Novena A San Pedro

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Novena en

Honor a
San Pedro
Apóstol
Por la señal ✠ de la Santa Cruz, de nuestros ✠ enemigos, líbranos Señor ✠ Dios nuestro. En el nombre del Padre, y
del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.
℣. Dios mio, atended por vuestra infinita bondad a mi socorro:
℟. Señor, ayudadme prontamente con los auxilios de vuestra gracia.

ACTO DE CONTRICIÓN
Señor mío Jesucristo, Dios y Hombre verdadero, Criador y Redentor mío, tened piedad de mí según la grandeza de
vuestra misericordia. Pequé, Señor, contra el Cielo y ofendí a vuestra adorable Majestad, apartándome de Vos. Ya no
soy digno de ser llamado hijo vuestro, pero me anima que disteis la vida por mí en el santo madero de la Cruz, y el
saber que sois Padre amoroso, que espera recibir con brazos de misericordia al pecador que os la pidiere con corazón
contrito y humillado ¡Oh! Dulcísimo Jesús, única esperanza de los mortales. Por vuestra sacratísima Madre, Nuestra
Señora, a quien habéis constituido Madre de misericordia, abogada poderosísima y refugio seguro de los pecadores,
no me desechéis, miradme con aquellos ojos de clemencia con que miraste después de sus negaciones a vuestro
Apóstol San Pedro, para amargamente llorar como él las infidelidades y pecados de mi vida pasada. Pequé,
amantísimo Salvador y Padre de mi vida, y quisiera haber muerto antes que haber ofendido a vuestra bondad infinita,
digna de infinito amor. Propongo firmemente la enmienda de mis desórdenes pasados: satisfacer por mis pecados a
vuestra divina justicia: cumplir con las obligaciones de mi estado, y obrar en todo conforme a vuestra Santa ley.
Admitidme, Señor, por la intercesión de San Pedro nuestro Protector, con los auxilios de vuestra gracia, sin la cual
nada puedo, para perseverar en vuestro servicio hasta la muerte. Amén.

ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS DE LA NOVENA


Oh felicísimo Pedro, ¡Que maravilloso se ha manifestado en vos el Señor: cuya adorable providencia elige a lo que el
mundo reputa despreciable para confundir los sabios, poderosos y nobles del siglo! Vos, oh admirable Pedro, siendo
un pobre y humilde pescador, fuiste elevado del polvo de la tierra, y el excelso y supremo Señor de cuanto tiene ser,
que mira de lejos a los soberbios y de cerca a los humildes, os sublimó a la más alta esfera de Dignidad, sobre todas
las de los monarcas y príncipes del universo. Tú eres la piedra solidísima escogida por el Salvador de los hombres
para fundamento de la Religion Católica, contra quien nunca prevalecerán las puertas del infierno: tú el pastor
universal, a quien el Príncipe de los Pastores confió el gobierno de todas las ovejas y corderos de su rebaño: tú, el
fidelísimo portero a cuyo arbitrio entregó el Señor las llaves para la entrada de los mortales al Reino de los Cielos: tú,
el Príncipe de los Santos Apóstoles: la cabeza visible de la Iglesia militante, y en fin el primer Vicario en la tierra del
sumo y eterno Sacerdote Jesucristo, Señor nuestro. ¡Oh Pastor Santísimo, adornado con tan brillantes prerrogativas:
cuánta será la altura de vuestra gloria en el Cielo, habiendo sido tan buen ministro, ¡y Dispensador de los misterios de
Dios! Ya habéis entrado en el gozo bienaventurado del Señor, que os ha coronado de gloria y honor por toda la
eternidad, cuando nosotros andamos todavía ausentes de esa patria de nuestra esperanza y navegando hacia ella en
las olas del mar inconstante de esta miserable vida.

¡Oh Padre amantísimo de todos los cristianos!, inclinad desde ese puerto seguro los ojos de vuestra piedad, para
socorrernos con vuestra eficaz intercesión. Pedid al Altísimo que todos los cristianos no perdamos de vista el norte
indispensable de la Santa Fe, para evitar con sus luces el naufragio de nuestra navegación: que fijemos nuestros
corazones en la esperanza de los bienes eternos, para sufrir con alegría los trabajos de esta vida momentánea, y que
reine en nosotros una ardiente caridad de Dios y del prójimo, para acabar con felicidad nuestro camino. Rogad
especialmente, Santo mío, por nuestro Sumo Pontífice, sucesor vuestro; por todos los Prelados y personas del estado
eclesiástico: Interceded por el pueblo cristiano, que confía en vos, para que en toda piedad y castidad tenga vida
quieta y tranquila. Y para nosotros, oh dulce Abogado de nuestras almas, os suplicamos humildemente nos alcancéis
lo que en esta Novena pedimos, si es para gloria de Dios: y que mirándonos en vos, como en un espejo de virtudes,
procuremos imitarlas, y seguir nuestro soberano Dueño, que es el Santo de los Santos, a quien sea el honor y la gloria
por los siglos de los siglos. Amén.
DÍA PRIMERO
CONSIDERACIÓN: VOCACIÓN DE SAN PEDRO.
En este día hemos de considerar la fina y fiel correspondencia del Santo Apóstol al llamamiento de la gracia, para ser
discípulo de Nuestro Señor. Le llamó el Divino Maestro la primera vez por medio de su hermano San Andrés (Juan I,
42), quien le dio noticia de que había hallado al Mesías: y al punto va con amorosas ansias en busca del Salvador,
para instruirse en sus palabras de vida eterna. Andaba Jesús cerca del mar de Galilea, y San Pedro se ejercitaba en
el oficio de pescar (Mateo IV, 18): oye la voz del Señor que le dice: «Sígueme, y te haré pescador de los hombres», y
sin detención alguna deja las redes, el barco, los parientes, los amigos, y todo lo sacrifica por seguir la escuela de
nuestro Salvador. Pocos bienes temporales dejó en verdad: pero no consiste la perfección en dejar montones de
riquezas; lo principal estriba en seguir por imitación a nuestro Señor Jesucristo. Esto es lo que hizo el Santo Apóstol,
desprendiendo el corazón y afecto de cuanto el mundo podía dar de sí y lo que es más, renunciando generosamente
su propia voluntad por hacer la de su Divino Maestro como fidelísimo discípulo.

Demos sin cesar gracias a Dios, porque también hemos sido llamados como cristianos a la escuela y compañía del
Señor: no perdamos de la memoria que si no desprendemos nuestro corazón de los bienes del mundo, que hemos de
dejar en la hora incierta de la muerte: si no procuramos renunciar nuestra propia voluntad, y arreglar las costumbres a
la doctrina que profesamos, no somos dignos discípulos; y tendremos injustamente el nombre de cristianos si no
seguimos las huellas del Señor, como dice San Bernardo.

ORACIÓN
¡Oh Salvador Divino y Maestro perfectísimo, en quien están todos los tesoros de la Sabiduría y Ciencia de Dios!
Verdaderamente sois la Luz del mundo, y quien os sigue no anda en tinieblas. Gracias doy a vuestra Divina Majestad
de lo íntimo de mi corazón, que os habéis dignado llamarme a la luz admirable de la Santa Fe, incorporándome en el
gremio de la Santa Iglesia, y haciéndome en ella discípulo de vuestra celestial doctrina. ¿Qué merecimiento precedió
en mí, amabilísimo Señor, para que me iluminases con los rayos de la verdad eterna, haciéndome cristiano, ¿cuándo
tantas almas andan en las profundas tinieblas del Paganismo? Piadosísimo Señor, me habéis libertado de tan
formidable peligro, colocándome en el camino de la Luz, y en la senda que guía a la vida eterna. ¡Qué podré yo
retribuiros por tan singular predilección y beneficio! Los cielos y la tierra bendigan vuestro Santo nombre por esta
misericordia: dignaos, Señor, continuarla, dándome vuestra gracia, para seguir los pasos de vuestra Sacratísima vida,
imitándola como vuestro Pedro, y confesando como él con fervoroso y constante celo, que fuera de vuestra escuela
no se aprende ciencia de salvación (Juan VI, 69). Y pues sois la Luz verdadera, que ilumina a todo hombre que viene
a este mundo, iluminad por vuestra misericordia a los que están sentados en las tinieblas y sombra de la muerte.
Óyenos, Señor, por tu Santo Apóstol, para que todos sigamos por el camino de la paz y alabemos a vuestra Majestad
en la feliz patria de la gloria. Amén.
Reza un Padre Nuestro, un Ave María y un Gloria

DÍA SEGUNDO
Por la señal ✠ de la Santa Cruz, de nuestros ✠ enemigos, líbranos Señor ✠ Dios nuestro. En el nombre del Padre, y
del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.

 Se Reza el ACTO DE CONTRICIÓN


 Oración para todos los días.
 CONSIDERACIÓN: PENITENCIA DE SAN PEDRO.
Considérese que aunque el Santo Apóstol no perdió la fe cuando negó a nuestro Señor, como observan varios
Santos Padres y Doctores de la Iglesia, perdió la caridad y la gracia cometiendo un pecado tan grande, que acaso
no se ha cometido más grande, como se explica San Bernardo. Si San Pedro después de una caída tan grave, fue
levantado a una cumbre de tan eminente santidad: ¿quién, por más pecador que sea, desconfiará de la divina
misericordia, si desea salir del pantano de sus culpas? Mas es necesario atender que el Santo Apóstol salió fuera
y lloró amargamente su pecado.
Lloró amargamente con una penitencia pronta; pues habiendo mirado el Divino Maestro a Pedro, más que con los
ojos corporales, con los rayos de su gracia, que le penetraron el alma, al punto salió fuera de la casa del peligro,
para soltar el dique a sus lágrimas de vehementísimo dolor. Lloró amargamente con una penitencia admirable; no
lloró por miedo del castigo, sino por haber negado a quien tanto amaba. Lloró con una penitencia constante,
porque el Santo Apóstol no puso límite a sus lágrimas, sino que toda su vida fue una continuada penitencia; y
después de la Ascensión, cuando se acordaba de la dulcísima presencia y suavísima conversación de su Divino
Maestro, todo se resolvía en lágrimas; de suerte, escribe el Angélico Doctor, que sus mejillas estaban como
abrasadas de tanto llorar.
En este ejemplo tenemos un dechado que debemos imitar de verdadera penitencia; lloremos sin cesar nuestras
culpas, e imprimamos vivamente en nuestro corazón, que son indispensables para lograr el dolor los auxilios de la
divina gracia: y quedemos persuadidos que confesamos muchas veces mal, por el reprensible descuido en que
vivimos, de no pedirlos al Señor debidamente.
 ORACIÓN
Gracias a vuestra misericordia, amabilísimo Redentor nuestro, a quien todos los convertidos, y los que se han de
convertir hasta el fin del mundo, deben como a causa meritoria su justificación, y las gracias necesarias para
conseguirla. Dadme, Señor, a conocer cuán necesarios me son los auxilios de vuestra gracia, para vencer las
perversas inclinaciones de la naturaleza corrompida por el pecado, y para triunfar de muchas y muy gravísimas
tentaciones con que el mundo, demonio y carne nos combaten. ¿Quién libertará al hombre infeliz de este cuerpo
mortal, sujeto a las baterías de tan formidables enemigos, sino la divina gracia, obtenida por vuestros
merecimientos?
¡Oh gracia verdaderamente celestial, sin cuya asistencia nada podemos que sirva a nuestra salvación, y con cuya
protección nada hay que sea imposible, pudiéndolo todo en Dios, que nos conforta! Señor misericordioso, que no
quieres la muerte del pecador, sino que se convierta y se salve, por vuestro Apóstol, tened misericordia de todos
los pecadores, y concedednos la gracia de imitar el arrepentimiento de San Pedro, para hacer en esta vida dignos
frutos de penitencia. No permitas, dulcísimo Jesus, que dejemos pasar en vano los dones de vuestra gracia: que
haciendo buen uso de ellos, estaremos fortalecidos para no temer los males; cuando nos hallemos en medio de la
tribulación se disiparán las nieblas de nuestro entendimiento, se inflamará nuestra voluntad en vuestro santo
amor, y tendremos consuelo en los trabajos de esta momentánea vida, con la esperanza de gozaros y alabaros
por toda la eternidad en vuestra gloria. Amén
Reza un Padre Nuestro, un Ave María y un Gloria

DÍA TERCERO
Por la señal ✠ de la Santa Cruz, de nuestros ✠ enemigos, líbranos Señor ✠ Dios nuestro. En el nombre del Padre, y
del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.

 Se Reza el ACTO DE CONTRICIÓN


 Oración para todos los días.

CONSIDERACIÓN: HUMILDAD DE SAN PEDRO.


Considérese que siendo regla infalible del Santo Evangelio que será ensalzado el que se humille, se deja
entender fácilmente que San Pedro fue humildísimo entre todos los Apóstoles y Discípulos de Señor: pues sobre
todos fue exaltado a la mayor y más encumbrada Dignidad que hay sobre la tierra. Manifestó ya el Santo esta
importantísima virtud: ya cuando dijo a nuestro Señor, «yo soy un grande pecador, e indigno de aparecer en
vuestra presencia»: ya cuando exclamó: «Señor, ¿tú me lavas a mí los pies? No permitiré semejante acción
eternamente; pero si esta es tu voluntad, pies, manos y cabeza me dejaré lavar antes que desagradaros»; ya
cuando preguntado del Divino Maestro si le amaba más que los otros Discípulos, aunque era un serafín abrasado
en su amor, con todo no se atrevió a responder, sino temeroso, y como quien desconfiaba de sí mismo, segun
escribe el Crisóstomo: «Señor, vos sabéis que os amo»: Al fin manifestó el Príncipe de los Apóstoles ser humilde
en el mismo tiempo de su martirio, consiguiendo de los verdugos le fijasen en la Cruz cabeza abajo, como si fuera
indigno de elevar sus benditos ojos al Cielo (Albano Butler, Vidas de los Santos, fol. 536), cuya acción atribuyen
San Ambrosio y San Agustín, parte a su humildad, y parte a los ardientes deseos de padecer más por su Dios y
Maestro. Todo esto solo es un índice de la profundísima humildad que reinaba en el corazón del Pastor universal
del rebaño de la Católica Iglesia.
Consideremos ahora si se halla en nosotros esta marca de la santa humildad, que ella es la de todas las buenas
ovejas que siguen las huellas del Divino Pastor; la soberbia es una señal evidentísima de los réprobos, y por el
extremo contrario, la humildad es el caracter de los predestinados. Aunque la soberbia haya dominado en
nuestras almas, no nos desconsolemos, con tal que nerviosamente procuremos trabajar, con la divina gracia, en
ser humildes.
 ORACIÓN
Señor mío Jesucristo, verdadero Hijo de Dios, que siendo por esencia el Rey de los Reyes y Señor de los
Señores, os dignasteis de tomar la forma de siervo humillándoos a Vos mismo, según la expresión de San Pablo,
«hecho obediente hasta la muerte, y muerte de Cruz»; concededme la gracia, Señor, de mirar siempre a tu
incomprehensible y asombroso ejemplo de tu humildad, para imitarle; y dadnos a entender a todos los Cristianos
la importancia de esta santísima virtud para nuestra salvación, y que ella es el fundamento sobre el cual estriba el
edificio grande de una vida verdaderamente cristiana.
Vos, dulcísimo Maestro, siendo el modelo de todas las virtudes, nos decís muy en particular: «Aprended de mí,
que soy humilde y manso de corazon», asegurando asimismo en vuestro Santo Evangelio que el que no se
humillase no entraría en el Reino de los Cielos. ¿Qué ceguedad ha sido la mía, Dios mío? ¿Por qué yo me he de
ensoberbecer, siendo polvo, ceniza, nada? ¿Qué tengo yo que no haya recibido de vuestra misericordia, Señor
soberano de la gracia? Aunque camine de virtud en virtud, y llegue a la cumbre de la perfección cristiana, no
puedo saber sin especial revelación que perseveraré en vuestra gracia hasta la muerte, y me puedo perder por la
eternidad. ¿Dónde está mi razón para ensoberbecerme? Buen Jesús, por los méritos de vuestro fiel Siervo, el
humildísimo San Pedro, conservad en nuestro espíritu estos santos pensamientos, para humillarnos como buenos
cristianos, y merecer por vuestra misericordia ser exaltados en la gloria, y glorificar eternamente vuestro santísimo
nombre. Amén.
Reza un Padre Nuestro, un Ave María y un Gloria

DÍA CUARTO
Por la señal ✠ de la Santa Cruz, de nuestros ✠ enemigos, líbranos Señor ✠ Dios nuestro. En el nombre del Padre, y
del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.

 Se Reza el ACTO DE CONTRICIÓN


 Oración para todos los días.
 CONSIDERACIÓN: AMOR DE SAN PEDRO AL SEÑOR.
 Considera que en los hechos Apostólicos e historia de los Sagrados Evangelios se refieren varios pasajes en
que se echa de ver que ninguno de los Apóstoles tuvo más fervoroso amor al Señor, que San Pedro. Quién
sino su Majestad comprenderá hasta dónde rayaban las llamas del incendio que abrasaban a este serafín
Apostólico. Basta para la imitación traer a la memoria lo que refiere el Evangelista, cuando preguntado tres
veces San Pedro por su Divino Maestro, si le amaba; respondió con profunda humildad: «Señor: Vos sabeis
todas las cosas, y penetrais lo íntimo de mi corazón. Vos sabeis que os amo». No en vano repite nuestro
Señor tantas veces «Pedro, ¿me amas?»: quiso decirle en esto: «si el testimonio de tu conciencia no te dicta
que me tienes un amor perfecto, amándome sobre todas las cosas: más que a todos los tuyos, más que a ti
mismo, no tomes el cuidado pastoral, ni el gobierno de mis ovejas, por quien he derramado mi Sangre».
Después de tanto examen confió al Santo Apóstol nada menos que a su Esposa la Santa Iglesia, dejando a su
cuidado el tesoro inestimable de su preciosa Sangre, depositado en los Santos siete Sacramentos.

 Contentémonos para nuestra imitación, con saber que San Pedro amó al Señor con aquella perfecta caridad
que da la vida por el amado, como en efecto murió por su Divino Maestro: sin que las muchas aguas de la
tribulación y del riguroso martirio pudiesen apagar el intenso fuego de su amor. ¿Arderá en nuestro pecho
alguna llama de este sagrado incendio? Trabajemos para encenderla y aumentarla, pidiendo para esto gracia
al Señor; estemos ciertos, y salgamos de toda duda, que, si legítimamente no amamos, se nos hará duro el
yugo de la Santa Ley que profesamos; y si amamos todo se nos hará suave y facil, como dice San Agustín.
No seamos ingratos a quien tanto bien nos ha hecho; temamos, sí, aquella terrible sentencia de San Pablo,
que nos dice: «maldito y excomulgado sea el que no ama a Nuestro Señor Jesucristo».
 ORACIÓN
 ¡Oh Clementísimo Jesús, y verdadero Dios, todo caridad! ¡Yo he venido a traer fuego a la tierra, decís en
vuestro Santo Evangelio, y quereis sea encendido este Divino fuego en el corazón humano! Bendito sea,
Señor, el poder de vuestra gracia, en cuya virtud fue el corazón del príncipe de los Apóstoles un Sagrado Altar
en que ardió el fuego de vuestro Santo amor, mejor que en el de la antigua Ley, para gloria de vuestro
Santísimo Nombre. ¿Cuánta es amorosísimo Salvador, la tibieza de mi espíritu? Amamos con intensión a las
criaturas, sin hallarse en ellas más que un poquito de bien que tienen participado, ¿y no hemos de amar con
toda nuestra fortaleza a vuestra Majestad, que sois el bien infinito, el único principio y fin de todo lo que es
bueno? ¡Que no ame a mi Dios, que me ha libertado de la esclavitud del demonio, no con precio corruptible de
plata y oro, sino con el precio infinito de su Santísima Sangre, derramándola sobre el Ara de la Cruz, como
cordero inmaculado, que vino a quitar los pecados del mundo! ¡Oh locura mía, no haber amado a un Dios tan
bueno! Haced, Señor, que yo os ame empleando todo mi ser en servicio vuestro, para que, muriendo ahora al
amor perverso del mundo, os alabe por toda la eternidad en la Gloria. Amén.
Reza un Padre Nuestro, un Ave María y un Gloria

DÍA QUINTO
Por la señal ✠ de la Santa Cruz, de nuestros ✠ enemigos, líbranos Señor ✠ Dios nuestro. En el nombre del Padre, y
del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.

 Se Reza el ACTO DE CONTRICIÓN


 Oración para todos los días.
CONSIDERACIÓN: PÚBLICA CONFESIÓN DE FE DE SAN PEDRO.
Considérese que el Evangelista San Mateo refiere que vino Jesús y preguntó a sus discípulos qué se decía de su
persona (en Judea), o en qué reputación le tenían aquellas gentes: respondieron a su Divino Maestro, que unos le
tenían por el Bautista, otros por Elías, otros por Jeremías o en fin por alguno de los Profetas; el Señor les preguntó «y
vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Entonces San Pedro, como quien era la boca de los Apóstoles, según la
expresion del Crisóstomo, toma la voz, y con alegría y su fervor acostumbrado responde en nombre de todos: «Tú,
Señor, tú eres Cristo, hijo de Dios vivo». Que fue decir: «Tú, Divino Maestro, eres el verdadero Mesías, por tantos
siglos deseado: Tú eres el libertador del género humano, por quien han suspirado tanto los Santos Patriarcas y
Profetas: Tú, en fin, no eres hijo de adopción, como el Bautista, puramente, Elías y Jeremías; sino que, siendo
verdadero Hombre, eres al mismo tiempo verdadero Hijo natural de Dios».

Esta es la pública confesión de San Pedro, por la cual Nuestro Señor le remuneró, elevándole a la gloriosa dignidad
de cabeza visible de la Iglesia. Esta confesión hemos de procurar imitar, no solo con palabras, sino tambien con
obras, como el Santo Apóstol, cuya santa vida fue una continuada confesión del Señor, hasta morir por la gloria de su
adorable nombre. Confesar a Cristo solo con la boca, y no con la santidad de las obras, es de viles hipócritas, de
quienes se verifica, dice San Buenaventura, lo que decía San Pablo: «confiesan que conocen a Dios; más le niegan
con sus hechos y depravadas costumbres».

ORACIÓN
Omnipotente y sempiterno Dios, Padre soberano de las luces, que revelas a los párvulos las verdades del Evangelio
que ocultas a los sabios y prudentes del mundo: Gracias a vuestra incomprensible Bondad, por haber revelado al
párvulo y humilde siervo vuestro, San Pedro, tan altos misterios y verdades del Evangelio. Y gracias a vuestra
Majestad, Divino Salvador, a cuya infinita misericordia debo las luces de la Santa fe que profeso. Confieso, Señor, con
alegría de mi alma, y lo quisiera hacer con el fervoroso espíritu de mi amado protector San Pedro, que sois Cristo, Hijo
único de Dios vivo, verdadero Dios y Hombre verdadero, y Redentor nuestro. Confieso delante del cielo y de la tierra
esta importantísima verdad, y todas las demás que habéis revelado, y que nos propone como objeto de nuestra
creencia la Santa Madre Iglesia.

¡Qué de pruebas convincentes tiene, Salvador mío, vuestro Santo Evangelio! Solo el contemplar a San Pedro, que
planta el estandarte de vuestra Cruz en tantas Provincias, y en medio de la capital del mundo, Roma, triunfando de la
sabiduría del siglo, de la elocuencia de los oradores, de la autoridad de los príncipes, de la fuerza de las malas
costumbres, de la política del interés, y de todas las supersticiones, era bastante para convencer a un hombre de
razón, si el velo oscurísimo de los pecados permitiera entrada a los rayos de tanta luz.

Iluminad por vuestra misericordia a los incrédulos, y haced que ya se acuerden y conviertan a Vos todos los fines de la
tierra. Disponed, Señor, que todos los cristianos confesemos vuestro santo nombre, no solo con las palabras, sino
también gallardamente con las obras, sin avergonzarnos de las ignominias adorables de vuestra Cruz por dejarnos
engañar de los respetos humanos y falsa política del mundo. En vuestro Santo Evangelio está escrito que el Hijo de
Dios se avergonzará de confesar delante de su eterno Padre a las almas que se hayan avergonzado de confesarle
delante de los hombres. No permitáis en mí, Señor, tal desgracia: concedednos por vuestro Pedro, que, confesándoos
con toda nuestra alma en esta vida, alabemos a vuestra Majestad, oh Rey inmortal de los siglos, por toda la eternidad.
Amén.
Reza un Padre Nuestro, un Ave María y un Gloria

DÍA SEXTO
Por la señal ✠ de la Santa Cruz, de nuestros ✠ enemigos, líbranos Señor ✠ Dios nuestro. En el nombre del Padre, y
del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.

 Se Reza el ACTO DE CONTRICIÓN


 Oración para todos los días.

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