Novena A San Pedro
Novena A San Pedro
Novena A San Pedro
Honor a
San Pedro
Apóstol
Por la señal ✠ de la Santa Cruz, de nuestros ✠ enemigos, líbranos Señor ✠ Dios nuestro. En el nombre del Padre, y
del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.
℣. Dios mio, atended por vuestra infinita bondad a mi socorro:
℟. Señor, ayudadme prontamente con los auxilios de vuestra gracia.
ACTO DE CONTRICIÓN
Señor mío Jesucristo, Dios y Hombre verdadero, Criador y Redentor mío, tened piedad de mí según la grandeza de
vuestra misericordia. Pequé, Señor, contra el Cielo y ofendí a vuestra adorable Majestad, apartándome de Vos. Ya no
soy digno de ser llamado hijo vuestro, pero me anima que disteis la vida por mí en el santo madero de la Cruz, y el
saber que sois Padre amoroso, que espera recibir con brazos de misericordia al pecador que os la pidiere con corazón
contrito y humillado ¡Oh! Dulcísimo Jesús, única esperanza de los mortales. Por vuestra sacratísima Madre, Nuestra
Señora, a quien habéis constituido Madre de misericordia, abogada poderosísima y refugio seguro de los pecadores,
no me desechéis, miradme con aquellos ojos de clemencia con que miraste después de sus negaciones a vuestro
Apóstol San Pedro, para amargamente llorar como él las infidelidades y pecados de mi vida pasada. Pequé,
amantísimo Salvador y Padre de mi vida, y quisiera haber muerto antes que haber ofendido a vuestra bondad infinita,
digna de infinito amor. Propongo firmemente la enmienda de mis desórdenes pasados: satisfacer por mis pecados a
vuestra divina justicia: cumplir con las obligaciones de mi estado, y obrar en todo conforme a vuestra Santa ley.
Admitidme, Señor, por la intercesión de San Pedro nuestro Protector, con los auxilios de vuestra gracia, sin la cual
nada puedo, para perseverar en vuestro servicio hasta la muerte. Amén.
¡Oh Padre amantísimo de todos los cristianos!, inclinad desde ese puerto seguro los ojos de vuestra piedad, para
socorrernos con vuestra eficaz intercesión. Pedid al Altísimo que todos los cristianos no perdamos de vista el norte
indispensable de la Santa Fe, para evitar con sus luces el naufragio de nuestra navegación: que fijemos nuestros
corazones en la esperanza de los bienes eternos, para sufrir con alegría los trabajos de esta vida momentánea, y que
reine en nosotros una ardiente caridad de Dios y del prójimo, para acabar con felicidad nuestro camino. Rogad
especialmente, Santo mío, por nuestro Sumo Pontífice, sucesor vuestro; por todos los Prelados y personas del estado
eclesiástico: Interceded por el pueblo cristiano, que confía en vos, para que en toda piedad y castidad tenga vida
quieta y tranquila. Y para nosotros, oh dulce Abogado de nuestras almas, os suplicamos humildemente nos alcancéis
lo que en esta Novena pedimos, si es para gloria de Dios: y que mirándonos en vos, como en un espejo de virtudes,
procuremos imitarlas, y seguir nuestro soberano Dueño, que es el Santo de los Santos, a quien sea el honor y la gloria
por los siglos de los siglos. Amén.
DÍA PRIMERO
CONSIDERACIÓN: VOCACIÓN DE SAN PEDRO.
En este día hemos de considerar la fina y fiel correspondencia del Santo Apóstol al llamamiento de la gracia, para ser
discípulo de Nuestro Señor. Le llamó el Divino Maestro la primera vez por medio de su hermano San Andrés (Juan I,
42), quien le dio noticia de que había hallado al Mesías: y al punto va con amorosas ansias en busca del Salvador,
para instruirse en sus palabras de vida eterna. Andaba Jesús cerca del mar de Galilea, y San Pedro se ejercitaba en
el oficio de pescar (Mateo IV, 18): oye la voz del Señor que le dice: «Sígueme, y te haré pescador de los hombres», y
sin detención alguna deja las redes, el barco, los parientes, los amigos, y todo lo sacrifica por seguir la escuela de
nuestro Salvador. Pocos bienes temporales dejó en verdad: pero no consiste la perfección en dejar montones de
riquezas; lo principal estriba en seguir por imitación a nuestro Señor Jesucristo. Esto es lo que hizo el Santo Apóstol,
desprendiendo el corazón y afecto de cuanto el mundo podía dar de sí y lo que es más, renunciando generosamente
su propia voluntad por hacer la de su Divino Maestro como fidelísimo discípulo.
Demos sin cesar gracias a Dios, porque también hemos sido llamados como cristianos a la escuela y compañía del
Señor: no perdamos de la memoria que si no desprendemos nuestro corazón de los bienes del mundo, que hemos de
dejar en la hora incierta de la muerte: si no procuramos renunciar nuestra propia voluntad, y arreglar las costumbres a
la doctrina que profesamos, no somos dignos discípulos; y tendremos injustamente el nombre de cristianos si no
seguimos las huellas del Señor, como dice San Bernardo.
ORACIÓN
¡Oh Salvador Divino y Maestro perfectísimo, en quien están todos los tesoros de la Sabiduría y Ciencia de Dios!
Verdaderamente sois la Luz del mundo, y quien os sigue no anda en tinieblas. Gracias doy a vuestra Divina Majestad
de lo íntimo de mi corazón, que os habéis dignado llamarme a la luz admirable de la Santa Fe, incorporándome en el
gremio de la Santa Iglesia, y haciéndome en ella discípulo de vuestra celestial doctrina. ¿Qué merecimiento precedió
en mí, amabilísimo Señor, para que me iluminases con los rayos de la verdad eterna, haciéndome cristiano, ¿cuándo
tantas almas andan en las profundas tinieblas del Paganismo? Piadosísimo Señor, me habéis libertado de tan
formidable peligro, colocándome en el camino de la Luz, y en la senda que guía a la vida eterna. ¡Qué podré yo
retribuiros por tan singular predilección y beneficio! Los cielos y la tierra bendigan vuestro Santo nombre por esta
misericordia: dignaos, Señor, continuarla, dándome vuestra gracia, para seguir los pasos de vuestra Sacratísima vida,
imitándola como vuestro Pedro, y confesando como él con fervoroso y constante celo, que fuera de vuestra escuela
no se aprende ciencia de salvación (Juan VI, 69). Y pues sois la Luz verdadera, que ilumina a todo hombre que viene
a este mundo, iluminad por vuestra misericordia a los que están sentados en las tinieblas y sombra de la muerte.
Óyenos, Señor, por tu Santo Apóstol, para que todos sigamos por el camino de la paz y alabemos a vuestra Majestad
en la feliz patria de la gloria. Amén.
Reza un Padre Nuestro, un Ave María y un Gloria
DÍA SEGUNDO
Por la señal ✠ de la Santa Cruz, de nuestros ✠ enemigos, líbranos Señor ✠ Dios nuestro. En el nombre del Padre, y
del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.
DÍA TERCERO
Por la señal ✠ de la Santa Cruz, de nuestros ✠ enemigos, líbranos Señor ✠ Dios nuestro. En el nombre del Padre, y
del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.
DÍA CUARTO
Por la señal ✠ de la Santa Cruz, de nuestros ✠ enemigos, líbranos Señor ✠ Dios nuestro. En el nombre del Padre, y
del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.
DÍA QUINTO
Por la señal ✠ de la Santa Cruz, de nuestros ✠ enemigos, líbranos Señor ✠ Dios nuestro. En el nombre del Padre, y
del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.
Esta es la pública confesión de San Pedro, por la cual Nuestro Señor le remuneró, elevándole a la gloriosa dignidad
de cabeza visible de la Iglesia. Esta confesión hemos de procurar imitar, no solo con palabras, sino tambien con
obras, como el Santo Apóstol, cuya santa vida fue una continuada confesión del Señor, hasta morir por la gloria de su
adorable nombre. Confesar a Cristo solo con la boca, y no con la santidad de las obras, es de viles hipócritas, de
quienes se verifica, dice San Buenaventura, lo que decía San Pablo: «confiesan que conocen a Dios; más le niegan
con sus hechos y depravadas costumbres».
ORACIÓN
Omnipotente y sempiterno Dios, Padre soberano de las luces, que revelas a los párvulos las verdades del Evangelio
que ocultas a los sabios y prudentes del mundo: Gracias a vuestra incomprensible Bondad, por haber revelado al
párvulo y humilde siervo vuestro, San Pedro, tan altos misterios y verdades del Evangelio. Y gracias a vuestra
Majestad, Divino Salvador, a cuya infinita misericordia debo las luces de la Santa fe que profeso. Confieso, Señor, con
alegría de mi alma, y lo quisiera hacer con el fervoroso espíritu de mi amado protector San Pedro, que sois Cristo, Hijo
único de Dios vivo, verdadero Dios y Hombre verdadero, y Redentor nuestro. Confieso delante del cielo y de la tierra
esta importantísima verdad, y todas las demás que habéis revelado, y que nos propone como objeto de nuestra
creencia la Santa Madre Iglesia.
¡Qué de pruebas convincentes tiene, Salvador mío, vuestro Santo Evangelio! Solo el contemplar a San Pedro, que
planta el estandarte de vuestra Cruz en tantas Provincias, y en medio de la capital del mundo, Roma, triunfando de la
sabiduría del siglo, de la elocuencia de los oradores, de la autoridad de los príncipes, de la fuerza de las malas
costumbres, de la política del interés, y de todas las supersticiones, era bastante para convencer a un hombre de
razón, si el velo oscurísimo de los pecados permitiera entrada a los rayos de tanta luz.
Iluminad por vuestra misericordia a los incrédulos, y haced que ya se acuerden y conviertan a Vos todos los fines de la
tierra. Disponed, Señor, que todos los cristianos confesemos vuestro santo nombre, no solo con las palabras, sino
también gallardamente con las obras, sin avergonzarnos de las ignominias adorables de vuestra Cruz por dejarnos
engañar de los respetos humanos y falsa política del mundo. En vuestro Santo Evangelio está escrito que el Hijo de
Dios se avergonzará de confesar delante de su eterno Padre a las almas que se hayan avergonzado de confesarle
delante de los hombres. No permitáis en mí, Señor, tal desgracia: concedednos por vuestro Pedro, que, confesándoos
con toda nuestra alma en esta vida, alabemos a vuestra Majestad, oh Rey inmortal de los siglos, por toda la eternidad.
Amén.
Reza un Padre Nuestro, un Ave María y un Gloria
DÍA SEXTO
Por la señal ✠ de la Santa Cruz, de nuestros ✠ enemigos, líbranos Señor ✠ Dios nuestro. En el nombre del Padre, y
del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.