Abertura Del Concilio de Trento

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ABERTURA DEL CONCILIO DE TRENTO

Decreto en que se declara la abertura del Concilio.


El texto describe el inicio de las sesiones del Concilio de Trento, convocado en el
año 1545 por el Papa Paulo III. En la primera sesión, los participantes declaran la
apertura del Concilio en nombre de la Santísima Trinidad, con el objetivo de
fortalecer la fe cristiana, erradicar herejías, promover la paz en la Iglesia y
reformar el clero y la comunidad cristiana. La segunda sesión, celebrada el 7 de
enero de 1546, establece decretos sobre la conducta y prácticas que deben
observarse durante el Concilio. Se exhorta a los fieles a enmendarse, practicar la
oración, confesión y comunión, y se emiten directrices para los obispos y
participantes en cuanto a la celebración de la misa, el ayuno, las limosnas y la
moderación en la conducta. Además, se insta a los católicos a reflexionar sobre la
mejor manera de dirigir los asuntos del Concilio para lograr sus objetivos. Se
establecen normas sobre la presentación de opiniones durante las sesiones para
mantener el orden y la seriedad.
DECRETO SOBRE EL SÍMBOLO DE LA FE

En el nombre de la santa e indivisible Trinidad, Padre, Hijo, y Espíritu Santo.


Considerando este sacrosanto, ecuménico y general Concilio de Trento,
congregado legítimamente en el Espíritu Santo, y presidido de los mismos tres
Legados de la Sede Apostólica, la grandeza de los asuntos que tiene que tratar, en
especial de los contenidos en los dos capítulos, el uno de la extirpación de las
herejías, y el otro de la reforma de costumbres, por cuya causa principalmente se
ha congregado; y comprendiendo además con el Apóstol, que no tiene que pelear
contra la carne y sangre, sino contra los malignos espíritus en cosas
pertenecientes a la vida eterna; exhorta primeramente con el mismo Apóstol a
todos, y a cada uno, a que se conforten en el Señor, y en el poder de su virtud,
tomando en todo el escudo de la fe, con el que puedan rechazar todos los tiros del
infernal enemigo, cubriéndose con el morrión de la esperanza de la salvación, y
armándose con la espada del espíritu, que es la palabra de Dios. Y para que este
su piadoso deseo tenga en consecuencia, con la gracia divina, principio y
adelantamiento, establece y decreta, que ante todas cosas, debe principiar por el
símbolo, o confesión de fe, siguiendo en esto los ejemplos de los Padres, quienes
en los más sagrados concilios acostumbraron agregar, en el principio de sus
sesiones, este escudo contra todas las herejías, y con él solo atrajeron algunas
veces los infieles a la fe, vencieron los herejes, y confirmaron a los fieles. Por esta
causa ha determinado deber expresar con las mismas palabras con que se lee en
todas las iglesias, el símbolo de fe que usa la santa Iglesia Romana, como que es
aquel principio en que necesariamente convienen los que profesan la fe de
Jesucristo, y el fundamento seguro y único contra que jamás prevalecerán las
puertas del infierno. El mencionado símbolo dice así: Creo en un solo Dios, Padre
omnipotente, criador del cielo y de la tierra, y de todo lo visible e invisible: y en un
solo Señor Jesucristo, Hijo unigénito de Dios, y nacido del Padre ante todos los
siglos, Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero; engendrado,
no hecho; consustancial al Padre, y por quien fueron criadas todas las cosas; el
mismo que por nosotros los hombres, y por nuestra salvación descendió de los
cielos, y tomó carne de la virgen María por obra del Espíritu Santo, y se hizo
hombre: fue también crucificado por nosotros, padeció bajo el poder de Poncio
Pilato, y fue sepultado; y resucitó al tercero día, según estaba anunciado por las
divinas Escrituras; y subió al cielo, y está sentado a la diestra del Padre; y
segunda vez ha de venir glorioso a juzgar los vivos y los muertos; y su reino será
eterno. Creo también en el Espíritu Santo, Señor y vivificador, que procede del
Padre y del Hijo; quien igualmente es adorado, y goza juntamente gloria con el
Padre, y con el Hijo, y es el que habló por los Profetas; y creo ser una la santa,
católica y apostólica Iglesia. Confieso un bautismo para la remisión de los
pecados: y aguardo la resurrección de la carne y la vida perdurable. Amen.

DECRETO SOBRE LAS ESCRITURAS CANÓNICAS

DECRETO SOBRE LA EDICIÓN Y USO DE LA SAGRADA ESCRITURA

DECRETO SOBRE LAS ESCRITURAS CANÓNICAS


El texto describe los decretos del Concilio de Trento en relación con la Sagrada
Escritura y el Pecado Original. En cuanto a la Sagrada Escritura, el Concilio
declara que la Vulgata Latina es la auténtica y prohíbe interpretar la Escritura de
manera que vaya en contra del sentido dado por la Iglesia Católica. También
regula la impresión y distribución de la Sagrada Escritura, asegurando que sea
conforme a las normas establecidas.
En relación con el Pecado Original, el Concilio establece dogmas sobre la caída
de Adán, la transmisión del pecado a toda la humanidad y la necesidad del
bautismo para la remisión del pecado original. Se especifica que incluso los niños
deben ser bautizados, ya que también comparten el pecado original, aunque no
hayan cometido pecados personales. Se enfatiza que el mérito de Jesucristo se
aplica tanto a adultos como a niños a través del sacramento del bautismo.
Además, el Concilio aborda la necesidad de cátedras de Sagrada Escritura en
diferentes contextos, incluyendo iglesias, monasterios y estudios públicos.
También establece la obligación de predicar el Evangelio por parte de los obispos
y otros prelados, y regula la predicación de los regulares y la recopilación de
limosnas. El texto concluye anunciando la asignación de la próxima sesión del
Concilio.
El fragmento que has proporcionado es parte de los decretos y decisiones
tomadas durante el Concilio de Trento, una serie de sesiones llevadas a cabo por
la Iglesia Católica en el siglo XVI para abordar cuestiones teológicas y
disciplinarias en respuesta a la Reforma Protestante.
Este fragmento se refiere al Concilio de Trento y aborda principalmente dos temas:
la autenticidad y reconocimiento de los libros sagrados y la regulación de la
Sagrada Escritura. Además, se discuten aspectos relacionados con la
interpretación de la Biblia, la excomunión de aquellos que no reconozcan los libros
canónicos y las medidas para prevenir interpretaciones erróneas.
Tambien, se aborda el pecado original y se establecen dogmas relacionados con
la caída de Adán, la pérdida de la santidad y justicia original, y la transmisión del
pecado a toda la humanidad. También se trata la necesidad del bautismo para la
remisión del pecado original, la aplicación del mérito de Jesucristo y la
concupiscencia que permanece en los bautizados.

En cuanto a la reforma, se enfatiza la importancia de la enseñanza de la Sagrada


Escritura y la predicación del Evangelio. Se establecen disposiciones sobre la
creación de cátedras de Sagrada Escritura en diversas instituciones eclesiásticas,
y se requiere que los clérigos prediquen regularmente. Se imponen medidas
disciplinarias contra aquellos que no cumplen con sus deberes de predicación.
El fragmento concluye con la asignación de la próxima sesión del Concilio de
Trento.
La justificación
Este texto corresponde a una parte del Decreto sobre la Justificación del Concilio
de Trento, que tuvo lugar entre 1545 y 1563. A continuación, proporciono un
resumen detallado de los puntos clave en los capítulos mencionados:

**Capítulo I: Que la naturaleza y la ley no pueden justificar a los hombres**


- La doctrina de la justificación requiere entender que todos los hombres han
perdido la inocencia a través del pecado de Adán.
- Aunque el libre albedrío no está extinguido, está debilitado y propenso al mal.

**Capítulo II: De la misión y misterio de la venida de Cristo**


- Dios envió a Jesucristo para redimir a judíos y gentiles, reconciliando a los
hombres con Dios a través de su pasión.
- Jesucristo es el reconciliador de los pecados, no solo de algunos, sino del mundo
entero.

**Capítulo III: Quiénes se justifican por Jesucristo**


- Jesucristo murió por todos, pero solo aquellos a quienes se comunican los
méritos de su pasión participan de su beneficio.
- La regeneración en Jesucristo confiere la gracia para hacer justos a los seres
humanos.

**Capítulo IV: Se da idea de la justificación del pecador, y del modo con que se
hace en la ley de gracia**
- La justificación del pecador implica un tránsito del estado de pecado al estado de
gracia y adopción por Jesucristo, a través del bautismo o el deseo de él.

**Capítulo V: De la necesidad que tienen los adultos de prepararse a la


justificación, y de dónde provenga**
- La justificación de los adultos proviene de la gracia divina, que los llama sin
mérito propio.
- Los adultos se preparan para la justificación al ser movidos por la gracia divina y
al responder y cooperar libremente con ella.

**Capítulo VI: Modo de esta preparación**


- La preparación para la justificación implica inclinarse libremente hacia Dios,
creyendo en la verdad revelada y prometida, reconociendo la propia injusticia y
arrepintiéndose.

**Capítulo VII: Que sea la justificación del pecador, y cuáles sus causas**
- La justificación del pecador no es solo el perdón de los pecados, sino también la
santificación y renovación interior.
- Las causas de la justificación incluyen la finalidad de glorificar a Dios, la
eficiencia de Dios misericordioso, el mérito de Jesucristo, y el sacramento del
bautismo.

**Capítulo VIII: Cómo se entiende que el pecador se justifica por la fe, y


gratuitamente**
- La justificación por la fe se entiende como el principio de la salvación y la base
de toda justificación.
- La justificación es gratuita, ya que ni la fe ni las obras merecen la gracia de la
justificación.

**Capítulo IX: Contra la vana confianza de los herejes**


- Se advierte contra la confianza vana de aquellos que creen estar seguros de la
justificación sin tener en cuenta la necesidad de obras y arrepentimiento.

**Capítulo X: Del aumento de la justificación ya obtenida**


- Los justificados pueden crecer en su santidad mediante buenas obras y la
observancia de los mandamientos.
- Se enfatiza la necesidad de perseverar en la virtud y la fe.

**Capítulo XI: De la observancia de los mandamientos, y de cómo es necesario y


posible observarlos**
- Aunque los mandamientos divinos no son imposibles, se insta a cumplirlos con la
ayuda de la gracia divina.
- La observancia de los mandamientos es necesaria para los justificados.

**Capítulo XII: Debe evitarse la presunción de creer temerariamente su propia


predestinación**
- Nadie debe presumir estar predestinado sin tener una revelación especial.
- Se advierte contra la presunción temeraria sobre la predestinación.

**Capítulo XIII: Del don de la perseverancia**


- Se discute el don de la perseverancia y se destaca la importancia de la
esperanza y el temor en la búsqueda de la salvación.

**Capítulo XIV: De los justos que caen en pecado, y de su reparación**


- Aquellos que caen en pecado después de la justificación pueden recuperar la
gracia a través del sacramento de la Penitencia.
- La Penitencia es vista como una reparación o restablecimiento para los que han
perdido la gracia.

**Capítulo XV: Con cualquier pecado mortal se pierde la gracia, pero no la fe**
- La gracia se pierde no solo con la infidelidad, sino también con cualquier otro
pecado mortal.
- La fe puede conservarse incluso si se pierde la gracia.

**Capítulo XVI: Del fruto de la justificación; esto es, del mérito de las buenas
obras, y de la esencia de este mismo mérito**
- Los justificados deben realizar obras buenas que, aunque son recompensadas
por Dios, son consideradas como dones suyos.
- Se destaca que la justificación no proviene de nosotros mismos, sino de Dios, y
se enfatiza la necesidad de humildad y temor.

Además de estos resúmenes, se han añadido cánones (leyes o normativas) para


establecer claramente los principios que deben seguirse y evitarse en relación con
la doctrina de la justificación.

LOS SACRAMENTOS
Resumen detallado del contenido:

**CAP. I. Qué personas son aptas para el gobierno de las iglesias catedrales.**
Este capítulo establece criterios para la idoneidad de las personas en el gobierno
de iglesias catedrales. Se requiere que sean nacidas de legítimo matrimonio, de
edad madura, con graves costumbres y educación en ciencias, según la
constitución de Alejandro III.

**CAP. II. Se manda a los que obtienen muchas iglesias catedrales, que las
renuncien todas con cierto orden y tiempo, a excepción de una sola.**
Prohibición de que cualquier persona retenga múltiples iglesias catedrales,
debiendo renunciar a todas, excepto una, en un plazo determinado. Aquellos que
posean varias iglesias deben renunciar a todas menos una dentro de seis meses o
un año, según la disposición de la Sede Apostólica.

**CAP. III. Confiéranse los beneficios solo a personas hábiles.**


Los beneficios eclesiásticos, especialmente aquellos con cura de almas, deben ser
otorgados solo a personas dignas, hábiles y capaces de residir en el lugar del
beneficio, según las constituciones de Alejandro III y Gregorio X. Se declaran
nulas las colaciones que no cumplan con estos requisitos.

**CAP. IV. El que retenga muchos beneficios contra los cánones, queda privado de
ellos.**
Quien retenga múltiples beneficios eclesiásticos, contraviniendo los cánones,
perderá dichos beneficios automáticamente según la constitución de Inocencio III.

**CAP. V. Los que obtienen muchos beneficios curados exhiban sus dispensas al
Ordinario, el cual provea las iglesias de vicarios, asignándoles congrua
correspondiente.**
Se insta a aquellos que obtienen varios beneficios eclesiásticos a presentar sus
dispensas al Ordinario. En caso de incumplimiento, se aplican medidas según la
constitución de Gregorio X, asegurando la provisión de vicarios con asignación de
frutos correspondientes.

**CAP. VI. Qué uniones de beneficios se han de tener por válidas.**


Los Ordinarios tienen la autoridad para examinar y declarar nulas las uniones
perpetuas realizadas en los últimos cuarenta años, especialmente si fueron
obtenidas por subrepción u obrepción. Las uniones posteriores deben ser
examinadas y aprobadas por la Sede Apostólica.
**CAP. VII. Visítense los beneficios eclesiásticos unidos; ejérzase la cura de almas
por vicarios, aunque sean perpetuos: hágase el nombramiento de estos
asignándoles porción determinada de frutos sobre cosa cierta.**
Obligación de los Ordinarios de visitar anualmente los beneficios eclesiásticos
unidos y garantizar el cuidado de las almas mediante vicarios, asignándoles una
porción de los frutos. No se permiten apelaciones o privilegios que obstaculicen
estas disposiciones.

**CAP. VIII. Repárense las iglesias: cuidese con celo de las almas.**
Los Ordinarios deben visitar anualmente y reparar iglesias exentas, asegurando el
cuidado de las almas y evitando interferencias de apelaciones, privilegios o
costumbres.

**CAP. IX. No debe diferirse la consagración.**


Aquellos promovidos a iglesias mayores deben recibir la consagración dentro del
tiempo establecido, sin prórrogas superiores a seis meses.

**CAP. X. No den los cabildos dimisorias a nadie en sede vacante, si no estrecha


la circunstancia de obtener, o haber obtenido beneficio eclesiástico. Varias penas
contra los infractores.**
Prohibición a los cabildos eclesiásticos de otorgar dimisorias durante la sede
vacante, a menos que exista una necesidad apremiante de obtener o haber
obtenido un beneficio eclesiástico. Se imponen penas severas por incumplimiento.

**CAP. XI. A nadie sirvan las licencias de ser promovido, a no tener causa justa.**
Las facultades para ser promovidos a otros órdenes deben ser concedidas solo a
aquellos con una causa legítima expresada en las dimisorias. Se deben ordenar
por el Obispo de la diócesis o su sustituto después de un examen diligente.

**CAP. XII. La dispensa para no ser promovido no exceda de un año.**


Las dispensas para evitar la promoción a otros órdenes tienen validez por un año,
a menos que el derecho establezca lo contrario.
**CAP. XIII. Los presentados por cualquiera que sea, no se ordenen, a no
preceder examen y aprobación del Ordinario: exceptúanse algunos.**
Se establece que los presentados por cualquier persona no pueden ser instituidos
en beneficios eclesiásticos sin previo examen y aprobación del Ordinario, a
excepción de aquellos presentados por Universidades o colegios de estudios
generales.

**CAP. XIV. De qué causas civiles de exentos puedan conocer los Obispos.**
Se especifica la competencia de los Obispos en las causas civiles de exentos, con
referencia a la constitución de Inocencio IV.

**CAP. XV. Cuiden los Ordinarios de que todos los hospitales, aunque sean
exentos, estén fielmente gobernados por sus administradores.**
Los Ordinarios deben asegurar que los hospitales, incluso si son exentos, estén
bien gobernados por sus administradores, siguiendo la constitución del concilio de
Viena con las derogaciones establecidas.

**ASIGNACIÓN DE LA SESIÓN SIGUIENTE.**


El Concilio determina que la próxima sesión se celebrará el jueves después de la
siguiente Dominica in Albis, el 21 de abril de 1547.

EL SACRAMENTO DE LA EUCARÍSTIA
Este capítulo del Concilio aborda la doctrina de la Eucaristía, destacando la
presencia real de Jesucristo en el sacramento. Afirma que, después de la
consagración, el pan y el vino se convierten substancialmente en el cuerpo y la
sangre de Cristo. Se condena cualquier interpretación figurada o negación de esta
realidad, subrayando la importancia de la fe en la presencia real.

El capítulo continúa explicando el modo en que Jesucristo instituyó la Eucaristía,


durante la última cena, como un acto de amor divino. Se destaca la importancia de
recibir este sacramento como un manjar espiritual que alimenta y reconforta las
almas. Se presenta como un antídoto contra el pecado y una prenda de la gloria
futura, simbolizando la unidad en la fe.
Se señala la excelencia de la Eucaristía en comparación con otros sacramentos,
ya que en ella el autor de la santidad está presente antes de la recepción. Se
subraya la comprensión de la Iglesia de que, inmediatamente después de la
consagración, el verdadero cuerpo, sangre, alma y divinidad de Jesucristo están
presentes bajo las especies de pan y vino.

La Transubstanciación se menciona como la conversión de toda la substancia del


pan en el cuerpo de Cristo y la substancia del vino en su sangre, término que la
Iglesia católica considera oportuno y propio.

El capítulo aborda la necesidad de dar culto y veneración a la Eucaristía,


equiparándola al culto debido a Dios. Se destaca la adoración de los ángeles y los
Magos como ejemplos de la importancia de rendir homenaje al sacramento.
Además, se resalta la introducción de la costumbre de celebrar la Eucaristía con
veneración y solemnidad anualmente, así como llevarla en procesiones públicas.

Se aborda la antigua costumbre de reservar la Eucaristía en el sagrario y llevarla a


los enfermos, y se enfatiza la importancia de mantener esta práctica.

La preparación para recibir dignamente la Eucaristía se subraya, recordando las


palabras de San Pablo sobre la importancia de reconocerse a sí mismo antes de
comulgar. Se establece la necesidad de examen y confesión sacramental para
aquellos en pecado mortal.

Se describen tres modos de recibir la Eucaristía: solo sacramentalmente, solo


espiritualmente y ambos a la vez. Se destaca la tradición apostólica de que los
legos reciban la comunión de manos de los sacerdotes.

El capítulo concluye con una exhortación a los cristianos para que crean y veneren
los misterios de la Eucaristía con fe constante y firme, buscando la unidad y
conformidad en este símbolo de concordia. Además, se añaden cánones para
refutar errores y advertir sobre herejías.
En este caminar, ¿consideras que Dios se ha manifestado en tu vida a través de
las tribulaciones y el pecado para aumentar tu fe?

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