde la úl
tima frontera de su propia existencia. La realización de la nihilidad, según
esto, no es otra cosa que la realización del sí mismo. No se trata de ob
servar la nihilidad objetivamente, o de concebirla en una representación,
más bien es como si uno mismo llegara a ser esa nihilidad, y, al hacerlo,
la advirtiera desde los límites de su propia existencia.
Por lo tanto, este despertar a sí mismo del que estamos hablando aquí
no es autoconsciente, sino, más bien, es la explosión del campo de la
conciencia y de la autoconciencia. La conciencia es el campo de relacio
nes entre las entidades caracterizadas como el yo y las cosas, es decir, el
campo de los seres donde la nihilidad que yace bajo el fondo del ser per
manece ocultada. En este nivel, incluso el yo en su subjetividad todavía
es representado sólo como yo autoconscientemente, lo que le somete a
un tipo de objetivación que sólo lo comprende como un ser. El yo es ca
paz de alcanzar una subjetividad que no puede ser objetivada en modo
alguno sólo cuando derrumba el campo de la conciencia, el campo de los
seres, y se sitúa en la base de la nihilidad. É sta es la realización elemental,
53
que tiene un alcance más profundo que la autoconciencia. El yo llega a
ser un sí mismo en un sentido más elemental cuando se sitúa subjetiva
mente en el campo de la nihilidad (uso el término «situar» y me refiero a
la nihilidad como campo, pero de hecho, literalmente, no existe un lugar
en el que situarse) . Cuando esto sucede, el ser de uno mismo es anulado
junto con el ser de todo lo demás. Anular no quiere decir que simple
mente todo esté aniquilado, sino que la nihilidad aparece en la base de
todo lo existente, el campo de la conciencia con su separación de lo in
terior y lo exterior es superada subjetivamente y la nihilidad se revela en
la base de lo interior y lo exterior.
Esta apertura de la nihilidad es una realización elemental de la subje
tividad. La presencia de la nihilidad no es subjetiva en el sentido restric
tivo de un fenómeno de la conciencia que se confronta con el mundo fe
noménico objetivo. Tampoco es meramente un hecho psicológico. El
hacerse presente de la nihilidad es más bien una presencia real de aquello
que, de hecho, está ocultado en el fundamento del yo y de todo lo que
hay en el mundo. Esta nihilidad se halla encubierta en el campo de la
conciencia y no puede hacerse presente realmente; no obstante, al hacer
lo, todo lo que se consideraba en ese campo como realidad externa e in
terna llega a ser irreal en su verdadera realidad: es anulado, pero no ani
quilado. La existencia del yo y de todas las cosas se convierte en un signo
de interrogación. Esta realización subjetiva elemental va más al fondo que
la evidencia de la autoconciencia que se limitaba a sí misma, como una
reclusión en sí misma. Es una conciencia que sólo puede emerger en la
realidad de una Existenz que sobrepase los límites del ser, que resida en el
más allá de lo que la psicología puede aprehender, en tanto que es, pre
cisamente, todo cuanto hay en el más acá del sujeto.
De esta forma, hablamos del yo como duda cuando derrumbamos y
atravesamos el campo de la autoconciencia y el de los seres para aparecer
en el de la nihilid�d; en otros términos, cuando la propia existencia y el
ser de todas las cosas son transformados en un signo de interrogación ale
jado de toda distinción entre interior y exterior (en un más allá que está
más cerca que el más acá) . Esto es lo que podríamos llamar «el yo cuando
duda». Aquí llegamos a algo fundamentalmente distinto de las dudas coti
dianas que experimentamos con las cosas, o sea, con los asuntos objetivos.
También difiere fundamentalmente de la duda entendida como un estado
de conciencia. Me estoy refiriendo al momento en el cual la nihilidad, que
54
yace oculta como una realidad en el fundamento del yo y de todas las co
sas, se hace presente como una realidad del yo, de manera tal que la pro
pia existencia junto al ser de todas las cosas se convierte en una única du
da. El yo llega a ser la gran duda cuando se diluye la distinción entre el
que duda y lo dudado, cuando el campo de tal distinción es superado.
La llamo «grande» , porque su preocupación no se limita al yo aislado
de la autoconciencia, sino que abarca al mismo tiempo la existencia del
yo y de todas las cosas. Por tanto, esta duda no puede ser entendida co
mo un estado de conciencia, sino sólo como una duda real que se pre
senta al yo en el fundamento del yo y de las cosas. Esta duda se presenta
como realidad cuando surge de las profundidades del fundamento del yo
y del mundo. Cuando se aparece al yo, lo hace inevitablemente fuera de
todo control de la conciencia y de la voluntad arbitraria del yo. El yo en
su presencia llega a ser duda, realiza la duda sobre la realidad. Esto es el
«hacerse presente de la gran duda». A través de ella , el yo se apropia de la
incertidumbre que reside en el fundamento del yo y de todas las cosas.
También puede ser llamada «duda del yO)) , aunque no es el yo el que
duda. En la terminología budista se conoce como la «duda de samadhú)
(recogimiento) . Por supuesto, en pocas ocasiones puede aparecer esta cla
se de duda de forma pura y radical, pero en todos los casos el patrón bá
sico se mantiene idéntico: la duda del yo sobre una cosa u otra se refleja
sobre sí mismo. Digamos, como ej emplo, que me siento vencido por la
inquietud y la ansiedad porque estoy empezando a cuestionarme las ideas
o la forma de vida que desde siempre había asumido como correctas; o el
momento en que de repente la sinceridad de alguien que amo es puesta
en tela de juicio -de esta forma , las propias dudas sobre algún asunto con
creto conducen al estado de la aparición real de la duda en el yo, en el
cual, el yo y el objeto de sus dudas se unen en el fondo uno con otro.
Siempre que para el yo la duda llegue a ser existencialmente seria, y algo
real, comportará el «hacerse presente de la gran duda)) .
En mi opinión, sólo es característico del modo de vida religioso el he
cho de que se avance persistentemente en dirección a que la duda se con
vierta en una realidad para el yo y se le presente realmente. É sta sería la
diferencia básica entre la religión y la filosofia . Por supuesto una duda real
de este tipo puede hacer su aparición en la skepsis filosófica, pero la filo
sofia tiende a transferirla al ámbito de la reflexión teorética y a buscar
dentro de sus confines una explicación y una solución al problema.
55
h
Descartes se dedicaba a un proceso de duda metódica desde el princi
pio, cuando estudiaba la posibilidad de dudar de todo ya que todo se nos
presenta bajo la sospecha de ser un sueño ilusorio o el - truco de un genio
maligno, y de este modo, al considerar que la propia duda era la única co
sa fuera de toda duda, llegó a la conclusión (agito, ergo s u m o El proceso de
la duda metódica es, fundamentalmente, distinto del hacerse presente de
la gran duda. La duda metódica no puede ser el tipo de duda en la que
el yo y las cosas son transformados en una única duda; ni la duda que se
hace presente al yo como la realidad básica del yo y las cosas , y tampoco
es la verdadera realización que adviene dentro de uno mismo, en la cual
el yo realiza (se apropia de) la incertidumbre fundamental del yo y de to
das las cosas.
A su vez , el (agito de Descartes no pasaba por los fuegos purgativos en
los que el propio ego es transformado junto a todas las cosas en una úni
ca gran duda. El cogito era concebido, simplemente, desde el campo del
cogito, y por eso la realidad del ego como tal no podía sino convertirse en
irrealidad. La realidad del cogito y del sum, junto con la realidad de todas
las cosas , sólo puede aparecer como verdaderamente real , al pasar por esos
fuegos purgativos y atr<lvesar la nihilidad que se presenta en el fundamen
to del ego, pues únicamente entonces esta realidad puede ser actualizada
y apropiada. Si estamos de acuerdo en que la fliosofia cartesiana es la pri
mera ilustración del modo de ser del hombre moderno, podemos decir
también que representa el problema fundamental oculto en ese modo.
Siguiendo esta misma línea, sería erróneo considerar la aparición de la
gran duda como una especie de estado psicológico que tiene lugar en el
curso de los ejercicios religiosos , aunque hoy día un gran número de per
sonas religiosas parecen verlo así. El yo en el estado de duda está recogi
do firmemente sólo en la duda, para excluir todo lo demás y llegar a ser
la pura duda misma (samadhi) . Se consigue mientras no se trate ya de la
pregunta de un yo que duda de algo en el campo de la conciencia , sino
más bien de un momento en el que el campo de la conciencia ha sido
borrado. Por supuesto, cuando uno se concentra de esta manera en la du
da, este estado muestra de hecho su lado psicológico. Por ejemplo, tenemos
ese sentimiento de concentración , o llegamos a ser lo que experimenta
mos , cuando hablamos de sentir un dolor «lo suficientemente profundo
como para olvidarse del mundo y de uno mismo con él» , o de una ale
gría que «hace agitar las manos y bailar los pies». Sin embargo, no im-
56
porta si lo denominamos concentración o samadhi , no se trata simple
mente de un estado que se pueda explicar sólo psicológicamente, lo que
está concentrado y recogido no es la psyche de la psicología. Es más , cuan
do hablo de traspasar el campo de la conciencia no me estoy refiriendo
al inconsciente, ya que el inconsciente, con todo, no abandona el campo
de la conciencia.
Un monje llamado Ting Shan-tso (pronunciado Joj oza en japonés) le
preguntó una vez al famoso maestro zen Lin-chi (en japonés , Rinzai)
«¿cuál es la esencia del budismo?)). Lin-chi le dio una bofetada y le apar
tó de un empujón. Ting Shan-tso se sumió repentinamente en un esta
do de recogimiento, y permanecía tan inmóvil y en tal completo olvido
de sí que un monje cercano tuvo que recordarle que se inclinase ante su
maestro. En el momento de hacer la reverencia dij o que había alcanzado
la gran iluminación. Ese olvido de sí , inmóvil , no indica un mero estado
psicológico. Es la gran realidad, instantánea , a la que me refería anterior
mente, que se hace presente y toma completa posesión de la mente y el
cuerpo. Aquí tenemos el hacerse presente de la gran duda. Este tipo de
aparición radical probablemente es resultado de una gran oportunidad
que se presenta tras muchos ej ercicios religiosos. Sin embargo, reiteran
do lo que dije antes , cada duda que es verdaderamente real , incluso si no
es tan evidente como la duda de Ting Shan-tso, contiene algo semejan
te. Existen diferencias de profundidad y de intensidad, pero cualitativa
mente hablando, en términos de su carácter existencial, vienen a ser la
rrusma cosa.
De entre las muchas alusiones en la literatura zen al estímulo de la
gran duda , me gustaría destacar aquí un pasaje de los Sermones de Taku
sui del siglo XVIII:
El método para ser practicado es como sigue: vas a dudar sobre el sujeto que
en ti oye todos los sonidos. Todos los sonidos, en un momento dado, son oídos
porque ciertamente hay en ti un sujeto que oye. A pesar de que puedes oír los
sonidos con tus oídos, los agujeros de tus orejas no son el sujeto que oye. Si lo
fueran, los muertos también oirían los sonidos . . . Debes dudar profundamente,
una y otra vez, preguntándote a ti mismo qué podría ser el sujeto que oye. No
atiendas a pensamientos ilusorios ni a las ideas que se te pueden ocurrir. Tan só
lo duda más y más profundamente, recogiendo en ti mismo toda la fuerza que
hay en ti, sin aspirar a algo o esperar algo de antemano, sin intentar ser ilumina-
57
do e incluso sin intentar no intentar ser iluminado; llega a ser un niño en tu pro
pio corazón . . . Aún así, sin embargo, sigue dudando, encontrarás imposible loca
lizar al sujeto que oye. Debes explorar aún más lejos, únicamente allí donde no
hay nada para ser encontrado . Duda profundamente, desde un estado de con
centración, no mirando ni hacia delante ni hacia atrás, ni a derecha ni a izquierda,
llega a ser por completo como un muerto, descuidado incluso de la presencia de
tu propia persona. Cuando este método sea practicado más y más profunda
mente, llegarás a un estado de ser de completo olvido de ti, y de vacío. Sin em
bargo, incluso entonces debes sacar a relucir la gran duda, «¿cuál es el sujeto que
oye?», y duda aún más a fondo, siendo todo el tiempo como un muerto. Y des
pués de esto, cuando ya no adviertas tu ser, del todo como un muerto, y no seas
ya consciente del procedimiento de la gran duda, sino que te conviertas en una
gran masa de duda por los cuatro costados, de repente, llegará un momento en
el que emergerás a una trascendencia llamada la gran iluminación, como si hu
bieras despertado de un gran sueño, o como si, habiendo estado completamen
te muerto, de repente hubieras resucitado.
58
la gran muerte el cielo y la tierra se renuevan» y «Bajo la gran muerte, la
gran iluminación». Como en el caso de la duda, esta iluminación debe
ser una iluminación del yo, pero al mismo tiempo debe señalar un des
prendimiento del modo de ser en el cual el yo es visto como agente. Es
ta iluminación se presenta a sí misma como real, desde el único funda
mento del yo y de todas las cosas. Es su verdadera realidad porque en ella
todo se presenta tal como es, en su tathata.
La realidad que aparece en el fondo de la gran duda y la anula no es
otra cosa que nuestro «rostro original». Para ver «el cielo y la tierra reno
vados» hay que mirar el rostro del yo original. Es la realización (actuali
zación y apropiación) plena de la realidad del yo y de todas las cosas. Es
la «gran sabiduría» de la que habla la religión, la sabiduría que es en rea
lidad un aspecto del propio modo de ser religioso. Volveremos a este asun
to más tarde.
IV
Junto con este tratamiento de la muerte y la nihilidad, debemos tener
presentes además al mal y al pecado como cuestiones elementales para el
hombre y considerarlos como problemas de la realidad. Lo habitual es
también plantear preguntas sobre estas cosas simplemente desde el cam
po de la conciencia. En concreto, nos referimos al yo como el que co
mete el mal, sobre todo cuando tiene que ver con alguien más, pero tam
bién aun cuando solamente estamos involucrados nosotros. De hecho,
hacemos del yo y del mal dos realidades separadas, o en el mejor de los
casos, imaginamos el yo como si fuera el tronco de un árbol del cual pro
ceden las hojas y de las ramas el mal. Esta dicotomía aparece, porque pen
samos el yo y el mal por medio de representaciones que se adecúan a ellos
en el campo de la conciencia.
No obstante, el mal y el pecado se hacen presentes como realidades,
real y verdaderamente, sólo cuando son constituidas más allá del campo
de la propia conciencia. Kant estaba pensando en ese campo cuando con
cebía el «mal radical» como algo que tenía sus raíces en el fundamento del
sujeto mismo -en el «fundamento subjetivo último de todas las máxi
mas»- y como un «acto inteligible» (intellgible
i ThatY del mismo sujeto,
aunque como aquel que precede a todas las acciones temporales y las ex
periencias del sujeto. Por el contrario, solemos asociar el mal y el pecado
con acontecimientos del mundo de la experi�ncia temporal. Detenerse
59
aquÍ es f�arse en las hojas y las ramas y, sin embargo, olvidarse de las raí
ces.
La conciencia radical del mal adviene cuando se rastrea la fuente ele
mental de los males particulares temporales hacia el fundamento mismo
de la propia existencia. Cuando Kant dice que el «mal radical» precede a
todas las experiencias temporales como algo que tiene sus raíces en el
fundamento del sujeto, no quiere decir que presuponga una mera prece
dencia cronológica, como hacemos, por ejemplo, cuando hablamos del
«tiempo anterior a nuestro nacimiento». Quiere decir que llegamos a ser
conscientes del mal como algo que reside directamente bajo el tiempo
presente, como algo que desde dentro del tiempo lo resquebraja; esto es,
que realizamos el mal en el fundamento transtemporal del sujeto. O di
cho de otra manera, el mal aparece en la realidad del fundamento de la
propia existencia, en aquel «momento» al que Kierkegaard se refiere co
mo «el átomo de eternidad en el tiempo».
Puesto que el mal se hace presente a sí mismo en el fundamento del
propio sujeto, no podemos quedarnos satisfechos con hablar del mal co
mo algo que el yo comete. Es algo sustancial que se presenta tal como es,
en el fundamento de la existencia del yo. No puede ser comprendido
desde el punto de vista del yo como agente; en este sentido, no puede ser
apresado por el yo, porque precisamente se hace presente a sí mismo co
mo una realidad tal como es. Incluso el mal radical no es algo que venga
al yo desde alguna parte exterior al yo, sino que pertenece sólo al pro
pio sujeto como realidad que hace sentir su presencia en el fundamento
del sujeto. El mal radical hunde sus raíces de forma elemental en el fun
damento del sujeto, que a través de su realización (conciencia) del mal ra
dical, recibe en su propio fundamento la realización (actualización) del
mal tal como es. Por eso Kant no pudo sino concebir el mal radical co
mo acto inteligible.
De este modo, el mal puede ser realizado en un sentido verdadera
mente subjetivo, es decir, en su realidad o tal como es, más allá del cam
po de la c�:mciencia en el que podemos referirnos al yo como el que ha
cometido el mal. Sólo entonces el mal del yo es susceptible por primera
vez de ser apropiado verdaderamente. Un mal del propio yo, cuya reali
zación elemental es el yo, no es simple y exclusivamente un mal del yo.
No es un mal inmanente sólo al ego, aislado autoconscientemente. Co
mo Kant había visto ya en el caso del mal radical y Kierkegaard con el
60
pecado original, este mal o pecado es característico de la humanidad co
mo un todo y, al mismo tiempo, pertenece a cada individuo. Este mal
oculto en el fundamento en donde el yo está junto a todas las cosas (o
bien , con todas las cosas vivas, o, al menos , con toda la humanidad) se
presenta a sí mismo como una «gran realidad» en el fundamento subjeti
vo del yo. Justamente esto lo hace una realidad.
Además esto explica por qué el budismo piensa el mal en términos de
karma «desde el tiempo pasado sin principio» y avidya (la oscuridad de la
ignorancia) , y por qué el cristianismo empieza con la idea de un pecado
original transmitido de generación en generación. Cada uno de estos
conceptos contiene una percepción real del mal y del pecado. En el cris
tianismo se dice que la existencia pecadora del hombre es resultado del
pecado de desobediencia de Adán contra Dios , y a su vez, éste es inter
pretado como si nosotros mismos hubiéramos cometido el pecado en
Adán. Esto supone, de forma más subjetiva y existencialmente, que tan
to la pecaminosidad del yo como la de toda la humanidad se hacen pre
sentes, en un sentido elemental , como una realidad y, que esta realidad
como tal se actualiza y se apropia en nuestro sí mismo. Esto es, por de
cirlo así , una apropiación del mal de todos los hombres desde el mal del
yo y, al mismo tiempo, una apropiación del mal del yo desde el mal de
todos los hombres. Las nociones budistas de karma y avidya deberían ser
tomadas como señales que apuntan hacia el mismo sentido de la realidad
del mal.
Sólo en la religión el mal y el pecado se hacen presentes tal como son ,
como realidad. El crimen y el mal son asuntos discutidos por las ciencias
sociales, como el derecho y la economía, así como por diversas ramas de
estudios de la cultura , sin embargo, son tratados en su mayoría de forma
objetiva. En el ámbito de la ética se convierten , principalmente, en pro
blemas, en el sentido subjetivo del término, pues, por vez primera , se re
lacionan con el sujeto de cada persona individual y se convierten en asun
tos de responsabilidad individual. Tan sólo en la ética el modo de ser
personal se revela a cada sujeto individual.
La llamada teoría del condicionamiento medioambiental del crimen y
del mal aparece cuando la moral y la ética son diluidas y reducidas a cues
tiones sociales y culturales. De acuerdo con esta teoría, el mal y el cri
men causados por los seres humanos son completa responsabilidad de su
entorno. Decimos que la sociedad tiene la culpa. Esta manera unidirec-
61
cional de ver las cosas bloquea al hombre el camino del despertar perso
nal y, paradój icamente, hace de la vida social el mayor mal. De aquí el
sentido especial de la ética y la necesidad de una educación moral.
A pesar de la importancia de la ética , todavía trata el pecado y el mal
únicamente desde el campo del ego, como algo que el yo ha cometido.
Hay situaciones en las que este tratamiento es adecuado, pero sus limita
ciones impiden al pecado y al mal aparecer en su verdadera realidad. En
la ética , el hombre no alcanza una apropiación del mal y del pecado del
yo mismo, que sólo es posible en la religión. y por esto Kant, que había
considerado el mal en su ftlosofia moral sencillamente como la inclina
ción hacia el amor propio inmanente en el hombre, no pudo eludir el
concepto de «mal radical» en su filosofia de la religión. Esto nos remite
de nuevo a la diferencia básica entre la ética y la religión , paralela a la di
ferencia entre la religión y la ftlosofia apuntada en la discusión sobre la
duda.
Aquí se puede recordar ahora la famosa controversia entre Karl Barth
y Ernil Brunner sobre el problema del pecado original. En oposición a
Barth, para quien la «imagen de Dios» en el hombre estaba totalmente
corrompida por el pecado original, Brunner reconocía esta corrupción
total, pero iba más allá para argumentar la causa: el aspecto formal de la
imago Dei sobrevive a la corrupción para proporcionar un «punto de con
tacto» (Anknüpfungspunkt) con la gracia divina. Sin embargo, si tomamos
el pecado como una «gran realidad» , en el sentido comentado antes de
que se hace presente en el fundamento del propio ser más allá del yo
consciente, entonces , se hace imposible separar la forma del contenido en
la propia existencia (y aún menos en el ser humano) que es la actualiza
ción de aquel pecado. La propia existencia como un todo (de la humani
dad en general) debe ser asumida como corrupta.
Aunque la corrupción total fuera la última palabra sobre la condición
efectiva de la imago Dei en el hombre, quedarían sin respuesta algunas pre
guntas: ¿cómo puede el hombre buscar a Dios y cómo puede saber que
lo ha encontrado? , ¿cómo puede tener conciencia del pecado ? , ¿cómo
puede oír la llamada de Dios? Por tanto, aquel «punto de contacto» , que
Brunner intentaba sugerir, no es algo infundado. Por otra parte, si pone
mos algún límite a la totalidad de la corrupción del interior del hombre
nos arriesgamos a distanciarnos de la verdadera pecaminosidad humana,
por lo que el lugar de contacto debe estar presente de alguna manera en
62
el interior de la misma corrupción total. Creo que este lugar debe ha
llarse en la conciencia del hecho de la propia corrupción total. Tal
conciencia señalaría la realización (actualización y apropiación) de la im
potencia absoluta del yo para producir su propia salvación de la muerte
espiritual del yo en pecado, o de la nihilidad misma. Cuando el yo logra
ver la actualización del pecado como una «gran realidad» y el pecado es
apropiado, entonces la consiguiente desesperación -esto es, la pérdida de
toda esperanza en una posibilidad de escape y el despertar del yo a su na
da y a su impotencia- necesita verse como una nada convertida en un
campo de alguna manera capaz de recibir el amor redentor de Dios. To
da esta esperanza en el poder del yo se ha revelado como desesperanza
que no le abre ningún horizonte de posibilidad, y de hecho equivale a la
posesión total del yo por el pecado, a su identificación con el pecado y a
su transformación en pecador. No obstante, en el caso de la realización
anfibológica del pecado vemos aparecer la nada del yo para servir como
locus (como el espacio XÓJpa del que habla Platón en el Timeo) en el
- -
63
"""g ii
mismo, tomando la forma de un siervo») para salvar a una humanidad pe
cadora. La nada que se ha constituido en la realización (apropiación) del
pecado puede ser pensada como correlativa a esta kenosis divina.
La aceptación del amor divino es denominada fe. Esta fe, a pesar de
que sigue siendo todo el tiempo una fe del yo, es fundamentalmente dis
tinta de la fe del sentido común que sitúa al yo como su agente. En el uso
ordinario, la fe es un acto representado por el yo, inmanente a él y sur
gido de su interior como una intencionalidad hacia algún objeto. Sucede
de igual forma aún si nos referimos al creer en uno mismo. La creencia
en todas sus formas no sale del campo de la conciencia y de la auto
conciencia. No obstante, la fe en la religión surge sólo en un horizonte
en que este campo ha sido superado y el marco de constitución del ego
ha sido derrumbado; el pecado llega a ser realizado dentro del yo y de to
dos los hombres , o de todos los seres sentientes (sattva). De este modo, la
fe, que implica la salvación como conversión desde ese pecado, debe ser
también una «gran realidad».
En este sentido, en el cristianismo y en el budismo podemos hallar el
concepto de fe como una realidad. En el cristianismo, la fe es considera
da como una gracia que fluye del amor divino. El budismo distingue en
tre dos tipos de fe profunda: la fe en su sentido primordial vista como la
transferencia del «poder del voto original» (esto es, la voluntad salvífica)
del Tathiigata (Buda) en dirección a todos los seres sentientes. Se conoce
como fe dharma que, cuando a su vez se encuentra con el despertar al pe
cado humano, se convierte en fe humana. En el cristianismo, la fe en Cris
to significa ambas cosas: el testimonio y la apropiación del hombre del
amor redentor de Dios , y también la actualización y el testimonio de
Dios en el hombre de su propio amor divino. En ambos aspectos , la fe es
la acción del Espíritu Santo como amor de Dios que establece un víncu
lo real entre el hombre y Dios, actualizado y apropiado en la fe. Como
está escrito: «El que se une al- Señor se hace un solo espíritu con él» (1
Cor 6, 1 7) En el budismo, el nombre de Amida es tomado como signo
del cumplimiento del voto de compasión del Buda y, de hecho, es el
nombre para la unidad del Buda y de todas las cosas. La actualización de
la «gran compasiÓn» de Buda y el testimonio de la fe por parte de los se
res sentientes son considerados como realidad, como una sola realización,
cuando el nombre de Amida viene a la mente y es pronunciado por los
labios de los seres sentientes. En este aspecto, prestemos atención a un pa-
64
saje del Shüjisho de Kakunyo, un texto de la tradición del budismo de la
Tierra Pura:
Sin la práctica del devoto que abre su corazón a la fe en el nombre del voto
del Buda Amida de salvarlo todo y no abandonar a nadie, la promesa no sería
cumplida plenamente . Sin el voto del Buda de salvarlo todo y no abandonar a
nadie, ¿cómo se cumpliría plenamente el deseo del devoto para un renacer en la
Tierra Pura? Por eso se dice, «¿no es el voto el nombre y el nombre el voto? ¿no
es el voto la práctica del discípulo y el discípulo el voto?».
65
I cado elemental, desde el mismo fundamento de su ser. Así, abre paso a la
nihilidad y a la muerte espiritual implícita en el pecado y, de ese modo,
posibilita al ser humano heredar la vida eterna.
El amor del que habla Jesús es como una espada: «Quien quiera salvar
su vida, la perderá, pero quien pierda su vida por mí, la encontrará» (Mt
1 6 , 25) . La fe, como actualización-en-Ia apropiación del amor de Dios
comprende necesariamente el amor al prójimo, y además, este amor ad
quiere el significado de la espada. Cuando san Pablo usa la palabra
(JEÓ7TVEVUTO<;, «inspirado por Dios» (2 Tim 3, 1 6) , no quiere decir que
tengamos el aliento del Espíritu Santo en nuestro interior, sino que nues
tro verdadero ser llega a ser «aliento de Dios», a través del aliento (espira
ción) del propio Dios. É sta es la realidad de la fe y el renacimiento en ella.
Los antiguos expresaban una idea similar en el dicho «el canal se forma
con el agua que fluye». Es decir, el agua no fluye en una vía dada llama
da hombre, sino que fluye libremente por su propio camino, y así forma
su propio canal llamado «el hombre nuevo». La realidad de este renaci
miento, de esta nueva creación, es la afirmación absoluta nacida de la ne
gación absoluta. Para el hombre que ha renacido, alentado con el aliento
de Dios (el Espíritu Santo) , el amor al prójimo debe tomar el carácter del
amor que es al mismo tiempo la espada, y la espada que es al mismo tiem
po el amor. Así es como la fe y el amor deben ser en el mundo, si se man
tienen como testimonios del amor de Dios que dice de sí mismo: «Aqué
llos a quienes amo, reprendo y castigo» (Ap 3, 1 9) .
E n el budismo s e dice que «quien reza para nacer en la Tierra del Eu
da renacerá y residirá allí en un estado de no-regresión». En el momen
to en que brota un acto puro de fe, esta fe se constituye como estado de
no-regresión a través del cual el creyente entra en un estado de «recta
confirmaciÓn» . Es de este modo, porque esta fe no es meramente un ac
to consciente del yo, sino una actualización, en el interior del yo, de la
realidad a la que nos hemos estado refiriendo. Es llamado estado de no
regresión, porque es el momento en el cual el creyente entra en la certi
dumbre del renacimiento instantánea e irremisiblemente. En aquel «áto
mo de eternidad en el tiempo», la posibilidad del renacimiento es
transformada en una necesidad por el poder del voto original del Euda.
En la frase «el renacimiento inmediato en la Tierra Pura», la palabra «in
mediato» enfatiza la instantaneidad del momento de la conversión en el
que la transitoriedad ilusoria del karma, que se extiende sin principio
66
rrl
desde el tiempo pasado, es absolutamente negada, y el renacimiento en la
Tierra Pura está garantizado y confirmado.
Anteriormente utilicé la expresión «átomo de eternidad en el tiempo»
en referencia al momento del despertar del sí mismo al mal radical en el
fundamento de la subjetividad. Entonces también señalé que la nada del
yo se hace presente en ese despertar al mal y llega a ser el locus de la con
versión. La consecución directa del nacimiento a la Tierra Pura debe re
presentar un momento del mismo tipo en el que tenga lugar una metá
naia. Es el momento de la conversión al nacimiento a través de la muerte,
en el cual la negación y la afirmación absolutas son una, como indican
frases como las siguientes: «El primer instante es recibir, por la fe en el
voto original, el fin de la vida; el siguiente instante, es alcanzar directa
mente el nacimiento en la Tierra Pura, es el principio inmediato de la vi
da». É ste es el momento del firme abandono al Buda Amida en un acto
puro de fe. Por lo tanto, como escribe Zendo (en chino, Shan-tao) en el
Hanshüsan: «Cuando inclinamos nuestras cabezas en veneración al Buda,
todavía estamos en este mundo; cuando las alzamos, hemos entrado ya en
el reino de Amida».
Hasta ahora nos hemos referido a diversas cosas como reales: cosas,
acontecimientos y procesos mentales. Sin embargo, también hemos dicho
que su realidad puede hacerse presente como su realidad original, en la que
esas cosas son en sí mismas, tan sólo en un horizonte en el que el campo
de la conciencia ha sido traspasado, y hemos mencionado en qué consiste,
al final, este horizonte. Hemos indicado brevemente que la nihilidad se ha
ce presente cuando el campo de la conciencia es superado y que esta nihi
lidad también es real, aún cuando esto quiera decir que las cosas y los pro
cesos mentales se vuelvan irreales.
Luego surgieron los problemas de la duda y del pecado y el mal, que
tratamos como casos de la nihilidad que emergen en la forma de un des
pertar espiritual en el fondo del ego autoconsciente (esto es, en el fun
damento de lo que normalmente es pensado como subjetividad). Tam
bién nos referimos a la cuestión de la fe como una conversión desde la
duda o desde el mal y el pecado. Destacamos que, aunque todas esas co
sas nos pertenecen como nuestras, en primer lugar son reales en sí mis
mas y sólo llegan a ser nuestras realmente cuando podemos despertar al sí
mismo en ellas, en otros términos, cuando se nos presentan tal como son.
67
En este sentido, lo que dijimos a propósito de la conversión o de la me
tánoia, y de la negación y afirmación absolutas , es un asunto de la pro
pia realidad y surge en el interior de la «gran realidad». Efectivamente, es
ta realidad no es algo meramente objetivo y separado de nosotros; si lo
fuera, estaríamos en el campo de la conciencia. Cuando nos lanzamos a
la realidad del mal o de la fe, de tal forma que llegamos a realizar en no
sotros su actualidad , tiene lugar una conversión dentro de la misma reali
dad siendo nosotros su eje : experimentamos una metánoia real.
Finalmente, nos referimos a Dios y a Tathagata (Buda) a propósito del
problema de la creencia. Aquí, a la cuestión de qué es lo real verdadera
mente se le añade una nueva dimensión; sin embargo, antes de llevar más
lejos esta cuestión, primero me gustaría decir algo sobre el tema del ateís
mo moderno.
v
Venimos haciendo alusiones a Dios a pesar de que una de las pregun
tas de nuestra época es si existe o no un Dios. No es que el ateísmo no
existiera en la antigüedad , pero hay cualidades especiales del ateísmo con
temporáneo que lo hacen distinto a como era antes. Nos encontramos en
un momento en el que el ateísmo ha sido elevado a la posición de servir
como sustituto de las religiones teístas; en el que pretende servir como
fundamento último para nuestra existencia y señalar el telos último de la
vida humana; y en el que, de acuerdo con esto, ha venido a darse como
el único punto de vista comprehensivo y suficiente para el hombre mo
derno. Este desarrollo es visible en el marxismo y en el existencialismo
ateo. Como ejemplo de este último, podemos examinar el existencialis
mo que Sartre presenta como un humanismo.
Para Sartre, el existencialismo no es otra cosa que un intento de llevar
a las últimas consecuencias una posición atea coherente: «Queremos decir
que Dios no existe, y que de esto hay que sacar las últimas consecuencias»5.
Ya en el siglo pasado la gente decía que Dios se había convertido en una
hipótesis anticuada, inservible, y que era posible establecer, simplemente
desde el punto de vista del humanismo, una serie de valores a priori que
proporcionasen normas para la sociedad, la cultura , la moral, etc. Éste era
una especie de humanismo optimista en general , una de cuyas expresio
nes más vigorosas está fundada en la aproximación antropológica de Feuer
bach. Sin embargo, el humanismo de nuestra época, dice Sartre, es un
68
e
existencialismo que «piensa que es muy incómodo que Dios no exista»6.
Para ilustrar el punto de partida del existencialismo cita las palabras de
Dostoievski «si Dios no existiera, todo estaría permitido» .
Para Sartre, el fundamento d e l a existencia humana es la nada (néant).
La base del existencialismo está constituida por el hecho de que el hom
bre no encuentra nada a qué agarrarse, ni dentro ni fuera de sí mismo. Es
más: la razón por la que el existencialismo está basado en el ateísmo es que
hemos despertado al hecho de que la nada que encontramos en el fun
damento de nuestro ser es una con ese fundamento y es la base de nues
tra propia subjetividad. Por eso, Sartre describe el existencialismo como
un punto de vista subjetivo. El ateísmo, o la aftrmación de que el hom
bre no encuentra nada en qué conftar, dentro o fuera de sí mismo, apa
rece entonces como una profundización de la subjetividad humana.
Aquí, Sartre conecta con el ego cartesiano. En su opinión, desde el
punto de vista de ese ego, poseemos la verdad absoluta de la conciencia
despierta. No existe otra verdad que nos pueda servir como punto de
partida. A pesar de que Descartes tomaba su punto de partida de una
vuelta al ego del cogito, ergo sum, su ego no tenía más opción que postu
lar a un Dios más allá de sí mismo, un Dios cuya veracidad estaba fuera
<fe toda duda. Para Sartre, el ego está constituido sobre una nada subje
tiva, y la existencia del yo, como una res cogitans, despierta desde el fun
damento de esta nada. Sartre, aún tan comprometido, como Descartes,
con la autoconciencia del ego, ha trasladado el fundamento de esta au
toconciencia de Dios a la nihilidad y del teísmo al ateísmo. En este tras
lado vislumbramos la distancia que el hombre moderno ha recorrido
desde que empezó a seguir su propio camino hacia la conciencia de la
subj etividad.
Para Sartre, además, el vacío que deja ese algo a que agarrarse dentro
o fuera del yo apunta a la libertad del hombre. Como existencia fundada
en una nada y arrojada desde ella a su situación concreta, la existencia hu
mana es libre. El hombre está «condenado» a ser libre. Cada individuo eli
ge con esta libertad su propio modo de ser desde su situación concreta.
Con cada una de sus acciones se lanza a sí mismo hacia adelante, hacia el
futuro, como una sucesión de tareas, y haciendo esto se elige continua
mente como un yo. El hombre es un «proyecto». Esto es lo que Sartre
quiere decir con la existence del hombre (lo que yo he llamado Existenz) .
La existencia humana, en esta situación, sale de su propio ser y se queda
69
suspendida en la nada sin dejar de proyectar al yo fuera de sí mismo. Al
hacerlo así , la existencia humana es un modo de ser que «actúa» y eso
constituye su libertad.
Sartre nos dice que llama a su existencialismo humanismo, porque
cuando el hombre elige una existencia para su yo, elige al mismo tiempo
una imagen de lo que cree que debería ser el hombre. Al elegirse a sí mis
mo es por ello, y al mismo tiempo, un legislador para la humanidad7. Si ,
por ejemplo, el hombre decide que debería casarse y tener hijos, con esa
actuación no sólo se elige a sí mismo, sino que elige también una actitud
que toda la humanidad debería seguir. Establece una imagen del hombre.
El acto de elegir siempre está constituido de forma que comporta una
responsabilidad para uno mismo y también para toda la humanidad. Sar
tre sostiene que esto hace del existencialismo un humanismo.
Según la tradición cristiana , el hombre está creado a imagen de Dios.
La imago Dei es el ser esencial del hombre y precede a su ser particular.
Sin embargo, en el ateísmo de Sartre que contempla una nada en el fun
damento del yo, la noción de imago Dei como esencia del hombre es re
chazada; el punto de vista del existencialismo, según el cual la existencia
del hombre precede a su esencia, evidentemente viene a ocupar su lugar.
En otros términos , cuando un individuo concreto se toma a sí mismo co
mo un proyecto fundamentado en una nada y ha elegido un modo de ser
para sí mismo, no es Dios el que crea al hombre proveyéndole de una «ima
gen de Dios» como su esencia, sino que es el hombre quien crea una
«imagen de hombre» para sí mismo. É ste es el nuevo humanismo del exis
tencialismo.
Por tanto, este punto de vista es una consecuencia natural de la auto
conciencia del ego cartesiano en la que se instala el hombre moderno.
Puede decirse que el problema del punto de vista del ego del hombre mo
derno, que yace oculto desde el inicio, se ha hecho evidente inmedia
tamente en este desarrollo. Como he señalado anteriormente , aunque el
cogito, ergo sum sea el más real de los hechos de forma inmediata, su evo
lución hacia el punto de vista del ego del hombre moderno no es el re
sultado inevitable que parece a primera vista. Un problema sutil, y facil
mente no tenido en cuenta, se esconde baj o esta superficie. El punto de
vista del ego cartesiano está constituido por una duplicación del cogito en
la que éste es considerado desde su propio criterio. É ste se dirige a la sub
j etividad llegando a ser un yo silenciado dentro de sí: el yo se confina a sí
70
mismo de tal manera que no puede librarse de sí. La existencia de este yo
está marcada por un autoapego, como si uno se hubiera atado las manos
con su propia cuerda. Un yo oculto en tales profundidades reclama la li
beración de sí mismo. Esta liberación, la manifestación real de la realidad
del cogito y su sum, sólo es posible dentro de un horizonte en el que en
primer lugar la duplicación del cogito tiene que haber dejado de funcionar
y haber superado el campo de la conciencia y autoconciencia. De la mis
ma manera, la subjetividad sólo puede aparecer como primordial cuando
el punto de vista del ego cartesiano ha dejado de funcionar.
Sartre afirma que su teoría «es la única que da una dignidad al hom
bre, la única que no lo convierte en un objeto»8. Podemos apreciar sus
intenciones pero, como hemos advertido antes, mientras mantengamos el
punto de vista de la autoconciencia, perdura la tendencia a tomarnos a
nosotros mismos como objetos, no importa lo mucho que enfaticemos
la subjetividad. Es más, aun cuando la teoría de Sartre aparenta preservar la
dignidad del hombre en su independencia subjetiva y su libertad, me pa
rece que la dignidad real del hombre pertenece sólo a quien ha renacido,
sólo al «hombre nuevo» que surge en nosotros cuando nacemos a través
de la muerte, cuando atravesamos la nihilidad.
Sartre, además, describe la existencia del hombre como un proyecto
de ir continuamente más allá y fuera del yo, o como un modo de ser que
continuamente se excede a sí mismo. Reconoce ahí una trascendencia
que es una forma de ek-stasis: un estar fuera de sí mismo. Sin embargo,
para Sartre esta trascendencia no tiene el sentido de la de Dios. Esta tras
cendencia implica que la nada está constituida en el fondo de la propia
existencia, el hombre la usa como una plataforma desde la cual seguir
adelante más allá de sí mismo. Pero en tanto que Sartre sitúa la subjetividad
como el punto de vista del ego cartesiano, su nada no es la muerte de la
que habla Heidegger. El modo de ser de este ego no es un «ser para la
muerte». Tampoco es algo como la «gran muerte», a la que nos hemos
referido antes como el locus de la nihilidad que se manifiesta a través de
la gran duda, ya que esta duda apunta nada menos que a la quiebra del
ego cartesiano.
y aún menos estamos tratando con la noción budista de sünyata (<<na
da», «vacuidad») . La nada en el budismo es «no-ego)), mientras que la na
da en Sartre es inmanente al ego y en ella cualquier trascendencia debe
tener en cuenta que permanece apegada al ego. Sartre considera que su
71
nada está en el fundamento del sujeto, y la presenta como un muro en el
fondo del ego o como una plataforma a sus pies , lo que la convierte en
un principio básico que silencia al ego dentro de sí mismo. El ego se con
vierte en algo así como una cueva enorme y desolada, en virtud de esta
división que la nada sitúa en el fundamento del yo. Esto nos recuerda a
lo que una antigua tradición zen llama «la vida dentro de una montaña
negra» o «vivir en la caverna del demonio». Uno está retirado dentro de
la caverna del ego autoconsciente que tiene la nada en su fundamento. y
mientras esta nada está erigida como algo llamado nada en el fondo del
yo permanece lo que el budismo repudia por «vacuidad mal comprendi
da». A consecuencia de esto, nuestra existencia en esta vacuidad está sus
pendida en el vacío y su subjetividad es todavía más dinámica aun cuan
do se profundiza hasta su fondo. AquÍ la nada puede parecer una negación
del autoapego, pero de hecho es más bien al contrario, está potenciado y
ocultado. Esta nada puede parecer una negación del ser, pero mientras se
presente a sí misma como un objeto de la conciencia en forma represen
tativa -en otros términos , mientras el yo esté aún atado a ella- permane
ce en ella algún tipo de ser, algún tipo de objeto.
De hecho, esto es lo que normalmente queremos decir con nihilidad.
No puede ser una negación verdadera del yo y de todas las cosas, porque
exime al sujeto al cual está apegada a través de la negación, y por eso se
convierte en una especie de ser. Ni puede ser una afirmación verdadera
y efectiva del yo y de todas las cosas que las hace presentes como realidad
porque no es más que una mera negación , una simple nada que lo con
vierte todo en irrealidad.
En el budismo este tipo de nihilidad ha sido denominado «la vacuidad
de la perspectiva nihilizante)) , acentuando una vacuidad absoluta también
vacía de tal vacuidad. En esta vacuidad absoluta puede ser sobrepasado
por primera vez el campo de la conciencia, que considera al yo y las co
sas como realidades meramente internas o externas , así como la nihilidad,
establecida en el fundamento de este campo. AquÍ son superadas tanto la
perspectiva nihilizante, esa actitud meramente negativa hallada en cual
quier tipo de nihilismo, como también la perspectiva de constancia , la
actitud meramente positiva de todo tipo de positivismo y de realismo in
genuo. Todo apego es negado : son vaciados tanto el sujeto como la ma
nera en que las cosas aparecen como objetos de apego. Así todo está va
cío verdaderamente, lo que supone que todas las cosas se hacen presentes
72
-
a sí mismas aquÍ y ahora, tal como son, en su realidad original. Se pre
sentan a sí mismas tal como son, en su tathata, esto es, en su «no-apego».
Ver la nada en el fundamento de la existencia del yo a la manera de
Sartre, es ver el yo sin un fundamento en el que permanecer. Sin embar
go, la nada que supone que no hay fundamento se posiciona como un
muro que obstruye el camino de uno y que se vuelve de algún modo fun
damento, por eso podemos decir que aún hay un fundamento. Sólo la va
cuidad absoluta es el verdadero «no-fundamento» (Ungrund). En él todas
las cosas -desde una flor o una piedra a la nebulosa estelar y los sistemas
galácticos, e incluso la vida y la muerte mismas- se hacen presentes co
mo realidades sin fondo. Se revela su realidad sin fondo. La verdadera li
bertad reside en este no-fundamento, mientras que la libertad de Sartre
es todavía esclavitud, un hueco en el cual se proyecta el yo que queda afe
rrado como una estaca en la tierra. Éste es el punto de vista del apego.
Puede ser llamada libertad hasta cierto punto, pero en un sentido más ele
mental es la esclavitud más profunda.
Para Sartre, «solo hay realidad en la acción» y «cada hombre se realiza
al realizar un tipo de humanidad»9. El sentido de estas palabras debería ser
claro por todo lo que hemos dicho hasta ahora. No obstante, el caso es
que: ¿desde qué horizonte está referida aquí la acción para ser llevada a ca
bo? ¿Desde qué horizonte vamos a realizar el yo al realizar un tipo de hu
manidad? Para que la acción sea verdadera no puede detenerse en la nada
a la que se refiere Sartre. Por ej emplo escribe: «Cada uno de nosotros rea
liza lo absoluto al respirar, al comer, al dormir, o actuando de una mane
ra cualquiera. No hay ninguna diferencia entre ser libre [oo.] y ser absolu
tO»IO. Estas palabras suenan a las de un maestro zen, pero el hecho de que
actividades tales como comer, beber y dormir sean actividades absolutas en
sí mismas no es resultado de ese punto de vista. Tampoco la realización de
un tipo de humanidad es posible desde el punto de vista del humanismo
como lo entiende Sartre. Debe haber algo que indique la realización de
un hombre nuevo, que se origine en la negación absoluta de lo humano.
Nuestras acciones como individuos consiguen ser verdaderamente activi
dades absolutas cuando surgen en el horizonte que se abre tan pronto como
el hombre escapa de la cueva del ego ermitaño y atraviesa la nada en el
fundamento del ego, es decir, sólo cuando las acciones se hacen manifies
tas en aquel punto en el que se ha derrumbado el campo de la concien
cia, donde las acciones que se dicen del yo siguen siendo acciones del yo.
73
-
Es natural que un existencialismo de este tipo, que descansa sobre el
ego subjetivo cartesiano, provocase críticas desde el polo opuesto del ma
terialismo. Sartre, en el ensayo citado, incluye una discusión con un mar
xista que recalca el punto de vista materialista: «La realidad primera es la
realidad natural , de la que la realidad humana no es más que una función
[ . . . ]; la realidad primera es una condición natural y no una condición hu
mana»! !. No obstante, al contemplar las cosas de esta manera, resulta im
posible explicar la subjetividad del ego. Una crítica basada en ese punto
de vista no puede demostrar la comprensión suficiente de la existencia
humana en la que Sartre había estado insistiendo. Aun así esta crítica tie
ne su validez. Mientras no vayamos más allá del campo de una separación
fundamental de sujeto y objeto, surgirá un conflicto entre el considerar
el objeto desde el punto de vista del sujeto y el considerar el sujeto des
de el punto de vista del obj eto. En cualquier caso, como explicaba antes,
no conseguiremos estar en contacto con la realidad del yo ni de las cosas
real y verdaderamente.
VI
La postura del existencialismo ateo de Sartre no es , con todo, el pun
to de vista definitivo. Al contrario, el mundo de la religión cobra rele
vancia precisamente en el momento en que esa posición es traspasada. A
pesar de todo, existe un motivo por el que una postura como la de Sar
tre ha hecho su aparición: tenía que darse el modo humano de existen
cia propio del hombre moderno. y esto nos devuelve a un problema
contenido en el cristianismo.
El cristianismo ha considerado durante largo tiempo el modo de ser
egoísta , básico en la realidad humana , como una forma de desobediencia
frente a Dios , como un pecado original. La alternativa que ofrece es el
camino hacia un hombre nuevo, que antes que seguir su propia voluntad
renuncia a ella para seguir la voluntad de Dios , esto es que muere para su
yo para vivir en Dios. Aquí es donde el cristianismo sitúa la verdadera li
bertad del hombre. Esta libertad sólo puede acontecerle a quien obede
ce la voluntad de Dios. La autonomía del hombre sólo puede acontecer
j unto al reconocimiento y la sumisión a la autoridad de Dios , superior y
absoluta.
De cualquier modo, en los tiempos modernos el hombre empezó a
advertir su propia independencia como algo que no podía ser restringido
74
por ninguna autoridad, ni tan siquiera la autoridad de Dios. Los princi
pios de los ámbitos académicos , artísticos , políticos , éticos , etc. , se solta
ron de sus amarras religiosas y se pusieron a la deriva en la extendida se
cularización de la vida humana. Este alejamiento de las realidades de la
vida humana en la religión representa el problema fundamental de la his
toria del hombre moderno. Como resultado, el ateísmo surge en una di
versidad de opiniones y finalmente sirve como fundamento para el mo
do de ser subjetivo del mismo hombre , de manera que el punto de vista
del ateísmo ha sido subjetivizado.
Puede decirse que esta postura es una extensión natural de la
Geistesgeschichte (historia del espíritu) , la cual sostiene que sólo un punto
de vista como el ateísmo subjetivizado -el del hombre que no ve nada en
que confiar dentro o fuera de sí mismo y que advierte la nada en el fun
damento de su ser- puede ocasionar la Existenz y la libertad humanas.
No obstante, como ya se indicó , desde este punto de vista el hombre tro
pieza con un muro interno del yo, y su libertad se convierte en una pro
funda esclavitud. No podemos detenernos aquÍ , sino que debemos inda
gar el punto en el que se traspasa esta barrera y buscar allí el mundo de
la religión.
El punto de vista del cristianismo tradicional implica un alejamiento
de esta subjetividad advertida por el hombre moderno. ¿No podría ser
que en nuestro tiempo estas dos posiciones, que se excluyen mutuamen
te -la libertad del hombre llevada a cabo a través de una nada subjetiva y
un ateísmo subjetivizado, y la libertad religiosa aparecida en el cristianis
mo tradicional-, requieran una especie de síntesis? El cristianismo no
puede y no debe considerar al ateísmo moderno como algo que deba ser
meramente eliminado, sino que en lugar de esto debe aceptarlo como
una mediación hacia un nuevo desarrollo del propio cristianismo. Sea co
mo fuere, la pregunta que exige ser formulada es: ¿Hasta qué punto el
cristianismo ha llegado a ser tan problemático para el hombre moderno
como para hacerle avanzar en dirección a un alejamiento del cristianis
mo? Me gustaría considerar esta cuestión brevemente en relación a la vi
sión cristiana de Dios y, en concreto, a la trascendencia y al carácter per
sonal del Dios cristiano.
El cristianismo habla de una creatio ex nihilo: Dios lo creó todo desde
un punto en el que no había nada. Y, puesto que todas las cosas tienen
este nihilum en el fundamento de su ser, son absolutamente distintas de su
75
•
Creador. Esta idea es una expresión clara de la trascedencia absoluta de
Dios. La noción de un Dios que lo crea todo de la nada representa una
idea más avanzada de Dios, en comparación con la noción griega de un
demiurgo que creaba las cosas dando forma a una materia ya existente, y
nos capacita para concebir lo absoluto en Dios.
A su vez, este desarrollo hacía inevitable que la relación ontológica
entre Dios y las criaturas se convirtiera en un problema permanente del
cristianismo. En tanto que Dios es uno y el único ser absoluto, todas las
otras cosas consisten fundamentalmente en nada. Sin embargo, como no
hay otra posibilidad más que admitir que las cosas en efecto existen, la
pregunta que surge es ¿cómo considerar la relación entre su ser y el ser
absoluto de Dios? El problema era dificil y se propusieron para solucio
narlo nociones como la idea platónica de la participación y la idea de una
analogia entis. Hasta nuestros días el tema no ha sido resuelto a nivel con
ceptual.
Respecto a esto, lo más importante es que el problema debe transfor
marse en una pregunta existencial, en la Existenz del hombre religioso.
Consideremos por ejemplo la cuestión de la omnipresencia de Dios. San
Agustín señala en sus Confesiones: «El cielo y la tierra claman también que
no se hicieron a sí mismos»12. Estas palabras tomadas meramente a nivel
conceptual no llegan a expresar una opinión sobre la omnipresencia di
vina. Sin embargo, si todas las cosas nos proclamaran algo realmente y si
estuviéramos escuchando realmente lo que nos tienen que decir, se con
vertirían en una pregunta sobre nuestra propia Existenz. Y en ese caso,
¿qué querrían decir? Si las cosas nos están proclamando que fueron crea
das por Dios, entonces también nos están diciendo que ellas mismas no
son Diqs. Hasta aquí, no encontramos a Dios en ningún lugar del mun
do y, en vez de eso, encontramos la nihilidad de la creatio ex nihilo por to
das partes, en el fundamento de cada cosa que es. Esta nihilidad se man
tiene como un muro de hierro que separa absolutamente a Dios de todas
las cosas. De acuerdo con esto, encontrarse con esta nihilidad supone ne
cesariamente encontrar a Dios como un muro de hierro, con la negativi
dad absoluta de Dios: Dios no es sus criaturas; sus criaturas no pueden ser
Dios.
Al mismo tiempo, decir que las cosas existen como de hecho son, a
pesar de lo que significa esta nihilidad, desde el punto de vista de un cre
yente implica que en ellas se encuentran la gracia y el poder de Dios que
76
destruye esta nihilidad , otorgando el ser a las cosas y manteniéndolas en
la existencia. Las palabras citadas de san Agustín contienen este doble sen
tido del encuentro con Dios: en nuestra incapacidad para encontrar a
Dios hacia dondequiera que nos volvamos en el mundo, encontramos
a Dios , sin importar hacia dónde nos dirijamos.
Si la omnipresencia de Dios puede ser considerada en esta forma pa
radójica, ¿qué convierte, en un mundo así , a la Existenz del yo en un ser?
En última instancia, viene a ser esto: uno es presionado desde todas par
tes para tomar una decisión , tanto frente a un solo átomo, un grano de
arena o una lombriz. Todos y cada uno de nosotros estamos enfrentados
directamente contra el muro de hierro de Dios. Quien ha sido capaz de
tener fe, puede afrontarlo y superarlo. Sin embargo, incluso quien no ha
encontrado en su camino a Dios , no puede dejar de toparse con ese mu
ro de hierro dondequiera que mire , hacia dondequiera que se dirija; in
cluso al volverse hacia sí mismo no puede huir de Dios y de la negativi
dad absoluta que representa. La omnipresencia de Dios debe ser algo así.
La gente de antaño solía decir que si Dios lo deseara , el mundo entero
desaparecería en un instante y regresaría al nihílum. Dios es omnipresen
te como el que otorga el ser indulgentemente y lo retira del todo; así es
su pronunciar tanto el sí como el no absolutos sobre toda la existencia
creada.
De ahí que el encuentro existencial con la omnipresencia de Dios , a
quienquiera que le suceda , debe empezar con la sensación de haber sido
arrojado en medio de un desierto de muerte. Cuando el Dios omnipre
sente es aceptado desde el punto de vista existencial, se convierte en una
paradoja para la existencia del yo que encuentra a Dios en cada lugar y
en cada momento, como si estuviera en un desierto del que no puede es
capar, pero dentro del cual tampoco puede sobrevivir. Por tanto, la om
nipresencia de Dios debe hacerse presente como algo que nos priva de
un locus en el que permanecer en la propia existencia, de un locus en el
que poder vivir y respirar.
Se dice que nuestra existencia es pecadora, una existencia de rebeldía
contra Dios. No obstante, la relación ontológica entre nuestro ser y el ser
de Dios puede ser considerada en términos existenciales en el sentido
descrito. La omnipresencia de un Dios absolutamente trascendente pre
siona a nuestra existencia, nuestra Existenz , desde lo más cerca posible.
No nos permite ni avanzar ni retirarnos , sino que nos presiona para que
77
-
decidamos y se fija firmemente en las idas y venidas, en las nimiedades de
nuestra vida cotidiana.
En mi opinión, podemos entrever este tipo de condición existencial
en Moisés y en los profetas, y en figuras tales como san Pablo, san Fran
cisco de Asís y Lutero. No obstante, para el modo de pensamiento cris
tiano, la trascendencia de Dios va unida a representaciones e imágenes
que sitúan a Dios «arriba en el cielo» o «por encima de las nubes», man
teniéndose apartado de las criaturas y del mundo como un todo. ¿No re
sulta poco común para los cristianos aceptar la trascendencia de Dios des
de una postura existencial?, ¿no es más frecuente que la omnipresencia de
la trascendencia absoluta de Dios no sea aceptada como una presencia
confrontada- directamente con el yo? Sin embargo, como hemos venido
diciendo aquí, todos los seres creados proclaman que han sido creados por
Dios. Esto supone que no importa hacia dónde nos volvamos, pues Dios
no está aquí; a la vez, hacia dondequiera que nos dirijamos, nos encon
tramos cara a cara con Dios. Es decir, el Dios, ante quien toda la creación
es como nada, se hace presente a través de toda la creación. El cristiano
debe ser capaz de recoger un guijarro o una brizna de hierba y ver el mis
mo fuego arrollador de Dios y la misma columna de fuego, escuchar el
mismo estruendo ensordecedor y sentir el mismo «temor y temblor» que
experimentó Moisés.
Según la opinión común, el encuentro con la trascendencia absoluta
de Dios en el «temor y temblar» tiene lugar en una relación personal con
Dios a través de la conciencia del pecado. Lo que se encuentra en el mun
do creado rara vez parece ser tenido en consideración. La idea de perci
bir a Dios en todas las cosas del mundo normalmente es rechazada como
panteísmo, y se toma por correcta la visión del teísmo, que se basa en una
relación personal con Dios. No obstante, decir que Dios es omnipresen
te implica la posibilidad de encontrar a Dios en cualquier parte del mun
do, lo que no es un panteísmo en el sentido habitual del término, puesto
que no significa que el mundo sea Dios o que Dios sea la vida inmanen
te del mismo mundo, sino que un Dios absolutamente trascendente es
absolutamente inmanente.
El hecho de que una cosa haya sido creada ex nihilo, implica que ese
nihil es más inmanente a esa cosa que el hecho de que el propio ser de
esa cosa sea inmanente a la cosa misma. Por eso hablamos de inmanencia
absoluta. Es una inmanencia de una negación absoluta, por la que el ser
78
E
de lo creado está fundamentado sobre una nada y es contemplado bási
camente como una nada. Al mismo tiempo, es una inmanencia de una
afirmación absoluta , por la que la nada de lo creado es el fundamento de
este ser. É sta es la omnipresencia de Dios en todas las cosas que tienen su
ser desde una creatio ex nihilo. De ello se deduce que esta omnipresencia
representa para el hombre el motivo de la transposición de la negación
absoluta y la afirmación absoluta. Confiar el yo a este motivo, dejarse con
ducir por él como un morir para el yo y un vivir en Dios, es lo que cons
tituye la fe.
El advenimiento de Cristo puede ser considerado como la aparición
corpórea en el hombre de este motivo de conversión tal como ocurre en
el interior de Dios mismo. La proclamación evangélica de que el Reino
de Dios está muy cerca, presiona al hombre para que se decida a morir y
nacer de nuevo. El hecho de que en el Evangelio el Reino de Dios ten
ga una dimensión escatológica quiere decir que, desde el punto de vista
existencial , el motivo de la conversión del hombre, implícito en la om
nipresencia divina, le sitúa ante la exigencia de decidir en el acto: o la vi
da o la muerte eternas. É ste es el significado de lo que se dijo antes so
bre el amor de Cristo, que era a un tiempo una espada que mata al hombre
y una espada que le da la vida, lo que quiere decir que hay una corrien
te oculta que recorre todo el Evangelio, cuyo mensaje es que no impor
ta lo que el hombre sea o haga, pues está en contacto con la espada cor
tante de la decisión. Sólo de esta forma puede decirse que la escatología
es un problema de la Existenz humana. Quien muere y recobra la vida
con esta espada de agapé puede llegar a ser el aliento de Dios, una espira
ción del Espíritu Santo.
Ahora bien, la trascendencia y la omnipresencia trascendente de Dios,
tomada en esa forma existencial, puede ser considerada también como una
relación personal entre Dios y el hombre, pensada en un sentido muy di
ferente al que normalmente nos referimos con personal. La relación de la
que estamos hablando sería considerada como impersonal si la compará
ramos con el sentido habitual que encontramos en relaciones como la de
Dios y el alma, o alguna otra relación espiritual que sea llamada personal.
Sin embargo, no estamos usando el término impersonal en su sentido or
dinario, como antónimo de personal. En su sentido habitual , las nociones
panteístas de la vida o del poder creativo del universo son ejemplos de lo
impersonal. Con todo, la omnipresencia de Dios no es impersonal en el
79
sentido habitual cuando se encuentra existencialmente como negación ab
soluta del ser de todas las criaturas, y se presenta a sí misma como un mu
ro de hierro que impide todo movimiento hacia adelante o atrás.
Aquí reside la posibilidad de ver lo personal de una forma completa
mente diferente y, por consiguiente, lo impersonal. Es lo que deberíamos
llamar una relación impersonalmente personal o una relación personal
mente impersonal. El significado original de «persona)) probablemente se
aproxima a lo que nos estamos refiriendo. El Espíritu Santo en el cristia
nismo posee esa característica, es un tipo de persona impersonal o de «no
persona)) personal: mientras es pensado como una persona de la Trinidad
es al mismo tiempo el amor del mismo Dios, el aliento de Dios. Sin em
bargo, una vez se ha introducido este criterio tienen que ser contempla
dos desde un nuevo horizonte no sólo el carácter del Espíritu Santo sino
también el de Dios mismo, que contiene este espíritu, y el del hombre
en su relación espiritual con Dios (así como el carácter de esa misma re
lación) . y todas las criaturas, a ojos de quienes están alentados por esta
clase de Espíritu Santo y han renacido con este aliento a la vida eterna,
es decir, a ojos de aquellos que han recibido la fe (el vínculo vivo con
Dios, o la religio) , tienen que ser contempladas como alentadas por Dios.
Por tanto, debería ser posible para el cristianismo proclamar: «En la
gran muerte el cielo y la tierra se renuevam. San Pablo escribe: «Bien sé,
y estoy persuadido de ello en el Señor Jesús, que nada hay de suyo im
puro, a no ser para el que juzga que algo es impuro, para ése sí lo hay))
(Rom 14, 1 4) . Eso que el budismo llama una «fe conocimiento)) de que
todas las cosas son puras en ellas mismas, está implícito en la fe de san Pa
blo en Cristo. En una palabra, todos estos argumentos no se detienen en
la noción de «Dios personal)) en el sentido tradicional del término, o en la
noción de la relación entre Dios y el hombre como una simple relación
personal. Más bien, Dios debe ser hallado en todas las cosas del mundo
como una realidad omnipresente de manera que sea tan absolutamente
inmanente como absolutamente trascendente. Este encuentro debe ser
impersonalmente personal (o personalmente impersonal) y, en él, la rea
lidad de Dios debe ser realizada como impersonalmente personal (o per
sonalmente impersonal) . La realidad de Dios debe ser concebida desde un
horizonte en el que no haya ni interior ni exterior. La existencia de un
hombre que se encuentra con esa realidad no debe ser pensada simple
mente como una existencia interiormente personal.
80
VII
Antes discutimos la trascendencia de Dios y la relación ontológica en
tre Dios y las cosas creadas , examinando la noción de omnipresencia di
vina y su aceptación en el nivel existencial. Podríamos haber empezado
igualmente con otra noción como la omnipotencia divina. Como con
clusión me gustaría tratar brevemente este tema, a pesar de que lo que di
ré no diferirá fundamentalmente de lo que ha sido dicho antes.
Según se dice, alguien le preguntó una vez en broma a un cristiano:
«Si Dios es omnipotente, ¿podría dignarse a estornudar?». El cristiano pen
só un momento y luego replicó que probablemente Dios no podría, ya
que no tiene un sistema nervioso autónomo. Este diálogo aunque sea fan
tasioso contiene una cuestión fundamental: si hubiera algo, cualquier co
sa, que Dios no pudiera hacer, entonces Dios no sería todopoderoso y así
no sería un ser absoluto. A la inversa, si Dios pudiera estornudar como las
criaturas, no podría ser considerado absolutamente trascendente. ¿Qué
haremos con el dilema que esto representa?
/' En esencia, el relato no señala más que el mismo problema de la rela-
'-/ ción entre el orden divino y el mal que ha venido martilleando los cere
bros de la gente desde tiempos inmemoriales. Si Dios es todopoderoso,
todo saber y todo bondad, y si cada ser, cada acto y cada acontecimien
to del mundo está constituido por disposición divina y mantenido dentro
de un orden divino procedente de esa disposición, entonces, ¿cómo puede
haber mal en el mundo de la creación de Dios? Si Dios es omnisciente
habría sabido que el mal llegaría al mundo, ¿cómo es que no creó un
mundo que fuera solamente bueno? ¿Cómo es que el Dios todopodero
so no libra todo del mal en vez de permitirle continuar existiendo? Estas
cuestiones pertenecen a lo que es conocido como «teodicea», en la cual
diversos pensadores han ido dando diferentes respuestas a través de los
años.
El hombre estornuda , Dios no. Cuando un hombre sin fe estornuda ,
encuentra la nihilidad del yo, porque la existencia de una criatura que es
tornuda está constituida desde el principio sobre una nihilidad. Cuando
un hombre de fe estornuda también encuentra la nihilidad del yo, por
que cree haber sido creado ex nihilo por Dios. Sin embargo, si el creyen
te se detiene en esta percepción no ve más allá del punto de vista que
comprende algún tipo de idea de Dios, que lo piensa según sus propias
impresiones. Entonces eso le lleva al dilema de la trascendencia y omni-
81
potencia en Dios: el hombre estornuda y Dios no puede hacerlo; por tan
to, el hombre está dotado de algo que Dios no tiene.
La situación es diferente contemplada desde el punto de vista existen
cial. El hombre está hecho por Dios de tal forma que puede estornudar,
lo que es una demostración de la omnipotencia divina. Aun cuando es
tornuda, el hombre lo hace desde la omnipotencia de Dios, pues no hay
estornudo sin ella. De este modo, desde el punto de vista existencial, el
hombre se encuentra con la nihilidad del yo y al mismo tiempo con la
omnipotencia de Dios, aun en algo tan trivial como un estornudo. Aquí
la omnipotencia divina quiere decir que el hombre halla la separación de
la negación absoluta y la afirmación absoluta del yo entre las idas y veni
das, las nimiedades de la vida cotidiana. Lo que supone que el yo en su
totalidad, cuerpo y mente, es llevado ante la encrucijada de la vida y la
muerte. En palabras de Jesús:
Hasta los cabellos de vuestra cabeza están todos contados. No temáis; valéis
más que muchos pajarillos. Yo os digo: Por todo el que se declare por ITÚ ante
82
los hombres, también el H ij o del hombre se declarará por él ante los ángeles de
Dios. Pero el que me niegue delante de los hombres, será negado delante de los
ángeles de Dios (Le 1 2 , 7-9) .
83
J
negatividad absoluta: la cólera divina. Pero incluso ello proviene del he
cho de que la capacidad del hombre para cometer el mal surge de la nihi
lidad que yace en el fundamento de su existencia en virtud de haber si
do creado ex nihilo. y cuando el propio hombre se convierte en el locus
de la nihilidad en su conciencia del mal radical, como discutimos antes ,
la salvación se realiza aun cuando el hombre permanece como pecador
incapaz de liberarse del mal. Aquí la omnipotencia divina se realiza co
mo la afirmación absoluta que permite el mal, aunque mientras tanto
persiste en su negación absoluta. Esta afirmación absoluta como negación
dirigida al malhechor no es otra cosa que el indulto del mal en el hom
bre de fe. Esto es el amor divino. No hay mal en Dios en absoluto, y el
mal cae absolutamente dentro del ámbito de la omnipotencia divina.
La relación de Dios y el hombre llega a ser personal en el sentido ori
ginal del término, en los problemas del mal y del pecado. El cristianismo
se refiere al castigo del hombre en el «primer Adán» y su redención a tra
vés del «segundo Adán». Los teólogos modernos , con sus nociones de
personalidad, defienden una distinción radical entre el mal y el pecado,
que hace posible únicamente la relación personal con Dios en el caso del
pecado. Sin embargo, en una relación basada en la afirmación y la nega
ción absolutas , una acción del mal y una acción refleja involuntaria, co
mo estornudar, son lo mismo. Ambas dependen de la creaturidad del
hombre, esto es , de la nihilidad en el fundamento de su ser. Y considera
da desde este fundamento, una relación personal puede ser llamada im
personalmente personal (o personalmente impersonal) en el sentido su
brayado arriba.
Una vez considerada la noción de persona aplicada a Dios y al hom
bre en los términos de la aproximación planteada aquí -que provee al ar
gumento de una base más comprensiva que antes , al localizar un punto
más allá de la oposición de personal e impersonal- me parece que el pro
blema de la religión y de la ciencia puede ser afrontado realmente. De he
cho, una de las razones que he aventurado con esta línea de pensamien
to es precisamente que estoy buscando un horizonte en el cual pueda
darse realmente el contacto con el problema de la religión y la ciencia.
En el siguiente capítulo trataré la cuestión con más detalle, y también ex
pondré de forma más completa las nociones de lo personal y lo imperso
nal en la religión.
84
d
2 . Lo personal y lo impersonal de la religión
85
D
sus pies, y al negarse a convertirla en su problema, tan sólo se deslizan más
profundamente en sus garras.
Por lo tanto, la problemática contemporánea tiene que ver con la in
versión de la opinión de que la religión morirá con el progreso cientÍfi
co. El avance de la ciencia, con sus esfuerzos por desmentir a la religión
y bloquear el horizonte de la búsqueda religiosa, ha tenido como efecto
convertir la pregunta por el significado último de la existencia humana,
o de la vida, en un consuelo falso; y en esto, el problema del nihilismo
resulta de gran importancia.
En este amplio horizonte, la ciencia llega a ser parte del problema. La
ciencia moderna ha transformado completamente la antigua visión de la
naturaleza, dando como resultado la aparición de diversas formas de ateís
mo y, en general, el fomento de la indiferencia por la religión. El exis
tencialismo ateo de Sartre es un ejemplo de ello. Este giro de los aconte
cimientos puede ser en sí apenas relevante para la cuestión de Dios en lo
que se refiere a todas las religiones; sin embargo, afecta en particular a la
clase de teísmo claramente definido que encontramos en el cristianismo.
Hasta que el problema de la religión y de la ciencia alcance un nivel su
ficientemente fundamental que represente la aproximación a la cuestión
de Dios, en sí problemática, no podremos decir que se haya afrontado
realmente el asunto. Es así de serio.
Las leyes del mundo natural solían ser consideradas como parte del or
den divino, una expresión visible de la providencia de Dios. El orden del
mundo natural y del humano se unían en un gran orden cósmico único,
lo que suponía que cada cosa del universo existía en virtud de tener un
lugar específico asignado en el todo. En tanto que orden, se concebía te
leológicamente y, en tanto que cósmico, se veía como el testimonio de la
existencia de Dios. En este sentido, el problema del orden ha sido tradi
cionalmente, y continúa siendo, el más importante para la religión, así
como para la filosof1a. Por ejemplo, san Agustín observa en De ordíne, VII ,
1 9: «Si, como nos ha sido enseñado y como la necesidad del orden mis
mo nos induce a sentir, Dios es justo, entonces es justo porque concede
a cada cosa lo que es en su justa medida» . San Agustín ve aquÍ un «gran
orden» y, por encima de él, una providencia divina.
La idea de un orden cósmico podría remontarse a Pitágoras y a Pla
tón, antes que ellos a las Upani�ads y aún antes, a algunos pueblos del
mundo antiguo. Todavía en los tiempos modernos, científicos como Ke-
86
•
pler y Newton consideraban su propia investigación y el seguimiento de
las leyes de la naturaleza como una búsqueda de los secretos de una eco
nomía cósmica divina. Después, como es bien sabido, una vez que la
ciencia natural y su imagen del mundo se hubieron establecido, la con
cepción teleológica del mundo natural dio lugar a una mecanicista, ori
ginando un cambio fundamental en la relación del hombre con la natu
raleza. Fue un proceso de desprendimiento de la visión religiosa del mundo
en su aproximación a la naturaleza, que había sido su matriz.
El gran terremoto de Lisboa en 1 755 proporciona un símbolo claro de
lo que estaba sucediendo. Por una parte, encontramos al clero inglés atri
buyendo el terremoto a los habitantes católicos de la ciudad. Por otra, ve
mos a las gentes de Lisboa pensando que habían atraído sobre ellos el de
sastre por permitir a los herejes (los protestantes) residir en su ciudad. Sin
embargo, detrás de estas disputas latía la conmoción profunda y extendi
da que el terremoto había infligido en la mente de Europa. Las crónicas
de la historia de la fIlosofía nos hablan del rencor que el desastre generó
entre Voltaire y Rousseau. También sabemos que al año siguiente Kant
escribió un tratado sobre la catástrofe en el que atacaba a «la errónea te
leología humana» por blasfema, pues califIcaba de castigo divino a cada
fenómeno natural o se atrevía a detectar en ellos «los propósitos de la
atención divina».
A medida que este proceso intelectual proseguía, el mundo natural
asumía cada vez más los rasgos de un mundo frío y muerto, gobernado
por las leyes de la necesidad mecánica, completamente indiferente al he
cho humano. Mientras ese mundo continúa siendo el mundo en que vi
vimos y se vincula indisolublemente a nuestra existencia -nos sentimos
incapaces de vivir en él como hombres-, nuestro modo de ser humano
queda apartado de la visión de conjunto o, incluso, es eliminado de ella.
No podemos tomar este mundo como es, ni tampoco podemos abando
narlo. Esta posición paradój ica desde la que el mundo se nos presenta, es
muy similar a la que Dostoievski describe en Apuntes del subsuelo: incapaz
de afIrmar, incapaz de negar y sin más recurso que dispararse a la cabeza.
Es un mundo que conduce al hombre a la desesperación. Sin embargo,
para Dostoievski el asunto no concluye aquí. Para que nazca del desespe
ro un despertar a la nihilidad hay que penetrar en las profundidades de las
leyes del mundo natural y de la racionalidad inhumana de las que la cien
cia se ocupa. En este nivel de profundidad, este despertar a la nihilidad
87
z i
abre un horizonte que posibilita una libertad por encima de la necesidad
y una vida por encima de la racionalidad. É sta es la vida del «subsuelo».
Para Dostoievski significa reintegrar la cuestión de la religión j unto a, y
en contra de, la del nihilismo.
El descubrimiento de esta complejidad de problemas en las profundi
dades de la existencia humana , desde luego, no era tarea únicamente pa
ra Dostoievski. De hecho, en nuestra época podemos ver que, dentro del
mundo de la naturaleza y de sus leyes científicas , todo lo que ha llegado
a ser tanto indiferente como paradójico para la existencia humana , des
cubre un problema fundamental para todas las religiones. Una religión
basada meramente en la visión teleológica de la naturaleza es , por no de
cir más , inadecuada a nuestros tiempos. Sin embargo, ¿nos resulta posible
considerar un orden natural tan indiferente a nuestro modo de ser hu
mano como para eliminarlo de la pertenencia a un orden divino mayor?
O, ese orden natural indiferente, ¿es del todo incompatible con el con
cepto de Dios? En cualquier caso, esto tan sólo puede ayudarnos a cues
tionar seriamente las nociones antiguas de Dios y hombre. La religión to
davía no se ha confrontado con la ciencia a este nivel fundamental.
En el pasado, muchas religiones tendían a ser motivadas únicamente a
causa de la pregunta por el hombre. Sus fundamentos eran , tomando pres
tada una frase de Nietzsche, «humanos , demasiado humanos» . Esto no
nos coge por sorpresa: la religión tiene que ver con la salvación del hom
bre. Sin embargo, el que le concierna la salvación del hombre no es lo
mismo que concluir que el fundamento de la capacidad de salvación re
side en el dominio de los intereses humanos. Es más , el fundamento de
la religión ha sido sacudido en la actualidad por un mundo desarrollado
con indiferencia a los intereses humanos. En suma, el problema se redu
ce a qué le sucede a la religión -que es la relación entre Dios y el hom
bre- cuando su fundamento ha sido constituido desde la relación entre el
hombre y un mundo insensible, por una parte, y entre ese mismo mun
do y Dios , por otra.
Mientras el mundo se podía considerar desde un punto de vista teleo
lógico no existía una dificultad real. Se veía una armonía fundamental
entre ese mundo y la exist�ncia del hombre. Se tomaba al hombre como
el representante supremo de todas las cosas del mundo y permanecía en
su centro. El significado y el telos de la existencia humana constituían los
criterios del significado y el telos del mundo. Por tanto, la relación entre
88
Dios y el hombre se erigía en su propio ej e y expulsaba al mundo a su
periferia, y era de ese modo tanto si se pensaba el mundo positivamente,
como la creación de Dios, o negativamente, como algo que hay que man
tener apartado. Una vez colocado este eje, era posible establecer una re
lación entre Dios y el hombre basada exclusivamente en los intereses hu
manos y, sobre todo, personal.
Sin embargo, un mundo desinteresado por el hecho humano y ocu
pado en el hombre desde la situación paradójica mencionada, en la que
el hombre no puede continuar y tampoco puede abandonar, no puede
permanecer ya en la periferia de la relación entre Dios y el hombre. El
mundo, por decirlo así, rebasa el ej e vertical Dios-hombre y se coloca en
un eje horizontal propio. Respecto al modo de existencia del hombre, el
modelo teleológico anterior de la armonía da lugar a la contradicción pa
radójica. y respecto a Dios, ya no es posible ver el mundo ordenado sim
plemente de acuerdo con la providencia o la voluntad divinas. Así, la im
personalidad total del mundo aparece como algo cualitativamente distinto
de la personalidad humana o divina. En efecto, el mundo se abre paso en
la relación personal entre Dios y el hombre.
Esto supone que el hombre ya no está en el mundo sólo personal
mente. Como ser, completamente material y biológico, está regido por
las leyes indiferentes de la naturaleza. Esas leyes abarcan todo lo que hay
en el mundo, lo no-vivo, lo vivo y lo humano, y lo gobiernan sin distin
ción. Tampoco los intereses humanos establecen diferencias. Por ejemplo,
cuando alguien tira un mendrugo de pan y un perro se pone en pie de
un salto y lo coge al vuelo, el movimiento del brazo de la persona, el vue
lo del pan y la respuesta del perro están sujetos a las leyes de la naturale
za. 0, también, en el funcionamiento de las leyes naturales no es impor
tante que el poder atómico se emplee para matar a un gran número de
personas o se aplique a objetivos pacíficos: en ambos casos despliegan la
misma fría inhumanidad, la misma indiferencia por los intereses huma
nos. Esas leyes siguen rigiendo todo lo que existe, incluido el hombre.
Las religiones han tendido, hasta el momento, a poner el énfasis ex
clusivamente en el aspecto de la vida. El alma ha sido examinada única
mente desde la vida; nociones como personalidad y espíritu también se
han basado en ese aspecto. Y, desde el comienzo, la vida es una con la
muerte, lo que supone que todas las cosas vivas, tal como son, pueden ser
contempladas baj o la forma de la muerte.
89
=
En el budismo hay un método de meditación conocido como la «con
templación del rostro de la muerte». (En sus estadios primitivos el cristia
nismo había tenido algo similar.) Los artistas japoneses han pintado a me
nudo este tema retratando una calavera yacente en las estepas de hierba.
El gran poeta Bash6 presenta uno de sus haikus con el comentario:
Su haiku sigue:
Destellos de relámpagos -
muy cerca de mi cara,
¡la hierba de la estepa!
90
d
cada. De aquí a cientos de años, ninguno de los que en este momento ca
minan por Ginza estará vivo, ni los jóvenes ni los viejos, ni los hombres,
ni las mujeres. Como reza el viejo dicho: «Con un único pensamiento,
diez mil años. Y con diez mil años, un único pensamiento» . E n el deste
llo de un relámpago ante la visión de la mente, lo que será real de aquí a
cien años, ya es una realidad hoy. Podemos contemplar a los vivos, como
aquellos que caminan rebosantes de salud por Ginza, y ver, con la doble
exposición, un retrato de la muerte. Las líneas de Bash6 también tratan
de Ginza.
Entre los poetas modernos occidentales también puede encontrarse
una doble visión de este tipo. T. S. Eliot escribe en The Wasteland [La tie
rra baldía] :
Ciudad irreal,
bajo la niebla parda de un amanecer de invierno,
una multitud fiuia por el Puente de Londres, tantos,
no creía que la muerte hubiera deshecho a tantos.
91
lado esta cuestión para considerarla más tarde, por ahora es suficiente ob
servar que el corte a través de la realidad revela el aspecto de la muerte,
hasta el momento llamado material, y el de la vida , vital. El alma, la per
sonalidad, el espíritu , etc. , han sido contemplados exclusivamente desde
este último aspecto de la vida; también Dios.
Desde los tiempos antiguos , a menudo se ha hablado de las calamida
des naturales y humanas como castigos del cielo, la ira de Dios , o cosas
de ese tipo. La caída de Israel era para los profetas un azote fustigado por
la cólera de Dios hacia quienes se habían vuelto en su contra. Tanto los
cristianos como gentes de otras creencias veían el saqueo de Roma por
Alarico y sus tropas como un castigo divino, y se culpaban unos a otros.
Ej emplos como éstos muestran que el orden de la naturaleza y de la his
toria había llegado a considerarse, teleológicamente, dependiente de una
personalidad divina, y que la relación entre Dios y el hombre se consi
deraba , principalmente, como una cuestión de los intereses humanos. Sin
embargo, las leyes del mundo natural que rigen sobre la vida y asuntos si
milares , que gobiernan tanto la vida como la muerte, son indiferentes a
las cuestiones de nuestra vida y nuestra muerte, a la fortuna y la desgra
cia que acuden a nuestro encuentro, al bien y al mal que cometemos. La
. naturaleza recibe con indiferencia distinciones como éstas porque perte
necen a las preocupaciones del hombre. y en el ámbito del hombre, la
insensibilidad de la naturaleza se percibe como distante y sin sentimien
tos , a veces incluso como fría y cruel.
Si las propias leyes de la naturaleza son atribuidas a Dios como parte
del orden creado por él , entonces, tal vez exista otro aspecto de Dios di
ferente del personal que contenga esa fría indiferencia. O quizás debería
mos concluir que, al fin y al cabo, las leyes de la naturaleza no pertene
cen a Dios , en cuyo caso Dios perdería su ser absoluto y dejaría así de ser
Dios. La pregunta «¿qué deberíamos hacer con este problema?)) reclama ,
básicamente, volver a examinar la noción de personalidad tal como la he
mos utilizado hasta el momento para referirnos a Dios y al hombre.
Otra cuestión, que también sale a relucir en el problema de la religión
y de la ciencia, debe añadirse al conflicto entre las visiones del científico
moderno y de la religión tradicional (en particular, del cristianismo) : el
despertar en el hombre moderno de su propia subjetividad. Puesto que
estos dos temas están relacionados , es necesario tratarlos a continuación,
aunque sea de forma breve.
92
..
11
Desde el advenimiento de los tiempos modernos, la visión del mun
do de las ciencias naturales se ha vinculado a la cuestión del ateísmo. La
negación de la existencia de un Dios personal surge a consecuencia del
rechazo de una visión teleológica del mundo. En general, este ateísmo
ha adoptado el punto de vista del racionalismo científico, sus contenidos
se reducen a una forma de materialismo y su espíritu al progreso.
El elemento materialista del ateísmo moderno guarda relación con el
hecho de que ha tomado la materia como esencia de las cosas del mun
do. El elemento del racionalismo científico proviene de la afirmación del
poder y el derecho de la ra�ón humana para controlar el mundo. A dife
rencia del punto de vista de la racionalidad metafisica anterior, que se
consideraba constituida por el orden divino de la creación y sujeta a és
te, el nuevo racionalismo ha supuesto el consiguiente desmantelamiento
del orden divino por la misma razón humana. El mundo ha sido enten
dido de forma materialista y mecanicista porque su orden ha perdido el
sentido de dependencia de la voluntad personal de Dios, que una vez tu
vo baj o el esquema teleológico. El carácter del mundo se ha divorciado
del carácter personal de Dios, lo que significa, a su vez, que el mundo era
considerado completamente accesible a la razón humana, pues la visión
materialista del mundo implica que la materia mundana es absolutamen
te pasiva ante el control del hombre. A la inversa, el hombre llegaba a una
conciencia de su propia razón como algo absolutamente activo y libre, de
acuerdo con la idea de que todas las cosas del mundo son reductibles en
esencia a la materia y desde la perspectiva de quien controla el mundo.
Así, la razón humana se transfería a un campo en el que parecía disfrutar
de una autoridad absoluta, donde nunca más tendría la necesidad ni la
oportunidad de creerse perteneciente a un orden divino o subordinada a
la voluntad de Dios.
De esta forma, la idea de progreso surgía de la unión de la materia pri
ma del mundo, pasiva, y la razón humana agente, absoluta y formativa.
En un mundo totalmente pasivo, la razón se siente capaz de avanzar en la
autoconciencia y de imponer una forma racional a ese mundo. En efec
to, la razón debe funcionar desde esta forma, dar lugar a un futuro que
abra una senda de progreso ilimitado. El optimismo del ateísmo que ori
ginó la Ilustración era de este tipo.
Por tanto, el ateísmo moderno se compone de tres elementos: mate-
93
i
rialismo, racionalismo científico e idea de progreso. Tomados en su con
junto muestran el despertar del hombre a la subjetividad libre e indepen
diente. En otros términos, el resultado de la coalición entre el despertar
de la subj etividad en la razón y la visión materialista del mundo, ambas
unidas en el rechazo a la existencia de Dios, puede llamarse ateísmo del
progreso.
Pero el ateísmo ha dado un paso adelante en nuestra época. Por una
parte, hay un sentimiento de sinsentido de un mundo puramente mate-
[
rialista y mecanicista, acompañado de la conciencia de la nihilidad que
yace oculta justo baj o la superficie del mundo. Por otra, hoy día sólo pa-
rece posible referirse a la subjetividad como un despertar a la nihilidad en
el interior de la naturaleza que trasciende la razón y constituye el verda
dero fundamento en el que situarse. Sentir esta nihilidad a nuestros pies
es atravesar la existencia de todas las cosas a la vez, rompiendo de golpe
la dimensión en la que se piensa que todas las cosas del mundo tienen una
existencia objetiva, y abrir una perspectiva de la subjetividad del hombre
que no puede ser reducida a mera existencia objetiva. Como mencioné
anteriormente, esta forma de subjetivización es la del ateísmo moderno.
Si este ateísmo se compara con el cristianismo, la conciencia de una
. nihilidad subyacente a todas las cosas del mundo y el propio mundo, que
encontramos en el ateísmo, tiene su contrapartida en el nihilum que apa
rece en la concepción cristiana de la creación divina como creatio ex nihi
lo. Además, la postura desde la que el sujeto se arroja en la nihilidad -la
posición subjetiva de la nihilidad-, ocasionada por la decisión de no de
pender de algo ajeno a sí mismo, es análoga a la subjetividad absoluta del
Dios que dice de sí: «Yo soy el que soy». Es decir, en el acto de reempla
zar el locus del Dios cuya existencia ha sido negada con la nihilidad, el
nihilum de la creatio ex nihilo se convierte en un abismo para la conciencia
de la nihilidad del ateísmo contemporáneo. El yo y el mundo encuentran
su fundamento en este abismo de nihilidad. AquÍ vemos la manifestación
del despertar de la subjetividad que el ateísmo moderno ha buscado des
de un principio.
Esto es evidente en el caso de Nietzsche. También Sartre, como men
cionamos antes, muestra tendencias similares. Cada uno de estos ateísmos
tiene que ver con el existencialismo. Es decir, el ateísmo ha sido subjeti-
vizado, la nihilidad se ha convertido en el campo del llamado éxtasis de
la propia existencia y el horizonte de la trascendencia no se ha desplega-
94
J
do orientado hacia Dios sino hacia la nihilidad. Por supuesto, un ateísmo
así no puede suscribir ya la idea de progreso del primer ateísmo, ni pue
de permitirse ser tan ingenuamente optimista. Al contrario, los rasgos ca
racterísticos del ateísmo actual son los siguientes: conciencia de una cri
sis humana más fundamental, sufrimiento por la propia existencia y una
decisión exaltada de sostener firmemente la independencia de la mismi
dad humana, sin confiar en algo exterior al yo, afanándose por ser com
pletamente uno mismo, y de ese modo, escapar de la crisis fundamental
de la existencia humana.
De ambas posturas sobre el ateísmo y el existencialismo, la de Nietzs
che es mucho más comprehensiva y penetrante que la de Sartre. El exis
tencialismo de Sartre está confinado a un marco humanista que desplaza
la aftrmación absoluta de Dios hacia el hombre. Pero la cuestión del ateís
mo no está sólo vinculada originalmente a la existencia humana, sino que
mantiene una relación estrecha con la existencia de todas las cosas, o sea,
del mundo. El ateísmo también debe apuntar a una conversión funda
mental de la forma de ver el mundo.
AqUÍ estoy tratando, apropiándome de una analogía de Nietzsche, de
un cambio catastrófico similar al que tuvo lugar en la historia natural
cuando emergieron las tierras secas del mar y muchos de los animales que
vivían en él se vieron obligados a habitar la tierra. Esto significó alterar ra
dicalmente su forma de vida, su manera de ver las cosas y sus hábitos -en
suma, una reorientación fundamental de su modo de ser y de valorar-o El
cambio que supone el ateísmo sería como si la tierra entera se hundiera de
nuevo en el mar, obligando a todos los animales terrestres a volverse ma
rinos. Representa un cambio tan fundamental que no sólo el modo de
existencia humano, sino también la propia forma visible del mundo, debe
experimentar una transformación radical. Por ejemplo, las cosas indivi
duales pierden su sustancialidad al ser fundamentadas en la nihilidad y vie
nen a parecerse a las olas del mar. El mundo adquiere este aspecto desde
la perspectiva del «eterno retorno». Requiere también una conversión
fundamental del modo de ser humano en el mundo, que en Nietzsche se
presenta como el impulso hacia una nueva religiosidad -en el fondo dis
tinta de las religiones antiguas pero, con todo, una nueva religiosidad-, a
la que se refiere simbólicamente como lo dionisÍaco.
A pesar de que hablemos aquÍ de ateísmo o de un «hombre sin Dios»
(como Nietzsche en As{ habló Zaratustra) lo hacemos en un sentido fun-
95
damentalmente distinto del que acostumbran utilizar las primeras formas
de ateísmo o los ateos típicos. De forma similar, a pesar de que Nietzsche
enfatizaba un modo de ser «inhumano», no abogaba por algo que susti
tuyera, en el mismo plano, a lo que normalmente llamamos humano. Su
intento era más bien postular un nuevo modo de ser humano, más allá
del marco de lo «humano», para forjar una forma nueva de lo humano
desde más allá de los límites de la existencia centrada en el hombre, «más
allá del bien y del mal». Éste es el sentido de su imagen del «superhom
bre)), que personifica la doctrina de que «el hombre es algo que deberá
ser superado))14. Esta idea de Nietzsche, aparentemente fantasiosa, es el re
sultado del intento de llevar hasta las últimas consecuencias la conversión
fundamental del modo propio de ser humano y de ver el mundo en la
forma radical que implica el ateísmo.
Por su parte, Sartre afirmaría también que el existencialismo intenta
proceder de acuerdo con las consecuencias del ateísmo. La diferencia es
triba en que limita su comprensión del hombre al campo de la concien
cia. Y, además, a pesar de que admite que la Existenz llega al ser de la na
da, en lo que se refiere al mundo y las cosas que hay en él, no deja de
considerarlos desde el campo de la conciencia. El hecho de que no actúe
.radicalmente con arreglo a las consecuencias del ateísmo parece claro des
de su presentación del existencialismo como un humanismo. El ateísmo
alcanza su punto culminante esencialmente con Nietzsche, al recibir su
subjetivización verdaderamente radical; la nihilidad llega a poseer una
cualidad trascendente con el campo del éxtasis de la propia existencia, y
la libertad y la confianza del hombre en sí mismo son llevadas a una fir
me confrontación con la cuestión de la dependencia de Dios.
Kierkegaard, como sabemos, buscaba resolver la misma confrontación
en la dirección de la fe. En su caso, el existencialismo -o el énfasis en la
subjetividad- consistía en situar al hombre en el momento de la decisión
en que debe escoger entre estas dos opciones: o considerar su existencia
fundamentada en la salvación divina y sostenida por ella, o sufrir la de
sesperación del «malestar hacia la muerte)) que no admite la salvación y,
por tanto, caer en una existencia inauténtica. En este último caso, nos en
gañamos al suponer que la existencia real es la del yo que desea ser él mis
mo, sin fundamentarse en Dios, y de ahí que surja la nihilidad del funda
mento de su propia existencia que, a su debido tiempo, le conduce a la
condenación eterna.
96
Keiji Nishitani en su c a s a de K i o t o , c . 1 9 6 0 .
K. Nishitani y Martin H e i d e gg e r
en l a c a s a de éste e n Fribu rgo , 1 9 7 2 .
El p r o fe s o r K. Nishitani a la e d a d de 90 a ñ o s .
K eiji Nishitani,
S h i z u t eru Veda y Seiko Hira t a .
J
K . Nishitani a l o s 7 1 a ñ o s , en 1 9 7 1 .
K. N i shitani en la p e n s i ó n
Maximilian de F ri b u r g o , 1 9 3 7 .
En el m o na s t e r i o Myoshin-j i , Reuin-in, en 1 9 5 7 ,
c o n o c a s i ó n d e l 1 3 ° aniversario d e la m u e rt e
de s u maestro K i t a r o Nishida.
h
K. Nishitani hacia 1 9 7 5 .
E
En el m o n a sterio Myoshin-j i , Reuin-in, en 1 9 9 0 .
b
K . Nishitani en su c a s a .
Por tanto, el existencialismo adquiere en Nietzsche y Kierkegaard un
significado fundamentalmente religioso, como una confrontación entre la
subjetividad humana y Dios, y después se divide en tendencias teístas y
ateas. Sin embargo, mientras que el pensamiento de Nietzsche mad ró
tras pasar por los fuegos purgativos de la visión del mundo mecanicista y
fue capaz de enfrentarla al modo de ser humano nuevo, velado por la apa
rición de la ciencia natural moderna!5, en el pensamiento de Kierkegaard
no puede hallarse esa confrontación radical. Por consiguiente, la nihilidad
no asume en Kierkegaard el sentido del abismo en que el ser sí mismo del
hombre llega a su trascendencia extática. En El concepto de angustia puede
verse el germen de esta idea pero no su desarrollo dentro de su pensa
miento general hacia un encuentro adecuado con el problema de la reli
gión y la ciencia.
III
En la primera sección de este capítulo observamos que las leyes de la
naturaleza han llegado a ser completamente indiferentes al hombre y a sus
intereses desde la visión científica moderna. El control del mundo de esas
leyes ha aparecido como algo que rebasa la relación entre Dios y el hom
bre que una vez estuvo presente en la experiencia religiosa. Vimos que es
te mundo había asumido las características del estar esencialmente desvin
culado de Dios y el hombre, en tanto que entidades personales, o más bien,
que se había mostrado esencialmente incompatible con la idea de perso
nalidad. Sugerimos aquí la necesidad de volver a examinar la idea de per
sonalidad abrigada en el pasado respecto a ambos, Dios y hombre.
En la sección anterior nos referimos a que la cuestión del despertar del
hombre moderno a la subjetividad está ligada al problema de la visión
científica de la naturaleza. Destacamos que en nuestros días esta concien
cia ha alcanzado su culminación en la subjetivización del ateísmo. En
otros términos, la nihilidad que anuncia la muerte de Dios emerge del
fondo del mundo material y mecanicista, y es percibida por el hombre
moderno como un abismo en el que experimenta la trascendencia extá
tica de la propia existencia. Esa subjetividad alcanza su verdadero sentido
sólo cuando el hombre ha sentido la apertura de ese abismo en el fondo
de su existencia. Sólo entonces despierta a su libertad e independencia
verdaderas.
Estas cuestiones, históricamente hablando, están íntimamente relacio-
107
1
nadas con el cristianismo, que ha funcionado a la vez como matriz y anta
gonista de la ciencia moderna desde sus orígenes, en el Renacimiento, o
incluso antes. Y lo mismo puede decirse respecto al ateísmo moderno,
cuyas diversas formas son impensables sin el cristianismo. Si elaboramos
" la genealogía de las ideas que han constituido los elementos del ateísmo
moderno -por ejemplo, la idea de una ley natural de la necesidad infle
xible, la idea de progreso y la idea de justicia social, que ha motivado
tantas revoluciones sociales- al final regresamos al cristianismo. Nietzs
che, al elaborar su ataque radical contra el cristianismo, expresaba una ac
titud alimentada por el propio cristianismo, es decir, la persecución cons
tante e intransigente de la verdad. Por tanto, examinemos el problema
con la atención puesta en los orígenes del cristianismo.
Me gustaría introducir esta consideración con un pasaje célebre del
Evangelio según san Mateo:
108
a todas las cosas en una forma más concreta, por ejemplo, a los hombres
buenos y malos, y acepta las diferencias como tales.
¿Qué es este amor indiferenciador, este agapé, que ama incluso a los
enemigos? En una palabra: el «vaciarse uno mismo». En el caso de Cris
to significa que adopta la forma de hombre y se convierte en un siervo,
de acuerdo con la voluntad de Dios, que es el origen de la ekkenosis o el
«vaciarse» de Cristo. El amor de Dios es tal, que se muestra con la vo
luntad de perdonar incluso al pecador que se ha vuelto en su contra y es
te amor que perdona es una expresión de la perfección de Dios, que
acepta sin distinción tanto lo malo como lo bueno. De acuerdo con es
to, puede decirse que el significado de autovaciamiento está contenido en
el interior de Dios mismo. En Cristo, la ekkenosis se realiza en el hecho
de quien tenía la forma de Dios y tomó la de un siervo; en Dios está im
plícita en su perfección original. Es decir, el hecho propio del ser divino
de Dios encierra esencialmente la característica de «haberse vaciado». En
Cristo nos referimos a una acción que ha sido cumplida; en Dios a una
naturaleza original. Lo que es ekkenosis para el Hijo es kenosis para el Pa
dre. En Oriente, esto se llamaría anatman, o no-yo I6 .
Odiar a los enemigos y amar a los amigos son sentimientos típicos del
amor humano, pertenecen al campo del yo. El amor indiferenciador per
tenece al dominio del no-yo. y esta característica del no-yo está conte
nida por naturaleza en la perfección de Dios. El hombre, para actualizar
esta perfección de Dios, ser perfecto como el Padre celestial y así «con
vertirse en hij o de Dios», debe comprometerse a amar a sus enemigos.
Esto requiere una transición del amor humano diferenciador a un amor
divino indiferenciador, lo que significa rechazar el eros e iniciarse en el
agapé, rechazar el yo y dar comienzo al no-yo. Cristo encarna esta per
fección de Dios a través del amor por el cual se vació de su igualdad con
Dios para tomar la forma de un siervo entre los hombres. Se dice que el
cristiano practica o imita la perfección autovaciada cuando se convierte
de un amor humano diferenciador al amor divino indiferenciador.
A pesar de que el amor del autovaciado, de la negación del yo, se pue
da admitir como característico de la perfección divina, apuntamos hacia
esa perfección de forma expresa al referirnos a un modo de ser perfecto,
más que a una actividad de autovaciado o al amor que está tipificado en
Cristo y ordenado al hombre. En otros términos, como se mencionaba
en el primer capítulo, el tipo de cualidad a la que nos referimos como au-
109
tovaciado se puede considerar vinculada desde el principio, esencialmen
te, a la noción de la perfección de Dios, y considerar que la actividad del
amor consiste en la encarnación o la práctica de esa perfección. También
la perfección de bios, contemplada en relación al amor como un hecho
o una actividad, puede llamarse amor. Sin embargo, si la actividad del
amor tiene un carácter personal -y creo que así es- entonces, no hay más
remedio que concluir que la perfección de Dios y el amor en el sentido
de tal perfección apuntan hacia algo elemental, más básico que lo perso
nal, y que lo personal llega a ser, en primer lugar, como la encarnación
o la imitación de esta perfección. Aquí está implícita una cualidad de
transpersonalidad o impersonalidad.
Como ya se observó, no tomamos el término «impersonal» como lo
contrario de personal, sino como lo personalmente impersonal. Con el
amor indiferenciador, que hace salir el sol sobre buenos y malos y a la llu
via caer sobre justos e injustos, nos formamos una idea de esa imperso
nalidad personal. En un pasaje anterior del evangelio de Mateo se llama
ba al cielo trono de Dios y a la tierra el escabel de sus pies. También se
podría aplicar ahí el mismo sentido de personalidad impersonal adoptado
en nuestra discusión sobre la omnipresencia y omnipotencia de Dios, así
como a la impersonalidad con la que Dios se adelanta y se sitúa por en
cima de las posiciones de lo meramente personal y de lo que se deriva de
la personalidad.
El amor indiferenciador, que hace que el sol salga sobre los buenos y
los malos, los enemigos y los aliados, contiene, como dij imos, la cualidad
del no-yo. El no-yo (anatman) representa un punto de vista fundamental
del budismo llamado la «gran sabiduría» (maha-prajña) y la «gran compa
sión» (maha-karu�a). He tenido ocasión de referirme a ello brevemente al
principio del primer capítulo; aquí basta con añadir una palabra acerca de
la maha-karupa, el «gran corazón compasivo», el equivalente en esencia
a la analogía bíblica que nos dice que no hay egoísmo o selectividad en
el amanecer. En el cielo, el sol no establece distinciones sobre donde ha
cer brillar a sus rayos, ni muestra preferencias como simpatías o aversio
nes. No hay egoísmo en su brillar. Esta ausencia de egoísmo es lo que se
quiere decir con no-yo o vacuidad (sünyara) . La perfección de Dios tie
ne este punto en común con el gran corazón compasivo del budismo. Al
mismo tiempo, se requiere del hombre la perfección divina.
Debería quedar claro sobre lo dicho que la perfección de Dios es al-
1 10
go cualitativamente distinto de, por ejemplo, lo absoluto personal de
Dios, que escogió a Israel como pueblo elegido, ordena con voluntad y
autoridad absolutas, ama a los justos y castiga a los pecadores. Si el signi
ficado de la perfección es concebido como un no-yo, no selectivo, en
tonces no puede tomarse en ningún sentido la personalidad que se ocu
pa de hacer elecciones como una forma de perfección. Tenemos, pues,
dos maneras distintas de considerar al Dios de la Biblia. En el pasado, la
cristiandad ha tendido a centrarse sólo en el aspecto personal de Dios.
Son pocos los ej emplos en que se presta atención a lo impersonal.
Mi propósito es retomar aquÍ este problema para relacionarlo con el
de la religión y la ciencia. Por una parte, queremos saber si la naturaleza,
tal como la ha comprendido la ciencia natural moderna, es decir a pesar
de su insensibilidad e indiferencia al bien y al mal, a las fortunas y las des
gracias de los hombres, todavía podría pensarse como perteneciente a
Dios; y, por otra, si esta visión moderna de la naturaleza como insensible
está conectada con la cuestión de la independencia libre del hombre y con
su despertar a la subjetividad. Debemos preguntarnos por la noción de lo
personal en Dios e indagar en el dominio de lo transpersonal, puesto que
en nuestra época este problema múltiple se ha demostrado dificil de re
solver.
En mi opinión, la historia del dogmatismo cristiano no nos provee de
un aparato teológico elaborado para hacer frente a este problema múlti
ple. En efecto, la visión de la naturaleza que nos ha ofrecido la ciencia
moderna sólo recientemente se ha convertido en un problema acusado
para la religión; no creo que el cristianismo haya producido durante este
tiempo algún pensamiento capaz de establecer un contacto con el tema
lo suficientemente profundo, o lo haya planteado de forma auténtica. No
han faltado del todo intentos de descubrir la faceta transpersonal de Dios
en relación a cuestiones como la independencia libre del hombre y su
despertar a la subjetividad. Estos intentos pertenecen a la tradición cono
cida como la teología negativa. Si partimos del problema de la religión y
la ciencia, las cuestiones de la libertad y la autonomía parecen ser rele
vantes sólo indirectamente, pero ya que las hemos tomado como indica
dores de otro aspecto del mismo tema desde el principio, me gustaría di
rigirme a ellas antes de seguir adelante.
111
IV
Empecemos con una mirada al pensamiento del Maestro Eckhart,
quien ofrece el ejemplo más radical de la teología negativa. Eckhart es
bien conocido por su distinción entre Dios (Gott) y la deidad (Gottheit),
que él llama la «esencia de Dios». Por supuesto, a pesar de esta termino
logía, no pensaba en dos dioses. Deidad quiere decir «Dios en sí mismo»,
al que Eckhart considera como nada absolutal7•
Para Eckhart, la nada absoluta se refiere al lugar en que todos los mo
dos de ser son trascendidos, no únicamente los diversos modos de los se
res creados sino también los del ser divino, como Creador o Amor Divi
no. Dice que e! Creador es la forma de Dios revelada a las criaturas y
contemplada desde e! punto de vista de las criaturas y, como tal, no pue
de tomarse como Dios en sí mismo, como esencia de Dios. y sucede lo
mismo cuando se dice de Dios que es Amor o Bondad. La esencia de
Dios, inefable desde cualquier modo de ser (y desde cualquier forma) , só
lo puede ser expresada como nada absoluta. (Hablando con propiedad,
incluso referirse a «esencia» resulta ya inadecuado.)
Ahora bien, al decir que el hombre ha sido creado a imagen de Dios
se incluye a la deidad de la nada absoluta. Se dice que el hombre llega a
ser «hijo de Dios» cuando la imagen de Dios es activa en e! alma huma
na, a través de la acción del Espíritu Santo. Eckhart lo llama «e! naci
miento de Dios en el alma».
La encarnación de Dios en Cristo representa, como hecho histórico,
el «nacimiento de Dios» en el mundo de los hombres . Eckhart lleva este
hecho al interior del alma humana. Cuando un ser humano llega a ser así
la viva imagen de Dios, se revela en el interior de su alma un camino que
conduce a la esencia de Dios, porque e! Dios que nace en su interior
-Cristo vivo en el interior de su alma- no incluye sólo al Dios pleno de
la Trinidad, sino también a la deidad. Para el alma, ascender por e! cami
no que le ha sido revelado supone penetrar, paso a paso, en e! interior
profundo de Dios y, finalmente, alcanzar la unión con él. Esta unión a la
que nos referimos no es la simple aproximación de dos objetos desde di
recciones opuestas, que se encuentran y se unen . Todo el proceso signi
fica más bien que desde lo más profundo de la propia alma, el elemento
del yo es atravesado, una y otra vez.
El nacimiento de Dios en e! alma ya presenta una descomposición de
la egoidad o voluntad del yo, o de! modo de ser egocéntrico del alma;
1 12
pero es sólo el primer paso. El alma avanza en la revelación de las pro
fu�didades de Dios, al disolverse en lo más hondo de su propio interior,
al penetrar en el Dios que ha nacido en su interior. Aun al hacerlo, el
alma regresa cada vez más profundamente a sí misma y llega a ser ella
misma cada vez de forma más verdadera. Eckhart lo concibe como el «atra
vesar (Durchbruch) del alma en Dios» con su consumación última en el lle
gar a la esencia de Dios, la nada absoluta, un lugar en el que ni una sola
cosa permanece. Llama a ese lugar el «desierto» de la deidad.
El alma ahí está completamente privada de la egoidad. Es el funda
mento último del alma, su «fondo sin fondo». A pesar de que esto indi
ca el lugar en el cual el alma puede volver a ser sí misma por primera vez,
al mismo tiempo, es el lugar en el que Dios es en sí mismo. Es el funda
mento de Dios: «Así como Dios me atraviesa, a la vez, yo le atravieso.
Dios conduce a este espíritu a un desierto y a la unidad de sí mismo, allí
donde es un puro Uno que brota de sí mismo,)IB.
En realidad, aquÍ ya no se puede hablar de unión . De hecho, el mis
mo Eckhart recalca que la cuestión no es estar unido a Dios (Deo unitum
esse) , sino ser uno con Dios (unum esse cum Deo). Esto es, si se quiere, la
1 13
llama «ser separado»21, Abgeschiedenheit) y la pura unidad con Dios. Este
enlace puro indica el carácter total no objetivo de esta unidad. Para Eck
hart, incluso la unío mystíca, contemplada tradicionalmente como el esta
dio final de perfección en la experiencia nústica y adoptada para repre
sentar la unión con Dios (Deo unítum esse) , todavía considera al ser de
Dios como un objeto con el que unirse. Detrás de estas presuposiciones
se oculta el dualismo de sujeto y objeto. La perfecta consecución de la
unión mística todavía no está del todo libre de la envoltura que ha roto
al abrir; no es aún un signo de un regreso al yo y un despertar a su ver
dadera naturaleza; sólo puede tener lugar al perderse en Dios, en un Uno
absoluto.
Por tanto, el propósito de la subjetividad en Eckhart necesita de la dis
tinción entre Dios y deidad. El fundamento de la subjetividad sólo pue
de hallarse donde se alcanza la nada absoluta de la deidad, más allá de
Dios, en el ámbito del «yo soy increado», en el cual, nos dice Eckhart, el
sí mismo ha sido situado eternamente desde antes de la creación del mun
do, permaneciendo en la deidad ya antes de que Dios pronunciara su Pa
labra . Más adelante considera que Dios en ese fundamento se descubre a
través del alma más esencialmente, y que el alma da testimonio de Dios
en tanto que presente en el Dasein del alma misma.
Lo dicho no debe hacernos suponer que Eckhart consideraba la nada
absoluta y el «yo soy increado» como un país de ensueños alejado de la
realidad, o un autoenclaustrarniento embriagador de lo real . De hecho,
prevenía fervientemente contra esas tendencias y elogiaba las actividades
prácticas de la vida cotidiana22. Eckhart insiste en que a pesar de que se
llame nada absoluta al ámbito de la deidad, requiere que se viva justo en
la inmediatez de la vida cotidiana en la que se revela. Además, aunque se
/
refiere al fundamento como «yo soy increado» y fuente de la vida eterna,
no significa que deba verse al margen del yo creado y de la vida tempo
ral. En el «yo soy» , la creaturalidad y la increaturalidad, subjetivamente
son una; en la vida, lo eterno y lo temporal son un uno vivo. Tampoco
«el permanecer en la deidad» debe interpretarse como la contemplación
de Dios, ya que está por encima de toda comprensión intelectual, inclui
do el intelecto intuitivo, adecuado para la contemplación de Dios. Más
bien, debe interpretarse como la realización (en el significado anfiboló
gico al que nos referimos antes, como actualización y apropiación) de la
nada de la deidad en la vida cotidiana.
114
La clistinción entre Dios y la deidad, repitámoslo una vez más, es ne
cesaria para abrir paso a la subjetividad. Eckhart escribe «Huí de Dios por
amor a Dios» . « Por eso rogamos a Dios que nos vacíe de Dios.» Huir de
Dios por amor a Dios parece significar que el aquÍ y ahora del Dasein del
hombre sólo puede ser portador del testimonio de Dios en su esencia, a
través del encuentro verdadero del hombre consigo mismo en la nada de
la deidad. Añade más adelante :
115
por una afIrmación absoluta. En Eckhart, la subjetividad del «yo soy in
creado» sólo aparece después de pasar a través de la negación total, o «ser
separado» (Abgeschiedenheit) de la subjetividad del yo. Además, la subjeti
vidad del «yo soy» increado no se considera algo aislado del «yo soy» de
la criatura viva en el aquí y ahora. El «yo soy» sólo es posible como solo
y único, y como tal se afirma absolutamente.
La auténtica conciencia de la subjetividad, que Eckhart sitúa como
una negación-en-la afirmación, una muerte-en-la vida, figura en el exis
tencialismo contemporáneo sin pasar por la negación absoluta. La nihili
dad aparece en el fundamento de la propia existencia y lo vuelve extáti
co, pero este éxtasis ya no es la negación absoluta del ser, y, por lo tanto,
la nada absoluta no se revela.
Sartre, por ejemplo, considera a la existencia un proyecto extático cons
tituido sobre la nihilidad, pero continúa entendiendo esa existencia co
mo conciencia. Para él, la nihilidad no se da como el campo donde el ego
consciente es negado o se niega a sí mismo. La propia afirmación del su
jeto aparece en el lugar en que puede decirse que la propia existencia es
elegida libremente y propuesta por el propio sí mismo frente a la nihili
dad. Sin embargo, ya no es una afirmación del yo que ha sondeado la
nihilidad en sus profundidades.
En contraposición a esto, Nietzsche emprendía ya en El nacimiento de
la tragedia una postura más allá del yo. El punto de vista de una negación
en-la afirmación absoluta es bastante evidente en su pensamiento tardío.
Sin embargo, esta afirmación absoluta, o Ja-sagen [decir sí] , viene a darse
en cosas como la vida y la «voluntad de poder», por lo que precisamen
te en su caso no queda suficientemente claro hasta qué punto la recupe
ración de esa postura contiene el sentido de un despertar subjetivo en el
que el yo llega a ser verdaderamente un sí mismo.
De todas formas, Nietzsche no parece haber alcanzado el punto de
vista de la nada absoluta de Eckhart, que adquiere su posición en la in
mediatez de la vida cotidiana. Aquí podemos ver reflejada la diferencia
entre una nihilidad que proclama que «Dios ha muerto» y la nada abso
luta que llega a un lugar más allá incluso de Dios; o entre la vida que
irrumpe en la nihilidad y brota a borbotones y la vida como muerte-en
la vida absoluta. En suma, si el nihilum de la creatio ex nihilo (como nega
tivo en relación a la existencia relativa de los seres creados) puede llamar
se <<nada relativa», y si la nada de la deidad de Eckhart (como el lugar en
116
el que toda existencia, incluida la subjetiva, se establece en lo que real
mente es) puede llamarse <mada absoluta», entonces, quizás podríamos
decir que la nihilidad del nihilismo de Nietzsche sería el de un punto de
vista de la «nada relativamente absoluta».
Sea como fuere, deberíamos vislumbrar la trascendencia del pensa
miento de Eckhart en estas comparaciones apresuradas. No hay duda de
que lo que quiso decir se aleja fuertemente de la fe cristiana ortodoxa y
no es casual que en su propio tiempo fuera visto como hereje aun a pe
sar de su considerable influencia. En mi opinión, al haberse convertido la
subjetividad humana y su enfrentamiento con Dios en problemas impor
tantes de nuestra época, el pensamiento del Maestro Eckhart merece una
reconsideración seria.
El motivo se hace aún más evidente cuando volvemos a la compara
ción con el pensamiento de la teología cristiana contemporánea. Por
ejemplo, Emil Brunner argumenta que Dios siempre es tratado en la Bi
blia como Dios-hacia-el hombre (Gott-zum-Menschen-hin) y el hombre
como hombre-a-partir-de-Dios (Mensch-von-Gott-her). Para Brunner, la
Biblia no contiene en absoluto una declaración doctrinal respecto a qué
son Dios y el hombre realmente. La relación entre Dios y el hombre es
del todo personal y en ella el hombre se sitúa frente a Dios como una rea
lidad libremente independiente, ein reales Gegenüber [un enfrente real] .
Dios quiere y crea y dota a un auténtico enfrente que por tanto no es él mis
mo y que, sin embargo, sólo existe porque Dios así lo quiere. [ . . . ] El mundo y
sobre todo el hombre están frente a Dios y jamás pueden ser identificados con
él. Dios mismo lo quiere así, él mismo lo ha dispuesto así y no lo cambiará en
toda la eternidad. Él mismo ha dotado a la criatura de un ser frente a él, un ser
que no es independiente, sino dependiente-independiente. Dota a la criatura de
la capacidad de ser frente a él, incluso de ser ella misma frente a éF4.
1 17
la que el hombre puede ser pensado como absolutamente dependiente de
Dios. Sin embargo, ¿supone esto que la nihilidad de la creatio ex nihilo es
el campo señalado para la existencia libre e independiente? Si es así, ya
que esa existencia ha sido concebida para regresar a la nihilidad en cual
quier momento, por un solo acto de la voluntad divina, su libertad e
independencia están fundadas realmente sobre la nihilidad.
Ya hemos observado cómo el existencialismo contemporáneo subje
tiviza la nihilidad al hacer de ella el campo del éxtasis de la propia exis
tencia. Como resultado, la nihilidad se sitúa del lado del propio sujeto, y
su libertad o autonomía se considera una función de la existencia (Exis
tenz) , evitando estar en el centro de la nihilidad. No obstante, en la teo
logía contemporánea, la nihilidad se sitúa del lado de la voluntad divina,
por lo que se considera la existencia de las criaturas como mera existen
cia, sin un éxtasis en la nihilidad. En consecuencia, aunque en esa exis
tencia podamos referirnos a una libertad o independencia, no tienen sus
raíces en el propio sujeto. En definitiva, no son más que una libertad apa
rente y la apariencia ilusoria de una independencia. Tampoco la libertad
y la independencia son reales efectivamente hasta el punto en que tienen
en su fundamento una nihilidad perteneciente a la voluntad divina. Por
lo tanto, no puede decirse que en esta perspectiva el hombre es de ver
dad una «realidad que es frente a Dios» que «no es Dios mismo» sino «él
mismo, frente a Dios». En mi opinión, en esta aproximación las cuestio
nes de la subjetivación humana y la confrontación con Dios no han sido
pensadas realmente con suficiente radicalidad.
Al postularse algo que no es Dios sino que se sitúa frente a Dios, es
te campo en el que se sitúa -es decir, el fundamento de su existencia
debe ser un lugar en el interior de Dios, en el cual Dios no sea Dios mis
mo. En otros términos, debe ser un lugar que no sea el nihilum de la crea
tio ex nihilo sino más bien algo como la nada absoluta de la deidad que
vimos en Eckhart. La deidad es el lugar en el interior de Dios donde
Dios no es Dios mismo.
Cuando se dice que Dios quiere que una existencia libre se sitúe
frente a él, el campo en que esa voluntad se despliega debe entenderse
como una nada absoluta. De esta forma, por primera vez se hace posi
ble pensar las criaturas como seres libres, que no son Dios pero que se
sitúan frente a él, y con todo, postularlas en el interior de Dios.
Observamos también que la deidad es el lugar en que Dios no es Dios
118
mismo. Puede parecer que esto contradice lo que dije antes acerca de que
la deidad es Dios en sí mismo, pero, de hecho, estas dos afirmaciones vie
nen a ser lo mismo. Decir que Dios es en sí mismo precisamente en esa
nada absoluta en la que Dios no es él mismo, no quiere decir más que
aplicar el éxtasis a la existencia de Dios como a la del hombre. De la mis
ma forma que se puede pensar la existencia humana como subjetiva sólo
cuando es extática, así también es posible pensar que el ser divino alcan
za su propia subjetividad por pr imera vez en éxtasis, aunque como una
subjetividad absoluta en la nada absoluta. Si tomamos la idea de que la
existencia del hombre y de Dios es subjetiva en sentido estrictamente on
tológico y si aceptamos que esta existencia sólo es posible en éxtasis, en
tonces parece natural concluir con Eckhart que el lugar en que la subje
tividad humana logra su consumación es una «unidad» subjetiva con la
subjetividad divina. No se puede seguir l lamando «uni�J1» a la coinci
dencia subjetiva de sujeto con sujeto.
En resumen, puesto que podemos refer irnos a la nihilidad de la crea
tio ex nihilo como una mera nada relativa, la existencia que se revela en su
fondo no puede ser independiente de verdad, sólo puede serlo postulada
desde una nada absoluta y enraizada en ella. En mi opinión, ésta es la na
da que Eckhart tiene en mente cuando dice «el fondo de Dios es mi fon
do y mi fondo es el fondo de Dios».
La existencia subjetiva, tal como acabamos de decir, se realiza en éx
tasis, esto es, en el modo de ser en que el yo está en sí mismo justo en el
momento en que se ha superado a sí mismo. No obstante, si todavía da
mos un paso más allá, el modo de ser de este éxtasis resulta inadecuado,
pues prescinde de un punto de vista más profundo y comprehensivo de
la negación-en-Ia afir mación absoluta a la que nos referimos antes. El éx
tasis representa una or ientación del sí mismo a su fundamento, de Dios al
fundamento de Dios, del ser a la nada. La negación-en-la af i r mación re
presenta una or ientación de la nada al ser. La diferencia en la or ientación
indica una inversión de puntos de vista (no fue casual que Heidegger die
ra un giro radical a su postura sobre el éxtasis de su trayectoria temprana
para volverla a pensar desde una or ientación procedente del fundamen
to). Hasta el momento, he seguido, en su mayor parte, la dirección del
éxtasis de acuerdo con las cuestiones de la subjetividad y de lo personal y
lo impersonal. Si se investiga estos temas con mayor profundidad, será ne
cesar ia la inversión a la que nos hemos refer ido.
119
-
v
La idea del hombre como persona es, sin duda, la concepción más ele
vada del hombre que haya sido concebida hasta ahora. Lo mismo puede
decirse de la idea de Dios como persona. La idea de hombre como un
ser personal llegó a ser prácticamente evidente en la modernidad, una vez
despertada la conciencia de la subjetividad. Sin embargo, ¿es realmente la
única manera posible que ha prevalecido de pensar la persona?
Hasta ahora la persona ha sido considerada simplemente desde el pun
to de vista de la persona misma. Ha sido una visión centrada en la perso
na. En la modernidad -como vemos, por ejemplo, en Oescartes- incluso
el ego más básico ont01ógicamente era contemplado desde la perspectiva
egocéntrica del propio ego y captado desde el punto de vista del ego cogi
too Lo mismo ha sucedido con la persona. Puesto que ego y persona des
de el principio implican una autorreflexión interior, sin la cual no pueden
llegar a ser ego y persona, es lógico que tuviera lugar esta clase de com
prensión autoinmanente del yo. La gente se queda automáticamente en esa
manera de comprender al ego y la persona mientras no surja la necesidad
de una forma de reflexión más elemental.
Sin embargo, la percepción de la persona centrada en la persona no es
tan evidente como parece, pues de hecho este modo de comprender ya
es un modo aprisionado de ser. De forma más fundamental, la compren
sión egocéntrica y la interpretación del ego, que encontramos en el hom
bre moderno, no es otra cosa que un sesgo y no es tan evidente como se
da por sentado. Estos caminos indican el confinamiento de la propia exis
tencia desde una perspectiva de propia inmanencia, desde la cual percibe
su propio ego y personalidad, un confinamiento que inevitablemente se
acomoda a la forma de comprensión narcisista del yo en donde consigue
alcanzarse a sí mismo.
La persona es más bien un fenómeno que aparece, por lo que no pue
de llamarse «personal en sí)) y no implica ningún confinamiento de la pro
pia existencia. Al referirme a la persona como fenómeno, no pretendo
como Kant contrastarla con la «cosa en sh. Sería un error pensar aquÍ que
hay alguna «cosa en sí)) subsistiendo separada del fenómeno, o que esta
«cosa en sí)) hace su aparición en otra forma que la suya propia, como un
actor que se pone una máscara. La interpretación de la persona como fe
nómeno no la convierte en un aspecto temporal que pueda ser dado y
sustraído a voluntad; hacerlo sería perder de vista el elemento subjetivo
120
de lo personal que trata el yo desde un proceso de autodeterminación ili
mitado.
El antiguo concepto de persona poseía originalmente el signiftcado de
máscara. Sin embargo, cuando me reftero a la persona como fenómeno
no pretendo dar a entender que hay otra cosa detrás del ser personal, co
mo un actor detrás de una máscara. La persona es una aparición sin nada
detrás que la haga aparecer. Es decir, la nada es lo que queda detrás de la
persona; ninguna cosa sino la nada total ocupa el lugar que hay detrás de
la persona.
Esta nada total no es una cosa o una entidad diferente de la persona,
mientras sea totalmente otra y suponga la negación absoluta de la perso
na. Esta nada hace ser a la cosa llamada persona y llega a ser una con ella.
De acuerdo con esto, es inadecuado decir que la nada total está detrás de
la persona, pues no es una cosa, es nada. Del mismo modo, aftrmar que
la nada permanece detrás de la persona, no implica una dualidad entre la
nada y la persona; y describir esta nada como algo totalmente otro no
quiere decir que en efecto haya una cosa que es totalmente otra. La na
da verdadera significa más bien que no hay otra cosa que esta nada, y que
es la nada absoluta.
Generalmente, la nada se introduce en relación al ser y se utiliza co
mo su negación, lo que lleva a concebirla como algo que es nada porque
no es ser, hecho que, al parecer, es especialmente evidente en el pensa
miento occidental, incluso en la nihilidad del nihilismo. Sin embargo,
detenerse aquÍ hace de la nada un simple concepto, una nada sólo en el
ámbito del pensamiento. La nada absoluta, donde todo lo que es es ne
gado, no es posible como una nada pensada sino solamente como una
nada viva. Antes destaqué que no hay nada detrás de la persona, esto es,
que nada permanece detrás de la persona, pero esta aftrmación no surge
de una conversión conceptual, sino sólo existencial, alejada del modo de
ser de la persona centrada en sí misma. Si la comprensión centrada en la
persona es enlazada con la esencia y la emergencia de la persona, la ne
gación del punto de vista centrado en la persona no puede ser sino una
autonegación existencial del hombre como persona. El giro del hombre
como persona de una autocomprensión centrada en la persona a una au
toapertura como manifestación de la nada absoluta -de la que más tarde
hablaré- requiere una conversión existencial, una metánoia del propio
hombre.
121
-
La conversión existencial consiste en librarse de un modo de ser cen
trado en la persona, para salir al más acá de un modo de ser personal en
la inmediatez del yo real . El «no hay nada» <detrás de la persona se abre
del lado del yo, o mejor dicho, del lado del yo original. Si se considera la
persona como el puro modo de ser de la propia existencia, detrás del cual
no hay nada, es así porque se está examinando la cuestión desde el lado
de la persona. En ese caso, la nada no es más que una nada pensada. No
obstante, cuando la nada se manifiesta en el más acá del yo personal y es
contemplada como el puro yo, entonces realmente llega a actualizarse el
yo como el sí mismo verdadero. Por tanto, la nada es apropiada en el yo.
La propia existencia, en el sentido al que nos referimos antes, se convier
te en la realización de la nada. Apropiar no es examinar. Si hay que de
nominarla podemos llamarla una «visión de la no-visióm>, una visión que
ve sin ver. La verdadera nada es una nada viva y sólo una nada viva pue
de dar testimonio de sí .
En esta especie de conversión existencial, el yo no deja de ser un ser
personal, lo que queda atrás es tan sólo el modo de captar la persona cen
trado en la persona, es decir, el modo de ser donde la persona es apresa
da en sí misma. En esta conversión, el modo de ser personal llega a ser
más real, llega más cerca del sí mismo y aparece verdaderamente tal co
mo es. La existencia personal y la verdadera actualización en el sí mismo
también se hacen realidad cuando la propia aprehensión centrada en la
persona dej a de funcionar y la nada es realmente actualizada en uno mis
mo. Esto es lo que se quiere decir con la negación-en-la afirmación ab
soluta y aquÍ es donde se constituye esa cosa llamada personalidad al uní
sono con la nada absoluta. Sin una nada viva y una conversión existencial
esto no tendría sentido.
Esto es lo que pensaba al hablar de la persona como una aparición sin
nada detrás de ella. La persona es constituida al unísono con la nada ab
soluta como aquello en lo que la nada absoluta llega a ser manifiesta; es
actualizada como una Forma sin Forma.
En este sentido, podemos comprender la persona como persona -el
rostro que un actor se pone para indicar el papel que va a representar en
el escenario- pero sólo en tanto que persona de la nada absoluta. Pode
mos llamarla máscara en el sentido ordinario de un rostro que adoptamos
temporalmente, a condición de no suponer que hay alguna otra cosa ver
dadera o real a la que cubre, o que es algo artificial inventado para enga-
122
ñar, o una mera apariencia ilusoria. La persona es del todo real. Es la más
real de las realidades. Sólo llega a ser como un ser humano real que no
contiene el menor resquicio de engaño o artificialidad. Sin embargo, al
mismo tiempo y en su sentido más elemental, es una ilusión porque pre
cisamente es el modo de ser más elevado, constituido al unísono con la
nada absoluta y como tal llega a manifestarse. El hombre viene así a ser
una nada absoluta-en-el ser, enraizado de forma elemental en el modo de
ser personal. En los términos de la escuela del budismo Tendai, el hom
bre viene a ser como el punto «medio» entre la ilusión y el vacío.
Dostoievski a menudo se refiere al rostro para señalar el sentido de la
faceta mística del hombre que yace oculta en las profundidades de la per
sonalidad. Nietzsche usa la imagen de la máscara, por ejemplo, cuando
escribe en Más allá del bien y del mal: «Todo 10 que es profundo ama la
máscara [ . . . ] . Todo espíritu profundo necesita una máscara: más aún, en
torno a todo espíritu profundo va creciendo continuamente una másca
ra»25. Es típico de Nietzsche, una profunda intuición y una inmensa suti
leza. Ambos casos se están refir iendo a algo común al sentido de másca
ra o rostro que hemos relacionado con el punto de vista de la nada-en-el
ser, ser-en-la nada. Y, sin embargo, no son lo rnismo.
La personalidad es algo totalmente vivo. Aun si la consideramos espí
ritu, es una máscara de la nada absoluta precisamente como espíritu vivo.
La nada pensada separada de su máscara se convertiría en una idea. Al tra
tar la máscara separadamente de la nada, la persona no podría evitar con
vertirse en el centro. La actividad viva de la persona es una manifestación
de la nada absoluta, y el espíritu, espiritualmente vivo, es uno con lo su
praespiritual y 10 no espiritual que manifiesta. Sólo de esta manera la per
sona llega a ser verdaderamente una realidad de esta forma.
Aquí ya no tenemos la subjetividad que normalmente se atribuye a la
personalidad, sino más bien la negación de ésa, atribuida a la persona por
la percepción centrada en sí misma. Esta negación supone una conversión
en el interior de la personalidad cerrada en sí, un estallido de vitalidad to
talmente nuevo, como la llave que abre lo más profundo del interior de
la personalidad que había sido cerrado desde el principio -el principio sin
principio- del ser personal. A través de esta negación, la persona se abre
paso desde su interior, y el yo personal se revela como subjetividad en su
sentido elemental, como mismidad verdaderamente absoluta.
Encontramos un ejemplo de esto en las palabras que inscribió sobre
123
su autorretrato Gasan Joseki ( 1 275-1365) , un maestro Soto zen del Japón
cinco generaciones posterior a Dogen:
1 24
El pensar, sentir y actuar son, en cualquier situación, apariencias com
pletamente ilusorias, sin nada tras ellas, son el corazón y la mente oscu
recidos del hombre en penumbra. Y, en cualquier situación, son uno con
la mismidad que es consciente de sí como nada no objetivada absoluta,
I
más allá del tiempo y del espacio. Esta unidad es la autoidentidad. Estas
actividades de la conciencia son lo más familiar para el sí mismo que per
manece en la mismidad absoluta.
El campo que ocupa el yo en ese momento no es el punto de vista de
la mera personalidad o de la conciencia de ego, sino de la nada. No es el
mero punto de vista de la autoinmanencia personal del interior de la pro
pia personalidad, o de la autoinmanencia consciente en el interior de la
conciencia misma. En la medida en que el campo de la nada es comple
tamente uno con la personalidad y la conciencia, la totalidad de esa uni
dad se halla presente en el interior de la personalidad y de la conciencia.
A la inversa, en la medida en que la personalidad y la conciencia pueden
ser lo que son, sólo en unidad con la nada absoluta, la misma unidad
completa se encuentra extáticamente fuera de la personalidad y de la con
ciencia. El interior y el exterior absolutos son aquÍ uno y lo mismo. Lo
que hace esto posible es que hemos llegado al punto de vista de la nada
absoluta, esto es, al punto de vista de la nada-en-el ser, ser-en-la nada. El
ser personal, con su corazón y su mente, es completamente real en cuan
to es totalmente uno con la mismidad absoluta; en cuanto está del todo
separado de la mismidad absoluta, el ser personal es como una ilusión y
una sombra. Por esta razón, el corazón y la mente sumamente irreales del
hombre en la penumbra, a pesar de que se originan a cada momento co
mo cosas totalmente transitorias y completamente imnersas en el mundo
temporal, al mismo tiempo y en cualquier situación, permanecen en su
temporalidad extáricamente fuera del tiempo. Son del todo eternos en
su temporalidad. El corazón y la mente del hombre en la penumbra, que
llega a ser y deja de ser a cada instante fugaz, es en cualquier situación
desde hace mucho ¡maravilloso misterio !
El sí mismo en su mismidad absoluta no es lo que normalmente de
nominamos yo o ego personal o consciente, ni existe como algún otro
que el yo personal y consciente. No es otro hombre: no es ni yo ni otro.
A pesar de que el yo y el otro, como hombres, están completamente se
parados uno de otro, el hombre como tal (esto es, la personalidad cons
ciente) , en todas sus actividades vivas y modos de ser, es un fenómeno
125
que se presenta como hombre a la misma vez que aquello que no es un
hombre, o sea, la nada absoluta. En este sentido, cada hombre, como es
en la forma real de su mismidad, no es un hombre. Es impersonal. En
otras palabras, es hombre como una aparición sin nada detrás.
Normalmente, nos encontramos a nosotros mismos en el punto de
vista del ser consciente personal. Por ello, el yo y el otro, como realida
des humanas, tienden a comprenderse, absolutamente, como dos. Sin
embargo, el yo y el otro, desde un punto de vista próximo al más acá
-mientras que como personas siguen siendo absolutamente dos, al mis
mo tiempo y en su dualidad-, no son en absoluto duales en su no-hu
manidad, es decir, en su impersonalidad. Tan sólo desde ese punto de vis
ta podemos decir que el corazón y la mente del hombre en la penumbra
no son «ni yo ni otro». É ste es el punto de vista de la mismidad absoluta,
del verdadero sí mismo, que es personal en lo impersonal e impersonal en
lo personal.
A su muerte, Gasan Joseki dejó estas líneas:
Noventa y un años
que mi carne y mis huesos se unieron;
y esta medianoche, como siempre,
yaciendo en las fuentes amarillas26•
126
po, a cada instante y en su forma de ser temporal, son extáticas. Son ex
táticamente. Desde e! punto de vista de la mismidad absoluta, no hay nin
gún cambio de la vida a la muerte. É ste es e! sentido de las palabras so
bre la muerte del verso citado: «esta medianoche, como siempre» .
Esto nos recuerda la imagen de Nietzsche de la medianoche y el me
diodía que llegan a ser uno. La vida-en-la muerte, la muerte-en-la vida
absolutas se manifIestan a cada momento en la vida humana, como si la
medianoche declinase hacia e! mediodía en un rayo de sol refulgente. El
maestro zen chino de! siglo XVI I l , Ma-tsu, yacía en cama gravemente en
fermo, cuando recibió una visita y al ser preguntado por su estado res
pondió: «El Buda de rostro solar, e! Buda de rostro lunan. Los gemidos
de dolor y e! último aliento son como (ce! Buda de rostro solar, el Buda
de rostro lunan.
Vimalakirti en Vimalakirti Sutra, sostiene que padece enfermedades
porque todos los seres sensibles las padecen. Su enfermedad es real de ver
dad, aunque represente una ocasión para mostrar la gran compasión por
todas las cosas vivas. En su comentario no hay e! más mínimo indicio de
una enfermedad fingida y no debería comprenderse en sentido metafó
rico o simbólico. Mientras la enfermedad que padecen todas las cosas vi
vas sea real, el sufrimiento que Vimalakirti experimenta desde el campo
de una no-dualidad absoluta entre el yo y el otro no es menos real . La
enfermedad que padece es real por los cuatro costados. No obstante, de
cir que su padecimiento es vacío no significa que haya que encontrar sa
lud en algún lugar detrás de él o en su interior, sino que su enfermedad
absolutamente real es, como tal, una con la vacuidad. Es como reza e! di
cho: «El agua no moja al agua, e! fuego no quema al fuego» . He aquí el
significado central de la vacuidad. El agua hasta e! punto de no poder
mojar, no es agua; el fuego que no puede quemar, no es fuego. Sin em
bargo, decir que el agua no se moja a sí misma, no significa que no sea,
¡
en efecto, agua, sino completamente al contrario, significa que el hecho
de que e! agua sea realmente agua es la Forma real de la propia agua. La
vacuidad es la forma real de la realidad. La Forma real como tal es sin
Forma. Sólo en esta no-Forma un hecho llega a manifestarse como tal.
Esto es lo que Vimalakirti tenía en mente cuando decía: «Mi enfermedad
no tiene forma y es invisible» .
Antes se destacó que la Forma real de todas las cosas, incluido el hom
bre, viene a ser una doble exposición de la vida y la muerte. Todas las co-
127
sas vivas pueden considerarse bajo la Forma de la muerte sin por ello se
pararse de su propia Forma de la vida. La apariencia real de estas cosas de
be considerarse en el fondo sostenida sobre la base del ser-en-Ia nada, na
da-en-el ser, o de la no-dualidad absoluta de la vida y la muerte, tal como
.
'
acabamos de describir. En mi opinión, éste es el único punto de partida
para continuar la reflexión sobre el problema de la ciencia y la religión .
128
d
3 . N i h i l i d a d y sünyata
129
nea divisoria existe todavía o no. La ciencia actual no siente la necesidad
de ocuparse de los limites de su propio punto de vista. La visión cientí
fica manifiesta una tendencia, probablemente esencial, a pasar por alto no
sólo a la religión sino también a la filosofía (es decir, si exceptuamos la fi
losofía que adopta el punto de vista científico como ftlosófico) . De este
modo, la ciencia parece considerar su propio criterio científico como una
posición de verdad incuestionable desde la que puede aflrmarse en todas
direcciones. De ahí, el tono categórico que siempre acompaña al cono
cimiento científico. En resumen, ya no podemos contentarnos meramen
te con fijar limites y trazar fronteras entre la ciencia y la religión tal co
mo nos hemos acostumbrado a hacer hasta ahora. El problema es aún más
grave de lo que al principio pensó la llamada teología de la crisis.
El motivo básico por el que la ciencia puede considerar su punto de
vista como verdad absoluta reside en la objetividad total de las leyes de la
naturaleza, que proporcionan al conocimiento científico sus premisas y su
contenido. No está permitido decir una palabra sobre las explicaciones
que la ciencia da a las leyes naturales desde un punto de vista que no sea
el científico. Las críticas y las correcciones tan sólo pueden ejercerse des
de el propio criterio científico. Por eso, las explicaciones científicas, aun
que sean intrínsecamente hipotéticas, siempre son presentadas como he
chos objetivos. Esto puede explicarse por el poder único que disfruta la
ciencia, por la autoridad con que ha sido investido el científico.
Si las cosas están así, ¿significa que en virtud del carácter absoluto asig
nado al conocimiento científico, cuestiones como la religión, la filosofía
y las artes no son más que opiniones subjetivas? La verdad científica, con
su carácter absoluto, ¿es toda la verdad?, ¿es realmente imposible que tam
bién se originen verdades absolutas desde otros ámbitos? A primera vis
ta, una multiplicidad de verdades absolutas no parece factible. El sentido
común nos dice que la idea de dos verdades absolutas es una contradictio
in terminis, que sólo una de las dos puede ser verdad. Pero ¿realmente es
tan evidente como parece?, ¿no proviene de una idea determinada y con
solidada de lo absoluto y lo relativo?, ¿es totalmente inconcebible que, de
acuerdo con una nueva forma de ver lo absoluto y lo relativo, dos abso
lutos puedan llegar a ser conj untamente?, ¿no cabe otra posibilidad de
concebir lo relativo que poniendo limites, como hacemos por ejemplo
cuando dividimos una hoja de papel en dos al trazar una linea en ella?,
¿no podríamos concebir una forma de considerar lo absoluto y lo relativo
130
c
según la cual dos cosas que son absolutas, a pesar de ellas o bien por su cau
sa, pudieran volverse relativas la una a la otra, como una hoja de papel
vista un momento del anverso y otro del reverso? Para investigar estas
cuestiones me gustaría abordar el problema de la relación entre la ciencia
y la fIlosofía desde un enfoque distinto.
131
son leyes vivas: en todas sus formas de vida se muestran como leyes que
se hacen vivas en cada vida. Es más, en el caso de un perro y de un ser
humano, en los cuales las leyes se hacen vivas -por ejemplo, en el acto del
hombre al lanzar el mendrugo de pan y el salto del perro hacia él-, sus
actividades implican además, en cierto sentido, una apropiación de las le
yes de la naturaleza. Tal apropiación es del tipo de aprehensión, previa a
la aprehensión propiamente dicha, en la que normalmente se emplea el
término ambiguo «instinto».
No puedo entrar a considerar aquí la noción de instinto con el mis
mo detalle y profundidad que Bergson y otros. En todo caso, podemos
decir que está basado, lógicamente, por una parte, en la relación mutua
entre un organismo individual con su entorno, el cual determina sus pro
piedades, actividades, estructura fisica, etc; y, por otra, en el modo de ser
específico que hereda el vástago del individuo paterno como forma ei
dética individual. Podemos llamar instinto a lo que entra en juego en la
intersección dinámica de estos dos procesos. Por supuesto, generaliza
ciones como éstas ni siquiera empiezan por tener en cuenta la distinción
básica entre las plantas y los animales, pero por el momento debemos de
jar aquí el asunto.
Desde la lógica de la visión de las ciencias naturales, se dice que las le
yes de la naturaleza están en funcionamiento cuando controlan las activi
dades de los organismos vivos. Mi opinión es que más bien, en vez de
controlar, esas leyes ponen de manifiesto a los organismos vivos como al
go vivo y como expresión de un tipo de apropiación instintiva. Las leyes
naturales sólo se ponen en evidencia cuando esos organismos viven y ac
túan, y, por tanto, encarnan esas leyes y se las apropian. La hegemonía de
las leyes de la naturaleza sólo se evidencia en el mundo de las cosas con
cretas cuando las leyes son actualizadas por esas cosas. Esto supone que en
el caso de los organismos vivos, la regularidad de la ley se encuentra en la
dimensión del instinto. En otros términos, lo que tenemos en mente
cuando nos referimos al instinto es la forma en que se encuentran esas le
yes al manifestarse en los organismos vivos (esto es, como leyes vivas y ma
nifiestas) . El comportamiento instintivo es la ley de la naturaleza que lle
ga a manifestarse.
El hecho de que estas actividades de los organismos vivos sólo tengan
lugar de acuerdo con esas leyes significa que están operando en esas acti
vidades y como tales. En la dimensión de las cosas vivas, el orden racio-
132
nal de la existencia se manifiesta como una encarnación y apropiación de
sÍ. De este modo, el orden racional de la existencia revela, en términos
generales, un carácter intencionado o teleológico. El orden racional de la
existencia llega a asumir un carácter teleológico en el campo en que los
organismos vivos empiezan a existir y los instintos empiezan a ser activos.
Aquí, las leyes fisico-químicas son sintetizadas en una estructura teleoló
gica y se convierten, por decirlo así, en su materia prima.
La única contribución del hombre en todo esto es la tecnología. Su
aprehensión de la relación entre un objetivo concreto perseguido y los
medios específicos requeridos para alcanzarlo, implica el conocimiento
de las leyes de la naturaleza. A diferencia del simple instinto, la tecnolo
gía comporta, de una u otra forma, una aprehensión intelectual de esas
leyes. La habilidad del hombre precientífico para aprender a hacer uten
silios y a usarlos, por ejemplo, al hacer fuego, contenía un germen de
comprensión de las leyes de la naturaleza como tales. El uso de las herra
mientas y las habilidades para trabajar se originaron únicamente a través
de ese conocimiento.
A la inversa, el conocimiento avanza y se desarrolla a través de la la
bor tecnológica del hombre; y, a su vez, el adelanto en el conocimiento
hace avanzar a la tecnología. Una ley al ser comprendida, vive y se ex
presa a través de la habilidad instrumental. Las leyes de la naturaleza per
manecen en funcionamiento y, en efecto, son el propio trabajo, incluso
en la tarea que el hombre desempeña a través de su actividad tecnológi
ca de acuerdo con estas leyes. Se manifiestan como leyes a través de la tec
nología del hombre. No obstante, en este caso y a diferencia del instinto,
las leyes se manifiestan en la actividad al ser reflejadas a través del cono
cimiento. Esa manifestación es lo que j ustamente denominamos tecnolo
gía: las leyes se manifiestan en un campo en que el conocimiento y la ac
ción operan y se desarrollan juntos. La normatividad de la ley se encuentra
y se comprende en este ámbito.
Lo mismo puede decirse en el caso del conocimiento y la tecnología
científicos. En las ciencias naturales, las leyes son conocidas como leyes
puramente en su abstracción y universalidad; la tecnología que contiene
ese conocimiento se convierte en tecnología mecanizada. También en es
te caso, el desarrollo de la tecnología a través de la mejora del equipo pa
ra la observación y experimentación promueve el avance del conoci
miento científico, y el progreso del conocimiento, a su vez, promueve el
133
desarrollo de la técnica. El ritmo de este avance recíproco del conoci
miento y la tecnología se ha venido acelerando rápidamente con la me
canización de la tecnología. La significación de la actividad del hombre
de acuerdo con las leyes de la naturaleza, así como de las leyes de la na
turaleza al manifestarse a través del trabaj o del hombre y como tal traba
j o, es totalmente visible en una tecnología dependiente de la maquinaria.
La ocultación de las leyes de la naturaleza se disipa para poner claramen
te al descubierto su carácter de leyes, que se produce, precisamente, en
este campo de la tecnología mecánica, donde el conocimiento y la acti
vidad intencionada j ustamente llevan a cabo los mayores avances y traba
jan en unidad más estrecha. Este campo representa nuestro encuentro más
estrecho con las leyes de la naturaleza; las máquinas y la tecnología me
cánica representan su encarnación y su apropiación definitiva por parte
del hombre.
Así pues, las leyes de la naturaleza se manifiestan en dimensiones y
campos diversos y las encontramos en todos ellos: en el campo del ins
tinto, donde el hombre se descubre equiparable a un perro; en el campo
de la inercia fisica, donde se sitúa al mismo nivel que un mendrugo de
pan; en el campo de nuestras actividades tecnológicas, donde usamos las
herramientas y las máquinas. Es más, hemos llegado a considerar la his
toria del progreso humano como dedicada por completo a esta distinción
de niveles. En una palabra, se ha producido un adelanto acusado en la
tendencia del hombre a racionalizar su comprensión de la naturaleza a
través de la ciencia, que incluye la racionalización de su propio intelecto
y de toda su vida cotidiana real.
Ahora bien, dentro del proceso que acabo de describir, dos elemen
tos se fusionan en uno. El primero es que las leyes de la naturaleza go
biernan todas las cosas, abarcan desde los objetos inanimados a los seres
humanos, de acuerdo con el modo de ser adecuado a cada dimensión.
Así, vemos que el control ejercido por la ley sobre las cosas las penetra en
direcciones diversas. Mientras que las cosas inanimadas existen meramen
te como materia, las animadas además poseen vida; y los seres humanos,
además de existir como materia y vida, están dotados de intelecto. El
control de las leyes de la naturaleza, que se extiende por esas diversas di
mensiones en cuanto se despliegan una tras otra dentro del dominio de
la existencia, revela una dependencia gradual del control de la ley natural
sobre esas cosas. El orden racional de la existencia exhibe una perspecti-
134
va múltiple cuyo carácter teleológico se hace cada vez más marcado en
cuanto asciende a los niveles del ser hasta que, fmalmente, llega a su ac
tualización completa en la máquina, donde la actividad intencionada del
hombre funciona de manera puramente mecánica. Aquí puede decirse
que la normatividad de las leyes de la naturaleza alcanza su punto final y
más profundo.
El segundo elemento es la aparición gradual de una intensificación en
el poder de las cosas para hacer uso de las leyes de la naturaleza paralela a
la resistencia relativa de esas leyes. Este segundo aspecto significa que la
liberación de la subordinación a las leyes de la naturaleza se manifiesta aún
más profundamente en las cosas, a través del uso de esas mismas leyes y
de la libertad a que las conduce.
Estos dos elementos, repetimos, están relacionados uno con otro. En
tanto que procedemos hacia lo más elevado de la cadena del ser, el al
cance de la regularidad de la ley es más profundo; pero, al mismo tiem
po, la libertad de las cosas que utilizan esas leyes se actualiza más plena
mente. Las cosas inanimadas son completamente pasivas a la normatividad
de la ley. Hasta aquí, podemos referirnos a la regularidad de la ley como
directa, aunque sea superficial y externa en la misma medida. Al llegar al
comportamiento instintivo de las cosas vivas, la ley aparece como algo vi
vo y expresado, lo que significa que la normatividad de la ley hace ahí su
apariCión de forma más profunda e interiorizada que en las cosas inani
madas. A pesar de que el comportamiento y la vida de las cosas vivas no
se pueda alejar de las leyes naturales, la vida de esas leyes representa, al
mismo tiempo, un paso hacia la liberación de su control. En suma, al me
nos en el modo de ser de las cosas vivas está ya presente, levemente, el
hecho de que la subordinación a la ley implica directamente la emanci
pación de su esclavitud. Puede considerarse que la manifestación de las
leyes de la naturaleza y su utilización van unidas de forma inmediata en
la vida y el comportamiento instintivos. Mientras esa unión sea mera
mente inmediata, el mundo de las cosas vivas permanece esclavo de esa
leyes.
No obstante, cuando el hombre usa herramientas y actúa técnica
mente, la normatividad de las leyes de la naturaleza aparece de una ma
nera más interiorizada. Al mismo tiempo, también se ve con mayor cla
ridad el uso de las leyes. Sucede de este modo porque las leyes se hacen
manifiestas en el trabajo humano a través de la mediación del intelecto.
135
Sólo en el trabajo humano se ve claramente que la obediencia directa a
las leyes implica la liberación de su esclavitud. No hay otro lugar en que
se evidencie de manera más radical que en el nivel donde la tecnología
está mecanizada.
Por un lado, la emergencia de la máquina en el trabaj o del hombre, o
a través de dicho trabajo, quiere decir que las leyes de la naturaleza se ma
nifiestan en su modo más obvio y profundo. Puede decirse que en la má
quina el trabaj o humano ha p�sado por encima de su propio carácter, se
ha objetivado y ha asumido el carácter de un funcionamiento inmediato
de las propias leyes de la naturaleza.
Las máquinas son puros productos del intelecto humano, construidos
para los fines del hombre. No pueden hallarse en el mundo natural (co
mo productos de la naturaleza) ; el funcionamiento de las leyes de la na
turaleza adquiere su expresión más pura en las máquinas, aún más que en
cualquiera de los productos de la propia naturaleza. Las leyes de la natu
raleza funcionan directamente en las máquinas con una inmediatez que
no puede hallarse en los productos naturales. La naturaleza vuelve a su
propia condición en el aspecto más depurado (abstracto) posible en la
máquina. De este modo, las operaciones de la máquina han llegado a ser
una expresión del trabajo del hombre. La expresión de las leyes de la na
turaleza se ha convertido en una expresión del trabajo del hombre con
una abstracción más pura que en cualquier producto de la naturaleza, es
decir, con una clase de abstracción imposible para los hechos naturales.
Esto muestra la profundidad del control de las leyes de la naturaleza. Es
tas leyes revelan más profundamente su dominio en su penetración en la
vida y el trabajo del hombre, tan profundamente como para rebasar la ex
clusión de lo humano y volver de nuevo a la propia naturaleza (en su mo
do abstracto) . É ste es el modo más profundo en que, por lo general, la
normatividad de las leyes de la naturaleza se presenta a las cosas.
Por otro lado, la aparición de la máquina indica la emancipación su
prema de la normatividad de las leyes de la naturaleza, la aparición supre
ma de la libertad en el uso de esas leyes. El trabajo del hombre está com
pletamente objetivado en la máquina; la actividad humana intencionada
se incorpora como tal en la naturaleza, como parte de las cosas naturales
y, de ese modo, el control de la naturaleza se radicaliza. É ste rige más am
pliamente sobre la naturaleza que la propia legislación natural. Por tanto,
aquí vemos con máxima claridad una relación según la cual, la subordi-
136
nación al control de la ley implica directamente liberarse de ella. Éste es
el campo de una relación que sale a la luz, en primer lugar, en la máqui
na y que se expresa a través de ella.
11
El serio problema surgido desde que, con la aparición de la máquina,
la relación entre las leyes de la naturaleza y las cosas ha entrado en su úl
tima fase, resulta de gran importancia para nosotros. Para decirlo de for
ma sencilla, esa relación se encuentra en estos momentos en un proceso
de inversión. Nos hallamos en una situación en que debemos decir que
el controlador está siendo controlado.
Como se observó en la sección anterior, la normatividad de las leyes
naturales se intensifica en cuanto ascendemos a los niveles más elevados
del ser, lo que supone, al mismo tiempo, que las cosas se liberan gradual
mente del control de esas leyes y en su lugar vienen a usarlas para su pro
pio telos. En este sentido, se obtiene una relación de control doble: las le
yes rigen sobre las cosas y las cosas rigen sobre las leyes. Con la emergencia
de la máquina, la relación ha alcanzado un extremo en que ha dado lu
gar, a su vez, a una situación nueva .
Por una parte, la vida humana y el trabajo en su totalidad se han me
canizado progresivamente y se han impersonalizado en el campo donde
nace la máquina, esto es, donde la normatividad de las leyes de la natu
raleza se ha presentado de forma profunda en el trabajo del hombre y en
los asuntos de su vida. En el campo en que el hombre estaba situado
cuando produj o la máquina, que desde entonces se ha ido expandiendo,
se da una alianza mutua entre dos factores: de parte del hombre, un in
telecto abstracto que busca la racionalidad científica; y, de parte de la na
turaleza, lo que podríamos denominar una naturaleza desnaturalizada,
que describí antes como más pura que la naturaleza misma, que viene
gradualmente a asemejarse a algo que priva al hombre de su humanidad.
Cuando esta relación de control recíproco entre las leyes naturales y las
cosas de la naturaleza alcanza su extremo en la máquina, se produce en
un lugar que va más allá de los lazos originarios y naturales entre el hom
bre y el mundo de la naturaleza. Esta relación rompe la barrera entre la
humanidad del hombre y la condición natural de la naturaleza, y al ha
cerlo se radicaliza completamente. Pero, al mismo tiempo, en ese extre
mo se produce una tergiversación: una inversión de la relación más ele-
137
mental en la que el hombre tomaba el control de las leyes de la naturale
za, por medio del control que esas leyes efectuaban sobre la vida y el tra
baj o del hombre; ahora, las leyes de la naturaleza vienen a retomar el con
trol sobre el hombre que las controla. Se suele llamar a esta situación la
tendencia hacia la mecanización del hombre, hacia la pérdida de lo hu
mano. No hace falta decir que esto apunta a uno de los rasgos básicos que
constituyen la crisis de la cultura contemporánea.
Por otra parte, esta relación invertida apunta a otra situación relacio
nada con esa mecanización del hombre. Del mismo modo que dicha me
canización del hombre es una inversión de su gobierno sobre las leyes na
turales, también tiene lugar una inversión en el gobierno de las leyes de
la naturaleza sobre el hombre. Aquí, la normatividad de las leyes de la na
turaleza, llevada al extremo de un profundo control interno del hombre,
evidencia un modo de ser en que el hombre se comporta como si per
maneciera fuera de las leyes naturales. Dicho de forma sencilla, éste es un
modo de ser en cuyo fondo se ha revelado la nihilidad. El campo en que
nace la máquina -antes referido como el de la alianza mutua entre el in
telecto abstracto en busca de la racionalidad científica y la naturaleza des
naturalizada- revela la nihilidad tanto en el fondo del hombre que confía
en ese intelecto como en el fondo del mundo de la naturaleza.
El hombre sólo es capaz de lograr la libertad completa de las leyes na
turales y de librarse de su control radical tomando una postura en esa
nihilidad. Podríamos decir que se trata de un punto de vista desde el cual
el hombre examina las leyes naturales como si fueran completamente ex
ternas a él. Desde tiempos inmemoriales, el hombre se ha referido a la
vida en armonía con la ley o el orden de la naturaleza. Aquí, este modo
de ser queda totalmente superado. En su lugar, aparece un modo de ser
en donde el hombre se sitúa en la libertad de la nihilidad y se comporta
como si estuviera utilizando las leyes naturales totalmente desde fuera de
ellas. Es el modo de ser del sujeto que se ha adaptado a la vida de un pu
ro deseo impetuoso, de vitalidad desnuda. En este sentido, adopta una
forma cercana al instinto; pero, en realidad, como modo de ser de un su
j eto situado sobre la nihilidad es una forma diametralmente opuesta al
instinto.
Ahora bien, este modo de ser del sujeto, que se adapta a la pura vita
lidad de la vida mientras permanece sobre su fondo de nihilidad, exhibe
diversas formas dependiendo de la profundidad o superficialidad de su
138
adaptación. Por ej emplo, la nihilidad se oculta detrás de las tendencias
contemporáneas de la gran masa de gente que se dedica apasionadamen
te a las carreras, los deportes y otras diversiones. Aunque meramente flo
ta en la atmósfera de la vida sin llegar claramente a la conciencia, ya está
ahi como un «cripto-nihilismo» 2B. O, también, hay un tipo de nihilismo
que se muestra en la Existenz solitaria que vuelve la espalda a las tenden
cias de las masas para optar, con clara conciencia y decisión, por la nihi
lidad como el fundamento del ser. Entre estos dos casos cabe todo un es
pectro de nihilismos. Sin embargo, todos tienen en común que pertenecen
al modo de ser que se sitúa decididamente en la nihilidad y apuntan a un
sujeto entregado a la vitalidad simple y llana de la vida. Es un modo de
ser en que el hombre utiliza las leyes de la naturaleza como si se encon
trara totalmente fuera de ellas. Este modo de ser humano representa la in
versión de la normatividad de las leyes naturales llevada hasta el límite.
Las leyes naturales gobiernan al hombre en el proceso de hacerse ma
nifiestas a través del trabaj o humano. Esto es la racionalización de la vida
humana que desde la época de la Ilustración, en el siglo XVIIl, hasta la ac
tualidad ha sido asumida para representar el progreso del hombre. No
obstante, desde el fondo de esta racionalización de la vida humana, la
propia vida -en el sentido de algo del todo previo a la racionalización
ha venido, gradualmente, a presentarse apoyada en una nihilidad que pa
rece ser por completo inaccesible a la razón. Otro punto de vista, que se
mantiene en paz con el avance de la racionalización de la vida aun per
maneciendo tras él, continúa cobrando fuerza: la afirmación creciente de
un modo de ser humano prereflexivo totalmente no-racional y no-espi
ritual, es decir, la postura de la subjetividad que se sitúa en la nihilidad en
tanto que persigue sus propios deseos de manera incondicional. Esto tam
bién constituye uno de los elementos básicos de la crisis contemporánea
de la cultura.
Por lo tanto, no importa desde qué aspecto se examinen las cosas, pues
la inversión del controlador y controlado sigue manifestándose. Desde el
extremo de la libertad del yo que controla las leyes naturales, el hombre
muestra la tendencia contraria a perder su naturaleza humana y mecani
zada. En el extremo del control indiferenciado, que las leyes naturales
ej ercen sobre el trabajo humano, esas leyes se colocan bajo el control del
hombre como un sujeto en pos de sus deseos que se comporta como si
permaneciera aj eno a toda ley y control. La aparición de la mecanización
139
de la vida humana y la completa transformación del hombre en un suje
to no-racional en busca de sus deseos están estrechamente vinculadas.
Según esto, ese tipo de situación mencionada antes, en la que la su
bordinación directa a la ley implica una emancipación de dicha ley, des
cubre su Forma más radical en la tecnología mecánica, esto es, en la re
velación en el seno de la vida humana del campo en que aparece la
máquina. Sin embargo, al mismo tiempo, la verdadera Forma real de la
situación se desnaturaliza y se mantiene oculta a la vista. Lo que debería
ser la Forma original de la relación entre el hombre y la naturaleza pare
ce, en vez de eso, haberse trocado en su opuesta. Esto es 10 que se pre
tende dar a entender con la afirmación, que se oye con frecuencia, de que
el hombre se está dejando arrastrar por las máquinas que él mismo ha
construido. Esto además pone de relieve el problema del desequilibrio
entre el progreso de la ciencia y el de la moral humana. Lo esencial del
hecho no es tanto un desequilibrio como un movimiento en direcciones
opuestas.
Obviamente, esto se presenta más intensamente en el problema del ar
mamento nuclear. Llegaríamos a la misma problemática incluso si am
pliáramos nuestra argumentación de la mecanización del hombre y su
transformación en un sujeto que persigue sus propios deseos, incluyendo
temas históricos y sociales, como las diversas formas de las instituciones
políticas del mundo contemporáneo. En los países comunistas, las insti
tuciones políticas muestran una tendencia hacia el totalitarismo que im
plica una orientación hacia la mecanización de las instituciones así como
del hombre. En los países liberales, la libertad de los individuos bajo la
democracia es idónea para ser orientada hacia la mera libertad del sujeto
en persecución de sus deseos. Sin embargo, estas dos orientaciones dife
rentes derivan de la misma fuente y están relacionadas entre sí. De nue
vo, el problema de la civilización mecanizada y las instituciones políticas,
en su conj unto, puede recorrerse hasta llegar al final a una misma fuen
te, al punto desde el que se genera el nihilismo contemporáneo, ya sea de
manera evidente o críptica.
Como observamos antes, el nihilismo en nuestros tiempos arranca del
despertar a un sinsentido en el fondo del mundo y del propio hombre.
Es una conciencia que ha acompañado la imagen del mundo mecanicis
ta de la ciencia moderna y la tendencia hacia la mecanización del hom
bre, que ha ido incrementando su penetración, no únicamente en las es-
1 40
tructuras sociales del mundo moderno sino también en el interior de la
vida del hombre. Hay una tendencia en la vida humana a mecanizarse
tanto social como psicológicamente, a percibirse como una especie de
mecanismo; en cuanto sujeto en busca de sus deseos y situado (cons
cientemente o no) en la nihilidad que se ha manifestado en el fondo de
ese mecanismo, el hombre ha conseguido ayudar a su propia existencia a
escapar de ser disuelta en un mecanismo.
Repetimos que la perversión que ha tenido lugar en la relación ori
ginal del hombre con las leyes de la naturaleza ha asumido la forma de una
imbricación fundamental entre la mecanización del hombre y su trans
formación en un sujeto en busca de sus deseos, en cuyo fondo la nihili
dad se ha revelado como un sentido de todo ese sinsentido. Esta nihi-li
dad ha llegado a parecer una compañía adecuada a la situación básica en
que el hombre se encuentra en el mundo contemporáneo. De acuerdo
con esto, no es algo que pueda escapar a nuestra atención. Si contempla
mos nuestra propia existencia como es, sin engañarnos, no hay forma de
evitar ser conscientes de ella. Por esta razón muchos existencialistas con
temporáneos, por un sentido de honestidad con su propia existencia, se
han situado firmemente en la nihilidad, decididamente y por propio
acuerdo. Este tipo de nihilismo positivo en el existencialismo representa
un claro intento por salir de la mecanización del hombre y de su degra
dación hacia un nivel en el que el sujeto persigue sus deseos inherente a
un nihilismo que todavía no ha alcanzado su despertar. En otros térmi
nos, demuestra el esfuerzo por salir de la trampa en que el hombre cae en
nuestros tiempos a causa de la perversión de su relación con la naturaleza.
Al mismo tiempo, el hombre no puede escapar a esa perversión mien
tras permanezca en la nihilidad porque fue precisamente a causa de esa
desnaturalización que la nihilidad salió a la luz: la trampa puesta al des
cubierto en el fondo de esa perversión no es otra cosa que la nihilidad
misma. La nihilidad no puede liberarse de la nihilidad por sí misma. Por
lo tanto, el nihilismo se ve obstaculizado en sus intenciones positivas por la
nihilidad en la que se sitúa tan firmemente. Podemos decir que éste es el
punto de vista del dilema que entraña el nihilismo y la realización de la
nihilidad. Es más, si puede decirse que este nihilismo surge de las leyes de
la naturaleza y del papel regulador desempeñado por la ciencia y la tec
nología en tanto que afectan a la relación del hombre con el mundo y con
sigo mismo, también podemos decir que el problema de la ciencia y la
141
religión adquiere, en este nihilismo y en el dilema que comporta, su for
ma más sucinta y fundamental.
III
En la sección anterior nos referimos al control de la ciencia y de la tec
nología científica, o más fundamentalmente, al campo en que se constitu
yen : la alianza mutua del intelecto abstracto e impersonal y de la imagen
del mundo mecanicista. También comentamos algo respecto a la consi
guiente aparición de una doble tendencia, por una parte, hacia la mecani
zación de la vida interior y de las relaciones sociales del hombre, y por
otra, hacia la transformación del hombre en un suj eto en busca de sus de
seos. En una palabra, tratamos la tendencia hacia la pérdida de lo humano.
Las religiones tradicionales conciben a Dios y al hombre y su relación
en términos personales. Estas religiones enfrentadas con los problemas
contemporáneos han topado con una cuestión de lo más fundamental y
difícil. Por supuesro, elevar el punto de vista de la personalidad o del es
píritu humano representa oponerse a la tendencia que se dirige a la pér
dida de lo humano. Esto resulta indispensable para el modo adecuado de
ser del hombre. También es el motivo de que la ética, el arte y la filoso
fía posean tanta significación. En cierto sentido, incluso es posible trazar
una línea básica de oposición que ponga estas cosas de un lado y el con
trol de la ciencia del otro. Además, en la raíz del dominio de lo personal
y espiritual, se creía obtener una relación con Dios como personalidad
absoluta o espíritu absoluto, y se consideraba que esta única relación re
ligiosa era capaz de proveer de un fundamento inquebrantable a la per
sonalidad y al espíritu del hombre.
La orientación contraria a la soberanía de la ciencia ha sido estimula
da, en su mayor parte, desde este dominio de la religión. En consecuen
cia, la resistencia contra la tendencia a la pérdida de lo humano, hasta el
momento, ha adoptado la forma de un trazar los límites de la ciencia des
de una posición basada en el dominio de los asuntos religiosos. Pueden
encontrarse vestigios de esos esfuerzos en la historia de la ftlosofía desde
Descartes. Es de este modo, porque la personalidad o el espíritu consti
tuye el centro de lo genuinamente humano.
No obstante, como ya fue observado, la imagen del mundo natural
ha ex�rimentado un cambio total desde el Renacimiento a consecuen
cia del desarrollo de las ciencias naturales. El mundo ha venido a mos-
142
trarse completamente insensible y del todo indiferente a los intereses hu
manos. El mundo ha rebasado la relación personal entre Dios y el hom
bre. En consecuencia, hablar de un mundo ordenado en dependencia
con Dios, de la providencia en la historia, e incluso de la propia exis
tencia de Dios, se ha convertido en algo aj eno a la mentalidad humana.
El hombre se vuelve cada vez más indiferente a nociones como ésas y, al
final, también a su propia humanidad. El hombre sigue estando deshu
manizado y mecanizado.
De cara a tal situación, y examinada meramente desde el punto de vis
ta de la personalidad o del espíritu, o de la relación personal entre Dios
y el hombre, no podemos seguir pensando que nos enfrentamos a algo
irresoluble. Llegado ese punto se requiere la apertura de un ámbito trans
personal más allá del punto de vista de la personalidad o del espíritu, y,
con todo, el único lugar en que la personalidad y el espíritu se manifies
tan. Además, al haber detectado un elemento de transpersonalidad en la
idea cristiana de Dios nos fue posible ver una cualidad personal e imper
sonal en la omnipresencia de Dios en el mundo, o en el amor indiferen
ciador o perfección de Dios que hace salir el sol sobre buenos y malos.
Eckhart apuntaba hacia ese punto de vista con la explicación de la esen
cia del Dios personal como nada absoluta. La concebía como el tipo de
campo de negatividad absoluta que incluso derrumba y atraviesa la sub
jetividad (en el sentido de personalidad) , como algo que yace directa
mente baj o nuestra subjetividad y, al mismo tiempo, como el campo de
la afirmación absoluta en donde nuestra personalidad también se hace
manifiesta. En una palabra, la entendía como un campo de muerte-en-la
vida absoluta.
Un campo así no puede residir más allá de este mundo y de esta vida
terrena nuestros como algo meramente trascendente. Debe residir en el
más acá, más próximo aún que el aquí y el ahora en que se supone esta
mos, de ordinario, nosotros mismos o nuestras propias vidas. El «ser se
parado» al que se refiere Eckhart como una salida radical no sólo del yo
y del mundo sino incluso de Dios, la huida de Dios a causa de Dios, de
be apoyarse, por decirlo de alguna manera, en un más acá absolutamen
te trascendente. El mismo Eckhart declaraba que el fondo de Dios reside
en el interior del sí mismo, más próximo al sí mismo que lo que éste lo
está de sí mismo.
En la posición budista de sÜllyata (vacuidad) , este aspecto sale a la luz
1 43
de forma todavía más clara. Sünyata es el lugar en que nos manifestamos
en nuestra propia mismidad como seres humanos concretos, como indi
viduos con cuerpo y personalidad. Y, al mismo tiempo, es el punto en
que todo lo que hay a nuestro alrededor se hace manifiesto en su propia
mismidad. Como destacamos antes, puede hablarse de él como el lugar
en el cual las palabras «en la gran muerte, el cielo y la tierra se renuevan»
pueden significar a la vez un renacimiento del yo. Aun cuando nos refe
rimos a esto como un renacer, lo que queremos decir con eso aquí es la
aparición del yo con su rostro original. Es el regreso del yo a sí mismo en
su modo de ser original.
Por tanto, ¿no podría ser que necesitemos volver a ese punto de vista
para que tenga lugar propiamente el tipo de relación, antes referida, en la
que la subordinación a la normatividad de la ley es a la vez la emanci
pación de ella? Y ¿no se da además el caso de que la posibilidad de la exis
tencia humana sólo emerge, también de forma adecuada, en correspon
dencia con la condición de esta relación en su sentido estricto? En otros
términos, ¿no es éste el único lugar en que se encuentra un punto de vis
ta capaz de superar debidamente una situación en la que, a consecuencia
de la soberanía de la ciencia, la relación ha sido tergiversada y ha cobra
do impulso la pérdida de lo humano? ¿No es aquí donde encontramos un
punto de vista capaz propiamente de vencer el nihilismo generado por la
perversión de esa relación?
IV
Acaba de afirmarse que sünyata representa un campo absolutamente
trascendente y que, al mismo tiempo, no está situado en el más allá don
de nos encontramos, sino en nuestro más acá, más cerca aún de lo que
nosotros estamos respecto a nosotros mismos; y, después, que esta revela
ción representa una conversión propiamente descrita como muerte-en-la
vida absoluta. En la naturaleza de esta muerte-en-la vida es donde pode
mos tratarla tan seria y honestamente como sea posible.
Hablar del nacimiento a través de la muerte ha sido durante mucho
tiempo, y lo continúa siendo, parte de muchas religiones. Oímos hablar de
cosas como morir a la vida finita para renacer a la vida eterna, o morir al
yo para vivir en Dios. Como observamos antes, en estos casos el acento
principal recae sobre el lado de la vida. Lo que llamamos alma o espíritu
o personalidad también ha sido largamente considerado desde el lado de
144
la vida (y sigue siendo válido en el caso de los muertos, pues nos referi
mos a sus almas o espíritus como fantasmas) . Dada esa orientación, la vi
da de las cosas animadas se situaba en un rango superior al de las cosas
inanimadas. Y, de acuerdo con esto, surgía la idea de un ascenso gradual
hacia el alma, el espíritu y la personalidad, un ascenso que culminaba en
un salto hacia el punto de vista de la religión como la relación personal
entre Dios y el hombre.
Por el contrario, la orientación que pone el acento en la muerte habla
en términos de una reducción que procede a la inversa a través de la per
sonalidad, el alma y la vida para llegar a las cosas inanimadas donde todo
se considera basado en la materia y reductible a ella. La manera científica
de examinar las cosas está constituida fundamentalmente por esa orienta
ción . Como ya señalamos, esto culmina en un salto hacia la nihilidad y el
sinsentido que se abre en el fondo de todas las cosas, incluida la propia vi
da; y la conciencia de esas cosas, a su vez, hace surgir el nihilismo.
Un esquema tan breve es obviamente insufIciente para la complejidad
que lo envuelve. Por ej emplo, según las enseñanzas cristianas, todas las
cosas se consideran creadas ex nihilo, la relación personal de Dios y el
hombre nace como una especie de salvación por medio de una vida eter
na concedida desde el más allá al atravesar ese nihilum. Puesto que esta
idea de salvación implica el nacimiento a través de una muerte, contiene
algo que no puede clasificarse sencillamente como parte de la orientación
de la vida.
Otro ejemplo sería cuando la nihilidad o la muerte, experimentadas
como una separación absoluta de Dios por parte del hombre que se com
promete a ser sí mismo incondicionalmente, sin Dios y simplemente co
mo el ser finito que es, se presentan en la autoconciencia del hombre co
mo un pecado que le lleva a rebelarse contra Dios. El pecado aquÍ, por
así decir, es la muerte o la nihilidad de forma sublimada, que sale a la luz
en una existencia consciente de sí misma. Las raíces de este pecado ori
ginal se extienden más allá del espíritu y la personalidad del hombre na
tural y alcanzan lo más hondo de su alma, así como la vida animal. Tam
bién podemos referirnos al nacimiento a través de la muerte en este
sentido más fundamental. Por tanto, la orientación a la vida a la que nos
referíamos sólo puede entrar en el dominio de la religión, en una espe
cie de salto, por la superación profunda de la muerte.
Por el contrario, aunque la orientación contraria de la muerte nos
1 45
permite referirnos al sinsentido y la nihilidad revelados en el fondo de to
das las cosas, incluida la vida misma, esto no quiere decir que simple
mente se haya perdido de vista a Dios y se haya dejado atrás sólo el nihi
lum de la creatio ex nihilo. Tampoco significa que se perciba meramente
una nihilidad detrás del ser de los seres finitos. En tal caso, nos encontra
ríamos todavía en una de las formas típicas del nihilismo tradicional. En
el nihilismo contemporáneo, esta nihilidad se extiende en el interior del
campo de la existencia de Dios, con lo cual nos adentramos en un abis
mo. En esa nihilidad abisal y sin dios, toda vida, ya sea animal y del alma,
o incluso, vida espiritual y personal, adquiere los rasgos de un sinsentido
fundamental.
Al mismo tiempo, en esa perspectiva, el hombre sólo es capaz de al
canzar la verdadera subjetividad y de llegar a ser verdaderamente libre e
independiente, cuando se compromete resueltamente a adoptar una po
sición en ese abismo de nihilidad. Entonces, la nihilidad es considerada el
campo de la trascendencia extática de la existencia humana, esto es, don
de la Existenz empieza a existir. En este campo la Existenz asume la res
ponsabilidad de crear nuevos sentidos para el sinsentido y la nihilidad de
la vida y de la existencia. Aquí, la Existenz busca dar lugar a la fuerza pa
ra afirmar la vida en toda su absurdidad, desde el compromiso apasiona
do de adoptar sin vacilar su fundamento en medio de lo absurdo de la vi
da. En lugar de la imagen de Dios, aquí se establece la imagen del
«superhombre» o la imagen del hombre completamente humano como
objeto de los proyectos intrínsecos del hombre.
En cualquier caso, considerado en términos de Existenz, se descubre
algo en el interior del nihilismo que no podemos tratar meramente en
función de la orientación hacia la muerte: el punto en que la nihilidad es
la base preparatoria para un modo de ser nuevo (existencial), en el que
morir es la base preliminar para una forma de vida nueva y diferente. És
te es el motivo por el que sostenemos que el nihilismo sale a la luz a tra
vés de un salto más allá de la orientación a la muerte generada por el pun
to de vista científico.
En resumen, las cuestiones nunca son puras y simples cuando tienen
que ver con posiciones orientadas a la vida y la muerte. A pesar de todo,
me parece que las religiones todavía giran en torno a un ej e orientado
hacia la vida, mientras que la línea que va desde el punto de vista cientí
fico hasta el nihilismo representa un eje orientado hacia la muerte. Qui-
1 46
zás esto quedará más claro si contrastamos ambas orientaciones con la po
sición antes mencionada de sünyata.
Repitiendo lo que se dijo entonces, puede considerarse la aparición
de una cosa dada en la Forma de su mismidad verdadera como el mo
mento en que las orientaciones a la vida y la muerte se cruzan. Todo pue
de ser visto como una especie de «doble exposición» de la vida y la muer
te, del ser y de la nihilidad. Con esto no estoy pensando en lo mismo que
Platón cuando se refería a las cosas del mundo sensible como entidades
transitorias en el flujo constante de una mezcla entre ser y no-ser. Tam
poco quiero decir que el ser y el no-ser se· confundan en cada cosa como
si fueran elementos cuantitativos; ni, ciertamente, que la muerte aparece
cuando la vida llega a su fm o cuando el ser desaparece. En vez de eso,
pretendo decir que mientras la vida permanece como vida hasta su fin, y
la muerte como muerte, ambas se manifiestan en cualquier cosa dada y, por
lo tanto, el aspecto de la vida y el de la muerte pueden superponerse en
dicha cosa de manera que ambas sean visibles simultáneamente. En este
sentido, ese modo de ser podría ser calificado de vida-en-la muerte,
muerte-en-la vida. Por tanto, debería parecer natural seguir examinando
directamente algo y ver la vida-en-la muerte o la muerte-en-la vida co
mo su Forma apropiada, incluso sin tener que rechazar la Forma real de
la cosa en sí.
De las dos orientaciones antes contrastadas, una intenta comprender la
forma real de las cosas como son desde un eje orientado a la vida, la otra
desde un eje orientado a la muerte. La primera da lugar al punto de vista
del desarrollo ascendente, que va desde la vida y el alma hacia el espíritu
o la personalidad. Al fmal, despertamos a la muerte, implícita a través del
espíritu o la personalidad, el alma y la vida, como pecado (o pecado ori
ginal, según las enseñanzas cristianas) en el sentido de desobediencia o re
belión contra Dios, que es la vida absoluta. Entretanto, el punto de vista
de una comunión personal con Dios, en donde la muerte se supera al atra
vesar su propio fondo, aparece como resultado de un salto fmal.
La orientación hacia la muerte, por otro lado, busca reducirlo todo a
relaciones materiales. Al fmal, la vida, implícita en toda la vida y el alma
y el espíritu o la personalidad, emerge en la conciencia como sinsentido.
En ese caso, en el salto final aparece el punto de vista de la Existenz en
el centro del nihilismo, donde el sinsentido es superado al atravesar el
fondo de dicho nihilismo.
147
Ahora bien, ¿que ocurriría si persistiéramos en examinar las cosas di
rectamente como son en su Forma propia de vida-en-la muerte, muer
te-en-la vida? Podría ser que también aquí tuviera lugar un salto, aunque
no sería un salto hacia arriba a lo largo de la línea de desarrollo ascenden
te hacia la personalidad, ni un salto hacia abaj o, en la línea de reducción
descendente hacia la materialidad. Más bien, tendría lugar directamente
bajo la Forma propia de las cosas, como vida-en-la muerte, muerte-en
la vida. Surgiría desde mi punto de vista completamente diferente de
aquellos que distinguen varios estadios o niveles entre lo material y la
personalidad, y que llevan a hablar de la ascensión a estadios superiores o
la reducción a inferiores. Entonces, seríamos capaces de proponer una
posición en la que la personalidad y lo material, normalmente tenidos
por mutuamente excluyentes, pudieran considerarse, en una especie de
doble exposición, libres de la idea fija que habitualmente se les atribuye.
También se podría denominar «posición de igualdad absoluta», en donde
se consideraría a la personalidad, mientras lo continúa siendo, igual a las
cosas materiales; y las cosas materiales, mientras retuvieran su materiali
dad, con todo, iguales a la personalidad.
La propia posición de sünyata hace posible esta propuesta. Sin embar
go, ¿qué significa todo esto?, ¿cómo llega a darse un punto de vista de
sünyata? Para responder a estas preguntas es necesario dirigir nuestra aten
ción antes que nada a la diferencia entre el punto de vista de la nihilidad,
en el cual se postula el nihilismo, y el de sünyata.
V
Como hemos tenido ocasión de observar, la personalidad ha sido exa
minada desde la óptica tradicional a partir del punto de vista de la propia
personalidad: como una personalidad que se comprende desde sí misma.
Esto significa que hasta el momento nuestra visión de la personalidad se
ha constituido por una aprehensión egocéntrica de la personalidad como
su núcleo. Puede decirse que esta forma de entender la personalidad, co
mo aprehensión egocéntrica de la personalidad del yo, representa una
forma de cautiverio o autoapego. De acuerdo con esto, en el capítulo an
terior me referí a un punto de vista de la nada absoluta o vacuidad que
superaría este autoapego y rechazaría la aprehensión egocéntrica de la
personalidad. Después dij e que la personalidad únicamente se manifiesta
en su verdadera Forma de mismidad, es decir, en su modo de ser origi-
1 48
nal, a la vez que se manifiesta la nada absoluta. Sin embargo, la posición
de la nada absoluta que vimos no reside más allá de lo que acostumbra
mos a denominar nuestra propia personalidad o yo; en vez de eso se re
vela, por así decirlo, en el más acá. Esta vacuidad, o sünyata, no es lo mis
mo que la nihilidad del nihilismo.
En el apartado anterior, vimos cómo, en el nihilismo moderno, la nihi
lidad se ha adentrado en un abismo: la nihilidad, advertida en el fondo
del yo y del mundo, se extiende hasta el locus de lo divino. En este pun
to, el nihilismo sostiene que el hombre sólo puede alcanzar la subjetivi
dad y la libertad al adoptar una postura en la nihilidad. Con esta subjeti
vación del abismo de la nihilidad se abría un dominio en el fondo de la
propia existencia del hombre, un dominio que, excluido el orden divino
hasta ahora considerado esencialmente como el que gobernaba el yo, no
permite que nada lo presida, ni siquiera Dios. Ahí, la autonorrlla del
hombre nacía de verdad por primera vez. La angustia de no tener algo a
que agarrarse, el sentimiento de inestabilidad al ser privado de todo fun
damento en que asentarse firme y tranquilamente, fue transformada co
mo tal, directamente, en la posición de una libertad creativa que no se li
gaba a nada existente hasta ese momento. La nihilidad se convertía para
la propia existencia del hombre en un campo de autoapego extático. El
nihilismo había llegado a ser existencial.
A pesar de esto, la representación de la nada del nihilismo todavía
muestra vestigios de un sesgo de objetivación, al tomar la nada como al
guna cosa llamada nada. Esto, efectivamente, no significa que la nada fue
ra cosificada de manera que cuestionara el punto de vista existencial del
nihilismo, el punto de vista subjetivado del nihilismo, o incluso la exis
tencia aparentemente subjetiva de la nihilidad. La noción de la nada o de
la representación de la nada, en ese contexto, simplemente no represen
tan un problema. El nihilismo al que nos estamos refiriendo adquiere una
posición firme con respecto a la conciencia de la experiencia real de la
nihilidad en nuestro fundamento y en el de todas las cosas. Es una posi
ción en la que llegamos a ser nihilidad, una posición que se puede deno
minar, para volver a lo señalado antes, la realización de la nihilidad.
Con todo, la nihilidad todavía es contemplada desde el sesgo de la pro
pia existencia como lo desfundamentado (Grundlosigkeit) de la existencia
que reside en el fundamento de la propia existencia. Esto significa que se
considera situada fuera de la existencia del sí mismo y, por tanto, también
149
como algo más que la existencia, o distinto de ella. Incluso la encontramos,
por ejemplo, en las palabras de Heidegger sobre la propia existencia que
«queda suspendida en la nada», a pesar de la diferencia fundamental entre
su punto de vista y otros tipos de existencialismo o nihilismo contempo
ráneos. El hecho de que se refiera al abismo de la nihilidad lo confirma.
En los argumentos de Heidegger todavía perduran huellas de la represen
tación de la nada como alguna cosa que es nada.
Pero, de nuevo, la representación de la nada no es la cuestión, más
bien lo es la nihilidad que encontramos revelada ante nosotros en el fon
do de la propia existencia cuando tomamos posición en ella, una nihili
dad que se extiende realmente como un abismo sobre el que la existen
cia del yo se mantiene en suspenso. Aquí, la cuestión es simplemente que
la nihilidad es siempre para la propia existencia, es decir, una nihilidad
con la que entramos en contacto cuando nos situamos a nosotros mismos
del lado de nuestra existencia. De esto se sigue que la nihilidad llega a re
presentarse como algo fuera de la existencia del yo y de las cosas, como
alguna cosa absolutamente otra que la existencia, alguna cosa llamada na
da. El problema es que persisten los vestigios de la visión común que si
túa la nada sencillamente contra la existencia como una mera negación
conceptual. La visión occidental de la nada, existente desde hace mucho
tiempo, debe renunciar a esta manera de pensar. El sünyata al que nos re
ferimos apunta hacia un punto de vista fundamentalmente distinto.
Vacuidad en el sentido de sÜl1yata sólo es vacuidad cuando se vacía a
sí misma, e incluso se vacía del punto de vista que la representa como al
guna cosa que está vacía. En su Forma original es autovaciamiento. En
este sentido, la verdadera vacuidad no es postulada como algo fuera de y
otro que el ser. Más bien es realizada como algo unido e idéntico al ser.
Cuando decimos «ser-e n-la nada» o «forma eso es, vacuidad; vacuidad
eso es, forma», no queremos decir que lo que concebimos inicialmente
como ser, por una parte, y nada, por otra, se hayan unido después. En el
contexto del pensamiento Mahayana, cuyo principio central es trascen
der toda dualidad que emeIja del análisis lógico, la frase «ser-en-la nada»
requiere que se adopte la cópula del «en» (soku) y desde ahí considerar el
ser como ser y la nada como nada. Por supuesto, normalmente adopta
mos una posición ligada al ser, desde la cual el ser es considerado sola
mente como ser. Para que la nihilidad aparezca debería superarse y re
chazarse esta posición. Sin embargo, esta posición de la nihilidad, a su
150
vez, llega a ser una posición encadenada a la nada, desde la que la nada es
considerada tan sólo como nada, por lo que también necesita ser negada.
En este punto, la vacuidad empieza a ponerse de relieve, liberada de su
doble confinamiento, como posición del no-apego absoluto.
Sünyata, en los términos de este proceso, representa el momento final
de una orientación hacia la negación. Puede denominarse una negativi
dad absoluta, puesto que es un punto de vista que ha negado, y por tan
to trascendido, la nihilidad, que era la trascendencia por negación de to
do ser. También puede denominarse una trascendencia absoluta del ser,
en tanto que niega absolutamente y se distancia de cualquier punto de
vista encadenado a cualquier forma de ser. En este sentido, la vacuidad
puede ser descrita como fuera de y absolutamente otra que el punto de
vista ligado al ser, a condición de que evitemos la falsa idea de que el va
cío es alguna cosa distinta del ser y subsistente fuera de él.
A pesar de esta trascendencia del punto de vista ligado al ser, o más
bien justamente por este motivo, la vacuidad sólo puede aparecer como
una autoidentidad con el ser en una relación de «em (soku) por la cual
ser y vacuidad son vistos como una presencia mutua desde el principio e
inseparables estructuralmente uno de otro. De aquí que hablar de tras
cendencia no implique alejarse hacia una cosa trascendente llamada va
cuidad o nada. La vacuidad reside absolutamente en el más acá, aún más
que lo que normalmente consideramos como nuestro propio yo. Vacui
dad, o nada, no es algo que podamos invertir. No es algo fuera de noso
tros. Se resiste a la representación objetiva; apenas adoptamos una actitud
respecto a ella, la vacuidad se aleja para ocultarse.
A menudo se ha indicado que la subjetividad del ego rechaza resuel
tamente ser considerada objetivamente. Y, sin embargo, el yo presenta
una tendencia constante a compre henderse a sí mismo representacional
mente como una cosa llamada yo o ego. Esta tendencia es inherente a la
esencia del ego como autoconciencia. Por tanto, el punto de vista de la
Existenz-en-éxtasis, suspendida en la nada, cuando aparece como un
punto de vista de la verdadera subjetividad de la propia existencia indica
un gran avance. Con todo, ahí se pueden encontrar todavía las huellas de
la representación de la nada como postulado de alguna cosa que se llama
nada. El punto de vista de sünyata, no obstante, es absolutamente no ob
jetivable, ya que trasciende esta nihilidad subjetiva hacia un lugar más acá
que la subjetividad del nihilismo existencial.
151
Por estas razones, lo que hemos denominado abismo de la nihilidad
sólo puede ser constituido en la vacuidad. Incluso para la nihilidad sólo
es posible ser representada de este modo en la vacuidad. En este sentido,
tal como la nihilidad es un abismo para cualquier cosa existente, puede ,
decirse que incluso la vacuidad es un abismo para ese abismo de la nihi-
lidad. Así como puede imaginarse un valle insondable y profundo situa-
do en la extensión de un cielo sin fin, lo mismo sucede con la nihilidad
y la vacuidad. Pero el cielo que tenemos en mente es mayor que la bó-
veda que se extiende a lo largo y ancho sobre el valle que tiene debaj o.
Es un cielo cósmico que envuelve a la tierra, al hombre y a las inconta-
bles legiones de estreUas que se mueven en él. Reside debajo del suelo
que pisamos, su fondo se alcanza baj o el fondo del valle. Si el lugar don-
de reside el Dios omnipresente es llamado cielo, entonces el cielo tam-
bién tendría que abarcar lo más profundo del infierno: el cielo sería un
abismo para el infierno. La vacuidad es, en este sentido, un abismo para
el abismo de la nihilidad.
Es más, el abismo de la vacuidad se abre más hacia el más acá, más in
mediatamente aquÍ y ahora que lo que llamamos yo o subjetividad. De la
misma forma que pasamos por alto el cielo que nos rodea, aunque nos
movamos y tengamos nuestro ser en su interior, y sólo miramos atenta
mente el trozo de cielo que está por encima de nosotros, también fraca
samos al comprender que nos hallamos más cerca de nosotros mismos en
la vacuidad que en la autoconciencia.
De lo comentado respecto a las diferencias básicas entre la perspecti
va de sünyata y la del nihilismo contemporáneo, debería resultar claro que
el primero no es ateo en el mismo sentido que el segundo. Aún menos
se parece a los ateísmos del positivismo o el materialismo que tienen una
orientación totalmente distinta a la de ese nihilismo. La perspectiva de la
vacuidad expresada en frases como «ser-en-la vacuidad», o «forma eso
es, vacuidad; vacuidad eso es, forma», en virtud de lo que niega, tras
ciende el nihilismo por una parte, y el materialismo y el positivismo, por
otra. Y sin embargo, en efecto, parece implicar la posibilidad de llevar a
una mayor síntesis las orientaciones básicas y las motivaciones contenidas
en las dos posiciones opuestas. Este problema será tratado más adelante.
Si la posición de sünyata no es un ateísmo en el sentido corriente del
término, aún menos debería ser clasificado como una forma de lo nor
malmente denominado teísmo. En el capítulo anterior, hemos visto a
1 52
Eckhart ej emplificar un punto de vista que no plantea una alternativa en
tre el teísmo y el ateísmo. Aunque toma la relación personal entre Dios
y el hombre como una relación viva entre la imagen de Dios en el alma
y su imagen original, Eckhart dice que la esencia de Dios está libre de to
da forma -la deidad completamente sin imagen (bildlos)- como nada, y
considera que el alma vuelve a sí misma y adquiere la libertad absoluta
sólo cuando llega a ser totalmente una con la nada de la deidad. Esto no
es mero teísmo, pero tampoco es, desde luego, mero ateísmo. (Por esta
razón, fue llamado erróneamente panteísmo.) Como fondo del Dios per
sonal, esta nada reside en el más allá, en el fondo de Dios, y sin embargo,
era realizada inmediatamente como siendo «mi fondo», residiendo direc
tamente en el más acá, en el primer término del sí mismo. Aquí encon
tramos un giro en Eckhart hacia un tipo de perspectiva a la que me refe
rí como el más acá absoluto. El punto de vista de sünyata aparece cuando
ese giro ha sido alcanzado clara y distintamente.
En efecto, incluso el budismo, donde encontramos el punto de vista
de la vacuidad comentada, habla de una trascendencia del más allá, o la
«otra orilla». Sin embargo, se puede llamar a esa orilla un más acá abso
luto en el sentido de que ha ido más allá de la oposición habitual de acá
y allá. De hecho, el rasgo característico del budismo consiste en ser la re
ligión del más acá absoluto.
En el caso de Eckhart, la nada en la que el fondo de Dios es mi fon
do y mi fondo es el fondo de Dios, es el escenario que revela una rela
ción personal entre Dios y el hombre. En el campo de la nada la Forma
real -la Forma visible, Bild- de todo lo que existe, incluido Dios, sale a
la luz. Sólo en esta nada se hace posible todo lo que es representado co
mo Dios o el alma y las relaciones entre ellos.
Sucede lo mismo con el punto de vista de la vacuidad. Como dij e an
tes, sólo en la vacuidad aparece el abismo de la llihilidad, y sólo en ella
puede ser representada como un abismo. Es más, sólo en el campo de es
ta vacuidad, Dios y el hombre, y su relación, son constituidos en Forma
personal, y son posibles sus representaciones respectivas. Y, además, esta
vacuidad revela el más acá de lo que llamamos nuestro yo o subjetividad.
VI
Debe sonar como una locura, curiosa, casi fantástica, declarar que la
vacuidad es el único campo donde corresponde considerar esas cosas que
153
-
el nihilismo moderno llama el abismo de la nada y lo que las religiones
antiguas han denominado la relación personal entre Dios y el hombre, y
describir por ello esa vacuidad como un más acá absoluto. Quizás lo sea
para nuestro punto de vista cotidiano o para los modos de pensar f¡]osó
fico y teológico. Pero ¿realmente es así?, ¿no podría ser que el asunto de
la fantasía, en su significado original de representación o imagen elabo
rada, sobrevive todavía al hablar de un abismo y una relación personal en
tre Dios y el hombre?
Por supuesto, decir que persisten esta imagen elaborada y los rasgos
representativos no implica que estemos tratando aquÍ meramente con
imágenes mentales, meros productos de la imaginación, como dirían Feuer
bach y otros críticos de la religión. La nihilidad no es un sentimiento sub
jetivo, una fantasía o una idea, sino una realidad no menos real que nues
tra propia existencia. Tampoco la nihilidad es algo que pueda ser sustraído
del nivel cotidiano en que vivimos. Es algo en donde nos encontramos
cada día. Sencillamente porque nuestro cada día es demasiado cotidiano,
porque estamos adheridos a él, no conseguimos prestar atención a la rea
lidad de la nihilidad.
Nos gusta sentirnos cercanos a nuestra familia y amigos y conocerlos
bien. Pero, después de todo, ¿conocemos realmente en esencia a quienes
nos son más familiares? Fracasar en conocer a una persona esencialmen
te no se refiere a lo que sucede cuando un hombre no consigue conocer
lo más Íntimo del corazón de otro, incluso a pesar de estar muy cerca uno
de otro; tampoco se refiere al hecho de que tengan lugar malentendidos
incluso entre compañeros Íntimos. Si nuestro sentido fuera ése, no po
dríamos afirmar que comprendemos adecuadamente lo más íntimo de
nuestros propios corazones y nuestras propias personalidades.
Empleo la palabra «esencialmente» en un sentido relacionado más bien
con el «terruño)) de un individuo fanUliar en tanto que se ha llegado a
manifestar directamente ante nosotros. No sabemos más respecto de dón
de viene nuestro mejor amigo y adónde va que de dónde venimos y adón
de nos dirigimos nosotros mismos. En este terruño, un amigo resulta en
un sentido original y esencial un extraño, un desconocido. Por supuesto,
mi amigo no es un extraño en el sentido de la persona que encuentro por
casualidad en la carretera durante un viaje. Le conozco bien y estoy cer
ca de él. Con todo, hay esencialmente en esa familiaridad nuestra una
brecha abierta por un abismo absoluto, por la que, comparado con ella,
154
incluso el extraño de la carretera es el más íntimo de los amigos. En tér
minos esenciales, pues, todos los hombres, sea el más íntimo de los ami
gos o el más lejano de los conocidos, son desconocidos exactamente has
ta el mismo grado.
No sólo es cierto en cuanto a los hombres. Consideremos la flor di
minuta que florece en mi jardín. Crece de una sola senúlla y un día re
gresará a la tierra, para no volver nunca mientras este mundo exista. Sin
embargo, no sabemos de dónde ha surgido su pequeño y bonito rostro ni
hacia donde desaparecerá. Tras él, reside la nihilidad absoluta: la misma
que está detrás de nosotros, la misma que reside en el espacio entre las
flores y los hombres. La flor de mi jardín, separada de nú por el abismo
de esa nihilidad, es una entidad desconocida.
La gente da nombres a las personas y a las cosas, y luego supone que
si los saben conocen a lo que se refieren. Así, la gente también presupo
ne que sólo porque ha visto algo antes sabe lo que es. La asociación más
profunda con ciertas personas y cosas, con los que más conversamos y nos
mezclamos, es lo máximo que conseguimos saber e intimar con ellos. Por
eso llegan a ser nuestros conocidos, nuestros miembros de la familia, nues
tras rosas.
Considerado esencialmente, esto es, como existente en la nihilidad y
manifiesto en ella, todo es innominado, innombrable e incognoscible.
Ahora bien, la realidad de esta nihilidad está rodeada por un mundo co
tidiano que está en su propio elemento cuando trata con los nombres. El
terruño de la existencia cae en el olvido. El mundo a nuestro alrededor
viene a consistir sólo en lo que ya es, o bien puede llegar a ser, conoci
do y familiar. Llega a ser un mundo demasiado cotidiano. No podemos
salir de nuestra familiaridad con él. Olvidamos la esencia de las personas
y de las cosas aún cuando nos confundimos entre ellas.
Pero ¿cómo es este abismo de la nihilidad que nos aleja de lo que es
más cercano a nosotros? Yace detrás de todo cuanto hay en el mundo. In
cluso las galaxias y las nebulosas no pueden librarse de él. Y esta nihili
dad cósmica es la misma que nos aleja uno de otro. Incluso aunque per
manezcamos ligados al otro, las estrellas y los planetas de la Vía Láctea
giran a nuestro alrededor en la brecha sin fondo que nos separa del otro.
Hay un sentido por el que nos situamos juntos en la misma habitación,
cada uno ocupamos una posición separada de la totalidad del universo.
Cada uno se sitúa frente a otro con cuerpo y mente hechos manifiestos
155
-
en la ni hilidad , de forma que no podemos decir de dónde viene el otro
ni adónde va. Es el abismo de la nihilidad.
Si la vacuidad es considerada como un abismo igual al abismo de la
nihilidad, entonces, lo que se acaba de decir del abismo de la nihilidad se
aplica también a la vacuidad en un sentido verdaderamente absoluto. En
el modo de ser en que la forma es vacuidad y la vacuidad forma, las for
mas (esto es, todas las cosas) son absolutamente innominadas, absoluta
mente desconocidas e incognoscibles, distantes una de otra por una brecha
absoluta. Al contrario que en el campo de la nihilidad, en que el abismo
desolado y sin fondo aleja incluso a la persona más íntima o a unas cosas
de otras, en la vacuidad la brecha absoluta apunta directamente al en
cuentro más íntimo con todo lo que existe. La vacuidad es el campo en
el que estamos en contacto de forma original y esencial no sólo con lo
que está cerca de nosotros, sino al mismo tiempo con lo que aparente
mente no tiene ninguna relación con nosotros e incluso con las cosas que
nos son contrarias.
Ese encuentro es denominado esencial porque tiene lugar en la fuen
te de la existencia común a lo uno y lo otro, y, sin embargo, en un sitio
donde cada uno es verdaderamente él mismo. Aquí es donde todas las co
sas pueden encontrarse unas con otras en un nivel de igualdad por enci
ma de las distinciones de gratitud y venganza, libres de las diferencias en
tre la buena y la mala voluntad. De hecho, incluso es inadecuado hablar
de un encuentro. Así como un solo haz de luz blanca se deshace en ra
yos de diversos colores cuando atraviesa un prisma, aquí tenemos una au
toidentidad absoluta en la que lo uno y lo otro son ya verdaderamente sí
mismos, a la vez absolutamente separados y absolutamente unidos. Son
dos absolutamente y al mismo tiempo un uno absoluto. En palabras del
maestro zen Dait6 Kokushi:
156
VII
El más acá absoluto antes aludido está totalmente unido y es idéntico
a lo que somos como cuerpo y alma. Sucede como en el poema de Ga
san Joseki citado en el capítulo anterior:
1 57
que anuncia el apego a uno mismo. Incluso la razón y la personalidad no
emergen sin estar acompañadas por el autoapego en su sentido esencial
(u ontológico) .
La aprehensión del yo por el yo siempre es un acto que nos repre
sentamos. Nos comprendemos como seres poseedores de cuerpo y psi
que y de ese modo percibimos nuestra propia razón y personalidad. Aun
que este es nuestro propio acto, no somos libres de hacerlo como nos
plazca. No es un mero acto de la voluntad que podamos suspender arbi
trariamente en cualquier momento si así lo deseamos. AquÍ, la fuerza del
destino funciona impulsándonos a ser y a actuar de esa manera. Toda la
diversidad posible de seres poseedores de cuerpo y mente, y todos los
posibles seres racionales o personales que comparecen en este mundo,
manifiestan este modo de ser y lo representan de esta manera. La vida
universal, la conciencia, la razón y la personalidad emergen de las pro
fundidades del mundo para llegar a ser inmanentes e individualizadas en
cada ser, cada uno de los cuales cae en una autoapego narcisista. Esta
fuerza del destino no es un destino en el sentido habitual de algo que
simplemente nos gobierna y nos controla desde fuera. Tampoco es me
ramente algo como la voluntad ciega. Es un destino que sólo aparece en
la forma de los actos que representamos, sólo como uno con nuestras
propIas accIOnes.
En cualquier caso, en tanto que nos detenemos en el ser de las enti
dades poseedoras de cuerpo y mente, o en el ser de las entidades racio
nales o personales, permanecemos en nuestra propia comprensión. Esta
mos apegados a nosotros mismos hasta ese punto. En otros términos,
estamos separados del punto de vista de la vacuidad que es nuestro más
acá absoluto. Además, en este mismo campo, para nosotros el más acá ab
soluto queda para siempre como un más allá. El determinante básico de
nuestro modo de ser cotidiano consiste precisamente en este autoapego y
autoenclaustramiento.
En mi opinión, en este tipo de situación, el más acá nos aporta ver
daderamente su carácter absoluto. Por ejemplo, cuando Platón concibe
un mundo de las Ideas como el más allá de este mundo sensible, lo que
tiene en mente está sólo más allá en el sentido de un mundo celestial, en
lo alto, por encima de este mundo terrestre. Es un más allá considerado
perpendicularmente desde la tierra. Consiste sólo en dar un giro de 90°
a las preocupaciones ordinarias de nuestra vida cotidiana. Para quienes
158
ven este giro desde la tierra y desde una posición, en la visión del mun
do, ptolemaica, este giro supone el más allá. Pero para quienes toman po
sición en un ámbito análogo al del espacio cósmico, donde el cielo y la
tierra están situados en el mismo nivel, es decir, para quienes adoptan el
punto de vista de la vacuidad, ese más allá deja de serlo.
De forma similar, un Dios personal pensado como quien se revela ver
ticalmente desde el cielo hacia la tierra, como se representa comúnmen
te en el cristianismo, se considera situado más allá. Puesto que en este ca
so nos referimos a una revelación del más allá, el más allá está más alejado
que el de Platón. Es un más allá revelado verticalmente desde el cielo ha
cia la tierra. Incluso aquí la situación permanece fundamentalmente in
mutable. Es todavía el más allá de un cielo situado sobre una tierra infe
rior. La única diferencia es que en Platón tenemos una orientación que
va de la tierra al cielo (eros) , mientras que en el cristianismo la orienta
ción es del cielo a la tierra (agapé). En ambos casos el más allá acontece a
través del giro de 90°.
A pesar de que las enseñanzas cristianas establecen una brecha absolu
ta entre Dios y el hombre, todavía permiten un lugar para que Dios, el
hombre y la brecha entre ellos, se representen en el mismo campo. De
hecho, los continuos esfuerzos de la metaf!sica por instituir puntos de vis
ta de la razón, o el lagos, que sirvan como un campo de ese tipo han si
do una parte de la f¡]osofla occidental en el contexto de la historia del es
píritu desde la antigüedad. La razón desarrolla un plano de pensamiento
donde el más allá y el más acá, Dios y el hombre, que normalmente no
son considerados como pertenecientes al mismo plano, pueden ser re
presentados uno al lado del otro. Y cuando se mantiene entre ellos una
brecha absoluta o desconexión, la razón filosófica desarrolla un plano de
pensamiento dialéctico en el cual incluso esa desconexión puede ser re
presentada como un tipo de relación de desconexión, esto es, como una
relación dialéctica.
Retomando el abismo de la nihilidad, vemos que no es un más allá en
el sentido original de los dos casos mencionados. Pertenece al más acá.
Además, en la medida en que está representado como el tipo de cosa que
podemos ver al mirar abajo desplegado en nuestro fondo, algo del más allá
permanece presente en él. Es como si miráramos desde una posición so
bre la tierra hacia lo que reside debajo de ella, girando 90° en dirección
contraria al sentido platónico o al cristiano. Con todo, nos hemos dete-
159
nido en un lugar donde lo que está sobre la tierra y lo que está debajo
puede ser representado en el mismo campo. En otros términos, la nada
del nihilismo puede ser representada filosóficamente en el mismo nivel
que el ser.
El punto de vista de la vacuidad es totalmente distinto: es una apertu
ra absoluta. Se nos presenta junto al campo en el que el más allá de la
orientación al cielo, así como la dirección contraria de la orientación ha
cia lo que está baj o la tierra, ambos pueden ser constituidos y represen
tados; pero no es un ámbito que pueda representarse a sí mismo, esto es,
un campo de un más acá absoluto. Asimismo, en la vacuidad, el abismo
de la nihilidad y la relación personal de Dios y el hombre pueden acon
tecer y ser representados.
El punto de vista de la vacuidad hace su aparición en un giro del ti
po de 1 80°, como un campo que comprende simultáneamente ambos gi
ros de 90° de las orientaciones opuestas formalmente hacia arriba en cie
lo y hacia abajo en tierra. Podríamos compararlo con un lienzo pintado
con imágenes del cielo por una cara y con imágenes de la tierra por la
otra, y al que girásemos del anverso al reverso. Por el contrario, las otras
instancias del más allá, Dios y el hombre, la existencia y la nihilidad, a pe
sar de lo absolutamente que sea concebida la brecha, pueden ser compa
radas con algo pintado sobre una y la misma superficie frontal del lienzo.
Es más, cuando el punto de vista de la vacuidad es radicalizado -y su
orientación correspondiente es la vacuidad vaciada- es como un giro de
360°. Anverso y reverso aparecen como uno. El campo en que la vacui
dad es vaciada para llegar a ser verdadero vacío es donde toda cosa se ma
nifiesta en posesión de su propia mismidad. Es el campo en que 0° signi
fica 360°. Y aSÍ, a pesar de que es originalmente un más acá absoluto, o
más bien por esa razón, puede ser además un más allá absoluto. Sólo por
su causa, 0° puede ser al mismo tiempo 360°.
Esto significa que el más acá absoluto es el campo de la muerte esen
cial de los seres considerados como poseedores de cuerpo y mente, o co
mo entidades racionales o personales. Es el campo de la liberación esen
cial del autoapego al que antes hicimos referencia. En una palabra, es el
campo de lo que el budismo llama emancipación o a lo que Eckhart se
refiere como «ser separado» (Abgeschiedenheit). También, y al mismo tiem
po, es el campo de la vida esencial de esos mismos seres, donde lo que es
absolutamente innombrable tiene un nombre y vive en el mundo coti-
160
diano de los nombres. Para el hombre completo, esto significa el campo
de la muerte-en-la vida, vida-en-la muerte en cada uno de sus modos de
ser, como cuerpo y mente, como racional y como personal.
La vacuidad, como el más acá absoluto, no puede, por supuesto, exis
tir en algún «lugan> como alguna «cosa». Cualquier cosa que sea repre
sentada como vacío, o postulada como vacío, no es vacuidad verdadera.
La verdadera vacuidad no es menos que lo que logra la conciencia en to
dos nosotros como nuestra naturaleza misma absoluta. Además, esta va
cuidad es el campo en que toda entidad que existe se manifiesta como lo
que es en sí, en la Forma de lo que es tal como es. Es el campo donde la
conciencia de nuestra verdadera naturaleza misma -o, lo que es lo mis
mo, la naturaleza misma como verdadera autoconciencia- y el tathata de
toda cosa en su misma forma acontece simultáneamente, al unísono, o
mejor aún, de forma idéntica.
Los términos conciencia y autoconciencia aquí no se refieren a la au
toconciencia del ego, así como la naturaleza misma no se refiere a la egoi
dad o subjetividad del yo. Tampoco nuestra argumentación de la Forma
real de tathata posee el sentido que tiene habitualmente en el realismo o
el materialismo. En estas posiciones, las cosas ya están objetivadas y re
presentadas en oposición al ego y fuera de él. No importa lo mucho que
enfaticen que las cosas están fuera de la conciencia, no evitan la conse
cuencia de que mientras las conciban fuera, todavía están siendo consi
deradas desde el campo de la conciencia del ego. Por otra parte, la Forma
real del tathata significa una separación de toda representación o pensa
miento y no admite la aprehensión por parte del yo. Es lo que se cono
ce en el budismo como el modo de ser inalcanzable, en donde algo es lo
que es en su propio terruño.
Por esta razón, aunque nos refiramos a la cosa misma, lo que tenemos
en mente es distinto de la noción kantiana de la Ding-an-sich (cosa-en-sí) .
Además, a pesar de que hablemos de la constitución autoidéntica de la
naturaleza misma y de la Forma del tathata de las cosas, esto no nos re
mite a la unión de sujeto y objeto, tal como lo encontramos en la histo
ria del pensamiento filosófico oriental y occidental explicado de diversos
modos. Es decir, no presuponemos una separación de sujeto y objeto y
entonces procedemos hacia su unificación. La unión del más acá absolu
to no es resultado de un proceso, sino más bien de la identidad original
de la apertura absoluta y de la vacuidad absoluta. Este punto de vista no
161
es un tipo de monismo ni de dualismo. Es lo absoluto, la identidad abso
luta de dos absolutos: el terruño en el que nosotros estamos en nuestra
propia naturaleza y el terruño en que las cosas son lo que son en sí mis
mas.
La pregunta que sin duda surgirá es si esto es posible, y si es así, có
mo lo es. ¿En qué modo de ser pensamos cuando decimos que sólo una
cosa está en su terruño cuando está en la vacuidad? 0, para decirlo de
otra forma, cuando decimos que las cosas son una realidad sólo en la va
cuidad, ¿qué queremos decir con «en la vacuidad»? Cuando decimos «for
ma, eso es vacuidad; vacuidad, eso es forma», ¿cuál es el modo de ser de
la forma (las cosas existentes)? y ¿qué es lo significativo de vacuidad? Ade
más, si decimos que las cosas son realmente y están en su tathata en su
propio terruño y separadas de toda representación y conceptualización
-en suma, que las cosas son ellas mismas tal como son-, esto no puede
sino implicar directamente que nuestra naturaleza misma se despliega en
el más acá absoluto y como un más acá absoluto, es decir, que hay una
conciencia de la naturaleza misma. Pero ¿cómo es eso posible?
Este problema aparece, por ejemplo, en el famoso pasaje del inicio del
capítulo «Genjokoan» del ShObOgenzo de DOgen:
¿Qué modo de ser hace posible que todas las cosas vengan al yo suce
sivamente y lo practiquen y confirmen, o hace que el yo sea confirmado
por todas las cosas? ¿ Por qué eso debería ser a la vez un desprendimiento
del cuerpo-mente del propio yo y de los demás?
Dos pasajes del Muchü mondo [Preguntas y respuestas durante un sue
ño] de Muso Kokushi ofrecen un ejemplo adicional:
162
Las colinas y los ríos, la tierra, las plantas y los árboles, las tejas y las piedras,
todo ello es parte del sí mismo original.
¿Hacia qué apunta esa «parte original» del yo? ¿Qué significa que las
colinas y los ríos, la tierra, las plantas y los árboles, las tejas y las piedras,
que todo ello constituya la parte original del yo y que haya surgido del
dominio de esa parte original?
VIII
En el campo de la conciencia, las cosas son recibidas como entidades
objetivas por el ego autoconsciente postulado como entidad subjetiva. Las
cosas están situadas en oposición a la conciencia como realidades externas.
Sucede de este modo, como observamos antes, porque la posibilidad de
que las cosas sean consideradas externamente implica el campo de la
conciencia. Incluso el decir meramente que algo reside fuera de la subje
tividad es todavía un acto de subjetividad. Un objeto no es más que algo
que ha sido representado como un objeto, y aun la idea de algo indepen
diente de la representación puede manifestarse sólo como representación.
Ésta es la paradoja esencial de la representación (y, por lo tanto, también
del objeto), una aporía inherente al mismo campo de la conciencia.
Cuando el campo de la conciencia es atravesado y derrumbado, per
mitiendo a la nihilidad abrirse en su fondo, y cuando las cosas son anu
ladas y llegan a ser irreales o desactualizadas, la existencia subjetiva toma
esa nihilidad como un campo de ek-stasis y se vuelve más próxima a una
subjetividad original. De este modo, al decir que las cosas están desac
tualizadas o son irreales, no queremos decir que se hayan transformado
en meras apariencias ilusorias, queremos decir que las cosas, privadas del
carácter de realidad externa, también eluden el subjetivismo, el represen
tacionismo que se oculta detrás de las llamadas realidades externas. Y con
esto avanzamos un paso más en la paradoja de la representación.
163
En el campo de la nihilidad, las cosas dejan de ser objetos y, como re
sultado de ello, aparecen como realidades separadas de su representación.
Según lo entendemos aquí, el ser separado de la representación es diame
tralmente opuesto a la subsistencia como ser objetivo aparte de la repre
sentación. En el campo de la conciencia, la idea de una realidad externa
independiente de la representación, sólo surge como representación. A la
inversa, en el campo de la nihilidad, cuando las cosas dejan de ser reali
dades externas u objetos, escapan de la representación y aparecen en su
propia realidad. Cuando se despliega el campo de la nihilidad simultáne
amente en el fondo del sujeto y del obj eto, cuando aparece por detrás de
la relación de sujeto y objeto, siempre se presenta como un campo que
ha estado ahí desde el principio en el fondo de la relación. Aquello que
parece hacer a las cosas, y a nosotros mismos, irreales es lo que en efecto
hace que surjan más realmente. En términos de Heidegger, el ser de los
seres se descubre a sí mismo en la aniquilación de la nada (das Nicht nich
tet). El campo de la nihilidad es, pues, el campo en el que el sujeto llega
a ser subjetivo más originalmente y, al mismo tiempo, donde todo apare
ce más de acuerdo con su tathata.
Entonces, avanzando algo más y transformando el campo de la nihi
lidad en el de la vacuidad (convirtiendo el giro de 90° en 1 80°, o incluso
en 360°) , estamos en posición de preguntar: ¿En qué modo de ser apare
cen las cosas? É sta fue la pregunta antes formulada.
Desde luego, en la vacuidad, las cosas no son simplemente represen
taciones subjetivas del idealismo, ni son meramente entidades objetivas o
realidades externas independientes de la conciencia postuladas por el rea
lismo y el materialismo. No obstante, por muy independientes que pue
dan ser las cosas de la conciencia -a pesar de que no es tan simple como
puede suponerse- no pueden ser independientes de la nihilidad. Ningu
na cosa, sea cual sea, puede ser despojada de la nihilidad. Tarde o tem
prano todas las cosas regresan a la nihilidad. Las cosas no pueden ser rea
les sin ser desactualizadas; no pueden existir realmente excepto como
irreales. De hecho, las cosas son reales originalmente en su irrealidad. Es
más, en la nihilidad, la existencia de las cosas existentes es susceptible de
ser descubierta, cuestionada y percibida. El sujeto que llega a su subjeti
vidad original considera la existencia de las cosas como una con su pro
pia existencia. Por ello decimos que ninguna cosa puede existir indepen
dientemente de la nihilidad. El campo de la nihilidad va más allá del
164
<
campo de la conciencia del ego en el que se constituye la oposición en
tre el materialismo y el idealismo.
El campo de la vacuidad, en donde por primera vez llega a ser posi
ble el abismo de la nihilidad, es lo más cierto. Ni el campo de la concien
cia ni el de la nihilidad pueden tener lugar al margen del campo de la va
cuidad. En la vacuidad todas las cosas son verdaderamente en sus
apariencias elementales y originales, previamente a la apariencia que to
man en el campo de la conciencia, donde son obj etivadas como realida
des externas, y antes de la que asumen en el campo de la nihilidad, don
de son aniquiladas. En la vacuidad, las cosas vienen a descansar en su
fundamento originario. Al mismo tiempo, previamente a la conciencia
de los objetos que tiene como piedra angular la representación, y antes
de llegar a conocer la existencia en la nihilidad, tiene lugar una intelec
ción en el más acá absoluto de la vacuidad. Es una intelección que surge
en el campo en el que «todas las cosas avanzan hacia el yo, practican y
confirman el yo», o en el que «las colinas, los ríos, la tierra, las plantas y
los árboles, las tejas y las piedras, todo ello forma parte del sí mismo ori
ginal)}. Podríamos denominarlo, impelidos a darle un nombre, «conocer
sin conocer». Es el campo en el que el sí mismo está verdaderamente en
su propio terruño. AquÍ, las plantas y los árboles han penetrado en el fon
do de su mismo ser; aquÍ las tejas y las piedras son lo que son totalmen
te; y también aquÍ, en la autoidentidad con todo, el yo es radicalmente él
mismo. É ste es el conocer sin conocer, el campo de la vacuidad misma.
Considerémaslo más detalladamente.
A lo largo de la historia del pensamiento occidental, desde los días de
la antigua Grecia hasta la actualidad, ser, o existencia, han sido pensados,
por lo general, en términos de la categoría de sustancia o de sujeto. Sea
animada o inanimada, hombre o incluso Dios, en tanto que se conside
ra que una entidad existe en sí misma y está en su propio fundamento,
ha sido concebida como sustancia. El concepto de sustancia apunta ha
cia eso que hace a una cosa ser lo que es y hace que preserve su propia
identidad a pesar de los cambios incesantes que suceden en sus diversas
propiedades accidentales. Ahora bien, el ser es considerado sustancia por
que los seres son vistos como objetos desde fuera; y así, a la inversa, tam
bién porque los seres se sitúan ante el sujeto representacionalmente son
considerados desde la posición del sujeto. La paradoja de la representa
ción mencionada antes viene a desempeñar aquí su papel. Sucede lo mis-
165
mo con la vida o el alma cuando son concebidas en términos de sustancia.
Una vez salen a la luz las circunstancias que residen tras la formación
del concepto de sustancia, es natural proponer, como hizo Kant, la pos
tura básica de que todos los objetos son representaciones y por tanto apa
riencias; e interpretar la sustancia como uno de los conceptos a priori de
la razón pura, como algo que el pensamiento impone pensando en (hi
neindenkt) objetos. (A pesar de esto, la paradoja de la representación per
manece sin resolver. Kant intentó evitarla por medio de la distinción en
tre las apariencias y las cosas en sí, entre los fenómenos y los noúmenos.)
Las circunstancias subyacentes en la formación del concepto de sus
tancia reclaman el punto de vista de un sujeto que se resiste a toda com
prehensión objetiva. Sin duda Kant representa un hito en la conciencia
de ese sujeto. Desde su tiempo, el proceso del despertar de la subjetivi
dad ha progresado rápidamente hasta llegar a la noción de la existencia
extática dentro de la nihilidad, esto es, a la noción de subjetividad en la
Existenz. El mismo sujeto viene a existir ahora dentro de la nihilidad esen
cialmente, es decir, de esa manera se revela su verdadera existencia en la
nihilidad.
En términos generales, el hecho de que la nihilidad se revele en el fon
do de un ser significa que se revela el campo de la existencia de ese ser,
de su modo de ser esencial. En la nihilidad las cosas y el sujeto vuelven a
sus respectivos modos de ser esenciales, a su terruño, donde son lo que
son originalmente. Sin embargo, al mismo tiempo, su existencia se con
vierte entonces en un punto de interrogación. Llega a ser algo de lo que
no sabemos ni de dónde viene ni adónde va, algo esencialmente incom
prehensible e innombrable. Toda cosa, no importa lo bien que el yo la co
nozca, permanece en el fondo, en su modo de ser esencial, desconocida.
I ncluso aunque el ser mismo, como sujeto, buscase volver a su funda
mento originario, a su existencia como tal, llegaría a ser algo innomina
do y dificil de concretar. Esto es lo que quería decir cuando, al referirme
a la gran duda, dije que el ser llega a la realización de la duda. Con la re
velación de la propia existencia de las cosas en la nihilidad, la existencia
misma se ha revelado como una duda real, y el sujeto mismo aparece en
su forma original: ambos regresan a sus modos de ser esenciales.
La ontología que hemos heredado de los antiguos no ha perseguido el
problema del ser hasta este punto. Pero el campo está abierto dentro de
sus confines, incluso hasta en nuestr�s días en que la existencia de quien
166
se cuestiona su propia existencia se transforma en una pregunta. La on
tología tradicional fue incapaz de ir más allá del punto de vista simple
mente teórico de la mera interrogación de la existencia, una perspectiva
en la que lo preguntado y quien pregunta estaban situados aparte uno de
otro. La ontología tradicional fue incapaz de descender al campo en el
cual quien pregunta y lo preguntado son transformados en un único pun
to interrogativo, de forma tal que lo único que queda es una gran cues
tión, el campo al que me he referido como el «hacerse presente de la gran
duda». La ontología necesita atravesar la nihilidad y desplazarse a un cam
po totalmente nuevo, diferente del que había conocido hasta ahora.
Sin embargo, si la existencia se transforma en una pregunta, entonces,
su revelación en la nihilidad no puede proporcionar la posición para re
solver esa pregunta. El punto de vista de la nihilidad meramente advier
te de la necesidad ineludible de una conversión. Si en la nihilidad todo lo
que existe revela su forma original como una pregunta identificada con
el sujeto mismo, entonces, el punto de vista de la misma nihilidad nece
sita a su vez ser trascendido. Aquí, como he señalado reiteradamente, se
manifiesta la vacuidad.
Debería ser evidente, por tanto, que desde el punto de vista de la va
cuidad no puede decirse que lo existente existe como sustancia o sujeto,
puesto que ambos ya han sido cuestionados en el nivel de la nihilidad.
¿Nos atreveríamos a concebir un modo de ser que no es subjetivo ni sus
tancial? Debemos pensar en esos términos pese a la dificultad de hacerlo.
Si la idea de sustancia, como algo relacionado con la existencia objetiva,
presupone el sujeto constitucionalmente como su equivalente -de la mis
ma manera que la idea del sujeto presupone un objeto como su equiva
lente- y si, cuando el campo de esta relación es derrumbado desde la
nihilidad, el sujeto y la sustancia son transformados en una única pre
gunta, entonces, la consecuencia necesaria de la posterior conversión de
la nihilidad a la vacuidad es que los modos de ser de las cosas y del yo no
pueden ser descritos ya como objeto y sujeto. El modo de ser de las co
sas cuando son lo que son en sí mismas, en su propio terruño, separadas
de la clase de modo de ser reflejado en la relación sujeto-objeto, no pue
de ser sustancial, mucho menos subjetiva. Así, además, el modo de ser del
yo bajo las mismas circunstancias no puede ser subjetivo ni sustancial. En
ese caso, ¿cuál es el modo de ser de algo que es en sí y no es ni sustancia
ni sujeto?
167
IX
En primer lugar, los conceptos de sustancia y sujeto determinan un
modo de ser según el cual una entidad se preserva autoidénticamente; es
decir, este modo señala un lugar de condiciones constantemente cam
biantes en el que una entidad continúa siendo como es, o siendo consi
derada como tal. Desde esta perspectiva, la sustancia y el sujeto son ca
paces, cada uno a su manera, de indicar el modo de ser de una cosa en
sÍ. Sin embargo, ¿se refieren verdaderamente al tathata de ese modo de ser?
Digamos que un niño está haciendo fuego en el patio. Hay un fuego
ahí fuera. Su sustancia comprende lo que es el fuego, lo que le priva de
ser otra cosa. Lo que distingue al fuego del suelo, de la parrilla, del bra
sero, de las tenazas, de la leña amontonada, etc., lo que da lugar a las pro
piedades únicas del fuego -es decir, el poder y la actividad de la com
bustión- puede decirse que constituye la sustancia del fuego. Esto señala
el modo de ser del fuego en sÍ.
En este caso, no obstante, el modo de ser de la cosa misma está com
prendido claramente en la Forma bajo la que se nos presenta y, así pues,
también en la perspectiva desde la que lo reconocemos como tal. La sus
tancia del fuego es la forma (eidos) del fuego. El fuego aquÍ se presenta a
sí mismo, y se presenta a sí mismo ante nosotros. Esto es su eidos. Sólo
en ese campo eidética podemos distinguir el fuego de otra cosa y reco
nocer sus propiedades exclusivas de combustión. Además, este campo nos
permite clasificar intelectualmente y analizar científicamente el proceso
implicado en la combustión y, por tanto, demostrar qué es el fuego, es
decir, cuál es su sustancia. Si admitimos esto como la definición del fue
go, entonces, puede decirse que la combustión representa un elemento
constitutivo contenido en lo esencial de la definición 00 denominado
«diferencia específica») del fuego. En cualquier caso, la sustancia se pre
senta aquÍ en los términos del lagos, como algo que puede ser explicado
por medio de estructuras lógicas o ser interpretado teoréticamente. Se da
como algo que puede ser considerado desde el punto de vista de la ra
zón. Con otras palabras, la sustancia indica el modo de ser de una cosa en
sÍ, a pesar de que sólo podamos considerarla en su forma eidética, sólo en
tanto reconocible racionalmente.
En resumen, el campo donde el modo en que las cosas son en sí es
comprendido eidéticamente y donde aparece el concepto de sustancia,
tiene un carácter dual: por una parte, es el campo en que las cosas vienen
168
a manifestar lo que son en sí mismas; y por otra, el campo en donde no
sotros comprendemos lo que son en sí mismas. Los rasgos distintivos del
campo del logos o razón son así. En este campo las cosas todavía son
comprendidas como objetos y de este modo, a la inversa, todavía son con
sideradas desde la posición del sujeto. Por mucho que hablemos de la sus
tancia como representación de las cosas consideradas desde el lado con
trario, lo que son en sí mismas, todavía estamos en un campo que se
revela a sí mismo de manera que nos induce a hablar de la imposición de
la razón en el interior de las cosas.
Desde la antigüedad, se ha hecho referencia a la razón como el pun
to de vista de la identificación de lo subjetivo y lo objetivo. El campo de
la razón es el lugar en el que quien considera y lo considerado, en el fon
do, son uno. Es decir, es el campo en que las cosas se presentan como son
en sí mismas, donde la cognición racional posee una objetividad que la
diferencia del pensamiento embellecido por los afectos. A pesar de que
esta identificación del que contempla y de lo contemplado es constituti
va de la razón, en la contemplación o en la intuición intelectual han per
sistido vestigios de esta dualidad repetidas veces durante todo el curso de
la historia. En otros términos, mientras la objetividad del conocimiento
racional implique que las cosas son comprendidas como son en sí mismas
desde dentro, estas cosas contienen todavía rasgos de una existencia ob
jetiva vista desde fuera. É se es el tipo de punto de vista de la razón: en su
campo lo que las cosas son en sí mismas se comprende como sustancia.
Por eso, la razón no es el campo donde las cosas son en su terruño co
mo lo que son en sí mismas. La razón no es el escenario adecuado para
hacer surgir el verdadero modo de ser de las cosas como son en sí mis
mas. Para abordar el hecho de que el fuego es, la razón invariablemente
cambia de rumbo para preguntar qué es el fuego. Se aproxima al ser ac
tual por medio del ser esencial.
En mi opinión, no hay mejor ej emplo de esta línea de pensamiento
que Aristóteles. El hecho de que el fuego realmente queme es debido a
que quema algo que es combustible, por ejemplo, la leña. La existencia
real del fuego es conflrmada por la leña. El que la leña sea combustible,
prosigue la argumentación, se debe a la naturaleza o physís del fuego
latente en ella. En la propia terminología de Aristóteles, la combustión es
algo que se desarrolla desde la posibilidad latente, o dynamís, a la actuali
dad real, o energeía.
169
No obstante, la leña no puede prenderse fuego por sí misma; necesi
ta fuego real para ser encendida. De la misma forma, el aprendizaje del
alfabeto y de la lectura por parte de un niño es la actualización de una
capacidad (o posibilidad) que reside en su interior pero que necesita de
un maestro, alguien que ya sabe leer, para que salga a la luz. Un pino es
una extensión de la naturaleza (physis) latente en su semilla, pero esta se
milla, a su vez, ha sido generada por un árbol madre poseedor de la mis
ma naturaleza. Todo forma parte de este proceso cíclico de actualidad y
potencialidad. Y este proceso cíclico de desarrollo está gobernado por el
ser esencial -la physis del fuego o del pino- que lo penetra.
Aristóteles, tomando el ser esencial como la esencia natural o physis
de una cosa, avanzó después desde el ser esencial al ser real, donde con
cebía la estructura del ser como consistente en la forma (eidos) y la ma
teria. En la realidad del fuego, es decir, en su actividad de combustión, el
modo de ser del fuego llega a ser manifiesto como eidos, y esa manifes
tación tiene lugar como una aparición en el ser de una potencialidad
latente en la materia combustible. Pensar un proceso de desarrollo de la
potencialidad a la actualidad es un intento de unir el eidos a la materia, y
ver el sustrato de la primera en la dirección de la última. Evidentemen
te, desde la posición de la racionalidad, el ser de las cosas es comprendi
do como ser objetivo.
Considerado desde el lado contrario, el ser de las cosas aún es com
prendido desde el punto de vista del sujeto. Esto es lo que señalábamos
antes como característico de la postura que piensa el ser en términos de
estructura del logos. De hecho, aquí son pensados tanto el aspecto diná
mico de la relación entre potencia y acto como el aspecto estático de la
relación estructural entre materia y forma a la luz de la estructura lógica
que constituye una definición teorética con sus conceptos de genus (gé
nero) y especie (diferencia específica) .
En suma, nos encontramos firmemente asentados en el punto de vis
ta de la razón mientras percibamos las conexiones ontológicas y estruc
turales del interior de las cosas como son en sí como una serie de rela
ciones necesarias obtenidas por el pensamiento del sujeto que se ocupa
de esas cosas. Desde este punto de vista intentamos proceder de acuerdo
con el hecho de que algo es (su ser real) a través de la mediación de qué
es (su ser esencial) . Así pues, este punto de vista no penetra directa e in
mediatamente en el lugar en que algo es. No nos pone en contacto di-
170
rectamente con el terruño de una cosa, con la cosa misma. Pero enton
ces, ¿es posible aún asumir tal punto de vista? Y si es así, ¿cuál podría ser
el modo de ser de las cosas en él? y ¿cuál sería nuestro propio modo de
ser si nos situáramos en él?
x
La sustancia, como hemos apuntado, representa la posición en la cual
una cosa preserva su propia identidad: indica lo que una cosa es en sí só
lo en la medida en que se nos revela la forma eidética de la cosa. Sin em
bargo, si es aSÍ, ¿cuál es el modo de ser de la cosa completamente separa
do de su aparición ante nosotros? Como observamos antes, Eckhart se
refiere a la deidad, o esencia de Dios, en términos de una nada absoluta
completamente sin forma, donde Dios está en su propio terruño más allá
de cualquiera de las formas en las que se revela a sus criaturas, y en con
creto, más allá de la forma personal a través de la que se revela .al hom
bre. AquÍ, la esencia se toma en sentido similar, comprendiendo a todo
lo que existe, incluso «las plantas y los árboles, las tejas y las piedras». Es
tamos interesados en un modo de ser en el que una cosa exista verdade
ramente en su fundamento originario como lo que es, en el que preser
ve su propia identidad.
En mi opinión, la clave para esta cuestión se encuentra en algo que ha
estado presente en la mentalidad asiática desde la antigüedad. Lo encon
tramos expresado en sentencias como «el fuego no quema al fuego», «el
agua no moja al agua», «el ojo no ve el oj o». El dicho de que el fuego no
quema al fuego se refiere, por supuesto, a la autoidentidad del fuego. Pe
ro ésta no es la propia identidad del fuego como una sustancia conside
rada desde un punto de vista en el que vemos al fuego como un objeto.
Es más bien la propia identidad del fuego como fuego en sí mismo, en su
propio terruño: la propia identidad del fuego para el fuego en sÍ.
Sucede lo mismo cuando decimos que el agua no puede mojar al
agua, o que el ojo no se ve a sí mismo. En el sentido del fuego como al
go incapaz de quemar al fuego, las palabras «el fuego no quema al fuego»
se refieren al ser esencial del fuego. Significan, además, que el fuego real
mente quema y que realmente hay un fuego que quema. El que un fue
go haya sido encendido y esté ardiendo resplandeciente quiere decir que
el fuego no se quema a sí mismo, que insiste en ser él mismo y en exis
tir como lo que es. Por lo tanto, en este hecho del fuego que no se que-
171
ma a sí mismo, el ser esencial y el ser actual del fuego son uno. Estas pa
labras expresan la propia identidad del fuego, la propia identidad del fue
go en sí mismo en su propio terruño. Apuntan directamente hacia la mis
midad del fuego.
Esto difiere fundamentalmente del caso en que se considera que la
sust.� ncia denota la mismidad del fuego. AqUÍ el término «autoidéntico»
nunca podría significar sustancia. La sustancia denota la propia identidad
del fuego reconocida en su energeia (su estado de ser en el acto de com
bustión) , esto es, en el modo de ser en que el fuego es realmente com
bustión y realmente fuego. Por el contrario, la afirmación de que el fue
go no quema al fuego indica el hecho del no quemar del fuego, una
acción sin acción.
Por el momento cabe distinguir entre el fuego que quema la leña y el
fuego que no se quema a sí mismo. La combustión que tiene lugar cuan
do el fuego quema la leña indica la mismidad del fuego, pero también el
hecho de que el fuego no se quema a sí mismo. Las dos cosas son aquí
una y la misma. Como algo que quema la leña, el fuego no se quema a
sí mismo; como algo que no se quema a sí mismo, quema la leña. É ste es
el modo de ser del fuego como fuego, la autoidentidad del fuego. Sólo
donde no se quema a sí mismo es fuego verdaderamente en su propio te
rruño. En otros términos, no nos referimos sólo a la mismidad del fuego
sino a la mismidad del fuego para el fuego mismo. Es totalmente diferente
de una sustancia que reconoce la autoidentidad del fuego sólo en su ener
geia del quemar. Si la sustancia del fuego es reconocida en la energeia de
la combustión, entonces se puede decir que el hecho de que el fuego si
ga en combustión sólo en cuanto que algo que al mismo tiempo no se
quema a sí mismo, apunta directamente a la mismidad del fuego. Que el
fuego no se queme a sí mismo muestra que, en el fondo de su modo de
ser, donde es lo que es, el fuego no es sencillamente sustancia; la mismi
dad del fuego difiere de lo expresado con la noción de sustancia.
Por lo general se ha sostenido que una cosa en sí misma y autoidén
tica llega a ser en virtud de su sustancia. É sta es la manera de examinar
las cosas existentes desde el punto de vista de la razón; tiene lugar en el
campo del logos. AqUÍ la autoidentidad de una cosa es comprendida ob
viamente como una categoría de la lógica del ser. 0, quizás mejor, es
comprendida de forma que la hace susceptible de serlo lógicamente. Es
la forma en que normalmente concebimos la autoidentidad (esto es, el
172
hecho de que una cosa es en sí) y como tal representa un elemento cons
titutivo de la metallsica de la ontología tradicional.
Sin embargo, el verdadero modo de ser de una cosa en sí, su mismi
dad para sí no puede ser una autoidentidad en el sentido de sustancia. En
efecto, este modo de ser verdadero debe incluir una negación total de esa
identidad y, con ello, una conversión de la posición de la razón y todo su
pensamiento lógico. Volviendo a nuestro ej emplo, desde el punto de vis
ta que reconoce la identidad propia del fuego en el dirigir nuestra aten
ción hacia la tarea de la combustión (la energeia del fuego), por la que el
fuego realmente es y realmente es fuego, la mismidad del fuego -expre
sada en el hecho de que el fuego no se quema a sí mismo- implica la ne
gación total de esa autoidentidad. Si suponemos que la cualidad natural y
esencial (physis) -o, en términos budistas, la «naturaleza misma))- se halla
en el poder y en la tarea de la combustión, entonces la mismidad del fue
go reside en el lugar de la llamada «naturaleza no-misma)). Contraria
mente a la noción de sustancia que comprehende la mismidad del fuego
en su naturaleza ígnea (y, así pues, como ser), la verdadera mismidad del
fuego es su naturaleza no-ígnea. La mismidad del fuego reside en la no
combustión. Por supuesto, esta no-combustión no es algo separado de
la combustión: el fuego no es combustible en su acto de combustión. No
se quema a sí mismo. Dejar la no-combustión al margen de la argumen
tación es hacer impensable la combustión. La naturaleza no-misma del .
fuego es el terruño de su ser. Podría decirse lo mismo del agua: moja por
que no se moja a sí misma.
Por esta razón, hemos de admitir que la autoidentidad de un fuego
tal como es, es impensable sin su no-combustión. La naturaleza misma
es tal como naturaleza misma de la naturaleza no-misma. La verdadera
autoidentidad del fuego no surge de la autoidentidad que disfruta en la
combustión como sustancia o naturaleza misma, sino sólo de la negación
absoluta de esa autoidentidad desde su no-combustión.
Dicho en términos más concretos, la autoidentidad genuina consiste,
por una parte, en la autoidentidad de la naturaleza misma (como ser) y por
otra, en su autoidentidad como negación absoluta de la naturaleza mis
ma. Lo que normalmente decimos con «esto es fuego)) (desde un punto
de vista que reconoce la naturaleza misma del fuego en la combustión)
no es totalmente cierto. Más bien, nos ajustamos más a la verdad cuando
negamos ese punto de vista y en vez de eso decimos «esto no es fuego)) .
173
Sólo en un campo donde es posible este tipo de declaraci(m llega a ser
veraz afirmar que «esto es fuego». «Esto no es fuego, luego es fuego» -pa
ra adoptar una fórmula de la Sütra del Diamante- es la verdad del «esto es
fuego». Es la manera auténtica de apuntar directamente hacia la mismi
dad del fuego y de expresar la realidad del fuego en su mismidad.
Si todo esto suena extraño, es sólo porque estamos acostumbrados a
colocarnos en el punto de vista de la razón. Podemos examinar las cosas
y formular juicios acerca de ellas a la manera de la vida cotidiana, de la
ciencia y hasta de manera fuosófica. y puesto que en cada caso nos si
tuamos, en el amplio sentido del término, en el punto de vista de la ra
zón no podemos entrar en contacto con la realidad de las cosas. Sólo so
mos capaces de tocar esa realidad en un lugar al margen del juicio y la
contemplación propias de la razón, sólo en un campo absolutamente dis
tinto de ellos y que los supere absolutamente. Nos referimos al campo de
la mismidad de las cosas, la propia identidad de las cosas donde aparecen
pro seipsis y no pro nobis. y ya que este campo es absolutamente otro res
pecto de la posición cotidiana, la de la ciencia o la del pensamiento filo
sófico, la propia identidad de una cosa en este campo -por ej emplo, el
hecho de que esto es el fuego- puede ser expresada verdaderamente en
la paradoja: «Esto no es fuego, luego es fuego».
Este campo superior y absoluto no es otro que el de sünyata, al que
antes nos referimos como el más acá absoluto. Sólo es posible una ex
plicación adecuada del punto de vista de sünyata si no tenemos única
mente en cuenta el concepto de sustancia sino también el de sujeto. Esto
nos permitiría profundizar en las cuestiones antes presentadas: el proble
ma de la personalidad y la materialidad, así como el problema del modo
de ser de las cosas y el del sí mismo implícitos en la afirmación de que
todas las cosas se aproximan y «confirman al yo», o que «las colinas y los
ríos, la tierra, las plantas y los árboles, las tejas y las piedras, todo ello es
parte del sí mismo original».
174
, -
4 . E l punto de vista de sünyata
175
en el campo de la razón no puede sino ser el modo de ser de una cosa en
su mismidad en tanto que se nos aparece y la consideramos. Nos resulta
ría difícil demostrar que esto apunte directamente a la cosa misma en ese
modo de ser del que pueda décirse que es en su propio terruño. Esa mis
midad original debe residir más allá del alcance de la razón y ser impe
netrable al pensamiento.
Por supuesto, la mismidad original de una cosa tampoco expresa la
realidad de un objeto, en el sentido en que lo entienden las corrientes
tradicionales del realismo o el materialismo (por ejemplo, una realidad
considerada en términos de su materialidad) . Esa realidad es representada
como el lugar en que las cosas aparecen como obj etos del sentido de la
percepción en el campo de la sensación que va más allá de la percepción
inmediata y de la subjetividad perceptiva. Sin embargo, esta forma de re
presentación procede de un campo en que lo subjetivo y lo objetivo es
tán dispuestos en oposición uno frente al otro: el campo de los objetos y
sus representaciones. De hecho, el campo que pretende ir más allá de la
oposición de sujeto y objeto, aún está siendo considerado desde la pers
pectiva de una de las dos orientaciones contrapuestas, es decir, la del ob
jeto. En general, no importa lo mucho que pensemos una objetividad al
alcance de las cosas y de los hechos que residen más allá de nuestra con
ciencia y sus representaciones, mientras sean concebidos como cosas y
hechos en el sentido cotidiano de esos términos -esto es, mientras sean
considerados objetivamente en tanto que objetos- su realidad objetiva ha
escapado ya a la contradicción de ser representada como algo que reside
más allá de la representación.
Por otro lado, el modo de ser libre de su relación con lo subjetivo sen
cillamente ha sido constituido incluyendo de forma encubierta dicha re
lación, y por eso, después de todo, no puede evitar el coste de constituir
un modo de ser que se manifiesta ante nosotros. Es precisamente a esto a
lo que me refería antes como la «paradoja de la representaciów>.
Además, podría pensarse que únicamente estamos en contacto con la
realidad de las cosas a través de nuestra acción o praxis, donde el punto
de vista de la representación ya ha sido sobrepasado. Sin embargo, tam
bién aquí persiste el problema de en qué campo se obtiene esa capacidad
de tomar contacto con la realidad de las cosas a través de nuestra acción
(ya sea individual o social) . O bien, en qué clase de campo es posible en
principio esa praxis.
176
-
Se cuenta que el Dr. Johnson, al escuchar la teoría de B erkeley de que
ser significa para una cosa ser percibida, inmediatamente para refutarla
fingió tropezar con una piedra. A pesar de la certeza que creamos que pa
rece contener dicha refutación por la acción, no se pueden ofrecer he
chos que no prueben lo contrario. La pregunta por la clase de ámbito
donde se originó la acción del Dr. Johnson sigue vigente. Por ej emplo,
¿ocurrió meramente en un campo del sentido de la percepción semejan
te al que hallamos en los animales? O ¿aconteció en un ámbito adecua
do al modo de ser del hombre con su claridad de conciencia e intelecto?
O ¿tuvo lugar en un campo más allá de la conciencia y del intelecto?
Supongamos por un momento que la refutación del Dr. Johnson en
tra en la primera categoría. En ese caso, no puede decirse que su acción
esté en contacto con el ser o la realidad de las cosas. Al contrario, con res
pecto a la piedra, el pie, o el acto de tropezar, la afirmación de B erkeley
de que el ser de estas cosas consiste en ser percibidas, realmente penetra
profundamente en la realidad interna de las cosas. Pero entonces, cuando
esta misma afirmación cae en la segunda categoría, desde luego no es más
que una contracción del campo de la oposición sujeto y objeto a favor
del sujeto. Si, por el contrario, el ámbito donde tiene lugar la actividad
del Dr. Johnson es el dominio de la realidad (es decir, de la materialidad)
de las cosas como objetos en el sentido antes mencionado, entonces, ven
dría a ser una contracción del campo de la oposición sujeto y objeto a fa
vor del objeto. En ese caso, la relación con el sujeto incluida de forma
encubierta es inevitable.
Esto significa que el materialismo, no menos que el idealismo, toda
vía no ha empezado a inaugurar un ámbito en el que sea posible un con
tacto inmediato con la realidad de las cos�s a través de la praxis. Tanto el
materialismo como el idealismo no tienen presente el campo básico en
que, en principio, tiene lugar la realidad de las cosas y la praxis; pierden
de vista el ámbito en que las cosas se manifiestan en su mismidad, donde
cada acción, sin importar lo insignificante que sea, llega al ser desde su
punto de origen.
Eso es lo que considero como la tercera posibilidad mencionada arri
ba, es decir, un campo que va más allá de la conciencia y del intelecto.
É ste sería un campo de sünyata o vacuidad. Aparecería como el campo
de una sabiduría que podríamos denominar un «conocer sin conocer».
Desde este campo todavía podríamos volver a examinar el conocimiento
177
consciente o intelectual y al final no verlo más que reducido al conocer
sin conocer. De forma similar, sucede con el ámbito de una praxis que
podría denominarse una «acción sin acción», con lo cual podríamos mi
rar por segunda vez toda nuestra actividad y no verla más que como una
acción sin acción. y, por último, sería un punto de vista en donde cono
cimiento y praxis son uno, un campo en el que las cosas se manifestarían
tal como son.
Sobre esto último tendremos más cosas que decir. Por el momento,
sólo pretendo que se entienda que hablar meramente de acción o praxis
no resuelve el problema del tipo de campo en que emerge en primer lu
gar esta praxis. Y lo mismo sucede cuando esta práctica se refiere a la pra
xis social.
El tránsito más allá de todo campo de oposición entre sujeto y obje
to -cualquiera de los dos, el del sentido de la percepción o el del pensa
miento racional- tiene lugar como nihilidad en el fundamento de esos
ámbitos, y tanto sujeto como objeto son anulados desde ese fundamen
to. En la medida en que suj eto y objeto son afectados, el campo de la
nihilidad difiere del de la materialidad y del ámbito de las Ideas. La ma
terialidad se representa como lo que va más allá de la oposición sujeto y
objeto a través de una orientación hacia la materia de las cosas que apa
recen en el campo de la sensación. Por otra parte, las Ideas son represen
tadas como el ir más allá de la oposición sujeto y objeto a través de una
orientación hacia la forma (eidos) o la sustancia de las cosas aparecidas en
el campo de la razón.
Las dos son idénticas porque ambas son concebidas en términos de
cosas que aparecen como objetos en el ámbito de la oposición sujeto y
objeto. Dicho de otro modo, ambas son concebidas sobre la base de la
forma de las cosas en la que se nos muestran a nosotros en tanto que so
mos sujetos. Por otra parte, el campo de la nihilidad aparece en el mo
mento en que se deshace todo este enredo de lo subjetivo y lo objetivo.
En ese campo se descubre que todo aquello de lo que normalmente se
dice que existe o que es real desde los ámbitos de la sensación y la razón,
tiene la nihilidad en su fondo y carece de raíces desde el principio.
El acto de concentración por el que cada ser se recoge en su interior,
en otros términos, el ser esencial de un ser, se extiende sobre un abismo
-por decirlo de alguna manera- y parece desvanecerse en un fondo sin
fondo. La Forma de «las cosas que se deshacen y se dispersan» sale a la su-
178
perficie desde algún lugar profundo bajo su fondo. No importa lo gigan
tesca que sea la montaña, lo robusto que sea el hombre, ni lo tenaz que
sea la personalidad. La nihilidad es una cuestión que afecta a la cualidad
esencial de todas las cosas existentes. y, por lo tanto, la anulación no es
más que una demostración de la forma de apariencia ilusoria esencial a
todos los seres. Cuando todas las cosas regresan a la nihilidad no dejan tras
ellas ningún rastro. Desde la antigüedad, la gente se ha referido a la im
permanencia de las cosas. La nihilidad que no permite dejar detrás una
huella reside desde el principio en la base de todas las cosas: éste es el sig
nificado de dicha impermanencia.
No obstante, como señalé en un contexto anterior, considerar que la
nihilidad yace en el fondo de la existencia todavía supone examinarla co
mo algo fuera de la existencia; todavía es considerada desde el lado de la
existencia. Es una nada representada desde el lado del ser, una nada si
tuada en oposición al ser, una «nada relativa». Esto nos lleva a la necesi
dad de avanzar en la nihilidad y convertirla en sünyata.
La vacuidad de sünyata no es una vacuidad representada como algo
fuera del ser y que no es el ser. No es simplemente una nada vacía, sino
más bien una vacuidad absoluta, vaciada incluso de estas representacio
nes de la vacuidad. Y, por esta razón, en el fondo es una con el ser, del
mismo modo que el ser en el fondo es uno con la vacuidad. En la fuen
te elemental donde el ser aparece como uno con la vacuidad, en el te
rruño del ser, la vacuidad aparece como una con el ser. Nos referimos a
una fuente elemental, pero esto presupone un lugar en lo más recóndi
to, detrás de las cosas que vemos con nuestros ojos y que pensamos con
nuestras mentes. La fuente está lo más cerca que puede estar, «a mano))
de las cosas en sÍ. Y las cosas como son en sí mismas, tal como son, son
una con la vacuidad, donde están en su propio terruño. A causa de que
el campo de la vacuidad permanece abierto en ese lugar, las cosas emer
gen al ser.
A pesar de esto, estamos acostumbrados a representar las cosas como
objetos en el ámbito de la sensación o de la razón, o sea, a mantenerlas a
distancia de nosotros. Esta distancia significa que somos apartados de las
cosas y que a su vez las apartamos de nosotros. (En este sentido, la vo
luntad, o el deseo y el apego, también pueden ser postulados en el fun
damento de la representación.) Mientras permanezcamos en esa relación
con las cosas, podemos seguir pensando que somos incapaces de estar a
179
-
su alcance, y que las cosas en sí mismas son incognoscibles y quedan pa
ra siempre fuera de nuestro alcance.
Decir que el ser hace su aparición en el fondo como algo al unísono
con la vacuidad, o que en el campo de la vacuidad cada cosa que es se
manifiesta de acuerdo con su propio modo de ser, significa que todo lo
que exhibía su Forma de dispersión y disolución en la nihilidad es de
vuelto otra vez al ser. Toda cosa que es recobra de nuevo su poder de
concentración para recogerse en sí. Todo retorna a la posibilidad de la
existencia. Cada cosa es restaurada de nuevo a su propia virtus (virtud) , a
la capacidad individual que posee cada cosa como despliegue de su pro
pia posibilidad de existencia. El pino regresa a la virtus del pino, el bam
bú a la vírtus del bambú, el hombre a la virtus de su humanidad. En este
sentido, la vacuidad puede ser denominada el campo del «hacer sen> (Ich
tung) en contraposición a la nihilidad, que es el campo de la «anulación»
(Nichtung) . Para decirlo en términos nietzschianos, éste campo del ha
cer ser es el de la «gran afirmación», donde podemos decir sí a todas las
cosas.
El hecho de que todo lo que es recobre su ser significa que todo apa
rece de nuevo como poseedor de sustancia. Cuando las cosas se disponen
en el campo de la nihilidad, su sustancia puesta al descubierto en el do
minio de la razón se dispersa y desvanece como niebla sobre un abismo
sin fondo. El eíd:;:; esencial de las cosas se deshace en la nihilidad pues no
les permite dejar ningún rastro tras ella. Es decir, ya no queda claro qué
son las cosas. Más aún, no queda claro quién soy yo mismo. El hombre,
normalmente, se comprende a sí mismo en el campo de la razón como
ser racional. Sin embargo, una vez en el campo de la nihilidad ya no es
capaz de decir qué es su propio yo. Tanto el yo como las cosas, en el fon
do de su existencia, se vuelven un único signo de interrogación.
En el campo de la vacuidad, todas las cosas aparecen de nuevo como
sustancias, cada una poseedora de su propia naturaleza individual, aunque
desde luego no en el mismo sentido en que la poseían en el ámbito de la
razón. En el tránsito por la nihilidad se presenta una diferencia esencial:
la diferencia entre lo que es captado como la mismidad de la cosa en el
dominio de la razón y la mismidad de la cosa como es en su terruño.
En el dominio de la razón, la mismidad de una cosa se expresa al re
ferirse a ella como el ser una cosa u otra, o como existente como una co
sa u otra. Por ejemplo, decimos cosas como «esto es un hombre» o «exis-
1 80
te como ser humano» . y aquÍ también el concepto de sustancia entra en
juego (algunos filósofos lo ubican en la forma universal eidética «ser hu
mano», otros en este hombre individual concreto) .
N o obstante, en el campo de la vacuidad, la mismidad de una cosa no
puede ser expresada simplemente en términos de su «ser una cosa u otra».
Más bien, se revela precisamente como algo que no puede ser expresado.
La mismidad se descubre como algo que no puede ser totalmente expre
sado con el lengu;tie habitual de la razón, ni con ningún lenguaje que
contenga forma lógica. Si de todas formas nos viéramos obligados a ex
presarlo con palabras, sólo podríamos hacerlo en términos de una para
doja, como «no es esta o esa cosa, luego es esta o esa cosa».
El ser sólo es ser si es uno con la vacuidad. Todo lo que es permane
ce en su terruño sólo en el campo de la vacuidad, en donde es en sí mis
mo, tal como es. Aún cuando nos referimos a que las cosas reaparecen en
su sustancia, queremos decir únicamente que emergen de una unión con
la vacuidad. En el campo de la vacuidad, la sustancialidad es sustanciali
dad absolutamente no-sustancial. Mientras nos propongamos adoptar el
idioma racional e intelectual de los conceptos a los que pertenece el ha
blar de sustancia, no nos queda otra opción que referirnos a la mismidad
de las cosas en esos términos, pues nos enfrentamos a algo que, en prin
cipio, no puede ser expresado con palabras.
El «qué» de una cosa es un «qué» real sólo cuando es absolutamente
un (<no-qué». La forma eidética de una cosa es la forma verdadera sólo
cuando es una con la «no-forma» absoluta. Por ejemplo, la forma ser hu
mano de «esto es un ser humano» aparece en el momento en que la for
ma se ha separado de toda forma. Dentro de cada ser humano se abre un
campo de no-forma absoluta, como un lugar indeterminado como ser
humano o algún otro «qué» . Decir que el hombre se manifiesta como
hombre desde ese punto no es otra cosa que el significado original de la
afirmación de que existe como hombre.
II
La afirmación de que el ser sólo es al unísono con la vacuidad perte
nece, en su sentido más pleno y apropiado, al punto de vista que se re
fiere a la sustancia de las cosas. Esto es lo que tenía en mente al decir que
el modo de ser de las cosas como son en sí mismas no es la sustancia si
no algo que podría denominarse «sustancia no-sustancial» .
181
•
Como observé en la sección que cerraba el capítulo anterior, en la an
tigüedad se indicaba la mismidad de las cosas con términos como éstos:
«el fuego no quema al fuego)), «la espada no corta la espada)), «el ojo no
ve el ojO)). El fuego no se quema a sí mismo en el acto de combustión.
La no-combustión consiste en el hecho de que el fuego se autopreserva
mientras está en combustión. La paradoja evidencia la mismidad en vir
tud de la cual el fuego está en su propio fundamento original en el acto
de combustión.
Esto se aplica no sólo a la sustancia de las cosas sino también a sus di
versos atributos. Por ejemplo, cuando decimos que el fuego es caliente,
tenemos buenas razones para decir que el calor mismo no lo es. Por su
puesto, esto no quiere decir que al margen del hecho «es caliente)), haya
"
otro hecho distinto «no-caliente)). Cuando decimos que algo no está ca
liente tampoco anunciamos el hecho como si se tratase de una tempera
tura baj o cero. Cuando algo está caliente, no importa cuál sea su tempe
ratura, el hecho de que no hay calor confirma el hecho de que hay calor.
El «no hay)) de «no hay calon no es una nada relativa al «hay)) de «hay ca
Ion. Es una nada totalmente más allá del campo de la relatividad del ser
y de la nada. Es un no-calor referido a un campo completamente distin
to, que pasa completamente por encima del campo donde surge la sepa
ración de calor y frío y la oposición consiguiente de calor y frío. Es un
campo que da a entender su absoluta negación.
Cuando afirmamos que «esto es frío)), este campo de no-calor es el del
no-frío. La separación de calor y frío tiene lugar en el dominio del sen
tido de la percepción, cuya piedra angular reside en nuestros j uicios co
tidianos de percepción y conceptualización, así como en nuestras consi
deraciones científicas y filosóficas. El campo del no-calor/no-frío es
completamente distinto, es la negación absoluta de esas posiciones. Es el
campo de una nada absoluta.
Por tanto, este no-calor no es otra cosa que el hecho primordial del
calor mismo. El calor y el no-calor son idénticamente un solo hecho.
Aquí no estaban en su autoidentidad, tampoco en el hecho del calor, ni
en el campo en que ese hecho podía ser. Este no-calor es simplemente
una indicación del hecho de que el calor se manifiesta en un campo de
la nada absoluta que supera el dominio de los sentidos y de la razón. In
dica el punto en que el hecho del calor aparece en el ser, como era, en
ek-stasis de sí mismo.
182
El hecho de que el fuego sea caliente es un dato sensible que perte
nece ontológicamente a la categoría de la cualidad. Como categoría men
surable con un termómetro, puede decirse que pertenece a la categoría
de la cantidad. Sin embargo, el hecho del calor, en el momento de su fac
ticidad, es un hecho primordial que no puede ser obtenido por las cate
gorías de cantidad y de cualidad. Decir que el calor del fuego no es ca
liente no entraña la naturaleza de su ser caliente o frío; este no-calor no
puede ser medido con un termómetro. El hecho del calor se manifiesta
extáticamente como un hecho primordial más allá (realmente más acá) de
las categorías de cualidad y cantidad.
Por supuesto, cuando decimos que el calor no es caliente, no quere
mos decir que el concepto de calor no es caliente. Estamos cuestionan
do, en un campo que trasciende incluso el dominio de la razón donde
son constituidos los conceptos, un hecho que se ha manifestado en su
mismidad. Si consideramos solamente el aspecto de la trascendencia, un
ámbito de las Ideas como el de Platón podría acercarse a lo que estoy
pensando aquí. Si podemos concebir algo como la Idea de calor, sería al
go que sobrepasase el sentido perceptible del calor y que en sí no es ca
liente. No obstante, si se considera el no-calor como una cosa que es la
Idea de calor, si se concibe un mundo de las Ideas como verdaderas rea
lidades existentes aparte del mundo sensorial, se permanece adherido al
punto de vista de la razón contemplativa. Esto es, el no-calor trascen
dente debe permanecer autoidéntico con el hecho del calor.
El campo del no-calor no es un mundo aparte, un mundo inteligible
de las Ideas. Como el campo de la nada absoluta, tiene que ser uno con
el mundo del hecho primordial. Por otra parte, el mundo del hecho pri
mordial no es simplemente un mundo sensorial. El hecho primordial co
mo la propia identidad del no-calor y el calor ni es calor sensible ni calor
como una Idea. Es un hecho que se extiende por el dominio de los sen
tidos y de la razón, por decirlo de alguna manera, sin pertenecer a ningu
no de ellos como tal. Desde un punto de vista que da expresión al calor
exclusivamente al separarlo de todo lo demás, 10 caluroso sería, en efecto,
un dato sensible. Si pensamos en el no-calor exclusivamente separado de
10 demás, probablemente tendríamos alguna Idea del calor. Sin embargo, lo
caluroso tampoco es el puro hecho.
El mundo de este hecho primordial es uno. N o hay dos mundos, uno
sensorial y otro suprasensorial (en términos kantianos, un mundo de los
183
fenómenos y otro de los noúmenos) . Normalmente tomamos el mundo
como un entorno ilimitado que nos envuelve y nos sirve como campo
de comportamiento. Y, ahí, lo que sucede es que seguimos pensando otro
mundo invisible detrás de este primero. Pero ninguno de ellos es el mun
do tal como es. Ninguno es el mundo en el que vivimos realmente. El
hecho de que podamos considerar la extensión de nuestro entorno como
el mundo y, por tanto, pensar un mundo suprasensorial tras él, ocurre, en
primer lugar, tan sólo porque realmente estamos viviendo en un mundo
de hecho primordial.
Para resumir, una cosa caliente aparece al ser como lo que es en sí mis
ma en el lugar más allá de todas las categorías de sustancia, cualidad, can
tidad, etc. -es decir, en el campo de sünyata, o de la nada absoluta-o Ahí
una cosa llega a ser dueña de sí misma. Podemos decir que es el modo de
ser autónomo de la cosa. Con autónomo no quiero decir un modo de ser
de las cosas en el cual se nos revelan, en el cual la faceta que vuelven ha
cia nuestra dirección sea meramente, por decirlo aSÍ, la cara frontal o la
superficie de las cosas. Más bien es un modo de ser que no tiene nada que
ver con nuestras representaciones o juicios; pero no es el lado oscuro o la
cara oculta de las cosas. Tales expresiones ya implican una visión de las
cosas desde el lugar donde nosotros estamos situados. Una cosa, en su te
rruño, no tiene anverso ni reverso. Es pura y simplemente ella misma tal
como es en su mismidad y nada más.
Al mismo tiempo, por supuesto, cuando nos referimos a su modo de
ser autónomo no tenemos en mente una subjetividad como un ego au
toconsciente. No estamos pensando en las cosas antropomórficamente.
En tanto que podemos referirnos a una cosa en sí, suponemos una cua
lidad que la atrae hacia el alcance del concepto de sustancialidad; y en
tanto que somos capaces de referirnos a una cosa como autónoma, pre
suponemos una cualidad que la sujeta al concepto de subj etividad. Pero
el sí mismo no es ni sustancia ni sujeto.
Nos encontramos aquÍ ante un concepto completamente distinto de
existencia que hasta el momento no ha llegado a constituir una pregun
ta para la gente en sus vidas cotidianas, pero que incluso los filósofos han
de tener en consideración. El poeta de haikus, Bash6, parece aludir a es
to cuando escribe:
184
apréndelo del pino,
y el del bambú
del bambú.
185
de ser expresada como su ser-samadhi (su modo de ser «establecido») . En
un modo de ser tal que el que cierta cosa sea constituye un hecho abso
luto. Incluso el hecho del «es caliente» que llega a ser y deja de ser de un
momento a otro es un hecho absoluto; tan absoluto como si fuera el úni
co hecho en todo el cielo y la tierra. Como reza el dicho acerca de un
período de tiempo particularmente bochornoso, el calor «llena los cielos
y envuelve la tierra». Es un calor sin fondo (aunque, desde luego, no en
sentido termométrico) . O para poner otro ejemplo: «Una sola hoj a que
cae, otoño por todas partes» es más que una figura retórica. Pertenece al
campo en el que la caída de una sola hoj a es tomada como un hecho ab
soluto, donde la forma-samadhi de la hoj a que cae es una experiencia in
mediata. Puede incluso decirse que la verdad poética y la verdadera poe
sía se dan cuando los hechos se expresan en ese campo.
III
El hecho de que el ser sólo es ser al unísono con la vacuidad significa
que el ser posee en su fundamento el carácter de una ilusión, que todo
lo que es, en esencia, es fluctuante, apariencia ilusoria. También signifi
ca que el ser de las cosas en la vacuidad es verdaderamente más real que
lo que normalmente se toma por realidad o por ser real de las cosas (por
ejemplo, su sustancia) . Es decir, esto supone el modo de ser elemental de
las cosas en su propio fundamento originario y nos dice que la cosa es en
sí misma como es.
Por tanto, el modo de ser elemental, como tal, es una apariencia ilu
soria. Y las cosas mismas, como tales, son fenómenos. En consecuencia,
cuando hablamos de apariencia ilusoria, no queremos decir que también
hay setes reales que tienen lugar por el mero hecho de adoptar formas
ilusorias. Precisamente porque se trata de apariencia y no de alguna co
sa que aparece, esta apariencia es ilusoria a nivel elemental en su reali
dad y real en su forma de ser ilusoria. En mi opinión, podemos usar el
término que utilizaban los antiguos, «el centro», ya que es un término
que parece subrayar el rasgo distintivo del modo de ser de las cosas mis
mas.
Los diversos aspectos que asumen las cosas en el campo de la sensa
ción (las diversas modalidades de las cosas determinadas por la sensación)
así como los diversos aspectos que despliegan en el campo de la razón (ya
sea como formas eidéticas de las cosas o como categorías en el sentido de
1 86
formas del pensamiento discursivo) todos ellos son la Forma que las co
sas adoptan en cuanto se nos aparecen. Muestran la manera en que las
cosas son para nosotros. Son meramente la apariencia que las cosas nos
presentan, el aspecto bajo el que las cosas se nos aparecen como reflejos
de su relación con nosotros. Más que mostrar la manera de ser de las co
sas como son en su fundamento originario, los aspectos son la Forma de
las cosas fuera de este fundamento y transferidas a nuestra conciencia, a
nuestros sentidos y nuestro intelecto. Esos aspectos son, por decirlo aSÍ,
irradiaciones de las cosas mismas, como rayos de luz emitidos desde una
fuente común.
Para cambiar de metáfora, los aspectos que para nosostros adoptan las
cosas en los ámbitos de la sensación y de la razón son las Formas que apa
recen en el perímetro. Estamos acostumbrados a considerar la mismidad
de las cosas desde su circunferencia: a seguir el contorno de las cosas; por
eso las cosas no nos revelan su propia mismidad. Las cosas mismas sólo se
nos revelan cuando saltamos de la circunferencia al centro, a su propia
mismidad. El salto representa la apertura en nuestro interior del campo
de sünyata como el más acá absoluto que somos nosotros mismos. El cen
tro representa el lugar en el que el ser de las cosas es constituido al uní
sono con la vacuidad, el lugar en que las cosas mismas se posicionan, se
afirman y asumen un «autoestablecimiento». Y ahí, afirmadas en su posi
ción, las cosas son en su ser-samadhi.
Por el contrario, el aspecto en que las cosas aparecen en el ámbito de
la sensación y de la razón, no es más que la simple negación de las cosas
mismas. Es el caso incluso de la sustancia. Esos aspectos son una negación
del establecimiento (o autoestablecimiento) de las cosas; las transforman
en meros reflejos y las transfieren de su situación a alguna otra. Esto es lo
que el último Schelling tenía en mente cuando caracterizaba toda la 610-
soña de la razón hasta Hegel como ftlosoña negativa y designaba la suya
propia como una ftlosoña positiva (a pesar de todo, desde luego, en tér
minos de contenido, lo que estamos tratando aquÍ es completamente di
ferente de la ftlosoña de Schelling) . En cualquier caso, en el centro, las
cosas se postulan a sí mismas como son y de ese modo no permiten el
contacto desde fuera.
Antes sugerí que podemos llamar a ese modo de ser «el centro». Se ha
dicho: «Explicar una cosa comparándola con otra es dar con el centro»30.
Podemos decir algo parecido respecto a la cosa como es en sí misma. Si,
1 87
por ejemplo, desde el punto de vista de la razón, se concibe el ser de una
cosa en sí como sustancia y se explica qué es sustancialmente, por ese mo
tivo no se encuentra a la cosa misma sino sólo a una forma eidética se
mejante a la cosa misma. Aún al intentar decretado como una u otra co
sa por medio del pensamiento, se olvida a la cosa misma. La cosa misma
se postula tal como es; en su propio centro continúa siendo una forma
sin forma, una forma de la no-forma.
Considerado desde la circunferencia, entonces, las diversas formas de
una cosa no se adecuan a la cosa misma. Sin embargo, evocando la mis
midad de la cosa -esto es, desde su centro- su modo de ser «centro» se
extiende por todas las formas. En una palabra, todos los modos sensoria
les y todas las formas eidéticas suprasensoriales de una cosa no pueden
considerarse aparte del autoestablecimiento (el propio establecimiento del
modo de ser) de la cosa. Son todo apariencias de la cosa en sí, que per
manece a través de ellas en el modo de ser de una forma sin forma, una
forma de la no-forma, en su modo de ser «centro».
Para referirse a ese modo de ser podrían utilizarse las palabras del an
tiguo filósofo, «todas las cosas tienen sustento en sí mismas»31. También se
aplicarían a las apariencias visibles, que es la manera bajo la cuál las cosas
mantienen un sustento en ellas mismas y se afirman. y el campo en que
todas las cosas tienen un sustento en sí mismas no es otro que el de sün
yata que, al haber atravesado la nihilidad, se manifiesta como un más acá
absoluto. En el campo de sünyata cada cosa se manifiesta en su mismidad
en el acto de afirmarse de acuerdo con su propio potencial particular y
virtus y con su propia forma determinada. Para nosotros, como seres hu
manos, volver a ese ámbito comporta, de una vez, una afirmación ele
mental de la existencia de todas las cosas (el mundo) y una afirmación
elemental de nuestra propia existencia. El campo de sünyata no es otro
que el de la gran afirmación.
IV
Hablar de la sustancia respecto a las cosas conduce paralelamente a ha
blar del sujeto, que es el aspecto particular de la existencia humana. La
noción de sustancia expresa algo que subsiste como el fundamento de los
diversos atributos de una cosa. Expresa el modo de ser en que una cosa
llega a ser sí misma. De forma similar, la noción de sujeto expresa algo
que subsiste en un ser humano dado, en la base de sus diversas facultades
188
como factor unificador. Indica el modo de ser por el que el hombre se
ve como lo que es. Pero, podemos preguntarnos, este concepto de suje
to, dicho y hecho, ¿expresa verdaderamente al hombre en sí, como es en
su propio fundamento originario? ¿La cuestión no sería más bien si ese
concepto, como su paralelo de sustancia, apunta meramente al hombre
en . sí, en tanto se pone al descubierto a sí mismo desde su interior en el
campo de su propia conciencia?
El que la noción de sujeto exprese la esencia de la existencia humana
casi ha llegado a ser demasiado evidente como para tener que mencio
narlo. Es así, concretamente en el caso de la modernidad, donde la esen
cia humana ha sido identificada con la autoconciencia. Este tipo de in
terpretación hallada en el hombre moderno ya puede verse operando en
,
el cogito del que D escartes hizo un principio fundamental de su filoso
fia, y aparece de forma más relevante en Kant, quien tomó la misma
orientación y la siguió siempre hasta el final. En su filosofia teorética y
práctica, Kant presenta una visión del sujeto fundada radical y profunda
mente.
En la filosofia teorética de Kant, el punto de vista del suj eto aparece
como lo que él mismo denonúna una «revolución copernicana». Nuestra
cognición o experiencia de un objeto no resulta de las intuiciones y con
ceptos que tenemos acerca del ser del objeto de acuerdo con ese objeto,
sino al contrario, dice Kant, es resultado del ser del objeto de acuerdo con
las características a priori de nuestra facultad del sentido de la intuición y
de los conceptos a priori del entendimiento. Así pues, al dar una orien
tación exactamente opuesta a la de su tradición anterior a los fundamen
tos del conocimiento, Kant inauguraba una perspectiva filosófica crítica a
medio camino entre el punto de vista tradicional de la metafIsica (que ha
bía intentado comprender la cosa en sí dogmáticamente a través del pen
samiento puramente racional) y el escepticismo de Hume (que había sa
cudido esa metafisica hasta sus fundamentos) . Como es bien sabido, Kant
prosiguió con la argumentación de que el rango de las posibilidades epis
témicas para nosotros está limitado al mundo fenoménico, mientras que
la cosa en sí, la realidad real, sola y en sí, está detrás de lo fenoménico y,
como tal, para nosotros es incognoscible.
Sea como fuere, al menos la totalidad de objetos de la experiencia que
constituyen la naturaleza o el mundo de los fenómenos es evidentemen
te algo construido por las formalidades a priori de la sensación y el en-
1 89
-
tendimiento. Y la conciencia del hombre como portador de ese poder ha
venido a presentarse con el hombre moderno, como una autoconciencia
del sujeto. Puede decirse que el sujeto que reside en el fondo de las di
versas facultades de la conciencia ha surgido al mismo tiempo, por me
dio de las formas a priori de estas diversas facultades, para residir en el
fundamento del mundo visible y todas las cosas que hay en él. Esto se
muestra especialmente en la idea de Kant de la «apercepción trascenden
tal de la autoconciencia» en la que podemos entrever vínculos con el [0-
gito cartesiano. En el caso de Kant, no obstante, esta autoconciencia su
pone dos cosas. Por una parte, la investigación de una naturaleza a priori
de las diversas facultades de la conciencia implica una profunda penetra
ción en la existencia del obj eto y una clarificación de sus fundamentos.
De ese modo, la conciencia de la capacidad adecuada al sujeto alcanza su
punto álgido. Por otra parte, esta conciencia de la capacidad del hombre
en virtud de su completud indica la llegada de una conciencia de los lí
mites de esa capacidad, como vemos en forma de distinción entre mun
do fenoménico y mundo de las cosas en sÍ .
Como es bien sabido, el concepto de cosa en sí que daba lugar a la
distinción entre esos dos mundos contiene serios problemas teoréticos.
Empezando por Fichte, el idealismo alemán intentó ir más allá de esas li
mitaciones hacia un punto de vista de la razón metansica, culminando en
la razón absoluta de Hegel. A partir de ahí encontramos un cambio total
de esas posiciones en la subj etividad radical y el existencialismo de Kier
kegaard, el nihilismo agresivo y la voluntad de poder de Nietzsche, el ma
terialismo histórico de Marx, y así sucesivamente hasta la actualidad.
Si seguimos la historia de la evolución de esas ideas y si abordamos la
cuestión de forma más fundamental al considerar cómo esos problemas
están enraizados en definitiva en la filosofía kantiana, nuestra atención in
mediatamente se dirige a un punto: Kant considera las cosas desde fuera
como objetos; o, para decirlo de otra manera, su punto de vista es el de
la representación. En su fuosofía teorética se presupone como base cons
tante un punto de vista obj etivo representacional.
El problema de la cosa en sí, en efecto, se desarrolla desde la presupo
sición de esa base. Considerar las cosas como objetos es, después de to
do, comprenderlas en el campo de la conciencia bajo la forma que reve
lan en tanto que se nos descubren. En ese caso, a decir verdad, todos los
obj etos son recibidos como representaciones. Un concepto de sustancia
190
siITÚlar al que se ha explicado también proviene de la orientación dada en
la búsqueda de este modo de ser de las cosas. Para denotar el ser obj eti
vo de las cosas como son en sí debe pensarse en una sustancia accesible a
la razón como la que encontramos en la metafisica antigua, pero al ITÚS
mo tiempo, la cosa es recibida como un obj eto y es considerada fuera del
suj eto; así ha resultado ser lo contrario, pues ya ha sido representada por
el sujeto como una cosa exterior. Por el contrario, el punto de vista de la
representación, que se apoya en el reverso del concepto de sustancia, es
el que se propone como el ser de la cosa en sÍ.
La metafisica antigua no ha ahondado en esa contradicción. Al creer
acríticamente en el poder de la razón, pensaba que el ser de la cosa en sí
podía ser captado por el pensaITÚento racional. Consideraba que el co
nociITÚento consistía en la correspondencia (adequatio) completa de los con
ceptos a las cosas. Cuando una cosa tal como es en sí ITÚsma se coloca ob
j etivamente fuera del suj eto, en efecto, es representada como tal por el
suj eto. Esta paradoja, junto a la dialéctica que implica, está encubierta por
esa relación unidimensional de correspondencia entre la cosa y el con
cep�o. No obstante, cuando los fundamentos ocultos de esa metafisica fue
ron puestos al descubierto por Hume y la ingenua confianza en la razón
se derrumbó bajo el peso de su crítica, lo natural para esa situación para
dójica fue surgir sólo en el nivel de la reflexión. Así fue como se inaugu
ró el denoITÚnado punto de vista de la razón auto crítica de Kant. '
Kant, al discurrir sobre la fundamentación de que todos los obj etos
son representaciones, llegó a la conclusión de que la sustancia no designa
al ser de las cosas como son en sÍ, sino más bien, en tanto que concepto
a priori o categoría de la razón pura (en este caso, del entendiITÚento pu
ro) designa algo que el suj eto «piensa imponiendo» (hineindenkt) las cosas.
En otros térITÚnos, la sustancia se sustituye por uno de los elementos que
entra en la caracterización de las cosas en tanto que aparecen como fe
nómenos. Así pues, al ITÚsmo tiempo, viene a ser una forma de distinción
entre el mundo fenoménico y el mundo de las cosas en sÍ .
En resumen, para la metafisica antigua, la ontología se centraba en un
concepto de sustancia que designaba al ser de las cosas como son en sÍ.
Pero con el descubriITÚento de la situación real que subyacía en el origen
de este concepto, la sustancia se transformó en una forma del entendi
ITÚento puro, una de las normas de su actividad cognoscitiva. Y, con ello,
el punto de vista del suj eto con su autoconciencia vino seguidamente a
191
ser el centro de un sistema de crítica del conocimiento reemplazando a la
ontología anterior.
Ahora bien, lo que he tratado de decir con este esbozo tan general es
que la metafisica antigua y la ftlosofia crítica de Kant no difieren en el as
pecto fundamental de tomar como base y presupuesto el punto de vista
del objeto y su representación. El único cambio ha sido que la relación
entre el objeto y su representación, que operaba como fundamento en
cubierto en la primera, en la segunda se hacía abiertamente y recibía
aprobación. La metafisica antigua adoptó su orientación desde la postura
de que nuestras representaciones se forman después de sus obj etos, y de
acuerdo con esto sostenía que el concepto especulativo de la formulación
«qué <;s una cosa» -es decir, la sustancia- puede corresponder adecuada
mente al objeto como la cosa que es en sí. Kant, sin embargo, tomó su
posición en una orientación contraria: los objetos se formaban después
de nuestras representaciones de ellos. Para él, por tanto, el objeto de nues
tro conocimiento no puede ser la cosa en sí, y la sustancia es así una de
las formalidades del entendimiento que se dirige hacia la comprensión del
objeto en tanto que aparece fenoménicamente.
Por supuesto, la distinta orientación de estos dos puntos de vista no es
simplemente cuestión de orientaciones opuestas en el mismo plano. Co
mo antes observé, el punto de vista de Kant de acuerdo con el hecho de
que las representaciones eran modeladas a partir de sus objetos permane
ce oculto en el punto de vista de la metafisica antigua. Kant sólo tuvo que
sacarlo a la luz. (Interpretarlo como una dirección contraria en el mismo
plano sería identificar la crítica trascendental de Kant con la clase de idea
lismo que hallamos en Berkeley.) A pesar de todo esto, o más bien por su
causa, podemos afirmar que el punto de vista objetivo-representacional
es básico en ambas concepciones y un presupuesto común a ambas. La
revolución en el pensamiento que ocasionó Kant al invertir el punto de
vista de la metafisica tradicional, todavía, en un nivel fundamental, está
fundado en el mismo presupuesto. Para hablar con propiedad, es la in
versión de la metafisica antigua. El concepto de sustancia, central en la
metafisica antigua, y el punto de vista del suj eto, central en la ftlosofia
kantiana, se sitúan en la misma base. Desde esa posición, la revolución
copernicana de Kant conllevó una conciencia de la competencia del su
jeto frente al mundo como la totalidad de los objetos de la experiencia.
En ese sentido, tanto su ftlosofia teorética como práctica, que trataremos
192
51
más adelante, confirieron una expresión profunda al modo de ser esen
cial del hombre moderno.
Después de Kant, el punto de vista orientado al sujeto del hombre
moderno siguió su curso precipitadamente hasta que no pudo llegar más
lejos. Finalmente alcanzó el punto de vista de la razón, de la razón abso
luta; y, entonces, incluso la superó, puso al descubierto la nihilidad en su
propio fundamento. Podemos decir que el punto de vista del suj eto pu
so al descubierto su fundamento sólo cuando avanzó hacia una autotras
cendencia extática en la campo de la nihilidad.
Pero esto significaba que, al mismo tiempo, la nihilidad se manifesta
ba en el fondo de la existencia de las cosas. Para Kant, el conocimiento
racional de la naturaleza sólo era posible si la razón misma se adecua a lo
que la razón «piensa imponiendo» a priori en el interior (hineindenkt) de
la naturaleza. De la misma manera, la nihilidad que se manifiesta en el
fondo del sujeto cuando atraviesa ese campo de la razón está, simultánea
mente, «inserta en» (hineingelegt) el fondo de la totalidad de las cosas. Pero
cuando el concepto de sustancia, supuesto para expresar la mismidad de
las cosas, y el concepto de sujeto, supuesto para expresar la mismidad
del yo, chocan con la nihilidad de su propio fundamento y ahí son ne
gados, dan un salto hacia un ámbito en que las cosas y el yo están lejos
de manifestar su mismidad. Esto implica que, en el campo de la nihilidad,
ni las cosas ni el yo son objetos del conocimiento y, por tanto, ya no pue
den ser aprehendidas o expresadas conceptualmente (como logos) . Ya no
son determinadas como sustancia ni como sujeto. Ya no somos capaces
de decir qué son.
Por tanto, decir que la nihilidad se manifiesta en el fondo del sujeto,
que se inserta en el fondo de las cosas, no debería pensarse en el mismo
sentido en el que se dice que la razón se «inserta)) o «piensa imponiendo))
sus propios principios dentro de la naturaleza (en el caso del conoci
miento de obj etos) . Por el contrario, la inserción de la nihilidad en el fon
do de las cosas supone, en efecto, que la nihilidad surge del fondo de to
das las cosas existentes, nos asalta y se inserta en el fondo de nuestra
existencia. Con ello, la existencia de las cosas y del yo son transformadas
en algo completamente incomprehensible, de lo que ya no puede decir
se qué es. En el sentido mencionado antes, la existencia de las cosas y del
yo aparece como la duda que es característica de la gran realidad.
Sobre esta cuestión, el punto de vista de la nihilidad difiere funda-
193
mentalmente de los tipos tradicionales de escepticismo como el que, por
ejemplo, representa Hume. En el escepticismo, dudamos de la certeza de
un asunto; en el punto de vista de la nihilidad, todas las cosas sin excep
ción, junto a nosotros mismos, se convierten en una duda real. y esto, a
su vez, significa acercarnos un paso hacia la verdadera manifestación de la
mismidad de las cosas y del yo. 0, quizás mejor, supone moverse cerca
del campo en que su mismidad ha sido manifestada en el fondo desde el
principio hacia la campo de sünyata como el más acá absoluto.
En el campo de la nihilidad, donde se ha superado el dominio de la
razón, el conocimiento deja de ser la cuestión. Las cosas y el yo ya no son
obj etos del conocimiento. Más bien, el campo de la nihilidad es la apari
ción de la autoconciencia de que la mismidad de las cosas y la mismidad
del yo estaban totalmente más allá de la posibilidad de conocimiento.
Una vez en el campo de la nihilidad, los objetos (las cosas y el sí mismo
como obj etos) y su cognición dej an de representar problemas; el proble
ma es la realidad de las cosas y del yo. Es más, esta realidad y nuestra apre
hensión de ella no son posibles al regresar del campo de la nihilidad al de
la razón, sino sólo al avanzar desde el campo de la nihilidad hacia uno en
que las cosas y el yo llegan a manifestarse en su naturaleza real, donde son
realizadas. El campo de la nihilidad aparece en el punto en que se va más
allá del campo de la conciencia y la razón; y al mismo tiempo se avanza
en dirección al campo de sünyata o vacuidad.
Como de vez en cuando he ido tratando la conversión del punto de
vista de la nihilidad al de la vacuidad no continuaremos con este asunto.
Dicho de forma sencilla, el punto de vista de la nihilidad no es un más
allá en el sentido en que normalmente pensamos a Dios o el mundo de
las Ideas, como residentes en el más allá. Y, sin embargo, va más allá del
punto de vista de la comprensión cotidiana, a caballo entre la sensación
y la razón, para aprehender la existencia de las cosas y del yo. En ese sen
tido, no es simplemente un punto de vista del más acá; es una trascen
dencia del más acá, aunque una trascendencia más orientada hacia el más
acá que nuestra proximidad cotidiana.
Al mismo tiempo, la nihilidad todavía queda en suspenso contra la
existencia; está situada sola, en sí misma, fuera de la existencia. Esto es,
todavía es tomada por alguna cosa llamada nihilidad. No es un obj eto de
la conciencia y, sin embargo, permanece ahí un sentido por el que la
nihilidad todavía es considerada objetivamente. No es el punto de vista
194
d
de la conciencia y, sin embargo, ahí permanece un sentido por el que la
nihilidad todavía es considerada representacionalmente como nihilidad.
En una palabra, la nihilidad aún es, en cierto grado, considerada como un
más acá, y por tanto, al mismo tiempo todavía se aferra al punto de vista
del más acá que mira hacia un más allá. Su carácter es esencialmente tran
sitorio.
La nihilidad es una negación absoluta que alcanza a toda existencia y,
así pues, está relacionada con la existencia. La esencia de la nihilidad con
siste en una negatividad antitética, puramente negativa. Su punto de vis
ta contiene la contradicción de no poder evitar la existencia ni alejarse de
ella. Es un punto de vista desgarrado en dos en su interior. En eso reside
su carácter transitorio. Lo denominamos punto de vista de la nihilidad,
pero, de hecho, no es un punto en el que uno pueda situarse de forma
permanente. No es más que un punto que tenemos que «cruzar rápida
mente»32. Al ser esencialmente transición y negatividad negativa, es radi
calmente real; pero el punto de vista mismo es, esencialmente, nihilidad,
hueca y vacía. El punto de vista de la nihilidad es en sí mismo esencial
mente nihilidad, y sólo como tal puede serlo.
El punto de vista de sünyata es totalmente distinto. No es un punto
de vista de simple negatividad negativa, ni es esencialmente transitorio.
Es el punto de vista en que la negación absoluta es, al mismo tiempo, en
el sentido explicado antes, una gran afirmación. No es simplemente un
punto de vista que sostiene que el yo y las cosas son vacío. Si así fuera,
no sería distinto de la manera en que se manifiesta la nihilidad en el fon
do de las cosas y del yo. Los fundamentos del punto de vista de sünyata
son otros: no se trata de que el yo sea vacío, sino de que la vacuidad es
el yo; no se trata de que las cosas sean vacío, sino de que la vacuidad
es las cosas. Una vez ha tenido lugar esta conversión, podemos superar el
punto de vista desde el que se considera a la nihilidad más allá de la exis
tencia. Sólo entonces aparece el punto de vista en el que podemos man
tenernos no meramente como un más allá de nosotros, sino como un
más allá al que ya hemos llegado. Sólo en este punto de vista trascende
mos realmente el punto de vista oculto todavía tras el campo de la nihi
lidad, es decir, el más acá examinado desde el más allá. Esta «llegada al
más allá»33 es la realización del más allá. Como punto de vista supuesto
en el más allá es, por supuesto, una conversión desde el mero más acá.
Pero también es una conversión absoluta desde un más acá que mira a un
1 95
más allá. La llegada al más allá no es otra cosa que un más acá absoluto.
En el campo de sünyata, el Dasein de las cosas no es fenoménico en
el sentido kantiano, es decir, el modo de ser de las cosas en tanto se nos
aparecen. Es el modo de ser de las cosas como son en sí, en el que las co
sas son en su propio fundamento originario. Sin embargo, tampoco es la
Ding-an-sich (la cosa en sí) a la que se refería Kant, es decir, ese modo de
ser de las cosas distinguido formalmente de lo fenoménico y lo incog
noscible por nosotros. Es el modo de ser originario de las cosas como son
en sí y como en efecto existen realmente. Aquí no hay distinción entre
el fenómeno y la cosa en sí. La cosa original es la cosa que se nos apare
ce como lo que es, sin anverso ni reverso.
Pero esto no se refiere a las cosas en el sentido de realidades objetivas,
según las han concebido todos los tipos de realismo desde los ámbitos de
la sensación y de la razón. Más bien es como decir que todas las cosas son
ilusorias en su verdadera mismidad. Antes he explicado cómo el punto de
vista dogmático, que toma la denominada realidad exterior obj etiva por
la cosa misma, alberga una contradicción y cómo la crítica kantiana lo de
fendió con su escisión en dos modos de ser completamente irreconcilia
bles: el fenoménico y el nouménico. En el punto de vista de sünyata, en
el que estos dos modos de ser irreconciliables son forzados hasta sus lími
tes, se consi4era que ambos acontecen como uno y mismo modo de ser
de la cosa.
Por una parte, la cosa en sí es verdaderamente ella misma en este cam
po, pues, por contraste con la denominada realidad obj etiva, ha sido li
berada de su atadura al sujeto. No obstante, esto no significa que sea
completamente incognoscible. Es, en efecto, incognoscible para la razón;
pero cuando nos transformamos y entramos en el campo de la vacuidad,
donde la cosa en sí siempre se manifiesta como tal, su realización es sus
ceptible de acontecer. Por otra parte, en este campo el ser de una cosa es
uno con la vacuidad y, así pues, es radicalmente ilusorio. Pero no es una
apariencia ilusoria en el sentido del dogmatismo que utiliza el término
para denotar lo que no es objetivamente real. Tampoco es un fenómeno
en el sentido que le da la filosofia crítica para distinguirlo de la cosa en sí.
Una cosa es verdaderamente una apariencia ilusoria justo en el punto en
que una cosa verdaderamente es en sí.
Como reza el dicho: «Un pájaro vuela y es como un pájaro; un pez
nada y es como un pez». La mismidad del pájaro volador en su vuelo con-
196
J
siste en su ser como un pájaro; la mismidad del pez que nada consiste en
ser como un pez. 0, para decirlo de otra manera, el aspecto del pájaro
volador y del pez nadador no es otra cosa que su verdadera mismidad.
Anteriormente nos referimos al modo de ser en que una cosa es en su
propio fundamento como modo de ser central o en su propio autoesta
blecimiento. También nos referimos a esto como «ser-samadhi».
En el campo de la vacuidad, el punto de vista del hombre moderno
sobre la autoconciencia subjetiva, inaugurado con la revolución coperni
cana de Kant, tiene que ser trastocado a su vez. Parece que hemos llega
do a un punto en que la relación del conocimiento según la cual el ob
jeto se forma con posterioridad a nuestros patrones a priori de la intuición
y el pensamiento tiene que ser invertida de nuevo para que el sí mismo
pueda formarse después de las cosas y en correspondencia con ellas. El
campo de la vacuidad va más allá del campo del sentido de la intuición y
del pensamiento racional; lo que no significa que el sujeto se dirija al ob
jeto y se ajuste a él, como en el caso del realismo sensorial o del dogma
tismo metafisico. Pertenece a la realización (manifestación y aprehensión)
de la cosa en sí, que no puede ser aprehendida por la sensación o la ra
zón. Esto no es la cognición de un objeto, sino un conocimiento no cog
nitivo de la «cosa en sí» no objetiva; es lo que podemos denominar un
conocer Sln conocer.
É ste es el ámbito donde al negar el sujeto superamos al sujeto en su
sentido habitual (el yo situado en oposición al objeto) para ir hacia el más
acá absoluto; no podemos hablar de un yo cognoscitivo. No podemos de
cir «yo» y por ello tampoco podemos decir «conozco». Hablando con
propiedad, no es correcto seguir utilizando los términos, tal como hici
mos antes con los kantianos, de un yo que se adecua a las cosas o se con
forma a sí mismo (sich richten) con ellas. En otros términos, no podemos
decir que el yo tome a las cosas como su modelo, se oriente en su direc
ción, y se adecue a ellas. Esa orientación, que implica alguna cosa que
oriente y una cosa orientada, pertenece al punto de vista del conoci
miento. Sólo cuando hemos ido más allá de todo eso podemos hablar de
un conocer sin conocer. Por el mero hecho de buscar orientarnos hacia
la cosa en sí, ya llega a ser un objeto, y nuestro conocimiento (el cono
cer sin conocer) se ha convertido ya en conocimiento.
La cosa en sí se manifiesta en el fondo de su propio centro, que en
ningún modo puede ser objetivado. Su conocimiento no objetivo, el co-
197
t
nacer sin conocer, quiere decir que volvemos al centro de la cosa en sí .
Esto implica que nos explicamos en el dirigirnos hacia lo que no res
ponde a nuestro giro, al orientarnos hacia lo que niega cada una de nues
tras orientaciones. Incluso una sola piedra o una brizna de hierba nos lo
exige. El pino nos pide que aprendamos del pino, el bambú que apren
damos del bambú. Al apartarnos de nuestro modo de ser cotidiano ego
céntrico (allí donde, en nuestros intentos de comprender el yo, quedamos
atrapados en su comprensión) y al dar sustento a las cosas allí donde tie
nen un sustento en sí mismas, las devolvemos al centro. (Por supuesto, es
te centro no denota un interior opuesto a un exterior, como indiqué an
teriormente. )
Desde la antigüedad, el poder cognoscitivo de la razón ha sido deno
minado una lux naturae. Sin embargo, esa lux naturae real no es la luz de
la razón. Más bien, si podemos designarlo así, es la luz de cada cosa. Lo
que llamamos el conocer sin conocer es, por decirlo de algún modo, el
alcance total y la concentración en un único punto de la luz de todas las
cosas. 0, mejor aún, es un regreso al punto en donde las cosas mismas
son alcanzadas a la vez. Todo esto contradice nuestro modo de pensar co
tidiano y por ello debe de sonar extraño. Para aclarar este sentido es ne
cesario llevar más lejos las preguntas formuladas por sentencias como «el
ser sólo es ser al unísono con la vacuidad» y «la vacuidad es el yo». En
adelante, con la ayuda de una analogía, espero arrojar luz sobre el signi
ficado de estas expresiones.
v
Al explicar la mismidad de las cosas, decimos que el modo de ser de
las cosas que se nos aparecen como obj etos en los campos de la sensación
y la razón es la Forma de las cosas visible desde su circunferencia, mien
tras que las cosas mismas constituyen el modo de ser en el que están más
bien, por decirlo así, en su propio centro. Este último, el modo de ser no
obj etivo era denominado también modo de ser central de las cosas.
Más adelante observé que los aspectos de las cosas, como objetos del
sentido de la intuición y del pensamiento racional, se reflejan en nuestro
interior en tanto que cosas que han abandonado su propio terruño para
desplazarse hacia una relación con nosotros, relación que puede compa
rarse a un rayo de luz irradiando desde su fuente. Por lo tanto, la Forma
de las cosas considerada desde los campos de la sensación y la razón no es
198
la mismidad de las cosas. Por otra parte, cuando examinamos desde el
centro, todas esas Formas de las cosas son contempladas como apariencias
de las cosas mismas y penetradas por el modo de ser no obj etivo de las
cosas en su centro.
Para simplificar, por el momento, representemos los campos de la
sensación y de la razón como las circunferencias de dos círculos con
céntricos. Tenemos pues un radio que atraviesa las dos circunferencias
por dos puntos, designados al y a2, para representar las formas objetivas
bajo las cuales aparece cierta cosa A en los campos de la sensación y de
la razón respectivamente. Esto supone, en efecto, que a l y a2 son real
mente al (A) y a2(A) . Entretanto, la cosa en sí, A, está situada en el cen
tro del círculo. Este modo de ser de una cosa tal como es en sí misma,
como una manera no objetiva de ser en el centro, se extiende por al y
a2 en tanto que pueden ser considerados apariciones de la propia A: A es
A (al , a2) .
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199
•
ésta. En e! modo de ser no objetivo, en e! que participan como cosas en
sí, se concentran todas en una.
Por supuesto, esa concentración es impensable desde el punto de vis
ta del yo consciente en su experiencia cotidiana, que siempre se estable
ce dentro de los límites de la sensación y de la razón; como también es
así en la idea del ser que parte de una posición en esas experiencias (y
aquí incluyo a la ontología occidental tradicional como un todo, con su
focalización en el ser y desatención a la nada) . Por ejemplo, encontramos
estos puntos de vista en el nominalismo medieval y e! empirismo mo
derno, que se fundamentan en la sensación y colocan a las cosas sensibles
en e! centro de sus consideraciones acerca de! ser. Por e! contrario, el rea
lismo medieval y la ontología moderna racionalista se fundamentan en la
razón y sitúan en e! centro de sus consideraciones sobre e! ser a la forma
sustancial. Volviendo a la analogía de los círculos concéntricos, esos pun
tos de vista equivalen a tomar al o a2 como el centro, resultando que e!
otro centro (a2 o a 1) se transforma en un punto de la circunferencia de un
círculo nuevo y menor que señala los confines de la consideración de! ser
(indicado en e! diagrama por las líneas discontinuas). Entienden e! ser de
A sólo como a1 (a2) o como a2 (a l ) , y así sucesivamente con B, C, D. . .
Desde ese punto de vista, s e han imaginado toda clase de sistemas
complejos, pero en conjunto y fundamentalmente, todos parten de la
perspectiva de! yo consciente cotidiano que concibe todas las cosas como
entidades distintas y separadas. Con la cosa en sí sucede de otra manera
totalmente diferente pues no puede ser comprendida desde los ámbitos
de la sensación y de la razón, y no puede ser considerada desde la cir
cunferencia. Aquí, si centramos nuestro pensamiento en el modo de ser
que aparece en los campos de la sensación y de la razón, la cosa no pue
de ser concebida. Somos incapaces de considerar e! modo de ser de las
cosas como son en sí trazando círculos distintos, individuales, pequeños,
cada uno de los cuales adopta un punto u otro en la circunferencia (de
los que son posibles un número infinito) como su centro.
Como se observó antes, esa manera de ver el ser se desmorona cuan
do aparece el campo de la nihilidad en el fundamento de los ámbitos de
la sensación y de la razón. La conversión posterior que tiene lugar al atra
vesar e! campo de la nihilidad hacia el de sünyata significa que todas las
cosas en su mismidad son reunidas en una, de igual modo que los dife
rentes puntos de una circunferencia dibuj ados en un solo centro. Por lo
200
tanto, parece natural que este modo de ser de la cosa misma no surgiera
en la tradición ontológica occidental, en la que las consideraciones del ser
han dej ado fuera de su marco a la nada .
N aturalmente, los puntos de vista que se refieren a una concentración
en el Uno han aparecido de vez en cuando en Occidente. Los ejemplos
son numerosos, empezando por la antigua Grecia con la noción de Jenó
fanes de «Uno y Todo» ((Lo que denominamos todas las cosas, eso es
Uno») y la idea de Parménides del «Ser» ((Pensar y ser son uno y lo mis
mo») , e incluyendo a pensadores como Plotino, Spinoza y Schelling. El
Uno absoluto que tenían en mente, no obstante, era concebido como ra
zón absoluta o, cuando se llevaba más allá del punto de vista de la razón,
al menos era concebido como una extensión de ese punto de vista en
continuidad ininterrumpida con él. Al mismo tiempo, el Uno absoluto
era concebido en términos de una negación de la multiplicidad y dife
renciación de las cosas existentes como apariencias engañosas e ilusorias.
La nihilidad es algo que puede aparecer detrás de cualquier experien
cia en el ámbito de la sensación y de la razón, y brotando desde fuera del
ser experimentado ahí , como lo que anula esa experiencia y ese fondo
del ser. Esto se presenta en nuestro diagrama por el hecho de que las tan
gentes (tI , e, tl . . . ) pueden ser trazadas desde cualquier punto dado en am
bas circunferencias. Se muestra como un punto cualquiera de la circun
ferencia que contiene dentro de sí una orientación a la dispersión infinita
en todas las direcciones y de ese modo queda suspendido permanente
mente sobre un abismo sin fondo.
El campo de la nihilidad es el campo de esa dispersión infinita. Los
ámbitos de la sensación y de la razón, por el contrario, son sistemas de la
existencia constituidos como la negación de esa orientación hacia la dis
persión infinita. Son un mundo en el que todo lo que existe está j unto y
unido. Y esto se hace posible, podríamos decir, por la concentración de
todas las cosas en un centro único, un centro que hace al mundo ser lo
que es.
Ahora bien , el Uno absoluto de la filosofía tradicional al que acaba
mos de referirnos asumía ese sistema de la existencia o ese mundo -ya
fuera el mundo sensible o el mundo inteligible o un compuesto de am
bos- y excluía la nihilidad manifiesta en su fondo. Como resultado, el
centro donde todos los seres se vuelven uno solo es pensado en el inte
rior de un sistema ontológico y sólo desde el mundo. y este centro, a su
201
vez, es tomado como algún tipo de ser en sí. Es como si el círculo sólo
fuera pensado desde el círculo mismo, y como si el centro fuera siempre
y únicamente pensado como el centro de un círculo. Ésta es además la
razón por la que, como señalamos antes, el Uno absoluto es convertido
en el punto de vista de la razón absoluta o, al fin y al cabo, considerado
como una continuación de la razón absoluta. En esta visión, el centro
siempre es contemplado desde la circunferencia. En otros términos, e!
Uno es visto como el punto en el que todos los seres pueden ser reduci
dos a uno. Esto también explica por qué el Uno absoluto es concebido
inevitablemente como algo abstraído de la multiplicidad y las diferencia
ciones de todos los seres. En un sistema ontológico que excluye la nada,
la idea de que todos los seres son Uno conduce a ver el ser como mera
no-diferenciación. Precisamente en este punto de vista la unión absoluta
es simbolizada como un círculo o una esfera.
Para que la multiplicidad y la diferenciación cobren realmente pleno
significado, el sistema del ser debe ser considerado como algo que revela
la nihilidad en su fondo y no meramente como un sistema de! ser. El
círculo no debe ser examinado sólo desde el círculo mismo, sino como
algo que incluye tangentes en todos los puntos de la circunferencia. Al
hacerlo, resulta evidente que todos esos puntos implican una negación
absoluta de la orientación para volver a la unidad en e! centro (la orien
tación que se les daba como propiedades de un círculo) , de forma que
cada punto implica una orientación hacia la dispersión infinita. Entonces
dejan de ser meramente lugares definidos por los puntos situados equi
distantes de un centro común. En sí mismos, estos puntos no son mera
mente uniformes e indiferenciados. No penetran en un Uno del que ha
sido extraída toda multiplicidad y diferenciación. En cambio, cada uno de
ellos presenta una orientación hacia la pluriformidad que niega absoluta
mente tal reducción a la unidad, una orientación hacia la dispersión tan
gencial infinita. Y estas orientaciones, presentadas de una única manera
en cada punto particular y pertenecientes sólo a ese punto, dan lugar a
una diferenciación infinita.
La multiplicidad y la diferenciación, esto es, el hecho de que sea im
posible sustituir una cosa dada por otra, el hecho de que cada cosa tenga
su ser como algo absolutamente único, llega a ser una realidad evidente
sólo cuando el campo de la nihilidad se revela en el fundamento del sis
tema del ser. Puede decirse que sólo cuando una cosa ha perdido un pun-
202
to al que obedecer, cuando no tiene nada más a que agarrarse, puede vol
ver a sí misma. Éste es el modo de ser al que nos hemos referido como
«gran duda» .
Además, cuando la existencia única de todas las cosas y la multiplici
dad y la diferenciación en el mundo aparecen en el campo de la nihilidad,
todas las cosas aparecen separadas unas de otras por un abismo. Cada co
sa tiene su ser uno y único, una soledad absolutamente recluida dentro de
sÍ . Denominamos nihilista a ese estado de autoenclaustramiento absolu
to. En la conciencia humana, esta soledad se expresa como estar suspen
dido, solo, sobre el vacío ilimitado. Raskólnikov en Crimen y castigo y
Stavroguin en Los endemoniados inspiraban un terror indecible incluso a
sus propias madres, tal era el abismo de su soledad. Una existencia aisla
da abismalmente de todo lo demás, privada incluso de los lazos maternos
y ajena a todo orden (en el sentido de un «mundo») es una existencia
consciente de una nihilidad abisal en su propio fundamento. La nihilidad
se dej a ver en la profundidad de todas las cosas y se insinúa en el fondo
de cada existencia. Ésta es la anulación en la que la nihilidad se hace evi
dente como negatividad negativa.
En nuestro diagrama, trazamos los círculos pequeños al (a2) y a2 (al)
para representar los modos de ser que han tenido sus centros respectiva
mente en la sensación y en la razón. Incluso en esos modos de ser, las co
sas son individuales, múltiples y encerradas en sí . Pero mientras las cosas
sean consideradas sólo desde un sistema del ser, siempre son pensadas en
conexión unas con otras como pertenecientes a un orden interno y a una
unión. Por último, son entendidas como si volvieran a la unión con un
Uno absoluto que es, a su vez, un ser. Básicamente, ésta es la aproxima
ción de nuestra conciencia cotidiana de las cosas, así como el enfoque de
cada visión del pensamiento que toma esa conciencia como su point de
départ.
En el campo de la nihilidad todo nexo y unión se deshace y el auto
enclaustramiento de las cosas es absoluto, están dispersas unas respecto a
otras interminablemente. E incluso el ser de cada cosa se hace pedazos en
cada dirección, dominando por encima de sus tangentes, por decirlo aSÍ,
de las que no sabemos de dónde vienen ni adónde van. Esta existencia pa
rece desvanecerse en una nihilidad insondable, su posibilidad de existen
cia parece desaparecer continuamente en una imposibilidad de existencia.
No obstante, en el campo de sÜ11yata las cosas recobran de nuevo la
203
posibilidad de existencia. O, más bien, las cosas se hacen presentes en la po
sibilidad de existencia que poseen en el fondo. Aparecen en el terruño
(fuente elemental) de su existencia, de la mismidad que reside en su fun
damento originario. Esto supone que las formas sensibles y racionales de
una cosa recuperan su significado original como apariciones del modo de
ser no obj etivo de la cosa en sÍ, como posiciones de la cosa. Esto es a lo
que antes nos referíamos como el proceso de ser. Volviendo a nuestra
analogía, el campo de sünyata es un vaciado del espacio infinito, sin lí
mite ni orientación, un vaciado en el que tienen lugar los círculos y to
das las tangentes que se cruzan. AquÍ el modo de ser de las cosas como
son en sí, aunque surjan de la clase de centro donde «Todo es Uno», no
se reduce a un Uno del que se ha extraído toda multiplicidad y diferen
ciación.
Puesto que no hay circunferencia en el campo de sünyata, «Todo es
Uno)) no puede ser simbolizado por un círculo (o esfera) . A pesar de que
digamos que el modo de ser de las cosas en su mismidad aparece en el re
torno de la circunferencia (es decir, de los campos de la sensación y la ra
zón) al centro (el terruño de las cosas mismas) , este centro ya no es el
centro de un círculo; ya no es un centro de una circunferencia. Es, por
decirlo de alguna manera, un centro sin circunferencia, un centro que só
lo es centro y nada más, un centro en el campo de la vacuidad. Es decir,
en el campo de sünyata, el centro está en todas partes. Cada cosa en su
mismidad muestra el modo de ser central de todas las cosas. Cada cosa
llega a ser el centro de todas las cosas y, en este sentido, llega a ser un cen
tro absoluto. É sta es la unicidad absoluta de las cosas, es decir, su realidad.
Con todo, tratar cada cosa como un centro absoluto no implica una
dispersión absoluta. Al contrario, como una totalidad de centros absolu
tos, el Todo es Uno. La analogía del círculo empleada hasta el momento
es incapaz de ilustrar ese estado de cosas en el que el centro de todas las
cosas está en todas partes y sin embargo todas las cosas son una. A lo que
nos estamos refiriendo aquÍ es a algo que no puede ser pensado como un
sistema del ser. «Todo es Uno)) sólo puede ser concebido realmente en
términos de un alcanzar las cosas, de que cada cual sea por sí misma el
Todo, cada una un centro absoluto. y el único ámbito en que es posible
es el campo de sünyata, que puede tener su circunferencia en ningún lu
gar y su centro en todas partes. Sólo en el campo de sünyata la totalidad
de las cosas puede, al mismo tiempo, ser comprendida en una sola cosa,
204
siendo ella absolutamente única y un centro absoluto de todas las cosas.
«Todo es Uno» significa el mundo como orden unificador o sistema
de todo lo que es. La forma de ese mundo puede explicarse de la mane
ra que acabo de exponer. Anteriormente nos referimos al modo de ser
no objetivo de las cosas como son en sí, donde cada una está en su te
rruño, como centro. En su modo de ser central, aun la cosa más diminu
ta es completamente un centro absoluto situado en el centro de todas las
cosas. É ste es su ser, su realidad. El mundo, por tanto, no es otra cosa si
no la comprensión total de ese ser. Es el «Todo es Uno» de todo lo que
es en ese modo de ser -esto es, el mundo real en el que realmente vivi
mos y el que realmente vemos-o La posibilidad de todas las cosas com
prendidas conjuntamente y constituyendo un mundo, y la posibilidad de
la existencia donde cada cosa puede ser en sí misma al comprenderse a sí
misma, sólo pueden ser constituidas en el campo de sünyata. (Como di
j imos antes, la posibilidad de la existencia de las cosas no puede ser con
cebida al margen de la posibilidad de un mundo.)
Para resumir, un sistema del ser no llega a ser genuinamente posible en
un campo en el que dicho sistema sólo es considerado como tal, sino en el
campo de la vacuidad, en donde el ser es considerado ser-en-la nada, na
da-en-el ser, en donde la realidad de los seres lleva al mismo tiempo el se
llo de la ilusión . En este campo, un modo de ser es constituido allí donde
las cosas, tal como son en su mismidad real, son apariencias ilusorias, don
de en tanto que cosas en sí mismas son fenómenos.
VI
Que una cosa realmente es significa que es absolutamente única. No
puede haber dos cosas en el mundo que sean completamente iguales.
Con otras palabras, la unicidad absoluta de una cosa implica que está si
tuada en el centro absoluto de todas las demás cosas. Está establecida, por
decirlo así, en la posición de señor, teniendo a las demás cosas estableci
das respecto a ella como siervas.
Pero declarar que así sucede con todo lo que es y que el mundo se
constituye al reunir todas las cosas tal como son en una es simplemente
una contradicción para nuestro modo de pensar cotidiano. ¿Cómo es po
sible que una cosa en la posición de señor respecto a las demás cosas os
tente al mismo tiempo la posición de siervo respecto a éstas? Si acepta
mos que todas las cosas en su propio modo de ser disfrutan de una
205
autonorrúa absoluta y ostentan el rango de señor situado en el centro de
todo, ¿cómo evitar pensar en esa situación como la anarquía completa y
el caos total?, ¿no es esto diametralmente opuesto a concebir el mundo
como un orden del ser?
Surgen este tipo de objeciones porque se piensa sólo desde el campo
de la conciencia cotidiana, que cubre la extensión entre la sensación y la
razón y deja fuera el campo de sünyata. El que todos los seres sean com
prendidos en uno mientras que cada uno permanece como absoluta
mente único en su ser, apunta a la relación en la que, como dijimos an
tes, todas las cosas son señoras y siervas unas de otras. A esta relación, que
sólo es posible en el campo de sünyata, podemos denominarla «circu
mincesional)) .
Decir que cierta cosa está situada en una posición de sierva respecto a
cualquier otra cosa significa que reside en el fundamento de las demás co
sas, haciéndola ser lo que es y así situarse en una posición de autonorrúa
como señora de sí misma. Asume una posición en el terruño de las de
más cosas como un criado que sostiene a su señor. El hecho de que A es
té así relacionada con B, e, D. . . equivale entonces a una negación abso
luta del punto de vista de A como señor, junto con su unicidad y también
su ser. En otros términos, esto supone que A no posee sustancialidad en
el sentido cotidiano, que no es una naturaleza en sí misma. Su ser es un
ser al unísono con la vacuidad, un ser que posee el carácter de ilusión.
Sin embargo, considerado desde otro lado, puede decirse lo mismo
respectivamente de B, e, D. . . y de todo lo demás que es. Es decir, desde
esa perspectiva, todos permanecen en una posición de siervos de A, man
teniendo su posición como señor y funcionando como un elemento cons
titutivo de A, haciéndole ser lo que es. Así pues, el que una cosa sea -su
autonorrúa absoluta- tiene lugar a la misma vez que una subordinación
de todas las demás cosas. Tiene lugar sólo en el campo de Sünyata, don
de el ser de todas las demás cosas, mientras perdura verdaderamente, es
vaciado. Es más, esto significa que la autonorrúa de esta cosa sólo se cons
tituye a través de una subordinación a las demás cosas. Su autonorrúa só
lo tiene lugar en un punto de vista que hace a las demás cosas ser lo que
son y que al hacerlo se vacía de su propio ser.
En suma, sólo es un campo en el que el ser de todas las cosas es uno
con la vacuidad que hace posible comprender a todas las cosas en una,
aún mientras cada una retenga su realidad de su ser absolutamente. Aquí,
206
es posible el ser de todas las cosas, así como el mundo como un sistema
del ser. Si excluimos el campo de sünyata e intentamos concebir la reali
dad de las cosas (el hecho de que las cosas son) , al mismo tiempo que el
hecho de que todas las cosas se comprenden en una, encontramos que
cuanto más profundamente pensamos en ello, más nos desplazamos hacia
la anarquía y el caos.
Todas las cosas que están en el mundo están vinculadas, de una u otra
manera. Ninguna cosa, por simple que sea, llega a ser sin alguna relación
con otra cosa. El intelecto científico piensa aquí en términos de leyes na
turales de causalidad necesaria; la imaginación mítico-poética percibe una
conexión orgánica, viva; la razón filosófica contempla un Uno absoluto.
Sin embargo, a nivel más esencial, aquí debe verse un sistema de circu
mincesión, de acuerdo con el cual, en el campo de sünyata, todas las co
sas están en proceso de ser señoras y siervas unas de otras. En este siste
ma, cada cosa es en sí misma sin ser ella misma, y sin ser ella misma es en
sí misma. Su ser es ilusión en su verdad y verdad en su ilusión. Esto pue
de sonar extraño la primera vez que se oye pero en efecto nos permite
concebir por primera vez una fuerza, en virtud de la cual todas las cosas
son comprendidas y puestas en relación unas con otras, una fuerza que
desde la antigüedad se ha conocido con el nombre de naturaleza (physis).
Decir que una cosa no es en sí significa que, mientras continúa sien
do en sí, está en el fundamento originario de algo más. Hablando en sen
tido figurado, sus raíces llegan hasta el fondo de todas las demás cosas y
ayuda a sostenerlas y mantenerlas en la existencia. Sirven como un ele
mento constitutivo de su ser, por lo que pueden ser lo que son, y así pro
porcionan un componente de su ser. El que una cosa es en sí misma sig
nifica que todas las demás cosas, mientras continúan siendo ellas mismas,
son en el terruño de esa cosa; precisamente cuando una cosa es en su te
rruño, todo lo demás también es ahí y las raíces de las demás cosas se ex
tienden en ese fundamento originario. Éste es el modo de ser que cada
cosa posee en su propio fundamento, sin dejar de ser en él, e implica que
el ser de cada cosa es sostenido, mantenido y le hace ser lo que es, como
centro del ser de todas las demás cosas; o, dicho de otra manera, que ca
da cosa sostiene el ser de las demás cosas, las mantiene existentes y las ha
ce ser lo que son. En una palabra, supone que todas las cosas son en el
mundo.
El que cuando una cosa es en su fundamento originario implique que
207
debe al mismo tiempo ser en el de las demás cosas suena absurdo pero en
efecto constituye la esencia de la existencia de las cosas. El ser de las co
sas en sí mismas es esencialmente circumincesional. Esto es lo que pre
tendo decir al referirme a los seres como ser al unísono con la vacuidad,
y ser en el campo de la vacuidad. Este sistema circumincesional sólo es
posible en el campo de la vacuidad o de sunyata.
Ya he observado que si se prescinde del campo de sunyata, una cosa
que es en su fundamento originario y es en sí misma no es en el funda
mento originario de las demás cosas; y, a la inversa, por ser en éste no es
en sí misma. En ese caso, en verdad no habría forma de explicarnos el he
cho de que todas las cosas son en el mundo. Sólo en el campo de sun
yata, donde el ser es visto como ser-en-la nada, nada-en-el ser, es posi
ble para cada uno ser en sí con los demás, y por tanto, también, no ser en
sí con los demás.
La interpenetración de todas las cosas que surgen aquÍ es la más esen
cial de las relaciones, la más próxima al fundamento de las cosas que cual
quier relación concebida en el campo de la sensación y de la razón por la
ciencia, el mito o la fliosofia.
Incluso la semejanza con el sistema de mónadas de Leibniz por el que
una se refleja en la otra como espejos vivos del universo, puede, en defi
nitiva, ser retrotraído a este punto.
Ahora bien, el sistema circumincesional mismo, donde cada cosa en
su ser se introduce en el terruño de cualquier otra cosa, no es en sí y, sin
embargo, precisamente como tal (es decir, situada en el campo de sun
yata) nunca deja de ser en sí misma, no es otra cosa que la fuerza que une
todas las cosas en una. Es la fuerza que configura el mundo y le permite
ser un mundo. El campo de sunyata es un campo de fuerza. La fuerza del
mundo se hace manifiesta en la fuerza de cada cosa en el mundo.
Retomando la terminología adoptada anteriormente, la fuerza del
mundo o la naturaleza se manifiesta en un pino como la virtus del pino,
y en el bambú como la virtus del bambú. Incluso la cosa más diminuta,
hasta el punto en que es, despliega en su acto de ser la completa red de
interpenetración circumincesional que vincula a todas las cosas. En su ser,
podemos decir, el mundo «mundea». Este modo de ser es el modo de ser
de las cosas tal como son en sí mismas, su modo de ser central, no obje
tivo, como la mismidad que son .
208
VII
En la relación cicummcesional tal como acabamos de describir, cada
cosa es en el terruño de las demás aun cuando permanezca en su propio
terruño. Esto significa que en el ser de las cosas, el mundo mundea, y que
las cosas son en el mundo. Todo esto sólo es posible en el campo de sün
yata. En tanto que campo de la relación circumincesional es el campo de
una fuerza en virtud de la cual todas las cosas tal como son en sí mismas
se comprenden a sí mismas conjuntamente en una sola: el campo de la
posibilidad del mundo. Al mismo tiempo (y en un sentido elemental vie
ne a ser igual) es el campo de la fuerza en virtud de la cual una cosa da
da se comprende a sí misma del todo: el campo de la posibilidad de la
existencia de las cosas.
Para nosotros, este campo de vacuidad es algo a lo que nos desperta
mos como un más acá. Se abre más acá de lo que nosotros nos abrimos
en nuestra conciencia cotidiana a nuestro propio yo. Se abre, por decirlo
así, de forma más próxima a nosotros de lo que nuestra conciencia está
de nosotros mismos. En otras palabras, llegamos a ser verdaderamente no
sotros mismos al volvernos desde lo que normalmente llamamos el yo ha
cia el campo de sünyata. El significado de este giro hacia el campo de
sünyata ya ha sido explicado. Es decir, cuando la nihilidad se abre en el
fundamento del yo, no es percibida simplemente como una nihilidad que
parece estar fuera del yo. Es atraída hacia el yo mismo por el sujeto que ve
el yo como vacuidad. Llega a ser el campo de la trascendencia extática del
sujeto y de ahí se vuelve una vez más al punto de vista de sünyata como
el más acá absoluto en donde la vacuidad es el yo.
Esto significa que el campo de lo que llamamos yo -es decir, de la
conciencia y autoconciencia- es derrumbado. En un sentido más ele
mental, supone que abandonamos el autoapego que yace sumergido en
la esencia de la autoconciencia y por la cual quedamos atrapados en nues
tra propia comprensión, al tratar de comprendernos a nosotros mismos.
También implica que abandonamos el apego esencial a las cosas sumergi
do en la esencia de la conciencia y por el cual quedamos atrapados en la
comprensión de las cosas al tratar de comprenderlas de forma objetiva y
representacional.
¿Qué significa pues que la vacuidad es el yo? Dijimos que la vacuidad
es el campo de la posibilidad del mundo y también de la existencia de las
cosas. «La vacuidad es el yo» significa que en el fondo y en su propio te-
209
rruño el yo tiene su ser como ámbito. El yo no es simplemente algo de
lo que el yo sea consciente. El campo de sünyata, dentro del cual el mun
do y las cosas son posibles, se abre en el terruño del yo como un yo que
está verdaderamente en su propio terruño, esto es, el sí mismo origina
rio en sí mismo.
Como un campo de posibilidad, este fundamento originario del sí
mismo en sí mismo precede al mundo y las cosas. No me estoy refirien
do aquí, por supuesto, a precedencia temporal, ya que el tiempo también
es posible en el campo donde el mundo es posible. Por esta razón, es per
fectamente correcto afirmar que nada puede ser concebido como tem
poralmente previo al mundo y con respecto al mundo como en proceso
infinito en el tiempo. Con todo, el terruño del yo y el yo que está ver
daderamente en su terruño son todavía esencialmente anteriores al mun
do y las cosas. El yo tiene su terruño en un punto desgajado del mundo
y las cosas y, en el fondo, es donde viene a reposar. Esto puede denomi
narse trascendencia en un sentido similar al que encontramos en la fuo
sofia de la existencia contemporánea (a pesar de que hay diferencias en su
concepción) .
En suma, cuando somos en nuestro propio terruño y somos verdade
ramente nosotros mismos, somos en un ámbito -y nuestro ser es ese ám
bito- donde el mundo, en el sentido de un sistema circumincesional del
ser al que nos referimos en la sección precendente, se hace posible y, al
mismo tiempo, en donde las cosas poseen su posibilidad de existencia.
Puede decirse que todos nosotros, como seres humanos individuales, so
mos también cosas del mundo y que nuestra existencia es una apariencia
ilusoria precisamente como los seres verdaderamente reales que somos. Y,
por tanto, podemos seguir diciendo que donde nuestro ser, en un nivel
elemental, es uno con la vacuidad, el mundo y la totalidad de las cosas,
se hace manifiesto en nuestro propio terruño.
Ser en nuestro fundamento originario supone para nosotros la verda
dera autoconciencia. Desde luego, la autoconciencia no es una autocons
ciencia ni autoconocimiento, tampoco es algo parecido a la intuición in
telectual. Estamos acostumbrados a contemplar el yo como algo que se
conoce a sí mismo. Pensamos el yo como siendo consciente de sí, enten
diéndose o intuyéndose intelectualmente. Sin embargo, lo que denomi
namos autoconciencia no es en ningún sentido el autoconocimiento del
yo de sí mismo. Justo al contrario, es el punto en que ese yo y ese cono-
210
cimiento son vaciados. Entonces, ¿en qué sentido puede decirse que es
nuestra verdadera autoconciencia?
Al referirnos a las cosas, observamos que expresiones como «el fuego
no quema el fuego» y «el ojo no se ve a sí mismo» apuntan al modo de
ser no-objetivo de las cosas tal como son en sí mismas. Un ojo es un oj o
porque ve las cosas, pero cuando el ojo es en el fundamento originario
del ojo mismo, hay un no-ver esencial. Si el oj o pudiera verse a sí mis
mo no sería capaz de ver nada más. El ojo dejaría de ser un oj o. El ojo es
ojo a causa de ese no-ver esencial y, a través suyo, ver es posible. El no
ser un ojo (no-ver) constituye la posibilidad de ser un oj o (ver) . Por esta
razón, el ser del oj o, como mencionamos antes, sólo puede ser formula
do en términos como estos: el ojo es un oj o luego no es un oj o.
Esto quiere decir que la posibilidad de la existencia del ser descansa en
el vacío. Por supuesto, lo que llamamos ser es el ser no-objetivo de las co
sas como son en sÍ. En nuestro ejemplo, el no-ver del ojo sólo viene a ser
no-vidente al unísono con la actividad del ojo de ver realmente algo. Asi
mismo, esta actividad de ver sólo llega a ser con el no-ver. Este estado de
cosas contradictorio, en el que ver y no-ver sólo vienen a ser como una
unidad, constituye la propia identidad del ojo en su modo no objetivo de
ser como lo que es en sí .
Por lo tanto, de manera bastante literal, nos hemos referido a una ce
guera esencial presente simultáneamente en el ver. El lugar de la ceguera
aparece en el punto en el que ver es ver como tal: está justo al alcance y
se manifiesta en el acto de ver. Por supuesto, no nos referimos a un de
fecto visual. No es el fenómeno objetivo de no-visión. Lo que tenemos
en mente es un no-ver situado de lleno en la actividad en la que ver se
manifiesta como ver, un no-ver que está ahí debido a la posibilidad de
ver, de ser viendo. No es que la vista, en un sentido objetivo y fenomé
nico, no esté presente, sino que en la forma no-objetiva, que es lo que es
en sí, es vacuidad. La vacuidad aquÍ significa que el ojo no ve al ojo, que
el ver es ver, luego es no-ver. Significa que la sensación o la percepción
denominada ver (y la conciencia como un todo) es, en el fondo, vacui
dad. Toda la conciencia como tal es vacío en sus ralces: sólo puede ma
nifestarse en el campo de la vacuidad. La conciencia es originalmente va
cío. Sin embargo, esta vacuidad original no es diferente del hecho de que,
por ejemplo, el ver sea ver en sí . El que el hecho de ver sea una activi
dad infundada (vacía ya de su propio fundamento) significa que ver, ha-
211
blando con propiedad, es ver sin fundamento. y es de ese modo aun
cuando la actividad ordinaria de la visión sea, por decirlo así, una acción
sin acción.
En términos más generales, hay una no-conciencia en la base de toda
conciencia, aunque no en el sentido de lo que denominamos el incons
ciente. El dominio del inconsciente, no importa cuán profundamente al
cance los estratos subyacentes de la conciencia, permanece después de to
do en continuidad con el campo de la conciencia y en la dimensión
donde, j unto a la conciencia, el suj eto puede llegar a ser un asunto de la
psicología. Aquí nos referimos a una no-conciencia para indicar que lo
inconsciente como tal también es vacío desde su raíz.
En este sentido, como algo que trasciende lo consciente y lo incons
ciente, podemos denominar a lo no-consciente una «supraconciencia».
Pero esto no significa, desde luego, que aquí hay alguna cosa que es una
supraconciencia. Nos referimos al vacío pero esto no implica que hay al
guna cosa que es el vacío. La supraconciencia, como el vacío original de
la conciencia, es una con la conciencia misma (ver es uno con el ver en
la absoluta negación de ver) . En este sentido podemos llamarlo «no-con
ciencia». Con las palabras de un haiku que nos llega desde el lecho de
muerte de un poeta desconocido:
212
En el fundamento de todo conocimiento desde el punto de vista del
suj eto, reside un no-conocer esencial. Los puntos de vista del intelecto
consciente y discursivo (discernimiento) y el intelecto intuitivo se quie
bran. El punto de vista del suj eto que conoce las cosas objetivamente, y
de la misma manera se conoce a sí mismo obj etivamente como una cosa
llamada el yo, deja de funcionar. Este no-conocer es el yo como una mis
midad absolutamente no-obj etiva y la autoconciencia que aparece en el
lugar del no-conocer pasa a ser un conocer sin conocer. Esta autocon
ciencia, contrariamente a lo que normalmente es considerado como el
conocimiento en sí mismo del yo, no es un conocimiento que consista
en un giro del yo hacia sí mismo y se refleje en sí mismo. No es un co
nocimiento reflexivo. Es más, el conocimiento intuitivo o la intuición in
telectual que comúnmente colocamos en oposición al conocimiento re
flexivo dejan en su despertar una dualidad entre el que ve y el que es visto
y aún así en este punto muestra todavía rastros de reflexión.
Denomino a esta autoconciencia un «conocer sin conocer» porque
es un conocimiento que aparece no como una reflexión del yo inclina
do hacia el yo, sino sólo en una postura que es absolutamente sencilla,
directa, o que tiende a él. Esto es así porque es un conocimiento que se
origina en el centro. Es un conocimiento absolutamente no-objetivo
del yo absolutamente no-obj etivo; es completamente no-reflexivo. Esta
autoconciencia sólo se constituye en el campo de sünyata en un punto
de vista donde la vacuidad es el yo. La mencionada postura absoluta
mente directa es el punto en el que el yo es verdaderamente el yo en sí,
y donde el ser del yo se postula esencialmente a sí mismo. El conocer
sin conocer aparece sólo como la realización (manifestación y aprehen
sión) de ese ser como es en sí en el campo de sünyata. En todos los de
más ámbitos el yo es siempre reflexivo y, como dijimos antes, está atra
pado en su propia comprensión en el acto de comprenderse a sí mismo,
y está atrapado en la comprensión de las cosas en su intento de com
prenderlas. Esto no puede representar nunca una postura directa abso
lutamente; nunca puede ser el «corazón recto» del que hablaban los an
tiguos.
Cuando el emperador Wu de la Dinastía Liang preguntó al Bodhi
dharma «¿Cuál es el primer principio de las enseñanzas sagradas?», el pa
triarca respondió «Vacío, no sacralidad». El emperador, confundido por su
respuesta, inquirió de nuevo: «¿Quién está sentado ante mi?». «Un no co-
213
nocer», respondió el Bodhidharma34• El relato como tal es sobradamente
conocido, pero lo que me gustaría sugerir aquí es que este «no conocer»,
que nos golpea desde debajo del fondo del universo como el rayo de un
relámpago, se trata justo de la misma cosa a la que nos hemos estado re
firiendo como el no-conocer en el que el yo está en su propio terruño
como lo que es en sí .
Sólo a través de este yo, en sí no-objetivo (y su autoconciencia no ob
jetiva) , se hace posible un terruño en el que el yo se hace sujeto. Para em
pezar, el punto de vista del sujeto siempre aparece como la unión de dos
direcciones: por una parte, ir hacia su subjetividad pura, donde no hay
objeto, sino un ser no-objetivo; por otro lado, hacia su relación con los ob
jetos en su conocimiento de ellos. En el punto de encuentro de estas dos
direcciones emerge el sujeto con su estructura de la autoconciencia, es
decir, de la conciencia de sí como algo no-objetivo, y por ello es siem
pre un objeto que siempre permanece frente a sí. En otras palabras, su ser
se funda en una autorreflexión, en un conocer reflexivo de sí mismo co
mo unidad de las dos direcciones mencionadas.
Ahora bien, la primera de esas dos direcciones, la absoluta no objeti
vidad del sujeto en su propia subjetividad, sólo se hace posible a través del
hecho de que el yo en sí no es en absoluto objetivo. La subjetividad no
es otra cosa que el yo en sí proyectado en el campo de la conciencia. Un
sujeto se hace posible a través del yo en sí, por eso pociemos decir a la in
versa que el en sí del yo es un sujeto originario.
La segunda dirección, el conocimiento reflexivo por el cual el yo se
conoce a sí mismo y a los objetos, es además posible por el hecho de que
el yo en sí mismo es un no conocer. Si el conocimiento del yo en sí (que
es, en efecto, un conocer sin conocer) fuera conocimiento reflexivo, en
tonces el punto de vista de un sujeto que está relacionado con el yo mis
mo (que conoce el yo) mientras todavía mantiene relación con el objeto
(conocimiento del objeto) , sería imposible, como lo sería todo conoci
miento reflexivo en esta perspectiva. De la misma manera que la función
esencial del ojo, ver las cosas, es posible por la mismidad del oj o -según
la cual el ojo no ve al ojo mismo- y de la misma manera que el hecho
de que el fuego queme las cosas es posible en virtud de la mismidad del
fuego -por la cual el fuego no se quema a sí mismo-, también el cono
cimiento del sujeto se hace posible por el yo que no se conoce. Así pues,
podemos decir, en general, que el yo en sí mismo hace posible la exis-
214
tencia del yo como un suj eto y que este no conocer constituye la posibi
lidad esencial del conocimiento.
Es más, así como el ver y no-ver de un ojo -«ser un ojO» y «no ser un
ojo»- surge sólo en una unidad que además anuncia la autoidentidad del
ojo en sÍ; y así como la combustión y la no combustión del fuego -«ser
fuego» y «no ser fuego»- surge sólo en una unidad que también anuncia
la autoidentidad del fuego en sí; así, también, el conocerse y el no cono
cerse del yo -«ser un yo» y «no ser un yo»- sólo aparece a la misma vez
que se constituye la autoidentidad concreta del yo en sí mismo.
Si consideramos las cosas en términos del yo como suj eto, proyectado
en el campo de la sensación y la razón (en el campo de la conciencia co
mo un todo) , orientado hacia el terruño del yo, entonces la pura mismi
dad del yo, o su pura autoidentidad, aparece en el lugar en que el ser del
yo tal como es en sí es un ser en el campo de sünyata, un ser al unísono
con la vacuidad. Esta pura mismidad aparece en el lugar en que el yo es
una posición absolutamente directa (en el sentido de que el ser del yo es «el
yo se sitúa en sí mismo») . Pero cuando nos volvemos para mirarlo desde
el otro lado no sólo el llamado suj eto sino incluso el cuerpo es una apa
rición de la mismidad. Es el establecimiento del ser de la mismidad en
unidad con la pura mismidad. En otros términos, el yo en sí consiste,
concretamente, en la autoidentidad de la mismidad misma y la autoiden
tidad de suj eto y cuerpo. En este mismo sentido me referí antes a las di
versas formas sensibles y racionales que se extienden por el modo de ser
central y llegan a ser su manifestación.
En el campo de sünyata, nuestra mismidad va más allá de lo que lla
mamos suj eto. Nuestra mismidad es el punto en que se han dejado caer
todos los modos de ser del yo -personal, consciente, corpóreo, y así su
cesivamente-. Ahí el ser es un modo de ser que ya no puede ser llamado
yo. Ahí el yo es lo que no es el yo. No obstante, este modo de ser se di
funde por los diversos modos de ser del yo -personal, consciente, corpó
reo, etc.- y constituye, junto a ellos, un ser, una posición. Desde ese pun
to de vista, nuestro yo permanece hasta el fin, el yo del que somos
conscientes y sabemos, el yo cotidiano con sus acciones corpóreas, sus
alegrías y su ira, sus penas y sus placeres, ocupado en su discernimiento y
manteniéndose activo en la vida social. Es el yo que es el yo. Por último,
para concretar, el lugar de la autoidentidad, en que «ser un yo» y «no ser
un yo» son uno, no es otro que el yo en sí mismo. No podemos más que
215
-
expresar nuestro yo en sí mismo como «lo que no es el yo en el ser yo»
y como «lo que es yo en el no ser yo».
VIII
«Ser yo en el no ser yo» significa que el ser del yo como un ser hu
mano personal, consciente y corpóreo y la existencia del yo como suj e
to, son esencialmente apariencias ilusorias. Es más, significa que los di
versos fenómenos del cuerpo y la mente humanos, y todo el conocimiento
reflexivo por el que el yo se conoce y conoce los obj etos, son esencial
mente apariencias ilusorias: lo que los antiguos llamaban «vano discerni
miento» (vikalpa). No importa lo verdaderos que sean estos fenómenos
objetivamente, en sí mismos (por ejemplo, como la cognición científica) ,
en su verdad son esencialmente apariencias ilusorias. Dicho de otra for
ma, en el campo de sünyata estos fenómenos, a la vez que la vacuidad,
no son más que la realidad real en un nivel esencial. Esto es a lo que nos
referimos antes como tathat� . 0, si se quiere, es la apariencia contenida
en la afirmación «el páj aro vuela y es como un páj aro».
En otro contexto, me he referido a esta misma cosa como hecho pri
mordial, aquí destacado:
Goethe dice que las cosas que sucederán son metáforas de lo eterno . . . Sin
embargo, mientras no haya nada como una cosa eterna que sirva de arquetipo,
la metáfora como tal es la realidad primordial o el hecho. Es metáfora incluso
como hecho primordial y hecho primordial incluso como metáfora. Un maes
tro zen amplía esta cuestión y dice: «Si denominas a esto bastón te aferras a él; si
no lo denominas bastón partes de los hechos. Así pues, ¿cómo deberías denomi
narlo entonces?». La cuestión que tiene en mente no es el objeto sensible de ma
dera pero tampoco es el objeto sensible. La cuestión siempre es la cuestión, pero
al mismo tiempo no es el bastón. Aunque digamos de él «forma, eso es vacuidad;
vacuidad, eso es forma», nuestros mundos no se refieren a un punto de vista con
templativo . . . El hecho de que este bastón es este bastón es un hecho de tal for
ma que incluye al mismo tiempo la deliberación del yo. En esto el hecho apa
rece como una facticidad primordial. El lugar en el que este hecho puede ser
comprehendido de una manera primaria es el lugar de la deliberación donde uno
llega a ser Hijo de Dios, un Hijo del Buda.
No se trata de que el mundo de la percepción sensible no sea la materia y la
vida, sino de que sólo sea el mundo primordial de estas cosas. Es el mundo de
216
-
estas cosas devuelto a lo que es primario, desprendido del discernimiento inte
lectual que se infutra en nuestra habla cotidiana de la percepción sensible, la ma
teria y la vida sin que las realicemos3'.
217
ginario del yo. Esta interpenetración circumincesional, como dij imos an
tes, sólo puede surgir cuando las cosas, incluidos nosotros mismos, somos
en un modo de ser central no objetivo. Como observamos antes, a través
de la interpenetración circumincesional, todas las cosas hacen posible un
orden del ser, un mundo, y por consiguiente también posibilita la exis
tencia de las cosas.
La fuerza por la que toda cosa es susceptible de existir, o quizás me
jor, la fuerza por la que todas las cosas hacen existir a otra -la fuerza pri
mordial por la que las cosas que existen aparecen como cosas existentes
emana de la relación circumincesional. Todas las cosas son en el terruño
de cualquier cosa dada y la hacen ser lo que es. Con esa cosa como cen
tro absoluto, todas las cosas se reúnen en su terruño. Esta reunión es la
fuerza que hace a la cosa ser en cuestión, es decir, la fuerza de la propia
capacidad de la cosa para ser. En este sentido, decimos que cuando una
cosa es, el mundo mundea; y como el campo de la interpenetración ci
cumincesional, el campo de sünyata es un campo de fuerza.
Ahora bien, este campo también puede abrirse en el yo cuando el yo
está verdaderamente en el terruño del yo. Reside en el terruño del yo.
Está, por decirlo de alguna manera, directamente bajo nuestros pies, di
rectamente al alcance del yo. El sustento de la posibilidad del mundo y
de la existencia de las cosas, es decir, el punto en que el mundo y la exis
tencia de las cosas se arraigan a su fundamento originario, se puede decir
que reside en el fundamento de cada hombre, bajo sus pies y j usto a su
alcance.
De esta manera, la mismidad del yo -mientras se diga que el yo «es un
yo»- reside radicalmente en el tiempo, o más bien, es sin fondo en el
tiempo. A su vez, en el campo de sünyata -mientras el ser del yo sea en
el fondo uno con la vacuidad, mientras se diga que el yo «no es un yo»
el yo está, en cada momento del tiempo, extáticamente fuera del tiempo.
En este sentido antes nos referimos al yo de cada hombre como el fondo
anterior al mundo y a las cosas.
Nacemos y morimos en el tiempo. «Ser en el tiempo» significa estar
constantemente dentro del ciclo de nacimiento-y-muerte (sa/flséira). Sin
embargo, no estamos meramente en el tiempo y dentro del ciclo de na
cimiento y muerte. En nuestro propio terruño, no nos dejamos llevar por
el nacimiento y la muerte: vivimos y morimos el nacimiento y muerte.
No vivimos simplemente en el tiempo: vivimos el tiempo. De un ms-
218
tante del tiempo a otro, hacemos ser al tiempo, lo llevamos al cumpli
miento del tiempo. É ste es el sentido al que antes nos referimos como ser
sin fondo en el tiempo.
Ahora bien, ser sin fondo en el tiempo y en el ciclo del nacimiento y
muerte, significa estar extáticamente fuera del tiempo y fuera de ese ci
clo. Significa preceder al mundo y las cosas, ser su señor. Esto es lo que
somos, en el fondo, en nuestro terruño, en nuestra mismidad. Y cuando
advertimos el hecho, es decir, cuando verdaderamente somos en nuestro
propio terruño, entonces estamos de pronto fuera del tiempo, a la vez que
permanecemos de pronto dentro del tiempo. A la vez que somos radical
mente o más bien sin fondo (sin fundamento y sin nada a que agarrarse)
en el mundo, estamos al mismo tiempo fuera de él. Este no tener algo a
que agarrarse significa libertad absoluta.
Salir del tiempo en el campo de sünyata no es distinto que radicalizar
el modo de ser en el tiempo, esto es, de vivir positivamente en las vicisi
tudes temporales. Esto quiere decir que nuestra existencia va más allá de
todas las cosas posibles a las que agarrarse. Esta falta de sustento es la ab
soluta libertad.
Precisamente como libertad absoluta que, en un modo sin fondo, ha
ce ser al ser y hace al tiempo ser y tiempo, también la vacuidad es un co
nocimiento. Es el punto de vista que lo conoce todo tal como es verda
deramente. Pero de este ser tal como es (tathata) puede decirse, de forma
similar a lo que hemos indicado antes, que es como un fantasma. Este co
nocimiento es una «sabiduría parecida a un fantasma».
En palabras de la AvataYJ1Saka Sütra:
219
-
- - -- -------
do toda clase de efectos mágicos. Un día, en un instante pasajero, hace pensar
en un día o una noche completas, incluso en siete días o siete noches, una quin
cena, un mes, un año, un siglo. Y siempre todo está ahí: ciudades y aldeas, po
zos, arroyos, ríos y mares, el sol y ia luna, nubes y lluvia, palacios y casas. El día
original o la hora no deja de existir simplemente porque una gran extensión de
años haya sido mostrada en ese tiempo; y los días, meses y años de la fantasma
goría no son destruidos simplemente porque el tiempo original fuese muy breve.
220
presente. El que la religión y la cultura puedan surgir en el tiempo y al
canzarse históricamente a través del tiempo, apunta hacia la esencia del
tiempo.
La Avatarrtsaka Sütra se refiere a la misma idea no sólo a propósito del
tiempo sino también del lugar:
221
.....
De hecho, estas palabras parecen evocar la imagen del propio poeta
con su chubasquero de paja, serpenteando por su camino a través del pa
so de una montaña solitaria. AquÍ, no obstante, restringimos nuestras
preocupaciones al campo de sünyata como un conocer.)
En resumen, la totalidad de las cosas del mundo, además del propio
mundo, tienen su ser sin fondo en el campo de sünyata y, por tanto, son
en su modo de ser apariencia-en-su realidad (tathata) en virtud de la in
terpenetración circumincesional por la cual todos son en cada uno. AquÍ
la mismidad del pájaro consiste en el hecho de que «el pájaro vuela y es
como un pájaro». y nuestro modo de ser estando en ese campo, es decir,
nuestra mismidad de vuelta a su propio terruño, aparece en el lugar en
que «morar en el mundo es morar en la vacuidad». Como está escrito:
«No se penetra en el mundo fuera de la vacuidad, ni se penetra en la va
cuidad fuera del mundo. y ¿por qué? Porque no hay diferencia entre la
vacuidad y el mundo». Esto es lo que es «morar, con un corazón ilimita
do, en la sabiduría de la apariencia del Tathagata», «conocerlo todo tal co
mo es» y «conocer todos los dharma sin ego» .
Conocer las cosas como son es devolverlas a su propio terruño. Y si
el hecho de que el pájaro sea como un pájaro cuando está volando apun
ta al hecho de que el páj aro está volando, y eso es precisamente lo que
antes denominamos su facticidad primordial, el conocer su tathata no es
diferente que conocer que «este hecho es este hecho» y que «este hecho
tiene su ser como este hecho». La identidad del ser y conocer es más pri
mordial de lo que la metansica tradicional ha considerado.
Como dijimos antes, en el campo de sünyata, nuestro yo es, en el fon
do, previo al mundo y a las cosas, y en eso reside el fundamento de la po
sibilidad del mundo y de la existencia de las cosas. Esto no significa, como
en la filosona de Kant, que la cognición de los objetos (y, consiguiente
mente, de los fenómenos en tanto que son objetos del conocimiento) sea
una construcción de las formalidades a priori de la sensibilidad y el en
tendimiento. AqUÍ me refiero a la mismidad no objetiva de las cosas pre
via a la separación entre materialidad y formalidad o entre la materia y la
forma eidética, y previa a cualquier consideración de la distinción entre
el fenómeno y la cosa en sí. Se trata del lugar donde la manifestación de
las cosas tal como son en sí se arraiga en nuestro terruño: en el campo de
sünyata.
Ese conocimiento de las cosas en sí (el conocer sin conocer) significa
222
precisamente que en el regreso verdaderamente a nuestro terruño, volve
mos al terruño de las cosas que se manifiestan en el mundo. Este cono
cimiento es una realización (aprehensión) en el sentido de un retorno al
fundamento originario donde las cosas se manifiestan tal como son. Este
retorno al lugar en donde las cosas en sí se realizan no objetivamente y se
postulan (en su establecimiento o ser-samadhi), significa para el yo un re
torno directo al terruño del yo mismo. É ste es un conocer sin conocer.
En una palabra, es el conocimiento no objetivo de la cosa no objeti
va, como es en sí, a la que nos referimos. No e� un conocimiento por
tanto que dependa de la capacidad racional. Como dijimos, la razón ha
sido denominada tradicionalmente la lux naturae pero la verdadera luz na
tural no es la razón. Si llamamos a la naturaleza fuerza que comprende to
das las cosas en una y las recoge en un orden para revelar un mundo, en
tonces, esta fuerza pertenece al campo de sünyata, que hace posible una
interpenetración circumincesional entre todas las cosas. Adoptar de nue
vo una posición aquí significa regresar al terruño del mundo y de las co
sas; y esto, a su vez, significa un retorno del yo al terruño del yo. Por lo
tanto, una vez admitimos que es ahí donde se origina el conocer sin co
nocer, este conocimiento tiene que ser la verdadera luz natural.
Esta luz, contrapuesta a la razón, no es algo separado del verdadero ser
de todas las cosas. En el campo de sünyata, el verdadero ser de todas las
cosas -cada una de las cuales se manifiesta como sí misma, incluso el ser
comprendido a la vez que las demás cosas- es el ser de la luz de nuestro
conocimiento (un conocer sin conocer) devuelto a su propio terruño a
través de su retorno al campo en donde todas las cosas se manifiestan. Es
por esto que la luz natural en nuestro interior fue denominada antes co
mo la luz de las cosas mismas al venir a nosotros desde todas las cosas. La
luz que nos ilumina desde nuestro propio terruño y nos devuelve a una
autoconciencia elemental es el ser no obj etivo de las cosas tal como son
en sí mismas en el campo donde todas las cosas se manifiestan desde su
propio terruño. Es además la razón por la que podemos decir, con Dogen :
«Practicar y confirmar todas las cosas transfiriéndoles el propio yo es una
ilusión; para todas las cosas avanzar y practicar y confirmar el yo es la ilu
minación»; y con Muso Kokushi: «las colinas y los ríos, la tierra, las plan
tas y los árboles, las tejas y las piedras, todo ello es la parte original del sí
rrusmo».
El campo de sünyata es un campo cuyo centro está en todas partes. Es
223
el campo en que cada cosa -como un centro absoluto, poseída de una in
dividualidad absolutamente única- se manifiesta como es en sÍ . Decir que
cada cosa es un centro absoluto significa que dondequiera que una cosa
sea, el mundo mundea. y esto, a su vez, significa que cada cosa, por es
tar en su propio terruño está en el terruño de todos los seres, y a la in
versa, que al estar en el terruño de todos, cada una está en su propio te
rruño. (Como he sostenido repetidamente, esta relación es inconcebible
excepto en el modo no objetivo de ser de las cosas donde son lo que son
en sí.)
Por tanto, declarar que una cosa es como es, y es realmente ella mis
ma, no es diferente que decir que todas las cosas son esencialmente una
con otra y se comprenden conjuntamente como un mundo. Éste es el
«Uno y Todo», no como se contempla desde el campo de la razón, sino
como es comprehendido desde el campo de sünyata. No es, como ob
servamos antes, simplemente un ser, sino el ser uno con la vacuidad; y,
en consecuencia, no es una unión absoluta abstraída de la multiplicidad
y la diferenciación del mundo, sino una unión absoluta en la campo don
de la multiplicidad y la diferenciación están absolutamente radicalizadas.
Significa que un Todo que es nada-en-el ser, ser-en-la nada es Uno; sig
nifica que en el campo de sünyata todos los centros, cada uno de los cua
les es absolutamente independiente, son esencialmente uno.
En el modo de ser central no objetivo en el cual cada cosa en sí está
recogida en sÍ, todas las cosas se concentran forzosamente en una. En el
modo de ser central es necesario para la esencia del ser que una cosa es
té en el terruño de las demás cosas al estar en su propio terruño. Es más,
para que el campo de sünyata se abra en el retorno a nuestro propio te
rruño, nuestro yo -en el cual la posibilidac.: del mundo y de la existencia
de las cosas adquiere fundamento- tiene que estar en lo que hemos lla
mado antes un sí mismo: un sí mismo que no es sí mismo al ser sí mis
mo, un yo que no es un yo.
Nos referimos a la mismidad de las cosas como el modo que contem
plamos, por ejemplo, en el fuego que no quema el fuego, en el ojo que
no ve el ojo, y así sucesivamente; y que sólo puede ser expresado paradó
jicamente en frases como: «el fuego no es fuego, luego es fuego». Toman
do prestado un término normalmente reservado para un estado mental de
concentración, lo llamamos ser-sarnadhi (establecerse en el recogimiento) .
Ahora bien, lo mismo puede decirse con respecto al yo al que nos re-
224
ferimos como «confirmado por todas las cosas» en ese modo de ser, es
decir, el yo que no es un yo. El modo de ser del yo que tengo en men
te al decir que la vacuidad es el yo, o que el yo no es el yo porque es el
yo, puede ser expresado como lo que los antiguos denominaban «vacui
dad sarnadhi» o el «samadhi de la Forma no mental». El samadhi no es
simplemente un concepto psicológico sino que es un concepto ontoló
gico. El lugar en que el modo no objetivo de ser de las cosas tal como
son en sí adopta como fundamento su fondo reside en el terruño de
nuestro yo (<<a mano» y «bajo nuestros pies») . En su propio fundamento,
el ser del yo es esencialmente un tipo de samadhi. No importa lo muy
dispersa que sea la conciencia del yo, su yo como es en sí está siempre en
samadhi. De hecho, cuando volvemos a ella nuevamente desde nuestro
terruño, ese modo de ser disperso como tal está en samadhi.
He llamado a este modo de ser no objetivo de las cosas como son en
sí -es decir, el modo de ser en el que las cosas residen en la unicidad com
pleta de lo que son en sÍ- un centro; he citado el dicho «si tratas de ex
plicar algo comparándolo con algo más, no conseguirás dar con el centro».
Dado que el campo de sünyata, en el que la posibilidad de la existencia de
la mismidad de las cosas toma sustento en su terruño, se manifiesta para
nosotros sólo cuando volvemos a nuestro propio terruño, estas palabras se
aplicarían en su sentido más original a nuestro propio yo en sÍ. Nuestro yo
en sí es el centro más elementalmente. Se resiste a toda explicación por
que es un ser uno con la vacuidad; porque es un ser unido con la vacui
dad en una autoconciencia de acuerdo con la cual la vacuidad es el yo; y
porque, en virtud de esa autoconciencia, que es más cercana a lo elemen
tal que cualquier otra, precede al mundo y a todas las cosas. Cada ser hu
mano en su mismidad contiene el campo de aquella fuerza en virtud de la
cual la mismidad de todas las cosas es comprendida en una como un mun
do. Este campo contiene un fundamento para la posibilidad de todas las
cosas que se manifiestan en el mundo. y, sin embargo, cada ser humano
individual, como tal, es una cosa ilusoria en el mundo entre otras.
Cuando decimos que nuestro yo en sí es el centro más elemental, no
estamos pensando en términos del «medio» al que Aristóteles, por ejem
plo, se refirió como el medio entre poco y mucho. Tampoco estamos
pensando en el papel de la mediación que Hegel atribuía a la razón co
mo una mediación entre contradicciones. Visto que ambos «medios» es
tán proyectados en el campo de la razón, el centro considerado como un
225
modo de ser en el campo de la vacuidad no puede ser proyectado sobre
algún otro campo. Es inmediatamente presente -e inmediatamente reali
zado como tal- en el lugar en que nosotros mismos somos realmente. Es
tá a mano y bajo nuestros pies. Como nadie puede ver ni oír por noso
tros, así también ninguna de nuestras acciones pueden ser llevadas a cabo
por un sustituto. Todas las acciones implican, por decirlo así, una inme
diatez absoluta. y es ahí donde aparece lo que denominamos centro.
Ahora bien, nuestra insistencia en que no alcanzamos el centro del yo
cuando llegamos a él por medio de alguna otra cosa puede parecer con
tradecir las palabras citadas antes acerca de las colinas y los ríos, la hierba
y los árboles, etc., como parte original del sí mismo. Pero esta dificultad
procede del hecho de que las colinas y los ríos, la hierba y los árboles, así
como el yo, están siendo representados de una manera tan autoconscien
te que nunca puede ser objetivada. Sin embargo, en un nivel más pro
fundo, encontramos una relación en la cual todas las cosas están en nues
tro fundamento y nosotros mismos estamos en el fundamento de todas las
cosas. Lo que tenemos en mente no es una unificación del sujeto y el ob
jeto, sino lo que llamamos antés una interpenetración circumincesional.
Por lo tanto, aunque nos refiramos a las colinas y los ríos como parte del
sí mismo original, las colinas y los ríos son colinas y ríos al no ser colinas
y ríos, como el sí mismo es el sí mismo al no ser el sí mismo. Y, sin em
bargo, sólo ahí las colinas y los ríos son colinas y ríos tal como son, sólo
aquí el yo es el sí mismo real tal como es. En este campo nuestro yo se
hace presente como el centro más elemental.
La misma obra Muchü mondo que habla de las colinas y los ríos, la hier
ba y los árboles, y así sucesivamente como la parte original del yo tam
bién contiene el siguiente ejemplo:
Los antiguos nos decían que cada hombre posee una luz espiritual. Cuando
la Sütra de la Perfecta Iluminación se refiere al samadhi del tesoro de la «Gran Luz»,
quiere decir que esta luz espiritual pertenece a la naturaleza de todos los seres
sensibles. Lo denominado luz corporal, luz de la sabiduría y el milagro de la luz
de todos los Budas, nacen de este tesoro de la «Gran Luz». En las distinciones del
hombre cotidiano del este y oeste, blanco y negro, no hay nada que no sea obra
maravillosa de esa luz espiritual. Pero los tontos olvidan esta luz ori gi nal y se
vuelven hacia fuera en busca de una luz mundana.
226
-
Antes observamos que la luz natural no es la luz de la razón sino la luz
de todas las cosas. Lo que denominamos luz espiritual no significa luz del
alma o del espíritu en el sentido corriente de esas palabras. Es más bien
un «samadhi del depósito de la "Gran LuZ"» por el que nace la luz de to
das las cosas (es decir, el ser en sí de todas las cosas); pertenece a la natu
raleza de cada ser humano. Cuando decimos que nuestro yo en sí mismo
es el centro original y más elemental, apuntamos a la misma cosa.
227
5. Sünyata y el tiempo
229
tientes-, así como los ámbitos de la existencia propios de cada una de esas
formas, se dividen en seis caminos38 por los cuales se cree que migran es
tos seres, alternando nacimiento-y-muerte como una rueda que gira in
cesantemente. En otras palabras, significa que el «ser en el mundo» está
presente en todos los seres sentientes. En el budismo, este ser en el mun
do como sarpsara se comprende de manera radicalmente existencial. Las
enseñanzas budistas se refieren, por ejemplo, al «mar del sufrimiento sam
sárico», comparando al mundo, con sus seis modos y su movimiento sin
fin de una existencia a otra, a un mar insondable e identificando la For
ma esencial de los seres obligados a ir rodando sin descanso con el sufri
miento.
De forma similar, cuando el abismo de la nihilidad surgió existencial
mente en la autoconciencia del nihilismo de la Europa moderna, la Exis
tenz suspendida sobre ese abismo no pudo más que despertar a sí misma
como algo penetrado por un «gran sufrimiento» (Leiden). Pero el budis
mo va más allá de la autoconciencia existencial del sufrimiento, al hablar
de un sufrimiento universal donde todo e$ sufrimiento y al reconocer en
el sufrimiento un principio fundamental. Podría no estar del todo equi
vocado sugerir que la explicación budista del sufrimiento como una de
sus Cuatro Nobles Verdades -la verdad del sufrimiento- se considere un
paso más allá en la conciencia existencial del sufrimiento y de la inter
pretación existencial (heideggeriana) del ser en el mundo.
Sea como fuere, el despertar a una nihilidad insondable y a la anula
ción está contenido en la conciencia de una existencia zarandeada en el
mar del sufrimiento samsárico. El movimiento de nacimiento-y-muerte,
el devenir incesante, que es la esencia de nuestro ser, acontece como re
sultado de nuestros propios actos (los tres karma de pensamiento, palabra
y obra que constituyen nuestras acciones voluntarias de cuerpo-mente) y
las pasiones mundanas que los acompañan. Puesto que nuestro Dasein,
determinado por el karma de un pasado ilimitado, determina a su vez el
karma de un futuro ilimitado, la esencia de nuestras acciones voluntarias
presentes (karma) aparece en la perspectiva sobre el transfondo de una
causalidad de un destino sin fin. Decirnos destino, pero desde la visión de
la transmigración interminable del mundo del nacimiento-y-muerte, sig
nifica fundamentalmente que todos, sin excepción, tan sólo recogemos
los frutos de nuestras propias acciones. Sólo al aferrarse a sus propias ac
ciones, la existencia considerada como sufrimiento es capaz de manifes-
230
tar su verdadera Forma. En términos de sarpsara, esto se podría explicar
como una aprehensión existencial del ser que yace baj o la superficie de
esta manera de considerar el nacimiento-y-muerte.
La finitud del ser en el mundo del hombre es comprendida aquí co
mo ilimitada e infinita en su esencia. La finitud de la existencia humana
es esencialmente finitud infinita. Ahora bien, ser infinitamente finito o,
en otros términos, una finitud que dura infinitamente significa según He
gel una «mala infinitud» (schlechte Unendlichkeit), un concepto que la lógi
ca normalmente desecha. Por una parte, para la lógica del entendimien
to (Verstand), que se asienta en un pensamiento discursivo en el fondo
incapaz de aprehender más que cosas finitas, ser infinitamente finito es
una pura contradicción. Un pensamiento de este tipo sólo puede desem
bocar en antinomias. Por otra parte, en una lógica de la razón (Vernunft),
que cuenta con un pensamiento intuitivo que comprende la totalidad de
una sola vez, la representación de la infinitud en forma de finitud inter
minable no corresponde a la idea de una infinitud verdadera. En cual
quier caso, de nuestro hablar sobre un infinitamente finito o una finitud
interminable no surge ningún concepto válido. En general, todo esto nos
parece sin sentido.
No obstante, cuando el hombre adopta el punto de vista de la Exis
tenz como suyo y advierte su propia finitud como infinitamente finita en
su esencia, hay algo implícito que no puede ser simplemente obviado.
Aquí la contradicción lógica de ser algo infinitamente finito más bien sa
ca a relucir el hecho de que la infinitud ha sido descubierta como finitud
radical. Esto indica una revelación de la esencia de la finitud como fini
tud. Esta revelación de la esencia es imposible para un modo conceptual
de pensar la finitud; sólo puede producirla una autoconciencia existencial
confrontada directamente con su propia finitud.
En esta perspectiva de la Existenz, la esencia de la finitud no es finita.
En el pensamiento especulativo decir que la finitud es finita es una tau
tología evidente; en la autoconciencia existencial de que lo finito se com
prende pura y simplemente como finito quiere decir comprender su pro
pia finitud no existencialmente, esto es, de forma contemplativa o, más
bien, representacional. La propia finitud es representada como finita, co
mo algo que un día dejará de ser.
Sucede más o menos lo mismo con nuestra manera cotidiana de con
siderar la muerte: ese día de los años futuros cuando yo muera, la muerte
231
dejará de ser conmigo. Esta representación de la muerte es totalmente di
ferente de aquello a lo que antes nos referíamos como realizar existencial
mente la esencia de la muerte junto a la esencia de la vida desde la propia
existencia vivida. Si se parte de una aprehensión del yo y de la muerte
según la cual la propia muerte significa además la muerte de la propia
muerte, se bloquea el acceso a una vía más allá del nacimiento-y-muerte,
el tránsito a un campo que ha abandonado el nacirniento-y-muerte. No es
que no exista un pasadizo por encima de nacimiento-y-muerte, sino só
lo que el hombre lo excluye y lo confina al olvido. (Ésta es la verdadera
forma de indiferencia sobre los asuntos religiosos.)
En suma, afirmar que lo finito es finito, mientras que es perfectamente
válido en términos de pensamiento especulativo, es un error desde un
punto de vista existencial. Tal afirmación omite la esencia de la finitud y
puesto que surge de un punto de vista que no reconoce la finitud exis
tencial existencialmente no consigue revelar la finitud verdaderamente.
Desde el punto de vista de la Existenz, no únicamente la lógica del en
tendimiento discursivo sino también la lógica de la razón especulativa im
plican fundamentalmente esa omisión. En efecto, fue justamente esa in
tuición la que motivó el enfrentamiento entre Kierkegaard y Hegel.
La afirmación de que la esencia de la finitud no es finita supone un
significado de ratio que es totalmente distinto al del entendimiento dis
cursivo o de la razón especulativa. Encontramos una concepción de esa
envergadura en nuestra época, por ejemplo, en el desarrollo de lo que se
denomina una perspectiva fenomenológica. Alcanzó su plenitud en la
«intuición de la esencia» de Husserl y se desarrolló más en la interpreta
ción existencial de la fenomenología existencial de Heidegger. En esa
perspectiva es donde sale a la luz una ratio de carácter totalmente distin
to a la ratio de la lógica.
Ahora bien, ¿qué tipo de ratio y qué clase de Existenz es supuesta al
decir que la finitud se considera como infinitamente finita en su esencia
y que es una revelación radical de la finitud? Consiste en la comprensión
del hombre de su propia finitud en una dimensión de trascendencia, de
«trans-descendencia», que atraviesa la perspectiva del entendimiento dis
cursivo y la razón especulativa hacia la profundidad de su propia existen
cia. Es una conciencia de que la finitud del Dasein, así como el Dasein
finito mismo, llega a manifestarse en ese campo de trascendencia. En otras
palabras, es la conciencia extática del Dasein.
232
En comparación con esta trascendencia como éxtasis, incluso la razón
especulativa absoluta de Hegel resulta inmanente. Desde el punto de vis
ta de la razón absoluta, donde se puede decir que se ha revelado la con
tinuidad más profunda entre Dios y el hombre, todos los fenómenos son
absorbidos en el autodesarrollo del orden racional de la razón y se con
vierten en parte del proceso por el cual el pensamiento de la razón re
torna a sí mismo.
La dimensión de la trascendencia, o campo del éxtasis, en compara
ción con la cual incluso este proceso circular de la razón absoluta todavía
es inmanente, es el campo donde la esencia de la finitud alcanza la
conciencia. Es el campo donde el nacimiento-y-muerte es contemplado
como una «rueda de causacióm sin fin (génesis cíclica, K15clo�vÉ(}e�
o eterno retorno, sat}1.sara) ; o, podríamos decir, como el proceso cíclico
de la existencia finita misma. Confrontar la finitud existencialmente es
confirmar intuitivamente la esencia de la existencia real como un ser en
el mundo y hacerlo directamente en la base de esa misma existencia, es
decir, en ese campo de trans-descendencia. En otras palabras, el confron
tar la existencia real y su finitud directamente bajo los pies, como lo que
llega a ser manifiesto desde un campo que reside más allá incluso de la di
mensión de la razón, es la revelación de la esencia de la fmitud. La esen
cia revelada de esta forma es de un carácter completamente distinto a lo
que se denomina esencia comprendida conceptualmente en la dimensión
de la razón. Sólo puede ser indagada existencialmente.
Sin embargo si la posesión de la razón, en general, es el rasgo dis
tintivo de la humanidad y si el hombre se define como animal rationale se
deduce que la investigación existencial de la existencia humana referida y
su interpretación existencial se sitúan fuera del alcance humano, en tan
to que algo de la dimensión de una trascendencia extática. La esencia de
la finitud o el nacimiento-y-muerte puede descubrirse en la investigación
existencial del hombre de su propia existencia, en el campo del éxtasis en
el que esa esencia surge en la conciencia como una fmitud infmita, co
mo una finitud interminablemente cíclica o como el proceso circular de
la finitud misma. Con todo, la revelación de esa esencia requiere una
perspectiva que vaya más allá del alcance de lo meramente humano. Para
una investigación fundamental de la existencia humana, el punto de vis
ta antropocéntrico, es decir, la concepción en la que el hombre se colo
ca a sí mismo en el centro, ha quedado superada. Examinar el nacimien-
233
\
to-y-muerte del hombre, es decir, la aparente finitud en la especie deno
minada hombre, como una transmigración por los seis caminos, desde un
horizonte total que abarca las otras formas de existencia y los tipos de es
pecies dentro del mundo, apunta de hecho a la verdadera aprehensión de
la esencia de la vida y la muerte del hombre mismo. Señala una confron
tación directa y radical con el nacimiento-y-muerte que ha penetrado to
do el camino hacia el campo del éxtasis. Ahí nacimiento-y-muerte es
verdaderamente comprendido como nacimiento-y-muerte.
Tenemos dos perspectivas: una examina la esencia del nacimiento y
muerte en tanto que interminable y la otra como algo que atañe al ám
bito total que abarca al hombre y a las demás especies. En la confronta
ción existencial directa ambas están totalmente fusionadas. Si puede de
cirse que la finitud infinita constituye la faceta temporal de la esencia del
nacimiento y muerte en el ser en el mundo, el horizonte total puede ser
denominado su aspecto espacial. Los ciclos, que se alternan sin fin, de la
finitud, el mismo proceso cíclico de finitud, son una peregrinación sin
fin de la existencia finita en un horizonte que abarca las formas de la
exi�tencia humana y la existencia de las demás especies. La misma corre
lación entre temporalidad y espacialidad es considerada también de for
ma que el hombre comprende el sufrimiento samsárico de su ser en el
mundo, contra un trasfondo de transmigración por las seis formas, como
sufrimiento universal. Esta doctrina budista puede ser vista como expre
sión de una investigación e interpretación existencial de la existencia hu
mana.
No hace falta decir que, en términos de su contenido representacio
nal, la noción de transmigración es rnitica y puede ser fácilmente critica
da como fantasía precientífica. Y, según avanza en el contenido, esas crí
ticas son bien admitidas. Sin embargo, las cosas no son así de simples. En
general, la crítica científica contra lo rnitico es perfectamente correcta pa
ra indicar los límites del pensamiento prelógico envuelto en el conteni
do representacional del mito. Pero también es algo incorrecta porque pa
sa por alto los elementos existenciales que componen el núcleo del mito:
la confrontación existencial directa con el ser en el mundo y la ratio úni
ca que descubre, tal como la vemos encarnada en los aspectos rnitico-re
ligiosos de la existencia humana de las sociedades precientíficas. En este
punto además, el intelecto está inclinado a actuar con exceso de celo y
de algún modo el cuidado excesivo parece traicionar el ojo del intelecto.
234
El campo que ha superado la dimensión del conocimiento intelectual no
entra en el campo de visión del intelecto.
Decimos intelecto pero, de hecho, aquí las cosas tampoco son tan sen
cillas. Hay un intelecto desde la perspectiva de la ciencia y desde la de la
fIlosofía. Aun cuando la fIlosofía nació como logos o ciencia (aunque las
opiniones se dividen en esta cuestión) lo hizo como una desmitifIcación
-o, mejor, una logificación- de la visión del mundo nútica en la que, a pe
sar de todo, permanecía fIrmemente enraizada. Incluso podríamos decir
que la raíz subyacente del mythos, oculta profundamente debajo de la fI
losofía griega, ha permanecido intacta durante todo su desarrollo y que
esto responde en parte a la profundidad y riqueza de su logos. Mientras
pudiera ser denominada desmitifIcación de lo nútico a través de lo lógi
co, no era una pura y simple negación de lo nútico. Este tipo de nega
ción se inicia con el punto de vista adecuado a la ciencia, o más bien,
cientifIsmo. La ciencia comprende lo nútico en la dimensión de su cor
teza externa de representaciones, que descarta como no científIcas. Por
su parte, la fIlosofía reconoce en las mismas representaciones símbolos del
logos que luego restablece en la dimensión del logos.
Sin embargo, ni la negación del mito por parte del intelecto científI
co ni su transmutación en logos por parte del intelecto filosófIco pueden
agotar la esencia interna del mito. Lo nútico debe ser devuelto a lo exis
tencial que lo origina en un sentido elemental y ahí el contenido esen
cial de su signifIcado puede armonizar de nuevo con una interpretación
existencial en la dimensión de la Existenz. La signifIcación positiva del
mito será demostrada verdaderamente sólo a través de aquello a lo que
Bultmann se refIere como existentielle Entmythologisierung (desmitologiza
ción existencial) . Lo mismo es aplicable a la noción de transmigración.
La dinámica de la desmitifIcación ha funcionado en este sentido en
toda la historia del budismo. De hecho, desde la época en que el budis
mo nació, desde sus comienzos como religión, esta dinámica ya estaba
presente, de forma que puede incluso tomarse como el rasgo peculiar del
budismo que lo distingue de otras religiones.
La noción de transmigración recogida por el budismo ha vuelto una
y otra vez a lo largo de su historia al problema de la esencia de la Exis
tenz. El signifIcado de transmigración ha sido extraído de una interpre
tación existencial de la existencia humana. En una palabra, era la esencia
o verdadera Forma de la fInitud de la existencia humana: la fInitud iM-
235
nita que es la verdadera finitud. Pero una nihilidad infundada se abría
existencialmente en el fondo de la existencia humana. Si bien era una
nihilidad tan abisal como para anular todo lo que tiene ser en el mundo
(denominado en conjunto «los tres mundos» en el budismo) , vino a ac
tualizarse en el Dasein del hombre aun cuando anulaba su ser.
En esa realización de la nihilidad, el hombre se apropia del nacimien
to y muerte tal como es, esto es, toma posesión de la Forma original de
su propio Dasein y de la Forma original de las cosas en el mundo tal co
mo son. En resumen, lo que tenemos aquí es un encuentro existencial
con la nihilidad. La nihilidad sólo puede ser conocida existencialmente.
Si nos desviamos un paso del camino de la Existenz, la nihilidad sólo pue
de parecernos una noción completamente sinsentido, desprovista de rea
lidad. De hecho, gran parte de los filósofos, desde múltiples puntos de
vista, han llegado a esta conclusión. Vendría a ser como una radio que no
ha sido sintonizada adecuadamente y que capta sólo interferencias sin
sentido que bloquean totalmente el sonido real de la transmisión. Sólo
con la confrontación existencial con la nihilidad, la lucha a vida o muer
te por la trascendencia del nacimiento-y-muerte escapa de la causalidad
sin fin del karma, y alcanza la «otra orilla» más allá del mar espectral del
sufrimiento. En otras palabras, es la lucha por el nirvarta.
II
Sólo al atravesar el campo de la trascendencia extática (o trans-des
cendencia) despertamos al nacimiento-y-muerte como transmigración.
Esta trans-descendencia extátic!} aparece en la infinitud de la vida finita y
en la totalidad del horizonte que comprende el modo de ser del hombre
junto a las demás especies. La nihilidad se revela sólo en esta trascenden
cia. La nihilidad hallada en la anulación de todo lo que es o puede ser
constituye el significado existencial contenido en la noción de transmi
gración. Esta nihilidad representa el fundamento último del ser-en-el
mundo en una universalidad que abarca todas las formas posibles de exis
tencia (los seis caminos) y en la infinitud del nacimiento y muerte que
migra por todas esas formas de existencia.
En esta nihilidad, las situaciones límite de la existencia humana son
llevadas más allá del campo en el que son consideradas normalmente, ha
cia el campo de la trans-descendencia extática. La situación límite que
aquí emerge en la conciencia está situada contra un horizonte de mun-
236
danidad que va más allá de la perspectiva de lo meramente humano y se
detiene para reposar sobre un campo, libre de un modo de ser determi
nado por un ego humano, que cae en el lapso de tiempo que va desde el
nacimiento a la muerte. La Forma real de nuestra existencia en el mun
do (en otras palabras, la esencia de la existencia real o el significado del
ser en el mundo) es descubierta en su fundamento, sólo en un campo que
ha ido más allá del alcance de una visión antropocéntrica y ha perdido un
modo de ser subjetivo, egoísta.
La situación límite que encontramos en ese ámbito de trascendencia
omniabarcador, como una finitud infinita, señala el punto en que se ha
ce consciente del fondo de la existencia humana. Ahí, directamente bajo
el Dasein del hombre, la Forma real de su existencia surge en la auto
conciencia a la vez que la forma real de todas las demás cosas del mundo.
Ahí la esencia del ser en el mundo humano se manifiesta como un ser
en-el mundo de esta especie de infinitud omniabarcadora (finitud infini
ta) y por lo tanto, también en su propia mismidad.
Por esta razón, en los límites exteriores de la existencia humana, su
esencia ya no es meramente humana. Pertenece a la categoría de los se
res sen tientes en el sentido de que abarca toda otra forma de existencia.
Libre de las determinaciones de lo humano, es, por así decir, un ser en el
mundo desnudo como tal. Es puro ser en el mundo en su sentido estric
to, existencialmente más esencial que el ser en el mundo como hombre.
La autoconciencia existencial de la existencia en tanto que humana sólo
es susceptible de ser verdaderamente esencial cuando avanza hacia un ser
en-el mundo en ese sentido estricto y de alú pasa a convertirse en una
conciencia de la existencia humana.
Esto es lo que antes queríamos decir con la afirmación de que la au
toconciencia existencial sólo puede desplegarse en el campo de una tras
cendencia extática donde el marco del yo humano se ve derrumbado a
causa de una nihilidad abisal que anula de una vez la existencia del hom
bre y de todas las cosas. La nihilidad abisal es el lugar donde el ser en el
mundo se encuentra como puro ser en el mundo, libre de todas sus po
sibles determinaciones. Es el punto en que todas las cosas existentes son
despojadas de todas las formas de existencia halladas en los seis caminos,
sean divinos, humanos, animales, o como sean; son llevadas hacia la for
ma pura y simple de tener meramente su ser en el mundo.
Ahora bien, la trans-descendencia extática a la que nos hemos estado
237
refiriendo es una existencia totalmente en el mundo y choca contra su
propio fondo. En este sentido, permanece completamente como algo in
tramundano. Este puro ser en el mundo libre de todas las determinacio
nes no representa en sí mismo una trascendencia del mundo. Tampoco es
un punto de partida de los tres mundos. Por el contrario, revela la forma
última del ser en el mundo y la forma esencial de la existencia de todas
las cosas que tienen su ser en el mundo. Esta forma esencial es finitud sin
fin, nacirniento-y-muerte como transmigración. Indica un avance hacia
la frontera final del campo del puro ser en el mundo en el que el hom
bre supera las determinaciones de lo humano. Es la colisión del hombre
con la barrera esencial de su propio Dasein. Esto sería el llamado borde
de la desesperación y, con todo, es también la forma definitiva de estar en
el mundo del hombre.
La desesperación es la Forma verdaderamente real de existencia: hace
sentir su presencia como algo que no toma en cuenta la skepsis. Mientras
que la skepsis es un asunto de la dimensión de la razón, la desesperación
pertenece a la dimensión de la trascendencia. Es la Forma que asume la
existencia misma en la nihilidad que se ha desplegado. É ste es el mismo
sentido por el que antes nos referimos al «hacerse presente de la gran du
da», la duda sin duda que surge como la misma existencia humana en la
dimensión de la trascendencia.
En el budismo, la verdadera trascendencia, separada como tal del
mundo del sarpsara, ha sido denominada nirval1a. Si la existencia en el
mundo descansa en la nihilidad, como una cosa que es anulada; y si la vi
da, sujeta al ciclo de naCimiento-y-muerte, es en esencia muerte; enton
ces el nirviir.ta, que implica morir a esta vida de nacimiento-y-muerte y,
por tanto, morir en sentido esencial, es vida en su sentido esencial. O
también, si la esencia del ser en el mundo es tomada como un «ser para
la muerte» (para adoptar un término de Heidegger) , entonces, el nirvaI).a
apunta a una conversión esencial, a un atravesar derrumbando este ser pa
ra la muerte. Es la conversión esencial de la finitud como mala infinitud
de la Existenz hacia una infinitud de la existencia como Existenz. El
nirvaI).a, como salida del ciclo interminable de nacimiento-y-muerte, es
un renacimiento a la verdadera vida. Es una nueva vida. Y en este mo
mento, por primera vez, aparece la verdadera infinitud.
La infinitud, como realidad, está fuera de la aprehensión de la razón.
Tan pronto como intentamos asirla desde la dimensión de la razón se
238
vuelve en el acto algo conceptual. La verdadera infinitud como realidad
rehúye ser encontrada en cualquier parte salvo en el transcurso de la Exis
tenz. Esta misma infinitud emerge a la conciencia sólo al llegar a hacerse
presente en la existencia humana, aún cuando lleva a cabo una conver
sión esencial en esa existencia. Apropiarse de la infinitud sería su llegar a
ser realidad como vida; estar realmente viva.
La Existenz que connota una vida nueva como ésta no es otra que el
nirvaI)a, y esa infinitud verdadera es el sünyata. En la salida del sarpsara
hacia el nirvaI)a tiene lugar una conversión de la nihilidad a sünyata. Es
una conversión esencial de la muerte, en su sentido fundamental, a la vi
da en su sentido originario, de la finitud verdadera a la verdadera infini
tud.
III
El tránsito del mundo del sarpsara al más allá de la otra orilla implica
una conversión esencial (ontológicamente hablando, existencial) en la
Existenz. Sin embargo, en las enseñanzas budistas, la investigación exis
tencial sobre la propia existencia y la autoconciencia no se detiene aquí.
El regreso de la Existenz a su propio terruño y la búsqueda del yo del sí
mismo original todavía alberga la posibilidad de una gran conversión úl
tima. La apertura de la trascendencia existencial tiene que avanzar a un
grado más profundo de su desarrollo. Antes me referí a la nihilidad como
la verdadera Forma real del nacimiento-y-muerte y a la ftnitud verdade
ra como nihilidad; más aún, me referí al nirvaI)a como vida verdadera, y
a la infinitud verdadera como nirv�a o sünyata. Pero ¿es ésta la cuestión
en realidad? Aun si todo esto es aceptado como verosímil para la exis
tencia que empieza con el hecho del ser en el mundo de la vida y muer
te, ¿puede decirse lo mismo después de la conversión del mundo de la vi
da y muerte a su más allá? En los capítulos anteriores se mencionó cómo
el más allá llega a ser un más acá absoluto en el punto de vista de sünyata.
Pero ¿qué tiene lugar realmente en ese punto de vista? ¿Es la verdadera
finitud y la verdadera forma de nacimiento-y-muerte, de hecho, nada
más que nihilidad? ¿La verdadera infinitud y la verdadera vida se reducen
al nirv�a?
Un hecho conocido de la historia del budismo es que con el desarro
llo de la enseñanza Mahayana apareció en escena un punto de vista to
talmente nuevo: una perspectiva a la que se refiere como un «no morar
239
en el nirvaoa» o como «sarp.sara-en-el nirvaua». Lo encontramos expre
sado clara y sencillamente, por ejemplo, en las célebres palabras de D6gen
en Shobogenzo Shoji: «Basta con entender que el nacimiento-y-muerte
mismo es nirvaua . . . Solamente entonces puedes liberarte del nacimiento
y-muerte». y más adelante: «Este mismo nacimiento-y-muerte presente
es la vída del Buda». Esto es la Existenz en la perspectiva en la que «el na
cimiento mismo es no-nacimiento» y «la extinción misma es no-extin
ción»39.
Tal vez podamos ver, en la amonestación de D6gen de entender el
sarp.sara-en-el nirvaJ:.la, esa Existenz-como-realización de la que acabamos
de hablar. Este entendimiento es la realización (manifestación y aprehen
sión) del punto exacto en que sarp.sara es nirvaJ:.la y nirvaJ:.la es sarp.sara; y,
por tanto, donde sarp.sara y nirvaua no son sarp.sara y nirvaJ:.la. Es la rea
lización de una realidad que tampoco es sarp.sara ni nirvaJ:.l a, en suma, es
la realización de lo que se entiende con la cópula «en» (soku) de la fór
mula sarp.sara-en-el nirvaJ:.la. La esencia de esta realidad que se manifies
ta tal como es -o, en terminología budista, la mente del Tathagata (uno
que ha llegado desde e ido hacia el tathata) o mente del Buda- se pro
yecta (en el doble sentido de una reflexión y una transferencia) en la esen
cia de la existencia humana, en la mente del hombre que propicia su con
versión; al mismo tiempo la esencia proyecta esa realidad hacia atrás, hacia
sí misma. Es como el conocido símil budista: dos espejos reflejándose uno
a otro sin ninguna imagen en medio. La mente del Tathagata y la del
hombre se reflejan una a la otra de forma que la misma luz (la denomi
nada luz de la mente) se transfiere de una mente a otra recíprocamente.
É ste es el sentido de la palabra que utiliza D6gen para el «entender» (ver
supra) , una palabra que quiere decir literalmente «obtener la mente de».
En japonés, el significado de un determinado koto (un término que
quiere decir tanto cuestión o asunto, como palabra) puede ser denomi
nado también su mente o kokoro. Por ejemplo, al resolver un acertijo po
demos decir que hemos obtenido su mente cuando hemos entendido lo
que significa40• «Obtener la mente» del contenido de un koto (asunto) da
do, aprehender su ratio o logos, es, para la realidad que se ha hecho mani
fiesta como ese koto (asunto y palabra) , transferirse esencialmente, tal co
mo es, al hombre que lo entiende; y para el hombre que lo entiende
significa ser transferido a esa realidad. En otros términos, la mente del
asunto en cuestión (o la realidad misma manifestada en el koto) se refle-
240
ja en la mente del hombre y la mente del hombre se refleja en la mente
del koto. La transmisión viva de mentes, siendo proyectadas una en otra
tal como son, y la obtención de la mente que produce, es el modo de
comprensión elemental del significado. Por lo tanto, no es que primero
exista el significado de cierta cosa en alguna parte y luego vayamos a
comprenderlo. Más bien, la obtención de la mente (entender) es previa,
ya que es el tipo de realización por la que un koto se apropia de nosotros
y se nos transfiere, al mismo tiempo que nosotros realmente nos transfe
rimos en el koto para que nuestra mente llegue a ser y funcione como
koto.
El significado es algo abstraído fuera de esta coproyección viva entre
mente y koto: una abstracción en la que la mente y el koto se basan con
ceptualmente en alguna correlación ideal. El encuentro elemental con el
koto reside en el fondo de la dimensión que considera la aparición del sig
nificado al que normalmente nos referimos como entender por medio del
intelecto y la aparición de obj etos inteligibles. Es ahí donde se constitu
yen los significados y la inteligibilidad. El intelectualismo, frente a la de
cisión de si un koto determinado es o no significativo, opera como con
un punto ciego en su fundamento, porque adquiere una posición que asu
me este tipo de significado como su criterio. Un koto, como un asunto
considerado objetivamente o como la palabra pronunciada, está ya, junto
a su ratio o significado, disociado de la realidad. Tenemos meranlente una
imagen especular de la realidad proyectada en la dimensión del intelecto.
Respecto al koto del sarpsara-en-el nirvat,la, he dicho que su signifi
cado es aprehendido existencialmente de manera que la mente del Tatha
gata se proyecta en la mente del hombre, y la mente del hombre se pro
yecta en la mente del Tathagata. También hablaba de esta coproyección
como la realización de la realidad del «en» . Sin embargo, ¿qué representa
todo esto para nosotros? Recordemos que D6gen decía que sólo a través
de un entendimiento de esta índole podemos liberarnos del nacimiento
y-muerte. Es decir, sólo en una Existenz de sarpsara-en-el nirvat,la hay
una verdadera emancipación de la trascendencia del nacimiento-y-muerte.
Cabría subrayar el uso que hacemos aquí de la palabra «verdad», ya que
ha sido todo el tiempo nuestro centro de atención, para averiguar qué
significa. Con respecto a esto, se destacó antes que en la orientación ha
cia la trascendencia extática de la existencia humana, el nirvat,la (la tras
cendencia a la vacuidad) , más que la trascendencia a la nihilidad, es la ver-
241
dadera trascendencia. También, nos referimos a la verdadera infinitud del
nirvalJ.a en contraste con la mala infinitud existencial de la nihilidad.
Ahora sostengo que la verdad a la que nos referíamos allí no es, con to
do, verdad verdaderamente. No se trata de lo denominado nirvalJ.a, sino
más bien de un no-morar en el nirvalJ.a, es decir, el sarn.sara-en-el nirvalJ.a
que es verdaderamente la verdadera trascendencia, la verdadera infinitud
y, en este sentido, el verdadero nirvalJ.a.
Del mismo modo, nos enfrentamos a una situación en la que el nirvalJ.a
sólo es nirvalJ.a cuando no es nirvalJ.a. Cuando persistimos en nuestra in
dagación de lo que es verdaderamente verdad entre las cosas que son ver
daderas, la verdad aparece verdaderamente en el modo de paradoja o ab
surdo, bajo condiciones consideradas por lo general como totalmente en
contradicción con la verdad. Allí donde la ratio es forzada hacia su ex
tremo, se presenta lo irracional. Allí donde el significado es llevado hacia
su extremo verdadero, se hace patente el sinsentido. Y sin embargo, lo
que de este modo aparece como paradoja, irracionalidad o sinsentido, es
verdaderamente la realidad absoluta. Es la vitalidad de la vida misma. En
este caso decir que la vida como tal es no tiene sentido es como decir que
la vida misma está verdaderamente viva. Es, en otros términos, el lugar
donde la vida trasciende todo significado, a pesar de que todo significa
do es susceptible de ser constituido como significado sólo en relación a
ese lugar. Es el lugar que el Maestro Eckhart denomina I.eben ohne Wa
rum (vida sin por qué) . Es lo mismo que afirmar que la paradoja es la ver
242
Entonces, no es suficiente decir que el nacimiento-y-muerte es esen
cialmente muerte. Es esencialmente vida en tanto que la muerte perma
nece esencialmente. Como dice Dogen, «el nacimiento-y-muerte es la
vida del Euda». El sarpsara es verdaderamente sarpsara como sarpsara-en
el nirvaoa, «sarpsara no es sarpsara, luego es sarpsara» -esta es su verdad-o
Este ser/no-ser en el sarpsara y ser/no-ser en el nirvaoa se funden en uno.
Sarpsara-en-el nirvaoa es el verdadero sarpsara y el verdadero nirvaoa. Es
el tiempo verdadero y la verdadera eternidad. El lugar en que la dicha del
nirvaoa se hace presente debe ser la vida samsárica como tal, nacer y mo
rir en cada momento, pero, a la vez, debe ser un vínculo transitorio del
nunca-más y el todavía-no. Lo que llega a la conciencia como esencia del
Dasein en este mundo de nacimiento-y-muerte (es decir, la finitud in
terminable del ser que abraza todas las formas posibles de existencia en el
campo de lo que llamamos mundo) y la historia de la causalidad kármi
ca que se desvanece en un futuro sin fin (como en el dicho zen «salien
do por el útero de la mula o entrando en el vientre del caballo»), estas co
sas, tal como son, componen la vida del Euda. En palabras de Dogen, «el
nacimiento mismo es el no-nacimiento; la extinción misma es la no-ex
tinciÓn».
Dije que la finitud interminable del nacimiento-y-muerte es la verda
dera finitud pero, de hecho, todavía no logra serlo verdaderamente. La
verdadera finitud es verdaderamente la finitud del nacimiento-y-muerte
en el nivel del sarpsara-en-el nirvaoa. El nirvaoa, en tanto que negación
en-la afirmación del nacimiento-y-muerte, hace ser verdaderamente al
nacimiento-y-muerte. El nirvaoa llega a ser el tathata del nacimiento-y
muerte, su realidad, su infundamentación. El nacimiento-y-muerte que
llega a ser de este modo sin fundamento en el sarpsara-en-el nirvaoa, es
decir, la finitud del nacimiento-y-muerte que aquí es un sin fondo sam
sárico, es la finitud verdadera.
Aquí, todo momento temporal que se hace manifiesto en su ser sin
fondo, es decir, la vida de todo instante del tiempo del Dasein en el na
cimiento-y-muerte es realizada (manifestada y aprehendida) como la vi
da del Euda. En una Existenz aSÍ, estamos temporalmente sin fundamen
tación en el tiempo. Al abarcar sin fondo el pasado sin fin y el futuro sin
fm, llevamos al tiempo a su plenitud en cada uno de sus instantes. En el
campo del más acá absoluto, donde la transitoriedad como tal es el nirvaoa,
el tiempo es todos los tiempos en su plenitud. Cada momento es un buen
243
momento para nosotros. «Cada clia, un maravilloso clia», dice Umrnon. y
D6gen, refiriéndose a esta forma de Existenz, dice «cae cuerpo-mente,
cuerpo-mente caído».
Antes hemos dicho que entendimiento en el sentido de realización
-esto es, como aprehensión de una realidad que se ha manifestado esen
cialmente, tal como es- significa que la mente del Tathagata es proyecta
da en la mente del hombre y viceversa. Incluso si sustituimos vida por
mente, por supuesto, no cambia este sentido. La mente que tratamos aqui
no es la mente que normalmente concebimos como conciencia o inte
lecto. Al menos no es conciencia o intelecto en el campo en que se com
prenden ellos mismos (y, en cambio, en su propia comprensión son apro
piados) . No es la mente discernidora discernida por sí misma, puesto que
ya había sido superada en la trascendencia extática hacia el campo de la
nihilidad. Tampoco es la mente de la autoconciencia existencial en el
campo de la verdadera vacuidad, del nirvalJ.a verdadero como sarp.sara
en-el nirvalJ.a.
La mente de la que estamos hablando aquí es la mente no-discerni
dora, que es la negación absoluta del discernimiento de la conciencia o
el intelecto. Esto es el no-discernimiento: «No os preocupéis del maña
na: el mañana se preocupará de sí mismo» (Mt 6, 34) . Como dice un pro
verbio japonés: «El viento de mañana soplará mañana». Antes observamos
que la vida verdddera sobrepasa todo significado y que sin embargo todo
significado es constituido en relación a ella. Este carácter significativo de
la vida corresponde al no-discernimiento de la mente a la que nos refe
rimos aquí.
Ahora bien, esta significatividad y no-discernimiento no son lo mis
mo cuando los encontramos en la perspectiva del nihilismo. Aquí el no
discernimiento es el ser sin fondo del discernimiento que tiene lugar en
una ocasión dada, su realidad, verdaderamente tal como es. Es lo que ha
ce a cada discernimiento serlo en el verdadero sentido del término. Es un
discernimiento sin discernimiento. Es como las palabras del Evangelio:
«No andéis, pues, preocupados diciendo: ¿Qué vamos a comer?, ¿qué
vamos a beber?, ¿con qué vamos a vestirnos? ( . . ) Cada clia tiene bastan
.
244
nimiento, se completa en sí mismo de un día a otro. Esto es lo que lla
mamos el discernimiento del no-discernimiento, que es un elemento
esencial de la vida y la mente verdaderas. AqUÍ, en el discernimiento vin
culado a nuestras preocupaciones por las pequeñeces de cada día, reside
el ser sin fondo del no-discernimiento. En las enseñanzas cristianas, este
ser sin fondo parece revelar el Reino de Dios y su justicia (Mt 6, 33) . En
el budismo, se puede decir que se descubre el estado absoluto donde, por
ejemplo, «cada día es un maravilloso día».
En cualquier caso, la mente no-discernidora aquÍ en cuestión no es al
go subjetivo a la manera de lo que es denominado comúnmente mente.
Es un campo que permite que el ser de las cosas sea, donde todas las co
sas pueden ser cada cual en su propio terruño, el campo de sunyata que
he denominado el campo de la posibilidad elemental de la existencia de
todas las cosas. Esta vacuidad -donde se dice «la forma eso es, vacuidad,
vacuidad eso es, forma)} y donde algo parecido puede decirse de los otros
agregados o skandhas (sensaciones, percepción, impulsos volitivos y
conciencia)- es la mente del no-discernimiento. En términos objetivos
esta mente es más objetiva que cualquier cosa objetiva. En términos sub
jetivos es más subj etiva que cualquier cosa subjetiva. Mientras ella misma
trascienda las determinaciones de la objetividad y la subjetividad, ya otorga
objetividad sobre cualquier cosa que se diga objetiva y otorga subjetivi
dad sobre cualquier cosa que se diga subjetiva. Esta mente no es un objeto
de contemplación; sólo es realizada (manifestada y aprehendida) existen
cialmente. Aquí, incluso la contemplación es transformada en Existenz.
En la Siitra del Corazón leemos:
245
mente admitida como la expresión de la esencia del budismo Mahayana.
Es más real que cualquier cosa real. Al ser llamada mente, no es que sea
concebida meramente en términos de una analogía a partir de la concien
cia subjetiva. Justo al contrario, cada una de las actividades de nuestra
conciencia subjetiva e intelecto, en tanto que «discernimiento sin discer
nimiento» verdadero, procede de la mente referida como «vacuidad ver
dadera, ser maravilloso».
En general, nuestro verdadero yo sólo es un yo como el «yo que no
es un yo» del que hablamos antes. El yo autoconsciente y egocéntrico,
que normalmente tomamos por el yo, no está fundamentado en sí mis
mo. El yo originario que está dentro del ego como su propio fundamen
to es, en el fondo, extático. La esencia del ego no es del ego. Eso que
emerge en la naturaleza y disposición del ego es el negativo del ego: el
yo como no-ego. La razón por la que el ego puede surgir al fin sólo pue
de residir en la naturaleza esencial del ego mismo, y con todo, el mismo
ego en su aparición siempre viene a aparecer como algo que oculta su
propio fundamento de ser y su propia naturaleza.
Anteriormente se apuntó que el yo se pone al descubierto cuando «en
la gran muerte, cielo y tierra se renuevan» y donde el mundo mundea.
Este yo originario ya está presente invariablemente en cada operación
concreta del ego, aunque en el modo de ser al que nos referimos al de
cir que «el ojo no ve el ojo». Sin embargo, por otra parte, el ego nunca
puede hacerse presente al yo originario. En tanto que el ego es ego, la
presencia continuada del yo original en el ego siempre está oculta al ego.
Tanto más es así para la mente como discernimiento sin discernimiento.
Lo mismo puede decirse de lo que hemos llamado aquÍ vida. Pero no
debería entenderse simplemente los fundamentos de la vida como sole
mos pensarlos, en términos de vida y muerte, como si las palabras de
Dógen fueran meramente una expresión de la vida cotidiana mediada
por el análisis conceptual (o, en el mejor de los casos, metaf1sico) . Des
de esa aproximación, la vida como tal no podría ser concebida como vi
da del Buda. Considerar el discernimiento desde fuera, separado de la
Existenz, sería como poner el carro delante de los bueyes. En una pala
bra, decir que el nacimiento-y-muerte es la vida del Buda sería una pu
ra falacia. Implicaría no tener en cuenta la manera de examinar el naci
miento-y-muerte así como la vida del Buda, con el resultado de que
ambos dejarían de ser el «entender recto» al que se refiere Dógen. Sólo
246
d
en el campo del saIJlsara-en-el nirvalJa, de la «liberación del nacimiento
y-muerte», es posible hablar del cuerpo-mente samsáricos como vida del
Buda.
Por eso, cuando aquí empleamos los términos «mente» y «vida» que
remos decir mente y vida en el campo en que el cuerpo-mente cae y
donde el cuerpo-mente caído está presente en la autoconciencia plena y
en la apertura a la vitalidad de la vida. Este «cuerpo-mente» no se refie
re sencillamente a cualquier cosa o conciencia en sus sentidos habituales.
Tampoco este cuerpo-mente está en un campo en que pueda convertir
se en objeto de estudio para la fisica, la fisiología, la psicología, etc. Co
mo lo expresa Dógen, «cuerpo-mente caído no es una forma [cosa] ni
tampoco conciencia».
IV
La frase «dejar caer cuerpo-mente» expresa el rasgo característico del
zen de Dógen según le fue impartido por su maestro chino Ju-ching
(1 1 63- 1 268) . Además nos ofrece una mirada a una configuración refmada
de la Existenz religiosa que se halla en el budismo en general.
Normalmente consideramos nuestro propio cuerpo-mente como nues
tro yo. Por decirlo así, lo fijamos como un punto cardinal en nuestro in
terior del que depende todo nuestro ver y hacer. Pero, como se mencionó
antes, la verdadera forma del yo originario aparece cuando esta estructu
ra es derribada y llegamos a liberarnos de nuestro apego al cuerpo-men
te. Dógen nos cuenta que cuando estaba estudiando y practicando el zen
junto a Ju-ching, alcanzó la gran iluminación en un instante al escuchar
a Ju-ching decir: «Practicar el zen es dejar caer cuerpo-mente» . En el
mismo contexto encontramos sentencias como: «Practicar el zen es dejar
caer cuerpo-mente: es sólo sentarse, ser libres de los cinco deseos y libe
rarnos de los cinco obstáculos)}.
Desprenderse de cuerpo-mente y sólo sentarse son una y la misma co
sa aquí: nos emancipan de los cinco deseos (los deseos que nos atan al
mundo exterior a través del apego a los objetos de nuestros cinco sentidos)
y de los cinco obstáculos (las pasiones mundanas que nos ligan a nosotros
mismos al confundir nuestras mentes y mantener nuestra verdadera men
te encubierta) . y este desprendimiento emancipador de cuerpo-mente
nos deja libres de esas trabas y ataduras, y, por lo tanto, del mundo del su
frimiento y el nacimiento-y-muerte, así como de nosotros mismos. Sig-
247
-
nifica que nuestra mente verdadera, una vez despojada de sus obstáculos,
se pone al descubierto como apertura extática y salida del mundo. Es la
Existenz que se sitúa en el campo de la trascendencia en el mismo mo
mento en que se revela. y todo esto no es otra cosa que practicar el zen.
Se dice que la práctica del zen consiste en dejar caer el cuerpo-men
te, y el dicho «dejar caen> es sentarse en la meditación zen (zazen). Pero
Ju-ching nos habla de que salir de la oscuridad fundamental de la igno
rancia (avidya) constituye la base de los cinco obstáculos en el sólo sen
tarse. Con sus palabras:
Los descendientes de los budas y los patriarcas primero se liberan de los cin
co obstáculos y después se liberan de los seis obstáculos. Los seis obstáculos con
sisten en los cinco obstáculos más el obstáculo de la oscuridad de la ignorancia.
Si únicamente eliminamos el obstáculo de la oscuridad de la ignorancia, de ese
modo eliminamos también los cinco obstáculos. Aunque consigamos liberarnos
de los cinco obstáculos, si no conseguimos liberarnos del obstáculo de la oscuri
dad de la ignorancia, no podremos alcanzar la práctica y la realización de los bu
das y de los patriarcas.
Que tú hayas estado esforzándote hasta ahora no es otra cosa que un medio de
liberación de los seis obstáculos . . . Al adoptar una resolución con sólo sentarse, el
cuerpo-mente viene a dejarse caer. Ésta es la técnica para liberarse de los cinco de
seos, los cinco obstáculos y así sucesivamente. No existe más que esta forma41 •
248
el cuerpo-mente del Buda y de los patriarcas es la mente flexible. Lo lla
mamos la mente sellada del Buda y los patriarcas»43. La mente flexible
que acierta en su discernimiento de la caída del cuerpo-mente en el Bu
da y los patriarcas y la afirma, ella misma es el cuerpo-mente y da fe de
una vida nueva animada por la vida del Buda. No obstante, esta vida del
Buda no puede existir a parte del nacimiento-y-muerte. Sólo al obtener
la mente del sa111 sara-en-el nirvalJa se puede participar de esta liberación
del nacimiento-y-muerte. En un antiguo comentario sobre el capítulo del
Shobogenzo, sobre ShOji (Nacimiento-y-muerte) , éste es descrito como el
nacimiento del «uno solitario puesto al descubierto en medio de la mi
ríada de fenómenos»44.
En cualquier caso, en el campo del sa111 s ara-en-el nirvalJa, la Existenz
es un dejar caer cuerpo-mente, es decir, el rostro original de la mente fle
xible. y tal como habla Ju-ching acerca de «dejar caer cuerpo-mente,
cuerpo-mente caído», el campo de la liberación del nacimiento-y-muer
te reside directamente bajo el cuerpo-mente del nacimiento-y-muerte.
Por esta razón, después de citar las palabras de Ju-ching sobre el propósi
to de la práctica del zen de dejar caer cuerpo-mente, que es alcanzable
con sólo sentarse, D6gen destaca que el cuerpo-mente sentado en la me
ditación es como tal el Rey Samadhi de los sarnadhis, que «arranca el ojo
del Buda y los patriarcas y sólo se sienta en su cavidad»45. Aquí vemos co
mo el «sólo» de «sólo sentarse» implica la resolución de recogimiento
(samadhi) en la práctica del zazen.
El carácter del «sólo sentarse» es explicado detalladamente en otro pa
saje más adelante:
249
-
Todos los Buda-Tathagatas tienen un método maravilloso exento y libre de
mediación humana, para transmitirse entre ellos el Dharma maravilloso sin mo
dificación y actualizar el despertar supremo y pleno. El que sólo sea transmitido
sin desviación de Buda a Buda es debido al samadhi autorregocijante, el cual . es
su piedra de toque.
Para regocijarse libremente en este samadhi, la entrada correcta es sentarse
adecuadamente en zazen. Este Dharrna está ampliamente presente en cada per
sona, pero a menos que se practique, no se manifiesta; a no ser que haya actua
lización no es alcanzado. No es cuestión de uno o muchos; déjalo suelto y te lle
nará las manos. No está limitado vertical u horizontalmente; pronúncialo y
ocupará completamente tu boca . . .
Los patriarcas y los budas, que han conservado e l Dharrna Buda, han soste
nido todos que la j usta práctica de sentarse correctamente en samadhi autorre
gocijante fue el camino correcto que abrió su iluminación".
El zazen de los budas y los patriarcas, ya desde los primeros pasos de la men
te religiosa, es una promesa de reunirse en el D harrna de todos los budas. Por lo
tanto, en sus zazen no olvidan a ningún ser sensible, no renuncian a ninguno, ni
siquiera al insecto más diminuto. Ofrecen todo el tiempo la mirada compasiva,
prometiendo salvarlos a todos y volcando en ellos cada mérito que logran. Ésta
es la razón por la que los budas y los patriarcas siempre moran en el mundo del
deseo y disciernen el camino en el zazen49.
250
Después de su regreso de la China el primer sermón que impartió
D6gen a sus estudiantes en la sala de meditación de su monasterio fue el
siguiente:
251
-
caer el cuerpo-mente del yo, cae la carga de los demás, incluso del Buda
y los patriarcas. Sólo como un seguidor solitario, independiente del ca-:
mino del Buda e «inmune a las artimañas» (incluso en lo que afecta a las
relaciones hacia el Buda y los patriarcas) , esta Existenz llega a ser un
saI}1sara-en-la vida del Buda. La esencia de la vida del Buda no aparece
excepto como la Existenz descrita antes como Rey Sarnadhi autorregoci
jante.
El lugar de la no-objetivación absoluta -donde el ojo no ve el ojo, el
fuego no quema el fuego y el agua no moja el agua, donde los sauces son
verdes y las flores son rojas- es un lugar que se retira más allá de toda ra
zón y logos y sólo puede revelarse en la Existenz del dejar caer el cuer
po-mente. El lugar donde el fuego, como algo que no se quema a sí mis
mo, es fuego (o es en el modo de ser del fuego), donde el verde de los
sauces es verde (o es el modo de ser del verde) en el no-ser verde, es lo
que he denominado ser-sarnadhi o autoestablecimiento. Este es el modo
de ser no objetivable de una cosa en sí. Ser-sarnadhis no es, después de
todo, más que la aparición del Rey Sarnadhi de los sarnadhis y, por tanto,
como tal es una autorrealización de la Existenz del cuerpo-mente caído
o de la Existenz del solitario absolutamente independiente, puesto al des
cubierto en medio de la miríada de fenómenos. Cada modo de ser
samadhi es llamado un samadhi como una «mota de polvo»51 , que, al fin
y al cabo, es el Rey Sarnadhi de los sarnadhis. Sólo ahí se manifiesta ver
daderamente la vida del Buda.
«Los ojos horizontales, la nariz vertical» y «el regreso a casa con las ma
nos vacías» de D6gen también señala esta manifestación verdadera. El re
greso a casa se refiere, por supuesto, a su vuelta desde China a su tierra
natal, Japón. Al mismo tiempo, sus declaraciones de que «nacer es no-na
cer, morir es no-morir» y que «en el Dharma del Buda se dice que el naci
miento es a un mismo tiempo no-nacimiento» sugieren que este regreso a
la tierra de su nacimiento y de su no-nacimiento vienen juntos en su «re
greso con las manos vacías». Hay un conocido dicho zen que reza: «El Bod
hidharma no vino de China, el Segundo Patriarca no vino de la India».
D6gen cruzó la China y regresó al Japón en un ámbito donde puede de
cirse que nunca ha cruzado la China ni ha regresado al Japón. Allí, el na
cimiento-en-el no-nacimiento viene a ser en el tiempo continuamente, en
ese momento al que Kierkegaard se refería como el «átomo de eternidad»
en la temporalidad. Es la vida del cuerpo-mente caído que no es mente ni
252
conciencia, tampoco cosa o buda. Aquí, cada tiempo es tiempo porque no
es tiempo, porque no es sino un instante de eternidad en la temporalidad.
Palabras como las de Dogen, «ahora paso el tiempo aceptando cual
quier cosa que pueda venir», se refieren justo a ese tiempo. Puesto que el
cuerpo-mente caído no es allí «ni mente ni cosa ni buda»s2 sino «este
cuerpo humano de piel-carne-huesos-médula», ahora el Rey Samádhi de
los samadhis con las piernas cruzadas señala el tiempo sin más que un ápi
ce del Dharma del Buda, justo tomando las cosas como vienen, tal como
están destinadas a venir, confiándose uno mismo al destino de las cir
cunstancias. Ésta es sencillamente la vida cotidiana con el sol naciente ca
da mañana y la luna naciente cada noche: la vida cotidiana del Rey
Sarniidhi de los samadhis que es totalmente distinta de cualquier clase de
fatalismo o resignación.
Un célebre sacerdote del período Tokugawa llamado Genko Dokuan
(1 630- 1 698), que perteneció a la línea del Soto zen de Dogen, escribió
como SIgue:
253
-
considerar las flores de la montaña y el riachuelo del valle, en tanto que
son e6meros, como apariencias o símbolos de una especie de cuerpo
dhármico inmutable y perdurable. No debemos convertir la denominada
lógica de ser/no-ser implicada en el copulativo «en» (soku) en una mera
lógica explicativa55• La lógica del ser/no-ser es la lógica de la Existenz, o
la Existenz de la lógica (en el sentido en que la Existenz es una lógica) .
Para entender verdaderamente de qué asunto o palabra (koto) se trata
necesitamos prestar atención al fundamento originario del cual procede
para calibrarlo bien y afirmar su mente o significado (kokoro) . Desde es
te fundamento incluso el koto de las flores de la montaña como brocado
y el agua del charco que parece añil, todo está imbuido de un significa
do peculiar inagotable que en términos de lagos carece de sentido. Y el
sabor de la belleza inextinguible de ese koto debe ser entendida (obteni
do su kakaro) como algo que procede del mismo terruño.
En cualquier caso, la Existenz del cuerpo-mente caído, también lla
mado el Rey Samadhi de los samadhis, se manifiesta en la respuesta del
maestro para llegar a ser lo que denominamos Existenz, como el tiempo
verdadero llevado a su plenitud. Al fin y al cabo, lo que Nishida califica
en su ftlos06a de «cuerpo histórico» debe ser una cosa de este tipo.
Recordemos que D6gen, hacia el final de su primer sermón formuló
la pregunta: «¿Después de todo, cómo es esto?». Y él mismo respondió:
«Nos encontramos con un año bisiesto cada cuatro.! Los gallos cantan a
las cuatro de la mañana». En estos dos fenómenos aparece un orden o una
ley (Dharma) que gobierna el mundo de la transitoriedad. Probablemen
te los científicos modernos irán más allá y verán detrás del Dharma no
sólo lo más abstracto y universal sino también las leyes más exactas e ine
xorables de la ciencia. En ambos casos, todos los fenómenos y los cam
bios que subyacen en ellos existen de acuerdo con un orden racional de
finido: el de los fenómenos, que son lo que deberían ser y que llegan a
ser lo que deberían llegar a ser. Con otras palabras, en el orden ontoló
gico y bajo el control del lagos, todas las cosas son de naturaleza dhár
mica. Incluso lo que es considerado racional o anárquico desde el punto
de vista de los intereses Q.umanos jamás se separa del Dharma pues tiene
1 que ver con su existencia o con su cambio. En este sentido, todas las co
sas, tal como son, son dhármicas.
Ahora bien, ¿qué puede querer decir que éste es el lugar en que al
guien se encuentra a sí mismo, «después de todo», al regresar a casa con
254
las manos vacías, perfectamente libre de preocupaciones? Anteriormente
se dij o que la Existenz caracterizada como un llegar a casa con las manos
vacías es un nacimiento-en-el no-nacimiento en el tiempo, a cada mo
mento, es decir, que ésta es la vida del cuerpo-mente caído que no es
mente o conciencia ni tampoco cosa o buda y que esto no es otra cosa
que la vida cotidiana como Rey Samadhi de los samadhis. En una pala
bra, éste es el punto de vista de sünyata como sarpsara-en-el nirvaJ)a. Y,
después de todo, se dice sin embargo que éste es el punto de vista don
de las cosas son dhármicas.
Decir que el dharma controla la existencia y el cambio de todos los
fenómenos o, más bien, que por la apariencia dhármica las cosas son tal
como son, es como decir que la vacuidad permite a todos los fenómenos
ser lo que son (o lo que viene a ser lo mismo, que la vacuidad les permi
te ser lo que deberían ser) . El modo de ser elemental de lo fenoménico
-que es lo que significa ser en la vacuidad-, es decir, el modo de ser de
las cosas tal como son en sí en su propio terruño, está completamente en
armonía con lo que debiera ser. Esto es lo que quiere decir ser-dhármi
co. (Como he tratado esto considerablemente en el capítulo anterior des
de el punto de vista de la relación circumincesional, no llevaré más lejos
la discusión de las relaciones estructurales de su ser-dhármico.)
En suma, la Existenz como un «llegar a casa con las manos vacías» y
un nacimiento-en-el no-nacimiento es Existenz en el campo de sünyata
como sarpsara-en-el nirvaJ)a, es decir, el campo del lugar de nacimiento
que es idéntico en sí mismo al lugar del no-nacimiento. Este campo abar
ca todas las cosas en su propio terruño, donde se hacen manifiestas como
lo que son en sí mismas. Si el término «abarca» es concebido como para
tender demasiado hacia un sentido espacial de unidad, podríamos para
frasearlo: el que todas las cosas son individualmente lo que son en sí mis
mas implica directamente que están reunidas. Así es el campo de la va
cuidad.
La Existenz en Rey Samadhi de los samadhis al volver a casa con las
manos vacías está conectada indisolublemente con el campo de la vacui
dad. Puede ser vinculada al modo de ser del rey cuya posición como so
berano es inconcebible sin una tierra en la que regir. Su tierra represen
ta la magnitud política de sus poderes rectores. Es un dominio inaugurado
y mantenido en virtud de ese poder, por el cual su posición como mo
narca es una clase de autorrealización. Una relación similar existe entre la
255
Existenz del Rey Samadhi de los samadhis y el campo de sünyata. En el
campo de sünyata cada cosa se establece allí donde es lo que es en sí mis
ma, en ese modo de ser tal cual es, no objetivable, antes referido como
el modo de ser-samadhi. Este campo de sünyata pertenece intrínsecamen
te a la esencia de la Existenz-en-la vacuidad y participa en su estructura
básica. Sólo la Existenz en el Rey Samadhi de los samadhis abre de par
en par el campo de la vacuidad existencialmente, mientras que al mismo
tiempo adopta una posición en ese campo en donde deja caer cuerpo
mente.
La Existenz referida como «dejar caer cuerpo-mente, cuerpo-mente
caído» implica la apertura inftnita del campo donde todas las cosas son en
sí individualmente. 0, dicho de otra manera, la totalidad de las cosas in
dividuales están reunidas para formar un único y mismo mundo. Es el lu
gar que hace a todas las cosas «ser en el mundo». Es donde D6gen vio el
punto de vista de Rey Sanüdhi de los samadhis. Es un punto de vista
donde, tomando prestada una frase de Rinzai, «ser señor dondequiera que
estés es ser verdadero dondequiera que estés». Toda cosa al ser sí misma
en su propio terruño (ser-dhármico) está preservada originalmente por
ese señor en la Existenz del cuerpo-mente caído; se trata de un maestro
que ha ascendido a una autoconciencia establecida en su propio dominio
de vacuidad ilimitada.
Como vimos antes, las cosas en su propio terruño se afirman en una
posición que es su ser-samadhi . En este sentido, que todas las cosas sean
como realmente son en su posición dhármica significa que en el cuerpo
mente caído acaecen bajo el Dharma supremo del Rey Samadhi de los
samadhis. ° podemos decir que esas cosas están sujetas a la ley promul
gada por quien llega a ser señor dondequiera que esté. Todas las cosas son
reunidas en un mundo dominado por la Existenz del Rey Samadhi a tra
vés del ser y el devenir del Dharma esencial e inherente a las cosas y a
través de la realidad coincidente de esas cosas con el Dharma. Todas las
cosas, incluida la humanidad entera y los demás seres sentientes, en la me
dida en que son considerados básicamente en su puro ser en el mundo,
constituyen una unidad del mundo en la vacuidad: una unidad de liber
tad básica e irreductible y de regulación igualmente básica e irreductible.
Libre en el sentido de que cada ser está establecido como lo que es en sí
mismo, y regulado en el sentido de que cada ser es como debería ser se
gún la posición determinada para ello en tanto que vinculado al ser en el
256
mundo. y la realidad que lo hace posible se cumple en la Existenz del
campo de la vacuidad y se actualiza cuando mora en la Existenz señorial
del Rey Samadhi de los samadhis. Del mismo modo, esta Existenz que se
actualiza como naturaleza de todos los fenómenos dhármicos es en sí el
señor de todos los fenómenos. Por esto nos referimos al cuerpo-mente
caído como a un «uno solitario puesto al descubierto en medio de la mi
ríada fenoménica». Aquí se revela el campo en el que un año bisiesto lle
ga cada cuatro años y el gallo canta cada mañana al amanecer.
v
Hemos empleado los términos «orden ontológico» y (<logos» para ca
racterizar la ley o Dharma que por ejemplo se manifiesta en el canto del
gallo al amanecer. Tradicionalmente, el logos ha sido concebido como el
orden racional inherente a la existencia de las cosas y ha sido considera
do por la fliosofia como objeto de cognición de la razón o del intelecto
especulativo. En la modernidad, también ha adquirido el carácter de ley
científica porque ha llegado a ser el objeto del entendimiento discursivo
de la ciencia.
Una y otra vez hemos vuelto al punto en que la mismidad de una co
sa, no importa cuál, nunca puede ser comprendida en el campo de ese
logos. Esto parece contradecir lo que ha sido expuesto respecto a la ver
dadera Existenz como «cuerpo-mente caído». Ahí se consideraba la Exis
tenz como lo que mantiene un sustento colectivo (dlúiral10 de todos los
fenómenos en sus propios terruños, esto es, allí donde son en sí mismos
tal como son en sus naturalezas dhármicas, que podríamos describir tam
bién como el control de todas las cosas en su logos. Con todo, esto no
niega que el logos de la existencia venga a significar algo cualitativamen
te distinto ya se considere desde el punto de vista de la razón o de la Exis
tenz (la Existenz del cuerpo-mente caído) .
Lagos también contiene el significado de «palabra» o «habla» . En el pun
to de vista de la Existenz, viene a significar asunto y palabra (koto) . Ahí,
podemos referirnos al orden racional de la existencia como palabra o ha
bla. Al igual que las promulgaciones de la ley y el orden jurídicos son un
tipo de habla sin voz que muestra a la gente el camino que debería seguir
su vida social, también el orden racional es, bajo el control del Rey Samad
hi de los sarnadhis, el habla sin voz de quien «es señor dondequiera que es
té». El orden racional es, por decirlo así, su predicación del Dharma.
257
Desde luego, aunque hablemos de predicación del Dharma, esto no
quiere decir que por una parte tengamos palabras y por otra al Dharma.
La palabra expresada en la predicación es el mismo Dharma, tal como es.
El Dharma es siempre la misma predicación en y a través de los fenóme
nos que son ese Dharma. De ahí que esta predicación pueda ser deno
minada una predicación sin palabras, una predicación de no-predicación.
Además, puesto que el Dharma no existe aparte de las cosas dhármi
cas podemos decir que en la predicación del Dharma son las cosas las que
predican. Las cosas, al ser tal como son, muestran en sí mismas su propio
dharma. y mientras predican acerca de su propio dharma puede decirse
que las cosas se predican a sí mismas. Por supuesto, podemos decir tam
bién que el Dharma predica acerca de las cosas cuya propia esencia in
trínseca está formada por el Dharma. Estos cuatro aspectos -que el Dhar
ma se predica a sí mismo en los fenómenos; que el Dharma predica acerca
de los fenómenos; que los fenómenos predican acerca del Dharma y que
los fenómenos se predican a sí mismos- se reducen a un único y mismo
asunto (koto) . y el conjunto constituye el significado de la predicación
dhármica.
Pero aquí hay un señor que sin predicarse a sí mismo hace que las co
sas prediquen el Dharma. Y hace a las cosas revelar su propio Dharma
mientras que al mismo tiempo les permite revelarse a sí mismas; hace al
Dharma predicarse a sí mismo así como a las cosas. Después de todo, el
Dharma no es más que el predicar de no-predicar de este señor.
Ahora bien, como hemos dicho, en el modo de ser de las cosas tal co
mo son en sí mismas en la vacuidad, el cómo son las cosas y cómo debe
rían ser es completamente uno y lo mismo. Y en este uno aparece el 10-
gas como asunto y palabra (koto) . Es decir, aparece la naturaleza como
Dharma del ser de esas cosas. El «ser» implica «deber», luego tenemos
aquÍ un carácter de sumisión. Supone la presencia de alguna palabra de
mandato 00 que Heidegger llama Geheiss) . En la naturaleza dhármica de
las cosas que son como deberían ser hay una cualidad de atender de for
ma sumisa. Esta naturaleza dhármica es el imperativo del señor sobre el
cuerpo-mente caído: es su imperativo categórico.
En resumen, aquÍ lagos o koto como orden racional (donde ratio y or
den son tomados en sentido ontológico) indica el modo de ser originario
de las cosas allí donde se manifiestan originariamente (en el campo de
Urstiindigkeit) y, al mismo tiempo, implica que éste es el modo de ser que
258
esas cosas deberían mostrar originariamente. El que las cosas sean de for
ma elemental significa que se expresan a sí mismas; y que al expresarse
ellas mismas dan expresión, al mismo tiempo, al ser que las hace ser, ofre
ciendo testimonio de ello (en el doble sentido de evidenciar y confir
mar) . Esto es lo que significa el modo de ser dhármico para las cosas. Un
aspecto hace referencia a las cosas predicando el Dharma y el otro a las
cosas obedeciendo sus imperativos. Ambos son uno en la naturaleza co
mo Dharma de la existencia.
Puede sonar raro decir que las cosas predican el Dharma o hablar de
logos. Pero todo lo que sabemos del orden racional proviene de las cosas.
Es lo que oímos de ellas. Todo nuestro conocimiento procede de y vuel
ve al lugar donde, en palabras de Bash6, deberíamos:
259
carácter de predicación del Dharma y de obediencia al Dharma, lo que
este dharma atestigua, -o, en otras palabras, lo que le hace predicarse a sí
mismo y obedecerse a sí mismo así como aquello que predica y ordena
ese Dharma- es este yo en el sentido mencionado. Es el yo como no-yo.
De la misma forma que los automóviles y los peatones que se detienen
y marchan de acuerdo con las señales de tráfico confirman las leyes del trá
fico y por ello también al hombre como legislador (la persona jurídica) ,
también el año bisiesto que se da cada cuatro años o el gallo cuyo canto se
escucha al amanecer, al demostrar que todas las cosas son «naturalmente de
acuerdo con el Dharma» también confirman al hombre como legislador.
Es hombre, impersonal y no-yo y, sin embargo, es hombre personal y yo.
En una palabra, en el terruño de la Existenz del cuerpo-mente caído
aparece el sustento colectivo (dharani) de la totalidad del orden racional.
Aquí todas las cosas, mientras son reunidas conjuntamente en el ámbito
de la Existenz, llegan a ser cosas en el mundo. Como dice D6gen: «A me
nos que el propio yo se esfuerze ahora mismo, ni un solo dharma o una
sola cosa puede manifestarse inmediatamente él mismo. . . »56.
Así pues, en el punto de vista de la Existenz, el logos como orden ra
cional de la existencia no es diferente de la naturaleza dhármica del modo
de ser original de las cosas donde cada cosa es tal como es. No es diferente
de las cosas puestas al descubierto como sí mismas. Aquí, el logos es di
rectamente la naturaleza dhármica de las cosas. Es tathata o mismidad en
el sentido en que hemos utilizado antes esos términos, siempre con una
connotación de la veracidad manifiesta de una cosa. El logos es la verda
dera mismidad que, al fmal, es la mismidad del «Así llegado» (Tathagata) .
Como es bien sabido, Heidegger interpretó la verdad como
A.M¡8ew, desocultamiento (Unverborgenheit) en el sentido de un poner al
descubierto o desvelar las cosas tal como son . También puede decirse
que el logos de las cosas en la vacuidad es verdadero en este sentido. Y
en este poner al descubierto las cosas tal como son , la Existenz del cuer
po-mente caído se desvela a sí misma directamente como el «uno soli
tario puesto al descubierto en medio de la miríada de fenómenos» . Es
decir, ahí es donde está la verdad absoluta. Ahí es donde se encuentra la
verdad absoluta.
El logos adquiere su pleno sentido principalmente en el fundamento
de esa Existenz. y desde su punto primario el logos de la razón especu
lativa o del entendimiento discursivo se desarrolla en las dimensiones de
260
la razón o el entendimiento. En la medida en que sólo es considerado
desde esas dimensiones, el lagos ya no es una revelación de las cosas tal
como son. Para llegar a ser esa revelación el lagos que se ha desarrollado
de ese modo debe ser devuelto a su punto primordial, al fundamento de
la Existenz vacía que se revela como el campo de sünyata mismo.
De esta manera, cosas como encontrarse en un año bisiesto cada cua
tro años u oír al gallo cantar al amanecer significan que un campo como
la Existenz asume (en su naturaleza dhármica) un dharanl sobre todos los
fenómenos dentro de este mundo de transitoriedad. Significa que un
campo de Existenz comprende su propio terruño, donde es un yo que es
no-yo, donde cada cosa tal como es está en su propio terruño. En este
caso, la Existenz del cuerpo-mente caído también significa ser verdade
ramente en el tiempo o, mejor dicho, existir verdaderamente como tiem
po. Esta Existenz como nacimiento-en-el no-nacimiento está sin fondo
en el tiempo o es como tiempo que ha llegado sin fondo a la plenitud
del tiempo. Repitiendo lo que dij imos antes: es tiempo en el sentido del
«tiempo que no es tiempo, luego es tiempo» . En la Existenz a la que nos
estamos refiriendo el ser es uno con la verdad (ser desvelado) del tiempo,
llegando así a ser manifiesto. Es una Existenz viva en el mundo donde:
261
-
San Agustín se preguntó qué hacía Dios antes de crear el mundo y
respondió que el tiempo fue creado por Dios j unto con el mundo. En un
sentido similar, el «antes del nacimiento de los padres» es anterior al tiem
po mismo, es el principio del origen del tiempo. Y este principio reside
directamente debajo del cuerpo-mente caído. También es anterior a to
do antes temporal (todos los principios inmanentes temporalmente) . El
principio del tiempo mismo es anterior a todos los pasados posibles. Y es
asimismo posterior a todos los futuros posibles. Los hechos pasados, no
importa lo pasados que sean, y los hechos futuros, no importa lo futuros
que sean, se comprenden conjuntamente en el fundamento originario
del tiempo; sólo como tales vienen a ser uno y todos. Puede decirse que
todos los diversos hechos posibles del pasado y el futuro se mantienen
originariamente en dharaiÜ, en el tiempo que llega a la plenitud del tiem
po desde su principio.
Antes, al hablar de la idea de la transmigración caracterizamos la esen
cia del nacimiento-y-muerte como una finitud infinita. Desde el punto
de vista del sarpsara-en-el nirvaIJa, esta finitud infinita no está apartada
del fundamento de la Existenz del cuerpo-mente caído, para que esta
Existenz sea liberada del sarpsara en medio de la existencia samsárica. To
ma su posición de nacimiento-y-muerte porque en un tiempo dado se si
túa continuamente en el principio, donde ese tiempo llega a la plenitud
del tiempo, es decir, el principio del tiempo mismo.
Al tratar la frase inicial de la Sütra del Corazón -«En el tiempo en que
el Bodillsattva Avalokitesvara se comprometió a la práctica en profundidad
del prajñaparamita»- se observó que la «práctica» y el «tiempo» aludidos son
asuntos de esta Existenz. Esta Existenz es la Existenz del yo en el sentido
de que todas las cosas «avanzan hacia el yo, practican el yo y lo confirman».
Es la Existenz del yo que vive en el mundo como tiempo desde el princi
pio, donde el tiempo llega a la plenitud del tiempo y donde el mundo
mundea. La Existenz en este sentido no difiere del tiempo esencial.
Sucede lo mismo con la práctica. Ya hemos citado a D6gen con el
propósito de mostrar que la práctica del zen consiste en desprenderse del
cuerpo-mente. El fundamento de la Existenz del cuerpo-mente es el pun
to en el cual el mundo mundea, allí donde todas las cosas son tal como
son. Es el punto donde el yo es confirmado por todas las cosas (dharmas) ;
donde, como dice D6gen, los budas y los patriarcas han «mantenido esa
observancia basada en el sentarse adecuadamente en zazen en el samadill
262
autorregocijante». Puede servir a nuestros propósitos repetir un pasaje de
D6gen ya citado:
263
L
¿Qué hay acerca del movimiento de las propias manos y pies, o del comer y
beber? ¿Qué del movimiento de las nubes, el curso de los ríos, la caída de las ho
jas y las flores desparramadas por el viento? Tan pronto como se intenta impri
mirles una Forma, aunque sea leve, el resultado está obligado a ser el mismo que
en la fabula de Chuang-tsu sobre el Caos: al sacar el Caos y poner un globo ocu
lar en su lugar, el Caos murió .
264
sión de D6gen «cuerpo-mente caído» justamente como señal de esa exis
tencia extática como vacuidad. Esa existencia es un punto de vista de li
bertad absoluta, por medio de ella todo lo que es en el mundo de la tran
sitoriedad en su naturaleza dhármica es sustentado (dhararu) y utilizado
para su propio regocijo. De ahí que cuando el yo como cuerpo-mente
nace, su nacimiento es un no-nacimiento y cuando muere, su muerte es
una no-muerte.
Esto no es diferente del tiempo que llega a la plenitud del tiempo des
de antes del tiempo, desde el comienzo del tiempo mismo. Sin embargo,
aún queda abierta la cuestión de cómo es posible que lo que llamamos
historia se explique como resultado de esta clase de tiempo. É ste es el
problema de la historicidad del tiempo. No importa como se sitúen las
cosas en relación al punto de vista del cuerpo-mente caído, la historia hu
mana es un mundo de seres humanos que no se han desprendido de su
cuerpo-mente y deambulan continuamente en la ilusión, ignorantes del
verdadero camino. Los hombres pueden ser salvados a través de la reli
gión pero esto es un asunto individual . Las sociedades humanas vienen y
van en la historia indiferentes a la salvación de los individuos. Por tanto,
necesitamos preguntar concretamente si el punto de vista budista de sün
yata no es transhistórico y por ello también ahistórico. Así es como es
concebido por lo general. En las doctrinas budistas no se ha desarrollado
una conciencia histórica tal como se entiende comúnmente. Sólo cabía
esperar que durante el desarrollo del budismo Mahayana se cuestionara el
problema de la historia desde el punto de vista del sarnsara-en-el nirvalJa
y en concreto en su discusión acerca de la budeidad. Pero éste no ha si
do el caso. ¿En qué estriba la causa? Ciertamente el hecho de que sea un
tema de actualidad nos llevaría a remontarnos a las causas de esta ausen
cia, pero no es una tarea en la que podamos embarcarnos aquí. En vez de
eso plantearé las diversas visiones básicas de la historia que han aparecido
en Occidente y si éstas agotan en efecto las maneras posibles de exami
nar la historia o si el punto de vista de sünyata aquí expuesto puede apor
tar alguna.
VI
Arnold Toynbee, en su libro La aproximación de /111 historiador a la reli
gión59, alega razones en contra de la opinión de que la distancia entre el
liberalismo y el comunismo representa el máximo vacío cultural de nues-
265
tra época. Ya que la oposición entre ellos es sumamente visible en nues
tros días, no puede considerarse como fundamentalmente determinante
del curso futuro de la humanidad. Si revisamos las fuentes de esos dos
movimientos, continúa Toynbee, vemos que ambos pertenecen al mismo
grupo de ideologías religiosas procedentes de las tradiciones judaicas oc
cidentales. (Los términos <0udaicas occidentales» son empleados aquí pa
ra comprender un amplio abanico de ideologías, incluidas el cristianismo,
el islam y el judaísmo.) La confrontación que basta para determinar los
problemas de la humanidad en su conjunto, afirma Toynbee, tiene que
ser situada en la distancia existente entre el pensamiento budista y el pen
samiento judaico occidental. (Aquí «budista» no incluye únicamente a las
tradiciones Mahayana e Hinayana, sino también a la filosofía india pre
budista y al hinduismo postbudista.) La distancia entre estos dos modos
de pensamiento conforma también el fundamento de cada forma de opo
sición económica y cultural. Este distanciamiento, aunque de forma in
mediata no sea tan obvio como la oposición entre comunismo y libe
ralismo, es de la máxima importancia para el futuro de toda la
humanidad. Según Toynbee para la historia futura del mundo ésta es la
auténtica cuestión.
En opinión de Toynbee, el pensamiento budista presenta dos rasgos
característicos. El primero sostiene que los movimientos de la naturaleza
y el cosmos son cíclicos. Y el segundo que aquello que rige el cosmos y
el mundo del hombre es concebido como un orden impersonal (Dhar
ma) . Ésta es la concepción que determina la visión de la naturaleza y la
historia halladas en el pensamiento budista. Por el contrario, de acuerdo
con la visión de la historia del pensamiento j udaico occidental, el tiem
po histórico es lineal y todo el proceso está gobernado por un ser perso
nal. La historia está caracterizada básicamente como algo que puede ser
determinado y que puede cobrar significado gracias al intelecto y la vo
luntad.
Aquí el modo de pensar budista tiene una ventaja peculiar frente al
modo occidental: contiene la posibilidad de ir más allá del egocentrismo
innato no sólo al hombre sino a todas las cosas vivas. Pensar en los ritmos
del cosmos como cíclicos o considerar que el cosmos y el mundo huma
no quedan bajo el control de un orden impersonal equivale a examinar
las cosas desde lo concreto de cada cosa individual. Toynbee interpreta es
to como un punto de vista en el que lo individual es. de una forma u
266
L
otra, disuelto en lo universal. y así es como logra superar el egocentris
mo. Pero, en cambio, a esta visión de la historia se le priva de su signifi
cado. Para un mundo donde todo se reduce al punto de vista de lo uni
versal no puede ocurrir nada esencialmente nuevo. Las mismas cosas se
van repitiendo en el movimiento cíclico de las mismas entidades univer
sales.
Por otra parte, en el modo de pensar j udaico occidental se toma la his
toria del mundo como algo parecido a los ritmos de la vida individual.
Igual que un drama, tiene su principio, se desarrolla de acuerdo con cier
to argumento y toca a su fin. En su transcurso se suceden todo tipo de
crisis dramáticas y altibajos pero a la larga el argumento siempre llega a
un final. Cuando la historia es concebida en términos de un drama así o
como una carrera individual, el factor que la controla es la voluntad. En
esta óptica lo divino mismo es concebido como un Dios personal cuya
voluntad rige toda la historia. y lo mismo hace cada persona individual
que se mueve en el drama del mundo por medio de la voluntad y de otras
diversas fuerzas personales. Aquí se concibe a la historia como algo que
contiene su significado en su interior.
Pero, sin embargo, desde este punto de vista, el egocentrismo difun
de su sombra sobre todas las cosas. Todo intento de eludirlo es vano. Una
ej emplificación extraordinariamente clara de esto es el modo en que la
religión de Israel está estrechamente vinculada a la conciencia de consti
tuir una elección divina. Por supuesto, en la religión del pueblo de Israel,
el egocentrismo del hombre como quien se antepone a Dios es rechaza
do como pecado. Pero el hombre que ha desechado su egocentrismo an
te Dios, obedeciéndole incondicionalmente y siguiendo su voluntad su
misamente, acto seguido recobra la conciencia de ser el pueblo elegido
en relación con los demás hombres. En suma, el egocentrismo aparece
una vez más sólo en este momento y en un plano más elevado como la
voluntad del yo respaldada por la voluntad de Dios. A pesar de que esta
concepci6n de la voluntad permite proveer al mundo de sentido nunca
supera su egocentrismo inicial.
É sta es, a grandes rasgos, la tesis de Toynbee. y en mi opinión toca lo
esencial del asunto. La historia está esencialmente relacionada con el he
cho de que el yo aquí descrito como centrado en sí llega a actuar desde
su interior en cierto sentido como una personalidad. Esto sucede en for
ma de contraste con el mundo de la naturaleza. De ese modo, ¿qué cla-
267
se de signifIcación posee la historia cuando se considera desde el punto
de vista de la religión?
El egocentrismo humano es una fijación permanente en las religiones
de Occidente. Una vez negado reaparece a la manera del pueblo elegido
de Dios. Bajo el concepto de una elección divina se oculta la proyección
directa sobre Dios del deseo del pueblo de Israel de que Dios sea severo
en sus juicios con los demás pueblos. La petición inconsciente del yo de
condenar a los otros pueblos se proyecta en Dios. Dicho crudamente, aquÍ
hay un resentimiento que llega en la forma de un egocentrismo que pa
sa por Dios para así llegar a ser religioso. El completo abandono de sí y
la humildad incondicional (Demut total) hacia Dios da la vuelta a su pro
pio acuerdo y se coloca como la piedra de toque de una superioridad
compleja frente a los demás hombres, y eso sólo al nivel prereflexivo y
prevoluntario al que se refiere esa profunda psicología.
Sea como fuere, no podemos sino tener la sensación de que a pesar de
una abnegación religiosa del yo, las raíces de este punto de vista egocén
trico continúan profundamente inalterables. En ese punto entra en jue
go una reacción inconsciente que vuelve esta abnegación en egocentris
mo disfrazado inconscientemente. Este punto ha sufrido el más duro de
los ataques de un gran número de críticos modernos del cristianismo, en
particular, Feuerbach y Nietzsche.
La posibilidad de que una inversión así permanezca incontestable de
ja intactas las raíces del egocentrismo como una fuerza inconsciente y
apunta a una cierta falta de transparencia en la propia iluminación, que es
la quintaesencia del yo del hombre. El yo permanece opaco y ya no es
penetrado hasta su centro. En terminología budista, el yo todavía lleva in
tacto el avidyá básico (la oscuridad de la ignorancia) como su raíz. Por
tanto, si es cierto que la historia sólo puede ser dotada de un significado
desde el punto de vista del yo o de lo que llamamos subjetividad, el cual
a pesar de su nombre de personalidad no puede evitar ser egocéntrico,
también la historia sería esencialmente un mundo de existencia cargada
de avidyá y por eso estaría además ligada a la posición del karma y a sus
frutos. En realidad, esta situación acompaña constantemente a la historia,
la sigue a todas partes como una sombra.
Por el contrario, se sostiene generalmente que la historicidad tiende a
diluirse cuando se orienta hacia una negación radical de la centralidad del
yo a través del proceso de la disolución de lo individual y de lo personal
268
en lo universal y en lo impersonal. É sta ha sido durante mucho tiempo
la visión convencional de Occidente. Como hemos visto antes, incluso
un historiador tan eminente como Toynbee es de esta opinión. Esta opi
nión nos envolvería en un dilema que complicaría a la religión y la his
toria. Pero ¿es ésta realmente la cuestión?
En primer lugar, la interpretación del budismo por parte de Toynbee
que acabamos de explicar y en concreto su interpretación del budismo
Mahayana es discutible. Parece asumir que la concepción del tiempo en
el budismo Mahayana es meramente cíclica y que todas las cosas están re
gidas por un Dharma impersonal y de este modo introduce una ambi
güedad en el significado de la historia o bien una ausencia de conciencia
histórica. Examinado desde la idea occidental de la historia puede ser és·
ta la manera en que aparece, pero las cosas no son tan simples. Aquí, por
fin topamos con el problema decisivo.
Con respecto a la denominada naturaleza cíclica del tiempo, todas las
religiones que pueden ser caracterizadas en términos de mythos compar
ten la visión en común de que el tiempo es recurrente y ahistórico. Aun
dentro de la misma fuosofia, donde se supone que la liberación de los
modos de vida y pensamiento míticos representa su rasgo característico
(tema antes mencionado en referencia al carácter de la fuosofia de la an
tigua Grecia), existen numerosos ejemplos de la consideración cíclica del
tiempo. Esta idea del tiempo es lo bastante adecuada si examinamos el
universo o todas las cosas del universo desde el punto de vista de la na
turale-za. En el mundo de la naturaleza, las cuatro estaciones se siguen una
a otra periódicamente y los bloques de tiempo que llamamos meses y
años continú:m la recurrencia. El tiempo de la naturaleza, incluido el
tiempo astronómico, siempre regresa a su punto de partida, una vez tras
otra, siguiendo el mismo recorrido.
Puede pensarse la vida del hombre de manera similar de acuerdo con
este tiempo cíclico, incluso sus contenidos. Por ej emplo en el Japón an
tiguo, durante la cosecha del nuevo arroz, el vino recién obtenido era
ofrecido en el palacio real a las deidades del cielo y la tierra. En la cele
bración, el emperador y sus subordinados bebían el vino todos juntos. Se
cuenta que en la antigüedad esta ceremonia de acción de gracias tenía lu
gar cada año. Probablemente se llevaba a cabo por la firme convicción
de que este vino poseía una cualidad de maná. Cuando un hombre be
bía vino hecho del nuevo arroz, la fuerza espiritual inherente al arroz
269
confería nuevas garantías a su vida y una seguridad nueva a su existencia.
El arroz está también vinculado a la fuerza generativa latente en la tie
rra nativa. Esta fuerza de la tierra funciona para sostener la existencia del
hombre. A causa de que el emperador y sus súbditos bebían el mismo vi
no, las relaciones entre el gobernador y los gobernados que posibilitaban
la cohesión política y constituían el estado eran también renovadas. Es
más, todo esto está basado en una relación entre el hombre y los dioses.
En otras palabras, las relaciones entre el hombre y los dioses, los dioses y
la tierra, el hombre y la tierra, el hombre y el hombre forman un todo,
un vínculo social y políticamente unificador, cuya integridad se renueva
una vez al año. Con esta finalidad se mantiene sin falta una fiesta anual
en una fecha establecida. Si no se observara, la vida de todo el año si
guiente no podría continuar con una base sólida. Al observar la festividad
se garantizaba y regeneraba la vida durante el año que iba a tener lugar y
hasta que llegase la siguiente fiesta, la existencia del hombre, la existencia
y el nexo sociopolítico del estado, la producción de arroz y otras activi
dades económicas de todo el año. Puesto que todo envejece después de
que un año haya transcurrido, debe ser regenerado de nuevo al final del
ciclo anual. El nexo total debe volver a ponerse en orden y solidificarse
por medio de la misma fuerza vital concedida por los mismos ritos festi
vos. Esto es lo que quiere decir que la vida es cíclica.
Aquí, el carácter de la historia en su sentido original no se muestra
claramente. El mundo natural y el humano se mueven al mismo paso se
gún un acuerdo definido. La vida humana en sus diversas fases tiene sus
propias convenciones y marcha de acuerdo con sus normas. Las conven
ciones que han venido a formar parte de la vida cotidiana, mientras man
tienen sus bases en la religión, han estado con nosotros desde el princi
pio de la historia o, como el ej emplo expuesto, desde los inicios de la
constitución del estado. En otros palabras, la historia es concebible sólo
en términos de la repetición de algo recurrente. Cada desviación de es
te recorrido es condenada como pecado o profanación. Maldad y peca
do en sentido ético-religioso significan apartarse de las normas de la vi
da, esto es, del molde que ha estado vigente desde los comienzos de la
historia. Para decirlo de forma sencilla, las religiones que se basan en el
mito producen tal concepción. Al mismo tiempo, pienso que e digno
de destacar que, en el mito japonés del nacimiento de la nación, los prin
cipios de constitución del estado están asentados en un hecho de-una-
270
vez-por-todas, no recurrente: el descenso a la tierra del nieto de la dei
dad del sol.
En múltiples aspectos, afirmar que la conciencia histórica se ha origi
nado con el pueblo judío contiene serios problemas. La conciencia his
tórica ha visto desde entonces extraordinarios desarrollos en Occidente.
En concreto, en la modernidad, la misma vida humana va tomando for
ma gradualmente a través de la conciencia histórica del hombre. Pero
¿qué implica este desarrollo?
Sin duda, también en el cristianismo como en el Japón antiguo, la rec
titud era considerada como una vida en la obediencia al esquema de las
cosas ordenado divinamente. Pero en las enseñanzas cristianas el hombre
es visto como quien se ha rebelado contra la voluntad de Dios y ha roto
el orden divino. El pecado se convierte en el factor más esencial de la vi
sión cristiana del hombre en la historia. En el concepto de pecado origi
nal, la conciencia del hombre del pecado, es decir, de su separación de
Dios, está íntimamente ligada a la conciencia del hombre de su existen
cia como ser autónomo e independiente. La implicación de la concien
cia del pecado es conocida C0ll10 parte de la conciencia subjetiva de la
existencia del hombre.
Y, al mismo tiempo, la conciencia de la libertad que está ausente del
punto de vista de la recurrencia cíclica hallada en las religiones núticas ha
aparecido en el cristianismo a la vez que la conciencia del ser sí mismo
individual. También podemos decir que sólo aquí el tiempo ha dejado de
ser recurrente, por lo que cada paso de la vida humana llega a ser parte
de un drama y cada instante del tiempo llega a ser algo nuevo y creativo
fuera del cual pueden emerger nuevas cosas.
En una palabra, la conciencia de la propia existencia en el hombre ha
surgido en relación a tres factores: la conciencia del pecado original, la
conciencia de la libertad, y la conciencia de la naturaleza única (Eillma
/igkeit) del tiempo. La conciencia de la historia está vinculada aquí a una
conciencia de la existencia egocéntrica. Y puesto que la salvación es con
siderada como un hecho histórico a través del cual este modo de ser ego
céntrico hallado en el pecado original se conquista mediante una recon
ciliación con Dios, la religión es en definitiva constituida con la libertad
humana y la historicidad como sus fundamentos y el pecado original co
mo su piedra de toque. Este tipo de religión descansa sobre un punto de
vista fundado más profundamente que el mito. Por esa razón, cuando se-
271
guimos la historia, nos encontramos inevitablemente un punto de vista
vinculado con el problema de la autoconciencia del hombre y, j unto con
él, el problema del pecado, la libertad y la historicidad del tiempo. Este
punto de vista recorre como una sola amenaza todo el cristianismo y su
precursor, la religión de los profetas hebreos.
¿Qué clase de problema implica esta situación para la cristiandad? No
puedo entrar aquí en una consideración detallada del tema; al respecto,
no puedo más que mencionar nuestra preocupación actual, el problema
de la historicidad desde la perspectiva de sünyata. Dentro de esos límites,
me parece que los puntos problemáticos contenidos en el cristianismo es
tán relacionados con los tres factores antes referidos como implícitos en
la conciencia cristiana de la propia existencia del hombre: la conciencia
de pecado, la conciencia de libertad y la conciencia de la naturaleza úni
ca del tiempo.
El primer punto en cuestión tiene que ver con el carácter egocéntri
co que aparece en la autoconciencia del hombre religioso. Como plantea
mos antes, en el cristianismo, donde los comienzos de la historia son pen
sados como involucrados con el pecado, por una parte, el nacimiento y
desarrollo de la historia, y por otra, la existencia del hombre centrada en
el yo, están esencialmente vinculadas una con otra. (En este aspecto, Kant
ha observado que el mal fue tomado como el origen de la historia .) Ade
más, la conquista de esta existencia, es decir, la salvación producida a tra
vés de la expiación del pecado original y la reconciliación con Dios, es
asumida como un evento histórico, preparado por el curso de la historia
de acuerdo con un plan divino. La encarnación del Hijo de Dios en Je
sucristo y la expiación del pecado a través de su muerte en la cruz son
considerados como lo que ha posibilitado el plano de la salvación del
hombre en la historia, esto es, han revelado el agapé de Dios en la histo
ria; el énfasis recae aquí en la facticidad histórica. El agapé de Dios es re
velado en la historia: proviene de parte de Dios y va hacia el ser huma
no egocéntrico que lleva el peso del pecado original. El arrepentinuento
y la fe por parte del hombre están relacionados con esta revelación histó
rica, esto es, con Jesucristo como una realidad histórica actual.
Ahora bien, la concepción religiosa que surge así lleva un carácter de
absolutidad exclusiva que no deja espacio para una relación con las demás
religiones. La facticidad histórica de cualquier Jactll/l1 o actualidad es ab
solutamente inconmensurable como tal, pues se acentúa el carácter de
272
•
273
muestran una lectura literal del eschaton del hecho histórico, sucum
biendo al pánico ante la inminencia del fin del mundo. Hoy en día, no
pensamos que sea posible tomar literalmente la idea de un final de la his
toria como algo inmanente a la historia misma. La teología contemporá
nea toma la escatología lo bastante seriamente como para que puede re
sultar posible una interpretación existencial. Pero incluso en ese caso,
todavía sería dificil pensar el es chato n como algo inherente al hecho his
tórico.
Para resumir, en el cristianismo fue asumida la historicidad del tiem
po único y fue descartado el tiempo recurrente de las religiones míticas.
Junto a esto, la escatología mítica se convirtió en una escatología históri
ca. El eschaton entonces vino a ser considerado como aquello que lleva
a término, en la dimensión del hecho histórico y como un aconteci
miento histórico irrepetible, la totalidad de la historia anterior de la hu
manidad. De esta manera podría hacerse de toda la historia anterior una
prehistoria, como en el caso incluso de pensadores modernos como Marx
y Nietzsche, o como el «tiempo intermedio» del que hablan los teólogos
cristianos.
Aunque adnlitiría que el establecimiento de la conciencia histórica fue
un acontecimiento que hizo época, todavía me parece problemática esta
conciencia por estar entrelazada con esa clase de escatología y esa repre
sentación del fin de la historia. (Todo esto está ligado a la visión cristia
na de los orígenes de la historia en el pecado original, un asunto que ten
dremos la ocasión de tratar más tarde.)
Después del establecimiento de la conciencia histórica moderna y de
la constitución de la historia como una ciencia, la escatología ha dejado,
por lo general, de figurar en la visión de la historia de quienes hacen del
hecho histórico el tema de su estudio. En la dimensión del hecho histó
rico inmanente es sencillamente impensable que aparezca un eschaton en
la historia desde fuera. En esa dimensión, es totalmente posible concebir
alguna orientación o algún propósito inmanente a la historia, aunque no
como algo que va hacia un fin. Una de las expresiones más simplistas de
esto se ve en la idea de progreso característica de la Ilustración diecio
chesca.
La noción idealista del avance progresivo y ascendente de la humani
dad en la historia permanece diametralmente opuesta a la visión escato
lógica de la historia. Sin embargo, incluso esta concepción unilateral con-
274
tiene en ella un elemento innegable de conciencia histórica. Según la
idea de un último día en el que todo será sometido al juicio divino, el
mundo histórico revela su aspecto de progreso incesante a través del des
pliegue de novísimos desarrollos. Aún en nuestros días, quienes adoptan
una posición flrme en la idea de progreso lo hacen fundamentalmente
desde esa visión de la historia.
En términos de su génesis, esta visión de la historia apareció como
confrontada a la fe cristiana y a su intolerancia. Esta visión de la historia
está basada en la confianza en la razón humana. Este énfasis en la razón
se puso en marcha en medio de conflictos sangrientos dentro del mundo
cristiano, por la voluntad de hallar un punto de vista común al margen
de la fe dogmática. De ahí que este punto de vista racional naciera de un
espíritu de tolerancia. Por una parte, se dirigió hacia los resultados del deís
mo con la intención de reinterpretar las doctrinas cristianas desde una
óptica racional. Más tarde, se desarrolló en las perspectivas de la filosoua
de la religión y de la ciencia de la religión, esta última dividida en psico
logía, sociología, antropología, historia (como historia de las religiones),
y así sucesivamente, penetrada y gobernada totalmente por una actitud de
tolerancia religiosa. Por otra parte, el punto de vista racional se desarro
lló en dirección a una aproximación científica a la historia y a la sociedad
en la que la tendencia dominante era criticar la religión u oponerse abier
tamente a ella. La visión de la historia como progreso, en general, seguía
esta última orientación.
Todo esto tiene algo que ver con la tercera problemática, que apunta
a un aspecto relacionado con la autoconciencia humana subjetiva y que
no puede agotarse meramente en términos del pecado original: me re
fiero al hecho de que el punto de vista racional y la demanda de racio
nalidad en los dominios del conocimiento y la praxis están implicados en
esta autoconciencia. A nivel fundamental, este punto de vista de la razón
se reduce a la libertad del hombre como ser racional. La libertad huma
na contiene en su base no sólo el aspecto del pecado en la relación del
hombre con Dios, sino también el de la relación del hombre consigo mis
mo, que puede ser vista como razón. En eso se oc u lta al mismo tiempo
la discordia entre fe y razón y entre tolerancia e intolerancia, de la que el
cristianismo nunca ha estado libre en el curso de toda su historia.
Por supuesto, no podemos pensar la historia sólo como un progreso
de la razón humana. Es significativo, por ejemplo, que un historiador
275
contemporáneo como Butterfield trate la noción de (� uicio» no como
dogma de fe sino como una categoría a través de la cual elucidar la his
tordo. Además, la aparición de cosas como el nihilismo de Nietzsche,
con su declaración de que «Dios ha muerto», significa que las nociones
cristianas de escatología y juicio divino han perdido su poder para dar una
dirección al espíritu humano. Al mismo tiempo se dirige críticamente
contra el «asesino de Dios» con su idea superficial de racionalismo opti
mista. El nihilismo de Nietzsche se convierte en un escepticismo radical,
una espada de doble fuo contra dichos puntos de vista conflictivos. La
idea de progreso, por tanto, no puede ser más la única categoría a través
de la cual elucidar la historia. Pero, aun así, el problema de la conciencia
histórica moderna que toma forma en torno a la idea de progreso apenas
puede ser solventado meramente por el hecho de volver a una visión
escatológica de la historia.
En esta sección he intentado averiguar por una parte qué problemas
están implicados en el acontecimiento simultáneo de la conciencia del
hombre de su existencia subj etiva en las religiones que Toynbee denomi
na j udaicas occidentales: en concreto en el cristianismo; por otra, los pro
blemas contenidos en la historicidad en su doble sentido de conciencia
histórica y de la historia que llega a ser consciente de sí misma. Los tres
problemas que hemos tratado están relacionados básicamente unos con
otros y si los seguimos, llegamos a la noción de una personalidad divina
y por eso, también, una personalidad humana61 •
VII
A pesar de que las visiones cristiana e ilustrada de la historia represen
tan puntos de vista diametralmente opuestos, ambas coinciden en reco
nocer un significado en la historia. El cristianismo, desde su concepción
teocéntrica de la fe, considera que la providencia divina opera en la his
toria; la Ilustración, desde su concepción antropocéntrica de la razón, si
túa el telos de la historia en la racionalización consumada de la vida hu
mana. En contraposición a ambas, la visión del mundo del nihilismo
moderno vuelve a un abismo en el que al final no sólo la historia sino
también todo los procesos del mundo se transforman en sinsentido. Esta
situación abisal significa una trascendencia extática del ser en el mundo
humano y es la estructura de la existencia autoconsciente del hombre en
sus situaciones límite.
276
El punto de vista del eterno retorno como una revelación de la vo
luntad de poder de Nietzsche supone un giro completo a este nihilismo.
Este eterno retorno es diferente de la forma cíclica de los procesos del
mundo hallada en las religiones miticas, por el hecho de que el eterno re
torno incluye la totalidad de los procesos considerados como nuevas crea
ciones de la historia. De acuerdo con esto, no puede ser caracterizado
simplemente como ahistórico. Históricamente el nihilismo ha surgido de
las profundidades de la historia occidental en la forma de autorreflexión
intransigente. Por eso, el giro que dio el nihilismo a partir de la «volun
tad de poder» se vio vinculado con el problema de la historia. Pero en la
medida en que la voluntad de poder se reduce a la perspectiva del eter
no retorno, también el significado que da a la historia en su fundamento
último, es decir, en el ámbito de la trascendencia extática, está basado só
lo en un polo negativo.
Sin embargo, no debemos pasar por alto e! polo positivo del pensa
miento de Nietzsche. Desde la perspectiva de la voluntad de poder, todo
significado histórico, que había perdido su significado a causa de la nihi
lidad, fue provisionalmente restaurado en un modo afirmativo junto a to
dos los significados del mundo como el resultado de la fundación de va
lores que la voluntad de poder había intentado. El punto de vista de la
voluntad de poder y de! eterno retorno es un punto de vista de la gran
afirmación, que no podía sino aparecer después de una gran negación
nihilista. Todos los significados de la historia en su sentido habitual (co
mo históricamente inmanente) -incluso aquellos significados que la ra
zón humana confiere a la historia al hacer de sí rnisma un principio de
significado- perdieron su sentido por causa de la nihilidad y luego lo re
cuperaron una vez más cuando la voluntad de poder, como trascenden
cia extática, los transformó en su propia perspectiva. Pero si la voluntad
de poder, como e! fundamento extático en el que esos significados son
restablecidos, sólo se revela en el ámbito del eterno retorno del mismo
mundo temporal, finalmente e! restablecimiento de la historia no puede
ser completo. Mientras no pueda llevarse hasta las últimas consecuencias
la visión de que algo absolutamente nuevo está siendo creado en el tiem
po, la historia queda privada de su verdadero significado.
En este punto, la visión de Nietzsche del eterno retorno conlleva un
problema que es justo el opuesto del que encontramos en la escatología
cristiana. Como hemos visto, e! cristianismo rompió el carácter cíclico
277
del tiempo nútico y confirió historicidad al tiempo. Pero a la vez tam
bién suplió el final nútico del tiempo con la historicidad, de manera que
se esperaba que el eschaton descendiera desde una dimensión transhistórica
y apareciera en la dimensión histórica del acontecimiento único e irrepe
tible de la segunda venida de Cristo y el juicio final: un acontecimiento
histórico que llevaría toda la historia a su final. Así, la historicidad de la
historia era llevada a su cumplimiento por medio de la historicidad de
la escatología, de manera que se escribía un periodo final para la historia
real misma. En el pensamiento de Nietzsche del eterno retorno no hay
un tal final y la historia actual es empujada en dirección a un fin inma
nente (denominado, desde el punto de vista del presente, el «superhom
bre») . Al ser el eterno retorno un fundamento último extático (y en este
sentido transhistórico), la historia no está predestinada a un fin súbito y
tiene asegurada su infinitud con el único precio de no poder rehabilitar
plenamente su historicidad.
Por lo tanto, la pregunta decisiva viene a ser ésta: ¿Cómo puede lo que
llamamos historia llevar su historicidad hasta sus últimas raíces transhistó
ricas, sin acabar como historia en manos de lo transhistórico? En otros
términos: ¿Cómo es posible para la historia llegar a ser radicalmente his
tórica en virtud de que su historicidad sea llevada a cabo a través de un
fundamento transhistórico? Creo que la pregunta nos conduce inevita
blemente a la relación entre la historia y la perspectiva de sünyata. Que
da por ver de qué manera.
El problema de la escatología no tiene nada que ver con un final de la
historia en el sentido de un cataclismo por el cual la tierra se enfriara y
la humanidad quedara aniquilada. Más bien tiene que ver con la pregun
ta de la dimensión transhistórica que se despierta a través de la concien
cia de la existencia histórica. É ste es el problema del fin de la historia en
un sentido religioso. En concreto, encontramos en el cristianismo la afir
mación de que el camino de salvación para el hombre fue transmitido a
la historia desde una dimensión transhistórica en el acontecimiento his
tórico de la encarnación de Cristo. La encarnación es el inicio del es
chaton, por así decirlo, que será llevado a su cumplimiento a través del
acontecimiento histórico futuro de la segunda venida de Cristo.
Ahora bien, la noción del fin de la historia corresponde a la del co
mienzo de la historia; pue si tiene un final debe tener también un co
mienzo. Dicho comienzo es la caída de Adán. La encarnación de Cri to
278
tuvo lugar para traer la salvación al hombre que vivía en estado de peca
do desde la caída, esto es, para anunciar un fin a la historia que había em
pezado con Adán. La historia se inicia con el pecado de Adán y termina
con la segunda venida de Cristo. O podemos decir que en su comienzo
se halla el castigo de Dios y en su término el juicio final. Puesto que la
caída, la encarnación y la segunda venida son acontecimientos históricos
irrepetibles, considerados dentro de la historia, la religión está situada esen
cialmente en el ámbito de la historia; y, a la inversa, la historia está situa
da en el ámbito de la religión. La historia de la salvación y la historia del
juicio como tales son religión .
No obstante, la representación del fin de la historia resulta un proble
ma extraño a la conciencia histórica moderna. En ese punto, la escatolo
gía cae de nuevo en la idea del fin del mundo de las religiones núticas.
Aquí vemos una regresión a la dimensión donde, por ejemplo, las perso
nas conciben el enfriamiento del planeta como un destino impuesto por
la voluntad de la naturaleza o ven el castigo de Dios en las catástrofes na
turales como las inundaciones y los terremotos. Pero, la conciencia his
tórica moderna, tal como se expresa en la historia como ciencia o rama
de estudio, surge en el punto en que el eschaton dej a de tener relevan
cia, allí donde la conciencia histórica se compromete con la razón. Pue
de decirse lo mismo tanto del principio de la historia como de su fmal,
pues según esto ya nadie en el mundo contemporáneo cree que la histo
ria de la humanidad empiece literalmente con la caída de Adán.
El hecho de que la historia tiene un principio y un final debe ser ne
gado terminantemente desde el punto de vista de la conciencia histórica.
y esta visión inmanente, la visión que se desarrolla en la ciencia de la his
toria, no es menos esencial ni indispensable para la historia que la visión
transhistórica que se despliega en una concepción religiosa de la historia.
Por tanto, la idea del principio y el fin de la historia que recorre toda la
tradición de las enseüanzas cristianas choca con este punto de vista y de
ja abierto un problema. Se trata de comprender el significado de unas no
ciones, cuyo contexto de interpretación en el cristianismo tradicional to
davía permanece confinado al marco de la antigua mitología.
¿Cómo han llegado las cosas a ese punto? La respuesta se orienta en
una concepción de Dios como un ser personal que posee una voluntad
consciente. El principio y t1n de la historia son pensados en términos de
castigo y juicio divinos. La historia se interpreta como una historia del
279
juicio o una historia de la salvación, a través de Dios. Detrás de la histo
ria hay un Dios que administra el mundo con sabiduría y voluntad o con
buena voluntad, sabiduría y providencia. Y sólo a través de la voluntad de
Dios la historia empieza y alcanza su final . Estos acontecimientos son re
velaciones de la voluntad divina. Esta visión de la historia según un prin
cipio y un final está conectada con la concepción personal de Dios desde
una dimensión transhistórica; se trataría de un ser personal egocéntrico,
en su caso teocéntrico, poseedor de voluntad. En fin: Dios es un ser.
No se puede negar que la imagen de un Dios personal, un Dios de
justicia o un Dios de amor ha llevado lo sagrado a los seres humanos co
mo un suj eto vivo, un Dios indudablemente sin igual en la sacralidad de
toda su majestad y gracia; de este modo, ha conducido a la conciencia y
al amor humanos a una transformación profunda y con ello ha ensalzado
la personalidad humana. y sólo esto debería hacer más deseable que la so
lución a la problemática expuesta más arriba se revelara en el fu turo en el
propio cristianismo. Esto me parece necesario no sólo para construir una
visión de la historia adecuada para la humanidad futura, sino también pa
ra esa misma cristiandad que podría afrontar con éxito la visión seculari
zada de la historia del mundo moderno.
Respecto al eterno retorno de Nietzsche, mientras el término «eter
no» tenga validez no hay tampoco principio ni fin; y mientras tenga va
lidez el término «retorno» el mismo principio y el mismo fin siempre se
repetirán . Los dos son aquÍ uno y lo mismo.
Este sinsentido ilimitado, rodeado por un aura de nihilismo, es supe
rado a través de un giro por el cual el punto de vista de la voluntad de
poder es desprovisto de este sinsentido y el mundo se convierte en la epi
fanía de esa voluntad. Desde esta perspectiva, la «voluntad de querer» im
pregna todos los procesos del mundo que entran en el <0uegO)) del per
fecto abandono y de los espíritus elevados en el campo de la pureza nueva
de la «inocencia del deveniD) (UI/Schuld des Werdens). Esto es lo que po
demos llamar una versión «voluntarista) modernizada de Heráclito. Tam
bién puede ser interpretado como una de las tendencias del pensamiento
occidental que más se acercan a la perspectiva budista de sünyata. Parece
que estamos respirando aquÍ el mismo aire puro de montaña que senti
mos al aproximarnos al punto de vista de D6gen con las palabras: « Nos
encontramos con un año bisiesto cada cuatro.! Los gallos cantan a las
cuatro de la mañana) . Y, también, «No tengo un solo ápice del Dharma
280
del Euda. Ahora paso el tiempo aceptando cualquier cosa que pueda ve
ron).
281
-
sería desvelado en la restauración completa y radical de su historicidad.
En la perspectiva del yo, este tiempo y esta historia es la del dejar caer
cuerpo-mente, cuerpo-mente caído; la del sarpsara-en-el nirval)a; en una
palabra, el punto de vista de sünyat:i Es el punto de vista de la realidad
real y completa. Por el contrario, la perspectiva de Nietzsche, que susti
tuye el poder dador de vida del Dios del cristianismo por la voluntad de
poder, representa j unto a su profundo sentido de la modernidad una re
gresión al mythos. Conceptos como el eterno retorno y lo dionisíaco
apuntan a esa regresión; con ello, sus conceptos de tiempo, historicidad
y realidad quedan anulados.
Al referirse a la noción del tiempo hallada en la Sütra del Corazón, Ha
kuin observa que «éste, también, arranca la carne sana» y luego añade tres
comentarios:
Antes de que todas las kalpas pasen y después de que todas las kalpas
vengan.
Una luz espiritual maravillosa centellea con frío austero en la jina
hendura del jilo de un cuchillo.
Una gema redonda, que brilla en la noche oscura, sale a la luz
en su caja.
Basta con las palabras de Hakuin para que nos hagamos una idea de lo
radicalmente real que es el tiempo en el budismo y de la perspectiva en
que se funda esa visión tan radicalmente realista. Antes sugerí que es en el
punto de vista de sünyata donde la historicidad es capaz de realizarse ra
dicalmente. Me gustaría volver sobre este asunto en el último capítulo.
282
<
6 . S ünyata e hi s t o r i a
283
te del tiempo, en cada «ahora». Del mismo modo sucede con los kalpas.
Con esto me refiero a algo distinto del sistema cíclico, sin fin, del
tiempo idéntico, en el cual el mismo proceso del mundo vuelve a pro
ducirse en eterno retorno una y otra vez. En el eterno retorno supone
mos un antes y un después en las sucesivas repeticiones del mismo tiem
po del mundo y en esa reiteración el tiempo es representado pura y
simplemente como una línea recta, sin principio ni fin. En el budismo el
tiempo es cíclico pues todos sus sistemas temporales son simultáneos, pe
ro también es rectilíneo, en tanto que sucesión de ahoras continuos indi
viduales en los que los sistemas son simultáneos. El tiempo es a la vez cí
clico y rectilíneo.
La idea de una formación estratificada de sistemas temporales simul
táneos necesita concebir una apertura infinita en el fondo del tiempo co
mo una gran extensión de vacuidad, vasta como la línea del horizonte,
que no pueda ser confinada en un cerco sistemático. Al tener una aper
tura así en su fondo, cada ahora, aunque pertenece a cada uno de los di
versos estratos acumulados a través del sistema temporal en su conjunto,
es algo nuevo y no admite en ningún sentido la repetición. La secuencia
de ahoras es realmente irreversible. De acuerdo con esto, en sentido es
tricto, cada ahora nace y muere en cada instante fugaz. En otras palabras,
es algo impermanente en el pleno sentido del término. El tiempo, como
esa sucesión de ahoras con una apertura infinita por debaj o, debe ser con
cebido sin principio ni fin. A la inversa, sólo cuando el tiempo es conce
bido de este modo, cada ahora acontece como nuevo y efimero. Es más,
en el tiempo esta novedad y fugacidad están entrelazadas una con otra in
disolublemente. En esa interrelación aparece una ambigüedad esencial del
tiempo.
Pensar los kalpas -que también podemos denominar eones, en su
doble sentido de tiempo y edad del mundo- como un sistema temporal
vasto y múltiple sugiere una representación nútica del tiempo. Pero el sig
nificado de esta representación puede ser interpretado como el reconoci
miento de una apertura infinita en el fondo del tiempo. Asimismo, la fra
se «desde el tiempo pasado sin principio» es un modo de pensar vulgar y
vago, que pertenece a un período previo a la reflexión kantiana sobre la
antinomia implícita en la cuestión de si el tiempo tenía o no principio.
Sin embargo, esto no quiere decir que, a la vez, no podamos ver en ella
la verdadera Forma del tiempo. La verdadera Forma del tiempo puede ser
284
considerada esencialmente como ambigüedad. Se ha señalado como un
aspecto de esa ambigüedad la conexión indisoluble entre el sentido de no
vedad y de impermanencia que encontramos en el ahora. Pero esta ambi
güedad se extiende a todos los aspectos del tiempo.
I
Repitámoslo, el tiempo sólo llega a ser permanentemente nuevo en ca
da ahora cuando está abierto infinitamente sin principio ni fin. Pero esta
novedad tiene un doble significado. Por una parte, la generación cons
tante de novedades contiene la significación positiva de génesis o crea
ción. En ese sentido, el tiempo es un campo de posibilidad ilimitada en
la libertad creativa o, mejor aún, es la posibilidad misma. Un tiempo sin
principio ni fin que se abre infinitamente descubre una infinidad de po
sibilidades. Un tiempo así enuncia el carácter indefinido de las posibili
dades que alberga nuestra naturaleza de seres temporales (o seres en el
tiempo) .
Por otra parte, este constante originar no es algo que podamos inte
rrumpir aunque lo deseemos. No nos concede descanso, nos empuja ha
cia adelante. Nos induce a hacer cosas y nos presiona interiormente para
que sigamos tomando nuevas direcciones. Esta obligación de novedad in
cesante carga a nuestra existencia con un lastre infinito. También implica
que el tiempo aparece ante nosotros como algo infinitamente oneroso.
Por decirlo aSÍ, la naturaleza del tiempo y de nuestra existencia está car
gada, desde el principio, con una deuda inagotable. Por la naturaleza de
nuestra existencia somos incapaces de sostenernos en ella salvo estando
ocupados en algo sin interrupción. Dicho de otra forma, nuestra vida es
tal que debemos trabajar sin descanso para devolver la pesada deuda que
llevamos a cuestas.
Por tanto, esencialmente, el tiempo y el ser asumen para nosotros el
aspecto de responsabilidad puesto de manifiesto en la necesidad que te
nemos de estar continuamente dedicados a hacer algo. Es más, cualquier
cosa que hagamos siempre se traduce en una nueva responsabilidad y nos
impone la obligación de hacer algo más. En el acto de obrar constante
mente para pagar nuestra deuda se añade otra nueva obligación. y así la
disolución de una deuda se convierte en el germen de otra. En este ne
xo causal advertimos el carácter interminable por el que nuestro ser y
tiempo llegan a convertirse en una carga infinita para nosotros. En cual
quier caso, tener siempre que hacer algo o planearlo pertenece a la for
ma esencial de nuestra vida. Nuestra existencia real puede ser denomina-
285
da en esencia «proyecto» (Entwuif). y aquÍ, apenas hace falta mencionar
que incluso no hacer nada -como, por ejemplo, cuando descansamos- ya
supone estar en funcionamiento y haber quedado atrapado en la red de
las condiciones causales. Es un sarnskrta, un «ser-en-el hacer». De hecho,
nuestro propio ser y tiempo ponen al descubierto de forma más clara su
carga j usto cuando no estamos haciendo nada, aspecto que a menudo se
ha relacionado con el fenómeno de ennui.
En suma, el hecho de que somos en el tiempo significa que estamos
condenados a hacer algo incesantemente y en este constante hacer, nues
tro ser tiene lugar como devenir. Esto es, la existencia en el tiempo ocu
rre como un continuo «devenir incesante».
Pero aquÍ el problema es la infinitud implícita en el lastre mencionado.
La ineludibilidad o inevitabilidad intrínseca de nuestro estar siempre com
prometidos a hacer una cosa u otra tiene el carácter de carga por su pura
infinitud. Surge en la autoconciencia con nuestro propio Dasein como un
impulso interior hacia adelante, infinito e incansable. Nuestra vida es fini
ta pero la esencia de esa vida llega a nuestra conciencia como esa clase de
impulso infinito que interiormente nos acucia sin cesar. El aspecto finito
de nuestra vida revela su esencia como finitud infinita (en este punto, co
mo observamos antes, es donde reside el sentido original de la noción rni
tica de transmigración) . Nuestra existencia y el tiempo se nos manifiestan
aquÍ como cargas.
Desde la antigüedad, este impulso infinito ha sido considerado como
codicia o lujuria (cupiditas y concupiscentia en sus equivalentes occidenta
les) . El ser así impelido por un impulso infinito e incapaz de contenerse
para no hacer algo nuevo constantemente -esto es, el modo de ser que
constituye la esencia de nuestra vida o ser en el mundo, unido al víncu
lo causal que implica- nos conduce a la idea de karma. Este término, kar
ma, expresa una conciencia de la existencia que considera el ser y el tiem
po como unos lastres infinitos para nosotros y, a la vez, una conciencia de
la esencia del tiempo mismo.
Si recapitulamos la cuestión principal, en la novedad incesante vemos
dos aspectos simultáneos del tiempo: uno es el de la creación, la libertad
y la posibilidad infinita; y el otro, el del peso infinito y la necesidad inex
tricable. La novedad es esencialmente equívoca y por ello el tiempo tam
bién lo es.
Como vimos, sólo al llegar a ser sin principio y fin en una apertura
286
infinita, el tiempo puede expresar su doble significado de un ahora siem
pre nuevo y de impermanencia. Pero dicha impermanencia contiene en
sí misma una ambigüedad. Por una parte, indica la fugacidad del tiempo
según la cual cada ahora -que contiene fundamentalmente una apertura
infinita en su fondo y por ello carece de base en la que reposar a salvo
nace en un instante fugaz y perece en el siguiente. En este sentido, cada
ahora representaría el esfumarse del tiempo en el aire. De ahí expresiones
sobre la fugacidad de la existencia, frágil y transitoria, que la comparan al
destello de un relámpago, al galope de un caballo visto al pasar por una
puerta entreabierta, o las expresiones que comparan las cosas del mundo
con fantasmas errantes o con gotas de rocío en el sol matinal63• El tiem
po siempre está a punto de extinguirse y todas las cosas muestran la fra
gilidad de ser que las mantiene siempre al borde del colapso. Tiempo y
ser revelan una propensión constante a la aniquilación desde su fondo. Es
to es la impermanencia.
A la vez, desde otra perspectiva, la impermanencia es la negación de
la permanencia en el sentido del apego a una cosa concreta u otra. Decir
que la impermanencia es una no-permanencia significa que un modo de
ser determinado no se convierte en impedimento para el ser determina
do mismo. Aquí el tiempo y la nada, como anulación de todas las cosas,
significan la libertad y el vuelo sin esfuerzo de un pájaro que planea, li
viano, por el cielo sin un momento de interrupción. Como el páj aro, que
no deja huellas a lo largo del recorrido de su vuelo, la impermanencia
aquí significa la posibilidad de estar libre de la carga del propio pasado y
de las restricciones procedentes de las vidas anteriores. Por tanto, así co
mo el ser y el tiempo que implica la novedad son ambiguos, también lo
es el significado de la impermanencia, y el de la nada (o anulación) y el
tiempo correlativos a ella. Y, de este modo, también el significado del tiem
po es ambiguo.
Por último, dijimos que el tiempo sólo acontece en virtud de la aper
tura infinita que tiene en su fondo. Esta apertura infinita también con
tiene una ambigüedad propia. En una palabra, puede significar la nihili
dad o S"ünyata en su sentido original. De acuerdo con el sentido que
adquiera el tiempo y todas las cuestiones relativas a él, asumirán signifi
cados fundamentalmente opuestos. La verdadera Forma del tiempo con
siste en la posibilidad simultánea de estos significados contrarios. La am
bigüedad esencial de la significación del tiempo implica que el tiempo es
287
esencialmente el campo de la conversión fundamental, de una metánoia
(pravritti-vijñiina) .
II
E n la sección precedente hemos visto cómo el tiempo, al contener en
s u fondo una apertura infinita, mostraba l a cualidad d e «tiempo pasado
sin principio». El tiempo acontece desde un pasado que puede ser rastrea
do infinitamente y avanza hacia un futuro que puede inaugurarse inter
minablemente. y por lo que hace a nuestra existencia en el tiempo, nos
hemos referido al impulso infinito del karma.
El tiempo está inextricablemente unido a las cosas existentes y da ori
gen a su existencia en este mundo. Encierra a su ser (y, por consiguien
te, también a su nada) en el más profundo de los enigmas. La pregunta
por el fundamento de nuestro Dasein mismo (¿de dónde venimos?, ¿a
dónde vamos?) está envuelta en brumas. Eso provoca en nuestro interior
desasosiego respecto a nuestra propia existencia. Significa que nuestra
existencia está esencialmente entrelazada con la ausencia de fundamento
y la angustia. Desde el momento en que el tiempo es visto como algo sin
principio ni fin, la conciencia de nuestra existencia pone radicalmente al
descubierto el enigma y la angustia. Mi nacimiento proviene de mis pa
dres, como el suyo de sus padres y así interminablemente hacia el pasa
do. Si continuamos con nuestra indagación, al final nos remontamos al
momento anterior a la aparición de la raza humana, de la vida, de la tie
rra y del sistema solar y así sucesivamente hasta el infinito. De ese modo,
podemos continuar indefinidamente hacia el futuro, de padre a hijo, a
nieto, y llegar así a la extinción de la raza humana, de los seres vivos, de
la tierra y del sistema solar hasta que todo se pierda en la vasta extensión
de un futuro sin fin.
Pero aquí hay algo más en cuestión que las meras relaciones cronoló
gicas y verticales. Tengo hermanos, hermanas y parientes tal como los tu
vieron mis padres y los suyos. Cuando seguimos esas relaciones horizon
tales o espaciales j unto a las cronológicas, al final las hallamos desplegadas
en todas direcciones en una red desmedida de relaciones. Mi existencia
se sitúa contra el trasfondo de esa red de relaciones, cuyo principio y fin
está por encima de toda comprensión, y nace en medio de ellas. Desde es
ta perspectiva, preguntar por el origen de mi existencia queda al final sin
respuesta. No importa cuánto se haya progresado en la explicación cien-
288
tífica de la historia de los seres vivos de la tierra y de la historia del uni
verso como un todo, pues esa historia sólo puede retroceder a un pasado
e inaugurar un futuro interminablemente, sin ser capaz de llegar a cono
cer el secreto de su principio o fin.
Aún así, un hecho permanece incontestable: realmente estoy exis
tiendo aquí y ahora. Por mucho que el tiempo no tenga principio ni fin,
este ser presente está realmente presente. Su presencia está fuera de toda
duda. Y, como ya se mencionó, incluso la manifestación del tiempo sin
principio ni fin sólo es posible porque la apertura infinita en el fondo del
tiempo presente llega a la conciencia de la existencia que tiene lugar en
esa presencia real. El descubrimiento del tiempo sin principio ni fin no
puede separarse de la manifestación de la apertura infinita que yace en el
fondo de esta presencia real. Sólo en esa apertura infinita el tiempo apa
rece como una regresión infinita y una progresión infinita, es decir, co
mo algo sin principio ni fin.
Por esta razón, aunque preguntar por el principio o el fin del tiempo
(o por el principio o fin de nuestro ser como realmente existente) sea una
contradicción y sea imposible en un tiempo que no tiene principio ni fin,
el principio y el fin de ese tiempo pueden buscarse en su presencia real
misma. É sta es la búsqueda del principio y el fin del tiempo y del ser en
un nivel más elemental, que se sitúa cerca del fundamento elemental y
que pregunta por la esencia del tiempo y del ser.
Puesto que el principio y el fin del tiempo -en sí mismo sin princi
pio ni fin- pueden buscarse en su presencia real, esa misma presencia im
plica que algo queda fuera de nuestro alcance, no importa lo lejos que
retrocedamos o avancemos. Esto comporta algo de otra dimensión, tan
diferente como 10 es un cuerpo sólido de una superficie llana, algo como
una infinitud verdadera que nunca puede ser alcanzada por lo finito por
mucho que se dilate. Desde esta perspectiva es lógico que el principio y
el fin del tiempo y del ser no puedan ser encontrados en el tiempo. De
la misma manera que un sólido tridimensional nunca puede ser reducido
a un plano bidimensional (por ejemplo, el ángulo de visión en el que la
cima de una montaña es vista por alguien que está en un plano inferior
nunca alcanza el 0°, por mucho que uno se distancie de la montaña) , nun
ca encontramos el principio o el fin del tiempo por muy profundamen
te que retrocedamos en el pasado o lo lej os que lleguemos hacia adelan
te en el futuro. Porque ésa, en el fondo, es la esencia del tiempo.
289
El principio y el final del tiempo residen directamente bajo el presen
te, en su base, y es ahí donde deben ser buscados sus orígenes. Buscar el
fundamento del tiempo (o del ser) siguiéndolo hacia atrás o hacia ade
lante interminablemente es sucumbir a una especie de ilusión óptica, una
confusión de dimensiones. Es errar la orientación en la búsqueda del fun
damento.
Aquí también encontramos una buena explicación a la concepción
cristiana del tiempo como creación de Dios y, en particular, la idea del
principio y el fin del tiempo de la historia de la humanidad como casti
go y juicio divinos, esto es, como voluntad de Dios. También es bastan
te natural en el cristianismo considerar vigentes en el presente la creación
y el castigo divinos, así como el juicio venidero.
De forma similar, no es casual que Nietzsche llegara a su idea del eter
no retorno a partir de la intuición, en una especie de visión filosófica, de
un tiempo que se remonta infinitamente hacia atrás en el pasado y que
avanza infinitamente adelante hacia el futuro encontrándose en sus lími
tes exteriores; esto le hizo proclamar que «el tiempo es curvo». Como el
mismo Nietzsche señala en el Zaratustra64, el encuentro del pasado y el fu
turo, así como la revelación del tiempo del mundo (eón) como eterno re
torno, deben tener lugar directamente bajo el ahora del momento pre
sente.
En ambos casos, la ilusión óptica a la que nos referimos está resuelta
provisionalmente. Sólo que, como hemos indicado, las respectivas orien
taciones hacia la trascendencia son contrarias y por ello, la problemática
que traen consigo aparece de forma diametralmente opuesta.
En el cristianismo, la voluntad de Dios otorga un principio y un fin
al tiempo del mundo y del hombre pues los gobierna desde su funda
mento y los mantiene en vigencia en el presente. Desde el principio, se
vence la ilusión óptica que resulta de la persecución infatigable del tiem
po hacia atrás y hacia adelante en la búsqueda del fundamento del tiempo
y del ser. Por tanto, al situar elementalmente el origen histórico del tiem
po en su dimensión transhistórica, el tiempo llega a ser histórico en su
sentido elemental. y las cuestiones religiosas unidas a la dimensión trans
histórica de la relación entre el hombre y la voluntad de Dios se con
vierten en acontecimientos históricos.
Pero en la otra cara de la moneda encontramos que la historia gene
ral y secular, sujeta a una comprensión inmanente de la historia, no pue-
290
de más que separarse completamente del marco de un principio y un fin
postulados por el poder de un Dios absoluto. Como explicamos en el ca
pítulo anterior, la secularización del concepto de historia -esto es, una
visión de la historia basada en la idea de progreso- o la secularización de
la realidad histórica misma, se originó en contra de esa visión.
A la inversa, el nihilismo ateo de Nietzsche rechaza cualquier princi
pio o fin postulado en la historia desde una dimensión transhistórica; en
vez de ello permite a la historia efectuar su propia evolución en todas par
tes y sin límites. Aquí está supuesta desde el comienzo la secularización
de la visión de la historia y, por lo tanto, también está más o menos acep
tado el punto de vista de la ilusión óptica vinculado a aquélla.
Sin embargo, cuando nos referimos a que el tiempo en términos de
un pasado y un futuro ilimitados se convierte en un todo único y circu
lar; cuando se dibuja este círculo temporal en el lienzo de la nihilidad co
mo una repetición sin sentido; y cuando todo ser en el tiempo es anula
do desde el fondo y se vuelve un puro devenir sin fin; entonces, la ilusión
óptica o la confusión de dimensiones que busca el fundamento del tiem
po y del ser, despierta de su ilusión y se conduce de nuevo hacia eso que
Nietzsche llama un «nihilismo radical». En el mundo de ese puro deve
nir, de ese tiempo del mundo circular que gira eternamente sobre sí mis
mo, no hay ningún fundamento que buscar. y allí donde todas las cosas
son representadas incesantemente de la misma manera, donde todo es
anulado y se traduce en sinsentido, cualquier búsqueda de lo elemental
pierde su significado.
El nihilismo radical (elemental) ha sustraído el fundamento de su sig
nificado a la ciencia -que en todas partes retrocede en el tiempo para in
dagar las causas de los fenómenos del presente-, a la filosona científica y
su positivismo y al idealismo del progreso que está en las antípodas de ese
positivismo vuelto hacia el futuro en la búsqueda de su ideal como telos.
A nivel más elemental sucede lo mismo con la contemplación platónica,
que en su búsqueda del fundamento de las cosas temporales se remonta
al pasado transtemporal (<<preexistencia») para devolver las Ideas eternas al
presente. y también a este nivel sucede lo mismo con la fe cristiana, que
en su búsqueda del mismo fundamento, se dirige a un futuro transtem
poral ((eschaton») para «esperar la venida» del Hijo de Dios. A ojos del
nihilismo, también estos puntos de vista deben ser rechazados y, cada uno
a su manera, finalmente no se reducen más que a una especie de ilusión
291
óptica. A mi modo de ver, esta opinión radical entraña un grave proble
ma, por lo que me gustaría examinarla con más profundidad.
Las ciencias naturales, sociales e históricas representan el punto de vis
ta de la teoría positivista en su obstinado regreso al pasado en busca de
causas, o de un fundamento originario. El punto de vista del progreso re
presenta una praxis idealista que se dirige de forma insistente hacia el fu
turo en la búsqueda de un telos o de un fundamento originario en el sen
tido de fin. Su base común, no obstante, estriba en la autoafirmación de
la independencia del intelecto y la voluntad dentro de la razón humana
o, en otras palabras, en la secularización de esa razón. Pero, examinado
más a fondo, en el interior del hombre reside el impulso de una existen
cia que se pretende autónoma: para avanzar, autosostenerse y ser dueño
de sí. A pesar de todo, en lo más hondo de este impulso reside la volun
tad de persistir en ser ella misma, una voluntad que quiere decidir siem
pre su propio camino. Es, en ese sentido, una «voluntad en sí», o, como la
denominaba Heidegger, «una voluntad de querer». Se manifiesta como
fenómeno en el logro de la independencia o la secularización por parte
de la razón humana.
En efecto, es una secularización en el sentido preeminente de la pala
bra. Con esto quiero decir que es un punto de vista que sólo busca en el
tiempo el fundamento de todo lo que existe y se origina en él. Trata de
construir las relaciones causales necesarias, sean mecanicistas o teológicas,
entre las cosas realmente existentes y su fundamento, únicamente dentro
de los confines del tiempo. No toma en consideración cualquier otro
fundamento más allá del tiempo. Esta posición tiene su propio sentido
pero no consigue darse cuenta de que el tiempo que le proporciona su
fundamento, un tiempo abierto sin restricciones al pasado y al futuro, só
lo puede acontecer en virtud de una apertura infinita residente en el fon
do del presente. Esta total carencia de visión respecto a un fondo más allá
del tiempo, pertenece a la secularización en su sentido preeminente y es
característica de una época y un mundo dominados por la ciencia y la
tecnología.
Por tanto, en este sentido, el enfoque de las ciencias naturales, la socio
logía, la historia, la fliosofia científica, el realismo positivista y el idealismo
del progreso contienen en potencia la ilusión óptica. Cuando llegan a sa
tisfacerse, cada una por sus razones científicas, positivistas, racionales o
progresistas, y luego prosiguen para absolutizar su secularización y des-
292
cartar la búsqueda religiosa y metafisica de un fundamento transtemporal
como si se tratase de vana fantasía -en suma, cuando caen de bruces en
la presunción de una actitud antropocéntrica-, se hace una realidad el po
tencial latente de ilusión óptica. En cualquier caso, allí donde la apertura
infinita del tiempo ha sido radicalizada hacia la nihilidad y ha llegado a la
trascendencia extática en el fondo del tiempo, estos diversos enfoques se
cularizados no pueden evitar tener que afrontar preguntas sobre las raíces
del sentido que ofrecen.
En contraste, las enseñanzas cristianas y la metafisica que representa Pla
tón conciben el fundamento de las cosas temporales como algo que ha si
do en una inmutabilidad eterna más allá del tiempo. El Dios cristiano es el
fundamento originario incluso del tiempo mismo. Las cosas de este mun
do no poseen las raíces de su propia existencia en sí mismas. Su ser adquie
re su fundamento en un ser trascendente, más allá de este mundo. Ningu
na cosa temporal como tal puede tener un sentido o valor por sí misma,
pues el sentido y el valor sólo son otorgados desde lo transtemporal.
No obstante, sobre todo en la modernidad, la ciencia investiga las cau
sas de las cosas temporales estrictamente en ellas mismas, mientras que la
ética y la cultura se dedican a buscar los obj etivos de la vida secular ex
clusivamente en su interior. Sólo en este mundo, las cosas de este mun
do han recobrado únicamente desde sí mismas las raíces de su propia exis
tencia, así como su propio sentido y valor. Como señalamos antes, el
cristianismo, debido a su intolerancia y sobre todo a sus divisiones y con
flictos internos, ha relativizado su propia búsqueda de lo absoluto; y si a
ello le añadimos el hecho de que la autoridad del ser trascendente ha em
prendido una retirada gradual, el movimiento secular en sentido amplio
se ha llegado a hacer dominante.
En resumen, el punto de vista que Nietzsche tildaba de «platónico
cristiano» buscaba el fundamento del tiempo y del ser temporal en un ser
trascendente, por lo que no pudo arreglárselas para adjudicarse un lugar
dentro de la visión secularizada del tiempo; según ésta, el tiempo puede
extenderse hacia atrás y hacia delante para llegar a poseer una apertura in
finita en ambas direcciones y contener alguna clase de infinitud (o más
bien, una finitud infinita) . A causa de su infinitud intrínseca, el tiempo se
independizó de la eternidad, y las cosas temporales, las «cosas de este
mundo)) , fueron susceptibles de ser consideradas desde los confines de es
te mundo.
293
Como ya se dij o, la perspectiva de la secularización pierde de vista la
orientación del tiempo en la trascendencia e incluso la ignora totalmen
te . A pesar del hecho crucial de que la perspectiva de la secularización
descansa en el tiempo de este mundo, el rasgo característico de ese tiem
po -la infinitud (o finitud infinita) abierta en dos direcciones-, en reali
dad, sólo es una proyección de la apertura infinita (o vacuidad) transtem
poral abierta directamente bajo el presente y sólo puede aparecer en tal
suposición (en el sentido de fondo subyacente) .
Por eso puede decirse que respecto al problema del tiempo, la visión
teocéntrica representada por el cristianismo y la antropocéntrica de la se
cularización se encuentran actualmente en el punto de su exclusión mu
tua. La filosofia de Nietzsche no hubiera nacido sin tomar posiciones en
ese punto.
III
«Dios ha muerto)) significa que todo ha muerto. Esto quiere decir que
el fundamento elemental de todas las cosas se ha vuelto nihilidad, que el
ser de todas las cosas ha sido anulado desde su fondo elemental. Las co
sas, perdida su unidad y su centro trascendente con ningún fundamento
al que regresar, se han desperdigado y, a la vez, han sido barridos sus li
mites. Esta anulación del ser transforma a todas las cosas en transitorie
dad. Al mismo tiempo, la base donde se asienta el sentido de toda la exis
tencia ha sido suprimida transformando el todo en un masa de sinsentido.
Pero una muerte tan total como para incluir la muerte de Dios, esto
es, un nihilismo así de radical, es a la vez el lugar de una conversión a la
vida. La visión del eterno retorno implica ese significado. De otro lado,
al asumir el tiempo mundano el carácter de un eterno retorno, el deve
nir viene a ser completamente puro y transparente. La impermanencia del
tiempo se radicaliza en pura impermanencia y el sinsentido del tiempo se
radicaliza en un abismo de sinsentido (Ungrund). É ste es el extremo ex
terno de la aniquilación a la que nos referimos aquí. A primera vista, to
do esto podría parecer mera ficción. Pero de hecho, si el todo es elevado
con todas sus consecuencias a la dimensión de una Weltanschauung, apa
rece un mundo secularizado, y un tiempo del mundo que ha dejado fue
ra a Dios debería adoptar inevitablemente una forma de este tipo.
Por otra parte, cuando los dos extremos del tiempo abiertos infinita
mente en dos direcciones se encuentran de nuevo, el tiempo llega a ser
294
=
un círculo, regresa al fundamento originario del ahora, aquel momento
en que el tiempo mismo está siempre presente como un todo único. En
tonces, todos los seres dispersados ilimitadamente a través del tiempo son
reunidos de nuevo en uno, aun siendo puro devenir, y aparecen en el pre
sente. La visión del tiempo mundano como eterno retorno es indisocia
ble del regreso al campo del presente.
y esto quiere decir que la nihilidad se revela como el lugar de la tras
cendencia extática del mundo y del tiempo en el fundamento del presen
te; directamente debajo del presente, que penetra verticalmente a través de
la acumulación estratificada de numerosos ciclos temporales mayores y
menores. Lo que significa que el abismo de la nihilidad, en el cual tiene
lugar este retorno sin fin, aparece como una apertura infinita directamen
te debajo del presente.
Por ejemplo, cuando Nietzsche se refiere en El crepúsculo de los ídolos
al hecho de que «es gíbt Nichts ausser dem Ganzen» (no hay nada fuera del
todo) como una «gran liberación», está diciendo que fuera del mundo
como un todo no está Dios, que no hay ningún mundo en el más allá,
que no puede encontrarse nada fuera de este mundo: «el todo». Pero al
mismo tiempo, está diciendo que el ámbito de la nihilidad (la Níchts) se
revela. como un lugar de gran liberación. Esta revelación implica que la
nihilidad viene a participar en el tiempo, como un acontecimiento siem
pre presente. Esto devuelve el todo al presente. «Nada fuera» y «todo»
aparecen a un tiempo en el presente. Y esto indica una gran liberación.
Cuando el tiempo es un círculo y el mundo un eterno retorno, este
tiempo del mundo (o tiempo mundano) se hace presente en el ámbito
del presente, al revelarse la nihilidad abisal directamente debajo suyo.
También en este caso, la apertura infinita como trascendencia más allá del
mundo y del tiempo adquiere un carácter de eternidad. No obstante, no
es la eternidad de un ser trascendente sino algo que podría ser llamado la
eternidad de una nada trascendente, o por decirlo así, la eternidad de la
muerte misma. Se revela directamente debajo del presente y sólo allí pue
de hacerlo. Cuando se revela el campo de la eternidad, esto es, de la tras-
t
cendencia, cuando se otorga (es gíbt) al mundo y al tiempo como el don
de poder presentarse como mundo temporal, se revela sólo de manera
que el mundo y el tiempo regresan como un todo único al presente. Por
tanto, este regreso significa que el fundamento del presente directamen
te bajo sus pies, por decirlo de alguna manera, se abre paso y se esclare-
295
ce; que el presente en su propio fundamento se abre a sí mismo a una
apertura infinita, a la eternidad; en suma, que el presente regresa a su pro
pio terruño.
Todo esto indica que lo que hemos denominado abismo de nihilidad,
o eternidad de la muerte, desde la perspectiva de la conciencia de nues
tra propia existencia en el presente, viene seguidamente y se hace pre
sente desde el fundamento de nuestra existencia. Llega a ser nuestra propia
muerte absoluta. Declaramos que el campo de la eternidad o trascenden
cia sólo puede ser abierto en el fondo del presente, puesto que lo que de
nominamos eternidad o trascendencia no puede ser indagado verdadera
mente ni revelado excepto como nuestro propio asunto (koto) . Sucede lo
mismo con la nihilidad y la muerte. Cuando decimos que la fuente ele
mental de los seres, de todos y cada uno, se transforma en nihilidad o que
el mundo se transforma en un mundo de muerte no apuntamos mera
mente al asunto objetivo. No es el asunto de alguien más. En vez de ello,
todas las cosas del mundo, junto con el yo, se vuelven una en la nihili
dad, y la gran muerte se presenta fuera del fondo en donde el mundo y
el yo son uno. Es el asunto del ser en el mundo mismo. Es «nuestro pro
pio asunto».
Sin embargo, no es nuestro propio asunto desde un punto de vista
contemplativo como si fuera el asunto de otro. Este asunto no puede ser
meditado o discutido a través del lenguaj e del logos en una dimensión ra
cional. Es un asunto que sólo se hace presente allí donde una realidad es
realmente real. Es el asunto de nuestro propio yo como Existenz. Ade
más, a causa del mismo koto, la «eternidad de la nada», que se presenta a
sí misma desde el terruño del mundo como la gran muerte, llega a ser, a
su vez, la autoconciencia existencial despierta en nuestro Dasein. Hablar
de la apertura infinita de la nihilidad que aparece bajo el presente, no sig
nifica más que el regreso del presente a su terruño. Es otra forma de ex
presar esta autoconciencia existencial.
Hallamos algo parecido en la visión de Nietzsche del eterno retorno.
Esta visión, inseparablemente vinculada con el instante que denomina
mos ahora y que surge directamente debajo suyo, lleva la marca de una
conciencia existencial presente y de un despertar a la presencia eterna de
la totalidad del tiempo del mundo y de la nihilidad. También podemos
referirnos a la aparición del tiempo del mundo como eterno retorno, co
mo la nihilidad que constituye su campo o como la eternidad de la muer-
296
te que llega a ser revelada en la autoconciencia existencial. Así pues, el
eterno retorno de Nietzsche significa que somos conducidos a la Exis
tenz de la gran muerte, tan grande como el propio mundo. El eterno re
torno del tiempo del mundo significa la «realización» de la gran muerte.
(Lo que decimos está relacionado con el problema que recorre, por ej em
plo, el Zaratustra, empezando por la sección titulada «De los grandes
acontecimientos», de la segunda parte, y siguiendo hasta el final de la ter
cera parte.) Esta nihilidad se manifiesta como esa muerte existencial, co
mo nuestra propia gran muerte. Esto sucede en el momento que Nietzs
che dice: «Cuando contemples largamente el abismo, el abismo empezará
a devolverte la mirada» . Es el hacerse presente de la nihilidad que antes
hemos considerado como una participación en la nihilidad.
Con todo, sólo cuando se alcanza ese extremo puede tener lugar la
conversión fundamental. Es el giro de la gran muerte a la gran vida. Al
go de lo que no podemos preguntarnos por qué. No puede concebirse
una razón para ello, ni unos fundamentos en los que arraigada. Es decir,
esta conversión es un acontecimiento que se da en un lugar más funda
mental que la dimensión de los acontecimientos racionales. Si se busca
una razón sólo puede hacerse a la manera de las religiones tradicionales:
del «otro» lado, en Dios o en Buda, en algo como la divina providencia,
el amor de Dios o la voluntad original del Buda Amida. Pero una razón
que esté del lado de Dios o de Buda no es la misma que reside tras la pre
gunta del hombre por el porqué. (El Libro de Job bloquea profunda
mente este estado de cosas.) Después de todo, no podemos más que de
cir: es así. No hay lugar para un qué o un porqué, incluso ni el qué o
porqué de la razón absoluta hegeliana. Todo lo que queda es asÍ. Todo lo
que podemos decir es que ésa es la manera de ser de la Existenz. Y así es
en efecto; como dij o Kierkegaard, el primer apóstol del existencialismo,
sólo es posible un salto y una «dialéctica cualitativa».
Según Nietzsche, lo que aparecía en la conversión de la gran muerte
a la gran vida era la voluntad de poder. Allí todo lo que hasta ese mo
mento había mostrado la Forma elemental de la muerte ahora mostraba
la de la vida. El campo de la trascendencia extática del mundo y del tiem
po, de la eternidad, ahora aparece en su Forma original como la gran vi
da. y la voluntad de poder, que revelaba este mismo campo de vida como
propio, se manifiesta en ese campo o como ese campo mismo. Podríamos
comparado a una luz irradiante que crea un campo de luz a su alrededor
297
en su acto de aparecer en él como el centro de su propia circunferencia.
El mundo repetido eternamente en su «inocencia del devenir» (Uns
chuld des VVerdens) es la revelación de esta voluntad. El eterno retorno es
su j uego inocente, su actividad sin objeto (o transteleológica) . Esta vo
luntad es inmanente al mundo como dinamismo impulsor del movimien
to infinito del mundo. También es inmanente a todas las cosas del mun
do como su esencia o mismidad. No hay nada que no sea una revelación
de la voluntad de poder.
Un punto de vista como ése parece una antítesis clara y sorprendente
de la secularización y el cristianismo que antes hemos tratado. Contra
riamente a la aproximación secular antropocéntrica y su declaración de
independencia de la razón humana, aquí el hombre es algo que debe ser
superado. En la secularización, el hombre llega a ser antropocéntrico y
asesino de Dios. Nietzsche dice en su La Gaya Ciencia que hemos sido
arrastrados a una nihilidad infinita, que somos una raza que está lejos de
merecer la sublimidad del deicidio. El hombre, para ser verdaderamente
él mismo, tiene que autoliberarse del modo de ser meramente humano o
antropocéntrico. Ha de volver al ámbito de la voluntad de poder y allí
autosuperarse extáticamente. Debe morir la gran muerte en el abismo de
nihilidad y regresar de nuevo a la vida. Al hacerlo, renuncia a la existen
cia en el eidos de un ser humano, es decir, al modo de ser humano mis
mo.
La visión del mundo en eterno retorno, que como veremos más ade
lante suponía la culminación del nihilismo de Nietzsche, es un martilla
zo que hace pedazos la ilusión óptica del hombre. La ilusión antropo
céntrica no es una excepción: el hombre en la época de la secularización
debe ser templado a golpes de martillo. La razón humana, principio de la
secularización, desde el punto de vista de la gran voluntad, no es más que
un instrumento de la carne; o mejor dicho, la carne misma es la gran ra
zón. La carne es más elemental que la razón y, como tal, pertenece por
completo al hombre.
El contraste entre el punto de vista de la voluntad de poder y el del
cristianismo es bastante evidente y no requiere demasiada explicación.
Antes se destacó que la caída en el olvido de la dimensión trascendental
pertenecía a la esencia de la secularización, en donde había que tener en
cuenta una ilusión óptica. Pero también parece haber una ilusión óptica
esencial en el punto de vista platónico-cristiano, aunque de configura-
298
ción opuesta. En vez de una nada trascendente respecto al mundo del pu
ro devenir, este último punto de vista concibe un ser trascendente; esto
es, concibe un mundo en la otra orilla más allá de este mundo y un Dios
eterno trascendente, por lo que este mundo es despreciado por ser un
mundo de pecado, de muerte y de impermanencia. Pero desde el punto
de vista de la voluntad de poder, que contempla este mundo y ve «ino
cencia del devenir» en lugar de pecado, y en vez de muerte e imperma
nencia ve «esta vida, esta vida eterna», la visión cristiana no sería sino una
ilusión óptica. No sólo el modo de ser centrado en el hombre debe ser
golpeado por el martillo de la idea del eterno retorno, reclamaría Nietzs
che, sino también el que se centra en Dios. Sólo cuando ha sido demo
lida esta especie de ilusión óptica a través de este «transnihilismo)), sale a
la luz el punto de vista de la gran afir mación de la gran vida.
Todas esas ilusiones ópticas tienen su origen en la debilidad nacida de
la incapacidad para asentarse firmemente en la voluntad, que es la verda
dera esencia del mundo y del yo, de la incapacidad para desistir, con una
voluntad atrevida, de la intención de buscar el yo que se afirma a sí mis
mo, el punto de vista de la voluntad de poder. En otro aspecto, esta de
bilidad es el temor a las diversas negaciones y autonegaciones que re
quiere la voluntad del yo mismo, esto es, el temor a las diversas muertes
que uno debe morir. El hombre, a causa de esa debilidad, erige todo ti
po de ideales fuera de sí mismo a la manera de un otro al que volver pa
ra apoyarse, algún lugar con el que pueda contar. Todos estos ideales son
productos de aspiraciones engendradas por esa debilidad esencial de la vo
luntad que no persiste en la búsqueda de ser y devenir el yo mismo.
Por consiguiente, en este sentido, cualquier clase de ilusión óptica es
en esencia una autodecepción inconsciente. Y el bloqueo de esas ilusio
nes a través de la idea del eterno retorno, implica una demolición de to
das esas aspiraciones que desvían al hombre de la voluntad de ser y deve
rnr él mismo totalmente. Esta demolición es la autosuperación del hombre
y su templanza. Es un despertar a todas sus aspiraciones con sus desi
lusiones y la decepción inconsciente. Es el regreso a la voluntad esencial
del yo.
Desde la voluntad de poder misma todas las cosas son apariencias su
yas. La voluntad de poder funciona incluso en la ignorancia de las aspira
ciones procedentes de la debilidad de la voluntad aludida y los productos
de esas aspiraciones. Por ej emplo, que uno sea capaz de vivir en paz y se-
299
guridad sólo en la dependencia pasiva de un absoluto sería, en efecto, una
expresión de la voluntad que se busca a sí misma como la voluntad de
afirmación. Sólo aquÍ, y éste es el rasgo característico de este caso, la vo
luntad aparece indirectamente al dar un rodeo a través de otro absoluto.
Todas las ilusiones ópticas y autodecepciones son, vistas de esta forma, ig
norantes de sí mismas y apariencias de la voluntad de poder. Como an
tes mencionábamos, todas las interpretaciones del mundo vienen a ser
consideradas como múltiples perspectivas, reveladas desde la propia vo
luntad de poder. Las diversas interpretaciones del mundo golpeadas por
el martillo del eterno retorno dan lugar a una reinterpretación desde el
punto de vista de la voluntad de poder. Desde un punto de vista que ve
todos los procesos históricos del mundo como un intento de la voluntad
de poder de regresar a sí misma, éstos son incorporados en el proceso de
esa «voluntad de querer».
Sin embargo, aun sin poner en duda la profundidad con que la fuo
sofia de Nietzsche expone los obstáculos fundamentales con los que el
hombre tiene que habérselas en la modernidad y con la que intenta abrir
una posible vía para salvarlos, debo reiterar lo que dije antes: el punto de
vista de Nietzsche del eterno retorno y de la voluntad de poder no fue
totalmente capaz de dar cuenta del significado de la historicidad de lo his
tórico. y la razón fundamental de ello reside en el hecho de que la vo
luntad de poder, el último punto de vista de Nietzsche, fue concebido
como una cosa llamada voluntad. En tanto que se considera como una
entidad denominada voluntad no ha perdido del todo su connotación de
ser un «otro)) para nosotros y, por ello, no puede llegar a ser algo en lo
que podamos ser conscientes de nuestra fuente elemental.
No hay necesidad de desarrollar esto por el momento. Ahora lo que
me interesa es que en todos los puntos de vista occidentales menciona
dos, se hace de la voluntad el fundamento y se une esencialmente a pro
blemas como el tiempo y la eternidad, lo histórico y lo transhistórico. En
múltiples ocasiones he argumentado cómo la voluntad de Dios en el cris
tianismo y la voluntad de poder de Nietzsche están vinculadas indisolu
blemente a los problemas del tiempo, la eternidad, la historia, etc. Inclu
so desde la secularización encontramos que, en la visión de la historia
como progreso, la forma de entender el tiempo y la historia está esen
cialmente relacionada con la idea del hombre como voluntad. Esto es así
porque en el fondo de la exaltación de la razón humana hacia su inde-
300
pendencia -que sirve como base para la gran conversión a la seculariza
ción que empieza con un mundo sin Dios-, que se extiende por todos
los aspectos de la cultura, la sociedad y el hombre mismo, encontramos
oculto un hecho importante: la comprensión del hombre de su propio
ser como voluntad, y de su propia voluntad como voluntad en sÍ.
En la sección anterior, al tratar sobre el suj eto de la secularización mo
derna, en sentido preeminente, se observó que en el fondo de la inde
pendencia de la razón humana reside lo que podía ser denominado el im
pulso de la existencia misma a llegar a ser autónoma y, más aún, que en
el fondo más profundo de ese impulso opera la voluntad en sí -que Hei
degger denomina la «voluntad de querer»-. En la primera teología cris
tiana, se consideraba que esto era el modo de ser del espíritu humano que
intentaba usurpar el trono de la omnipotencia de Dios y sucumbía a los
engaños de las seducciones de los demonios, que los eruditos modernos
han denominado lo «demoníaco». Por supuesto, hablar de esta forma del
punto de vista secular no presupone que éste haya sido consciente de to
do esto. Sólo pretendo señalar que dentro de la secularización de la épo
ca moderna, en su sentido preeminente, la vida del hombre, completa
mente libre de un orden del mundo divino, ha venido a presentar algo
que puede ser denominado impulso infinito en todos los aspectos. En
campos como el estudio científico de la naturaleza, las revoluciones tec
nológicas, la búsqueda del progreso social e incluso la sexualidad, los de
portes, etc., ¿no podría decirse que empieza a destacar un impulso diná
mico orientado hacia el infinito? En todos esos dominios de la vida
permanece inactivo un ardor o una pasión determinados. y esto signifi
ca que junto a la secularización, cada una de las diversas facetas de la exis
tencia humana llega a ser su propio fin, por decirlo así, llega a ser autó
noma. Todo empezaría a contener una especie de infinidad, una finitud
infinita.
En este llegar a ser el propio fin, todos los campos del esfuerzo hu
mano devienen sin obj eto. Dejan de estar subordinados a algo más eleva
do que ellos mismos para ser su propio fin y servir como su sustrato. Jun
to al colapso del sistema teleológico de un orden del mundo divino,
también se bloqueó la jerarquía de valores que comportaba. Más tarde, las
diversas ocupaciones del hombre se fragmentaron, cada una era un fin en
sí misma y autónoma. En otras palabras, el impulso infinito aparecía co
mo algo sin un fin. Esto corresponde a la situación de un mundo que re-
301
chaza a Dios y donde el tiempo estaría abierto en dos direcciones. El
tiempo que ha perdido el principio y el fin como voluntad de Dios, es
el tiempo de la secularización. En ese tiempo, cada función de la vida,
como su propio fin y, por tanto, sin objeto, se entrega a la persecución
sin límites de sí misma. Aquí se ve el impulso infinito, o lo que hemos
nombrado «voluntad en sí mismo».
Por tanto, en Occidente los problemas del tiempo y la eternidad, de
lo histórico y de lo transhistórico, al final siempre vienen a imbricarse
con el concepto de voluntad. Probablemente es debido al problema de la
existencia del mundo y del hombre, o más bien, al problema del ser en
el mundo, que al final, debe ser considerado, no sub specie aeternítatís sino
sub specie ínfinítatís. Para dar un giro a nuestro punto de vista, el ser en el
mundo se ve envuelto invariablemente en lo que está implícito en con
ceptos como providencia, destino, fatalidad, etc. Ninguna de las posturas
discutidas -la voluntad de Dios, la escatología, el eterno retorno, la vo
luntad de poder, el tiempo sin principio ni fin, el impulso infinito, y así
sucesivamente- ha examinado el ser en el mundo sencillamente bajo la
Forma de la eternidad. En vez de ello, se originan en la consideración de
la Forma dinámica de la infinitud, desde el punto donde se cruzan el
tiempo y la eternidad, lo histórico y lo transhistórico. De ahí que el sig
nificado de destino y las nociones afines aparezcan naturalmente en la
pregunta por el ser en el mundo. Con él se comprende cómo la volun
tad llega a ser considerada la esencia de la existencia.
Esto nos recuerda una característica similar que puede hallarse en la
noción oriental de karma. Podría parecer que también el karma conside
ra al ser en el mundo bajo la Forma de infinitud en el sentido dinámico
aludido y que un destino aparece junto a él y una esencia de la existen
cia es captada como l!Ina cosa de la voluntad. Es más, aquí el principal
problema es que el karma es considerado desde el ámbito del tiempo sin
principio ni fin, como se refleja en expresiones como: «karma desde el
tiempo pasado sin principio ni fin».
En Occidente, la noción de tiempo sin principio o fin surgió en la
modernidad como resultado de la secularización y sigue siendo influyen
te. Aunque las limitaciones esenciales de ésta han sido expuestas crítica
mente especialmente desde el cristianismo y desde el nihilismo radical,
todavía se espera su verdadera superación (Aujhebung). Continuaremos
mostrando cómo la secularización moderna encierra un impulso infinito
302
en su fondo, aun cuando no sea consciente de este hecho. y cómo, cuan
do la secularización comienza a ser consciente de sÍ, empieza a desmoro
narse.
Por el contrario, el punto de vista de la noción del karma implica es
ta autoconciencia. El tiempo sin principio ni fin y el impulso infinito
son, desde el principio, elementos característicos del karma. Esto signifi
ca que en el karma, el ser en el mundo de la secularización moderna só
lo aparece tras haber pasado por la reflexión bajo la forma de infinitud.
Por lo menos parece posible decir que, en esencia, la idea de karma in
cluye un sentido que permite esa interpretación. Explicado de este modo,
este desgaste a causa del tiempo, casi semej ante a la idea mítica, guarda
ría relación con nuestro problema contemporáneo un tanto inesperada
mente. Con él por fin regresamos al punto de partida de nuestra indaga
ción.
IV
No es necesario ocuparnos ahora de la historia de la idea de karma en
el budismo. Nos interesa el contenido básico de esta idea tal como se en
cuentra, por ejemplo, en la fórmula budista del arrepentimiento: «Todo
el karma malo que yo he causado desde hace mucho, procede de una co
dicia, una ira y una locura sin principio. Todo nace de mi cuerpo, de mi
boca y de mi mente. Ahora me arrepiento de ello». En este sentido bási
co la idea de karma guarda relación con el problema contemporáneo que
explicábamos arriba.
Habría que destacar dos puntos a propósito del tiempo sin principio
ni fin implícito en la expresión «desde el tiempo pasado sin principio».
Primero, el tiempo sin principio ni fin otorga a la existencia, de una vez,
el carácter de carga o deuda y de creatividad o libertad, en la medida en
que una clase de impulso infinito opera en su trasfondo. En segundo lu
gar, el tiempo sin principio ni fin sólo puede acontecer si contiene en su
fondo la presencia de una apertura infinita.
Antes señalé que, en cuanto a la imperiosa necesidad de hacer algo
constantemente, nuestro ser y tiempo llevan las marcas de un peso infi
nito. El sentido de un proyecto, un «lanzarse hacia adelante» (entweifen)
esencial para el Dasein humano, significa que nuestra propia existencia es
una carga en sí misma. El hecho de que el tiempo esté abierto infinita
mente en dos direcciones, sin principio ni fin, convierte a nuestra exis-
303
tencia en el tiempo y a él mismo en un peso infinito con el que tene
mos que cargar. O bien, visto desde el interior, significa que somos im
pelidos hacia el nuevo devenir constante y el cambio incesante en el se
no de un tiempo en que nacemos y morimos de un instante fugaz al
siguiente. Un impulso infinito nos insta a ir hacia adelante sin un mo
mento de descanso. A la vez, no obstante, el impulso infinito muestra la
naturaleza interior de la posibilidad ilimitada que poseemos. Así, estar
haciendo siempre algo -la actividad kármica del «cuerpo, boca y men
te»-, a pesar de su necesidad interna, es ya un obrar libremente para crear
algo nuevo.
El tiempo, en ese sentido sin principio ni fin, y nuestra existencia en
ese tiempo no pueden ser pensados sin la totalidad de relaciones que con
figuran el mundo. Com� mencionamos antes, nuestra existencia tiene lu
gar dentro de un nexo infinito, que se remonta al pasado, de nuestros pa
dres a los suyos, antes de la aparición de la raza humana, antes de la
constitución del sistema solar y así sucesivamente ad infinitum, de igual
modo que se extiende sin límites hacia el futuro. Esta concatenación
temporal, ligada infinitamente a un gran nexo de relaciones espaciales,
configura nuestro mundo. Según esto, todos nosotros estamos dedicados a
hacer algo en el tiempo sin principio ni fin, es decir, el ser-en-el hacer
(samskrta) de cada instante como devenir del tiempo mismo se reduce en
definitiva a la intersección de dos movimientos: verticalmente, resulta del
nexo total de relaciones presente «desde el tiempo pasado sin principio»
en el trasfondo de nuestro propio ser en el mundo y el tiempo, y hori
zontalmente, sucede en conexión con todas las cosas que existen simul
táneamente a nosotros. La existencia en la que nuestro ser hace cons
tantemente algo, acontece desde un nexo del mundo dinámico e
ilimitado. El tiempo sin principio ni fin y el ser en ese tiempo, o lo que
hemos denominado impulso infinito, debe considerarse desde esta pers
pectiva. Esto es lo que significa que el ser en el mundo debe ser exami
nado «bajo la Forma de la infinitud». La misma perspectiva aparece en la
anterior fórmula del arrepentimiento como la confesión de que el mal
del karma es consecuencia del cuerpo, boca y mente (acción, palabra y
pensamiento) y que, aún más, este karma emana de «una codicia, una ira
y una locura sin principio». Pero ¿qué puede significar todo esto?
El tiempo sin principio o fin, junto a nuestro ser en ese tiempo, se nos
presenta, por tanto, con el carácter de una tarea inagotable que nos ha si-
304
do impuesta, lo que significa que podemos sostener nuestra existencia en
el tiempo sólo bajo la forma de hacer constantemente algo. El ser en el
tiempo consiste esencialmente en estar obligado incesantemente a hacer
algo. Sería como el siervo feudal forzado a trabajar año tras año para re
cibir su cuota o el preso de una prisión que realiza una dura labor para
pagar su deuda a la sociedad y expiar su delito. Para asegurar nuestra pro
pia existencia, tenemos que pagar con nuestro trabajo la carga impuesta.
El peso de nuestra existencia no puede ser atribuido a nadie. Desde el
principio forma parte de la esencia de una existencia temporal.
Podríamos buscar una respuesta a ese modo de ser en el tiempo en el
castigo que se impone a alguien a causa del pecado. É ste sería, por ejem
plo, el caso de Adán, que se considera el origen del ser en el tiempo, es
to es, ser algo que nace y muere, algo que debe trabajar con el sudor de
su frente. É sta es una de las representaciones míticas del destino según la
cual la existencia humana debe ser entendida bajo la Forma de la infini
tud. La idea de la deuda o culpa de la existencia aparece a menudo en el
mito antiguo. En lo que respecta a la esencia de la existencia humana, po
dríamos decir que creadores del mito vieron cosas que el intelectual no
ha logrado ver.
Ahora bien, esta deuda como parte esencial del ser en el tiempo com
porta una i nagotabilidad. Mientras que hay límites en las obligaciones im
puestas por la legislación social o legal, la deuda esencial de la existencia
es tan elemental como la existencia misma. Es infinita, porque al hacer
algo que agota nuestra deuda, sembramos las semillas de una deuda nue
va. Por medio del trabaj o que nos libera del peso de la existencia, es de
cir, a través de nuestro propio trabajo liberador, preservamos nuestra pro
pia existencia. (No obstante, como veremos más tarde, ésta es una
libertad que surge de la apertura infinita de la nihilidad en el fundamen
to del presente.) El pago interminable de esta deuda genera una nueva
deuda a través del sarnskrta del pago y en este proceso se ve el funciona
miento del patrón básico del karma. Este modo de ser sarnskrta (ser-en
el hacer) , condenado a estar entregado continuamente a hacer algo, con
tiene este sentido de lo infinito o lo inagotable. El campo que da
nacimiento a la deuda es el de la actividad kármica que actúa para disol
verla. Cada uno de los hechos que eliminan la deuda vuelven invariable
mente al fundamento de la deuda, la reinstauran en cada caso. y este re
greso es, al mismo tiempo, el impulso para que la actividad kármica nueva
305
pueda saldar la nueva deuda con el trabajo. Así nuestro Dasein, aunque
sale de sí mismo sin parar, por ese mismo acto nunca sale de su propio
fundamento, sino que se mantiene silenciado perpetuamente dentro de sí
mismo. El yo está en todo momento, interminable y permanentemente
atado a sí mismo. Esta dinámica contradictoria de «atarse uno mismo con
la propia cuerda», por decirlo así, es la esencia de nuestra existencia.
En esta relación, la escuela de la «Sólo conciencia» (Vijñapitamiitraúi)
se refiere a una «conciencia depósito» (iilaya-vijñiina), en base a la cual se
concibe un nexo dinámico por el que las semillas hacen nacer la acción
manifiesta en los hechos, palabras y pensamientos que, a su vez, perfuman
las semillas con un aroma persistente (viisana). Aunque el pensamiento
que se desarrolla en torno a esta concepción es rico en intuiciones, no
podremos desarrollarlo aquí.
De este modo, la esencia de nuestro ser en el tiempo ha llegado a ser
concebida en un marco dinámico, de autodesarrollo espontáneo, causal,
infinitamente abierto en las dos direcciones del tiempo. La concepción
del tiempo sin principio ni fin es esencialmente inseparable de esa com
prensión del ser en el tiempo.
Como ser en el mundo, la esencia de nuestro Dasein reside dentro del
mundo-corno-nexo infinito descrito antes. Este endeudamiento de nues
tra existencia y el carácter kármico de nuestras actividades tienen lugar
sólo bajo las condiciones de ese mundo-corno-nexo. Este condiciona
miento es un momento esencial de nuestro modo de existencia sarpskrta.
El mundo-corno-nexo está profundamente ligado a la cualidad del auto
desarrollo espontáneo de nuestro ser en el tiempo (o nuestro ser como
tiempo) . Es parte del ser del devenir sin descanso, incesante, que parece
ser estimulado desde dentro por un impulso infinito. Cuando nuestro ser
acontece como un devenir incesante que ha surgido a la luz a causa de su
hacer constante, este hacer sólo puede tener lugar como hacer algo y és
te, a su vez, no puede llegar a ser sin ese mundo-corno-nexo.
En general, los dos aspectos, el aspecto del yo determinándose a sí
mismo y el del yo determinado por otro, son inseparables de la existen
cia en el tiempo. En otros términos, la existencia acontece invariable
mente como una codeterminación. Básicamente, que una existencia sea
determinada por otra significa que se determina a sí misma a causa de la
otra. La determinación a causa del otro es en todo momento autodeter
minación, y la existencia que se ha determinado a sí misma de esa ma-
306
,
b
nera, determina a su vez al otro. Sólo como algo que se determina a sí
mismo, puede experimentar la determinación a través del otro. Si adop
tarnos una expresión de los antiguos, se trata de una «relación causal» (hetu
pratyaya) situada en el mundo-corno-nexo y entretejida de causas inter
nas y externas, de forma que todos los seres en el mundo vienen a ser en
virtud de esta afinidad causal.
Si admitimos que el hecho de que yo soy en el tiempo, de que soy yo
mismo, tiene lugar a través de una constante actividad (llegar a ser quien
soy determinado a cada momento) en mi existencia, entonces la totalidad
del mundo-corno-nexo surge a la luz como un vínculo de relaciones cau
sales. En la medida en que este nexo le da una determinación actual a mi
existencia, aquel vínculo infinito del tipo de causalidad descrito arriba se
halla sujeto a mi existencia. Esto nos lleva necesariamente a considerar la
totalidad de la humanidad, la totalidad de los seres vivos, la totalidad del
mundo, como destinada a formar un todo único con mi existencia y mi
obrar. En el terruño de mi Dasein, directamente debajo de mi obrar, es
te vínculo trabaja para hacer a este Dasein lo que es, esto es, para deter
minarlo. Mis propias tareas llegan a ser uno con el flujo y reflujo del ne
xo total desde el tiempo pasado y sin principio. Podría decirse que mis
tareas han surgido de ese todo ilimitado que reside tras ellas. El ser en el
mundo llega a ser él mismo por estar condenado a hacer algo.
En este aspecto, no obstante, no podemos omitir el segundo elemen
to aludido al comienzo de esta sección: la apertura infinita que constituye
el campo de la libertad de hacer cosas, la nada que es una con el ser en el
devenir incesante del tiempo.
Aunque el ser en el mundo sea visto dentro de un mundo-coma-ne
xo ilimitado en los términos de su relación causal con la totalidad del «to
do en todo», no podemos decir que esto sea visto desde una perspectiva
especulativa o metaflsica. Aquí el ser y el devenir del ser en el mundo no
pueden ser separados del hacer; no pueden ser pensados aparte del kar
ma del cuerpo, de la boca y de la mente. Pero lo principal es que las
obras, las palabras y los pensamientos se hacen conscientes en el campo
del tiempo sin principio ni fin y en el mundo-corno-nexo ilimitado, es
decir, como algo siempre comprometido en tejer la red de causalidad que
configura el mundo.
Ya hemos visto cómo la actividad kármica del hacer, es decir, cada ac
to que disuelve la deuda, invariablemente retorna al fundamento origi-
307
nario de esta deuda, por 10 que queda restituida. En ese fundamento, ca
da actividad dirigida a cumplir con las obligaciones de uno determina a
su vez nuevas obligaciones. El hacer determina de nuevo al ser: hace ser;
deviene ser y por ello recrea el ser en el tiempo. En otras palabras, el ha
cer renueva y restablece el ser en el tiempo. Pero entonces la actividad
kármica que regresará nuevamente a ese ser, ya restituido una vez como
deuda, al regresar a su fundamento originario -es decir, el hacer que di
suelve la deuda- ha salido ya otra vez de ese fundamento. Así, este Da
sein nuestro que está constantemente haciendo algo es un devenir ince
sante en el tiempo y como tiempo. El Dasein es extraído de su fundamento
constantemente y, al mismo tiempo, devuelto allí constantemente. Inclu
so en la incesante liberación de sí mismo, acaba siempre de nuevo en su
fundamento.
y por eso nuestro ser por hacer algo constantemente, se relaciona con
aquello que es distinto de nosotros y de este modo deviene transitoria
mente en el tiempo. 0, más bien, digamos que somos porque nosotros
mismos producimos el tiempo como el campo de nuestro devenir transi
torio. En este ámbito, nuestro ser nunca puede librarse de sí mismo.
Constantemente debemos pagar una deuda y aligerar una carga infinita,
puesto que nuestro ser renace interminablemente desde nuestro propio
terruño. De esta manera, en el fondo de nuestro ser y hacer, en el terru
ño de nuestro Dasein, surge la autoconciencia de un impulso infinito.
En el terruño del Dasein, donde encontramos la fuente de este im
pulso infinito, advertimos un auto enclaustramiento, o lo que Toynbee
denomina egocentrismo. Los antiguos tomaban este autoenclaustramien
to elemental, que es la fuente de la actividad kármica interminable, co
mo la oscuridad de la ignorancia (avidya) u «oscuridad fundamental». En
ella, el karma de nuestra acción, habla y pensamiento es considerado co
mo infinito, como algo existente en el campo de un tiempo infinita
mente abierto en dos direcciones y que constituye infinitamente el nexo
causal. En mi opinión denominamos karma a la situación que nos obliga
a un impulso infinito, procedente de nuestro propio fundamento origi
nario, con la intención de estar entregados a hacer algo constantemente;
de esta manera, nos vemos forzados a establecer una relación con los de
más en la forma de una mutua codeterminación, pero permaneciendo
siempre incapaces de olvidarnos del yo que pesa onerosamente sobre no
sotros. Podemos considerar al karma como una autoconciencia de la
308
esencia de la existencia en el tiempo, concebida como un nexo dinámi
co del ser, del hacer y del devenir.
Normalmente, la idea de karma está vinculada a las nociones de trans
migración y metempsicosis. Y junto a esto se habla de cosas como un
«mundo anterior» o «vidas anteriores» previas al nacimiento y un «mun
do más allá» o una «vida futura» que empieza con la muerte. Además, res
pecto a la causalidad del karma tal como se extiende por los «tres tiem
pos del mundo» (siendo el tercero el presente) se han propuesto diversas
teorías (incluso desde la biología) . No es dificil explicarlo. Nuestro ser en
el tiempo tiene que habérselas esencialmente con la infinitud, de mane
ra que somos impulsados incesantemente a hacer algo y a entrar en rela
ción con los demás como habitantes del mundo-corno-nexo. Es más,
llegamos a ser conscientes de que, aun dentro de esta relación causal, no
podemos dejar el fundamento originario del yo mismo. De ahí se sigue,
lógicamente, que esta conciencia de la existencia, al participar de esa in
finitud, irá más allá del marco de la vida limitado a este mundo, para abar
car también la apertura ilimitada del antes y el después.
Al referirnos al concepto de transmigración en un capítulo anterior, ob
servamos que sólo podemos comprender el significado de una representa
ción mítica si lo llevamos de nuevo a nuestra existencia en el presente. De
hecho, las representaciones míticas, en general, nacen del deseo de pre
guntar por el fundamento del Dasein humano; contienen una clase de in
tuición de la esencia ( J#sensschau) del ser en el mundo. Después de la in
terpretación del significado existencial de la transmigración, vimos que la
finitud del hombre es comprendida existencialmente como infinita, en el
horizonte de un mundo que también abarca otras especies además del
hombre, y en un nivel más básico que el puro ser en el mundo desprendi
do de cualquier diferencia concreta.
Sucede lo mismo con la idea de karma en los «tres tiempos del mun
do». La significación esencial de esa idea reside, en primer lugar, en el he
cho de que nuestro obrar como seres humanos es comprendido como
una finitud infinita en el presente -e incluso en el momento en que el ei
dos de lo humano ha sido abandonado-o Esto significa, además, que nues
tro ser es comprendido como algo que, aún en su estar presente como
humano, extiende sus raíces ilimitadamente por todo el mundo-como
nexo. Y, por último, consiste en el hecho de que nuestro ser, nuestro ha
cer y nuestro devenir en el tiempo es comprendido a la vez que el mun-
309
do-corno-nexo en forma de relación causal, es decir, la vinculación recí
proca de todas las causas interiores y exteriores. Este modo de compren
der el Dasein en el fundamento del presente, como observamos antes,
implica devolver el Dasein a su propio terruño.
Podemos concebir la transmigración del ser humano según la causali
dad del karma que se extiende sobre los «tres tiempos del mundo» (pasa
do, presente y futuro) , de manera que probablemente venimos de un mo
do de ser y vamos hacia otro modo de ser sentiente. Si esto es así, podemos
decir que el fundamento de la actividad kármica presente ha sido pene
trado directamente en su base para alcanzar esa profunda perspectiva. y si
consideramos a esa causalidad desde la perspectiva de la apertura del tiem
po sin principio ni fin, por la que se muere y se renace interminablemen
te en la «rueda de la transmigración», debemos concluir que en ese caso
buscamos el fundamento de la actividad kármica presente y lo recupera
mos directamente debajo del presente, en dirección hacia una apertura in
finita de la nihilidad. Es decir, significa una profundización de la auto
conciencia de la existencia en el presente.
V
Esto nos lleva al segundo aspecto mencionado arriba a propósito del
tiempo sin principio ni fm: este tiempo acontece junto a la aparición de
una apertura infinita más allá del tiempo que procede del fundamento
del presente.
Aquí, la apertura se manifiesta como una nihilidad más allá de la exis
tencia y de todas sus formas. Ya sea la idea rrútica de una transmigración
sin fin j unto a la de los kalpas y grandes kalpas, o la idea del eterno re
torno de Nietzsche, o bien, la idea de los mundos incontables que se su
ceden en el tiempo o coexisten en el espacio, o cualquier otra idea la que
abriguemos, todos estos mundos tienen lugar en la apertura del campo de
la nihilidad. Este campo está siempre abierto directamente bajo nuestro
Dasein. De hecho, sin esta nada, no sería posible lo que hemos estado de
nominando ser en el tiempo. El hecho de que este ser esté ocupado in
cesantemente significa que el hacer al que es empujado desde dentro, por
un impulso infinito, es a su vez un hacer totalmente libre. Es una activi
dad kármica que crea el ser hasta entonces inexistente. Es nuestra exis
tencia al recibir una determinación completamente nueva.
En lo precedente, estas determinaciones han sido consideradas como
310
si acontecieran en forma de relación causal, esto es, junto al mundo-co
mo-nexo ilimitado en donde nuestro ser hunde sus raíces. Sin embargo,
el hecho de que esas determinaciones siempre constituyan un modo de
ser nuevo para el yo y, de acuerdo con esto, deban ser autodeterminacio
nes, implica que la libertad de la actividad kármica participa en ese pro
ceso de determinación. Si nuestro ser en el tiempo consiste en un hacer
constante, este hacer necesita asirse a la apertura infinita de la nihilidad,
que en general trasciende al ser y a todos los vínculos de la conexión cau
sal del mundo-como-nexo que forman sus determinaciones.
Por supuesto, esto no quiere decir que exista una cosa llamada nihili
dad. Para que el ser acontezca nuevamente en el tiempo, para que la exis
tencia tenga lugar constantemente en forma de un devenir nuevo, es ne
cesario que exista la libertad de restituir esa posible determinación nueva.
En otras palabras, para que el ser no quede congelado en una inmovili
dad permanente, debe haber una impermanencia, una transitoriedad no
obstaculizada por el ser. y esto sólo es posible si el hacer, ser-en-el hacer
(sarn slqta) , está fundado en la nihilidad. Entonces el ser en el tiempo
-como un devenir nuevo, sin fin, esencial y constante- y el tiempo sin
principio ni fin pueden ser constituidos al mismo tiempo, pues ambos
participan del carácter de la finitud infinita. El ser-en-el hacer está en
esencia ligado a la nihilidad.
Desde esa perspectiva, el mundo del karma es un mundo donde cada
individuo está determinado por sus vínculos y por su conexión causal
dentro de un mundo-como-nexo infinito, y cada existencia y conducta
individuales, así como cada momento de su tiempo, surgen como algo
completamente nuevo que posee libertad y creatividad.
A pesar de que el flujo y reflujo del nexo total «desde el tiempo pasa
do sin principio» sea concebido como una cadena infinita de necesidad
causal, el que no tenga principio implica por el contrario, un antes pre
vio a cualquier pasado imaginable. Para un tiempo como ése no tener fin
significa que tiene un futuro aunque sea el más remoto de los futuros po
sibles. Un antes y un después así (por encima de cualquier antes y des
pués definido) están en el presente de cada hombre y hacen del presente
una actividad libre y creativa.
La apertura infinita del tiempo en dos direcciones no es otra cosa que
una irrupción en el tiempo de la apertura transtemporal o trascendencia
extática, que reside directamente debajo del presente, una irrupción que
311
se alcanza en cada función de la actividad kármica. Cuando el hacer cons
tituye al ser en el tiempo, lo constituye en tanto que devenir sin princi
pio ni fin. y los hechos kármicos que hacen manifiestos su devenir in
cansable e incesante, al mismo tiempo, regresan siempre al fundamento
del karma, el presente. En otros términos, el hacer se abre a sí mismo en
cada ocasión a la apertura de la nihilidad y así preserva la dimensión de
trascendencia extática.
Esto comporta que el yo siempre es él mismo. Del mismo modo que
mi karma constituye constantemente mi existencia en el devenir como ser,
en ese karma estoy en mi propio terruño: soy siempre yo mismo. Por ello
el devenir incesante en el tiempo constituye sin descanso mi existencia. El
karma es siempre mi karma. y esto significa que es un karma libre que
implica una trascendencia extática hacia la nihilidad.
Por supuesto, aunque lo llamemos libertad o creatividad todavía no lo
es verdaderamente hasta ese momento. AquÍ la libertad es una con la ne
cesidad interior que nos exige hacer algo constantemente. Es al unísono
con el impulso infinito y ese impulso, a su vez, es al unísono con la li
bertad. Por otra parte, estar siempre relacionado con algo o con alguien
en el mundo-corno-nexo ilimitado y estar condicionado y determinado
en esas relaciones es una autodeterminación. Mientras que el karma aquÍ
presente es la actividad libre del yo, al mismo tiempo, posee el carácter
del destino que aparece en la conciencia al unísono con esa libertad. Es
te karma llega a la conciencia bajo su forma de infinitud, como impulso
infinito en su esencia voluntariosa.
La relación del yo con algo, considerada como una autodeterminación,
es el libre ejercicio de la voluntad del yo. El yo acepta voluntariamente una
cosa como buena o rechaza otra como mala. Pero en tanto que está de
terminado por la relación causal del nexo total, esta libre voluntad es un
destino, una necesidad causal, sin dejar de ser por ello voluntad libre.
Aceptar o rechazar una cosa implica un apego simultáneo a ella. El karma
que se relaciona con alguna cosa, al codiciarla, es a un tiempo voluntario
y forzoso. El ser del yo que tiene lugar en ese karma es a la vez libertad y
carga. La espontaneidad se vuelve lastre y deuda. Es más, la actividad es
pontánea y voluntaria que absuelve la deuda, disfruta en el proceso y, de
este modo, renueva el deseo original. En el karma, gozo y melancolía
(Schwermut) están entrelazados. Como ya observamos, la existencia en el
tiempo es esencialmente ambigua.
312
En la creatividad a la que nos referimos, la creación de algo nuevo sig
nifica estar constantemente expuesto a la nihilidad. El ser del yo en el
mundo -el yo mismo junto al asunto (koto) que resulta de las relaciones
con las cosas- implica la impermanencia esencial en la cual el yo nace en
un instante fugaz y perece al siguiente. Esto es, nuestro karma presente
consiste en regresar a la apertura de la nihilidad del presente. Nuestro ser
en el mundo, que llega a ser por su dedicación constante en el hacer,
siempre se mantiene en suspenso sobre la nihilidad y sujeto a una anula
ción constante, sin tener nada a que agarrarse ni un lugar para descansar.
Nuestra existencia está en constante peligro de desmoronarse.
Nuestra presente actividad kármica, considerada bajo la forma de in
finitud, es anunciada constantemente por la libertad espontánea, el deseo,
el gozo de vivir y las raíces profundas del apego (impulso infinito) y por
un sentido igualmente elemental de profunda vacuidad, nihilidad e im
permanencia de las cosas. Sería la misma ambigüedad vista desde otro án
gulo.
Lo que en japonés se llama mono no aware (el pathos de las cosas) , in
dica el momento en que deseo y gozo son uno con la tristeza a causa del
sentimiento de impermanencia. En otras palabras, esta expresión signifi
ca que el ser del hombre experimenta vivamente la infinitud y la caduci
dad de las cosas. Es decir, que allí donde el ser del hombre, como algo
apegado a las cosas en el tiempo, se despierta a la conciencia «perfuma
do» con el sentimiento del mundo y del tiempo, bajo la forma de la in
finitud, allí también se experimenta estéticamente la esencial imperma
nencia de las cosas o del puro ser en el mundo, según la expresión de
Kierkegaard ('existencia estética». Significaría que todas las cosas del mun
do y el yo mismo son totalmente realizadas estéticamente en el rostro ori
ginal de su manifestación.
De este modo, cuando las obras de la libertad y la fatídica naturaleza
de la determinación se hacen manifiestas como unidad inseparable en
nuestro karma presente, el fondo último de la propia existencia en el
tiempo -lo que he denominado antes el egocentrismo o autoenclaustra
miento infmitos- aparece en la autoconciencia junto a una nihilidad
transtemporal y eterna. El egocentrismo indica un avidyii fundamental. Es
el origen del impulso infinito que se oculta en la esencia del ser en tan
to que devenir y le hace ser un ser en tanto que devenir en el tiempo ili
mitado. La apertura infinita del tiempo en dos direcciones es la irrupción
313
n
de la apertura de la nihilidad eterna en el tiempo revelada en el presente.
Es una irrupción que ocurre cada vez que se lleva a cabo un hecho kár
mico; cada hecho del yo es un hecho kármico. Por esta razón, por lo ge
neral, el egocentrismo, que es la fuente elemental del ser en el tiempo, es
constituido al unísono con la nihilidad como algo situado siempre en la
nihilidad eterna.
Todo esto indica lo profundamente arraigado que está el egocentris
mo. Las raíces del yo se extienden tan profundamente que nunca pueden
ser alcanzadas por ninguna actividad kármica. El karma del yo siempre
vuelve a su propio fundamento, es decir, al yo mismo, pero no consigue
regresar allí sin más. El karma sólo puede volver a su propio terruño en
el yo y una vez allí restaurar su existencia cargada de deudas. En el kar
ma, el yo está constantemente orientado interiormente hacia su funda
mento; y sin embargo, la única cosa que consigue con ello es reconstituir
el ser como devenir en un tiempo sin principio ni fin. La verdadera for
ma de nuestro karma, esto es, de nuestro ser en el tiempo, de nuestra vi
da, consiste en transitar por el tiempo interminablemente en busca del
fundamento del yo.
El karma del «tiempo pasado sin principio» es la verdadera forma de
nuestra vida. Esto implica un sentido de desesperación esencial. El karma
sería lo que Kierkegaard denomina «enfermedad mortal». Su desespera
ción surge directamente en la conciencia desde el fondo de nuestro cum
plir los hechos, las palabras y los pensamientos actuales desde el origen
del tiempo sin principio o fin, y desde el fondo del ser de ese tiempo; en
suma, desde nuestro egocentrismo. También podemos ver una concien
cia de esa desesperación subyacente en la confesión de la fórmula del arre
pentimiento budista, que sugiere que todo karma procedente del cuerpo,
la boca y la mente del yo está fundado en la codicia, la ira y la locura sin
pnnCIpIO.
Así pues, aunque la fuente elemental del ser que ha llegado a ser uno
con la nada, y del egocentrismo constituido con la nihilidad, resida di
rectamente debajo de la existencia humana, ahí la forma de esa existen
cia es abandonada. Puesto que la nihilidad es absolutamente sin forma, es
decir, representa el lugar donde toda forma regresa a la nada, el ser -en
esa fuente elemental donde es a la vez nada- es un ser que se ha librado
de toda forma. En el sentido anterior, es un puro ser en el mundo como
tal.
314
En su fundamento último, la propia existencia del hombre no es hu
mana. Puede decirse que el Dasein humano emerge de la conformación
de la forma de lo humano y la transformación del ser en un todo único.
En el fondo de nuestro ser humano reside un nivel de puro ser más allá
de cualquier determinación de lo humano. y el ser humano, precisa
mente por implicar ese nivel, también es ser en el mundo concreto. El
hecho de que nuestra existencia esté interrelacionada con las demás co
sas por relación causal en un mundo-como-nexo sin fin, se debe a que
en el fondo de las tareas a las que como hombres nos dedicamos, dispo
nemos de un horizonte de intercomunicación con el ser de todas las co
sas del mundo. En este horizonte somos un puro ser en el mundo como
tal, libre de todas las determinaciones particulares.
En otros términos, el ser de todas las cosas es conducido al funda
mento de nuestro egocentrismo y allí reunido en uno. Aunque en el kar
ma la existencia sale constantemente de sí para estar en el fundamento del
otro y adherirse a él en el contexto de la red de causalidad, esta existen
cia kármica, al mismo tiempo, une el ser de todas las demás cosas a su yo
en el horizonte de su puro ser en el mundo. Esto significa que el yo se
transforma eh el centro del mundo. A este modo de ser en el campo de
la nihilidad lo denominamos auto enclaustramiento absoluto o soledad
abisal. Esta soledad es tanto más abisal para la existencia en el mundo (que
ha sido aquí el máximo foco de discusión) porque su autoenclaustra
miento tiene lugar en el horizonte de la intercomunicación más profun
da con cada una de las demás cosas.
Aquí el karma contiene indicios de culpa y pecado. En cierto senti
do, adquiere el carácter de pecado original, es decir, el pecado que es tan
elemental como el trabajo liberador y la existencia del hombre. El karma
está determinado en la libertad por la necesidad causal de todo el víncu
lo infinito, una libertad de espontaneidad en la atadura y, por lo tanto,
una libertad totalmente limitada por el destino. Al mismo tiempo, al ha
ber reducido el vínculo causal de todo a su propio centro, es una liber
tad completamente ilimitada. En el karma estos dos aspectos de libertad
y necesidad causal son uno. Por consiguiente, como libertad que deriva
por entero de la fuerza que determina la necesidad causal, una libertad
atrapada y arrastrada por la necesidad, el karma se fuerza a adherirse a lo
demás, mientras que permanece como libertad ilimitada al unir a lo de
más en el centro del yo. Es una libertad a modo de pecado original.
315
Pero el ser-sí mismo en su verdadero sentido, egocéntrico, es otra co
sa totalmente distinta. El verdadero egocentrismo supone una centralidad
sin yo; un yo que es no-yo. Consiste en aquello a lo que nos referimos
en un capítulo anterior como interpenetración circumincesional en el
campo de sünyata. Recoger el ser de todas las cosas en el fundamento del
yo sólo puede tener lugar mientras el ser del yo se subordina al ser de las
cosas en sus fundamentos. Pero en esta centralidad del yo que hallamos
en el karma, y que a su vez reside en la nihilidad, no es posible un reco
gimiento de todas las cosas en el fundamento del yo, excepto por un au
toenclaustramiento.
En el mismo contexto, se asignó el término naturaleza a la fuerza que
actúa para recoger todas las cosas y conectarlas unas con otras. En el kar
ma, la naturaleza puede ser concebida como la fuerza elemental por la que
el yo vincula a todas las cosas, mientras las recoge en sí mismo a la mane
ra de un autoenclaustramiento; y por tanto, como la fuerza por la que el
yo mismo entra en el devenir incesante sin principio ni fin, mientras se
dedica a relacionar a las demás cosas unas con otras. Puede pensarse como
la fuerza elemental que opera en un yo que ha llegado a ser el centro del
mundo. En su fuente elemental, el karma de los hechos del cuerpo, de la
boca y la mente del hombre se origina a través de la fuerza de esta misma
naturaleza, es decir desde el horizonte de lo que he denominado puro ser
en el mundo.
VI
Lo que venimos diciendo acerca del karma tiene que ver con la for
ma fundamental de la vida humana en la historia cotidiana. Todo nues
tro obrar pertenece a este mundo de la historia. Por tanto, como ha sido
apuntado, también la vida humana y el punto de vista del karma en el
mundo secularizado se aproximan. El modo de ser antropocéntrico que
muestra el hombre secularizado contiene en esencia lo que he denomi
nado impulso infinito o «voluntad en sí». Incluso en la época moderna,
la naturaleza esencial del hombre reclama ser considerada bajo la forma
de la infinitud. Y la idea de karma puede ofrecer una interpretación y
claridad a este modo de ser secularizado del hombre.
No obstante, el punto de vista del karma debe ser abandonado para
alcanzar el de la vacuidad, un desprendimiento que señala una conversión
del punto de vista de la nihilidad al de sü nyata. Es una conversión del
316
sarpsara-en-el nirvaua. En el curso de nuestras observaciones sobre el «de
jar caer el cuerpo-mente, cuerpo-mente caído» de D6gen, se apuntó que
el funcionamiento de nuestras vidas cotidianas -el karma del hecho, la
palabra y el pensamiento- puede favorecer la aparición de la verdad ab
soluta (verdad como A A7jOEUI') .
Desde el punto de vista del sünyata, todo lo que se ha dicho sobre el
punto de vista del karma puede ser transformado por vía de una nega
ción absoluta y llevado a una vida nueva. En cualquier caso, el punto de
vista del sünyata budista, especialmente el Mahayana, se sitúa -aunque sin
afiliación ninguna- entre las religiones centradas en una visión cíclica del
mundo, en las que la historia, según Toynbee, desaparece (él incluye al
budismo en este grupo) ; lo mismo sucede con la tradición religiosa ju
deo-cristiana, a pesar de su sentido marcadamente histórico y sin que por
ello se libre al final de su egocentrismo.
Tal como indicarían expresiones como «no-yo)) y «cuerpo-mente caÍ
do)), sünyata es el aspecto de la liberación radical del egocentrismo. No
deja espacio para éste en la conciencia religiosa, por ejemplo para el ni
vel más elevado de egocentrismo que encontramos en la idea de ser ele
gido o predestinado por Dios para la salvación. En términos más ele
mentales, sünyata implica una negatividad absoluta respecto a la voluntad
que reside en el fondo de cada forma de egocentrismo. Esto implica una
orientación directamente opuesta a la de la voluntad. Como destacamos
antes, podemos hallar el concepto de voluntad en el fondo de todas las
principales concepciones occidentales de la historia y el tiempo. É ste se
ría obviamente el caso de la voluntad de Dios en el cristianismo y de la
voluntad de poder del ateísmo de Nietzsche; pero en la secularización
moderna, tras la razón antropocéntrica yace oculta una voluntad huma
na en sí, que puede ser llamada impulso infinito demoníaco. En Orien
te, como ya se destacó, se toma conciencia de este impulso infinito tem
pranamente con la idea de karma.
Ahora bien, el punto de vista de Sünyata sólo se constituye en un lu
gar sin fondo más allá de esas concepciones de la voluntad y, de hecho,
más allá de cualquier concepción relacionada con la voluntad, a través de
la negación absoluta. Esa ausencia de fundamentación de sünyata es la
de la Existenz del no-ego.
En la Existenz del no-ego, no-ego no significa sencillamente que el
yo no es ego. Debe significar también, al mismo tiempo, que el no-ego
317
>
es el yo. El yo debe alcanzar la autoconciencia como algo que procede de
su propia negación absoluta. No es que el yo sea meramente no-yo (es
to es no-ego) . Más bien, debe ser que el yo es yo porque no es yo. Si sim
plemente fuera cuestión de que el yo no sea yo, todavía quedaría abierto
el canuno para seguir a Nietzsche en su acepción de la voluntad de po
der como el yo verdadero, o la n-usnudad del yo. Igualmente, sería posi
ble adoptar la noción oriental de karma, ,o algo parecido a la voluntad de
vivir de Schopenhauer, como la n-usn-udad del yo. O bien, también po
dría buscarse el yo real en la unión con algún ser absoluto como Dios o
el Uno de la mística occidental, o en la unidad del Brahman y el yo (tat
tvam así: Todo eso eres tú) del n-usticismo oriental. Sin embargo, en to
dos ellos, el punto de vista del no-ego verdadero todavía no puede apa
recer del todo. Sólo al dar un paso más adelante nos encontramos el ver
dadero no-ego en la inversión, «yo no es yO» (yo es no-ego), luego es yo.
Esta inversión es precisamente esa autoconciencia existencial por la que
el yo es realizado (manifestado y aprehendido) emergiendo a su natura
leza de no-ego. Es Existenz como «dejar caer el cuerpo-mente, cuerpo
mente caído».
En esta Existenz de no-ego, como hemos visto, la acción se origina a
cada momento desde el principio del tiempo. Es una revelación del prin
cipio del tiempo n-usmo y, en ese sentido, es la aparición de ese principio
en su naturaleza. Es, por decirlo así, un instante de eternidad que aparece
en el tiempo. Aquí, también, nuestra vida se convierte en una dedicación
a hacer algo. Nuestro ser presenta la forma de devenir incesante en el ha
cer incesantemente. E�te ser, como un ser-en-el hacer (samskrta) , es un
devenir que llega a ser 'y desaparece a cada momento.
Sin embargo, aquí nuestro quehacer ya no es un pago intern-unable ni
la restitución de una deuda. Nuestra existencia no llega a ser para noso
tros una carga infinita. Nuestra acción, nuestro karma de hecho, palabra
y pensamiento, no surge de la oscuridad de la ignorancia (la raíz del ego
centrismo), que es el ámbito del impulso infinito; ni regresa a ese ámbi
to. Cada una de nuestras acciones ya no son algo que produce el ser en
el tiempo sin principio o fin. Tampoco el karma que produce el ser al
n-usmo tiempo que lo anula está en la nihilidad.
Como Existenz de no-yo, el ser, hacer y devenir en el tiempo apare
cen en su naturaleza en la vacuidad, que constituye su negación absoluta.
y aquí el hacer constante es un no-hacer constante. El constante llegar a
318
ser y desaparecer es no llegar a ser y no desaparecer. Estar constantemen
te entregado a hacer algo es, como tal, un no hacer nada. Ser un giro de
la rueda de la transmigración en el devenir incesante significa no abando
nar la tierra natal del «nonato». Volviendo a la frase de Dogen citada en el
capítulo anterior, podemos decir que la vida cotidiana del cuerpo-mente
«con oj os horizontales y nariz vertical», como tal representa volver a casa
con las manos vacías, pasar el tiempo y tomar las cosas como vienen.
En la vacuidad, entonces, todas nuestras acciones adquieren el carác
ter de juego. Cuando nuestro hacer, ser y devenir, cuando nuestra exis
tencia, nuestra conducta y nuestra vida aparecen en sus respectivas natu
ralezas desde su extremo más remoto, esto es, cuando emergen desde el
lugar donde el no-ego es el yo en su propia mismidad, ya se han des
prendido del porqué o el para qué. Son sin propósito o razón fuera de sí
mismos, y llegan a ser verdaderamente su propio fin y sin causa o moti
vo, un verdadero Leben ohne Warum (vivir sin porqué) . En el fondo, en su
fuente elemental, nuestra existencia, conducta y vida no son un medio
para otra cosa. En vez de ello, todas y cada una de las cosas existen por
su causa, y obtienen su significado por su relación con ella, al mismo
tiempo que son su propio telas. Su existencia, su conducta y su vida asu
men el carácter de juego cuando se manifiestan en su fuente elemental.
Con todo, la fuente elemental es el lugar donde el no-ego es yo, lo
que significa que ser un fin para uno mismo es algo todavía impuro y no
es del todo cierto. Ser el propio fin no es algo a lo que apegarse ni algo
que pueda tener conciencia de sí . Allí donde nuestra existencia, conduc
ta y vida son verdaderamente un fin para sí mismos, incluso entonces es
te fin debe ser superado. Esto es lo que se denomina samadhi. La fuente
elemental es el Rey Samadhi de los samadhis, tratado por extenso en el
capítulo anterior. Es el lugar en que el no-ego es yo. Aunque samadhi no
contiene el sentido de ser su propio telas, justamente por ese motivo es
verdaderamente su propio telas y por ello es denominado no-mente.
El juego aludido debe tener un significado similar. Este juego no es
tá al nivel de ser un propio fin, ni se sitúa en el sentido fundamental de
lo que acostumbramos a llamar juego. En su sentido cotidiano, el juego
comprende los deportes y demás diversiones como un reposo ante el tra
l
bajo de la vida cotidiana. El juego, al contrario que el trabajo que tiene
un fin concreto, encuentra su fin en sí mismo y así sirve como una libe
ración de la fatiga.
319
En el sentido que le damos aquÍ a la palabra, nuestra acción, sin dis
criminación entre el trabajo y el juego, tiene carácter lúdico. Ambos, tan
to el trabajo que se afana con motivo de otra cosa, como el juego que es
diversión en sí mismo, cada uno a su manera, son actividades lúdicas a las
que nos dedicamos.
AquÍ el trabajar y el j ugar regresan al hacer que tiene lugar en el más
acá previo a su diferenciación; pero, al mismo tiempo, se nos muestran
como acontecimientos que emergen a su naturaleza desde el más allá de
esas diferencias. Tanto trabajar como jugar se manifiestan fundamen
talmente en el fondo como un puro hacer elemental. Esto es lo que el
budismo denomina «samadhi lúdico».
En el ámbito de sünyata, al que el hombre «regresa con las manos va
cías», el hacer presenta en todo momento (en el transcurso del tiempo sin
principio ni fin) un carácter lúdico. En otros términos, el ser-en-el hacer
(sarpskrta) como el vínculo dinámico entre ser, hacer y devenir adopta la
forma de un no-hacer, de un «tomar las cosas como vienen».
Repitiendo lo que se ha destacado antes, nuestro ser posee el carácter
de una obligación que nos ha sido impuesta, que nuestro hacer disuelve
constantemente y se esfuerza por saldar. Por así decir, devolvemos nuestra
deuda en plazos exiguos. Pero, entonces, nuestro hacer continuo genera
directamente una nueva deuda en el acto de redimirnos de la antigua. El
fin de una deuda crea otra. De esta manera, nuestro hacer comporta el
sentido de karma como una acción que implica a la vez el desaparecer y
el llegar a ser de nuestra deuda. Nos llegamos a liberar del ser al tiempo
que el ser está en proceso de anulación. Es más, en esa anulación la libe
ración de la nada es igual al abrirse de la nada, de una nada que cons
tantemente es deuda en su propio hacer-ser. En virtud de esto, nuestro
Dasein se muestra en la forma de devenir incesante.
Ahora bien, lo que se dij o acerca del carácter lúdico del hacer respec
to al ámbito de Sünyata y de que todo saI11 sk¡:ta (ser-en-el hacer) asume
directamente la forma de un no-hacer, significa que el hacer da vida a la
deuda en el acto de no darle vida. De esta manera, el hacer se libera de
su endeudamiento, lo que constituye su esencia, dando como resultado
una verdadera disolución de la deuda y la liquidación de todas las cuen
tas pendientes. Con todo, en tanto que es un hacer nunca llega a ser sin
carga. Pero entonces, lo que cargamos es hecho en un lugar donde la
deuda ha sido absolutamente perdonada. Por tanto, no es que no haya
320
carga sino que ha sido tomada de nuevo desde el lugar en la que había si
do dejada. Llevar a hombros la carga adquiere el sentido de juego por el
que la cargamos espontáneamente y por propia voluntad libre. El trabajo
impuesto, sin dejar de ser una imposición, es transformado en juego por
que surge espontáneamente de manera elemental.
Esta espontaneidad elemental es el punto de vista de samadhi y su con
cepción de la no-mente, o no-hacer, ambos en el sentido ya menciona
do. La espontaneidad elemental, verdadera, nace en un ámbito donde el
no-ego es yo, donde el yo aparece en su naturaleza de no-ego. Libertad y
espontaneidad de la voluntad, tal como se conciben normalmente, toda
vía pertenecen al punto de vista del karma y sus tareas. No pueden aban
donar el autoenclaustramiento o avidya del egocentrismo y escapar a sus
ataduras. No ofrecen un punto de vista donde la tarea es transformada
verdaderamente en juego.
Sólo cuando llevar a cuestas la carga se convierte en un juego, la carga
nace (espontáneamente) de verdad. La deuda es instaurada y se manifiesta
verdaderamente sólo cuando ha sido primero totalmente perdonada, es
decir, cuando el hacer es algo que la deuda ha asumido verdaderamente.
Entonces la deuda viene a significar la responsabilidad aceptada por el yo.
La deuda como parte asignada llega a ser entonces tarea propia de uno, en
el sentido de impuesto como deber o vocación. (Como explicaremos más
tarde, la deuda, una vez ha sido completamente cancelada es una deuda
para con el prójimo, una deuda que, por decirlo de alguna manera, no es
una deuda. y, a pesar de ser una «deuda sin deuda», todavía es una deuda
que el yo asume como responsabilidad propia.)
En suma, en la conversión del punto de vista del karma al de sünya
ta, del de la voluntad egocéntrica al no-ego del samadhi, todo lo que ha
cemos es a la vez un verdadero pago de la deuda y una verdadera acep
tación de ella. Como resultado, nuestro hacer se manifiesta de verdad
como hacer. En la espontaneidad surgida de esta conversión, el hacer lle
ga a ser hacer verdadero, extático. Este hacer implica una responsabili
dad con el prójimo; y, como trataremos más adelante, es algo que asu
me uno mismo como tarea infinita. Es un hacer desde el punto de vista
del no-ego, de la «no-dualidad del yo y el otro».
Allí donde nuestro trabajo llega a ser juego, al mismo tiempo, es se
riedad elemental. En realidad, no existe más juego ecuánime que la emer
gencia del yo a su naturaleza de no-ego; y, al mismo tiempo, nada hay
321
que sea más serio y formal. Esto sucede con todas las cosas en el estado
de naturaleza dhármica. Por eso, desde tiempos inmemoriales la imagen
del niño ha sido evocada para representar ese modo de ser elemental.
Pues el niño nunca es más serio que cuando está absorto completamen
te en el juego.
VII
En el capítulo anterior he intentado explicar que nuestra existencia,
nuestro comportamiento y nuestro devenir tienen lugar en un mundo
como-nexo sin límites, no sólo respecto al tiempo sino también al espa
cio. Además, desde el punto de vista del karma, el Dasein del nexo di
námico entre .el ser, el hacer y el devenir tiene lugar dentro del tiempo
sin principio ni fin, en tanto que la apertura infinita de la nihilidad se abre
bajo el presente. Pero puesto que este nexo dinámico aparece sólo en una
relación perpetua con algo, nuestro Dasein y el mundo-corno-nexo que
lo determina tienen un destino común.
El Dasein se manifiesta en cada momento como el fluctuar propio de
las olas, que recoge en sí todo el flujo y reflujo del mundo-corno-nexo
en el tiempo sin principio ni fin. En este contexto, nuestro hacer es libre
en dos formas: una necesaria y la otra arbitraria; la primera viene deter
minada por la necesidad causal del nexo total y la segunda, porque con
trae el nexo total en el centro único del yo.
Por eso nuestro hacer es el karma que permanece sobre la nihilidad.
En este hacer, la nihilidad, aun cuando se manifiesta desde el fondo don
de el yo y el mundo son uno, anula el ser del yo y pone al yo a la deriva
en el devenir transitorio, transformando al yo y las demás cosas en una
existencia sarpskrta (ser-en-el hacer) .
Como se hizo notar antes en este mismo capítulo, el ser determinado
en el mundo-corno-nexo y la autodeterminación son uno. Pero en el
punto de vista del karma, esta autodeterminación hace del impulso infi
nito, que se origina en la fuente egocéntrica de avidya, su esencia, y lo
manifiesta cuando adquiere la forma de una voluntad que quiere y con
trola. Ser determinado significa ser condicionado a través de la necesidad
causal de este nexo total e ilimitado.
Además, se ha señalado que el libre ejercicio de la voluntad, entendi
do como el apego y el control que mantiene en sus relaciones con las co
sas, se configura siendo determinado por el destino, que finalmente es el
322
karma. Por tanto, en este modo de ser kármico, la nihilidad se manifies
ta desde el fondo donde el yo y el mundo son uno. Y la razón para ello,
como venimos explicando, es que avidya, como un autoenclaustramien
to infinito del karma, surge en la conciencia al mismo tiempo que la
nihilidad en la que permanece. Ser quiere decir estar obligado a relacio
narse con algo. Esto significa que nuestro ser es una deuda para sí mismo
y que nuestro hacer en tanto que liquidación de esa deuda equivale di
rectamente a la aparición de una nueva deuda. Por una parte, esto quie
re decir que nuestro ser nace y muere en cada instante, en cuya fugaci
dad se revela la nihilidad que anula nuestro ser incesantemente. Por otra
parte, allí donde se anula continuamente la deuda aparece alguna cosa que
nos urge sin cesar internamente. En ese impulso infinito, nuestro Dasein
es incapaz de renunciar a su propio fundamento y nuestro yo deviene
constantemente en ese nexo dinámico del ser, hacer y devenir.
Avidya llega a la conciencia como el fundamento del yo, en donde és
te permanece atrapado en un devenir incesante y es incapaz de liberarse,
esto es, como el límite más externo del egocentrismo. Como resultado,
en avidya, el yo persiste en ser sí mismo y emerger en su naturaleza ego
céntrica, mientras la nihilidad se revela anulando el ser del yo. También
ahí tiene su causa la incapacidad del yo para desvincularse del fundamen
to de su devenir transitorio; el ser del yo aunque es siempre él mismo es
tá en cambio constante. Esto es lo que significa el karma. El Dasein en el
nexo dinámico del ser, hacer y devenir es el yo que se constituye direc
tamente bajo el presente como una aparición desde la nihilidad en la na
turaleza de avidya.
Ahora bien, desde la perspectiva de sünyata, que representa una con
versión del punto de vista del karma, una cosa permanece invariable: el
hacer tiene lugar todavía en el mundo-coma-nexo mientras se relaciona
con las demás cosas. Sólo aquí esta relación deja de depender del apego
y arbitrariedad de la voluntad. Tiene lugar como una relación en el más
allá de todas las concepciones de la voluntad con su consiguiente ego
centrismo. En otras palabras, es una relación en el campo de sünyata. Es
más, es una autodeterminación en el sentido elemental del juego, es de
cir, la aparición del yo en su naturaleza en un lugar más allá de los con
fines del aislamiento de avidya, así como en el lugar del no-ego, en don
de se ha renunciado a su consiguiente impulso infmito.
Aquí, el nexo del ser, hacer y devenir que conforma el Dasein posee
323
el carácter de no-hacer. Aquí el ser es una naturaleza no-misma. Tampo
co es racional, ni sustancial, ni subjetivo, es lo que anteriormente expre
samos como mismidad. En otros términos, es un yo que emerge a su na
turaleza donde cada cosa es en sí y es su fundamento (por el cual el fuego
es fuego porque no se quema a sí mismo, el sauce es verde porque no es
verde, y el tiempo es tiempo porque no es tiempo) y se da a la misma vez
que todo lo demás, a modo de la lógica del ser/no-ser (soku) .
Este yo que no es un yo, el yo que emerge a su naturaleza al salir del
no-ego, es el verdadero yo original. El hacer sin hacer es un hacer que
«se hace durante todo el día sin hacer una sola cosa». Al no hacer, el de
venir llega a ser libertad completa y actividad espontánea, a la que nos re
ferimos antes como «dejar pasar el tiempo y tomar las cosas como vie
nen». Es un verdadero hacer y un verdadero devenir.
El nexo dinámico que emerge a su naturaleza en esta vacuidad es una
«orilla lejana» respecto a todo tiempo, espacio y causalidad, y llega a ser
una unidad (serlno-ser) con todos los demás seres. El Dasein, como este
nexo dinámico, es a la vez con el mundo-corno-nexo a la manera de
serlno-ser (en otras palabras, como mismidad) . Para decirlo en los térmi
nos de la interpenetración circumincesional antes mencionada, es el lu
gar en que nuestro Dasein constituye el fundamento de todas las cosas, se
da a sí mismo en todas las cosas y hace que cada de una de ellas sea en su
respectiva mismidad; al mismo tiempo, reúne a todas las cosas en su pro
pio fundamento, llegando a ser su centro y dueño absoluto.
Así es el yo en el campo de la vacuidad, que emerge del no-ego a su
naturaleza. De esta forma tiene su carácter lúdico elemental. En el pensa
miento occidental, Heráclito o Nietzsche también apuntan en esta direc
ción cuando conciben el mundo cíclico y lo consideran una especie de
juego. Como he expuesto, para que el mundo fuera considerado cíclico
tenía que ser concebido intuitivamente como un todo único y esa intui
ción lo devolvía a la base del instante, es decir, al fundamento del Dasein.
Por tanto, devolver el mundo al fundamento del Dasein es devolver el Da
sein a su propio fundamento y excavar en su fondo.
No hay duda de que ésta es la razón por la que pensadores como He
ráclito y Nietzsche experimentaran la vida «como un saltO» desde el fondo
del mundo y su miríada de seres por medio del fondo de sus Dasein, co
mo si fueran un fuego en erupción desde las entrañas de la tierra. Desde
su fondo, la vida del universo había, por decirlo así, penetrado sus Da-
324
sein. Y eso, en mi opinión, estaba esencialmente vinculado, en el senti
do explicado arriba, con la intuición de la repetición del mundo. ¿No
podríamos decir que el fuego primigenio de Heráclito (el fuego como
archi) y la voluntad de poder de Nietzsche son intuiciones y experiencias
de este tipo? En cualquier caso, estos fllósofos relacionaron el proceso cí
clico de la repetición del mundo con el juego de los niños, pretendien
do expresar con ello una actividad pura incomparable a ningún indicador
teleológico (como es el caso, por ejemplo, de la inocencia del devenir
- Unschuld des VYérdens- de Nietzsche) . Es el punto de vista que conside
ra el horno ludens, el modo de ser humano más elevado. Es el punto de
vista del hombre que ha regresado al terruño del yo al transformar el pro
ceso del mundo en un j uego espontáneo. En la fuente elemental donde
el yo emerge a su naturaleza como yo, su Dasein está en juego con el
mundo.
Pero, de nuevo, recordaremos que el juego es algo serio. Por eso, el
juego como distracción no es verdadero juego, como tampoco la serie
dad del trabajo separada del juego es verdadera seriedad. Además, sólo
cuando se elimina la deuda esencial al Dasein, en el punto de vista de
sünyata, aparece la verdadera deuda. Esta deuda no significa simplemen
te que el Dasein, mientras es presionado constantemente a hacer algo, se
experimente a sí mismo como carga. Es una deuda que asumimos es
pontáneamente; una deuda constituida en el estado de samadhi, en su na
turaleza de no-ego y su consiguiente no-mente. Es lo que hemos llama
do una deuda sin deuda, donde la carga impuesta como destino (esto es,
el Dasein mismo) llega a ser una tarea y una vocación para el Dasein mis
mo. Puede decirse que el Dasein deja de ser algo impuesto como desti
no para ser aceptado como vocación. Aquí, la seriedad no significa otra
cosa que el sein (el ser de la existencia) del Dasein.
En la conversión del punto de vista del karma al de sünyata, el Dasein
alcanza una espontaneidad verdadera y elemental pero ésta es a su vez se
riedad y juego. Desde el punto de vista de la voluntad previa a esa con
versión cualquier otra seriedad comparada con la elemental es mero pa
satiempo o Zerstreuung. Fuera del campo del samadhi, la mente ocupada
en el hacer, por profunda que sea, está siempre distraída o dispersa.
En el punto de vista del no-ego y el no-hacer, el Dasein mismo, y to
das las actividades que lo acompañan, se convierten en una vocación. Es
te punto de vista reside en la orilla alejada del egocentrismo fundamen-
325
tal de avidya, allí donde se ha abandonado el impulso infinito denomina
do codicia y la deuda kármica ha sido saldada. Por esta razón, la deuda
del Dasein que emerge a la vacuidad es una deuda sin deuda. Es una deu
da que se libera del egocentrismo y del impulso infinito que lo acompa
ña. Es una deuda para con el prójimo. Al ser admitido como tarea y mi
sión, el Dasein (que implica todo nuestro ser, todo nuestro hacer, todo
nuestro devenir) comporta una deuda con su prójimo.
Cuando el Dasein regresa a su propio fundamento en el campo de
sünyata para llegar a ser él mismo extáticamente (o en su tathata) , su ser
se constituye en función de la deuda con los demás. Su deuda con los de
más lo hace ser tal como es. La existencia como tarea está en el fondo di
rigida al otro y centrada en el otro.
En su modo de ser fundamental, el Dasein convierte a todas las cosas
en su dueño, las comprende y les da su ser. Esto pertenece a la esencia de
la existencia desde una interpenetración circumincesional. La tarea que
implica la deuda hacia los demás pertenece a la esencia del modo del Da
sein en la vacuidad. Es natural que desde el punto de vista de Sünyata el
Dasein emerja desde el no-ego. El «como es» y «como debería ser» son
aquí lo mismo; la tarea del «deber» está dirigida al «ser». Por tanto, si es
te ser existe en un hacer constante (que es aquí un hacer como no-ha
cer) , y, además, en el campo de la vacuidad hacer se manifiesta extática
mente como verdadero hacer, entonces, el hacer en su forma elemental
y original viene a ser, en nosotros, algo que está dirigido a los demás y
hace de éstos su señor.
No obstante, recordemos que este dirigirse hacia el otro o centrarse
en el otro es un aspecto del modo de ser de las cosas tal como son (en su
tathata) en el nexo de interpenetración circumincesional. Como tal, só
lo puede tener lugar concretamente junto a su otro aspecto, el del Dasein
que comprende todas las cosas en su propio fundamento y llega a ser se
ñor, dondequiera que esté como centro absoluto, de todas las cosas. En
otras palabras, como explicamos en el capítulo anterior, mantiene a todas
las cosas en un sustento común (dharani) en su naturaleza dhármica. É s
ta es la faceta dirigida a uno mismo: el egocentrismo del Dasein. Empleo
el término «egocentrismo» aquí, pero es el centrarse de un yo que es no
ego, de un «yo que no es un yo». Es verdadero egocentrismo.
Desde este punto de vista, el carácter de tarea del Dasein significa que
el Dasein se realiza (actualiza y aprehende) para siempre como sí mismo
326
en su sentido original. La tarea es actualizar la existencia que emerge a su
naturaleza desde el no-ego y revelar el significado de esa existencia; y, al
hacerlo, situar y aprehender esa existencia. A la luz de lo que ha sido ex
puesto en el capítulo anterior, podemos decir que «obtenemos la mente
de» la naturaleza de esta tarea al adaptar nuestra propia existencia a su
fuente.
Lo que acabamos de señalar sobre la realización del Dasein como una
emergencia en su propia naturaleza desde el no-ego no es diferente de lo
que se dij o antes sobre el entendimiento samsárico : la vida del Buda en
la Existenz del «dejar caer el cuerpo-mente, el cuerpo-mente caído». No
es distinto de la manifestación y la aprehensión de la mente Tathagata o
mente del Buda. En cuanto al yo que llega a ser él mismo no es meramente
una cuestión de la voluntad del yo. Tiene que ver con el modo natural
del yo en la emergencia a su naturaleza de no-yo; tiene que ver con que
el Dasein, en el fondo, constituya una tarea para sí mismo.
Cuando Dógen dice que dejar caer cuerpo y mente es la práctica del
zen, parece sugerir lo mismo. Practicar y observar la senda del Buda no es
más que el Dasein del yo en el campo de la vacuidad. Aquí hacer adquie
re el carácter de una observancia religiosa; aquí el ser uno mismo no es
distinto del llegar a ser uno mismo o del hacer un sí mismo de uno mis
mo. Respecto al carácter vocacional de nuestro Dasein, cargar una deuda
sin deuda significa que la existencia como tal es una práctica religiosa. En
el campo de la vacuidad, el nexo dinámico de ser, hacer y devenir impli
ca esencialmente que uno es una tarea para sí mismo.
A pesar de que hablemos de practicar zen y observar la senda del Bu
da, no sugerimos que sólo el budismo pueda mostrar el rostro original de
la existencia en la observancia. Está implícito en toda vida religiosa verda
dera. Hay diferentes interpretaciones de la práctica religiosa, tantas como
diferentes maneras de entender el karma, por ejemplo, en las enseñanzas
del Propio poder (el denominado «sendero de los santos» ejemplificado
por el zen) y las del Otro poder (de las escuelas budistas de la Tierra Pu
ra) . Aquí, no obstante, no nos aferramos a ninguna religión o concepción
filosófica determinada. Mi propósito es investigar la forma original de la
realidad y del hombre -que es parte de esa realidad-, incluyendo los pun
tos de vista antirreligiosos y antifilosóficos de los que son ejemplos el nihi
lismo de Nietzsche y el cientifismo de la secularización.
Si he tratado con frecuencia los puntos de vista del budismo y, en par-
327
l
ticular, del budismo zen, la razón fundamental es que, en mi opinión, es
ahí donde aparece este rostro original de forma más clara e inequívoca.
En unos párrafos anteriores, sostenía que la forma original de la realidad
y del hombre, en palabras de D6gen «sarpsara como vida del Buda», se ex
plicaba como la realización (manifestación y aprehensión) de la mente del
Tathagata. El hecho de que el yo llegue a ser él mismo radicalmente de
esta forma, nos muestra la emergencia natural del yo desde el no-ego. Sin
embargo, la misma visión se encuentra en un partidario del nembutsu (la
invocación del nombre de Amida) de la escuela del Otro poder absoluto,
Manshi Kiyozawa (1 863- 1 903) . En las primeras palabras de su célebre en
sayo «La gran vía del Otro poder absoluto», describe el yo como sigue:
«Mi yo no es otro que este ser que está aquí y se encuentra arrojado en
las circunstancias presentes, se deja llevar confiado en el obrar maravillo
so del Uno absoluto e infinito, tomando las cosas como vienen y vivien
do de acuerdo con el dharma»65.
Si nos remontamos más atrás en la historia, recibimos ecos de esto, por
ejemplo, en el pasaje de Shinran que dice: «"Quien se regocij a en la fe",
dice e l Buda, "es idéntico a l Tathagata". La «gran fe» es l a naturaleza del
Buda; la naturaleza del Buda es Tathaghata»66. O en otra obra: «El nem
butsu es el único camino libre de obstáculos»67. De ahí, se deduce que la
observancia de la invocación del nombre del Buda, en tanto que es una
actividad humana que tiene lugar en el sendero del Buda, no tiene nada
que ver con los cálculos del individuo que practica. Es un errar libre y
alegre. Tal observancia no es distinta de la «mente en juego de la Tierra
Pura» que menciona Shinran en sus himnos búdicos. ¿No apunta esto a
la misma forma original del hombre y de la realidad?
En cualquier caso, el tema de este ensayo es la investigación de esa rea
lidad al margen, de momento, de un juicio sobre posturas religiosas co
mo las del Otro poder y el Propio poder; y, por esa razón, se aparta de
un punto de vista religioso o filosófico determinado. También era ésa la
intención que nos condujo en la discusión sobre las nociones de vacui
dad y karma. No me he interesado por ellas como doctrinas simplemen
te reducidas a un contexto budista. y también la tarea del Dasein ha si
do tratada desde este horizonte.
Por tanto, repetimos que en el campo de la vacuidad no hay diferen
cias entre la orientación hacia el yo o el egocentrismo del Dasein y esa
otra orientación descrita arriba. Son una y misma tarea o vocación. Esto
328
se da de forma natural en el Dasein que emerge a su naturaleza en el cam
po de la vacuidad en la forma de no-ego, de no-dualidad del yo y del
otro. Desde la perspectiva que sitúa al otro en el centro, parecen natura
les afirmaciones como la de D6gen, según la cual antes de cruzar a la otra
orilla uno mismo primero hay que llevar a los demás al otro lado. Sólo
con el regreso de los demás al más allá, a la «otra orilla», al sarpsara-en-el
nirval).a, donde están libres del nacimiento-y-muerte y por ello están en
su propio terruño, el yo puede regresar realmente al suyo propio. La sal
vación de uno mismo consiste solamente en la salvación de los demás.
A la inversa, tenemos una declaración como la de Rinzai:
329
D
ra regresar a nuestro propio terruño, debemos pasar por una conversión,
fuera de nuestra morada habitual en el campo del karma y la nihilidad.
Tenemos que matar al yo completamente. y esto implica matar al Buda,
los patriarcas y todo lo demás; es atravesar el lugar donde el yo y lo otro
son diferenciados y son relativos uno a otro. El yo mismo regresa a su pro
pio fundamento sólo cuando mata a todo otro, y, en consecuencia, se ma
ta a sí mismo. Esto podría ser expresado como egocentrismo del yo sin
forma, o el yo del no-ego que ha abandonado todo egocentrismo. La ob
servancia (y su Dasein) que sostiene la «carne y la sangre» de ese yo de la
no-Forma, en tanto que realiza ese sendero y ese lugar, no es otra cosa
que la revelación del camino para que los demás regresen a su propio te
rruño matando a todos los demás y con ello a sí mismos.
Esta relación de interpenetración circumincesional abriga una lucha
elemental en el sentido de lo que Heráclito llama padre de todas las co
sas. El que cada cosa sea un centro absoluto anuncia una lucha superior
a toda lucha. Puesto que tiene lugar sólo en la vacuidad y el no-yo, esta
lucha también es armonía absoluta y paz elemental. Una calma que no
alcance ese punto está contaminada de lucha, no es verdadera calma. En
la vacuidad, la lucha y la armonía elementales son esencialmente una.
Ahí, la lucha es lucha absolutamente sin lucha, una lucha que es porque
está absolutamente libre de lucha, y de ese modo, como tal, es armonía.
El lugar de la interpenetración circumincesional es el lugar de esa armo
nía. Y en el fondo, todas las cosas se manifiestan en su forma elemental
y original en ese lugar; y el Dasein, cuando emerge a su naturaleza des
de el no-ego, es la realización de ese lugar. Por eso el ser centrado en el
yo sucede a la vez que la centralidad del otro, y la centralidad del otro a
la vez que el egocentrismo. Y esto es lo natural y lo que debe ser. Es de
cir, es «dhármicamente natural».
En este sentido, las palabras citadas arriba de D6gen deben querer ex
presar también este egocentrismo que es además una centralidad del otro.
Nos dice sobre el Rey Samadhi de los samadhis que «arranca el ojo de los
budas y los patriarcas y entonces se sienta en su cavidad» . Al referirse al
«samadhi autorregocijante», señala: «Divertirse uno mismo libremente en
este samadhi es propio del sentarse en zazem69• AqUÍ juego es la práctica
del zen y practicar el zen es juego; este juego elemental es seriedad ele
mental, y viceversa. Es el punto de vista donde el no-yo es el yo, donde
el verdadero yo emerge a su naturaleza de no-yo, el campo del «dejar caer
330
cuerpo-mente, mente-cuerpo caído». Es también el punto de vista don
de se lleva a los demás al otro lado antes de cruzar a la otra orilla uno mis
mo. Por ello en otro lugar hallamos a D6gen recalcando :
El zazen de los budas y los patriarcas, desde los primeros pasos de una men
te religiosa, ya supone el voto de recoger los dharmas de todos los budas. Por
tanto, en su zazen no olvidan a ningún ser sensible . . . , prometen salvarlos a to
dos y entregarles cada mérito que obtengan. É sta es la razón por la que los bu
das y los patriarcas siempre habitan en el mundo del deseo y siguen el camino
del zazen.
VIII
Si en la vacuidad el Dasein asume el carácter de tarea, tal como se des
cribió anteriormente, lo remarcable aquí es la infinitud que esta tarea im
plica esencialmente. El Dasein es para sí mismo una tarea esencialmente
331
ilimitada. El hecho de que sea él mismo, se haga a sí mismo, y así llegue
a ser él mismo, significa que se debe a sí mismo una deuda ilimitada. y
esto, a su vez, comporta una deuda infinita con todos los demás. Esta
deuda puede atribuirse a tres hechos: a que el Dasein existe en un mun
do-coma-nexo temporal y espacialmente infinito; a que en relación a las
cosas esté constantemente ocupado haciendo algo; y a que se origine en
el tiempo.
No obstante, a diferencia de lo que tiene lugar en el karma, en Sünya
ta, el Dasein atraviesa el autoenclaustramiento total de avidya y vuelve a
. su Forma original de la no-dualidad del yo y del otro. En vez de perma
necer en la nihilidad, permanece en el no-ego. Al desprenderse del im
pulso infinito, logra un no-hacer, esto es, un hacer que está libre de la
mediación del yo.
En este sentido, la vacuidad es un campo de trascendencia absoluta,
una trascendencia del tiempo y el espacio, de la necesidad causal y del
mundo-corno-nexo. Pero esta trascendencia absoluta es, al mismo tiem
po, una inmanencia absoluta. El saI1lsara-en-el nirval)a, como ha sido ob
servado, es el verdadero saI1lsara y el verdadero nirval)a; pero el nirval)a,
el más allá absoluto, sólo se manifiesta como samsara, que es el más acá
absoluto. El campo de la vacuidad verdadera se manifiesta sólo al uníso
no con ese nexo dinámico del ser, hacer y devenir en el tiempo o, más
bien, como tiempo. É se es también el significado de lo que se dij o res
pecto al verdadero Dasein como un yo que emerge a su naturaleza desde
el no-ego. El Dasein, en su ser en el mundo es un no-ser-en-el mundo;
y porque es un no-ser-en-el mundo es un ser en el mundo. Como tal,
está esencialmente libre de cualquier deuda y, de este modo, carga también
esencialmente con una deuda sin deuda.
El Dasein, en la vacuidad, como un nexo dinámico junto al mundo
como-nexo ilimitado, puede ser considerado bajo tres formas. La prime
ra es una existencia que hemos denominado sarp skrta (un ser-en-el ha
cer) , un devenir infinito en el mundo, nacer y morir de un momento
fugaz a otro en un tiempo sin principio ni fin. Esta forma implica hacer
algo continuamente.
En segundo lugar, en el campo de la vacuidad, como trascendencia
absoluta, percibimos un antes en el fundamento del presente, anterior a
cualquier pasado -no importa lo lejos que se remonte-, y un después,
más allá de cualquier futuro susceptible de ser proyectado. En este funda-
332
b •
mento del presente, el Dasein es eterno; permanece en el principio y por
eso, también, en el fin del tiempo más allá del mundo y su causalidad (los
«tres mundos») . Sin embargo, esta trascendencia absoluta se manifiesta al
unísono con la inmanencia absoluta que se mantiene desde la primera
forma del Dasein.
En tercer lugar, de la misma forma que podemos referirnos al naci
miento como no-nacimiento, y a la extinción como no-extinción, cada
instante temporal puede ser denominado «mónada de eternidad» . Aquí,
todo momento del tiempo pasado que se remonta a la antigüedad y to
do tiempo que se dirige al futuro infinito que no podemos ver, es asi
mismo simultáneo con el instante presente. El instante presente sólo se
hace manifiesto como algo que proyecta (refleja) en sí mismo, por decir
lo así, todo pasado y futuro posible. I ndistintamente, el instante presente
sólo se hace manifiesto como algo en lo que están proyectados (transfe
ridos) todos los pasados desde el principio del tiempo y todos los futuros
desde el final del tiempo. El instante acontece como un dhararli que man
tiene todos los pasados y todos los futuros en el presente. (Por esta razón
he utilizado el término «mónada de eternidad», en vez del «átomo de
eternidad» de Kierkegaard.)
Desde otra perspectiva, en el instante presente, el presente es el fun
damento de todos los momentos del tiempo pasado y futuro sin dejar de
ser nunca el fundamento del presente. Puesto que un instante siempre es
un ahora presente, cada momento pasado y futuro, sólo puede ser cons
tituido como tiempo en tanto que instante. De esta forma, el presente es
simultáneo con cada momento pasado y futuro, mientras que inexora
blemente es tiempo presente. El pasado y el futuro nunca dejan de ser un
antes y un después respecto del presente; el orden del antes y el después
en la secuencia temporal nunca es abolido. Esto es, mientras todo mo
mento temporal es él mismo -el pasado inexorablemente como pasado,
el futuro inexorablemente como futuro- es simultáneo al presente. En es
ta simultaneidad, el presente comprende todos los pasados y todos los fu
turos y mantiene un sustento colectivo (dharani) sobre ellos. ¿Qué está
siendo comprendido y mantenido de este modo en el presente? No es sólo
lo que realmente ocurrió en el pasado y lo que realmente ocurrirá en el
futuro. Es también lo que no ocurrió en el pasado, pero podría haber
ocurrido. Todas esas diferentes posibilidades, que han sido eliminadas de
la determinación a ser actualizadas y que no sabemos dónde están, tam-
333
bién entran en el dharani del presente, aun sin lograr nunca pasar más allá
de la mera posibilidad.
La realidad, como campo de interpenetración circumincesional y co
mo vacuidad, es un ámbito de indeterminación infinita o posibilidad ina
gotable. Es lo que la sentencia zen denomina: «El depósito inagotable que
no contiene nada». y el Dasein, que emerge a su naturaleza en el campo
de la vacuidad, lo hace como algo que mantiene un sustento colectivo en
ese depósito inagotable del presente.
La idea de un presente simultáneo a cada momento del pasado y del
futuro puede sonar, en principio, más bien inverosímil. Pero si pensamos
que el principio del tiempo siempre es presente, e investigamos el mo
mento a fondo, encontraremos que esa simultaneidad se sigue como algo
evidente.
En la vida cotidiana, el tiempo es considerado sin principio ni fin, pe
ro también como irreversible. É sta es también una Forma esencial del tiem
po y la primera forma del Dasein mencionada. Cuando en el nexo diná
mico del ser, hacer y devenir del Dasein, el ser como devenir surge en el
hacer, donde nacer y morir coinciden en el instante presente, entonces
consideramos al tiempo como algo que se extiende hacia atrás y hacia ade
lante, sin fin, con su punto de origen en el presente. Este infinito es la
proyección en el tiempo de la apertura infinita que se oculta directamen
te por debajo del hacer del presente y desde cuyo interior se origina el
hacer. y el hacer, como algo originado en esta apertura infinita, anula
constantemente el ser (o lo hace impermanente) . Esta anulación al mis
mo tiempo hace del ser un nuevo ser, de modo que el ser es constituido
como lo que está deviniendo.
No obstante, en tanto que este devenir siempre es nuevo -y el hacer
es en cada ocasión un hacer de una vez para siempre-, el tiempo debe ser
considerado irreversible. El hecho de considerar el tiempo como algo di
latado y sin límites, antes y después del presente sin principio ni fin, está
vinculado esencialmente al tiempo irreversible. Sólo en el tiempo irre
versible podemos hablar de remontarnos hacia atrás en busca de un prin
cipio y hacia adelante en busca de un final. Por el contrario, no puede
hablarse de irreversibilidad excepto en términos de un tiempo que se abre
infinitamente en ambas direcciones desde el presente.
Todo esto es, en efecto, una Forma esencial del tiempo. Cuestiones co
mo la novedad o la naturaleza irrepetible del presente son momentos
334
L
esenciales de la historicidad del tiempo. Sin embargo, cuando esta forma
se considera en abstracto desde la totalidad, obtenemos el punto de vista
progresista de la secularización. En su abstracción, este punto de vista no
tiene en cuenta que la idea del tiempo sin principio ni fin se constituye
al unísono con una apertura infinita del presente. Esta apertura, como
apertura de la nihilidad, se oculta en cada paso del progreso. Pero cuan
do tiene en cuenta dicha apertura, el punto de vista del progreso sólo
puede desembocar en el nihilismo.
Ahora bien, este punto de vista nihilista ya apunta a la segunda forma
del Dasein. AquÍ el principio, y por tanto también el fin del tiempo, ya
ha surgido a la conciencia, y el horizonte de eternidad ya se ha revelado
en el fondo del presente. Pero esta eternidad alcanza la conciencia como
nihilidad eterna, y en ese campo de nihilidad el mundo es intuido como
un todo, en el sentido antes mencionado de «no hay nada fuera del to
do» (Es gibt Nichts ausser dem Ganzen). Esto es, aquÍ el tiempo es indirec
to: principio y fin son uno. El proceso del mundo se vuelve un aconte
cimiento indirecto, en donde tiempo y mundo son intuidos como un
todo único en el terreno del presente.
Entonces, en vez de un tiempo sin principio ni fin, tenemos un tiem
po cuyo principio y fin son el mismo. AqUÍ el tiempo no es irreversible.
La repetición circular y la irreversibilidad son Formas del tiempo mutua
mente excluyentes. El retorno de los mismos acontecimientos implica
una reversibilidad esencial. Mientras que es cierto que la presencia de un
principio y un fin del tiempo en el fundamento del presente y que la
apertura del horizonte de la eternidad constituyen una Forma esencial del
tiempo (y del Dasein), sin embargo, la idea de un tiempo del mundo re
currente ha abstraído únicamente uno solo de los aspectos. El presente
aquÍ no es un campo donde se origine algo nuevo en sentido elementa1.
El tiempo y el proceso del mundo se convierten en las mismas cosas rei
teradas una y otra vez. Este proceso de repetición fue comprendido en la
visión mítica del mundo como la actividad de la vida en el campo de lo
que se denomina naturaleza panteísta y en la visión del mundo de la filo
sofía moderna, como la actividad de la voluntad en el campo del nihilismo
ateo. Sin embargo, en ninguno de estos casos, la apertura del horizonte
de la eternidad en el fundamento del presente significa, verdaderamente,
un momento esencial de la historicidad del tiempo. N o van más allá de
una mera deshistorización del tiempo.
335
En ellas, por ejemplo, no encontramos el sentido de «instante» que
Kierkegaard llama, en El concepto de angustia, «síntesis del tiempo y la eter
nidad». La forma de la eternidad del presente puede funcionar como la
Forma elemental del tiempo (y, por consiguiente, del Dasein) al unísono
con la primera Forma. En sus Migajas filosóficas, Kierkegaard, como es
bien sabido, concede a la aparición del «instante» en la cristianismo una
significación decisiva. y en algunas de sus obras discute la «simultaneidad
con jesús».
No obstante, dej ando a Kierkegaard aparte, cuando nuestro Dasein es
considerado en el presente, en el momento donde tiempo y eternidad se
cruzan, o bajo la forma de la infinitud, se piensa a las criaturas sostenidas
en el fundamento de su existencia a causa del poder del Dios Creador, en
el sentido de que la creación de Dios sigue en marcha. También en la fi
lósofla moderna, desde Descartes, esta relación ha recibido todo tipo de
interpretaciones. Pero a pesar de éstas, en dicha relación de Dios con las
criaturas, se abre el horizonte de la simultaneidad, en la medid? que in
cluye el sentido de una síntesis del tiempo y la eternidad en el fundamen
to del presente. En el horizonte de la eternidad, las cosas anteriores y pos
teriores en el tiempo, son proyectadas (reflejadas y transferidas) al presente,
del mismo modo que el presente es proyectado en el pasado y en el futuro.
Por ejemplo, en el caso del pecado original que señala el principio de
la historia, se dice que en el pecado de Adán todos los hombres han pe
cado simultáneamente y, a la inversa, que el pecado de Adán todavía ac
túa, como herencia, en el fundamento de la existencia de todos los hom
bres. Encontramos el mismo modo de pensar en el juicio que señala el
final de la historia. Según esto, el último día ya ha llegado en el presente
o, por el contrario, el presente ya está en el j uicio final.
Una visión del tiempo de este tipo no es producto de una fantasía
ociosa, sino que, de hecho, muestra una conciencia del Dasein muy pro
funda. La voluntad que opera en la creación y la providencia de Dios es,
visto desde el devenir de las criaturas, siempre una voluntad nueva, que
emerge como una secuencia de sucesos irrepetibles. Pero visto desde el
lado de la voluntad misma, el conjunto debe tener lugar de una vez. En
un sentido, la totalidad del tiempo sólo puede existir como un instante
único. En el lugar del fundamento del presente, donde la voluntad de
Dios y las criaturas entran en contacto entre sí, donde se cruzan tiempo
y eternidad, las cosas consecutivas pero irrepetibles deben ser simultáneas.
336
Ahí tenemos Un campo donde el tiempo irreversible, sin dejar de serlo,
se hace reversible. El arrepentimiento, el perdón de los pecados, la resu
rrección, etc., sólo son concebibles en este campo.
No puedo entrar en esas cuestiones aquí. Basta con recordar lo que se
dijo antes del carácter radicalmente histórico en el que aparece el tiem
po en el cristianismo, a pesar de que la historia misma sea pensada con
un principio y un fin; y no deberíamos olvidar lo que se dijo de la secu
larización como un giro hacia el nihilismo.
Aquí se ha considerado el punto de vista del karma como algo que
implica, al igual que la secularización, una visión del tiempo sin princi
pio ni fin e irreversible, pero a diferencia de ésta, la primera conlleva en
su fondo una conciencia de la nihilidad. Es más, hemos tratado la pers
' . pectiva de sünyata como una conversión de la perspectiva del karma. Se
ha sugerido que en sünyata, la síntesis de tiempo y eternidad en el ins
tante presente significa una simultaneidad de todos los pasados y futuros
con el presente, al tiempo que permanecen sostenidos (dharam) en el Da
sein. Esto significa que el Dasein emerge a su naturaleza en el campo de
la vacuidad en el interior de un mundo-corno-nexo ilimitado en una in
terpenetración circumincesional con todos los demás seres existentes.
Aquí todas las cosas pasadas y futuras, sustentadas colectivamente (dharani)
en el fundamento del presente -es decir, todas las cosas que aparecen en
el mundo- se convierten en responsabilidad y tarea del Dasein como una
deuda sin fin (aunque, como deuda sin deuda) . Es una tarea cuya moda
lidad es la de una «no-dualidad del yo y el otro»; es un estar centrado en
el yo, estando centrado en el otro y un estar centrado en el otro, estando
centrado en el yo.
En los Cuatro grandes votos de bodhisattva es, quizás, donde mejor se ha
mostrado el rostro original de ese Dasein:
337
Son votos ilimitados pronunciados ante las realidades ilimitadas. El ros
tro original del Dasein que emerge a su naturaleza en el campo de la va
cuidad no puede ser de otra manera. Debe expresar la naturaleza esencial
de su tarea.
La voluntad de salvar a todos los seres sentientes puede ser considera
da, provisionalmente, como el aspecto de esa tarea dirigida al otro; y las
promesas de extinguir las pasiones mundanas inagotables, abarcar el in
conmensurable Dharma y realizar los límites infinitos del camino del Eu
da, como el aspecto dirigido al yo. Pero ambos aspectos -la fórmula tra
dicional del «descender para salvar a los seres sensibles» y «ascender para
buscar la iluminación»- son esencialmente interdependientes e insepara
bles. Por ello, en el campo del «depósito inagotable que no contiene na
da», es decir, en el campo de la simultaneidad, el Dasein es constituido
en el interior de esa interpenetración circumincesional con todos los pa
sados y futuros proyectados (transferidos y reflejados) en él y, asimismo, él
es proyectado en ellos. (Por el contrario, en el concepto del «karma de las
existencias previas» encontramos una simultaneidad similar a aquélla de la
noción de pecado original.) y así como el «dejar caer el cuerpo-mente,
cuerpo-mente caído» se consideraba la práctica del zen como un «sama
dhi autorregocijante» y lúdico, aquí la seriedad es un juego elemental y
viceversa; y también aquí todo llega a ser observancia religiosa, y como
tal, completamente libre de obstáculos.
Todo momento del tiempo ilimitado sin principio ni fm es una «mó
nada de eternidad» que proyecta en el presente la totalidad del tiempo in
finito; y el Dasein que emerge a su naturaleza como tal tiempo es sí mis
mo, se hace a sí mismo como sí mismo y llega a ser sí mismo. Este Dasein
en la práctica religiosa, libre de obstáculos carga sin fm con las demás co
sas que aparecen dentro del mundo-corno-nexo ilimitado. É ste es un tiem
po histórico, un tiempo del ser en el hacer histórico y causalmente condi
cionado, que consiste en una novedad constante y en sucesos irrepetibles
y, con todo, es un tiempo histórico ftrmemente arraigado en el no-hacer
incondicionado. Mientras el Dasein tiene lugar como este sarp.skrta (ser
en-el hacer) nuevo y elemental dentro de un tiempo y un mundo ilimita
dos, es al mismo tiempo una trascendencia absoluta del tiempo y del mun
do. De esta manera, se halla en interpenetración mutua con todos los
pasados y futuros y mantiene a todas las cosas del mundo en dharani (sus
tentadas colectivamente) en el instante presente. El Dasein como sarpskrta
338
histórico emerge, así, en el presente a su naturaleza, poseyendo una histo
ricidad firmemente enraizada en lo transhistórico.
Mientras se pueda decir que en la vacuidad el Dasein es finito, es de
cir, en el interior profundo de cada instante, puede decirse que también
está completamente enraizado en lo eterno y por ello es verdaderamen
te infinito. Los votos ilimitados, tomados como respuesta a las realidades
ilimitadas, manifiestan la infinitud en el presente, que es la vida infinita
del Dasein. En el budismo, se puede decir que el llamado sendero del
bodhisattva expresa un despertarse a la vida en ese sentido.
En el sendero del bodhisattva, donde cada momento del tiempo his
tórico atraviesa el campo de la vacuidad, cada tiempo debe ser un tiem
po de solemnidad infinita. Los momentos más solemnes del cristianismo
son quizás el momento en que Dios creó el mundo, cuando pecó Adán,
cuando nació Cristo y cuando surgió de entre los muertos y ese mo
mento del fin del mundo en que las trompetas anunciarán la segunda ve
nida de Cristo. También puede decirse que el momento solemne por an
tonomasia, es cuando el yo experimenta la metánoia a la fe.
Desde el punto de vista del sendero del bodhisattva, la solemnidad de
esos momentos especiales que posee el cristianismo es la misma que po
see cada instante individual de tiempo sin fin. Podemos decir también
que mientras se reúnen esos tiempos en el fundamento del presente, el
Dasein realiza la solemnidad del presente como una mónada de eterni
dad, y por ello realiza todos los tiempos en su verdadera solemnidad.
¿No podríamos decir que en todo esto hay una única visión de la his
toria? Las tres Formas del Dasein y el tiempo ya mencionadas -llamé
moslas sus formas de ilusión, vacuidad y centralidad- aquí también son
un Dasein. Este Dasein, a pesar de estar dentro y fuera de esas tres for
mas, puede, sin embargo, mostrar su propia totalidad en cada una de ellas.
Puede decirse que aquí el Dasein obtiene su libertad y su autosustento.
Y, por ello, cada una de las tres formas llega a ser algo que refleja a las tres
en una sola. Esta estructura de uno-en-tres, tres-en-uno del Dasein y del
tiempo es demasiado multifacética para ser estudiada aquí.
El sendero del bodhisattva está esencialmente vinculado a la pregunta
por la denominada gran compasión o lo que se llama amor religioso. y
lo mismo sucede con los votos antes citados. Ya me he referido al fondo
en que tienen lugar. En lo que sigue, me gustaría dirigirme a esta cues
tión más concretamente.
339
IX
Al haber discutido antes la fllosofia teorética de Kant en relación con
el problema del conocimiento, ahora me gustaría decir algo sobre su fi
losofia práctica. Kant, como sabemos, pone el acento en que la persona
es un fin en sí misma y que nunca puede ser tratada como un simple me
dio. Esta persona es el punto en el que la ley moral universal, que va más
allá de la voluntad arbitraria del individuo, y su verdadera libertad indivi
dual se actualizan como una unidad; este punto es tanto el propio indi-
viduo como sujeto original de la conducta, como el individuo en tanto
que telos original que se actualiza en esa conducta. De esta forma, la apre
hensión por parte del hombre del objeto para ser actualizado según los
dictados de su propia voluntad (esto es, como su propio modo de ser mo
ral) tiene lugar, invariablemente, en el yo como la expresión más profun
da de la autoconciencia subjetiva del hombre moderno, es decir, la reve-
lación del verdadero significado de la autonomía humana.
La persona como un fin en sí misma y el concepto de «reino de los
fines» formado por una comunidad de personas, no sólo descubren el
fundamento más profundo de la moralidad, sino que al mismo tiempo
conducen a la persona al despertar de su humanidad en su sentido más
elevado. El punto más elevado que el hombre puede alcanzar en la mo
ral sólo puede tener lugar a partir de la conciencia subjetiva. Pero ¿se
crea el sujeto d el comportamiento a través de un sujeto ético como tal?
Desde luego, el sujeto sólo puede serlo verdaderamente como algo que
siempre tiene sus raíces en sí mismo, algo que es, en su autonomía, auto
suficiente. El modo de ser del sujeto no puede tener lugar sin esta au
tonomía -o libertad de ser su propio señor-o Y el punto de vista de la
persona como fin en sí misma es la imagen suprema de la esencia de ese
sujeto.
Lo que pretendo preguntar aquí, no obstante, es si este punto de vis
ta del sujeto autosuficiente que hunde sus raíces en sí mismo, reside o no
en un fondo aún más profundo. No cabe duda de que sólo desde la au
tonomía el punto de vista del sujeto se manifiesta allí donde el yo en-
cuentra la autosuficiencia. Pero ¿reside, en efecto, en el sujeto mismo la .j
posibilidad de que se manifieste de esta manera, así como el fundamento
para la posibilidad de su existencia? Mientras que la autonomía está fue-
ra de toda duda, ¿pertenece realmente la esencia del sujeto sólo al punto
de vista del sujeto? ¿Es completamente inmanente al sujeto?
340
De hecho la naturaleza del hombre es algo que éste tiene en sí mismo
de forma esencial y consciente. Pero ¿se agota dicha esencia -el hecho de
ser hombre- cuando consideramos al hombre únicamente desde el pun
to de vista del hombre mismo? La existencia humana, que de este modo
es consciente de su humanidad, ¿se manifiesta en un campo más funda
mental? En una palabra, la cuestión es si el hecho de que la persona sea
o no un fin en sí misma pone al descubierto la autoconciencia del hom
bre en su ámbito más fundamental.
Desde un punto de vista ético, decir que es así sería sin duda la últi
ma palabra. Pero cuando llegamos a lo que la religión llama amor (agapé)
o compasión (karulJa), parece que algo ha atravesado y derrumbado el
punto de vista de la persona allí donde el fondo del yo subjetivo se con
sidera sólo como un fin en sí. El yo no es aquí en modo alguno un fin
en sí mismo. Más bien es la negación de cualquier modo de ser así, in
cluso en el mejor de los sentidos.
Por supuesto, el punto de vista de la persona también presupone una
enérgica autonegación. Necesita de la voluntad para evitar ser arrastrada
por las inclinaciones del deseo y seguir el imperativo categórico de la ra
zón práctica, de forma que el comportamiento del hombre pueda estar
de acuerdo con una ley moral. Esta autonegación, no obstante, implica
escoger una de las dos orientaciones reñidas entre sí dentro del yo y de
terminarlo en esa dirección. La autodeterminación consiste en el estable
cimiento de la persona. Y, sin embargo, el amor religioso consiste en la
autonegación absoluta, una completa renuncia del yo como tal. En este
sentido, es fundamentalmente distinto del punto de vista de la moral de
la persona, que es el del yo que aprehende el yo original.
Aún desde el punto de vista de la persona, es posible, en cierto senti
do, hablar de amor. La persona como fin en sí misma no puede tener lu
gar sin reconocer a los demás como fines en sí mismos; sólo si se produ
ce dentro del yo la apertura de un campo donde los otros sean también
reconocidos como personas, puede existir el yo como persona en ese
mismo campo. El punto de vista de la persona implica invariablemente
una reciprocidad, que sólo puede tener lugar en la formación de una co
munidad de personas: el «reino de los fines». En tanto que pone en evi
dencia un respeto por la dignidad de la persona hacia uno mismo y ha
cia los demás, puede ser interpretado como una especie de amor fraternal
o «hermandad» en sentido eminente. La relación entre personas puede ser
341
considerada como un amor religioso al prójimo (<<Amarás al prójimo co
mo a ti mismo») transferido al dominio de la ética, desde el punto de vis
ta del hombre moderno secularizado. Es como si la libertad e igualdad
religiosas hubieran alcanzado su forma más elevada de secularización en
la libertad e igualdad de los sujetos morales del personalismo kantiano.
Pero, aunque podamos reconocer una clase de hermandad de estima y ca
riño entre personas, es fundamentalmente distinta de la hermandad en el
sentido religioso de amor al prójimo.
La afir mación de Kant de que la persona es siempre su propio fin y
nunca puede ser tratada como un mero medio, nos indica que nunca po
demos considerar a los demás como cosas. Cuando la voluntad del hom
bre es movida por la pasión y la codicia, siempre actúa en él el principio
del amor propio: los demás son tratados como medios (obtención de fe
licidad, por ejemplo), como si fueran cosas. La moral tiene lugar al negar
y superar este punto de vista.
En relación a la epistemología de Kant hemos dicho que un conocer
sin conocer, que dispone el campo en donde se realiza la cosa tal como
es en sí misma, hace necesario que su revolución Gopernicana realice otro
giro. En relación a la pregunta sobre la praxis se hace igualmente necesa
ria una conversión radical del anterior punto de vista de la persona; un
giro completo del punto de vista en el que el yo como persona es un fin
en sí mismo, a aquél en que es un medio para los demás. El yo que ha
regresado al yo original (mientras se afirma en la universalidad de la ley
moral) , y que encuentra su telos en el yo mismo, debe atravesar también
su punto de vista y regresar al yo que encuentra su telos en todos los de
más seres. Este punto de vista, donde el yo regresa al fundamento de to
dos los demás seres y encuentra su destino final en ellos, tiene que mani
festarse como una negación completa del sujeto y de su autonomía, en
cualquier sentido, incluso en su sentido (ético) auténtico. AquÍ el yo no
puede ser un fin para sí mismo en ningún sentido vulgar del término. Al
contrario, el yo como persona, incluyendo a la razón y la voluntad, o sea,
el yo en su totalidad, tiene que llegar a ser una cosa para todos los demás
seres. y esto es posible en la vacuidad como un más acá absoluto.
Como destacamos antes, el yo como sujeto es el yo proyectado en sí
mismo (transferido y reflej ado) en el campo de la razón. Esto es así para
el sujeto epistémico, pero lo es igualmente para el sujeto moral, en quien
su autoconciencia subjetiva llega a verse más profundamente. Cuando el
342
yo en sí es transferido a la praxis en el campo de la razón, esto es, cuan
do el sujeto es razón práctica, constituye la proyección más Íntima e in
mediata (transferencia y reflexión) del yo como es en sí. También hemos
observado que en el campo de la vacuidad el ser en sí del yo, como un
ser a la vez que la vacuidad, permanece en una posición subordinada y
hace a los demás sus señores, al constituirlos como lo que son y darles su
ser. (Por supuesto, esta relación implica un modo de ser totalmente no
objetivo para ambos, yo y otros.) Es más, se dijo que el yo en sí sólo se
hallaba en su propio fundamento y se convertía en señor al regresar al
fundamento de todas las cosas.
En una relación circumincesional como ésta, la subordinación y la au
tonornia absolutas tienen lugar al unísono. Lutero empezaba su ensayo La
libertad del cristiano con dos frases contradictorias:
Por supuesto ambas frases vienen a ser lo mismo. Sólo quien regresa a
la fe en el fundamento de Dios y recibe la libertad como señor sobre to
das las cosas, puede convertirse en siervo de todas ellas allí donde se niega
el yo y su autonornia como sujeto. Y a la inversa: sólo aquel que puede
ser siervo de todas las cosas, y cuyo yo se haya negado, puede ser en el fun
damento de Dios, señor de todas las cosas y en ese sentido sujeto de todas
las cosas. AquÍ puede reconocerse la profunda relación circumincesional
entre el yo y todas las demás cosas.
Para que una relación así tenga lugar, el yo debe permanecer en un
campo de superación mutua del sujeto en el sentido moderno y del sustra
to o subjectum (<<eso que se extiende por debajo») de la fliosof1a antigua. Un
punto de vista como éste se revela a través de una negación absoluta que
hace del yo una nada cuando regresa al fundamento de Dios, y a través de
una afIrmación absoluta por la que recibe vida en el amor de Dios.
Así es como son formuladas estas cuestiones desde el cristianismo, y
encontramos una situación análoga con el punto de vista de Sünyatá. Del
maestro del T'ang zen, Chao-chou (pronunciado j6shü en japonés) se
cuenta el siguiente relato :
343
Un monj e dij o a J6shü: «El puente de piedra de J6shü es ampliamente re
nombrado, pero al venir aquí encuentro tan sólo una serie de escalones y no veo
el puente de piedra» . J6shü dijo: «¿Ves sólo los escalones y no ves el puente?». El
monj e le preguntó: «¿Cuál es el puente de piedra?». J6shü le contestó : «Permite
cruzar a los burros y a los caballos»".
Esta autonomía, o «ser uno su propio señon>, que tiene lugar cuando
uno llegar a ser una cosa o un medio para las demás cosas, parece que sea
una cuestión completamente distinta a la de la autonomía del sujeto mo
ral. La autonegación absoluta, que no ve al telos del yo en sí mismo, sino
en todas las cosas, y la autoafirmación absoluta, que ve la mismidad ori
ginal del yo en todas las cosas, son una. Esto es posible desde el punto de
vista de sünyata. y mirando atrás, desde este lugar privilegiado, debemos
decir lo siguiente: la constitución del sujeto moral autónomo y la cons
titución de la persona que se relaciona, son posibles sólo en virtud de la
autonomía elemental del yo y de la relación circumincesional del yo y el
otro. Todo comportamiento se manifiesta en el fondo de un campo ori
ginal como ése. (Esto se mantiene, como señalamos antes, incluso en el
caso de la praxis social.)
344
En este contexto decíamos que el yo es yo y al mismo tiempo no es
yo; y resultaría inadecuado decir que todas nuestras acciones, aunque sean
consumadas por el yo, las cumple el yo. Como ya no se trata de un yo,
ya no cumple las acciones. Es decir, hacer no es simplemente algo que se
origina espontáneamente desde dentro del yo como sujeto a causa de la
libertad de la voluntad. Esto no quiere decir que necesariamente deba ser
originado desde fuera del yo, por ej emplo, desde alguna clase de relación
material. Lo que surge de la necesidad no puede ser descrito adecuada
mente como comportamiento del yo, o como algo hecho por el yo. En
sus sentidos habituales, ni el punto de vista de la libertad ni el de la ne
cesidad comprenden el comportamiento en su realidad. El comporta
miento del hombre es siempre el hacer del yo y, sin embargo, al mismo
tiempo, nunca es el hacer del yo. En su incapacidad para ser expresado,
excepto a través de esa paradoja, es la verdadera realidad. Por eso en la
antigüedad se llamaba a esto la «acción sin acción». Este «no-hacer», libre
e incondicionado, es al que nos referimos antes.
En general, este es el punto de vista implícito en lo que ha venido a
denominarse amor religioso o compasión . En el cristianismo, el manda
miento de amar a Dios ha ido acompañado del mandato de amar al pró
jimo como a uno mismo. Me parece que aquí tenemos de forma implí
cita la relación circumincesional que constituye la estructura de todo
amor religioso.
¿Qué significa, al fin y al cabo, este «como a ti mismo»? En primer lu
gar, amar al prójimo como a uno mismo presupone que los hombres se
aman a sí mismos más que a ninguna otra cosa. Pero desde luego no es
tamos unidos a los demás con el mismo grado de fervor con el que nos
amamos a nosotros rnismos. El amor a los demás es una negación del
amor propio. Es más, el amor propio del hombre, presupuesto en ese
mandamiento, es comprendido absolutamente como algo contradictorio
con el amor del hombre a Dios. Por tanto, amar a otros debe significar
aquí la negación absoluta del amor de sí mismo. No se trata de una com
paración superficial y cuantitativa del amor a los demás respecto al de uno
mismo. Tiene que ver con la cualidad del punto de vista del yo como tal;
se trata de una conversión esencial del yo hacia el lugar en donde la com
paración con los demás llega a hacerse irrelevante.
Por eso el cristianismo sostiene que sólo se puede amar verdadera
mente al prójimo al amar a Dios. A propósito de la frase «como a ti mis-
345
J
mo», Kierkegaard señala, en sus Obras de amor, que el mandato implica
penetrar en el secreto más hondo del amor del hombre por sí mismo y
contiene la inmediatez de la severa negación característica de lo eterno.
Requiere la negación absoluta del amor de sí (y en consecuencia, del yo) .
Esto quiere decir que hacer del yo una nada y hacer de los demás u n su
jeto opuesto al yo -es decir, hacer del yo un siervo y de los demás su se
ñor- viene a significar que el otro sea amado tal como es y allí donde se
manifiesta como es en su propio fundamento. Significa amar al otro jus
to como es: amarlo como pecador si es un pecador, como enemigo si es
un enemigo. Es el amor indiferenciador que hace que brille el sol tanto
sobre buenos como sobre malos. Kierkegaard dice que en su amor al pró
jimo, el hombre se asemeja a Dios y se hace uno con él.
Sin embargo, el punto de vista de este amor indiferenciador debe ser
el del subjectum o hypokeimenon (<<lo que se extiende por debaj o de todas
las cosas del mundo») antes mencionado. La metaf1sica antigua, al anali
zar la naturaleza de la existencia de una cosa, distinguía entre su forma ei
dética y la materia que recibe esa forma, refiriéndose a la materia como
sustrato (hypokeimenon). Pero aquí, por supuesto, no estoy usando la pala
bra simplemente en el sentido de un momento inmanente en la consti
tución de la naturaleza de la existencia de las cosas. Más bien tomo hypo
keimenon en el sentido antes explicado de un campo que hace que se
manifieste tal como es una cosa individual, con una totalidad más allá de
agotarse con el análisis. Este campo no es un momento inmanente a la
existencia sino que la trasciende. Es el campo del hypokeimenon absoluto
que aparece sólo a través de la conversión del yo en una nada.
Abrir en el yo un campo así es amar al prójimo como a uno mismo
con el amor indiferenciador que hace a uno «semejante a Dios». La na
turaleza indiferenciadora del amor, y la igualdad que contiene, consiste
en que todos los demás, todos y cada uno sin excepción, sean amados
«como a uno mismo». Es más, «como a uno mismo» significa que uno se
convierte en una nada para regresar al campo en que las cosas se mani
fiestan tal como son. Es aquí en realidad donde el amor a uno mismo de
ja de funcionar incluso en su fondo más oculto. Pero también es aquí, y
sólo aquí, donde todo otro tiene su ser como otro, es decir, como es en
su propio terruño; o, dicho de otra forma, todas las cosas son recogidas
en ese lugar como un mundo y en una interpenetración circumincesio
nal «como» «todas en una».
346
Al contrario, podemos decir que el campo del mundo donde «Todo
es Uno» es también el campo de la «apercepción trascendental» del amor
indiferenciador donde todos los demás son amados individualmente co-
mo a uno tnlsmo.
Esta situación, en la que cada cosa se hace realmente manifiesta como
es en su respectivo modo de ser propio -en un mundo visto como un sis
tema circumincesional donde Todo es Uno-, es, originalmente, lo que el
budismo llama tathata o verdadero ser tal cual es. Pero el campo donde
este tathata verdadero se manifiesta como tal siempre es sólo junto con el
«como a uno mismo». É sta es la forma original por la que todas las cosas
llegan a ser manifiestas justo como son. Para recordar un ejemplo ante
rior, este tathata verdadero aparece cuando «un pájaro vuela y es como un
pájaro». El vuelo del pájaro y el conocimiento de su tathata coinciden. En
el mismo campo de la vacuidad, en la negación absoluta del amor de sí,
este «como)) ahora llega a ser también el «comQ)) de «como a uno mismo)) .
Así e s e l ámbito donde e l ser e s trascendido. E s el ámbito que sirve
como fundamento de la posibilidad de la existencia de las cosas como son
en sí mismas, de la posibilidad del mundo. Y, como campo que lleva a
manifestarse a todas las existencias, es previo al ser (en un sentido esen
cial, no temporal) . La apertura de este campo en el yo supone que éste,
en la negación absoluta del amor de sí, llega a ser el subjectum que está por
debajo de todas las cosas a su servicio, al amar a cada cosa «como a uno
mismo)) en su propio terruño. Pero significa que, al mismo tiempo, el yo
regresa verdaderamente a su propio terruño, donde al haberse elevado so
bre todas las cosas, llega a ser verdaderamente el yo mismo. Esto signifi
ca que cada cual llega a ser «el yo del yO)), su verdadero propio yo. Todos
los seres están aquí en su propio terruño, tal como son en sí mismos; y ahí
también, todos son uno. De aquí que el punto de vista en el que uno se
ve a sí mismo en los demás y ama al prójimo como a uno mismo impli
ca que el yo está en el fundamento del otro, en la <mada)) del yo, e implica
que el otro está en el fundamento del yo en esa misma nada. Sólo cuan
do estos dos son uno -en una relación de interpenetración circumince
sional- tiene lugar este punto de vista.
Si esto es lo que quiere decir el amor al prójimo como a uno mismo,
entonces el campo donde ese amor actúa no es simplemente el de amor
del prójimo, un amor entre los hombres; sino que debe ser un campo de
amor hacia todos los seres vivos, e incluso hacia todas las cosas. Nunca
347
debe dej ar de ser un campo donde el propio hombre pueda permanecer.
y, sin embargo, no es una esfera sólo para los humanos o las relaciones
humanas. Aquí el yo parte de la perspectiva de la persona como un fin
en sí misma y avanza hacia un punto en donde puede ver su telas en to
dos los demás y se ve a sí mismo como un asunto (Sache) que es total
mente un medio para todas las demás cosas.
Cuando san Pablo se llamó a sí mismo «instrumento de Dios» quizás
no habló meramente de forma metafórica. Sus palabras expresan un mo
do de ser que, en el fondo, está libre de lo meramente humano. Es el mis
mo modo de ser al que me he referido como el punto de vista del sustra
to (subjectum o hypokeímenon) subyacente a todas las cosas. Cuando, en la
metaf1sica antigua, se llamaba a esto materia, esta concepción de la mate
ria no era la misma que encontramos en la ciencia moderna. Sin embar
go, pueden tener en común el carácter de ser sin forma, aún cuando cons
tituyen los fundamentos de las cosas que tienen forma. Así pues, la materia
es lo que las cosas con forma devuelven con la disolución o la muerte. A
esto puede llamarse el límite exterior de una existencia orientada hacia la
muerte de las cosas.
El hypokeímenon al que me he estado refiriendo a propósito del amor
religioso, no obstante, tiene un significado completamente distinto del
que emplea la metafísica. Es el campo donde el yo es llevado hacia la na
da oculta en un sentido religioso, el campo de la negación absoluta o gran
muerte del yo. Aquí, donde «llegamos a ser muertos mientras vivimos»,
es el campo del hypokeímenon absoluto. Si tomamos la materia o la mate
rialidad, en sentido metafísico o científico, entonces, el campo del hypo
keímenon religioso es una trascendencia de la existencia, una orientación
a la gran muerte del yo. Aquí, el yo, con cuerpo, conciencia, personali
dad, etc., tal como es, tiene su lugar como cosa o materia con la función
de herramienta o instrumento. En otras palabras, sin dejar de ser un ser
humano, el yo viene a ser un modo de ser donde consigue liberarse de
lo humano. y ese modo de ser no es otro que la Existenz como no-ego,
la Existenz de la «no-dualidad del yo y el otro».
x
Dado que el amor al prójimo tiene lugar en tal campo, ese campo no
se limita sólo al amor al prójimo. El yo aquí está en el terruño de todas
las cosas. Es en sí un fundamento donde cada cosa se hace manifiesta co-
348
mo lo que es, donde todas las cosas se reúnen en un mundo. É ste debe
ser un punto de vista donde el propio yo se vea en todas las cosas -en las
cosas vivas, en los ríos y colinas, pueblos y aldeas, tejas y piedras- y ame
todas esas cosas como a sí mismo. Y por tanto, apenas sería necesario
mencionarlo, el yo es un yo absolutamente transformado en una nada.
Podría objetarse que no es posible amar a algo que no es un ser hu
mano como a uno mismo, puesto que el amor en su sentido original no
puede obtenerse de seres inferiores al hombre. y en concreto es así en el
amor religioso, que es posible sólo entre personas -un Yo y un Tú-. La
idea de amar todas las cosas como a uno mismo podría ser interpretada
como una especie de panteísmo.
En el budismo, no obstante, la compasión religiosa que se extiende a
todas las criaturas vivas no es meramente un sentimiento de filantropía o
hermandad universal. Esto se deduce de la esencia de la visión del budis
mo como religión. En la historia del cristianismo, vemos algo parecido,
por ejemplo en san Francisco de Asís, quien, es sobradamente conocido,
no se refería sólo a sus compañeros humanos sino a todas las cosas como
si fueran parientes suyos. Cuando san Francisco se dirigía al sol, la luna,
el agua, el fuego y el viento como a sus hermanos y hermanas en su fa
moso Cántico al sol, no estaba adoptando meramente una figura poética
del discurso. Los veía así en realidad. Debía pensar que para él cada cosa
era realmente un hermano o una hermana, ya que habían sido creadas,
como él mismo, por Dios. Se abría un campo donde todo podía hallarse
porque había radicalizado el punto de vista según el cual se refería a los
«pequeños» (minores), pues él mismo se hacía «más pequeño que todo lo
demás», por debajo de ellos. Esta visión se abría en el extremo de su ab
negación y dedicación a Dios. Seguramente esto no es un panteísmo. El
caso de san Francisco puede ser excepcional en el cristianismo pero nos
sirve al menos como un ej emplo de amor religioso que sobrepasa las
fronteras de lo humano para abarcar a todas las cosas.
En el amor religioso o en la compasión, aparece un punto de vista su
perior a cualquier todo. Aristóteles, como sabemos, situaba el modo de
perfección y felicidad más elevado permitido al hombre en la vida con
templativa. Sostenía que la autosuficiencia de esa vida es lo que lleva al
hombre más cerca de Dios: es la vida de la parte superior del alma hu
mana, la parte más aun a Dios. En este sentido, se trata de la actualiza
ción más elevada del carácter único del hombre por naturaleza y, al mis-
349
mo tiempo, de una vida superior a lo meramente humano. Pero ¿éste es
realmente el punto de vista más elevado posible?, ¿es esa perfección y au
tosuficiencia, después de todo, verdadera perfección o autosuficiencia?
La ética de Aristóteles está basada en su metansica. En esa metansica,
Dios, como «pensamiento del pensamiento», existe en perfecta autosu
ficiencia. Como «motor inmóvil» no es movido por algo fuera de sí mis
mo, pero esencialmente toma las demás cosas del mundo en sí en la pu
ra contemplación. Por el contrario, todos los seres sensibles están
orientados esencialmente en su ser hacia Dios; se mueven mientras el ser
es movido por su eros hacia Dios. Dios es el «primer motOD> en un mun
do teleológico. El hombre participa de esta autosuficiencia de Dios en la
vida contemplativa.
La forma de entender la realidad divina y su autosuficiencia en Aris
tóteles, no obstante, parece ser una abstracción unidireccional que abar
ca sólo el aspecto de la trascendencia. La autosuficiencia y la perfección
no consisten simplemente en ser uno mismo completo y suficiente (en
identidad en sí inmediata) . La perfección debe incluir también el campo
donde las cosas, aunque inacabadas e imperfectas, e incluso las cosas que
operan contra su perfección, como el pecado y el karma, son llevadas al
ser en toda su posibilidad y actualidad. La verdadera perfección adviene
en el momento en que la idea de perfección aristotélica y su número in
finito de contrarios y contradicciones son uno. I gual sucede con la auto
suficiencia. Cuando algo es autosuficiente meramente en una autoiden
tidad inmediata, el yo de esa autosuficiencia, aunque sea el yo del Dios
único, que es uno en él mismo y contiene todas las cosas, todavía retie
ne un resto de ego individual. La verdadera autosuficiencia no debe ser
egoísta sino más bien una autosuficiencia de lo que denominamos «el no
ego individual». La verdadera autosuficiencia no significa otra cosa sino
el yo que se vacía a sí mismo y así permite ser a todo.
Es evidente que el cambio del budismo Hinayana al Mahayana impli
ca este tipo de conversión de las ideas de perfección y autosuficiencia.
Desde luego, fue ahí donde apareció la concepción de la gran compasión.
Podría decirse lo mismo del giro que se produjo con amor, de lo que los
griegos denominaban eros a lo que los cristianos denominaban agapé.
Ambos indican una conversión a una visión completamente nueva de
Dios o Buda, así como del hombre. Pero ¿qué relación tienen estos pun
tos de vista de la compasión y el amor con una visión del mundo?
350
La filosofía griega antigua establecía una distinción entre la forma (ei
dos) y la materia de las cosas existentes, y elaboró una visión del mundo
con esa forma como su centro. Esta filosofía concebía una visión del
mundo teleológica con un orden jerárquico del ser como marco y con
Dios como «primer motor». Anteriormente he hablado de la caracterís
tica de la noción de materia, que es común a toda metafísica y toda cien
cia de la naturaleza moderna, como los límites extremos de una existen
cia orientada a la disolución de las cosas con forma, es decir, a la muerte
de las cosas. Por el contrario, en un mundo teleológico que se orienta a
la forma eidética, la vida contemplativa, incluido Dios como primer mo
tor o «pensamiento del pensamiento», ha sido concebida como el límite
extremo de una existencia dirigida a la autoconservación de las cosas, es
decir, a la vida de las cosas.
Sin embargo, desde el nuevo punto de vista al que me he estado refi
riendo, el mundo no se considera ni en términos de una orientación a la
muerte ni en términos de una orientación a la vida. Lo que aparece en es
te punto de vista es la orientación del ser sí mismo llevado a la nada en
la Existenz religiosa: la orientación a la gran muerte. Es el punto de vis
ta de la muerte y el renacer implícito en la frase «En la gran muerte cie
lo y tierra se renuevan» .
El mundo que tenemos aquí tampoco es el mundo mecanicista de la
ciencia moderna ni el mundo teleológico de la metafísica antigua. Es un
mundo de «la otra orilla», más allá de todas esas determinaciones, un mun
do del hecho primordial, en donde cada hecho se manifiesta sin. funda
mento en su propio terruño, separado de toda razón o causa o fin, sin
cómo ni por qué o para qué: un mundo en el cual todas las cosas son ver
daderamente como ellas mismas y tal como son, y se encuentran como
uno mismo en su tathata. El campo de la vacuidad en el que un mundo
así tiene lugar no es otro que el del renacer del yo, donde cielo y tierra
se renuevan en la gran muerte. El yo en ese campo es verdaderamente el
yo de la expresión «amar al prójimo como a uno mismo».
Se cuenta la historia de que san Francisco de Asís, cuando estaba a
punto de restañarse un ojo infectado, se volvió hacia el cauterio y le dijo:
Fuego, hermano IlÚ O , tan noble y tan útil entre todas las criaturas, y o t e pi
do que te muestres benigno conmigo en esta hora, pues ya sabes que antes te
amé y te amaré siempre por amor de Aquel que te creó. Pido, además, al Cria-
351
dor, que nos sacó de la nada, que modere de tal manera tu ardor, que pueda fa
cilrnente tolerarlo73•
352
cuentro, el fuego estaba en el terruño del fuego mismo, donde el «fuego
no quema el fuego» y donde «el fuego no es fuego, luego es fuego». y
también allí, san Francisco estaba realmente en el terruño de sí mismo,
como un «yo que no es un yo». Cuando bendijo al fuego con la señal de
la cruz, cuando se dirigió no sólo al fuego sino al agua y al viento, al sol
, y a la luna, y todas las demás cosas como hermano y hermana, ¿no se en
contraba en realidad en un campo como éste?
En resumen, en la relación circumincesional, puede abrirse un ámbi
to en el que puntos de vista contrarios -donde el otro y el yo son consi
derados como telos, donde el yo sirve a los otros y hace de sí mismo una
nada, y donde el yo permanece para siempre como sí mismo- se radica
licen precisamente en virtud de su ser totalmente uno. Es el ámbito del
«conocer sin conocer» al que nos referimos como algo no distinto del ser
de las cosas mismas. Es también el campo de la verdadera libertad.
Con libertad, queremos decir la verdadera libertad que no es simple
mente asunto de la libertad de la voluntad. Cuando la libertad es consi
derada' como lo que reside en las operaciones de la voluntad de poder, de
las que el hombre es consciente dentro de sí, entonces ya es una libertad
reflejada en el campo de la autoconciencia y de ahí se transfiere fuera de
la libertad misma. La libertad subjetiva, que es la piedra de toque de lo
que llamamos liberalismo, no está, sin embargo, libre del modo de ser
egocéntrico del hombre mismo. La verdadera libertad es, como observa
mos antes, una autonomía absoluta en el campo de la vacuidad, donde no
hay nada en qué confiar. y esto no es distinto del hacer de uno mismo
una nada al servicio de todas las cosas; se aparta de la libertad del exis
tencialismo ateo expuesto por Sartre y otros.
Lo mismo se aplica a la igualdad. La verdadera igualdad no es senci
llamente una cuestión de igualdad de los derechos humanos y de pose
sión de la propiedad. Esa igualdad concierne al hombre como sujeto de
deseos y derechos y se reduce, en definitva, al modo de ser egocéntrico
del hombre mismo. Debe apartarse fundamentalmente del principio nar
cisista, pues ahí siempre se hallan las raíces de la discordia y la disensión
disimuladas. Por el contrario, la verdadera igualdad tiene lugar en lo que
podemos llamar un intercambio recíproco de desigualdad absoluta, de
modo que el yo y el otro permanezcan simultáneamente en la posición
de señor y siervo absolutos uno respecto de otro. Es una igualdad en el
amor.
353
Todo esto sólo es posible en la vacuidad. A menos que los pensa
mientos y las acciones del hombre, de todos y cada uno de ellos, se si
túen en ella, los problemas que acosan a la humanidad carecerán de la
menor oportunidad de ser realmente solventados para siempre.
354
Notas
I Las palabras «realidad» y «real» se utilizan normalmente para denotar algo que existe
realmente por lo que se hace difícil adoptarlas para hablar de la nihilidad, que es la nega
ción'absoluta de la existencia real. Pero también a veces decimos: «Todo se convirtió en
nada» y bien podemos declarar que entonces la nihilidad se ha hecho a sí misma realmente
presente. No obstante, si empleamos «realidad» en ese sentido puede que sea mejor ha
cer una distinción en casos como la existencia de las cosas y referimos ahí en su lugar a
«ser real» (ser en contraposición a nada) . Al hacerlo, todo ser real sería realidad, pero no
toda realidad sería necesariamente un ser real. Cuando aquí uso los términos «realidad» y
«real», estoy pensando en este sentido más amplio.
2 Fiodor Dostoievski, Memorias de la casa muerta, trad. de Rafael Cansinos Assens,
355
16
El budismo contiene un concepto de vacuidad similar llamado «sünyatl». Sünyatl es
la naturaleza original del Buda eterno, del Buda tal como es, eternamente in actu. Es el
estadio inmutable de la perfección del Buda eterno, presente en todos los tiempos y ya
cumplido y por así decir, siempre en el tiempo verbal de pretérito perfecto. En la termi
nología budista tradicional, sünyata: es el cuerpo dhármico del Buda, es decir, el modo de
ser Buda más original y auténtico. y como tal, representa al mismo tiempo el fundamento
del sarnbhoga-kiiya (el cuerpo de la recompensa), esto es, el fundamento del modo de ser
Buda en su hacerse presente como el compasivo Tathagata (Así llegado) . Esta compasión
se fundamenta en la vacuidad y se denomina «gran compasión». Aquí, la vacuidad se en
tiende en la cualidad y el sentido de anatman (no-yo) . Es más, esta vacuidad idéntica a la
gran compasión es el fundamento del nirmalJa-kaya (el cuerpo de la transformación) del
Buda, es decir, el fundamento del modo de ser de la existencia del Buda en su hacerse
presente en forma de hombre como el Tathagata Sakyamuni. El Buda, que originalmente
es «vacío» y «sin forma», adopta la forma del «Así llegado», ya sea en la forma de Buda
(como sarnbhoga-kiiya) como en la doble forma de Buda-hombre, y como tal se manifies
ta. Esencialmente esto significa una ekkenosis (autovaciarse) aun cuando a primera vísta
pueda parecer lo contrario. La transición de ser sin forma a ser con forma implica el no
yo y la compasión, como un maestro de escuela que juega con los niños. En cualquier
caso, los conceptos de vacuidad, compasión y no-yo se consideran vinculados indisolu
blemente en todo el pensamiento básico de la budología, especialmente en la tradición
Mamyana. El modo de vida y el pensamiento budista están penetrados por la idea de
kenosis y ekkenosis. Tatmgata significa tanto «Así ido» como «Así llegado». La razón es
lacil de comprender puesto que aquí la revelación no puede separarse del ocultarse, el ser
sin forma del ser con forma, o la vacuidad de la compasión. Es decir, tomar forma signi
fica un autodeterminarse y, autodeterminarse significa negarse (o autonegarse) . Compa
sión significa autonegación, esto es, autovaciamiento en tanto que revelación de la va
cuidad original. «Así llegado» siempre significa «Así ido».
17 Ver mi Kami to zettai mu [Dios y la nada absoluta] , K6bunsha, Tokio 1949/ 1 97 1 .
18 «Also, als er mich durchbrichet, also durchbriche ich in wider. Got leitet, disen geist
in die wüestunge und in die einekeit sin selbes, da er en luter ein ist und in sich selber
quellende ist.» Meister Eckhart, Franz Pfeiffer (ed.), Scientia Verlag Aalen, Darmstadt 1962,
pág. 232, ll. 17-19.
19 Maestro Eckhart, El fruto de la nada, e d . y trad. d e Amador Vega, Siruela, Madrid
1 998, págs. 49, 79-81 .
20 La vida y la muerte son por naturaleza antagónicas y contradictorias. Si se exami
nan desde el fundamento en el que se presentan cada una en su propia naturaleza como
vida y muerte eternas o absolutas se hallan en total contradicción una con otra. Hasta ese
punto sólo se trata de una cuestión conceptual de evidencia lógica. Pero junto a esta opo
sición absoluta aparece la inseparabilidad de la vida y la muerte. A pesar de que la vida y
la muerte son antagónicas y contradictorias en su naturaleza y conceptualmente diferen
ciables, no se nos presentan como dos cosas separadas sino como una unión indisociable
en la que hay distinción sin haber separación. Esta unión no es una identidad en sentido
objetivo pues no puede constituirse algo objetivo a partir de dos elementos contradicto-
356
rios, sería un sinsentido, una mera quimera o una fantasía. Esta unidad en cuestión no es
en absoluto objetiva ni objetivable. Si se toma desde cualquier punto objetivo, inmedia
tamente deja de ser una unidad absoluta y se convierte en un objeto del pensamiento con
ceptual, cayendo así en la dualidad sujeto-objeto. La indisolubilidad esencial -la unidad
absoluta- de elementos esencialmente contradictorios como la vida y la muerte, no pue
de entenderse sin atender a su carácter no objetivo. La comprensión sólo es posible exis
tencialmente, es decir, a través de la experiencia inmediata dentro de la Existenz huma
na y principalmente de la experiencia en el ámbito de la religión. Para expresar este tipo
de unión se han adoptado aquí los términos «vida-en-Ia muerte», «afirmación-e n-la ne
gación», y así sucesivamente.
21 Seguimos la traducción de A. Vega de Abgeschiedenheit por «ser separado» (ver las
notas al tratado «Del ser separado» en Maestro Eckhart, op. cit., pág. 2 1 1 ) (N. de la T.).
22 Lo trato con más detalle en Dios y la nada absoluta (ver n. 5) .
2l Maestro Eckhart, op. cit., págs. 80, 79-81 .
24 Emil Brunner, La verdad como encuentro, trad. de Heide A . Estruch, Estela, Barcelo
na 1967, págs. 1 20- 1 2 1 .
25 F. Nietzsche, Más allá del bien y del mal, trad. de Andrés Sánchez Pascual, Alianza,
Madrid 1 995, seco 40, págs. 65-66.
26 Las «fuentes amarillas» se refieren al submundo o Hades.
27 Para Eckhart, en tanto que el fondo del ser de Dios (Gottesgrund) es el fondo de mi
ser (Seelengrund) y viceversa, el yo de la frase «fuera de sí» es al mismo tiempo la verda
dera mismidad del yo.
'" Ver Helmut Thielicke, Der Nihilismus, Otto Reichi Verlag, Tubinga 1 950.
29 Shobogenzo genjokoan [The Treasury of Knowledge regarding the True Dharma:
te).
34 El relato aparece como la presentación de Hekiganroku [Blue Cliff Records / Re
copilaciones del acantilado azul]; cf. en Two Zen Classics, ed., trad. y comento de K. Se
kida, Weatherhill, Nueva York y Tokio 1 977, pág. 1 47 .
J 5 Ver m i Gendai shakai n o shomondai to shükyo [La religión y los problemas d e l a so
ciedad moderna] , Hózókan, Kioto 1951, págs. 89-90.
J6 Ésta y las citas siguientes provienen del Libro 10, seco 27 del Avatal11saka Sütra.
" He tratado estas cuestiones en un libro anterior, Nihirizumll [The Self-Overcoming
ofNihilism]; cf. en la trad. de G. Parkes y S. Aihara, State University ofNew York Press,
Albany, Nueva York, 1 990.
357
)8 Los seis caminos referidos son: los infiernos (naraka), los reinos de los animales (tir
yag-yoni), los fantasmas hambrientos (preta), los demonios luchadores (asura), los hombres
y los devas.
39En la edición inglesa, ésta y las demás citas del capítulo «Sh6ji» [Nacimiento y muer
te) del
Shobogenzo de D6gen proceden de la traducción de N. Waddell y A. Masao en
The Eastern Buddhist, N. S. 5, n.o 1 ( 1972) : 70-80. Esta traducción crítica del Shobogenzo
ha ido apareciendo desde 1971 y estaba prevista su publicación completa.
"' Para poner otro ej emplo, supongamos que pedimos a un amigo que haga algo por
nosotros, le explicamos el asunto y qué deseamos que haga. Si contesta «kokoro-eta» (en
tiendo), está expresando su consentimiento (puedes contar conmigo) . Literalmente, las
palabras significan que ha captado nuestro pensamiento, la importancia del asunto reque
rido y también el significado de las palabras pronunciadas; todo ello queda implícito en
una palabra, «kokoro» (mente, significado) .
" Estos pasajes aparecen en Hokyo-ki, una libreta de anotaciones, que llevaba D6gen
durante sus estudios en China conJu-ching, en la que recogía sus entrevistas con su maes
tro.
42 Shobogenzo fukanzazengi [Universal Promotion of the PrincipIes of Zazen] , cf. en la
trad. de N. Waddell y A. Masao, The Eastem Buddhist, N. S. 6, n.o 2 ( 1973) : 1 2 1 - 126.
" De Hokyo-ki (ver n. 41).
« Respecto a esta frase, ver mi artículo «Science and Zen» publicado en inglés en The
Eastem Buddhist, 1 , n.o 1 ( 1965) : 79-108 y en The Buddha Eye, F. Franck (ed.), Cross
N. S.
road, Nueva York 1 99 1 .
" Shobogenzo sammai o zammai [The King of Samadhis Sarnadhi) ; cf. en l a trad. de N .
Waddell y A. Masao, Th e Eastem Buddhist, N . S. 7, n . o 1 ( 1974) : 1 19.
Ibid., págs. 121-1 22 .
46
51 «Polvo» [jinjin) significa lo contrario a pureza, claridad, etc.: partícula tras partícula
de las experiencias triviales y los fenómenos de la vida cotidiana. Ver caso 50 Hekiganro
ku, en K. Sekida (ed.), op. cit., págs. 284-287.
52 Una frase conocida atribuida al maestro zen Nansen (leído en chino, Nan-ch'üan) .
" Dokugoko [Anotaciones de monólogos) .
" Caso82 Hekiganroku, en K. Sekida (ed.), op. cit., pág. 358 (se ha alterado la traduc
ción para preservar el sentido del pasaje).
55 D . T. Suzuki ha formulado la lógica de la intuición-prajña como «A no es A, lue
go A es A. A es A porque es no-A». Esto es denominado la «lógica de soku-hi» (ser/no
ser) ; soku significa aquí la inseparabilidad esencial de dos entidades y hi expresa negativi
dad. Ver sus Studies in Zen, Delta, Nueva York 1955, págs. 1 19- 1 20.
56 Shobogenza uji [Being- Time) , trad. de N . Waddell, The Eastem Buddhist, N . S. 12,
n.o 1 ( 1979) : 1 24.
358
•
57 Fukanzazengi, trad. de Waddell y Masao, pág. 1 26.
58 El pasaje original de estas paráfrasis aparece en el comentario zen de Hakuin a la
Sutra del Corazón, Dokugo shingyo [p alabras envenenadas sobre la Sutra del Corazón] . Es
lo que se denomina una glosa (jakugo), es decir, un breve comentario añadido a las ob
servaciones de los maestros zen o a pasajes de las sutras. La glosa significaba la libre ex
presión de las apreciaciones personales.
J
59 Arnold Toynbee, An Historian's Approach to Religion, Oxford University Press, Lon
dres 1 956.
60 Hubert Butterfield, El cristianismo y la historia, trad. de Delfín Leocadio Garasa, Edi
ciones Carlos Lohlé, Buenos Aires 1 957 .
•, He tratado este problema desde un ángulo algo distinto en un ensayo titulado «Re
ligión, historia y cultura» contenido en el libro Kongenteki shutaisei no tetsugaku [La ftlo
sofía de la subjetividad elemental] , Tokio 1 940. Más tarde retomé el tema en «Religión y
cultura» incluido en Gendai shakai no shomondai to shukyo [La religión y el problema de la
sociedad moderna], H6z6kan, Kioto 1 95 1 .
·' Del Dokugo shingyo.
63 Alude al célebre verso final de la Sutra del Diamante.
" Ver mi Nihirizumu, Tokio 1 946/ 1 973, pág. 1 12; ver n. 37.
65 Manshi Kiyozawa, «The Great Path of Absolute Other-Power», The Eastern Buddhist,
N. S. 5, n.o 2 (1972): 1 45. La edición inglesa ha alterado en parte la traducción de Kiyo
zawa.
"jOdo wasan [Los Himnos de la Tierra Pura] , Ryukoku Translation Center, Kioto
1 965, 94: 1 28 .
•7 Notes LAmenting Differences [ Tanni sho], Ryukoku Translation Center, Kioto 1 966,
7, 30.
68 Rinzairoku [Recopilaciones de Rinzai] n.O 63 .
•9 Shobogenzo bendowa: 1 29; cf. n. 47.
70 Lutero, «La libertad del cristiano» en Obras, ed. y trad. de Teófanes Egida, Sígue-
me, Salamanca 1977, pág. 1 57.
71 Caso 52 d e Hekiganroku, e n K. Sekida (ed.), o p . cit., pág. 291 .
72 Este pasaje aparece en Hebiichigo [Fresas silvestres] de Hakuin.
" Citado en «Espejo de Perfección» en Escritos completos, ed. y trad. de Juan de Legí
sima y Lino Canedo, B .A.e., Madrid 1 975, cap. 12, pág. 783.
359
Glosario
Este glosario contiene ténninos técnicos del budismo y del vocabulario filosófico es
pecifico de Nishitani y sigue a la edición inglesa aunque se han añadido algunos más, se
han ampliado las explicaciones o se han adaptado al español. Primero aparece la equiva
lencia española o la palabra en idioma original en caso de no haber sido traducida (cuan
do viene del sánscrito se indica con la abreviatura «sáns.») y entre paréntesis, la translite
ración japonesa de los caracteres chinos y a continuación una breve explicación de su
contenido o del modo en que ha sido traducida. Los ténninos y expresiones en negrita
indican que tienen su propia entrada en el glosario . En ocasiones se remite a secciones o
notas del libro donde se aprecia claramente el sentido del ténnino.
Acción sin acción (musa no sa): se refiere a la acción que a pesar de que es consu
mada por el yo no puede decirse que es el yo el que la cumple pues no tiene origen en
la libre voluntad del sujeto. Ser a un hacer que es un no-hacer libre e incondicionado
que en la Antigüedad se habría expresado por medio de esta paradoja. La expresión lleva
el carácter negativo mu, que indica que esta actividad tiene lugar en el campo de la nada
absoluta (vernada).
Acción manifiesta (gengyo): ver manifestación.
Actualizar úitsugen suru): ver realización.
Agregado: ver skandha.
Anulación (muka): debe entenderse en el sentido de «transformar algo en nada»
(Nichtung). La expresión alternativa mu ni suru ha sido traducida literalmente como «ha
cerse una nada» o «convertirse en nada». Para diferenciarla de éstas, la expresión relacio
nada nakunaru ha sido traducida por «ser aniquilado» en el sentido habitual de la palabra.
Se ha optado por «hacer ser» (Ichtung) como lo contrario de «anulación». Ver ser; nada.
Apego (shüjaku): el tipo de ataduras que impiden la verdadera libertad. Ver obstáculo.
Aprehensión (etoku): adoptado regularmente como sinónimo de apropiación des
pués del primer capítulo. Los caracteres chinos que le dan la connotación de compren
der y obtener respectivamente, se asocian para dar el sentido de la actualización del en
tendimiento en el sujeto. Ver realización.
Apropiación (tainin): el sentido literal en japonés viene a ser un «entendimiento en
carnado» y señala un entendimiento real como opuesto al meramente especulativo, es de
cir, un entendimiento basado en la experiencia. Se ha empleado la misma palabra para
traducir otro ténnino que Nishitani utiliza para enfatizar más aún el elemento de «ob
tención encarnada» implícita en la actualización del entendimiento en el sujeto: taitoku.
Ver aprehensión.
361
Asunto (koto): en japonés koto signifIca tanto «asunto» como «palabra». El significado
de un koto determinado puede denominarse su «mente» o kokoro. Ver cap. 5, seco I ll.
Autoenclaustramiento úiko-nai-heisasei): se refiere al yo encerrado en sí mismo, pri
vado de libertad.
Autoestablecímiento, posición Úiko teiritsu): Nishitani separa los caracteres chinos y
los reúne en e! nuevo significado de un «autoestablecimiento» en samadhi.
Autonornia: ver independencia.
Avidya (sáns.) (mumyo): «oscuridad de la ignorancia» y «oscuridad fundamental»; los
caracteres chinos significan literalmente «no-claridad».
Captar: ver obtener.
Centro (chü): Nishitani se refiere a él como e! fundamento originario o terruño de
las cosas mismas para referirse al modo de ser de las cosas en e! campo de la vacuidad
(sünyatii) en donde aparecen tal como son y cada cosa es centro de todas las cosas y, por
tanto, es un centro absoluto. Ver circumincesional.
Cinco obstáculos (gogai): literalmente «las cinco tapaderas», se refieren a los obstácu
los mentales y morales de! deseo, la cólera, la apatía, la excitabilidad y la duda. También
puede escribirse gosho, recordando así a la palabra que se ha traducido en otra parte co
mo obstáculo.
Circumincesional (egoteki): seguimos la traducción inglesa que eligió este término
para expresar esta idea. La relación a la que se refiere implica una reciprocidad total que
no tiene equivalente en e! pensamiento occidental salvo para describir la relación entre
las personas divinas de la Trinidad. No se sugiere que la palabra japonesa sea un equiva
lente exacto de ésta.
Codicia (don'ai o tonnai): alude al impulso infinito, de carácter negativo, que acom
paña al egocentrismo de Avidya (oscuridad de la ignorancia) contrapuesto a la tarea del
Dasein en e! campo de la vacuidad como vocación, como deuda para con el prójimo.
Compasión Úihi): referida a karuna, el amor compasivo por todos los seres de! Euda.
Comprehender (esuru): e! carácter chino añade e! matiz de un «darse conjuntamen
te» para crear el sentido de «entendimiento a través de! encuentro». Ver aprehensión.
Conocer sin conocer (muchi no chi): conocimiento no-objetivo (ver cap. 4, seco IV);
se diferencia de! «conocimiento de! no-conocimiento» (fuchi no chi) en que este último es
e! reconocimiento de la ignorancia o de la falta de claridad (ver cap. 4, seco VII) .
Conversión (tenkan): literalmente significa un «giro» o «cambio». Este término ha si
do traducido por «conversión» no para dar un sentido religioso, sino para conservar e!
juego en japonés entre los términos «inversión» (gyakuten) y «perversión» (gyakuto). Nó
tese que ten responde a un carácter que también aparece en devenir incesante y alude al
girar de la rueda.
Corazón recto Úikishin): ver mente.
Dasein (gensonzai): estar-ahí. De la misma manera que Heidegger usaba el término
Dasein para acentuar el aquí y ahora implícito en la palabra común Da-sein, Nishitani ha
bla de gensonzai para distinguirlo de genson, que aquí se ha traducido por «presencia real».
Este último término es utilizado raras veces y debería mantenerse la distinción a su vez
con hacerse presente. Ver Existenz.
362
Dejar caer cuerpo-mente, cuerpo-mente caído (shinshin datsuraku, datsuraku shíns
hin): se trata de una de las expresiones más conocidas de Dogen ( 1200-1 253) maestro zen
japonés que introdujo la escuela Soto en Japón y al que Nishitani se refiere a menudo en
esta obra. Ver mente.
Derrumbar, atravesar (toppa): la idea viene a ser la misma que expresa el término ale
mán Durchbruch, es decir, al irrumpir por ejemplo, en el campo de la conciencia o de la
nihilidad y atravesarlo se produce una ruptura y superación de dichos campos.
Desde el tiempo pasado sin principio (mushi jirai): ver tiempo sin principio ni fin.
Devenir incesante (shOjo tenke): aunque los caracteres chinos expresan el sentido de!
girar de la rueda de! sarpsara y la migración de las cosas existentes por la vida, seguimos
la traducción de la expresión inglesa que se eligió para evitar cargar innecesariamente e!
texto.
Dharani (sáns.) (sojí): utilizado aquí en el sentido de «mantener un sustento colectivo».
En el budismo también se emplea para denotar una breve invocación como e! mantra.
Dharma (sáns.) (hO): este término es rico en significados y no admite traducción al in
glés o al español, aunque e! japonés usa un solo carácter para expresarlos con e! significa
do de «ley» u «orden». En la presente obra puede referirse a las cosas, a la verdad univer
sal proclamada por el Buda (donde se indica con e! uso de la mayúscula) y por último, al
orden. Adviértase que también podemos encontrar e! carácter pronunciado ho en e! tér
mino riho traducido aquí como «orden racional», aunque sin referirse a un significado es
pecíficamente budista.
Dhármico/a (nyohO): está relacionado con e! término nyohosho traducido aquí como
«naturaleza dhármica».
Discernimiento sin discernir (mufunbetsu no funbetsu): el sentido de la palabra japo
nesa funbetsu implica un entendimiento por medio de la discriminación o distinción, por
lo que e! término «discernimiento» parece e! mejor equivalente. Ver indiferenciación.
Egocentrismo (jíkochüshínsei): en el sentido de centrarse en uno mismo como algo
intrínseco a la personalidad. En e! modo de ser de las cosas en su rnismidad aunque se
hable de egocentrismo no se trata de un «ego» sino de un yo que es sí mismo (ver cap. 6,
seco VII) .
Emerger a la naturaleza de (shoki suru): aquí tanto en el sentido de originación co
mo de emergencia (shoki) de una cosa o individuo en su naturaleza (honjo).
En (soku): Nishitani a menudo repite los términos relacionados con la partícula soku
en orden inverso para acentuar la reciprocidad, por ejemplo, «ser-en-Ia nada, nada-en-e!
sen>. El budismo Tendai explica e! significado de soku de este modo: 1) e! estado en que
dos cosas diferentes están unidas en una y no están divididas en dos; 2) e! estado en que
dos cosas que parecen ser diferentes desde fuera, internamente son una; 3) el estado en
que A es idéntico a B, A y B no son dos. El carácter chino puede ser modificado para dar
como resultado la palabra japonesa sunawachi (es decir), a pesar de que tiende a ser escri
ta en japonés moderno por medio de una sílaba como, de hecho, es el caso en gran par
te del texto.
Entendimiento (kokoroeru): ver obtener, mente.
Existencia (sonzai): ver ser; Existenz; Dasein; propia existencia.
363
Existencial (jitsuzonteki, jitsuzonronteki): de forma similar a la distinción alemana en
tre existenziell (existencial/óntico) y existenzial (existenciari% ntológico), el texto origi
nal utiliza dos palabras, reservando la última para las alusiones a la idea de Heidegger de
«interpretación existenciaria (existenzial)>>. Tanto la traducción inglesa como la castellana
utilizan una sola palabra para las dos acepciones.
Existenz (jitsuzon): Nishitani restringe el uso del sustantivo de «existencial» al hom
bre mientras que aplica indistintamente Dasein al hombre y a las cosas.
Éxtasis, ekstasis: se ha utilizado la misma traducción para el éxtasis referido al hom
bre (datsuji) y a las cosas (dattai). Nishitani emplea en ocasiones ek-stasis, de probable re
miniscencia heideggeriana.
Extinción (metsu): lo contrario de generación. Ver llegar a ser y dejar de ser; de
venir incesante.
Finitud infinita (mugen na yügensei): el contraste entre el ser y la nada de la expre
sión japonesa se pierde en la traducción.
Fondo/sin fondo, infundado: ver fundamento.
Forma (so): traducción del sánscrito lak�alJa, esta noción es rica en significados en el
budismo, entre ellos, apariencia externa, fenómeno (como opuesto a la naturaleza inter
na) , marca, señal, característica y reciprocidad (en este último sentido, aparece general
mente compuesto con otro carácter chino y de acuerdo con ello ha sido traducido de
otro modo) . Se ha utilizado la mayúscula (<<Forma») para distinguir este término budista
de los significados comunes y filosóficos de forma como por ejemplo eidos (keiso), forma
visible o imagen (kenso) y las formas kantianas de la intuición
(keishiki). De este modo se
mantiene la distinción que hace Nishitani entre cosas como la «forma sin forma» (mukeiso
no keiso) y la «Forma sin Fornla» (muso no so). Adviértase que el término budista so tam
bién aparece en las expresiones «forma real» (jisso) y «forma original» (honraiso). Ver for
ma, eso es vacuidad; vacuidad, eso es forma.
Forma, eso es vacuidad; vacuidad, eso es forma (shiki soku ze kü, kii soku ze shi
ki): «forma» aquí tiene el significado de «cosa». Ver forma.
Fórmula del arrepentimiento (sangenbun): extracto de los votos del bodhisattva Sa
mantabhadra en la Avatamsaka-sütra, el texto básico de la secta budista Hua-yen (Kegon).
Fuente elemental (kongen): se ha traducido la forma adjetivada simplemente como
«elemental». Los caracteres chinos combinan la imagen de «raíces» (roots) y «fuente» (well
spring). A pesar de que el contexto es diferente, el intento de K. L. Reinhold de basar las
nociones kantianas de sensación y entendimiento en una fuente común (que denominó
Elementarphilosophie) parece sugerir una traducción adecuada para esta importantt: idea.
Ver fundamento.
Fundamento, fondo (kontei): el texto adopta diversos términos para calificar el sen
tido general del fundamento de una cosa existente. En la medida en que el fundamento
es la fuente o lugar de nacimiento, es llamado «terruño» (en el sentido heideggeriano) o
«fundamento originario» (moto). Una duplicación del mismo término (motomoto) se refie
re a una cosa como es «en el fondo», esto es, originalmente y por naturaleza. En tanto
que base del ser o de la existencia, es llamada simplemente «fondo» (bottom) (soko) y co
mo privación de esa base como «sin fondo» o «infundado» (bottomless) (mutei). Como lu-
364
..
gar donde «agarrarse» (take hold) a su sustento o asidero se habla de «arraigo» (roothold) (kok
yo). Por último, todos estos términos, usados más o menos técnicamente, deberían ser dis
tinguidos de la gran variedad de sinónimos empleados con el significado general de «ba
se» o «fundamentos» (basis/base). Ver fuente elemental.
Gran duda (taigi): alude al tipo de duda radical que encontramos en el budismo zen
y que Nishitani compara con la duda metódica cartesiana. Ver cap. 1 y gran muerte.
Gran muerte (taishi): el budismo zen denomina así a la duda radical o gran duda,
pues este tipo de duda es la que acompaña a la «gran iluminación. y nos devuelve nues
tro «rostro original» (nuestra verdadera realidad) mediante una especie de muerte o des
prendimiento del yo.
Hacer ser (uka) : ver anulación.
Hacerse presente, aparecer (genzen): la forma verbal «hacerse uno mismo presente»
o «llegar a presentarse» deja claro el sentido reflexivo del término. Este término viene a
ser sinónimo de
manifestación pero no debe ser identificado simplemente con «presen
cia real» (ver
Dasein) o con el sentido temporal del presente.
Hecho primordial (genjijitsu): Nishitani se refiere al mundo del hecho primordial co
mo el mundo de la «otra orilla», más allá de todas las determinaciones. Este hecho ten
dría lugar en el campo de la vacuidad, en donde cada hecho se manifiesta tal como es,
sin porqué, sin fundamento.
/" Ilusión (ke): el carácter lleva el significado de lo temporal, lo provisional y lo efíme-
ro, además del sentido de «ilusión», o más completo de «apariencia ilusoria» (kesho).
Impermanencia (mujo): se refiere a la condición esencial del hombre y de las cosas
por la que son algo pasajero, transitorio, que llega a ser y deja de ser a cada momento.
Impersonal: ver personalmente impersonal.
Impulso infinito (mugen shodo): implica un sentido de «impulso» semejante al térmi
no alemán Tn'eb, que lleva la connotación de un dinamismo innato o instintivo de la na
turaleza.
Independencia (jiritS!i): la palabra japonesa connota simplemente un «autosostenerse»,
tal como sucede con la palabra «libertad» (jiyu), que literalmente significa un «proceder de
uno mismo». La palabra «autonomia» se aproxima etimológicamente a ambos términos
pero se ha reservado para traducir jishu, cuyo sentido literal es ser «señor de uno mismo».
Indiferencia (musabetsu): la traducción es del mismo Nishitani, pero donde no está
indicada la traducción inglesa se prefirió seguir el significado literal de «no-discrimina
ción» que no alude a la indiferencia psicológica. Verdiscernimiento sin discernir.
Interpenetración circurnincesional (egoteki sonyu). Ver circurnincesional.
Intuición iluminadora (shoken): alude a una expresión que aparece en la Sutra del Co
razón y que Nishitani explica como una realización liberadora de la mente que no se de
tiene en la mera contemplación. Ver cap. 5, seco 1 l I .
Kalpa (sáns.) (ko): eón, referido a la edad de! mundo o a un sistema temporal.
Karma (sáns.) (go): los hechos humanos y los residuos que dejan tras ellos como efec
tos. El texto también menciona e! «karma de las existencias anteriores» (shukugo) literal
mente, un karma previo.
Libertad: ver independencia.
365
Libre de obstáculos, sin impedimentos: ver obstáculo.
Llegar a ser (shojo): los caracteres chinos implican tanto «deveniD> como «venir a ser»
o «generación». Ver llegar a ser y dejar de ser, extinción.
Llegar a ser y dejar de ser, nacer y morir (shOmetsu): ver extinción.
Locus (basho): Nishitani lo toma de su maestro Kitaro Nishida (1 870-1 945) particu
,
larmente de su ensayo titulado Bashoteki ronri to shukyoteki sekaikan (<<La lógica de! topos
y la cosmovisión religiosa» en Ensayosfilosóficos japoneses, trad. de A. Jacinto, Consejo Na
cional para la Cultura y las Artes, México 1 997).
Manifestación (genjo): la palabra recuerda al título de uno de los capítulos de!
Shobogenzo de Dogen (ver nota 29). Contiene el sentido de hacerse presentes las cosas co
mo son en sí mismas, sin interferencia de la reflexión humana, en la completud de la na
turaleza que era la suya desde e! principio. Se ha seguido la traducción inglesa de la pala
bra «manifestationl> y la forma verbal «hacerse manifiesto» (become manifest) porque su
etimología e historia parecen sugerir que este venir al encuentro de forma inmediata (co
mo dice Nishitani, «a la mano») queda fuera de toda duda.
Más acá (shigan): ver más allá.
Más allá (higan): lo contrario de más acá, se ha optado por este término para expre
sar la noción budista de la «otra orilla» del mar del sufrimiento samsárico que emplea los
mismos caracteres y que se identifica con e! «otro mundo». Hemos mantenido la misma
traducción para palabras que expresan la misma idea como kanata « <lado lejano» o «más
allá») y konata «<lado próximo» o «más acá») aun cuando la alusión al sa/psara está ausente.
Mente (shinlkokoro): de forma similar al problema que presenta la traducción de! tér
mino alemán Geist, la palabra japonesa para «corazón» o «mente» no tiene un equivalente
preciso. Ha sido traducido como mente, excepto para la referencia a la expresión budista
«corazón recto» (jikishin). De acuerdo con esto hablamos aquí de «no-mente» (mushin).
Mente flexible (junanshin): es la forma en que Ju-Ching ( 1 1 63-1268, maestro de
Dogen) llama a lo que D6gen se refiere como el «rostro original» y que define como
«Discernir y afirmar e! dejar caer el cuerpo-mente de Buda y de los patriarcas». Ver cap.
5, seco IV, y nota 4 1 .
Mente señora (shushin): expresión utilizada por Hakuin para referirse a la mente en
estado de resolución firme y segura. Ver cap. 6, seco IX, y nota 72.
Misrnidad (jitai): literalmente, e! japonés transforma un pronombre reflexivo en un
sustantivo para dar la forma «uno mismo» o «sí mismo» o «ellos mismos». Se ha optado
por «mismidad» para evitar la proliferación de términos y debe tenerse en cuenta que no
contiene una implicación de lo subjetivo sino que, como en e! caso de la naturaleza mis
ma, apunta a la per-seitas de una cosa o persona.
Modo de ser: ver ser.
Nada (mu): la palabra se utiliza aquí con dos significados principales; como una tra
ducción de cosas como néant de Sartre y Nichts de Heidegger (su «sentido occidental») y
en un «sentido oriental» en el que su significado varía de acuerdo con su calificación de
nada relativa -o negativa- (normalmente referida en este trabajo como nilúlidad) o nada
absoluta (referida normalmente como vacuidad o sÜllyata) . Cuando Nishitani habla de
«sin acción», «no-hacer», «sin conocer», «sin discerniD>, «sin forma» , etc., la connotación
366
añadida de que esas actividades tienen lugar dentro de la nada está implícita en el uso del
mismo carácter chino mu en vez de los caracteres fu o hi que son simples privaciones o
negativos, aquí traducidas como «no», «a-», «in-», etc.
Naturaleza misma, la (jija): ver mismidad.
Naturalidad dhármica (hani jinen): término utilizado por lo general en los sistemas
fUosóficos budistas en China y Japón para expresar la forma última de naturalidad que
aparece allí donde la asimilación con el dharma adquiere el carácter de naturalidad. En
ocasiones también se da en orden invertido como jinen hani, como por ejemplo en Shin
ran ( 1 1 73-1262) fundador del budismo Shin.
Nihilidad (kyomu): literalmente, una <<nada hueca».
NirvaQ.a (sáns.) (nehan): el estado final de liberación que sigue a la iluminación en el
cual los skandhas que constituían la existencia empírica han cesado. Literalmente, el apa
garse de la llama (de la ilusión o el deseo).
No-dualidad entre el yo y el otro (jitafuni): Nishitani habla de esa no-dualidad a
propósito de la negación absoluta del yo o una trascendencia de la existencia en sentido
religioso que implica la superación de las distinciones entre uno mismo y los demás y da
lugar a una verdadera igualdad.
No-nacímiento, nonato (fusha): Nishitani parte de las declaraciones de D6gen «na
cer es no-nacer, morir es no-morir» y «en el Dharma del Euda se dice que el nacimien
to es a un mismo tiempo no-nacimiento» para desarrollar su idea del campo de la
vacuí
dad, donde éí no-nacimiento viene a ser idéntico al nacimiento.
No-ego, no-yo (muga): la razón por la que la traducción inglesa escogió «non-ego»
en vez de la expresión más común «non-selb> es que el mismo Nishitani establecía una
distinción entre la palabra usada para «ego» (por ejemplo cuando trata de Descartes) y
«self» (yo); en ocasiones hemos traducido «self» por sí mismo en referencia al sujeto au
torrealizado (en su mismidad) . Empleamos esta última (en la forma <<no-yo») para tradu
cir la palabra sánscrita anatman, mientras que la traducción inglesa mantiene «non-ego».
No-hacer (mui): ver acción sin acción.
Obstáculo (shage): en contraposición a «no-obstáculo» (mushage) cuya fomla abrevia
da (muge) ha sido traducida por «libre de obstáculos» o «sin impedimentos». Ver cinco
obstáculos.
Obtener (toku/eru): el carácter chino connota un sentido figurado de «sostener» y de
ahí viene a significar también «llevar dentro el poder» o «ser capaz de». Se usa en la com
posición de palabras como entendimiento, aprehensión, apropiación y del término ji
toku que ha sido traducido como «sostenerse por uno mismo» o «autosostenerse» . En el
texto se utilizan palabras más concretas para la idea de sostener como la descripción del
acto de aprehensión (hasoku) y la comprensión intelectual relacionada (toraeru), que lleva
a «ser atrapado en la comprensión de» (toraerareru).
Original (honrai): tém1Íno usado en el texto para frases técnicas como «yo original»
(honrai no jiko), «rostro original» (honrai no menmoku) y «modo de ser original» (honrai no
arikata) y también en el sentido habitual de «proceder del origen». Ver parte original.
Paravritti-vijñana (sáns.) (tenshiki): los caracteres chinos ilustran el sentido de un «gi
ro del pensamiento», parecido a lo que los griegos se refieren como metánoia.
367
Parte original (honbun): expresión de un pasaje de Muchu mondo (Preguntas y res
puestas durante un sueño) de Muso Kokushi que cita Nishitani. Cf cap. 3, seco VII-VIII.
Ver original.
Pasiones mundanas (bonno): klefa (sáns.) : el número de estas «pasiones mundanas»
moralmente reprobables difiere ampliamente de una escuela budista a otra aunque todas
mantienen el mismo significado básico.
Personalmente impersonal (jinkakuteki na hijinkakusei): el texto también se refiere al
concepto relacionado de «transpersonah>.
Práctica, observancia Wyo): el sentido aquí es de práctica u observancia religiosa. Se
ha traducido san de sanzen como práctica del zen o participación en el zen y shu sum co
mo ejercicios o disciplina. No obstante, todo esto debe distinguirse de la palabra praxis
(jissen) y sus correlatos. Ver observancia.
Prajña-pararruta (sáns.): los caracteres chinos representan una transliteración de la pa
labra sánscrita que se compone de «sabiduría» (prajña) y perfección (paramita) , combina
dos para dar el sentido de una «sabiduría que ha trascendido o que ha ido más allá».
Propia existencia (jiko sonzai): ver existencia.
Proyecto: la palabra utsum, cuando se escribe sin caracteres chinos, contiene el doble
sentido de «reflexionan> y «transferin>. Hemos traducido ambos casos por «proyectan>. Un
tercer carácter que se pronuncia del mismo modo da el sentido de «reflejan> o «describin>.
No está relacionado con esto el uso del sustantivo «proyecto» para traducir la palabra ale
mana Entwuif o la francesa projet en el sentido en que la ha empleado el existencialismo
europeo para hablar de la vida humana como un compromiso continuo del yo hacia el
futuro (kito). Por último, «proyecto» se refiere al proceso de proyección psicológica (toei)
en un contexto. Ver cap. 5, seco VI.
Punto de vista (tachiba): Nishitani se refiere al «lugan> o «punto» (tokoro) donde suce
den los acontecimientos como el «campo» del ser o de la vacuidad y al «punto de vista»
del sujeto en ese campo como tachiba.
Realización: Nishitani usa una de las sílabas japonesas para transliterar la palabra in
glesa «realization» en la cual encuentra un doble significado: por un lado el sentido de ac
tualización o manifestación y por otro de apropiación o aprehensión. Ver cap. 1, seco 11.
Relación causal (innen): traducción literal de los caracteres como expresión equiva
lente a het!�-pratyaya (sáns.): relación mutua de todas las causas internas y externas.
SaIllsara (sáns.) (shOj i): nacimiento-y-muerte. La misma palabra aparece en el térmi
no traducido aquí como «el mar del sufrimiento samsárico» (shoji no kukai).
SaIllsk!"ta (sáns.) (ui): ver ser-en-el hacer.
Samadhi (sáns.) (sammai): «sarnmai» es una transliteración del término sánscrito que
viene a significar «recogimiento» cuyo equivalente japonés sería jo, que ha sido traducido
por «establecimiento» y que aparece en la frase «existencia samádhica» (jozai). Ver esta
blecimiento; samádhi autorregocijante.
Samadhi autorregocijante (jijuyü sammai): expresión de D6gen referida a los budas y
los patriarcas que habían mantenido la observancia religiosa basada en el sentarse adecua
damente en zazen. Ver cap. 5, seco V.
SÜTIyata (sáns.): ver vacuidad.
368
E
Seis caminos (rokudo): ver nota 38.
Ser: el carácter chino que se ha traducido como «sen> se pronuncia en japonés según
su contenido conceptual. Para el propósito de este libro basta con distinguir entre la lec
tura yu, que se usa cuando el ser está ubicado en el marco del pensamiento fuosófico oc
cidental y u, que es apropiado para su uso en el marco de la tradición budista. El texto,
por lo general, entiende el ser como el correlativo de la nada y además incluye normal
mente la connotación de sostener, captar o estar condicionado por el apego. Se identifi
ca con la «verdadera realidad» sólo cuando es finalmente subsumido en la nada última (ver
nota 1 ) . Sin embargo, puesto que tanto los usos de la tradición occidental como de la bu
dista se encuentran por todo el texto sin ninguna indicación directa de cuál es cada una
de ellas, el significado en cada caso tiene que determinarse por el contexto. En japonés la
forma verbal aru resalta frente al término noro1al «ser» porque emplea el carácter chino en
lugar de la forola silábica normal y lo mismo sucede con la expresión común «modo de
ser». Este matiz es intraducible por lo que para indicarlo en algún caso se ha parafraseado
con la forma «tiene su ser». Ver existencia.
Ser-en-el hacer: ver sarpslq-ta.
Ser/no-ser
(sokuhi): ver en y nota 55.
Seres sentientes
(shujo): sattva (sáns.): se refIere a todos los seres vivientes que reci
ben la compasión (karuna) del Buda y los Bodhisattva por igual.
Skandha (sáns.) (un): por lo general se habla de los «cinco skandhas» (o «cinco agre
gados») que c ;mponen un ser inteligente, en particular el hombre: corporeidad o forma,
sensación, percepción, impulsos volitivos y conciencia.
Sólo sentarse (taza): término usado en la meditación zen.
Subjetivo: La palabra «subjetivo» es ambigua e incluye al menos dos sentidos: 1) tie
ne que ver con las acciones privadas, emotivas y arbitrarias de la psique humana -{}e ahí
que se oponga a la objetividad real o científica; y 2) tiene que ver con el creador y trans
misor de la realidad cultural, con el individuo históricamente creativo -y de alú que se
oponga a la observación abstracta y objetiva de la realidad cultural-o El japonés tiene dos
términos, shukanteki y shutaiteki que más o menos apuntan a estas dos direcciones respec
tivamente. A pesar de que el contexto suele dejar claro lo que se quiere decir, se ha he
cho un esfuerzo para parafrasear el último sentido de forma que se evite la forma adjeti
val «subjetivo» .
Tathagata (sáns.) (nyorai): se suele traducir por el «Así llegado» (ver nota 16) y en el
contexto del budismo Mahayana se refiere al que «conoce a las· cosas tal cual son» pues es
uno con lo indecible (tathata) .
Tathata (sáns.) (nyojitsu): el elemento clave del término en japonés es el primer ca
rácter leído nyo y que puede conjugarse y modificarse para dar afines como «tal. o «así»,
por lo que algunas traducciones en español hablan de «talidad» o «asidad». Se ha optado
por mantener la palabra sánscrita o por la paráfrasis «ser tal cual» puesto que significa «la
realidad o el estado verdadero o natural de las cosas». Nishitani juega con este hecho pa
ra dar a entender las conexiones entre tathatii o «verdadero tathatii» (shinnyo), el Thatiiga
ta y el tathata de todas las cosas. Nótese que este mismo carácter nyo aparece en el tér
mino dhármico (I/)'Il/IO).
369
Testimonio: la escritura de la palabra akasu en forma silábica se emplea con el doble
sentido de «aclarar» y «declaran>, ambos se pronuncian igual.
Tiempo sin principio ni fin (mushi mushii naru toki): corresponde a la forma de re
presentar el tiempo en la concepción del eterno retomo, como una línea recta sin prin
cipio ni fin. En cambio, la frase «desde el tiempo pasado sin principio» apuntaría, según
Nishitani, a una concepción budista del tiempo distinta del eterno retomo, en la que el
tiempo sería circular pero a la vez rectilíneo.
Trans-descendencia: ver trascendencia
Transitorio (ruten): pravrtti (sáns.): el doble sentido de «giran> y el «rodar» de las rue
das de saIp.sara es difícil de captar con una sola palabra.
Trascendencia (choetsu suru): puesto que la palabra «transcendencia» parece transmi
tir la imagen de «surgir de arriba» mientras que Nishitani pretende resaltar el movimien
to «hacia el fondo», en una sección propuso la lectura de «transdescenden> para algunas
ocasiones. Los primeros dos caracteres de la composición se utilizan para expresar el sen
tido de «sobrepasar» o simplemente «ir más allá de» (koeru), o para dar la idea de «trans-»
de expresiones como: transhistórico, transtemporal, transteleológico, transconsciente,
transformar, transnihilismo, y super-(esto es trans-)hombre. La palabra que ha sido tradu
cida aquí como «incomparable» (chOzetsu) también lleva este sentido de más allá de los lí
mites.
Tres mundos (sangai): los tres reinos del sentido del deseo (yoku), de la forma (cosas)
(shiki) y la nada (mu).
Uno, unidad (hitotsu): Nishitani cuando se refiere a «llegar a ser uno» con alguna co
sa más tiene cuidado en evitar la asociación de este «uno» con alguna alusión metafísica o
lógica de la filosofía occidental. Para preservar esta diferencia hemos alternado la traduc
ción de esta frase con «a la vez que», «al unísono con» y en alguna ocasión «en unidad
con». Ésta es la unidad circumincesional que se ha puesto de relieve aquí, una unidad que
admite que los opuestos vayan a la par en la relación de soku (en).
Vacío: el «hueco» de la nihilidad y del «cielo» de la vacuidad se combinan aquí.
Vacuidad (ku): s'iinyatCi (sáns .) . De acuerdo con la imagen sugerida por el carácter chi
no, se emplea en el sentido de ser «como el cielo» y en el texto se compara con un cie
lo cósmico omniabarcador. El mismo carácter puede ser leído en fornla adjetivada como
munashii,creando así un parecido fonético con mu o nada.
Verdadera vacuidad, ser maravilloso (shinkii myou): frase generalmente admitida
como la expresión de la esencia del budismo Mahayana. Ver cap. 5, seco IIl.
Vikalpa (sáns.): ver disc ernimiento sin discernir.
Virtus (toku): en japonés lleva el doble sentido del vocablo latino, potencia y fuerza
moral, aunque Nishitani lo emplea sólo en el primer sentido en los pasajes en que se ha
traducido como virtus.
370
Índice onomástico
371
Parménides, 20 1
Pascal, Blaise, 251
Pitágoras, 86
Platón, 45, 63, 86, 147, 1 58-1 59, 293
Plotino, 201
Takusui, 57
Toynbee, Arnold, 265-267, 269, 276, 283,
308, 3 1 7
Urnrnon, 244
Zendo, 67
372
Índice analítico
Acción, 59, 64-65, 69-70, 73, 1 24, 1 3 1 , 247 , 275, 296, 303, 308, 3 1 0, 3 1 8 , 340
1 58, 1 76-1 79, 230, 304, 308, 3 1 9-320, Autoidentidad, 1 1 3, 1 25, 1 5 1 , 1 56, 1 68,
345 1 7 1 - 1 73, 1 75, 182-183, 2 1 5, 350
sin acción, 1 72, 178, 2 1 2, 345
Afinnación Buda, 64-68, 1 27, 1 62- 163, 2 1 6, 219, 226,
absoluta, 65-68, 79, 84, 95, 1 1 6, 1 43, 249-253, 263, 281 , 297, 327-331
343 Budismo, 64, 90, 1 23, 228, 235, 238-239,
gran, 1 80, 1 88, 195, 299 245, 247, 266, 269, 273, 282, 328, 339,
Agregados (skandhas) , 245 349
Alma, 48-50, 79, 82, 89, 92, 1 1 2- 1 1 4, 1 26, conceptos, 33, 55, 6 1 , 7 1 -72, 80, 90,
1 44- 1 45, 1 47, 1 53, 1 57 108, 1 10, 1 53, 1 60, 1 73, 219, 230, 234,
Amor, 62-66 y79-80, 1 1 0, 280, 297, 339, 268, 283-284, 303, 306-307, 327
343, 352-353 de la Tierra Pura, 65-67, 327-328
a! prójimo, 66, 342, 347-348, 35 1 tradición Mahayana, 1 50, 239, 246,
como eros, 1 09, 1 59 , 350 265-266, 269, 317, 350
indiferenciador (agapé), 79, 1 08-1 10, tradición Hlnayana, 266, 350
1 43, 1 59, 272, 34 1 , 346-347, 350, 352 zen, 40, 53, 57-58, 72-73, 90, 1 24, 1 27,
Anular/anulación (Nichtung), 54, 1 78-1 80, 1 56, 243, 247, 252-253, 281-282, 327
230, 236-237, 282, 287, 291 , 294, 323
Apariencia Carga/lastre, 285, 287, 303-305, 308, 3 1 2,
-en-su realidad, 222 325
ilusoria/ilusión, 1 79, 196, 205, 207, Centro/centra!, 39, 88, 1 1 8, 1 23, 1 86-188,
2 1 6-217, 265 1 97-206, 208, 217, 224-227, 233, 283,
Apego/autoapego, 5 1 , 7 1 -73, 1 48- 1 49, 294, 3 1 5, 322, 324, 326, 329, 331
1 57-1 58, 1 60, 1 79, 209, 247, 264, 3 1 3, sin circunferencia, 209
322 Ciencia, 43, 48, 84-88, 92, 107-108, 1 1 1 ,
Arrepentimiento, fónnula budista del, 1 28-134, 1 74, 205, 235, 237, 29 1 -293
303-304, 3 1 4 Circumincesión, 33
Asunto (!coto) , 53, 1 94, 240-24 1 , 254, 257- circurnincesional, 337, 343, 345, 347, 353
259, 296, 3 1 3 , 348 relaciónlinterpenetración, 206-209,
Ateísmo, 68-70, 75, 86, 93-96, 1 07-108, 2 18, 220-223, 226, 255, 316, 324, 326,
1 1 5, 1 52- 1 53, 29 1 , 3 1 7 330, 334
Autoconciencia, 46, 50-54, 64, 69-7 1 , 93, Codicia, 286, 304, 342
1 45, 1 52, 1 6 1 , 1 90-1 91 , 194, 197, 2 1 0, Compasión (karu1).a) , 64, 1 1 0, 329, 339,
2 1 2-21 4, 223, 225, 230-23 1 , 237, 244, 341 , 349
373
Conciencia, 46-48, 50, 53-60, 64, 67-69, Deuda, 285, 305, 307-308, 3 1 2, 3 1 4 , 3 1 8,
71 -72, 83, 94, 96, 1 16, 1 25, 1 45, 1 47, 320-321 , 323, 326, 332
149, 1 6 1 , 1 63-1 65, 1 77, 1 87, 1 89- 1 90, sin deuda, 325, 337
1 94, 203, 206, 2 1 1 , 2 1 4-2 1 5 , 243-244, Devenir incesante, 40, 230, 286, 306-308,
250-252, 27 1 , 274, 30� 3 1 2, 3 1 4, 340 3 1 2, 3 1 6, 3 1 8-320, 322-323
extática, 232 Dharma, 2 1 9, 222, 249-260, 263, 269, 331
Conocer sin conocer, 165, 1 77-178, 1 97- Dios, 4 1 , 44-45, 5 1 , 62, 64, 66, 68-7 1 , 74-
198, 2 1 3-21 4, 342, 353 84, 86, 88, 92, 95-96, 107, 1 20, 1 42-
Conversión, 4 1 , 47, 58, 64, 79, 83, 1 22, 1 47, 1 49, 1 52-1 54, 1 59-1 60, 1 7 1 , 1 94,
1 24, 1 44, 1 67, 194- 1 95, 200, 229, 238- 245, 262, 267-268, 272-273, 280, 282,
239, 294, 297, 301 , 3 1 6, 32 1 , 329-330, 291 , 293-294, 297-302, 336, 343, 345-
337, 342 346, 348-351
como metánoia, 67-68, 1 2 1 , 288, 339 muerte de, 1 07, 1 1 6, 276, 294, 298
como pravritti-vijñana, 288 Discernimiento, 2 1 3, 2 1 5 , 244, 246, 248
Corazón recto, 2 1 3 sin discernimiento, 244, 246
Cosa e n sí, 1 20, 1 47, 1 6 1 , 1 66, 1 68, 1 79, vano (Vikalpa), 2 1 6
1 84, 1 89-1 92, 1 96-1 98 Duda, 67, 1 94
Creatio ex nihilo, 75-76, 78-79, 8 1 , 83-84, budista, 53-59, ] 66- 1 67, 203, 238
94, 1 1 5- 1 16, 1 1 8- 1 19, 1 45- 1 46 cartesiana, 56, 58
Cristianismo, 6 1 , 64, 74-76, 78, 80-84, 86,
92, 94, 1 08, 1 1 1 , 1 17, 1 45, 1 47, 1 59, Egocéntrico/ egocentrismo, 4 1 , 46-48, 5 1 ,
245, 268, 27 1 -282, 290, 293-294, 298- 65, 1 12, 1 20, 1 48, 1 57, 2 1 7, 266-268,
302, 336, 339, 343, 345, 349 271 -273, 280, 308, 3 1 3-317, 321 -323
Cristo, 64-66, 79, 90, 1 09, 220, 272, 278- Ekkenosis, 64, 1 09
279, 339 Eschaton/Escatología, 79, 273-274, 276,
Cuerpo, 49, 82, 1 44, 1 57, 253 278, 291 , 302
-mente, 1 57, 230 Escepticismo, 1 89, 1 94, 276
-mente, dejar caer, 244, 247-252, 255- Eternidad, 60, 62, 252, 293, 295-297, 299,
265, 281 -282, 3 17-3 18, 327, 331 302, 333, 335-339
Y mente, 42, 84, 1 24, 1 55, 1 57-1 58, Eterno retorno, 95, 22 1 , 277-278, 280-28 1 ,
1 60- 1 6 1 283-284, 294-300, 302
Existencia, 32, 38-42, 52-55, 60-62, 68-7 1 ,
Dasein, 1 1 4-1 1 5 , 195, 230, 232, 236-238, 73-74, 77, 8 1 , 85-86, 88, 94-107, 1 ] 5-
243, 286, 288, 296, 303, 306-310, 3 1 5 , 1 20, 1 24, 1 26, 1 3 1 , 1 34, 1 43-146, 1 49-
322-339 1 50, 1 54-1 55, 1 64, 1 67, 1 79-1 80, 1 88-
Deidad, 1 1 2- 1 1 6, 1 1 8, 1 26, 1 53, 1 7 1 1 89, 1 93- 1 95, 20 ] , 203-205, 207-2 1 1 ,
Derrumbar, 47, 50, 52-54, 64, 1 43, 1 63, 2 1 8, 221 , 224-225, 229-23 1 , 234-239,
209, 238 245, 255, 257, 261 , 270, 276, 285-289,
Desesperación, 63, 87, 238, 3 1 4 292-293, 298, 301 -307, 309-3 1 5 , 322,
Despertar, 4 1 , 52-53, 63-64, 67, 69, 87, 94, 326-327, 336, 34 1 , 347
107, 1 1 1 , 1 1 6, 1 4 1 , 1 66, 209, 230, 296, Existencialismo, 70, 94-96, 107, 1 1 5-1 16,
339 1 1 8, 1 4 1 , 1 90, 297
Destino, 230, 302, 305, 3 1 2-3 1 3, 322, 342 ateo, 68, 74, 86, 353
374
Existenz, 54, 69, 75-77, 79, 96, 1 1 8, 1 39, 289-29 1 , 295, 305, 307-3 1 0, 3 1 4-316,
1 46-147, 1 66, 231-232, 235-236, 238- 323-324, 330, 333, 335, 342-343, 346,
241 , 243-248, 250-257, 259-265, 281 , 348
296-297, 3 1 7-3 18, 351 originario, original, 166, 1 7 1 , 1 86- 1 87,
-en-éxtasis, 1 5 1 1 96, 204, 207-208, 2 1 0-21 2, 2 1 7-218,
-en-la vacuidad, 256 262, 292-293, 307-308
Éxtasis/Ekstasis, 7 1 , 96, 1 1 5-1 16, 1 1 8, 1 25-
1 27, 1 63, 1 82-183, 2 18, 233-234, 246, Haiku, 90, 1 84, 2 1 2, 22 1
277, 28 1 , 298, 32 1 , 326 Hecho (lfacticidad) primordial, 1 82-1 84,
2 1 6, 222, 351
Fe, 64-68, 79-80, 83, 96, 1 1 7, 272, 275- Humanismo, 68-70, 95-96
276, 29 1 , 328
-dharma, 64 Ignorancia, oscuridad de la (avidya) , 6 1 ,
Filosofía, 43, 55-56, 85, 87, 1 29- 1 3 1 , 1 42, 248, 268, 308, 3 1 3, 3 1 8 , 32 1-323, 326,
1 59, 1 6 1 , 1 74, 1 84, 1 87-190, 1 92, 196, 332
201 , 207-208, 222, 235-236, 254, 257, Iluminación, 1 62, 226, 249-25 1 , 259, 268,
266, 290-292, 294, 325, 327-328, 335- 328, 344
336, 340 gran, 57-59, 247
antigua, 52, 235, 269, 343 Impermanencia, 1 79, 284-285, 287, 294,
de la existencia, 33, 2 1 0 299, 3 1 1 , 3 1 3
de l a religión, 33, 62, 275 Impersonal, 79-80, 85, 1 10, 1 19, 1 26, 142,
moral, 62 260, 266, 269
Finitud, 231 -234, 243 Impulso infinito, 286, 288, 301-304, 306,
infinita, 23 1 , 237, 239, 262, 283, 293- 308, 310, 3 1 2, 3 1 6-3 17, 323, 326
294, 30 1 , 309, 3 1 1 Infinitud, 236-239, 242, 253, 283, 303-305,
Fondo sin fondo, 1 13, 1 78 309, 3 1 3, 3 1 6, 33 1 , 336
Forma (eidos) , 1 27-1 28, 1 3 1 , 1 40, 1 47-1 48, Inmanencia, 78-79, 1 20, 290, 298, 332-333
1 50, 1 56, 1 6 1 - 1 62, 1 68, 1 70- 1 7 1 , 1 78- Instinto, 48, 1 32-1 33, 1 35, 1 38
1 8 1 , 1 85- 1 88, 1 98-20 1 , 204-205, 2 1 5, Intuición iluminadora, 245
222, 225, 230-23 1 , 235, 238, 247, 250,
284-285, 297, 304-305, 3 10, 3 1 4-3 1 6, Juego, 280, 298, 3 1 9-325, 330, 338
322, 327-328, 330, 332-336, 339, 346,
348, 351 Kalpa (eón, tiempo del mundo) , 65, 253,
eso es, vacuidad; vacuidad eso es, 282-284, 3 10
forma, 1 50, 1 52, 1 56, 162, 2 1 6, 245 Karrna, 6 1 , 230, 268, 286, 288, 302-3 18,
sin Forma, 1 22, 1 88, 264, 3 1 4, 330 320-323, 327-330, 332, 337-338
Fuente elemental, 38, 179, 204, 296, 3 14, Kenosis, 64, 109
3 16, 319, 325
Fundamento, 4 1 , 5 1 -53, 55, 59-60, 66, 68- Leyes (científicas, de la naturaleza), 43,
69, 72-73, 75, 79, 88, 94-96, 1 1 4- 1 1 5, 86-88, 92, 1 07- 1 08, 1 30-1 39, 1 4 1
1 19, 1 39, 1 42, 1 49, 165, 1 78-1 79, 1 88, Libertad, 69-7 1 , 73-75, 88, 96, 107, 1 1 1 ,
193, 200, 202-203, 209, 222, 224-226, 1 13, 1 1 7- 1 1 8, 1 35-136, 1 38-140, 1 49,
236-237, 241 , 246, 254, 260, 277, 28 1 , 2 1 9 , 256, 271 -272, 275, 287, 307, 3 1 1 -
375
3 1 3, 3 1 5, 320-32 1 , 324, 329, 339-340, visión mecanicista del, 47-48, 87, 93-
342, 353 94, 1 07, 1 40, 1 42
Locus, 58, 63, 67, 7 1 , 77, 84, 94, 1 49
Logos, 235, 257-261 , 296 Nacimiento y muerte (sarp.sára), 2 1 8, 229-
234, 236, 238-244, 246-247, 249, 262,
Mal, 59-62, 65, 67-68, 8 1 , 83, 92, 96, 1 08 328-329
radical, 5 1 -59-60, 62 Nada, 58, 63-65, 67, 70-73, 75-76, 78-79,
Máquina, 1 34-138, 1 40 1 1 5, 1 1 7, 1 2 1-122, 1 24-1 25, 1 49- 1 5 1 ,
Más acá, 54, 1 1 5, 1 22, 1 24, 1 26, 1 43-1 44, 1 53-1 54, 1 79, 1 82, 201 , 287, 296, 299,
1 5 1 -1 54, 1 57-1 62, 1 74, 1 83, 1 87 , 1 94- 307, 3 1 4, 320, 346-347, 352-353
1 97, 209, 239, 243, 332, 342 absoluta, 1 1 2- 1 14, 1 1 6- 1 1 9, 1 2 1 - 1 26,
Más allá, 54, 1 43-144, 1 53. 1 58-160, 1 83, 1 48- 1 49, 1 82- 1 84
194-197, 239, 332 -en-el ser, 123, 125-1 26, 1 28, 205, 208, 224
Materialismo, 47, 74, 93-94, 1 52, 1 64- 1 65, néant, 69
1 77, 1 90 relativa, 1 1 6, 1 1 9, 179
Meditación, 89, 251 relativamente absoluta, 1 1 7
zen (zazen) , 248-250, 262-263, 330- Naturaleza
331 , 338 desnaturalizada, 1 37-138
Mente (kokoro), 240-241 , 244-245, 254 dhárrnic a, 252, 257-26 1 , 265
-flexible, 248-250 emerger a la, 324, 334, 337-338
señora, 344 misma, 1 37, 1 6 1 - 1 62, 173
Metaflsica, 1 90-192, 293, 307, 346, 348 no-misma, 1 73, 324
Metempsicosis, 49, 309 Negación
Mismidad, 95, 1 23-1 27, 144, 1 47-1 48, 1 60, absoluta, 65-68, 73, 79, 84, 1 1 5- 1 1 6,
172-1 77, 1 80-181 , 1 83-188, 1 94, 1 96, 1 73, 1 82, 1 95, 206, 2 1 2, 3 1 7-31 8, 329,
1 98, 205, 21 4-2 15, 218, 224-225, 237, 345-347
257, 298, 319, 324 -en-la afIrmación, 1 1 6, 1 19, 1 22, 243
Mística, 3 1 8 Negatividad absoluta, 44, 77, 1 43, 1 5 1
unión, 281 Nenbutsu, 328-344
Mito, 207-208, 234, 269-27 1 , 274, 277, Nihilidad, 39-40, 44, 53-54, 58, 63, 66-67,
282, 284, 286, 305, 309 69, 7 1 -72, 76-77, 81-85, 95-96, 1 07,
Muerte, 39-40, 44, 52-53, 59, 7 1 , 73, 82- 1 16- 1 1 8, 1 2 1 , 1 38-1 39, 1 4 1 , 1 45-1 56,
83, 89-92, 96, 1 1 3, 1 26, 1 45-1 47, 23 1 , 1 60, 1 63-167, 1 78-180, 1 88, 1 93-1 95,
236, 299 200-203, 209, 236-239, 244, 277, 287,
-en-la vida, 1 1 3, 1 16, 1 26- 1 27 , 1 43- 294-298, 305, 3 1 0-3 1 4, 3 1 6, 3 1 8, 322-
1 44, 1 47-148, 1 6 1 323, 329-330, 335, 337
espiritual, 63, 66 abismo de la, 39-40, 94, 1 07, 1 46, 1 50,
gran, 58-59, 7 1 , 80 1 53, 1 56, 1 59-1 60, 1 65, 1 80, 229-230,
rostro de la, 90 237, 295-298, 3 1 5
Multiplicidad y diferenciación, 201-204 Nihilismo, 85-86, 88, 1 17, 1 2 1 , 139-140, 1 45-
Mundo 1 52, 1 54, 160, 190, 229, 244, 276-277,
-como-nexo, 306-307, 309, 3 1 1 -312, 280, 291 , 294, 298, 302, 327, 335, 337
3 1 5, 322-324, 332, 337-338 NirvaI:1a, 236, 238, 332
376
No-apego, 73, 1 5 1 Percepción, 1 75- 1 76, 2 1 1 , 2 1 6-217
No-conciencia, 2 1 2 Personal/personalidad, 1 07, 1 10-1 1 1 , 1 1 3,
No-conocer, 2 1 2-21 4 1 1 9- 1 21 , 1 48, 1 58, 1 74, 268, 276, 280
No-discernimiento, 244-245 Dios, 75, 92-93, 273
No-dualidad modo de ser, 6 1 , 1 6 1
de vida y muerte, 91 , 1 28 relación con Dios, 78-79, 84, 89, 1 17,
entre el yo y el otro, 1 27, 321 , 329, 1 42- 143, 1 45, 1 53-154
332, 337, 348 Prajñaparamira, 245, 262-264
No-ego, 7 1 , 246, 3 1 7-319, 321 , 323-330, Progreso, 37, 86, 93-95, 108, 1 33- 1 34, 1 39,
332, 350 274-276, 291 -292, 300-301 , 335
No-existencia, 40 Proyecto, 69-70, 1 1 6, 286, 303
No-extinción, 243, 333 Punto de vista
No-forma, 1 27, 1 8 1 , 1 88 del yo, 45-46
No-fundamento (sin fundamento/
infundado/ desfundamentado) , 73, Racional/racionalismo, 93-94, 1 34, 1 37-
1 49, 243, 351 1 39, 1 6 1 , 1 89, 198, 257, 276, 296, 324
No-hacer, 320-321 , 324-325, 332 Razón, 63, 93, 1 57-159, 1 66, 1 68-1 69,
No-mente, 319, 321 , 325 175-176, 178, 1 80, 1 83, 1 86-188, 1 90-
No-muerte, 265 1 9 1 , 1 93-194, 1 98-1 99, 201-203, 2 1 5 ,
No-nacimiento/nonato, 243, 252, 255, 2 1 7 , 22 1 , 224, 233, 238, 252, 260-26 1 ,
26 1 , 265, 319, 333 275-276, 292, 298, 301 , 342-343
No-permanencia, 287 Realidad, 32, 41-47, 50, 54-55, 57-69, 72-
No-ser, 1 47 74, 9 1 , 1 22, 1 27, 1 54-1 55, 1 70, 1 75-
No-yo (anatman) , 109-1 1 1 , 260-26 1 , 3 1 6- 1 77, 1 89, 1 96, 202, 204-206, 238, 240-
3 1 8, 327, 330 242, 244, 296, 327
gran, 6 1 -64, 68
Observancia, 327-328, 331 Realizar/realización, 4 1 -42, 53-54, 56, 58,
Obstáculos, 248, 328, 338 60, 63-65, 68, 1 1 4, 1 49, 1 97, 2 1 3, 240-
cinco, 247 241 , 243-245, 297, 3 1 3, 327-328, 330
Omnipotencia, 81-84, 1 10, 301 Relación, 330
Omnipresencia, 76-81 , 1 10, 1 43, 1 52 causal (hetu-pratyaya), 307, 309-3 10,
Ontología, 75, 8 1 , 1 75, 1 9 1 , 200-201 , 225, 312
239, 254, 257-258 del hombre con Dios, 4 1 , 80, 88-89,
92, 107, 275
Panteísmo, 78, 1 53, 335, 349 Religión:
Paradoja, 77, 87-89, 1 8 1 , 1 9 1 , 230, 345 esencia de la, 38, 4 1
de la representación, 1 63, 1 65, 1 76 necesidad d e la, 37-39
Parte original, 1 63, 223, 226 Renacer/renacimiento, 66-67, 7 1 , 238
Pasiones mundanas, 230, 244, 247, 3 1 8 Representación, 46-47, 53, 59, 72, 150- 1 5 1 ,
Pecado, 39, 59, 61-67, 78, 84, 1 45, 147, 1 60, 163-165, 176, 178-179, 1 90-192,
270-272, 275, 279, 3 1 5 , 336 1 94, 1 99, 209, 23 1 , 264, 284, 305, 309
original, 61-62, 74, 1 45, 1 47, 271 -272, Rostro original, 4 1 , 59, 1 44, 248-249, 25 1 ,
274-275, 305, 3 1 5, 336 263, 281 , 3 1 3, 327-328
377
Sabiduría, 1 63, 219, 280 Skepsis, 55, 238
gran, 59, 1 1 0 Soku, lógica de, 1 50- 1 5 1 , 240-241 , 254,
Salvación/liberación, 52, 63-65, 88, 96, 324
1 45, 1 60, 245, 247-249, 265, 272, 278- Sólo sentarse, 248-249
280, 295, 3 1 7, 329 Subjetividad/sujeto, 50-54, 57-6 1 , 67, 69,
Samadhi (recogirrliento, establecirrliento), 7 1 , 74-75, 92, 1 07, 1 1 1 , 1 1 3- 1 20, 1 24,
55-57, 1 85-186, 225-226, 249, 3 1 9, 325 1 38-1 43, 1 46, 1 49, 1 5 1 - 1 53, 1 6 1 , 1 63-
autorregocijante, 250-25 1 , 263-264, 164, 1 66- 169, 1 76, 1 84, 1 88-1 93, 1 96,
330-33 1 , 338 209, 2 1 2, 2 1 4-21 5, 2 1 7, 268, 276, 324,
de los samadhis, Rey: 249-257, 263, 340-343
281 , 3 1 9, 330-33 1 Sufrirrliento, 53, 95, 127, 230, 234, 236,
ser-, 1 85-1 87, 223-224, 252 245, 247
vacuidad-, 224 gran, 230
Sarp.sara-en-e! nirval).a: 240-244, 249-250, Sujeto-objeto
255, 262, 265, 282, 3 17, 329 oposición, 46, 74, 1 1 4, 1 76- 1 78, 1 9 1
Secularización, 280, 291 -294, 298, 300- unión, 1 6 1 , 226
303, 3 1 6-3 1 7 , 327, 337, 342 Sustancia/ sustancialidad, 95, 1 65-1 69, 1 7 1 -
Seis carrlinos, 230, 236-237 1 75, 1 78, 1 80- 1 8 1 , 1 84, 1 88-1 93, 1 99-
Sentido/significado, 39, 45, 86, 88, 242, 200, 324
29 1 , 293-294 no-sustancial, 1 8 1
Sensación, 1 78, 1 86, 194 Sustento colectivo (dharani), 257, 260-
Señor/siervo, 205-207, 2 1 9, 259, 261 , 326, 262, 265, 326, 333, 337-338
33 1 , 340, 343, 353 Sustrato (subjectum/ Hypokeimenon),
Ser, 40, 76, 1 19, 1 39, 1 47-149, 1 5 1 , 1 65, 343, 346-348
1 70, 1 73-1 75, 179-182, 1 86, 200, 202,
205-206, 2 1 0, 224, 229-230, 246, 258, Tathagata (Buda), 64, 68, 2 1 9, 222, 240-
280-281 , 285, 288, 293, 299, 3 1 1 241 , 244, 250, 260, 327-328
-en-e! hacer (sarp.skrta), 286, 304-306, Tathatá, 73, 1 6 1 , 1 64, 1 68, 2 1 6, 2 1 9-220,
3 1 1 , 3 1 8, 320, 322, 332, 338-339 222, 240, 243, 249, 260, 347, 351
en e! mundo, 230-23 1 , 233-234, 237- Tecnología, 43, 48, 1 33-1 34, 140-142, 292
238, 248, 256, 276, 286, 296, 302-304, Te!os, 38-39, 68, 88, 1 37, 276, 292, 3 19,
307, 309, 3 1 3-3 1 4, 332 340, 342, 344, 348, 353
en e! tiempo, 218, 305-306, 3 1 0-3 1 1 Teología negativa, 1 1 1 - 1 1 2
-en-la nada, 1 23, 1 25-1 26, 1 28, 1 50, Terruño, 32, 46, 1 54, 1 6 1 - 1 62, 1 65-167,
205, 208, 224 1 7 1 - 1 73, 1 76, 1 79-1 80, 1 85, 198, 204-
-en-la vacuidad, 152 2 1 0, 2 1 5, 2 1 7-219, 222-225, 245, 255-
hacer (Ichtung), 180, 321 257, 261 , 296, 307, 3 1 0, 3 1 2, 3 14, 325,
modo de ser cotidiano, 38, 52, 1 98 329-330, 347-348, 351
separado (Abgeschiedenheit), 1 1 4, Testimonio, 64, 66, 86, 1 1 5, 259
1 16, 1 43, 1 60 Tiempo
Seres sentientes (sattva), 64, 229-230, 310, 337 cíclico, 283-284
Sinsentido, 40, 85, 94, 1 4 1 , 1 45-1 47, 236, desde e! tiempo pasado sin principio,
242, 280, 291 , 294 67, 283-285, 288, 304, 3 1 1 , 3 1 4
378
rectilíneo, 284 de Dios, 93, 1 09, 1 1 8, 267, 27 1 , 290,
sin principio ni fin, 283-284, 286, 288- 302, 3 1 7
289, 302-304, 307, 3 1 0, 3 1 2, 3 1 4, 320, d e poder, 1 16, 277, 28 1 -282, 297-300,
332-333, 337-338 302, 325
Transitorio/transitoriedad, 44, 66, 1 95, de querer, 280, 292, 300-301
243, 254, 26 1 , 294, 3 1 1 Voto, 64-67, 33 1 , 337, 339
Trascendencia, 33, 5 1-52, 58, 7 1 , 75-81 ,
94, 1 43-144, 1 50- 1 5 1 , 1 53, 1 83, 2 1 0, Yo original, 1 22, 246-247, 324, 341-342
232-233, 237-239, 242, 290, 294-299
extática, 1 07, 1 46, 209, 233, 236-237,
24 1 , 244, 277, 293, 295, 3 1 1 -3 1 2
Trans-descendencia, 232-233, 236-237
Transhistórico, 265, 278-281 , 290, 302,
339
Transmigración, 229-230, 234-236, 238,
262, 286, 309
Transperson'al, 1 1 0-1 1 1 , 1 43
Tres mundos, 2 1 9, 236, 238
379
I.S.Il.N.: 84·7844471·8
Depósito legal: M. 3 1 . 1 68·1999
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