Empleo Juvenil Urbano en Bolivia: Panorama Del
Empleo Juvenil Urbano en Bolivia: Panorama Del
Empleo Juvenil Urbano en Bolivia: Panorama Del
La profunda crisis económica generada por la pandemia del Covid-19 en Bolivia (al igual que en el mundo)
se expresó en la caída estrepitosa del Producto Interno Bruto (PIB) y de los ingresos fiscales, obligando al
Gobierno a recurrir a recursos externos que incrementaron la deuda externa del país y al ajuste del gasto
público. Según la “Memoria de la economía boliviana 2020” del Ministerio de Economía y Finanzas Públicas
(2021), a noviembre de 2020, el PIB cayó a -8,2 y registró un descenso sin precedentes en el segundo trimestre
del mismo año a -11,1, caídas que impactaron fuertemente en la ya debilitada economía nacional emergente
de la desaceleración del crecimiento económico que se inició el año 2014 y que, en 2019, mostró un descenso
significativo de 2,2%.
Los últimos reportes oficiales dan cuenta que, a diciembre de 2020, el PIB descendió a -8,9%, ratificando
la aguda crisis económica que se instaló en el país, con efectos severos en el empleo, trabajo e ingresos de
la población trabajadora en un escenario preexistente de alta precariedad laboral. Según datos del Centro
de Estudios para el Desarrollo Laboral y Agrario (CEDLA), en 2020, la tasa de desempleo urbano subió a
11,9% afectando a algo más de 477.500 personas, de las cuales, alrededor de 60% perdió sus fuente de
trabajo por despidos masivos. Los ingresos laborales se desplomaron y obligó a muchas personas a buscar
refugio en el mundo de la informalidad laboral y en el subempleo, que son ámbitos donde se reproducen
preponderantemente empleos muy precarios.
En 2021, de acuerdo con información difundida por el Ministerio de Economía y por el propio Presidente del
Estado, en el primer semestre, el producto habría crecido en 8,7% con relación al registrado el año 2020, y en el
tercer trimestre habría alcanzado sorprendentemente el 9,8%, datos que no muestran un franco crecimiento,
sino la recuperación parcial de la economía nacional considerando su abrupta caída en 2020.
Declaraciones oficiales recientes estimaron que el crecimiento promedio del PIB, el año 2021, podría estar
alrededor de 6%, lo que ratificaría que la economía nacional no se recuperó del todo y que las medidas de
“reactivación económica” implementadas por el gobierno de Luis Arce tuvieron reducido o nulo impacto.
En este contexto, no resulta difícil advertir que el empleo y las condiciones de vida y de trabajo de la población
boliviana y, particularmente de la población joven, continúan sumidos en precariedad laboral, situación que
llegó a extremos el año 2020, como consecuencia de la crisis sanitaria provocada por la pandemia del Covid-19.
Si bien a diciembre de 2021 la tasa de desempleo promedio descendió a 5,2% (Boletín ECE, 01/2022) respecto
del registrado el año 2020, que fue casi de 12%, esta baja, en un contexto de alta precariedad laboral, se debió
a una mayor informalidad laboral, subempleo y a la generación de más empleos de mala calidad. De manera
similar, la disminución de la tasa de desempleo juvenil a 8% (en el rango de 16 a 28 años) se debió también a
la creación de más empleos precarios y en la informalidad.
No obstante a que no hay datos sobre precariedad laboral, subempleo e informalidad para los años de la
pandemia, es posible afirmar que el panorama crítico que mostraban estas variables antes de la crisis sanitaria
haya llegado a niveles alarmantes.
En el siguiente cuadro se aprecia la situación de la calidad del empleo en un período anterior a la pandemia
y que refleja –entre otros datos- que 91% de la población ocupada en Bolivia contaba con empleos precarios
y 61,8% tenía fuentes laborales con precariedad extrema; indicadores, junto a otras variables, de la crisis de
empleo que arrastra el país desde hace muchos años. Este panorama se complicó más en tiempos de pandemia
y frente a la cual las políticas públicas que vienen implementándose son poco efectivas.
En este escenario, los jóvenes fueron y son los más afectados antes y durante la pandemia, cuyas particularidades
se analizan en este artículo, tomando como población de referencia a la juventud urbana.
Según proyecciones del INE, en 2021, la población joven de 15 a 24 años alcanzaba a 2.238.332 personas,
equivalente a 18,7% respecto de la población total boliviana calculada en 11.841.955 habitantes. Ampliando el
rango a 29 años, la participación de los jóvenes en la población total se elevaría a 27,4%.
En el período 2014–2019, la participación poblacional de los jóvenes de 15 a 24 años giró en torno a 17%
y en el mundo urbano osciló entre 18% y 20%, en contraste con la participación en el área rural que fue de
14% (Rojas, 2021).
A diferencia de décadas anteriores, el grado de instrucción de los jóvenes de esta última época mejoró
ostensiblemente, particularmente en el mundo urbano. Efectivamente, en 2020, 97% de los jóvenes tenía
algún grado de educación, de los cuales 44,7% logró cursar la secundaria y 20,7%, los estudios superiores.
Entre los jóvenes de 20 a 24 años, 54% de los jóvenes logró insertarse en la formación universitaria, lo que
muestra un avance significativo en la formación profesional de la juventud urbana boliviana.
Entre otros rasgos, los jóvenes de la era digital y virtual actual se caracterizan por su facilidad de aprender y
manejar los recursos tecnológicos, lo que les añade un rasgo particular favorable que es poco aprovechado
por la demanda laboral en Bolivia que aún requiere predominantemente trabajadores para puestos de baja
calificación laboral.
Sin considerar el 2020, el año más duro de la pandemia por sus efectos en el empleo, ingresos y condiciones
de vida de la población, en el período 2014–2019, la población económicamente activa (PEA) joven de
15 a 24 años mostró una significativa disminución, como se aprecia en el siguiente cuadro. Este descenso
contrasta con el comportamiento de la población activa total y de adultos que mostró un incremento
sostenido hasta 2019 (Boletín INE 2021).
En este período, el año 2017 fue el año que mostró un mayor descenso equivalente a 11,3% respecto del
primer año (2014) y que puede explicarse por el menor ingreso de jóvenes aspirantes al mercado laboral, y
también por la salida de jóvenes que pasaron a engrosar la población inactiva, cobijándose en los estudios, en
el amparo del hogar o en la simple y llana inactividad. Las razones se encuentran en el mercado laboral que
ofrece menores oportunidades de trabajo, gran parte de las cuales son empleos muy precarios que inciden en
el desaliento y frustración de los jóvenes.
Fuente: Encuesta de Hogares del INE 2014, 2017, 2019 y 2020. Elaboración propia.
Si bien el año 2020 la población activa joven tuvo una ligera recuperación con relación al año anterior, pese
a los embates de la pandemia en el empleo, su número continuó siendo inferior al registrado el 2014, lo que
confirmaría la tendencia a la menor participación de los jóvenes en el mercado de trabajo, como efecto de la
crítica situación laboral existente en el ámbito urbano del país.
Varios estudios, como los del CEDLA, revelaron una menor participación laboral de los jóvenes urbanos
en el mercado laboral, problemática también presente en algunos países latinoamericanos, tal como fue
reportada en los informes de la Organización Internacional del Trabajo (OIT). Ahora bien, no sólo se trata
de una menor participación laboral porcentual de los jóvenes, sino también de una disminución de esta
participación en el tiempo. En Bolivia, se redujo a alrededor de 40 de cada 100 jóvenes que permanecían
activos en el campo laboral.
Precisamente, a tono con lo destacado en el acápite anterior referido a la disminución de la PEA urbana juvenil,
el análisis de las tasas de participación laboral de jóvenes en el período 2014–2019 permite confirmar este
comportamiento. En efecto, en esta etapa, la tasa de participación de jóvenes en el mercado laboral se redujo
de 43,7%, registrado el año 2014, a 41,6% en 2019, pasando por un descenso abrupto el 2017, que fue de
36,7%, vale decir que solo 37 de cada 100 jóvenes en edad de trabajar se encontraban ocupados, desocupados
o buscaban activamente empleos. Un panorama similar se puede observar en las ciudades capitales y El Alto, lo
que revela que la creciente urbanización del país viene siendo acompañada con un mercado de trabajo adverso
a las necesidades y aspiraciones laborales de los jóvenes.
Analizando por condición de género, en el período 2014–2019, el descenso en la tasa de participación laboral
fue relativamente más pronunciado en los hombres jóvenes que en las mujeres. Sin embargo, la participación
de ellas es más baja que la de los hombres, ya que solamente alrededor de 35 de cada 100 mujeres jóvenes se
encontraban en el mercado de trabajo.
Cuadro 3: Tasa de participación laboral de jóvenes de 15 a 24 años
(En porcentaje)
AÑO ÁREA CIUDADES
URBANA CAPITALES
2014 43,7 42,0
Hombres 51,4 --
Mujeres 36,5 --
2017 36,7 35,3
Hombres 43,6 --
Mujeres 29,9 --
2019 41,6 40,2
Hombres 47,5 --
Mujeres 35,9 --
2020 42,8 --
Hombres 48,6
Mujeres 37,3
Fuente: Encuesta de Hogares del INE 2014, 2017, 2019 y 2020. Elaboración propia.
En 2020, la información sobre la participación laboral de jóvenes revela una situación llamativa por cuanto en
plena etapa de pandemia y aguda crisis laboral la tasa de participación habría mostrado una recuperación con
relación a años anteriores (2017 y 2019), aunque sin lograr el nivel de participación del año 2014. Particularmente
en el caso de las mujeres jóvenes, el repunte fue significativo, ya que su participación superó la del año 2014 y,
obviamente, las registradas en 2017 y 2019. Es probable, que las estrategias familiares de trabajo desplegadas
durante la pandemia con el objetivo de generar mayores ingresos para la subsistencia, haya empujado a
los jóvenes, particularmente a las mujeres, a incorporarse al mercado laboral, especialmente en condición
de trabajadores por cuenta propia o de familiares no remunerados, manifestándose en un incremento del
número de jóvenes ocupadas.
Rasgos principales de la población ocupada joven: Entre la alta informalidad y precariedad laboral
Antes de la pandemia, el empleo juvenil mostraba rasgos claramente definidos y de carácter estructural en
un escenario económico casi inmutable por la continuación del modelo extractivista y del estancamiento del
desarrollo industrial del país. Entre estos rasgos figuran la alta informalidad laboral de los jóvenes, la mayor
presencia de esta población en puestos de trabajo de baja calificación laboral, el mayor asalariamiento de
jóvenes, desempleo superior a la tasa promedio de desocupación, desempleo ilustrado y subempleo elevados,
y sobre todo, altísima precariedad laboral que significa que los jóvenes cuentan mayoritariamente con empleos
temporales, con bajos ingresos y sin seguridad social. Estudios del CEDLA sobre jóvenes y trabajo en La Paz y El
Alto (2015 y 2016) y en algunas ciudades capitales demostraron fehacientemente estos rasgos.
Como puede observarse en el siguiente cuadro, gran parte de los jóvenes ocupados en 2017 y 2019
se encontraban trabajando en los sectores familiar y semiempresarial, que son los que conforman el
sector informal urbano; específicamente, 65 de cada 100 jóvenes trabajaban en este sector, donde casi
la totalidad de los empleos eran precarios, de menor calificación laboral, con bajos ingresos laborales y
desprotegidos socialmente; vale decir, sin derechos. Esta es la situación de jóvenes asalariados en micro
y pequeñas empresas, trabajadores por cuenta propia (hoy llamados emprendedores) y de trabajadores
familiares no remunerados.
Analizando por condición de género, las mujeres jóvenes tenían una ligera mayor presencia en el sector
informal respecto de los hombres, especialmente en unidades económicas familiares.
Cuadro 4: Población ocupada joven de 15 a 24 años por sector de mercado de trabajo, 2017–2019
AÑO Y TOTAL ESTATAL EMPRESA- FAMILIAR SEMIEM- DOMÉS-
SECTOR RIAL PRESARIAL TICO
Total 2017 507.298 15.194 143.207 195.218 134.470 19.209
100,0 3,0% 28,2% 38,5% 26,5% 3,8%
Hombres 304.709 8.653 103.776 107.137 84.083 1.060
Mujeres 202.589 6.541 39.401 88.081 50.387 18.149
Total 2019 536.336 17.573 145.501 213.546 137.933 21.803
100,0 3,3% 27,1% 39,8% 25,7% 4,1%
Hombres 309.171 8.204 99.484 112.441 87.794 1.248
Mujeres 227.165 9.350 46.017 101.105 50.139 20.555
Fuente: Encuesta de Hogares del INE 2017 y 2019. Elaboración propia.
En el cuadro también se puede observar que en 2017 y 2019, 28 y 27% de los jóvenes, respectivamente,
estaban ocupados en grandes y medianas empresas (sector empresarial) y apenas 3 de cada 100 se
encontraban trabajando en el sector estatal, un porcentaje insignificante que muestra a un Estado mezquino
en su contribución a la creación de puestos de trabajo para los jóvenes, especialmente para aquellos de 20 a
24 años de edad que ya cuentan con alguna formación técnica o universitaria.
Otro rasgo central del empleo juvenil urbano tiene relación con la alta precariedad laboral en la que se
encontraba antes de la pandemia. Como se puede apreciar en el cuadro siguiente, menos de 2% de los jóvenes
tenía un empleo no precario, es decir, de calidad; frente a un abrumador 98% que contaba con fuentes laborales
precarias y alrededor de 70% con empleos precarios extremos, es decir, inestables por ser más temporales, con
ingresos que no alcanzaban a cubrir el costo de una canasta alimentaria familiar y sin seguridad social. En 2014,
402 mil jóvenes se encontraban en precariedad laboral extrema y, en 2019, casi 380 mil.
Fuente: Encuesta de Hogares del INE 2014, 2017 y 2019. Publicado en el boletín
“Necesito trabajo”. El desempleo juvenil en Bolivia, CEDLA, enero de 2021.
Según un boletín del CEDLA, en el período 2014–2019, ocho de cada 10 jóvenes ocupados contaban con
empleos y trabajos temporales, alrededor de seis de cada 10 tenían ingresos iguales o por debajo del salario
mínimo nacional, y siete de cada 10 jóvenes ocupados no estaban asegurados a las Administradoras de
Fondos de Pensiones (AFP), datos que ilustran las condiciones laborales precarias en las que trabajaban
los jóvenes (Rojas, 2021).
En el escenario laboral que fue configurándose en los últimos 10 años, la desocupación fue afectando en
mayor medida a la población joven debido a la mayor inestabilidad de sus empleos que provocó una cesantía
permanente, a la menor demanda de trabajadores jóvenes y a la elevada precariedad de los puestos disponibles
que incidieron en un creciente desaliento de los jóvenes.
En el período 2014–2019, la tasa de desempleo juvenil tuvo un marcado incremento ya que casi se duplicó.
En efecto, en 2019, la tasa de desocupación subió a 15% respecto de 8,3% registrado en 2014, revelando
que el mercado de trabajo urbano y la economía nacional mostraban mayores limitaciones para dinamizar la
generación de fuentes laborales para los jóvenes.
En 2019, la tasa de desempleo de jóvenes llegó a triplicar la tasa promedio registrada en ese año que fue de
4,8%, dato que ilustra el mayor impacto de la desocupación en la población joven de 15 a 24 años. Ese año,
casi 95 mil jóvenes estuvieron desocupados.
En las ciudades capitales y El Alto, las tasas de desempleo juvenil en el período de análisis fueron algo más
elevadas, alcanzando el 2019 a 16,1%, un punto más con relación al registrado en el área urbana (15%). El
mayor desempleo juvenil podría deberse a la mayor concentración poblacional en estas ciudades que genera
un mayor número de personas buscadoras de empleo, es decir, mayor oferta laboral frente a una demanda
laboral limitada que, además, crea predominantemente puestos de trabajo temporales y precarios que empuja
a los jóvenes a la informalidad, subempleo y a la desocupación.
En el período 2014 y 2019, el desempleo golpeó más a los jóvenes que tenían mayor nivel de instrucción, es
decir, a aquellos con educación secundaria completa, superior y técnica. A este tipo de desempleo se
conoce como desempleo ilustrado. La elevada desocupación de este segmento poblacional de jóvenes
confirma la tesis de que la adquisición de un mayor nivel educativo no garantiza a los jóvenes un empleo
seguro y menos uno de calidad, fundamentalmente en estos últimos tiempos que exhiben condiciones
adversas para el empleo y trabajo de la población joven. También aviva el debate sobre la relación
educación, formación profesional y trabajo.
Como se puede apreciar en el cuadro siguiente, la tasa de desempleo en la población joven con educación
superior experimentó un franco ascenso entre los años 2014 y 2019, llegando en este último año a
casi 17%, tres veces más que la tasa promedio de desocupación de 4,8%. Aunque en menor escalada,
el desempleo de jóvenes con secundaria completa mostró también un aumento, arribando el 2019 a
casi 11%, al igual que la tasa de desocupación de jóvenes con secundaria incompleta que registró un
incremento significativo. En suma, a más años de estudio, más posibilidades de quedar desempleado.
La razón, el mercado laboral urbano en todos sus sectores genera menos puestos de trabajo de mayor
calificación laboral.
Un panorama distinto puede observarse entre los jóvenes con instrucción primaria, es decir, en aquellos
con menor nivel educativo, puesto que sus tasas de desocupación son menores y con incrementos
cambiantes respecto de los otros jóvenes más educados que exhibieron un sostenido aumento de la
desocupación. Es posible que el mayor acceso de jóvenes a puestos de menor calificación laboral y con
menores exigencias para el trabajo explique la menor tasa de desempleo, en contraste con los jóvenes
más educados que aceptan menos este tipo de empleos precarios o lo ejercen de manera temporal con
el siguiente efecto en mayor desocupación.
Asimismo, incide también la exigencia de los empleadores que solicitan “años de experiencia laboral”
posteriores al título profesional para acceder a un puesto de mayor calificación laboral, requisito difícil de
ser cumplido en el contexto actual que provoca la exclusión de los jóvenes y su remisión al mundo de los
desocupados o, finalmente, al trabajo informal y al subempleo (Rojas, 2021).
Cuadro 7: Tasa de desempleo juvenil según grado de instrucción 2014–2019
Primaria Primaria Secundaria Secundaria
Año Superior
incompleta completa incompleta completa
2014
2,2% 1,8% 4,3% 6,2% 10,4%
2017 6,0% 5,6% 6,7% 10,1% 10,1%
2019 5,6% 2,3% 7,6% 10,8% 16,9%
Fuente: EH - INE 2014, 2017 y 2019. Publicado en el boletín “Necesito trabajo”.
El desempleo juvenil en Bolivia, CEDLA, enero de 2021.
Las mujeres jóvenes son el otro segmento más afectado por el desempleo, similar a la de sus compañeras
adultas. Como puede observarse en el cuadro que sigue, correspondiente a las ciudades capitales, en el
período 2014–2019, las tasas de desempleo femenino juvenil estuvieron por encima de las registradas por los
hombres jóvenes y muy distantes de la tasa de desempleo promedio. La mayor diferencia se registró el 2014,
año en que la tasa de desocupación de mujeres jóvenes superó casi en 9 puntos porcentuales a la tasa de los
hombres, diferencia que se redujo en 2017 y 2019, lo que parece indicar que la población masculina joven
también sufrió mayores embates del desempleo.
¿Por qué las mujeres jóvenes registran mayor desempleo? Los mercados de trabajo urbanos y la demanda
laboral en Bolivia reproducen prácticas discriminatorias y de segregación ocupacional a la hora de contratar
fuerza laboral al preferir más hombres que no tienen responsabilidades “maternas” y serían más aptos para
puestos que exigen esfuerzo físico, prácticas que reducen las posibilidades de empleos para las mujeres y las
presiona para buscar otros rumbos en el trabajo informal.
En 2020, el desempleo juvenil en todas sus formas mostró tasas altas como expresión de la crisis económica por
la paralización de la actividad económica que provocó la destrucción de miles de fuentes laborales. La tasa de
desempleo de jóvenes de 15 a 24 años trepó a casi 25%, 10 puntos porcentuales por encima de la registrada un
año antes, cinco veces más que la tasa promedio de 4,8% y algo más del doble de la tasa promedio en ese año
(12%). Para apreciar la dimensión del impacto de la pandemia, una cuarta parte de la población económicamente
activa juvenil urbana estuvo desocupada, vale decir, 155.155 hombres y mujeres jóvenes sin fuentes laborales.
Un detalle que debe destacarse es que la crisis sanitaria prácticamente niveló las tasas de desempleo de
hombres y mujeres jóvenes en un porcentaje alto (alrededor de 25%), lo que refleja del fuerte impacto causado
en el empleo juvenil.
Con relación al desempleo ilustrado, las cifras fueron más alarmantes, puesto que llegó a afectar a un tercio
de la población activa joven, particularmente a los jóvenes con educación superior, a hombres y mujeres que
superaron el 30% de desocupación. Incluso en el caso de los hombres jóvenes, la tasa de desempleo ilustrado
llegó casi al 34%, una tasa sin precedentes en los últimos 40 años.
En el caso de los y las jóvenes con educación secundaria, el aumento del desempleo fue también significativo
ya que superó el 21%. No deja de llamar la atención el caso de los jóvenes con instrucción primaria que mostró
un incremento apreciable de la tasa de desocupación, cuando en años anteriores (2014 a 2019), expusieron
cifras menores. Justamente fueron las mujeres jóvenes con educación primaria las que exhibieron una tasa de
desempleo (19%) muy cercana a las jóvenes con formación secundaria.
1 Los datos estadísticos para este acápite y otros correspondientes al año 2020, fueron procesados y gentilmente brindados por
Giovanna Hurtado, investigadora del CEDLA.
Cuadro 9: Tasa de desempleo juvenil de 15 a 24 años, por sexo y grado de instrucción 2020
VARIABLES %
Tasa promedio 24,9
- Hombres 24,4
- Mujeres 25,6
Grado de instrucción
- Primaria 14,5
- Secundaria 22,0
- Superior 32,2
Hombres
- Primaria 12,4
- Secundaria 21,7
- Superior 33,9
Mujeres
- Primaria 19,1
- Secundaria 22,5
- Superior 30,5
Fuente: EH – INE 2020. Elaboración propia
Según datos del INE, en el cuarto trimestre de 2021, la tasa de desempleo de jóvenes de 16 a 28 años (rango
establecido en la Ley de Juventudes) habría descendido significativamente hasta llegar a 8%, luego que, en el
mismo período del año 2020, registró una tasa alta de 14,2% (Boletín ECE–INE, enero 2022). El comportamiento
a la baja coincide con la disminución de la tasa de desocupación promedio que en el mismo trimestre exhibió
5,2%, dato exaltado por el Gobierno actual como signo de recuperación del empleo perdido. En el contexto
actual de crisis económica y elevada precariedad laboral, la disminución del desempleo sólo puede explicarse
por el incremento de empleos precarios e informales que son las únicas posibilidades de trabajo para la gran
mayoría de la población y de los jóvenes.
Al respecto, cabe señalar que el rango utilizado para el análisis del desempleo juvenil (16 a 28 años) invisibiliza
la situación particular de la desocupación de jóvenes de 15 a 24 años que, de acuerdo con estudios nacionales e
internacionales, constituye el rango pertinente para evaluar la problemática del desempleo juvenil. La ampliación
de la categoría joven a rangos de 25 a 29 años, e incluso de 30 a 34 años, distorsiona la realidad laboral de los más
jóvenes que son los que más sufren los embates de las crisis económicas, laborales y pandémicas.
¿Cuánto tiempo demoran los y las jóvenes para encontrar un nuevo trabajo?
Un dato importante a tomar en cuenta tiene relación con el tiempo que tarda un joven en conseguir una
nueva fuente de trabajo, luego de haber quedado cesante. Según datos citados en un boletín del CEDLA, en el
período 2014–2019 , en promedio, 61% de los jóvenes demoraba más de cuatro meses para hallar un nuevo
empleo, porcentaje del cual, casi 31% tardaba entre un año y más. Estos datos evidencian las limitaciones que
expone el mercado laboral urbano del país para facilitar la consecución de una fuente de trabajo. Saber que
hay muchos jóvenes que viven la odisea de encontrar un nuevo empleo luego de un año y más, frente a un
menor número de jóvenes que demoran menos de cuatro meses, es un hecho que interpela al Estado y a la
sociedad exigiendo ser tomado en cuenta en la agenda pública para buscar soluciones oportunas.
Cuadro 10: Duración del desempleo juvenil en el período 2014–2019 (porcentaje de jóvenes)
Duración del desempleo/Año 2014–2019
Menos de 1 mes 9,3
1 mes 11,7
2 a 3 meses 18,6
4 a 11 meses 29,6
Un año 17,4
Más de un año 13,4
Fuente: EH - INE 2014, 2017 y 2019. Elaboración propia.
De acuerdo con la misma fuente, el tiempo promedio que tardaban las mujeres jóvenes en el mismo período
era mayor, ya que tres de cada 10 de ellas en el área urbana y cuatro en las ciudades capitales tardaban un año
y más en encontrar un nuevo empleo, lo que indicaría que esta población no solo se vio más afectada por la
desocupación, sino también por la mayor demora en hallar una fuente de trabajo.
El subempleo se define como la subutilización del tiempo y capacidades de una persona que encubre su
situación de desempleado; en tal sentido, el subempleo se conoce también como desempleo disfrazado.
Puede ser visible y no visible. El primero se refiere a aquel tipo de “trabajo” efectuado por un tiempo menor o
igual a 36 horas semanales y por el que generalmente se obtiene bajos ingresos laborales. Un joven que trabaja
pocas horas en el día o en la noche, o pocos días en la semana, es un típico subempleado o un desocupado
encubierto.
Según el boletín del CEDLA, en el período 2014–2019, el subempleo visible tuvo un ascenso alarmante, tanto
en el área urbana como en las ciudades capitales del país, a tal punto que en 2019 alcanzó prácticamente a la
mitad de los jóvenes ocupados, vinculados en gran mayoría a trabajos informales precarios y muy precarios.
El subempleo juvenil afecta casi por igual a jóvenes con mayor o menor nivel de instrucción, sin embargo,
adquiere algo más de relevancia en el caso de los jóvenes con educación superior, profesionales y técnicos que,
por razones de subsistencia y ante la falta de empleos, tengan que recurrir a actividades que subutilizan sus
tiempos, capacidades y habilidades.
No fue posible obtener información estadística sobre el estado de la precariedad laboral de los jóvenes y de
la población ocupada en general durante la pandemia, debido a que el INE excluyó algunas variables de la
encuesta aplicada a hogares que impiden la construcción del dato de esta variable.
Sin embargo, considerando la magnitud del impacto provocado por la crisis sanitaria y económica en el
desempleo juvenil, se puede inferir que la precariedad laboral en la población joven tocó fondo, agudizando
la precariedad extrema. Ya antes de la pandemia, 98 de cada 100 jóvenes urbanos tenían empleos precarios
y 71 empleos precarios extremos, en medio de alto subempleo e informalidad. Por consiguiente, es bastante
probable que este cuadro haya llegado a una situación alarmante.
Los datos oficiales que manifiestan que el desempleo juvenil habría disminuido en 2021, al igual que las tasas
promedio, no demuestra la recuperación de la calidad del empleo, esto es, de la superación, así sea paulatina,
de la abrumadora precariedad laboral que afecta a los jóvenes urbanos en Bolivia. En este sentido, las medidas
implementadas por el Gobierno de Luis Arce durante su primer año de gestión y el reporte que el país habría
alcanzado un gran crecimiento económico hasta octubre de 2021 (9,4%) habría tenido un efecto intrascendente
en la mejora de la calidad de los empleos para los jóvenes.
Precisamente, información de una encuesta reciente del CEDLA señala que las cifras del crecimiento económico
y de otros indicadores económicos resaltados por el Gobierno no coinciden con la realidad laboral existente,
y que las medidas ejecutadas para la reactivación de la economía nacional son insuficientes para enfrentar la
crisis económica y la elevada precariedad laboral, agudizadas por la pandemia.
Los datos son concluyentes: A mediados de 2021, siete de cada 10 trabajadores tenían menos ingresos
laborales que antes de la pandemia; seis de 10 ganaban menos del salario mínimo nacional; seis tuvieron
cambios adversos en su jornada de trabajo, de los cuales cuatro estuvieron subempleados; 80% de los hogares
tenía ingresos que no les alcanzaba para cubrir los gastos del mes o les alcanzaba justo; y 71% trabajaban en el
sector informal con empleos precarios y sin derechos (nota de prensa de CEDLA, nov. 2021).
Estos indicadores grafican un panorama muy adverso para la población trabajadora y para los jóvenes bolivianos,
un estado de situación que reclama la intervención eficiente y urgente del Estado a través de políticas de
empleo y de desarrollo económico e industrial, dejando de lado la agenda política.
Bibliografía:
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