Inquebrantable - Angie Ocampo

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INQUEBRANTABLE

OBSESIÓN Y TORTURA

ANGIE OCAMPO
Sinopsis del libro "Inquebrantable"
Se lo advertí.
Le dije que no se acercara. Le enseñé todas mis partes oscuras y siempre las enfrentó con
valentía. Caminó entre mis fantasmas y nunca gritó. Luchó contra mis demonios y jamás se
traumó. Le dije que era el humo que precede el fuego cuando se apaga, pero que si se le brinda
el oxígeno necesario puede volver a encenderse. Rosie fue oxígeno y encendió algo que no creí
nunca sentir, sí, sentir y no sufrir, porque con Rosie Müller no sufrí, con Rosie Müller sentí y fue
lo peor que le pudo suceder, porque ahora soy un enfermo obseso que se tortura por poseerla.
La detesto como nunca he detestado a nadie y la necesito como nunca he necesitado a nadie. Y
no voy a dejar que ella sea feliz nunca, no sin mí, no sin este monstruo que solo ha aprendido a
respirar por ella y para ella.

2
ADVERTENCIA
Bienvenidos nuevamente a otro mundo más del Angiopolis. Ponte cómodo y no te saltes estas
palabras, por favor.

Hay miles de millones de humanos en el mundo. Para mí, cada vida es una historia por contar;
algunas más interesantes que otras, con sucesos que te roban el corazón o te dejan sin habla, de las
cuales siempre obtienes una enseñanza o una que otra moraleja. Pero en los mundos de ficción
literaria hay aún más vidas con historias que, con seguridad, son demasiado interesantes para
relatar. Hoy voy a narrar una historia de ficción, algo que creó mi cabeza… Algo que definitivamente
no viene acompañado de una ninguna enseñanza o moraleja.

Mis historias siempre tienden a tener advertencias, para algunas serán innecesarias pues
acostumbran a leer cosas más fuertes de las que yo escribo, pero para otras sí son necesarias y creo
que nunca está demás incluirlas, cuando lo que estoy por contar no es para menores de edad o
personas que esperan una historia de romance con final feliz donde todo sea justo y correcto.

Desde ahora, en este libro, voy a narrarles la historia de un monstruo. De esos que roban y quitan
vidas por gusto, de los que debemos huir y temer. Entraremos en la cabeza de Ares Armani en
donde no hay límites y nada será de nuestro parecer.

Cito el mito de la caverna de Platón:

Platón decía que los seres humanos somos como esos esclavos que están encerrados en
una caverna y que solo conocemos la realidad como si fueran sombras que se proyectan en la pared
de esta. Nuestro conocimiento cotidiano está basado muchas veces en datos, en noticias que no son
verdaderas, que son falsas o al menos ambiguas y confusas. En cambio, el que sale fuera de la
caverna y mira la realidad se da cuenta que hay una vida diferente. Cuando regresa a contarle a los
que quedaron en la caverna, estos no le creen y deciden acabar con su existencia.

Encierra a alguien desde sus primeros años en una prisión y luego enséñale un mundo diferente a
ese y asesinará a cualquiera que quiera mostrarle lo contrario.

Ares está en una prisión de la que no quiere salir y jamás saldrá, y destruirá a todo el que quiera
enseñarle que existe otra verdad a la que él vive. Enzo Armani destrozó su vida desde lo más
profundo y no habrá nada que lo repare.

No olvidemos que…

Esta historia estará llena de escenas explícitas de sexo (entre personas de distinto e igual género) y
violencia. Abusos, humillaciones, toxicidad y posesividad en todo su esplendor. Esto no es ninguna
guía de romance sano, porque la historia que leerán a continuación de romance no tiene una
mierda.

El amor y la obsesión, aquí se divide una delgada línea, por la cual estaremos caminando y
tambaleando en distintas ocasiones en el transcurso de la trama.

Esto no será cliché, no será lindo, no estará bien. No voy a escribir sobre buen trato cuando mi
protagonista no conoce sobre ello. Habrán plot twists, revelaciones o hechos que las incomodarán o
tal vez amarán. Nada aquí es lo que parece y repito, NADA DE LO QUE LEAS AQUÍ ESTÁ BIEN.

ESTE LIBRO ESTÁ LLENO DE ESCENAS DE SEXO INNECESARIAMENTE NECESARIAS.

No siendo más, disfruta tu lectura. Muchos besos y corazones.

3
INTRODUCCIÓN

Alguien me dijo que escribir mis pensamientos me haría bien para liberarme un poco de las
tormentas que sucumben con todo dentro de mi cabeza. Me burle en su cara. No le creí una mierda.
Pero hoy he cambiado de parecer por una razón.

Ese alguien hoy me dejó. Rosie Müller me dejó aún sabiendo todo lo que ella significa para mí. La
necesito y por mis cojones puedo apostar que lo sabe, por eso se fue, para torturarme, para seguir
gozando de su vida mientras que lo único que me mantenía entero eran sus caricias. Sucia egoísta,
parece que disfrutara verme nadando entre la mierda y miserable.

Yo se lo advertí. Un millón de veces se lo advertí.

Le dije que no se acercara porque soy un maldito animal. Le enseñé todas mis partes oscuras y
siempre las enfrentó con valentía. Caminó entre mis fantasmas y nunca gritó. Luchó contra mis
demonios y jamás se traumó. Le dije que era el humo que precede el fuego cuando se apaga, pero
que si se le brinda el oxígeno necesario puede volver a encenderse.

Rosie fue oxígeno y encendió algo que no creí nunca sentir, sí, sentir y no sufrir, porque con Rosie
Müller no se sufre, con Rosie Müller se siente. Donde sea que esté, tendré que ir a recordarle que de
personas como yo no es fácil escapar.

Una muñequita. Eso era ella para mí. Delicada, suave, delgada y angelical, pero no era del todo
inofensiva. Estaba malditamente loca, no de la manera en que lo estoy yo, eso nunca podría
superarse. Ella tenia una faceta que me sacaba de quicio y hacia que quisiera estrellarla contra la
pared cada que abría la boca, pero la salvava su manera tan diferente de tratarme... No debió
hacerlo, no.

La detesto como nunca he detestado a nadie y la necesito como nunca he necesitado a nadie.

Rosie Müller me enferma, me obsesiona y me tortura.

Y no voy a dejar que ella sea feliz nunca, no sin mi, no sin este monstruo que solo ha aprendido a
respirar por ella y para ella.

4
CAPÍTULO 01

Berlín, Alemania

31 de octubre del 2014

Ares
Mi odio por los alemanes aumenta en cada paso que doy por la calle. Todos van con esa
superioridad falsa que repudio, pero entre toda su mierda hay algo que destaco y es la manera de
follar que tienen algunos.

El celular vibra en los bolsillos de mi abrigo, contesto y lo llevo a mi oído sin mirar la pantalla. Solo
hay una persona en el mundo que tiene este número.

—Alguien me ha pedido que te eche un ojo, ¿dónde estás?

—¿Recuerdas lo que les pasó a todas mis cuidadoras?

—Ninguna de ellas era el gran Ghost —ríe —. Además, soy el único que conoce tu entretenimiento
favorito.

—Enzo está aquí en Alemania —cruzo la calle sin mirar a ambos lados. Los autos se detienen y
detonan sus bocinas, pero sigo como si nada hubiera pasado —. No me gusta hacer nada cuando
está cerca.

—Enzo puede chuparme las bolas. No le rindo cuentas a él.

—Pero yo sí, Zaik.

—Ya te dije como podemos solucionar eso.

—No quiero saber sobre ella.

—Es la única que podría liberarte.

—La muerte de Enzo no va a solucionar nada.

—Como sea. Sigue pudriéndote en tu propia mierda.

La línea se queda sin tono y echo el celular a un bote de basura. Zaik no es alguien en quien pueda
confiar. Se acercó de nuevo a mí con una intención, pero luego terminó confesando otra. Le quedó
gustando mi polla y a mi su asquerosa boca.

Empujo la puerta de la cafetería y voy hasta el mostrador.

—Un café —pido.

—Son 3 euros —responde una mujer con un cutis lleno de grasa al igual que su cabello.

Le tiro un billete de 10 para evitar que me toque.

—Aquí tiene su…

—Quédeselo —me retiro. Tomo el vaso plástico servido por alguien más y voy hasta una mesa
ubicada al lado de la ventana.

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Espero un par de minutos hasta que la campana de la puerta de entrada me obliga a levantar la vista
hacia ella. Karmin entra al lugar con la peculiar seguridad que le fue inculcada. A ella la educaron
para ser grande y a mí para ser su maldita mascota.

—¿Realmente tengo que estar aquí? — se quita el abrigo y lo deja sobre el respaldo de la silla —.
¿No pediste algo para mí?

—Debo entrenarte y vigilarte, no servirte.

Tengo un grado bajo de paciencia, pero estar cerca de ella hace que lo bajo se vuelva inexistente.

—Siendo así. Hoy es Halloween… —me mira y pestañea un par de veces.

—¿Y?

—Me han invitado a una fiesta.

—No.

—Ares... Por favor, solo será una hora. Papá no tiene que darse cuenta. Le diré que iré a visitar una
amiga —ruega.

Esto es un maldito castigo, la peor mierda de castigo que me pueden haber impuesto. Prefiero una
maldita tortura al estilo ruso que esto. Karmin es el ser humano más fastidioso sobre la tierra y lo
único que deseo hacer con ella es estrangularla con mis propias manos hasta que su piel se torne
violeta y no vuelva a hablar jamás. Ella disfruta joderme la maldita y mísera vida que llevo, es su
pasatiempo favorito.

La tomo del brazo con fuerza.

—Sabes que detesto hacer de tu puto niñero. No me lleves a un límite del que no quieres ser testigo,
Karmin. Tú y Enzo me conocen, nunca juego con mis amenazas —la suelto con rudeza y ella chilla.

—Quería que vinieras a la fiesta conmigo. Quería que compartiéramos un trago. Quería que...

Me río con ganas esta vez.

—¿Sigues con esa idea ridícula de mierda? —niego con la cabeza —. ¿Cuándo vas a grabar en tu
minúsculo cerebro el hecho de que jamás, pero jamás nada va a pasar? Lárgate, y procura no
lastimarte, no quiero problemas con Enzo y si decides decirle algo sobre esto, voy a...

—¡Ya sé! No tienes que repetir tus amenazas. Aprendí la lección la última vez —solloza y las lágrimas
caen de sus ojos. Es tan patética —. De todos modos, al salir de aquí iré a la fiesta de Halloween.
Tengo mi disfraz en el auto. Si quieres unirte, tendrás mi ubicación —sorbe la nariz.

Me quedo mirándola. Sus ojos azules y su cabello rubio opaco son algo que suele atraer a la mayoría
de los hombres. A mi me genera repudio, como cualquier otra mujer lo haría también.

—Nunca entenderé... si no te gusta el café, ¿por qué lo tomas? —inquiere.

—No me gusta vivir y aún así estoy aquí —tomo el café y lo bebo de un solo trago —. Intenta no
joderme por el resto de la noche. Tengo dos cuellos que cortar por órdenes de tu asqueroso papi.

—Ares, yo no soy como mi papá...

—Lárgate, Karmin. Si no quieres presenciar lo que va a pasar, lárgate. No necesito de tu presencia.

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—No puedo irme. Si papá se entera que no estuve presente, me encerrará.

—Jóvenes Armani —saluda el ruso que nos citó aquí. Berlín es un punto de encuentro importante
para ambas mafias.

—Pok Mykolaiv —sonrío. Me pongo de pie y extiendo mi mano en su dirección.

Tiene miedo. Citar en un lugar público es la mayor muestra de miedo que le puedes ofrecer a un
monstruo que se alimenta de él.

—El mismo —responde.

Es un integrante de los Vor v zakone un grupo criminal que hace parte de la mafia rusa. Un ladrón
que juró proporcionar información y lealtad a la Cosa Nostra, pero he descubierto que ha actuado de
manera contraria. Su infiltración en la Bratva no ha servido de nada.

—Siéntese, por favor —sigo con mi sonrisa.

—Es espeluznante cuando sonríes así —susurra Karmin a mi lado.

La ignoro.

—¿Tienes algo nuevo? —pregunto. El hombre no sobre pasa de los 25 años. Es alto, robusto y está
lleno de tatuajes horribles que un niño de 5 años pudo haber hecho mejor.

—Nadie ha violado el código de hampa. Los rusos están haciendo su trabajo bien —dice.

—Qué increíble, Enzo estará feliz —hablo con falso entusiasmo —. Pero antes de que te vayas,
quisiera preguntarte por esto.

Introduzco mi mano dentro de mi costoso abrigo y saco un papel de color rojo. Lo tiendo sobre la
mesa. Las letras negras en un idioma no oficial saltan a la vista.

—¿Podrías traducirme esto? Por favor —actúo una decencia que está por acabarse.

El hombre mira la hoja y traga duro. Cambia su postura y su rostro palidece. Va a morir y lo sabe. Un
lugar público no va a detenerme.

—Está en fenya.

—¿Y qué dice? —indago.

Me mira con temor. Sabe que sé muy bien este idioma clave en ruso, el cual es usado por criminales
para encriptar sus mensajes.

—Joven Armani… Ellos amenazaron con asesinar a mi familia si…

—Acuéstate en el piso —digo. Tomo el papel y me pongo de pie.

—Ares, no irás a hacer eso aquí… —Karmin chilla con angustia.

Me giro y la enfrento. Tomo su quijada con rudeza entre mis dedos, pegándome tanto a su rostro
que la obligo a respirar mi mismo aire.

—Cállate, Karmin, cállate o lo acompañarás —susurro. La suelto con fuerza y me vuelvo hacia el ruso
—. ¿En qué estábamos? Ah sí, acuéstate.

—Por favor, no… —lloriquea.

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—No ruegues —me presiono el tabique de la nariz. Me desespera la gente que transmite pesar.

El hombre se arrodilla con las manos al frente. Podría salir corriendo, pero me encanta que sepa que
con Ares Armani no hay escapatoria. Se acomoda horizontalmente sobre el piso. Las personas
presentes en el lugar nos están mirando.

—Karmin, dile a todos que se vayan —le ordeno.

—No puedo hacer eso… —solloza.

—Karmin —advierto.

—Sí… —se sorbe la nariz —. Ya voy.

Camina hasta el mostrador.

—Qué suerte tienes —le digo al ruso. Sus lágrimas caen a los lados de su turbia cara. Amo el
desespero y el miedo que alguien sufre antes de morir —. Ojalá pudiera acompañarte a donde voy a
enviarte. Tengo envidia del lugar al que vas, pero no del transporte que usarás.

Me ubico al lado de su cabeza y levanto una de mis piernas para dejar caer con fuerza mi pie sobre
ella. Los gritos salen de su boca demostrando que lo que estoy haciendo está resultando. Intenta
resistirse, pero es tarde para escapar. Piso su cara con demasiada ensaña. Me deleito cuando la
sangre empieza a brotar. Las personas alrededor gritan y salen corriendo alarmadas del lugar. Sigo
pisando el cráneo sin detenerme un solo segundo. Una y otra vez. Una y otra vez. El cuerpo ha
dejado de emitir sonidos, al fin ha entrado en la inconsciencia para hacerme más fácil el trabajo de
acabar con su vida. Cambio mi pierna y sigo pisando fuerte hasta que su nariz yace destrozada. Un
último movimiento y siento el crack que tanto esperaba.

Levanto mi vista para buscar a Karmin y la hallo con una expresión de shock en su rostro. Ha visto
cosas peores y siempre es el mismo drama de mierda con ella.

—Me voy —dice. Seca sus lágrimas y se gira para desaparecer, pero justo cuando abre la puerta, se
topa con otro cuerpo.

Lo que me faltaba.

—Oye, oye. Ten cuidado, pequeña —Zaik la sostiene y su mirada viaja hasta mí —. ¿Qué es esto?
¿Reunión familiar? Nunca me invitan a nada, pido perdón sus altezas por no poseer sangre Armani
—hace una reverencia.

Decido largarme hacia la parte trasera, pero el puto rubio me intercepta.

—Hola, söt —su mano se posa en mi pecho y la quito con fuerza —. ¿Por qué tanta prisa?

—No me toques.

—Tengo que irme —escucho la débil voz de Karmin mientras armo una guerra contra otros ojos
azules. A estos los detesto aún más.

—¿Quieres que te acompañe, pequeña? —le susurra Zaik en el oído, pero es bastante audible para
los míos también.

—Déjala ir —advierto.

—Wow —el rubio se fija en el cuerpo ensangrentado —. Ya entiendo porqué la prisa.

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—Zaik —advierto. La paciencia se me acaba.

—Qué bueno es verte en Berlín, te sienta. Los alemanes suelen ser los más sucios para alimentar
fetiches como el tuyo.

La policía no tardará en llegar. Tomo asiento y cruzo una pierna sobre otra. Es imposible luchar
contra un desquiciado cuando también se es uno.

—¿Qué quieres? —pregunto.

—Knulla dig och henne. Jag ger honom för hans jävla anus och du attackerar hans vagina —dice en
sueco (follar contigo y con ella. Yo le doy por su maldito ano y tú ataca su vagina) —. ¿No se te pone
dura la polla?

—No.

—Dios mío. Es un alma perdida ¡Qué alguien lo ayude! —mira a Karmin y acaricia su cabello —. Vete
pequeña, vete antes de que haga algo ilegal como todo lo que suelo hacer desde que abro mis putos
hermosos ojos.

Karmin sale despavorida por la puerta. Las sirenas de las policías empiezan a escucharse.

—¿Nunca te ha parecido ridículo lo estúpida que es la policía? —saca un cigarrillo y lo enciende con
un artefacto que extrae del mismo lugar —. Digo, le estás avisando al criminal que vienes a intentar
atraparlo. Es como si yo fuera a asesinar a alguien y me pusiera una alarma en la cabeza que diga
todo el tiempo: Hey, hijo de puta voy a perforarte los intestinos y luego te echaré en un barril lleno
de ácido para que desaparezcas completamente de este mundo de mierda.

—Sí, lo es, pero nadie es más estúpido que tú al decidir venir aquí.

—¿Y tú que haces aquí? Pudiste haber hecho eso en otro lado. Además, sé que no te gusta el café.

—No me gustas tú —replico. Me pongo de pie y voy hacia la parte trasera. Busco algún líquido que
pueda avivar llamas con rapidez.

—Oh, por favor, Ares. Yo te encanto. No tengas el descaro de venir a negarlo —dice detrás de mí.

Mi atención se desvía a las dos mujeres que yacen sentadas en la zona de empleados.

—¿Tienen alcohol o gasolina? —les pregunto.

Una de las mujeres señala una esquina. Voy hacia allá y tomo el bidón. Es algún tipo de combustible
para calentadores.

—Por favor no nos hagan nada —solloza.

—Él no podría hacerte nada —Ghost se inclina a mi lado. Acaricia el cabello castaño de la que más
lagrimas ha soltado —. Mi amigo aquí no es capaz de tocar a una mujer.

Voy a matarlo. Debo dejar de posponerlo.

—Me voy. Encárgate tú —le tiendo el combustible y él lo toma con una sonrisa en la cara.

—¡Hola, señoritas! Mi nombre es… Oh, si se los digo tendría que matarlas, pero pueden decirme
Ghost, aunque de cualquier manera voy a asesinarlas…

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Dejo de escucharlo a él y a los gritos femeninos cuando llego al callejón. Intento limpiar la sangre de
mis botas en un charco de agua. No uso otro color para vestir por esta razón. El negro es capaz de
lograr eclipsar cualquier rastro de sangre.

Salgo nuevamente a la calle y me ubico a una distancia prudente del lugar. Tomo un cigarrillo de mis
bolsillos y tanteo los otros en busca de un encendedor.

—Aquí tienes, söt —Zaik aparece a mi lado con fuego en su mano.

Ubico el cigarrillo en mis labios y me acerco para encenderlo. Una fuerte explosión se escucha a poca
distancia de nosotros. Me incorporo para admirar el desastre que se ha causado inhalando el humo
lleno de nicotina.

—¿No podías ser más silencioso? —pregunto.

—Nop.

Conozco a Zaik desde que el consigliere de Enzo lo adoptó. Yo tenía 10 y él 14 en ese entonces.
Nuestras peleas siempre fueron por quién fue más torturado o traumado. Nunca pudimos romper el
empate. A sus 18 años mató al hombre y escapó. La Cosa Nostra lo busca por cielo y tierra, pero él se
ha unido al bando enemigo y ahora es un fantasma.

—No deberías estar en Berlín —digo y empiezo a caminar en dirección opuesta al incendio.

—Tengo unos días libres.

—Yo no.

—Lo sé —camina a mi lado.

Cuatro calles más abajo encuentro mi auto e ingreso. Zaik sube al puesto de copiloto. Miro la hora
en la consola. Son pasadas las ocho de la noche. Otro de mis celulares suena y lo llevo rápido a mi
oreja.

—¿Está hecho? —la voz de Enzo me asquea.

—Sí.

—¿Por qué ya no estás con Karmin?

Miro a Zaik.

—Dijo que se quedaría donde una amiga.

—Tráela a casa —ordena y cuelga.

Aprieto el celular y lo lanzo a la parte trasera. Acelero a toda velocidad.

—¿A dónde vamos? —pregunta Zaik. Sé que la situación lo divierte.

—A una puta fiesta de disfraces.

10
CAPÍTULO 02

Ares
La ubicación del carro de Karmin nos ha dejado frente a una casa donde no le cabría un alma en
pena más como la mía. No contesta el celular y de ninguna manera entraré ahí. Enzo y todos pueden
irse a la mierda.

—Increíble —susurra el sueco.

—Asqueroso —digo y justo cuando acelero un poco, Zaik abre la puerta del auto y desciende sin
pensar.

—¿Estás loco? Överallt finns college flickor som väntar på att bli knullade Överallt finns college
flickor som väntar på att bli knullade! —exclama alto (¡En todas partes hay universitarias esperando
ser folladas!) —. Y tal vez universitarios follando en todos los rincones —se agacha para mirarme.
Levanta varias veces las cejas —. Andando —golpea el auto —. Vamos a tomarnos un rato libre.

—Debo hacer algo a medianoche —desciendo a regañadientes. Aunque el mejor plan, para mí, hoy,
sería ir a mi habitación a jalarme la polla hasta quedarme dormido.

—¿Te falta uno más? —pregunta.

Bloqueo el auto y camino a su lado.

—Sí. Voy a buscar a Karmin y nos largaremos.

Entramos al lugar con una multitud densa en el interior. Zaik me susurra algo que no entiendo y se
pierde entre las personas. Analizo mi entorno mientras me muevo en busca de una cabeza rubia,
pero el hecho de que todo mundo vaya disfrazado y con estupideces sobre su cabeza, como pelucas
o sombreros, me dificultan la tarea.

Con ayuda de mi altura escaneo el mar de personas hasta que veo a una mujer rubia entre todos.
Me acerco con mayor rapidez, pero justo a dos metros de llegar me topo con que ella no es Karmin.

Pero no por eso dejo de mirarla, ni tampoco dejo de caminar.

Se mueve de lado a lado al ritmo de la música. Su cabello largo está recogido en dos coletas. Un
vestido blanco con una especie de atadura en su cintura que hace que sus senos resalten. O esa
mierda de disfraz es demasiado corto o sus piernas son infinitas. Un par de botas rojas suben hasta
la mitad de sus muslos y la hacen destacar entre todas sus acompañantes. Luce como una muñeca,
una muy frágil, alta y delgada muñeca.

I wanna be your slave de Måneskin suena a todo volumen cuando sus ojos se posan en mí. Un libre
camino se ha abierto entre nosotros y a provecho el estar más cerca para detallarla mejor. A algo se
le reduce el espacio dentro de mis pantalones y me encuentro impresionado.

Su piel es tan blanca como una nube y sus labios son rojos e hinchados, como si acabara de mamarle
la polla a alguien.

Es hermosa y está muy consciente de eso porque me regala una maldita sonrisa, de las que muchas
mujeres usan para atrapar a algunos idiotas.

11
No, muñequita, soy peligroso y tú no entras en mi zona. No sabes en lo que te metes.

Sonrío y niego con la cabeza. Me causa gracia que piense que puede hipnotizarme como al resto de
putos que la rodea. Doy media vuelta para seguir buscando la rubia que necesito para poder
largarme, pero una delicada mano me agarra del brazo y me tenso. No me gusta que me toquen. Me
zafo de inmediato.

—¿Por qué huyes? —pregunta la fina muñeca a través de la música. No tengo ni la menor idea
de que está disfrazada.

—Luces como alguien muy peligrosa —respondo con sarcasmo.

—Tú en cambio luces como alguien muy amigable —ladea su cabeza sonriendo.

Resoplo. Pobre. Si supiera que en mis botas llevo sangre seca de un tipo al que le aplaste el cráneo
hace unas horas y que tengo que ir por otro.

—Soy la persona más amigable que nunca conocerás —sigo hablando con un sarcasmo que ella no
nota.

—¿Nunca te conoceré? —da un paso más hacia mí y debe inclinar su cabeza hacia atrás para
mirarme.

Sigo con mis manos en los bolsillos. Las aprieto en puños para contener las ganas que tengo de
tomarla del cuello y apartarla. Acerco mi cara a la suya hasta lograr compartir el mismo oxígeno.
Huele a un asqueroso y dulce perfume de vainilla. No me gustan las personas curiosas.

—No será necesario, muñequita —susurro contra su boca.

Tiene el color que más odio en los ojos. Azul, pero no cualquier maldito azul. Es el azul más claro que
jamás haya visto. Me recuerdan a los ojos de cristal que tenían las muñecas de Karmin.

Y entonces hace algo que me deja sin saber como reaccionar.

Sus labios se posan sobre los míos y sus manos se envuelven alrededor de mi cuello. Me petrifico.
No soporto el contacto físico. La empujo con fuerza. Sus ojos se abren demasiado. Está impactada y
tal vez es porque por primera vez en su vida un puto hombre la rechaza.

—Derek te está buscando —le dice una mujer vestida de conejo jalándola del brazo.

Le alzo una ceja y decido largarme de ahí. No sé que mierda estaba pensándolo, pero espero que
después de esto sepa que no debe ser tan malditamente fácil. Emprendo de nuevo mi búsqueda.
Saco mi celular y vuelvo a llamarla. Al cuarto tono contesta.

—Holaaa.

—¿Dónde estás?

Sigo moviéndome entre la gente. La desgraciada está ebria.

—Estoy por ahí… Vi tu auto. Deberías largarte para la puta mierda.

—Dime donde estás, tenemos que irnos —subo las escaleras.

—No voy a decirte ni una puta verga más. No quiero saber de ti, ni del hijo de puta que tengo como
padre.

12
Abro la primera puerta que me topo y nada. Paso a la siguiente.

—Van a matarte. Si no terminas siendo suficiente para ellos, van a deshacerse de ti. Nadie te quiere,
nadie en la famiglia quiere a alguien —digo y abro la tercera puerta. Me quedo sin habla cuando
logro procesar lo que se me presenta al frente.

—Morir sería el placer más grande que podría experimentar.

—Solo habla por ti —susurro.

Antes pensaba que morir sería lo mejor que me podría pasar, hasta que descubrí que puedo
encontrar placer en vida sin tener que exponerme al tacto, como situaciones de la que estoy siendo
testigo. La imagen de la muñeca siendo follada sobre un escritorio me hincha de inmediato la polla,
cosa que hace años no pasaba. Suelo apreciar otro tipo de sexo. El hombre que la penetra me da la
espalda mientras yace entre las piernas de la rubia. Sus tetas rebotan gracias a las estocadas y su
boca está entreabierta, emitiendo los gemidos más agudos que jamás había escuchado.

Sus ojos de cristal acaban con mi inexistencia en la habitación. Sabe que estoy mirándola y sabe que
seguiré haciéndolo.

Cuelgo el teléfono y lo meto en mi bolsillo. He presenciado este tipo de escenas en vivo un millón de
veces y jamás me habían producido nada. La rubia se echa hacia atrás y se lleva dos dedos a su boca.
Los chupa como si fueran una polla para luego deslizarlos por todo su cuerpo hasta su vulva. Ha
empezado a masturbarse mirándome mientras alguien más la folla. Mi miembro sigue apretándose
contra mis pantalones.

En definitiva… Ella sí es peligrosa.

Siento el teléfono vibrar. Lo tomo y bajo la vista para enterarme de quien llama. Doy media vuelta,
sin mirarla, y cierro la puerta. Me hago camino entre la gente hasta la salida de la casa y cuando
llego al jardín descuelgo.

—¿Qué mierda?

—Solo quería recordarte que es media noche y que necesito que me regales un maldito condón. Si
voy a morir que sea degollado, pero no enfermo de gonorrea.

—No cargo.

—Muchacho irresponsable.

—Me voy —camino hasta llegar al auto y me topo con que él está recostado sobre el capó.

—Rechacé mi dura noche de pasión por tu falta de educación sexual —me señala con el teléfono e
ingresa al puesto de copiloto mientras yo rodeo el auto. Guardo el aparato en mi chaqueta de cuero.

—Tengo que llegar antes de que sea la puta una. Van a querer matarme si no alcanzo y no quiero
mancharme más de sangre. Quiero intentar dormir maldita sea —acelero y freno de inmediato
cuando alguien se atraviesa en mi camino. Escuché un golpe sordo, pero no vi bien a nadie.

—Mierda, ¿la mataste? —pregunta Zaik a mi lado.

—No importa, tengo que irme.

—¡No! —golpea mi hombro —. Ni se te ocurra presionar ese maldito acelerador. Todos nos están
viendo. Bájate —vuelve a golpearme —. Bájate. Tenemos que hacer algo.

13
Miro a través de las ventanas y en efecto. Todos los presentes tienen su atención puesta en
nosotros. Un círculo de personas se reúne frente al carro, supongo que tratando de auxiliar a la
persona que acaba de cruzarse en mi camino.

Obligado por Zaik, desciendo y sin saber qué hacer me acerco a la multitud.

—¡Dios mío, atropellaste a Sailor Moon! —exclama el sueco con demasiado dramatismo.

—¿Quién es esa? —pregunto y cuando mis ojos caen en la chica de botas rojas me detengo.

—La gente sigue viéndonos —susurra —. Agáchate y finge que le tomas el pulso.

—Yo asesino gente, no la auxilio —digo susurrando también.

—Hazlo, maldita sea —me empuja y me obligo a ponerme de rodillas al lado de la muñeca —. ¡Una
ambulancia, por favor! ¡No se queden ahí parados, putos inservibles! ¡Hay que ayudarla!

—Hey —toco su brazo con mi dedo índice —. Hey, muñeca. ¿Estás viva?

—¿Qué pasó? —pregunta en un tono muy bajo. Tiene sus ojos cerrados e intenta moverse.

—Te atropellé.

—¿Qué? —inmediatamente sus ojos de cristal azul se abren.

—Quédate quieta. Podrías tener roto algo —otra mujer llega a su lado. Es la monja.

—¡Está viva! —Zaik grita a mis espaldas.

—No tengo nada roto —se sienta. Su traje se ha mojado. El olor de su ebriedad entra por mis fosas
nasales y me causa náuseas.

—No podemos llamar a una ambulancia —dice alguien —. Hay menores de edad aquí.

—No necesito una ambulancia. Estoy bien —intenta pararse, pero seguido emite un grito demasiado
agudo para mi gusto —. ¡Mierda! —se toca su pierna.

—Llévala al hospital —exige la monja.

—No —pronuncio poniéndome de pie.

—¿Cómo qué no? ¡Tú la atropellaste, idiota! —chilla.

Logro dar un paso hacia ella con intención de hacer con su cráneo lo mismo que hice hace unas
horas, pero el rubio se cruza en medio.

—La llevaremos. Mi amigo aquí está en shock, discúlpenlo, no todos los días le sucede esto.
Créanme, él jamás le haría daño a nadie y menos a una muy bonita Sailor Moon —le tiende la mano
a la rubia para ayudarla a ponerse de pie. Ella acepta y echa su brazo alrededor de sus hombros.

Me acerco a él.

—No puedo hacer esto. Debo encontrar a Karmin y poner a dormir otro cerdo más.

—Mierda —se queja —. Llévala. Yo me haré cargo.

—Llévala tú —susurro detrás de él.

Está metiendo a la rubia al asiento trasero y una vez hecho, cierra la puerta y me mira desafiante.

14
—No voy a aguantarme una maldita cría en un hospital. Hazlo tú. Tú la atropellaste —me empuja —.
Y como muy bien dijiste… yo asesino, no auxilio. Iré por la loca de tu prima, nos vemos más tarde.
Intenta dejarla y escapar cuanto antes.

—Ni siquiera sabes a quien tienes que… —miro el resto de las personas. Están pendientes de
nosotros.

—Lo sé, söt. Sé todo sobre ti. No te preocupes, yo me encargaré. Líbrate y ve a descansar un poco —
guiña un ojo y se pierde en la multitud.

—Iré con mi amiga —la monja intenta entrar también, pero se lo impido.

—Pide un taxi. Nadie más sube.

Ingreso al auto y acelero, esta vez fijándome de no intentar matar a nadie. Trazo camino hasta el
hospital más cercano que me dicta el GPS.

—¿Cómo te llamas? —pregunta. Su voz vuelve a asquearme. Tal vez podría asesinarla y acabar con
esto rápido, pero muchas personas vieron que me fui con ella.

—¿Cómo te llamas tú?

—Muchísimo gusto —se mueve hacia adelante y por el rabillo de mi ojo logro ver su mano entre los
dos asientos —. Rosie Müller.

Sus ojos de cristal acaban con mi inexistencia en la habitación. Sabe que estoy mirándola y sabe que
seguiré haciéndolo.

Cuelgo el teléfono y lo meto en mi bolsillo. He presenciado este tipo de escenas en vivo un millón de
veces y jamás me habían producido nada. La rubia se echa hacia atrás y se lleva dos dedos a su boca.
Los chupa como si fueran una polla para luego deslizarlos por todo su cuerpo hasta su vulva. Ha
empezado a masturbarse mirándome mientras alguien más la folla. Mi miembro sigue apretándose
contra mis pantalones.

En definitiva… Ella sí es peligrosa.

Siento el teléfono vibrar. Lo tomo y bajo la vista para enterarme de quien llama. Doy media vuelta,
sin mirarla, y cierro la puerta. Me hago camino entre la gente hasta la salida de la casa y cuando
llego al jardín descuelgo.

—¿Qué mierda?

—Solo quería recordarte que es media noche y que necesito que me regales un maldito condón. Si
voy a morir que sea degollado, pero no enfermo de gonorrea.

—No cargo.

—Muchacho irresponsable.

—Me voy —camino hasta llegar al auto y me topo con que él está recostado sobre el capó.

—Rechacé mi dura noche de pasión por tu falta de educación sexual —me señala con el teléfono e
ingresa al puesto de copiloto mientras yo rodeo el auto. Guardo el aparato en mi chaqueta de cuero.

15
—Tengo que llegar antes de que sea la puta una. Van a querer matarme si no alcanzo y no quiero
mancharme más de sangre. Quiero intentar dormir maldita sea —acelero y freno de inmediato
cuando alguien se atraviesa en mi camino. Escuché un golpe sordo, pero no vi bien a nadie.

—Mierda, ¿la mataste? —pregunta Zaik a mi lado.

—No importa, tengo que irme.

—¡No! —golpea mi hombro —. Ni se te ocurra presionar ese maldito acelerador. Todos nos están
viendo. Bájate —vuelve a golpearme —. Bájate. Tenemos que hacer algo.

Miro a través de las ventanas y en efecto. Todos los presentes tienen su atención puesta en
nosotros. Un círculo de personas se reúne frente al carro, supongo que tratando de auxiliar a la
persona que acaba de cruzarse en mi camino.

Obligado por Zaik, desciendo y sin saber qué hacer me acerco a la multitud.

—¡Dios mío, atropellaste a Sailor Moon! —exclama el sueco con demasiado dramatismo.

—¿Quién es esa? —pregunto y cuando mis ojos caen en la chica de botas rojas me detengo.

—La gente sigue viéndonos —susurra —. Agáchate y finge que le tomas el pulso.

—Yo asesino gente, no la auxilio —digo susurrando también.

—Hazlo, maldita sea —me empuja y me obligo a ponerme de rodillas al lado de la muñeca —. ¡Una
ambulancia, por favor! ¡No se queden ahí parados, putos inservibles! ¡Hay que ayudarla!

—Hey —toco su brazo con mi dedo índice —. Hey, muñeca. ¿Estás viva?

—¿Qué pasó? —pregunta en un tono muy bajo. Tiene sus ojos cerrados e intenta moverse.

—Te atropellé.

—¿Qué? —inmediatamente sus ojos de cristal azul se abren.

—Quédate quieta. Podrías tener roto algo —otra mujer llega a su lado. Es la monja.

—¡Está viva! —Zaik grita a mis espaldas.

—No tengo nada roto —se sienta. Su traje se ha mojado. El olor de su ebriedad entra por mis fosas
nasales y me causa náuseas.

—No podemos llamar a una ambulancia —dice alguien —. Hay menores de edad aquí.

—No necesito una ambulancia. Estoy bien —intenta pararse, pero seguido emite un grito demasiado
agudo para mi gusto —. ¡Mierda! —se toca su pierna.

—Llévala al hospital —exige la monja.

—No —pronuncio poniéndome de pie.

—¿Cómo qué no? ¡Tú la atropellaste, idiota! —chilla.

Logro dar un paso hacia ella con intención de hacer con su cráneo lo mismo que hice hace unas
horas, pero el rubio se cruza en medio.

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—La llevaremos. Mi amigo aquí está en shock, discúlpenlo, no todos los días le sucede esto.
Créanme, él jamás le haría daño a nadie y menos a una muy bonita Sailor Moon —le tiende la mano
a la rubia para ayudarla a ponerse de pie. Ella acepta y echa su brazo alrededor de sus hombros.

Me acerco a él.

—No puedo hacer esto. Debo encontrar a Karmin y poner a dormir otro cerdo más.

—Mierda —se queja —. Llévala. Yo me haré cargo.

—Llévala tú —susurro detrás de él.

Está metiendo a la rubia al asiento trasero y una vez hecho, cierra la puerta y me mira desafiante.

—No voy a aguantarme una maldita cría en un hospital. Hazlo tú. Tú la atropellaste —me empuja —.
Y como muy bien dijiste… yo asesino, no auxilio. Iré por la loca de tu prima, nos vemos más tarde.
Intenta dejarla y escapar cuanto antes.

—Ni siquiera sabes a quien tienes que… —miro el resto de las personas. Están pendientes de
nosotros.

—Lo sé, söt. Sé todo sobre ti. No te preocupes, yo me encargaré. Líbrate y ve a descansar un poco —
guiña un ojo y se pierde en la multitud.

—Iré con mi amiga —la monja intenta entrar también, pero se lo impido.

—Pide un taxi. Nadie más sube.

Ingreso al auto y acelero, esta vez fijándome de no intentar matar a nadie. Trazo camino hasta el
hospital más cercano que me dicta el GPS.

—¿Cómo te llamas? —pregunta. Su voz vuelve a asquearme. Tal vez podría asesinarla y acabar con
esto rápido, pero muchas personas vieron que me fui con ella.

—¿Cómo te llamas tú?

—Muchísimo gusto —se mueve hacia adelante y por el rabillo de mi ojo logro ver su mano entre los
dos asientos —. Rosie Müller.

17
CAPÍTULO 03
Ares
Estaciono frente al hospital. Al salir, azoto la puerta con tanta fuerza que el auto tambalea. Camino
hacia la entrada lleno de fastidio. Maldito el segundo en que decidí no mirar hacia el frente.

—¡Oye! —la voz de la rubia grita detrás de mí.

—¿Qué mierda haces aún en el carro?

—¡No puedo caminar! —señala sus botas rojas rotas.

—¡Y yo no voy a poder llegar temprano a mi casa a jalarme la puta polla por tu culpa! —exclamo
iracundo.

Despeino mi cabello y agacho la cabeza.

—Realmente lo siento, ¿vale? Sé que fue mi culpa, debí mirar a ambos lados. Soy una estúpida cada
vez que bebo alcohol y lo peor es que lo sé, pero siempre caigo y vuelvo y tomo —me acerco a ella
sin decir nada y la levanto entre mis brazos. Vainilla. Qué puto asco. Sigue hablando y clamo a
Satanás para que me deje sordo de inmediato, pero no escucha, el bastardo no escucha —. Mis
amigas y mi novio no son de mucha ayuda, mantienen en fiesta todos los días y odian los planes
normales, como ir de camping, visitar el zoológico y dar una caminata por cada parque que haya en
Berlín, en todos y cada uno de ellos, ¿sabes? Sería algo genial el tener como meta de citas ir a visitar
todos los parques de Berlín. ¿Sabes que son las «metas de citas» ?, ¿no? Obviamente no. Las «metas
de citas» son aquellas citas que se proponen para cumplir un «to do list» —pronuncia en inglés —.
Como por ejemplo ir a visitar todos los restaurantes veganos de la ciudad. Nunca se acabarían las
citas y siempre se harían cosas nuevas.

—¿Con el que follabas era tu novio? —pregunto. Solo retuve una cosa.

—Pensé que no hablaríamos de eso… —cambia el tono de voz. Sigo caminando por los pasillos
buscando alguna maldita enfermera.

—¿Por qué? —la miro.

—No sé… sentí la vibra de «no hay que hablar de eso» la mayoría de los hombres suelen olvidar lo
que pasó la noche anterior —encoge sus hombros.

—La noche aún no termina, para mi desgracia.

—Y para la mía. No estoy muy feliz de que me hayas atropellado —dice. La suelto con fuerza sobre
una camilla y chilla —. Animal.

—Nunca me cansaré de que las mujeres me llamen así.

—Necesitas un poco más de crema en tus manos para ponerlas suaves, así como tu tacto. Auch, mi
rodilla —se queja.

—¡Una maldita enfermera! —alzo la voz.

—¡Oye! —golpea mi espalda con su pequeña mano —. Así no se le habla a la gente, dios… —rueda
los ojos —. Mira esto… ¡Me estoy muriendo! ¡Auxilio! ¡Una enfermera de inmediato, por favor! —
exagera. Su rostro se retrata de puro y fingido dolor.

18
Una mujer llega a su lado y la revisa con urgencia.

—Ves —susurra —. Solo había que pedir el favor —sonríe.

Realmente luce como una muñeca de porcelana, de esas que se les puede partir cabeza con una
pisada, pero ahora que lo pienso, sería más placentero asfixiarla hasta que se torne violeta. Su piel
es demasiado blanca y no tomará mucho tiempo lograrlo.

—Responde mi maldita pregunta —exijo. No sé porque siento curiosidad. Tal vez es porque quiero
creer que su cara de ángel es una puta fachada.

Me mira con terror.

—No voy a hablar de eso delante de ella —señala a la mujer vestida de uniforme blanca que le está
limpiando un raspón en su rodilla.

Un simple raspón que evitó que pudiera caminar. Mentirosa de mierda.

—¿Ha follado? —le pregunto a la mujer que la auxilia y me mira confundida —. Dígame, ¿ha tenido
sexo? ¿Le han enterrado una maldita verga hasta los ovarios?, ¿o prefiere por el ano?

—Oye… Cómo sea que te llames… ¡Eso no se dice! —sus mejillas se enrojecen —. Discúlpelo, es un
animal.

—Qué bueno que ya lo tengas claro.

—¿Qué? —frunce su ceño.

—Nada —saco un rollo de billetes de mi abrigo y se lo tiro sobre la camilla —. Me largo, tengo cosas
que hacer.

—¡Rosie! —la monja vuelve a aparecer.

—¡Danna! —grita ella devuelta.

—Tú… —la castaña se queda callada cuando me ve —. ¿A dónde vas?

—Se larga —dice Rosie.

—¿Qué? —me evita para dirigirse a ella —. No puedes dejar que se vaya, Rosie, te atropelló.

—¡No la atropellé! —me regreso hacia ellas. Estoy a una raya de perder la paciencia.

—¡Tranquilo! —exclama la rubia —. Fue mi culpa, fue mi culpa, fue mi culpa. En serio.

—Llamaré a Derek, seguro debe estar preocupado —su amiga hurga en su bolso y saca un celular —
No te vio en toda la noche y…

—¡No! —Rosie se lo arrebata.

La miro extrañado.

—Yo juraría que… —empiezo diciendo, pero inmediatamente la rubia intenta un ridículo asesinato
imaginario contra mí con su mirada.

—…que no es nada grave y que estaré bien —completa.

—Es tu novio y te ama, Rosie, tiene que estar en las buenas y las malas…

19
—Vete, Danna —suelta sin dejar de sostenerme la mirada.

—¡No!, ni loca. No me voy a ir hasta que…

—¡Que te vayas! —se gira para gritarle.

—Siempre que bebes te conviertes en una vil perra —dice la monja por lo bajo y se pierde al doblar
la esquina del pasillo.

Alzo la cejas y retomo mi camino para irme.

—¡Espera!

Giro mi cabeza y la miro.

—No está padeciendo nada grave, señorita. Puede irse a su casa —la enfermera se levanta y se va.

Niego y río nasalmente. Retomo mi huida.

—¡Espera! —repite —. No tengo en qué volver a mi habitación, hace frío y no puedo entrar en taxi al
campus.

—No es mi problema —digo. La siento caminar detrás de mí.

—Por favor. Vivo cerca. No hablaré, no diré nada… si tú no dices nada, yo tampoco, je —ríe con
nerviosismo.

Me detengo y la enfrento.

—¿Crees que voy a ir contarle a alguien que estabas follando con otro que no era tu novio y que
segundos antes te lanzaste a besar a otro que, casualmente, tampoco era tu novio, en el lugar en el
que también estaba tu novio? No, muñequita, me da igual que seas una zorra.

—¡Zorra tu puta madre!

—Tienes toda la maldita razón —respondo caminando más rápido.

Salgo del edificio hasta llegar a mi auto. Entro y doy marcha hacia atrás para integrarme al flujo
denso de carros en la avenida. Odio los putos días festivos y más los nocturnos. Busco en mi celular
la ubicación del auto de Karmin. Sigue en la casa en la que estábamos. Vibra una llamada entrante y
la contesto.

—¿Tienes a Karmin?

—No, pero ya decapité al cerdo.

—¿Lo marcaste?

—Casi le escribo en su frente un “Ares Armani estuvo aquí” —ríe —. Es tuyo.

—¿Y Karmin?

—No soy un puto niñero como tú. Que se vaya a la mierda. Mejor para ti si la asesinan.

—Primero me matarían a mí y no voy a darles el maldito gusto.

—Tantas maneras de limpiar la mierda en tu vida y no las aplicas —suspira —. Lo único que escuché
fue que todos iban para un campus. No sé cuál es el puto campus.

20
Por el retrovisor del auto veo a Rosie caminar con las botas rojas colgadas alrededor de sus
hombros. Está temblando del frío.

—¿Campus, dijiste?

—See.

Cuelgo sin más. Doy reversa. Un par de autos hacen sonar sus alarmas, pero me importa una mierda.
Llego hasta ella y bajo mi ventana.

—Súbete.

—No —se cruza de brazos.

La gente sigue pitando.

—Súbete

—Ya te dije que no. Vete a la mierda —apura su paso.

—Estamos dentro de un gueto y si las bandas te ven vestida así, no van a dudar un solo segundo en
destapar a alguien que va vestida de un personaje hentai.

No me deja terminar de hablar porque abre la puerta trasera del auto e ingresa apresurada al
interior.

—Soy Sailor Moon, una guerrera invencible, no un maldito anime pornográfico. Siete calles abajo,
luego a la derecha por la Rutzville hasta llegar a una enorme portería de color gris con estatuas —
señala.

Acelero sin decir nada, siguiendo al pie de la letra sus indicaciones.

—No me considero una zorra… Es que, agh —se queja. La miro a través del retrovisor del centro —.
Casi siempre cuando tomo yo… Me pongo muy… —titubea —. Me pongo muy… Me excito
demasiado. Me prendo como fuegos artificiales durante año nuevo y necesito hacer algo fuerte para
apagarme. Amo a Derek, muchísimo, pero el alcohol me convierte en una vil perra como dijo mejor
amiga.

—¿Mejor amiga? —pregunto incrédulo. Nunca he entendido las relaciones y jamás lo voy a hacer.

—Sip. Aunque se portó horrible, voy a mandarla a la mierda también —exhala exhausta —. Y ya que
estamos hablando de esto, ¿por qué te quedaste mirando después de rechazarme un maldito beso?

—No me gustan las mujeres fáciles… —«en realidad no me gusta ninguna» —, pero no soy un idiota
para rechazar el porno en vivo.

—Mmm ya veo —dice pensativa —. ¿Te gustó?

—¿Qué?

—Que si te gustó ver como me follaban.

—He visto mejores espectáculos —digo y giro a la derecha.

—No me digas… Te vi bastante concentrado en mis tetas —se mofa.

—Estabas muy ebria y todavía lo estás. Los ebrios siempre ven cosas donde no las hay.

21
—No estoy taaaan ebria. Recuerdo muy bien lo concentrado que estabas. Dios, tuve el mejor
orgasmo de mi vida. Nunca había hecho algo así…

—¿No ibas a callarte? —la miro a través del retrovisor. Está sonriéndome y mi polla no colabora con
la situación. No debería estar así.

—Es cierto. Lo siento.

Ingresamos al extenso terreno que pertenece al campus de la universidad de… No sé como se llama,
ni tampoco quiero saber.

—Los dormitorios quedan al fondo —dice.

Escaneo el área buscando otra cabeza rubia con un cuerpo más bajo y robusto, pero solo veo un
montón de imbéciles ebrios correr de un lado a otro. No está en ningún maldito lado y aprieto fuerte
el volante para no perder mi control. Tengo que deshacerme de la rubia que tengo atrás primero,
antes de desatarme.

—¿Dónde es?

—Allí. El edificio B —señala.

Me detengo frente a este y espero a que baje. Tomo el celular y justo cuando estoy por revisar, la
batería anuncia que, una vez más, mi vida es una maldita desgraciada.

—¿Estás bien?

—Sí —respondo y aviento el maldito celular por la ventana.

—No parece…

—Lárgate. Tengo que ir a suicidarme —golpeo mi frente contra el volante.

—Oh dios, no. La vida es hermosa, no tienes que hacer eso. Ya verás que todo lo malo pasará en
algún momento. Como dicen por ahí: “No hay mal que dure cien años, ni cuerpo que lo aguante” —
pone la voz más grave para decir la ultima oración —. Todo mejorará, ya verás.

Giro mi cabeza para mirarla. Ha puesto su mano sobre mi hombro.

—No me toques.

—Lo siento —vuelve a disculparse.

—Deja de disculparte —la enfrento —. Me vale una mierda si actúas bien o no, haz que te valga
mierda a ti también. Si estás actuando mal es porque te sale de tus putos ovarios, asúmelo. Pedir
perdón es para los débiles.

Me fastidia la gente estúpida que va por la vida diciendo “lo siento, lo siento”. Que me sientan la
puta verga mejor.

—Sí, lo sien… ¡Agg! ¡Es que mentí! Sigo demasiado ebria. Quiero vomitar…

Me bajo rápido del auto y abro la puerta trasera para sacarla. Voy a dejarla tirada aquí. No la soporto
más. No puedo matarla, pero sí puedo abandonarla, eso no es tan delictivo. La tomo de un brazo y la
atraigo hacia mí.

—Espera no, no me muevas…

22
Intento sacarla, pero justo cuando la tomo en brazos vomita toda mi maldita ropa. Por inercia la
suelto y cae de bruces al suelo.

—¡Mierda! —se queja.

Esto es un jodido y completo desastre. Voy a matarla, definitivamente voy a hacerlo. La tomo de la
parte trasera de su cabello y la obligo a ponerse de pie.

—¡Suéltame, maldito animal! —exclama mientras trata de deshacer el agarre que fuerzo en su
cabello.

—Ni ser una tonta guerrera invencible te liberará de esto. Voy a matarte.

—¿Rosie? —la voz de una mujer me obliga a detenerme.

Ambos giramos nuestras cabezas levemente hacia la izquierda.

—Shey —responde la rubia. Sonríe con nerviosismo y me mira — Suéltame —susurra entre dientes.

Sin saber porqué, obedezco.

—¿Estás bien, amiga? ¿Te está haciendo daño? —es otra vez la mujer vestida de conejo.

—No, no, no. Es… ya sabes, BDSM y esas cosas de excitante dolor.

Su mirada viaja de mi a ella varias veces más. La trigueña me mira de extraña manera.

—¿Quién es el?

—Él es… Arturo —me mira —. Sí, Arturo. Un amigo, amigo —usa un tono extraño en la última
palabra.

Sonrío sin ganas.

—Ahhh, entiendo. ¿Entonces todo bajo control?

—Sí, Shey. No te preocupes.

—Me quedaré a con Danna. Me contó que la llamaste vil perra.

—¡Yo no lo llamé así! ¡Fue ella! Es una maldita perra mentirosa —Rosie dice realmente molesta.

El olor a vomito me tiene con exageradas ganas de arrancarle la cabeza a dos malditas locas de
mierda.

—Como sea. Dejen el puto drama. Cuídate —se despide con la mano y se larga.

Espero que tome más distancia y desaparezca al cruzar en una esquina para volver a tomar a la rubia
del cabello, pero ella me esquiva y me señala.

—Tócame otra vez y voy a gritar.

—Voy a estar encima de ti antes de que siquiera abras la boca —doy un paso hacia ella y vuelve a
esquivarme.

—¡Ya no sé como más decir que fue mi culpa y que lo siento! No quería arruinarte la maldita noche.
No debí salir, mierda. Esto me pasa por estúpida. Debería estar durmiendo para levantarme mañana
temprano a hacer ejercicio y luego ir a visitar a los cuadriculados de mis padres, en su cuadriculada

23
casa llena de las medallas de mi maldito e imbécil cuadriculado hermano mayor…—camina de lado a
lado como una loca —. ¡Ahhhhhh! —grita y después de unos segundos cambia su expresión a una
más dulce. Camina hacia mi y me toma de la mano, intento zafarme, pero ella me agarra con firmeza
—. Déjame limpiarte y prestarte un cargador para tu celular —me jala mientras avanzamos. Se
agacha cuando ve el celular y lo recoge —. Esperemos que todavía funcione.

—El auto… —es lo único que logro que salga de mi boca. Estoy consternado, tal vez ella sí esté más
demente que yo. Le dije que iba a matarla y acaba de invitarme a su dormitorio su dormitorio.

—No le pasará nada.

No me opongo a ir con ella. Debo comunicarme con Karmin, Enzo y Zaik. También quiero quitarme
de encima esta mierda de vómito. Mis ganas de matarla vuelven, pero me controlo por unos cuantos
segundos más.

Ingresamos a la edificación y una vez dentro del ascensor, ella oprime el botón número dos.

—Pudimos subir las escaleras. Solo era un piso —hablo.

—Me da pereza subir escaleras.

Las puertas se abren y salimos. Rosie aún tiene su mano envuelta en mi brazo. Demoré en repudiar
el toque. Me zafo y ella no se inmuta, sigue caminando hasta el dormitorio 204. Abre sin ningún tipo
de llave. Debo agacharme un poco para pasar por la puerta. Odio que hagan marcos tan pequeños.

Cierro la puerta detrás de mí. Me fijo en todas las cosas color rosa que tiene.

—No hagas esa cara. Es mi maldito gusto y no dejaré que nadie más se burle.

—Esta cara es porque una maldita ebria vomitó encima de mí —doy un paso amenazante hacia ella.

Por más que quiera asesinarla, eso me retrasaría horas. Voy a limpiarme, cargar el celular y luego me
largaré.

—Ya te dije que… —aplasto sus labios con mis dedos.

—Cállate —ordeno —. ¿Lo harás? —asiente con la cabeza —Muy bien, ahora, muéstrame tu baño,
muñequita.

24
CAPÍTULO 04

Ares
Me he quitado el abrigo y la camiseta negra. Estoy tratando de limpiar los grumos del vómito de la
maldita rubia, pero por más que estrego la prenda bajo el chorro del agua del lavabo, no sale ni una
mierda.

Renuncio a cualquier intento de querer estar limpio. No soporto la porquería, a excepción de la


sangre, pero eso ya es más costumbre que otra cosa.

—¿Lograste hacer algo? —Rosie asoma su cara detrás de la puerta.

—No.

—Mira, tengo esta —me extiende una camiseta blanca —. Es de mi novio… o eso creo.

—Prefiero usar tu vómito encima.

—Tomaré eso como un cumplido —ingresa totalmente al baño —. Está limpia. Susy lava todo lo que
se queda aquí.

Deja la prenda sobre el tocador.

—No —dejo la camiseta tirada y paso por su lado hacia la salida.

Resopla con fuerza.

—Déjame. Yo la lavo.

Giro mi cabeza. Ha empezado a hacer lo que yo estaba haciendo antes, solo que ella lo hace con más
delicadeza y esfuerzo. Tiene el cabello húmedo, esta limpia y su aroma a flores es más soportable
para mi olfato que el de vainilla que tenía anteriormente. Su pijama rosa de cerdos es ridícula.

—¿Dónde te bañaste si yo…? —pregunto y me arrepiento. No debería estar iniciando ninguna


conversación con ella.

Debería estar desangrándose en algún terreno, pero su amiga la salvó. Ahora no tengo más remedio
que dejarla viva.

—En las duchas comunitarias —responde. Me paseo por todo el lugar. No es un simple dormitorio,
es un apartamento con una cocina, sala de estar, dos habitaciones y un baño —. Solo hay 3 lugares
así en todo el edificio. Y antes de que pienses que soy una niña rica y mimada, te diré que sí, pero
también trabajo. No gano mucho, pero me gusta ayudar a las personas.

Sigo paseándome por el lugar. Detallando todo conforme me muevo. Todo es muy rosado, lleno de
flores, estrellas o corazones. Al fondo hay una ventana acompañada de un balcón, sillas, un librero y
decenas de cuadros de pintura amontonados. Me detengo frente a un caballete con un dibujo a
medio hacer.

—No sale. Tengo que fijarme en lo que como. Esto también puede pegarse a mi estómago y
causarme algo, qué horror —dice. No la miro. Mis ojos siguen tratando de descifrar el extraño dibujo
—. Es un intento de imitación de mi pintura favorita. Se llama “los amantes” del pintor René

25
Magritte —son dos manchas blancas uniéndose en un punto, que ahora puedo interpretar como sus
bocas. Ella se acerca, toma un pincel y traza sus cuellos —. Sería algo así.

—Sigo sin entender porqué las bolsas sobre sus cabezas.

—Las bolsas simbolizan la ceguera que causa el amor. La mayoría de los enamorados no ven a nadie
más alrededor, pero tampoco entre ellos pueden ver sus verdaderos rostros, son un misterio incluso
uno para el otro —explica —. Pero yo estoy haciendo mi propia versión y eso le cambia el
significado.

—¿Cuál sería?

—“Los obsesionados” —dice y la miro. Está observando el dibujo con bastante concentración —.
Para mí, nunca podrá ser amor si las bolsas no desaparecen. El amor debe ser transparente, pero
cuando ambos deciden cegarse y no ver lo mal que les hace el otro, es obsesión. Una sucia y cochina
obsesión.

—O tal vez solo quieran follar y les de igual el resto —agrego y causo que ella me mire.

—También podría ser eso. La obsesión viene acompañada de dependencia sexual.

Una incómoda batalla de miradas fijas se inicia entre nosotros. Ya no tiene el rostro hecho mierda.
Se ve aún más joven y angelical. Sus ojos están inyectados en rojo, sus mejillas y sus labios siguen de
la misma manera. Rompo el contacto visual después de unos segundos.

—Tengo que irme —me muevo hacia la salida. Sin tener más opción, tomo la camiseta blanca y la
paso por mi cabeza.

—No, espera. Hice algunos sándwiches. Debes tener hambre. Yo la tengo, después de embriagarme
me da muchísima.

—Vaciaste todo tu puto estómago en mí, es normal que tengas hambre.

—Ohh, es cierto. Pero así no vomite, también me da hambre —se encoge de hombros.

—¿Qué hora es? —pregunto.

Tomo el celular e intento encenderlo, pero es un fracaso. La pantalla está completamente rota.
Respiro hondo y aprieto el aparato en mi puño.

—Son las… —sale corriendo hacia su habitación —. ¡Son las tres de la mañana!

—Mierda.

Enzo hará mi maldita vida más miserable de lo que ya es. Mis ganas de asesinar a alguien se van a
calmar en Karmin, definitivamente de esta no sale viva.

Tomo mi abrigo sucio y decido llevarlo en la mano. Camino a la salida, pero la rubia aparece y me
bloquea el paso.

—Te dije que hice sándwiches —cruza sus brazos sobre su pecho —. No vas a dejarme con eso
hecho.

—Si supieras quien soy no estarías bloqueándome la salida, estarías intentando escapar por la
maldita ventana. ¡Apártate! —levanto la voz.

26
—Esta es mi manera de disculparme. ¡Come! —señala la pequeña isla de la cocina. Hay dos platos
con comida sobre ella.

—Apártate.

—No —sonríe como si la situación fuese divertida, pero la que tengo planeada en mi cabeza, si ella
no se quita, es todo lo contrario —. Intenta relajarte, te ves muy estresado. Ven come y cuéntame
porqué debería estar intentando escapar por la ventana.

—Soy un asesino.

Blanquea sus ojos.

—Y yo Sailor Moon, bueno era —se gira y le echa llave a la cerradura. Llave que luego guarda entre
sus tetas —. ¿Sabes cuánto me costó ese maldito disfraz? —llora falsamente mientras va hasta la isla
y se sienta en un taburete.

La hija de perra me ha encerrado.

—¿Qué mierda acabas de hacer? Voy a arrancarte la maldita cabeza —me acerco a ella e intento
arrebatarle la llave.

—¡Oye! —manotea mi pecho y se aleja—. Si quieres tocarme las tetas, al menos invítame a cenar
primero, puto animal.

—Rosie —advierto.

—Me gusta más cuando me dices «muñequita» —sonríe —. Vamos, come y te dejaré libre. Solo
quiero arreglarte un poco la noche y sé que mi sándwich lo hará. Sé cocinar muy bien, muy bien.

Nunca había querido morir tanto como hoy. Huelo a mierda. No pude terminar mi trabajo. Y para
rematar, estoy secuestrado por una estúpida rubia que no debe pesar más de 60 simples kilos. No he
comido nada en todo el día y lo que hay en el plato realmente se ve bien. Lucho contra mis
demonios para no clavarle el cuchillo de la mantequilla en un ojo y me apago. En la habitación de
hotel, no me espera nada más que cigarrillos y comida congelada.

Me siento y tomo el sándwich para llevarlo hasta mi boca. Lo muerdo y automáticamente cierro los
ojos para disfrutar del sabor.

—¿Ves? Sabía que te iba a gustar —se hace a mi lado para comer también, pero se para de nuevo —.
Lo olvidaba —va hasta el refrigerador —. ¿Qué quieres de tomar? Tengo refrescos, jugo de naranja,
yogurt, agua, té, café…

Me da la espalda mientras se inclina para revisar el interior. Sus pantalones cortos me regalan una
vista de la mitad de su redondo y pequeño trasero. No estoy entendiendo que está pasando con mi
polla cada que la veo.

Tal vez ella sea una de las pocas excepciones.

Qué asco.

—Café —digo de inmediato.

—¿Café? —me mira y arruga la nariz —. Eso sabe asqueroso y no te dejará conciliar el sueño y
créeme, amigo, en tu cara se ve que necesitas dormir.

27
—No soy tu amigo —digo y vuelvo a dar otra mordida.

—Es un decir… —blanquea otra vez sus ojos —. Pero podemos ser amigos si quieres. ¿En serio
quieres café? Puedo brindarte cualquier otra cosa. Tengo muchas frutas, te haré tu jugo favorito,
¿cuál es?

—¿Siempre haces esto?

—¿Qué cosa? —pregunta sacando varias frutas de la nevera entre sus brazos. Una manzana se le cae
y se agacha para recogerla, un par más se le caen y también las recoge. Pone todo en el mesón.

Es tan torpe.

—Vomitar sobre personas e invitar a desconocidos a tu casa, encerrarlos, darles comida y hacerles
jugo de fruta.

Voltea y mira hacia arriba como si estuviera recordando.

—Nop. Jamás lo he hecho —responde y empieza a lavar las frutas —. Como no me quieres decir qué
te gusta, te haré una combinación. No entiendo como te puede gustar el café.

No es que no le quiera decir, es que no sé qué mierda me gusta. En los lugares que me mantenía
cautivo Enzo, el café era lo único que me ofrecían y obligaban a beber.

—Yo no dije que me gustara el café.

Voltea su cabeza y me mira absorta.

—¿Entonces por qué mierda me pediste café?

—Estoy enseñado a tomarlo.

—Qué horror, amigo. Si algo no te gusta, no deberías tomarlo. Te ofrecí muchas bebidas, pero sé
que esta se transformará en tu favorita —pica algunas frutas y las echa a la licuadora —. Como dice
mi amiga Shey: “No hay que perder el tiempo haciendo algo que no nos gusta, cuando podemos
usarlo para hacer lo que nos gusta dos veces y hasta más”.

—¿Por qué te tiraste sobre mi auto? —pregunto cambiando el tema por completo.

Enciende la licuadora y levanta su índice. Sus labios se mueven y se traducen en “dame un segundo”.
El molesto ruido llena el lugar, un minuto pasa hasta que decide apagarlo. Para este momento ya he
dejado mi plato vacío y me siento un poco mejor.

Rosie vierte el contenido en un vaso y me lo entrega.

—Pruébalo. Tiene banano, fresa, mango y yogurt. Espero no seas intolerante a la lactosa. Mi
hermano lo es. Su dieta es horrible, solo toma agua, carnes, vegetales… Dios, come demasiada
proteína.

Ignoro todo lo que dice. Preferiría escuchar todo el día el ruido de una licuadora que la irritante voz
de la rubia.

Miro el vaso de plástico rosa con brillantina.

—¿Tienes algún problema mental? —pregunto con seriedad.

28
—No, pero yo creo que tú si lo tienes y debe ser uno muy grave porque tomar café cuando lo
detestas, no es algo de personas sanas. Bebe.

Miro el licuado y para que se calle la maldita boca, me lo llevo hasta los labios y empiezo a beberlo
rápido.

—¡Oye! ¡No! —me toma de la muñeca y me suelta rápido —. Tómalo con calma. Disfrútalo,
saboréalo —la miro con disgusto —. Deja de mirarme así, o sea, no voy a negarte que es bastante
atrayente y caliente que me mires como si quisieras matarme, pero no todo el tiempo y menos
cuando te he alimentado.

Doy un leve sorbo y por primera vez en mi vida, puedo decir que acabo de comerme algo delicioso
con placer y no porque sé que tengo que alimentarme para sobrevivir.

—Me largo —me levanto cuando termino.

—¿Quieres algo más antes de irte? —camina conmigo hasta la puerta —. Puedo hacerte una tortilla
francesa, otro sándwich, un pollo al horno, lo que más te guste.

—No me gusta nada.

—Amargado —susurra.

Abre la puerta y salgo, pero me acuerdo de una respuesta que me debe y meto la mano antes de
que cierre.

—¿Por qué te tiraste sobre mi auto? —vuelvo a preguntar.

Se muerde el labio.

—Es una larga historia —responde.

—Resúmela.

Arruga el rostro.

—Dejemos claro que estaba muy ebria, ¿ok? —asiento con la cabeza y la invito a continuar —.
Bueno, estaba follando… como pudiste ver muy bien, y me gustó, pero luego me asusté porque si
entraste tú, cualquiera lo pudo haber hecho y quise irme de inmediato porque no quería ver la cara
de Derek —niega —. Me follé a su mejor amigo y no tengo tanto descaro como para luego ir a
besarlo después de haberle mamado la polla a…

—Hablas demasiada mierda, mejor me voy.

—¡No he terminado de hablar! —me toma del brazo y me zafo con rudeza —. Entiendo, no te toco,
pero espera. Sigo la historia, corrí mucho y luego alguien me llamó, no te vi y pues bueno, terminé
en el maldito piso. Fue mi culpa.

—Lo sé.

—Lo siento.

—No lo sientes.

—No, fue lo más interesante que me ha pasado en todo el año —resopla.

Exhalo irritado. Me giro para ir hacia las escaleras.

29
—¡Oye! ¿Volveré a verte?

—Claro que sí… —sonrío con falsedad —, en tus malditas pesadillas, muñequita.

Desciendo los peldaños con rapidez y voy con prisa hasta mi auto. Doy vueltas por el campus
tratando de encontrar a Karmin, pero renuncio. Estoy cansado hasta la mierda.

Después de media hora, llego a la habitación del hotel y lo primero que hago es darme una ducha a
profundidad. El teléfono del lugar suena y decido no responder. No tengo energía para soportar a
ningún otro estúpido. La delgada rubia se llevó toda mi paciencia y hasta más.

Después se secarme, me tiro sobre la cama. Tengo el miembro duro pidiendo atención. Mi
inconsciente sigue reproduciendo el recuerdo de la maldita rubia siendo follada. Envuelvo mi mano
alrededor de mi erección y empiezo a golpearme con fuerza de arriba abajo.

Sus gemidos, sus tetas, sus malditos ojos de cristal y su cara angelical que se vería mucho mejor llena
de mi semen caliente. Evoco cada gota de sudor sobre su cuerpo y cada movimiento mientras
alguien más la follaba.

Es la tercera vez que la polla se me pone dura por culpa de una mujer y la primera vez que me
masturbo pensando en una.

30
CAPÍTULO 05

Ares
Aspiro con bastante fuerza el humo del cigarrillo. Lo retiro de mi boca y me fijo en él. Fuerte, denso y
amargo, igual que mi maldito deseo sexual. Aspiro una vez más antes de tirarlo y aplastarlo con la
suela de mi bota. Fumar es una de las pocas cosas que disfruto, las cuales podría contar con los
dedos de una sola mano.

—Enzo está esperándote —dice esa voz. Maldita y perra voz.

—Voy a fumarme otro cigarrillo más.

Su presencia me fastidia en la espalda. No soy ni capaz de girar para verla. Nunca he podido fijarme
en sus ojos más de dos segundos. La repudio.

—Sabes que no le gusta que lo hagan esperar —vuelve a hablar.

—A mi no me gusta tu maldita presencia y tengo que soportarla —me doy una media vuelta y quedo
frente a ella —. Acabo de cortar en pedazos el cuerpo de un maldito obeso de 200 kilos. Merezco un
descanso.

Me quito el delantal y se lo lanzo. Da un salto hacia un lado para esquivarlo.

Lleva un vestido color vino tinto sin mangas hasta debajo de sus rodillas. Su cabello negro está
completamente recogido. Sus ojos son del mismo color, oscuros como el alquitrán. El estómago se
me retuerce.

—Las personas resentidas son muy divertidas —sonríe. Las arrugas alrededor de sus ojos se marcan
aún más.

—Espero también ver esa sonrisa el día que mate a tu esposo y luego a ti —doy un paso hacia ella.
Cruzo el charco de sangre que hay bajo mis pies.

E lugar no huele muy bien, si se ve muy bien, pero a ella jamás le afecta estar en la carnicería.

—Mi amor… —su cuerpo se pega el mío y me quedo inmóvil. Sus manos me toman la quijada —. El
día que tu asesines a mi esposo… Ese día me harás la mujer más feliz del mundo y sabes como soy
cuando estoy feliz.

Se empina para impactar su boca contra la mía. La tomo de su cabello y jalo hacia atrás.

—Te tomaste bastante en serio lo de no querer que te toquen, ¿eh? —sigue sonriendo.

—Vuelve a hacerlo y voy a ir por Karmin esta vez —amenazo y la suelto con fuerza.

Pierde el equilibro y cae al suelo ensangrentado. Emprendo mi ida hacia la oficina de Enzo. No voy a
molestarme en limpiarme.

—¡Maldito animal! —grita a mis espaldas.

Pongo otro cigarrillo en mi boca y lo enciendo.

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—Busca algo más original —digo levantando mi cigarrillo después de darle una calada —. Salud —
tiro el cigarrillo y retomo mi camino. Subo las escaleras y llego al primer piso.

Esa hija de puta tiene un lugar asegurado en mi cementerio personal. Uno donde no entierro
cuerpos, pero sí cuelgo cabezas y riego partes.

—Iba por ti —Enzo aparece en mi campo de visión.

—Estaba fumando —paso por su lado y sigo hasta entrar en la oficina.

Me dejo caer sobre el sillón.

—Párate —ordena.

—No. La próxima envíame un asistente o algo, odio cortar tanta grasa solo.

—¡Estás lleno de sangre, maldita sea! —alza la voz.

—¿Por qué te sorprende? —me pongo de pie y lo enfrento —. Estaba asesinando para ti, ¿cómo
debería estar?

Me desafía. No quito mi mirada de él hasta que se rinde y retrocede.

—Tenemos que deshacernos de los rusos antes de que ellos logren hacerlo con nosotros —comenta.

—La bratva puede venir y comer de mi mierda. Tal vez sí lleguen a ti, pero a mí, jamás.

—Trabajas para mí, Ares. No olvides que puedo…

—Ya me sé la amenaza —vuelvo a tirarme en el sillón —. ¿Qué necesitas?, ¿ya puedo largarme de
Alemania?

—No, aún no. Vinimos aquí por una razón.

—¿Cuál?

—Necesito la cabeza de todos los miembros de una familia, una bastante poderosa aquí en Alemania
—explica.

—¿Nombres?

Desliza una carpeta sobre su escritorio. Me levanto para tomarla y ver la información puesta en las
hojas de papel blanco que mancho a medida que paso las páginas.

Devorah Schäfer de 45 años, Braun Schäfer de 52 años, Danna Schäfer de 21 años y Derek Schäfer de
21 años también.

Mellizos.

—Necesito muertes separadas. Uno a uno, empezando por alguno de sus hijos —habla.

—¿Qué hicieron? —pregunto sin dejar de mirar la fotografía de Danna. Es la monja de la fiesta.

—Braun ha sido un buen socio de la Cosa Nostra, ha ganado millones gracias a nosotros. Es quien
retiene y lava el 10% de todo nuestro dinero aquí en Alemania, pero ha decidido colaborar con una
especie de organización secreta de la que no se conoce absolutamente nada —explica —. No quiero
muertes rápidas. Necesitaré pruebas para enviarles a sus padres cuando tengas a alguno de sus
hijos. La idea es sacarles el nombre de la maldita organización.

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—¿Cuánto tiempo tengo?

—Todo depende de lo que ellos nos revelen, pero sugiero que empieces esta misma noche —dice y
me giro para marcharme —. Ah y cuando tengas a alguno, que esté presente Karmin.

—No voy a seguir siendo un puto niñero. Ella jamás será una asesina. No tiene sangre fría, es una
maldita cojonuda y lo único que quiere es follar a cuanto hombre se le cruce —escupo.

—¡Que esté presente! —grita alterado.

—Cálmate. Estás viejo y podrías tener un infarto. No queremos que el italiano amo supremo muera
tan rápido —río y abandono el lugar.

Saco otro cigarrillo. Lo pongo en mis labios y lo enciendo con la misma mano llena de sangre,
mientras que con la otra grabo en mi memoria la imagen de mi próxima víctima.

—Danna Schäfer —pronuncio —. Ha llegado tu hora.

Odio que me llamen. Detesto las llamadas, detesto hablar con la gente, no soporto sus estupideces.

—¿Cuántos celulares vas a hacerme botar hasta que entiendas que no quiero hablar contigo?

El sol ha empezado a descender y colarse entre los vacíos arboles.

—Todos los que consigas —se carcajea —. Te tengo una invitación, söt.

—Estoy ocupado —respondo mirando desde lejos a mi objetivo.

—No vas a tardar más de una hora. Sabes que conmigo las cosas son rápidas y efectivas.

—¿Cuándo vas a dejar de joderme la maldita existencia?

—Nunca.

La castaña se mueve entre la gente hasta encontrarse frente a frente con la rubia. Comienzan a
discutir acaloradamente.

«Muñequita».

La rubia está usando una falda de flores lo bastante corta como para este clima. Lleva un abrigo rosa.
Una cinta adorna su cabello suelto.

Es tan repulsiva.

—¿Qué mierda haces?

—Vigilo mi próxima presa.

—Uhh. Quiero ayudarte.

—No. Déjame ser un miserable tranquilo.

—Encontré un lugar aquí en Berlín.

—Ya te dije que no puedo…

—Tienen las mismas reglas solo que…

33
—¿Solo que qué?

—Si en Roma lo frecuentan veinte… Aquí en Berlín vienen cien.

La invitación me tienta. Levanto la vista para buscar a la castaña, pues me quedé como un idiota
detallando a la rubia.

—Te llamaré después —digo y cuelgo.

Entro al auto cuando veo a Danna ingresar al suyo. Me olvido de Rosie y acelero cuando la castaña lo
hace. Conduzco detrás de ella a una distancia prudente.

4 kilómetros después, estaciona frente a un bar bastante elegante. Agradezco haberme vestido bien
hoy. Un gabán negro hasta mis rodillas cubre casi todo mi cuerpo, junto con una camisa de botones
también negra y pantalones del mismo color. Estaciono y bajo con una faceta de elegancia que
nunca me enseñaron, pero que tuve que aprender para atraer a mis víctimas.

Ingreso como si no buscara a nadie y me siento frente a la barra. Espero que aparezca alguien para
atenderme, pero me llevo una grata sorpresa cuando es ella quien lo hace.

—Yo te conozco… —repara.

—¿Perdón? —pregunta con fingida extrañeza.

—Tú —me señala —. Eres el que atropelló a Rosie.

—Ella se lanzó y exageró todo el problema —digo sin más.

Ella escudriña mi rostro y se rinde cuando ignoro sus expresiones.

—¿Qué le sirvo?

—Killepitsch. Con hielo —pido sin mirarla.

—Ya mismo.

Fijo mis ojos en el televisor del fondo. Están presentando las noticias del incendio del día de ayer en
esa cafetería.

—Qué evento tan desafortunado —comento mientras tomo algunas nueces servidas sobre la barra.

—Es primera vez que te veo por aquí —dice ella y pone frente a mí el fuerte licor.

Lo bebo de un solo trago.

—Y tal vez sea la última —la taladro con mi mirada y luego cambio mi postura —. Me iré pronto de
la ciudad, no soy de aquí.

—¿Italiano? —inquiere.

—¿Tan obvio soy? —sonrío.

—El acento te delata, pero tu alemán es bastante bueno —apoya sus codos sobre la barra —. ¿Cómo
lo aprendiste?

La tengo.

—Mi trabajo exige que aprenda algunos idiomas.

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—¿Cómo cuales?

—Sé italiano, claro está, inglés, alemán —me encojo de hombros —. Francés, ruso y español. Eso sí,
no sé mucha gramática, todo lo aprendí gracias a las personas que frecuento.

—Vaya… —dice absorta. Esto siempre sucede con mis víctimas. Puedo ser un hijo de puta
encantador cuando me lo propongo —. ¿Y en qué trabajas?

—Trabajo para un enorme banco y cobro algunas deudas alrededor del mundo.

—¿Viniste a cobrarle a alguien aquí? —pregunta interesada.

—Lo haré esta misma noche.

—No sabía que los bancos trabajaran de noche.

—Los bancos no, pero los cobradores sí.

—Oh, entiendo —dice y sé que no entiende una mierda.

—Solo venía por un trago. Debo retomar mis labores —saco mi billetera.

—Oh, no, no, la casa invita. Este lugar, como muchos otros más, es de mis padres —sonríe a modo
de coqueteo. Ella es aún más repulsiva que Rosie.

—¿Trabajas aquí? —indago.

—Algo así. Sirvo uno que otro trago —pestañea demasiado. Sus ojos oscuros no me transmiten nada
—. Y cumplo un horario.

—¿Y a qué hora sales hoy? —ablando el tono de mi voz.

—A las once… —sigue pestañeando como estúpida y toma un mechón de cabello lacio entre sus
dedos.

—Pasaré por ti —le guiño un ojo. Ella asiente con su cabeza mientras sonríe y me doy media vuelta
para salir del lugar, pero antes caigo en cuenta de algo —. Guardemos en secreto nuestra salida. No
quiero que tus amigas vayan a juzgarte por haber salido con el hombre que atropelló una de ellas.

—No pensaba hacerlo, pero no era por eso.

—¿Entonces por qué? —pregunto, esta vez, con bastante curiosidad.

—Porque Rosie no ha dejado de hablar de ti en todo el día. Ni Shey, ni yo la soportamos y no quiero


tener roces con ella por un chico.

—Entiendo, no habrá problema. Hasta entonces, bonita —le sonrío por última vez para desaparecer
por la puerta.

Tomo mi celular para devolver la llamada.

—¿Dónde queda?

No soporto que me último orgasmo haya sido en nombre de ella.

—Sabía que no podrías resistirte a la perversión.

—Una estúpida frase más y no iré a ningún lugar.

35
Ingreso al auto. Ha empezado a llover.

—Te enviaré la ubicación en un mensaje. Te espero ansioso, söt.

Despego el aparato de mi oreja y seguido entra el mensaje con la ubicación. Memorizo todo y lo
lanzo a la guantera. No planeo contestar ni atender nada mientras estoy en ese lugar. Partiré antes
de las 11 para encontrarme con la castaña e invitarla a un romántico lugar para luego llevarla a la
carnicería y cortar pequeñas partes de su cuerpo.

Hoy será una buena noche para mí.

El lugar es un hotel abandonado a las afueras de la ciudad. La fachada se está cayendo en pedazos y
la maleza crece sin control por todo el jardín. Las ventanas están cubiertas con tablas, pero al
ingresar, el interior me sorprende.

Luces de neón color azul eléctrico adornan los techos. Todo el mobiliario del lugar es
excéntricamente moderno.

—Bienvenido —Zaik habla a mis espaldas —. ¿Quieres ponerte cómodo?

—No. Recuerda mis reglas.

—Aquí tal vez no te las acepten —repara.

—Eso ya lo veremos.

Sigo adentrándome más en el lugar hasta empezar a toparme con las personas, en su mayoría
hombres. Este es un lugar lleno de la lujuria más oscura. Quien entra aquí sabe a lo que se debe
atener. No existen los «no». Si cruzas la puerta eres consciente de que a todo debes estar dispuesto
o dispuesta… Son muy pocas las mujeres que se atreven a venir. Aquí no hay necesidad de parejas,
aquí vienes a follar hasta el cansancio con quien sea. No importa el sexo, la etnia o la orientación
sexual que se tenga.

Esto es un «todos con todos» que disfruto ver. Solo ver.

—Señor… Las reglas del lugar exigen que esté desnudo, no puede… —encuello e impacto al pequeño
hombre contra la pared.

—Tengo mis propias reglas. No vengo a tocar, solo a ver y si no quieren una maldita masacre, es
mejor que me dejen en paz —suelto con fiereza.

—No va a tocar a nadie y eso no le hará daño a ninguno —Zaik viene detrás de mí. Él si está
completamente desnudo —. Pagaré todo lo que pidan.

—Está bien… —responde el hombre con esfuerzo. Dos hombres de mi altura, vestidos de negro,
hacen aparición —. Todo está bien, ya arreglé todo. El hombre pagará muchísimo solo para ver. Aquí
cumplimos todos los fetiches por un enorme precio y esta vez no haremos la excepción con usted,
señor —masajea su cuello cuando lo suelto.

—Perfecto —dice el rubio golpeándome el hombro —. Hora de que me veas en escena.

Zaik camina con toda la seguridad que siempre ha desprendido. Él folla lo que se le cruce. No
discrimina y las personas a su alrededor suelen rogar para el rompa sus entradas con el miembro
que lleva erecto entre sus piernas.

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El lugar está repleto de orgías compuestas por solo hombres. Hasta ahora no he visto la primera
mujer. Al parecer las alemanas no son valientes.

Entramos a una de las habitaciones. Hay una cama enorme en medio con unos 30 hombres encima.
Todos están follando con todos de una manera que no es nada gentil. Penetran sus anos con fuerza
y se succionan las pollas sin descaro.

Busco un lugar para sentarme y observar el espectáculo. Zaik se incorpora de inmediato y es bien
recibido por más de 4 personas que han empezado a lamer todo su cuerpo. Dos de ellas se ocupan
de su erección haciendo un recorrido con sus lenguas por toda esta.

El rubio echa su cabeza hacia atrás. Zaik ama las malditas orgías, una sola persona nunca es
suficiente para él. Desabrocho mis pantalones. Saco mi polla y empiezo a mover mi mano sobre ella
de arriba abajo.

Agradezco que en la escena no haya ninguna mujer, pues repudio a la mayoría de ellas. Sobre todo,
a esa de cabello negro que me usó desde antes de siquiera aprender lo que era follar.

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CAPÍTULO 06

Rosie
Toda mi vida estuvo rodeada de hombres estrictos con uniforme. Dos hombres para ser exacta, mi
padre y mi hermano mayor. Me encantaría decir que mi madre y yo éramos mundo aparte, pero
sería una completa falacia, porque Susan Wegner también era una de ellos, aunque aún más
superior

—Podrías estar en un mejor lugar —dice escaneando mis cosas para luego fijarse en mí —. Párate
derecha.

Lo hago de inmediato. Siempre que ella viene a visitarme, paso de sentirme como una universitaria
que estudia arte a un soldado del ejército alemán.

—Me gusta este lugar.

—Siempre has tenido gustos un poco… normales —sigue moviéndose por todo el lugar —. Tu padre
quiere celebrar tus 21 años con todos sus colegas. Tiene pensando invitar al presidente y a su hijo
Dominik para presentarlo ante ti. Te cuento que esa familia no solo tiene poder político… Sus
empresas de fabricación de armamento y munición son las más grandes en el mundo. Gerard y yo
estamos interesados en que haya una formalización para que obtengas un poco más de poder.

—¿Obtener poder yo o ustedes? No estamos en 1900, Susan —hablo recordando que odia que la
llame por su nombre.

—Pero las leyes sí —me enfrenta —. Y un matrimonio, por muy asunto religioso que sea, es algo
que nos da la ley para unir más leyes.

—No voy a casarme con ese idiota, tengo novio —me cruzo de brazos.

Ella alza el meltón y se ríe de manera retorcida.

—Hoy tienes novio… Pero haces dos semanas mientras te follabas a uno de los cadetes de tu padre,
no.

—Fue culpa de él.

—¿Abusó de ti?

—No, por supuesto que no —refuto.

—¿Entonces?

—Tuvo que resistirse a mi poder y no lo hizo.

—Eres tan idiota, Rosie —niega con la cabeza gacha —. Una mujer inteligente sabe que hasta su
belleza puede usarse como un arma, tú tienes algo aún mas poderoso y es la inocencia que reflejas.
No manches tu maldita imagen. Fóllate a todos los hombres que quieras, pero hazlo sin que nadie se
de cuenta.

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—A ver si entendí —digo y echo mi cabello hacia atrás —. Me hablas de matrimonio y luego me
das tips para ser infiel… Quieres me case con el tal Dominik, pero estás dándome permiso de
engañarlo. Qué descarada, Susan.

—Deja de decirme así.

—Así te llamas.

—¡Soy tu madre! —exclama con furia.

Blanqueo mis ojos.

—¿A qué más viniste? Tengo un cuadro que terminar y otro hombre que follar —cruzo los brazos
sobre mi pecho y me fijo en el reloj de la pared. Faltan quince minutos para las ocho.

—¿Haces lo mismo todas las noches?

—No, no, como crees —sacudo mi mano —. No todas las noches pinto.

—Eres insufrible —vuelve a negar. Toma aire y me mira. Se está armando de paciencia —. Necesito
que le hagas un favor a Maximilian, bueno a todos.

—¿Tan importante es ese hombre que no pudo venir o llamarme para pedirlo personalmente?

—Sí.

—Increíble —me dejo caer sobre mi sillón color blanco —. ¿Qué necesita mi bello hermanito?

—Que recojas a tu amiga Danna al salir del trabajo —dice y toma su bolso de Prada.

—Ya no me hablo con ella, ni siquiera con Shey. Estuve contándole algunas cosas sobre un chico que
llamó mi atención y fue a decírselo a Danna y sé que ella se lo dirá a Derek, es tan buena hermana la
malnacida… —digo la última frase con sarcasmo.

—Termina todo con Derek —ordena.

—No, realmente me gusta. La mayoría de los hombres que son buen polvo no invitan a citas, con
ellos vas a lo que vas, pero Derek es ese tipo de hombres que debe equilibrar lo malo que es en el
sexo tratándote bien y haciéndote sentir especial, y eso me encanta.

—Tu perdición llegará cuando te enamores de algún tipo de los que «van a lo que van» y también
quieras que te haga sentir especial —camina hasta la salida, pero antes de irse agrega: —. Ten
cuidado, Rosie. No llegues tarde a recoger a Danna.

Le sonrío y la despido con mi mano.

Me quedo mirando las mándalas que pinté en el techo. Me gusta que mi espacio sea tan colorido. En
casa de Gerard y Susan todo es blanco, gris y aburrido. Aquí he sido libremente yo durante dos años
y planeo seguir haciendo lo mismo, porque tan pronto me gradúe me iré más lejos, a un lugar donde
si no contesto el teléfono Susan no llegue de sorpresa a visitarme.

Me levanto para ir hasta el baño y ponerme algo decente. Estuve todo el día en el comedor
comunitario y mi cabello huele a queso. Decido llenar la tina, aún tengo tiempo, Danna no saldrá
hasta después de las diez.

Abro el agua tibia y me desnudo. Busco en mis cosas mi vibrador favorito. Espero que tenga batería,
no tengo tiempo para ponerme a esperar. Revuelvo mi desorden aún más hasta que lo encuentro y

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voy directo al agua. Me pongo cómoda, enciendo el aparato, lo ubico en mi punto exacto y cierro
mis ojos poniendo mi mente en blanco para evocar el recuerdo de la mirada del chico alto mientras
otro me follaba.

Aunque me enciende más imaginar como sería follármelo a él.

Su verde mirada es tan perturbadora que tal vez sea de los que tienen los fetiches más extraños. Su
cabello tiene el largo perfecto para sumergir mis dedos en él y jalarlo mientras devora toda mi vulva.
Sus dedos largos podrían hacerme correr en menos de un minuto y a sus malditos dientes les daría el
permiso de morder y marcar cada espacio de mi piel, empezando por mis tetas que sé que le
encantaron.

Quiero que me susurre su bendito «muñequita» mientras me penetra desde atrás, que me trate y
me use como si fuera una.

La avasallante sensación que le antecede al orgasmo se alarga. Me fascina lo que está a punto de
llegar y no quiero que pase tan rápido.

—¿Necesitas ayuda? —susurran.

Abro abruptamente mis ojos y paro todo el proceso.

—Estúpida, me asustaste —pongo la mano en mi pecho. Mi corazón ha empezado a latir aún más.

Gabrielle recuesta su cuerpo en el marco de la puerta y me mira divertida.

—No te vi por el campus hoy —dice.

Le hago una seña para que se acerque.

—Estuve en el comedor —respondo.

—Siempre siendo tan niña buena… —se arrodilla al lado de la bañera. Se quita su chaqueta y la echa
a un lado para luego introducir una de sus manos en el agua —. Déjame terminar lo que empezaste.

No despejo mis ojos de los suyos. Su piel canela contrasta contra la mía dentro del agua y cuando sus
dedos se adueñan de mi clítoris debo arquear la espalda para permitirme disfrutar aún más. Mis
tetas quedan fuera y ella aprovecha esto para atacarlas con su pequeña boca.

Llevo mis manos a su cabello para evitar que se despegue y debido a que ya tenía un poco de camino
adelantado, llego rápido a un orgasmo que enciende cada célula de mi cuerpo. Evoco la cara del
chico que con esos ojos verdes tan tóxicos y firmo en mi cabeza la promesa de que pronto estaré
encima suyo haciendo lo que se me plazca.

—Solo venía a ver como estabas —se incorpora y yo lo hago también —. Hoy en la mañana
encontraron el cuerpo degollado de uno de mis alumnos y toda la universidad anda bastante
alarmada. ¿Por qué no fuiste a la clase hoy?

—Ya te lo dije, pasé todo el día en el comedor comunitario —digo. Termino de lavar mi cabello y el
resto de mi cuerpo.

—No sé para qué sigues yendo a ese lugar. No necesitas el dinero y estás perdiendo clases.

—Simplemente me gusta ayudar —tomo una toalla para secarme.

—No faltes a clase por eso, ya no puedo seguir falsificando tu asistencia.

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—No lo haré —le sonrío.

—¿Nos vemos después?

Me acerco hasta ella y deposito un leve beso en sus labios.

—Te enviaré un mensaje —paso por su lado y voy hasta mi habitación para vestirme.

Estoy a tiempo si quiero llegar temprano por Danna. Escucho la puerta cerrarse. Gabrielle es mi
profesora de dibujo técnico, pero también es mi amiga, una muy buena amiga. Ambos nos usamos
para satisfacernos más allá de lo que un hombre pueda ofrecernos.

Me gustan los hombres de manera sexual y sentimental, pero hay ciertas mujeres que me avivan el
lado lésbico, pero únicamente en el ámbito sexual y esa es otra experiencia que le aconsejaría a
cualquier mujer tirarse a experimentar.

Me visto con mis jeans favoritos de color blanco. Un abrigo color beige y unas converse del mismo
color del pantalón. Recojo mi cabello en una coleta alta, tomo mis llaves y celular. Bajo al
estacionamiento e ingreso al Mini Cooper. Acelero a toda velocidad hasta el restaurante de los
padres de Danna.

Son un poco menos de las once cuando llego. Me estaciono y espero al otro lado de la cera hasta
que ella salga. Es a segunda vez que le hago un favor a mi familia de este tipo, han sido pequeños,
pero según ellos, ayudan bastante a sus trabajos, sobre todo ahora que Maximilian está por subir de
rango.

La pasada vez solo tuve que hacer una llamada y gritar: ¡Corre, hijo de puta!

Desciendo y empiezo a camianr cuando Danna sale del lugar y se adentra en el callejón de
enseguida, pero me detengo cuando veo que el chico misterioso y perturbado se le acerca.

—¿Danna? —pregunto desde la lejanía.

—¿Rosie? —enfoca sus ojos —. ¿Qué haces aquí?

—Vine a… a que hiciéramos las paces —miento. Doy algunos pasos hacia ellos —. ¿Tú que haces
aquí? —miro al hombre al que le dediqué un orgasmo hace menos de dos horas —. ¿Van a salir?

—Sí —responde ella.

—No —dice él.

Levanto mis cejas. No entiendo qué mierda está pasando. Susan no me dio ningún detalle, nunca
pregunto, solo hago mi estúpido trabajo y ya, pero creo que debí hacerlo.

—Sí, vamos a salir. Él me invitó esta tarde —vuelve a hablar la castaña. Es demasiado estúpida, no
entiendo porqué la tenía de amiga.

—Questa è una perdita di tempo —pronuncia el chico de ojos verdes y se gira para irse de nuevo
hacia su carro.

—¿Te interesa, no? —inquiere Danna una vez estamos solas —. Considera a Derek enterado de
todo. Eres tan mosquita muerta… Siempre riendo, cantando, ayudando a la gente, vistiendo de rosa
y colores claros, tan buena y pura… Eres una completa zorra más —me empuja.

—¿Qué mierda te pasa? —la empujo de regreso.

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—¡Estoy harta de ti! Hombre que me gusta, hombre que pregunta por ti. Ojalá supieran el asco de
persona que eres realmente —escupe con rabia y esta vez me empuja con aún más fuerza haciendo
que caiga sobre la fría acera.

Está por lanzárseme encima cuando una figura negra la detiene. La toma del cuello y la eleva.

—Sube a mi auto —me ordena el ojiverde, pero no me muevo. Estoy impactada por la forma en la
que Danna zarandea sus pies e intenta buscar aire para llevarle a sus pulmones —. ¡Sube al puto
auto! —grita y esta vez decido correr hasta el Jaguar de color negro. Entro al lugar del copiloto y
espero un no sé qué.

El castaño logra que Danna se desmaye y la echa sobre su hombro. Me cercioro de que nadie los
haya visto y aunque sé que debería estar llamando a la policía, no lo hago y no entiendo la razón.

Estoy en shock.

Sí, debe ser eso.

Jamás había visto que un hombre levantara a una mujer con tanta facilidad como él lo hizo con mi
amiga. La está llevando atrás. Abre el baúl y la arroja. Me petrifico cuando escucho el golpe seco de
la puerta.

Camina hasta el puesto del conductor y entra. Acelera sin mirar.

—Abróchate el cinturón y entrégame tu celular —pide tendiendo la mano en mi dirección.

—Yo…

—¡Ahora!

Doy un salto sobre mi asiento y con nerviosismo le entrego lo que pidió. Paso el cinturón frente a mi
pecho. Arroja el aparato por la ventana y me mira con la perversidad que nadie jamás ha podido
mirarme. Estoy temblando y no logro conectar ninguno de mis pensamientos.

—Acabas de entrar en la boca del monstruo y sin retorno, muñequita.

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CAPÍTULO 07

Ares
—¿A dónde nos llevas? —pregunta. Está nerviosa. Sus manos no han dejado de temblar desde que la
obligué a callarse la puta boca.

—¿Qué te dije sobre hablar? —hablo sin mirarla. Mi vista está fijada en la desierta carretera que
lleva hasta una muy peculiar propiedad.

—¿Qué le pasó a Danna?, ¿qué le hiciste?, ¿por qué está atrás?, ¿por qué estamos saliendo de
Berlín?, ¿estás saliendo con ella?

—No.

—¡¿No, qué?! —grita histérica.

Oprimo el freno hasta el fondo y giro hacia derecha derrapando sobre un terreno vacío. Me detengo
por completo y bajo del auto, lo rodeo y voy hasta el otro lado para abrir la puerta de Rosie.

—Bájate.

—¡Ni pienses que vas a dejarme aquí tirada! —las lágrimas en sus ojos brotan de manera dramática.

—¡Bájate! —mi voz sale con más fuerza de lo normal, ella me estresa a niveles aberrantes. La tomo
del brazo y la saco fuera —. Arrodíllate —la tomo del hombro y la obligo a agacharse. Saco el arma
que nunca me gusta usar de la cintura de mis pantalones.

—¡No!, ¡no, no, no! —implora —. Por favor no me mates. Aún no conozco el amor, quiero casarme,
tener hijos, comprar una casa, tener mi propia galería de arte, recorrer el mundo y tener mucho
sexo, por favor, no —solloza con fuerza, tanto que sus plegarias solo me incitan a clavarle una bala
con más ganas.

Apunto a su frente. Sus ojos de cristal no dejan de rogar y pedir clemencia, cosa que no tengo.

«Qué bonita» pienso. Nunca nadie se había visto tan bien a punto de ser asesinada. Su miedo me
atrae y me avivan las ganas de alargarlo.

—¿Vas a callarte esta vez? —me pongo de cuclillas hasta quedar frente a ella.

Asiente con la cabeza.

Sus hebras platinadas se han pegado a su rostro. Sus mejillas y nariz están coloradas debido al llanto.
Deslizo la punta del arma por su frente para intentar despejar su cara, pero no lo logro. Tendré que
tocarla para poder admirar mejor su miedo. Guardo el pequeño fusil donde estaba anteriormente.
Ella no deja de llorar ni de mirarme con el terror más profundo que han visto mis ojos.

Alzo mi mano y con más temor del que ella me tiene, la toco. Despejo su húmeda piel tersa y blanca
de los cabellos rubios que la cubren. Sus pupilas están dilatadas debido a la oscuridad en la que nos
encontramos. Solo los faroles nos ayudan a ver entre tanto desierto.

—¿Sabes por qué te digo muñequita? —le pregunto. Mi voz sale un poco ronca.

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Mueve lentamente su cabeza de lado a lado. Enredo un mechón de cabello en mis dedos. Ella es tan
suave y se ve tan dulce como ese asqueroso aroma de vainilla que lleva nuevamente.

—Mi… —me detengo. Qué imbécil, iba a decir mi prima. Me corrijo y continúo —, …alguien que
conozco, que repudio muchísimo, tenía una muñeca con cabellos casi blancos y ojos de un azul tan
transparente que incomodaba, exactamente como tú —cuento mientras llevo hasta mis fosas
nasales la punta de un mechón largo de su cabello. Aspiro profundo. Maldita y asquerosa vainilla —.
Ella siempre la llevaba a todas partes. La presumía en todo momento, pues era más cara que
cualquier trabajo que yo hiciera. Ni cortando 20 cabezas de cerdos hubiese podido comprar una en
ese entonces —levanto mi rostro para observar el oscuro cielo. Ni una sola estrella lo ilumina hoy,
pero al volver mi vista al frente, mi oscuridad se ilumina gracias a esos dos iris de cristal que me
miran con el mayor miedo que he podido presenciar.

—¿Cerdos? —susurra.

—Sí, cerdos —sonrío y dejo caer mi mano —. Una noche, ella estuvo más insoportable que nunca
con esa muñeca, a la cual le compraban ropa fina y costosa, mientras que a mí… No me gusta dar
lástima, pero te diré que usé durante un año la misma camiseta, los mismos zapatos y pantalones. Si
yo no lavaba esa mierda de trapos, iban a oler a hierro y a podredumbre todo el tiempo.

—Yo no…

—Cállate, nunca le he contado esto a nadie. Lo hago por que tú… —vuelvo a intentar tocarla. Es lo
más suave que jamás he tocado —. Terminaré de contarte y luego te diré el por qué —ella asiente
con su cabeza. Ha dejado de llorar y ahora me mira atentamente —. Esa noche, mientras ella
dormía, le arrebaté su maldita muñeca y la destrocé. La rellené de restos de per… cerdos, y la dejé
sobre su cama de nuevo, pero no fue suficiente. Fui hasta el armario de ella y esparcí miles de
órganos dentro de sus cajones. Fue una maravilla, fue el momento más feliz de mi vida, Rosie —me
río con ganas recordando esa gran noche.

—¿Y tus padres…? ¿Dónde estaban?

—En el infierno —detengo las caricias que impartía sobre ella y la miro con seriedad —. Tú me
recuerdas a esa maldita muñeca. Me recuerdas a todo lo que me quitaron y a todo lo que no
merezco… Y por desgracia, para ti, voy a hacerte lo mismo que hice con ella.

—Pero yo… Yo no te he hecho nada y no te quiero hacer nada. Jamás le haría daño a alguien… —
vuelve a sollozar. Pasa las manos por su cara. Está intentando mostrarse fuerte —. ¿Cómo te llamas?
Si vas a asesinarme, al menos dime tu nombre, solo eso.

Claramente ella no va a hacerme nada, pero no dejo de sentirla como una amenaza. La he visto dos
veces y dos veces me he sentido extraño, y sentirme así es desconocerme y el desconocimiento es
perdida de control y yo amo tener el puto control.

—¿Conoces algo sobre la mitología griega? —le pregunto.

—Sí, en la universidad he visto clases sobre pintura mitológica —su voz sale débil, pero ya no suena
tan asustada.

¿Qué pasó con su miedo?

—Mi padre estaba obsesionado con la mitología, embarazó a una maldita griega y tuvo mellizos, una
de ellas se llamó Atenea… Trata de adivinar cómo me pusieron a mí mientras llegamos a uno de mis
lugares favoritos —la tomo del brazo y la obligo a ponerse de pie —. Voy a atarte. Ya avisé lo que iba

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a hacerte y la mente humana es tan estúpida que siempre cree que tiene una oportunidad para
escapar, pero conmigo esa oportunidad no existe, Rosie.

—Muñequita —dice.

—¿Qué? —volteo a mirarla confundido.

—Dime muñequita.

Reparo su expresión. Acabo de contarle la maldita historia sangrienta de donde deriva su apodo y
me consterna que me pida que la llame así. Extraño equivalente a fuera de control.

La tomo de su quijada. Entierro mi pulgar y mi índice en sus mejillas. Acerco mi rostro al suyo y
detallo fijamente sus cristales.

—No vas a salvarte —decreto.

—No estoy intentando nada —habla con dificultad debido a que mi agarre no la deja articular bien.
Intenta aproximar su rostro al mío y la detengo.

—¿Qué putas haces?

—¿A qué le temes, Ares? —pronuncia mi nombre y la empujo. Tambalea, pero se estabiliza —. ¿Por
qué repudias mi toque?

Mis alarmas se encienden. Adivinó. Es una hija de puta peligrosa, debería estar corriendo y gritando
por su vida.

—Repudio cualquier toque.

—¿Pero por qué no repudias tocarme? —da un paso hacia mí. Me quedo firme.

El sonido de la otra víctima golpeando la cajuela me distrae.

—Nos vamos —digo y la pongo de espaldas contra mi. Su pecho golpea la puerta del auto y tomo un
par de agarraderas de plástico que traía en el bolsillo para usar con Danna. Las ajusto alrededor de
sus muñecas, uniéndolas detrás. Hago lo mismo con sus tobillos y sin un poco de delicadeza la tiro
en los asientos de atrás. Subo al auto y vuelvo nuevamente a la carretera.

—Responde —Rosie vuelve a hablar.

La mujer de atrás no se calla. Necesito llegar más rápido. Piso el acelerador hasta el fondo y
maniobro con facilidad cada curva. Conducir desde mis 12 años hace que tener un volante frente a
mí resulte tan fácil como clavar un cuchillo en el corazón de alguien.

—Ares —dice.

La ignoro. Subo el volumen de la música. Highway to hell de AC/DC hace vibrar los vidrios que van
arriba. La repito durante toda la hora que pasa hasta que llego a la enorme fábrica abandonada de
repuestos de autos. Hoy nadie se encuentra. Enzo se ha ido a su maldita mansión con la maldita de
su esposa. Cité a Karmin, pero no voy a tener paciencia al momento de esperarla para iniciar el
espectáculo.

—¡Suéltame! ¡Suéltame, hijo de puta! —grita Rosie cuando la intento sacar del auto.

La dejo en el suelo para ir por su amiga que ha vuelto a desmayarse. Tal vez hasta ya esté muerta,
por precaución ato sus extremidades de la misma manera que lo hice con la rubia. La bajo al suelo

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lleno de tierra. Acomodo mi cabello y mi abrigo. Tomo a Danna de la parte trasera del cuello de su
chaqueta y la arrastro hasta llegar a Rosie.

—¡No! —exclama cuando me inclino para echarla sobre mi hombro. Empiezo a caminar de nuevo —.
¡Suéltame! ¡Danna, despierta! —le grita a su amiga que va barriendo el piso a medida que avanzo.

No soporto su puta voz, no soporto a su maldita amiga, no soporto ahora tener que hacerme cargo
de dos cuando el plan inicial era solo acabar con una. No deja de moverse, sus huesos me tallan
como la mierda como el hombro. Tengo un dolor de cabeza que podría enviarme ya mismo al
infierno y al fin sería feliz.

Feliz.

Suelto una carcajada. Voy a estar feliz cuando el bulto rubio de huesos que llevo encima deje de
respirar al igual que el que estoy arrastrando, eso si será el paraíso. Rosie habla mucho, pregunta
mucho y las personas con boca grande siempre tienden a ser una amenaza.

Entro por una pequeña puerta. Todo está completamente en oscuridad.

—¡Suéltame! —grita otra vez y se remueve.

Las sujeto aún más fuerte y sigo mi camino en medio del abandono. Voy directo a la parte trasera.
Desde aquí las cosas se pondrán más difíciles. Las paredes del pasillo al que entramos están
salpicadas de sangre, al igual que el piso. Alguien estuvo temprano por aquí.

—¡Eres un puto asqueroso repulsivo de mierda! —dice ella aterrorizada. Su miedo ha vuelto y me
encanta.

Suelto a la castaña. Abro la puerta de hierro del final del pasillo con un lector que reconoce mi
huella. Entro con Rosie primero. Ingreso y la tiro con fuerza sobre el viejo colchón tamaño king que
hay en el centro del sucio y oscuro salón.

—Ya vengo —le guiño el ojo y voy por su amiga. Descarto la opción de echarla sobre mi hombro, no
voy a untarme de la sangre de una víctima que no murió bajo mi poder, así que sigo arrastrándola
hasta el mismo lugar.

Inesperadamente despierta y empieza a gritar de manera desquiciada.

—¡¿Qué está pasando?!, ¡¿dónde estoy?! —lloriquea de inmediato.

Su miedo no me alimenta como el de la rubia, me avergüenza.

—No tengo que responder nada y tampoco es que se necesite. Los condenados a muerte no
merecen más que unas últimas palabras antes de irse al infierno —me muevo hasta encontrar una
silla en la oscuridad. Con esfuerzo, la siento sobre ella y la enfrento —. ¿Qué frase me dejarás para la
colección? —elevo las comisuras de mis labios mientras espero su respuesta.

—¡Que te jodan!

—Oh, esa ya la tengo muy repetida —digo y voy hasta lo fusiles para encender la luz.

Bombilla tras bombilla se va encendiendo. Es un lugar amplio y mayormente blanco… Solo el techo
porque el resto está lleno de sangre, tanto vieja como fresca, pero hoy me encuentro con la sorpresa
de que, efectivamente, alguien estuvo aquí antes.

Hay partes de cuerpos regadas por todo el lugar. Ambas mujeres gritan por el horror.

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—Mierda. Ese hijo de puta no tuvo el maldito descaro de invitarme —niego con la cabeza y las miro
a ellas —. Ahora tendré que desquitarme con una de ustedes dos. ¿Quién quiere ir primero? —las
señalo, pero ninguna responde —. No me hagan perder el tiempo. Tendré que elegir… —carraspeo y
preparo mi voz para cantar. Señalo a cada una a medida que pronuncio una palabra —. Eeny, meeny,
miny, moe. Catch a tiger by the toe. If he hollers let him go, eeny, meeny, miny, moe. My mother told
me, to pick the very best one and you are… —señalo a Danna —. Not… —paso a Rosie — …it —y
termino en Danna.

Aplaudo con fuerza.

—¡No, no, no, no! No, por favor… —solloza la castaña. Rosie se ha quedado callada de un momento
a otro. Siento sus ojos seguir cada movimiento que realiza mi cuerpo.

Voy hasta la pared de herramientas. Si Rosie va a apreciar mi obra de arte, como yo aprecié la de
ella, debe ser algo que la deje boca abierta. Paseo mis ojos por toda el área hasta que doy con uno
de mis instrumentos favoritos. Una fusta llena de púas.

—Espero no les importe que las grabe porque me vale una mierda —enciendo la cámara de video
que siempre uso para enviar las extorciones.

—¡Te daré muchísimo dinero! Muchísimo, pero déjame ir, por favor. No me hagas esto, no me
quiero morir, no aún... Por favor —deforma su boca debido al llanto. Horrible.

—Tus padres debieron elegir una mejor profesión. A las personas buenas tal vez les pasen cosas
malas, hay una mediana probabilidad, pero las personas malas definitivamente son merecedoras de
padecer todas las aberraciones que la vida quiera enviarles —me planto frente a Danna —. Hoy yo
soy la aberración que tus padres tanto merecían.

Doy un paso hacia atrás. Hago que la cámara no retrate mi cara. Levanto la fusta y la balanceo para
impactarla con fuerza en su rostro. Gritos desgarradores salen de su garganta, al igual que la de la
rubia. La sangre salpica con inmediatez el colchón que reposa al lado de la silla. La ropa blanca de
Rosie toma color y me encanta.

Sigo azotando a la castaña con fuerza. Cada fusta raja aún más su piel. Voy deformando sus
facciones hasta que solo es una figura humana con carne desgarrada y cubierta de sangre. No dejo
de mirar a Rosie en ningún momento. Está de rodillas apreciando lo que estoy haciendo y digo
apreciando porque sé que después de que le explique que este es mi arte, lo va a entender. Tiene
que entenderlo. Tiene que entenderme.

Su cabello platino se tiñe de rojo. Su amiga intenta hablar, pero se ha quedado sin mejillas y la
sangre que corre fervientemente por su cara la ahoga. Creo que veo una parte de su cráneo y uno de
sus ojos está a punto de ser expulsado.

La adrenalina corre por mis venas. Este es el veneno del que tanto hablo. El olor a vida y muerte
juntas. A asesino y víctima. A arma e impacto. Nunca quise ser así, pero ahora no puedo imaginarme
siendo de otra manera.

Esto soy yo. Un animal. Un monstruo. Esta es la mierda que es Ares Armani y lástima que Rosie sea
tan hermosa, porque su rostro quedará peor que el de su amiga.

—¡Ya basta! —grita con fuerzas —. ¡Ya basta! —repite cuando ve que no paro.

Mi pecho sube y baja. Todavía no me he cansado. Necesito hacerle aún más daño. Esto es una
adicción y siempre tiendo a los extremos, a los todos.

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—Aún la puedo reconocer y esa no es la idea —digo agitado.

—Mátame, por favor. No quiero ser viendo esto… —solloza.

Me acerco con preocupación hacia ella. Camino en mis rodillas por toda la cama hasta su lugar.

—Shhh —quito sus lágrimas con mis manos llenas del liquido carmín —. No llores más, muñequita.
Ella lo debía…

—¿Y yo lo debo? —levanta su cara y me enfrenta. Está enojada —. Yo no te he hecho nada… ¡NADA!

—Eso lo sé… —acaricio su cabello. No entiendo porqué no puedo dejar de tocarla.

—¡¿Entonces?! —me enfrenta —. Yo… Ares, Ares, mírame —abre más sus ojos buscando los míos —
. Yo ayudo a personas. Voy a ancianatos, a comedores comunitarios, a hospitales pediátricos, a
orfanatos… Algunos niños me necesitan… Ellos… Ellos no tienen una mamá que los cuide, que los
trate bien. Los orfanatos suelen ser horribles, tal vez lo hayas escuchado por ahí… Pero yo… —
intenta acercarse más a mí. Mi mente se detiene —. Yo cuido de un niño, lo hago con muchos más,
pero hay uno en especial que se ha ganado mi corazón y yo me he ganado el suyo. Él está muy
pequeño, su madre lo abandonó y yo he cuidado de él desde que llegó y si yo… —su expresión se
arruga. Más lágrimas le preceden a las otras. —. Si yo… —niega con la cabeza —. Si tú… Ares si tú me
asesinas ese niño sufrirá cosas que soy incapaz de siquiera pensar en ellas. Es muy hermoso y
pequeño…

Agacha su cabeza y solloza repetidamente.

No entiendo nada. Nada. Nada. Lo impactado que estoy debe notarse en mi cara. De mirar a Rosie
paso a los restos en el piso y al cadáver deshecho de una mujer sobre una silla de madera.

Me pongo de pie de inmediato. No siento mis extremidades. El aliento me falta.

Vainilla asquerosa y peligrosa.

El sonido de la puerta abriéndose me obliga girar la cabeza. Corro hasta la pared y tomo una navaja,
vuelvo a Rosie y la desato. La tomo del cuello y la miro fijamente.

—Escúchame bien —respiro su mismo aire —. Vas a clavarme esto a un milímetro de mi clavícula, en
la mitad del lado derecho y de profundidad 9 centímetros. No más profundo, no más bajo, no más a
un lado porque podrías perforar algo pequeño que nunca uso, pero de todos modos necesito.

—No… —solloza.

—A mi izquierda hay una pequeña puerta. Baja todas las escaleras… ¡Todas! —la suelto y me separo.

—No puedo… —tiemblas mientras la obligo a tomar la navaja.

—Apuñálame, muñequita.

Sigue temblando. Los pasos se escuchan aún más cerca.

—¿Ares? —la voz de Karmin me asquea.

—Nos veremos pronto, recuérdalo, no hay retorno —tomo su muñeca y la dirijo hasta mi pecho. El
arma blanca se clava donde lo planeé. El dolor y el ardor llega de inmediato —. ¡Corre!

Sus ojos están inhumanamente abiertos. Su temblor se ha aumentado y debo empujarla para que se
eche a correr. Cae de bruces en el piso y con nerviosismo se levanta para salir corriendo. Su

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cabellera manchada de rojo se mueve de lado a lado. Su ropa clara ha quedado vuelta mierda y
espero que pueda sobrevivir a lo que le espera mientras yo me desangro por ella.

CAPÍTULO 08

Rosie
Han pasado horas y no he dejado de correr desde que salí por la pequeña puerta. Mi cabeza y mi
corazón no son capaces procesar lo que acaba de pasar. Danna murió… No, no murió, él la asesinó.

Estoy moviendo mis piernas a la máxima velocidad que el cuerpo me permite. No encuentro el aire
que necesito para inhalar porque mi miedo es eclipsante y comprime con fuerza mi pecho. He
entrado a un bosque y trabajo en no chocar con los troncos. Me hiero con algunas ramas, pero ni
por orden de dios me detendré porque acabo de dejar atrás al mismísimo diablo.

Ares.

Me detengo.

Giro para mirar hacia atrás.

¿Por qué me hizo apuñalarlo? ¿Le habré dado en el corazón? ¿Lo habré matado? ¿Cargaré con una
muerte por el resto de mi vida con una muerte?

Mi cuerpo cae arrodillado sobre el lodo. Mi ropa de color claro está manchada de tierra y sangre que
Danna soltó mientras la mataban.

Toco mi cara. No estoy llorando, pero mis mejillas las encuentro húmedas. Es el sudor que ha
removido la sangre que antes estaba seca… O tal vez también es lluvia.

Levanto mi rostro hacia el cielo. Se ha nublado. Las gotas me obligan a cerrar los ojos y bajar la
cabeza. Un relámpago rompe la oscuridad e ilumina la zona. Capto varias figuras rodeándome.
Vuelvo a mi estado de alerta y me echo a correr sin dirección hasta que choco con algo duro que me
lleva a impactar mi espalda en el suelo.

Intenta atraparme y grito con intensidad. La palma de mano cae contra mi boca para ahogar mis
alaridos. El cielo vuelve a iluminarse y la cara de Thomas aparece frente a mí.

—Cállate, Rosie. Soy yo, Duane.

Lo empujo con fuerza, pero es inútil. Es una maldita roca que ha sobrevivido a impactos de balas, mis
débiles manos no le harán nada. Otro relámpago más y esta vez logro apreciar sus ojos color
esmeralda.

—Ya pasó… Estás bien… —intenta detener mis golpes al abrazarme.

—¿Por qué…?, ¿qué…?

—Vamos. Tenemos que irnos. Ya hablaremos después.

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Me alza entre sus brazos. Él y el resto de las personas vestidas de negro, lentes de visión nocturna y
armas entre sus manos le siguen hasta llegar a una zona sin vegetación, en la cual se hayan
estacionadas varias camionetas de color negro también. Me deja al lado de una de ellas y abre la
puerta para que ingrese.

—No… —doy un paso hacia atrás. Estoy temblando —. Él… Allá… Yo… No —otro más.

—Rosie, entra.

Muevo mi cabeza de lado a lado.

—Él…

—¿Quién es él?

—Él… —señalo a algún lado.

No soy capaz de pronunciar su nombre. Mi habla simplemente no quiere conectar con mi cerebro.

—Entra al auto, Rosie. Estás en shock. Hablaremos cuando se te pase.

Sacudo la cabeza. Él suspira y chasquea sus dedos. Dos hombres llegan hasta a mí y me toman de los
brazos a la fuerza. Sus agarres lastiman mis muñecas y vuelvo a lanzar un grito con bastante
volumen. Thomas no se inmuta y lo que hace es darme la espalda para subir al puesto de copiloto.

Me lanzan sobre el asiento trasero y cierran de inmediato la puerta con seguro. Intento escapar,
pero claramente será imposible.

Tengo que salir de aquí.

El auto todoterreno sale disparado del pantano hacia la carretera. Sigo pateando la puerta para
intentar salir hasta que Thomas se voltea y toma con fuerza mi camisa entre su puño.

—¡Quédate quieta o te inyecto un sedante! —la fuerza de su voz me aplaca.

Dejo de moverme. Me suelta y mi espalda golpea el asiento. No puedo pensar en nada más que los
golpes que se llevaron la vida de Danna. Uno a uno. El siguiente cada vez más mortífero que el
anterior. Él lo disfrutaba, en su rostro podía verlo.

Es un animal. Un monstruo.

Está mal de la cabeza y tal vez yo también, porque en lo único que pienso es en querer conocer la
historia que hubo frente a esos ojos verdes tan llenos de veneno.

La velocidad que llevan está asustándome aún más. A lo lejos vislumbro un gran conjunto de
llamaradas que se existen hasta llegar al cielo. Me muevo hacia el frente cuando reconozco la
fábrica. Hay más autos parecidos al que me transporta. Se detienen alrededor del fuego.

Thomas baja y su compañero también. Tomo la perilla, pero no cede. Me han encerrado. Fijo mi
vista en la ventana. Hablan acaloradamente entre ellos. Thomas se enfrenta a otro soldado y señala
la fábrica. Sé que son miembros de la confidencial fuerza especial a la que también pertenece mi
hermano mayor, Maximilian.

Mi pecho sigue subiendo y bajando rápido. No logro escuchar lo que hablan y eso me genera más
ansiedad. Todos parecen molestos. Duane voltea a mirarme y camina directo hacia mí. Abre la
puerta y toma mi quijada entre sus dedos.

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—¿Dónde está? —pregunta.

—¿Dónde está quién? —respondo con voz temblorosa.

—El hijo de puta que te trajo aquí.

—No lo sé… Yo no… No sé quien es. No sé nada.

—¿Ni siquiera sabes su puto nombre?

Inhalo y exhalo tres veces antes de responder.

—No.

Ares
Estar a punto de morir nunca se había sentido tan bien.

—¡¿Qué mierda te pasó?! —Karmin exclama mientras cae de rodillas a mi lado.

—Saca los cigarros de mi bolsillo y el fuego también —le ordeno.

—¡Te estás desangrando! —intenta tomar el cuchillo que tengo incrustado a la altura del hombro,
pero la detengo con mi otra mano.

—Ni se te ocurra. Si la sacas será cierto lo que acabas de decir —la suelto con asco. Me fijo en la
decena de hombres que ha llegado —. Pásame mis cigarrillos y diles a esos inútiles que muevan el
cuerpo… —intento sentarme, pero me detengo un instante para mirarla.—. No… ¿sabes qué?

—¿Qué?

Ella logra sacar los cigarrillos y los tiende.

—Hazlo tú —digo y me pongo de pie con esfuerzo.

Voy directo hasta uno de los inútiles para sostenerme en pie. Escucho a Karmin vomitar sobre el
cuerpo que está intentando mover.

—La odio, pero como no la puedo matar la hago parte de las cosas que me entretienen —le susurro
al hombre —. Enciéndeme esta mierda —le entrego.

Arrastro mis pasos hasta la salida, por la cuál escapó la delgada rubia. Recibo el pequeño cilindro
prendido y le doy una calada. El hombro me está ardiendo como la mierda y a medida que doy
algunos pasos la sangre traza un río por toda mi ropa.

Soy un asco, pero esto me dará unos días libres para darle solución a un problema que tiene el
nombre de una pequeña e inofensiva rosa.

Al salir, las gotas que lluvia caen sobre mis hombros. El barro se adhiere a mis botas. Entro a la parte
trasera de uno de los autos de la seguridad de Enzo y espero pacientemente a que ellos hagan el
resto.

Veo a Karmin arrastrar el cuerpo hasta la cajuela de otro auto. Los hombres esta vez sí le ayudan a
subirlo, pero no lo hicieron antes porque saben que ella debe de aprender a ver esto tan normal
como ir a comprar una caja de leche en una tienda.

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Es una decepción ver que alguien tan cobarde es la heredera de la Cosa Nostra.

Las llamas empiezan a apropiarse del edificio mientras yo sigo dando caladas al cigarrillo. Voy a
necesitar algo fuerte para soportar este maldito dolor. Me estoy sintiendo más mareado y eso no es
una buena señal. Tenemos que irnos rápido. Mi idea era lastimarme, no morir.

—¡Andando! —ordeno agresivamente a través de la ventana.

Un sonido de bala me obliga a agacharme. Mierda. Me cubro y busco un arma en la guantera. Un


mal movimiento y esto causa que me entierre aún más el puñal.

—¡Puta vida de mierda!

Los disparos se hacen más constantes y se arma una guerra de fuego cruzado. Agradezco que los
hombres de Enzo sean tácticos a la hora de defenderse y no unos simples matones como lo son la
mayoría.

¿Cómo dieron con la maldita ubicación?

«Rosie» me susurra otra voz.

Me paso al puesto de conductor y acelero sin mirar atrás. Arrojo a un lado el arma. Las detesto. No
hay nada como asesinar con mis propias manos, pero cuando la ocasión lo requiere son bastante
necesarias.

Me alejo sin ningún inconveniente y sin importarme que haya pasado con el resto. Miro mi hombro
con el cuchillo. Tengo que hacer una maldita llamada.

Rosie
—Está bien, en shock, pero bien… —Thomas está hablando por teléfono mientras yo me abrazo a mi
misma en el piso de mi pequeño apartamento —. El hijo de perra escapó…. No, dijo que no sabe su
nombre…. No le he preguntado… Lo haré —cuelga y me mira.

Se agacha frente a mí. Sus dedos quitan el cabello que tengo adherido al rostro y lo detengo.

—No.

—¿Cómo era él? —pregunta. Sus ojos verdes están analizándome.

Todos los militares de este tipo son así. Estrategas, tácticos y analistas. Es imposible mentirles, pero
aprendí a hacerlo. Practiqué con Maximilian.

—Era joven —respondo.

—Ajá…

—Tenía cabello castaño.

—Bien…

—Delgado y alto —quiebro la voz.

—¿Y? —me incita a seguir hablando.

—Sus ojos eran…

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—¿De qué color?

—Negros.

—¿Estás segura?

Asiento con la cabeza. Otra lágrima escapa de mi ojo derecho y oculto mi cara entre mis rodillas.

—Quiero bañarme… —sollozo.

—Te acompañaré hasta la puerta del baño —siento sus brazos levantarme.

Caminamos hasta allí.

—Listo. Llámame apenas termines…. —intenta girarse, pero lo detengo. Sus ojos me miran
confundido hasta que entiende lo que quiero —. No va a volver a suceder, Rosie.

—Te necesito…

Se acerca y me empuja contra la pared del baño.

—¿Sabes lo que me hará Müller si se entera de que me follé a su hermanita no solo una vez si no
cuatro malditas veces?

—Cinco no serán nada si ya lo hicimos cuatro, Thom…

—No me digas así —me encuella —. Hace un rato estabas temblando del miedo y ahora estás
pidiéndome sexo… ¿Qué planeas?

—Sabes lo que me pasa. Necesito distraer mi cabeza y tú…

Necesito un toque, una pronta caricia o al menos admiración. Mi mente me está encerrando y no
quiero pensar en lo de hace unas horas. Thomas ya me ha complacido antes y estoy segura de que lo
hará de nuevo.

Sus ojos esmeraldas se oscurecen.

—Báñate primero —dice y empieza deshacerse de mi ropa junto con la suya.

Su desnudez color canela que totalmente expuesta y me obligo a tragar saliva. Entro a la ducha en
compañía después de que él tome un condón. Lavo con rapidez mi cuerpo y dejo que la sangre se
vaya. Estrego con fuerza. Siento unas ásperas y fuertes manos colaborar con la tarea.

Sin antelaciones, sin previas, sin ninguna mierda de cariño, Thomas se entierra con fuerza dentro de
mí desde atrás. La penetración me deja sin aliento y respiro hondo para soportar el dolor que me ha
causado la falta de lubricación, pero a medida que sale y vuelve a entrar voy poniéndome húmeda
para él.

Me fascina el hecho de quedar perdida entre la masculinidad y la virilidad que desprende. Lo siento
tan adentro que no sé en donde empieza mi placer y termina mi dolor. Su altura me eclipsa y sus
malditos músculos ni hablar. Es por esto por lo que soy bisexual. Los mhombres me ofrecen la
rudeza que de vez en cuanto necesito y las mujeres la suavidad a la que estoy acostumbrada.

Mis pequeñas tetas se ven apresadas dentro de sus manos. Bajo mi mirada al contraste de nuestra
piel y más me enciendo. Me sostengo contra la pared para no caer. Sus embistes son salvajes y se
roban decenas de gritos de mi garganta. Thomas folla tan bien que podría proclamarlo como mi

53
mejor maldito polvo y me quedaría corta. Su mano se enreda en mi largo cabello y me tira la cabeza
hacia atrás. Mi espalda forma una curva haciendo que quedemos cara a cara.

—Olvida que esta será la ultima vez, porque voy a follarte durísimo en cada ocasión que tenga que
verte.

CAPÍTULO 09

Ares
—Deja de llorar, puto de mierda —susurra Zaik mientras intenta sacar el puñal.

El asqueroso rubio tiene conocimientos de primeros auxilios debido a que sus últimos padres
adoptivos eran médicos. Tuvo quien lo cuidara hasta sus 10 años porque después él decidió escapar
y si hay alguien más jodido de la cabeza que yo ese es Zaik.

—¿Quién te hizo esto? —pregunta sin dejar de analizarme.

—Yo.

Sus ojos fríos me detallan.

—¿A quién asesinaste hoy?

—A una de las amigas de la rubia que atropellamos.

—¿Por qué? —cuestiona mientras riega alcohol en la herida.

Soporto el ardor para no ganarme una de sus pésimas bromas.

—No voy a contarte todas mis mierdas. Cóseme o lo haré yo. No vine a una maldita pijamada de
pollas.

A continuación, empieza a hilar sobre mi piel para desaparecer la herida abierta que me ha dejado
esa hija de puta.

—Pídelo y se te dará. Sabes que soy como dios. Me gusta complacer y castigar. Puede ser por
separado o al mismo tiempo, tú decides

—Termina y empieza —digo.

—Al parecer hoy sí tienes huevos —dice mientras clava la aguja repetidas veces y sin cuidado sobre
mi piel.

Recordaba que Zaik sabía primeros auxilios, pero no que era perverso suturando. Ahora mismo me
arrepiento de haber venido, pude haberlo hecho yo solo con cualquier botiquín.

—No estoy para soportar ninguna voz más dentro de mi cabeza que la mía y si a veces ni estando
solo descanso, imagínate estando tú.

—Tranquilo. Lo que te haré después de esto mantendrá mi boca ocupada.

—Apúrate, quiero estar solo.

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Zaik termina de unir el ultimo punto. Busco entre mis bolsillos un cigarrillo y lo enciendo. Me fijo en
mis manos aún llenas de sangre. Tengo que bañarme pronto.

—Hay una gran noticia que debo contarte —dice poniéndose de rodillas para empezar a
desabrochar mis pantalones.

—¿Con qué mierda vas a salir ahora?

Doy una calada profunda. Mi pie obliga a mi pierna moverse de arriba abajo sin pensarlo. El sonido
de mi pantalón suena y dejo mi vista clavada en el ventilador de techo. Sus vueltas son lentas, no
ventila una mierda.

—La encontré —suelta y siento una tibieza cubre toda la extensión de mi polla. Va de arriba abajo
sin perder el ritmo.

Me obligo a cerrar los ojos mientras otra calada de humo llena mis pulmones. Llevaba tiempo sin
hacer esto. Es la única forma, diferente a la masturbación, que soporto para encontrar placer y no
tengo queja porque el hijo de puta sabe hacerlo muy bien.

Mis pensamientos se van a un lugar que no esperaba. Un lugar donde las tetas de Rosie rebotan de
arriba abajo mientras alguien la penetra, solo que estaba vez veo a alguien diferente haciéndolo…
Me veo a mí tomándola de las caderas y dándole como jamás le he dado nadie. Tal vez mis
movimientos sean erráticos, pero confío en que el tamaño de mi polla podría hacerla gritar sin
necesidad de más.

Imagino que me prendo de esos pezones pequeños y de color rosa. Las estrujo, las escupo y las
golpeo. Repito lo mismo al subir a su cara.

Estoy enfermo.

La calidez alrededor de mi polla se acelera y no dejo que el orgasmo se libere, él me libera a mí. Zaik
sabe que no debe tocarme más de lo necesario y apenas recibe toda la descarga, traga y se levanta.

—No sabes como espero con ansias el día que puedas mamarme la polla también —dice. Toma unas
pastillas y me las arroja sobre la polla.

—No me gusta arrodillarme ante nadie —respondo.

—Déjame matarlas. Voy a martillar sus cuerpos hasta deshacerlos.

—No hace falta —me pongo de pie guardándome el miembro.

—Debes tomarte una cada ocho horas, sé que no lo harás, pero cumplo con dar el servicio completo
—sonríe. Se mueve hasta la entrada y toma su abrigo.

—Dijiste que la encontraste —le recuerdo lo que me dijo.

—Me prohibí a mi mismo acercármele.

—¿Por qué?

—Tal vez algún día caiga en el oscuro mundo de las parafilias, muchos los apuestan, pero
definitivamente no será por la pedofilia.

—Entiendo. Lárgate.

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—Esa puñalada debió llegarte al puto corazón y si no me cuentas pronto que está pasando voy a
cortar la puta verga, están desperdiciando toda esa mierda que tiene ahí abajo —su mano cae sobre
mis testículos y los aprieta con fuerza, pero con rapidez llevo las mías hasta su cuello.

—Vuelve a tocarme y cortaré tus asquerosas manos, hijo de puta —lo empujo con fuerza y su
espalda choca ruidosamente contra la puerta.

Un conjunto de carcajadas sale sin control de su boca para luego abrir y cerrar la puerta detrás de él.

—Maldito maniático —susurro mientras echo mi cabello lleno de sangre seca hacia atrás. Necesito
una ducha.

Doy la última calada e ingreso a la ducha. Lavo la sangre con efusividad. Me cercioro de que cada
espacio de mi piel quede completamente limpio. No soporto la suciedad después de vivir más de la
mitad de mi vida en medio de ella.

Cierro el grifo y me seco con cuidado de no abrir mi herida. Limpio el vapor que ha quedado
impregnado en el espejo y detallo mi rostro.

Definitivamente no tengo cara de persona amable como antes ha pensado esa delgada mujer rubia.
Ya he planeado su asesinato de siete maneras diferentes, pero aún no logro decir cual aplicaré. No
debí dejarla ir. Fue un error y yo no suelo cometerlos.

Soy un puto perfeccionista que le gusta tener todo bajo control. Rosie luce como un desorden de
persona y ese es el tipo que más detesto.

Dos días han tenido que pasar para que pueda volver a mover el brazo. He tramado a Enzo con que
todo fue culpa de Karmin y por primera vez me ha creído. Le di fundamentos con base y ella solo
hizo nada más que llorar y llorar y no pudo ser capaz de defenderse. Tal vez siga en shock por el
trabajo que le adjudiqué esa noche.

Es débil y eso es porque sus nanas jugaban a pegarle con almohadas mientras que a mí ni cagar me
dejaban.

Si querían un monstruo, debieron educarla como uno.

Si buscas volver inquebrantable a alguien, será mejor hacerlo desde el momento cero, solo habrá
que hacerse una vez para que nada en un futuro se vuelva a romper. Ella ya no tiene punto de
quiebre evolutivo, lo que le hagan solo le generará traumas, porque le han acostumbrado a ver la
vida de una manera diferente.

Si desayunas muerte todos los días, no será raro comerla también para la cena, pero si solo eres
capaz de dejarla para la merienda, la verás tan mal y muy perversa para tu maldita dieta.

No va a soportar nada y yo estaré feliz de ver cuando caiga.

Dejo salir el humo por mi boca. El día de Rosie ha empezado y he decidido acompañarla sin que se
de cuenta.

Tiene un abrigo rosado al igual que su gorro. Las botas con las que aplasta la nieve son de color
negro al igual que sus jeans. Luce bastante limpia.

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Arrojo la colilla de cigarrillo en la nieve que cubre la acera. Entro a mi auto y sigo el Mini Cooper de
ella. Es tan ridículamente femenina.

Después de atravesar toda la ciudad, llegamos a un asilo de ancianos. Uno que se ve bastante
mugriento y asqueroso. Me gusta la muerte, pero no me gustan los sitios donde vienen a esperar
por ella.

La veo descender y entrar. Me replanteo lo que estoy haciendo. Es diversión, necesito distraerme de
los putos encargos de eso. Es mejor llevarme vidas cuando nacen de mis ganas y no porque alguien
más me lo dicta.

Decido quedarme aquí adentro. Voy a destacar de sobremanera en ese lugar y todavía no quiero que
se de cuenta de mi presencia.

12 cigarrillos quemados después, Rosie al fin sale y va directo hasta el campus. Esta vez si me
aventuro a seguirla. El sol está cayendo y no hay muchas personas alrededor. Ella va concentrada
mirando la pantalla de su teléfono. Tropieza un par de veces como la típica torpe adicta a las redes.

Llega hasta la planta de su apartamento y mientras yo subo las escaleras, ella llega en el ascensor.
Ha contestado una llamada y está hablando con fluidez y gracia. Abre la puerta y solo la impulsa para
cerrarla, pero no se fija en que alguien acaba de meter el pie y colarse dentro de su apartamento.

Todo sigue igual a la primera vez que vine. Tampoco hay señas de su amiga. El sonido de el agua
cayendo en el baño me da a saber que ha decidido tomar una ducha. Entro un poco más con cautela.
Me detengo a un paso de la puerta entreabierta y al asomarme puedo ver como me entrega una
excelente imagen de su cuerpo desnudo.

Verla en soledad me causa algo peor.

Está dándome un poco la espalda. Ha encendido un aparato y se lo ha llevado hasta la mitad de sus
piernas. La acción me toma por sorpresa y en menos de un segundo, por voluntad casi automática,
tengo mi polla afuera y muevo mi mano de arriba abajo mientras diviso parte de sus tetas.

Pequeños y débiles gemidos escapan de su boca. Cierro los ojos para disfrutar del tierno sonido
hasta que algunos que provienen de la puerta principal me ponen en alerta. Guardo mi miembro,
pero ya es muy tarde para ocultarme, porque cuando giro tengo a un par de ojos mirándome con
curiosidad.

—¿Quién eres? —pregunta la morena.

—Es un nuevo amigo —Rosie sale del baño secando su cabello con tranquilidad —. Ares ella es Shey,
Shey ella es Ares.

Acaba de decirle mi nombre. Acaba de plantar una cruz con el de ella sobre una tumba.

Levanto la mano para saludar sin siquiera gesticular algo más. Los ojos de Rosie están mirándome
con intensidad. Debo huir.

—Tal vez deba volver en otro momento —dice su amiga.

—Tal vez sí, Ares y yo tenemos mucho que hablar —sonríe mirándola.

—Comprendo —se despide con la mano —. Llámame apenas termine —le guiña el ojo y cuando está
por irse se detiene —. Por cierto, Danna sigue sin aparecer. Derek cree que se ha fugado como las

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otras veces. Vamos a esperar unos días antes de ir a la policía o algo, la última vez que se fue e
hicimos la denuncia nada salió muy bien.

—Intentaré llamar más tarde —dice Rosie.

—Bye —se despide finalmente con voz cantarina.

Una vez la puerta se cierra. Rosie se me aproxima.

—¿Qué mierda estabas haciendo? —pregunta.

La miro durante unos segundos. La reto a un estúpido duelo de miradas el cual termino ganando.

—Me estaba jalando la polla —confieso.

—¿Y por qué mierda no entraste y me follaste?

Su pregunta me consterna, debería estar llorando y suplicando que me largue, que va a ir a la policia
y denunciarme por asesinar a su amiga, pero no, ella sigue secando su cabello como si hace dos días
no hubiese vuelto mierda un rostro de alguien que conocía frente a ella.

—Porque no quiero hacerlo —digo y me giro para irme, pero su pequeña mano me detiene —.
Deberías estar temiéndome. Asesiné a tu amiga y pronto voy a desmembrarte a ti —amenazo
y recuerdo a lo que venía —. ¿Quién eres, Rosie?

—Soy… No sé. Una alumna de artes. Tengo 21 años, soy vegetariana y…

—No me refiero a esa mierda —intento no alterarme, pero con ella es imposible —. El día de la
fábrica, personas que nunca esperé ver aparecieron. Revisé a Danna después de lo sucedido y no
tenía nada en su cuerpo… —saco una de mis navajas de mis bolsillos. La tomo del brazo y la dirijo
hasta la cocina. Le levanto de la cadera para subirla sobre la mesa y estiro una de sus piernas —.
Quédate quieta o dolerá aún más.

Tanteo la zona de su tobillo. Está temblando.

—¿Qué estás haciendo? —su voz se quiebra.

Tanteo con bastante presión sobre la piel hasta que lo encuentro. Llevo la punta de la navaja hasta la
zona, pero justo cuando estoy por clavarla, mueve su pie. Levanto mi vista para mirarla a los ojos.

—Quédate quieta, muñequita. ¿Lo harás? Solo quiero mostrarte algo —digo con suavidad.

Asiente. Es bastante fácil de manipular. Una vez se calma, introduzco la punta bajo su piel. Suelta un
pequeño grito y busco dentro de su carne sacar el pequeño chip. Cuando al fin lo logro, lo tomo
entre mis dedos y lo levanto ante su rostro.

—¿Qué mierda es eso? —pregunta. Realmente no tiene una puta idea o es muy buena mentirosa.

—Esta mierda hizo que tuviera que incendiar mi lugar favorito en el mundo y no te lo voy a
personar.

—Yo no sabía, yo no… No me mates, por favor —solloza y sus ojos de cristal se empañan aún más.

—Shhh —presiono mi dedo índice lleno de sangre sobre sus labios. Acerco mi rostro lentamente al
de ella —. Sería un desperdicio hacerlo, tal vez algún día tenga qué, pero ahora tal vez haya algo que
puedas hacer para librarte de mí.

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—¿Qué? —susurra.

Ladeo mi cabeza para analizarla. Me río de su expresión. Realmente está decidida a entregarme lo
que le proponga. Guardo el ship dentro de un bolsillo y camino hasta la salida, pero antes de irme
por completo suelto:

—Olvídalo. Las muñequitas como tú nunca serán capaces de soportar lo que oculta un monstruo
como yo.

59
CAPÍTULO 10

Rosie
Ares sale del lugar. He quedado sola de nuevo y para que siga siendo así, voy corriendo con cuidado
hasta la puerta para trabarla con seguro. Mi corazón está latiendo, casi vibrando, como lo hacen las
alas de un colibrí. Ahogo mi última respiración cuando veo el hilo de sangre que ha dejado la herida
de mi pie sobre la alfombra.

Shey va a matarme. Voy hasta el baño para lavarme de nuevo y buscar algo que detenga la pequeña
y escandalosa hemorragia, pero al entrar en lo que primero me fijo es en mis labios y sus
alrededores llenos de sangre. Paso mi dedo índice con lentitud sobre ellos. Disipo la sangre. Es
enorme el contraste que causa el líquido carmín contra mi pálida piel.

Los recuerdos de hace dos días vuelven a hacer eco en mis recuerdos. Golpean cada espacio de
cordura que he tratado de trabajar en mantener, pero no puedo.

Las pesadillas construyen y destruyen mi estabilidad. La sangre de ese sótano. Mi muñeca cayendo
sobre el charco. Mi padre torturando a una persona distinta en cada madrugada de los jueves.

Es cierto lo que dice Ares, debería estar temiéndole, pero, es todo lo contrario. Él no está muy lejos
de ser del tipo de personas que siempre me ha rodeado. Gerard, Susan y Maximilian Müller también
son asesinos a sangre fría. Me vale una mierda que la ley se los permita y los proteja, eso no significa
que el pecado de llevarse miles de vida esté absuelto.

Lo único que me aplasta la cordura y levanta mi curiosidad, es el saber todo lo que esos ojos verdes
esconden detrás.

Suelto el aire y voy de nuevo a la ducha. Cierro mis ojos mientras el agua tibia cae contra mi piel. Su
rostro es recordado por mi memoria. Que su físico sea de esa manera no colabora al alto fanatismo
que tengo por el sexo. Su semblante se ve tan dominante y aunque haya negado que quiera
tocarme, sé que se muere por hacerlo. Tal vez debería descubrir su fetiche favorito para intentar
convencerlo.

Estoy muy mal.

Cierro la llave y abro mis ojos. Debo ir a visitar pronto a mi psiquiatra.

Después de limpiar todo el desastre, o al menos hacer el intento, curar mi herida y demás, salgo con
rapidez hacia el edificio de artes. Voy tan metida en mis asuntos que no pongo atención a la voz que
me llama, pero no logro evitarla.

—¿Por qué estás evitándome, linda? —Derek aparece frente a mí y detengo mi paso.

—Solo tengo un poco de prisa —sonrío y me acerco para depositar un pequeño beso sobre sus
labios.

—¿Qué has estado haciendo todos estos días? Danna sigue sin aparecer y quería preguntarte si has
sabido algo de ella. Deja de protegerla podrías meterte en serios problemas —sus cejas rubias se
juntan mientras que sus ojos negros me miran con furia.

—¿En serios problemas con quién? ¿Contigo? No tengo la culpa que tu hermana sea una…

60
Su mano se envuelve con fuerza alrededor de mi delgado brazo.

—No te atrevas a decirlo cuando sé muy bien todo lo que has estado haciendo a mis espaldas, zorra
de mierda. ¿Crees que no me he dado cuenta de que toda tu personalidad es una fachada?

—Suéltame, Derek —digo cuando sus dedos empiezan a herirme.

—Le haces creer a la gente que eres una maldita santa. Que eres flores y corazones cuando yo sé lo
que haces en ese maldito centro de ancianos a punto de morir —sigue zarandeándome. Las
personas han empezado a vernos, pero nadie hace nada y nadie lo hará. Derek es intocable en este
lugar —. Andando —dice y me jala con fuerza.

—Derek, basta —trato de no llamar más la atención. No tengo miedo de él, pero sí de lo que puede
salir de su boca —. Derek, por favor, ya basta.

Intento zafarme, pero es difícil. El hombre es un poco más alto que yo y claramente más musculoso.
Me lleva hasta una de las aulas del primer piso.

—No sabes la cantidad de problemas que tengo encima, Rosie y tu situación solo hace que mi
reputación y todo lo demás empeore. ¿Qué mierda crees que van a decir sobre mí? Que soy el novio
de una…

—Buenas tardes —una nueva voz hace que gire mi cabeza.

Ares entra sin más fumando un cigarrillo.

—Lárgate, amigo —suelta Derek en su dirección.

Ares niega con su cabeza y sonríe.

—Podré ser cualquier cosa en este mundo, pero jamás sería tu amigo —lo señala con el cigarrillo
encendido.

Noto como cierra la puerta detrás de su espalda y echa seguro.

—Me importa una mierda quien seas, lárgate ahora —vuelve a gruñir Derek.

Mi corazón se acelera. Está empezando una nueva costumbre de latidos cada que Ares aparece
frente a mí. Sus ojos verdes caen en la unión que el imbécil de mi ahora exnovio, tiene contra mi
brazo.

—Suéltala —dice.

—¡¿Acaso no eres capaz de procesar que estoy ordenando que te largues?! —Derek le grita como un
desquiciado.

—No grites, no tolero mucho las voces —dice él con calma —. Suéltala —vuelve a pedirle.

—Vámonos —Derek vuelve a jalarme y cuando estamos por alcanzar la puerta, la mano de Ares se
adueña de su cuello causando que me suelte y que sus pies se eleven.

A pesar de que Ares es más delgado que Derek, este le gana abismalmente en altura. Derek mueve
sus pies de una manera un tanto cómica y manotea el agarre que tiene Ares contra él.

—¿Hay cámaras en este lugar? —pregunta el ojiverde.

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—No —respondo —. Hace poco hubo un incendio y acabó con todos los cableados. Nadie se ha
tomado la molestia de restaurarlo.

—Con un no era suficiente —dice y no puedo ignorar su acento italiano —. Lárgate, Rosie. Te doy la
oportunidad de no presenciar este, aunque no será tan sangriento como me gustaría debido al lugar.

Mis manos están temblando, pero no por lo que debería ser. Temo que alguien venga y nos
encuentre.

—Suél… —Derek intenta hablar. Su rostro se ha puesto entre pálido y color violeta.

Ares baja el cuerpo del rubio y en un parpadeo soy testigo de como le quiebra el cuello en una
simple maniobra. El aire abandona mis pulmones y doy un paso hacia atrás cuando el cuerpo cae
inerte a los pies del animal. Subo mi vista a él, me está mirando divertido.

—Huye, muñequita —habla con voz cantarina.

Quiero vomitar, pero no huir.

—¿Por qué…? —intento hablar —. ¿Por qué él…? ¿También tiene que ver con Danna…?

—Eres tan bonita e inteligente —ladea su cabeza, pero al momento se mira el hombro —. Mierda.

—¿Qué pasa? —mi voz tiembla.

—Ese maldito imbécil no sabe coser una mierda bien —gruñe bajo, pero alcanzo a escucharlo.

Recuerdo la herida que me obligó a causarle. El esfuerzo debe haberle abierto los puntos que
supongo tenía antes. Doy un paso hacia él, pero me detengo cuando sus ojos vuelven a mirarme.

—¿Por qué no huyes? —frunce su turbio ceño —. ¿Cuántas personas más tengo que matar frente a
ti para que empieces a gritar?

Me hago la pregunta a mi misma y no encuentro la repuesta.

—Estás sangrando —es lo único que logro decir. Vuelvo a intentar acercarme —. Yo sé… Yo puedo
curarte.

Niega con la cabeza.

—Será después. Tengo trabajo que hacer ahora —señala el cuerpo —. Si quieres ayudarme… —se
agacha al lado del cuerpo —. Llama a un amigo tuyo y dile que venga, que tu novio se ha desmayado
y necesitas meterlo a tu auto.

—¿Pero y si…?

—Dijo que estaba sufriendo de mucho estrés. Le echaremos la culpa a eso —sonríe.

—Lo haré —digo y busco en mi bolso mi nuevo celular. Mis manos están temblando y esto
entorpece la tarea —. Lo tengo —marco el número de Brooke.

—Hola, linda.

—Hola, ¿cómo estás?, ¿qué haces?

—Estoy saliendo de clase, ¿y tú?

62
—Hoy no tuve ninguna —respondo. Ares me detalla de una manera que altera cada célula de mis
sistemas. Hasta la voz me está temblando y no es por el cuerpo muerto frente a mí, es por el ser que
sigue vivo —. ¿Podrías ayudarme con algo?

—Claro, dime. Sería feliz de volverte a ver.

—Es Derek…

—Rosie… Cualquier cosa, menos algo que tenga que ver con ese idiota.

—Se desmayó y no puedo moverlo. Ha estado muy estresado estos días, no ha comido bien, su
hermana no aparece y no encuentro fuerzas para moverlo, y no sé a quien más decirle para que me
ayude. Eres mi única salvación, por favor… —la voz se me quiebra y espero que funcione.

Escucho como suspira al otro lado.

—¿Dónde estás?

—En el edificio de artes en el primer piso —levanto la vista para ver el número de aula —. Aula tres.

—Voy saliendo para allá, estaré ahí en cinco —dice y cuelga.

Voy hasta una de las sillas y me dejo caer sobre ella. Concentro mi atención en el piso.

—Mientes muy bien, ¿a quién le aprendiste? ¿O es innato? —Ares se sienta mi lado.

No entiendo como puede estar tranquilo después de asesinar a alguien. Yo no estoy aterrada, pero
ver como le quitan la vida a alguien nunca dejará de ser impactante.

—No tengo una respuesta para esa pregunta —respondo sin mirarlo.

—Piensa en ella porque realmente la necesito.

—¿Para qué? —giro mi cabeza para verlo.

—Necesito conocer algunas cosas. No me gusta ir por la vida sin saber lo que me intriga.

—Pensé que habías dicho que no querías conocerme.

—No, dije que no quiero follarte y eso es diferente.

—¿Por qué? —pregunto.

—¿Por que qué?

—¿Por qué no quieres follarme?

—Me gusta mantener en privado mis preferencias sexuales —se pone de pie y vuelve a fijarse en su
herida.

—¿No te gustan las mujeres?, ¿entonces por qué…? —dos toques en la puerta me interrumpen.

—¿Rosie? —Brooke pregunta.

—Escóndete —susurro.

—Como ordene, muñequita —me guiña el ojo y va hasta la parte trasera donde hay una puerta que
lleva a un pequeño almacén.

63
—¡Voy! —digo cuando Ares desaparece.

Abro la puerta y sonrío al ver a Brooke. Sus dientes blancos y ojos café me saludan.

—Vengo a tu rescate, no al de él —señala el cuerpo muerto, pero que él cree aún con vida.

—Gracias —lo abrazo fugazmente y lo invito a ayudarme —. Lo levantaremos por las axilas. Tú de un
lado y yo del otro. ¿Cómo has estado? —trato de distraerlo para que no se fije en las marcas de su
cuello.

—Bien —se encoge de hombros mientras juntos alzamos el cuerpo —. Esperando las vacaciones
navideñas, un mes más y podré regresar a ver a mi familia.

—Qué increíble. Yo no podré ver la mía. Ya sabes como le huyen los militares a estas fechas —hablo
con esfuerzo, levantar y moverme con el cuerpo se está llevando toda mi energía.

Salimos del salón hacia el pasillo. Se ha hecho más oscuro afuera y lo agradezco totalmente.

—Los militares suelen ser seres sin sentimientos. Me alegro de que no hayas seguido la línea.

—Yo también —sonrío con falsedad. Caigo en cuenta de algo —. Mierda.

—¿Qué pasó?

—Dejé mi auto un poco lejos de aquí. ¿Podrías ir por él?

—Claro, seguro.

Busco dentro de mi abrigo las llaves y se las tiendo. Brooke sale corriendo, pero antes me deja
sentada en una banca con el cuerpo de Derek. Su inerte cabeza está recostada sobre mi hombro al
igual que su brazo. A pesar de haber visto muchos cadáveres, jamás había tocado uno y mucho
menos lo había abrazado.

Las lágrimas se me escapan un poco. Estoy temblando. Maldita sea, debo calmarme antes de que él
vuelva. No sé que estoy haciendo. Me estoy metiendo en un problema enorme solo por dejarme
llevar por la curiosidad y un maldito deseo que tal vez jamás vaya a poderse satisfacer.

—Volví —dice y mi alma vuelve —. Andando.

Llevamos el cuerpo unos cuantos metros más. Saludo a una persona y le cuento que Derek se
desmayó por tanto estrés que le causó su hermana.

Lo metemos a los asientos de la parte trasera y cierro la puerta.

—Gracias, Brooke —le sonrío y le doy un abrazo —. Te llamaré tan pronto como esté libre.

—Cuídate, linda —se separa y se despide con la mano.

Ingreso de inmediato al auto y sin más acelero hacia no sé donde. Solo espero a que Ares aparezca
en su auto. Freno en un semáforo rojo. Mis manos siguen temblando y he dejado salir mis lágrimas
sin ningún temor.

—¿Por qué lloras? ¿Lo querías? —la voz de Ares llega a mis oídos. Esta estacionado a mi lado
derecho.

—¿Qué harás con él? No puedo seguir cargando con un muerto dentro de mi auto.

—¿Qué haré yo? —ríe —. Eso ahora será problema tuyo, muñequita.

64
Acelera aún cuando el semáforo sigue en rojo y se pierde a toda velocidad entre las calles de la
ciudad.

—¡Hijo de puta! —grito con fuerzas.

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CAPITULO 11

Rosie
He conducido más de 3 horas por las calles de Berlín sin saber a donde ir. No he parado de llorar
desde que Ares me dejó con esta horrible responsabilidad. Esto me pasa por ser una maldita curiosa
y… piso el freno hasta el fondo. Me estaciono y busco mi teléfono.

Marco el número que me ha dado para emergencias y lo pongo contra mi oreja mientras mi otra
mano se ciñe con fuerza al volante.

—¡Eres un hijo de puta!

—¿Estás bien? —pregunta del otro lado.

—Me enviaste a él como un maldito anzuelo —escupo con odio —. Me pusiste una mierda para
rastrearme… ¿Me drogaste? ¿Cuándo putas pasó?

—¿Quién es él, Ros? ¿Te ha vuelto a buscar? Mañana a primera hora enviaré a Duane para que se
encargue de crear un aro de seguridad a tu alrededor.

—¿Por qué mierda no lo hiciste cuando me enviaste a recoger a Danna?

—¿Estás bien? No me hagas perder el tiempo con preguntas que no voy a responder.

—Te odio tanto, Maximilian. ¡Deja de mezclarme con tu puto trabajo! ¡No quiero saber de ti! ¡No
quiero saber de Susan! ¡Y mucho menos del imbécil de Gerard! —cuelgo y lanzo el celular a un lado.

Dejo que las lágrimas vuelvan a brotar sin censura. Recuesto mi frente contra el volante y dejo salir
todo el odio que tengo por mi familia. Odio la maldita guerra, odio la violencia, odio las balas y odio
los muertos, pero lo que más odio es estar acostumbrada a eso.

No había noche que mis padres no hablaran sobre estrategias o problemas políticos y militares
durante la cena o que Maximilian hiciera las preguntas más horribles sobre torturas. Tienen la
violencia tan normalizada que no les importaba herir mi inocencia, una que desde pequeña siempre
he querido tener.

Cuando era más pequeña, pedí ser ingresada a una escuela típica. Las niñas de mi clase siempre
regresaban de sus vacaciones navideñas a contar todo lo que habían hecho con sus típicas familias
mientras que yo no podía contar nada de lo que había hecho porque cualquier cosa que dijera
estaría involucrada en secretos de estado y sería revelar información confidencial.

Susan y Gerard se movían conmigo de lado a lado mientras Maximilian estaba en un internado
militar. Escuchaba muchas conversaciones que no debía escuchar y veía muchos escenarios que no
debía ver. Ahora soy una puta adulta joven con traumas.

El celular suena y contesto sin fijarme en la pantalla.

—¡Váyanse a la puta mierda todos! —le grito.

—¿Con esa boquita te alimentas, muñequita? —la voz de Ares me pausa la vida.

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—Tú… —aprieto mis dientes —. Eres una maldita escoria del puto infierno y espero que te devuelvas
pronto a él y se te quemen las malditas bolas.

—Me encanta.

—Espero que te desmiembren mientras aún estás vivo, asqueroso asesino.

—Sigue…

—Te odio tanto que vomitaría sobre tu maldito cadáver. Me repugnas y esto vas a pagarlo —miro
hacia atrás. El cadáver de Derek tiene los ojos abiertos y tiemblo volviendo rápidamente mi vista al
frente.

No dice nada. Solo escucho su respiración al otro lado.

—¿Qué mierda haces? —pregunto —. ¿Te estás masturbando?

—Tal vez.

—Eres un puto enfermo.

—Tal vez —ríe —. Voy a enviarte unas coordenadas por mensaje. Ve directo ahí y entierra el cuerpo.
Nos vemos pronto, muñequita.

Y justo cuando estoy por decirle que espero que un puto camión lo atropelle y lo deje hecho mierda,
cuelga.

Golpea mi frente contra el volante. Lo odio tanto. Mis lágrimas siguen corriendo por mis mejillas. Mi
pecho sube y baja rápidamente. Sé que tengo que ir a ese lugar, no me conviene llamar a nadie más.

El tono de mensaje me indica que ha enviado las coordenadas. Lo tomo, lo pongo en la aplicación de
mapas y acelero a toda velocidad hasta allá. Es un lugar en la nada que queda a dos horas de la
ciudad. Serán más de las diez de la noche cuando llegue y al menos la oscuridad me ayudará a evitar
los testigos.

Al entrar en la solitaria carretera decido bajar la velocidad para no romper ninguna regla, no quiero
policías detrás. Intento poner algo en la radio para distraerme, pero no logro mucho. Siento como si
Derek todavía estuviese vivo y me respirara en la nuca. Tampoco he parado de llorar. Ya han sido
dos muertes más las que he presenciado. No sé quien es Ares, pero voy a hacer caer a ese hijo de
puta.

El GPS me indica que debo dar vuelta en una calle que está hecha de tierra. Giro a la izquierda e
ingreso en más oscuridad y soledad. Las farolas del auto iluminan el camino rodeado de árboles.
Metros más adelante estaciono cuando llego al punto indicado.

Todo está oscuro y cuando paseo mi vista para analizar los alrededores me topo con una figura alta
caminando hacia mi auto. Activo el modo para echar reversa, pero me detengo cuando me saluda
sonriente. Es un hombre rubio, de cabello medianamente largo y alto. Se posa al lado de mi ventana
y da dos toques sobre el vidrio con uno de sus nudillos.

Bajo el cristal solo un centímetro.

—¿Estás perdida? —pregunta con un extraño acento. No minimiza su sonrisa.

—No… Yo solo vine a…

67
—¿Enterrar un cuerpo o algo parecido? —se ríe y me quedo helada. No sé si está bromeando o
realmente lo dijo en serio.

Seco mis lágrimas y aclaro mi garganta.

—¿Qué estás haciendo tú aquí? —pregunto de regreso.

Se encoge de hombros.

—Yo sí estoy enterrando un cuerpo —responde con seriedad.

—¿Qué?

—¿Cuántos tienes ahí atrás? —intenta ver a través del vidrio de la parte trasera.

—No tengo nada —intento nuevamente echar reversa, pero el golpea con fuerza el capo y me
detengo.

—Baja ahora —su arma se cuela entre el orificio de la ventana que dejé.

Asiento con la cabeza. Mi corazón se ha detenido por quinta vez en lo que llevo del día. Otra
eventualidad más y voy a morir de un paro cardíaco. Por qué he sido tan idiota de venir aquí. Debí ir
a la policía, o llamar a Thomas o a mamá… Soy tan idiota.

—No tengo toda la noche, baja ya —golpea el vidrio con el cañón.

Dejo el auto encendido y sin saber muy bien qué es lo que estoy haciendo bajo del auto. Soy de esas
protagonistas imbéciles de los libros, esa soy yo. Este maldito modelo de Calvin Klein va a matarme y
enterrarme aquí, así que espero que haga lo mismo con el cuerpo que tengo atrás.

—Pero, ¿qué tenemos aquí? —me mira de pies a cabeza. Me obliga a pegar mi espalda contra la
puerta —. Yo te he visto antes…

—Solo vengo a enterrar un cuerpo y me iré —confieso.

Acaricia mi cabello con la punta de su arma. Ha vuelto a sonreír, pero esta vez lo hace de una
manera turbia. Lo mismo me refleja su mirada azul oscuro. Puedo jurar que es otro desquiciado.

—¿Cómo hallaste este lugar?

—Me lo recomendó alguien —contesto rápido.

—¿Quién?

—Un amigo —me pego más al carro cuando da un paso hacia mí. Está olfateándome.

—¿Cómo se llama tu amigo? —mira mi rostro con atención.

—Eh… Waldon —digo lo primero que se viene a mi cabeza.

—¿Waldon? —repara.

—Sí, es un… amigo que hice un día que salí y luego… ya sabes nos hicimos amigos.

—Entiendo… —emprende una pose pensativa —. ¿Y a dónde saliste el día que saliste?

—A un lugar —mi voz tiembla. No sé mentir en estas ocasiones.

Niego con la cabeza y se ríe.

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—Déjame ver el cuerpo —pide.

Me muevo con cuidado a hacia un lado y estiro la mano para abrir la puerta trasera. Estoy
temblando exageradamente y siento como él está disfrutando que esté cagada del miedo.

—No hay sangre —dice cuando lo ve —. ¿Cómo lo mataste?

—Se desnucó.

—¿Él solo? —señala. Asiento con la cabeza —. Tiene muy mala suerte entonces.

—Sí.

—Bájalo y tráelo hasta acá. Es bueno tener compañía mientras se hace algo ilegal.

Se gira y se pierde nuevamente en la oscuridad. Respiro hondo y cuando debería tomar la decisión
de subirme al auto e irme lejos, no hago caso a mi sentido común y bajo el cuerpo de Derek. No
quiero estar cargando más con un muerto. Solo quiero ir a mi casa y pedir algún maldito traslado.
Voy a dejar todo atrás. No puedo volver a ver a Ares. Lo conozco hace un par de días y solo me ha
traído miseria.

Arrastro el cuerpo por toda la tierra mientras pienso en mi ida directa al infierno. No voy a poder
dormir, comer o vivir después de esto.

—Puedes empezar a cavar ahí —lo escucho decir. Entre las penumbras lo veo sacar tierra con una
pala. Hay una bolsa negra y larga su lado. Debe ser el cuerpo.

—No tengo con que…

—¿No trajiste una pala? —se detiene y me mira —. ¿Qué clase de asesina eres?

—¡Yo no lo asesiné!

—Como digas —me resta importancia y me lanza la herramienta a los pies —. Yo ya termine y puedo
echar la tierra con los pies.

—Qué amable —susurro y tomo el mango.

—Te sorprenderías.

Ignoro su respuesta y empiezo a cavar, por primera vez en mi vida, la tumba ilegal de alguien. Quiero
vomitar. Quiero matar a Ares y luego morirme.

—Y dime… ¿ya habías venido antes por aquí? —pregunta el rubio al cabo de unos minutos.

Lo miro extrañada.

—¿Por qué me preguntas algo que se le diría a alguien en un bar mientras enterramos muertos? —
reparo.

—No voy mucho a bares.

—¿Pero si vienes mucho aquí?

—Mucho. Así que es raro encontrarse a alguien aquí —sus dientes blancos se dejan ver en medio de
todo —. Cállate y sígueme la corriente. No suelo coquetear mucho con mujeres.

Detengo mis acciones.

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—¿Estás coqueteando conmigo?

—La verdad es que coqueteo con todo el mundo —se encoge de hombros —. No tengo preferencias.

—Estoy enterrando un maldito cuerpo y tú también, y… ¿Quieres coquetear conmigo? —reparo


incrédula.

Este hombre está enfermo de la cabeza. Se siente en la orilla de su tumba y me mira.

—Claro que quiero y como soy un poco directo diré que quiero hasta follarte.

Arrojo la pala y me carcajeo con fuerza. Lágrimas vuelvan a brotar de mis ojos y no sé si son de
pánico, de burla, de vergüenza ajena y propia, pero lloro. Cuando termino me seco las mejillas y
noto que él sigue viéndome sin cambiar su expresión.

—No voy a acostarme contigo aquí.

—¿Eso quiere decir que en otro lado sí? —se pone de pie sacudiendo la tierra de sus bolsillos
traseros. Es apuesto, pero jamás en mi maldita vida me acostaría con alguien que conocí mientras
enterraba un muerto que no maté.

—¡Estamos enterrando muertos! ¡Gente sin vida!

—¿Ves? —sonríe —. Tenemos algo en común, rubia. Déjame cavar la tumba por ti, a las mujeres les
gusta follar patanes que solo el 1% del tiempo son caballeros y este será mi 1% para ti.

—¡No voy a follarte! —doy un paso hacia atrás.

—Déjame invitarte después de esto a un bar —dice mientras toma la pala —. Además, tendrás que
llevarme de regreso porque no tengo auto.

—¿Y ese que está al fondo? —señalo.

—Es de él —señala su muerto —. No puedo volver en un carro de alguien que asesiné.

—¿Entonces cómo pensabas regresar?

—A pie.

—¿Qué? —me sorprendo —. Berlín está a cientos de millas de aquí.

—Para ser un buen asesino hay que hacer ciertos sacrificios. No se trata de solo quitarle la vida a
alguien, se trata de, literalmente, hacer que deje de existir, que nadie encuentre su cuerpo… Eso,
amiga mía, se le llama el crimen perfecto y si no estás dispuesta a esforzarte para jamás ser
encontrado, es mejor que te quedes alimentando perritos en la calle.

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CAPITULO 12

Ares
—Quiero un sándwich —pido por el teléfono a la cocina del hotel.

—¿Qué tipo de sándwich quiere? Tenemos 12 opciones en nuestra carta —responde una chica con el
tono de voz más aburrido que he escuchado jamás.

—No lo sé, solo quiero un puto sándwich.

—Tenemos 12 opciones…

Blanqueo mis ojos y respiro hondo. He visto que en las películas sirve para intentar calmar las ganas
de responder a una pelea, pero yo no quiero pelear, quiero matar y solo con respirar no se
solucionará nada.

—Quiero el que tiene… no sé, pan y mierdas en medio —digo perdiendo la paciencia.

—Le enviaré cualquiera.

—Envíe los dos doce —cuelgo.

Me muevo hasta el baño para cambiarme los vendajes. Se ha abierto un poco esta herida de mierda,
pero se ha detenido y no planeo llamar a Zaik para que venga a joderme la maldita vida. Tengo
suficiente con Rosie y Enzo que acaba de llamarme para que vuele hacia otro lugar del mundo.

—Que se vayan todos a la mierda.

Después de pegarme algunas bandas me dejo caer sobre la cama y enciendo un cigarrillo que se
acaba tan pronto tocan la puerta. Me levanto y abro mientras enciendo otro más.

—Servicio a la habitación… —saluda la pequeña mujer —. Está prohibido fumar en las habitaciones.

Tomo el carrito y le cierro la puerta en la cara. Abro las bandejas y decido empezar a probar los
sándwiches. El sabor del que me hizo la rubia no se ha borrado de mis papilas y espero que alguno
de estos sepa mejor. Muerdo el primero y escupo. Paso al segundo y vuelvo a escupir. Así llego hasta
el número doce y me altero.

Busco mis cosas y decido ir al lugar que Zaik me recomendó. Al llegar me dan una grata bienvenida y
me notifican de que hoy hay una mujer que se ha animado a venir. En otra ocasión lo habría
ignorado porque las orgías son una vagina en la ecuación no es lo mío, pero después de ver como se
follaban a la mujer rubia que luce como una frágil muñeca, quiero volver a intentarlo. Tal vez algo se
recompuso dentro de mí y algo cambió.

Camino hasta la habitación y me siento en las sombras. Una canción de bajo llena la habitación. Mis
ojos van en búsqueda de ella y cuando la veo… Nada.

Los hombres a su alrededor la tocan, la reclaman, la besan y se la comen sin importar tener mínima
delicadeza. Es rubia y aunque eso debería ayudarme más, no sucede nada. Nadie la está penetrando,
solo la tocan y no entiendo. Quiero más.

71
Me pongo de pie y me acerco al nido de personas. Sus ojos se levantan para mirarme. Su altura solo
me llega al pecho, no es como Rosie. La altura de la muñequita casi logra desafiarme, mientras que
la de la mujer que tengo al frente solo me da lástima.

Me inclino un poco para quedar frente a su cara. Los hombres que antes la tocaban se han apartado
y solo cumplen la función de rodearnos.

—Cobarde —susurro.

—¿Qué? —su voz sale fina.

—Eres una maldita cobarde —repito —. Vienes a un purgatorio y pretendes salir sin ser castigada.

—Castígame tú —su voz se escucha clara sobre la música y por un momento sus ojos me levantan
algo

Intenta tocarme, pero manoteo sus manos y llevo rápido una de las mías hasta su cuello.

—Fóllame… No tienes que besarme, tampoco tienes porque tocarme… Ellos ya lo hicieron.

Es delgada, tiene las tetas más grandes que las de Rosie y un culo aún más redondo también. No
huele a la asquerosa vainilla, huele a algo que casi puedo soportar, es más amargo, más mortal,
menos inocente.

Nunca en mi vida he decidido tener un coito por placer y no por obligación. Estoy harto de
que ella sea la única que ha obtenido eso de mí y me odio por permitirle eso, pero tal vez pueda
cambiarlo hoy.

—No voy a desvestirme… —levanto el rostro para mirar a mi alrededor —. Y ellos no van a tocarte
más.

Asiente con la cabeza y sonríe. Sus ojos no son azules, son color miel, aunque podría decir que lucen
más como la amarga hiel porque a eso ha empezado a saberme la boca cuando siento su toque.

Se ha inclinado para sacar mi miembro. No me sorprende que esté erecto, ya ha pasado antes
siquiera haberlo querido. Su boca se ciñe a mi alrededor. Cierro mis ojos y echo mi cabeza hacia
atrás. Es delicada, sus dientes no me tocan, su pequeña lengua juega sobre mi glande.

Bad things

I wanna do bad things to you

I wanna make you yell

I wanna do bad things to you

Don’t wanna treat you well…

La canción me engloba y me motiva a detener lo que está haciendo y pasar de inmediato a lo que
necesito hacer. La tiro sobre la enorme cama rígida en la que antes estaba siendo manoseada. La
volteo con fuerza haciendo que su pecho golpee el cuero falso. Suelta un grito. Las manos me
tiemblan, pero ignoro la sensación de asco que me produzco. Me motivo diciendo que no tiene que
suceder durante más de un largo rato. No tengo que cumplirle a ella con un orgasmo que no me
interesa tener y mucho menos darle.

72
Me bombeo durante unos segundos la polla. Ubico su entrada con mi dedo índice. Está
completamente húmeda y no sé si sentirme agradecido o maldecido. Ella no es la primera mujer que
se me lanza de esta manera. Siempre las rechazo y siempre preguntan por qué, cuando no saben
que el problema no son ellas, soy yo.

Tomo una bocanada de aire y me entierro en ella. Toda la piel se me eriza y alzo mi valentía para
echarme hacia atrás para volver y reventarla con fuerza. La tomo del cabello para que impedirle que
se vaya hacia adelante. Todo alrededor de mi miembro se siente tibio y suave. Sus nalgas chocan con
la pequeña parte de piel descubierta de mi pelvis y el resto de mi ropa. Me quito la correa y sin dejar
de moverme, ato sus brazos a la altura de sus codos con ella.

La levanto hacia atrás, haciendo lo que a ella tanto le gustaba hacer… Ser tratada como una maldita
esclava.

La tomo del cuello y marco mis dedos sobre su piel con fuerza. Sus gemidos se han convertido en
gritos y se sincronizan a cada vez que me devuelvo y la reviento.

—¡Hijo de puta! —grita.

—Gracias —gruño y echo mi cabeza hacia atrás.

Nunca me vengo, nunca me he venido de esta manera y esta vez voy a darle hasta que lo logre, si es
que lo llego a hacer… Espero que ella no tenga planes para más tarde porque pronto no la voy a
soltar.

Rosie
—¿La invitación a tomar un trago sigue en pie? —pregunto sin mirarlo. Tengo mis ojos clavados en
las vacías calles de Berlín. Estoy muriéndome de la ansiedad y necesito calmarme.

—Todo sigue en pie, rubia.

No respondo nada más y conduzco hasta el bar que creo que está abierto a esta hora. Me detengo
cuando, en efecto, está funcionando y para mi sorpresa hay personas adentro. No muchas, solo unas
cuantas. No quiero que nadie conocido me vea con este desquiciado que, aunque sea un hijo de
puta atractivo, cada que abre la boca se puede notar lo podrido que está por dentro.

—Podemos ir directo al coito… Lo sabes, ¿verdad?

—Necesito un trago primero, acabo de enterrar un maldito cuerpo y estoy temblando —le digo.

—Principiante —dice y sale del auto.

Me armo de valentía y bajo. Voy directo hacia la entrada. El rubio me abre la puerta.

—Estoy poniéndole un 2% de caballerosidad a esto —sonríe.

Blanqueo mis ojos. Voy hasta la barra y me siento sobre un taburete, mi raro acompañante también
hace lo mismo. Pide un par de shots de vodka y cuando llegan me bebo los dos de un solo tacazo.

—Tranquila, no pensé que luciese tan horrible —dice.

—No —muevo la cabeza de un lado a otro para deshacerme de la amarga sensación que me dejo el
licor —. No eres horrible, en definitiva, no.

73
—Es bueno saberlo —comenta y pide otra ronda más. Hace lo mismo que yo, tomarse los dos —.
Hay que ir al mismo nivel.

—¿Desde cuando lo haces? —pregunto.

—¿El qué? —repara y pide más tragos.

—Asesinar personas.

Tuerce la boca.

—Mmm… Creo que desde los once.

—¿Once? —mis ojos se abren abruptamente.

—Mi vida es diferente a la tuya, rubia. En mi mundo, esa edad está normalizada para iniciar a quitar
vidas. A esa edad ya se tiene un poco más de fuerza y testosterona para ejecutar algunas hazañas —
me mira —. Tú empezaste hoy, ¿cómo lo hiciste?

—No lo hice yo —volteo mi cara y tomo otro trago.

—No me mientas. Ni siquiera lo volteaste a mirar atrás cuando le echaste tierra encima —susurra —.
No te importó tanto como deberías.

—No lo mate yo —repito con un tono más grave.

—Tranquila, gatita.

—No me digas así.

—¿Por qué?

—Odio los diminutivos —declaro.

—Yo odio las órdenes, gatita —ríe y se lleva un trago a los labios.

Su rostro luce como el de un ángel. Su cabello largo es dorado como el de uno y casi puede
engañarme, pero sé que es un maldito demonio sin límites… Como me gustan.

—No eres de aquí —reparo.

—Soy de Suecia.

—Se nota.

—A ti también. El que seas alemana se puede oler a metros de distancia.

—¿Por qué? ¿Qué destaco?

—Eres la típica alemana alta, estilizada, seria, inocente y que puede tener un carácter de mierda y al
mismo tiempo escupe flores y corazones —se acerca —. Me gusta follarme a las alemanas… tienden
a tener las vulvas más suaves y dulces que jamás haya probado. La tuya debe ser tan blanca y rosada
que sé como quedará después de que me polla la golpee. Roja, hinchada y sensible.

Sus palabras me generan el calor más intenso y extraño que jamás he sentido. Mi cabeza arma el
escenario de él con su lengua entre mis piernas. Hace rato no se me la come un buen hombre.

—Soy muy exigente —digo y me tomo otro shot.

74
—Soy muy complacedor —sonríe para seguido lamer sus labios —. Mi misión en este mundo es
quitar vidas y causar órgasmos.

La acción activa el inicio de mi humedad. Me muevo lentamente sobre la silla hasta quedar frente a
él.

—No —dice —. Quédate como estabas.

Obedezco sin saber porqué. Su mano llega a posarse sobre mi muslo. Es ridícula la electricidad que
causa sobre mi piel cuando me toca.

Qué química tan enferma y absurda.

Sube lentamente sus dedos hasta deshacerse del botón de mi pantalón. Yo lo miro sin perderme ni
un segundo de sus gestos. Se ha mordido el labio haciendo que yo haga lo mismo con el mío cuando
las yemas de sus dedos tocan mi piel. Está a pocos centímetros de la pequeña zona que me pide
atención a gritos.

—Te verías tan increíble encima de mí… —susurra contra mi boca. Envío mi mano hasta su
abdomen. Me aferro de cada pequeño cuadro sobre este cuando sus dedos llegan hasta mi clítoris
—. Aunque ahora mismo muero por lamer todo lo que estás derramando aquí abajo… Mojada,
mojada —mete toda la mano para palmearme.

Mis ojos se blanquean, pero recuerdo que estoy en un sitio público y que tal vez alguien podría estar
viéndonos. Llevo mis ojos hasta detrás de él.

—Olvídate de ellos —dice y mete su cara entre mi cuello. Su lengua traza una línea larga sobre mi
piel haciendo que se erice de inmediato. Sus movimientos sobre mi punto se convierten en casi
vibraciones.

—¿Cómo te llamas? —pregunto entre jadeos.

—Te lo diré, pero solo podrás llamarme así mientras te esté follando —responde y asiento con la
cabeza. Me tiene en un lugar que lo que me pida, se lo voy a dar —. Me llamo Zaik.

—Zaik… —pronuncio y muerdo mi labio —. Fóllame.

—Ruégame.

—Por favor… —mi boca se abre cuando dos dedos me logran penetrar.

—Más explicita.

—Mmm…

—Habla, rubia.

—Quiero… —intento decir —. Por favor, quiero que me rompas toda la ropa, te pongas encima de
mí y me penetres con fuerza mientras pellizcas y golpeas mis tetas.

—Hecho.

Retira su mano y me deja incompleta. Tengo que tomar aire para intentar volver a mi estado normal.
Se pone de pie a mi lado haciendo que su dureza se talle contra mi pierna. Toma mi mano y me jala
para que me incorpore junto a él.

—Espero no asustarte —susurra.

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Sonríe y cuando pienso que está por besarme. Me voltea con fuerza. Me dirige hasta una mesa y me
azota contra ella. Mi pecho y mi mejilla se aplastan sobre la fría madera. Escucho como se mueve
para sacar algo de sus tobillos. Retira mi abrigo y cuando le veo la navaja en las manos me asusto.

—Tranquila, no será para ti — dice y me petrifico cuando siento como abre la parte trasera de mis
jeans —. ¡Si a alguien no le gusta lo que estoy por hacer puede irse por la puta puerta que está a mi
derecha y a quien quiera quedarse y disfrutar, puede hacerlo! ¿Cierto, gatita?

—¿Exhibicionista? —pregunto.

—Y de los peores.

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CAPITULO 13

Rosie
Me gira con fuerza. Mi espalda impacta sobre la mesa y su navaja rompe mi camiseta.

—Hija de puta —pronuncia y sus manos viajan hasta mis tetas para magrearlas con fuerza —.
Deliciosas —dice inclinándose hacia adelante. Sus dientes muerden mi pezón y mi espalda se curva.

—Fóllame ya, maldita sea.

—Tu carita dice tantas cosas… —ríe —. Pero haré que tus gritos digan otras.

Rompe más mis pantalones y se acomoda entre mis piernas. Siento como el glande se resbala por
mis jugos y no evito llevar mi mano hasta mi clítoris para ayudar a calmar mis ansias. Su miembro se
clava con lentitud dentro de mí, su grosor me abruma y debo morder mi labio para soportarlo.

Suelto un grito cuando sale y vuelve a entrar con fuerza. Su sonrisa retorcida me complace. No hay
nada mejor para mí que un hombre desquiciado por mi sexo entre mis piernas. Es como ver a un
cazador que se ha convertido en presa y no se ha dado cuenta.

Pobre.

Las personas alrededor desaparecen para mí y me enfoco en las embestidas brutales que me da
Zaik. De la mesa se caen algunos vasos de cristal. El sonido me eleva y armoniza la escena enfermiza
que se ha formado en el bar. Envuelvo mis piernas alrededor de sus caderas, presionando mis
talones sobre su trasero.

Muero por comerle la maldita boca.

Su cabello rubio ha escapado hacia su cara y se ha pegado a los delgados ríos de sudor que corren
por toda su piel. Una gota perfila sus labios y de repente siento tanta sed que me alzo para
alcanzarlos y acabar con el sueño para volverlo real. Una estocada hace que el aire se me escape por
la boca y rompa el contacto.

—¿Quién te dijo que me besaras? —Zaik pregunta mientras respiro su aliento.

—Necesito besos —decreto y trato de volver a unir mis labios con los suyos.

Se echa un poco hacia atrás. Sus ojos me transmiten odio y justo cuando creo que va a dejarme vacía
e irse, choca su boca con la mía. Vuelve a retomar su ritmo contra mi sexo y debo apoyar las palmas
sobre la mesa para no caer, pero todo está siendo tan fuerte que a la final opto por echar mis brazos
detrás de su cuello.

Profundizo más el desorganizado y hambriento beso que nos damos. De vez en cuando sus dientes
se golpean contra los míos, pero no se separa. Sigue comiéndome la boca de la misma manera que
lo hace abajo. Sin delicadeza y con lujuria.

—Zaik… —pronuncio en medio del beso —. Vamos a mi casa —intento hablar entre jadeos.

—¿No te gusta que te vean?

—Me gusta estar cómoda y lo estaré más si vamos a mi casa.

77
—Me la chuparás en el camino —dice y sale de mí. Se sube los pantalones y saca de sus bolsillos un
par de billetes que deja sobre la barra —. ¡Espero hayan disfrutado parte del show! Lo siento,
seguiremos en casa.

Tomo mi abrigo e intento taparme. Mi ropa ha quedado hecha trizas. Le tiro las llaves del auto a Zaik
y tan pronto como salgo del local entro al asiento de copiloto. El acelera sin discreción y a toda
velocidad.

Le doy las direcciones y mientras conduce no quito mi vista de su perfil y de la manera en que se
marcan los músculos de sus brazos a través de su camisa de cuadros. Se ve tan mortal y tóxico.

Llevo mi mano hasta si entrepierna y libero su miembro de nuevo. Aún sigue húmedo debido a mis
jugos y me inclino hacia él para penetrarme la boca. Envuelvo mis labios alrededor de su dureza
mientras siento su mano acariciar mi cabello.

—Gatita —jadea.

Mi sexo me reclama atención y me la doy yo misma. Repaso repetidas veces mi dedo corazón e
índice sobre mi clítoris. Él sabe como lo que ahora moja mis dedos. Estoy probándome en él y de
solo pensar lo que viene me eleva.

—Detente. Voy a empaparte la cara, pero quiero que estés arrodillada.

Me levanto y ninguno de los dos habla más que para comentar la ubicación. Estaciona donde le
indico y bajamos sin todavía hablar de más. No me encuentro a nadie en el pasillo, por suerte. Entro
al apartamento en silencio y él me sigue. Voy directo hasta mi habitación y después de verlo entrar,
cierro.

Nuestros ojos se conectan durante algunos segundos. Trago duro y sin decir nada, ambos
empezamos a desnudarnos con prisa. La ropa desaparece y nuestras bocas vuelven a lugar en el que
estaban antes. Las manos de Zaik se envuelven en mi cintura y con un poco de su fuerza me lanza
hasta quedar acostada boca arriba sobre la cama.

Aparece sobre mí. Muerde uno de mis pezones. Se me escapa un pequeño grito que luego es callado
por sus labios. Estoy a dos roces de venirme, lo necesito dentro y adueñándose de mí, aunque solo
dure un par de horas. Sus embestidas me atacan con fuerza haciendo que el choque de nuestras
pieles produzca un sonido seco y excitante.

—No eres ni una mierda de inocente a lo que aparentas —Zaik jadea contra mi boca.

—Estoy de acuerdo —la voz de alguien diferente a ambos nos detiene, pero no nos separa.

Los movimientos se acaban, pero los de mi corazón no se calman, todo lo contrario, se incrementan
más cuando echo mi cabeza hacia atrás y lo veo parado bajo el umbral de la puerta.

—Espero que, si no les molesto llegar a esto, no les moleste que vea —pronuncia y saca un cigarrillo
de su abrigo para llevárselo a los labios y encenderlo.

—Entra y cierra la puerta —respondo.

El rubio retoma sus movimientos. Otra de sus extrañas sonrisas vuelve a adueñarse de sus labios.
Dejo de mirarlo a él para enfocarme en Ares. Lleva una chaqueta de cuero y ha recostado su espalda
sobre la pared mientras llena sus pulmones de nicotina. Sus iris de color verde se han oscurecido y
nos mira de una manera que no logro descifrar, pero que me excita a niveles infernales.

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El miembro de Zaik sigue reventándome mientras imagino lo que sería tener el del hombre que se
haya mirándonos en la boca. La fantasía me empuja al borde del orgasmo y tomo valentía para
estirar mi mano e invitarlo a participar.

—Pierdes tu tiempo —la boca de Zaik llega hasta mi odio —. No le gustan las mujeres y menos las
rubias como tú.

La confesión me deja en el aire. Vuelvo mis ojos a él. Todo me confunde. Los recuerdos de él
masturbándose mientras me veía en la ducha. Cierro mis ojos y me enfoco en lo que alcancé a ver de
su verga, ojalá hiciera lo mismo ahora, pero cuando los abro me topo con que el bulto está ahí, pero
no le brinda atención y aunque no lo haga, ha sido capaz de que llegue a un orgasmo que me pone a
temblar bajo Zaik.

Disfruto de la sensación como si la hubiera causado otra persona. Ares. Muero por sentirlo. Él tiene
un fetiche y tal vez mi oportunidad sea a través de este. No confío mucho en que no le gusten las
mujeres, pues hoy me demostró lo contrario.

Zaik sale de mí sin explicación.

—Tengo que irme —dice mientras toma su ropa y sale de la habitación.

Me siento sobre la cama y cuando la puerta se cierra, me fijo en Ares.

—Nunca vuelvas a hacer eso —señala la puerta con el cigarrillo.

—¿Qué? —pregunto agitada.

—Follarte a un hombre mientras piensas y le dedicas el orgasmo a otro.

—No sé a que te refieres —niego con la cabeza. Busco mis sábanas para cubrirme.

—Dijiste mi nombre.

Me petrifico.

No. Puede. Ser.

—Él… No pensé que fuera tan sentimental —ruego mis ojos y me levanto hacia el armario. Tomo una
bata y cubro mi cuerpo.

Él no se mueve. No se va, no responde y no dice nada. Me intimida su presencia y su mirada.

—¿Qué quieres, maldito idiota? —lo enfrento.

—¿Enterraste bien el cuerpo?

—El rubio me ayudó —revelo.

—Más que bien entonces.

—¿Lo conoces?

—Sí, me ha chupado la polla un par de veces —confiesa y frunzo mi ceño.

—Entonces es cierto.

—¿El qué?

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—Que no te gustan las mujeres —completo y me cruzo de brazos.

—No me gustas tú —recalca.

—Eso no parecía en la tarde mientras te masturbabas mirándome.

—Intentaba hacerlo, pero fallé.

—Estás demente —susurro.

—Estoy hambriento —dice y se aproxima hasta mi lugar. Sus dedos rozan mi quijada y me pierdo en
la caricia —. Hazme un sándwich.

—¿A eso viniste?

Asiente con la cabeza y se va hacia la cocina. Sigo sus pasos.

—Los del hotel son asquerosos.

—¿Por qué crees que te haré un sándwich a esta hora?

—¿Te gusta que te vean? —cambia el tema de inmediato —. Follar… ¿Te gusta que te vean follar?

Ruedo mis ojos y empiezo a preparar el plato.

—Desde que te vi mirándome esa vez… Sí. No sabía que me gustaba —confieso.

—Se notó bastante. Le heriste el ego a un hijo de puta que todo le vale mierda, eso es otro nivel.

—No creo que haya sido por mí —digo mientras saco los panes tajados.

—¿A que te refieres?

Me giro para enfrentarlo.

—Tú solo estabas mirándome a mí… y a él ni atención le prestaste.

Tuerce la boca y mira hacia otro lado.

—Tal vez.

—¿No soportas ni que una mujer te de una mamada?

—No —responde.

Me sostiene la mirada.

—Me hubiera gustado tener tu polla en mi boca mientras me follaban.

—¿Has hecho tríos antes? —pregunta.

—Un par. Dos hombres y yo, dos mujeres y yo, un hombre y una mujer y yo…

—¿Y una orgía?

—He ido a un club swinger y ahí…

—No —me interrumpe —. No ese tipo de orgías, me refiero a un Gang Bang.

Lo miro seria. Está preguntándome si he follado con más de tres hombres a la vez al mismo tiempo.

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—Jamás lo he hecho… ¿y tú?

—No, pero hoy presencié uno.

—¿Y qué tal?

—La mujer fue una puta cobarde, no se dejó penetrar, ni ser azotada por nadie.

—Pero ¿fue por elección propia?

—Las mujeres que entran al tipo de lugares que frecuento suelen hacerlo porque ellas quieren, pero
su valentía se acaba cuando ven más de 5 miembros erectos apuntando en su dirección. No muchas
tienen la fuerza para soportar tanta testosterona.

Uno todos los ingredientes y termino el sándwich. Se lo entrego y apoyo mis codos sobre la barra en
la que él se encuentra sentado. Debería estar acuchillándolo por haberme dejado tirada con un
muerto.

—Yo sí podría —suelto.

Me mira incrédulo.

—Apenas pongas un pie adentro te largarás a llorar.

—No.

—Sí.

—Llévame —pido.

—No.

—¿Por qué?

—No —dice y se lleva el sándwich a la boca.

—Llévame o voy a delatarte.

Su semblante se transforma y en menos de un segundo lo tengo encima con sus manos envueltas
alrededor de mi cuello. Soy una enferma por querer que me toque y sentirlo cerca, lo sé y no me
importa.

—Abre la boca y voy a matarte.

Su nariz se posa contra la mía. Su aliento mentolado mezclado con cigarrillo me marea y la boca se
me hace agua.

—Fóllame mejor… —casi suplico.

—No voy a terminar el sucio trabajo que otros dejaron —me empuja. Toma su sándwich y sale por la
puerta de entrada.

Dejo caer mi cabeza sobre el mesón y me maldigo mil veces por ser tan enferma por tener sexo. El
idiota me obliga a enterrar un cuerpo y me deja fantaseando con él y es tanto que duele como la
mierda.

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CAPITULO 14

Rosie
No sé en que momento noviembre se terminó y eso lo implica una cosa. Susan Wegner y su amor
por las festividades navideñas. Me encantan. Es lo único que puedo compartir con emoción con mi
madre. Diciembre es el único mes en el que realmente somos una madre y una hija muy unidas
porque después de esto, no existo para nadie de mi familia. Sus misiones los absorben aún más
después de año nuevo.

Tengo entendido que Maximilian llegó hoy a la casa de mis padres y he venido hasta aquí para
enfrentarlo al fin. Ha estado evadiendo todas mis malditas llamadas al igual que mis padres y no voy
a permitir que sigan burlándose en mi puta cara.

Se han encargado de tratarme como un maldito peón mientras ellos son piezas que pueden moverse
aún más lejos. Yo voy casilla a casilla y ellos, gracias a su conocimiento, recorren todas las que
quieran en cualquier dirección y me sacrifican ante sus enemigos.

Estaciono detrás de las cinco camionetas negras que hay fuera de la enorme casa. Este lugar me trae
los recuerdos más horribles y venir aquí no es uno de mis planes favoritos, pero tenía qué.
Maximilian me debe una maldita explicación.

Uso mis llaves para entrar y cuando estoy por abrir, una persona lo hace por mí y me jala con mis
manos aún puestas sobre la cerradura.

—¿Qué pasó con tu rastreador? —Thomas me enfrenta.

—Me lo metí al puto ano.

Lo empujo y paso por su lado. Camino a paso apresurado.

—¡Maximilian! —grito buscándolo.

Entro en las dos oficinas de abajo y cuando no lo encuentro, bajo hasta el sótano. Hallo la puerta de
acero completamente abierta y una decena de hombres vestidos de negro dentro de ella.

Todos son casi del mismo alto que el hombre que se halla sentado en medio mirando un mapa
extendido sobre la mesa de centro.

—Maximilian —lo llamo.

—Rosiemarie.

Sus ojos azules caen sobre los míos. Me cruzo de brazos.

—Vengo a decirte.

—Si es algo importante, hazlo, si no lárgate.

—¡No! —grito y él se pone de pie —. No voy a aceptar que no respetes mi maldita decisión. ¡No
quiero ser parte de ninguna de tus mierdas!

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—Serías una increíble espía y una muy útil gracias a tu físico —la voz de Susan llega a mis espaldas —
. Tenemos enemigos y no podemos confiar en muchas personas, Rosie. Estaré más tranquila si
aprender algo de defensa personal y trabajas en un campo donde podamos protegerte.

—¿Dónde está tu rastreador? —pregunta mi hermano mayor.

—Me lo saqué y lo tiré a la mierda.

—Era por tu seguridad.

—¡Me usaste de carnada, hijo de puta!

—¡Rosie! —advierte Susan.

—¡Me usan como se les da la maldita gana! Mataron frente a mis narices a una de mis mejores
amigas y debería estar llorándole, pero estoy como si nada porque ¡el sádico de mi papi le
encantaba despellejar personas vivas en este puto sótano! —me giro para subir de nuevo las
escaleras —. Son unos malditos locos, hijos de perra. No quiero volver a verlo nunca más en mi vida.
Siempre están usándome para hacer el trabajo sucio de sus mierdas. Ustedes sabían que Danna iba a
morir y aún así me enviaron con ella. ¡Los detesto con toda mi vida!

Me voy todo el camino discutiendo sola y cuando intento abrir la puerta de mi auto, alguien me
frena.

—Te llevo —dice Thomas.

—No, yo lo haré —Maximilian aparece —. Ese puto Mini Cooper no sirve para una mierda cuando
intenten balearte.

—¿Por qué putas van a intentar balearme?

—Escapaste de la persona a la que viste matar a tu amiga. Es un poco inteligente y los poco
inteligentes saben que no hay que dejar testigos.

—No va a matarme —suelto sin pensar.

—¿Por qué lo dices? —Thomas habla esta vez.

—Pues porque… ¡Porque no lo ha hecho! —les grito para volver a intentar entrar a mi auto.

—Vas a quedarte con una de estas camionetas. No habrá discusión —Maximilian me detiene.

—No eres mi maldito padre.

—No, a él no le importa que sigas viva, pero a mi sí y por eso necesito que des la puta vuelta y entres
ahí —señala el vehículo de al lado.

Lo miro durante unos segundos hasta ser la perdedora de la guerra visual que estábamos teniendo.
El hijo de puta es intimidante y su tamaño quintuplica el espacio que yo ocupo en este mundo.

—Si algo le pasa a mi auto, me comprarás uno nuevo —lo señalo.

—Sube —advierte.

Suelto un extenso suspiro cargado de ira y subo a la camioneta. Maximilian se ubica en el asiento del
piloto y Thomas ingresa a otro auto, que arranca detrás de nosotros también.

83
—Voy detrás de la cabeza de alguien que no sé como se llama ni como luce y necesitaba al menos
que lograras decirme algo sobre su físico.

—Me desmayé tan pronto intentaron capturarnos.

—Subiste al auto de él porque te lo dijo. Lo sé todo, Rosiemarie. Tengo ojos en todo lado y súmale a
eso el hecho de que eres una pésima mentirosa —dice mirando al frente.

—No me acuerdo de su maldito rostro —me cruzo de brazos —. Dijiste que lo sabías todo… ¿Cómo
es que no sabes como luce o se llama alguien?

—Es lo que estoy tratando de descubrir.

—Bueno, avísame cuando lo hagas y mata a ese hijo de puta por mí. Mató a mi mejor amiga —el
tono de voz me sale tan falso que me aferro a un hilo para que me crea.

—¿Estás segura de es todo lo que sabes?

—Es todo lo que sé Maximilian. No me metan en sus mierdas —digo y seguido un silencio vacía el
ambiente. Haciendo que pueda conectar un poco mis pensamientos y después de un rato volver a
hablar —. Lo sabes todo…

—Lo sé todo —afirma mis suposiciones.

Era de esperar que me espiara.

—No voy a ayudarte en ninguna mierda.

—¿Cuál es su nombre? —pregunta.

—No lo sé —miento, pero no por defender al puto de Ares, no. Miento porque no quiero que me
usen más —. Y no estoy obligada a decirte nada.

—Lo sé.

—Déjame en paz, por favor.

—Dame su nombre —vuelve a pedir.

—No me lo sé, Maximilian, te lo juro por dios que no me lo sé —hago que la voz se me quiebre —.
Tienes que dejarme vivir mi vida. No quiero tener nada que ver con ustedes, suficiente lo que hizo
Gerard.

—Pensé que habías ido a terapia.

—Oh, claro. Mi papá asesina y tortura gente bajo nuestra casa y la terapia va a reiniciarme —me
burlo y niego —. Me dejó loca. Tengo problemas, Maximilian. Consumo drogas y tomo mucho
alcohol, hago otras cosas locas e intento reivindicarme con Dios yendo a ancianatos, orfanatos y
hospitales a prestar servicio social, pero todo sigue ahí… La sangre, los gritos… Una vez alguien me
miró antes de morir y hasta el sol de hoy aún sueño con sus ojos.

—No puedo arreglar el pasado.

—Pero puedes dejarme en paz en el presente —digo —. Quiero estar tranquila, Max. Quiero
concentrarme en mis pinturas, en abrir una galería y enseñarle mi arte al mundo así viva bajo un
techo lleno de goteras. La tranquilidad valdrá más que cualquier privilegio que deje atrás.

84
—No es tan fácil, Rosiemarie.

—¡Deja de llamarme así! ¡Me lo cambié hace años!

Suspira sonoramente y se detiene frente al edificio de mi residencia.

—Toma —me tiende las llaves y las acepto de mala gana —. Llámame cuando quieras hablar.

—No lo haré.

—Te lo estoy pidiendo de buena manera —su rostro está demasiado serio.

—Déjame en paz y ve a joder a tu maldita novia. A ver si se te quita esa maldita cara de cuadriculado
que tienes —ruedo los ojos y desciendo del auto hasta el interior. No volteo ni para despedirme de
Thomas y hago una nota mental de no volvérmelo a follar.

Si quiero lejos a Maximilian, eso lo incluye a él. La lealtad que esos hombres tienen en sus trabajos
es extrema, pero al parecer Duane se la pasa por el culo.

Estoy por entrar a mi apartamento cuando escucho varios gemidos provenir de adentro. Me alejo
por un segundo de la puerta, pero luego recuerdo lo que hizo Ares hace un mes. Verme mientras me
follaba a otro. Al parecer ese es su puto fetiche.

Me fijo que no haya nadie en el pasillo. Es casi medianoche y no se ve ni un alma vagando por aquí,
para mi suerte. Abro lentamente la puerta y me detengo cuando tengo espacio suficiente para
apreciar la escena que se lleva a cabo en medio de la pequeña estancia. Dos hombres y mi
compañera de piso comparten una sesión de sexo intenso. Uno está frente a ella con su miembro
erecto, la golpea en la cara con este mientras que otro penetra su vagina con fiereza. Los gemidos de
la mujer son escandalosos y excitantes.

—Cada día me sorprendes más y más… —el acento italiano en su voz me eriza la piel del cuello —.
¿Te gusta lo que ves?

Me petrifico cuando siento su anatomía. Es lo más cercano a un toque que me ha dado. La


electricidad que siento entre la distancia que nos separa es tanta que decido arriesgarme a dar un
paso hacia atrás, haciendo que mis glúteos golpeen su entrepierna.

—Me encanta —respondo.

—Disfrutemos juntos entonces.

Sus labios rozan mi oreja y el solo toque me obliga a cerrar los ojos. Las ganas que le tengo son tan
enfermas que casi siento que quiero arrodillármele y rogarle para que me deje al menos chuparle la
polla.

Mi compañera ha pasado a ser penetrada por ambos lados haciendo que recuerde el como se siente.
Mi entrepierna se llena del cosquilleo que reconozco como una señal que pide algún tipo de tacto o
estimulación para mi centro.

—Tócame, por favor —susurro.

—Hazlo tú. Haz de cuenta que no estoy aquí y que estás disfrutando sola de esto.

—¿Vas a tocarte tú también?

85
—Si alguien viene podría actuar como si nada si no lo hago yo… —susurra de nuevo cerca de mi oído
y me quiero morir —. El placer de otros también es el mío.

—No va a venir nadie.

—Tócate.

Toma mi muñeca y con su otra mano, se deshace del botón que ajustaban mis jeans. Guía mi mano
hasta el interior de mis panties haciendo que a mi mente no le quede más remedio que fantasear
con que él es quien va a tocarme.

Dijo que iba a matarme y estoy empezando a pensar que esta es su manera de hacerlo.

La humedad que encuentro cuando me toco no me sorprende y aunque la escena que tengo al
frente es bastante excitante, cierro los ojos porque la respiración de la persona que tengo a mis
espaldas es aún más excitante. La calidez que me da el cuerpo de Ares es tan atrayente que sé que,
si alguna vez al fin decide tocarme, voy a estallar en miles de partes.

Jamás había deseado a alguien de esta manera. Me asusta, me asusta en lo que pueda convertirme
para poder alcanzar lo que quiero.

—¿Estás mojada? —Su pregunta me lleva a morderme los labios.

—¿Quieres sentirlo por ti mismo?

—Solo responde.

—Sí… y muchísimo.

—¿Qué es lo que más te gusta de lo que ves?

—No estoy viendo nada —respondo.

—¿Entonces en qué estás pensando? —su cuerpo se pega aún más al mío y mis glúteos al fin pueden
sentir un poco de su erección.

—En ti.

—¿Y que estoy haciendo en tu cabeza?

—Estás follándome como un maldito maniático —digo entre susurros y jadeos —. Pero no solo tú…
Yo también estoy chupándote la verga y cabalgándote de arriba a bajo mientras apresas mis tetas.

—Me gustan mucho tus tetas —confiesa y las palabras me llevan aún más cerca de la cima.

—Podrían ser tuyas cuando quieras —los gemidos se me escapan entre las palabras.

Ríe nasalmente. No noto cuando cierra la puerta, pero me doy cuenta de que lo hace cuando me gira
y estrella mi espalda con ella.

—No te detengas y mírame —ordena.

Mis ojos van de sus labios hasta su entrepierna. Ha liberado su erección y al fin puedo deleitar mi
imaginación con algo más real. Es larga, venosa, gruesa y su glande es tan rosado que muero por
pasar gustosa mi lengua sobre él. La boca se me hace agua y mis piernas tiemblan cuando inicia un
fuerte y repetido golpe sobre ella con su mano.

Está masturbándose mientras me ve hacerlo también.

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Ralentizo los movimientos de mis dedos. Mi orgasmo está a un simple aumento de velocidad y
quiero aplazarlo hasta que él llegue al suyo también.

Nuestros ojos no se abandonan ni un solo segundo. Nuestras bocas yacen abiertas y el exterior me
ha dejado de importar. No sé cuanto tiempo pasa y ojalá no lo hubiera, hecho porque daría lo que
fuera para que nunca se acabe este momento.

No lo soporto más y llego a mi orgasmo. Mis piernas tiemblan y debo sostenerme de uno de sus
hombros para no caer de rodillas al piso, pero cuando noto que su cuerpo también se ha empezado
a estremecerse, me dejo ir haciendo que mi cara quede a la altura de su pelvis.

Abro la boca para recibir lo que viene de él. El líquido caliente impacta contra mi boca y saco mi
lengua para saborearlo. Está disfrutándolo tanto que lo encuentro increíble y extraño a la vez.

Va a caer y lo hará muy pronto.

—Párate y límpiate. Debo mostrarte algo.

87
CAPITULO 15

Ares
Jalo la rubia hasta mi auto. Abro la puerta y la tiro sin delicadeza a la parte trasera.

—Acuéstate y no te levantes hasta que te lo diga —le ordeno.

—Deja de tratarme como a un maldito animal.

—Aquí el animal no eres tú.

Azoto la puerta y rodeo el auto para entrar al lugar del piloto. Acelero sin fijarme mucho en el límite
de velocidad de la zona. Ella no dice nada el resto de camino y cuando llegamos al lugar, me giro
para recordarle.

—No te levantes —advierto de nuevo.

Asiente con la cabeza. Su expresión es despreocupada y vuelvo mi vista al frente. Entramos al nuevo
lugar abandonado que he adquirido para seguir haciéndole algunos encargos a Enzo. Mi tarea
principal tras mi accidente con el puñal era investigar a Rosie, pero es tan fácil saber de ella que todo
lo hice en menos de dos días.

No quiero irme de Alemania, son sin antes acabar con la gente con la que comparte la sangre que
lleva en las venas.

No le he informado nada a Enzo y tampoco planeo hacerlo, porque no quiero ninguna presión en
este trabajo que pienso llevar a cabo a la perfección.

Me detengo en un oscuro rincón. Desciendo y abro su puerta.

—Voy a llevarte sobre mis hombros y vas a actuar como si estuvieras muerta —digo.

Ella asiente de nuevo. Su cabello rubio cae en desorden sobre su rostro. Está vestida de colores
pasteles como de costumbre, pero el color que más llama mi atención es el rosa con brillantina de
sus labios.

—No me lastimes —pide.

—No prometo nada —la jalo de los pies para tomarla de su cintura y echarla sobre mi hombro
izquierdo. Bloqueo el vehículo y con una facilidad innata entro al recinto con ella encima.

—Agárrame de más arriba —dice.

—Cállate —susurro entre dientes.

Paso por las distintas salas de tortura. Cada que Rosie escucha un grito se estremece un poco, pero
no tanto como debería.

Entro a un lugar vacío y la arrojo sobre el sucio colchón.

—Quítate la ropa —ordeno.

—¿Por qué? ¿Para qué?

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Procedo a cerrar la puerta y encender alguna de los cientos de velas que hay. Todo se ilumina y deja
ver la pared de color blanco al fondo. Tomo la cubeta y un pincel que compré hace algunos días y lo
dejo a su lado.

—Desnúdate y píntame algo en esa pared.

Necesito verla y que actúe como si yo no lo hiciera. Necesito otro puto orgasmo como el que acabo
de tener. Llevo días follándome a tantas mujeres como he querido, pero con ninguna he llegado.
Puedo estar durante horas en el puto proceso y no me derramo en ninguna.

El momento de masturbarme ha cambiado. Ya ni las putas orgías me llenan, ya Zaik me da asco y


vivo soñando con enterrarle mi polla a la rubia que tengo en frente.

Pero aún no puedo. He descubierto su procedencia familiar y la ley de la Cosa Nostra me obliga a
asesinarla de inmediato. Solo necesito unos días más.

Puede que ya sepa quien es, pero quiero saber más de su cómo es.

—Estás demente —comenta incrédula.

—Lo estoy —me dejo caer sobre el colchón y envío mis manos detrás de mi cabeza —. Vamos no
tengo toda la noche, tengo que asesinar a dos ancianos.

—¿Por qué tiene que ser desnuda?

Me encojo de hombros.

—Porque quiero verte desnuda. No preguntes idioteces. —digo intentando sumar paciencia.

—¿Vas a tocarme?

—Depende de lo que dibujes.

—Si lo hago bien… ¿Lo harás? —se pone de pie para empezar a deshacerse de sus prendas.

—Tal vez.

Su mirada de cristal me reta. Visualizo su piel completamente desnuda. Se mueve para tomar la
cubeta y el pincel, pero apenas se da cuenta del contenido, palidece.

—¿Qué mierda es esto?

—Solo es sangre —me encojo de hombros.

—Ares yo no… Debería…

—Solo es sangre. Pinta —ordeno.

Su expresión se transforma en confusión. Se está debatiendo en si hacerlo o no. La estoy probando,


voy a quebrarla por completo y me convertiré en su ruina, en un infierno personal al que van los
inocentes que son cercanos a los verdaderos pecadores.

Infla su pecho. Sus tetas se contornean aún más gracias a las sombras que producen las velas. Su
cuerpo es perfecto. Algunos huesos resaltan en su piel, como los de su clavícula y sus caderas. Llevo
días fantaseando con morderlos.

Estoy convirtiéndome en un enfermo. Follo por follar porque ya no eyaculo si no está ella en mis
pensamientos. Estoy limpiando el rastro de traumas que dejó Olympia, pero también estoy

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llenándolo con asquerosas experiencias, porque ninguna otra es tan suave y delicada como lo es la
maldita incitadora de Rosie Müller.

Su apariencia llama a pecar mientras lo disimula con una fachada de iglesia perfecta.

Uno de mis temores en enterrársela y que se acabe, que no me llene y vuelva al maldito circulo
vicioso en el que estoy. Por lo menos viéndola ahora soy capaz de acércame a un orgasmo.

Envuelvo mi mano alrededor de mi polla mientras la veo a ella empezar a dibujar quien sabe qué y
no es que me importe, porque en lo único que me concentro en es el hueco de la unión de sus
piernas, en el cual sobre sale un poco su vulva y puedo saborearme desde aquí. Sus tetas también
me piden que las chupe, pero sé que todo se irá al demonio si lo llego a hacer.

Los seres como yo no merecen el placer.

—Tú generas, yo recibo. Así es esto —decía Olympia cada vez que nos veíamos.

—Dios castiga los orgasmos llenos de pecado con personas que luego vas a tener criar, tal y como lo
hizo con tus padres. Tú no eres más que la represión de los desgraciados de tus padres. Se merecen el
infierno al igual que tú, por eso he venido a adelantarte el sufrimiento —reía y reía.

Su risa siempre está en la mayoría de mis pesadillas. Había descuartizado cientos de cuerpos y me
doblegaba una mujer de un metro sesenta. Lamentablemente yo no puedo deshacerme de ella.

Mis ojos siguen viajando por tu su cuerpo y me concentro en cada movimiento que decide, pero de
un momento a otro mi atención se traslada a unas cadenas colgadas en la pared y mi mente
maquina con rapidez algo a lo que le podría llamar un antojo.

Tan rápido como la idea llega me pongo de pie, tomo las cadenas y voy hasta ella.

—Esto podría quedarte muy bien —susurro en su oído. Sé que esto le gusta.

Sus ojos me miran suplicantes y sin pronunciar palabra, acepta. Comienzo a envolver su cuerpo con
las cadenas, principalmente alrededor de su cuello. Aprieto un poco más de lo que debería y reparto
el resto por todo su cuerpo, teniendo presente que debo dejarle un brazo libre para que pueda
seguir pintando.

Vuelvo a mi lugar. Las cadenas sobre su piel me obligan a que tenga que sacarme la polla y empezar
a golpearme de arriba abajo. Su perfecto cabello rubio ha quedado enredado en una de ellas, al igual
que sus tetas y su vulva están siendo marcados.

Me jalo la polla incontables veces y logro dos orgasmos arrasadores, pero aún me siento
insuficiente.

—Dibujaste el mismo cuadro de tu casa —reparo llegando detrás de ella.

—Fue el único que me pareció idóneo para la ocasión y la sangre —responde.

—¿Por qué?

Se gira y me enfrenta.

—Estás cegándote e ignorando lo que sea que te mantenía atento… En cambio, yo… Yo me cegué
desde la primera vez que te vi.

—No te lo aconsejo —me acerco amenazante a ella.

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—Pruébame —susurra levemente contra mi boca. Aspiro su asqueroso aroma a Vainilla —. Solo un
puto beso.

La tomo de las cadenas que rodean su cuello y acerco su rostro aún más. Lo detallo con curiosidad.

¿Por qué no está exigiéndome que la deje ir?

Sus labios se entreabren y los míos se secan de inmediato. Se aproxima más y cuando siento un roce
me quedo inmóvil. Dejo que sea ella quien haga el trabajo. Sus ojos se han cerrado, pero los míos
siguen mirándola atentos.

Tal vez lo que esté sintiendo sea la caricia más suave que jamás me han dado. Nunca nadie jamás me
había besado por deseo y la manera en la que ella lo hace no me deja más opción que continuar y
seguir lo que ha iniciado.

Lo que pensé que antes era una de las cosas más asquerosas que podían hacerse durante el sexo,
ahora, para mí, se ha convertido en algo diferente. Sus brazos se envuelven alrededor de mi cuello y
me atrae con fuerzas hacia ella.

Me echo hacia atrás cuando intenta tocarme más de lo que soporto.

—Esto será así —vuelvo a tomarla de las cadenas de su cuello —. No voy a follarte, pero quiero ver
como otros lo hacen. No quiero que se den cuenta, pero quiero que tú lo sepas.

—¿Podré al menos besarte? —pregunta.

—Pasará cuando yo quiera —respondo y vuelvo a impactar mis labios contra los suyos.

Los muevo a un compás equitativo sobre los de ella. Me aventuro a morder hasta sentir el sabor de
su sangre contra mi lengua. Un gemido escapa de su boca y lo ahogo con más velocidad en el beso.
Después de unos segundos me separo para tomar aire.

—Follarás para mí.

—¿Por qué no conmigo?

—No voy a responder eso.

—¿Qué mierda te pasa? —pregunta.

—Estoy jodido. No diré nada más.

—Yo también lo estoy…

Me río con ganas frente a su cara. La empujo y cae sobre el colchón. Busco uno de mis cigarrillos
para encenderlo y llevarlo hasta mi boca. Una respiración y aspirada profunda y en un segundo la
nicotina se ubica en mis pulmones.

—Exageras. No conoces el verdadero maldito dolor —replico.

—Pues cuéntame cuál es.

—No voy a decirte una mierda, pero si voy a darte algo —digo y voy hasta el armario de metal
oxidado en un rincón de la habitación.

Saco las rosas de color blanco salpicadas con la sangre de alguien que maté sobre ellas esta mañana.

—¿Qué es eso?

91
—Para ti —le tiendo el ramo.

—Eso es…

—Sangre y es normal.

—Pero… ¿Por qué?

—Le corte la cabeza a alguien que las sostenía.

—¿Por qué?

—Era como un espía —me encojo de hombros —. No sé, solo tenía encargado matarlo y ya. Casi
nunca hago preguntas.

—¿Cuándo fue la primera vez que le quitaste la vida a alguien?

—¿Para qué quieres saber esa mierda? ¿Quién putas se acordaría de eso?

—Sé que lo haces —responde —. ¿Qué edad tenías?

La estudio durante unos segundos. Nada pierdo hablándole de alguna de mis mierdas si al final de
todo la voy a matar.

—Siete años —pronuncio sin mirarla. El cigarrillo se me acaba y enciendo otro más.

Estoy sintiendo un hormigueo en mis manos. Como si fuera una alarma que me advierte de alguna
amenaza.

—Eras muy pequeño… —comenta aterrada, pero no le creo el tono.

—Era muy cobarde, eso era.

—¿Cuántas personas has…? Ya sabes… —traga duro.

—Dejé de contar hace mucho —digo y sigo fumando como una puta chimenea. Me tiene alterado
con sus malditas preguntas.

—¿Recuerdas ese último número?

—¿Por qué estás haciendo tantas preguntas? —la miro.

—Porque me das curiosidad, maldita sea.

—Debería darte miedo, deberías huir y llamar a la puta policía.

—¡Me amenazaste con matarme si lo hacía! —exclama indignada.

—Matarte será un regalo para lo que te haría si me delatas y con eso me refiero ante cualquiera —la
miro con seriedad para que capte la indirecta que le estoy lanzando.

—No voy a delatarte con nadie.

—¿Por qué piensas que mientes bien? Mientes como la mierda —escupo hacia un lado. Odio el
sabor a humo que queda en mi boca.

—Te lo juro. Ya te dije que seré tuya solo con pedirlo.

—En eso estás equivocada —me aproximo hasta la cama y me siento a su lado.

92
—¿Por qué?

—Desde hace mucho te volviste de mi propiedad —susurro en su oído —. Mi muñequita.

93
CAPITULO 16
Ares
Pongo los audífonos en mis oídos. Thunderstruck de AC/DC suena a todo volumen a través de ellos.
El tímpano tal vez podría explotarme, pero para mí no existe otra manera de escuchar rock que no
sea esta. Además, detesto el ruido que hace la motosierra cuando corto alguna extremidad como lo
estoy haciendo ahora.

Enzo me ha enviado un cargamento de siete hombres que debo desaparecer. Hace unos días me
enfrentó y estuve a punto de cortar su maldita cabeza.

—Es hora de irnos de Alemania —dijo después de colgar el teléfono.

—Voy a tomarme un descanso —me eché sobre el sillón y prendí un cigarrillo. Sabía que detestaba
que fumara y con más ganas lo hacía.

—¿Descanso? No te daré ningunas putas vacaciones. Saldrás mañana temprano hacia Roma.

Chasqueé la lengua.

—¿Quién lo dice?

—¡Yo lo digo!

—¿Y quién eres tú? —me burlé, pero él se apresuró hasta mi lugar para tomarme del cuello de mi
chaqueta de cuero.

—Soy tu puto dueño.

—Ya tengo 18 putos años —respondí con ira y me levanté con fuerza haciendo que diera cuatro
pasos débiles hacia atrás. Mi altura siempre lo opacaba —. No soy tu hijo, no soy tu empleado, ¡no
soy ninguna mierda tuya!

Ser uno de sus asesinos más sádicos me daba un poder inimaginable sobre él. Me temía, me
necesitaba, pero no podía irme. Él me pagaba cifras enormes de dinero para que permaneciera a su
lado y me chantajeaba con ella. Alguien de mi misma sangre, alguien que también había sido víctima
de toda la mierda que dejaron mis padres.

Mi melliza.

—No puedes quedarte sin hacer nada. No me obligues a buscar a cierta joven…

—¿Qué mierda quieres? —contrataqué.

—Es peligroso para ti que te quedes más de un mes en el mismo lugar.

—No quiero viajar aún, no así —señalé mi hombro —. Lo que me espera en Roma requiere que esté
al cien.

Pasó las manos por su rostro y luego me miró exhausto.

—Algún día hallaré la forma de matarte y serás un problema menos —dijo con fiereza —. Tal vez
contrate a quien logró apuñalarte.

94
Mis sentidos se activaron porque ese alguien era Rosie y jamás iba a permitir que él llegara a ella de
ninguna manera.

—Mientras tanto seguirás haciendo de mi vida un infierno, entiendo. Habla —miré mi reloj —. Tengo
cosas que hacer.

—¿Cosas qué hacer? —se burló —. Eres un puto animal y los animales solo deben salir para cazar —
siguió riéndose a carcajadas —. Cosas que hacer… Dime, ¿vas a quedar para tomar una cerveza con
amigo? O… —tapa su boca —. ¿Acaso tienes una cita con una hermosa mujer que quiera acariciarte
y tratarte bien? —seguía y seguía y mi paciencia decaía. Todo lo que estaba diciendo me estaba
doliendo de una extraña manera porque por su maldita culpa y la de su mujer tenía traumas hasta
mi más pequeña célula —. No seas imbécil y ridículo, Ares. Tu única misión en esta vida es acabar con
vidas. No eres más, no eres menos y jamás alguien va a quererte porque nadie quiere a los enfermos
de la cabeza como tú —tomó unas carpetas sobre su escritorio mientras me quedé parado en medio
de la oficina sin saber qué responder —. Llegará hoy un cargamento con siete cerdos. Desmiémbralos
y desaparécelos. Si no vas a salir del país a trabajar mientras te recuperas, te traeré el trabajo hasta
aquí.

Salió de la habitación y yo solo pude apretar mis puños. Eché toda la mierda del escritorio a volar y
destrocé un sillón a punta de patadas. Estaba odiándolo tan profundamente que había ingeniado mil
maneras de asesinarlo mientras hablaba, pero no podía, él tenía reservas, tenía un plan b y tal vez
otros que llegaban a la z y no quería ser derrotado.

Tanto dolor y humillación me había convertido en alguien inquebrantable.

Ahora ya no existía nada en el mundo que pudiera ponerme en peligro. Había aprendido a
defenderme con el pasar del tiempo, pero justo cuando pensé en esa palabra «peligro» dos rostros
femeninos se vinieron a mi mente. Uno de ojos verdes que solo había visto desde la lejanía y otros de
cristal en los que nunca dejaba de pensar.

Pongo las gafas sobre el tabique de mi nariz para evitar que la sangre siga salpicándome. Algo que
también me molesta son los gritos que emiten. Tal vez debí matarlos antes, pero así ya no sería tan
divertida la tarea.

—Vamos, gordito. Sigues tú —estiro mi espalda y paso al siguiente. Él se remueve y grita, pero no
puede huir, no puede correr porque sus manos y pies yacen atados.

Dejo caer la motosierra encendida a la mitad de su muslo. La voz de Marilyn Manson me acompaña
y la tarareo.

—Sweet dreams are made of this

Who am I to disagree?

I traveled the world

And the seven seas

Everybody's looking for something

La carne se abre y llego al hueso. Presiono con más fuerza el aparato. El olor a hierro, podredumbre
y gasolina se vuelve un cóctel llamado muerte en mis fosas nasales. No hay aroma que me guste más
que este. Soy amante de la muerte y repelo la vainilla, como a la que huele esa desgraciada
muñequita.

95
Se vuelve más soportable cuando la beso porque al fin se calla. Detesto que hable demasiado,
detesto que sea con curiosa y detesto que no me tenga miedo.

Pero lo tendrá y voy a trabajar en ello todo este mes que esté aquí en Londres.

El hombre que torturaba se ha desmayado y la emoción se me ha quitado, apago la motosierra.


Busco otro cuerpo vivo y me sorprendo cuando veo uno muy delgado, con el cabello negro y largo.

Me quito los audífonos haciendo que caigan alrededor de mi cuello. Me inclino con curiosidad y
muevo su cuerpo hacia un lado para poder apreciar su rostro. Está inconsciente y decido no
despertarla para que no sufra. Es mi obra de caridad del día. Ojalá algún dios me lo pague un día. Me
pongo de pie de nuevo. Enciendo de nuevo la motosierra, pero una delgada mano toca la mía e
impide que lo haga.

—Ya te hacía lejos de aquí.

Me congelo al escuchar su voz. Giro mi rostro y mis ojos chocan con su amarga sonrisa.

—Olympia —digo con simpleza.

—¿Qué haces todavía en Berlín?

—Trabajando —digo y enciendo la motosierra para llevarla hasta el cuello de la mujer que apenas
siente el toque de las cuchillas abre los ojos con extrema sorpresa que la acompaña el sonido de un
grito desgarrador. Intenta alejarse y apartar la motosierra, pero termina cortándose las manos.

Aprecio todo ese último miedo, uno de los más reales y exquisitos, el miedo a morir.

—Ensuciaste mis malditos zapatos —la escucho decir cuando apago el pequeño motor.

—Sei in una macelleria —«estás en una carnicería» pronuncio en italiano.

—Pudiste haberte detenido un momento.

—Estoy trabajando —me muevo entre los cuerpos buscando otro vivo.

—Necesito que lo dejes. Enzo no se dará cuenta y te necesito hoy.

Me detengo. La escucho acercase a mis espaldas. Una mano suya toca mi espalda y me alejo con
rapidez. No tolero que me toquen, en especial ella.

—No —decreto.

—Aún no se ha terminado el trato que tenemos… —vuelve a acercarse y doy pasos hacia atrás hasta
que mi espalda choca con la pared —. Si llego a abrir mi boca así de cerca a Enzo… —su mano viaja
hasta mi entrepierna y comprime mi miembro con fuerza. Dejo de respirar —. Ateneita podría ser
decapitada por Magnus White en cuestión de segundos.

Mis dientes se presionan con fuerza y mi imaginación vuela hasta una escena donde enciendo la
motosierra y le vuelo la cabeza.

—Voy a matar a toda tu familia algún día —escupo entre dientes con ira.

—No digas eso, dulce mío… —su mano llega hasta mi cara y las ganas de vomitar la bilis se propagan
—. Tú también eres de esta familia y si algo nos pasa… Tú te irás directo al infierno a acompañarnos.

Su agarre se intensifica y no puedo soportarlo más. Quito su mano tomando su muñeca con fuerza.

96
—¿Qué mierda quieres?

—Queremos que nos folles —susurra.

Devuelvo mi bilis. La saliva se me torna amarga. Solo con imaginarlas me vuelvo incapaz de soportar
este asqueroso mundo. No respondo nada.

—Te enviaré la dirección. Es a la misma hora de siempre —se limpia su mano sobre mi ropa y sale
golpeando el piso con sus tacones.

Enciendo la motosierra y me lanzo a volver todas las partes humanas en pequeños pedazos casi
líquidos. Voy a matarlas, a todas y cada una de ellas, lenta y dolorosamente.

Pongo mis audífonos y me encuentro con una canción que Rosie agregó hace poco. Levo cuatro días
sin verla y tomo esto como una señal para que vaya por ella.

Non, je ne regrette rien en la voz de Edith Piaf golpea mis tímpanos y recuerdo las palabras que ella
usó el día que nos besamos y dibujó con sangre para mí.

—Me gusta pintar cuando mis sentimientos me abruman. Dejé mis miedos impresos en ese cuadro
sangriento. Hoy filtré todo ahí y siempre que termino, quedo con la sensación de que puedo enfrentar
el mundo con más valentía.

—Para mí el miedo y la valentía es lo mismo—comenté.

—¿Por qué?

—Porque el valiente también teme y aunque se le alabe más, siempre morirá primero.

—Dirías que el valiente es un suicida —agrega.

—Diría que es un idiota.

—Enfrentar los miedos no es de idiotas. Cuando se enfrentan ellos se acaban.

—¿Y si se te acaban los miedos cómo podrías ser un valiente? Ya no tendría sentido serlo.

Se me quedó mirando durante unos segundos.

—¿Tienes miedos? —preguntó de repente.

—Sí y no soy valiente.

Lanzo con fuerza el aparato contra una pared. Voy hasta el armario lleno de mantas y bolsas. Saco
una de las más grandes y al fondo busco la caja de herramientas. Tomo unas puntillas y un martillo.
Estar en una abandonada fábrica de textil ha servido un poco para lo que tengo pensado hacer.

Clavo la sábana extendida en toda la pared. Saco mi navaja y corto un mechón de cabello de la
cabeza decapitada de la mujer. Su cuello yace completamente destrozado.

Pongo la canción favorita en francés de Rosie. La repitió más de 5 veces mientras volvíamos hasta su
casa. Podría haberla follado hasta el cansancio ese día, pero no quiero arruinar los malditos
orgasmos de los que dependo ahora mismo. Ella me causa placer sin toque y no quiero que el toque
luego se convierta en nada.

Podría decir que casi es una canción clásica. Me acerco a la tela blanca, mojo el mechón en un
charco de sangre bajo mis pies e inicio la pintura. Su rostro se graba en mi mente y dejo que mi

97
mano lleve a ilustrar lo que antes han visto mis ojos. Me concentro en esto y dejo de pensar. Sirve
un poco, ya no quiero seguir triturando personas.

Después de lo que creo son horas, me detengo. El dibujo ha quedado bien, siempre he aprendido
rápido, pues lo que viví me obligó a acumular talentos e información de esta manera. Los
torturadores no tienen paciencia, no gozan de ella y van de la mano con la búsqueda de la
perfección. Si no sale a la primera, deberás someterte a ser castigado por ser un inútil.

—Necesito verla —susurro —. Tiene que ver esto. Va a encantarle.

Corro por todo el lugar abandonado. Me desnudo de inmediato y me ducho en el pequeño baño.
Tomo mi ropa, me visto y de nuevo voy apresurado hasta el auto. Ella no sale nunca sin su nuevo
celular y yo he logrado entrar a él para activar su ubicación exacta en todo momento.

Busco en el mío y la encuentro a un par de kilómetros. Me adentro en Berlín y maniobro con rapidez
en las calles de la ciudad hasta llegar al fin a ella. Bajo y camino casi desesperado, como alguien de
venas moradas que necesita ya mismo una dosis jugosa de heroína.

Está hablando con un hombre. Se ríe, le toca el pecho y le coquetea.

Hija de puta.

Llego hasta a ella y sin que se lo espere, la tomo del rostro e impacto mis labios en los suyos. No se
mueve durante unos segundos y supongo que es debido a la sorpresa, y sin importarme esto sigo
besándola como si estuviera vaciando toda la jeringa llena del químico líquido dentro de mis venas.
Su olor de vainilla me asquea y más me pego a ella. Sus manos rodean mi cintura y sus labios al fin
responden haciendo que el efecto de la droga pueda casi matarme.

—Vuelve a tocar a alguien sin mi permiso y voy a desaparecerlo —susurro muy bajo contra su boca.

—Así que es muy serio lo de que me crees tuya.

Sigo teniendo su rostro apresado entre mis manos. No dejo de mirar sus ojos de cristal ni un
segundo.

—Te tengo un regalo —digo y me separo para tomarla de la mano y llevarla conmigo.

—¡Te llamaré después! —le grita al idiota que no me molesté en siquiera mirar.

Le abro la puerta del auto, la empujo para que suba rápido y cierro. Voy hasta el asiento del piloto e
ingreso. Acelero sin fijarme mucho en mirar hacia los lados.

—No vas a llamarlo. Jamás.

—¿Qué mierda? Yo haré lo que se me de la maldita gana —ríe.

—¡Jamás, Rosie Müller! —freno y la miro —. No necesitas hablar jamás con nadie porque yo
necesito que hables conmigo siempre.

98
CAPITULO 17

Ares
Su rostro se congela al escuchar mi reclamo posesivo.

—Estás muy mal de la cabeza, Ares. Antes solo lo suponía, pero acabas de confirmármelo.

—No sé de que hablas —digo y vuelvo la vista al frente. Acelero sin precaución por la calle.

—¿Siempre conduces como un maldito loco o solo cuando la mierda se te sale de control? —sigue
escupiendo falacias.

—Cállate.

—¿Sabes? Yo también tengo problemas mentales, solo que lo mío es leve… en comparación a… Tú…
Lo que haces debe atormentarte en todo momento, hasta cuando estás dormido —la veo mirarme
fijamente por el rabillo de mi ojo —. ¿Siquiera duermes? Tus ojeras me dicen que no, pero ¿Qué me
dices tú?

—Te digo que te calles la maldita boca.

Fue una mala idea traerla aquí. Estaciono cuando llegamos y bajo sin esperarla, porque sé que va a
seguirme, no tiene otra opción.

Entro al salón lleno de cuerpos, sangre en el suelo y sobre la enorme sábana blanca, ya no tanto, en
la pared.

—Voy a vomitar, Ares.

—Hice esto para ti —señalo su rostro ilustrado en sangre.

Se detiene a mi lado. Su rostro está más pálido de lo normal y sus ojos están tan abiertos que logra
que sus pestañas alcancen sus cejas. No parpadea y cuando está por hablar, vomita. Vuelvo mi vista
al frente para apreciar mi arte mientras ella se acostumbra a toda la mierda humana que está regada
en el piso.

—Este lugar es horrible, Ares.

—Mira el puto dibujo y nos iremos —digo.

Da un paso hacia adelante para detallar bien su rostro en tono carmesí.

—¿Lo hiciste tú? —me mira por un segundo, para lugar acercarse más mientras intenta no tropezar
con alguna extremidad.

—Sí.

Su mano acaricia con lentitud la tela teñida.

—No me dijiste que sabías pintar…

—Yo tampoco lo sabía. Es primera vez que lo hago —digo metiendo las manos en los bolsillos de mi
pantalón.

99
—Talento innato —me mira —. Tienes que pintar más. Vamos.

Toma mi mano y juntos salimos del lugar. Ella ingresa al asiento del piloto y no me molesto en
alegar. Ingreso y me dejo absorber por la silla. Apenas ahora me doy cuenta de lo cansado que estoy.
Mi hombro sigue herido y realmente no podría volver a Roma en estado.

Enzo me tiene cazando a todos los asesinos que pertenecen a la Ndrangheta, entre ellos, a Zaik.
Tienen entrenamientos superiores al mío, pero más pesa la inteligencia al momento de asesinar a
alguien. A pesar de que me gusta torturar y disfruto de eso, mi estilo para acabar con vidas se
personaliza dependiendo de la víctima. Con estos malditos asesinos he tenido que recurrir a la
agilidad para pasar desapercibido y hacer todo en silencio. Me tomo el tiempo para analizar
debilidades, para memorizar rutinas… Tomo mundo tiene una, aunque no lo crea, o no lo sepa y yo
suelo hallarlas todas.

Nada se me pasa, soy detallista hasta la mierda.

Por ejemplo. Rosie esconde algo y trata de sepultarlo bajo toda esa pila de colores pasteles, brillos,
sonrisas, obras de caridad que hace y demás. Nunca he fallado en desentrañar a una persona. Desde
aquí puedo ver lo falsa y manipuladora que es.

—¿Por qué me miras así? —pregunta —. Pensé que habías superado la etapa de querer matarme.

—Quiero matarte, Rosie.

—Hace una hora me reclamabas como tuya y ahora quieres asesinarme —niega con la cabeza —.
Voy a recomendarte un psicólogo.

—Lo que acabas de decir define la obsesión —comento.

—¿Lo de la posesividad y luego las ganas de asesinar?

—Sí. Conozco muchos hombres que han terminado asesinando a sus novias porque se obsesionan y
se enferman por ellas.

—Basuras humanas. Eso son —repara

—Y aún así sigues aquí —ladeo mi cabeza para mirarla.

Enredo su cabello en mis dedos. Es tan suave…

—¿Qué te pasa conmigo, Ares?

—¿Qué te pasa a ti conmigo, Rosie?

—¿Qué? —me mira —. ¿A qué te refieres?

—Has visto lo jodido que estoy y lo que podría estar, y sigues aquí, sin huir y sin oponer resistencia
cada que te jalo conmigo —vuelvo mi vista al frente.

—Me generas curiosidad —dice después de algunos segundos —. Eso es todo.

—¿Por qué no te altera más de lo que debería lo que hago?

—Porque no es la primera vez que veo como alguien asesina a otras personas.

—¿A quién más viste?

—A mi padre.

100
—¿En qué trabaja? —indago.

—Es militar, al igual que mi madre y mi hermano mayor —responde y luego vuelve a mirarme por un
segundo —. ¿Qué hay de tus padres? ¿Tienes hermanos?

—Muertos todos.

Sus ojos me miran acusatoriamente.

—Dime la verdad —pide mirando al frente.

—Tengo una hermana —suelto sin pensar.

—¿Mayor o menor?

—Menor por unos minutos.

Su mirada vuelve a clavarse en mí.

—¿Tienes una melliza? —pregunta incrédula —. Cool.

—No es cool —saco un cigarrillo. Pensar en Atenea me revuelve el estómago —. No sabe que existo.

—¿Cómo…?

—Deja de preguntar mierdas y conduce.

Otro silencio más que aprecio demasiado de parte de ella. Ya que siempre suele tener diarrea verbal.
Por un lado, me siento capaz de soportarla y por otro solo quiero ahorcarla. La imagen de ella
recibiendo mi semen aún no sale de mi cabeza. Me he jalado la polla durante horas pensando en eso
y ni hablar del momento en que Ghost la folló y susurro mi nombre.

Mataría por volver a verla follando con alguien más.

—¿Sales con alguien? —lanzo la pregunta como si fuera el momento más casual del mundo.

—Mataste mi novio, ¿cómo putas se te ocurre preguntar si salgo con alguien?

—No te dolió su muerte. Más enojada estabas porque te pedí que lo enterraras —clavo mis ojos en
su perfil —. Te follaste a Zaik, me ruegas a mí y espías a tus amigas. No me vengas con que estás
guardando luto porque no voy a creerte una mierda.

—El sexo es una necesidad fisiológica y no tiene nada que ver con mi maldito dolor —se queja —. ¡Y
yo no te ruego!

—¿Estás segura? —susurro y llevo mi mano hasta su rodilla.

No sé que mierda estoy haciendo, pero continuo con falsa seguridad. Escalo su muslo hasta llegar a
su entre pierna. La veo abrir levemente la boca y tensionarse cuando rozo un dedo sobre su zona por
encima de su pantalón. La prenda es delgada y la costura ocasiona que su sexo se proyecte aún más.

Le regalo sutiles movimientos en círculos mientras que sus caderas intentan obtener algo más de
intensidad.

—Ruega —susurro cerca de su odio. Huele a la asquerosa vainilla que siempre se echa encima. La
verga se me pone dura.

—Ares —dice a modo de advertencia.

101
—¿Qué?

—Si no vas a romperme la puta vagina con tu verga, no hagas esta mierda —toma mi muñeca y la
arroja a mi regazo —. No seas un hijo de puta. ¿Qué si me muero por follarte? Lo hago y lo voy a
hacer.

—¿Por qué estas tan segura? —río de su furia.

Frena el auto de repente. Deja su mirada fija en el frente y luego se vuelve hacia mí. Luce bastante
enojada y me sorprendo cuando se quita su cinturón de seguridad y se traslada hasta mi lugar. Me
hielo cuando siento su pelvis sobre la mía.

—Duro —dice. Su rostro queda cerca al mío, nuestros labios casi se rozan y compartimos el mismo
oxígeno—. No sabes lo malditamente caliente que me puse cuando me besaste —susurra contra mi
boca. Sus caderas han empezado a moverse sobre mi miembro erecto —. Dime que lo hiciste porque
te gusto y no por la mierda que tienes en la cabeza. Dímelo…

Sus labios testeando los míos. No estoy pensando. Jamás había tenido a alguien encima y esto me
está embriagando. Mi sistema me está pidiendo más intensidad, pero sé que al dársela, ella querrá
más y podría terminar cometiendo un crimen.

La dejo continuar el beso. Su delgado cuerpo se ha pegado al mío. Mis labios empiezan a responder
de la misma manera en que la besé esta tarde. Lleno mis manos de valentía para ir directo a una
zona que he querido tocarle siempre. Sus tetas.

Rompo la camisa y ella se echa hacia atrás, interrumpiendo el beso.

—¿Vas a lamerlas? Dime que sí.

—Ruega.

—Chúpalas, magréalas, muérdelas… —lame mis labios —. Haz lo que quieras conmigo, por favor…

—Ruega más.

—Por favor, lo necesito, te necesito… —muerde con suavidad mi labio inferior. Mi verga está
queriendo traspasar mi pantalón y enterrarme en ella, pero no voy a permitirlo.

Retiro la tela que cubre sus tetas y llevo dos dedos hasta cada pezón. Su cabeza se echa hacia atrás
cuando siente la presión que ejerzo en sus puntas erectas. La boca se me hace agua y dejo correr mi
instinto de querer prenderme en uno de ellos.

La suavidad se siente fría contra mi lengua. Sabe tan dulce que me tan nauseas. Sus dedos se han
adentrado en su pantalón para masturbarse mientras mi boca se turna para chupar y morder sus
pezones.

No me mido y me emociono haciendo lo que me plazca con su maldito pecho. Muerdo hasta casi
dejarle la piel sangrando. Estiro sus puntas entre mis dientes y magreo con fuerza las lomas. Me
fascinan demasiado.

—Sí, más…

Me separo y golpeo una de ellas con fuerza, repito la acción en la otra y vuelvo con mi boca. Sus
caderas viajan de atrás hacia adelante sobre mi miembro haciendo que el roce produzca que la piel
que cubre mi cabeza suba y baje. Está masturbándome sin tocarme y si sigue así voy a correrme.

102
La tomo del cuello y la atraigo hasta mi boca.

—Quiero volver a ver como te follas a alguien, o alguien te folla a ti —exijo.

—Sí… ¿Exactamente que quieres? —pregunta sin dejar de moverse.

—Quiero ver como te meten una puta verga mientras imaginas que es la mía.

—¿Y por qué no me metes la tuya? —susurra entre jadeos. Intenta tocarme y tomo su muñeca.

—No.

—Fóllame —pide.

—No.

—Voy a follarme a cientos —esta vez es ella quien me toma del cuello —. Voy a hacerlo frente a ti y
créeme, hijo de puta, jamás voy a pensar en ti.

Saco la mano de sus pantalones. Introduzco la mía y trato de moverla al mismo ritmo que llevaba
sobre su humedad mientras llevo sus dedos, con los que antes se tocaba, hasta mi boca.

El orgasmo la ataca. Sus ojos se han puesto totalmente blancos y su labio ha sido atrapado por sus
dientes. El temblor de su cuerpo estremece el mío haciendo que también me corra en mis putos
pantalones. Es el orgasmo más malditamente orgasmo que he tenido, pero no por eso el que menos
he disfrutado.

—Vas a pensar en mí porque voy a enloquecerte, pero jamás te penetraré ni aunque te arrodilles.

103
CAPITULO 18

Ares
Nunca había eyaculado de otra manera que no fuera masturbándome o teniendo a Zaik
chupándome la verga, y jamás pensé que lo causara una mujer que se me mecía encima. He decido
conducir yo esta vez. Rosie está furiosa como la mierda conmigo. Tal vez hasta termine
asesinándome antes que yo a ella. La creo capaz de eso y mucho más, como dije, su fachada rosa no
oculta la oscuridad que esconde.

—Hay algo que no me estás contando. —Bajo del auto y vuelvo a su lado para caminar junto a ella
hasta su apartamento.

—¿Acaso tu me cuentas todo? —se defiende mientras mete las llaves en la cerradura.

—¿Qué quieres saber? —Me encojo de hombros. Si quiere que le cuente todos mis asesinatos, lo
haré con gusto. Recordar es vivir.

Entramos hasta el pequeño salón, se deshace de sus zapatos y se para frente a mí.

—¿Qué te pasó? —ladea su cabeza e intenta tocar mi mejilla, pero sostengo su muñeca en el aire.

—Llegué a mi límite hoy —digo. Hoy fue más de lo que nunca he hecho con alguien, pero me
satisface que ella quiera tocarme.

Enzo, hijo de puta. Alguien se muere por tocarme, trágate tu mierda.

—Entiendo —baja la mano —. ¿Qué te pasó?

Insiste con su pregunta. Quito el cabello que rodea su rostro y lo escondo detrás de sus ojeras.
Quiero ver mejor la claridad de sus ojos.

—No me gusta dar lástima.

—No causarás eso en mí —comenta.

—No causaré nada porque tú solo quieres que te folle y ya.

—Quiero saber sobre ti también.

Me río.

—Yo no quiero saber nada sobre ti, pero aún así… —apago mi voz. Hablé mierda de más.

—¿Aún así qué?

—Ya te lo dije —miento —. Quiero verte follando con alguien más.

No voy a admitir que solo estoy aquí por demostrarme a mí mismo que alguien se muere por
tocarme.

—Llama al rubio.

—No. A cualquiera menos a él y voy a advertirte algo de una vez —la tomo del cuello haciendo que
su cabeza se incline hacia atrás —. Vuelve a follar con él y voy a desangrarte manteniéndote viva.

104
—¿Por qué? —sonríe vilmente y alza una ceja —. ¿Te dieron celos de que él me follara a mí o de
que… no te follara a ti?

La suposición inicia la ebullición en mi sangre y refuerzo mi agarre sobre mi cuello.

—De tu boca solo sale mierda.

—¡Y de la tuya también! —ríe —. Se les nota las malditas ganas que tienes de darse como si el
mundo fuera a acabarse y solo voy a pedirte que cuando lo hagan, por favor me dejen al menos ver.

La empujo.

—¿Qué mierda escondes? Eres tan falsa.

—¿Acaso no puedo ser sexualmente diversa y activa? —abre sus brazos. Sigue riendo como una
maldita loca —. Me gusta mucho el sexo, Ares. No escondo nada, esto no es una fachada,
simplemente así soy yo. De día aprendo sobre el arte y cuido ancianos, y de noche follo como una
maldita desquiciada —me sonríe —. Cuéntame que haces en tu día, chico italiano.

—De día asesino y de noche también.

—Interesante, ¿y cuándo follas?

—Nunca follo.

—¿Qué?

—Como ya lo notaste y lo recalcaste, tengo mucha mierda en la cabeza —comento mientras me


deshago de mi abrigo. Voy hasta su caballete, me siento en la silla, tomo el color rojo y comienzo a
hacer trazos sin sentido con un pincel delgado.

—¿Y eso te impide follar?

—Me impide hacer muchas cosas —respondo sin mirarla. Tal vez si la traumo con mi historia se
callará. Nadie nunca sabe qué decir después de escuchar el sufrimiento y las tragedias de alguien, y
las mías están a otro nivel.

—¿Cómo cuales?

—Todo, Rosie. Solo sé asesinar y masturbarme. No tengo aspiraciones, no tengo nada. Soy la
porquería con la que todos tienen pesadillas.

Estoy hablando de más, pero tal vez es porque nunca siquiera he hablado un poco con alguien. El
celular vibra en el bolsillo de mi pantalón. Puedo adivinar quien es y acierto. Contesto.

—¿Qué quieres?

—¿Estás ocupado? —La voz de Zaik se escucha agitada.

—Siempre estoy ocupado —respondo sin dejar de pintar. Rosie está pendiente de mis trazos.

—Quiero verte.

—Yo no.

—¿Por qué? ¿Te molestó que me follara a esa puta rubia?

—No. —Detrás de su voz escucho ruidos extraños —. Deja de llamarme mientras estás follando.

105
—Oír tu voz me ayuda.

—¿Quién es? —pregunta Rosie a mi lado. La miro repulsivamente.

—¿Estás con ella? —replica y los ruidos se detienen —. Vi como la mirabas esa puta noche. ¿Vas a
tirártela? ¿Eso es lo que harás?

—Tal vez —miro a Rosie. Tiene el ceño fruncido.

—Estás haciendo que... Voy a matarla. Voy a arrancarle el puto pelo hebra por hebra. También lo
haré con sus putos ojos. Voy a quebrarle los malditos huesos y…

—¿Por qué? —lo cuestiono. No entiendo su arranque de ira, aunque Zaik siempre mantiene lleno de
ella.

—No va a follarte antes que yo.

—Compórtate o el que va a quebrarte los malditos huesos seré yo —suelto y cuelgo de inmediato
para seguir dibujando. No sé que estoy haciendo, pero en mi mente ya he visualizado algo.

—¿Quién era? —vuelve a preguntar.

—¿Por qué eres tan curiosa? —No la miro.

—No soporto que me oculten cosas.

—Técnicamente, no te estoy ocultando nada.

—Pero me omites información y yo solo quiero conocerte…

—Abusaron de mí años atrás cuando ni siquiera sabía pronunciar bien ciertas palabras. Lo siguieron
haciendo muchas noches seguidas sin importar nada. Me obligaron a asesinar a miles de personas y
ver morir a otras. Dormía en establos durante el invierno y en sótanos durante el verano. Solo comía
una vez al día. Jamás tuve un puto juguete y me torturaban cada que pedía uno. No me gusta el
contacto físico, porque el que me dieron siempre me dejaba sangrando. No había besado a alguien
antes porque quisiera hasta hace un día… —me giro hacia a ella —. ¡Y jamás en la puta vida he
recibido un maldito abrazo! Mi vida se resume en detener corazones, pero antes de eso ponerlos a
latir a una velocidad que solo es capaz de activar lo que llamamos miedo.

—Ares… —intenta tocarme, pero la esquivo.

—No me toques, maldita sea. Ya escupí todo lo que querías saber, ahora déjame pintar en paz.

—¿Cómo es que sabes...? Hablas muy bien, luces como sí supieras mucho más allá que una persona
normal. Dime... ¿Al menos te educaron? —pregunta de nuevo. No sé como hacer para que cierre la
maldita boca, pero por otra parte tampoco quiero que lo haga.

—No, me eduqué yo mismo. Robé cientos de libros y todos me los devoré.

—Oh, ya veo.

Las manos han empezado a temblarme y el dibujo que estoy haciendo está a punto de finalizarse. Lo
dejo a un lado y le pido otro lienzo más.

Jamás había abierto la boca para contarle a alguien de mi pasado, Zaik sufrió una parte conmigo y no
se detuvo a preguntar por el resto. Ahora más que nunca estoy convencido de que alguna vez tendré

106
que matar a Rosie. Detesto la gente que sabe algunas cosas sobre mí, son un peligro potencial, una
bomba que no se sabe en que momento estallará.

Rosie
Aunque esperaba algo como eso, no me imaginaba la magnitud detrás de su historia. No siento
lástima, porque a pesar de todo no puedo ver a alguien arrepentido de todo lo que ha vivido. Lo dijo
sin dolor, pero sí se le notaba el odio. Un odio que lo tiene viviendo sin sentido.

Han pasado horas desde que llegamos y él solo ha pintado cuadros. No quiero molestarlo. Los
dibujos son increíbles, pero no son aptos para personas sensibles. Todos contienen la parte de un
cuerpo siento arrancada, cortada, triturada, etc. No lo conozco casi nada, pero podría jurar que está
dibujando las escenas de los asesinatos que ha cometido que le llegan a la cabeza.

Le he preparado su sándwich favorito y me ha pedido otro más. De verdad siento que estoy tratando
con un animal, pero vaya puto orgasmo que me dio en ese auto. Tengo las tetas adoloridas y parte
de mi piel sangrando. Las marcas no van a desaparecer en días y ahora que me acuerdo tal vez
debería ir al baño y tratar lo que pasó mi pecho como una herida. No quiero que se me infecte.

Me muevo hasta el lavabo y desnudo la parte de arriba para emplear el botiquín, pero cuando me
miro en el espejo me doy cuenta de que es mucho peor de lo que pensé.

Las mordidas están rojas y se han empezado a poner de color violeta a mi alrededor. Esto va a
dejarme marca. Mis pezones están hinchados. Mi piel es un desastre, todo es un desastre.

Me aseo con cuidado de no lastimarme más. Quejidos escapan de mi boca.

—Ruegas por eso y luego te quejas —Ares habla mientras está recostado en el marco del baño.

—No estoy quejándome.

—¿Te gusta? —pregunta mirando mis senos.

—¿El qué? —levanto mis ojos hacia él.

—Verte así hecha mierda.

Ladeo mi cabeza.

—Si me follaras… ¿Dejarías mi entrepierna así? —cuestiono.

—No voy a follarte —repite.

—Solo responde, es hipotéticamente hablando.

—Hipotéticamente hablando tampoco te follaría —replica y blanqueo mis ojos después de dejar
escapar un suspiro pesado.

Sigo con la tarea de limpiarme.

—Voy a dejarte algo claro —pronuncia y lo miro —. Ya te lo dije, pero de hoy en adelante solo
follarás cuando yo esté presente y apruebe que te la entierren.

—¿Qué? ¿En qué puto momento llegamos a esto? —me tenso por completo. Tal vez no debí entrar
en la boca del monstruo.

107
—En el que me dijiste que podía hacerte lo que quisieras y esto es lo que quiero hacerte.

—Estás enfermo —escupo.

—Por ver como te penetran sí.

Termino, me cubro y me muevo para enfrentarlo.

—¿Cómo es que solo quieres que hable contigo y que me folle otros? No comprendo la puta mierda
dentro de tu cabeza.

—Hay cosas que necesito y solo tú en el mundo me has dado, y realmente lo siento por ti porque mi
cabeza no procesa la acción de compartir, nunca la aprendí y jamás lo quiero hacer —se cruza de
brazos.

—Deberías ir a terapia —sugiero —. Tu cabeza está mal. Tal vez si te dejas ayudar de alguien
profesional tú…

Una cargada sale de su garganta con ganas. Es primera vez en la vida que lo escucho reír tan
macabramente y me asusta.

—No van a arreglar ninguna mierda, o dime… ¿Ya arreglaste lo que pasa dentro de la tuya?

—Estoy en ese proceso de…

—Mierda, hablas demasiada mierda —escupe y toma mi mandíbula entre sus dedos. Está
matándome toda esta maldita tensión. No vivo de dedos y vibradores, necesito su polla de carne y
sangre —. Ocultas algo muy asqueroso también.

—¿Qué te imaginas que podría ser? —Juego con su mente como él lo hace con la mía.

—No lo sé, pero cuando lo descubra voy a hacer que te estalle en la cara.

Se aleja dejándome incompleta y sin aire. Toma su abrigo y sale dando un portazo del apartamento.
Vuelvo al salón y repaso con mis ojos cada cuadro que elaboró mientras estuvo aquí. Todos implican
muerte, en todos hay muerte. Todos son de color rojo. Sus trazos son desesperados y desordenados.
Y entiendo que así mismo está su cabeza. Grita y pide por ayuda, pero no esta dispuesto a recibirla.

Mi teléfono vibra sobre la mesa y me lo llevo al oído.

—Ahora no, Duane…

—Sé que estabas con él.

—¿Estás espiándome?

—Yo no, pero los guardaespaldas de Gerard sí.

—¿Qué mierda quieres? Ya te dije que no voy a seguir ayudándolos en nada.

—Solo necesito un puto nombre, Rosie y te dejaremos en paz.

—¿Lo juras? —pregunto moviéndome hasta la ventana.

—Lo juraré después de que lo que nos des sirva para algo.

—Vete a la mierda entonces —casi azoto el teléfono, pero necesito lograr que mi familia me deje
tranquila en mi maldita paz —. Solo tengo un puto nombre, no tengo más.

108
—No sabes lo que puedo hacer con un puto nombre.

—Me da igual, solo quiero que me dejen en paz —me acerco a la ventana para mirar por ella con
precaución. El auto de Ares ya se ha ido y no logro ver a nadie entre las sombras.

—Lo haré si me dices un nombre.

Tomo aire y trato de organizar mis ideas. Es algo arriesgado lo que voy a hacer, pero solo así espero
que al fin me deje en paz de una buena vez. Recuerdo el nombre que mencionó Ares hace poco.

—Zaik, su nombre es Zaik.

109
CAPITULO 19

Ares
Nadie jamás sabría con exactitud lo que pasa por mi cabeza. Solo yo soy capaz de conocerme
absolutamente, solo yo soy capaz de poner límites y después elegir cuales romper. Tengo un
método, un modus operandi que debe seguirse al pie de la letra.

—Arrodíllate —pide y obedezco.

Hace años no me sometían de esta manera, pero ni así había cruzado mi límite como lo hice al
momento de besar a Rosie Müller.

Estaban volviendo mis habituales ganas de vomitar cada vez que me tocaban y con esto entendía
que las manos de esa muñequita y tener su cuerpo cerca es diferente a esto, es… Algo mejor. Algo
que jamás había tenido y sentido, y ahí es donde sabía lo jodido que estaba porque sentía. No sé lo
que es, pero tal vez sé por quien es y quiero salir de aquí para confirmarlo.

—Eres tan hermoso, Ares… —Olympia susurra detrás de mí. Cinco mujeres de su misma edad me
miran con morbo y odio —. Siempre lo has sido. Lástima que por dentro estés tan podrido.

—No vine a charlar. Acaba con esto de una vez —exijo.

El hilo arduo de un latigazo se graba en mi espalda. Caigo de cara debido a que tengo mis manos
atadas atrás. Mi pecho se golpea contra del frio mármol.

—Nunca has aprendido nada —suspira y vuelve a levantar el látigo. Gruño cuando cae —. Y nunca lo
harás —otro latigazo más y esta vez no emito ningún sonido —. Deberías aprender más de tu
hermana, aunque al menos a ella si la dejaron con alguien que la quería… En cambio, a ti…—siento
como la punta de su tacón se entierra en mi espalda —. Si Tyra Kratos te hubiera echado a un
basurero te hubiese ido mejor, pero lástima… —me voltea con esfuerzo. Sus ojos van directo a mi
erección —. Y así dices que no te gusta —ríe.

Esto me da tanta repulsión que siento que en cualquier momento podría ahogarme en vómito. Ni
abrir estómagos de personas vivas y dejarlos expuestos, pudriéndose y desangrándose durante días
me induce a sentirme tan asqueado como el simple toque de Olympia y las miradas de las hijas de
perra de sus amigas.

Se abre el velo que la cubre y lentamente se acuclilla sobre mi pelvis.

Mátala.

No puedo.

—Es tan bonito esto que haces por ella… —sonríe. Está hablando de Atenea —. Mientras ella no
sabe ni siquiera de tu existencia… —se carcajea —. No te necesita.

—¿Por qué lo dices? —pregunto. Está ebria, al igual que esto de estúpidas de mierda.

Sus manos han empezado a tocar mi pecho para que luego sus dedos delineen la parte en forma de
V que conduce a mi miembro. Miro hacia el techo. No voy a demostrarle una mierda, como tenía
acostumbrado hacer el resto de las veces.

110
—Ella es… —se tapa la boca.

—¿Ella es qué?

—Es la favorita de tu madre —ríe —. Sé que le ha mandado miles de regalos… En cambio, a ti —


tuerce el gesto —. Tu mami hace de cuenta que estás muerto, mi niño lindo… —sus manos intentan
acariciar mi rostro, pero giro la cara —. Deja de ser tan malditamente arisco, sabes que lo desteto.
Haz la cara que siempre pones, esa de maniático me encanta.

La ira me consume y el cuerpo me tiembla. Ella se ubica nuevamente para lograr lo que vino a
demostrarle a los menopaúsicos ojos que nos miran. Cierro mis ojos mientras fantaseo con salir de
aquí y acabar una a una con sus vidas.

No debería estar permitiendo esto. Olympia tal vez tenga razón, tal vez yo sea un cero a la izquierda
en la vida de Atenea, así que tal vez ella debería serlo en la mía, pero no puedo faltar a mi maldita
promesa, no puedo fallarle a la maldita carta de mi padre muerto y sus últimas indicaciones.

Aunque no lo haya conocido, Alessio Armani me pidió cumplir algo y esa carta es a lo único que me
aferro. Esa carta es lo único que me tiene aquí caminando en mi infierno.

La siento. A pesar de querer ignorar todo. La siento y no lo soporto.

Empujo mi pelvis con fuerza y la envió hacia un lado. Cae de costado y suelta un grito. Me las ingenio
para ponerme de pie y soltar con esfuerzo los malditos amarres que acaban haciéndome arder la
piel de las muñecas. Las mujeres se alarman, pero ahora mismo todo me vale mierda. Voy hasta
Olympia y la tomo del cabello para alzarla del suelo. Sus pies quedan suspendidos en el aire.

—¿Qué tienes para decir ahora, hija de puta? —escupo su cara.

—Enzo… va… a matarte —chilla.

—Puede chuparme la verga, así como tú lo hiciste tantas veces —digo mientras la tiro con fuerza.

Voy hasta la pared donde tiene cientos de artefactos colgados y entre ellos diviso un dildo de vidrio.
El resto de ellas se ha empezado a movilizarse hasta la salida, pero para su mala suerte, tienen que
pasar por mi lado para llegar a ella. Voy hasta la puerta y la bloqueo.

—¿Qué pasa? —pregunto con tristeza —. ¿Ya dejé de gustarles?

—Déjanos salir. Las cosas se salieron un poco de control… —se voltea a mirar a su amiga tirada en el
piso. Olympia sangra por la nariz.

—Oh, entiendo. Recuerdo que odian que los hombres las controlen… por eso atacaron a un puto
niño —gruño con asco.

Doy un paso hacía ellas. Levanto el brazo que sostiene el dildo de vidrio para azotarlo contra la
pared. Este se deshace y logro que el trozo que está en mi mano quede punzante. Servirá.

—Ares… No —dice otra más.

—¿Qué pasa, Georgina? —doy otro paso más —. ¿No les parece que estaba vez yo sea quien tome el
control? Qué malditas egoístas… —me carcajeo.

—Ares, déjalas ir —Olympia se pone de pie.

Giro mi cabeza para mirarla.

111
—¿O sino qué? —Ladeo mi cabeza.

—Voy a matarla. Voy a matarlas a las dos.

—No puedes matar a nadie si tu corazón deja de latir primero… —susurro caminando hacia ella. Las
mujeres corren a la puerta e intentan abrirla, pero solo se desbloquea leyendo las huellas de la
mano de quien tengo al frente, por seguridad, para que yo nunca escapara. Siempre lo ha hecho así
para su seguridad, pero hoy será para la mía.

—Enzo lo hará por mí.

—Tendré que matarlo a él también — me encojo de hombros.

Sé que no estoy razonando, pero eso nunca ha existido en mi cabeza. Siempre me dejo guiar por mis
instintos y cuando algo me molesta, lo elimino. Mi inteligencia solo se explota cuando debo cometer
el crimen perfecto, como por ejemplo, el que está por suceder ahora.

—Tócame un maldito cabello y será tu fin —amenaza.

—Hace mucho que quiero llegar hasta ahí…

Levanto el brazo que sostiene el pedazo de vidrio y cuando lo dejo caer sobre Olympia, me detengo
justo a dos centímetros de su cara.

—No empezaré contigo —digo y me doy media vuelta para atacar a la primera.

No las asesinaré de inmediato, solo planeo herirlas para que ninguna tenga energía para responder
el ataque. Corto el estómago de la segunda mujer y cuando paso a la tercera, debo dar pasos largos
para alcanzarla porque ha salido a correr. Llevo hasta su espalda y rasgo todo lo que la cubre,
haciendo que el resto se empape de sangre. Me giro.

—¿Quién sigue? —sonrío.

Destrozo con sevicia sus cuerpos mientras Olympia grita con desesperación. Cuando es su turno, la
hallo temblando y rogando de rodillas que no le haga nada entre jadeos.

—Esto me trae viejos recuerdos… Yo pidiéndote que me dejaras dormir, que estaba cansado, que
me dieras de comer, que me permitieras darme un baño… —me agacho frente a ella —. A mi
debieron tirarme a la basura, pero a ti debieron abortarte desde el minuto cero, maldita enferma.

—Él va a matarte y nadie va a salvarte. Nadie te quiere. —habla agitada.

—Tú, él y yo sabemos que nadie puede.

—Él hará que algún día ella se ponga en tu contra —dice y la tomo del cuello.

—Entonces seré yo quien la mate, y ya no tendrán nada para torturarme.

La levanto del piso y llevo el puñal de vidrio, que antes era un dildo, hasta su estomago y lo rajo, con
fuerza, con todas las ganas acumuladas que siempre tuve de hacerlo. Estoy cansado hasta la mierda,
pero sino, le hubiera dado una muerte más lenta.

Tiro a la pelinegra en el piso. Reúno a las mujeres en un circulo a su alrededor. Voy hasta uno de los
bolsos que dejaron y busco un cigarrillo con su respectivo encendedor. Le doy llamas a la punta y me
lo llevo a la boca justo después de intentar limpiar mi cara de sangre que ha salpicado de los ataques
que acabo de cometer.

112
Olympia sigue desangrándose. El liquido ha comenzado a salir por su boca y decido llegas hasta a ella
para acostarme a su lado.

—Conocí a alguien —hablo mirando al techo. La sangre está empapando la piel de mi espalda, pero
no me importa —. Es horriblemente molesta e intensa, pero es hermosa… Se parece a la muñeca
que le robé a Karmin, por la cual me castigaron… —giro para ver sus ojos negros —. Ahora yo tengo
mi propia muñeca y tal vez va a quererme.

—Nadie… va… a… quererte —habla con dificultad, pero la ira no le escasea en medio de su pronta
muerte.

—Va a quererme —asiento con la cabeza mientras sonrío —. Lo hará y mucho.

—No… —sonríe —. Vas a asustarla… y te va a odiar…

—¡NO! —me siento de inmediato y meto mi mano dentro de sus intestinos para oprimirlos con
fuerza —. ¡Va a quererme y tú lo presenciarás desde el infierno, hija de puta!

Arrancho sus tripas y las arrojo hacia el exterior. Su boca queda completamente abierta al igual que
sus ojos. Lágrimas escapan de ellos y al fin puedo disfrutarlo.

—La próxima será tu hija —suelto una carcajada y vuelvo acostarme a su lado para terminar el
cigarrillo.

Rosie quiere quererme, yo lo sé. Se le nota. Ella me necesita en su vida. Dulce no es y mi oscuridad la
llama. Realmente necesito que lo haga y voy a hacer cualquier cosa por ella. No voy a permitir que
nadie más que yo la toque y aunque no quiera tocarla aún, tal vez me anime y lo haga algún día, o le
pida a algún hombre que también llame mi atención que lo haga por mí. A ella al parecer no le
molesta follar mientras me mira.

Aunque de solo imaginar que alguien mete su verga en su vagina, el estomago se me agita y no es
por la sangre y los cuerpos que me rodean, no. Es porque es mi muñequita y seré igual o peor de
posesivo de lo que era Karmin con la suya. La única diferencia es que a la mía jamás van a tocarla o al
menos conocerla.

113
CAPITULO 20

Rosie
Sus labios han empezado a recorrer mi abdomen en bajada. Sé a donde va y me llena de satisfacción
la vida. Al fin voy a poder sentir la lengua de un hombre. Llevo semanas sin acostarme con nadie por
estar pensando en el muchacho italiano, alto, delgado, con un rostro casi parecido a esos que han
sido tallados con mármol hace años… No quiero recordar esos malditos ojos verdes que tanto me
corrompen y tanto quiero que se dilaten al tener un orgasmo mientras me penetra, una y otra vez…

Ares es de esos hombres que al mirarte luce como alguien que acaba de ser perdonado por el
infierno y ha vuelto para que su única función sea llevarte al cielo, mientras te folla y nada más. Ares
es un error que no conozco y me muero por cometer.

Una canción sensual se escucha en toda mi habitación. Miro los ojos negros del hombre que ahora
me mira. Maldita sea, ¿por qué no puedes ser él?

Me lanzo hasta su boca para cegar mis ojos y volver a activar mi imaginación. Solo me ha besado una
vez y eso le ha ganado a cualquier otro que me haya hecho lo mismo antes. Hasta quien tengo hoy
aquí en mi habitación. Un moreno, deportista que siempre ha sido devoto de atender mis malditas
necesidades y llenarme como tanto me gusta.

Sin ningún límite.

Rompe la cercanía que teníamos para voltearme con una sola mano. Levantar mi pelvis y clavarse
con fuerza desde atrás. Un ahogo sube desde mi pelvis hasta mi pecho. Un dolor que es incómodo,
pero no deja de ser placentero. No logro curvar mi espalda porque sé que al hacerlo voy a darle más
accesibilidad a su miembro erecto y no aguantaría. Mis manos se vuelve puños sobre la sabana.
Estoy gritando como una maldita desquiciada mientras me golpean las malditas nalgas con fuerza.

Casi puedo olvidar que no es él y concentrarme en quien está presenta, pero no, nadie superaría la
mirada retorcida y enferma que pone Ares cada vez que me ve. No suelen gustarme los hombres tan
jóvenes, siempre mis ojos tienden a buscar esos que me llevan más tiempo de experiencia.

Tiene una inocente perversión que me atrae como la mierda.

Otro cambio de posición más. Vuelvo a quedar frente a él. No me estoy concentrando por pensar en
otro. Debería dejarme disfrutar de esto. Realmente era cierto lo que decía de que iba a hacerme la
vida imposible porque me follara a otro, o tal vez estoy queriendo darle una excusa razonable a mi la
parte razonable que me grita que terminé llamando a este tipo porque quería retar sus palabras.

Ojalá estuviera viendo como me follan… O para que disfrute, o para que se muera de celos. Ambas
me vendrían genial.

Y de la nada, pasa algo que solo sucede en los libros por conveniencia, para que algunas escenas
puedan llevar bien la trama, Ares entra en la habitación mientras no paro no gemir por lo fuerte que
están golpeando mi pelvis.

Disimulo para no levantar ninguna sospecha de quien ahora ni recuerdo el nombre. Todo se reinicia
cuando mis ojos conectan con los suyos. Maldita sea, muero por comérmelo, aunque esté luciendo
como luce. Su rostro tiene rastros de sangre fresca, al igual que parte de su ropa y manos.

114
Las tinieblas lo esconden e intuyo que no hará nada para revelarse, y a decir verdad, lo prefiero así.
No dejo de mirarlo en ningún momento y para no ser evidente, me cuelgo de los hombros del
moreno para evitar que vea mi rostro. Ares tiene esa mirada que me lleva a la demencia, no soy
capaz de soportar más de dos segundos el orgasmo que llega y me abraza de una manera que me
pone a temblar. Mis uñas se clavan sobre la piel del hombre y mis ojos no se despegan de la mirada
de otro.

No está masturbándose, solo está ahí, parado como si estuviera esperando por un turno que no va a
aprovechar, pero que yo le daría con gusto.

Jeff se corre segundos después. Su mano me ha tomado del cuello y me ha hecho volver pegar la
espalda en la cama. Su sonrisa descomunal no me llena y debo empujarlo a un lado para ya terminar
con todo esto.

Giro hacia un lado y me levanto para poner mi ropa en su lugar. Ares ha salido de la habitación y no
sé si del apartamento también. Miro a Jeff. Está vistiéndose y cuando termina va hasta el baño para
botar el condón. Sabe que tiene que marcharse antes de que amanezca. Deben ser más de las dos
de la mañana.

Sale sin mirarme y lo agradezco. No me interesa una dulce despedida. Ya obtuvimos lo que
queríamos. Voy al baño para ducharme rápido e ir hasta la sala, esperanzada de que se haya
quedado y en efecto, ahí está. Fumándose un cigarrillo mientras mira los cuadros con figuras rojas
colgados en la pared.

—Me gustaron —revelo en un susurro. Trato de no hablar de más, Shey debe estar durmiendo, o tal
vez puteándome mentalmente por gritar demasiado al tener sexo, pero ambas estamos
acostumbradas a aguantar los alaridos de la otra.

—A mi no —responde y tira el cigarrillo por la ventana.

—¿Qué te pasó? —intento tocarlo, pero me esquiva.

—No es mía —dice refiriéndose a la sangre.

—Lo sé —agrego y esta vez si me mira.

—¿Cómo lo sabes? —ladea su cabeza.

—Conozco la manera que tienes de arreglar tus problemas —susurro.

Sonríe, pero sus ojos no brillan.

—Lo que acabo de hacer va a empeorarlo —sigue riendo.

—¿Y quién fue esta vez? —vuelvo a intentar acércame a él. Estoy muriendo de nervios y ansiedad,
no debí drogarme antes de que viniera.

—Podría decirse que maté a la mujer que me crío.

—¿A tu madre?

Su risa incrementa. Tengo miedo de que Shey salga y lo vea en este estado. Ella sí va a asustarse.

—Yo no tengo mamá, muñequita —dice y levanta su mano para acariciar mi mejilla. Siento como la
sangre entre medio seca y húmeda mancha mi piel. Huele a hierro y nicotina.

115
—No sabes lo mucho que me gusta que me digas así… —doy otro paso más.

—Acabo de matar a alguien —decreta.

—Lo sé.

—La verdad, fueron muchas mujeres —confiesa. La frase me deja pálida y me obliga a retroceder
dos pasos. Se ríe de mí —. No vas a soportar.

—¿Qué cosa?

—El monstruo que soy.

—Tengo que conocerte para saber que decisión tomar.

—¿Quieres conocerme? —pregunta incrédulo. Asiento con la cabeza. No voy a negar que mi corazón
ha empezado a latir más rápido después de su confesión, pero me intriga saber qué es lo que lo
atormenta, lo que lo llevo a matar de esa manera, porque después de conocer a mi familia, no
puedo, o tal vez no quiero creer que alguien cometa un acto de ese nivel por querer o placer —.
Entonces de una vez voy a informarte que voy a tener que matar al hombre que te estaba follando.

—¿Qué? —doy otro paso más hacia atrás. Debería de correr, esto está muy mal.

Se acerca amenazante y su mano me toma del cuello.

—Te dije que eras mi muñequita —sus ojos me escanean y sus pulmones se llenan con mi aroma.

—No estoy entendiendo nada de esto, Ares… Yo solo quiero que…

—No soporto que me toquen, Rosie… —su mirada fija llena de ira se posa en la mía —, pero necesito
que hoy lo hagas.

—¿Qué? —pregunto. No me responde y repito la frase en mi cabeza esperando no haber imaginado


nada. Quiere que lo toque —. Déjame bañarte.

Sin esperar su respuesta, lo tomo de su mano y lo guío hasta el baño. Entramos y de inmediato paso
a llenar la tina para él.

Se desviste y pasa a la ducha primero para quitar todo el rastro de sangre y cuando el agua ya se ha
hecho una profundidad suficiente, lo invito a entrar. Tomo mi esponja y la llevo directo a sus
mejillas. Es demasiado atractivo para ser real, sus facciones deberían ser dulces, pero su mirada
verde corrompe cualquier cosa que provenga de él. Muevo su cabello castaño hacia atrás para
apreciar aún mejor su cara.

—¿Quién eres? —susurro sin pensar.

—No sé —rompe el contacto y fija su vista al frente. Sigo quitando el resto de la sangre seca que se
adhirió mucho más a su pálida piel —. ¿Tú quien eres?

—Yo… —paso a su espalda —. Mi nombre era Rosiemarie Müller, pero lo dejé en Rosie legalmente
hace un par de años. Tengo 21, estudio arte, aunque este semestre he estado tirándolo a la mierda…

—¿Por qué? —pregunta.

—He tenido otras cosas que hacer.

—¿Cómo cuales?

116
—Yo…

—Di la verdad —me mira mientras echa su espalda hacia atrás y eleva una rodilla. Su miembro está
erecto bajo el agua y no puedo evitar mirarlo.

—Presto servicio comunitario —carraspeo.

—Tu exnovio dijo que sabía tu secreto y eso no es un maldito secreto.

—No sé de que mierda hablas —lo ignoro y paso a limpiar su pecho, pero después de dos
movimientos su mano se cierne sobre mi muñeca con fuerza.

—Di la verdad.

—Déjame tocarte primero, ¿a eso viniste no?

Sus ojos me examinan por largos segundos.

—Quítate la ropa.

Me levanto del piso para deshacerme del pijama en seda tipo vestido que me había puesto. Lo hago
ágilmente y rápido, no quiero perderme ninguna respuesta corporal que me entregue su cuerpo.

Está comiéndome con la mirada y dejo de respirar cuando se muerde el labio.

—Entra —ordena. Ingreso con cuidado mis pies y me arrodillo entre sus piernas. El agua apenas y
tapa mis caderas —Ruega.

—¿Te gusta eso? —levanto mi mano para volver a tocar su pecho, pero de nuevo la inmoviliza.

—Aquí. —Pide dirigiendo mi mano hasta su miembro. Voy a empaparme en cuestión de segundos…
Está tan duro, tan tibio, tan lleno de relieves venosos que la boca se me hace agua.

—Estás torturándome, Ares.

—Y tú estás obsesionándome, Rosie.

Me atrae hasta su boca, haciendo que nuestros labios tomen rápidamente el ritmo feroz que tanto
quería. Bombeo de arriba abajo su verga. El agua se mueve y sale de la tina, pero eso es una mierda
para nada importante. Lo que ahora se merece toda mi atención son las manos de Ares que han
pasado a maltratar mi cintura, porque sí, este maldito no acaricia, maltrata, y me encanta.

De repente, se pone de pie y yo lo sigo para no dejar de besarlo.

—Vamos —susurro sobre mi boca, pero tampoco finaliza nada.

Nos movemos hasta mi habitación y una vez dentro la unión acaba. Señala el piso bajo sus pies y
entiendo con rapidez lo que quiere. Me arrodillo ante él y dejo mi cara tan cerca de su miembro
como quiero.

—Ruega, muñequita.

—Déjame chupártela, por favor —digo y pongo mi mejor cara de necesidad.

—Más —pide tomando su erección con su mano y golpeando mis labios con ella. Saco mi lengua
para que también lo reciba. Su mirada se ha oscurecido y yo no aguanto el tocarme mientras hace
esto. Me entero de que mis jugos gotean y descienden por el interior de mis mulos cuando llevo mi
mano hasta mi hinchazón.

117
—Ares… —jadeo justo cuando empiezo un patrón sobre mi clítoris —. Penétrame la maldita boca,
ahora.

Me toma del cabello y después de darme una sonrisa retorcida, se clava en mi cavidad bucal hasta
tocar el fondo de ella y causarme arcadas. Acomodo mi respiración para desaparecer las ganas de
devolver todo mi estómago. Él está usándome, no estoy aportando nada y eso mejora las cosas para
mí, porque puedo enfocarme en venirme también.

En ningún momento paro de mirarlo. El agua que escurre su cabello cae en gotas sobre mi cara. La
temperatura de la habitación ha aumentado al igual que nuestros jadeos. Es imposible callarse las
delicias que causa un buen sexo. Si Ares estuviera penetrándome, gritaría su nombre sin cansancio
porque estaría tratando de convencer a mi cabeza de quien realmente me está follando es él.

Mi orgasmo vuelve a atacarme con rapidez y succiono aún más su verga. Su sabor es increíble y no
quiero que esta sea la primera y ultima vez que lo pruebe, por mi podría comérmela todos los días si
el me dejara.

—Abre la boca, hija de puta —me aleja y obviamente obedezco.

Espero su descarga nuevamente y esta vez me alegro por haber al fin colaborado con ella. Las gotas
de semen caen alrededor de mis labios y saco mi lengua para saborearlo. El contacto visual no se
rompe en ningún momento y sus ojos están tan abiertos que sé que se ha impacto por lo mucho que
ha disfrutado.

Me pongo de pie para limpiarme con una pequeña toalla el rostro. Él se da una rápida media vuelta
para intentar salir por la puerta, no quiere ir más allá y no voy a presionar, pero esta vez me armo de
valentía y lo tomo de su muñeca para soltarle algo que nunca suelo decir después del sexo:

—Quédate a dormir.

118
CAPITULO 21

Ares
Su mano sigue extendida. Mi mirada va de ella hasta sus ojos de cristal repetidas veces. Sus labios
están tan hinchados y sus mejillas tan coloradas que la nueva obsesión de volverla a tenerla
arrodillada frente a mí regresa. Jamás ninguna mujer me había tocado en una manera que sí ansiara,
que sí soportara.

Me había follado diez mujeres para intentar deshacerme del maldito trauma, siempre tomándolas
desde atrás. Mis vistas eran sus nalgas y su espalda, pero nunca las apreciaba por estar pensando en
esa maldita muñeca rubia que ahora mismo me mira.

—No voy a tocarte sino lo deseas —susurra, pero cuando el otro hijo de puta se la follaba sí gritaba.

—No, el problema no es ese.

—¿Entonces cuál es? —pregunta. Su mano cae a su lado. Tal vez se ha arrepentido de hacerme esa
peligrosa invitación, no la culpo, acabo de desmembrar como seis cuerpos. No dejo de mirar su
cuerpo desnudo. No entiendo como es posible que una mujer me guste tanto.

—El problema es que sí quiero que me toques —suelto.

—¿Y por qué eso sería un problema? —Da un paso hacía mí.

—Porque nunca nadie lo ha hecho.

—¿No? —Su rostro marca confusión.

—No porque lo haya deseado.

Sus ojos de cristal siguen mirándome, y de repente, se rompen cuando cae en cuenta de lo que
acabo de confesarle.

—Yo no voy a hacerte daño —vuelve a susurrar.

—Lo sé.

—¿Cómo estás tan seguro? —Ladea su cabeza —. ¿Me subestimas al caso?

—Todo lo contrario. Sé que también ocultas algo turbio detrás de todo esa blanca fachada —
escaneo su cuerpo de pies a cabeza —. Por eso no me temes, por eso no huyes y por eso quieres
follarme… —me acerco a ella —. Follas como una maldita enferma, porque eso eres, pero jamás te
ha follado un maldito enfermo y mueres por saber como se sentiría.

—No voy a contradecirte, pero tampoco voy a aceptarlo —acerca su boca hasta la mía, pero no me
besa.

—No voy a follarte, pero tampoco voy a impedir que lo hagas.

Sus ojos se abren con asombro. Su altura aumenta y sé que se ha puesto de puntillas. Sus dedos
atrapan mi quijada.

119
—Voy a follarte cuando seas tú quien me ruegue por hacerlo, antes no —su pecho se pega al mío —.
Voy a hacer que me desees tanto que la verga va a dolerte de tanto pensar en mí en las noches.

Sus labios descienden lentamente por mi quijada, pasando por mi cuello para terminar en mis
clavículas. Siento como la sangre vuelve a amontonarse en mi miembro para causar que mi erección
vuelva a elevarse.

—El coito hace parte de un final —me mira con dulzura —. Pero antes va un inicio y un desarrollo, y
para mí sería increíble vivir en ellos tanto como pueda…

En mi espalda, las yemas de sus dedos han iniciado un descenso desde muy arriba hasta mis glúteos.
Se instalan ahí por unos segundos mientras mi mirada no abandona su azul de cristal. Me atrae
contra ella haciendo que mi erección se presione entre su abdomen mi pelvis.

—¿Te gusta tenerme cerca?

—No me fastidia —respondo.

—Lo tomaré como un sí.

Sus labios vuelven a humedecer mi piel hasta subir a mi boca. Nos vemos por la habitación hasta
sentarme en su cama. Se sienta a horjacadas sobre mi regazo. Sus labios húmedos se han asentado
sobre mi miembro sin llegar a penetrarla. Un escalofrío recorre mi espalda al sentir el roce y mis
músculos se tensan. Ella rompe el beso para mirarme.

—Hay otra forma de disfrutar una persona, yo nunca la uso, pero se emplea cuando alguien te gusta
tanto que solo quieres perpetuar el momento. Solo tocarte para mí será mejor placer, Ares —dice
sobre mis labios, repara unos segundos mi rostro y vuelve a besarme.

Está tan húmeda que se le facilita el moverse sobre toda mi pelvis. Algo que jamás había sentido me
tiene al borde de un puto infarto. Sus manos han apresado mi rostro entre ellas, pero de un
momento a otro las baja para tomar las mías y llevarlas hasta quedar frente a su pecho.

—Tócame —pide esperando a que tome la decisión.

Magreo sus senos usando la misma fuerza que empleo al momento de asfixiar un cuello. Sus caderas
no dejan de moverse sobre mí. Está frotando su vulva contra mi erección. No es un placer completo
lo que me ofrece, pero es suficiente. Aunque si comparara esto con lo que sentí penetrando a otras
mujeres, esto está a metros luz de solo sentirse así.

—¿Te has enamorado alguna vez de alguien, Ares? —dice entre jadeos contra mi boca.

—No.

—Enamórate de mí, por favor —su voz se torna aún más aguda y la profundidad del beso crece. No
me deja responder y no siento que haga falta. En definitiva, no lo voy a hacer, porque no sé ni una
mierda sobre lo que es. Él único favor que podría hacerle sería desaparecer de su vida, pero ya no
hay vuelta atrás y ya está advertida.

Nuestras manos no dejan de tocar cada parte de nuestro cuerpo. Ha vuelto a hacer calor debido a lo
que sucede sobre mis piernas. Ella se mece de atrás hacia adelante. Sus gemidos están siendo
absorbidos por mis labios. Su cintura está siendo torturada por una de mis manos mientras que la
otra se encarga de apretar la punta de una de sus suaves tetas.

120
Su espalda se arquea y sus caderas se mueven aún más rápido. Gime mi nombre con seguridad. Sus
piernas tiemblan y vuelve de nuevo a mí para abrazarme.

—Abrázame, Ares —pide en mi oído —. Abrázame y córrete.

Su vulva sigue en posición sobre mi verga, haciendo que la tela que cubre el glande suba y baje. Sus
órdenes me ayudan y después de unos minutos más de roce, llego e instintivamente envuelvo mis
brazos alrededor de su cintura. Mi cara se ubica entre sus tetas y puedo escuchar su corazón latir
con salvajismo. Lamo la mitad de su pecho, llevándome todas las gotas de sudor que corren sobre la
piel.

—Detesto tu olor, pero me gusta tu sabor.

—Dicen que se mucho mejor aquí —sus dedos bajan hasta su vulva y desde aquí veo como introduce
un dedo en su canal para llevárselo hasta su boca y chupar. Una corriente atraviesa mi miembro al
verla hacer eso —. ¿Quieres probar?

Asiento con la cabeza. No he dejado de mirarla como siempre la miro, como si la quisiera asesinar.
Su mano vuelve a descender y su dedo corazón se posa frente a mi boca. Abro y succiono toda su
extensión, llevándome el agrio sabor de él. Muerdo con cuidado la yema de su dedo.

—¿Vas a contarme tu secreto? —pregunto. Ella intenta separarse, pero bloqueo sus movimientos
con mis brazos —. Víctima de tu propio deseo.

—Eres un error del cual voy a arrepentirme mucho —dice seria.

—Y tú eres una gran víctima perfecta para torturar demasiado.

—Tengo problemas y muchos, no como los tuyos, ya te lo dije, pero no como los del resto de las
personas.

—¿Qué haces en el lugar de ancianos? —cuestiono.

Sus labios se entreabren. Su pecho se llena de aire y vuelve a querer escapar.

—A parte de todo… ¿Has tenido sexo con alguien? ¿Te has acostado con tu amigo el rubio?

—No me cambies el puto tema —replico mientras tomo su cabello y lo envuelvo dentro de mi puño
—. ¿Qué haces en ese lugar?

—Quiero verlos follar, Ares. Tú me has visto a mí, pero quiero verte follar yo a ti y he visto como lo
miras…

Le causo más dolor y ella suelta un quejido, pero seguido sonríe con vileza.

—Dime… ¿No te prende ni te dan ganas de probar su miembro con tu boca? A mí me encantaría
chupársela para luego besarte a ti, mientras tú también se la chupas a él…

—Enferma.

—Enfermo —su mano desciende hasta mi dureza —. Mira que sí te gustó la idea.

Me pongo de pie y la arrojo sobre la cama.

—Una vez mencionaste que morirías por ver lo que me gusta ver a mí.

—Me hablaste de un sitio de sexo… Sí.

121
—Te quiero ver ahí.

—¿Quieres ver cómo me follan más de tres hombres a la vez, Ares? —finge estar ofendida —. Será
un placer para mí…

Y yo haré que su placer siempre sea para mí.

—Tengo que irme.

—¿Por qué? Pensé que te quedarías a dormir —se levanta para impedir que me vaya.

—Debo asesinar a alguien.

—¿A quién, Ares? —ladea su cabeza.

—Al tipo que te folló sin mi permiso —me giro para ir de nuevo al baño, pero sus uñas se entierran
en mi brazo.

—Ares, no.

—Te lo advertí.

—No quedamos en eso. No puedo hacer eso, es que no… Ares, por favor no —me pide con fiereza.

Río.

—No debiste entrar en mi boca, muñequita.

—Ares, no…

—Shh —pongo mi dedo en su boca —. Será una muerte lenta, pero debo hacerlo, esa me lo está
pidiendo.

—¿Quién te lo pide? —su ceño se frunce.

—Algo dentro de mi cabeza —señalo mi sien.

—Ares, estás asustándome —me suelta y retrocede sobre la cama.

—Ya iba siendo hora, Rosie.

Doy dos pasos más, pero su voz vuelve a detenerme.

—Hazlo mañana —dice.

—¿Qué? —me giro para mirar atónito.

—Te daré la dirección de su casa.

—No necesito tu ayuda para encontrar personas —me defiendo.

—Ares, quédate. Por favor —vuelve a extenderme su mano.

—No harás que cambie de opinión.

—No lo haré.

Chasqueo la lengua.

—Voy a matar a cada hombre que se meta entre tus piernas sin permiso.

122
—¿Por qué? —ladea su cabeza.

Me planto aún más cerca y tomo su rostro entre mis manos.

—Nunca en la puta vida me enseñaron a compartir y nadie lo hacía conmigo, pero sí me enseñaron a
disfrutar mientras ellos disfrutaban frente a mí y nunca había disfrutado tanto como cuando te vi y
no voy a dejar que te vuelvas una maldita egoísta y no me permitas presenciar eso —vuelvo a tomar
su cabello con fuerza —. Desde ahora en adelante solo tendrás placer ante mí, Rosie y si rompes la
regla, voy a asesinar al hijo de puta que quiera solo tenerte para él solo.

—Estás tan malditamente jodido —comenta con asco.

—¿Te lo advertí?

—Sí.

—¿Y por qué sigues así? —Llevo mi mano hasta su vulva y palmeo su humedad.

—Porque necesito que me folles.

—Nunca —la tomo esta vez de su cuello hasta clavar su espalda con el colchón.

—¿Por qué? —pregunta agitada.

—Después de que te la entierre sé que vas a desaparecer. Eso haces con todos, hija de puta.

Uno de mis grandes rasgos es saber analizar los deseos de una persona, porque suelo usarlos en
contra para generar torturas y esta será la mayor tortura que alguna vez Rosie presenciará.

—¿Quieres que me quede? —Sus preguntas son inesperadas y me toman por sorpresa. Debería
estar insultándome.

—Sí y quiero que lo hagas por siempre.

No habla.

Necesito que Rosie se queda en mi maldita vida. Lo que está por venir tras haber matado a Olympia
va a dejarme al filo de mi poca cordura. Rosie me tiene un algo estable y necesito que se quede a mi
lado en medio de todo esto. Tengo que esconderme, pero antes tengo que asesinar al hijo de puta
de hace unas horas e irme hacia Milán. Allí alguien podrá ayudarme a arrancarle por fin los huevos a
Enzo Armani y necesito a Rosie a mi lado para poder hacerlo.

—Me quedaré con una puta condición —suelto y la señalo —. Al levantarme voy a ir a matarlo.
Tengo que hacerlo, Rosie. Ese algo me lo pide y no puedo vivir ignorándolo, no me dejará en paz
jamás… Y…

—Ya empiezas asustarme… —suelta todo el aire para luego abrazarse así misma.

—Necesito que vengas conmigo a Milán.

—¿A Milán? —pregunta impactada y confundida.

—Tengo que buscar a alguien ahí.

—Aceptaré solo si me dices al menos a quien.

La miro dudoso por unos segundos.

123
—Si llego a decírtelo tendré aún más razones para no dejarte ir.

—Si ya me sentenciaste a una cadena perpetúa que más da otra.

—Esto sería una pena de muerte, muñequita.

Su rostro palidece.

—Dame el puto nombre—se queja.

—Jakov Zubac.

124
CAPÍTULO 22
CARTA PARA ARES
Ares,
Es primera vez en la vida que escribo una carta y creo que será una muy larga, así que sea donde sea
que estés, espero que tengas un lugar donde sentarte, una luz que te ilumine y un techo que te
resguarde… Debido a que, si estás leyendo esto es porque ya no estoy en este mundo para cuidarte.

Espero que nunca tengas que perder tu tiempo leyendo esta aberración, pero el mundo es un sinfín
de probabilidades donde a muchos les tocará ser un número en rojo. La muerte no se fija en el poder,
solo sigue al destino y tal vez este quiso que no siguiera con mi camino.

Pero tú si debes seguir con el tuyo.

Me presento, debí hacerlo desde un inicio, pero ahora mismo por mi cabeza pasan cientos de cosas a
las que soy incapaz de darles un orden cronológico.

Mi nombre es Alessio Armani, soy el Don de la Cosa Nostra y tu padre.

No sé donde estás ahora, es más… no sé si realmente estás. Fuiste concebido en medio del odio y el
peligro, y sé que llegarás al mundo de la misma manera… y vivirás el resto de tus días también de la
misma manera, en medio del odio y el peligro.

Pero se puede solucionar y la única solución que existe es acabar con todo.

Derrumbar la ley y el crimen.

Y no es una analogía. Te lo explicaría, pero no puedo entrar en detalles, no puedo dejar ninguna
evidencia, todo queda en la única persona en la que confío con mi vida, la mujer que ha hecho que
me obsesione por ella sin darme una sola caricia de amor, porque ella no me ama… El odio tan
grande que me tiene la ha roto y ha hecho que todo lo que llegó a sentir alguna vez, deje de existir y
solo me tenga a mí en su cabeza, y no hay nada peor para un ser humano que la dependencia.

Ella está tan empeñada en romperme y yo en curarla. Ella cree que es amor, pero vuelvo a repetirlo,
es dependencia y no la aconsejo, con nadie, jamás, nunca. Depender de una persona es una
autodestrucción que solemos confundir con estar enamorado. Huye cuando sientas tu corazón latir
de forma anormal cuando la veas.

Tyra Charlotte Armani Kratos, como suelo llamarla desde el cuarto mes de embarazo en que
descubrí que tenía un segundo nombre y jamás quiso optar por mi apellido. Ella, esa mujer, fue mi
autodestrucción. Acabó con mi imperio para luego devolvérmelo… Y ahí es cuando supe que esa
mujer era peligrosa y venía cargada de odio.

Sí, Ares. Vivirás entre el peligro y el odio que Tyra Kratos ha esparcido en este mundo.

Vuelvo a mencionar esto: No sé si estás con ella, si estás con Enzo, si estás con Xhantus, con Jakov…
No sé ni siquiera que edad tendrás cuando te toque leer esto.

Debes buscarla, debes hablarle de la Zona Cero. Es de ella, es suya y la necesita. Ella te necesita.

125
Pero si estás ahora mismo con ella y todo mejoró, ve hacia el fuego y echa esta maldita carta
adentro.

Es imposible que todo haya mejorado…

Soy dueño de distintos laboratorios alrededor del mundo, si no es porque no he actualizado el censo
diría que la mayoría son míos. En estos lugares se desarrollan enfermedades por las que el gobierno
me paga por crear ahora, después de que los padres de Tyra murieron en manos de mi familia
obtener este billonario contrato.

El gobierno me busca, Enzo me busca. La ley y el crimen se unieron para intentar acabarme. No solo
soy un mafioso de mierda, soy un virólogo y patólogo excepcional, y tengo el control de la salud de la
humanidad en una sola de mis manos y tampoco es analogía.

Mi mano izquierda diseña estas letras y mi mano derecha tiene un tubo de ensayo cerrado, con un
líquido de un intenso tono de verde. No es una simple enfermedad, es un arma biológica, algo que se
esparciría en menos de 24 horas en todo un país, en menos de siete días en un continente, y en
menos de un mes por todo el mundo. No es un simple virus o bacteria, es un activador y un desertor.

Voy a dejarlo en la Zona Cero. Es un lugar bastante peculiar. Es una trampa edificada. Es un infierno
a temperaturas bajo cero. Detrás de esta hoja adjuntaré otra con los nombres de quienes tienen
pequeñas informaciones que te ayudarán a encontrar la ZC.

Quien está de último en la lista será a quien busques primero y hasta que no hables con él, no se te
atreva buscar al resto. Te será fácil encontrarlo. Él es quien te ha entregado esta carta. Él es parte de
la ley y lo lleva en su naturaleza, siempre hará lo correcto. Búscalo. Lo correcto siempre debe
hacerse, aunque a veces signifique romper algunas reglas y acatar otras.

Te escribo esto en la que sería tu habitación si ya estuvieras aquí. Al lado está tu madre intentando
dormir. Y por si alguna vez dudas del amor que ella te tiene, voy a mencionarte algo que tal vez te
haga una idea de cuanto esa mujer te quiere.

Tyra duerme todas las noches con un fonendoscopio en sus orejas y en su estómago con la excusa de
que no quiere dejar de oír como late tu corazón de diferente. Dice que es como si un momento se
dividiera y en otros momentos el sonido aumentara. A veces va más rápido y a veces dentro del
rango.

Ella no sabe la ubicación, pero tiene toda la información que vas a necesitar cuando logres entrar.
Espero esto no sea una pérdida de tiempo y que la vida te haya enseñado al menos a defenderte,
porque vas a necesitar de un ejército si quieres triunfar.

Ya hay un plan y tu única tarea es seguirlo porque si algo malo ha sucedido, esto hará que cada
pecado cometido por nuestros cercanos y enemigos sea sufrido, sentenciado y pagado.

Sé fuerte, Ares, no son los malos quienes van al infierno, son los débiles porque no lucharon por sus
sueños.

Tu errático padre,

Alessio Armani

126
CAPITULO 23

Ares
Alessio Armani y Tyra Kratos eran mis padres biológicos. Ambos dueños de las mafias italianas más
grandes. Ambos tan idiotas como para traer al mundo dos personas en medio de una guerra. Fui
capturado por quien mató a mi padre, Enzo Armani, su hermano y mi tío, porque aquí la sangre no
importa, el poder es lo más relevante.

Jakov Zubac me encontró hace años, me dio la carta y luego desapareció. Justo en ese momento,
Enzo decidió contarme quien era Atenea Zubac, mi melliza. Parecía una casualidad, pero para mí
todo luce como un plan, en donde todos somos las marionetas de alguien más. Yo estaba
desviándome, la carta decía que no debía hacerlo, que debía alejarme de la autodestrucción, pero
no podía, no podía, no podía y no podía.

Jamás podré.

Ve por ella.

Tengo que ir a Milán. Allá está él, pero no voy a alejarme de ella.

No puedo, no puedo, no puedo y no puedo.

Ve por ella.

Rosie
He dejado el campus. Tal vez hasta mi universidad. Estoy quedándome en una pequeña casa a las
afueras de Berlín, pero hoy tengo que volver de nuevo a la ciudad. Debo ir a la casa de ancianos con
urgencia.

Ha estado llamando todo el tiempo a mi celular y no solo él, también mi hermano y mis inhumanos
padres.

Después de que el cuerpo del moreno que me follé esa noche apareciera empalado en la punta de la
capilla del campus. Mi sentido común gritó que era hora de correr e irme lejos de él. Fue suficiente
para alertarme y salir corriendo. Invoqué al diablo y pienso que con lanzar plegarias y alejarme de la
casa, voy a estar a salvo.

Giro a la izquierda por toda la avenida que me lleva al campus, debo pasar por unas cosas antes de ir
al lugar de ancianos. Al estacionarme, la curiosidad se me despierta cuando noto frente a mí un
montón de personas reunidas en la salida del edificio en el que antes vivía.

Hay un camión blanco y un par de policías junto a hombres vestidos de negro con el rostro
demacrado mientras fuman cigarrillos baratos.

Shey.

No lo creo posible, pero tampoco soy capaz de dudar que sea una conspiración. Ya me enseñó lo
monstruoso que es, me advirtió y yo no lo capté. Me muevo entre las personas con rapidez, logro

127
subir las escaleras y justo cuando estoy por llegar a la puerta de la que era mi habitación, unos
brazos vestidos con uniforme, me detiene e impiden que continúe mi camino.

—¡Yo vivo ahí! —grito con fuerza.

—¡Nadie puede pasar! —me escupe devuelta.

—¿Rosie? —La voz de Shey me hace dar la vuelta. Está llorando y temblando como si hubiera
presenciado algo terrible.

Me suelto del policía y voy hacia ella.

—¿Qué pasó? ¿Te hizo algo…? —Me callo cuando ella levanta su dedo índice y señala la entrada.

Giro mi cabeza y clavo mis ojos en esa dirección, y lo que captan me deja sin aire.

Siete cabezas de personas son extraídas de mi cuarto y dejadas sobre una amplía bolsa negra.
Inmediatamente reconozco a cada uno de los rostros de los hombres que yacen sin cuerpo y vida
sobre el suelo.

—Vamos a necesitar que nos acompañen a la estación —un hombre vestido con un horrible traje se
nos acerca.

—¿Qué está pasando? —Chilla Shey detrás de mí.

—Solo les haremos un par de preguntas. Andando.

No digo nada más y me limito a seguir al hombre. No puedo pensar en nada más, solo tengo unos
ojos de color verde en mi cabeza y unos labios gruesos susurrándome con voz grave un: «Cállate,
muñequita».

Las horas pasan dentro de la estación. Me preguntan lo típico. Quién tiene acceso al apartamento.
Por qué me fui de ahí. Dónde estoy quedándome. Quién soy y si los conocía…

No le quito la mirada de los ojos.

—No los conocía —miento con esfuerzo.

—¿Nunca, ni siquiera, se los había cruzado alguna vez en la vida? —contraataca.

—Tengo miopía y una pésima memoria —digo firme.

—Entiendo —me mira con el ceño fruncido y anota algunas cosas en un cuaderno desgastado y con
el logo de la policía alemana en él.

El metal frío bajo mis antebrazos está quemándome la piel. Huele a polvo y una loción agría. Estoy
asqueada, no he comido nada y mis ojos no paran de lagrimear. Es la quinta vez que me quito la
humedad del rostro.

—Puede irse, señorita Müller, pero no lo haga muy lejos —se pone de pie y seguido se marcha,
dejándome sola al fin.

Dejo escapar mi llanto con fuerza. Las imágenes de las cabezas decapitadas no salen de mi cabeza.
Están incrustadas, ahí, recordándome que debí alejarme cuando mi corazón latió diferente, cuando
mi sexto sentido se avivó y susurró: corre.

Va a encontrarme, así que tengo planeado hacerlo yo primero.

128
Me levanto de la silla y salgo de la estación sin mirar atrás. No me importa qué pasó con Shey y
ahora mismo agradezco el haber siempre ocultado a los hombres que me follo. No conviven con
nadie cuando van a visitarme, todo sucede a altas horas de la noche y se termina a esa hora
también.

Levanto mi mano cuando llego al final de la acera para hacer que se detenga un taxi. Tengo que ir
con urgencia al asilo. Voy demasiado tarde, va a matarme. Alguien se detiene al fin frente a mí e
ingreso. Doy indicaciones y me ahogo en mis pensamientos hasta llegar al lugar. Le doy un par de
billetes y no espero el cambio. Salgo corriendo hasta el interior del viejo edificio.

—Llegas tarde —el vigilante me mira de arriba abajo.

—Me arrestaron —digo. No es del todo cierto, pero tampoco es del todo falso.

—¿Qué?, ¿por qué? —pregunta mientras me sigue por los pasillos.

—Encontraron algo extraño en mi apartamento —explico sin dar detalles. Bajo las escaleras hasta el
sótano y toco 7 veces la puerta.

Siete toques antes de entrar al infierno.

—Llegas tarde, Rosiemarie —recalca cuando me ve entrar.

—Lo siento, papá. Tuve un problema. En el campus las cosas se están saliendo de control.

—¿Por qué? —me enfrenta. Lleva un cuchillo en su mano y al verlo trago duro.

—Alguien está asesinando personas dentro.

—¿Tienes idea de quien sea? —pregunta y niego repetidas veces con la cabeza —. Dos asesinos no
pueden coexistir en un solo espacio, luego lo solucionaremos. Ayúdame a drogarlas.

—Sí, papá —asiento y me muevo hasta ellas. Tomo las jeringas sobre la mesa de metal y se las aplico
en cada vena. Son tres chicas de mi edad, están mirándome con los ojos llenos de lágrimas que
suplican que las ayude a escapar, pero no puedo, yo también soy prisionera de esta tortura. La
diferencia es que la mía nunca acaba, Gerard Müller nunca me mata y nunca lo hará porque me
necesita. Si Susan o Maximilian llegasen a descubrir lo que hace en sus tiempos libres, acabaría con
mi calidad de vida, pero no me mataría.

Es lo que le ha dejado el ejército y el haber sido encargado de torturas a los espías rusos. Hay tanto
daño en su cabeza que lo ha heredado a la mía.

Así es la vida de los militares retirados. El estado se olvida de ellos después de exprimir su cuerpo y
su mente al máximo. Los someten a escenarios que ninguna persona debería presenciar y luego los
juzgan por ello. Les hacen creer que es su culpa todo lo que hicieron. Muchos no pueden siquiera
dormir y mi padre no puede dejar de asesinar y torturar, no importa si son inocentes o no.

—He acabado con ellas por hoy —vuelve a hablar mientras se quita sus guantes de látex y se limpia
su rostro. Vuelvo a fijarme en ellas y en los cortes que hay sobre su piel —. Dales agua y algo de
comer, terminaré con ellas en dos días y las necesito despiertas.

—Sí, papá —le sonrío con falsedad.

129
«Ven conmigo a Milán», su voz se reproduce en mi cabeza. No puedo irme, pero tampoco quiero
quedarme. Algún día cualquiera de los dos va a encontrarme. Mi muerte está asegurada por ambos
lados.

Respiro hondo mientras lleno los vasos con agua y les incorporo pitillos. Lo que acabo de aplicarles
les detendrá el sangrado y minimizará un poco el dolor. Les alimento, les organizo su cabello y como
tarea extra les limpio sus heridas. Ojalá tuviera un kit de suturas.

Antes les quitaba la venda de la boca a algunas, pero desde la última vez que lo hice y la mujer
bramó por su vida porque tenía un hijo, no pude volver a hacerlo más. Si no las escucho, no sabré de
sus vidas y me pesará menos lo que digan.

El sótano es oscuro e insonoro. Salgo un momento hacia las escaleras y me siento en un peldaño
para tomar mi celular entre las manos. Marco el número que ha llamado más de 77 veces hoy y
espero mientras el tono suena en mi oído.

—Hola —hablo cuando contestan.

—¿Dónde mierda estás?

—¿Qué quieres? —digo exhausta.

—No lo quiero, lo necesito.

—¿Qué cosa? —pregunto.

—A ti, muñequita.

—¿Para qué me necesitas?

—Ya te lo dije.

Respiro profundo. He dejado salir algunas lágrimas de mis ojos. Miro hacia abajo, los bordes de las
suelas de mis zapatos están manchadas en sangre. Tengo náuseas y la ansiedad está amenazándome
con un ataque pronto. Vuelvo a intentar obtener más aire.

—¿Qué pasa, Rosie?

—Dime muñequita, por favor —digo en casi un susurro.

—¿Por qué?

—Me hace sentir… —ladeo mi cabeza hasta dejarla apoyada contra la pared —. Me hace sentir
como si fuera algo bueno para alguien.

—No eres buena para mí —recalca.

—Lo sé, solo déjame sentir que sí.

—Y yo no soy bueno para ti.

—Lo sé —repito —, pero déjame sentir que sí.

—Ven conmigo a Milán —repite.

Vuelvo a mirar la sangre en mis zapatos.

—¿Qué sientes por mí, Ares? —Cambio el tema.

130
—Adicción.

—¿Y ya? ¿No tienes otra palabra para describir lo que te pasa conmigo? No te entiendo, no sé lo que
quieres de mí… —La voz se me rompe y no sé por qué.

—Obsesión y tortura, Rosie Müller, eso es lo que causas. Ya te lo había dicho.

—¿Tortura?

—Y de las peores —se ríe.

—¿Por eso te resistes a follarme? ¿Estás torturándote?

—No, yo estoy torturándote a ti —responde.

—¿Por qué? —sollozo.

Jamás voy a conseguir a alguien que se sienta atraído por mí y sea normal, sea sano… Tal vez es
porque siempre llamamos lo que por dentro reflejamos. Tal vez yo también soy una maldita asesina,
porque, aunque no cometo el crimen, lo atestiguo y soy obligada a guardar silencio.

—No llores, muñequita…

Sus palabras son un activador que hace que mi llanto se libere. Mi pecho comienza a subir y a bajar
debido a los espasmos que me atoran la respiración.

—No quiero estar aquí —digo abrazándome a mi misma.

—¿Dónde estás?

—En el asilo.

—Voy por ti.

—No me cuelgues —le pido.

—No pensaba hacerlo.

—Necesito algo de ti, Ares.

—No tengo mucho que ofrecerte… Realmente, no tengo nada que ofrecerte.

—Puedes protegerme —agrego.

—¿De qué?

—De él…

—¿Quién es él? —pregunta casi exigiendo.

—No eres el único asesino que conozco.

—Lo sé.

—¿Cómo puedes saberlo? —frunzo mi ceño, aunque no me esté viendo.

—Nunca huyes de mí y sino lo haces es porque has visto cosas peores.

—Tú eres lo peor que me ha pasado en la vida.

131
—Tú también eres eso para mí, muñequita.

Ares estaba derrumbándome. Yo solo quería su cuerpo, pero debido a la situación en la que estaba,
lo quería a mi lado, protegiéndome, porque sabía que él lo haría. Algo de cordura aún tenía en
medio de tanta locura y sabía que a un obseso se le podía controlar y susurrar las más terribles cosas
y él las haría, las haría por mí.

—¿Vas a cuidarme? —vuelvo a preguntarle.

—¿Que ganaría yo?

—A mí, por siempre.

—Acepto.

132
CAPITULO 24

Ares
—¿Cuándo volverás? —Pregunta Enzo.

Después de colgar con Rosie, ha entrado su llamada y no tuve más remedio que contestar, pero
ahora me arrepiento. Su maldita voz me asquea más que cualquier ceso podrido.

—Tienes unos cien cortacuellos en tu agenda, ¿por qué solo quieres joderme a mí? —escupo.

—99 de esos cien inútiles siempre dejan rastro.

—¿Qué pasa con el número cien?

—Eres tú.

—Mi brazo no está bien aún —digo mientras empaco. Doblo la ropa a la perfección. No me gustan
las malditas arrugas en mis camisetas blancas.

—Necesito que esos hijos de puta senadores desaparezcan mañana mismo. Sin rastro, sin pistas,
como si la tierra se los hubiera tragado.

—No. —Cierro la maleta y voy hasta la salida de la habitación. Tengo que ir por Rosie pronto.

—Estás jugando con fuego…

—Me da igual, soy un engendro del infierno .

Cuelgo el teléfono y tomo aire. Las manos no han parado de temblarme desde que desperté y el
dolor de cabeza tampoco me ha abandonado, aunque no desperté del todo, ya que nunca me dormí
por completo.

Necesito a Rosie.

Llego hasta otro auto que conseguí. Los rento con identidades falsas, tengo cientos. Las asesoras
caen con facilidad en cualquier engaño que salga de mi boca. Nunca debo esforzarme para
convencer a alguien de hacer algo, se me da natural. La maldad es un talento y yo soy un hijo de
puta especialista.

Aunque tal vez también pueda ser locura. Sé que tengo al roto y descompensado dentro de mi
cabeza, para muchos es una desventaja, yo lo odio, pero lo uso como un poder.

Ser criado en la oscuridad hizo que le perdiera el miedo a caminar en ella.

Acelero en dirección al asilo, no sin antes apagar el teléfono al que me llama Enzo. Espero que nunca
tenga que volver a verlo, ni a él, ni a la asquerosa de su hija. Ni se ha dado cuenta de que le maté a
su mujer. Todo le importa una mierda a excepción del dinero y el poder.

Al menos tiene una motivación. Yo no tengo nada. Solo respiro y asesino.

Miro mis manos sobre el volante cuando me detengo detrás de un auto en un semáforo rojo.

Tiemblo. Sigo temblando.

133
La última vez que me pasó esto… Casi muero.

Inhalo. Exhalo.

Inhalo. Exhalo.

Inhalo. Exhalo.

Inhalo. Exhalo.

Inhalo. Exhalo.

Lo hago más de diez veces, pero no veo resultado.

Pongo el auto en marcha y no vuelvo a detenerme en ningún semáforo.

La necesito.

Al llegar, tomo mi celular para enviarle un mensaje. Espero al otro lado de calle y enciendo un
cigarrillo mientras aparece. Siete, me fumo siete hasta que al fin aparece.

Su nariz y mejillas están rojas. Alrededor de sus ojos tiene bolsas oscuras. No ha dormido bien y ha
llorado. Todo mal porque no soy yo quien lo está causando y no me agrada que toquen a mi maldita
muñeca.

Estoy por girarme para volver a entrar al auto para que ella también lo haga, pero sus brazos se
envuelven alrededor de mi torso y todos mis músculos vuelven a tensarse. Aún no me acostumbro y
tal vez nunca lo haga. La escucho sollozar contra mi pecho mientras miro para todos lados. No sé
donde ubicar mis manos y lo único que se me ocurre hacer es darle unas leves palmaditas en la
espalda.

—Rosie.

—Dame un segundo más… Por favor —susurra y se aferra más a mí.

Miro mis manos. El temblor ha disminuido, pero la sensación sigue ahí.

Esa sensación sigue aquí.

—Suéltame —pido.

Su rostro se levanta para mirarme.

—¿Por qué tienes que ser tan horrible?

—No tengo qué, así soy.

—Abrázame, Ares.

—No.

—Por favor… —más lágrimas salen de sus ojos azules.

Su rostro está demasiado cerca del mío. Desearía que fuera más baja, pero siempre su altura está
enfrentándome y poniéndome difícil reprimir el extraño deseo que a veces me surge de besarla.

—¿Vas a decirme que sucede ahí adentro? —pregunto sin dejar de mirarla.

Su ceño se arruga y sus labios tiemblan.

134
—No puedo…

—Rosie…

—¡Muñequita! —se altera —. Soy tuya, maldita sea. Trátame como tal.

—¿Y cómo debería tratarte? —levanto mi vista para seguir fijándome en que nadie nos esté viendo.
Es de madrugada, pero no puedo arriesgarme.

—Con amor.

Suelto una carcajada muda al escuchar la última palabra.

—Entra al maldito auto —digo y la aparto con fuerza, para yo sí hacerlo.

—No. —Se cruza de brazos frente al capó.

—¿Te quedó gustando que te atropellara? No me molestaría hacerlo de nuevo.

—¡Eres un maldito idiota! —golpea el metal del auto repetidas veces —. ¡Te odio!, ¡te odio!

Si temo porque lo que está sucediendo en mi cabeza, ahora mismo temo más por lo que está
sucediendo dentro de la de ella. Está como loca. Gritando y no me gustan las personas ruidosas que
siempre tienden a llamar la atención.

Tienes que matarla. Va a joderte.

Tomo aire y desciendo. Sin medir mi fuerza la tomo de los brazos, la llevo hasta la parte trasera, abro
la cajuela y saco un par de cadenas. Mientras ella sigue gritando, pataleando y queriendo zafarse, la
ato con fuerza. Envuelvo las líneas de metal alrededor de su cuerpo, intentando inmovilizar sus
brazos. Tomo la cinta plateada y pongo un pedazo sobre su boca. Vuelvo a asegurarme de que nadie
nos haya visto y de que no haya cámaras en el lugar y para mi bienestar, no las encuentro.

—No me gustan los gritos, no me gusta que las personas lloren, no me gusta que tú lo hagas. Cuando
te calmes, te soltaré e intenta no volverlo hacer porque no lo soporto —la tomo del cuello —. No lo
soporto, ¿me entiendes? —le digo con más fuerza de la que debería.

Asiente con la cabeza y se detiene al fin. Por un momento se me pasa por la cabeza echarla dentro
de la cajuela, así podría ordenar mejor los gritos dentro de mi cabeza, pero termino tirándola en los
asientos de atrás.

En algún momento la soltaré, será antes de llegar a la frontera de Suiza y para eso faltan un par de
horas más.

Rosie
Cuando me libera al fin, después de casi diez, lo primero que hago es golpearlo en la maldita cara.
Un puño, en toda su nariz, fuerte y con ganas, a pesar de mis extremidades dormidas. Mis nudillos se
llevan todo el impacto, pero la sangre que sale de su nariz me alerta de algo.

Estoy en problemas.

135
Está mirándome como siempre suele hacerlo, de manera enferma y turbia. Su iris verde es como un
veneno para el alma y me obligo a dar un paso hacia atrás. Estamos en medio de la nada, fue un
error, va a matarme.

—Ares… —intento clamar por mi vida mientras el se acerca amenazante.

—Hay muchas… —se limpia la nariz —, demasiadas cosas en este mundo que repudio. Tú eres una
de ellas. Encabezas la lista.

—Déjame ir…

Niega con la cabeza y sonríe.

—Te repudio tanto que acabas de romper cualquier escala.

—¿Por qué mierda entonces me tienes aquí? ¡Déjame ir!

—Tú me llamaste —dice. Sus manos llegan hasta mi cuello y lo presiona con fuerza. El corazón me
está latiendo a una velocidad inhumana.

—¡Pero tú lo hiciste 77 veces antes! ¡Me tenías cansada! —clamo como puedo.

—¿Por qué me abrazaste entonces? —ladea su cabeza.

Mis manos se han aferrado a sus antebrazos. No puedo retroceder más. Me ha atrapado. Solo la luz
de la luna nos ilumina. Estamos estacionados al lado de una carretera rodeada de un lugar desierto.

—Lo necesitaba… —susurro. Miro hacia otro lado en la oscuridad.

—Y yo te necesito a ti.

Vuelvo mi mirada hacia él.

—¿Entonces por qué me tratas así?

—Tener una necesidad no significa algo bueno. Yo no te necesito como una persona sana que quiere
un poco de afecto, yo te necesito como un enfermo y adicto que tiene inyectarse heroína en las
venas para sobrevivir.

Esta es la peor decisión que he tomado en mi vida. Pensé que Ares me iba a proteger del mundo
sucio al que me tiene sometida Gerard Müller, pero estoy empeorando todo. Tal vez aún sea tiempo
de poder librarme de ambos.

La cura va a terminar siendo peor que la enfermedad.

—No debí golpearte, lo siento tanto… —vuelvo a dejar salir mis lágrimas. Miro mi piel marcada por
las cadenas. Me ha partido el maldito alma.

—No llores —dice y refuerza más su agarre.

Llevo mis manos hasta su cara. Mi boca se ha abierto en una pequeña O en busca de aire. Acaricio la
piel de sus mejillas mientras el hiere la piel de mi cuello.

—Suéltame… por favor —susurro y con esfuerzo acerco mi rostro al suyo —. Ares… por favor, me
lastimas —digo casi ahogada.

No reacciona y el pánico comienza a apoderarse de mi sistema. Puede matarme, él no le teme al


infierno que llega después del pecado que comete, porque vive en él. Sufre y paga en vida, y le da

136
igual llevarse a cualquier alma para que lo acompañe en tanto sufrimiento. No puedo dejar que
acabe conmigo.

—Yo también te necesito… —digo mientras se me escapa un sollozo.

—Soy un monstruo, solo quieres huir, pero antes sé que deseas que te folle hasta morir, Rosie
Müller.

Niego con la cabeza.

—Eres lo único que tengo ahora en mi vida, Ares. Eres solo tú. Y ahora, después de que asesinaste a
los hombres con los que me acosté, solo seré para ti.

Aún sigo preguntándome cómo los halló, cómo lo hizo y por qué lo hizo, pero no me esmeraré en
averiguarlo, porque él jamás va a decírmelo.

—Mataré a cualquiera que intente tocarte de nuevo. Mataré al que sea si vuelves a ignorarme.

—No lo haré jamás —digo de inmediato.

—Te necesito, muñequita.

—Lo sé.

La fuerza sobre mi cuello disminuye y aumento la intensidad de caricias sobre su rostro. Lo siento
temblar. Sé que es un desquiciado, que es un peligro inminente, pero no entiendo porque sigo
volviendo a él. No entiendo qué me sucede cuando me toca, debería asquearme, pero solo hace
que quiera ansiarlo cada segundo que está lejos. Me ha dado poco, no ha sido suficiente y temo que,
si llegamos a más, jamás me pueda apartar.

Estoy jodida, no como él, pero estoy jodida.

—¿Cuánto falta para llegar a Milán? —pregunto después de un rato en el que solo estábamos
mirándonos.

—Unas cinco horas —responde.

Sus manos caen completamente a los costados de su cuerpo, pero yo sigo con las mías en sus
mejillas.

—Eres tan… —susurro mientras analizo su rostro y mejor decido callármelo.

—¿Qué? ¿Horrible? Busca otro adjetivo, ya ese me hartó.

Niego con la cabeza.

—No, Ares. Eres tan malditamente atractivo… —digo. Su rostro se levanta y sus ojos enfocan los
míos. Encuentro sorpresa en ellos —. ¿Jamás te lo habían dicho? —pregunto extrañada.

—Jamás me había gustado que me lo dijeran.

Da varios pasos hacia atrás, haciendo que mis manos caigan. Lo veo tomar algo de su abrigo y llevar
fuego hasta su boca. Es un cigarrillo. Fuma demasiado. Sus besos saben a eso, su cuerpo huele a eso.
A quemadura, a cenizas, a infierno.

—¿Algún día me dirás quién eres? —cuestiono detrás de su espalda.

—Soy una escoria, no necesitas saber más.

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—Nadie nace siendo malo…

Se gira y me enfrenta.

—No, pero sí se nace en medio de la maldad y es la misma mierda —dice y arroja su cigarrillo a un
lado, para tomar otro y encenderlo.

—¿Has ido alguna vez a terapia? —pregunto y sé que estoy fuera de lugar.

Se ríe.

—Solo hay dos cosas que pueden curarme, Rosie.

—¿Cuáles son? —inquiero.

—La eutanasia y el suicidio, y para mí, ambos son lo mismo, pero jamás he sido valiente de cometer
el segundo. Tal vez algún día me atrapen. Sueño con que me den siete penas de muerte mientras
sonrío a las cámaras y luzco un traje naranja con las manos esposadas. Revolucionaría el mundo y
tendría fanáticos —sonríe y yo me quedo en seriedad.

—Estás hablando mucho… —reparo y caigo en cuenta de inmediato que no debí hacerlo en voz alta.

—No me había dado cuenta —agrega —. Tal vez sea el estrés que me generas.

Otro cigarrillo más que termina y otro más que enciende.

—¿Qué va a pasar con nosotros ahora? —cuestiono. Me abrazo a mi misma. Aún no amanece, pero
está por hacerlo.

—Vas a hacer todo lo que te diga —me señala mientras se acerca a mi cuerpo y deja escapar el aire
del cigarillo —. Y…

—¿Y? —susurro contra sus labios. Se ha pegado tanto a mí, que no puedo pensar con cordura. Todo
él huele a nicotina.

—Y vas a besarme cada que te lo pida.

—Pídemelo ahora, por favor.

—No. —dice y me esquiva para ir hacia el auto.

Respiro hondo y lo tomo del brazo haciendo que gire y me mire. Me lanzo sin pensar a sus labios y si
temía que no correspondiera, todo se aleja cuando, sorpresivamente, sí lo hace. Envuelve sus brazos
alrededor de mi torso y siento como me quema su toque. Es una maravilla lograr que lo haga…

Y voy a lograr más. Él está es desventaja y yo sé mucho más.

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CAPITULO 25

Ares
Es un vacío. Enorme. Intenso. No es tangible, pero ahí está, ahí lo siento. Siempre está
recordándome el mal del que vengo, el mal que soy y el mal por el que moriré.

No estoy viviendo.

No soy capaz de celebrar mi nacimiento. No soy capaz de contar un año más, pero sí un año menos
que hace falta para llegar hasta mi muerte.

Estoy muriendo.

Y ella está intentando salvarme.

—¿Puedo sentarme sobre tus piernas? —pregunta.

Estoy sobre la cama, sentado con mi espalda pegada contra las almohadas duras del cabezal. Una
estela de humo escapa de mi boca y hasta morir sobre la tela de su vestido largo. Pequeñas flores
conforman un patrón en la tela. Lleva una chaqueta de cuero y unas botas negras en el mismo
material. Me gusta como viste. Todo lo queda malditamente bien.

—Darf ich auf deinem Schoß sitzen? —vuelve a hablar, pero esta vez en alemán.

—¿Dónde estabas? —pregunto para seguido darle otra calada a mi cigarrillo y fijarme en el cuadro
de aves mal hechas que decorada la pared. Es un asco esta habitación.

—Fui al cajero para intentar retirar dinero.

—¿No funcionó?

—No —carraspea —. ¿Puedo sentarme en tus piernas?

Asiento con mi cabeza. Se deshace de su chaqueta y botas para subirse sobre mi regazo. Llevamos
más de una semana en este hotel de mala muerte. He enviado un mensaje para Jakov Zubac y estoy
a la espera de su respuesta. No puedo hacer ningún movimiento afuera, pero pronto tendré que salir
hacia una de mis caletas para surtirme de dinero porque el que teníamos se acabó. Rosie derrocha y
traga como la mierda.

Sus labios llegan hasta mi cuello. Trato de no inmutarme, pero su cercanía se ha vuelto más
necesaria de lo que ya era. Me he convertido en un enfermo. Detesto cuando sale, detesto cuando
habla con alguien más que no sea yo. Detesto que no respire mi mismo aire y detesto cuando no me
pide atención. Tiene que necesitarme también, esto será mutuo o no será, ella no será.

—He estado soñando… —comienza hablando.

—¿Qué? —pregunto. Me deshago de la colilla del cigarrillo tirándola al piso.

Su rostro se oculta en mi cuello y su respiración es quien me causa que la piel se me erice debajo de
la franela negra.

—Con follar…

139
—No lo haré.

—No te lo estoy pidiendo a ti —dice y se aleja para mirarme —. Esta noche saldré a un bar y me
follaré a la primera persona que se me atraviese.

—Te mataré.

—Me harías un puto favor —se quita de encima con brusquedad —. Si tú no quieres penetrarme,
buscaré a otro idiota que si lo haga.

—Lo mataré también —digo en calma.

—¡Quiero ver como lo intentas! —se exalta. Toma sus zapatos y su chaqueta para seguido salir de la
habitación.

Me pongo de pie después de escuchar el azote seco de la puerta. Camino hasta la ventana mientras
saco otro de mis cigarrillos y lo ubico sobre mis labios. Desde aquí veo como su cabeza rubia decide
ir hacia la izquierda. Me fijo en el atardecer. En la noche es más sencillo pasar desapercibido. Estoy
es Milán y Enzo es dueño de toda Italia, no quiero correr riesgo hasta saber que paso dar para
revelarme contra él. Necesito saber los planes de Alessio. Necesito encontrarle una cima a esta
montaña de mierda antes de dejarme caer por un abismo.

Todos los días Rosie se ha paseado desnuda frente a mí. Se ha tocado frente a mí y me he tocado
frente a ella, pero yo no he tocado ni un solo cabello de su cabeza.

No puedo hacerlo, tengo que huir de ella, pero quiero quedarme junto a ella.

Enfermo. Enfermo. Enfermo.

A veces ya ni sé lo que pienso. Tengo que centrarme o voy a enloquecerme, enloquecerme. Mis
manos aún no paran de temblar. He tenido fiebre durante algunas noches y sigo sin poder dormir
bien. Nada está bien.

Estoy a una vida de quitarme la mía. Un charco de sangre más y todo se terminaría.

Respiro hondo. Mi cabeza divaga, yo divago. Tengo que irme. Debo ir tras ella. Nadie puede
quitármela, aunque no sea mía. Voy a hacerla mía, pero no ahora, ahora no. Necesito más tiempo.
Debo ser fuerte, no quiero matarla como hice con el resto.

Olympia lo causó.

Todas se llevan algo de mí y no puedo soportar que lo tengan. Siempre, siempre acabo con ellas. A
Rosie soy capaz de entregarle todo, pero tengo miedo de arrepentirme después. Sería un desastre…
Su piel y su cabello son muy claros para bañarse sobre sangre.

Cambio mi atuendo, no sin antes dejar pulcramente todo organizado. El espacio de Rosie es un
desastre que me altera y no puedo ignorarlo. Lo cubro con una cobija y salgo de la habitación. Bajo
las escaleras hasta la recepción y me topo con la mujer tras el escritorio.

—¡Hasta luego, joven!

—¡Que tenga buena noche, señora Greta! —sonrío ampliamente, pero al atravesar la puerta vuelvo
a mi turbia expresión.

Giro a la izquierda y camino cuatro cuadras abajo hasta toparme con un bar. Llego hasta la entrada y
doy un rápido escaneo. Me detengo cuando la veo. Está riendo con un hombre moreno. Doy un paso

140
para acercarme a ellos, pero la vibración del teléfono en mi bolsillo me detiene. Vuelvo a afuera y
contesto.

—¿Qué mierda tenías que estar haciendo para no contestarme ningún puto mensaje?

—Hola. También me has hecho mucha falta.

—Vete a la puta mierda.

—¡No cuelgues, söt!

—¿Dónde estás?

—En un lugar muy caliente, intentando secuestrar a alguien para vender sus órganos.

—¿Qué?

—Tengo que reinventarme. Entregarlos vivos me da más dinero —ríe —. ¿Dónde estás tú?

—No me parece necesario responder.

—¿Estás bien? Dejaste una estela de muertes en Berlín. Sé que fuiste tú. Están investigando y…

—Voy a colgar. No tengo tiempo para hablar de eso, te necesitaba por otras razones.

—¿Estás bien? Te escucho más alterado de lo normal. ¿Por eso me llamaste? Un segundo brote
psicótico es peor que el primero y…

Separo el teléfono de mi oreja y presiono la opción de color rojo. Otra llamada se visualiza en la
pantalla, pero justo cuando estoy por contestar, se termina y un mensaje de texto con unas
coordenadas se refleja al instante.

Sin voltear a mirar atrás, me echo a andar mientras pongo los números en la aplicación de GPS.
Estoy a simples diez minutos del lugar. Sé que se trata de él. Respiro profundo un millón de veces.
Tengo que parecer normal, no quiero me que vea como a un desquiciado más.

La ubicación marca un pequeño parque lleno de árboles. Solo hay una persona sentada a esta hora
en el lugar. Es un hombre con la cabeza rapada vestido totalmente de negro. Me posiciono a su lado.

Desde el rabillo de mi ojo veo como levanta su rostro para mirarme de pies a cabeza.

—Eres… —empieza a hablar, pero levanto mi mano para que se calle.

—No lo diga. Estoy cansado de escuchar lo mucho que me parezco a él.

—Y a ella —agrega.

—¿A cuál de todas? —lo miro y levanto mis cejas.

—Ahora que lo dices… A las tres.

—A tu hija no tanto… Ella luce más... Inocente.

Se pone de pie abruptamente.

—¿Conoces a Atenea?

—La he visto, sí —respondo mientras saco un cigarrillo de mi bolsillo para encenderlo. Me fijo que la
fuente de agua que hay en medio del parque —. ¿Te preocupa?

141
—Si tú sabes de ella… También lo sabe…

—¿Enzo? Sí. Sabe quien es.

—Mierda. —Vuelve a sentarse.

—Es militar, ¿no?

—Sí.

—¿De qué es capaz? —sigo fijándome en él. Su semblante se nota preocupado.

—De mucho —sacude su cabeza y vuelve a ponerse de pie —. ¿Y tú?

—Sé defenderme —me encojo de hombros.

—Lo siento —dice en un tono de voz apacible.

—No necesito lástima —escupo.

—No es lástima. Es arrepentimiento de no haber hecho las cosas bien en el pasado. No debiste
terminar en las manos de Enzo. Alessio no debió haber muerto y…

—Pero murió y yo terminé con Enzo. No imagine otra realidad, solo causará que termine odiando
más esta.

Escucho como toma aire y lo expulsa ruidosamente.

—Enzo está tras de algo —vuelve a hablar después de algunos minutos.

—De cada laboratorio, lo sé.

—No —niega con la cabeza —. No sirve de nada que encuentre la ubicación de cada laboratorio si en
la que realmente está interesado no existe.

—¿No existe?

Sus ojos rodeados de algún par de arrugas me miran. Jakov Zubac denota poder y experiencia. No
me he topado con muchas personas así, tiendo a analizarlas muy bien para encontrar debilidades, y
la mayoría de quienes me rodean son un conjunto de alteraciones emocionales sin control. Jakov
Zubac tiene control y lo refleja.

—Es mejor que no lo sepas —responde —. No estás preparado. No eres el indicado para esta misión.
Sé lo que Alessio pudo haberte dicho en esa carta, pero ahora que analizo mejor las cosas… —niega
—. No debió ser para ti, debió ser para ella… —se posa firme frente a mí. Somos casi de la misma
estatura —. Atenea será la encargada del plan que dejó tu padre. Ella está mejor preparada.

Dicho esto, pasa por mi lado para marcharse, dejándome con miles de dudas.

—¿Por qué mierda tenía que buscarlo entonces? ¿Para qué mierda me entregó esa carta? Me da
igual cualquier maldito plan que tengan en mente, yo solo quiero deshacerme de Enzo Armani.

Jakov se detiene y me mira de arriba abajo.

—No traes un arma.

—Nunca las necesito.

142
—Eres un asesino, ¿no?

—No necesito nada más que estas… —le enseño levemente las manos.

—¿Te amenazaron desde niño con armas? —pregunta. Asiento con mi cabeza sin expresar nada —.
Eso lo explica todo —vuelve a suspirar —. Para esta mierda tendrás que usarlas y no tienes mucha
experiencia con ellas, pero ella sí y eso irá creciendo con el pasar del tiempo hasta llegar al momento
que sea necesario.

—Ya le dije que no me interesa el plan de Alessio.

Aunque para mí, era lo único que me tenía vivo. Cumplir su misión era mi misión.

Pero no voy a mostrarme decepcionado frente a nadie. No voy a avergonzarme de esa manera. Esto
solo está haciendo que la existencia de Atenea se vuelva un repudio para la mía. He soportado
mucha mierda por su culpa. De niño tenía la esperanza de protegerla, de ser su hermano mayor
como lo era el hijo de la persona que nos cocinaba con su hermana. Viví a través de ellos todo lo que
deseé en el momento que la conocí y luego que se me fue entregada la carta, tuve una
esperanza, tenía una esperanza.

Ahora puedo ver que toda era una mierda y que yo sigo siento un cero a la puta izquierda en la vida
de todos.

—Entre todo eso va incluida la muerte de Enzo Armani. No te preocupes. Si necesitas una nueva
identidad, seguridad y lugares para vivir, yo podría proporcionártelos, pero… —se rasca la parte
trasera del cuello. No se escucha nada más que la brisa batiendo los árboles —. Tendrás que dejar de
asesinar. Dejaste un caos en Berlín y te están tildando como un asesino en serie.

—No sé de que mierda me habla.

Señala mis manos.

—Ninguna de las víctimas tiene heridas de arma de fuego. Tienes la altura, la edad, la aparente
fuerza que los expertos han agregado a las características del sospechoso… Todas las mujeres eran
rubias, delgadas y universitarias. Lo que aún no logro conectar son las cabezas que aparecieron en la
habitación de Rosie Müller… Una mujer rubia también y universitaria, y… desaparecida —sus cejas
se alzan —. Sus padres no han levantado ninguna alerta, pero están buscándola por cielo y tierra —
da dos pasos hacia mí mientras sonríe —. Si la asesinaste… o le hiciste algo, tu existencia tiene los
segundos contados en esta vida —sonríe sin ganas —. Fue un placer conocerte, Ares Armani Kratos.

Inclina su cabeza y se echa a andar. Me quedo inmóvil en medio del lugar. Las manos han empezado
a temblarme y mi corazón se ha convertido en una bomba de tiempo. Siento y escucho como un tic
tac amenaza con estallar algo dentro de mi cabeza.

Tic tac.

Tic tac.

Rosie. La necesito.

Obligo a mis piernas a moverse con rapidez hasta el bar.

Tic tac.

143
Voy a acabar con él y con ella. Ambos Zubac también han jodido mi existencia, me han quitado la
razón de ella.

Tic tac.

Llego al bar y entro para buscar su cabeza rubia, pero no la encuentro, lo único que veo es su
chaqueta de cuero. Está aquí. Me muevo entre las personas, empujo a cualquiera que se cruce sin
importarme nada. Ya no estoy respirando, ya no estoy razonando.

Abro la puerta del baño de una patada y lo que veo desata y rompe la bomba.

Toda la sangre fluye hacia mis manos. Sombras salen de las grietas de mi desgraciada realidad. Todo
se transforma y veo un peligro que está a punto de devorarme si no acabo con el enseguida.

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CAPITULO 26
Rosie
Mi educación fue rígida, estricta, cruel, injusta… Fue demasiado. No pude soportarlo. Jamás podré
olvidarlo. El único que salió ileso de todo y resistió fue Maximilian, aunque a veces veo a través de
sus ojos las grietas que le dejó Gerard Müller. Un torturador de renombre nunca debió ser apto para
tener hijos y Susan Wegner nunca debió permitir que corrigieran nuestros errores de esa manera…
pero ella era igual o peor que él, eran tal para cual y querían que Maximilian y yo fuéramos igual.

Mi hermano mayor siguió los pasos de ambos y tuvo éxito. Maximilian Müller será tan grande que
podrá desatar miles de guerras mundiales si así quisiese.

Por otro lado, estoy yo que fracasé. Alguien que solo sabe usar algunos pinceles y que ni siquiera eso
podrá seguir haciendo porque me he lanzado sin seguridad al infierno que es Ares.

Un infierno que no está lleno de fuego, pero sí de sangre y cadenas, de obsesión y torturas.

Y no me asusta.

Ares llenó el baño de algo que ya estaba acostumbrada a ver, pero lo único que me generó impacto
fue que todo lo hizo con sus manos. Sabía donde quebrar, donde estirar, donde golpear y donde
morder. Si esto fuese una historia de fantasía lo nombraría un ser de otro mundo, lo encasillaría
como un animal, alguien que solo has creído que existe en tu imaginación, pero era más, es más…

—Jamás volverá a tocarte, muñequita —dice después de mirarme durante minutos como un
desquiciado.

Solo se quedó ahí, inmóvil, sonriendo, sin parpadear, después de haber desmembrado al moreno
que quería meterse entre mis piernas a la fuerza. Vine al baño y al momento de salir… él entró, el
moreno entró, y aunque follar era mi plan de la noche, no lo quería de esa manera, se lo dije y no
entendió hasta que Ares entró, me vio forcejeando y gritándole cuanta mierda se me ocurriera para
que se detuviera.

Sigue mirándome, ya habló, pero no movió más que sus labios. Estoy respirando profundo, tratando
de asimilar todo…

—¿Estás bien? —mi voz sale tan débil que repito porque siento que no me escuchó —. Ares, ¿estás
bien?

—Jamás volverá a tocarte, muñequita —repite en el mismo tono y con la misma sonrisa.

Está lleno de sangre, al igual que las paredes, los lavamanos y el piso que también tiene restos de
quien antes quería un simple orgasmo.

—Gracias —digo sin saber qué más hacer. No tengo miedo, no estoy sufriendo un ataque de pánico,
no estoy huyendo, estoy aquí más preocupada por él que por quien terminó muerto.

—Jamás, muñequita, jamás nadie volverá a tocarte —intenta dar un paso hacía mi, pero yo doy dos
hacia atrás. Su expresión cambia por completo —. ¿Me tienes miedo?

—No —respondo de inmediato —. Es solo que… —miro el piso —. No me gusta la sangre. No me


gusta tocarla, ni sentirla. —lo miro de arriba abajo y luego paso mi vista hasta mis pies. Mis botas

145
negras tienen un poco del líquido color rojo bajo mis suelas, pero el resto de mi cuerpo sigue intacto
—. ¿Podemos irnos?

—Espera unos minutos más…

—¿Para qué? —casi susurro.

—Necesito que dejen de hablar.

—¿Quiénes? —pregunto con nerviosismo.

—Mis voces.

—¿Tus voces?

—Sí —sonríe y ladea su cabeza —. Ellas quieren más.

—¿Y tú que quieres?

—Follarte.

—¿En serio?

—Sí.

Su confesión me obliga a tragar duro. Estoy enferma, eso es seguro, porque lo único que está
pensando mi cabeza es en esperar o hacer algo para que esas voces se callen y lo dejen libre para
irse conmigo. Lo quiero y lo necesito.

Ares remueve todos mis sentidos. Él es ese algo, esa causa, ese motivo, es esa tortura que hace que
las personas prefieran la muerte. Porque sí, la existencia y lo que se siente por alguien también
puede llegar a lastimarte de la peor manera, aunque nunca llegue a matarte. Por eso, para mí, lo que
viene después de enamorarse y fallar, es una tortura. Y de las peores.

Yo ni me había enamorado y ya sentía el dolor, y ahora que sé que me pasa algo con él, he aceptado
mi destino, he aceptado que prefiero la muerte antes que estar sin él, porque no hay más opciones.

Estoy enferma, demente, loca. No lo conozco, pero amo que me mire como si él sí lo hiciera.

—¿Ya podemos ir a casa? —pregunto después de varios minutos más.

No responde. Solo se limita a cerrar sus ojos, a tomarse la cabeza entre sus manos e inclinarla para
luego soltar un pequeño y largo gruñido. Como si estuviera batallando con algo en su mente.

Ares está mal, tiene problemas y lo sé desde el primer día que lo conocí. Y algo que también sé es
que debo ayudarlo y pronto.

—Vamos a casa… —intento acercarme, tratando de no pisar ningún órgano que me cause resbalar.

—¿Rosie? —me llama confundido. Sigue con su cabeza inclinada mirando hacia el piso.

—Dime.

El ambiente se siente extraño. Algo ha cambiado.

—¿Cómo me veo? —dice alzando su rostro. Sus ojos se han enrojecido. Abro la boca para intentar
responderle, pero me interrumpe —. ¿Tú me quieres?

146
—¿Qué?

—¿Me quieres, muñequita?

Un nudo hecho de silencio bloquea mi garganta. La manera en la que sus ojos verdes me están
mirando me agrede sin ni siquiera tocarme. La sangre que contrasta contra su piel pálida no evita
que siga luciendo como un ángel, a pesar de que lo que pasó se asemeja a algo que haría un
demonio. Lo que no saben muchos, es que estos últimos también pueden salvarte.

Él me salvó. De la manera más absurda, pero me salvó.

Me dio el valor para huir de Gerard. Ahora solo espero no arrepentirme, porque como ya lo pensé
una vez, sé que esta cura será peor que la enfermedad. Sé que escapé de un problema para entrar
en uno aún más grande.

—¡AHHHHHH! —un grito sale de su garganta —. No respondió. Ella no respondió. Me odia, me


teme…

Me acerco con rapidez a él y sin importarme la sangre, tomo su cara entre mis manos.

—Oye, oye, oye. Mírame —pido, pero él sacude su cabeza para intentar alejarse de mí. Uso toda mi
fuerza para evitar apartarme —. ¡Ares, mírame! —le grito desesperada.

Sus pupilas dilatadas me dejan sin aire cuando levanta su rostro. Sorbe su nariz mientras acerca su
cara a la mía.

—Necesito que me quiera… —dice en un débil susurro. Su labio inferior tiembla.

—¿Quién? —pregunto en el mismo volumen de voz.

—Ella.

—¿Quién es ella?

—Ella. Necesito que ella me quiera. ¿No la estás viendo?

—¿Está aquí? —cuestiono.

—Sí.

—¿De qué color son sus ojos?

—Azul… casi como el agua, pero agua congelada. Son de cristal, de uno muy claro —responde. El
momento se siente como si estuviera contándome un secreto, como si no estuviera hablando
conmigo, se siente como si estuviera hablando con alguien más.

—¿Qué pasaría si ella no te quisiera? —Mantengo mis manos firmes sobre sus mejillas. Cierra sus
ojos y niega.

—Nada tiene sentido… No sé que sigo haciendo aquí. Me han quitado hasta las excusas… —me mira
fijamente de repente —. Pero ella… —sonríe —. Ella… —chasquea su lengua, mira hacia el piso y
luego vuelve a mí —. Cuando torturo a alguien… Cuando juego con su vida, lo estoy haciendo porque
necesito algo a cambio, porque ese algo vale más que su existencia y eso lo mantiene aquí… —sus
manos se posan sobre mis mejillas —. Rosie… Tú eres una tortura y necesito que me des algo a
cambio para mantenerme aquí.

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Lo último se escucha casi como una súplica. Ha vuelto en sí, ahora sí me está hablando a mí.
Nuestros rostros están tan cerca que puedo oler aún más el hierro de la sangre alrededor de sus
labios, casi lo saboreo, pero lo que realmente ansío es besarlo y no voy a esperar a que esté limpio
para hacerlo. Paso la palma de mi mano sobre su boca y sin pensarlo más me lanzo. Impacto mis
labios contra los suyos.

Sus brazos bajan de mi rostro para envolverse en mi cintura, los míos hacen lo mismo alrededor de
su cuello. El sabor que testea mi lengua es de sangre. Me asquea, pero no lo hace lo suficiente para
lograr que me separe de él. Nuestros labios se mueven con suavidad, pero nuestros brazos retienen
los cuerpos con fuerza.

Le estoy dando una razón, porque él me dio la mía.

La sangre ya no se siente en el beso, ahora todo sabe a él y me encanta más. Ares produce en mi
pecho una sensación que jamás había sentido, algo que podría ubicar en la línea invisible que separa
el deseo y la obsesión, pero estoy segura de que después de volver a este monstruo completamente
mío, mi mundo estallará en llamas y no me veo con planes de apagar el fuego que él cause.

Voces y pasos de personas me obligan a interrumpir cualquier contacto y correr hacia la puerta para
trabarla con seguro. Golpes se escuchan con fuerza después de que intentan abrirla y no logran
hacerlo.

—Llama al mesero —dice alguien afuera.

Mis ojos buscan a Ares con desespero. No sé que mierda hacer. Estamos en medio de la escena de
un crimen hecho con sevicia de la pura.

—¿Ares? —la voz se me quiebra. Mis lágrimas han empezado a salir.

—No llores, Rosie. No llores —dice casi como una orden. Me apuro a quitarme las gotas de mi cara y
respiro hondo —. Estoy pensando.

Sus ojos comienzan a analizar todo casi como si estuviera creando un futuro de lo que va a suceder.
Las voces vuelven a escucharse afuera. Quieren entrar.

—Ares…

—Lárgate.

—¿Qué?

—Diré que te tenía secuestrada y que… Lárgate, solo me estorbas.

—No. —Doy dos pasos hasta llegar a él —. Eres mi razón y yo la tuya, y esa es la única razón que
tengo para quedarme. No te desharás de mí. No sabré como defenderme después.

—¿Defenderte de qué? Estoy dejándote libre —inclina su cuerpo hacia mí. Lo siento casi
amenazante por la manera en que me mira.

—Me has tenido encadenada a ti desde que me llamaste muñequita —doy un paso hacia él —. No
me iré.

—Tendrás que ayudarme. No me gusta la gente inútil.

Trago duro y miro a mi alrededor.

148
—¿Qué tengo que hacer?

—Abre todos los grifos y tapa los caños con papel —dice y mira hacia el techo. Voy de inmediato a
cumplir su orden, mientras lo veo a él sacar un cigarrillo, encenderlo y tomar una fuerte bocanada
de nicotina mientras me mira como siempre suele hacerlo: como si quisiera acabar con mi vida.

Levanta su brazo justo en el momento de echar el humo hacia el detector de este que antes no había
visto. La alarma se activa y el rociador de agua también.

Ares se mueve hasta el enorme cubo de basura y lo desencaja para sacar la bolsa negra a medio
llenar que había dentro. Tanto como el agua del techo, como la de los lavabos que ha iniciado a
derramarse, limpian del piso la sangre y la guían hasta el sifón que hay en medio.

El italiano se ha arrodillado para echar los restos del cuerpo en la bolsa negra. Las voces de las
personas que antes se escuchaban afuera, ya no se aprecian más. Toda la situación me tiene
perturbada e hipnotizada al mismo tiempo. Me obligo a despertar y a ayudarle a Ares a recoger un
brazo que yace lejos de él.

Levanta la vista cuando se lo entrego y lo que veo en sus ojos casi puedo captarlo como incredulidad,
como si jamás hubiera imaginado que esto de ayudarlo sería en serio. Lo miro con fijeza y
determinación. Estoy cagada del miedo y el pánico está haciéndose presente, pero no es por lo que
pasó, es por lo que podría pasar si no salimos ilesos y limpios de aquí.

No quiero estar lejos de él y si debo convertirme en su cómplice lo haré.

Muy bien dicen que el lugar más seguro para esconderse del peligro es donde este tiene auge, y ese
lugar, para mí, es Ares.

149
CAPITULO 27

Rosie
El asco que siento cada vez que recojo una parte del cuerpo es mayúsculo. Ares está como si nada.
Ha vuelto. Actúa como siempre, como la persona que repudia el mundo y se cree mejor que todos.
Aunque, para mí sí lo es. Después de todo lo que ha tenido que pasar en su vida, bueno, lo que
apenas y me ha contado, porque sé que hay más, lo considero como la persona más fuerte que
jamás he conocido.

Estoy a punto de vomitar, pero no quiero, eso solo me hace trasladarme a la vez que asesinó a
Danna frente a mis ojos y no deseo pensar en eso, porque mi sentido común empieza a gritar que
huya cada vez que lo hago y no quiero huir de él.

Él me necesita. El mundo ya le ha quitado mucho como para que yo lo haga también. No voy a
permitir que nadie vuelva a tocarlo otra vez.

—Creo que eso es todo —digo después de unos minutos de tratar de quitar las manchas de sangre
en la pared. He gastado más de dos rollos de papel. Giro para ver como Ares se echa la bolsa negra al
hombro después de cerrarla.

—Es todo.

—Espera —me acerco para limpiar algunas gotas de sangre que se le pasaron. Da un paso hacia atrás
y me detengo —. Solo voy a limpiarte el rostro

Respiro hondo. He escuchado gente correr. Espero que hayan salido del lugar tan pronto como se
activaron los aspersores de techo. Tomo la ropa que antes tenía puesta el hombre. Le he lavado la
sangre y le he quitado el agua. Sigue húmeda, pero me la pongo encima sin importar qué. Esto me lo
ordenó Ares y su mirada añadió que no debía preguntar y objetar.

—Saldré yo primero —digo acomodándome la gorra negra para intentar ocultar mi cabello. Él
asiente con la cabeza y mi espalda se eriza. Nunca seré capaz de acostumbrarme a que me mire de
esa manera tan tétrica y justo en ese momento que me doy vuelta, caigo en cuenta de que hallé en
él algo diferente. Hace unos minutos sus ojos me miraban como si él me pidiera que lo rescate, pero
ahora me mira como si me desafiara a un duelo donde sea posible que lo mate.

El pasillo está oscuro y desierto. Al fondo una luz roja de emergencia parpadea con lentitud. Giro
para entrar de nuevo y avisarle a Ares que todo está bien. Él me sigue poniendo entre nosotros una
distancia suficiente para que no nos vinculen. Llegamos a la salida trasera. Yo voy de primera. Las
sirenas del carro de bomberos se han empezado a escuchar a medida que nos movemos. Mi corazón
golpea con fuerza mi pecho. Estoy luchando con no tener un ataque.

De vez en cuando echo vistazos atrás para ver como Ares me sigue. Esta mirándome de esa manera
peculiar y caminando como si el mundo fuera solo de él y lo compartiera conmigo, y me cuidara de
quien se lo quiere arrebatar.

—Hey —me habla y mis reflejos se activan para tomar en el aire las llaves que me lanza —. Busca su
auto. Hay que desaparecerlo. Llévatelo. Sal derecho y gira a la izquierda. Sigue cuatro cuadras más
abajo y espérame en el semáforo. Debo evitar las cámaras. Sigue caminando, Rosie.

150
Asiento y vuelvo a moverme hasta llegar al estacionamiento. Oprimo el botón de desbloqueo a
medida que camino. Trato de hacerlo lento y no levantar mi rostro. No sé donde esté la cámara, así
que es mejor seguir como Ares me dijo. Las luces de uno de ellos se encienden y voy hasta él. Subo y
me echo a andar con tranquilidad. Sigo con mi rostro inclinado hacia abajo. Los cristales son lo
bastante oscuros, pero aún así no dejo de sentirme observada.

Alguien me mira y es el fantasma de la culpa.

Sigo instrucciones y me detengo cuando llego a la esquina. Estoy debajo de un enorme puente
vehicular donde no se visualiza ni una sola alma. Dejo escapar el aire cuando lo veo viniendo hacia
mí con esa aura de soy solo odio. Echa el cuerpo en la cajuela, rodea el auto e ingresa. Acelero de
nuevo sin esperar a indicaciones.

—Gira en la próxima —me ordena después de unos segundos. Siento su mirada encima, pero no me
atrevo a conectar la mía. Estoy al borde de un colapso y sé que no es por la persona asesinada que
va atrás, no, es por el hombre que llevo al lado. Su cercanía y lo que destila me pone así. Lo detesto,
detesto desearlo tanto y que me guste tan enfermamente tanto.

Giro con cuidado el volante hacia un lado. Mi agarre es firme, tanto que mis nudillos se han puesto
blancos. Conduzco por más de una hora. Nos he sacado de la ciudad y ahora no sé donde mierda
estoy. Todo es árboles y montañas a ambos lados de la carretera. Solo la luz de los faros de auto
ilumina el camino. El cielo está completamente oscuro. No se le puede pedir más al clima en
diciembre.

—¿Qué pasa? —pregunta cerca de mi oído.

—¿Ah? —Esta vez si lo miro y me reprendo. Me acaba de disolver la razón el verde venenoso de sus
ojos.

—Estás temblando.

—Solo tengo frio. La ropa está húmeda —digo y es verdad.

—¿Segura es solo eso?

—Sí —respondo con mi vista fija al frente.

—¿Entonces por qué no me miras?

—Estoy conduciendo.

—Frena.

—¿Qué? —frunzo mi ceño y lo miro durante un segundo con incredulidad.

—Frena —vuelve a decir.

—No podemos, tenemos que…

—¡Frena, Rosie!

Piso el freno sin pensar. Las llantas del carro chillan y cuando se detiene por completo me quedo
absortar mirando hacia el frente. Le obedecí sin cuestionarme después de que me gritó. Respiro
hondo. No debo hacer eso, pero no quiero hacerlo enojar. Me necesita y yo también.

—Mírame —pide.

151
Me tomo unos segundos antes de hacerlo con hostilidad.

—¡Ya deja de decirme qué hacer, maldita sea! —me quejo.

—Que me lo digas no hará que deje de hacerlo.

—Que me ordenes mierdas no hará que las haga. Es la misma mierda.

Me mira durante unos segundos.

—Sigue manejando y apenas veas un letrero con un venado impreso en él, gira a la derecha.

Lo miro mal y vuelvo a acelerar el auto hasta ver el letrero y girar. Entro a un camino sin pavimento.
Es más angosto y las ramas de los árboles casi lo cubren, es como si estuviera escondido porque si
no es por las indicaciones de Ares, habría pasado derecho sin percatarme de que había un camino. El
italiano a mi lado ha sacado un cigarrillo y lo enciende. Detesto cuando lo hace porque solo causa
que me guste más. Él es el típico joven bad boy por el que cualquiera caería, pero se levantaría a
correr luego de que se diera cuenta de quien realmente es. Qué inteligente sería hacer eso, ya
quisiera yo no ser tan estúpida de quedarme a su lado.

—Gira a la izquierda —dice señalando otro camino que tampoco había visto. Acato su orden y
después de unos cuantos metros más, llegamos al final. Apago las luces y bajo sin pensarlo dos
veces. Frente a nosotros hay un lago que está siendo iluminado por la luna.

Camino sobre la tierra húmeda y me deshago de la ropa del hombre. Sigue oliendo a sangre, sigo
oliendo a muerte y no lo soporto más. Sigo caminando y entro al agua helada. Me sumerjo e intento
quitar todo rastro de asquerosidad de mi piel. Sigo temblando y no es por el frío. Me quedo unos
segundos más bajo el agua. Es cristalina. Al levantar mi vista hacia arriba puedo ver la luna diluida.

Nunca había sentido tanta paz.

Tenemos un cuerpo destrozado en la cajuela. Este crimen es tan mío como de él y si Susan, Gerard o
Maximilian llegaran a enterarse, otro crimen sería cometido en mi contra. No volvería a ver la luz del
día porque a las personas como ellos no les gusta que las cosas se les escapen de control y yo soy un
pequeño torbellino que no sabe a donde ir, pero sí causar grandes desastres.

Algo jala de mi brazo y mi corazón da un vuelvo. Soy expulsa a la orilla del lago mientras intento
tomar aire y escupir el agua que he tragado por la sorpresa. Es Ares quien tiene mi brazo apresado,
pero su contacto no dura mucho, porque me suelta al ver mi rostro.

—Hija de puta, me asustaste —escupe.

Mi pecho sigue subiendo y bajando. Me quedo mirando su figura a medida que se aleja de mí y se
ubica en la parte trasera del auto. Mis ojos se han adaptado a la oscuridad y puedo ver mucho mejor
lo que antes eran sombras. Me pongo de pie y trato de no herir mis pies con alguna roca o rama en
el piso.

El órgano en mi pecho sigue trabajando más de lo que debería. Él creyó que podía estar
ahogándome y me salvó, y creo que acabo de descubrir algo más detrás de esa acción.

No puedo parar de pensar. Quiero dejar de escuchar como suena la bolsa llena de restos humanos
que mueve Ares. Debe estar buscando un buen lugar para enterrarla.

Vuelvo a mi reflexión mejor. Ares habló de una tortura, siempre hablamos de tortura y obsesión… Él
me salvó, me mantuvo con vida, pero he sufrido muchos estos días, ahí, eso es… Eso es una tortura,

152
romper a alguien un día y al siguiente arreglarlo solo por fuera para repetir los pasos una y otra vez
tantas veces se pueda.

Ares me romperá cada vez que asesine frente a mí y me reparará cada vez que me toque para darme
vida.

O podría ser todo lo contrario…

El frío causa que mis dientes castañeen. Me muevo hasta su lugar. Ha empezado a cavar en la tierra
con una pala.

—¿De dónde la sacaste? —pregunto. Él levanta su cabeza.

—¿En serio quieres saber? —su hostilidad me hace temblar más que el frío.

—No —muevo mi cabeza de lado a lado mientras me abrazo el torso.

Estoy completamente desnuda. Mojada. Después de bañarme en un lago. En medio de un bosque.


Con un asesino. Que está enterrando el cuerpo de un hombre que hace unas horas besaba mi boca.

El mejor plan de viernes que jamás he tenido.

No sé que hacer. No sé si volver al auto o seguir aquí. Decido esperar a que termine su tarea, cuando
lo hace pasa por mi lado para volver al auto, encender un cigarrillo y pararse frente al algo. Camino
hasta él. Mis ojos contemplan su figura mientras el humo sale de su boca. Me aproximo aún más y
sin pedirle ningún permiso o darle algún aviso, lo abrazo desde atrás, pasando mis brazos por su
cintura. Se tensa, pero no me aparta. Buena señal para pegarme aún más. Su temperatura corporal
es tibia y regula un poco la mía.

—¿Tienes frío? —pregunta. Se ha relajado y ha seguido fumando.

—Sí.

—¿Me acompañarías al agua? Quiero lavarme.

—Sí —respondo sin dudar.

Me separo levemente para que él se deshaga de su ropa, pero cuando lo veo completamente
desnudo decido dar dos pasos más atrás. Parpadeo varias veces para poder enfocar las marcas que
hay sobre su espalda, casi parecen una marca, pero no logro encontrarle forma alguna.
Definitivamente no es un tatuaje… Doy un paso al frente y extiendo mi mano para tocarlo… Son
cicatrices.

—No. —Da una rápida media vuelta para apresar mi muñeca.

—¿Qué te…?

—No preguntes, por favor —dice y casi puedo interpretarlo como una súplica —. Vamos al agua.

Mueve su mano de su muñeca a mi palma entrelazando mis dedos con los suyos y sellándolos.
Escanea toda la acción y yo escaneo toda la expresión en su rostro. Nuestros ojos conectan y me
invita a caminar con él hasta entrar lentamente en el agua. Nunca deja de mirarme y yo tampoco lo
hago.

Poco a poco siento como el agua va escalando por mis piernas hasta cubrir parte de mis pechos. Nos
detenemos situados frente a frente. Nadie dice ni hace nada más que intentar descifrarnos con la

153
mirada. Aunque yo estoy haciendo más que eso, estoy admirando sus rasgos. La manera en la que su
cabello, más largo que cuando lo conocí, cae sobre su frente. Como tuerce su boca y lo respingada y
perfecta que es su nariz. Ojalá fuera de día para poder apreciar el verdadero color de sus iris.

Me encantan tanto.

154
CAPITULO 28
Ares
—¿En qué piensas? —le pregunto. Tenía su boca entreabierta y ahora está mordiéndose su labio
inferior. No me desagrada el gesto que hace, pero me asusta.

—En ti —responde mientras les regala una mirada breve a mis labios.

Ladeo mi cabeza. El agua ha hecho que mis piernas ya no se sientan, pero Rosie ya no está
temblando.

—¿Y qué piensas de mí? —doy un paso adelante.

—En que no deberías de gustarme tanto. —Su mano sale del agua llevándola hasta mi cabello. El
mechón que antes yacía en mi frente acaba de ser retirado por ella —. Luces como un paraíso en el
que podrían castigarme y cobrarme los pecados. —Me pego mi pecho al suyo al dar un paso más en
el agua. Las piedras se sienten lisas bajo mis pies y las puntas de sus pezones duras contra mi pecho.

—Intentaré tratarte como si estuvieras en uno real... Puedo fingir ser un paraíso real. —Esta vez soy
yo quien quita algunos cabellos de su angelical rostro.

—No —dice mientras sus manos escalan por todo mi pecho hasta posarse sobre mis hombros. Esta
vez hace que ya ni el agua nos separe —. Me gusta quemarme y más si es por ti.

Se impulsa un poco hacia arriba, dejando todo su peso sobre mis hombros. Sus brazos se sienten
helados cuando los pasa detrás de mi cuello. Sus piernas se enredan en mis caderas. Me muevo de
lado a lado con ella encima, dejando que en el agua se causen algunas ondas. El frío ha evitado que
mi erección continuara, pues desde que la vi desnudarse para entrar al lado se me ha hinchado y
dolía como la mierda, pero empeoró cuando se ubico frente a mí mientras enterraba el cuerpo.

Estaba sudando y acalorado, y no necesariamente por el esfuerzo al cavar, pues la tierra estaba
suelta debido a que alguien del círculo de asesinos de Enzo habría estado recientemente por aquí.

Era ella. Me tenía alterado. Quería follarla contra un árbol sin importar que acabara de enterrar un
cuerpo. Sé que no era normal, pero no porque alguien me hubiera dado una lista de lo que sí hace y
no hace la gente sin traumas, no, lo sabía porque una vez, solo una vez alguien me dijo que mi vida
era todo lo adverso a una vida. Me explicó que la vida estaba hecha para dar más vida, que una de
sus funciones era esa, que era un camino a la felicidad. Yo hacía lo contrario. Yo las quitaba. Muchas.
Por mucho tiempo. E iba a seguir haciéndolo. Y por eso cada cosa que hiciera en este mundo iba a
ser lo opuesto a ser “normal”.

Mis pensamientos y mis acciones son un engendro de una naturaleza enferma e inaceptable.

—Ares

—¿Mm?

—¿Alguna vez alguien te ha bailado? —pregunta.

—¿Bailarme?

—Sí, así…

155
Se echa hacia atrás. Iniciando un pequeño movimiento de lado a lado. Su pelvis empieza a rozarse
contra la mía y el frío deja de ser útil para mantener la puta calma.

—I'm, I'm so in love with you —la voz sale suave de su garganta, comienza a cantar una canción que
jamás había escuchado en mi asquerosa vida —. Whatever you want to do

It's alright with me… Cause you make me feel so brand new… And I want to spend my life with you…
Ain't the same since, baby… Since we've been together…Ooh, loving you forever… Is what I need…
Let me be the one you come running to… I'll never be untrue.

Sus labios quedan a centímetros de los míos. Mis brazos se han envuelto a su alrededor y no sé en
qué momento lo decido, pero me hayo presionándola más contra mí. Sus ojos están
exageradamente abiertos y sus dientes están castañeando. Está atenta a mi expresión y a mis
reacciones. Me gusta. Pero no voy a decírselo jamás. Tal vez podría irse, prefiero mejor que sepa que
solo la necesito, es tan buena que no va a abandonarme porque sabe que me haría daño.

—Vamos al auto —hablo.

Asiente con su cabeza y camino en el agua hasta llegar a la orilla sin despegarme de ella. Se siente
tan bien tenerla tan aferrada a mí. Deseándome en la manera que lo hace a través de sus ojos, pero
también veo más, mucho más. Jamás nadie en mi puta vida me había mirado de esta manera y
quiero quedarme aquí para siempre.

Ubico su peso en solo uno de mis brazos, el que sea tan delgada me facilita la tarea para que con la
otra pueda abrir la puerta trasera del auto. Mi erección respira después de haber estado presionada
contra su sexo. La dejo sobre su espalda en el asiento y entro posándome sobre ella después de
cerrar la puerta.

Por un momento desvía su mirada hacia afuera. El viento hace que las ramas peguen contra el auto.

—No me gusta ese sonido —dice.

Estiro mi mano hasta la consola y enciendo la radio. Alcanzo a leer en la pantalla el nombre de la
canción. Sex On Fire deKings of Leon reemplaza el sonido seco sobre el capó. Rosie se muerde el
labio y me atrae de nuevo a ella. Sus manos se entrelazan detrás de mi cuello y me permito bajar un
poco más mi pecho para acercarme a ella. Jamás he follado a ninguna mujer en esta posición,
mirándolas a la cara y besando sus labios.

—Ares… —susurra contra mi boca —. Quiero que…

—Ya te dije que lo haré —le regreso un beso.

—No. No quiero que me folles… Dios —niega con la cabeza —. Voy a sonar estúpida, pero… Esta vez
quiero que hagas algo más. —Sus dedos viajan de nuevo a mi cabello para echar unos mechones
hacia atrás.

—¿Qué?

—Ares… Hazme el amor.

Sus ojos casi me suplican y su labio es apresado entre sus dientes.

—No sé como hacer eso.

—¿No sabes cómo hacerlo… o no sabes como se siente el amor?

156
—Rosie…

—Ares, mira… —se levanta un poco haciendo que yo deba retroceder —. ¿Habrías matado a ese
hombre si fuera otra mujer?

—No.

—Lo mataste por mí —afirma.

—Sí.

—Eso es amor —sonríe —. Hacer cosas que jamás haríamos solo por alguien es amor.

—¿Y cómo lo hago?

—No hay un cómo, pero si un dónde…

—Rosie —digo a modo de advertencia.

—Aquí, Ares. Ahora. —Me empuja contra el asiento, haciendo que me siente. Sus piernas se
posicionan a ambos lados de las mías, pero luego desciende hasta quedar entre ellas. Su mano ha
tomado mi miembro con fuerza y el aire no es capaz de quedarse en mis pulmones,
abandonándome con el resto de mis sentidos.

Su pequeña lengua su asoma y lo que ha existido solo en mi imaginación desde que la conocí, se
hace realidad. Deja una hilera de humedad mientras recorre mi extensión de arriba abajo. Vuelve a
tomarme desprevenido cuando sus labios hacen desaparecer mi glande. Instintivamente llevo una
de mis manos hasta su cabello, para retirarlo y permitirme una gran vista de su carita.

Toda mi verga desaparece dentro de su boca y sonidos guturales provenientes de su garganta se


empiezan a escuchar sobre la música. Su cabeza sube y baja rápidamente, luego lentamente, luego
rápido otra vez y luego vuelve a torturarme.

La tomo del cabello y la separo después de uno minutos.

—Sube aquí —me palmeo el miembro.

—Sí.

Vuelve a ubicarse sobre mí, pero aún sin dejarse caer completamente.

—Después de esto serás aún más mío… ¿Lo sabes? ¿Verdad? —Asiento con la cabeza —. Y yo seré
aún más tuya…

Rosie
Tomo nuevamente su enorme e hinchada dureza en mi mano para guiarla lentamente hasta mi
entrada. Mi clítoris sufre una pequeña corriente cuando siento su glande en mi entrada. Si solo el
inicio se siente así, no quiero imaginarme como será el final. Lo ansío tanto.

Lo suelto para sostenerme de sus hombros. Mis ojos están pendientes de la lenta penetración, la
imagen me pone aún más eufórica, pero levanto mis ojos para toparme con un rostro que me ofrece
algo mucho mejor. Ares me mira como si desde ya estuviera experimentando el mayor de los

157
orgasmos, y al mismo tiempo como si quisiera liberarse y ofrecerme dolor, y yo quiero dolor, quiero
de su dolor.

Me lleno de él. Mi vacío en el pecho también desaparece y no sé por qué me siento completa.

—Así se siente hacer el amor —susurro. Estoy inmóvil, pero aún así no dejo de sentir un millón de
placeres.

—¿Amor? —pregunta con seriedad.

—Tú y yo. Eso es lo que es y jamás dejes que alguien te diga lo contrario.

Me levanta un poco y vuelvo a dejarme caer, y él vuelve a perder el aire. Le doy más velocidad a los
movimientos de mis caderas. Siento como choca el miembro hasta mi final, haciendo que sufra una
pequeña incomodidad que solo causa que quiera aún más. Pego su cara contra la mía y de vez en
cuando me llevo sus labios entre mis dientes.

Sus manos sobre mis glúteos y los dedos enterrados en la piel son un camino rápido hacia el que
espero sea mi primer orgasmo en esta noche. Voy a necesitar tanto de él como pueda. Jamás me
había gustado alguien de esta manera. Casi quiero llorar al estar follándolo con tanta pasión. Con
tantas ganas de querer arreglar lo que le pasó y su corazón.

Yo sí estoy haciéndole el amor porque es lo único que jamás le han dado y tal vez al conocerlo, algún
día, presente algún cambio, aunque algunos monstruos que conozco jamás cambiaron y jamás lo
harán.

Su mano se apodera de mi cuello y su fuerza hace que termine de nuevo con mi espalda pegada al
cuero del asiento. Ágilmente se mueve sobre mí y se entierra con tanta fuerza que esta vez soy yo la
que pierde el aire.

—Como me gusta esa cara… —dice saliendo de mí para volver a entrar.

Sus estocadas se convierten en todo lo que soñé alguna vez. Alguien duro, alguien que me tratara
como si me quisiera y me follara como si me odiara.

La música deja de suficiente para callar mis gritos y gemidos. La cadena de caricias que Ares reparte
con su boca sobre mis pechos está matándome, pero peor se torna cuando llega hasta mi boca. Su
beso suave y delicado combinado con sus penetraciones duras y aberrantes me llevan directo a ese
clímax que tanto había buscado desde que lo conocí, desde que me miró por primera vez y sus
dedos tocaron mi piel.

Ares acaba de marcar un antes y un después en mi vida, al igual que yo sé que lo marqué en la suya.

Su éxtasis se desprende dentro de mí y no me preocupo por nada más que no dejar de besarlo. Sus
movimientos se detienen de a poco y su respiración acelera mientras deja caer su pecho sobre el
mío, apoyando sus mejillas sobre mis tetas.

No dejo de envolver mis piernas alrededor de sus caderas. Me encanta sentirlo tan cerca. Ambos
olemos a tierra y lo que era el frío que sentíamos antes de entrar aquí ha desaparecido. Los cristales
se han empañado y me gusta la idea de estar tan lejos de todos aquí.

Dejo que mi mano se inmiscuya en su cabello mientras lo peina con suavidad repetidas veces.

—¿Ares? —pregunto.

158
—¿Mm?

—¿Harías cualquier cosa por mí?

Levanta su cabeza para mirarme.

—Haría cualquier cosa por ti, muñequita.

159
CAPITULO 29

Rosie
—¿Por qué no lo incineramos y ya? —pregunto confundida. Ares quiere llevar el auto hasta el agua y
yo estoy temblando por lo que pueda pasar. ¿El agua borrará nuestras huellas? Estoy asustada hasta
la mierda. El frío ha parado porque he encontrado ropa de gimnasio limpia en la cajuela del hombre
que ahora yace muerto 2 metros bajo tierra, o eso creo, espero que Ares haya cavado bastante.

—Estamos en medio de un bosque. El fuego no es una opción si no queremos llamar la atención,


Rosie.

—¿Por qué algunas veces me llamas “Rosie” y otras “Muñequita”? —cuestiono mientras lo ayudo a
empujar el auto hasta el agua.

—Porque algunas veces me fastidias y en otras te soporto un poco más.

El vehículo toma fuerza y entra por completo al agua. Ares y yo nos quedamos parados viendo como
se hunde mientras las burbujas de aire salen en la superficie. El agua helada nos llega a las rodillas,
pero más helada está su mano cuando me decido tomarla y mirarlo.

—Tú me causas todo lo contrario, Ares —digo y él me mira —. Eres un lugar muy peligroso para el
resto del mundo, pero para mí, eres lo más seguro —me ubico frente a él y con mis brazos rodeo su
cintura —. Promete que jamás vas a dejarme, por favor.

Sus ojos siguen clavados en los míos y una vez más no puedo adivinar lo que está pensando, nunca
puedo hacerlo. Su dedo índice me acaricia la mejilla y pasa por mis labios.

—Primero me deshago de tu vida antes de dejarte o que me dejes —dice. Sus dedos se han
adueñado de mi quijada —. ¿Lo entiendes? —Asiento con mi cabeza sin saber donde me estoy
metiendo —. Andando.

Se aleja de mí y vuelvo a respirar. Estar próxima a su cuerpo no me permite pensar de manera


razonable. Esto es todo lo que está mal en la vida y no busco huir de ello, para un mal peor, tengo a
mi familia, por lo menos sé que Ares me protegerá y hará lo que le pida.

No ha pasado ni una hora desde que terminamos esa explosiva sesión de sexo y ya quiero más.
Quiero mucho más de él. Quiero que me folle como el maldito enfermo que es. Tal vez tenga
fetiches, me arrodillaría ante él para cumplir cualquier cosa que me pida.

—¿Cómo regresaremos a la ciudad? —hablo mientras intento salir del lodo del lago. Él gracias a sus
largas piernas ha avanzado bastante.

—No regresaremos a la ciudad.

Lo alcanzo trotando.

—¿Qué? ¿A dónde vamos entonces?

—A un pueblo.

—¿Tomaremos un autobús o algo?

160
Niega con su cabeza mientras yo llego a su lado.

—Caminaremos.

—¿Qué? —Me detengo —. Es de madrugada, está oscuro, hace frío. Podría salir un animal o algún…

Se gira de repente y me mira.

—¿Asesino? —Sonríe.

Está sonriendo. Mierda. Parece un maldito ángel. Me gusta. Quiero causárselo más veces.

—Tal vez… —respondo dándome cuenta de la estupidez que he dicho.

—Entonces lo asesinaré. —Se encoge de hombros y sigue caminando. Voy detrás de él.

—Espérame. Me encanta que seas alto, pero odio que me dejes atrás.

—¿Qué dijiste? —me mira sin detenerse.

—Que me encantas —muerdo mi labio mientras lo observo. Quiero verlo sonreír de nuevo.

—¿Después de haber asesinado sigues pensando eso?

—Podrías asesinar a todo el mundo y seguiría pensando lo mismo.

Se detiene y su mano en mi hombro me obliga a hacerlo también.

—¿En serio? —pregunta.

—En serio —respondo. Intento transmitirle toda la seguridad que necesita y pide a gritos. No tiene a
nadie. Lo sé, aunque no me sepa toda su historia —. ¿Quién eres? —Ladeo mi cabeza. Su vista se
aparta de la mía. El sonido de algún búho armoniza el silencio junto con más animales que no
distingo —. ¿Alguna vez me lo dirás? No me iré, Ares. Puedo ayudarte y no necesariamente a sanar.

—¿Entonces en qué mierda me ayudarías? —vuelve a enfrentarme.

Señalo el lugar de donde venimos.

—Puedo ayudarte con esto.

—Eso lo causaste tú. Fue tu puta culpa.

—Pues podría ayudarte con algo que no sea mi culpa… Aunque, dime —me acero a él —. ¿Vas a
decirme que no disfrutaste triturar a ese hombre con tus propias manos? ¿Cuánto tiempo llevabas
matando meticulosamente? Me refiero a llevar tus víctimas a un lugar y tener todo bajo control…

De la nada su mano se envuelve alrededor de mi cuello y mi espalda choca con la rasposa madera de
un árbol. Siempre ha dicho que es un animal.

—Pierdo el maldito control por tu culpa, Rosie.

—¿Cortaste esas cabezas?

—Sí —responde.

—¿Cómo supiste que me acosté con ellos?

161
—Las redes sociales suelen facilitarme mucho el trabajo. Las personas publican ahí sus mierdas sin
pensar en nada más que presumir. —Su mirada sigue turbia. La luna aclara los rasgos de su cara y su
expresión ha causado que le tenga menos miedo a la oscuridad del bosque en comparación a la
oscuridad que él tiene en su cabeza.

—¿Por qué los mataste? —indago. Me suelta y vuelve a caminar. Voy detrás de él y lo empujo —.
¡Respóndeme!

Da media vuelta y me mira divertido. Una medio sonrisa aparece de nuevo en su rostro.

—¿Vas a jugar a esto? Tenemos un maldito largo camino. Debemos llegar a un lugar antes de que
amanezca. Andando —suelta para seguido sacar un cigarrillo y llevarlo a sus labios.

—Quiero uno también —digo mientras camino. Me pasa el que ha encendido y enciende otro para
él. Trato de aspirar el humo, pero la tos se apodera de mi garganta —. No entiendo como te puede
gustar esta mierda. Huele horrible, es nocivo…

—Tú hueles horrible, eres nociva y me gustas.

Me detengo. Arrojo el cigarrillo al piso después de apagarlo.

—Wait. ¿Dijiste que te gusto o lo imaginé?

—No te detengas —dice mientras sigue caminando. Vuelvo a andar.

—¿Te gusto? —pregunto llegando a su lado —. Espera... Yo no huelo horrible.

—La vainilla es asquerosa.

—Es mi olor favorito.

—Es el que más detesto.

—Lo cambiaré entonces.

—No hace falta. Vivo soportando muchas cosas que no me gustan —agrega.

—No tienes que hacerlo. No conmigo. Lo cambiaré por uno que te guste.

—Ya no serías tú. No lo cambies.

—No logro entenderte —comento en el momento que llegamos hasta la oscura carretera.

—Soy el tipo de persona que le ha tocado querer lo que odia y no voy a cambiar, así que tampoco lo
hagas tú. El mundo es como tiene que ser.

—Repito: no tiene que ser así.

—Ya basta, Rosie. No hablemos más.

Dejo escapar un sonido sonoro, pero me quejo cuando una piedra lastima la planta de mi pie. He
perdido mis putos zapatos en el bosque. Caminar suele gustarme, pero no descalza y menos en una
carretera en medio de la madrugada.

—Toma. —Ares detiene para quitarse sus tenis y me los entrega. Sin entender mucho el gesto que
está teniendo, los tomo y los pongo sobre mis pies. Él se queda en calcetines y continua su camino.

162
Los zapatos me quedan un poco enormes, pero con la ayuda de los cordones intento ajustarlos para
que no se me salgan. Peor es nada. Vuelvo a alcanzarlo y la caminata mejora.

—¿Puedo tomarte de la mano? —pregunto.

No responde. De cualquier manera, la tomo. No se tensa. Solo me mira y niega divertido. Otra vez
sus labios se han curvado. Tres veces en una noche y quien sabe cuantas veces en toda su vida.

Mis pensamientos y mis ganas de saber más de él no se callan. No pasa ni un solo auto. Solo veo
luciérnagas y la luna llena sobre nosotros. No sé a donde vamos, pero no ya no me importa. Sé que
con Ares no me pasará nada malo, porque voy de la mano de lo peor.

—¿Quién eres, Ares? —vuelvo a preguntar.

—Quedamos en no hablar.

—Eso solo lo decidiste tú, a este punto ya deberías saber que nunca me callo —dejo mis palabras
calar hasta que decida hablar, pero no lo hace. —¿Qué pasó en el baño?

—Algo que hace mucho no me pasaba.

—¿Te desconoces cuando pasa?

—No suelo recordar mucho —responde —. Pero cuando vuelvo en sí, no me extraña lo que haya
hecho. Sé que fui yo.

—¿Cuántas veces te ha pasado?

—Mm… Nunca las he contado.

—Deberías ver a un especialista. No para que te “arregles”, pero sí para que te entiendas mejor.

—No quiero entenderme. Así estoy bien, así me va bien.

—Yo sí quiero entenderte. —Afianzo el agarre de nuestras manos. Esta vez siento la fuerza del suyo
y mi corazón da un vuelco. Esto definitivamente me llena más que haber tenido sexo con él —.
Siempre dices que vas a asesinarme algún día, entonces da igual, cuéntame todo. Soy tuya ahora,
hasta lo que sale de mi boca te pertenece.

—Hablas mucho.

—No lo haré con nadie más que no seas tú.

Sus ojos me analizan. Seguimos caminando en medio de la oscuridad. Ha empezado a circular una
ráfaga de aire frio y ha hecho que algunos árboles se muevan de lado a lado. Hay paz, pero nuestros
ojos desatan una guerra.

—Mi nombre es Ares Armani Kratos. Tengo 18 años. Soy greco-italiano. Hablo varios idiomas y vivo
para asesinar.

—Imponente —reparo.

—Absurdo. Mis apellidos provienen de personas absurdas que no fueron capaces de cuidar a sus
hijos —bufa.

—¿Dónde está tu hermana?

—No lo sé. Solo sé que alguien si la cuidó bien.

163
—¿Quién te cuidó a ti? —Pregunto, aunque sepa que la respuesta será que nunca lo cuidaron.

—A mi me tocó una tortura de por vida. El hermano de mi pa…

Detiene sus palabras.

—¿Dónde están ellos? Tus padres…

—Uno muerto y la otra viva, pero para mí está muerta también.

—Oh, entiendo. ¿Y tu tío por qué fue tan malo contigo?

—Así es la mafia, muñequita. Mi padre traicionó a todo mundo por una mujer y yo estoy pagando
todo. Es una deuda que me perseguirá por el resto de mis días.

—¿No hay alguna posibilidad que salgas de eso? ¿Y si lo matas a él?

—No es tan simple —responde —. Pude haberlo hecho en muchas ocasiones atrás…

—¿Pero…? —inquiero.

—Tengo que hacer algo antes y él esconde algo que necesito.

—¿Por eso viniste a Milán?

—Milán es mi lugar seguro. Enzo no tiene poder aquí.

Supongo que Enzo es su tío y es un mafioso. Su nombre me suena y la voz de mi padre llega a mi
cabeza, pero no recuerdo haber escuchado el apellido Armani en ningún momento, pero ahora que
lo pienso, el Kratos sí.

—¿Quién lo tiene entonces? —pregunto.

—La mujer que me parió.

—Ella… ¿te cuida?

—No. No sé lo que hace, pero cuidarme no.

Asiento con mi cabeza y dejo el tema. Noté que se tensó al momento de mi pregunta. No quiero
asfixiarlo tanto. Suficiente con el ataque que le dio hoy. Debo investigar más a fondo que fue lo que
le pasó. Intento cambiar el tema y busco algo más de qué hablar. Tengo que hacerlo, estoy nerviosa
y cuando lo estoy mi lengua suele soltarse.

—Y… ¿Te gustó lo que pasó hace un rato entre nosotros? —indago en terreno peligroso.

Me mira durante unos segundos y luego lleva su rostro al frente. Se ha terminado su cigarrillo
anterior y ahora está a la mitad de otro. Lo ha encendido sin soltarme de la mano. Sigue aferrado a
ella y me gusta la sensación.

—Tuve un orgasmo —responde.

—Eso no significa que te haya gustado.

—¿No? —cuestiona confundido.

—No —muevo mi cabeza de lado a lado. He tenido orgasmos con otros hombres y ha pasado solo
porque a veces cierro los ojos y pienso en alguien más.

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—¿Cómo se si me gustó entonces?

—No lo sé… ¿Pensaba en mí cuando llegaste?

—No pensaba en ti… Te estaba mirando a ti.

Una sonrisa se amplia en mis labios y doy un salto por la emoción.

—Entonces sí te gustó.

—¿Y a ti? —Su tono casi se escuchó inseguro.

—Me encantó, Ares Armani.

—Más te vale, Rosie Müller, porque volverá a suceder.

165
CAPITULO 30
Ares
Había muchas cosas en la vida que me disgustaban, pero estar con Rosie, definitivamente ya no era
una de ellas. Caminamos durante unas tres horas o más hasta llegar a una fábrica abandonada, que
conocía a la perfección. Nunca solté su mano y jamás en mi vida me había sentido tan tranquilo
como en este momento.

—¿Qué es esto? —pregunta pegándose a mi cuerpo.

—Aquí dormiremos. Nos cambiaremos y luego seguiremos caminando.

—¿Y luego a donde iremos?

—A otro lugar por un auto —respondo mientras la incito a moverse.

—¿Huiremos por siempre? ¿Como Bonnie y Clyde?

—No hemos cometido ningún robo… Aún —aclaro.

—¡Le robamos la vida a un hombre! —exclama con extraña emoción.

—Yo se la robé, no tú, Rosie —me sitúo frente a ella —. Fui yo. Solo yo.

Sus ojos de cristal se oscurecen. No sé que le pasa por la cabeza al pensar que esto es un juego.
Estaré demente, pero me tomo mi trabajo muy en serio. Esta es mi vida, no la de ella. Tal vez
debería marcharme al amanecer y dejarla sola, o asesinarla, no quiero que nadie más la toque.

—¿Qué pasa en ese asilo? —pregunto con determinación. No me moveré de aquí hasta que me de
respuestas. Lleva todo el camino preguntándome mierdas, merezco hacerlo también.

—No puedo… —Su labio inferior le tiembla —. No puedo decírtelo, él me mataría.

—Me pediste que te protegiera de él y eso haré, pero necesito que me des un hombre y una cara
para tener un blanco fijo —suelto su mano para tomarla del brazo —. Habla ahora, Rosie.

Su mirada cambia de la mía a la estructura de la fábrica. Muerde su labio. Está pensando y detesto
que no me diga en qué. A este punto no voy a soportar que me oculte cosas o no me diga que
sucede por su cabeza.

—Es mi padre… —dice volviendo a mirarme —. Es toda mi familia, Ares.

—¿Qué te hicieron? —me acerco más a ella. Dejo de tomar su abrazo con brusquedad y llevo mi
mano hasta su mejilla. Las lágrimas han empezado a correr por ellas —. No llores, maldita sea.

—Mi papá… —Su voz se corta —. Él es un militar con bastantes problemas en su cabeza… El retiro no
le ha sentado nada bien y ahora se desquita con mujeres inocentes… —Su llanto aumenta —. Yo he
tenido que presenciar mucho de eso, por eso no me sorprende tanto lo que tú haces… —Sus manos
llegan hasta mis mejillas y apresa mi cara entre ellas —. Temo que me asesine, Ares… No quiero irme
de este mundo, no quiero irme de ti, no quiero que nada ni nadie nos separe.

—Voy a matarlo —concluyo.

166
—No. —Mueve su cabeza de lado a lado y se aleja. Sorbe su nariz y se abraza así misma. Su cabello y
su rostro están hecho un desastre, pero yo no dejo de enfocar mi vista en lo puro de sus iris de
cristal. Son tan nocivos y capaces de cortarme hasta sangrar.

—No sé si aún no te das cuenta de que así soluciono los problemas, muñequita.

Intento acercarme, pero me toma por sorpresa cuando es ella quien viene a mi.

—No vas a matarlo, Ares. —Su tono de voz sale más fuerte de lo que suele hablarme.

—¿Por qué?

—Es mi padre.

—¿Y?

Sus ojos se abren abruptamente.

—No… ¡No puedo asesinar a mi familia! —grita alterada. Sus manos se adentran en la maraña de
cabello rubia que tiene. De lado a lado empieza a moverse.

—No lo harás tú… Mi padre mató a los suyos y a mi padre lo mató su hermano, estoy acostumbrado.
—Me encojo de hombros —. La sangre traiciona, hiere y también merece venganza.

—Promete que jamás tocarás a nadie de mi familia. —Alza su mano para señalarme. Se detiene y
respira profundamente. Está temblando. Gracias a la poca luz que nos ofrece el amanecer, puedo
apreciar el color rosado encendido de sus mejillas.

—No me gusta hacer promesas, Rosie, siempre las rompo. —Tomo su mano y la bajo.

Sus ojos se clavan en mí durante unos segundos. Una última lágrima sale de uno de ellos y la seca
con inmediatez.

—Entremos, por favor —dice con voz temblorosa. Se aleja y voy tras ella. Abro la puerta del lugar
con una fuerte patada.

Ninguno de los dos habla más. Busco algunas velas para entregárselas a la rubia y me planto frente a
una ventana para fumar tres cigarrillos más antes de dormir. El lugar no es tan grande ni tan
inhabitado, tiene un par de mantas y algunos ruidos me avisan que Rosie las ha encontrado junto
con la colchoneta que suelo guardar en un armario. Me quedo inmóvil. Necesito aclarar algunas
cosas dentro de la oscuridad de mi cabeza. En un momento volteo a mirarla y siento como esa voz
me dice:

Mátala. Déjala. Huye.

No. No puedo. Si ella deja de existir, yo también.

Me giro y camino hasta donde está de pie viendo a través de otra ventana. Mis pasos crujen sobre el
piso podrido de madera. Estoy al acecho, la necesito de nuevo.

—Estoy enojada contigo —dice cuando siente mi pecho pegado a su espalda.

—Yo también. La verdad, siempre lo estoy.

—Me odias.

167
Niego con la cabeza y quito las cobijas que cubren sus hombros, haciendo que caigan al piso helado.
Su olor destila puro bosque, aunque mi gran olfato no se olvida de detectar esa vainilla que tanto
detesto. Enredo un mechón de su cabello entre mis dedos y lo llevo hasta mis fosas nasales. Lleno
mis pulmones de ella. Huele a lo que va a matarte, pero es tan adictivo que sé que jamás va a dejar
de gustarme.

—No te odio —susurro en su oído.

—¿Me quieres?

—No te odio —repito.

Se gira de repente.

—Ares… estás rompiéndome el corazón —su voz sale rota.

—No… —Niego lentamente con mi cabeza —. No. No digas eso, muñequita.

—Necesito que me quieras, Ares. —Manotea mis manos y se aleja —. Si tú no me quieres voy a
matarme ¡Y lo digo muy en serio!

—Ni se te ocurra. —Camino hasta ella para tomarla de sus muñecas —. Si alguien aquí puede decidir
eso, soy yo.

—¡Quiéreme entonces, maldita sea! —Las lágrimas han vuelto a inundar sus ojos y empapar sus
mejillas —. Quiéreme, por favor —pide arrodillándose y abrazándose a mis piernas.

—Rosie —digo con seriedad —. Levántate, maldita sea.

—No hasta que me quieras.

La aparto y me pongo de cuclillas frente a ella.

—No sé querer —confieso mientras intento secar sus lágrimas. Siento ese órgano en mi pecho latir
de manera extraña.

—Ich lehre dich, mein leben—«Yo te enseño, mi vida» dice en un suave susurro.

—¿Tú sabes querer? —ladeo mi cabeza.

—No hay que saber nada, solo hay que sentirlo…

—O sufrirlo.

—No. —Niega rápidamente con su cabeza haciendo que su cabello rubio se mueva —. Sentir y sufrir
es algo muy diferente.

—Explícame.

—Cuando sientes… todo está bien, no duele, es bueno… Yo siento mucho por ti. Mira… —Toma mi
mano para poner mi palma en su pecho —. Tú has hecho que esto tenga sentido, Ares.

Los latidos de su corazón golpean contra mi palma y me obligan a mirar sus ojos de cristal roto, de
cielo en tempestad… Me recuerdan a los días encerrado en los que mi única vista del mundo era a
través de una ventana donde solo podía ver la parte de un pueblo que siempre tenía nubes encima,
siempre lloviendo, siempre lleno de relámpagos, siempre haciendo peor mi vida, pues ni una manta
poseía para cubrirme del frío.

168
Rosie está haciendo peor mi vida y no me está importando.

—Solo sé odiar… —Quito la mano de su corazón y agacho la mirada.

—No, mi vida. No. Ya dijiste que no me odias y yo… Haré que eso sea suficiente para mi. —Sus
manos levantan mi rostro —. Eres todo para mi, Ares y yo soy toda para ti.

Siento como su cálida respiración golpea la piel de mi rostro. «Déjala, vete» vuelven a susurrar los
demonios en mi cabeza, los cuales son los causantes de mis cientos de pesadillas. Le temen, le
temen a Rosie y esos hijos de puta jamás le han temido a nada. Tal vez sí debería correr, pero justo
en el momento que sus labios tocan los míos, olvido todo y convierto en un valiente, o tal vez un
idiota.

Es tan dulce que enferma. Tocarla es tan suave que incomoda y tenerla entre mis brazos es tan
increíble que casi parece uno de los pocos sueños que he tenido en toda mi vida. Sueños en los
cuales suelo estar bien, yéndome de lejos y flotando por encima de la oscuridad que me rodea.
Besarla se siente así, casi como el acto suicida que he estado tentado a cometer.

Tomo la navaja de la cintura de mis pantalones y la llevo directo hasta su ropa, haciendo que en
cuestión de segundos quede totalmente desnuda. Me separo de sus labios y me levanto junto con
ella.

Escaneo sus casi inexistentes curvas. Clavo mi vista en las líneas que marcan los huesos de sus
clavículas y de sus caderas en la piel. Su pequeña cintura también me entrega una gran vista de lo
que serían sus costillas. No puedo dejarme de imaginar el placer que tendría al matarla. Sería tan
fácil separar sus extremidades y levantar su piel… No ostenta casi nada de grasa y eso me ayudaría a
realizar uno de los tantos crímenes perfectos que siempre logro llevar a cabo.

Pero no. Aprecio más que su corazón esté latiendo a tenerlo sobre mi mano muriendo.

—Ares… —susurra y salgo de mi trance —. ¿En qué piensas?

—Tú también eres mi vida, muñequita.

Sus ojos se abren en demasía debido a la confesión y una pequeña sonrisa curva sus labios. Extiende
su mano para que le entregue una de las mías. La tomo con suavidad, no quiero lastimarla. La poca
montaña de emociones que poseo se encuentra en derrumbe.

—Ven, quiéreme sin palabras —dice.

Deja reposando mi palma sobre uno de sus senos y se acerca para tomar la otra. Tengo sus tetas
comprimidas entre mis largos dedos. Sus pezones sobresalen entre ellos y no aguanto la ansiedad
que tengo por prenderme de ellos. Muerdo las pequeñas puntas mientras aparto un poco mis
manos para obtener un poco más de ella en mi boca. Está helada, pero el contacto de mi lengua
causa que enseguida el frío en esa zona se apague, pero que el calor también le llegue a otra.

Un conjunto de gemidos agudos se escapa de su garganta. Me gusta. Es como casi una pieza clásica
que solo debería escuchar yo y haré lo que sea que esté a mi alcance para que así sea.

—Nadie va a volver a tocarte más que yo, muñequita —susurro subiendo a su boca. Preparo dos
dedos y con un poco de dudas, bajo mi mano hasta su vulva. Los adentro en ella —. Nadie… —Con
mi otra mano tomo su quijada —. ¿Lo entiendes?

Sus ojos se cierran y su cuerpo tambalea.

169
—Rosie —repito.

—Soy solo tuya, mi Ares.

—Mi muñequita —digo ladeando mi boca. La giro con fuerza. Su pecho se clava contra la sucia
ventana. Saco mi verga y desde atrás, la penetro con una suavidad que no sabía que existía en mi
vida. No me clavo de inmediato, baño mi cabeza con sus jugos y me apodero de sus nalgas… Su piel
es tan blanca… Y la sangre en ella contrasta tanto…

Aparto la enfermedad que tiene mi cabeza y trato de ser un tanto normal. Mi longitud siente el
cosquilleo cálido a medida que la voy llenando… Es la mejor maldita sensación que jamás había
presenciado. Está tan caliente y húmeda que podría jurarle el amor que no sé sentir para que
siempre se quede a mi lado.

170
CAPITULO 31
Rosie
—¿Cuál es tu parte favorita de tu cuerpo? —Ares pregunta mientras acaricia mi abdomen.

Esto está siendo completamente extraño. No lo siento él. ¿Dónde dejó su oscuridad?

—¿De mi cuerpo? —replico mirando lo que parece ser un bosque en primavera en sus iris. Verde
muy vivo y claro.

—Sí.

—Yo… —Evoco el recuerdo de mi cuerpo desnudo en un espejo y miro hacia abajo —. Me gustan mis
senos, mi abdomen, mis piernas, mis brazos, mi espalda… Mi rostro, mi cabello… Mis ojos, mis ojos
me encantan —respondo.

—¿Dirías que toda tú? —Se asegura.

—Sí… ¿Por qué? —cuestiono. Su boca busca la piel de mi cuello y obliga a que el resto se erice tanto
que duele.

—Aunque no lo creas… Suelo hacer mucho esa pregunta.

—¿Por qué? —Trato de separarme para buscar sus ojos.

—Me gusta dañar el amor.

—¿Dañar el amor? —resoplo —. Qué cursi, Ares —niego divertida.

—No es cursi… Solo digo que… Atacar al amor propio es el dolor más grande que puedes causarle a
alguien.

Mis ojos dejan de parpadear y los suyos al fin se encuentras con los míos. Es tanta la inocente
maldad que acumulan que el alma se me retuerce. «Yo soy buena, no soy como él» repite mi mente.

—¿Por eso asesinas?

—Por eso asesino. Todo el mundo es un hijo de puta narcisista y al parecer, tú eres una de las
grandes. Una víctima perfecta… —sus manos se envuelven alrededor de mi cuello —. Donde
presione y dañe… —Mi garganta se queda sin flujo de aire gracias a su fuerza —. Va a doler y
bastante…

—¿Por qué no me follas de esa manera? —El pensamiento que vengo teniendo hace días al fin sale.
Han pasado 2 semanas desde la primera vez que follamos en ese auto y desde entonces nunca ha
sido animal como quiero que sea conmigo.

Aunque creo que el animal me está convirtiendo en uno. Si hay cordura, moral y ley, no me apetece,
quiero lo salvaje que siempre he visto en Ares, pero siento que se ha ido y tengo que hacer algo para
obtenerlo de vuelta.

—La razón es obvia. Te mataría —responde sin dudar.

Me apodero de su rostro con mis manos y acerco el mío hasta el suyo. Sentir su nariz cerca de la mía
me hace sentir que este es mi lugar.

171
—No lo harás. Tú me quieres —le sonrío.

—Definitivamente esto es más intenso que el odio, muñequita, y aquí la fuerza es lo más
importante, no importa de donde provenga.

—Confío en ti… —Intento besarlo, pero él se aparta.

—Pero yo no confío en mi. —Se levanta dejándome sola y desnuda en la cama.

Me volteo boca abajo mientras abrazo una almohada. Ver su figura me trae calma, aunque sepa que
dentro de su cabeza hay la peor de las tormentas. Irónico. Ares es una tormenta que a mi me da
calma. ¿Cómo tendré mi mundo tan hecho desastre que un caos andante es capaz de calmarme?
Irónico. Irónico.

O castigo. Sí. Castigo.

Estoy pagando el silencio que me ha obligado a tener mi padre. Ares es ese tipo de hombre que al
mirar por primera vez te susurra: Voy a joderte. Pero al mirarlo una segunda vez tú respondes: A la
mierda, destrózame.

Eso quiero. Que me destroce la puta vida. No tengo nada que perder.

El humo de su cigarrillo escapa de su boca. Detesto que me guste tanto, que sea tan perfecto… Él sí
luce como un puto muñeco. Su piel es tan blanca que parece porcelana. Su cabello castaño se curva
un poco en sus puntas, haciendo que luzca como si le hubiese tomado horas cepillarlo. Su nariz es
respingada y recta, casi el sueño de cualquier modelo. Sus ojos… Increíbles. Su cuerpo… Es un
hombre grande, delgado, pero muy grande. Sus manos son hechas para torturar y detesto que no lo
haga conmigo. Y sus labios, sus besos… Dios. Satanás. Quien sea que haya sido el culpable de este
engendro… Lo hizo cielo y al mismo tiempo infierno, y sabe a eso.

—Ares —lo llamo mientras me siento en el borde de la cama.

—¿Qué? —No me mira.

—Te faltó un hombre.

—¿Qué? —Esta vez si lo hace.

—Te faltó la cabeza de uno de los hombres que me follé.

—¿De quién? —Arroja el cigarrillo al piso.

—Thomas Duane. Un enorme militar que me folla sin importarle nada. ¿Me gusta sabes? Tal vez me
lo folle de nuevo. Él no teme lastimarme. Espero no te moleste.

No responde. Su quijada se tensa. Estoy jugando con veneno y esta vez deseo tanto que me llegue al
corazón o me cause un puto orgasmo que se lleve mis latidos por unos segundos.

—No me provoques —advierte.

—No te estoy provocando. —Abro mis piernas y bajo mi mano hasta mi vulva. —. Aquí se ha pegado
él y muchas veces… ¿Sabías?

—Rosie. —Su mirada se torna oscura.

172
—Su miembro no era tan grande como el tuyo, pero sí que me hacia gritar… —introduzco mis dedos
en mi vagina y echo mi cabeza hacia atrás. Quiero que piense que estoy pensando en otro que no es
él. Mis dedos hacen que la humedad suene.

—Rosie. ¡Ya basta!

Me incorporo cuando siento que su grito hace eco en mi pecho.

—¡Ya basta tú! —lo empujo con fuerza.

—¡Deja de joderme más la puta vida! —me grita de regreso.

—¡¿Por qué no me matas entonces?! ¡Sí así solucionas todos tus putos problemas…! ¡Hazlo, maldita
sea! —vuelvo a empujarlo —. ¡Mátame y así no te joderé más la vida! —me alejo y lo señalo —. Ah,
pero eso sí… ¡Serás aún más miserable de mierda porque ya no estaré a tu lado! ¡Te morirías sin mi!

—¿Por qué crees que no te he matado? ¿Crees que estoy feliz soportándote? Cada día muero un
poco más y no es porque estés a mi lado, es porque los segundos que te marchas me matan más
rápido y con más fuerza que cualquier otra arma. Detesto necesitarte tanto.

Sus palabras causan mis lágrimas. La intensidad que manejamos me abruma.

—Yo te necesito más… —mi voz sale rota —. Solo quiero más, Ares… —intento tocarlo, pero él se
aparta.

—¿Más? —pregunta, pero casi lo siento como un reto.

—Más.

—Será una tortura para ti. Nada cerca al amor que tanto pides.

—Repito tus palabras: “Aquí la fuerza es lo más importante, no importa de donde provenga”.

—Si algo sale mal… No voy a llevarte al ningún lado.

El corazón me da un vuelvo y mentalmente doy un paso hacia atrás, pero cuando lo veo sonreír y
negar divertido doy uno físicamente hacia adelante.

—Nada saldrá mal —decreto.

—¿Estupidez o valentía? Nunca lo sabré.

—Deseo por ti, Ares.

No paro hasta llegar hasta su boca. Mis pies se empinan y mis tetas se presionan contra su pecho,
haciendo que mi entrepierna se humedezca aún más. Sus manos viajan rápido hasta mis glúteos,
levantándome en el aire. Mis piernas se adueñan de sus caderas y siento como nos movemos hasta
chocar con el pequeño escritorio de la habitación.

El órgano en mi pecho pide más de lo que está latiendo y deshago mi abrazo para dejarme caer
sobre la fría madera. Abro en totalidad mis piernas y me echo hacia atrás sin dejarlo de mirar.

—Fóllame y duro, por favor.

—Vas a arrepentirte.

—No. —Vuelvo hasta su boca. Tomo su miembro en una de mis manos y lo dirijo hacia mi húmeda
entrada —. Te necesito así.

173
Su mano llega hasta mi garganta y me empuja haciendo que mi espalda quede completamente
postrada en el escritorio. Un dolor recorre mi cráneo y mis omoplatos. Mi mano es obligada a dejar
de tocarlo. La sorpresa me abruma, pero también la siento como una buena señal.

—Te lo advertí, muñequita —dice y sin previo aviso, se entierra en mí sin ternura. Mi espalda se
curva al igual que me sonrisa.

Abro mis piernas tanto como me es posible. Necesito sentirlo todo. El dolor. El placer. El odio y el
amor. Lo quiero todo de él.

No sé en que momento ni como, pero me gira. Mis pechos quedan contra la fría madera y lo siento
salir de mí. Un quejido sale de mi boca.

—Espera. No te muevas —dice en respuesta.

Escucho sus pasos hasta salir de la habitación. La casa en la que estamos no es tan grande, pero
tiene un sótano al que siempre le cruje la puerta y eso es lo que escucho después de dos segundos.
Luego se une algo metálico… Lo está arrastrando por el piso y cuando al fin llega no puedo evitar
llevar mi mirada hacia él.

Mis ojos se abren descomunalmente.

Son cadenas.

—Te daré una oportunidad más de escapar —habla.

Mi respiración se detiene por unos segundos y paso mi vista a las tiras de metal, y luego al él
repetidas veces.

No respondo y vuelvo a clavar mi pecho en la madera. Ubico mis manos juntas detrás de mi espalda
y lo miro con seguridad. No necesita palabras, esto es un hecho.

Sonríe con vileza y se acerca hasta mi lugar. El frío de metal me eriza la piel, y el dolor al ser rodeada
e inmovilizada por las cadenas me generan algo que no logro darle un significado, pero claramente
me intriga y yo soy el felino que siempre es asesinado por la maldita curiosidad.

Duele. Los amarres. Duelen. Y comienzo a dudar, pero es tarde, porque cuando intento moverme no
puedo y su verga se clava otra vez en mi interior. Me sorprende lo mucho que me he empapado
más. Mis jugos producen un sonido en cada embestida que me da. Mi pecho se levanta, me está
controlando de las cadenas. Me tiene atada… Tan disponible para ser torturada.

Mis codos están juntos. No puedo ir hacia ningún lado. No soy dueña de mi vida. Duele. Me encanta.

El golpe de su pelvis contra mis glúteos me arde y más me enciendo cuando imagino lo rojo que los
dejará.

Mi pecho vuelve el escritorio. Siento como mi ano es acariciado por sus dedos, para luego ser
penetrado por uno de ellos… o tal vez dos… Se sienten como dos... Sí… Cierro mis ojos y muerdo mi
labio.

—Tus brazos están sangrando —me susurra en el oído. No me doy cuenta en que momento llega
hasta mí, estoy tan sumida en convertir su tortura en mi placer.

—No pares —le digo cuando lo hace.

Vuelve a elevarme y me obliga a pararme recta.

174
—Arrodíllate —señala el piso frente a él.

Sonrío sin decir alguna palabra más. Abro la boca antes de que me lo ordene y dejo que me atranque
con su verga. Inmediatamente las arcadas aparecen al momento de que su glande toca el final.
Intento alejar mis dientes de su dureza que se siente tan suave bañada en mi saliva.

Sus manos se han apropiado de mi cabello y lo usa para mover mi cabeza de atrás hacia adelante.
Está follándome la boca como un maldito salvaje. Y esto provoca que los jugos entre mis piernas
caigan más rápido por ellas.

De la nada, se separa y envuelve su mano alrededor de su verga, golpeándose aceleradamente


mientras que con la otra me obliga a echar mi cabeza hacia atrás. Abro de nuevo mi boca antes de
que me lo diga para recibir todo lo que tiene para mí.

El semen cae sobre mi lengua y las comisuras de mis labios, y también reciben algo que no me
esperaba… Su palma conecta contra mi mejilla haciendo que me tambalee. Tomo aire para
soportarlo y lentamente vuelvo a mirarlo.

—Otra vez —digo.

Se ríe y me hace desearlo más.

—Qué hija de puta. —Niega divertido y vuelve a impactarme. Pierdo mi equilibrio y justo cuando
estoy por caer, él me levanta y me tira sobre la cama. Se arrodilla frente a mí al borde de esta —. Soy
tu puto amo, Rosie, pero también soy tu puto esclavo.

175
CAPITULO 32
Ares
—¿Cómo sabes que me necesitas? —pregunta con su mejilla sobre mi pecho. Intento aspirar el
cigarrillo sin que le caigan cenizas en el cabello.

—¿Qué tipo de pregunta es esa?

—Pues… No sé. —Levanta su rostro para mirarme —. Es una simple.

—Para mí no es tan simple.

—¿Por qué?

—En serio. No lo sé —me encojo de hombros.

—Sí sabes, no me mientas.

—No te estoy mintiendo, en el fondo quiero ahuyentarte, y la honestidad sin censura siempre suele
ahuyentar a cualquier persona. No te miento, no a ti. Es solo que… Ni siquiera soy capaz de
respondérmelo a mi mismo. —La miro fijamente —. No sé absolutamente nada respecto a lo que
estás causando en mi. Solo diré que es como algo parecido a lo que viví después de asesinar a
alguien por primera vez.

Su mano llega hasta la mía y se lleva el cigarrillo hasta la boca, sin quitármelo de la mía. Aspira
profundo y suelta en mi cara después de unos segundos.

—¿Estás asustado? —Casi susurra.

—¿Por qué me preguntas eso? —respondo de la misma manera para después dar otra calada.

—Yo no he asesinado a nadie, pero cuando lo vi a él quitarle la vida a una persona por primera vez…
Tuve miedo, me asusté y es lo único que puedo recordar haber sentido. Pienso que tal vez tú
también…

—Ese es el problema, Rosie.

—¿Cuál?

—Yo no me asusté, tampoco estoy asustado ahora, y jamás creo que lo esté.

Mis demonios me han demostrado ser muy humanos. Le temen a una mortal que les regala un poco
de amor. Me gritan que huya, que no lo merezco, que no es real… Pero no puedo darme el privilegio
de escucharlos, porque mi parte enferma sabe que esto es lo mejor que le pasará en toda la vida. Mi
parte obsesa necesita que esto dure para siempre y ella tenga que ser solo mía.

Así funciona mi cerebro. El desbalance químico dentro de él hace que prefiera los extremos más
perversos.

—Es un avance al menos saber lo que no es —comenta.

—Nada es un avance ahora. Estamos huyendo. —La aparto para levantarme de la cama hacia el
baño.

176
—Siempre has huido.

—Sí, pero está vez sí me estoy sintiendo verdaderamente perseguido.

Ella llega hasta el baño. Orino sin importar que me esté viendo.

—¿Y crees que yo estoy feliz? —se queja —. Estar aquí encerrada, todos los días contigo me está
matando. Yo necesito salir y conocer personas. Y follar… Aunque… —se acerca a mí —, Si vuelves a
hacerme el amor como me lo hiciste hace un rato, no me aburriría tanto. Me encantó tanto que…

—Rosie.

—Lo siento, mi vida. Solo quería decirte que… Yo jamás hui, yo era normal. Y

—¿Normal? —me giro y me apresuro amenazante hacia a ella —. ¡¿Normal?! —la tomo con fuerza
de uno de sus brazos —. ¡Mírate los malditos brazos! ¡Esto es una prueba de que eres una maldita
enferma!

—¡Tú eres el maldito enfermo! —Me empuja con fuerza, pero mi semblante rígido no se mueve ni
un centímetro. Sus puños se clavan con fuerza en mi pecho. Trato de respirar hondo y esquivarla —.
¡No sabes cuanto te odio por no amarme como yo te amo!

Tomo mi rostro entre mis manos. Debo aplicar más fuerza de la que acostumbro a usar con ella para
hacer que detenga su violencia, y cuando al fin lo hace, me lanzo hasta sus labios y los devoro sin
usar tampoco ninguna medida. Logró liberar al puto animal que intenté domar desde que la conocí.

El desespero de nuestras manos se une a la ecuación. Me muevo con ella hasta la cama. Separo sus
delgadas y largas piernas para inmiscuirme dentro de ellas con apuro. La necesito, no sé por qué y
tampoco me interesa saberlo, pero la necesito. Así esto sea un extremo perverso.

Mi verga la llena completamente por unos segundos y enseguida vuelve a faltarle otros. Es un
vaivén. Un ir y venir de placer para mí, pero espero que lleno de dolor para ella.

Sus tetas se mueven de arriba abajo, pero después de un rato paso a concentrarme en esos malditos
ojos de cristal roto. Me mira desafiante y yo lo hago de la misma manera.

—Mira… —Toma mis muñecas y detengo un poco los movimientos de mi pelvis —. Aquí… Así… —
susurra mientras las envuelve alrededor de su cuello y presiona.

Entiendo de inmediato lo que quiere e inicio. No lo hago progresivamente, ni despacio. Voy directo
al límite. Deshago mi control y dejo que se marche. Los ruidos que emiten nuestras pelvis me
aturden, pero no más que los intentos de gritar de ella.

—¡Pégame! —Logra gritar.

Levanto una de mis manos y dejo la otra haciendo el trabajo. La paseo en el aire con fuerza hasta
impactar mi palma contra su mejilla. La piel suave y blanca de su rostro inmediatamente se enrojece
y mi polla más se endurece.

—¡Más!

De nuevo la golpeo.

—¡Otra vez!

Lo hago. El miembro va a reventárseme.

177
—¡Sí!

Estoy a punto de llegar.

La golpeo. Cierro mis ojos y me elevo. Vuelvo de nuevo a impactar su rostro. La efervescencia
extraña se siente. Estoy por liberarme. Necesito más. De nuevo, otro golpe. Ya casi. Lo hago con más
fuerza esta vez.

—¡Sí, maldita mierda! —gruño. Mis manos vuelven a su cuello y presiono con fuerza hasta que algo
que no distingo a la primera llama mi atención.

—¡AR…ES! —Es Rosie. Suena ahogada y desesperada.

Abro mis ojos.

Debajo de mí la rubia se retuerce. La sangre corre por su rostro de piel morada. Sus manos se han
clavado en mis brazos y justo en el momento en que la suelto, el ardor llega a ellos. Vuelvo a mirarla
mientras parpadeo repetidas veces.

No estoy respirando y al parecer ella lo hace poco.

La veo hacerse hacia un lado para escupir sangre. Está tosiendo.

¿Qué hice?

Me levanto con premura. Voy por mis pantalones y mi abrigo. Corro hasta la salida mientras tomo
mis botas en el camino y salgo a la calle del pueblo. Las calzo sobre mis pies y camino rápido sin
pensar en lo que dejo atrás.

Tengo que volver y asesinarla. Es un problema, tengo que solucionarlo.

No.

Esta vez troto. Necesito llegar a ese puto teléfono. Mi atención se enfoca en el color logro de mis
manos. Es de Rosie. La herí. Quería matarla. Casi lo hago. El placer que sentí fue… No. Decido
echarme a correr y sacar las monedas de mi bolsillo tan pronto entro a la cabina. Marco el único
número que ahora mismo me sé de memoria.

Contestan al tercer tono.

—Desde Milán, vaya. ¿Qué está sucediendo para que estés en tu zona de confort?

—Maté a Olympia.

—Ya lo sabía.

—Quiero matar a Enzo.

—Eso también lo sabía.

—Estoy a punto de matar a Rosie.

—Vaya, eso sí no lo sabía —se ríe —. Respira hondo y cuenta hasta 10, dicen que a veces funciona, a
mi no me funciona, pero dicen que a veces sí. Estoy esperando esas veces, por eso siempre hay que
intentarlo. Inténtalo.

—No estoy jugando.

178
—Yo tampoco. Inténtalo. Nada se pierde, tal vez sí sirva.

Ruedo mis ojos y sin sabe que más hacer, respiro hondo y cuento hasta 10. Expulso el aire y la
imagen de Rosie llena de sangre vuelve a mí. Las náuseas me abruman cuando mi verga también se
llena de sangre. Maldita erección de mierda.

—No sirvió.

—Nada que hacer. Un muerto más, un muerto menos… Qué se le hace.

—¡No puedo matarla, maldita sea! —Golpeo la pared de la cabina.

—Ya veo… —vuelve a reírse —. ¡Ahora lo entiendo todo!

—Tienes que matarla tú —digo antes de que vuelva a hablar.

—¿Qué?

—No quiero matarla, voy a tener qué y no quiero. Mátala tú. Jamás te he pedido ni una mierda y
necesito que esta la hagas ya mismo… ¡YAAA!

—¿Estás seguro? Si te enloqueces y luego quieres matarme a mi, voy a defenderme, Ares, por la
mierda que lo haré.

—Mátala —suelto y cuelgo.

Me quedo mirando el teléfono por dos segundos. La rabia me corroe las venas y me impulsa a
empezar a golpear el teléfono contra la base repetidas veces hasta volverlo trizas. Pateo con fuerza
al aparato haciendo que caiga al piso y sin pensarlo, sigo pateándolo. El sudor y el corazón han
empezado a correr a toda velocidad.

Maldigo mi vida con deseos de pronto dejar de tenerla también.

179
CAPITULO FINAL

Rosie
La sangre me ahoga cuando intento respirar. Debo gatear hasta el baño porque los golpes que me ha
dado me han afectado la estabilidad. Estoy mareada, con nauseas a punto de vomitar. No logro abrir
mis ojos. Necesito agua.

Con mis manos tanteo el helado piso del baño para luego buscar la pared que tiene en ella el grifo de
la ducha. Abro sin fijarme en la temperatura y me pongo debajo del agua. Intento calmar mi
respiración.

La vida me está doliendo como la mierda y en lo único que pienso es en ir a los brazos del culpable
de quien asesinó mi amor propio. Mi animal me ha convertido en uno.

Me enamoré de él pensando que mi amor algún día podría curar su rabia y odio. Quise hacerlo mío,
domesticarlo, cuidarlo y darle todo lo que alguna vez le arrebataron. No esperaba que cambiara de
la noche a la mañana, pero tenía la esperanza de que al menos lo hiciera conmigo. Que me
protegiera de ese otro animal del que no he podido librarme. Esperaba enseñarle a quererme, pero
el error me explotó como granada en la cara.

Ahora estoy intentando sobrevivir. He visto los ojos de la muerte y son tan verdes que duele.

Tengo que irme.

Intento abrir mis ojos una vez más y lo consigo. Lavo toda la sangre de mi piel y cuando estoy lista,
salgo con cuidado de la ducha sosteniéndome de las paredes. Tomo lo primero que veo para
secarme y voy hasta la pequeña maleta de emergencia que hice hace algunos días. Pongo sobre mi
cuerpo ropa de Ares y busco el teléfono prepago que compré a escondidas.

Marco el primero número que llega a mi cabeza. Contestan, pero no hablan.

—¿Thomas? —pregunto con emoción, pero la tos invade mi garganta.

—¿Rosie? ¿Estás bien?

—No. Rastréame, por favor…

—Ya mismo, espérame tengo que…

—Por favor no le digas nada a Maximilian —digo de inmediato.

—¿Por qué?

—No lo hagas. Esto te hundiría también —miento mientras busco la forma de hacer que sea verdad.

—¿Dónde estás?

—Creo que cerca de Milán…

—Italia. Mierda. Tengo la ubicación.

—Ven… rápido. —Vuelvo a toser.

180
Tengo la boca rota y la sangre ha vuelto a brotar de ella. Me limpio con otra camiseta.

—Alguien te recogerá en unos minutos. ¿Cuál es tu estado de salud?

—Estoy sangrando… —comento. No podré decir nada más por el momento.

—¿Te dispararon?

—No… Me golpearon… —Cada vez me cuesta más hablar —. Me siento mal…

El teléfono en la mano comienza a pesarme, al igual que mis parpados y mi cuerpo. La oscuridad
amenaza con llevar y me hallo dejándola hacer lo que se le plazca conmigo.

—Ya va alguien por ti… Resiste, Rosie, no te…

Oscuridad.

Ares
Logro respirar al fin y me doy la vuelta para salir de esta maldita calle antes de llamar la atención de
algún policía o la de algún pueblerino. No voy a responder preguntas. No tengo respuestas y si las
tuviera tampoco lo haría. Oculto mis manos llenas de sangre en los bolsillos del abrigo. Hace un frío
de mierda y los dedos se me están congelando.

Me detengo en una esquina y observo el camino que me trajo aquí. Esa es la dirección para ir hacia
ella, pero tengo otra opción y es hacerle caso a la voz de mi cabeza y huir.

Será mi quiebre.

No. Soy inquebrantable.

Me muevo en dirección contraria. Es inmenso el esfuerzo al que debo recurrir para poder llegar
hasta un auto que llama mi atención, pues le han dejado la ventana abierta. Quito el seguro con
cuidado y entro para juntar un par de cables antes de que la alarma empiece a sonar. Acelero sin
pensar, porque si lo hago, volveré hacia ella.

Ghost va a matarla.

Tengo que alejarme.

Acelera más.

Podría estar desangrándose… Algo en mi pelvis se levanta.

¿Me excita la idea?

No. Estoy preocupado. Es porque recordé el momento. Sí. Es eso.

Acelera más.

El corazón. Me está vibrando el corazón.

Ella me va a matar.

Y la soledad también.

Son excusas, la verdad es que no soporto respirar sin ella.

181
Antes nada tenía sentido y sobrevivía, pero la conocí y encontré uno, ahora me ha dejado sin ganas
de vivir. Me dio un motivo… No para vivir, pero sí para morir y eso es peor, porque es estar luchando
contra algo que no quieres, pero que si decides dejarlo, será tu fin.

¿Adicción u obsesión?

Ambas. Aquí no importa si es químico o mental, ambas son una necesidad que causa solo ella. Mi
cerebro ya era un caos constante y ahora ha empeorado.

Ella puede morir. En cualquier momento puede morir y si ella muere yo no podría…

No lo hagas.

Me necesita.

Está empeorando todo. Ella no es el cielo que buscas.

Pero tampoco el infierno.

Piso el freno hasta el fondo y derrapo en U. Los neumáticos chillan contra el asfalto. Siento perder el
control por un segundo, pero lo recupero de inmediato. Acelero en dirección al pueblo, a Rosie.

Ha empezado a llover y a medida que avanzo el parabrisas se va llenando cada vez más de gotas de
agua. La tormenta que avisó el periódico hace unos días ha llegado y temo que complique las cosas
si ella… No. Está viva. La recogeré y la dejaré en un hospital. Y luego de eso, me iré, por la jodida
mierda que me iré.

El sol no alcanzó a verse para amanecer. Las nubes negras lo han ocultado. Cuando entro al pueblo
sigo viendo muy pocas personas en la calle. El agua espanta a cualquiera y hasta a un asesino. No es
bueno enterrar cuerpos en estas condiciones y mucho menos arrojarlos a un río, porque cuando el
agua baje la verdad saldrá a la luz y temo que suceda lo mismo bajo esta lluvia.

La verdad no puede salir a la luz. Aún no.

Entro al jardín de la casa. No me fijo en estacionarme bien y bajo del auto corriendo a toda velocidad
hasta pasar por la puerta, que estaba abierta. Voy directo a donde la dejé la última vez que la vi y
cuando llego mis pulmones detienen su trabajo.

—¿Rosie? —Ingreso revolcando todo a mi paso. No está. No está. No está. Tiene que estar —. No…
No puede ser… —Camino rápido hasta el patio trasero —. ¡Rosie!

No hay señales de ella en ningún lado.

Me dejo caer sobre la silla en medio del marchito jardín. Enciendo un cigarrillo y lo llevo hasta mi
boca. Trato de absorber tanta nicotina como pueda pues el agua. No ha tardado en apagarlo. El
humo es cortado por las gotas de lluvia que caen sobre mí.

Me dejó. Rosie Müller me dejó...

¿O escapó?

¿Perdí o gané?

Ambas.

182
Rosie
Blanco. Es el primer color que veo al abrir mis ojos. Es un techo. Me duele algo... Respiro profundo y
se intensifica.

¿Dónde estoy?

—Rosie... —La voz de Susan me trae a la realidad.

—¿Mamá? ¿Dónde estoy? ¿Qué pasó?

—Alguien te asaltó y te golpeó —Thomas entra en la habitación —. Un buen hombre llamó al único
número que tenías registrado en tu teléfono. El de tu madre —la mira.

Ese recuerdo no está en mi cabeza, pero otros me llegan en forma de accidente y dejan golpeada mi
mente.

Ares...

—Oh... ¿Estoy bien? —miro el resto de mi cuerpo. No sé que tanto daño me pudo haber hecho el
italiano.

—Sí, pero...

—¿Pero qué? —pregunto.

Ambos se miran y Susan le pide a Thomas retirarse con la mano. Él asiente y se despide. Hizo todo lo
que le dije. Maximilian no puede enterarse de Ares, espero que no sepa nada, él lo matará y no
puedo permitirlo.

—¿Qué está pasando? —intento sentarme, pero el dolor me lo impide.

—Tu padre y yo hemos estado muy preocupados. Eres libre de hacer lo que quieras, Rosie, pero por
favor no te pierdas de esta maldita manera. Nuestros enemigos también son los tuyos y esto pudo
haber sido un atentado peor.

—Susan.

—Mamá para ti.

Trato de respirar la paciencia que me hace falta siempre con ella.

—¿Estoy bien? —vuelvo a preguntar.

—Vivirás, eso es lo importante, pero desde hoy lo harás bajo nuestros cuidados.

—¿Por qué? —frunzo el ceño.

—Estás embarazada.

—¿Qué? —niego con la cabeza.

—¿Quién es el padre? —exije más que preguntar.

—¿Es una broma?

183
—¿Tengo cara de hacer bromas? —dice con seriedad. Luce su traje militar negro. Sus pequeñas
medallas adornan el bosillo de su bolsillo y su cabello está recogido impecablamente. Es la
perfección andante.

¿Embarazada? ¿Tendré un hijo de Ares?

—Quiero ver los resultados —pido.

Se mueve hasta la pequeña mesa y me entrega una de las hojas de reposaban encima de este. Lo
tomo y lo primero que puedo leer es la palabra POSITIVO.

Mierda.

—¿Quién es el padre, Rosie?

Miro el papel durante largos segundos. Ares no existe y no puede existir para ellos.

—Mi profesor.

—¿Tu profesor?

—Me enderé con un hombre mayor y casado, mamá —dejo escapar un par de lágrimas falsas —. Por
eso huí.

Ares
—Han pasado tres semanas —digo dándole la espalda.

—Lo sé —responde.

Su largo cabello rubio ha desaparecido y ahora lleva la cabeza rapada. Él detesta raparse y sé que
algo grave ha tenido que pasarle para que lo haga. Giro para mirarlo, pero está también dándome la
espalda mientras tiene sus ojos clavados en la ventana.

—¿Todo bien? —pregunto.

—En dos días tendré su cabeza. No voy a dejar que se burle más de mí.

—No entiendo que está pasando.

—Pasa, Ares, que alguien la está ayudando y eso solo significa una puta cosa: Abrió la maldita boca.

—Ella no me haría eso. —Doy un paso hacia atrás. Mi cabeza niega por inercia.

Zaik bufa.

—Casi la matas y… ¿En serio crees que no se asustó? Nadie teme de verdad hasta que mira a los ojos
a la muerte y tú se la presentaste de la peor manera.

—Es hija de militares —confieso.

—Necesito más detalles.

—Maximilian Müller es su hermano.

—Vaya. Qué coincidencia —se gira para mirarme.

184
—¿Por qué? —pregunto.

—Es un enorme pez que la organización está cazando. Nadie quiere que adquiera más poder… Sería
una bomba atómica para las ratas de este lado de la ley.

Esta vez soy yo quien bufa.

—Detesto que enaltezcan tanto a un idiota.

—No es idiota y su hermana al parecer tampoco, porque ahora estoy seguro de que fue corriendo
hacia él.

—Que entre a tu puta lista también.

—Hace rato está, solo que es una tarea un poco más… complicada. A veces solo con ser excelente no
basta, llevarse algunas vidas cuesta dinero y por eso es por lo que cobro tanto. Asesinar a Maximilian
Müller no es una tarea que se pueda hacer gratis, aún así si lo quisiera. Necesito muchísimo dinero y
por eso es por lo que su cabeza aún no ha rodado… Nadie puede pagar el valor absoluto de todo lo
que se requiere para matarlo.

—Busca un lado. Un a debilidad. Algo. Por dinero no te preocupes, yo me encargo —digo.

Me muevo por la habitación en busca de mi celular y un fajo de billetes. Desde hace días he decidido
empezar a cargar un arma. He recibido la alerta de que Enzo Armani está buscándome y no puedo
estar en desventaja.

Aunque me guste asesinar con mis manos, no puedo hacerlo esta vez. Tengo el tiempo en mi contra
y asesinar como me gusta es para planes bien estructurados. Ahora todo es un caos y los segundos
que paso sin ella me consumen.

—¿A dónde mierda vas? —pregunta con exigencia.

—Voy a buscarla.

—No me va a importar que estés en medio. Voy a matarla —recalca.

—Lo sé. —Me enfrento a él —. Apunta bien y mátame a mi también.

Salgo de la habitación sin esperar una respuesta de su parte. La lealtad que nos juramos tiene que
ser aplicada en todo, hasta en pedidos cuestionables como el que acabo de hacerle. No hay más
opción para mí.

Espero poder encontrar a Rosie pronto, antes de que Zaik lo haga. Si decidió abrir la maldita boca,
tendrá algo que pagarme.

Rosie
—¿Cómo estás? —Thomas entra en la habitación.

Estoy alistándome para salir. Hoy me dan de alta. Mi embarazo promete ir bien, así que podré
llevarlo tranquila en casa.

—Bien. —Le sonrío brevemente.

185
—Te está buscando —dice y el corazón se me detiene —. Bueno, no exactamente él, pero sí alguien
cercano.

—¿Quién?

—No lo sé. Vine a preguntártelo a ti.

—No podría imaginarme quien —niego con la cabeza.

—Yo tampoco, lo único que seguro es que quiere matarte, pero tranquila. He borrado cualquier
rastro tuyo y la historia que has inventado sobre la procedencia de tu embarazo nos ha beneficiado
para obtener ayuda de Maximilian sin que sospeche nada. Está preocupado por tu seguridad debido
a que un bebé te hace un enorme blanco... Pero no será fácil para mi protegerte toda la vida de él.

—¿Quieren matarme? —es lo único que logro guardar de todo lo que dijo.

—Sí.

—¿Pero no es él quien está buscándome? —cuestiono mientras me siento en la camilla.

Mandó a alguien a matarme.

—No. No sé su nombre, no sé quien es, pero algunos de mis hombres dicen que se hace
llamar Ghost.

Mis pulmones dejan de trabajar y debo calmarme para no entrar en pánico.

—Hijo de puta... —susurro.

—Eso sí... —mete las manos dentro de sus bolsillos —. Acaba de pisar suelo alemán y estando en
este terreno podré atraparlo.

—¿A Ghost?

—No, a Ares.

—Quedamos en que no le harías daño.

—Te perseguirá durante toda la vida hasta matarte, ¿eso es lo que quieres? Tienes que hacerte
cargo del bienestar de tu hijo y si no eres capaz de ayudarme en eso, tendré que contarselo a
Maximilian, me vale una mierda que pierda mi cargo. Es por tu seguridad.

—No.

—Estás mal de la cabeza. ¿Te ha visto un psiquiatra, Rosie? No me hagas llamar a uno... Todo podría
resultar en que te quiten a tu bebé apenas nazca.

—¡No te atrevas a amenazarme con eso! ¡No hables de mi bebé!

—Pues entonces tienes que decidir... Él o tu hijo.

Ares
Vuelvo a Berlín. Estoy arriesgándome, pero hay una pequeña posibilidad de que esté aquí. Es media
noche para cuando me detengo frente a la puerta de lo que anteriormente era su cuarto. Abro la
puerta con cuidado. No tenía seguro y es extraño. Hay alguien aquí. Las velas encendidas sobre la

186
isla de la cocina me lo confirman. Escucho gemidos en el cuarto de la que era su compañera. Está
follando.

Cierro con cuidado detrás de mí y me dirijo con cautela hasta el cuarto de Rosie. El arma talla dentro
de la cintura de mis pantalones. No me siento libre cargándola. No asesino así, me gusta sentir la
muerte justo cuando está desapareciendo la vida. Una bala no me da tiempo de disfrutarlo.

Entro al cuarto de penumbras. Todo está desordenado, como si alguien hubiera estado aquí
recientemente. Mis ojos caen en la cama y lo que hay sobre ella. Tomo el papel negro con mi mano.
Es una invitación al lugar al que me llevó Zaik cuando llegué a Berlín.

Las últimas palabras llaman mi atención.

«HOY. MEDIANOCHE»

Doy un último vistazo al lugar y salgo con rapidez. Subo en la maldita moto que robé apenas llegué y
me dirijo hasta el club. No estoy pensando en nada más, siento que debería, pero no puedo.

Detente.

No. Tengo que ir por ella.

¿Quién le habrá enviado la invitación? ¿Por qué?

Está ahí. Tengo que sacarla de ahí.

Casi salto de la moto cuando llego. Toco la puerta y apenas abren, me lanzo. Gritos de hombres me
piden que me detenga, pero apenas se dan cuenta de mi identidad, me dejan en paz. Busco
habitación por habitación. Tengo ganas de vomitar, pero no puedo detenerme a prestarme atención.
No dejo de moverme hasta que al fin…

La veo.

Está ahí. En medio, siendo besada en todo el cuerpo por siete bocas. Siento mis venas estallar por la
temperatura a la que se subió mi sangre. El cuerpo me tiembla, pero mi mano izquierda no. La
levanto apuntando hacia ella. Le quito el seguro y el sonido hace que sus ojos se encuentren con los
míos.

—Ares —sonríe.

—Muñequita —respondo y oprimo el gatillo siete veces.

Los hombres que antes la besaban, ahora besan el suelo mientras se desangran a través de los
agujeros que he dejado en sus cabezas. No uso armas, pero cuando lo hago suelo dar tiros perfectos
y mortales.

—Siempre arruinas mis malditos momento de diversión. Me atropellas, me golpeas hasta sangrar y
luego asesinas a quienes estaban por follarme —se queja mientras yo voy hacia ella. La tomo del
brazo y la bajo de la cama sin delicadeza —. ¡Suéltame, animal!

—¿Dónde estuviste? ¿Cómo escapaste ese día? —pregunto. No dejo de caminar hasta la salida junto
con ella. Estoy casi arrastrándola. El resto de los presentes nos miran absortos, no tienen idea de
nada y temen.

Hago recuento de balas. Tengo 3. No hay más.

187
Salgo a la calle y le apunto a un hombre que está por subirse a un auto para escapar del lugar.

—Salga del puto auto —amenazo con Rosie desnuda a mi lado. No para de forcejear.

El hombre no hace caso omiso e intenta abrir la puerta, pero una de mis balas le perforan el cráneo
antes de que lo haga.

2 balas.

Pateo el cuerpo hacia un lado. Meto a Rosie a la parte trasera y cierro la puerta, para enseguida
pasar al lugar del piloto y bloquearla. Ingreso y acelero a toda velocidad hasta meternos a la avenida.

—¡Detente, hijo de puta! —me zarandea y no me deja otra solución más que apuntarle con el arma,
porque de otro modo hará que nos estrellemos.

—¡Quédate quieta tú o te perforo la puta cabeza!

—¡Vamos! ¡Mátame! —Toma mi mano y posiciona el arma en su frente.

La imagen me deja absorto y bajo el arma de inmediato. Ella sonríe y no entiendo la razón.

—Loca.

—Demente —replica.

Por el retrovisor puedo ver como se cruza de brazos y deja descansar su espalda sobre el asiento.
Mis alarmas se activan. Rosie es impredecible, pero esperaba que diera más batalla.

No quiero pensar.

Voy hasta una pequeña cabaña a las afueras de la ciudad. Bajo del auto y corro hacia el garaje por las
cadenas que he alistado para atarla. La saco del vehículo y la llevo hasta el interior.

—Me buscaste… —susurra.

—¿Por qué te sorprende? —pregunto mientras envuelvo las líneas metálicas alrededor de sus
extremidades.

—No me sorprende… Me alegra. —Las comisuras de su boca se elevan.

—¿Quién te ayudo a escapar?

—¿Escapar? ¿Acaso estaba secuestrada? —ladea su cabeza.

—Rosie, responde.

—Rosie —imita con asco —. Soy tu Muñequita y deberías tratarme como tal no así. —Mira su
cuerpo cuando he terminado de atarla —. No voy a ir a ningún lado, Ares.

—Mientras estés atada no.

—No necesito estar atada. Ese día yo… Estaba en shock. —De la nada su voz se quiebra —. Salí a la
calle y le pedí a alguien que me llevara a un hospital y ahí llamé a mi madre y ella… Ella me ayudó sin
hacer preguntas.

—No te creo una mierda.

—¿Por qué?

188
—Te estás ocultando.

—Siempre seré tuya. No tengo porque hacerlo —susurra. Su rostro se acerca peligrosamente al mío
y como acto reflejo, la encuello con fuerza.

—Sé que estás mintiendo.

—Tú estás mintiéndome a mí.

—No tendría porque hacerlo —me encojo de hombros. Doy un paso hacia atrás y saco un cigarrillo
para fumarlo mientras la miro detalladamente. Me dejo caer sobre un sillón. Claro que moriría por
follarla una vez más, pero estoy entrando en razón. Estoy viendo las cosas un poco mejor —. Dime,
Rosie. ¿Cuándo fue la última vez que menstruaste?

—¿Qué? —La pregunta la descentra.

—Tengo una gran memoria y en estas últimas semanas siempre estuviste disponible para mi.
Siempre lo has estado desde que nos conocimos —expulso el humo —. ¿Tienes algo qué decirme?

Su actitud cambia. Todo en ella se transforma. Está ocultándome muchas cosas.

—Voy a abortar —dice de repente.

—¿Segura?

—Sí.

—No te creo —me río y echo mis manos detrás de mi cabeza.

—¡Te odio tanto! —su voz se rompe.

—No lo haces.

—No... —Agacha su cabeza. Las lágrimas que salen de sus ojos caen rápidamente al piso de madera
—. Tengo que protegerlo… —levanta su mirada —. No voy a dejar que lo dañes a él también.

—La naturaleza no puede esquivarse. Es tan mío como tuyo.

—Ares, por favor… Déjanos ir… —se arrodilla en el suelo —. Por favor…

—¿Por qué estabas tan tranquila hace unos segundos y ahora imploras? —Llego hasta ella. Me
pongo de cuclillas para tomar su quijada entre mis dedos —. ¿Qué está pasando, Rosie?

—Lo siento tanto, mi vida… —solloza con fuerza —. Tengo que proteger a nuestro hijo, él no merece
que…

—¿Desde cuando lo sabes?

—Te dije que fui a una clínica y me hicieron exámenes. Tenía dos semanas en ese momento y todo
esta bien… —sus cristales mi miran con ruego —. Por favor déjame cuidar de él sola.

—¿Y yo?

—Estarás bien…

—Yo te necesito, Rosie —tomo su cara entre mis manos —. No puedo alejarme.

Mi oído capta un extraño ruido que no tendría porque haberse escuchado.

189
—Lo siento, mi vida. Yo no quería, pero él va a quitármelo si no… —Su llanto sigue sin cesar.

—¿Qué hiciste, Rosie?

—Búscame. Escapa y búscame. Solucionaremos algo… Yo tampoco podré vivir sin ti. Perdóname, me
obligaron yo no…

—¡Las manos a la cabeza!

—Muñequita… —Su sobrenombre sale como un susurro débil. El cristal rojo de sus ojos me ha roto.

Solo la tenía a ella y acaba de quitármelo todo.

—Ares… —solloza.

—¡Las manos a la cabeza! —vuelven a gritar detrás de mi espalda.

—Si es niña haz que se llame como alguien poderoso… —susurro levantando mis brazos —. Y si es
niño… Llámalo Milan, como nuestro lugar seguro.

—Perdóname… —dice bajito —. ¡No le hagan daño! —grita cuando una patada es dada en mi
espalda haciéndome caer hacia adelante. Alguien toma mis brazos para juntarlos y esposarlos.

—¿Estás bien, Rosie? —Un hombre vestido de negro se pone frente a ella. Se retira el pasamontaña
y no me queda otra más que memorizar su rostro mientras me arrestan. Es moreno y rapado.

—Thomas, no le hagas daño, por favor… —El llanto de la rubia no para.

Me obligaron… Dijo ella.

¿Quién la obligó?

Me levantan del suelo. Me obligo a caminar para salir del lugar. Estoy jodido. Rosie Müller me ha
jodido en todas las maneras habidas y por haber.

—¿Quiénes son? —pregunto al no ver ningún nombre en sus uniformes.

—Somos nadie. Al igual que tú… No existimos —responde el hombre que ha entrado en mi larga lista
de personas por asesinar.

—Eso no será ningún impedimento —digo. Escaneo mi alrededor. Ha parado de llover. El auto que
robé sigue en su lugar, pero un pequeño papel blanco llama mi atención, tiene algunas palabras
escritas en un idioma que no detecto a primera vista, es sueco.

«Dags att ringa mamma»

¿FIN?

190
EPÍLOGO

PARTE UNO

1 año después...

UBICACIÓN:

BLACKSIDE #7

(CENTRO DE DETECCIÓN CONFIDENCIAL DE LA CIA)

Ares
Alguien me dijo que escribir mis pensamientos me haría bien para liberarme un poco de las
tormentas que sucumben con todo dentro de mi cabeza. Me burle en su cara. No le creí una mierda.
Pero hoy he cambiado de parecer por una razón.

Ese alguien hoy me dejó. Rosie Müller me dejó aún sabiendo todo lo que ella significa para mí, me
entregó y se fue. La necesito y por mis cojones puedo apostar que lo sabe, por eso lo hizo, para
torturarme, para seguir gozando de su vida mientras que lo único que me mantenía entero eran sus
caricias. Sucia egoísta, parece que disfrutara verme nadando entre la mierda y miserable.

Se lo advertí. Un millón de veces se lo advertí.

Le dije que no se acercara porque soy un maldito animal. Le enseñé todas mis partes oscuras y
siempre las enfrentó con valentía. Caminó entre mis fantasmas y nunca gritó. Luchó contra mis
demonios y jamás se traumó. Le dije que era el humo que precede el fuego cuando se apaga, pero
que si se le brinda el oxígeno necesario puede volver a encenderse.

Rosie fue oxígeno y encendió algo que no creí nunca sentir, sí, sentir y no sufrir, porque con Rosie
Müller no se sufre, con Rosie Müller se siente. Donde sea que esté, tendré que ir a recordarle que de
personas como yo no es fácil escapar.

Una muñequita. Eso era ella para mí. Delicada, suave, delgada y angelical, pero no era del todo
inofensiva. Estaba malditamente loca, no de la manera en que lo estoy yo, eso nunca podría
superarse. Ella tenía una faceta que me sacaba de quicio y hacia que quisiera estrellarla contra la
pared cada que abría la boca, pero la salvaba su manera tan diferente de tratarme... No debió
hacerlo, no.

La detesto como nunca he detestado a nadie y la necesito como nunca he necesitado a nadie.

Rosie Müller me enferma, me obsesiona y me tortura.

Y no voy a dejar que ella sea feliz nunca, no sin mi, no sin este monstruo que solo ha aprendido a
respirar por ella y para ella.

Una explosión resuena por todo el lugar y debo dejar de escribir para sostenerme a causa del
temblor que ha precedido el ruido. Me pongo de pie cuando se une una alerta aguda a la orquesta
que anuncia que lo que está ocurriendo es un desastre.

191
Las puertas de metal se abren y no me encuentro con ningún hombre vestido de negro detrás de
ella, como suele ser siempre. Camino lentamente hasta asomar un poco la cabeza. No quiero que
esto sea una maldita trampa. Otra ilusión más de que al fin vinieron a buscarme.

Sigo sin ver a nadie y continúo moviéndome por todo el pasillo. Trazo el camino que siempre hago
cuando me sacan de la celda. Ni un alma se me presenta y decido apurar el paso. No sé a donde voy,
ni lo que está pasando, pero siento que debo apurarme desde aquí.

Otra explosión más prosigue acompañada de una enorme ráfaga de balas no muy lejos de aquí.

Estoy a una puerta del fuego cruzado, pero justo cuando tomo la perilla, un silencio llega a mis oídos
y sin más, empujo para abrir.

Frente a mí hay un grupo de personas vestidas de negro, mientras que los guardias del lugar con
pasamontañas yacen en el piso inertes o desángrandose.

Alguien da un paso hacia al frente y me paro recto. Busca en su cuello el fin de su máscara y la saca,
haciendo que su rostro quede presente frente a mis ojos, que son del mismo color que el suyo.

—Mami vino por su bebé —dice a modo de burla.

—Tardaste demasiado. —Camino pasando por su lado.

—Ghost me dio nada para trabajar y tuve que inventarme miles de algos que me trajeron hoy aquí.

—No voy a agredecerte una mierda.

—No es necesario. Estoy acostumbrada a que me maldigan —sonríe mientras camina a mi lado.

Tenerla cerca me hace odiar más la vida, pero no puedo estar más tiempo encerrado. No tengo
contactos y detesto pensar que lo único con lo que podía contar... Era con ella.

Con Tyra Kratos, mi madre biológica.

PARTE DOS

5 año después...

UBICACIÓN:

Berlín, Alemania

Ares
—Deja de torturarte de esa manera —Tyra dice detrás de mí. Me ha descubierto mirando la
ubicación de Rosie en el teléfono.

—Tengo que hablar con ella. Este año no nos hemos visto.

—Y no deberían hacerlo, Atenea está muy cerca y deberían darse por ganados con que Maximilian
no se haya enterado aún de nada, pero Atenea... —bufa —. Ella descubrirá todo muy pronto y
¿adivina qué? Tu cuñado también podría ser tu cuñado de este lado. Están trabajando y... ya sabes,
mezclando lo que no deberían mezclar.

192
—Desagradable.

—No.. —niega con la cabeza —. Es táctico... No hay nada mejor que tener a una pareja al mismo
nivel de peligro.

—Claro, mira como terminó la tuya.

—Cállate —rueda los ojos —. ¿Cuánto tiempo ha pasado desde la última vez que se vieron?

—Exactamente un año.

Suspira sonoramente.

—Te ayudaré, pero recuerda que...

—No me acercaré a Milan.

—Es por su bien, lo sabes.

—¿Qué quieres? —pregunto.

—¿Qué? —Finge inocencia.

—No haces favores por bondad, Tyra. ¿Qué quieres a cambio?

Tuerce la boca y echa la cabeza hacia un lado haciendo que su cabello se mueva. Detesto su
apariencia. Detesto recordar mi rostro y verme en ella.

—Quiero acercarme a Atenea. Quiero que tú te acerques a ella. Está trabajando sola y aunque lo
lleva bien, es mucho esfuerzo... Su mente podría traicionarla en cualquier momento y no me
conviene eso.

—¿Qué esta haciendo en estos momentos? —pregunto.

—No me lo vas a creer... pero está trabajando para mí —sonríe.

—¿Qué mierda?

—Está buscándome, está buscando la verdad y aunque quisiera entregarsela sin más... Tiene mucho
que aprender antes y lo está haciendo desde abajo, aunque su entranamiento la tiene muy cerca a
mi meta.

—La maldad es capaz hasta de usar sus propios hijos para crecer. —Esta vez soy yo quien se ríe.

—Nadie escapa de la mafia tan fácil, ni siquiera teniendo otra vida... La sangre siempre la
perseguirá... A ti también y a Milan.

Final

193

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